PASADOS POSCOLONIALES
Colección de ensayos
sobre la nueva historia y etnografía de la India
Compilados y editados por
Saurabh Dube
Traducción de
Germán Franco Toriz
EL COLEGIO DE MÉXICO
954
P277
Pasados poscoloniales : colección de ensayos sobre la
nueva historia y etnografía de la India / compila
dos y editados por Saurabh Dube ; traducción
de Germán Franco Toriz. -- México : El Colegio de
México, Centro de Estudios de Asia y África, 1999.
658 p.; 22 cm.
ISBN 968-12-0906-0
1. India-Historia. 2. Etnografía-India. 3. Etnohistoria-
India. I. Dube Saurabh, ed.
Portada de Irma Eugenia Alva Valencia
Foto tomada de: Twenty-Five Years With God in India
Mennonite Book Concern Beme, Indiana, 1929
Primera edición, 1999
D.R. © El Colegio de México
Camino al Ajusco 20
Pedregal de Santa Teresa
10740, México, D.F.
ISBN 968-12-0906-0
Impreso en México/Printed in México
A Bemard Cohn y Ranajit Guha
ÍNDICE
Reconocimientos 11
Prólogo a manera de presentación, Germán Franco 13
Introducción: Temas e intersecciones de los pasados posco
loniales, Saurabh Dube 17
Cronología 99
Advertencia 103
Primera parte
Lectura del colonialismo
Representación de la autoridad en la India victoriana, Bernard
S. Cohn 107
La prosa de la contrainsurgencia, Ranajit Guha 159
Tradiciones en discordia: El debate sobre la sati en la India
colonial, Lata Mani 209
Su libro, su vida. Autobiografía de una mujer del siglo xix,
Tanika Sarkar 253
Segunda parte
Revisión de las naciones
La institución imaginaria de la India, Sudipta Kaviraj 299
Gandhi como Mahatma: Distrito de Gorakhpur, UP oriental,
1921-1922, ShahidAmin 345
La nación y sus mujeres, Partha Chatterjee 403
10 ÍNDICE
Tercera parte
Refundición de los márgenes
La casta original: Poder, historia y jerarquía en el sur de Asia,
Nicholas B. Dirks 431
La reproducción de la desigualdad: Cultos a los espíritus y
relaciones laborales en el este de la India durante el pe
riodo colonial, Gyan Prakash 457
Tradiciones del hinduismo no dependiente de la casta: El Kabir
Panth, David N. Lorenzen 485
Lenguajes de autoridad y proyectos generados y de género:
La Satnami Mahasabha, Chhattisgarh, 1925-1950, Saurabh
Dube 513
Cuarta parte
En casa y afuera
En defensa del fragmento: Escribir la lucha hindo-musulmana
en la India actual, Gyanendra Pandey 553
Cultura de la opresión y cultura de la protesta, Susana Devalle 593
La poscolonialidad y el artilugio de la Historia: ¿Quién ha
bla en nombre de los pasados “indios”?, Dipesh Chakrabarty 623
RECONOCIMIENTOS
Desde su concepción hasta su publicación, tres años han sido nece
sarios para hacer Pasados poscoloniales. No hay de qué sorprenderse:
a libro grande, esfuerzo grande.
Emprendo ahora la placentera labor de agradecer la participa
ción de aquéllos que han hecho posible este proyecto, y el trabajo
que se le ha dedicado un placer. Por los principios de lo maravillo
so: Leela Dube. Por lo maravilloso de los principios: Ishita Banerjee
Dube. Por la calidez de la amistad: David Lorenzen. Por su apoyo
crítico: Shahid Amin, Roger Bartra, Dipesh Chakrabarty, Partha
Chatterjee, Bernard Cohn, Ranajit Guha y Andrés Lira. Por los áni
mos: Flora Botton, Paul Greenough, Gordon Johnson y Benjamín
Preciado. Por una comunidad intelectual compartida: Fernando Co-
ronil, Walter Mignolo, José Rabasa, Ajay Skaria, Guillermo Zermeño,
los participantes del taller “Cross-Genealogies and Subaltern Know-
ledges” de la Universidad de Duke en octubre de 1998 y los colabo
radores de este libro, en particular Shahid Amin, Dipesh Chakra
barty, Partha Chatterjee, Bernard Cohn, Susana Devalle, Nicholas
Dirks, Ranajit Guha, Sudipta Kaviraj, David Lorenzen, Gyanendra
Pandey, Gyan Prakash y Tanika Sarkar. Por su solidaridad: Pratyusha
Basu, Ned Bertz, Pilar Camacho, Laura Carballido, John Marston,
Patricio Nelson y Andrea Seri. Por la creencia y la duda: los estu
diantes de la licenciatura en Relaciones Internacionales, a quienes
ha sido un placer tener como estudiantes, de El Colegio de México.
Por la solución de las vicisitudes de la publicación: Romer Cornejo,
José María Espinasa, Omita Goyal y Jorge Silva.
Las energías y erudición de dos inteligencias críticas y almas
insurgentes apuntalan los contornos y preocupaciones de Pasados
poscoloniales. Este libro va dedicado a Bernard Cohn y Ranajit Guha:
tributo personal que, estoy seguro, será compartido por mi genera
ción y las venideras.
11
12 PASADOS POSCOLONIALES
Más que el traductor de Pasados poscoloniales, Germán Franco ha
sido un camarada y un co-conspirador en esta aventura. He pensa
do diferentes formas de agradecerle su colaboración. Pero a fin de
cuentas este libro es tan suyo como mío.
Por el permiso para reproducir en la traducción al español parte
de materiales protegidos por el derecho de autor, doy gracias a las
siguientes personas e instituciones: California University Press por
Dipesh Chakrabarty, “Postcoloniality and the artífice of history: Who
speaks for ‘Indian’ pasts?”, Representations, 37, invierno 1992, 1-26; y
por Gyanendra Pandey, “In defence of the fragment: Writing about
Hindu-Muslim riots today”, Representations, 37, invierno 1992, 27-
55; Bernard Cohn por Bernard Cohn “Representing authority in
Victorian India”, en Eric Hobsbawm y Terence Ranger, eds., The
Invention ofTradition, Cambridge: Cambridge University Press, 1983;
Modern Asían Studies, Cambridge University Press, por Gyan Prakash,
“Reproducing inequality: Spirit cults and labour relations in colo
nial eastem India”, Modern Asían Studies, 20,1986, 209-230; Princeton
University Press por Partha Chatterjee, The Nation and Its Fragments:
Colonial and Postcolonial Histories, Princeton: Princeton University Press,
1993, capítulo 6; Oxford University Press, Nueva Delhi, por Ranajit
Guha, “The prose of counter-insurgency”, en Guha, ed., Subaltern
Studies II: Writings on South Asían History and Society, Nueva Delhi:
Oxford University Press, 1983; por Shahid Amin, “Gandhi as Mahatma:
Gorakhpur District, eastem UP, 1921-2”, en Guha, ed., Subaltern Studies
III: Writings on South Asían History and Society, Nueva Delhi: Oxford
University Press, 1984; y por Sudipta Kaviraj, “The imaginary insti-
tution of India”, en Partha Chatterjee y Gyanendra Pandey, eds.,
Subaltern Studies VII: Writings on South Asían History and Society, Nue
va Delhi: Oxford University Press, 1992; Sage Publications, la India,
por David Lorenzen, “Traditions of non-caste Hinduism: the Kabir-
panth”, Contributions to Indian Sociology, 21, 2, 1987, 263-83; por Ni-
cholas Dirks, “The original caste: Power, history and hierarchy in South
Asia”, Contributions to Indian Sociology, 23,1,1989, 59-77; por Susana
Devalle, Discourses of Ethnicity: Culture and Protest in Jharkhand, Nueva
Delhi: Sage Publications, capítulo 6; y por Saurabh Dube, “Idioms of
authority and engendered agendas: The Satnami Mahasabha, Chhat-
tisgarh, 1925-1950”, Indian Economic and Social History Review, 30, 4,
1993, 383-411; Tanika Sarkar por Tanika Sarkar, “A book of her own.
A life of her own: Autobiography of a nineteenth-century woman”,
History Workshop Journal, 36, 1993, 35-65.
S.D.
PRÓLOGO A MANERA DE PRESENTACIÓN
Germán Franco
La única obligación que tenemos con
la historia es volver a escribirla.
Óscar Wilde
El curioso lector observará que en estas páginas no encontrará a la
India de la romántica imaginación decimonónica ni del decadente
orientalismo de fines del siglo xix y principios del xx. Los grandes
mitos de la religión, la filosofía, las castas, la ciencia, la política y
hasta de la historia del subcontinente habrán de “acostarse en el
olvido” para permitir, durante su sueño, un viaje por los espacios y
tiempos de historias poco conocidas en el mundo hispanohablante.
Aquel camino de leyendas permanecerá envuelto en una neblina
espesada por el tedio de su familiaridad, privando quizás al lector
de la imagen de un presente estable y de un futuro previsible. En
cambio, se abren aquí senderos ya transitados lo bastante como para
que la vegetación no los cierre con facilidad, que conducen a otros
objetos que conservan las huellas de esas historias. Legítimas crea
ciones de quienes vivieron e hicieron la vida de lo que hoy vemos
como una nación (especialmente los grupos llamados subalternos),
son instituciones, relatos, ideas que parten de diferentes presentes
recorriendo simultáneamente direcciones opuestas en el tiempo,
para formar la historia de pueblos cuyos avatares nunca han perdi
do su imprecisión, pero que reclaman su lugar en la vida institucional
de dicha nación.
La lectura de estos textos no es un desafío pequeño y, probable
mente, se sentirá con obstinada fuerza la tentación de asociar a co
sas conocidas personas, objetos e historias, de destacar rasgos que
tal vez no sean tan importantes pero cuya notoriedad tranquiliza
13
14 GERMÁN FRANCO
porque distrae. Responder al reto de una observación detenida de
pueblos (personas) y sus cosas puede convertirse en revelación, in
cluso violación, de secretos inesperados cuya sorpresa no deja de
generar relaciones equivocadas. El riesgo es real, tanto, que a menu
do el descubrir secretos es una práctica que se asocia con posesión,
dominio y conquista.
Sin embargo, esa violencia que se ejerce sobre la memoria no
permanece sin respuesta pues a la fuerza se entremezcla la incom
prensión. Los secretos se rebelan y obligan a hacer un silencio que
abre la posibilidad de un encuentro con los sucesos olvidados del
pasado. Pero los encuentros serán fortuitos, al punto de dificultar el
reconocimiento entre los pasados y quien los contempla: al mirar de
cerca el pasado puede, suceder que no lo reconozcamos o nos reco
nozcamos en él. Por otra parte, si bien es cierto que para recordar un
poco hay que olvidar mucho, como señala William James, todos los
recuerdos siguen siendo parte de nosotros y nosotros parte de ellos. En
algunos momentos tendremos la impresión de que se trata de valo
res de cambio, cuya aceptación o rechazo determinan la pertenencia
a, o la exclusión de una sociedad. Semejante comercio resta legitimi
dad y sentido al pasado, pues implica la mutilación del ser histórico.
Tal vez se tenga la idea de que los pasados aquí presentados
están demasiado fragmentados y de que incluso la influencia que
tienen en el presente y el futuro puede ser peligrosa. No se trata de
eliminar o suplantar la “historia oficial”, sino de completarla, corre
girla, compensarla. Tampoco se reclama para estos pasados una
unidad que abarque a todos y a todo. Los autores de estos trabajos
tienen una aguda conciencia de que el sueño de unidad, tanto de la
razón de Estado como de la razón académica (que muchas veces
actúan en complicidad), también produce monstruos, de una estir
pe emparentada con el príncipe de Maquiavelo o el dios mortal de
Hobbes, y más cerca de nosotros en el tiempo, con los fundamenta-
lismos religiosos'y políticos. Estos monstruos, como el ser armado
por Frankestein, nos devuelven una mirada “amarilla, acuosa, espe
culativa”. Pero cuando en la pluralidad (de voces) recuperada se
insinúa aquella simpatía de los recuerdos de que habla Felisberto
Hernández, la unidad y la convivencia se vuelven posibles a pesar
de rupturas permanentes. No es una anomalía que prodigios de
fragmentación y multiplicidad como Coyolxauhqui, Shiva o Durga
sean mitos irreductibles de destrucción y regeneración.
PRÓLOGO 15
La reflexión sobre la escritura y la reescritura de los relatos de
la historia forma un sutil pero fuerte hilo conductor de estos ensayos,
hilo que al mismo tiempo constituye una “amarra” entre los diferen
tes presentes y pasados. Esta reflexión en ocasiones puede producir
molestia, dolor, como una enfermedad. No obstante, suspenderla
puede conducir al estancamiento en un pasado único que no cambia,
lo cual, para evocar una vez más a Felisberto Hernández, lleva a la
parálisis y la locura. En cambio, su continuación, aunque revela que
los pasados no volverán a pertenecemos completamente (la enferme
dad produce siempre un cambio irreversible en el sujeto), permite
apreciar con toda lucidez su diferencia.
Estos textos no sólo dan a conocer una perspectiva, una nueva
forma de escribir la historia en general y de la India en particular.
Su traducción pretende ser un catalizador para dirigir la mirada de
manera diferente hacia la historia latinoamericana, hacia voces margi
nadas que sólo han dejado huella en los oídos y ojos de quienes las
oyeron y vieron, y que en muchos casos las acallaron. No se trata de
un método-para hacer algo, de aprender a, como se aprende a manejar
un instrumento mecánico. Los métodos, dice Francis Bacon en el
Novum organum, “son aptos para obligar el consentimiento o la creen
cia, pero menos aptos para incitar a la acción”. Los ensayos aquí
reunidos, larguísimos oráculos “que representan un conocimiento
fragmentado, invitan a los hombres a investigar más, mientras los
métodos, que aportan la plasmación de un total, los aquietan, como
si hubieran alcanzado el límite”. Se trata de aprender de quienes se
miran mirándose a sí mismos, no sólo como indios de la India, sino
como historiadores de una parte de la humanidad.
Las cosas que recordamos (sucesos, actores, dichos, lugares) no
suelen ser muy diferentes de niños en un salón de clase, donde el
maestro (lector, historiador) trata de poner orden y formar aquellos
pupilos, mientras éstos se defienden dando nombres falsos o cam
biando repentina y caprichosamente de lugar, sin que su pasado
deje alguna vez de pasar lista de presente. Con todo, la postura
aparentemente indefinida de estos historiadores, etnógrafos, antro
pólogos hacia su materia, no es tan lastimosa como parece. El lector
hispanohablante tiene aquí, gracias a la distancia, la rara oportuni
dad de contemplar al indio, al historiador, hasta al occidental, que
se mira a sí mismo y se ve a sí mismo contemplándose (valga la
repetición). No se trata de un narcisismo irreflexivo o ingenuo, antes
16 GERMÁN FRANCO
bien, el rigor académico que se respira en todos estos trabajos evita
cualquier exceso en este sentido, haciendo de este impulso un acto
consciente, cercano a los actos y a la conciencia de los grupos subalter
nos que describen. Se trata de dirigir una mirada atenta y compasiva
a pasados que no han logrado, o no se les ha permitido, conquistar
un lugar en la historia, con lo cual no sólo podrían modificar su
presente, sino aportar algo al futuro. Se trata, en fin, no sólo de la
recuperación y valoración del conocimiento local (en oposición a
“occidental”), sino de dar una pauta a la generación de ese conoci
miento, igual en la India que en el mundo hispanohablante.
Agradezco al Centro de Estudios de Asia y África y a su director,
doctor Benjamín Preciado, el haberme confiado la traducción de
este libro. Asimismo, deseo expresar mi gratitud al profesor Saurabh
Dube, compilador de este volumen, por su incansable paciencia al
responder mis preguntas sobre los textos y sus temas, amén de las
muchas conversaciones que se han extendido más allá de las páginas
de este libro.
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA1
Ranajit Guha
Universidad Nacional de Australia
Bajo el Raj, cuando un campesino se rebelaba en cualquier tiempo
o lugar, lo hacía necesaria y explícitamente violando una serie de
códigos que definían su propia existencia como miembro de aque
lla sociedad colonial, y aún en gran medida semifeudal, pues su
condición subalterna se materializaba en la estructura de la propie
dad y era institucionalizada por la ley, santificada por la religión y
hecha tolerable —e incluso deseable— por la tradición. De hecho,
rebelarse significaba destruir muchos de estos signos familiares que
este campesino había aprendido a leer y manipular para extraerle
un significado al duro mundo que lo rodeaba y poder aceptarlo.
Bajo estas condiciones, el riesgo que se corría al turn things upside
down2 realmente era tan grande que el campesino difícilmente em
prendería semejante proyecto impensadamente.
1 Agradezco a mis colegas del equipo editorial [de Subaltern Studies] sus comentarios al
borrador inicial de este ensayo.
1 Literalmente esta frase significa “poner las cosas de cabeza" o “patas arriba". Gene
ralmente tiene el sentido de “desorden”, aunque también el de “cambio radical". Sin embar
go, cuando se usa para referirse a sucesos sociopolíticos puede significar “insurrección",
“motín", “revuelta” y hasta “revolución", sentidos en los que la idea de “inversión" es muy
importante. En la lengua inglesa se usa así por lo menos desde el siglo xiv, o sea prácticamente
desde que el inglés es inglés. Una de las citas más relevantes que contiene esta frase está
tomada de la Biblia (Hechos de los apóstoles, 17, 6-7) y es pertinente para este texto: “These
that have turned the world upside down are come hither also [...] and these all do contrary
to the decrees of Caesar, saying that there is another king, on^Jesus" (King James Versión,
1611); en la versión española de la Biblia dejerusalén (1969): “Ésos que han revolucionado
todo el mundo se han presentado también aquí [...] todos ellos van contra los decretos del
César y afirman que hay otro rey, Jesús". Para darse una idea de la importancia de esta cita
159
160 RANAJIT GUHA
En las fuentes primarias de evidencia histórica nada hay que
plantee algo diferente a lo anterior. Dichas fuentes desmienten el
mito, vendido con tanta frecuencia por escritos irresponsables e
impresionistas sobre el tema, según el cual las insurrecciones cam
pesinas eran asuntos puramente espontáneos y no premeditados.
La verdad es bastante distinta. Sería difícil citar una sola revuelta
de alguna escala significativa que de hecho no haya estado prece
dida sea por tipos de movilización menos militantes —cuando se
habían tratado otros medios y no habían dado resultados—, sea
por deliberaciones entre sus jefes para sopesar seriamente los pros
y los contras de recurrir en algún momento a las armas. En acon
tecimientos tan diferentes unos de otros en cuanto al contexto, el
carácter y la composición de los participantes, tales como el dhing
de Rangpur contra Debi Sinha (1783), el bidroha de Barasat dirigi
do por Titu Mir (1831), el hool santal (1855) y el “Motín azul” de
1860, en cada caso los protagonistas habían utilizado peticiones,
delegaciones y otras formas de súplica antes de declararle real
mente la guerra a sus opresores.3 Es más, las rebeliones de los kol
(1823), los santal y los munda (1899-1900) así como el dhing de
Rangpur y las jacqueries (rebeliones campesinas) en los distritos de
Allahabad y Ghazipur durante la Rebelión de los cipayos de 1857-
1858 (para citar sólo dos de los muchos ejemplos en esa notable
serie) fueron iniciados todos tras consultas planificadas y en algu
nos casos prolongadas entre los representantes de las masas cam
pesinas locales.4 A decir verdad apenas si existe algún ejemplo de
que el campesinado —ya fueran los prudentes y francos aldeanos
de las planicies o los supuestamente más imprevisibles adivasis de
las regiones de tierras altas— se haya rebelado por casualidad o
llevado por la corriente. Ellos tenían demasiado en juego y no
piénsese en que la menciona Hobbes en el capítulo 43 del Leviatán, el cual comienza con
estas palabras: “El pretexto más frecuente para la sedición y la guerra civil, en las repúblicas
cristianas [Nota del traductor].
5 Los ejemplos son demasiado como para citarlos. Véanse, por ejemplo, MDS, pp. 46-47
y 48-49 acerca del dhing de Rangpur; CC 54222: Metcalfe & Blunt... to Court of Director, 10 de
abril de 1832, párrafos 14-15 sobre el levantamiento de Barasat; W.W. Hunter, Annals of Rural
Bengal, 7a. edición, Londres, 1897, pp. 237-238 y AJ, 4 de octubre de 1855: “The Thacoor’s
Perwannah", respecto del hool santal; C.E. Buckland, Bengal Under the Lieutenant-Govemon,
vol. I, Calcuta, 1901, p. 192, respecto del “Motín azul”. [Ver abreviaturas en p. 206.]
* Véase, por ejemplo, MDS, pp. 579-580; Freedom Struggle in Uttar Pradesh, vol. IV,
Lucknow, 1959, pp. 284-285 y 549.
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 161
iban a lanzarse a la rebelión excepto como una manera delibera
da, aunque fuera desesperada, de salir de una existencia intolera
ble. Dicho en otras palabras, la insurgencia fue una empresa moti
vada y consciente llevada a cabo por las masas rurales.
Esta conciencia, no obstante, parece haber recibido poca aten
ción en lo que se ha escrito sobre el tema. La historiografía se ha
contentado con tratar al campesino rebelde sólo como una persona
o miembro empírico de una clase, pero no como una entidad cuya
voluntad y razón configuraron \a. praxis llamada rebelión. En la mayor
parte de las narraciones, esta omisión de hecho está teñida por me
táforas que asimilan las revueltas campesinas a los fenómenos natu
rales: estallan como tormentas llenas de truenos, se sacuden como
terremotos, cunden como los incendios, infectan como las epide
mias. Dicho en otras palabras, cuando el proverbial hombre de la
tierra se revuelve, se trata de un asunto que hay que explicar en
términos de la historia natural. Incluso cuando esta historiografía
se ve orillada a presentar una explicación en términos digamos más
humanos, lo hará dando por sentada una identidad entre naturale
za y cultura, el sello, supuestamente, de un estado muy bajo de civi
lización que se ejemplifica en “aquellos estallidos periódicos de cri
men y desorden de que son presa todas las tribus salvajes”, como
dijo el primer historiador de la rebelión chuar.5 De manera alterna
da se busca una explicación mediante una enumeración de las cau
sas —por ejemplo, factores de privación política y económica que
para nada se relacionan con la conciencia del campesino o lo hacen
de manera negativa— que desencadenaron la rebelión como una
especie de acción refleja; esto es, como una respuesta instintiva y
casi mecánica a sufrimientos físicos de algún tipo (por ejemplo, el
hambre, la tortura, el trabajo forzado, etc.) o como una reacción
pasiva frente a alguna iniciativa de su enemigo superordinado. En
ambos casos, la insurgencia se considera como externa a la concien
cia del campesino y hace que la Causa sustituya a la Razón (o sea la
lógica de esa conciencia) como un fantasma vicario.
SJ.C. Price, The Chuar Rebellion of 1799, p. el. La edición de la obra que se usó en este
ensayo es la impresa en A. Mitra (comp.), District Handbooks: Midnapur, Alipore, 1953, Apén
dice IV.
162 RANAJIT GUHA
II
¿Cómo llegó la historiografía a tener esta ceguera tan particular y
por qué nunca ha encontrado una cura? En busca de una respues
ta podríamos comenzar por mirar de cerca sus elementos constitu
tivos y examinar los cortes, costuras y puntadas —aquellas marcas
de remiendo— que nos hablan acerca del material del cual está
hecha y la forma en que este material impregnó el tejido de la
escritura.
El corpus de la escritura histórica sobre la insurgencia campesi
na en la India colonial se compone de tres tipos de discursos. Estos
pueden describirse como primarios, secundarios y terciarios, según su
orden de aparición en el tiempo y su filiación. Cada uno de ellos se
diferencia de los demás por el grado de identificación formal o
reconocida (en oposición a real o tácita) con un punto de vista ofi
cial, por la medida de su distancia respecto al suceso al que se refie
re y por la relación de los componentes distributivos y de integra
ción en su narración.
Para comenzar con el discurso primario, digamos que éste tie
ne casi sin excepción un carácter oficial, en el sentido amplio del
término. Esto es, proviene no sólo de burócratas, soldados, detecti
ves y demás personas directamente empleadas por el gobierno,
sino también de aquéllos pertenecientes al sector no oficial que
tenían una relación simbiótica con el Raj, como colonos, misione
ros, comerciantes, técnicos, etc., entre los blancos, y terratenien
tes, prestamistas, etc., entre los nativos. También era oficial en la
medida en que estaba destinado principalmente al uso adminis
trativo: para proporcionar información al gobierno, para la reali
zación de acciones por parte de éste y para la determinación de
sus políticas. Incluso cuando incorporaba declaraciones emana
das del “otro lado”, de los insurgentes o de sus aliados, por ejemplo
—como solía hacerlo por medio de informes directos o indirectos
en el cuerpo de la correspondencia oficial o incluso por lo común
como “documentos anexos” a esta última—, esto sólo se hacía como
parte de un argumento suscitado por los intereses de los administra
dores. Dicho de otro modo, cualquiera que fuera su forma parti
cular —y en realidad existía una variedad asombrosa que iba desde
la carta introductoria, el telegrama, el despacho y el comunicado
oficial hasta el sumario, el informe, el juicio y la proclamación
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 163
definitivos— su producción y circulación estaban supeditadas ne
cesariamente a las razones de Estado.
Otro de los rasgos distintivos de este tipo de discurso es, sin
embargo, su inmediatez. Esto se derivaba de dos condiciones:
primero, que las declaraciones de esta clase se escribían al mismo
tiempo o poco después del acontecimiento y, segundo, que esto lo
hacían los participantes implicados, definiéndose como “participa
nte”, para este propósito, en el sentido amplio de un contempo
ráneo implicado en el acontecimiento, sea en la acción o indirecta
mente como espectador. Esto excluiría, por supuesto, aquel género
de escritura retrospectiva en la que, como en algunas memorias,
el acontecimiento y su recuerdo se encuentran separados por un
intervalo considerable, pero que aun así deja una documentación
masiva —“fuentes primarias”, como se conocen en el oficio— para
hablarle al historiador con una especie de voz ancestral y hacerlo
sentir cercano a su tema.
Los dos especímenes que se citan enseguida son claramente re
presentativos de este tipo. Uno de ellos se relaciona con el levanta
miento de Barasat de 1831 y el otro con la rebelión santal de 1855.
Texto l6
Al General Ayudante Delegado del Ejército
Señor,
Habiendo llegado al gobierno información auténtica de que un cuer
po de Insurgentes Fanáticos está cometiendo en la actualidad las más
atrevidas y desenfrenadas atrocidades contra los Habitantes de la Región en
las vecindades de Tippy en la Magistratura de Baraset y que ha desafia
do y repelido la fuerza más poderosa que la Autoridad Civil local pudo
reunir para aprehenderlos, por órdenes del Honorable Vice Presidente
en el Consejo solicito de usted que Comunique sin tardanza al Ofi
cial General que Comanda la División de la Presidencia las órdenes
del Gobierno para que un Batallón Completo de la Infantería Nativa
* CC 54222: CJ, 22 de noviembre de 1831: “Extracto de las Actas del Honorable Vice
presidente en Consejo en el Departamento Militar con fecha del 10 de noviembre de 1831".
Las cursivas son mías.
164 RANAJIT GUHA
de Barrackpore y dos cañones de seis equipados con los cumplidos
[síc] necesarios de Golundaze desde Dum Dum, todo bajo el Mando
de un Oficial de Campo de buen juicio y con capacidad de decisión,
reciba inmediatamente la orden de encaminarse a Baraset, donde se
le unirán 1 Havildar y 12 Soldados de Caballería del Ser. Regimiento
de Caballería Ligera, que actualmente constituyen la escolta del Ho
norable el Vice Presidente.
2o. El Magistrado se encontrará con el Oficial al Mando del Desta
camento en Barraset y suministrará la información necesaria para ins
truirlo respecto de la posición de los Insurgentes; pero sin tener nin
guna autoridad para interferir en las operaciones Militares que el
Oficial al Mando de los Destacamentos juzgue convenientes, para el
propósito de expulsar o atrapar o en caso de resistencia destruir a
aquellos que perseveren en su desafío a la autoridad del Estado y en la
perturbación de la tranquilidad pública.
3o. Se concluye que el servicio no será de una naturaleza prolon
gada tal que requiera un suministro mayor de las municiones que que
pan en las Cartucheras y en dos Carretas de Artillería para las Armas,
y que no habrá dificultades respecto del acarreo. En caso contrario
cualquier ayuda necesaria será suministrada.
4o. Se darán instrucciones al Magistrado para que dé toda la ayu
da posible en cuanto a los suministros y otros requerimientos para
las Tropas.
Cámara del Consejo Su humilde, etc.
10 de noviembre de 1831 (Firmado) Wm. Casement Cor.
Secret. del Dpto. Milit. del Gob.
Texto 27
De Señor Don W.C. Taylor.
A Señor Don F.S. Mudge.
Fechada el 7 de julio de 1855
7 AJ, 19 de julio de 1855: Carta anexa a la carta del magistrado de Murshidabad, fecha
da el 11 de julio de 1855. Las cursivas son mías.
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 165
Mi querido Mudge,
Hay una gran concentración de Santales 4 o 5 mil hombres en un
lugar situado a unas 8 millas y estoy enterado de que están bien arma
dos con Arcos y flechas, Tulwars, Lanzas, etc. y que es su intención
atacar a todos los Europeos de los alrededores y saquearlos y asesinarlos. La
causa de todo esto es que uno de sus Dioses supuestamente ha Encarnado y ha
hecho su aparición en algún lugar cercano a éste, y que su intención es reinar
como Rey sobre toda esta parte de la India, y ha ordenado a los santales que
junten y den muerte a todos los Europeos y Nativos influyentes de los alrede
dores. Como éste es el punto más cercano al lugar de reunión supongo que será
atacado primero y pienso que lo mejor que puedes hacer es que les
avises a las autoridades en Berhampore y pidas ayuda militar puesto
que para nada es un buen panorama ser asesinado y en la medida de lo
que puedo ver éste es un asunto bastante serio.
Sreecond Tuyo etc.
7 de julio de 1855 /Firmado/ W. C. Taylor
Nada podría ser más inmediato que estos textos. Escritos en
cuanto estos acontecimientos fueron reconocidos como rebeliones
por aquellos que más los temían, se encuentran entre los primerí-
simos informes con los que contamos sobre dichos acontecimien
tos en las colecciones de la India Office Library y en los Archivos
del Estado de Bengala Occidental. Como lo revela la evidencia del
bidroha de 1831,8 no fue sino hasta el 10 de noviembre cuando las
autoridades de Calcuta llegaron a reconocer la violencia de la que
se informaba desde la región de Barasat por lo que era: una insu
rrección hecha y derecha encabezada por Titu Mir y sus hombres.
La carta del coronel Casement nos marca el momento en que el
hasta entonces desconocido dirigente de un campesinado local
entró en liza con el Raj y con ello se abrió camino en la historia. La
fecha del otro documento también rememora un comienzo: el del
hool santal. Fue ese mismo día, el 7 de julio de 1855, cuando el
• Así, CC 54222: CJ, 3 de abril de 1832: Alexander a Barwell (28 de noviembre de
1831).
166 RANAJIT GUHA
asesinato del daroga [jefe de policía] Mahesh, a raíz de un encuen
tro entre su policía y los campesinos reunidos en Bhagnadihi, hizo
estallar el levantamiento. El informe fue tan elocuente que reco
gió esa nota escrita por un empleado europeo del Ferrocarril de la
India Oriental con evidente alarma en Sreecond, por el bien de su
colega y del sarkar [gobierno colonial]. Es más, éstas son palabras
que trasmiten de la manera más directa posible el impacto que
tiene una revuelta campesina sobre sus enemigos durante sus pri
meras horas sanguinarias.
III
Nada de esta instantaneidad se filtra al siguiente nivel: el del dis
curso secundario. Éste utiliza el discurso primario como matériel,
pero al mismo tiempo lo transforma. Para contrastar los dos tipos
de discursos podríamos pensar en éste como una historiografía en
bruto, en un estado primordial, o como un embrión que aún no se
ha articulado en umorganismo con miembros diferenciados, y en
aquél como el producto procesado, por más crudo que sea ese
procesamiento, un discurso debidamente constituido aunque en
su infancia.
Resulta bastante obvio que la diferencia está en función del
tiempo. En la cronología de este corpus en particular, el discurso
secundario sigue al primario a cierta distancia y abre la perspecti
va de transformar un acontecimiento en historia, en la percepción
no sólo de los que están afuera sino también de los participantes.
Fue así como Mark Thornhill, magistrado de Mathura durante el
verano de 1857 cuando un motín de la Guardia del Tesoro provo
có levantamientos campesinos por todo el distrito, habría de re
flexionar sobre la condición alterada de su propia narración, en
la que él mismo figuraba como protagonista. En la introducción a
sus conocidas memorias, The Personal Adventures And Experiences
Of A Magistrate During The Rise, Progress, And Suppresion Of The
Indian Mutiny, publicadas en Londres en 1884, escribió veintisiete
años después del acontecimiento:
Luego de la supresión del Motín Indio, comencé a escribir un relato
de mis aventuras [...] para el momento en que terminé mi narración,
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 167
el interés del público por el tema ya se había agotado. Desde enton
ces han pasado años y ha surgido un interés de otra índole. Eos acon
tecimientos de esa época se han vuelto historia, y es a esa historia a la
que podría contribuir mi relato [...] Por ello he decidido publicar mi
narración [...]
Despojado de contemporaneidad, un discurso se recupera así
como un elemento del pasado y se clasifica como historia. Este cam
bio, tanto de aspecto como de categoría, lo sitúa en la intersección
misma entre el colonialismo y la historiografía, dotándolo de un
carácter dual que está ligado, al mismo tiempo, al sistema de poder
y a la manera particular de su representación.
Su autoría es en sí misma testigo de esta intersección, y
Thornhill no fue de ninguna manera el único administrador meti
do a historiador. De hecho, él fue uno de los muchos funciona
rios, civiles y militares, que escribió en retrospectiva sobre, los dis
turbios populares en la India rural bajo el Raj. Tomadas en su
conjunto, esas declaraciones entran en dos clases. Primero esta
ban aquellas que se basaban en la propia experiencia de los escri
tores como participantes. Siendo recuerdos de algún tipo, estas
declaraciones se escribieron, bien con un considerable retraso res
pecto de los acontecimientos narrados, o bien casi al mismo tiem
po que éstos se producían, pero a diferencia del discurso primario
estaban orientados hacia un público lector. Esta última distinción
tan importante revela cómo la mentalidad colonialista se las arre
glaba para cumplirle a Clío y a la contrainsurgencia al mismo tiem
po, de manera que la supuesta neutralidad de aquélla difícilmente
habría permanecido sin ser afectada por la pasión de ésta, un pun
to al que pronto regresaremos. La literatura sobre el Motín que se
ocupa de la violencia del campesinado (especialmente en las pro
vincias noroccidentales y en la India Central) tanto como de la de
los cipayos, es pródiga en reminiscencias de ambos tipos. Relatos
escritos casi al mismo tiempo que los sucesos, tales como Service and
Adventure with Khakee Ressallah or Meerut Volunteer Horse during the
Mutinies of 1857-58 (Londres, 1858) de Dunlop, y Personal Adventures
during the Indian Rebellion in Rohilcund, Futtehghur, and Oudh (Lon
dres, 1858) de Edwards, para mencionar sólo dos de una vasta cose
cha destinada a alimentar a un público que no se hartaba de tales
cuentos de horror y gloria, alcanzaban el mismo nivel de narf acio
168 RANAJIT GUHA
nes como la de Thornhill, escritas mucho tiempo después de los
acontecimientos.
La otra clase de escritos que clasifica como discurso secunda
rio es el trabajo de los administradores. También ellos se dirigían
a un lector predominantemente no oficial pero sobre temas que
no estaban ligados en forma directa a su experiencia. Su trabajo
incluye algunos de los relatos de más amplio uso y tenidos en ma
yor estima sobre los levantamientos campesinos, escritos como mo
nografías acerca de acontecimientos particulares —como los de
Jamini Mohán Ghosh acerca de los disturbios de los sannyasi y los
faquires y los de J.C. Price sobre la rebelión chuar— o como decla
raciones incluidas en historias más abarcadoras como la de W. W.
Hunter sobre el hool santal en The Annals of Rural Bengal. Aparte
de éstos, hubo las distinguidas contribuciones que hicieron algu
nas de las mejores mentes del Servicio Civil a los capítulos históri
cos de las District Gazetteers. Tomados en su conjunto, éstos consti
tuyen un cuerpo sustancial de escritos que gozan de mucha
autoridad entre los estudiosos del tema, y casi no existe ninguna
historiografía en el siguiente nivel, el discurso terciario, que no se
apoye en ellos.
El prestigio de este género se debe, en no poca medida, al aura
de imparcialidad que lo rodea. Al mantener con firmeza su narra
ción fuera de los límites de la participación personal, estos autores
lograron conferirle a aquélla, si bien sólo por implicación, una
apariencia de verdad. Como funcionarios, ellos eran sin duda los
portadores de la voluntad del Estado. Pero como escribieron acer
ca de un pasado en el que no figuraron como funcionarios, se
considera que sus afirmaciones son más auténticas y menos sesga
das que las de sus homólogos cuyos relatos, basados en recuerdos,
estaban necesariamente contaminados por su intervención en los
conflictos rurales como agentes del Raj. Al contrastar ambas pos
turas, se cree que aquéllos se acercaron desde afuera a los aconte
cimientos narrados. Como observadores separados clínicamente
del sitio y tema del diagnóstico, se supone que ellos encontraron
para su discurso un nicho en aquel reino de neutralidad perfecta
—el reino de la Historia— sobre el cual presiden el Aoristo y la
Tercera Persona.
LA PROSA DE LA CONTRA INSURGENCIA 169
IV
¿Cuán válida es esta pretensión de neutralidad? Una respuesta se
ría que no podemos dar por sentado ningún sesgo en esta clase de
obra histórica por el simple hecho de originarse en autores compro
metidos con el colonialismo. Considerar eso evidente sería negar
le a la historiografía la posibilidad de reconocer sus propias insufi
ciencias, traicionando así el propósito de este ejercicio. De lo que
sigue debería resultar claro que es precisamente por negarse a
probar lo que parece obvio, que los historiadores de la insurgencia
campesina permanecen entrampados... en lo obvio. La crítica, por
lo tanto, no debe empezar por nombrar un sesgo sino por un exa
men de los componentes del discurso, vehículo de toda ideología,
en busca de la manera en la que esos componentes se podrían
haber combinado para describir cualquier figura particular del
pasado.
A los componentes de ambos tipos de discurso y a sus varian-
tes que hemos examinado llamaremos segmentos. Constituidos por
el mismo material lingüístico, esto es, ristras de palabras de longi
tud variable, conforman dos tipos que, de acuerdo con su función,
podrían designarse como indicativos e interpretativos. Esta
diferenciación burda está destinada a asignarles dentro de un tex
to dado el papel respectivo de informar y explicar. Sin embargo,
esto no implica su segregación mutua. Por el contrario, suelen en
contrarse empotrados el uno en el otro, no sólo de hecho sino por
necesidad.
En los Textos 1 y 2 podemos ver cómo funciona esa imbricación.
En ambos la letra redonda corresponde a los segmentos indicativos
y la cursiva a los interpretativos. Presentados sin seguir ningún pa
trón particular en cada una de estas cartas, se interpenetran y sus
tentan mutuamente a fin de darle a los documentos su significado,
y en el proceso dotan a algunas de las ristras de palabras de una
ambigüedad que se pierde inevitablemente en esta forma particular
de representación tipográfica. Sin embargo, el tosco esbozo de una
división de funciones entre ambas clases surge incluso de este es
quema: los segmentos indicativos establecen (esto es, informan) las
acciones reales y previstas de los rebeldes y sus enemigos, y los
interpretativos las comentan a fin de comprender (esto es, explicar)
su significado.
170 RANAJIT GUHA
La diferencia entre ellos corresponde a la que existe entre los
dos componentes básicos de cualquier discurso histórico que, se
gún la terminología de Roland Barthes, llamaremos funciones e indi
cios.9 Los primeros son segmentos que configuran la secuencia li
neal de una narración. Al ser contiguos, funcionan en una relación
de solidaridad, en el sentido de que se implican mutuamente y se
suman a ristras cada vez más largas que se combinan para producir
el enunciado agregativo. Este último podría considerarse así como
una suma de microsecuencias a cada una de las cuales, indepen
dientemente de su importancia, sería posible asignarle un nombre
mediante una operación metalinguística empleando términos que
podrían pertenecer o no al texto que se estudia. Fue así como
Bremond, siguiendo a Propp, nombró las funciones de un cuento
popular como Fraude, Traición, Lucha, Contrato, etcétera, y Barthes
designó las funciones de un acto trivial como el de ofrecer un ciga
rrillo, en una novela de James Bond, como ofrecimiento, aceptación,
encendido y fumado. Quizá se podría seguir la pauta de este procedi
miento para definir un enunciado histórico como un discurso con
un nombre que incluye un número dado de secuencias nombradas.
Así sería posible hablar de una narración hipotética llamada “La
insurrección de Titu Mir”, constituida por cierto número de secuen
cias que incluye el Texto 1 citado arriba.
Démosle a este documento un nombre y llamémoslo, por ejem
plo, Actas del Consejo de Calcuta. (Alternativas como Estallido de Vio
lencia o Llamado al Ejército también deberían bastar y ser analizables
en términos que corresponden, aunque no sean idénticos, a los que
siguen.) En términos amplios, el mensaje Actas del Consejo de Calcuta
(C) en nuestro texto se puede leer como una combinación de dos
grupos de secuencias llamadas alarma (a) e intervención (b), cada
uno de los cuales está constituido por un par de segumentos: el
primero por la insurrección estalla (a') e información recibida (a") y el
segundo por decisión de llamar al ejército (b') y orden despachada (b"),
9 Mi deuda con Roland Barthes por muchos de los términos analíticos y procedimien
tos utilizados en esta sección, y en general a través de todo este ensayo, debería resultarles
más que obvia a todos aquellos que están familiarizados con su Análisis estructural del relato,
Buenos Aires, 1970, y “The Struggle with the Angel” en Barthes, Image-Music-Text, Glasgow,
1977, pp. 79-141, y con “El discurso de la historia", enjosé Sazbón (seleccionador), Estructu-
ralismoy literatura, Buenos Aires, 1970, pp. 35-50, como para que sea necesaria una referen
cia detallada salvo donde cito directamente de estas obras.
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 171
donde uno de los constituyentes de cada par está a su vez represen
tado por otra serie ligada: (a') por atrocidades cometidas (ai) y desafío
a la autoridad (aa), y (b") por infantería para proceder (bi), artillería
para apoyar (ba), y magistrado para cooperar (ba). En otras palabras, en
este documento la narración se puede transcribir en tres pasos equi
valentes de manera que:
C = (a + b) I
= (a'+ a") + (b'+ b")...................... II
= (ai + aa) + a" + b' + (bi + ba + bs).............III
A partir de este arreglo debería resultar claro que no todos los
elementos del paso II se pueden expresar en microsecuencias del
mismo orden. Por lo tanto, en el paso III nos quedamos con una
concatenación en la que los segmentos tomados de diferentes
niveles, del discurso se imbrincan para constituir una estructura
toscamente labrada y desigual. En la medida en que lo que una
narración tiene como relata sintagmáticos son unidades funciona
les mínimas como éstas, su flujo nunca será terso. El hiato entre
los segmentos remendados con holgura está necesariamente car
gado de incertidumbre, de “momentos de riesgo” y cada microse-
cuencia termina por abrir posibilidades alternativas, de las cuales
la secuencia siguiente sólo recoge una a medida que continúa con
el relato. “Du Pont, el comanditario de James Bond, le ofrece fuego
con su encendedor, pero Bond rehúsa; el sentido de esta bifurca
ción es que Bond teme instintivamente que el adminículo encierre
una trampa”.10 Lo que Barthes identifica así como “bifurcación”
en la narrativa tiene también su paralelo en el discurso histórico.
La supuesta perpetración de atrocidades (ai) en ese despacho ofi
cial de 1831 elimina la creencia en la propagación pacífica de la
nueva doctrina de Titu, que ya conocían las autoridades, pero que
hasta ese entonces había sido ignorada por ser considerada de
poca importancia. La expresión desafío a la autoridad (aa), que se
refiere a que los rebeldes habían “desafiado y repelido la fuerza
10 Roland Barthes, Análisis estructural del relato, traducción de Beatriz Dorriots, Buenos
Aires, 1970, p. 26.
172 RANAJIT GUHA
más poderosa que la Autoridad Civil local pudo reunir para
aprehenderlos”, tiene como su otro término, si bien no expresado,
sus esfuerzos por persuadir al gobierno, mediante la petición y la
delegación, de que reparara las afrentas sufridas por sus correligio
narios. Y así sucesivamente. Cada una de estas unidades funciona
les elementales implica así un nudo narrativo que no se ha
materializado lo suficiente en un desarrollo real, una especie de
signo cero por medio del cual la narración reafirma su tensión. Y es
precisamente porque la historia en cuanto representación verbal que
hace el hombre de su propio pasado está por su propia naturaleza
tan llena de azar, realmente tan repleta de la verosimilitud de elec
ciones marcadamente distintas, que nunca deja de suscitar el interés
del lector. El discurso histórico es el thriller más viejo del mundo.
El análisis secuencial revela así que una narración es una concatena
ción de unidades funcionales que no están tan estrechamente alinea
das. Estas unidades son disociativas en su funcionamiento y ponen
más énfasis en el aspecto analítico que en el aspecto sintético de un
discurso. Como tales no son las que generan por sí mismas el signifi
cado de este último. De igual manera como el sentido de una palabra
(por ejemplo, “hombre”) no está representado fraccionadamente en
cada una de las letras (por ejemplo, H,O,M,B,R,E) que configuran su
imagen gráfica, ni el de una frase (por ejemplo, “había una vez”) en
sus palabras constitutivas tomadas por separado, así también los seg
mentos individuales de un discurso no nos pueden decir por sí mis
mos lo que éste significa. El significado en cada caso es obra de un
proceso de integración que complementa el de la articulación secuen
cial. Tal como lo señaló Benveniste, en cualquier lenguaje “la disocia
ción nos entrega la constitución formal; la integración nos entrega
unidades significantes.”11
11 Émile Benveniste, Problemes de linguistique générale, I, París, 1966, p. 126. El original,
“la dissociation nous livre la constitution formelle; l'intégration nous livre des unités
signifiantes", fue traducido de modo algo diferente y siento yo, de forma menos adecuada,
en la traducción al inglés de la obra, Problems in General Linguistia, Florida, 1971, p. 107 [La
cita en este texto se tradujo directamente del francés. N. de. T.].
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 173
Esto también es cierto respecto del lenguaje de la historia. En su
discurso, la operación integradora la lleva a cabo la otra clase de
unidades narrativas básicas, esto es, los indicios. Como correlatos
necesarios e indispensables de las funciones, se distinguen de estas
últimas en ciertos sentidos importantes:
los indicios, por la naturaleza en cierto modo vertical de sus relaciones,
son unidades verdaderamente semánticas pues, contrariamente a las
“funciones” [...] remiten a un significado, no a una “operación”; la
sanción de los Indicios es “más alta” [...] es una sanción paradigmática;
por el contrario la sanción de las “funciones” siempre está “más allá”,
es una sanción sintagmática. Funciones e Indicios abarcan, pues, otra
distinción clásica: las funciones implican los relata metonímicos, los
Indicios, los relata metafóricos; las primeras corresponden a una fun
cionalidad del hacer y las otras a una funcionalidad del ser.11 12
La intervención vertical de los indicios en un discurso es posi
ble debido a la interrupción de su linealidad mediante un proceso
que corresponde a la distaxia en el comportamiento de muchos
lenguajes naturales. Bally, quien estudió este fenómeno con mu
cho detalle, considera que una de las muchas condiciones para
que ocurra en el francés es “cuando se separan partes del mismo
signo” de manera que la expresión “elle a pardonné”, al construir
se negativamente, se fragmenta y se vuelve a ensamblar como “elle
ne nous ajamais plus pardonné'.13 De igual manera, el simple predi
cativo en bengalí “shéjábé” se puede reescribir mediante la inser
ción de un interrogativo o de una ristra de condicionales nega
tivos entre las dos palabras, para producir respectivamente “shé ki
jábé” y “shé na hoy na jábé”.
En una narración histórica, también el proceso de “distensión
y expansión” de su sintagma ayuda a que los elementos paradig
máticos infiltren y reconstituyan sus segmentos discretos en un
todo con significado. Es precisamente así como se efectúa la coor
dinación de los ejes metonímicos y metafóricos en un enunciado y
como se actualiza la necesaria interacción de sus funciones e indi
cios. Sin embargo, estas unidades no están distribuidas en propor
11 Barthes, Análisis estructural, 1970, p. 19.
,s Charles Bally, Linguistique Génírale el Linguistique Franfaise, Berna, 1965, p. 144.
174 RANAJIT GUHA
ciones iguales en todos los textos: algunos tienen mayor inciden
cia de un tipo que del otro. Como consecuencia, un discurso po
dría ser predominantemente metonímico o metafórico, dependien
do de si un número significativamente grande de sus componentes
son sancionados sintagmática o paradigmáticamente.14 Nuestro
Texto 1 es del primer tipo. Es posible ver el formidable, y en apa
riencia impenetrable, arreglo de sus relata metonímicos en el paso
III del análisis secuencial que presentamos antes. Al fin tenemos
aquí la perfecta autenticación del punto de vista del idiota que ve
la historia como una fregada cosa tras otra: levantamiento-informa
ción-decisión-orden. Sin embargo, una mirada más atenta al texto
puede detectar puntos débiles que han permitido que el “comen
tario” socave la base del “hecho”. Las expresiones subrayadas son
testigos de esta intervención paradigmática y, en verdad, constitu
yen su medida. Como indicios, desempeñan el papel de adjetivos o
epítetos en oposición a los verbos que, para hablar en términos de
la homología entre oración y narración, cumplen el papel de fun
ciones.15 Al trabajar íntimamente con estas últimas, los adjetivos o
epítetos hacen del despacho algo más que un mero registro de los
sucesos y ayudan a inscribir en él un significado, una interpretación,
de manera que los protagonistas surgen del despacho no como
campesinos sino como “Insurgentes”, no como un musulmán sino
como un “fanático”', su acción no es una resistencia ante la tiranía
de la élite rural sino “las más atrevidas y desenfrenadas atrocidades
contra los habitantes”', su proyecto no es una revuelta contra los
zamindares, sino un “desafío a la autoridad del Estado ”, no es la bús
queda de un orden alternativo en el que la paz del campo no sea
violada por la anarquía (oficialmente tolerada) de un sistema de
tenencia de la tierra semifeudal basado en los terratenientes, sino
como la “perturbación de la tranquilidad pública”.
Si la intervención de indicios “sustituye sin cesar la copia pura y
simple de los acontecimientos relatados por su sentido”,16 en un
texto tan cargado de metonimias como el que discutimos antes,
puede suponerse que lo hará en mayor grado en discursos que
son predominantemente metafóricos. Esto debería resultar eviden
14 Barthes, Elemente ofSemiology, Londres, 1967, p. 60.
15 Barthes, Image-Music-Text, p. 128.
16 Barthes, Análisis estructural, p. 13-14.
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 175
te en el Texto 2, donde el elemento de comentario, que nosotros
subrayamos, sobrepasa ampliamente al de informe. Si este último
se representa como una concatenación de tres secuencias funcio
nales, a saber, concentración de santales armados, alerta a las autori
dades y ayuda militar solicitada, se puede-ver cómo la primera de
éstas ha sido separada del resto mediante la inserción de un gran
trozo de material explicativo y cómo las otras también están en
vueltas y acordonadas por comentarios. Estos últimos están inspi
rados por el temor de que al ser Sreecond “el punto más cercano al
lugar de reunión [...] será atacado primero ” y por supuesto “para nada
es un buen panorama ser asesinado Observemos, sin embargo, que
este miedo se justifica “políticamente”, al imputarle a los santales
una “intención [de] atacar [...] saquear [...] y [dar] muerte a todos los
Europeos y Nativos influyentes” de manera que “uno de sus Dioses” en
forma humana pudiera “reinar como Rey sobre toda esta parte de la
India”. Así, este documento no es neutral en cuanto a su actitud
hacia los acontecimientos presenciados y, al presentarse como una
“evidencia” ante la corte de la historia, difícilmente podría espe
rarse que testificara con imparcialidad. Todo lo contrario, es la
voz del colonialismo comprometido. Ya ha hecho una elección en
tre el prospecto del autogobierno santal en Damin-i-Koh y la
continuación del Raj británico e identifica lo que es presumible
mente bueno para la promoción de aquél como atemorizante y
catastrófico, y para éste como “un asunto bastante serio”. Dicho en
otras palabras, los indicios en este discurso —así como en el que
discutimos antes— nos introducen a un código particular constitui
do de tal manera que para cada uno de sus signos tenemos un antó
nimo, un contramensaje, en otro código. Tomando prestada una
representación binaria que Mao Tse-tung hizo famosa,17 la lectura
“¡Es terrible!” para cualquier elemento en aquél debe surgir en éste
como “¡Está muy bien!” para un elemento correspondiente y vicever
sa. A fin de poner este choque de códigos en forma gráfica, pode
mos ordenar los indicios que en los Textos 1 y 2 aparecen en cursiva,
en una matriz llamada “TERRIBLE” (de conformidad con el atribu
to adjetival de unidades de esta clase) de manera tal que indique
mos su correspondencia con los términos implícitos aunque no de
17 Selected Works of Mao Tse-tung, vol. I, Beijing, 1967, pp. 26-27.
176 RANAJIT GUHA
clarados (presentados en redondas) de una matriz correspondiente
llamada “MUY BIEN”.
Terrible Muy bien
Insurgentes campesinos
fanáticos puritanos islámicos
atrevidas y desenfrenadas atrocidades contra
los Habitantes .................................................................. resistencia ante la opresión
desafio a la autoridad del Estado revuelta contra los zamindares
perturbación de la tranquilidad pública lucha por un orden mejor
intención [de] atacar, etc. intención de castigar a los opreso
res
uno de sus Dioses [ha de] reinar como Rey autogobierno santal
Lo que surge del juego entre estas dos matrices opuestas pero
que se implican mutuamente, es que nuestros textos no son el registro
de observaciones no contaminadas por sesgos, juicios y opiniones.
Todo lo contrario, hablan de una complicidad total. Pues si de las
expresiones de la columna de la derecha tomadas en conjunto po
dría decirse que representan la insurgencia, el código que contiene
todos los significantes de la práctica subalterna de turning things
upside down y la conciencia que la anima, entonces la otra columna
debe representar lo opuesto, esto es, la contrainsurgencia. El antago
nismo entre los dos es irreductible y no hay allí nada que deje lugar
a la neutralidad. Por lo tanto, estos documentos no tienen sentido
salvo en términos de un código de pacificación que, bajo el Raj, era
un complejo de intervenciones coercitivas por parte del Estado y
sus protégés, la élite nativa, con armas y palabras. Representativos
del tipo primario de discurso en la historiografía de las revueltas
campesinas, son especímenes de la prosa de la contrainsurgencia.
VI
¿En qué medida el discurso secundario participa también de este
compromiso? ¿Acaso puede hablar en una prosa que no sea la de la
contrainsurgencia? Las narraciones de esta categoría en las que sus
autores figuran entre los protagonistas son, por supuesto, sospe-
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 177
chosas casi por definición, y hay que reconocer la presencia en ellas
de la primera persona gramatical como un signo de complicidad.
El asunto, sin embargo, es si la falta de objetividad a cuenta de esto
queda adecuadamente compensada gracias al uso consistente del
aoristo en esos escritos. Pues tal como observa Benveniste, la expre
sión histórica admite tres variantes del tiempo pasado: el aoristo, el
imperfecto y el pluscuamperfecto y, por supuesto, el presente está
completamente excluido.18 Y esta condición realmente la satisfacen
los recuerdos que están separados de los acontecimientos en cues
tión por un intervalo bastante grande. Lo que debe averiguarse es
hasta qué punto la fuerza del pretérito corrige el sesgo originado
por la omisión de la tercera persona.
Las memorias de Mark Thornhill acerca del Motín nos propor
cionan un texto en el que el autor rememora una serie de aconte
cimientos que él experimentó 27 años antes. “Los acontecimientos de
esa época” se han “vuelto historia” y Thornhill pretende —como lo dice
en el extracto citado antes— hacer una contribución “a esa historia”,
produciendo así lo que hemos definido como un tipo particular de
discurso secundario. La diferencia que el intervalo inscribe en el texto
quizá se pueda captar mejor si lo comparamos con algunos ejemplos
de discurso primario sobre el mismo tema que realizó el mismo autor.
Dos de ellos19 podrían leerse juntos como un registro de su percep
ción de lo que sucedió en la estación sadar de Mathura y el campo
circundante entre el 14 de mayo y el 3 de junio de 1857. Estas car
tas, escritas por Thornhill cuando éste estaba investido con el birre
te de magistrado de distrito y dirigidas a sus superiores —una el 5 de
junio de 1857, esto es, a cuarenta y ocho horas de la fecha de término
del periodo mencionado, y la otra el 10 de agosto de 1858, cuando
todavía los acontecimientos eran un recuerdo vivido de un pasado
muy reciente—, tienen un espectro que coincide con el de la narra
ción que abarca las mismas tres semanas, y que está en las primeras
noventa páginas de su libro, escrito casi tres decenios después cuan
do portaba el sombrero de historiador.
Ambas cartas tienen un carácter predominantemente metoní-
mico. Originadas casi en pleno desarrollo de la experiencia relatada,
18 Benveniste, op.cit., p. 239.
” Freedom Struggle in Uttar Pradesh, vol. V, pp. 685-692.
178 RANAJIT GUH A
son necesariamente representaciones escorzadas, y mediante sobre-
cogedoras secuencias le cuentan al lector algunos de los sucesos de
ese extraordinario verano. El sintagma asume así una apariencia de
objetividad, dejándole muy poco espacio al comentario. Sin embar
go, otra vez una inspección más cercana nos permite ver cómo la
soldadura de las unidades funcionales resulta menos sólida que a
primera vista. Engastados en ellas hay indicios que revelan las an
siedades del custodio local del orden público (“en general el estado
del distrito es tal que desafía todo control"; “la ley está parada"); sus
miedos (“rumores muy alarmantes de la cercanía del ejército rebel
de”); su desaprobación moral de las actividades de los aldeanos ar
mados (“los alborotos en el distrito [...] aumentan [...] una enormi
dad”); su apreciación por contraste de los colaboradores nativos
hostiles a los insurgentes ([...] “la casa de los Seths [...] nos recibió con
mucha amabilidad"). Indicios como éstos son marcas de nacimiento
ideológicas que se revelan eminentemente en gran parte de este
tipo de material relativo a las revueltas campesinas. En verdad, si se
toman junto con otros rasgos textuales relevantes —por ejemplo, el
modo tan abrupto de expresarse en estos documentos, tan revela
dor de la conmoción y el terror generados por la émeute— todos
ellos ponen en evidencia que semejantes testimonios supuestamen
te “objetivos” de la militancia de las masas rurales están teñidos
desde su origen por el prejuicio y la perspectiva partidaria de sus
enemigos. El que los historiadores no logren percatarse de estos
signos reveladores marcados con fuego en la materia prima de su
oficio es un hecho que hay que explicar en términos de la óptica de
una historiografía colonialista, más que interpretar en favor de la
supuesta objetividad de sus “fuentes primarias”.
No hay nada inmediato o abrupto en el discurso secundario co
rrespondiente. Por el contrario, incorporadas en éste hay diversas
perspectivas que le dan una profundidad en el tiempo y, a partir de
esta determinación temporal, su significado. Comparemos, por ejem
plo, la narración de los acontecimientos en ambas versiones de cual
quier día —digamos, por ejemplo, el 14 de mayo de 1857 al preciso
comienzo de nuestro periodo de tres semanas. Transcritos en un
párrafo muy corto de 57 palabras en la carta de Thornhill del 10 de
agosto de 1858, los sucesos pueden representarse en su totalidad
mediante cuatro segmentos concisos, sin que se produzca ninguna
pérdida significativa en el mensaje: se acercan los amotinados; informa
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 179
ción recibida desde Gurgaon; confirmada por europeos al norte del distrito;
mujeres y no combatientes enviados a Agrá. Puesto que el relato co
mienza, por razones prácticas, con esta entrada, no hay exordios
que le sirvan de contexto, lo que le da a este despegue instantáneo
el sentido, como ya señalamos, de una sorpresa total. En el libro, sin
embargo, ese mismo instante se presenta con un trasfondo que se
extiende durante cuatro meses y medio, y en tres páginas (pp. 1-3).
Este tiempo y espacio se dedican por completo a algunos detalles
cuidadosamente escogidos de la vida y la experiencia del autor en el
periodo que precede al Motín. Éstos son verdaderamente significati
vos. Como indicios, preparan al lector para lo que sigue y lo ayudan
a comprender los sucesos del 14 de mayo y de los días posteriores,
cuando dichos sucesos hacen su aparición en la narración en esce
narios escalonados. Así, la misteriosa circulación de chapatis en enero
y la silenciosa pero expresiva preocupación por el hermano del na
rrador, un alto oficial, respecto de un telegrama que se recibió en
Agrá el 12 de mayo y que recoge las noticias, aún no confirmadas,
acerca del levantamiento Meerut, presagian los acontecimientos de
dos días más tarde en el cuartel general de su propio distrito. Es
más, la curiosa información acerca de su “gran ingreso y enorme
autoridad”, su casa, caballos, sirvientes, “un cofre lleno de cubiertos
de plata, que estaba en el vestíbulo y [...] una gran cantidad de chales
de cashmir, perlas y diamantes” todo ayuda a señalar, por contraste,
hacia el holocausto que pronto reduciría su autoridad a nada, y con
vertiría a sus sirvientes en rebeldes, a su casa en ruinas y a su propie
dad en un botín para los saqueadores pobres del pueblo y del campo.
Al anticipar de esta manera los acontecimientos narrados, aunque
sea sólo por implicación, el discurso secundario destruye la entropía
del primero, su materia prima. Por lo tanto, nada hay en el relato
que pueda considerarse completamente inesperado.
Este efecto es obra de los llamados “shifters de organización”20
que ayudan al autor a superponer su propia temporalidad a la de su
10 En lo que respecta a la exposición de Román Jakobson acerca de este concepto clave
véase su Selected Writings, 2: Word and Language, La Haya y París, 1971, pp. 130-147. Barthes
desarrolla la noción de organization shifters (shifters o embragues de organización) en su
ensayo “El discurso de la historia’’, en José Sazbón (seleccionador), Estructuralismo y literatu
ra, Buenos Aires, 1970, pp. 35-50, en especiad pp. 40-41 (trad. de Ana María Nethol). Todos
los extractos citados en este parágrafo han sido tomados de ese ensayo, salvo que se haga
mención de otra cosa.
180 RANAJ1T GUHA
tema, esto es “a ‘descronologizar’ el ‘hilo histórico’ y a restituir, aun
que más no fuera por reminiscencia o nostalgia, un tiempo comple
jo, paramétrico, no lineal [...] [El historiador agrega] al devanamiento
crónico (cronológico) de los sucesos, referencias al tiempo específi
co de su plabra”. En el presente ejemplo el “agregado” consiste no
sólo en ajustar un contexto evocativo a la escueta secuencia relatada
en el corto párrafo de la carta de Thornhill. Los shifters interrum
pen el sintagma dos veces y en ambas ocasiones insertan en la rup
tura un momento de tiempo del autor suspendido entre los dos
polos de una “espera”, una figura perfectamente constituida para
permitir el juego de las digresiones, los apartes y paréntesis que
forman huecos y zigzags en una línea histórica y aumentan, por lo
tanto, su profundidad. Así, a la espera de noticias acerca de los mo
vimientos de los amotinados, el autor reflexiona sobre la paz de la
tarde en la estación sadar y se aparta de su relato para decirnos, en
una violación del canon historiográfico del tiempo y la persona gra
matical: “La escena era simple y llena del reposo de la vida oriental.
En los tiempos que siguieron, solía regresar a mi memoria.” Y, otra
vez, cuando después esperaba el transporte que sacaría a los evacua
dos reunidos en su sala, él se separa de esa noche particular durante
unas pocas palabras para comentar: “Era un hermoso cuarto, brillan
temente iluminado, alegre con las flores. Fue la última vez que lo vi
así, y de esa manera permanece impreso en mi memoria.”
¿Hasta dónde la actividad de estos shifters ayuda a corregir los
sesgos resultantes de la intervención del escritor en primera perso
na? No mucho, por lo que pudimos ver. Pues cada uno de los indi
cios metidos como cuñas en la narración representa una selección
hecha según sus principios entre los términos de una oposición
paradigmática. Entre lá autoridad del jefe de distrito y el desafío de
ésta por parte de las masas armadas, entre el servilismo habitual de
sus criados y su afirmación de autorrespeto en cuanto rebeldes, entre
las insignias de su riqueza y poder (por ejemplo, oro, caballos, chales,
bungalow) y la apropiación y destrucción de éstas por parte de las
multitudes subalternas, el autor, apenas diferenciado del administra
dor que era 27 años antes, escoge consistentemente lo primero. La
nostalgia hace que la selección sea aún más elocuente: un recuerdo
de lo que se considera “muy bien”, tal como un pacífico atardecer o
un elegante salón, resalta por contraste los aspectos “terribles” de la
violencia popular dirigida contra el Raj. Resulta muy claro que hay
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 181
una lógica en esta preferencia. Ésta se afirma mediante la negación
de una serie de inversiones que, combinadas con otros signos del
mismo orden, constituyen un código de insurgencia. El patrón de la
elección del historiador, idéntico al del magistrado, se conforma así
a un contracódigo, el código de la contrainsurgencia.
VII
Si el efecto neutralizante del aoristo no logra prevalecer sobre la
subjetividad del protagonista como narrador en este género particu
lar de discurso secundario, ¿en qué condiciones queda el equili
brio de tiempo y persona en el otro tipo de escritura dentro de la
misma categoría? Aquí podemos ver en funcionamiento a dos ti
pos distintos de lenguaje, ambos identificados con el punto de vis
ta del colonialismo, pero diferentes entre sí en cuanto a cómo
expresarlo. La variedad más burda está bien ejemplificada en The
Chuar Rebellion of 1799, dej. C. Price. Escrito en 1874, mucho des
pués de los acontecimientos, obviamente fue concebido por el au
tor, funcionario del recatastro en Midnapur en ese entonces, para
que sirviera como un relato histórico directo, sin ninguna finali
dad administrativa en mente. Lo dirigió al “lector común” así como
a cualquier “futuro Recaudador de Midnapore”, con la esperanza
de compartir con ambos “ese agudo interés que he sentido al leer
los antiguos archivos de Midnapore”.21 Pero “el deleite [...] experi
mentado al verter estos papeles” , del que nos habla el autor, pare
ce haber producido un texto casi indistinguible del discurso pri
mario que le sirve de fuente. Este último, para empezar, es llamativo
por su pura presencia física. Más de una quinta parte de la mitad
del libro que trata específicamente de los acontecimientos de 1799,
está formada por citas directas de aquellos archivos y otra gran
parte de extractos apenas modificados. Lo más importante para
nosotros, sin embargo, es la evidencia de cómo el autor identifica
sus propios sentimientos con los de ese pequeño grupo de blancos
que estaba recogiendo las tempestades producidas por los vientos
de un cambio violentamente disruptivo que el gobierno de la East
11 Price, The Chuar Rebellion of 1799, edición citada, p. clx.
182 RANAJIT GUHA
India Company había sembrado en el extremo sudoccidental de
Bengala. Sólo que, setenta y cinco años más tarde, el miedo de los
funcionarios sitiados de la estación de Midnapur en 1799 se con
vierte en ese odio genocida característico de un género de escritu
ra británica posterior al Motín. “La aversión de las autoridades,
civiles o militares, para proceder en persona a ayudar a sofocar los
disturbios es muy sorprendente”, escribe Price para vergüenza de
sus compatriotas, y enseguida se jacta:
En estos días de fusiles de retrocarga media docena de europeos hu
biera podido con un número veinte veces mayor de chuars. Por su
puesto, dada la naturaleza imperfecta de las armas de aquella época
no se podía esperar que los europeos se precipitaran infructuosamen
te hacia el peligro, pero los oficiales europeos de la estación, al menos
en algunos casos, pienso debieron arriesgarse en algunos momentos,
atacar en persona y rechazar a sus asaltantes. Me asombra que ningún
funcionario europeo, civil o militar, con excepción quizás del teniente
Gilí, expresara esa sensación de entusiasmo jubiloso que la mayoría de
los jóvenes siente hoy en día por las actividades en campo abierto, o
en cualquier ocupación donde hay un elemento de peligro. Pienso
que para la mayoría de nosotros, si hubiésemos vivido en 1799, hubie
ra sido mejor cazar a un chuar merodeador bañado en sangre y despo
jos, que al oso más grande que pueda haber en las selvas de
Midnapore.22
Aquí resulta bastante claro que la separación entre el autor y los
sucesos que relata y la diferencia entre el tiempo de los aconteci
mientos y el de su narración, han hecho muy poco por inspirarle
objetividad. Su pasión es aparentemente del mismo tenor que la del
soldado británico que escribió, en vísperas del ataque a Delhi en
1857: “Debo confiar sinceramente en que la orden que nos darán
cuando ataquemos Delhi será [...] ‘Maten a todo el mundo; no hay
que dar cuartel’”.23 En este ejemplo, la actitud del historiador hacia
los rebeldes es indistinguible de la del Estado: la actitud del cazador
hacia su presa. Considerado así, un insurgente no es sujeto de com
prensión o interpretación sino de exterminio, y el discurso de la
«ibid.
a Reginald G. Wilberforce, An Unrecorded Chapter of the Indian Mutiny, 2a. edición,
Londres, 1894, pp. 76-77.
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 183
historia, lejos de ser neutro, sirve directamente para instigar la vio
lencia oficial.
Hubo, sin embargo, otros escritores que trabajaron dentro del
mismo género que tienen la reputación de haberse expresado en
un lenguaje menos sanguinario. Quizás quien mejor los represen
te sea W. W. Hunter en su relato de la insurreción santal de 1855,
en The Annals of Rural Bengal. En muchos sentidos, se trata de un
texto notable. Escrito antes de que se cumplieran diez años del
Motín y a doce años del hool,u no tiene para nada el matiz revan-
chista y racista común a buena parte de la literatura angloindia del
periodo. De hecho, el autor trata a los enemigos del Raj no sólo
con consideración sino con respeto, aunque éstos hayan aniquila
do al gobierno colonial en tres distritos orientales en cuestión de
semanas y hayan resistido durante cinco meses contra el poder
combinado del ejército colonial y sus auxiliares recién adquiridos:
los ferrocarriles y el “telégrafo eléctrico”. La mencionada obra,
uno de los primeros ejercicios modernos en la historiografía de
las revueltas campesinas indias, sitúa el levantamiento dentro de
un contexto cultural y socioeconómico, analiza sus causas y utiliza
archivos locales y relatos contemporáneos para obtener evidencia
acerca de su progreso y supresión definitiva. Según todas las apa
riencias, aquí tenemos el ejemplo clásico de cómo los sesgos y opi
niones propias del autor se disuelven por obra y gracia del tiempo
pasado y la tercera persona gramatical. ¿Acaso en este caso el dis
curso histórico muestra lo mejor de sí y alcanza aquel ideal de un
“modo de narración [...] impersonal [...] diseñado para borrar la
presencia del que habla”?25
Esta apariencia de objetividad, de falta de sesgo alguno obvia
mente demostrable, no tiene, empero, nada que ver con “hechos
que hablan por sí mismos” en un estado de metonimia pura no
contaminada por el comentario. Por el contrario, el texto está satu
rado de comentarios. Basta compararlo con un artículo escrito por
las mismas fechas que apareció sobre este tema en la Calcutta Review
w Debido a una nota aparecida en esta obra, parecería que partes de ella fueron escri
tas en 1866. La dedicatoria lleva la fecha 4 de marzo de 1868. Todas nuestras referencias a
esta obra, con o sin citas, pertenecen al capítulo IV de la séptima edición, Londres, 1897,
salvo que se señale otra cosa.
B Barthes, Image-Music-Text, p. 112.
184 RANAJIT GUHA
(1856) o incluso con la historia de K. K. Datta sobre el hool —escrito
mucho después de su supresión— para darse cuenta de cuán pocos
detalles hay en él de lo que realmente sucedió.26 De hecho, en el
libro la narración de este acontecimiento ocupa sólo alrededor de
7% del capítulo que lo presenta como el punto culminante del mis
mo, y poco menos del 50% del texto impreso de dicho capítulo se
dedica específicamente a este tema. El sintagma se quiebra una y
otra vez mediante la distaxia y la interpretación se infiltra para en
samblar los segmentos en un todo con significado propio que tiene
un carácter principalmente metafórico. De toda esta operación la
consecuencia más relevante para nuestro propósito es cómo dicha
operación distribuye los relata paradigmáticos a lo largo de un eje
de continuidad histórica entre un “antes” y un “después”, amplián
dolo mediante un contexto y extendiéndolo para formar una pers
pectiva. Así, la representación de la insurgencia sufre la intercala
ción de su momento entre su pasado y futuro, de manera que los
valores particulares de uno y otro quedan incorporados al aconteci
miento para darle el significado específico de su representación.
VIII
Refirámonos primero al contexto: dos terceras partes del capítulo
que culmina en la historia de la insurrección consiste de un relato
inaugural de lo que podría llamarse la historia natural de sus
protagonistas. A manera de ensayo de etnografía, trata de los ras
gos físicos, el lenguaje, las tradiciones, los mitos, la religión, los
rituales, el hábitat, el medio ambiente, las prácticas de cacería y
agrícolas, la organización social y el gobierno comunal de los san
tales de la región de Birbhum. Muchos de los detalles aquí presen
tes marcan el conflicto inminente en términos de una lucha de
contrarios, entre el noble salvaje de las colinas y los ruines explo
tadores de las planicies: el contraste implícito en las referencias a
su dignidad personal (“Él no se rebaja hasta el piso como el hindú
rural”; la mujer santal “desconoce los envilecedores remilgos de la
“ Anónimo, ‘The Sonthal Rebellion", Calcutta Review, 1856, pp. 223-264; K.K. Datta,
“The Santal Insurrección of 1855-57", en Anti-Brilish Plots and Movements before 1857, Meerut,
1970, pp. 43-152.
LA PROSA DE LA CONTRA INSURGENCIA 185
mujer hindú”, etc.), su mal disimulada reducción a la servidumbre
por parte de los terratenientes hindúes, su honestidad (“A diferen
cia del hindú, él nunca piensa en hacer dinero usando a un extra
ño, evita escrupulosamente todos los temas de negocios, y se sien
te apenado si se le insiste que acepte un pago por la leche y la fruta
que trae su esposa”), la codicia y el fraude de los comerciantes y
terratenientes forasteros que finalmente condujeron a la insurrec
ción, su reserva (“Los santales viven lo más aparte posible de los
hindúes”), la intrusión del diku en su vida y territorio y el holo
causto que inevitablemente se produciría.
Estos indicios le dan a la insurreción no sólo una dimensión
moral y los valores de una guerrajusta, sino también una profundi
dad en el tiempo, que se lleva a cabo por obra de marcadores dia-
crónicos en el texto: un pasado imaginario originado mediante mitos
de creación (apropiados para una empresa realizada a instancias
del thakur [miembro de la casta de los chatrias]) y un pasado real
pero remoto (que conviene a una revuelta que se alimenta de la
tradición) dimanado de los fragmentos de la prehistoria en el ritual
y el habla, donde la ceremonia de la “Purificación de los muertos”
de los santales se menciona, por ejemplo, como la huella de “un
tenue recuerdo del tiempo lejano cuando habitaban junto a los gran
des ríos” y su lengua como “ese registro intangible sobre el que el
pasado de una nación está grabado mucho más profundamente que
en tablas de bronce o inscripciones en piedra”.
Cuando se acerca más al acontecimiento, el autor le proporciona
un pasado reciente que cubre un periodo aproximado de sesenta
años de “administración directa” en el área. Los aspectos morales y
temporales de la narración se mezclan aquí en la figura de una
contradicción irreconciliable. Por una parte, según Hunter, hubo
una serie de medidas beneficiosas que tomó el gobierno: el Decennial
Settlement que ayudó a expandir el área de cultivo e indujo a los
santales, a partir de 1792, a contratarse como trabajadores agríco
las; el establecimiento, en 1832, de un coto redondo delimitado por
columnas de ladrillo donde podían colonizar la tierra y selva virgen
sin miedo a que los hostigaran las tribus hostiles; el desarrollo de la
“empresa inglesa” en Bengala bajo la forma de fábricas de índigo en
las que “los inmigrantes santales constituían una población de obre
ros diurnos”; sin olvidar por supuesto, una de las fuentes de riqueza
más importante: que en 1854 miles de ellos fueron incorporados a
186 RANAJIT GUHA
las cuadrillas de trabajo para la construcción del ferrocarril en esa
región. Pero, por otra parte, dos conjuntos de factores se combina
ron para desbaratar todo el bien resultante del gobierno colonial: la
explotación y opresión de los santales por parte de los codiciosos y
fraudulentos terratenientes, prestamistas y comerciantes hindúes y
el fracaso del gobierno local, su policía y las cortes para protegerlos
o corregir las injusticias que sufrían.
IX
Este énfasis en la contradicción sirve, obviamente, al propósito in
terpretativo del autor. Le permite situar la causa del levantamiento
en la incapacidad del Raj para lograr que sus mejoras prevalecieran
sobre los defectos y desventajas que aún subsistían en su ejercicio de
la autoridad. El relato del acontecimiento se ajusta con exactitud al
objetivo establecido al inicio del capítulo, esto es, interesar no sólo
al académico “en estas razas envilecidas”, sino también al estadista.
“El estadista indio descubrirá”, habrá de escribir refiriéndose eufe-
místicamente a los hacedores de la política británica en la India,
“que estos Hijos del Bosque son [...] susceptibles de recibir las mis
mas influencias correctivas que los demás hombres, y que la futura
extensión de la empresa inglesa en Bengala depende en gran medi
da de su capacidad para la civilización”. Es esta preocupación por
“corregir” (palabra que sintetizaba el proceso de acelerar la trans
formación del campesinado tribal en mano de obra asalariada para
engancharlo a los proyectos tan típicamente colonialistas de la ex
plotación de los recursos indios) lo que explica la mezcla de firmeza
y “comprensión” en la actitud de Hunter hacia la rebelión. Como el
imperialista-liberal que era, la consideraba al mismo tiempo como
una amenaza a la estabilidad del Raj y como una útil crítica de su
administración, tan lejos de ser perfecta. Así, al tiempo que censu
raba al gobierno de entonces por no declarar la Ley Marcial con la
rapidez suficiente como para arrancar el hool desde la raíz, fue muy
cuidadoso en diferenciarse de sus compatriotas que querían casti
gar a toda la comunidad santal por el crimen cometido por sus re
beldes y deportar al extranjero a la población de los distritos impli
cados. Genuino imperialista de altos vuelos, Hunter anhelaba el día
en que esta tribu, como muchos otros pueblos aborígenes del sub
LA PROSA DE LA CONTRA INSURGENCIA 187
continente, demostraría su “capacidad para la civilización” al actuar
como una fuente inagotable de mano de obra barata.
Esta visión se inscribe en la perspectiva con la que termina la
narración. Culpando directamente del estallido del hool a esa “admi
nistración rastrera e indulgente” que no prestó atención a las quejas
de los santales y se concentró sólo en la recolección de los impuestos,
Hunter continúa con la catalogación de los beneficios más o menos
ilusorios de “el sistema más estricto que se introdujo después del
levantamiento” para mantener dentro de los límites de la ley el poder
de los usureros sobre los deudores, frenar el uso de pesas y medidas
falsas en el comercio al detalle, y asegurar el derecho de los trabajado
res cautivos a escoger la libertad en caso de abandono o cambio del
empleador. Pero, más que la reforma administrativa, lo que contribu
yó radicalmente al bienestar de la tribu fue, una vez más, la “empresa
inglesa”. Los ferrocarriles “cambiaron completamente la relación
del trabajo con el capital” y eliminaron esa “razón natural para la
esclavitud, a saber, la falta de un fondo «salarial para trabajadores
libres”. La demanda de jornaleros para los distritos productores de
té de la región de Assam “estaba llamada además a mejorar la posi
ción de los santales”, al igual que los estímulos para enviar culíes
con contratos de trabajo a las Islas Mauricio y del Caribe. Fue así
como el campesino tribal prosperó gracias al desarrollo de un vasto
mercado de trabajo en el subcontinente y en las demás posesiones
del Imperio Británico. En los fértiles y bien cultivados campos de té
de la región de Assam “toda su familia obtiene empleo y cada niño
adicional, en lugar de ser una forma de incrementar su pobreza, se
vuelve una fuente de riqueza”, mientras que los culíes regresaban
de África o de las Indias Occidentales “al expirar su contrato con
ahorros que promedian las 20 libras esterlinas, una suma suficiente
como para que un santal se establezca como propietario considera
ble en su propia aldea”.
Muchas de estas supuestas mejoras fueron —como sabemos ahora
si las vemos en retrospectiva a lo largo del siglo— el resultado de
puras ilusiones o tan efímeras que no contaron para nada. La cone
xión entre usura y trabajo cautivo continuó durante todo el gobier
no británico y hasta bien entrada la época de la India independien
te. La libertad del mercado de trabajo estuvo seriamente restringida
por la falta de competencia entre el capital británico y el local. El
empleo de familias tribales en las plantaciones de té se transformó
188 RANAJIT GUHA
en una fuente de explotación cínica del trabajo de mujeres y niños.
Las ventajas de la movilidad y de la regulación laboral por medio de
contratos fueron anuladas por las irregularidades en el proceso de
reclutamiento y la manipulación de los factores contrarios de de
pendencia económica y diferenciación social de los arkatis. El siste
ma de contratación contribuyó menos a liberar el trabajo servil que
a desarrollar una especie de segunda servidumbre, y así sucesiva
mente.
Sin embargo, esta visión que nunca se materializó nos permite
hacernos una idea del carácter de este tipo de discurso. La perspec
tiva inspirada por ella equivalió, de hecho, a una profesión de fe en
el colonialismo. Allí el hool se asimiló a la trayectoria del Raj, y el
esfuerzo militante emprendido por un campesinado tribal para li
berarse del triple yugo del sarkari, sahukari y zamindari se asimiló a
la “empresa inglesa”: la infraestructura del Imperio. Por lo tanto, el
objetivo enunciado al inicio del relato se pudo reiterar al final, cuan
do el autor dice que escribió al menos “en parte por la lección que
[la] historia reciente [de los santales] daba en cuanto al método
adecuado para manejar a las razas aborígenes”. La supresión de las
revueltas locales del campesinado local fue parte de este método,
pero incorporado ahora a una estrategia más amplia destinada a
abordar los problemas económicos del gobierno británico en la India,
como un elemento de los problemas globales de las políticas imperia
les. “Éstos son los problemas”, dice Hunter al concluir el capítulo,
“que se le pedirá a los hombres de Estado indios que resuelvan du
rante los próximos cincuenta años. Sus predecesores le dieron la
civilización a la India; su deber será lograr que esa civilización sea a
la vez beneficiosa para los nativos y segura para nosotros”. Dicho en
otras palabras, a esta historiografía se le asignó un papel dentro de
un proceso político que habría de garantizar la seguridad del Raj
mediante una combinación de fuerza para aplastar la rebelión cuan
do se produjera y de reformas para conjurarla de antemano arran
cando al campesinado tribal de sus bases rurales y distribuyéndolo
como mano de obra barata para que el capital británico lo explota
ra en la India y en el extranjero. La prosa abiertamente agresiva y
nerviosa de la contrainsurgencia, nacida de las preocupaciones de
los primeros días coloniales, llegó a adoptar así, dentro de este gé
nero de escritura histórica, el lenguaje firme pero benigno, autori
tario pero comprensivo, de un imperialismo maduro y seguro de sí.
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 189
¿Cómo es posible que ni siquiera el tipo más liberal de discurso
secundario sea capaz de liberarse del código de la contrainsurgen-
cia? Pese a las ventajas de escribir en tercera persona y abordar un
pasado bien determinado, el oficial metido a historiador sigue es
tando muy lejos de ser imparcial en lo que respecta a los intereses
oficiales. Su compasión por los sufrimientos de los campesinos y su
comprensión de lo que los condujo a la rebelión no le impiden —a la
hora de la verdad— ponerse del lado del orden público y justificar
que la campaña contra el hool fuera transferida de manos civiles a
militares, a fin de aplastarla completa y rápidamente. Y como diji
mos antes, su partidismo respecto del resultado de la rebelión se
equipara con su compromiso con las metas e intereses del régimen.
El discurso de la historia, apenas distinguible de la política, termina
por absorber las preocupaciones y objetivos de esta última.
En esta afinidad con la política se revela el carácter de forma de
conocimiento colonialista de la historiografía. Esto es, ésta se deriva
directamente de ese conocimiento que la burguesía usó durante el
periodo de su ascenso para interpretar el mundo a fin de dominarlo
y establecer su hegemonía sobre las sociedades occidentales, pero
que transformó en un instrumento de opresión nacional cuando
empezó a conquistar para sí “un lugar seguro bajo el sol”. Fue así
como la ciencia política, que había definido el ideal del ciudadano
para los Estados-nación europeos, en la India colonial se usó para
establecer instituciones y hacer leyes destinadas específicamente a
generar una ciudadanía amansada y de segunda clase. La economía
política que se desarrolló en Europa como una crítica del feudalis
mo, en la India pasó a promover un sistema neofeudal de la tenen
cia de la tierra basado en terratenientes. La historiografía también
se adaptó a las relaciones de poder existentes bajo el Raj y quedó
enganchada cada vez más al servicio del Estado.
Fue gracias a esta conexión y a una buena cantidad de talento
para respaldarla, que esta escritura histórica sobre temas del periodo
colonial se configuró como un discurso altamente codificado. Al
funcionar dentro del marco de una afirmación multilateral del go
bierno británico en el subcontinente, dicho discurso asumió la fun
ción de representar el pasado reciente de su gente como “la Obra
de Inglaterra en la India”. Verdadero discurso de poder, hizo que
190 RANAJIT GURA
cada uno de sus momentos se desplegara como un triunfo, esto es,
como el retoño más favorable entre un gran número de posibilidades
conflictivas para el régimen en cualquier tiempo particular. Así pues,
en su forma madura, como en los Annals de Hunter, la continuidad
figura como uno de sus aspectos necesarios y cardinales. A diferen
cia del discurso primario, no puede tolerar ser escorzado ni privar
se de una continuación. El acontecimiento no constituye su único
contenido, sino es el término medio entre un comienzo que sirve
como contexto y un final que es, al mismo tiempo, una perspectiva
ligada a la siguiente secuencia. El único elemento constante en esta
serie ininterrumpida es el Imperio y las políticas necesarias para
salvaguardarlo y perpetuarlo.
Al funcionar dentro de este código, Hunter, pese a toda la bue
na voluntad que tan solemnemente anuncia en su nota dedicatoria
(“Estas páginas... tienen poco que decir respecto de la raza gober
nante. Mi asunto es con el pueblo”), transcribe la historia de una
lucha popular como una historia en la que el sujeto real no es el
pueblo, sino en realidad “la raza gobernante” institucionalizada
como el Raj. Al igual que cualquier otra narración de este tipo, su
relato del hool también está ahí para celebrar una continuidad: la
del poder británico en la India. Las causas y reformas enunciadas
no son más que los requerimientos estructurales de este continuum,
al que le proporcionan, respectivamente, contexto y perspectiva.
Estos sirven en forma admirable para registrar el acontecimiento
como un hito en la historia de vida del Imperio, pero no hacen nada
para iluminar esa conciencia que se llama insurgencia. El rebelde
no tiene lugar en esta historia como el sujeto de la rebelión.
XI
No existe nada en el discurso terciario que compense esta ausencia.
Mucho más alejado en el tiempo de los acontecimientos que son su
tema, siempre los considera en tercera persona. En la mayoría de
los casos se trata de la obra de escritores ajenos a los ámbitos oficia
les o de antiguos funcionarios que ya no tenían ninguna obligación
profesional ni estaban constreñidos a representar el punto de vista
del gobierno. Si por casualidad este discurso sustenta un punto de
vista oficial es sólo porque el autor ha escogido hacerlo por voluntad
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 191
propia y no porque haya sido condicionado a hacerlo debido a alguna
lealtad o fidelidad basadas en su involucramiento en la administra
ción. Hay en verdad algunas obras históricas que realmente revelan
tal preferencia y que son incapaces de hablar con una voz que no
sea la de los custodios del orden público: ejemplo de un discurso
terciario que regresa a ese estado de tosca identificación con el régi
men, tan característica del discurso primario.
Pero hay otros lenguajes muy diferentes dentro de este género,
cuyas tendencias van de liberales a izquierdistas. Estos últimos son
particularmente importantes por ser quizás los más influyentes y
prolíficos de todas las numerosas variedades de discurso terciario.
A ellos les debemos algunos de los mejores estudios sobre la insur-
gencia campesina en la India y cada vez aparecen más y más de
éstos, evidencia tanto de un creciente interés académico en el tema,
como de la importancia que tienen los movimientos subalternos del
pasado para las tensiones contemporáneas en nuestra parte del mun
do. Esta literatura se distingue por su esfuerzo por escaparse del
código- de la contrainsurgencia; adopta el punto de vista del insur
gente y junto con él ve como “muy bien” lo que el otro lado llama
“terrible”, y viceversa. No le deja duda al lector de su deseo de que
gane el rebelde y no sus enemigos. Aquí, a diferencia de lo que
sucede en el discurso secundario de tipo imperalista-liberal, el reco
nocimiento de las iniquidades cometidas contra los campesinos con
duce directamente al apoyo de su lucha por buscar un desagravio
mediante las armas.
Estos dos tipos, sin embargo, tan diferentes uno del otro y tan
opuestos en la orientación ideológica, tienen en común muchas co
sas más. Tomemos, por ejemplo, esa notable contribución del traba
jo académico radical, el Bharater Krishak-bidroha O Ganatantrik Sam-
gram^ de Suprakash Ray, y comparemos su relato del levantamiento
santal de 1855 con el de Hunter. Ambos textos son reproducciones
similares en cuanto narraciones. Como el trabajo de Ray es el más
tardío, tiene todas las ventajas de contar con investigaciones más
recientes como la de Datta, y así está mejor documentado. Pero gran
parte de lo que tiene que decir acerca del inicio y desarrollo del hool
está tomado de los Annals de Hunter, y de hecho citados directamente
17 Vol. I, Calcuta, 1966, capítulo 13.
192 RANAJIT GUHA
de esa fuente.28 A su vez, ambos autores recurren al artículo de la
Calcutta Review (1856) para obtener gran parte de sus datos. Así,
muy poco de la descripción de este acontecimiento en particular
cambia significativamente en los tipos de discurso secundario y ter
ciario.
Tampoco hay mucho que distinguir entre ambos textos en térmi
nos de su admiración por el valor de los rebeldes y su aborreci
miento de las operaciones genocidas que montaron las fuerzas con
trainsurgentes. De hecho, en estos dos puntos Ray reproduce in
extenso el testimonio de Hunter —obtenido de primera mano de
oficiales directamente involucrados en la campaña— de que los
santales “no sabían qué era rendirse”, mientras que para el ejérci
to “no era una guerra [...] era una ejecución”.29 La simpatía expre
sada hacia los enemigos del Raj en el discurso terciario no sobre
pasa en nada la del discurso secundario colonialista. De hecho,
para ambos el hool fue una lucha eminentemente justa, evaluación
que se deriva de su acuerdo acerca de los factores que la provoca
ron. Terratenientes infames, usureros extorsionadores, comercian
tes deshonestos, policía venal, funcionarios irresponsables y pro
cesos legales amañados: todo figura con igual peso en ambos
relatos. Los dos historiadores utilizan los datos sobre el tema pu
blicados en la Calcutta Review y, para gran parte de su información
acerca del endeudamiento y la esclavitud por servidumbre de los
santales, acerca de la opresión por parte de los prestamistas y te
rratenientes y la connivencia administrativa con todo esto, Ray
una vez más se basa mucho en Hunter, como lo revelan los extrac
tos que cita generosamente de la obra de este último.30
Sin embargo, los dos escritores usan la causalidad para desa
rrollar perspectivas enteramente distintas. La exposición de cau
sas desempeña el mismo papel en el relato de Hunter que en cual
quier otra narración de tipo secundario; esto es, como un aspecto
esencial del discurso de la contrainsurgencia. A este respecto, sus
Annals pertenecen a una tradición de la historiografía colonialista
que, para este acontecimiento en particular, queda típicamente
ejemplificada por el racista y vindicativo ensayo titulado “The
“ Para éstas véase ibid, pp. 323, 325, 327, 328.
” Ibid., p. 337; Hunter, op.cit., pp. 247-249.
M Ray, op.cit., pp. 316-319.
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 193
Sonthal Rebelión”. Aquí el funcionario, obviamente informado
pero de mentalidad inflexible, atribuye el levantamiento —tal como
lo hace Hunter— al fraude de los banias [casta de mercaderes y
comerciantes hindúes], a la transacción mahajani [usurera], al des
potismo zamindari y a la ineficiencia sarkari [del gobierno]. Muy
en la misma veta, Personal Adventures de Thornhill con bastante
claridad explica que el levantamiento rural del periodo del Motín
en Uttar Predesh se debió al desmoronamiento de las relaciones
agrarias tradicionales provocado por el advenimiento del gobierno
británico. O’Malley identifica como la raíz del bidroha [rebelión, in-
surgencia] de Pabna, de 1873, a las rentas exhorbitantes cobradas
por los terratenientes y, en cuanto a la Comisión de Motines del
Deccan, los disturbios de 1875 se debieron a la explotación del cam
pesinado kunbi [casta agrícola muy extendida por toda la India
excepto en el sur] por parte de prestamistas extranjeros en los
distritos de Poona y Ahmednagar.31 Podríamos seguir añadiendo
muchos otros acontecimientos y textos a esta lista. El espíritu de
todos éstos queda bien representado en el siguiente extracto de las
Resoluciones del Departamento Judicial del 22 de noviembre de 1831,
sobre el tema de la insurrección encabezada por Titu Mir:
La seriedad de la naturaleza de los últimos disturbios en el distrito de
Baraset transforma en asunto de trascendental importancia que se
investigue en profundidad la causa que les dio origen, a fin de que los
motivos que pusieron en actividad a los insurgentes puedan compren
derse rectamente y se adopten las medidas que se juzguen necesarias
para prevenir una recurrencia de desórdenes similares.32
Esto lo resume todo. Conocer la causa de un fenómeno ya es un
paso tomado en la dirección de controlarlo. Investigar la causa de los
disturbios rurales y, por lo tanto, comprenderla constituye una ayuda
para medidas “que se juzguen necesarias para prevenir una recurrencia
de desórdenes similares”. Con ese fin, el corresponsal de la Calcutta
Review (1856) recomendaba “ese merecido castigo”, esto es:
51 Anónimo, op.cit., pp. 238-241; Thornhill, op.cit., pp. 33-35; L.S.S. O’Malley, Bengal
District Gazetteers: Pabna, Calcuta, 1923, p. 25; Report of the Commisswn Appointed in India to
Inquire into the Causes of the Riots which took place in the year 1875 in the Poona and Ahmednagar
Districts of the Bombay Presidency, Londres, 1878, passim.
” CC 54222; CJ, 22 de noviembre de 1831, núm. 91. Las cursivas son mías.
194 RANAJIT GUHA
que a ellos [los santales] habría que cercarlos y buscarlos en todas
partes [...] que habría que obligarlos, por la fuerza si es necesario, a
regresar al Damin-i-koh, y a la región devastada en Bhaugulpore y
Beerbhoom, para reconstruir las aldeas en ruinas, restaurar para el
cultivo los campos desolados, abrir caminos y adelantar las obras pú
blicas generales; y hacer esto bajo vigilancia y guardia [...] y que este
estado de cosas habría que continuarlo hasta que ellos estén completa
mente tranquilizados y reconciliados con su obediencia.33
La alternativa más moderada que planteaba Hunter era, como
ya vimos, una combinación de Ley Marcial para suprimir una rebe
lión sostenida y medidas para que tras la represión la “Empresa
inglesa” cumpliera su cometido (como había planteado su compa
triota) de absorber al campesinado revoltoso como mano de obra
barata en la agricultura y las obras públicas para beneficio respecti
vo de los mismos dikus [intrusos, outsiders] e ingenieros de ferroca
rril y de caminos contra los cuales los santales se habían levantado
en armas. Pese a todas sus variaciones de tono, no obstante ambas
prescripciones para “hacer [...] imposible la rebelión permitiendo
el ascenso de los santales”34 —a decir verdad, todas las soluciones
colonialistas a las que se llegaba mediante la explicación causal de
nuestros levantamientos campesinos— iban en beneficio de una
historiografía comprometida en asimilarlos al Destino trascenden
tal del Imperio Británico.
XII
En el relato de Ray la causalidad sirve para enganchar el hool a un
tipo de Destino bastante diferente. Pero Ray sigue los mismos pasos
que Hunter —esto es, contexto-acontecimiento^erspectiva alineados en
un continuum histórico— para llegar allí. Existen algunos paralelis
mos obvios en la manera que el acontecimiento adquiere un contexto
en las dos obras. Ambas se inician con la prehistoria (que Ray trata
más brevemente que Hunter) y continúan con un repaso del pasado
más reciente, a partir de 1790, cuando la primera tribu hizo contac-
” Anónimo, op.cit., pp. 263-264.
54 Ibid., p. 263.
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 195
to con el régimen. Para ambos es allí donde se encuentra la causa
de la insurrección, pero con una diferencia. Para Hunter los distur
bios tuvieron su origen en una enfermedad local en un cuerpo que
en lo demás estaba sano: la falla de una administración distrital
para estar a la altura del ideal, entonces en surgimiento, del Raj
como el ma-baap [madre patria] del campesinado y protegerlo de la
tiranía de los elementos perversos dentro de la sociedad nativa mis
ma. Para Ray fue la presencia misma del poder británico en la India
lo que incitó a los santales a rebelarse, pues sus enemigos, los terrate
nientes y los prestamistas, debían su autoridad e incluso su existencia
a los nuevos arreglos en la propiedad de la tierra introducidos por
el gobierno colonial y el acelerado desarrollo de una economía mo
netaria bajo su impacto. El levantamiento constituía, pues, una crítica
no sólo a una administración local sino al colonialismo en sí. En
realidad, Ray usa la propia evidencia de Hunter para llegar a una
conclusión muy distinta, de hecho opuesta:
Las propias afirmaciones de Hunter prueban claramente que la res
ponsabilidad de la extrema miseria de los santales la tiene el sistema
administrativo inglés tomado como un todo, junto con los zamindares
y los mahajans. Porque fue el sistema administrativo inglés el que creó
a los zamindares y los mahajans a fin de satisfacer su propia necesidad
de explotación y gobierno, y los ayudó directa e indirectamente ofre
ciéndoles su protección y patrocinio.55
Al ver al colonialismo, es decir, al Raj como un sistema, y al
identificarlo todo (más que a alguna de sus deficiencias locales)
como la causa primordial de la rebelión, el resultado de ésta adquie
re valores radicalmente diferentes en los dos textos. Mientras que
Hunter es explícito en su preferencia por una victoria a favor del
régimen, Ray está en la misma medida a favor de los rebeldes. Y en
correspondencia con esto, cada uno tiene una perspectiva que so
bresale en agudo contraste con la del otro. Para Hunter, se trata de
la consolidación del gobierno británico sobre la base de una admi
nistración reformada que ya no provoca jacqueries por su incapaci
dad para proteger a los adivasis de los explotadores nativos, sino
que los transforma en una mano de obra abundante y móvil em-
M Ray, op.cit., p. 318.
196 RANAJIT GUHA
pleada con prontitud y provecho por los terratenientes indios y la
“empresa inglesa”. Para Ray, el acontecimiento es “el precursor de
la gran rebelión” de 1857 y un eslabón vital en una lucha prolonga
da del pueblo indio, en general, y de los campesinos y obreros, en
particular, contra sus opresores extranjeros e indígenas. La insu
rrección armada de los santales, dice Ray, le indicó un camino al
pueblo indio. “Gracias a la gran rebelión de 1857, ese camino parti
cular se desarrolló hasta transformarse en la amplia carretera de la
lucha de la India por la libertad. Esta carretera se extiende hacia el
siglo xx. El campesinado indio se encuentra en su marcha a lo largo
de esa misma carretera”.36 Así, al ajustar el hool a una perspectiva de
lucha continua de las masas rurales, el autor bebe en la fuente de
una tradición bien establecida de la historiografía radical, como lo
prueba, por ejemplo el siguiente extracto de un panfleto que se
leyó ampliamente en los círculos políticos de izquierda hace cerca
de treinta años:
El clarín de las batallas mismas de la insurreción ya se apagó. Pero sus
ecos han seguido vibrando a través de los años, haciéndose cada vez
más fuertes a medida que más campesinos se unían a la lucha. El llama
do del clarín que convocó a los santales a la batalla [...] habría de oírse
en otras partes del país cuando se produjo la Huelga del índigo de
1860, el Levantamiento de Pabna y Bogra de 1872, el Levantamiento
campesino maratha en Poona y Ahmednagar en 1875-1876. Finalmen
te habría de confluir en la exigencia masiva del campesinado de todo el
país para que terminara la opresión de los zamindares y los prestamis
tas [...] ¡Gloria a los inmortales santales quienes [...] mostraron el cami
no de la batalla! Desde entonces el estandarte de la lucha militante ha
pasado de mano en mano a todo lo largo y ancho de la India.37
El poder de este pensamiento asimilativo acerca de la historia de
la insurrección campesina queda ilustrado aún más por las
concluyentes palabras de un ensayo escrito por un veterano del mo
vimiento campesino, que fue publicado por la Pashchimbanga
Pradeshik Krishak Sabha, en vísperas del centenario de la revuelta
santal. Dice:
* Ibid., p. 340.
57 L Natarajan, Peasant Uprisings in India, 18501900, Bombay, 1953, pp. 31-32.
LA PROSA DE LA CONTRA INSURGENCIA 197
Las llamas del fuego encendido por los mártires campesinos de la
insurrección santal hace cien años se han extendido por muchas regio
nes en toda la India. Esas llamas se pudieron ver ardiendo en la rebelión
de los cultivadores de índigo en Bengala (1860), en el levantamiento
de los raiyats [arrendatarios y labriegos] de Pabna y Bogra (1872), en
el del campesinado maratha del Deccan (1875-1876). El mismo fuego
se encendió una y otra vez en el curso de las revueltas de los campesi
nos moplah de Malabar. Ese fuego aún no se ha extinguido, continúa
ardiendo en los corazones de los campesinos indios [...].38
Resulta muy claro que el propósito de un discurso terciario como
éste es tratar de rescatar la historia de la insurgencia de ese continuum
concebido para asimilar cada jacquerie a la “obra de Inglaterra en la
India” y disponerla a lo largo del eje alternativo de una prolongada
campaña por la libertad y el socialismo. Sin embargo, al igual de lo
que sucede con la historiografía colonialista, este discurso también
equivale a un acto de apropiación que excluye al rebelde como el
sujeto consciente de su propia historia y lo incorpora tan sólo como
un elemento contingente en otra historia con otro sujeto. De igual
manera que no es el rebelde sino el Raj el sujeto real del discurso
secundario y la burguesía india el del discurso terciario del género
“Historia de la lucha por la Libertad’”, así una abstracción llamada
“Obrero y Campesino”, un ideal más que la personalidad histórica real
del insurgente, se forma para que la reemplace en el tipo de literatu
ra que acabamos de examinar.
Decir esto no significa, por supuesto, negar la importancia políti
ca de tal apropiación. Puesto que toda lucha por el poder llevada a
cabo por las clases históricamente en ascenso en cualquier época
implica un intento por adquirir una tradición, resulta completamente
apropiado al orden las cosas que los movimientos revolucionarios
de la India se arrogaran el derecho de considerar a la rebelión santal
de 1855, entre otras, como parte de su herencia. Pero por más nobles
que sean la causa y el instrumento de esa apropiación, esto conduce
a que la conciencia del insurgente sea mediada por la del historia
dor; esto es, una conciencia pasada es mediada por una conciencia
condicionada por el presente. La distorsión que se deriva necesaria
e inevitablemente de este proceso es una función de ese hiato entre
M Abdulla Rasul, Saontal Bidroher Amar Kahini, Calcutta, 1954, p. 24.
198 RANAJIT GUHA
el tiempo del acontecimiento y el tiempo del discurso que hace que
la representación verbal del pasado sea menos que fiel, en el mejor
de los casos. Y como en este ejemplo en particular el discurso es
acerca de propiedades de la mente —acerca de actitudes, creencias,
ideas, etc., más que de cosas externas que son más fáciles de identifi
car y describir— la tarea de la representación se hace aún más com
plicada que de costumbre.
No hay nada que la historiografía pueda hacer para eliminar
del todo tal distorsión, pues ésta se haya incorporada dentro de su
óptica. Lo que sí puede hacer, empero, es reconocer esa distorsión
como paramétrica —como una condicionante que determina la
forma del ejercicio mismo— y dejar de pretender que puede captar
por completo una conciencia pasada y reconstituirla. Entonces, y
sólo entonces, la distancia entre esta última y la percepción del
historiador podrá reducirse de manera bastante significativa como
para que equivalga a una cercana aproximación, que es a lo mejor
que se puede aspirar. La brecha, tal como está por ahora, es real
mente tan grande que hay mucho más que un grado irreductible
de error en la literatura existente sobre este punto. Incluso una
breve ojeada a algunos de los discursos sobre la insurgencia de
1855 corroboraría esto.
XIII
La religiosidad fue, según todos los relatos, un aspecto central del
hool. La noción de poder que lo inspiró estuvo constituida por ideas
y se expresó mediante palabras y actos que tenían un carácter explí
citamente religioso. No se trataba de que el poder fuera un contenido
envuelto en una forma externa a él llamada religión, sino que ambos
estaban inseparablemente mezclados como el significado y su signi
ficante {yagarthaviva samprktau) en el lenguaje de esa violencia ma
siva. De allí la atribución del levantamiento a un mandato divino
más que a cualquier injusticia en particular; la práctica de rituales
tanto antes (por ejemplo, ceremonias propiciatorias para prevenir
el apocalipsis de las Serpientes Primitivas, Lag y Lagini, la distribu
ción de tel-sindur, etc.), como durante el levantamiento (por ejem
plo, la adoración de la diosa Durga, el baño en el Ganges, etc.); la
generación y circulación del mito en su vehículo característico, el
LA PROSA DE LA CONTRA INSURGENCIA 199
rumor (por ejemplo, acerca del advenimiento del “ángel extermina-
dor” encarnado como búfalo, el nacimiento de un héroe prodigioso
de una virgen, etc.).39 La evidencia sobre este punto es inequívoca y
amplia. Las declaraciones que tenemos de los protagonistas princi
pales y de sus seguidores son todas enfáticas y realmente insisten
sobre este aspecto de su lucha, como debería resultar claro incluso
de los pocos extractos de los materiales usados como fuentes repro
ducidos en el Apéndice de este ensayo. En suma, en este caso no es
posible hablar de insurgencia sino como una conciencia religiosa
—esto es, excepto como una demostración masiva de autoalienación
(para tomar prestado el término de Marx para la esencia misma de
la religiosidad) que hacía que los rebeldes consideraran que su pro
yecto dependía de una voluntad diferente de la suya: “Kanoo y Seedoo
Manjee no están peleando. El Thacoor mismo peleará”.40
¿Con qué autenticidad se representó esto en el discurso históri
co? En la correspondencia oficial del momento se le identificó como
un caso de “fanatismo”. La insurreción ya tenía tres meses y seguía
siendo fuerte cuando J. R. Ward, el Comisionado especial y uno de
los administradores más importantes de la región de Birbhum,
escribió con cierta desesperación a sus superiores en Calcuta: “No
he sido capaz de rastrear el origen la insurrección en Beerbhoom
hasta algo que no sea el fanatismo". El lenguaje que usó Ward para
describir el fenómeno era típico de la respuesta conmocionada y
culturalmente arrogante del colonialismo del siglo xix, ante cual
quier movimiento radical inspirado por una doctrina no cristiana
entre una población sometida: “Estos santales fueron llevados a unir
se a la rebelión por un proselitismo, claramente rastreable hasta su
feligresía en Bhaugulpore, de que un Ser Poderoso e inspirado apa
reció como el redentor de su Casta & su ignorancia & superstición
fue fácilmente transformada en un frenesí religioso que está dispues
to a todo”.41 Ese lenguaje también está presente en el artículo de la
Calcutta Review. Allí se reconoce al santal como “un hombre emi
nentemente religioso” y su rebelión como un paralelo de otras oca-
” Los ejemplos son demasiado numerosos como para citarlos en un ensayo de esta
extensión, pero para algunas muestras véase Mare Hapram Ko Reak Katha, cap. 79, en A.
Mitra (comp.) District Handbooks: Bankkura, Calcuta, 1953.
40 Apéndice: Extracto 2.
41 AJ, 8 de noviembre de 1855: Ward al Gobierno de Bengala, 13 de octubre de 1855.
Las cursivas son mías.
200 RANAJIT GUHA
siones históricas en las que uel espíritu fanático de la superstición reli
giosa” se ha “esgrimido para fortalecer y alentar una disputa que ya
estaba a punto de estallar y que se basaba en otros fundamentos”.42
Sin embargo, el autor le da a esta identificación un sesgo significati
vamente diferente del que hay en el informe citado antes. Allí un
obcecado Ward, atrapado en el estallido del hool, resulta estar im
presionado por la espontaneidad de “un frenesí religioso [...] dis
puesto a todo”. En cambio, el artículo que se escribió después de
que el régimen hubo recuperado la confianza en sí mismo, gracias
a la campaña militar para arrasar completamente las zonas pertur
badas, interpreta la religiosidad como una trampa propagandística
que usaron los líderes para sustentar la moral de los rebeldes. Al
referirse, por ejemplo, a los rumores mesiánicos en circulación, de
cía: “Todos estos absurdos fueron, sin duda, inventados para mantener
en alto el coraje del numeroso populacho”.43 Nada es más elitista.
Aquí se considera a los insurgentes como un “populacho” ciego,
carente de voluntad propia y fácil de manipular por sus jefes.
Pero un elitismo como éste no es un rasgo tan sólo de la histo
riografía colonialista. El discurso terciario de la variedad radical
también exhibe el mismo desdén por la conciencia política de las
masas campesinas, cuando la religiosidad sirve de mediador. Como
un ejemplo de esto, regresemos al relato de Ray sobre el levanta
miento. Cita las siguientes líneas del artículo de la Calcutta Review
en una traducción hasta cierto punto inexacta pero aún así clara
mente reconocible:
(dios) apareció ante la atónita mirada de Seedoo y Kanoo; él era como
un hombre blanco aunque vestido al estilo nativo; en cada mano tenía
diez dedos; sostenía un libro blanco, y escribió en él; el libro y con él
20 pedazos de papel [...] mostró a los hermanos; ascendió hacia arriba
y desapareció. Otro pedazo de papel cayó en la cabeza de Seedoo, y
entonces llegaron dos hombres [...] les señalaron el sentido de la or
den de Thakoor, y ellos también se desvanecieron. Pero no hubo tan
sólo una aparición del sublime Thakoor; cada día de la semana duran
te un corto periodo, él hizo conocer su presencia a sus apóstoles favo
ritos [...] En las páginas plateadas del libro y en las hojas blancas de los
° Anónimo, op.cit., p. 243. Las cursivas son mías.
45 IbicL, p. 246. Las cursivas son mías.
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 201
pedazos sueltos de papel, había palabras escritas; éstas luego fueron
descifradas por santales instruidos, capaces de leer e interpretar; pero
su significado ya había sido indicado suficientemente a los dos diri
gentes.44
Con algunos pequeños cambios de detalle (inevitables en un
folklore vivo), éste es realmente un relato bastante auténtico de las
visiones que los dos dirigentes santales creyeron tener. Sus decla
raciones, reproducidas en parte en el Apéndice (extractos 3 y 4),
lo confirman. Éstas, dicho sea de paso, no fueron pronunciamien
tos públicos destinados a causar un impacto en sus seguidores. A
diferencia de “El Perwannah del Thacoor” (Apéndice: extracto 2),
destinado a dar a conocer a las autoridades sus visiones antes del
levantamiento, aquéllas eran las palabras de cautivos que enfren
taban una ejecución. Al ir dirigidas a los hostiles interrogadores en
los campamentos militares, hubieran sido de muy poca utilidad cómo
propaganda. Proferidas por hombres de una tribu que, a decir de
todos- todavía no había aprendido a mentir,45 estas palabras repre
sentaban la verdad y nada más que la verdad para los que las dije
ron. Pero eso no es lo que les reconoce Ray. Lo que en la Calcutta
Review figura como una mera insinuación, en los comentarios
introductorios de Ray acerca del pasaje citado antes se eleva a la
condición de un elaborado ardid propagandístico:
Tanto Sidu como Kanu sabían que el eslogan (dhwaní) que tendría el
mayor efecto entre los santales atrasados, sería el que fuera religioso.
Por lo tanto, a fin de inspirar a los santales a que lucharan, ellos difundie
ron la palabra acerca de las directivas de Dios en favor de lanzar tal
lucha. La historia inventada (kalpitd) por ellos es como sigue.46
Aquí hay muy poco que difiera de lo que el escritor colonialista
decía acerca del supuesto atraso del campesinado santal, los designios
manipuladores de sus líderes y los usos de la religión como el medio
*• Ibid., pp. 243-244. Ray, op.cit., pp. 321-322.
45 Esto es generalmente aceptado, véase, por ejemplo, la observación de Sherwill acer
ca de que la verdad era “sagrada” para los santales, “que ofrecían a este respecto un brillante
ejemplo a sus mentirosos vecinos, los bengalíes". Geographical and Statistical Report of the
District Bhaugulpoor, Calcuta, 1854, p. 32.
46 Ray, op.cit., p. 321. Las cursivas son mías.
202 RANAJIT GUHA
para tal manipulación. A decir verdad, Ray es superior en cada uno
de estos puntos y es con mucho el más explícito de los dos autores al
atribuirle a los jefes rebeldes, sin evidencia alguna, una enorme men
tira y un engaño patente. El invento es totalmente de Ray, y revela el
fracaso de un radicalismo superficial para conceptualizar la
mentalidad insurgente excepto en términos de un secularismo sin
adulterar. Incapaz de captar la religiosidad como la modalidad cen
tral de la conciencia campesina en la India colonial, Ray siente pu
dor de aceptar el papel mediador de la religiosidad en la idea de
poder del campesino, con todas las contradicciones resultantes. Se
ve obligado, por lo tanto, a racionalizar las ambigüedades de las
políticas rebeldes asignándoles a los dirigentes una conciencia mun
dana y a sus seguidores una espiritual, haciendo de estos últimos
inocentes víctimas de hombres astutos armados con todos los tru
cos de un político indio moderno que estuviera buscando los votos
rurales. El lugar adonde esto conduce al historiador puede verse
con más claridad en la obra posterior de Ray, cuando esta tesis se
proyecta en un estudio acerca del ulgulan birsaita. Ray escribe allí:
A fin de propagar esta doctrina religiosa suya, Birsa adoptó un nuevo
truco (kaushal), tal como Sidu, el líder santal, lo había hecho en víspe
ras de la rebelión santal de 1885. Birsa sabía que los kol eran una gente
muy atrasada y llena de superstición religiosa, como resultado de la pro
paganda misionera hindú-brahmánica y cristiana entre ellos durante
un largo periodo. Por lo tanto, nada se lograría con evitar el asunto
religioso si se quería liberar al pueblo kol de esas influencias religio
sas enfermizas y conducirlo al camino de la rebelión. Antes bien, a fin
de superar las malas influencias de las religiones hindú y cristiana
sería necesario difundir entre ellos su nueva fe religiosa en nombre
del mismo Dios de ellos, e introducir nuevas reglas. Con este fin, había
que recurrir a la falsedad, si era necesario, en interés del pueblo.
Birsa difundió la noticia de que él había recibido esta nueva religión
del mismo Sing Bonga, la deidad principal de los mundas/7
De esta manera, el historiador radical se ve arrastrado, por la
lógica de su propia obcecación, a atribuirle una deliberada false-
47 Ray, Bharaltr Baiplabik Samgramer Itihas, vol. 1, Calcuta, 1970, p. 95. Las cursivas son
mías. La frase subrayada en el pasaje citado se lee como sigue en el original en bengalí:
‘Eijanyo prayojan hoiley jatirsvarthty mithyar asroy graban karitey hoibey”.
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 203
dad a uno de los más grandes de nuestros rebeldes. Para Ray, la
ideología de ese poderoso ulgulan no es más que una pura inven
ción de Birsa. Y no es el único en hacer esta lectura distorsionada
de la conciencia insurgente. Baskay le hace eco casi palabra por
palabra cuando describe la afirmación del líder santal de contar
con apoyo divino para el hool como una propaganda destinada “a
inspirar a los santales para que se levantaran en una rebelión”.48
Formulaciones como éstas dejan su huella en otros escritos del
mismo género que solucionan el acertijo del pensamiento religio
so entre los santales rebeldes ignorándolo por completo. Un lec
tor que sólo contara con los alguna vez influyentes ensayos de
Natarajan y Rasul como su única fuente de información acerca de
la insurreción de 1855, apenas si sospecharía la existencia de algu
na religiosidad en este gran acontecimiento. En esas obras, éste se
representa exclusivamente en sus aspectos seculares. Por supuesto
que esta actitud no está confinada a los autores discutidos en este
ensayo. La misma mezcla de miopía y rechazo absoluto a conside
rar la evidencia presente caracteriza a gran cantidad de la literatu
ra existente sobre el tema.
XIV
¿Por qué el discurso terciario, incluso el de la variedad radical,
tiene tal renuencia a enfrentar el elemento religioso en la conciencia
rebelde? Porque aún se encuentra atrapado en el paradigma que
inspiró al discurso ideológicamente contrario (por colonialista) de
los tipos primario y secundario. En cada caso se deriva de un re
chazo a reconocer al insurgente como el sujeto de su propia histo
ria. Pues una vez que una rebelión campesina se asimila a la trayec
toria del Raj, la Nación o el Pueblo, al historiador le resulta fácil
renunciar a su responsabilidad de explorar y describir la concien
cia específica de esa rebelión contentándose con imputarle una
conciencia trascendental. En términos operativos, esto significa
negarle una voluntad a las masas rebeldes mismas y representarlas
simplemente como un instrumento de otro tipo de voluntad. Es
48 Dhirendranath Baskay, Saontal Ganasamgramer Itihas, Calcuta, 1976, p. 66.
204 RANAjrr GUHA
así como en la historiografía colonialista, la insurgencia se ve como
la articulación de una pura espontaneidad enfrentada a la volun
tad del Estado tal como quedaba encarnado en el Raj. Si a los
rebeldes se les atribuye alguna conciencia, es sólo a unos pocos de
sus dirigentes —casi siempre algunos miembros individuales o gru-
pitos de la pequeña aristocracia terrateniente— a quienes se les
reconoce esa conciencia. Es más, en la historiografía nacionalista-
burguesa, la fuerza motivadora de los movimientos campesinos se
lee como una conciencia de la élite. Esto ha llegado a cosas tan
grotescas como describir la Rebelión del índigo de 1860 como “el
primer movimiento de masas no violento”,49 y en general a todas
las luchas populares de la India rural durante los primeros ciento
veinticinco años del gobierno británico, como precursoras espiri
tuales del Congreso Nacional Indio.
De manera muy similar, la historiografía radical tampoco ha
logrado captar la especificidad de la conciencia rebelde. Esto se
debe a que la encajaron en cierto concepto, según el cual las re
vueltas campesinas son una sucesión de acontecimientos ordena
dos según una línea de descendencia directa —como una herencia,
como se le llama con frecuencia— en la que todos los constituyen
tes tienen el mismo pedigrí y repiten entre sí en su compromiso
los más elevados ideales de libertad, igualdad y fraternidad. Des
de esta perspectiva ahistórica de la historia de la insurgencia, to
dos los momentos de la conciencia se asimilan al momento último
y más elevado de la serie: una Conciencia Ideal. Una historiografía
dedicada a tal búsqueda (incluso cuando esto se hace, lamentable
mente, en nombre del marxismo) no es apta para enfrentar las
contradicciones que constituyen realmente el material del cual está
hecha la historia. Como se supone que el carácter del Ideal es cien
por ciento secular, sus adeptos, cuando se enfrentan a la evidencia
de la religiosidad, tienden a apartar la mirada como si dicha evi
dencia no existiera, o la descartan como un fraude astuto pero
bien intencionado que dirigentes ilustrados perpetraron contra
los idiotas de sus seguidores; todo hecho, claro está, ¡“en interés
del pueblo”! De esta manera, el rico material de mitos, rituales,
rumores, esperanzas de una Edad de Oro y los miedos de un Fin
49 Jogesh Chandra Bagal (comp.), Peasant Revoluiion in Bengal, Calcuta, 1953, p. 5.
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 205
del Mundo inminente, todo lo cual habla de la autoalienación del
rebelde, se pierde en este discurso abstracto y estéril, el cual pue
de hacer muy poco para iluminar esa combinación de sectarismo
y militancia que es un rasgo tan importante de nuestra historia
rural. La ambigüedad de tales fenómenos, patente durante el
movimiento Tebhaga en Dinajpur —cuando los campesinos musul
manes que llegaban a la Kisan Sabha “a veces inscriben un martillo
o una hoz en la bandera de la Liga Musulmana” y los jóvenes
maulavis “recitan versos melodiosos del Corán” en las reuniones
aldeanas “mientras condenan el sistema jotedari y la práctica de
imponer tasas de interés muy elevadas”50—, quedará fuera de su
comprensión. La rápida transformación de la lucha de clases en
conflictos comunales y viceversa en nuestro mundo campesino sus
cita o bien una hábil apología o un simple gesto de vergüenza,
pero no una explicación real.
. Sin embargo, no es tan sólo el elemento religioso de la con
ciencia rebelde lo que esta historiografía no logra comprender. La
especificidad de una insurreción rural se expresa en términos de
muchas otras contradicciones, que también se excluyen. Encegue
cido por el deslumbramiento de una conciencia perfecta e inma
culada, el historiador sólo ve, por ejemplo, solidaridad en el com
portamiento rebelde y no logra ver su Otro, esto es, la traición.
Comprometido inflexiblemente con la noción de insurgencia como
un movimiento generalizado, subestima el poder de los frenos que
ponen el localismo y el territorialismo. Convencido de que la mo
vilización de un levantamiento rural procede exclusivamente de
una autoridad originada en su totalidad en la élite, tiende a hacer
caso omiso de la actuación de muchas otras autoridades dentro de
las relaciones primordiales de una comunidad rural. Prisionero
de abstracciones vacías, el discurso terciario, incluso el de tipo
radical, se ha apartado de la prosa de la contrainsurgencia, hasta
ahora, sólo por la declaración de una postura política. Todavía
tiene que recorrer un largo camino antes de que pueda demostrar
que el insurgente puede confiarse a su desempeño para recuperar
su lugar en la historia.
50 Sunil Sen, Agravian Struggle m Bengal, 1946-1947, Nueva Delhi, 1972, p. 49.
206 RANAJIT GUHA
Abreviaturas
CC: Colecciones de la Comisión Directiva, Archivos de la India
Office (Londres).
CJ: Consultas Judiciales de Fort William en CC.
AJ: Actas Judiciales, Archivos del estado de Bengala Occidental
(Calcuta).
MDS: Maharaja Deby Sinha (Territorio de Nashipur perteneciente
al Raj [gobierno colonial de la India], 1914).
Apéndice
Extracto 1
Vine a saquear [...] Sidoo y Kaloo [Kanhu] se declararon Rajas &
[dijeron que] saquerarían toda la región y tomarían posesión de ella
—dijeron también, nadie puede detenernos porque es la orden de
Takoor. Por esto todos vinimos con ellos.
Fuente'. AJ, 19 de julio de 1855: Declaración de Balai Majhi (14 de
julio de 1855).
Extracto 2
El Thacoor ha descendido en la casa de Seedoo Manjee, Kanoo
Manjee, Bhyrub y Chand, en Bhugnudihee en Pergunnah Kunjeala.
El Thakoor en persona está conversando con ellos, ha descendido
del Cielo, está conversando con Kanoor y Seedoo, Los Sahibs y los
soldados blancos pelearán. Kanoo y Seedoo Manjee no están pe
leando. El Thacoor mismo peleará. Por lo tanto ustedes Sahibs y
Soldados pelean con el Thacoor mismo La Madre Ganges vendrá (a
asistir) al Thacoor Fuego lloverá del Cielo. Si están satisfechos con
el Thacoor entonces deben ir al otro lado del Ganges. El Thacoor
ha ordenado a los santales que por un arado de buey se pague 1
anna de renta. Un arado de búfalo 2 annas El reino de la Verdad ha
empezado La Verdadera justicia será administrada. A aquel que no
habla la verdad no se le permitirá permanecer sobre la Tierra. Los
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 207
Mahajuns [prestamistas] han cometido un gran pecado Los Sahibs
y el amlah [funcionario menor de la corte] han hecho todo mal, en
esto los Sahibs han pecado enormemente.
Aquellos que dicen cosas al Magistrado y aquellos que investi
gan los casos para él, cobran 70 u 80 rupias con gran opresión en
esto los Sahibs han pecado. Por esto el Thacoor me ha ordenado
que diga que la región no es de los Sahibs [...]
P.D. Si ustedes Sahibs están de acuerdo, entonces deben permane
cer del otro lado del río Ganges, y si ustedes no están de acuerdo no
pueden permanecer de aquel lado del río, lloveré fuego y todos los
Sahibs serán asesinados por la mano de Dios en persona y Sahibs si
pelean con mosquetes los santales no serán alcanzados por las balas
y el Thacoor le dará a los santales los elefantes y caballos de ustedes
por su propia voluntad [...] si ustedes pelean con los santales dos
días serán como un día y dos noches como una noche. Ésta es la
orden del Thacoor.
Fuente-. AJ, 4 de octubre de 1855, “El Perwannah de Thacoor” (“fe
chado el 10 Saon de 1262”).
Extracto 3
Entonces los Manjees & Purgunnaits se reunieron en mi terraza, &
consultamos durante 2 meses, “que Pontet & Mohesh Dutt no escu
chan nuestras quejas & nadie suplanta a nuestro Padre & Madre”
entonces un Dios descendió del cielo en forma de rueda de carreta
& y me dijo “Mata a Pontet & al Darogah & los Mahajuns & entonces
tendrás justicia & un Padre & Madre”; entonces el Thacoor regresó
a los cielos; después 2 hombres como bengalíes vinieron a mi terraza;
cada uno tenía seis dedos la mitad de un papel cayó sobre mi cabeza
antes de que viniera el Thacoor & la mitad cayó después. No lo
podía leer pero Chand 8c Seheree 8c un tal Dhome lo leyeron, dijeron
“El Thacoor te ha escrito que pelees con los Mahajens 8c entonces
tendrás justicia” [...]
Fuente: AJ, 8 de noviembre de 1855, “Interrogatorio de Sedoo Sonthal
alias Thacoor”.
208 RANAJIT GUHA
Extracto 4
En Bysack el Dios descendió en mi casa envié un perwannah [men
sajero] al Burra Sahib en Calcuta [...] Escribí que el Thacoor había
venido a mi casa & hablaba conmigo & le dijo a todos los sonthals
que yo sería responsable de ellos & que yo tendría que pagar toda la
renta al Gobierno & no oprimiría a nadie & los zamindars &
Mahajans hacían una gran opresión al tomar 20 piezas por una &
que debería ponerlos a cierta distancia de los sonthals & si no se van
debo pelear con ellos.
Ishwar era un hombre blanco que sólo tenía un dootee & chudder
[especie de toga grande que cubre la cabeza y sirve de velo y chal] se
sentó en el suelo como un Sahib escribió en este pedacito de papel.
Me dio 4 papeles pero después trajo otros 16. El thacoor tenía cinco
dedos en cada mano. No lo vi en el día lo vi sólo de noche. Los
sonthals entonces se reunieron en mi casa para ver al thacoor.
[En Maheshpur] las tropas vinieron & peleamos [...] después viendo
que caían los nuestros los atacamos dos veces & una vez los rechaza
mos, entonces hice poojah [acto de adoración] [...] & entonces caye
ron muchas, muchas balas 8c Seedoo 8c yo estábamos heridos. El
thacoor había dicho “caerá agua de los mosquetes” pero mis tropas
cometieron algún crimen por eso la[s] predicci[ones] del thacoor
no se cumplieron mataron como a 80 sonthals.
Todos los papeles en blanco cayeron del cielo 8c el libro que tiene
todas las páginas en blanco también cayó del cielo.
Fuente: AJ, 20 de diciembre de 1855, “Interrogatorio de Kanoo
Sonthal”.