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El Gol y El Heroe Aproximacion Mitica A

Este artículo analiza la figura mítica de Diego Maradona a través del estudio de tres cuentos argentinos que recrean 'El Gol del Siglo' anotado por Maradona contra Inglaterra en 1986. Los cuentos exploran la naturaleza dual del héroe representado por Maradona y su lugar en el imaginario colectivo a través de motivos arquetípicos.

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El Gol y El Heroe Aproximacion Mitica A

Este artículo analiza la figura mítica de Diego Maradona a través del estudio de tres cuentos argentinos que recrean 'El Gol del Siglo' anotado por Maradona contra Inglaterra en 1986. Los cuentos exploran la naturaleza dual del héroe representado por Maradona y su lugar en el imaginario colectivo a través de motivos arquetípicos.

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PASAVENTO

Revista de Estudios Hispánicos


Vol. VI, n.º 2 (verano 2018), pp. 413-431, ISSN: 2255-4505

El gol y el héroe. Aproximación mítica a Maradona


en tres cuentos argentinos

The Goal and the Hero. A Mythological Approach


to Maradona in Three Argentine Stories

David García Cames


Universidad de Salamanca
[email protected]

Resumen: El 22 de junio de 1986 Diego Armando Maradona anotó contra Ingla-


terra uno de los tantos más célebres de la historia del fútbol, conocido como “El
Gol del Siglo”. El presente artículo propone un acercamiento mítico a la figura del
futbolista argentino a partir del análisis de tres relatos de ficción que recrean en
detalle este episodio: “Maradona sí, Galtieri no”, de Osvaldo Soriano; “Me van a
tener que disculpar”, de Eduardo Sacheri; y “10.6 segundos”, de Hernán Casciari.
La naturaleza doble del héroe se amolda al retrato de Maradona que ofrecen es-
tos textos. Su periplo, su gesta, se inserta en el imaginario colectivo recurriendo
a motivos arquetípicos recogidos también por la literatura.

Palabras clave: fútbol y literatura; mito; héroe; Maradona

Abstract: On 22 June 1986, Diego Armando Maradona scored against England


one of the most famous goals in the history of football, known as “The Goal of
the Century”. This paper proposes an approach to the mythical figure of Ar-
gentine soccer player from the analysis of three fictional stories that recreate
in detail this episode: “Maradona sí, Galtieri no”, by Osvaldo Soriano; “Me van a
tener que disculpar” by Eduardo Sacheri; and “10.6 segundos”, by Hernán Cas-
ciari. The dual nature of the hero fits to the Maradona’s portrait offered in these
texts. His journey and quest is inserted in the imaginary using archetypal and
literary motifs.

Keywords: Football and Literature; Myth; Hero; Maradona

∫¢

413
David García Cames

1. Del gol al logos: fútbol y mito

Y entonces resolví asistir al estadio.


Gabriel García Márquez

¿Quién sabe dónde habitan las musas? La palabra verdadera se esconde siem-
pre, caprichosa, proteica, oculta y agazapada en las más extrañas representa-
ciones. Es preciso decir el lugar del origen, el nombre anterior al propio nombre
del mito. La leyenda se confabula con la crónica para volver una vez tras otra al
relato de los griegos. En ellos creemos hallar, todavía, las huellas del proceso que
lleva de la barbarie a la cultura. Las analogías con el presente resultan inagota-
bles. Los mitos modernos pueden ser más diáfanos si los contemplamos a través
del esquema civilizador que, “entre los siglos viii y iv a.C., hizo que se abrieran,
en el seno del universo mental de los griegos, multitud de distancias, cortes y
tensiones internas” (Vernant 2009: 171). La mitología continúa siendo, más allá
de los fósiles que agonizan en las estanterías y de estériles anacronismos, una
sugerente fuente de respuestas para tiempos de transición definidos por la in-
certidumbre. El arquetipo se regenera de forma incesante: “Los mitos están he-
chos para que la imaginación los anime” (Camus 2006: 169). Los doce dioses
mantienen sus disputas y querellas a la espera de que encontremos el modo de
regresar a ellos. Sus formas no tienen por qué ser las mismas, mucho menos su
sentido. Sus historias en verdad nos resultan aberrantes, grotescas, en esencia
crueles. Se diría que nada ha cambiado. Estamos obligados a encontrar los ecos
del Parnaso en los mitos de nuestra época. Quizá todo lo que intentamos decir
ya lo dijo antes Homero.
El mythos precede al logos. La leyenda, la oralidad, se antepone a la cons-
trucción elaborada del lenguaje. Hubo un tiempo en el que los dioses iban de
la mano del instante, atrapados en la voz de los poetas que apenas se preo-
cupaban por dejar su canto en el aire. La mitología no existía por entonces. Ni
Homero ni Hesíodo emplearon semejante palabra. Nos remontamos al tiempo
del mythos, de ese relato popular que, antes de la llegada de los filósofos, for-
maba parte de “la tradición silenciosa que se murmura entre los proverbios y
los refranes anónimos, al margen de la escritura, impotente para decirlos y más
allá de toda investigación voluntaria del pasado” (Detienne 1985: 128). El mito,
su narración, era entonces desdeñado por la estirpe de los escribas helénicos.
Heródoto y Tucídides no dejarán de lanzar anatemas contra el carácter “escan-
daloso” del mythos, mientras Píndaro lo calificará de “habladurías adornadas con
abigarradas ficciones, trasgrediendo el relato verdadero” (1988: 57). La leyenda
no respondía a los hechos, falible y vulgar, resultaba necesario desterrarla de
la polis. El mito se resistía a entrar a formar parte de la cultura memorable, ca-
nónica. No será hasta la obra de Platón, el primero en emplear el concepto de
mitología, que se lleve a buen término la alianza entre el mythos y el logos: “La
obra platónica marca el momento en que el saber filosófico, aun denunciando
los relatos de los antiguos como ficciones escandalosas, emprende la narración
de sus propios mitos” (Detienne 1985: 128). El filósofo, al establecer la oposición

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Aproximación mítica a Maradona en tres cuentos argentinos

entre el “argumento racional” del logos frente al “relato tradicional” del mythos,
sienta las bases de la futura ciencia.
La mitología obtiene la patente de corso a partir de Platón, quien, casi
contra su voluntad, hace posible inscribirla en la tradición como el relato “ejem-
plar de unos personajes extraordinarios en un tiempo prestigioso y lejano” (Gar-
cía Gual 2013: 23). El mito reclama la palabra para encarnarse en esa ciudad ideal
de la que los poetas tienen que ser expulsados. La invención de la mitología,
pura paradoja en mucho de sus términos, corre en paralelo a un proyecto po-
lítico que excluye el cariz fantástico de las ficciones protagonizas por los seres
de otro mundo. El mito en Grecia, y ahí radica una de sus peculiaridades, se ar-
ticula como un discurso diacrónico que admite multitud de interpretaciones, de
variaciones casi al modo musical. De los dioses y los héroes apenas permanece
el nombre, por el contrario, sus historias, sus hazañas, son objeto de los más
variopintos relatos. Como señala Marcel Detienne siguiendo a Lévi-Strauss, en el
mitismo, más allá de un género literario o un tipo de relato, es posible “descubrir
la diversidad de las producciones memoriales: proverbios, cuentos, genealogías,
cosmogonías, epopeyas, cantos de guerra o de amor” (1985: 57). El mito se em-
papa del verbo, se torna múltiple y comienza a superar los límites de un relato
enraizado en los ciclos de la tierra. La palabra unívoca a la que aspiraba Platón
se desperdiga en una infinidad de variantes donde se reproduce la obstinada
querella entre Apolo y Dioniso que marca el devenir de la tradición clásica.
La mitología, tal y como la entendemos a partir de los griegos, se erige
como una racionalización de la fábula, un corpus de historias que parten de la
oralidad para dar forma a una cosmogonía donde los dioses se confunden con
los hombres. Sus temas se repiten: “Estas versiones múltiples prueban que, en el
seno de una cultura, los mitos, cuando nos parece que se contradicen, se corres-
ponden también entre sí, hacen todos referencia, incluso en su misma variación,
a un lenguaje común” (Vernant 2009: 183). La reescritura del mito, su adaptación
a través de diferentes épocas, interpretaciones y géneros, garantiza su supervi-
vencia, amparada en el hecho de que los mitos son “composiciones formadas
de elementos narrativos menores –mitologemas y mitemas– con una estructura
básica y una forma susceptible de variantes numerosas” (García Gual 2013: 68).
Los mitos contemporáneos pueden conservar así la estructura rigurosa hereda-
da de la antigüedad amparándose en la capacidad de adaptación que se refleja
en el esquema de su relato. Ya reciban el nombre de motivos, mitologemas o
mitemas, los elementos constitutivos de la narración mitológica aguardan a la
espera de ser desentrañados. La repetición es incesante, renovada. El sintagma
mínimo del mythos permanece vivo en el ámbar de su propia evocación.
No resulta posible, en consecuencia, ponerle límites al mito. Todo puede
ser mito porque “cada objeto del mundo puede pasar de una existencia cerrada,
muda, a un estado oral, abierto a la apropiación de la sociedad” (Barthes 2009:
67). Las mitologías se reproducen en nuestra época de forma constante al am-
paro de las grandes representaciones icónicas de la cultura de masas. Entre ellas,
resulta innegable que el fútbol, como fenómeno global, dispone de una enorme
potencialidad mítica debido a su capacidad para generar relatos memorables, en

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la acepción original de la palabra, que atraen la atención de millones y millones


de personas: “Las formas socializadas del deporte colectivo son frecuentemente
reemplazadas por una forma superlativa del deporte de grandes figuras” (Bar-
thes 2009: 56). Los futbolistas como nuevos dioses, o mejor dicho nuevos héroes,
vencedores o vencidos, sobreviven a su tiempo en la medida en que son capaces
de insertarse en el discurso mitológico que los envuelve. La ciencia del mito
puede resultar válida para dar cuenta del camino que lleva a un futbolista del te-
rreno de juego a una suerte de Olimpo contemporáneo, resulta difícil negar que
el hincha sigue a su equipo con un fervor catártico quizá semejante al que expe-
rimentaban los griegos frente a sus dioses. Los “nuevos iconos” se construyen a
escala mundial a través de los mismos parámetros que sirvieron para alumbrar
en su día a Prometeo, Heracles o Teseo. Desde una actitud fascinada a la par
que displicente, Roland Barthes insistía en definir el mito contemporáneo como
una piedra de Sísifo que el hombre está condenado a cargar sobre sus hombros,
“una demanda incesante, infatigable, una exigencia insidiosa e inflexible de que
todos los hombres se reconozcan en esa imagen eterna y sin embargo situada
en el tiempo que se formó de ellos en un momento dado” (2009: 211).
Frente a esta concepción del mito como “habla” y herramienta ideológica,
hallaremos en la obra del italiano Gillo Dorfles una visión más abierta y deudora
del carácter versátil de la mitología: “El hombre de hoy logra casi exclusivamen-
te a través de estas circunstancias (deporte, baile, etc.) aproximarse a aquellas
condiciones de ‘comunidad mítica’ y de actitud ritual que eran operantes en la
antigüedad” (1973: 162). El fútbol puede ser, por lo tanto, una manifestación
perfecta de esos grandes espectáculos donde conviven lo “mitagógico” con lo
“mitopoyético”, es decir, en los que el elemento ritual devenido en mítico puede
resultar un mero fetiche pero también un valor simbólico que descubre nuevas
potencialidades, acaso beneficiosas, para esa misma comunidad de individuos.
No podemos juzgar, siguiendo a Dorfles, el mito desde un punto de vista mo-
ral, apenas resulta preciso dejar constancia de las particularidades con las que
se manifiesta en nuestro tiempo. En el fútbol contemplamos cómo los grandes
medios de comunicación amplifican la resonancia del mito hasta alturas insos-
pechadas, convirtiendo a sus protagonistas en figuras tal vez efímeras pero de
un alcance mucho mayor que el gozado por los héroes primordiales:

Aquí es donde reina sobre todo la diferencia entre el hoy y el ayer, o sea, entre
la diversa manera de la institución de un elemento mítico que, por un lado,
será afectado hoy por un infalible desgaste, por una irrefrenable obsolescen-
cia, pero que, por el otro lado, tendrá de su parte la posibilidad de una divulga-
ción mucho más amplia y eficaz a través de los mass media puestos a nuestra
disposición. (Dorfles 1973: 58)

Si bien, debido a la desacralización de la existencia, tendemos a considerar nues-


tra época desprovista de todo elemento mítico, lo cierto es que en los medios de
masas asistimos a una persistente “simbolización de nuevos elementos asumi-
dos con dignidad y eficacia análogas a las que en otro tiempo tuvieron los anti-
guos mitos” (Dorfles 1973: 17). En el relato de las manifestaciones agonísticas del

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deporte, más allá de la vulgaridad a la que se ven sometidas la mayoría de ellas


en los medios de comunicación, descubrimos una irrefrenable capacidad para
producir y reengendrar narraciones míticas. Ahora bien, frente a la caducidad de
la retransmisión televisiva o de la crónica periodística, la literatura aporta al mito
contemporáneo un valor añadido de permanencia y memorabilidad: “El fútbol es
ahora tema de numerosos cuentos y novelas, especialmente en los países con in-
tensa tradición futbolística. Puede decirse que cumple una verdadera ‘moda mi-
tologizadora’” (Aínsa 2003: 114). De esta forma, un simple gol puede convertirse
en un recuerdo de mayor o menor fortuna en el imaginario colectivo, pero no
será un episodio digno de pertenecer a lo mitológico si no se dan una serie de
circunstancias imprescindibles a la hora de articular su relato, como pueden ser,
por citar tan solo algunas de ellas, la repetición incesante, el carácter irrepetible
de la jugada, la difusión masiva, el momento histórico en el que se produce o los
dones excepcionales del protagonista. La literatura aspira, por todo lo dicho, a
descubrir la poética ligada al fútbol, las huellas de la imaginación simbólica des-
de la que es posible plantear preguntas claves acerca de la condición humana.1
La literatura, intérprete de la partitura mítica, está obligada a ocupar ese espacio
que necesita de su renovación paradigmática una vez ha concluido el proceso
litúrgico de la ceremonia. La combinación de épica y racionalidad se rinde a una
suerte de ejemplaridad nostálgica en el discurso. La literatura, al pasar de la ima-
gen al lenguaje, se entrega a una proclive regeneración del mythos.
Es preciso, pues, salir en búsqueda de la palabra que construye la mi-
tología. Las respuestas del oráculo nunca serán las mismas, “como si una de
las propiedades fundamentales del país de la mitología fuese que todo rumor
encontrara allí su metamorfosis en ‘mito’ como misteriosa consecuencia de la re-
petición” (Detienne 1985: 115). No podemos dejar de pensar, de nuevo, que toda
manifestación cultural es susceptible de convertirse en mito. La fábula opera en
nosotros como una melodía que nos seduce haciendo aflorar ciertos motivos
latentes en la imaginación, sea durante la lectura de una novela o sentados en las
gradas de un estadio. El mito lo es en tanto inserta su narración en un arquetipo
que permanece a la espera: “Es un espacio vacío que puede ser ocupado por los
más diversos significados [...]. Los adoradores de los ídolos encuentran en ellos
algo diferente de lo que fueron o de lo que ellos mismos hubieran querido ser”
(Sebreli 2008: 25). La mitología del fútbol, como ejemplo de la adecuación de
los esquemas clásicos a nuestros días, reclama la palabra para consagrar a sus
protagonistas y culminar el proceso iniciado por los mass media. En los libros
que abordan este tema desde la ficción descubrimos un intento de ligar el ritual

1
No pretendemos llevar a cabo en este artículo un estudio de las relaciones entre fútbol y lite-
ratura en las letras hispánicas, sino que nuestro propósito pasa por centrarnos en el análisis de
los tres relatos presentados como ejemplo de sus dinámicas, símbolos y motivos. Para ahondar
en la historia y evolución de lo que hemos dado en llamar literatura del fútbol –estudiada, entre
otros, por críticos como Antonio Gallego Morell, Pablo Rocca, Julio Peñate, Yvette Sánchez, Marco
Kunz o Rafael Núñez Ramos– nos remitimos a trabajos recientes como el libro del británico David
Wood Football and Literature in South America (2017) o mi tesis doctoral La jugada de todos los
tiempos: Mito y fútbol en la literatura hispánica, publicada este año en la editorial Prensas Univer-
sitarias de Zaragoza.

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David García Cames

colectivo del espectáculo, así como la emoción original del aficionado, a los prin-
cipios de una narración perdurable. Los “nuevos iconos” se nos pueden antojar
ridículos, inaprensibles, pero no podemos dejar de pensar en la sordidez de los
relatos de los griegos y en el desprecio con el que también fueron tratados por
el establishment cultural de la época. La duración de los ídolos contemporáneos
vendrá señalada por la capacidad que tenga la palabra de hacerlos permanecer
en el devenir histórico: “Se pueden concebir mitos muy antiguos, pero no hay
mitos eternos. Puesto que la historia humana es la que hace pasar lo real al es-
tado de habla, solo ella regula la vida y la muerte del lenguaje mítico” (Barthes
2009: 168).
El fútbol, como su literatura, se alimenta del mito mientras el mito, a su
vez, puede dar sentido a la locura global del fútbol. En el lenguaje, tal y como
vamos a tratar de ver aquí, yace latente la estructura original de la construcción
del mito. El discurso se carga de implicaciones semánticas diseminadas en un
aparato de signos marcado por el carácter atávico y transhistórico de la leyenda.
El sentido y la forma se conjuran bajo la apariencia de un dios esquivo: “La mi-
tología es como el dios Proteo, ‘el veraz anciano de los mares’. El dios ‘probará
de convertirse en todos los seres que se arrastran por la tierra, y en agua, y en
ardentísimo fuego’” (Campbell 1972a: 335). No tengamos miedo de abrasarnos.
Caminemos pues hasta el estadio de fútbol pensando en un encuentro insos-
pechado. Las musas nos aguardan allí, pacientes y mudables, esperando para
ingresar con nosotros en el coro de “la santa hermandad de los hinchas” (García
Márquez 1950: 3).

2. La jugada de todos los tiempos: la gambeta y la épica

Pero fue un gol, un gol… increíble. ¿Saben qué quería


hacer yo con ese gol? Quería poner toda la secuencia
en fotos bien grandes encima de la cabecera de la
cama… Le agregaba una foto de Dalmita (en aquel
tiempo, todavía no había nacido Gianinna) y le me-
tía una inscripción debajo: Lo mejor de mi vida. Nada
más.
Diego Armando Maradona

“Barrilete cósmico, ¿de qué planeta viniste para dejar en el camino a tanto in-
glés?”, se desgañita Víctor Hugo Morales2 en la inolvidable narración del gol
“más perfecto en la historia de los mundiales” (Villoro 2006: 73). El 22 de junio
de 1986, en el estadio Azteca de México, ante 114.580 personas en las gradas,
millones frente a sus televisores, Diego Armando Maradona anota el segundo
tanto del partido de cuartos de final que enfrenta a Argentina contra Inglaterra.
Asistimos a la génesis del instante consagrado, al origen de la tradición que años
más tarde se traducirá en los cantos a la mayor gloria del héroe. El comentarista
llora, quiere llorar, su voz se quiebra en la conciencia inmediata del momento

2
Ver vídeo: <https://www.youtube.com/watch?v=RiYYSradplU> (visitado el 5 de noviembre de
2017).

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Aproximación mítica a Maradona en tres cuentos argentinos

sublime. Necesita ser partícipe del gol del “Diez”, de ese gol que origina el sín-
drome de Stendhal de todos los goles. Víctor Hugo Morales, a través de la pala-
bra, queda irremediablemente unido a Maradona en la repetición infinita de la
obra de ambos: “El lenguaje otorga al acontecimiento, inasible pues se encuen-
tra permanentemente diluido en una duración, la grandeza épica que permite
solidificarlo” (Barthes 2009: 100). El mito del “Gol del siglo” acaba de nacer en el
estadio Azteca de México.
La literatura tardará todavía unos años en entregarse a la reconstrucción
de este instante. Este trabajo se propone analizar los cuentos de tres escritores
argentinos que tienen el gol de Maradona como tema principal: “Maradona sí,
Galtieri no”, de Osvaldo Soriano;3 “Me van a tener que disculpar”, de Eduardo
Sacheri;4 y “10.6 segundos”, de Hernán Casciari.5 Participantes y herederos de
una corriente, desarrollada en especial en la cuenca del Río del Plata a partir de
los años setenta, que desde la reivindicación de la cultura popular buscó derribar
prejuicios incorporando el fútbol a la ficción y que tuvo en Roberto Fontanarrosa
a su principal exponente, estos tres autores explorarán en sus relatos las posi-
bilidades estéticas que esconde un deporte que es tanto pasión privada como
fenómeno de proporciones inabarcables. En todos ellos descubrimos cómo la
palabra se rinde a la seducción del mythos originado en un episodio retransmi-
tido a través de los medios de masas. El logos del discurso literario, fundado en
la racionalidad del escritor a la par que en la devoción del hincha, se somete a
la ilusión de inmortalidad que conlleva el gesto del futbolista. Tomando como
punto de partida la narración televisiva, ahondando en la mitificación ya iniciada
por los propios locutores,6 los tres escritores nos permitirán descubrir la poten-

3
Osvaldo Soriano (Mar del Plata, 1943 - Buenos Aires, 1997). Delantero centro al que una lesión
frustró su carrera soñada en San Lorenzo de Almagro, fue uno de los periodistas y escritores ar-
gentinos más leídos de finales del siglo xx. Entre sus obras más conocidas se encuentran Triste,
solitario y final (1973), Cuarteles de invierno (1980) y No habrá más penas ni olvido (1983). Su
producción dedicada al fútbol apareció recopilada en el libro Memorias del Míster Peregrino Fer-
nández y otros relatos (1998).
4
Eduardo Sacheri (Buenos Aires, 1967). Hincha de Independiente, está considerado uno de los
mejores escritores sobre fútbol de la actualidad, algo que se refleja en libros de relatos como
Esperándolo a Tito y otros cuentos de fútbol (2000), Lo raro empezó después (2004) o la antología
La vida que pensamos (2013). Alcanzó gran popularidad después de que su novela La pregunta de
sus ojos (2005) fuera llevada al cine por Juan José Campanella como El secreto de sus ojos (2009),
film del que también fue guionista. En 2016 ganaría el Premio Alfaguara con la novela La noche
de la Usina. Su último libro es una recopilación de artículos sobre fútbol publicados en prensa: El
fútbol, de la mano (2017).
5
Hernán Casciari (Mercedes, Buenos Aires, 1971). Escritor, periodista y fanático de Racing Club de
Avellaneda. Recibió en 1998 el premio Juan Rulfo por su relato “Ropa sucia”. Es autor de novelas
como Más respeto que soy tu madre (2005) o El pibe que arruinaba las fotos (2009), junto a libros
de relatos como El nuevo paraíso de los tontos (2010), Messi es un perro y otros cuentos (2015) o
El mejor infarto de mi vida (2017). En 2011 emprendió la publicación de la revista literaria Orsai,
desaparecida a finales de 2013 y retomada a partir de marzo de 2017.
6
Mario Vargas Llosa también ha dejado su opinión sobre la labor mitologizadora de los co-
mentaristas de fútbol: “Estos periodistas deportivos, cuando son talentosos, jamás describen un
partido o radiografían el desempeño de un jugador: los mitifican. Es decir, los sacan de su efímera,
pasajera realidad concreta y los instalan en la realidad permanente, intemporal e incorpórea de la
ficción” (Vargas Llosa 1982: 55).

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David García Cames

cialidad de la épica a la hora de narrar un episodio mitológico contemporáneo


que aspira a desligarse de su carácter efímero para participar de “la perduración
y propagación constante e intacta de las leyendas” (Dorfles 1973: 57).
Aunque otros autores han tomado el personaje de Diego Armando Ma-
radona como objeto de sus obras,7 en muchos de ellos no se convierte en el
motivo principal, “sino que tan solo desempeña la función de ídolo fantasmal de
hinchas adolescentes” (Sánchez 2007: 136). En contra de la opinión sostenida por
Yvette Sánchez de que el fenómeno Maradona es “autosuficiente, puesto que su
biografía ya ofrece un exceso de espectáculo y culto de estilizado mártir, sobre
el que resulta superfluo inventar más historias” (2007: 136), estos tres cuentos
demuestran que la altura literaria del relato no tiene por qué estar reñida con la
pasión del seguidor de la albiceleste que se entrega a su ídolo. En este trabajo,
limitándonos a la reproducción del mythos original del gol, no nos detendre-
mos en la obra de otros escritores hispanoamericanos (Benedetti, Vargas Llosa,
Galeano o Villoro) que han abordado la figura de Maradona desde el punto de
vista del ensayo. Para llegar a las razones de la épica, a la consolidación del mito
en la ficción, debemos contemplar la representación más acabada del héroe.
La victoria de Argentina sobre Inglaterra en el Mundial de México 1986, con los
dos tantos conocidos como “El Gol del siglo” y “La mano de Dios”, representa el
instante cumbre, quizá fundacional, de lo que podríamos denominar narrativa
maradoniana, un capricho tanto de barras bravas como de escritores que, tal y
como ha señalado con acierto Enric González, encarna “una comedia trágica, o
una tragedia humorística, que constituye en sí misma un género literario” (Gon-
zález 2012: 5).
Ninguna forma resulta tan eficaz como el cuento para participar de la
épica que alimenta algunas producciones de la literatura futbolística. Limitados
a los noventa minutos de un partido, sin tener en cuenta aquí otros temas como
la caída del héroe o la descripción de los mecanismos de poder que envuelven y
embrutecen el deporte, el cuento se nos presenta como el marco esencial de los
relatos que siguen el recorrido triunfal de Diego Maradona a través de la cancha,
reflejando “la percepción subjetiva del tiempo” que se da en el fútbol durante
los momentos dramáticos de un partido (Sánchez 2007: 133). Nos enfrentamos a
relatos que en algunos casos recalcan, incluso desde el mismo título, la duración
precisa de la hazaña. Así, en “10.6 segundos”, cada uno de los momentos de la
jugada se irá desgranando con una exactitud que se rinde a una enumeración
casi trascendente, litúrgica: “Antes de tocar por última vez el balón con su pie
izquierdo, a las trece horas, doce minutos y treinta segundos del mediodía mexi-
cano, el jugador argentino ve que ha dejado atrás a Peter Shilton” (Casciari 2013:

7
Entre estos ejemplos se pueden citar la novela El equipo de los sueños (2004), de Serio Olguín;
así como los cuentos “Dieguito”, de José Pablo Feinmann, y “Tránsito”, de Guillermo Saccomanno;
ambos publicados en la antología Cuentos de fútbol argentino, coordinada por Roberto Fontana-
rrosa, quien también trataría el “Gol del siglo” en su relato “El Hijo del Sheik”. Por su parte, en un
texto titulado “Final”, Rodrigo Fresán encadenaría sus recuerdos del Mundial de 1986 en torno a
las figuras de Borges y Maradona: “El segundo gol de Maradona contra los ingleses seguía siendo
tan hermoso como entonces, pocos días atrás, sí, no había ilusión o ingenio mecánico detrás de
ese milagro” (Fresán 2010: 174-175).

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Aproximación mítica a Maradona en tres cuentos argentinos

48). En el relato breve, y también en la poesía, encontramos el terreno idóneo


para atrapar la duración y las jugadas clave de un partido. Esto nos permite ex-
plicar, como apunta Juan Villoro, por qué el cuento es la forma que ha ofrecido
mejores resultados dentro de la literatura del fútbol:

Cada cierto tiempo, algún crítico se pregunta por qué no hay grandes novelas
de fútbol en un planeta que contiene el aliento para ver un Mundial. La res-
puesta me parece bastante simple. El sistema de referencias del fútbol está tan
codificado e involucra de manera tan eficaz a las emociones que contiene en
sí mismo su propia épica, su propia tragedia y su propia comedia. No necesita
tramas paralelas y deja poco espacio a la inventiva del autor. Esta es una de las
razones por las que hay mejores cuentos que novelas de fútbol. (Villoro 2006:
22)

Entramos así en el terreno de la épica, más acentuada en nuestro caso en el


cuento de Hernán Casciari publicado en la revista Orsai, aunque también pre-
sente en los relatos de Eduardo Sacheri y Osvaldo Soriano. Los cuentos apro-
vecharán el camino abierto por los comentaristas y, al modo de los poetas que
toman la palabra de los historiadores, tratarán de convertir la crónica en leyenda,
incorporarla a la tradición literaria con el paso de los años. Es preciso, de este
modo, incidir hasta en el más mínimo detalle que rodea a la consecución del
gol, presentar un catálogo exhaustivo de los contendientes, no dejar nada a la
imaginación para que el héroe que recorre el terreno de juego pueda adquirir su
verdadera dimensión en la medida en que todo lo contado sea mucho más real,
legado de un tiempo que regresa eternamente: “Cuando la pelota cruza la línea
de cal el jugador ha recorrido diez de los cincuenta y dos metros que recorrerá y
ha dado once de los cuarenta y cuatro pasos que tendrá que dar” (Casciari 2013:
40).
El escritor se siente partícipe de ese instante dichoso que su imaginación
repite, persigue fijar a través de la palabra la evocación del mythos de la victo-
ria irreprochable: “Digamos que mi memoria es el salvoconducto para volver el
tiempo al lugar cristalino del cual no debió moverse, porque era el exacto sitio
en que merecía detenerse para siempre, por lo menos para el fútbol, para él y
para mí” (Sacheri 2014: 54). Nadie puede morir, nos parecen decir los autores de
estos cuentos, en ese “momento en que el hombre, aun torpe, engañado, prevé
de todos modos, a su manera y a través de fábulas impuras, una adecuación
perfecta entre él, la comunidad y el universo” (Barthes 2009: 103). La eterna
duración se liga a la dilatación de un instante, a esa memoria recobrada que en
el fútbol adquiere un cariz proustiano de “recuperación semanal de la infancia”
(Marías 2000: 18). Incluso en el cuento que adopta un mayor distanciamiento
respecto al gol de Maradona, el de Osvaldo Soriano, el escritor también toma la
decisión de congelar el tiempo: “Don Salvatore, mi vecino, se había caído de la
silla con el segundo gol de Maradona y no quiso que lo levantaran hasta que el
partido hubiera terminado” (Soriano 2010: 82). Nada se puede mover, todo está
en vilo, la memoria regresa a nosotros en cámara lenta como el recuerdo de una
noche de amor o el gesto que precede a un asesinato, focalizando la épica, como

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sostiene Marco Kunz, en aquellos momentos que en su detallismo descriptivo


“recuerdan la destreza con la espada de los héroes en los cantares de gesta”
(2001: 269). La esencia de la narración épica, así como de la experiencia poética,
nos hace partícipes de una regeneración del mito, de un presente inefable que
se da de un modo similar al que movía a los griegos: “Lo que nos cuenta Homero
no es un pasado fechable y, en rigor, ni siquiera es pasado: es una categoría tem-
poral que flota, por decirlo así, sobre el tiempo, con avidez siempre de presente”
(Paz 2004: 186).
Diego Armando Maradona vuelve a nosotros incesantemente en la enun-
ciación de su mythos triunfal. Los motivos de la épica se hacen patentes en la
configuración de estos relatos. El protagonista, inscrito ya como mito en el ima-
ginario colectivo, ni siquiera precisa ser designado: “La entrada en el orden épico
se efectúa por medio de la disminución del nombre” (Barthes 2009: 96). Marado-
na aparece citado tan solo en uno de los cuentos, el de Osvaldo Soriano, mien-
tras que en los otros los escritores dan por hecho que su figura es perfectamente
reconocible para el lector. A un aficionado al fútbol le basta con leer “ese tipo” o
“el jugador argentino” para comprender al instante que el texto está hablando
del “Diez”. El icono, el héroe en este caso, no requiere una entidad concreta, su
naturaleza se modifica continuamente en la imagen trascendente que de él ela-
boran sus seguidores: “El mito, una vez radicado y desencadenado, obra ciega-
mente: agiganta la fuerza del individuo singular, lo convierte en una marioneta
inerme atada al hilo de la potencialidad colectiva” (Dorfles 1973: 179).
El mito se eleva, su dominio del instante es absoluto, una vez instalado en
la eterna duración ya nadie puede detener el avance del futbolista. El lenguaje
se entrega a un ejercicio de irrenunciable epifanía: “La culpa de todo la tiene el
tiempo. Sí, como lo escuchan, el tiempo. El tiempo que nos hace la guachada de
romper los momentos perfectos, inmaculados, inolvidables, completos” (Sacheri
2014: 54). La épica aspira a sobrepasar las fronteras espacio-temporales, a desti-
lar en la palabra la duración del gesto de dominio consagrado en “una eternidad
momentánea” (Paz, 2004: 190). El cuento que ejemplifica a la perfección esta
sublimación del instante decisivo es, sin lugar a dudas, “10.6 segundos”, donde
el momento inmediato que precede a la consecución del gol es amplificado en
las dos últimas páginas hasta alcanzar un vuelo prácticamente místico. La repe-
tición obsesiva de la palabra “ve” nos sitúa en un camino de perfección donde
el personaje protagonista es capaz de percibirlo todo, decimos que absoluta-
mente todo: “Ve todos los goles que ha hecho y los que hará; ve todos los que
ha gritado y los que gritará en su vida entera; se ve, con cincuenta y tres años,
mirando desde el palco la final del mundo en el estadio Maracaná” (Casciari
2013: 49). Las reminiscencias del aleph borgiano son más que evidentes, tanto
que el autor no desaprovechará la ocasión de hacer explícita de forma irónica la
presencia del propio Jorge Luis Borges, declarado detractor del fútbol, en una de
las visiones de Maradona: “Ve el cadáver de un hombre viejo que ha muerto en
Ginebra ocho días antes de ese mediodía, un hombre que también ha visto todas
las cosas del mundo en un único instante” (Casciari 2013: 49). Frente al pasado
del verbo en el relato de Borges, Casciari decide detenerse en el presente. Más

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Aproximación mítica a Maradona en tres cuentos argentinos

allá del lugar de enunciación de cada uno de los textos, no podemos negar que
“todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado
que los interlocutores comparten” (Borges 2008: 188). Las iluminaciones de la
mística se combinan así con la visión periférica del mediapunta argentino para
adelantarse a todos sus adversarios y convertir su gol en “la jugada de todos
los tiempos”. El jugador ve, lo ve todo, acaso sea lícito creer que nos contempla
también a nosotros: “En todo relato heroico, debemos esperar una sobrevalo-
ración de la visión y de la vigilancia” (Durand 1993: 213). Percibimos la duración
detenida de la épica, pasamos sobre el estadio Azteca de México y no podemos
evitar pensar en Homero sobrevolando el mar Egeo antes de elaborar su catálo-
go de las naves en el canto segundo de la Ilíada. Todo se contempla “al aire de
tu vuelo”, el tiempo se representa como un instante gigantesco mediante “una
palabra devenida significante y transferida a mito” (Dorfles 1973: 54). El presente
es entonces, también ahora, absoluto.
El lenguaje ha operado la transformación. El mythos del “Gol del siglo” se
reencarna a su vez en la leyenda que estos escritores proclaman desde un logos
que, sin lugar a dudas, convive con la pulsión ritual de la grada. La plasticidad de
la narración épica nos seduce con el eco de su irresistible regeneración mientras
repite “una y otra vez los valores y las prácticas esenciales en una sociedad que
abandona a su mera memoria la tarea de cantarlas para todos” (Detienne 1985:
40). El relato tiene la potencialidad de llegar a todos los aficionados al fútbol, el
motivo de la narración es de sobra conocido por millones de personas, el pro-
fundo sentido de la oralidad con el que están escritos estos cuentos nos lleva
a pensar en un retorno a la palabra primigenia anterior a su escritura. Como en
los tiempos de Homero y de Hesíodo, la voz, por encima del verbo fijado en la
página, es la principal transmisora de las hazañas del héroe mítico. No en vano,
los vídeos con la narración de los cuentos de Eduardo Sacheri8 y Hernán Casciari9
alcanzarán en internet cientos de miles de visitas. El mythos, de este modo, sigue
renovándose a través de los medios audiovisuales y de la literatura a pesar de
que hayan transcurrido más de treinta años del gol de Diego Armando Marado-
na. El instante permanece más allá de su sentido: “Un mito es siempre simbólico;
por eso no tiene nunca un significado unívoco, alegórico, sino que vive con una
vida encapsulada que [...] puede explotar en las más diversas y múltiples flora-
ciones” (Pavese 2008: 366). El regate, la gambeta, puede ser así la puerta de en-
trada a un universo épico que nos encamina al territorio de los antiguos héroes,
allí donde no existe el tiempo, donde todo es sagrado: “Yo me sustraigo a este
presente absolutamente profano, y con la memoria que el ser humano conserva
para los hechos esenciales me remonto a ese día, al día inolvidable en que me vi
obligado a sellar este pacto” (Sacheri 2014: 54).

8
Ver vídeo: <https://www.youtube.com/watch?v=FIL3K-2Ocgg> (visitado el 10 de octubre de
2017)
9
Ver vídeo: <http://www.youtube.com/watch?v=0g4JjQw0S6E> (visitado el 10 de octubre de
2017).

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3. El de los pies ligeros: el periplo del héroe

Quien mejor recorrió con sus piernas


el recto trecho del estadio fue el hijo de Licimnio.
Píndaro

El héroe tiene que ser, su destino es afirmación. Los héroes cumplen la misión de
perpetuarse en sus hazañas. Mientras las peripecias de los dioses se traducen en
mitos antropomórficos con un carácter más o menos escandaloso, el héroe que-
da fijado en el inconsciente colectivo como un hombre que aspira a trascenderse
mediante sus actos. Los héroes, en la tradición, se erigen como el primer paso
para alcanzar la divinización del hombre: “Superan a los hombres en poderío,
fuerza y audacia, pero comparten con ellos la condición de mortales” (García
Gual 2013: 170). Más allá, lejos del campo de batalla, no puede haber epílogo.
No es posible contemplar a Aquiles llevando una vida hogareña después de su
victoria en Troya. El héroe, semidiós (hemítheoi) o superhombre, siempre queda
a medio camino de una condición que apenas alcanza a comprender: “Desde su
nacimiento la figura del héroe ofrece la imagen de un nudo en el que se atan
fuerzas contrarias. Su esencia es el conflicto entre dos mundos” (Paz 2004: 199).
Si, como decía Walter Benjamin, en la modernidad “el papel del héroe está dis-
ponible” (1972: 116), es quizás el momento de preguntarnos si Diego Maradona
reúne las condiciones precisas para poder ocuparlo, con todas sus consecuen-
cias, gracias también a la literatura.
El destino, sin lugar a duda, escapa a su protagonista. La palabra verda-
dera solo puede nacer de su gesto, de las piernas veloces, de los pies ligeros,
atributo heroico donde los haya, del hombre de acción que a duras penas sería
capaz de concebir su relato. No podemos enumerar los méritos y oprobios de
Maradona como icono maldito de finales del siglo xx, para descubrir su natu-
raleza heroica nos limitaremos a su papel de futbolista dentro de la cancha. El
“Gol del siglo” surge entonces como la representación fáctica de los dones y
atributos de “El Pelusa” como hombre dueño de unas facultades extraordinarias.
La victoria en el Mundial de México de 1986 señala la plenitud de la carrera de un
futbolista que, en lo que se refiere a su juego, encarnaba por entonces el sentido
etimológico del término héros: “El que ha alcanzado la madurez, el que realiza el
máximo de lo asignado a la condición humana” (García Gual 2013: 171). El héroe
no precisa de la virtud, tan solo necesita la victoria. Si arrojamos a Maradona
fuera del terreno de juego, nos encontraremos con un personaje desprovisto de
todo atributo loable más allá de la permanente seducción del abismo. Cuando
hablamos de héroes, tal y como señala Joseph Campbell, nos estamos refiriendo
a personajes legendarios en los que la crónica de sus méritos no tiene por qué
dar cuenta de un ejemplo de conducta moral: “Los héroes se vuelven menos y
menos fabulosos, hasta que al fin, en los estadios finales de las diversas tradi-
ciones locales, la leyenda desemboca a la luz del día del tiempo hecho crónica”
(Campbell 1972a: 282).

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Seguimos al héroe sin que nos detengan las consecuencias de sus actos:
“La mitología no destaca como su héroe más grande al hombre meramente
virtuoso” (Campbell 1972a: 37). La literatura busca alimentarse de la naturaleza
doble del héroe, de su carácter sufridor a la par que sublime. En este sentido,
el cuento “Me van a tener que disculpar” se concibe como un auténtico acto de
contrición del narrador que, a pesar de ser consciente de todas las sombras en
la biografía de su protagonista, no puede dejar de elevarlo a las alturas: “Tiene
muchos defectos. Tiene tal vez tantos defectos como quien escribe estas líneas
[...]. Pese a todo, señores, sigo sintiéndome incapaz de juzgarlo. Mi juicio crítico
se detiene ante él, y lo dispensa” (Sacheri 2014: 52). Maradona es así un héroe
extremadamente humano y, tal vez por ello, más heroico. Sus debilidades son
incontables, asumidas incluso por la mayoría de sus cantores de gesta. El relato
de Eduardo Sacheri se ofrece como un discurso articulado en torno a la justifica-
ción de la nostalgia, de la dicha del espectador al que su héroe le proporcionó
una irrepetible explosión de felicidad durante la victoria de Argentina sobre In-
glaterra: “Me digo: no puede haber excepciones, no debe haberlas. Y la disculpa
que requiero de ustedes es todavía mayor, porque el tipo del que hablo no es un
benefactor de la humanidad” (Sacheri 2014: 51). Sacheri quiere detener al héroe
en el apogeo de su fama imperecedera, dejarlo como Homero deja a Aquiles
en el último canto de la Ilíada, eternamente victorioso y entregando a Príamo
el cadáver de su hijo. La Edad de los Héroes no admite reparos, nos detene-
mos, por tanto, en ese momento incontestable, único, cuando alguien sueña que
“descubrió la eternidad” (Campbell 1972a: 46): “Porque ya que el tiempo cometió
la estupidez de seguir transcurriendo, ya que optó por acumular un montón de
presentes vulgares encima de ese presente perfecto, al menos yo debo tener la
honestidad de recordarlo para toda la vida” (Sacheri 2014: 58).
El héroe, también el nuestro, precisa de un antagonista para existir. Aqui-
les es grande en la medida en que lo era Héctor. Toda figura heroica reclama el
relato de sus víctimas para alimentar su epopeya. En los cuentos que nos ocu-
pan, en especial en “10.6 segundos”, la figura de Maradona será dibujada a través
del encuentro con los otros, principalmente con los jugadores de la selección
inglesa a los que el futbolista va derribando en su aventura por campo contrario:
“Hay un rival soplándole la nuca a su derecha, Terry Butcher; otro a su izquier-
da, Glenn Hoddle, le impide la cesión a Burruchaga; Fenwick se ha repuesto del
amague y ahora cubre el posible pase atrás” (Casciari 2013: 44). Son oponentes
que se van desmoronando poco a poco, a los que el héroe deja en evidencia con
su velocidad, sus quiebros, su “geometría secreta” (Casciari 2013: 43). El autor
del cuento no dudará en situar a algunos de ellos viviendo en la actualidad para
mostrarlos como fracasados, borrachos y vencidos, personajes condenados a
la infamia que cargarán para siempre con el peso de la derrota. Su papel en la
narración y en la reconstrucción del arquetipo encajará en la figura del tirano al-
tivo y poderoso que no puede hacer nada para detener la irrupción del ídolo: “El
héroe mitológico que reaparece desde la oscuridad […] trae un conocimiento del
secreto de la condena del tirano. Con un gesto tan sencillo como el de apretar
un botón, aniquila su forma impresionante” (Campbell 1972a: 300).

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David García Cames

Las víctimas se suceden en el camino. Una tras otra asisten impotentes a


la “aventura del héroe”, a su partida, iniciación y regreso. Recorremos el avance
de un personaje que, como es debido, se alza en soledad a pesar de pertenecer a
un grupo, en este caso a los once jugadores de su equipo. Maradona, tal y como
relatarán los cuentos, y también sus compañeros, parece elevado a una “región
de prodigios sobrenaturales, [donde] se enfrenta con fuerzas fabulosas y gana
una victoria decisiva” (Campbell 1972a: 35). El protagonista sigue así los “ritos de
iniciación” que conducen a la ilusión de eternidad de su proeza. El triunfo será
contado por estos narradores argentinos al modo de los cantos al vencedor
de Píndaro, ensalzando su linaje, su gloria, y ligando la victoria a una tradición
donde “el elogio en el género coral implica la duplicación desde lo alto, desde el
espacio agonístico a los gestos de los héroes” (Detienne 1985: 65). La agonía se
nutre en la épica de la percepción de un destino favorable. Nos falta poco para
alcanzar la victoria, el fin se vislumbra al otro lado del terreno de juego. Antes es
preciso enfrentarse al último enemigo, el principal escollo, representado en este
caso en la figura del portero contrario, Peter Shilton, el mejor jugador del equipo
inglés, némesis de Maradona, al que Joseph Campbell podría haber reservado el
rol de “guardián del umbral”:

No hay enemigo mayor para un atacante que el portero. El resto de los rivales
puede usar la zancadilla rastrera o las rodillas para el golpe en el muslo. No
importa, son armas lícitas en un deporte de hombres y el agredido puede
devolver la acción en la siguiente jugada. Pero el portero, el guardavallas, el
goalkeeper, el arquero (como el de Lucifer, sus nombres son infinitos) puede
tocar el balón con las manos. (Casciari 2013: 46)

Estos cuentos, hechos de épica, del vocabulario de la contienda, no dejarán es-


capar la ocasión de rememorar el ambiente casi bélico en el que se desarrolló
el partido, justo cuatro años después de la derrota de Argentina contra Gran
Bretaña en la guerra de las Malvinas. Maradona será entonces el encargado de
abanderar la revancha de sus compatriotas, convirtiéndose en una especie de
Prometeo que con su gesto les devuelve el orgullo. La figura intermedia de Ma-
radona “no servirá” a la victoria de los ingleses, pero sí a la propaganda política
en su propio país. En esa rebelión que se reproduce a través del espectáculo de
masas, el futbolista necesita ensañarse con sus víctimas, encarnar el odio del
que se ha hecho depositario. El gol ilegal, bautizado por el propio Maradona
como “La mano Dios”, será la imagen del robo, de la enconada vanidad de Pro-
meteo reducido a su condición de rebelde disponible que lucha por abrirse paso
desde la miseria material de un campo de fútbol: “Va este tipo y se cuelga para
siempre del cielo de los nuestros. Porque se planta enfrente de los contrarios y
los humilla. Porque los roba. Porque delante de sus ojos los afana” (Sacheri 2014:
55-56). Descubrimos aquí el motivo de la astucia de un Prometeo que, valién-
dose de cualquier medio para alcanzar su objetivo, no renuncia a anotar el gol
“más perfecto en la historia de la ilegalidad” (Villoro 2006: 73) con tal de alcanzar
la gloria y redención que persigue. El héroe, pues, tiene que cumplir su destino,
aunque posteriormente sea castigado: “Lo pertinente es apelar a la trampa y el

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Aproximación mítica a Maradona en tres cuentos argentinos

engaño, estamos en los dominios de la dolíe téchne (arte engañoso), del disimulo
y el ocultamiento, y, en caso extremo, del robo” (García Gual 1979: 41).
Los dos goles de Maradona parecen reparar en el imaginario colectivo
la afrenta y la muerte de setecientos jóvenes soldados en esa guerra que se
convirtió en un epígono delirante de la dictadura militar. La albiceleste alberga
y reproduce un determinado imaginario de la nación a través de su jugador más
emblemático. Como afirma el sociólogo costarricense Sergio Villena (2006: 43),
“la ciudadanía participa en estos dramas nacionalistas asumiendo un rol ritual
de ciudadano que ha depositado la representación de la nación en la selección”.
La figura de Maradona se consagra así en el panteón de los héroes del fútbol al
mismo tiempo que se torna un pilar incuestionable dentro de un balompédico
proceso de construcción nacional, tan inmediato como pregnante, trasladado de
forma efectiva por estos tres narradores al territorio de la ficción. Sin profundizar
en las aproximaciones sociológicas al fenómeno, algo que en la tradición argen-
tina ha producido una extensa bibliografía en la que destacan los trabajos de
autores como Pablo Alabarces o Eduardo P. Archetti, parece difícil negar que, por
momentos, y también en la literatura, la patria puede ser un equipo de fútbol.
El cuento de Osvaldo Soriano, “Maradona sí, Galtieri no”, será al respecto el que
mejor reproduzca el espíritu de la época. Desde una amarga ironía donde convi-
ven la admiración incondicional por su ídolo junto al desencanto por la política,
el autor decide situar el inicio del relato en las propias islas:

Cuando Diego Maradona saltó frente al arquero Shilton y le pasó la pelota con
una mano por encima de la cabeza, el concejal Louis Clifton tuvo su primer
desmayo en las Malvinas. El segundo, más prolongado, ocurrió cuando Diego
dribleó a media docena de ingleses y consiguió el segundo gol de Argentina.
Afuera un viento helado barría las desiertas calles de Port Stanley. (Soriano
2010: 81)

El escritor recordará incluso que, cuatro años antes, durante el Mundial de Es-
paña de 1982, ni siquiera el fútbol pudo hacer nada para paliar la derrota en las
Malvinas: “Esta vez fue diferente porque Maradona estaba inspirado con las ma-
nos como con las piernas y el árbitro tunecino Alí Bennaceur era del Tercer Mun-
do y no hacía diferencias entre un miembro superior y uno inferior del cuerpo
humano” (Soriano 2010: 81). El escritor, aunque se alegre de que Maradona logre
en la cancha “lo que en vano intentó el felón Galtieri en el campo de batalla de
las Malvinas [...] es amargamente consciente de la distancia que separa el éxito
deportivo de la realidad política y económica” (Kunz 2001: 270), algo que queda
reflejado en la frase con la que concluye su relato: “Don Salvatore, que seguía
delirando, preguntó por qué, teniendo un jugador como Maradona, todavía no
habíamos conseguido pagar la deuda con el Fondo Monetario Internacional”
(Soriano 2010: 84). Depositario de la identidad de todo un país incluso desde
la ironía de Osvaldo Soriano, canalizador del discurso colectivo de la épica, la
construcción literaria de Maradona también se alimenta y desarrolla al amparo
de una representación simbólica que aspira a conjugar una visión acrítica y sen-
timental de la patria.

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Aproximación mítica a Maradona en tres cuentos argentinos

En este sentido, no cabe duda de que las mitologías de guerra son siem-
pre seductoras, tan efectivas como recurrentes. El enfrentamiento entre la luz
y la oscuridad es el marco en el que se desarrollan la mayoría de narraciones
épicas. El “horror delicioso” de la batalla puede ser narrado también desde la
distancia de una cancha de fútbol. El gesto del héroe hace aflorar el deseo laten-
te de la tribu, su impulso bélico apenas reprimido: “El mundo está lleno de los
resultantes bandos mutuamente contendientes: los que rinden culto al tótem,
a la bandera y al partido” (Campbell 1972a: 146). En los tres cuentos analizados
descubrimos las dos visiones primordiales de la guerra abordadas por Joseph
Campbell. Por un lado, en el tratamiento dado a algunos de los ingleses, en su
gesto de rendirse al vencedor, se representa en cierto modo la tradición de la
Ilíada en la que, “aunque compuesta para honrar a los griegos, son los troyanos
quienes se granjean el más grande respeto y honores” (Campbell 1972b: 203). De
todas formas, la mitología que predominará en estos relatos será la que se con-
solida con posterioridad al Antiguo Testamento, donde el enemigo es visto “no
como un tú, sino como una cosa, como un eso” (Campbell 1972b: 204). Marado-
na se alza en tanto “hijo del mal” que busca consagrarse merced a la aniquilación
del otro. Los instintos se traducen en la rendición del enemigo al portador de la
bandera, ser mezquino, pero dotado de un poder extraordinario, personaje de
halo sobrenatural elegido por los miembros de la tribu para materializar el poder
efectivo de la conquista: “Al revés que los rivales y compañeros que ha dejado
atrás, él puede respirar con su pierna izquierda, y también puede intuir el futuro
mientras avanza con el balón en los pies” (Casciari 2013: 48).
Los esquemas de pensamiento de civilizaciones arcaicas pueden llegar
a reproducirse con una exactitud asombrosa en los motivos empleados para
contar un episodio deportivo. Lo profano deja de serlo en su evocación reite-
rada, persistente. La naturaleza proteica del héroe nos permite contemplar la
encarnación del arquetipo en figuras de nuestro tiempo. No en vano, podría
resultar osado, tal vez anacrónico, llegar a comparar al Pelida Aquiles con el
cocainómano Maradona, no obstante, son demasiados los atributos del héroe
que comparten ambos personajes como para dejar perder la ocasión: “Cuando
los nuevos símbolos se hagan visibles, no serán idénticos en las diferentes partes
del globo; las circunstancias de la vida local, la raza y la tradición deben estar
compuestas en fórmulas efectivas” (Campbell 1972a: 343). Maradona es, desde
luego, un héroe imperfecto, pero quizá no menos que Aquiles. En los dos el ges-
to se impone a la conducta, la hazaña perdurable al proceder virtuoso. Quizás a
Maradona le faltó morir justo después de la consecución de ese gol en México
para alcanzar una forma de inmortalidad más respetable. En cualquier caso, no
es nuestro propósito en este trabajo ir más allá de ese instante “a las trece horas,
doce minutos y treinta segundos” (Casciari 2013: 48) en el cual el héroe alcanza
la más perfecta de sus victorias.
Dice Juan Villoro que “en el fútbol el heroísmo no tiene que ver con quie-
nes disponen de habilidades excepcionales sino con quienes, siendo endebles,
superan una formidable adversidad” (Villoro 2006: 128). La personalidad de Ma-
radona, contradictoria donde las haya, representa la construcción más acabada

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David García Cames

de un héroe dentro de los límites de un estadio de fútbol gracias a episodios


como el que nos ocupa. En su tiempo se dieron todos los condicionantes, desde
la pobreza padecida en la infancia hasta sus méritos en el terreno de juego, para
que pudiera ser consagrado como una figura con atributos míticos. Un gol que
parece redimir a todo un país después de una humillante derrota militar se fija
a través de la narración épica como una aventura que merece la pena ser recor-
dada “hasta el final de los tiempos” (Casciari 2013: 49). En un país propicio a la
construcción de mitos como es Argentina, la literatura también se entrega a la
sacralización del personaje y sirve al propósito de edificar un retrato acabado
del arquetipo:

La doble naturaleza era esencial en el héroe mitológico que tantos rasgos en


común tiene con el ídolo popular, no solo porque el héroe era mitad humano y
mitad sagrado, sino porque aun lo sacro a su vez tenía dos caras: una lumínica,
divina, otra tenebrosa y diabólica; y el héroe pasaba de una a otra. Maradona
ejemplificaba ambos aspectos, uno cuando mostraba cualidades superhuma-
nas en sus hazañas deportivas, el otro lo evidenciaban sus escándalos en la
sordidez de la noche. (Sebreli 2008: 109)

La imagen del héroe se engendra a través de una aventura que lo lleva más allá
de su propio ser. Maradona puede tornarse así el hombre que “ha sido capaz
de combatir y triunfar sobre sus limitaciones históricas personales y locales y ha
alcanzado las formas humanas generales, válidas y normales” (Campbell 1972a:
26). Los relatos que hemos visto ayudan a sustentar esta visión del personaje al
que es preciso exonerar de todos sus pecados en aras de una redención colecti-
va experimentada desde ese mismo instante y años después como una catarsis
tras la debacle de la guerra. Los escritores argentinos, hinchas a la par que narra-
dores, glorifican una gesta deportiva y encumbran a su protagonista haciéndolo
visible en el papel de “nuevo símbolo”. La construcción literaria y mítica de Diego
Armando Maradona tiene en “El Gol del siglo” su piedra de toque, su instante
decisivo. La plasticidad del mito se traduce en la regeneración de un instante
que se repite más allá de un significado único. El futbolista llega hasta nosotros
en estos cuentos como un titán que edifica su fama en poco más de diez segun-
dos. El día después no puede importarnos. El héroe, sea quien sea, no deja de
ser un extraño al que nos parecemos demasiado. Una figura diferente, sin duda
interesante, que nos fascina a la par que aterra. Porque, a pesar de todas sus
mezquindades, de todas sus virtudes, tal vez nunca alcancemos a descubrir cuál
es el planeta del que un día vino.

4. Conclusiones

Hemos llegado hasta aquí siguiendo la senda que un día abrieron los griegos.
Desde Hesíodo y Homero a tres autores argentinos contemporáneos, hemos
tratado de rastrear algunos de los lugares comunes en los que se reencarna la
figura del mito. El carácter diacrónico de la mitología, presente ya desde Grecia,
nos ha hecho posible perseguir las manifestaciones primordiales de la tradición

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Aproximación mítica a Maradona en tres cuentos argentinos

clásica en un fenómeno tan aparentemente efímero como puede ser un gol en


un partido de fútbol. La literatura, rendida a la seducción del personaje, ayuda
a fijar un episodio difundido reiteradamente por los grandes medios de comu-
nicación de masas y culmina en cierto modo el proceso de mitificación iniciado
por los mismos. Los tres cuentos renuevan la leyenda del “Gol del siglo” de Ma-
radona y, a través del uso del lenguaje épico, de la reproducción perdurable de
la hazaña en su relato, le otorgan un mayor grado de memorabilidad. El mythos
y el logos sirven así, también en nuestro tiempo, al propósito de consagrar el
instante.
En la lectura de las tres narraciones hemos podido observar la construc-
ción de una figura heroica que responde a un arquetipo cuya reinvención es
constante en la civilización del espectáculo. La naturaleza doble del héroe, mez-
quino a la par que sublime, encaja a la perfección con la imagen del futbolista ar-
gentino. De esta forma, su periplo, su gesta, se inserta en el imaginario colectivo
recurriendo a motivos que, como hemos tratado de demostrar, se reescriben sin
cesar a través de las más diversas representaciones artísticas. El mito moderno
se alimenta tanto de los primeros héroes como de los poetas que supieron dar
forma a sus historias. El “Gol del siglo”, después de todo, también parece desti-
nado a ser palabra.

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