Introducción
1849 El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia
recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo,
a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del
hombre y atenta contra la solidaridad humana. Ha sido definido como
“una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna” (San
Agustín, Contra Faustum manichaeum, 22, 27; San Tomás de
Aquino, Summa theologiae, 1-2, q. 71, a. 6) )
1855 El pecado mortal destruye la caridad en el corazón del hombre
por una infracción grave de la ley de Dios; aparta al hombre de Dios,
que es su fin último y su bienaventuranza, prefiriendo un bien inferior.
El pecado venial deja subsistir la caridad, aunque la ofende y la hiere.
1856 El pecado mortal, que ataca en nosotros el principio vital que es
la caridad, necesita una nueva iniciativa de la misericordia de Dios y
una conversión del corazón que se realiza ordinariamente en el marco
del sacramento de la Reconciliación:
1857 Para que un pecado sea mortal se requieren tres condiciones:
“Es pecado mortal lo que tiene como objeto una materia grave y que,
además, es cometido con pleno conocimiento y deliberado
consentimiento” (RP 17).
1858 La materia grave es precisada por los Diez mandamientos según
la respuesta de Jesús al joven rico: “No mates, no cometas adulterio,
no robes, no levantes testimonio falso, no seas injusto, honra a tu
padre y a tu madre” (Mc 10, 19). La gravedad de los pecados es
mayor o menor: un asesinato es más grave que un robo. La cualidad
de las personas lesionadas cuenta también: la violencia ejercida
contra los padres es más grave que la ejercida contra un extraño.
1859. El pecado mortal requiere plena conciencia y entero
consentimiento. Presupone el conocimiento del carácter pecaminoso
del acto, de su oposición a la Ley de Dios. Implica también un
consentimiento suficientemente deliberado para ser una elección
personal. La ignorancia afectada y el endurecimiento del corazón
(cf Mc 3, 5-6; Lc 16, 19-31) no disminuyen, sino aumentan, el carácter
voluntario del pecado.
1860. La ignorancia involuntaria puede disminuir, y aún excusar, la
imputabilidad de una falta grave, pero se supone que nadie ignora los
principios de la ley moral que están inscritos en la conciencia de todo
hombre. Los impulsos de la sensibilidad, las pasiones pueden
igualmente reducir el carácter voluntario y libre de la falta, lo mismo
que las presiones exteriores o los trastornos patológicos. El pecado
más grave es el que se comete por malicia, por elección deliberada
del mal.
1861 El pecado mortal es una posibilidad radical de la libertad humana
como lo es también el amor. Entraña la pérdida de la caridad y la
privación de la gracia santificante, es decir, del estado de gracia. Si no
es rescatado por el arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la
exclusión del Reino de Cristo y la muerte eterna del infierno; de modo
que nuestra libertad tiene poder de hacer elecciones para siempre, sin
retorno. Sin embargo, aunque podamos juzgar que un acto es en sí
una falta grave, el juicio sobre las personas debemos confiarlo a la
justicia y a la misericordia de Dios.
1862 Se comete un pecado venial cuando no se observa en una
materia leve la medida prescrita por la ley moral, o cuando se
desobedece a la ley moral en materia grave, pero sin pleno
conocimiento o sin entero consentimiento.
1863 El pecado venial debilita la caridad; entraña un afecto
desordenado a bienes creados; impide el progreso del alma en el
ejercicio de las virtudes y la práctica del bien moral; merece penas
temporales. El pecado venial deliberado y que permanece sin
arrepentimiento, nos dispone poco a poco a cometer el pecado mortal.
No obstante, el pecado venial no rompe la Alianza con Dios. Es
humanamente reparable con la gracia de Dios. “No priva de la gracia
santificante, de la amistad con Dios, de la caridad, ni, por tanto, de la
bienaventuranza eterna” (RP 17):
1864 “Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres pero la
blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada” (Mc 3, 29;
cf Mt 12, 32; Lc 12, 10). No hay límites a la misericordia de Dios, pero
quien se niega deliberadamente a acoger la misericordia de Dios
mediante el arrepentimiento rechaza el perdón de sus pecados y la
salvación ofrecida por el Espíritu Santo (cf DeV 46). Semejante
endurecimiento puede conducir a la condenación final y a la perdición
eterna.
DEL OCTAVO MANDAMIENTO
No levantarás falso testimonio contra tu prójimo. Éxodo 20, 16.
Ya tiene prohibido el Señor que nadie ofenda a su prójimo de obra; ahora preceptúa que
tampoco se le ofenda de palabra, o sea: “No levantarás falso testimonio contra tu
prójimo”. Ahora bien, esto puede ser de dos maneras: o en un proceso, o en la
conversación corriente.
En un proceso, de tres maneras, según lo que tres personas pueden obrar contra este
precepto.
La primera persona, acusando falsamente: Lev 19, 6: “No seas calumniador ni
chismoso entre el pueblo”. Mt 18, 15: “Si tu hermano pecare contra ti, ve y repréndele”.
También la persona del que testifica mintiendo. Prov 19, 5: “El testigo falso no
quedará impune”. Prov 25, 18: “El hombre que rinde falso testimonio contra su prójimo
es un dardo, una espada y aguda saeta”.
También la persona del juez que sentencia in justamente. Lev 19, 15: “No juzgarás
injustamente.
En la conversación ordinaria suelen pecar contra este precepto cinco clases de
hombres.
A saber, los detractores. Rom 1, 30: “Los detractores le son odiosos a Dios”.
También el que gustosamente escucha a los detractores.. Prov 25, 23: “El viento
norte ahuyenta la lluvia, y el rostro severo la lengua detractora”.
También los chismosos, que cuentan cualquier cosa que oyen. Prov 6, 16 y 19: “Seis
cosas aborrece el Señor, y otra más le es detestable: el que siembra dis- cordias entre
hermanos”.
También los halagadores, o sea, los aduladores. Salmo 10, 3: “El pecador gloriase en
los deseos de su alma, y el inicuo es alabado”. Isaías 3, 12: “Pueblo mío, los que te
llaman bienaventurado son los que te engañan”. Salmo 140, 5: “El justo me corregirá y
re- prenderá con misericordia; pero que el bálsamo del pe- cador no unja mi cabeza”.
También los murmuradores, y éstos abundan principalmente entre los súbditos. I
Cor 10, 10: “Ni tampoco murmuréis”. Sab I II: “Guardaos de la mur- muración, la cual
de nada aprovecha”. Prov 25, 15: “con la paciencia se aplaca el príncipe, y la lengua
blanda quebranta la dureza”.
“No hablarás contra tu prójimo falso testimonio”. Con esta prohibición prohíbase toda
mentira. Y esto por cuatro razones.
Primera: por la semejanza con el demonio. En efecto, el mentiroso se hace hijo del
demonio. Porque por sus palabras se conoce de qué región y patria es un hombre:
“Porque tu misma habla te da a conocer”, como se dice en Mt 26, 73. Así, algunos
hombres son del linaje del diablo y son llamados hijos del diablo, a saber, los que dicen
mentiras; porque el diablo es mentiroso y el padre de la mentira, como se dice en Juan
8, 44. En efecto, él mintió: Gen 3, 4: “De ningún modo moriréis”. Mas otros son hijos
de Dios, los que dicen la verdad, porque Dios es la verdad.
Segunda: por la disolución de la sociedad. En efecto, los hombres viven juntos, cosa
que no podría ser si entre sí no dijesen la verdad. Dice el Apóstol en Ef 4, 25:
“Despojándoos de la mentira, hable cada uno verdad con su prójimo, porque todos
somos miembros unos de otros”.
Tercera: por la pérdida de la fama. En efecto, al que acostumbra mentir no se le cree,
aunque diga la verdad. Eccli 34, 4: “¿Qué se puede purificar con lo que es inmundo? ¿Y
el mentiroso qué verdad puede decir?”.
Cuarta, por la perdición del alma. En efecto, el hombre mentiroso da muerte a su
alma. Sab 1,11: “La boca mentirosa da muerte al alma”. Salmo 5, 7: “Τύ perderás a
todos los que hablan mentira”. De lo cual se desprende que es pecado mortal.
Debes advertir que de las mentiras algunas son graves, algunas veniales.
Es pecado mortal mentir en las cosas que son de fe; lo cual corresponde a los
maestros y predicadores ilustres; esta es más grave que todas las otras especies de
mentira: 2 Pedro 2, I: “Habrá entre vosotros falsos doc- tores, que introducirán sectas de
perdición”. Algunos a veces hablan así para aparecer como sabios: Mas otros mienten
en interés de sí mismos, y esto de múltiples maneras.
A veces por humildad. Y a veces en la confesión. Sobre lo cual dice San Agustín:
“Como se debe evitar que el hombre calle lo que haya hecho, así también que no diga lo
que no haya hecho”. Job 13, 7: “¿Acaso tiene Dios necesidad de vuestras mentiras?”.
Eccli 19, 23: “Hay quien maliciosamente se humilla; mas su interior está lleno de dolo;
y hay justo que se abate excesivamente con grandes78
Algunos por un poco de vergüenza, como cuando creen decir verdad y dicen algo falso,
y advirtiéndolo se avergüenzan de retractarse. Eccli 4, 30: “De ningún modo contradigas
a la palabra de verdad, y avergüén- zate de la mentira [fruto] de tu ignorancia”.
Algunos por interés, a saber, cuando quieren alcanzar algo o librarse de algo. Isaías 28,
15: “Pusimos nuestra confianza en la mentira, y nos protege la mentira”. Prov 10, 4:
“Quien se apoya en la mentira se alimenta de viento”.
Otros por conveniencia de otro, como cuando quieren librar a alguien de la muerte o de
un peligro o daño; y de esto hay que cuidarse, como dice San Agustín. Eccli 4, 26: “No
tengas miramientos con nadie en daño tuyo, ni mientas a costa de tu alma”.
Otros por juego: y esto debe evitarse, no sea que por la costumbre se llegue al pecado
mortal. Sab 4, 12: “La fascinación de la frivolidad oscurece el bien”.