Piñera, Virgilio - Cuentos Fríos
Piñera, Virgilio - Cuentos Fríos
M1, M2, M4 (Prof. Andrea Cobas Carral); T1, T2 (Prof. Ezequiel de Rosso) y N1, N2 (Prof. Ana Eichenbronner)
UNIDAD I
Virgilio Piñera
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ÍIJ.dice
© 1956, 1970, 1987, Virgilio Piñe¡::~
' i © De esta edición:
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1999, Grupo Santillana de Ediciones, S. A.
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El filántropo 202
Cómo viví y cómo morí 105
El viaje Frío en caliente 220
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El conflicto 109 El caramelo 236
0970) 1
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La muerte de las aves 269 1
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Grafo manía 149 El crecimiento del
Una desnudez salvadora 150 señor Madrigal 271
Ars tonga, vita brevis 275
Natación 151
Belisario 288
Un parto insospechado i52
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El talismán 292
La montaña 153
El interrogatorio 299
La locomot~ra 154
El otro yo 301
El señor Ministro 156
Salón Paraíso 305
Alegato confra la bañadéra
desempotrada 159 En la funérea playa fue 312
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Otro aspecto de su marginación, para decirlo como. él bargo, en su momento histórico. se propusieron laerradicación de
lo diría, fue «elegido» por los otros en su contra: su homose- la vida cultural de escritores, actores, músicos y pintores, can-'
xualidad. He mencionado el año setenta como límite, pero tantes, directores de teatro y profesores ... La homosexualidad fue
desde 1965 había empezado a esbozarse una política antiho- considerada en la época como un grave --e insoluble- proble.,.
mosexual. En ese año y durante el siguiente se llevó a la prác- ma ideológico, una deficiencia y un mal ejemplo para la. juven-
tica dicha política: se crearon campos de trabajo en proviQcias tud de la nación.
y algunos artistas y escritores fueron internados en ellos. Pi- Resulta curioso y hasta sorprendente que una revolu-
ñera era, no obstante, demasiado conocido, y no se le .tocó. Al ción, como la cuban~, que se propuso transformar de raíz las
cabo de un tiempo, la vida del homosexual pareció reanudarse estructuras sociales heredadas y crear una nueva ética social,
y continuar como antes, pero ya dentro de un clima de apren- heredara -pasivamente- la homofobia. de la sociedad anterior.
'l sión y temores. Tanto de la sociedad cubana de su ·época como de la tradición
' Es el momento en que Piñera escribe su pieza El no y un española, que a su vez había formado su ética en la tradición ju-
relato singular, «la rebelión de los enfermos». Ambos podrían deocristiana. En eso no se mostró independiente· la Revolución
interpretarse, en el espacio transformado de la escritura, a partiF del 59. Durante el gobierno de Batista, por ejemplo, se .realiza-
de este opresivo ambiente horp:ofóbico. Mientras en la pieza ban periódicas redad~ de homosexuales. El Ministro de.. Go-
la pareja heterosexual protagonista defiende h~ta la muerte la bernación de los años finales de fa dictadura militar organizó
«anormalidad» de su relación amorosa, que consiste en no uniF algunas de éstas. en 1958. Se llevaba a los homosexuales a esta-
sus cuerpos y en no celebrar ninguna boda, en el cuento, poF ciones de policía, amonestaba e insultaba, se les hacía pagar
el contrario, los sanos son obligados a refugiarse para siempre una multa, se les retenía dos o tres días y al final eran puestos
en un hospital apartado. Es decir, ambos textos encarnan dos en libertad, después que limpiaran los inodoros y los pisos· de
modos posibles de reacción ante una situación adversa: el del la estación. En la mente de los gobernantes cubanos y de mu-
enfrentamiento o el de la escapatoria. Esta interpretación, en chos padres de familia, la homosexualidad estuvo siempre liga"'
contraposición a la llamada realidad, reduciría por supuesto da a la patología social, a la conducta socialmente. reprobable, a
el alcance de estos textos que, surgidos de esa zona oscura de la. aberración y al. atentado· contra la estabilidad. U ni da a una
la personalidad de un artista, son susceptibles de variadas lec- forma de, prostitución, era muy cqrriente ep. las casas de citas de
turas. No obstante no debe soslayarse la posibi~idad de dicha La. Habana y Santiago encontrar homosexuales pobres aten-
interpretación. Aunque a un lector de sus ficciones· parezca pa- diendo a los clientes, sirviendo. las bebidas. Se les veía recoger:
radójico, fue siempre muy íntimo el nexo entre la vida de Pi- los orinales, cambiar las sábanas manchadas. Esta valoración
ñera, su pensamiento y su escritura. del homosexual estaba, y posiblemente todavíapermanece, en
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En abril de 1971la política antihomosexual quedó ma-' la mente de muchos cubanos. La Revolución hereda esta valo-
:1 nifiesta y patente, durante. la celebración del Primer Congreso ración del homosexual, que procede de la. Conquista española.
de Educación. y Cultura, y mediante la promulgación de una España fue una sociedad de vieja cultura homofóbica. Todavía
ley laboral que impedía a los homosexuales ocupar cargos de en el siglo veinte, Antonio Machado, hombre de tendencias li-
cierta relevancia en la esfera cultural. Al presente estos dos berales, y Ramón Gómez de la Serna, de tendencias conserva-
acontecimientos son recordados como un puro anacronismo. doras y de veleidades franquistas, coinciden en este punto, y
Los acuerdos del Congreso, en el aspecto de la homosexuali-' representan -parte del discurso de esta tradición .. Machado en
dad, fueron posteriormente rectificados o ignorados, y la ley, sus prosas de Abe! Martín se refiere a la perversidad de la pede-
considerada anticonstitucional, ha dejado de aplicarse. Sin·em- rastia. «desviada. y superflua», compañera inseparable de la gim-
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nástica. Páginas más adelante confiesa: «El amor dorio y toda Acudía (os~ aparecía) en estrenos teatrales y ci.neroatográflcos,
homosexualidad es rechazada por Abel Martín ... ». En su ensa-' asistía a conciertos y a exposiciones de pintura, paseaba por
yo sobre Osear Wilde, Ramón Gómez de la Serna escribe lar- las calles y se sentaba en los parques. Algunos pusilánimes o
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gamente sobre «este vicio», y afirma, con aire de chascarrillo dóciles se alejaban al verlo, otros rehuían discretamente el sa-
epigramático que «el alma de los maricas está deshecha y no ludo. Piñera, que siempre en la vida tuvo miedo, .esta vez ma-
consiente ninguna idea entera. Se debe pensar para no acabarse nifestó un inesperado coraje, o bien, ese impulso inexplicable
de fiar en ellos que han cometido la mayor bajeza ... Están des- Y. absurdo que el propio miedo genera. Si temer fue un rasgo
fondados, eso les hará penetrarse de pronto de algo que esté bien, constante de s1,1 personalidad, también lo fue y junto a él, ade-
pero por su mismo desfondamiento se les irá». la religión ca- más, urr afán incansable de manifestarse y de provocar.
tólica, predominante en nuestra cultura, ha_ sido ~iempre ho- En Dos viejos pánicos, teatro, y en su relato «El enemi-
mofóbica. Puede recordarse el castigo que impone Dante a los go», se expresan este miedo y sus consecuencias. Con una sal-
homosexuales en los círculos de hielo de su Infierno, que San vedad, no trata el cuento el temor a los otros, sino el miedo a sí
Agustín llamó al homosexualismo «el pecado nefando», o que mismo, que se patentiza con claridad. «El enemigo» no es de
en los anales de la Inquisición existan múltiples procesos contra Jos grandes cuentos de Piñera, sin embargo constituye una
homosexuales quemados en la hoguera, porque parecían.poseí- confesión estreme<;edora, una de esas <;ifras que un autor de es-
dos por el demonio. critura oblicua ofrece a su leCtor de pronto, inesperadamente.
Como su puesto de traductor era modesto, de escasa Hay en este cuento, .por añadidura, un instante de luci-
relevancia o influencia social, Piñera no fue removido. Cam .. dez hacia el temor que pueden infundir los otros, al que Piñera
bió el contenido de su labor: si antes tradujo a Madách, Fou- califica de «típico del género humano», para diferenciarlo del
cault o el Marat-Sade, ahora le e~;ltregaron autores africanos o solitario miedo «hacia dentro», según llama al que brota de sí
vietnamitas vertidos al francés. Su vida sufrió una escisión es- mismo. Para él ese ,miedo «típico»· ·es un sentimiento de gran
trafalaria y a la vez dramática. Como en Ja novela de Calvino vitalidad, que juzga con horror la.posibilidad de perder alguno
' ' de los bienes de la existencia. Ahora bien, nos confía el prota-
quedó dividido en dos mitades, cuyas partes ma.nifest~ban lo
que para algunos era un conflicto entre el Bien y el Mal. Sus gonista de «El enemigo», publicado en Buenos Aires en 1955,
obras dejaron de imprimirse, sus piezas teatrales desaparecie- mru¡ de veinte años atrás, y como explicación anticipada del
ron de los escenarios, su nombre fue excluido de los periódicos, autor a lo que habría luego de ocurritle en fa realidad, que ese
de ~as antologías y las historias de la literatura cubana, hasta miedo típico y hacia afuera lo dejaba impávido. «Yo no pa-
del catálogo de las bibliotecas públicas. Su parte de escritor fue dezco tal ~ote. Ni me importa perder la vida, el empleo, el ser
puesta en el espacio en blanco, y su parte de ciudadano quedó querido o la fortuna si la tuviere. Si yo me someto al amedren-
integrada a la vida laboral de su país. Pero como suele ocurrir tador es porque estoy cogido en su engranaje, pero frente a él
con estas erradicaciones, el veredicto sólo se cumplió en su as- una sonrisa desdeñosa aflora a mis labios,» "
pecto burocrático. Si el escritor Piñera entró en la sombra, esta En esos años aciagos para la cultura cubana, tiempos de.
sombra, como los viejos objetos de metal, irradiaba una luz grisura y atonía, nuestra amistad, que se remontaba a 195 5, se
imprevista. Quienes se propusieron que fuera olvidado como intensificó. La comunicación entre ambos se, volvió más íntima·
escritor obtuvieron lo contrario, que fuera recordado. Durante y cotidiana. Fuimos juntos a muchas partes. Y es indudable
esos años, y hasta su muerte, tuvo la presencia del ausente obli- que compartir, ir con alguien a lugares que luego se converti-
gado. De esta forma recuperó su unidad. Nunca, además, con- rán en recuerdos, intensifica una amistad. No fui solo a tal re-
sintió en apartarse ni eligió el aislamiento como respuesta. presentación que me emocionó o sostuve tal conversación du-
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rante una visita, sino que fui o estaba-con él, y su presenCia se ni un huequito para respirar». Expresión casi ip.fantil, de. ni-
halla ligada al recuerdo de tales momentos. Este compartir --el ño acosado que busca un alivio~ y tan profundamente verda,..
prefijo lo indica- es una de las formas de la reminiscencia: dera. N o obstante braceaba, salía a flote y se reponía :al poco
amistosa. Hasta las postrimerías de su vida, Virgilio Piñera se rato. Siempre estuvo convencido, hasta la hora de su muerte,
1 mantuvo ágil y delgado. Comía poco y era capaz de correr tras de que la marginación que sufría tendría fin. Se agitaba en la
1 las guaguas repletas y saltar al estribo con el vehículo andando. africana, chupaba el cigarro, gesticulaba como el náufrago
Vistió siempre con sencillez, camisa y pantalón humildes. Pa- que busca la tierra, y terminaba esta travesía angustiosa afir-
saba el invierno, el raquítico invierno habanero, con un suéter mando más o menos así: algún día se verá que tuve razón en
sin mangas. Ocupaba- un apartamento muy pequeño en las in- quedarme· a vivir en mi país. Razón y sentido histórico.
mediaciones del Vedado, con escasos muebles, apenas sin li- Hay obras y autores que tienen un destino patético. Pi-
bros, pues nunca quiso conservarlos. Libro que terminaba de ñera murió en 1979, de un infarto masivo, antes de que su re-
leer, lo regalaba o devolvía. habilitación se iniciara. Murió en la mayor oscuridad y margi-
Llegaba al atardeéer a mi casa, cuando había terminado nación. Hacía ya tiempo que sus obras no se publicaban, y a su
de escribir o con sus labores de traductor, y se marchaba de muerte quedaron, sobre el sofá de la sala, pasadas en limpio,
1¡' noche. Tan pronto le abría la puerta, Piñera se desplomaba con listas para su impresión, cientos de páginas inéditas. Apartado
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gran aspaviento en una de la.S africanas, la más cercana a la en- y solitario, con una fe sin comprobación posible, no había deja-
trada, se quitaba los espejuelos de miope (tuvo la coquetería de do de .trabajar en silencio, en la sombra. Varios años después,
mostrar sus hermosos ojos claros y solía conversar sin espejue- en 1984, esas obras comenzaron a publicarse y a estrenarse esas
los), y comenzaba su charla: haciendo algún comentario, tea- piezas teatrales. Su bracear. con la sombra había terminado. Su
tralmente dramático, sobre el calor o las dificultades de subirse rehabilitación, lenta y gradual, contribuyó en Cuba a la com-
a las guaguas repletas. Encendía un cigarro, tras cortarle cuida- prensión de un arte literario contradictorio, de repentes hu-
dosamente la boquilla de corcho, la que guardaba en el bolsillo morísticos y grotescos, cuajado de esencial cubanía. Habrá que
de su camisa. (En un jarrón de cristal de su casa vi recogidas lamentar que muriera a deshora. Si el corazón no le hubiese es-
las de cada cigarrillo que fumaba. El jarrón estaba lleno, y tam- tallado en el pecho, hubiera podido asistir a su reaparición de-
bién copas y vasos ... ) Tras esta operación misteriosa, indagaba finitiva, a los numerosos homenajes póstumos que se le han
a continuación: <<¿Y de chismes, qué?». Así se iniciaban nues-. tributado. Asistir un tanto sonreído e incrédulo, pues nupca
tras conversaciones, los chismes constituían como el preámbu-' -y felizmente- dejaría de ser el ironista que era, y un tanto
lo, y a partir de ellos la conversación se iba enseriando, hacién-· emocionado . . Pero la muerte .juega sus cartas de manera dife-
dose más honda. Ambos teníamos el gusto por la reflexión de rente a la nuestra. Ignora puestros .deseos y esperanzas, tam-
cariz filosófico, la afición de pronunciar sentencias, y de bur.:. bién nuestras disposiciones y dictámenes. El hombre pasa por
larnos a renglón seguido de nuestras propias aseveraciones, ese largo aprendizaje de aceptar un hecho simple, pero devas.,
dogmáticas e incompletas. Piñera desconfiaba de 1as ideas, de tador: el de su muerte. Los hombres no son eternos, aunque al-
los sistemas filosóficos -cerrados, de los supuestos ideológicos gunos sean inmortales. La señora muerte Je impidió a Piñera la
de toda crítica literaria. Solía afirmar que terminado cualquie- comprobación de su fe en el acabamiento de su marginación, y no
ra de sus textos críticos, podría escribirlo al revés, invirtiendo impidió a otros la rectificación de su caso.
sus afirmaciones, y que resultaría igualmente válido. En dos etapas diferentes de su vida, Virgilio Piñera se
En el curso de estas charlas, u1,1a expresión dolorosa y a ocupó del tema de la muerte. No del morir, sinó de la muerte.
la vez cierta, era constante en sus labios: «No me han dejado Sólo tres cuentos escribió acerca de este asunto, «El que vino
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a salvarme», en 1967, «El crecimiento del señor Madrigal» y «La veces mencionado en el cuento. ¿CuáL de entre todas las horas
muerte de las aves», ambos en 1978, los dos últimos cuentos será la única, la suya? .El personaje se propone estar alerta,
que escribiera. Los tres se encuentran entre sus cuentos nota- tenderle un cerco a la posibilidad, convertirla en necesidad. Re-
bles. He leído con frecuencia cada uno de ellos. Sus personajes clama un saber que, a la vez, lo aniquila. Muriendo exclusiva-
me han acompañado y se han convertido en recuerdos persa-• mente sabrá por anticipado «SU hora>~, convertida en instante.
nales, milagro que solamente ocurre con la literatura más Esto para él implicará la conclusión de su angustia, es decir, se
alta, el que las fantasías de una mente ajena se incorporen salvará. Viejo y macilento, tendido en la cama, contempla la lle-
como recuerdos personales a otra mente. gada de su asesino, del que viene a salvarlo, y se ve morir, de la
«El que vino a salvarme» comienza a media res, se abre misma. manera en que oyó morir desde el inodoro, cuando una
sin dilaciones y aborda. su asunto desde la primera frase: «Siem- navaja le corta la yugular. Entre borbotones de sangre alcanza a
pre tuve un gran miedo: no saber cuándo moriría». El cUento decir a su salvador «gracias por haber venido». Por tanto la
está narrado en primera persona. El narrador es un viejo de no- muerte desata el enigma de la posibilidad, y otorga al persona-
venta años, que a lo largo de su vida, después de escuchar en un je un consuelo. En vez de la consolación por la filosofía, la con-
inodoro público el pomicidio de un hombre al que no alcanza a solacióQ. por la muerte.
ver y sólo oye los ruidos de su muerte, la navaja en la yugular, Es mediante el lenguaje que Piñera naturaliza sus Bc-
los borbotones de sangre, la pregunta de la víctima y las pisa- ciones. Parece eri esto seguir el consejo de Stevenson de narrar
das de sus asesinos huyendo, desde ese instante, siendo toda- con inalterable tranquilidad los más fantásticos argumentos.
vía joven, el narrador ha de preguntarse por el momento exac- «El que vino a salvarme» es un relato excepcional sobre un
to de su muerte, por eso que él llama repetidamente «SU hora». excepcional deseo, narrado en lenguaje coloquial, en aparien-
No se trata de que el narrador tema morir en idéntica forma a cia simple, donde lógica y desvarío se entretejen con destreza.
la que oyó desde el inodoro, .por el contrario, su temor no es Si en este relato la muerte es como ajena al personaje, y
morir, lo que considera un hecho. natural, sino ignorar su hora parece precipitarse sobre él, en el último cuento que compuso
de morir o de morirse, que en ambas formas lo dice, como Piñera, «El crecimiento del señor Madrigal», la muerte no es
antes, durante su plenitud vital, ha vivido y se ha vivido. Como e~traiia al protagonista: surge de sí mismo_, habita en su propio
al igual que en casi toda la escritura de Piñera, aunque el punto' cuerpo. No es la muerte convertida enJo otro, person~ficada en
de pártida resulte una paradoja o un hecho inverosímil, el de- imagen medieval, a caballo o esqueleto con guadaña y reloj,
seo ferviente del narrador termina por imponérsenos, porque el que podría tocar en la puerta para anunciar su llegada, por el
autor acepta con naturalidad todas las consecUencias .de esta: contrario o al revés, mediante la inversión qt;te Piñerfl. acostum-
partida. El relato naturaliza un imposible: como está narrado braba a darle a las concepciones habituales, Ja muerte no llega,
en primera persona su inverosimilitud es absoluta, y es una de nace del propio cuerpo, crece dentro del señor Madrigal, y es
las múltiples evidencias del desdén que Piñera sentía ante lo obra de sí mismo. No ha sido enviada por .ninguna fuerza exte-
verosímil: el personaje-narrador solamente conseguirá saber rior ni es diferente del que muere. El señor Madrigal, cuyo
«SU hora» con su muerte, es decir, al entregar su propia vida. nombre nos toca como una ironía, a semejanza del narrador, eh
Mientras tanto, sufre de lo que Kierkegaard -.-"Piñera era lec- «El que vino a salvarme», es un hombre muy viejo y que vive
tor asiduo de dos obras del filosofo, Diario de un seductor y El solo, en mi. lugar que apenas conocemos ni que el autor se sien.-
concepto de la angustia-llama «el vértigo de la posibilidad». A lo te inclinado a detallarnos: es un vacío lugar, tan desierto como
largo de su vida hay muchas «horas» posibles, y de este no sa- la propia vejez del señor Madrigal. Lugar en algo semejante al
ber, y no saber con exactitud, nace su angustia, término por dos destartalado apartamento en el que Piñera habitó sus desdi"'
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chados años finales de marginado, y que los amigos que lo co- foras pierden en él su valor y el cuerpo permanece solitario,
nocíamos creemos. reconocer en el cuento como una ·evocación, a ratos aniqu¡lado, a ratos tciu_nfante, pero siempre esforzándo-
como la atmósfera que sitúa al protagonista. El relato resulta se en dar un sentido a la situación imprevista. Como observé
en parte una premonición: su autor, al igual que su personaje, páginas atrás, si parte de un hecho o punto insólito, .se esfuerza
moriría al poco tiempo de haberlo creado. Piñera en aceptar plausibJemente t.odas sus cons.ecuencias. y po-
Según ocu.rre en el mundo piñeriano, el relato es abso- sibilidades, aplicándole a este desarrollo una lógica inflexjble.
lutamente físico, corporal. En un momento dado, el ·señor M'a- Jorge Luis Borges, su antípoda en este aspecto, ha com-
drigal comienza a sentir un desapego de la vida, el vaso de leche probado en Chesterton Y" en Stevenson una facultad: la inven.:-
que toma cada noche pierde su sabor: entonces descubre su 'óóp. y 6jadón enérgic~ de memo.cables rasgos individuales. En.
muerte futura, engendrada por su propio cuerpo. El fenómeno Piñera abundan también esos extraños y felices rasgos, que
es corporeizado de inmediato: el protagoqista se siente embara-. acompañarán al lector por mucho tiempo. Casi siempre suelen
zado, se ha engendrado a sí mismo, y tras los dolores del parto, ocurrir hacia el final,. cuando el cuento se cierra c.on un trazo
dará a luz su propia muerte. sorprendente y, como diría Borges, enérgico. Así, tras el parto
Tal hecho insólito, y no obstante resuelto en la escri- feliz del señor Madrigal, cuando.su cadáver, como en una cuna,
tura, tiene una curiosa relación con la teoría de Rilke acerca yace en 1a cama, la nue'\l:a criatura se anuncia «por el pertinaz
de la muerte propia. Pero en Los .apuntes de Malte Laurids Brigge,. zumbido de unª mosca». O ~í, cuando todos -----en.su extraor-
la muerte del Chambelán está a fa altura de su vida, es gran- dinario relato breve «La carne»- han ido devorando su propia
diosa, terrible e imperial. ·m Chambelán la ha llevado consigo carne para no padecer de hambre, el bailarín del pueblo, en
y la porción de soberbia o voluntad a la-que no pudo dar sali-· medio de un gran silencio público, corta su última porción «y
da en sus días tranquilos se incorpora a su muerte. y origina su la deja caer en el hueco de lo que en otro tiempo había sido su
singularidad, su propiedad. A lo que Piñera ha dado una res- hermosa boca» ..
puesta extraña, al transformar una muerte moral en el fondo En es.ta apuesta por el cuerpo, hay .una ausencia consi-
en un hecho corporal: el embarazo y el parto. derable: el se~o. Apenas <1;parece en sus relatos ni en. sus nove.:
Como buen marginado, escritor que por sus procedi- las. En La carne de René, el personaje de Dalia de Pérez, mujer
mientos y su visión se ha puesto al margen, en Piñera prevale- cursi y altamente sexuada, no alcanza a tener relaciones carna-
ce -también en Alfred Jarry- el cuerpo sobre el alma o la les con nadie. En los cuentos·el sexo aparece -solamente- en
mente, marginándose asf del canon dominante en la cultura «El .cambio», donde parejas de amantes son intercambiadas
occidental, en el que la mente prevalece sobre el cuerpo. Sus en la oscuridad, en esas «tinieblas» piñerianas en las que algu-
relatos intentan una comprobación simple, y a la v:ez comple- nos de sus pers.onajes se reúnen, se oyen hablar y se mantienen
ja en sus consecuencias: el hombre está hecho de carne, y ma- curiosamente distantes, sin que los ojos pued!ln cw;nphr con su
nifiestan el peligro de la ausencia material, de las partes del misión de mirar. A pesar de haberse realizado en ?El cambio»
cuerpo y de las necesidades corporales, como el hambre, dolor lo que el autor denomina una «memorable noche carnal», la
físico, falta de vista o cojera. En su novela La carne de René cul- posibilidad de descubrir los pormenot;es de esa noche no existe
mina esta manera suya: la falta de paliativos espirituales. El para: el lector. En ese sentido podría afirmarse que su cuentísti-
mundo fantástico de Piñera -·-paradójicamente- rehúye de- ca es profundamente aséptica.
licuescencias y gracia decorativa, o los laberintos mentales, en Ahora cab.t;{a preguntarse por la relación de Virgilio
los qlle lo fortuito y lo misterioso quedan perfectamente regula- Piñera con su cuerpo. ¿Era favorable, normal, irritada? En la.
rizados, y descansa en el cuerpo como un absoluto. Las metá- etapa en que .escribió stis cuentos «la carne», «Las partes», «La
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caída», entre 1942 y 1951, etapa que se expresa totalmente· en je, pudieran interpretarse como la contrapartida del feo cuerpo
su novela La carne de René y en el cuento «La cara», está inmerso de ·su autor, y la abominación que experimenta René por la.
Piñera en la preocupación por su cuerpo, y por extensión, por el carne humana, que sentía Piñera por la suya. Lucha del deseo,
cuerpo de los otros. o quizá, y mas exactamente, la preocupa~ con la realidad ..Aquí tal vez el exceso de abominación en el
ción por el de los otros genera la preocupación por el suyo. «Las autor le juegue una mala pasada: su personaje deJicción avanza.
partes» es en esto esencial. El misterio, y tal vez la belleza del a regañadientes y dando tumbos en su experiencia carnal. En
cuerpo ajeno, cubierto por una gran capa, que pasa delante de Piñera no vamos del alma al cuerpo, vamos deLcuerpo al ·alma,
la mirada del narrador por el pasillo de un hotei, provocan en a un alma hipotética. Aunque en el mundo de Piñera no existe
él la vuelta de la mirada sobre su propio·cuerpo, producida por Oios, combate en su escritura contra nuestras supervivencias
la atracción del otro. El centro de la meditación y hasta de la: teológicas, y casi nos propone, en una inversión herétka, que el
angustia de Piñera no es el alma, sino el cuerpo. La carne es lo cuerpo es el creador del alma. Por eso su obra. es una herejía
primordial en esta etapa de su obra y de su. existencia. Es claro que nos enfrenta con una única realidad posible, perecedera,
que Piñera no estaba de acuerdo con su cuerpo. Más tarde enfermiza, efímer~: la· n:;alidad ~le nuestro cuerpo. El camino
llamará a este.desacuerdo un real «divorcio». Divorcio que. no· de toda carne en Virgilio Piñera es la carne misma. Su expe-
implica por supuesto matrimonio previo. Esto es indudable: riencia, su exploración y su áceptación final. Lo que en ciertá
Piñera se consideraba un hombre feo, de boca sin atractivo, medida él no pq,do alcanzar en la relación c.on su cuerpo.
flaco, de mentón hundido y frente prominente, y había co- Piñera escribió varios cuentos extensos, unos más cor-
menzado a perder el cabello, lo que consideraba hermoso eran. tos, y un grupo, muy afortunado, de narraciones breves, ver-·
sus ojos y sus manos, de los que hacía gala. Si pára cualquiera: daderas ficciones súbitas, por el manejo vertiginoso del tiempo
considerarse feo, tener una relación desacordada con su cuer-· y el final fulgurante. Compuestas eJJ. diferentes épocas y a lo
po, constituye una desdicha, lo es más para un homosexual. largo de toda su vida de escritor, estos textos guardan sin em-
El homosexual tiene el mito de. 1la belleza, y vive en perenne bargo entre sí ciertas similitudes de visión del mundo y con-
conquista del cuerpo. En el comercio. sexuál del mundo, en el cepción ·de la· escrjt;u,ra. Ya en su primer .libro; de 1944, apare-
erotismo, el cuerpo de Piñera sé hallaba en desventaja. Se en- cen estos cuentos brevísimos. De las catorce narraciones que
contraba preso en una situación realmente paradójica: tener un recoge en este libro, Poesía y prosa, once pertenecen a esta cate-
cuerpo y estar inconforme con él. Esto, dada su mentalidad de goría de cuentos que. van de tres cuartillas de extensión .hasta
artista reactivo, será transformado en la escritura en mutila- un párrafo de quince líneas, como «En el insow.v.io» o «El in~
ciones, antropofagias, dobles ... En La carne de René es menos fierno». En esta zona de su narrativa se encuentrañ algunos de
curioso el envés:· el cuerpo y sobre todo la piel de René son de sus aciertos más notables.
una seducción irresistible. «El vütje>> figma ent_re esos cuentos. Com.o la mayoría
«¿Cómo escudarme?» -se pregunta el protagonista de ellos, está narrado en primera persona. Cuarenta años tiene
de esa íntima confesión que es el relato «El enemigo»-. En el protagonista -es ésa su confidencia inmediata- y ha de-
relación con esto último, el escudo sería la literatura. Además. cidido -en su segunda declaración.-·- viajar por el resto de
de escribir lo ql,le vivimos, escribimos también lo que nó vi-· sus días. Estas confesiones, y una tercera, cifra del relato: «Es-
vimos. Que lo que no pudo ser en la acción lo sea en la crea- te viaje me ha demostrado cuán equivocado estaba yó al espe-
ción. En este sentido se ha servido Piñera de la literatura ra.r algo de la vida», están hechas a alguien. Es una caracterís-
como de un escudo. La piel y el cuerpo admirables de René, tica de sus ficciones súbitas que los protagonistas se dirijan a
con el auxilio de los métodos psicoanalíticos sobre el lengua- alguien, que no está dentro del tiempo ni del espacio de la na-
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rración. Ese «alguien» es 'sin duda el lector, nosotros mism,os. de viajar y de su mitología. El mismo paisaje, sin .cambio al-
«El viaje» tiene el tono de la confesión persona,!, pero dicha guno: es el viaje repetido. Montado en un cochecito, como el que
muy cerca y contando con el·lector de antemano. O mejor: con.,. ha Vl!elto a la infancia, empuj~do por niñeras contratadas, vesti-'-
virtiéndolo al lector -a nosotros-·- en una presencia más del das grotescamente de choferes, apostadas cada cierto número de
relato. El protagonista sin nombre intenta complicarnos en kilómetros, realiza su viaje que es la parodia de un viaje: nada
su decisión. Quiere ser escuchado, porque intenta advertirnos encuentra porque nada busca, simplemente la confirmación de
de algo. Ese algo es su experiencia. El viaje que se propone su experiencia anterior, a lo largo de una carretera espléndida y
realizar, viaje sin fin, hasta la llegada de la muerte, es conse- siempre igual. Este viaje es la negación de lo inesperado. Ha
cuencia de la experiencia obtenida: un saber de la vida como sido planeado con calma, sin precipitación, tomando en cuenta.
valor. O más exactamente: es una respuesta y una represalia a por adelantado cada detalle: 4~ sido planeado para que pada ocu..:.
la vez, en el plano de la apuesta imaginativa, a este saber ad- rra:. La posibilidad del suceso como en «El conflicto», ese relato
quirido y contra este saber: «Cuán equivocado estaba yo al es-- admirable, ha sido abolida. Y con éLla infinita posibilidad kier-
perar algo de la vida». En «El viaje», al igual que en el resto kegaardiana. El cochecito y su viajero, en absoluto contrapo-
de estos cuentos brevísimos, es muy absorbente la necesidad' nerse a todos los viajes del mundo, avanzan sin riesgos, por el
de comunicarnos el Tesultado de una experiencia. Aunque mismo rumbo conocido, deteniéndose para comer o defecar, y
Virgilio Piñera profesaba horror a las moralejas, en toda su es- anulando, mediante la repetición, 'la posibilidad del azar.
critura, de manera más o menos explícita, existe una constan- Vi~je en algo semejante a la poética del propio Vi.rgil,ia
te reflexión ética entre el deseo y el fruto de la acción, expre- Piñera, cuya escritura es una apuesta imaginaria, donde ocurre
sada con cierta ironía, pero expresada en definitiva. -al fin felizmente- lo que está determinado que ocurra. Es.,
Por eso este viaje no es una aventura ni una .conquista, critura en la que el hombre le juega a. la vida una partida de
como h del vellocino de oro. No se 'trata de la invocación al dados, pero una partida prevista por la fantasía. A cada imposi-
viaje de Baudelaire -al que tanto admiró Piñera y al que tan- ble en la vida, un posible en la imaginación. En rigor, este viaje
to tradujo---' ni la hrtida a Citeres, a un país de voluptuosidad y es un viaje en el vacío: constituye una apuesta irrealizable, por
calma, la pérdida momentánea de los hábitos'y de la atormen- lo tanto esencialmente trágka -pese a su apariencia disparata-
tadora identidad personal, para convertirse en la criatura del" da y humorística-y que solamente se realiza en la página es-
momento, libre de cualquier lazo cotidiano. Tampoco este crita. Sin embargo, en él reside, como en otros cuentos de Piñera,
viaje es el viaje del alma por sus diversas moradas o'en busca de una carga sentim,entaJ muy poderosa y q.na inesperada irradia'"
Beatriz por los círculos del Infierno, para llegar finalmente al ción. Sin proponérselo, frío y hasta mesurado, acaba tocando
Paraíso. Ni es el equivalente simbólico de una búsqueda del nuestras fibras más hondas.
conocimiento o la experimentación intensa de algo nuevo, la Una sorpresa -solamente- aguarda a este viajero: la
aspiración del anhelo, nunca saciado, que en parte alguna en- aparición imprevista de otro viajero, que pasa por su lado y lo
cuentra su objeto. El viajero de Piñera no suspira por regiones saluda, iniciándose entre ellos la costumbre de saludarse al ver-
ignoradas, ni baja ni asciende, va en línea recta, viendo siem- se. La costumbre anula de inmediato la sorpresa inicial. Este
pre el mismo paisaje. No es Eneas ni Dante, ni Orfeo en busca. segundo viajero no realiza su trayectoria en un cochecito, viaja
de Eurídice. Ni viaja al oriente ni al Amazonas. No se siente" sentado en una reluciente cazuela. Él también ha decidido
'
interesado por los astros, atraído por el centro de la Tierra, ni como el otro, pasar el resto de sus días viajando, pero circular-
por la peregrinación nocquna-del alma por el cuerpo. Consti-· mente .. Ambos, en rigor, no obstante, realizan un viaje circu-
tuye este personaje el reverso de la antigua necesidad humana lar: idéntico paisaje, la misma carretera, los mismos puntos de
30 31
partida y llegada. Este viaje sin sobresaltos, con su recorrido cos. Marginado de los brillantes paradigmas latinoamerica-
marcado y elegido, tiene una justificación, la de realizar cada nos, su escritura es opaca, de metal sin bruñir, nada sinfónica ni
día y a cada hora una comprobación: «Cuán equivocado estaba caudalosa, con frecuencia ruda e ingrata. Sus narraciones carecen
yo al esperar algo de la vida». de color local, de indagaciones en la historia y en los mitos.
Con palabras directas e irresistibles, «El viaje»., como, No tienen paisaje, relieve geográfico. Sus personajes habitan
otras narraciones de Piñera, carece de desenlace: ha de repetir- piezas destartaladas, sin muebles ni objetos hermosos. ¿Cómo
se siempre de idéntico modo. Piñera prefería los hechos a las pa.. visten? ¿Cómo se llaman? ¿Qué comen? Apagan las luces pa-
labras. En un cuento de .éstos brevísimos, <<La muerte· de las ra no verse y tan sólo comunicarse mediante rituales que ellos
aves», observa. de pronto el narrador: «Todo hecho es tangi- mismos han creado o imaginado. Si existen de un modo tan
ble, toda versióninefable». Sus cuentos casi llegan a ser actos. singular, carentes de perfiles y rasgos, sin descripciones físi-
Después de su lectura, esto es lo que uno recuerda: un hecho, cas, son prodigiosos en un punto: falta total de sicología al uso,
dentro de una estructura luminosa. de un análisis de sus almas.
Finalmente cabría subrayar un aspecto consecuente en Si la literatura tuviera caras, la obra de Piñera, tan pe-
la marginación de Virgilio Piñera: su lenguaje, su visión del culiar, vendría a ser la otra cara de la literatura latinoamerica-
mundo, los procedimientos de su escritura son tan margina"' na, formada por unos cuantos marginados como Juan Carlos
les como lo fue su persona. Por igual está en esto excluido de Onetti, Pablo Palacio o Felisberto Hernández, para limitarme
los centros de poder determinantes, dentro de la literatura 1a- a la mención de contemporáneos. Si el futuro lector de Piñera
tinoamericana. Excluido y autoexcluido. Lo he dicho antes: se halla familiarizado con la lectura de Cortázar o Carpentier,
su marginalidad en parte fue voluntaria y casi estratégica, un pronto se dará cuenta, tal vez desde la línea inicial, de que nin-
ponerse al margen, no un quedar simplemente excluido, aun- guna semejanza encontrará entre ellos y Piñera. Son escrituras
que ~n ciertos dolorosos acontecimientos de su existencia: re- diametralmente opuestas. El lector convendrá, y me refiero al
sultara así. Al lector habitual de literatura latinoamericana, el lector español que tiene ahora en las manos una colección com-
nombre de Piñera no le es familiar ni su obra ha alcanzado la pleta de sus narraciones, en que los recursos de la escritura de
divulgación de ciertas obras paradigmáticas. Piñera no es un Piñera no son ni la desmesura ni la enumeración. Su interpre-
barroco. Su lenguaje es un esfuerzo vol.untario -también en tación o la imagen que le ofrece de América Latina es menos
esto- por encontrar modos .de expresión diversos al de los brillante y tal vez más pobre, pero más punzante. Si realiza un
textos barrocos y neo barrocos de América Latina. Sus cuentos esfuerzo el lector, para sobreponerse a sus hábitos y a sus esque-
requerían otros procedimientos, y .él, gradualmente, desde la mas literarios, la obra de Piñera le demostrará que la literatura
publicación de su primer relato, «El conflicto», en 1942, :se latinoamericana es en verdad más compleja, variada y rica de lo
propuso con energía forjarse esos procedimientos, su manera que lo llevó a suponer el conocimiento, no dudo que apasiona-
de narrar, la menos barroca que existe, en oposición franca y do, de Cien años de soledad, Los pasos perdidos á los'cuentos de
declarada al barroquismo de Lezama, su gran antagonista. · Cortázar. Puedo adelantarle que estas narraciones también po-
Muy joven Piñera.comprendió que cuanto necesitaba .expre- drán apasionarlo, con otro género de pasión.
sar lo conseguiría solamente mediante un lenguaje de chá-
chara casera, parodia y carencia de éQfasis, un lenguaje. que ANTÓN ARRUFAT
fuera consustancial con su mundo, y que a su vez hiciera· ese· La Habana, marzo de 1999
mundo. Afanoso de ser natural y antilibresco, su poética re-·
pudia la solemnidad, la seriedad y los grandes gestos barro-
Cuentos fríos
La caída
que su hermosa barba, de un gris admirable de vitral gótico, ojos llegaban sanos y salvos al césped .de la llanura y podían
no llegase a la llanura ni siquiera ligeramente empolvada. ver, un poco más allá, la hermosa barba gris de mi compañeró
Entonces yo puse todo mi empeño en cubrir con mis manos que resplandecía en toda su gloria.
aquella parte de su cara cubierta por su barba; y él, a su vez,
aplicó las suyas a mis ojos. La velocidad crecía por momentos, 1944
como es obligado en estos casos de los cuerpos que caen en el
vacío. De pronto miré a través del ligerísimo intersticio que
dejaban los dedos de mi compañero y advertí que en ese mo-
mento un afilado picacho le llevaba la cabeza, pero de pronto
hube de volver la mía para comprobar que mis piernas que-
daban separadas de mi tronco a causa de una roca, de origen
posiblemente calcáren, cuya forma dentada cercenaba lo que
se ponía a su alcance con la misma perfección de una sie-
rra para planchas de transatlánticos. Con algún esfuerzo,
justo es reconocerlo, íbamos salvando, mi compañero su her-
mosa barba, y yo, mis ojos. Es verdad que a trechos, que· yo
liberalmente calculo de unos cincuenta pies, uná parte de
nuestro cuerpo se separaba de nosotros; por ejemplo, en cin-
co trechos perdimos: mi compañero, la oreja izquierda, el co.,.
do derecho, una pierna (no recuerdo cuál), los testículos y la
nariz; yo, por mi parte, la parte superior del tórax, la colum-
na vertebral, la ceja izquierda, la oreja izquierda y la yugular;
Pero no es nada en mil pies de la llanura, ya sólo nos queda-
ba, respectivamente, lo que sigue: a mi compañero, las dos
manos (pero sólo hasta su carpo) y su hermosa barba gris; a
mí, las dos manos (igualmente sólo hasta su carpo) y los ojos.
Una ligera angustia comenzó a poseernos. ¿Y si nuestras ma-
nos eran arrancadas por alg~n pedrusco? Seguimos descen-
diendo. Aproximadamente a unos diez pies de la llanura la
pértiga abandonada de un labrador enganchó graciosamente
las manos de mi compañero, pero yo, viendo a mis ojos huér-
fanos de todo amp,aro, debo confesar que para eterna, memo-
rable vergüenza mía, retiré mis manos de su hermosa barba
gris a fin.de protégerlos de todo impacto. No pude cubrirlos,
pues otra pértiga colocada en sentido contrario a la ya men-
cionada enganc.hó igualmente mis dos. manos, razón por la
cual quedamos por primera vez alejados uno del otro en todo
el descenso. Pero no pude hacer lamentaciones, pues ya mis
marchase a compás, -esto es, que nadie engullera un filete me-
La carne nos. Una vez fijados estos puntos, diose cada uno a rebanar dos
filetes' de su respectiva nalga izquierda. Era un glorio~o espec"'
táculo, pero se ruega. no enviar descripciones. Se hicieron cál-
culos acerca de cuánto tiempo gozaría el pueblo de los benefi.,.
cios de la carne. Un distinguido anatómico predijo que sobre
un peso de cien libras, y descontando vísceras y demás órganos
Sucedió con gran sencillez, sin afectación. Por moti- no. ingestibles, un individuo podía comer carne durante ciento
vos que no son del caso exponer, la población sufría de falta de cuarenta días a razón de media libra por día. Por lo demás, era
carne. Todo el mundo se alarmó y se hicieron comentarios un cálculo ilusorio. Y lo que importaba era que cada uno pu,-
más o menos amargos y hasta se esbozaron ciertos propósitos diese ingerir su· hermoso filete.
de venganza. Pero, como siempre sucede, las protestas no pa- Pronto se vio a señoras· que hablaban de las ventajas
saron de meras amenazas y pronto se vio aquel afligido pue- que reportaba la idea del señor Ansaldo. Por ejemplo, las que
blo engullendo los más variados vegetales. ya habían devorado sus senos no se veían obligadas a cubrir de
Sólo que el señor Ansaldo no siguió la orden general. telas su caja torácica y sus vestidos concluían poco rriás arriba
Con gran tranquilidad se puso a afilar un enorme cuchillo de del ombligo. Y algunas, no todas, no hablaban ya, pues habían
cocina, y, acto seguido, bajándose los pantalones hasta las rodi- engullido su lengua, que, dicho sea de paso, es ua manjar de
llas, cortó de su nalga izquierda un hermoso filete. Tras haber- monarcas. En la calle tenían lugar las más deliciosas escenas:
lo limpiado lo adobó con sal y vinagre, lo pasó --como se así, dos señoras que hacía muchísimo tiempo que no se veían
dice- por la parrilla, para finalmente freírlo en la gran sartén no, pudieron besarse; habían usado sus labios en la confección
de las tortillas del domingo. Sentóse a la mesa y comenzó asa- de unas frituras de gran éxito. Y el Alcaide del penal no pudo
borear su hermoso filete. Entonces llamaron a la puerta; era su firrn,ar la sentencia de muerte de un condenado porque se. había
vecino que venía a desahogarse ... Pero Ansaldo, con elegan- comido las yemas de los dedos, que, según los buenos gourmets
te ademán, le hizo ver el hermoso filete. El vecino preguntó y (y el Alcaide lo era) ha dado origen a esa frase tan llevada y traí-
Ansaldo se limitó a mostrar su nalga izquierda. Todo quedaba da de «chuparse la yema de los dedos>>.
explicado. A su vez, el vecino deslumbrado y conmovido salió Hubo hasta, pequeñas sublevaciones. El sindicato de
sin decir palabra para volver al poco rato con el Alcalde del obreros de ajustadores femeninos elevó su más formal protes-'
pueblo. Éste expresó a Ansaldo su vivo deseo de que su ama- ta ante la autoridad correspondiente, y ésta contestó que no
do pueblo se alimentara, como lo hacía Ansaldo, de sus propias era posible slogan alguno para animar a las ·señoras a usarlos de
carnes de cada uno. Pronto quedó acordada la cosa y después de nuevo. Pero eran sublevaciones inocentes que qo interrum-
las efusiones propias de gente bien educada, Ansaldo se trasla- pían de ningún modo la consumición, por parte del pueblo,
dó a la plaza principal del pueblo para ofrecer, según su frase de su propia carne.
característica, «una demostración práctica a las masas». U no de los sucesos más pintorescos de aquella agrada-
U na vez allí hizo saber que cada persona cortaría de su ble jornada fue la disección del último pedazo de carne del
nalga izquierda dos filetes, en todo iguales a una muestra en bailarín del pueblo. Éste, por respeto a su arte, había dejado
yeso encarnado que colgaba de un reluciente alambre. Y de- para lo último los bellos dedos de sus pies. Sus convecinos ad-
claraba que dos filetes y no uno pues si él había cortado de su virtieron que desde hacía varios días se mostraba vivamente
propia nalga izquierda un hermoso filete, justo era que la cosa inquieto. Ya sólo le quedaba la parte carnosa del dedo gordo.
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Entonces invitó a sus amigos a presenciar la operación. En
medio de un sanguinolento silencio cortó su porción postre- El caso Acteón
ra y sin pasarla por el fuego la dej<? caer en el hueco de lo que
había sido en otro tiempo su hermosa boca. Entonces todos
los presentes se pusieron repentinamente serios.
Pero se iba viviendo, y era lo importante. ¿Y si acaso ..• ?
¿Sería por eso que las zapatillas del bailarín se encontraban
ahora en una de las salas del Museo de los Recuerdos Ilustres? El señor del sombrero. amarillo se me acercó para
Sólo se sabe que uno de los hombres más obesos del pueblo decirme: «¿Querría usted, acaso, formar parte de .la cadena ... ?
(pesaba doscientos kilos) gastó toda su reserva de carne dispo- -y sin transición alguna añadió-: Sabe, de la cadena, Ac-
nible en el breve espacio de quince días (era extremadamente teón ... ». «¿Es posible .. .? -le respondí-. ¿·Existe, pues, una
goloso, y, por otra parte, su organismo exigía grandes cantida- cadena Acteón?». «'Sí -me contestó fríamente..,.,.,.,, pero im-
des). Después ya nadie pudo verlo jamás. Evidentemente, se porta mucho precisar las razones, las dos razones del caso Ac-
ocultaba... Pero no sólo se ocultaba él, sino que otros muchos teón». Sin poderme contener, abrí los dos primeros botones de
comenzaban a adoptar idéntico comportamiento. De esta suer-" su camisa y observé atentamente su pecho. ~<Sí --dijo él-, las
te, una mañana, la señora Orfila, al preguntar a.su hijo --que se dos razones del caso Acteón. La primera (a su vez extendió su
devoraba el lóbulo izquierdo de la oreja- dónde había guarda.., mano derecha y entreabrió mi camisa), la primera es que el
do no sé qué cosa,. no obtuvo respuesta alguna. Y no valieron sá- mito de Acteón puede darse en cualquier parte». Yo hundí li-
plicas ni amenazas. Llamado el perito en desaparecidos sólo geramente mis uñas del .pulgar y del meñique en su carne. «Se
pudo dar con un breve montón de excrementos en el sitio donde ha hablado mucho de Grecia en el caso Acteón --continuó-,
la.señora Orfila juraba y perjuraba que su amado hijos~ encon- pero aéame (y aquí hundió también .él ligeramente sus .uñas
traba en el momento de ser interrogado por ella. Peró estas lige"" del pulgar y el meñique en mi carne del pecho), también aquí
ras alteraciones no minaban en absoluto la alegría de aquellos en<;:ubamisn;1a o en el Cuzco, o en cualquier otra parte, puede
habitantes. ¿De qué.podría quejarse un pueblo que tenía aségu- darse con toda propiedad el caso Acteón>>. Acen.tuando un po-
rada su subsistencia? El grave problema de orden público crea- co más la presión de .mis uñas respondí: «Entonces, su cadena
do por la falta de carne ¿no había quedado definitivamente zan- ;va a tener una importancia enorme». «Claro -me contestó-,-,.,-,
jado? Que la población fuera ocultándose progresivamente nada claro que va a: tenerla; todo depende de la capacidad .del aspi-
tenía que ver con el aspecto central de la cosa, y sólo era un colo- rante ala cadenaActeón» (y al decir.esto acentuó un tanto·más
fón que no alteraba en modo alguno la firme voluntad de aque- la :presión de sus uñas). En seguida añadió, como poseído por
lla gente de. procurarse el precioso alimento. ¿Era, por ventura, un desgarramiento: -«Pero .creo que usted posee las condicio-
dicho colofón el precio que exigía la carne de cada uno? Pero nes requeridas ... ». Debí lanzar un quejido, levísimo, pero su
sería miserable hacer más preguntas inoportunas y aquel pru- oído lo había recogido, pues, casi gritando me dijo: «La. se-
dente pueblo estaba muy bien alimentado. gunda razón (yo miré sus uñas en mi pecho, pero ya no se veían,
circunstancia a la que achaqué más tarde el extraordinario au..:
1944 mento en el volumen de su voz), la segunda razón es que no. se
sabe, que no se podría marcar, delimitar, señalar, indicar, pre-
cisar (y todos estos verbos parecían los poderosos pitazos de
una locomotora) dónde termina Acteón y dónde comienzan
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sus perros». «Pero -.-le dije débilmente-. Acteón, entonces, ~enetrando regiones más profundas de nuestros pechos respec-
¿no es una víctima?». «En modo alguno, caballero; en modo tivos y como acompañábamos igualmente la palabra a la ac-
alguno.» Lanzaba grandes chorros de saliva sobre mi cara, so- ción (hubiera sido imposible distinguir entre una y otra voz:
bre mi chaqueta. «Tanto podrían los perros ser las víctimas co- mi voz correspondía a su acción; su acción a mi voz) sucedía
mo los victimarios; y en este caso, ya sabe usted lo que tam- que nos hacíamos una sola masa, un solo montículo, una sola
bién podría ser Acteón.» Entusiasmado por aquella estupenda elevación, una sola cadena sin término.
revelación no pude contenerme y abrí los restantes botones de
su camisa y llevé mi otra mano a su pecho. «¡Oh-·grité yo 1944
ahora-, de qué peso me libra usted! ¡Qué peso quita usted de
este pecho!». Miraba hacia mi pecho, donde, a su vez, él había
introducido su mano libre y, acompañando la palabra a la ac-
ción, me decía: «Claro, si es tan fácil, si después de compren-
derlo es tan sencillo... ». Se escuchaba el ruido característico de
las manos cuando escarban la tierra. «Es tan sencillo --decía
él (y su voz ahora: parecía un melisma)--, imagínese la escena:
los perros descubren a Acteón ... ; sí, lo descubren como yo lo
he descubierto a usted; Acteón, al verlos, se llena de salvaje
alegría; los perros empiezan a entristecerse; Acteón puede es-
capar, más aún, los perros desean ardientemente que Acteón
escape; los perros creen que Acteón despedazado llevaría la
mejor parte; y ¿sabe usted ... ? {aquí se llenó de un profundo de-
saliento pero yo lo reanimé muy pronto hundiendo mis dos
manos en su pecho hasta la altura de mis carpos); ¡gracias, gra-
cias! -.me.dijo con su hilo de voz-, los perros saben muy
precisamente que quedarían en una situadón de inferioridad
respecto de Acteón; sí (y yo le infundí confianza hundiendo
más y más mis uñas en su pecho),. sí, en una situación muy de.::.
sairada y hasta ridícula, si se quiere>>. «Perdone --dije·yo--,
perdone que le interrumpa (y mi voz recordaba ahora a aquellos
pitazos por él emitidos), pero viva usted convencido (todo esto
lo decía cubriéndole de una abundante lluvia de saliva) de que
los perros no pasarán por esa afrenta, por esa ominosa condición
que es toda victoria. ¡No, no, en modo alguno, caballero -vo-
ciferaba yo--, no quedarán, viva usted tranquilo, viva conven-
cido de ello; se lo aseguro, podría suscribirlo; esos perros serán
devorados también ... por Acteón! ». En este punto no sabría
decir quién pronunció la última frase, pues, como quiera que
acompañábamos .la acción a la palabra, nuestras manos iban
45
caderas hacia abajo la tela de la capa se arremolinaba, formaba
Las partes caprichosos pliegues como si debajo de ella no continuase su
anatomía. Yo esperaba que un nuevo portazo me traería alguna
explicación; pero si el portazo se cumplió fue para dejarme ver
que ahora la tela encontraba nuevas regiones en donde arremo-
linarse. O sea, que toda la región que abarca la caja torácica pa-
recía de una elasticidad tan extremada que la tela de la capa
Al abrir la puerta de mi cuarto vi que mi vecino esta- podía adoptar los pliegues más insospechados. Quedaba la ca-
ba de pie en la puerta del suyo. Como el corredor que separaba beza, pero la capá comenzaba a caer justamente desde los hom-
nuestras habitaciones respectivas era de grandes proporciones, bros, o más precisamente desde la base del cuello, y, en verdad,
no pude precisar a la primera ojeada en qué consistía el objeto no llovía en aquel instante, había un hermoso sol, y por otra
que le cubría, desde los hombros, todo el cuerpo. U na inda- parte, ¿no se estaba bajo un seguro techo? Sin contar que mi~
gación más minuciosa me hizo ver una larga capa de magnífi- vecino iniciaba la séptima vuelta a su habitación y allí era de
cos pliegues. Pero lo que me chocó fue precisamente esa parte todo punto imposible la más remota inclemencia del tiempo.
de su cuerpo que correspondía a su brazo izquierdo: en aque- En lo que a mí toca, pensé lógicamente en una octava salida,
lla región, la tela de la capa se hundía visiblemente y estable- pero lo cierto es que transcurrió un tiempo más largo que er
cía una ostensible diferencia con la otra, es decir, con la re- empleado en todas las anteriores y no se oía el portazo anun-
gión de su brazo derecho, aunque debo confesar que la cosa no ciador. Entonces me lancé furiosamente a la puerta, le di un
era como para pedirle explicaciones. Tampoco hubiera podido terrible empujón. Clavadas con enormes pernos a la pared se
hacerlo, pues mi vecino ya trasponía la puerta de su habitación veían las siguientes partes de un cuerpo humano: dos brazos
imprimiendo un elegante movimiento a los últimos pliegues (derecho e izquierdo), dos piernas (derecha e izquierda), la re.,_
de la cola de su capa. Por mi parte, empecé a cavilar sobre aque- gión sacrocoxígea, la región torácica, todo imitando graciosa-
lla hendidura en la región del hombro izquierdo, pero no pu- mente a un hombre que está de pie como aguardando una no-
de avanzar gran cosa en mis pensamientos; otra vez salía mi ticia. No pude mirar mucho tíempo, pues se escuchabala voz
vecino envuelto en su gran capa. Miré rápidamente su hombro de mi vecino que me suplicaba colocar su cabeza, en la parte
izquierdo, y en seguida, como es natural, el derecho. También vacía de .aquella composición. Complaciéndolo de todo cora-
ahora se hundía allí visiblemente la tela. zón, tomé con delicadeza aquella cabeza por su etiello y la fijé
Esta vez mi vecino no me concedió el lujo de sorpren- en la pared con uno de esos pernos enormes, justamente enci-
derme: un portazo me advirtió que de nuevo había desapareci- ma de la región de los hombros. Y como ya la capa no le sería
do. O, mejor dicho, que aparecía otra vez; de pie, como siem- de ninguna utilidad, me cubrí con ella pára salir como un rey
pre, pero un tanto envarado en la parte donde la pierna derecha por la puerta. '
se articula a la cadera; también allí la tela de la capa formaba
un profundo seno. Un nuevo portazo me anunció una nueva 1944
salida: en efecto; iniciaba la cuarta. La única diferencia con la
anterior venía a radicar en el punto de elasticidad, es decir, que
la capa, de las caderas hacia arriba, descontando aquellas pro-
nunciadas hendiduras de los .brazos, contorneaba asombrosa-
mente toda la anatomía de mi vecino; pero, en cambio, de las
r 47
Allí; en la cámara carnal, se prodigaron las caricias más
El caJTibio refinadas .e inauditas. Guardando una gratuidad y un respeto
1·
'1
amoroso al juramento empeñado, no pronunciaron ni siquiera
el comienzo de una letra, pero se cumplieron eh el amor hasta·
1
agotar, como se dice, «la copa del placer». Entre tanto, el ami..,
'1
go, en su cámara iluminada, se retorcía de angustia. Pronto
saldrían de las otras cámaras los amantes y comprobarían el ho-
El amigo esperaba a las· dos parejas. Iban por fin Jos. rrible cambio y su amor quedaría anulado por el hecho insólito
amantes a reunirse en su carne, y justo es confesar que el amigo que es haberlo realizado con objetos que les eran absolutamen-
habf~ preparado las cosas con tacto exquisito. Pero exigió, a, te indiferentes.
cambio de Ja dicha inmensa que les proporcionaba, que todo El amigo se dio a pensar en varios proyectos de resti-
fuese consumado en la más absoluta tiniebla y en el silencio tución: de inmediato desechó el que consistiría en llevar a las
más estricto. Así, llegados a su presencia los amantes, les .hizo damas a una cámara común para de allí restituirlas, ya tro-
saber que la última cámara iluminada q'ue cont~mplarían en el cadas rectamente, a sus respectivos amantes. Solución parcial:
transcurso de su .memorable noche carnal era esta que ahora. por ejemplo, cualquiera de las damas podía caer en sospecha
los alumbraba a todos. Entonces, tras las consiguientes protes- de que algo anormal ocurría en virtud de ese paseo de una cá-
tas de cortesía y las frases de estilo, se pusieron en marcha por mara oscura a una cámara iluminada. De pronto, sonrió el
una pequeña galería que desemboca frente a lo que el amigo amigo. Dio una palmada y llegaron al instante dos servidores.
decía eran las inmensa,s puertas de dos cámaras nupciales. Deslizó algunas palabras en sus oídos y éstos desaparecieron
Ya el trayecto por dicha galería· había sido consumado· volviendo poco después armados de un diminuto punzón de
en la más definitiva oscuridad. El amigo, que no tenía necesi- oro y unas enormes tijeras de plata. El amigo examinó los ins-
dad del poder de la luz, les hizo saber que estaban a la entra~a: trumentos y acto seguido indicó a los servidores las puertas
del paraíso humano, y que a una señal suya las puertas se abn- nupciales. Entraron éstos y, tanteando en las tinieblas, se apo-
rían para dejar paso a los eternos amantes hasta ahora separa- deraron de las mujeres y rápidamente les cercenaron la lengua
dos por l~s inevitables asechanzas del destino. y les sacaron los ojos, haciendo cosa igual con los hombres. U na
De pronto, un movimiento de terror hubo de pro-' vez desposeídos de sus lenguas y de sus ojos fueron conduci-
ducirse: parece que un golpe de viento levantó rudamente la dos a presencia del amigo, quien los esperaba en su cámara·
túnica de las damas, las cuales, aterrorizadas, se apartaron de iluminada.
sus .amantes y fueron a estrecharse enloquecidas contra el pe.- Allí les hizo saber que, deseando prolongar para ellos
cho del amigo, que estaba en el centro .de aquel extraño gru- aquella memorable noche carnal, había ordenado que dos de
po. El amigo, sonriendo levemente, y sin romper la consig~a sus criados, armados de punzones y tijeras, les vaciar?m los ojos
dada, las tomó por las muñecas y, obligándolas a un breve gt- y les cercenaran la lengua. Al oír tal declaración, los amantes
ro las cambió, de tal suerte que cada una de ellas~ fue a que- recobraron inmediatamente su expresión de inenarrable felici-
dar en brazos· del amante que no le correspondía. Estos, como dad y por gestos dieron a entender al amigo la profunda grati-
caballos bien amaestrados, aguardaban, silenciosos y tensos. tud que los embargaba.
Pronto el orden quedó restablecido y a una señal del amigo Así vivieron largos años en una dicha ininterrumpida.
se abrieron las puertas y entraron por ellas los amantes tro- Por fin les llegó la hora de la muerte, y, como perfectos aman-
cados. tes que eran, les tocó la misma mortal dolencia y el mismo
i
í 1
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minuto para morir. Visto lo cual, d .amigo s_onri9 levemente
y decidió sepultarlos, restituyendo a cada amante su amada, y, Lacena
por consiguiente, a cada amada su ~ante. Así lo hizo, pero
como ellos ya nada podían _saber, continuaron dichosamente
su memorable noche carnal.
1944
Como siemPfe SlJ.cede, la miseria nos había reunido
y arrojado en el reducido espacio de los consabidos dos metros
cUadrados. Allí vivíamos. Sabía que no comería esa noche, pe.,.
ro el alegre recuerdo del copioso almuerzo de la mañana im-
pedía briosamente toda angustia intestinal. Tenía que hacer
un largo camino, pues del Auxilio Nocturno .-adonde había
ido al filo de las siete a solicitar en vano la comida: de esa no-
che- a nuestro cuarto mediaba!). más de cinco kilórnetros.
Pero confieso que los recorrí alegremente. Aunque ya nada te-
nía en el estómago del famoso almuerzo, me acometían a ra-
tos los más deliciosos eructos que cabe imaginar. Verdad que
se iban haciendo cada vez menos intensos, pero, con todo, me
ayudarían a salvar aquella abominable distancia ..·.
Por fin llegaba, y entré a tientas a causa de la oscuri-
dad. Me creí solo, pero un ruido, que mezclaba a cierta música
la sequedad propia de una descarga, me hizo retroceder. Co-
mencé a alarmarme, pues no podía identificar aquel ruido, no
tuve tiempo de ordenar mi oído: de los tres camastros alinea..
dos junto a la ventana surgieron otros tres espantosos. Uno era
como el aire que se escapa de los tubos de un órgano cuando el
que lo toca abre todas las llaves del mismo; el otro se parecía
a ese chillido seco y prolongado que emite una mujer frente a
una rata, '/el tercero podía identificarse al cornetín qtie toca· la:
diana en los campamentos. Hubo una pausa, y en seguida, un
murmullo se elevó en el cuarto. No entendí bien en un ·prin-·
cipio, pero pronto escuché distintamente. estas expresiones:
«¡Carne con papas!», «¡arroz con camarones!», «¡rabanitos!», aJ
mismo tiempo que percibía ese aletear· característico de narices
que aspiraban un olorpróximo a desvanecerse.
En efecto, eran las narices de mis compañeros de cuar-
to, que tendidos boca arriba en sus respectivos camastros as-
50
piraban el delicioso olor de esos platos nacionales. Mis ojos,
ya acostumbrados a la oscuridad, podían distinguir claramente Proyecto para un sueño
el óvalo de sus caras donde se destacaba cada nariz un punto
más hacia adelante, como el general que mar~ha al frente de
sus tropas. En verdad aquel olor excitaba el apetito provocán-
dome a tenderme en mi yacija, pero todavía me detuve un
instante para observar aquellas caras de una beatitud hace mu-
cho tiempo desaparecida. En el sueño recordé que debía llevar a mi compañero
Un nuevo ruido me sacó de mi contemplación y corrí unas cartas que éste había recibido dirigidas a mi nombre.
a mi camastro a fin de no perder el «plato» de turno. Esta vez Eran aproximadamente las seis de la tarde. Al cruzar por una
no se escuchó ningún sonido pero algo flotó en el ambiente, de las esquinas que forman la parte vieja de la ciudad~ di de ma-
anunciándolo. No pude contener mi alegría y grité, ahogán" nos a boca con él, que también, por su parte, iniciaba su largo
dome: «¡Empanadillas, empanadillas!. .. ». Aquello era un fes- recorrido hasta el conservatorio de música. Lo salu:dé, pero casi
tín romano: las bocas, cerradas fuertemente, semejaban óstras no me contestó. Caminaba con un vigor increíble; yo lo seguí
que hubiesen plegado sus valvas mientras cada nariz, dilatada con muchísimb trabajo, y, como es de presumir, la lluvia nos
hasta lo increíble, devoraba ávidamente empanadilla tras em- mojaba bastante. Mientras corríamos, me dijo que antes de-
panadilla. Pensé que no estábamos dejados, como se die~, de bía comer algo. Le indiqué un sitio próximo, pero no me hizo
la mano de Dios, al ver cómo el cuerno de la- abundancia se caso y tomó por una dirección opuesta. Lo seguí con inmenso
derramaba sobre nosotros. Pero no había tiempo que perder esfuerzo, A fin de detenerlo, le dije que estaba seguro de que
en reflexiones, pues a medida qll.e el entusiasmo crecía los platos las cartas etan de suma importancia. Me contestó diciendo
se iban multiplicando. Eran tantos, que casi resultaba impo- que tanto le daba, que ya las leería un día de estos. Pero yo no
sible devorarlos cabalmente a todos. No bien habíamos pues"' cesaba de insistir en la importancia de las cartas, que sólo eran
to la nariz en una costilla clásicamente dorada cuando la apa- un pretexto de mi parte (no las cartas, sino su importancia; en
rición de un tamal en cazuela nos exigía que lo ·probásemos .. realidad, eran púra: propaganda comercial), pues todo radica-
Aquel banquete invisible tenía ~us derechos. Y, además, hacía ba en que yo quería interesado eh algo, en merecer su agrade-
tanto .tiempo que la abundancia no nos visitaba ... Pero n.ues- cimiento., y obten~r así que me pagase el café con leche con
tras narices, manejadas sabiamente, atendían cumplidamente tostadas.
a cada visitante. Y el banquete no amenazaba concluir. Por el Dábambs las vueltas más increíbles; pasábamos por ca-
contrario, ahora eran tantos los ruidos que se escuchaban en lles que la lluvia hacía casi irreconocibles. Creo que habíamos
nuestra humilde morada que habrían tapado los de una or-. transitado todas las de aquella parte de la ciudad vieja cuando
questa, con todos sus profesores. Por otra parte, cada: nariz, comenzamos a introducirnos en las casas: igual por una puer-
creciendo gradualmente, prometía llegar al mismísimo te- ta que por un muro, que por una ven:tana. Entramos, así, en
cho. Pero no se reparaba en estas menudencias, y los platos· una casa con una galería complicadísima: dicha galería venía
eran devorados sin que nadie manifestase signos de hartura. a ser como u:n entresuelo y su piso estaba formado por peque-
Pronto la habitación fue nada más que un ·ruido y un,olor que ños trozos movibles de madera -lo que en seguida nos trajo
diez patéticas narices aspiraban acompasadamente. No ipipor- el recuerdo de esos puentes colgantes que los salvajes tienden
taban tales excesos; aquella noche, al menos, no ·pereceríamos entre dos riberas-. Pero he de advertir que la galería estaba
de hambre. dividiqa en su justa mitad por una gran verja de hierró. En-
52 53
tonces, de la verja hacia el lado opuesto, donde nos encontrá- de la galería primera (la pared la~eral derecha estaba formada
bamos en el momento de entrar en la casa, los pequeños tro., por una pesadísima cottina de plomo imposible de levantar o
zos movibles de madera estaban en su mayor parte arrancados descorrer) y pude observar que (bmo a unos tres metros se
de su sitio o partidos en varios fragmentos, lo que hacía muy veía un reluciente piso de mármol a losas negras y ainátillas,
difícil el tránsito. Una gran turba de niños de entre cinco y diez que con toda seguridad deformaban el piso de ta galería se-
años se entretenía en saltar, uno tras otro, sobre los pocos tro- gunda. Mi compañero y yo hicimos pasar nuestros cuerpos
1
zos de madera que, como dejo dicho, quedaban en esa segun- por los ojos de buey (es decir, un ojo de buey pata cada cuer-
da sección de la galería. po) y vinimos a quedar de pie sobre un pequeño reborde de
Ya nosotros habíamos salvado más de la mitad de la tres pulgadas. Saltar hubiera sido imposible: tres metros son
11 sección primera, cuando le confesé a mi compañero que dicha su{icientes para que un hombre cualquiera al caer sobre ·UQ.
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galería me era familiar;. pero él no me hacía ningún caso, pues, piso duro --como lo era con toda seguridad ese mármol- se
ya tocaba con la punta de sus dedos los barrotes de la gran rompiese la columna vertebral o quedara reventado, no advir~
verja. Ésta no tenía cerrojo y desistimos de abrirla, ya que tiéndolo sino días después en un· baile o en el momento de re-
nada íbamos a resolver con ello: ¿no nos aguardaba, acaso, la coger el pañuelo de una dama. Pero hubimos de comprobar
segunda sección de la galería con otros tantos trozos movibles que en el espacio entre el ya citado reborde que nos servía de
de madera, todos destrozados, y también las inevitables bu.r,.. sustentáculo y el piso de mármol a4osas negras y amarillas se
las y Jllaldades de aquella turba de chiquillos? Por los huecos advertían unos como a manera de escalones rudimentarios, sin:
formados entre trozo y trozo echamos una .rápida mirada y ánimo alguno de carácter ornamental. Al menos, nos iban a ser-
comprobafD.OS que debajo existía un enorme pozo o aljibe de- vir, nos estaban sirviendo ya para bajar hasta el piso de mármol
secado al que no se le veía término alguno. (Pero no era e1 a losas negras y amarillas. Claro que la bajada era difícil a causa
caso sorprendernos, pues, o la vista tiene un poder limitad9 de 'la molestísima posición que el cuerpo debíá ádoptat, esto es,
de alcance, o estos .aljibes pueden ser ahondados jncreíbkmen- que la espalda, necesariamente, debía apoyarse contra los es-
te.) Vi muy bien que retroceder no entraba en los cálculos de calones y sólo se podía hacer presión sobre los mismos con los
:,
1
mi compañero, y como yo estaba decidido a que me pagase el talones; mientras que los brazos, o bieh se llevaban hacia ade-
café con leche con tostadas, lo miré con gran complicidad, a lante, o bien se pegaban como ventosas a esos mismos escalo-
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1¡ fin de animarlo a encontrar una salida. Mejor dicho, ya la en- nes según lo exigiera el particular equilibrio del descenso.
contraba yo mismo. Anexa a la galería se veía otra galería de Pero no pudimos envanecernos dé la hazaña. En d m o-'
il iguales proporciones que la anterior, pero se diferenciaba de aqué- mento de poner pie a tierra, vimos que un hombre, tan pe-
1 lla en que carecía por completo de piso, es decir, que,se podía queño como el eríario más pequeño del mundo, salía pot la
pensar que aquel espacio estaba hecho p~ra caminar, tr~ns.itar: puerta que remataba el piso de mármol a losas negras y ama-
deambular; ir y venir, pero que en reahdad no .se podta u m rillas. Venía montado en unos zancos que tenían hi' misma al-
venir, deambular, transitar o caminar. Pronto hube de compro- tUra de la galería segunda, razón por la cu¡:1l podía, sin esfuer-
bar que el arquitecto no había cometido Uf\ error de construc- zo alguno, meter su cuerpo en cualquiera de los ojos de buey.
ción, ni se había permitido esas desagradables libertades de des- Esto era lo que hacía, precisamente: introduciendo su cuerpo
perdiciar el espacio; sino que la galería era funcional, como el por Uno de aquéllos ojos de buey, atrapó a tres chiquillos y se
resto de la· casa . dirigió al centro del patio formado por· el piso de mármol a
. Lo era, en efectó. Yo había metido mi cabeza por uno losas negras y amarillas; con la pata del zanco derecho hizo ac-
de los ojos de buey practicados en la pared lateral izquierda cionar uh muelle que se veía junto a una especie de jaula y at
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[¡ [1¡, mom~.mo se abrió una trampa por la que echó a u,n ~hiquillo, samente para encontrarnos en una saJa donde seis negros de-
1 e hizo lo mismo con los otros dos en otras tantas jaulas que se jaban oír un son que no tenía fin, ~pues apenas· terminaban
en~ontraban junto a la primera. Como es de suponer, trata-
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de ejecutar el compás final, atacaban sin pérdida de tiempo el
1
11 mos de m.irar al interior de las jaulas, .pero ya el ena_no con su primero. U no de ellos nos hizo saber que no cesaban de tocar
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vocecilla, que llegaba a nosotros muy diso::ünuida a causa de pues podía darse el caso de que alguna pareja de amantes, de-
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la altura a que se encontr~ba, nos advirtió que nada podría- seosa~de bailar, entrara en la sala y comprobara con gran deso-
i! ~os ver, pues el mimetismo de cada persona (en cada jaula lación, con infinita tristeza, que la orquesta había terminado la
había W1 hombre) con el color y estructura de la jaula, era tan pieza. Creía que se burlaba, pero al mirar hac.ia un ángulo
perfecto que nadie, a menos que estuviera en el secreto, po- de la sala vi a muchas parejas en actitud de danzar. «Ésas no
dría haber imaginado qu~ en dichas jaulas habitaran seres hu- cuentan para nada -me dijo-, están totalmente sordas y
manos. Entonces nos explicó que por un precio módico se no podrían escuchar ni remotamente un solo sonido. Cada vez
podía vivir todo el tiempo que uno deseara encarnando en un que llega la parte del estribillo y 'los .timbales echán chispa5
animal predilecto. Así nos hizo saber que su. negocio marcha- de tanto tocar, ellos, como no pueden escucharlo, adelantan el
ba viento en popa; qt;te había comenzado con dos s.eñores que latido de sus corazones, lo que, de acuerdo con la lógica, ori-'-
gustaban hacer de oso y de cotorra, y que al día de la fecha ya gina una lesión cardíaca de la éúal tnüeren rápidamente».
1~ escala zoológica estaba cubierta, si Do totalmente, al menos Pero no pudimos escuchar por más tiempo sus apasio-
en su casi totalidad. «Sin contar -nos dijo--,-, con las repeti- nantes declaraciones: en aquel momento se abría silenciosa-
ciones; es cuxioso ver cómo la especie más solicitada es el ti- mente la puerta: de la cálle, ó que suponíamos que daba a la
gre. }Iay aquí trescientas mil jaul¡:¡s de .horobres que hacen de calle, y nos dispusimos a ganarla, no sin antes aguardar unós
tigre, a veces tengo que furoig¡ulos, pues sus rugidos atormen- segundos con la esperanza de 'ver aparecer por ella a los aman-
tan y aterrorizaQ a hombres y mujeres que hacen, por ejem- tes que vendrían a bailar. Contra nuestros cálculos la puerta no
plo, de venado o zorra, de conejo o carnero». No p1,1de menos dio paso a nadie, y permanecía, en cambio, obstinadamente
de señalar el limitado espacio de. la galería, pero él se sonrió y abierta, de tal modo que sus goznes chirriaban y amenazaban
~e dijo que el ed\Bcjo se iba agrandando según las necesida- saltar por la distensión de sus hojas. Todavía titubeamos mi
des. «¿Y <;\lál es su precio? -le grité yo, pues la altura exigía compañero y yo, peroh circunstancia de ver caer como fulmi-
un aumento de la voz-, ¿cu<ll es ~u, precio?». Y él, a su vez, nadas por un rayo a tres de aquellas incontables parejas de
~e respondía: «El amor infinito a la humanidad». hombres y mujeres sordos nos hizo salir atolondradamente. Mi
Pero no .pude preguntar más. En ese momento uQ gran compañero, ya en la-cálle, me hizó contemplar la fachada del
carromato entraba atestado de los alimevtos más diversos; alH edificio, haciéndome observar su vejez. «Parece-.me dijo-
s~ mezclaban el alpiste, los cañamones, la yerba de Guinea, el del siglo XVIII...», pero no bien había acabado de pronunciar
heno, el palmiche, que tanto gusta a los cerdos, el maíz, deli- estas palabras cuando hubo de rectificarlas, pues ahora pare'-
ci~ de las gallinas, y un inmenso .brazado de flores repletas de cía un edificio construido, a lo sumo, diez años antes. El porte-
néctar para ser libadas por aq\lellos que hacían de abejas. El ro (había un portero) nos aclaró que el edificio se iba haciendo
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hombrecillo comenzó a distribuir estos alimentos. y pudimos y rehaciendo según el más arbitrario designio, y que siempre
ver cómo se abrían innumerables jaulas que P.\lestros ojos nunca estaba y estaría en perpetua edificación; que jamás adoptaría
habrían sospechado dónde estaban. una forma definitiva o-un estilo determinado.
Aprovechando que la puerta estaba completamente Ya íbamos a hacer la estéril observación de que muy
abierta a causa de la entrada del carromato, salimos presuro- bien podría ser que el portero y el enano fuesen· la misma· pef-
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1 j sona, y esto en razón de esos absurdos paralelismos que. vedfi,. prohibición absoluta de retorno. Cuando se lo llevaban recor-
c;amos para ap_r~ciar un hecho que nada tiene que ver con otro dé con toda claridad, con magnífica nitidez, que mi asunto era
hecho cuya estructura nos induce a compararlo con el prime- seguirlo sin descanso a fin de que me pagase el café con leche
1
ro, c1..1ando la vista. de una iglesia o.os bi_~Q suspender toda ar- con tostadas.
gumentación. Dos muj~res que entraban eri ese momento nos
invitaron a que las acompañáramos. No había altar alguno y 1944
en el ceo.tro de la nave se veía una especie de qmal de alabas-
tro por donde corría un café negro y humeante. El sacerdote
invitaba a los visitam~s a da.c rápidas vueltas alrededor del
canal; el qqe ac;eptaba era provisto de una gran t~.za de loza.
Dando vueltas alrededor del canal se sqr:nergía la taza en el
café y se bebía sin perder el ritmo de la ronda, que era acom-
pañada alegr:emc;nte. por la melodía de un tango arg~ntiQQ
muy el) boga por entonces.
Lo que sigue pertenece al orden de la centella, a la ve-
locidad de la luz. Al salir, mi compañero resbaló y vino a que-
dar totalmente sumergido en un lodazal formado por la lluvia
que seguía cayendo con toda inclem,.~ncia. Al verse en el fango
trató de echarme a mJ también, pero yo, asiéndome con todas
mis fuerzas a un poste del alumbrado, comencé a dar gritos de
auxiUQ. Entonces acudieron dos policías vestidos de amarillo
c;:uyos uniformes seguí~n '!ln modelo estrictamente medieval.
Fuimos conducidos a presencia de la más alta autoridad, y ésta
le impuso a mi compañero la pena de expql~ión inmediata de
la ciudad y la prohibición e~presa de no retornar a ella sino pa-
sados treinta .y q:e~ años. Entonces yo fui conducido a un gual"-
1
darropas y allí mismo se me desnudó haciéQ.qome vestir el
1 chaqué que había usado en la función de la noche. anterior
11
el actor que tanto JTie gustaba ver representar. La más alta au-
toridad me puso ella misma esta prenda y me Ol"den.ó saludar a
los amigos. Yo saludé a todos y al pasar frente ~ un espejo me
cubrí el rostro. Ac~baba de dejar la calle cuando ya.mi compa-
ñero se aproximaba acompañado de un chino. Me hi~o sabe,r
que de vuelta del destierro, su único pensamiento era asesinarme
por mi negatiya ~ sumergirme en aquel fango tentador . Se
me arrojó encima mientras el chino se disponía a apuñaJarme,
pero a mis voces acudieron los pol.i.cí~, y llevados de nuevo a la
más alta autoridad, éJ fqe nuevamente condenado al exilio con
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dían a la vez ofrecer, que un ostensible malestar «cuasi meta-
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El baile físico» cundió por la villa. Claro, esa gente que damos en de..:
cir que no tiene dos dedos de frente, el montón anónimo, no
cayó en la cuenta, pero con su habitual y magnífico instinto
comenzó a murmurar que la aristocracia de ,K. estaba ende-
¡: moniada. Por su parte, la gobernadora comenzó a pensar más
que de ordinario; después de todo, para qué reprochárselo, si
La gobernadora había leído la reseña de un gran baile ella estaba en el secreto de devorar perpetuamente su hígado.
1 i de gala, celebrado hacía un siglo justamente, y tuvo el vivo Quizá, por dicha circunstancia la gobernadora iba tomando
1
deseo de reproducirlo en aquellos mismos salones. Pero la cosa una coloración que oscilaba entre. el rojo cardenal y el morado
no era tan fácil como parecía; a pesar de los recursos de la go- obispo. A esto llama,ba. ella sus «etapas interesantes», y en-
bernadora, existía un punto de la cuestión «baile» lo bastante tonces --decía- trabajaba de firme. Así -ordenó que la aris-
oscuro y difícil; un punto que venía a ser como la función de tocracia de K. se reuniese periódicamente en el palacio del
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una pequeña llave que diera acceso a vastas dependencias de una gobernador a fin de especular, nada más que especular, acerca:
1'
vasta morada. U na pequeña imprudencia hubo de cometerse: de la terrible circunstarrcí_a que es la posibilidad de ... En este
se anunció oficialmente, a todos, el baile. Los días transcurrían punto el texto del edicto concluía ·en interminables puntos
y la gobernadora no lograba penetrar la naturaleza del punto suspensivos y agobiadores etcéteras. ·
referido. La cosa era así: la lectura de la reseña proponía el plan- Era sólo un preludio que anticipaba el carácter de la
• 1
teamiento y resolución de las siete siguientes fases: soirée metafísica. Quedaba resueltamente prohibido aludir a
Primera: el baile como se ofreció realmente hace un siglo. un baile celebrado hacía justamente un siglo. No, allí se iba
Segunda: el baile reseñado por el cronista de la época. nada más que a especular sobre «la terrible circunstancia que
Tercera: el baile que la gobernadora imagina: cómo fue es la posibilidad de ... etcétera, etcétera». A cualquier espíritu
con la reseña del cronista. por metódico, por sistemático que fuera, le ocurriría lo que les
i¡l, Cuarta: el baile que la gobernadora imagina cómo fue comenzaba a suceder a aquellas gentes: con el decurso de las
sin la reseña del cronista. soirées metafísicas, las especulaciones formaron un inextrica-
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Quinta: el baile como ella imagina darlo. ble tejido en el que cada <<punto de aguja>> era de naturaleza
Sexta: el baile como se da realmente. diferente al de su inmediato antecesor. Por ejemplo, si en la
11 Séptima: el baile que puede llevarse a cabo utilizando soirée de ayer se había especulado acerca de la melancolía que
el recuerdo del baile como se da realmente. exhalaban las flores prendidas al talle d~ una señora que pudq
Es decir, que la gobernadora tenía ante sí siete posi- asistir a un baile y cuya melancolía podría obtenerse por la
bles bailes. Claro está, ella podría hacer caso omiso de la cues- probabilidad que significa la problemática asistencia de un
tión y ofrecer regiamente un baile como lo hacían las señoras cronista que muy bien pudo haberla reseñado, en la soirée de
de su alto copete social. Pero la gobernadora, con ser profun- hoy ya se especulaba sobre la especial conformación que po-
damente femenina, tenía sus escrúpulos. Esto creó ciertas con- dría asumirla melancolía de una señora de existencia imagi-
fusiones muy peculiares: por ejemplo, no ya el suceso «bai- naria, pero de la cual se podía imaginar que asistiese a un
le», pero otro de naturaleza diferente: un paseo, el abanicarse baile cuya probabilidad sería acaso haberse celebrado hacía
lánguidamente en una mecedora, se cargaban de tal irritación, justamente cien años, y que pudo haber. sido reseñado por un
tantas interpretaciones proponían, tantas otras versiones po- cronista, tan afinado, ·por lo demás, que pudiese vislumbrar la
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melancolía que. se. deposita en las flores que una señora, cuya es una modalidad metafórica de expresar dicha marcha. Y en
existencia es en todo momento problemática, lleva prendidas la gobernadora la contramarcha se hacía representar por su
a su talle. teoría de las interpretaciones. Quiere decir que no un hecho,
En sum~, que ese ser minucioso que es el sociólogo ha- sino sus infinitas interpretaciones, era lo que la electrizaba. Su
bría asegurado que aquella sociedad comenzaba,. como se dice, vida era un perpetuo jugar a ese solitario de las posibilidades.
a romperse por lo más delgado ... Y a propósito de sociología Por otra. parte -¿para qué ocultarlo?-, se había propuesto
cabe preguntarse, sin la mente del sociólogo, si la gobernadora con la invención de la soirée ~etafísica enrolar en su marcha al
constituía·una vaúedad más· de esa interminable fauna que son mayor número de. sus amistades.
los snobs. Aunque Ja gobernádora podía, en efecto, estar toca- Pero de pronto, y como una bomba, cayó el goberna-
da de cierto snobismo, no era éste ni con mucho el origen de dor, una animada .tarde de la soirée, con una noticia terrible ..
sus así llamadas rarezas; de esas rarezas que ahora le impedían ~Qué había sucedido? El gobernador hizo saber sin más a los
realizar la operación sencillísima de ofrecer un baile que fuera allí reunidos que era absolutamente necesario ofrecer el baile.
la copia exacta de uno ofrecido hacía justamente . cien años. A cuantas preguntas se le hicieron acerca de dicha.monstruo-
No, la gobernadora, viviente arquitectura de la languidez de las sa determinación contestaba, retorciendo su afilada barbilla,
criollas, tenía su lado oscuro. Por ejemplo, ¿se pensaría acaso que nada podía añadir. Advirtiendo que las damas de la soirée,
en un alarde de snobismo si ella, en cierta ocasión, testificara con la gobernadora a -la cabeza, ya comenzaban a especular
sobre un diminuto trozo de papel que la luz es causa de mu- sobre el hecho citado, y meditando que es_to podía ser causa
chas cosas oscuras? Y pasta aventuró en el grupo íntimo de sus de un nuevo escándalo, ofreció, con toda gentileza, explica-
amigas que no era verdad que la alegría fuese consustancial con ciones. Expresó que constituía materia de escándalo aquella
la luminosidad. Pero en seguida cayó en su impenetrable silen- soirée metafísica y que para acallar las murmuraciones debía
cio. Se le hicieron preguntas; se ensayaron respuestas; en vano, imperiosamente verificarse el baile; que la buena marcha del
ya la gobernadora se había. recubierto con sú máscara de no se Estado peligraba y que un gobierno siempre debía operar con
sabe qué sustancia .. claridades meridianas. Éstas fueron sus declaraciones.
Fue precisamente pocos días después que se presentó e1 Puede imaginarse el revuelo. Todo el edificio de la go-
asunto «baile». Pero no se vaya. a creer -sería ligereza imper- bernadora se venía ál suelo. Pero el gobernador no hizo el menor·
.donable- que tal cosa tenía que ver o era causa de aquella ex-' caso de aquella aflicción y exigió la lista de los bailes posibles;
traña idea de reeditar un baile celebrado hacía justamente cien eso sí, de los bailes posibles de acuerdo con uno celebrado hacía
años, sino que éstas y otras situaciones venían a constit'uir los justamente cien años. Leyó atentamente y, acto seguido, puso
puntos vivos en el tejido muerto de la gobernadora. Porque en conocimiento de todos que se decidía por la fase primera ..
había .que partir de un hecho irrefutable: lo que todos conveni- Como Jqs asistentes a la soirée metafísica sabían las siete de me_,
mos en llamar muy justamente «la marcha del mundo» no maria, huelga decir que todos exclamaron a una que la decisión
tenía nada que ver con la <.~marcha de la gobernadora». Y se ha- recaía sobre «el baile como se ofreció realmente hacía un siglo».
ría caso omiso si un psicólogo pontificase que ella constituía un El gobernador, frotando sus manos alegremente, expresó su deseo
evidente caso de esos que ellos dan en llamar psicopatológicos ... de dar inmediata lectura a la reseñ.a del cronista que asistiera a
Y lo cierto es que la gobernadora poseía su marcha. dicho baile: «Porque ,---decía el gobernador- es una pista in-
Así es presumible creerlo; no estaba prometida para la destruc- falible para la reconstrucción de un suceso pasado».
ción porque siempre fue cosa destruida; ni para la putrefacción, Pero la gobernadora se interpuso, declarando, a su vez,
porque igualmente era. objeto de .putrefacción. Claro que esto que el.señor gobernador debía reparar en que la reseña del ero-'
1'
62 63
nista, .por ser la fase segunda del asunto «baile», pertenecía al aguar la fiesta a su esposo, pero ofrecer realmente el baile sig-
segundo de los bailes posibles, y que esto significaba celebrar nificaba caer en la fase sexta, o sea, en el sexto de los bailes
el baile segundo·y no el primero. A lo que el gobernador con- posibles. Un leve movimiento y el moscón quedó totalmente
testó que no importaba, porque no se trataba de reconstruir prisionero en la tela: haciendo gala de lo que él llamaba «SU
lo que .el cronista dijera, sino que, apoyándose en su crónica, feérica imaginación», y mirando displicentemente a la gober-
imaginar un baile de acuerdo con dicha.interpretación. nadora, dijo. que un pequeño cambio evitaría toda disidencia,
A esto la gobernadora opuso que el señor gobernado!' y propuso que el baile se ofreciera de acuerdo con el recuerdo
caía de nuevo en una evidente petición de pri'ncipio, -pues de de un baile ofrecido realmente, y que Q.abía sido a su vez la
acuerdo con su interpretación (con la del gobernador) se caía exacta reproducción de úho ofrecido hacía justamente cien
en la fase tercera y esto suponía ofrecer el baile número tres y. años. Ma~ la inmutable araña tendiendo su último hilo sobre
no el primero como ordenaba el señor gobernador. Entonces el confundido moscón testificaba que tal medida era caer en
éste, ostensiblemente confundido y con decisión propia de su la séptima fase, o si al señor gobernador: le parecía mejor, en el
virilidad, expresó que ofrecería el baile imaginándoselo tal séptimo de los bailes.posibles.
cual, sin la reseña del cronista. La gobernadora, suavemente Y para que su victoria fuese aún más decisiva le hizo
pero con firmeza, adujo que su señor esposo volvía a incurrir saber que no ensayase el asunto «baile» partiendo de alguna
en una petición de principio, pues reproducir un baile ofrecí.,. de las otras fases, pues iría cayendo ineluctablemente ~n las
do hacía cien años, imaginando cómo fuera, sin contar para seis. fases restantes, y añadía que el desmedido ejercicio lo lle-
ello con la reseña del cronista, pertenecía a la fase cuarta y por varía a infinitas combinaciones que muy pronto darían al traste
tanto al cuarto de los bailes posibles. con su clarísima razón. En tocando :el punto de la razón, el go=-
El gobernador se sonó furiosamente las narices e hizo bernador, viviente antítesis de un asilo de locos, dando media
saber que la reproducción del baile ofrecido hacía justamente vuelta salió discretamente de la soirée metafísica .. Pero apenas
cien años se haría de acuerdo con sil propia imaginación,. pero si se echó de menos su. brusca desaparición, pues ya todas las
la gobernadora, con frialdad propia de una máquina de sumar, daii)as se ir;1clinaban ante la gobernadora para escuchar de sus
hi?o patente a su brioso consorte su inconformidad, pues, según labios que acababa de descubrir una octava fase para un posi-
esta versión, se caía con la nueva medida del señor gobernador, ble baile que sería la: ·exacta reproducción de uno celebrado
en la fase quinta y en el quinto de Jos bailes posibles. Aquél, hacía justamente. cien años.
frenético, anunció que para verguenza de todas las damas allí
reunidas iba á hacer un símil.muy significativo, y acto segui- 1944
do contó el infortunio y la dignidad de un moscón apresado
en una telaraña. Entonces, con masculina ingenuidad, declaró
que el honor quedaba satisfecho y que para evitar espinosos
debates proponía que.el baile se diera realmente, eso sí, siem-
pre en su carácter de exacta reproducción de uno celebrado
hacía justamente cien años, pero haciendo caso omiso de re-
señas de cronistas y de. la. propia imaginación de los allí reu-
nidos.
Pero la imperturbable gobernadora ya levantaba su
blanca mano pidiendo la palabra. Dijo así que ella no quería
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nos por la misma ra~ón que otros preferían los más próximos.
El álbum Porque seguramente existía una causa superior a todas las de-
savenencias, a todos los disgustos y a todas las intrigas, y era
la absoluta necesidad de yer el álbum. Por ejemplo, una vez
que el portero anunciaba que los mejores puestos estaban ya
vendidos, ninguno de los huéspedes h].lmiJdes hubiera osado
ocuparlos. Claro que hubieran podido sentarse en cualquiera
De arriba abajo la casa de huéspedes era un hervidero. de ellos, pero el temor de provocar un escándalo que habría
La darna de carnes opulentas había llamado al portero para co, ofendido. con toda seguridad a la dueña del álbum, les hacía
municarle que podía ir avisando a los distintos huéspedes que soportar esta suprema humillación que toda pobreza impone.
esa tarde enseñaría su álbum de fotografías. Ya el portero te- Se engañaría quien crey.ere que la exhibición dur;1ba
nía perfectamente organizado un negocio con los asientos al- media hora o una hora a lo sumo. En modo alguno: a veces to-.
rededor de la dama, e iba de puerta en,puerta proponiendo los maba días enteros; nunca menos de un día ente_ro, o sea, desde
puestos más estratégicos a ciertos huéspedes de la casa que fu- el momento en que la dama abría el álbum hasta haberse cu,m-
maban cigarrillos rubios o adquirían espejuelos para el sol plido veinticuatro horas de continua exhibición. Pero qué
con grandes vidrios de un verde sombrío y montadura de oro tiempo exacto llevaría la sesión, nadie hubiera podido prede~
blanco. ·Pero el portero debía componer antes su rostro. Es que cirlo. Por ejemplo, si la dama mostraba aquella foto vestida
se emocionaba ante e.l ~nuncio de lo del álbum; esto le trajo de blanco, paseando ala luz de la luna por las ruinas del Coli-
grandes disgustos, pues los vecinos, percatándose de que algo seo, durante su viaje a Italia en 19l2, con toda seguridad este
anormal ocurría (y lo único anormal que podía suceder era episodio cons,umiría un tiempo de tres días con sus respecti-
precisamente la exposición del álbum), se precipitaban en vas. noches; es decir, que lo mismo podía una foto merecer un_a
bandadas hacia el lugar donde la dama mostraría su álbum, rápida ojeada por parte de la dfl.roa (y, como es de presumir,
ocupando los mejores pUestos desde mucho antes que tomen.., por parte de los huéspedes), como podía también ocupar un
zata la sesión y sin pagar absolutamente nada por dios. Claro tiempo equivalente a s_eis meses --,--duración máxima que se
que la dama ignoraba el negocio del portero: inmediatamente había alcanzado en las distipta,s sesiones celebradas.
habría suspendido sus festejadas y frecuentes exhibiciones del Me estaba acicalando con todo cujdado --ese día co-
álbum; por ello los huéspedes pobres, aun los que estaban en menzarÍ!l mi nuevo empleo de lector de un rico anciano ciego
situación ostensiblemente desventajosa respecto a los asien- y quería ofrecer la mejor impresión-, cuando sentí que gol-
tos, no le confiaban el eséandaloso negocio del portero; nego- peaban a la puerta violentamente. Me pareció una desconside..,
cio sucio que manchaba la pureza de aquel acto. Si la dama se ración hacia: los huéspedes y en particular hacia mí, que acababa
extrañaba de que los huéspedes más pobres ocuparan los últi- a
de mudarme hacía sólo un día. Abrí dispuesto peclir explica-
mos asientos justamente media hora después de haber confia- ciones terminantes a la persona que con tanta grosería me mo-
do ella al portero (tiempo que el portero se tomaba para ven- lestaba. Alguien, en quien -después reconocí al portero, se me
der los mejores puestos a los huéspedes más distinguidos) que encimó no bien había acabado de abrir la puerta, diciéndome
esa tarde exhibiría su álbum familiar y de viajes, debiendo es- con voz entrecortada por la emoc~ón: «Le lie guardado el mejor
perar largas horas, ya que la sesión se abriría a las cinco de la pl!.e.sto». «¿Qué puesto?», dije yo, retirando sus brazos que te-
tarde y se había anunciado a las ocho de la mañana, aquéllos nía sobre mi pecho. «Sí, el mejor -respondió él, sin hacer caso
la tranquilizaban confiándole que preferían esos puestos leja- de mi pregunta-, el que está a la derecha de la dama, pues a la
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izquierda se sienta su esposo y por esta circunstancia nadie po- -respondió el viejo-. Por ejemplo: si se sabe que la sesión va
dría ocupar ese sitio. Sabe usted, ella lo sienta a su lado para a durar meses los huésped~s de la gradería hacen una comida
que en el momento que, ladeando su cabeza, le diga: "¿No es cada dos días y dan curso a sus naturales necesidades en el
verdad, Olegario?", "¿Te acuerdas-, Olegario?", él, sin pronun- núsmo sitio en que se encuentran ..A veces la gente del barrio
ciar una palabra,. mueva su cabeza afirmativamente». «Pero no se ha quejado a. la sanidad; usted se imagina, el hedor que sale
me queda sino el tiempo justo -·-le respondí- para tomar el de la casa, a pesar de tenerla herméticamente cerrada, es inso-
ómnibus y llegar a mi nuevo empleo». «Nadie piensa aquí ert portable. ¡Pero todo es poco -y tomaba aliento-, todo es
ir al trabajo =<lijo el viejo-. Todas las actividades quedan poco sacrificio con tal de tener el supremo placer de contemplar
suspendidas cuando ella anuncia una de sus exhibiciones». el álbum de la señora y escqchar sus explicaciones!». «Pero un
«¿Qt~-é exhjpiciopes?», dije yo maquinalmente. «¡Pero si se lo álbum -insistí con bastante énfasis-·· , ¡un álbum no .es razón
estoy explicando y no me presta la atención debida! Le he veni- bastante para que toda una casa de huéspedes se exponga a
do a ofrecer el mejor puesto; el qu:e está a la derecha de la seño- los peligros del hambre y de la peste!». «¿Se queda usted o no
ra, y usted, como si tal cosa... ¿Sabe que hay aquí muchos-que con la butaca? -dijo el viejo haciendo ademán de salir-,
lo asesinarían por ocupar ese sitio?» «Pero me queda el tiempo ¿se queda o no con ella?~>. «¿Qué vale?» «Cin.!=o pesos -me
justo para llegar a mi nuevo empleo. No debo demorarme contestó-. Podrá ir a su nuevo empleo, pero, eso sí, a las cin-
más. Estos ciegos son muy puntillosos, y, además, el primer co, ¿lo oye?, a las cinco deberá estar instalado en su butaca».
día uno debe ser puntualísimo.» La última frase se perdió efi «Aquí están los cinco pesos -y le puse en la mano un billete
un ruido que se aproximaba como una fiera. Era el sonido ca- de cipco-. Pero díg'ame: ¿qué interés real puede ~ener la ex-
racterístico que producen muchos pies que taconean; algo así posición de un álbum de fotografías?». «¿Sé ha fijado usted
como el sonido de infinitas bocas que musitan angustiosamen- -dijo el viejo, tomándome por las muñecas y haciéndome co-
te. «Es la gente de la gradería -me dijo el viejo sin volver la loc:<:tr ante la puerta del cuarto, que estaba rematada por un arco
cabeza hacia la puerta, adonde yo me había precipitado-, es de vidrios mlJhicolores- en la belleza de esos vidrios? Son de
la gente de la gradería. Como no pueden pagar se apresuran a la época colonial. Cuando nada tengo que hacer, salgo por las
ocupar sus puestos; además, siempre hay invitados dé afuera ::y qJles a buscar puertas con vidrios de colores. Parece que hay
esto hace más difícil la captura de las sillas no numeradas. cierta gente qt~-e también los busca». «Sí -dije-, es una agra-
Mientras más temprano lleguen, a menos distancia del álbum dable operación salir coq el solo objeto de buscar vidrios de
quedarán situados>>. Entre tanto se había vuelto a mirar el des- colores. Pero. dígame: ¿podría distingtúJ entre una vidriera.
file. «¡Mire usted aquella muchacha ... , la que va a la cabeza del antigu_a y una imitación moderna?», «Mi tío usaba un dentí-
grupo! La última vez, como no pudo coger un pu_esto·y 1a se- frico de los que ya no se ven hoy en día; murió con -el ;upremo
sión duró dos meses, perdió gran número de vistas importantí- placer de una dentad uta impecable.» «Sí, sí, eso es, una denta-
simas; figúrese: cada cuatro o cinco horas se veía obligada a dura i_mpecable; pero mire usted: sólo me quedan algunos
descansar, a echarse en el suelo, y esto le produjo una amargura dientes del arco superior -y me le eché encima_ con la boca
tan grande que enfermó gravemente.>> «Pero yo ignoraba que abierta-. ¿Querría usted darme la fórmula de ese dentífri-
viviese tanta gente en esta casa. Mire usted, han páSado ya más co?». «Hace diez años que vengo burlando a la encargada del
de cien huéspedes.» «Sí --dijo el viejo-, y eso sin contar los piso. Todos los días la veo desnuda; si me hubiera -pillado,
asientos de abono que suman unos cuarenta». «Es inconcebi- ¡adiós portero!>~ «¿Y qué tiene eso de excepcional?» «Ya no
ble -murmuré-- que pór vet urt simple álbum de fotogra- puedo de noche comer mi pan con lechón; el estómago no me
fías la gente haga semejantes sacrificios». «¡Oh, eso no es nada! acompaña.» «¿Y por qué no- compra un digestivo?» «¿Sabía
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usted que nunca he usado medias?.» «A sus años, ¡eso es una im- con ampliaciones de tul blanco. La blusa era una preciosidad:
prudencia!· ¿No ve que estamos rodeados de humedad?» «¡Qué tenía cinco vueltas de cinta con pespunte a mano». Se quedó
fea está esa mesa!; yo tengo por ahí una latica- de esmalte. Ya un momeQ.tO pensativa y en seguida añadió: «¿Y el sombre-
verá usted cómq le va a quedar... » «Pero es que el niño de al lado ro?». «Por favor -le interrumpÍ-'-"-, me lo describirá otro día
se pasa toda la noche gritando.» «¡Eh, qué le pasa! ... -gritó -y le puse el niño en los brazos». «Ah, no; eso no vale. Us.::
1
furioso el viejo-, ¿está-tocado? Yo no le he hablado de ningún ted tiene que oír cómo era ese sombrero -y a su vez me vol-
¡ ¡
1 niño. Le digo muy claramente que tepgo u,na latica de esmal- vió a poner el. niño en los brazos-. Era un modelito del in-
te». «Pero es que ese niño no me deja dormir en toda la no- vierno pasado que Camacho, el sombrerero, no había podido
che.» El desagradable sonido de un timbre se dejaba oír: El vender. Me lo dio por nada, y entonces mis tías, que no por
viejo se lanzó ala puerta. «Es la patrona --dijo-. No falte; ya nada ... pero ¡tienen unas manos!, me lo dejaron precioso. Lo
sabe ... a las cinco». reformaron que nadie lo hubiera conocido. Compramos len-
Eran apenas las diez. Tomando un taxi llegaría casi tejuelas y ellas le bordaron toda la copa imitando unas mari-
puntualmente a mi nuevo empleo. Lo iba a hacer cuando sen- posas que estaban expuestas en la vidriera del Arte. Hoy ya no
tí que llamaban de nuevo a la puerta. «¡Adelante!» --dije ya tengo ni un trapo que ponerme; pero entonces, amigo mío,
un poco molesto por aquella nueva interrupción. Entonces vi tenía los vestidos por docenas. Porque oiga: no es por alabar-
que entraba una mulata como de treinta años con un niño en me, pero a mí nunca me faltó nada».
brazos, y se me echaba encima. «¡Vamos, Fito, dile al señor Entre tanto, se había sentado, indudablemente para
que no vas a llorar más! Fito, pobrecito. Dile al señor que no, que estar cómoda y poder continuar sus explicaciones. Como esta-
no, no, que no. ¡Uf, qué rico!. .. » Mientras hablaba con ese len- ba a dos pasos de la ;puerta podía -y esto era lo que hacía
guaje poco comprensible para mí, tiraba aJr niño en el aire y lo ahora- empujar con su pie derecho la hoja, indicándome por,
recibía de nuevo en sus brazos; lo besaba, lo llenaba material- esta señal que to~avía tenía mucho que confiarme y que no
mente de saliva. Terminó por ponérmelo en brazos. «Señora debería. yo abandonar el cuarto. En ese momento el niño empe-
--dije-, debo marcharme~ voy a llegar tarde a mi nuevo em- zó a gritar y se agitaba entre mis brazos tratando de escaparse.
pleo». «¡Ay --dijo ella sin hacerme el rnenor caso-, si su-· Yo miré a la m,adre. «Tiene hambre --dijo ella-, ¡pobrecito!
piera usted la historia de este niño! Su abuelo siempre me lo ¿Qué quiere ellechoncito? ¿Qué qu,iere mi lechoncito?». De
decía: "Minerva, ese hombre no.,te conviene". En esa época yu pronto. se puso muy seria y me dijo: «¿Me lo promete usted?
estaba muy bien; la comadre de mi abuela me había colocadó Diga que sf, que me. lo promete». Entonces, tomándome por
en casa de las Pita. Sí, hombre, las Pita... ; que una de las mü- las solapas del saco, susurró: «¿Sí? ¿Va a ser bueno? ¡Oiga! No
chachitas se fue con un mulato y dieron un escándalo tremen- se vaya a~burlar de mí...~;. Me miraba fijamente. «¡Mentira!'
do. Eran tres mujeres: Malvina, Julia y Elivia, que es la que se Usted se va a ir; si se lo estoy viendo en los ojos ... ¡A ver: mí-
fue con el mulato. ¡Y mire que esa madre sufrió! ... Para que reme sin pestañear! ¿A que no me puede sostener la mira-
usted vea que la que va a salir con mala cabeza no le vale ni et. da? ... >> Yo le miré a los ojos; tenían una expresión tan es tú""
ejemplo de la madre. Yo he conocido a muchas cuya madre pida que tuve que bajar los míos. «¡Lo ve! --dijo ella-, ¿lo
era una puta y que ha,n sido mqdelo de esposas. Yo no, a mí el está viendo? ... Usted se va a ir; y yo tengo que acabar de con.,.
hombre que me gustó se lo dije a mamaíta y nos casamos; sí, tarle mis· relaciones con el padre de Fito>>. «No -le dije en-
porque nosotros nos casamos por la Iglesia y todo. Sí, yo me tonces-, no me v.oy a marchar. ¿Qué quiere usted de mí?».
acuerdo que llevaba para el casamiento civil un vestido de bu- «Bueno, no se vaya, ¿eh?.,. Voy a buscar la mamadera de Fito.
rato azul que me hicieron las López. La saya era de campana. Vuelvo en un saltito.» Abrió la puerta y en seguida la sentí
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trasteando en su cuarto. El niño arreciaba sus chillidos. Eran su pulgar y su índice-. Pero de la noche a la mañana cam-
más .de las once, deódidamente, llegaría tarde a mi nuevo bió. Sí, cambió con la situación; se m·e achicó». Aquí se detu-
empleo. ¿Y si yo dejaba al niño encima de la cama y sin hacer vo y quedóse mirando fijamente al niño que se había dormi-
el menor ruido me perdía end pasillo? Verdad que llegaría a do. Aprovechando esta pausa le hice ver la necesidad. en que
mi nuevo empleo con dos horas de retraso, pero siempre una me encontraba de salir en seguida. «No, no -me respondió,
buena excusa surte su efecto; y yo podía decir que un acciden- recobrándose inmediatamente de aquel breve ensimismamien-
te imprevisto ... ; que al día siguiente ofrecería doble tiern.po de to-, no he terminado. ¡Vamos ... usted se creyó que ya habí~
lectura... Además, yo no podía tener ningún remordimiento por acabado! ¡Qqé bobo! Pero Alfonso se mató; sf, porque se mató.
esta mujer, pues aunque eraóerto que le había prometido no ¿Usted no lo sabía? Todo el barrio lo sabe. No hace todavía ·un
marcharme, fue de mi parte una promesa maquinal; yo no la año: yo estaba recién parida de Fito... ¡Mire que dejarme en-
conocía y nada me ligaba a ella, ni a su espantoso chiquillo. ganchada-con este paquete!. .. ¿Y usted: sabe ya lo del álbum?
Pero mis proyectos fueron inútiles; la vi entrar de nuevo tra- Mire, ese sinvergüenza de portero es un chantajista. Su hija,
yendo una mamadera que agitaba en lo alto. «¡Vaya, no me hace un año que se fue con el nevero. ¡Quién me iba a decir que
engañó! Ahora sí que me podrá mirar sin pestañear. ¿Usted Alfonso se· mataría! ... ¿Y le gustará ver el álbum? Para mí
mismo quiere dar la leche a Fito? Siéntese. en ese sillón -y que la mujer esa,, sabe, 1a del álbum, está tocada... Y Alfonso se
me indicaba un sillón que estaba del otro lado de la cama; yo mató de un tiro en la: boca delante de mí. Eh, ¿qué le parece?
inicié una débil resistencia, pero ella me empujó y acabó por Muy bonito:- pegarse un tiro en la boca. Usted, ¿está soñando?
sentarme-. ¡Así, así! El niño tiene que descansar la cabecita ¿Por qué no grita? Yo grité cuando Jo vi lleno de sangre. ¡A ver,
sobre su brazo izquierdo; ahora con la mano derecha agarre la grite! Cuando él se .pegó el tiro yo grité así -aquí distendió la
mamadera. ¡Ajá! ¡Mire que usted es inteligente!.,.». Entonces· boca pero sin dejar escapar el grito-, ¿Lo ve? ¿Lo está viendo?
arrastró hasta frente al mío el otro sillón. «Ahora podremos Yo abrí la boca; la volví a cerrar; la volví a abrir y grité otra vez.
seguir conversando.» Hizo una pausa que yo aproveché para ¿Se da cuenta? ¡A ver, abra la boca y grite como grité yo cuando
escuchar el ruido que hacía: el pequeño al chupar la mamade- Alfonso se pegó el tiro en la boca! ¡Mire que usted es bobo!; no
ra. «¿Dónde quedé? ¿Ya le había dicho cómo era el sombrero? querer gritar. ¡Vamos, Fito, el señor no quiere gritar! ¡Ah!, se
Sí, sí --dijo tapándome la boca; yo no ~había hecho gesto al~ me olvidaba: ¿tiene usted un fósforo que me regale?>>. Me in-
gunb para abrirla-, sí, sí, eso lo conté ya. Lo que falta por de- corporé y fui a buscar la caja de fósforos. Entre tanto ella
cirle es lo de mi marido. Eso sí, sería todo lo que se quiera, p~ro comenzó a registrarme el ropero, ~<No tiene mucha ropa. ¡Bah!,
cuarido nos casamos a mí no me faltó- nada. Mi habitación era seguro quela tiene escondida. Un joven como usted debe siem- ·
buenísim.a. Con decirle que yo tenía un juego de tocador de· pte tener mucha ropa. ¿Cómo anda de medias? ¡Ah!, un retra-
plata, y Alfonso hasta tenía un juego de botones de oro cator- to ... ¿Es de su novia? ¿No? ¿De su hermana? Bueno -··-y tom6
ce para los calzoncillos. Y como quiera que sea Q.O éramos unos cuantos fósforos de la caja que yo le ofrecía-·-, ya sabe
ricos, pero vivíamos muy requetebién. Y no es porque fuera dónde me tiene ... ¿no quiere besar a Fito? Si por la noche le da
mi marido, pero Alfonso era un plomero formidable. Y no se un dolor de estómago me toca por aquí -se dirigió al tabique
ahogaba en un vaso de agua: ... que yo quería un vestido nue- que daba a su habitación-, me toca así-.-y dio dos golpes sobre
vo: ahí va el vestido; que venía el Circo: comprábamos buta- la división de madera-·. Ya sabe: no vaya a pasar dolores por
cas, nada de grada, ¿~o oye? Bu,.ta-caaaa; que se .me antojaba: gusto. ¿Me·va a tocar? ¿Me lo promete? Bueno, adiós».
un par de zapatos: ahí va el par de zapatos. ¡Oiga!: y fiel, ente- Me tiré en la cama. Era muy cerca de la una. Ya no iría
ro, redondo; así -.y .me .hacía ver el círculo que formaba con a mi trabajo. Tampoco bajaría a almorzar. Me iba a quitar el
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saco cuando seQ.tí que Minerva me llamaba por el tabique. pude obtener que se acostar~ conmigo .. Ul}a: poche <;lescubrió
«¿Qué quiere ahora? -le dije con bastante grosería. Ella me que ya .no tenía movimiento en el cuerpo, y lleno de terror
respondió muy agitada: «¡Acérquese a la puerta para que vea abandonó mi lecho.» «¿Cree usted en Dios?» «No, creo en la
a la mujer de piedra, la traen por el pasillo en un sillón de piedra.» «¿Reza usted?» «Sí, a la piedra para que no me in-
ruedas! ¡Pronto; que ya está llegando!». Su voz no se escuchó vada cop. tanta furia.» Añadió en seguida: «No sea tan ingenuo;
más; sentí entonces que Minerva conversaba con alguien; me lo cierto es que moriré. dentro de cinco meses. Después,. ya·
iba a asomar cuando llamaron suavemente a mi puerta. Abrí veremos ... ¿No le parece?». «¿Y cómo hace para defecar?»
en seguida; un hombre maduro me dijo con extremada corte- «¡Alberto! -se dirigió a uno de los criados-'-"-'-, eqséijele al
sía: «¿Es usted el nuevo huésped?». «Sí, soy yo el nuevo hués- señor la tapa ... >'>. Entonces el criado que. respondía por Alber-
ped. ¿En qué puedo servirle?» «Es que la señora desea hablar to se inclinó, descorrió dos pequeños pestillos de una ·tapa
con usted.» «¡Ah!, sí, la, señora», le repuse sin mostrar el me- que caía justamente debajo del ano de la señora, y me explicó
norasombro, y saliendo del vano de la puerta adonde me en- minucios~mente qu~, poniep.do t;~.n recipiente, la señora podía
contraba semioculto. «¿Me conoce usted ya? -dijo una voz hacer con suma facilidad sus naturales necesidades. «¿Y no.
femenina de un tono grave admirable-. ¿Es que soy tan co- teme usted que algún insecto ... », dije yo con vivo interés.
nocida?». Era la voz de la mujer de piedra que Minerva me «Ninguno, ¡no lo sentirí~! A ver, Alperto, peUi?~ame fuerte
había anunci~do por el tabique. Me abalancé al sillón y sin en cualquier parte -dijo, y volviéndose hacia mí-, -mire
contestar a sus preguntas me puse a examif).arla cuidadosa- usted bien en qué sitio me pellizca». Alberto la pellizcó fuer-
mente. A la primera ojeada caí en la cuenta de que no estaba temente en un muslo. «Ya, señora -dijo el criado-, ya la he
sentada sino tendida a lo largo de una plancha inclinada que pellizcado». f;Ua se volvió de nuevo hacia mí. «¿Ha notado,
parecía colocada encima del sillón. Sus brazos, completamen- caballero, que alguna sombra de dolor altere mi faz? Nada he
te petrificados, caían pesadamef).te como dos varas a lo largo sentido. ¿Ha pellizcado en alguna ocasión a una estatua?» ...
de su cuerpo. Pero lo más extraordinario era la dirección de la «¿Qué es lo que más anhelada poseer?», le dije riendo con os-
voz, motivada por la rigidez del cuello. Estando yo de pie frente tensible nerviosismo. «Uno no anhela nada -me respondió
a ella, escuchaba su voz lateralmente, pues a· causa del mal había ella-.-, sólo recibe sente'nc:ias». «¿De muerte?», dije yo. «Ü de.
quedado con el cuello doblado hacia la izquierda. «Quería· pe- vida», recalcó ella. Di la vuelta a~ sillón y rni.r,á,ndola fijaf!len-
dirle un favor--dijo-. El portero me ha hablado de usted». te: <<¿Se da usted cuenta de la inmensa felicidad que significa'
«Sí -le respondí-, en efecto, el portero me conoce; vino no estar atacado por la piedra?». «¿Se da usted cuenta de la·
aquí por lo del álbum». «¡Claro, pues de eso se trata! Usted inmensa desgracia que es estar atacada por la piedra? _. _.me
tiene su puest9 a la derecha de la dama, y he venido a rogarle dijo mirándose los brazos, y añadió con infinita gracia-: ¿Que-.
que me lo ceda.» «Pero -le respondí- he pagado cinco pe- rría usted aprender mi baile?». «¿Qué baile? -respondí yo,
sos por ese puesto». «Y a r:pJ apenas me quedan ·cinco meses intrigado· por su tonillo reticente-, ¿qué baile?»."Pero nada
de vida -'---<lijo con una fuerza increíble-. En cuanto la osifi- me contestaba, pues ya se alejaba en su sillón de ruedas, mez-
cación llegue al pecho soy mujer del otro lado ... ¿Negaría clando una risa. ligera a las estentóreas carcajadas de sus dos
usted merced tan pequeña a una criatura in artículo mortis?».. sirvientes.
«¿Es usted casada?» «No, soy soltera.» «¿Edad?» «Si la osifi-, A las cinco estaba yo en el comedor. Como había cedi-
cación me lo permite cumpliré cuarenta años dentro de seis. do mi puesto a la mujerde piedra, ocupé el segundo de la iz-
meses.» «¿Ha tenido algún ar:por en su vida?» «Me enamoré quierda; esto es, vine a quedar situado justamente al lado del
de un carbonero que era Ún dios.» «Y él, ¿la quiso?» «No, pero rnarido de la df!.ma expositora del álbum. El comedor presen-
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taba, como se dice, un «golpe de vista magnífico». Las sillas elegida era aquella que representaba el .momento en que, ves-
habían sido colocadas en semicírculo, y aquello parecía un pe-· tida de novia, se disponía a partir el pastel de. bodas.
queño anfiteatro, cerrado al fondo por falsas columnas de ce- «Como ustedes pueden ver -esto de ver era. relativo;
mento estucado que eran parte de la recargada ornamentación: sólo podían ver los huéspedes que estaban sentados en las dos
del comedor; de columna a columna. corrían festones y hayas, primeras filas, o sea, aquellos qu.e habían pagado--, esta foto
hojas y frutas de piedra, todo pintado de un.delicioso y ridículo recoge el momento en que. yo, con el traje de novia, teniendo
color amarillo. En las cuatro paredes del comed,or se veían junto a mí al esposo elegido por mi corazón, y rodeada de fa-
cuadros colgados con los tradicionales temas de cenas y con- miliares y amigos me dispongo a partir el pastel de mis
vites; otros representaban inmensos fruteros llenos de zapo- bodas. ¿No es así, Olegario?», y se volvió con afectado gesto a
tes, piñas, mangos, y también frutas de otros países, como la su marido. Éste movió la cabeza en sentido afirmativo, y ella
manzana y la pera, el melocotón y los dátiles. Una gran lám- coQ.tinuó: «Fíjense que el perrito blanco que está junto a la
para, cuyos ocho brazos eran otros tantos tritones, colgaba del mesa de la esquina del salón -esta observación acerca del pe-
centro del comedor. Yo me había perdido en la contempla-, rrito reportaría, con posterioridad a la exhibición del álbum,.
ción de sus bronces (cagados de moscas) y de sus lágrimas (más beneficios incalculables al espíritu de aquella comunidad; es-
cagadas todavía)· cuando un silencio repentino me hizo bajar to es, cuapdo huéspedes ricos. y pobres se encontraran toman-
la vista. Este silencio lo había provocado la dama del álbum do el fresco en la• azotea, se entablarían disquisiciones acerca
que acababa de hacer su aparición. I:.a seguía un hombre de de la verdadera situación del animalito en la topografía gene.-
pequeña estatura y regordete que llevaba en sus brazos, como ral de la Joto, ya que los huéspedes ricos sí podían verlo y, por
los sacerdotes llevan la Sagrada Forma en el cojín de .terciope- el contrario, los huéspedes .pobres no podían- no es un perro
lo, un álbum inmenso de fotografías. Las esquinas del álbum de carne y hueso. Muy por el contrario, es un perrito de lana·
estaban rematadas por cantoneras de peluche verde, y sus que. la señora Dalmaú. me regaló». Aquí hizo una larga pausa·
tapas eran de piel de gamuza. La dama parecía tener unos y miró de hito eQ. hito a la concurrencia. «¿Que cómo vine yo
cincuep.ta años. Vestía a la moda de mil novecientos catorce, a saber que era un perro de lana? Verán ustedes: ya he dicho
o cosa así; y llevaba un gran abanico de plumas con el que se· que la señora Dalmau me lo regaló; pero si yo simplemente
daba aire lánguidamente. U na. vez sentada, explicó con voz digo esto y no aclaro que la señora Dalmau me lo hubo .de,
aguda que había· hecho ·algunas innovaciones en su manera de traer precisamente en_ el momento de partir el pastel de mis
exhibir las fotos del álbum. Dijo que a fin de evitar el ardien-: bodas, ustedes, con toda seguridad, podrían creer que yo tenía·
te deseo de los huéspedes =.::.concebido, aunque no expresado, el perrito con anterioridad a la bellísima ceremonia del pas-.
por efecto de la timidez- de volver a contemplar esta o aquella tel. Es así como yo, que entraba en ese momento en el salón
foto, no sólo había alterado el orden de las mismas; también del .brazo de mi elegido», aquí se volvió de nuevo y dijo:
habría de exhibirlas al azar. Abriría el álbum en cualquier parte, «¿No. es verdad, Olegario?, y seguida de una juventud riente
y entonces, haciendo girar su dedo índice -por supuesto, y dichosa (juventud que detallaremos más tarde contando sus
con los ojos cerrados- sobre la hoja, lo dejaría caer sobre un respectivas vidas), hube de ver un bello perrito blanco. Di un
punto que estaría representado por una foto, siendo ésta la ligero grito y me indiné para tomarlo en brazos, mientras
que por gracia del azar se exhibiría. En efecto: se la vio cerrar decía en voz alta de manera que pudiera ser. escuchada por·
sus grandes ojos y hacer varios círculos sobre. la hoja abierta al todos: ¡Qué bello perrito de lanas!. .. ¿Podría saber.quién es su
az~r. Todos contenían la respiración. De pronto lo dejó caer, y dichosa o dichoso dueño? Inmediatamente se dejó escuchar
pasados unos segundos anunció con voz estentórea que la foto un grito que respondía al mío, y en el cual reconocía la voz de
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la señora Dalmau. "¡Oh! ... (éste fue el grito), querida; no es de sesenta años. Momentos anteS de salir para mi casa con ob-
un perro de carne y hueso; no, es sólo un perro de lana que yo jeto de asistir a la ceremonia religiosa y después a 1a partición,
te obsequio por el día de tu:boda". Entonces el animalito arti- del pastel, su padre hubo de anunciade tan infausta nueva.
ficial fue pasado de mano en mano. En el momento de tomar- Nunca olvidaré que, de vüelta de la ceremonia, y con motivo
se la foto de la partición del pastel, supliqué al fotógrafo que de entrar yo en mi saloncito privado para arreglar una de mis
tuviera la bondad de colocar al perrito en la .misma posición: ligas, que estaba floja, d¡ de manos a :boca con ella, -que echa""
en que lo encontré cuando mi entrada triunfal en el salón. da en un canapé azul se abanicaba furiosamente. Sin dar .mayor
Debo advertir que la pobre señora Dalmau hace ya mucho importancia a su tono encendido, le pregunté si tenía mucho
tiempo que nos. dejó, quiero decir que abandonó este valle de calor, y le djje que aunque el convite no había empezado to-
lágrim,as, y fue a descansar en brazos de nuestro Creador. davía, ella, en su calidad.de amiga íntima de la familia, podía
¡Qué extraño! Si hasta parece chistoso: la señora Dalmau, que solicitar de ú.no. de los criados una copa de sidra helada. Pero
sí era de carne y hueso, ya no es nada; en cambio, el perrito ella, agradeciendo con vivas protestas mi cordial ofrecimien-
que me regaló, que no era de carne y hueso, está todavía pres- to, me hizo saber ql!e estaba condenada. ¿Condenada?, repetí
tando un excelente servicio decorativo en una de mis étageres, yo, presa de tamaña curiosidad. Sí, me respondió ella, con una
al lado de tres muñecas noruegas. Vean: esto es lo que queda agitación que suoía de punto. Condenada por mi padre a dar-
de la señora Dalmau (y ponía el dedo sobre un punto que sin: me por esposa de su socio, ese viejo libidinoso. ¡Oh!, dije yo,
duda era la imagen de la señora Dalmau). Nadie, viéndola tan y golpeé ligeramente con el tacón de mi zapatito dorado la
rozagante, hubiera pensado ... Se sabe que tenía un cáncer en mullida alfombra, que devolvió un sonido ahogado. ¡Vendi-
el seno izquierdo. ¡La pobre! ... Retratarse le producía verda- da!_ Y añadí de inmediato: ¿Y cuál es .la causa? La ruina de mi
dero pánico, pero puedo decir con legítimo orgullo que ésta padre -repuso ella sin dejarse de abanicar-. Entonces yo le
es la única foto que se hiciera en vida. ¡Una verdadera prueba dije fríamente: ¡Querida, tú eres tú, y tu padre es él! No te ca-
de amistad, que bien sabe la señora Dalmau, allá sentada en- ses. No dije media palabra más y salía la sala principal donde.
tre ángeles y potestades, éuánto le he agradecido y le agrade- se me aguardaba, entre risas, flores y champaña para la parti-
ceré eternamente!». Se la vio sacar un pañuelo que pasó por ción del pastel. Días.más tarde, veraneando en el Lido, me en-
sus ojos, y en seguida .el dedo se posó en un punto que ven{a a tero po·r la prensa del suicidio del padre de mi amiga: se había
quedar a mi extrema izquierda. «¿Y la muchacha del rostro disparado un pistoletazo al no poder conjurar la ruina de sus·
encendido?, como yo la hube de bautizar. Sí, esta que vemos finanzas, la que con toda seguridad se habría evitado por la
ataviada con vaporosos encajes blancos (y ponía su dedo nue- alianza de su h'i ja ton su socio capitalista. ¿Y ella?, me dirán
vamente sobre un punto que sólo podía ser percibido por los ustedes. Hace. diez años que he perdido. sus pasos; la últimá
hl.léspedes adinerados). Debo hacer un,a salvedad: habitual- vez que nos vimos pesaba doscientas libras y fumaba un inso-
mente era de continente pálido, pero, por esos 'inexorables de- portable.cigarro turco. ¿No:es así, Olegario?». · "
signios del destino, en ese día memorable de la partición del Pero Olegario se había quedado dormido. -La dama, al
pastel de bodas, su rostro adquirió un sostenido tono rojo de ver que su consorte no respondía con la inevitable inclinación:
fragua. Adviertan que, aun cuando la.foto no es en colores, se de cabeza, perdió el ritmo de sus .explicaciones y quedó muy
nota un evidente contraste entre lo sombrío de su cara y lo desconcertada. $e hizo un silencio que yo aproveché para re-
blanco de sus encajes. ¿En razón de qué aparecía tan encendí, correr con la vista el auditorio. La felicidad de aquella gente era
da? Su padre, para evitar el total desplome de sus finanzas, absoluta y hila más categórica reparación social los habría sa-
acababa de venderla en matrimonio a su antiguo socio, un viejo tisfecho tanto como. los satisfacían las explicaciones de la dama.
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Eran ya las ocho de la noche y hacía rn~dia hora que la daiTl.a
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1' ta? Nadie ni nada. Era una puerta falsa, quiero decir que era
permanecía con su cabeza inclinada sobre el .pecho. Algu- una .puerta pintada, es decir, que no existía, ¿lo oyen?, que no
nos huéspedes sacaron, de cartuchos que tenían debajo de los· existía,· corno no existe un. artesonado que vernos en un techo
asientos, ciertas provisiones de boc~ y cornenz~ron ~ devorar-' y que· sin -embargo está pintado para producir la sensación real
las tranquilamente.· «Nadie .puede saber sino hasta que lo ha-• de uno verdadero. Es, pues, por esta. circunstancia que nadie
1: ya experimentado qué es partir un pastel de bodas» y la dama hubiera podido trasponerla. Esto era lo· que precisamente me
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retornó el hilo de su discurso: «Míreserne bíen en ese momento: llenaba de terror; ya que existen puertas, al. meno~ que tengan
el cuchillo. pegado a la masa del pastel, presto a hep.dir de arri- salida; a.cualquier sitio que fuere, pero que tengan salida..Pues
ba ·abajo esa montaña de crema, mientras mi mano izquierda: frente a esa puerta vino a situarse, corno lo están ustedes vien..,.
se apoya nerviosamente en el antebrazo de mi consorte; la do, la señora d,el goberna~or, en el solemne momento de Ja
vista en lo alto, y las papilas gustativas de todos los invi~ados partición del pa.SteL Momentos después de que se escuchara el
segregando saliva con una furia increíble. Debo advertir, para estallido del magnesio y que las nubes de. humo se hubiesen
la mejor comprensión de la atmósfera de la foto, que éste fue perdido en lo alto, yo, percatándome de que Arnalia perrna-
el clímax de aquella inolvidable velada; por eso el fotógrafo lo necút en su posición de persona lista a fotografiarse, frente a la
inmovilizó p~ra la eternidad, haciendo estallar en ese pred~o puerta, me le acerqué con una tajada' de pastel y le dije: Que-
instante su magnesio, que nos envolvió en una densa nube de rida, come de mi carne ... , pero ella, rechazándome con su blanca
humo blanco, con el consiguiente susto de las damas y las mano, me decía: No, querida, antes debo dejar este bolso que
1 ~i chanzas de los G:lbaUer,:os. Ahor,:a voy ~ teqer a bien explicar la me impide, y se puso en movimiento a fin de trasponer la su-
historia particular del resto de los invitados, además de una sodicha puerta. Todos los presentes lanzarnos. a coro una ex-
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,¡¡
minuciosa descripción de sus respectivas toilettes. Vamos a co- clamación de terror, que fue respondida por un quejido des-
1 1' " menzar por la señora del gobernador, esta. que !lStedes ven garrador de nuestra querida amiga, que al no poder trasponer
aquí vistiendo· un soberbio traje de pailleté negro - y su dedo la puerta se había 1lastirnado la nariz. Nosotros respondimos
volvía a caer sobre un punto sólo percibido por lbs huéspedes entonces .con una risotada, .pues su nariz aparecía embadurna-
adinerados-. Arnalia, que así se llamaba mi amiga del alma·, da por la pintura fresca de la puerta, que había· sido recién
en es~ época de la partición del pastel, acababa de tener una pintada.con motivo de mis bodas. Y a propósito, voy a descri-
niña, fruto de sus amores con el señor gobernador. Sí, es esta que biros su vestido, que también salió manchado en. aquel im-
vernos junto a la puerta. Pero, ¿he dicho la puerta? ¡Oh, _te- pacto memorable.>>
rror sagr~do me posee!». Se pasó la mano por la frente, y tras Ya llevábamos ·una semana cornpleta:en-la descripción
breves segundos prosiguió. «El que entraba por la verja -del del vestido. Por ejemplo, relatar el bordado de las· mangas trajo
jardín y trasponía el corredor oriental venía a dar de manos a a colación el nombre de la bordadora, nombre que la dama
boca con la susodic4a puerta. Claro que ustedes no .pueden, del álbum hubo de. preguntar a su .amiga en aquella ocasión.
llevarse esa sorpresa, porque sólo tienen ante la vista una foto- Asimismo fue contada la trágica historia de esta bordadora,
n·'
1 "' 11 grafía de la p!lerta y no la p!lerta misma; sin contar que uste- raptada por su amante y muerta violentamente .tras· haberla
des no eran mis a,migos en esa época y q!le la ca,sa fue dernoli-' violado. A juzgar por el entusiasmo descriptivo de la dama, la
da hará cosa de veinte años. Pero de haber sido ustedes mis sesión prometía sobrepasar el tiempo máximo. de seis meses
invitados en aquella ocasión o en cualquier otra, habrían experi- que se había alcanzado hasta entonces. En uno de los :breves
mentado el mismo terror ·que nos acometía a todos los que, momentos en que hr dama suspendía sus explicaciones para
pasábamos frente a ella. ¿Que quién se ocultaba tras la puer-: apurar un enorme vaso de limonada fría, fui vivamente con-
1 ..
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gratulado por todos los allí reunidos, pues, se me decía, la se- te el álbum, se levantó e inició la salida, seguida por su esposo
sión, con toda seguridad, iba a superar el tiempo de las sesio-' que llevaba, los brazos en alto, el precioso objeto. Todo el
nes anteriores. También me convencieron de que no constituía mundo supo entonces que la sesión había terminado.
vergüenza ninguna defecar sobre el asiento en que me encon ..
traba. Defequé, pues, copiosamente sobre mi butaca, mien- 1944
tras la jovencita a mi lado me ofrecía un pedazo de carne asa-
da, y yo, en justa reciprocidad, la obsequiaba con ·un trozo de
pollo frío. Como había llegado el invierno y las noches se ha-
cían frías, el portero se ausentó para traer frazadas a los hués-
pedes que las desearon, eso sí, siempre que pagasen por el ser-
vicio prestado. Exactamente como me lo había anunciado, la
dama de piedra murió a los cinco meses justos de haberse ini"
ciado la sesión. Nunca ·olvidaré su cara. En el momento en
que ella expiraba, la dama del álbum decía, con gran éhfa-:
sis, que la confección del pastel de bodas había sido-realizada
bajo su personal dirección. A medida ·que enumeraba los in-
gredientes necesarios, la expirante cara de la señora de piedra
parecía decir a la dama del álbum que se apresurara. Pero
todo fue en vano, y tengo la seguridad de que la faHecida no
pudo escuchar la relación de los tres últimos· ingredientes.·
En acabando de expirar la dama de piedra, la dama del ál-
bum lentamente y cortando mucho las palabras: «Finalmen-'
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te se añade a la masa partes iguales de vainilla, canela y esen.o.,
cia de limón ... >>.
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1 1
Ya entrábamos en el octavo mes y la dama no había
1 concluido aún la enumeración de los incontables regalos· de
boda que había recibido de familiares y amigos, regalos que apa-,
recían en la fotografía colocados sobre una gran mesa que es-
taba frente a la otra de los dulces y licores. Claro que lo que el
ojo alcanzal;>a a ver en la foto era sólo una· mesa y encima de
ella una enorme mancha, pero como la dama sabía de memo-
ria hasta el último de aquellos objetos, .los podía ir enumeran-
do con gran fidelidad. Aquello sí constituía un espectáculo
magnífico y no esas insípidas sesiones de cine con su insopor-
table cámara oscura y sus inevitables masturbaciones. Eran
las seis de la tarde del último día de ese octavo mes y ·acababa
la dama. de describir una pequeña acuarela que se observaba
encima de un lindo musiquero, cuando, cerrando pesadarnen-
1· "'..
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cuerpo la mitad derecha de su cara. Un poco más allá las ex-
El parque cretas de un perro probaban que el basurero no había pasado
todavía.
1944
1944
El comercio -una sombrerería- estaba en la esqui-
na del parque. En aquel momento el dueño decía algo en voz
baja al muchacho encargado de llevar las compras a los clien-
tes. Éste lo escuchaba mientras daba los últimos escobazos en
la parte del piso donde el declive era más pronunciado, a fin
de que las aguas, en caso de limpieza general, pudieran ir al
patinillo interior. Para mayor comodidad de la clientela bas-
tante distinguida que frecuentaba el comercio, el dueño ha-
bía instalado un gran espejo ovalado y al lado del espejo una
repisa donde descansaba un enorme peine de plata. A veces,
algún rostro pegaba cuidadosamente su nariz al cristal del es-
caparate, pero el diligente muchacho salía en seguida con un
gran trozo de franela y pulía una y otra vez aquella empañada
parte del cristal. Además del dueño había dos dependientas,
pues era exclusivamente comercio de sombreros de señora. En
diez años de servicio en la casa, la empleada A. había dejado
de asistir un día al trabajo, pero la empleada B. -que jamás
sufrió un accidente parecido-la sustituyó con .tanta diligen-
cia que la venta acostumbrada no disminuyó en modo algu-
no. Eran ya las once de la mañana cuando una señora, ataviada
con suma elegancia, atravesó el parque, subió a la acera y
entró en el comercio. La empleada A. salió a recibirla con su
acostumbrada gentileza mientras la empleada B. (la que
jamás faltara al trabajo) con su flotante caminar se interpuso
un instante entre las dos para perderse, al fin, por la galería
que llevaba al almacén. Entre tanto, la señora retocaba sus ca-
bellos con el gran peine de plata y en seguida ofrecía su bella
cabeza a la empleada A. para que ésta le colocase el modelo
solicitado. Un poco más allá el dueño se metía un dedo en la
nariz, aprovechando que el cuerpo de la empleada B., que ya
venía del almacén con dos grandes cajas de sombreros, impe-
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la cola se abandonaba como un animal echado. Al coincidir con
La boda ésta, hizo un ligerísimo movimiento desarrollado de abajo arri-
ba, esto es, de su talle a sus hombros, y el extremo de la cola
respondió con un breve funcionamiento, pero tan afinaqo que
permitió al pie derecho pasar sin fatiga alguna. Desde este
momento la cola fue perdiendo su inclinación y comenzó a se..,
guir a la novia. Ésta ya daba su último paso <;on el p~e derecho
Los invitados que llegaron con la debida puntualidad sobre la alfombra roja, y su cuerpo, perdiéndose en la. caja del
pudieron ver cómo dos hombres de alguna edad, caminando coche, indicaba claramente que la.bodahabía terminado.
de espaldas al atrio y viniendo del altar, desenvolvían de un
enorme carrete dos cintas blancas que colocaban sobre los es- 1944
paldares de los asientos situados junto a la senda nupcial. Los
que no llegaron con la debida puntualidad vieron las cintas ya
colocadas. También la gran alfombra roja. A una señal, el al-
tar se iluminó, mientras el pie derecho de la novia penetraba
en el templo. Cuando el extremo de la cola de su vestido tocó
justo el sitio donde su pie derecho había marcado una levísi-
ma huella, se pudo observar que dejaba atrás treinta cabezas
de águila que formaban el tope de otras tantas columnas si-
tuadas en el atrio. Así que una vez llegada la novia ante el
oficiante, el extremo de su cola vino a quedar separado de su
cuerpo por una distancia de treinta cabezas de águila. Claro
que la distancia parecía un tanto mayor a causa del ángulo que
se formaba de los hombros al suelo. Pero no era tan agudo
como para que se le considerase capaz de producir una sensa-
ción de ostensible malestar físico. El piso, de mármol, estaba
un poco manchado. También las cintas !imitadoras dejaban
ver un pequeño ángulo por el vacío existente entre asiento y
asiento. Pero ya la novia iniciaba la salida apoyando suave-
mente su pie izquierdo en el primer peldaño de la graciosa es-
calinata que conducía hasta el altar. De modo que, a causa del
paso dado por su pie derecho, el extremo de la cola avanzó un
tanto en dirección al altar. Igualmente, por efecto de su cuerpo
al volverse hacia la concurrencia, parte de la cola que arranca-
ba de los hombros enrollóse sobre la espalda y en su parte iz-
quierda. Entonces fue descendiendo pausadamente los pelda-
ños de la alfombra roja. También el piso de la senda estaba un
poco manchado. Ya se acercaba al punto donde el ~xtremo de
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-··
te a un espejito colgado de un trípode, un soldado se rasuraba.
La batalla Un enorme gato daba vueltas alrededor de un paracaídas ·des.,.
plegado.
· El perro mascota del ejército atrincherado en la planicie
mordisqueaba con indolencia una mano del generalísimo del
ejército atrincherado en la colina. No era aventurado suponer
que todavía a las doce y cuarto la batalla no habría comenzado.
La batalla comenzaría con matemática .precisión a las
once de la mañana. Los generalísimos de uno y otro ejército se
1944
hacían lengúas de la eficiencia y el valor de sus soldados, y de
haber confiado en los entusiasmos de los generalísimos se ha-
bría caído en el grave error lógico de suponer que dos vino-
rías tendrían que producirse inevitablemente. Pero siguiendo
estas mismas deducciones lógicas es preciso confesar que al-
go extraño comenzaba a deformar aquellas concepciones. Por
ejemplo, el generalísimo del ejército atrincherado en la colina
dio muestras de ostensible impaciencia al comprobar, cronó-
metro en mano, que todavía a las once y cinco minutos no se
había producido el ablandamiento de las defensas exteriores
de su ejército por parte de la aviación enemiga. Todo esto era
tan insólito, contravenía de tal modo el espíritu de regulari-
dad de la batalla, que sin poder ocultar sus temores tomó el
teléfono de campaña a fin de comunicárselos a su rival, el ge-
neralísimo del otro ejército, atrincherado a su vez en la vasta
planicie fronteriza a la citada colina. Éste le respondió con la
misma angustia. Ya habían transcurrido cinco minutos y el
ablandamiento de las defensas exteriores no tenía trazas de
comenzar. Imposible iniciar la batalla sin esta operación pre-
paratoria. Pero las cosas se fueron complicando al negarse los
tanquistas a iniciar el asalto. Los generalísimos pensaron en
los procedimientos expeditivos del fusilamiento. Tampoco fue
posible llevarlos a cabo. Los generalísimos estuvieron de acuer-
do en que la negativa a combatir no provenía de esas causas
que se resumen en la conocida frase: «Baja moral de las tro-
pas ... ». A fin de dar ejemplo de disciplina y obediencia a la
causa militar, los generalísimos entablaron una singular bata-
lla: conduciendo cada uno un gran tanque se acometieron co-
mo dos gigantes. La lucha fue breve y ambos perecieron. Fren-
En el insomnio El infierno
El hombre se acuesta temprano. No puede conciliar el Cuando somos niños, el infierno es p.ada más que el
sueño. Da vueltas, como es lógico, en la cama. Se enreda entre nombre -del diablo puesto en la boca de nuestros padres. Des'-
las sábanas. Enciende un cigarrillo. Lee un poco. Vuelve a apa- pués, esa noción se -complica, y entonces nos revolcamos en el
gar la luz. Pero no puede dormir. A las tres de la madrugada lecho, en las interminables noches de la adoJescencia, tratando
se levanta. Despierta al amigo de al lado y le confía que no de apagar las llamas que nos q'ueman -¡las llamas qe la ima-
puede dormir. Le pide consejo. El amigo le aconseja que haga ginación!-. Más tarde, cuando ya nos miramos en los espejos
un pequeño paseo a fin de cansarse un poco. Que en seguida porque nuestras caras empiezan a parecerse a la del diablo, la
tome una taza de tilo y que apague la luz. Hace todo esto peró noción del infierno se resuelve en un temor intelectual, de ma-
no logra dormir. Se vuelve a levantar. Esta vez acude al médico. nera que para escapar a tanta angustia nos ponemos a descri-
Como siempre sucede, el médico habla mucho pero el hom:.. birlo. Ya-en la vejez, el infierno se encuentra tan a mano que lo
bre no se duerme. A las seis de la mañana carga un revólver y aceptamos como un mal necesario y hasta dejamos ver nuestra
se levanta la tapa de los sesos. El hombre está muerto pero no ansiedad por-sufrirlo. Más tarde aún (y ahora sí estamos en sus
ha podido quedarse dormido. El insomnio es una cosa muy llamas), mientras nos quemamos, empezamos a entrever que
persistente. acaso podríamos aclimatarnos.- Pasados mil años, un diablo nos
pregunta con cara de circunstancia si sufrimos todavía. Le con-
1956 testamos que la parte de rutina es mucho mayor que la parte de
sufrimiento. Por fin llega el día en que podríamos abandonar
el infierno, pero enérgicamente rechazamos tal ofrecimiento,
pues ¿quién renuncia a una querida costumbre?
1956
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Sin embargo, no todo es rigor y drama en esta vida. Un
Cosas de cojos buen día, dos cojas (no por avaricia, sino por malparada eco-
nomía) tuvieron la misma idea que nuestros dos cojos, y quiso
el azar que vinieran a apostarse frente a las zapaterías donde es-
taban a~ostados desde hace años los cojos de nuestra historia.
Estos, al principio, las miraron con manifiesta indife-
rencia. Si un zapato de mujer no casa con uno de hombre,
Los cojos, a pesar de su cojera, van y vienen por las ca- ¿qué papel pintaban allí esas cojas? Porque lo cierto es que la
Hes·. Hay cojos de una muleta y cojos de dos muletas, pero unos presencia de una coja junto a un cojo tiene justificación en
y otros apenas si obtienen que el público repare distraídamen- cualquier parte,. menos en una zapatería.
te en su cojera. Podrían despertar mayor interés si se .decidieran: Pero la atracción de los sexos es poderosa. Un día, los
a marchar en bandadas exigiendo que se les devolviera la pier,. cojos y hs cojas acabaron por mirarse amorosamente, y apo-
na perdida. Pero no, está visto que un cojo evita la compañía yándose en sus muletas se estrecharon para escuchar el latido
de otro cojo; no asílos ciegos, que acostumbran acompaf\arse de sus corazones.
y meten ruido con sus bastones ...
Sin embargo, a despecho de esta soledad y recato in- 1956
herentes a la cojera, no hace mucho dos cojos estuvieron a dos
dedos de encontrarse.
Uno de estos cojos (cojo de la pierna derecha), como
tenía que comprar un zapato para su pierna buena, decidió
apostarse -·-por supuesto, con la mayor discreción- frente a
una zapatería en espera de otro cojo que tuviera necesidad de.
1' 111
un zapato para su pierna derecha.
1,
Su razonamiento era excelente: ¿por qué .iría a com-
prar dos zapatos si con uno le bastaba? Supongamos que esos
zapatos costaran doscientos pesos: ¿por qué perder' tontamen-
te la mitad de esta suma? No hay duda de que los cojos tienen
una lógica implacable.
Ahora bien, como la vida no es tan sencilla como pa-
rece, ocurre que ese cojo, al que él aguardaba anhelosamente,
había tenido su misma ocurrencia, pero, en cambio, no había
escogido la misma zapatería.
Es proverbial la tenacidad de los cojos. Pasaban los años, el
infeliz encuentro nunca se producía, pero no por eso cejaban en su
empeño. La multitud, que sólo tiene imaginación para escenas de
sangre y de horror, imaginó que estos cojos eran nada menos que
espías internacionales, pero como ellos sólo miraban melancóli-
camente los zapatos, no creyó necesario denunciarlos a la policía.
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cerca del aparato para que también disfruten del triste loco.
La cara Y así, uno por uno, los voy perdiendo a todos para siempre.
Quedé conmovido, pero también pensaba que me la es-
taba viendo con un loco; sin embargo, esa voz tenía un tal acen-
to de sinceridad, sonaba tan adolorida que me negaba a soltar la
carcajada, dar el grito y cortar la comuniCación sin más expli-
caciones. Una nueva duda me asaltó. ¿No sería un bromista?
U na mañana me llamaron por teléfono. El que lo hacía O sería la broma de uno de mis amigos queriendo espolear mi
dijo estar en gran peligro. A rni natural pregunta: «¿Con quién imaginación (soy novelista). Como no tengo pelos en la lengua
tengo el gusto de hablar?», respondió que nunca nos había-· se lo solté.
mos visto y que nunca nos veríamos. ¿Qué. se hace en esos -Bueno -dijo filosóficamente-. Yo no puedo sa-
casos? Pues decir al que llama que se ha equivocado de núme- carle esa idea de la cabeza; es muy .justo que usted· desconfíe,
ro; en seguida, colgar. Así lo hice, pero a los pocos segundos pero si usted tiene confianza en mí, si su piedad alcanzara a
de nuevo sonaba el timbre. Dije a quien de tal modo insistía. mantener esta situación, ya se convencerá de la triste verdad
que por favor marcase bien el número deseado y hasta añadí que que acabo de confiarle -y sin darme tiempo para nuevas ob-
esperaba no ser molestado otra vez, ya que era muy temprano jeciones, añadió--: Ahora espero la sentencia. Usted tiene la
para empezar con bromas. palabra.¿Qué va a ser?-·-murmuró con terror-. ¿Una carcaja-
Entonces me dijo con voz angustiada que no colgase, da, un grito?
que no se trataba de bro.r:na alguna; que tampoco había marcado -No -me apresuré a contestar-. No lo voy a dejar
mal su número; que era cierto que no nos conocíamos, pues desamparado; eso sí -añadí-, sólo hablaré con usted dos
mi nombre lo había encontrado al azar en la guía telefónica. veces por semana. Soy una persona con miles de asuntos. Des.,
Y co[llo adelantándose a cualquier nueva objeción, me dijo graciadamente, mi cara sí la quieren ver todos o casi todos.
que todo cuanto estaba ocurriendo se debía a su cara; que su Soy escritot;, y ya sabe usted lo que eso significa.
cara tenía un poder de seducción tan poderoso que las gentes, -Loado sea Dios -respondió--. Usted me detiene
consternadas, se apartaban de su lado como temiendo males al borde del abismo.
irreparables. Confieso que la cosa me interesó; al mismo tiem- -·-·Pero -..lo interrumpí- temo que nuestras conver-
po, le dije que no se afligiera demasiado, pues todo tiene re- saciones tengan que ser suspendidas por falta de tema. Como
medio en esta vida... no tenemos nada en común, ni amigos comunes, ni situacio-
-No -me dijo-. Es un mal incurable, una defor- nes de dependencia, como, por otra parte, no es usted mujer
mación sin salida. El género humano se ha ido apartando de (ya sabe que las mujeres gustan de ser enamoradas por teléfo-
mí; hasta mis propios padres hace tiempo me abandonaron. no}, creo que vamos a bostezar de aburrimiento i' los cinco
Me trato solamente con lo menos humano del género huma- minutos.
no, es decir, con la servidumbre ... Estoy reducido a la soledad -También yo he pensado ·lo mismo -.me contestó--.
de mi casa. Ya casi no salgo. El teléfono es mi único consuelo, Es el riesgo que se corre entre personas que no pueden verse la
pero la gente tiene tan poca imaginación ... Todos, sin excep- cara... Bueno -suspiró-:-:-. Nada se pierde con probar.
ción, me toman por loco. Los hay que cuelgan diciendo frases -Perousted·-le objeté-, si fracasamos, usted se va
destempladas; otros, me dejan hablar y el premio es una car- a sentir muy mah ¿No ve que puede. ser peor el remedio que
cajada estentórea; hasta los hay que llaman a personas que están la enfermedad?
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No me fue posible hacerlo desistir ~e su peregrina -¡Al diáblo su· teléfono! -casi grité-. Yo tengo ab-
.idea~ Hasta se le ocurrió una de lo más singular: me propuso soluta necesidad de verlo a usted. ¡No, por favo.d -me excusé,
que asistiéramos a diferentes espectáculos para campiar im- pues·sentí que casi se había desmayado-. ¡No, no qui~ro de-
presiones. Esta: proposición,. que al principio casi tuvo la virtud cir que tenga que vede la cara expresamente! Yo nunca osaría
de irritarme, acabó por hacerse interesante. Por ejemplo, me vérsela; sé que usted me necesita y aqn cua,ndo muriese literal~
decía- que asistiría al estreno de la película tal a tal hora ... Yo mente de ganas de contemplar su cara, las sacrificaría por su
no faltaba. Tenía la esperanza de adivinar esa cara, seductora y propia segq¡.-idad. Viva tranquilo. No, lo que quiero decir, es que
temible, entre los cientos de personas que colmaban la sala de yo también. sufro. No es a- usted sólo a quien su cara juega malas
proyección. A veces mi curiosidad era tan intensa, que imagi- pasadas, a mí también me las juega ... Quiere obligarme a que
naba a la policía cerrando las salidas, averiguando si no había yo la vea; quiere que yo también lo abandone.
en el cine una persona con una cará seductora y temible. Pero -No había ptevisto esto -me respondió con un hilo
¿puede ser ésta una pista infalible para un esbirro? Lo mismo de voz-. ¡Maldita cara que, hasta oculta, me juega malas pa-
puede tener cara seductora y teiilible el mágico joven que el sadas! Cómo iba a imaginar yo que usted se desesperada por
malvado asesino. Hechas estas reflexiones me apaciguaba, y contempfarla.
cuando volvíamos a nuestras conferencias por teléfono, y yo le Hubo un largo silencio; estábamos muy conmovidos
contaba estas rebeldías, él me su,plicaba, con voz llorosa, que para hablar. Finalmente, él lo rompió: «¿Qué hará usted
ni por juego osase nunca verle la cara, que tuviese por seguro ahora?».
que tan pronto contemplara yo su «Cara sobrecogedora», me -Resistir hasta donde pueda, hasta donde el límite
negaría a verlo por segunda vez. Que él sabía que yo me queda- humano me lo permita ... , hasta ...
ría tan campante, pero que pensase en todo lo que él perdería. -Sí, hasta ·que su curiosidad no pueda más -m~ in-
Que si yo le importaba un poco· como desvalido ser humano, terrumpió con marcada ironía-. Ella puede más que su
que nada intentase con su cara. Y a tal punto se puso. nervioso piedad ..
que me pidió permiso para que no coincidiéramos, en adelan- -¡Ni ·una ni otra! -casi le grité-. ¡Ni una ni- otra!. ..
te, en ningún espectáculo. No es que haya sido·«exclusivamente» piadoso con usted .. Tam.-
-Bien -le dije-. Concedido. Si usted ló prefiere bién hubo de mi parte mucho de simpatía -añadí amarga-
así, no estaremos más «juntos» en parte alguna. Pero será con mente-. Y ya ·lo ve, ahora me siento tan desdichado como
una condición ... usted.
-Con una condición ... -repitió débilmente-.Us- Entonces él juzgó prudep1;e cortar la tensión con una
te<;l me pone condiciones y me pone aprietos. Ya me imagino suerte de broma,. pero el efecto que me ·produjo fue depri-
lo que va acostarme la súplica. mente. Me dijo que ya que su cara tenía la virtud de «sacarme
-La única que usted no podría aceptar sería vernos de mis casillas>?, él daba por, conc:luidas nuestras .entrevistas, y
las caras ... Y no, esa nunca la impondría. Me interesa usted que, en adelante, buscaría una persona que no tuviera la cu-.
bastante como para acorralado. riosidad enfermiza de verle la cara.
'¡ -Entonces, ¿qué condición es ésa? Cualquier situa- -¡Eso-nunca! ·-imploré-. Si usted hiciese tal cosa,
1! ción que usted haya imaginado será siempre temeraria. Pién- me moriría. Sigamos como hasta ahora. Eso sí "-"'-aña.dí-; .há-
selo -me dijo con voz suplicante-. Piénselo antes de resolver game olvidar el deseo de verle la cara.
'¡ 1 nada. Por lo demás -añadió--, estamos t~n seguros a ·través -Nada p\l~do hacer -me contestó--. Si fracaso con
del hilo del teléfono ... usted, será el fin.
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-·-Pero al menos déjeme estar cerca de usted -le su- -'-Gracias -me contestó con voz temblorosa..,..,.,.... Ahora
pliqué-. Por ejemplo, le propongo que venga a mi casa ... sé que usted me comprende. Ya no cabe en mi alma la descon-
-Usted bromea ahora. Ahora le toca a usted ser. el fianza. Jamás· intentará usted ir más allá de estas tinieblas.
bromista. Porque eso es una:- broma, ¿no? -Así es -le dije-. Prefiero esta tiniebla a la tene-
-Lo que yo le propongo -aclaré- es que usted· venga brosidad de. su cara. Y a propósito de su cara, creo que ha lle-
a mi casa, o-yo a la suya; que podamos. conversar frente a fren- gado el momento de que usted se explique un poco sobre ella.
te en las tinieblas. -¡Pues claro! -y se removió en su asiento-.. La
_.,¡Por nada del mundo lo haría! -me dijo-. Si por Q.istoria de. mi cara tiene dos épocas. Hasta que fui su aliado,
tel~fono ya se desespera, qué no será a dos dedos de mi ca- cuando pasé a ser su enemigo más encarnizado. En la primera
ra ... época, juntos cometimos más horrores que .un ejército entero.
Pero le convencí. Él no podía negarme nada, así como Por ella se han sepultado cuchillos en el corazón y veneno en
tampoco yo podía negarle nada. El «encuentro» tuvo lugar en las entrañas. Algunos han ido a remotos. países a hacerse ma-
su casa. Quería estar seguro de que yo po le jugaría ·una mala tar en lucha desigual, otros se han tendido en sus lechos hasta
pasada. Un criado que salió a atenderme al vestíbulo·'me re- que la muerte se los ha llevado. Tengo que destacar la siguiente
gistró cuidadosamente. particularidad:. todos esos infelices expiraban bendiciendo mi
-Por orden del señor -advirtió. cara. ¿Cómo es posible que una cara, de la que todos se aleja-
No, yo no llevaba linterna, ni fósforos: nunca hubiera ban con horror, fuese, al mismo tiempo, objeto de postreras
recurrido a expedientes tan forzados, pero él tenía tal miedo de bendiciones?
perderme que no alcanzaba a medir lo ridículo y ofensivo de su Se quedó un buen rato silencioso, como el que en vano
precaución. U na vez que el criado se aseguró de que yo no Ue,., trata de hallar una respuesta. Al cabo, prosiguió su relato:
vaba conmigo luz alguna, me tomó de la mano hasta dejarme -Este sangriento deporte (al principio, apasionante)
sentado' en un sillón. La oscuridad era tan cerrada que yo no se fue cambiando poc;o a poco en 4na terrible tortura para mi
habría podido ver el bulto de mi mano pegada a mis ojos. Me ser. De pronto, supe que me iba quedando solo. Supe que-
sentí un poco inmaterial, pero, de todos modos, se estaba bien mi cara era mi expiación. El hielo de mi alma se había derre-
en esa oscuridad. Además, por fin iba yo a escuchar su voz sin tido, yo quise re<;limirme, pero ella, en cambio, se contrajo aún
el recurso def teléfono, y lo que es más conmovedor, por fin es- más, su hielo se hizo más compacto. Mientras yo aspiraba, con.
taría él a dos dedos de mí, sentado en otro sillón, invisible, todo mi ser, a la posesión de la ternura humana, ella multipli-
pero no incorpóreo. Ardía en deseos de «verlo». ¿Es· que ya es- caba sus crímenes con saña redoblada, hasta dejarme reducido
taba, él también, sentado en un sillón o todavía demoraría un al estado en que usted me contempla ahora.
buen rato en hacer su entrada? ¿Se habría arrepentido, y ahora Se levantó y comenzó a caminar. No pude menos que
vendría el criado a decírmelo? Comencé a angustiarme. Acabé decirle que se tranquilizara, pues .con semefant~s tinieblas
por decir: pronto daría con su e::uerpo en tierra. Me aclaró que sabía de
-.-¿Está usted ahí? memoria el salón y que en prueba de ello haría el tour de force
-Mucho antes que usted -me contestó su voz que de invitarme a tomar café en las tinieblas. En.efecto, sentí que
sentí a muy corta distancia de mi sillón-. Hace rato que. le manipulaba tazas. Un débil resplandor me hizo saber que aca-
estoy «mirando». baba de poner un jarro con agua sobre un calentador eléctri-
-Yo también le estoy «mirando». ¿Quién osaría ofen- co. Miré hacia aquel.punto luminoso. Lo hice por simple re-
der al cielo, pidiendo mayor felicidad que ésta? flujo ocular; además, éL estaba tan bien situado que tan débil
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resplandor no alcanzaba a proyectar su silueta .. .Le gasté una -Entonces su alma ¿no está purificada?
broma sobre que yo tenía ojos de gato, y él me contestÓ' que -Lo está. No me cabe la menor duda, pero ¿y si mi.
cuando un gato no quiere ver.a un perro sus ojos son los de un cara asoma la oreja? Ahora bien, si la cara se mostrase, no sé si
topo ... Se puso tan contento con el hecho de poder recibir en mi alma se pondría contra ella o a favor de ella.
su casa, a pesar de su cara, a un ser humano y rendirle los sa- -··-¿Quiere decir -vociferé- que su alma depende
grados honores de la hospitalidad, que lo expresó por un chiste: de su cara?
me dijo que corno el café se demoraba un poco podía distraer- -Si no fuera así-·me respondió sollozando- no es~
me «leyendo una de las revistas que estaban a mi alcance, tarfarnos sentados en estas tinieblas. Estaríamos viéndonos las
sobre la mesa roja con patas negras ... ». caras bajo un sol deslumbrador.
Dos· días más tarde, ·haciendo el resumen de lar visita, No le respondí. Me .pareció inútil añadir una sola pa,..
comprobaba que se había significado por un gran vacío. Pero labra. En cambio, dentro de mí, lancé el guante a esa cara se-
no quise ver las cosas demasiado negras, y pensé que todo se ductora. Ya sabía yo cómo vencerla. Ni me llevaría al suicidio
debía a una falta de acomodo a fa situación creada. En realidad ni me apartaría de él. Mi próxima visita sería quedarme defi-
-me .decía-, todo pasa corno si no existiese esa prohibición nitivamente a su lado; a su lado, sin tinieblas, con su ·salón lleno
terminante de vernos las caras. ¿Qué importancia tiene, des- de luces, con las caras frente a frente.
pués de todo, un mero accidente físico? Por otra parte-, si yo Poco me queda por relatar. Pasado un tiempo, volví
llegara a verla, probablemente me perdería yo, perdiéndolo a por su casa. Una vez que estuve, sentado en mi sillón le hice sa.:.
él de paso. Pero, en relación con esto, si su alma actual no está ber que me hahía saltado los .ojos para que su cara no separase
en contubernio con su cara, no. veo qué poder podría tener ella nuestras almas,. y añadí que corno ya las tinieblas eran super-
sobre la cara dd prójimo. Porque supongamos que yo veo al fluas, bien podrían encenderse las luces.
fin su cara, que esta cara trata de producir en mi cara un efecto
demoledor. Nada lograría, pues su alma ¿no está ahí, lista pa- 1956
ra parar el golpe de su cara? ¿No está ahí pronta a defenderme,
y lo que es más-importante, a retenerme?
En nuestra siguiente entrevista le expuse todos estos
razonamientos; razonamientos que me parecieron tan convin-
centes, que ni por un momento dudé que iba a levantarse para
inundar de luz su tétrico salón. Pero cuál no sería mi sorpresa
al oírle decir:
-Usted ha pensado en todas las posibilidades, pero
olvida la única que no podría ser desechada ...
-Cómo -grité-, ¿es que existe todavía una posibi-
lidad?
-"-Claro que existe. No estoy seguro de que mi alma
vaya a defenderlo a usted de los ataques de mi cara.
Me quedé corno un barco que es pasado a ojo por otro
barco. Me hundí en el sillón y más abajo del sillón, hundido
en el espeso fango de esa horrible posibilidad. Le dije:
_l .
103
abrió el cajón de un· mueble que.tenía·a sualcance. De allí ex-
La condecoración trajo un objeto·circular muy parecido a un juguete.
·-·--Veo en· tu cara ·que piensas que voy a obsequiarte un
juguete. No. Nada de ~so. Debes tener muy presente que lo
único que te será permitido de hoy en adelante es caminar y ca-
minar. Caminarás sin descanso hasta caer vencido en la carrera.
No quiero ocultarte nada; si te ·hablo claro, si parezco cruel es
Cu~ndo cumplí los quince años -momentos. en que porque quiero salvarte del remordimiento en los días postre-
iba a desempeñar mi primer puesto como humilde emplea- ros. Mira -y me alargó el objeto-.. He aquí tu justificación.
do- mi padre me hizo un singular regalo. Bn ·ese día me Tomé con manos temblorosas aquel misterioso arte-
llamó a su cuarto de enfermo. Cori voz cansada por los años, facto, no más grande que .un reloj de bolsillo. Como éstos, tenía
me dijo: una esfera, pero sobre ella no aparecían dibujados los núme-
-Hijo mío, he caminado toda mi vida. Mucho antes ros. Desconcertado, le di vueltas y más vueltas entre mis de-
de cumplir los años que hoy tú cumples, empecé a caminar dos. Por fin, mi padre, viendo mi consternación,.dijo:
por esas calles. Primero lo hice de mensajero: así empezamos -.-Es un cuentamillas.
y terminamos los de nuestra familia; más tarde ocupé un Y no sin cierto orgullo añadió:
puesto en una oficina; años después me casé con tu madre, fui -Lo he fabricado con mis propiás manos. Mira, cada
maestro de escuela, quise mejorar y visité los despachos de los· paso que den tus piernas será medido por este eficaz invento
ministros; vinieron)os hijos, las necesidades fueron mayores. -se quedó un momento silencioso y al cabo prosiguió--: El
y el caminar se hizo más encarnizado. Cuando caí finalmente día que tus piernas no tengan que arrastrarte más, bien por-
en ·este sillón para no levantarme más, maté las horas recor- que el tiempo las haya vencido, bien porque un accidente te
dando el J;Ilovimiento de mis piernas durante largos años por clave definitivamente en el lecho, bien porque un golpe de la
las calles de la gran ciudad. Recordando y recordando, viendo suerte te favorezca (pero no, esto último no es posible, la suer-
a mis piernas en tales años por tales calles, pensé que la única te no se ha hecho para ti), ese día, digo, descorre esta tapa que
justificación de estas tristes andanzas habría consistido en poder ahora yo levanto -vi cómo sus huesudos dedos levantaban,
saber el número de kilómetros recorridos por ellas. Piensa que en efecto, la tapa-, y podrás leer el número de kilómetros que
tengo un gran remordimiento, una deuda sagrada conmigo tus piernas han caminado en tu vida. Tus dúdas, tus angustias
mismo. ¡Si al menos yo hubiera podido, frente al fracaso·de mi se -calmarán con lectura tan reveladora: ¡entonces podrás mo-
vida, presentar una atenuante a la culpa; leer con voz alboroza- rir justificado!
da en este cuarto de la muerte el número exacto de kilómetros Caí de rodillas y abracé sus piernas. Aunque era muy
recorridos por estas piernas! ¿No crees que sería como una es- joven y no podía medir exactamente el tamaño dd drama, no
pecie de apoteosis? por ello me entristecía menos la definitiva condena de mi padre,
Se miró las piernas; yo lloraba enternecido. En ese condena .aún más acerba si se tiene en cuenta que, al mismo
momento entró mi madre y viendo mi cara bañada en llanto tiempo, obraba él mi completa justificación.
preguntó si yo había cometido alguna falta. Mi padre, con ce- Me ordenó que me desnudase (y digo que me lo orde-
.1 lestial sonrisa, le aseguró que se equivocaba, que mi llanto se nó, pues en ese momento su voz fue como la de un rey que nos
debía al natural temor que todos tenemos frente a una situa- exigiese vasallaje). La orden era tan terminante que me quité
ción desconocida. U na vez que ella se hubo retirado, mi padre las ropas.
',
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-·Hijo mío ·-y me contempló largamente, dejando
resbalar su mirada hasta mis piernas-, en esta fecha solemne Cómo viví y cómo morí
de tus quince años, yo te. condecoro con la orden del Gran
Fracaso·-y diciendo y haciendo me puso en.ellado del cora- \ '
zón, atado con una correa, el fúnebre artefacto.
Respiró hondamente, y como para terminar con una
escena que debía sede sumamente pénosa, añadió estas últi-
mas palabras con voz entrecortada: Pues viví, salvo algunas satisfacciones de tono menor,
-Y no olvides dar cuerda al aparato todas las maña- como un miserable. Un miserable es un ser humano cuyo trase~
nas. Que ése sea tu primer acto del día. Desde ahora forma ro se encuentra a la disposición de todos los pies; absolutamente
parte de tu propio ser. Y ahora, vete. tranquilo a caminar... de todos 1os pies, comprendidos los mismos pies de los misera-
bles. Un detalle curioso: si un juez o un periodista me pregunta-
1956 se qué animal he visto más en mi vida, le diría sin vacilación que
la cucaracha. Más que perros y gatos, animales que siempre ga=
nacían en un concurso de compañeros· del hombre. Y juré, en
uno de esos raros días en que mi estómago estaba repleto, que si
por un vuelco de la fortuna llegaba a ennoblecer mi vida, en mi
- escudo aparecería una magnífica cucaracha de ·oro en campo de
azul... Sin embargo, odio profundo, reconcentrado; odio hecho
de quejidos y suspiros debería tener por estos animales. Así co-
mo en un año más de vida la miseria progresaba, al igual las
cucarachas se hacían más numerosas en torno de mí. Y como al-
gunos, al final del año, son gratificados con dinero, con acciones,
con regalos, con palacios y hasta con mujeres, mi regalo, mis ac. .
ciones, mis dividendos eran cucarachas. Reéuerdo especialmente
un final de año, más miserable si cabe que otros, en que al entrar
en mi cuarto, desfallecido hasta la extenuación (venía de una de
esas reuniones pasctiales de empleados de quinta categoría), una
bandada de·cucarachas, al encender yo la luz, salió revoloteando
en todas direcciones, .como ese púbUco qqe estalla en aplausps al
paso de su qúerido soberano .... Perdón, pero no puedo dejar de
¡1
mencionar a estos animales. Además, si no hablo de las cucara..,
chas, ¿de qué hablaría? De mis lamentaciones, de mi hambre,
1
de mis fracasos, de mis terrores, han sido las cucarachas mudos
testigos. Porque uno sale y· puede encontrarse a un amigo y con-
tarle su hambre; ver a un primo y pedirle un peso prestado; lle-
gar, después de tribulaciones sin cuento, hasta la mesa de un
ministro e implorar unas migajas, pero ni el amigo, el primo
,1:
106
o el ministro son testigos mudos de nuestra vida. Ellos son del
momento, y las cucarachas son de siempre. Al principio, quiero El viaje
decir, en esos años en que todavía el alma espera algo, trataba de
exterminarlas; después de un fatigoso asalto contra estos insec-
tos, me decía que todo iba a cambiar, que la fortuna tendría que
sonreírme: si no existía una sola cucaracha en mi cuarto, tampo-
co mi vida podría tener el ínfimo valor de una cucaracha. Al-
guien, seguramente, ya se acercaba a mi puerta para ofrecerme Tengo cuarenta años. A esta edad, cualquier" resolución
la sabrosa pulpa de la abundancia; oía claramente sus pasos y que ·se tome es válida. He_ decidido viajar sin descanso has-
hasta veía su rpano tendida, plena de dones. Mas fueron lle- ta que la muerte me llame. No saldré del país, esto no tendría
gando, en cambio, esos años en que sólo se escuchan los ruidos objeto. Tenemos una buena carretera, con varios cientos de
siniestros de un estómago vacío; entonces ya dejé de extermi- kilómetros. El paisaje, a uno y otro lado del camino, es encan-
narlas, comprendí que eran parte de mí mismo, que el resto del tador. Como las distancias entre ciudacles y pt:teblo~ son r:e ..
mundo me resultaba pura apariencia y ellas la única realidad. lativamente cortas, no me veré precisado a pernoctar en el
Todo me escapaba menos las cucarachas; se impusieron tan fé- camino. Quiero aclarar esto: el mío no va a ser un viaje preci-
rreamente que comencé a ver alas de cucarachas en los brazos de pitado. Yo quiero disponer todo de maner~ que pueda bajar en
las gentes y patas en sus piernas. La cosa: se resolvió en catástrofe cierto punto del camino para comer y hacer las demás necesi-
el día que dije a un señor que acababa de regalarme un traje dades humanas. Como tengo mucho dinero, todo marchará so.,.
usado: «Dios se lo pague, cucaracha... ». Me sumí en abismos.
Corrí a mi cuarto y me encerré. Decidí no salir más a la calle. Es-
bre ruedas ... .
A propósito de ruedas, ·voy a hacer este viaje en un co-
taba perdido: si yo veía al mundo como una enorme cucaracha, checito de niños. Lo empujará una niñera. Calculando que una
¿qué podía esperar de mis semejantes? No se sabe de ninguna niñera pasea a su crío por el parque unas veinte cuadras sin
cucaracha que haya hecho algo constructivo; por el contrario·, mostrar señales de agotamiento, he apostado en una carretera,
devoran todo lo que se pone a su alcance. Entonces, para qué se... que tiene mil kilómetros, a mil niñeras, calculando que vein-
guir luchando ... A los pocos· días me estaba muriendo. No hubo te cuadras de cincuenta metros cada una hacen un kilómetro.
cambio alguno de esto: las cucarachas prosiguieron fielmente Cada una de estas niñeras, no vestidas de niñeras sino de cl}o-
yendo y viniendo, revoloteando, despidiendo su olor nausea..: feres, empuja el cochecito a una velocidad moderada. Cuando
bundo, haciendo ese ruido horrendo con sus alas, y como mi se cumplen sus mil metros, entrega el coche a la niñera apos-
postración se acentuaba cada vez más, comenzaron a posarse en tada en los próximos mil metros, me saluda cop respeto y se
mi propio cuerpo; al principio, tímidas, después más audaces, aleja. A1 principio, la gente se agolpaba en la carretera para
devorando pedacitos de tela en espera de algo mejor; una falan- verme pasar. He tenido que escuchar toda clase de comenta-
ge avisaba a la otra, y, en una breve iluminación de mis sentidos, rios. Pero ahora (hace ya sqs buepos dnco a_ños que ruedo por
percibí su peso tremendo, como una armadura encima de mis el camino) ya no se ocupan de mí: he acabado por ser, como el
huesos. ¿Será aventurado pensar que la justicia, echando abajo sol para los salvajes, un fenómeno natural... Como me encanta
mi puerta, lanza un grito de asombro al contemplar a la cucara.,. el violín, he comprado otro cochecito en el que toma asiento el
cha más graqde sobre la faz de la tierra? célebre violinista X; me deleita con sus melodías sublimes.
Cuando esto ocurre, escalono en la carretera a diez niñeras en-
1956 cargadas de empujar el cochecito del violinista. Sólo diez ni-
,:-.,
-.
'""!~~""
r
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ñeras, pues no resisto más de diez kilómetros de música. Por
lo demás, todo marcha sobre ruedas. Es verdad que a veces la El conflicto
estabilidad de mi cochecito es amenazada por enormes ca-
miones que pasan como centellas y hasta en cierta ocasión a la
niñera de turno la dejó semidesnuda una corriente de aire. Pe-
queños incidentes que en nada alteran la decisión de la marcha
vitalicia. Este viaje me- ha demostrado cuán equivocado estaba
yo al esperar algo de la vida. Este viaje es una revelación. Al l. Preludio
mismo tiempo me he enterado de que no era yo el único a
quien se revelaban tales cosas. Ayer, al pasar por uno de los tan- Lo fusilarían .en la semana venidera. Teodoro se decía
tos puentes situados en la carretera, he visto al famoso banque,. que el.suceso en sí comportaba, en su cronicidad, el mismo sa-
ro Pepe sentado sobre una cazuela que giraba lentamente im- bor de los sucesos crónicos:(un tic nerv~oso o la perpetua selva
pulsada por una cocinera. En la próxima bajada me .han dicho de la vieja Luisa), porque de acuerdo con el hecho de que dia-
que Pepe, a semejanza mía, ha decidido pasar el resto de sus riamente se fusila a un· hombre en. un punto -cualquiera de la
días· viajando circularmente. Para ello ha contratado los servi- tierra, y de acuerdo igualmente con sus lecturas acerca de fusi-
cios de cientos de cocineras, que se ·relevan cada media hora, te-'- lados, se hacía necesario reconocer que la cosa era perfectamente
niendo en cuenta que uha cocinera puede resolver, sin fatigarse, natural y lógica; es decir, que ante el caso particular de su pró-
un guiso durante ese lapso. El azar ha querido que siempre, en xima ejecución no cabía< alterarse o conmoverse o hacer de ella
el momento de pasar yo en mi cochecito, Pepe, girando en su un centro de universal atracción, ya que estas ejecuciones se su-
cazuela, me dé la cara, ló cual nos obliga a un saludo ceremo- cedían en el tiempo y el espacio con la misma regularidad -con
nioso. Nuestras caras reflejan una evidente felicidad. que al día sucede la noche o a la piel herida la salida de la san-
gre. También, en cuanto al desarrollo de la misma (de la ejecu-
1956 ción) supondría violencia quererla referir como cosa excepcio"
nal, pues el chino fusilado el día anterior a miles de leguas, y el
alemán, sacrificado el año· anterior, y· todos los ·hombres fusila-
dos hasta ·ese momento, morían ·con esa misma igualdad que
muestran dos frescas salchichas gracias a la insensibilidad de
un engranaje correctísimo.
-Si algo ofuscaba a Teodoro no serían ciertamente tales
minucias. Se incorporó en el camastro y, rápidamente, se di-
rigió a las rejas. Un espíritu vu~gar o muy psicoanalista ha..,
bría dictaminado que Teodoro sufría-terribles crisis nerviosas
a causa de las subconscientes y sucesivas representaciones de
su próxima ejecución. Sin embargo, nada más distante de la
verdad.
Teodoro aplicó el oído entre dos -barrotes; se escucha-
ban pasos. «Vienen mezclados taconeo de mujer corr zapatos
de hombre; será Luisa que viene de nuevo>>, musitó.
110 111
Pronto llegaron. El carcelero abrió estruendosamen~e -Es inútil--dijo--,-, inútil...; no insistas, Luisa -y to-
la puerta y Luisa entró. Volvió a echar los cerrojos y se retiró do se volvía a repet¡r-: Es inútil.
a su ángulo de observación. =-No veo la inutilidad -respondió' Luisa-; por el
-¡Teodoro! --exclamó la mujer-.-. ¡Teodoro! -a cau- contrario, mi padre es el Alcaide y esta media hora. es nuestra,
sa de la oscuridad no podía Luisa distinguir claramente al sólo nuestra, Teodoro.
condenado, pero lo cierto era que, por su parte, tampoco tra- -¡Media hora!. .. -subrayó amargamente Teodoro--.
"li Hay que convencer a tu padre y en media hora esto sería im-
11 11
taba Teodoro de hacerse más visible.
: 111 Se había arrojado en el camastro, en donde ovillado posible.
con la frazada parda semejaba un lío de ropas. -Pero, Teodoro -arguyó Luisa débilmente--, mi pa-
-·-·Teodoro, Teodoro -volvió a suplicar. N o acababa dre está más que convencido y accede a todo; a todo en absoluto.
por descubrirle-. ¿Te has marchado? ... -al fin presintió que -Habría que convencer a ·tanta gente --continuó Teo-
el ovillo del camastro palpitaba y se dirigió a él. Entonces, to- dow en un soliloquio interior, sin atender las razones de Lui-
cándole, volvió a insistir-: Teodoro, escúchame ... ; vamos ... , sa-, y ello exige días; un trabajo delicado de persuasión, y; ¡Dios
no te niegues. He sobornado al carcelero y sólo disponemos de mío!, temo que en siete días no pueda avanzado suficiente.
media hora .. Ella miró el relojito que ·llevaba prendido en la blusa.
Al oír estas palabras ·lanzó Teodoro un grito de espanto: -¿Qué dices de siete días, Teodoro? En media hora to-
-·-¡No, nunca, no!. .. do estará resuelto y si nos tomarnos algunos minutos más mi
Luisa retrocedió aterrorizada porque el sonido aquel, padre no me amonestaría.
emitido bajo la frazada parda, semejaba el grito de un sepul- Dirigióse a la puerta. To.do estaba tranquilo; en su án-
tado en vida o los primeros rugido~ de 1a tierra cuando es azo- gulo, el carcelero fumaba sosegadamente su pipa. Entre tanto,
tada por un terremoto. Teodoro había comenzado nuevamente a ovillarse. Luisa, que
-¡No, nunca, no! ... -.gritó Teodoro de nuevo, y se lo vio, acercóse-rápidamente para evitarlo, viendo lo cual Tea-
ovilló aún más en la frazada. doro abrió la boca empezando la emisión de uno de aquellos
l:'l :li;''
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1 1 Afuera se escuchaba la vocecilla del carcelero que in- gritos subterráneos, pero Luisa, más rápida, tomó su mantR y
1' 11 quiría acerca de aquel bramido. _Luisa se excusó, diciendo que se lan?Ó furiosamente a taparle la. boca. Empeñóse una sorda,
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breve lucha ... Teodoro hipaba fatigosamente, mientras Luisa,
i;jl,, ¡ acababa de romperse el plato de barro y el carcelero se tran=-
'11',1 11
quilizó. Ella, por su parte, temiendo que Teodoro volviera a sin retirar ambas manos de la manta que oprimía la boca del
gritar, optó por sentarse al borde de la ·cama y comenzó una condenado, besaba 'tiernamente su frente para calmarlo. Con
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da que Teodoro se incorporó. pata que cambie sus ropas por las tuyas.
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-No se trata de eso =-dijo Teodoro-. No se trata de El carcelero terció a su vez:
trocar ropas; te preguntaba si era tu padre persona inteligente. -.-.El tiempo nunca sobra, conque a darse prisa. Eh
-----Pero. Teodoro -suplicó ella-·-, no te comprendo; -gritó dirigiéndose a Teodoro-. ¿Qué hace usted ahí tapa-
¿te atreverías a jugar en momentos tan críticos? do con esa frazada?
-Nadie juega -respondió gravemente Teodoro-. Pero Teodoro, haciendo caso omiso de la interrogación,
Nadie juega; te interrogaba con toda seriedad, .pero veré de se limitó a responder sentenciosamente:
hacerme más claro: ¿Podría tu padre especular sobre ternas que -Es verdad, el tiempo nunca sobra, y aún menos,
fuesen más allá de la pura mecánica de su oficio; de la· monó- nos alcanza; pero es a causa de que lo· devorarnos, lo recor-
tona técnica de la administración de penales? tarnos con la sucesiva sucesiót;l de los sucesos que hacernos
Ella .respondió con un suave llanto. A su vez, repe_tía suceder.
ahora mirando estúpidamente su relojito: El carcelero brincó molesto por aquel galimatías.
-¡Es inútil, inútil! ... ,¡Y siete años serían también -¿Qué diablos de jerigonza es ésa? ¿Se cambia o no
inútiles! se cambia?
-Ya ves -dijo él-, vas entrando en razones. Te oía Luisa, viendo que-el carcelero se enfurecía, suplicó:
hablar de una suficiente media hora. ¿Te percatas de su insu- -Nada podremos hacer hoy: ya ve usted lo excitado
ficiencia? que está Teodoro; sería imprudente intentar la fuga ...
-Y me percato de tu locura -le apostrofó ella en un -¡No, no estoy excitado! -protestó Teodoro-. No
brote de cólera-; tienes la libertad sin riesgo y la recha~as: mientas o te llan1es a engaño, Luisa -.y dirigiéndose al carce-
¡Media hora! ¡En media hora se descubre un continente y se lero, continuó-: ¿PuedQ contar con su inteligencia?
planea un crimen y se ejecuta; en un minuto abandona el pá- -¡Sí, sí! -le interrumpió Luisa histérica-. ¡Sí, pue-
jaro su jaula! des contar con su inteligencia y con la mía; estarnos de perfec-
-O se queda en ella, Luisa, para de este modo y de- to acuerdo; en absoluta complicidad!
teniendo perpetuamente la. acción evasiva hacer que sea ésta -Siempre complicas la situación; te suplico callar --di-
presente, actual... -adujo Teodoro. jo Teodoro-. Preguntaba a este señor si podría contar con su
Se oyó un silbido. Luisa se irguió rápida, y, por su par- inteligencia. Porque se trata -y aquí levantóse y encendióse
te, Teodoro se ovilló en la frazada parda. El carcelero llama- su rostro-, sabe usted, de detener un suceso en su punto de
ba, o mejor dicho, ya abría la reja. máxima saturación. ¿Sería ello posible? ¿Puedo contar con us-
-Apresúrense-dijo-, dentro de cinco minutos re- ted? ¿Qué tiempo requeri'ría ustedparaconvencerse?-
levan la guardia. Todas estas preguntas fueron dirigidas corno rápidos
-¿Y si no ocurre que releven la guardia?-.-murmu- chorros de surtidores y el carcelero sentía que rebotaban sobre
ró Teodoro desde las profundidades de sus paredes de fana. su piel sin lograr ni por asomo asimilar el más leve sentido.
Luisa, que comprendió a medias, lanzóse hacia éL Luisa asistía llorosa y se mesaba los cabellos; por ·su parte, la
-¿Qué decías, Teodoro? Repíternelo ... celda adquiría la· especial conformación de una balanza que
-Decía -.-.-volvió a repetir Teodoro corno en un sue- no consigue ponerse al fiel.
ño--. Decía al carcelero que podría no ser relevada la guardia. El carcelero prorrumpió en una risa estúpida y salien-
- ·1Ah sí es cierto!. .. -saltó Luisa vivamente-: No do de la celda advirtió:·
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se me había ocurrido esta contingencia dichosa. Entonces nos -¡Basta de música; a otra cosá! -.-y añadió--: ¡Vamos,
sobraría el tiempo. señorita; qué cosa más extraña, no querer escapar!
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-¡Un momento, un momento!. .. -·-·vociferó Teodo- obligaría al Alcaide a detener sus consejos, originándose en-
ro-. Se equivoca de plano; lamentablemente confunde usted tonces la petrificación de los pasos sucesivos; paseo entre dos
los términos -··hizo una pausa como si meditase y conti- guardias precedidos por un sacerdote con cruz alzada; situa"
nuó--: Me lo imaginaba ... Sería necesario emplear muchísi- ción exacta del condenado en un montículo; orden de fuego
mo tiempo para convencerle y siete días serían el comienzo de det oficial señalador y realidad del punto de máxima satura-
siete años o el comienzo del cuadrado de siete años o de su ción a través del desplome de su cuerpo ...
quinta potencia o sabe Dios de qué potencia... Y sin ~mbar Pero Teodoro sabía que resulta inútil no consumir el
go, es necesario que yo le convenza a usted, y al Alcatde y al tiempo de la vida creyendo que con esto se evitará .la llegada
piquete de ejecución y al oficial señalador. . del tiempo de. la muerte; la no ingestión del desayuno nada
Al llegar a este punto le vino un doloroso desahento detendría porque contra dicha lógica se oponía una tiránica
y sólo atinaba a murmurar, mientras realizaba la operación de voluntad de poder, representada por su punto de máxima sa,..
ovillarse: turación que exigía su inmediato acaecimiento.
-¡Es inútil, todo es inútil!. .. Todas estas reflexiones las hizo. Teodoro en ese brevísi-
Ante .tal actitud, el carcelero arrastró a Luisa consigo mo interregno en que una mano rechaza la humeante taza.
y dando un horroroso portazo a aquella lira infernal que for- para en seguida tomarla por su asa (medida de precaución) y
maban los hierros de la reja se alejó dejando en su soledad aTeo- beber a sorbos cautísimos. A medida que sorbía meditaba que
doro, ovillo humano, que repetía: sería de mayor astucia despachar prontamente aquel banque.:.
-¡Es_inútil, todo es inútil!. .. te mortecino, pues así dispondría de más tiempo durante la
confesión para convencer al sacerdote -con toda seguridad
culto varón y persona persuasible: muchos años de estudio y
Il. Transmutación toda la filosofía escolástica-, quien a su vez comunicaría al
Alcaide la revelación de Teodoro y .el Alcaide, anunciándola
Como en las ejecuciones se prefiére, era al alba y como al oficial señ,alador y éste al piquete de ejecución, formarían
la semana venidera comenzaba con el alba le fusilarían dentro una cadena de persuadidos que ·evitarían la realización de
de breves instantes. Teodoro no había podido evitar que cier- aqueLsuceso en su punto de máxima saturación.
tos sucesos -fieles preanuncios de aquel suceso en· su punto Teodoro comenzó a ·intercalar pequeños escollos en la·
de máxima. saturación- ocurriesen fatalmente. Se refería a confesión, pero su método fracasó ruidosamente, a causa de
los tres motivos en que se desdoblaba el ceremonial desarro- ser el confesor un sacerdote mecánico, que recitaba .uh disco,
¡1', 1"' llado en la celda una hora ·antes de la ejecución. Eran ellos
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exactamente igual al desesperante ruiseñor mecánico poseído
(acababa de comprobarlo) un copiosísimo desayuno, la toma por cierto emperador de la China.
de confesión y los paternales consejos del Alcaide. Teodoro se La absoluCión fue administrada en condiciOnes alar-·
mostraba irritado. Comenzó rechazando el monstruoso pisco- mantes: Teodoro se debatía en violentos estertores; la presenta-'
1, labis: el encadenamiento lógico del ceremonial exigía apurar ción en aquel momento de un espíritu vulgar o muy psicoana-·
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tal avalancha de alimentos como requisito indispensable para lista habría dictaminado ... Pero ya sabemos por qué se debatía
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1
cumplir el segundo «paso»: la confesión. Siguiendo !as l~yes Teodoro; quedóse súbitamente inmóvil y con toda seguridad
lógicas resultaba facilísima cosa detener el asunto ~st!a~:uen comenzaba la emisión de uno de aquellos gritos subterráneos
to porque no tomar el alimento significaba la prohtblCton de cuando fue interrumpido por la voz del Alcaide; disfrazada de
autorizar la confesión, y el no cumplimiento de las mismas paternidad: «Hijo, valor: .. ». Comenzaba el disco. Teodoro se dijo
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que era la mecánica la ciencia más exacta. A tal punto era cier-· Pero este cuadro tétrico que no contaba para los ejecu-
toque le fue imposible coordinar su pensamiento porqued Al- tores en razón de su. escandalosa y monótona cronicidad, no
caide, a semejanza de esas fórmulas misteriosas que pronuncian contaba (debiendo serlo) tampoco para Teodoro. Teodoro era
los jueces, abogados, sacerdotes, notarios y todo ese .mecánico un hombre del mundo, y ya el mundo había olvidado la exter-
mundo, ligaba estrechamente unas palabras con otras forman., na corteza de -las decoraciones. ¿Qué podrían importarle tales
do un apretado nudo lingüístico de imposible desciframiento. decoraciones ni mucho menos le preocupaban las doce balas
Una vez concluida la jaculatoria del Alcaide comenza- que acallarían sus rumores?
ron los preparativos de marcha. Pasados unos minutos se los Para Teodoro sólo contaba.un pensamiento fijo: dete-
vio avanzar con cierta lentitud; marchaban por un pasadizo ner el suceso en un punto de máxima saturación y casi podría
en recodo que conducía a una trampa que daba acceso al foso. decirse que una vez dentro del foso se llegaba.al ápice del re-
Todos los personajes se agrupaban según un orden jerárquico: ferido suceso. Se produjo ese.brevísimo instante de indecisión
primero la milicia, representada por dos de. los. guardianes; le que precede alas ejecuciones, representado por cierta irregu.,
seguía la religión con un sacerdote y cruz alzada; un paso atrás laridad en los personajes, que aparecen como entremezclados
el reo, esposado y con un pañuelo atado al cuello.(que serviría un punto, en olvido de las más elementales reglas de la jerar-
col) toda seguridad para ocultar la escena al condenado), y por quía. Teodoro, que aguardaba trémulo tal momento (porque
último, cerrando el cortejo, la justicia, dignamente arrebuja- durante el mismo el terreno y los personajes adquiere{! et tinte.
da.en el uniforme color aceituna del Alcaide. peculiarísimo de un .buque náufrago y todos se miran con la
En el trayecto Teodoro se planteó un problema de sen- mirada del desamparo),. se volvió con cierto desenfado hacia et
cillo razonamiento: si en siete días sus palabras a nadie ·ha- oficial señalador, e~clamando:
bían logrado convencer, era de todo punto necesario que aho- -¿Podría suceder, oficial, que el piquete ejecutor no:
ra, que sólo disponía de. siete minutos o del doble de siete obedeciese la orden de fuego?
minutos o ¡Dios mío! de una media hora, la carga de las pala- El oficial quedóse un instante sorpr~ndido, pero reco-
bras, de sus palabras estuviese en razón directa con este mí- brándose respondió con un exceso de énfasis que en tales .rp.o-
nimo tiempo; el yerro de una de sus palabras significaría la mentos constituía un lujo:
pérdida de varios segundos, dos o tres mal administradas o. des- -Jamás, nunca,. imposible! -y seguidamente, con to-
provistas de fosforescencia consumirían el enorme tiempo de no amistoso agregó dando a Teodoro afectuosos golpedtos-:
tres o cuatro minutos. Viva tranquilo; no le. haré padecer una segunda orden de fue-
La trampa se abt;ió dejando ver un sencillo foso de tiro go. Le repito: viva tranquilo ...
al blanco. El fusilamiento de ahora no contravenía a su carác-' -Pero -insistió Teodor~ ¿si el pelotón no dispa-
ter de tal, pues en fin de cuentas, ¿no era Teodoro una diana rase, se evitaría de este modo la ejecución?
más o .señal de latón en aquel momento? Sólo queun.espíritu .A su vez el oficial le miró extra.ñado y luego clijo:
vulgar habría puesto. en todo esto las inevitables livideces que• -¿Evitar la ejecución? Pero ¿con qué objeto? La ley
se originan merced al contrapunto empeñado entre ciertas tin- dice que se cumplirá hasta la última de sus disposiciones;
tas especiales del alba y los chamuscados reflejos de los faroles y ella dice que deberá ser usted fusilado.
de. posición; el lúgubre redoble de cierto tamborcillo y los -Verá -arguyó Teodoro persuasivo-, no se trata
friolentos capotes de la guarnición donde se abandonan los ri- de burlar la ley; resulta demasiado inocente para que nos burle-.
fles en. la parte del hombro para caer de vez en cuando a tierra mos de ella... Se trata,. ¿me comprende. usted?, de burlar lo
con sordos golpes de piqueta de sepulturero. ineluctable -y observando en· el oficial cierta. fatiga .que de,.,
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notaba la reaparición de la compostura militar, añadió con gran El oficial no respondió y levantándose se dirigió a gran-
vehemencia-: Sí,. es necesario burlarlo. porque de lo contrario des zancadas hacia los soldados que aguardaban en formación:
seríamos nosotros los burlados ... -. ¡Eh, rompan filas! -y extrayendo de su capote
El oficial encogió los hombros y ensayó una sonrisa un paquete de cigarrillos añadió-: Ahí va eso para que fa-::
que. quería ser irónica; después declaró con tono amonestador: m en.
-¿Y cree usted que pueda «eSO>> vencer a la justicia? ... Los cigarrillos cortaron el ·hilo reflexivo de los soldados;
Nadie podría burlar sus designios ---entonces, frotando. sus aquel hilo reflexivo que se devanaba en sus sesos haciendo
manos volvió a insistir-·-:¡Bah, bah... ;.burlarse de ella! -y de- obrar mil conjeturas acerca de la actitud del oficial señalador.
cía .todo esto como restando importancia al asunto, pero Teo- El Alcaide, hombre de grandes síntesis lingüísticas, como quie-
doro sabía qué era sólo afectación de disciplina porque estaba ra que sabía que allí era él mera figura decorativa (todo el
eri realidad vivamente interesado. brazo de la Ley se cargaba sobre el oficial señalador) aguarda-
Como si restase importancia a lo que decía, Teodoro ba soñoliento ciertas conocidas percusiones anunciadoras del
propuso: fin y se entretenía en provocar la cólera de un viejo loro que
- .. Podríamos polemizar amistosamente-.-y a renglón dormitaba sobre la cureña de un antiguo cañón. El sacerdote,
seguido, añadió-=: Por cierto que el montículo se ofrece co- con la.cruz ahora. bajada, tomaba nota con sus ojillos de impo-
mo el ~ugar ideal. sible hipocampo, mientras salmodiaba: «Soborno por dinero;
-¡Sí, sí! ¿Cómo pudo adivinarlo? -secundó .el ofi- pero de todas maneras la Iglesia ganará, pues lo ofreceremos
cial-. Siempre he·dicho que parece una mesa ideal para con-' en su versión de milagro».
versaciones y banquetes. Pero lo que no logra meterse aquí en Muy visible se mostraba el demonio de Teodoro en su
la cabeza -y se levantaba el casco con delicadeza- es cómo cara y tanto era así, que el oficial, que acababa de instalarse
pueda ser la Justicia burlada... nuevamente en su canto, lo miró aterrorizado y llevó maqui-
Habían llegado: Teodoro, dejándose caer sobre uno de nalmente su mano a la pistola; pero la última frase de Teodo-
los pulidos cantos. colocados .alrededor del montículo, aclaró ro flotaba aún magnífica en la neblinosa atmósfera del alba,
con vivacidad: tentadora y aguda. como la gama sonora de una chirimía árabe;
-Ya le he dicho que nadie atentará contra la Ley; se era de tal languidez imperativa que el oficial, olvidando toda
trata simplemente de burlar la acción de lo ineluctable ... limitación disciplinaria, prorrumpió excitadísimo:
El oficial, que ya se había instalado en su canto junto ....,....,..,¿Pero por qué se trata de impedir la realización del
a Teodoro, se inclinó para tomar un pequeño narciso, lo con- suceso? Si no es para salvar su vida, ¿qué otra hipótesis podría
templó con estudiada afectación, declarando pomposamente: presentar en favor de su tesis? ¿Aventura usted que la burla
-¡Qué prodigio de naturaleza! ... Después de todo com- de lo ineluctable determinaría la salvación de su alma?
prendo perfectamente que. no desee usted .ser fusilado; es tan -¡Eureka, eureka!. .. -palmoteó Teodor~; ¿cómo
bella la vida ... pudo adivinarlo? Sí, determinaría su salvación y la mía y la
Teodoro, sin conceder mayor· importancia a tales fra- del Alcaide y: la del .piquete y la del mundo entero ...
ses, respondió abstraídamente¡ Como acometidos de un incontenible anhelo, el ofi-
-·-·Nada me importa, espanta o sobrecoge ser fusilado; cial y Teodoro ¡;e tomaron las manos y -remedando las alegres
mi cuerpo aparece aquí como un factor secundario; imagine coces de una tropilla de burros salvajes danzaron alrédedor del
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l. usted que en lugar suyo colocásemos a un pelele .de paja. Lo · montículo. Aquel espíritu vulgar habría diagnosticado una
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que se trata de impedir es1a realización del suceso. quiebra de la razón, de los más puros valores; era sólo la repre-
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sentación sentimental y simbólica de la. gracia, que acababa -¡Oh, es maravilloso! Una viscosa lamprea ... ¡La ima-·
de rozar con su temblor la locura de la vida. gen resulta exactísima! La lucha contra lo in~luctable podría
Con la misma rapidez fulminante viéronse de nuevo ser representada por esa viscosa lamprea.
sentados y antagónicos. El oficial había recogido de nuevo el - 'Ciertamente --casi vociferaba el oficial-~, cierta-
narciso y lo seccionaba en menudos trocitos. mente. ¿No es fatídico -luchar con,tra un animal inasible?
-Sin embargo· -advirtió-, aparte de lo que usted -.No, si se detiene el suceso en su punto de máxima
quiera decir con eso de la salvación del alma, no se me oculta saturación --dijo Teodoro.
que gracias a la acción de ésta va .salv:ando usted su. propio -·-¿Y por qué detenerlo? ¿Cómo se detiene'? ¿Quién
cuerpo. lo detendrá? -apostrofó a Teodoro y gravemente añadió-:
-¡Separe el cuerpo, aíslelo! -·protestó Teodorcr=. No Le exijo sumariamente que me responda:.
insista en efectuar una peligrosa simbiosis con ambos proble- -Sí, ¿por qué no, Dios mío? .Es muy sencillo. Os atrae
mas. ¿Ignora usted que también puede ser. salvada el alma si el brillo del pluma'je del loro ~y señal~bacon el índice al viejo
el cuerpo es destruido? Lo que sucede es que en este caso es- loro instalado en la cureña del antiguo cañón-. Esto repre.:.
pecialísimo para detener el suceso en su punto de máxima sa- senta un deseo que supone una acción: la de llegar hasta el loro
turación se impone la fatal necesidad de que este cuerpo sea para apropiároslo. Suponed que lo tomáis; se ha producido el
salvado. Sólo así burlaremos la acción de lo ineluctable. suceso y habéis también cometido un yerro irreparable.
La última palabra provocó tal frenético movimiento en -Irreparable, ¿por qué? ... -interrumpió el oficial.
el oficial que, lanzándose sobre Teodoro, le hizo dar en tierra a -·-Imagine que este suceso, la conquista de las :bri-
causa de la violencia del choque; se vio derribado y con las llantes plumas del loro, jamás podrá ser retrotraído a su ante-
manos del oficial agarrotando su cuello mientras le gritaba: rior existencia de anhelo, de deseo; imagine igualmente que
-¡Cállese, cállese; ni una palabra más! detenido en su punto de máxima saturación adquiera el privi-·
Teodoro no protestó ni hizo movimiento alguno para legio de suceder ~ternamente ·como en un rnotto perpetuo. Siga
liberarse de aquel estrecho abrazo; sabía que el poder oficial imaginando, por último, que su vulgar realización originad~
estabá vencido. Acto seguido contemplaba cómo el oficial, in- una burla más de lo ineluctable; que él mismo, el suceso, se
corporándolo, se excusaba galantemente. tornaría en sustancia de lo ineh1ctable.
-Es esta maldita sangre que siempre se entromete El oficial incorporóse:
para rechazar las complicaciones. Pero tengo·que comprender -Estallará esta cabeza --dijo y, destocándose, arrojó
¿no comprende usted?, tengo que comprenderlo todo. con violencia el casco contra la tierra-; ¡sí, estallarás, pobre
-Claro que lo comprenderá usted todo -repuso dul- cabeza!. .. ¿Me oye usted? Estallará mi cabeza. Casi ·nada he
cemente Teodoro-. No se alarme; se lo aseguro; será burlado podido meter aquí de ese extraño idioma que emplea; pero no
lo ineluctable. me ·ocultaré para decirle que usted, con ese método~demoníaco
El oficial se contrajo levemente y con su mano abatió de detener todo, acaba por: detener la vida. Sí, detiene usted
el aire como rechazando algo inexistente; pero se contuvo. desde el beso a la amada ·hasta: el ligero movimiento de una
-Sí, sí; es cosa de meditación --dijo-. ¡Vamos a ver; mano que toma la brillante pluma del loro.
me ayudará a meter aquí esa viscosa lamprea que se me esta- -Sería más exacto proponer ·-·respondió Teodoro-
pa! -y de nuevo se despojó con delicadeza del casco. que estas cosas, sucediendo sóló en la intención; conservan el
A esto, Teodoro estalló con grandes interjecciones de gran prestigio de esa fluyente vida que usted invoca: no reali-
sorpresa: zándose, logran la mágica virtud de metamorfosearse en esas
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estatuas que son la vida y la muerte y cuya condición,esencial Una bella rigidez presidía a aquellos seres. El piquete
es aquella de ser, contra todo lo supuesto, no un suceso que se se modelaba en una plástica sobrehumana. Frente a él (el brazo
realiza, sin.o una duración que se enamora. rígido en alto con el sable·rígido) se destacaba el oficial, rígido.
Teodoro había pronunciado la frase postrera con tan Como una elegante innovación compasiva habíanse abolido
grave majestad que el oficial, ya increíblemente enervado con aquellas sacramentales palabras de todos conocidas. Ahora sólo
aquella confusión conceptual, rompió en un fuerte sollozar; era se exigía al oficial señalador que bajase rápidamente el sable
un sollozar de pura cólera a causa de su impotencia para en- y el piquete respondería con .la inevitable descarga cerrada.
tender. Ahora lo conminaba a una imposible explicación: El punto de rigidez marcó el ápice cuando el silencio
-¿Y qué pone usted en el medio, en la justa mitad de se hizo rígido. Era el instante decisivo en que un brazo ·y un
todo esto? Claro, lo llenará con estatismo y sordera. Nos hela- sable describen, de arriba abajo, un agudísimo ángulo de fan-
ríamos con ese gran silencio ... tásticos grados. Por un momento, doce petrificados ojos cre-
Limpiaba sus Jágrimas con el pañuelo, y de pronto pa- yeron ver un brazo y un sable que señalaban 1a tierra; pero sólo
reció que la carga emocional del discurso se dulcificaba; pero había sido la eYocación de otras escenas anteriores, que mer-
no hubo tal cosa, porque se le oía una voz de pavorosa tempe- ced a su escandalosa y monótona cronicidad podían confun-
ratura: dirse: la ocurrida cien años atrás con la que ocurriría dentro
-¡Pero no se saldrá con ese gusto, represento la Justi- de cien años; la ocurrida en el alba anterior con la que ocurri-
cia y será usted fusilado como un homenaje a la alegría coral ría en aquella alba para Teodoro.
de la vida! Un leve gemido de los gatillos de los rifles descubrió
Volvióse bruscamente a los soldados que conversaban: el chasco del piquete ejecutor. U na trompa y su. trueno apagó
_,_, ¡Atención!· ¡Formen! -a dicha voz movióse, como secamente estos gemidos del acero y las pupilas de los doce
en. urr sueño, cada personaje. El piquete, como el glissado eje- ojos casi saltaron de su sitio original. El ofi6al señalador, con
cutado con una mano sobre el teclado, montó al hombro sus su brazo derecho, petrificado como un habitante de Sodoma,
fusiles y los tacones respondieron secamente. El Alcaide cesó atronaba las inevitables livideces del alba y en aquel trueno
toda comunicación con el loro y pegando el oído junto a la pa- congojoso se adivinaba con gran dificultad un principio hu-
red del foso aguardaba las inevitables percusiones. En cuanto mano vocal que podría haberse traducido por algo así como:
al sacerdote, ahora con la cruz alzada, ensayó un nptable paso ¡No, nunca, no! ¡No, nunca, no! ...
de procesión. Los dos guardianes, echados junto a la trampa, Entonces Teodoro, arrojando el narciso, desgarró la ho-
semejaban dos enormes y negros molosos. Todo el mundo es:.. pa que cubría su cara y saltó del montículo; con maravillosa
taba en su puesto y Teodoro, que aún echado en su cantQ con- dulzura acercóse al oficial y tomando en sus manos el rígido·
templ~ba la escena, escuchó la voz del oficial que en un largo brazo enhiesto que aprisionaba d sable de oro, lo pasó por de-
ladrido le ordenaba pararse en el centro del montículo; apa- trás de su cuello para recostarlo eQ. su hombro. "
recía, con el nareiso entre las manos, un. tanto pálido, pero su Así desaparecieron por la trampa que daba acceso al foso.
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1 '' seguridad era su sonrisa. Por su parte, el loro, satisfecho de la
rapidez y colorido de los movimientos, lanzó una estrepitosa:
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carcajada, tan idéntica ¡Dios mío! a la emisión de uno de aquellos III. Interludio
gritos subterráneos que el Alcaide despegando la orejá del
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1. muro avisador comenzó a operar en ella con su dedo meñique, Mientras se enfundaba en su abrigo, Teodoro se decía
mientras lanzaba al condenado una mirada aniquiladora. que el suceso comportaba en sí esa escandalosa crop.icidad de
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los sucesos crónicos ... Se fugaría del hogar dentro de pocos A tales gritos respondieroQ. qpos golpes de la puerta.
minutos. Recordó algunas fugas célebres y advirtió que todas Luisa:, petrificada, no sabía qúé partido tomar; pet;o nuevos·
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concluían en que sus individuos se fugaban realmente. Tuvo golpes, chocar ~e chanclos y secos ladridos la hitieron:dirigir-
un piadoso pensamiento para aquellas .criaturas que insistie, se a la 'puerta.
ran en realizar de sus fugas la parte .más deleznable, haciendo :Como había imaginado, era la porteJ;a que inquiría
morir ese bello cuerpo de una fuga, representado por la sus- sobre el origen de aquellos gritos. Luisa, con la puerta entor-
pensión del suceso en su punto de máxima saturación. Aquí nada, ofrecfa explicaciove.s peregrinas, pero-aparecía tan confun-
un espíritu. vulgar habría salido al paso para objetar que era dida y angustiada que la portera dejó ver en su cara que abri-
ésta tremenda hipocresía de Teodoro, pues se fugaría dentro gaba sospech-as terribles. Esto y los repetido~ ataques que la:
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de breves instantes ... portera pranicaba mediante una segura presión de sus muslos
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El cortinaje de grueso terciopelo dejaba oír la voz de ejercida entre la hoja de la puerta y su .marco, decidieron a Luisa
1
Luisa un tanto apagada: a franquearle la ehtrada.
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-¡Teodoro!, ¿vienes ya?, ¿sucede algo? -hablaba U na vez a,dentro, preguntó:
desde el lecho, y Teodoro, por su parte, nada respondió. Mas -Y su marido, ¿duerme?
Luisa ínsistía-: Teodoro, ¿me escuchas?, ¿vienes ya? --él con- -=Sí, sí -respondió Luisa-· sJ, está durmiendo ...
tinuó inmóvil: verdad que la puerta se ofrecía muy próxima, -¡No, no mientas o te llames a engaño, Luisa! -se
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pero el más ligero ruido haría. levantar a Lui~a. Mejor dicho, escuchaba la voz de Teodoro de·sde las profundidades de sus
ya se levantaba, a pesar del silencio. Teodoro se ocultó tras el paredes de terciopelo--. ¡No, no estoy durmiendo: me prepa-
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grueso cortinaje. Se escuchaba la voz anhelante de Luisa-·: raba para la fuga!... -y asomó la cabeza por entre- los plie-
Teodoro, ¿por qué no contestas?, ¿te has marchado? -hizo luz gues del cortinaje.
en una pequeña lámpara comenzando la búsqueda-.. Teodo- I..a portera santjguóse al ver aquella pálida cabezá que
ro, Teodoro -suplicaba la voz. Por fin advirtió que el grueso se destacaba en el negro fondo del terciopelo, pero su inevita-
cortinaje de terciopelo palpitaba ... Le tendió los brazos tem- ble espíritu parlanchín le-hizo exclarhat:
blorosos; la voz trémula, reiteraba-: Teodoro, ¿por qué te ocul-. -No veo el calabozo por ninguna parte.
tas?, ven ... ~ ~-Se equivoca usted -contestó Teodoro abandonan-
11"
Entonces, como en una avalancha, se escuchó la ~mi do su refugio de terciopelo--. Se equivoca usted. Todos los
sión de uno de aquellos gritos. subterráneos: sucesos que se realizan en esta habitación sdh barrotes que se
-¡No, nunca, no!. .. -seguidamente se ovilló en d añaden a ese calabozo que u~ted d!~e no ver.
111" "111
cortinaje, gritando otra vez-. ¡No, nunca, no! -Pero Teodoro .,.,.,--:le reprochó Luisa con amargura-,
''"1 111,'
Luisa retrocedió conmovida; de pronto se escuchó un la señora va ·a ·creer que nos llevamos mal; qlie hay disgusto ...
--·No, no -protestó ~¿cplicativo Teodor~. No sé
111
111
ladrido seco. Luisa se animó:
11" -Teodoro, Teodoro -volvió a suplicar-. Teodoro, trata de eso; sucede qüe debo imperiosamente dar fin a-un su-
por favor; sal de ahí. El perro de la portera ladra a causa de tus ceso detenido en su punto de máxima saturación.
1' : 1 gritos y temo que ella despierte y venga a preguntarnos por -Debe estar embrujado -dijo por lo bajo la portera:
qué se grita en este departamento. a Luisa-, no lo contradiga -con ~tono maternal se volvió a
:l
1
i Núnca hubiera pronunciado tan tímida amonestación. Teodoro, dic;jéndole-: Comprendo su caso, pero ahora, lo ·me-
,1"
1 1 Teodoro, agitando et cortinaje con terrible frenesí, vociferó: jor que podría hacer es marchar con su mujer a la cama; siem-
11
-¡No,:nunca, no! ¡No, nunca, no!. .. pre tendrá tiempo de sobra.
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1 J, 11.1 11
1"
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--Sí, exacto --confirmó Teodoro-:----,-, d tiempo siempre -Hija mía -==Y acercóse a Luisa-, su marido está
sobra pero es a causa de que lo estiramos, dilatamos fantástica- más loco que un trompo, pero no se angustie. Consígalo por
m~nte, con los sucesivos ~ucesos que P1Jnc;a hacemo.s sl,Jceder.... la carne. ¡Vaya, vaya! -y empujaba a Luisa hacia Teodor~,
-Sí, cómo no ... --contestó la portera-, pero váyase vaya y cállelo a besos, ¿nO- sabe lo que son los besos? -y ha-
a la cama; es ya de madrugada y si no duerme llegará tarde al ciendo cumplir la orden conducía a Luisa .junto a Teodoro.
trabajo. Ella dejóse llevar.
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_ -¿Cómo podría llegar tarde si el tiempo siempre so- ----¡Ahora! Ni pierda tiempo -se escuchaba la voz de
11' bra? ... --objetó Teodoro como si estuviese cantando-un hininó la portera como ef mugido de una vaca-; béselo ...
sacro--. Es usted quien menos debe aconsejarme que- realice Luisa lloraba en silencio y sólo acertaba a decir:
el suceso de asistir a mi trabajo. -Es inútil, .todo es inútil... -Teodoro casi sonreía
La portera saltó furiosa: apoyando su espalda contra el- batiente de la puerta. Luisa como
-Pues siempre le aconsejaré que no falte a su :trabajo; solicitando amparo miró a la portera, que remedaba con su
¿me oye usted? Siempre se lo aconsejaré. grosera boca e1 sonido de un beso, mientras azotaba sus senos
Teodoro sentóse en el borde de la mesa: dormidos tomo dos peonzas en el fondo de su vientre.
-Es inútil, todo es inútil... --dijo. -Teodoro, Teodord ------sollozaba Luisa poniendo sua-
-¿Por qué hablas de inutilidad, Teodoro?· ¿Es que aca- ve la palma de su mano sobre el pecho de su marido---. Teo-
so no nos q\leremos? ¿No vivimos en \,l1la abu.n.dancia sllfid~pte?, doró, vamos ...
-Todo eso resulta inútil, Luisa: sóy un hombre dete- ---Es inútil, todo es inútil-sonrió, más que·dijo, Teo-
nido en su punto de máxima saturación. doro.
-No te comp.r;epdo, Teodoro, ¿cóow pq.edes hablar -Pero es necesario que duermas; te encontrarías :muy.
de un punto de máxima saturación si apenas llegas a los trein- fatigado mañana--y tornándolo por la mano añadió--_: Ven,
taaños? elle_cho nos espera. ·
Teodoro, al escuchar lo que Luisa decía, nwo una es~ Entonces escuchó la emisión de uno-de aquellos gritos
pantosa crisis de nervios y, corriendo hacia la puerta, gritó: subterráneos:
-.-.Es precisamente eso, ¿no lo comprendes? Es preci- -¡No, hunca,-no!. ..
samente que estoy deteni_do en el tiempo; que no avanzo n'i Luisa retrocedió aterrorizada. Las dos mujeres con-
retrocedo --entre sollozos y lágrimas se le oía dec:ir-: ¡M_~ templaron seguidamente una gran sombra negra que, reba-
secaré; sí, me secaré como una zarza hasta retórcerme! ... sando el u:mbra1 de la puerta, salía violentamente dando un
Súbitamente la portera comenzó a chillar: horroroso portazo, que confundía sus sones con aquellos de
-U na apuesta, una ap\lesta ... -y acercando su <,:ar¡l! uri grito-subterráneo:
a la de Teodóro, gritó--: Le apuesto cien pesos a que el año ~¡No, nunca, nó! ... ¡No, nunca, no!... "
11 11
que viene tendrá usted. un añq más de nacido.
-Pero no se trata clel año, ponera -y le tomó am_bas
manos-, se trata de que setán detenidos todos, ¿sabe usted?, IV. Fusilamiento.
absolutamente todos los sucesos que. deberían ocurrir en ese
año que propoQe. Teodoro había solicitado su fpsilamiento para el alba,
Al oír tal declaración, la portera soltó una risa fresca- la que eh muy contados minutos se anunciaría. Justo era reco-
mente animal. nocer que todo había salido a pedir de boca. El-Alcaide mos-
128 129
tJÓ!ie en_qm~ado con la. petición y utilizando aquella misterio- -··-¡Mire usted;· aquí está! ---dijo el oficial a Teodoro-,
sa fórmula lingüística .expresó su gratitud, ya que con esto ello ro de las brillantes plumas; el intocable loro ...
quedaba demostrado que jamás el brazo de la Ley detenía sus Teodoro, haciendo ademán de dirigirse al animal, re-
designios. Verdad es que el oficial señalador hubo de mostrar puso vivamente:
una visible repugnancia y h!lStª insivuó n.egativ~, pe.co pronto -¡Oh!, ¿por qué intocable?. Le arrancaré una para ob-
se le convenció y atrapó con esas dos sutilísimas telas de ara- sequiársela a usted ...
ñas que son las frases: «pundonoroso militar» y la «cáusa de El oficial, dando muestras de consternación, se inter=-
la justicia». En cu~nto al desayuno, toma de confesión y pa- puso para detener a Teodoro, declarando:
ternales consejos, se convino en suprimirlos, ya qu.~ en cierta -Jamás ose usted satisfacer tal deseo, ¿no comprende
ocasión hubieron de ser ampliamente satisfechos; asimismo, que es necesario detener el suceso en su punto de 111áxima sa-
el paseo en_tre dos guardianes precedidos de un sacerdote con turación?
cruz alzada. -¡No, nunca, no!. .. -gritó Teodoro frenético-=. Rea-
Todos estos eran sucesos que no hubieron ·de ser dete- licemos el deseo. Le repito: arranquemos esas brillantes plu-
nidos en su p.unto de máxima saturación y Teodoro se decía mas al loro.
que disfrutaban el raro privilegio de realizarse en todos sus -·-Sosiéguese, cálmese ---dijo con dulce melancolía el
ángulos gracias a su escandalosa y monótona cronicidad. oficial-. No debemos tomar esas plumas ... -la hermosa fren-.
Ahora se escuchaba una campanilla y Teodoto se in- te le brillaba eón el relente de la. madrugada revelando su se-
corpotó en su ~a..ma.stro. Un espíritu vulgar o muy psicoana- creta angustia-. ¿Ignora usted -.añadió- que ya he com-
lista habría dictaminado que Teodoro sufría terribles oJ:isjs prendido «eso>>? Sólo yo sé cuánto me ha costado aprehender
nerviosas a causa de su próxima ejecución. Pero lo cierto era aquella viscosa lamprea... -y estrechándose a Teodoro, casi
que aguardaba. la, llegada del carc_eler.o, quien le conduciría sollozó-. Es necesario detenerlo todo, ¿sabía..usted que no
por el pasadizo en recodo hasta la trampa ql,l~. daba.. acceso al beso a mi amada desde que comprendí... ?
foso, donde le aguardabá rígido el oficial señalador. Teodoro nada respondió, pero su sonrisa .rayaba la an-
Aquel breve paseo sobre el enlosado pasadizo sirvió gustia .del oficial como aquel distinto diamante al distinto vi-
a Teodoro para meditar en el espinoso probkrna de la carga de drio refractario. Entre tanto, el Alcaide se entretenía err provotat
sus palabras; no sabía pot qué se le antojaba el -oficial un dis- la cólera del viejo loro, y el sacerdote, con la cruz bajada, toma..
tinto cristal que sólo podría ser rayado con otro distinto dia- ba nota con sus ojillos de imposible hipocampo. Los soldados,
mant~, perg ¿ng era ¡Dios mJo! el mis.mo Teodoro es.e distinto en formación, se devanaban los sesos sobre los motivos por los
diamante? cuales aún no se les había distribuido un paquete de cigarrillos.
Un último paso y Teodoro quedó frente .al oficial se- 'teodoro se contemplaba en una complacencia golosa;
ñalador, que al ver al condenado abatió al aire con su mano la lechosa claridad' de la madrugada, aliada a lós chamuscados
como si rechazase algo inexistente. Por lo demás, este signo reflejos de los faroles de .pnsición, envolvía fantásticamente su
nervioso fue prontamente vencido y ctiadróse militarmente. camisón de condenado; con .roda seguridad podría haber sido
'1
Un segundo después desaparecían por la trampa que daba ac- tomado por un animal de presa saltando sobre su víctima.
'1
céso al foso. No podía refrenar ya su impaciencia; volvióse, supli-
1 .·, llii:. Rozaron con sus pies los cuerpos de los dós adormila- cante e imperioso, al oficial:
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do.:; molosos que volaban junto a la trampa y vinieron a que- -Por favor, dése prisa ... Ordene al piquete preparar
111 dar situados junto a la cureña del antiguo caQÓQ. · armas.
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El oficial, tendiendo su afilada mano señaladora en di- -No hay tal. viscosidad; si se tiene el ojo fino, el tacto
rección lejana, decía: fino, acabaremos por contemplar, sin ser petrificados, y apre-
-¿Por qué no sentarnos en el montículo? ... Siempre he hender, sin que se nos escape, a la-viscosa lamprea - y rápido,
dicho que era un lugar ideal para conversaciones y banquetes. añadi&--: ¿Desearía unas explicaciones? ...
La invitación provocó en Teodoro una alegre reacción: -,-¡No, no! -dijo abruptamente "el oficial-. ¿No ve
-¿Cómo pudo adivinarlo? Sí, sí; corramos al montí- que esta cabeza corre grave peligro de estallar? -y se despo-
culo. Tengo una furiosa sed de realizar deseos. jaba con deli<:adeza del casco--. Además, sería satisfacer el
El oficial, que ya se encaminaba hacia el lugar pro- deseo de conocer...
puesto, volviéndose rápido a Teodoro: -¡Eureka, Eureka! -palmoteó Teodoro--. ¡Qué ma-
-¡Por favor!; sea más prudente. Resulta peligroso ju- ravillosa sutileza para definir la condenación! Sí, el deseo de
gar con fuego. ¿No imagina que anda provocando, con.tales in- conocer.
tenciones, la aparición de lo ineluctable? Como acometidos de un incontenible anhelo, el ofi-
Teodoro se limitó a sonreír. Ya instalados en sus res- cial y Teodoro se tomaron las manos y, remedando las me-
pectivos cantos, declaró: lancólicas actitudes ·de upa procesión de suplicantes, dieron
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-De conformidad; pero sólo atiende usted a la pre- vuelta al montíCulo en silencioso paseo. Aquí el espíritu vul-
1
sentación de lo ineluctable por realizado, olvidando la otra gar habría diagnosticado una quiebra de la razón, de los más
presentación: la de lo ineluctable por irrealizado ... puros va!ores; era sólo la r:epresentación sentimental y simbó-
Y mientras se explicaba arrancó uno de los narcisos. lica de la gracia, que acababa de rozar con su temblor la locu-
-¡Qué prodigio de naturaleza! -agreg&--; arran:- ra de la vida.
que uno para usted; de este modo poseeremos un eficaz talis- Con la· misma rapidez fulminante viéronse de nuevo,
mán para burlar la acción de lo ..ineluctable. sentados y antagónicos. TeQdoro habí?- recqgido del suelo el
-¿Está seguro de ello? -dijo el oficial-. ¡Un talis- narciso y lo seccionaba en menudos trocitos.
mán! ... Pero ¿no es este mismo talismán un suceso que se rea- -¿Sabe usted? -exclamó de pronto el oficial-. He
liza? Arrancar los narcisos, arrancar las brillantes plumas alloro 1 entrevisto una espantosa imagen ... -""=Y: se acercó a Teodoro,
fusilar a un hombre, al suceder sólo enhintención, ¿no con- declarando en tono confidencial-: No hay duda; es una ima-
servan el prestigio de esa fluyente-vida que usted invoca? gen espantosa. En otro tiempo, cuando yo era un hombre que
Teodoro se exasperó corr.esta declaración y a su vez de- realizaba sucesos, no me hubiera sido dable contemplarla,
claró con gran vehemencia: peró ahora, cuando todo es detenido en su punto de máxima
,1
-Por -eso arranco los narcisos, arrebato las brillantes saturación, de la atmósfera formada por esos púritós :sordos
1 plumas, me fusilo ... Es necesario, ¿me oye usted?, es absoluta- que son los sucesos detenidos, surge la imagen espantosa de
mente imperioso realizar sucesos; todos, sin dejar uno irreali- un hombre que en mitad de un camino se contempla, retroce-
zado. Sólo así rechazaremos la presentación de lo ineluctable. diendo en su avance y avanzando en su retroceso ..·.
A esas palabras el oficial, enfundando sus blancas ma- -·-Nada de complicaciones -gritó exaltado Teodo-
nos en el capote 1 murmuró: ro--; diga más bien que en mitad del camino hay un hombre
-Resulta usted de una horrorosa viscosidad. ¿De dón- que se contempla clavado en el camino ... -quedóse un mo-
1 1
de puede sacar tantas viscosas lampreas? mento silencioso--. ¿Pero sabe por qué? Porque son los deseos
11 1
La diamantina sonrisa de Teodoro comenzó a operar reprimidos los agentes de la paralización de este hombre. Sólo
entonces sobre el grueso cristal angustioso del oficial señalador: dando cuerda a esos deseos lograremos salvarnos,
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-.No comprendo cómo podría salvarse usted --übje- irrealizado podría ser representada por esa otra viscosa lam-
tó el oficial- si insiste en dar cuerda al su~eso fusilamiento: prea~
¿no determinaría esto la pérdida de su cuerpo? -¡Ciertamente -casi vociferaba el oficial-··-·, cierta-
-¡Separe el cuerpo, aíslelo! -protestó Teodoro-, Si mente! ¿No es fatídico luchar contra un animal inasible?
lo tenemos en cuenta, es sólo porque a través de él podrá ser -No, si se realiza el suceso en su punto de máxima
realizado un suceso que quedará detenido en su·punto de má- saturación -dijo Teodoro.
xima saturación. -¿Y por qué realizarlo? ¿Cómo se realiza? zQuién lo
-Por mi parte -rebatió el oficial-, sigo creyendo realizará? ~apostrofó a Teodoro, y gravemente añadió-.-: Le
que lo perderá; y a causa de esta catástrofe, perderá aquel ine- exijo sumariamente que me responda.
fable sentido de la duración que se enamora. -Sí, ¿por qué no, Dios mío? Es muy sencillo: le atrae
Sin inmutarse comenzó Teodoro a descubrir su sonrisa a usted el brillo del .plumaje del loro -y señalaba con el índi-
operante .. Seguidamente repuso: ce al viejo loro instalado en la cureña del antiguo cañón-.-.
1 "1 _,_,_y usted, ¿no ha meditado acerca de su situación? Ello representa un deseo que supone una acción; llegar hasta d
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11
1 ¿Ignora que se irá cayendo en pedazos igual que un abrigo loro para apropiárselo. Suponga que lo toma usted; se ha pro-
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apolillado? Usted lo perderá todo; desde el beso a la. amada ducido. un suceso y ha contribuido a la alegría coral de la vida.
11
hasta la brillante pluma del loro ... -.-¿Por qué he contribuido a la alegría coral de la vi-
1
U na avasalladora angustia poseyó al oficial¡ lanzóse da? -interrumpió el oficial.
sobre Teodoro, tapándole la boca con sus manos. -Imagine-que este suceso (la. conquista de las bri-
!' 1
-¡Cállese! Le prohíbo tales pinturas.
Teodoro no se inmutó, sabía que el oficial estaba ven-
llantes plumas del loro) engendrará, con su resonancia últi-
ma, un nuevo suceso, y de éste, otro y otro, que irán formando
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cido. Taritó es así, que pudo contemplar al instante córrto éste el tiempo de toda vida; imagine igualmente que detenido en
,11 se excusaba galantemente: su punto de máxima saturación quedaríamos aislados en ese
1 ·-Perdone usted ... mi maldita sangre tiene un sagra- tiempo de vida hasta retorcernos y secarnos como una: zar~a ..
1
do horror de realizar suce~os =-'-Y tras una pausa, añadí&-: Pero Seguir imaginando, por último, que su vulgar detenimiento
" ' tengo quecomprender. ¿Me comprende·usted? Tengo que.com- o suspensión originaría una burla más de lo ineluctable; que
j prenderlo todo. él mismo (el suceso) se tornaría en sustancia de lo ineluctable.
1
-Claro que lo comprenderá usted todo -repuso dul- El oficial se incorporó.
1 1: 111!
cemente Teodoro-, na se alarme; se lo aseguro: será burlado -Estallará esta cabeza -dijo, y destocándose arrojó
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lo ineluctable. con violencia el casco contra la tierra-. Sí, estall.arás, pobre
El oficial se contrajo levemente y con su mano abatió cabeza ... ¿Me oye usted? Estallará mi cabeza. Casi nadane po-
lli :\1.
'l.
~1"! el aire rechazando algo inexistente; pero se contuvo, secun,.,
dando correctísimo:
dido meter aql).í de ·ese extraño idioma que emplea; pero no
me ocultaré para decirle que usted, con ese método demonía-
-Sí, sí;.es cosa de meditación. ¡Vamos a ver; me ayu- co de realizar todo, acaba por realizar la vida. Sí, realiza usted
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dará a meter aquí su otra viscosa lamprea que se me escapa! desde el beso .a la amada hasta el ligero movimiento de una
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-y de nuevo despojóse con delicadeza del casco. mano que toma la brillante pluma del loro.
1
11'11 Teodoro ~stalló en grandes .interjecciones de sorpresa: -Sería más exacto proponer que estas cosas, suce-
: 1, -¡Oh, es maravilloso! ¡Oh, otra viscosa lamprea! La diendo en su realidad, conservan el gran prestigio de esa flu-
; li imagen resulta exactísima; la lucha contra lo ineluctable. por yente vida que usted invoca -contestó Teodoro-; realizán-
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dose, logran la mágica virtud de metamorfosears~ en esas es- despegando la oreja del muro avisador comenzó a operar en
tatuas que son la vida y la muerte y cuya condición esencial es ella"con su dedo meñique, mientras lanzaba·al condenado una
aquella de ser, contra lo supuesto, no un suceso que se detie- mirada aniquiladora. U na bella rigidez presidía a aquellos seres.
ne, sino una duración que se enamora. El piquete se modelaba en una plástica sobrehumana .. Frente
Teodoro había pronunciado la frase postrera con a él (el brazo rígido en alto con el sable rígido), se destacaba el
tan grave majestad, que el oficial, ya increíblemente exci- oficial, rígido .
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tado con la confusión conceptual, rompió en un fuerte sollo- Como una elegante innovación compasiva se habían
zar; era un sollozar de pura cólera a causa de su impotencia abolido aquellas sacramentales palabras de todos coQ.ocidas.
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li para atender. Ahora sólo se exigía al oficial señalador (cargo que con tal
Ahora lo conminaba a una imposible explicación: título rezaba en la Casa Militar) que bajase rápidamente e1
" 1!:
-¿Y qué pone usted en el medio, en la justa mitad sable, y el piquete respondería con la inevitable descarga ce-
11 de todo esto? Claro, lo llenará con dinamismo y griterío. Nos rrada.
helaríamos COQ..ese gran silencio ... El punto de rigidez marcó el ápice cuando el silencio
'1 Se pasó el pañuelo por la cara. se hizo rígido. Era el instante decisivo en que un brazo y un
'1! 1.' -"-No se saldrá con ese gusto; represento la Justicia y sable describían, de arriba abajo, un agudísimo ángulo de fan-
1'•¡, 1 1
como un homenaje a la espantosa imagen entrevista no será tásticos grados. Por un momento, doce petrificados ojos creye-
usted fusilado. Para su tormento, llevaré el suceso al punto de ron ver un brazo y un sable que señalaban a la tierra; pero sólo
máxima satúración y entonces quedará perpetuamente dete- había sido la evocación de otras escenas anteriores que, merced
nido. a su escandalosa y Il).onótona cronicidad, podrían confundirse:
!1 Volvióse.bruscamente a los$oldados que conversaban: la ocurrida cien años atrás con la que ocurriría dentro de cien
1'11
1 . , fiormen 1....
-¡ Atencwn, (lños; la ocurrida en el alba anterior con la que ocurriría en
A dicha voz movió~e, como en un sueño, cada perso- aquella alba para Teodoro.
naje. El piquete, como el glissado ejecutado por una mano so- Un leve gemido de los gatillos de los rifles descubrió
1
'11
bre el teclado, montó al hombro sus fusiles y los tacones ,t;es- el chasco del piquete ejecutor. Una trompa y su trueno apagó
111 1
pondierbn secamente. El Alcaide cesó toda comunicación con secamente estos gemidos del acero y las pupilas de los doce
el loro y pegando el oído junto a la pared del foso, aguardal:ia ojos casi saltaron de su sitio original. El oficial señalador, con
las inevitables percusiones. En cuanto al sacerdote, ahora con su brazo derecho, elástico como los anillos de la serpiente,
la crúz alzada, ensayó un notable paso de procesión. Los dos atronaba las inevitables livideces del alba y en aquel truenp
guardianes, echados junto a la trampa, semejaban los enor- congojoso se adivinaba con gran dificultad un principio hu-
me.s y negros,molosos. mano vocal que podría haberse traducido por algo así como:
Todo el mundo estaba en su puesto y Teodoro, que ¡No, nunca, no!. ... ¡No, nunca, no!... "
aún echado en su canto contemplaba la escena, escuchó la voz Respondiendo en gracioso homenaje a este principio
del oficial que. en un largo ladrido le ordenaba pararse en el humano vocal, flotaba magnífica en la neblinosa atmósfera del
centro del montículo; aparecía, con el narciso entre las manos, alba, tentadora y aguda como la gama sonora de una chirimía
un tanto pálido, pero su seguridad era su sonrisa. Por su parte, el árabe, la diamantina sonrisa de Teodoro; era de tal languidez
loro, satisfecho de la.rapidez y colorido del movimiento, lanzó imperativa que el oficial, sollozando sin lágrimas, abatió so-
una estrepitosa.carcajada, tan idéntica, ¡Dios mío!, a la.emi- bre la tierra, vuelto una fosforescente centella velocísima, el
sión de uno de aquellos gritos subterráneos que el Alcaide, brazo que aprisionaba el sable de oro.
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11
136
Entonces Teodoro, que con el narciso entre las ma,nos
se entretenía en deshojado, fue realizado en. su punto de má- ElGranBaro
xima saturación por las inev\tables persecuciones que acalla..,
rían sus rumores.
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138 139
Y prosiguió en sus pensamientos; tanto, que su inter- ·all~, mucho más allá de los saltos, piruetas, afeites y trucos de
locutor, que ya empezaba a restregarse las manos en vista del Pierrot. O para ser más exactos, no desdeñó dichos elementos,
éxito obtenido, alarmóse. Tomándole poi' los hombros, le dijo: pero transmitiólos al público, a fin de que cada espectador re-
-¡Vamos! No piense que le va a costar tanto. Ade- vistiese cada acto de.su vida con el ropaje de la payasería.
más, hay una gran tradición .. . En esa su primera noche, el Gran Baro, con exquisito
-Pero con esta cara ... ¿Cree usted que en la arena lo sentido de la cortesía, trabajó en honor del cuerpo diplomáti-
voy a hacer de otro modo que en las despedidas de duelo? Yo co acreditado. Utilizando los elementos ya aludidos, consumó
temo ... una, diez, cien veces, bajo los atronadores aplausos de una au-.
-¿Qué.teme? -le interrumpió el dueño del circo-. diencia .emocionada, la presentación de credenciales de un
¿Teme ser silbado por el público? En cuanto a eso, viva tran- embajador.
quilo: usted es lo más risible que he visto en mi· larga carrera Triunfo inaudito. Efcuerpo <:J.iplomático en pleno..ba-~
de buscador de payasos. Usted no lo sabe, pero así es, amigo jó a la pista a felicitarlo·. No ya como cuerpo diplqrn.ático en
mío. Yo soy su descubridor, y espero que el público aplauda sí, pero como-diplomáticos que hacen payasadas. Tomando al
mi descubrimiento. Gran Baro como jefe de Estado de un~ nación imaginaria, hi-
Baro quedóse despavorido; ya abría la bnca para for- cieron ante, él la más lo.ca presentación de credeQciaJes que el
mular una objeción. Nb le dio tiempo el visitante. Con voz arte de 1a payasería pudiera imaginar. Mas la cosa no se detu-
acariciadora decía: vo en dicho episodio; no se reintegraron a. su compostura, no
-==Tenemos que ponerle un lindo nombre de payaso. se metieron en ese insolente empaque que es la razón de exis-
Sí, ahora mismo. Usted se llamará Baro, el Gran Baro, Baro el tencia. de tal cuerpo, no volvieron a exhibir la célebre ·sonrisa
Único, el que mata a la gente de risa ... helada ni tampoco la dentífrica, la una para romper relacl~nes
~de llanto ~replicó Bar~: No es una objeción, diplomáticas y la· otra pata firmar alianzas ofensi.vas y defen-
pero temo que mis payasadas ·sepan a despedida de duelos ... sivas. No, nada de eso. Salieron de allí haciendo payasadas
-No lo crea así, en modo alguno -protestó calu- y aún las siguen prodigando por todo el haz de. la tierra.
rosamente el patrón-.-.. No olvide que al circo se va delibera~ Todavía en -ese momento se estaba a, tiempo para tina
damente a reír, cualquier cosa que allí se produzca, la más retirada. Que un cuerpo diplomático se convirtiera en un cuer-
dramática, se cambia en una carcajada. po de payasos es cosa grave, pero no cae del otro lado de esa
-Ya que usted se empeña, probaré -=-<lijo muy ani, lógica de la locura que es el gran mundo.. Si el .conflicto hu-
mado Baro-. Casi me convence usted con su teoría. Pero, dí- biese podido ser localizado en ese órgano, vital, pero al fin y
game, ¿qué debo hacer? al cabo exclusivo y excluyente, el conjunto de los demás ór-
-¡Payasadas! ¡Sólo payasadas! ¡Nada más que paya- ganos habría quedado intacto; pero no,. Baro estaba: ~lanzado,
sadas! -gritó estentóreamente el patrón. ya· nada podría detenerle. Noche tras noche, Baro'remedaba·
1 1• Una semana después (cosa de anqnciar bien el número) una: faceta del gnut cuerpo social: médicos, zapateros, cocine-
hizo Baro su presentación en el circo. Los risueños cálculos del ras, maestros, pianistas, .sacerdotes, panaderos, costureras; en
patrón fueron doblados, cuadruplicados. A los cincuenta años, fin, todas las corporaciones, los gremi9s, las profesiones, los
Baro había dado al fin con sus fuerzas ocultas, fuerzas que lo lle- elegidos y los des~huciados ... Y como ert cada· función estaba
varon al pináculo de la fama, y también, ¡ay!, a un trágico final. presente por lo menos uno de los componentes de dichas cla-
Baro revolucionó toda la gran tradición de la payase- ses, ocurría que ése abandonaba: el· circo c;onvertido en payaso
ría, puso patas arriba la viejísima técnica del clown. Fue más de su propio oficio, e ipso facto conquistaba cientos de prosé:..,
140 141
litos, visto que el hombre busca su felicidad hasta en la pa.,. sería, fatalmente deberá pagar las consecuencias de sú dese-
yasería. quilibrio.
Y en cierto modo. ese p.ueblo comenzó a vivir feliz- Entonces sucedió algo que acabó por empujar al so-
mente; quiero decir, en ~se ·modo en que la payasería ha ido berbio Baro a lo profundo del abismo en que se movía. Vien-
más allá del ridículo y se convierte en· un bien público. Quizá do qúe no contaba ya con persona alguna para practicar su
fue por esw q~e el Gran Bato comenzó a quedarse solo. l?or- sublime magisterio, arrastrado por .su .demonio que le exigía
que Baro, que hacía payasos por docenas, no podía convertirse nuevas víctimas, osóun gran golpe de. mano. Nada menos que
él mismo en un payaso. En una de sus últimas noches triunfa~ despojar al Cardenal.Payaso. de su payasería, convirtiéndolo a
les, alguien de un gremio no apayasado todavía gritóle al ini'- los ojos del pueblo en un Cardenal ad usum .. Pero si Baro esta-
ciarse la función: «¡Escucha, Baro, tú no eres un payaso, ten bafacultado para hacer payas<;>s, no podía, en cambio, desha-
cuidado!». Y ese mismo, qu~ tuvo la bondad o la deb'ilidad de cerlos. Y no negamos que en un punto cualquiera de la.tierra
prevenirle, al salir de la función, como ya estaba ampliamente exista otro Gran Baro cuya magnífica facultad sea la de desha,..
apayasado (pertenecía al gremio de los carniceros; este gremio cer payasos, pero desgraciadamente esta salvadora suplanta-
fue a las últimas funciones, pues les toma mucho tiempo la- ción. de Baro por su AntiBaro no está en nuestras manos pro-
var sus manchas de sangre) cogió al Gran Baro al igual que ducirla. De modo que como el Gran Baro estaba solo, no tuvo
hacía con la res descuartizada en su carnicería y lo colgó del otra salida que entrar, una mañana, de gran pontifical en el
gancho de un farol en la vía pública. templo.
De allí lo descolgó un sacerdote que acertó a pasat en ·Érale preciso cambiar al Cardenal Payaso .en. Cardenal
momento tan desairado para el Gran Baro. Lo llevó hasta ·un Primado ad latere o simplemente en Cardenal de nueva pro-
li
1
oscuro rincón de la calle y le dijo que estaba tentado por el moción, pero cambiarlo, en fin, en algo serio. Para ello, llevó
diablo, y algo peor: que provocaba la cólera del altísimo éoil la divina.gravedad de la Iglesia hasta'lo inconcebible. El Car-
arte tan diabólico. Baro se limitó a escuchar. Una vez que el denal Payaso le dejó hacer, estuvo· sublime en sus payaserías y
cura hubo terminado su perorata, repitió a la manera payasa: daba las más brillantes oportunidades al Gran Baro. Pero en
todo cuanto ·aquél dijera, de modo que el infeliz cura convir- vano. Éste conseguía una copia, brillante, .pero ¡ay! sólo copia,
tióse, eq. el acto, en un co~sumado payaso. y ya sabemos que el único mérito.de toda.copia.es destacar e1
Fue entonces que la nueva religión -tres personas original. Sin duda, Baro estaba. perdido. Con redoblada paya-
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distintas y un solo payaso verdadenr-""' lanzó contra Baro la sería el Cardenal Payaso agarrólo por las orejas y con una pata-
tremenda acusación de ser, nada menos, que el antipayaso. da en salve sea la parte. lo sacó del templo.
¿Podría tolerar el nuevo culto que este Hacedor de payasos vi" A la puertaJe esperaban unos esbirros .. Pudo v~r, cuan:-
viese entre los· payasos sin ser, él mismo, un payaso? Para, do lo llevaban hacia las prisiones, cómo se dirigían hacia el tem-
11 colmo de desdicha también se inmiscuyeron en el problema plo, dando volteretas, el presidente del ~onsejo de 'Ministros
las autoridades: no iban éstas a permitir que se ridiculizase. a y el Jefe de la Casa Militar. Baro tembló eh lo íntimo de su ser:
la gran masa del pueblo. Si usted vive en función de payaso, su S\}erte estaba echada. Las volteret~ eran arrolladoras y de-
cómo va a permitir que alguien se manifieste de un modo safiantes. Además, las carcajadas habrían podido escucharse
serio; o para decirlo con ottas palabras: la seriedad para un pa- en una legua a la redonda: mucha debería .ser la. cólera de tan
yaso es su propia payasería, con ella realiza todos los actos de, altas autoridades para reír de modo tan estentóreo.
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su ·existencia, y si alguien, en un estado de payasos .tiene la te- Pero si Baro hubiese podido ver' el encuentro de los
meridad de destacarse del gran todo armónico que es la paya- tres jefes, entonces. sí que cualquier resto de esperanza habría
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volado de su alma. No bien. vio acercarse al presidente del pelo. Se lo había pedido en vano; hasta le ofreció su quepis
Consejo de Ministros y al jefe de la Casa Militar, pegó un bote amarillo, pero el Cardenal se había mantenido firme . .<\,hora,
colosal, acto seguido dio diez ~eltas de carnero y hnzó una vista la gravedad del IJ}omento, lo encasquetó en la cabeza de
·carcajada atronadora. Entonces, el jefe de la Casa Militar plan-. aquél, con lo cual la muerte de Baro a risa limpia acordóse por
tóse firme sobre sus piernas a fin de poder formar la pirámide. un~nimidad.
humana. Saltó sobre los hombros de éste el Cardenal .Payaso. Primera dificultad vencida;.pero la segunda, de natura-
El momento era tan grave que el p1Jeblo, congregado en la leza tan inCierta que muy bien podría convertirse en presérva-
plaza,.expresaba.sp. circunspección con risa estereotipada. dora de la vida de Baro. Era preciso obtener a toda costa la cosa
Laboriosa fue la deliberación entre. los tres jefes. En que hiciese reventar de risa al condenado. Pero ¿qué cosa? El
medio de un-silencio de muerte, la pirámide se inclinaba ora a: viejo gastado expediente de las cosquillas no iba a ser puesto en
la derecha, ora a .la. izquierda; ya hacia adelante, ya hacia attás. práctica por lin pueblo innovador; tampoco el no menos gasta-
Si se ponían de acuerdo en algún punto entonces expresaban do de esas. historias chistosas que a muchos caballeros apople-
su satisfacción mediante unos Ohhh, que según parece son ex- jías ha procurado. No, para el Gran Baro había que descubrir
presivos de éxtasis entre los payasos. El Cardenal,. con loca te- la cosa capaz de hacerlo morir a carcajadas. Y por supuesto, ésa
meridad, danzaba sobre la reluciente calva del presidente del cosa no sería un payaso: un gtan artista nunca se ríe de sus
Consejo, y como quiera que revestía amplias ropas talares, és- obras. En consecuencia, ·los tres jefes se entregaron en cuerpo y
tas al ser infladas por el viento ponían en peligro el precioso alma a la búsqueda de la cosa; dentro y fuera del país ..Se dicta-
equilibrio de .la pirámide. Pero algo peor ocurrió cuando el je- ron bandos prometiendo riquezas y dignidades a quien descu-
fe. de la Casa Militar amenazó con reducir la pirámide si el mé'- briese la cosa en cuestión. Emisarios partieron .hacia remotos
todo para ultimar la vida de Baro no era el fusilamiento. De confines en busca de esa cosa.. Esfuerzo inútil: Baro quedábase
cumplirse tal amenaza, es decir, de .quedar reducida la pirámi- serio, grave, sentado en su camastro con su plato de coles her..,.
de .a las p~rsonas del Cardenal Payaso y del présidente del Con-. vidas a:un lado.
sejo, el Gran Baro. podía considerarse salvado. Allá, desde su
altura, el Cardenal resoplaba. Qué vulgar expediente.ese de fu-
U na mañ_ana, el Cardenal Payaso, desesperado de un
año de infructuosas tentativas, presentóse en la celda de Ba- .
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silar y fusilar... Como si·un estado de payasos tuviese que echar ro.acompañado del Gran Inquisidor. La presencia de este úl-
mano necesariamente a procedimientos gastadísimos. No, él timo decía bien a las claras que se trataba de dar tormento a
quería para Baro un género de muerte en consonancia con los Baro para que revelase su gran secreto: esa cosa capaz de ha-
ideales y gustos de un payaso .. Había que convencer a ese mili, cerlo morir de risa:.
taro te, que aunque payaso y todo, estaba .lastrado con la vieja Fracaso en toda la línea: Baro. sufrió el potro, los bor-
mentalidad de su querida Escuela de Guerra. Pero había que ceguíes, la rueda y los hierros ... El Cardenal,. histérico ante ta-
ingeniárselas r~pido; si el rudo soldado reducía la pirámide a maña firmeza de alma, abofeteó al Gran Baro. Éste le dijo que
sus dos tercios, la Jglesia perdería una preciada víctima. Por- después de tales torturas estaban de más esas bofetadas super-
que digamos de una vez por todas que el Cardenal quería para fluas. Y añadió que visto que nada le constreñiría a declarar la
el Gran Baro el único suplicio que un- payaso pueda inventar, cosa capaz de .hacerlo morir de risa, ,rogaba .en consecuencia
es decir, la muerte producida por los espasmos y convulsiones que se ·le dejase solo con su acostumbrada ración de coles her-
de una risa incoercible. vidas.
Entonces el Cardenal recordó que el jefe de la Casa Pero cuál no sería la sorpresa del carcelero (tiene ac-
Militar estaba loco por tocarse, siquiera fuese una vez, con el ca- tualmente noventa.años y aún se erizan sus cabellos) cuando al
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entrar en la celda con el plato de coles hervidas, vio al Gran Todos, desde las altas autoridades con el Cardenal Payaso a la
Baro que se retorcía de risa. ¡Cómo! ¡Ni media. hora hacía que cabeza, hasta el más humilde doméstico ignoraban a qué se de-
.el Cardenal saliera de la celda dando un gran portazo y juran- bía tal risa. Si la cosa prevista para hacer morir de risa al Gran
do por todos los payasos del c:ielo que se. las pagaría ese mise- Baro no había podido ser descubierta, entonces ¿por qué reía
rable de Baro, y ahora ese mismo Baro retardase de risa! ¿Qué. con risa incontenible hasta el aniquilamiento?
había ocurrido? Miró en derredor de él buscando la cosa que Tal enigma aclaróse (por lo menos, las autoridades y el
por fin lograra desternillar al condenado .. Pero allí no había pueblo creyeron ver claro) con la explicación ofrecida por el Pe-
cosa alguna, absolutamente cosa alguna, Dios mío, que cons- rito en risas de ese gran pueblo. Después de examinar la risa de
tituyese novedad a los ojos del carcelero. Entonces se acercó a. Baro por espacio de varios minutos, declaró el Perito enfática-
prudente distancia (temía que esa risa ~repentina lo mordiese mente que era una risa burlona, cínica, y lo que es más signifi-
como un perro) y preguntó a Baro si algo le ocurría. Pero Ba- cativo, antipayasal. Así, el Gran Baro iba a morir a causa de la
ro no podía hablar. De su boca sólo fluía esa risa extraña que risa que despertaba en su ser el impotente esfuerzo de todo un
se parecía en su fluir al gorgoteo de una llave abierta. De pronto pueblo pugnando por encontrar la cosa apta para hacerlo morir
el Gran Baro incorporóse, y dilatando el pecho como si le faL- de risa.
tase el. aire, abrió la boca cuanto pudo; et;a ev.idente que algo Sea como fuere, Baro murió desternillado a la semana
quería decir, pero sólo conseguía con tal operación que la risa justa de haberse declarado su risueño mal. Automáticamente ,
se escapase a borbotones. el Cardenal Payaso lo declaró santo y su imagen fue entroniza-
El carcelero salió como alma que lleva el diablo en busca da con gran pompa en la catedral. Pero ahí no terminó, como
del Alcaide. A los pocos minutos éste se presentaba en la cel- es de presumir, la historia del Gran Baro. Pasados unos años ,
da provisto de lápiz y papel para tomar declaración al con- de manera fes tinada, sin anuncio previo, hizo su aparición en la
denado. Esperaba, con tanta diligencia, ganar. un ascenso o una ciudad el Gran AntiBaro. De la noche a la mañana todo ese ri-
recompensa en metálico. Todo cuanto hizo fue inútil: el Gran sueño pueblo fue despayasado. El mismo Cardenal, que ya co-
Baro no atinaba con ninguna palabra. La risa le impedía la nocemos, pero que ahora nada tiene de payaso, mandó hacer
menor articulación. añicos la imagen del Gran Baro.
Toda la ciudad fue avisada del acontecimiento. Las Esos fragmentos, que día a día van disminuyendo, pues
gentes corrían enloquecidas hacia el circo: allí, en la pista, es- los niños se entretienen en apedrearse con ellos, aguardan pa-
cenario de sus jornadas triunfales, veíase al Gran Baro, bajo la cientemente que otro Gran Baro convierta en payasos a ese pue-
luz de potentes reflectores, sentado en un banco. Como er circo blo, de gente grave y respetable, para ocupar de nuevo el altar
estaba de bote en bote, como los palcos oficiales estaban col- que les pertenece en la paz de la catedral.
mados con las altas clases dirigentes, como el cuerpo diplomá-
tico realzaba con su presencia el espectáculo, parecía que esa ' 1956
nocl;le era la misma noche del debut del Gran Baro. Pero ¡ay!
parecía, pero no era. Sólo una risa brotaba a borbotones, tal una
hemorragia incontenible, como herida irrestañable; una risa que
era como el resumen de todas las risas producidas en ese circo
durante las memorables actuaciones del célebre artista.
En relación con esta risa, viviente enigma, diremos que
se hacían mil conjeturas y se tejían las más absurdas fábulas.
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