Yo también soy un Stanford
S. GINER
Contents
Title Page
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
No se permite la reproducción total o parcial de este relato, ni su
incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier
forma o por cualquier medio, sin previo aviso del propietario del copyright.
Los nombres, personajes, lugares y sucesos que aparecen en este relato
son ficticios, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
Copyright © S. Giner 2024.
Todos los derechos reservados.
Título del relato: “Yo también soy un Stanford”, registrado.
Novelas publicadas del autor
Serie Stanford:
—Una esposa para Stanford.
—Adiós, señor Stanford.
—Tan arrogante como Stanford.
—Yo no soy como Stanford.
—Nadie es como Stanford.
—Yo también soy un Stanford.
—Una pelirroja indomable.
—Un paseo por Alaska.
—Susurros desde el mar.
—El anuncio de Alex.
—365 días en una cárcel de cinco estrellas.
Relatos eróticos publicados:
—Encuentro inusual.
—Atrapado por una novata.
—Una sola noche contigo.
Capítulo 1
Sean bajó de su deportivo, cerró la puerta y se apoyó en el coche. Había
quedado con un cliente para que le enseñara los dos apartamentos que
acababa de comprar, porque quería unirlos y hacer solo uno, y quería que él
se encargara de la reforma.
La detective Abby Connors sabía que la habían descubierto, porque se
dio cuenta de que la estaban siguiendo. Vio a un hombre, que parecía estar
esperando a alguien, y caminó hacia él, para que quien la seguía pensara
que era a ella a quien esperaba y así despistarlo.
A pesar de lo preocupada que estaba, cuando estaba cerca del
desconocido se quedó impactada por la visión de ese hombre, que rezumaba
atractivo por todas partes. Se quedó hipnotizada por esos ojos verdes y
pensó que ese ser había sido creado para que las mujeres fantasearan con él.
Sean levantó la mirada del móvil, vio a la detective caminar hacia él
mirándolo y se incorporó. Guardó el móvil en el bolsillo y le echó un buen
vistazo a esa chica, que se acercaba a él sonriendo, y pensando que podría
ser la fantasía salvaje de cualquier hombre que se preciara de serlo. Llevaba
un vestido corto ajustado azul claro con un escote pronunciado que no
dejaba nada a la imaginación. Y Sean fantaseó con lo que habría debajo de
él.
La mujer llevaba una cazadora de piel negra abierta encima del vestido
y unos botines altos del mismo color, que hacían que sus piernas parecieran
aún más largas de lo que ya eran. Tenía el pelo largo y liso de un castaño
muy claro. Le sorprendió que al llegar a él le rodeara el cuello con los
brazos, pegándose totalmente a su cuerpo, y lo besara. Y no ligeramente en
los labios.
Sean se sintió algo desconcertado, porque no la conocía de nada. Así y
todo, se movió por puro instinto masculino, y le rodeó la cintura con los
brazos, devolviéndole el beso. Y no se arrepintió, porque le gustó tanto
besarla, que incluso comenzó a excitarse.
Sean abrió los ojos y vio a un hombre por encima del hombro de la
chica. Llevaba un arma en la mano y estaba apuntando a la espalda de la
desconocida que tenía entre sus brazos. Sin pensarlo dos veces, la hizo a un
lado, y entonces sintió el impacto de la bala en su cuerpo.
Sintió un dolor descomunal, como si le hubieran clavado algo afilado
en el pecho. El dolor tan intenso hizo que no perdiera del todo la
conciencia. Escuchaba gente gritar, y los frenazos y acelerones de los
vehículos que se deslizaban por la calzada.
La detective notó el peso de él resbalando hasta el suelo. Se giró para
mirar atrás, por si quien había disparado seguía allí, pero ya no estaba. La
gente que había cerca se había alejado rápidamente al oír el disparo.
La detective se arrodilló en el suelo junto a Sean y lo extendió
completamente en la acera. Intentó no moverlo por si empeoraba las cosas.
Cogió el móvil del bolsillo de su cazadora y lo dejó en el suelo. Luego se
sacó la chaqueta, la dobló y se la puso a Sean debajo de la cabeza para que
estuviera más cómodo. Se sacó la bufanda y la colocó sobre la herida de su
pecho. Cogió el móvil del suelo, sin dejar de presionar la herida con la otra
mano para que dejara de sangrar y llamó a emergencias.
—Soy la detective Connors. Necesito urgentemente una ambulancia en
la calle Empire número 249, junto al hotel Zafir. Han disparado a alguien.
Está inconsciente, pero respira. Dense prisa —dijo Abby antes de colgar.
La gente, al ver que ya no había peligro, comenzaba a detenerse
alrededor de ellos.
La detective separó la bufanda de la herida y al ver que estaba
empapada de sangre le dio la vuelta y volvió a presionar fuertemente
intentando que dejara de sangrar.
Hacía un frío de muerte. Ella tenía el vestido, las manos y el rostro
manchados de sangre, por haberlo rozado con sus dedos. La ambulancia
llegó ocho minutos después.
Sean entreabrió los ojos y vio el destello de las luces de la ambulancia
y escuchó el sonido de la sirena. El dolor le nublaba la mente. Sintió que
unos dedos le tocaban buscando el pulso, que casi no se percibía.
—Presión ochenta, sesenta y bajando. El pulso es débil y muy
acelerado. Está semiinconsciente, pero sus pupilas están bien.
Después de que Sean oyera esas palabras, perdió el conocimiento.
Lo colocaron en la camilla. La detective cogió su chaqueta del suelo.
Subieron la camilla al vehículo y Abby subió detrás de ellos, sin apartarse
de Sean en ningún momento y sin dejar de presionar la herida, como le
había dicho unos de los paramédicos de emergencias.
Cuando llegaron al hospital se llevaron a Sean rápidamente, porque
tenía la bala en el pecho y tenían que extraérsela. La detective se identificó
y pidió que le entregaran cuanto antes las pertenencias del herido para saber
quien era y poder contactar con su familia.
Veinte minutos después le entregaron a Abby dos bolsas.
Abby se sentó en la sala de espera. No sabía si el calor que sentía era
debido a que la calefacción estaba demasiado alta o porque estaba muy
nerviosa. Seguía manchada de sangre, de la sangre de Sean. Miró lo que
había dentro de la bolsa grande: los zapatos, los calcetines, la chaqueta de
Sean y su bufanda. Abby metió su chaqueta en la misma bolsa, porque
estaba también manchada de sangre y dejó la bolsa a un lado en el suelo.
Vació la bolsa pequeña en la silla que había junto a ella. Vio las llaves del
coche y la cartera. La abrió y sacó la documentación. El herido se llamaba
Sean Stanford.
Llamó a la jefatura y pidió que la pasaran con la agente que se
encargaba de la localización de personas.
—Agente Swim.
—Helen, soy Abby.
—Hola, Abby.
—Necesito información sobre alguien.
—¿Tienes algún dato?
—Se llama Sean Stanford.
—¿Has dicho Sean Stanford?
—Eso es.
—Es un arquitecto importante. A no ser que haya otro Sean Stanford.
¿Sabes qué aspecto tiene?
—Medirá un metro noventa, pelo castaño con mechas doradas, ojos
verdes... —dijo mientras comprobaba los bolsillos de la chaqueta de Sean,
que seguía en la bolsa del suelo, y manchándose más las manos de sangre al
tocar la bufanda ensangrentada. Sacó el móvil.
—Es él —dijo la agente al otro lado del teléfono, sin dejar que
terminara la descripción.
—¿Lo conoces?
—¿Yo? ¡Por supuesto que no! Es hermano de Delaney Stanford, el
magnate hotelero. Seguro que habrás oído hablar de él.
—¿Debería saber quien es porque ha estado en prisión o está fichado?
—¡No digas tonterías! Ese hombre es multimillonario.
—No me suena de nada.
—Desde luego, parece que no seas de este mundo. ¿No has oído hablar
de los hoteles Stanford? Son de lujo, de cinco estrellas.
—Entonces por eso no los conozco, solo he estado en moteles de mala
muerte —dijo Abby.
—¿Y no has oído hablar de él?
—No, no sé nada de él.
—Sale a menudo en las revistas y los periódicos. Ha salido también
varias veces en la televisión.
Abby cogió el móvil de Sean, dando gracias porque no tuviera
contraseña, y abrió los contactos.
—¿Has dicho que su hermano se llama Delaney?
—Sí, ¿necesitas su teléfono?
—No, ya lo tengo. Gracias, Helen. ¿Sabes si ha llegado Decker?
—En su mesa no está —dijo la chica mirando hacia la mesa vacía del
detective.
—Intentaré localizarlo. De todas formas, si lo ves, dile que me llame.
—De acuerdo.
Delaney estaba en su despacho con Nathan, su abogado y amigo.
Recibió una llamada de un número desconocido y colgó sin contestar. Unos
segundos después lo volvieron a llamar. Era el mismo número y colgó de
nuevo. Lo llamaron una vez más a continuación, y de nuevo colgó.
—¿Quién te llama? —preguntó Nathan.
—Ni idea. Es un número desconocido.
—Si vuelven a llamar pásame el teléfono, yo contestaré.
—Vale.
El móvil de Delaney volvió a sonar, pero esa vez sí contestó a la
llamada, porque era su hermano.
—Hola, Sean.
—¿Señor Stanford?
—Sí, soy yo. ¿Por qué tiene el teléfono de mi hermano?
Nathan, que estaba sentado frente a él, levantó la mirada de los papeles
y miró a su amigo.
—Le he llamado tres veces desde mi teléfono, pero no ha cogido
ninguna de las llamadas. Es por eso que le estoy llamando desde el móvil de
su hermano.
—No acostumbro a contestar llamadas de desconocidos. ¿Por qué
tiene el móvil de mi hermano? —preguntó Delaney de nuevo.
—Su hermano está en el hospital Reginald.
—¿Quién es usted?
—Soy la detective Connors, del departamento de homicidios del
distrito 39.
—¿Le ha pasado algo a mi hermano?
—¿Le han disparado?
—¿Ha dicho que le han disparado?
—Sí. Acaban de llevarlo al quirófano. Tenía la bala dentro y están
operándolo.
—¿Cómo está? —preguntó Delaney levantándose.
—No sé nada, porque hace poco que se lo han llevado y no ha salido
nadie a informarme. Solo puedo decirle que estaba inconsciente cuando
hemos llegado al hospital.
—¿Dónde está usted?
—Sigo en el hospital.
—No se mueva de ahí, estoy de camino.
—De acuerdo —dijo la detective, sospechando que a ese hombre le
gustaba controlarlo todo.
—¿Qué pasa? —preguntó Nathan cuando Delaney colgó.
—A Sean le han disparado y lo están operándolo.
—Vámonos —dijo el abogado cerrando la carpeta que tenía sobre la
mesa.
Salieron del despacho. Delaney parecía ausente, cosa rara en él, que
siempre estaba centrado en lo que hacía.
—Sarah, cancela todo lo de hoy —dijo Stanford a su secretaria—.
Ocúpate de que también cancelen lo de Nathan.
—De acuerdo. ¿Ocurre algo? —preguntó la mujer.
—Sean ha tenido un accidente y está en el hospital. Todavía no tengo
todos los detalles.
—No te preocupes por nada. Si necesitas que cancele también lo de
mañana, dímelo.
—Lo haré.
—Llámame cuando sepas algo de tu hermano —dijo la mujer.
—De acuerdo.
Jack estaba dentro del coche, en la puerta del edificio, esperando a
Delaney, porque tenía que llevarlo a una reunión. Delaney y Nathan
salieron del edificio y subieron al coche, sin darle tiempo al chófer a que
saliera del vehículo para abrirles la puerta.
En el trayecto al hospital, Nathan le contó a Jack lo poco que sabían,
mientras Delaney llamaba a su padre. Luego llamó a su mujer y después de
contarle lo que sabía le pidió que llamara a sus amigos.
A Jack le afectó mucho la noticia. Delaney y Sean eran como sus hijos
y saber que uno de ellos estaba grave en el hospital lo alteró, cosa que era
difícil que sucediera en él.
Nathan llamó al estudio de arquitectura de Sean y le dijo a su
secretaria que anulara todo hasta que la volviera a llamar, porque Sean
había tenido un accidente. Le pidió también que averiguara lo que tenía
Sean previsto para ese día, por si no lo había hecho y tuviera que llamar a
alguien.
Delaney y Nathan entraron en la sala de espera, seguidos de Jack, el
chófer. La detective los miró. Supo, sin lugar a dudas, que el de los ojos
verdes era Delaney Stanford, el hermano del herido, porque se parecían
muchísimo. Aunque la mirada de ese hombre era dura e implacable, al
menos, en ese momento, no como la de Sean, que era toda calidez, pensó
Abby extrañada, porque era la primera vez que pensaba en algo relacionado
con un hombre.
Los tres hombres caminaban hacia ella, con paso firme, muy seguros
de sí mismos, y muy serios. Delaney la miró de arriba abajo. Se estremeció
al verla con el vestido, las manos y el rostro manchados de sangre, porque
supuso que la sangre sería de su hermano.
—Hola —dijo Abby levantándose—. Soy la detective Connors.
—Delaney Stanford. Él es mi abogado —dijo señalando a Nathan—.
Y mi guardaespaldas.
Ninguno de los tres le dieron la mano. Abby miró a Stanford. Ese
hombre la habría intimidado, de no ser porque había lidiado con algunos
capullos poderosos como él.
—¿Sabe algo de mi hermano?
—Todavía no.
—¿Qué ha ocurrido para que esté en el quirófano?
—Su hermano ha sido una víctima colateral de un caso.
—Explíquese.
—He de admitir que en parte ha sido culpa mía.
Abby vio cómo la expresión del rostro de Stanford se ensombrecía.
—Estaba de incógnito en una misión importante y he intuido que me
seguían. De pronto he visto a su hermano, que parecía que esperaba a
alguien y…
—¿Y? —dijo Delaney interrumpiéndola impaciente.
—Tenía que evitar que me descubrieran y me he acercado a él para que
quien me seguía pensara que me estaba esperando a mí. Le he besado…
—¿Ha besado a mi hermano… sin conocerlo?
—Habría besado a quien fuera para evitar que me descubrieran, era
una misión muy importante, y estaba en peligro.
—Y al hacerlo lo ha puesto en peligro a él.
—Sí. Parece ser que su hermano ha visto a quien me perseguía por
encima de mi hombro. Supongo que habrá supuesto que me iba a disparar y
me ha apartado para protegerme. Lo siento muchísimo.
—¿Que lo siente? ¡Desde luego que tiene que sentirlo! Ya puede rezar
para que mi hermano salga de esta, de lo contrario, acabaré con usted. ¡No
tenía ningún derecho a involucrarlo en su trabajo!
Patrick Stanford, el padre de Delaney entró en la sala. Al ver y oír a su
hijo se acercó rápidamente a ellos.
—Tranquilízate, Delaney.
Otro Stanford, pensó Abby. Ese sería el padre, porque se parecían
muchísimo. Aunque no parecía tan intimidante como su hijo.
—Hola, soy Patrick Stanford, el padre de Sean —dijo tendiéndole la
mano.
—Detective Connors —dijo ella mirándose la mano—. Disculpe, llevo
las manos sucias.
—No importa —dijo Patrick mirando la sangre del vestido y la que
tenía en el rostro de haberse tocado con las manos. Luego vio la sangre
entre sus uñas.
Abby le estrechó fuertemente la mano.
—¿La sangre es de mi hijo?
—Sí. Lo siento, no había pensado en ello hasta ahora. Estaba tan
preocupada que ni siquiera he pensado en ir a lavarme.
—¿No tiene frío? —dijo al verla solo con el vestido.
—Aquí hace calor. Tengo una chaqueta, pero está manchada de sangre.
La he usado para ponerla debajo de la cabeza de su hijo en la acera, para
que no la apoyara en el suelo. También tenía una bufanda, pero la empleé
para presionar sobre la herida de su hijo. Sangraba mucho e intentaba cortar
la hemorragia.
Delaney apretó los dientes al escucharla.
—¿Le importaría contarme lo que ha sucedido?
—Por supuesto que no.
Abby le detalló lo que había pasado sin saltarse ningún detalle.
—Estas son las pertenencias de su hijo —dijo ella dándole la bolsa
pequeña que le habían entregado en donde estaba la cartera, el móvil y las
llaves del coche.
—Gracias. Detective, es mejor que se mantenga alejada de mi hijo
mayor —dijo Patrick, aprovechando que Delaney estaba hablando por
teléfono.
—Ya me he dado cuenta.
—Si quiere puede marcharse.
—No voy a irme hasta que su hijo salga del quirófano.
—¿Por qué no va a la cafetería a tomar un café?
—De acuerdo.
—Y no estaría de más que se lavara la cara y las manos.
—Bien, volveré en unos minutos.
Delaney se acercó a su padre.
—Esa chica no tiene culpa de lo ocurrido —dijo Patrick a su hijo.
—¡Por supuesto que tiene culpa! ¡Es la única culpable! No tenía que
haberse acercado a Sean.
—No lo habría hecho de haber sabido que iban a dispararle.
—Ella lo ha involucrado en un caso, y no tenía ningún derecho a
hacerlo.
—Tampoco Sean tenía que haberla apartado de él para protegerla, sin
embargo lo hizo, ¿verdad?
Poco después todos los amigos estaban en la sala de espera. Todavía
no sabían nada del estado de Sean. Abby había estado sentada en un rincón
desde que había vuelto de la cafetería. Se levantó y se acercó a Patrick.
—Señor Stanford, tengo que marcharme a jefatura. He de redactar el
informe de lo sucedido.
—Gracias por haber esperado.
—Volveré lo antes posible. ¿Le importaría llamarme si hay alguna
novedad?
—Por supuesto que no. Añada su teléfono a mis contactos, por favor
—dijo Patrick sacando el móvil del bolsillo y dándoselo.
Ella lo hizo y se lo devolvió.
—Siento muchísimo lo que ha ocurrido.
—Sé que lo siente.
—Hasta luego.
Abby volvió al hospital a las ocho y veinte de la noche. Le dijeron el
número de la habitación en la que habían llevado a Sean y fue hacia allí.
Llamó a la puerta y la abrió un poco. Patrick se levantó al verla y le dijo
que entrara. Abby entró en la amplia habitación y vio a una mujer sentada
en un sofá.
—Hola, señor Stanford.
—Hola, detective. Quiero presentarle a Louise, mi mujer.
—Un placer conocerla, señora Stanford.
—Yo no puedo decir que me alegre de conocerla —dijo Louise sin ni
siquiera levantarse.
—Siento lo ocurrido. ¿Ha habido algún cambio? —preguntó Abby
mirando a Patrick.
—No ha cambiado nada desde que usted se marchó. Según el cirujano
la operación ha salido bien y no tiene ningún órgano afectado. Pero sigue en
coma.
—¿Le importa que me quede un rato?
—Puede quedarse el tiempo que quiera. Pero mi hijo mayor no tardará
en venir a ver a su hermano y seguro que no le gustará verla por aquí.
—Yo no le tengo miedo a su hijo.
El hombre le sonrió.
—Usted me ha dado permiso para estar aquí, así que no habrá
problema.
—Está bien.
—Me sentaré en ese rincón y no les molestaré.
—De acuerdo —dijo Patrick volviendo a sonreír—. ¿Ha cenado ya?
—No, pero no tengo hambre.
Unos minutos después entraron Delaney y Nathan. Abby se preguntó
si ese hombre iría a todas partes con su abogado. Ella no sabía que eran
amigos desde que eran pequeños. Más que amigos en realidad, eran como
hermanos.
Delaney la miró, y no de forma muy amable. Pero Abby se sorprendió
al ver que el abogado le guiñaba un ojo. Bueno, al menos ese hombre no era
tan cretino como su jefe, pensó.
Esa noche, Louise se quedó a dormir en el hospital, acompañando a su
hijo pequeño. El padre, el hermano y algunos amigos de Sean se marcharon
cerca de la media noche, y Abby seguía sentada en la misma butaca en la
que se había instalado cuando llegó a última hora de la tarde.
Louise se extrañó al despertarse a las cuatro de la mañana y verla
dormida en el sillón. Pero cuando se despertó nuevamente a las siete de la
mañana Abby ya no estaba.
Los días se sucedieron unos tras otros, y luego las semanas. El cirujano
que había operado a Sean le había dicho a los familiares que la detective le
había salvado la vida al presionar sobre la herida mientras llegaba la
ambulancia, porque de esa forma había evitado que se desangrara.
Siempre había alguien en el hospital acompañando a Sean y por las
noches se turnaban sus cuatro amigas y su madre para pasarla con él.
Desde el lunes, veinte de febrero del dos mil veintitrés, día en que
Sean ingresó en el hospital, Abby Connors había pasado cada noche en su
habitación como si fuera uno más de la familia, excepto cuando tenía que
ausentarse por algún caso.
A nadie se le ocurrió en ningún momento decirle que se marchara.
Aunque Delaney había tenido la tentación de hacerlo en más de una
ocasión. Se había refrenado porque su padre se lo había prohibido.
Abby llegaba después del trabajo y permanecía en la misma butaca,
separada de todos y sin hablar con nadie. El cirujano les había dicho que era
conveniente que hablaran con él. Y Abby escuchaba todo lo que sus amigos
y sus familiares le decían a Sean. Desde el primer día había decidido que
permanecería sentada en la butaca, con los ojos cerrados, como si durmiera,
para que los que lo visitaban no se sintieran incómodos, porque una
desconocida estuviera allí. De manera que nadie le prestaba atención,
aunque todos sabían que estaba allí cada noche, acompañando a un hombre
que ni siquiera conocía.
Abby se había enterado de la vida de Sean, de la de Delaney y de la de
todos sus amigos. Se sentía fascinada por las historias de los cuatro amigos
casados y de sus mujeres. En muchos momentos pensó que daría lo que
fuera por tener amigos como ellos.
En alguna ocasión se le pasó por la cabeza decirles que no hacía falta
que se quedaran con él por la noche, porque ella se quedaría
acompañándolo, pero cuando veía a Delaney Stanford desechaba la idea
porque podía ver en su rostro, con absoluta claridad, la desconfianza que
tenía en ella. Estaba segura de que había dado órdenes a todos de que no se
quedara ni un segundo a solas con su hermano.
Abby estaba al corriente de la historia de Delaney, por lo que le
hablaban a Sean sus amigos. Aunque ella también había averiguado algunas
cosas por la prensa. Y no solo sobre él sino sobre todo el grupo de amigos.
Sabía que años atrás Delaney había estado a punto de casarse y que su
prometida lo había engañado con un amigo de él. Esa había sido la razón de
que dejara de confiar en las mujeres. Y también estaba al corriente de lo que
había ocurrido desde que Tess, su mujer, había aparecido en su vida.
Tenía que admitir que, a pesar de que Delaney no la podía ni ver, y se
lo dejaba bien claro cada día por la forma de mirarla, y aun cuando le
parecía un hombre frío, prepotente y arrogante, se sentía fascinada por él,
aunque no debería. Y no solo le fascinaba la historia que lo rodeaba, o todo
lo que había conseguido en la vida, que sabía que era mucho, sino porque
era un hombre imponente.
También había sabido el papel que había desempeñado Sean en la
relación de su hermano con Tess. Y de la relación que había tenido con
Kate, la esposa de Logan, uno de sus amigos, que era sacerdote y colgó los
hábitos porque se había enamorado de ella.
Lo cierto era que todos los miembros de ese grupo de amigos eran
fascinantes.
Logan y su esposa Kate habían interrumpido su luna de miel en
Europa, para estar con Sean, y con ello habían demostrado el aprecio que
sentían por él.
Sean salió del coma el jueves, treinta de marzo. Patrick llamó a la
detective ese mismo día para informarla de que su hijo había despertado y
quedaron en verse en la cafetería del hospital a las cuatro de la tarde. El
hombre estaba esperándola cuando ella llegó. Pidieron dos cafés y se
sentaron en una de las mesas.
—Me alegro muchísimo de que su hijo haya despertado.
—Nosotros también. Por favor, llámame Patrick y tuteame.
—De acuerdo. Tú puedes llamarme Abby.
—Teníamos miedo de que no despertara. Ha estado en coma treinta y
nueve días y se nos ha hecho muy largo.
—Lo imagino. ¿Cuándo se ha despertado? ¿Estabas con él?
El camarero les llevó los cafés.
—Se despertó después de comer. Mi hijo mayor estaba con él. Nos
llamó rápidamente y vinimos a verlo.
—¿Qué ha dicho el médico? ¿Está todo bien?
—Sí, todo está bien. Tendrá que hacer algo de rehabilitación y
engordar los kilos que ha perdido, pero eso es todo.
—¿Cuándo le darán el alta?
—Quieren tenerlo en observación unos días. Supongo que lo
llevaremos a casa la próxima semana.
—¿Vive con vosotros?
—No. Pero se quedará en casa hasta que esté totalmente recuperado.
Mi mujer no lo dejará marcharse antes.
—Claro, es lo mejor. Tengo que marcharme —dijo ella levantándose
—. Te agradezco que me hayas llamado.
—¿Vas a marcharte? —preguntó él poniéndose de pie también.
—Sí, he de volver al trabajo.
—Has pasado treinta y nueve días acompañando a mi hijo cada noche
en su habitación y ahora que ha despertado, ¿vas a marcharte sin ni siquiera
verlo ni hablar con él?
—Sean y yo no nos conocemos. He estado todos esos días a su lado
porque me sentía culpable por lo que había sucedido y estaba preocupada.
Ahora sé que todo está bien.
—Le salvaste la vida a mi hijo. El cirujano nos dijo que si no hubieras
presionado sobre la herida hasta que llegó la ambulancia habría muerto.
—Lo habría hecho cualquiera. Me habría gustado que hubiera sido en
otras circunstancias pero, de todas formas, ha sido un placer conocerte,
Patrick —dijo ella tendiéndole la mano.
—Lo mismo digo —dijo él estrechándosela.
Desde el primer momento que la detective Connors se cruzó en la vida
de los Stanford, Delaney la había sentenciado. Ella había conseguido que
casi mataran a su hermano y eso no iba a olvidarlo fácilmente. Todos los
días que la había visto en el hospital la había ignorado. Era el único del
grupo de amigos y familiares que cada vez que la había visto la había
mirado con desprecio, y no la había saludado ni una sola vez en todas las
veces que se habían encontrado en el hospital. Y su desprecio por ella no se
había desvanecido después de que Sean saliera del coma.
Sean no sabía lo que había ocurrido en las cinco semanas y media que
había estado en el hospital. Todos tenían órdenes de Delaney de que no
mencionaran a la detective Abby Connors, esa chica que había permanecido
al lado de Sean en el hospital cada noche y que había desaparecido tan
pronto había salido del coma, sin ni siquiera querer verlo. Y eso le agradó,
porque no quería que su hermano mantuviera relación de ningún tipo con
esa mujer.
Capítulo 2
—Creo que estamos haciendo mal al no contarle a Sean lo que sucedió el
tiempo que estuvo en el hospital en coma —dijo Tess.
Delaney, su marido, la miró con una advertencia en los ojos.
—No sucedió nada interesante que deba saber —dijo Delaney.
—¿De qué hablas, Tess? ¿Qué sucedió mientras estaba en coma? —
preguntó Sean—. ¿Sabéis algo que yo no sepa?
—¿Por qué le has dicho nada? —preguntó Delaney a su mujer.
—Porque Sean me ha dicho que ha soñado muchas veces que una
mujer desconocida se acercaba a él y lo besaba, y él le devolvía el beso. Y
ya es hora de que sepa que no es solo un sueño.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Sean a su cuñada—. ¿Me estás
diciendo que me sucedió en la realidad?
—Sí —dijo Patrick, su padre—. Sucedió poco antes de que te
dispararan. Parece ser que, después de que os besarais, viste a alguien que
iba a dispararle a la chica y la hiciste a un lado. Y la bala te alcanzó a ti.
—¿Quién era esa chica?
—Una detective de homicidios. Estaba trabajando en un caso y se dio
cuenta de que la seguían. Entonces te vio, le parecía que esperabas a
alguien, y te besó para que quien la seguía pensara que la esperabas a ella.
—Pasó las treinta y nueve noches que estuviste en coma en tu
habitación del hospital —dijo Tess.
—¿Se quedó en mi habitación?
—Sí.
—A mí me daba lástima —dijo Lauren, la mujer de Nathan—. Llegaba
a última hora de la tarde después del trabajo, se sentaba en un sillón que
había en el rincón más apartado de la cama y permanecía allí hasta que
desaparecía a las siete de la mañana del día siguiente.
—¿Por qué se quedaba conmigo?
—Seguramente porque se sentía culpable y... —añadió Patrick.
—Se sentía culpable, porque era culpable —dijo Delaney
interrumpiendo a su padre.
—… y estaba preocupada por ti —terminó de decir Patrick.
—Desapareció tan pronto saliste del coma —dijo Ellie, la mujer de
Carter.
—No la vimos, ni siquiera se despidió de nosotros —dijo Kate, la
mujer de Logan.
—¿Por qué iba a despedirse vosotros? ¿Tuvisteis alguno la delicadeza
de hablar con ella en alguna ocasión? —preguntó Patrick.
—No —dijo Kate.
—Entre ella y nosotros había cierta tirantez —dijo Louise, la madre de
los Stanford—. Parecía tímida y no hablaba mucho.
—Esa chica no tiene nada de tímida. Y por supuesto que había
tirantez. La ignorasteis durante todos los días que la visteis. Ni siquiera os
molestasteis en llamarla para informarla de que Sean había despertado. ¿Me
equivoco?
—Supongo que llamaría al hospital y se lo dirían —dijo Tess.
—La llamé yo, porque ella me había pedido que lo hiciera si se
despertaba mientras estaba trabajando. Quedamos en la cafetería del
hospital.
—No me lo habías dicho —dijo su mujer.
—¿Por qué iba a decírtelo? ¿Acaso te interesaste por ella alguna vez?
Luise lo miró avergonzada.
—Me dijo que se alegraba de que todo hubiera salido bien. Me
sorprendió que dijera que tenía que marcharse, sin ni siquiera verte, después
de haber pasado cada noche en tu habitación —le dijo Patrick a su hijo
pequeño—. Se excusó diciendo que no os conocíais y que había
permanecido a tu lado porque estaba preocupada. Todos os portasteis muy
mal con ella, sin saludarla e ignorándola. Parece que olvidasteis que el
cirujano dijo que ella le había salvado la vida a Sean, evitando que se
desangrara.
—No les eches la culpa a ellos. Yo soy el responsable del
comportamiento de todos —dijo Delaney—. Fui yo quien les prohibió que
no te la mencionaran.
—Tampoco te eches toda la culpa. Te hicimos caso porque quisimos,
no nos forzaste —dijo Carter.
—Además, Delaney no nos prohibió que habláramos con ella en el
hospital, pero ninguno lo hicimos —dijo Nathan.
—He de admitir que no me porte bien con ella. Y no porque la
ignorase, como todos vosotros, sino porque la miraba con desprecio —dijo
Delaney.
—Por supuesto que no te portaste bien —le dijo su padre—. Me
decepcionaste, y mucho, que lo sepas.
—Lo siento. No sé lo que me pasó. Solo pensaba que si ella no se
hubiera acercado a Sean, no le habrían disparado. Estaba aterrado por si no
salía del coma. Creo que la tenía asustada.
—No te equivoques, Delaney. Esa chica no te tenía ningún miedo, y
me lo dejó absolutamente claro —dijo Patrick—. Si lo que pretendías era
intimidarla, te aseguro que no lo conseguiste.
—Supongo que nos portamos mal con ella por la misma razón que ha
mencionado Delaney. Estábamos muy preocupados por Sean y sabíamos
que ella era la culpable. Independientemente de que le hubiera salvado la
vida a Sean —dijo Logan.
—Tal vez deberíamos disculparnos con ella —dijo Louise.
—Yo creo que es mejor que dejemos las cosas tal cual. Y tengo que
decirte, que tú también me decepcionaste.
—Lo sé —dijo su mujer—. Me he arrepentido muchas veces de cómo
la traté.
—Yo me disculparé con ella por todos vosotros, y le daré las gracias
por haberme salvado la vida.
—Tú también le salvaste la vida a ella —dijo Delaney.
—No tenías que haberme ocultado lo que hizo esa chica, tenía derecho
a saberlo todo, ¿no crees?
—Sí. Y eso también lo siento —dijo Delaney.
Tan pronto Abby se metió en la cama, la imagen del rostro de Sean, de
esa sonrisa maravillosa y de su intensa mirada, apareció en su mente.
Cuando lo había visto de pie junto a su coche, antes de que le dispararan, se
había quedado fascinada por esos ojos verdes. Habían pasado casi dos
meses desde que sucedió, pero seguía recordándolo con total nitidez. Se
preguntaba qué tenía él de especial. No había permitido que ningún hombre
entrara en su vida, y nunca ninguno le había quitado el sueño. Y él se
paseaba por su mente con toda confianza, y parecía querer entrar, incluso en
su vida.
Besarlo había sido como saltar desde un acantilado, sin estar
absolutamente segura de que bajo hubiese algo que amortiguara la caída. La
mezcla de emoción y desasosiego que la invadió mientras la besaba fue
indescriptible, pensó.
Abrió la novela que estaba leyendo y se centró en la lectura. Poco
después la cerró porque no podía concentrarse, de hecho, había leído unas
páginas, sin saber siquiera lo que había leído. Y todo era porque desde que
Sean había despertado del coma, hacía once días, no podía dejar de pensar
en él. Echaba de menos estar en su habitación del hospital, escuchando lo
que sus amigos le contaban, y mirándolo cuando nadie la veía.
Sean le pidió el teléfono de la detective a su padre y él se lo dio. Luego
averiguó dónde había sucedido el percance que lo llevó al hospital y fue
allí, para ver si podía recordar lo sucedido, o al menos, recordar el rostro de
esa chica con la que soñaba a menudo y cuyo rostro permanecía siempre en
las sombras. Pero no pudo recordar nada. Estuvo un buen rato allí, hasta
que tuvo que irse a rehabilitación. Su cuñada Tess lo había llevado y había
esperado pacientemente en el coche.
—¿Has recordado algo? —preguntó Tess cuando Sean subió al
vehículo.
—No.
—¿Has llamado a la detective? —volvió a preguntar ella poniendo el
coche en marcha y uniéndose al fluido tráfico.
—He pensado llamarla esta noche.
—¿Qué le vas a decir?
—Lo pensaré sobre la marcha. Quedaré con ella para tomar un café,
prefiero hablar cara a cara. Además, quiero conocerla.
—¿Crees que aceptará tomar ese café contigo?
—¿Por qué no iba a hacerlo?
—No lo sé. A mí me pareció muy extraño que no quisiera verte
cuando saliste del coma. Sé que no nos portamos bien con ella, pero no se
quedó en tu habitación todas esas noches por nosotros sino por ti.
—A mí tampoco me parece normal lo que hizo. Pero tomaré ese café
con ella, puedes estar segura. Y si no acepta, iré a buscarla a la comisaría.
—¿Cómo vas con la rehabilitación?
—Bien. El fisioterapeuta me ha dicho que en un par de semanas estaré
como antes. Y mi madre se está ocupando de que coma lo suficiente para
que recupere el peso que perdí. He engordado dos kilos en una semana.
—No está mal. Tal vez deberías esperar hasta estar totalmente
recuperado para llamar a la detective.
—¿Por qué?
—No lo sé. Para que te vea como antes del disparo.
—¿Crees que no me reconocerá? ¿Tan deteriorado estoy?
—¡Qué dices! Estás igual, aunque un poco más delgado.
—La llamaré esta noche.
Sean llamó a Abby a las ocho y media de la noche, que era a la hora
que le dijeron sus amigos que solía ir al hospital para quedarse con él.
—Detective Connors.
—Hola, soy Sean Stanford.
Abby se quedó en silencio. Era la última persona de quien hubiera
esperado una llamada.
—¿Sigue ahí?
—Sí, disculpe, estaba leyendo un informe. Hola, señor Stanford.
—Si no le importa, me gustaría que me llamara Sean.
—De acuerdo. ¿Por qué me llama? ¿Tiene algún problema que
requiera de nuestros servicios?
—No, no tengo ningún problema. La he llamado porque me gustaría
hablar con usted.
—¿De qué quiere hablar?
—Hasta hace tres días no sabía de su existencia. Nadie me había
hablado de usted ni de lo que sucedió aquel día. Me refiero al día que me
dispararon.
—Bueno, su familia no me tenía mucho aprecio, y entiendo que no me
mencionaran. Me culparon de lo sucedido y no me extrañó porque yo
también me culpé. Por suerte todo salió bien.
—Por lo que me han dicho, usted no tuvo culpa de nada.
—Dígaselo a su hermano. Él me odiaba, y seguro que aún sigue
haciéndolo.
—Mi hermano es muy protector con su familia y estaba asustado.
—¿En serio? No parece del tipo de hombre que se asuste fácilmente.
—Pues, le aseguro que estaba asustado.
—Si usted lo dice…
—Esta mañana he ido al lugar donde me dispararon para ver si
recordaba algo, pero no he recordado absolutamente nada. Y tampoco la
recuerdo a usted.
—Eso no es muy halagador.
—Disculpe, no quería que sonara de esa forma.
—No hace falta que se disculpe, de todas formas, tampoco ha perdido
gran cosa.
—Vaya, parece que usted no se aprecia mucho.
—Sean, estoy ocupada. ¿Qué quiere de mí?
—Quiero que hablemos.
—Estamos hablando.
—Quiero decir en persona. Puede que si la veo recuerde lo que
sucedió. ¿Puede invitarla a cenar?
—Estoy ocupada.
—No me refiero a esta noche. ¿Qué le parece mañana?
—Tengo un caso importante entre manos y estoy centrada en él.
—Entonces, el fin de semana.
—Yo trabajo todos los días de la semana.
—Supongo que tendrá algún tiempo libre.
—La verdad es que no.
—¿Ni siquiera para un café?
—Puede que para un café pueda arreglarlo.
—Estupendo. ¿Podemos tutearnos?
—Claro.
—¿Cuándo te parece bien que quedemos?
—¿Qué tal mañana sobre las tres y media? ¿O te va mal por el trabajo?
—Todavía no he empezado a trabajar. Lo haré cuando termine con la
rehabilitación. ¿Dónde quieres que quedemos?
—Hay un bar junto a la comisaría. ¿Quedamos allí? Luego tendré que
volver al trabajo.
—Me parece bien.
—Te enviaré la dirección.
—Gracias. Por cierto, ¿cómo te llamas?
—Abigail, pero me llaman Abby.
—Me gusta tu nombre. Hasta mañana, Abby.
—Adiós.
Abby estaba sentada en la mesa del bar con Mike, su compañero. Sean
traspasó la puerta y se sacó las gafas de sol. A Abby se le aceleró el pulso al
verlo. Pensó que sería lo normal al ver a un hombre como ese. La verdad es
que era un espectáculo mirarlo, con sus vaqueros desgastados, que lucía con
un estilo que muchos hombres no conseguían con un traje de diez mil
dólares. Llevaba un suéter y una cazadora. Su cabello castaño tenía mechas
doradas, que brillaban con la luz del local. ¿A qué mujer no se le aceleraría
la respiración al ver un ejemplar como ese?, se dijo.
Sean vio el repaso que le dio una chica que había sentada en una de las
mesas. Lo miró de la cabeza a los pies y sin saber la razón, supo que era
Abby. Procuró no sonreír cuando ella se levanto y se quedó de pie
esperándolo. Menudo bombón, pensó Sean caminando hacia ella. La
intensidad con la que la miró y esa sonrisa seductora hicieron que el
corazón de Abby se acelerara un poco más.
—Hola, Sean.
—Hola, Abby.
—Él es mi compañero, el detective Mike Decker. Mike, él es Sean
Stanford.
—Un placer conocerte, Sean —dijo Mike levantándose y tendiéndole
la mano.
—Hola, Mike —dijo Sean estrechándosela.
—Te espero en la jefatura, Abby —dijo Mike acariciándole un mechón
de pelo.
—Vale.
—Hasta la vista, Sean.
—Nos vemos.
Abby se preguntó a cuántas mujeres habría seducido ese hombre con la
voz, porque tenía una voz preciosa y muy seductora.
—Ayer me dijiste que estabas haciendo rehabilitación —dijo ella
sentándose—. ¿Tienes algún problema?
La camarera llegó cuando Sean se sentaba. Pidieron dos cafés.
—No, todo va bien. Me dijeron que es normal, después de estar tiempo
sin moverse.
—¿Te encuentras bien?
—Sí. He perdido peso y masa muscular, pero en unas semanas estaré
como antes.
—Me alegro.
—Mi madre se ocupa de mi alimentación. Entre ella y la cocinera me
están cebando como a un cerdo. Ni siquiera deja que me vaya a mi casa, y
te aseguro que eso de volver a vivir con mis padres no lo llevo muy bien.
—Lo entiendo.
La camarera les llevó los cafés.
—¿Vives sola o con tus padres?
—Vivo con Mike.
—¿El detective?
—Sí. Sean, no tengo mucho tiempo. ¿Quieres preguntarme algo?
—Mi padre me ha contado lo que sucedió, lo que tú le contaste, pero
me gustaría saberlo por ti. ¿Te importa contármelo?
—Claro que no.
Abby le contó lo que sucedió antes de que le dispararan. Y luego lo
que pasó hasta que lo llevaron al hospital.
—¿No recuerdas nada?
—No.
—¿Es normal perder la memoria?
—Eso me dijeron en el hospital. Me dijeron que, posiblemente, lo
recordaría todo poco a poco, pero que no era seguro. Tampoco recuerdo
haberte visto antes de hoy.
—Bueno, nos vimos solo un instante.
—Sí, eso me han dicho. Y durante ese instante me besaste. Cosa que
no me has dicho al contarme lo sucedido.
—Supongo que también te dirían la razón por la que lo hice. Y,
además, tú me devolviste el beso.
—¿Lo hice?
—Sí.
—Lástima que no me acuerde. Tal vez deberíamos repetirlo. Puede que
recobrara la memoria al hacerlo.
—Va a ser que no.
—Mi hermano le prohibió a mis amigos y a mis padres que me
hablaran de ti, por eso no te he llamado antes.
—Ya te he dicho que no le caí nada bien. Y parece ser que al resto de
tus amigos tampoco, de lo contrario no se habrían portado conmigo de esa
forma tan distante, independientemente de que tu hermano se lo prohibiera
o no. Además, no tenías porqué llamarme.
—Desde que salí del coma he tenido casi todas las noches el mismo
sueño.
—¿Sueñas que te disparan?
—No. Sueño que una chica se acerca a mí y me besa, pero no puedo
distinguir su rostro.
—¿Y crees que soy yo?
—Estoy casi seguro.
—Bueno pues, en ese caso, ya le has puesto rostro a la chica de tu
sueño.
—Ayer me dijiste que no me perdía nada por no recordarte. Pero me
habría gustado no haberte olvidado. Eres preciosa.
Sean disfrutó viéndola ruborizarse.
—¿Qué ocurrió desde que llegué al hospital?
—Supongo que lo sabrás con todo detalle. Le conté a tu hermano y
poco después a tu padre lo que había ocurrido desde antes de que te
dispararan hasta que ellos llegaron.
—Sí, me lo han contado.
—Tu familia y tus amigos iban cada día a verte y pasaban mucho
tiempo contigo.
—Me han dicho que me hablaban de cosas que me habían sucedido
con mis amigos, con mi familia, con mis sobrinos… Y también me han
dicho que pasaste en mi habitación todas las noches que estuve en el
hospital. ¿Por qué?
—¿Por qué qué?
—Que por qué te quedaste conmigo todas esas noches.
—Me quedé en tu habitación, no contigo. Estabas en coma. Lo hice
porque estaba preocupada.
—¿Por mí?
—No, por tu hermano —dijo ella con sarcasmo—. ¡Por supuesto que
por ti! Me sentía culpable por lo que te había pasado.
—Eso puedo entenderlo. Aunque no es normal que alguien
permanezca al lado de una persona, que está en coma y a quien no conoce.
Y no entiendo por qué te marchaste cuando desperté, sin ni siquiera querer
verme.
—Bueno, despertaste y mi preocupación desapareció. De todas formas,
¿qué importa? No nos conocíamos. Ni siquiera me recordabas. Sean, tengo
que volver al trabajo.
—De acuerdo —dijo el sacando dinero del bolsillo y dejándolo sobre
la mesa—. Me gustaría que nos viésemos.
—Estamos viéndonos.
—Quiero decir, otra vez. Podemos ir a comer o a cenar, cuando tengas
tiempo.
—Sean, yo no tengo tiempo.
—¿Tu novio no te deja ir a comer con nadie?
Abby imaginó que había pensado que Mike y ella vivían juntos porque
eran pareja. Y ella no lo sacó de su error. Era mejor que pensara que no era
libre, porque se sentía muy atraída por él.
—No es eso, pero es mejor que no nos veamos.
—¿Por qué?
—Porque sí.
—Una explicación muy lógica, sí señor.
—Tengo que marcharme —dijo ella levantándose.
—¿Puedo llamarte? —preguntó él levantándose también.
—Es mejor que no lo hagas. Ya nos veremos.
Esa noche Sean soñó lo mismo que las noches anteriores, pero pudo
ver el rostro de la chica y recordó con clara nitidez cuando ella lo besó y
cómo él se lo devolvió.
Nueve días después de que Abby y Sean se vieran, todos los amigos se
reunieron en casa de Delaney, porque era el cumpleaños de su mujer, que
cumplía treinta años. Fue una fiesta íntima, solo con los amigos y los padres
de Delaney. Jack y Cath también estaban presentes. Ambos trabajaban para
Delaney, pero antes de eso habían trabajado para sus padres y conocían a
los hermanos Stanford desde que nacieron. Eran prácticamente de la
familia.
Cenaron todos juntos y hablaron, sobre todo, de la rehabilitación de
Sean. Les informó de que seguiría un par de semanas más trabajando con el
fisioterapeuta, pero que ese fin de semana se marcharía a su casa porque ya
estaba recuperado. A Louise, su madre, no le hizo mucha gracia, pero él le
prometió que se ocuparía de comer bien, aunque ya estaba casi en su peso
normal.
El lunes de la siguiente semana tenía pensado ir al estudio de
arquitectura y comenzar el trabajo en serio. Había ido cada día un rato, pero
solo para organizar los trabajos y ponerse al día.
—La semana pasada tomé un café con Abby —dijo Sean.
—¿Quién es Abby? —preguntó Ellie.
—La detective Connors se llama Abby —dijo Patrick.
—¿Por qué no nos lo dijiste el sábado pasado cuando nos reunimos?
—le preguntó Tess, su cuñada.
—Porque no quería que empezarais a especular sobre ello.
—¿Y ahora no te importa que especulemos? —preguntó Lauren, la
mujer de Nathan.
—No, no me importa. Y espero que a partir de ahora cambie vuestro
comportamiento conmigo.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Tess.
—¿Acaso no os habéis dado cuenta de que desde que abandoné el
hospital me habéis tratado como a un enfermo?
—Bueno, no estabas recuperado del todo —dijo Kate.
—Pues ya estoy totalmente recuperado, ¿de acuerdo? Y eso va
principalmente por ti, mamá.
—Vale —dijo Louise.
—Háblanos de tu cita con la detective —dijo Nathan.
—No fue una cita, solo tomamos un café. Hablamos de lo que ocurrió.
Bueno, ella me habló de ello. No me habíais dicho lo guapa que era.
—No nos lo preguntaste —dijo Delaney.
—Si te lo hubiera preguntado a ti me habrías dicho que era un
adefesio. Ella piensa que la odias.
—Bueno, he de admitir que la odié. Pero tengo que reconocer que esa
chica es muy guapa.
—Eso es quedarse corto, es un bombón —dijo el abogado.
—Seguro que está enfadada con todos nosotros —dijo Carter.
—Y nos lo merecemos. Nos portamos muy mal con ella, y todo porque
le hicimos caso a Delaney —dijo Logan.
—¿Qué importa? No vamos a volver a verla —añadió Delaney.
—Habla por ti. Puede que yo sí quiera verla —dijo Sean—. La he
invitado a cenar.
—¿Cuándo habéis quedado —preguntó Ellie.
—Ha rechazado mi invitación.
—No debes sentirte muy bien —dijo su cuñada sonriendo.
—¿Cuántas mujeres han rechazado salir contigo? —preguntó Ellie, la
mujer de Carter.
—Ella es la primera.
—¿Por qué quieres verla de nuevo? —le preguntó su hermano.
—Porque me intriga lo que hizo. Aunque me temo que me ha
rechazado por su novio.
—¿Tiene novio? —preguntó Lauren.
—Sí, vive con él. Es su compañero, otro detective. Estaba con ella
cuando quedamos para tomar café y me lo presentó.
—Eso me parece un poco raro —dijo su padre.
—¿Qué te parece raro?
—Que tenga novio.
—¿Por qué?
—Porque si tuviera novio no habría permitido que pasara treinta y
nueve noches en la habitación de un hospital acompañando a un
desconocido, y además siendo hombre.
—Vaya, tienes razón —dijo Louise, su mujer.
—¿Te dijo ella que ese detective era su novio? —preguntó Nathan.
—Con esas palabras no, pero me dijo que vivían juntos.
—Eso no quiere decir que sean novios —dijo Carter—, pueden ser
compañeros de piso.
—Es verdad —dijo Sean sonriendo.
—No sé por qué sonríes. Si no te ha rechazado porque tenga novio lo
ha hecho por ella misma, lo que quiere decir que no está interesada en verte
de nuevo —dijo Logan.
—¿Sabéis? Creo que estoy obsesionado con ella. Tengo a esa chica en
mis pensamientos durante el día e invade mis sueños cuando duermo.
—¿Y qué vas a hacer? —preguntó Delaney.
—Supongo que intentaré verla de nuevo. Me gustaría saber cosas de
ella, conocerla.
—Si la llamas no te cogerá el teléfono —dijo Nathan.
—Si no contesta a mis llamadas iré a verla a la comisaría.
—A ver si te van a detener por acoso —dijo el abogado.
—Si sucede, ya te encargarás tú de arreglarlo.
—¿En serio te gusta una policía? —preguntó Carter.
—No es una simple policía, es detective de homicidios.
—¿Sabes lo difícil que sería mantener una relación con una detective?
—preguntó Patrick.
—¿A ti tampoco te cae bien, papá?
—Todo lo contrario, esa chica me cae genial. Pero sé que su trabajo es
peligroso.
Sean esperó unos días antes de ponerse en contacto con abby. En un
principio pensó en llamarla, pero posiblemente no le contestaría, como le
había dicho Nathan. Así que decidió ir a la jefatura de policía.
Eran las siete y media de la tarde cuando entró. Se dirigió al mostrador
donde había una mujer policía hablando con otra agente, quien lo reconoció
al instante.
—Buenas tardes —dijo Sean.
—Hola, ¿en qué puedo ayudarle?
—Me gustaría hablar con la detective Connors.
—En estos momentos no se encuentra en la jefatura. Puede anotar aquí
su nombre y su teléfono y ella se pondrá en contacto con usted tan pronto
pueda —dijo la mujer que estaba sentada detrás del mostrador dejando un
bloc y un bolígrafo delante de él.
—¿Es usted Sean Stanford? —preguntó la que permanecía de pie junto
a la otra.
—Sí.
—Soy la agente Swim. La detective Connors está en el bar que hay en
la esquina. Hoy es su cumpleaños y algunos compañeros han ido a tomar
unas cervezas con ella.
—Muchas gracias. Ha sido muy amable. Hasta luego.
—¿Por qué le has dicho dónde estaba Abby? Sabes que ella no lo
aprobará. Puede que te hayas metido en un buen lío.
—No me he metido en ningún lío. ¿Recuerdas al hombre que recibió
un disparo hace un par de meses para proteger a Abby?
—Sí.
—Ese es el hombre. Estuvo en coma unas cuantas semanas.
—Vaya, es muy guapo.
—Desde luego que lo es.
—De todas formas, no tenías que haberle dicho donde encontrarla.
Sean entró en el bar.
—Tu amigo ha venido a verte —le dijo Mike a Abby al oído.
—¿Mi amigo?
—Stanford acaba de entrar en el local.
—¿Está aquí?
—Sí, a no ser que tenga un hermano gemelo. ¿Vas a ir a saludarlo?
—No quiero verlo.
—¿Quieres que lo eche?
—¿Cómo vas a hacer eso? Es un bar público. Mejor no me lo digas.
—¿Por qué no quieres verlo?
—Porque no.
—Gracias por la respuesta tan detallada. No estarás colgada de ese tío,
¿verdad?
—¡Por supuesto que no! Pero, solo por curiosidad, ¿por qué te
preocupa eso?
—Porque ese hombre no es para ti. Eres demasiado inocente para él.
—¿Demasiado inocente?
—Tú necesitas salir con un hombre que no tenga tanta experiencia.
Solo con verle se puede adivinar que conoce bien a las mujeres.
—No pienso salir con él.
—Perfecto, entonces. Viene hacia aquí. Luego te veo —dijo Mike sin
mirar a Sean para que pensara que no lo había visto y caminando hacia los
policías que estaban al final de la barra.
—Hola, Abby.
El corazón de ella comenzó a latir en su pecho a una velocidad
vertiginosa cuando reconoció la voz detrás de ella. Se preguntó si tendría
que soportar esa especie de infarto cada vez que lo tuviera cerca.
Abby se volvió en el taburete en el que estaba sentada y le dio un
vuelco el corazón al verlo.
Sean se tensó al mirarla. No recordaba que su cuerpo hubiera
reaccionado de esa forma tan tensa ante una mujer.
—Hola, Sean.
—Me han dicho que es tu cumpleaños.
Antes de que ella pudiera darse cuenta, él se había acercado y la había
besado en la mejilla.
—Felicidades.
—Gracias.
—¿Cuántos cumples?
—Veintiocho. Parece que ya estás totalmente recuperado.
—Sí. He engordado los kilos que había perdido. Y ya he vuelto a la
normalidad. He empezado a trabajar y ya vivo en mi casa.
—¿Tu mamá te ha dejado marchar?
—Sí, se me da bien convencer a las mujeres —dijo sonriendo.
—¿En serio?
—Sí.
—Supongo que dependerá de la mujer.
—Es posible. Bueno, posible no, seguro. He de admitir que me ha
costado convencer a mi madre de que ya estaba recuperado y podía
arreglármelas yo solo. Y tú también te estás resistiendo.
—¿Quién te ha dicho que es mi cumpleaños?
—He ido a buscarte a la jefatura. Me lo ha dicho la agente Swim.
—Claro, cómo no. Es la cotilla de la comisaría. Y supongo que
también ha sido ella quien te ha dicho donde encontrarme.
—Sí, se me dan bien las mujeres.
—Con tu aspecto no se habrá pensado dos veces en darte lo que
querías.
—¿Mi aspecto?
—Tienes que reconocer que tienes buen aspecto. Y no me refiero a que
estés completamente recuperado.
Sean se limitó a sonreírle.
—¿Para que has ido a buscarme a la comisaría?
—He pensado que si te llamaba no me contestarías. ¿Habrías cogido el
teléfono de haberlo hecho?
—Es posible. ¿Por qué querías llamarme, o verme?
—Quiero invitarte a cenar. Hoy es tu cumpleaños y sería un buen día.
—Ya tengo planes.
—Entonces otro día.
Abby lo miró pensando que ese hombre debería llevar en la frente un
cartel bien visible que dijera peligro.
—Sean, el otro día te dejé claro que no tenía interés en volver a verte.
Lo hice con la mayor amabilidad. Pero por si no lo entendiste, te lo repetiré.
No estoy interesada en ti.
—¿Qué hay de malo en ir a cenar un día? No te estoy pidiendo que
salgamos juntos.
—Cenar en sí no me preocupa, porque ceno todas las noches. Lo que
me preocupa es lo que va después de la cena —dijo ella sin apartar la
mirada de sus ojos.
Él la miró fijamente, El color de los ojos de Abby eran de un tono que
él nunca había visto.
Abby se sentía muy atraída por él y reconoció que estaba en peligro.
Nunca había tenido miedo a nada ni a nadie, pero en ese momento estaba
aterrada por lo que sentía por ese hombre, y por cómo se comportaba su
cuerpo cuando lo tenía cerca.
—Después de la cena va el postre —dijo él sonriendo, intuyendo a qué
se refería ella.
—Claro.
—¿Por qué te preocupa algo así? Tienes veintiocho años.
—Yo no voy por ahí acostándome con desconocidos.
—¿Tú y yo somos desconocidos? ¿Has olvidado que estuviste
conmigo en el hospital todas las noches que permanecí ingresado?
—Estabas dormido.
—Pero tú no. Además, yo no te he dicho que quiera acostarme contigo.
—Ah.
—Y no me creo que estuvieras conmigo todas esas noches solo porque
estuvieras preocupada por mí.
—¿Qué otro motivo podría tener?
—No tengo ni idea.
—Mira, Sean. He quedado para cenar y he de marcharme.
—¿Has quedado con tu novio?
—Es posible.
—A mí me parece muy raro que tu novio se marche, dejándote aquí
rodeada de hombres.
—No es celoso. ¿Crees que no podría defenderme si alguno de ellos
me acosara?
—Por supuesto que podrías. Pero, tú y yo sabemos que Mike no es tu
novio.
—¿También has hablado de eso con la agente Swim?
—Entonces es cierto. Has picado. No tienes novio. Ella no me ha
dicho nada y yo no le he preguntado. Por lo que deduzco que estás
intentando evitarme.
—Esperaba que te dieras cuenta sin tener que decírtelo. Tengo que
marcharme —dijo bajando del taburete y claramente cabreada.
—Podemos quedar para comer en vez de para cenar.
—No estoy interesada.
—¿Y para tomar un café?
—Lo siento, pero no.
—Escucha, Abby —dijo él cogiéndola del brazo para que no se
alejara.
—Te aconsejo que me sueltes y no vuelvas a tocarme. No olvides que
llevo una pistola.
Él la soltó. Los ojos de Abby se veían afilados como la hoja de un
cuchillo. Sean la miró y en ese instante descubrió que le gustaban mucho
las mujeres con temperamento.
—Quiero que sepas que no voy a rendirme.
—Ese es tu problema.
—Solo quiero que nos conozcamos.
—Para eso tendríamos que estar los dos de acuerdo, y yo no tengo
ningún interés en conocerte.
—Me da la impresión de que eres una cobarde —dijo él sonriendo.
—Que estime mi integridad física no significa que sea una cobarde,
más bien que soy sensata.
—Lo quieras o no, tarde o temprano, tú y yo vamos a estar juntos.
—Hace un minuto has dicho que no querías acostarte conmigo.
—He cambiado de opinión —dijo sonriendo.
Abby se cabreó aún más al ver su preciosa sonrisa.
—Pues que tengas suerte.
—Vas a hacer que perdamos tiempo, y el tiempo que se pierde nunca
se vuelve a recuperar.
—Lo que tú digas.
—Yo no suelo rendirme. ¿Y tú?
Se miraron a los ojos un instante.
—A mí no me gusta perder ni al parchís —dijo Abby.
Él no pudo evitar reírse por su contestación.
—Sean, deberías centrarte en otra que se deje ligar, y apuesto a que no
se resistirá, porque conmigo no lo vas a conseguir.
—No sé si te has dado cuenta, pero para un hombre, eso es todo un
reto. Basta con que le digas a alguien que no haga algo, para que se
incentive al máximo su deseo de hacerlo. Además, no sé por qué insistes en
que quiero acostarme contigo, cuando no es cierto.
—Hace un instante has dicho que sí querías.
—Vale. Me gustaría acostarme contigo, pero de momento solo quiero
que nos conozcamos.
—Te he dicho que no estoy interesada, así que no te acerques a mí o
tomaré medidas.
Una sonrisa apareció en los labios de Sean.
—¿Se puede saber por qué sonríes?
—Porque me he dado cuenta de que me gusta mucho ese tono que
empleas cuando estás cabreada.
Ella le dedicó una mirada glacial.
—Voy a conseguirte, Abby. No sé si llegaremos a hacer el amor, pero
te aseguro que conseguiré salir contigo. Puede que no sea pronto, pero el
día llegará. Piensa en ello, y en mí, hasta que volvamos a encontrarnos.
—Eres un arrogante de pacotilla.
—Puede que tengas razón. Que tengas una buena noche. Feliz
cumpleaños.
Sean abandonó el bar. Había estado todo el tiempo intentando no
sonreír. Esa chica se esforzaba tanto por ser borde y antipática con él que le
resultaba de lo más divertido.
Estaba acostumbrado a conseguir siempre lo que deseaba. Y no tenía
ningún problema en seducir a la mujer que quisiera. Y le desconcertaba que
Abby no quisiera nada con él y lo rechazara al invitarla a cenar e, incluso, a
tomar un jodido café. Se preguntó por qué lo hacía.
Abby fue al aparcamiento de la jefatura y subió a su coche. Mientras
conducía a casa pensaba en la conversación que había mantenido con Sean.
Ella no pensaba en los hombres, porque sabía que nunca podría estar con
uno, pero eso no impedía que soñara e imaginara. Le gustaban los hombres
masculinos, altos y fuertes. Que cuando la abrazaran la hicieran sentir
delicada. Le gustaban los hombres de sonrisa fácil y mirada seductora. Un
hombre que la alterara con solo mirarla.
—¡Mierda! —dijo dando un manotazo al volante, al darse cuenta de
que Sean tenía todas las cualidades que a ella le gustaban en un hombre.
Sean intentó centrarse en el trabajo. Tenía dos reformas grandes
pendientes de comenzar y dos obras a medio hacer, que se habían
paralizado durante el tiempo que él estuvo en coma y luego recuperándose.
Ahora había retomado el trabajo y quería pensar solo en ello.
Desde que estaba recuperado no había estado con ninguna mujer. Y la
culpable de todo lo que le sucedía era la detective Connors, a quien no se
podía quitar de la cabeza.
Dos días después de que viera a Abby salió a cenar con una amiga.
Bueno, en realidad no era una miga sino una chica con quien salía de vez en
cuando a cenar y luego pasaban un rato juntos en la cama.
Volvía a casa conduciendo a las dos de la madrugada. Se sentía
satisfecho. La conversación con ella durante la cena y el desahogo en la
cama después le habían sentado bien. Hasta que vio detrás de él el coche de
la policía con la sirena encendida. Y entonces le vino a la cabeza la
detective. El coche patrulla lo adelantó a toda pastilla.
Sean pensó en cómo lo había mirado Abby el día de su cumpleaños
antes de marcharse y sonrió al recordarlo. Deseaba verla enfadada de
nuevo, como cuando le dijo que si acercaba a ella tomaría medidas. Su
mirada brillaba de furia y hacía que pareciera una guerrera, adorable y
fuerte a partes iguales.
Cuando llegó, metió el coche en el garaje y entró en su casa sonriendo
de nuevo. Sabía que le iba a costar convencerla para que fuera a cenar con
él, o para comer, o tomar un simple café, pero eso era un aliciente. Nunca
había tenido que esforzarse para conseguir salir con una mujer, y eso le
atraía mucho.
Capítulo 3
Abby estaba en su habitación. Mike y ella tenían un acuerdo. Cuando
alguno de los dos llevaba a alguien a casa, la mujer o el hombre se limitaría
a estar en su habitación y en su baño. Aunque solo era Mike quien llevaba
alguna vez a alguna chica. Y no solía llevar a ligues a casa, excepto cuando
la chica vivía con sus padres. Abby le había ayudado en alguna ocasión a
librarse de alguna mujer que había llevado a casa y había creído que entre
ellos había algo más que sexo.
Por suerte, a Abby le gustaba mucho leer, las películas, las series y los
documentales. Se comió en la cama el sandwich que se había preparado
mientras veía un documental sobre los tuareg en el portátil. Luego se limpió
la cara, se lavó los dientes, se duchó y se puso crema en el cuerpo. Se puso
el pijama y la chaqueta de Sean encima. Y se echó sobre la cama con un
libro.
Empezó a pensar en la última conversación que mantuvo con Sean el
día de su cumpleaños. Tenía a ese hombre en la cabeza y no era capaz de
apartarlo de sus pensamientos. No quería engañarse. Sabía que no solo le
gustaba, había algo más. Se preguntó si lo que sentía por él sería amor.
Desde luego no sucedió en el escaso minuto que lo vio, antes de que le
dispararan. Había sucedido en el hospital, día a día, mientras escuchaba a
sus amigos. Miraba a Sean cuando quien le acompañaba por la noche
dormía. Sospechaba que se había enamorado de él poco a poco. Y su
aspecto ahora no era el mismo que tenía cuando estaba dormido en el
hospital, o cuando lo vio por primera vez cuando salió del coma.
Decir que estaba bueno era quedarse corta. Ese hombre era como un
delicioso pastelito que te pusieran delante. No podías evitar mirarlo y no
querer comértelo. Le extrañaba que se sintiera atraída por él, porque nunca
se había sentido atraída por ningún hombre. Reconocía cuando veía a
alguno atractivo, pero jamás había pensado en ninguno de forma sexual. La
forma más rápida de quemarse era colgarse de un hombre y más si ese
hombre era un mujeriego como Sean.
Sabía que se había enamorado de él, y ese sí era un grave problema.
Así y todo, Abby quería que Sean pensara en ella al acostarse y al despertar
al día siguiente, como le sucedía a ella con él.
Mike bajó a acompañar hasta su coche a la chica con la que había
estado y luego volvió a casa. Eran las dos y media de la mañana. Se duchó
y fue a su habitación a ponerse el pijama. Salió a apagar la luz del pasillo
que había dejado encendida y vio la claridad por debajo de la puerta de
Abby.
Llamó con suavidad para no despertarla por si estaba dormida. Al no
contestar abrió la puerta y la vio dormida con el libro sobre su pecho. Cogió
el libro y lo dejó en la mesita de noche. Luego miró la chaqueta que llevaba
puesta. Era la segunda vez que la veía con ella. La vez anterior la llevaba un
día que Mike no pensaba volver a casa, pero había vuelto a las diez de la
noche y Abby estaba en el sofá y llevaba la chaqueta encima del pijama.
Sabía que no era de ella porque le venía grande y además podía apreciarse
que era de hombre. Le echó por encima la manta que había a los pies de la
cama, apagó la luz de la mesita de noche y abandonó la habitación,
cerrando la puerta tras él.
Sean estaba pasando el día con su grupo de amigos, como hacía cada
sábado. Les dijo que había visto a Abby de nuevo el día de su cumpleaños.
—¿Cuántos años cumplió? —preguntó Tess.
—Veintiocho.
—¿Quiso hablar contigo? —preguntó Lauren.
—Sí, y la invité a cenar.
—¿Conseguiste que aceptara? —preguntó Ellie.
—No, ni siquiera aceptó ir a tomar un café conmigo.
Sean les contó la conversación que habían mantenido.
—¿Te amenazó con tomar medidas si te acercabas a ella? —le
preguntó Delaney.
—Sí.
—¿Y qué vas a hacer? —preguntó Carter.
—Esa chica me ha desafiado. Te aseguro que volveré a verla.
—Sean, tienes que tener cuidado. Esa detective puede hacerte mucho
daño —dijo Nathan.
—Si tengo algún problema ya te encargarás tú de solucionarlo. Para
eso eres mi abogado, ¿no?
—¿No puedes olvidarte de esa detective? —dijo su madre preocupada
—. Puedes tener a la mujer que quieras, ¿por qué te has empeñado en ir tras
ella?
—Porque me gusta, mamá. Pero eso no significa que vaya a casarme
con ella, no te preocupes.
—Claro. Lo único que quieres es salir con ella, solo porque te ha
rechazado —dijo su cuñada.
—Es posible. No me ha rechazado nunca una mujer y no sé qué hacer.
Los hombres se echaron a reír.
—Me desconcierta que ni siquiera quiera ir a tomar un café conmigo.
—Yo también me sentiría igual, a mí tampoco me han rechazado
nunca —dijo Nathan sonriendo.
—Sois unos arrogante —dijo Lauren, su mujer.
—Apuesto que a Delaney, a Carter y a Logan tampoco les han
rechazado nunca —dijo Kate.
Los tres hombres le sonrieron dando a entender que tenía razón.
—Sean, tienes que tener cuidado con lo que haces —dijo Louise.
—No te preocupes, mamá.
Los domingos Mike no se levantaba temprano. Abby sabía que se
había acostado muy tarde la noche anterior, así que se vistió y salió a correr.
Cuando volvió a casa se duchó y se puso un chándal. Fue a la habitación de
Mike y llamó a la puerta.
—Mike, voy a preparar el desayuno. Estará listo en media hora.
Abby no esperó a que le contestara porque sabía que su compañero
tenía el sueño muy ligero. Fue a la cocina, sacó de la nevera lo necesario y
se puso a cocinar. Los días que no trabajaban comían un desayuno con
muchas calorías: con huevos, beicon, tomates a la plancha, champiñones y
tostadas. Como si lo supiera, Mike apareció en la cocina cuando ella dejaba
los platos sobre la mesa.
—Buenos días.
—Buenos días —dijo ella llevando la cafetera a la mesa.
Se sentaron uno frente al otro. Abby sirvió café en las dos tazas y
añadió un poco de leche en ambas.
—Gracias.
—¿Lo pasaste bien anoche? —preguntó Abby.
—Si te hubieras acostado con un tío alguna vez no tendrías que
preguntármelo.
—Supongo que tienes razón.
—¿Qué hiciste tú anoche?
—Me duché, comí un sandwich, vi un documental en el ordenador y
leí un rato.
—Te quedaste dormida leyendo. Cuando iba a acostarme vi la luz por
debajo de tu puerta y entré a apagarla.
—Estaría cansada.
—Claro. Si te hago una pregunta, ¿me dirás la verdad?
—Mike, sabes mi pasado más oscuro. Nunca te he mentido y no lo
haré.
—Vale. ¿De quién es la chaqueta que llevabas puesta anoche? Es la
segunda vez que te veo con ella. Sé que es de un hombre, pero no sales con
ninguno para que te pueda haber regalado su chaqueta.
—Tienes razón. Es de Sean Stanford.
—¿De Stanford? ¿El tío a quien le dispararon? ¿El mismo que fue al
bar el día de tu cumpleaños y me dijiste que no pensabas salir con él?
—Sí, ese. Y no voy a salir con él.
—¿Por qué tienes su chaqueta?
—En el hospital me dieron una bolsa con su ropa. Estaba manchada de
sangre y la llevé a la tintorería.
—¿Por qué no se la diste a algún familiar suyo antes de llevarla a la
tintorería?
—Precisamente porque estaba manchada de sangre y no pensé que
fuera buena idea.
—¿Por qué no se la diste después de que la limpiaran?
—Porque no se quedó bien. Ya sabes que la sangre es difícil de
limpiar.
—¿Por eso no se la devolviste?
—Quería quedármela.
Mike la miró detenidamente.
—Creo que sientes algo por él.
—¿Se nota mucho?
—Nunca te había visto interesada por un hombre.
—Supongo que siempre hay una primera vez para todo.
—¿Has pensado en algún momento que el destino pudo poner a ese
hombre en tu camino?
—Ya sabes que no creo en el destino. Cada uno tenemos que trabajar
para crear nuestro futuro. No vamos a dejarlo todo en manos de fuerzas
extrañas y desconocidas que, de todas formas, son ficción.
—¿Qué vas a hacer?
—¿Hacer sobre qué?
—Sobre ese hombre y lo que sientes por él.
—No voy a hacer nada. Ya sabes que no puedo salir con ningún
hombre.
—Eso es lo que me has dicho muchas veces. Pero también me has
dicho siempre que no te ha gustado ninguno.
—Lo sé. Yo también me siento desconcertada. Creo que, incluso, me
siento atraída por él… sexualmente.
—Vaya.
—Sí, sé que es una locura.
—No lo es.
—El día de mi cumpleaños me dijo que quería invitarme a cenar.
—Estupendo. ¿Cuándo habéis quedado?
—No acepté.
—Si no estoy equivocado, la vez anterior que lo viste también te
invitó.
——Sí. Y tampoco acepté.
—¿Por qué? En un restaurante estarías segura.
—No tengo miedo de ir a cenar con él. Pero ese hombre no quiere solo
cenar. Creo que ha puesto el punto de mira en mí.
—Eso no es de extrañar. Eres preciosa.
—Le advertí que no se acercara a mí.
—¿Hiciste eso?
—Sí.
—Ese es un gran reto para un hombre como él.
—¿Qué quieres decir con un hombre como él?
—Los hombres como él consiguen siempre lo que quieren.
—Es un engreído y un arrogante. Dice que quiere quedar conmigo
para que hablemos y nos conozcamos. Está convencido de que vamos a
terminar juntos. Me refiero a juntos en la cama. ¡Dios mío, Mike! Creo que
me gusta mucho.
—Ese es un gran paso para ti, ¿no crees?
—Yo no lo creo. Tengo que evitar que nos veamos.
—¿Cuándo tienes que ir a la consulta de tu psiquiatra?
—El viernes que viene. En cinco días.
—Estupendo. Coméntaselo a él, a ver qué te aconseja.
—Me dijiste que ese hombre no era adecuado para mí.
—Cariño, me refería a que tiene demasiada experiencia, pero no puedo
asegurar que no sea bueno para ti.
—Esperaré a ver qué dice el doctor Stroud.
—Por cierto, ayer pasé por la comisaría antes de volver a casa y me
dieron algo para ti.
—¿Algo para mí?
—Sí. Vuelvo enseguida —dijo Mike levantándose y saliendo de la
cocina. Poco después volvió y se sentó de nuevo—. Lo dejó alguien en la
recepción —dijo dejando la pequeña bolsa sobre la mesa.
—¿Qué es?
—Cariño, soy detective, no adivino.
Abby sacó el pequeño sobre de la bolsa, lo abrió y leyó la tarjeta en
voz alta.
De haber sabido que era tu cumpleaños, te habría comprado antes el
regalo. Feliz cumpleaños. Y gracias por acompañarme todas esas noches
en el hospital.
—Supongo que es de él.
—Sí. No he pasado ninguna noche en un hospital con nadie más —dijo
sacando el estuche de terciopelo color granate de la bolsa.
—Tiene pinta de ser de una joyería —dijo Mike—. Bueno, ese tipo es
rico. Supongo que para él será normal comprar los regalos en joyerías,
aunque sea para desconocidas.
—¡Santa madre de Dios! —dijo ella cuando lo abrió y vio lo que había
en el interior del estuche.
Le dio la vuelta al estuche para que Mike lo viera y él silbó al ver la
pulsera. Era muy fina con piedras rojas a su alrededor.
—Ese hombre tiene buen gusto. Es preciosa.
—Me la ha regalado porque sabe que no la voy a aceptar y así volveré
a verlo cuando se la devuelva. Porque verme es lo que realmente quiere, y
así se saldrá con la suya. Me da la impresión de que ese hombre no está
acostumbrado a que lo rechacen —dijo Abby.
—Con su aspecto yo también lo creo. No se la devuelvas y así no te
verá de nuevo. Y entonces serás tú quien se salga con la suya.
—No puedo quedármela —dijo cogiendo la pulsera y poniéndosela en
la muñeca—. Abróchamela.
Mike lo hizo sonriéndole.
—Es realmente bonita. No entiendo de joyas, pero apostaría a que esas
piedras valen más de diez mil dólares.
—¿En serio?
—Puede que mucho más.
—Es una pulsera preciosa.
—Quédatela si tanto te gusta. ¿Acaso no es un regalo de cumpleaños?
Además, en la nota ha mencionado lo de tu estancia en el hospital. Así que
también es un regalo de agradecimiento.
—Pero entonces tendré que llamarlo para darle las gracias.
—¿Y qué pasa? Será por teléfono y no tendrás que verlo…, si no
quieres.
—La verdad es que no me importaría verlo.
—¡Joder, Abby! A ver si te pones de acuerdo. ¿Por qué no aceptas su
invitación y vas a cenar con él?
—Es que…
—Que vayas a cenar no quiere decir que tengas que acostarte con él.
—Lo pensaré. Le enviaré un mensaje para agradecerle el regalo, así no
tendré que escuchar su voz, porque incluso su voz me altera.
—Me parece que ese hombre no solo te gusta.
—Creo que tienes razón.
—¿Te apetece que vayamos a dar una vuelta con la moto? Luego
podemos comer por ahí y echarnos una siesta en la playa de Coney Island.
Hace un día precioso y, según la previsión del tiempo, hoy alcanzaremos los
veinte grados.
—¿Me dejarás conducir la moto?
—No.
—¿Por qué no me dejas nunca conducir?
—Porque es mi moto.
—También esta casa es mía y vives en ella, y no te cobro alquiler.
—Fuiste tú quien me pidió que viniera a vivir contigo. Tendrías que
pagarme tú a mí por protegerte.
—¿Crees que necesito protección?
—No, pero no quieres estar sola.
—Tienes razón.
—Venga. Recojamos la cocina rápidamente para marcharnos cuanto
antes.
—Vale.
Una hora después estaban en la carretera haciendo kilómetros. La moto
era la pasión de Mike, pero a Abby también le gustaba ir con él.
Ese hombre se había convertido en su familia.
Cuatro años atrás.
Abby empezó a trabajar de detective en la jefatura cuatro años atrás.
Al anterior compañero de Mike le dispararon en la pierna y desde entonces
tenía un trabajo de despacho, porque cojeaba. Y Abby lo sustituyó.
A Mike no le hizo mucha gracia que le destinaran a una mujer como
nuevo compañero. Y menos aún, a una novata recién salida de la academia,
o eso era lo que pensaba él al principio. Entonces Abby tenía veinticuatro
años y Mike treinta.
Él la trataba de forma brusca y poco amable. Abby era rápida en las
contestaciones y empleaba el sarcasmo como si fuera una experta. Mike no
quería reconocerlo, pero sabía que Abby era muy inteligente y, aún sin
quererlo, se compenetraban a la perfección.
Abby vivía en una casa de dos plantas que había heredado de su
abuela, con quien se había criado. Vivía sola y no tenía intención de alquilar
ninguna habitación.
El casero de Mike les dijo a todos los del edificio que iba a venderlo y
tenían que marcharse.
Abby estuvo escuchándolo durante días hablar por teléfono con gente
que tenía algún piso para alquilar. Incluso le acompañó a ver algunos
apartamentos, aunque siempre se quedaba en el coche. A Mike no le
gustaba ninguno de los apartamentos que había visto, que no eran pocos.
Algunos porque eran muy pequeños, otros porque los muebles eran
horribles y otros porque estaban muy lejos del trabajo. Y los que le
gustaban se salían de su presupuesto.
—Mike, si tienes que dejar tu apartamento, antes de que encuentres
otro, puedes quedarte en mi casa. Así puedes buscar con tranquilidad.
—No te preocupes, seguro que encontraré algo —dijo él pensando que
no iría a vivir con ella a su piso. Lo que le faltaba. Ya la veía durante todo el
día, y eso era más que suficiente.
—Estoy segura de ello. Sé que no te caigo bien, pero mi casa es grande
y podrás tener tu espacio, y si no quieres no tienes que verme.
—¿Quién te ha dicho que me caes mal?
—No hace falta que me lo diga nadie. Somos compañeros desde hace
casi un año y ni siquiera hemos tomado juntos una cerveza, ni hemos
hablado de nuestra vida. Ni siquiera has ido nunca a mi casa. Apuesto a que
no sabes ni donde vivo.
—Siempre te he encontrado un poco… estirada. Además de reticente
con los hombres. Que yo sepa, nunca has ido a tomar nada con ninguno de
los agentes de la comisaría, a no ser que el capitán o alguna agente os
acompañara. No quería pedirte ir a tomar algo y que me rechazaras.
—¿Por qué iba a rechazarte? Pasamos juntos prácticamente todo el día,
y también algunas noches.
—Porque estamos trabajando. Pero no confías en mí.
—¿Por qué dices eso?
—Bueno, vas al psiquiatra una vez al mes. Sé que hay personas que
van regularmente a terapia, pero tenemos un psicólogo en el trabajo. Eso
significa que tienes algún problema personal.
—¿Cómo sabes que voy al psiquiatra?
—Abby, soy detective. Me gusta conocer a quien trabaja conmigo.
Tengo que saberlo todo sobre la persona que me guarda las espaldas. Así
que investigué un poco sobre ti no hace mucho. Y también he visto que
parte de tu historial está protegido, lo que sospecho es la razón de que tienes
un problema y por ello vas al psiquiatra. ¿Tú has visto mi historial?
—Sí, por las mismas razones que tú has visto el mío.
—Así que pasaste un tiempo en la agencia del FBI.
—Sí.
—Y fuiste la agente especial Connors, recién salida de Quántico.
—Eso es. Tengo estudios de Psicología. Porque en un principio pensé
prepararme para negociadora en situaciones de crisis.
—¿Por qué no seguiste con ello?
—Me di cuenta de que no era lo que quería.
—Sé que no es fácil entrar en la agencia.
—No, no lo es. Se necesita una licenciatura de cuatro años y dos años
de experiencia en el campo de la ley o la investigación. Estuve dos años
trabajando de policía, y estudié Criminalística. Sé que mi entrenamiento en
el FBI y mi formación con los federales hizo que el comportamiento de los
agentes de la jefatura conmigo fuera raro. Siempre fastidiaba a alguno de
ellos.
—Admito que incluso me fastidió a mí. Sé que eres una mujer muy
inteligente y fuerte, de lo contrario, no habrías superado las pruebas en
Quántico. Y sé que sudaste para superar la formación de policía, que sé que
no es nada fácil. ¿Por qué está tu expediente protegido?
Abby se limitó a mirarlo.
—Supongo que no te gusta que sepan nada sobre ti.
—Puede que un día te hable de mi vida.
—Te escucharé cuando estés preparada.
—De acuerdo. Y cuando quieras podemos ir a tomar una cerveza. No
tengo problema de ir contigo.
—¿Con los otros hombres sí?
—Los demás siempre se están insinuando. Y no estoy segura de si lo
hacen en serio o bromean.
—Supongo que hay de todo. Tienes que reconocer que eres un
monumento de mujer.
—No exageres. Tú nunca te has insinuado.
—¿Querías que lo hiciera?
—No.
—A pesar de ser dura, se que eres inocente, y no me van las mujeres
inocentes. A eso hay que añadir que eres mi compañera, y yo no mezclo el
trabajo con el placer.
—Entonces, estoy segura contigo.
—Siempre estarás segura conmigo.
—¿Quieres que vayamos a tomar una cerveza? —preguntó Abby.
—Vale. ¿Dónde quieres ir?
—Podemos ir a mi casa, así la ves. Puede que te interese mudarte
conmigo, mientras buscas un apartamento que te guste.
—De acuerdo, vamos —dijo él levantándose de su mesa.
Ella hizo lo mismo y abandonaron la jefatura. Llegaron al
aparcamiento.
—¿Hay problemas para aparcar en tu barrio? ¿Vamos con los dos
coches?
—No tendrás que buscar aparcamiento. Puedes dejar el coche en el
garaje de mi casa.
—Tener aparcamiento en casa es fantástico.
—Sí.
Subieron los dos en los coches y Mike la siguió.
Al llegar a la casa, Abby abrió la puerta del garaje y metió el coche
dentro. Mike lo dejó en la puerta de la casa.
—En el garaje hay espacio para dos coches y la moto —dijo ella
cuando salió del garaje mientras la puerta abatible bajaba.
—Vives en una buena zona.
—Sí.
—Y la casa parece grande.
—Ya te dije que era grande.
—Y es muy bonita. Pensaba que vivirías en un apartamento.
—Viviría en uno si no hubiera heredado la casa. Era de mis abuelos. A
mi abuelo no lo llegué a conocer, pero viví con mi abuela desde que mi
madre murió. Mi abuela murió hace dos años —dijo ella mientras
caminaban hacia la entrada de la casa—. Los muebles eran antiguos y no
me gustaban, así que los puse a la venta por internet y los vendí en solo dos
semanas, Se los quedó todos un anticuario. Saqué un buen dinero por ellos
porque eran de muy buena calidad. Luego hice una reforma en la casa.
Cambié la cocina y los tres baños.
—¿Tienes tres baños?
—Sí.
—La reforma te costaría un pastón.
—No te voy a decir que no. La pagué con lo que me dieron de los
muebles, y con un dinero que tenía mi abuela compré muebles nuevos y
electrodomésticos.
Abby abrió la puerta y entró seguida de su compañero.
Había un gran recibidor con un armario a un lado. En el otro lado
había un taquillón, y junto a la puerta, un perchero de pie.
—Puedes colgar ahí la chaqueta —dijo ella sacándosela.
Él hizo lo mismo y ambos las colgaron en el perchero.
—El perchero era de mi abuela. Me he quedado algunas cosas que no
me disgustaban. Me gusta mezclar muebles antiguos y modernos.
—Mis padres tienen uno muy parecido, creo que era de mi abuela.
—Vamos, te enseñaré la casa —dijo ella dirigiéndose al salón.
—De acuerdo.
Mike silbó al ver el amplio salón. Era enorme. Las paredes eran
blancas, al igual que algunos muebles. El sofá era color mostaza.
—Es un salón precioso.
—Gracias.
—Me gusta mucho el suelo de madera.
—A mí también. En casa suelo ir descalza y la madera es cálida.
Algunos de los cuadros son de mi abuela, otros los he comprado.
—Son bonitos. Y las plantas son increíbles.
—Sí.
—Está todo muy ordenado y limpio. ¿Tienes tiempo de limpiar?
—Podría hacerlo, pero viene una señora los viernes, limpia toda la
casa, cambia las sábanas, lava y plancha.
—Vaya lujo.
—Es el dinero mejor empleado. Yo tengo suficiente con ir a hacer la
compra los sábados y cocinar.
—¿Sabes cocinar?
—Sí, y muy bien por cierto. Mi abuela se encargó de enseñarme.
Abby le mostró la cocina y Mike se quedó alucinado al ver lo grande y
lo bonita que era.
—En este cuarto están la lavadora, la secadora y todas las cosas de
limpieza —dijo ella abriendo la puerta para que la viera.
Salieron de la cocina y Abby le enseñó una habitación vacía.
—Mi abuela tenía aquí el comedor, pero yo no necesito un comedor,
siempre como en la cocina. La mesa es grande por si viene alguien a comer.
—Claro.
—Y este es el baño —dijo abriendo la puerta.
—Es bonito.
Luego subieron a la planta superior y vieron el cuarto de Abby, que
tenía un baño interior.
—El baño estaba en el pasillo, pero hice que lo pusieran dentro de la
habitación.
—Ha quedado genial.
En la habitación que estaba a continuación había un despacho. Una de
las paredes era de corcho. Había un sofá y una mesita delante.
—Vaya, te traes trabajo a casa —dijo al ver los papeles sujetos con
chinchetas en el corcho del caso que tenían entre manos.
—Me gusta pasar tiempo pensando en las pruebas que tenemos.
Luego vieron otra habitación en la que había un sofá, una pantalla de
televisión en la pared y la consola.
—Jamás habría pensado que te gustara jugar a la consola. Yo tengo la
PlayStation 5, tengo un montón de juegos.
—Yo no salgo mucho y me gusta pasar algunos ratos jugando —dijo
Abby mientras salía de la estancia—. Esta es otra habitación. No está
amueblada todavía y la dedico solo para la plancha.
—Tienes muchas habitaciones.
—Sí, cinco, más el comedor que no empleo. Este es el otro baño.
—Tu baño es muy bonito, pero este no se queda atrás. El mármol te
habrá costado un pastón.
—Pero ha merecido la pena, ¿no crees?
—Desde luego que sí.
—Y esta es la última habitación, que cómo ves, tampoco está
amueblada.
—Es enorme y tiene mucha luz.
—Esta sería tu habitación por el tiempo que necesites, y tienes el baño
al lado.
—Gracias.
—Bajemos, te enseñaré el jardín trasero. Es lo que más me gusta de la
casa.
Mike se quedó maravillado. El jardín era enorme. Había un trozo
techado con unos muebles de terraza preciosos.
—La casa es una maravilla, pero estoy de acuerdo contigo, el jardín es
increíble.
—Sí. Vamos a la cocina a por esa cerveza. Podemos construir una
barbacoa en el jardín.
—Siempre he querido tener una barbacoa.
—Pues ahora tendrías la posibilidad de conseguirlo —dijo ella
entrando en la cocina.
Mike miró el interior de la nevera cuando ella la abrió. Él no sabía
cocinar y solía tener la nevera casi vacía. Y la de Abby estaba llena.
—Tienes la nevera bien surtida.
—Me gusta comer bien —dijo sacando dos cervezas—. ¿Tienes cena
preparada en tu casa?
—Yo no cocino. Suelo ir a comprar algo para cenar de camino a casa.
—¿Quieres cenar conmigo? Así podríamos hablar y conocernos un
poco.
—Claro.
—¿Te gusta la pasta?
—A mí me gusta todo.
—Estupendo. Prepararé la cena mientras te tomas la cerveza. Siéntate.
—Vale.
Abby puso en platos unos trozos de queso, unas almendras fritas
saladas y unas aceitunas y los llevó a la mesa. Luego sacó una copa del
congelador y la llevó a la mesa con una cerveza. Mike la abrió y la puso en
la copa. Dio un sorbo y la encontró deliciosa.
—¿Te gusta el ajo?
—Sí.
—¿Y el picante?
—También.
Sacó los ingredientes para preparar la salsa y mientras se hacía preparó
una ensalada y metió unas rebanadas de pan con ajo y mantequilla en el
horno.
Estuvieron hablando del caso que llevaban en ese momento. Poco
después estaban sentados el uno frente al otro. Abby había aliñado la
ensalada y estaba sobre la mesa. Había una cestita con el pan de ajo y un
bol con queso parmesano rallado. Sirvió la pasta en los platos y los llevó a
la mesa, junto con dos cervezas y dos copas bien frías.
—Esta cena es todo un lujo. ¿Cenas así todos los días?
—¿Qué quieres decir con así?
—Con mantel, con copas, con servilletas de tela.
—Mi abuela nunca permitió que comiéramos sin mantel. Y no le
gustaban los vasos, ni siquiera para beber agua. Cuando vives muchos años
con una persona que tiene ciertas costumbres, pasan a ser también tuyas.
—Supongo que es normal. ¿Tu abuela también guardaba las copas en
el congelador?
—No, eso lo aprendí en Youtube. Cuando lo probé, me gustó más la
cerveza en la copa fría. ¿A ti te ha gustado?
—Sí, yo también la he encontrado más buena.
—¿Tu familia vive aquí?
—Sí, mis padres viven en la casa donde nacimos mis hermanos y yo.
—¿Cuántos hermanos tienes?
—Tres, dos hermanos y una hermana.
—Yo no tengo hermanos.
—Puedo prestarte los míos cuando quieras —dijo él sonriendo.
—¿Mayores o menores que tú? —preguntó ella sonriendo también.
—Yo soy el mayor que, como ya sabrás, tengo treinta y un años. Mi
hermano Andrew tiene veintiocho, Mary veinticuatro y Mark veintiuno.
—¿A qué se dedican?
—Andrew es pediatra. Mary diseñadora de interiores, se ha
independizado hace unos meses. Mi hermano le echó una mano para montar
su estudio, y también le ha enviado algunos clientes, aunque parece ser que
no los necesitaba porque es muy buena.
—¿Y tu hermano pequeño?
—Está estudiando ingeniero informático en la Universidad de Nueva
York. Él todavía vive con mis padres, pero se independizará tan pronto
acabe la carrera. Ya tiene trabajo para cuando termine.
—Eso es estupendo. Entonces, tus padres se van a quedar solos.
—Sí. Mi madre quiere que vaya a vivir con ellos mientras encuentro
una casa, pero no me atrae la idea, sería como volver atrás.
—Lo entiendo. ¿Sueles verlos a menudo?
—Vamos todos a comer con ellos un día a la semana.
—¿Te llevas bien con tus hermanos?
—Sí, muy bien. La pasta está muy buena.
—Gracias.
—Háblame un poco de ti.
—Mi vida no ha sido muy interesante —dijo Abby.
—Todas las vidas son interesantes, de una forma u otra.
—Mi madre se quedó embarazada cuando tenía diecisiete años, pero el
chico con quien salía no quiso saber nada de ella ni del bebé. Mis abuelos
eran muy conservadores y no aprobaban el embarazo fuera del matrimonio.
Mi madre me dijo que se marchó de casa cuando terminó el instituto.
Estuvo trabajando hasta que conoció a un hombre y se enamoraron. Antes
de que diera a luz se casaron. Yo ni siquiera sabía que mis abuelos vivían,
ella me dijo que habían fallecido. Mi madre murió cuando yo tenía doce
años.
—Lo siento.
—Ya hace mucho tiempo de eso. Vine a vivir con mi abuela porque no
tenía más familia.
—¿Y tu padre?
—No era mi padre.
Mike pensó que le había pasado algo con su padrastro.
—¿De qué murió tu madre?
Abby lo miró y Mike reconoció el miedo en su mirada.
—No hace falta que me contestes.
—No me gusta hablar de ello.
—No te preocupes.
—Puede que te lo cuente cuando nos conozcamos un poco más.
—Cuando quieras. La cena estaba muy buena. Gracias por invitarme.
—De nada. Me ha gustado tener compañía, para variar.
—Puedes invitarme cuando quieras.
—De acuerdo.
—¿Cómo fue vivir con tu abuela?
—Al principio fue extraño, supongo que se sentía culpable por haber
permitido que mi madre se marchara de casa. Creo que me quería mucho.
Le gustaba que todo estuviera limpio y ordenado. Y era muy estricta.
—¿Te refieres a cuando salías?
—No, yo no he salido nunca —dijo ella sin mirarlo—. ¿Te apetece un
café con un trozo de tarta?
—Eso sería el no va más. Gracias.
—Hice la tarta anoche.
—También eres repostera.
—No suelo comer mucho dulce, pero de vez en cuando me rindo a la
tentación y preparo una tarta y como durante unos días.
—Supongo que, que no salieras tendría algo que ver con la muerte de
tu madre.
Abby se levantó para preparar el café. Mike se levantó también y llevó
los platos al fregadero.
—Siéntate, Mike, lo recogeré mientras se hace el café.
—De acuerdo.
Él no mencionó nada porque no contestara a su comentario.
Poco después estaban los dos sentados de nuevo en la mesa tomando el
café y la tarta.
—Esta tarta está riquísima, ¿de qué es?
—De zanahoria. Es agradable tener compañía para cenar. La verdad es
que vivir sola, a veces es un aburrimiento.
—Lo sé. Yo la mayor parte del tiempo que paso en casa estoy
comiendo, jugando a la consola o durmiendo.
—Yo, aparte de eso, cocino. Y empleo bastante tiempo en ello.
—Tal vez debería aprender a cocinar. Ahorraría un montón de pasta y
seguro que comería más sano.
—Eso seguro. ¿Qué pagas de alquiler en tu casa?
—Ochocientos cincuenta dólares. Lo pagué hace dos semanas, tengo
lo que queda de mes para encontrar un sitio donde vivir.
—Voy a proponerte algo.
—No me asustes. No voy a acostarme contigo, por muy buena que
estés. Yo no mezclo el trabajo con el placer.
—No tiene nada que ver con eso.
—¿De qué se trata?
—¿Te gustaría compartir la casa conmigo?
—La verdad es que no me importaría, hasta que encuentre un
apartamento adecuado.
—No me refiero hasta que encuentres otra, sino de manera
permanente.
—¿Estás segura?
—Creo que estaría bien. Podríamos hablar y pensar en el caso que
tengamos entre manos, jugar a la consola, cocinar juntos… Así aprenderías
a cocinar.
—Desde luego, es una buena propuesta.
—Además, ahorraríamos dinero en gasolina porque no necesitaríamos
ir a trabajar en dos coches.
—Tienes razón.
—Pero antes viviríamos un tiempo de prueba para ver si las cosas
funcionan bien entre nosotros.
—Lo entiendo. ¿Tendría derecho a usar toda la casa y el garaje?
—Sí, excepto mi habitación y mi baño.
—Eso sería fantástico. ¿Podría traer a alguna mujer por la noche?
—No me importaría. La única condición es que ella no se pasee por la
casa. Se limitará a estar en tu habitación y en tu baño. Si quiere agua o algo
de la cocina, saldrás tú a por ello, y no desnudo.
—Me parece bien —dijo él sonriendo.
—Y además, si es una mujer muy escandalosa, le precintarás la boca
para que no la oiga.
Él soltó una carcajada.
—No hay problema.
—Compartiríamos gastos: agua, electricidad, internet, el jardinero, la
compra y si se estropea algo en la casa. No creo que suceda porque los
baños y la cocina son relativamente nuevos. Y también pagaremos a medias
a la señora de la limpieza.
—Totalmente de acuerdo. ¿Cuánto tendría que pagarte de alquiler?
—Nada.
—¿Nada?
—Yo no pago alquiler, así que tampoco tienes que pagarlo tú.
—¿Qué beneficio sacarías de teneme viviendo aquí?
—Tener compañía. Si aceptas, iremos a comprar lo necesario para
amueblar tu habitación.
—Si no me cobras alquiler yo compraré los muebles de mi cuarto, y la
ropa de cama y las toallas.
—De acuerdo. Hay una cosa que deberás hacer viviendo aquí.
—¿Qué?
—Dejarás la ropa sucia en el cesto que compraré para tu baño. Y
tendrás la habitación ordenada y la cama hecha.
—No te preocupes, mi madre nos enseñó bien. Y me va a gustar eso de
no tener que limpiar.
—Entonces ya está todo hablado. ¿Cuándo quieres mudarte?
—En dos semanas, no pienso regalarle a mi casero ni un dólar. En ese
tiempo compraré todo lo necesario.
—¿Quieres que vayamos a comprarlo el sábado por la tarde?
—Sí.
—La siguiente semana podemos traer las cosas de tu casa.
—De acuerdo.
El sábado, Mike y Abby lo pasaron genial. Tuvieron que ir a la jefatura
por la mañana, pero cuando salieron, fueron a comer una hamburguesa y a
continuación fueron a comprar los muebles. Decidieron que los llevaran a
casa el siguiente viernes por la mañana, porque Gloria, la señora que iba a
limpiar a la casa estaría allí para abrirles la puerta y mientras los montaban.
También compraron dos juegos de ropa de cama y unas toallas. Luego
fueron al cine y a cenar.
El sábado de la siguiente semana Abby fue a casa de Mike y entre los
dos metieron todo en los dos coches y lo llevaron a casa. Luego volvieron
de nuevo con un solo coche para que él se llevara la moto. Y esa misma
noche ya durmió en su nueva casa.
Mike le pidió a Gloria, la señora de la limpieza que fuera a limpiar su
apartamento y así le devolvería las llaves al casero.
Dos meses después de que Mike fuera a vivir con Abby, una noche,
después de cenar, mientras tomaban café en el salón, decidió contarle a su
compañero lo que le había pasado a su madre. Las cosas habían cambiado
mucho entre ellos y ahora no eran solo compañeros sino los mejores
amigos.
—Quiero hablarte de mi madre y de la repercusión que tuvo su muerte
en mí.
—De acuerdo.
—Ocurrió hace dieciséis años, cuando yo tenía doce.
Abby se lo contó todo, con todo lujo de detalles y sin guardarse nada
para ella. Mike la escuchó atentamente y sin interrumpirla en ningún
momento, porque sabía que estaba muy nerviosa.
Nada más decir la última palabra, Abby se derrumbó y empezó a
llorar. A Mike no le gustaba ver a las mujeres llorar, y menos a ella, que la
consideraba una mujer muy fuerte. Se acercó y la abrazó. Varios minutos
después, ella seguía llorando. Mike se apoyó en el respaldo del sofá y ella
se recostó sobre él. Se había quedado dormida. Él no se movió ni un
milímetro. Siguió abrazándola mientras se secaba una lágrima que se
deslizaba por su rostro al pensar en la infancia de su amiga.
Abby se despertó al amanecer y se asustó al encontrarse entre los
brazos de su compañero. Se apartó rápidamente de él.
—Abby, soy yo, tranquila.
—Me he dormido.
—Sí, hace varias horas, y yo también. Dime qué sucedió a
continuación.
Abby respiró profundamente.
—En aquel momento no recordaba nada de lo que había sucedido. Fui
recordándolo todo poco a poco, con la ayuda de mi psiquiatra. Nuestra
vecina llamó a la policía, porque me había oído gritar a mí. Ella tenía la
llave de casa, porque mi madre se la había dado por si sucedía algo… como
lo que ocurrió. Pero la policía le dijo que no entrara en la casa, que ellos
estaban de camino. Parece ser que me encontraron en el suelo sobre un
charco de sangre, abrazada a mi madre, que apenas respiraba. Muy cerca
estaba mi padrastro, también muerto. Lo había matado yo.
—Tú no lo mataste. ¿Qué ocurrió luego?
—Nuestro capitán fue el primero que llegó, al mismo tiempo que la
ambulancia, aunque entonces era detective. La vecina les había dado el
nombre de mi madre y él lo reconoció.
—¿Qué quieres decir con que lo reconoció?
—Los padres de él eran amigos de mis abuelos, los padres de mi
madre. Él conocía a mi madre, aunque no la había visto desde hacía más de
doce años. Así que decidió no llamar a los servicios sociales y me llevó a su
casa. Estuve unos días con él y su familia. Él y su padre fueron a hablar con
mi abuela y ella dijo que me llevaran a su casa.
—¿Por qué te llevaron a un psiquiatra en vez de a un psicólogo?
—Parece ser que yo estaba muy mal y estuvieron medicándome
durante un tiempo, y eso lo hacen los psiquiatras.
— Claro. ¿Por qué tu expediente está protegido?
—Supongo que fue cosa del capitán. Pensaría que a nadie le importaría
mi vida pasada.
—Entonces, supongo que el que no hayas salido con hombres se debe
a lo que le sucedió a tu madre.
—Sí. Me sentí muy insegura desde que ocurrió, y era muy tímida. En
el colegio no tenía amigas y tampoco en el instituto. Era la chica rara, ya me
entiendes. No salía de casa porque me sentía muy insegura. Bueno, lo cierto
es que tenía miedo. No me llamaban la atención los chicos y eso no ha
cambiado.
—Pero supongo que sabes que todos los hombres no son como tu
padre.
—No era mi padre sino mi padrastro.
—Disculpa.
—Sé que todos los hombres no son iguales. Pero me siento aterrada,
simplemente con estar cerca de uno.
—Conmigo no lo estás.
—Eres mi compañero y confío en ti.
—Yo te protegeré. Y si en algún momento decides salir con alguien,
me encargaré de averiguarlo todo sobre él, y os vigilaré.
—Gracias, Mike. Pero no creo que nunca salga con nadie —dijo ella
sonriéndole—. ¿Sabes? Me alegro mucho de que vinieras a vivir conmigo.
—Cariño. Vivir contigo es un chollo.
Capítulo 4
Mike se había quedado dormido en la playa sobre la toalla. Abby estaba
echada a su lado. Decidió enviarle a Sean un WhatsApp para agradecerle el
regalo.
Sean estaba en su casa echado en una tumbona junto a la piscina,
aprovechando el buen tiempo. La noche anterior había vuelto a salir con la
chica que salió el viernes pasado. Y ninguno de los dos días había dormido
mucho porque, después de llegar a casa había estado mucho tiempo en la
cama despierto y pensando en Abby.
Oyó la entrada del mensaje y cogió el teléfono que tenía en la mesita
de al lado. Al ver que era un WhatsApp de ella se incorporó rápidamente.
Abrió el mensaje y lo leyó.
Hola, Sean. Hace un rato Mike me ha dado tu regalo, se lo dieron en
la jefatura ayer, pero no me había visto hasta esta mañana. No esperaba
ningún regalo tuyo. Sé que no debería aceptarlo, pero me encanta. Y estoy
segura de que, como eres rico, lo que te ha costado sería para mí como ir a
cenar una noche una hamburguesa. Así que, si no te importa, voy a
quedármelo. Pero eso no significa que vayamos a vernos. Esto no cambia
nada. Aunque es el regalo más bonito me me han hecho en la vida, y seguro
que el más caro. Muchísimas gracias.
Sean sonrió. No había conseguido verla cuando se lo devolviera,
porque estaba seguro de que lo haría, y se había equivocado. Así y todo,
estaba contento de que aceptara el regalo.
Él contestó al mensaje y lo envió. Y Abby volvió a coger el teléfono y
lo leyó.
Me alegro mucho de que te haya gustado. Entonces, ¿sigues sin querer
que nos veamos?
Sí.
¿Estás trabajando? —preguntó Sean, que quería seguir hablando con
ella, aunque fuera por mensajes.
No, hoy es domingo.
Me dijiste que trabajabas todos los días.
Es lo que hago si surge algo. Pero no se ha presentado nada.
¿Dónde estás?
Disfrutando de este día tan increíble. Estoy en la playa con Mike.
Puede que me haya equivocado y sí sea tu novio.
Puede.
Sé que no es tu novio.
Tienes razón. Es mi compañero de trabajo y de piso. Hemos dado una
vuelta con su moto y hemos comido en un restaurante frente al mar. Él está
durmiendo. Ayer trajo a una chica a casa y se acostó tarde.
¿Tú no duermes?
Yo no me acosté tarde.
—Ayer era sábado, ¿no saliste?
No.
¿Por qué no?
Porque no.
Sin lugar dudas, es una respuesta maravillosamente informativa y
elocuente.
Lo sé. ¿Tú saliste?
Sí, fui a cenar con una amiga y luego estuvimos un rato en su casa.
Tengo que dejarte. Gracias de nuevo por el regalo.
Abby no quería seguir hablando con él. De pronto se sentía mal al
saber que él había estado con una mujer la noche anterior.
De nada. La próxima vez te regalaré el collar y los pendientes a juego.
Y no tendría que comprarlos porque había comprado todo el conjunto.
No habrá una próxima vez.
Hay, cielo. Cómo te gusta desafiarme.
No te estoy desafiando.
¿Quieres que vaya a la playa a verte? Puedo llevar unos cafés.
¡Por supuesto que no quiero que vengas! Además, voy a dormir un
rato. Te dejo.
Abby colgó rápidamente, sin darle tiempo ni siquiera a que se
despidiera.
Nada más colgar, Sean se levantó y entró en la casa. Se duchó
rápidamente y se vistió. Llamó a su hermano.
—Hola, Sean.
—Hola. ¿Estás en casa?
—Sí.
—¿Tienes algo importante que hacer?
—Jack y yo estamos en la piscina con Brianna. Tess ha salido con las
chicas y me ha dicho que no cenaría aquí.
—Estupendo, voy para allí.
—Vale.
Poco después, Sean entró en la propiedad de su hermano. Subió a su
habitación, se puso el bañador y bajó a la piscina.
—Hola.
—Hola —dijeron Delaney y Jack.
—Hola, pequeñaja.
—¡Tío Sean! ¿Puedo bañarme contigo en la piscina grande? —
preguntó la pequeña desde la piscina de niños.
—Me bañaré contigo dentro de un ratito —dijo Sean echándose en la
tumbona.
—¿Te apetece un café? —preguntó Jack—. Iba a ir a la cocina a por
uno para nosotros.
—Estupendo. Gracias, Jack. El mío con hielo, por favor.
—Vale. No perdáis de vista a Brianna, si os descuidáis se lanzará a la
piscina grande —dijo el hombre.
—No te preocupes —dijo Delaney.
—¿Dónde están Chistian y Gillian?
—Durmiendo la siesta. Me alegro de que hayas venido, así nos
ayudarás con los pequeños. No tardarán en despertarse.
—Estaré encantado —dijo Sean.
—¿Qué te trae por aquí? —le preguntó su hermano.
—Estaba aburrido en casa.
—Me alegro de que hayas venido. No entiendo por qué no te quedas
aquí todos los fines de semana. Tienes llave y nadie va a decirte nada de a
la hora que tienes que volver. Así no estarías solo los domingos.
—Lo sé. Puede que lo haga.
—Ayer te vi preocupado.
—A veces pienso que no es una buena idea que los papás formen parte
de nuestro grupo de amigos. Me refiero a la hora de hablar de mujeres. Y
hablo de mi, que soy el único que no tiene pareja.
—Lo sé. Yo ya he pasado por eso, ¿recuerdas? ¿Qué te pasa con esa
chica? Porque estás así por ella, ¿me equivoco?
—Sí, ella es la responsable. No tengo ni idea de lo que me pasa. Puede
que esa sea la razón de que esté aquí.
—¿Quieres que le diga a Jack que nos deje solos?
—Claro que no. No me preocupa que él esté al corriente de lo que me
pasa. Y puede que me ayude, él siempre tiene respuesta para todo.
Jack volvió unos minutos después con Chistian, el hijo mediano de
Delaney.
—Cath traerá ahora los cafés —dijo el hombre.
Sean cogió a su sobrino en brazos y fue a la piscina pequeña. Se acostó
en el agua, que tenía un palmo, para bañarse con sus sobrinos. Delaney se
levantó y se unió a ellos para bañarse en la piscina grande con su hija. Así
que la conversación se aplazó.
A última hora de la tarde Cath decidió que ya era hora de bañar a los
niños y de darles la cena. Los tres hombres se ducharon y se vistieron.
Luego le leyeron un cuento a los pequeños. Cuando los niños estaban
dormidos le pidieron a Jack que se reuniera con ellos en el salón para tomar
una copa.
—Jack, no sé si te has enterado de que me gusta una chica —dijo
Sean.
—En esta familia y en vuestro grupo de amigos es difícil no enterarse
de algo. Tengo entendido que es la detective.
—Sí.
—Supongo que cuando dices que te gusta, te refieres que te gusta para
mantener una relación seria con ella. Porque no sueles mencionar a las
mujeres con las que sales.
—En realidad, no salgo con ella. De todas formas, antes tendría que
conocerla. Y no parece que ella esté por la labor de hacerlo.
—Deberías saber, por si te has planteado ir en serio con ella, que la
vida de un soldado es algo más dura que la de un policía, pero se parecen
bastante. Sus trabajos los colocan en el lado más áspero y duro de la vida.
Eso puede llegar a hacerlos impetuosos y, en algunos casos, insensibles.
Viven la vida día a día, porque su trabajo es muy arriesgado y no quieren
pensar en el futuro.
—¿Me estás diciendo que no podría tener una relación con ella?
—Por supuesto que no, yo estuve casado y era soldado. Te lo digo para
que sepas lo que te puedes encontrar.
—¿Te gusta tanto como para salir en serio con esa mujer? —preguntó
Delaney.
—No lo sé. La verdad es que no sé lo que me pasa con ella. No sé si es
porque es muy guapa, o porque tiene un cuerpo tan espectacular que ningún
hombre podría resistirse a él, o porque no quiere verme. Sé que lo que
siento por ella no es solo deseo sexual. Aunque no tengo la más mínima
duda de que la deseo. La verdad es que la deseo con desesperación —dijo
sonriendo—, pero sé que hay algo más. Me gusta verla reír, aunque no lo
haga a menudo. Y, sobre todo, me gusta verla enfadada. Es una delicia ver
toda esa pasión desbordándola. Apuesto a que es una mujer muy ardiente en
la cama. Yo creo que si saciara el deseo que siento por ella, la olvidaría y
podría volver a mi vida, y no volvería a pensar en ella.
—Eso es lo mismo que pensé yo antes de hacer el amor con Tess. Pero
eso no sucedió, porque después de la primera vez, la desee aún más.
—Pues vaya mierda. Creo que estoy obsesionado con esa chica. Me
gusta su sarcasmo, que hace que sonría sin poder evitarlo.
—¿Crees que ella siente algo por ti? —preguntó Delaney.
—Si sintiera algo por mí no rechazaría salir conmigo, ¿no crees?
—Es posible que haya algo que se lo impida —dijo Jack.
—¿Algo cómo qué?
—No lo sé. Solo es una idea que se me ha ocurrido al pensar que en
vuestro grupo no todo es normal en las relaciones. Quiero decir que las
relaciones de tu hermano y vuestros amigos con sus mujeres no han sido las
tradicionales.
—Me he preguntado varias veces por qué pierdo el tiempo insistiendo
con ella, cuando puedo estar con la mujer que quiera.
—No hace falta que seas tan arrogante —dijo Delaney sonriendo.
—Mira quien habló —añadió Jack sonriendo también.
—No sabéis cómo la deseo. La deseo de una forma que me anula el
cerebro. Es como si se me hubiera metido bajo la piel y, sin darme cuenta,
estuviera corriendo por mis venas. Creo que me importa mucho, más de lo
que pensaba en un principio.
—Vaya, parece que te ha dado fuerte —dijo su hermano.
—No puedo dejar de pensar que estuvo más de un mes quedándose
conmigo cada noche en el hospital. Eso no es normal, ¿verdad?
—No, no lo es —dijo Jack.
—En alguna ocasión se me ha ocurrido pensar que lo había hecho
porque sentía algo por mí.
—Sean, esa chica te vio solo unos segundos antes de que te dispararan.
No le dio tiempo a nada —dijo Delaney.
—Es cierto, pero no podemos olvidar que estuvo a su lado treinta y
nueve noches —dijo Jack.
—Pero Sean estaba dormido —añadió Delaney.
—Todo esto me tiene desconcertado. Parece una mujer descarada y
que no se calla nada, pero he podido apreciar en ella timidez, una extraña
sensualidad y vergüenza. No es una mezcla común, pero me atrae de una
manera incontrolable —dijo Sean sonriendo—. Es como un ángel caído
extraviado que ha emergido desde el infierno para tentarme.
—¡Oh, Dios! Creo que te afecta más de lo que pensaba. ¿Quieres que
hable con ella? —le preguntó su hermano.
—Ni se te ocurra. A esa chica no le caes muy bien, seguramente
porque fuiste un déspota con ella en el hospital.
—Es cierto, pero podría quedar con ella y disculparme. Sabes que se
me da bien convencer a las mujeres.
—Mejor que no hagas nada, Delaney. ¿Creéis que le molestaría que
fuera a verla después del trabajo?
—¿Sabes a qué hora termina?
—No.
—Yo no creo que los detectives tengan un horario fijo como cualquier
agente de policía —dijo Jack.
—Podría ir un día y esperarla fuera hasta que saliera. Así averiguaría
qué coche tiene y eso me ayudaría a saber si está en el trabajo o no.
—¿No vive con su compañero?
—Sí.
—Entonces puede que solo empleen un coche para ir a trabajar.
—Es cierto. Pero si voy varias veces podré conocer los coches de los
dos.
—Pensaba que estabas muy ocupado —dijo su hermano.
—Y lo estoy.
—¿Y qué harás cuando la veas salir? —preguntó Jack.
—No lo sé. Tal vez, acercarme y saludarla.
—Eso podría considerarlo como acoso, teniendo en cuenta que te pidió
que no te acercaras a ella.
—¡Mierda!
—Si yo fuera tú, y teniendo en cuenta que es detective, optaría por
llamarla —dijo su hermano.
—Esta tarde hemos intercambiado muchos mensajes.
—¿Y?
—Y sigue sin querer verme.
—¿Qué te pasa? Pensaba que se te daban bien las mujeres —dijo
Delaney sonriendo.
—Yo también, pero ella no es como las demás.
—Por cierto, ¿por qué habéis intercambiado varios mensajes hoy?
Pensaba que no quería saber nada de ti.
—El viernes le llevé a jefatura un regalo de cumpleaños. Ella no estaba
y le pedí a un agente que se lo diera.
—¿Qué le regalaste? —preguntó Delaney.
—Una pulsera de rubíes.
—Menudo regalo para alguien que te ha dejado claro que no quiere
verte —dijo Delaney sonriendo.
—Supongo que lo de los regalos lo ha aprendido de su hermano mayor
—dijo Jack.
—Sabía que no lo aceptaría y que nos veríamos para que me lo
devolviera. Porque, en realidad, lo que quería era verla. Le han dado hoy el
regalo.
—¿Y qué ha pasado?
—Me ha llamado para decirme que no debería aceptarlo, pero que le
gustaba mucho y se lo iba a quedar.
—Esa chica no es tonta. Seguro que adivinó tus intenciones al
comprarle algo de tanto valor. ¿Por qué no has aprovechado uno de esos
mensajes para quedar con ella?
—Lo he hecho. Me ha dicho que estaba en la playa con su compañero.
Le he preguntado si quería que me reuniera con ellos, pero me ha dicho un
no rotundo.
—¿Estás seguro de que no sale con su compañero?
—Sí, completamente seguro.
—Podrías fingir que entran a robar en tu casa para que envíen a los
detectives —dijo Delaney.
—Ambos son detectives de homicidios —añadió Jack.
—Entonces, descartado. No creo que quieras matar a alguien para
poder verla. De manera que, te has quedado sin la pulsera y sin la chica —
dijo Delaney riéndose.
—Eso parece.
—Yo creo que lo más prudente son los mensajes. Envíale de vez en
cuando una frase inofensiva.
—¿De vez en cuando? Jack, lo que quiero es verla, ya.
—Sean, no podemos tener todo cuando queremos. Hace mucho tiempo
que dejaste de ser un niño —dijo Jack.
—Tienes que ser paciente. —dijo Delaney—. Yo también creo que los
mensajes son la mejor opción. Cualquier otra cosa puede cabrearla.
—Tú cabreabas a Tess casi a diario y se casó contigo.
—Eso es porque soy irresistible.
—Ya. Te portaste con ella como un auténtico cretino.
—Lo sé. Pero se lo he compensado, ¿no?
—Creo que Delaney tiene razón, si la llamas, puede incluso bloquear
tu teléfono, los mensajes son más suaves porque no tiene que escuchar tu
voz y puede pensar la contestación tranquilamente. Y si no quiere, no te
contestará.
—¿Crees que sería capaz de bloquearme?
—Yo no conozco a esa chica. La vi cada noche en el hospital, pero no
habló con nadie, excepto con tu padre. Bueno, también tuvo unas palabras
con tu hermano —dijo Jack.
—Ya veré lo que hago. Pensé que hablar contigo me ayudaría —dijo
Sean mirando a su hermano.
—Sean, yo nunca he salido con una mujer como ella. Aunque en
algunos aspectos, le encuentro parecido con mi mujer. Tal vez porque al
principio no quería aceptar mi propuesta.
—¿Y qué hiciste?
—Insistir.
—Tal vez debería haber hablado con las chicas en vez de con vosotros.
—Yo creo que habría sido más productivo —dijo Jack sonriendo.
Abby se sentó en el sofá frente al doctor Stroud, su psiquiatra desde
que tenía doce años.
—¿Qué tal te ha ido estas últimas semanas?
—Bien, supongo.
—No pareces muy convencida. ¿Qué me dices de las pesadillas?
—Siguen ahí, aunque, al igual que le dije la última vez que nos vimos,
bastante espaciadas. No he tenido ninguna desde hace un par de meses.
—Eso está bien. Me dijiste que el hombre al que dispararon salió del
coma, aunque en la última consulta no nos centramos en hablar de él.
—Sí, se despertó el treinta de marzo.
—Supongo que te sentiste aliviada. Estabas convencida de que eras
culpable de lo que le sucedió.
—En realidad, sucedió por culpa mía. Por suerte todo salió bien.
—¿Sabes algo de él?
—Me llamó a principio del mes pasado.
—¿Cómo te sentiste?
—Muy sorprendida.
—¿Por qué?
—Porque no esperaba una llamada suya.
—¿De qué hablasteis?
—Me dijo que no había sabido de mi existencia desde hacía unos días
y que quería hablar conmigo. Hablamos de su hermano y le dije que yo no
le caía muy bien.
—¿Qué dijo él al respecto?
—Me dijo que era muy protector y que estaba asustado por si a Sean le
pasaba algo. Aunque ese hombre no me pareció que se asustara fácilmente
por nada.
—Supongo que Sean es quien estuvo en coma.
—Sí. Me dijo que no se acordaba de nada de lo que había sucedido,
que había ido al lugar donde le habían disparado y no recordaba nada.
Tampoco se acordaba de mí, pero le habían dicho que yo me había quedado
en su habitación de hospital cada noche durante el tiempo que estuvo en
coma. Quería verme por si me reconocía y recordaba algo.
—¿Te reconoció?
—No, y no recordó nada al verme. Me invitó a cenar.
—¿Y qué tal la cena?
—No fui a cenar con él. Puse una excusa para no hacerlo. Él insistió y
acepté ir a tomar un café.
—¿Por qué no aceptaste ir a cenar con él?
—Ya sabe porqué.
—Me dijiste que lo habías investigado y que era un hombre serio y
responsable.
—No fui yo quien hizo averiguaciones sobre él sino mi compañero. Y
también le dije que era un mujeriego.
—Es un hombre soltero. Puede hacer lo que le plazca, porque no tiene
que dar cuentas a nadie.
—Lo sé.
—¿Dónde quedasteis para tomar ese café?
—En el bar que hay junto a la jefatura.
—Supongo que fuiste tú quien eligió el lugar.
—Sí.
—Porque siempre hay policías por allí y el dueño te conoce, ¿no?
—Sí. Ya sabe que no me siento cómoda con desconocidos.
—No se puede decir que ese hombre sea un desconocido para ti.
—Sí que lo es.
—Cuéntame qué sucedió en el bar cuando él llegó.
—Estaba esperándole en una mesa con Mike, mi compañero.
—¿Te llevaste a Mike?
—Sí.
—¿Qué sentiste cuando lo viste?
—Se me aceleró el corazón.
—¿Por qué?
—No estoy segura. Puede que fuera por la forma que me miró.
—¿Cómo te miró?
—De una manera muy intensa. O puede que fuera porque es un
hombre muy atractivo, no lo sé.
—¿Mike estuvo con vosotros todo el tiempo?
—No. Después de que los presentara se marchó a la jefatura.
—Y os quedasteis solos.
—Sí. Tiene una voz preciosa. Era la primera vez que la oía, en persona
quiero decir. Me dijo que estaba haciendo rehabilitación.
—Es lo normal, después de salir de un coma.
—Estaba mucho más delgado que la vez que lo vi, antes de que le
dispararan. Me dijo que desde que salió del hospital estaba viviendo con sus
padres y que su madre se estaba encargando de su alimentación. Me
preguntó si yo vivía con mis padres y le dije que no, que vivía con Mike.
Me pidió que le contara lo que había sucedido, aunque ya lo sabía por su
padre, pero quería oírmelo decir a mí por si yo hacía que se acordara de
algo. Me recordó lo del beso que yo le había dado y le dije que él me lo
había devuelto. Saber que me había devuelto el beso le extrañó. Me dijo que
tal vez deberíamos repetirlo para ver si recobraba la memoria.
—¿Cómo te sentiste?
—Aterrada. Me dijo que su hermano les había pedido a su familia y
amigos que no me mencionaran en ningún momento.
—¿Te dijo por qué lo hizo?
—No hacía falta que me lo dijera. Yo no le caía bien a su hermano. Me
consideró culpable de lo sucedido, y en parte lo entendí, porque yo me
sentía la única responsable de lo que sucedió.
—¿Qué más te dijo Sean?
—Que tenía un sueño que se repetía cada noche. Y era exactamente lo
que sucedió desde que nos vimos hasta que le dispararon, pero en su sueño,
él no distinguía mi rostro.
—¿Le dijiste que el sueño era la realidad?
—Sí. Me preguntó por qué me quedé en la habitación del hospital cada
noche y le dije que era porque estaba muy preocupada por él. Me sentí muy
incómoda. No quería seguir allí con él, quería marcharme.
—¿Por qué?
—No quería que me hiciera más preguntas.
—¿Sobre qué?
—Sobre la razón de que me quedara con él en el hospital.
—A mí también me dijiste que lo hiciste porque estabas preocupada.
—Usted no se lo creyó.
—Es cierto. No lo mencioné porque quería que me lo dijeras tú,
cuando estuvieras preparada.
—Eso supuse. Le dije que tenía que marcharme. Volvió a repetirme
que quería que nos viésemos, pero yo no acepté.
—¿No querías verlo de nuevo?
—Sí y no. Me sentía muy confundida. Me preguntó si era porque mi
novio no me dejaba. Pensó que Mike era mi novio.
—¿Lo desmentiste?
—No, pensé que era mejor así. Dijo que me llamaría, pero le pedí que
no lo hiciera.
—¿Por qué no querías verlo ni que te llamara?
—Porque tenía miedo.
—Entonces, no lo has vuelto a ver.
—Lo vi de nuevo la semana pasada. Fue a buscarme a la jefatura y una
agente le dijo que estaba en el bar, celebrando mi cumpleaños.
—Y se presentó allí.
—Sí. Mike me dijo que no era un hombre adecuado para mí porque
tenía mucha experiencia con las mujeres.
—¿Mike conocía a Sean?
—Lo vio cuando se lo presenté, pero lo había investigado.
—¿Y por qué te dijo eso?
—Puede que porque notó que ese hombre me atraía.
—¿Y era cierto?
—Me temo que sí.
—Cuéntame lo que ocurrió en el bar.
—Yo estaba sentada en un taburete de la barra, de espaldas a la puerta.
Al escuchar su voz detrás de mí el corazón comenzó a latirme
desenfrenado. Me sucedió lo mismo cuando quedé con él para tomar café.
—Sigue.
—Me dijo que en la jefatura le habían dicho que era mi cumpleaños.
Me besó en la mejilla para felicitarme y pensé que iba a sufrir un infarto al
tenerlo tan cerca.
—Pero no te pasó —dijo el doctor intentando disimular la sonrisa.
—Estaba como cuando lo vi por primera vez, antes del disparo. Había
recuperado el peso que había perdido, y estaba imponente. Olía de
maravilla. Me dijo que había vuelto a su casa y había empezado a trabajar.
—¿A qué se dedica?
—Es arquitecto.
—Sigue.
—Insistió de nuevo en invitarme a cenar, y le dejé muy claro que no
estaba interesada ni en cenar ni en él.
—Pero no era cierto.
—No.
—¿Por qué no aceptaste ir a cenar con él?
—Porque me preocupaba lo que podría pasar después de cenar.
—Que te invite a cenar un hombre no quiere decir que tengas que
acostarte con él.
—Eso me dijo Mike también. Pero no me sentiría segura. Volvió a
preguntarme la razón de haberme quedado todas las noches en el hospital.
—¿Le dijiste la verdad?
—No. Me sentía muy atraída por él. Me asustaba lo que sentía por ese
hombre, y cómo reaccionaba mi cuerpo ante su presencia. Le dije que tenía
que marcharme. Entonces me sujetó del brazo y eso me aterrorizó. Insistió
en quedar, aunque fuera para tomar un café.
—¿Por qué te cogió del brazo?
—Para que no me marchara. Le amenacé para que no volviera a
tocarme.
—¿Se asustó?
—No. Se limitó a decir que no se iba a rendir. Le dije que fuera a
buscar a otra porque conmigo no lo iba a conseguir. Me dijo que para un
hombre eso era todo un reto. Así que le amenacé con tomar medidas si se
acercaba a mí. Luego me marché.
—¿Crees que volverá a insistir en que os veáis?
—Ya lo ha hecho. El domingo pasado Mike me dio un regalo que Sean
había dejado en la jefatura para mí. Un regalo de cumpleaños.
—¿Qué te regaló?
—Una pulsera muy cara.
Abby le dijo que seguramente se la había regalado para que se la
devolviera y así verla de nuevo. Y luego le habló de los mensajes que
habían compartido.
—Así que lo retaste de nuevo.
—Yo no lo reté.
—Has avanzado mucho en solo unos días.
—¿Usted cree?
—Desde luego. Nunca te habías interesado por ningún hombre.
—Tiene razón. He de decirle por qué estuve todas esas noches en el
hospital.
—De acuerdo.
—Al principio fue porque estaba preocupada, por si no salía del coma.
Pero estuve escuchando todo lo que hablaban con Sean sus amigos, sus
padres, su hermano…
Abby se quedó en silencio.
—Y empezó a interesarte ese hombre hasta el punto de enamorarte de
él —dijo el psiquiatra, terminando la frase por ella.
—Sí, me temo que sí.
—Superaste la conmoción que tuviste el día que falleció tu madre.
Siempre te has sentido culpable por lo que le pasó, por no haber salido antes
de tu habitación. Pero sabes bien que no fue culpa tuya y si hubieras hecho
algo antes para ayudarla, posiblemente habrías terminado como ella. Eras
una niña.
—Lo sé.
—Superaste lo que sucedió y has mejorado mucho año tras año. Creo
que estás preparada para dar un paso adelante.
—¿Qué quiere decir?
—Dar un paso adelante respecto a los hombres. Deberías aceptar ir a
cenar con él. O si te preocupa lo de la cena, puedes comenzar por ir a tomar
café, para ir conociéndoos. Al fin y al cabo, ya has tomado café con él.
—No sé si quiero que nos conozcamos.
—Estás enamorada de él.
—Pero él no lo sabe.
—No pretendo que se lo digas. Puedes quedar para tomar un café y
pasar un rato con él, para ir acostumbrándote a su compañía. Y luego
quedar para tomar otro, o una copa, una cena…
—Creo que lo que él quiere es acostarse conmigo.
—Eres una chica preciosa, lo anormal sería que no quisiera hacerlo.
Pero puedes dejarle claro que no quieres precipitarte, que quieres ir
despacio.
—Entonces no querrá volver a verme.
—¿Eso te molestaría? Porque hace poco me has dicho que no querías
volver a verlo.
—Creo que sí me molestaría. Aunque estoy muy confundida.
—Si ese hombre está interesado en ti, aceptará tomar contigo todos los
cafés que tú quieras.
—¿Y si no tiene ningún interés en mí, aparte del sexo?
—En ese caso tienes dos opciones: acostarte con él y ver qué sucede a
continuación, u olvidarte de él.
—Dos opciones totalmente imposibles.
—No has de ser tan negativa. Mike te ha dicho que no es el hombre
adecuado para ti porque tiene experiencia con las mujeres. Yo no pienso
como él. Tu primera vez ha de ser con un hombre experimentado. Y no me
refiero solo a las relaciones sexuales sino al comportamiento de un hombre
con una mujer. Si está interesado en ti sabrá el ritmo que tiene que llevar
contigo.
—Le he dejado claro que no quiero nada con él, puede que no vuelva a
ponerse en contacto conmigo.
—¿Por qué no puedes ser tú quien se ponga en contacto con él? De
todas formas, por lo que me has comentado, estoy seguro de que te llamará.
Hazme caso, acepta ir a tomar un café con él. Si te sientes incómoda y no
quieres volver a verlo, será tu decisión.
—De acuerdo.
—Llámame si quieres consultarme algo.
—Vale —dijo Abby levantándose.
—Mary te dará hora para el próximo mes.
Cuando Abby salió del despacho se acercó a la recepcionista. Después
de que le diera hora para la siguiente cita la anotó en el móvil y se marchó.
Cuando Abby llegó a casa Mike estaba recién duchado y sentado en el
sofá.
—Creía que me habías dicho que ibas a cenar con una chica.
—Lo haré, pero un poco más tarde. ¿Ha ido bien con el doctor?
—Sí, como siempre —dijo ella sentándose a su lado.
—¿Le has hablado de Stanford?
—Sí.
—¿Te ha dado algún consejo?
—Me ha dicho que acepte ir a tomar café con él. Y que le deje claro
que quiero ir despacio.
—¿Le has dicho que quiere acostarse contigo?
—Sí, pero a diferencia de ti, él piensa que para mi primera vez, él sería
perfecto. Dice que con su experiencia sabrá cómo proceder.
—Tiene sentido. Un tío sin experiencia iría al asunto lo antes posible.
¿Vas a ir a tomar café con él?
—Lo haré, si me llama para invitarme, o si me envía un mensaje.
—No te preocupes, lo hará. Aunque también podrías llamarlo tú.
—Tengo miedo, Mike.
—Lo sé, cariño. Pero, ¿sabes? Estoy seguro de que ese hombre va a
enseñarte a salir del caparazón en el que te escondes y a que te enfrentes a
tu problema. La vida es demasiado bonita para que la desperdicies viviendo
en la oscuridad del pasado. Tú y yo ya tenemos bastante oscuridad en el
presente.
—No puedo evitar sentirme así.
—Lo peor que puedes hacer es dejar de lado el presente para recordar
un pasado que no tiene ningún futuro y no va a aportarte nada bueno.
—Eso es muy fácil decirlo.
—Lo vas a conseguir, cariño. Y la clave está en Stanford.
Capítulo 5
Abby recibió un WhatsApp ese mismo viernes, cuando estaba cenando en
la cocina. Cogió el teléfono para ver de quien era, y al comprobar que era
de Sean, casi se le cae el teléfono. Abrió el WhatsApp y leyó el mensaje.
Hola, preciosa, me habría gustado llamarte para escuchar tu voz, pero
no sabía si contestarías o, directamente, me colgarías. Ya te dije que no me
rendiría, así que, voy a preguntártelo de nuevo. ¿Te gustaría tomar un café
conmigo?
Abby estuvo a punto de ignorar el mensaje, pero recordó lo que le
había dicho su psiquiatra esa misma tarde y, en vez de contestar al mensaje,
le llamó por teléfono.
Sean estaba convencido de que no le contestaría y se metió en la
ducha. Había quedado con una mujer para ir a cenar. Poco después salió del
baño, envuelto en una toalla, se sentó en la cama y cogió el teléfono. Y se
quedó sorprendido al ver que que tenía una llamada perdida de Abby.
Entonces la llamó.
—Hola, Sean.
—Hola. Perdona que no te cogiera la llamada. Pensé que ni siquiera te
molestarías en contestar mi mensaje y me metí en la ducha. Me ha
sorprendido tu llamada, y he de decir que muy gratamente.
—Estaba cenando y no tenía ganas de escribir. A mí también me ha
sorprendido que me invitaras a un café y no a cenar, como sueles hacer
siempre.
—Pensé hacerlo, pero me da la impresión de que contigo es mejor ir
despacio, así que he pensado que lo mejor sería empezar por un café.
—Vaya, es como si me conocieras.
—¿Qué quieres decir?
—Que no me gusta ir con prisas.
—No hay problema. Podemos ir a tomar café cuantas veces quieras.
Dejaré que seas tú quien marque el ritmo a seguir. Después de los café,
podríamos ir a desayunar, luego a comer, y por último a cenar. Sé que temes
las cenas… por lo que se puede hacer después. Pero te doy mi palabra de
que nunca, jamás, haré nada que tú no desees que haga.
—Agradezco que seas tan paciente. Aunque quiero dejarte claro, de
nuevo, que no quiero salir contigo. Pero estaré encantada de ser tu amiga.
—Abby, no necesito más amigas. Y yo también quiero dejarte algo
claro. Seré paciente, pero el fin va a ser el mismo, porque ya sabes que te
deseo.
—Supongo que si vamos a tomar algunos cafés nos conoceremos, y es
posible que dejes de estar interesado en mí.
—Eso no va a pasar. Bien, dame una dirección y te recogeré el día y a
la hora que me digas. Y te invitaré a ese café.
—¿Te parece bien mañana por la tarde?
—Perfecto.
—¿A qué hora te iría bien a ti?
—Mañana es sábado y no trabajo, así que me da igual a la hora que
sea.
—Entonces, a las cinco. No hace falta que me recojas, podemos
quedar en una cafetería.
—No tendrás miedo de subir en el coche conmigo, ¿verdad? Apuesto a
que tu compañero sabe mi dirección y la matrícula de mi coche.
—La verdad es que sabe algo más que eso. Y no, no tengo miedo de ir
contigo en el coche. Cuando cuelgue te enviaré mi dirección. Te espero a
las cinco.
—De acuerdo, hasta mañana.
—Adiós.
Sean pensó en anular la cita de esa noche, pero no sabía cuánto tiempo
pasaría hasta que Abby aceptara acostarse con él, y decidió no cancelarla.
El grupo de amigos estaba tomando café en el salón de la casa de
Delaney, donde se habían reunido esa semana. Sean aprovechó que sus
padres no habían podido ir ese día para hablar con sus amigos.
—He quedado esta tarde con Abby para tomar un café.
—¿Cómo has conseguido que aceptara? —preguntó Tess.
—Insistiendo. Creo que a esa chica le pasa algo.
—¿A qué te refieres? —preguntó Delaney.
—Le dije que la recogería en su casa y me dio la impresión de que eso
le preocupaba. Como si le diera miedo ir a solas en el coche conmigo. Me
dijo de quedar en alguna cafetería. Creo que aceptó que la recogiera porque
le pregunté si tenía miedo de mí.
—¿Os habéis dado cuenta de que todas nuestras mujeres no son
normales? —dijo Nathan.
—¡Oye! El anormal serás tú —dijo Lauren, su mujer.
—Tenéis que reconocer que Nathan tiene razón —dijo Logan
sonriendo.
—No son normales porque son especiales —añadió Carter—. Y puede
que la detective también sea especial. Es posible que, como ellas, también
tenga un pasado turbio.
—¿Tendremos que llamar de nuevo al detective para que averigüe su
pasado? —preguntó Delaney.
—No queráis casarme ya. Abby solo ha aceptado ir a tomar un café
conmigo.
Mike abrió la puerta cuando llamaron al timbre.
—Hola, Sean.
—Hola, Mike.
—Pasa, por favor.
—Gracias.
Sean entró en la casa. Miró el precioso suelo de anchas tablas de
castaño. Dirigió la mirada hacia el salón y vio las altas ventanas y las
magníficas molduras. Pensó que lo poco que había visto de esa casa era una
maravilla.
—Cariño, tu cita está aquí —dijo el detective levantando la voz para
que Abby lo oyera desde el piso superior—. ¿Te apetece tomar algo, Sean?
—No, gracias.
Abby bajó la escalera y miró a Sean, y él le devolvió la mirada.
Llevaba un vaquero ajustado negro, un suéter y una cazadora. Solo llevaba
máscara de pestañas y los labios pintados de color natural. Sean estaba
seguro de que no se había arreglado más porque no quería que él pensara
que se arreglaba para él.
—No es una cita, Mike. Solo vamos a tomar un café.
—Lo que tú digas. Hasta luego, Sean —dijo Mike caminando hacia el
salón.
—Hasta luego. ¿Estás lista?
—Sí.
Salieron a la calle y él caminó a su lado hasta la puerta del copiloto.
Sean la abrió para que subiera y la miró.
—Vaya, qué amable. Muchas gracias —dijo ella sorprendida porque se
hubiera molestado en abrirle la puerta—. No estoy acostumbrada a esta
caballerosidad.
—Pues tendrás que acostumbrarte —dijo él antes de cerrar la puerta.
Rodeó el coche por delante y Abby lo siguió con la mirada. Sus rasgos
eran firmes. Su mandíbula, sus pómulos y su cuello estaban marcados por
una pureza impecable. Sabía que si dejaba que lo que sentía por él
aumentara sería un desastre, así que debería hacer algo al respecto. Sean
abrió la puerta y se sentó al volante.
—No dispongo de mucho tiempo, así que procura no elegir una
cafetería que esté muy alejada.
—¿Has traído el cronómetro? —preguntó él girándose para mirarla.
—No, me lo he dejado en casa. Lo siento.
—Genial, así no me distraeré.
—Pero puedo cronometrar el tiempo con el móvil.
—Supongo que estarás bromeando.
—¿Bromeando?
—¿No crees que, después del tiempo que llevo esperando para que
aceptes tomar un café conmigo, merezco estar relajado y no pendiente de un
reloj?
—Es que…
—Abby, vamos a ir a tomar un café con algo dulce y charlaremos para
ir conociéndonos. No va a suceder nada más.
—De acuerdo.
Sean arrancó el coche, intentando que no se le notara el cabreo que
sentía, y se unió al tráfico.
—¿Qué tienes que hacer cuando vuelvas a casa?
—¿Hacer?
—Has dicho que no dispones de mucho tiempo.
—En realidad, no tengo que hacer nada que no pueda hacer en otro
momento.
—Perfecto.
—Es que… Esto de salir con hombres no es lo mío.
—¿Qué quieres decir?
—Pues eso, que no salgo mucho.
El resto del trayecto hablaron de cosas sin importancia, más que nada,
para no permanecer en silencio.
Sean detuvo el coche en la puerta de un edificio. El aparcacoches se
acercó a él. Sean bajó del vehículo y le dio la llave al chico. Cuando Sean
llegó a la puerta de ella, Abby ya había bajado del coche.
—Este hotel lleva tu nombre —dijo ella mirando el nombre que había
sobre la puerta dorada de cristal.
—Es uno de los hoteles de mi hermano.
—¿Por qué me has traído a un hotel?
—Porque el café es buenísimo y las tartas una delicia. Además, aquí
no pago —dijo él sonriendo.
—Claro, y tú necesitas ahorrar dinero.
—Vamos, cielo, relájate.
Entraron en el lujoso hotel y se dirigieron a la cafetería. Se sentaron en
una de las mesas, cada uno en una de las cómodas butacas.
Un camarero llegó al instante.
—Buenas tardes —dijo el chico.
—Hola, Jim.
—Hola —dijo Abby.
—Vamos a tomar un café y algo dulce.
—Traeré la carta.
—Gracias.
—La cafetería es preciosa.
—Sí, lo es.
El chico se acercó y les dejó las cartas. Luego se retiró. Cuando el
camarero volvió pidieron dos cafés con leche y dos trozos de tarta, ella de
zanahoria y él de tiramisú.
—Las tartas tienen una pinta increíble —dijo ella cuando el camarero
se alejó—, al menos en las fotos.
—Las hace una amiga nuestra, y te aseguro que estarán a la altura de
las fotos.
El chico les llevó el pedido y se alejó.
—Pues tu amiga tiene unas manos de oro —dijo ella después de probar
la tarta.
—Le diré que te ha gustado. Seguro que la conoces del hospital, al
menos, de vista. Se llama Ellie y es la mujer de Carter.
—Carter es el ginecólogo, ¿no? —dijo comiendo otro trozo de tarta.
—Sí. Supongo que te enterarías de muchas cosas estando día tras día
en el hospital.
—Escuché algunas.
—Hablando del hospital. Quiero disculparme por mi hermano. Tengo
entendido que no se portó muy bien contigo.
—No tienes que disculparte por él. No soy experta en botánica, pero
soy capaz de reconocer a un capullo en cuanto lo veo.
Sean soltó una carcajada.
—A mi hermano le caerías bien si te conociera.
—Seguro que sí.
—Es muy protector. Y en el hospital estaba asustado, aunque no lo
creas.
—Lo que tú digas. De todas formas, no voy a verlo nunca más.
—No digas eso, la vida da muchas vueltas. Mírate, estás en su hotel.
—Porque me has traído tú. Hasta que te cruzaste en mi camino, no
sabía ni que existía este hotel.
—A él le gustaría saberlo, no soporta a los que le hacen la pelota.
—Bien. Querías que nos conociéramos. Háblame de ti —dijo Abby.
—¿Qué quieres saber?
—No quiero saber nada personal. Dime a lo que te dedicas y lo que
haces para distraerte, por ejemplo.
—¿Por qué no quieres saber nada personal?
—Por eso, porque es personal.
—Dijiste que podíamos ser amigos.
—Y tú contestaste que no necesitabas más amigos.
—Supongo que ya sabes todo lo que sabe cualquiera que esté
interesado y tenga acceso a Internet. Si es que te has molestado en verlo.
—Algo he visto, pero no me importa saberlo de nuevo por ti. También
escuché muchas cosas personales tuyas en el hospital.
—De acuerdo. Soy arquitecto y tengo un estudio muy cerca de aquí.
—¿Te va bien el negocio?
—¿Lo preguntas para saber si soy un buen partido?
Ella lo miró con cara de pocos amigos.
—Supongo que no lo preguntas por eso —dijo él sonriéndole—. Sí,
me va muy bien. Tengo demasiado trabajo y una lista de espera de varios
meses.
—Eso es genial, ¿no?
—Supongo que sí.
—¿Te gusta tu trabajo?
—Me apasiona.
—¿Has hecho alguna obra importante?
—Alguna.
—No eres vanidoso.
—¿Por qué lo dices?
—Porque sé que has hecho algunas obras muy importantes y eres un
arquitecto de renombre.
—No me gusta ser vanidoso, pero me siento orgulloso de lo que he
hecho hasta ahora.
—Y tienes que estarlo.
—También hago reformas.
—¿Reformas?
—Sí, en casas, en locales…
—Eso no me lo esperaba.
—¿Por qué?
—No pensé que un arquitecto de tu talla se dedicara a hacer reformas.
—Tengo una cuadrilla que se dedica solo a ello.
—Yo hice una reforma importante en mi casa.
—¿Te refieres a la casa en la que vives?
—No tengo otra.
—¿La casa es tuya?
—Sí. Era de mis abuelos, los padres de mi madre. No es que necesitara
reformarla, porque todo estaba en buen estado. Pero era una casa antigua y
quería modernizarla.
—¿Qué reformaste?
—Cambié en su totalidad la cocina y los tres baños. La pinté y cambié
los rodapiés y las puertas. Y también los suelos.
—El suelo de lo que pude ver es precioso.
—Sí, a mí me gusta. Toda la casa tiene el mismo suelo.
—Por la fachada sé que es una casa muy grande. ¿Cuántas
habitaciones tiene?
—Cinco.
—Cinco habitaciones y tres baños.
—Sí. Antes de comenzar la reforma vendí los muebles. Eran antiguos
y de muy buena calidad. Los compró todos un anticuario y saqué un buen
dinero por ellos. Y menos mal, porque la reforma me costó un pastón. ¿Tú
eres caro?
—Caro no, soy muy caro —dijo él sonriendo.
—¿Y cómo es posible que tengas lista de espera de varios meses?
—Trabajo muy bien.
—Eso es importante. Háblame…
—Ahora me toca preguntar a mí —dijo interrumpiéndola—. Tú me
pides que te hable de algo, y luego lo hago yo. Así iremos conociéndonos.
¿Te parece bien?
—Sí.
—Háblame de tu trabajo.
—Vaya, qué original, me has preguntado lo mismo.
—¿Y qué? Podemos preguntar lo que queramos, ¿no? Quiero saber
sobre tu trabajo. Aunque en realidad, quiero saberlo todo sobre ti. ¿Has
trabajado siempre de detective en la jefatura del distrito treinta y nueve?
—No. Cuando me gradué en el instituto me preparé para ser policía y
trabajé dos años pateando las calles. Quería ser agente del FBI y apliqué
para ello. Ingresé en Quántico.
—Pensaba que era difícil entrar.
—Tuve que pasar muchas pruebas. Cuando me preparaba para ser
policía pensé que era duro, pero la formación en el FBI lo fue muchísimo
más. Y que fuera mujer, fue aún más complicado. Pero lo conseguí. Durante
dos años fui la agente especial Connors, del departamento de homicidios.
—¿Por qué sonríes?
—Porque a los hombres les impresiona.
—Desde luego que sí. Yo estoy impresionado.
—Ya.
—Háblame de tu formación en Quántico.
—Además de la preparación física, estudié Psicología, porque en un
principio quería ser negociadora en situaciones de crisis.
—¿Qué te hizo cambiar?
—Me gustaba más la acción, y supe que no quería ser negociadora.
—¿Por qué dejaste el FBI?
—Conocía a mi actual capitán, Greg Nolan, desde hacía muchos años.
Aunque cuando lo conocí era detective. Sus padres eran amigos de mis
abuelos. Yo trabajaba en el FBI cuando lo nombraron capitán. Me pidió que
viniera a trabajar con él y acepté. Greg me ayudó mucho en una época que
fue muy dura para mí y quería agradecérselo de alguna forma.
—¿Te has arrepentido de dejar el FBI?
—No. Aunque al principio no lo pasé bien. Los de la policía no tragan
a los federales. Piensan que se creen superiores a ellos. Y eso es lo que
pensaban mis compañeros de mí. Llevo cuatro años con ellos y, por suerte,
ya lo han superado.
—Con veintiocho años has sido policía, agente especial del FBI y
detective. ¿Jugabas a polis con las muñecas cuando eras pequeña? —dijo
Sean sonriendo.
—No. La verdad es que nunca me planteé ser policía.
—¿Mike también te lo hizo pasar mal cuando llegaste a la jefatura?
—No me lo hizo pasar mal por la misma razón que los otros del
cuerpo, pero no fue muy agradable conmigo.
—¿Y eso?
—Cuando llegué al departamento acababan de herir a su compañero,
otro detective. Le dispararon y desde entonces se dedicó a trabajo de
oficina. Me asignaron para que trabajara con él, y no le hizo mucha gracia.
Tampoco le gustó que fuera mujer y mucho menos, una ex agente del FBI.
La verdad es que pasé un año bastante incómoda. Trabajábamos juntos cada
día y pasábamos muchas horas juntos, pero no recuerdo que habláramos
nada que no estuviera relacionado con el caso que teníamos entre manos.
No teníamos más contacto, ni fuimos juntos a tomar ni siquiera un café.
—Ahora os lleváis bien, ¿qué cambió?
—Hace tres años, su casero decidió vender el edificio donde vivía
Mike, que era todo suyo, y tenía que dejar el apartamento. Estuvo varias
semanas buscando otro, pero los que le gustaban eran muy caros. Mi casa
era grande y le ofrecí quedarse conmigo hasta que encontrara el piso
adecuado. Vino a ver mi casa y lo invité a cenar. Hablamos y me pidió
disculpas por haberse portado mal conmigo. Entonces le ofrecí que se
mudara a mi casa de forma permanente.
—¿Por qué?
—Es un buen hombre, simpático y divertido. Y un buen detective. Y
yo no quería vivir sola. Llevamos tres años viviendo juntos y no me he
arrepentido en ningún momento. Puede que sea porque no tiene que limpiar
—dijo Abby sonriéndole—, porque viene una señora a casa todas las
semanas y se ocupa de la limpieza y de planchar. Y yo cocino. Él solo se
ocupa de hacer su cama y de tener la habitación ordenada.
—Entonces, es inquilino tuyo.
—En realidad, no, porque no le cobro alquiler. Pero compartimos
todos los gastos de la casa. Y él se encarga de cortar el césped —dijo ella
sonriendo.
—Por tu sonrisa, deduzco que no es una tarea que te guste hacer.
—No, no me gusta. Y también se encarga de regar las plantas.
—Creo que me mencionaste que una noche se había acostado tarde
porque había llevado a casa a una mujer. ¿No tienes problemas de que lleve
mujeres a casa?
—Tenemos una norma. Si llevamos a alguien a casa, esa persona solo
puede estar en el dormitorio y en el baño. Nada de pasearse por la casa.
—Y también sales con él. Al menos, sé que un día fuisteis a la playa
juntos.
—Él sale los fines de semana con la moto y me gusta acompañarlo. Y
luego solemos comer juntos. Los domingos come con su familia, a no ser
que tengamos trabajo. Y muchas veces lo acompaño. Sus padres y sus
hermanos son fantásticos.
De pronto sonó el móvil de Abby que tenía sobre la mesa. Sean pudo
ver que la llamaba Mike.
—Perdona, solo será un instante.
—Claro.
—Hola, Mike.
—Hola. ¿Va todo bien?
—Sí, todo va genial. Luego nos vemos. Perdona —dijo Abby a Sean
después de colgar—. Mike es muy protector conmigo.
—Ya lo veo.
—Eso no será nuevo para ti.
—¿El qué?
—Cuando estabas en coma escuché a todas tus amigas decir que eras
muy protector y que siempre habías cuidado de todas ellas.
—Ellas son como de la familia. Cuando quedamos para vernos hoy me
dio la impresión de que te preocupaba salir conmigo. ¿Te sucede con todos
los hombres?
—Sí.
—Eso es un alivio.
—Me toca preguntar —dijo ella para que no le hiciera preguntas al
respecto.
—Adelante.
—¿Qué sueles hacer para entretenerte cuando no trabajas?
—Entre semana suelo ir a correr muy temprano. Cuando no llueve,
claro. Cuando vuelvo a casa paso un rato en el gimnasio. Entre semana no
suelo salir por la noche —dijo Sean.
—Quieres decir salir con amigos.
—Con amigas, mujeres.
—Entiendo. Supongo que no tienes novia.
—Si tuviera novia no saldría con mujeres ni estaría aquí contigo, ¿no
crees?
—Tiene lógica. ¿Y los fines de semana?
—Normalmente salgo los viernes y los sábados por la noche. Los
sábados temprano vamos a jugar todos los amigos un partido de balón
cesto. Y luego pasamos el día en casa de alguno de ellos. Se van turnando.
Ya sabes que todos están casados. A mí casa no hemos ido nunca, porque
soy soltero y, además no tengo cocinera.
—Tengo entendido que tu hermano y su mujer forman parte de tu
grupo de amigos.
—Sí. Y también mis padres.
—¿Y qué hacéis los sábados cuando pasáis el día juntos?
—Comemos, hablamos de cómo nos ha ido la semana, nos bañamos en
la piscina. Me gusta estar con ellos y disfrutar de los hijos de todos.
—¿Te gustan los niños?
—Sí, me gustan mucho.
—¿Cuántos sobrinos tienes?
—Tres.
—¿Cuántos hermanos sois?
—Solo dos. ¿Y tú?
—Soy hija única. ¿Y qué haces los domingos?
—Suelo pasar el día tranquilo. Si la noche anterior he dormido en casa
de mi hermano, paso el día con ellos. Allí tengo mi habitación y ropa para
cambiarme. Y si he dormido en casa me levanto tarde y paso el día en plan
relajado: en la piscina, escuchando música,leyendo y cocinando.
—Bueno, ya sabemos un poco el uno del otro. Creo que deberíamos
marcharnos.
—¿Sabes? La primera vez que te vi, pensé que serías una mujer que
sabrías qué hacer en cada momento. Por eso insistí en que nos viéramos.
—Pues yo creo que no siempre sé que hacer.
—Insistí en que volviéramos a vernos porque quería saber la razón por
la que te habías metido en mi cabeza. Sé que eres muy inteligente. Has sido
agente del FBI y eres detective. Pero pareces tan joven…
—No soy tan joven.
—Eres una mujer preciosa.
—¿Nos vamos? —preguntó ella ruborizada.
—Sí, si es lo que quieres. Es casi la hora de cenar. ¿Te apetece ir a un
restaurante?
—Te lo agradezco, Sean, pero hoy no.
—¿Eso quiere decir que cenarás conmigo otro día?
—Es posible. Pero, por favor, no nos precipitemos.
—De acuerdo —dijo Sean haciendo una señal al camarero para que le
llevara la nota.
El chico le dio la factura y se retiró. Sean la firmó y la dejó sobre la
bandejita con una buena propina.
—Vamos, cielo —dijo levantándose.
Abby se levantó también. Él esperó a que se pusiera a su lado y
salieron juntos de la cafetería. Abandonaron el hotel y el aparcacoches les
llevó el Porsche poco después. Sean abrió la puerta del copiloto para que
ella entrara y luego rodeó el coche y se sentó a su lado.
—¿Por qué me has llamado cielo? —preguntó ella mientras se
abrochaba el cinturón de seguridad—. Siempre he pensado que los hombres
que emplean esos términos: cielo, preciosa, cariño, muñeca, nena…, lo
hacen para no cometer el error de equivocarse de nombre, estando con una
mujer en la cama, así no tendrían que molestarse en pensar en detalles como
ese, sobre todo, si el hombre sale con muchas mujeres.
—No estamos en la cama. De todas formas, no te equivocas, aunque
no siempre sucede. Pero te prometo que el tuyo no lo olvidaré… cuando
estemos en la cama.
—Eso no va a suceder.
—Era broma —dijo él sonriéndole—. No puedo asegurar que algunos
hombres no lo hagan por esa razón pero, desde luego, no es la mía. Yo lo
hago como un gesto de cariño hacia las personas que me importan. La
empleo con mis amigas, mis sobrinas y las hijas de mis amigos. Y he de
decirte que no las uso con las mujeres con las que salgo, porque mi
memoria funciona muy bien y no voy a confundirme de nombre —dijo
arrancando el coche y poniéndose en marcha.
—¿Y por qué me llamas a mí cielo? No soy amiga tuya.
—En primer lugar, porque eres un cielo —dijo él disfrutando al verla
sonrojarse—. Y seremos amigos... después de unos cuantos cafés.
—Estás muy seguro de que vamos a volver a quedar.
—¿Lo has pasado mal el rato que hemos estado juntos?
—No.
—A mí también me ha gustado estar contigo.
—Yo no he dicho que me haya gustado estar contigo.
—Pero es cierto, ¿no?
—No ha estado mal.
—Con eso me conformo, de momento. ¿Tienes algún caso importante
entre manos?
—Todos los casos son importantes. Y sí, tenemos uno entre manos.
—¿Mike y tú trabajáis siempre juntos?
—Sí.
—¿Puedes hablarme del caso?
—Sí, siempre que no lo comentes con nadie.
—No lo haré.
—Supuestamente, un hombre se ha suicidado, pero pensamos que no
ha sido un suicidio.
—¿Por qué lo pensáis?
—Más que nada porque dejó a una hija de dieciséis años a quien
adoraba.
—El cerebro es muy complejo y a veces se cruzan los cables.
—No te lo discuto. Pero unos minutos antes de que se suicidara llamó
a su hija para invitarla a comer y quedó con ella media hora después.
—Eso sí que es raro. ¿Solo tenía esa hija?
—Sí.
—¿Y la madre que dice?
—La madre murió hace cuatro años. Eso hizo que se uniera más a su
padre, aunque ya se llevaban muy bien antes. El padre volvió a casarse un
año atrás. Mike y yo pensamos que fue la esposa quien lo mató. O pagó a
alguien para que lo hiciera.
—Supongo que habréis averiguado dónde se encontraba la mujer en el
momento del suicidio.
—Sí. Estaba en el salón de belleza. Es una buena coartada porque
estuvo rodeada de gente durante bastante tiempo.
—¿El marido era rico?
—Muy rico.
—¿Tenían algún acuerdo prematrimonial?
—Sí, pero ella recibiría una buena cantidad si su marido moría.
Además, ella y la hija eran beneficiarias del seguro de vida. Un seguro de
vida muy sustancioso.
—¿Se lleva bien con la hija?
—Se muestra muy cariñosa, al menos delante de nosotros, pero la
hijastra no le corresponde.
—¿Creéis que no es sincera?
—Se muestra afectada, aunque pensamos que finge. Y la hija piensa lo
mismo. Dice que no la trata igual cuando están a solas que cuando hay
gente delante. Pero hasta el momento no hemos encontrado ninguna prueba.
Creemos que todo fue parte de un plan desde antes de casarse.
—Puede que tenga un amante y lo planearan juntos.
—Eso pensamos nosotros. Hemos pasado muchas noches vigilándola,
pero no hemos encontrado nada fuera de lo normal. Parece una mujer
inteligente. Estamos investigándola. No es de Nueva York. Llegó a la
ciudad hace año y medio, desde Pittsburgh, Pensilvania. Lo extraño es que
no trabajó en ningún sitio desde que llegó.
—Puede que tuviera dinero.
—Es posible.
—¿El marido era mayor que ella?
—Sí, mucho mayor. Ella tiene mi edad y él tenía cuarenta y nueve
años, veintiún años más que ella.
—¿Es guapa?
—Es un monumento de mujer.
Sean paró el coche delante de la casa de ella y apagó el contacto.
—Mike y yo iremos mañana a Pittsburgh a ver qué averiguamos.
—Tu trabajo es muy interesante. Tenemos que quedar de nuevo para
que me pongas al día del caso.
—Te enviaré un mensaje si descubrimos algo —dijo ella sonriéndole.
—No hace falta que seas sarcástica. De todas formas, me gustaría que
me lo dijeras en persona.
—Ya veremos —dijo ella bajando del coche.
Sean bajó del vehículo también.
—Gracias por el café. Hasta la vista —dijo caminando hacia la casa.
—De nada —dijo él caminando a su lado.
—¿Qué haces? —dijo deteniéndose y mirándolo.
—Acompañarte a la puerta.
—¿Crees que voy a perderme?
—No —dijo él sonriendo.
—Sean, esto no ha sido una cita.
—Lo sé. Solo hemos ido juntos a tomar un café. Así y todo, te
acompañaré.
—Como quieras.
Llegaron a la puerta de la casa y ella se detuvo colocándose frente a él.
—¿Qué día te va bien para que quedemos?
—Sean, no es buena idea que nos veamos de nuevo.
—Por supuesto que es buena idea. Es una idea genial.
—No sé cuando tendré tiempo libre. Mañana Mike y yo nos iremos a
Pittsburgh y no sé cuando volveremos.
—¿Reservaréis una habitación en el hotel o dos?
—Una, así sale más barato.
Sean se odió a sí mismo por preguntarlo. No sabía qué le sucedía.
¿Estaba celoso? Se consideraba un hombre apasionado, a pesar de ello, no
era celoso, y jamás había experimentado ese sentimiento. Siempre había
pensado que las mujeres tenían el mismo derecho que los hombres para
experimentar y flirtear. Pero acababa de darse cuenta de que esa norma no
podía aplicarse a Abby.
—¿Me llamarás cuando vuelvas?
—Pues…
—¿Puedo llamarte yo?
—Sean, no pierdas tiempo conmigo. Te aseguro que no te interesa
tener una amiga como yo.
—Tú no sabes lo que a mí me interesa.
—Deberías fijarte en una mujer que esté interesada en ti, que seguro
que habrá muchas, pero yo no lo estoy.
Sean pensó que lo estaba desafiando de nuevo.
—No puedo fijarme en otra mujer, porque cuando quiero algo, no
puedo abandonar hasta que lo consigo.
—¿Por qué te empeñas en salir conmigo, cuando lo único que hago es
rechazarte?
—Puede que sea porque me rechazas.
Sean se acercó a ella y la besó en la mejilla.
—Que tengas un buen viaje. Te llamaré —dijo bajando los peldaños y
subiendo al coche.
Nunca había actuado así con una mujer y, por supuesto, jamás había
perseguido a ninguna. Pero no podía dejar de insistir con Abby. No solo
sentía deseo por ella, era algo más. Una emoción desconocida para él volvió
a instalarse en su interior.
Sean llegó a casa y entró en la cocina. Se quitó la cazadora y la colgó
en el respaldo de una de las sillas. Abrió la nevera para ver lo que había
para cenar cuando recibió una llamada. Cogió el teléfono que había dejado
sobre la mesa.
—Hola, Delaney.
—Hola. Como has contestado, supongo que no estás con la detective.
—No, no estoy con ella. La he dejado en su casa hace unos minutos.
—¿Cómo ha ido?
—Bien.
—Pensé que la invitarías a cenar.
—Lo he hecho, pero no ha aceptado.
—¿Qué le pasa a esa mujer?
—No lo sé. Ni siquiera sé si volveré a verla.
—Puede que no le caigas bien.
—Quien no le cae bien eres tú, no yo.
—Tendré que solucionar eso, no vaya a ser que sea la mujer de tu vida,
y no quiero llevarme mal con mi cuñada.
Sean puso los ojos en blanco.
—Por cierto, cuando hablábamos de ti me ha dicho algo que me ha
hecho gracia.
—¿Qué te ha dicho?
—Que no era experta en botánica, pero que era capaz de reconocer a
un capullo cuando lo veía.
Delaney soltó una carcajada.
—Esa chica me cae bien. ¿Ha sido amable contigo o te ha hecho pasar
un mal rato?
—Es amable y simpática. Y un poco sarcástica. Lo cierto es que lo he
pasado muy bien con ella.
—Parece que te gusta.
—Y no te equivocas.
—En ese caso, tendrás que espabilar, de lo contrario se te adelantará
otro.
—No creo que eso vaya a pasar. Me ha dejado claro que no suele salir
a menudo.
—No hace falta que salga mucho, esa chica es demasiado guapa para
pasar desapercibida.
—Mañana se va con su compañero a Pittsburgh y no sé cuando
volverá. Confío en que me llame cuando vuelva.
—También puedes llamarla tú.
—Lo sé. Y le he dicho que la llamaría, pero no quiero parecer
desesperado.
—¿Estás desesperado?
—Todavía no.
—¿De qué habéis hablado?
—De todo un poco, pero sobre todo de trabajo. Pensaba que mi
profesión era interesante, pero la de ella es, además de interesante,
emocionante.
—Y arriesgada.
—Supongo que sí. Me ha estado hablando del caso que llevan ahora y
he sentido deseos de ayudarlos.
—¿Te ha hablado de su compañero?
—Sí. Comparten casa, pero él no paga alquiler, solo la ayuda con la
mitad de los gastos de la casa. Por cierto, la casa es de Abby. Y no tiene un
apartamento sino una casa con cinco habitaciones y tres baños.
—No sabía que los detectives ganaran tanto dinero.
—La heredó de sus abuelos. ¿Y sabes otra cosa? Antes de ser detective
fue agente del FBI, en homicidios.
—Vaya, ya tiene que ser buena.
—Sí. Delaney, te dejo. Voy a prepararme algo de cenar.
—¿No vas a salir esta noche?
—Sí, he quedado en ir a casa de una chica después de cenar.
—Diviértete.
Sean puso a hervir pasta, y mientras calentó la salsa que le había dado
Cath, y preparó una ensalada. Se sentó a cenar en la mesa de la cocina y
pensó en Abby.
Esa mujer le gustaba, le gustaba mucho, pensó gruñendo, mientras
cenaba. Sabía que no era una mujer adecuada para él. Puede que fuera un
simple capricho, algo pasajero, que desaparecería con el tiempo, cuando se
acostara con ella. Sonrió preguntándose cómo iba a acostarse con ella si no
quería ni verlo.
Se repetía una y otra vez que debía olvidarse de ella. Pero era
imposible, porque Abby no se apartaba de sus pensamientos, y despertaba
en él un deseo casi incontrolable y nada conveniente. Sabía que se estaba
comportando como un adolescente con su primera chica. Sonrió al pensar
en ello, porque había habido docenas de mujeres después de su primera
chica.
No podía quitarse a Abby de la cabeza. No entendía cómo lo había
atrapado con tanta facilidad pero, de todas formas, estaba disfrutando. Esa
chica era sarcástica, pero a la vez divertida. Y que no quisiera salir con él
era un verdadero reto. Era una mujer con carácter, como todas sus amigas, y
eso era un punto a su favor, porque a él le gustaban las mujeres con carácter.
Después de cenar recogió la cocina. Luego subió a su habitación,
mientras hablaba con la mujer a la que vería esa noche para decirle a qué
hora llegaría.
Capítulo 6
Era lunes. Abby y Mike habían llegado a Pittsburgh el día anterior por la
tarde y cogieron una habitación en un motel a las afueras de la ciudad. La
habitación no era gran cosa, pero estaba limpia. Después de ducharse,
pidieron unas pizzas y se las comieron viendo una película.
Se levantaron temprano y salieron a desayunar.
—Entonces, ¿vamos primero a casa de la viuda? —preguntó Abby
después de que pidieran el desayuno y la camarera se retirara.
—Sí, con un poco de suerte aún vivirá allí algún familiar.
—No sabemos si era la casa de su familia o la de ella.
—Lo averiguaremos hoy. De todas formas, puede que algún vecino la
recuerde.
—Eso, si vivió realmente allí.
La chica volvió y les sirvió café. Poco después les llevó el desayuno.
—Sigue habiendo alguna posibilidad de que nos hayamos equivocado
y de que Eric Gresham se suicidara —dijo Mike.
—No nos hemos equivocado.
—¿Cómo estás tan segura?
—La mujer dijo que últimamente su marido estaba deprimido, pero su
hija lo desmintió, y también su enfermera.
—La hija de Gresham no puede ver a su madrastra.
—A los niños no les hace ninguna gracia que sus padres se vuelvan a
casar después de que su madre haya fallecido. Y más aún una adolescente
—dijo Abby.
—Una cosa es que no le caiga bien y otra que la desprecie. Cuando
hablamos a solas con ella nos dijo que su madrastra fingía que ella le
importaba y que también lo hacía delante de su padre, pero que cuando
estaban a solas la trataba con indiferencia.
—Lo recuerdo. Como también recuerdo que no permitió que
habláramos a solas con la niña. Solo hablamos un minuto con ella a solas, y
porque llamaron a la puerta y tuvo que ir a abrir.
—También hay que tener en cuenta lo que dijo el amigo de la niña.
Que su madrastra la trataba con desprecio cuando estaban a solas, él lo
había oído cuando la madrastra pensaba que no estaba escuchando. Pero
cuando él estaba delante, se hacía pasar como la mejor madre del mundo —
añadió Mike.
—Los dos piensan que ella lo mató.
—Si ella es la asesina, tiene que tener un cómplice. Su coartada es
sólida.
—Puede que esperen un tiempo, pero tarde o temprano tendrá que ver
a su amante.
—Eso, suponiendo que su cómplice sea su amante,
—Si no lo es, estamos jodidos. Si ha contratado a un matón a sueldo
será difícil relacionarlos. Porque, seguramente no volverá a verlo.
—No ha retirado dinero de la cuenta, ni antes del asesinato ni después
—dijo Mike.
—Seguramente tendremos razón y la viuda estuviera planeando el
asesinato hace tiempo. Puede que haya ido guardando dinero poco a poco.
—Creo que debemos de centrarnos en seguirla. Los dos pensamos
desde el principio que tenía un cómplice y que era su amante. Sigamos con
esa teoría.
—Bien. Por algún sitio hay que empezar.
—Tiene que verlo, o verla, porque no podemos descartar que sea una
mujer, en algún sitio.
—Si se trata de una mujer podrían encontrarse en cualquier parte y
sería complicado para nosotros. Aunque, yo apostaría a que es un hombre
—dijo Abby.
—¿Por qué? ¿Una corazonada?
—No, por la forma que te miraba cada vez que fuimos a verla. Esa
mujer no es gay.
—De todas formas, el forense dijo que el golpe de la cabeza no se lo
hizo al caer al suelo, nos aseguró que le habían golpeado con mucha fuerza
y desde arriba. Lo que significa que era alguien alto —dijo Mike.
—Hay mujeres muy fuertes y también altas.
—Es cierto.
—Pero el asesino es un hombre —dijo ella absolutamente convencida.
—También está el detalle de los pendientes. Dijo que quien mató a su
marido se llevó todas sus joyas, menos las que llevaba puestas, y qué
casualidad, eran todas muy sencillas, nada de piedras preciosas. Pero una de
las veces que estábamos vigilándola, en la foto que le hicimos, llevaba unos
pendientes de rubíes.
—Dijo que los había encontrado en uno de los bolsos.
—Sí eso también me pareció muy raro. Esos pendientes valdrían una
fortuna —añadió Mike.
—Puede ser una mujer fría y muy inteligente, pero la vanidad la
perdió.
—¿Sabes lo que más me fastidia de todo?
—¿Qué?
—Que seguramente tendrá escondidas todas las joyas y el seguro va a
pagarle un pastón, porque todas estaban aseguradas.
—Bueno, que lleváramos a la compañía de seguros la foto de cuando
lucía los pendientes, que ella había había declarado que estaban incluidos el
las joyas robadas, ha hecho que retrasen el pago.
—Y ayudó que les dijéramos que no estábamos seguros de que
Gresham se hubiera suicidado.
—También están reteniendo el pago del seguro de vida.
—La viuda no estará muy contenta con nosotros —dijo Mike.
—Estará nerviosa, aunque no lo parezca.
—Dios, tenemos que desenmascararla, de lo contrario, sería capaz de
deshacerse de la niña para quedarse con todo.
—Cometerá un error.
—¿Qué me cuentas de tu amigo Stanford?
—No es mi amigo —dijo ella sonriendo—. No nos conocemos.
—Tú sabes casi toda su vida. Es lo que me decías cuando estabas en el
hospital todas aquellas noches.
—Bueno, sí. Me pregunto por qué sigue insistiendo en que nos
veamos. Ese hombre puede estar con la mujer que quiera. Cuando
estuvimos en la cafetería vi cómo lo miraban las mujeres. Y lo entiendo
perfectamente, porque es un monumento de hombre. Y se ha fijado en mí,
¿te lo puedes creer? En mí.
—Tú también eres un monumento de mujer y entiendo que insista en
verte de nuevo.
—No digas tonterías. Soy una mujer corriente.
—Parece que no te hayas mirado nunca a un espejo —dijo mirándola
de arriba abajo—. De corriente tienes bien poco. Eres preciosa, cariño.
—Vas a hacer que me sonroje.
—Ya lo he hecho —dijo él al verla ruborizada y sonriéndole.
Los detectives aparcaron el coche delante de la casa donde se suponía
que había vivido la señora Gresham, antes de trasladarse a Nueva York.
Bajaron del vehículo y caminaron hacia la casa. Llamaron a la puerta, con
sus placas visibles en el cinturón.
—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarles? —preguntó la mujer que
abrió la puerta.
—Buenos días. Soy el detective Decker y ella es la detective Connors.
Estamos buscando a los familiares de Karen Gresham. De soltera era Karen
Allen. Tenemos noticias de que vivió en esta casa algún tiempo.
—No conozco a nadie con ese apellido. Mi familia y yo vivimos aquí
desde hace solo ocho meses.
—¿Conoce a los antiguos propietarios?
—Tramitamos la compra a través de una agencia. El propietario murió
y heredó la casa un sobrino. Tengo entendido que la casa estuvo alquilada
hace algún tiempo, pero cuando la compramos estaba vacía y por los
vecinos supimos que no había vivido nadie en ella desde hacía tiempo.
—¿Podría llamarnos si supiera algo de los propietarios? —dijo Mike
entregándole una tarjeta.
—Por supuesto.
—Muchas gracias.
Los detectives caminaron hacia el coche, pero antes de subir
decidieron visitar a los vecinos. Fueron a la casa de la izquierda, llamaron a
la puerta y abrió una señora de unos cuarenta años.
Se presentaron a ella y le preguntaron por la familia que estaban
buscando. La mujer no los conocía tampoco, a pesar de que vivía allí casi
diez años.
—¿Sabe de algún vecino que haya vivido en el barrio durante toda su
vida? —preguntó Abby.
—En la casa de enfrente la de la izquierda de color verde —dijo la
mujer señalándola—, viven dos hermanas solteras, que tengo entendido que
han vivido siempre en esa casa. Tienen alrededor de setenta y cinco años. Si
hay alguien que pueda informarles, sin duda son ellas, no sé cómo lo hacen,
pero se enteran de todo —dijo la mujer sonriendo.
Se despidieron de ella y caminaron hacia la casa que les había
indicado.
—Entonces, quiere decir, que antes de mudarse a Nueva York, Karen
Allen no vivía en esa casa, porque según ha dicho esa señora, llevaba
deshabitada desde hacía bastante tiempo.
—Puede que tengamos suerte y las dos hermanas solteras recuerden
quienes eran los inquilinos que vivieron en ella.
—Seguro que nos invitarán a un café o un té —dijo Abby.
—¿Por qué iban a hacerlo?
—Porque son mayores, porque están solas, y porque son unas cotillas.
Despliega tu encanto, Mike, y consigue que nos inviten a entrar.
—Lo intentaré —dijo él llamando a la puerta.
—Hola —dijo la anciana que abrió, que tendría más cerca de los
ochenta que de los setenta.
—Buenos días, señora. Soy Mike Decker, detective de Nueva York. Y
ella es mi compañera, la detective Abby Connors.
—Hola, señora —dijo Abby sonriéndole.
—Yo soy Alice Howes. ¿En qué puedo ayudarles?
—Necesitamos información sobre una familia que, supuestamente,
vivió en aquella casa gris —dijo Mike señalándo el edificio—. Nos han
dicho que usted o su hermana podrían informarnos. ¿Podría dedicarnos
unos minutos?
—¿Quieren pasar? Estaremos más cómodos en el salón.
—Es usted muy amable —dijo Mike mirando a su amiga con una
sonrisa y dejándola entrar delante.
Entraron en el salón y vieron a una señora sentada en uno de los
sillones.
—Rose, ellos son Mike y Abby, detectives de Nueva York. Ella es mi
hermana, Rose.
Ellos la saludaron.
—Siéntense, por favor. —dijo la mujer sentándose en el otro sillón y
dejándoles a ellos el sofá en el que se sentaron.
—Los detectives están buscando a una familia que vivió en casa del
señor Pietro —dijo Alice.
—¿Quién es el señor Pietro? —preguntó Rose.
—El propietario de la casa de la puerta roja.
—Disculpe, pero la puerta de la casa no es roja —dijo Mike.
—Siempre fue roja, hasta que la compraron hace unos meses.
—¿No me dijiste que falleció? —preguntó Rose a su hermana.
—Eso es. ¿Les apetece un té?
—Nos encantaría tomar un té —dijo Mike.
—Rose, ¿lo preparas tú?
—Claro —dijo la mujer levantándose y saliendo del salón.
—A mi hermana le falla la memoria de vez en cuando. Aunque a veces
se acuerda de cosas que yo no recuerdo. Bien, díganme a qué familia están
buscando.
—A la familia Allen.
—Allen —repitió la mujer—. Creo que recuerdo a unos Allen que
vivieran en la casa, pero hace muchos años de eso. Esperemos a Rose,
puede que ella se acuerde.
—Vale —dijo Mike.
—¿Han venido desde Nueva York?
—Sí, llegamos ayer por la tarde. Estamos hospedados en un motel que
hay a las afueras de la ciudad.
—¿Qué tal es?
—No es de lujo, desde luego, pero está limpio —dijo Abby.
—Eso es suficiente cuando solo se va a dormir.
La hermana entró en el salón con una bandeja. La dejó sobre la mesa
de centro y sirvió el té. Dejó las tazas, el azucarero y la leche y un plato de
galletas sobre la mesa y dejó la bandeja sobre la mesa de comedor. Luego se
sentó con ellos.
—Los detectives están buscando a una familia que se apellida Allen —
dijo Alice.
—Hace mucho que se fueron del barrio —dijo Rose.
—¿Los recuerdas? —preguntó su hermana.
—Claro.
—¿Los conoció?
—En aquellos tiempos nos conocíamos todos. He de decir que no
destacaban por su honradez.
—¿Por qué lo dice?
—Él era contable. Le robó un montón de dinero a los clientes y lo
detuvieron. Si no recuerdo mal, estuvo en la cárcel varios años.
—Ahora me acuerdo de ellos —dijo Alice—. Su mujer era una
arrogante y se creía superior a los demás, incluso cuando su marido estuvo
encerrado.
—Se marcharon del barrio cuando la hija estaba en el instituto.
—¿Conocieron a su hija?
—Por supuesto. De adolescente era una belleza.
—¿Recuerdan cómo se llamaba?
—Karen —dijo Rose sin dudar ni un instante—. Karen Marie.
—¿Han vuelto a ver a Karen, después de que se marcharan de aquí?
—No, no creo que volviera. Llevaba la misma carrera que su padre.
Robaba cosméticos para acicalarse y ropa. Tuvo suerte de que no la
cogieran, pero todos sabíamos lo que hacía —dijo Alice.
—Si alguien sabe algo de ella será su amiga. ¿Cómo se llamaba? Lilly,
eso es. Fueron inseparables desde la guardería.
—¿Esa chica vive cerca de aquí?
—Ya no. Se casó hace un par de años y se mudó al oeste de la ciudad.
El marido tenía una casa allí. Era una buena chica, pero se dejaba
influenciar por Karen. Su madre estaba muy preocupada. No le gustaba que
andara con ella, pero ya sabe cómo son los adolescentes.
—Sí. Estas galletas están riquísimas —dijo Mike.
—Les daremos unas cuantas antes de que se marchen para que las
coman con un té después de cenar.
—Muchas gracias.
—¿Saben algo más de ella?
—Los padres de Lilly murieron poco antes de que ella se casara.
Estaban contentos porque su novio era un buen hombre y muy trabajador.
—¿Recuerdan el apellido de los padres de Lilly, o el de ella de casada?
—No lo recuerdo, lo siento.
—Yo tampoco lo recuerdo, pero tengo la tarjeta de la boda —dijo Rose
levantándose y sacando una caja de una cómoda.
—Qué bien te ha venido que coleccionaras tarjetas —dijo su hermana.
La mujer volvió a sentarse y colocó la caja en su regazo. La abrió y
empezó a pasar tarjetas. Las tenía perfectamente colocadas en vertical.
—Aquí está. Lillian Preston y Jack Smith —dijo entregándosela a
Mike—. No fuimos a la boda, pero le enviamos un regalo a la dirección que
hay anotada detrás.
—Tiene buena memoria —dijo Mike pasándole la tarjeta a Abby para
que le hiciera una foto.
—Mi memoria no es muy buena siempre, pero a veces me sorprendo a
mí misma.
Estuvieron con ellas unos minutos más mientras tomaban el té y las
señoras le hablaban del barrio y de cómo había cambiado todo.
A la una menos cuarto del mediodía, los detectives llamaron a la
puerta de Lillian Smith, pero no abrió nadie. Abby fue a la casa de al lado y
le preguntó a la mujer que le abrió si sabía dónde estaba Lillian. Ella le dijo
que el marido era carpintero y que volvía a casa sobre las ocho de la tarde, y
que Lilly llegaba sobre las seis y media. Trabajaba de dependienta en una
mercería. Y ninguno de los dos comía en casa entre semana. Pensaron en ir
a hablar con ella al trabajo, pero decidieron esperarla por si la ponían en un
compromiso. Además, querían estar a buenas con ella para que les diera
toda la información posible. Así que fueron a comer y luego hicieron un
poco de turismo. Recorrieron la ciudad y se hicieron un montón de fotos.
A las seis y diez de la tarde volvieron a la casa y esperaron en el coche.
Abby aprovechó para llamar a su capitán y le puso al corriente de lo que
habían averiguado hasta el momento.
—Deberías enviarle a Stanford la última foto que nos hemos hecho —
dijo Mike cuando ella finalizó la llamada y mientras miraba las fotos del
móvil y se la mostraba.
—¿Por qué iba a enviarle una foto tuya y mía?
—Para darle celos.
—¿Celos? ¿Crees que un hombre como ese va a preocuparse de con
quien estoy yo?
—Yo me preocuparía, de ser él. A ese hombre le gustas.
—No digas tonterías, Mike.
—No son tonterías. He visto cómo te mira.
—¿Y cómo me mira?
—Como si quisiera comerte.
Ella no pudo evitar reírse.
—Qué cosas se te ocurren. Tal vez le envíe un mensaje esta noche. Y
es posible que también la foto.
—Sí, deberías hacerlo.
Cuando vieron llegar a la mujer bajaron del coche y la alcanzaron
cuando ella bajaba del vehículo.
—¿Señora Smith?
—Sí.
—Hola. Soy el detective Decker —dijo Mike abriéndose la chaqueta
para que viera la identificación—. Ella es la detective Connors. Venimos
desde Nueva York.
—Hola —dijo Abby.
—¿En qué puedo ayudarles?
—Necesitamos información sobre alguien que usted conoce. Karen
Gresham, antes de casarse se apellidaba Allen.
—Hace años que no nos vemos. ¿Se ha casado?
—Sí.
—Pensamos que usted podría ayudarnos a averiguar algunas cosas
sobre ella.
—Entremos en casa, he de meter algunas cosas en el congelador —
dijo sacando dos bolsas del maletero.
—Permítame —dijo Mike cogiéndoselas de la mano.
—Gracias.
Entraron en la casa y ellos la siguieron hasta la cocina.
—Karen no es una buena persona, ¿saben? ¿En qué se ha metido
ahora? —dijo después de que metiera las cosas en la nevera—. Siéntense,
prepararé un café.
—Gracias —dijo Mike.
—Su marido, presuntamente se ha suicidado.
—Y piensan que no ha sido un suicidio —dijo mientras preparaba la
cafetera y la ponía en el fuego.
—Estamos investigándolo.
—¿Era rico?
—Muy rico.
—Entonces, es posible que ella haya tenido algo que ver. Siempre ha
sido muy ambiciosa, y le ha gustado apropiarse de las cosas de los demás.
Vino a visitarme hará unos cuatro años. Entonces yo tenía novio. Se quedó
unos días en mi casa y se acostó con él. Así que corté con él y con ella. No
la he visto desde entonces —dijo mientras servía el café y se sentaba con
ellos.
—Tenemos que averiguar cuanto antes si tuvo algo que ver con la
muerte de su esposo, porque tiene una hijastra.
—Una hijastra. Karen odia a los niños, nunca le han gustado.
—La niña tiene dieciséis años y dice que es una falsa, que cuando
están solas la trata con desprecio, pero cuando están con alguien se muestra
encantadora.
—Sí, esa es Karen, es su forma de ser. Es una mentirosa compulsiva.
Lo que me extraña es que se haya casado.
—¿Por qué le extraña?
—No es que me extrañe que se haya casado, sino que lo haya hecho
con un hombre que no es Charlie. Ha estado enamorada de él desde que
tenía trece años, y él de ella. La última vez que la vi seguía con él. Se han
peleado muchas veces, pero siempre se arreglan. Tienen una relación tóxica.
Ella nunca se casaría con un hombre que no fuera él. A no ser que
planearan algo.
—¿Sabe el apellido de él?
—Claro, se llama Charlie Cox. Es dos años mayor que ella.
—¿Puede decirnos algo de él?
—Solo sé lo que ella me contó. Es muy impulsivo, ella me dijo en una
ocasión que tenía que frenarlo siempre, porque de lo contrario haría muchas
tonterías. Charlie nunca ha destacado por su inteligencia. Además de
impulsivo era violento, pero nunca con ella. Hizo que muchas personas
fueran al hospital.
—¿Sabe a qué se dedica?
—Si no ha cambiado, y dudo que lo haya hecho, seguirá robando.
—¿Roba en tiendas?
—Roba en cualquier parte. Ella le ha acompañado muchas veces en
sus fechorías. Es un buen elemento, bueno, los dos lo son. Karen era el
cerebro de todos los golpes que daban. Averigüen cuanto antes si es
culpable, porque estoy segura de que siguen juntos y les aseguro que son
capaces de hacerle daño a la niña. Puede que lo mismo que le han hecho al
padre.
—Si no cree que Charlie es inteligente, ¿por qué piensa que sigue con
él?
—Me dijo que era muy bueno en la cama.
Poco después se despidieron y se marcharon.
Volvieron al motel, después de cenar en un restaurante.
—¿Quieres que nos marchemos esta noche? —preguntó Mike mientras
se sacaba la cazadora.
—Son más de seis horas de viaje. No me apetece pasar la noche en el
coche. Mejor nos acostamos temprano y salimos al amanecer.
—De acuerdo.
—Parece que no estábamos equivocados. Posiblemente lo mataron ella
y su novio.
—Es lo que sospechamos desde el principio —dijo Mike echándose en
la cama—. ¿Vas a enviarle el mensaje a Stanford?
—Es que la última vez que fui a tomar café con él, le dije que se
buscara a otra, que yo no estaba interesada.
—¿Y eso qué importa?
—¿Crees que debería hacerlo? ¿No parecerá que ando desesperada tras
él?
—No digas tonterías. A él le gustará recibir un mensaje tuyo. Apuesto
a que ha pasado estos dos días pensando en hacerlo él.
—¿Y por qué crees que no lo ha hecho? Me dijo que me llamaría.
—Teniendo en cuenta que la última vez que lo viste también le dijiste
que querías ir despacio, supongo que no querrá presionarte.
—Esa vez no fue cuando se lo dije. Solo le dije que no estaba
interesada en volver a verlo.
—Ya le has retado varias veces. Anda, escríbele algo. Estará
preocupado por si estamos acostándonos juntos.
—Él sabe la relación que tenemos tú y yo.
—Eso no importa. Seguro que no se fía de mí.
—Qué tonto eres. De acuerdo, le enviaré un mensaje —dijo ella
cogiendo el móvil.
—Mientras lo haces me ducharé.
—Vale.
Abby escribió el mensaje y lo envió junto con la foto que Mike le
había dicho que le enviara.
—¿Qué le has escrito? —preguntó él cuando salió de la ducha con el
pijama.
Ella se lo leyó.
—No está mal. ¿Le has enviado la foto?
—Sí.
—Buena chica.
Sean salió de la ducha. Había tenido un día duro. Estaba tan cansado
que no le apetecía ni cenar. Había ido al trabajo muy temprano esa mañana
porque tenía una reunión a primera hora. Consiguió, no con poco esfuerzo,
mantener a Abby alejada de sus pensamientos durante la reunión. Mas tarde
tuvo que estudiar un plano con el ingeniero. Y Abby apareció de nuevo en
su mente de manera desconcertante, cuando tenía que prestar toda su
atención a lo que estaba haciendo. Esa mujer lo estaba volviendo loco.
Luego fue de una obra a otra. A continuación fue a ver cómo iba una
reforma que estaba haciendo y ayudó a los obreros a descargar un camión
de sacos de cemento, yeso y ladrillos, antes de que se hiciera de noche. Y a
todo eso, había que añadir, que la noche anterior no había dormido mucho,
pensando en ella.
Se secó bien y se metió en la cama, a pesar de que solo eran las nueve
y media de la noche. El día siguiente tenía que salir de viaje y tenía que
preparar el equipaje, pero lo haría por la mañana, en ese momento
necesitaba cerrar los ojos y dormir.
Tan pronto cerró los ojos, Abby apareció en su mente. Deseaba ver sus
ojos, aparentemente apacibles, del color del ámbar y sus preciosos labios,
carnosos y sensuales. Quería verla sonreír de nuevo. Podría pasarse horas
escuchándola y observando los diferentes matices de su voz…
Cogió el móvil suspirando para poner la alarma y vio que tenía un
Whatsapp. Casi se le cae el teléfono de las manos al ver que era de ella. Lo
abrió y lo leyó.
Hola, Sean. Espero que todo vaya bien. Todavía estamos en Pittsburh.
Podríamos haber vuelto esta tarde a Nueva York, pero pasaríamos media
noche en el coche y no nos apetecía. Hemos avanzado mucho en el caso y
tenemos una buena pista. Mañana saldremos temprano y estaremos allí a la
hora de comer. Hemos tenido tiempo para hacer un poco de turismo. Mike y
yo no habíamos estado aquí nunca y nos hemos hecho un montón de fotos.
Te envío una, para que sepas que soy yo la del mensaje, por si me has
olvidado.
Sean sonrió al leer las últimas palabras.
—Ya me gustaría poder olvidarte.
A pesar de que en la foto estaba guapísima, no le gustó verla con ese
hombre detrás de ella y rodeándola con sus brazos.
Sean contestó al mensaje, puso la alarma y se metió en la cama.
Abby salió de la ducha también con el pijama.
—Te han enviado un mensaje.
—¿Era Sean? ¿qué ha dicho?
—¿Cómo lo voy a saber? No acostumbro a leer mensajes de otras
personas.
—Yo no tengo secretos para ti.
—Así y todo. Venga, léelo. Seguro que es de él.
—Eres un poco cotilla.
—Interesarme por mi mejor amiga no es ser cotilla. Además, voy a
tener que aconsejarte muchas veces en tu relación con Stanford —dijo él
abriendo la cama y metiéndose dentro.
—No voy a tener una relación con él.
—¿Por qué no?
—Porque no, claramente.
—Vaya razonamiento de mierda. Por supuesto que la vas a tener.
—Ese hombre solo quiere acostarse conmigo —dijo ella metiéndose
en su cama también.
—Y lo entiendo perfectamente, pero no es eso lo único que quiere.
Además, Stanford no es de la clase de hombre que se rinde. Apuesto lo que
quieras a que en el mensaje vuelve a decirte que quiere verte de nuevo.
Vamos, léelo.
—De acuerdo.
—En voz alta —dijo al ver que lo estaba leyendo para ella.
Hola, preciosa. Por aquí todo va bien. Hoy he tenido un día duro. He
llegado a casa hace unos minutos, me he duchado y me he metido en la
cama. Estoy tan cansado que ni siquiera me he entretenido en cenar. Creo
que es la primera vez que me acuesto tan temprano. Me alegro de que
tengáis una pista en el caso, espero que cuando nos veamos me pongas al
día. Cuando me hablaste de él me quedé intrigado. Mañana por la mañana
me voy a Miami y no volveré hasta el sábado después de comer. ¿Quieres
que quedemos para tomar un café ese día? Puedo ir a verte directamente
desde el aeropuerto. Aunque, preferiría quedar para cenar. Por cierto, estás
muy guapa en la foto. Te echo de menos.
—Te lo he dicho. Ese hombre no se va a rendir hasta que consiga lo
que quiere —dijo Mike.
—Pues va listo.
—Vuelvo a repetirte que no solo quiere acostarse contigo. Si esa fuera
su intención no te habría dicho que te echa de menos.
—Mike, no sabes lo que dices. Es el típico mujeriego que no quiere
comprometerse. Y no acepta que una mujer lo rechace porque nunca lo ha
experimentado y no ha suplicado jamás.
—Supongo que es así, pero tú has aparecido en su vida y lo tienes
desconcertado. Porque, como dices, no está acostumbrado a insistir con una
mujer. Tú estás haciendo que experimente algo nuevo y haces que ponga en
duda su paciencia.
—Yo no he hecho nada para alentarlo a que insista.
—Lo has desafiado, varias veces.
—No lo he desafiado.
—Lo que tú digas. Contéstale.
—No voy a enviarle otro mensaje.
—Eres una mujer sensible y delicada y tienes ese aire de timidez e
inocencia que a cualquier hombre le parecería de lo más sexy y atrayente.
Pero tienes agallas y podrás con todo lo que te encuentres en el camino.
Dame el teléfono, yo lo haré —dijo él estirando el brazo desde su cama y
cogiendo el móvil que ella había dejado en la mesilla de noche.
—Mike, no se te ocurra escribirle.
—Esto es como un juego, y él espera que juegues con él —dijo
escribiendo el mensaje.
Antes de que Abby se lo quitara de las manos apretó la tecla de enviar.
Cuando Mike estaba dejando el móvil de nuevo en la mesilla de noche sonó
el pitido de la entrada de un mensaje.
—¡Qué rápido! Puede que estuviera esperando tu mensaje.
—Dame el móvil. ¿Qué le has escrito? —dijo ella leyéndolo.
Si estás tan cansado es porque te estás haciendo viejo.
A lo que Sean contestó:
Queda un día conmigo, en un lugar que no sea público, y te
demostraré lo viejo que estoy.
—¡Oh Dios mío! Ahora pensará que estoy flirteando con él.
—Flirtear es divertido y con ello no haces daño a nadie. Sé que no
tienes práctica, pero yo te ayudaré.
—No voy a escribirle ningún mensaje de ese tipo, y tú tampoco. Ahora
pensará que estoy interesada en él.
—¿Y no es verdad?
—No.
—¿Estás segura?
—No —dijo ella sonriéndole, pero avergonzada.
—Escucha, cariño. Procuras estar siempre ocupada y antepones el
trabajo al resto de las cosas. Te has acostumbrado a ello, y ahora tu vida es
el trabajo. Entiendo que te devastara lo que te sucedió cuando eras una niña.
Pero tienes que empezar a pensar en ti y dejar el pasado un poco de lado. Es
lo que te ha dicho tu psiquiatra, ¿no?
—Sí, pero no es fácil desprenderme de lo que sucedió.
—Lo entiendo perfectamente. Pero ahora hay un elemento nuevo en tu
vida. Me refiero a Stanford.
—¿Ahora es un elemento? —preguntó ella sonriendo.
—Ese hombre puede conseguir que tu vida cambie. De hecho, ya lo
está haciendo. Ha conseguido, sin hacer nada, que tus emociones, esas que
tenías arrinconadas en lo más profundo de tu ser, hayan vuelto a la
superficie. Sé que es complicado para ti dejar que un hombre entre en tu
vida. Y más alguien como él, porque tú eres todo lo contrario a las mujeres
con las que está acostumbrado a salir. Sé que él lo tiene difícil contigo, yo
no quisiera estar en su lugar, te lo aseguro. Pero tienes que saber que eres
una mujer fantástica, divertida, natural e impulsiva.
—Tengo miedo.
—Lo sé. Pero confía un poco en él.
—Eso es muy fácil decirlo.
—Que estés loca por sus huesos ayudará. Ese mensaje que le has
enviado ha sido el primer paso.
—Se lo has enviado tú.
—Vale, se lo he enviado yo.
—¿El primer paso de qué? —preguntó ella.
—El primer paso para llevar una vida como la de cualquier chica de tu
edad.
—¿Y ahora qué sigue? ¿Qué voy a hacer si él piensa que quiero algo
más?
—Que flirtees con él no significa que le estés diciendo que quieres que
os acostéis. Ese hombre es un experto y conoce perfectamente el lenguaje
del flirteo. Es como decirle, de forma sutil, que te gusta. Ya le dejaste claro
que quieres ir despacio, así que no tienes que preocuparte. Ese hombre no
es estúpido, y si le interesas como imagino, irá al ritmo que tú necesites. ¿Y
sabes por qué?
—No.
—Porque tú también le gustas. Tienes que dejarte seducir.
Abby notó el calor de sus mejillas al ruborizarse.
—No sabría responder a su seducción.
—Estoy seguro de que lo harás genial. Porque siempre dices lo que
piensas, y eso será más que suficiente.
—Además, no tengo mucha experiencia en cuanto a hombres.
—¿Muchas experiencia dices? —dijo él riendo—. Cariño, tú careces
de experiencia.
—¿Hay algún libro que pueda leer para orientarme?
—No necesitas ningún libro. A Sean le gustas, le gustas mucho. Será
suficiente con que seas tú misma. El resto déjaselo a él.
—Ese hombre podría pasar por el dios del sexo.
—Esa frase sería perfecta para que se la dijeras a él —dijo Mike
riendo.
—Por supuesto —dijo ella sonriendo.
—No me refiero ahora, sino a cuando decidas acostarte con él.
—Lo tendré en cuenta.
—Deberías enviarle otro mensaje, diciéndole que irás a cenar con él el
sábado.
—No quiero cenar con él.
—Entonces, queda para comer el domingo.
—Le enviaré un mensaje para quedar el fin de semana, pero solo para
tomar un café.
—Algo es algo.
—Pero se lo enviaré mañana. No quiero que piense que estoy ansiosa
por verlo.
—¿Estás ansiosa por verlo?
—Es posible.
—Y no se te ocurra decirle de nuevo que se busque a otra porque tú no
estás interesada. ¿Me has oído?
—Alto y claro.
Capítulo 7
El domingo siguiente, Sean recogió a Abby en casa a las cuatro de la tarde.
Porque cuando Mike y ella volvieron de Pittsburgh, Abby le envió un
mensaje para quedar con él.
—¿Qué te ha hecho cambiar de opinión para querer ir a tomar un café
conmigo? —preguntó Sean mientras conducía—. La última vez que nos
vimos me pediste que buscase a otra que estuviera interesada en mí, porque
tú no lo estabas.
—Lo sé —dijo ella sonriéndole—. Es que no llevo muy bien esto de
salir. Pero no quería que pensaras que soy una cobarde, o que te tengo
miedo.
—Me sorprendió el mensaje que me enviaste desde Pittsburgh.
—¿Por qué?
—No creo que seas de las personas que están acostumbradas a flirtear.
¿Lo escribiste tú o tu compañero?
—Parece que me conoces bien. Lo escribió Mike, y sin mi
consentimiento.
—¿Por qué lo hizo?
—Quiere que me divierta.
—¿Quiere que te diviertas… conmigo?
—No lo tomes como algo sexual. Dijo que no me vendría mal flirtear
un poco, que era divertido. Aunque tengo que reconocer que estaba
preocupada por si, al ver el mensaje, pensabas que quería acostarme
contigo.
—¿Quieres acostarte conmigo? —preguntó él girando la cabeza para
mirarla.
—¡No!
—Vaya, cielo, me has roto el corazón.
—Él dijo que flirtear no significaba que tuviera que ser algo sexual.
Siento haberte enviado ese mensaje. Bueno, que lo escribiera y lo enviara
Mike.
—Yo no lo siento. Y Mike tiene razón, flirtear es divertido.
—Yo no sabría hacerlo.
—¿Estás segura?
—Completamente.
Llegaron a la preciosa cafetería y ella se sentó en uno de los sofás, que
tenía una mesita delante. Sean se sentó a su lado. Hicieron el pedido cuando
se acercó la camarera. Poco después la chica les llevó lo que habían
ordenado.
—¿Qué tal os fue en Pittsburgh?
—Muy bien. Conseguimos una buena pista.
Abby le contó lo que habían descubierto.
—Entonces, estabais acertados con vuestra sospecha.
—No es cien por cien seguro, pero creemos que sí. Estamos buscando
a ese hombre. Y lo que es peor, tenemos que relacionarlos. Estamos
siguiendo a la viuda, pero de momento no ha ido a verlo. Esperaremos a ver
qué pasa.
—Puede que no se estén viendo. Dejarán pasar un tiempo. ¿Sabéis el
aspecto de él?
—Sí, sabemos su aspecto y su nombre. En Nueva York no ha trabajado
y no consta como que tenga algún piso alquilado a su nombre, ni al nombre
de la viuda.
—Puede que viva en un piso de alquiler, pero sin contrato.
—Es posible.
—Si es su amante, lo estará manteniendo ella —dijo Sean—. Puede
incluso que esté viviendo en un hotel.
—Eso hemos pensado nosotros. Estamos comprobándolo.
De pronto, ella se quedó mirándolo en silencio.
—Tienes los ojos verdes más bonitos que he visto en mi vida.
Sean la miró levantando las cejas extrañado, porque no esperaba haber
escuchado algo así de ella.
—¿Estás flirteando conmigo?
—¡Por supuesto que no! Mike me dijo que yo no necesitaba flirtear
porque siempre suelo decir lo que pienso. La verdad es que no sé lo que
quiso decir.
—Quiso decir que decir lo que piensas es como si flirtearas.
—En ese caso, si en algún momento te digo algo que se pueda
confundir con un flirteo, no lo tomes como tal, por favor.
—De acuerdo, no lo haré. Sé que los policías van al gimnasio para
mantenerse en forma, ¿es tu caso?
—Sí. Aunque tenemos el gimnasio en casa. Fue idea de Mike. Antes
de que viniera a vivir conmigo, cada uno íbamos a gimnasios diferentes.
Así que compramos los aparatos que necesitábamos y los instalamos en una
de las habitaciones que no usábamos. Aunque yo salgo a correr los fines de
semana. Me gusta la sensación de sentir el aire en el rostro. Aunque
reconozco que es muy útil tener el gimnasio en casa, sobre todo en invierno.
Y de vez en cuando voy a mi antiguo gimnasio a nadar, eso es lo que echo
de menos del gimnasio.
—Echas de menos la piscina.
—Sí, me gusta mucho nadar. Si tuviera una piscina en casa nadaría
cada día.
—¿Utilizas el gimnasio regularmente?
—Cada noche antes de cenar, si no tenemos que vigilar a nadie.
—Me gustó la foto que me enviaste. ¿Os hicisteis más?
—Hicimos un montón.
—¿Me las enseñas?
—Claro —dijo ella sacando el móvil del bolso y abriendo la galería.
Sean se acercó a ella en el sofá hasta que sus piernas se tocaban, y
Abby lo miró directa y fijamente. A él le encantaba esa mirada de
desconfianza.
Abby empezó a pasar las fotos, explicándole qué era lo que aparecía en
ellas.
Estaban sentados muy cerca el uno del otro. Sean sentía el contacto de
sus elegantes y largas piernas, y el vello de todo el cuerpo se le erizó. Era la
primera vez que sentía algo así estando con una mujer.
—Eres muy fotogénica, has salido muy bien en todas.
Abby pensó que la voz de ese hombre la hacía estremecer. Era varonil
y seductora.
Sean la miró y le colocó detrás de la oreja un mechón que tenía en la
cara. Luego le rozó el pendiente en forma de estrella que le colgaba del
lóbulo. Fue un gesto tan suave y natural que Abby sintió una sacudida en su
interior por esa intimidad.
—¿Sigues conmigo? —preguntó Sean.
—Sí, disculpa. Estaba pensando. Para ti debe ser algo poco usual.
—¿El qué?
—Que una mujer que esté contigo, piense en algo que no seas tú
durante un instante.
Sean no pudo evitar sonreírle.
—¿Sabes que eres muy graciosa?
—Gracias.
—Y también muy atrevida. ¿Qué cosas te gusta hacer para
entretenerte?
—Lo cierto es que no tengo mucho tiempo libre. Paso muchas horas en
la jefatura, o investigando el caso que llevamos, o vigilando a alguien. Y
cuando estamos en casa, también dedicamos tiempo para hablar de lo que
hemos avanzado en el caso. Pero me gusta leer, y siempre leo un rato antes
de dormir. Y también me gustan las películas y las series.
—¿Qué sueles leer?
—Nada que no sea muy profundo, ni de asesinatos. Ya veo bastantes
asesinatos en mi trabajo. Leo variedad.
—¿Qué estás leyendo ahora?
—Una novela romántica.
—¿En serio?
—Sí.
—No tienes aspecto de leer ese tipo de novelas.
—¿Tienes algo en contra del romanticismo?
—No.
—No sé si sabes que la novela romántica abarca casi el cincuenta por
cien de los libros publicados en todo el mundo. Y supone un
entretenimiento para muchos millones de personas que están interesadas en
el amor, la esperanza y el compromiso.
—No lo sabía.
—Yo lo paso bien cuando leo alguna novela romántica. Más que nada,
porque casi todas terminan bien. Me gusta leer sobre relaciones entre
hombres y mujeres.
—¿Porque a ti no se te dan bien las relaciones?
—Sí —dijo ella sonriéndole—.Tienes buena memoria.
—Entonces, supongo que también te gustarán las películas románticas.
—Sí, me gustan, ¿a ti no?
—No son lo mío.
—¿Y qué es lo tuyo?
—Me gustan más las películas de acción.
—A mí también me gustan las de acción, y las de miedo. A Mike no le
gusta que veamos juntos películas de miedo. Dice que lo pongo nervioso.
—¿Por qué?
—Porque me asusto y grito.
—No pareces de las personas que se asusten.
—Pues lo hago, te lo aseguro —dijo ella sonriéndole—. También me
gustan los documentales, se aprende mucho con ellos.
—Sí, es cierto.
—Me pregunto que hace un hombre, que sé que tiene millones,
tomando café conmigo, como si fuera un hombre normal. Bueno, un
hombre normal con una sonrisa irresistible.
—¿Les dices cosas como esa a todos los hombres?
—¿A qué hombres?
—A los hombres con los que sales.
—No suelo salir mucho. Pero, ¿qué tiene de malo que diga que tienes
una sonrisa y unos ojos bonitos? Es la verdad.
—No tiene nada de malo, pero se podría malinterpretar.
—Te he dicho que suelo decir lo que pienso.
—¿Y eso no te ha causado ningún problema?
—Hasta el momento no. Puede que sea porque no le he dicho a nadie
lo que te he dicho a ti, porque ningún hombre me ha impresionado como tú.
Y la verdad es que no entiendo porqué.
Sean se quedó mirándola un instante sin saber qué pensar. Esa chica
tenía un rostro que haría que cualquier hombre la mirara dos veces, y puede
que incluso una vez más. Tenía el pelo castaño claro y liso. Lo llevaba
suelto y parecía que llevara una cortina de seda brillante sobre los hombros,
enmarcando su precioso rostro, de rasgos suaves y apenas maquillado,
excepto por los labios, que los llevaba pintados de un color natural.
—¿Tienes algún problema porque sea millonario?
—No, ninguno. No pienso casarme contigo.
—¿El dinero sería un problema o un impedimento para casarte
conmigo? —preguntó él sonriendo.
—La gente no se mide por el dinero que posee, sino por sus principios,
por su origen, por sus valores.
Sean le sonrió, con un punto de respeto y consideración en su mirada.
—¿Por qué me miras de esa forma? Seguro que piensas que soy una
ingenua.
—Esa ingenuidad en ti me atrae mucho.
Abby lo miró, claramente sorprendida.
—¿Mi ingenuidad?
—Sí. Porque esa ingenuidad contiene toda tu generosidad y toda tu
espontaneidad. En otras palabras: Toda tú.
—Eres un hombre raro.
—¿Por qué crees que soy raro?
—Bueno. Está claro que no estás aquí conmigo por mi dinero. Lo que
quiere decir, que te sientes atraído por mí.
—Muy aguda. Se nota que eres detective.
—Tampoco hace falta que seas sarcástico. Lo que quiero decir es que
esperaba que me sedujeras o, al menos, que lo intentaras.
—¿Es lo que quieres? ¿quieres que te seduzca?
—No, claro que no. Pero pensé que los hombres no perdían tiempo
con una mujer con la que quieren acostarse.
—A mí no me parece que estar contigo sea perder el tiempo. Me gusta
estar contigo, y cada vez que nos vemos, descubrimos algo nuevo del otro.
—Sí, pero…
—Tú me pediste que fuera despacio, y yo soy muy paciente con las
cosas que me interesan.
—¿Y yo te intereso?
—Sí, mucho.
—¿Haces lo mismo con las otras mujeres?
—No. ¿Y sabes por qué?
—¿Por qué?
—Porque ninguna me ha pedido que fuera despacio.
—Con tu aspecto, no me extraña.
Sean sonrió.
—Las mujeres con las que salgo no son como tú, conocen las reglas y
están de acuerdo con ellas. Nos divertimos juntos.
—Lo entiendo, pero supongo que te gustarán.
—Si no me gustaran no las vería. Solemos ir a cenar y luego pasamos
un rato juntos. Eso es todo.
—¿Ves por qué te dije que no quería ir a cenar contigo? Te acuestas
con las mujeres después de cenar.
Sean se rio.
—Esas mujeres y yo estamos de acuerdo en acostarnos juntos. Hasta
que tú no quieras estar conmigo, esperaré.
—¿Y si pasa mucho tiempo?
—Espero que no.
—¿Por qué has dicho que yo soy diferente a ellas?
—Porque tú me gustas mucho más —dijo él dedicándole una sonrisa
de lo más seductora—. Me gustaría que nos viésemos de nuevo, pero no
para tomar un café. Necesito estar más tiempo contigo.
—Sean…
—No hace falta que vayamos a cenar, porque temes lo que pueda
suceder después —dijo él interrumpiéndola—. Aunque vuelvo a repetirte
que jamás haré nada que no quieras que haga. Pero podemos ir a comer.
También podemos pasar una tarde o un día juntos visitando algún lugar,
como cuando fuiste a Pittsburgh con Mike. Podemos ir a pasear o a la playa.
—No sé…
—Mira, Abby —dijo interrumpiéndola de nuevo—. Sé que te sucede
algo, o que te ha ocurrido algo en el pasado. Y no hay que ser muy
inteligente para darse cuenta de que lo que te haya pasado tiene que ver con
un hombre. Pero no podemos pagar todos los hombres por lo que uno haya
hecho mal. Si no estás preparada para pasar más tiempo conmigo, esperaré
a que lo estés. Sé que eres experta en mantener a los hombres a distancia —
dijo mirándola y viendo el enfado en ella. Y sin saber la razón, se dio
cuenta de que disfrutaba haciéndola enfadar—. O alejarlos del camino
cuando se cruzan contigo. Pero quiero que sepas que conmigo no te va a
funcionar.
—¿Se puede saber por qué me presionas de esa manera?
—Porque no puedo evitar desearte.
—Lo siento, Sean. Tal vez deberías olvidarte de mí.
—No voy a olvidarme de ti. Fíjate lo que te digo, aceptaría que tu
amigo Mike me pusiera un rastreador en el coche para que te sintieras más
segura.
—¿Qué te hace pensar que no lo tienes ya?
Sean soltó una carcajada.
—De todas formas, tu móvil y él mío se pueden rastrear —dijo Abby.
—Entonces, ¿por qué tienes miedo de salir conmigo?
—Lo siento, no lo puedo evitar. ¿Te importa que nos marchemos?
—Claro que no.
—Así te dará tiempo a quedar con alguna de tus amigas y no perderás
el resto del día.
—Hoy es domingo, y los domingos no suelo salir. Los lunes suelo
llegar al trabajo antes de las ocho y me acuesto temprano.
—En ese caso, si decido alguna vez ir a cenar contigo, procuraré que
sea domingo. Porque como tendrás que acostarte pronto, no tendremos
tiempo de hacer nada después de cenar.
Sean volvió a reírse.
—¿Qué harás en llegar a casa? —preguntó Abby.
—Me prepararé algo para cenar, luego veré algo en la televisión y
leeré un rato en la cama. ¿Y tú?
—Mike tampoco suele salir los domingos. Seguramente pasaremos un
rato en el gimnasio, prepararé la cena y luego… no sé. Veremos la
televisión. O repasaremos de nuevo lo que tenemos sobre el caso, por si se
nos ha escapado algo. Luego, como tú, leeré un rato en la cama.
—¿Cuándo quedamos de nuevo?
—Pues…, no lo sé.
—No me pongas excusas para no quedar.
—No es eso. Es que en mi trabajo es difícil hacer planes, porque a
veces surge algo y tengo que deshacerlos. Yo te llamaré.
—¿Me llamarás?
—He dicho que lo haré.
—No sé si creerte.
—Yo siempre cumplo mi palabra. Te llamé cuando volví de Pittsburgh,
¿no? Y he de recordarte que fuiste tú quien dijo que me llamaría, pero no lo
hiciste.
—Es cierto. No te llamé porque no quería presionarte. Me gustaría
verte entre semana.
—Sean, normalmente, yo termino tarde entre semana, y al día
siguiente tengo que levantarme temprano, eso, si he llegado a acostarme.
Supongo que pasa lo mismo contigo.
—No hace falta que vayamos a ningún sitio. Puedo ir a tu casa. Y si no
quieres no entraré. Puedes salir tú y hablamos en el coche. No tendrás que
preocuparte porque estaré en tu propiedad y Mike podrá vigilarnos.
—¿Sabes, Sean? No sé por qué soportas todo esto. Apuesto a que antes
de conocerme no te preocupaba nada, y ahora… Solo te falta suplicarme.
—Lo haré, si es necesario.
—Creo que eres un buen hombre.
—Me alegro que pienses eso.
Poco después salieron de la cafetería y caminaron hasta el coche, el
uno junto al otro.
Abby pensaba que no había ni una sola célula de su cuerpo que fuera
inmune a ese hombre: a su carisma, a su físico, a esa mirada seductora, a su
encanto, a su personalidad abrumadora. Sean hacía que sus sentidos
estuvieran alerta. Y la atraía de una forma inexplicable.
Hicieron el trayecto hasta la casa de Abby en silencio, aunque un
silencio cómodo. Sean detuvo el coche delante de la puerta del garaje y
apagó el contacto. Se giró hacia ella y la miró.
—Lo he pasado muy bien.
—Sí, no ha estado mal. No bajes, por favor.
—De acuerdo —dijo él pensando que no quería que la acompañara
hasta la puerta por si la besaba.
Sean se acercó a ella y la besó en la mejilla, de una manera tan natural,
que Abby no tuvo nada por lo que replicar.
—Que descanses —dijo Sean.
—Gracias. Buenas noches.
Habían pasado unos días desde que Sean y Abby se vieron. Los dos
detectives estaban en casa, comiendo una pizza en la habitación que
dedicaban a la investigación. Estaban sentados en el sofá. Frente a ellos
había un corcho que ocupaba casi toda la pared con fotos y papeles escritos
sujetos con chinchetas. Ambos miraban hacia allí.
—Ahora sabemos dónde vive ese cabrón —dijo Abby.
—Yo pensé que viviría en un hotel de lujo y no en un motel de mala
muerte —declaró Mike.
—Es como si lo hiciera. Nada más instalarse en el motel renovó la
habitación y compró muebles nuevos.
—El propietario estará encantado con él. No obtendremos información
de ese hombre.
—Pero tenemos una buena fuente.
—Sí, cierto. A la chica de la limpieza no le cae muy bien.
—A ninguna mujer le caería bien un tío que la menosprecia cada vez
que la ve, simplemente por ser mejicana.
—Fue una suerte que lo viéramos salir de esa tienda, poco después de
que saliera la viuda. Si nos hubiéramos ido treinta segundos antes, no lo
habríamos visto.
—Bueno, ya nos extrañó que ella entrara en una tienda de ropa de
caballeros de Armani. Hay que reconocer que el tipo es guapo —dijo ella
mirando la foto que había en el corcho en el momento que salía de la tienda
con un elegante traje de chaqueta y varias bolsas.
—¿Cuánto tiempo crees que nos llevará resolver el caso?
—No creo que nos lleve mucho. Se están relajando. Se dejan ver por
las tiendas —dijo Abby.
—Es cierto. Además, tenemos al dependiente de testigo, de que
estuvieron hablando en los probadores.
—La viuda está pagando todo lo que gasta al contado, para que no
rastreemos su tarjeta.
—Seguramente se habrán visto muchas veces —dijo Mike—. Y estoy
seguro de que ella lo habrá visitado en el motel.
—Ahora que conocemos el aspecto de él, y sabemos donde vive, nos
será más fácil. Creo que uno de nosotros debería apostarse en el motel y
seguirlo, y el otro, vigilar a la viuda.
—Sí. ¿No te vas a terminar la pizza?
—No puedo más —dijo ella pasándole el plato para que se la acabara
él.
—¿Has sabido algo de Stanford?
—No. Quedamos en que lo llamaría yo.
—Pero no lo has hecho.
—No.
—¿Y él no se ha puesto en contacto contigo?
—No creo que Sean sea de los que insiste con una mujer, y yo le ha
dejado claro muchas veces que no estoy interesada en él.
—Pues yo creo que contigo está insistiendo bastante. Aunque si sigues
resistiéndote, puede que se canse de esperar.
—Sinceramente, no entiendo lo que quiere ese hombre de mí.
—No es necesario que finjas que no te das cuenta cuando un hombre te
desea. Ya sé que no tienes experiencia con los hombres, pero no puedes ser
tan ingenua.
—Sé que me desea, me lo ha dicho más de una vez. Tiene una mirada
infernal que te deja clavada en el sitio y consigue que pienses que eres la
única mujer por la que él se interesa.
—¿En serio?
—Sí. A pesar de que no quería tener contacto con ningún hombre,
disfruto de sus miradas seductoras, sus provocadores roces y sus sonrisas
tentadoras. Sé que son pequeños detalles en su juego de seducción que,
aunque yo no comprendo, me hacen sentir la mujer más deseable y preciosa
del planeta. No soy estúpida y sé que ese hombre es un experto en seducir a
las mujeres.
—¿Lo ha conseguido contigo?
—Todavía no —dijo ella sonriendo—. Siempre pensé que si alguna
vez me enamoraba, sería consciente de todos los momentos del proceso. No
es que quisiera enamorarme, pero sí lo había imaginado.
—Eso te pasa por leer esas novelas románticas.
—Es posible. Pensé que disfrutaría con todos los pasos del
enamoramiento y de los sentimientos que me embargarían. Pero nada ha
sido así. Creo que fue como una dura y rápida sacudida en el momento que
lo vi por primera vez. Entiendo perfectamente que me sintiera atraída por
él, porque es un bombón, pero no esperaba que esa atracción se convirtiera
en lo que siento ahora. Estaba allí, de pie junto a su coche. Si hubiera sido
una mujer y la hubieras visto tú habrías dicho que estaba para comérsela de
un bocado.
—Eso ya es estar buena. Supongo que estás hablando del momento
que lo viste antes de que le dispararan.
—Sí. Iba vestido de manera informal, pero el pantalón y la cazadora
que llevaba le sentaban como un guante.
—La cazadora que ahora tienes tú.
—La misma —dijo ella sonriendo—. Estaba apoyado en su deportivo.
Estaba viendo algo en el móvil y tenía un aspecto desenfadado, que aún le
hacía más atractivo de lo que ya era.
—Supongo que el coche ayudaría. Tiene un Porsche.
—Ya sabes que no entiendo de coches. El caso es que me sentí muy
atraída por él. Era como si él fuera un Ferrero Rocher y yo estuviera a dieta.
Mike soltó una carcajada.
—Vaya, no sabía que fueras tan divertida. Sigue contándome lo que
sucedió, me parece de lo más interesante.
—Estaba mirando el móvil y cuando levantó la vista y me vio, todo se
detuvo para mí. Pensé que era un ejemplar de primera. Me encanta su pelo,
con esas mechas doradas; sus labios carnosos y sensuales; y esos ojos
verdes que me parecieron fascinantes. Deseé besarlo. Y nunca, jamás, había
deseado besar a un hombre.
—Y lo hiciste.
—Sí, lo hice. Y su cuerpo… ¡Dios mío! Era altísimo y atlético. Pero
había algo más. Elegancia, pero esa elegancia con la que se nace. Durante
un segundo me pareció un depredador que estuviera preparándose para
devorarme.
Mike volvió a reír.
—Muchas veces me he preguntado si estaré realmente enamorada de
él o si lo que siento es simplemente atracción física. Pero luego me digo que
no sé nada sobre sexo, aunque tampoco sé nada del amor.
—Y tampoco sabes nada de la atracción física.
—Tienes razón. Tengo miedo de sentirme vulnerable, influenciada por
lo que siento por él.
—Vaya, vas progresando. ¿Deseas a ese hombre?
—No tengo ni idea. Podría contar con los dedos de las manos todos los
orgasmos que he tenido en mi vida, y me sobraría alguno. Y todos me los
he provocado yo. No he sentido deseo sexual por nadie. Puede que lo que
me sucedió en el pasado hizo que me volviera frígida y fría.
—Si no fuéramos amigos y compañeros, te demostraría lo frígida que
eres. Pero eso te lo demostrará Stanford.
—Vas muy deprisa.
—Y tú muy lenta.
—Stanford. Hasta su nombre me gusta. A veces se me nubla la mente
y no me es posible pensar en nada que no sea él. Por primera vez en toda mi
jodida vida, un hombre me ha impactado en todos los sentidos en los que se
pueda pensar.
—Ese hombre es perfecto para ti.
—¿Eso crees?
—Sí.
—Es un arrogante. Y es una actitud que, de ninguna manera tendría
que parecerme atractiva. Sin embargo a mí me gusta. Pero también es un
hombre tierno y encantador, de una manera muy natural. Y me mira de una
forma… Con solo mirarme me derrite. Si tuviera la posibilidad de probar…
—dijo Abby sin terminar la frase.
—¿Probar qué?
—Algo que me hiciera saber si realmente le quiero. Sin que él lo
supiera, claro.
—Cariño, el amor no es como un vestido que te puedas llevar a casa y
devolverlo después de probártelo porque no te convence.
—Lo sé. No entiendo por qué todo ha de ser tan complicado. ¿Por qué
demonios el destino se empeña en jugar con las vidas de las personas de
esta forma?
—Siempre has dicho que no creías en el destino.
—Tú eres el culpable, porque lo mencionas a menudo.
—Tú le estás dando mucho trabajo al destino —dijo Mike sonriendo.
—¿Me acompañarás a comprarme ropa?
—Sí, a pesar de que no me gusta ir de compras, te acompañaré.
—Puedo pedirle a tu hermana que venga conmigo.
—Ni se te ocurra. Ella elegiría ropa como la que llevas normalmente,
que estoy seguro de que la compras para espantar a los hombres.
—Yo no hago eso.
—Por supuesto que lo haces. Pero me temo que, aunque siguieras
llevando tu ropa, no conseguirías espantarlo a él.
Capítulo 8
Era sábado, y como cada sábado, todos los amigos habían ido a jugar el
partido de balón cesto con los chavales de la escuela. Escuela que el grupo
de amigos había abierto unos años atrás para ayudar a los adolescentes
problemáticos a que tuvieran un buen porvenir. Y luego habían ido a cada
de Delaney, donde pasarían el día.
Sean estaba duchándose en la habitación que tenía en casa de su
hermano. Aunque no era el único que tenía un dormitorio en su casa, todos
sus amigos tenían uno. Y eso también ocurría en las casas de todos. No es
que se quedaran a dormir, porque estaban casados y tenían hijos. Pero Sean
sí que se quedaba a menudo a pasar la noche en casa de Delaney.
Sean bajó a la planta baja y se dirigió al porche, donde ya se
encontraban los demás. Besó a sus amigas y a los hijos de todos.
—¿Los papás no vienen? —preguntó Sean a Delaney.
—No. Han quedado con unos amigos para comer.
Sean dio gracias de que no vinieran, porque estaba seguro de que su
madre le habría incordiado hablado sobre su relación con la detective.
Cath les llevó unos aperitivos y dos botellas de vino blanco. Y Carter
sirvió vino para todos.
Estuvieron hablando de lo que les había sucedido durante la semana,
como solían hacer siempre.
—¿Habéis ido a ver la escuela de Delaney? —preguntó Kate, la mujer
de Logan.
—Yo todavía no he ido —dijo Tess—. Mi marido no quiere que vaya
hasta que esté todo terminado.
—Ninguna de nosotras hemos ido, excepto Kate —dijo Lauren.
—Yo tampoco habría ido, pero Delaney quería que le asesorara en
algunas cosas de la escuela.
—¿Qué tal es? —preguntó Ellie.
—Una maravilla. El edificio es antiguo, pero el interior es lo más
moderno que podáis imaginar.
—Pero, ¿el exterior se ve bien o parece viejo? —preguntó Lauren.
—Cariño, estoy haciendo yo la reforma, ¿acaso no me conoces? —dijo
Sean.
—Por fuera es precioso. Es elegante y tiene clase, supongo que como
su dueño —dijo Kate mirando a su amigo y sonriendo—. Se nota que es
antiguo, pero parece que esté recién construido. Es un edificio asombroso.
—Estaba algo deteriorado, pero Sean ha conseguido que todo parezca
nuevo —dijo Delaney.
—No esperaríamos menos de Sean —dijo Tess, su cuñada.
—Hemos conseguido contratar a dos profesores de la escuela de
Dexter —dijo Nathan—. Uno de ellos es precisamente su profesora.
—Delaney lo ha hecho por mi hermano —dijo Kate—. Sabía que no se
sentiría bien cambiando de escuela y ha querido que su profesora estuviera
allí.
—Posiblemente la directora también acepte la oferta que le hemos
hecho —dijo Delaney—. Tenemos que entrevistarnos con ella el lunes.
—¿Qué pasará con la escuela? Si se va yendo el personal… —dijo
Ellie, la mujer de Carter.
—Supongo que contratarán personal nuevo —dijo Delaney—. Aunque
ese no es mi problema.
—¿Solo habrán dos profesores en tu escuela? —preguntó Lauren.
—No, en total serán siete profesores y el director. Algunos de ellos
trabajan en escuelas especiales de otros estados—dijo Nathan.
—Además habrá un psiquiatra; un psicólogo; un conserje; una
cocinera y dos ayudantes de cocina; el servicio de limpieza; y un encargado
de mantenimiento —dijo Delaney.
—Te has olvidado del personal que se ocupará de los niños mientras
estén en el comedor —dijo Nathan.
—Tienes razón.
—Pareces muy ilusionado —dijo Carter.
—Y lo estoy. Es la primera vez que voy a hacer algo así.
—Bueno, no es la primera vez —dijo Logan—. La escuela que
tenemos es algo similar.
—Sí, es cierto.
—Ahora tendréis que buscar alumnos, ¿no? —preguntó Tess.
—Ya tenemos las clases completas —dijo él sonriéndole a su mujer.
—¿Cómo lo habéis conseguido tan pronto?
—Todo es cuestión de una buena campaña de publicidad.
—También influye que la enseñanza sea gratuita —añadió Nathan.
—Es encomiable lo que estás haciendo por esos niños autistas —dijo
Kate.
—Gracias, cielo. Aunque imagina la cantidad de dinero que voy a
desgrabar en hacienda cada año —dijo Delaney sonriendo a su amiga.
—Seguro que estás montando la escuela por esa razón —dijo Ellie.
Delaney le guiñó el ojo.
—Yo creo que la escuela a la va Dexter cerrará, porque la mayoría de
los alumnos que se han matriculado en la de Delaney vienen de allí —dijo
Nathan.
—Normal. En la escuela pagamos una cantidad desorbitante y, entre
eso o tener la misma educación, o mejor, y además gratis, no hay mucho
que pensar —dijo Kate.
—¿De dónde has sacado a la cocinera? —preguntó Logan a Delaney.
—De mi hotel de San Francisco. Quería venir a Nueva York porque
sus padres viven aquí.
—Menuda suerte van a tener los alumnos. No todos los colegios tienen
a un chef de cocinero.
—¿Cuándo terminarás la reforma? —preguntó Tess a Sean.
—A final del próximo mes. Luego el arquitecto paisajista se ocupará
del exterior. Y mientras tanto, meteremos los muebles, que ya están
encargados. A continuación solo faltará la decoración y los pequeños
detalles.
—La cocinera se mudará aquí a primeros de Julio y elegirá todo lo que
necesitará para la cocina. Y también se encargará de entrevistar a sus
ayudantes.
—¿Cuándo la inaugurarás? —preguntó Logan.
—El quince de septiembre.
—No sabes lo orgullosa que estoy de ti —dijo Tess besando a su
marido en los labios.
—Gracias, cariño.
A continuación pasaron a hablar de la escuela que dirigía Logan y que
habían montado entre todos los amigos, y que también era gratuita.
Estuvieron comentando algunos puntos de los que Logan quería hablarles,
porque todos estaban muy ocupados y no tenían tiempo para pasarse por la
escuela. Así que lo dejaban para el sábado, que solían reunirse todos. En
realidad no hacía falta porque Logan se ocupaba de todo, pero a él le
gustaba que estuvieran al día de lo que sucedía en ella.
—Tenemos que pensar en la fiesta de cumpleaños de Sean —dijo Tess.
—No hace falta que preparéis nada, cae miércoles.
—No digas tonterías. Nunca nos saltamos un cumpleaños. Desde que
Delaney y yo nos casamos, solo nos hemos saltado un cumpleaños de
Logan, y fue por el fallecimiento de su padre.
—Vale, haced lo que queráis.
—¿Creéis que es mejor celebrarlo el miércoles o dejarlo para el fin de
semana?
—Debemos celebrarlo el día del cumpleaños. Solo lo retrasamos
cuando alguno de vosotros está de viaje. Pero nadie ha mencionado ningún
viaje. De todas formas será una cena —dijo Lauren.
—Puede que mi madre quiera celebrarlo en su casa —dijo Sean.
—Da igual dónde se celebre. Yo me encargaré de la tarta —dijo Ellie.
—Ya contábamos con ello —añadió Lauren.
—Lo celebraremos aquí —dijo Tess—. Sean, ¿quieres que invitemos a
alguien?
—No, ya somos suficientes.
—¿No te gustaría invitar a la detective?
—¿Por qué iba a querer invitarla? Solo he tomado café con ella dos
veces.
—¿Todavía no has conseguido llevarla a cenar? —preguntó Nathan.
—No.
—Tío, estás perdiendo facultades —añadió Carter.
—Es posible. Y a ver si dejáis ya de preguntarme sobre ella.
—Como se trata de ti, ya no te parece tan agradable, ¿verdad? —dijo
Logan sonriéndole—. ¿Cuándo fue la última vez que la viste?
—Hace dos semanas. Quedamos en que me llamaría, pero no lo ha
hecho.
—¿Qué le pasa a esa chica?
—Eso me pregunto yo. Puede que esté perdiendo mi toque con las
mujeres.
—No es normal que una mujer no quiera salir contigo —dijo Carter.
—Parece que para ella sí lo es.
Sean se quedó pensativo. Sentía la fuerza de ella bajo la suave piel
cuando la rozaba. Esa era una de las muchas cosas que le habían atraído
desde que la vio en el bar la primera vez para tomar café. Le gustaba la
complejidad y los contrastes, que no eran nada simples ni ordinarios en ella.
—¿Y por qué no la has llamado tú? —dijo Tess haciendo que olvidara
sus pensamientos.
—Porque no quiero que piense que me muero por verla.
—Que, supongo, es la realidad.
—Es posible. ¡Joder! No sé qué hacer.
—Todos la hemos visto muchas veces, pero no hemos cruzado una
palabra con ella. De manera que no creo que podamos aconsejarte —dijo
Lauren.
—A veces pienso que si hubiéramos sido amables con Abby en el
hospital, tú no tendrías ahora estos problemas —añadió Ellie.
—Háblanos de ella. ¿Cómo es? —preguntó Tess.
—No puedo deciros gran cosa, porque no la conozco muy bien. Abby
es… discreta. Haga lo que haga, siempre es discreta.
—Discreta —repitió su hermano.
—Sí. Como si quisiera pasar desapercibida.
—Puede que sea porque es detective.
—Sí, puede. Aunque es imposible que pase desapercibida porque
cualquiera que la mire verá su belleza. Una de las veces que la vi llevaba un
traje pantalón, y las otras, vaquero y cazadora. La verdad es que vista como
vista, siempre va impecable. Aunque debajo de la ropa apostaría a que
esconde una pasión abrasadora. Me parece una mujer irresistible.
—Vaya.
—Sí, vaya. Me siento muy atraído por ella, pero cada vez que la he
visto he sentido ganas de estrangularla. No puedo soportar su indiferencia.
Se comporta como si no hubiera nada entre nosotros. ¡Por el amor de Dios!
Si saltan chispas cuando estamos juntos.
—Puede que ella no sienta lo mismo.
—¿Crees que a estas alturas no sé cuando una mujer me desea? Te
aseguro que me desea tanto como yo a ella.
¿O estaré equivocado?, se preguntó Sean.
—Estás tan acostumbrado a hacer babear a las mujeres solo con tu
presencia, que cuando una no lo hace, te molesta —dijo Tess.
Sean le dedicó una sonrisa inocente, fácil y atractiva.
—Seguramente tendrás razón. Abby tiene una voz increíble: suave y
cremosa.
—Eso me recuerda a cómo describió Logan a Kate aquella vez que nos
habló de ella —dijo Carter sonriendo.
—Puede que tengas razón, pero es cierto. ¿Sabéis? Lo que debería
hacer es olvidarme de ella. Eso es lo que haría un hombre inteligente. Pero,
a veces, es más interesante y, sin duda, compensa más, no ser inteligente.
Qué queréis que os diga. Me gusta esa chica.
—¿Y qué vas a hacer?
—Ser paciente, e insistir.
—¿Por qué no la invitas a tu fiesta de cumpleaños?
—No quiere ir a comer ni a cenar conmigo, no creo que quiera venir a
casa de alguno de vosotros, porque sabe que no la apreciáis.
—Eso no es cierto. Bueno, puede que al principio sí —dijo Lauren.
—Para ella no ha cambiado nada. Y, sobre todo, no iría a casa de
Delaney, que sabe que la odia.
—Yo no la odio. Es cierto que cuando la conocí no me cayó nada bien,
pero no era nada personal —dijo Delaney.
—Puede que venga a tu fiesta, si invitas también a su compañero. Al
fin y al cabo, nos dijiste que lo habías conocido —dijo Nathan.
—Esa es una buena idea. Puede que acepte venir si lo hace
acompañada, aunque sea solo por curiosidad —añadió Lauren.
—Lo pensaré.
—No quiero ser aguafiestas, pero creo que lo que deberías hacer es
olvidarte de ella. Te ha dejado claro que no le interesas más que para tomar
café —dijo Logan.
—¿Como tú olvidaste a Kate cuando te rechazó una y otra vez?
Logan miró a su mujer y se sonrieron.
—No quiero olvidarla. Me gusta esa chica. Me gusta cómo me siento
cuando estoy con ella.
Abby y Mike estaban dentro del coche, vigilando la puerta de la
propiedad de la viuda asesina, como la habían bautizado.
—Seguro que esta noche saldrá y no nos enteraremos. Y entonces
habremos perdido el tiempo. Será mejor que no vayamos a esa estúpida
fiesta —dijo Abby.
Sean la había llamado dos días atrás, invitándolos a su cumpleaños.
Ella le había dicho que lo hablaría con su compañero e intentarían
arreglarlo. Y los dos habían decidido que no irían a cenar, sino a tomar una
copa después de la cena. Sean pensó que más valía eso que nada.
—Abby, solo vamos a tomar una copa con ellos —dijo Mike
arrancando el coche.
—¿Qué haces? Es pronto.
—Vamos a casa.
—¿Para qué?
—Para ducharnos y cambiarnos.
—Es mejor que nos quedemos un rato más, y luego vamos directos a
casa de Stanford.
—De eso nada. No pienso presentarme ante esos pomposos ricachones
con olor a sudor. Y tú tampoco. Te vas a duchar, te maquillarás un poco y te
pondrás el vestido rojo que compramos ayer.
—¿Por qué quieres ir si piensas que son unos pomposos ricachones?
—Porque nunca he estado en casa de ninguno de ellos, que no sea por
trabajo.
—Ayer me dijiste que ibas a ir con vaquero. ¿Por qué no puedo yo
vestir como tú?
—Porque tú eres chica y no quiero que esas mujeres, que te ignoraron
los treinta y nueve días que estuviste en el hospital acompañando a
Stanford, de vean desaliñada. Y yo llevaré vaquero, pero me pondré la
camisa que me obligaste a comprar y la chaqueta.
—Vale, como quieras. Pero voy a decirte algo.
—¿Qué?
—Si veo el más mínimo gesto de desprecio hacia mí en alguno de
ellos, nos marcharemos.
—Puedes estar segura de que lo haremos, y no tendrás que decírmelo.
—Estoy nerviosa —dijo Abby cuando iban camino de la casa del
mayor de los Stanford.
—No tienes porqué. No me voy a separar de ti ni un segundo.
—No me gusta estar en un sitio donde sé que no le caigo bien a nadie.
—Sin lugar a dudas estará Stanford padre. Me dijiste que te caía bien,
y que se portó muy bien contigo. Por lo que me contaste, ese hombre no
permitirá que nadie te haga un desprecio.
—Lo sé.
—Y estará Sean, que a él le caes muy bien.
—Es cierto. Le hemos comprado un regalo ridículo, comparado con lo
que me regaló él a mí por mi cumpleaños.
—¿Querías que pidiéramos un préstamo en el banco para comprarle el
llavero de diamantes, en vez de ser de plata? Cariño, a su lado, tú y yo
somos unos muertos de hambre.
—Lo sé —dijo ella riendo—. No me dejes sola con su hermano mayor,
por favor.
—¿Desde cuando le tienes miedo a un tío?
—No le tengo miedo, pero ese hombre me odia y no quiero soltarle
nada desagradable y que me eche de su casa. Sería un poco embarazoso.
—Por mucho que te odie, se le va a caer la baba cuando te vea.
—Está casado.
—Pero no está ciego, ¿verdad?
—No. ¿No crees que este vestido es demasiado corto?
—No. Tiene el largo perfecto. Y todos los tíos que estén en la fiesta
agradecerán que sea tan corto, porque tus piernas son increíbles. Se amolda
a tu cuerpo como si fuera un guante. Te queda fantástico
—Gracias, Mike. No tenía que haberme comprado estos tacones tan
altos.
—Son sexys y te sientan de puta madre.
—Si tu intención era tranquilizarme con tus palabras, que sepas que no
ha funcionado.
—No te preocupes, te relajarás después de tomar dos copas.
—Apuesto a que beberemos champán, y no del que compramos tú y yo
—dijo Abby sonriendo.
—De eso estoy seguro. Esa gente nada en la abundancia.
—¿Crees que será casualidad que todo el grupo de amigos sean
millonarios? —preguntó Abby.
—Hay un refrán que dice: Dios los crea y ellos se juntan. Si no es
exactamente así, es algo similar.
—Yo también lo he oído.
—Puede que los ricos solo se relacionen entre ellos.
—Entonces, ¿por qué Sean está interesado en salir conmigo?
—Según tú, lo único que quiere es acostarse contigo. Y para eso no
importa si tienes dinero o no.
—Aunque, las mujeres de todos ellos, no tenían dinero cuando
conocieron a sus futuros maridos —dijo Abby.
—Sé que Delaney Stanford es billonario, con b. ¿Cuántos millones se
supone que tiene que tener una persona para ser billonaria?
—Mil millones —dijo ella.
—Es imposible tener mil millones.
—Pregúntale cuantos tiene cuando lo veas.
—Claro, es lo primero que voy a hacer cuando lo vea. Seguro que no
sabe ni el dinero que tiene. ¡Joder! ¿Cómo es posible que tenga tanto
dinero?
—Tiene un montón de negocios, de todos los tipos. Aunque el
principal son los hoteles, qué tiene más de ciento ochenta. Y no son moteles
de mala muerte sino hoteles de lujo, de cinco estrellas. ¿Tú sabes lo que es
eso?
—Eso es una auténtica pasada. Ya nos podía dejar una suite en alguno
de ellos para irnos de vacaciones —dijo Mike.
—Ese hombre tiene que ser muy inteligente. Tiene dos carreras.
—Y su hermano es arquitecto. Y no un arquitecto del montón.
—Sí, lo sé.
—¿Sabes a qué se dedican los demás?
—La verdad es que sé muchas cosas de todos ellos. El tiempo que pasé
en el hospital hizo que los conociera, de oídas, claro. Nathan es amigo de
Delaney, desde que eran unos críos, diría que son como hermanos. Es el
abogado de Stanford. Y su mujer, Lauren, es ingeniero informático. Diseña
videojuegos.
—Una chica lista, ¿eh?
—Y tanto que sí. Carter es ginecólogo. Y su mujer, Ellie, tiene un
obrador y suministra a restaurantes, cafeterías y hoteles. El negocio le va
muy bien. El otro es Logan, que está casado con Kate. Antes era sacerdote,
pero se enamoró de ella y abandonó el sacerdocio. Estudió Geografía, pero
es millonario porque heredó los negocios de su abuelo. Y su mujer es
profesora en un instituto.
—¿Y la mujer de Delaney?
—Estudió Literatura. Tiene una librería en pleno centro. De hecho, es
la librería más importante de todo el estado.
—Vaya.
—Las mujeres de todos vienen de familias normales, quiero decir,
nada que ver con la opulencia.
—Al casarse con ellos habrán cambiado. El mayor de los Stanford
tiene fama de ser prepotente, arrogante y despiadado.
—Yo puedo dar fe de ello —dijo Abby.
El GPS les anunció que ya habían llegado.
—Dios mío. Seguro que esa puerta vale más que mi casa —dijo ella.
—No me extrañaría lo más mínimo —dijo Mike antes de pulsar el
botón del interfono.
—¿Quién es? —dijo una voz de hombre.
—Somos los detectives Connors y Decker.
La puerta se abrió y entraron en la propiedad.
—No teníamos que haber venido.
—Relájate, cariño.
Jack fue quien abrió la puerta de la mansión.
—Buenas noches.
—Hola —dijeron ellos dos a la vez.
—Acompáñenme, por favor.
El hombre los condujo al salón donde se encontraba el grupo de
amigos0. Tan pronto se abrió la puerta, Patrick Stanford se levantó y
caminó hacia ellos.
—Hola, Abby. Me alegro de que hayáis venido —dijo el hombre
besándola en la mejilla.
—Hola, Patrick. Me alegro de verte. Quiero presentarte a mi amigo y
compañero, Mike Decker. Mike, él es Patrick Stanford.
Sean se había levantado al verla entrar. Ella lo miró. Llevaba un
pantalón gris claro y un suéter fino negro.
Ahí está el dios del sexo en todo su esplendor, pensó Abby.
—Un placer conocerte, Mike.
—El placer es mío, señor Stanford.
—Nada de señor, solo Patrick, por favor.
—De acuerdo.
—Os presentaré a mi familia y amigos —dijo Patrick rodeando los
hombros de Abby con el brazo.
Abby lo agradeció. Sabía que ese hombre estaba intentando que ella se
sintiera bien. Todos los de la habitación se levantaron.
—Supongo que tú los conoces a todos, al menos de vista —dijo Patick
a Abby.
—Sí.
—Os presentaré primero a las chicas.
En primer lugar le presentó a Louise, su mujer, aunque ya se habían
conocido en el hospital. Luego a Tess, su nuera. A continuación a Lauren,
Ellie y Kate. Louise le dio la mano a Mike, pero a Abby la besó en la
mejilla. Las chicas los besaron a ambos.
—A mi hijo mayor ya lo conoces.
—Sí. Señor Stanford —dijo ella seria y tendiéndole la mano a
Delaney.
—Llámame Delaney, por favor —dijo él estrechándole la mano y
acercándola a él para besarla en la mejilla.
—De acuerdo —dijo ella extrañada porque la besara.
—Hola, Abby. Me alegro de que hayáis podido venir —dijo Sean
colocando una mano en su espalda y acercándose para besarla.
—Felicidades.
—Muchas gracias. Hola, Mike.
—Hola, Sean. Felicidades —dijo el detective dándole la mano.
Y cuando entraron Jack y Cath, que habían comido con todos ellos,
también se los presentaron.
—Mike y yo te hemos comprado un detalle. Supongo que ya habrás
abierto los regalos —dijo Abby dándole un pequeño paquete.
—La verdad es que no, ni siquiera han sacado la tarta.
—Estábamos esperándoos —dijo Tess—. Si os parece bien, sacaremos
la tarta ahora y luego Sean abrirá los regalos.
—Claro —dijo Abby conmovida porque los hubieran esperado.
Delaney la ayudó a sacarse la chaqueta.
Sean le echó un buen repaso, de la cabeza a los pies. Llevaba un
vestido rojo muy corto que le sentaba de maravilla. Y solo podía pensar en
cuánto tiempo tardaría en quitárselo, de poder hacerlo. Llevaba los hombros
al descubierto, unos hombros esbeltos y perfectos. Y la base del cuello y la
clavícula eran obras de arte. El vestido se ceñía a sus curvas de manera
deliciosa. Era una mujer muy femenina, y la más exquisita que había visto
en la vida. Y había visto mujeres fuera de serie. Desde luego, tenía un
cuerpo espectacular, pensó.
Delaney les pidió que se sentaran.
Ellie abandonó el comedor con Carter y fueron a la cocina. Poco
después regresaron con la tarta, con las velas encendidas, tarta que había
hecho ella. La dejaron sobre la mesa, en la que ya había un mantel limpio.
—Dios mío, cuántas velas —dijo Abby al ver la tarta con las velas a su
alrededor y sin detenerse a pensar lo que decía.
Sean la miró elevando las cejas, pero ella no se dio cuenta. Sus amigos
y su hermano soltaron una carcajada.
—Abby acaba de decirte que eres viejo —dijo Nathan riéndose.
Ella se dio cuenta de que se reían por lo que ella había dicho y se
sonrojó.
—Abby no tiene filtro, tendréis que disculparla —dijo Mike sonriendo.
A Sean le gustaba verla ruborizada, y más cuando lo hacía por algo
referente a él.
—¿Estás preparado? —preguntó Ellie.
—Sí —dijo él colocándose delante de la tarta.
Todos comenzaron a cantar el cumpleaños feliz.
—No olvides pedir el deseo —dijo su cuñada.
Y él apagó las treinta y cinco velas.
Sean desvió la mirada hacia ella y se detuvo en sus ojos. Abby se
quedó petrificada, los ojos verdes de Sean tenían toda su atención en ella,
observándola con una intensidad aplastante. El corazón de Abby se aceleró.
Tragó saliva. Por suerte solo la miró unos pocos segundos, segundos en los
que no pudo apartar la mirada de él.
Todos lo abrazaron y lo besaron. Su cuñada lo besó en los labios y
Abby sintió algo raro en su interior. Algo que no supo identificar, porque
era la primera vez que lo experimentaba. Pero sospechaba que eran celos.
Se preguntó por qué iba a sentir celos de la cuñada de Sean. ¿Acaso no
estaba su marido cerca y lo había visto igual que todos?
A continuación colocaron los regalos delante de él y Sean comenzó a
abrirlos. Tanto a Abby como a Mike les sorprendió que los regalos fueran
tan sencillos: un suéter, unos deportivos, perfume, un vaquero… Aunque
sus padres le regalaron un cuadro.
—Muchas gracias. Me encanta vuestro regalo —dijo Sean a Abby y a
Mike cuando vio el llavero de plata.
—No podíamos permitirnos mucho más —dijo él.
—Es el regalo perfecto —dijo él besando a Abby.
—¿No echas de menos el regalo de alguien? —preguntó Tess.
—Pues, ahora que lo dices… No he visto el regalo vuestro.
—Está fuera, era un poco pesado para entrarlo en casa —dijo Delaney.
—Vamos a verlo —dijo Tess cogiendo a su cuñado de la mano y
arrastrándolo fuera del comedor.
Jack ya se había encargado de sacar el regalo del garaje y estaba frente
a la casa, junto a los coches de todos ellos. Pero ningún vehículo era como
ese. Era un Audi deportivo blanco.
—¿Me habéis comprado un coche? —preguntó al salir de la casa y
verlo.
—Desde que te conozco solo te he visto con Porsches —dijo Tess.
—Ha sido idea suya, y ella misma lo eligió —dijo Delaney.
—¿Es un Ferrari? —preguntó Mike asombrado.
—No, es un Audi —dijo Sean.
—Es una maravilla.
—Desde luego que lo es —dijo Sean abrazando a Tess y luego a su
hermano—. Muchas gracias.
—Menudo regalo, ¿eh? —dijo Lauren.
—Me encanta.
—Delaney siempre dando la nota —dijo Carter—. Tiene que
demostrar que tiene más dinero que todos nosotros juntos.
—¿Acaso no es cierto?
—Pero qué arrogante —dijo Kate.
Delaney se acercó a ella por detrás y la abrazó besándola en el cuello.
—Siempre has dicho que me sentaba bien la arrogancia.
Ella colocó los brazos sobre los de él y se apoyó en su hombro.
—Eres tan espectacular que cualquier cosa te sentaría bien —dijo Ellie
mirándolos.
—Hoy me iré a casa con mi coche nuevo —dijo Sean.
—¿Vas a vender el Porsche?
—¡Por supuesto que no!
Abby miró a Sean, y luego desvió la vista hacia su hermano. Tenía que
reconocer que todos los hombres del grupo eran espectaculares, pero a clase
y estilo, Delaney Stanford, los superaba con creces. Aunque Sean era su
hermano y se parecían tanto…, pensó.
Poco después estaban todos sentados en uno de los salones tomando
champán y charlando.
Sean miraba a Abby. Estaba completamente seguro de que él la atraía,
a pesar de que se esforzaba en disimularlo, porque la había pillado
mirándolo en más de una ocasión. O más bien, debería decir, devorándolo
con la mirada. Una de esas veces, sus miradas se encontraron y la conexión
fue impactante, poderosa, explosiva, y de una intensidad abrumadora.
Ninguno de los dos apartó la mirada del otro, convirtiéndolo en un
momento muy íntimo. El más íntimo que Sean había experimentado con
una mujer.
Abby no podía creer que estuviera en esa casa con todos esos hombres
y mujeres, hablando como si se conocieran de toda la vida. No pudo evitar
reírse al escuchar a Sean. Pensó que ese hombre era muy divertido. A él sí
que se le podría llamar cielo porque, realmente, era un cielo. Lo cierto era
que todos los hombres que había allí, incluido Patrick, eran extraordinarios.
Pero habían hombres que incitaban a las fantasías sexuales y Sean era uno
de ellos.
Abby miró a Sean, que estaba de pie contándoles algo. Lo miró
detenidamente. Era el hombre más sexy que había visto en su vida. Podría
tener una cola de amantes en la puerta de su casa esperando pacientemente.
Sin embargo, se había interesado por ella. ¿Por qué?, se preguntó.
Pasaba la media noche cuando Abby y Mike se despidieron de todos.
Les dieron las gracias a Delaney y Tess por invitarlos.
—Os acompaño —dijo Sean ayudándola a ponerse la chaqueta.
Mike se adelantó por si querían hablar.
—¿Quieres que nos veamos el fin de semana?
—Sean, que haya venido a tu cumpleaños no cambia nada.
—Lo imagino. Me refiero a si quieres que nos veamos para tomar un
café.
—Te llamaré.
—Eso dijiste la última vez que nos vimos y no me llamaste. Y porque
te llamé yo para invitarte a mi cumpleaños, de lo contrario dudo que me
hubieras llamado.
—De acuerdo. ¿Quedamos el domingo por la tarde? O, si lo prefieres,
podemos quedar para desayunar.
—Mejor por la tarde.
—Ah, claro. Olvidaba que los sábados por la noche sueles salir con
alguna amiga, y supongo que no te levantas temprano el domingo.
—¿Por qué has dicho amiga en ese tono? ¿Te molesta que salga con
mujeres?
—¿Por qué iba a molestarme?
—Eso me pregunto yo. Porque entre nosotros no hay nada, has sido tú
quien lo ha decidido.
—¿Has dicho que no hay nada entre nosotros? Pensaba que éramos
amigos.
—Y lo somos, pero tú y yo no nos acostamos. Supongo que sabes que
los hombres, al igual que las mujeres, necesitamos desahogarnos.
—Por supuesto que lo sé.
—Espero que ahora no te eches atrás con lo del café del domingo. ¿A
qué hora te recojo?
—Dime dónde quieres que nos veamos e iré.
—Estás enfadada.
—¿Por qué iba a estar enfadada?
—No te ha gustado saber que salgo con mujeres.
—¡No digas estupideces! ¿Acaso crees que no sabía que salías con
mujeres? No soy estúpida, Sean, y no me ha cogido por sorpresa. Que
salgas con mujeres es algo que no me preocupa.
—¿Estás segura?
—Por supuesto que estoy segura.
Abby compensó los celos con el enorme disgusto que se obsequió a sí
misma.
—Podría no volver a ver a ninguna mujer, si quisieras salir conmigo.
—No voy a acostarme contigo, Sean.
—Entonces, más vale que me tire por un precipicio. Acabas de destruir
el sueño de mi vida.
Bien. Pues ya está todo dicho —dijo Sean caminando con ella hasta el
coche y abriéndole la puerta—. ¿Nos vemos en la cafetería del hotel de mi
hermano el domingo a las cuatro?
—Allí estaré. Que pases una feliz noche de cumpleaños.
—Gracias. Y gracias a los dos por venir.
—Ha sido un placer —dijo Mike, que ya estaba dentro del vehículo.
Sean cerró la puerta del coche y caminó hacia la casa sin volver la
vista atrás.
La puerta de la verja se abrió y los detectives abandonaron la
propiedad.
Sean tenía muchas razones para estar cabreado, y Abby era la
responsable de todas ellas. Y lo que más le jodía era que cada vez que ella
se alteraba o le plantaba cara, le provocaba una erección.
Capítulo 9
—Gracias por portaros bien con ella —dijo Sean cuando regresó al salón.
—Es muy simpática —dijo Tess—. Aunque se nota que es detective,
es muy susceptible a todo.
—A mí me ha caído muy bien, y su amigo también —dijo Ellie.
—Mike es muy guapo —añadió Tess.
—No puedo creer que haya sido agente del FBI, con lo joven que es —
dijo Kate.
—Esa chica no tiene pelos en la lengua —espetó Louise—. Dice las
cosas claras y sin rodeos.
—A mí me gustó desde el momento que la conocí —añadió Patrick.
—¿Qué piensas de ella, Jack? —le preguntó Delaney a su
guardaespaldas, porque sabía que calaba bien a las personas.
—Creo que es una buena chica. Es sincera, y no parece temer a nada.
—No estoy de acuerdo en lo de no temer a nada, porque os aseguro
que se pensó ir en el coche a solas conmigo, como si me tuviera miedo —
dijo Sean.
—Puede que haya tenido alguna mala experiencia con algún hombre.
Pero te aseguro de que, si ha sido agente especial del FBI, no tiene miedo.
Es muy franca, desde luego. Y como dice Louise, dice las cosas claras, pero
creo que las piensa muy bien antes de decirlas, al menos las que son
importantes. Y hay que reconocer que es un bombón de mujer —dijo Jack.
—De eso no hay la menor duda —añadió Nathan.
—¿Has quedado con ella? —preguntó Delaney a su hermano.
—Sí. Hemos quedado el domingo para tomar un café.
—¿Otro café? —dijo Carter riendo.
—Sí. Hoy me ha vuelto a repetir que no va a acostarse conmigo.
—Eso no te habrá gustado —dijo Logan.
—No, no me ha gustado. Pero me he dado cuenta de que le intereso.
—¿Por qué lo dices?
—Porque no le hace gracia que salga con mujeres.
—¿Le has dicho que sales con otras mujeres? —preguntó Lauren.
—No hoy. Una de las veces anteriores que nos vimos hablamos de lo
que solíamos hacer, y le dije que los viernes y los sábados solía salir con
alguna mujer. Me ha preguntado si prefería quedar para tomar café el
domingo por la tarde o para desayunar. Al decirle que mejor por la tarde lo
ha recordado, y he notado los celos en el tono de su voz al decir: Había
olvidado que los sábados por la noche salías con alguna mujer.
—Eso es algo bueno, ¿no? —preguntó Delaney.
—¿Ahora ya no odias a esa chica? —le preguntó a Delaney su padre.
—La verdad es que me cae muy bien. Aunque debería estar cabreado
con ella por lo que me ha dicho.
—¿Qué te ha dicho? —preguntó Cath.
—Que cuando me vio por primera vez en el hospital, pensó que era un
arrogante, narcisista, engreído y pomposo… aunque muy seguro de mí
mismo.
—Pero que cuando habló, se convenció de que además era un cretino,
desalmado, perverso, prepotente y peligroso. Eso sí, con un físico que
quitaba el hipo —añadió Nathan terminando la frase por él y riéndose.
Tess, la mujer de Delaney soltó una carcajada y el resto la imitaron.
—A mí también me ha hecho gracia —dijo Delaney—. Esa chica no
tiene pelos en la lengua.
—Te cae bien porque no te hace la pelota —dijo su mujer.
—Menuda casa la de Stanford, ¿eh? —dijo Mike cuando abandonaron
la propiedad.
—Eso no es una casa sino una mansión.
—¿Cuántas habitaciones tendrá?
—Ni idea, pero sin duda muchas, porque tiene un montón de ventanas.
¿Por qué querrá alguien una casa tan grande?
—Supongo que les gustará pasearse por su castillo. Tess me ha dicho
que Delaney vivía solo en la casa antes de conocerla. Bueno con Cath, su
ama de llaves, y su guardaespaldas —dijo Mike.
—Jack no vive en la mansión sino en la casita que hay junto a la puerta
de entrada.
—Es cierto. Me ha parecido raro que, teniendo tanto dinero, permitan
que Cath y Jack compartan mesa con ellos.
—Cath me ha dicho que ambos trabajaban para su padre antes de que
Delaney naciera, y que se fueron con él cuando se independizó. Y que son
como de la familia —dijo Abby.
—Sigue pareciéndome raro. Lo cierto es que me ha sorprendido la
velada.
—¿Por qué?
—Esperaba encontrar a un grupo de estirados y snobs, y no ha sido así.
Todos son simpáticos y campechanos, incluido Delaney Stanford.
—A mí me ha extrañado la forma en que todos los amigos del grupo
tratan a las mujeres de los otros. Se comportan con ellas como si fueran las
suyas propias, con una intimidad y un cariño muy familiar. Hay una
confianza entre ellos que no es normal —dijo Abby.
—Tienes razón. Está claro que todos se sienten muy seguros de sus
parejas, tanto los hombres como las mujeres.
—Esos hombres son unos arrogante, todos, y Delaney los encabeza. Es
el dios personificado de la arrogancia. Pero he de admitir que ese hombre
parece una estrella de Holliwood. El verde de sus ojos es único, y su cuerpo
una obra de arte.
—Sean tiene los ojos idénticos a su hermano. Y, a pesar de ser hombre,
reconozco que tampoco está mal de cuerpo.
—¿Has dicho que tampoco está mal? Mike, Sean es un monumento.
Pero Delaney es… cómo diría, como si la madurez lo hubiera
perfeccionado.
—¿Ahora también te gusta el mayor de los Stanford?
—Por supuesto que no, pero no puedo evitar pensar que, a pesar de sus
defectos, que seguro que serán muchos, es un hombre irresistible. ¿Y sabes
qué es lo peor de todo?
—¿Qué?
—Que él lo sabe.
—A mí me ha caído muy bien. ¿Sabes que está montando una escuela
de educación especial para enfermos de autismo?
—Según tengo entendido, no solo se dedica a los hoteles sino que es
socio en las empresas más importantes del país. Así que no tiene nada de
extraordinario. Estudiar en una de esas escuelas cuesta un pastón.
—Lo sé. Y no tendría nada de extraordinario sino fuese porque su
escuela va a ser gratuita.
—¿Gratuita?
—Sí. Parece ser que le gusta ayudar a los demás, porque Logan me ha
dicho que todo el grupo de amigos tienen una escuela de oficios. También
gratuita. Y todos se implican en ella, de una forma u otra, aunque el que la
dirige es Logan.
—No sabía nada de eso.
—Sean es uno de los socios, así que podrá informarte.
—Todos se han disculpado conmigo por cómo me trataron cuando
Sean estuvo ingresado en el hospital. La verdad es que no lo esperaba.
—Parecen buenas personas. ¿He oído a Sean decir que os verías el
domingo?
—Sí, iremos a tomar café.
—¿Otro café? ¿Por qué no habéis quedado para comer?
—Creo que no estoy preparada.
—No entiendo cuál es la diferencia, al fin y al cabo, vais a estar en una
mesa bebiendo y comiendo. Tu psiquiatra te aconsejó que aceptaras ir a
cenar con él.
—Lo haré… algún día.
—Espero que él no se canse antes de que te decidas a hacerlo.
—¿Por qué iba a cansarse? Él no ha dejado de salir con mujeres.
—¿Pensabas que lo haría?
—No, por supuesto que no.
—Pero te jode.
—Bueno, sí, un poco.
—Si aceptases salir con él no vería a otras mujeres.
—¿Aunque no quisiera acostarme con él al principio?
—Incluso sin tener sexo.
—¿Cómo lo sabes?
—Ese hombre no es de los que salen con varias mujeres a la vez. Me
refiero a mantener una relación. Si decides salir con él, se centrará
únicamente en ti.
—No sé si eso me tranquiliza o me aterra.
—El champán que hemos bebido era de primera calidad —dijo Mike
para cambiar de tema—. No me extrañaría que cada botella costara varios
cientos de dólares.
—¿En serio?
—Sí.
—Teniendo en cuenta que un billón son mil millones, ¿cuántos
billones crees que tendrá Stanford?
—Que tenga uno ya es una cifra escalofriante —dijo Mike sonriendo.
—El coche que le ha regalado a Sean es una pasada.
—Y que lo digas. Es una maravilla. A ver si sales pronto con él. Puede
que al ser amigo tuyo me lo preste algún día.
Sean había llegado antes de la hora al hotel de su hermano, donde
había quedado con Abby. Había entrado a la cafetería con la esperanza de
que ella también hubiera llegado, pero no estaba. Así que salió a la calle a
esperarla.
Estaba apoyado en la fachada del hotel. El aroma de Abby llegó hasta
él y levantó la cabeza. La luz del sol incidía sobre él. Su pelo, despeinado
por el aire, sus preciosos ojos y su rostro, que estaba entre sol y sombra,
hacían que pareciera un hombre peligroso y muy masculino.
Sean la vio acercarse. No iba maquillada en absoluto. Sintió como si le
hubieran dado un golpe y lo hubieran dejado sin aire. Contemplarla afectó
directamente a su entrepierna.
Abby lo miró. El bronceado que mostraba era solo una pizca más de
color que añadía a su ya atractivo y a sus ya deslumbrantes rasgos.
—Eres un perfecto reclamo para atraer clientes al hotel, sobre todo a
las féminas. Tu hermano debería pagarte por estar en la puerta.
Sean se incorporó y la miró con los ojos entrecerrados preguntándose
si ella sabría que esa frase la había dicho en voz alta. Se arriesgó, aunque no
lo habría podido evitar, y la besó ligeramente en los labios. En realidad
había sido un simple tanteo para probarla, un instante de textura y sabor. Y
adelantarle, de alguna forma, que tenía para ella algo mucho mejor, un
anhelo desesperado que no iba a admitir en ese momento.
—Hola, Abby.
—Hola, Sean. ¿Hace mucho que esperas?
—No, solo unos minutos, he llegado antes de hora. ¿Entramos?
—Sí.
Caminaron el uno junto al otro hacia la cafetería y ocuparon una de las
mesas. En esa ocasión no encontraron ningún sofá libre. Se sentaron en los
sillones, el uno frente al otro.
—Vas vestida muy formal —dijo mirando el traje pantalón.
—Hemos tenido que ir a la jefatura esta mañana y hemos comido allí.
No he tenido tiempo de ir a casa a cambiarme. Podría decir que este es mi
uniforme.
—Pues el uniforme te sienta de maravilla.
—Gracias —dijo ella ruborizándose.
El camarero se acercó a ellos y le dijeron lo que querían tomar. El
chico se retiró.
Sean miró los cuatro botones de la blusa que llevaba desabrochados, y
lo que podía ver a través del escote era más que suficiente para debilitar la
voluntad de cualquier hombre y dejarlo obnubilado, y él ya tenía la
voluntad bastante débil.
Sean entreabrió ligeramente los labios mientras clavaba la mirada en el
escote de ella durante más tiempo del necesario.
—Tus compañeros de trabajo se sentirán genial con las vistas tan
espectaculares que les ofreces.
—¿Te molesta que lleve unos botones desabrochados? Si te sientes
incómodo puedo abrochármelos.
—No, por favor. No me molesta en absoluto, sobre todo, si estás
conmigo.
—No irás a decirme que estás celoso, ¿verdad?
—No, no voy a decírtelo.
—Sean, deberías librarte de mí, antes de que esto vaya a más.
—He tomado a menudo el camino fácil y, si quieres que te diga la
verdad, al final resulta aburrido. En cambio, desde que te conozco no has
permitido que me aburra ni un solo instante.
—Me alegro de divertirte.
—Eres lo mejor que he encontrado en el camino.
—Tú sabrás lo que haces.
El camarero les llevó los cafés con leche y los dos trozos de tarta.
—Veamos de qué podemos hablar para seguir conociéndonos —dijo él
—. Ah, sí. Logan y Kate se van de luna de miel el dieciséis de este mes.
—Oí en el hospital que la habían suspendido para estar contigo.
—Sí, fueron muy considerados.
—No creo que tenga nada que ver con la consideración. Simplemente
te quieren.
—Lo sé.
—Eres peligrosamente atractivo. Tienes esos ojos verdes que me
fascinan y ese pelo de surfista que me encanta. Por no mencionar tu
espectacular cuerpo.
—Vaya, hoy estás que te sales. Entre lo que me has dicho en la puerta
del hotel y esto, me has dejado alucinado. Te aseguro que no esperaba algo
así. ¿Qué puedo decir?
—No tienes que decir nada. Te dije que no te tomaras como personal si
alguna vez decía algo que se pudiera malinterpretar.
—Sí, lo sé. Y he de decirte que frases como esas podrían causarte
problemas.
—¿Has olvidado que llevo pistola?
Sean soltó una carcajada.
—Eres muy natural, y eso me gusta mucho. No te andas con tonterías
al hablar y dices las cosas claras. A pesar de ser una experimentada
detective no tienes malicia y eres algo ingenua. Y todo eso es una
combinación extraña, si lo asociamos con tu físico.
—¿Extraña?
—Si lo prefieres, puedo sustituirla por fascinante. Me pareces una
mujer fascinante.
—Fascinante —repitió ella.
—Tengo que añadir que eres dulce y amable.
—Contigo no he sido siempre amable.
—Me gusta verte enfadada.
—Me parece que no has acertado en la definición de mi carácter.
Dicen que soy calculadora, fría, despiadada y que no tengo escrúpulos. No
deberías olvidarlo.
—Cariño, rezumas pasión por todos los poros de tu piel. Lo he podido
sentir cada vez que te has enfadado conmigo. De fría tienes bien poco. Y
dudo que los otros adjetivos que has mencionado te definan.
—Lo que tú digas.
—¿Qué opinas de la monarquía?
—¿Por qué me preguntas algo así? Aquí no tenemos reyes.
—Quiero conocerte bien.
—De acuerdo. No soy para nada monárquica. De serlo, tendría que
aceptar que hay personas superiores a mí, solo por nacimiento. También
tendría que aceptar que los hijos de los reyes, los príncipes y princesas,
serían mejores que mis hijos, si los tuviera, solo por existir. Y además,
tendría que aceptar que ellos merezcan tener una vida fácil y mis hijos no.
—Es un interesante punto de vista.
—No entiendo por qué un país tiene que mantener a una familia, con
toda clase de lujos, teniendo en cuenta que todo ese gasto sale de los
impuestos de los contribuyentes. Y habiendo muchas familias necesitadas.
Estuvieron hablando de una cosa y otra, sin que la conversación
flaqueara en ningún momento. Habían descubierto muchas cosas el uno del
otro. Y muchas de ellas las tenían en común.
—¿Sabes, Abby? En algún momento tendrás que arriesgarte y confiar
en mí. Yo puedo seguir quedando contigo para tomar café, pero tengo que
dejarte claro que no es lo que quiero. No quiero decir que no me guste
tomar café contigo, porque no sería cierto, pero quiero más.
—Sean…
—Te estás engañando a ti misma. Yo creo en el destino y no puedes
burlarte de él, quedándote a un lado, observando como pasa tu vida, y sin
hacer nada.
—Pareces muy chulo.
—Para ser chulo hacen falta dos cosas: huevos y dinero.
—¿Y por qué sonríes?
—Porque yo tengo las dos cosas.
Ese hombre la miraba de una forma que hacía que sintiera como si
estuviera acariciándola de una manera muy íntima.
—Se está haciendo tarde —dijo ella.
—Nos iremos enseguida. Pero antes quería hablarte de algo.
—De acuerdo.
—Supongo que todas esas veces que me has dicho que no vas
acostarte conmigo…
—Dije que no iba a acostarme contigo, pero en ningún momento
mencioné que no pensara en ello —dijo ella interrumpiéndolo.
—De acuerdo. Entonces, quieres decir que piensas en ello, pero que no
lo vas a hacer.
—Más o menos.
—Bien —dijo él intentando no sonreír—. Solo quieres ir a tomar café
conmigo.
—También te dije que podríamos ir a desayunar. Fuiste tú quien dijo
que prefería ir a tomar café. ¿Por qué pones palabras en mi boca que no he
pronunciado? No me gusta en absoluto.
—Vale, está bien. No entiendo cuál es la diferencia entre ir a tomar un
café con un trozo de tarta o ir a comer o a cenar. No veo cual es el problema
de comer juntos. Supongo que es porque te ocurrió algo con un tío y tienes
miedo de estar con otro. Pero eso no tiene nada que ver conmigo.
—No sé adónde quieres llegar.
—Te dije que no iba a presionarte y no lo haré. Supongo que cuando
estés preparada para estar conmigo o para hablarme de lo que te sucedió lo
harás. No voy a insistir.
—Te lo agradezco.
—Dijiste que te preocupaba ir a cenar conmigo por lo que pudiera
suceder después de la cena. Pero supongo que eso que piensas que puede
suceder, también podría suceder después de comer, de desayunar o de tomar
café, porque sabrás que se puede tener sexo a cualquier hora del día.
—No soy estúpida.
—Puedo asegurarte que nunca, jamás, haré nada que tú no desees que
haga. ¿Lo sabes?
—Ya me lo has dicho anteriormente y no una sola vez.
—Deberías intentar solucionar lo que te pasa. No vas a estar toda la
vida sin sexo.
—Ya estoy en ello. Voy al psiquiatra.
—Estupendo, porque cuanto antes lo soluciones, antes podremos estar
juntos.
—¿Has terminado?
—No, aún he de decirte una cosa más —dijo él claramente enfadado.
—Vale.
—Si el problema que tienes conmigo es porque piensas que voy a
aprovecharme de ti…
—Yo no pienso eso —dijo Abby interrumpiéndolo.
—Abby, tenías miedo de subir al coche conmigo. Y no quieres ir a
cenar por si al terminar me abalanzo sobre ti. Pienso que es lo que sucede.
Y yo no puedo estar con una mujer que desconfía de mí. Ni siquiera como
amiga. De manera que, creo que es mejor que no volvamos a vernos.
Abby permaneció unos segundos en silencio, asimilando sus palabras.
—Quieres que cortemos.
—Sí, creo que es lo mejor.
—¿Estás seguro?
—Sí. Dejemos pasar el tiempo y cuando estés preparada puedes
llamarme.
—Te he pedido muchas veces que te alejaras de mí y nunca me has
hecho caso. Siempre has insistido en que serías paciente conmigo. De
hecho, acabas de decírmelo de nuevo. Pero parece ser que tu paciencia se ha
agotado en unos segundos, y créeme que lo entiendo, porque tú no necesitas
ir detrás de ninguna mujer. Así y todo, quiero que quede claro que has sido
tú quien ha insistido en que nos viésemos, yo en ningún momento he
pensado que lo nuestro, si es que había un nuestro en algún sentido, iba a
salir bien. De todas formas, me ha gustado conocerte. Siento que te
dispararan por mi culpa, de verdad.
Dios, le encantaba la voz de esa chica, pensó Sean. Era una de esas
voces que adoraba en las mujeres: enérgica; firme y precisa; y dulce, pero
no aguda.
—Siento que hayas perdido tiempo tomando todos esos cafés conmigo
—dijo ella levantándose—. Que todo te vaya bien. Y… no esperes que te
llame.
Abby se dio la vuelta y comenzó a caminar, sin darle tiempo a él a que
le dijera adiós. Caminó con decisión hacia la puerta de salida.
Sean no se movió de donde estaba. Ni siquiera se había levantado
cuando lo hizo ella, y esa no era su costumbre al estar con una mujer. Se
había quedado de piedra, porque no esperaba que Abby aceptara que
cortase con ella. Le había dicho de cortar porque estaba seguro de que ella
no aceptaría. ¡Dios! ¿Qué había hecho?, pensó.
Sacó el móvil del bolsillo y llamó a su hermano.
—Hola, Sean.
—Hola. Ya se han terminado todos los problemas que tenía con Abby.
—¿Ha aceptado salir contigo?
—No, acabo de cortar con ella.
—Pero…, pensaba que te gustaba.
—Y me gusta. Sé que he cometido el error más grande de mi vida.
—¿Dónde estás?
—En la cafetería de tu hotel.
—No te muevas de allí, llegaré en diez minutos.
—De acuerdo.
Delaney entró en la cafetería quince minutos después. Se sentó frente a
su hermano y pidió dos whiskys.
—No hacía falta que vinieras.
—Lo sé.
—Esto me recuerda a las veces que me escuchabas cuando estaba en el
instituto y te contaba algún problema que había tenido con alguna chica
para que me dieras consejo.
—Has de reconocer que te di buenos consejos.
—Supongo que sí.
El camarero les llevó las bebidas y Delaney firmó el recibo.
—Cuéntame lo que ha pasado.
Delaney lo escuchó atentamente sin interrumpirlo.
—Yo también pienso que has cometido un error. Me gusta esa chica. Si
sabías positivamente que tenía algún problema con su pasado, tenías que
haber tenido paciencia. Y más, sabiendo que estaba yendo a terapia.
Además, un instante antes le habías dicho que esperarías hasta que estuviera
preparada, o eso he entendido.
—Lo has entendido bien.
—De todas formas, no entiendo por qué has cortado con ella, porque
no has dejado de salir con mujeres.
—¿Qué querías que hiciera? No sabía cuánto iba a llevarle solventar el
problema.
—Bueno, ahora ya no importa. Creo que es lo mejor que te podría
haber pasado. Le has dicho que dejarais pasar tiempo y que te llamara
cuando solventara su problema.
—Antes de marcharse me ha dejado claro que no me llamará.
—Sé que no te llamará.
—¿Sabes una cosa?
—¿Qué?
—Creo que está enamorada de mí.
—¿Por qué lo crees?
—He estado pensando mucho sobre la razón de que se quedara
conmigo en el hospital las treinta y nueve noches.
—¿Qué tiene que ver eso?
—Creo que se enamoró de mí estando en el hospital.
—En el hospital estabas hecho una mierda —dijo Delaney mirándolo
—. Aunque es posible que tengas razón. Yo tampoco llegué a comprender
la razón de que se quedara allí, acompañándote, sin conocerte, y sin que
ninguno de nosotros le prestáramos la más mínima atención. Si realmente
está enamorada de ti, hará lo posible por superar su problema. Aunque
estoy seguro de que no te buscará. Tendrás que ser tú quien la busque a ella.
—También es posible que encuentre a otro que sea más paciente que
yo.
—Sí, eso también es posible. ¿Qué sientes por ella?
—No lo sé, pero sí sé que me gusta mucho.
—Esperaremos un tiempo a ver que pasa.
—¿Esperaremos?
—Puede que necesites ayuda para convencerla. Vamos a mi casa, Tess
te subirá la mortal, ya sabes que te adora —dijo Delaney levantándose.
—Si Tess no te hubiera conocido a ti primero, yo la habría conseguido.
Siempre ha estado loca por mí.
—Tess se enamoró la primera vez que puso sus ojos en mí.
—Tienes razón. Qué suerte tuviste —dijo Sean saliendo de la cafetería
junto a su hermano.
Caminaron hacia la puerta del hotel y salieron al exterior.
—¿Dónde está Jack?
—Lo he mandado a casa. Iremos en tu coche.
Abby entró en casa.
—Mike, ya he llegado.
—Estoy aquí.
—Hola —dijo ella entrando en el salón y sentándose a su lado en el
sofá.
—Has tardado mucho. Estoy muerto de hambre.
—Sí, es que he ido a dar una vuelta con el coche. No tenías que
haberme esperado. ¿Por qué no te has preparado algo?
—Prefería esperarte para cenar contigo.
—Seguro que sí. Apuesto a que me esperabas para que preparase la
cena.
—Me has pillado.
—Hoy cenaremos musaka, la he preparado esta mañana mientras tú
dormías. Voy a meterla en el horno y subiré a cambiarme. ¿Quieres ir
preparando una ensalada?
—Claro.
Poco después estaban cenando en la mesa de la cocina.
—¿Has dicho que has ido a dar una vuelta con el coche?
—Sí. Tenía que aclararme la mente.
—¿Has avanzado en tu relación con Stanford?
—No. Todo lo contrario. Ya no volveremos a vernos. Ha cortado
conmigo. Y ha sido él, no yo.
—¿Qué?
—Dijiste que ese hombre sería paciente conmigo, y que tomaría todos
los cafés que yo quisiera. El doctor Stroud me dijo lo mismo. Los dos os
habéis equivocado.
—¿Qué razón te ha dado para cortar contigo?
—Ha dicho que no puede salir con una mujer que no confía en él. Y
que ni siquiera quiere tenerla como amiga. Me ha dicho que no quiero salir
con él porque creo que se va a abalanzar sobre mí en cualquier momento.
—En lo último tiene razón, ¿no crees?
—Yo no he dicho que no tenga razón. Nunca te he ocultado que
tuviera miedo de salir con él, por si se precipitaban las cosas.
—¿Estás bien?
—No importa como esté, lo superaré. Estaba convencida de que lo
nuestro no iba a prosperar y no me he equivocado. Tal vez que haya cortado
conmigo sea lo mejor, así no tendré que preocuparme ni tener miedo. De
todas formas, siempre he sabido que nunca estaré con ningún hombre.
—No digas tonterías. Cuando superes lo que te sucedió, todo
cambiará. Puede que no sea con Sean, pero saldrás con hombres. Yo me
encargaré de ello.
—Vale —dijo ella con lágrimas en los ojos.
Capítulo 10
Abby entró en la consulta de su psiquiatra el viernes de la semana siguiente.
—Hola, Abby.
—Hola, doctor —dijo ella sentándose en el sofá. Él se sentó frente a
ella.
—¿Hay alguna novedad en tu vida?
—Sí. Mi relación con Stanford ya no existe —dijo ella sonriéndole.
—¿La has saboteado como haces con todas?
—Esta vez no ha sido culpa mía. Al menos no directamente.
—¿Y por qué sonríes?
—No es para sonreír, pero tampoco voy a llorar. Ha terminado y punto.
—¿Me cuentas cómo ha sido?
Abby le contó todo lo que habían hablado Sean y ella la tarde en
cuestión.
—En parte entiendo el motivo que te dio para cortar contigo.
—Usted dijo que tomaría conmigo todos los cafés que yo quisiera y
que sería paciente.
—Es cierto, pero también te dije que deberías quedar con él. Tienes
que admitir que no has demostrado tener mucha confianza en él.
—Es porque estaba asustada.
—¿Por qué te asustaba ir a comer o a cenar con él?
—No sé. Tal vez porque tendríamos que pasar más tiempo juntos.
—¿Y eso era un problema?
—No estoy segura.
—¿Te has aburrido con él las veces que habéis ido a tomar café?
—No. Es un buen conversador. Además, es amable y divertido.
—¿Cuánto tiempo acostumbrabais a estar juntos cuando os veíais para
tomar café?
—El pasado domingo estuvimos casi tres horas.
—Vaya. La gente no suele estar tanto tiempo comiendo o cenando. A
ese hombre le importas.
—Sí, ya lo he notado —dijo ella con sarcasmo.
—Si lo llamaras y le dijeras que quieres verlo de nuevo, aceptaría
encantado. Apuesto a que está arrepentido de haber cortado contigo.
—Creo que voy a pasar.
—Es una lástima, porque ese hombre habría sido perfecto para sacarte
de la oscuridad en la que te escondes.
—Yo no me escondo.
—Por supuesto que lo haces.
—Tal vez debería resignarme y pensar que los hombres están de más
para mí.
—¿Crees que tu madre querría esto para tu vida? ¿No crees que lo que
ella sufrió fue suficiente para que su hija tenga una vida normal y plena?
—Eso es un golpe bajo.
—Abby, no es un golpe bajo. Yo estoy de tu parte, pero como padre, sé
que a ella le habría hecho más daño saber que todo lo que soportó fue para
nada. Ella habría querido que fueras feliz.
—Yo no soy infeliz. Tengo mi trabajo, a Mike y a su familia. Y
también al capitán.
—Sí. Todas esas personas te quieren, pero tienes que pensar en ti y en
lo que tú desearías para tu vida. Hace algunos años me dijiste que te
gustaría tener una familia, con muchos hijos, porque cuando eras pequeña te
habría gustado tener hermanos.
—Eran sueños de juventud.
—También hay otra posibilidad respecto a Stanford. Puedes llamarlo y
decirle que quieres hablar con él.
—¿Y de qué querría hablarle?
—Podrías contarle lo que te sucedió cuando tenías doce años.
—No puedo hacer eso.
—¿Por qué?
—Porque me tendría lástima.
—Se lo contaste a un detective que no conocías, poco después de que
sucediera.
—Eso era diferente.
—También se lo contaste a Mike, tu compañero, hace unos años.
—Lo sé.
—¿Sintió Mike lástima de ti?
—Creo que no. Pero él era mi compañero de trabajo y, cuando se lo
conté ya vivíamos juntos y éramos amigos. Mike es como un hermano para
mí.
—Pero en aquel entonces no lo era.
—Bueno…, sí.
—¿Qué es Stanford para ti?
—Ahora no es nada.
—¿Qué era para ti antes de cortar contigo?
—La idea de un nuevo comienzo, de un futuro. Ahora sé que ese
futuro no va a existir.
—¿Ya no estás enamorada de él?
—Se me pasará. Ha sucedido algo más.
—¿Relacionado con Stanford?
—Sí. El día treinta y uno fue su cumpleaños y nos invitó a Mike y a mí
a su fiesta.
—¿Os invitó a los dos?
—Sí. Supongo que pensaría que yo sola no iría y lo invitó a él
también.
—¿Cuántos años cumplió?
—Treinta y cinco.
—Es una buena edad para tener una relación seria. La última y
definitiva. ¿Fuisteis a la fiesta?
—Sí.
—Cuéntame qué sucedió.
—La fiesta fue en casa de su hermano. La cena era exquisita y el
champán de primera.
—Su hermano es millonario, no se esperaría menos de él.
—Billonario, con b —dijo Abby rectificándole y sonriéndole.
—Vaya, eso son cifras mayores.
—Y que lo diga.
—Sé que su madre y sus amigos no se portaron bien contigo en el
hospital cuando sucedió el accidente. ¿Hicieron lo mismo en la fiesta?
—No, todo lo contrario. Se portaron de maravilla, todos, sin
excepción.
—¿Incluido el hotelero?
—Sí, incluido él. Todos me pidieron disculpas por cómo me habían
tratado.
—¿Qué excusa pusieron?
—Ninguna, y yo no pregunté. Mike y yo salimos de la casa muy
sorprendidos.
—¿Por qué?
—Porque no esperábamos ese comportamiento tan normal en todos.
Pensamos que serían unos estirados, pero no lo son. Todos son buenas
personas.
—¿Cómo te sentiste durante la velada?
—No me gustó que Sean tratara a sus amigas con tanta familiaridad. A
su cuñada la besa en los labios.
—¿Y te molestó?
—Sí.
—¿Estabas celosa?
—No estoy segura, pero es posible. Ya no volveré a sentirme celosa.
—Puede que Stanford te llame.
—No creo que lo haga. Pero si lo hace, no contestaré a la llamada.
—¿Sabes? Estoy pensando que no te estoy ayudando mucho.
—¿Por qué dice eso?
—Porque no estás de acuerdo en nada de lo que te aconsejo. Tal vez
sea hora de que busques a otro profesional que pueda ayudarte.
—¿Qué? ¿Me está diciendo que no vuelva?
—No, no estoy diciendo eso, pero si no puedo ayudarte...
—¡Por supuesto que me está ayudando! Sé que tiene razón en decir
que tengo miedo. Pero tal vez necesite más tiempo. ¿No cree que es posible
que necesite más tiempo?
—Abby…
—No voy a dejar de venir a su consulta —dijo ella interrumpiéndolo.
—De acuerdo.
—Ahora ya es demasiado tarde, pero si conozco a otro hombre que me
guste y esté interesado en mí, le prometo que le haré caso en todo.
—¿Y por qué no me haces caso respecto a Stanford?
—Porque lo que tenía con él se acabó.
—Yo creo que lo de Stanford no ha terminado.
—Doctor, no voy a llamarlo. Si tiene que hacerlo alguien será él, que
fue quien cortó conmigo. Si lo hizo es porque no le intereso lo suficiente.
De todas formas, un hombre como él no necesita ir detrás de ninguna mujer.
Y le aseguro que no me llamará.
—De acuerdo. Entonces, lo de Stanford se acabó y no volveremos a
mencionarlo.
A Abby no le gustaron sus palabras. Era como zanjar el asunto de
Sean, y aún no estaba preparada para hacerlo.
—Tu mente está centrada en tu pasado. Y has de pensar en el futuro. Si
no sueltas la carga esa tan pesada que llevas, no podrás avanzar, y no
tendrás futuro.
Ella lo miró en silencio durante un instante.
—Ya hemos terminado por hoy.
—Vale. Lo veré el próximo mes.
Todos los amigos estaban en la piscina de la casa de Delaney. El grupo
había aumentado al tener hijos todos, menos Sean, que era el único que
permanecía soltero.
Carter y Logan llegaron con dos bandejas con vasos, botellas y hielo.
Lo dejaron sobre la mesa y Bradley, el hijo mayor de Logan y Kate, preparó
unos margaritas para todos, ya que era experto, al haber trabajado en un bar
desde que terminó el instituto.
—Ahora ya podemos beber alcohol —dijo Tess—. Hemos pasado
mucho tiempo embarazadas las tres y luego dando de mamar a los bebés.
—Es cierto —dijo Lauren.
—Sean, ¿cómo te va con la detective? —preguntó Louise.
—Ya no tienes que preocuparte, mamá. Abby y yo ya no volveremos a
vernos.
—No estaba preocupada —dijo la mujer sorprendida por la noticia.
—De todas formas, no es que hubiera nada entre nosotros, solo hemos
ido a tomar café unas pocas veces.
—Pero nos dijiste que te gustaba estar con ella —dijo Ellie.
—Sí, es simpática.
—¿Por qué habéis cortado? —le preguntó su padre.
—En realidad, he sido yo quien ha cortado con ella.
—¿Por qué? —preguntó Lauren—. En tu cumpleaños parecíais estar
bien.
—Solo quería que fuésemos amigos.
—Lo que le pasa es que Abby lo ha rechazado todas las veces que la
ha invitado a comer o a cenar —dijo Delaney—. Solo ha aceptado ir con él
a tomar café.
—Ah, claro —dijo Kate—. Y tú querías llevarla a cenar para luego
acostarte con ella, ¿me equivoco?
—No voy a decir que no quisiera acostarme con ella. Pero me
cabreaba que solo quisiera ir a tomar café. Parecía que me tuviese miedo.
Estoy seguro de que le sucedió algo con algún tío, pero eso no es culpa mía.
No confiaba en mí, y eso me cabreaba.
—Me parece un poco raro viniendo de ti —dijo Ellie.
—¿Qué te parece raro?
—Pues que siempre has sido muy comprensivo y paciente con todas
nosotras. Fuiste nuestro amigo íntimo, nuestro apoyo y estuviste a nuestro
lado cada vez que te necesitábamos. Y ahora, aparece una mujer, que sin
duda te gusta, y de pronto ya no eres paciente ni comprensivo.
—Puede que me esté haciendo mayor y haya perdido la paciencia.
—Ellie tiene razón —dijo Lauren—. Si ella quería seguir tomando
café contigo, porque necesitaba más tiempo para confiar en ti, ¿qué más te
daba? Al fin y al cabo, todos sabemos que no has dejado de salir con
mujeres.
—¿Por qué iba a dejar de salir con mujeres? Ella no quería nada
conmigo, aparte de ir a tomar café.
—Si has cortado con ella por ese motivo es porque no te interesaba en
absoluto —dijo Kate—, de lo contrario, no lo habrías hecho. Porque tú no
eres así. Eres tierno y sensible, y no abandonas a una mujer con problemas.
Y por lo que has mencionado, parece ser que esa mujer tiene algún
problema.
Sean sintió como si le hubieran dado un golpe en el corazón y se lo
hubieran aplastado. Y supo, aunque ya se había dado cuenta, de que se
había equivocado al cortar con ella. Había ayudado a sus amigas en todo lo
que habían necesitado. Abby también tenía problemas y, en vez de ayudarla,
la había abandonado.
Delaney miró a su hermano y se dio cuenta de que le habían afectado
mucho las palabras de su amiga.
—Es una lástima —dijo Tess—. A mí me cae muy bien esa mujer. Y
hacíais muy buena pareja.
Abby se centró en el trabajo. Habían estado siguiendo a los
sospechosos del asesinato: la viuda y su amante. El amante había
desaparecido porque el dueño del motel le había dicho que una mujer había
preguntado por él. Y se había esfumado esa misma noche. La matrícula del
coche no les sirvió de nada porque era alquilado y lo había devuelto el
mismo día que dejó el motel. Así y todo se llevaron el coche para buscar
huellas y cotejarlas con las que habían encontrado en la casa, pero no
coincidió ninguna. Y tampoco coincidió ninguna de las que encontraron en
la habitación del motel. Pensaron que tal vez habría usado siempre guantes,
o que estuvieran equivocados y no tuviera nada que ver con el asesinato.
No tenían nada y necesitaban encontrar la conexión de la viuda con él.
La habían visto salir de una tienda de ropa de caballeros y poco después
había salido él, pero no los habían visto juntos. Desde ese momento se
centraron en seguir a la viuda las veinticuatro horas del día. Tenían
pinchado el fijo de la casa y el móvil de ella, pero sospechaban que estarían
utilizando dos teléfonos de prepago para comunicarse entre ellos. Esa mujer
era lista y tenían claro que era el cerebro de los dos. Pero sabían que, por
mucho cuidado que llevaran, tenían que verse y, posiblemente tendrían que
acostarse juntos. Y habían pasado varias semanas desde que,
supuestamente, asesinaron al marido.
Después de que supieran que los detectives habían relacionado al
individuo con el caso, suponían que tendrían mucho más cuidado. Cada vez
que la viuda iba a algún sitio cerrado, revisaban las cintas de todas las
cámaras que había por los alrededores.
La antigua amiga de la viuda les había dicho que Charlie Cox era
impulsivo, violento y peligroso, y si ella no estaba cerca para calmarlo,
podría hacer alguna tontería y delatarse. Y él sabía que la policía también
iba tras él.
Los detectives estaban preocupados por la hija, porque podrían estar
planeando acabar con ella, aunque pensaban que no se arriesgarían a
hacerlo tan pronto, y más, sin haber acabado la investigación y sin haber
cobrado el seguro del robo de las joyas ni el dinero del seguro de vida del
marido.
La última semana de junio la suerte les acompañó. Vieron salir a la
viuda del gimnasio. Por suerte esperaron un poco, y lo vieron salir a él unos
minutos después. Caminó hacia un vehículo que había aparcado a unos
pocos metros de allí. Abrió el maletero y metió la bolsa del gimnasio.
Volvió a cerrar el vehículo y se marchó caminando. Ellos aprovecharon para
poner un rastreador en el coche y hacer una foto a la matrícula. Unos
minutos después supieron que el coche era robado. Estuvieron esperando a
que el vehículo se moviera y entonces lo siguieron hasta el lugar donde se
alojaba.
A partir de ahí se centraron en la viuda y no la perdieron de vista en
ningún momento. Sabían que ella iría a verlo. Y sucedió unos días después.
La siguieron con precaución de que no los vieran. Salió de su casa a la una
de la madrugada y se dirigió al motel.
Le hicieron fotos entrando en la habitación, que era la más apartada. Y
les hicieron fotos en la puerta tres horas después, besándose para
despedirse. Ya tenían la prueba que necesitaban. Al día siguiente fueron a
por él y lo llevaron a la jefatura para interrogarlo.
No habló en ningún momento y no contestó a ninguna de las preguntas
que le hicieron. Le tomaron las huellas, para ver si coincidían con las que
habían encontrado en casa de la viuda después de que asesinaran al marido,
pero no coincidió ninguna.
Charlie Cox era un hombre atractivo, pero la amiga de la viuda tenía
razón, ese hombre era violento. Abby lo supo solo con ver cómo la miraba,
con odio y desprecio.
Llevaron también a la viuda para interrogarla, pero negó que conociera
al hombre. Hasta que le mostraron las fotos que les habían hecho
besándose. Entonces les dijo que era un amigo con quien se desahogaba de
vez en cuando.
A él lo retuvieron todo el tiempo posible, pero al final tuvieron que
soltarlo por falta de pruebas. Fueron de nuevo a tomar huellas en la casa,
por si se les había escapado alguna. Al cotejarlas con las del sospechoso
encontraron una coincidencia en una que habían tomado del interior de la
manivela de la puerta de entrada trasera, que no habían encontrado la vez
anterior, o se les había pasado a los de huellas. Y los detectives pensaron
que el presunto asesino se habría puesto los guantes, cuando ya estaba
dentro. Pero cuando fueron a buscarlo para detenerlo, él había desaparecido
de nuevo.
Mike y Abby estaban cenando en un restaurante con la familia de él al
completo. Era el aniversario de boda de los padres y estaban celebrándolo Y
habían invitado a Abby porque la consideraban parte de la familia.
—¿Todavía no sales con nadie? —le preguntó a Abby la madre de
Mike.
—Carol, me preguntaste lo mismo hace dos días, cuando comí en
vuestra casa.
—Mamá, déjala en paz —dijo Mike.
—Es que no me gusta que esté sola.
—No está sola, me tiene a mí.
—Menuda compañía, un mujeriego que no piensa sentar cabeza.
Cuando vayas a casarte ya ni siquiera podrás tener hijos. Supongo que no
has olvidado que tienes treinta y cuatro años.
—No lo he olvidado. Pero he de decirte, por si no lo sabes, que el
esperma de los hombres funciona incluso cuando son viejos. Y no sé por
qué siempre me dices lo mismo. Andrew tiene dos años menos que yo y
sale con mujeres, puede que con más que yo. ¿Es porque él es médico?
—A él también se lo digo, pero no es tan mayor como tú.
—Mamá, es solo dos años menor que yo.
Mike miró a su hermano y los dos sonrieron.
—Abby, cuando quieras conocer a hombres guapos e interesantes
dímelo y te presentaré a unos cuantos —dijo Mary, la hermana de Mike,
que tenía un año más que Abby—. En mi trabajo he encontrado a algunos
que te aseguro que merecen la pena.
—Lo tendré en cuenta —dijo Abby.
—No les hagas caso, preciosa —dijo Mark, el hermano pequeño—.
Cuando quieras salir con un tío, solo tienes que llamarme. Yo siempre
estaré disponible para ti.
Abby lo miró sonriendo. Le había rodeado los hombros con el brazo y
tenían las bocas casi pegadas.
Y así fue como la vio Sean al entrar en el comedor y mientras
caminaba entre las mesas. Abby lo vio y la sonrisa desapareció de sus
labios. Ni siquiera la saludó, y ella tampoco a él. Pero Abby pudo apreciar
como la mano de Sean sujetaba la de una mujer despampanante. De pronto
sintió un nudo en el estómago.
Mike, vio a Sean, y en su expresión notó cómo le había afectado ver a
Abby tan cariñosa con su hermano. Entonces supo que ese hombre sentía
algo muy fuerte por su amiga. Mike lo saludó con la cabeza y Sean le
devolvió el saludo de igual forma.
Se sentaron en la mesa, que seguramente tendrían reservada y que
Abby podía ver perfectamente desde el lugar donde estaba. Como también
vio a la mujer acercarse a él y besarlo en los labios.
—¿Cómo estás?
—Bien.
—Cariño, soy yo, y estamos solos. No hace falta que mientas —dijo
Mike cuando volvían a casa en el coche.
—¿No crees que se ha olvidado muy pronto de mí?
—¿Lo dices porque lo acompañaba una mujer? Abby, ya sabías que
salía con mujeres.
—Sí, lo sabía. Pero no es lo mismo saberlo que verlo con tus propios
ojos.
—A él también le ha afectado verte.
—Sí, claro.
—Te lo sigo en serio. Le ha cambiado la cara de color.
—No sé por qué me molesto en seguir pensando en él. Debería aceptar
que todo ha terminado.
—¿Y por qué no lo aceptas?
—Porque tengo miedo de perderlo.
—Yo no lo daría todavía por terminado. A ese hombre le importas.
—No te molestes en intentar que me sienta bien, Mike. No soy una
niña.
—Eso lo tengo bien claro.
—Pues no deberías tenerlo tan claro, porque yo no me siento una
mujer completa.
—¿Qué tonterías estás diciendo?
—No son tonterías. Creo que debería asimilar, de una vez, que nunca
voy a poder acostarme con un hombre.
—No seas estúpida. Tu problema se solucionará, aunque tenga que
acostarme contigo para demostrarte que no te sucede nada.
—No digas tonterías. Las veces que he estado con Sean nunca me he
sentido ridícula, y tampoco fuera de lugar, a pesar de saber que nunca
podría hacer el amor con él. Simplemente con estar a su lado hacía que me
sintiera femenina y deseable.
—Eso no es raro. Yo te encuentro muy femenina y, si no fuéramos
compañeros, desearía acostarme contigo.
—Qué tonto eres. Pero gracias por hacerme sentir mejor.
El siguiente sábado, el grupo de amigos se reunió en casa de Carter.
Logan y Kate habían vuelto el día anterior de su luna de miel. Se habían
casado en el mes de febrero y se habían ido de viaje de novios a Irlanda.
Pero estuvieron allí menos de un día. Al enterarse de que Sean estaba en el
hospital en coma habían vuelto a casa. Y dos semanas atrás, y cuatro meses
después de que se casaran, habían vuelto a ir a Irlanda con el jet de Delaney
y se habían hospedado en uno de sus hoteles.
—¿Qué tal el viaje de novios? —preguntó Carter a la pareja mientras
estaban en las hamacas junto a la piscina.
—Una maravilla. Nos encantó la isla —dijo Logan.
—¿Habéis tenido tiempo de ver todo lo que querías ver o habéis
pasado las dos semanas en la cama? —preguntó Sean.
—He de reconocer que hemos pasado bastante tiempo en la cama, pero
solo por la noche —dijo Logan sonriendo.
—Hemos visto todo lo que tenía en mi larga lista —dijo Kate—.
Hemos decidido que volveremos a Europa en otro momento para conocer
algo de Inglaterra y Escocia.
—A mí también me gustaría ir a Escocia —dijo Ellie—. ¿Tienes algún
hotel allí, Delaney?
—Sí, en Edimburgo y otro en el norte.
—Estupendo, así nos saldrá barato el viaje. Hotel y vuelo gratis —dijo
ella sonriéndole.
—Empiezo a pensar que todos os estáis aprovechando de mí.
—Tú eres el más rico de todos, así que… —dijo Lauren—. A mí
también me gustaría ir a Escocia. Dicen que los highlanders son
impresionantes.
—¿Quien lo dice? —preguntó Nathan, su marido, tirándole del pelo.
—Lo he leído en alguna novela. Pero no te pongas celoso. Tú eres mi
highlander —dijo ella besándolo en los labios.
Todos se rieron.
—Podríamos organizarlo para ir todos juntos el verano que viene —
dijo Tess—. Yo fui una vez con Delaney y Nathan, en un viaje de negocios,
pero no me dio tiempo a ver gran cosa.
—A mí me gustaría ver el lago Ness —dijo Lauren.
—Pues lo dicho. Lo organizaremos con tiempo para que podamos ir
todos. —añadió Tess.
—El martes vi a Abby —dijo Sean de pronto.
—¿Fuisteis a tomar café de nuevo? —preguntó Logan.
—No. He dicho que la vi. Estaba cenando en un restaurante con la
familia de Mike, su compañero. Bueno, supongo que era su familia porque
había un matrimonio mayor. Mike y otro de los hombres se parecían
mucho, por lo que deduje que sería su hermano. Y Abby estaba con un
hombre, muy acaramelados los dos.
—Parece que te moleste —dijo su cuñada—. Supongo que no has
olvidado que fuiste tú quien cortó con ella.
—No me molestó. Aunque…, no sé. Pensaba que sentía algo por mí.
Pero, de ser así, me ha olvidado pronto.
—Tú también dijiste que sentías algo por ella —dijo Lauren—.
¿Estabas solo en el restaurante cuando la viste?
—No.
—¿Y qué pensabas, que se iba a quedar en casa llorando desconsolada
porque hubieras cortado con ella? —dijo Ellie—. Si tú sales con mujeres,
ella también puede salir con hombres, ¿no?
—Claro. No estoy recriminándole que estuviera acompañada.
—De todas formas, ¿te dijo alguna vez que tú le gustabas? —preguntó
Kate.
—No hacía falta que lo dijera. Estoy completamente seguro de que
sentía algo por mí.
—Cariño, es mejor que olvides a esa mujer —dijo Louise.
—A ti nunca te gustó, ¿verdad, mamá?
—No es que no me gustara, pero tiene un trabajo muy peligroso y no
me gustaría que tú padecieras.
Sean se echó en la hamaca y cerró los ojos. Se mantuvo en silencio,
ausente las conversaciones que mantenían sus amigos. Estaba pensando en
Abby, preguntándose de nuevo si se había equivocado al cortar con ella.
—¿Estás bien? —preguntó Delaney sentándose en la hamaca de al
lado de su hermano cuando todos se dirigieron a la casa para sacar la
comida—. Te he visto abstraído en tus pensamientos.
—Me estoy volviendo loco. Me he preguntado, una y otra vez, si hice
bien cortando con Abby.
—Ya te dije en su momento que habías cometido un error al cortar con
ella. Pero si estás arrepentido puedes llamarla o ir a su casa a verla.
—Está saliendo con otro.
—¿Y eso qué importa? Estabas convencido de que sentía algo por ti, y
si es así, no creo que te haya olvidado en unos días.
—¿Y si estoy confundido y no sentía nada por mí? ¿Sabes qué es lo
que más me jode?
—¿Qué?
—Que a mí nunca me dejó acercarme tanto como le permite al hombre
con quien sale.
—¿Es posible que saliera con él antes de que la conocieras?
—No, sé que no salía con nadie.
—Entonces, puede que se haya enamorado de él nada más verlo.
¿Cómo es?
—Mucho más joven que yo. Puede que tenga la edad de Abby. Es
atractivo.
—Sean, si te interesa esa mujer ve a por ella, independientemente de
que esté saliendo con alguien. De lo contrario te arrepentirás por no haberlo
intentado.
—Lo pensaré.
—No lo pienses demasiado.
Sean llegó a casa a última hora de la tarde. Había decidido no salir, y
tampoco había querido quedarse a cenar en casa de su hermano.
Se sirvió un whisky y se echó en el sofá. Estuvo pensando en Abby
mucho tiempo. Recordó lo que había sentido al verla en el restaurante con
otro hombre. Los celos eran una emoción horrible. Era una especie de ira
que te iba corroyendo. Era como si recibieras un puñetazo en el estómago y
te oprimiera hasta casi no poder respirar. Jamás en su vida había sentido
celos antes de conocer a Abby, y lo que había sentido en aquel momento al
verla con aquel hombre eran celos, sin lugar a dudas. Le había sido
imposible controlar la agonía de aquel sentimiento. Sintió un dolor tan
profundo al verla con él, que lo perturbó.
Se cabreó consigo mismo, porque desde hacía días, pensaba en ella
como si fuera algo suyo y no la hubiera perdido. En un principio le hizo
gracia la reacción que vio en el rostro de ella cuando la encontró en el
restaurante, parecía como cuando te pillan haciendo una travesura. Pero
reaccionó rápidamente y lo miró. Sonrió al pensar en la forma que lo había
mirado. Su mirada fue intensa y fría. Sus ojos parecían los de un animal
salvaje…, fascinantes, se dijo.
Desde que había cortado con Abby había soñado con ella varias veces.
Aunque , ahora que se paraba a pensar en ello, también había tenido sueños
similares, antes de cortar con ella. Unos excitantes sueños eróticos
frustrados, que lo habían sorprendido, porque nunca había tenido sueños de
esa clase, a no ser en la pubertad, y al mismo tiempo lo habían atormentado.
¡Dios! La deseaba con locura. Pero no solo deseaba su perfecto cuerpo,
que desde luego quería poseer, deseaba verla, hablar con ella, aunque solo
fuera para tomar un jodido café. Porque cada vez que había estado con ella
se había sentido feliz.
Capítulo 11
Charlie cox, el supuesto asesino, estaba dentro del coche, en la oscuridad
del aparcamiento de la jefatura de policía. Había aparcado lejos de los
coches de los dos detectives. Estaba muy cabreado. Los dos lo habían
interrogado. Bueno, en realidad, la única que había hablado fue la puta de la
detective, pensó esnifando una raya de cocaína. Esa mujer era dura y fría. Y
una zorra de cuidado.
Habían tenido que soltarlo por falta de pruebas, a pesar de que ya
estaban al corriente de que era el amante de la viuda. Pero sabía que era
cuestión de tiempo que encontraran algo, porque los detectives parecían dos
sabuesos.
Estaba cabreado con ellos. Más con Abby, porque era un machista y no
soportaba que una mujer, que no fuera su amor, estuviera por encima de él.
Quería darle un escarmiento. Una buena paliza estaría bien, pensó. Era el
tercer día que iba al aparcamiento a última hora de la tarde para vigilar a los
detectives, que ya había averiguado que vivían en la misma casa, aunque no
sabía si serían pareja. Los dos días anteriores se habían marchado con el
mismo coche, pero hoy estaban ahí los dos vehículos.
Vio salir a Mike, quien subió al coche y se marchó. Decidió seguirlo
para ver adónde iba. La detective no había salido y su coche permanecía
allí. Pero sabía que no tardaría mucho porque los dos días anteriores se
marcharon los dos alrededor de las ocho de la tarde, y eran las siete y
veinte.
Mike fue a su casa. Quince minutos después salió. Percibió que se
había cambiado de ropa y se había duchado, porque aún llevaba el pelo
húmedo. Lo siguió hasta un restaurante y se acercó a una mujer que lo
esperaba en la puerta. Después de saludarse entraron en el local. Esperó
unos minutos, para darles tiempo a que se sentaras en su mesa y entonces,
Charlie bajó del coche y se acercó a una de las ventanas del restaurante. Los
vio sentados en la mesa. Sonrió pensando que era la ocasión que había
estado esperando. Condujo rápidamente hacia la casa de los detectives.
Aparcó algo alejado de la propiedad y luego caminó hacia allí. Al
llegar a la casa la rodeó hasta llegar a la puerta trasera. Se puso los guantes
y la abrió sin problemas. No oyó ninguna alarma. Al ser detectives no
pensarían que pudieran necesitar una. Agradeció que aún no hubiera
anochecido para no tener que encender la linterna.
Recorrió la casa, con la luz que entraba por las ventanas, buscando el
mejor sitio para esconderse y no lo descubriera al llegar. Cuando ella
entrara tendría que darle tiempo para que se desprendiera de la pistola.
Esperaría a que se duchara y saliera del baño, porque estaba seguro de que
se ducharía.
Mientras recorría la casa, vio la habitación en la que estaba el mural de
corcho con todas las fotos y notas relacionadas con el caso que no habían
resuelto. Le habría gustado hacerlas desaparecer, pero entonces
sospecharían que habría sido él.
Se había llevado su pistola, por si las cosas se ponían difíciles.
Esperaba no tener que matarla, antes de que le diera una buena paliza.
Porque su intención era matarla a golpes.
Abby entró en casa media hora después de que él llegara. Charlie
estaba escondido en el dormitorio de Mike, donde suponía que ella no
entraría. Oyó que entraba en su dormitorio. Poco después escuchó la ducha.
Él salió de la habitación y se apoyó en la pared del pasillo, junto a la puerta
del cuarto de ella, que estaba abierta. Suponía que la del baño también
estaría abierta, porque oía perfectamente el agua de la ducha. Poco después
cerró el grifo y unos minutos más tarde oyó el secador del pelo. La oyó salir
del baño y entonces volvió a la habitación de Mike y cerró la puerta,
asegurándose de no hacer ruido.
La escuchó hablar por teléfono mientras pasaba por delante de la
puerta donde él estaba apoyado. Cuando colgó el teléfono él salió del
dormitorio, se acercó a ella por detrás y le dio una fuerte patada en la
espalda y Abby cayó golpeándose el rostro contra el suelo. El golpe la había
cogido por sorpresa y no pudo reaccionar a tiempo para evitarlo. Se dio la
vuelta, al mismo tiempo que él se sentaba a horcajadas sobre ella y le
sujetaba las manos por encima de la cabeza.
—Ya tenía ganas de estar a solas contigo, zorra. Llevo días esperando
a que tu jodido compañero te dejara sola.
—¿Te excita tenerme así?
—No me excitas lo más mínimo, puta —dijo él acercándose a su
rostro.
Abby pudo ver sus pupilas dilatadas y supo que estaba drogado.
Aprovechó que él estuviera cerca y levantó la cabeza del suelo con todo el
impulso que pudo darse, y lo golpeó con la frente en la nariz. Él no se lo
esperaba, le soltó las manos y se cogió la nariz. Abby le empujó a un lado y
se levantó. Él también lo hizo, muy cabreado.
—¡Zorra!, me has roto la nariz.
—No lo creo, pero es lo que deseaba.
Y entonces él la empujó y cayó por la escalera.
—¿A qué has venido a mi casa, a que te mate? —preguntó ella
levantándose, mientras él bajaba la escalera sujetándose la nariz—.
Supongo que prefieres morir aquí, en vez de ir a la cárcel por asesinato.
—¿Matarme? —dijo riéndose—. Eso es lo que voy a hacer yo contigo.
—No te va a resultar fácil.
Estuvieron peleando, golpeándose sin contenerse. Abby había
entrenado para soportar una pelea, pero ese hombre también sabía pelear, y
sabía dónde golpear para hacerle el máximo daño. Además, tenía la ventaja
de que era más alto que ella, y pesaba treinta kilos más.
Abby estaba destrozada. Le había golpeado la cabeza contra el suelo
varias veces. Le había golpeado la cara con los puños en varias ocasiones, y
le había dado patadas en las costillas, sospechaba que tendría varias rotas.
La había apuñalado en el costado y en el muslo con la navaja que llevaba.
Abby sospechaba que también tenía un brazo roto.
Él no estaba mucho mejor. Lo había golpeado por todas partes; le
había roto una pierna; tenía los ojos hinchados, al igual que ella, por los
puñetazos que había recibido. Y el último golpe que le dio en el pecho hizo
que él perdiera el conocimiento.
Abby aprovechó para ir, no con poco esfuerzo, hacia la entrada y cogió
la pistola y las esposas. Se sujetaba el costado, que sangraba mucho. Volvió
hasta donde estaba él y lo arrastró hasta estar junto al radiador del salón,
antes de que recobrara el conocimiento. Lo esposó a él y fue al pasillo a por
el móvil, que estaba en el suelo. Volvió al salón y se sentó en el suelo,
alejada de él y con la pistola en la mano. Llamó al capitán.
—Hola, Abby.
—Capitán, necesito dos ambulancias en casa. Estoy…
No pudo seguir hablando porque perdió el conocimiento.
—¡Abby! ¡Abby!
El capitán llamó a las ambulancias y luego a Mike.
El detective fue el primero en llegar, porque el restaurante estaba cerca
de su casa. Cuando entró en el salón se quedó horrorizado por los destrozos.
Había sangre por todas partes. Vio a su compañera en el suelo, todavía
inconsciente y con la pistola en la mano. Se acercó a ella rápidamente,
comprobó que respiraba e intentó que reaccionara. Ella despertó aturdida.
—Que no se escape, que no se escape.
Charlie estaba recobrando el conocimiento. Mike se acercó a él.
—Suéltame, me estoy haciendo daño en la muñeca.
Sin pensarlo dos veces, Mike le dio una patada en el rostro por la rabia
que sintió al ver el estado en que se encontraba su compañera.
—¡Jódete, cabrón! —dijo Mike volviendo con Abby y presionando en
las heridas con dos prendas que había cogido de encima del sofá, sin ni
siquiera ver qué eran.
—Eres policía, no puedes pegarme.
—Estamos tú y yo solos, ¿a quién crees que van a creer? Debería
coger la pistola de mi compañera y matarte. Apuesto a que nadie te echaría
de menos. Bueno, puede que tu zorra sí. Ya puedes rezar para que mi
compañera salga de esta, de lo contrario, acabaré contigo.
—Necesito ir al hospital.
—Nada de hospital para ti. Te llevaremos a la jefatura y te
encerraremos en el calabozo. Allí te verá un médico. No parece que tengas
nada serio.
—¡Qué dices! Tu puta me ha golpeado por todas partes. Tengo una
pierna rota y puede que también la nariz, y estoy seguro que alguna costilla.
—Es buena, ¿eh?
—Creo que yo le he hecho más daño que ella a mí.
—Eso es porque eres un cobarde, la has atacado con un cuchillo y ella
iba desarmada. Si hubieras sido un hombre habrías venido a por mí en vez
de a por una mujer.
La ambulancia llegó un minuto después que Mike, y a continuación
entró el capitán con dos policías y el equipo de pruebas. Se llevaron a Abby
en una de las ambulancias y el capitán fue con ella. Llevaron al agresor al
hospital en la otra ambulancia, acompañado por los dos policías. Mike les
ordenó que no se separan de él en ningún momento, y que no le quitaran las
esposas bajo ningún concepto.
Mike fue a continuación al hospital y en el trayecto llamó a su madre
para decirle lo que había sucedido.
Poco después los padres de Mike, su hermano pequeño, y el capitán y
su mujer, estaban en la sala de espera del hospital. Un médico entró.
—Familiares de Abby Connors.
—Todos somos familia suya —dijo el capitán levantándose al mismo
tiempo que el resto de los presentes. ¿Cómo está?
—La buena noticia es que no está grave y se pondrá bien. Tiene roto el
brazo derecho y tres costillas. Tiene dos puñaladas, una en el costado y la
otra en el muslo, que ya hemos cosido. Y golpes en todo el cuerpo. Le
hemos hecho una transfusión porque había perdido mucha sangre. Lo que
más nos preocupa es la cabeza, le han dado unos golpes muy fuertes. Le
hemos hecho pruebas y mañana tendremos los resultados.
—¿Cuánto tiempo tendrá que permanecer aquí? —preguntó el capitán.
—Tres semanas como mínimo. Luego podrá terminar de recuperarse
en casa.
—A ella no le va a gustar esa noticia —dijo Mike.
—Tendrá que aguantarse —dijo el capitán.
—Les dejo. Deberían irse a casa. Ella no está para recibir visitas y
tiene que descansar. Aquí no pueden hacer nada.
—Yo me quedaré con ella esta noche —dijo Mike—. Prefiero estar
aquí y vigilar al que la ha atacado.
—¿Está en el hospital? —preguntó su madre.
—Sí, Abby lo ha destrozado. Ese hombre tenía intención de matarla.
Podría haberlo hecho, porque llevaba una pistola, pero creo que quería
pegarle una paliza, antes de acabar con ella.
—Seguro que no esperaba que Abby se defendiera.
La familia de Mike se marchó, después de decirle a su hijo que
volverían al día siguiente. El capitán se acercó a Mike.
—No te preocupes, el agresor está custodiado por dos agentes, y
esposado.
—Lo sé. De todas formas, le echaré un vistazo de vez en cuando. Mi
madre vendrá mañana y se turnará con mi hermano para que no esté sola en
ningún momento. Ha terminado la universidad y no empezará a trabajar
hasta después del verano. Váyase a casa con su esposa, capitán.
—Mi mujer vendrá mañana, y yo también.
—Nos veremos mañana en la jefatura. Abby no merecía que le pasara
algo así, ya ha sufrido bastante.
—No se preocupe, capitán. Abby es muy fuerte y se recuperará.
—Lo sé. Buenas noches, detective.
—Buenas noches, capitán.
La noticia salió en todos los canales de televisión al día siguiente,
aunque no mencionaron que tenían al culpable. Jack, el guardaespaldas de
Delaney, fue el primero que vio la noticia y se lo dijo a su jefe tan pronto
bajó la escalera de su casa. Mientras iban camino del trabajo, Delaney
llamó a su mujer para informarla de lo sucedido y le pidió que se lo dijera a
los otros, menos a Sean, que iba a llamarlo él tan pronto colgara.
Sean estaba en su estudio de arquitectura cuando sonó su móvil. Lo
cogió y vio que era su hermano.
—Hola, Delaney. ¿Por qué me llamas tan temprano? ¿Te has tomado el
día libre para quedarte en la cama con tu mujercita?
—Hola. No estoy en la cama, voy camino del trabajo. ¿Has visto las
noticias?
—No, ¿por qué?
—Abby está en el hospital.
—¿Qué? ¿Qué ha pasado?
—No sé lo que ha pasado, pero parece ser que le han dado una paliza.
—¿Una paliza? ¿Quién?
—No tengo ni idea. ¿Vas a ir a verla?
—No sé si debería. No olvides que corté con ella, y no creo que quiera
verme.
—Bueno, tú sabrás lo que haces. Si yo fuera tú iría. Tengo una reunión
a primera hora que no puedo cancelar con tan poco tiempo de antelación,
pero Nathan y yo iremos cuando acabe.
—¿Vais a ir a verla?
—Sí. Me porté muy mal con ella cuando estuviste en el hospital, es lo
menos que puedo hacer.
—Bueno, ya me dirás cómo está.
—Lo haré. Te llamaré más tarde.
Delaney y Nathan entraron en la habitación del hospital a las diez
menos cuarto de la mañana. Había ramos de flores por todas partes, uno de
cada matrimonio del grupo de amigos, otro de Sean, uno de Mike y su
familia, otro del capitán y su esposa y otro de los compañeros de la jefatura.
En la habitación estaba Mike, su madre y su hermano pequeño. Carol
miró a esos dos hombres y pensó que cualquiera de los dos podría ser la
fantasía sexual de cualquier mujer hecha realidad. Mike se levantó y se
acercó a ellos.
—Hola, ¿qué hacéis aquí?
—Supongo que lo mismo que tú —dijo Delaney—. Hemos visto las
noticias. ¿Cómo está?
—En estos momentos no muy bien, aunque tendríais que ver al otro.
—Tiene mal aspecto. ¿Está grave? —preguntó Nathan.
—No, el médico dice que se recuperará.
—¿Quién lo ha hecho?
—Alguien a quien estábamos vigilando.
—Pues parece que no habéis hecho bien el trabajo —dijo Delaney.
—Estaba dentro de nuestra casa esperándola.
—¿Lo habéis cogido?
—Abby consiguió esposarlo a un radiador, antes de perder el
conocimiento. Esa chica es una fuera de serie.
Abby soltó un quejido de dolor al moverse. La madre de Mike se
levantó y se acercó a la cama.
—Procura no moverte, cariño.
Abby ni siquiera abrió los ojos.
—La han sedado para que no sienta tanto dolor —dijo Mike—. Mamá,
acércate.
La mujer lo hizo.
—Mamá, quiero que conozcas al señor Stanford y al señor Brooks.
Ella es Carol, mi madre.
—Por favor, llámame Delaney —dijo besando a la mujer en la mejilla.
—Yo soy Nathan – dijo el abogado besándola también.
—Mucho gusto en conoceros. Mi hijo y Abby fueron a una fiesta en tu
casa, ¿verdad?
—Sí.
—Creo que me dijo que era el cumpleaños de alguno de vosotros.
—De mi hermano —dijo Delaney.
—Le caísteis todos muy bien.
—Ella también a nosotros.
—Él es Mark, mi hermano pequeño —dijo señalándolo.
Se saludaron los tres, pero sin que el chico se acercara.
—¿Cuál es el estado de Abby? —preguntó Delaney.
—Tiene golpes por todo el cuerpo, a causa de ellos apenas puede abrir
un poco unos de los ojos, como veréis, los tiene demasiado hinchados.
Tiene roto el brazo derecho y tres costillas. Una puñalada en el costado y
otra en el muslo.
—Tenía que haberle pegado un tiro después de esposarlo al radiador.
—Nathan, somos policías, no asesinos. Aunque, si yo hubiera entrado
en casa mientras la atacaba, me lo habría cargado —dijo sonriendo.
—¿Delaney? —dijo Abby en voy baja intentando abrir los ojos.
—Hola, cielo —dijo él acercándose a la cama.
—Hola, preciosa —dijo Nathan junto a él.
—Os estaba oyendo, pero no sabía si estaba soñando. Muchísimas
gracias por las flores.
—No hay de qué. Sean te envía saludos —dijo Delaney.
—¿En serio? Me dejó bien claro que no quería saber nada de mí.
—Mi hermano tiene menos luces que un árbol de Navidad en verano.
Abby iba a reír, pero se sujetó la cara de dolor.
—Lo siento, no debí decir eso.
—No te preocupes —dijo ella—. Estoy totalmente de acuerdo contigo.
—Supongo que vendrá a verte. Creo que le ha afectado lo que te ha
sucedido.
Mike recibió una llamada del capitán. Se acercó a la cama para besar a
Abby en la frente, se despidió de ellos y se marchó.
—Dile a Sean que no se moleste en venir, no quiero verlo.
—Se lo diré, aunque no puedo asegurarte que me haga caso.
—¿Cuánto tiempo tendrá que estar en el hospital? —preguntó Nathan
a Carol.
—Como mínimo tres semanas.
—No pienso estar aquí tres semanas —dijo Abby—. Me marcharé en
un par de días, tan pronto me encuentre un poco mejor.
—No creo que tu estado mejore en solo unos días —dijo Delaney.
—Ya veremos.
—Nuestras mujeres vendrán a verte más tarde, y el resto de los otros.
—No hace falta que se molesten.
El médico entró para reconocerla y Delaney y Nathan se marcharon.
—Le han dado una buena paliza —dijo Nathan cuando salieron de la
habitación.
—Desde luego que sí.
Delaney llamó a su hermano para hablarle del estado de Abby mientras
volvían a la oficina. Y le dijo que no fuera a verla, porque ella no quería
verlo.
Abby estuvo recibiendo visitas durante toda la mañana, fueron los
padres de Delaney y todos los del grupo de amigos, excepto Sean. Tampoco
fue Carter, pero su mujer le dijo que iría a verla a última hora de la tarde.
También entró a verla Jack, y le dijo que Cath deseaba que se recuperase
pronto. Ninguno de ellos se quedó más de cinco minutos, porque ella
necesitaba descansar.
Sean estuvo toda la mañana distraído. No podía dejar de pensar en
Abby. Decidió ir a una de sus obras porque en el estudio lo estaba haciendo
todo mal por falta de concentración. Había tenido que rectificar cuatro
veces el plano que estaba haciendo, porque no estaba centrado en lo que
hacía.
Le habría gustado estar con ella en el hospital y abrazarla. Le gustaría
decirle que todo iría bien, que él estaría a su lado. Quería decirle que
cuidaría de ella y la protegería… ¿Cuidarla y protegerla? ¿Qué derecho
tenía él sobre ella? Ni siquiera había ido a verla al hospital, como si ella no
le importara.
Todo lo que le sucedía con ella era nuevo y desconocido para él,
incluidas las sensaciones que le provocaban solo el tenerla cerca. Se había
dicho, una y otra vez, que tenía que olvidarla. Pero, ¿cómo iba a olvidarla si
ni siquiera podía evitar desearla? La deseaba cada vez más.
A menudo se sorprendía pensando en ella, más veces de lo que le
parecía saludable. Esa chica lo hacía sufrir, y tenía la impresión de que
podría hacerlo sufrir más de lo que consideraba conveniente.
Sabía que Abby era una amenaza para su salud, con esa indiferencia
que parecía sentir hacia él. Le había dicho a su hermano que no fuera al
hospital porque no quería verlo. ¿Quién era ella para decirle dónde podía o
no podía ir? De pronto recordó todas las noches que ella lo había
acompañado cuando estuvo en coma y sintió una presión de culpabilidad en
el pecho. Tenía que haber ido a verla tan pronto se enteró de lo sucedido.
Tenía que haber sido el primero en ir a verla. Bueno, más valía tarde que
nunca, se dijo.
Sean abandonó la obra y se fue a casa a ducharse. Luego fue a casa de
su hermano, quería hablar con su cuñada, que sabía que había ido al
hospital a ver a Abby y quería que le dijera cómo la había encontrado. Tess
le preparó un sandwich mientras hablaban, para que comiera algo antes de
ir al hospital, como le había dicho que haría. Estuvieron hablando un buen
rato de una cosa y otra. Luego hablaron de Abby.
—La pobre, con lo guapa que es y lo maltrecha que tiene la cara y el
cuerpo. Dios mío, tiene golpes por todas partes, dos cuchilladas, un brazo
roto, tres costillas rotas. Y el rostro desfigurado. Me da mucha lástima —
dijo Tess.
—¿Lástima? Es fría y calculadora. Le dijo a tu marido que no fuera a
verla porque no quería verme. ¿Quién es ella para prohibirme algo? Parece
que me desprecie.
—Está en el hospital y está en su derecho de recibir a quien quiera en
su habitación. Y hablas de desprecio. ¿Tal vez el mismo desprecio con que
tú le dijiste que cortabas con ella, y que no te interesaba verla, ni siquiera
para tomar un café?
—Eso es diferente.
—No tiene nada de diferente. Y, de todas formas, si piensas que es fría
y calculadora y te ha tratado con desprecio, ¿para qué vas a ir a verla?
—Porque no puedo quitármela de la cabeza.
Sean tocó a la puerta de la habitación del hospital y luego la abrió.
Volvió a sentir una presión en el pecho que casi le impedía respirar cuando
vio a Abby indefensa en la cama. Se adentró en la habitación. Había una
mujer sentada en un sillón junto a la cama.
—Hola —dijo él en voz baja.
—Hola —dijo la mujer levantándose—. ¿Es familia de Delaney
Stanford?
—Soy su hermano. Me llamo Sean —dijo acercándose a ella para
darle la mano.
—Yo soy Carol, la madre de Mike, el compañero de trabajo de Abby
—dijo ella ignorando la mano y besándolo en la mejilla—. Me alegro de
conocerte, Sean.
—Un placer, Carol.
—Hace poco que le han dado la dosis de tranquilizantes para el dolor y
le dan sueño. Esta mañana he conocido a tu hermano, a vuestros amigos y a
tus padres. Ven a sentarte conmigo en el sofá.
—Ya me habían dicho que vendrían —dijo él sentándose al lado de la
mujer, pero sin apartar la vista del rostro de Abby.
—Tengo entendido que me falta conocer a un amigo vuestro, a Carter.
Vendrá a verla cuando termine, tenía algunos partos programados. ¿Tú
también has estado ocupado todo el día?
—Sí. Bueno, en realidad, no —dijo unos segundos después—. Abby y
yo éramos…, supongo que amigos, pero corté con ella hace unas semanas.
Pensé venir a verla esta mañana, pero mi hermano me dijo que ella no
quería verme.
—A pesar de ello, estás aquí.
—Abby estuvo conmigo cada noche en el hospital cuando estuve en
coma.
—¿Eras tú a quien le dispararon?
—Sí.
—Sabía lo que había sucedido, pero no sabía quien era el hombre.
¿Estás bien?
—Sí. Por suerte, la bala no tocó ninguno de los órganos vitales.
—Me alegro. ¿Por qué has venido si habías cortado con ella?
—Porque me arrepentí de cortar con ella.
—Entonces, ¿por qué lo hiciste? Abby es una buena chica y, aunque la
gente piense que es dura y fría, están equivocados. Eso es lo que ella quiere
que crean. Jamás ha hecho mal a nadie. Para mi marido y para mí es como
una hija y mis hijos la adoran.
—Ella solo quería ir conmigo a tomar café, y yo quería algo más. Ya
sabes, ir a comer, a cenar…
—Y te rendiste.
—Sí.
—¿Puedo preguntar cuántos cafés tomaste con ella?
—Tres.
—No son muchos que digamos.
—Lo sé.
—Sin embargo, me da la impresión de que Abby te interesaba, y sigue
interesándote. ¿Me equivoco?
—No, no te equivocas.
—Pero no eres muy paciente.
—Siempre he sido paciente, pero con ella… No sé lo que me pasa.
—Abby es muy testaruda. No sé si querrá volver a tomar contigo ni
siquiera un café.
—Insistiré hasta que lo consiga.
—Pareces muy seguro de ti mismo.
—Suelo conseguir lo que quiero.
—Vaya. Además eres arrogante. Me gustas.
—Y tú a mí. De todas formas, no sé si lo conseguiré, porque sale con
alguien.
—¿Te refieres a un hombre?
—Sí.
—No tengo noticias de ello.
La puerta se abrió y el hermano pequeño de Mike entró.
—Hola.
Sean se tensó al reconocerlo como el hombre que estaba en el
restaurante con ella.
—Hola, cariño —dijo su madre—. Mark, quiero que conozcas a Sean,
un amigo de Abby. Sean, él es mi hijo pequeño.
—¿Tu hijo?
—Sí.
—Un placer conocerte —dijo el chico.
—¿Eres el novio de Abby?
—¿Su novio? —preguntó Carol extrañada—. Mi hijo y ella son como
hermanos.
—Vaya.
—¿Mi hijo es ese hombre con quien pensabas que salía Abby?
—Sí. Los vi en un restaurante…
—Supongo que sería el día que salimos a cenar para celebrar mi
aniversario de casada.
Abby despertó en ese momento. Aunque solo podía abrir un ojo, y solo
un poco, por lo hinchados que los tenía. Vio a Sean y se estremeció.
—Hola, cariño —dijo Carol, acercándose a la cama.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Abby a Sean.
—Es una pregunta bastante estúpida. Hola, Abby.
—Abby no está al cien por cien en estos momentos. La medicación y
los golpes que le dieron, han hecho que su cerebro no esté en pleno
funcionamiento —dijo Mark sonriendo.
Carol miró a Sean y luego miró a Abby, que no apartaba la mirada de
él.
—Aprovechando que ha venido mi hijo, va a llevarme a casa. Me
ducharé y luego me traerá mi marido que, sin duda va a querer venir a verte.
Sean, ¿puedes quedarte con Abby hasta que vuelva?
—Sean tiene que marcharse —dijo Abby.
—No tengo ninguna prisa. Carol, si quieres, puedes quedarte en casa,
yo me quedaré con ella esta noche.
—¡No! —dijo Abby con un gemido, porque le dolía toda la cara y la
mandíbula—. No quiero que él se quede conmigo. Pero, Carol, no hace
falta que vuelvas, aquí estoy bien atendida.
—No vas a quedarte sola.
—Hay un policía sentado en la puerta y otro en la puerta de la
habitación del que me ha agredido.
—¿Ese tío está en este hospital? —preguntó Sean.
—Sí, Abby le dio una buena paliza —dijo Mark orgulloso.
—Volveré en una hora —dijo la mujer.
—De acuerdo.
—Me alegro de haberte conocido, Sean.
—Y yo a ti.
—No tardaré.
—Tómate el tiempo que necesites.
Mark se despidió también y salió de la habitación con su madre.
Sean se quedó a solas con Abby. Colocó una silla en el lado derecho de
la cama, porque en el otro lado tenía el brazo escayolado, y se sentó. Sean
le cogió la mano. Ella intentó apartarla, pero él no se lo permitió.
Abby se tensó al sentir el tacto de su piel. El contacto era delicioso y le
había acelerado el corazón. Y ella que creía que ya lo había olvidado,
pensó. Abby tenía la mirada fija en sus manos unidas. Estaba
experimentando unas sensaciones muy extrañas que se extendían por su
cuerpo y una ola de calor la invadió.
—No tenías que haber venido. No quería verte. No quiero que estés
aquí.
—Parece que quieres muchas cosas. Pero no siempre se puede tener
todo lo que queremos, ¿verdad?
Sus miradas se cruzaron. Sean sintió un golpe en el pecho, como si
todo el sufrimiento que ella estaba sintiendo lo estuviera compartiendo con
él. No podía apartar la mirada de su rostro deformado, casi no podía
respirar.
—¿No hay peligro de que escape el cabrón que te hizo esto?
—Está esposado a la cama y hay un policía en la puerta.
—En las películas, siempre se escapa del hospital.
—No creas todo lo que ves en las películas.
—Seguro que la viuda ya habrá desaparecido, si estáis reteniéndolo.
—Nadie sabe que está aquí. Tenemos su teléfono, es de prepago, como
pensábamos. Estamos esperando a que ella se ponga en contacto con él.
Mike vendrá a informarme esta noche.
—Siento lo que te ha pasado.
—Gracias. Y gracias por las flores.
—No hay de qué. También siento haber cortado contigo.
—Eso es pasado, y no merece la pena mencionarlo. De todas formas,
entre tú y yo no había nada.
—Porque tú no quisiste.
—Sean, olvídalo. Te agradezco que hayas venido a verme, pero no
hace falta que vuelvas.
—Cuando corté contigo estaba cabreado porque no confiaras en mí.
Abby, no quería cortar contigo.
—A mí me pareció que estabas muy seguro de tus palabras.
—Cuando te vi en el restaurante, no me gustó nada lo que vi. Creía
que ya te había superado, pero… Pensé que estabas saliendo con el
hermano pequeño de Mike, que entonces no sabía quien era.
—Mark tiene veinticinco años.
—Solo tienes tres años más que él.
—¿Por qué iba a querer salir con Mark, si no había querido salir
contigo?
—No lo sé. Puede que porque me consideres demasiado mayor.
—No creo que la edad sea un problema. Supongo que sabes que eres
un bombón.
—Vaya. Había echado de menos tus piropos.
—Sean, fue agradable haberte conocido, y haber ido a tomar café
contigo, pero no voy a volver a verte, ni siquiera para tomar un café.
—Lo suponía.
—Hace casi un mes y medio que no te veo y no te he echado de
menos. Así que lo dejaremos aquí.
—¿Y lo que piense yo no importa?
—A mí no.
—Eres un poco egoísta, ¿no crees?
—No lo creo. ¿Habrías intentado ponerte en contacto conmigo si no
estuviera en el hospital?
—Posiblemente no, porque pensaba que salías con otro.
—Entonces, supongo que ya te habrás hecho a la idea, así que mejor
no volver a lo de antes.
—No me he olvidado de ti. He pensado en ti cada día desde que
cortamos.
—Desde que cortaste —le rectificó ella.
—Vale, desde que corté. Te he echado de menos. Por favor, deja que
venga a verte todos los días mientras estás ingresada.
—Sean, lo de suplicar no va contigo. No quiero que vuelvas. Yo no te
he echado de menos y no estoy interesada en ti.
—¿Estás segura? Porque yo tengo la teoría de que te quedaste conmigo
en el hospital todos esos días porque sentías algo por mí.
—¡Qué dices! Ni siquiera te conocía. Y, perdona que te lo diga, pero
eres un arrogante engreído.
—No voy a discutirte que sea un arrogante, pero creo que no me
equivoco. No me voy a rendir, Abby.
—Eso ya lo he oído antes. Olvídame, Sean. Te aseguro que será muy
conveniente para ti. Puedes hacer lo mismo que hice yo.
—¿A qué te refieres?
—Cuando cortaste conmigo no volví a verte. No te llamé, no te envié
ningún mensaje, ni hice ninguna mención por verte. Y ahora que soy yo
quien te dice que no quiero saber nada de ti, que es prácticamente lo que tú
me dijiste, ¿no puedes hacer lo mismo? ¿Por qué no me olvidas?
—¿Que por qué no te olvido? Pues porque no puedo, joder. No puedo
apartarte de mi mente. Pienso en ti todo el santo día. Y las noches aún son
peores. Cuando me meto en la cama veo tu imagen y no puedo apartarte de
mis pensamientos.
—Ese no es mi problema.
Sean le soltó la mano y se echó hacía atrás en la silla. Entonces la miró
fijamente. La miraba con tanta intensidad que ella cerró los ojos para no ver
esa mirada tan fría. Y estuvo tanto tiempo con los ojos cerrados que se
durmió.
Carter llegó a última hora de la tarde.
—Hola, guapísima —dijo él besándola en la frente—. Hola, Sean.
—Hola.
—Hola, Carter —dijo ella.
Carter cogió la ficha de ella, que estaba colgada a los pies de la cama y
silbó después de leerla.
—Te han dado una buena paliza, ¿eh?
—Tendrías que ver cómo ha quedado el otro.
—¿Cómo te encuentras?
—He estado mejor. Gracias por venir, y por las flores.
—Me habría gustado venir antes, pero cuando un bebé dice de venir al
mundo, no hay nada que lo detenga.
—Me lo imagino.
Poco después llegaron Carol y su marido. Carter y Sean aprovecharon
para marcharse. Carter se despidió dándole un beso en la frente. Y Sean se
despidió simplemente moviendo la cabeza.
Abby creyó morir. Pero, ¿no era eso lo que ella quería?, se preguntó.
De todas formas, él le había dicho que no pensaba rendirse. ¿Lo habría
dicho en serio o se olvidaría de ella?
Capítulo 12
El día siguiente fue horrible para Sean. Estaba muy cabreado con Abby. No
le gustaba que le dijeran lo que podía o no podía hacer. Recordó que ella se
había quedado con el en el hospital cada noche, a pesar de lo mal que la
había tratado Delaney y de que todos sus amigos la ignoraran. Ese mujer
tenía cojones y, desde luego, no era una cobarde, se dijo sonriendo.
Después de su jornada laboral fue a casa, se duchó y se puso un
chándal, cenó y se fue al hospital. Eran las ocho y media cuando entró en la
habitación de Abby. Ella lo miró con cara de pocos amigos, y él se limitó a
sonreírle. Al menos se sintió un poco mejor por cabrearla. En la habitación
estaba Mike y su hermana.
—Hola, Mike —dijo Sean caminando hacia él y saludando a Abby con
la cabeza sin detenerse.
Ella sabía que estaba enfadado, así y todo, había ido a verla de nuevo.
—Hola, Sean —dijo Mike—. Te presento a Mary, mi hermana. Cariño,
él es Sean, un amigo.
—Un placer conocerte —dijo Sean besándola en la mejilla.
—Lo mismo te digo.
Poco después, Abby los miraba. Conversaban animadamente de sus
trabajos. Al decirle Mary que era diseñadora de interiores, él le pidió su
teléfono, por si algún cliente le preguntaba por un decorador. Abby los
escuchaba perfectamente. No le gustó que compartieran los teléfonos.
—Parece que Mary y Sean han congeniado —dijo Mike sentándose en
la silla que estaba junto a la cama.
—Seguro que ese hombre congeniaría con cualquier mujer. No sé por
qué ha venido. Le dije que no quería que volviera por aquí.
—Entonces, lo habrá hecho por eso. No parece la clase de hombre que
le guste que le digan lo que tiene que hacer. Te dije que lo vuestro no había
terminado.
—No habría venido de no estar yo en el hospital.
—Él habría encontrado cualquier otra forma de volver a verte.
—Llévatelo cuando te marches.
—Lo intentaré.
La hermana de Mike besó a Sean para despedirse, le dio un beso a
Abby y luego se marchó. Diez minutos después entró el psiquiatra de Abby.
—Hola, doctor Stroud —dijo Abby.
—Hola, ¿cómo estás?
—Supongo que me siento igual que me ve.
—Pues estás hecha un asco —dijo el hombre sonriéndole.
—Sí, lo sé. Al menos estoy despierta. Aunque no tardarán en venir a
drogarme de nuevo. Me paso la mayor parte del día dormida.
—Así se te pasará más rápido el tiempo.
—¿Se ha enterado por las noticias?
—No. Te he llamado al móvil al ver que no habías asistido a nuestra
cita. Ha contestado el detective Decker.
—Siento no haber ido, la verdad es que ni me acordaba.
—Tenías una buena excusa para olvidarlo.
—Sí.
—Hola, doctor —dijo Mike acercándose a él para saludarlo.
—Hola, Mike.
—Quiero presentarle a Sean Stanford.
Sean se acercó a ellos al escuchar su nombre.
—Sean, él es el doctor Stroud, el psiquiatra de Abby.
—Un placer conocerle, doctor.
—Lo mismo le digo —dijo el hombre mirándolo con atención durante
un instante, porque sabía que era el hombre de quien Abby estaba
enamorada.
Estuvieron hablando los tres unos minutos y luego el doctor se
despidió de ellos.
—Llamaré a su consulta para pedir una cita cuando esté bien.
—De acuerdo. Llamaré a Mike para preguntarle cómo te encuentras.
Que te mejores.
—Muchas gracias. Y gracias por venir, y por las flores.
—No hay de qué. Llámame si necesitas hablar y vendré.
—Vale.
Poco después, Mike se acercó a ella y la besó en la frente.
—Llámame si necesitas algo de casa.
—¿Te vas?
—¿No crees que he estado un buen rato? Mi madre vendrá después de
cenar y se quedará contigo.
—Mike, dile que no venga, porque me quedaré yo con ella —dijo
Sean.
—De eso nada. Márchate con Mike. Y dile a tu madre que no hace
falta que venga —le dijo a su compañero.
—No voy a marcharme —dijo Sean.
—Puedo hacer que te echen.
—Hazlo, si es lo que quieres, pero me quedaré en el pasillo. Preferiría
estar aquí porque podría estar sentado.
—Puedes sentarte en ese sillón, es reclinable y bastante cómodo —dijo
Mike.
—De acuerdo.
Abby miró a su amigo con ojos amenazantes. Pero Mike ni se inmutó,
le dijo adiós con la mano y abandonó la habitación.
Cuando el detective salió, Sean se sentó en la butaca que le había
indicado, la hizo hacia atrás y cerró los ojos.
La madre de Mike no apareció y tampoco su padre. A Abby le parecía
raro que él no hubiera ido, porque Carol le había dicho que iría a verla
después del trabajo. Pero unos minutos después la llamó por teléfono para
preguntarle cómo ese encontraba.
—Tenías que haberte marchado —dijo Abby a Sean cuando terminó la
llamada—. Los viernes por la noche sueles salir.
Sean abrió los ojos y la miró.
—Vaya, me has dirigido la palabra. Es cierto, los viernes suelo salir,
pero habrá más viernes.
—La amiga con la que pensabas salir se sentirá decepcionada —volvió
a hablar ella mirándolo.
—¿Tú te sentirías decepcionada, de ser ella?
—No hablamos de mí.
El brutal atractivo de ese hombre la sacaba de quicio y la
intranquilizaba. El tiempo que había permanecido con los ojos cerrados no
había movido ni un solo músculo, ni había pronunciado una palabra, pero
ese hombre conseguía desprender un aura de virilidad y sensualidad tan
palpable que se podría cortar con un cuchillo. Y eso la cabreaba porque
tenía que admitir que Sean no había dejado de interesarle, a pesar de las
semanas que habían estado sin verse.
—Estás increíblemente horrorosa con ese rostro tan machacado —dijo
Sean.
—Gracias —dijo ella con sarcasmo.
—Y que me sienta atraído por ti en las condiciones en las que estás, es
algo que me tiene alucinado.
—Pierdes el tiempo flirteando conmigo, Sean. Sigues sin interesarme.
No tenía que olvidar que era un mujeriego y el flirtear con una mujer
para él era la cosa más normal. Los hombres no flirteaban con ella, puede
que fuera porque los alejaba solo con una mirada, como le decía Mike. Sin
embargo, con Sean no funcionaba su mirada fría. y eso la irritaba
sobremanera.
—¿Te encuentras bien para hablar?
—Sí.
—¿El tío que te atacó sigue en el hospital?
—No. Se lo han llevado esta mañana. Está detenido.
—¿Ya estaba recuperado?
—No, pero no estaba grave.
—Mike me dijo que lo esposaste a un radiador, antes de que perdieras
el conocimiento.
—No quería que se escapara.
—¿Habéis descubierto algo sobre el caso?
—Sabemos positivamente que él mató al marido, y la viuda era el
cerebro, como pensábamos. Cotejaron sus huellas con las que encontramos
en la casa cuando lo mataron. Y ha dado positivo en una. La encontraron en
la manivela de la puerta trasera de la casa. Parece ser que se puso los
guantes, pero cuando ya estaba dentro.
—¿Ha hablado la viuda?
—Ha hablado su amante. Empezaba a sospechar que ella iba a dejarlo
de lado y cantó como un jilguero.
—Si te cansas podemos hablar en otro momento.
—Estoy bien.
—O sea que la huella hizo que lo situarais en la casa.
—Sí. También teníamos un vídeo en el que se les veía salir de una
tienda de ropa masculina, con dos minutos de diferencia.
—¿Ella sabía que lo teníais retenido?
—No. Estábamos esperando que se pusiera en contacto con él.
Pensamos que ella vería las noticias y sospecharía que había sido quien me
agredió.
—¿Y lo llamó?
Ese hombre la escuchaba con tanta atención que era como si lo que
estaba diciendo ella fuera lo único que le importaba en la vida. Todas las
veces que se habían visto había sido así. A Abby le resultaba muy
halagador, pero al mismo tiempo la desconcertaba.
—Mike estaba frente a la casa de la viuda cuando ella llamó al
teléfono. Ella habló, antes de que él dijera nada.
—¿Qué dijo?
¿Se puede saber qué has hecho? ¿Por qué has atacado a la detective?
¿No crees que las cosas ya estaban bastante serias como para cometer una
estupidez como esa? Ahora sabrán que tú mataste a mi marido. No sé si
podré arreglar lo que has hecho. ¡Eres un estúpido! Te dije que no hicieras
nada que yo no te pidiera que hicieras.
—Os puso todas las pruebas en bandeja.
—Sí. Mike entró en la casa con varios policías. Había llamado a la
hija, y ella les había abierto la puerta. Al verlos, la viuda se quedó parada,
con el móvil en la mano.
—Entonces, ¿todo ha terminado?
—Sí.
—¿Qué pasará con la niña?
—Sus abuelos llegaron hace unos días a la ciudad, a petición nuestra, y
estaban alojados en un hotel. Ellos se harán cargo de ella.
—Estupendo.
—Los dos estarán una buena temporada en la cárcel.
—Ese cabrón se merece no volver a ver jamás la luz del sol por lo que
te hizo. Bueno, y la zorra de su amante también.
—Sean. No tenías que estar aquí. ¿Por qué no te vas a casa? Mañana
tendrás que levantarte temprano. Necesitas dormir en una cama, no en un
sillón.
—Aquí estaré bien. Y mañana es sábado, no tengo que levantarme
muy temprano.
—Me dijiste que los sábados jugabas a balón cesto.
—Llevo el chándal, no tendré que ir a casa.
—Como quieras.
Poco después entró una enfermera para darle la medicación. Y en
media hora, Abby estaba dormida.
A las ocho y media del día siguiente entraron en la habitación del
hospital Delaney, Nathan, Carter, Logan e Eve, la hija mayor de Carter.
Delaney se sorprendió al ver allí a su hermano.
Abby miró a esos monumentos de hombres vestidos con chándal y
deportivos.
—Hola, cielo —dijo Delaney besándola en la frente.
Los otros hicieron lo mismo.
—¿Qué hacéis aquí?
—Hemos venido a verte, porque más tarde no podremos.
—No hacía falta que vinierais.
—Queríamos verte —dijo Nathan.
—Estoy bien, no hace falta que volváis.
—Oh, sí, estás muy bien —dijo Eve—, realmente bien. Estás hecha un
asco.
—Muchas gracias —dijo Abby sonriendo a la adolescente.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó Delaney.
—Supongo que mejor que ayer, aunque la verdad es que no lo noto.
—Te han dado una buena tunda y te llevará tiempo recuperarte —dijo
Carter.
—Es un asco tener que estar aquí sin hacer nada.
—Nosotros vamos a jugar un partido de balón cesto, ¿te apetece venir?
—preguntó Logan sonriéndole.
—Ya me gustaría. Eve, ¿tú juegas con ellos?
—Sí. Cuando salgas del hospital podrías venir con nosotros, si no a
jugar, a vernos. Es muy divertido. Los chicos de la escuela se burlan de
ellos, diciéndoles que son muy mayores y por eso ya no juegan bien. Pero
es porque ellos se dejan ganar.
—¿Ellos?
—Estos —dijo señalándolos a todos—. Pero, de vez en cuando se
cabrean y le dan a los chavales una paliza.
—¿Habla de los chicos de la escuela esa que habéis montado entre
todos?
—La misma —dijo Carter mientras leía la ficha médica de los pies de
la cama.
—Carter, como médico, ¿crees que deberían seguir sedándome? Paso
dormida más de veinte horas al día.
—¿Por qué quieres padecer? Dormir te hará bien y ayudará a que te
recuperes antes. Aguanta un poco más. De todas formas, según el informe,
hoy te bajarán la dosis.
—Estupendo.
—Tenemos que marcharnos —dijo Delaney.
—Voy con vosotros. Te veré esta tarde, Abby —dijo Sean.
—Delaney, dile a tu hermano que no venga, por favor. Se lo he dicho,
pero no me hace caso.
—Sean nunca ha llevado muy bien eso de obedecer —dijo
sonriéndole.
Cuando se disponían a salir se cruzaron con Carol, la madre de Mike,
que entraba en la habitación. Se saludaron, hablaron unos minutos y luego
ellos se marcharon.
—Buenos días, cariño.
—Hola, Carol —dijo Abby.
—Menudo desfile de hombres. Después de una vista como esa, el día
parece que brille más. Carter me ha presentado a su hija. Dios mío, es tan
joven para tener una hija de su edad.
—Nació cuando él era un adolescente.
—¿Cómo has pasado la noche?
—Dormida.
—Mejor así, no tienes por qué sentir dolor, si se puede evitar.
—Sean ha pasado aquí la noche.
—Mike me dijo que se quedaría contigo.
—No me ha hecho ninguna gracia.
—Se sentirá obligado. Recuerda que tú lo acompañaste en el hospital
cuando estuvo en coma. Está preocupado por ti.
—Preferiría que no viniera por aquí.
—Pocas mujeres dirían algo así, yo creo que ninguna. Si no existieran
hombres como ese, las mujeres no podríamos soñar.
—En eso tienes razón. Pero es que…
—Cariño, sé que te sucedió algo en el pasado y nunca me has hablado
de ello, pero, fuera lo que fuese, deberías dejarlo atrás.
—Eso es lo que yo quisiera, pero no es fácil. Estoy yendo a terapia,
desde hace muchos años.
—¿Te está ayudando?
—Según el doctor, sí. Dice que he avanzado mucho, pero no lo
suficiente. Está un poco enfadado conmigo porque no sigo sus consejos.
—¿Esos consejos tienen que ver con Sean?
—Sí.
—Ese hombre está muy interesado en ti.
—Eso parece. El doctor quiere que salga con él.
—Supongo que importará más lo que tú quieras. ¿Sean te ha pedido
salir?
—Sí. Me invitó en varias ocasiones a comer, a cenar, a pasar el día
juntos…
—Y no aceptaste.
—Fui a tomar café con él. Y te aseguro que eso es un gran avance para
mí.
—¿Te gusta Sean?
—¿Crees que puede haber alguna mujer a quien no le guste un hombre
como ese?
—Puede que haya una o dos —dijo la mujer sonriendo—, siempre hay
excepciones.
—Siéntate a mi lado, quiero hablarte de algo.
—Vale —dijo la mujer poniendo la silla junto a la cama y sentándose.
—Sucedió algo en mi casa cuando yo tenía doce años.
Abby le contó lo ocurrido dieciséis años atrás.
—Siento que tuvieras que tener una experiencia como esa —dijo
cogiéndola de la mano.
—Gracias.
—Entonces, ¿todo lo que viste y experimentaste en tu infancia es lo
que impide que salgas con hombres?
—Supongo que sí. Nunca me ha llamado la atención ningún hombre y
jamás he deseado a ninguno.
—Hasta que Sean se cruzó en tu camino.
—Sí. Como has mencionado que lo acompañé cuando estuvo en coma
es porque sabes que fue él quien recibió el disparo que iba dirigido a mí.
—Sí, lo sé. Me lo dijo precisamente él.
—La primera noche me quedé con él en el hospital porque estaba muy
preocupada. Me sentía culpable por haberlo implicado y que recibiera un
disparo. El médico les dijo a sus familiares y amigos que le hablaran de
todo lo relacionado con su vida y con ellos porque, posiblemente, él los
escucharía y podría ayudar a que saliese del coma. Me enteré de lo unido
que estaba a su hermano y de cuánto se querían; De cuánto lo querían sus
padres, y él a ellos; Me enteré de prácticamente toda su vida, de niño, de
adolescente; De cuando su hermano empezó a salir con la que ahora es su
mujer. También la escuché a ella, recordándole todo lo que él la había
ayudado y de cuánto lo quería. Y lo mismo con todos sus amigos y sus
esposas. Se había desvivido por ellas. Y todos esos hombres impresionantes
lo querían como si fuera un hermano. Supe la historia de todos. Y descubrí
que Sean era un hombre increíble.
—Allí fue donde te enamoraste de él, ¿verdad?
—No sé si estoy enamorada, pero sí siento algo muy fuerte por él.
—Yo creo que no se pueden tomar decisiones si no se tienen todos los
datos.
—¿Qué quieres decir?
—Que no podrás llegar a pensar ni quiera en mantener una relación
con él, hasta que sepas realmente lo que sientes.
—Es difícil saberlo.
—En tu caso, estoy completamente de acuerdo contigo. El amor hace
que las personas se sientan impotentes, pero solo si ellas lo permiten.
—Mi madre lo permitió.
—Sí, lo hizo. Estar enamorada de alguien significa que tienes que
confiar plenamente en esa persona y estar convencida de que no va a abusar
del poder que tiene sobre ti.
—Ese es el gran problema.
—Lo sé. Supongo que, después de lo que experimentaste en el pasado,
no confías en los hombres.
—Tengo mis razones, ¿no crees?
—Una razón de mucho peso, desde luego. Pero también es cierto que
no todos los hombres son iguales. Mientras no confíes en él no podréis
tener una relación.
—Me sentí muy mal durante mucho tiempo.
—Lo sé, cariño. La tristeza y la desesperación tienden a alargar el
tiempo, y la alegría y la felicidad lo acortan.
—Recuerdo que deseaba que el tiempo pasara para que se me olvidara
todo. Todavía no soy capaz de escuchar un villancico o adornar la casa en
Navidad.
—¿Sucedió en esa fechas?
—No, pero mi madre hacía que las navidades fueran maravillosas para
mí… cuando no estaba él.
—Por eso no te has integrado en las fiestas cuando las has pasado con
nosotros.
—Sí, supongo. Sucedió el día de mi cumpleaños, por eso no me gusta
celebrarlo. Como mucho tomo unas cervezas con los compañeros.
—Lo siento, cariño.
—Pensé que poco a poco desaparecería la sensación esta que siento,
que me oprime el pecho, pero no ha sucedido en todos los años que han
pasado. Sé que ahora todo es agradable y brillante en mi vida, pero aún
conservo en mi cabeza a mi madre, y cómo me miraba aquella tarde
mientras él…
—Lo sé, cariño —dijo la mujer interrumpiéndola—. Pero, ¿sabes? La
vida se encarga de que vayamos por el camino correcto.
—¿Tú también crees en el destino como Mike?
—Má bien él cree en el destino como yo. Me ha oído hablar de él
durante toda su vida.
—Tienes un hijo maravilloso.
—Gracias.
—Mi vida cambió desde que él vino a vivir a casa conmigo.
—Me alegro.
—¿Crees que el amor es un suicidio?
—De alguna forma, sí. Porque te entregas a un hombre, aceptando
todas las cosas que pueden llegar, sin saber cuales son. Lo que ocurrió
cuando eras una niña te rompió de alguna forma el corazón, y lo único que
te quedó fue el orgullo para salir adelante. Pero el orgullo sin corazón hace
que las personas se sientan amargadas. O avanzas o te consumes. Y tú no te
mereces eso.
—Lo sé.
—A medida que pasa el tiempo te vas dando cuenta de que la vida está
formada de momentos. Momentos buenos, momentos maravillosos,
momentos tristes… Tienes que aferrarte a todos ellos, sobre todo a los
maravillosos, porque hacen que los malos sean más llevaderos. Cariño, la
vida es muy corta para sufrir de manera innecesaria.
—Sean es un mujeriego.
—Bueno, es soltero, está sano, es adulto, y no tiene que dar cuentas a
nadie.
—Lo sé. Quiere acostarse conmigo.
—Cualquier hombre querría acostarse contigo, cariño, eres preciosa.
—Si accedo a salir con él y me lleva a la cama, seré para él un número
más en su lista de mujeres.
—¿Por qué te preocupa eso?
—Porque para mí no sería un número, ya que sería el primer hombre
con el que salgo. Y me gustaría que fuera el primero y el último.
—Te entiendo —dijo Carol sonriendo—. Pero tendrás que confiar en
tu instinto y en él. Y según Mike, tu instinto es perfecto.
—Een el trabajo es otra cosa.
—Yo creo que Sean es un hombre serio y no solo le interesas para el
sexo. Creo que siente algo por ti. Así que, tal vez deberías darle una
oportunidad.
—Eso es lo que me dice mi psiquiatra, y también tu hijo.
—Bueno, pues ya somos tres. De todas formas, si solo quisiera
acostarse contigo, tendrías una buena experiencia. Todas las mujeres no
tienen la oportunidad de acostarse con un hombre como él. Y los
mujeriegos tienen fama de ser extraordinarios en la cama.
—Desde luego que sería una buena experiencia —dijo Abby
sonriéndole.
—¿Cómo definirías a Sean?
—Ese hombre es… intenso. Sí, creo que esa es la mejor definición
para él.
Carol la ayudó con el desayuno que le había llevado. Media hora más
tarde llegó Mike.
—Vaya, estás despierta —dijo él besándola en la mejilla.
—Me han bajado la dosis de los calmantes.
—Estupendo. ¿Sean se ha ido?
—Sí. Vinieron a verme su hermano y todos sus amigos y se ha
marchado con ellos.
—¿Vas a quedarte con Abby? —preguntó Carol.
—Sí, me quedaré hasta que venga el capitán.
—Entonces, aprovecharé para marcharme a ordenar la casa y preparar
la comida. Mark vendrá a media mañana. Y Andrew estará al llegar, puede
que vengan juntos.
—No sé por qué os molestáis en venir. Aquí estoy bien atendida y si
llamo al timbre vendrá rápidamente una enfermera.
—Lo hacemos porque eres de la familia y te queremos. Bueno, me voy
—dijo Carol besándola en la frente y saliendo de la habitación.
—Supongo que Sean y tú hablaríais anoche. ¿Habéis arreglado lo
vuestro?
—Mike, no hay un nuestro.
—Eso es lo que tú quieres pensar para sentirte más segura.
—De todas formas no hablamos mucho. Le hablé de lo ocurrido con el
caso. Luego le pedí que se marchara, pero no lo hizo.
—Ese hombre no es de los que hacen lo que le dicen.
—Ya me he dado cuenta.
—¿No hablasteis de nada más?
—No, me quedé dormida.
—Qué oportuna —dijo él sonriendo.
—Le he contado a tu madre lo que me sucedió en el pasado.
—Eso está bien.
—He estado pensando en lo que hemos hablado, y me he dado cuenta
de algo.
—¿De qué?
—Desde que ocurrió, en algún momento de los años que han pasado,
dejé de sufrir por lo que había sucedido, y mi vida cambió desde entonces.
Ahora aprecio lo que tengo.
—Eso es fantástico.
—Y creo que ese cambio se produjo desde que tú viniste a vivir
conmigo.
—Eso me gusta aún más.
—En mi vida había un pozo oscuro y en vez de rellenarlo, lo rodeé con
una valla y caminaba a su alrededor de puntillas, sin mirarlo, y con miedo
de tropezar y caer en él.
—Supongo que eso es una metáfora y ese pozo es lo que te sucedió en
el pasado.
—Sí. ¿Sabes? Años después de que sucediera solía fantasear a
menudo.
—¿Fantasías sexuales?
—No. Imaginaba que tenía muchos amigos, que íbamos al cine, a
bailar. Pero no permití que eso pasaba. Me encerré en mí misma, me aislé
de todos y me convertí en la chica rara.
—Todavía sigues siendo un poco rara —dijo él haciéndola sonreír, que
era lo que pretendía.
—Cuando vives mucho tiempo aislada, la soledad se convierte en parte
de ti. Pero, desde que viniste a vivir a casa, me obligaste a cambiar. Fue
como si toda la oscuridad de mi vida se hubiera transformado en luz y todo
brillara. Me llevabas al cine, a cenar, a dar paseos con la moto, a la playa…
—Me alegro de haber contribuido a que salieras de la oscuridad en la
que vivías.
—Yo también me alegro. Hasta que tú llegaste, vivía de recuerdos y
soportando las consecuencias por lo que había hecho, y de la pena y la
tristeza que me acompañaban. Y eso ha cambiado. Me he dado cuenta hoy,
mientras hablaba con tu madre.
—Me alegro muchísimo, cariño. Lástima que no haya logrado también
que superes lo que sientes cuando estás con un hombre.
—Lo superaré. Sé que voy a conseguirlo, aunque me lleve algún
tiempo.
—Stanford te va a ayudar en ello.
—Anoche también pensé en Sean. Me he resistido mucho a salir con
él, porque no confío en los hombres y tampoco en mí misma. Me temo que
piensa quedarse todas las noches aquí. Ese hombre hace lo que le da la
gana, y le importa un pimiento que le diga que no se quede.
Capítulo 13
Sean no fue a ver a Abby al día siguiente, que era domingo, porque todos
sus amigos pensaban ir con sus mujeres. Y también sus padres. Y había sido
así. Además de todos ellos, habían ido a verla Jack y Cath. Aunque no
fueron todos a la vez para que no hubiera tanta gente en la habitación.
También la visitaron el capitán y su mujer, los padres y hermanos de Mike,
y algunos compañeros del trabajo.
Sean llegó al hospital a media tarde. Y solo estaba Mike
acompañándola. Abby estaba dormida.
—Hola.
—Hola, Sean.
—¿Ha pasado un buen día?
—Sí. Ya no duerme tanto. Ahora se ha dormido porque no ha podido
hacerlo en todo el día.
—¿Muchas visitas?
—Sí, pero se ha sentido muy bien al ver que le importaba a tanta
gente.
—Me alegro.
—¿Vas a pasar hoy también la noche aquí?
—Sí.
—Estupendo. Llamaré a una amiga, necesito echar un polvo.
—Ya somos dos.
—¿Quieres que te traiga algo de cenar?
—No, he comido un sandwich antes de salir de casa, pero gracias.
—¿Has venido con tu coche nuevo?
—No, he traído el Porsche.
—Tengo entendido que es un buen coche.
—Es el tercer Porsche que tengo.
—Entonces ya debe gustarte. Yo nunca he conducido un coche
europeo.
—Estás de suerte que yo tenga uno. Aunque, en realidad, tengo tres.
Toma, llévatelo. Ya me lo devolverás mañana —dijo dándole las llaves.
—¿Qué? No puedo.
—¿Y eso por qué?
—Si tuviera un accidente o simplemente lo rozara, no tendría dinero
para arreglarlo.
—No te preocupes, está asegurado a todo riesgo. Toma —insistió
dándole las llaves—. Te va a encantar.
—No lo dudo. De acuerdo —dijo cogiendo las llaves—. No te
preocupes, esta noche lo meteré en el garaje de casa.
—No me preocupa.
—¿A qué hora te marcharás mañana?
—Sobre las ocho.
—Vendré a traértelo antes.
—De acuerdo.
—Despídeme de Abby.
—Vale.
Sean se sentó junto a la cama y estuvo leyendo la novela que había
llevado con él, hasta que una enfermera entró para tomarle a Abby la
temperatura y darle la medicación.
Abby se despertó y al ver a Sean se le aceleró el corazón. Tenía que
reconocer que era un hombre imponente… con un cierto toque de peligro.
—No sabía que estabas aquí. ¿Cuándo has llegado? —preguntó ella
cuando la enfermera salió del cuarto.
—Hace una media hora —dijo poniéndose de pie y acercándose a ella
para mirarla de cerca—. Madre mía, tienes la cara en tecnicolor. Creo que
este es el único trocito que no está malherido.
Sean se inclinó y la besó en los labios. Abby lo miró a los ojos que
brillaban, al igual que la sonrisa traviesa y cálida que le dedicó.
—No tenías que haberme besado.
—A mí me ha gustado. Mike me ha dicho que te dijera adiós de su
parte. Iba a llamar a una amiga a ver si quería echar un polvo.
—Gracias por la información. ¿Por qué no me has despertado al
llegar?
—No quería turbarte.
—Turbarme —dijo ella sonriendo—. Menuda palabreja. Aunque me
turbas desde hace mucho tiempo, créeme.
—Pues mira, eso no me disgusta. ¿De qué manera te turbo?
—De todas las maneras posibles.
Una preciosa sonrisa apareció en los labios de Sean.
—Vaya, estás flirteando conmigo, otra vez.
—No digas estupideces. Yo nunca he flirteado contigo, ni con nadie.
—Por supuesto que lo has hecho, aunque tú no lo consideres flirtear,
sino decir lo que piensas.
—Te dije que si alguna vez lo hacía, no lo tomaras como algo
personal.
—Da igual como lo tome. Me gusta que coquetees conmigo. Dime de
qué manera te turbo, especifica un poco.
—Me turba el color de tus ojos. Me recuerda a un frondoso bosque,
después de una tormenta.
—Eso que has dicho es muy bonito.
—A veces me siento inspirada.
—¿Te turba algo más?
—Me turba tu boca, carnosa y tan seductora cuando sonríes.
—Puede que algunos de los golpes que recibiste te afectaran más de la
cuenta. O que estés drogada por la medicación —dijo él, mostrándole esa
sonrisa seductora que ella acababa de mencionar—. Porque jamás habría
esperado que me dijeras dos halagos seguidos.
—Tengo más.
—Adelante, entonces.
—Me perturba sobremanera tu cuerpo que, aunque no lo he visto
desnudo, apuesto a que es fibroso. Y, además, y no sé la razón, pero me
perturban en exceso tus manos.
—Mis manos —repitió él.
—Grandes, fuertes, con esos dedos largos y elegantes.
—Puede que sea por lo que imaginas que puedo hacer con ellas.
—Yo no hago esas cosas.
Aunque estoy segura de que las mujeres fantasearán con que las
acaricies con ellas, pensó.
—¿Estás segura?
—Completamente. En definitiva, eres el prototipo de hombre para las
fantasías de cualquier mujer.
—Has dicho de cualquier mujer. ¿Tienes fantasías conmigo?
—De cualquier mujer, excepto yo.
—Por supuesto. Me recuerdas a mi cuñada Tess.
—¿Por qué?
—Ella tampoco tenía pelos en la lengua con mi hermano. Desde que lo
conoció, le decía unas barbaridades que ninguna mujer se habría atrevido a
decirle a alguien como él.
—¿Qué quieres decir con barbaridades?
—Cosas halagadoras, como las que tú me dices. Lo tenía muy
confundido.
—¿Tu hermano suele sentirse confundido?
—No, nunca. Solo lo consiguió ella.
—¿Yo te confundo también?
—La verdad es que sí —dijo sonriéndole de nuevo.
—¿Por qué has dicho que ninguna mujer se habría atrevido a decirle
esas barbaridades a alguien como él?
—Delaney no era como es ahora. Era frío, déspota, prepotente…
—Esas definiciones, y algunas más, las pensé de él cuando lo conocí
en el hospital. Además, recuerdo que Tess te mencionó cuando estabas en
coma algunas de las cosas que le hizo Delaney. Se portó muy mal con ella.
—Es cierto.
—Entonces, a tu hermano no le gustaba que Tess le hiciera todos esos
halagos.
—¡Por supuesto que le gustaba! Es solo que no estaba acostumbrado.
Supongo que a mí me pasa lo mismo contigo.
—Pues, sinceramente, me parece raro porque, tengo que reconocer
que, a pesar de la forma en que Delaney me trató, no pude evitar echarle un
buen vistazo, y no solo uno. Porque es un monumento de hombre.
—Eso dicen.
—Tú también lo eres.
—¿En serio has dicho eso? Sin lugar a dudas, estás drogada.
—No me extrañaría. A saber lo que me están metiendo en el cuerpo.
Parecía cansada y Sean le dijo que cerrara los ojos y descansara. Y se
quedó dormida hasta que le llevaron la cena. Sean la ayudó a comer porque
tenía el brazo derecho escayolado y no se le daba muy bien utilizar la mano
izquierda.
Más tarde, Sean salió porque ella necesitaba ir al baño y entraron dos
chicas para ayudarla. Aprovechó para ir a la cafetería a comer algo. Poco
después de que él volviera le dieron la medicación a Abby.
—Sean, pronto me dormiré. Si vas a quedarte aquí más días, tal vez
deberías traer un pijama y acostarte en la cama.
—No me hace falta pijama. Como habrás comprobado llevo chándal y
es cómodo. Además, cuando tú te quedaste conmigo en el hospital no te
ponías pijama. Me dijeron que pasabas las noches sentada en un sillón.
—Pero es una tontería que estés en ese sillón, aunque sea reclinable,
pudiendo estar acostado en la cama.
—Estoy bien en el sillón. Pero me echaré en la cama si no me siento
cómodo.
—Vale. Gracias por quedarte conmigo.
—Me gusta estar contigo.
—Buenas noches, Sean.
—Buenas noches, cielo.
Abby cerró los ojos y no pudo evitar esbozar una sonrisa al escuchar
ese cielo, que al principio le molestaba, pero ahora le encantaba. Estaba
completamente segura de que ella le importaba a Sean. Mike se lo había
dicho varias veces, y también su psiquiatra. Y Carol, la madre de Mike,
también lo había mencionado. Además, ella lo veía en sus ojos cuando la
miraba, en la calidez que mostraban sus labios cuando sonreía. Ella le
importaba, se dijo de nuevo. No estaba segura de que fuera amor lo que
sentía por ella pero, de no ser amor, sería una amistad profunda, y eso ya
era mucho.
Abby permaneció una semana y media más en el hospital. Los
médicos insistían en que se quedara un par de semanas más, pero ella no lo
aceptó. Y todos los días, Sean se había quedado a pasar la noche con ella.
No habían avanzado nada en la relación que él quería que mantuviesen
pero, al menos, ya no le pedía que no se quedara en el hospital. Y hablaban
como si fueran buenos amigos.
El médico entró en la habitación de Abby el jueves, veinte de julio.
Llevaba ingresada quince días. Después de reconocerla, le dijo que le daría
el alta el lunes siguiente, pero Abby le dijo que quería marcharse ese mismo
día. Que ya se sentía casi bien y podría terminar de recuperarse en casa. Y
el medico, a regañadientes, aceptó.
La madre de Mike fue a recogerla y la llevó a casa. Carol quería que se
acostara, pero Abby le dijo que estaba harta de estar en la cama y prefería
estar en el sofá.
La casa estaba limpia y ordenada porque, Gloria, la asistenta, se había
encargado de ello.
—Iré a casa a preparar la comida y te traeré un plato.
—No te preocupes, Mike me ha dicho que vendrá a comer. Y ayer
Gloria me dijo por teléfono que había dejado comida preparada en la nevera
y en el congelador para dos días.
—Pero aún no puedes valerte por ti misma.
—Me apañaré. Y si Mike está aquí, le daré instrucciones para que
cocine él. Vete, ocúpate de tu casa, de tu marido y de tu hijo.
—Ahora me siento sola en casa. Cuando mis hijos vienen a pasar unos
días con nosotros me siento feliz, pero cuando se marchan…
—¿Mark se ha ido ya?
—Sí, esta madrugada. Me preocupa que vaya a estar tan lejos de casa.
—Solo serán dos semanas. A mí también me gustaría ir a Italia.
—Él y sus amigos llevaban mucho tiempo planeando este viaje.
—Sí, lo sé. En el hospital me habló detalladamente del itinerario que
tenían planeado hacer.
—De acuerdo, me marcho. Vendré a tomar un café contigo esta tarde.
—Aquí estaré.
Cuando la mujer se fue, Abby le envió un mensaje a Sean. Él estaba en
una obra y con el ruido no lo escuchó. Y no miró el móvil en todo el día,
excepto para hablar por teléfono. Llegó a casa a las ocho de la noche, se
duchó y se dispuso a prepararse algo de cenar, antes de ir al hospital.
Comprobó el móvil antes de vestirse y vio que tenía un Whats App de
Abby.
Hola, Sean. No hace falta que te molestes en ir al hospital porque ya
estoy en casa. Esta mañana me han dado el alta. El médico no quería, pero
ya no soportaba más estar en la cama y le he dicho que me marcharía de
todas formas. Te llamaré cuando me encuentre del todo bien y podremos
quedar para vernos. Gracias por haberme acompañado todas esas noches.
A Sean no le sentaron muy bien sus palabras. Le daba a entender que
no se vería hasta que estuviera recuperada. ¿Qué le pasaba a esa mujer?, se
preguntó. Había una buena relación entre ellos. Habían hablado cada noche,
como si fueran amigos. ¿Y qué pasaba ahora? ¿Ya no eran amigos porque
estuviera en casa?
Tres días después Sean seguía cabreado con ella. No se había
molestado en ir a verla, ni siquiera la había llamado. Y no porque no
quisiera hacerlo.
Era sábado, veintidós de julio, y el cumpleaños de Delaney. Al ser
sábado habían seguido la rutina de siempre. Habían ido a jugar el partido de
balón cesto con los chavales adolescentes de la escuela, y luego se habían
reunido todos en casa de Delaney. Se habían bañado en la piscina, habían
tomado el sol y habían comido. Pero el cumpleaños lo celebraron por la
noche cenando en el restaurante de Carlo.
Patrick y Louise no fueron a cenar con ellos, porque estaban de viaje.
Habían invitado a Gabriel y Daniel, dos amigos de Delaney y Nathan de la
universidad, que siempre iban a su cumpleaños. Al igual que Charles y
Stephan, dos socios y amigos de Delaney y Nathan. Carlo cenó con ellos.
Había preparado una mesa en uno de los reservados de su restaurante. La
cena fue más tranquila. Ya se había encargado el grupo de amigos de
bromear durante todo el día con la edad de Delaney, que había cumplido
treinta y nueve años, y solo le faltaba uno para los aterradores cuarenta.
Sean, eres el último que queda soltero —dijo David—. ¿Qué te pasa?
¿Estás perdiendo facultades con las mujeres?
—Es posible.
—Posible no, seguro —dijo Nathan—. Le gusta una mujer, pero
parece ser que ella no siente lo mismo.
—Eso es que has perdido tu toque con las mujeres —añadió Gabriel.
—Yo estoy seguro de que le gusto, pero no quiere reconocerlo.
Delaney miró a su hermano y vio la tristeza en sus ojos, aunque los
demás no se dieran cuenta.
—Si insistes caerá. Todas caen a tus pies —dijo esa vez Charles.
—Ella no es como las mujeres con las que salgo. No quiero seducirla.
—Quiere salir con ella, pero ella no accede —dijo Carter.
—Algunas mujeres necesitan más tiempo —añadió Stephan.
—El problema es que no quiere a esa mujer para acostarse con ella —
dijo Logan—. Quiero decir, que no solo para acostarse con ella.
—Vaya, entonces ya te han cazado.
—Ya era hora —dijo Charles.
—Estáis especulando.
—¿La conocemos?
—No.
—Nosotros sí la conocemos —dijo Tess.
Entonces, entre todos, les contaron quien era esa mujer.
—¡Joder! ¿Qué os pasa a todos vosotros? Cada una de vuestras
mujeres ha sido... especial, por decirlo de alguna forma.
—Y parece que contigo va a suceder lo mismo.
—¿Cuándo nos la vas a presentar?
—Pero si no quiere ni salir con él —dijo Carter sonriendo.
—¿No habláis?
—Me he quedado con ella en el hospital todas las noches que ha
estado allí.
—¿Te has quedado en el hospital, como ella hizo contigo?
—Sí, pero cuando le dieron el alta ya no quiso saber nada de mí.
—En ese caso, tendrás que cambiar de estrategia.
—Sí, me temo que sí.
Y es lo que pensaba hacer, se dijo Sean.
Sean dejó pasar unos días para dale tiempo a ver si Abby lo llamaba.
Pero después de nueve días no se había puesto en contacto con él. No había
recibido ni un solo mensaje. Así que el último sábado del mes fue a verla
por la tarde.
Paró el coche delante de la casa, subió los peldaños del porche y llamó
a la puerta. Pensó que no habría nadie. Volvió a llamar antes de marcharse,
y entonces la puerta se abrió.
Abby estaba frente a él, con un pijama de pantalón corto, una chaqueta
y descalza. Estaba tan sorprendida de que él estuviera allí, que no pensó en
que llevaba puesta la chaqueta de él.
Sean la miró de arriba abajo y luego subió la mirada de nuevo para
detenerla en sus ojos. Se acercó a ella, le rozó la mejilla con los labios y la
besó ligeramente. No le pasó desapercibido que ella había cogido aire y lo
expulsaba lentamente para intentar calmarse, porque estaba nerviosa. Sean
pensó que era normal, porque cuando un hombre y una mujer se atraían
mutuamente y se encontraban cerca, se sentían intranquilos. Él también se
sentía así, y le sucedía siempre que estaba cerca de ella.
—Hola, cielo.
—Hola, Sean.
—¿Puedo pasar?
Abby se hizo a un lado para que entrara y luego cerró la puerta.
—¿Cómo estás? —preguntó girándose para mirarla.
—Mejor.
—Has tardado en abrir. Pensaba que no estabas.
—Estaba durmiendo en el sofá.
—Siento haberte despertado.
—No importa. Creo que me duermo por aburrimiento. Vamos al salón.
Ella dobló la manta con la que se había tapado y se sentó en el sofá.
Sean se sentó a su lado.
—¿Tienes frío?
—Frío no, pero a veces me siento destemplada.
—¿Te estás medicando aún?
—Tomo antiinflamatorios. También me han dado pastillas para el
dolor, pero no me las tomo porque me producen sueño, y ya duermo
bastante.
—¿Cómo tienes las costillas?
—Casi curadas.
—¿Y las heridas del muslo y el costado?
—Lo mismo.
—¿Cuánto tiempo más tienes que llevar la escayola en el brazo?
—Me la sacarán el lunes por la mañana. ¿Te apetece tomar algo? ¿Un
café? ¿Una copa?
—Me tomaría un whisky.
—Enseguida…
—No te muevas. Dime dónde están los vasos y yo me lo prepararé.
—Los vasos están en ese armario —dijo ella señalándolo—. Las
bebidas están en el de al lado, y el hielo…
—En el congelador —dijo acabando la frase por ella.
—Sí.
—¿Tú quieres tomar algo?
—No, gracias.
—Vuelvo enseguida —dijo Sean cogiendo el vaso del armario.
Dos minutos después regresó, sacó la botella del armario y se sentó al
lado de ella de nuevo. Entonces se sirvió el whisky.
Abby sabía que Sean era un hombre entretenido, lo había comprobado
todas las noches que se había quedado en el hospital con ella. Estaba
siempre dispuesto a hablar o a discutir sobre cualquier tema con ella. No le
importaba que Abby le hablara con franqueza sobre cualquier cosa y le
hiciera todas las preguntas que quisiera. Tampoco le importaba que ella
cambiara de tema a menudo y le hablaba de algo que no tenía relación con
lo que estaban hablando. A Sean no le importaban sus defectos, la aceptaba
tal y como era. Ese hombre tenía un físico envidiable. Tenía más encanto
del que debería tener un solo hombre. Además, era tierno, sensible y
amable.
—¿Por qué no me has llamado en todos estos días? Me habría gustado
que me pidieras que viniera a verte —dijo Sean sacándola de las nubes.
—No quería molestarte, sé que trabajas mucho.
—Hace nueve días que estás aquí, y entre todos esos días ha habido un
fin de semana. Sabes que no trabajo los fines de semana.
—Pensé que tendrías cosas más importantes que hacer.
—Las cosas que yo tenga que hacer no son problema tuyo.
—Sean, no quiero que insistas en salir conmigo, porque nunca podré
darte lo que deseas.
—Abby, no tienes la menor idea de lo que yo deseo. Si lo hubieras
sabido, no te habrías acercado a mí el día del disparo.
Ella lo miró mordiéndose el labio inferior.
—Eso me gustaría hacerlo a mí —susurró Sean mirándole los labios.
—¿Qué?
—Me gustaría morderte el labio —dijo mirándola a los ojos.
Abby cesó el movimiento de sus labios y sintió que las mejillas le
ardían. Se preguntó si lo había imaginado o Sean estaba en realidad
flirteando con ella.
—Me gusta verte ruborizada.
—A mí no me gusta en absoluto sentirme así, te lo aseguro. ¿Siempre
eres tan directo?
—Cariño, he perdido mucho tiempo contigo. He decidido que voy a
ser tan franco como lo eres tú —dijo él con una seductora sonrisa—. Me
refiero a no callarme lo que pienso.
—No me importa que seas franco.
Abby se preguntó si el sentiría las mismas sensaciones que ella.
Inquietantes, peligrosas y oscuras sensaciones, que experimentaba cuando
él estaba cerca. Miro esos ojos verdes, que en ese momento tenían un brillo
inusual.
—Ambos sabemos que te deseo, te lo he dejado muy claro. No va a
importarme si quieres o no, pero voy a insistir hasta que te rindas. No me
importa el tiempo que tarde. Pero te aseguro de que tú y yo vamos a
terminar lo que empezaste el día que me besaste, siendo un desconocido.
Porque ese beso fue el principio de todo.
—Yo no empecé nada.
—Por supuesto que empezaste algo. Te cruzaste en mi camino y te
inmiscuiste en mi vida. Y ahora tendrás que soportar las consecuencias de
tus actos. ¿Estás sola?
—¿Por qué lo preguntas?
—Tranquila, no voy a aprovecharme de ti si lo estás.
—Sí, estoy sola.
—¿Dónde está Mike?
—Ha ido a tomar una cerveza con unos amigos.
—¿Vendrá a cenar contigo?
—Sí, ahora es él quien cocina, bajo mi supervisión. Aunque Carol me
trae la comida del medio día y se queda un rato conmigo.
—¿Volverás pronto al trabajo?
—El lunes, tan pronto me saquen la escayola. Estaré unos días
haciendo trabajo burocrático, hasta que esté bien del todo.
—Esa chaqueta que llevas… Yo tenía una igual. Y, si no me equivoco,
la llevaba cuando me dispararon.
Sean vio claramente cómo se ruborizaba.
—Te queda grande.
—Es de Mike.
Sean la miró y vio que el sonrojo se le acentuaba más en las mejillas.
Y supo que era su chaqueta.
—¿Estás segura de que es de Mike? —dijo acercando la mano a la
chaqueta y abriendo el lado izquierdo.
—¿Qué haces?
—Asegurarme de que la chaqueta es la mía. Puse en el bolsillo interior
un rotulador permanente y la mancha no se pudo quitar. Si no recuerdo mal,
en una ocasión me dijiste que nunca mentías —dijo él viendo la mancha
que seguía en la prenda.
—¡Vale! ¡De acuerdo! Te he mentido —dijo apartándole la mano.
—¿Por qué lo has hecho?
—Porque me daba vergüenza.
—¿Por qué tienes mi chaqueta?
—Está bien, te lo diré. Cuando te llevaron al hospital la llevabas
puesta. Le dije a una de las enfermeras que necesitaba tus pertenencias. Me
refería al móvil y la cartera, porque tenía que saber quien eras para ponerme
en contacto con tu familia. Poco después me llevaron dos bolsas, en la
pequeña estaba tu móvil, tu cartera y la llaves de tu coche. Y en la otra
estaba tu chaqueta, tus zapatos y mi bufanda, que había empleado para
presionar sobre tu herida y estaba manchada de sangre. Supongo que el
resto de la ropa la cortarían en el quirófano para sacártela.
—Cuando desperté del coma el médico me dijo que me salvaste la
vida porque estuviste presionando la herida hasta que llegó la ambulancia y
eso hizo que no me desangrara.
—Lo habría hecho cualquiera. El caso es que la ropa estaba manchada
de sangre y no creí conveniente dársela a tu padre. Le di solo la bolsa
pequeña. El resto de la ropa la tiré a la basura, y tu chaqueta la llevé a la
tintorería. No sabía si se limpiaría, pero el hombre de la tintorería hace
maravillas. Cuando la recogí y vi que estaba en condiciones pensé en
llevarla al hospital y dársela a alguien de los que te acompañaban. Pero
nadie me hablaba y decidí que no merecía la pena, al fin y al cabo, eras rico
y podrías comprarte cientos de chaquetas.
—Así que te la quedaste.
—Sí —dijo ella sin mirarlo.
—Era mi chaqueta preferida.
—Es bonita. Pensé en devolvértela alguna de las veces que nos vimos.
—¿Por qué no lo hiciste?
—Porque quería quedármela de recuerdo. Para no olvidar lo que te
sucedió, por mi culpa.
—¿Por qué la llevas puesta?
—Porque tenía frío.
—¿Y no tenías nada para ponerte, excepto mi chaqueta?
—Oye, ¿por qué me haces tantas preguntas? ¡Solo es una maldita
chaqueta! Si tanto te molesta que la use, puedes llevártela —dijo
empezando a sacársela.
—Quieta. No me importa que la uses tú. De hecho, me gusta como te
sienta —dijo sonriendo con sumo placer, porque eso le demostraba que no
era inmune a él—. Quiero que te la quedes.
—Vale.
—¿Cuántas veces ves al psiquiatra?
—Una vez al mes, pero con lo del accidente, no he ido en dos meses.
Tengo una cita para el viernes que viene.
—¿Te va bien con él?
—Supongo que sí.
—¿Cuánto crees que tardará en solucionar el problema que tienes con
los hombres?
—No tengo ni idea.
Mike llegó a casa y entró en el salón. Sean se levantó para saludarlo.
El detective miró a su amiga preguntándose si se habría dado cuenta de que
llevaba puesta la chaqueta de Sean. Y sobre todo, preguntándose si Sean la
habría reconocido.
Mike le ofreció quedarse a cenar, pero no aceptó porque pensó que
Abby no se sentiría cómoda.
Sean salió de la casa y subió al coche. Esa noche no le apetecía salir,
de hecho, no había estado con ninguna mujer desde que Abby ingresó en el
hospital, y de eso hacía varias semanas. Pero tampoco quería estar solo la
noche del sábado. Así que decidió ir a casa de su hermano y quedarse a
dormir allí. Y el día siguiente lo pasaría con ellos.
—¿Otra vez aquí? —preguntó Tess al ver entrar a su cuñado en el
salón. Ella estaba recogiendo los juguetes de sus hijos que estaban por el
suelo—. ¿No has quedado con nadie para cenar?
—Me apetecía cenar con vosotros. Y puede que me quede a dormir.
—Estupendo.
—¿Dónde está Delaney?
—Leyendo un cuento a Brianna, no tardará.
Poco después estaban cenando en la cocina, acompañados de Jack y
Cath.
—Hace días que te noto un poco apagado —dijo Cath a Sean mientras
servía los platos—. ¿Es por la detective?
—Es posible.
—¿Sigue sin hacerte caso?
—Parece que no está muy interesada en mí.
—Eso es porque no te conoce. Si te conociera estaría encantada de
salir contigo.
—Ese es el problema, que no puede conocerme, porque no quiere que
nos veamos.
—Esa chica ha traspasado esa barrera que tenías levantada para que no
entrara ninguna mujer. Como hizo Tess con Delaney.
—No sé cómo va a terminar esto.
—Si lo supiéramos todo, la vida sería muy aburrida —dijo la mujer.
—Puede que tengas razón.
Delaney vio a su hermano un poco descentrado y pensativo. Después
de cenar Tess subió a acostarse. Cath se puso a recoger la mesa y Jack se
fue a su casa, que era la casa de invitados y estaba en la propiedad.
—¿Quieres que tomemos una copa en el porche?
—Sí.
Prepararon dos whiskys y se sentaron en las cómodas butacas.
—¿Sabes? Sé lo que es desear a una mujer, pero nunca había
experimentado el ansia, hasta que Abby ha aparecido en mi vida. Cuando
estoy con ella, esa sensación es casi incontrolable.
—¿Cuánto tiempo hace que no estás con una mujer?
—Un mes.
—Vaya. Y es a causa de esa chica.
—Sí. No sé la razón, pero algo me dice que tengo que insistir con ella,
derribar todas las barreras que ha levantado a su alrededor o, de lo
contrario, estaré toda la vida obsesionado con ella.
—Te ha dado fuerte, ¿eh?
—Pienso en ella todo el jodido día. Y eso no es lo peor. Ahora también
sueño con ella, casi cada noche. Sueños eróticos y brumosos. Sueño con
todo lujo de detalles. Percibo su olor, el olor de su perfume que invade
todos mis sentidos. Siento en mis dedos su suave piel mientras la acaricio.
Siento que se entrega a mí, y me despierto murmurando su nombre.
—Es más grave de lo que pensaba. Tal vez deberías quedar con alguna
mujer para desahogarte. Pareces muy necesitado.
—Puede que tengas razón. El problema es que ya no me apetece estar
con ninguna.
—Entonces, eso de follar con mujeres estaba bien, hasta que la
detective se cruzó en tu camino.
—Sí, algo así. Abby no es para nada mi tipo, eso está claro.
—¿Está claro? Esa chica es preciosa y tiene un cuerpo de escándalo.
Es el tipo de cualquier hombre que se precie de serlo.
—No me refiero al físico. Quiero decir que es complicada.
—¿Crees que Tess era complicada cuando me conoció?
—Tess nunca fue complicada. El que lo complicabas todo eras tú.
—Es verdad —dijo Delaney riendo—. ¿Qué me dices de Lauren?
—Ella sí era complicada. Bueno, no ella en sí, sino su vida, que no fue
un jardín de rosas hasta que encontró a Nathan. A veces aún recuerdo la
forma en que se conocieron.
—Desde luego fue de película. Con esto quiero decir que Nathan se
enamoró de ella, a pesar de su pasado y de no querer salir con él.
—Sí, es verdad.
—¿Y qué me dices de Ellie? Su vida también fue un infierno, pero ese
infierno se terminó cuando volvió a encontrarse con Carter.
—Sí.
—Eso por no hablar de Kate. Logan también tuvo que soportar que
ella no quisiera salir con él. Pero lo consiguieron.
—Desde luego que sí. Y les ha ido de maravilla.
—Todas eran reticentes a mantener una relación debido, de una forma
u otra, a su pasado. A Abby también le sucede algo, no sé qué, pero
podemos averiguarlo, si quieres —dijo Delaney.
—No, no. No quiero enviar a nadie tras ella. Más que nada, porque
estoy seguro de que lo descubriría, y entonces no tendría ninguna
oportunidad.
—Tienes razón. ¿Qué vas a hacer?
—No tengo ni idea. Hoy he ido a verla a su casa.
—¿Cómo está?
—Mucho mejor, pero aburrida de estar encerrada. He visto algo que
me ha hecho sentir muy bien.
—¿Qué?
—Abby tenía puesta la chaqueta que yo llevaba cuando me dispararon.
—¿Tu chaqueta? ¿Por qué la tenía ella?
Sean le contó lo que le había dicho Abby.
—¿Y por qué la llevaba puesta? Si Tess estuviera aquí diría que a esa
chica le gustas.
—Eso es exactamente lo que he pensado yo.
—Entonces, ¿las cosas van bien entre vosotros?
—No, nada va bien. Pero cuando venía de camino a tu casa he tomado
una decisión.
—¿Qué decisión?
—Que la quiero conmigo.
Delaney miró fijamente a su hermano.
—¿A que da miedo?
—Un miedo aterrador. No se puede vivir como yo lo estoy haciendo.
Me paso el día distraído y en las nubes. Esta mañana descubrí algo mientras
me afeitaba, después de cortarme, como me pasa a menudo últimamente por
estar pensando en ella. Me había preguntado muchas veces si estaría
enamorándome. Y esta mañana he sabido que Abby, esa difícil mujer, es la
mujer que quiero. En alguno de esos momentos en que he estado distraído
debo haberle entregado mi corazón. Me ha costado reconocer que estoy
enamorado de ella y, he de admitir, que en un principio me asustó la idea.
Me paso el día echándola de menos, más de lo que habría creído posible
que se pudiera hacer. Echo de menos hablar con ella, sus sonrisas, su
sarcasmo, su afilada inteligencia.
—¿Estás seguro de que ella es la mujer con la que quieres pasar el
resto de tu vida?
—Creo que es la mujer por la que merece la pena poner fin a la vida
que he llevado hasta ahora. Una vida que encontraba perfecta, hasta que la
conocí. Necesito una compañera y no voy a encontrar a otra mejor.
—¿Lo has pensado bien? Tiene un trabajo arriesgado.
—Todos los trabajos son arriesgados. Mírame a mí, recibí un disparo
sin estar implicado en el asunto —dijo sonriendo.
—Tienes razón.
—¿Cómo crees que se lo tomarán nuestros padres?
—Abby les cae bien. De todas formas, eso no tiene que importarte. Lo
único que importa es lo que tú quieras.
—Hablando de ellos. No han venido algunos sábados a pasar el día
con nosotros.
—Puede que yo tenga algo que ver en eso. Hablé con el papá y le dije
que te sentías un poco incómodo al hablar de Abby, estando ellos delante.
Supongo que él se habrá inventado algo para hacer algunos sábados.
—Gracias.
—No hay de qué.
—¿Qué piensas de tener a Abby como cuñada?
—¿No te estás precipitando? Ni siquiera quiere salir contigo.
—Tienes razón. Tengo un grave problema.
—Lo primero que tienes que hacer es averiguar porqué es tan reacia a
salir contigo. Cuando lo sepas sabrás lo que has de hacer.
—Podría hablar con Mike, su compañero, pero Abby es como su
hermana y no la traicionaría.
—Bueno, ya se te ocurrirá algo.
Delaney se metió en la cama, se pegó a su mujer y ella se abrazó a él.
—Has tardado mucho.
—Sean no está bien.
—¿Qué le pasa? —preguntó ella abriendo los ojos y mirándolo
preocupada, porque su cuñado era su debilidad y siempre lo había sido.
—Está enamorado de Abby.
—Yo ya lo sospechaba. Y creo que ella también siente algo por él.
—Yo pienso lo mismo.
Delaney le contó lo de la chaqueta.
—Eso confirma que Sean le gusta, y mucho.
—Ojalá no te equivoques, porque me temo que está loco por ella.
—Deberíamos reunirnos todos para hablar de ello, sin que Sean esté
presente.
—¿Qué vamos a conseguir hablando de ello?
—Algo se nos ocurrirá. Sean fue quien nos ayudó a todas, con su
compañía y con su apoyo. Y empezó conmigo. Él hizo que todo lo que tú
me hiciste pasar se suavizara. De no haber sido por él, te habría abandonado
nada más casarnos.
—Lo sé.
—Fue un gran apoyo para todas nosotras. Todas lo queremos
muchísimo. Tenemos que ayudarlo, Delaney.
—¿Cómo vamos a ayudarlo?
—No tengo ni idea, pero si estamos todos juntos, puede que se nos
ocurra algo. Tiene que ser a una hora que sepamos que Sean estará
trabajando.
—Lo organizaremos. Hablaré con Carter, que es el único que tiene que
responder en el trabajo. Cuando me diga una hora, nos organizaremos los
demás.
—Vale.
Capítulo 14
El grupo de amigos, excepto Sean, quedaron el viernes por la tarde para
hablar del problema que tenía Sean con Abby. Decidieron reunirse en casa
de Nathan. Porque en casa de Logan vivía su madre; en casa de Carter
estaba Eve, su hija adolescente, y no querían que estuviera presente; Y en
casa de Delaney podría presentarse Sean porque, desde que no salía con
mujeres iba muy a menudo por allí. Y, por supuesto, no invitaron a la
reunión a los padres de los Stanford, porque Delaney no creyó conveniente
que estuvieran presentes.
Se instalaron todos en la mesa que había junto a la piscina para tomar
un café.
—Supongo que todos estamos al corriente de lo que le sucede a Sean
—dijo Tess.
—Ya te has encargado tú de que lo supiéramos —dijo Logan.
—Tenemos que encontrar la forma de ayudarlo —dijo Tess.
—Estoy de acuerdo —añadió Lauren.
—Yo también —dijo Ellie—. Él siempre estuvo ahí para nosotras.
—Yo creo que lo primero y más importante, es averiguar que cojones
le sucedió a Abby para que no quiera salir con Sean —dijo Delaney—.
Hace unos días hablé con él y os aseguro que está muy desanimado.
—Lo sabemos. Lo vemos cada sábado —dijo Carter.
—Hace más de un mes que no está con una mujer, y eso, aún acentúa
más el problema —dijo Delaney.
—Seguro que sí —añadió Nathan.
—Se le ve distraído y ausente —dijo Lauren.
—Cierto. Es como si estuviera siempre pensando en otra cosa —dijo
Ellie.
—En otra cosa no, está pensando en Abby —añadió Kate.
—Bueno, pues tenemos que tratar de averiguar qué le sucedió —dijo
Carter—. Seguro que algún tío se sobrepasó con ella.
—Si hubiera sido eso, su compañero habría acabado con él, o puede
que ella misma. No creo que esa sea la razón —dijo Tess.
—¿Por qué no llamamos al detective? —preguntó Nathan—. Siempre
ha solucionado todo lo que le hemos pedido y es discreto.
—Se lo mencioné a Sean y dijo que no quería hacerlo. Y yo estoy de
acuerdo con él. Abby es muy inteligente, al igual que Mike, y seguro que lo
descubrirían. Sean dice que si contratáramos a un detective y ella se
enterara, no querría volver a verlo.
—Entonces, va a ser un poco difícil que descubramos lo que le
ocurrió.
Sean me ha dicho que Abby empezó a trabajar el lunes pasado. Parece
ser que no se ven, pero se comunican por WhatsApp.
—Algo es algo.
—Yo creo que lo mejor sería hablar con ella y preguntarle claramente
por qué no quiere salir con Sean —dijo Kate.
—Si la invitamos a que se reúna con nosotros se sentirá acorralada.
—Y vendría con Mike. Cuando la invitamos al cumpleaños de Sean
vino con él, y estoy segura de que no habría venido sola —dijo Tess.
—Yo creo que lo mejor es que uno de nosotros la llame y la cite a ella
sola.
—¿Y quién será?
—En esta mesa solo hay una persona adecuada para hacerlo. Y ese es
Delaney —dijo Lauren.
—¿Yo? ¿Por qué yo? ¿Por qué no tu marido?
—Porque tú impones más que Nathan, y no hablo del físico. Puedes
llegar a ser implacable, y puedes presionar hasta el límite. Las dos cosas se
te dan muy bien.
—Nathan también puede hacerlo. Yo fui quien tuvo que hablar con
Kate, ¿lo habéis olvidado?
—Yo no lo he olvidado —dijo la aludida—. Y conmigo funcionó.
Cuando fui a tu despacho estaba asustada.
Todos se rieron.
—¿Lo ves? Tú eres el más adecuado.
—Carter o Logan podrían hacerlo tan bien como Nathan.
—¿Logan? Mi marido no sería capaz de presionar a nadie —dijo Kate.
—¿Y tú, Carter? Estás acostumbrado a tratar con mujeres.
—Con mujeres embarazadas, no con detectives que te pueden pegar un
tiro.
Todos se rieron de nuevo.
—Delaney, te aseguro que mi marido no es una opción —dijo Ellie.
—¡Joder! Estoy harto de que siempre tenga que ser yo el que haga el
trabajo sucio.
—No es un trabajo sucio, cariño —le dijo su mujer—, pero tú eres
capaz de convencer a quien sea. Tienes una habilidad despiadada y elegante
a la vez para conseguir lo que quieres.
—Y tu encantadora sonrisa puede llegar a ser letal —dijo Lauren.
—No sé cómo lográis convencerme siempre, hostia.
—No somos nosotros quienes te convencemos, es Tess. Porque harías
cualquier cosa que te pidiera tu mujercita —dijo Nathan.
—De acuerdo. La llamaré e intentaré quedar con ella en algún sitio.
—De intentar nada, tienes que obligarla. Y tiene que ir a tu despacho.
No se te ocurra quedar en otro sitio —dijo Kate.
—No creo que a esa mujer se le pueda imponer nada.
—Tú puedes conseguir cualquier cosa de una mujer, cariño —dijo Tess
besándolo en los labios—. Llámala ahora.
A Delaney le costó mucho convencer a Abby para que fuera a su
despacho y, además sola, pero al final lo consiguió. Quedó en que iría a
verlo el lunes siguiente.
Abby entró en el edificio de Stanford, donde tenía sus oficinas. Le
impresionó la belleza del interior y las extremas medidas de seguridad. De
no ser porque Delaney había dado órdenes de que la dejaran pasar después
de que se identificara, Abby no habría podido caminar ni dos metros dentro
del edificio, porque iba armada.
Mientras subía en el ascensor pensaba en Delaney, a quien había
conocido en el hospital, cuando Sean estuvo ingresado. A pesar de lo
antipático que fue con ella, en aquel momento reconoció que ese hombre
era un monumento. Y cada vez que iba al hospital a pasar un rato con su
hermano, no había podido evitar mirarlo.
Abby llegó a la penúltima planta y caminó hacia el mostrador donde
había una chica.
—Hola, ¿en qué puedo ayudarla?
—Tengo una cita con el señor Stanford.
—Vaya por ese pasillo y encontrará una mesa, en ella estará su
secretaria.
—Gracias.
Abby caminó hacia donde le habían indicado y se detuvo frente a la
mesa. Le extrañó ver a la mujer, que era mayor que Stanford. Había
pensado que su secretaria sería una chica joven con aspecto de súper
modelo.
—Hola, soy Abby Connors.
—Hola —dijo la mujer pulsando el botón del intercomunicador—.
Señor Stanford, su cita ha llegado.
—Hazla pasar, por favor.
—Puede pasar al despacho —dijo la secretaria señalando la puerta que
tenía enfrente.
—Gracias.
Abby abrió la puerta y entró. Delaney se levantó de su butaca y la
miró. La vio caminar hacia él con una confianza en sí misma que era digna
de admirar y una elegancia innata. Se mostraba firme, con personalidad y
una determinación inquebrantable.
A Abby le dio tiempo a examinar el elegante despacho. Parecía que
fuera una caja de cristal, que dejaba ver unas vistas fantásticas de los
rascacielos.
—Hola, Abby —dijo él acercándose a ella y besándola en la mejilla.
—Hola, Delaney.
—¿Cómo te encuentras?
—Ya estoy casi bien. Gracias.
Delaney apreció el serio traje de chaqueta que llevaba. No era de un
famoso diseñador, pero en ella parecía italiano y se amoldaba a su cuerpo
como un guante. Le favorecía mucho la trenza francesa que lucía, era muy
femenina. Aunque esa chica habría parecido igual de femenina sin ella.
Abby lo observó a su vez. Se le veía tan natural con el traje que
llevaba, que seguro que estaría hecho a medida y su corbata de seda, como
lo había estado con vaquero y una camiseta cuando lo había visto en su casa
el día del cumpleaños de su hermano.
—Siéntate, por favor.
—Gracias —dijo ella sentándose en uno de los sofás.
—¿Te apetece tomar algo? Yo voy a tomar un whisky.
—Te acompañaré. Con hielo, por favor.
Delaney cruzó el despacho para acercarse al mueble bar. Abby volvió
a mirarlo. La fuerza y elegancia de sus movimientos al caminar hicieron
que pareciera un depredador. Era un hombre perfecto, como era de esperar,
llevando el apellido Stanford. Porque tanto su padre como su hermano eran
hombres diez. Aunque Delaney tenía algo más.
Lo vio regresar hasta ella con los dos vasos y volvió a mirarlo de bajo
a arriba, para reconocer que ese hombre era un placer para la vista. Era la
perfección masculina. Era un hombre sofisticado, sin duda, erudito, porque
lo había descubierto al hablar con él en su casa, y cuando fue a verla al
hospital. Era brusco cuando quería, lo había descubierto por ella misma. Era
astuto e inteligente, de lo contrario no habría llegado tan alto. Un hombre
muy interesante, se dijo. Desprendía cierta sensación de peligro. Seguro que
podría dominar el mundo que le rodeaba con solo la mirada y unas cuantas
palabras. Era un hombre a quien era mejor no llevar la contraria, pensó.
Delaney le dio el vaso y se sentó frente a ella.
—¿Qué hago aquí, Delaney?
—Quería hablar contigo.
—Ya tiene que ser importante el tema, porque solo te faltó rogarme por
teléfono para que viniera. Y, no sé por qué, pero me da la impresión de que
no eres de ese tipo de hombres.
—Y no te equivocas —dijo él antes de dar un sorbo a su copa.
Abby se puso nerviosa cuando le sonrió. En sus ojos se formaban unas
pequeñas arrugas al sonreír y ella pensó que un detalle como ese debería
estar prohibido para no desestabilizar a las mujeres. Ese hombre rezumaba
una sensualidad, y seguro que, sin proponérselo, prometía interminables
noches de placer.
—¿Sabes? El tiempo que te quedaste en la habitación del hospital,
cuando Sean estuvo en coma, me pareciste una mujer fría y estirada. Pero
me equivoqué, y no suelo equivocarme con la gente. Sin embargo, has
resultado ser una mujer natural, sin filtro, atractiva, chispeante,
desconcertante. En otras palabras: fascinante. Una mujer independiente, que
son las más difíciles, pero también las más interesantes. Además eres fuerte
y dura. Lo que trato de decirte es que me gustas.
—¿Lo sabe tu mujer?
—Sí, se lo dije cuando te marchaste de mi casa, el día del cumpleaños
de mi hermano.
—No sé a qué vienen tantos halagos. Si fueras otra persona, pensaría
que necesitabas algo de mí. Pero no creo que tú necesites nada de nadie, y
menos de mí. Es mejor que me digas lo que quieres, no me gustan los
rodeos. En el hospital fuiste un capullo de cuidado. No me saludaste ni un
solo día. Así que puedes ir directo al grano, que ya se cómo eres.
—Sé que no me porté bien contigo y lo siento muchísimo.
—Ya me pediste disculpas en tu casa. ¿Y bien?
—De acuerdo, iré al grano. ¿Por qué no quieres salir con mi hermano?
Abby lo miró algo aturdida por la pregunta. Y de pronto soltó una
carcajada.
—¿Qué te parece tan divertido?
—Tú —dijo ella sonriéndole—.¿En serio has montado todo esto para
hacerme esa pregunta? ¿Crees que tu hermano necesita ayuda para salir con
una mujer?
—No, nunca la ha necesitado. Hasta que tú has aparecido en su vida.
No entiendo por qué no quieres salir con él: es un hombre atractivo, culto,
educado, simpático, divertido y, por si eso fuera poco, es millonario. ¿Por
qué no puedes salir con él?
—Vaya, eres un enviado de tu hermano. Supongo que te lo ha pedido a
ti porque eres un hombre… especial. Seguramente porque eres un
monumento.
—Gracias, cielo.
—Delaney, no pretendía que fuera un halago.
—Pues lo ha sido.
—Ha sido, simplemente, un dato objetivo. Ser atractivo siempre viene
bien, sobre todo, cuando quieres convencer a alguien para que haga algo. Y,
además, eres un hombre encantador.
—Te agradezco las palabras, pero mi hermano no sabe que estás aquí.
—¿No te ha pedido Sean que hables conmigo?
—¡Por supuesto que no! Si supiera que estás aquí, no volvería a
hablarme en la vida. ¿Puedes contestar a mi pregunta?
—Los motivos que yo pueda tener para no salir con él no son de tu
incumbencia.
—Lo son, cuando sé que mi hermano lo está pasando mal.
—Delaney, Sean es adulto y no necesita tu ayuda.
—Parece ser que él solo no es capaz de convencerte para que aceptes
salir con él.
—¿Y crees que tú vas a convencerme?
—Sean es un hombre que no haría nada fuera de la ley, y tampoco
jugaría sucio. Yo sí.
—¿Sabes? Eres el tipo de hombre que nunca me ha gustado y, sin
embargo, me gustas —dijo ella sonriéndole.
No había duda de que ese hombre tan atractivo, con el rostro de un
ángel caído y los ojos del color de las profundidades del mar, habría sido la
fantasía de muchas mujeres antes de casarse. Aunque puede que siguiera
siéndola.
—Sé que nunca has querido ir a comer o a cenar con él, ni a ningún
otro sitio. Lo máximo que habéis hecho juntos ha sido ir a tomar café. Por
lo poco que Sean me ha comentado, he deducido que tienes miedo de salir
con él.
—Yo no tengo miedo.
—No es lo que demuestras. Sé que te sucede algo, o te sucedió algo en
el pasado que tiene que ver con un hombre. Seguro que algún cabrón te hizo
daño de algún modo.
—¿Crees que si algún tío me hubiera hecho daño seguiría vivo?
—Bueno, el que te dio la paliza y te envió al hospital sigue vivo, ¿me
equivoco?
—No, no te equivocas. Pero ese hombre es un asesino y lo necesitaba
vivo para demostrar lo que había hecho. ¿Dónde quieres llegar a parar con
esta conversación?
—¿Qué te ha sucedido para que no quieras o no puedas salir con mi
hermano?
—Eso tampoco es asunto tuyo.
—Si no me dices lo que te sucede, contrataré a un detective, y te
aseguro que descubrirá hasta el más mínimo detalle sobre ti.
—Eso te costaría dinero. Aunque claro, tengo entendido que eres
billonario, con b. Seguro que algo así no te preocuparía.
—No, no me preocuparía en absoluto —dijo él dedicándole una
seductora sonrisa.
Abby tomó lo que le quedaba de su whisky. Delaney la miró y la notó
intranquila. Se levantó para coger la botella y sirvió un poco más en los dos
vasos. Al mismo tiempo comprobó que la grabadora siguiera funcionando.
Quería tener la grabación de la conversación, por si Sean necesitaba
escucharla algún día. Luego se sentó de nuevo.
—Sé lo que estás haciendo. Apostaría a que serías capaz de conseguir
que un pez abandonara el mar por su propia voluntad.
Delaney se rio.
Abby permaneció un momento en silencio, pensando. Y entonces
empezó a contarle la historia que solo sabían cuatro personas.
—Entonces, ¿tu problema con los hombres se debe a que tu padre no
quiso hacerse cargo de ti?
—¡Por supuesto que no!
—De acuerdo. Continúa.
Abby siguió contándole la historia. Poco después estaba llorando.
Delaney se sentó en el sofá a su lado y la abrazó. Y ella se aferró a él,
llorando desconsolada. Delaney le acariciaba la espalda, arriba y abajo y le
hablaba. Abby comprendió que tanto sus caricias como la voz firme de
Delaney, aunque hablara en susurros, eran solo para intentar tranquilizarla.
Él la animó a que le contara el resto de la historia.
Cuando lo dijo todo, le habló de cuando había ido a vivir con su
abuela.
—¿Entiendes ahora lo que me sucede?
—En parte.
—Delaney, perdí a mi madre cuando tenía doce años. Perdí la juventud
y la pubertad, porque yo no estaba bien. Y no tuve a mi madre para que me
hablara de chicos. Me crié con mi abuela, que no era muy moderna que
digamos. Era una señora mayor, con ideas retrógradas. Tengo veintiocho
años y es como si me hubiera quedado estancada en la pubertad, me refiero
a los hombres. No aprendí en el instituto como las demás chicas, porque no
tenía amigos. Era introvertida y muy tímida. Es cierto que podría haber
aprendido más tarde, pero no sentí ningún interés y procuraba mantenerme
alejada de los chicos. Y fíjate por donde, aquí estoy, evitando a un hombre
que habrá estado con docenas de mujeres. Y que quiera salir conmigo es lo
que me tiene asustada. Porque sí, reconozco que estoy asustada. La muerte
de mi madre hizo que no pudiera asirme a nada. Sentía el dolor constante y
crudo. Con la única persona que hablaba sobre ello fue el detective que
llevó mi caso, que es mi actual capitán. Y luego con Mike, a quien conocí
hace unos años. Mi capitán fue quien me llevó al psiquiatra, después de que
me instalara en casa de mi abuela. Estuve yendo cada semana durante un
par de años, y luego una vez al mes. Todavía sigo yendo a su consulta. Me
siento avergonzada por ello.
—No tienes que sentirte avergonzada. Los hijos de muchos conocidos
míos van a terapia.
—Claro. Los hijos de los ricos necesitan terapia para que les
solucionen la aflicción que sienten sus almas cuando sus papás les niegan
aquello que quieren tan pronto lo quieren.
Delaney sonrió.
—¿Le has hablado de Sean al psiquiatra?
—Sí.
—¿Te ha aconsejado algo respecto a él?
—Dice que sería el hombre ideal para ayudarme a dejar atrás mi
pasado.
—Pero no has hecho caso de su consejo.
—No.
—¿Cuál es tu problema en realidad?
—Según mi doctor, la falta de confianza en los hombres y, sobre todo,
en mí misma. Tienes que admitir que los hombres que he tenido en mi
infancia no han sido un dechado de virtudes. Mi abuelo, prácticamente echó
a su hija de casa cuando ella más necesitaba a la familia. Mi padre no quiso
saber nada de mí y abandonó a mi madre. Y mi padrastro… De él mejor no
hablar. ¿Crees que no tengo motivos suficientes para desconfiar?
—Es cierto que has tenido muy malas experiencias con los hombres,
pero también buenas. Tu capitán, que fue quien estuvo a tu lado después de
que sucediera la tragedia. Y luego Mike.
—Tienes razón. Pero lo que me sucede no es algo que yo quiero que
me pase, lo tengo en mi cabeza y no desaparece como si fuera un
interruptor que pueda desconectar.
—Lo supongo. Si superaras lo que te sucede y mantuvieras una
relación estable con alguien, ¿seguirías trabajando de detective?
—Claro, es mi trabajo. Es mi vida. Y es lo que mejor hago.
—Es un trabajo peligroso.
—¿El tuyo no lo es? Tengo entendido que Jack es tu guardaespaldas.
—Cuando se tiene mucho dinero hay que tener cuidado.
—Estoy acostumbrada a mi vida. Mike cuida de mí y yo de él.
—Pues no hizo muy bien su trabajo, porque te dieron una buena
paliza.
—Me refiero a cuando trabajamos.
—Que estés acostumbrada a ese trabajo no significa que no puedas
cambiarlo, si la recompensa es suficientemente buena. Depende de lo que
quieras y de cuanto lo desees.
—Hablas de Sean.
—Sí.
—Pues he de decirte que no cambiaría de trabajo por nadie.
—Está bien.
—Nunca me había sentido atraída por un hombre.
—Hasta que conociste a mi hermano.
—Sí. Quiero que sepas que me he resistido a él.
—Sigues haciéndolo.
—Sí, es cierto. Prefiero disfrutar de su físico a cierta distancia. Las
veces que nos hemos visto, cuando lo he tenido cerca, he tenido que
enfrentarme a algo más que su precioso rostro, a esos ojos que tienen un
color que me fascina y que parecen capaces de ver el interior de mi alma. Y
que tú tienes igual, por cierto —dijo sonriéndole—. También me he tenido
que enfrentar a su voz, que me parece de lo más seductora.
—¿Cuándo empezaste a sentirte atraída por él?
—La primera vez que lo vi, antes de que le dispararan, me pareció un
hombre fascinante, a pesar de que solo lo vi unos segundos. Pero fue en el
hospital cuando empecé a sentir algo por él. Os escuchaba a todos cuando le
hablabais. Sean se había desvivido por vosotros, sobre todo, por las mujeres
de vuestro grupo de amigos. Y las cosas que escuché sobre él hicieron que
se me fuera metiendo dentro.
—La vida es un absoluto misterio. Está formada de pequeñas y
grandes cosas, algunas, extrañas y difíciles de asimilar. Pero todas ellas son
parte del rompecabezas de nuestras vidas. Y al final, todo encaja. Si estás
aquí en este momento, y te has cruzado con mi hermano, es por algo. Lo
único que tienes que hacer es estar atenta y no perder detalle. Te lo digo
porque cuando yo conocí a Tess no lo hice, y me perdí muchas cosas. Cosas
muy importantes. Y tienes que saber que al final tú eres quien debe tomar
las decisiones, el destino solo te echa una mano.
—Yo no creo en el destino.
—Yo tampoco creía, pero te aseguro que existe. A lo largo de la vida
hay que tomar decisiones. En algunas acertamos y en otras nos
equivocamos. Ahora tienes que tomar otra decisión respecto a Sean. Pero
recuerda que, a veces, no hay segundas oportunidades. Y cuando tomas una
decisión, la otra que podías haber tomado, desaparece.
—Llevo desde los doce años luchando por olvidar el pasado, por no
volver a pensar en él y comenzar una nueva vida desde cero. Durante
muchos años me he hecho cientos de preguntas sobre mi futuro y no he
podido contestarlas, porque siempre ha sido un futuro incierto.
—Si te olvidaras del pasado cometerías un error, porque olvidarse del
pasado no es enterrarlo. Tienes que aprender de las cosas que has vivido en
el pasado, asimilarlas y aceptarlas. Es lo único que puedes hacer para seguir
adelante.
—Mi psiquiatra me dice lo mismo.
—Deberías obedecerle. Así podrás desprenderte de ese dolor, porque si
no lo haces, lo único que vas a conseguir es que te sientas amargada y
termines sola. Abby, con miedo no se puede vivir. Con miedo, la vida es
oscura, triste y húmeda. No tiene alicientes ni luz.
—También dice que debo hablar de lo que me sucedió.
—Yo también lo creo.
—Acabo de contártelo a ti.
—Y eso está muy bien. Deberías contárselo también a Sean.
—No sé…
—Cariño, no puedes vivir la vida con miedo, porque es demasiado
corta.
—Yo no tengo miedo.
—Por supuesto que tienes miedo. Tienes miedo a los hombres. Sé que
hay algunos a los que hay que temer y no merecen vivir, pero otros merecen
la pena, te lo aseguro. Y mi hermano es uno de ellos.
—Lo sé. He intentado por todos los medios deshacerme de él,
rechazándolo y haciéndole creer que no me interesa.
—Pero no contabas con que él no se rindiera e insistiera en verte.
—No, no lo esperaba. Aunque he estado engañándome a mí misma,
intentando creer que no me interesaba. Pero, Dios, es como si Sean
intentara hacerme la vida lo más difícil posible. Nunca he comprendido por
qué todos piensan que el demonio es una bestia horripilante y espantosa,
porque alguien así no es ninguna tentación. Pero Sean me tienta solo
estando en mi campo de visión.
Delaney se rio de nuevo.
—¿Quieres que vayamos a cenar?
—Te lo agradezco, pero no. Vete a casa. Sé que te gusta pasar un rato
con tus hijos, sobre todo con tu hija mayor, antes de que se duerman, y les
lees un cuento.
—Sí, es el mejor momento del día. Gracias por haber aceptado venir a
hablar conmigo.
—Ha sido un placer. Tú también me gustas.
—¿Lo sabe mi hermano? —preguntó él repitiendo la pregunta que ella
le había hecho a él.
—Me temo que sí. Y no le gusta mucho.
—Lo imagino.
—Gracias por escucharme —dijo ella besándolo en la mejilla.
—Cuando necesites hablar, solo tienes que llamarme.
—Gracias. Adiós.
—Adiós, cielo.
Capítulo 15
Abby y Mike estaban cenando en la mesa de la cocina. Ella le había
contado con todo detalle la conversación que había mantenido con Delaney.
—He decidido que voy a aceptar ir a comer con Sean. Bueno, si vuelve
a invitarme.
—Tú psiquiatra se va a poner contento, al fin vas a hacerle caso.
—Sí.
—Aunque, ahora que lo pienso, fuiste al psiquiatra el miércoles
pasado. ¿Por qué lo has decidido precisamente hoy? Podrías haber salido a
comer con Sean el fin de semana.
—Lo sé. Pero he estado pensando en lo que me dijo. Está enfadado
porque no sigo sus consejos.
—Pues yo creo que ha sido la conversación que has mantenido hoy
con Delaney lo que te ha hecho tomar la decisión.
—Es posible que eso también me haya influenciado.
—Dieciséis años viendo al psiquiatra y sin hacerle caso, y Delaney te
ha convencido, solo con hablar con él una sola vez.
—Delaney es muy convincente. Aunque le diré al doctor que he
seguido su consejo —dijo ella sonriendo.
—Si aceptas salir con Sean, pronto dejarás de necesitar al doctor.
—¿Eso crees?
—Sí. Y no deberías esperar a que te llame Stanford. Llámalo tú. No
sabes nada de él desde que estuvo aquí la semana pasada.
—Me envió un mensaje el lunes para preguntarme cómo me había ido
mi primer día de trabajo. Y para saber si tenía bien el brazo después de
sacarme la escayola.
—Ese hombre es un cielo.
—Sí que lo es.
—Llámalo, o envíale un mensaje para quedar con él el fin de semana.
—Estamos a lunes, faltan muchos días.
—Hazme caso, hazlo. Así te asegurarás de que no quede con otra
persona.
—Vale. ¿Qué crees que debo decirle?
—Dile que has estado pensando detenidamente en todas sus propuestas
para salir y te has dado cuenta de que él tenía razón, y que es una tontería
no aceptar ir a comer con él porque, al fin y al cabo, cuando habéis ido a
tomar café, habéis pasado juntos varias horas. Y dile que, para compensarlo
de no haber aceptado ir a comer con él en todo ese tiempo, le invitarás tú.
—De acuerdo. ¿Te importaría escribirle tú el mensaje? Me tiemblan
las manos.
—No me importa. Dame tu teléfono.
Mike escribió el mensaje y lo envió. Luego le devolvió el teléfono a
ella.
—Lo de que lo echo de menos sobraba —dijo ella después de leer lo
que había escrito.
—¿Es mentira?
—No.
Sean salió de la ducha. Estaba agotado. En un primer momento pensó
en acostarse. Pero, además de cansado, estaba hambriento. Por suerte tenía
lasaña, que le había dado Cath el día anterior Se puso un pantalón de
chándal y una camiseta y bajó a la cocina.
Encendió el horno y mientras se calentaba preparó una ensalada. Metió
la cena en el horno y poco después estaba sentado en la mesa de la cocina
cenando. Cogió el móvil para comprobar unas medidas que le había
enviado un cliente y vio que tenía un WhatsApp. Pensó que sería de alguna
de sus amigas, que últimamente estaban demasiado encima de él porque
sabían que no llevaba bien el asunto con Abby.
Detuvo el tenedor antes de llevárselo a la boca al ver de quien era el
mensaje.
—Por fin das señales de vida —dijo alegrándose de que hubiera sido
ella quien se hubiera puesto en contacto con él—. Abrió el mensaje y lo
leyó.
Hola, Sean. Espero que todo vaya bien. El viernes pasado fui a mi cita
con el psiquiatra y volvió a decirme que debería reconsiderar salir contigo
algún día a comer o a cenar. Y he decidido aceptar ir contigo a comer. Eso,
si no has perdido el interés por mí. Y, en compensación, voy a ser yo quien
te invite. Me dijiste que los sábados los pasabas con tus amigos y tu
familia, así que, podemos ir a comer el domingo, si no tienes ningún plan.
Si has quedado con alguien, podemos quedar la siguiente semana, o
cuando a ti te vaya bien. Ya me contestarás cuando veas el mensaje. Y
quiero decirte que he echado de menos verte cada noche y hablar contigo,
como cuando te quedabas conmigo en el hospital. Que pases una buena
noche.
—Vaya, parece que por fin avanzamos —dijo Sean.
Sean cenó tranquilamente antes de contestar al mensaje, porque quería
pensar bien lo que iba a escribir.
—No parece que esté muy interesado. Ha leído el WhatsApp hace casi
veinte minutos y no ha contestado.
—Estará en shock por haber recibido un mensaje tuyo, sin que te haya
escrito él antes.
—¡Qué tonto eres! —dijo ella riendo.
—Querrá pensar bien lo que escribir.
—O puede que ya no le interese y esté pensando en una excusa para no
aceptar mi invitación. Y no lo culparía, después de todas las veces que lo he
rechazado.
—También es posible que no crea que le hayas escrito tú el mensaje.
—No voy a pensar en ello. Si no quiere contestarme no pasa nada.
Diciendo la última palabra, se escuchó la entrada de un mensaje.
—Es él —dijo Abby mirando la pantalla del móvil y luego a su amigo.
—Léelo. En voz alta.
Hola, Abby. Perdona que no te haya contestado antes, estaba en la
ducha cuando lo he recibido y no he visto el móvil hasta que estaba
cenando. No sabes cuánto me ha alegrado recibir tu mensaje. Tus palabras
han sido lo mejor del día. Sí, todo va bien. Espero que ya estés recuperada
y te dejen salir a la calle con Mike, sé cuánto odias dedicarte al papeleo,
mientras tu compañero se divierte persiguiendo asesinos. Tu psiquiatra
estará contento de que al fin le hayas hecho caso porque, estoy seguro de
que te ha dicho, en varias ocasiones, que aceptaras mi invitación. Me
alegro de que aceptes ir a comer conmigo, puede que pronto consiga
llevarte incluso a cenar. No es porque sea machista, que no lo soy, pero mi
madre me enseñó a ser yo quien tenía que pagar cuando saliera con una
mujer. Y te aseguro que eso lo tengo bien arraigado. De manera que seré yo
quien te invite cada vez que nos veamos. Es cierto que los sábados los paso
con mi familia y mis amigos, pero si prefieres que quedemos el sábado, por
mí no hay problema. Aunque si a ti te va bien el domingo, a mí también. De
todas formas cambiaría cualquier plan que tuviera, porque tú eres mi
prioridad. Así que nos veremos el próximo domingo. Y en cuanto a mi
interés por ti, no ha menguado lo más mínimo, todo lo contrario. Yo
también te he echado de menos, muchísimo. Fue un cambio muy brusco
para mí verte cada noche en el hospital, y de pronto no poder verte porque
no querías saber nada de mí. Necesito saber si quieres ir a un restaurante
elegante o a uno normal, quiero que te sientas cómoda. Así podré elegir
uno y hacer la reserva. Que pases una buena noche también. Odio que sea
lunes, porque faltan seis días para verte. Estoy un poco liado con el
trabajo, pero si quieres quedar para tomar algo antes del domingo,
encontraré la forma de arreglarlo. Buenas noches, cielo.
—¡Tienes una cita!
—¿Tienes que decirlo con ese tono?
—¿Qué tono?
—Como si hubieras encontrado una nueva especie.
Mike le sonrió.
—Madre mía, ese hombre es perfecto, incluso escribiendo mensajes.
Y, ¿sabes una cosa? —dijo Mike.
—¿Qué?
—Que le gustas mucho.
—¿Lo has deducido por su mensaje?
—Por eso, y porque Delaney se ha molestado en hablar contigo para
pedirte que aceptes salir con él.
—No me lo pidió.
—No necesitaba pedírtelo. Ese hombre conseguiría cualquier cosa que
deseara.
—En eso tienes razón.
El grupo de amigos estaba en casa de Carter donde pasarían el día.
Delaney sabía que su madre estaba muy preocupada porque Sean
estuviera tan interesado en la detective, porque tenía un trabajo peligroso.
Pero también sabía que su madre tenía debilidad por los niños maltratados.
Y estaba completamente seguro de que tan pronto supiera lo que le había
sucedido a Abby en el pasado, se sentiría muy interesada por ella.
Todos estuvieron hablando de cómo les había ido la semana.
—Bradley, ¿qué tal te va en el estudio de Sean? —preguntó Carter.
—Genial. Estoy aprendiendo más este verano que en todo el curso en
la universidad. A veces acompaño a Sean a las obras. Me encanta ir con él.
Bradley era uno de los hijos adoptivos de Logan.
Delaney esperó a que todos los niños se acostaran a dormir la siesta.
Luego le pidió a Jack y a Cath que se sentaran con ellos a tomar café.
—Quiero contaros algo que he hecho. Se trata de Abby.
Sean miró a su hermano.
—Me pediste que no contratara al detective para que averiguara lo que
le había sucedido a Abby en el pasado y no lo hice. Pero hablé con ella el
lunes pasado por la tarde y me contó lo que le había había sucedido —dijo
Delaney mirando a su hermano.
—A mí no me importa lo que le haya sucedido con un hombre.
—No se trata de un hombre, es peor que eso.
—¿Peor? —dijo Sean.
—Abby no me pidió que no lo comentara con nadie, así y todo, creo
que no debo contároslo. Es algo personal y debe ser ella quien os lo cuente,
si quiere hacerlo.
—Me parece bien. Esperaré hasta que confíe plenamente en mí para
contármelo. Lo que no entiendo es por qué te lo ha dicho a ti —dijo Sean a
su hermano.
—A esa chica le gusto.
—No digas gilipolleces —dijo Sean—. A propósito de Abby. Mañana
hemos quedado para comer.
—¿Para comer? ¿En serio? —dijo Carter.
—¿Nada de ir a tomar café? —preguntó Nathan.
—No. Una comida.
—¿Cómo lo has conseguido? —preguntó Logan.
—Me da la impresión de que ha sido Delaney quien lo ha hecho
posible. Ha dicho que habló con ella el lunes por la tarde y ese mismo día
por la noche me envió un mensaje para invitarme a cenar. Así que gracias,
hermano.
—No me des las gracias. Tenía que hacer algo, porque estabas
insoportable lloriqueando.
—Lo sé —dijo Sean riendo—. De todas formas, gracias.
—No hay de qué. Y quiero decirte que has de ir con Abby con
cuidado. Quiero que la trates como si fuera de cristal, hasta que ella te
cuente lo que le sucedió.
—No creo que ella quiera que la trate así.
—¿Te ha invitado ella? —preguntó Nathan.
—Sí.
—¿Dónde vas a llevarla a comer? —preguntó Lauren.
—A tu restaurante italiano favorito —dijo Sean—. Le pregunté si
quería ir a un restaurante elegante y me dijo que prefería ir a uno normal. Y
he hecho la reserva.
—No hacía falta que reservaras mesa.
—Lo sé, pero así es mejor.
Lauren había trabajado en ese restaurante cuando llegó a Nueva York y
le robaron en el aeropuerto todo el dinero que llevaba. Los propietarios del
restaurante le dieron trabajo para que saliera adelante. Y siempre la habían
tratado como si fuera parte de su familia.
Sean llegó a casa de Abby a la una, puntual. Llamó a la puerta y Mike
abrió.
—Hola, Sean.
—Hola.
Sean miró hacia la escalera y perdió el interés por el detective al ver a
Abby bajar la escalera corriendo con los zapatos en la mano. Se sentó en los
últimos peldaños y se calzó. Luego caminó hacia donde estaban los dos
hombres.
—Hola, Sean.
—Hola, Abby —dijo él mirándola de arriba abajo—. Estás preciosa.
—Dame las gracias a mí, porque fui con ella a que se comprara ropa,
de lo contrario se habría puesto uno de sus trajes de trabajo.
Abby llevaba un vestido estampado con el fondo blanco y dibujos en
negro. Era sin mangas y entallado a la cintura y la falda tenía vuelo.
Recordaba a los vestidos pin up. Le sentaba realmente bien.
—¿A qué hora volverás? —preguntó Mike a su amiga.
—Mike, no tienes que preocuparte por eso, yo la traeré a casa y no me
marcharé hasta que esté dentro —dijo Sean dándole la tarjeta de un
restaurante—. Este es el restaurante donde comeremos. Te enviaré un
mensaje para que sepas donde tomaremos café después de comer.
—Muy bien. Gracias, Sean.
—De nada. ¿Nos vamos?
—Sí. Hasta luego, Mike.
—Divertíos.
Sean abrió la puerta para que Abby saliera delante. Mike salió tras
ellos.
—Has venido con tu coche nuevo —dijo Abby.
—Todavía no habías subido en él y quería que lo hicieras.
—Seguro que es una pasada conducirlo —dijo Mike—. Desde luego,
conducir el Porsche fue el no va más.
—¿Has conducido el coche de Sean?
—Me lo dejó una noche de las que te acompañaba en el hospital.
—¿Le dejaste el coche? —dijo Abby volviéndose a mirarlo.
—¿No tenía que haberlo hecho?
—Los hombres no suelen dejar que otra persona conduzca su coche…
o su moto —dijo Abby mirando a Mike.
—¿Quieres conducir tú?
—¿Quieres dejarme conducir tu coche?
—Claro, ¿por qué no?
Ella se volvió para mirar a su amigo.
—Deberías aprender de él.
—Te ha ofrecido su coche porque no te conoce.
—¿Conduce mal?
—No, conduce demasiado bien. Pero parece que siempre tenga prisa.
—Gracias, Sean, pero no creo que pueda conducir con estas sandalias
tan altas que me hizo comprar Mike.
—Te quedan geniales.
—Mike tiene razón, estás muy sexy con ellas.
—¿Nos vamos? —preguntó Abby al sentirse incómoda por sus
palabras.
—Sí —dijo abriéndole la puerta del coche para que subiera—. Nos
vemos, Mike.
—Conduce con cuidado.
—Lo haré —dijo Sean antes de sentarse al volante.
Sean intentó eliminar de su mente los labios y las piernas de esa chica.
No podía recordar cuándo se había sentido tan atraído por una mujer, ni si
alguna vez lo había estado.
—No hacía falta que le dieras a Mike la tarjeta del restaurante donde
vamos a comer.
—Así estará más tranquilo, y tú también.
—Gracias. Me gusta mucho tu coche. Y me da la impresión de que
tiene todos los adelantos y los extras que podría tener.
—No se podría esperar menos de mi hermano.
—Tienes razón.
Abby se preguntaba por qué estar a solas con ese hombre le hacía
sentir un placer tan grande. Porque, simplemente verlo y escuchar su voz
hacían que se sintiera tan a gusto y al mismo tiempo tan desconcertada. Y
además, se preguntaba, porqué solo con verlo se le aceleraba el pulso. Y a
ella le gustaba tener las respuestas a todas las preguntas que se hacía.
—He de decirte algo. Bueno, no es que tenga la obligación de
decírtelo, pero quiero hacerlo. Nunca se me ha dado bien mentir, y no
quiero hacer nada a tus espaldas.
—¿De qué se trata?
—Antes tienes que darme tu palabra de que no lo comentarás con tu
hermano.
—¿Con mi hermano?
—Sí.
—Tienes mi palabra.
—El pasado lunes hablé con Delaney. ¿Te lo ha dicho?
—No. ¿Te lo encontraste en alguna parte?
—No. Me llamó él para quedar porque quería hablar conmigo. Me
pidió que fuera a su despacho.
—¿De qué quería hablar contigo?
—De ti y de mí.
—¿Qué?
—No olvides que me has dado tu palabra.
—Siempre cumplo mi palabra.
—No voy a hablarte de la conversación que mantuvimos. Solo te diré
que estaba preocupado por ti y quería preguntarme por qué no quería salir
contigo.
—No tenía que entrometerse en mi vida.
—Tampoco en la mía, pero me da la impresión de que Delaney hace
siempre lo que le da la gana.
—En eso no te equivocas.
—Y en eso sois iguales.
—Es posible. ¿Sabe él la razón de que no quieras salir conmigo? O
quisieras salir conmigo, porque parece ser que ya no tienes problemas para
hacerlo.
—Los problemas siguen ahí, pero he decidido intentarlo. Y sí, está al
corriente de cual es el motivo.
—¿Mi hermano es quien ha conseguido que salgas conmigo?
—En parte él, en parte mi psiquiatra, en parte Mike. Y también su
madre. He pensado que todos no pueden equivocarse.
—¿Puedes contarme a mí la razón por la que no quisieras salir
conmigo?
—Puede que lo haga, en otro momento.
Sean le cogió la mano que tenía en su regazo y se la llevó a los labios
para besarla.
—Esperaré hasta que quieras hacerlo.
—Gracias —dijo apartando la mano de la de él.
—Ya hemos llegado —dijo él poco después, entrando en el
aparcamiento que había junto al edificio.
Bajaron del coche. Abby no esperó a que le abriera la puerta. Sean se
reunió con ella y la cogió de la mano.
Fue tanta la sorpresa que sintió que fue incapaz de decir nada al
respecto. Ni siquiera se soltó de él, cosa que podía haber hecho
perfectamente, porque no la tenía atada. Abby se giró para mirarlo mientras
caminaban. Y él le sonrió, como si fuera capaz de saber todo lo que ella
estaba pensando y lo encontrara muy divertido.
Sean le acariciaba suavemente la palma de la mano. Era una ligera
caricia que no la dañaba en absoluto, sino todo lo contrario, era una
sensación cálida que ascendía desde su mano por todo el brazo e iba
derecha a su corazón. Logró que el pulso se le disparara y le flaquearan las
rodillas. Jamás había sentido nada igual y eso hacía que se sintiera aturdida
y algo desconcertada.
—¿Estás bien? —preguntó Sean cuando abrió la puerta del restaurante
y le soltó la mano para que entrara primero.
Abby expulsó el aire, que no sabía que había estado reteniendo el
tiempo que él había estado sujetándole la mano. Se tensó cuando entró tras
ella y le puso la mano en la espalda.
—Sí, estoy bien.
—No lo parece —dijo Sean deteniéndose frente al pequeño mostrador
que había antes de acceder al comedor.
—Estoy un poco nerviosa.
—¿Por venir a comer? Porque si esa es la razón nos marcharemos.
—No es la razón. Estoy nerviosa por tenerte cerca.
—Pues eso no me disgusta —dijo él acercándose a su oído para
hablarle en un murmullo.
—¡Sean! —dijo una mujer que se había acercado a ellos y abrazándolo
—. ¡Hola!
—Hola, Sofía, ¿cómo estás? —preguntó él devolviéndole el abrazo.
—Muy bien, gracias.
—Ya lo veo. Estás tan guapa como siempre.
—Tú siempre tan adulador. Hacía mucho que no venías por aquí.
—Últimamente no he salido mucho.
—Hoy vienes muy bien acompañado.
—Te presento a Abby. Abby, ella es Sofía, la propietaria del local.
—Me alegro de conocerte, Abby —dijo la mujer abrazándola con
cariño.
—Lo mismo digo —dijo Abby devolviéndole el abrazo.
—Vaya, es la primera mujer que me presentas.
—¿De verdad?
—Sí. Has venido muchas veces, siempre acompañado, pero nunca me
has presentado a ninguna de las mujeres. Y nunca habías venido a comer,
siempre a cenar.
—No me había dado cuenta de ello.
—Eres muy guapa, Abby.
—Muchas gracias —dijo ella algo ruborizada.
—¿Cómo está Roberto?
—Bien. Está en la cocina, como siempre. Antes de marcharos tenéis
que entrar a saludarlo, y a presentarle a Abby. De lo contrario no te lo
perdonará.
—Lo haremos.
—Cuando me llamaste tenías que haberme dicho que era una cita
especial y os habría reservado una mesa un poco más íntima, pero está todo
lleno.
—Sofía, no es una cita, solo hemos venido a comer —dijo Abby.
La mujer miró a Sean y él le guiñó un ojo.
—Claro. Bueno, acompañadme, por favor.
La mujer los condujo hasta una mesa, que estaba junto a una de las
ventanas y se sentaron.
—Abby, ¿te gusta la comida italiana?
—Me encanta.
—Estupendo. Parece que esta chica sí que comerá —dijo la mujer
mirando a Sean y dejando las dos cartas sobre la mesa—. Id pensando lo
que vais a comer mientras instalo a los que acaban de entrar.
—Vale.
—¿Por qué insistes en que esto no es una cita? —le preguntó Sean
cuando la mujer se alejó.
—Porque no lo es.
—En ese caso, tendrás que pagar tu parte —dijo él serio.
Abby se rio como nunca la había visto él antes, con una risa fresca,
femenina y relajada.
—Solo por verte reír de esa forma, te invitaré.
—Muchas gracias. ¿Qué ha querido decir con eso de esta chica sí que
comerá? —preguntó ella abriendo la carta.
—A veces me ha acompañado alguna mujer que era… digamos un
poco especial en cuanto a la comida.
—¿Especial? ¿A qué te refieres?
—Que comían solo una ensalada.
—¿Eran vegetarianas?
—No. O puede que sí, no lo sé.
—¿Vienes mucho por aquí?
—Un par de veces al mes, pero hacía tiempo que no venía.
—Supongo que también irás a otros restaurantes.
—Sí, tengo unos cuantos que me gustan y en los que se come muy
bien, como en este. Pero hace semanas que no salgo.
—¿Llevas a las mujeres directamente a la cama, sin invitarlas a cenar?
—Hace semanas que no estoy con una mujer.
—¿Abstinencia sexual voluntaria?
—Algo así. ¿Sabes qué vas a cenar?
—Ya que conoces a los dueños, me gustaría que me aconsejaran qué
comer.
—Muy bien, entonces nos dejaremos aconsejar los dos. ¿Quieres vino?
—Sí, pero mejor lo elijes tú, no soy una entendida en vinos. Aunque
reconozco cuando uno es bueno.
—De acuerdo.
Cuando Sofía se acercó, Sean le pidió el vino.
—¿Habéis pensado lo que queréis cenar?
—Abby quiere que la aconsejes.
—Sofía, yo no soy como las amigas que ha traído Sean a cenar. A mí
me gusta comer, y tengo mucha hambre.
—Estupendo —dijo la mujer sonriendo.
—De hecho, puedes elegir por mí.
—¿Te gusta el ajo?
—Me gusta todo.
—A mi marido le va a encantar preparar la comida para ti.
—Yo también la dejaré en manos de Roberto —dijo Sean.
—Muy bien. Os traeré enseguida el vino y unos entrantes para calmar
tu hambre mientras llega la cena —le dijo la mujer a Abby sonriéndole.
—Muchas gracias.
Abby miró a Sean sonriendo cuando se quedaron solos.
—¿Por qué sonríes?
—Porque te voy a salir más cara que tus amigas.
—Estoy temblando.
—Es increíble lo que te pareces a tu hermano. Y eso está bien, porque
de esa forma sé qué aspecto tendrás en cuatro años.
—¿Y qué aspecto tendré en cuatro años?
—Serás una maravilla de hombre.
—¿Flirteando de nuevo?
—Es posible. Aunque vuestros ojos son diferentes.
—Pensaba que teníamos los ojos iguales.
—Tienen el mismo color, pero son totalmente diferentes. Los de tu
hermano pueden ignorarte, como si no existieras, o dejarte temblando
contra una pared.
Sean se rio.
—Me da miedo preguntar cómo son los míos.
—Los tuyos son como sombras de un bosque: profundos. Y hay
calidez en el verde.
—Vaya.
—La verdad es que me gustan mucho tus ojos.
—Me alegro. A mí me gustan los tuyos, grandes y exóticos. Tienen un
color castaño extraño. Aunque, en realidad, no puede decirse que sean
castaños sino dorados. Es un color fascinante. Los definiría más bien como
color ámbar.
—Mi madre decía que ese era mi color. Las dos los teníamos iguales.
—Pues son preciosos.
—Gracias.
Un camarero se acercó con el vino. Lo sirvió en las copas y dejó la
botella en la mesa. A continuación les llevó el pan y unos cuencos con salsa
de ajo y tomate rallado. Luego se retiró.
—Por nuestra primera cita —dijo él elevando la copa.
—No es una cita —añadió Abby cogiendo la copa y rozándola con la
de él—. Por nuestra primera comida.
Bebieron un sorbo.
Abby estaba comiendo un trozo del pan recién hecho con ajo y tomate
cuando Sofía se acercó y dejó cuatro platos sobre la mesa.
—Entreteneros con esto. La comida tardará unos veinte minutos —dijo
la mujer.
—Gracias —dijeron los dos al mismo tiempo.
Sean se quedó mirándola mientras Abby comía.
—¿Por qué me miras de esa forma?
—¿De qué forma?
—Como si acabaras de sentarte a comer y yo fuera el primer plato.
Sean no pudo evitar reírse.
—¿En serio parece que te miro así?
—Sí —dijo ella sin dejar de comer.
—Bueno, he de admitir que me cuesta mucho no mirarte. Me gusta
verte comer. Supongo que en mi mirada se refleja cuánto te deseo. Pero no
te preocupes, puedo controlarme perfectamente.
—Es un alivio. Aunque, en realidad, no estoy preocupada. No creo que
pudieras hacer mucho en un restaurante abarrotado.
—Tienes razón. ¿Hay algo que quieras preguntarme? —preguntó Sean.
—¿Sobre qué?
—Sobre lo que quieras. Ya sabes, para conocernos.
—Pues ahora que lo dices, sí.
—Pregunta lo que quieras.
—Tú eres un buen arquitecto y seguro que sabrás la respuesta. ¿Por
qué las casas antiguas hacen ruido por la noche?
—¿Eso es lo que quieres saber?
—Sí. ¿No sabes la respuesta?
—Por supuesto que la sé. Las casas absorben el calor del sol durante el
día, sobre todo las de madera. Cuando el sol se oculta y aparece la
oscuridad, las tablas de madera se contraen unas con otras y el ruido es el
resultado.
—Vaya, nunca se me habría ocurrido.
—Dime algo que a las personas que te conocen no les guste de ti.
—¿Por qué no me preguntas lo que les gusta?
—Esa pregunta sería demasiado fácil de contestar.
Abby puso una cucharada de salsa de ajo sobre un trozo de pan y se lo
metió en la boca.
—Dios mío, esta salsa está buenísima.
—¿Estás evitando contestarme?
—Claro que no, pero estoy hambrienta. Veamos —dijo limpiándose
los labios con la servilleta—. Mi abuela se ponía de los nervios cuando me
veía hacer alguna lista. Hacía listas para todo. Bueno, en realidad, sigo
haciéndolas. Cuando he de hacer algo escribo una lista, perfectamente
detallada, y luego me dedico a supervisar.
—Supervisar.
—Sí. A Mike tampoco le gusta eso de mí. Dice que pienso demasiado.
—¿Ha intentado ya liquidarte?
—No, porque me quiere. Además, se quedaría sin cocinera.
—Esa es una buena razón. Me refiero a la de cocinera.
—De todas formas, él se queja, pero luego me hace preguntas sobre la
lista que he hecho. Me refiero a cuando se trata del trabajo.
—¿También haces listas respecto a los casos?
—Sí. Puede que tenga razón y piense demasiado las cosas. Cuando he
de hacer algo, lo pienso una y otra vez hasta la saciedad.
—Como lo de venir a comer conmigo.
—Podría decirse que eso también lo he pensado… mucho, muchísimo
—dijo ella sonriéndole.
—Estás comiendo mucho. Cuando traigan la comida no vas a tener
hambre.
—No te preocupes, que comeré. Pero tú no estás comiendo casi nada.
¿Acaso te preocupa engordar?
—No, en absoluto. ¿Crees que estoy gordo?
—No entiendo por qué preguntas algo tan estúpido. Supongo que
tienes espejos en casa y sabes que tienes un cuerpo espectacular.
—Vaya, muchas gracias.
—¿No tienes hambre?
—Sí, mucha. Y no solo de comida.
¡Por Dios bendito! Menudo ejemplar tenía delante, pensó Abby. Era
directo, claro, sincero y absolutamente descarado. Era una mezcla explosiva
que a ella no le iba para nada, pero en él la fascinaba.
—A simple vista se puede apreciar que eres un hombre de éxito. Con
una seguridad en ti mismo aplastante y un toque de arrogancia. Bueno, un
toque bastante elevado. Y sin olvidar el peligro latente.
—¿Peligro?
—Eso es lo que intuyo. Supongo que será por lo de seductor, que es
algo que me preocupa.
—¿Te disgustan todas las cosas que has mencionado?
—En realidad no. Y pienso que la arrogancia te sienta de maravilla. Te
sienta tan bien como la camisa que llevas.
La expresión del rostro de Sean cambió de repente. Abby pensó que
ese hombre tenía la sonrisa más rápida y perfecta que había visto en su vida.
Eso, junto con el brillante blanco de sus dientes, causaron en ella una
extraña sensación.
—Creo que a partir de ahora las cosas van a cambiar entre tú y yo.
—¿Qué quieres decir?
—Se te da bien coquetear con los hombres, aunque creas que no lo
estés haciendo, pero a mí también se me da bien el flirteo.
—Estoy segura de ello —dijo Abby mirando a la mujer que estaba
junto a la mesa dejando el primer plato frente a ella.
—¿Te han gustado los entrantes, Abby? —preguntó Sofía mientras
retiraba de la mesa los platos vacíos.
—Todo estaba delicioso. Y he de decirte que me lo he comido yo casi
todo. Puede que Sean se haya contagiado de sus amigas y no quiera
engordar.
—O puede que seas tú, que lo pones nervioso y pierde el apetito al
tenerte cerca. Que os aproveche —dijo la mujer alejándose.
—¿Es esa la razón por la que no has comido casi nada?
—Creo que no. Estaba entretenido mirándote y escuchándote. Porque
eres una mujer preciosa.
Las mejillas de Abby se tiñeron suavemente con el rubor. Sean miró su
precioso rostro. Ver sus carnosos labios y el rubor de sus mejillas lo excitó.
Le sorprendía que, pese al trabajo que tenía, parecía ingenua, y eso lo
volvía loco. No podía evitar desearla. La deseaba como nunca antes había
deseado a una mujer. Se preguntaba qué le pasaba con ella, qué tenía de
especial, porque había salido con mujeres monumentales.
—Mmmm, esto está delicioso.
—Me alegro de que estés disfrutando de la comida. Estaba preocupado
por si no te gustaba.
—Nunca he tenido problemas con la comida. Mi madre me enseñó a
que comiera de todo, y mi abuela también.
—Eso está bien.
—¿Cómo es tu casa? ¿Se parece a la de tu hermano?
Sean se quedó mirándola mientras saboreaba la comida.
—No, la de Delaney ya estaba construida cuando la compró. La mía la
diseñé yo a mi gusto. Y luego la construí.
—La de tu hermano es una maravilla. Aunque en realidad, no la he
visto toda.
—La de Delaney es impresionante. Y creo que la mía también te
gustará.
—Puede que un día la vea.
—Desde luego que la vas a ver. Ahora estoy haciendo unas reformas.
—Puede que no seas tan buen arquitecto como pensaba.
—¿Por qué lo dices?
—Has dicho que la diseñaste y construiste tú. No lo harías muy bien si
estás haciendo reformas.
—En realidad no estoy reformando nada de la casa. Estoy
construyendo una piscina en el sótano.
—¿En el sótano? ¿No sería mejor que la hicieras en el exterior?
—Ya tengo una en el exterior.
—¿Y para qué quieres dos piscinas?
—Una para invierno y otra para verano.
Ella soltó una carcajada.
—¿Por qué te ríes?
—Porque hablas de las piscinas como si se trataran de un jersey de
invierno y uno de verano. Seguro que cuestan un pastón.
—Eso puedo asegurártelo.
—Bueno, supongo que cada uno gasta el dinero que tiene en lo que le
apetece. ¿Sueles nadar a menudo?
—Solo cuando me reúno con el grupo de amigos los fines de semana,
en verano claro. Pero tengo entendido que tú sí. Me lo dijo Mike. Puede que
eso fuese lo que me animó a hacer la reforma.
—¿Estás construyendo una piscina porque Mike te dijo que yo nadaba
en el gimnasio?
—Sí. De todas formas, el sótano lo tenía vacío y nunca me había
parado a pensar en él.
—¿Y es suficientemente grande para hacer una piscina?
—Sí, porque la casa es muy grande. De todas formas, la piscina va a
ocupar también un trozo del terreno que hay junto a la casa, así tendrá luz
natural.
—Entonces, ¿tienes la casa patas arriba? Sé lo que es tener obreros en
casa, y es horrible.
—No tengo obreros en la casa. He abierto un acceso por el exterior y
los obreros entran y salen por él.
—¿Cuándo la tendrás terminada?
—Para primeros de octubre. Espero que vengas a la inauguración.
—¿Habrá comida?
—Por supuesto —dijo él sonriendo.
—En ese caso, es posible que vaya —dijo ella sonriéndole.
Después del primer plato les sirvieron el segundo y luego el postre. Y
durante todo ese tiempo estuvieron hablando sin cesar. Cuando terminaron
entraron en la cocina para saludar a Roberto. Luego salieron del restaurante.
Nada más traspasar la puerta, Sean le cogió la mano.
—¿Por qué me coges la mano? —preguntó ella sin poder contenerse.
—Nunca he cogido la mano a ninguna mujer, pero me he dado cuenta
de que me gusta. ¿Te molesta?
—No.
—Nuestra primera comida ha ido bien, ¿verdad?
—Si ser guapo y tener un cuerpazo no era suficiente, además eres
inteligente, educado y divertido. Y se puede mantener una conversación de
cualquier tema contigo. Así que sí, creo que ha estado muy bien.
Sean se giró para mirarla sonriendo. Llegaron al coche y él le abrió la
puerta para que subiera. Ella se sentó en el asiento.
—Así que piensas que soy guapo y tengo un cuerpazo —dijo él antes
de cerrar la puerta.
Ella lo miró sonrojada de nuevo.
—¿Sabes que me vuelven loco tus piernas?
Abby se bajó instintivamente la falda que se le había subido al
sentarse. Sean cerró la puerta y rodeó el coche por delante. Ella no apartó la
mirada de él en ningún momento. Sean se sentó al volante y cerró la puerta.
Luego se giró para mirarla y ella le devolvió la mirada. Sean intentó no
sonreír y ella lo fulminó con la mirada al darse cuenta de ello. Y entonces,
él le dedicó la sonrisa más bonita que ella le hubiera visto hasta ese
momento.
Abby se sorprendió de pronto, porque deseaba besar sus labios. La
idea la desconcertó. Y, por supuesto, el pulso se le aceleró y la sangre
comenzó a correr por sus venas a toda velocidad.
—¿Estás bien?
—Sí.
—¿Dónde quieres que vayamos a tomar café?
—¿Aún no te has cansado de mí?
—No, para nada. ¿Quieres conducir?
—Estoy nerviosa para conducir. Y antes de que preguntes, sí, tú eres la
causa de que esté nerviosa. Porque este espacio es demasiado pequeño para
los dos. Y también me pone nerviosa que me sonrías de esa forma. ¡Joder!
Eres una tentación demasiado grande. Me dan ganas de colgarte un cartel
alrededor del cuello que diga: Adjudicado.
Sean permaneció en silencio un instante, asimilando todo lo que
acababa de decirle y de pronto soltó una carcajada.
—A mí no me hace ninguna gracia.
—Pues créeme, sí la tiene. No sabía que eras tan divertida. Me
encantan todas esas cosas que me dices. Y, ¿sabes que es lo que más me ha
gustado de todo lo que has dicho?
Ella negó con la cabeza.
—Ser una tentación para ti.
Sean se acercó a ella, antes de que ella pudiera reaccionar. Colocó la
mano en su nuca y posó sus labios sobre los de ella. Le dio unos segundos
para que lo apartara, pero Abby no lo hizo. Sean deslizó la lengua por sus
labios. No pensaba pasar de eso, a no ser que ella le diera pie.
Abby podía escuchar el sonido de la sangre en su cabeza y la
respiración agitada de los dos. Porque sí, él también tenía la respiración
entrecortada. Su cuerpo traicionero reaccionaba al beso de Sean, o mejor
dicho, al roce de sus labios con los de ella, como si no pudiera resistirse a
él. El deseo la invadió y la sangre se desplazó por su cuerpo, acumulándose
entre sus piernas. Los sentidos de ambos estaban absolutamente centrados
en la cercanía del otro.
Necesitaba pensar, se dijo Abby. Él ni siquiera la había tocado y el
beso… ni siquiera podría definirse como un beso. Pero ambos estaban
temblando. Ella pretendía llevar el control en aquella situación, quería que
se tratara de una clase de experimento. Pero cambió de idea en el momento
en que Sean rozó sus labios.
Solo habían estado en contacto unos segundos cuando Sean se retiró.
—Sean.
—¿Sí?
—¿Te importaría que dejáramos ese café para otro momento?
—Haremos lo que tú quieras —dijo poniendo el coche en marcha—.
Espero no haber estropeado nada.
—No lo has hecho.
—Te llevaré a casa.
—Gracias.
Estuvieron todo el camino en silencio, pero un silencio cómodo. Sean
detuvo el coche frente a la casa.
—Se ha movido viento, no hace falta que bajes del coche.
—Abby, no espero que me invites a entrar en tu casa, porque no lo
haré, pero te acompañaré a la puerta.
—De acuerdo.
Bajaron ambos del coche y subieron los peldaños hasta el porche. Una
ráfaga de viento colocó en el rostro de Abby un mechón de sus cabellos.
Sean deslizó los dedos por su mejilla y colocó el mechón detrás de su oreja.
Sus dedos le acariciaron y se deslizaron por su cuello en un delicado e
íntimo roce que le aceleró el pulso coloreando sus mejillas.
—Me gusta hacer que te ruborices.
—A mí no me gusta ruborizarme. No me sucede con nadie más —dijo
ella bajando la cabeza.
—Eso aún me gusta más.
Sean colocó los dedos debajo de su barbilla para elevarle el rostro. Ella
lo miró, sintiendo los latidos descontrolados de su corazón en el pecho.
—Lo he pasado muy bien esta tarde —dijo Sean.
—Yo también. ¿Vas a querer que nos veamos de nuevo?
—Por supuesto. Y me gustaría que fuese pronto.
—Podría buscar un rato para tomar un café entre semana.
—Eso sería genial. Pero también quiero verte el fin de semana. Me da
igual que sea para desayunar, para comer, para cenar, para pasear, para ir al
cine o a la playa.
—¿Quieres hacer todo eso conmigo?
—Eso para empezar. Aunque si es para cenar, podemos hacerlo entre
semana. Solo tienes que avisarme.
—Vale. Siento haberme quedado quieta con lo del beso.
—Cielo, no he llegado a besarte.
—De todas formas, me ha gustado.
—A mí también. Y tengo que contradecirte de nuevo al decir que sí ha
sido una cita. Te he recogido en casa, te he invitado a comer y te he traído a
casa. Y te he besado.
—Tal vez tengas razón.
—Gracias por comer conmigo —dijo él besándola en la mejilla.
—Me ha gustado comer contigo.
Esa misma noche cuando Abby se acostó llamó por teléfono a Sean.
—Hola, Abby.
—Hola.
—¿Sucede algo?
—No, todo está bien. Solo quería decirte que no me he sentido mal en
todo el tiempo que hemos pasado juntos.
—Excepto cuando he puesto mis labios sobre los tuyos.
—Tampoco me he sentido mal en ese momento. Es solo que me has
cogido por sorpresa.
—Tendré que besarte más a menudo para que te vayas acostumbrando.
Lo he pasado muy bien contigo.
—Yo también. ¿Qué has hecho el resto de la tarde?
—He estado trabajando en el diseño de una mansión. Me ha venido
bien llegar pronto a casa porque he adelantado un montón de trabajo.
Aunque, he de decirte que me habría gustado pasar todo ese tiempo contigo.
¿Qué has hecho tú?
—He estado cocinando. He preparado la cena y la comida para tres
días. Cuando ha vuelto Mike hemos cenado y hemos visto un rato la
televisión. Ya estoy en la cama. Voy a leer un rato.
—Yo no tardaré en acostarme también. No olvides llamarme cuando
tengas tiempo libre para que nos veamos.
—No lo olvidaré.
—Buenas noches, cielo.
—Buenas noches, Sean.
Capítulo 16
Abby y Mike estaban en la jefatura. Ella recibió una llamada y cogió el
móvil para ver quien era. Se sorprendió al ver que era Sean, porque habían
estados juntos el día anterior.
—Hola.
—Hola, cielo. ¿Te llamo en mal momento?
—No, Mike y yo acabamos de volver de comer y estamos en la
jefatura.
—Estupendo, yo también acabo de comer. No voy muy presentable
porque estoy toda la mañana en las obras, pero voy a pasar por delante de la
jefatura y me preguntaba si te gustaría tomar un café conmigo, si tienes
tiempo, claro.
—Sí, me gustaría.
—Podemos ir a la cafetería que hay al lado de tu trabajo, así no
perderás tiempo en desplazamientos.
—Me parece bien. ¿Tardas mucho en llegar?
—Unos diez minutos.
—Vale.
—Te esperaré en el aparcamiento. Hasta ahora.
—Vaya, quiere verte otra vez —dijo Mike.
—Sí.
—Creo que ese hombre va en serio contigo.
—Mike, solo quiere tomar un café.
—Claro, solo un café. Por eso está construyendo en el sótano de su
casa una piscina para el invierno porque sabe que te gusta nadar. Abby, está
pensando en el futuro.
—No te precipites sacando conclusiones.
—Vale, no lo haré.
—Salgo un momento. Estaré en la cafetería de al lado. No tardaré.
—De acuerdo. Sé cariñosa con él.
—Tan pronto lo vea me echaré en sus brazos —dijo ella sonriendo a su
amigo.
Abby salió del trabajo y se dirigió a la cafetería. Vio a Sean apoyado
contra un todoterreno y no le gustó darse cuenta de que el ritmo de su
corazón había cambiado solo con verlo. Tenía el pelo más largo de lo
convencional, cosa que a ella le gustaba. Iba despeinado, seguramente por
el viento, o por las manos de alguna mujer que lo hubiera acariciado, pensó
de pronto, pero apartó rápidamente ese pensamiento de su mente. Tenía una
barba incipiente, sin duda no se había afeitado esa mañana. Llevaba una
camiseta negra de manga corta y unos pantalones vaqueros tan usados que
se le deshilachaban por algunas partes. Y se apreciaba que había polvo
sobre su ropa. Así y todo, consiguió que se le hiciera la boca agua al verlo.
Sean levantó el rostro del móvil y la vio. Ella se dio cuenta, con toda
claridad, de cómo le cambiaba la expresión del rostro al verla.
Sean la encontró vibrante, preciosa y resplandeciente, más de lo que
cualquier mujer tendría derecho a estar.
Sus miradas provocaron una conexión perfecta, como si una chispa
hubiera saltado entre ellos. La sonrisa que Sean le dedicó estaba hecha para
que las rodillas de cualquier mujer temblaran al verla.
Abby caminó hacia él, y él hacia ella.
—Hola, preciosa —dijo besándola en la mejilla.
—Hola. Me alegro de que me hayas llamado.
—Tenía ganas de verte.
—Nos vimos ayer.
—Lo sé.
—De todas formas, me alegro de verte. ¿Tienes otro coche?
—Este es el que utilizo para ir a las obras. A veces el suelo no es muy
firme.
—Jamás pensé que te viera con la ropa sucia.
—He estado en las obras desde las ocho de la mañana, y allí hay
mucho polvo.
—Ya lo veo, lo llevas todo encima. Aunque incluso el polvo te
favorece —dijo ella sonriéndole.
—Si te da vergüenza que te vean conmigo, te daré dinero para que
compres los cafés y los tomaremos en el coche.
—No digas tonterías, vamos.
Sean volvió a cogerla de la mano. Ella se volvió a mirarlo y se rio. La
belleza de su rostro era tan deslumbrante, que Sean perdió el aliento.
Encontrar las teclas exactas que debía pulsar para llevar la risa de esa mujer
a sus ojos más a menudo sería un desafío. Y a él le gustaban los desafíos.
Quería ver esa misma risa muchas veces. Se preguntó si alguna vez había
sentido ese ardor y esa ternura por una mujer. Pero estaba seguro de que no,
porque se acordaría.
—¿Por qué te ríes?
—Porque si nos ven entrar cogidos de la mano van a pensar que hay
algo entre nosotros.
—Y no se equivocarían, ¿no crees?
—Pues… —dijo ella dejando la frase sin terminar, porque no sabía si
había algo entre ellos.
Entraron en el local. Abby vio a algunos policías del departamento
mirarlos. Se acercaron a la barra a pedir dos cafés y luego se sentaron en la
mesa más apartada que encontraron.
—¿Pasabas realmente por aquí?
—Sí, ¿por qué?
—No sé, pensé que podría haber sido una excusa.
—¿Una escusa para verte? Un poco engreída, ¿no? —dijo él
sonriéndole—. Dios, no sabes cómo me gusta hacer que te sonrojes. Y no te
he engañado, porque tengo que ir a un almacén de construcción que está
cerca de aquí. Pero he de admitir que no me habría importado mentir para
verte.
El camarero les llevó los cafés y le dieron las gracias.
—Desde que te conozco me siento raro.
—Puede que ya fueras raro antes de conocerme.
—Sí, es posible —dijo él riendo.
—¿A qué te refieres con raro?
—A que te deseo como no he deseado a una mujer en toda mi vida.
¿Sabes? He deseado a otras mujeres, en algunas ocasiones con
desesperación. O es lo que había pensado… Hasta que apareciste en mi
vida. Entonces me di cuenta de que hasta ese momento, no había sabido lo
que era desear a una mujer.
—Pues lo siento.
—Yo no lo siento. El único inconveniente es que ya no me atrae
ninguna mujer. De ahí, mi abstinencia sexual voluntaria.
—Será complicado para ti.
—¿El qué?
—No salir con otras mujeres… por mi culpa.
—No es complicado. Soy paciente, y todo llegará. ¿Tenéis algún caso
entre manos?
—Siempre tenemos algún caso. De hecho, ahora tenemos dos, pero no
voy a hablarte de ellos. Ya tengo bastante con pensar en ellos cuando
trabajo, y luego al llegar a casa. Prefiero descansar durante estos minutos y
disfrutar de tu compañía.
—Estupendo. Entonces, mírame y relájate.
—He de decirte que para mí es imposible hacer esas cosas al mismo
tiempo cuando estás conmigo.
Sean sonrió por puro placer masculino.
—Eres un cielo, cariño —dijo entrelazando los dedos de una mano con
los de ella por encima de la mesa.
Abby miró sus manos unidas y pensó que Sean la tocaba con mucha
confianza, como si fuera la cosa más natural del mundo. ¿Sería así con
todas las mujeres?, se preguntó. No le había pasado desapercibido que Sean
iba derribando poco a poco las murallas que ella había levantado para alejar
a los hombres. Y lo peor era que no le molestaba que lo hiciera. Y, a pesar
de que hacía poco que se conocían, parecía como si se conocieran desde
siempre. Podría decir que se sentía bien con él, muy a gusto de hecho. De
alguna forma había conseguido neutralizar sus defensas, y estaba
completamente segura de que no tardaría en descubrir los secretos que ella
escondía.
Abby estuvo hablándole unos minutos de los policías que los
rodeaban.
—Tengo que preguntarte algo —dijo Sean.
—¿Qué quieres saber?
—¿Qué cosas te gusta hacer? No hemos hablado mucho y me gustaría
saber dónde puedo llevarte… que no sea cenar, claro —dijo sonriendo.
—Puede que ir a cenar contigo ya no sea un problema.
—Perfecto.
—Me gusta el cine. Aunque, si te soy sincera, prefiero ver las películas
en casa. Estar cómoda sentada en el sofá y comiendo un montón de
chucherías.
—Bien. Hace años que no voy al cine. Bueno, miento, hace poco llevé
a mi sobrina a ver una película de Disney.
—¿Y te gustó?
—Estuvo bien recordar viejos tiempos. ¿Querrás venir a casa algún día
para ver alguna película?
—Preferiría que vinieras tú a la mía… de momento. Aunque,
posiblemente, Mike estará en casa, si no sale ese día.
—Mike me cae bien, y no habrá problema, a no ser que quieras que
nos revolquemos en el sofá —dijo él sonriéndole.
—No creo que eso vaya a pasar… Al menos de momento.
—Eso quiere decir que pasará. ¿Qué otras cosas te gusta hacer?
—Me gusta pasear por la ciudad. Y también ir a correr por Central
Park.
—¿Vas a menudo a correr allí?
—Solo algún fin de semana, normalmente los domingos, porque Mike
suele levantarse tarde y llevo el desayuno cuando vuelvo a casa. O lo
preparo para los dos al volver.
—Bien. Tú eres la de las listas. Haz una lista con todas las cosas que te
gustaría hacer conmigo, y los días que quieres hacerlas, Y yo buscaré
tiempo.
Abby bebió un sorbo de su café para que Sean no notara que se había
sonrojado de nuevo.
Pero él lo vio claramente. Se preguntó qué querría que hicieran juntos.
—Me gustaría que nos viéramos, al menos cuatro veces a la semana.
—¿Quieres que nos veamos también entre semana?
—Sí.
—No entiendo por qué quieres que nos veamos tan a menudo.
—Porque quiero que estés tan ocupada pensando en mí, que no tengas
tiempo para pensar en nadie más.
—Sean, yo no puedo hacer planes, porque a veces, no puedo estar
disponible por el trabajo.
—A mí también puede sucederme, pero cuando pase, lo aplazaremos
para el día siguiente.
—De acuerdo, haré una lista y te la enviaré.
—Muy bien.
—Sean, tengo que volver al trabajo.
—Yo también.
Ambos se levantaron. Se acercaron a la barra para que Sean pagara los
cafés. Luego abandonaron el local. Comenzaron a caminar hacia el coche.
Ella echó de menos que le cogiera la mano, pero él iba distraído hablándole.
Poco antes de llegar al vehículo, ella tropezó y él la rodeó por la cintura con
los brazos para que no cayera.
Abby contuvo la respiración y levantó la mirada hacia él, sorprendida,
porque el corazón le había empezado a latir de manera desenfrenada,
enviando sangre a través de sus venas a una velocidad desenfrenada. Tenía
el cuerpo tenso, por sentir las manos de él sobre su cuerpo. Los ojos de
Sean tenían un verde más oscuro de lo normal y la miraba de una manera
tan dulce, que era como si la acariciara.
Sean se había quedado mirando sus labios… Esos labios carnosos,
sedosos y sonrosados, que prometían una dulzura increíble.
Sus alientos se mezclaban. A Abby se le ocurrió pensar que tenía a ese
dios todopoderoso de nuevo cerca de sus labios, obnubilando todos sus
sentidos.
Sean ya no la estaba tocando, pero tenía la piel ardiendo en las partes
donde la había sujetado. ¿Eso era deseo?, se preguntó.
—Me marcho, cielo —dijo él besándola en los labios.
—Sí —dijo ella, aún aturdida.
—¿Te llamo esta noche?
—Vale.
—Piensa en la lista.
—Lo haré.
—Me ha gustado mucho verte.
—A mí también.
Abby entró en la jefatura y se sentó frente a su mesa. Mike estaba
sentado en la suya, que enfrentaba la de ella y la miró.
—¿Qué?
—Parece que las cosas van bien entre Stanford y tú. Comiste ayer con
él, y hoy viene a tomar café contigo. Y parece que en la cafetería os habéis
portado como dos tortolitos.
—Sabía que pasaría esto. ¿Quién ha sido el bocazas que te lo ha
dicho?
—No ha sido uno sino varios.
—Solo me ha cogido la mano.
—Eso no es lo que han mencionado. Sean te ha abrazado junto al
coche y te ha besado.
—No me ha abrazado, he tropezado y él me ha sujetado.
—¿Y luego has tropezado de nuevo y tu boca ha chocado contra la
suya?
—No. Me ha besado en los labios para despedirse —dijo ella
sonriendo—. Quiere que nos veamos tres o cuatro veces a la semana.
—Vaya. Yo no me equivocaba, ¿eh? Parece que le gustas mucho.
—Sí, creo que sí. ¿Te importaría que lo invitara alguna noche a cenar
en casa y a ver una película?
—¿Por qué iba a importarme? Me cae bien ese tío.
—Él dice lo mismo de ti. Me ha dicho de ir a ver una película en su
casa, pero no sé si estoy preparada para eso.
—Cariño, vayas donde vayas con ese hombre, jamás se propasará
contigo.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque le dejé claro que si te hacía daño lo mataría.
—¿En serio hiciste eso?
—Por supuesto. Y supo que hablaba en serio.
—¡Oh, Dios mío! Va a pensar que soy como una cría.
—Sean ni se inmutó, porque le importas demasiado para hacer que te
sientas molesta.
—De todas formas, prefiero que venga a casa, y que tú estés allí. Al
menos la primera vez. Así me sentiré cómoda.
—Allí estaré.
—A veces me paro a pensar lo que siento por él y me aterra.
—¿Por qué?
—Cuando lo he visto junto a su coche… Dios mío, no puedes imaginar
lo que he sentido.
—Pues dímelo.
—Tenía una barba incipiente, y me moría de ganar por acariciarle la
mandíbula.
—¿Y por qué no lo has hecho?
—Me he asustado.
—¿Por qué?
—Porque he deseado sentir su barba en mis mejillas, en mis pechos
y…
—¡Santa madre de Dios! —dijo él cuando la vio sonrojada y sin poder
terminar la frase.
—¿Crees que es malo tener esos pensamientos?
—Cariño —dijo él sonriéndole—. Tener esos pensamientos es lo mejor
que te podría pasar. Creo que estás curada. Apuesto a que si se lo dijeras a
tu psiquiatra, te diría lo mismo.
—Me sonríe de una forma que hace que me tiemblen las piernas. Y sus
increíbles ojos me miran directamente. Algunas personas no se sienten
cómodas mirando directamente a los ojos, pero cuando él me mira sé que,
además de mirarme, piensa en mí cuando lo hace. Ese hombre es… intenso.
—¿Te ha besado de nuevo?
—Según Sean, lo que hizo ayer no fue besarme. Y tú me dijiste lo
mismo.
—Lo que hizo ayer fue contenerse para no comerte. Ese hombre sabe
lo que se hace.
—Hoy me ha besado en los labios, así que supongo que tampoco se
puede considerar un beso. Y tienes razón, creo que ayer deseaba comerme.
Pero hoy quería hacer lo mismo —dijo ella sonriéndole—. He visto el deseo
en sus ojos. He de admitir que yo quería que me besara, y ha estado a punto
de hacerlo.
—Pero se ha contenido, otra vez.
—Sí. Creo que yo también lo deseo. Tal vez deberías darme algunos
consejos.
—Con ese hombre no necesitas ningún consejo. Él irá al ritmo que tú
necesites. No tienes que preocuparte por nada.
Sean la llamó por la noche.
—Hola, Sean.
—Hola. ¿Estás ya en casa?
—Sí. Estoy preparando la cena. Estoy muy cansada. Mike y yo hemos
pasado un buen rato en el gimnasio. ¿Qué tal te ha ido el día?
—Bien. He pasado toda la tarde en el estudio, retocando los planos de
una reforma que estoy terminado en una mansión.
—¿Has estado en tu estudio con todo el polvo que llevabas encima?
—Tengo ducha en mi despacho y ropa para cambiarme. No puedes
imaginar las ganas que tengo de terminarla.
—¿Una obra complicada?
—La obra no es complicada. La mujer es la complicada. Cada día
cambia de opinión en algo y me hace replantearme las cosas. Hoy le he
hablado claro, le he dicho que no puedo dedicarle más de dos semanas
porque tengo otros compromisos. Se me está retrasando todo el trabajo por
ella.
—¿Y qué ha dicho?
—Que ya no cambiará de idea en nada, pero no es la primera vez que
me lo dice.
—Siento que te haya tocado alguien así.
—Podré sobrellevarlo. Yo también estoy cansado. Acabo de llegar a
casa.
—¿Has terminado ahora el trabajo?
—No, pero mi sobrina me ha llamado por teléfono y me ha pedido que
fuera a leerle un cuento antes de dormir. Su padre está de viaje y él le lee un
cuento por las noches.
—Y le has obedecido —dijo ella riendo.
—Hay algunas mujeres a las que no se les puede decir que no.
—¿Cuántos años tiene?
—Cinco. Es la hija mayor de mi hermano.
—Brianna.
—Sí. Desde que ha aprendido a llamarme por teléfono me tiene
mortificado. Cada vez que ve el teléfono de su madre, de su padre o de
Jack, lo coge y me llama. Le ha pedido a su madre que le compre un móvil
solo para hablar conmigo y con su padre. Y le he rogado que no lo haga.
—Porque, claro, no quieres que te moleste. Y tampoco querías ir a
leerle el cuento. Apuesto a que se te cae la baba cuando estás con ella.
—Y no te equivocas.
—¿Te llama muy a menudo?
—Me llama cada día para contarme lo que ha hecho en el colegio. Me
llama cuando su madre la castiga porque ha hecho algo que no debía. Me
llama para decirme que quiere verme, o para decirme que quiere algo que
su madre no le quiere comprar.
—Y tú se lo compras.
—No se me ocurriría. Mi cuñada se enfadaría conmigo. Pero hablo con
ella e intento convencerla de que no lo necesita. Y suelo conseguirlo.
—Dios mío, vas a ser un padrazo.
—Sí, supongo que sí. A veces me llama para decirme solo que me
quiere mucho.
—Vaya con la pequeña, te tiene en el bote, ¿eh?
—Me temo que sí.
—Si no me equivoco tienes dos sobrinos más.
—Sí, Christian tiene dos años Y Jillian, uno. Pero Brianna es diferente.
No quiere decir que la quiera más, pero es mayor, y ya razona.
—Te entiendo.
—¿Te gustan los niños?
—Sí. A pesar de no querer tener una relación seria con ningún hombre,
he de admitir que siempre he imaginado que tendría mi propia familia, mi
trabajo y una casa bonita.
—Tienes dos de las tres cosas.
—Sí, es cierto. Me gustaría compartir mi vida con alguien. Alguien a
quien pueda querer y que me quiera. Creo que tengo mucho para dar, pero
también quiero recibir a cambio. Quiero a alguien en quien poder confiar y
que confíe en mí. Alguien que me acepte como soy, que me escuche cuando
necesito hablar, y me comprenda. Quiero a alguien que me acaricie cuando
sea necesario y que haga que mi corazón se altere con solo mirarme. Puede
que necesite a alguien que me mire como tú lo haces. Lo siento. No me
hagas caso —dijo al darse cuenta de lo que había dicho.
—¿Por qué no voy a hacerte caso? Todo lo que has dicho me parece
muy razonable. ¿Te altero solo con mirarte?
—Me temo que sí —dijo ella sonriendo.
—Entonces, vamos por buen camino.
—¿Has cenado?
—Sí, he cenado en casa de mi hermano.
—Menudo chollo tienes con las comidas.
—No lo voy a negar. Voy a acostarme enseguida. Mañana tengo que
estar en una obra a las siete y media de la mañana.
—Entonces mejor que terminemos la llamada.
—Aunque estuviera muriéndome de cansancio, preferiría seguir
hablando contigo.
—Es que tengo que terminar la cena.
—De acuerdo.
—Hablando de cena, ¿te apetece venir mañana a cenar con nosotros?
—Sí, me gustaría mucho.
—Luego podemos ver una película, si te apetece.
—Es un buen plan. ¿A qué hora quieres que vaya?
—Cuando tú termines.
—De acuerdo. Procuraré terminar pronto. Luego iré a casa, me
ducharé e iré a la tuya.
—Estupendo. Y Sean, no pierdas tiempo en ir a comprar nada de
postre, ni flores, ni ninguna otra cosa. Así llegarás antes.
—¿Tanto me echas de menos que quieres que vaya cuanto antes?
—Pues, si quieres que te sea sincera, sí te echo de menos.
—Eso me gusta. Te llamaré cuando vaya camino de tu casa.
—Vale.
—Buenas noche, cielo.
—Buenas noches, Sean.
Al escuchar el timbre Abby salió rápidamente del baño poniéndose la
bata que tenía colgada en la percha. Cuando abrió la puerta y vio a Sean le
dedicó una sonrisa tan franca que sus preciosos labios aún parecían más
atractivos de lo que ya eran, y sus ojos se iluminaron. Sean pensó que
cualquier hombre que la viera en ese momento la desearía. ¡Por favor!
¿Cómo podría resistirse a algo así? Era la cosa más preciosa y tentadora que
había visto nunca.
—Hola.
Sean la miró de arriba abajo sin poder evitarlo. La bata le llegaba por
medio muslo e iba descalza.
—Hola, Abby.
Ella se humedeció los labios intranquila por la mirada que le había
echado a todo su cuerpo. Sean se acercó a ella y colocó una mano en su
espalda, al tiempo que la besaba en los labios.
Abby sintió que el calor de su mano traspasaba la bata de seda. Estaba
tan cerca de ella que su sonrisa y el delicioso olor a jabón la envolvió
provocándole una extrañas y contradictorias sensaciones: nerviosismo,
tranquilidad, seguridad, y excitación. Se sentía desconectada y abrumada
por tenerlo tan cerca. Abby se separó de él.
—Con la ropa de trabajo estás preciosa, pero con esa bata estás para
tumbarte en el sofá y comerte.
Ella se quedó mirándolo, sin poder pronunciar palabra. Y, por
supuesto, sonrojada.
Sean sabía que no llevaba nada debajo de la bata y se moría de ganas
por acariciarla, aunque fuera por encima de la seda. La prenda resbaló por
encima de uno de sus hombros, dejándolo al descubierto, y Sean deseó
apretarle el cinturón para que la tentación no fuera tan grande, porque el
deseo lo estaba devastando. Dio un paso atrás, y entonces le miró las
piernas, increíblemente largas, y se le tensaron todos los músculos del
cuerpo.
—Entra. No me ha dado tiempo a vestirme, acabo de salir de la ducha.
Y Mike no ha oído la puerta porque también se está duchando.
—Me alegro de que no hayas tenido tiempo de vestirte. Dios, eres una
tentación tan grande… Y, ¿sabes? Las tentaciones como tú merecen
pecadores como yo.
Sean flirteaba de una forma tan natural que siempre la sorprendía.
—Entonces subiré a vestirme. No quiero tentarte.
—Cariño, tú me tientas, incluso sin querer. Te he traído una botella de
vino.
—Gracias, pero no tenías que hacerlo. Hoy comeremos pizza y
siempre la acompañamos con cerveza.
—Yo también tomo cerveza con la pizza. Puedes guardar el vino para
otra ocasión.
—Vale. Gracias. ¿Quieres tomar algo?
—Os esperaré a vosotros.
—No tardaremos en bajar. Considérate en tu casa.
—Gracias.
Sean la miró mientras subía la escalera y suspiró, preguntándose
cuánto tiempo tendría que esperar más hasta tenerla desnuda en su cama.
Sean miró los portarretratos que había sobre una cómoda y se acercó para
verlos. En uno estaba ella con una mujer, que sería su madre porque se
parecían muchísimo y tenía sus mismos ojos. Había fotos de Mike con ella,
de los hermanos de él. Y otra de un matrimonio.
Mike entró en el salón cinco minutos después, con pantalón de chándal
y camiseta.
—Hola, Sean.
—Hola —dijo levantándose para darle la mano.
—Vaya, esa marca de vino no solemos verla por aquí —dijo Mike
mirando la botella que había en la mesita de centro.
—De haber sabido que ibais a pedir pizza, habría traído unas cervezas.
—No hemos pedido las pizzas, las ha hecho Abby.
—¿Ella hace las pizzas?
—Sí, siempre. Y te aseguro que están riquísimas.
—No lo pongo en duda.
—Hola —dijo Abby apareciendo en el salón.
Sean volvió a mirarla de arriba abajo. Llevaba un pijama de pantalón
corto y una camiseta. Y volvió a pensar que sus piernas eran increíbles.
—Solemos ponernos el pijama después de ducharnos —dijo ella al ver
el repaso que le había dado a su cuerpo.
—Cielo, te aseguro que no me importa lo más mínimo que lleves
pijama.
Mike sonrió al ver a su amiga sonrojarse.
—Voy a meter las pizzas en el horno y a poner la mesa. Mike, ¿quieres
enseñarle mientras la casa?
—Claro.
Poco después entraron los dos en la cocina.
—Tu casa es muy bonita.
—Gracias. Viniendo de un arquitecto de tu categoría ya es importante.
¿Tú comes la pizza con cubiertos? —preguntó Abby.
—No. Con las manos sabe mejor —dijo Sean acercándose al fregadero
para lavarse las manos. Abby le dio un paño limpio para que se las secara.
—Toma. Lleva esto a la mesa —dijo ella dándole dos platos de
aperitivos que había preparado—. Y saca del congelador tres copas para las
cervezas. Por favor.
—De acuerdo.
Poco después estaban cenando.
—¡Oh, Dios mío! Esta pizza está buenísima.
—Gracias.
—Los aperitivos también están muy buenos.
—Abby es una cocinera de primera —dijo Mike.
—Desde luego que sí. Tienes suerte de vivir con ella.
—Lo sé. He aprendido mucho respecto a cocinar desde que vivo aquí.
—Eso está bien. Yo aprendí a cocinar en la universidad. La cocinera de
casa me dio unas cuantas recetas y la verdad es que me fueron muy bien.
Aunque no cocino mucho que digamos.
—Sean no necesita cocinar porque, entre su familia y sus amigas, le
procuran las cenas.
—No todas. Pero reconozco que tengo suerte. Cuando no tengo nada,
paso por el restaurante de un amigo y me llevo algo. La verdad es que a
veces llego a casa tan cansado que no tengo ganas de ponerme a trastear en
la cocina.
—Eso es porque eres mayor y no tienes mucho aguante —dijo Abby.
—Deberías pensar las cosas antes de decirlas, cielo. Es la segunda vez
que insinúas que soy mayor. Y podría demostrarte que no lo soy —dijo
Sean sonriéndole.
—Abby es un poco impertinente —dijo Mike.
—No soy impertinente.
—Claro que lo eres. Y me extraña que Sean no te haya demostrado ya
lo mayor que es y lo confundida que estás.
—Abby me pidió que fuera despacio, así que tardaré en demostrárselo
—dijo Sean mirándola.
—He preparado una tarta de manzana de postre, para añadir unas
cuantas calorías, después de la pizza.
—Me encanta tu tarta de manzana —dijo Mike.
—¿Queréis comerla aquí con el café, o viendo la película?
—Yo creo que viendo la película —dijo Mike—. ¿Tú qué dices, Sean?
—Por mí está bien.
—Vale. Ir al salón, yo llevaré el café.
Los dos hombres fueron al salón y se sentaron en el sofá frente al
televisor y dejando sitio en el centro para Abby.
—Tal vez sería mejor que te sentaras en el sillón. La película que ha
elegido Abby es de miedo y… digamos que ella es un poco inquieta.
—Lo soportaré.
—Por supuesto que sí —dijo Mike pensando que a ese hombre le
gustaba mucho su amiga.
—¿Aún no has preparado la película? —dijo Abby dejando la bandeja
sobre la mesa.
—Este café es el tuyo, con un poco de leche y una cucharadita de
azúcar —dijo Abby a Sean.
—¿Cómo sabes cómo tomo el café?
—Presté atención las veces que fuimos a tomar café.
—Muy observadora.
—Tengo que serlo en mi trabajo.
—Vamos a ver una película que se llama Aftermaths —dijo Mike.
—La encontramos en Netflix y tenía buena pinta. Aunque a lo mejor
es un petardo. Con las películas nunca se sabe. ¿Te gustan las películas de
miedo?
—Sí —dijo Sean.
—A Abby son las que más le gustan, después de las románticas.
Cuando quiere ver alguna romántica suelo escaquearme. Porque siempre
llora y no estoy acostumbrado a verla llorar.
—¿A ti te gustan las películas románticas? —preguntó Abby a Sean.
—No son las que más me gustan. Aunque vi un montón de ellas
cuando mi cuñada estaba embarazada de su primer hijo.
—¿Te obligaba a verlas con ella? —preguntó Mike.
—No, pero Carter, Logan y yo nos turnábamos para quedarnos con ella
porque, al estar embarazada, no queríamos que pasara mucho tiempo sola.
—¿Sola? Pero… ¿no estaba casada con tu hermano? —preguntó Mike.
—Sí, pero Tess se había marchado de casa. ¿Tú sabes lo que sucedió
entre mi hermano y mi cuñada? —preguntó Sean a Abby.
—Lo supe cuando tu familia y tus amigos hablaban contigo cuando
estabas en coma.
—Entonces cuéntaselo tú.
Abby le contó la historia a su amigo.
—Joder. Entonces, tu cuñada desapareció cuando supo que estaba
embarazada.
—Sí. Tess pensaba que Delaney le quitaría al bebé, a pesar de que él le
había dicho que no quería tener familia. Y mi hermano no pudo encontrarla.
—Delaney la vio el día que dio a luz. Y porque Sean fue a recogerlo
para que estuviera presente en el parto.
—¿Y no os hizo nada cuando supo que la habíais escondido entre los
tres? —preguntó Mike.
—No, porque desde que se enteró de que Tess estaba embarazada supo
que estábamos ayudándola. Y no se cabreó con nosotros porque prefería
que nos ocupáramos de ella, en vez de que estuviera sola.
—¡Menuda historia! Apuesto a que tu hermano estaría maldiciéndose
por no encontrarla.
—Yo puedo corroborarlo. Por suerte todo salió bien. Dios, la tarta está
buenísima —dijo Sean después de probarla.
—Gracias.
—Así que vi muchas películas románticas. Tess tenía las hormonas
revolucionadas a causa del embarazo y lloraba con todas las películas.
Aunque, la verdad es que también lloraba sin ver películas, porque estaba
loca por mi hermano y lo echaba de menos, a pesar de lo mal que se portó
con ella.
—Bueno, eso quedó atrás y ahora los dos están genial —dijo Abby.
—Desde luego que sí.
—Voy a hacer unas palomitas. ¿Quieres palomitas, Sean?
—No, gracias.
Abby recogió todo lo de la mesa y lo llevó a la cocina. Poco después
volvió al salón con un bol enorme de palomitas, una bolsa llena de
chucherías, dos paquetes de galletas, una bolsa de patatas fritas y unas
cuantas chocolatinas.
—¿Vas a comerte todo eso? —preguntó Sean sorprendido.
—Es para los tres.
—Siempre se lo come todo sola —dijo Mike.
—Vas a engordar.
—Mike se encarga de que no engorde con las sesiones de gimnasio.
Además, solo como esto después de la pizza, y no comemos todas las
semanas. Venga, pon la película —dijo metiéndose un puñado de palomitas
en el boca—. Y baja la intensidad de la luz. Las películas de miedo hay que
verlas a oscuras —dijo mirando a Sean y sonriéndole.
¿Qué tenía esa chica que con solo sonreírle hacía que se le acelerara el
pulso?, se preguntó Sean. Sentía un deseo casi incontrolable de besarla.
Tenía una sonrisa dulce y bonita, y estaba seguro de que ella no era
consciente de ello.
La intensidad de la luz disminuyó casi hasta quedar a oscuras. El salón
se quedó en penumbra. La película empezó. Abby miró a Sean de reojo.
Aún no podía creer que estuviera allí, en su casa. Era un hombre
impresionante, y tan encantador, que la ponía nerviosa tenerlo tan cerca. Le
era totalmente imposible estar relajada o parecer indiferente teniéndolo a su
lado.
—¿Quieres tomar algo, Sean? —preguntó Mike.
—¿Tú vas a tomar algo?
—Un whisky con hielo.
—Entonces, tomaré lo mismo.
Mike apretó pausa y se levantó.
—Siempre hace lo mismo —dijo Abby—. Yo traigo todo lo que
necesito antes de poner la película, pero él no lo hace. Para la película dos o
tres veces para coger algo o ir al aseo.
—No te quejes, todos no podemos ser tan perfectos como tú —dijo
Mike revolviéndole el pelo antes de ir a la cocina.
—Si quieres hacer algo, hazlo ahora, así no pararemos la película más
tarde.
—No tengo nada que hacer —dijo Sean cogiéndole la mano y
acariciándole los nudillos de los dedos. Abby lo miró aturdida—. Me
pareces muy divertida.
—Y no te equivocas. Es muy divertida —dijo Mike dándole el vaso y
sentándose—. Yo hace poco que lo he descubierto. De hecho, ha sido desde
que te conoce.
—¿Qué quieres decir?
Abby separó la mano de la de él. Sean se preguntó si le daría
vergüenza que Mike los viera con las manos unidas.
—No quiere decir nada —dijo Abby mirando a su compañero con los
ajos entrecerrados y amenazadores.
—Algo habrá querido decir.
—Mejor no digo nada —añadió Mike sonriendo.
—Pon la película de una vez.
Siguieron viendo la película hasta que en una escena se abría un
armario solo y Abby subió las piernas al sofá y las cruzó, colocando entre
ellas el cuenco de las palomitas. Sean la miró y supo que el simple detalle
de que la puerta se abriera sola la había inquietado.
—¡Oye! —dijo Abby dándole un manotazo a Sean cuando metió la
mano en el bol de las palomitas—. Has dicho que no querías.
—Cariño, lo hago por tu bien, porque si te comes todo lo que has
traído vas a reventar. Además, has dicho que era para los tres.
—¡Por supuesto que no voy a reventar! Vale, puedes coger palomitas,
si quieres.
—Gracias.
Poco después, Abby estaba comiéndose una galleta y tenía el paquete
en la otra mano. En la pantalla apareció una escena en que se veía asomar
un brazo en una esquina del pasillo. El paquete de galletas y la galleta que
ella se estaba comiendo salieron por los aires y se sujetó fuertemente al
brazo de Sean. Él la miró sonriendo.
—¿Qué? —dijo Abby soltándolo al ver que la miraba extrañado.
—Nada. Es solo que nunca podría haber imaginado que tuvieras miedo
de una película.
—Eso es porque tu imaginación no es muy buena.
—Mi imaginación es perfecta, cielo. ¿Me das una galleta?
—¿Ahora sí quieres?
—Se me ha abierto el apetito al verte —dijo cogiendo una del paquete.
La siguiente vez que Abby se asustó fue cuando alguien salía de
debajo de una cama y la protagonista estaba durmiendo en ella. Abby se
encogió en el sofá, se acercó a Sean y escondió el rostro en su cuello.
—Vaya, creo que voy a venir más a menudo a ver películas con
vosotros —dijo Sean mirando a Mike.
—Es una miedica —dijo Mike sacando tres galletas del paquete que
Abby tenía en la mano.
—¡Las galletas son mías!
—A él le has dado una.
—Porque es un invitado. Y no soy una miedica.
—Entonces, ¿por qué te has abrazado a Sean? Eso no es normal en ti.
Aunque parece que a él no le importa.
—No, no me importa. Puedes abrazarme siempre que quieras.
—Lo siento. Es que hay algunas escenas que me ponen los pelos de
punta. Pero no soy una miedica.
—Claro que lo eres. Y no solo con las películas de miedo.
—No te pases de listo, si no quieres que te pegue una paliza —dijo
ella, aunque sonriendo.
La película llegó a su fin.
—No ha estado mal, ¿verdad? —dijo Abby.
—No. En un principio pensé que se trataría de un fantasma o de un ser
diabólico —dijo Sean.
—Sí, yo también —añadió Mike.
—Tengo que marcharme. Mañana tengo que levantarme temprano, y
supongo que vosotros también —dijo Sean levantándose.
—Sí —dijo Mike levantándose también—. Tienes que volver por aquí.
—Lo haré. Y vosotros podéis ir a mi casa en alguna ocasión y
cenaremos allí.
—Cuando quieras. Buenas noches —dijo Mike.
—Buenas noches.
Mike cogió los vasos y el bol de palomitas y lo llevó a la cocina.
Luego subió a su habitación.
—Te acompaño —dijo Abby levantándose.
—Vale.
Ambos se detuvieron frente a la puerta de la calle, pero no la abrieron.
—Gracias por invitarme a cenar. La pizza estaba buenísima, y también
la tarta.
—Gracias a ti por venir.
Sean estuvo debatiéndose a sí mismo, no sabía si besarla o no. Abby
no era como las demás mujeres y si su hermano le había dicho que la tratara
con cuidado sería por algo. Así que pensó que debería preguntárselo.
—Me gustaría besarte.
—La vez que me besaste no me informaste antes.
—Yo nunca te he besado.
—Me besaste en los labios.
—¿Te importa que te bese?
—Puedes intentarlo. Si no me siento cómoda te lo diré.
—De acuerdo —dijo él sonriendo.
Sean se acercó a ella y se inclinó para rozarle los labios con los suyos.
No quería abrazarla ni rodearle el cuello para que no se sintiera intimidada
ni presionada, así que deslizó las manos por los brazos desnudos de ella en
una suave caricia hasta las manos y entrelazó los dedos con los de ella. Y
Abby ya no pudo pensar en nada. Sintió algo intenso en su pecho y un
extraño revoloteo en su vientre. El pulso se le aceleró. A pesar de su
inexperiencia, estaba segura de que ese hombre era un auténtico maestro
besando y que sabría cómo emplear la boca a la perfección para que una
mujer perdiera su fuerza de voluntad. Pero no parecía seducirla con ese
beso. Sean rozaba los labios de ella hasta que al final se abrieron. La besaba
con delicadeza y suma ternura y eso la desconcertaba.
Abby aceptó la lengua de él en su boca y le dejó hacer. El beso,
sorprendentemente, le ofreció ternura y seguridad. Sean parecía estar
explorándola. Ella se sentía perdida, como si fuera a la deriva. Las
emociones la atravesaban, unas sobre otras, nublándole la mente. No sabía
si había cometido un error al dejar que la besara, pero se dio cuenta de que
no le importaba ir por ese camino desconocido para ella y dejarse guiar por
él.
Sean le rodeó la cintura con las manos. Quería saborearla, pero no le
era posible hacerlo porque algo lo empujaba a seguir adelante. Sus sentidos
se enredaban unos con otros, sin poder separarlos. Algo embriagador lo
arrastraba sin remedio. Saboreó en su boca el chocolate que había comido
ella, mezclado con el whisky que había tomado él. Y el ligero aroma del gel
de baño o del champú de ella que le despertaba los sentidos y le nublaba el
cerebro.
Le sorprendió que no supiera besar. Sabía que había evitado tener
relaciones serias con hombres, pero habría tenido amantes, se dijo. Y se
preguntaba, con qué clase de hombres habría salido, que ni siquiera le
habían enseñado lo más básico del juego entre un hombre y una mujer.
La besaba seduciéndola con delicadeza y lentamente, y eso hacía que
ella no pudiera pensar en otra cosa.
—Este beso podría acabar con nuestra amistad —dijo ella.
—Me da igual. La verdad es que no estoy interesado en seguir siendo
amigo tuyo —dijo él dando por terminado el beso.
Abby soltó una carcajada.
Sean se separó un poco de ella, pero siguió con las manos en su
cintura. Se dio cuenta de que le temblaban y eso le sorprendió. Algunas
mujeres habían hecho que las deseara. Otras le habían hecho arder de deseo.
Pero Abby era la primera mujer que había conseguido hacerle temblar. No
recordaba haberse sentido tan excitado por un beso.
Intentó recuperar el control hablando, pero la desenvoltura y el ingenio
que lo caracterizaban con las mujeres, habían desaparecido de pronto. Su
cerebro se había quedado en blanco. Miró a Abby y su corazón se saltó un
latido. Ella lo miró a su vez, a esos brillantes ojos verdes, que estaba segura
sabían con total exactitud los estragos que habían provocado en sus
sentidos.
Tan pronto Sean se separó de ella, Abby retrocedió un paso. De pronto
sintió frío, algo que agradeció después del calor abrasador que la había
invadido. Quería darse la vuelta y alejarse de él. Pero Sean colocó las
manos sobre sus hombros y la miró a los ojos, que parecían aturdidos.
—¿Estás bien?
—Sí, muy bien —dijo ella.
Sean solo había querido sentir el movimiento de los labios de ella
contra los suyos. Quería averiguar si su precioso cuerpo encajaba con el
suyo. Y ahora que lo había experimentado quería más. Y entonces deslizó
una mano hasta su nuca, introduciéndola en sus cabellos y volvió a besarla.
Y no solo de manera tierna y delicada.
—Abrázame, cielo. Devuélveme el beso.
Y ella lo hizo. Su inexperiencia seguía ahí, pero sin duda, esa chica no
era fría, sino delicada y cálida, y sabía que podría arrastrarlo por un
precipicio solo por su vulnerabilidad.
Si la respuesta de Abby al beso no hubiera sido tan completa, si no
hubiera saboreado el deseo de ella en sus labios, podría haberse alejado de
su lado. Pero ella parecía entregada a lo que hacía. Y él solo pensaba en
volver al sofá para poseerla. Sean se sumergió en el beso, arrastrándola con
él.
Abby se sentía aturdida, desconcertada y… mejor que en toda su vida.
Jamás podría haber pensado en hacer algo así. Se apretó más a él
rodeándole la nuca con sus manos, y pensando que no quería que él se
apartara.
La lengua de Sean exploraba hasta el lugar más recóndito de su boca.
Y ella seguía su lengua, enredándola con la suya.
Sus rápidas respiraciones se mezclaban, inundándoles los pulmones.
¿Cómo podía ser un beso tan abrasador y al mismo tiempo tan suave?, se
preguntó Abby.
El beso duró hasta que los dos tuvieron que tomar aire, porque se
estaban ahogando.
Sean no hacía más que sorprenderla, desconcertarla y turbarla de tal
forma, que le robaba el aliento.
El beso no tenía nada de inocente. Cuando Sean separó los labios de
los de ella le acarició el pelo. A Abby ese gesto le pareció tierno y delicado,
después del beso que le había dado que, a pesar de no haber sido un beso
brusco, ella había notado la pasión de él.
Sean habría jurado que el suelo se movía bajo sus pies mientras la
besaba. Jamás había experimentado nada igual al besar a una mujer.
Decidió marcharse sin mencionar lo que acababa de hacer.
—Te llamaré mañana —dijo besándola en la mejilla.
—Vale —añadió ella, casi sin darse cuenta, porque aún estaba aturdida
por el beso.
Sean salió de la casa, subió al coche y abandonó la propiedad. No
dejaba de darle vueltas a la cabeza a cómo se sintió mientras la besaba.
Todavía conservaba en su boca el sabor de ella. Sonrió pasándose la lengua
por los labios.
Capítulo 17
Sean llamó a Abby al día siguiente después de comer. Ella estaba tomando
café en el trabajo, sentada en la mesa de su compañero mientras
comentaban los avances que habían hecho en el caso que estaban
investigando.
—Hola.
—Hola, cielo. ¿Te apetece que nos veamos para tomar una cerveza o
una copa de vino después del trabajo?
—Me gustaría, pero hoy no puedo. Tenemos vigilancia nocturna.
—¿Y mañana?
—Supongo que mañana podré. Así me saltaré la hora del gimnasio.
—¿Te recojo en casa sobre las ocho?
—Vale. Si por alguna razón no pudiera, te lo diré.
—De acuerdo. ¿Pensante anoche en mí?
—Me diste motivos para hacerlo, ¿no crees?
—Me gustó mucho besarte.
—Sean, estoy trabajando, y no estoy sola.
—Lo siento. Te veo mañana.
—Sí. Hasta mañana —dijo Abby.
—¿Pasó anoche algo que no me hayas contado? —preguntó Mike en
voz baja.
—Sean me besó.
—Ya te había besado antes, ¿no?
—La otra vez solo me besó en los labios —dijo ella sonriendo y
bajando de la mesa—. El beso de anoche no fue igual. En realidad, no fue
un beso, fueron dos.
—¿Te asustaste?
—No. Puede que porque con el primer beso me sentí desconcertada y
no pude pensar en nada que no fuera ese momento. Con el segundo beso,
que ya era consciente de lo que estaba pasando, creo que me pasé.
—¿Qué quieres decir con que te pasaste?
—Que le devolví el beso.
—Eso está bien. ¿Te gustó que te besara?
—Me encantó —dijo ella apoyándose en su mesa y sonriéndole.
—Voy a tener razón. Ese hombre va a hacerte olvidar todos tus
problemas, si no lo ha hecho ya.
—Es posible.
—Lástima que no lo hubieras conocido hace unos años, habrías
ahorrado un montón de pasta en las consultas del psiquiatra.
—Sí.
—¿Te sientes tranquila cuando estás con él?
—No creo que nunca consiga estar tranquila cuando él está cerca.
Siempre tengo el corazón alterado.
Mike sonrió.
Abby terminó de escribir la nota para Mike, dándole instrucciones para
que metiera la lasaña en el horno. Porque había decidido que ella no cenaría
en casa.
Salió a la calle cuando oyó el coche de Sean llegar y antes de darle
tiempo a que bajara. Él estaba viendo un correo en el móvil y ni siquiera se
dio cuenta de que Abby entraba en el coche y se sentaba a su lado.
—Hola —dijo acercándose a él y besándolo en la mejilla.
—Hola, cariño. ¿Estabas esperándome en el porche?
—No, he escuchado el motor de tu coche.
—Estaba distraído leyendo un correo del trabajo —dijo él apagando el
móvil y mirándola—. Pareces contenta.
—¿Por qué no iba a estar contenta? Estoy sentada en un deportivo
fantástico y junto a un hombre impresionante —dijo sonriéndole de forma
traviesa.
—Impresionante, ¿eh?
Abby se había hecho la fuerte cuando lo vio, pero estaba temblando y
parecía que le faltaba aire para respirar. Tenía un nudo en la garganta que no
podía deshacer, y todo, por compartir ese espacio tan reducido con él. Le
recorría la piel una sensación extraña, como si fuera un felino atrapado en
una jaula. Y, por si eso fuera poco, el recuerdo de los besos que habían
compartido dos días atrás hicieron que los latidos de su corazón se
incrementaran.
—Sí, muy impresionante. ¿Nos vamos?
—Sí.
—Vas muy elegante.
—Gracias, cielo. He tenido una reunión a última hora y por eso llevo
traje. Tú estás preciosa. ¿Dónde quieres ir?
—¿Has cenado?
—No.
—¿Te parece bien que vayamos a cenar?
—¿Quieres ir a cenar… conmigo?
—Es que tengo hambre, así no tendré que prepararme la cena al volver
a casa.
—Estupendo —dijo él contento.
—Además, ese traje te sienta bien, pero que muy bien. Así podré
presumir de acompañante.
Sean la miró sonriendo.
—Tenías que habérmelo dicho para hacer la reserva.
—No hace falta que me lleves a un restaurante elegante.
—Déjame que haga una llamada.
—Claro.
Sean llamó a un restaurante al que solía ir a veces con su hermano.
Solo con nombrar el apellido Stanford había sido suficiente para que le
dieran una mesa, a pesar de que había que hacer la reserva con semanas de
antelación. Pero los Stanford habían ido muchas veces por allí, y habían
llevado a gente muy importante. Además, algunas de las veces habían
salido en las revistas con el local a su espalda. Y esa era una buena
publicidad.
—Ya tenemos mesa —dijo Sean terminando la llamada y guardando el
teléfono.
—¿Dónde me vas a llevar?
—A un restaurante francés. Y no te preocupes, no saldrás de allí con
hambre —dijo poniendo el coche en marcha y adentrándose en la calzada.
—Menos mal.
—¿Qué tal han ido estos dos días?
—Como siempre. Intentando resolver un caso y vigilando a asesinos.
El pan nuestro de cada día.
—Tu trabajo es muy interesante.
—A veces sí, pero no siempre. En algunas ocasiones es desesperante.
—Vi la habitación que tenéis en casa para trabajar. Os lleváis trabajo a
casa, ¿eh?
—Nos gusta tener a la vista las pruebas que vamos consiguiendo.
—¿Para qué?
—A veces descubrimos algo solo con mirarlas atentamente. ¿Qué tal
han sido tus días?
—Bien. Normalmente paso las mañanas en las obras, organizando el
trabajo de los hombres y viendo lo que han hecho el día anterior. Ayer fui a
comer con un cliente y pasé la tarde en el estudio.
—Tu trabajo también es interesante.
—A mí me gusta.
—Eso de construir casas o restaurarlas debe ser maravilloso. Creo que
tu trabajo es mucho más interesante que el mío.
—Los dos son necesarios —dijo él.
—Sí, es cierto.
Diez minutos después se detuvieron en la puerta de un local. El
aparcacoches se acercó para abrirle la puerta a Abby.
—Gracias —le dijo al chico después de bajar.
Sean se acercó a ellos.
—Buenas noches, señor Stanford.
—Hola, Rob. Cuídame el coche, ¿eh?
—Eso siempre —dijo el chico dando la vuelta al coche. Se sentó al
volante y se alejó.
—Ya tiene que ser un restaurante elegante para disponer de
aparcacoches.
—Y lo es. Vamos —dijo él cogiéndola de la mano y entrando en el
local.
El maître los saludó y los acompañó a su mesa. Sean la miró y ella le
devolvió la mirada, sin poder evitar dedicarle una sonrisa, porque la mirada
de ese hombre hacía que una sensación de nerviosismo, calma y alegría,
todas juntas, la invadieran.
Sean vio deseo en su mirada y en su sonrisa. Y nunca se había sentido
así de deseado, con un deseo genuino e inocente. En ese momento pensó
que deseaba dar placer, más de que se lo dieran a él.
El camarero les llevó las cartas, sacándolos a ambos de sus
pensamientos. Abby abrió la suya. De principio a fin estaba escrita en
francés, así que no entendía absolutamente nada. Al fijarse en los precios
casi le da un infarto.
Sean miró las expresiones que pasaban por el rostro de ella sin
entenderlas.
—Daría todo lo que fuera por saber lo que estás pensando en estos
momentos.
Ella lo miró con una sonrisa indescifrable en los labios.
—Espero que sea cierto eso de que eres millonario —le dijo en tono
demasiado dulce—. ¿Estás seguro de que tienes suficiente dinero en el
banco para cenar aquí?
—Voy a pagar yo, y se supone que no tienes que preocuparte por lo
que va a costar.
—Menos mal, porque no creo que pudiera permitirme ni pagar mi
parte.
—¿Sabes ya lo que vas a comer?
—No puedo saberlo porque no entiendo francés.
—Vaya, me has decepcionado. ¿Quieres que te traduzca la carta?
—Claro, hablas francés, por supuesto. Lo extraño sería que no lo
hablaras. ¿Lo has aprendido yendo a restaurantes franceses?
—No, estudié francés en la universidad. Y cuando terminé la carrera
fui a París y estuve viviendo allí unos meses, para practicar.
—¿Lo hablas bien?
—Los franceses me entienden —dijo él con una divertida sonrisa.
Abby lo miró. Tenía barba de un par de días y, aunque no lo
necesitaba, eso le añadía un toque sexy al conjunto.
—Será mejor que pidas por mí, pero no cosas raras, por favor.
—Me dijiste que te gustaba todo.
—Podría comer de todo, pero algunas cosas preferiría evitarlas.
—¿Cuáles son esas cosas raras que prefieres evitar?
—Ya sabes, esas cosas que no se comen normalmente, al menos los
que no somos millonarios y no cenamos en restaurantes franceses.
—Caracoles, ancas de rana, aletas de tiburón… —dijo él.
—Veo que sabes de lo que hablo.
Ese hombre tenía una sonrisa brillante y rápida. Sus ojos verdes sabían
recorrer el rostro de una mujer de forma halagadora. Y tenía una voz que
hacía que le temblaran las rodillas.
Sean miró al camarero y él se acercó, sin necesidad de que lo llamara.
El hombre les preguntó en francés lo que iban a cenar y Sean pidió la cena
para los dos y el vino, también en francés.
Y desde luego que le habían flaqueado las rodillas al escuchar su voz,
y más, hablando francés.
—Tu francés parece muy bueno —dijo ella cuando el camarero se
retiró.
—No solo lo parece, es muy bueno.
—Por supuesto, señor arrogante.
Sean le sonrió.
—Con traje pareces un modelo publicitario. Bueno, en realidad,
también lo pareces cuando llevas vaquero y una simple camiseta.
—Gracias, Abby. Tú eres una mujer preciosa. Cada vez que te veo
tengo que esforzarme en contenerme para no abalanzarme sobre ti.
Un ligero rubor se extendió por las mejillas de Abby.
—Te gusta ser directo, ¿verdad?
—Contigo sí, porque ya he perdido demasiado tiempo.
El camarero se acercó y sirvió un poco de vino en la copa de Sean para
que lo probara. Después de dar su aprobación les sirvió el vino a los dos,
luego se retiró. Ellos cogieron las copas y Sean rozó la suya con la de ella.
—Por nuestra primera cena.
—Cena que ha costado en llegar —dijo ella sonriéndole.
—No me importa haber esperado, porque ha merecido la pena.
—¿Te he dicho que te pareces mucho a tu hermano?
—Creo que lo mencionaste en una ocasión.
—La belleza del rostro de Delaney me pareció impactante cuando lo
conocí. Sin defectos, con rasgos fuertes y masculinos…
—Parece que te gusta mucho mi hermano.
—A cualquier mujer le gustaría tu hermano. Pero he de decir que tú
me gustas muchísimo más.
—Me alegro.
—Lo único que rompe la perfección de su rostro son las arruguitas de
sus ojos y el rictus sensual de sus labios.
—Parece que te has fijado mucho en él.
—Por supuesto, es imposible no mirarlo. Como también es imposible
no mirarte a ti. Cuando fui al despacho de Delaney fue la primera vez que
lo vi como a un ser normal y accesible, en vez de a una especie de
reencarnación del mal —dijo ella poniendo mantequilla en un trozo de pan
y comiéndoselo.
Sean se rio.
—Este pan está riquísimo.
—Aquí está todo bueno.
—Tienes razón.
El camarero se acercó y dejó dos platos sobre la mesa. Un minuto
después volvió con dos más.
—Espero que te guste todo —dijo Sean cuando el camarero se retiró.
—Seguro que me gustará. Con tu rostro sucede lo mismo que con el de
Delaney, aunque se nota que eres más joven. El bronceado te da un aire de
hombre experimentado. Sin duda, tu rostro es magnífico, el tipo de rostro
que acelera el corazón de las mujeres.
—¿En esas mujeres te incluyes tú?
—Sin lugar a dudas. Soy la primera de la lista.
—Eres una chica muy atrevida.
—Bueno, llevar pistola te da un poco de confianza.
—Supongo que esa es una buena razón —dijo él sonriendo.
—Ninguno de tus familiares ni amigos mencionaron nada cuando
estuviste en coma, sobre que hubieses vivido en París, o que hablaras
francés. Pensé que lo sabría todo sobre ti.
—¿Crees que lo sabes todo sobre mí?
—Me he dado cuenta de que no es así.
—Quien escucha a escondidas lo que dicen los demás escucha solo lo
que quiere.
—Yo no escuché a escondidas. Simplemente estaba allí.
—Espero que lo que escucharas lo entendieras bien, porque no hay
nada más peligroso que una mujer sacando sus propias conclusiones con
una información incompleta.
—¿Tienes miedo de lo que pueda saber? —dijo ella probando algo de
otro de los platos—. Oh, Dios mío. Todo está buenísimo.
—Me alegro de que te guste. Y no tengo miedo. No tengo secretos
para ti.
—Puedes estar tranquilo porque todo lo que escuché sobre ti me gustó.
—Me alegro.
—Eres un hombre asombroso.
—Estás empezando a hacerme sentir incómodo.
—No lo estés. Has acertado con los entrantes, están deliciosos.
—Me alegro. Estás acaparando la conversación. No sé si es porque no
quieres hablar de ti, o porque no quieres que te haga preguntas, o porque
estás nerviosa.
—La verdad es que no me gusta mucho hablar sobre mí. Pero he de
reconocer que estoy nerviosa, y cuando estoy nerviosa suelo hablar más de
la cuenta. Lo siento.
—No hace falta que te disculpes.
—Mike dice que vas a conseguir que me olvide de todos mis
problemas.
—¿Yo?
—Sí.
—Pues eso me gustaría. ¿Por qué cree eso?
—Porque le dije que me habías besado.
Sean recordó que no sabía besar, pero no quiso hacerle ninguna
pregunta al respecto.
—Dice que es una lástima que no nos conociéramos antes, porque me
podría haber ahorrado el dinero que le he pagado al psiquiatra.
—¿Cuánto tiempo hace que vas a su consulta?
—Desde los doce años. Antes iba muy a menudo, pero ahora una vez
al mes, más o menos.
—¿Has avanzado mucho desde que estás en tratamiento?
—Supongo que sí, la prueba es que estoy cenando contigo.
—¿Qué estés aquí lo ha conseguido tu psiquiatra?
—No, lo has conseguido tú. Desde que estuve ingresada en el hospital
has ido de manera lenta conmigo, pero has sido implacable. Has ido
flirteando conmigo y seduciéndome poco a poco sin que me diera cuenta.
Has conseguido que la tensión que me torturaba se fuera disolviendo. Has
ido derribando poco a poco los muros que había levantado a mi alrededor
para protegerme. Bueno, aún no has acabado con todos —dijo ella
sonriéndole de forma tierna—, pero llevas camino de conseguirlo.
—Esa es la mejor noticia que podrías darme.
—Sigo teniendo miedo, Sean. Miedo a que me hagas daño.
Él pensó en los consejos que le había dado su hermano, que no se
precipitara con ella, que fuera tierno y comprensivo, porque había sufrido
mucho.
—Yo nunca te haré daño, cielo.
—Te aseguro que lo sé, es mi cerebro el que no se lo cree. Pero he
avanzado mucho.
—No tenemos ninguna prisa. Esperaré el tiempo que haga falta.
—Eso ya me lo dijiste una vez. Y poco después cortaste conmigo.
—Cometí un error y ya te pedí disculpas. No podía soportar que no
confiaras en mí.
—Lo sé. Algún día te hablaré de lo que me sucedió.
—Te escucharé cuando estés preparada.
El camarero retiró los platos de los entrantes y poco después les llevó
la cena.
—Vaya, esto también está buenísimo —dijo ella después de probarlo
—. Puede que merezca la pena gastar una cifra astronómica con la cena.
Bueno la gastarás tú, yo no me gastaría ese dinero ni loca.
—Menos mal que tienes un amigo rico que puede permitírselo.
—Tú ya no eres solo mi amigo.
—Me alegro de que pienses eso.
—Me gustan los hombres seguros de sí mismos, los que tienen
cerebro, pelotas y destreza para respaldar toda esa seguridad.
—¿Y crees que yo soy así?
—No solo lo creo. Eres exactamente así.
En los ojos de Abby brillaba el tenue desafío y el buen humor. La
manera en que se miraban hacía que ese momento fuese muy íntimo.
—¿Qué harás mañana después del trabajo?
—Tenemos de nuevo vigilancia.
—¿Y el viernes?
—Mike y yo nos ocupamos ese día del papeleo.
—Entonces, ¿no nos veremos?
—Me temo que no.
—Ya sabes que los sábados nos reunimos el grupo de amigos en casa
de alguno de ellos. ¿Quieres pasar el día con nosotros?
—Sean...
—Ya los conoces a todos —dijo él interrumpiéndola—. Pasaremos el
día en la piscina bañándonos y rodeados de niños. Sé que puede parecerte
que no es un buen plan. O podemos quedar tú y yo y hacer algo… no sé, ir
a la playa, o ir a visitar algún pueblo de los alrededores y pasar el día
juntos.
—No es que no quiera ir contigo. Y el plan me parece estupendo. Pero
es que el sábado voy a ir a comer a casa de los padres de Mike.
—Entiendo.
—Podría pedirte que me acompañaras, pero…
—Iré contigo —dijo él interrumpiéndola.
—Sean, no quiero que dejes de pasar el día con tu familia y amigos por
ir a comer a casa de Mike.
—Conozco a sus padres y a sus hermanos. A Carol no le importará que
te acompañe.
—Lo sé, pero no quiero que lo hagas, de verdad. No quiero que tu
gente piense que te he alejado de ellos.
—Nadie pensará eso. Pero si no quieres que vaya, no iré.
—¿Quieres que comamos juntos el domingo? Podemos quedar por la
mañana temprano e ir a correr a Central Park. Luego podemos ir a
desayunar a algún sitio.
—Sudados.
—¡Qué más da! Luego podemos ir a la playa, si te apetece, y comer
por allí. Los domingos suelo ir con Mike a dar una vuelta con la moto.
Puede que quiera acompañarnos. ¿Te importaría que viniera con nosotros?
—Por supuesto que no.
—Pues ya tenemos plan para el domingo.
Después de la cena tomaron el postre y luego un café.
Abby lo miraba mientras él le hablaba. La seguridad en sí mismo que
irradiaba ese hombre era mucho más poderosa que la de un hombre
meramente atractivo. Unos rasgos perfectos como los suyos podían dejarte
fría pero, desde luego, no te dejaba fría el carisma que tenía, que hacía que
se te aflojaran las piernas.
Se había sentido atraída por él desde la primera vez que lo vio. Su
forma de ser y su mente la habían fascinado. Y también la había
deslumbrado su arrogancia, aunque no debía haberlo hecho. Pero era su
propio corazón el que lo había cambiado todo. No esperaba que su corazón
fuera tan generoso hasta la imprudencia. Abby tenía mucho que dar, y no
era consciente de ello.
Salieron del restaurante. Y poco después, el aparcacoches les llevó el
vehículo. Sean abrió la puerta del copiloto para que Abby subiera, y le echó
un buen vistazo a sus piernas cuando se sentó en el asiento. Le dio una
propina al chico y él le dio las gracias. Luego arrancó el coche y se unió al
tráfico.
—¿Le has dado veinte dólares de propina?
—Sí.
—¿Conoces a todos los aparcacoches de los restaurantes a los que vas?
—No, ¿por qué lo preguntas?
—Me ha extrañado que supieras su nombre.
—¿Porque crees que los millonarios somos unos estirados y no nos
codeamos con gente inferior a nosotros?
—Yo estoy aquí contigo y soy muy inferior a ti, me refiero en cuanto a
dinero. Así que no, no pienso eso.
—Rob es el hijo de Carmen, la señora que va a limpiar a casa.
Necesitaba un trabajo para el verano hasta que empezara el curso de la
universidad. Y yo fui quien le consiguió el puesto.
—Vaya. Lo que yo digo, eres un hombre asombroso.
Sean detuvo el coche delante de la puerta de la casa de Abby. Ella bajó
del vehículo sin esperar a que él le abriera la puerta. No se sentía cómoda
con que le abrieran la puerta, a pesar de que Mike también lo hacía.
Caminaron hacia la entrada de la casa. Ella se detuvo y se giró para estar
frente a él. Sean le quitó las horquillas del recogido que llevaba y su
melena, del color de la miel, se deslizó libremente sobre sus hombros y su
espalda.
Abby sintió los dedos de él sobre su pelo. Cada vez que la tocaba,
aunque fuera solo un ligero roce, sentía una descarga en su cuerpo. Una
punzada que se extendía por cada poro de su piel.
—Me gusta más suelto —dijo él dándole las horquillas.
—Eres muy diestro deshaciendo moños.
—Soy diestro en muchas cosas —dijo con una sonrisa seductora.
Una de los mechones se quedó en su mejilla, cerca de sus labios. Sean
se lo retiró con los dedos y sintió de nuevo la descarga de lujuria que
siempre notaba cuando la tenía cerca. Pensó que lo que sentía por ella era
más fuerte de lo que creía.
—¿Me vas a besar?
El desenfrenado latido de su corazón no la dejaba pensar en nada más.
—¿Quieres que te bese?
—¿Por qué respondes a mi pregunta con otra?
—Me gustaría mucho besarte. De hecho, no he pensado en otra cosa
desde que te he recogido en casa —dijo enredando un mechón de pelo en su
dedo.
Sean le acarició la mejilla y luego deslizó la mano hasta su nuca. Con
la otra mano le rodeó la cintura y la acercó a él.
—Me vuelves loco, cielo —dijo pegando su boca a la de ella.
El primer contacto de sus labios atravesó las defensas de Sean y se
metió en una parte de él donde no había estado ninguna mujer. De pronto se
sintió abrumado por el deseo tan descomunal que sintió por ella. Quería
hacerla suya por encima de todo.
Abby sintió el golpe de calor cuando la lengua de él se unió a la suya.
En esa ocasión su boca no fue tierna ni suave. Sean la acercó más a él. Y
Abby sintió que la ola de calor avanzaba por sus venas de forma rápida y
temeraria.
Sean la apretó contra él y Abby se abandonó a aquel beso que sabía a
deseo. El beso fue apasionado, largo, húmedo y devastador. Abby casi no
podía respirar. Se pegó más a él, rodeándole el cuello con los brazos hasta
que no quedó ni un milímetro entre ellos. Era excitante comprobar cómo la
boca de Sean encajaba con la suya, al igual que los dos cuerpos se
acoplaban a la perfección. Le gustaba sentir su boca, firme y cálida. Sus
manos, acuciantes y fuertes. Y la excitación de sentir su cuerpo pegado al
suyo, sentir su calor, su olor…
Sean la besaba profundamente, lamiéndola de aquella forma tan suya.
La excitaba de tal forma que se le ocurrió pensar que él podría
proporcionarle un orgasmo con un simple beso, si le dedicaba el tiempo
suficiente.
Sean estaba hecho polvo. La deseaba como no había deseado a una
mujer en la vida. De pronto dio por terminado el beso.
—Sean… más —dijo ella con los labios sobre los de él.
No sabía lo que le estaba pidiendo, pero no iba a darle más de un
beso…, de momento. Pero ella se pegó más a él y encajó las caderas con las
suyas.
—¡Dios! —dijo él besándola de nuevo.
Sean la rodeó tan fuerte con el brazo que sus cuerpos quedaron
totalmente pegados. El poco sentido que le quedaba a él se esfumó. Se
apoderó de sus labios con fiereza, de forma descontrolada. Y ella le
devolvió el beso con la misma pasión y, demostrando, sin palabras, todo lo
que sentía por él.
Cuando el beso se hizo más profundo, ella gimió, y Sean se quedó
desconcertado. ¿Qué se suponía que debía hacer un hombre en esa situación
sino querer comérsela?
Sean la estaba devorando, tragándose sus gemidos, apretándola contra
él, y besándola apasionadamente. Hasta que de pronto se detuvo. Sacó la
lengua de su boca y pegó la frente a la de ella. Pensó que era imposible que
Abby no notara su erección, porque estaba duro como una piedra. Si no se
hubiera detenido, no le habría extrañado que hubiera sido él quien se
corriera como un adolescente.
Abby se dijo que, aunque él no estuviera enamorado de ella, al menos
la deseaba. Después de ese beso devastador no le cabía la menor duda. Y,
además, no le había pasado desapercibida su erección. Estaba segura de que
mientras la besaba, le habría dejado que le hiciera todo lo que él hubiera
querido. Era algo que no le gustaba admitir, pero era cierto. Se había
derretido en sus brazos. Y lo que era peor, estaba segura de que si volvía a
encontrarse de nuevo en la misma situación, respondería de igual forma.
Sin ser consciente de ello, había deseado que Sean la besara desde
hacía semanas. Y tenía que reconocer que quería que la besara muchas
veces más.
—No soy una experta, pero supongo que tienes mucha práctica
besando —dijo ella cuando su respiración volvió a la normalidad.
—A veces, hay que practicar mucho para hacer las cosas bien.
—Pues me alegro de que hayas practicado tanto.
—Eres genial —dijo él separándose de ella y mirándola.
—¿Besan como tú el resto de los hombres?
—No tengo ni idea. Pero sí puedo decirte que tú nunca lo averiguarás
—dijo él divertido—. Será mejor que entres en casa, de lo contrario
terminaremos lo que hemos empezado.
—Gracias por la cena —dijo ella mirándolo a los ojos.
—Ha sido un placer cenar contigo. Te llamaré mañana —dijo
acariciándole la mejilla con el dorso de los dedos.
El sábado siguiente todos los amigos estaban en casa de Logan.
Estuvieron bañándose en la piscina y disfrutando del maravilloso día con
los hijos de todos ellos. Los pequeños comieron antes y se acostaron a
dormir la siesta. Y los adultos comieron entonces junto a la piscina.
—He de deciros algo importante —dijo Sean.
—¿De qué se trata? —preguntó Nathan.
—Ya sabéis que el domingo pasado llevé a Abby a comer.
—Estarás contento. Te ha costado, pero al final la has convencido —
dijo Carter.
—Sí, se acabaron los cafés. La llevé a comer al restaurante de Sofía.
Por cierto, Lauren, Sofía y Roberto me dieron recuerdos para vosotros.
—Gracias. Hace tiempo que no vamos por allí. ¿Te parece que
vayamos esta noche? —le preguntó a su marido.
—Claro.
—¿Qué tal fue la comida? —preguntó Delaney.
—Genial. Es extraño cómo he conectado con ella de esa forma. Nos
entendemos con una facilidad increíble. A veces casi no necesitamos hablar
para saber lo que pensamos. Cuando estoy con ella me siento realmente
bien.
—¿Todo eso solo por haber comido un día juntos? —preguntó su
cuñada.
—El domingo la llevé a comer. El lunes fuimos a tomar café. El martes
me invitó a cenar a su casa con su amigo y luego vimos una película. Y el
miércoles la llevé a cenar.
—Vaya. Entonces, ¿estás saliendo en serio con ella? —preguntó su
madre.
—Sí, mamá. Además de las veces que nos hemos visto, hablamos por
teléfono cada noche.
—Me da la impresión de que te han atrapado —dijo Logan.
—Yo creo que esa mujer lo atrapó hace tiempo —añadió Carter.
—Es la primera vez que me ocurre, pero no me siento atrapado. Me
siento increíblemente bien y solo deseo estar con ella. Espero que solucione
pronto su trauma, si es que es un trauma, porque llevo mucho tiempo sin
estar con una mujer. Y no voy a estar con ninguna, que no sea ella. Las
demás mujeres han terminado para mí.
—Me gusta esa chica —dijo Patrick—. Pórtate bien con ella.
—Papá, siempre me he portado bien con las mujeres. Esa chica me
necesita. Necesita a alguien paciente y que entienda cómo se siente con lo
que le sucedió. Aunque no sepa de qué se trata. Necesita que la aprecien por
lo que es. Y he de deciros que yo también la necesito a ella, porque es la
mujer que he estado esperando toda la vida.
—Mamá, no te preocupes —dijo Delaney—, porque esa mujer es un
encanto, te lo aseguro.
—Lo sé. No me preocupo por ella en sí sino por su trabajo. Además,
me cae muy bien.
—Gracias, mamá —dijo Sean.
—Con Abby se cierra el círculo —dijo Cath—. Ya estáis todos
emparejados.
—No corras tanto, Cath. Esa chica tiene problemas que necesita
solucionar antes.
—Tú eres lo que ella necesita para resolverlos.
—Tienes mucha fe en mí.
—Eres mi niño pequeño y sé de lo que eres capaz —dijo la mujer
sonriéndole.
Él se rio.
—Invítala a que venga a pasar el día con nosotros el próximo sábado
—dijo Tess.
—Ya lo he hecho. La he invitado para que viniera hoy, pero había
quedado en ir a comer con los padres de Mike. Suele acompañarlo
normalmente. Procuraré que me acompañe la próxima semana.
—Estupendo.
Delaney y Sean se quedaron solos un momento.
—Me alegro de que hayas conseguido que salga contigo.
—Yo también. En parte ha sido por ti. Creo que en el fondo, Abby te
aprecia.
—¿Por qué sonríes?
—Porque el último día que la vi me dijo que en el hospital le pareciste
una especie de reencarnación del mal.
Los dos hermanos se rieron.
—Esa chica me cae genial y no me importaría tenerla por cuñada.
Capítulo 18
Abby había quedado con Sean en una entrada determinada de Central Park
para ir a correr. Salió de casa con bastante tiempo, porque antes tenía que
aparcar, y no era fácil hacerlo por aquella zona. No es que le preocupara
que la multaran por aparcamiento indebido porque ella no pagaba las
multas, pero solía aparcar bien cuando no estaba trabajando.
Estaba dando vueltas cuando vio a Sean junto a la entrada del parque
en la que habían quedado. Detuvo el coche en doble fila al ver que una
mujer se había acercado a él y se besaban. No sabía cómo se sentía. Bueno,
en realidad sí lo sabía. Se sentía morir. Se le pasó por la cabeza marcharse a
casa y darle plantón. Pero eso era de cobardes y ella no era una cobarde.
Poco después logró aparcar y se dirigió caminando hacia donde habían
quedado.
Central Park era como un mosaico de color. A Abby le encantaba ir
allí. Era grandioso ver todos esos árboles con hojas de diferentes colores.
Aunque estaría mucho más bonito en un mes, ya se podían apreciar algunos
tonos tostados, dorados, amarillos y rojos. Era una maravilla ver toda esa
gama de colores.
Cuando Sean la vio vistiendo unas mallas y un top en tonos dorados y
marrones pensó en un helado de vainilla y chocolate y en cómo le gustaría
lamerlo.
Cuando Abby vio esa mirada tan seductora, que la devoraba, el
corazón le dio un salto.
—Hola —dijo él besándola en la mejilla.
—Hola, Sean. ¿Hace mucho que esperas?
—Solo unos minutos.
—Lo siento, me ha costado aparcar.
—Tenía que haber pasado a recogerte.
—No importa, ya estoy aquí.
Estuvieron calentando unos minutos y luego se adentraron en el parque
corriendo. Sean vio que ni siquiera lo miraba, a pesar de ir a su lado.
Además, estaba en silencio y Abby no destacaba precisamente por estar
callada mucho tiempo. La notaba pensativa. Poco después no pudo
soportarlo más.
—Deberías dejar de dar vueltas al asunto que te ronda por la mente.
—¿Qué?
—Te pasa algo, así que, dímelo de una vez. Puedo oír los engranajes
de tu mente girando sin parar.
—No sé de qué hablas.
—Te conozco bien, y sé que te sucede algo —dijo él deteniéndose—.
Di lo que tengas que decir y así podremos seguir con los planes que
tenemos para hoy.
—Te he visto besar a una mujer cuando estaba buscando aparcamiento.
Pensé que eras un hombre serio y que entre nosotros había algo. La verdad
es que jamás habría imaginado que hicieras algo así. Pero, claro, eres un
mujeriego y eso no se puede cambiar de la noche a la mañana, ¿verdad?
—Yo también podría enfadarme porque pienses de mí cosas que no he
hecho. No la he besado yo, ha sido ella quien me ha besado a mí y me ha
abrazado.
—Ya he visto cómo te resistías. Debería haberla detenido por hacerle
algo así a un pobre hombre como tú.
—No hace falta que seas sarcástica. De todas formas, no voy a
disculparme. Es una amiga a la que hacía mucho tiempo que no veía. Y ha
sido un simple beso, no como los que tú y yo compartimos. Y si quieres
saber algo más de mi relación con ella, solo tienes que preguntarme, porque
no tengo nada que esconder.
—Lo siento.
—Abby, yo no quiero complicaciones en mi vida y tú me estás
trayendo muchas.
—Nadie te obliga a estar conmigo, Sean. Has sido tú quien ha insistido
hasta la saciedad para que saliésemos juntos.
—No, es cierto, nadie me obliga a estar contigo. Lo hago porque me
gustas mucho. Muchísimo.
—No sé qué decir.
—Abby, a mí tampoco me gusta esta situación. Te aseguro que no eres
mi tipo de mujer.
Sean se arrepintió de sus palabras nada más mencionarlas. Y también
pensó que era injusto. Debería estar contento de que ella estuviera celosa.
Él también lo había estado de Mike, y de su hermano pequeño.
—Ahora sí sé qué decir. ¡Que te jodan! —dijo ella dándose la vuelta
para marcharse. Pero Sean la cogió de la mano a tiempo de que no diera ni
un paso y la acercó a él hasta que sus rostros quedaron casi pegados.
—Lo que he dicho ha sido una gilipollez, lo siento. Tú eres el tipo de
cualquier hombre. No me gusta cometer errores ni equivocarme pero haré
lo necesario para averiguar qué es exactamente lo que siento por ti. Y si tú
eres lo que deseo en mi vida, te aseguro que no tendrás ninguna posibilidad
de alejarme de tu lado.
—Estás hecho un romántico.
—Lo sé —dijo él sonriéndole—. Pero lo que tengo claro es que te
quiero a mi lado. No estoy seguro de cual es la razón, pero no puedo
soportar la idea de no estar contigo. Solo necesito mirarte para saber que
quiero tenerte conmigo. No te vayas, por favor.
Sean no dijo nada más. Entrelazó los dedos de una de sus manos con
los de ella. Abby bajó la vista hacia sus manos unidas. Jamás habría
imaginado que un gesto tan simple pudiera resultar tan reconfortante.
—Siento lo que ha pasado. No me gusta la gente celosa. Es una
sensación que no había experimentado y te seguro que no me gusta. Pero
verte besándola…
De pronto Abby pensó en su madre. Su padrastro era muy celoso y no
le gustaba que saliera a la calle. Y siempre que ella salía a hacer algún
recado y él se enteraba le echaba en cara que se había visto con algún
amante.
—No me importa en absoluto que estés celosa porque eso significa que
te importo, al menos, un poco.
Sean la cogió de la barbilla y pegó la boca a la de ella. Sus labios,
firmes y suaves, separaron los de ella. Sean le rodeó la nuca con la mano y
metió la lengua en su boca, y no de forma suave.
—Cielo, me tienes desesperado. Y aunque seas una mujer complicada,
no puedo evitar desearte. No sabes cuánto te deseo.
De pronto, Abby lo cogió del pelo y lo besó como si fuera el último
hombre sobre la tierra. Le devoró la boca, literalmente. Le lamió los labios
y los mordisqueó.
Sean necesitó toda su concentración para que sus manos no se
deslizaran por el cuerpo de ella.
Mientras se devoraban la boca, Abby ronroneaba y emitía unos
gemidos de placer que, sin duda, podrían volver loco a un hombre.
Fue un beso desesperado y Sean lo notó. Era el beso que ella había
reprimido durante días, o puede que durante semanas. El beso lo había
cogido desprevenido, pero incluso así, jamás habría podido imaginar que
con un solo beso, Abby sería capaz de derribar el autocontrol que había
perfeccionado con los años. Decir que sentía desasosiego por la reacción
tan intensa y abrumadora que acababa de experimentar era quedarse corto.
Abby se separó de él y se quedaron el uno frente al otro. Ella escondió
el rostro en el cuello de él, avergonzada, hasta que sus pulsaciones
volvieron a la normalidad.
Sean no pudo decir absolutamente nada, estaba desconcertado. No
había esperado que ella lo besara, y menos aún de esa forma tan fogosa.
El beso la dejó frustrada y dolorida. Y tenía razón de ser, porque había
sido devastador y sin ninguna clase de suavidad ni delicadeza.
—Ha sido nuestra primer enfado.
—Si cada vez que nos enfademos me vas a besar de esa forma, no me
importará que discutamos a menudo.
—Quiero pedirte algo —dijo ella cuando se tranquilizó.
—Lo que quieras.
—¿Te importaría que no corriésemos hoy?
—¿Eso es lo que quieres pedirme?
—Bueno, en realidad no es una petición, pero la verdad es que no me
apetece.
—Vale. ¿Quieres que paseemos por este precioso parque?
—Sí.
Sean la cogió de la mano y a continuación se la llevó a los labios para
besarla. La miró con tanta intensidad que a Abby le temblaron las rodillas.
—Sean, si quieres que mantengamos una relación…
—Ya la estamos manteniendo —dijo él cortándola.
—Vale. Lo que quiero decir es que deberíamos hablar de algunas
cosas.
—¿Qué cosas?
—De hombres y de relaciones. Las dos cosas son nuevas para mí.
—¿Qué quieres decir?
—Eres el primer hombre por quien me he interesado, y no he tenido
una relación seria con ninguno.
—Está bien.
—Hay algo en mi pasado, algo turbio, que me afectó hasta el punto de
no querer saber nada de los hombres.
—Supongo que te refieres a lo que le contaste a mi hermano…, pero
no a mí.
—Lo siento. No sé lo que me pasa contigo. Pero es que sé que si lo
supieras no querrías volver a verme.
—Mi hermano no parece que esté molesto contigo por lo que le
contaste.
—La verdad es que pensé que me echaría de su despacho al saberlo.
De todas formas su opinión no me importa tanto como la tuya.
—Has dicho que no querías saber nada de los hombres, pero estás
saliendo conmigo. ¿Significa eso que has superado lo que te pasó? Sea lo
que sea.
—No sé si lo he superado, pero creo que llevo camino de hacerlo.
Quiero que sepas que tú también me gustas. Y creo que también te deseo.
—¿Lo crees? ¿No lo sabes?
—No.
—Pues yo lo he notado en la forma que me has besado. Y es estupendo
que me desees.
—Sí…, bueno. El caso es que esto es nuevo para mí. Me refiero a
todo. A la relación con los hombres, y al sexo. Comprendo que para ti
pueda ser difícil salir conmigo. Lo cierto es que pienso que en unos días o,
como mucho unas semanas, te cansarás de mí.
—No lo haré.
—No te precipites en hablar. Hace un rato has dicho que no soy tu
tipo. Y tú tampoco eres el mío. Imagínate qué desastre.
Los labios de Sean dibujaron una preciosa sonrisa.
—Dime qué quieres que hagamos.
—No he estado con un hombre nunca, jamás. Me refiero en la cama.
No he visto a un hombre desnudo al natural, excepto en el depósito de
cadáveres. Y, como comprenderás, no es algo excitante.
—¿Eres virgen?
—Te he dicho que no he estado nunca con un hombre.
—Tienes razón. ¿Te ha apetecido alguna vez ver a alguno desnudo?
—Solo a uno. A ti.
—¿Has deseado hacer el amor?
—Sí. Y me gustaría hacerlo algún día, te lo aseguro. Pero como te dije,
quiero ir despacio. Tal vez debería ir acostumbrándome poco a poco a los
procedimientos normales, antes de pasar a la fase avanzada. Supongo que
sabes a qué me refiero.
—Lo sé perfectamente, cariño.
—Parece ser que mi psiquiatra tenía razón.
—¿Respecto a qué?
—Me dijo que tú serías perfecto para mí, porque tienes experiencia
con las mujeres y sabrías el ritmo que tienes que seguir.
—¿Cómo sabe que tengo experiencia?
—Se lo dije yo. Aunque cualquiera que tuviera Internet lo sabría. Ya te
he dicho que me interesas, pero necesitaré tiempo. Entendería que no
quisieras esperar por mí. Quiero decir hasta que esté preparada para irme a
la cama contigo. Sé que estás acostumbrado a salir a menudo con mujeres.
—Las otras mujeres se terminaron. Ahora solo me importa una.
—Pero soy virgen.
—¿Crees que eso es un problema? Cariño, me gusta que seas virgen.
—No quiero que te sientas incómodo. Si no quieres intentarlo, lo
entenderé. Aunque parece que estás algo interesado en mí, puedes cansarte
de esperar.
—No estoy algo interesado en ti sino muy interesado. Y esperaré lo
que haga falta. De todas formas, vas a ser tú quien imponga el ritmo a
seguir.
—¿Yo?
—Sí, tú. Actuaré de acuerdo a como tú te sientas cuando estemos
juntos. Solo obedeceré tus deseos.
—De acuerdo.
—Yo también quiero decir algo. Ya sabes que te deseo. Me he excitado
muchas veces estando contigo y seguro que no te ha pasado desapercibido.
Pero, como has dicho, tengo experiencia y podré controlarme el tiempo que
sea necesario. Jamás te presionaré para que hagas algo que no estés
preparada para hacer. Quiero que te sientas cómoda conmigo. Te daré lo que
quieras de mí.
—Sean, yo lo quiero todo de ti.
—Eso me gusta —dijo dedicándole una preciosa sonrisa—.
Seguiremos saliendo juntos. Ya sabes que quiero hacer el amor contigo, eso
no hace falta que te lo repita, pero lo haremos cuando estés preparada.
—Vale.
—No voy a estar con ninguna mujer que no seas tú.
—¿Tampoco besarás a ninguna?
—No, no lo haré, porque podré besarte a ti. Parece que no te molesta
que lo haga. Y hace unos minutos me has demostrado, con toda claridad,
que a ti también te gusta besarme.
—Sí, es cierto.
—Y tú tampoco estarás con ningún hombre, ni besarás a nadie.
Abby soltó una carcajada, que era lo que Sean pretendía.
—Supongo que has visto la cola de hombres que había esperando en la
puerta de mi casa y estás preocupado.
—Dame tu palabra.
—Te lo prometo —dijo ella sonriendo.
—Bien.
—Entonces, tendremos una relación exclusiva.
—Eso es.
—Quiero que nos conozcamos, antes de que me lleves a la cama.
—¿Cuánto tiempo crees que necesitaremos para conocernos… antes
de que te lleve a la cama?
Ella lo miró preocupada.
—Es broma, cielo.
—¿Crees que merecerá la pena esperar por mí?
—Oh, sí. Por supuesto que merecerá la pena.
—No sé nada de relaciones sexuales, pero puedo ver algunos vídeos
porno.
—Olvida los vídeos.
—¿Vas a enseñarme tú los pasos a seguir?
—Estaré encantado de enseñarte todo lo que sé —dijo pensando en sus
amigos, que todos habían sido unos mujeriegos y se habían casado con
vírgenes, y estaban encantados—. Hay algo que no me gusta.
—¿Qué?
—Que no confíes en mí.
—Sí confío en ti.
—Le contaste a mi hermano lo que te sucedió en el pasado, pero no a
mí. Y puedo asegurarte de que soy mucho más comprensivo que él.
—Delaney se portó muy bien conmigo, fue muy tierno. Pero tienes
razón, he de decírtelo, y buscaré el momento para hacerlo.
—Sea lo que sea, no voy a dejar de salir contigo por saberlo.
—Eso espero.
—Aún no entiendo por qué no querías salir conmigo. No sé por qué no
te impresionaba mi exitosa vida.
—Sean, eres un arrogante. Pero no te preocupes, a partir de ahora me
esforzaré por fingir más interés.
—Qué tonta eres —dijo él dándole un tirón de pelo.
Esa mujer era suya. Tenía esa idea fija en la mente, una idea que lo
volvía loco.
—Tengo que sondearte un poco —dijo él pasándole el brazo por
encima de los hombros.
Abby, instintivamente le rodeó la cintura con el brazo. Sean sonrió
pensando que iba a ser muy fácil hacerla olvidar su pasado.
—¿Sondearme?
—Sí, para saber hasta donde puedo llegar.
—¿Sobre qué?
—Respecto a acariciarte o tocarte.
—Sean, lo que me ocurrió en el pasado no tuvo nada que ver con un
hombre en particular, sino con la relación con los hombres. Con esto quiero
decir que, en cuanto a sexo, estoy sana. Lo he descubierto contigo.
—¿Conmigo?
—Sí. Antes de conocerte nunca había deseado a un hombre. Me fijé en
algunos que me parecieron guapos, pero nada más. Mi psiquiatra dice que
deje en tus manos todo lo relacionado con el sexo, que tú sabrás qué hacer y
cuando hacerlo.
—Vaya. Tu psiquiatra tiene una gran confianza en mí. Es una gran
responsabilidad.
—Tú eres el experto. Y yo confío plenamente en ti.
—De acuerdo. Pero si en algún momento no te sientes bien…
—Te lo diré —dijo ella interrumpiéndolo—. Y no quiero que te sientas
mal si te lo digo.
—No me voy a sentir mal. ¿Vamos a desayunar?
—¿Te importa si compramos el desayuno y comemos en casa?
—Haremos lo que tú quieras.
—Normalmente, los domingos desayuno con Mike y luego vamos a
algún sitio. No quiero cortar con todas nuestras costumbres de forma
radical.
—Cariño, no quiero que cortes con Mike ni con vuestras costumbres.
Él siempre formará parte de tu vida, al igual que su familia. Podemos ir un
rato a la playa los tres. Tengo un bañador en el coche.
—Fantástico.
Poco después estaban desayunando los tres en la mesa de la cocina de
Abby. Cuando terminaron, los dos hombres salieron al jardín trasero
mientras ella recogía lo del desayuno.
Abby estaba mirando por la ventana abierta, viendo a Sean y a su
amigo riéndose, y se dio cuenta de que todo lo que había escuchado y leído
sobre el amor era cierto: el aire olía de manera espectacular; el sol estaba
más brillante que nunca; los colores de las flores de su jardín eran más
intensos; y jamás había oído cantar a los pájaros de esa forma tan musical.
Se habían hecho realidad todos los tópicos. En ese instante se dio cuenta de
que, posiblemente, podría tener un futuro con un hombre. Con ese hombre.
Abby salió del baño y se puso crema en el cuerpo. Luego se puso el
pijama y se metió en la cama. Cerró los ojos pensando que ese día había
sido el más maravilloso de su vida. Le había encantado pasear con Sean por
Central Park cogidos de la mano. Le había gustado hablarle de ella. Y, sobre
todo, le había gustado la atención que él le prestaba a cada una de sus
palabras.
Después de desayunar habían ido a la playa. Mike no les había
acompañado, porque había quedado con su hermano y con unos amigos de
ambos.
Abby había estado todo el tiempo intranquila por la expectativa de que
Sean la acariciara en algún momento. Una hora después de llegar a la playa
se tranquilizó porque sabía que él no iba a hacer ningún movimiento.
Aunque, en realidad, sí lo hizo porque se ofreció a ponerle crema
bronceadora y se tomó su tiempo en hacerlo. Y ella se sintió… Ni ella
misma sabía cómo se había sentido. Percibió cada segundo del momento:
cuando él se puso la crema en las manos, cuando las posó sobre su nuca y
fue deslizándolas por la espalda en una sutil caricia. Abby tuvo que tragar
saliva varias veces mientras las manos de Sean se deslizaban por su cuerpo,
encendiendo su piel a su paso y deseando que él no acabara nunca. Se había
sentido alterada y excitada. Y también la había besado mientras se bañaban
y otra cuando tomaban el sol sobre las toallas.
Comieron en la playa los bocadillos que ella había preparado y luego
se quedaron un poco adormilados por la comida y por el sol.
A Abby le gustó cómo la había mirado en la playa. En un momento
determinado se le escapó una pregunta que le había pasado por la mente en
varios momentos.
—Me gustaría saber cómo lo haces —le preguntó ella medio dormida
sobre la toalla.
—¿Cómo hago qué?
—Hacer que te desee simplemente con que me mires o con un sencillo
roce.
—Puede que sea magia —dijo él sonriéndole.
Abby sonrió pensando en lo que él le había contestado. Recordó que se
había quedado sin aliento al verlo sonreír. En ese instante había pensado
que era un hombre asombroso. Y para terminar el día, antes de volver a
casa, Sean la llevó a tomar un helado. ¿Podría pedirse más?
Abby le invitó a entrar cuando llegaron a casa de ella, pero él le dijo
que tenía que revisar unos planos antes de acostarse y que le llevaría
bastante tiempo.
Bajaron del coche y caminaron hacia la casa. Al llegar al porche la
detuvo. A él le faltaba un escalón para ponerse a su altura, pero quería tener
su preciosa boca al mismo nivel que la suya.
—No sé lo que me pasa contigo, cielo.
Sin pensar en nada más, metió los dedos entre sus cabellos enredados y
la acercó a él, sujetándola de la nuca. Nunca había deseado a una mujer
como la deseaba a ella en ese instante. Tuvo que recurrir a todo su control
para que sus manos no se deslizaran por su cuerpo.
Los besos que habían compartido esa mañana en el parque y más tarde
en la playa no la habían preparado para el beso que Sean le dio en ese
momento. Fue un beso brutal que hizo que la sangre les corriera a ambos
por las venas a toda velocidad. Abby tardó unos segundos en reaccionar,
pero cuando lo hizo se unió a él y deseó que Sean la acariciara.
Sean se separó de ella bruscamente, dando el beso por finalizado y
dejándola aturdida.
—Sean…
—Espero no haber sido muy brusco.
—No lo has sido.
—¿Sabes, Abby? Para ser una novata, besas de puta madre.
—Viniendo de ti es un gran halago. Supongo que es lo que sucede
cuando tienes al mejor maestro.
—Gracias, cielo. He pasado un día fantástico.
—Yo también. ¿Recuerdas cuando me estabas poniendo bronceador en
la playa?
—Por supuesto. No podría olvidarlo, por mucho que lo intentara.
—No quería que dejaras de acariciarme.
—Eso es una buena señal, ¿no crees?
—Sí, creo que sí. No quiero separarme de ti.
Si Sean se hubiera parado a pensar habría notado el tono extraño en la
voz de ella y en cómo se habían metido en su interior esas sencillas
palabras.
—Puedo quedarme un rato más.
—Mejor no. Tienes cosas que hacer y yo también.
—De acuerdo. Te llamaré mañana.
—Vale.
—Por cierto —dijo él desde el coche—. No hagas planes para el
próximo sábado porque lo pasarás conmigo y mis amigos.
—Bien.
Al día siguiente Sean la llamó después del trabajo y le dijo que, a pesar
de ser tarde quería verla unos minutos. Al llegar a casa de ella hizo sonar el
claxon. Abby salió poco después. Llevaba puesto el pijama de pantalón
corto.
Verlo de pie junto al coche con las manos en los bolsillos del pantalón,
de manera informal, fue como darse un golpe contra la pared, pero en el
buen sentido. Al verla, todos los gestos del rostro de Sean cambiaron para
sabotear el sentido común de ella.
Abby bajó los peldaños y corrió hacia él.
Sean pensó que si un hombre tenía que morir, lo haría feliz de saber
que una mujer como esa se había dignado a correr hacia él. Ella se echó a
sus brazos y lo abrazó muy fuerte.
—Menudo recibimiento —dijo él abrazándola a su vez.
—Te he echado de menos.
—Pues ya somos dos, porque no he podido apartarte de mis
pensamientos en todo el día.
—Has terminado tarde.
—He tenido una reunión con unos clientes y se ha alargado más de lo
que esperaba.
—¿Has cenado?
—Sí, hemos tomado unos sandwiches mientras hablábamos.
—¿Quieres entrar en casa?
—Prefiero que nos quedemos aquí —dijo él deshaciendo el abrazo y
poniéndole un mechón de pelo detrás de la oreja.
—Vale.
Sean la besó en los labios. Le rodeó la cintura con las manos y la
acercó a él, apoyándose en el coche. Entonces le abrió los labios con la
lengua y la besó como había deseado besarla durante todo el día. Y ella le
devolvió el beso, apoyada completamente en el cuerpo de él.
Sean deslizó los labios por su cuello, rozándolo ligeramente hasta
llegar a su hombro. Y Abby sintió un cosquilleo que se extendió por todo su
cuerpo hasta detenerse entre sus piernas.
Sean se separó un poco para mirarla. Quería saber cómo había
reaccionado a sus caricias con los labios. Pero no parecía inquieta sino
excitada. Colocó las manos en sus caderas y le subió ligeramente la
camiseta del pijama. Le acarició la suave y cálida piel de los costados.
A pesar de ser un roce de lo más sutil, a ella se le calentó la piel que le
acariciaba. Abby notó los dedos de él deslizarse por sus costillas por debajo
de la camiseta.
—¿Voy demasiado deprisa?
—No pares.
—De acuerdo —dijo él intentando no sonreír.
Sean subió una de sus manos hasta su pecho derecho. No llevaba
sujetador. Con un dedo dibujó un círculo alrededor del pezón. Abby sintió
algo tan poderoso en su interior que se quedó sin aliento.
Sean vio el adorable rubor que teñía sus mejillas y volvió a besarla, sin
apartar la mano de su pecho.
La pasión se desató entre ellos de tal manera que los labios no eran
suficientes. Sean le acarició los costados con las manos, subiéndolas y
bajándolas en una suave caricia. Luego las subió hasta sus pechos,
acariciando los dos pezones. Y ella respondió besándolo de manera
desatada y pidiéndole más.
—Sean…
—Lo sé, cielo. Yo me siento igual que tú, pero no tenemos ninguna
prisa. De hecho, ahora soy yo quien quiere ir muy despacio contigo.
Entremos en el coche —dijo él abriendo la puerta trasera de su todoterreno.
Ella subió sin decir nada, y él lo hizo tras ella.
—Lo estás haciendo bien, Sean. De hecho, lo estás haciendo de
maravilla —dijo Mike que los había observado un instante desde la ventana
de su habitación cuando subió a acostarse.
Sean le recorrió la barbilla con los labios, dándole suaves besos y
deslizándolos luego por su cuello.
—Tienes la piel muy suave y hueles de maravilla.
—Es porque acabo de ducharme.
Cogió una mano de Abby y le acarició la palma con las yemas de los
dedos. Y ese simple roce hizo que el deseo de Abby se incrementara.
—Es la primera vez que estoy con un hombre en el asiento trasero de
su coche.
—Me alegro de ser ese hombre.
—He de admitir que estoy maravillada.
—Te conformas con poco. Y tengo que decirte que no he estado con
una mujer en el asiento trasero del coche desde que estaba en el instituto.
—Esto es como una aventura para mí. Una aventura emocionante.
—Me alegro de que me hayas elegido a mí para compartir la aventura.
—No podría haberme resistido a ti. Un tío que está buenísimo y me
excita solo con mirarme. Un hombre interesante, muy interesante de hecho.
¿Te he dicho ya que me gustas muchísimo?
—Es posible, pero me gusta escucharlo. Me gusta tu perfume.
—Gracias. No tengo mucha experiencia en esto. ¿Estás intentando
seducirme?
Él la miró de forma divertida.
—Cariño, solo he dicho que me gusta tu perfume. Si intentara
seducirte, lo sabrías sin la necesidad de preguntármelo.
—Me ha gustado que me acariciaras los pechos.
—Me alegro.
—Cuando te conocí no me gustaste.
—¿Te refieres a la primera vez que nos vimos o a la segunda vez que
nos vimos en la cafetería?
—A la segunda vez.
—Menuda sorpresa, ¿eh? Mira donde estamos ahora.
—¿Sabes por qué no me gustaste?
—No.
—Porque te deseé desde el instante en que te vi. Y eso me aterró.
—Vaya.
—Sí, vaya.
—¿Qué deseabas?
—No lo sé. Pero me sentía muy atraída por ti. Supongo que sería
porque eres un monumento de hombre. Tu presencia me puso muy
nerviosa, y no estoy acostumbrada a que alguien me ponga nerviosa.
—Siento que te sintieras así.
—Sigo sintiéndome nerviosa cuando estás cerca. Pero ahora es
diferente. Creo que ahora son nervios de excitación. ¿Puedes besarme y
acariciarme otra vez?
—Será un placer, cielo. Pero quiero decirte que tú también puedes
besarme y acariciarme si te apetece. Y no ahora, sino en cualquier
momento.
—Vale.
Sean le acarició el rostro y se acercó a ella para besarla. Y mientras lo
hacía, metió la mano por debajo de la camiseta y rozó un pezón con los
dedos. Abby se tensó, pero no se apartó, sino todo lo contrario, le rodeó el
cuello con los brazos.
—¡Dios mío, Sean! No sabes cuánto me gusta que me acaricies.
—Te gustaría más si lo hiciera con la boca, pero no voy a precipitarme.
—Tú mandas. Haremos lo que tú digas… hasta que mi problema se
solucione.
—¿Luego no harás lo que yo diga?
—No. Aprendo rápido
—Sí, ya lo sé. Me encantan tus pechos.
—No los has visto.
—Cierto, pero te he visto con biquini. Y hablando de biquinis.
Deberías tomar el sol sin la parte de arriba.
—Está prohibido hacer topless en la playa.
—Lo sé. Tendrás que hacerlo en la piscina.
—No tengo piscina.
—Pero yo sí. Y mi hermano y todos nuestros amigos también.
—¿Y por qué iba a hacer topless?
—Porque iremos a fiestas y con algunos vestidos no quedan bien las
marcas del sol. Todas mis amigas y mi cuñada lo hacen.
—A mí me daría vergüenza estar medio desnuda delante de tu
hermano y tus amigos. Y sobre todo de tus padres. Porque tengo entendido
que son parte de vuestro grupo.
—Sí, ellos nos acompañan a menudo. Pero te acostumbrarás.
—Ya veremos. De todas formas, no sé bailar. Me refiero de manera
seria, como supongo que se baila en esas fiestas que has mencionado.
—¿No sabes bailar?
—No. Lo que sé lo he aprendido yo sola. Pero no me he molestado en
aprender a bailar con un hombre porque nunca pensé que lo necesitaría.
—Entiendo. No hay problema, yo puedo enseñarte.
—¿Bailas bien?
—No he pisado a ninguna mujer. Y ninguna se ha quejado.
—¿Cómo iban a quejarse? Estarían encantadas estando entre tus
brazos.
—Lo hablaremos con mi hermano y los demás, entre todos te
enseñaremos. Y, como bien has dicho, aprendes rápido.
—No necesito ir a fiestas.
—Yo no voy a menudo, pero a veces no puedo eludirlas. Y te aseguro
que solemos pasarlo bien. Siempre vamos casi todos juntos. Y me gustaría
llevarte de pareja.
—Dame tiempo a que me acostumbre a tus amigos, ¿vale?
—De acuerdo.
—¿Puedo acariciarte yo?
—Cariño, soy todo tuyo. Puedes hacer lo que quieras conmigo. Échate
aquí a mi lado —dijo él acostándose en el asiento.
Abby lo hizo. Metió la mano por debajo de la camiseta de él y la
deslizó por sus abdominales y sus pectorales.
—Te he visto en la playa con el torso desnudo y tienes un cuerpo
espectacular. Y me moría de ganas de poner las manos sobre ti.
Al momento, y sin poder impedirlo, Sean se empalmó. Sintió con toda
claridad, la sangre deslizarse por sus venas hasta concentrarse en su polla.
Una descarga de deseo se extendió por todo su cuerpo. Sean quería follarla,
por supuesto. Tendría que estar muerto para no querer hacerlo. Pero
también quería hacer el amor con suavidad y ternura. También quería
mimarla. Quería que la primera vez que estuvieran juntos fuera muy
especial. Porque ella era especial.
Abby dejó de acariciarlo, pero su mano permaneció sobre sus
pectorales por debajo de la camiseta. Medio cuerpo suyo estaba sobre el de
él, y Sean deslizaba la mano por su espalda, arriba y abajo. La respiración
de él le acariciaba el pelo mientras le hablaba. Abby no pudo evitar sentir
un estremecimiento. Se preguntó si él se habría dado cuenta.
—¿Estás bien?
—Sí, muy bien.
—Te noto alterada.
—Para mí no es normal estar acostada junto a un hombre, tocándolo.
Y que me estés acariciando la espalda y sienta tu respiración en mi pelo no
ayuda a calmarme. Cuando me has preguntado si estaba bien, estaba
pensando precisamente si te darías cuenta de cómo me sentía y si podrías
imaginar el caos de emociones que me invade.
—Me gusta que sientas todo eso.
Abby se incorporó y le ofreció la boca. Él se apoderó de sus labios sin
vacilar. Tenía que pensar en mantener el control, a pesar de estar
devorándole la boca. Abby le devolvió el beso con el mismo ardor,
colocándose por completo sobre él, consiguiendo que el control de Sean se
tambaleara.
—No sabes cuánto me excita que me beses en plan salvaje. Hacer el
amor contigo va a ser una pasada —dijo Sean.
—¿Crees que podré hacer el amor contigo?
—Por supuesto. Puede que si seguimos avanzando a esta velocidad
seas tú quien me lo pida.
—No lo creo.
—Pareces muy segura de ti misma, dejando a un lado tu problema, tu
inseguridad con los hombres, tu inocencia y tu timidez.
—He tenido que superar mucha de mi timidez para poder seguir
adelante.
—Conmigo no eres tímida.
—Lo sé. Contigo me esfuerzo a fondo —dijo sonriéndole.
—Eso parece. Estás sobre mí, con tu sexo sobre mi polla. Y no te
habrá pasado desapercibido, que está dura como una piedra.
—Es difícil pasar algo así por alto.
—Creo que es mejor que entres en casa. A no ser que me digas que
estás preparada para dar un paso más —dijo él pensando que parecía un
adolescente.
Era un hombre con experiencia que no se dejaba arrastrar por su polla,
pero en esos momento lo estaba dudando.
Ella lo miró como sopesando la idea, pero se incorporó y se sentó.
—Me estoy convirtiendo en una desvergonzada —dijo algo
ruborizada.
—Me gusta que lo seas conmigo. Y me gusta que te ruborices.
—Me marcho. No hace falta que me acompañes —dijo ella abriendo la
puerta y bajando del coche—. Gracias por venir. Lo he pasado muy bien.
—Yo también. Buenas noches.
—Buenas noches.
—Te llamaré mañana.
—Vale.
Abby corrió hacia la casa, abrió la puerta y se volvió a saludarlo antes
de entrar.
Capítulo 19
Abby no había podido conciliar el sueño la noche anterior hasta varias
horas después de que se acostara. Había pasado una noche horrible. Primero
despierta, dando vueltas en la cama y pensando en lo que había ocurrido
entre Sean y ella en el coche la noche anterior. Y luego, para terminarlo de
arreglar, había tenido un sueño lascivo, húmedo y cálido, y se había
despertado sudada y con el corazón acelerado.
Había estado todo el día cansada. Así y todo, deseaba volver a ver a
Sean. Deseaba que la besara de nuevo y que la acariciara. Se sentía fatal,
porque se daba cuenta de que lo echaba mucho de menos.
El trabajo la tuvo despierta hasta que llegó a casa. Mike la obligó a que
se cambiara rápidamente y entraron en el gimnasio. En ese momento aún
estaba más cansada, pero accedió. Porque si dejaba de estar ocupada
empezaría a pensar de nuevo en Sean y se preguntaría por qué no la había
llamado en todo el día.
A continuación se ducharon, se pusieron el pijama y fueron a la cocina
a preparar la cena. Mientras ella cocinaba, él preparó la ensalada. Después
de cenar recogieron la cocina entre los dos y fueron al salón a ver una
película. Quince minutos después, ella estaba dormida. Mike la tapó con la
manta que había en el respaldo del sofá y la dejó descansar. La película
terminó a las once menos diez. Nada más apagar la televisión sonó el móvil
de ella.
—Abby —dijo Mike.
—¿Qué?
—Stanford te está llamando —dijo él dándole el teléfono—. Me voy a
la cama.
—Vale. Buenas noches. Hola, Sean.
—Hola, cielo. Has tardado en contestar.
—Estaba durmiendo.
—Siento haberte despertado.
—No te preocupes, me he quedado dormida en el sofá mientras
veíamos una película y tenía que despertarme para ir a la cama. La verdad
es que no he visto ni la mitad.
—¿Te has quedado dormida?
—Sí. Hoy ha sido un día muy largo y estaba cansada.
—El mío también ha sido largo. No he tenido ni un momento libre. Me
habría gustado ir a verte para hablar un rato, pero era muy tarde cuando he
salido del estudio.
—No te preocupes.
—¿Sueles dormirte viendo una película?
—No, pero estaba muerta de cansancio. Al día duro que he tenido he
de añadir que anoche no dormí demasiado.
—¿Por qué?
—Tú fuiste la razón.
—Lo siento.
—Yo no lo siento. Lo pasé muy bien contigo.
—Yo también. He recordado lo se sucedió en el coche en varias
ocasiones.
—He de admitir que yo también lo he hecho en algún momento del
día.
—Te dejo para que descanses. Hablamos mañana, cielo.
—Vale. Buenas noches.
—Buenas noches.
Abby se despertó antes de que sonara el despertador. Por suerte, la
noche anterior había dormido perfectamente, aunque le había costado
dormirse. Fue a la cocina a preparar el desayuno. Se sentía inspirada y
preparó tortitas.
—Buenos días —dijo Mike quince minutos después entrando en la
cocina.
—Buenos días. Te has despertado antes de lo normal.
—Te he oído levantarte y luego he olido el café. Vaya, tortitas. No es
fin de semana. ¿Qué celebramos?
—Que es miércoles.
—¿Qué tiene de especial este miércoles?
—Que me siento estúpida por echar de menos a Sean. Ayer no lo vi.
—Pero te llamó. Y os visteis anteanoche.
—Por eso me cabrea. No entiendo por qué lo echo de menos.
—Estar enamorada es una buena razón. ¿Ha cambiado algo en vuestra
relación?
—Sí. Ha habido un cambio muy significativo. Anteayer me besó
varias veces. Bueno, nos besamos. Y no en plan tímido.
—Eso está bien, ¿no? Es un gran avance.
—Sí que lo es. Me dijo que beso de puta madre —dijo sonriéndole.
—Viniendo de un hombre con su experiencia, es un gran cumplido.
—Y tanto que sí. He aprendido con él.
—Siempre has sido rápida aprendiendo. Tu psiquiatra se sorprenderá
cuando se lo cuentes todo.
—Y se sorprenderá todavía más, cuando le diga que Sean me ha
acariciado, y yo a él.
—¿En serio?
—Sí.
—¿Cómo lo ha conseguido?
—Puede que las emociones y todas las sensaciones que sentía tuvieran
algo que ver. Todo lo que estaba experimentando hacía que me fuera difícil
pensar, ver si estaba haciendo lo correcto y si era el camino apropiado a
seguir.
—¿El camino apropiado? —repitió él—. Parece ser que Sean encontró
ese camino apropiado. ¿Te sentiste presionada de alguna forma?
—Para nada. Creo que fui yo quien lo presionó. Ese hombre provoca
en mí un efecto desolador. Tengo que reconocer que en lo referente a él, no
tengo fuerza de voluntad.
—No digas tonterías. Que te sintieras así es lo normal. Y más tú, que
no has estado con ningún hombre. ¿Llegasteis muy lejos?
—No. Él me acarició los pechos y yo le acaricié el torso. No nos
quitamos la ropa en ningún momento.
—¿Quién fue el que se detuvo?
—Él. A pesar de que estaba muy, muy excitado.
—La experiencia es buena porque puedes mantener el control.
—Si hubiera sido por mí habría seguido adelante.
—¿Querías seguir adelante?
—Sí. Normalmente soy tímida, pero con él no sé lo que me pasa. Me
porté como una desvergonzada. Tuvo que pedirme que entrara en casa.
—Bueno, uno puede mantener el control hasta cierto punto. Me alegro
mucho de que hayáis avanzado tanto en tan poco tiempo.
—Yo también me alegro. A pesar de que aún me siento preocupada.
—Tienes que relajarte cuando estés con él.
—Eso es lo único que no consigo hacer cuando lo tengo cerca.
—Necesitas algo más de tiempo.
—Supongo que sí. Por cierto, el sábado pasaré el día con él y sus
amigos. Los sábados se reúnen en la casa de alguno de ellos y pasan el día
juntos. Podrías venir conmigo.
—Cariño, ya no me necesitas como dama de compañía. Con Sean vas
a estar muy segura. Y con todos los demás también.
—Lo sé. He estado pensando en hablarle a Sean de mi pasado. Seguro
que piensa que no es justo que se lo haya dicho a su hermano y no a él.
—Sí, seguro que lo piensa. Y deberías hacerlo cuanto antes. Merece
saberlo.
—He pensado que también deberían saberlo sus amigos. Por lo que sé,
están todos muy unidos y no tienen secretos entre ellos. Y parece ser que yo
voy a formar parte de su grupo.
—Sí, vas a codearte con la élite de la ciudad. Creo que es una buena
idea de que estén al corriente de lo que te sucedió.
—Lo que me frena es tener que decírselo a la cara. A Sean me da
igual, pero a todos ellos…
—Eso tiene fácil solución. Llama a Delaney y pídele que se lo cuente a
todos los demás.
—Tienes razón. Le llamaré más tarde. ¿Crees que Sean me llamará
hoy para que nos veamos?
—Cariño. Tú también puedes llamarlo. Ahora sois pareja y puedes
tomar la iniciativa en todo. Y te aseguro que a él le gustará.
—Es cierto. Aún no me hago a la idea de que tengo… ¿Crees que Sean
y yo somos novios?
—Por supuesto que sois novios.
Sean no la había llamado y ya era media tarde, así que Abby decidió
llamarlo ella.
—Hola, cariño.
—Hola, Sean. ¿Qué haces?
—Estoy en una obra.
—¿Terminarás tarde? ¿Crees que podríamos vernos hoy?
—Me temo que hoy no va a poder ser. Estoy fuera de la ciudad y aún
tengo mucho trabajo por hacer. Además, he quedado con el cliente para
cenar con él y hablar de algunos asuntos.
—Entiendo.
—¿Estás bien?
—Sí, muy bien. Yo también tengo mucho trabajo. ¿Cuándo crees que
podríamos vernos?
—No te lo puedo asegurar porque mañana también pasaré el día aquí.
—Vale, no hay problema. Si mañana terminas pronto dímelo y
podremos vernos. Si te apetece, claro.
—Por supuesto que me apetece. Intentaré terminar antes. Te llamaré.
—De acuerdo. Adiós.
—Por lo que he escuchado hoy tampoco lo vas a ver —dijo Mike
desde su mesa.
—No, y seguramente que mañana tampoco. Puede que se haya
cansado ya de mí y no quiera volver a verme. Es posible que lo haya
pensado mejor y no quiera salir con alguien sin experiencia.
—Eso es imposible.
—¿Cómo estás tan seguro?
—Por dos razones: la primera es que a ese hombre le gustas mucho. Y
la segunda, porque aún no se ha acostado contigo. Y después de todo lo que
le ha costado conseguir que aceptaras salir con él no va a irse por las buenas
sin llegar hasta el final.
—Idiota —dijo ella tirándole la servilleta.
—Tienes que comprender una cosa. Ese hombre es un arquitecto de
primera y tiene obras muy importantes. Y no puede estar disponible
siempre que tú quieras.
—Es verdad. Me estoy portando como una adolescente.
Hola, Abby —dijo Delaney contestando su llamada.
—Hola, Delaney. Perdona que te moleste. ¿Puedes dedicarme un par
de minutos?
—Por supuesto. Nathan, sigue tú, vuelvo enseguida.
—Estás ocupado.
—Cielo, siempre estoy ocupado. Pero, por muy ocupado que esté,
siempre contestaré a tus llamadas
—Gracias.
—¿Cómo van las cosas entre tú y mi hermano?
—Muy bien. No quiero entretenerte mucho. Quería pedirte algo.
—¿Qué necesitas?
—El sábado voy a pasar el día con vosotros.
—Sí, lo sé, nos lo dijo Sean.
—Parece que voy a formar parte de vuestro grupo.
—Todos estamos muy contentos por ello.
—He pensado que, al igual que tú sabes lo que me sucedió en el
pasado, también deberían saberlo los otros. Si vamos a ser amigos, supongo
que lo normal es que no haya secretos entre nosotros. ¿Qué piensas tú?
—Estoy totalmente de acuerdo contigo.
—Ahora te diré lo que quiero pedirte.
—Bien, adelante.
—¿Podrías decírselo tú a tus amigos y a tus padres? Sé que ellos son
parte de vuestro grupo. Si se lo dijera yo, me desmoronaría, como hice
contigo.
—A ellos no les importaría, te lo aseguro. Pero lo haré encantado.
Hablaré con ellos esta noche.
—Muchas gracias. Pero a Sean se lo diré yo. He pensado quedar con él
el viernes después del trabajo para contárselo.
—Estupendo. Entonces, ¿las cosas os van bien?
—Sí, muy bien. A no ser que se haya cansado ya de mí, porque hace
tres días que no nos vemos.
—Es imposible que se canse de ti. Has de tener paciencia. Sean trabaja
mucho y no tiene mucho tiempo libre.
—Lo sé. No te molesto más. Gracias por atenderme.
—Cariño, no me has molestado, y nunca lo harás. Puedes llamarme
cuando quieras.
—Gracias, Delaney. Te veo el sábado.
—Cuídate, cielo.
Abby llamó a Sean a las diez de la noche.
—Hola, cariño.
—Hola, Sean. Supongo que has estado muy ocupado todo el día.
—Sí, acabo de salir del trabajo, iba a llamarte en llegar a casa.
—Pues me he adelantado a ti. Se me ha ocurrido pensar que hayas
cambiado de opinión y ya no estés interesado en mí.
—¿Por qué dices eso?
—Sean, no soy estúpida. Sé que me estás evitando.
—¿Por qué iba a hacer algo así?
—No lo sé, eso solo puedes responderlo tú.
—No te estoy evitando.
—¿Por que no has querido verme?
—¿Quieres que te sea sincero?
—Por supuesto.
—No es que te esté evitando. O puede que sí. Es solo que la última vez
que nos vimos me costó mucho mantener el control, y no quiero que me
vuelva a pasar.
—¿Te arrepientes de haberme acariciado?
—¿Arrepentirme? ¡No, cielo! No me arrepiento de nada de lo que
hicimos. Y quiero que sepas que estos días que no no hemos visto me moría
de ganas de verte, de besarte y de acariciarte de nuevo.
—Tampoco fue para tanto.
—Vaya, creía que te había gustado.
—Por supuesto que me gustó. Lo he dicho por ti, porque estás
acostumbrado a hacer algo más con las mujeres.
—Acariciarte fue lo más excitante que había sentido en mucho tiempo.
Estoy confundido de la hostia, gracias a ti, joder.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que simplemente con rozarte pierdo el control. Pierdo
el control muy fácilmente. Contigo estoy experimentando sentimientos que
no conocía, y eso hace que me sienta desconcertado. No eres como ninguna
de las mujeres con las que he salido. Me refiero a que contigo todo es
diferente. Todo es más intenso.
—¿Y eso que significa? ¿Quieres que terminemos lo nuestro, antes de
que haya empezado?
—No digas tonterías. He retrasado verte estos días porque me importas
mucho y no quería precipitarme. Te deseo demasiado y temía que pudiera
perder el control. Pero también quería que me echaras de menos, que
desearas estar conmigo, que te tocara.
—Pues lo has conseguido. De todas formas, dijiste que nunca harías
nada que yo no quisiera que hicieras.
—Sé lo que dije. Y esa es la razón de que no haya ido a verte. Te he
echado mucho de menos.
—Sean, ¿crees que yo dejaría que perdieras en control?
—Cariño. El último día que nos vimos podría haberte follado en el
coche y no habrías puesto ninguna resistencia. Estabas muy entregada.
—¿Y cuál es el problema con eso?
—El problema es que me pediste que fuera despacio y yo siempre
cumplo mi palabra.
—De acuerdo. Pero quiero decirte que no hace falta que evites verme.
Podemos vernos solo para hablar.
—Vale.
—De todas formas, te he llamado por una razón.
—Puedes llamarme cuando quieras, no necesitas una razón para
hacerlo.
—Lo sé. Pero quería preguntarte algo.
—Dime.
—¿Has quedado con alguien mañana por la noche?
—¿Con quién quieres que quede? Espero que no estés pensando en
una mujer que no seas tú.
—No, me refiero a alguien del trabajo. Tenemos una relación de
exclusividad, y confío en ti.
—Me alegro.
—Pero quería hablar contigo de algo y al ser viernes pensé que podrías
terminar temprano.
—¿De qué quieres hablar conmigo?
—Quiero contarte lo que me sucedió hace unos años. Y quiero hacerlo
antes de que me introduzcas en tu grupo de amigos.
—De acuerdo.
—He llamado a tu hermano y le he pedido que se lo cuente a vuestros
amigos y a tus padres. Si voy a formar parte de vosotros creo que no
debería tener secretos porque, parece ser que vosotros os lo contáis todo.
—Y no te equivocas.
—Así que, el sábado, cuando me reúna con vosotros, estaréis todos al
corriente de lo que me sucedió. Pero le dije a Delaney que no te lo dijera a
ti, porque quiero ser yo quien lo haga.
—Te lo agradezco. ¿Dónde quieres que quedemos para hablar?
—Te diría que vinieras a casa, pero no sé si Mike saldrá mañana. Y me
gustaría que estuviéramos solos.
—Puedes venir a mi casa.
—Sí, podría hacerlo.
—Cocinaré para ti y hablaremos después de cenar. Aunque si no vas a
sentirte bien en mi casa podemos pensar en otro sitio.
—Voy a sentirme bien. Podemos preparar la cena juntos.
—Eso me gustaría.
Había estado unos días sin verla, evitándola, y ahora le ofrecía ir a su
casa. Y estarían solos. ¿Había perdido la cabeza?, se preguntó Sean
sonriendo.
—Yo llevaré el postre. Solo tienes que decirme a qué hora estarás en tu
casa.
—Abby, ¿quieres que vaya a verte ahora?
—No, mañana nos veremos.
—¿Te recojo?
—No, yo iré a tu casa.
—Tendré que comprar unas cosas para la cena después del trabajo.
Cuando llegue a casa te lo diré. Así me dará tiempo para ducharme mientras
llegas.
—Vale. Buenas noches.
—Buenas noches, cielo.
Abby detuvo el coche delante de la preciosa puerta negra. Abrió la
ventanilla y tocó el interfono. La puerta comenzó a deslizarse hacia un lado
sin que nadie dijera nada. Abby entró en la propiedad. Ya le había
impresionado la puerta de acceso y la verja que la rodeaba. Pero la casa que
estaba viendo frente a ella la dejó pasmada por el tamaño. Era enorme. Pero
lo que más le impresionó de todo fue ver a Sean de pie en el porche, con las
piernas un poco separadas y las manos en los bolsillos.
La atracción que Abby había sentido por él la primera vez que lo vio,
cuando la miró directamente con esos preciosos ojos verdes, había
evolucionado hacia algo muy profundo e inquietante.
Abby detuvo el coche y bajó de él. Sean le sonrió mientras caminaba
hacia ella, con una serenidad que parecía perfectamente calculada. Abby se
dio cuenta de que su sonrisa era tan devastadora como siempre. La miraba
de esa forma que la intranquilizaba y la excitaba a la vez.
Sean la miró de arriba abajo. La vista lo dejó sin respiración. No
consiguió pensar en nada más que pudiera haberlo provocado, porque unos
segundos antes respiraba con total normalidad, pero tan pronto la vio, el
tiempo se detuvo. Notó, incluso, que las manos le temblaban.
Un hormigueo de excitación invadió el cuerpo de Abby. Comenzó en
sus pies y fue subiendo por sus piernas, siguió a lo largo de su columna
vertebral y finalizó en la nuca. Una sensación potente que la hizo
estremecer. Sentía cientos de mariposas revoloteando en su vientre.
Sean no dijo nada cuando llegó hasta ella. Simplemente, le rodeó la
cintura con un brazo. Colocó la otra mano en su nuca y la acercó a él. Y
entonces la besó con una pasión desatada que la cogió desprevenida. Si
había pensado que los besos que habían compartido con anterioridad fueron
apasionados, aquel la consumió por completo. Se sintió aturdida y su mente
era un verdadero caos.
—Bienvenida a mi casa.
—Es muy bonita. Al menos el exterior, y muy grande.
—Me gustan las casas grandes.
—¿Eso que se ve por allí son árboles? —preguntó ella, porque las
farolas del jardín no iluminaban aquella zona.
—Sí.
—¿Tienes un bosque en tu propiedad?
—Un pequeño bosque. Poco después de comprar el terreno donde iba
a construir la casa pusieron a la venta el que había a continuación. Era el
último de la calle y no habían talado los árboles, así que lo compré. Me
gusta pasear por allí cuando tengo algo importante en lo que pensar, o
cuando he de tomar decisiones serias.
—Tiene que ser una maravilla.
—Lo es. Ya lo verás otro día que vengas de día.
—Vale. El jardín es precioso.
—Viene un jardinero una vez a la semana, se ocupa del jardín y de la
piscina, porque yo no tengo tiempo. Ven, ya que estamos fuera, te enseñaré
la piscina —dijo cogiéndola de la mano y caminando hacia la esquina de la
casa.
—¿Ya han terminado los obreros?
—No, voy a enseñarte la de verano.
—Hablas de las piscinas como quien habla de edredones —dijo ella
sonriéndole—. ¡Oh! Es una maravilla.
—A mí también me gusta. En invierno nadaré todas las noches en la
piscina nueva. Si me acostumbro a hacerlo, no necesitaré hacer ningún otro
tipo de ejercicio.
—Tienes razón. Dicen que es el deporte más completo, porque
trabajan todos los músculos del cuerpo. El jardín de este lado también es
precioso.
—Me alegro de que te guste. Entremos —dijo él abriendo la cristalera
del salón y dejándola entrar delante—. Ya estamos en casa y aquí estarás
segura. Me refiero a la casa, no conmigo.
Ella lo miró extrañada por su comentario.
—Es broma, cielo. Relájate. Vamos, te lo enseñaré todo.
—Vale. Toma, esto es para tomar con el café —dijo ella dándole una
bolsa.
—No tenías que haberte molestado.
Vieron primero la planta baja: el salón; el comedor; un salón más
pequeño; el estudio; el despacho; un aseo; la cocina; la despensa; el cuarto
de la lavadora, la secadora y la plancha; . Y la habitación del servicio, que
tenía al lado un pequeño salón y un baño completo. Aunque Sean no tenía
servicio interno.
—¿Por qué tienes esta zona para el servicio? Me dijiste que venía una
señora a limpiar todas las semanas.
—Porque cuando me case necesitaré una persona en casa, sobre todo,
si tengo hijos.
—Claro. Todo es precioso, y grandísimo. Desde luego hiciste un buen
trabajo diseñando la casa.
—Gracias. Vamos a ver la planta superior.
—Bien.
Subieron la escalera, el uno junto al otro. Sean abrió la primera puerta.
—Esta es mi habitación.
—Preciosa —dijo ella caminando hacia la ventana para ver el jardín.
—Este es el baño.
—Es una maravilla.
—Y esto el vestidor —dijo abriendo la puerta de al lado.
—Vaya, es enorme, y tienes mucha ropa.
—Pero, como podrás comprobar, no está lleno.
—¿Por qué no?
—Lo llenaré con la ropa de la mujer que venga a vivir conmigo.
—Ah, claro. Ya pensaste en ello cuando diseñaste la casa.
—Por supuesto.
—Lo tienes todo muy ordenado.
—Sí… bueno.
—Un hombre increíblemente atractivo, ordenado y, además, hetero.
No es algo muy normal en un heterosexual. Me pregunto cuántos podrá
haber como tú.
—¿Estás flirteando conmigo?
—Es posible.
Sean se acercó a ella y volvió a besarla. Y Abby sintió la excitación en
todo su cuerpo. Todos esos besos que le daba: largos, intensos y
perturbadores. Unos besos que conseguían que su corazón latiera frenético
en el pecho y hacían que sus sentidos se tambalearan. Besos que al terminar
la dejaban frustrada y con ganas de más.
—Alejémonos de la cama o no respondo.
Sean le enseñó cinco habitaciones más muy grandes y con baño
interior, cuatro de ellas aún estaban sin amueblar.
—No están amuebladas, pero los baños son muy bonitos. ¿Por qué
tienes tantas habitaciones?
—Mi hermano y nuestros amigos tienen en sus casas habitaciones para
todos nosotros. Y yo también tengo una para ellos. Pero al ser soltero no
han venido a pasar el día nunca aquí y nadie se ha quedado a dormir, por
eso no me he molestado en amueblarlas.
—Claro.
A continuación le enseñó un gimnasio muy completo.
—El gimnasio lo trasladaré al sótano cuando la piscina esté terminada.
Queda un espacio muy grande y creo que quedará bien allí. Así podré hacer
ejercicio cuando me apetezca y luego usar la piscina.
—Es una buena idea.
—Además, habrá sauna, jacuzzi y un baño completo.
—Menudo lujo.
Luego le enseñó la segunda planta en la que había un espacio del
tamaño de la mitad de la primera planta.
—Aquí se pueden hacer tres dormitorios grandes.
—Te sobran dormitorios y cuando traslades el gimnasio tendrás otro
más.
—He pensado en los niños. Me gustaría tener dos o tres.
—Parece que lo tienes todo planeado.
—No lo he planeado, pero he de decir que quiero casarme y tener una
familia. Todos los del grupo son muy felices y yo quiero lo que tienen ellos.
¿Vamos a preparar la cena?
—Sí, me muero de hambre.
—Pues tienes suerte, porque tengo el asado de pollo y patatas listo
para meter en el horno, que ya estará caliente —dijo él mientras bajaban la
escalera.
—Estupendo. ¿Lo has preparado tú?
—No. Lo ha preparado Cath. Se enteró de que hoy ibas a venir a cenar
y me lo ha traído hoy mientras estaba trabajando. Seguramente no querría
que metiese la pata cocinando algo que no te gustara.
Entraron en la cocina.
—Cath es una excelente cocinera —dijo metiendo la fuente en el
horno.
—No lo dudo.
Entre los dos prepararon unas gambas al ajillo, unos canapés de
salmón ahumado y una ensalada, que reservaron para tomar con la cena.
Luego pusieron la mesa y se sentaron a comer los entrantes con una copa de
vino.
—No es muy común que los hombres sepan cocinar.
—A mí me gusta cocinar, y creo que lo hago bien. Si no volviera a
casa tan cansado cocinaría más a menudo.
—Claro.
—Tú y yo nos estamos fusionando —dijo Sean rozando la copa con lo
de ella.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Que nos estamos convirtiendo en una sola persona.
—¿En una sola?
—Sí. No hemos terminado de fusionarnos, pero vamos camino de ello.
—Brindemos por la fusión entonces —dijo ella sonriendo y levantando
la copa.
—Por la fusión —añadió él rozando la copa con la de ella.
Cuando el asado estuvo listo lo sacaron del horno y aliñaron la
ensalada.
—Tiene buena pinta.
—Sí.
Aliñaron la ensalada y se sentaron a cenar. Estuvieron hablando del
trabajo de ambos, de Mike y de su familia, de los sobrinos de Sean y del
grupo de amigos.
Cuando terminaron de cenar metieron los platos en el lavavajillas y
Sean preparó café. Lo llevaron al salón con los dulces que había llevado
Abby y se sentaron en uno de los sofás.
Capítulo 20
Con el paso de los años, Sean había aprendido que el silencio era la manera
perfecta de comenzar una conversación delicada. Sabía que si esperaba,
Abby daría el primer paso, sin necesidad de presionarla. Sean sirvió el café
y lo tomaron con los dulces.
—Mi madre se quedó embarazada de su novio nada más terminar el
último año de instituto, tenía diecisiete años. No sé si a esa edad se puede
llamar novio, pero el caso es que salían juntos. Cuando le dio a él la noticia
del embarazo no le gustó y le dijo que tenía que abortar. Él tenía veinte
años. Mi madre insistió en que todo podría salir bien si tuvieran al bebé,
pero entonces él le dijo que ya no sentía nada por ella y que llevaba
semanas pensando en cómo cortar la relación. Porque había conocido a otra
y se había enamorado de ella.
—Supongo que eso te lo contó tu madre.
—Sí. Cuando yo tenía unos diez años me contó todo lo que había
sucedido desde que se quedó embarazada. Mi madre habló con sus padres.
Y mi abuelo le dijo que su novio tenía que ir a hablar con él para organizar
cuanto antes la boda. Mi madre me dijo que le había dado vergüenza
decirles que él había cortado con ella porque ya no la quería. Sus padres
eran tradicionales, conservadores, chapados a la antigua. Su madre era de
las mujeres que hacían lo que decía su marido, sin rechistar. Mi madre
habló con ella cuando se quedaron a solas para ponerla al corriente de lo
que sucedía. Entonces le propuso abortar. Pero mi madre no quería
deshacerse del bebé. Seguía enamorada de mi padre y pensaba que él
volvería con ella cuando recapacitara. Así que mi madre le dijo que se
marcharía de casa, y mi abuela no la retuvo sino todo lo contrario. Le dijo
que tendría que marcharse. Le dio una cantidad de dinero y le dijo que lo
guardara para cuando tuviera al bebé, y que buscara trabajo para poder
mantenerse. Así que se marchó de casa, con una maleta y una mochila. Mi
madre nunca le perdonó a mi abuela que no la apoyara. Y nunca más
hablaron.
—¿Tu madre tenía más hermanos?
—No, era hija única.
—En ese caso, tus abuelos también lo pasarían mal.
—Supongo que sí. Pero no considero que fueran justos.
—Desde luego que no lo fueron. Pero antes las cosas eran diferentes.
—Mi madre encontró trabajo limpiando en un hotel. Y trabajó allí
hasta poco antes de dar a luz. Me dijo que vivía en una habitación alquilada,
que tenía un pequeño hornillo y el baño estaba en el pasillo. Aún no tenía
dieciocho años cuando yo nací. Con el dinero que le dio su madre compró
las cosas que yo necesitaba, ya sabes, la cuna, el chochecito, ropa… Cuidó
de mí hasta que tuve tres meses, pero necesitaba trabajar porque el dinero se
le estaba acabando. En un principio pensó en volver al hotel, pero una
compañera del hotel en el que había trabajado le habló de un bar en el que
buscaban una camarera. Habló con el dueño y aceptó el trabajo, porque el
sueldo era mejor. También me dijo que ganaba mucho con las propinas que
dejaban los clientes. Trabajaba en el turno de día, mientras yo estaba en la
guardería. En el bar conoció a un hombre y empezaron a salir. Se casaron
unos meses después y fuimos a vivir al apartamento de él, que tenía dos
habitaciones. Mi madre me dijo que era un buen hombre, que tenía un buen
trabajo y que le había prometido que cuidaría de nosotras. Aunque supongo
que con dieciocho años no se puede saber gran cosa respecto a los hombres.
Era muy celoso y obligó a mi madre a que dejara el trabajo y se ocupara de
la casa, de él y de mí. Los primeros años de mi vida en esa casa no los
recuerdos, supongo que porque era muy pequeña. Un día me di cuenta de
que él le había hablado mal a mi madre, quiero decir insultándola. Yo
tendría unos cinco o seis años. A partir de entonces los oía discutir cada
noche. No le gustaba ni que ella fuera al supermercado sola. Creo que fue
por esa época cuando empezó a beber. Al principio lo hacía los fines de
semana, pero luego pasó a hacerlo cada noche. A veces ya venía a casa algo
alegre. En el trabajo siempre cumplía, por eso no tenía problemas.
Recuerdo que mi madre me daba la cena antes de que él llegara, y cuando
terminaba de cenar me decía que me fuera a mi cuarto y que no saliera de
allí.
—¿Tu padrastro no decía nada porque no cenaras con ellos?
—No era un hombre cariñoso, al menos conmigo. Jamás me dio un
beso ni un abrazo. Nunca me preguntó cómo me iba en el colegio. De
hecho, no recuerdo haber hablado mucho con él. Me trataba como si yo no
fuera nadie, o como si no existiera. Supongo que sería porque era hija de
otro hombre.
—¿Cómo te sentías tú?
—No lo sé. Veía que los padres de algunos de mis compañeros los
abrazaban y besaban cuando iban a recogerlos. Pero él no iba a recogerme
nunca y pensé que si lo hiciera se portaría como los otros hombres. Cuando
era pequeña no sabía la razón de que mi madre me dijera que me fuera a mi
cuarto después de cenar y que no saliera de allí. Con el paso del tiempo
supe que era para que no estuviera delante cuando discutían. Las
discusiones pasaron a ser diarias. Obedecí hasta que cumplí los diez años,
pero a partir de entonces, salía a escondidas para escuchar y saber lo que
sucedía. Entonces descubrí que él le pegaba, y era eso lo que ella no quería
que viera. Una de esas noches salí cuando le estaba pegando. Me acerqué a
él y le dije que la dejara en paz. Entonces me dio un bofetón muy fuerte, tan
fuerte que caí al suelo. Mi madre se enfadó conmigo por haber salido de mi
habitación. Pero seguía haciéndolo y me quedaba en el pasillo
escuchándolos y llorando.
Sean se acercó a ella y le cogió la mano. Y Abby lo permitió.
—Lo siento, cariño.
—Mi madre siempre llevaba golpes en la cara. Ella lo disimulaba
maquillándose, pero yo la vi muchas veces antes de que lo hiciera. Y veía
los moratones que tenía en el cuerpo cuando se cambiaba y no sabía que la
miraba. Nunca la oí gritar ni quejarse cuando le pegaba, supongo que para
que yo no pensara que él le hacía daño. O puede que él la amenazara con
hacerle algo si gritaba. Mi madre era una mujer muy buena y nunca hacía
nada para molestar a los demás. Era muy cariñosa conmigo. Yo rezaba cada
noche para que mi padre, ese padre que se había desentendido de mí y a
quien no conocía, volviera y nos rescatara de ese hombre tan cruel y
malvado.
—¿Qué tu padre abandonara a tu madre embarazada es el motivo por
el que no querías mantener relaciones con hombres?
—No, ese hombre nunca me importó y nunca lo consideré mi padre.
Pero quería que alguien nos sacara del infierno en el que vivíamos. Muchas
veces le pedí a mi madre que nos marcháramos, pero me decía que no
teníamos ningún sitio a donde ir, ni dinero, ni amigos. Yo no comprendía
por qué me decía que no teníamos a donde ir, porque cualquier sitio sería
mejor que esa casa. Supongo que ella se acostumbró a él y también a sus
humillaciones, a sus palizas y a sus violaciones. Descubrí algunos años
después que habían sido violaciones, porque mi madre le decía muchas
veces no, pero él no la escuchaba. En una ocasión oí que mi madre le dijo a
la vecina que tal vez merecía todo lo que le pasaba. En aquel entonces no
comprendía porque pensaba que se merecía algo así, cuando ella no hacía
nada malo. Yo pensaba que la vida que llevábamos era la normal, porque lo
veía cada día. Cuando tenía once años empecé a cenar con ellos, pero
después de cenar y ayudar a mi madre a recoger la mesa tenía órdenes de
irme a mi cuarto.
—¿Cómo se portaba él contigo en la mesa?
—Me ignoraba, como si yo no estuviera. Recuerdo que siempre olía a
alcohol. Empezaba con tres o cuatro cervezas antes de cenar y seguía
bebiendo durante la cena. Luego iba al salón y entonces cambiaba las
cervezas por ginebra. La primera vez que le pegó a mi madre yo tendría
unos seis o siete años. Bueno, la primera vez que me di cuenta que le había
pegado. Y fue porque ella olvidó comprar ginebra. Lo escuche porque en
aquel entonces aún no tenía que recluirme en mi cuarto. Le dio un bofetón y
se marchó de casa. Ella me acompañó a mi cuarto y me leyó unas paginas
de un cuento. Le pregunté por qué le había pegado y lo excusó diciendo que
tenía problemas en el trabajo. Cada día tenía una excusa nueva para mí,
porque cada noche se emborrachaba y le pegaba. A medida que pasaba el
tiempo los golpes empezaron a ser más fuertes. Cada noche la oía suplicarle
en voz baja que no le pegara más. Y cada mañana, tenía nuevos moratones.
—Hijo de puta —dijo Sean en un murmullo.
—En una ocasión le pregunté por qué no iba a la policía, o por qué no
nos marchábamos de casa, pero me contestaba que no podía ir a la policía y
no podíamos marcharnos. Estuvo muchas veces en el hospital, pero nunca
se quedó a pasar ni una sola noche allí. Yo sabía que era por mí, por si él me
pegaba al no estar ella. No lo denunció ni una sola vez. Yo creo que por
miedo, porque la amenazaba diciendo que si iba a la policía la mataría y
luego se ocuparía de mí. Y que si lo abandonábamos nos encontraría y nos
lo haría pagar. Muchas veces pensé que habría preferido que mi madre y yo
viviéramos en la calle, al menos no la maltrataría.
—Cuanto lo siento, cariño.
—El día de mi cumpleaños, cuando cumplí doce años, mi madre me
hizo una fiesta. Era el primer cumpleaños de mi vida que celebraba con mis
amigas. Siempre había tenido una tarta, pero solo para nosotros tres.
Organizó la fiesta porque sabía que ese día él llegaría tarde. Recuerdo que
mi madre se maquilló para que mis compañeros no notaran los morados que
tenía en la cara. Estaba muy guapa. La fiesta fue genial y me regalaron un
montón de cosas. Habría sido el día más feliz de mi vida de no ser…
Abby no pudo seguir hablando porque rompió a llorar. Sean se acercó
a ella y la abrazó. Se desahogó durante un buen rato.
—Cariño. Puedes seguir contándomelo otro día.
—No, tiene que ser hoy. Todos tus amigos ya lo saben y quiero que tú
también lo sepas.
—Vale.
—Él apareció en casa mucho antes de lo previsto. Mi madre y yo nos
preocupamos por si montaba un numerito y se ponía violento delante de mis
amigos. Pero él no sacaba su mal genio delante de nadie. Después de
saludar se fue a su habitación. Me di cuenta de que antes cogió dos cervezas
de la nevera. Poco después mi madre dio por finalizada la fiesta con la
excusa de que tenía que preparar la cena. Y mis amigos se marcharon. Nos
pusimos las dos a recogerlo todo rápidamente. Yo me sentía muy feliz…
hasta que él entró en el comedor bebiendo otra cerveza, cuando recogíamos
lo que quedaba de la tarta y los platos. Empezó a gritarle a mi madre porque
le había ocultado lo de la fiesta. Luego se enfadó porque en la nevera solo
quedaban tres cervezas. De pronto le dio un puñetazo en la cara y mi madre
cayó al suelo. Entonces ella me miró y supe que tenía que irme a mi cuarto.
No gritó ni se quejó. Ella nunca lo haría para no molestar a los vecinos.
Pero yo oía desde el pasillo cómo le suplicaba que parase. Un par de
semanas antes me dijo que estaba embarazada.
—¿Tu madre quería tener ese hijo?
—¿Cómo iba a querer otro hijo para que viviera en ese infierno? Él sí
quería tener un hijo. Que no se quedara embarazada era otro motivo para
que le pegara. Ella tomaba anticonceptivos a escondidas, se los guardaba yo
en mi mochila del colegio para que él no los encontrara. La última vez que
estuvo en el hospital le dijeron que estaba embarazada. Ella le dijo al
médico que no era posible porque tomaba anticonceptivos. Pero él le dijo
que había tomado medicamentos muy fuertes las veces que había ido al
hospital y con cierta medicación los anticonceptivos no cumplían su misión.
Yo tuve la culpa de que no nos marcháramos de casa, porque ella no quería
ponerme en peligro. Si no hubiera sido por mí, ella lo habría abandonado.
—Cariño, nada de lo que sucedió fue culpa tuya. Eras una niña y no
podías tomar decisiones.
—Sí, supongo.
—Sigue.
—Desde el pasillo podía escuchar que le estaba dando una paliza
terrible. Y lo sabía porque era la primera vez que la oía gemir y quejarse.
Vivíamos en el infierno, pero no se quejó ni una sola vez. Entonces oí un
grito y me asusté. No pude soportarlo más y fui al salón. Mi madre estaba
en el suelo sobre un charco de sangre. Tenía golpes por todas partes. Los
ojos los tenía hinchados y medio cerrados. Cuando me miró vi el miedo en
sus ojos, miedo a que me hiciera daño a mí y no poder ayudarme. Él le daba
fuertes patadas en el costado, en el vientre, en el pecho, en la cabeza. Tenía
la cara ensangrentada porque le brotaba sangre de una brecha que tenía en
la parte superior de la frente. No se movía y ya no se quejaba. Él estaba de
espaldas a mí, sin dejar de golpearla, parecía que se hubiera vuelto loco.
Había una figura sobre una cómoda que tenía cerca. Sabía que era muy
pesada, porque me costaba moverla cuando limpiaba el polvo. Él se inclinó
y le dio un bofetón a mi madre para que se despertara. Entonces cogí la
figura y le golpeé en la cabeza con ella con todas mis fuerzas. Me eché
hacia atrás y la figura cayó al suelo. Él se tambaleó por el golpe y se volvió
a mirarme. Estaba realmente sorprendido, seguramente porque nunca habría
imaginado que yo pudiera hacer algo así. Me miró con los ojos
ensangrentados de furia. Entonces sentí miedo de lo que pudiera hacerme.
Aproveché que se tambaleaba para empujarlo, porque quería ver cómo
estaba mi madre. Y cayó hacia atrás. Vi cómo se golpeaba en el borde de la
mesita, que era de hierro forjado. No se movía, así que me acerqué a mi
madre. Oí que llamaban a la puerta, pero no quería apartarme de ella,
porque la llamaba y no se despertaba. Notaba que respiraba con dificultad.
Mi madre se despertó durante un instante y me pidió que la abrazara. ¿Te
importa que salga al jardín unos minutos? —dijo Abby secándose las
lágrimas.
—Por supuesto que no. ¿Quieres que te acompañe?
—Prefiero ir sola.
—De acuerdo.
—Vuelvo enseguida.
Abby salió de la casa y respiró el aire fresco de la noche. Caminó hacia
el pequeño bosque y se adentró entre los árboles.
Sean se quedó pensando. No podía ni imaginar cómo se habría sentido
Abby con doce años, viendo a ese monstruo golpeando a su madre hasta
dejarla inconsciente. Sintió una presión en el pecho que casi no lo dejaba
respirar. No le extrañaba en absoluto que no hubiera querido salir con él ni
con ningún otro hombre. Algo así haría que una mujer no pudiera confiar en
ninguno. En ese momento decidió que conseguiría que ese turbulento
pasado quedara atrás, aunque ella no lo olvidara. Ahora entendía por qué su
hermano le había dicho que la tratara bien porque había sufrido mucho
Sean se acercó a ella veinte minutos después.
—Es peligroso estar aquí sola. Hay zorros.
—Ahora no estoy sola, tú estás conmigo.
—Eso todavía es peor —dijo él haciéndola sonreír.
—No te tengo miedo.
—Me alegro. ¿Estás más tranquila?
—Sí.
—¿Quieres contarme lo que sucedió mientras paseamos?
—Sí.
—Sean la cogió de la mano y comenzaron a caminar hacia el jardín.
—Más tarde me dijeron que al escuchar los gritos de mi madre, la
vecina había llamado a la policía. Ella tenía una llave de casa que le había
dado mi madre por si ocurría algo y pudieran entrar para atenderme. Ella
fue quien había llamado a la puerta de casa. Al no abrirle nadie llamó a la
policía y ellos le dijeron que no entrara hasta que ellos llegaran. También
supe que cuando entraron en el salón intentaron levantarme, pero yo estaba
aferrada a mi madre. No sabía que estaba muerta. Ella murió mientras yo la
abrazaba.
—Lo siento, cielo. ¿Cuántos años tenías?
—Doce. Años después leí el informe del forense. Estaba reventada por
dentro y tenía todos los órganos dañados por las patadas y los puñetazos
que había recibido. Y por supuesto, le había provocado un aborto.
—¿Qué pasó con tu padrastro?
—Él también estaba muerto. Yo lo maté. Cuando le hicieron la
autopsia supieron que no había muerto por el golpe que le di sino al
golpearse en la nuca con el borde de la mesa. De todas formas, yo prefiero
pensar que fui yo quien acabó con su vida. Al fin y al cabo, se golpeó con la
mesa porque yo lo empujé.
—En tu lugar, yo también preferiría pensar que yo había sido el
responsable de su muerte.
Sin saber la razón, algo giró levemente en el interior de Sean, hizo
click y encajó a la perfección. Esa mujer era suya y ahora lo sabía con
absoluta certeza.
—De haber sabido que tenía abuelos y que vivían en la misma ciudad
que nosotras, los habría buscado y les habría pedido ayuda. Mi madre me
dijo que ellos habían muerto poco después de que yo naciera. Y yo la creí.
—Es normal que la creyeras. ¿Qué pasó a continuación?
—El policía que se ocupó de mí fue mi capitán.
—¿Quieres decir tu actual capitán?
—Sí. Pero entonces era detective. La vecina le dio una carta que le
había dado mi madre, por si a ella le sucedía algo, para que se la entregara a
la policía. La carta iba dirigida a mi abuela y en el sobre estaba anotada su
dirección y teléfono. Al ver el nombre de ella lo reconoció.
—¿Qué quieres decir con que lo reconoció?
—Parece ser que la vida está llena de casualidades, porque los padres
del detective y mis abuelos eran amigos. Y el detective estaba al corriente
de que tenían una hija que no habían visto en muchos años. De hecho, él la
conocía. Me llevó a su casa y me quedé allí unos días. Él y su mujer se
portaron muy bien conmigo. A él le conté todo lo que había sucedido ese
día y todos los anteriores. Sus padres y él fueron a ver a mi abuela y le
dieron la carta. Yo la leí años después. En ella, mi madre le pedía perdón
por el daño que pudiera haberles causado al marcharse de casa, siendo su
única hija. Le explicó por todo lo que habíamos pasado y le rogaba que se
ocupara de mí. El detective me dijo que mi abuela había ido a ver a mi
madre y que había estado casi dos horas llorando junto a su cuerpo,
sintiéndose culpable por lo que había sucedido y por no haberse enfrentado
a su marido y haberse ocupado de mi madre, que era una niña cuando se
marchó. Mi abuela era estricta con sus normas, pero una buena persona. Se
portó muy bien conmigo el tiempo que vivimos juntas, a pesar de que no
me había visto en la vida. Supongo que quería compensarme por lo que le
había hecho a mi madre. Creo que me quería mucho.
—¿El apartamento donde vivíais con tu padrastro era de alquiler?
—No, era de él. Yo lo heredé. Mi capitán habló con mi abuela y
decidieron alquilarlo hasta que fuera mayor de edad y pensara qué quería
hacer con él. Me fueron ingresando el alquiler en una cuenta a mi nombre.
Cuando cumplí dieciocho años doné todo el dinero que tenía en el banco a
una organización que se ocupara de las mujeres maltratadas. Yo no toqué ni
un céntimo. Sigo teniéndolo alquilado y transfieren mensualmente el
alquiler a la misma organización. Yo no pensaba vivir en ese piso. Antes de
alquilarlo fui allí con mi abuela.
—¿Querías recordar lo sucedido?
—Por supuesto que no. Pero allí estaban las cosas de mi madre y las
mías. Y era lo único que me quedaba de ella. Mi abuela envió antes a
alguien para que limpiaran el salón, que era donde había sucedido. Supongo
que no quería que yo viese la sangre. Elegí lo que quería llevarme y ese
mismo día lo llevaron a casa.
—¿Te llevaste muchas cosas?
—Su ropa, las pocas joyas que tenía. Bueno, la verdad es que me llevé
todo lo que era suyo y las cosas de decoración que sabía que a ella le
gustaban. Mi abuela lo puso todo en una de las habitaciones que no
usábamos para que lo examinara detenidamente y decidiera lo que quería
conservar.
—¿Te quedaste muchas cosas al final?
—Algunas cosas: sus novelas, sus discos, su costurero —dijo
sonriendo.
—¿Su costurero?
—Sean, sé hacer todo lo que sabe hacer una buena ama de casa. Mi
abuela se ocupó de ello.
—Entonces, eres la mujercita perfecta —dijo él sonriéndole.
—Sí, lo soy.
—Volvamos a casa.
Entraron en el salón y se sentaron en el sofá.
—¿Cuándo murió tu abuela?
—Hace cinco años.
—Háblame del problema que tienes con los hombres.
—Cuando fui creciendo me di cuenta de que no confiaba en los
hombres, y mucho menos en el matrimonio. Lo asociaba con mi padrastro.
Para mí lo que había ocurrido en casa era lo normal, porque era lo único
que conocía. Mas tarde supe que estaba equivocada, pero mi cerebro no
quería asimilarlo. Me parecía extraño que las mujeres desearan tener novio
y casarse. Para mí, la imagen de tener un marido era terrorífica. Perdí a mi
madre cuando tenía doce años y, desde entonces, los hombres han estado de
más para mí. Me perdí la infancia y la adolescencia. Fui el bicho del colegio
y luego del instituto, era tímida, introvertida y, por supuesto, evitaba
relacionarme con chicos. Me llevaba bien con una de mis compañeras de
clase, pero cuando empezó a interesarse por los chicos evitaba verla. Ahora
ya sabes lo que sucedió. Y es la razón de que nunca haya podido ni querido
relacionarme con ningún chico, y más tarde, con ningún hombre. De hecho,
he saboteado cualquier relación que pudiera haber tenido, con éxito —dijo
ella sonriendo.
—Doy gracias por ello.
—Supongo que mi mente da por hecho que me maltratarán, abusarán
de mí, me insultarán, y me impedirán hacer lo que quiero.
—Espero que no pienses que yo pueda hacer algo así —dijo
acariciándole un mechón de pelo.
—No, no lo pienso. Me ha llevado muchos años, pero ahora puedo
distinguir la realidad. No son la mayoría de los hombres o mujeres los que
maltratan a sus parejas, sino una pequeña minoría. Tú me has ayudado a
comprenderlo. Eres una buena persona.
—Gracias. ¿Cuándo empezaste a ir al psiquiatra?
—Tan pronto me fui a vivir con mi abuela. Me llevó mi capitán. Al
principio iba cada semana, pero un tiempo después iba una vez al mes. Sigo
yendo cada mes.
—Entonces, ¿crees que todos tus problemas han terminado?
—No estoy segura, pero no me he alterado las veces que me has
besado o acariciado. Quiero decir en el mal sentido, me he alterado por
otras razones.
—Entiendo. Siempre podrás confiar en mí.
Abby inspiró profundamente y, como cada vez que él la miraba con
esos increíbles ojos verdes, se tranquilizó.
—¿Crees que, después de hablarme del pasado, es muy precipitado
que te bese?
—Sean, lo estoy deseando.
Antes de que ella pudiera decir nada, la elevó sin ningún esfuerzo y la
sentó en su regazo. Sean la rodeó con sus brazos. Sentía la tensión de ella.
Pero solo fue un instante. Su abrazo la hizo sentirse protegida.
Sean le rodeó la nuca con las manos y la acercó a él. La besó con
delicadeza, pero con firmeza. Sus besos eran asombrosos. En solo unos
segundos, Abby estaba excitada. Pensó que eso era algo peligroso, porque
besos como los de ese hombre podían nublarle la mente y conseguir que se
olvidara de todo.
Sean fue recorriendo con la lengua su mandíbula, deslizándola luego
por su cuello, como si estuviera degustando lentamente un plato exquisito.
Antes de que Abby pudiera protestar, Sean la besó de nuevo. En esa ocasión
no fue tan suave, empleó un ritmo insistente. La estaba tentando y
seduciéndola para que disfrutara del momento.
—Voy a quitarme las sandalias —dijo ella desabrochándolas y
dejándolas en el suelo.
Abby fue empujándolo hasta que Sean quedó tumbado en el sofá, y
ella se colocó sobre él. Sus caderas se encontraron. El placer que estaba
sintiendo por el roce de las caderas de Sean se acumuló en su centro del
placer. Sintió algo tan intenso que el corazón se le desbocó.
Abby se separó un poco para mirarlo, y vio en sus ojos algo peligroso,
pero muy sexy. Y entonces ella lo besó con furia mientras deslizaba los
dedos entre sus cabellos. Segundos después, metía ambas manos por debajo
de su camiseta y lo acariciaba con los dedos, que parecían estar cargados de
electricidad, mientras se deslizaban impacientes, explorando su cuerpo.
Entonces volvió a besarlo.
El deseo y los nervios parecían surgir de ella en oleadas que lo estaban
devastando. Sean apenas podía resistirse a ellas o enfrentarse a nada, en el
momento que la boca de Abby inició el beso. Tendría que haber sabido que
ella lo besaría de aquella forma, pero no estaba preparado para aquella
pasión descontrolada que le estaba consumiendo la cordura. Abby lo estaba
devorando, literalmente. Sean la estrechó entre sus brazos y le devolvió el
beso con el mismo ardor. Le lamió los labios, se los mordió e hizo lo que
quería con esa boca ardiente, suave y carnosa, que estaba hecha para que él
la devorara sin piedad.
Abby se incorporó un poco porque a ambos les faltaba el aire para
respirar. Aspiró el olor del gel de baño de Sean y se le nubló la mente.
Sean deslizaba los labios por su cuello, dándole pequeños besos. Se
apretó más a ella, metiendo los dedos entre sus mechones. Gruñó al sentir
cómo ella frotaba su entrepierna contra su erección.
—Nunca he sentido nada como esto al besar a una mujer —dijo él,
más que nada para distraer a sus pensamientos.
—¿A qué te refieres al decir esto?
—Lo que he sentido al besarte. Y tampoco he perdido nunca el control
como lo pierdo contigo.
—¿Eso es bueno o malo?
—Es bueno, cielo. Supongo que significa que me gustas mucho.
—¿Supones?
—Bueno… Es completamente cierto.
—A mí también me gustas mucho. Y me gusta muchísimo besarte y
que me beses.
—¿Quieres que avancemos un poco más?
—Sí, pero solo un poco —dijo ella.
—De acuerdo. En ese caso, pon tú los límites.
—Vale —dijo sentándose a horcajadas sobre él.
Abby se bajó la cremallera del vestido y deslizó los tirantes por los
brazos. La prenda cayó por su peso hasta detenerse en sus caderas. Sean
miró el sujetador de encaje del color del cielo.
—¿Esos son los límites que has puesto? ¿Quedarte desnuda frente a
mí? Confías mucho en mi autocontrol.
—No estoy desnuda. Y confío plenamente en ti. Me gustó mucho
cómo me acariciaste los pechos.
—¿Me estás diciendo que quieres que vuelva a hacerlo?
—Sí.
—Vale. Vamos a sacarte el vestido para que no se arrugue —dijo
elevando la prenda y sacándosela por la cabeza.
Sean dejó el vestido sobre el respaldo del sofá. Subió las manos hasta
sus pechos y acarició los pezones por encima del encaje del sujetador. Le
gustó el suave estremecimiento que la recorrió cuando la rozó; su
respiración, que se aceleraba por momentos; el sonrojo de sus mejillas; y su
expresión ansiosa.
Él también se sentía alterado y su erección era más que evidente. El
corazón le latía con un ritmo desbocado y la entrepierna le palpitaba. Le era
imposible pensar con claridad. Las manos le temblaban por el esfuerzo que
tenía que hacer para no abalanzarse sobre ella. Pensó que la paciencia y la
destreza que había adquirido con las mujeres iba a serle muy útil en esa
ocasión.
—Eres tan preciosa que me duele mirarte.
—¿Quieres sacarme el sujetador?
—Me encantaría, si es lo que tú también quieres.
—Estoy deseando sentir tus manos sobre mis pechos.
En vez de desabrocharle el sujetador, le sacó los pechos por encima de
la prenda con delicadeza. Los miró, y luego la miró a ella a los ojos.
—Ya te dije, sin verlos, que serían perfectos.
—También dijiste que me gustaría más que me los acariciaras con la
boca que con las manos.
Sean era sexy y seguro de sí mismo. Y, últimanente, cuando estaba con
él, su fuerza de voluntad se evaporaba. ¿Cómo se había atrevido a decirle
eso?, se preguntó ella.
—¿Eso dije? —preguntó él sonriendo.
—Sí.
—Entonces es verdad, porque yo no miento. Lo comprobaremos
luego.
Sean deslizó las yemas de los dedos por los pechos y luego por los
pezones con suma suavidad, sin apartar la mirada del recorrido que hacían
sus dedos. Era como si fueran los primeros pechos que veía en su vida.
Las sensaciones revoloteaban dentro de ella, haciendo que la sangre
hirviera en sus venas. El placer la invadió. Abby movió las caderas,
haciendo que sus sexos se frotaran y ambos gimieron a la vez. Los pezones
se le pusieron duros como piedras.
Que él la tocase con esa paciencia y suavidad, que la besara una y otra
vez con tanta ternura, la tenía alucinada.
Sean le desabrochó el sujetador y se lo sacó. Luego la cogió de la
cintura, la elevó y la tumbó sobre el sofá. A continuación se colocó sobre
ella, con los antebrazos apoyados a ambos lados de su cuerpo. La miró a los
ojos, y luego la besó con desesperación. El contacto de sus bocas desató los
sentidos de Abby y gimió.
Sean se incorporó y deslizó de nuevo los dedos por encima de los
pezones. A Abby se le dispararon las hormonas y la piel le ardía por donde
pasaban los dedos de él.
Sean se inclinó y lamió un pezón dolorido y luego el otro. Y Abby
volvió a gemir. Fue dando pequeños besos por sus pechos. No se había
afeitado desde el día anterior y la barba incipiente le rozaba la tierna piel,
mientras su lengua rodeaba un pezón y lo lamía a continuación. Volvió a
besarla, con un beso interminable que casi le hizo perder la razón.
Sean atrapó un pezón entre los dientes. Después de dejarlo húmedo y
ansioso, se deslizó hacia el otro para saborearlo y lo devoró, haciendo que
ella soltara un gemido de placer.
Los labios, los dientes y la lengua en sus pezones provocó en Abby
una ola de calor en su abdomen por el deseo y no pudo evitar arquear las
caderas de forma instintiva para sentir más cerca la polla de él en su sexo.
Sean deslizó los labios por sus costados y por el estómago y volvió a
sus pechos. Se incorporó para volver a besarla de manera desesperada,
mientras seguía acariciándole el pecho con una mano. Luego, con su boca
cálida y húmeda, siguió jugueteando con un pezón mientras pellizcaba el
otro.
Abby metió las manos por debajo de su camiseta y lo sujetó
fuertemente de los costados para poder afrontar el torbellino de sensaciones
que revoloteaban en su interior adueñándose de ella. Se sentía
completamente abrumada. Ese hombre conseguía que le ardiera la piel por
donde pasaban sus dedos o sus labios. Gimió de nuevo, con la respiración
entrecortada, cuando Sean le mordió un pezón y luego el otro. Todo su
cuerpo se tensó. La sangre caliente comenzó a desplazarse bajo su piel.
Como si él lo hubiese percibido, la llevó a lo más alto y dejó que aquella
ansiedad se desatara de golpe. Abby cayó en picado sin poder evitar los
espasmos que invadían su cuerpo y estuvo a punto de perder el sentido. El
orgasmo fue tan intenso que se deslizó desde la punta de los pies, pasando
por sus piernas y estallando en su centro del placer, para extenderse después
a su mente y a su corazón.
—Esto no tiene nada que ver con el placer en solitario. ¡Oh, Dios mío!
No sé cómo he podido decir algo así —dijo ella al darse cuenta de que lo
había dicho en voz alta.
Sean se rio al verla tan ruborizada.
—Estaré disponible para cuando quieras repetir.
—Sean, ha sido fantástico.
—Yo también he disfrutado.
—No pensé que fuera posible tener un orgasmo solo acariciándome los
pechos.
—No todas las mujeres lo consiguen. Pero tú eres muy receptiva.
—¿Puedo tocarte?
—Puedes hacer conmigo todo lo que quieras, cielo. Soy todo tuyo.
—Yo estoy prácticamente desnuda y tú estás completamente vestido.
Quítate la camiseta.
Sean lo hizo. Ella le miró el torso mordiéndose el labio inferior y Sean
se sintió tan bien en ese instante que volvió a besarla.
Abby le acarició el torso con suavidad.
—Me gusta mucho que me toques —le susurró él al oído.
Abby sintió un escalofrío que le bajaba por la columna vertebral y se
centró en su sexo.
Sean la miró. Esa mujer lo tenía cautivado con su belleza. Tenía los
labios hinchados por los besos que habían compartido y el rostro sonrojado.
—La primera vez que te vi pensé que eras preciosa. Pero en este
instante estás absolutamente deslumbrante.
Abby lo observó. Él la miraba con esos ojos verdes, del color de las
profundidades del mar. Ese comentario y su mirada intensa hicieron que su
rubor se acentuara.
Abby elevó las manos hasta sus hombros, anchos y fuertes. Metió los
dedos entre sus cabellos. Luego las deslizó por sus hombros y descendió
por los brazos y los antebrazos.
Sean tuvo que esforzarse para que no se notara el escalofrío que lo
invadió. Y sorprendido de que un gesto tan sencillo de sus dedos pudiera
ser tan sumamente excitante. No podía entender la capacidad que tenía esa
mujer para que su cuerpo se alterara con una caricia y lo más gracioso de
todo era, que ella no era consciente de ello. Esa mezcla de picardía e
inseguridad la hacía encantadora.
Las manos de Abby se movían con delicadeza y puede que algo
temerosas, pero por allí por donde pasaban conseguían que los músculos de
Sean se le tensaran y el vello se le erizara.
—¿Cuánto tiempo hace que no estás con una mujer?
—Demasiado —dijo él sonriendo.
—Quiero tocarte. Sácate el pantalón.
—No hace falta, cielo.
—Quiero hacerlo. Has hecho que me corra y quiero devolverte el
favor.
—No me debes nada.
—Quiero hacerlo —repitió ella de manera firme.
—De acuerdo. Pero mejor vamos al dormitorio. Tan pronto me toques
me voy a correr y no quiero que el sofá quede hecho un asco —dijo él
levantándose.
—Vale —añadió ella levantándose tras él y poniéndose el vestido,
aunque no se abrochó la cremallera. Cogió el sujetador antes de salir.
—Este va a ser un paso importante para ti —dijo él dedicándole una
preciosa sonrisa mientras subían la escalera.
—Lo sé.
—Sácate el vestido —dijo él cuando entraron en el dormitorio.
Ella lo hizo y se sentó en la cama, apoyada en el cabecero. Sean se
sacó la camiseta y la lanzó sobre una silla. Luego comenzó a desabrocharse
el vaquero bajo la atenta mirada de Abby. Se lo bajó junto con el bóxer. Y
se sentó en el borde de la cama para quitarse los zapatos y todas las prendas
de ropa. Se puso de pie, completamente desnudo y se giró hacia ella. Abby
lo miró de arriba abajo.
—Supongo que eres de esos hombres que las mujeres dicen: está
bueno de cojones.
—Pues no lo sé, cariño, pero con que te guste a ti me vale.
—Es la primera vez que veo un hombre desnudo. Bueno, he visto unos
cuantos, pero eran cadáveres. Y la verdad es que nunca presté atención a
sus cuerpos, solo a los detalles que me interesaban para la investigación.
Abby supuso que algo se había puesto en funcionamiento, algún
magnetismo primitivo. Eso explicaría por qué, mujeres que se consideraban
inteligentes, entregaran sus vidas a los hombres, y con gusto.
—Podría hacerte una felación. No lo he hecho nunca, pero no creo que
sea muy complicado.
—Eso vamos a dejarlo para más adelante —dijo él sonriendo por sus
palabras.
—Pero…
Ella supo que Sean no quería precipitarse. Y sonrió, pensando que era
un hombre excepcional. Si hubiera sido otro ya no sería virgen.
—Pero puedes tocarme —dijo él echándose en la cama.
—Vale. ¿Me diriges tú?
—Sí.
Y Sean lo hizo. Se estremecía al verla tan concentrada con su polla
entre las manos. Le latía el cuerpo con una necesidad casi incontenible por
hundirse en ella. Se dijo una y otra vez que tenía que tranquilizarse. Estaba
echado en la cama, con el cuerpo vibrándole de deseo. Lo que quería era
abrirle las piernas, colocar la polla en su abertura y penetrarla lentamente
hasta llegar al fondo. Quería sentir cómo ella le rodeaba la verga con su
calor.
Sean no duró mucho. Ella había seguido todas sus instrucciones de
cómo le gustaba que lo tocaran. Y tenía que admitir que era una buena
alumna. Unos instantes antes de correrse, él la apartó, dejándola boca arriba
a su lado y eyaculó sobre su vientre.
—Todas las primeras veces de los pasos del sexo las estoy haciendo
contigo —dijo ella sonriéndole, pero ruborizada.
—Y hazte a la idea de que no las harás con nadie más. No te muevas,
vuelvo enseguida.
Sean entró en el baño y volvió poco después con un buen trozo de
papel higiénico y una toalla húmeda. Le limpió en vientre con delicadeza.
Luego fue al baño a dejar la toalla y a lavarse.
—¿Te quedas a dormir? —dijo él cuando regresó, mientras se ponía el
bóxer.
—¿A dormir?
—Sí. No vamos a hacer el amor, si se te ha pasado por la cabeza. Solo
quiero que durmamos juntos. Quiero que te vayas acostumbrando a mi
cama por que, a partir de ahora, vas a pasar mucho tiempo en ella.
—De acuerdo. Llamaré a Mike para decirle que no dormiré en casa.
—Muy bien. Dúchate si quieres, en el armario del baño hay toallas. Y
en los cajones de la derecha del vestidor encontrarás camisetas limpias.
Puedes usar una para dormir. Aunque preferiría que durmieras como estás
ahora.
—Vale.
—Voy a meter tu coche en el garaje.
—Sean, no hace falta.
—No me cuesta nada, y hay espacio. ¿Las llaves están puestas?
—Sí.
—Vuelvo enseguida.
Cuando Sean entró en la habitación unos minutos después ella acababa
de salir de la ducha y estaba envuelta en una toalla. Entonces entró él al
baño a ducharse.
—¿Por qué no te has metido en la cama? —dijo él cuando salió del
baño.
—No sabía en qué lado dormías.
—¿En qué lado duermes tú?
—En el centro.
—Entonces puedes dormir en el centro, la cama es grande.
—Bien —dijo ella sacándose la toalla y metiéndose en la cama
desnuda.
Sean respiró profundamente. Iba a ser una noche muy larga, teniéndola
a ella desnuda a su lado.
—¿Has hablado con Mike? —dijo él sacándose la toalla y metiéndose
en la cama a su lado, también desnudo.
El aroma en ella de su propio gel de baño despertó en él un
sentimiento extraño y desconocido, un sentimiento de posesión. Volvía a
repetirse a sí mismo que Abby era suya. Podía besarla, acariciarla y
abrazarla. Y viendo el comportamiento de ella, no tardaría mucho en
hacerla suya, en todos los sentidos.
—Sí. Ha alucinado cuando le he dicho que iba a pasar la noche en tu
casa y en tu cama. La verdad es que estaba contento.
—¿Y tú? ¿Estás contenta?
—Sí. Porque he avanzado muchísimo en muy poco tiempo. Mi
psiquiatra se va a alegrar. Lleva mucho tiempo diciéndome que acepte salir
contigo, y al fin, lo ha conseguido.
Sean se puso de lado para mirarla.
—Lo he pasado muy bien esta noche.
—Yo también, a pesar del mal rato que he pasado hablándote de mi
pasado.
—No entiendo por qué no me lo contaste antes.
—Tenía miedo de que me rechazaras después de saberlo.
—¿Rechazarte? Cariño, me siento muy orgulloso de ti.
—Gracias.
—Mañana tengo que ir a jugar un partido antes de las nueve. No hace
falta que tú te levantes temprano. Puedes quedarte en la cama y cuando te
despiertes desayunas con tranquilidad.
—Sean, yo me levanto temprano, incluso los fines de semana. Nos
marcharemos juntos y desayunaré en casa con Mike. Estará ansioso porque
le cuente lo que ha pasado esta noche.
—¿Sueles contárselo todo?
—Sí. Aunque claro, hasta ahora no ha habido mucho que contar. De
todas formas, no voy a entrar en detalles.
—Vale. Después del partido iré a ducharme y te recogeré.
—Puedo ir yo sola.
—Hoy nos reuniremos en casa de Logan, y no sabes donde vive. Hoy
quiero que salgamos a cenar. Así que te traeré a casa para que te cambies. A
no ser que te lleves ropa y te arregles allí.
—Bien. Pero prefiero cambiarme en casa.
—No hay problema.
Estuvieron hablando de una cosa y otra para ir conociéndose.
—¿Has intimado con muchas mujeres?
Sean la miró sonriendo.
—Las mujeres son distracciones con las que los hombres nos
encontramos. Y, podría decir que yo he prestado atención a cada una de
ellas.
—Eso quiere decir que son muchas. Y supongo que los hombres
también sois distracciones para ellas.
—Por supuesto que sí.
—Por cómo has actuado conmigo, apuesto a que has prestado mucha
atención.
—No puedo decir lo contrario. He disfrutado de ellas, y ellas han
disfrutado de mí. ¿Te molesta?
—Para nada. Si yo no hubiera tenido este problema en mi infancia,
apuesto a que habría dejado de ser virgen hace muchos años.
—Me gusta que seas virgen.
Poco después estaban el uno junto al otro. Abby estaba acurrucada
contra el cuerpo cálido de Sean y rodeada por sus brazos, que la hacían
sentir completamente segura. Se sentía feliz a su lado. Dejó que su cuerpo y
su mente se relajaran, hundiéndose en aquella calma que él le
proporcionaba.
Capítulo 21
Sean y Abby fueron los últimos en llegar a casa de Logan y Kate. Todo el
grupo estaba en la piscina cuando llegaron. Después de saludarlos fueron a
la casa a ponerse el bañador. Sean la cogió de la mano mientras subían la
escalera. La había notado nerviosa y quería que se tranquilizara. Pero en
vez de eso, el contacto de sus manos provocó de repente una reacción en
cadena que les fue imposible frenar.
Nada más entrar en la habitación Abby se abalanzó sobre él para
besarlo. Sean ya debería estar acostumbrado a los arrebatos de pasión de
ella, pero volvió a cogerlo por sorpresa. La rodeó con sus brazos y le
devolvió el beso. Un calor intenso la invadió y fluyó a través de ella. Desde
ese momento no existió nada, excepto él.
—Me vuelves loco, cielo.
—¿De quién es esta habitación?
—Mía, pero a partir de ahora, nuestra.
Después de cambiarse se reunieron con los amigos. Delaney se acercó
a Abby y le dio una cerveza.
—Vaya, me ofreces la cerveza en la lata y, además, también estás
bebiendo de una. Pensaba que tú no bebías en nada que no fuera una copa
rodeada de piedras preciosas —dijo ella cogiendo la lata.
—¿Estás juguetona hoy? —preguntó él tirándole del pelo—.
Bienvenida al grupo.
—Muchas gracias.
—Todos estamos muy contentos de que te unas a nosotros —dijo el
padre de Delaney.
—Muchas gracias, Patrick.
—Me alegro mucho de que tenerte aquí —añadió Louise.
—Gracias.
Todos se acercaron a ella para abrazarla. Luego, Abby se acercó a la
piscina pequeña para hablar con los niños de todos, que se estaban bañando
bajo la estricta supervisión de Jack.
—Hola, Jack.
—Hola, Abby. ¿Va todo bien?
—Sí, genial.
Abby estuvo hablando con Brianna, la hija mayor de Delaney. Era una
niña preciosa y muy inteligente. La niña le preguntó qué era de su tío Sean,
y se puso contenta al decirle que era su novia.
Poco después las mujeres estaban juntas. Los hombres estaban con los
niños. Sean estaba con Gillian, la hija pequeña de su hermano, que aún no
tenía un año. Parecía un hombre enorme, acuclillado con la pequeña en
brazos. Parecía demasiado masculino con los niños a su alrededor. Y era tan
fuerte y atlético. Abby pensó que era un hombre deslumbrante.
—Tienes un cuerpo impresionante —le dijo Tess a Abby.
—Tampoco exageres.
—Tess tiene razón —añadió Lauren.
—Mike me obliga a hacer ejercicio cada día antes de cenar. Y es
bastante exigente. A veces me pregunto por qué le hago caso. Os aseguro
que a veces no me apetece en absoluto entrar en el gimnasio.
—Supongo que lo haces porque es bueno para ti y porque necesitas
estar en forma para tu trabajo —dijo Louise.
—En eso no te equivocas. Cuando alguna vez le digo a mi compañero
que ese día no me apetece hacer ejercicio me dice que él tiene que confiar
en mí para que le cubra la espalda cada día, y con eso me convence. Y he de
admitir que cuando me miro al espejo no me encuentro nada mal. De todas
formas hacer ejercicio junto a un hombre musculoso con pantalón corto y
camiseta es un aliciente.
—Y que lo digas —dijo Ellie—. Yo a veces voy al gimnasio de casa
cuando mi marido está haciendo ejercicio, y solo verlo es un regalo para la
vista.
Un rato después Sean estaba de pie hablando con su hermano. Abby
los estaba mirando. El sol se posó sobre sus rostros y el color de sus ojos
parecía más intenso y los mechones de sus cabellos parecían dorados.
Sean se dio cuenta de que los miraba y la miró a su vez. Solo fue un
instante, pero a Abby se le cortó la respiración. Jamás habría pensado que
pudiera excitarse al sentir los ojos de Sean sobre su cuerpo casi desnudo y,
por darse cuenta de cómo el deseo le ensombreció la mirada en solo unos
segundos. Él le sonrió y Abby se ruborizó. Sean pensó que esa mujer era
inocente y pura como la miel. Y era suya, se dijo de nuevo.
—Vaya, te ruborizas solo con que Sean te mire —dijo Ellie a Abby.
—Sí, tiene ese poder sobre mí —dijo Abby sonriéndole—. Es un
hombre perfecto. Si hubiese tenido la oportunidad de diseñar un hombre del
que pudiera enamorarme, sin duda, habría sido él.
—Parece que te gusta mucho —dijo Lauren.
—¿Crees que habrá alguna mujer a quien no le guste?
—No, Sean es una maravilla.
—Eso pienso yo también. Aunque podría decirse lo mismo del resto de
los hombres que lo acompañan.
—Y que lo digas —dijo Kate.
Unos minutos después los hombres se acercaron y estuvieron hablando
con ellas.
Abby pensó que todos ellos, sin excepción, venían con el flirteo
incorporado, que estaba integrado su persona. Incluido Patrick Stanford. Lo
hacían tan bien que ella no sabía cómo reaccionar. Pero cuando era Sean
quien coqueteaba con ella, algo en su mirada, o puede que en su voz,
conectaba directamente con el rubor de sus mejillas.
—Vamos a ir preparando la barbacoa —dijo Logan.
—¿Tenéis hambre ya? —preguntó Nathan.
—Yo no tengo mucha, me he hinchado a comer cacahuetes —dijo
Tess.
—Hemos comido todas —dijo Ellie.
—No importa que hayamos comido. Teniendo en cuenta que siempre
tardáis un montón, cuando la carne y la verduras estén listas, estaremos
hambrientas —añadió Kate.
Los hombres se dirigieron hacia la barbacoa, excepto Patrick, que
siguió sentado sobre la tumbona ojeando el periódico.
Veinte minutos después Abby vio a Sean acercarse hacia donde
estaban ellas. Lo miró con una resplandeciente sonrisa. Una sonrisa capaz
de nublar la luz del sol. Abby era sensible a los encantos ajenos, y ese
hombre, que se acercaba a ella caminando de la manera más natural, los
reunía todos.
Cuando llegó hasta ella se apoyó a ambos lados de la hamaca donde
estaba echada y se inclinó para besarla. Y no ligeramente en los labios.
—Eres lo más bonito que he visto en mi vida —le dijo al oído después
de besarla—. Voy a la casa a por unas cervezas.
Abby se sintió aturdida al estar presente la madre de Sean.
—Vaya, parece que a Sean también le gustas mucho tú —dijo Lauren.
—Eso espero —dijo Abby—. Siempre había intuido que Sean sería
cariñoso y divertido, cosas que ya he comprobado. Pero lo que no sabía era
que sería un hombre asombroso.
—Esa palabra lo define muy bien —dijo Tess.
—Yo creo que hemos tenido suerte con nuestros hombres —dijo Ellie.
—Desde luego que sí —añadió Kate.
—Todos son asombrosos —dijo Louise, acariciando el brazo de su
marido.
Patrick cogió la mano de su mujer y se la llevó a los labios para
besarla.
—¿Alguien sabe por qué se requiere de cinco hombres para hacer una
barbacoa? —preguntó Abby poco después mirando al grupo de hombres.
—Uno se encarga de poner la carne, los chorizos y las verduras en la
parrilla —dijo Tess.
—Otro es el encargado de que las brasas estén siempre en su punto —
dijo Lauren.
—Otro es quien le da vueltas a la carne —dijo Ellie.
—Otro se encarga de que no les falten cervezas —añadió Kate.
—Parece que ya están ocupados todos los trabajos. ¿A qué se dedica el
quinto? —preguntó Abby.
—Es quien controla todo el proceso —dijo Louise.
—Apuesto a que ese es tu hijo mayor, porque no parece que esté
haciendo nada.
Todas se rieron, al igual que Patrick.
—El pobre no sabe cocinar —dijo Louise.
—¿Dices el pobre? Cuando me enteré de que no era millonario sino
billonario me sorprendió. Pero me quedé alucinada al descubrir la
definición de billonario, porque nunca me había molestado en averiguarlo.
¿Para qué iba a hacerlo, si nunca iba a utilizar la palabra? —dijo Abby
sonriendo—. ¿Quién tiene más de mil millones?
—Al parecer mi hijo —dijo Patrick.
—Parece que las cosas te van bien con Abby —dijo Delaney a su
hermano.
—Sí, muy bien. Hemos avanzado mucho. Parece que sus problemas
van desapareciendo, y creo que a marchas forzadas.
—¿Estás presionándola?
—¿Presionándola? ¡Por supuesto que no! Es ella quien me presiona a
mí. Podría haberle hecho el amor hace días, pero no quiero precipitarme.
Aunque me lo está poniendo muy difícil —dijo Sean sonriéndole.
—Al final va a ser cierta la teoría de Tess sobre todas las mujeres de
nuestro grupo. Porque Abby también es virgen —dijo Carter.
—Sí, es cierto.
—¿Cómo es posible que hayamos dado con cinco vírgenes? —
preguntó Nathan.
—No me extrañaría que fueran las únicas cinco vírgenes, mayores de
veinticinco años, de Nueva York —añadió Carter.
Todos se rieron.
—A veces me paro a pensar en lo que le sucedió en el pasado. Fue
algo terrible. Supongo que todos estáis al corriente —dijo Sean.
—Sí, nos lo dijo Delaney —dijo Logan.
—No me extraña que le esté costando tanto superar, lo que le pasó —
añadió Carter.
—Vivió en un infierno hasta los doce años, sufriendo por ella y por su
madre, mientras yo lo tenía todo y ninguna preocupación. La vida no es
justa.
—Desde luego que no es justa —dijo Delaney.
—De hecho, ninguna de nuestras mujeres ha tenido una vida fácil —
dijo Nathan.
—Es cierto.
—Pero debes pensar en esto, Sean: los dos estáis aquí, juntos —añadió
Logan.
—Tienes razón.
—Y tú la compensarás por todo lo que ha sufrido —dijo Carter.
—Desde luego que voy a hacerlo. Sé que es una mujer complicada,
aunque eso es lo que la hace interesante. Me siento muy atraído por ella. En
Abby no hay nada corriente. Es una mujer especial. Tan especial como
vuestras mujeres. ¿Sabéis? Ninguna mujer ha sido capaz de excitarme como
lo hace ella, y sin proponérselo.
—A todos nos ha pasado lo mismo —dijo Delaney.
—Me pregunto si el enloquecedor deseo que siento por ella
desaparecerá cuando hagamos el amor.
—Te adelanto que eso no va a suceder, yo deseo a mi mujer igual o
más que al principio —dijo Nathan.
Todos le dieron la razón.
—Luego te enviaré el audio que grabé cuando Abby me habló de su
pasado —dijo Delaney en un momento que Sean y él se quedaron a solas.
—Abby ya me lo ha contado.
—Lo sé. Pero quiero que escuches lo que me dijo de ti.
—Vale.
Entre todas las mujeres le dieron la comida a los pequeños y luego los
acostaron a dormir la siesta. Abby se quedó en la piscina. Sean se acercó a
ella y le ofreció la cerveza que llevaba en la mano. La expresión que tenía
en los ojos cuando le dio la lata hizo que ella se sonrojara y se le acelerara
el corazón. Sean era un hombre cuyo magnífico físico no podía pasar
desapercibido. Si a eso se le añadía la generosidad de su carácter y lo
protector que se mostraba con la gente que le importaba, hacía que fuese un
hombre irresistible.
Comieron en la mesa del jardín y Cath y Jack les acompañaron.
—He estado pensando en algo —dijo Delaney.
—¿No me dijiste que los fines de semana no querías pensar en nada?
—le dijo su mujer.
—Cielo, me refería al trabajo —dijo él cogiéndola del pelo y
acercándola a él para besarla en los labios—. Esto no tiene nada que ver.
—¿Y en qué has estado pensando? —preguntó Lauren.
—Bueno. Parece ser que el círculo de amigos se está cerrando. Aunque
yo diría que ya está cerrado. Sean era el último que quedaba sin pareja, pero
eso ha cambiado.
—Delaney, no te precipites —dijo Abby.
—Cariño, ya no tienes escapatoria. Sean no te va a dejar escapar, y
nosotros tampoco —dijo él sonriéndole.
—Ya te dije que mi hermano era un controlador —dijo Sean cuando
Abby lo miró.
—Y ya que todos tenemos pareja y vamos a hacerlo todo juntos, me
gustaría que hiciéramos todo lo que hemos hecho con cada una de las
mujeres que han ido uniéndose a nuestro grupo.
—¿A qué te refieres? —le preguntó Tess.
—Tenemos que ir al rancho a ver a Fred, para que conozca a Abby y lo
pondremos al corriente de todo. Él es parte de la familia.
—¿Quién es Fred? —preguntó Abby.
—Fred es mi abuelo —dijo Lauren.
—Vale.
—Iremos el fin de semana que queráis, ya sabéis que a él le gusta
tenernos allí. Por cierto, Abby, el martes es el cumpleaños de mi marido. A
partir de ahora tendrás que venir a todos los cumpleaños. ¿Crees que podrás
arreglarlo para venir a cenar? —le preguntó Lauren.
—Supongo que sí.
—Dile a Mike que venga contigo —añadió Nathan.
—Se lo diré.
—También quiero que vayamos a nuestra casa de la playa —siguió
diciendo Delaney—. Para salir a pescar con el barco. Quiero que Abby vea
la casa y disfrute allí de un fin de semana. Y esa vez iremos sin niños.
—Estupendo. Siempre lo pasamos muy bien cuando vamos a pescar —
dijo Ellie.
—Supongo que podrás disponer de todo un fin de semana —dijo
Delaney a Abby.
—Sí, podré arreglarlo, si me lo decís con tiempo.
—Lo haremos. Además, quiero que vayamos de acampada. Ryan
vendrá en unos días y apuesto a que le gustará acompañarnos. Y así
tendremos otro médico, por si sucede algo.
—Vaya, Delaney, parece que quieres hacer muchas cosas —dijo Kate.
—Sí, es verdad. Aunque, ahora que lo pienso, deberíamos poner lo de
la acampada lo primero de la lista, para que tengamos buen tiempo, así
podremos bañarnos.
—Tienes razón —dijo su mujer.
—¿Sabes cuándo llega Ryan? —preguntó Carter.
—Si no cambia de parecer llegará el miércoles por la mañana. Abby,
¿crees que podrás tomarte unos días libres?
—Teniendo en cuenta que desde que trabajo en la jefatura nunca he
cogido vacaciones, yo creo que sí.
—Estupendo. ¿Creéis que podremos organizarlo para salir el jueves
por la tarde? Abby y Carter son los únicos que tienen que decirlo en el
trabajo. Así que decírnoslo cuando lo tengáis resuelto para organizarlo todo.
Podemos volver el miércoles de la semana siguiente.
—Eso son seis días —dijo Abby.
—¿Podrás arreglarlo?
—Supongo que sí.
—Mi cumpleaños es el día cuatro del próximo mes y estaremos en la
acampada. No podré tener una tarta. Pero no importa. Prepararé un
bizcocho y pondré las velas encima. Me encanta ir de acampada —dijo
Ellie.
—Siempre podemos celebrarlo de nuevo cuando volvamos —le dijo su
marido.
—Sí, es cierto.
—¿Nos llevaremos a los niños? —preguntó Logan.
—Creo que deberíamos dejarlos en casa —dijo Carter—. Algunos son
muy pequeños y estaríamos todo el día liados con ellos.
—Yo también pienso lo mismo —dijo Delaney.
—¿No hay nada más que quieras hacer para impresionar a Abby? —
preguntó Tess a su marido sonriéndole.
—Pues, ahora que lo dices, sí hay algo más que quiero que hagamos.
Quiero que vayamos a pasar unos cuantos días a la isla. Pero no hay prisa,
cuando Abby y Carter puedan coger otras vacaciones.
—Delaney, espero que no quieras hacer todas esas cosas por mí —dijo
Abby.
—Pues la verdad es que sí. Pero, de todas formas, a todos nos gusta ir
a todos esos sitios.
—Seguro que a mí también me gustará.
—Abby necesita que la ayudemos en algo —dijo Sean unos minutos
después.
Ella lo miró sin saber de qué hablaba.
—Abby puede contar con nosotros para lo que necesite —dijo
Delaney.
—Gracias —dijo ella—, pero no sé de qué habla Sean.
—Tenemos que enseñarla a bailar porque nunca ha tenido ocasión de ir
a fiestas de etiqueta y nunca ha aprendido.
—Eso está hecho —dijo Nathan—. Puede que otra cosa no se nos dé
bien, pero bailar se nos da a todos de maravilla.
—Podemos enseñarla cualquier sábado o domingo —dijo Logan.
—Lo veremos sobre la marcha —dijo Tess—. Con ellos vas a aprender
enseguida.
—La verdad es que no necesitarías aprender, porque ellos te guiarán de
tal forma que te parecerá que eres una experta —dijo Lauren.
—Pero hay que pensar en la posibilidad de que en alguna fiesta a la
que asistamos tenga que bailar con otros hombres —dijo Carter.
—Tienes razón.
—Pensaréis que soy una paleta.
—Abby, ninguna de nosotras sabía bailar cuando nos casamos. Bueno,
creo que Tess sí —dijo Kate.
—Mi madre me llevó a una escuela de baile para que aprendiera,
quería que cazara a un millonario y saber bailar era parte del plan —dijo
Tess—. Nunca pensé que llegaría a casarme con uno. Aunque mi madre
murió antes de que lo hiciera. Apuesto a que habría estado encantada con
Delaney.
Abby pasó un día fantástico y se divirtió como nunca. Se sentía bien al
tener nuevos amigos. Y uno de ellos era billonario, se dijo sonriendo.
A media tarde, Abby y Sean subieron a cambiarse a la habitación.
Nada más entrar, él cerró la puerta y la puso de espaldas contra la pared.
A Abby empezó a latirle el corazón de forma desbocada. Lo tenía
frente a ella, musculoso, duro y cálido. Se pegó a ella, atrapándola entre la
pared y su cuerpo, como si estuviera prisionera. Se miraron durante unos
segundos, y entonces, Sean se inclinó hacia ella y se apoderó de su boca. La
besó de forma ardiente y profunda. Un beso que la hizo arder en tan solo
unos segundos.
Abby se entregó por completo al beso. Todo lo que tenía en la mente
se esfumó de un plumazo y ella se convirtió en un conjunto de emociones.
La boca de Sean era exigente, y ella se derritió en sus brazos. Cuando él se
separó, Abby estaba ardiendo de deseo.
Ese hombre no era tan inofensivo como parecía. En él había algo
primitivo y peligroso. Ella no sabía lo que era, pero le era imposible
resistirse a él.
—He deseado besarte miles de veces durante todo el día.
—Me has besado una vez.
—Una vez no ha sido suficiente.
—Yo también he deseado besarte, pero soy tímida.
—Conmigo no lo eres.
—No estábamos solos.
—Vale. Voy a ducharme y nos vamos a tu casa. A no ser que quieras
ducharte aquí conmigo.
—No, prefiero hacerlo en casa, así me visto a continuación. Pero sí
voy a sacarme el biquini.
—Bien. No tardaré. Si quieres puedes esperarme bajo cuando te
cambies.
—Te esperaré aquí.
—De acuerdo.
Abby estaba sentada en la butaca que había junto a la ventana. Sean
salió del baño envuelto en una toalla y descalzo. Lo miró de arriba abajo.
Tenía un cuerpo digno de exponer en un anuncio de ropa interior.
Sean sacó un vaquero del armario. Luego cogió de la cómoda un
suéter, un bóxer y unos calcetines. Lo llevó todo a la cama y se quitó la
toalla.
Abby se estremeció. Se cabreó con ella misma por la oleada de
excitación que estaba extendiéndose por su cuerpo. Sentía por él un deseo
tan brutal que pensó que en cualquier momento comenzaría a arder. Respiró
hondo y desvió la mirada hacia la ventana. Mientras ella estaba ocupada
mirando hacia el exterior, él se vistió y se puso unos deportivos.
—Ya estoy.
Abby se volvió para mirarlo. El suéter negro de hilo que llevaba
destacaba sus esculturales hombros y su espectacular torso. Los vaqueros se
adherían a sus poderosos muslos como un sueño. Se quedó embobada
admirando su seductora forma de caminar cuando iba hacia la cómoda para
coger la cartera y el móvil. Estaba completamente segura de que un hombre
que se moviera de esa forma tenía que ser excepcional en la cama. Solo con
sus pensamientos se ruborizó.
—Pues vamos —dijo ella levantándose y cogiendo el bolso.
Mike estaba en casa cuando llegaron y Sean esperó en el salón con él
tomando una copa mientras Abby se duchaba y se vestía. Sean aprovechó
para invitarlo a la cena de cumpleaños de Nathan.
Cuando Abby se reunió con ellos en el salón, le gustó la forma en que
Sean la miró, a pesar de que vestía de manera informal, con vaquero y un
suéter fino rosa.
—Cuando quieras nos vamos —dijo ella.
Sean se levantó.
—¿Vas a salir hoy? —preguntó Abby a su compañero.
—Sí. Y no vendré a dormir.
—Pues entonces te veo mañana.
—Muy bien. Que disfrutéis de la cena.
—Gracias.
—Hasta luego, Mike —dijo Sean.
Salieron de la casa. Sean le abrió la puerta del coche y ella se sentó en
el asiento del copiloto. Él rodeó el vehículo por delante y se sentó a su lado.
—¿Dónde vas a llevarme hoy a cenar? Porque vestimos de manera
informal.
—A un restaurante que le gusta a mi cuñada. No es elegante, pero se
come muy bien. Y ponen comida en cantidad —dijo él sonriéndole.
Salieron de la propiedad y se unieron al tráfico de la calle. Abby lo
miraba de vez en cuando. Conducía con una habilidad increíble, cambiando
de un carril a otro sin aminorar la velocidad, pero de manera segura.
Aparcaron bastante alejados del restaurante, porque al ser sábado,
mucha gente había salido a cenar y no encontraron nada más cerca. Pero
hacía una noche preciosa y fue agradable caminar hasta allí.
Nada más bajar del coche Sean la cogió de la mano y ella sintió de
nuevo el tirón que notaba cada vez que sus manos se unían. Era como una
descarga eléctrica que se deslizaba por su piel bajo la ligera presión de su
pulgar y hacía que la sangre le corriera por las venas a toda velocidad,
calentándolo todo a su paso.
Entraron en el restaurante y Sean le soltó la mano para colocarla en la
parte baja de su espalda. El contacto fue como si la quemara, incluso por
encima de la ropa.
Se sentaron en una de las mesas y le echaron un vistazo a las cartas.
—¿Me aconsejas algo para cenar?
—Cualquier cosa que pidas te gustará.
—Estupendo.
Cuando el camarero se acercó pidieron el vino y la cena. Y poco
después les llevaron el vino y los entrantes. Se pusieron la servilleta en el
regazo y Sean sirvió el vino. Rozaron una copa con la otra.
—Por nuestra segunda cena —dijo Sean.
Ambos tomaron un sorbo de vino. Luego se miraron.
—Me sucede algo extraño contigo —dijo Abby.
—¿A qué te refieres?
—Siento que entre nosotros hay una profunda conexión, que a veces
me deja sin aliento.
—Supongo que eso es parte de lo que te dije sobre que nos estábamos
fusionando.
—Es posible que tengas razón.
—Siempre suelo tener razón.
—Por supuesto que sí. Todo tú eres el sueño de cualquier mujer —dijo
ella mirándolo de forma traviesa—. Hasta antes de conocerte nunca había
pensado que los hombres como tú existieran… fuera de las novelas
románticas.
—Eso es muy halagador.
—No lo he dicho por halagarte, es la verdad. Me atraes mucho
físicamente. Admiro tu forma de ser, tu agudeza. Tú haces que esté siempre
en guardia con tus honestas salidas, y eso me gusta. Ninguno de los
hombres que han intentado salir conmigo han sido honestos. Han tratado de
seducirme con cumplidos vacíos, con sonrisas fingidas, solo para intentar
llevarme a la cama. Pero tú dejaste claro desde el principio que me deseabas
y me lo hiciste saber con absoluta sinceridad.
—Tú también eres siempre sincera. ¿Nunca te has sentido atraída
sexualmente por ningún hombre?
—No voy a decirte que no, porque he deseado a algunos, a pesar de
saber que nunca podría estar con ellos. Pero nunca había sentido un deseo a
este nivel. Y he de decirte que lo que siento por ti me aterra.
Ahí estaba de nuevo su apabullante franqueza, pensó Sean. Esa mujer
desbarataba todas las barreras, que no sabía si podría levantar de nuevo.
Aunque, en realidad, ya no quería hacerlo.
—No creas que eres la única. Yo también me he sentido aterrado.
—¿En serio?
—Sí. Siempre he disfrutado de las mujeres: de su cuerpo; de su
inteligencia, sin importar si era mucha o poca; y de su conversación. Pero si
alguien me hubiera dicho que desearía a una mujer en concreto y quisiera
tenerla a mi lado en todo momento, le habría dicho que desvariaba. Pero
desde que te conozco, no se me ocurre razón alguna para que no sea así.
—Supongo que eso les pasa a todas las parejas.
—Es posible. ¿Tú también deseas pasar todo el tiempo conmigo?
—Me temo que sí —dijo ella sonriéndole—. Lo que me fastidia de
todo esto es que me altere cada vez que estás conmigo, o solo con verte. No
sabes el esfuerzo tan grande que he de hacer para tranquilizarme y poder
pensar con claridad. Cuando te veo es como si estuviera en las nubes.
—Eso es mejor que sentirse como un adolescente.
—¿Te sientes como un adolescente?
—Sí. Contigo no me reconozco. Me porto como si fuera un novato con
las mujeres, y actúo de forma torpe y descontrolada.
—No puedo asegurarlo porque no tengo experiencia, pero creo que
eres muy hábil tratándome a mí.
Los labios de Sean, que seguramente podrían dejar sin sentido a
cualquier mujer, esbozaron una sensual y descarada sonrisa.
—¿Crees que dos corazones puedan mutuamente reconocerse? —
preguntó él.
—Una forma un poco enrevesada de expresarlo. Supongo que te
refieres al amor.
—Sí. Yo creo que dos personas pueden atraerse nada más verse. Que
haya química entre ellos.
—Como la que hay entre nosotros —dijo Abby.
—Sí, como esa. Pero el amor es algo diferente.
—¿No crees en el amor?
—Por supuesto que creo. La muestra está en todos nuestros amigos, en
mi hermano y su mujer y en mis padres. El amor es algo más que deseo.
—Estoy totalmente de acuerdo contigo.
El camarero se acercó para retirar los platos de los entrantes. Luego les
llevó el plato principal y les sirvió más vino.
—Eres una mujer preciosa, ingeniosa y valiente. Podría dedicarte
muchos más adjetivos que encajarían perfectamente contigo. Pero tu
inteligencia fue lo que hizo que comenzara a enamorarme de ti. Y es
sorprendente, porque jamás me importó el coeficiente intelectual de las
mujeres con las que salí.
Abby intentó serenarse y controlar los nervios que tenía en tensión
desde que había escuchado que comenzara a enamorarme.
—Me cogió por sorpresa darme cuenta de que estaba enamorado de ti.
Tú eres lo que he estado esperando toda la vida, y lo que he querido
siempre. Al principio pensé que no me enamoraría. Me parecías fascinante,
pero no sabía que pudieras llegar a gustarme tanto. Y no creas que me
gustas solo por tu físico. Me gusta todo lo que eres y como haces que me
sienta cuando estoy contigo. Eso no quiere decir que no me pregunte una y
otra vez cuándo voy a poder hacerte mía.
—Perdona, ¿qué has dicho?
—Que me pregunto, una y otra vez, cuándo voy a poder hacerte mía
—repitió él.
—No me refiero a eso sino a lo que has dicho antes.
—¿No has escuchado nada de lo que te he dicho?
—Lo he escuchado todo.
—Entonces, supongo que lo que ocurre es que no estás segura de que
lo que te he dicho sea cierto —dijo él sonriendo—. Te quiero, cielo. Te
aseguro que me he dicho muchas veces a mí mismo que eso no podía ser,
puede que por ignorancia o por miedo, pero he pasado muchas noches en
vela pensando en ello, y no me equivoco. Estoy loco por ti.
—Eso es lo que menos esperaba de ti. Y, ya que lo has dicho, yo
también voy a ser muy sincera contigo.
—Perfecto.
—Cuando me miraste por primera vez arruinaste mi estable y vacía
existencia. Porque todo tuvo sentido al verte. En el instante en que nuestras
miradas se cruzaron supe la razón de que ningún hombre me hubiera atraído
antes. Porque ninguno de ellos habrían tenido la más mínima oportunidad.
Porque tú eres el único hombre que me completa. No podría imaginar una
vida con un hombre que no fueras tú.
—Oh, Dios mío.
—Sean, estoy enamorada de ti desde que estuviste en coma en el
hospital, y desde entonces, has estado en mi corazón.
—¿Estás hablando en serio?
—¿Crees que soy el tipo de mujer que diría todo eso si no fuera cierto?
—No. ¡Oh, Dios mío! —dijo él otra vez—. Sospechaba que yo te
gustaba, pero no que estuvieras enamorada de mí. Entonces, no estaba
equivocado cuando te dije que creía que te habías quedado en el hospital
conmigo porque sentías algo por mí.
—No, no estabas equivocado. Me enamoré de ti poco a poco, cuando
escuchaba a tus amigos y a tu familia hablarte mientras estabas en coma.
Entonces supe que eras un hombre maravilloso.
—No sabes lo feliz que me has hecho.
—Y tú a mí.
—Y si estabas enamorada de mí, ¿por qué no querías salir conmigo?
—Por dos razones. Primera, porque me dejaste claro que me deseabas
y querías acostarte conmigo. Y segunda, porque sabía que yo no podría
estar con un hombre. Jamás pensé que un hombre como tú pudiera
quererme.
—Podría decirte lo mismo. Aunque esto no cambia nada entre
nosotros… de momento.
—¿De qué hablas?
—De sexo. Vamos a seguir yendo despacio. Hasta que te sientas
segura conmigo y quieras dar otro paso.
—Me siento muy segura contigo. De todas formas, no debemos
precipitarnos. Y no me refiero a sexo. Quiero decir que debemos pensar
detenidamente sobre lo que sentimos el uno por el otro, y lo que deberíamos
hacer.
—Me da la impresión de que siempre has tenido muy presente lo que
está bien o está mal. Me parece una cualidad sobresaliente, pero al mismo
tiempo, aterradora. Cariño, no tienes que preocuparte tanto por las reglas.
Yo te quiero, y eso no va a cambiar.
—Yo también te quiero, muchísimo. De acuerdo, lo iremos viendo
sobre la marcha.
Abby miraba a Sean mientras le pedía el postre al camarero. Había
encontrado a un hombre que la quería. Tendría un futuro con él. Una nueva
vida. Un nuevo comienzo, pensó.
—¿Sabes? No es la primera vez que me doy cuenta de ello, pero tienes
una forma muy halagadora de mirarme. Haces que sienta que soy el único
hombre que hay en el restaurante, o en cualquier lugar en el que estemos.
—Para mí eres el único.
Sean le cogió la mano por encima de la mesa y se la llevó a los labios
para besarla.
Capítulo 22
Abby invitó a Sean a que entrara en su casa cuando llegaron.
—¿Quieres que veamos una película u otra cosa?
—Si a ti te apetece, por mí está bien.
—¿Quieres tomar algo?
—No, gracias.
—Aunque, no sé si aguantaré mucho despierta. Anoche no pude
dormir demasiado, pensando que hoy iba a pasar el día con vosotros.
—Yo tampoco dormí mucho. Y no por esa razón.
—¿Cuál fue la razón de que no durmieras?
—No podía dejar de pensar en ti.
—Vaya —dijo ella ruborizándose—. ¿Vas a quedarte a dormir?
—Sí, me gustaría.
—¿Tienes mucho interés en ver una película?
—Ninguno. Si empezara a ver una, apuesto a que también me quedaría
dormido.
—¿Quieres que vayamos a mi cuarto? Allí también tengo televisor y
podemos ver algo. O podemos hablar, o… lo que sea. Y si nos dormimos,
ya estaremos en la cama.
—Ese lo que sea me preocupa.
—Te dije que lo dejaría todo en tus manos.
—Sí, es lo que dijiste. Pero no lo has cumplido, porque no dejas de
presionarme, y no soy de piedra.
—Yo no te presiono —dijo ella empezando a subir la escalera con él a
su lado.
—Por supuesto que lo haces.
—Creo que si te pido avanzar es porque estoy preparada para ello. De
todas formas, vuelvo a repetirte que si en algún momento no me siento bien,
te lo diré.
—De acuerdo.
—¿Quieres que te traiga un pijama de Mike? —preguntó ella antes de
que entraran en su habitación.
—¿Te sentiste incómoda anoche porque durmiésemos desnudos?
—No. La verdad es que me sentí muy bien.
—Entonces no necesito pijama. De hecho, yo no suelo dormir con
pijama.
—Vale —dijo ella entrando en el dormitorio. Sean entró tras ella—.
Voy a lavarme los dientes.
Abby salió del baño unos minutos después.
—He dejado sobre el lavabo un cepillo de dientes nuevo.
—Gracias.
—Déjalo luego junto al mío y así lo tendrás aquí por si te quedas a
dormir alguna otra noche.
—Puedes apostar a que lo voy a hacer. Ahora vuelvo —dijo él
entrando en el baño.
Cuando Sean volvió al dormitorio, Abby ya estaba metida en la cama.
Se quitó los deportivos con la ayuda de los pies. Luego se sacó el suéter por
la cabeza. A continuación se desabrochó los botones del vaquero y se lo
bajó junto con el bóxer. Se sentó en el borde de la cama para quitarse el
pantalón.
Sean la miró, preguntándose si el deseo que sentía por ella se aplacaría
con el tiempo. También se preguntaba cómo sería despertarse cada mañana
junto a la mujer a quien quería.
Abrió la cama por el lado que estaba ella. Se echó sobre Abby y apoyó
los antebrazos a ambos lados de ella. Luego se inclinó hacia adelante y la
besó en los labios.
—¡Dios! No sabes cómo te deseo.
Esas palabras hicieron que todas las sensaciones que Abby se había
negado durante toda su vida aparecieran de pronto, recorriéndole el cuerpo.
Hubo un ligero silencio entre los dos.
Sean la miró, respirando profundamente, como si estar allí fuera un
gran esfuerzo para él. Y, en realidad, lo era. Porque quería separarle las
piernas con las suyas y embestirla hasta lo más hondo.
Abby no se acostumbraba al impacto que le producía el rostro de ese
hombre. Aquellos labios perfectamente delineados, para ser a la vez
sensuales y traviesos. A ella le encantaban cuando le sonreían, insinuando
cuánto la deseaba. Sus ojos eran de un verde maravilloso. Pensando de
manera romántica, podría decir que se parecían al verde de las esmeraldas,
pero para ella, últimamente, cuando los miraba solo podía pensar en el sexo.
Sean intentó que la sangre, que en ese momento estaba concentrada en
su polla, volviera a su cerebro. Se esforzaba con ahínco para no pensar que
Abby estaba debajo de su cuerpo, desnuda. Y sin duda estaría notando su
erección.
—No quiero ser una más en tu larga lista de conquistas —dijo ella de
pronto.
—Cariño. En esa lista, ya solo estás tú. Y seguirás estando únicamente
tú.
Abby le acarició las mejillas y la mandíbula, que pinchaba por la barba
incipiente. Luego le acarició los hombros, deslizando las manos hasta sus
bíceps.
—Me encanta tu cuerpo —dijo ella sonriéndole.
—Y a mí el tuyo. Me gusta muchísimo.
—Vestido podrías provocar un infarto en las mujeres. Pero desnudo me
vuelves loca.
—Es difícil acostumbrarse a las cosas que me dices.
—¿Prefieres que no te las diga?
—No, me gusta.
—Estás excitado.
—¿Cómo no voy a estarlo teniéndote debajo?
—Haz algo.
—¿Algo?
—Quiero que me toques, o que me hagas lo que quieras.
Sean sabía que el cuerpo de Abby era pura pasión. Sabía que detrás de
esa timidez, que sin saber la razón con él desaparecía, había una mujer
ardiente y apasionada. Desde que se había dado cuenta de que estaba
enamorado todo le parecía más intenso, y era debido al torbellino
emocional en el que vivía. Quería ir despacio con ella, no apresurarse.
Quería tomarse las cosas como vinieran. Quería disfrutar al máximo de los
momentos que pasaban juntos. Pero, ¡joder! Esa mujer lo presionaba hasta
el límite. Y no es que no quisiera acariciarla, o hacer con ella lo que
quisiera, como Abby acababa de decirle. Sentía la corriente del deseo
recorrer su cuerpo y tenía el pulso acelerado.
Abby lo sujetó de los hombros y lo acercó a ella para besarlo. Lo besó
de forma apasionada y con todo el amor que no había podido dar a nadie
desde que su madre murió, hasta que se olvidó por completo de dónde
estaba. Se olvidó de todo, excepto de Sean y de la necesidad que tenía de él.
Sean le devolvió el beso. Luego se incorporó y fue mordisqueándola
mientras iba deslizándose por su cuello, sus hombros y su clavícula.
—Eres la cosa más bonita que he visto en mi vida —dijo mientras
lamía sus pechos y rodeaba un pezón con la lengua y luego el otro. Se lo
metió en la boca y chupó—. ¿Estoy yendo muy rápido?
—En absoluto.
Sean posó una mano sobre el turgente pecho mientras mordisqueaba el
otro pezón. Lo pellizcó con el pulgar y el índice y ella soltó un gemido.
—Me gustaría comerte entera —dijo él mirándola, antes de descender
por sus costillas y su vientre, besándola y lamiéndola.
Abby se sonrojó al escuchar sus palabras, con esa preciosa voz que
parecía acariciarle la piel de manera sensual. Y por esos ojos verdes, que la
atravesaban y parecía que pudieran ver hasta lo más profundo de su ser.
Sentía en el bajo vientre un calor y una oleada de excitación que se
deslizaba a toda velocidad hasta su centro del placer.
Abby no sabía que podría sentirse placer en las caderas, pero se
humedeció cuando él le mordisqueó una y luego la otra. Con sus caricias,
Sean la estaba llevando al punto donde podría tocar el cielo. Su cuerpo
estaba a punto de estallar. No sabía lo que tenían las manos de ese hombre,
pero cada vez que la tocaban, o simplemente la rozaban, las neuronas se le
fundían. Sean la besó sobre la vulva y luego descendió hasta sus pies.
A él le asombraba la fuerza con que ella conseguía excitarlo, con
simples roces, con la fuerza con que la deseaba, o únicamente con sentir el
calor de su piel cerca de él.
A pesar de lo fuertes que eran sus manos, Abby no pensó en ningún
momento que él pudiera hacerle daño. Hacía días que había comprendido
que Sean no tenía nada que ver con el monstruo de su padrastro. En su
mente solo tenía la excitación expectante que se intensificaba de manera
inevitable y que avanzaba por su piel recorriendo sus terminaciones
nerviosas. Cuando Abby lo notó en sus muslos se le encogieron los
músculos.
—Cielo, déjate llevar por lo que sientes.
Pero Abby no se había tensado por miedo sino porque temía que en
algún momento pudiera dejar de acariciarla.
Los dedos de Sean se deslizaban desde el tobillo hasta la parte interior
del muslo. Rozó ligeramente su sexo con los nudillos de los dedos y gruñó
al notar su humedad.
—Te humedeces rápidamente cuando te acaricio. Eres muy receptiva.
Cuando te enciendes para mí de esa forma, mi cuerpo se descontrola.
Cuando Sean hizo que doblara las rodillas, Abby ya era incapaz de
controlar los temblores que sacudían su cuerpo. Estaba excitada por la
expectativa de lo que imaginaba que pudiera ocurrir, y sentía que su cuerpo
ardía.
Sean le separó las rodillas. Estaba inmóvil, con ese hombre
acariciándola por todas partes. Era casi un extraño, pero se lo permitía.
Esperó sentirse avergonzada por estar expuesta por completo ante él. Pero
cuando Sean metió la cabeza entre sus muslos se olvidó por completo de
todo, disfrutando del dulce calor del placer.
Con Sean estaba experimentando cosas que jamás pensó que pudiera
hacer. Y disfrutaba plenamente de ellas. ¡Dios! Le encantaba tenerlo entre
sus piernas, se dijo sonriendo.
Sean la miró para comprobar si estaba yendo demasiado lejos, pero la
vio tranquila. Vio el brillo de sus ojos color ámbar por la excitación y su
preciosa boca entreabierta. La sangre le rugía en la mente, en el corazón, y
sobre todo, en la polla. Solo podía pensar en hundirse en ella hasta el fondo
y quedarse allí para siempre.
Sean volvió a meter el rostro entre sus piernas y le separó los pliegues
con los dedos. Los músculos del vientre de Abby se contrajeron de tal
forma que pensó que se le había desgarrado alguno de ellos. La barba
incipiente le rozaba el interior de los muslos y, en vez de sentirse mal por
ello, le encantaba la sensación. Y su lengua… ¡Santa madre de Dios! Su
lengua era rápida y avariciosa. La lamía de tal forma que en segundos
estuvo a punto de correrse. El deseo la recorrió desde su centro del placer y
se extendió por todo su cuerpo.
Sean le rodeaba el clítoris, una y otra vez. Notó cómo ella se entregó a
la sensación y deslizó la lengua para introducirla en su vagina.
Abby soltó un grito de placer y lo sujetó del pelo con ambas manos,
gimiendo. Levantó las caderas para que su sexo estuviera más cerca de la
boca de él y separó más las rodillas para que tuviera mejor acceso. Tenía la
respiración acelerada.
A Sean le gustó su calidez, su sabor y su entrega. Y esos gemidos que
salían de su garganta, que hacían que él fuera perdiendo el control poco a
poco. Le gustaba sentir los dedos de ella moviéndose entre sus cabellos, y
eso no hacía más que poner leña al fuego. Sean se incorporó un poco y
metió dos dedos en su interior.
—Cielo, córrete.
Aquella especie de orden, con su voz ronca, fue el estimulante que le
faltaba a Abby para saltar al vacío. Elevó las caderas cuando el latigazo de
placer la alcanzó y no pudo contener el orgasmo que la atravesó. Abby
pronunció su nombre una y otra vez y al escucharla, Sean sintió que el poco
control que le quedaba se esfumaba.
—¡Sean! ¡Oh, Dios mío! Esto es… Yo… ¡Dios!
La sensación que experimentó Sean al dejarla sin palabras le pareció
maravillosa. Sintió una presión en el pecho y una gran satisfacción al darse
cuenta de que ningún hombre la había hecho gemir, ni había conseguido
que sus ojos brillasen de deseo.
Sean se incorporó y la miró. Abby se cubrió los pechos con la sábana.
—No tienes que taparte, cariño. No te imaginas lo preciosa que estás
en estos momentos.
Abby retiró la sábana de su cuerpo, se incorporó y se colocó sobre él.
Sus manos se movieron por su piel rápidas, al igual que sus labios que,
después de ocuparse de su cuello se centraron en su boca. Comenzó a
besarlo con suavidad, moviendo la cabeza para cambiar de ángulo. El beso
fue aumentando la intensidad hasta convertirse en un beso abrasador. Sean
tuvo que sujetarse de la sábana casi sin aliento.
A Abby le gustó escuchar el gemido de sorpresa de él y cómo se le
había acelerado el corazón, que lo sentía junto al suyo.
Sean nunca había conocido a una mujer que lo hubiera hecho
estremecerse. Pero Abby acababa de hacerlo. Nada le había preparado para
la intensidad tan grande de aquel sentimiento.
—Logras sorprenderme cada día —dijo Sean—. No ha estado mal,
tratándose de una principiante. Aunque ya no se puede decir que eres una
novata, porque me has puesto a cien en tan solo unos segundos. Tus besos
son abrasadores.
—Supongo que eso es bueno.
—Es maravilloso.
—De todas formas, veremos si piensas lo mismo cuando te haga una
mamada.
Sean le dedicó una descarada sonrisa. Le brillaban los ojos como si
fuera un niño que acabara de hacer una travesura, si no fuera porque el resto
de él desprendía una sensualidad y un peligro inconfundibles.
Abby cruzó los brazos sobre el pecho de él.
—Eres imprevisible, como el clima de Inglaterra. Nunca sé dónde me
tocarás ni cómo lo harás. Y nunca lo haces de forma correcta, o de la forma
que yo creía que era correcta, sino de una manera deliciosamente incorrecta.
Me refiero a lo que me has hecho con la boca. Y, ¡Dios! Me ha encantado.
—Me alegro mucho.
—Si alguien nos viera así, uno encima del otro, y desnudos, pensaría
que habríamos tenido relaciones sexuales.
—Bueno, lo que hemos hecho está dentro de las relaciones sexuales.
—Quiero decir que pensarían que hemos hecho el amor a menudo.
—Ya llegaremos a eso.
—¿Cuándo?
—Cuando sea el momento adecuado.
—¿Quieres decir ahora?
—No. Ahora voy a enseñarte a hacer una felación.
—Entonces, tal vez luego. O, en cualquier caso, muy pronto.
—Lo organizaremos para un fin de semana.
—¿Siempre haces planes para hacer el amor con una mujer?
—En realidad, nunca he hecho el amor con una mujer. Pero si te
refieres tanto a hacer el amor como a mantener relaciones sexuales, no,
nunca he hecho planes. Pero contigo quiero que sea un momento especial.
—Bien, lo dejaré en tus manos… ya que eres el experto. Pero supongo
que yo también podré tomar alguna decisión, ¿no? Como por ejemplo,
cuándo quiero hacerlo. De todas formas, vamos a centrarnos en la lección
de hoy.
Él la miró sonriendo.
—Esto de tener al mejor como maestro es una gran ventaja.
Sean la cogió de la nuca para que se inclinara y la besó. La besó de tal
forma que a Abby se le olvidó lo que estaba diciendo y su cuerpo se
convirtió en pura gelatina.
—No sabes las ganas que tengo de desvirgarte —dijo él con los labios
pegados a los de ella.
—No lo haces porque no quieres —dijo con una sonrisa traviesa.
—Como bien has dicho, vamos a centrarnos en la lección de hoy.
¿Estás completamente segura de que quieres hacerlo?
—Claro. Quiero hacerlo todo contigo —dijo incorporándose y
poniéndose de rodillas en la cama.
Sean se colocó otra almohada detrás de la cabeza, porque no quería
perderse nada.
Abby empezó a acariciarle el cuello, los hombros y los brazos con las
yemas de los dedos, y luego repitió el recorrido con los labios. A
continuación pasó a sus pectorales y sus abdominales. Le abrió las piernas y
se colocó entre ellas.
Era extraño, siempre que veía a Sean o lo tenía cerca se
intranquilizaba. Sin embargo, cuando se acariciaban estaba completamente
relajada. Admiró su firme y plano abdomen y el estrecho camino de vello
que atravesaba sus increíbles oblicuos y descendía hasta su sexo. Su pecho
estaba formado por suaves lineas de músculos. Su bronceado hacía que los
mechones de pelo se vieran más rubios. Ese hombre rezumaba sensualidad
por cada poro de su piel.
A Sean le gustaba verla aturdida cuando se entretenía mirando su
cuerpo.
Abby se inclinó sobre él para darle decenas de besos en el pecho, en el
estómago, en el vientre, y deslizando luego la lengua por toda su piel. Los
músculos de Sean se iban tensando a medida que ella los rozaba.
—Tu cuerpo es tan duro como el mármol, pero tan suave como un
osito de peluche —dijo levantando la vista para mirarlo—. Me encanta.
Bien, ahora voy al asunto.
—¿Necesitas que te guíe?
—Voy a intentarlo sola —dijo con una descarada sonrisa—. Pero si
hay algo que no haga bien, o te hago daño, o no te gusta, dímelo.
—Vale.
—Voy a guiarme por el instinto. En el trabajo me funciona. Aunque
claro, esto no es lo mismo.
—Muy bien —dijo él riendo.
Abby comenzó a lamerle la polla desde la base hasta la punta. Sean
tenía una erección desde que ella había empezado a acariciarlo, pero al
sentir el tacto de su lengua, su verga se puso dura como el mármol que ella
había mencionado.
Abby le mordisqueó los laterales del miembro, le amasó los testículos
y luego se lo metió en la boca. Sean sintió que unas sensaciones
desgarradoras recorrían su cuerpo. Abby comenzó a subir y a bajar
lentamente, jugueteando con la lengua. La respiración de Sean se aceleró.
Habría jurado que nunca había sentido tanto placer haciéndole una mamada
una mujer.
Abby era apasionada y se entregaba completamente para darle placer.
Lamió, mordisqueó y chupó sin descanso mientras le apretaba los
testículos. Con la otra mano le acarició la tableta que tenía en el abdomen.
—¡Oh, Dios mío! —dijo Sean acariciándole el pelo.
Había estado con mujeres expertas y se preguntaba por qué esa chica,
sin ninguna experiencia, lo excitaba de tal forma que había estado a punto
de correrse, y no solo una vez.
—Cielo, voy a correrme, será mejor que te apartes —dijo Sean poco
después.
—Quiero que te corras en mi boca.
Esas palabras consiguieron que Sean subiera a lo más alto y no pudiera
evitar dejarse llevar. Estuvo mirándola. No la había visto dar arcadas y en
sus gestos no había mostrado asco de ningún tipo. La contempló mientras
lamía la punta de su polla para limpiar el último resto de semen.
—He conseguido que te corras, de manera que no lo habré hecho muy
mal.
—No lo has hecho nada mal. De hecho, podría haberme corrido hace
bastante tiempo. No sé cómo he podido contenerme. Ven aquí. Necesito
besarte.
Abby se tumbó de nuevo sobre él y le ofreció los labios. Se besaron
compartiendo el sabor de la eyaculación. Cuando el beso terminó, Abby
volvió a cruzar los brazos sobre el pecho de él.
—La primera vez que te vi. Bueno, no la primera vez que te vi sino
cuando quedamos para tomar un café después de que salieras del coma.
Cuando entraste por la puerta y te reconocí pensé que eras el dios del sexo.
Sean no pudo evitar reírse.
—Se lo dije a Mike. Y me dijo que tenía que decírtelo, porque te
gustaría saberlo.
—Desde luego que me gusta saberlo. Es muy halagador que pensaras
eso de mí.
—Sigo pensándolo —dijo ella sonriéndole—. Siento una increíble
intimidad contigo. ¿Crees que es normal?
—Supongo que es lo que sucede cuando dos personas están
enamoradas.
—Me preguntó por qué has sido precisamente tú el único hombre al
que desee entregarme. Supongo que eso es el amor. Porque te daría todo lo
que me pidieras. Y lo cierto es que, si lo pienso detenidamente, resulta
aterrador.
—¿Por qué aterrador?
—Porque significa que por amor renunciaría a todo de mí misma.
—Lo que estamos experimentando recientemente no se trata solo de
sexo y de placer. Yo también soy tuyo. Desde hace muchas semanas algo ha
cambiado en mí. No estaba buscando a una mujer, y no tenía intención de
encontrar a una que encajara conmigo. Pero tú lo has hecho. Y, cielo, esto es
un camino sin vuelta atrás.
—Es un milagro haberte encontrado. Que puedas hacerme sentir así.
Que pueda quererte de una forma tan completa y profunda. Y que me
encante el sexo contigo, aunque no hayamos completado el proceso.
—Cuando lo hagamos aún te encantará más —dijo él sonriéndole.
—Estoy convencida de ello. Antes de que hiciéramos todo esto, de que
tuviéramos esta intimidad, pensaba en lo bien que me sentía cuando me
cogías de la mano. En lo agradable que era el tacto de tu piel. En lo firmes y
grandes que eran tus manos. Aquel día que estuvimos en la playa, cuando el
sol brillaba en tu pelo, haciendo que las mechas se vieran doradas, deseé
meter los dedos entre ellas y acariciarlas. Estás muy callado, ¿qué estás
pensando? —dijo Abby recorriendo su rostro con la mirada y deteniéndola
en sus labios.
—En cuándo podré llevarte a mi casa y follarte durante un día entero
sin descanso.
La sonrisa desapareció de los labios de Abby, sorprendida por la
franqueza de Sean. Pero, en vez de preocuparse o avergonzarse por sus
palabras, sintió un estremecimiento de placer que le recorrió todo el cuerpo.
Retiró los brazos del pecho de él y apoyó la mejilla sobre su corazón. Y
Sean los tapó a ambos.
Él no se movió ni un milímetro cuando notó que Abby se había
quedado completamente dormida. Le gustaba tenerla tumbada sobre él.
Disfrutó del ritmo relajado de su respiración, de la calidez y suavidad de su
piel mientras recorría lentamente su espalda y sus brazos con las yemas de
los dedos. Acariciaba sus nalgas con las manos. Le encantaba sentir los
mechones de pelo sobre su pecho. Pensando en todo ello se quedó dormido.
Abby estaba con los ojos cerrados. No estaba segura de si soñaba, pero
se sentía en las nubes. Pronto se dio cuenta de que no era un sueño. Nunca,
jamás había sido tan consciente de su cuerpo. Sentía los latidos de su
corazón, en cada punto de su cuerpo donde Sean la tocaba. La acariciaba de
manera lenta y constante, haciendo que todo su cuerpo latiera.
Abby comenzó a mover las caderas porque necesitaba algo más,
mucho más. Arqueó la espalda y la parte superior de su cuerpo quedó
visible por la tenue luz de las farolas del jardín que entraba por una rendija
de la cortina. Y Sean perdió la respiración por unos segundos al verla.
Deseaba a esa mujer con una urgencia que no había sentido jamás. El deseo
de follarla se apoderó de su sangre. Sus manos volaban por su cuerpo,
acariciándola de tal forma que hacían que la piel por la que se deslizaban
ardiera.
Abby no podía dejar de gemir. Cuando notó la mano de él descender
gimió profundamente y separó las rodillas para darle mejor accesibilidad.
Tenía la respiración agitada cuando él chupó sus pechos, primero uno y
luego el otro, mientras uno de sus dedos se introducía en ella, y el pulgar le
daba placer en el clítoris. Levantó las caderas buscando que su dedo la
penetrara más adentro.
Sean chupó un pezón con fuerza y a continuación lo mordisqueó con
suavidad. Ese hombre tenía unas manos que sabían cómo y dónde tocar.
Sean buscó su boca y la besó. El aroma de su perfume sedujo sus
sentidos. El nombre de ella era un murmullo dentro de su cabeza. Su cuerpo
era un delicioso banquete. Ninguna de las mujeres con las que había estado
lo habían llenado de una forma tan rápida, que conseguía que el resto
careciera de importancia.
Sus caricias se fueron haciendo más apremiantes e intensas. Sean
siguió haciendo su magia, llevándola a lo más alto. Abby pensó que iba a
perder la cabeza. La arrastraba una fuerza tentadora y poderosa que no
podía detener. Deseaba parar la brutal ola que la invadía, pero unos
espasmos violentos sacudieron su cuerpo. Empezó a sentir el calor lento y
ardiente que traspasaba su cuerpo, haciendo arder todo a su paso. Se
entregó a aquella sensación sin pensar en nada más que en el deseo que
estaba sintiendo. La tensión se extendió por todo su cuerpo, que se puso
rígido.
Sean se deslizó hacia bajo, hasta tener la boca sobre su sexo. Y
entonces le provocó un orgasmo simplemente con el suave roce de su
lengua en su centro del placer.
La sensación de plenitud estalló en cientos de pedazos y ella quedó
relajada y satisfecha.
—¡Oh, Dios mío! ¡Por todos los santos! ¡Esto es el cielo!
Sean la besó con ansias, con la lengua, los labios y los dientes, pero
con una dulzura tan grande que Abby deseó perder el sentido. Le devolvió
el beso, gimiendo en su boca.
—Te quiero, Sean. Te quiero muchísimo.
—Yo también te quiero, cielo. Voy a correrme entre tus piernas.
—Vale.
Sean se colocó sobre ella y Abby abrió las piernas instintivamente.
—No, cariño. Cierra las piernas —dijo sonriendo—. Solo quiero meter
la polla entre ellas y, aunque no será lo mismo, imaginaré que estoy dentro
de ti.
—¿Y por qué en vez de imaginarlo no entras dentro de mí? —dijo
cerrando las piernas.
—Lo haré…, muy pronto —dijo colocándose sobre ella y metiendo la
verga entre sus muslos.
—Has dicho que querías hacerme el amor en tu casa.
—Sí, me gustaría. Allí estaríamos solos y relajados.
—Pero, por lo que ha dicho tu hermano esta mañana, tiene planes para
hacer muchas cosas durante los siguientes fines de semana.
—Tampoco nos corre prisa. Y, ahora que lo pienso, sería genial hacerlo
contigo por primera vez en la isla.
—En la isla —repitió ella—. Cuando estuviste en coma oía que tus
amigos te hablaban de la isla, pero no especificaron dónde estaba. Supongo
que es un lugar adonde os gusta ir?
—Sí nos gusta mucho estar allí. Y a ti también te va a encantar. Está en
Las Maldivas.
—¿Vamos a ir a una isla de Las Maldivas?
—Sí.
—¿Vais todos a un hotel de la isla?
—No, vamos a una casa, que es de Delaney. Y la isla también es suya.
—¿Delaney tiene una isla?
—Sí. Pero es una isla pequeña, en la que solo hay una casa, su casa,
aunque es muy grande. En realidad es enorme.
—¿Sólo hay una casa?
—Sí. Es la única edificación que hay en la isla.
—Vaya.
—Es una maravilla estar allí, te lo aseguro. Estamos relajados y no hay
vecinos que nos molesten. Me gusta que mi hermano quiera que vayamos a
todos esos sitios. Quiere hacerlo por ti, por nosotros. Creo que le caes muy
bien.
—Sí, creo que sí. Y me alegro porque no creo que sea bueno tener a un
hombre como él de enemigo. A mí también me cae muy bien él. Y te quiere
muchísimo.
—Y yo a él.
—En realidad, todos me caen bien, pero él es… especial. Puede que
porque se portó muy bien conmigo cuando le hablé de mi pasado.
—Me gusta que os llevéis bien, eso es muy importante para mí. Y no
me distraigas más —dijo besándola en los labios.
Sean comenzó a moverse, subiendo y bajando las caderas. La verga
entraba y salía de entre sus muslos, rozando su sexo en el proceso, que era
lo que él pretendía.
—Me gusta que me roces el clítoris cada vez que te hundes entre mis
piernas —dijo ella acariciándole los hombros.
—Es porque quiero que tu también te corras.
Y no tardaron mucho. Ella fue la primera. Antes de dejarse llevar, Sean
se incorporó y se corrió sobre su vientre. Se levantó para ir al baño y volvió
con un buen trozo de papel higiénico. Entonces la limpió. Luego se acostó a
su lado y la besó. Y volvieron a dormir un rato más.
Cuando volvieron a despertarse eran las diez de la mañana. Decidieron
salir a desayunar y luego pasarían el día en casa de Sean.
Estuvieron toda la mañana en la piscina bañándose y tomando el sol
desnudos. Sean no la tocó en ningún momento, y no porque no lo deseara,
sino porque sabía que si lo hacía, ella insistiría en que le hiciera el amor. Y
él quería dedicar todo un fin de semana a esa misión.
Prepararon la comida juntos y comieron en la mesa del jardín que
había cerca de la piscina. Luego tomaron café con algo dulce echados sobre
las hamacas.
—¿Podrías explicarme por qué dijiste que para hacer el amor conmigo
necesitabas un fin de semana?
—Es muy sencillo. La primera vez que una mujer hace el amor siente
dolor y luego una molestia.
—¿Has hecho el amor con muchas vírgenes?
—No desde el instituto, y los adolescentes no se preocupan en cómo se
sienten las chicas en ese momento.
—Eso quiere decir que te preocupas por lo que yo pueda sentir en ese
momento. Pero sigo sin entender por qué necesitas un fin de semana para
ello.
—Cuando mi hermano hizo el amor con Tess, que era virgen, él le
dedicó todo un fin de semana y le fue muy bien. No es que lo necesitara, ni
yo tampoco lo necesito. Pero él hizo el amor con ella el primer día para que
perdiera la virginidad y luego durmieron durante toda la noche. Y al día
siguiente lo volvieron a hacer, varias veces, sin que ella notara ninguna
molestia.
—Ya entiendo. O sea que necesitó dos días, simplemente, porque no
quería hacerlo solo una vez.
—Supongo que sí.
—Quiero hacerte una proposición.
—¡Oh, Dios mío! Eso me recuerda a la proposición que le hizo mi
hermano a Tess.
—No tiene nada que ver con la de él.
—Eso espero. ¿Me va a gustar tu proposición?
—Yo creo que sí, porque tiene mucho sentido.
—De acuerdo, oigamos tu proposición.
—Vale. He entendido perfectamente lo que Delaney quería hacer ese
fin de semana.
—Me alegro.
—Pero todas las personas no son iguales. ¿Y si yo te dijera que no me
gustaría hacerlo de nuevo, después de la primera vez?
—¿Me estás diciendo que solo quieres hacerlo conmigo una vez?
—No, no, claro que no. No me he expresado bien. Quiero decir que me
gustaría hacer el amor cuanto antes contigo para perder la virginidad. Pero
que no necesito hacerlo de nuevo al día siguiente, que podemos hacerlo dos
días después, o tres, o cuatro.
—Entiendo. ¿Y cuál es tu proposición?
—Quiero hacer el amor contigo. Ahora.
—¿Ahora?
—Supongo que no tienes nada que hacer. Y yo tampoco. Y solo son
las cuatro. Solo necesitaré unos minutos para ducharme y secarme el pelo.
—Hacerlo una vez no va a ser suficiente para mí.
—Supongo que para mí tampoco será suficiente. Pero has dicho que
no lo haríamos de nuevo hasta el día siguiente. De manera que, ¿cuál es la
diferencia? Podemos vernos mañana después del trabajo y volver a hacerlo.
O todos los días que podamos. No puedes negarte, me has dicho muchas
veces que me deseas.
—Y es cierto.
—En ese caso, hagámoslo. ¿O tienes algo mejor que hacer?
—Es imposible que haya algo mejor que hacer el amor contigo.
Capítulo 23
Abby subió al dormitorio de Sean para ducharse y vestirse. Mientras ella se
duchaba, Sean cogió un pantalón de chándal y una camiseta y fue a
ducharse al dormitorio de al lado. Abby se puso el vestido que había
llevado de casa para cambiarse
A pesar de que estaba deseando hacer el amor con él, la expectativa
porque ese momento llegara hizo que los latidos de su corazón se aceleraran
y se le calentara el cuerpo. La intranquilidad y la avalancha de nervios que
tenía en el estómago mientras se vestía se transformó en un conjunto de
deseo y energía sexual que hizo que su cuerpo temblara de la cabeza a los
pies.
Cuando Sean entró en el dormitorio la encontró mirando por la
ventana. Se acercó a ella y la besó en los labios. Solo fue un ligero roce.
Ella abrió los ojos y lo encontró observándola. Sean vio deseo en su mirada,
pero también confusión. Entonces volvió a besarla, sin apresurarse, de
forma suave, a pesar de que lo que quería era devorarla. Pero, precisamente
ese día necesitaba ir despacio. En ese momento iba a necesitar la paciencia
y la destreza que había adquirido a lo largo de su vida. Le acarició el
cabello y fue rozándole el cuello con los labios.
Sin saber la razón, Abby se tranquilizó de repente.
—Quítate la camiseta, quiero tocarte —dijo ella.
Sean se la sacó por la cabeza y Abby colocó las manos abiertas sobre
su pecho. El corazón de Sean se aceleró con el contacto de sus manos.
Volvió a besarla, y ya no de forma tan suave. Le bajó la cremallera del
vestido, se lo deslizó por los hombros y la prenda cayó al suelo.
Sean la observó. No llevaba sujetador, solo un precioso culote. La
elevó un poco, como si no pesara y retiró el vestido de sus pies. Luego lo
cogió y lo lanzó sobre una butaca. Volvió a mirarla, de forma tan intensa,
que ella suspiró.
La besó de nuevo, haciendo que caminara hacia atrás hasta que rozó la
cama con la parte de atrás de las piernas. Sean retiró la colcha y la sábana
hasta los pies de la cama e hizo que Abby se tendiera sobre ella.
Él se sacó los pantalones y se subió a la cama. Comenzó a acariciarla.
Abby sentía que le pesaba el cuerpo. Sean despertó con sus manos algo que
ella nunca habría imaginado que experimentaría. Le mostró cómo arder a
fuego lento, aumentando su deseo. Las manos de él se deslizaban como
agua sobre su piel. Luego comenzó a acariciarla con los labios,
deteniéndose en sus pechos y haciendo que ella respondiera a los estímulos
arqueándose. Sean la besó sobre su sexo, por encima del encaje. Abby tenía
la respiración acelerada. El placer aumentaba por momentos. Sean le bajó
un poco el culote y la mordió en la vulva. Luego le bajó la prenda por las
piernas. Fue acariciándole los muslos con las yemas de los dedos,
ascendiendo hasta su sexo.
Abby cerró los ojos,y lanzó un profundo suspiro cuando él la acarició
entre los pliegues. Sean la encontró húmeda y cálida. Estaba completamente
relajada y atrapada, experimentando todas las sensaciones que él la hacía
sentir, y desesperada por la expectativa de lo que iba a suceder. La sangre le
ardía en las venas, mientras se sujetaba a los hombros de él.
Sean volvió a su boca y la besó en los labios con suavidad mientras sus
dedos la estaban haciendo arder dibujando círculos en su centro del placer.
Le recorrió el cuello con los labios y la lengua. Notó cómo le latía el pulso
en el cuello. Se deslizó hacia abajo, deteniéndose en sus pechos para lamer
y chupar los pezones. Metió un dedo en su vagina y Abby soltó un grito
ahogado, arqueando la espalda en respuesta a su intrusión.
El cuerpo de Sean le exigía entrar en ella. Su polla vibraba de manera
incontrolable. Pero no perdió en ningún momento el control de sí mismo.
Le acarició el clítoris con el pulgar y las sensaciones de Abby se
intensificaron. Sean se inclinó y lamió sus pliegues. Chupó su centro del
placer y el cuerpo de ella comenzó a moverse, elevando las caderas
mientras gemía una y otra vez, pronunciando el nombre de él. Los gemidos
de Abby penetraron en el cuerpo de Sean, como si fueran garras afiladas.
—Sean, Sean…
Él subió hasta sus labios, sin retirar el dedo de su interior, y la besó,
recogiendo en su boca el grito que soltó cuando su cuerpo estalló.
—¡Oh, Dios mio! Esto es fantástico. Tú eres fantástico.
—Creo que estás preparada —dijo incorporándose, con la sangre
latiendo en sus oídos.
Sean se colocó entre sus piernas.
—Cielo, esto va a dolerte, pero solo será un instante. Intentaré que no
te duela, pero no sé hasta qué punto lo podré evitar.
—No te preocupes, sé que me va a doler, pero confío plenamente en ti.
—Voy a entrar en ti rápido para que pases el mal rato cuanto antes.
—Vale.
Sean restregó la punta de su miembro por la entrada de su vagina,
impregnándola con sus fluidos. Se abrió paso lentamente por el húmedo y
estrecho pasillo. Suspiró, por lo que estaba sintiendo ante la exquisita
sensación que le produjo estar envuelto por la calidez de su vagina. Cuando
llegó a la barrera de su virginidad, levantó la vistas y la miró. Le acarició la
mejilla, que tenía ruborizada en ese momento. Tenía los labios hinchados y
rojos por los besos que habían compartido.
—¡Oh, Dios! Estar dentro de ti es una delicia. No te imaginas lo bien
que me siento en este momento.
Sean la miró a los ojos. Se inclinó y la besó de manera descontrolada,
como si quisiera comérsela. Entonces echó un poco las caderas hacia atrás
para poder tomar impulso y con una fuerte, profunda y firme embestida, la
penetró hasta el fondo, desgarrando su virginidad y marcándola como suya.
Ambos perdieron el aliento durante unos segundos.
Abby se tensó, aprisionando la verga dentro de ella y consiguiendo que
Sean casi muriera de placer. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para
contenerse, porque solo deseaba moverse dentro de ella a través de esa
humedad estrecha que era como estar en el cielo. Abby respiró
profundamente, atrapada bajo el cuerpo de él.
Sean permaneció inmóvil en lo más profundo de su ser, prestando toda
su atención a las reacciones de Abby y besándola, para distraerla del dolor,
mientras ella se adaptaba al tamaño de su miembro, hasta que sintió que ella
se relajaba de nuevo. Entonces se incorporó y la miró a los ojos, que
brillaban por la pasión.
—¿Estás bien, cielo?
—Sí, muy bien.
Sean la besó en los labios y empezó a moverse a un ritmo paciente y
delicado, hasta que el dolor dio paso a un placer exquisito. Él sentía los
latidos de su sangre en las sienes y le zumbaban los oídos. Unas sacudidas
brutales de sensaciones hacían que la deseara más y más. Incluso así, seguía
moviéndose muy despacio, incrementando la excitación de ella con una
paciencia asombrosa, entrando en ella de forma embriagadora y deliciosa.
Poco a poco Abby comenzó a gemir de placer y empezó a acompañarlo en
sus movimientos. Levantaba las caderas buscándolo y consiguiendo que el
placer de él aumentara y sus embestidas se volvieran más profundas,
saliendo de su interior casi del todo y volviendo a penetrarla hasta el fondo.
Abby no tardó en correrse, y Sean se detuvo para que ella disfrutara de
su orgasmo. Entonces sacó el miembro de su interior, porque se había dado
cuenta de que no se había puesto condón y había estado a punto de correrse.
—¡Oh, Sean! Es una delicia que estés dentro de mí —dijo cuando su
respiración volvió a la normalidad—. ¿Por qué no has seguido?
—Desde luego que es una delicia. Pero he olvidado ponerme un
condón —dijo él cogiendo uno del cajón de la mesita de noche y
poniéndoselo.
A continuación volvió a penetrarla lentamente hasta el fondo.
—Nunca habría pensado que pudiera llegar a estar inmovilizada
debajo de un hombre, pero me gustaría que este momento no terminara
nunca y que jamás salieras de mi interior.
Sean se quedó sin palabras al escucharla.
El dominio que Sean ejercía sobre su cuerpo aumentó el deseo de
Abby a un nivel desmesurado.
—Quiero correrme otra vez.
—¿No tienes molestias? Porque si las tienes, podemos dejarlo…
—Tengo una ligera molestia, pero el placer es más grande. Además, tú
no te has corrido, y quiero que lo hagas.
Sean había deseado miles de veces tenerla así: ansiosa de él, ardiendo
por él. Había imaginado la forma en que ella se movería debajo de él, con el
olor de su piel cuando se desatara el orgasmo en ella, y con los sonidos que
emitiría. Y había conseguido todo lo que había imaginado. Y todo ello, ni
siquiera era suficiente.
Sean comenzó a moverse. Se sentía fuera de sí, aunque en todo el
tiempo procuró no ser demasiado brusco. Sus embestidas eran profundas,
casi devastadoras, pero Abby lo acogía en su interior con placer, tensando
sus músculos interiores, aferrando su miembro.
Sean se sentía atrapado. Lo que estaba experimentando con cada roce
y con cada embestida, lo estaba volviendo loco. Se zambullía en su interior,
centímetro a centímetro, una y otra vez. Se sentía desconcertado y algo
aturdido, por lo cómodo que se sentía haciendo el amor con ella. Era como
si lo hubieran hecho cientos de veces. Jamás se había sentido así con una
mujer, y supo que la diferencia era el amor, que lo había cambiado todo.
Sabía que Abby estaba apunto de correrse, y quería dejarse llevar con
ella.
Abby disfrutaba mientras entraba en ella, cada vez más fuerte y con
más profundidad, rozando un punto sensible en su interior, que hasta ese
momento no sabía ni que existía.
Verla retorcerse de placer debajo de su cuerpo era la cosa más
excitante que había contemplado en su vida. Un placer que no podía
describir recorrió su cuerpo. Jamás le había pasado algo así. Estaba tan
húmeda y apretada que tuvo que contener el aliento.
Abby se arqueó bajo su cuerpo, sumergida en una ola de sensaciones y
hundió los dedos en los hombros de él. Sean salió de su interior y volvió a
penetrarla con una poderosa embestida, arrancándole un grito. Embestida
que los lanzó a los dos a un clímax devastador. Una intensa explosión de
placer dejó aturdida a Abby. Sean se rompió en mil pedazos, perdiendo la
poca cordura que le quedaba y estallando en un puro, intenso y primitivo
orgasmo que se fundió con el de ella.
Sean se dejó caer sobre Abby. Solo podía pensar que ella era
completamente suya, mientras gemía en su suave y cálido cuello. Se sentía
exhausto, saciado y más satisfecho que en toda su vida.
Abby no quería que él se moviera, quería quedarse entre sus brazos
para siempre, con su miembro en su interior.
Sus respiraciones comenzaban a volver a la normalidad, con el corazón
de uno latiendo contra el del otro.
—Seguro que no ha sido como esperabas, ¿verdad? —dijo Abby.
—Tienes razón.
—Lo siento. Supongo que habrás notado mucha diferencia al hacerlo
conmigo… por no tener experiencia.
—He dicho que no ha sido como esperaba, porque ha sido alucinante.
Y por la experiencia no te preocupes, yo tengo suficiente experiencia por
los dos.
Abby sonrió, aunque él no la podía ver porque tenía el rostro en el
cuello de ella. Ese había sido el momento más maravilloso de su vida. Sean
era como un ancla para ella. No podía pensar en nada más que en él y en la
intensidad de lo que había entre ellos.
Permanecieron unos minutos en silencio, aunque no les hubiera sido
posible hablar. Sean no podría haber encontrado palabras para decirle lo que
ella le había hecho sentir. Solo sabía que no iba a dejar que Abby se alejara
de él.
—Dejaré de aplastarte en un instante.
—No hay problema, casi puedo respirar.
Sean la besó en el cuello sonriendo. Se incorporó hasta quedar
apoyado en los antebrazos y la miró.
—¿Sabes? Sabía que hacer el amor era placentero. Pero nunca podría
haber imaginado que fuera tan gratificante y tan… fuera de serie.
—He de decirte que para mí también lo ha sido, porque es la primera
vez que he hecho el amor.
—¿La primera vez? —dijo ella sonriendo.
—Con las otras mujeres nunca he hecho el amor.
—En ese caso, me gusta que haya sido la primera vez para los dos.
—Para mí ha sido algo muy especial. Y que sepas que no acostumbro
a decir este tipo de cosas.
—¿A qué te refieres con especial? ¿A que ya estoy incluida en tu larga
lista de conquistas?
—¡No digas tonterías! Esa lista quedó cerrada cuando me di cuenta de
que estaba enamorado de ti. Ya te dije que ahora tengo una nueva lista en la
que solo estás tú.
—Eso me gusta.
—No te muevas, ahora vuelvo.
Abby se quejó cuando salió de su interior. Sean bajó de la cama y fue
al baño.
Abby estaba pensando en todo lo que había sucedido en esa cama, pero
al ver salir a Sean del baño desnudo y excitado, todos sus pensamientos se
dispersaron y no pudo hacer más que mirarlo casi sin poder respirar. Tenía
un cuerpo espectacular. Sean se acercó a la cama con una toalla húmeda en
la mano.
—Abre las piernas.
—Dame, yo me limpiaré.
—Lo haré yo.
—Como quieras. Se ha manchado la cama de sangre.
—Me alegro. Me gusta tener la prueba de tu virginidad en mi cama.
¿Te quedas a dormir?
—Prefiero ir a casa, de lo contrario mañana tendré que levantarme
muy temprano para ir a cambiarme.
—¿Te quedas a cenar al menos?
—Hoy no, pero gracias.
Sean dejó la toalla en el suelo y se echó a su lado. Abby se giró hacia
él para poder verle el rostro.
—Cuando has vivido tantos años en la oscuridad, como he hecho yo, y
de pronto sale el sol, se necesita tiempo para asimilarlo y procesarlo. Tú
eres la luz que necesitaba para volver a iluminar mi vida.
—Me alegro —dijo él retirándole un mechón de pelo del rostro—. He
conocido a personas que han pasado por duros momentos en su vida, que
tenían cicatrices en el corazón y en el alma, como tú. Y sé lo duro que debe
haber sido para ti, pero yo siempre estaré a tu lado para lo que puedas
necesitar. Y puedo asegurarte de que a partir de ahora nunca más vas a
sufrir.
—No puedes decir nunca.
—Yo si puedo, porque voy a protegerte mientras viva. Y si me
sucediera algo, Delaney se ocuparía de hacerlo.
—No necesito que nadie me proteja.
—Lo sé.
—¿Me llevas a casa?
—Sí.
—¿Te ayudo a cambiar la sábana manchada?
—No te preocupes, ya la cambiaré yo.
Sean bajó de la cama y cogió la ropa de la silla para vestirse. Abby se
puso la ropa interior y a continuación el vestido, mientras lo contemplaba
embobada.
—¿Por qué sonríes?
—Porque acabo de descubrir que mirarte mientras te vistes es tan
erótico como cuando te desnudas. Es como si envolviera mi propio regalo
—dijo Abby con una descarada sonrisa.
—Tu regalo, ¿eh? —dijo él acercándose a ella.
—Sí —añadió Abby rodeándole el cuello con los brazos y besándolo.
Poco después estaban dentro del coche frente a la casa de Abby. Sean
se desabrochó el cinturón, al mismo tiempo que ella y la besó de forma
descontrolada.
—No hace falta que me acompañes hasta la puerta, porque si lo haces,
te pediré que te quedes a pasar la noche conmigo.
—No tengo problema con eso.
—Hoy no, cariño.
—De acuerdo. Buenas noches. Te llamo mañana.
—Vale —dijo ella besándolo en los labios antes de bajar del coche.
Sean permaneció allí, contemplándola mientras caminaba hacia la
casa. Sintió algo extraño dentro del pecho. Esa mujer era un placer para la
vista y su sonrisa era matadora. Sentía una ternura que lo hacía vulnerable.
Y cada vez que la tocaba, una desconocida calidez se apoderaba de él.
Abby se volvió a mirarlo antes de entrar en la casa y le envió un beso
con la mano.
Sean volvió a casa pensando en ella.
Nada más entrar notó que el aroma de Abby estaba por todas partes.
Pensar en la suave textura de su piel y la fragancia de su perfume le
nublaron la mente. Recordó los sonidos que ella pronunciaba mientras la
tocaba, los gemidos cuando la había saboreado y que le habían encendido la
sangre. Con ella no había sido lo mismo, se dijo. Acariciarla y tocarla había
sido completamente diferente de las veces que había estado con otras
mujeres. Saborearla tampoco era lo mismo. Pensaba que había
experimentado todo cuanto se podría experimentar, pero estaba
completamente equivocado.
Abby se despertó bastante antes de que sonara la alarma de su móvil.
Notó una molestia en todo el cuerpo que le hizo recordar lo que había
sucedido la tarde anterior, y sonrió. Si no tuviera que ir a trabajar se
acurrucaría en la cama para recrearse pensando en Sean y en todo lo que él
le había hecho en su cama.
Cogió el móvil y le escribió a Sean un WhatsApp. Lo envió y se
levantó.
—Buenos días —dijo Mike entrando en la cocina. Abby estaba
preparando el desayuno.
—Buenos días.
—Pareces contenta y no es normal ya que es lunes y odias los lunes.
—Estoy contenta.
—¿Y por qué te has levantado tan temprano? Todavía no son las siete.
—Anoche me acosté temprano. Y tú también estás levantado.
—He olido el café. Dios mío. ¿Te has levantado hambrienta? —
preguntó él al ver toda la comida que había en una fuente junto al fuego
para que no se enfriara: tomates fritos, salchichas, beicon y champiñones.
—Anoche no cené.
—¿Tu novio no te dio de comer?
—Me dijo que me quedara a cenar con él, pero preferí venir a casa y
cenar contigo. Al ver tu nota diciéndome que cenarías con tu hermano me
fui a dormir.
—Parece que has tenido un fin de semana de lo más completo.
—Y no te equivocas, aunque el sábado dormí aquí. Bueno, dormimos,
porque Sean se quedó a pasar la noche conmigo.
—¿Va todo bien con él?
—Mejor que bien, va de maravilla —dijo ella volviéndose a mirarlo
con una sonrisa en los labios.
Abby puso los huevos en dos platos y los llevó a la mesa. Luego llevó
el resto de las cosas. Mike llevó la cafetera y se sentaron.
—¿A qué venía esa sonrisa?
—Ya no soy virgen.
—¿En serio? —dijo él sirviendo el café en las dos tazas.
—Sí. Hicimos el amor ayer por la tarde en su casa.
—¿Fue todo bien?
—Sí. Fue genial. Ese hombre es… En un momento dado me rozó la
oreja con los labios y todo mi cuerpo se tensó de placer. ¡Simplemente por
rozarme la oreja! ¿Te lo puedes creer? Tenía que haber sabido que un
hombre como él y con su aspecto, sería un maestro en cuanto a las
relaciones sexuales.
—El deseo es muy potente.
—Ya lo he descubierto. Nunca había deseado a un hombre, pero no
puedes imaginarte cómo lo deseaba a él. Quería volver a sentir el calor que
me invadía cuando me acariciaba. Quería volver a sentir sus manos sobre
mi piel. Y deseaba que sus sensuales labios me besaran de nuevo y que
recorrieran mi cuerpo, encendiéndolo.
—Sí, parece que todo fue bien entre vosotros.
—Desde luego que sí. Está enamorado de mí. Me dijo que me quería
una y otra vez.
—¿Y tú se lo dijiste a él?
—Sí. Con él no siento vergüenza.
—¿Por qué habéis hecho el amor tan pronto? Le pediste que fuera
despacio.
—Me temo que he sido yo la responsable de ello. Lo he presionado
para que lo hiciera. Ya lo había hecho en alguna otra ocasión, pero me
ignoró. Ayer insistí y no pudo retenerse.
—¡Por el amor de Dios! ¿Una novata ha hecho que ese hombre
perdiera el control?
—Ya no soy una novata.
—Claro que no, señorita experimentada. ¿Cuántas veces lo hicisteis?
—Solo una. No quiso hacerlo de nuevo, por si tenía molestias.
—Vaya, un hombre considerado. Esos no abundan.
—Sí, es muy considerado. Por cierto, mañana estamos invitados a casa
de Nathan, es su cumpleaños.
—Lo sé, me invitó Sean. ¿Cuántos cumple?
—Si no me equivoco, treinta y nueve, tiene la misma edad que
Delaney.
—Están llegando a los cuarenta.
—Y los dos están para hacerles un favor —dijo ella sonriendo.
—Te has vuelto una descarada.
—Es posible. Por cierto, tenemos que comprarle el regalo.
—Lo haremos hoy.
—Voy a pedir unos días de vacaciones. Delaney me pidió que los
acompañara de acampada a un bosque. Parece ser que van todos los amigos
una vez al año. Me ha dicho que hay un río en el que se pueden bañar y hay
mucha pesca. Estaremos fuera seis días.
—No sabía que los millonarios iban de acampada.
—Bueno, ya sabemos que no soy los clásicos millonarios estirados. A
la acampada irá un amigo que hasta hace poco pertenecía a su grupo, pero
que se mudó a Atlanta. Es cirujano. No me ha dicho nada de que pueda
llevar a un amigo, pero no les importará que me acompañes.
—Olvídalo. Todos están casados y Sean, que es el que queda soltero,
está contigo. Así que estaría de más.
—El amigo de Atlanta también es soltero.
—Ya no es solo porque yo esté de más entre vosotros. Es que ya he
disfrutado de todas las vacaciones que me correspondían.
—¿Crees que el capitán pondrá algún impedimento en que me tome
unos días libres?
—Abby, no has disfrutado de un día libre desde que perteneces al
cuerpo. Por supuesto que te dará los días que necesites.
—Hoy hablaré con él. Y al mismo tiempo le diré que tengo novio.
—Se va a alegrar por ti. ¿Cuándo os iréis?
—El jueves por la tarde. Y volveremos el miércoles de la semana que
viene.
—¿Aguantarás seis días en el bosque?
—En el FBI me entrenaron para sobrevivir en circunstancias extremas.
Y no creo que todos esos hombres permitieran que sus mujeres pasaran
calamidades.
—Seguro que no.
Sean había llamado a Abby para decirle que la recogería a las ocho
para ir juntos a casa de Nathan, pero ella le dijo que no se molestara porque
iría con Mike.
Todos acogieron a la pareja de detectives como si fueran amigos de
toda la vida. Les presentaron a dos amigos de Nathan y Delaney de la
universidad.
—¿Has pedido ya las vacaciones para ir a la acampada? —preguntó
Delaney acercándose a Abby.
—Sí. El jueves ya no trabajaré. Y volveré al trabajo el jueves de la
siguiente semana.
—Estupendo.
—Aprovechando que el jueves ya no trabajo, iré por la mañana a
comprar lo que tenga que llevar de comida, bebida…
—No tienes que llevar nada —dijo él interrumpiéndola—. De eso se
encargarán las chicas.
—Pero yo no puedo ir sin llevar nada.
—Cariño, ¿crees que cualquiera de nosotros tendrá problemas para
mantenerte durante seis días?
—Por supuesto que no, pero no está bien. ¿Qué me dices de las tiendas
de campaña? ¿O acaso has construido un pequeño hotel para ir de
acampada?
—Cielo, yo soy un especialista en cuanto a sarcasmo.
—Seguro que eres especialista en muchas cosas.
—Y no te equivocas. Llevaremos tiendas, pero ya las tenemos. Así que
no te preocupes por nada.
—Vale.
—¿Quieres que te diga un secreto que solo sabemos Sean y yo?
—Claro.
—Ya no soy virgen —le dijo acercándose a él y hablándole al oído.
—¿En serio?
—Sí.
—Felicidades —dijo él abrazándola—. Me alegro mucho por ti. No
porque ya no seas virgen sino porque hayas superado tu pasado.
—Muchas gracias. Yo también me alegro.
—¿Dónde está mi hermano?
—Delaney, no soy adivina. Y no soy tan controladora como tú—.
Delaney se rio—. Le he dicho que yo vendría con Mike. Se habrá retrasado
con algo.
Abby sabía que Delaney le estaba hablando, pero no era capaz de
escucharlo, porque había visto a Sean, que se acercaba hacia ellos, que
estaban tomando una copa en la zona de la piscina.
Si con vaquero y una simple camiseta estaba bueno, con aquel traje
gris claro y la camisa blanca con los botones superiores desabrochados, era
demoledor, pensó Abby al verlo. Le era difícil permanecer quieta porque lo
que realmente deseaba era lanzase hacia él para devorarle la boca y
arrancarle los botones de la camisa para poder acariciar su duro torso con la
lengua.
—Parece ser que cuando mi hermano aparece, el resto nos esfumamos
—dijo Delaney.
—Perdona, ¿me has dicho algo?
—No, nada —dijo él sonriendo.
—¿No crees que Sean es un hombre arrebatador?
—Eso dicen las mujeres.
Sean llegó hasta donde estaban todos y los saludó. A Abby la dejó para
el final, aunque la había mirado muchas veces. Se acercaba a ella, que
seguía junto a Delaney. Llevaba un vestido rojo bombero, que se amoldaba
a su cuerpo como un sueño. Llevaba la espalda descubierta y la cruzaban
unos finos tirantes con pedrería. Sean deslizó la mirada hasta sus piernas,
que se veían aún más largas de lo que eran, por las sandalias de tacón de
aguja que llevaba, del mismo color del vestido. Cuando llegó hasta ella le
acarició los labios con los suyos. El corazón de Abby se aceleró con ese
ligero contacto.
Y entonces Sean metió los dedos entre sus cabellos y la besó como
había deseado besarla desde que hicieron el amor. Sean se separó y ella
soltó un leve jadeo. Lo miró a los ojos, esos ojos verdes que estaban
encendidos por el deseo, sorprendida porque la besara de esa forma, delante
de todos.
—Cielo, estás para comerte —dijo besándola en los labios.
—Casi lo has hecho —dijo Delaney mirándolos y sonriendo al ver el
sonrojo en las mejillas de Abby.
—No le hagas caso, cariño.
Abby sentía un desbordante placer. La sangre le corría por las venas,
haciéndola arder. Tenía en la mente la imagen de Sean, completamente
desnudo y sexy como el pecado. Y sintió una llamarada de calor en su
cuerpo, que hizo que se humedeciera al instante.
Cenaron dentro de la casa, porque el tiempo estaba inestable y
posiblemente llovería.
Fue una cena muy entretenida. A Abby cada vez le gustaban más sus
nuevos amigos. Y también le habían caído muy bien los amigos de la
universidad de Delaney y Nathan.
Después de la cena sacaron la tarta, que la había hecho Ellie, con
treinta y nueve velas. Era una maravilla. A continuación, Nathan abrió los
regalos. Tomaron café y unas copas de champán mientras hablaban.
Sean le pidió a Abby que lo acompañara porque quería enseñarle algo
en el jardín. La llevó hasta uno de los lados de la casa. Entonces se detuvo y
la rodeó con los brazos fuertemente, acercándola a su cuerpo. Introdujo los
dedos de una mano entre sus cabellos y con la otra le recorrió la espalda
desnuda. La deslizó hasta la curva de su trasero y la acercó más a él para
que sintiera su erección.
Abby casi no podía soportar las sensaciones desenfrenadas que le
estaban devastando el cuerpo. Estaba temblando, y no de frío. Ese hombre
parecía capaz de absorber parte del oxígeno del ambiente, incluso, estando
en el exterior. Pero era su mirada la que conseguía que se le calentara la
piel. Esa mirada que se deslizaba por su cuerpo, como si estuviera
desnudándola. Había tanta ansiedad en su descarada mirada que se sintió la
mujer más deseada del mundo. A Abby le hizo gracia, porque al principio
los ojos de Sean la ponían nerviosa, pero ahora se quedaba sin respiración
con que solo la mirara, y encendía en su vientre un fuego abrasador que
solo él era capaz de encender. Y que únicamente él podría apagar.
—No sabes cómo te deseo —dijo Sean.
—¡Por supuesto que lo sé! Yo te deseo tanto como tú a mí.
Él volvió a besarla, con un beso voraz y ardiente, usando los labios, la
lengua y los dientes. El frenético roce de un torso contra el otro, separados
por dos finas capas de tela, los hizo arder. Ella se mecía frotand,o su cuerpo
anhelante contra el de él, mientras las expertas manos de Sean arañaban y
atormentaban la piel de sus muslos y su trasero.
Abby respondía a sus caricias y a sus movimientos con naturalidad,
con una sensualidad que lo estimulaba y con una inocencia que casi le hacía
perder el sentido.
Un deseo despiadadamente profundo e intenso los embargaba a los
dos, haciendo que se descontrolaran.
—Hay algo dentro de mí que me va calentando y mi corazón está
latiendo desenfrenado.
—Solo es deseo —dijo Sean—. Mi corazón también está desbocado y
me retumban los oídos. Tenemos que parar, de lo contrario te follaré aquí
mismo, contra la pared.
—A mí no me importaría.
—Te aseguro que a mí tampoco. Pero no quiero que venga alguien a
buscarnos y nos encuentre en plena faena —dijo él separándose.
—Tienes razón, me moriría de vergüenza. ¿Estoy bien?
—Estás perfecta para follarte.
—Me refería a si estoy presentable.
—Estás preciosa, cariño. Vamos —dijo cogiéndola de la mano.
Sus amigos sonrieron al verlos entrar. No podían disimular que se
habían besado, y no de forma suave.
Poco después Sean estaba con su hermano.
—Parece que las cosas os van bien a Abby y a ti —dijo Delaney.
—Nos va mejor que bien.
—¿Sonríes porque has recordado algo interesante?
—El domingo hicimos el amor. Ya no es virgen.
—Ya lo sabía.
—¿Lo sabías?
—Tu novia no tiene secretos para mí.
—Por supuesto que no.
—Después de lo que te ha costado conseguirlo, no me extraña que
sonrías. ¿Fue todo bien?
—Sí, muy bien. No lo hemos vuelto a hacer desde entonces. Pero de
hoy no pasa.
—¿Estás seguro de que es la mujer con la que quieres compartir tu
vida?
—¿No te cae bien?
—Todo lo contrario. Me encanta esa chica.
—Estoy completamente seguro. Lo supe al besarla, al abrazarla, al
acariciarla y, definitivamente, lo supe cuando hicimos el amor. Me siento
orgulloso de haber sido el primero, y de que ella haya querido que yo lo
fuera. Es una mujer sincera, inteligente, encantadora y adorable. Y me
quiere tanto o más que yo a ella.
—Abby es una chica adorable y te hará feliz
—Lo sé. ¿Sabes que tiene un apartamento, además de la casa?
—No. Eso no me lo ha dicho.
Sean le contó lo que Abby le había contado.
—Eso demuestra que no es una persona interesada.
—Sí. No quiere ni un céntimo del dinero que recibe de ese
apartamento donde ella y su madre sufrieron tanto. Pero se siente bien
ayudando de alguna forma a las mujeres maltratadas, como su madre.
Los amigos del grupo se acercaron a ellos y estuvieron hablando. Mike
sabía que Stanford estaba loco por su amiga, solo había que prestar atención
a cómo la miraba.
Abby, Sean y Mike fueron los primeros que se marcharon.
—Mike, llévate tú el coche, yo pasaré la noche con Sean en su casa.
—De acuerdo.
—Espera. Tengo que coger la bolsa que tengo en el maletero.
Mike se marchó poco después. Y a continuación Sean y ella
abandonaron también la propiedad.
—¿Qué llevas en la bolsa? —preguntó Sean.
—La ropa para cambiarme mañana.
—¿Tenías planeado venir a mi casa?
—Me daba igual ir a tu casa o que tú vinieras a la mía. Pero tenía muy
claro que quería volver a hacer el amor contigo. Anoche estuve a punto de
ir a tu casa para hacerlo.
—¿Por qué no fuiste? Para mí habría sido una sorpresa muy agradable.
—Porque eran las dos y media de la mañana.
Sean soltó una carcajada.
Capítulo 24
Entraron en casa de Sean. Él desactivó la alarma, la cogió de la mano y la
llevó hacia la escalera. No dijeron ni una palabra en ningún momento,
simplemente, se limitaron a mirarse mientras subían. Abby pensó que el
color de sus ojos, más oscuro de lo normal, se parecía al verde de la
naturaleza escondida, y la cautivó.
Desde que habían entrado en la casa, Sean percibió que la atmósfera
había adquirido una nueva densidad. Aunque no debería extrañarle, porque
sucedía siempre que ella estaba cerca.
Abby deseaba que la acariciara, que la abrazara, y sobre todo, quería
volver a tenerlo dentro de ella. Sentía un deseo húmedo y ardiente. Quería
todo eso de él, que la mirara de esa forma tan profunda, como si pudiera ver
en su interior lugares que ni siquiera ella se había atrevido a examinar.
Sean abrió la puerta de su habitación y la dejó pasar. Ella entró, pero él
le sujetó la mano antes de que se adentrara en la estancia. Cerró la puerta
con el pie y la acercó a él para besarla. Enredó los dedos entre sus cabellos
mientras la besaba con desesperación.
—¿Crees que yo podré decidir algo en cuanto a sexo alguna vez?
Hasta el momento, prácticamente has sido tú quien ha tomado todas las
decisiones.
—Por supuesto que puedes. Por lo pronto, puedes elegir la postura que
quieres primero para que te folle —dijo él sacándose la chaqueta y
lanzándola sobre la butaca que había en un rincón.
Abby se rio.
—Eso es muy considerado por tu parte. Esta bien. Me gustaría hacerlo
de pie. A veces lo he leído en alguna novela y… los empotradores están
muy bien vistos.
—Empotradores, ¿eh?
—Sí —dijo ella sonriéndole —. ¿Sabes hacerlo en esa postura?
—Cariño, yo sé hacerlo en todas las posturas posibles.
—Engreído —dijo sonriéndole de forma traviesa.
—Yo no suelo ceder el control, pero contigo nunca me importará que
tomes la iniciativa. Y, si quieres que te empotre contra la pared, así será.
El corazón de Abby se disparó y la sangre comenzó a correr por sus
venas a toda velocidad. Un deseo intenso y ardiente le invadió el vientre.
Sean la pegó a la pared y la besó de nuevo, y ella le devolvió el beso
de forma descontrolada. Se separó de Abby con brusquedad, porque le
faltaba aire para respirar. Y volvió a abalanzarse sobre ella para devorarle la
boca.
Cuando Abby sintió la boca de él sobre la suya, caliente y apremiante,
todo se volvió borroso para ella. Fue un beso exigente, rozando la
brusquedad, cosa que a ella no le importó en absoluto.
La respiración de Abby se detuvo por un instante cuando él deslizó las
manos por su cuerpo, comenzando en su garganta y bajando por sus pechos.
Siguió descendiendo por sus costados hasta llegar al borde del vestido.
Entonces introdujo las manos por debajo de la prenda y fue ascendiendo
hasta encontrarse con el tanga. Metió una de las manos en su interior y le
acarició su sexo con las yemas de los dedos.
Los dos se miraban con la respiración agitada. Sean la acarició entre
los pliegues, a la vez que le rozaba el cuello con los labios y la lengua.
—Mmmm. Me gusta que te humedezcas tan rápidamente para mí.
Abby comenzó a temblar, con el deseo latiendo en sus venas. Sean
notaba su deseo. Sentía que ella buscaba lo que había experimentado unos
días atrás cuando hicieron el amor, y estaba dispuesto a darle todo el placer
que ella quisiera.
Cogió la prenda de encaje con las dos manos y la rompió. Abby lo
miró con los ojos muy abiertos.
—¿Me has roto las bragas?
—No podía perder tiempo sacándotelas. Estoy desesperado por estar
dentro de ti —dijo desabrochándose el cinturón y luego el pantalón—. Pero
no te preocupes, te compraré otras.
Sean sacó un condón del bolsillo del pantalón y se lo bajó un poco, y
una imponente erección se liberó. Se puso el preservativo en un suspiro. Le
separó las piernas, introduciendo uno de sus muslos entre ellas y la elevó un
poco.
—Rodéame con las piernas, cielo.
Tan pronto Abby lo hizo, se introdujo en ella. Abby cogió aire cuando
se la metió hasta el fondo con una sola embestida. Ambos se miraron, y
Sean volvió a besarla.
Se sintió aturdida por sentirlo en su interior, pero disfrutando de la
deliciosa sensación. Los músculos de su vagina se tensaron con infinito
placer. Esa vez no había habido dolor, solo deseo, un deseo tan grande, que
deseaba cerrar los ojos para disfrutar del momento, pero los ardientes ojos
de Sean la miraban hipnotizándola.
Sean vio que los ojos de Abby se nublaban por el placer y las lágrimas
retenidas. Comenzó a moverse, pero no con suavidad, sino con un ritmo
salvaje. Cada acometida de Sean la elevaba un poco más, hasta que todo su
cuerpo se tensó. La llevó a lo más alto y la empujó por el precipicio del
placer. Las contracciones del orgasmo presionaban su polla y también lo
arrastraron a él, y se dejó llevar con un gruñido. Volvió a besarla, de forma
suave, mientras ambos se calmaban.
—¡Oh, Dios mío! Qué razón tenían en las novelas respecto a los
empotradores. Ha sido fantástico.
—Me alegro de que hayas disfrutado.
—Puede que vaya al ginecólogo para que me recete algo, así no
tendremos que usar condones.
—Desde luego, prefiero hacerlo sin el latex por medio, pero si no
quieres tomar nada, no me importa. Es decisión tuya.
—De acuerdo.
Sean salió de su interior. Se sacó el condón y se subió el pantalón y el
bóxer.
—Voy a tirar el condón. Ahora vuelvo.
—Vale.
Abby recogió las bragas del suelo y las metió en su bolso. No quería
que quien limpiara la casa las encontrara en la papelera, pensó sonriendo.
Sean volvió al dormitorio y se acercó a ella. A Abby se le borró la
sonrisa de los labios y se convirtió en un gemido en el instante en que él le
bajó los tirantes del vestido. La prenda se deslizó por su cuerpo hasta
quedar en sus pies. Sean lo recogió y lo lanzó a la butaca en donde estaba su
chaqueta. Le recorrió el cuerpo con la mirada y la besó ligeramente en los
labios. Luego le mordisqueó la mandíbula y Abby se humedeció al instante.
Sean inclinó la cabeza para devorarle los pezones. Deslizó la lengua
jugando con ellos y saboreándolos, hasta que Abby notó que le flaqueaban
las rodillas. Ella siempre había sabido que él sería capaz de provocarle
sensaciones como esa, y también que la hiciera perder el sentido. A ella
también le gustaría provocar algo igual en él. Y, no lo sabía, pero Sean se
sentía como ella.
Abby sintió que el placer se extendía por su cuerpo. Comenzó a
desabrocharle la camisa.
—¿Te he dicho que me gusta todo de ti? —preguntó ella tirando de la
camisa para sacarla de dentro del pantalón.
—Creo que no.
Sean colocó el puño delante de ella para que supiera que antes de
intentar sacarle la camisa tenía que desabrocharle los gemelos. A Abby le
costó lo suyo, porque era la primera vez que lo hacía. Por fin le bajó la
camisa por los brazos y la lanzó cayendo sobre su vestido. Entonces colocó
las palmas de las manos sobre sus pectorales. Lo acarició deslizando las
manos hasta sus hombros.
—Me gusta mucho tu físico, el tacto de tu piel... —dijo ella rozando su
mejilla con la de él—. Y esta barba incipiente me vuelve loca.
—Te gustan muchas cosas de mí.
—Es que eres un bombón, y a mí me gustan mucho los bombones —
dijo lamiéndole los labios—. También me gusta tu forma de ser y cómo
piensas.
Abby le desabrochó el pantalón y metió las manos en su interior,
deslizándolas hasta sus glúteos y apretándolos hacia ella.
—También me gusta tu sabor —dijo acercando los labios a su cuello y
dándole besos—. Tu olor es un afrodisíaco para mí. No cambiaría
absolutamente nada de ti.
Abby fue empujándolo para que caminara hacia atrás hasta que se
encontró con la cama. Entonces lo empujó y él cayó sobre ella.
—Muchas veces me he preguntado cómo sería estar enamorada, pero
sabía que eso nunca sucedería, porque no conocería a ningún hombre que
me gustara lo suficiente como para que olvidara mis miedos —dijo ella
arrodillándose en el suelo frente a él para quitarle los zapatos y los
calcetines. Luego le deslizó los pantalones por las piernas, se los sacó y los
lanzó sobre la ropa que se había acumulado en el sillón—. Ponte en el
centro de la cama.
Sean retiró la colcha y se echó sobre la cama, apoyando la cabeza en
una de las almohadas. Y entonces ella se sentó a horcajadas sobre él y
empezó a acariciarlo.
Sean sintió que el placer se extendía por su cuerpo con el simple
contacto de sus fuertes, hábiles, suaves y pequeñas manos. Y su erección se
acentuó.
—Pero me equivoqué —siguió diciendo ella—. Te cruzaste en mi
camino y conseguiste que me enamorara de ti, incluso, estando en coma.
Abby lo acariciaba de forma tierna y delicada.
—Te quiero como nunca pensé que se pudiera querer a alguien.
Sean la miraba confundido. Nadie lo había querido de esa forma. No
quería que dejara de acariciarlo, deseaba seguir sintiendo sus suaves dedos
sobre su piel.
Abby se inclinó y comenzó a besarlo en el pecho, una y otra vez.
Estaba viviendo una experiencia total y absolutamente maravillosa.
—Quiero hacerlo así.
—Muy bien. Los condones están en el cajón superior de la mesita de
noche. Eso si quieres que usemos condón.
—Yo creo que será lo más sensato, ¿no crees?
—Sí, desde luego. Aunque cuando hicimos el amor por primera vez no
lo usé al principio.
—Pero te lo pusiste antes de correrte.
—Lo sé, pero siempre hay un riesgo.
—¿Quieres decir que hay posibilidad de que esté embarazada?
—Una posibilidad ínfima, pero sí.
Abby se estiró por encima de él para coger un puñado de condones,
que dejó sobre la cama.
—¿Pretendes que los utilicemos todos? —preguntó Sean sonriendo.
—¿Podrías hacerlo?
—Podría… si mañana no fuésemos a trabajar.
—Yo no puedo faltar al trabajo mañana, será mi último día antes de la
acampada.
—Yo tampoco puedo faltar al trabajo, he de organizar muchas cosas
antes de irnos.
—Entonces, lo dejaremos para un fin de semana.
—Buena idea. Dijiste que querías aprender todo lo relacionado con el
sexo. ¿Quieres ponerme el condón?
—Sí. Aunque tendrás que mostrarme cómo hacerlo.
Y él lo hizo. Y casi se corre mientras ella se lo ponía. Sean deslizó la
mano hacia el sexo de ella para comprobar si estaba húmeda y soltó un
gruñido al ver que estaba empapada.
Abby colocó una rodilla a cada lado de su cuerpo, cogió la polla con la
mano y la colocó en la entrada de su vagina. Entonces bajó lentamente y se
la metió hasta el fondo, haciendo que Sean gimiera.
—¡Oh, Dios mío! ¡Estás buena de cojones! —dijo él elevando las
caderas para introducirse más en ella.
—Me gusta mucho tenerte dentro.
—Esta noche quería hacerlo despacio, deprisa es demasiado fácil.
—Más tarde lo haremos sin prisas, pero no esta vez —dijo ella
subiendo y bajando y atormentándolos a los dos.
Sean se incorporó un poco para rodear con la lengua uno de sus
pezones, que estaba erecto, hasta que ella se revolvió encima de él inquieta
y con los ojos cerrados. Sean siguió dedicando tiempo a un pezón y al otro
mientras notaba cómo la tensión de ella se incrementaba y la respiración se
le aceleraba.
Las manos y los labios de Sean le recorrían la piel haciendo que ella
suspirara estremecida y la llevara poco a poco en dirección a la cumbre más
elevada.
Sean se sentía hechizado al escuchar su nombre en los labios de Abby,
una y otra vez, como si fuera una letanía, y también por el sabor de su piel y
por la calidez que su verga sentía estando en su interior.
El deseo de Abby se incrementaba de forma lenta, y cuando llegó al
borde del precipicio se lanzó mirándolo a los ojos.
Sean no era capaz de pensar, solo podía sentir. Aferró fuertemente las
caderas de Abby con las manos para dirigirla, sabiendo que iba a dejarle
cardenales. El placer le nubló la mente. Y de pronto su cuerpo explotó con
una violencia que hizo que sus músculos se sacudieran una y otra vez. Tiró
de los hombros de ella hasta que estuvo sobre él y la abrazó gruñendo.
Abby se sentía exhausta cuando él la rodeó con sus brazos, dejando
que el orgasmo los consumiera a los dos.
Se respiraba una especie de tiniebla suave. Abby se esforzaba por
aspirar para que entrara aire en sus pulmones, pero cuando lo conseguía, los
gemidos lo consumían todo. Nunca podría haber imaginado que el placer
podría ser capaz de sacudir el cuerpo y transformarlo en una ola de
sensaciones devastadora.
—Cada vez que estoy contigo me digo que voy a ir despacio, pero
tú…, tú te conviertes en fuego cuando estás en mis manos y consigues que
me desespere por estar dentro de ti —le dijo él al oído.
—Yo no tengo culpa de convertirme en fuego, porque tú eres quien me
enciende.
—Bueno, lo dejaremos en que los dos somos culpables. Creo que
deberíamos dormir, de lo contrario mañana estaremos muertos de
cansancio.
—Sí, será lo mejor.
—¿Quieres ducharte?
—Estoy muy cansada. Prefiero hacerlo mañana. Pero necesito ir al
baño a hacer pís.
Abby se levantó para quedar de rodillas, sacando el miembro de su
interior.
—Ve tú primero —dijo él.
—Vale.
Después de ella Sean fue al baño. Cuando regresó se metieron en la
cama. Él le pasó el brazo por la espalda y ella apoyó la mano sobre su
pecho, jugueteando con el vello, y entrelazó las piernas con las de él.
—Sé que no tengo mucha experiencia en cuanto a sexo, aunque ya no
puede decirse que soy una novata, porque lo he hecho tres veces.
—Desde luego que no —dijo él sonriendo.
—Pero estoy segura de que, en cuanto a sexo, tu listón está en el
número uno de la lista. A cualquier hombre con el que pudiera estar en el
futuro le va a ser imposible estar a tu altura, y mucho menos, superarte.
—No hace falta que te preocupes por ello, porque no vas a acostarte
con ningún hombre además de conmigo.
—Eres un poco arrogante, ¿no?
—No soy arrogante. Solo estoy informándote de un hecho.
—Vale —dijo ella sonriendo—. No hemos hablado de nuestra relación.
—¿De qué tenemos que hablar?
—No sé, por ejemplo de adónde va a llevarnos.
—¿Adónde va a llevarnos?
—Sí. Porque, prácticamente no tenemos nada en común. Y no estamos
hechos el uno para el otro.
—¿Quién lo dice?
—Yo.
—Claro, porque tú eres experta en relaciones.
—No soy experta, pero…
—Espero que no estés pensando en cortar conmigo, porque eso no va a
pasar.
—Por supuesto que no estoy pensando en eso. Pero tienes que
reconocer que tengo razón. Solo hay que ver las diferencias que hay entre
ambos. Tú eres millonario y yo soy una simple trabajadora.
—Bueno, no puede decirse que seas pobre. Tu casa valdrá más de
medio millón, bastante más. Además, tienes un apartamento de dos
habitaciones de tu propiedad. Y tenemos muchas cosas en común.
—¿Qué cosas?
—Confiamos el uno en el otro. Ambos somos honestos. Nos
queremos. Y haciendo el amor somos la hostia.
—Tú eres la hostia. Yo soy inexperta.
—Me has dado más placer del que me han dado todas las mujeres con
las que he estado, juntas.
—Sé que lo has dicho para que me sienta bien, pero gracias.
—He sido sincero.
—Lo que hay entre tú y yo es una especie de contrato de negocios.
—No, cielo. Es un contrato personal. Y un contrato personal es más
importante y mucho más comprometido.
—Cuando te dejas atrapar por el amor le haces daño a la otra persona,
y ella a ti.
—¿Lo dices porque te has enamorado muchas veces?
—Es la primera vez.
—Entonces no sabes nada sobre el amor. Al igual que yo.
—Yo no busqué enamorarme de ti. No lo tenía planeado. ¿Y sabes
qué?
—¿Qué?
—Que ahora ya no podría vivir sin ti.
—Me alegro, porque a mí me sucede lo mismo.
—Y quiero decirte otra cosa.
—Te escucho.
—Has dicho que fue un riesgo desvirgarme sin condón. Pero si
estuviera embarazada no me importaría en absoluto. Y no creas que es
porque quiera pescarte, sino porque siempre he pensado que me gustaría
tener un bebé.
—A mí también. Me gustan mucho los niños.
—Al decir niños, ¿piensas en el matrimonio?
—Es el paso lógico, ¿no crees?
—Pero tú no me lo has pedido.
—¿Querías que te lo pidiera?
—¡No!
—He de decirte que lo he pensado en muchos momentos. ¿Sabes por
qué no lo he hecho?
—Supongo que porque nos conocemos desde hace muy poco.
—No es por eso. Te conozco lo suficiente para saber que eres la mujer
de mi vida. No te lo he pedido porque si lo hubiera hecho, habría cabido la
posibilidad de que no aceptaras. Y no voy a permitir que no aceptes. Así
que esperaré a que te des cuenta de cuántas cosas tenemos en común y de
que estamos hechos el uno para el otro. Que yo tenga más dinero que tú no
es algo negativo sino todo lo contrario. Cuando estés convencida de todo
ello, hablaremos.
—En el matrimonio hay que asignar papeles y deberes —dijo ella.
—¿Como cuales?
—Pues no sé…, por ejemplo, quién se ocupará de hacer la compra,
quien sacará la basura, quien se encargará de pagar las facturas…
—¿Eso es lo que te preocupa? Porque si es así, puedes ahorrarte esas
preocupaciones. Cuando nos casemos tendremos en casa a una señora que
se ocupe de todo, incluido hacer la compra y cocinar. Eso no quiere decir
que no puedas cocinar tú, pero solo cuando te apetezca. La vida es
demasiado corta y quiero disfrutarla contigo. De la basura no tienes que
preocuparte porque el jardinero se encarga de sacarla al contenedor. Y en
cuanto a las facturas, las cargan en mi cuenta del banco. A no ser que
prefieras que vivamos en tu casa.
—¡Qué dices! Viviremos en tu casa. Además, dijiste que estabas
construyendo la piscina interior por mí.
—Es cierto.
—El matrimonio es una sociedad, una empresa, un compromiso a gran
escala. Ya sabes que soy muy organizada y me gusta tenerlo todo bajo
control. Si no hablamos antes de todos los detalles sobre las
responsabilidades de cada uno, podemos encontrarnos en el caos.
—Eso no va a pasar.
—No lo puedes saber. Y en cuanto a los hijos… Un bebé debe estar a
cargo de un adulto responsable.
—Eso, por supuesto.
—¡Oh Dios mío! ¿Cómo será tener un bebé? Tengo que buscar todos
los libros que se hayan publicado sobre bebés. Y cometeré errores, muchos
errores.
—Cometeremos los mismos errores que cualquier pareja con su primer
hijo. Pero tenemos una gran ventaja. Tenemos entre nuestros amigos cuatro
matrimonios con hijos. Y mi madre estará encantada de ayudarnos en todo
lo que necesitemos. Y apuesto que también la madre de Mike. Me cayó
muy bien cuando hablé con ella en el hospital. Cariño, no hace falta que
pienses en los niños, ni en el amor, ni en nada relacionado con todo ello.
Nos ocuparemos de los detalles a medida que vayan apareciendo.
—Vale. ¿Cuándo vas a pedirme que me case contigo?
—Cuándo esté seguro de que aceptarás.
—¿Y cómo lo sabrás?
—Lo sabré.
—¿Te vas a arrodillar al pedírmelo?
—No lo sé, ya lo pensaré. La verdad es que ese detalle siempre me ha
parecido algo ridículo.
—El acto de arrodillarse está relacionado con el hombre que promete
lealtad.
—¿A ti te gustaría que lo hiciera?
—Soy muy romántica.
—Entonces, tendré que arrodillarme.
—No hace falta que lo hagas por mí. ¿Y vas a comprarme un anillo de
compromiso?
—¿No quieres un anillo de compromiso?
—¡Claro que quiero! Te dije que lo quiero todo contigo.
—Estupendo.
—¿Cuánto hay que esperar desde que una pareja está comprometida
hasta que se casa?
—No hay un tiempo específico. Pedirle a una mujer que se case con él
es como firmar un compromiso. Luego es la pareja quien decide cuando se
casarán. Pueden pasar semanas o meses.
—Vale.
—No debes darle más vueltas al asunto. Tienes que confiar en ti y en
mí. En nosotros. Y en la relación que hemos comenzado. Te quiero
conmigo y no puedo prescindir de ti. Me basta con mirarte para saberlo.
—A mí me pasa lo mismo.
—Pero no hay necesidad de decidir nada en este momento. Dejaremos
que transcurra el tiempo a ver qué pasa. ¿Por qué sonríes?
—Porque nunca imaginé que serías de esos hombres que dejan que las
cosas fluyan por sí solas.
—No suelo ser así, pero en este caso, es lo mejor.
—¿Y qué pasará si estoy embarazada?
—Lo hablaremos, si llega a suceder.
—De acuerdo. Vamos a dormir. Estoy muy cansada.
—Yo también —dijo él besándola en la frente.
Sean se despertó en mitad de la noche con una erección tremenda.
Miró a Abby, que estaba durmiendo boca arriba y volvió a desearla. Se
deslizó sobre su cuerpo, le separó las piernas y se colocó entre ellas. Abby
se despertó al notar el peso de él sobre su cuerpo, que se encendió con el
deseo, cegada por el placer y se humedeció al instante. Sean se introdujo en
aquel exquisito calor con una sola embestida, que la hizo gemir. Entonces
se detuvo en su interior y comenzó a besarla en el cuello.
Dios mío, lo deseaba mucho más de lo que lo había deseado la noche
anterior, pensó Abby. Elevó las caderas para que él se moviera, sujetándose
de sus fuertes hombros. Sean la penetraba con envites largos, lentos y
profundos, que la dejaban temblando. Sean vio en su rostro el placer y la
excitación. La contempló mientras se sumergía en aquella ola de manera
incontrolable y con la respiración agitada. Hasta que un grito de placer salió
de su garganta.
Ella intentó controlarse, pero aquella deliciosa sensación la llevaba
hacia arriba. Sintió que la cabeza le daba vueltas. El rostro de Sean era lo
único que le parecía real. Se sentía excitada y aturdida. Abby sollozó
cuando un orgasmo devastador se abrió paso a través de ella, oscuro,
cegador y dulce, palpitando en su interior en oleadas de placer casi
incontenibles.
Sean sacó la polla de su interior porque no llevaba condón. Se había
arriesgado de nuevo. Se echó sobre ella, cubriéndole el rostro de besos.
Abby le acariciaba los costados de arriba abajo y luego a la inversa,
mientras su respiración volvía a la normalidad.
Sean cogió un condón de encima de la mesita de noche y se lo puso.
Volvió a penetrarla mientras se miraban. La llenó por completo y gimió
cuando sintió la suavidad y el exquisito calor que lo envolvían. Entonces
comenzó a moverse de nuevo.
—Rodéame con tus preciosas piernas.
Ella lo hizo y Sean se hundió en ella más profundamente. Abby
decidió ir al encuentro de sus embestidas, apremiándolo para que se
moviera más rápido. Pero él insistió en seguir penetrándola al ritmo lento
que había marcado. En cada penetración le lamía el cuello a ella. Notó que
los músculos de la vagina se tensaban alrededor de su polla y eso lo llevó a
un nivel de excitación que no había experimentado nunca. Eso, unido a que
Abby estuviera susurrando su nombre, lo excitó aún más. Ella recibía sus
embestidas con un placer desmesurado, mientras sus alientos se mezclaban.
Sean quería ir despacio para saborear el momento. Luchó para
contener el orgasmo que lo amenazaba, pero cuando Abby comenzó a
moverse siguiéndole el ritmo en cada embestida, la ansiedad se apoderó de
él. Su cuerpo se endureció. Los músculos de los brazos y del pecho se
tensaban cuando sacaba la verga hasta casi estar fuera. La penetró, una y
otra vez, de manera exigente y con desesperación, como si necesitara
marcarla de alguna forma. Sus envites estaban perfectamente estudiados
para hacerla disfrutar al máximo del placer cada vez que la penetraba,
haciendo que Abby gritara en cada una de sus embestidas.
Sean ya no se pudo contener más, se incorporó entre sus piernas y
empezó a follarla, hundiéndole las caderas en el colchón con embestidas
desoladoras. La llevó a lo más alto. Se echó sobre ella y le dio un beso
profundo que hizo que ella se lanzara al vacío. La penetró una última vez y
se detuvo en su interior. Y entonces se dejó llevar.
Abby escuchó el grito apagado que Sean soltó, un sonido primitivo y
profundo que lanzó con la última embestida, empalándola por completo y
escondiendo el rostro en su cuello.
Sean estaba sobre ella, sin evitar de ninguna forma que su peso la
aplastara, pero a Abby no le importaba. Le gustaba sentir el peso de él sobre
su cuerpo, le gustaba sentir la calidez de su piel y los latidos de su corazón,
tan acelerado como el suyo propio.
—Tienes que haber practicado mucho para hacer el amor de esta forma
—dijo ella cuando su respiración volvió a la normalidad.
—Hay que esmerarse y practicar mucho, si quieres hacer las cosas
bien.
—Pues yo valoro mucho tu experiencia —dijo ella acariciándole el
cabello.
—¿La valoras?
—Por supuesto. Al fin y al cabo, soy quien se está beneficiando de
todo lo que has aprendido con las mujeres.
—¿De todo lo que he aprendido? Cariño, todavía no te he enseñado
nada de lo que he aprendido. Pero va a ser un gran placer para mí
mostrártelo.
—Eso me gustará.
—Te estás volviendo una descarada.
—Solo soy descarada contigo. Estoy cansada. Espero que mañana no
tenga que perseguir a nadie. Menos mal que solo he de trabajar mañana y el
jueves podré levantarme tarde.
—Qué suerte tienes. Vamos a dormir.
—Vale. ¿Sabes, Sean?
—¿Qué?
—Quiero hacer el amor contigo cada día del resto de mi vida.
—Cielo, eres la mujer de mis sueños.
Capítulo 25
Sean recogió a Abby en su casa a las cuatro de la tarde del jueves. Fueron a
casa de Delaney, que era donde habían quedado todos para salir juntos.
Cuando llegaron estaban metiendo todo en los coches. Brianna estaba
llorando, abrazada al cuello de su padre porque quería ir con ellos a la
acampada, pero él la tranquilizó diciéndole que si iba con ellos, sus amigas
del colegio se aburrirían mucho sin ella. Y la pequeña no quería que sus
amigas se aburriesen. Pero se despidió de todos llorando y abrazándolos
muy fuerte. Incluso a Abby, que la cogió en brazos, apoyada en su cadera y
contemplaron juntas cómo metían todo en los vehículos.
Sean las contempló. Imaginó cómo sería tener un bebé con ella. Se la
veía muy cariñosa con su sobrina. Le gustaba que se llevara bien con sus
sobrinos y con todos.
Delaney se acercó a ellas y cogió a su hija para besuquearla en el
cuello, haciéndola reír. Luego se la dio a Tess y las dos entraron en la casa.
—Tus padres no han llegado todavía —dijo Abby a Delaney—. ¿Se
reunirán con nosotros allí?
—¿Mis padres? A mi padre no le importaría acompañarnos, pero mi
madre no se lleva bien con la naturaleza. Solo ha venido una vez con
nosotros de acampada cuando Tess y yo nos casamos, y gastó cuatro botes
de spray para insectos. Lo echaba a su alrededor cada vez que se movía.
Estuvo incómoda los días que permanecimos allí. En casa está mejor, te lo
aseguro. Mira, Ryan acaba de llegar —dijo Delaney al ver acercarse el
coche de Carter, que se lo había dejado para el tiempo que permaneciera en
la ciudad—. Vamos, te lo presentaré.
Ryan bajó del coche y los vio acercarse. Delaney le rodeaba a Abby
los hombros con el brazo. Ella se quedó embobada al ver a ese hombre,
preguntándose cómo era posible que hubiera tantos hombres atractivos
juntos. Porque ese también era guapísimo.
—Hola, pareja. ¿Qué pasa, Delaney? ¿No es suficiente para ti con
tener un bombón como mujer que te has buscado otro?
—Ella es mi futura cuñada. Abby, te presento a Ryan, un amigo
nuestro. Antes pertenecía al grupo, pero nos abandonó para irse a vivir a
Atlanta. Ryan, ella es Abby.
—Hola, Abby —dijo abrazándola—. Me alegro de conocerte, me han
hablado mucho de ti.
—A mí también de ti. Mucho gusto en conocerte.
—Me habían dicho que eras guapa, pero no tanto. Estos tíos han
acaparado a las mujeres más preciosas de la ciudad.
—Deja de flirtear con ella, no está libre —dijo Delaney.
—Sí, ya. Supongo que Sean no va a dejar escapar a un monumento
como este.
Las otras mujeres se acercaron para saludarlo, abrazándolo muy fuerte.
Poco después los cinco coches se pusieron en marcha.
Nada más llegar al lugar donde acamparían, el mismo sitio al que iban
cada año, Ryan y Logan se ocuparon de colocar los vehículos formando
medio círculo con la parte trasera de los coches hacia el interior, como
hacían siempre que iban, porque las mujeres colocaban en los maleteros la
comida. Y en el otro medio círculo colocaban las tiendas de campaña, con
la entrada hacia el interior. De esa forma quedaba un círculo en el centro
donde comían, descansaban y hablaban.
El resto de los hombres comenzaron a montar las tiendas.
—¿Por qué no han venido Eve y tus hijos? —preguntó Abby a Kate.
—Eve y mi hija Taylor tenían planes con sus amigas. Iban a pasar unos
días en casa de una de ellas y les gustaba más la idea de estar con ellas que
con nosotros. Bradley se fue de viaje con unos amigos, lo tenían planeado
desde hacía semanas. Volverán antes de que empiece la universidad.
—Sean me dijo que estaba estudiando arquitectura.
—Sí. Él lo está ayudando mucho. Ha trabajado con él todo el verano.
—¿Y Dexter?
—Dexter está mejor en casa, los cambios de rutina no le van bien. De
todas formas, está bien que descansemos por unos días de todos ellos.
—Y que lo digas —dijo Ellie—. Esto va a ser como si estuviéramos de
nuevo recién casados.
—Va a ser estupendo —añadió Lauren.
—Siempre lo pasamos muy bien, pero esta vez va a ser relajante al no
tener que estar pendientes de los niños —dijo Tess.
—Pensé que Jack se quedaría en tu casa con los pequeños.
—Siempre que vamos a algún sitio y Jack nos acompaña, contrata a un
amigo suyo de toda confianza que se queda en casa hasta que volvemos —
dijo Tess—. Y Jack se encarga de protegernos a nosotros.
—Es un poco complicado protegeros a todos aquí. Esto es muy grande
y vosotros sois muchos.
—No digas nosotros. Tú eres parte del grupo y también te protegerá a
ti.
—Yo puedo protegerme sola —dijo Abby.
—En ese caso, podrás ayudarlo a protegernos —dijo Lauren
sonriéndole.
—Aquí sería difícil pedir ayuda, me he dado cuenta de que no hay
cobertura.
—El móvil de Jack tiene cobertura en cualquier parte. Es uno de los
negocios en los que está metido mi marido —dijo Tess.
—Eso es interesante.
Ryan desplegó la mesa y la colocó en la parte trasera de los coches
para que ellas colocaran encima toda la comida y la organizaran. Abby sacó
del coche lo que había llevado ella.
—¿Has traído comida? —preguntó Ellie—. Te dijimos que no trajeras
nada.
—Lo sé, pero hoy no he trabajado y quería usar todo lo que había
perecedero en la nevera, porque Mike no va a cocinar. Seguro que va a
comer cada día a casa de sus padres. He preparado una empanada rellena de
carne y verduras. Y unas magdalenas. Ya se que tú eres una repostera
increíble y seguro que habrás traído un montón de cosas.
—Cualquier cosa de comida es bienvenida, esos hombres comen como
limas —dijo Lauren.
—Supongo que esos cuerpos necesitan lo suyo para mantenerse así.
—Y que lo digas.
—No entiendo cómo es posible que todos los hombres del grupo sean
tan espectaculares. No es lo normal. En un grupo de amigos suele haber
variedad: unos altos, otros bajos, unos delgados, otros gruesos, unos
guapos, otros menos guapos. Pero ellos son todos casi de dos metros,
guapos, delgados y fibrosos.
—Sí, hemos tenido suerte —dijo Kate.
—¿Y no te has dado cuenta de que todas las mujeres del grupo,
incluida tú, sois unos bombones? —dijo Ryan, rodeándole a Abby la cintura
por detrás, porque había escuchado lo que decía.
—Vaya, gracias.
—No hay de qué, preciosa.
—Ryan, no hace falta que flirtees con ella —dijo Sean acercándose—.
No es nada personal, pero Abby está fuera de tu alcance. De hecho, está
fuera del alcance de cualquiera que no sea yo.
—Vaya, sí que te ha dado fuerte —dijo Ryan sonriendo a su amigo—.
Pero no tienes que preocuparte, sabes que yo respeto las propiedades de los
demás.
—Oye, que yo no soy propiedad de nadie —dijo Abby.
—Cariño, me temo que te equivocas, ya estás atrapada, pero puedes
consolarte sabiendo que él también lo está. ¿Necesitáis que os ayude en
algo más? —preguntó Ryan a las chicas.
—¿Crees que no pueden valerse por sí mismas? —dijo Sean—. Será
mejor que nos ayudes a montar las tiendas, de lo contrario se hará de noche
y no habremos terminado.
—Aún falta mucho para que oscurezca —dijo caminando con Sean
hacia donde estaban los demás hombres—. Tu novia es preciosa.
—Gracias.
—Ryan nunca cambiará —dijo Ellie—. Cuánto le gusta flirtear con las
mujeres.
—Es un cielo de hombre —añadió Tess.
—Nunca había visto a Sean celoso —dijo Lauren.
—Bueno, nunca había estado enamorado —añadió Ellie.
—Supongo que a Sean y a ti os va bien, ¿verdad? —preguntó Tess.
—Sí, muy bien. O eso creo —dijo Abby—. El amor es algo extraño.
No pide permiso para atormentar a las personas. Llega de repente, lo invade
todo y hace que a veces nos comportemos como estúpidos.
—Doy fe de ello —dijo Tess.
—Tienes razón —dijo Lauren.
—Cuando volví a encontrarme con Carter me di cuenta de que el amor
no consiste en encontrar a una persona perfecta con quien casarse, sino ver
a esa persona tal y como es y aceptarla con todos sus defectos —dijo Ellie.
—Vuestros maridos no parece que tengan muchos defectos.
—Pues te equivocas, porque los tienen —añadió Kate—. Pero, sin
duda, tienen más virtudes que defectos.
—En el amor no hay nada blanco o negro. Los sentimientos son un
complejo conjunto de colores —dijo Tess.
—Y, además, no hay una forma de conducirse, o unas palabras
mágicas para lograr lo que te propones. Cuando te enamoras, todo está en el
aire —añadió Lauren.
Cuando tuvieron toda la comida organizada en los maleteros de los
vehículos, hicieron café y lo pusieron en la mesa con las magdalenas que
había llevado Abby. Ellos hicieron un descanso y se sentaron a tomar el
café.
Sean estaba sentado en la mesa frente a Abby. La miraba como si fuese
lo único en el mundo que mereciera la pena mirar. Su mirada la impactó de
tal forma que la dejó sin aliento. El corazón le dio un salto y su respiración
se aceleró. Se tocó la mejilla con una mano y notó que la tenía caliente. Se
sentía avergonzada por pensar que deseaba tenerlo en su interior más de lo
que deseaba respirar. Sean la miraba, intentando adivinar lo que ella estaba
pensando para haberse ruborizado.
—Ven conmigo, Abby, solo será un minuto —dijo Sean levantándose.
Abby se levantó, bajo la atenta mirada de todos.
—¿Adónde vamos? —preguntó cuando habían salido del círculo del
campamento.
—A algún sitio donde pueda comerte la boca sin que nadie nos
moleste.
—Vale.
Sean la miró sonriendo. Poco después la llevó hasta un árbol hasta que
la espalda quedó pegada a él y la besó en los labios. Y ahí acabó la
delicadeza, porque tan pronto sus labios se rozaron, un beso salvaje tomo el
control de la situación. Sean la besó de forma profunda, como no recordaba
haber besado de esa forma a nadie, porque hasta que conoció a Abby no
sabía realmente que un beso era la necesidad de sentir a alguien.
—Me gustaría tumbarte aquí mismo, arrancarte la ropa, abrirte las
piernas y hundirme hasta el fondo en ti.
—Vaya, qué romántico —dijo ella de forma traviesa y metiendo una
mano por debajo de la camiseta para sentir el tacto de su piel.
Y él volvió a besarla. Abby sintió la erección en su bajo vientre y le
devolvió el beso de forma desesperada.
—¿Qué pensabas antes cuando estábamos en la mesa que ha hecho que
te ruborizaras?
—Que deseaba tenerte dentro de mí.
—¡Santa madre de Dios! Eres una descarada, pero me encanta que
seas así.
Cuando volvieron al campamento unos minutos después todos
sonrieron al verlos, porque no podían ocultar que se habían besado, y no de
forma tierna y suave.
Abby quedó impresionada al ver el tamaño de las tiendas, eran
enormes. Habían llevado una tienda para Ryan, pero no la montaron porque
decidió dormir en la de Jack, que era del mismo tamaño que las demás.
Esa noche comieron en la cena todo lo que no aguantaría sin nevera
hasta el día siguiente. A Abby le encantó el rato que pasaron cenando, y no
por la comida sino por la compañía. Todo el grupo era muy divertido.
Bromeaban con cualquier cosa y la incluían en sus bromas, como si
perteneciera al grupo desde hacía años. Abby se enteró de muchas cosas
que no sabía de ellos, sobre todo, de la vida de las mujeres, antes de que se
casaran. Se les veía relajados, y sobre todo, felices. Y ella también se sentía
así.
Después de la cena se sentaron en las hamacas y tomaron café,
charlando de una cosa y otra. Poco después decidieron acostarse, a pesar de
que era temprano, porque querían levantarse a primera hora de la mañana
para aprovechar el día al máximo.
Abby se sintió un poco extraña al entrar en la tienda con Sean, por si
los otros pensaban mal de ella, pero él la tranquilizó diciéndole que no se
preocupara por eso. Sean cerró la tienda después de que entraran.
—No sabes las ganas que tenía de que llegara este momento para estar
a solas contigo.
—Yo también. Aunque lo he pasado muy bien en la cena y luego
tomando café. Tus amigos son geniales, todos ellos, incluido Ryan.
—Discúlpalo si se ha pasado flirteando contigo, pero es que no lo
puede evitar.
—No me ha importado. Lo cierto es que se le da muy bien. Bueno, a
todos vosotros se os da muy bien. Desnúdate, llevo toda la tarde deseando
ver tu cuerpo, deseando acariciarte, deseando tenerte en mi interior.
—El problema de las tiendas de campaña es que se oye todo, así que
tendremos que esforzarnos por no hacer demasiado ruido.
—Procuraré no gritar.
Sean comenzó a desnudarse y ella lo acompañó. Poco después ambos
estaban desnudos y tumbados. Y segundos después, el cuerpo de Abby
estaba inmovilizado debajo del de él. Y todo se aceleró dentro de ella. Un
deseo salvaje la invadió. Deseaba sentir las grandes manos de Sean sobre
ella, acariciándola. Y deseaba recorrer su cuerpo con los labios hasta
quedarse completamente saciada.
—Espero que hayas traído preservativos.
—¿Crees que iba a olvidar algo así?
—La primera vez olvidaste usarlo.
—No lo olvidé, solo quería desvirgarte sin condón, pero luego me lo
puse. Fue un riesgo pequeño, pero aquí voy a follarte cada día varias veces.
—Estupendo.
Estuvieron acariciándose un buen rato, hasta que Sean ya no lo pudo
soportar más. Necesitaba follarla. Se puso un condón y la penetró.
Abby lo acogió en su interior. Le rodeó las caderas con las piernas, lo
abrazó y enterró el rostro en su cuello. Aspiró su olor, ese olor que ya le era
tan familiar. Sean la penetraba de forma suave, pero entrando hasta lo más
hondo. A ella le gustaban los sonidos que él emitía cada vez que su
miembro la invadía: los suaves gemidos, los jadeos con la respiración
acelerada, los gruñidos. Le encantaba tenerlo dentro. Hacer el amor era una
maravilla, pensó.
Abby le acariciaba los costados y la espalda con ternura. Lo besaba en
el cuello, diciéndole al oído cuanto le gustaba tenerlo dentro y cuánto lo
quería. Esas palabras hicieron que Sean deseara moverse más deprisa. El
ritmo de sus embestidas se incrementó. Notó que ella estaba también a
punto de correrse, así que la embistió una, dos, tres veces, de manera brutal
y ella explotó. Sean la siguió y se detuvo en su interior, temblando, como si
estuviera a punto de agonizar.
Ninguno de los dos dijo una sola palabra. Sean dejó caer sobre ella su
duro y fibroso cuerpo, que estaba cubierto de sudor. Abby retiró de su frente
los mechones húmedos y lo besó con suavidad en la mejilla.
Sean y Abby se despertaron al amanecer y fueron al río a lavarse. El
agua estaba helada, pero eso no los detuvo. Echaron un polvo en un lugar
apartado del río, y luego se lavaron el uno al otro.
Cuando regresaron al campamento Jack estaba preparando café. El
hombre les sirvió una taza que tomaron con placer, porque estaban helados.
Poco después fueron apareciendo todos, a pesar de ser temprano. Habían
decidido hacer una excursión hasta una montaña escarpada para que Abby
pudiera ver las águilas que anidaban en los huecos.
Por el camino se encontraron a la pareja de guardabosques, a quienes
conocían desde hacía años y les presentaron a Abby. Como siempre, los dos
hombres les dijeron que si tenían algún problema o veían algo extraño que
les llamaran.
Fue una buena caminata, pero nadie se quejó. Aunque las mujeres,
excepto Abby, volvieron al campamento muy cansadas.
Antes de comer estuvieron un buen rato bañándose en las frías aguas
del río. Prepararon la comida entre todos y luego tomaron café con los
dulces que había llevado Ellie.
—¿Siempre tomáis café con dulces? —preguntó Abby—. No me
gustaría que engordaseis.
—No te preocupes, cielo, hacemos mucho ejercicio cada noche —dijo
Delaney.
—Y cada mañana —añadió su mujer de forma descarada.
Todos se rieron.
—Cariño, me refería a la sesión de gimnasio que hacemos ellos y yo
después del trabajo —dijo Delaney.
—Bueno, vosotros hacéis ejercicio en el gimnasio, nosotras en la
cama.
Todos volvieron a reír.
Después del café, los hombres decidieron ir a pescar. Las mujeres se
quedaron echadas en las hamacas en la orilla del río acompañadas por Jack,
que se sentó en una hamaca, algo alejado de ellas, aunque no lo suficiente
como para que no pudiera escuchar la conversación.
—Háblanos de tu relación con Sean —pidió Tess a Abby.
—A veces, cuando lo miro, no puedo creerme que un hombre como él,
tan increíble y tan perfecto, esté interesado en mí.
—No digas tonterías, eres la mujer ideal para él —dijo Lauren.
—Y tú también eres increíble y perfecta —añadió Tess.
—Tiene que dar gracias de que te cruzaras en su camino —dijo Ellie.
—Al principio tenía miedo de salir con él. Ya sabéis lo que me
sucedió.
—Es comprensible —dijo Kate—. Yo también he pasado miedo en
algunos momentos de mi vida.
—Y yo —dijo Lauren—. Pero no es malo sentir miedo. El miedo es un
instinto primario de defensa. Solo tenemos que decidir en qué momentos
puede ser algo negativo o positivo.
—A lo largo de mi vida he experimentado momentos de presión
extrema por asuntos de trabajo, pero en ninguno de esos momentos he
temblado, y él lo consigue, simplemente rozándome —dijo Abby.
—Sé a qué te refieres —dijo Tess.
—Para alguien con tan poca experiencia con los hombres como yo,
Sean es la pura personificación del sexo en todo su esplendor.
—Podríamos decir lo mismos de nuestros maridos —dijo Lauren.
—No he oído a nadie mencionar nunca que un beso pudiera ser
desgarrador. Los adjetivos apasionado, tierno o suave no se acercan ni
remotamente a la sensación que he experimentado cada vez que me ha
besado. Es como si él prendiera una llama en mi interior. Supongo que cada
hombre besará de forma distinta y que si te besa el hombre de tu vida, el
beso se convierte en lo que una necesita. Pero, ¿sabéis lo que os digo? Yo
no quiero que me besen con suavidad ni de manera tierna. Yo quiero que un
beso me haga arder, como si estuviera en el infierno, que es como me siento
cuando Sean me besa.
Sus cuatro amigas se rieron. Y Jack también sonrió, mirando la novela
que tenía delante.
—Cuando me habla con esa voz tan tierna y cálida, me olvido de todo
lo demás. Y cuando me toca, me siento en las nubes. Él ha conseguido que
salga del agujero oscuro, tenebroso y solitario en el que he estado desde que
tenía doce años.
—Habrá sido duro para ti —dijo Ellie.
—Sí, ha sido duro, pero lo estoy superando. Y eso lo ha conseguido
Sean.
—Sigue hablándonos de él —dijo Kate para que no pensara en el
pasado.
—Se pasa el día enviándome mensajes. Este es el que me envió ayer
por la mañana —dijo buscándolo en el móvil y leyéndolo.
Nos conocemos desde hace poco, pero lo poco que sé de ti es lo que ha
hecho que esté irrevocablemente enamorado.
—Todos sus mensajes son preciosos y románticos. Ese hombre
sorprendería a cualquier mujer que consiguiera conocerlo. Es asombroso.
Apuesto que habrá enamorado a mil mujeres.
—Un hombre de verdad no es quien es capaz de enamorar a mil
mujeres, sino el que puede enamorar mil veces a la misma mujer. Y te
aseguro que él lo hará contigo, como lo están haciendo nuestros maridos —
dijo Tess.
—Ya sabéis que nunca había salido antes con ningún hombre. Él es el
único que ha conseguido que sintiera la sangre corriendo por mis venas. Él
ha conseguido que por primera vez en mi vida deseara que un hombre me
tocara y me hiciera el amor. Que deseara sentir sus manos y su boca sobre
mi piel. Y él parece que sabe exactamente lo que me gusta y cómo tiene que
tocarme. Y lo hace con cariño, pero sin cautela.
—Parece que ese don lo comparten todos nuestros hombres. Yo
pensaba exactamente como tú cuando Nathan me tocaba, y eso no ha
cambiado, sigo pensando lo mismo —añadió Lauren.
—¿Vosotras también sentís un montón de mariposas revoloteando en
vuestro vientre cuando vuestros maridos están cerca?
—Sí —dijo Ellie sonriendo—. Es emocionante, ¿verdad?
—Sí que lo es. Cada vez que estoy con él el corazón me late de forma
frenética, empiezo a temblar y me siento completamente perdida. Y eso sin
que me haya tocado.
Las cuatro se rieron.
—No te preocupes, con el paso del tiempo eso se va suavizando.
—A veces me he preguntado si Sean sería una nueva especie de
hombre desconocido para mí porque, simplemente con rozarme, mi sexo se
humedece.
—Es que nuestros hombres son especiales —dijo Kate.
—Cuando no estoy con él lo echo mucho de menos. Siento como si su
sola presencia iluminara mi existencia.
—Eso que has dicho es muy bonito —dijo Tess.
—A veces, ese pensamiento se queda en mi mente y se apodera de
todo. Ahora ya no tanto, pero sigo sintiéndome intranquila cuando él está
cerca, y eso hace que la mente se me quede en blanco y no sepa qué decir.
Y no me ha pasado nunca antes con nadie. Hay tantas cosas que no sé…
Cada vez que me acaricia siento algo diferente, algo nuevo. Él hace que me
sienta deseable y salvaje.
—Eso también es normal con hombres como los nuestros —dijo
Lauren.
—Supongo que ya habréis hecho el amor —dijo Ellie.
—Sí.
—¿Cómo fue?
—Para ser mi primera vez, lo cierto es que fue genial. ¿Y a vosotras?
—También —dijo Kate.
—Eso es lo bueno de que ellos tengan experiencia —dijo Tess.
—Nuestra primera vez fue maravillosa para todas nosotras —añadió
Lauren.
—¿No creéis que es demasiado mayor para mí? Aunque en realidad no
me preocupa la diferencia de edad sino su experiencia con las mujeres,
porque la mía es nula. Bueno, ahora ya no es nula, pero casi.
—Estar con un hombre mayor que tú y con experiencia hace que te
sientas bien en muchos sentidos. Da solidez, estabilidad y tranquilidad a tu
vida. Y en cuanto a tu poca experiencia, eso no debe preocuparte, Sean sabe
lo que se hace y vas a disfrutar mucho con él —dijo Tess.
—De eso no me cabe la menor duda.
—Todos nuestros marido son mayores que nosotras —dijo Kate.
—Y todas éramos vírgenes cuando los conocimos —añadió Ellie.
—Y todos ellos eran unos mujeriegos y con una gran experiencia —
dijo Lauren.
—Pero todas nosotras podemos asegurarte que fue fantástico aprender
con ellos. Y tu inexperiencia durará poco —dijo Tess.
—¿Sabes eso que dicen de que los mujeriegos cuando se casan
cambian y solo se preocupan de su mujer y de su familia? Pues es cierto —
dijo Ellie.
—Y lo mejor de todo es que cada noche vas a disfrutar de toda la
experiencia que Sean ha tenido con las mujeres —dijo Tess.
—Y muchas mañanas también —añadió Kate.
—A veces me pregunto si él es el hombre de mi vida.
—Todas tuvimos dudas en nuestro momento. Pero puede que no te
estés haciendo la pregunta adecuada —dijo Lauren.
—¿Cuál es la pregunta adecuada?
—Si eres más feliz estando con él o sin él.
—O si puedes vivir sin él —dijo Kate.
—Si te respondes a esas preguntas, lo demás te quedará claro —dijo
Tess.
—No podría vivir si él, le quiero demasiado.
—Pues ahí tienes tu respuesta.
Jack se sintió muy bien al escuchar la conversación. Esa mujer le había
caído bien desde la primera vez que la vio en el hospital cuando Sean
estuvo en coma, porque sabía que sentía algo por él, y ahora que estaba
completamente seguro de que lo quería, le caía mucho mejor.
Los hombres se acercaron a ellas una hora después cargados con los
aparejos de pesca y un cubo lleno de peces, dos de ellos de más de tres
kilos. Abby estaba de pie, acababa de salir del agua y estaba completamente
mojada. Estaba contándole algo a sus amigas y riéndose las cinco.
A Sean le gustó verla así, contenta y entusiasmada. Aunque también le
gustaba cuando estaba seria o enfadada. La verdad es que le gustaba de
cualquier forma. Disfrutaba de ella de cualquier manera, porque no siempre
era la misma mujer. Pero en el fondo era suave y cálida cuando la
acariciaba; era tímida cuando la miraba con deseo, casi parecía sumisa, pero
descarada y atrevida cuando hacían el amor; Cuando se enfadaba parecía
agresiva y fría. Y a él le encantaban todos esos cambios en ella.
Sus miradas se encontraron. Sean le escaneó el cuerpo de arriba abajo
y de repente sintió calor en su interior. Abby miró a su vez aquel musculoso
torso, los oblicuos que asomaban por el vaquero corto que llevaba de
cintura baja sin estar abrochado del todo, y su delineado abdomen. Le
pareció una imagen sensacional. Le recordó a los calendarios que
protagonizaban deportistas, policías o bomberos. Esas imágenes que hacían
que las mujeres soñaran con ellos. La diferencia era que ese hombre era
solo suyo.
Los hombres prepararon el pescado a la parrilla y, como el día anterior,
el momento de preparar la comida y luego el tiempo que estuvieron
sentados comiendo fueron muy entretenidos.
Ryan no había parado de flirtear con Abby, aunque ella se dio cuenta
de que también lo hacía con las otras mujeres. Pero también comprobó que
el resto de hombres lo hacía con todas ellas con total naturalidad. Y
entonces asumió que no lo hacían con intención de flirtear, sino que todos
ellos, incluido Sean, llevaban el flirteo en la sangre, que era parte de ellos y
no sabían comportarse de otra forma con las mujeres.
Permanecieron despiertos hasta casi media noche, hablando y tomando
unas copas. Abby no entendía cómo tenían tantas cosas que contar porque
la conversación no se terminaba en ningún momento.
Luego fueron a sus tiendas. Sean y Abby volvieron a hacer el amor.
Ella no se cansaba de hacer el amor con él. Igual lo hacían de manera tierna,
disfrutando del momento, o de forma brusca y casi salvaje, cuando el deseo
los invadía de repente.
Se durmieron una hora después agotados.
Capítulo 26
Abby abrió los ojos al escuchar un ruido en el exterior. Volvió a cerrarlos y
se concentró en los sonidos. Alguien estaba caminando por detrás de las
tiendas, porque oía cuando las hojas secas se aplastaban y alguna pequeña
rama se partía. Abby se alejó de Sean con cuidado de no despertarlo, se
puso el pantalón cargo corto negro que llevaba la noche anterior, que estaba
en el suelo, y las botas. Sacó de la bolsa una camiseta oscura y se la puso. A
continuación sacó de la bolsa su arma y se la colocó en la parte de atrás de
la cinturilla de su pantalón. Abrió la cremallera de la tienda despacio para
no hacer ruido y salió al exterior. Luego volvió a cerrarla con el mismo
cuidado.
Había una lámpara de camping en el centro del campamento, pero
estaba a la mínima intensidad y prácticamente no alumbraba. Caminó
pegada a las tiendas hasta llegar a los vehículos. Jack estaba entre dos de
ellos. Se incorporó para que lo viera y ella se acercó. Los dos se agacharon
para estar cubiertos por los coches.
—¿Por qué estás levantado? —preguntó ella.
—Supongo que por lo mismo que tú. He escuchado algo.
—Había alguien caminando por detrás de las tiendas.
—Sí, eso me ha parecido.
—Voy a echar un vistazo.
—Quédate aquí, iré yo —dijo Jack.
—No, tú sigue aquí. ¿Vas armado?
—Sí. ¿Y tú?
—También. Averiguaré cuántos son y si tienen armas. Luego volveré a
informarte.
—Ten cuidado.
—Vale.
Abby desapareció en la oscuridad. Se alejó del campamento y fue
caminado en círculos hasta que vio las dos tiendas de campaña. Había un
todoterreno cerca de ellas. Se acercó al vehículo por la parte de atrás y
alumbró con el móvil la matrícula. No le hizo una foto por si escuchaban el
ruido de la cámara del móvil, pero la memorizó. Luego se alejó de allí y
caminó hacia el otro lado. Se acercó al campamento, escondiéndose entre
los árboles. Vio una hoguera y a tres hombres a su alrededor. Fue
acercándose y se echó en el suelo para que no la vieran y se acercó aún más.
Entonces prestó atención a lo que decían. Y al escucharlo se preocupó. Se
levantó y caminó alrededor del campamento esperando encontrar a alguien
vigilando, pero no había nadie.
Luego volvió al campamento donde estaban sus amigos y lo rodeó con
cuidado, por si quien hubiera estado caminando por allí anteriormente
siguiera por haciéndolo. Pero no había nadie. Dio una batida por la zona
donde estaban los coches y se metió entre ellos. Se sentó en el suelo junto a
Jack.
—Tenemos un grave problema —dijo Abby.
—Lo suponía.
—Son cuatro hombres. Están armados con escopetas, dos de ellas con
mira telescópica. Puede que también tengan pistolas y cuchillos.
—¡Joder!
—Seguramente nos siguieron ayer hasta aquí.
—¿Por qué iban a seguirnos? Cuando uno va de acampada no lleva
consigo nada de valor.
—Jack, no pretenden robarnos. Han venido a cargarse a Delaney y a
Nathan.
—¿Qué? ¡Hostia puta!
—He escuchado lo que hablaban. No han atacado antes porque están
esperando el momento en que Delaney o Nathan se alejen de los demás.
Pero por la forma de hablar, no me extrañaría que intentaran acabar con
todos nosotros, no parecen muy pacientes.
—¡Dios mío! Menos mal que no hemos traído a los niños.
—Tengo entendido que tu teléfono tiene cobertura en todas partes.
—Sí.
—Podrías llamar a los guardabosques que hemos visto hoy, puede que
no estén lejos de aquí.
—Esos hombres no tienen preparación para manejar una situación
como esta.
—Tienes razón. Déjame tu teléfono. Me alejaré y llamaré a Mike. Con
que venga él será suficiente.
—¿Crees que vendrá?
—Por supuesto.
—Pero tardará más de una hora.
—Te aseguro que no tardará ni una hora. Mientras tanto nos
ocuparemos nosotros. Le enviaré la ubicación y le diré que deje el coche
alejado del camino.
—Vale.
—Jack, presta atención a cualquier movimiento. Estaría bien que
dieras la vuelta al campamento y echaras un vistazo, yo lo he hecho antes
de venir.
—Abby, ese es mi trabajo y sé lo que he de hacer.
—Lo sé. De todas formas, no creo que hagan nada de noche. Antes
vendrían para asegurarse de que aún estábamos aquí. Ahora vuelvo —dijo
ella desapareciendo entre los árboles.
Jack se levantó y recorrió el perímetro del campamento, pero no vio a
nadie. Así y todo, siguió vigilando. Poco después se reunieron los dos junto
a los vehículos. Abby le dio el teléfono.
—Compruébalo a menudo. Mike me ha dicho que te irá informando de
cuanto le falta para llegar.
—¿Va a venir?
—Ya está de camino.
—Estupendo. Voy a ir a una elevación que hay al sur desde donde se
ve todo el campamento. Es un buen sitio para vigilar y ver si se acerca
alguien, y hay árboles para ocultarse. ¿Qué vas a hacer tú?
—Voy a entrar en las tiendas para decirles a todos que no se les ocurra
salir y que permanezcan en silencio.
—Bien.
—Luego iré a verte a la loma.
Abby comenzó por la primera tienda, que era la de Jack y en la que
estaba Ryan. Abrió la cremallera despacio y entró. Se arrodilló a su lado.
—Ryan —dijo en voz baja.
Como no se despertó le movió el hombro.
—Ryan —volvió a decir.
—¡Jode… empezó a decir, pero Abby le tapó la boca con la mano.
—No hagas ruido y habla en voz baja.
—Vaya, no esperaba una visita tuya, pero, ¿sabes, cielo? Te has
equivocado, yo no traicionaría a Sean por nada.
—¡No seas estúpido! He venido a decirte que estamos en peligro, y no
quiero que salgas de la tienda bajo ningún concepto.
—¿Qué clase de peligro?
—Hay cuatro hombres armados acampados cerca de aquí y que han
venido a cargarse a Delaney y a Nathan.
—No pienso quedarme aquí.
—Te aconsejo que no hagas que te obligue.
—Vaya, una tía dura. Se supone que tú deberías estar con Sean, así que
estará solo. Me quedaré con él.
—Como quieras, pero no hagas ruido al salir.
—No lo haré.
Abby cerró la cremallera. Luego abrió la de la tienda de al lado y
ambos entraron. Abby se arrodilló junto a Sean y le cubrió la boca con la
mano. Él abrió los ojos alarmado.
—Shhh, no hagas ruido.
—¿Qué sucede? —preguntó él en voz baja—. ¿Y qué hace Ryan aquí?
—Hay cuatro tíos armados que han venido a matar a tu hermano y a
Nathan.
—¿Qué?
—De momento tenemos la situación controlada.
—¿Tenemos? ¿Tú y quién más?
—Jack está vigilando por si se acercan. Pero tengo que ir a ayudarle.
No quiero que salgáis de la tienda y no hagáis ruido. Si habláis, que sea
susurrando.
—Tú no vas a ir a ningún sitio —dijo Sean.
—¿Quién lo dice?
—Si sales de la tienda, yo también.
—Si sales, te daré un golpe y te dejaré inconsciente.
—No te atreverías.
—Me temo que no me conoces muy bien. Te aconsejo que no me
cabrees. Cualquiera de los dos os pondréis in peligro si salís de aquí. Mike
viene de camino y entre los tres controlaremos la situación. Y me estás
haciendo perder tiempo.
—De acuerdo. Pero, por favor, no te pongas en peligro.
—No lo haré, te lo prometo. No salgáis de aquí —volvió a decirles.
Sean la cogió de la mano antes de que saliera de la tienda, la acercó a
él y la besó.
—¿Crees que es el momento adecuado de algo así? —dijo Ryan en un
susurro.
—Te quiero —dijo Abby.
—Y yo a ti.
Ella abandonó la tienda y Ryan cerró la cremallera.
—¡Joder! —dijo Sean.
—No te preocupes, esa mujer parece que sabe lo que hace.
—No te lo discuto, pero hace unos meses estuvo en el hospital porque
le dieron una buena paliza.
—Lo sé, me lo dijo Carter. Pero tengo entendido que quien la atacó
también recibió lo suyo. Parece que te tiene bien atrapado.
—Sí, lo estoy.
Abby entró en la tienda de Delaney. Tess estaba dormida casi encima
de él. Abby se arrodilló junto a él le tapó la boca con la mano. Delaney
abrió los ojos.
—Shhh, soy Abby —dijo en voz baja y retirando la mano de su boca.
—¿Qué ocurre? —preguntó él también en voz baja.
Tess se despertó al escuchar los murmullos.
—¿Qué pasa? ¿Qué haces aquí? —dijo Tess sentándose y cubriéndose
el pecho porque estaba desnuda.
—Tenéis que quedaros dentro de la tienda y sin hacer ruido. No salgáis
ni siquiera cuando esté de día.
—¿Por qué? —preguntó Delaney.
—Han venido unos hombres a por ti y a por Nathan, y no precisamente
para hablar con vosotros.
—¿Qué quieres decir?
—Hay un grupo de hombres armados que quieren acabar contigo y con
Nathan. Seguro que los habéis cabreado de alguna forma.
—Cabreamos a mucha gente, pero no voy a quedarme aquí encerrado.
—Vas a hacer lo que yo te diga. Eso, si quieres volver a ver a tus hijos.
—No saldremos —dijo Tess al mencionar a sus hijos.
Él la miró preocupado.
—Delaney, es muy importante que no estéis en el exterior, esos
hombres tienen rifles con mira telescópica.
—¿Y qué vamos a hacer aquí encerrados?
—Podéis hacer el amor, aprovechando que estáis desnudos. Mike está
de camino, y entre él, Jack y yo resolveremos la situación. Tengo que irme.
Y, Tess, ya sé que tu marido es muy bueno en la cama, pero no grites, por
favor.
Delaney y su mujer se miraron sonriendo.
—Os avisaremos cuando no haya peligro —dijo Abby antes de
abandonar la tienda.
Después de avisar a las otras tres parejas, Abby se reunió con Jack.
—¿Alguna novedad?
—No. Todo tranquilo.
—¿No tendrás por casualidad bridas?
—Sí tengo, en las herramientas del coche.
—¿Y cinta americana?
—También.
—¿Puedes traerlas? Puede que las necesitemos.
—Ahora vuelvo.
—Jack, en el asiento del copiloto del coche de Sean está mi bolso,
dentro hay un cuchillo, traelo también, por favor.
—Vale.
Poco después Jack regresó. Le dio el cuchillo, que ella se metió en la
bota derecha.
—Dame las bridas y la cinta.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó el hombre dándoselas.
—Voy a volver a su campamento.
—¿Para qué?
—Estaré vigilándolos hasta que uno de ellos se separe de los demás, y
entonces, lo dejaré inconsciente —dijo guardando las bridas en uno de los
bolsillos de sus pantalones y la cinta americana en otro.
—Abby, no sabes quienes son esos hombres, ni el adiestramiento que
tienen. Es posible que no los puedas coger por sorpresa.
—Esperaré el momento adecuado. ¿Ha dicho algo Mike?
—He mirado el móvil poco después de que te alejaras, decía que
tardaría cuarenta minutos en llegar —dijo Jack sacando el móvil del bolsillo
y comprobándolo de nuevo. Leyó lo que le había escrito—. La matrícula
que le has enviado es de un tal Robert Simons. Tenía una empresa de
suministros para ordenadores, hasta que Delaney se hizo con ella hace unas
semanas, aprovechando que estaba en números rojos.
—Parece que es ese quien quiere acabar con ellos —dijo Abby
cogiendo un gruesa rama de un árbol que había en el suelo para usarla como
arma.
—Sí, eso parece. Ten cuidado, Sean no me perdonaría si te pasara algo
—dijo Jack cuando Abby se levantó—. Si no estás segura al cien por cien
de que puedas dejar inconsciente a uno de ellos, no lo intentes.
—No lo haré.
Abby comprobó que la pistola estuviera bien colocada en la parte
trasera de la cinturilla del pantalón y se alejó.
Fue lo más rápido que pudo hasta donde estaban acampados los cuatro
hombres y buscó un buen escondite desde donde ver el campamento.
Todavía no había amanecido y no había nadie fuera de las tiendas. Se sentó
a esperar.
Cuarenta y cinco minutos después salió uno de ellos con un rifle. Vio
su silueta con el resplandor de las brasas de la hoguera que había delante de
la entrada de las tiendas. Caminó en la dirección que estaba ella y tuvo que
cambiar de posición para que no la descubriera. Cuando estuvo alejado del
campamento dejó el arma en el suelo, se desabrochó el pantalón y se puso a
orinar. Abby aprovechó el momento para acercarse por detrás y golpearle
muy fuerte en la cabeza con el tronco que llevaba, que era del grosor de un
bate de beisbol. El hombre cayó al suelo inconsciente. Abby sacó las bridas
y le ató las manos y los pies. Luego le tapó la boca con la cinta americana y
lo arrastró para alejarlo de la zona y esconderlo detrás de una elevación del
terreno.
Estaba empezando a amanecer. Abby volvió al lugar donde golpeó al
tipo y borró las huellas que había dejado y el rastro de haberlo arrastrado.
Luego cogió el rifle del suelo y corrió hasta el campamento para reunirse
con Jack.
—¿Has tenido algún contratiempo?
—No, todo ha ido bien. Ahora tenemos que preocuparnos de uno
menos —dijo ella contándole lo que había hecho.
—Los otros se preguntarán dónde está.
—Pensarán que ha venido a nuestro campamento a echar un vistazo.
He traído el rifle que llevaba.
—Con mira telescópica. Estupendo. Mike me ha escrito hace unos
minutos, estaba en la carretera, en la entrada del camino. Me ha dicho que
dejaría el coche escondido y vendría a pie. Estará a punto de llegar.
—Iré a buscarlo —dijo ella poniéndose de pie y alejándose.
Encontró a su amigo diez minutos después.
—Gracias por venir.
—No digas tonterías. ¿Qué tal va todo?
—Bien. He dejado a uno de ellos fuera de combate. Lo he atado, lo he
amordazado y lo he escondido. Tengo su documentación.
—Le enviaré los datos al capitán con el teléfono de Jack. Los otros tres
se preguntarán dónde está —dijo Mike.
—Pueden pensar que ha ido a nuestro campamento para echar un
vistazo.
—¿Trajiste tu arma? —preguntó Mike a su amiga.
—Sí. Y le cogí el rifle que llevaba el hombre, con mira telescópica.
—Vaya, van bien preparados. No se andan con tonterías —dijo Mike.
—Jack también va armado.
—No esperaba menos. Si solo son tres, no deberíamos tener
problemas. ¿Dónde están todos tus amigos?
—Dentro de las tiendas. Y no se moverán de allí. Esos tipos están
esperando que Delaney o Nathan se separen del grupo para dispararles.
—¿Y Jack?
—Escondido en lo alto de una loma desde donde se ve el campamento.
—¿Sabes dónde se encuentran ahora los tres hombres?
—Hace un rato estaban dentro de las tiendas, supongo que aún estarán
durmiendo. El otro ha salido a orinar, por eso he podido dejarlo
inconsciente.
—Puede que ya no estén durmiendo.
—Es posible. Lo que más me preocupa son las armas que tienen.
Podrían esconderse en cualquier sitio y espiarnos mirando a través de la
mira de los rifles.
—Reunámonos con Jack.
—Sí, vamos.
—Hola, Jack.
—Hola, Mike. Gracias por venir.
—Tenía que hacerlo.
—¿Cómo procederemos? —preguntó Jack.
—Tú puedes seguir aquí vigilando y asegurándote de que nadie salga
de las tiendas y de que ninguno de esos tipos se acerque —dijo Abby—.
Mike y yo iremos a su campamento para tenerlos controlados.
—Si tenemos oportunidad reduciremos a los que podamos —añadió
Mike.
—¿Has traído refuerzos? —preguntó Jack.
—Hay una unidad en la carretera, a la entrada del camino. Y también
una ambulancia. Como tu móvil tiene cobertura, cuando los tengamos a
todos reducidos les llamaré para que vengan a por ellos.
—Perfecto.
—Abby, tal vez sea mejor que ocupes el lugar de Jack y él venga
conmigo —dijo Mike.
—¿Por qué?
—Porque eres una tiradora de primera y no fallarás si tienes que
disparar a alguien.
—Prefiero quedarme yo. Y mi puntería es excelente —añadió Jack.
—Como quieras.
Los dos detectives se alejaron. Ya había amanecido cuando llegaron al
campamento. Se escondieron y estuvieron observando. Ninguno de ellos
estaba fuera de las tiendas.
—Abby, sabes que para detenerlos necesitamos pruebas de cuáles son
sus intenciones.
—¿Te parecen pocas pruebas? Uno de esos tipos tiene motivos para
matar a Delaney. Yo he escuchado su conversación y sé lo que pretenden. Y
además, están las armas.
—Ya sabes cómo son los abogados.
—Sí, lo sé. Entonces, ¿qué hacemos? ¿esperamos a que le disparen a
Delaney o a Nathan? Con un poco de suerte fallan el tiro y no los matan.
—Podrían alegar que estaban de acampada.
—¿No crees que sería demasiada casualidad?
—Desde luego que sí.
—Tenemos que detenerlos antes de que suceda alguna tragedia.
Delaney y Nathan se encargarán de todo lo relacionado con el juicio.
—Ahí sale uno.
—Parece que va al aseo —dijo Abby—. ¿Lo dejamos también sin
sentido y lo escondemos?
—Yo esperaría a ver qué hacen cuando se den cuenta que ha
desaparecido uno de ellos.
—Está bien. Voy a ver si el que até está vivo.
—No bromees.
—No bromeo. Aquí hay serpientes venenosas. Me lo dijeron cuando
llegamos, por eso tenemos que llevar botas.
—¡No jodas!
—Ahora vuelvo.
—No tardes.
—No tardaré. Pero seguro que antes de hacer algún movimiento se
prepararán un café.
—Un café es lo que me hace falta a mí.
—Cuando se acabe esto vas a tomar el mejor café de tu vida
acompañado de unos dulces que ha traído Ellie que están de muerte.
—Fantástico. Ten cuidado.
—Vale.
Abby volvió poco después y se tendió en el suelo junto a su amigo.
—¿Alguna novedad?
—Están desayunando. ¿Sigue vivo?
—Sí.
—Se ponen en marcha, escondámonos mejor.
Siguieron a los tres hombres, que se detuvieron antes de llegar al
campamento. Uno de ellos se acercó al campamento para ver si había
alguien levantado, porque las tiendas y los vehículos cubrían el centro del
círculo.
Jack lo vio caminar a través de la mira telescópica del rifle y comprobó
que no iba armado. Seguramente por si lo veía alguien, así podría decirle
que estaba acampado cerca de allí. Jack se escondió mejor, porque sabía
que, al menos tenían otro rifle con mira telescópica. El hombre no se atrevió
a entrar en el centro del campamento, pero se asomó entre los vehículos y
vio que todo estaba tranquilo y en silencio. Entonces se alejó y se reunió
con sus amigos, que se habían instalado en lo alto de una loma, desde donde
sin duda podrían ver el interior del campamento.
Mike y Abby se colocaron tras ellos, ocultos tras los árboles.
Escucharon que se preguntaban dónde estaría el amigo que faltaba. Y luego
oyeron claramente los planes que tenían: tan pronto apareciese Stanford le
dispararían. Y si no podían cargarse también al abogado, lo dejarían estar.
Al fin y al cabo, Stanford era quien daba las órdenes.
—¿Lo has oído? —preguntó Abby a su compañero.
—Claramente. Tan pronto uno de ellos se aparte de los demás, lo
abordaremos en silencio. Y luego lo esconderemos. ¿Tienes bridas?
—Sí, y también cinta americana.
El que llevaba el rifle con mira les dijo que se separaran para poder
observar el campamento desde otros puntos. Mike le dio un golpe en la
cabeza cuando pasó cerca de ellos. Lo cachearon y le quitaron la pistola y el
cuchillo. Luego lo alejaron de allí, lo ataron, amordazaron y lo escondieron.
Jack se encargó del otro, que llevaba una escopeta. Mike y Abby se
acercaron y lo amordazaron y lo ataron. Mike y Jack lo llevaron y lo
dejaron alejado de allí y lo escondieron.
—Solo queda el que lleva el rifle con mira —dijo Abby—. Está en alto
y desde allí podrá ver el interior de nuestro campamento.
—Cuando se de cuenta de que está solo se va a asustar —dijo Jack—,
y un hombre asustado es peligroso.
—Tienes razón —dijo Mike—. Deberíamos ir a por él.
Abby cogió el rifle y miró a través de la mira telescópica para ver al
hombre. De pronto vio que se ponía de pie y que apuntaba hacia el
campamento.
—Sentaos —dijo Abby apuntando también hacia el campamento para
ver lo que había visto el hombre.
Se quedó de piedra al ver a Sean fuera de la tienda. De pronto se
escuchó el disparo y Sean cayó al suelo. Abby buscó al hombre, que
esperaba de pie para comprobar si Sean se levantaba.
—¡Maldita sea! ¡No te levantes, no te levantes!
Pero Sean se levantó.
—¿A quién le ha disparado? —preguntó Jack.
—A Sean.
Abby apuntó al hombre, que se disponía a disparar de nuevo. Le
disparó en la frente y cayó al suelo.
—¿Le has dado?
—¡Por supuesto que le ha dado! Ella nunca falla —dijo Mike
orgulloso.
Abby dejó la escopeta en el suelo y corrió al campamento. Vio a Sean
con el brazo ensangrentado, se abalanzó sobre él y lo empujó tan fuerte que
casi cayó al suelo.
—¿Qué crees que estabas haciendo? —dijo Abby gritándole.
Al escuchar a Abby todos salieron de las tiendas.
—¿Qué?
—Os dije a todos que no salierais de las tiendas. ¿Por qué has salido?
—Estaba preocupado por ti.
—¿Preocupado por mí? Tú sí que has hecho que me preocupara
cuando he visto que el último hombre que quedaba en pie apuntaba hacia
aquí y te he visto a ti de pie. Has hecho que casi me diera un infarto —dijo
ella gritándole y empujándolo de nuevo.
—Ryan, trae el maletín, Sean está herido —dijo Carter al ver la herida
del brazo.
—No sabía lo que estaba pasando. Podrías haber estado muerta.
Además, dijiste que venían a por mi hermano.
—¿Y no te has parado a pensar que Delaney y tú os parecéis mucho?
—Pues…
—Cuando vuelva a decirte que te quedes en un sitio tendrás que
obedecer, de lo contrario te daré una paliza. Que sepas, que no te la doy
ahora porque estás herido.
—Gracias.
De pronto Abby se echó sobre él abrazándolo fuertemente.
—Dios, no sé qué hubiera hecho si te hubiera pasado algo.
Los dos médicos hicieron que Sean se sentara en una de las hamacas.
—¿Cómo está? —preguntó Tess.
—Solo es un rasguño, se pondrá bien —dijo Ryan limpiándole la
herida—. Ha tenido suerte.
—¡Tenías que dar la nota! —dijo Delaney a su hermano—. ¿No te
podías haber quedado en la tienda?
—Tú tenías contigo a tu mujer, pero Abby estaba fuera. Estaba muy
preocupado por ella.
—¿Ha terminado todo? —preguntó Delaney a Abby.
—Sí.
Jack y Mike aparecieron cargando con las armas de todos.
—¿Se pondrá bien? —preguntó Jack a Ryan.
—Sí.
—¿A ti qué te pasa? ¿Nunca vas a hacer lo que te dicen? —preguntó
Jack a Sean todavía con la preocupación en el rostro.
—Ya sabes que lo de obedecer no lo llevo muy bien.
—¡Podrían haberte matado! De no haber sido por la buena puntería de
Abby, ahora podrías haber estado muerto, porque ese individuo iba a
dispararte de nuevo. Abby no tenía que haberte dicho nada, tenía que
haberte pegado una paliza sin decir palabra.
—Gracias, Jack, se nota que me aprecias.
Entonces el hombre se acercó a él, que ya estaba de pie con el brazo
vendado, y lo abrazó muy fuerte. Luego se separó de él.
—La próxima vez que no obedezcas en algo así, seré yo quien te dé la
paliza.
—No volverá a pasar, lo siento.
Delaney miró a su hermano y luego a Jack, que estaba emocionado.
Sabía que los quería a los dos y que eran como hijos para él, pero nunca
hubiera esperado que mostrara sus sentimientos delante de otras personas.
Luego miró a Abby, que estaba con las chicas y aunque lo disimulaba,
sabía que estaba llorando. Le gustó saber cuánto quería a su hermano.
Mike llamó para que fuera el furgón para llevarse a los hombres y la
ambulancia. Luego se acercó a Delaney y Nathan, que estaban juntos.
—Gracias por venir, Mike.
—Cumplía con mi trabajo. ¿Conocéis a un tal Robert Simons?
—Era el propietario de una empresa de suministros para ordenadores,
empresa que ahora me pertenece —dijo Delaney.
—¿Le estafaste de alguna forma?
—La empresa de Simons estaba en quiebra y había muchas acciones a
la venta. Delaney las compró todas, hasta tener la mayoría. Y poco después
también se hizo con las acciones de Simons. Fue un negocio legal. Antes no
funcionaba, por la mala dirección y los puestos de trabajo estaban en el aire.
Desde que pertenece a Delaney funciona de puta madre y no ha echado a la
calle a ningún empleado. Están muy contentos porque además de mantener
sus puestos de trabajo, los sueldos son mejores —dijo Nathan—. ¿Por qué
preguntas por él?
—El vehículo en el que han venido hasta aquí esos tíos está a nombre
de Simons. Y él es quien le ha disparado a Sean.
—¿Él es quien quería acabar con Nathan y conmigo?
—Supuestamente, sí.
—¿Dónde está? —preguntó Delaney.
—En aquella loma, muerto —dijo señalando hacia allí.
—¿Lo has matado?
—Yo no, ha sido Abby. Le ha disparado cuando se disponía a
dispararle a Sean de nuevo.
Abby se acercó a ellos y Delaney la abrazó muy fuerte.
—Gracias, Abby.
—No ha sido nada.
Cuando llegaron los policías Abby y Mike les acompañaron hasta
donde estaban los tres hombres maniatados. Y Jack acompañó a los de la
ambulancia para que recogieran el cadáver.
—Ya tengo todo lo que necesito —dijo Mike después de que les
tomara declaración a todos—. Si necesito algún dato más ya os llamaré
cuando volváis a la ciudad.
Los dos policías metieron todas las armas en el vehículo.
—Voy a coger mis cosas, me marcharé a casa contigo —dijo Abby a
su compañero.
—De eso nada. No te necesito. Quédate y disfruta del resto de los días
que te quedan de vacaciones.
—¿Estás seguro?
—Por supuesto.
—Si necesitas algo, llama al teléfono de Jack.
—Lo haré.
—Y ahora vamos a desayunar —dijo Abby.
—La verdad es que me vendría muy bien un café y algo sólido. Estoy
hambriento.
—Sentaos, no tardaremos —dijo Ellie sacando del maletero de uno de
los coches lo que necesitaban para preparar el desayuno.
Todos los hombres se sentaron en la mesa, excepto Jack que comenzó
a preparar el café.
—Mike, te agradecemos muchísimo que hayas venido —dijo Sean.
—Abby y Jack habrían solucionado el problema.
—Así y todo, gracias —añadió Delaney—. La próxima vez que
vengamos podrías acompañarnos.
—No estaría mal. Parece ser que haces enemigos con facilidad.
Todos se rieron.
Poco después estaban todos desayunando y charlando, como si no
hubieran estado en peligro de muerte.
Capítulo 27
Después de desayunar Delaney y Sean llevaron a Mike a donde había
dejado el coche, que estaba bastante alejado.
—Parece que Abby se preocupa mucho por ti, y eso me alegra —dijo
Delaney cuando los dos hermanos regresaban al campamento.
—A mí también. Estoy loco por ella.
—Ya me he dado cuenta.
—Desde que supe que estaba enamorado no me reconozco.
—¿A qué te refieres?
—La deseo como no he deseado a ninguna mujer en toda mi vida.
Cuando estoy con ella tengo casi toda la sangre latiéndome en la polla y
parece que no me llegue a la cabeza —dijo Sean mirando a su hermano y
sonriendo—. A veces me preocupa que el cerebro me pueda dejar de
funcionar de manera normal.
—Sé exactamente lo que quieres decir, porque yo sentía lo mismo con
Tess.
—Es un alivio saber que no soy el único.
—No somos los únicos, el resto del grupo sintió lo mismo con sus
chicas.
—A veces sé que tengo que contenerme y no abalanzarme sobre ella,
pero te aseguro que en muchas de esas ocasiones me cuesta lo mío, porque
no me siento capacitado para hacerlo. Empiezo a sudar como si fuera un
adolescente y ella fuese mi primera chica. Es como si la testosterona se me
acumulara en la polla. La cordura, junto a la sensatez, se desintegran y me
dejan a merced de unas hormonas descontroladas.
Delaney se rio y Sean lo acompañó.
—Es algo extraordinario, ¿verdad? A mí me sucedía algo similar.
Supongo que estás totalmente convencido de que Abby es la mujer de tu
vida.
—Totalmente. Cuando vayamos a la isla le pediré que se case
conmigo. No voy a esperar más tiempo. Y me apetece hacerlo allí.
—Es el sitio ideal. A mí me encantó casarme con Tess en la isla,
aunque ya estuviéramos casados y esa boda no sirviera. Pero tanto para ella
como para mí fue más importante que la boda oficial.
—Fue una boda fantástica —dijo Sean recordándola.
Abby y Sean entraron esa noche en la tienda. Sean se acercó a ella y le
acarició la mano con las yemas de los dedos. Solo fue una leve caricia, pero
para Abby fue como si de pronto hubiera prendido un fuego.
Sean comenzó a hablarle casi en un susurro mientras la iba
desnudando lentamente. Cada vez que se desprendía de alguna prenda la
miraba de tal forma que los músculos del cuerpo de ella se le tensaban, y la
sangre corría por sus venas caliente y a gran velocidad. Era excitante
escuchar su voz ronca susurrando, y eso ayudaba a que su placer se
incrementara.
La hizo sentarse y luego la echó hacia atrás hasta quedar tumbada.
Entonces se arrodilló y le desabrochó las botas, tomándose su tiempo. Se
las sacó y a continuación le quitó los calcetines.
Abby sabía que Sean podía ser endiabladamente paciente, se lo había
demostrado varias veces, llevándola hasta un estado de locura sensual.
Aunque a veces también podía ser salvaje e implacable, consiguiendo que
cada nervio de su cuerpo ardiera y la consumiera.
Le desabrochó el pantalón y ella elevó las caderas para ayudarlo a que
se lo quitara. Se lo sacó por los pies dejándolo a un lado. A continuación le
bajó las bragas, que era lo único que le quedaba puesto. Él le repasó el
cuerpo con la mirada, terminando de encenderla. Entonces se levantó y se
desnudó bajo la atenta mirada de Abby, que no perdía detalle.
Ese hombre era interesante y guapo. Además, era bueno en la cama.
Aunque en realidad, era bueno en la cama, en el sofá, sobre una mesa, o
contra la pared. No podía considerarse muy experta sexualmente, todavía,
pero por la poco experiencia que tenía sabía que ese hombre era un amante
de primera. Sus manos, su boca, sus labios y su lengua, una lengua
absolutamente abrumadora, que sabía hacer cosas que haría que hasta el
mismísimo demonio se ruborizara.
Sean se echó sobre ella y la calmó con la suave y rítmica caricia de su
lengua en su boca, al mismo tiempo que la excitó. Abby pensó que no
habría muchos hombres que besaran como él. Era como hacer el acto sexual
al completo. A veces tierno y otras ardientemente sexual. Sus labios eran
suaves y firmes y la provocaban rozando los de ella con delicadeza.
Abby le rodeó el cuello con las manos, acariciándole el pelo. Luego las
desplazó por los hombros y descendió por su espalda. Gimió cuando Sean
se metió un pezón en la boca. Cerró los ojos y se dejó llevar por el placer
que él le proporcionaba.
Sean descendió por su cuerpo, acariciándolo con los labios, mientras
ella ronroneaba de placer. Le separó las piernas y observó su sexo con una
expresión absorta. Se inclinó y la besó precisamente en ese punto y ella
elevó las caderas para mantener su sexo pegado a sus labios. Luego le
mordisqueó la parte interior de los muslos.
—Sean…
Él supo lo que necesitaba y se lo dio con la boca y con la lengua, con
una habilidad y una precisión erótica que casi la hicieron llorar. Apenas
unos segundos después estaba gimiendo y totalmente paralizada por el
placer, que aumentaba con cada lametón.
La sensación fue incrementándose poco a poco hasta que el deseo se
volvió casi insoportable. Abby colocó las manos sobre su cabeza para que
no se apartara. Y Sean le sujetó las muñecas y le colocó los brazos a los
costados.
—No te muevas.
Ella lo miró a los ojos porque esas tres palabras le habían sonado a una
orden, y no le gustaba que le dieran órdenes. Pero se olvidó de todo cuando
Sean le separó más los muslos, le dobló las rodillas y se introdujo en ella.
Abby se abrió a él acogiéndolo en su interior.
Sean soltó un gruñido al sentir el calor en su polla. Los músculos de la
vagina se tensaron alrededor de su verga haciéndolo arder de placer
mientras entraba y salía de ese túnel húmedo, cálido y suave.
—¡Mierda! —dijo él deteniéndose.
—¿Qué pasa?
—No llevo condón.
—No importa, sigue.
—¿Has ido al ginecólogo y estás tomando algo?
—No, aún no. Pero me encanta hacerlo sin condón.
—A mí también, cielo, pero es mejor que no nos arriesguemos. Y no
es porque me preocupe que te quedes embarazada, porque me encantaría
tener un hijo contigo —dijo saliendo de su interior y poniéndose un
preservativo.
Sean la miró a los ojos y entonces la penetró hasta el fondo y se detuvo
en su interior.
—Gracias por preocuparte por mí y por todos los detalles.
—Siempre me preocuparé por ti.
—Te quiero.
—Y yo a ti, cielo.
Abby le rodeó con las piernas, acercándolo a ella, y Sean la besó.
Se movían juntos lentamente, como si fueran uno solo, y sin dejar de
mirarse a los ojos. Sus alientos se mezclaban, exprimiendo al máximo el
placer, que aumentó de manera vertiginosa.
Abby se aferró a sus hombros, pidiéndole acometidas más largas, más
profundas, y Sean obedecía con sumo placer.
A ella le excitaba hacer el amor en esa postura. Bueno, con él se
excitaba en cualquier postura. Pero le gustaba estar debajo de él y sentir el
peso de su increíble cuerpo. Le encantaba sentir toda aquella fuerza
concentrada solo en darle placer.
Sean la transformó en un cuerpo dócil y suave, pero Abby no tuvo el
mismo efecto sobre él, en absoluto.
Ella comenzó a sentir las convulsiones y se aferró a sus hombros. Sean
siguió moviéndose despacio y con suavidad para que ella disfrutara de su
orgasmo hasta que notó que su cuerpo se relajaba. Entonces comenzó a
moverse más rápido para alcanzar su propio desahogo. Poco después soltó
un gruñido deteniéndose en su interior y se derrumbó sobre ella.
—Hacer el amor contigo es una maravilla. Aunque lo hagamos en
alguna postura que hemos hecho anteriormente, es como si fuera totalmente
diferente. ¿Te he dicho que me encanta hacer el amor contigo?
—A mí también me gusta mucho hacerlo contigo —dijo él con la
respiración aún agitada y sin moverse.
Después de hacer el amor permanecieron hablando durante mucho
tiempo, como si se conocieran de toda la vida.
—Hoy he pasado muchísimo miedo. Cuando te han disparado y has
caído al suelo por el impacto, he retrocedido en el tiempo hasta el día que
recibiste aquel trágico disparo. Pensé que no podría tener tanta suerte de
que hubieras sobrevivido por segunda vez. Estaba aterrada.
—Aquel trágico disparo que has mencionado fue lo que hizo que tú y
yo nos conociéramos. Y doy gracias por ello.
—Sean, no puedo perderte. Porque sé que ya no sabría vivir sin ti.
—No vas a perderme, cielo. Y yo tampoco podría ya vivir sin ti.
Permanecieron un instante abrazados y en silencio, hasta que Sean lo
rompió.
—¿Qué harías si te quedaras embarazada, o si ya lo estuvieras? Sé que
la posibilidad es mínima, pero está ahí.
—Si quieres que te sea sincera, no me preocuparía estar embarazada,
incluso si tú no quisieras involucrarte.
—No digas tonterías. Me faltaría tiempo para involucrarme. Sería mi
primer hijo o hija. La verdad es que no me importaría tener un bebé. Si
quieres, no volveré a utilizar condón.
—Es mejor que usemos. Una cosa es que alguna vez nos olvidemos,
pero hacerlo intencionadamente sería algo diferente.
—Tienes razón. Será mejor que durmamos.
—Vale, pero quiero dormir así, contigo en mi interior.
—Peso demasiado para estar encima de ti y si me duermo pesaré más.
—No me importa —dijo ella alargando el brazo para coger la manta
que había a un lado y tapándolos a los dos.
—Vale. Buenas noches, cielo.
—Buenas noches, Sean.
El lunes amaneció otro día espectacular. Era el cumpleaños de Ellie.
Cumplía treinta y dos años. La felicitaron todos nada más levantarse, pero
nadie le dio su regalo porque habían acordado hacerlo después de la cena.
Esa mañana, los hombres fueron a pescar a primera hora y trajeron
suficientes pescados para la comida. Y les dijeron a ellas que se encargarían
de la cena de ese día. Después de limpiar el pescado y dejarlo listo para
ponerlo en la parrilla, se reunieron en la orilla del río con las mujeres y
estuvieron bañándose, tomando el sol en las hamacas y charlando mientras
tomaban unas cervezas.
Las chicas habían convencido a Abby el primer día para que no usara
la parte superior del biquini para que no le quedaran marcas del sol. Al
principio se había sentido algo incómoda por ir casi desnuda delante de
todos aquellos hombres, pero se dio cuenta de que ninguno de ellos la
miraban de forma diferente de como la habían mirado hasta ese momento.
Y ahora ya se sentía completamente cómoda, como si lo hubiera hecho
durante toda su vida. Aunque también ayudaba que las chicas fueran como
ella. Los hombres eran muy divertidos. Y Ryan, además de divertido, era un
descarado, pero un descarado encantador.
Por la tarde las mujeres estuvieron un poco pensativas, porque ellos no
habían preparado ni mencionado nada para la cena. Pero sabían que eran
hombres de palabra y ya no volvieron a preocuparse.
Después de comer y tomar el café ellas fueron de excursión con Jack.
El hombre se lo propuso a todas y ninguna de ellas fue capaz de contrariarlo
porque parecía ilusionado.
Mientras ellas estuvieron fuera, los hombres pasaron una hora entera
alisando el suelo del interior del círculo del campamento, sacando piedras y
ramas. A continuación habían cubierto el suelo con un tejido muy grueso
que habían llevado con ellos que hacía que se notara completamente
nivelado, liso y firme. Luego colocaron en las ramas bajas de los árboles
que rodeaban el campamento unos farolillos color marfil cuyas luces
funcionaban con pilas y una hilera de lucecitas amarillas que iban de un
árbol a otro formando el círculo. Los probaron con los mandos para ver si
funcionaban y funcionaban perfectamente. Contemplaron las luces y les
parecieron preciosas.
Jack tenía orden de no regresar con ellas hasta una hora que habían
acordado. Hora a la que tendrían la cena lista y los regalos preparados en
una mesa aparte. Carter y Logan fueron hasta la carretera llevando el
teléfono de Jack porque Henry, el pastelero que trabajaba en el obrador de
Ellie, tenía que enviarles una cena fría, que recogería en el restaurante de
Carlo, amigo de todos, y la tarta que había preparado para su jefa y amiga.
También tenía que enviarles varias botellas de champán en una nevera
portátil. Carlo había preparado unas cajas con la vajilla y la cristalería,
servilletas, fuentes para servir, cubiertos y vino. Además de café en termos,
tazas y una mantelería.
Carter y Logan llegaron al punto de encuentro y allí estaba el
repartidor del obrador con todo lo que tenía que entregarles. Cuando
regresaron al campamento todos se esmeraron en poner la mesa. Ninguno
de ellos hacía prácticamente nada en casa, pero habían ido cientos de veces
a restaurantes de lujo y sabían cómo se debía poner una mesa para que
quedara elegante.
Cuando ellas volvieron se quedaron maravilladas al ver la vajilla, la
cristalería y la cubertería sobre ese precioso mantel que cubría la mesa
plegable y extensible. Había cuatro velones a lo largo de toda la mesa y las
fuentes cubiertas que contenían la comida. Era una cena fría y no tenían que
preocuparse por si se enfriaba. Charlaron hasta que oscureció.
—Supongo que no habréis preparado vosotros la cena —dijo Tess a los
hombres.
—¡Por supuesto que no! ¿Por quién nos tomas? —dijo su marido.
—Solo hemos ido a recogerla —dijo Carter.
—Pero la mesa sí que la habéis puesto vosotros —dijo Lauren—. ¿O
habéis hecho que vinieran camareros hasta aquí?
—La hemos puesto nosotros. Pero eso ha sido fácil —dijo Sean.
—Solo hemos tenido que recordar las mesas de los restaurantes a los
que vamos —añadió Delaney
—Está todo precioso —dijo Ellie que aún no se había fijado en los
farolillos porque estaban apagados—. ¿Vosotras lo sabíais?
—No, parece ser que han guardado muy bien el secreto —dijo Kate—.
Lo único que sabemos son los regalos porque fuimos todos juntos a
comprarlos.
—¿Tú también fuiste, Abby?
—Sí. Según me dijo Delaney, ya pertenezco a vuestro grupo y he de
hacer acto de presencia para cualquier cosa —dijo ella dirigiéndole una
sonrisa a Delaney.
—¿Y se puede saber porqué habéis puesto eso en el suelo? —preguntó
Tess.
—Queríamos que el suelo estuviera firme porque vamos a tomar el
vino y el champán en copas —dijo Sean como explicación.
—Yo creo que va siendo hora de que cenemos, ¿qué os parece? —
preguntó Carter.
—Por mí estupendo, estoy hambrienta —dijo Lauren.
—Yo también, aunque supongo que es normal, después de la caminata
que nos ha hecho hacer Jack —dijo Ellie.
—Supongo que tenía órdenes de no volver al campamento hasta cierta
hora —dijo Kate.
—Supones bien —dijo Delaney—. Descubramos las fuentes con la
comida.
Los hombres lo hicieron y ellas miraron embobadas las bandejas de
comida a medida que iban destapándolas. Y entonces todas las chicas
elevaron la mirada al ver las luces doradas que se acababan de encender
sobre sus cabezas.
—¡Oh, Dios mío! —dijo Tess.
—¡Es precioso! —dijo Ellie.
—Y que lo digas —añadió Lauren.
—Nuestros hombres se esfuerzan porque creamos que no son
románticos —dijo Kate.
—Nunca hemos dicho que no seamos románticos —dijo Logan.
Se sentaron a cenar. Todos los platos eran una delicia, al igual que los
postres. Cuando terminaron lo dejaron todo en el maletero de dos de los
coches para lavar los platos al día siguiente. Luego pusieron en la mesa las
tazas para el café y las copas para el champán. Y Carter apareció entre dos
de los vehículos, seguido por Sean, con una tarta enorme con treinta y dos
velas encendidas. Ellie no pudo evitar emocionarse.
—Este es el mejor cumpleaños de mi vida. No me esperaba nada de lo
que habéis hecho, y más, sin haber tenido nada que ver vuestras mujeres.
Muchas gracias a todos.
Ellie apagó las velas sin olvidar pedir el deseo. Todos la felicitaron de
nuevo. Y luego abrió los regalos. Los de sus amigas habían sido regalos
sencillos, como habían acordado años atrás. La mayoría era ropa y
complementos. Y todos le encantaron. Los hombres, como ya era
costumbre en ellos, se inclinaron por las joyas, unas joyas impresionantes,
como ya las tenían acostumbradas. Incluso Ryan le regaló unos pendientes
de zafiros preciosos.
Ellie estaba tan emocionada que se derrumbó y comenzó a llorar,
haciendo que sus amigas también se emocionaran. E incluso a los hombres
se les enturbiaron los ojos.
—Amar no es difícil, lo difícil es demostrarlo en el día a día y
arriesgarse a compartirse con tu pareja. Yo he querido a Carter desde que
era una niña, ni siquiera dejé de quererlo los años que estuvimos separados
y no sabíamos nada el uno del otro. Y mi marido me ha demostrado cada
día que me quiere con locura —dijo mirando a Carter y acariciando el
precioso collar de rubíes que le había regalado, a juego con los pendientes,
la pulsera y el anillo—. Te quiero como nunca he querido a nadie.
—Y yo a ti, cariño —dijo Carter emocionado.
—Lo sé. Y estoy segura de que todos vosotros sentís lo mismo por
vuestras mujeres.
Todas las parejas se miraron y se besaron en los labios, excepto
Delaney, que cogió una mano de su mujer y besó los nudillos diciéndole
con ese gesto cuánto la quería.
—Y además, quiero deciros que doy gracias por haberos conocido a
todos, sois unos amigos increíbles y os quiero muchísimo.
—Y nosotros a ti —dijeron ellos y ella.
—Si te has emocionado con estos simples regalos, te vas a emocionar
mucho más, cuando veas lo que tus amigos y tu marido han preparado para
ti —dijo Sean—. Excepto Ryan porque no estaba aquí. Pero seguro que a él
también le habría gustado participar.
—¿Preparado? ¿Qué habéis preparado? ¿A qué te refieres? —preguntó
Ellie.
—Ya lo verás en su momento.
—Tomemos un café —dijo Nathan sirviéndolo en las tazas.
Cuando terminaron con el café los hombres se levantaron.
—Retiremos la mesa y las sillas —dijo Sean—. Necesitamos espacio.
—¿Vosotras sabéis algo de esto? —preguntó Ellie mientras miraban a
los hombres despejar el círculo.
—No —dijeron todas a la vez.
Los hombres colocaron las hamacas pegadas a las entradas de las
tiendas y mirando hacia el centro del campamento.
—Sentaos y poneos cómodas —dijo Carter besando a su mujer en los
labios.
Logan y Nathan prepararon unas copas y se las llevaron.
—¿Qué habrán preparado? —preguntó Tess a sus amigas, porque
ninguna de ellas tenía idea.
De pronto vieron que Delaney, Sean, Nathan, Carter y Logan se
colocaron en el centro del círculo del campamento frente a ellas.
—Hay que reconocer que tenemos unos buenos ejemplares —dijo
Lauren mirándolos.
—Y que lo digas —añadió Kate sin apartar la mirada de los cinco.
Todos vestían vaquero, camiseta de manga corta y deportivos. Y
estaban más que impresionantes. De pronto comenzó a sonar la música y
los cinco comenzaron a moverse al mismo tiempo bailando. Su
coordinación era perfecta, como si fueran bailarines profesionales y
hubieran practicado cientos de horas.
—¡Oh, Dios mío! —dijo Ellie mirándolos embobada.
—Jamás habría esperado que hicieran algo así —dijo Tess.
—Ya sabemos que a todos ellos les gusta bailar —dijo Lauren.
—¡Por Dios bendito! Nunca he ido a una despedida de soltera de esas
en las que contratan a hombres. Pero esto…¡Santa madre de Dios! Esto
seguro que es mucho mejor —dijo Abby mirándolos a todos y pensando
que tenían una constitución soberbia.
De pronto, Abby miró a Sean y silbó, y él le guiñó un ojo sin perder el
paso del baile.
Jack los miraba. Había llevado a su jefe y a Nathan a casa de algunos
de ellos después del trabajo varios días y sabía que tramaban algo, pero no
sabía de qué se trataba. Miró a Delaney sonriendo y pensando en cuánto
había cambiado desde que conoció a Tess, aunque solo lo había hecho en el
plano personal, no en los negocios. Los contempló a todos y no pudo evitar
emocionarse. Habían formado un grupo de amigos maravilloso. Puede que
la gente pensara que todas ellas habían tenido suerte al encontrarlos, pero
ellos también habían tenido suerte al encontrarlas a ellas, porque eran unas
mujeres excepcionales.
Bailaron cinco temas, en los que no se dejaron de escuchar silbidos,
palmas o gritos de admiración. Y cuando acabó la última canción, ellas se
levantaron y se lanzaron a los brazos de sus hombres.
—¡Por el amor de Dios! Sean, ha sido un espectáculo maravilloso —
dijo Abby.
Él la sujetó de la nuca y la besó. Y no con un ligero beso de buenas
noches sino un beso que auguraba una noche de placer y de pecado
inolvidable.
Todas los elogiaron abrazándolos. Incluso Ryan se había quedado
embobado viéndolos bailar, por lo bien que lo hacían.
—Hemos pensado que, ya que hemos alisado el suelo para poder
movernos cómodamente, vamos a aprovechar para enseñar a Abby a bailar
—dijo Delaney mirándola.
—¿Qué? —dijo ella, que no le gustaba ser el centro de atención.
—Habíamos quedado en que íbamos a enseñarte a bailar, y este es un
buen momento —dijo Sean.
—Además, así podrá unirse Ryan a ello —añadió Carter—, ya que no
ha podido formar parte del baile. Estoy seguro que le habría gustado, y
mucho, bailar para todas vosotras.
—¿No sabes bailar, cielo? —preguntó el aludido rodeando los
hombros de Abby con su brazo.
—Nunca he bailado música lenta y, menos aún, bailes de salón.
—Pues estás en las mejores manos porque yo soy un bailarín
excepcional.
—No lo pongo en duda —dijo ella sonriéndole y ligeramente
ruborizada.
—Hay que reconocer que el que mejor baila de todos vosotros es
Delaney —dijo Lauren—, y no porque los otros lo hagáis mal, que no es el
caso. Es solo que él le da un toque especial al baile.
—Lauren tiene razón. Bailar con Delaney es un placer —dijo Tess.
—Y tanto que es un placer, porque es un descarado bailando —dijo
Ellie.
—Ninguna mujer de las que han bailado conmigo se ha quejado —dijo
él sonriendo.
—¡Cómo iban a quejarse! Estarían encantadas de bailar contigo —dijo
su mujer.
—Tu forma descarada de bailar es deliciosa —añadió Kate.
—Gracias, cielo.
—Lo mejor es que Delaney se reserve para el final —dijo Lauren—.
Como si fuera un extra a las lecciones.
—Vaya, un extra. Gracias por tus palabras —dijo él acercándose para
besarla en la sien.
—No me des las gracias, bailar contigo es un verdadero placer.
—Además, todos estamos invitados a una fiesta de etiqueta el sábado
dieciséis, y queremos que nos acompañes —dijo Delaney a Abby.
—Estamos todos invitados porque tu has hecho que nos invitaran —
dijo Carter.
—Pero estamos invitados, ¿no? Es lo que he dicho.
—Faltan menos de dos semanas y no sabré bailar para entonces —dijo
Abby.
—Por supuesto que sabrás. Tienes todo el próximo fin de semana para
practicar y todos nosotros estaremos a tu disposición. Menos Ryan, porque
creo que se va el jueves, ¿no es así? —preguntó Delaney.
—Sí, pasaré unos días con mi familia, y el domingo volveré a Atlanta.
—¿Tan pronto te marchas? —preguntó Abby.
—Sí, pero volveré por aquí.
La música empezó a sonar y fue precisamente Ryan quien bailó
primero con ella. Estuvieron más de dos horas bailando y riendo.
Para terminar, Abby bailó con Delaney. ¡Qué razón tenían sus amigas!
Ese hombre bailaba divinamente, pero era un descarado bailando. Al final
todos salieron a bailar cambiando de pareja al terminar cada tema. Fue una
velada divertida. Cuando terminaron se echaron sobre las hamacas para
tomar la última copa.
—La fiesta a la que vamos a asistir es en dos fines de semana,
podríamos ir a la casa de la playa la próxima semana. Más adelante hará
frío para salir a pescar con el barco —dijo Tess.
—Yo creo que no hace falta que vayamos a la casa, podemos ir el
próximo verano.
—Fuiste tú quien dijo de ir.
—Lo sé, pero prefiero que vayamos a la isla a pasar unos días.
Saldremos a pescar allí con el barco, sin preocuparnos del clima —dijo
Delaney.
—¿Quieres que vayamos a la isla la semana que viene? —preguntó
Carter—. Yo no puedo irme de vacaciones de nuevo hasta dentro de unas
semanas. Necesito un tiempo para buscar a un médico que me sustituya y
organizar algunas cosas en mi consulta.
—Yo tampoco puedo dejar el trabajo —añadió Sean.
—Nathan y yo tampoco —dijo Delaney pensando que su hermano
quería pedir la mano de Abby en la isla—. Lo que quiero decir es que
prefiero que Abby vea la isla primero. Iremos cuando tengamos organizado
todo lo del trabajo.
—¿Por qué no vamos al rancho de mi abuelo el próximo fin de
semana? —dijo Lauren—. Así podremos llevarnos a los niños. Y mi abuelo
conocerá a Abby. Le he hablado de ella y me ha preguntado muchas veces
cuándo iremos.
—Esa es una buena idea, y a los pequeños les encanta estar allí —dijo
Ellie.
—Abby, ¿tendrías problemas en irte del trabajo a media tarde el
próximo viernes?
—No estoy segura.
—Si no puede no pasa nada —dijo Sean—. Ella y yo podemos ir más
tarde.
—Estupendo.
—Y Abby podrá practicar el baile en el rancho durante todo el fin de
semana.
Dos días después de volver de la acampada Abby fue a la cita que
tenía con su psiquiatra.
—Hola, doctor —dijo cuando entró en el despacho.
—Hola, Abby. ¿Qué tal va todo? —dijo él levantándose.
—La verdad es que muy bien —dijo ella sentándose en el sofá. Él se
sentó frente a ella en su sillón.
—¿Estás completamente recuperada?
—Sí.
—Pareces animada.
—Estoy más que animada.
—¿Tiene algo que ver Stanford en ello?
—Sí. Todo tiene que ver con él. He estado de acampada unos días con
él y con su grupo de amigos, que ahora son también amigos míos. Las cosas
han cambiado mucho desde la última vez que estuve aquí.
—No esperaba menos. Cuando conocí a Stanford en el hospital me
pareció un buen hombre.
—Es un hombre fantástico.
—¿Quieres hablarme de todos esos cambios que has mencionado?
Abby le contó todo lo que había sucedido en su vida en los tres meses
que no se habían visto.
—Como puede ver, usted tenía razón.
—¿Respecto a qué?
—Dijo que Sean sería el hombre perfecto para mi primera relación. Y
también que su experiencia era lo que yo necesitaba.
—Me alegro muchísimo, Abby. Aunque me da la impresión de que ese
hombre será el primero y el último.
—No se equivoca. Estoy loca por él.
—Y supongo que él sentirá lo mismo por ti.
—Sí, creo que sí. No tengo experiencia, pero el sexo con él es
alucinante.
—Es lo bueno de estar con un hombre con experiencia.
—Sí, es verdad. He aprendido muchas cosas con él.
—Lo imagino. ¿Qué tal te llevas con sus amigos? Bueno, con vuestros
amigos —dijo rectificando—. Si no recuerdo mal, uno de ellos es su
hermano, ¿no?
—Sí, Delaney.
—Es el que te citó en su despacho para saber por qué no querías salir
con su hermano, ¿no?
—Sí. Y le hable de mi pasado. Delaney me cae genial. En realidad
todos ellos son fantásticos y me caen muy bien, pero con él tengo una
conexión especial.
—Puede que sea precisamente porque le hablaste de tu pasado.
—Es posible. Todos son excepcionales, y no solo los hombres. Sus
esposas son unas mujeres increíbles. Todos me tratan como si fuéramos
amigos de toda la vida. Son cariñosos y me siento muy bien cuando estoy
con ellos. Me están enseñando a bailar.
—Eso está bien. ¿Ya no tienes problemas al estar cerca de ningún
hombre?
—No. Es como si no hubiera sucedido nada terrible en mi pasado. Sé
que no es así, y que jamás podré olvidar lo que le sucedió a mi madre, pero
ha desaparecido esa presión que tenía en el pecho, y ya no me altero al estar
cerca de ningún hombre desconocido.
—Estupendo. Me has hablado de todos los amigos en general, pero,
¿qué me dices de Sean?
—Creo que he tenido mucha suerte en cruzarme en su camino.
—Él también ha tenido suerte al encontrarte a ti, eres una mujer
fantástica.
—Gracias. Con él todo va fenomenal. Es comprensible, generoso,
amable, cariñoso, inteligente y muy trabajador. Y en la cama nos
entendemos a la perfección.
—Me alegro muchísimo de que tus problemas se hayan solucionado.
¿Estáis viviendo juntos?
—No. Creo que es muy pronto para eso.
—Bueno, has de tener en cuenta de que Sean ya tiene cierta edad. Si
no estoy confundido, creo que la última vez que hablamos me dijiste que
tenía treinta y cinco años.
—Sí, los cumplió en mayo.
—Puede que se salte lo de que viváis juntos y te pida directamente que
te cases con él.
—No vaya tan deprisa, doctor. Aunque hablamos de ello no hace
mucho y me dijo que no me había pedido en matrimonio porque no estaba
seguro de que yo aceptara.
—Ese hombre es inteligente y muy sensato.
—Sí que lo es, porque de habérmelo pedido seguramente no habría
aceptado.
—Ve preparándote porque ese hombre quiere casarse y formar una
familia. ¿Crees que si te lo pidiera ahora aceptarías?
—No lo sé, no me he parado a pensarlo. Lo que sí sé es que estoy
irrevocablemente enamorada de él.
—Eso es lo más importante. Bueno, Abby. El tiempo ha terminado. No
creo que necesites seguir viniendo por aquí.
—¿Qué?
—Estás bien. De hecho creo que estás mejor que bien. Y ya no me
necesitas.
—Pero, ¿puedo venir de vez en cuando? Aunque sea un par de veces al
año.
—Por supuesto. Me encantará que nos veamos y me pongas al
corriente de tu vida.
—Lo haré.
—Cuando te apetezca hablar conmigo solo tienes que pedir una cita.
—Vale. Gracias por todo doctor.
—No me des las gracias, ha sido un verdadero placer conocerte y
trabajar contigo.
Capítulo 28
Abby pudo escaparse del trabajo temprano y fue con todos sus amigos al
rancho del abuelo de Lauren. Cada pareja llevó un coche porque les
acompañaron todos los niños y no querían ir agobiados. Aunque solo
llevaban las maletas con la ropa, porque cada matrimonio tenía su
habitación en el rancho y en ella tenían todo lo que podían necesitar para
los pequeños.
Fred, el abuelo de Lauren se alegró al verlos llegar. Le gustaba tenerlos
allí porque sin ellos encontraba la casa vacía. Y las familias habían
aumentado: ahora Delaney tenía tres hijos, Nathan dos, Carter tres, y Logan
cuatro, tres de ellos adoptivos. Ese fin de semana fueron también los padres
de los Stanford y Fred se alegró porque los apreciaba de verdad. Por suerte,
la casa de Fred era enorme y tenía habitaciones para todos. Aunque Nathan,
Lauren y sus hijos vivían en una cabaña junto al río, que había construido
para ella Rick, el hijo adoptivo de su abuelo, y que estaba muy cerca de la
casa principal.
Todos abrazaron al hombre, y él cogió en brazos a cada uno de los
niños para besarlos y achucharlos.
A todos les encantaba estar en el rancho.
—Fred, esta es Abby, mi novia —dijo Sean.
—Ya tenía ganas de conocerte —dijo el hombre besándola—. Me han
hablado mucho de ti.
—A mí también de usted. Mucho gusto en conocerlo.
—Nada de usted. Llámame Fred y tutéame.
—De acuerdo.
Todos entraron en la casa y saludaron a Anna, la señora que se
encargaba de la casa desde hacía muchísimos años, y le presentaron a Abby.
—Bueno, ya sabéis todos cual es vuestra habitación. Abby, supongo
que tú dormirás con Sean, pero si no es así, hay una habitación preparada
para ti.
—Gracias, Fred.
—Abby no necesita una habitación, dormirá en la mía —añadió Sean.
—Lo imaginaba. Bueno pues si queréis, podéis subir a deshacer el
equipaje. Yo tengo que hablar con el capataz, pero nos reuniremos en el
salón en media hora para tomar un café.
—Vale —dijeron todos.
—Iré contigo —dijo Patrick Stanford.
Los dos hombres salieron de la casa.
—Abby parece una buena chica.
—Lo es.
—Lauren me dijo que es detective.
—Sí. Supongo que te habrá contado también cómo se conocieron mi
hijo y ella.
—Sí. Desde luego, el destino nos tiene preparadas cosas inesperadas.
—Tienes razón.
—También me dijo que se había quedado con Sean en el hospital todas
las noches mientras estuvo en coma.
—Sí, es cierto. ¿Te ha hablado también de su vida, de su pasado?
—No.
—Entonces te lo contaré para que la conozcas un poco más.
Patrick le habló del pasado de Abby, con todo detalle.
—Vaya, pobre chica. Lo debió pasar muy mal. Me recuerda a la vida
que llevó mi nieta con mi hija.
—Sí, tu nieta también sufrió mucho. Para Abby fue un trauma ver a
ese monstruo matar a su madre a golpes. Eso le afectó a lo largo de su vida.
Esa fue la razón de que en un principio no quisiera salir con mi hijo. Lo
rechazó varias veces.
—Supongo que Sean no estaría acostumbrado a que lo rechazara una
mujer.
—Creo que esa fue una de las razones de que siguiera insistiendo,
hasta que lo consiguió. Y me alegro de ello. Abby me cayó bien desde la
primera vez que la vi en el hospital, poco después de que ingresaran a Sean.
Todavía la recuerdo, iba empapada de sangre. De la sangre de mi hijo. Los
médicos me dijeron que estaba vivo gracias a ella, a esos minutos que
estuvo presionando la herida para que no se desangrara mientras llegaba la
ambulancia. Y también lo salvó una segunda vez recientemente, cuando
estaban de acampada en un bosque.
Patrick le contó lo que había sucedido en esa ocasión.
—Menuda suerte ha tenido Sean.
—Desde luego que sí.
—Se le ve muy feliz.
—Están locos el uno por el otro. Ve preparándote para ir a Nueva
York, porque no creo que tarde mucho en pedirle que se case con él, y
tendrás que asistir a la boda. Y hay que reconocer que Sean ya tiene edad de
casarse.
—¿Viven juntos?
—No, todavía no.
Después de tomar café en el porche, que era enorme, fueron todos a los
establos con los pequeños para ver los ponis de los niños, que Fred había
comprado para los cuatro mayores, porque los otros tres solo tenían un año.
Aunque el hombre ya tenía algunos vistos para comprar para ellos.
Sacaron los caballitos y fueron a dar una vuelta. Abby llevaba apoyada
en la cadera a Gillian, la hija pequeña de Delaney. Sean las miró. Iban las
dos riendo y se imaginó que Abby estuviera embarazada. Eso le gustaría y
mucho.
A última hora de la tarde todos contribuyeron en dar la cena a los
niños, a bañarlos y a leerles un cuento antes de dormir. Y luego cenaron los
adultos.
Pusieron a Fred al día de todo lo que había sucedido desde la última
vez que se vieron, como hacían siempre. Delaney le contó con todo detalle
lo sucedido en la acampada con los cuatro hombres que querían acabar con
su vida. Y las chicas le hablaron del baile que habían preparado los
hombres para el cumpleaños de Ellie. Fred se moría de risa al escucharlas
porque no podía imaginar a esos hombres haciendo algo así, sobre todo a
Delaney y a Nathan, que eran los más serios, al menos en el trabajo.
También le dijeron que estaban enseñando a bailar a Abby. Y decidieron
practicar un rato después de la cena.
Así que, cuando terminaron de cenar apartaron los muebles del salón
para dejar espacio en el centro y comenzaron a practicar. Patrick se unió a
los a jóvenes ya que era un gran bailarín e iría también a la fiesta.
Sean y Abby entraron en el dormitorio. Nada más cerrar la puerta y sin
decir absolutamente nada, la sujetó de la nuca a la acercó a él para devorarle
la boca, sin darle tiempo a que protestara. Le quitó la goma del pelo,
introdujo los dedos entre sus cabellos y volvió a apoderarse de su boca. A
continuación le desabrochó la falda y se la bajó. Fue una prueba de
velocidad y exigencia. Antes de que Abby se diera cuenta, la tenía desnuda
de cintura para bajo. La levantó del suelo y la sentó sobre el escritorio. Sacó
un condón del bolsillo de atrás de su pantalón y se lo puso en un suspiro. Se
desabrochó el vaquero y se puso el preservativo. Le separó las piernas y ella
le rodeó las caderas con ellas. Y entonces la penetró sin contemplaciones
hasta el fondo. Se quedó inmóvil y enterró el rostro en su cuello.
Le gustaba sentir cómo se abría para él. Quería deshacerla centímetro a
centímetro. Quería oírla gemir por él. Su propio deseo era brutal e
irracional, se desplazaba por su sangre a toda velocidad. Abby se aferraba a
él con brazos y piernas, envolviéndolo.
Sean cogió la blusa por los botones con las dos manos y los hizo saltar
por los aires. Y entonces la besó de nuevo. Comenzó a deslizar sus labios,
cálidos y tiernos, por su rostro con devastadora y deliciosa lentitud. Abby
sentía que se derretía. Ese cambio de ritmo, de desesperación a lento hizo
que se excitara aún más.
Sean seguía enterrado en su interior. El sonido profundo y lento de la
respiración de ella y los suspiros que soltaba, hicieron que la temblorosa
impaciencia se convirtiera en una entrega absoluta.
Tenía a la vista sus pechos, cubiertos por un sujetador blanco de
encaje. Al ver cómo la miraba, Abby gimió de placer. Sean deslizó las
yemas de los dedos por encima del encaje. La respiración de ella se aceleró
bajo aquellas caricias, suaves y ligeras como plumas. Sean le desabrochó el
sujetador y se lo sacó por los brazos junto con la blusa, dejándolos caer al
suelo.
Sean deslizó la lengua por uno de sus pezones. Abby se mordió el
labio inferior. Él se cambió al otro pezón y lo lamió, y sintió cómo ella se
estremecía. Comenzó a succionar dulce y lentamente, saboreando el placer
de sentirla revolverse entre sus brazos por sus caricias y disfrutando de los
indefensos y cortos gemidos que se agolpaban en su garganta a medida que
él aumentaba la presión y mordisqueaba los pezones, que estaban duros
como piedras.
Sean se quitó la camiseta y la dejó caer al suelo. Abby suspiró de
alivio pensando que había llegado el momento, que comenzaría a moverse y
haría que la ola de sensaciones que la invadía se calmara. Le daba miedo
que no fuera así porque algunas veces de las que habían hecho el amor Sean
había prolongado los preliminares, deteniendo la explosión de placer hasta
que ella le rogaba que pusiera fin a aquel tormento. Aunque otras veces la
follaba de forma brusca y apasionada y casi sin preliminares. Esperaba que
eligiese la segunda opción, porque estaba al borde del orgasmo.
De pronto él volvió a besarla, al mismo tiempo que echaba atrás las
caderas hasta casi salir del todo de su interior para volver a penetrarla de
nuevo hasta lo más profundo. Solo tuvo que embestirla tres veces para que
Abby llegara al clímax. Bajó un poco el ritmo para que ella disfrutara de su
orgasmo y luego aumentó, moviéndose con envites feroces.
Al clímax que la había invadido le sucedió otro poco después, como si
fuera una ola montando sobre otra y dejándola jadeando, sin aliento y
buscando aire para poder respirar. Sean ya no pudo aguantar más, dio una,
dos, tres embestidas salvajes y se dejó llevar abrazándola.
—Me da la impresión de que cada vez que hacemos el amor te superas
—dijo Abby poco después y aún aferrada a su cuello.
—Yo pienso lo mismo de ti. Perdona que haya sido tan brusco, pero es
que llevo todo el día deseando follarte —dijo mientras sacaba otro condón
del bolsillo y lo sujetaba con los dientes. Luego se sacó los zapatos y el
pantalón.
—No me he quejado. Y con paciencia todo llega. Ahora estás saciado
—dijo ella de forma descarada.
—¿Saciado? Ni por asomo, cielo —dijo saliendo de su interior y
desprendiéndose del condón, dejándolo en el suelo.
Sean la ayudó a bajar del escritorio. Se sacó el condón de la boca y la
besó, haciendo que ella comenzara a caminar hacia atrás y sin despegarse
de su boca. Abby cayó de espaldas sobre la cama y Sean se echó sobre ella.
Le elevó los brazos por encima de la cabeza y entrelazó los dedos de sus
manos con los de ella. Permaneció así, mientras se inclinaba y la besaba
atormentándola con la lengua. Sean hizo que se derritiera con un solo beso,
pero la forma en que ella lo besó lo encendió y lo puso a cien de nuevo.
Sean apartó la boca de ella y la besó en la mejilla con suavidad. Luego
siguió descendiendo hasta uno de sus pechos y luego el otro. Rozó los
pezones con la nariz y ella jadeó de placer. Él hacía que le dolieran los
pechos y gimiera por ello. Sean hacía que se desesperara y Abby conseguía
con su deseo, que el deseo de él fuera todavía más intenso. Elevó los brazos
para masajearle los anchos hombros mientras él seguía descendiendo. Le
besó la cintura, el vientre, le mordisqueó las caderas y bajó todavía más, y
ella gimió de puro placer. Abby le clavó los dedos en la espalda. Y luego le
acarició el pelo desesperada y lo cogió de los mechones para que ascendiera
de nuevo hasta estar su boca sobre la de ella, y entonces lo besó hasta que él
se quedó sin aliento.
Tan pronto terminó el beso, Sean volvió a descender por su cuerpo
hasta detenerse en su centro del placer. Abby sintió un escalofrío que se
convirtió rápidamente en temblor. Un placer hondo y oscuro la invadió.
Sintió un cúmulo de sensaciones, que se interponían unas con otras. Quería
dejarse llevar pero Sean no se lo permitió, porque la llevó a lo más alto
jadeando, solo para hundirla de nuevo en el mar del placer.
Las manos de Sean, resbaladizas por el sudor, se deslizaban por la piel
de ella, también húmeda. La boca de Abby buscó de nuevo la de Sean y
entonces lo empujó a un lado para colocarse encima de él. Cogió el condón
que había sobre la cama y lo abrió.
—¿Cuántos condones llevas en el bolsillo del pantalón? —preguntó
ella sonriendo y mientras le ponía el condón como él le había enseñado.
—No lo sé, cogí un puñado antes de salir de casa.
—Me gusta que estés siempre preparado —dijo ella de forma
descarada.
Abby colocó el miembro en la entrada de su vagina y bajó lentamente,
acogiéndolo en su interior. Subía y bajaba hasta tenerlo en lo más profundo
de su ser. Ambos tenían los corazones desbocados y los cuerpos
entrelazados. Ella lo montó con fuerza, una y otra vez. Sean tenía las manos
en sus caderas siguiendo los movimientos de ella.
—Voy a correrme, cielo. Córrete conmigo.
Eso fue lo único que Abby necesitó para dejarse llevar. Ambos se
corrieron a la vez. Ella se echó sobre él agotada. Estuvieron unos minutos
en silencio en los que solo se escuchaba la respiración agitada de ambos.
—¿Sabes? No sé si es lo normal, pero me cabrea mucho que me lleves
hasta el borde del orgasmo y me hagas retroceder una y otra vez a tu
voluntad, dejándome el corazón a punto de estallar —le dijo ella al oído.
—¿No te gusta? Porque no me parecía que lo estuvieras pasando mal.
—No he dicho que no me guste. La verdad es que me gusta todo lo
que me haces, pero eso es traumático.
—Entonces, ¿no quieres que lo vuelva a hacer?
—Me gusta que lo hagas, porque nunca quiero que acabes.
—Esa es la idea. Pero, a ver si te pones de acuerdo, ¿te gusta o no?
—Mejor lo dejo a tu elección. Tú eres el experto, y yo una
principiante.
—De acuerdo —dijo él sonriendo.
—Tengo mucho sueño.
—Yo también estoy cansado. Ha sido un día duro —dijo sacando el
miembro de su interior—. Voy a traer una toalla para limpiarte.
—No te preocupes, tengo que ir a lavarme los dientes y me lavaré
entonces.
Poco después estaban de nuevo en la cama, abrazados y tapados.
—Buenas noches.
—Buenas noches, cielo.
El día siguiente fue un día fantástico para Abby. La relación con
Louise, la madre de Sean, había cambiado por completo. Al principio de
conocerse no parecía que a Louise le cayera muy bien, pero Abby lo
entendió porque por su culpa habían disparado a su hijo pequeño. Y
ninguna madre soportaría que le hicieran daño a uno de sus hijos. Pero
ahora todo era diferente, ahora era cariñosa y protectora con Abby. Se
portaba con ella como si fuera una madre. Abby no sabía si era porque
ahora conocía su pasado o porque le había salvado la vida a Sean unos días
atrás cuando fueron de acampada.
—¿Crees que bailo lo suficientemente bien como para ir a una fiesta
de etiqueta? —le preguntó Abby en un momento que se quedaron solas.
—Bailas muy bien. Desde luego, no parece que solo hayas bailado en
dos ocasiones.
—Siempre se me ha dado bien bailar, aunque solo lo he hecho en casa
sola y con música movida. Pero me preocupa quedar mal delante de todos
ellos.
—A ninguno de ellos les importaría que cometieras un error y, de
cometerlo, nadie se daría cuenta, porque ellos no lo permitirían. Todos
bailan de maravilla y te dirigirán sin que te des cuenta.
—Desde luego que bailan bien.
Esa mañana fueron a ver la cabaña de Lauren y Nathan, que estaba
pegada al río. A Abby le encantó, y le gustó saber que Sean se había
encargado de la reforma. Tomaron todos unos cafés en el porche que
quedaba completamente sobre el río, mientras todos los niños correteaban a
su alrededor. Fred estaba encantado de tenerlos allí, a pesar del alboroto de
los pequeños.
Luego los hombres estuvieron jugando con los niños, mientras los más
mayores montaban en los ponis.
La tarde la pasaron todos en la piscina. Al principio Abby se sentía un
poco incómoda por estar casi desnuda delante de sus futuros suegros y,
sobre todo, delante de Fred, pero Patrick y él se fueron a montar a caballo y
no aparecieron por allí en toda la tarde.
Abby no pudo conocer a Rebecca, la hermana de Nathan y a su marido
y las niñas, porque habían ido a pasar unos días a Disneylandia antes de que
empezara el colegio. Pero Lauren le enseño la casa que Rick había
construido para ella antes de que se casaran. Y Abby supo que Rick
también era un arquitecto excepcional.
La cena fue fantástica. Abby ya se había dado cuenta de que estar con
ese grupo de amigos, en cualquier parte, era una verdadera maravilla.
Después de cenar fueron todos al salón a tomar unas copas. Abby
estuvo practicando el baile con todos ellos. Y luego se quedaron charlando
hasta casi media noche.
Al día siguiente Abby se atrevió a montar a caballo, cosa que no había
hecho nunca. Estuvieron montando más de una hora, y le gustó la
experiencia.
Regresarían a Nueva York después de comer y todo volvería a la
rutina, pero a Abby le había gustado conocer a Fred y, sobre todo, pasar el
fin de semana con sus amigos.
El jueves de la semana siguiente, Abby se sorprendió al recibir en casa
un paquete, porque no había comprado nada por internet. Se quedó de
piedra cuando lo abrió. Eran dos conjuntos de ropa interior de encaje
preciosos, uno azul eléctrico y el otro dorado. Por su puesto eran de Sean.
Sonrió al leer la nota, que decía que eran para compensar las bragas que le
había roto unos días atrás cuando hacían el amor.
Ese día habían quedado las chicas en acompañar a Abby a comprarse
el vestido para la fiesta que sería dos días después. Pero se le complicó el
trabajo en la jefatura y tuvo que cancelarlo.
Abby se sorprendió cuando Tess la llamó al día siguiente para decirle
que Delaney y ella la acompañarían el sábado por la mañana para comprar
el vestido. Por lo visto Sean había llamado a su hermano y le había pedido
que la acompañara, porque él tenía que estar en una obra y no podría
moverse de allí hasta por la tarde.
El sábado Delaney y Tess recogieron a Abby en casa.
—Delaney, no hacía falta que vinieras tú a comprar con nosotras —
dijo Abby preocupada porque un hombre tan ocupado como él perdiera
tiempo con ella.
—Sean me pidió que te acompañara.
—Mi marido tiene un gusto exquisito para la ropa, por eso Sean se lo
pidió a él —dijo Tess.
—No lo dudo. ¿Tú también tienes que comprarte algo?
—No. Tengo demasiados vestidos de noche y, desde que tenemos a los
niños no vamos a menudo a fiestas, a no ser que sea imprescindible. Vamos
a llevarte a una tienda que tienen maravillas.
Dejaron el coche en el sótano del edificio de Delaney porque estaba en
pleno centro y la tienda a la que iban a ir también estaba cerca de allí.
Entraron en la tienda. Desde luego que tenían maravillas, era una
tienda impresionante. Aunque los precios también impresionaban, pensó
Abby al ver las etiquetas de alguno de los vestidos, que no bajaban de dos
mil dólares. Ella no quería gastarse tanto dinero, pero pensó que, saliendo
con sus amigos tendría que llevar ropa que no desentonara con ellos, al
menos en las fiestas.
Tess y Abby eligieron un montón de vestidos y la encargada, que ya
conocía a Tess, los llevó al grandísimo probador individual.
Fuera del probador había un reservado para que las personas salieran,
y un sofá, en el que estaba sentado Delaney y a su lado Tess. Solo había un
probador, por lo que Abby dedujo que habría otros tan amplios como ese y
con un espacio para que los acompañantes esperaran. Y por los precios que
tenían los vestidos, le parecía que era lo menos que podrían hacer.
Abby comenzó a probarse vestidos. Cada vez que se ponía uno salía
para que sus amigos la vieran. Le hacía gracia porque era Delaney, que
estaba sentado cómodamente en el sofá y completamente relajado, quien se
limitaba a decirle simplemente sí o no. Así que, después de probarse el
segundo, cuando salía con algún modelo nuevo lo miraba solo a él. Estaba
asombrada, porque tardaba menos de diez segundos en tomar la decisión.
La miraba de arriba abajo y solo decía sí o no. Aunque hasta el momento, a
todos le había dicho no, y ya se había probado unos cuantos.
El siguiente era un vestido color dorado que se adhería a su cuerpo
como si fuera su propia piel y luego se abría en la parte baja. Tenía un gran
escote por delante y la espalda al aire.
Delaney volvió a mirarla de arriba abajo.
—Date la vuelta.
Ella se giró y Delaney esbozó una preciosa sonrisa.
—Sí. Ese es el vestido —dijo satisfecho de su elección.
—¿Estás seguro? —dijo ella porque había visto la etiqueta y costaba
casi tres mil dólares.
—Completamente seguro.
—Estás impresionante, Abby —dijo Tess.
—Con lo que cuesta no esperaba menos. ¿No creéis que es muy
escotado?
—Es perfecto —dijo Delaney—. No te muevas, quiero hacerte una
foto.
—¿Una foto?
—Sí, una foto —dijo él sacando el móvil del bolsillo y haciéndola—.
Vamos a ir a comprar unos complementos.
—Complementos —dijo Abby en voz baja y preocupada, porque sabía
que tendría que llevarse los zapatos, que se había probado a juego con el
vestido y un bolso de mano, porque ella no tenía ninguno. Y estaba segura
de que también costarían una fortuna.
La encargada entró en la estancia en la que se encontraba, los tres
amigos.
—¿Qué tal va todo? —preguntó.
—Bien —dijo Abby.
—Nos quedamos ese vestido —dijo Delaney señalando el vestido que
llevaba Abby puesto—. Y también los zapatos.
—¿Los zapatos le quedan bien? —preguntó la mujer a Abby.
—Me quedan perfectos. A pesar de lo altos que son, son comodísimos.
—Es lo que tienen los zapatos italianos.
Oh, Dios mío, pensó Abby. Seguro que eran carísimos, se dijo.
—Abby, ¿dónde te vestirás esta noche? —preguntó Tess.
—Supongo que en casa.
—Mejor ven a nuestra casa y te vistes allí. Cath siempre me peina para
las fiestas y puede peinarte a ti también.
—De acuerdo.
—¿Pueden enviarlo todo a mi casa esta tarde?
—Por supuesto, señor Stanford.
—Estupendo.
—Nos llevaremos también el bolso dorado que hemos visto a juego
con los zapatos —dijo Tess.
—Muy bien. El vestido le sienta de maravilla.
—Gracias. Voy a cambiarme.
Cuando Abby salió del probador, Delaney y Tess estaban en la tienda
junto a la encargada.
—He dejado todo en el probador —dijo Abby al acercarse a ellos.
—No se preocupe, yo me ocuparé de las prendas. Se lo llevarán a casa
en un par de horas. ¿Habrá alguien? —le preguntó la mujer a Delaney.
—Sí. Gracias.
—Gracias a ustedes —dijo la encargada mirando a Delaney
embelesada y deseando que no se fuera tan pronto.
Tess salió de la tienda delante, estaba hablando por teléfono con Cath,
diciéndole que llevarían una entrega para Abby y que la dejara en la
habitación de Sean.
—Vamos, cielo —dijo Delaney cogiendo a Abby de la mano y
llevándola hacia la salida.
—Delaney, no he pagado.
—Ya está pagado.
—Bueno, ahora luego me dices lo que te ha costado —dijo saliendo de
la tienda con él tras ella.
—¿Por qué voy a decirte lo que me ha costado?
—Porque te lo tengo que pagar.
—No digas tonterías.
—Tú no puedes comprarme ropa.
—Por supuesto que puedo. Eres mi cuñada.
—No soy tu cuñada.
—De momento. Acéptalo como un regalo de Tess y mío por tu primera
fiesta.
—Menuda tontería. ¿Has visto los precios de lo que he comprado?
—¿Crees que yo tengo que ver los precios para comprar algo?
—Disculpe, señor arrogante.
—¿Te ha dicho alguien que eres una descarada? —dijo dedicándole
una bonita sonrisa.
—Sí, tu hermano.
Delaney soltó una carcajada.
—Supongo que vienes aquí a comprarte la ropa —dijo Abby a Tess
cuando terminó la llamada.
—Cuando es para una fiesta sí. Tienen vestidos impresionantes. Y son
modelos exclusivos. Así no puede darse el caso de que te encuentres en la
fiesta a alguna mujer con el mismo modelo que el tuyo.
—Desde luego, yo me moriría si me gasto esa fortuna en un vestido y
encontrara a alguien con el mismo modelo en la misma fiesta. Hablando de
fortunas. Tu marido no ha dejado que le pagara el vestido.
—Me habría decepcionado de haberlo hecho.
—Pero vale mucho dinero, y apuesto a que los zapatos y el bolso
también.
—Valdrá mucho dinero para ti. Para él no tiene la menor importancia.
Y no creas que eres la única a quien compra ropa. También ha comprado
vestidos para algunas de las chicas si nos han acompañado alguna vez. Así
que no te sientas culpable. Además, vamos a ser familia.
Delaney sacó el móvil del bolsillo y llamó a su joyero.
—Buenos días, señor Stanford.
—Hola, señor Stuart. Tenía planeado ir a su joyería en un rato, ¿estará
usted allí?
—Sí.
—Necesito algo para mi cuñada para esta noche. Tengo una foto del
vestido que llevará.
—Estupendo. ¿Por qué no me envía la foto? Así podré buscar todo lo
que puede ir con él y tenerlo preparado para cuando venga.
—¿Tu marido ha dicho joyería? —preguntó Abby a Tess. Y ya no
siguieron escuchando lo que Delaney hablaba con el joyero.
—Sí. Stuart es el joyero donde Delaney compra siempre las joyas.
—Pero… Yo no puedo permitirme comprar joyas. Y tampoco voy a
permitir que él me compre nada más.
—Intenta impedírselo —dijo Tess sonriendo—. No pienses en ello,
Abby. Y tienes que saber que Sean me ha regalado muchas joyas desde que
nos conocemos. Y no me refiero a joyas de poco valor.
—Eres su cuñada.
—Tú también eres la cuñada de Delaney.
—No lo soy.
—Abby, Sean no te va a dejar escapar, está loco por ti. Puede que aún
no lo seas, pero llegará el momento.
—¿Os apetece tomar un café o algo? —preguntó Delaney cuando
colgó el teléfono.
—Yo me tomaría un helado —dijo Tess.
—Yo también —añadió Abby.
—En ese caso, entremos en esa cafetería —dijo él señalándola—.
Tengo entendido que los helados son buenísimos, al igual que el café.
Entraron en el local y se sentaron en una de las mesas. La camarera se
acercó rápidamente al reconocer a Delaney. Pidieron lo que querían y la
chica se retiró.
Abby recibió una llamada, sacó el teléfono del bolso y miró la
pantalla.
—Es Sean. ¿Os importa que conteste?
—Claro que no, adelante —dijo Delaney.
—Hola, Sean.
—Hola, preciosa. ¿Habéis terminado con las compras?
—Ya tengo vestido, zapatos y bolso.
—¿Cómo es el vestido?
—Precioso, aunque un poco atrevido.
—¿A Delaney le ha gustado?
—Sí, lo ha elegido él.
—Entonces no te preocupes, tiene un gusto impecable para la ropa.
—Lo sé. No me ha dejado pagar nada.
—Es demasiado arrogante para permitir que una mujer pague algo
estando él presente.
Abby miró a Delaney y se rio.
—Lo peor es que van a llevarme a una joyería. Según tu hermano,
necesito algunas cosas para lucir con el vestido.
—Si lo ha dicho él es que las necesitas.
—Pero seguro que tampoco va a permitir que yo lo pague. Aunque
apuesto que lo que él elija yo no podría pagarlo.
—Cariño, no te preocupes por eso. Lo que Delaney se gaste hoy
contigo no será ni el uno por cien de lo que él gana en una hora.
—¿Lo dices en serio?
—Por supuesto.
—¡Oh, Dios mío!
—¿Dónde estáis?
—Acabamos de entrar en una cafetería. Tess y yo hemos pedido un
helado y Delaney un café. ¿Crees que podrías reunirte con nosotros antes de
que vayamos a la joyería? Tú podrías convencerlo de que no necesito
ninguna joya.
—¿Crees que yo podría convencer a Delaney de que no haga algo?
Porque si lo crees, es que no lo conoces en absoluto. De todas formas, no
podré terminar hasta dentro de unas horas. Cielo, obedece a Delaney y
acepta lo que te compre.
—Sabes que en eso, tú y yo nos parecemos, no llevo muy bien lo de
obedecer.
—Lo sé, cariño. ¿Te sentirías mejor si le pagara a mi hermano lo que
se gaste hoy contigo?
—No haría que me sintiera mejor, porque si se lo pagaras, tampoco
podría pagártelo a ti. Ahora me doy cuenta de las diferencias que hay entre
tú y yo. La verdad es que no sé qué hacemos juntos.
—Bueno, nos queremos y esa es una razón muy importante y de
mucho peso. Míralo por el lado bueno, si aceptas con agrado todo lo que
Delaney te compre, le harás muy feliz.
—¿Que le haré muy feliz? —dijo ella mirando al aludido.
—Sí, te lo aseguro.
—No conozco a nadie que se sienta feliz gastando un montón de pasta,
y además, para otra persona.
—Delaney sí. Tiene demasiado dinero y tiene que gastarlo de alguna
forma. ¿Dónde comeréis?
—Yo creo que comeré en casa, porque me da la impresión de que voy
a sentirme muy mal cuando salgamos de la joyería.
Tess miró a su amiga y luego miró a su marido y ambos sonrieron.
—Además, tengo que coger algunas cosas para arreglarme esta tarde.
—Bien.
—Pero iré a casa de tu hermano por la tarde, Tess me ha dicho que
vaya a arreglarme allí.
—Estupendo. Yo creo que terminaré sobre las cuatro. ¿Te recojo en
casa?
—Vale.
—Nos vemos entonces. Te quiero.
—Yo te quiero más —dijo Abby sonriendo.
—Entonces, todo solucionado, ¿no? —dijo Delaney sonriéndole
cuando ella colgó.
—Más o menos. Sean me ha dicho que si dejo que me compres todo lo
que quieras te haré feliz.
—¿Y tú quieres hacerme feliz?
—No creo que puedas ser más feliz de lo que ya eres. Tu hermano dice
que eres demasiado arrogante para dejar que una mujer pague algo cuando
está contigo.
—Mi hermano me conoce bien.
Media hora después salieron de la cafetería y caminaron hacia la
joyería, que estaba muy cerca de allí.
Nada más entrar en el local, el propietario los llevó a su despacho,
como hacía siempre que Delaney iba a comprar algo. Colocó otra silla para
que se sentaran los tres. Delaney estaba sentado entre ellas, delante de la
mesa y el joyero estaba sentado frente a ellos.
El hombre le tomó la medida del dedo a Abby por si elegían algún
anillo y la apuntó. Luego colocó delante de ellos una bandeja con las joyas
más increíbles que Abby pudiera haber imaginado. Abby decidió no hablar.
Aunque, si hubiera querido hacerlo no habría podido porque tenía un nudo
en la garganta que casi no la dejaba respirar.
—¿No dices nada? —preguntó Tess poco después.
Abby solo pudo negar con la cabeza. Delaney la miró y supo que
estaba emocionada. Recordó la vida que había llevado cuando era una niña
y casi se emocionó también.
Al final fue Delaney quien tomó todas las decisiones. Eligió un collar
de diamantes color ámbar y los pendientes, la pulsera y un anillo a juego.
Abby miró las joyas que había elegido, que el joyero había dejado
sobre un paño de terciopelo negro. De pronto se sintió sobrepasada por la
emoción. Ella solo había tenido las joyas de su madre, que eran de poco
valor, y las de su abuela, que no eran nada despreciables, pero que no se
podían comparar con las que tenía delante. Delaney la miró y vio que estaba
a punto de llorar.
—Señor Stuart, ¿le importaría dejarnos solos unos minutos?
—Por supuesto que no —dijo el hombre levantándose—. Guardaré
estas bandejas en la caja fuerte mientras tanto.
—Gracias.
El hombre salió del despacho. Abby miró a Delaney.
—Ven aquí, cielo —dijo cogiéndola del brazo para que se levantara de
la silla y la sentó en su regazo.
Abby lo abrazó muy fuerte y se derrumbó. Y Delaney la rodeó con sus
brazos.
Tess se levantó y se acercó a la ventana, también emocionada, porque
recordó la primera vez que había ido a la joyería. Había estado sentada
junto a Delaney, casi sin poder hablar de la emoción, mientras elegían el
anillo de pedida, y se le saltaron las lágrimas al recordarlo.
Cuando el hombre regresó, Delaney le dio un beso a Abby en la sien y
ella se levantó, pero no se volvió a sentar. Caminó hacia la ventana para
reunirse con su amiga y Tess la abrazó.
—¿Han tomado una decisión? —preguntó el joyero a Delaney.
—Sí, nos lo quedamos todo.
—Muy bien.
Delaney le dio la tarjeta del banco.
—¿Podría enviárnoslo a casa esta tarde?
—Por supuesto.
—Estupendo.
—Vuelvo enseguida —dijo el joyero cogiendo la tarjeta y
abandonando el despacho.
Delaney se levantó y se acercó a ellas.
—¿Estás bien, Abby?
—Siento haberme derrumbado. Esto de ponerme a llorar y que me
consueles se está convirtiendo en una costumbre, y no me gusta. Te
aconsejo que no se lo digas a nadie o tendré que darte una paliza.
Delaney se rio pensando que iba a gustarle tener a esa mujer por
cuñada.
Poco después estaban caminando por la acera.
—Siento haberme abrazado a tu marido ahí dentro —le dijo Abby a
Tess.
—Yo no lo siento. Me gusta verlo en plan tierno, no es algo que vea
normalmente, a no ser que esté con sus hijos.
—Tú tampoco estabas muy bien allí dentro —dijo Delaney a su mujer.
—He recordado la primera vez que me llevaste a la joyería para
comprar el anillo de pedida y me he emocionado.
—¿Te llevó a comprar el anillo de pedida? Pensaba que la novia no
veía el anillo hasta que él se lo regalaba.
—Eso es lo normal —dijo Tess—, pero Delaney nunca ha sido un
hombre normal.
—Gracias, cariño.
—No lo he dicho en el mal sentido. Ya sabes que me propuso un
matrimonio fingido —le dijo Tess a su amiga.
—Sí.
—Él no quería hacer nada de lo tradicional, porque no iba a ser un
matrimonio real. Así que un día me llevó a la joyería y compró el anillo de
pedida. Dejé que lo eligiera él, porque así imaginaría que yo no había
estado presente en ese momento. Y también conseguí no ponérmelo allí
mismo. Que era lo que él quería y con ello ya estaríamos prometidos. Dios,
estaba loca por él.
—¿En serio querías que se lo pusiera allí mismo? —preguntó Abby a
Delaney.
—Claro. Yo no sentía nada por ella. Bueno, pensaba que no sentía
nada. Al final consiguió lo que quería. Le puse el anillo en un restaurante y
le pedí que se casara conmigo.
—Y fuera del restaurante estaba la prensa —dijo Tess sonriendo—. Se
habían enterado de que estábamos allí.
—No se habían enterado, yo hice que supieran dónde íbamos a cenar.
Necesitaba que publicaran que estábamos prometidos —dijo él sonriendo.
—Delaney siempre ignoraba a los periodistas, pero esa noche les dio la
primicia. Les dijo que acababa de pedirme en matrimonio. Esa noche
salimos en la televisión.
—¿En la televisión?
—Sí, en las noticias.
—Vaya. Vuestra historia es fantástica. Bueno, tienes que reconocer que
fuiste un poco cabrón por la forma en que la trataste pero, así y todo,
vuestra historia es extraordinaria.
Capítulo 29
Abby salió del baño seguida de Sean. Estaban en casa de Delaney y
acababan de ducharse. Ella le había dicho que no quería que se duchara con
ella, precisamente para que no pasara lo que había pasado. Se habían lavado
el uno al otro, acariciándose y al final habían terminado haciendo el amor
en la ducha. Y ahora tenía el tiempo justo para arreglarse. Aunque no podría
decir que estuviera arrepentida por lo que había ocurrido. Era la primera vez
que se duchaban juntos y había sido fantástico hacer el amor en la enorme
ducha. Otra primera vez, pensó sonriendo.
—Será mejor que te vistas y te marches, de lo contrario, se nos
ocurrirá hacerlo otra vez y no tendré tiempo para arreglarme.
—De acuerdo —dijo él.
—Y date prisa, porque Tess me ha dicho que vendría a vestirse
conmigo.
—Vale, vale. Me visto enseguida y me largo.
Diez minutos después, Sean estaba afeitándose mientras ella se secaba
el pelo. De vez en cuando se miraban a través del gran espejo que estaba
sobre los dos lavabos y se sonreían. Cuando él terminó salió del baño.
Poco después Sean se acercó y se apoyó en el marco de la puerta. Se
quedó mirando cómo se maquillaba.
Abby se dio la vuelta y lo miró de arriba abajo. Vestía el traje de
etiqueta. Sin duda era un hombre espléndido, lo mirara por donde lo mirase,
pensó ella. Era la muestra perfecta de lo que era un hombre diez. Y no solo
su físico era esplendido. Ese hombre tenía una conducta ética y unos
principios bien arraigados. Era un lider nato e inteligente. Y le encantaba
que fuera así, a pesar de que ella no tenía pasta de subordinada o inferior.
—¿Cielo? —dijo él al ver que lo estaba mirando sin decir nada.
—Perdona, me he quedado abstraída. Estás impresionante. Ese traje te
sienta de maravilla.
—Tú también estás impresionante.
—Llevo un albornoz.
—Así y todo, estás increíble. Te espero bajo —dijo besándola en el
cuello.
—Vale.
Al abrir la puerta del dormitorio Sean vio a Tess y a Cath que iban a
entrar.
—Estás guapísimo, cuñado.
—Gracias, cariño. Os veo bajo.
—Procuraremos no tardar mucho.
Tess ayudó a Abby a terminar de maquillarse. Luego Cath las peinó a
las dos. A ambas les recogió el pelo en dos moños informales que les
sentaban genial.
—Tess, voy a traer tu vestido —dijo Cath.
—Bien.
Cuando la mujer regresó comenzaron a vestirse. Y luego se pusieron
las joyas la una a la otra.
—Voy a estar toda la velada temblando por si pierdo alguna de estas
joyas —dijo Abby mientras Tess le abrochaba el collar.
—No te preocupes, si pierdes alguna, Delaney te comprará otra igual.
Abby la miró con los ojos muy abiertos.
—Relájate. No vas a perder nada, estas joyas tienen un cierre que no se
abre fácilmente. Y además, no tienes que preocuparte, porque cada vez que
Delaney compra algo en la joyería, el joyero le envía el informe de las
mismas a la compañía de seguros para que las incluyan en la póliza.
—Te quedan preciosas, y hacen juego con el color de tus ojos —dijo
Cath mirándola.
—Yo creo que es la razón de que Delaney las eligiera.
—Delaney siempre ha tenido buen gusto tanto para las joyas como
para la ropa.
—Las que tú llevas son espectaculares —dijo Abby mirando el collar
de su amiga.
—Sí, Delaney me las compró poco después de que nos casáramos. En
aquel momento me sentí como tú, estaba asustada por si perdía alguna.
Ellas dos se pusieron los zapatos y miraron a la mujer.
—Los vestidos son tan espectaculares como las joyas que lleváis.
Parecéis dos artistas de Hollywood.
Ellas le sonrieron.
—Coger las carteras de mano y bajad. Vuestros hombres estarán
desesperados.
—Sí, vamos.
Bajaban la escalera hablando y riendo. Al oírlas los hermanos Stanford
abandonaron el salón, se dirigieron al gran recibidor y miraron hacia lo alto
de la escalera.
—Tenemos dos monumentos de mujeres —dijo Delaney.
—Desde luego que sí —dijo Sean sin apartar la mirada de Abby.
El precioso vestido color champán se amoldaba a sus curvas como un
sueño y bailaba alrededor de sus increíbles piernas. Sean pensó que era una
de las mujeres más preciosas que había visto en la vida. Se acercó al pie de
la escalera y besó a Abby en la mejilla cuando ella bajó el último escalón.
—¿Crees que tendríamos tiempo de subir arriba y echar un polvo
rápido? —le dijo Sean al oído.
Abby lo miró asombrada por sus palabras y a continuación se sonrojó.
—Estás despampanante, cielo. Ha merecido la pena todo el dinero que
se gastó Delaney con el vestido y las joyas.
—Gracias —dijo ella ruborizada.
—Y lo mismo podría decir de ti, cuñada. Estás impresionante.
—Gracias.
—Sean tiene razón. Las dos estáis increíbles —dijo Delaney besando a
su mujer en la mejilla.
—Quedaos ahí, no os mováis. Voy a haceros una foto. Mike me ha
pedido que le enviara una cuando estuvierais vestidas —dijo Sean.
Las dos pusieron una pose de modelo y le sonrieron.
—Me dijiste que la fiesta era a las ocho. Si no nos vamos ya
llegaremos tarde —dijo Abby.
—A las fiestas no hay que llegar los primeros —dijo Delaney.
—Con la hora que es ya no seremos los primeros, sino los últimos —
añadió Tess.
—Tienes razón. Vámonos.
Cuando salieron de la casa Jack estaba de pie junto a la limusina
blanca.
—¡Hala! Desde luego, vosotros lo hacéis todo a lo grande —dijo Abby
sonriendo—. Es la primera vez que voy a subir en una limusina.
—Entonces, me alegro de que sea en la mía —dijo Delaney.
—Estáis guapísimas —dijo el chófer abriéndoles la puerta trasera.
—Gracias, Jack —dijeron las dos al tiempo.
Después de que ellas entraran el chófer cerró la puerta. Delaney y Sean
subieron por el otro lado.
—¿Queréis una copa de champán? —preguntó Delaney.
—Todos negaron.
Abby miraba el interior del vehículo y todos los botones que había por
todas partes.
A Delaney le recordó a su mujer la primera vez que subió con él en la
limusina. Abby no hizo ninguna pregunta, pero él sabía que se estaba
preguntando para que serían cada unos de los botones.
Al llegar a la mansión tuvieron que esperar hasta que los invitados
bajaran de las limusinas que había delante de la de ellos. Abby se quedó
alucinada al ver la entrada de la mansión. Parecía la entrega de los oscars,
cuando todos los actores y las actrices bajaban de los elegantes vehículos y
caminaban por la alfombra roja bajo el resplandor de los flashes de las
cámaras, hasta llegar al interior del local.
Las limusinas y los coches de lujo se detenían a unos metros de los
escalones que subían hasta la mansión y de ellos salían hombres elegantes y
mujeres luciendo las mejores galas y las joyas más espectaculares que ella
hubiera visto en su vida. Aunque las que Tess y ella llevaban también lo
eran. Luego subían las escaleras y entraban en el edificio.
Sean le cogió la mano y entrelazó los dedos con los de ella.
—¿Estás nerviosa?
—Un poco. Es mi primera fiesta y esa gente parece intimidante.
—Muchos dirían que una de las personas más intimidante sería
Delaney, pero a ti no parece intimidarte.
—Sí, es cierto —dijo ella mirando a Delaney y sonriendo.
—Relájate, cielo. No vas a estar sola ni un solo momento —dijo él.
La limusina se detuvo. Mientras Delaney y Sean bajaban por el otro
lado del vehículo, Jack les abrió la puerta a las mujeres. Tess bajó primero.
Delaney se reunió con ella y Tess lo cogió del brazo. Los periodistas
comenzaron a lanzar fotos, deslumbrándolos con los flashes. Les ponían el
micrófono delante y les hacían preguntas, que ellos no contestaban. Se
limitaban a sonreír.
Sean llegó al lado de Abby cuando ella bajó del coche. Abby le cogió
del brazo. Y con ellos sucedió lo mismo, les hacían fotos sin parar y le
preguntaban por Abby, pero Sean los ignoraba y se limitaba a sonreírles.
—¡Dios mío! Te has ruborizado y eso ha hecho que estés aún más
preciosa —le dijo Sean acercándose a ella y hablándole al oído.
—Es la primera vez que me acosan un grupo de fotógrafos para
tomarme fotos y la verdad es que no me gusta.
—Están haciendo su trabajo. Dios, eres altísima.
—Es porque llevo unos tacones de diez centímetros.
—Lo sé. Y con ellos eres casi tan alta como yo. ¿Te he dicho que me
gustan las mujeres altas?
Sean no dejaba de hablarle para que no se sintiera agobiada con los
periodistas y se centrara solo en él y en sus palabras.
—Entonces has tenido suerte al encontrarme.
—Desde luego que he tenido suerte. Soy un hombre muy afortunado.
—Tampoco hace falta que exageres.
—Cariño, eres lo mejor que me ha pasado en la vida.
Abby caminaba pegada a él, sujetándolo fuertemente del brazo. Se
cogió el vestido para no pisárselo mientras subían los escalones y entraron
en la mansión.
Los propietarios estaban en la entrada recibiendo a los invitados. En
ese momento hablaban con Delaney y Tess. Hacía mucho tiempo que no se
veían porque se saltaban muchas de las fiestas a las que los invitaban. La
mujer le sonrió a Sean cuando se acercó a ellos con Abby.
—Vaya, menudo lujo, los dos hermanos Stanford en la misma fiesta.
Sean besó a la mujer y le dio la mano a su marido.
—Hacía mucho tiempo que no te veía y tenía que remediarlo —dijo
Sean besando a la mujer—. Estás preciosa.
—Menudo seductor estás hecho —dijo ella sonriéndole encantada—.
Creo que no conozco a tu acompañante.
—Es su primera fiesta. Sally, quiero presentarte a mi novia, Abigail
Connors. Abby, ella es Sally Findlander.
—Un placer conocerla, señora Findlander.
—Llámame Sally, y tuteame. Un placer conocerte.
—Tú puedes llamarme Abby.
—Muy bien, Abby. ¿Has dicho que es tu novia? —preguntó la mujer a
Sean.
—Sí.
—Ya era hora de que sentaras la cabeza. Es raro que tu madre no me lo
haya dicho.
—Supongo que quería que yo te la presentara.
—Sí, claro. Abby, él es Jacques, mi marido.
—Un placer —dijo el hombre besándola—. Tutéame también, ¿de
acuerdo?
—Vale.
—No me extraña que te haya cazado. Tu novia es un bombón y
hubiera cazado al hombre más escéptico. Eres preciosa, querida.
—Gracias, Jacques.
—Pensé que ninguna mujer conseguiría pescarte —dijo el hombre.
—Estaba esperándola a ella.
—Yo también habría esperado por ella. Es encantadora.
—Entrad. Vuestros padres han llegado hace un rato. Y Nathan y su
esposa han llegado hace unos minutos. Disfrutad de la fiesta —dijo la
mujer.
—Lo haremos.
La casa por fuera era increíble, pero por dentro era impresionante.
Había unas arañas enormes en el techo y los cristales lanzaban destellos de
colores por toda la estancia. Abby se quedó alucinada pensando en cuánto
costarían esas preciosas lámparas.
—Allí están Patrick y Louise, vamos con ellos —dijo Tess.
Caminaron los cuatro hacia la ventana, que era donde estaban y se
saludaron.
—Estáis las dos preciosas —dijo Patrick besándolas.
—Vuestros vestidos son espectaculares —añadió Louise.
—Todo lo que llevo encima, incluidas las joyas, me lo ha regalado tu
hijo mayor —dijo Abby.
—Mis hijos tienen buen gusto.
—Desde luego que sí —dijo Abby—. Tú estás guapísima, y tu vestido
es una maravilla.
—Sí, me encanta. Mi marido también tiene buen gusto.
Delaney cogió dos copas para las chicas y Sean dos para ellos de la
bandeja de uno de los camareros. Nathan y Lauren se unieron a ellos. Y
poco después llegaron Carter y Logan con sus esposas.
Abby se relajó al estar con sus amigos. Todos los hombres y sobre
todo todas las mujeres que había en el salón se acercaron para saludarlos.
Poco después pasaron al comedor, que era tan impresionante como la
otra sala. Los manteles eran color marfil y en cada una de las mesas
redondas había un centro floral espectacular. Los diez amigos se sentaron
en una de las mesas, donde estaban los nombres de todos ellos delante de
los platos. Los padres de los Stanford se sentaron en otra con algunos
amigos y conocidos.
Después de la cena tomaron el café y Sally subió a una pequeña tarima
para hablarles de la organización no gubernamental de la que era presidenta.
Se dedicaba a ayudar a las mujeres y a los niños maltratados. Abby se
emocionó al escucharla. Cuando terminó de hablar, tres personas se
pasearon entre las mesas para recoger las donaciones de los invitados. Los
amigos ya llevaban los talones rellenados y firmados. Sean le dio el suyo a
Abby para que lo depositara en la bandeja, como hicieron el resto de los
hombres que estaban sentados en su mesa. Poco después hicieron el
recuento y el dueño de la mansión anunció que habían recogido seis
millones quinientos mil dólares, que utilizarían para comprar tres grandes
casas de acogida para esas mujeres maltratadas que necesitaban un sitio
donde vivir. Abby se emocionó al escucharlo y Sean le apretó la rodilla.
A continuación los invitados pasaron a la sala de baile. Era una
estancia enorme con el suelo de madera y una decoración preciosa. Había
sillones y sofás en dos de las paredes y en otra de ellas una gran mesa
donde dos camareros preparaban las bebidas. La única pared en la que no
había nada era en la que se encontraban cuatro ventanales enormes. En una
de las esquinas estaba la orquesta. En el centro había un espacio
grandísimo. Las lámparas de cristal hacía que las piedras preciosas de las
invitadas brillaran y soltaran destellos de colores.
Los hombres fueron a la mesa de las bebidas y pidieron lo que querían.
Abby miró a Sean cuando regresaban. Verlo caminar era un verdadero
placer para la vista. Su paso era pausado y suave pero, sin duda, exigía
atención. Desvió la mirada hacia Delaney, que iba a su lado y pensó que los
movimientos de ambos eran de tal belleza, que contemplarlos era un placer.
Tenían una elegancia poderosa. ¡Qué demonios!, se dijo. Todos los amigos
del grupo eran impresionantes.
—¿Te importa quedarte unos minutos sola? —le preguntó Sean al
llegar a ella—. Me he encontrado a un amigo arquitecto y quiere
comentarme algo. Puedes venir conmigo si quieres, pero te vas a aburrir.
—Ve tú, te esperaré aquí. Y no estoy sola.
—Vale. Pero no bailes con nadie, quiero ser el primero con quien
bailes.
—De acuerdo, espantaré a todos los que me inviten a bailar.
—Muy bien —dijo él sonriendo por sus palabras—. Volveré
enseguida.
—Aquí estaré.
Estuvieron todos hablando entre ellos o con los conocidos que se les
acercaban. Abby no sabía cómo lo hacía, pero en cada momento sabía en
dónde se encontraba Sean. Era como si sus ojos conectaran con él de alguna
forma inexplicable.
Sean volvió veinte minutos después.
—Ya estoy aquí. No sabía cómo cortarlo. Y encima, me he tenido que
parar a hablar con algunas personas. Me moría de ganas por volver aquí
contigo.
—Pues te mereces un premio, porque cada una de las invitadas con las
que te has parado a hablar parecía convencida de que solo pensabas en ella.
—¿Estás celosa?
—Puede que un poco. ¿Porqué no se centran en sus parejas en vez de
estar pendientes de ti?
—Me gusta que estés celosa. ¿Quieres bailar conmigo?
—Sí. Voy a ver qué tal se me da bailar en público.
—Ahora volvemos —dijo Sean a sus amigos.
Todos se giraron hacia la pista de baile para ver cómo lo hacía Abby.
Sean la acercó a él y tomó el control del baile, igual que hacía con el sexo,
pensó ella. Tenía una seguridad en sí mismo arrolladora. Decían que
Delaney era quien mejor bailaba de todos ellos, y puede que fuera verdad,
pero Sean tenía tanto la destreza de su hermano como la familiaridad de los
movimientos del cuerpo de Abby. Era cierto que Delaney bailaba de manera
descarada y agresivamente sexual. Pero su hermano también era un
descarado bailando, al menos esa noche con ella. Su forma de dirigirla, con
los amplios y enérgicos pasos del baile, hacía que Abby notara lo que había
sentido al tenerlo dentro de ella. Ese pensamiento hizo que se ruborizara.
—¿Qué piensas? —preguntó Sean mirándola.
—Que bailas de maravilla.
—¿Por eso te has sonrojado?
—No exactamente —dijo ella con una sonrisa traviesa.
—Eres un poco descarada, ¿eh?
—Es posible. ¿Te molesta?
—En absoluto. Estamos en un salón rodeados de decenas de personas
y no puedo dejar de pensar que me bastarían unos segundos para descubrir
lo que llevas debajo de ese precioso vestido —dijo acariciándole la espalda
desnuda.
—Tú también eres un descarado. Y la verdad es que no llevo mucho
debajo.
Sean la miró fijamente a los ojos, sin perder el paso del baile. En ese
momento la deseaba con desesperación. Esa noche tenía que hacer el amor
con ella. No había dejado de pensar en ello desde que la había visto bajar la
escalera de la casa de su hermano con ese espectacular vestido. Quería
poseerla. Esos pensamientos se mezclaban con los latidos palpitantes del
deseo. No sentía solo esa agradable anticipación que había experimentado
con las demás mujeres, con ella sentía un ardor brutal, casi violento.
Abby bailó con todos sus amigos. Y, aunque Sean bailaba divinamente,
tenía que reconocer que su hermano lo superaba. Bailar con Delaney era
una delicia.
—Has aprendido pronto —dijo Delaney cuando la estrechó entre sus
brazos después de que la hiciera girar—. Bailas muy bien.
—Supongo que es porque he tenido muy buenos maestros.
—Gracias. No habrá problemas para que te tomes unos días libres para
ir a la isla, ¿verdad?
—Supongo que no. Sean me ha hablado de ella y me muero de ganas
por ir.
—Si no te dan permiso, dímelo y hablaré con tu capitán.
—No creo que tú puedas convencerlo mejor que yo.
—Puede que yo no, pero acataría las órdenes del alcalde.
—¿Serías capaz de hablar con el alcalde para que me dieran unos días
libres?
—Parece mentira que no me conozcas todavía. De una forma u otra,
yo siempre consigo lo que quiero.
—Ya salió la arrogancia.
—No lo puedo evitar, soy así —dijo él sonriéndole.
—Nunca me ha gustado la arrogancia, pero reconozco que a ti te sienta
muy bien ser arrogante.
—Gracias, cielo.
—No olvides decirme la fecha del viaje tan pronto lo sepas.
—Lo haré. Por cierto, el próximo viernes será la inauguración de la
escuela.
—Sean me habló de ella.
—Me gustaría que vinierais tú y Mike, y también sus padres.
—Les encantará ir. ¿Te importaría que invitara a mi capitán y a su
mujer? Es lo más parecido a un padre que he tenido.
—Puedes llevar a quien quieras. No comas nada antes porque servirán
una cena fría.
—Estupendo. Puede que invite también a mi psiquiatra. En una de mis
sesiones le hablé de tu escuela y parecía muy interesado. Y, además, sé que
le gustará hablar con Sean.
—En ese caso, no olvides invitarlo. Te enviaré la dirección.
—Vale.
Una hora después, Abby estaba bailando de nuevo con Sean.
—Parece que has estado muy ocupada bailando.
—Delaney me ha dicho que aceptara bailar con quien me lo pidiera,
para practicar con personas diferentes.
—Y veo que te lo has tomado al pie de la letra.
—Me dijiste que le obedeciera —dijo Abby de forma traviesa.
—Y tú eres muy obediente, ¿verdad?
—No siempre. Yo no tengo culpa de que tantos hombres me hayan
invitado a bailar.
—Por supuesto que no tienes la culpa. Lo que me extraña es que no te
hayan invitado todos los hombres que hay en el salón.
—Puede que algunos se hayan contenido al saber que era tu novia. De
todas formas, tampoco se puede decir que tú hayas estado sentado. ¿Has
bailado con todas las invitadas?
—Puede que me haya faltado bailar con alguna —dijo él sonriendo.
—A pesar de lo cómodos que son los zapatos, estoy muerta de
cansancio.
—Yo también. ¿Quieres que nos marchemos?
—Hemos venido en el coche de Delaney y puede que ellos no quieran
irse todavía.
—Te aseguro que querrán hacerlo. Últimamente no aguantan mucho en
las fiestas. A mí me pasa lo mismo. Para un rato están bien, pero yo prefiero
estar en casa tranquilo cenando y viendo una película.
—Yo también.
—¿No lo has pasado bien?
—¡Qué dices! Lo he pasado genial. Pero ahora quiero marcharme y
meterme en la cama contigo.
—¿En tu casa o en la mía?
—Si vamos a tu casa, antes tendré que ir a casa de tu hermano a
recoger las cosas que he dejado allí. O ir a la mía a coger algo de ropa. No
quiero volver mañana a casa con el vestido de fiesta.
—No hace falta que recojas lo de casa de Delaney, porque mañana
todos pasaremos el día allí. ¿Te parece bien que vayamos?
—Sí, ya me lo había dicho Tess. Tenéis costumbre de reuniros los
sábados y hoy no lo habéis hecho porque me han acompañado a comprar la
ropa. Y parece ser que reuniros un día a la semana es importante para
vosotros.
—Sí que lo es. Nos hemos acostumbrado a ello.
—Entonces vayamos ahora a mi casa. Mike no está, ha ido a pasar el
fin de semana con su hermano. Iban a pescar con unos amigos. Así que
tenemos toda la casa para nosotros.
—Estupendo.
Jack llevó primero a Sean y a Abby a casa.
—Cuando te hemos recogido esta mañana para ir de compras no te he
dicho que tu casa es muy bonita —dijo Delaney a Abby.
—No es tan grande ni tan espectacular como la vuestra, pero no está
mal. Nos vemos mañana en vuestra casa —dijo besando a sus dos amigos.
—Sí. Que descanséis —dijo Tess.
—Buenas noches, Jack —dijo Abby.
—Buenas noches —dijo el hombre.
¡Oh, Dios mío! En la fiesta me notaba cansada, pero después de estar
sentada un rato en el coche, ahora me siento mucho más cansada. No creo
que pueda caminar.
—Te llevaré en brazos. Saca la llave del bolso —dijo Sean
inclinándose para pasar el brazo por debajo de sus piernas y elevándola.
—No hace falta que me lleves.
Sean subió los peldaños hasta el porche. Abby sacó las llaves del bolso
de mano y abrió la puerta.
—Ya me puedes bajar.
—¿Segura?
—Claro.
Nada más pisar el suelo, Abby se quitó los zapatos y los dejó a un
lado.
—Dios, qué alivio. ¿Quieres beber algo?
—No, ya he bebido bastante en la fiesta. Lo que quiero es irme a la
cama.
—Pues vamos —dijo ella cogiendo los zapatos.
Sean la cogió de la mano y subieron la escalera.
—¿Quieres ducharte? —preguntó cuando entraron en el dormitorio.
—No, yo también estoy cansado. Solo quiero meterme en la cama y
estar dentro de ti. No me importa que nos corramos o no, solo quiero que
estemos unidos.
—Estupendo. Voy a desmaquillarme.
—Bien.
Sean sacó todas las cosas que llevaba en los bolsillos de la chaqueta y
las dejó sobre la cómoda. Luego comenzó a desnudarse. Se sacó la pajarita
y la guardó en el bolsillo de la chaqueta. Luego se quitó la chaqueta y la
lanzó al sillón que había en un rincón de la estancia.
Abby entró en el dormitorio. Sean se desabrochó los gemelos, sin
apartar la mirada de Abby, que en ese momento estaba abriendo la cama, y
los dejó sobre la cómoda, junto al portarretratos de su madre. Abby se bajó
los tirantes del vestido y la prenda cayó al suelo. Ella lo recogió y lo dejó en
la butaca. Sean pensó que tenía un cuerpo espectacular y tuvo una rápida
erección al verla. Abby se colocó delante de él y empezó a desabrocharle
los botones de la camisa.
—Estabas espléndido con el traje de etiqueta.
—Y tú estabas maravillosa con ese vestido. Aunque me gustas más sin
él.
—Tu hermano tiene mucho gusto.
—Sí, lo sé. Y las joyas son fantásticas —dijo mirando el collar
mientras le acariciaba los costados arriba y abajo.
Abby terminó de desabotonarle la camisa, la deslizó por sus hombros,
se la sacó y la lanzó sobre la chaqueta. Entonces se pegó a él, lo abrazó y lo
besó.
Sean la rodeó con sus brazos. Bajó las manos hasta su trasero, y
cogiéndola de las nalgas la pegó a él para que notara su erección.
Abby le desabrochó rápidamente el cinturón y a continuación el
pantalón, que le bajó junto con el bóxer negro. Entonces le acarició la polla
y la apretó antes de soltarla.
Sean se sentó en la cama para quitarse los zapatos y luego terminó de
desnudarse. Entonces ella, que estaba frente a él se bajó el tanga color
champán y se lo sacó con los pies. Luego empezó a sacarse los pendientes.
—Déjate puesta la pulsera y el collar.
—¿Por qué?
—Quiero follarte llevando solo las joyas.
—Vale —dijo ella sacándose el anillo y luego los pendientes.
Sean la llevó a la cama y la colocó en el centro.
—Mañana recuérdame que coja de casa de tu hermano el estuche de
las joyas que he dejado allí.
—Vale —dijo él colocándose entre sus piernas.
Sean cogió un condón del cajón de la mesita de noche, donde había
dejado días atrás una caja, y se lo puso. Comprobó que ella estuviera lista.
Estaba empapada. Entonces se deslizó en su interior lentamente. Quería
sentirla abrirse para él, que lo recibiera en su interior, reclamándolo como lo
estaba haciendo, elevando las caderas para que entrase en más profundidad
y rodeándolo con sus largas piernas, mientras él entraba en ella, una y otra
vez, con suavidad.
Abby no tenía que adaptarse al ritmo que él había impuesto, no hacía
falta, porque la compenetración de ambos iba mucho más lejos de lo que
podría revelar la sesión sexual.
Era una delicia hacer el amor así, suavemente. Poco después ambos
estaban gimiendo.
—No sabes cuánto me gustas —dijo Abby.
—No tanto como tú a mí.
—Voy a correrme.
—Adelante.
Y Abby explotó de pronto pronunciando su nombre. La atravesó un
orgasmo que la dejó temblando. Sean se detuvo un momento y luego volvió
a moverse, incrementando las embestidas hasta que se dejó llevar con un
gruñido.
Permanecieron unos minutos abrazados. Luego él se incorporó, apoyó
los antebrazos junto al pecho de ella y la besó con un largo beso, que casi la
dejó sin sentido. Poco después sacó el miembro de su interior y se quitó el
condón.
—No te levantes, déjalo en el suelo.
—Vale —dijo él haciéndolo.
Sean se tumbó a su lado, los tapó y pegó la espalda de Abby a su
pecho y la rodeó con su brazo.
—Te quiero, Sean.
—Te quiero, cielo.
Unos minutos después estaban dormidos.
Abby abrió los ojos. La cortina estaba corrida, pero entraba un
pequeño haz de luz a través de ella y supo que era de día. Miró hacia el otro
lado de la cama y vio que estaba vacío. ¿Sean se había marchado sin
despertarla?, se preguntó. No tenía el móvil y no sabía la hora que era. Fue
al baño a hacer pis y sin mirarse al espejo, se lavó las manos y volvió al
dormitorio. Vio la ropa de Sean sobre la butaca. No se había ido, se dijo
sonriendo. Cogió la camisa de él, se la puso, abrochó los botones centrales
y se remangó las mangas. Al abrir la puerta, el olor a café llegó hasta ella y
eso hizo que le sonaran las tripas. Estaba hambrienta. Abandonó la
habitación y bajó a la planta inferior.
Al llegar a la cocina se quedó quieta en la puerta. Sean estaba de pie
delante de los fogones. Llevaba los pantalones del traje de etiqueta y nada
más. Por poco sufre un infarto al verlo. Estaba para comérselo. Deslizó la
mirada por su imponente cuerpo y se humedeció de manera instantánea. Se
preguntó si él sería consciente de lo sexy y atractivo que estaba con el
pantalón del traje, con el torso desnudo y descalzo. Los definidos músculos
de la espalda se le contraían con cada movimiento. Estaba impresionante.
Sin duda era una vista de lo más tentadora. Se veía poderoso y sexy. Sonrió
al pensar que estaba en su cocina.
—Eres el hombre más sexy que he visto en mi vida —dijo caminando
hacia él.
—Gracias, cariño. La camisa te sienta mejor a ti que a mí.
—¡Dios mío! Son las diez. Nunca me he levantado tan tarde —dijo
ella mirando el reloj del horno.
—Es domingo y no tenemos nada que hacer —dijo inclinándose para
besarla en los labios. Le rodeó la cintura con los brazos, pegándola a él,
para que notara lo excitado que estaba.
—¿Eso te lo he provocado yo?
—Estamos solos, cielo. Estás muy sexy y seductora con mi camisa.
¿Tienes hambre?
—Estoy hambrienta.
—Pues tendrás que esperar —dijo él desabrochándole los botones de
la camisa y abriéndola para mirarla. La sentó en la mesa y le abrió las
piernas—. Me encanta verte solo con las joyas.
—Dios mío, he dormido con ellas. No me acordaba que aún las llevaba
puestas. Son preciosas, ¿verdad?
—No tan preciosas como tú, pero sí, son muy bonitas —dijo sacando
el condón que se había metido en el bolsillo del pantalón antes de
abandonar el dormitorio.
Sean se bajó el pantalón y se puso el condón. Le pasó la punta de la
polla por su sexo, humedeciéndolo con los fluidos de ella.
—Parece que no soy el único que se ha excitado. Estás húmeda.
—Tú me provocas lo mismo que yo a ti.
Sean hizo que se acostara en la mesa, apoyó los tobillos de ella sobre
sus hombros y la penetró de una sola embestida. Ambos acompasaron sus
cuerpos, sus caricias y sus movimientos.
De lo único que Abby era consciente era de que su corazón latía
frenético en su pecho y que su cuerpo exudaba pura vida y energía.
Sean sentía cada profunda acometida, cada beso y cada caricia como el
mejor de los placeres.
Cuando él supo que estaba a punto de correrse, aumentó el ritmo y le
acarició el clítoris. Y Abby tuvo un inminente orgasmo, al que él se unió
dos segundos después.
—¡Oh, Dios mío! Follar contigo es fantástico.
—Puedo afirmar lo mismo de ti. Estás buena de cojones, cielo.
—Gracias —dijo ella dedicándole una sonrisa.
—Tal vez deberías traer algo de ropa para dejarla aquí. Un vaquero y
alguna camiseta. Y algunas cosas de aseo —dijo ella cuando se sentaron a
comer el copioso desayuno—. Y puede que yo debiera llevar también algo a
tu casa.
—Yo creo que lo que deberías hacer es venir a vivir conmigo.
—¿Quieres que vivamos juntos?
—Por supuesto que quiero. ¿Tú no?
—No he dicho que no quiera.
—Tampoco has dicho que quieras.
—Lo sé.
—Abby, nos vemos prácticamente cada noche para hacer el amor y
durante el día estamos trabajando. No cambiaríamos nada, excepto que
viviríamos en una sola casa. Quiero despertarme a tu lado cada día,
acariciarte al amanecer y empezar el día dentro de ti.
—Esa es una buena razón. Y sin duda sería un buen despertar. ¿Y por
qué tendría que ir yo a vivir a tu casa y no tú a la mía?
—Si quieres que venga a vivir a la tuya, por mí no hay problema. He
dicho mi casa porque en un par de semanas terminaré la piscina y pensé que
te gustaría vivir allí para poder disfrutar de ella siempre que quieras.
—¡Oh, la piscina! Me había olvidado de ella. ¿Cómo crees que se lo
tomará Mike?
—Supongo que bien. Te quiere mucho y quiere lo mejor para ti. Y
parece que está contento de que estemos juntos.
—Sí, es verdad. Siempre me animó a que aceptara salir contigo y le
caes muy bien. Pero es que por las noches hacemos gimnasia juntos. Y
además, hablamos del caso en el que trabajamos.
—Si es eso lo que te preocupa, puede venir a vivir con nosotros.
—No digas tonterías. Él no vendría a vivir con nosotros. ¿Y qué haría
con la casa? ¿Tendría que venderla, alquilarla…? A Mike le encanta vivir
en ella.
—Cariño, si vivimos juntos no vas a necesitar dinero. Si quieres
puedes alquilársela, o dejar que viva en ella sin pagar alquiler.
—Mike siempre me ha dicho que le gustaría comprar una casa.
—En ese caso, véndesela. Arregla el precio con él. Que te dé una
cantidad mensual que él pueda pagar y váis descontándola del precio total
que acordéis. O puedes regalársela.
—Vaya, qué espléndido eres. De acuerdo. Hablaré con él. No me
gustaría que las cosas entre él y yo cambiasen si me voy a vivir contigo.
—Abby, a Mike le importas muchísimo, te quiere tanto como a sus
hermanos y no va a cambiar nada entre vosotros. Y los fines de semana que
no tenga nada que hacer puede venir a casa a pasar el día con nosotros.
—Muy bien. ¿Podremos ir de vez en cuando a comer con sus padres y
sus hermanos? Con ellos tampoco quiero perder en contacto.
—Iremos siempre que tú quieras. Y podrás invitarlos a casa cuando te
apetezca.
—¿Me acompañarás a casa de mi capitán cuando vaya a comer con
ellos? Son como mis padres.
—Por supuesto que te acompañaré. Cariño somos una pareja y vamos
a actuar como tal.
—Vale. Hablaré con Mike mañana.
—Estupendo. ¿Te apetece ir a casa de Delaney? Porque podemos
quedarnos aquí si lo prefieres.
—Me gustaría ir. Lo paso muy bien cuando estamos todos juntos.
—Me alegro.
—Si quieres que vaya a vivir contigo es porque la cosa entre nosotros
va en serio.
—¿Pensabas que no íbamos en serio?
—No me había parado a pensar en ello.
—¿Cuándo quieres mudarte a casa?
—Si te parece bien llevaré algunas cosas cada vez que vayamos a tu
casa.
—No digas tonterías. El día que decidas mudarte traeré una furgoneta
y lo llevaremos todo en un solo viaje.
—Vale. Entonces, ¿qué te parece si me mudo a tu casa cuando la
piscina esté terminada?
—Me gustaría pensar que no te mudas por la piscina.
—Cariño, me mudo por ti. Porque me encanta hacer el amor contigo y
me ha gustado eso de hacer el amor cada día al despertarnos.
—Estupendo.
Capítulo 30
Abby y Mike fueron los últimos en llegar a la inauguración de la escuela de
Delaney. Estaban siguiendo una pista de un caso y no podían dejarla a
medias. La escuela era un centro especializado para niños con TEA o lo que
es lo mismo, Trastornos del Espectro Autista.
Abby se acercó a Delaney y lo abrazó.
—Siento que no hayamos llegado antes.
—Cariño, no te preocupes, sé que tienes que encargarte de los malos.
—Sí —dijo ella sonriendo.
Ya habían visto todos la escuela, pero Sean se la enseñó a ellos dos,
por fuera y por dentro. Los jardines eran impresionantes. Y como era de
esperar, el interior tenía todos los adelantos de una escuela especializada en
ese tipo de alumnos, y no habían olvidado ni el más mínimo detalle. La
decoración hacía que todo fuera acogedor, para que los niños se sintieran
como en casa.
Todos los amigos pertenecientes al grupo se encargaron de los
invitados, manteniéndolos entretenidos y contestando todas las preguntas
que les hacían. Delaney les habló de la escuela y Nathan de los detalles.
Todos se portaron maravillosamente bien con los padres y hermanos de
Mike. Y también con el capitán de Abby y su esposa. El doctor Straud, el
psiquiatra de Abby, estaba alucinado con la escuela, y más aún, cuando se
enteró de que iba a ser gratuita para los alumnos.
La directora les explicó el contenido de lo que habría en el primer
curso, y les dijo la cantidad de alumnos que estaban matriculados.
También les habló la cocinera, que hasta ese momento había sido chef
en uno de los hoteles de Delaney. Les leyó el menú del primer mes y todos
quedaron muy sorprendidos, porque parecía el menú de un restaurante de
cinco estrellas. Estaba basado en mucho pescado, poca carne, legumbres,
mucha fruta y muchas verduras.Los más sorprendidos fueron los padres de
los alumnos, que habían asistido todos a la inauguración.
Sean estuvo hablando mucho tiempo con el doctor Straud. Le habló de
cómo habían ido las cosas con Abby desde que la conoció, y de los planes
de futuro que tenían. El hombre se emocionó cuando le dijo que en unas
semanas le pediría que se casara con él. Sabía que Sean era un buen hombre
y estaba tan enamorado de ella como Abby lo estaba de él. Pensó que ella
merecía un hombre como ese. Aunque él también había tenido suerte,
porque Abby era una mujer excepcional.
El día siguiente era sábado y pasaron el día en casa de Carter y Ellie.
Los amigos decidieron salir esa noche a bailar a una discoteca, porque
desde que habían tenido a los tres últimos niños, que ahora tenían un año,
no habían ido. Y cuando Abby les dijo que ella nunca había ido a una
discoteca, no tuvieron la menor duda de que es lo que tenían que hacer.
En primer lugar tuvieron que despistar a los fotógrafos que habían
seguido a Delaney y a Sean con sus parejas cuando habían salido de la
mansión de Delaney. Abby se sintió muy incómoda porque los siguieran. Ya
se sentía bastante rara, porque cuando estaban en casa de Delaney, Cath le
mostró la revista en la que Sean y ella habían salido en la portada. Era de la
noche que habían ido a la fiesta. Tenía que reconocer que ambos estaban
espectaculares. En las páginas interiores que hablaban del artículo, se
preguntaban quien sería la mujer que había acompañado al menor de los
Stanford y si lo habrían cazado por fin. Ninguno de ellos quería que
estuvieran merodeando a su alrededor toda la noche. Jack, el chófer llevaba
años despistando a los fotógrafos, y también lo hizo esa vez.
Cuando llegaron a la discoteca, el resto de amigos estaban
esperándolos en la puerta y entraron en el local. No era una discoteca para
jóvenes, sino para gente de mediana edad y con un alto poder adquisitivo.
Los porteros no dejaban entrar a todo el mundo y eran muy selectivos.
Jack aparcó el Mercedes y entró en el local. Cuando localizó al grupo
se sentó en una mesa desde donde podía verlos a todos y todo el recinto.
Los otros amigos habían ido con una de las limusinas de Delaney y
conducía un chófer que Jack había contratado. Porque habían pensado que
para un día que salían, no iban a privarse de beber y, además, al día
siguiente era domingo y no tenían que levantarse temprano.
Después de pedir las bebidas y contemplar un rato a la gente que había
en el lujoso local, empezaron a salir a bailar. Abby estaba contemplando a
Delaney, Nathan y Carter que bailaban con sus mujeres. Se preguntó cómo
era posible que esos hombres, que medían casi dos metros, pudieran
moverse de esa forma. Pero ella ya los había visto bailar en la acampada.
Tenían un ritmo que pocos hombres tenían. Era una maravilla
contemplarlos.
Al principio a Abby le dio un poco de vergüenza salir a bailar y
prefirió quedarse sentada, pero después de dos copas, salió a la pista con
todos ellos y lo dio todo. Nunca había ido a una discoteca, pero había
bailado a solas en su casa durante años, y sabía que no lo hacía mal.
Abby se quedó embobada cuando empezó a sonar salsa y todos
cogieron a sus mujeres para acercarlas a ellos y empezaron a mover las
caderas. Y, ¡madre mía cómo bailaban todos! A pesar de no haber bailado
salsa en toda su vida, salió a bailar con Sean. Se sorprendió cuando él, que
bailaba de maravilla, le dijo que Delaney era quien mejor lo hacía desde
siempre. Y tuvo que admitir que era cierto.
Se habían portado todos como si no fueran personas adultas, casadas y
serias, besándose y tocándose a la menor ocasión que se les presentaba. Y
Abby y Sean no fueron diferentes a ellos.
Estuvieron en la discoteca hasta las cinco de la mañana, que volvieron
a casa todos pasados de alcohol.
La semana siguiente, las cinco amigas casadas, entre las que se
encontraba Louise, la madre de los hermanos Stanford, se encargaron de la
cena en casa de Sean. Esa noche inaugurarían la piscina del sótano, que
nadie había visto todavía.
A última hora de la tarde fueron las cinco a casa de Sean para llevar la
comida y la bebida. Lo organizaron todo en la cocina y prepararon la mesa
en el comedor. La mesa que nunca se había utilizado porque al ser soltero,
Sean siempre había ido los fines de semana a casa de alguno de sus amigos.
Cuando llegaron todos después del trabajo se sentaron a cenar. La cena
la había preparado Cath, el ama de llaves y cocinera de Delaney. Pero
Louise había llevado los entrantes.
Todo estaba exquisito, y fue una cena divertida y animada.
Después de cenar tomaron el café, acompañado por los dulces que
había llevado Ellie. Esa mujer tenía unas manos de oro para la repostería.
Luego bajaron todos al sótano por la puerta que había en la planta baja.
Lo primero que vieron cuando se encendieron las luces fue un gimnasio
muy completo. La pared del fondo era de cristal, pero no se distinguía lo
que había al otro lado, porque estaba oscuro. Todos siguieron a Sean, que
llevaba a Abby cogida de la mano.
—Esto es para ti —le dijo Sean a Abby al oído—. Espero que te guste.
Nada más decirlo pulsó el interruptor y todo se iluminó con una luz
tenue. Aunque él les mostró que había varios grados de luz. Vieron una
piscina impresionante, la mitad de ella se encontraba en el sótano de la casa,
pero la otra mitad estaba fuera del edificio, y las paredes y el techo eran de
cristal.
—¡Oh, Dios mío! ¡Qué maravilla! —dijo Abby.
—Sean, te has superado. Es una piscina fantástica —dijo Nathan.
—Y que lo digas. Me encanta el detalle de que la mitad de la piscina
esté en el exterior —dijo Delaney.
—Ahora no se puede apreciar, pero cuando es de día es una maravilla
—dijo Sean orgulloso.
—Madre mía, qué pasada. Con una piscina así apetece nadar —dijo
Tess—. ¿Podemos tener una así en casa?
—Cuando quieras nadar en invierno vienes aquí —dijo Delaney.
—Aguafiestas —le dijo su mujer.
—Eso de ahí es un jacuzzi. Caben diez personas.
—Estupendo —dijo Kate.
—Qué maravilla, así podremos bañarnos también en invierno —dijo
Lauren.
—A los niños les va a encantar poder bañarse todo el año. Y has
pensado en ellos al hacer una piscina pequeña.
—Por supuesto que ha pensado en ellos, a Sean le encantan los niños
—dijo Ellie.
—Y esa puerta es una sauna, también para diez personas.
—¡Madre mía! —dijo Ellie.
—Yo creo que en invierno deberíamos venir aquí todos los sábados —
dijo Tess.
—Por mí no hay problema —dijo Sean.
—Estoy muy orgulloso de ti —dijo Patrick—. Eres un arquitecto fuera
de serie.
—Gracias, papá.
—Te ha quedado un sótano maravilloso —dijo Louise abrazándolo.
—Gracias, mamá. He de deciros algo. Le he pedido a Abby que venga
a vivir conmigo y ha aceptado. Mañana se mudará aquí.
Todos los felicitaron.
—De manera que, a partir de ahora, entraremos en los turnos de los
sábados y vendréis a nuestra casa cuando nos toque. Aunque si queréis
venir todos los sábados hasta que llegue el calor de nuevo para disfrutar de
la piscina, no hay problema.
—Si Abby va a vivir aquí tendrás que contratar a una mujer para que
venga a limpiar todos los días —dijo Tess.
—No necesitamos que vengan a limpiar a diario —dijo Abby.
—Sí lo necesitamos. Además de limpiar se encargará de todo lo de la
casa. Hablé con Carmen, la señora que viene a limpiar un día a la semana y
le ofrecí que viniera a vivir aquí. Ya sabéis que tengo una habitación de
servicio muy completa, con salón y baño. Pero tal vez sea mejor que se
quede en la casa de invitados, porque tiene dos habitaciones. Y Carmen
tiene un hijo de diecisiete años. Me ha dicho que lo hablaría con él y que
me contestaría. Pero seguro que acepta porque sabe que aquí no tendría que
pagar alquiler ni ningún otro gasto.
—Eso estaría muy bien —dijo Louise—. Las veces que he hablado
con ella me ha parecido una mujer muy responsable.
—Sí, lo es. Es una buena mujer. Ha criado sola a su hijo, porque se
quedó viuda cuando era muy pequeño. Y él es un buen chaval. Irá a la
universidad en unas semanas.
Tomaron unas copas de champán para inaugurar la piscina y luego
volvieron al salón. Estuvieron hablando casi hasta las once de la noche,
hora a la que se marcharon todos. Sean y Abby les acompañaron hasta los
coches. Antes de marcharse les preguntaron si necesitaban ayuda con la
mudanza, pero dijeron que no porque no iban a traer ningún mueble.
—Me encanta la piscina —dijo Abby abrazándolo cuando el último
coche se marchó.
—Me alegro. Entremos en casa.
Sean conectó la alarma y luego fueron al salón.
—¿Quieres una última copa de champán?
—Sí.
Sean sirvió las copas y las dejó sobre la mesita de centro. Luego se
acercó a la ventana donde Abby miraba hacia el exterior. Ella lo sintió
aproximarse. De pronto vio que él ponía las palmas de las manos sobre el
cristal de la ventana, encerrándola entre sus brazos. Ella se dio la vuelta y él
le rodeó la cintura. Y entonces la besó lentamente. Ella le rodeó el cuello
con los brazos y le devolvió el beso de igual forma.
—Cojamos las copas y vayamos arriba.
—Vale. ¿Mañana tienes que ir a jugar el partido con los chicos de la
escuela? —preguntó mientras subían la escalera.
—Sí.
—Entonces no podemos acostarnos muy tarde.
—No tengo que madrugar mucho. Con levantarme a las ocho es más
que suficiente.
—Pero recuerda que me tienes que llevar a casa antes. Así iré
metiendo cosas en las maletas.
—¿Tienes maletas suficientes?
—Tengo dos y Mike otras dos.
—Yo creo que tengo tres o cuatro. Las llevaremos mañana.
—Genial.
—Hoy vamos a hacer algo diferente —dijo él cuando entraron en el
dormitorio.
—¿Respecto a qué?
—Respecto al sexo.
—Estupendo.
Sean fue al vestidor y salió con una corbata en la mano. Al verlo,
Abby supo que iba a vendarle los ojos o a atarle las manos. Se acercó a ella
y le cubrió los ojos con la corbata.
—Dijiste que querías hacerlo todo conmigo.
—Sí. Al verte con la corbata no sabía si me cubrirías los ojos o me
atarías.
—¿Te gustaría que te atase?
—No lo sé, nunca me han atado.
—Yo nunca lo he hecho, pero podemos probarlo un día. ¿Te molesta
estar privada de la vista?
—No. Confío plenamente en ti. ¿Lo has hecho con alguna mujer?
—No. Pero yo también quiero hacerlo todo contigo. Vas a sentirlo todo
con más intensidad.
—Vale.
Sean le bajó la rebeca por los hombros y la deslizó por sus brazos. Se
la sacó y la tiró sobre la butaca. Luego le acarició los brazos desnudos con
las yemas de los dedos y ella se tensó.
—¿Estás bien?
—Estoy mejor que bien.
—Perfecto.
Sean la besó en la mejilla. Luego deslizó la lengua por encima de sus
labios y ella buscó su boca con ansias. Pero él se apartó y llevó la boca
hasta su oreja. Le mordisqueó el lóbulo y luego deslizó los labios por su
cuello, lamiéndolo y dejando un rastro húmedo sobre su piel.
La rodeó con los brazos para bajarle la cremallera del vestido que tenía
en la espalda. Deslizó los tirantes, al mismo tiempo que le daba pequeños
besos en el hombro. Le bajó el vestido y este cayó al suelo.
—Levanta los pies para que lo saque.
Ella lo hizo y Sean cogió la prenda y la lanzó al sillón.
Comenzó a besarla en la clavícula y el escote. La besó en la parte
superior de los pechos y ella arqueó la espalda para acercarlos más a su
boca. Le acarició los pezones por encima del sujetador y Abby gimió.
—Me encanta lo que me haces.
—Me alegro —dijo desabrochándole el sujetador.
Sean le cogió las manos para que caminara hacia él, mientras él andaba
hacia atrás hasta que tocó la cama con la parte trasera de las piernas. Se
sentó en el borde de la cama, abrió las piernas y colocó a Abby entre ellas.
Le bajó el sujetador y lo dejó en la cama.
—Me gustan mucho tus pechos —dijo cogiéndolos con las manos—.
Tienen la medida justa para mí.
—Sean…
—¿Qué, cielo?
—Necesito…
—Lo sé —dijo él acercándose a ella para meterse el pezón en la boca.
—¡Sí!
Él sonrió al escucharla. Le mordisqueó el pezón, mientras le apretaba
el otro con el pulgar y el índice. Sin apartar la boca de su pecho deslizó las
manos por sus caderas y acarició sus costados. Y Abby volvió a gemir.
Entonces metió las manos dentro de las bragas por la parte de atrás para
cogerla de las nalgas. Luego se las bajó lentamente hasta que la prenda
quedó sobre sus pies.
—Levanta los pies, cariño.
Cuando ella lo hizo, cogió las bragas y las dejó sobre la cama. A
continuación acarició su vulva con el dorso de la mano. Y ella volvió a
gemir. La acarició entre los pliegues y metió un dedo en su interior.
—¡Oh, cielo! Estás muy mojada. Me muero por estar dentro de ti —
dijo metiendo dos dedos en su vagina.
—Yo también.
Sean le acarició el clítoris con las yemas de los dedos y la respiración
de Abby se aceleró. La tumbó boca arriba en la cama y comenzó a besarle y
a lamerle los pies. Se metió los dedos en la boca y ella soltó un gemido. Le
acarició las piernas y los muslos con los labios y la lengua. Le separó las
piernas y la besó una y otra vez en la parte interna de los muslos. Sonrió
cuando ella elevó las caderas para que su boca estuviera en contacto con su
sexo. Entonces se inclinó y deslizó la lengua por sus pliegues, antes de
centrarse en su clítoris. Segundos después Abby estaba jadeando y con la
respiración agitada. Sean volvió a penetrarla con dos dedos, y ella gritó su
nombre cuando el orgasmo estalló en su interior.
Sean se levantó y se desnudó sin dejar de mirarla. Luego se arrodilló
en la cama, cogió un condón del cajón de la mesilla de noche y se lo puso.
La instó a que se subiera en su regazo. La deslizó sobre su polla y
sujetándola de la cintura fue bajándola para introducirse lentamente en ella.
Los sentidos de Abby se habían agudizado y, como le había dicho él,
lo notaba todo con más intensidad. El tacto de las manos de ambos
absorbían muchas sensaciones: el movimiento de sus cuerpos temblorosos,
la presión de las manos de Sean en su cintura moviéndola a su antojo, la
forma en que él movía las caderas para rozarse con ella. Sus oídos captaron
otras sensaciones: los gemidos, la respiración entrecortada de ambos, los
suspiros, los muchos “no te detengas” o los “te quiero”. Abby sentía el olor
a sexo, el sabor de sus besos… Y en ese instante se sintió poderosa.
—¡Oh, cielo! Follarte es una delicia.
Ella le rodeó con las piernas y lo besó con desesperación.
—Me muero de ganas de venir a vivir contigo. Vamos a follar miles de
veces. Tendré que ir al ginecólogo para que me recete algo, de lo contrario
te vas a arruinar comprando condones.
Sean soltó una carcajada.
—No creo que eso llegara a pasar, pero he de reconocer que me atrae
la idea de hacerlo sin el latex de por medio.
—Iré al ginecólogo esta semana. Dijiste que solo lo habías hecho sin
condón conmigo y me gusta ser la primera mujer con la que lo haces sin
protección.
—Estupendo.
—Me encanta tenerte dentro de mí. Más fuerte, Sean.
Sean la sujetó de la cintura y de un solo movimiento la tumbó de
espaldas en la cama. Luego volvió a penetrarla y la embistió una y otra vez
de forma salvaje, con envites brutales que la hacían gritar con cada uno de
ellos.
—No aguanto más, cariño. Córrete.
Como si hubiera sido una orden que no pudiera desobedecer, ella se
dejó llevar.
—¡Hostia puta! —dijo él al tiempo que soltaba un gruñido mientras se
corría con ella.
Sean llevó a Abby a su casa a las ocho y veinte de la mañana siguiente
y entraron las cuatro maletas de Sean que habían llevado con ellos.
Después de desayunar con sus amigos y de jugar el partido con los
chavales de la escuela, que todos ellos habían montado y que dirigía Logan,
Sean fue a recoger a Abby para ir a casa de Logan, que era donde pasarían
ese día todos los amigos.
—¿Te importa que me duche? He traído ropa para cambiarme.
—No tienes que preguntarme algo así. Por supuesto que puedes
ducharte —dijo Sean.
Poco después estaban en el coche.
—¿Has preparado muchas cosas para llevarnos esta tarde?
—No he preparado nada. Me he puesto a revisar los cajones del salón,
y no he sabido qué llevarme. Pero tampoco quiero dejar nada aquí porque
va a ser la casa de Mike.
—¿Está contento porque le hayas ofrecido comprar la casa?
—Está contentísimo. Él jamás habría pensado que hubiera puesto ese
precio tan bajo a la casa. Y sobre todo, por las mensualidades que tiene que
pagarme, que con su sueldo puede pagar perfectamente. Nunca habría
podido comprar una casa como esa con esas condiciones, y sin pagar
intereses.
—Desde luego que no. Pero es un buen hombre, y es como tu
hermano.
—Sí. Espero que no te canses de mí y me eches a la calle, porque no
tendré casa.
—Eso no va a pasar. Jamás te irás de mi casa.
—Eso no lo sabes.
—Por supuesto que lo sé.
—Mike me ha dicho que va a echarme mucho de menos, y que
siempre tendré una habitación en su casa.
—De eso no me cabe duda.
—Me quedaré con él cuando tú estés de viaje.
—Esa es una buena idea.
—Aunque creo que me va a echar de menos porque ya no cocinaré
para él.
—No, cielo, te va a echar de menos por todo, porque eres una mujer
maravillosa. Pero se acostumbrará.
—Lo sé.
—Le he dicho a Jack que me recoja unas cajas.
—¿Unas cajas?
—Sí, para la mudanza. Ya las tendrá preparadas en casa de Logan.
Después de comer podemos ir a tu casa y empaquetarlo todo.
—Me parece bien.
—Meteremos en cajas las cosas de las que no quieres deshacerte, pero
no quieres tenerlas a la vista y las dejaremos en un trastero que tengo detrás
de la casa. Allí guardo algunas cosas que tampoco quiero tirar. Sobre todo
cosas de mi infancia y libros del instituto y de la universidad. Mi madre no
tiró nada y cuando Delaney y yo tuvimos una casa propia nos obligó a
llevarnos las cajas.
—Las madres lo guardan todo, sobre todo lo relacionado con sus hijos.
Yo también tengo cosas de cuando estaba en la guardería y en el colegio.
—Creía que era solo la mía. En otras cajas meteremos las cosas de
decoración que quieras poner en mi casa. Bueno, en nuestra casa, porque a
partir de ahora será de los dos.
—¿No te importa que ponga cosas en tu casa? No voy a poner muchas
cosas, pero me gustaría tener algunas fotos de mi madre, sus novelas, su
música…
—Abby, va a ser tu casa y puedes poner en ella lo que quieras.
—Gracias. Antes de meter la ropa en las maletas la revisaré porque
hay cosas que no me he puesto en años y estoy segura de que ya no me voy
a poner. Lo que no quiera lo meteré en cajas y se lo llevaré a la madre de
Mike. El sacerdote de su parroquia recoge ropa que reparte entre la gente
necesitada. Y haré lo mismo con los zapatos y los bolsos.
—Buena idea. Si vemos que falta espacio en el vestidor para colocar
toda tu ropa lo haré más grande.
—No digas tonterías. Tu vestidor es enorme y yo no tengo mucha
ropa.
—Pero tendrás más en un futuro.
—Sean, tienes un montón de habitaciones, puedo colocar alguna ropa
en alguna de ellas, que no sea de ninguno de nuestros amigos.
—Tenemos un montón de habitaciones —le rectificó él—. Y no quiero
que tengas tu ropa desperdigada por la casa.
—Vale. Tú eres el arquitecto, ya lo decidirás.
Pasaron un día fantástico con sus amigos. Abby incluso comentó
algunas cosas que le habían sucedido durante la semana respecto al trabajo.
Antes de marcharse todos se ofrecieron para ayudarlos con la mudanza.
Pero Sean volvió a decirle que no necesitaban ayuda.
A las cuatro y media de la tarde llegaron a casa de Abby y entraron las
cajas plegadas y dos rollos de precinto para montarlas que les había dado
Jack. Y también una caja con dulces que les había preparado para ellos
Ellie, para que los comieran mientras preparaban las maletas y embalaban
el resto de cosas.
Comenzaron seleccionando la ropa de cama. Abby dejó allí dos juegos
de invierno y dos de verano. Y tres juegos de toallas para su baño. Así los
tendría allí cuando en alguna ocasión se quedara con Mike. El resto lo
metió en maletas para llevarlo a su nueva casa, porque la cama de Sean era
de la misma medida que la suya, y los juegos de cama estaban sin usar. Y
además, el estampado quedaba bien con la decoración de la habitación.
Luego siguieron con la ropa de Abby.
—Estáis en plena faena —dijo Mike entrando en el dormitorio.
—Y que lo digas —dijo Sean.
—¿Te faltan maletas para meter toda tu ropa? —preguntó el detective
al ver ocho maletas cerradas y las cajas que estaban llenando—. No
recuerdo que tuvieras tanta ropa.
—Me ha cabido todo en las maletas. Lo de esas tres cajas se lo llevaré
a tu madre cuando tenga tiempo para que lo lleve a la parroquia —dijo ella
señalando las cajas.
—Yo se las llevaré mañana, iré a comer con ellos.
—Estupendo.
—¿Os ayudo?
—Vale. Pero primero tomaremos un café —dijo Abby—. Id al salón y
lo llevaré allí.
Poco después ella entró con una bandeja con el café y los dulces y se
sentaron a tomarlo.
—¿Qué muebles vas a llevarte?
—Ninguno. En casa de Sean no hace falta nada.
—Cariño, hemos quedado en que no es mi casa sino nuestra casa.
—Es verdad. Me va a llevar un tiempo a acostumbrarme.
—Si hay algo que no quieres tenerlo aquí dímelo y vendré con una
furgoneta para llevarlo a casa, tengo un cuarto trastero y puedo guardarlo
allí —dijo Sean a Mike.
—No te preocupes, me gusta todo lo de la casa. ¿Quieres que saque el
televisor de la pared?
—No nos lo vamos a llevar, y tampoco el equipo de música. Y tú no
tienes —dijo Abby.
—Pero puedo comprarlos.
—Mike, nosotros no los necesitamos —dijo Sean.
—De acuerdo, gracias.
—He dejado juegos de sábanas para mi cama, y toallas para mi baño.
—¿No los necesitarás?
—No. Pero los necesitaré aquí, porque cada vez que Sean se vaya de
viaje vendré a quedarme contigo.
—Eso será estupendo. Dios mío, estos dulces están de muerte.
—Los ha hecho Ellie.
Entre los tres metieron en cajas las novelas, los portarretratos y las
cosas de decoración que Abby quería llevarse. Cuando lo tuvieron todo
empaquetado lo sacaron a los coches. Como no les cabía todo en el
todoterreno de Sean, le pidieron a Mike que los acompañara con su coche y
se quedara a cenar con ellos.
Sean le enseñó a Mike la casa mientras Abby preparaba la cena. Al
detective le encantó todo lo que vio, sobre todo el sótano de la casa donde
estaba el gimnasio y la impresionante piscina.
Después de cenar tomaron café con los dulces de Ellie que quedaban, y
cuando terminaron Mike se marchó, después de felicitarlos de nuevo por
empezar una nueva vida juntos.
En un principio pensaron en comenzar a ordenar algunas cosas, pero
estaban cansados y decidieron ducharse y acostarse. Y al día siguiente, que
era domingo, tendrían todo el día para hacerlo.
Pero, a pesar de lo cansados que estaban, hicieron el amor en la ducha,
y luego en la cama. Y en esa ocasión fue Abby quien llevó la iniciativa en
todo momento. Lo hizo colocarse en la cama y se dedicó a acariciarlo con
las manos, y la lengua durante mucho tiempo. Luego le hizo una felación
que dejó a Sean temblando.
Como Sean le había prometido que harían cada mañana, la despertó
besándola e hicieron el amor.
—Me encanta empezar el día así —dijo ella.
—A mí también.
—¿Nos levantamos y empezamos a trabajar? De lo contrario no nos
dará tiempo a hacerlo todo.
—Sí, vamos. ¿Qué quieres desayunar? —preguntó Sean.
—Un café con leche y tostadas. No quiero que nos entretengamos.
—Pues vamos a la cocina —dijo él levantándose y cogiendo un
pantalón de chándal y una camiseta del vestidor—. ¿Quieres que te deje
algo de ropa?
—No hace falta, he puesto en esta maleta ropa de estar por casa —dijo
ella abriéndola y sacando un pantalón y una camiseta vieja.
Se vistieron y bajaron a la cocina. Prepararon el desayuno y se
sentaron a la mesa.
—¿Te parece bien que una noche invitemos a cenar a los padres de
Mike? Quiero que sepan donde vivo y presumir un poco de la casa y de ti.
—Por supuesto. Puedes invitar a quien quieras.
—Otro día invitaremos también a mi capitán y a su mujer. O puede
que los invitemos el mismo día, al fin y al cabo, se conocen desde hace
algunos años.
—Entonces mejor juntos. Y otro día invitaremos a Mike y a sus
hermanos.
—Buena idea. ¿Sabes? Todos ellos son como mi familia y no quiero
perder el contacto. Yo suelo ir casi todos los fines de semana a comer con
unos o con otros.
—Pues entonces seguiremos tu costumbre e iremos de vez en cuando a
comer o a cenar con ellos, y pueden venir a casa cuando tú decidas.
—Te estás portando muy bien conmigo.
—Y va a seguir siendo así. Te mereces lo mejor.
—Sean, ya te tengo a ti, y tú eres lo mejor.
Cuando terminaron de ordenarlo todo en su sitio era media tarde.
Entonces se ducharon y se echaron en el sofá a ver una película, pero no la
vieron porque se quedaron dormidos en el sofá. Más tarde prepararon juntos
la cena y al terminar se acostaron. Estaban muy cansados y esa noche no
hicieron el amor.
Pero sí lo hicieron cuando se despertaron.
A Abby le gustó la sensación de levantarse juntos, vestirse, desayunar
e ir al trabajo, cada uno en su coche. Iba conduciendo hacia la jefatura. Ya
tenía las llaves de la casa, tenía el mando de la verja y sabía la clave de la
alarma. Ese día era el primer día de una nueva etapa de su vida.
Capítulo 31
Las cosas habían ido muy bien en casa de Sean desde que Abby había ido a
vivir con él cinco semanas atrás. La convivencia entre ellos era perfecta.
Carmen, la señora que limpiaba la casa de Sean desde hace varios
años, aceptó trabajar solo para ellos y dejó las otras casas a las que iba. Ella
y su hijo de diecisiete años se instalaron en la casa de invitados, que estaba
a un lado de la casa grande. Abby y ella congeniaron bien, y también con su
hijo, a quien ya conocía porque era el aparcacoches del restaurante al que la
había llevado Sean.
Habían invitado a cenar a los padres de Mike y al capitán de Abby y su
esposa, y pasaron una velada muy agradable. Abby les enseñó la casa muy
orgullosa. Los cuatro invitados pensaban que hacían una pareja perfecta.
Greg Nolan, el capitán de Abby, se alegró de que hubiera superado su
pasado y de que hubiera encontrado a un hombre que la quería y se desvivía
por ella.
Otra semana invitaron a Mike y a sus hermanos, a quienes les encantó
la casa. Sobre todo a la hermana, que era diseñadora de interiores y estaba
fascinada con la construcción y con el interior.
El grupo de amigos habían ido a su casa dos sábados desde que Abby
se había mudado allí y todos estaban encantados con la piscina del sótano.
Desde finales de septiembre hasta mediados de noviembre varios de
los hijos del grupo de amigos cumplieron años. No se reunieron para
celebrarlo porque eran muy pequeños, pero sí asistieron a las fiestas las
mujeres del grupo.
Aunque sí se reunieron el día del cumpleaños de Bradley, el hijo de
Logan y Kate, que fue el cuatro de noviembre y cumplía veinte años. Las
compañeras de universidad del chico que asistieron a la fiesta agradecieron
la asistencia de esos cinco hombres que les parecieron imponentes.
Sean recogió a Abby el viernes diez de noviembre y fueron a casa de
Delaney a las tres y media de la tarde, donde había quedado en reunirse el
grupo de amigos, porque el vuelo a Las Maldivas estaba previsto para las
cinco de esa misma tarde.
Abby estaba muy emocionada. Era la primera vez que visitaría una isla
privada. En realidad, era la primera vez que visitaría una isla y punto. Y
también era la primera vez que subiría en un jet privado. Ambas cosas
pertenecían a Delaney. Su amigo, pensó mirándolo y sonriendo mientras
metían las maletas en los vehículos. Delaney era amigo suyo, y era
millonario. Bueno, no era millonario sino billonario. Con B. ¿Cuántas
personas normales conocerían a un hombre que fuera billonario?, se
preguntó.
—¿Cuándo llegaremos a la isla? —preguntó Abby.
—No tengas prisa, nos va a llevar algún tiempo —dijo Sean.
—Llegaremos mañana a las nueve de la noche —dijo Jack.
—¿Mañana? ¿Pero cuántas hora dura el vuelo?
—Dieciocho horas y quince minutos.
—¡Santa madre de Dios! De ser así, llegaremos a las once de la
mañana.
—Cierto, pero en Las Maldivas son diez horas más que en Nueva York
—dijo Jack.
—Entonces, llegaremos a las nueve de la noche. Pero perderemos diez
horas.
—Sí, pero las recuperaremos a la vuelta.
—Tienes razón.
—Aunque llegaremos algo más tarde de las nueve de la noche. Porque
desde el aeropuerto hasta la isla iremos en barco. Calculo que llegaremos a
nuestro destino alrededor de las once. Pero cenaremos en el avión.
—Creo que ya está todo —dijo Nathan acercándose a ellos.
—Pues ya podéis ir subiendo a los coches —dijo Jack alejándose de
ellos.
—Me dijo Tess que en la isla solo estaba la casa, pero no he visto que
hayáis metido bolsas con comida en los coches —preguntó Abby mientras
caminaban hacia los vehículos.
—Cuando vamos a la isla le enviamos una lista de lo que hay que
comprar al matrimonio que se encarga de la limpieza y el mantenimiento de
la propiedad. Cuando lleguemos, la despensa y la nevera estarán llenas —
dijo Sean mientras ambos caminaban hacia donde estaban todos.
—Menuda organización. Dijisteis que los niños no nos acompañarían,
pero Eve, Taylor y Bradley ya no son niños, ¿no vendrán con nosotros?
—Bradley tiene exámenes y no quería perdérselos —dijo Kate—.
Además, al no venir los niños con nosotros, quería quedarse en casa por si
pasaba algo.
—Mi hija Eve tiene el cumpleaños de una amiga y no se lo puede
perder —dijo Ellie sonriendo.
—Y mi hija Taylor tampoco puede faltar a ese cumpleaños —añadió
Kate.
—En esta ocasión solo iremos los adultos. Los que estamos aquí y mis
suegros, que estarán a punto de llegar —dijo Tess.
Abby se emocionó cuando vio el precioso avión con el apellido
Stanford dibujado en la cola. Dos chicos, empleados de Delaney, llevaron
los vehículos al hangar donde guardaban los dos aviones de Stanford y uno
de sus helicópteros. Otro chico metió las maletas en la bodega del avión y
cerró la compuerta.
Abby se quedó con la boca abierta cuando entró en el avión. Era
impresionante. Los muebles y la decoración eran en tonos blancos, grises y
metalizados. Había varios sillones y sofás, que parecían comodísimos, y
una mesa enorme con sillas a su alrededor. Además, dos habitaciones con
baño interior. Y en la cabina había un baño completo y un aseo.
—Siéntate, cariño. Despegaremos enseguida —dijo Delaney a Abby.
—Vale.
Él se sentó frente a ella y junto a su mujer. Sean estaba al lado de Abby
y frente a su cuñada. Abby se ruborizó cuando Delaney le guiñó un ojo y le
sonrió.
Ella miraba a todas partes y a todos los botones que había en los
brazos de los asientos y en las paredes del avión. Delaney sonrió al
acordarse de la primera vez que su mujer había subido en uno de sus
aviones. Parecía una niña con un juguete nuevo.
Se repartieron todos por los sillones y los sofás y se abrocharon los
cinturones cuando la azafata se lo pidió. Y entonces despegaron.
Algunos estuvieron jugando a las cartas, otros al ajedrez, o leyendo, o
conectados al ordenador, como era el caso de Nathan, que tenía que cerrar
algunos asuntos de trabajo.
A las nueve de la noche se sentaron en la larga mesa y les sirvieron la
cena. Si no fuera porque por las ventanas se veía el vacío y algunas nubes
blancas, Abby habría podido pensar que no estaban en un avión, porque la
estancia era como un gran salón decorado con un gusto exquisito. La cena
fue inmejorable, aunque no se habría esperado menos de Delaney.
Poco después, Patrick y Louise fueron a uno de los dormitorios a
acostarse. Y Delaney y Tess se retiraron al suyo a media noche. El resto del
grupo se acomodaron en los sofás y en los sillones, que eran reclinables y
comodísimos. Unos minutos más tarde todos estaban dormidos.
El vuelo no se les hizo pesado. Habían dormido ocho horas hasta que
los habían despertado porque iban a aterrizar en la única escala que harían
para repostar. Ya llevaban casi trece horas de vuelo.
Cuando el avión volvió a despegar ya no se durmieron de nuevo. Pero
estuvieron entretenidos hablando y desayunando, aunque en Las Maldivas
sería media tarde. Antes de llegar al aeropuerto les sirvieron una comida
copiosa. O mejor una cena porque eran más de las ocho de la noche en las
islas.
Por fin llegaron al aeropuerto. Abby se dio cuenta de la buena
organización de Jack, porque lo tenía absolutamente todo controlado. Nada
más bajar del avión ya había tres coches con chófer esperándolos. Cargaron
los equipajes y salieron hacia el puerto. Allí les esperaba una gran lancha.
Entre todos metieron las maletas en ella y fue Jack quien pilotó la
embarcación.
Cada pareja llevaba una maleta mediana, porque no iban a salir a
ninguna parte y pasarían el tiempo en la playa y con ropa cómoda. Y,
además, todos ellos tenía allí algo de ropa y lo necesario de aseo.
—Esa es la isla —dijo Delaney a Abby—. Las luces que se ven son las
de las farolas del jardín.
—Parece una casa grande.
—Y no te equivocas, es muy grande.
—Me ha encantado volar en tu avión.
—Me alegro mucho.
—La verdad es que ha sido una pasada. Y este barco también es una
maravilla. ¿Es tuyo?
—Sí.
—Claro, cómo no.
Jack maniobró para parar la lancha en el pequeño muelle que había en
la parte de atrás de la casa, donde había otra embarcación más grande.
—Y supongo que ese barco también es tuyo —dijo Abby.
—Sí. Es el que empleamos cuando vamos a pescar o a visitar otras
islas. Tiene varios camarotes por si queremos pasar la noche en el barco.
Los hombres se encargaron de bajar las maletas.
—Entrad en la casa por delante —dijo Jack cuando saltó al muelle—.
Yo entraré las maletas por la puerta trasera.
—De acuerdo.
Abby miró la casa mientras la rodeaban para ir a la entrada principal,
que de cerca era aún más grande de lo que le había parecido. Las farolas
que había alrededor estaban encendidas, al igual que las luces del porche.
Cuando entraron en la casa Jack ya estaba dentro, había desconectado la
alarma y había encendido las luces de toda la planta baja.
—¡Por el amor de Dios! —dijo Abby admirada cuando estuvo en el
recibidor.
La decoración era parecida a la de la casa de Delaney de Nueva York.
El suelo era de una madera oscura preciosa y brillante. Los muebles eran
antiguos y modernos, pero el conjunto de mezclas quedaba de maravilla.
Las ventanas eran enormes con unos visillos transparentes que iban desde el
techo hasta rozar el suelo.
—Es todo precioso —dijo Abby.
—Mañana lo verás todo con detenimiento —dijo Tess—. Propongo
que nos acostemos para levantarnos temprano por la mañana. Así
desayunaremos y organizaremos el día.
—Yo no sé si podré dormirme, he dormido mucho en el avión —dijo
Abby de manera inocente.
—He dicho que nos acostemos, no que tengamos que dormirnos
enseguida —dijo Tess—. Supongo que podrás entretenerte de alguna
forma… teniendo a Sean en la cama.
Abby se sonrojó y todos se rieron al darse cuenta.
—Vamos al dormitorio, cariño —dijo Sean cogiéndola de la mano—.
Nos vemos mañana.
—Buenas noches a todos —dijo Abby sin mirarlos porque estaba
avergonzada.
—Has dejado claro que no tienes sueño —dijo Sean cuando entraron
en la habitación.
—¿Tú tienes?
—No. ¿Quieres que pasemos la noche en la playa? Te aseguro que el
amanecer es espectacular.
—¿No hará frío?
—No. Las temperaturas aquí no bajan de los veinticinco grados. De
todas formas, llevaremos una manta. Podemos tomar unas copas,
hablaremos y dormiremos cuando tengamos sueño.
—Vale.
Ambos se cambiaron y se pusieron un pantalón de chándal cómodo y
una camiseta. Después de lavarse los dientes abandonaron la habitación.
Sean la cogió de la mano mientras bajaban la escalera. Al llegar a la planta
baja ya no había nadie, excepto Jack, que salió en ese momento de la
cocina.
—¿Pasa algo? —preguntó el chófer.
—No, todo está bien. Vamos a dormir en la playa. Quiero que Abby
vea el amanecer.
—Buena idea. Te va a encantar, Abby.
—Eso espero.
—Sean, coge del armario unas mantas.
—Sí.
Cuando salieron, Jack apagó las luces de la planta baja, excepto una
lámpara de mesa que había sobre un mueble en el recibidor, y la del porche.
Entró en el salón y miró hacia la playa por una de las ventanas. No es que
estuvieran cerca, pero pudo distinguir perfectamente las siluetas de Sean y
Abby besándose, y sonrió. No pensaba ir a su habitación a dormir estando
la pareja fuera, así que se descalzó y se echó en uno de los sofás.
Tess estaba con la luz apagada mirando por la ventana. Delaney salió
del baño, se acercó a su mujer y la abrazó por detrás.
—¿Qué haces aquí con la luz apagada?
—Hay una pareja en la playa. Seguro que son Sean y Abby. Mira, se
están besando —dijo Tess.
—Me cae muy bien esa chica.
—A mí también. Es fantástica, y hace feliz a Sean.
—Sí, ya lo he notado. Se le ilumina la mirada cuando ella está cerca.
—Esto me recuerda a la primera vez que vine a la isla con Sean. Tú
pretendías que viniera sola con Jack, pero tu hermano me acompañó sin que
tú lo supieras.
—No me hizo mucha gracia que él viniera contigo. Sobre todo cuando
Jack empezó a enviarme fotos de vosotros dos. Me maldije por no haber
venido contigo.
—La primera noche la pasamos en la playa. Estuvimos hablando y
bebiendo hasta las tantas y vimos el amanecer. Él me hizo olvidar lo mal
que te habías portado conmigo. Sean siempre fue mi apoyo. Bueno, Carter y
Logan también, pero entre Sean y yo había algo especial. Bueno, todavía lo
hay.
—Lo sé. A pesar de que no me gustaba lo unidos que se os veía,
agradecí que estuviera ahí siempre que lo necesitaste.
—Entre Abby y tú también hay algo especial.
—Yo también lo creo. ¿Te molesta?
—Por supuesto que no. Esa chica es fantática.
Delaney y Tess no eran los únicos que los habían visto por la ventana.
Louise también los había estado mirando. Se dio la vuelta y se metió en la
cama con su marido.
—Sean y Abby están en la playa.
—¿Cómo sabes que son ellos? Está oscuro —dijo Patrick.
—¿Crees que no conozco a nuestro hijo?
—Por supuesto que lo conoces. Sean siempre ha sido un romántico, no
como Delaney. Seguro que está viendo las estrellas con ella.
—Delaney también es romántico, pero no quiere que la gente lo sepa.
—Seguro que para no perder la reputación que tiene de hombre duro y
controlador —dijo Patrick sonriendo.
—Sí —dijo ella devolviéndole la sonrisa.
—Supongo que tienes razón. Hemos tenido suerte. Los dos han
encontrado a las mujeres adecuadas.
—Lo sé. Aunque he de reconocer que me preocupa el trabajo de Abby.
—Cariño, si tiene que sucederle algo a alguien, puede ser en cualquier
lugar y en cualquier momento, y no tiene que estar relacionado con el
trabajo.
—Es verdad. Abby es una buena chica.
—Yo lo supe desde el momento que la conocí.
—Yo también lo supe, cuando la vi noche tras noche en la habitación
del hospital acompañando a Sean. Pero no quería reconocerlo porque estaba
muy enfadada con ella. La vida de nuestro hijo pendía de un hilo y era
culpa suya.
—Lo sé.
—Pero las cosas han cambiado entre nosotras. Esa chica lo ha pasado
realmente mal y se merece ser feliz.
—Sean la hace feliz —dijo Patrick.
—Y ella a él. Está locamente enamorado de Abby. No creo que tarde
mucho en pedirle que se case con él.
—Espero que sea pronto. Nos quejábamos de lo mayor que era
Delaney cuando se casó y resulta que Sean es mayor de lo que era él
entonces, y aún no se ha casado.
—Sean compró el anillo hace unas semanas. Fue a casa a enseñármelo
para ver si me gustaba. Es una maravilla.
—¿No te pidió que lo acompañaras a comprarlo?
—No, me dijo que iba a ir a comprarlo con Delaney, pero me preguntó
si me importaba que fuera con él. Le dije que no porque ambos tienen un
gusto exquisito para la ropa y para las joyas. Además me gusta que hagan
cosas juntos.
—También tienen un gusto exquisito para las mujeres.
—Sí, desde luego que sí. Eso lo han heredado de su padre —dijo
Louise.
Los dos se rieron.
Sean sirvió dos whiskys en los vasos que habían llevado y le dio uno a
ella.
—Gracias. Esto tampoco lo he hecho nunca —dijo Abby cuando
estaban sentados sobre la manta que habían extendido sobre la arena.
—¿El qué?
—Pasar la noche en la playa, y mucho menos con un hombre.
—Estamos haciendo muchas cosas juntos, por primera vez.
—Sí. Y eso me gusta. La casa de tu hermano es fantástica.
—Podemos disponer del avión de Delaney cuando queramos y venir
cuando nos apetezca.
—¿En serio?
—Por supuesto.
—¿Cómo se le ocurrió comprar la isla?
—La verdad es que fue cosa mía. Me habló de ella un cliente que tiene
una inmobiliaria. Me dijo que sería una buena inversión, porque se podría
alquilar por semanas o para fiestas a un precio desorbitante. Dijo que
muchas personas pagarían lo que les pidieran por poder disfrutar de una
mansión en una isla privada durante algunos días. Yo no tenía intención de
comprarla porque, además de que pedían un montón de millones, que en
aquel entonces no tenía, no quería meterme en algo así.
—¿Y cómo fue que la comprara Delaney?
—Había pasado una mala época cuando cortó con su prometida, ya te
hablé de ello.
—Sí.
—Desde entonces se centró en el trabajo. Trabajaba dieciséis horas al
día y viajaba muchísimo. Poco después empezó a salir con mujeres, y te
aseguro que no dormía mucho. Lo veía agotado y muy estresado. Le hablé
de la isla y lo convencí para que se tomara una semana libre para venir a
verla, y hacer un poco de turismo. Vinimos con Jack. La isla nos encantó a
los tres. Y la casa nos pareció una maravilla. Delaney se enamoró de la
propiedad y dijo que iba a comprarla para venir a relajarse aquí de vez en
cuando. Luego visitamos otra isla. Fue un viaje fantástico. Hablamos
mucho y volvimos a casa nuevos. Hacía mucho tiempo que no pasábamos
tiempo juntos y fue genial.
—Y desde entonces, ¿venía o veníais a menudo?
—No, no volvimos por aquí. Delaney no encontró nunca el momento
para tomarse unos días libres. La siguiente vez que vinimos fue unos años
después, cuando Delaney y Tess ya estaban casados.
—Pero ahora sí venís.
—Delaney ha cambiado mucho desde que tuvo a Brianna y se
reconcilió con Tess. Procuramos venir una vez al año. Mi hermano y Tess
se casaron en esta misma playa, aunque ya estaban casados.
—Ya me lo contaste, y Tess también me habló de ello.
—Carter y Ellie también se casaron aquí. Los casó Logan, que aún era
sacerdote. Unos meses después Logan los casó de nuevo en una boda
oficial, con la familia y los invitados.
—Me encantan las historias de todos ellos, son de película.
—La nuestra también lo es. Tienes que reconocer que la forma en que
nos conocimos no es la tradicional —dijo Sean.
—Tienes razón.
—Bien. Estamos en la playa de noche, cosa que no habías hecho hasta
ahora con un hombre. Y tampoco has hecho el amor en la playa.
—No estarás pensando hacer el amor aquí.
—No nos va a ver nadie.
—Pueden vernos desde la casa.
—¿Crees que alguno de los que están en la casa va a coger unos
prismáticos para ver lo que estamos haciendo?
—Supongo que no. Además, está oscuro y no podrían vernos. Seguro
que todos están haciendo cosas más interesantes.
—Yo también estoy seguro.
Sean se quitó la camiseta y le sacó a ella la suya. Luego se inclinó y la
besó. A continuación le rozó los pezones con los labios por encima del
sujetador, primero uno y luego el otro. Los mordisqueó y ella soltó un
gemido.
Sean era un amante muy apasionado y tierno. Le gustaba acariciar
cada centímetro de su cuerpo con una paciencia implacable. Él la había
enseñado a disfrutar de las interminables maneras de hacer crecer el deseo y
de la anticipación. Le gustaba guiarla para que experimentara todas las
sensaciones. Hasta que por fin dejaba que ella explotara con temblorosas
oleadas de placer, pensó Abby sonriendo.
Aunque, otras veces, jugaba con ella hasta hacerla alcanzar un estado
brutalmente salvaje, que la llevaba a lo más alto en tiempo record, con
profundas y devastadoras embestidas.
Pero parecía que esa vez iba a ser de forma distinta, porque llevaba
casi una hora atormentándola con el aliciente, el incentivo y la estimulación
precisos, pero demorando la liberación. Hasta que Abby le rogó y le suplicó
que la penetrara.
—¿No te gusta lo que te estoy haciendo? ¿O no te gusta el lugar en el
que estamos haciéndolo? —preguntó él mientras la terminaba de desnudar y
se quitaba la ropa que a él le quedaba.
—Me encanta lo que me haces, y el sitio es una maravilla. Pero si no
dejas que me corra voy a sufrir un infarto.
—Me gusta acariciar tu cuerpo.
—Has hecho algo más que acariciarlo. Y ni siquiera has dejado que te
tocara.
—Luego puedes hacer lo que quieras conmigo.
—Estupendo. ¿Vas a metérmela ya, o tienes algo más en mente?
Sean sonrió por sus palabras.
—Voy a follarte ya, porque no aguanto más y la tengo tan dura como
una piedra —dijo él colocándose entre sus piernas.
—¡Menos mal!
Sean soltó una carcajada. De pronto dejó de reír se quedó mirándola.
—¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así?
—Tenemos un problema.
—¿Precisamente ahora te da por pensar en los problemas?
—Sí.
—¿Qué clase de problema?
—Tengo los condones en la maleta.
—No te preocupes. Fui al médico hace un par de semanas y me recetó
anticonceptivos.
—No me lo habías dicho.
—¿Crees que voy por ahí diciéndole a los tíos que tomo la píldora?
—¿Yo soy uno de esos tíos?
—No, no lo eres —dijo ella riendo.
—Hemos hecho el amor cada noche y cada mañana desde hace
semanas. ¿No crees que hubiera estado bien que me informaras para no
tener que usar condones?
—Es posible. De todas formas pensé que era mejor ir sobre seguro
porque los anticonceptivos, al igual que los condones, no son efectivos al
cien por cien.
—¿Y cuándo pensabas decírmelo?
—Cuando saliese el tema.
—El tema salió cada vez que hicimos el amor, cuando me ponía un
condón.
—Es que tampoco quería que pensaras que estaba loca por hacer el
amor contigo… sin condón. Y no te equivocarías.
Sean se rio.
—¿Eso quiere decir que cada vez que lo hemos hecho desde que tomas
anticonceptivos estabas loca por hacerlo sin condón?
—Sí.
Sean no pudo evitar reírse de nuevo.
—Aunque, siempre quiero hacer el amor contigo, independientemente
de que sea con condón o sin él.
—Eres la mujer de mis sueños. Me alegro de que podamos hacerlo sin
condón.
—¿Por qué dices que te alegras? Me dijiste que nunca lo habías hecho
sin condón, así que no puedes saber cómo será.
—Sé de qué hablo, cielo. ¿Has olvidado que te desvirgué sin condón?
Y también estuve dentro de ti en una ocasión antes de ponerme un condón.
—Sí, es verdad.
Sean le dobló las rodillas y le separó las piernas. Se aseguró de que
estaba húmeda y soltó un gruñido al ver que estaba preparada.
—Siempre estás lista para mí.
Entonces la penetró. Ella gimió cuando llegó hasta el fondo y se
detuvo en su interior.
—¡Oh, Dios mío! Es fantástico follarte sin nada que se interponga
entre los dos.
Sean salió de su interior hasta estar casi fuera del todo y volvió a
adentrarse en lo más profundo de su ser.
—Follar contigo es una maravilla. Bésame, Sean.
Y él lo hizo. Se besaron como si no hubiera un mañana y follaron hasta
que ambos quedaron exhaustos.
—Me ha encantado hacerlo sin condón —dijo ella sonriéndole de
forma descarada—. Ha sido diferente, he sentido mucho más la fricción.
—Sí.
—Estoy muy cansada.
—Yo también. ¿Quieres que vayamos a la casa y nos acostemos en la
cama?
—No, quiero pasar la noche aquí contigo.
—Podemos acostarnos en las hamacas.
—En las hamacas no podremos estar juntos y quiero que me abraces.
Prefiero estar aquí, sobre la arena.
—Pondré la alarma del móvil, no quiero que nos perdamos el
amanecer.
—Vale.
Sean despertó a Abby haciéndole el amor cuando aún no eran ni las
seis de la mañana. La temperatura era muy agradable, tenían veinticinco
grados. No se demoraron mucho, porque amanecería en unos minutos.
Después de hacer el amor, se vistieron y se sentaron, ella delante de él,
apoyando la espalda en su torso. Ambos miraban hacia el Este, donde el sol
comenzaba a aparecer en el horizonte. Los tonos que se veían en el cielo y
en el mar eran espectaculares. Abby jamás había visto un amanecer como
ese.
Poco después sacudieron las mantas y volvieron a la casa cogidos de la
mano. La puerta estaba abierta, porque Jack se había levantado antes del
amanecer. Sean guardó las mantas en el armario de la entrada. Al oler el
café se dirigieron a la cocina.
—Buenos días, Jack —dijeron los dos entrando en la estancia.
—Hola, chicos. ¿Os apetece un café?
—Un café es lo que más me apetece ahora —dijo Abby.
Jack sirvió dos tazas y se las dio.
—¿Te ha gustado el amanecer?
—Ha sido espectacular —dijo Abby.
Los dos estuvieron hablándole a ella sobre la isla y de lo que solían
hacer cuando iban allí.
Sean y Abby subieron a la habitación a ducharse y a deshacer el
equipaje.
Cuarenta y cinco minutos después estaban todos desayunando en la
gran mesa de la cocina.
—Tenemos que organizarnos para aprovechar el tiempo todo lo
posible. Hoy, con el cambio horario nos hemos quedado dormidos, pero
solemos salir a correr temprano alrededor de la isla —dijo Tess a Abby—.
Los que se apunten, empezaremos mañana a las ocho.
—Con Patrick y conmigo no contéis, ya hacemos bastante gimnasia
cuando estamos en Nueva York —dijo Louise.
—A nosotros nos gusta hacer otra clase de ejercicio a primera hora de
la mañana cuando estamos de vacaciones —dijo Patrick.
Su mujer le dio un codazo.
—Vuestro hijo mayor ha heredado eso de vosotros, solo que él lo hace
casi todos los días del año —dijo Tess besando a Delaney en los labios.
Vuestro hijo pequeño también lo ha heredado, pensó Abby.
—Nosotros os esperaremos tomando un café en el porche. Y luego
desayunaremos todos juntos —dijo Louise.
—Yo me apunto —dijo Abby—. ¿Soléis ir todos?
—Sí —dijo lauren—. Es divertido porque cuando nos cansamos o
tenemos calor nos metemos en el mar.
—¿Hay tiburones?
—Sí, pero los que se acercan a la costa son jóvenes e inofensivos.
Hace más de setenta años que no ha habido un ataque de tiburón en las islas
—dijo Nathan—. Me informé la primera vez que vinimos.
—De todas formas, cuando nos bañamos no entramos muy adentro —
dijo Carter.
—¿Qué vamos a hacer hoy? —preguntó Ellie.
—Yo propongo que vayamos a la playa —dijo Kate.
—Estupendo, así podremos dormir allí —añadió Lauren—. Nathan y
yo no hemos dormido mucho y seguro que vosotros tampoco.
—Tienes razón —dijo Tess riendo porque Delaney y ella se quedaron
hasta bien tarde haciendo el amor.
—Nosotros tampoco hemos dormido mucho. Hemos pasado la noche
en la playa y hemos visto el amanecer —dijo Abby.
—Entonces, decidido. Cuando tengamos hambre volveremos a casa y
prepararemos algo para comer —dijo Tess.
—Van a ser unos días fantásticos —dijo Abby—. Me encanta estar
aquí. Es una isla maravillosa.
—Pongámonos en marcha. Vamos a ponernos el bañador.
Todas las mujeres subieron a las habitaciones y los hombres
permanecieron en la cocina tomando otro café porque ya llevaban el
bañador puesto.
—¿Cuándo vas a pedirle a Abby que se case contigo? —preguntó
Carter—. Nos dijiste que lo harías aquí.
—Y pienso hacerlo.
—No te habrás olvidado del anillo, ¿verdad? —le preguntó Patrick a
Sean.
—No, papá, no lo he olvidado.
—¿Y cuándo será el momento? —le preguntó Delaney.
—Creo que esta noche, después de cenar.
—Bien, nos encargaremos de que todos vayamos al salón a tomar un
café y una copa después de la cena —dijo Logan.
—¿Sabes ya lo que le vas a decir? —preguntó Nathan.
—Solo tengo que preguntarle si quiere casarse conmigo, ¿no?
—No estaría mal que le hablaras de lo que sientes, y de todo lo que te
gusta de ella. A las mujeres les gustan esas cosas —dijo Carter.
—Bien, improvisaré algo. Espero que esté preparada y acepte casarse
conmigo.
—No te preocupes por eso. Abby está loca por ti —dijo Patrick.
—Gracias, papá.
Pasaron la mañana relajados en las tumbonas de la playa. Se bañaron,
tomaron el sol, hablaron y durmieron. Abby jamás había visto una arena tan
blanca y tan fina, y un agua tan cristalina. Cada vez le gustaba más estar
con sus amigos. Lo pasaba genial con ellos, eran simpáticos, cariñosos y
muy divertidos.
Cuando sintieron hambre volvieron a la casa. Las mujeres prepararon
la comida y mientras, los hombres pusieron la mesa en el exterior, debajo de
un grupo de palmeras que había junto a la mansión.
Estuvieron hablando de una cosa y otra. Abby se sentía muy a gusto y
completamente relajada. Había pensado que echaría de menos el trabajo,
pero no fue así. Desde que habían ido a la acampada se había dado cuenta
de que le gustaba tener vacaciones.
Después de comer subieron a las habitaciones a dormir la siesta. Hacía
mucho calor y estaban un poco amodorrados. Cuando se levantaron, las
mujeres volvieron a la playa y luego dieron un paseo rodeando la isla para
que Abby la viera.
Mientras tanto, los hombres salieron a pescar con la lancha. Volvieron
tres horas después con cuatro ejemplares magníficos, que ellos mismos se
encargaron de asar en la parrilla del exterior mientras las mujeres
preparaban unas patatas salteadas con ajo, mantequilla y estragón y unas
ensaladas.
Comieron en la cocina, porque ya había oscurecido. Y después de
cenar, Patrick propuso que tomaran un café y una copa en el salón, cosa que
apoyaron todos.
Recogieron la mesa y metieron los platos en el lavavajillas. Luego
prepararon el café y se trasladaron al salón a tomarlo.
Capítulo 32
Se acomodaron todos en los sofás y los sillones, y tomaron el café,
acompañado de las deliciosas galletas de canela que Ellie había llevado.
Luego los hombres se sirvieron una copa de brandy. Sean vio que sus
amigos lo miraban y supo que estaban diciéndole, sin palabras, que ese era
el mejor momentos para hacer lo que tenía que hacer. Se giró para mirar a
Abby, que estaba sentada a su lado en el sofá.
—¿Sabes, Abby? —dijo Sean.
Ella lo miró.
—Me gusta todo de ti. Tu rostro, tu cuerpo, tu físico en general, tu risa,
tu voz, lo cabezota que eres, el corazón tan grande que tienes, lo
independiente que eres…
Abby se ruborizó. No le gustaba ser el centro de atención, y todos
estaban pendientes de ella. Miró fijamente a Sean, preguntándose qué se
proponía.
—Podría seguir mencionando todo lo que me gusta de ti, pero me
llevaría muchísimo tiempo.
Ella seguía mirándolo, sorprendida y extrañada, y aún más sonrojada
que antes, porque le dijera todas esas cosas delante de sus amigos y de sus
futuros suegros.
—Eres la única mujer a la que he querido y quiero que seas la última.
Te quiero.
Sean se puso de pie y ella lo miró desconcertada. Y soltó un gemido
cuando Sean puso una rodilla en el suelo frente a ella y abrió el estuche de
la joyería que llevaba en la mano.
—¿Quieres casarte conmigo?
—¿Qué? ¿Yo? —dijo ella ruborizada.
Todos sus amigos se rieron por las dos únicas palabras que Abby había
pronunciado. Sabían que estaba nerviosa.
—¡Por supuesto que tú! ¿Quieres ser mi esposa? —preguntó él de
nuevo sonriendo.
Abby se quedó sin palabras durante un instante. Sean la miraba
insistentemente esperando la respuesta.
—No sé la razón, pero sabía que no tardarías en pedírmelo. He de
admitir que no me sentía bien al respecto, porque no sabía si estaba
completamente segura de qué quería. Pero ahora estoy absolutamente
convencida de lo que quiero. Y lo que quiero eres tú.
—¿Eso es un sí?
—¡Sí, sí, sí! Eres lo que más quiero en el mundo y me gustaría pasar el
resto de mi vida a tu lado —dijo abrazándolo.
Sean le puso el anillo.
—Es precioso. ¡Dios, mío! Supongo que es un diamante de verdad.
Los amigos volvieron a reírse. Louise miró a su hijo pequeño y no
pudo evitar que las lágrimas rodaran por su mejillas de la emoción.
Sean se levantó y le tendió la mano para que se levantara. La besó en
los labios, pero Abby le rodeó el cuello son los brazos y lo besó, y no de
forma sutil. Lo que hizo que todos volvieran a reír.
Todos los que estaban en el salón se levantaron para felicitarlos.
—Bueno, nosotros nos vamos a la cama. Abby y yo tenemos muchas
cosas de las que hablar. Buenas noches —dijo Sean cogiéndola de la mano
y llevándola hacia la puerta del salón.
—Buenas noche —dijo Abby volviéndose para mirar a sus amigos con
las mejillas sonrojadas y dedicándoles una sonrisa.
Antes de llegar a la escalera, Sean se detuvo y la besó de tal forma que
a ella se le doblaron las rodillas.
—No sabes cuánto te quiero, cielo —dijo él cuando se separó de ella.
—Y yo a ti.
—¿Qué son todas esas cosas que has mencionado de las que tenemos
que hablar? —preguntó ella cuando entraron en el dormitorio.
—Todas las cosas relacionadas con la boda —dijo el cogiéndola de
nuevo de la mano y llevándola hasta el sofá que había junto a la ventana y
sentándose. Tiró de ella y la sentó en sus piernas.
—Pero… no nos casaremos pronto, ¿verdad? Dijiste que las parejas,
aunque estuvieran comprometidas, podían casarse mucho después de la
pedida de mano.
—Nosotros no somos una de esas parejas. No vamos a esperar mucho.
Quiero que nos casemos cuanto antes.
—Pero, Sean, nos conocemos desde hace siete meses y, en realidad,
tardamos un mes en salir, y solo para tomar café. No nos conocemos.
—Yo sé todo lo que necesito saber sobre ti.
—Pero…
—Me gustaría que nos casáramos cuanto antes —dijo él de nuevo—.
No quiero perder tiempo. Abby yo soy bastante mayor que tú y quiero tener
hijos cuanto antes. Y no quiero ser un viejo y que nuestros hijos aún no
sean adultos.
—No digas tonterías. Faltan muchísimos años para que seas un viejo.
¿Cuándo te gustaría casarte?
—Si fuera por mí, me casaría ya. Pero a mi madre le daría un infarto si
no le damos tiempo para invitar a sus conocidos. ¿Dónde te gustaría
casarte?
—¿Dónde? No lo sé. Supongo que en una iglesia, como todo el
mundo. Siempre he tenido claro que no me casaría, así que no me lo he
planteado.
—Mi madre organizó la boda de todos nuestros amigos.
—Lo sé, me lo contaron las chicas. Y también me dijeron que la boda
de Logan y Kate la organizaron ella y la madre de Logan. Y que todas las
bodas fueron perfectas.
—Y es cierto. Mi madre es muy buena en todo lo que hace.
—Desde luego que lo es. La prueba eres tú.
—Gracias, cariño. Ellos se casaron en sus casas.
—Lo sé.
—¿Quieres que nos casemos en nuestra casa?
—Sí, me gustaría.
—A mí también. ¿Quieres encargarte tú de organizar la boda?
—¿Yo? ¡Por supuesto que no! Yo no tengo ni idea de esas cosas.
—Entonces hablaremos con mi madre mañana.
—Me parece bien.
—Y ahora vamos a celebrar nuestra primera noche de prometidos —
dijo besándola en los labios.
—Seguro que me va a gustar.
—Puedes estar segura de ello, yo me encargaré. Vamos a la cama.
Sean la ayudó a levantarse y caminaron hacia la cama. Entonces
empezó a desnudarla.
—Me gusta mucho el anillo. No he visto en mi vida una cosa tan
bonita.
—En ese caso, tendrías que mirarte al espejo con más atención.
Abby se ruborizó.
—Delaney vino conmigo a elegirlo.
—Pensé que te habría acompañado tu madre.
—La verdad es que le pregunté si le importaba que me acompañara
Delaney. Quería ir con él. Delaney te conoce bien y quería su opinión.
—¿Me conoce bien?
—Sí. Y te quiere muchísimo. La verdad es que se ha encariñado
contigo.
—Vaya. Tendré que decirle también que lo quiero.
—Eso le gustará.
—Los dos tenéis un gusto exquisito. El anillo me encanta.
—Me alegro. Y ahora dejemos de hablar y hagamos algo más
interesante.
—Estoy de acuerdo.
Todos se levantaron temprano. Los jóvenes bajaron con ropa y calzado
para correr y salieron de la casa. Patrick, Louise y Jack se quedaron en el
porche tomando un café.
Una hora y media después estaban todos duchados y sentados en la
mesa del exterior comiendo un copioso desayuno.
—Mamá, Abby y yo queríamos hablar contigo.
—¿Sobre qué?
—Sobre la boda. Nos gustaría que te ocuparas tú de la organización.
—¿En serio?
—Por supuesto. Hiciste un trabajo extraordinario con las bodas de
todos ellos. Nosotros queremos lo mismo. Abby dice que no tiene ni idea de
lo que hay que hacer.
—Estaremos encantados de que lo organices tu todo... —añadió Abby
—. Si no es mucha molestia, claro.
—¿Molestia? Para mí será un placer ocuparme de vuestra boda.
—Queremos casarnos en nuestra casa —dijo Sean.
—Estupendo. Me gusta la idea. Además, el jardín es enorme. ¿Habéis
hablado de alguna fecha?
—No, pero queremos casarnos cuanto antes.
—¿Estáis esperando un bebé?
—¡No! —dijo Abby ruborizada—. Es él quien quiere casarse cuanto
antes, a mí no me importa esperar.
—Necesito, al menos seis meses —dijo Louise.
—Mamá, no vamos a esperar medio año.
—El mes que viene es Navidad y es complicado organizar nada en
esas fechas.
—Con todos ellos tardaste menos —dijo Sean señalando a sus amigos
—. Nos gustaría casarnos en marzo.
—A él le gustaría —añadió Abby rectificando sus palabras—, yo no
he dicho nada.
Aunque nadie parecía prestarle atención a lo que decía.
—Pero solo faltan cuatro meses para marzo.
—Tendrás que apañártelas —dijo su hijo pequeño sonriéndole.
—Tendría que ser a finales de mes. Piensa que la próxima semana aún
estaremos aquí y no podré hacer nada.
—De acuerdo, a finales de marzo. ¿A ti te parece bien? —le preguntó
Sean a Abby.
—Supongo que sí.
—Tendremos que hacerle una visita a Jane —dijo Tess.
—¿Quién es Jane? —preguntó Abby.
—Es la dueña de la tienda de vestidos de novia. Todas compramos el
vestido allí —dijo Lauren.
—Nos conoce a todas. Bueno, a ellos también los conoce porque,
excepto el novio, nos acompañaron a elegir los vestidos de todas nosotras
—añadió Ellie.
—Y Jane vino a nuestras bodas —dijo Kate—. Y también a las
despedidas de solteros.
—También tenemos que organizar la despedida de solteros —dijo
Tess.
—Tenemos cuatro meses por delante —añadió Lauren.
—Jane es una mujer fantástica y nos está muy agradecida, porque
desde que Tess compró el vestido en su tienda y los periodistas
descubrieron que era la prometida de Delaney, su negocio subió como la
espuma —dijo Louise—. Todas las mujeres de Nueva York querían
comprar allí su vestido. Ya sabes que Delaney salía en las revistas a
menudo. Al igual que el resto de ellos. Bueno, tú también has salido en una
revista con Sean.
—Sí, es cierto. ¿Y tengo que ir ya a ver los vestidos? ¿No es muy
pronto?
—Hay que hacerlo con tiempo —dijo Tess.
—Lo pasaremos estupendamente. Te va a encantar —dijo Lauren.
—La verdad es que ir a comprar ropa acompañada de estos hombres es
genial —dijo Ellie.
—Y las empleadas de Jane se lo pasan en grande —dijo Kate
sonriendo—. Jane tiene que llamarles la atención más de una vez porque se
quedan embobadas mirándolos.
—Ya fui a comprar ropa con Delaney y Tess, pero no me sentí muy
cómoda, la verdad. Eso sí, las empleadas estaban muy contentas de que él
estuviera allí.
—Seguro que fue porque Delaney no te dejó pagar nada —dijo Lauren
—. A todas nos ha pasado algo similiar.
—Pero yo no estoy acostumbrada.
—Te acostumbrarás —dijo Sean—. Además, le harás un favor a mi
hermano, porque gana tan deprisa el dinero que ya no sabe en qué gastarlo.
Todos se rieron.
Los días siguientes fueron mágicos para Abby. Pero todo lo bueno se
acababa, y unos días después volvieron a la ciudad.
El primer día de trabajo fue duro, después de pasar tanto tiempo en esa
isla paradisíaca. Mike y ella fueron al bar que había cerca de la jefatura a
comer, como hacían siempre que no disponían de mucho tiempo, porque la
comida era buenísima, servían muy rápido y los precios eran muy
asequibles. Se sentaron en una de las mesas y poco después les sirvieron lo
que habían pedido.
—Estás muy morena.
—Es lo que tiene pasar una semana en una isla privada. Y no tengo
marcas del sol. La verdad es que todas, excepto Louise, íbamos casi
desnudas.
—¿Qué tal la isla?
—Dios mío, Mike. La isla de Delaney es una verdadera maravilla.
Ella se la describió, y a continuación le habló con todo detalle de la
casa. Le estuvo contando todo lo que habían hecho en los días que
estuvieron allí.
—Entonces no es una casa normal.
—Desde luego que no lo es. ¿Crees que en la vida de Delaney puede
haber algo normal? Esa casa es una mansión. Supongo que todo lo
relacionado con ese hombre es excepcional. No puedes imaginar cómo es
su avión. Bueno uno de sus aviones, porque tengo entendido que tiene dos y
unos cuantos helicópteros. ¿Has subido alguna vez en un avión privado?
—No.
—Pues no podrías imaginártelo.
—Los he visto en películas.
—Los aviones que vemos en las películas no tienen nada que ver con
el suyo.
Abby estuvo un buen rato describiéndoselo.
—Puede que tenga suerte y me invite a ir con vosotros en alguna
ocasión.
—A Delaney no le importará que nos acompañes.
—Sucedió algo más en la isla.
—¿Sobre qué? —dijo ella colocando la mano delante de su amigo para
que viera el anillo.
—¡Joder! ¿Es lo que creo que es?
—Sí.
—¿Sean te ha pedido que te cases con él?
—Sí. Nos casaremos a finales de marzo.
—¡Dios mío! No sabes cuánto me alegro, cariño. Sean es el hombre
perfecto para ti, y tú para él.
—Eso espero.
—No lo dudes ni por un momento.
La semana siguiente después de volver de la isla Abby visitó a su
capitán en su casa después del trabajo, a pesar de haberlo visto en la
jefatura. Pero quería que su mujer estuviera presente cuando les comunicara
que estaba prometida.
Los dos se pusieron muy contentos. Tanto él como su mujer habían
conocido a Sean y sabían quien era. Y estaban completamente seguros de
que ese hombre le daría una buena vida y la haría feliz.
Otro día fue a casa de los padres de Mike, cuando estaba toda la
familia reunida, para informarles también. Albert, el padre de Mike la
abrazó muy fuerte al felicitarla. Carol, la madre, se emocionó y rompió a
llorar. Abby la abrazó para que se calmara. La primera vez que la mujer
había hablado con Sean fue en el hospital, cuando Abby estuvo ingresada, y
sabía que estaba loco por ella. También sabía que Abby se merecía lo mejor.
Y, sin duda, Sean era lo mejor.
El sábado, dos de diciembre, Logan y Kate organizaron una fiesta por
todo lo alto para celebrar el cumpleaños de su hija Taylor, que cumplía
dieciséis años. Los hombres del grupo no fueron, porque era una fiesta para
adolescentes, pero sí las mujeres, que le llevaron los regalos y estuvieron
con la niña mientras apagaba las velas.
Pero el siguiente jueves sí se reunieron todos, porque era el
cumpleaños de Carter, que cumplía treinta y cuatro años. Y se reunieron de
nuevo el viernes de la semana siguiente, porque Kate cumplía veintinueve
años. Durante esa velada Louise les informó de que ya tenían fecha para la
boda. Se casarían el treinta de marzo.
El siguiente sábado, los hombres fueron a comprar un árbol de
Navidad para la casa de Sean y Abby, después de jugar el partido con los
chavales de la escuela. Y mientras, Jack llevó a las mujeres al centro a
comprar todos los adornos de Navidad que Abby necesitaba para adornar la
casa. Sean no tenía adornos porque nunca había decorado su casa ya que
pasaba las fiestas en casa de sus padres o de su hermano.
Luego Jack las llevó a casa de Nathan, donde pasarían el resto del día.
Al día siguiente fueron todos a casa de Sean, porque las chicas habían
quedado en ayudar a Abby a decorar la casa para las fiestas de Navidad.
Jack ayudó a los hombres a colocar el enorme árbol en un macetero y se
aseguraron de que quedara recto y firme.
Cuando Abby lo vio casi le da algo. La noche anterior no habían
entrado en el salón y ella no lo había visto. El árbol medía tres metros y era
una maravilla.
—Oh, Dios mío. Es increíble. Es más grande que el de la casa de
Nathan —dijo Abby.
—Sí, sé que es un poco grande —añadió Sean sonriendo—. Pero es la
primera vez que pongo un árbol de Navidad en casa.
—Entonces, hiciste bien en comprarlo. Es precioso. Menos mal que las
chicas no me hicieron caso ayer —dijo Abby.
—¿Sobre qué?
—Sobre los adornos.
—No me digas que no los comprasteis.
—Claro que los compramos. Pero cuando estábamos comprando los
del árbol les dije que no necesitábamos tantas cosas —dijo Abby sonriendo
—. Después de ver la medida que tiene, puede que no sean suficientes.
—Si nos faltan iremos a comprar más.
Pasaron una mañana muy divertida adornando el árbol entre todos,
mientras que escuchaban villancicos. Los hombres elevaban a Brianna o a
cualquiera de las mujeres para que colgaran los adornos en las ramas
superiores. Así y todo, necesitaron una escalera para colgar los de la parte
más alta y colocar la estrella en la punta del árbol. Cuando terminaron y
encendieron las luces se quedaron todos embobados mirándolo porque
había quedado espectacular.
Poco antes de la hora de comer, los hombres fueron a tomar una
cerveza y a comprar la comida, porque las mujeres estaban demasiado
ocupadas adornando la casa como para ponerse a cocinar. Y mientras tanto,
ellas adornaron el salón, el comedor, el recibidor y la escalera. Incluso
colocaron algún detalle en la cocina. Sin olvidar el adorno de la puerta de
entrada. Cuando terminaron se sintieron muy satisfechas del trabajo, porque
todo había quedado precioso.
El veinticuatro de diciembre Carter y su familia fueron a casa de los
padres de él a pasar tres días. Nathan, Lauren y los niños también se fueron
el mismo día al rancho para pasar con el abuelo de ella y con la hermana de
Nathan unos días. El resto de los amigos pasaron las fiestas en Nueva York.
Logan las pasó en casa con su familia y con su madre, que vivía con ellos
desde que se había quedado viuda. Y Delaney y Sean las pasaron con sus
padres ya que sus mujeres no tenían familia.
Abby siempre había comido o cenado en las fechas señaladas en casa
de su capitán o de los padres de Mike. Pero esas navidades serían distintas.
El día de Nochebuena por la tarde fueron los hermanos Stanford con sus
familias a casa de sus padres y se quedarían hasta el día de Navidad por la
tarde, como hacían cada año. Por la tarde fueron al centro con los pequeños
para ver las luces de la ciudad, que eran dignas de ver, y el árbol de
Rockefeller Center.
Esa noche era cuando se colgaban los calcetines en la chimenea y
cuando volvieron a casa los colgaron con los niños.
Los mayores cenaron cuando los pequeños se acostaron. Y después de
cenar colocaron los regalos de todos debajo del árbol. El árbol de la casa de
Patrick y Louise era maravilloso, aunque el de Sean seguía siendo el más
alto de todos.
El día de Navidad le trajo a Abby muchos recuerdos. Desde que su
madre había muerto nunca había disfrutado las navidades, porque ella ya no
estaba. Pero ahora era diferente. Ahora tenía a Sean y a sus amigos. Iban a
formar una familia y estaba disfrutando de cada instante de las fiestas.
Debajo del árbol había docenas de regalos. El sábado anterior habían
ido todos al centro, sin los niños, para comprarlos. Cuando los pequeños se
levantaron abrieron los regalos y estuvieron entretenidos con los juguetes,
los cuentos y las chucherías que les había dejado Papá Noel.
Luego fue el turno de los adultos. Abby recibió un montón de regalos,
la mayoría de ellos joyas, porque sus amigos y sus futuros suegros le
dijeron que las necesitaría para las siguientes fiestas que asistiera. Y ahora
tenía un montón de joyas espectaculares de todos los colores que se
pudieran imaginar. Pero también había recibido regalos normales, como los
que ella había hecho, como un suéter de Cath, que había tejido ella; una
bolsa de deportes y un equipo completo de gimnasia de Jack; Louise le
había regalado un perfume de Channel; y sus amigas ropa, bolsos y zapatos.
A media mañana Sean y Abby fueron a casa de los padres de Mike
para llevarles los regalos y felicitarlos. Y todos les habían comprado regalos
a los dos. Y lo mismo ocurrió cuando fueron a casa de Greg, su capitán.
Luego volvieron a la casa de los Stanford para celebrar en familia la comida
de Navidad.
Logan y su familia fueron a tomar café a media tarde a casa de los
Stanford, y llegaron cargados con los regalos de los niños y de los adultos.
Al día siguiente Sean y Abby fueron a cenar a casa del capitán. Y el
día veintisiete cenaron con Mike y su familia.
El jueves veintiocho se reunieron todos los amigos en casa de Carter,
que ya había vuelto de casa de sus padres, y se marcharon a la casa que él
tenía en las montañas, como hacían cada año por esas fechas, y volverían
después de Año Nuevo.
Abby quedó fascinada cuando vio la casa. Era como estar dentro de
una tarjeta de Navidad. La casa era una cabaña de madera rústica, aunque
enorme. Estaba rodeada de árboles y todo estaba nevado. Era de película.
Había ido el grupo de amigos sin los niños. Patrick y Louise no los
acompañaron porque tenían compromisos que atender.
Abby lo pasó de muerte. Hizo un millón de fotos. Hicieron lucha de
bolas de nieve. Se lanzaron en trineo desde una pequeña colina, repitiendo
una y otra vez. Hicieron muñecos de nieve. Abby hizo todo lo que nunca
había hecho en su vida y siempre había deseado hacer. También habían
pasado tiempo jugando a juegos de mesa y hablando. Hablaron muchísimo.
Sean y ella dieron largos paseos entre los árboles, a pesar del frío que hacía,
y hablaron de sus vidas para conocerse un poco más. Y Abby se dio cuenta
de que con todos ellos se sentía feliz.
El día treinta y uno era el cumpleaños de Logan. Siempre lo
celebraban en la cabaña, excepto cuando murió su padre, que fue en las
navidades de hacía dos años, y él no los acompañó.
Esa mañana enviaron a los hombres al pueblo a comprar algunas
cosas. En realidad no necesitaban nada, pero querían adornar la casa para su
amigo, como hacían cada año, y querían que Logan no estuviera presente
mientras lo hacían. Sean se quedó con ellas para ayudarlas con los globos.
Pasaron una tarde fantástica. Prepararon la cena entre todas y antes de que
los hombres volvieran lo tenían todo listo. Incluida la tarta que Ellie le
había hecho a su amigo, una tarta espectacular.
Y cada mañana y cada noche Sean y Abby hacían el amor. Ella no
podía creerse la suerte que había tenido al encontrar a ese hombre. Bueno, a
todos, porque estaba encantada con todos ellos.
Habían sido solo unos días, pero Abby casi podría decir que habían
sido los días más felices de su vida. Aunque también pensó lo mismo
cuando volvió de la isla de Las Maldivas, se dijo sonriendo.
Cuando terminaron las fiestas, las mujeres fueron a la tienda de novias
y empezaron a mirar vestidos. El primer día, de todos los que Abby se
probó, reservaron tres que les habían gustado. Pero Jane, la dueña de la
tienda les dijo que no se precipitaran porque a finales de ese mes tenía que
recibir un pedido y tenían que ver los modelos.
Después de las fiestas, Louise también comenzó con los preparativos
de la boda. Ella y Anne, la madre de Logan, estaban trabajando juntas,
como hicieron con la boda de Logan.
A finales de enero comenzaron a preparar el jardín de la casa. Sean y
Abby procuraban no ir a casa hasta que estaban seguros de que tanto Louise
como Anne ya se habían marchado porque, si con las bodas anteriores
Louise les había parecido un sargento, ahora no era uno, sino dos sargentos.
Así que evitaban estar en casa cuando ellas estaban por allí. Y no eran los
únicos, porque ninguno de sus amigos se habían acercado tampoco desde
que habían empezado con los preparativos.
Abby se sentía genial porque no tenía que ocuparse de absolutamente
nada relacionado con la boda. Se había limitado a darle a su futura suegra la
lista de las personas que quería que asistieran a la boda, que no eran
muchas: el capitán, su mujer y sus hijos. Mike y toda su familia. Y algunos
compañeros de trabajo.
A finales de enero volvieron a ir a la tienda de novias para ver los
vestidos que Jane había recibido. Abby se probó los que pensaron que le
quedarían bien y separaron tres más.
El primer sábado de febrero todos los hombres del grupo, excepto
Sean fueron a la tienda de novias con Abby. También les acompañó Jack,
porque Abby se lo pidió. Y, por supuesto Patrick. No los había acompañado
ninguna de las mujeres porque les dijeron que querían elegirlo ellos. Y ellas
aceptaron porque sabían que el gusto de sus maridos era impecable. Aunque
Louise había insistido tanto que consiguió acompañarlos, pero con la
condición de que ella no tenía ni voz ni voto en las decisiones que ellos
tomaran.
Abby estaba segura de que las empleadas de la tienda estaban
embelesadas con todos esos hombres, y no las culpaba porque eran
espectaculares. Todos ellos se sentaron en los sofás y los sillones que había
fuera de los probadores y esperaron pacientemente.
Abby entró en el enorme vestidor, se quitó la ropa y Jane la ayudó a
ponerse el primer vestido. Luego se calzó los cómodos zapatos italianos de
tacón y salió para que la vieran.
Todos la miraron con una sonrisa porque, sin lugar a dudas, el vestido
era precioso. Pero ella miró a Delaney y vio en su expresión que no estaba
totalmente convencido. Y entonces Abby le dijo a Jane que con ese no se
sentía bien. Así que volvieron al probador.
—A mí tampoco me gustaba mucho ese —dijo Louise.
—Quedamos en que no abrirías la boca —le dijo su marido.
—Vale, no volveré a hablar.
Abby se probó uno tras otro. No había visto en el rostro de Delaney
nada fuera de lo normal cuando la examinó con cada uno de los vestidos.
Se probó el último algo preocupada, porque si ese no le gustaba a
Delaney tendría que volver a empezar con la selección de otros vestidos.
Sonrió al darse cuenta de que se probaba los vestidos para él y que su
opinión era la que más le importaba. Y la razón era que Sean y su hermano
tenían el mismo gusto respecto a todo.
Abby salió del probador cansada de tanto ponerse y quitarse vestidos.
Miró a su futuro cuñado, que la estudiaba con una preciosa sonrisa en los
labios. Y supo que ese vestido le gustaba, le gustaba mucho.
—Ese es el que mejor te sienta —dijo Louise sin poder reprimir su
entusiasmo.
—Cariño, quedamos en que nos acompañarías, pero que no podrías
opinar —le dijo su marido.
—Vale, no diré nada más. Pero creo que es el más bonito de todos.
Los hombres la miraron sonriendo.
—Mi madre tiene razón, ese es el vestido —dijo Delaney.
—Desde luego que lo es —dijo Nathan.
—Cariño, estás preciosa —dijo Patrick.
—Preciosa es quedarse corto —dijo Carter.
—Estás espectacular —añadió Logan.
—¿Creéis que le gustará a Sean? —preguntó Abby.
—Pequeña, Sean se volverá loco cuando te vea —dijo Jack
sonriéndole.
—En ese caso, este es el vestido —dijo ella completamente
convencida.
—Una buena elección. Lo había reservado para el último porque era el
que a mí más me gustaba —dijo Jane—. Bien, nos falta elegir el velo. He
recibido dos que son una maravilla.
—Veámoslos entonces —dijo Louise.
Volvieron al probador y Jane le colocó el primer velo. Y, desde luego
era maravilloso. Iba sujeto al pelo por una sencilla diadema de diamantes de
imitación. Luego se probó el otro, pero a todos les gustó más el primero.
Salieron de la tienda muy satisfechos, a pesar de que habían estado en
ella más de tres horas. Los hombres dijeron que iban a ir a tomar una
cerveza. Jack iba a llevar a las dos mujeres a casa, para que se reunieran con
las chicas, pero antes de que Louise subiera al vehículo, se acercó a su
marido y le dijo algo al oído.
—¿Qué te ha dicho la mamá? —preguntó Delaney a su padre cuando
el vehículo que llevaba a las mujeres se alejó.
—Te estás haciendo un cotilla —dijo Patrick.
—Sé que tiene algo que ver con Abby.
—Y no te equivocas. Me ha dicho que sabía que iríamos a la joyería y
que tú encargarías una diadema como la que se ha probado, pero con
diamantes.
—Qué bien me conoce.
—¿Acaso lo dudabas? Y me ha pedido que le compre las joyas que le
vayan bien con el vestido, pero que no sean muy ostentosas. Ese será
nuestro regalo de bodas.
—Perfecto. Entremos a hablar con Jane —dijo Delaney.
Cuando entraron de nuevo en el local, jane se dirigió hacia ellos con
una pequeña bolsa en la mano.
—Supongo que habéis venido a por la diadema —dijo la mujer
sonriéndoles.
—Sí.
—Sabía que lo haríais y la tenía preparada —dijo entregándole la bolsa
a Delaney.
—Muchas gracias, Jane —dijo él besándola en la mejilla.
Los hombres fueron a la joyería y Delaney le entregó al joyero la
diadema y encargó que le hiciera una igual. Delaney también lo había hecho
con Tess y quería que también la mujer de su hermano llevara joyas
auténticas y no de imitación. Y ese sería su regalo de bodas.
Y a continuación eligieron entre todos un collar, unos pendientes y una
pulsera de diamantes para que Abby los luciera el día de su boda y que sería
el regalo de los padres del novio. Eran unas joyas sencillas, al igual que lo
era Abby, pero los diamantes eran espectaculares.
Los hombres volvieron a casa a reunirse con las mujeres y con los
niños. Poco después de llegar estaban sentados a la mesa comiendo. Por
supuesto el tema de conversación durante toda la comida fue la boda y su
organización. Louise era la que más hablaba.
—En casa tenemos el jardín patas arriba —dijo Sean.
—Todos hemos pasado por esa fase —dijo Delaney mirando a su
hermano y sonriéndole.
—A mediados de mes empezarán a verse los resultados —dijo Louise.
—¿Cómo va todo? —preguntó Lauren, que ni ella ni sus amigas
habían ido a la casa de Sean desde que Louise había empezado con los
preparativos de la boda.
—La madera está instalada en los suelos y las flores de los jardines
que hay a su alrededor ya empiezan a brotar. A finales de mes el jardín
estará completamente terminado. Todas las flores serán blancas. Va a
quedar maravilloso.
—¿Ya has recibido las carpas? —preguntó Ellie.
—Sí. Están guardadas en el garaje de la casa. Sean lo ha vaciado para
que sirva de almacén. Las sillas y las mesas también están allí, al igual que
los sofás, las butacas y las mesitas de centro que irán alrededor de la carpa
destinada al baile, para que la gente que quiera se siente.
—¿De qué color será la tela de las carpas? —preguntó Kate.
—Será de seda color marfil. Y ya está instalada toda la estructura que
la sujetará. Las sillas están tapizadas en el mismo color que las carpas, al
igual que los manteles de las mesas. También han llevado las estufas de
exterior para repartirlas bajo las seis carpas donde estarán los invitados. En
otro lado del jardín estará la carpa donde se celebrará la boda.
Siguieron hablando y hablando de una cosa y otra.
Hubo un momento en el que Delaney y Abby se quedaron a solas en el
jardín mientras vigilaban a los niños.
—Quería preguntarte algo —dijo Abby.
—Dime.
—¿Nos dejarías tu isla y tu avión para ir a pasar allí la luna de miel?
—Sean me dijo que querías ir a París.
—Sí, pero he cambiado de opinión. Quiero que durante los días que
estemos de viaje se centre solo en mí.
—¿Crees que si fueseis a París no se centraría en ti? —preguntó él
sonriéndole.
—No como yo quiero. Cuando estuvimos en tu isla Sean me dijo que
quería tener un bebé cuanto antes, porque ya era mayor. Aunque yo no creo
para nada que sea mayor. En la isla no hay nada que pueda distraerlo y creo
que será el lugar perfecto para hacer un bebé, ¿no crees?
—Desde luego que sí —dijo él sonriéndole—. Y por supuesto que
podéis ir a la isla, y no solo esa vez, podréis ir siempre que queráis.
—Gracias.
—Cielo, no me des las gracias. Vas a ser mi hermana, y siempre he
deseado tener una hermana pequeña.
—A mí también me va a gustar tener un hermano mayor. Te quiero,
Delaney.
—Y yo a ti, cariño —dijo besándola en la mejilla.
El mes de febrero pasó como un suspiro. Cuando se dieron cuenta ya
había pasado la primera semana de marzo.
El día ocho fue el cumpleaños de Christian, el hijo de Delaney, que
cumplía cuatro años. Hicieron una fiesta para los amiguitos de la guardería.
Asistieron todas las amigas del grupo, y los hombres llegaron a media tarde,
a tiempo de ver al pequeño apagar las velas y abrir los regalos. Tiempo
atrás habían decidido que no dejarían los trabajos para asistir a las fiestas de
los más pequeños porque no se darían cuenta, pero con cuatro años ya era
diferente.
El segundo sábado de marzo hicieron la despedida de solteros. Y como
ya era costumbre en el grupo, asistieron tanto mujeres como hombres, y los
amigos que invitaron cada uno de ellos.
Tenían un reservado en el restaurante de Carlo, amigo de todos los del
grupo y quien les acompañó en la deliciosa cena que les habían servido, y
en el resto de la noche. Durante la cena ya bebieron más de la cuenta, pero
no les importó porque disponían de tres limusinas con chófer, dos de
Delaney y la otra de su padre y no tendrían que conducir. Todos estaban
alegres y fue una cena muy divertida. Después de la cena fueron a una
discoteca y siguieron bebiendo y bailando hasta casi el amanecer. Abby
nunca había bailado hasta que los conoció, pero ese día se desquitó y bailó
durante horas.
Cada vez que Abby salía con su grupo de amigos pensaba que ese
había sido el mejor día de su vida, pero el siguiente lo superaba. Y la
despedida superó a todos los anteriores. Y no solo sus amigos eran geniales,
sino los amigos de ellos y ellas a los que invitaron. Además de los socios de
Delaney, fueron los amigos de la universidad de Delaney y Nathan;
También los acompañaron Jane, la dueña de la tienda de novias y su
marido; Mike y sus hermanos; los empleados de Tess de la librería; Y
Henry, el maestro pastelero que trabajaba con Ellie en el obrador. Las chicas
lo dieron todo en la pista de baile, vigiladas por sus maridos y por Jack, que
no perdía de vista a ninguno de ellos.
Jack, el chófer de Patrick y otro que habían contratado llevaron a los
que pudieron a sus respectivas casas con las tres limusinas y otros se fueron
con sus vehículos.
Cuando Sean y Abby entraron casa, ella se abalanzó sobre su
prometido y lo besó de manera descontrolada, contagiándolo a él. Estaban
que no se mantenían en pie de la borrachera que llevaban. Se deslizaron
hasta el suelo del vestíbulo e hicieron el amor de manera salvaje.
—Es la primera vez que lo hago en el suelo —dijo Abby, que estaba
sentada sobre él todavía con el miembro en su interior, de forma descarada.
—Me gusta que hagas conmigo cosas por primera vez —dijo Sean
cogiéndola de la nuca y acercándola a él para devorarle la boca.
—Y también es la primera vez que lo hago estando borracha.
—Vaya, otra primera vez —dijo él riendo.
Todos asistieron al cumpleaños de Brianna, la hija mayor de Delaney y
Tess que cumplió seis años el día veinticuatro de ese mes, que era domingo.
Los tres niños mayores estaban cansados de que cada vez que Louise
estaba presente los obligara, una y otra vez a caminar por un pasillo
imaginario, practicando para cuando fueran delante de la novia. En un
principio solo iban a ir Christian, Nathalie y Liam, de cuatro y tres años,
porque Brianna ya era mayor y, además muy alta. Pero ella se impuso. Dijo
que había llevado los anillos de todos sus tíos, porque a todos los
consideraba tíos, y que también tenía que llevar los de su tío Sean. Así que
para que no hubiera problemas, irían los tres mayores: Christian, el hijo de
Delaney y Nathalie, la hija de Nathan, ambos de cuatro años, se encargarían
de ir echando pétalos de rosas. Y Brianna, la hija mayor de Delaney,
llevaría los anillos.
El lunes veinticinco comenzaron a colocar las carpas. Quedaban cinco
días para la boda. La previsión del tiempo era favorable y tendrían sol toda
la semana.
El restaurante que prepararía el menú empezó a llevar ese día las cosas
que necesitaban, como la vajilla, la cristalería, la cubertería…
El miércoles colocaron las estufas exteriores en el emplazamiento en
que debían ir. Los dos días siguientes colocaron los muebles en la carpa
destinada al baile y la tarima para los músicos. Y también las mesas y sillas
para la cena.
El viernes estaba todo prácticamente controlado. Solo faltaban, los
adornos florales para las mesas, que llevarían al día siguiente.
Ese día, Abby y sus amigas fueron a la tienda de novias, a petición de
Jane, para probarse el vestido una última vez, por si había que hacer algún
retoque. Pero le quedaba perfecto.
Capítulo 33
Estaba amaneciendo. Abby sonrió, aún sin abrir los ojos, al notar que Sean
se colocaba sobre ella y la besaba en el cuello una y otra vez. Entonces le
rodeó el cuello con los brazos y lo acercó a ella para besarlo.
—No deberías haberme despertado tan pronto, todavía es de noche —
dijo Abby cuando se apartaron el uno del otro para coger aire.
—Ya está amaneciendo.
—Tu madre me dijo que tenía que dormir al mínimo ocho horas.
—Ya dormirás después de hacer el amor. Nos quedaremos en la cama
hasta tarde.
—No puedo quedarme hasta tarde. Tengo que irme a otra habitación
antes de que llegue tu madre. Ya sabes que nos dijo que no debíamos dormir
juntos la noche antes de la boda.
—Mi madre no sabe lo que dice. No pienso dormir alejado de ti ni un
solo día del resto de mi vida, a no ser que sea por algo de vida o muerte.
Además, no se va a enterar.
—¿Y si viene a comprobarlo?
—Anoche cerré la puerta con llave.
—¿Te han dicho alguna vez que eres insaciable?
—Habló la que me ha rodeado con sus piernas para que no me aparte.
—Es que me encanta hacer el amor contigo —dijo ella moviendo las
caderas hasta que consiguió que la polla entrara en ella por sí sola.
—Umm, es una delicia tenerte dentro de mí.
—Sí que lo es. ¿Estás preparada para casarte?
—La verdad es que ya me siento como si estuviéramos casados. Si
quieres que te sea sincera, no me importaría saltarme la boda.
—¿No te hace ilusión?
—No es que no me haga ilusión, es que todos los invitados van a
mirarme y se preguntarán que haces con una mujer como yo.
—Yo creo que será al contrario. Todos me van a envidiar por casarme
contigo.
—Seguro que me voy a poner muy nerviosa —dijo ella halagada por
sus palabras—. Aunque por otra parte, me apetece caminar por el pasillo
con el fabuloso vestido que voy a llevar. Espero que te guste.
—Cariño, a mí me gustarías aunque llevaras una sábana atada al
cuello.
—Gracias —dijo ella riendo—. Y también me hace ilusión casarme en
el jardín de tu casa.
—De nuestra casa —dijo él corrigiéndola.
—Vale, de nuestra casa. Lo siento, no logro acostumbrarme.
—Pues por las noches, cuando nadas en la piscina después del trabajo,
parece que estás muy acostumbrada.
—Me encanta tu piscina.
—Gracias.
—Y me gusta mucho más cuando te bañas conmigo —dijo ella de
forma traviesa.
—Me gusta bañarme contigo. Después del trabajo es relajante
sumergirse en agua caliente y hacer el amor con una chica preciosa.
—También me encanta hacer el amor en la sauna, cuando estamos
sudados.
—¿Y tú me dices que soy insaciable? —dijo Sean riendo.
—Esta boda va a ser como en las películas. Yo caminaré con mi
precioso vestido para reunirme con el príncipe. Porque para mí eres mi
príncipe.
—Vaya, cielo. Gracias.
—Cuando volvamos del viaje de novios tendremos que enviar tarjetas
de agradecimiento a los que nos han enviado regalos. Tenemos un montón.
Algunos de ellos ni siquiera los hemos abierto. Tu madre me dio las tarjetas
para hacerlo.
—Ya lo haremos cuando volvamos, no hay prisa
—Poco después estaban dormidos.
Sean se despertó al escuchar que llamaban a la puerta. Y Abby se
incorporó preocupada por si era Louise.
—Soy Delaney.
—Te abro enseguida —dijo Sean levantándose para ponerse un
pantalón de pijama y una camiseta.
Abby se levantó rápidamente y se puso el pijama. Luego se metió en la
cama de nuevo.
—Espero no haber interrumpido nada —dijo Delaney entrando en la
habitación.
—No, ya habíamos terminado —dijo Sean.
Delaney miró a Abby y la vio ruborizarse.
—¿Qué haces aquí tan temprano? —preguntó Sean.
—¿Temprano? Son casi las once.
—¡Oh, Dios mío! —dijo Abby—. Seguro que vuestra madre sube a
buscarme.
—No te preocupes, está muy ocupada. Está volviendo loco a vuestro
jardinero. Ahora se le ha ocurrido que quería cambiar unas plantas.
—Pero si todo estaba precioso —dijo Abby.
—Míralo por el lado bueno. Mientras esté ocupada con algo, no nos
buscará —dijo Delaney.
—¿Te estás escondiendo de tu madre? —preguntó Abby sonriendo.
—Por supuesto. Carmen, vuestra ama de llaves me ha dicho que no
habéis desayunado, así que le he pedido que nos preparara el desayuno. Lo
subirá en unos minutos.
—¿Vamos a desayunar aquí? —preguntó Abby.
—Sí. No sé vosotros, pero yo no pienso bajar. Si mi madre me ve me
pondrá a hacer algo. Aquí no me encontrará —dijo Delaney.
—¿Por qué has venido? —preguntó Sean.
—Porque en mi casa no puedo estar. Tess está de los nervios con los
niños. Brianna se ha puesto el vestido que llevaría para la boda sin que Tess
se diera cuenta y lo ha manchado de chocolate. Y los otros dos estaban más
revoltosos que de costumbre. Cuando me he marchado Cath estaba
intentando lavar el vestido.
—Podías haberte quedado con los niños.
—Jack se está ocupando de ellos. Además, ha sido Tess quien me ha
dicho que me marchara. Así que he cogido el traje y he venido. Me vestiré
aquí.
Llamaron a la puerta y Delaney fue a abrir.
—Les traigo el desayuno —dijo la mujer.
—Gracias, Carmen.
Patrick entró tras ella.
—¿Qué haces aquí, papá? —preguntó Sean.
—Carmen me ha dicho que iba a subiros el desayuno y le he pedido
que subiera también para mí.
—¿Te estás escondiendo de tu mujer? —preguntó Delaney sonriendo.
—¡Por supuesto!
—Señor, ahora subiré su traje, el vestido de su mujer y la maleta que
ha traído y lo dejaré en su habitación— dijo la mujer a Patrick.
—Muchas gracias, Carmen
La mujer abandonó el dormitorio y los cuatro se acomodaron en la
cama con la bandeja entre ellos.
—Esto me recuerda a la boda de Delaney —dijo Sean.
—¿Qué pasó en su boda? —preguntó Abby.
—Lo mismo que está pasando aquí. Delaney y Tess estaban en la cama
a punto de desayunar cuando llegué y me uní a ellos —dijo Sean.
—Y poco después llegué yo. Ninguno de nosotros quería bajar a la
planta baja porque mi mujer estaba dando órdenes a diestro y siniestro —
dijo Patrick. Los cuatro se rieron—. Por cierto, Delaney, ¿qué haces aquí?
—Huyendo de mi mujer —dijo él sonriendo—. Se ha quedado
organizando la ropa de ella y de los niños. Vendrán a la hora de comer.
—¿Estás nerviosa? —preguntó Patrick a su futura nuera.
—Un poco. No estoy acostumbrada a eventos de este tipo. Y menos
aún siendo yo uno de los protagonistas principales.
—No tienes que preocuparte. Solo tienes que centrarte en ti y en Sean.
Hoy es vuestro día. Los demás no importan.
—Para mí sí que importan. Me refiero a todos vosotros. Sois muy
importantes para mí.
—Y tú para nosotros, cariño. Louise y yo siempre deseamos tener
hijas, pero no lo conseguimos. Cuando Tess se casó con Delaney pasó a ser
como nuestra propia hija, y también lo eres tú. Mi mujer y yo hemos dicho
muchas veces que hemos tenido mucha suerte de que nuestros hijos hayan
encontrado a mujeres como vosotras.
—Gracias, Patrick.
Cuarenta y cinco minutos después llamaron a la puerta y Louise entró
sin esperar que le dieran permiso para entrar.
—Sabía que estaríais aquí. Acaban de llegar Tess y los niños. Y me ha
dicho que el resto del grupo estarán aquí en media hora. Vamos a comer
todos juntos y luego acostaremos a los pequeños para que duerman la siesta.
Y mientras tanto. Nos ducharemos las mujeres y nos maquillaremos.
Excepto Abby que tomará un baño relajante. Por cierto, Abby, ¿no habrás
dormido aquí?
—Por supuesto que no.
—Buena chica. Vestíos y bajad. Van a venir todas vuestras amas de
llaves para echar una mano con los niños, pero puede que necesiten algo de
ayuda.
—De acuerdo —dijo Sean.
—No tardéis.
—Bajamos enseguida, mamá —dijo Delaney.
—Era mucho esperar que no viniera a buscarnos —dijo Patrick.
—Qué vergüenza, le he mentido —dijo Abby.
—No le des importancia —le dijo Sean.
—Acabamos de desayunar, no vamos a poder comer —dijo Abby.
—Comeremos lo que nos apetezca. Nadie se dará cuenta si comemos
más o menos —dijo Sean besándola antes de salir de la cama.
Comieron todos juntos, incluidos los niños. Había tanto alboroto que
Abby casi pudo olvidarse de que era el día de su boda y de lo nerviosa que
estaba. Y Brianna había sido la que lo estaba consiguiendo, porque estaba
sentada al lado de Abby y le contaba cosas del colegio, de sus amigos y de
sus tíos.
Después de la comida acostaron a los pequeños y los adultos tomaron
un café tranquilamente. Hasta que Louise le dijo a Abby que tenía que subir
a su habitación para empezar a prepararse.
Todas sus amigas subieron con ella. Mientras Abby tomaba un baño
relajante, sus amigas estaban en sus habitaciones duchándose.
Luego todas ellas llevaron sus vestidos al cuarto de Abby porque iban
a vestirse allí, después de que las maquillaran las dos esteticistas que habían
ido y las peinaran los dos peluqueros.
Abby disfrutó de ese momento. Fue uno de los más divertidos que
había pasado con sus amigas. Todas contaban anécdotas del día de su boda.
Los hombres fueron a sus habitaciones a ducharse y arreglarse.
Cuando Patrick terminó de vestirse fue al cuarto donde estaban las
mujeres. Llamó a la puerta y Tess le abrió.
—Patrick, estás guapísimo —dijo su nuera.
—Gracias, cariño.
—Aunque no deberías estar aquí.
—Solo he venido a darle algo a Abby. Me marcharé enseguida.
—Vale. Pasa.
—Abby, tu suegro quiere darte algo —dijo Tess.
La chica se acercó a él. Ya estaba peinada y maquillada, y llevaba una
bata de seda.
—Hola, Patrick.
—Hola, cielo. Estás guapísima.
—Gracias.
—Louise y yo hemos comprado algo para que lo lleves hoy.
—No teníais que haber comprado nada.
—Cariño, ya eres nuestra hija y queremos hacerte un regalo —dijo
Louise.
Patrick abrió el estuche y Abby miró lo que había en su interior, y las
lágrimas acudieron a sus ojos.
—Ni se te ocurra llorar —dijo Louise.
—Es precioso, todo es precioso —dijo Abby abrazándolos a los dos y
esforzándose por mantener a raya las lágrimas.
Patrick le abrochó el collar mientras ella se ponía los pendientes.
Luego le abrochó la pulsera y se miró en el espejo.
—Me encanta vuestro regalo. Muchísimas gracias —dijo abrazando a
Patrick de nuevo, con cuidado de no mancharlo con el lápiz de labios.
Luego abrazó a Louise.
—Ya me marcho. Te veo luego —dijo el hombre abandonando el
dormitorio.
Unos minutos después volvieron a llamar a la puerta. Jane estaba
poniéndole el vestido a Abby. Louise abrió la puerta.
—Hola mamá. Estás guapísima —dijo Delaney mirándola de arriba
abajo.
—Gracias, hijo. ¿Qué haces aquí?
—He venido a traer algo a Abby. ¿Está ya vestida?
—Están en ello. Espero que sea la diadema —dijo ella en voz baja.
—Sí, es la diadema.
—Anda, pasa.
—Vaya, estáis todas guapísimas —dijo mirando a su mujer y a sus
amigas. Abby estaba en un rincón de la habitación. Llevaba puesto el
vestido, pero aún no se lo habían abrochado.
—Abby, mi hijo ha venido a darte algo —dijo Louise.
—Sean no puede verme con el vestido.
—No es Sean.
Abby se dio la vuelta y vio a su cuñado. Lo miró de arriba abajo y le
sonrió.
—Estás preciosa, cielo —dijo Delaney acercándose a ella.
—Gracias. Tú estás impresionante.
—He venido a traerte algo que necesitarás en unos minutos.
—¿Qué quieres decir con que necesitaré?
—Cuando fuimos a elegir el vestido de novia, después de que os
marchárais, volvimos a entrar en la tienda de Jane y le pedí la diadema que
habías elegido para el velo.
—¿Para qué le pediste la diadema?
—Porque no podía permitir que la mujer de mi hermano, que ya
considero mi hermana, llevara unos diamantes falsos.
—Delaney, ¿qué has hecho? —dijo Abby pensando en la cantidad de
diamantes que llevaba la diadema que habían elegido para el velo.
—Lo que debía hacer —dijo él abriendo el estuche que llevaba en la
mano.
—¡Por Dios bendito! —dijo Abby al ver como brillaban las piedras
preciosas—. Delaney, sé que tienes mucho dinero.
—Mucho no, tengo muchísimo —dijo él sin dejar que siguiera
hablando.
—De acuerdo, muchísimo, señor Arrogante. Pero no tenías que
gastarte una fortuna en mí.
—Cariño, tú eres una de las personas más importantes de mi vida. Vas
a ser la mujer de mi único hermano, así que tendrás que acostumbrarte a
que te haga regalos. Te quiero, cielo.
—¡No, no, no! Ni se te ocurra llorar ahora. Vamos con el tiempo justo
—dijo Louise.
Pero Abby no pudo contener las lágrimas. Sus amigas e incluso su
suegra se emocionaron también. Abby se abrazó a Delaney y él la rodeó
con sus brazos.
—Muchas gracias. Yo también te quiero —le dijo ella al oído.
—Delaney, le estás arrugando el vestido —dijo su madre.
—Lo siento. Me voy, no quiero enfadar a mi madre. Te veré luego.
—Sí. Asegúrate de que tu hermano no se arrepienta de casarse
conmigo y se marche. No podría soportarlo.
—Cariño, Sean está loco por ti. Y está impaciente por casarse contigo.
—Será mejor que te vayas o llegaré tarde —dijo Abby con los ojos
brillantes por las lágrimas retenidas.
—Sí —dijo él besándola en la mejilla.
Cuando Delaney abandonó la habitación, Abby le pidió un par de
minutos a la esteticista antes de que le retocara el maquillaje para relajarse.
Se acercó a la ventana y miró hacia el jardín. Y entonces volvió a
emocionarse al ver a Sean con su padre, su hermano y el resto de los
amigos del grupo.
Sin saber la razón, Sean tuvo la imperiosa necesidad de mirar hacia la
ventana de su habitación. Y entonces vio a Abby. A pesar de la distancia,
estuvieron mirándose unos segundos. Y eso fue lo único que necesitó ella
para tranquilizarse. Le envió un beso a Sean con la mano y se apartó de la
ventana.
—Ya puedes retocarme el maquillaje. Lo siento —dijo Abby
sentándose en la butaca.
—No te disculpes, nadie podría resistirse a abrazarse a un hombre
como ese —dijo la esteticista.
—Desde luego que no.
La chica le retocó el maquillaje y a continuación Jane le abrochó el
vestido.
Cath entró con una botella de champán que acababa de abrir Jack en la
cocina y copas para todas los que estaban en la habitación. Tomaron una
copa para felicitar a la novia. Luego le retocaron los labios a Abby de nuevo
y el peluquero le colocó la preciosa diadema que sujetaba el velo.
Abby se miró en el espejo del dormitorio y se quedó atónita al ver su
reflejo. Nunca en la vida se había visto tan preciosa. Parecía una princesa.
En ese momento deseó que su madre estuviera allí con ella y la viera con
ese precioso vestido. Y sobre todo, que viera al maravilloso hombre con
quien iba a casarse.
Unos minutos después estaban todas bajando la escalera.
Los invitados habían empezado a llegar quince minutos atrás. Faltaban
diez minutos para la hora de la boda. Abby estaba en la entrada de la casa
con sus amigas. Jack no se movía de la puerta para evitar que ningún
invitado entrara en la casa y viera a la novia. Poco después Jack abrió la
puerta.
—Abby, ya es la hora.
—Gracias, Jack.
—Felicidades, cariño —dijo el hombre besándola en la mejilla.
—Muchas gracias.
Louise y las chicas salieron al porche. Los niños estaban esperando en
el jardín. Louise les dio a los dos pequeños las cestas con los pétalos de rosa
blancos. Y a Brianna le entregó la bandejita con una pequeña almohada
plana donde reposaban los anillos.
—Cariño, ten cuidado de que no se caigan los anillos.
—Abuelita, ya lo sé, no soy una niña. Y lo he hecho muchas veces.
—Sí, ya sé que eres mayor —dijo Louise sonriéndole.
Abby se colocó detrás de los niños junto a Greg Nolan, su capitán, que
sería su padrino. Ese hombre había sido como un padre para ella desde que
tenía doce años. Él fue quien la sacó de su casa cuando estaba abrazada a su
madre muerta. Él fue quien la había llevó tres veces a la semana al
psiquiatra cuando aún era una niña. Y Abby pensó que él era quien debía
llevarla al altar. El hombre se emocionó cuando le pidió que fuera su
padrino.
Las chicas colocaron el velo para que quedara perfectamente sobre el
vestido.
Cuando la música comenzó a sonar, los dos pequeños empezaron a
caminar y cuando llegaron al pasillo que llegaba hasta donde estaba el
sacerdote, comenzaron a echar los pétalos al suelo. A continuación les
siguió Brianna, con su precioso vestido de princesa, que estaba impecable
porque Cath consiguió quitar la mancha. Abby y su capitán empezaron a
caminar tras ella.
Mientras caminaba, Abby pensaba que se iba a casar en el jardín de su
casa. Iba a ser una boda sencilla y romántica. Una boda perfecta.
Sean miró a su sobrino Christian y a Nathalie, la hija de Nathan y
sonrió. Luego miró a su sobrina Brianna y se emocionó. Y por fin centró la
mirada en Abby. La miró como si acabaran de regalarle las llaves del cielo.
Era la mujer más preciosa que había visto en su vida. Ella le había dicho
que él era su príncipe, pero Abby parecía una princesa en ese momento.
—Está preciosa, ¿verdad? —dijo Sean a su hermano sin apartar la
mirada de ella.
—No está preciosa, es preciosa —dijo Delaney corrigiéndolo.
—Sí que lo es. Gracias por la diadema. Es una maravilla.
—Ella se merece eso y mucho más.
—Es cierto.
Cuando Abby y su capitán llegaron hasta ellos, el hombre la besó en la
mejilla.
—Cuídala —le dijo el hombre a Sean.
—Puedes estar seguro de que lo haré.
Greg la dejó junto a su prometido y se dirigió a la silla que había junto
a su mujer.
El sacerdote habló unos minutos sobre el matrimonio. Luego les pidió
que pronunciaran sus votos.
—Nunca pensé que me casaría, era algo que jamás me había
planteado. Y tampoco pensé que un día me enamoraría. Sin embargo, en el
instante en que te vi por primera vez comencé a enamorarme. Y desde el
momento no pude pensar en nada que no fuese pasar el resto de mi vida
contigo. Mi vida siempre fue triste y oscura, pero tú has conseguido que
poco a poco brillara de nuevo y me has dado lo que nunca pensé que podría
tener. Te quiero, Sean. Te quiero más que a nada en el mundo.
—Si por mí hubiera sido te habría pedido en matrimonio mucho antes,
porque creo que me enamoré sin conocerte, simplemente por lo que me
habían hablado de ti. Aunque, de todas formas, el matrimonio no me parece
suficiente para demostrarte lo que significas para mí. Sé que los votos son
una promesa, pero lo que yo necesito es la garantía de que pasarás a mi lado
cada día del resto de mi vida. Quiero que el corazón me lata al mismo ritmo
que el tuyo y que se detenga cuando lo haga el tuyo. Porque sé que ya no
podría vivir sin ti. Te quiero, Abby. Te quiero muchísimo.
Detrás de ellos había mucha gente secándose las lágrimas por las
palabras que habían pronunciado.
Cuando el sacerdote les declaró marido y mujer Sean la sujetó de la
nuca y la besó de manera desenfrenada. Se oyeron los silbidos de sus
amigos y los aplausos de algunos de los invitados.
Durante la ceremonia estuvieron haciéndoles fotos para una revista,
que tenía la exclusiva de la boda.
Sus familiares y amigos se acercaron para felicitarlos. Luego firmaron
el acta de matrimonio.
Mientras tanto, los invitados estaban tomando champán, esperando a
los novios.
Luego pasaron a la carpa donde se serviría la deliciosa cena que habían
contratado para la ocasión. La cena fue espectacular, como era de esperar.
Después de la cena llevaron a la mesa de los novios la increíble tarta
que Ellie y Henry, el maestro pastelero que trabajaba con ella, habían
preparado. Los novios cortaron el primer trozo de la maravillosa tarta y a
continuación la retiraron de la mesa y la llevaron a otra donde se servirían
los platos. Sirvieron la tarta y tomaron café para acompañarla. Luego
sirvieron champán y las bebidas que quisieron tomar los invitados.
Delaney se levantó para decir unas palabras como hermano y padrino
del novio.
—He de reconocer que antes de que Abby se cruzara en la vida de mi
hermano, estaba preocupado por él. Ya tenía cierta edad y seguía saliendo
con diferentes mujeres. Nunca había tenido una relación seria y pensé que
jamás sentaría la cabeza. También he de reconocer que cuando conocí a la
que ahora es mi cuñada, no me cayó muy bien. Nada bien, de hecho —dijo
Delaney mirando a Abby y sonriéndole—. Hasta que realmente la conocí y
supe cómo era. Abby es una mujer excepcional y mi hermano tiene suerte
de haberla encontrado. Aunque también ella ha tenido suerte, porque Sean
es el mejor hombre que conozco. Abby ha tenido una vida dura, pero mi
hermano se la compensará, y también yo, y mi familia y nuestros amigos.
Me alegro de que ahora seas mi hermana. Por Sean y Abby —dijo Delaney
levantando la copa de champán.
—Por Sean y Abby —dijeron los invitados levantando sus copas.
Delaney se sentó y abrazó a Abby, que la tenía a su lado.
De la carpa donde habían cenado pasaron a la de baile. La orquesta
estaba preparada para el primer vals que los novios bailarían. Cuando la
música comenzó a sonar Sean cogió a Abby de la mano y la llevó al centro
de la pista. Y bailaron como si solo estuvieran ellos dos, sin apartar la
mirada el uno del otro.
Después de ese tema salieron a bailar los invitados.
Abby bailó con su suegro, con Delaney y con todos sus amigos. Luego
bailó con Ryan, que había venido de Atlanta para la boda y con Jules, el
otro médico amigo del grupo y que ella aún no conocía. Bailó con los
socios de Delaney y con los amigos de Delaney y de Nathan de la
universidad. También con Carlo, con Rick, el cuñado de Nathan y con casi
todos los invitados.
Tanto a ella como a Sean les habría gustado bailar más temas juntos,
pero todos querían bailar con los novios. Así que tuvieron que conformarse
con el primer baile y con el último de la velada. Velada que dieron por
finalizada cuando Jack les informó que el avión de Delaney les esperaba en
el aeropuerto listo para despegar en una hora y media.
Entonces subieron al dormitorio a cambiarse.
—Me da lástima sacarme el vestido. ¿No crees que es precioso?
—Sí, es una maravilla. Pareces una princesa.
—Eso he pensado yo también.
—Podrás ponértelo cada vez que quieras. Yo estaré encantado de
quitártelo, como voy a hacer ahora.
—No estarás pensando en hacer el amor, ¿verdad?
—No, y no porque no me apetezca. He de admitir que era lo que tenía
planeado hacer, pero nos han entretenido con tanto baile y se nos ha hecho
tarde. Tenemos el tiempo justo para llegar al aeropuerto.
—Yo estoy cansadísima. Habré bailado con más de cincuenta hombres.
Desabróchame el vestido.
—Encantado.
Sean se lo desabrochó y se lo bajó, besándola en el hombro.
—Hueles de maravilla.
Luego le sacó la diadema. El peluquero le había sacado el velo después
de la cena para que pudiera bailar cómoda, pero le había puesto a
continuación la diadema en el pelo.
—Es preciosa, ¿verdad?
—Sí, mi hermano tiene mucho gusto para las joyas.
—Yo creo que Delaney tiene mucho gusto para todo.
—Tienes razón.
Sean se quedó contemplándola con la ropa interior blanca. Deseó que
tuvieran tiempo, pero tenían que salir para el aeropuerto ya. Se cambiaron
de ropa, se pusieron un vaquero, una camiseta y una cazadora encima. Ya
tenían el equipaje en el coche.
Cuando bajaron, sus amigos y los padres de Sean los esperaban en la
entrada de la casa. Se despidieron de todos ellos.
Jack los llevó al aeropuerto. Los felicitó de nuevo y se marchó tan
pronto subieron en el avión.
Se sentaron en los sillones, uno al lado del otro y se abrocharon los
cinturones para el despegue.
—Sé que estás muy cansada. ¿Quieres que nos acostemos a dormir
cuando despeguemos?
—Es cierto que estoy cansada, pero esta es nuestra noche de bodas y
quiero hacer el amor en las nubes.
—Eso me gusta. Y me muero por sacarte la ropa interior tan sexy que
llevas.
—La compré expresamente para esta noche.
—Ahora ya eres completamente mía.
—¿Tú eres mío?
—Por supuesto.
—Tenemos que empezar a practicar para hacer un bebé —dijo ella
acercándose a él para hablarle al oído.
—¿Qué?
—Hace unos días fui a la consulta de Carter y le dije que queríamos
tener un bebé cuanto antes. Me hizo una revisión y desde entonces no tomo
anticonceptivos.
—¿Hace unos días? Pero hemos hecho el amor a diario, y no solo una
vez.
—Lo sé. En realidad puede que ya esté embarazada. Pero debemos
esforzarnos, por si no lo estoy.
—¿En serio quieres tener un bebé?
—Sí.
—No sabes lo feliz que me has hecho.
—¿Por qué te crees que te dije que quería ir de luna de miel a la isla?
—No lo sé.
—Porque allí no podríamos distraernos y nos centraríamos el uno en el
otro.
—Cariño, yo estaría centrado en ti en cualquier parte que
estuviéramos.
—Lo sé. Pero en la isla estaremos solos y podremos hacer el amor en
cualquier parte y a cualquier hora.
—Tu descaro aumenta por momentos.
—Me dijiste que te gustaba que fuera descarada.
—Y me gusta.
Tan pronto la azafata les dijo que podían desabrocharse los cinturones,
Sean se levanto y le tendió la mano a su esposa para que se levantara.
—Vamos a la cama, señora Stanford. Hagamos ese bebé —dijo él
llevándola hacia el dormitorio.
—Señora Stanford. Vaya, suena realmente bien. Me hace mucha
ilusión hacerlo entre las nubes. Bueno, en realidad me hace ilusión hacerlo
en cualquier sitio.
—Estupendo, porque te voy a follar en cada rincón de la casa y de la
isla. Y, por supuesto, también en el mar.
—Va a ser una luna de miel fantástica.
—Yo me ocuparé de que lo sea. Por cierto, ¿cuánto tiempo tiene que
pasar para saber si estás embarazada? —preguntó cuando cerró la puerta del
dormitorio tras ellos.
—Supongo que ya podría saberlo. Pero es mejor que esperemos.
Prefiero que actuemos como si no lo estuviera. Me atrae mucho la idea de
hacer el amor durante todo el día y toda la noche, y de forma descontrolada.
Sean soltó una carcajada.
—Te aseguro que cuando abandonemos la isla estarás embarazada.
—Desde luego, la arrogancia viene de familia.
—Yo no soy arrogante.
—Por supuesto que lo eres, al igual que tu hermano.
—Algo se me tenía que pegar de él. Recuerda que yo también soy un
Stanford.
—Desde luego que eres un Stanford.
Sean empezó a desnudarla y la echó sobre la cama solo con la ropa
interior. Luego comenzó a desnudarse él.
—Con nuestra boda hemos cerrado el círculo de amigos —dijo ella sin
dejar de mirarlo y viendo como la ropa iba desapareciendo de su cuerpo—.
Tú eras el último que quedaba soltero.
—Sí, tienes razón. Hemos formado un grupo fantástico. Los hombres
hemos tenido mucha suerte al encontraros —dijo Sean echándose sobre ella
y apoyándose en los antebrazos.
—Las mujeres también hemos tenido suerte. ¿Acaso crees que los
hombres como vosotros abundan? Bien, dejemos de hablar que tenemos
muchas cosas que hacer.
—¿Qué cosas?
—Fabricar un bebé, ¿te parece poco? —dijo ella rodeándole el cuello
con los brazos y besándolo con desesperación—. Te quiero, Sean.
—Y yo a ti, cielo. Muchísimo.