0% encontró este documento útil (0 votos)
60 vistas56 páginas

Bender, T. La Gran Guerra y La Revolución Estadounidense

Cargado por

nicojeannot
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
0% encontró este documento útil (0 votos)
60 vistas56 páginas

Bender, T. La Gran Guerra y La Revolución Estadounidense

Cargado por

nicojeannot
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 56

HISTORIA DE

LOS ESTADOS UNIDOS


una nación entre naciones

thomas bender

~ siglo veintiuno
~editores
2. La "gran guerra"
y la revolución estadounidense

La Declaración de la Independencia, promulgada por las trece co-


lonias en 1776, marcó un hito: fue la primera vez que un pueblo reclamó
formalmente y con éxito su derecho a independizarse del poder imperial que
Jo había gobernado hasta entonces. 172 Desde el año 1500 la historia parecía
marchar en la dirección contraria, es decir, hacia la acumulación de territorios
o concesiones. Si bien el mundo océano invitaba a las disputas globales por
más territorio, comercio y poder, esas luchas también crearon las condiciones
para el éxito -y lo explican- de la audaz pretensión planteada por ·los norte-
americanos británicos de establecer una "base separada e igual". Y esa fue la
propuesta que los revolucionarios "presentaron a un mundo sincero" aquel 4
de julio.
Como se recuerda con frecuencia, Carl Becker hizo notar en 1909 que la
revolución estadounidense fue un combate doble: por un gobierno local y
por quién llevaría las riendas de ese gobierno. 173 En realidad se trató de una
triple competencia: fue parte de una guerra global entre las grandes potencias
europeas, fue una lucha por la independencia norteamericana y fue un con-
flicto social dentro de las colonias. Quiero poner el acento aquí en la primera
y más extendida de las tres luchas, porque se sabe poco de ella y fue de gran
importancia, como lo reconoció alguien tan contemporáneo como James Ma-
dison. Tras las puertas cerradas de la Convención Constitucional de Filadelfia,
Madison señaló que a lo largo de la historia las grandes potencias habían pro-
curado destruirse recíprocamente, a menudo para beneficio de otras naciones
más débiles:

Cartago y Roma se hicieron pedazos entre sí en lugar de unir fuerzas


para devorar a las naciones más débiles de la Tierra. Las Casas de
Austria y de Francia fueron mutuamente hostiles mientras constitu-
yeron las grandes potencias de Europa. Inglaterra y Francia hereda-
ron de aquellas la preeminencia y la enemistad. Tal vez debamos a este
principio nuestra libertad. 174
74 HISTORIA DE LOS ESTADOS UNIDOS

La hipótesis de Madison, suponiendo que la consideremos seriamente, nos


invita a redefinir el marco de la historia de la revolución y a extender tanto la
cronología como la geografía del contexto explicativo.
La lucha entre Inglaterra y Francia por la hegemonía en Europa y la ri-
queza del imperio se desarrolló en una escala global entre 1689 y 1815. El
prolongado ciclo de guerras entre las dos fuerzas fue conocido como la
"gran guerra" hasta que los estadounidenses, al llamar del mismo modo a
la Primera Guerra Mundial, lo relegaron al lugar de primera gran guerra. Las
colonias británicas de Norteamérica se mantuvieron prácticamente al mar-
gen de aquellas guerras pero cosecharon algunos beneficios de ese conflicto
más amplio, y el más valioso fue su independencia. Sin embargo, las dispu-
tas globales también les depararon dificultades: los grandes imperios ftjaron
regulaciones al comercio, y las alianzas cambiantes y las estrategias navales
hicieron que el intercambio oceánico -que había sido la principal fuente de
ingresos- se volviera peligroso e incierto. Cuando los franceses se retiraron
de Canadá, como consecuencia de la guerra de los Siete Años (1756-1763),
los colonos celebraron la nueva seguridad; pero pronto surgieron otras fuen-
tes de inestabilidad: los norteamericanos se envalentonaron y los ingleses
comenzaron a preocuparse por la administración y el costo de un imperio
que se estaba extendiendo demasiado.
Una vez asegurada su independencia mediante el Tratado de París (1783),
los Estados Unidos, que por entonces contaban con una gran marina mer-
cante, buscaron el reconocimiento internacional como una potencia neutral
del mundo oceánico. Las ganancias del comercio global podían ser -y a veces
eran- considerables, como también lo eran los riesgos. Con excesiva frecuen-
cia, los británicos o los franceses les negaban la posibilidad de comerciar con
el resto de las naciones. Las dificultades se hicieron evidentes durante las dos
primeras guerras que enfrentó la nueva república norteamericana, ambas con
el propósito de proteger su comercio: la primera, contra los estados bereberes
de Argelia, Marruecos, Trípoli y Túnez (1801-1805), y la segnnda, más peligro-
sa, contra la propia Gran Bretaña (1812-1815). Sin la protección británica en el
Mediterráneo oriental, protección que habían perdido con la independencia,
los barcos estadounidenses eran presa fácil en las aguas patrulladas por piratas
que tenían su base en el norte de África. 175 La segunda guerra se libró después
de décadas de dificultades en un mundo oceánico dominado por las grandes
potencias; la situación se volvió intolerable cuando las guerras napoleónicas al-
canzaron su apogeo. La presencia continua de la rivalidad franco-británica en
los asuntos locales y extranjeros de la nueva nación restringía la práctica de su
independencia, y las reacciones de los norteamericanos ante la presencia y los
enredos extranjeros influían permanentemente sobre la política y la econo-
mía del país. La rivalidad entre las grandes potencias, que había contribuido a
LA "GRAN GUERRA" Y LA REVOLUCIÓN ESTADOU,NIDENSE 75

que los Estados Unidos alcanzaran la independencia y la libertad, terminó por


amenazar la supervivencia misma de la vulnerable república.
La mayor parte ~e los historiadores- de la revolución -y de la nueva nación
_han soslayado este contexto internacional. Por ejemplo, Edmund Morgan,
uno de los más distinguidos historiadores de la Norteamérica colonial, en su
admirado libro El nacimiento de la república (1956, 1977, 1992), cuando sitúa la
escena con una descripción de la batalla de Lexington Green, donde el 19 de
abril de 1775 sonó el "disparó que se oyó en el mundo entero", el contexto
más amplio que describe es la historia de la "búsqueda de principios de los
estadounidenses". Gordon Wood, otro historiador destacado de la época, pre-
senta la crisis de la década de 1760 como una súbita intrusión inglesa en una
empresa colonial sostenida en virtud de una "benévola negligencia". "Inglate-
rra lanza la estocada de su poder imperial" en una sociedad que había llegado
a desarrollar sus valores y prácticas sociales distintivas y esto "precipita una
crisis dentro de un imperio organizado sin mucho rigor". 176
Esta manera de enfocar las cosas no tiene nada de malo, pero la narrativa
tiene una perspectiva tan estrecha -concentrada principalmente en los ingle-
ses y la constitución imperial- que oscurece el contexto general, el cual, entre
otras cosas, alentó a los colonos a expandir sus reivindicaciones retóricas de
"los derechos de los ingleses" a "los derechos del hombre". 177 Sólo reclamando
estos derechos y declarando la independencia podían los norteamericanos es-
perar el apoyo extranjero que necesitaban para alcanzar el éxito. 178 El enfoque
tampoco nos permite ver lo que parecía obvio para un europeo de entonces,
es decir que, como escribió el historiador francésjacques Godechot, una gue-
rra civil se transformó rápidamente en una guerra internacional con implica-
ciones globales, que se peleó en una escala global, desde el lago Champlain
a las Indias Occidentales, desde el sur de Inglaterra hasta el cabo de Buena
Esperanza y la costa Coromandel en la India. 179
Los estadounidenses de aquella época eran más conscientes de estas impli-
caciones internacionales de lo que lo han sido los historiadores desde enton-
ces. En 1777, antes de que las colonias sellaran su alianza con Francia, algunos
norteamericanos se preguntaban si ei;a razonable, y hasta moralmente justo,
arrastrar a Francia a un conflicto que con seguridad se extendería hasta trans-
formarse en una guerra entre potencias europeas. 180 En realidad, no había
necesidad de que se inquietaran. Como bien sabía Madison, Francia tenía sus
razones: vengarse de la victoria inglesa en la guerra de los Siete Años fue un
motivo decisivo; pero los franceses también temían que si los ingleses y los
estadounidenses zanjaban sus diferencias, planearan un ataque conjunto a las
posesiones francesas en las Indias Occidentales.
Para los contemporáneos de otras partes del mundo, estaba claro que la re-
volución de los Estados Unidos formaba parte de una secuencia más larga de
76 HISTORIA DE LOS ESTADOS UNIDOS

guerras globales entre Francia e Inglaterra. 181 Las batallas que enfrentaron a
estos dos países entre 1778 -cuando Francia se alió con los rebeldes norteame-
ricanos- y 1783 alcanzaron todos los continentes, y los principales objetivos
franceses no estuvieron en Norteamérica sino en otros sitios. Es probable que
en la década de 1770 el francés medio tuviera una idea más clara de T.urquía
y de la India que de las colonias británicas norteamericanas. 182 Los franceses
querían recuperarse de las pérdidas de la guerra de los Siete Años, que, desde
su punto de vista, había conferido demasiado poder a Gran Bretaña y desequi-
librado la relación de fuerzas en Europa; estaban ansiosos por reconquistar la
influencia que habían tenido en la India y en los centros del tráfico de esclavos
de Gorée y el río Senegal.
Estas ambiciones de los franceses explican el apoyo que brindaron a los
rebeldes norteamericanos y la ayuda secreta a los revolucionarios organizada
por el dramaturgo Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais. Cuando su nueva
obra teatral El barbero de Sevilla subió a escena, y antes de que existiera ninguna
alianza formal entre Francia y los rebeldes, Beaumarchais ya había estado en-
viando copiosos fondos de la Corona francesa a los norteamericanos. Aunque
en apariencia obraba por la simpatía que le despertaba el republicanismo nor-
teamericano, el motor principal del movimiento que encabezó fue el deseo de
vengar las derrotas anteriores de los franceses ante Inglaterra. El marqués de
Lafayette inicialmente se sumó a la lucha estadounidense por la gloria de la
causa y por "aborrecimiento a los ingleses". 183
Pero la Norteamérica británica no fue el principal teatro de esta guerra. En
1779, por ejemplo, el ejército francés apiñado en quinientos barcos españoles
en un esfuerzo conjunto por invadir Inglaterra era mucho más numeroso que
el comandado por Washington en América. (La tropa más numerosa que Wa-
shington tuvo a su cargo fueron seiscientos soldados en Yorktown, la mitad de
los cuales eran franceses.) España-aliada con Francia, aunque no formalmente
con los norteamericanos- había concentrado sus esfuerzos en Gibraltar, región
que había perdido contra Inglaterra en 1704. El plan de emprender una inva-
sión a gran escala, que tenía mucho de comedia de enredos, fue suspendido a
tiempo. 184 Cuando la guerra terminó con una serie de tratados separados en
1783, los franceses celebraron el resultado "no tanto porque los Estados Unidos
eran independientes sino porque Inglaterra había sido humillada" .185 Pero esto
sólo había ocurrido en Norteamérica. Los británicos estaban obteniendo triun-
fos en todas partes del mundo, y esta verdad -mayor que la simple victoria de los
norteamericanos en Yorktown- determinó los términos de la paz. Ni Francia ni
España habían alcanzado los objetivos bélicos iniciales y Gran Bretaña emergió
de la guerra con pleno dominio de los mares y aún más poderosa que antes. 186
Podría decirse que el comercio global implica guerras globales; no obstan-
te, esta aparente obviedad sólo llegó a ser verdad en la práctica cuando las
LA "GRAN GUERRA" Y LA REVOLUCIÓN ESTADOU~IDENSE 77

reglas de la guerra y el manejo de los estados sufrieron una transformación


radical entre los siglos XVII y XVIII. En 1559, España y F.rancia habían acor-
dado que los conflic~os qué ocurrieran ~'más allá de la línea" que para ambos
países marcaba el límite de Europa (y que se extendía hasta las islas Azores)
no serían tomados como fundamento o razón para iniciar hostilidades en
Europa. Cuando el Tratado de Westfalia de 1648 legitimó y protegió contra
toda violación las fronteras nacionales, la rivalidad entre los estados euro-
peos por cuestiones territoriales estaba principalmente relacionada con las
posesiones coloniales. En el siglo XVIII, sin embargo, la ~ntigua frase "la paz
más allá de la línea" dejó de tener sentido. Los holandeses fueron los prime-
ros en considerar que las colonias formaban parte de la guerra contra otras
potencias europeas: el Tratado de Breda (1667) -que puso punto final a una
guerra de la que participaron Inglaterra, la República Holandesa, Francia y
Dinamarca- fue el primer acuerdo de paz multilateral que prestó la misma
atención a los asuntos extraeuropeos que a los europeos. En virtud de este
acuerdo Holanda concedió a Inglaterra la posesión de Nueva Ámsterdam
-o, como pasó a llamarse desde entonces, Nueva York- y retuvo Surinam
-otrora una posesión inglesa-. Luego, en 1739, dos potencias europeas se
enfrentaron por primera vez por una cuestión no europea: Gran Bretaña
decidió por fin oponerse al derecho español de requisar los barcos en el
Caribe, en un conflicto que se conoció en Inglaterra como "la guerra de la
oreja deJenkins". 187 Los imperios globales implicaron, a p"artir de entonces,
guerras globales y políticas también globales.
Jacques Turgot, el ministro de finanzas de Luis xv1, reconoció que las
fronteras del mundo político habían llegado a coincidir "con las del mundo
fisico". 188 La política del equilibrio de poderes se extendió de manera similar
a todo el mundo. "El equilibrio del comercio de las naciones de América",
observaba un diplomático francés en 1757, "es como el equilibrio de poder en
Europa. Debemos agregar que esos dos equilibrios son en realidad uno solo".
Cuando Francia entró en la guerra de los Siete Años, el ministro de asuntos
exteriores, el duque de Choiseul, declaró que "el verdadero equilibrio de po-
der está realmente en el comercio y en Norteamérica". Y llegó a la conclusión
de que "debilitar a Gran Bretaña en Norteamérica conllevará un considerable
desplazamiento del equilibrio de poder". 189 La idea de que un conflicto que
se produjera en cualquier parte de un imperio no quedaba circunscripto a
su región ni estaba exento de las consideraciones de poder globales estaba
ampliamente difundida en 1776. Es por ello que la revolución de los Estados
Unidos llegó a ser parte de una guerra mundial que duró más de un siglo.
78 HISTORIA DE LOS ESTADOS UNIDOS

LOS DfPERIOS GLOBALES

En los océanos Atlántico e Índico, el dominio de las dos esferas vinculadas


del comercio y del poderío naval había pasado de los portugueses a los holan-
deses y luego, a fines del siglo xvn, a los ingleses. España y Francia ei;an dos
potencias terrestres con imperios territoriales, aunque el de la primera estaba
mucho más extendido y distribuido por todo el planeta. Sin embargo, España
obtenía menos réditos que Francia de sus posesiones y la monarquía ibérica
había perdido su ventaja inicial para convertirse en una potencia secundaria.
Los ejércitos de Luis XIV, en cambio, llegaron a ser los más poderosos del
continente. Si bien Francia se mostró lenta a la hora de desarrollar su imperio
marítimo, a mediados del siglo XVIII la Francia de outre-merse había expandido
en forma considerable y poseía puestos de avanzada en la India-sobre todo en
Pondicherry-, Madagascar, frente a la costa este de África, el África occidental
y algunos pequeños enclaves comerciales en la isla de Gorée y a lo largo del
rio Senegal. En las Américas, Francia reivindicaba sus derechos sobre la gran
extensión que hoy ocupa Canadá, una región valorada por las pieles y el pro-
ducto de la pesca. Y desde que España les había cedido la mitad occidental de
la isla La Española en 1697, en Santo Domingo (actualmente Haití y República
Dominicana) los franceses eran dueños absolutos de las islas caribeñas del
azúcar, además de otras pequeñas colonias insulares de la región.
Si tomamos como parámetro el nivel alcanzado por los británicos en el siglo
xrx, el imperio colonial de Inglaterra todavía era modesto. Pero el secreto
del éxito imperial y comercial británico residía en la Armada Real, no en la
cantidad de territorio colonizado. Sir Walter Raleigh había establecido desde
un comienzo la regla que sustentaria el poder británico: "Quien mande en el
mar" observó, "dominará el comercio del mundo; y quien domine el comercio
del mundo, comandará a los ricos del mundo y, en consecuencia, al mundo
mismo". 190
Las primeras formas de poderío naval se basaban en una combinación de
puertos fortificados en lugares clave y una buena cantidad de naves escolta
que protegiesen a los barcos mercantes que transportaban cargamentos valio-
sos, por ejemplo a los galeones españoles. Pero después de la Guerra de Suce-
sión Española {1701-1713), Gran Bretaña puso en práctica una estrategia más
ambiciosa para asegurarse la protección de todas las rutas marítimas necesa-
rias para el comercio inglés, una estrategia que exigió una inversión enorme y
continua en la Armada Real. 191 Para poder solventarla, aumentó los impuestos
y la deuda y creó el Banco de Inglaterra. Esta configuración estatal, que el his-
toriador John Brewer denominara "estado fiscal militar'', fue tanto el cimiento
como el producto de un siglo de guerras que permitieron que una nación
isla llegara a ser una potencia mundial. Pese a que la estrategia tuvo un éxito
LA "GRAN GUERRA" Y LA REVOLUCIÓN ESTADOUNIDENSE 79

extraordinario, significó una carga muy pesada para la estructura imperial.


Entre 1680 y 1780, las fuerzas armadas británicas (sobre t?do la marina) tripli-
caron su tamaño y sus gastos. Estos procesos fiscales y administrativos fueron
implementados con un notable consenso político, habilidad y eficacia. 192 Pero
cuando la guerra de los Siete Años extendió las dimensiones del imperio y
aumentó el costo que insumía mantenerlo, los británicos intentaron trasladar
a sus colonias algunos costos del nuevo estado fiscal militar. Y allí surgieron las
tensiones. Los conflictos en la India y en el norte de América amenazaron al
imperio en el momento mismo en que parecía haber triunfado. También en
Francia y en España aumentaron las inversiones militares y se emprendió una
reforma de las burocracias imperiales. Estas medidas -que generaron deudas,
mayores impuestos y reorganizaciones administrativas- también propiciaron
la inestabilidad. Las tensiones internas y coloniales provocaron la revolución
de 1789 en Francia y otra en Santo Domingo dos años más tarde, mientras
que las nuevas demandas y regulaciones fiscales desencadenaron rebeliones e
insurrecciones en la América española y portuguesa.
De modo que esta creciente crisis fiscal fue global y fue provocada por los
progresivos aumentos de los gastos militares debidos a la mayor integración
mundial y a los desarrollos de la tecnología militar; en otras palabras, los con-
flictos y los implementos necesarios para afrontarlos se volvieron más costosos.
Las primeras señales de tensión se manifestaron en el imperio otomano a partir
de la década de 1690. En el transcurso de un siglo, la presión sobre las finanzas
estatales había alcanzado un punto crítico como resultado de la guerra contra
el imperio ruso en la costa norte del mar Negro-y en la región de Crimea, del
conflicto con el imperio Habsburgo en Europa y del desafio que significó la
ocupación francesa de Egipto en 1798. Además, el crecimiento demogF~co
provocó una inflación que redujo aún más los ingresos fiscales~ que ya estaban
en decadencia a causa del desplazamiento del centro comercial-hacia las rutas
oceánicas. Cuando los británicos lograron expulsar al ejército napoleónico de
Egipto, su gobernador, Mehmet Ali, comenzó a actuar independientemente
aunque manteniendo su adhesión al sultán, mientras Serbia y Grecia (que ya
se había sublevado por la distribución de la tierra en la década de 1770) decla-
raban su independencia en 1804 y en 1821 respectivamente. 193
La victoria británica en la guerra de los Siete Años expandió enormemente
ese imperio, por lo que las cuestiones coloniales pasaron a ocupar un lugar
más destacado en los pensamientos de los líderes políticos y administrativos
de Londres. El imperio parecía haber recobrado fuerzas y abarcaba todos los
confines: juntas, la metrópoli y las colonias constituían una única unidad glo~
bal. 194 Arthur Young escribía en 1772: "los domini_os británicos consisten en
Gran Bretaña, Irlanda y las diversas colonias y asentamientos distribuidos en
todas partes del mundo". 195 Sin embargo, casi siempre se hace una distinción
80 HISTORIA DE LOS ESTADOS UNIDOS

entre el "imperio" de las Américas y los "establecimientos" de África y Asia. 196


Dicho esto, es innegable que Bengala era considerada parte del imperio bri-
tánico aun cuando su administración estuviera a cargo de la Compañía de las
Indias Orientales, que obraba como si poseyera la soberanía del lugar. Ed-
mund Burke declaraba en 1777 que "los nativos de Indostán y los de Virginia"
eran igualmente parte del "dominio generalizado que la Divina Providencia
ha puesto en nuestras manos". 197
El aumento del tamaño, la riqueza y el poder del imperio británico preo-
cupaba a españoles y portugueses. Para protegerse de la amenaza británica
tendrían que aplicar reformas semejantes. José de Gálvez, visitador general
de Nueva España entre 1765 y 1772 y ministro de las Indias entre 1775 y 1787,
acercó el imperio a la metrópoli y acrecentó el comercio dentro de los territo-
rios mediante su política de libre comercio, que ofrecía estímulos económicos
y un aumento de la recaudación sin oponerse al statu qua político median-
te el cobro de tributos para la Corona. Como era de esperarse, las reformas
comerciales y administrativas causaron inestabilidad en las colonias a lo lar-
go de la década de 1780. En Portugal, Sebastiao José de Carvalho e Mello,
nombrado marqués de Pombal en 1769, era un administrador autoritario que,
después de haber dirigido vigorosamente la reconstrucción de Lisboa -des-
truida en el gran terremoto de 1755-, había aplicado sus energías a fortalecer
el imperio portugués. También en este caso hubo rebeliones, sobre todo en
Pernambuco y Río de Janeiro, dos enclaves que se resistieron a las reformas
centralizadoras. 198
Las tensiones dentro de cada imperio evolucionaron casi naturalmente ha-
cia la rebelión, pues el sistema colonial dependía de la cooperación de elites
locales que a su vez esperaban alcanzar cierto grado de autonomía, antes con-
suetudinario que oficial. Los funcionarios locales de los imperios tendían a
flexibilizar las reglas imperiales y hacían ajustes pragmáticos que a menudo
aumentaban más su poder que el de la Corona. Con grandes variaciones entre
los imperios y entre las diferentes colonias de un mismo imperio, es justo decir
que las poblaciones locales contribuyeron a configurar los sistemas imperiales
que las gobernaron.
Después de la guerra de los Siete Años, cuando las nuevas medidas admi-
nistrativas y fiscales desbarataron estos modelos establecidos y cómodos, so-
brevinieron las protestas y la rebelión. Pero en general hubo otras cuestiones
implicadas, además de las administrativas e impositivas. El crecimiento del
comercio mundial ejercía nuevas presiones sobre la vida social local. Los mer-
caderes instalados en los nodos del comercio global se estaban enriqueciendo
extraordinariamente y esto ocasionaba un problema doble: las relaciones de
poder entre las elites locales cambiaban y los intentos de esas elites por afirmar
su autoridad dentro del imperio se correspondían con el nuevo estatus social
l!!F··

LA "GRAN GUERRA" Y LA REVOLUCIÓN ESTADOUNIDENSE 81

alcanzado. Hasta en la periferia de los imperios las personas empezaban a


sentir que sus comunidades tenían una identidad, tal vez ~asta un sentimiento
protonacionalista, q~e a menudo las instaba a preservar sus tradiciones y privi-
legios y a aflojar los lazos que las unían a la metrópoli. En algunos casos, estas
nuevas culturas políticas no fueron sino una decantación de las experiencias
sociales a través del tiempo; pero en otros, como el del sátrapa Mehmet Ali de
Egipto después de 1805, la mayor autonomía administrativa y política fomentó
adhesiones más fuertes a la colonia a expensas del imperio. 199
Recientemente, algunos historiadores de la revolución estadounidense han
reparado en los sentimientos de diferencia, distancia y distinción que se de-
sarrollaron en América del Norte y que podrían considerarse, con justicia,
una forma emergente de nacionalismo. 200 Pero también puede observarse el
mismo fenómeno dentro de imperios más antiguos de Oriente Medio y el
sur de Asia. Tensiones semejantes debilitaban el imperio safávida en Irán y la
autoridad Mughal de la India había comenzado a fragmentarse mucho antes,
en la década de 1720. Casi siempre los nuevos movimientos tenían un espíritu
restaurador y a veces estaban asociados a una revitalización religiosa, como
los sikhs, quienes se resistieron a que las elites Mughal les impusieran mayo-
res tributos. En Arabia Saudita, los seguidores de Muhammed Abdul Wahabi
se rebelaron a fines del siglo XVIII contra la autoridad tanto religiosa como
secular de los otomanos, y la secta wahabí luchó por su autonomía para pú-
der preservar lo que juzgaba el islam más puro. 201 En 1780, la rebelión de
los incas en Perú fue otro esfuerzo indígena por restaurar una política más
antigua. En Norteamérica, la rebelión de Pontiac -que estalló después de la
derrota de los franceses en la guerra de los Siete Años- apuntaba a expulsar a
los británicos del valle de Ohio; pero la campaña militar de los ottawa estuvo
en parte sostenida por el impulso restaurador, ampliamente difundido entre
los nativos norteamericanos de la región, de fortalecer y confirmar su propia
identidad. Por entonces era habitual que recurrieran al lenguaje del profeta
Delaware, un indio visionario que exhortaba a las tribus a mantenerse alejadas
del comercio y las mercancías de los europeos y a alentar el sueño de que los
blancos finalmente se irían.
Los imperios del siglo XVIII contenían vastas zonas no controladas de las
que ni siquiera había mapas; pero incluso en aquellos lugares que contaban
con un control y una organización formales era necesario realizar constantes
negociaciones para poder conservarlos. Aunque no es bueno exagerar la ca-
pacidad de acción o el poder de los colonizados, deberíamos reconocer que
el imperio dependía del consentimiento tácito y la cooperación de las elites
locales. El poder imperial británico se derrumbó en Norteamérica cuando
los colonos retiraron su cooperación; al mismo tiempo, en la India había ten-
siones aunque los líderes locales obtenían poder y gauancias permaneciendo
82 HISTORIA DE LOS ESTADOS UNIDOS

dentro del imperio. Es poco probable que los británicos hubieran conservado
su autoridad si el pueblo se hubiese negado a dar su consentimiento, aun
cuando el gobernador general de la India poseyera un enorme poder político
y administrativo, además de un apoyo militar como no tenía ningún funciona-
rio real en Norteamérica. Si bien el poder coercitivo realmente existió en los
imperios del siglo xvn1, no explica toda la historia. 202

La secuencia de beligerancias que constituyó la guerra de los Doscientos


Años comenzó en 1689 cuando el rey Luis XIV de Francia, preocupado por el
creciente poder de Gran Bretaña, trató de impedir que Guillermo de Oran-
ge, un protestante, fuera coronado rey de Inglaterra. Más allá de defender la
sucesión, los ingleses se unieron en la Gran Alianza (con Holanda, España,
Suecia, Sabaya y los electores de Bavaria, Sajonia y el Palatinado) contra
Francia, que desde el ascenso del Rey Sol había aumentado sus territorios
y su poder. El prolongado conflicto comenzó pues con los ecos de las gue-
rras religiosas y la política dinástica del siglo XVII, pero durante las décadas
siguientes fue tendiendo hacia una lucha por un "equilibrio secular de po-
der". En un comentario publicado un año después del Tratado de Ryswick
(1697), que puso fin a la primera etapa de esta larga lucha,Jacques Bernard
observaba en relación con la noción de un "equilibrio" entre los "reinos y
estados de Europa":

En las presentes circunstancias de Europa, todo estado debería razo-


nablemente desear estar en condiciones de impedir sorpresas por
parte de sus vecinos y tener la fuerza suficiente para defenderse por
cierto tiempo y luego, indudablemente, aquellas potencias cuyo inte-
rés es que el agresor, por la ruina de otro, no se vuelva demasiado
poderoso, saldrán en ayuda del oprimido. 203

Terminada la guerra de Sucesión Española en 1713, la paz relativa entre


Francia y Gran Bretaña se prolongó hasta 1744. Rara vez se ha examinado la
significación de este período en las historias de la América colonial, pero la
ausencia de guerra fue lo que permitió implementar una política que más tar-
de Edmund Burke describiría como "benévola negligencia". Durante aquellos
años, la población de la Norteamérica británica se expandió, como asimismo
lo hicieron la economía y el comercio, y el nivel de vida se elevó. Poco a poco
los norteamericanos fueron incorporándose a una economía consumista tran-
satlántica y en 1776 reivindicaron su derecho a mantener su nuevo estándar
de vida. 204 La popularidad que adquirió el hábito de beber té fue un símbolo
visible de ese consumismo en vías de desarrollo: un nuevo rito, dependiente
de la importación del producto desde Asia y oficiado por mujeres que hacían
LA "GRAN GUERRA" Y LA REVOLUCIÓN ESTADOUNIDENSE 83

gala de cosmopolitismo con su conocimiento de la etiqueta y los acompaña-


mientos adecuados para un servicio de té. 205
Las instituciones políticas de la Norteamérica britániéa también desarro-
llaron notablemente las asambleas representativas o cámaras de los comunes
de las legislaturas coloniales, que llegaron a ser focos sociales y políticos de
las nuevas elites. No es casual que dieciséis de las diecisiete demandas contra
Inglaterra enumeradas en la Declaración de la Independencia se refirieran a
medidas políticas o acciones que ponían en peligro el poder de esos cuerpos
Iegislativos. 206
El desarrollo político estadounidense no siguió ningún modelo imperial es-
tablecido, porque en realidad no había ninguno. El imperio británico no tenía
un plan general ni tampoco una estructura; las configuraciones de derechos,
autoridades y regulaciones eran variables. Además, muchas tareas del imperio
se realizaban bajo los auspicios del mundo de los negocios, como hemos visto
en el caso de la Compañía de las Indias Orientales. Al ser cada jurisdicción
política tan idiosincrásica, las malentendidos transatlánticos no sólo eran po-
sibles sino también esperables. 207 Muchas veces se ha marcado el contraste de
esta situación con las prácticas imperiales más estatistas y en consecuencia más
uniformes de España y de Francia; el argumento es válido, pero los poderes
estatales formales de los imperios francés y español, tal como se manifestaron
en el terreno, diferían menos de lo que en general se cree de sus equivalentes
británicos. Más allá de cuál fuera la estructura del centro, todos los imperios
eran débiles en su periferia, por más que los colores que llenaban los territo-
rios en los mapas los hicieran parecer sólidos. En todos los casos había, inevi-
tablemente, un alto grado de autonomía local. No se contaba entonces con la
tecnología ni con el concepto de administración estatal modernos.
La diversidad dentro de los imperios también jugaba en contra de la no-
ción -fundamental para el moderno estado-nación- de una ciudadanía con
derechos y obligaciones uniformes. En realidad, sólo tomando la porción at-
lántica del imperio británico, encontramos una mezcla inconmensurable de
derechos, privilegios y tradiciones. Irlanda y Escocia tenían relaciones cons-
titucionales con Inglaterra y con los poderes locales que diferían de las de
Norteamérica. Como descubrieron los norteamericanos británicos -y corno
también pudo comprobarlo Irlanda, tan próxima y sin embargo tan lejana-,
el Parlamento y la Corona eran en extremo renuentes a conferir plenos dere-
chos económicos o políticos más allá de las fronteras de Inglaterra. 208 Así fue
como la complejidad y la diferenciación interna dentro del imperio nutrieron
las culturas políticas y las identidades locales que a la postre habrían de desa-
fiar las ambiciones imperiales.
Se ha señalado más de una vez que la conquista de Irlanda por Gran Breta-
ña fue una especie de precalentamiento para la colonización que el imperio
84 HISTORIA DE LOS ESTADOS UNIDOS

emprendería en el siglo XVII en América del Norte. A esto habría que agregar
que los conflictos constitucionales que tuvo Irlanda con Inglaterra en el siglo
XVIII fueron análogos a los de los estadounidenses. 209
Cualquiera habría pensado que los irlandeses simpatizarían con los estadou-
nidenses, pero el comercio de artículos de lino había sufrido enormes pérdi-
das cuando las colonias norteamericanas adoptaron la estrategia de rechazar
las importaciones de esas mercancías procedentes de las islas británicas; por
lo tanto, los irlandeses apoyaron a la Corona contra los rebeldes norteame-
ricanos y, en aras de una supuesta conveniencia mutua, propusieron que las
doce mil tropas inglesas acantonadas en Irlanda fueran enviadas a luchar a
Norteamérica. 210
La respuesta que los británicos dieron algunos años más tarde al movi-
miento de resistencia irlandés, comandado por el ejército voluntario pro-
testante de Henry Grattan, incluyó las concesiones comerciales en 1779 y,
en 1782, la restauración de la independencia del Parlamento irlandés en
cuestiones internas (aunque continuaba excluyendo a los católicos). Es inte-
resante observar que este tipo de respuesta británica (en parte para recom-
pensar el apoyo brindado anteriormente por Irlanda contra los estadouni-
denses) podría haber dado sus frutos si los ingleses se la hubieran ofrecido a
los norteamericanos durante la crisis de la década de 1760, pero en 1780 era
inadmisible. Por lo demás, ese acuerdo sólo restauró el orden en Irlanda po'r
un lapso muy breve; después de otra rebelión, conducida en 1798 por la So-
ciedad de Irlandeses Unidos y abiertamente respaldada por Francia-una vez
más dispuesta a derrotar a los ingleses-, Gran Bretaña abolió el Parlamento
irlandés y en 1801 lo reemplazó por la Unión Legislativa de Gran Bretaña e
Irlanda, dependiente del Reino Unido.
Vale la pena tener presente la experiencia irlandesa, porque muestra que
las cuestiones constitucionales que ocupan el centro de la mayor parte de las
narrativas de la revolución estadounidense no fueron únicas y que, en rea-
lidad, eran casi inevitables en el mundo de los imperios durante la primera
gran era del discurso de los derechos. La resistencia y la posterior rebelión de
los colonos de Norteamérica fueron únicas sólo por su precocidad: por haber
sido las primeras y por los alcances de su éxito final. Lo más notable es que
estos movimientos aparecieron en todos los continentes en la segunda mitad
del siglo XVIII. Los historiadores casi siempre han pasado por alto el carácter
global de este fenómeno. Las divisiones del trabajo académico desalientan la
búsqueda de una visión más amplia; el estudio de más de un imperio en una
misma narrativa es raro, y hasta es raro que se analicen las diferentes partes de
un mismo imperio. El volumen sobre el siglo XVIII de The Oxford History ofthe
British Empire, por ejemplo, no tiene un solo capítulo que aborde la cuestión
de las zonas atlánticas y asiáticas del imperio dentro de un mismo marco. 211
LA "GRAN GUERRA" Y LA REVOLUCIÓN ESTADOUN~DENSE 85

Por supuesto que todo movimiento de resistencia antiimperial fue idiosin-


crásico. Sin embargo, las similitudes permiten especular ql.1;e tanto el comercio
y la guerra globales e.orno la movilidad de personas e ideas que aquellos pro-
movieron fueron muy importantes, y quizás, los factores causales. Las ideas de
la Ilustración viajaban, como asimismo lo hacían las noticias de las rebeliones
específicas contra la autoridad imperial, ya se produjeran en la metrópoli o
en su periferia. Y esta información circulaba mucho más allá de la estrecha
elite; sabemos que los afroamericanos del Caribe, esclavos y libres, estaban al
ranto. 212 "La fuerza de los acontecimientos", escribió recientemente C. A. Bayly
"rebotaba de un punto a otro por todo el globo". 213
A fines del siglo xvnr los pueblos de todos los continentes experimentaron,
con variados grados de intensidad, una transformación histórica multidimen-
sional. Todos ellos sentían los efectos del comercio de larga distancia que la re-
volución oceánica había hecho posible: la alteración de las relaciones econó-
micas, los cambios en la vida cotidiana, la inestabilidad de las prácticas sociales
tradicionales, las jerarquías y las pautas de prestigio. La nueva movilidad y la
mezcla de pueblos provocaban efectos similares. Gracias a la circulación de
personas, conocimiento y mercancías se desarrolló una nueva universalidad;
estos cambios crearon los motivos -y también los espacios- para que surgieran
nuevos tipos de conflictos que exigieron respuestas. 214 Algunos movimientos
eran reaccionarios y procuraban restaurar lo viejo, mientras que otros adhe-
rían ansiosamente a lo nuevo, pero a veces los impulsos de restauración e
invención iban de la mano.
En Sudáfrica, los bóeres, colonos holandeses que se habían dedicado al cul-
tivo de la tierra durante generaciones, lidiaban contra Holanda por la tierra y
las regulaciones comerciales, mientras en Java las cuestiones en disputa eran
los impuestos y el control de la mano de obra. La burocracia otomana enfren-
tó resistencias en El Cairo entre 1785 y 1798, y su política imperial se desgastó
aún más como consecuencia de la fracasada invasión napoleónica a Egipto.
Recordemos que, como resultado de todo ello, a partir de 1805 Mehmet Ali
-gobernador oficial del Egipto otomano- operaba casi de manera indepen-
diente del sultán, su señor imperial nominal. Al mismo tiempo, la resistencia
nacionalista griega al gobierno otomano culminó en un movimiento de inde-
pendencia completamente desarrollado que alcanzó el éxito en la década de
1820. La rebelión de los esclavos contra las autoridades francesas en 1791 en
Santo Domingo encendió antorchas de potencial insurrección en la cercana
Jamaica, donde las autoridades coloniales británicas chocaron contra los ne-
gros libres (llamados maroons) en 1797 y 1798. En 1780 se produjo una com-
pleja y muy extendida rebelión inca contra el poder español en Perú; un año
después se produjo un levantamiento similar: la rebelión de los comuneros de
Nueva Granada (que abarcaba los actuales territorios de Venezuela, Panamá,
86 HISTORIA DE LOS ESTADOS UNIDOS

Ecuador y Colombia). Y también en las metrópolis había crisis: además de


la Revolución Francesa de 1789, cuyas consecuencias fueron formidables, en
la misma época hubo una serie de revoluciones fallidas en distintos puntos
de Europa. 21 s Lo que ocurría en las metrópolis podía encender y sustentar la
resistencia colonial (como sucedió en Santo Domingo) y, a la inversa, la resis--
tencia colonial podía aumentar las tensiones políticas en la capital -como los
disturbios en Londres provocados por el radicalJohn Wilkes, admirado y res;.
paldado financieramente por los colonos debido a su lucha contra la opresión
y la corrupción ministeriales-. 216
En el mundo noratlántico, las oposiciones a las antiguas formas sociales y a
los valores culturales imperiales fueron en parte impulsadas por el individua-
lismo en boga, que estas a su vez promovían. La época de la revolución fue,
como lo señaló en repetidas ocasiones Alexis de Tocqueville en sus clásicos
trabajos sobre la Revolución Francesa y la democracia en Nortea1nérica, parte
de una historia más amplia del individualismo moderno que reivindicaba los
conceptos de igualdad y autonomía. Si bien no podemos decir lo rnismo de los
valores que impulsaron a Mehmet Ali en Egipto o a Tupac Amaru en Perú, ese
sentimiento fue evidente en muchas crisis, incluidas otras que se produjeron
en los imperios otomano y español. Con algunas excepciones, hay una amplia
narrativa histórica que apoya la revolución estadounidense y los demás conflic-
tos y revoluciones contemporáneos, en particular aquellos que reivindicaron
los derechos humanos universales. 217
También está claro que los ciclos bélicos crearon una necesidad casi insa-
ciable de ingresos dentro de los imperios, precisamente en el momento en
que las ideas liberales acerca de la mejor administración estatal impulsaban
la reforma imperial (incluso en España). Los administradores imperiales, de-
cididamente racionales, provistos de un mayor poder operativo y respaldados
por nuevas y agresivas medidas fiscales, despertaron resistencias en todos los
rincones del globo. 218 Por ejemplo, la política española del comercio libre esta-
blecida en la década de 1770 no se inscribía en el espíritu del libre comercio
predicado por Adarn Smith sino que era una estrategia para expandir el co-
mercio dentro del imperio mismo, reduciendo las regulaciones y aboliendo
la exigencia de que el comercio pasara a través de España. Era una medida
análoga a la decisión británica de 1772 de permitir que la Compañía de las
Indias Orientales llevara el té directamente hacia Norteamérica sin detenerse
primero en Londres, que en ese caso se beneficiaba con una devolución de
impuestos. Después de las reformas administrativas, el comercio y los ingresos
fiscales aumentaron en el imperio español. Pero la diseminación del capitalis-
mo mercantil desestabilizó los modelos sociales establecidos y socavó en todas
partes las prácticas económicas y las políticas heredadas. En la década de 1780,
las protestas se extendían desde Nueva Granada hasta Perú y los principales
LA "GRAN GUERRA" Y LA REVOLUCIÓN ESTADOUN,IDENSE 87

blancos de la irritación generalizada eran los recaudadores de impuestos y los


comerciantes; las similitudes de estos episodios con los ac:;:ontecimientos ocu-
rridos quince años antes erÍ la Norteamérica británica son asombrosas.
- En junio de 1781, veinte mil vecinos marcharon a la capital de Nueva Gra-
nada gritando: "¡Larga vida al rey! ¡Muerte al mal gobierno!". Con estas pala-
bras los líderes se referían a los funcionarios que habían llegado en 1778 para
aplicar las nuevas medidas comerciales y fiscales. Como los de la Norteamérica
britá;nica de la década de 1760, estos manifestantes tampoco pretendían la
independencia. Eran leales al rey pero estaban en contra de la tiranía admi-
nistrativa. El arzobispo de Bogotá negoció un acuerdo entre el gobierno y los
rebeldes -la capitulación de Zipaquirá- por el cual se decretó la amnistía y se
canceló la aplicación de las medidas fiscales irritantes. 219
En Perú, en 1780, comenzó una amplia rebelión encabezada por Tupac
Amaro, un descendiente lejano de un gobernante inca que los españoles ha-
bían ejecutado en 1572. Una de las formas de protesta fue un mensaje adheri-
do a la pared del edificio de la aduana que amenazaba de muerte a los "recau-
dadores de impuestos" y a los "empleados del tribunal": "Larga vida a nuestro
gran monarca, larga vida a Carlos Ill y que mueran todos los recaudadores de
impuestos". Los mestizos e indios irrumpieron en las armerías, las aduanas y
las residencias de los funcionarios prominentes, en un movimiento semejante
al de la turba que destruyó la casa del gobernador Thomas Hutchinson en Bos-
ton e intimidó a los funcionarios aduaneros y a los que habían sido nombrados
para administrar la Ley del Timbre. 22º
Si bien los impuestos eran una cuestión significativa, la rebelión peruana
-que pronto se transformó en un insurgencia a gran escala- fue fundamental-
mente el resultado de un choque de ideas y prácticas políticas. Las tensiones
habían ido aumentando desde la década de 1740, pero los cambios aplicados
a la economía y a la administración estaban socavando las prácticas políticas
establecidas de los aborígenes y los criollos. Aunque Tupac Amaru se había
educado en el Colegio de San Francisco de Borja en Cuzco, sus ideas no eran
propias de la Ilustración ni tampoco se basaban en principios religiosos ni en
una ley común anterior, como había sido el caso en Norteamérica. Las ideas
que inspiraban a Tupac Amaru y sus seguidores eran indígenas y giraban al-
rededor del concepto inca &-,un buen gobierno, que era más comunal que
liberal. 221 Tupac Amaru se quejaba de los impuestos y las regulaciones que
explotaban a los indígenas, pero su protesta era más radical: se proponía re-
clamar su derecho hereditario a ser el rey inca de Perú. 222
Al principio, los criollos apoyaron aquella rebelión. Odiaban las reformas
imperiales que había lanzado José de Gálvez, el anterior visitador general, tan-
to como odiaban la manera en que el nuevo, José Antonio de Areche, cubría
los cargos con funcionarios peninsulares a quienes los rebeldes consideraban
88 HISTORIA DE LOS ESTADOS UNIDOS

de menor nivel social y que, con excesiva frecuencia, eran "parientes, favori-
tos y dependientes" de Gálvez. Por su parte, Gálvez había considerado que
los criollos no podían administrar las colonias con imparcialidad a causa de
sus lazos de amistad y de familia y, por ello, había reducido a un tercio la
proporción de funcionarios locales. A diferencia de los indios, la clase diri-
gente criolla de Nueva España, como era de esperar, estaba imbuida de los
argumentos europeos, sobre todo los desarrollados un tiempo antes, en 1771,
por el jurista y poeta mexicano Antonio Joaquín Rivadeneira, quien decía:
"El nombramiento de nativos [refiriéndose a los criollos] para excluir a los
extranjeros es una máxima derivada de la razón natural que gobierna los co-
razones". Los extranjeros sólo tratarían de enriquecerse y no sabían nada de
las gentes, las leyes ni las costumbres de América. 223 Sin embargo, los criollos
dieron la espalda a los rebeldes pues básicamente despreciaban y temían a los
indios, quienes, de todos modos, habían perdido su entusiasn10 inicial por
hacer una alianza con ellos. Cada grupo tenía motivos diferentes, a veces en
conflicto, y ambos temían que una alianza terminara contaminando el núcleo
de sus reivindicaciones. 224
Aunque la insurgencia fue sofocada en menos de un año, la oposición al
imperio era importante y la estabilidad tardó en retornar al altiplano de Perú.
Los españoles tenían clara conciencia de la vulnerabilidad de su imperio ame-
ricano. Una nota sin firma, presumiblemente escrita por un alto funcionario
colonial, lamentaba que "Gálvez ha deshecho más de lo que ha construido
[ ... ] su mano destructora ha de preparar la mayor revolución del imperio
americano". 225 Uno de los ministros del rey reflexionaría más tarde en sus me-
morias: "la totalidad del virreinato del Perú y parte del virreinato del Río de la
Plata estaban casi perdidas en 1781-1782". 226
También en Brasil había revueltas. En 1789,Joaquimjosé da Silva Xavier o
"Tiradentes", como se llamaba popularmente al sacamuelas de medio tiempo,
se propuso crear en Minas Gerais una república independiente que emulara a
los recién nacidos Estados Unidos de Norteamérica. La rebelión fracasó, pero
al dentista que se carteaba con Jefferson aún se lo recuerda en Brasil. Junto
con otras rebeliones menores, en especial la de Pernambuco, la revuelta de Ti-
radentes ejerció la suficiente presión como para que los funcionarios colonia-
les de Portugal reconocieran las inestabilidades que estaba provocando la re-
forma y moderaran algunas regulaciones. Como en la Norteamérica británica,
las protestas estaban dirigidas contra las medidas novedosas que desbarataban
las costumbres establecidas de una autonomía local no oficial pero sólida.
Las tensiones que estaban acumulándose en la India británica eran muy
semejantes. Los rivales franceses en la región habían sido expulsados en 1757
cuando los británicos se apoderaron del puesto de avanzada de Chanderna-
gore; luego, en una victoria aún más importante, derrotaron al nawab de Ben-
LA "GRAN GUERRA" Y LA REVOLUCIÓN ESTADOUNI:°ENSE 89

gala en Plassey, con lo cual consolidaron su control en el territorio bengalí y


prácticamente anularon la posibilidad de que los líderes locales procuraran
aliarse con algún país. europeo en contra de Gran Bretaña'. En consecuencia,
Ja.Compañía de las Indias Orientales -el agente del poder y el gobierno in-
glés en la India- se.volvió más fuerte y más exigente. 227 Al poco tiempo había
alcanzado un nivel de control que bien habrían deseado tener las autorida-
des británicas que lidiaban con los colonos norteamericanos. Robert Clive,
comandante de las arrasadoras fuerzas británicas que vencieron en Plassey,
reclamó que la compañía tuviera más autoridad que la que se les concedía
a los gobiernos nativos de la India y defendió la idea de que la soberanía se
afianzaba con el respaldo de la fuerza. Así como los líderes parlamentarios
arengaban a los norteamericanos británicos, Clive disertaba en la India sobre
la indivisibilidad de la soberanía: "todo el poder debe estar en manos de la
compañía o de los nabob", y estaba seguro de que con la compañía ese poder
se había asentado donde debía. "El poder", les decía a los directores de la
compañía, "reside en el único lugar donde puede residir con seguridad para
nosotros". Los "tendones de la guerra están en nuestras manos"; la compañía
había logrado concentrar el "poder absoluto en Bengala". 228
La actividad de la Compañía de las Indias Orientales se había extendido
mucho más allá del mero comercio al haberse transformado en una empresa
"en parte comercial y en parte militar". Ofrecía pensiones y servicios militares
a los gobernantes locales a cambio de impuestos, una estrategia que alentó a
los soberanos a desbandar sus ejércitos y a depender cada vez más de la compa-
ñía. Clive estaba convencido de que ningún gobernante nativo podía abrigar
"esperanzas de independencia", lo cual probablemente fuera verdad; pero el
poder no era lo único que se movía en el imperio. También era verdad que los
mercaderes y las elites políticas de la India veían como una ventaja la relación
que mantenían con la compañía y, a través de ella, con Gran Bretaña. No obs-
tante, esto no significaba que hubieran dejado de valorar la autonomía.
Seguía siendo dificil negociar las formas de poder y las prácticas administra-
tivas adecuadas, y las disputas eran frecuentes. Cuantos más fondos necesitaba
la Compañía de las Indias, tanto más aumentaba sus demandas de impuestos,
de modo que la rebelión era una posibilidad siempre latente. Esto obligaba a
la Compañía a invertir más en prevención militar, inversión permanente que
a su vez agudizaba la crisis fiscal militar. Cuando en 1772 la Compañía perdió
su batalla contra el déficit y no pudo pagar sus deudas, solicitó a Londres un
plan de rescate fiscal que incluía un empréstito, mayor supervisión guberna-
mental y un cambio en las regulaciones comerciales destinado a aumentar los
ingresos de la Compañía. El gobierno, como ya dijimos, la autorizó a enviar
el té directamente a América del Norte y abolió así la regulación por la cual
las embarcaciones debían detenerse primero en Londres para pagar tributo.
go HISTORIA DE LOS ESTADOS UNIDOS

Como quedó claro cuando los cargamentos de té llegaron a Boston, el privile-


gio otorgado a la Compañía de las Indias Orientales exacerbó los problemas
políticos que conmovían a Norteamérica.
La crisis financiera de la Compañía justifica un análisis adicional, pues re-
vela la presión que la expansión imperial ejercía sobre el sistema financiero
británico y las interacciones globales que sustentaban el Boston Tea Party.
Los territorios que Gran Bretaña ganaba en América del Norte y Asia signi-
ficaban un aumento de los costos de administración y defensa, pero también
representaban un nuevo campo de inversión. Esas inversiones se basaban en el
capital disponible, lo cual tenía consecuencias sobre las relaciones de crédito
de todo el imperio. Las colonias británicas de Norteamérica siempre habían
estado escasas de capital local y la expansión del consumismo de mediados del
siglo XVIII empeoró el equilibrio de su mercado y las relaciones comerciales
con la metrópoli. La deuda creció a pasos agigantados, especialmente entre
los cultivadores de Virginia, incluido Thomas Jefferson. Para poder mante-
ner el comercio con los norteamericanos a pesar de la creciente deuda, los
comerciantes y banqueros escoceses recurrieron a innovaciones financieras
que resultaron insensatas; la excesiva amplitud financiera de todo el sistema
bancario británico dio por resultado la crisis del crédito de 1772. El Banco de
Inglaterra restringió el crédito, reclamó sus deudas en todo el imperio y dejó
de adelantarle dinero a la Compañía de las Indias Orientales. Esta no sólo no
podía cumplir con sus obligaciones, sino que necesitaba más fondos para cu-
brir el costo de lo que Edmund Burke describió como "una desastrosa guerra
contra Hyder Ali" en el reino de Mysore en la India. Fue entonces cuando
intenrino el Parlamento. Mientras tanto, los estadounidenses, sobre todo los
virginianos, vivían su propia crisis financiera y, como no recibieron ninguna
ayuda, se solidarizaron con los radicales de Boston. Las crisis simultáneas en
Gran Bretaña, la India y América del Norte fueron en realidad una sola crisis.
Si bien los norteamericanos tenían razones para oponerse a las medidas britá-
nicas que favorecieron a la Compañía de las Indias Orientales a sus expensas,
no lograron advertir que su propia demanda de bienes de consumo a crédito
era en parte responsable de la crisis del crédito imperial, que tuvo como con-
secuencia que Gran Bretaña exportara en parte el problema de la Compañía
de las Indias Orientales a América del Norte. 229
La compañía sofocó las rebeliones en Mysore y en otros lugares y mostró
la fuerza de su autoridad en la India, pero esa autoridad no era absoluta. En
todo caso, el gobierno de la India dependía de la capacidad administrativa
india, como asimismo dependía financieramente de los impuestos locales y,
en el ámbito militar, de los soldados indios empleados por la Compañía. En el
período inmediatamente posterior a la guerra de los Siete Años, las tensiones
fueron continuas; en 1781-1782, mientras negociaban con los estadouniden-
LA "GRAN GUERRA" Y LA REVOLUCIÓN ESTADOUNl,DENSE 91

ses, los británicos estaban mucho menos seguros en la India de lo que sugería
la teoría formulada con tanta confianza por Clive despu~s de su victoria en
Plassey.

UNA GUERRA CONTINUA, 1754-1783

La guerra que llevó la independencia a las trece colonias comenzó en el


"país indio". En general, tendemos a imaginar que las relaciones entre los
norteamericanos y los europeos estaban organizadas a lo largo de una línea
fronteriza cuando, en realidad, la interacción entre euronorteamericanos y
amerindios se había generalizado a lo largo y a lo ancho de las colonias. La
imagen geográfica más adecuada sería la de una rosquilla en cuyo centro se
ubicaba el "país indio" o lo que hoy identificamos como los valles de Ohio,
del este del Misisipi y del río Tennessee. Los indios estaban rodeados por los
asentamientos franceses al norte y al oeste, por los ingleses al este y por los
españoles al sur. Esa situación geográfica les brindaba múltiples oportunida-
des para hacer alianzas que enfrentaban a un país europeo contra otro, y a
mediados del siglo xv111 ya eran bastante proclives a este tipo de acuerdos.
Si bien mantenían mejores relaciones con los franceses, quienes entendían
muy bien la etiqueta diplomática y no estaban tan ávidos de adueñarse de
territorios, no obstante se aseguraron de que ninguna potencia diera por
sentado su apoyo. 230 Y, al mismo tiempo, mantuvieron el equilibrio de poder
entre británicos y franceses. 231
Los planes expansionistas ingleses en el valle de Ohio se hicieron manifies-
tos en 1747 con la concesión otorgada a la Ohio Company, que debía construir
un fuerte y apaciguar la región. Dos años después, el Consejo Privado de la
Corona le asignó ochenta mil hectáreas. Por su parte, los gobiernos coloniales
de Virginia y Pensilvania reclamaban extensiones aún mayores. Los franceses,
que al menos contaban con el apoyo pasivo de los aborígenes, respondieron
construyendo una línea de fuertes. En 1753, el gobernador de Virginia envió a
George Washington, quien entonces tenía veintiún años, a desalentarlos. Los
franceses lo tomaron prisionero, pero luego lo liberaron y lo enviaron de re-
greso a Virginia. Los británicos lo consideraron una derrota y las autoridades
de Londres decidieron responder con la fuerza.
Las tropas y suministros británicos llegaron en 1754 y en ese mismo momen-
to empezó la guerra. Dos años más tarde, las hostilidades se habían extendido
al territorio europeo: Inglaterra y Prusia eran aliadas en un bando, y en el
contrario se unieron Francia, Austria y luego España. En realidad no había
ninguna "paz más allá de la línea" y el conflicto por el control del territorio de
92 HISTORIA DE LOS ESTADOS UNIDOS

Ohio -el centro de la rosquilla- se transformó en la primera guerra global con


enfrentamientos en todos los continentes. 232
Merece destacarse el hecho de que al principio los británicos se concen-
traron en el teatro de operaciones norteamericano y desplegaron allí impor-
tantes recursos militares. Hacía ya más de una década que consideraban a las
colonias de América del Norte como su inversión más preciada. Esto no se
debía a que ellas fueran -como en el pasado- grandes proveedoras de em-
barcaciones, suministros navales y marineros en un siglo de conflicto, 233 sino
a que Londres reconocía las consecuencias comerciales de la creciente pros-
peridad y del aumento del nivel de vida en las colonias. Si bien estas eran
posibles candidatas a la aplicación de nuevos impuestos, su importancia real
radicaba en que constituían un mercado para los productos de fabricación
inglesa. 234 Y esto instaba a una redefinición del i:nperio. Sin necesidad de
leer a Adam Smith, las autoridades coloniales británicas con1enzaron a ver
en las colonias norteamericanas tanto una economía extractiva como una
de consumo. Thomas Pownall, quien había sido gobernador lugarteniente
de Nueva Jersey y gobernador de Massachusetts, desarrolló esta idea en un
folleto publicado por primera vez en 1765 y reeditado muchas veces desde
entonces. 235
Para tener una idea del alcance global de la guerra de los Siete Años basta
con hacer una lista de sus principales campañas y batallas. 236 Los combates
terrestres se libraron en Norteamérica y en Europa central; la guerra por
mar se libró en todas partes. Aunque se la llamó la guerra de los Siete Años
-un nombre que describe acertadamente el conflicto bélico mantenido en
Europa entre 1756 y 1763-, para los norteamericanos fue una guerra de
doce años que comenzó en 1754 y -con la rebelión de Pontiac como una
especie de coda- continuó casi tres años más después de que el Tratado de
París pusiera fin a la fase europea en 1763. Durante esos años hubo campa-
ñas militares en Nueva Escocia (Acadia), el corredor entre el río Hudson, el
lago Champlain y el valle Mohawk, los Grandes Lagos Superiores, el sudeste
(en la guerra cherokee) y el Caribe. La guerra se peleó además en Menor-
ca, en Bengala y la costa Coromandel de la India, en Manila y en el África
occidental.
En los conflictos que habían enfrentado a Francia e Inglaterra desde 1689,
los resultados no habían sido concluyentes, pero en esta guerra no quedaron
dudas de la victoria británica. 237 Aunque la guerra terminó en Europa con el
statu quo antebellum, Francia reconoció que, aun sin haber perdido territorios,
su posición se había debilitado. La Prusia de Federico II el Grande había sur-
gido corno la principal potencia militar del continente. Francia también había
caído derrotada en las colonias, tanto en América del Norte como en la India
y, salvo por los asentamientos que estableció en Argelia en la década de 1830,
LA "GRAN GUERRA" Y LA REVOLUCIÓN ESTADOUN!DENSE 93

no volvió a adquirir un imperio de ultramar hasta el decenio de 1870 y, mu-


cho después, en la segunda ola de imperialismo europe~. 238 Los amerindios
también sufrieron u~a aplastante derrota pues, al ser Francia expulsada de
América del Norte, perdieron al aliado que les permitía enfrentar a las poten-
cias europeas entre sí. Gran Bretaña, en cambio, no sólo alcanzó una posición
dominante en América del Norte y la India sino también en las rutas oceánicas
que sostenían el comercio mundial. 239
Muy poco tiempo después se desató la fiebre británica por la explora-
ción marítima del Pacífico, que incluyó los famosos viajes del capitán James
Cook. Cuando llegó el momento de renunciar al control político de las tre-
ce colonias en América del Norte, sin cortar las relaciones comerciales con
ellas, los expandidos intereses imperiales de Gran Bretaña en los océanos
Pacífico e Índico facilitaron las cosas. Mientras tanto, Francia comenzaba
a planificar una guerra para recobrarse de sus pérdidas e invertía sobre
todo en reconstruir su marina, que habría de ser una fuerza decisiva en la
guerra de la revolución norteamericana. 240 España, aliada de Francia, no
había ganado nada con la guerra de los Siete Años y había estado a punto
de perder las Filipinas y Cuba; por lo tanto, estaba preparada para volver a
unir fuerzas con los franceses. (Gran Bretaña había conquistado Manila y
La Habana a último momento, pero estos triunfos no llegaron a oídos de
quienes redactaban la paz en París ni tampoco formaron parte de la estra-
tegia de negociación de Gran Bretaña, por lo que esas posesiones fueron
devueltas.) De modo que, para los europeos, el tratado de París que puso
fin a la guerra fue sólo una pausa en un conflicto que continuó. Nadie sabía
entonces cuáles serían los auspicios de la siguiente etapa, que resultó ser la
revolución estadounidense.
Los conflictos continU.aron también entre los demás participantes. Las posi-
bilidades que alguna vez les había ofrecido el centro de la rosquilla a los abo-
rígenes norteamericanos fueron menguando a medida que una única línea
fue separándolos poco a poco de los euronorteamericanos, que presionaban
de manera constante para obtener más tierras. La creación de la nueva nación
estadounidense, en especial en el sur y en el siglo x1x, intensificó esa presión
puesto que el empleo de trabajadores negros esclavizados aumentó enorme-
mente el valor de las tierras indias. 241 En la América británica, las cuestiones
que habrían de definir la crisis revolucionaria fueron un resultado inmediato
de la guerra de los Siete Años y del cambio de expectativas a ambos lados del
Atlántico. Esa guerra fue la primera experiencia militar de los norteameri-
canos y difundió entre ellos un nuevo sentimiento de nacionalismo. Si bien
ocurrió algo parecido en Inglaterra, en las colonias la guerra indujo a los
norteamericanos británicos a sentirse más conscientemente norteamericanos. 242
En las negociaciones de paz que dieron por terminada la guerra de los Siete
94 HISTORIA DE LOS ESTADOS UNIDOS

Años, Choiseul -el ministro de relaciones exteriores francés- hizo notar que la
expulsión de los franceses de Norteamérica podría traer como consecuencia
que los británicos debieran abandonar el continente en el futuro. 243 Y estaba
en lo cierto.
En este contexto, el gobierno británico decidió impartir una serie de inicia-
tivas dirigidas a sus colonias norteamericanas. No muy distintas de las impues-
tas en la India aproximadamente en la misma época, apuntaban a reformar la
administración colonial y a aumentar los indispensables ingresos. Los estadou-
nidenses actuales estamos familiarizados con esas medidas, que pasaron a in-
tegrar el período de la Revolución en los manuales de historia de los colegios.
Pero en su tiempo fueron novedosas y provocativas para los colonos.
La transferencia de territorio de Francia a Gran Bretaña en América del
Norte fue vasta: Acadia, Cape Breton, Canadá, las islas del golfo de St. Lawren-
ce (salvo_St. Pierre y Miquelon) y todo el territorio situado al este del rio Misisi-
pi, excepto Nueva Orleáns (que hacia el oeste había sido secretamente cedida
a España en 1762). La tarea de organizar este territorio marcó el comienzo de
un nuevo activismo administrativo. Una proclama de 1763 estableció que en
todo el territorio rigiera la ley inglesa y organizó el "país indio" como parte
de "Québec". Si bien ambas decisiones deben haber parecido adecuadas en
Londres, la organización del país indio presentaba sus propias complejidades.
Casi de inmediato los británicos debieron enfrentar la rebelión de Pontiac,
quien capturó una serie de fuertes británicos antes de caer derrotado en De-
troit. Además, los colonos británicos, siempre ávidos de tierras, habían dado
por sentado que el territorio asignado a Québec naturalmente terminaría
siendo suyo con el correr del tiempo; pero cuando las autoridades británi-
cas organizaron formalmente el gobierno de Canadá con la Ley de Québec
(1774), incluyeron las tierras del valle de Ohio reclamadas por Massachusetts,
Connecticut y Virginia. Por otra parte, el Parlamento -al que por entonces
los líderes de las colonias consideraban empeñado en quitarles los derechos
que les correspondían en su condición de ingleses- estableció en Québec una
administración colonial con un alto grado de centralización, al estilo francés.
Por si todo esto fuera poco, en un acto inusual de sensibilidad intercultural
y realismo político, el gobierno inglés reconoció los derechos de los católicos
franceses de Canadá que inquietaban a los protestantes de las trece colonias,
a menudo anticatólicos fenrientes. Para los colonos británicos, la situación de-
jaba en claro que Gran Bretaña se había convertido en la guardiana de un go-
bierno y una sociedad católica francoparlante a los que ellos habían derrotado
en la guerra que acababa de terminar. 244
Allí donde los británicos veían una oportunidad de aumentar los ingresos
imperiales, de mejorar la administración colonial y de disciplinar a la constan-
temente quejosa población de las colonias, los norteamericanos, impregna-
LA "GRAN GUERRA" Y LA REVOLUCIÓN ESTADOUN,IDENSE 95

dos del pensamiento libertario de la tradición whig inglesa y profundamente


recelosos del poder ejecutivo, veían una conspiración. Temían que algunos
políticos corruptos f'.Stuvieran atacando los derechos deÍ-ivados del derecho
consuetudinario inglés y de los avances políticos de las décadas. anteriores
de "benévola negligencia", que a su vez habían pf'.rmitido que las legislaturas
coloniales reclamaran nuevas prerrogativas. 24" Con tantos marcos de referen-
cia y de interpretación diferentes, los malentendidos y los conflictos fueron
inevitables. Como bien explicaron los estadounidenses en la Declaración de
la Independencia: "Los gobiernos establecidos desde hace mucho tiempo no
deberían modificarse por causas livianas y transitorias"; pero los cálculos erra-
dos de los ingleses llevaron a los norteamericanos a concluir que "cuando una
larga serie de abusos y usurpaciones que persiguen invariablemente el mismo
objeto manifiesta un designio de reducir [a un pueblo] al despotismo absolu-
to, este tiene el derecho y el deber de derribar a semejante gobierno".
Por supuesto que los elevados motivos de la Declaración de la Indepen-
dencia no fueron tan elevados en la práctica, ni los abusos tan demoledores.
Los colonos ingleses que se quejaban de los impuestos eran quienes menos
tributos pagaban en todo el mundo atlántico. Y los hombres que decían re-
presentar los principios universales de igualdad y libertad no podían imagi-
nar _a las mujeres participando de la vida política, tenían esclavizada a una
quinta parte de su población y apenas si se detenían a pensar que se habían
adueñado de tierras que pertenecían a los aborígenes norteamericanos. Sin
embargo, hasta el relato más breve de la serie de medidas tomadas por los
ingleses entre el fin de la guerra de los Siete Años y la Declaración de la
Independencia muestra que los extravagantes temores mencionados tenían
una base atendible, aunque bien sabemos que la acusación estaba desea-
.minada. Los ingleses querían ejercer más control en las colonias y obtener
mayores ingresos; su objetivo no era artero ni violentaba los límites de una
política pública razonable. Los colonos confundieron ineptitud política con
conspiración.
La Ley de Ingresos Públicos norteamericana de 1764, conocida más común-
mente como Ley del Azúcar, se había redactado con la intención de aumentar
los ingresos de la Corona para la defensa imperial. Dicho de otro modo: el
plan era trasladar a los norteamericanos parte de los costos de la potencia
global -costos que antes solventaban de manera exclusiva los contribuyentes
británicos- puesto que el gobierno central vacilaba ante la idea de aumentar
su deuda o elevar aún más los impuestos en Gran Bretaña. Esta estrategia
marcó un hito; fue la primera ley aprobada por el Parlamento inglés destinada
específicamente a recaudar dinero para la Corona en las colonias. En ella se
especificaba que los impuestos afectarían a lo que podía considerarse un lujo
pero que en realidad eran las mercancías que se comerciaban habitualmente
96 HISTORIA DE LOS ESTADOS UNIDOS

en la economía de consumo de las colonias, entre otras el azúcar refinado, el


café y los vinos de Madeira. Tan importante como las tasas impositivas fue la
promesa de aplicarlas con la ayuda de un servicio de aduanas revitalizado y
de los nuevos tribunales del vicealmirantazgo, donde los acusados tenían muy
pocos derechos. Fue en respuesta a esta medida política que el 24 de mayo de
1764 estalló por primera vez en Boston la protesta por el famoso principio de
no aceptar ningún impuesto sin representación. Pasando de las palabras a los
hechos, las colonias adoptaron una política de no importación.
Al año siguiente, el Parlamento inglés redactó la Ley de Sellos, muy poco
sagaz desde una perspectiva política. La exigencia de sellar las publicaciones
y los documentos legales golpeó con particular dureza a los editores de pe-
riódicos, abogados, comerciantes y especuladores de tierras, quienes consti-
tuyeron una oposición bastante poderosa. Si la Ley del Azúcar había sido la
primera ley impositiva colonial, la Ley de Sellos fue la primera en gravar las
actividades económicas internas de las colonias: una verdadera invitación a
que los colonos observaran la distinción entre impuestos internos y externos,
cosa que hicieron de inmediato. La Ley de Sellos provocó en su momento
numerosos tumultos callejeros y dio origen a un sostenido análisis público de
teoría política que se prolongó durante veinte años. Los colonos debatían in-
terminablemente cuál podía ser la forma política viable para el Nuevo Mundo
dejándose llevar por sus intereses e ideales, por las circunstancias locales y por
las ideas republicanas, liberales y religiosas sobre la autoridad y las formas de
gobierno que por entonces circulaban. 246 Todo esto re~ultó, como sabemos,
en la Constitución y los Documentos Federalistas -las obras más distintivas
y distinguidas de política práctica y de teoría política que han redactado los
estadounidenses-.
Puesto que numerosos comentarios sobre la obra de los fundadores desta-
can el carácter único de estos documentos, cabe señalar que, si bien el deba-
te comenzó defendiendo derechos distintivamente ingleses, poco a poco fue
apropiándose de las ideas de la Ilustración -que estaban circulando por el
mundo y habían llegado hasta Moscú y Viena en el este y hasta Buenos Aires
en el sur-. En el siglo xvu1 la tarea de la política progresista consistía en se-
leccionar y adaptar las ideas más apropiadas para las tradiciones, las circuns-
tancias, las relaciones de poder y las aspiraciones locales. 247 Europa central y
Europa costera respondieron de modos diferentes a la Ilustración. El comer-
cio oceánico había transformado más profundamente y en otros aspectos las
estructuras feudales de la política y de la sociedad en general en las naciones
costeras que en las interiores. Europa central y del este, excluida del transfor-
mador comercio oceánico, se organizó en grandes estados de base territorial
que no contaban con la importante burguesía de las ciudades marítimas. En
consecuencia, las ideas de la Ilustración encontraron acogida en esos países,
LA "GRAN GUERRA" Y LA REVOLUCIÓN ESTADOUNIDENSE 97

no tanto entre los burgueses como entre la clase más numerosa de los funcio-
narios estatales. El liberalismo de José 11 del imperio Habsburgo fortaleció el
poder central al crear una administración estatal más meiitocrática y aplicar
avanzadas reformas agrícolas. 248 Al mismo tiempo, en las monarquías absolutas
de otras latitudes se daban fenómenos similares. Mientras para José II de Vie-
na o Catalina la Grande de San Petersburgo o Federico el Grande de Berlín la
nueva política podía significar el "absolutismo ilustrado'', en Filadelfia signifi-
có republicanismo. 249
Consecuentemente, el significado y la importancia de la revolución y la
Constitución de los Estados Unidos también variaron de acuerdo con las cir-
cunstancias locales. Los británicos vieron en la contribución norteamericana
un ejemplo de constitucionalismo y sufragio, mientras que en Francia se desta-
caban los derechos y el poder estatal. Para Suiza y, luego para los argentinos y
los alemanes de la asamblea de Fráncfort, lo esencial fue el federalismo. 250
La resistencia popular obligó a revocar la Ley de Sellos en 1766, pero los
británicos no retrocedieron en cuanto al principio. Una ley declaratoria que
acompañó la anulación de la anterior afirmaba el poder del Parlamento para
sancionar leyes que obligaran a los colonos "en todos los casos que puedan
surgir" (expresión que, dicho sea de paso, repetía el lenguaje de la Ley Decla-
ratoria Irlandesa de 1719). Con todo, los impuestos de Townshend, estableci-
dos unos años después, respetaban la distinción norteamericana entre tributos
"internos" y "externos" y gravaban fuertemente el té, el papel, la pintura, el
vidrio y el plomo. También en este caso, la recaudación implicó la instaura-
ción de nuevos y elaborados mecanismos de aplicación, entre ellos un nuevo
tribunal. Y las protestas se reanudaron. La política de no importación de los
colonos -que promovió la actividad intercolonial- contribuyó a fomentar un
sentimiento de separación, identidad y unidad coloniales en tanto que las pro-
testas continuaban educando a los colonos en cuestiones de teoría política.
Fue entonces cuando se argumentó que, independientemente de que un im-
puesto fuera interno o externo-y tal como lo formularaJohn Dickinson en sus
famosas Letters from a Farmer in Pensilvania to the lnhabitants of the British Colonies
(1768)-, la verdadera distinción que debía establecerse era entre el derecho
reconocido del Parlamento a regular el comercio -que podía implicar algún
impuesto incidental- y cualquier supuesto derecho a imponer tributos para
aumentar las rentas fiscales -derecho que, por supuesto, se le negaba-. El
Parlamento reconsideró la medida y terminó reduciendo los impuestos de
Townshend.
Pero la inquietud en las colonias persistía. Las ciudades, que dependían del
comercio marítimo, padecían aquellos años un creciente empobrecimiento,
tensiones y conflictos sociales. Ninguna sufría más que Boston, que se convir-
tió en el semillero de la resistencia. 251 La ciudad reaccionó en forma dramática
98 HISTORIA DE LOS ESTADOS UNIDOS

-en el sentido más literal de "teatralmente"- al impuesto al té de 1773. En el


motín conocido como Boston Tea Party los rebeldes, vestidos como indios mo-
hawk, abordaron un barco de la Compañía de las Indias Orientales y lanzaron
a las aguas del puerto de Boston trescientos cuarenta y dos cajones de té.
En la primavera de 1774, Londres, determinado a poner orden en. las colo-
nias, había promulgado una serie de leyes -conocidas con el nombre de Leyes
Coercitivas- dirigidas especialmente a Boston. Se cerró el puerto y el gobierno
de Massachusetts fue suspendido. La Ley de Administración de Justicia otorgó
nuevos poderes y protección legal a los funcionarios coloniales para que apli-
caran mano dura ante cualquier desafio a la autoridad imperial.
Más tarde, en septiembre de ese mismo año, se reunió el primer congreso
continental integrado por delegados de doce colonias. Varios líderes colonia-
les -entre ellos James Wilson de Filadelfia, John Adams de Massachusetts y
ThomasJefferson de Virginia, como asimismo los rebeldes de Nueva Granada
y Perú, prontos a resistirse a las reformas españolas- habían desarrollado la
idea de que, si bien las colonias debían adhesión al rey, no estaban sometidas
a la autoridad del Parlamento de la metrópoli. Este movimiento puso a los
colonos a un paso de independizarse. Dado ese paso, la Declaración de la
Independencia se presentó como una separación del rey y de los principios
de la monarquía.
Mientras tanto, las tropas británicas se habían congregado en Massachu-
setts. En la noche del 18 de abril de 1775, el patriota Paul Revere cabalgó
desde Boston para alertar a los agricultores de Lexington y Concord sobre el
avance de los británicos. Al día siguiente resonaron los famosos disparos en
los prados de Lexington. Los colonos estaban en franca rebelión, incluso en
guerra. Un mes más tarde, el Congreso Continental nombraba comandante
del ejército continental a George Washington. A comienzos de 1776, el Con-
greso establecía el Comité de Correspondencia Secreta, encargado de buscar
el apoyo de los países "amigos" de Europa. Hasta entonces, la disputa había
evolucionado dentro del marco del imperio británico. Pero la decisión de las
colonias de independizarse la internacionalizó, y arrastró en su avance a Fran-
cia y España. El sentido común, publicado por Tom Paine en enero de 1776,
fue el primer pedido formal de separación de Inglaterra. En el contexto del
conflicto con la metrópoli, su brutal ataque al principio de la monarquía era
menos importante para los amigos europeos de las colonias que su declara-
ción sobre el absurdo de que una isla gobernara un continente. El rey Luis
XVI acordó en secreto entregar un millón de libras francesas (equivalente
entonces a un millón de libras británicas) a los norteamericanos, y los espa-
ñoles aportaron casi la misma suma. Esos fondos, enviados a los colonos por
el conde de Beaumarchais mediante una compañía falsa que "lavó" el dinero,
permitieron que los rebeldes compraran los pertrechos militares indispensa-
LA "GRAN GUERRA" Y LA REVOLUCIÓN ESTADOUNIDENSE 99

bles: entre otras cosas, el ochenta por ciento de la pólvora utilizada por los
estadounidenses durante el primer año de la guerra.
Al principio las cosas no marcharon bien para los libertadores, y los france-
ses no tenían intenciones de respaldar de manera pública al perdedor. Pero
la derrota británica en Saratoga en octubre de 1777, cuando las armadas fran-
cesa y española se habían recuperado por completo y estaban dispuestas para
la lucha, bastó para que Benjamin Franklin persuadiera a los franceses de la
conveniencia de aliarse con los norteamericanos en contra de Gran Bretaña.
En el siguiente mes de febrero se firmó una alianza formal y poco después
Francia consiguió que España se sumara a la coalición antibritánica. La provi-
sión de materiales, tropas y, sobre todo, poderío naval por parte de Francia fue
decisiva para que los norteamericanos alcanzaran la victoria.

Al parecer, en la mesa en la que se negoció la paz de 1783 la contribución


francesa a la derrota de Gran Bretaña no fue justamente reconocida. El Tra-
tado de París dio mucho a los norteamericanos -seguramente más de lo que
hubieran querido los españoles, quienes percibían a los ex colonos ávidos de
territorio como una amenaza potencial a sus intereses en América del Nor-
te- y muy poco a Francia, que debió contentarse con el considerable placer
de haber contribuido a despojar a Gran Bretaña de una valiosa colonia. Si
bien los franceses, cuando se desarrollaban esas negociaciones, estaban imple-
mentando importantes iniciativas políticas en la India, destinadas a promover
una rebelión de los príncipes indios contra Gran Bretaña, aún no se conocía
ningún resultado positivo (y en verdad no habria ninguno). Por lo tanto, no
esperaban restaurar su influencia anterior en la India ni tampoco reclamaban
la restitución de Canadá. 252 Sin embargo, recuperaron sus puestos de tráfico
de esclavos en el río Senegal y en Gorée.
A España no le fue mucho mejor. Su principal objetivo al aliarse con Francia
había sido recobrar Gibraltar, pero fracasó, aunque Gran Bretaña le devolvió
el este y el oeste de Florida para evitar continuar discutiendo sobre Gibraltar,
donde dejó abandonados a diez mil partidarios de la Corona que habían hui-
do hacia Florida en 1782-1783. 253 Las transferencias de tierra entre Inglaterra,
España y Francia eran escasas y menores, principalmente en África, Asia y el
Caribe. Aunque parezca sorprendente, la cuestión más dificil que debieron
resolver los negociadores fueron los derechos de pesca y secado del bacalao en
las costas de Newfoundland. 251 Los holandeses-quienes entraron en la guerra
más tarde, pero cuya isla caribeña de libre comercio, San Eustaquio, era una
100 HISTORIA DE LOS ESTADOS UNIDOS

fuente vital de suministros militares para las colonias- hicieron un acuerdo


por separado mediante el cual Gran Bretaña les devolvía los fuertes, los puer-
tos y las ciudades que habían capturado en el sudeste asiático a cambio de la
promesa de no interferir en la navegación británica en Asia ni en África. 255 Es
bastante extraño que los grandes ganadores en estas contiendas fu_eran los
nuevos Estados Unidos y su ex soberano colonial, que consolidó su posición
como potencia mundial aun habiendo perdido sus trece colonias. 256
La lucha en Norteamérica había terminado en Yorktown en octubre de
1781, pero los esfuerzos diplomáticos por lograr un tratado de paz definitivo
se prolongaron. El resultado no fue uno sino tres tratados. El tratado entre
Gran Bretaña y los revolucionarios norteamericanos se firmó en París y los
otros dos, negociados entre Francia y España, se rubricaron en Versalles el
mismo día. La cantidad de tratados era menos problemática que la limitada
capacidad del Congreso de la Confederación de ser un firmante responsa-
ble. Al ratificar el Tratado de París, el Congreso establecía las obligaciones
de los británicos pero no podía obligar a sus propios estados constituyentes.
La estructura confederada del nuevo gobierno de los Estados Unidos asigna-
ba tanto poder a los estados que el poder central sólo podía "recomendarles
encarecidamente" que acataran los términos del tratado. 257 Esta situación limi-
taba la capacidad del nuevo gobierno de hacerles cumplir sus compromisos a
los británicos, sobre todo aquellos referentes a los fuertes del oeste. Uno de
los principales motivos que impulsaron la redacción de la Constitución en
1787 -y la cláusula, incluida en ella, según la cual los tratados internacionales
estab~n por encima de todas las leyes estatales- fue precisamente rectificar
esta debilidad de la diplomacia internacional incorporada en el sistema conti-
nental y en los artículos de la Confederación.
La proliferación de tratados es sintomática de los resultados al parecer
enigmáticos de la guerra. Aunque sus aliados europeos fueron indispensa-
bles para el éxito militar de los rebeldes norteamericanos, las recompensas
que recibieron no estuvieron a la altura de las circunstancias. Muchos revo-
lucionarios (y aún más las generaciones sucesivas) tendieron a atribuir el
feliz resultado a la mano de la Providencia. Aunque lo más probable es que,
como sugirió James Madison en la Convención Constitucional, las grandes
potencias tuvieran sus propios intereses. El conde Vergennes, hombre muy
experimentado en la diplomacia europea, prefería afinar un complejo equi-
librio de poder antes que ensanchar las posesiones francesas. 258 En 1783 la
guerra norteamericana no era el asunto diplomático más apremiante para
él. Le preocupaba mucho más la cuestión oriental, ya que la debilidad del
imperio otomano creaba un vacío de poder que podría constituir una ten-
tación para que Rusia o Prusia expandieran su influencia en la región, lo
cual desbarataría el equilibrio de poder europeo. Vergennes sabía que Rusia
LA "GRAN GUERRA" Y LA REVOLUCIÓN ESTADOUNI,DENSE 101

se preparaba para luchar contra los turcos y por lo tanto necesitaba librar
a Francia de pelear contra Gran Bretaña para estar en ~ondiciones de con-
trarrestar el avance .ruso én el este. Además, le inquietaba la vulnerabilidad
francesa en las Indias Occidentales. 259
Los representantes norteamericanos de la paz de París -John Adams, Ben-
jamin Franklin y John Jay- eran hábiles negociadores, aunque Adams y Jay
tuvieran visiones un tanto provincianas y no siempre fueran diplomáticos. 260
Franklin fue de lejos el más eficaz pues aportó a la tarea diplomática tres re-
cursos incomparables: la reputación, el conocimiento y el encanto personal.
Quizás a ello se deba que haya recibido un mayor crédito por la paz firmada
en Francia.261 El nacionalismo cultural no se había desarrollado lo suficiente
como para irrumpir en la república cosmopolita de las letras, que consideraba
"ciudadanos del mundo" a los eruditos como Franklin. Su reputación de hom-
bre de ciencia no conocía límites geográficos ni políticos, y el enciclopedista
Denis Diderot era el paradigma del científico experimental. (El hecho de que
Franklin fuera una de las figuras más admiradas y honradas del mundo atlán-
tico mortificaba al excesivamente celoso Adams.) El respeto que Franklin se
había ganado -y que él mismo aportaba a cada conversación-, sumado a su
compromiso con la "sencillez y la buena fe" (en sus propias palabras) le permi-
tieron ganar la confianza de los negociadores ingleses y franceses. 262
Los norteamericanos también se beneficiaron con la idea de imperio sos-:-
tenida por Lord Shelburne, quien prefería "el comercio a la dominación". 263
Desde su puesto de secretario de estado, que ocupó entre 1766 y 1768, había
ejercido presión para que los ingleses se reconciliaran con los ex colonos;
pero, como no había podido obtener el respaldo del rey ni del gabinete, había
renunciado. Volvió a asumir el cargo en 1782 y sobre sus hombros recayó la
responsabilidad de negociar el tratado y de convencer al rey Jorge 111 de que
aceptara la independencia de los Estados Unidos. Muy interesado en asegurar
la continuidad del comercio con los norteamericanos, que se había duplicado
entre 1758 y 1771, Shelburne no sólo concebía el tratado de paz como el fin
de la guerra sino también como el primer paso hacia un acercamiento de pos-
guerra que beneficiaría el comercio y debilitaría la alianza franco-norteame-
ricana.264 Su estrategia surtió efecto: el comercio entre los norteamericanos
y los británicos no sólo se restauró sino que se expandió muchísimo, tanto
que en la década de 1790 su volumen duplicó al del decenio de 1760, aunque
el libre comercio sin trabas de ninguna índole sólo se estableció en 1815. 265
Pero las facciones parlamentarias rivales no comprendieron o no apreciaron
adecuadamente su visión estratégica y, en 1783, Shelburne se vio obligado a
renunciar para no retornar jamás a la vida pública. 266 Irónicamente, su visión
(y la de Adam Smith) de un imperio del libre comercio le dio a Gran Bretaña
un poder global aún mayor durante el siglo XIX.
102 HISTORIA DE LOS ESTADOS UNIDOS

Vergennes no vivió para ver los resultados de su contribución a la inde-


pendencia de los Estados Unidos ni a la de Francia. Murió en 1787, antes de
que los norteamericanos idearan una forma adecuada de gobierno y la consa-
graran en la Constitución. Y también antes de que el rey Luis XVI, habiendo
acumulado una deuda inmanejable -que, aunque venía acrecentándose. desde
hacía mucho tiempo, alcanzó su punto crítico debido a los costos de la gue-
rra norteamericana-, se viera obligado a convocar a los Estados Generales en
1789, acontecimiento que precipitó la Revolución Francesa. 267
El Tratado de París fue un desastre para los amerindios. No todas, pero mu-
chas tribus indias apoyaron a Gran Bretaña contra los rebeldes y seguramente
sabían que tendrían que pagar un precio por haber respaldado a los perde-
dores. Pero jamás pudieron imaginar que los británicos los abandonarían por
completo. En la mesa de negociaciones no hubo ningún representante de los
aborígenes estadounidenses y los británicos cedieron el "país indio" (desde el
oeste transapalache hasta el río Misisipi) al nuevo gobierno norteamericano
sin consultarlo con nadie. Ni los indios ni el hecho de que aquellas tierras les
pertenecieran fueron mencionados en el tratado. La magnitud y la signifi-
cación de este silencio se hacen evidentes al advertir que la mayor parte del
territorio transferido a los estadounidenses por los británicos era en realidad
territorio indio. Las poblaciones europeas estaban concentradas en las zonas
costeras del Atlántico y del golfo de México, mientras que el país de Ohio y la
región de los Grandes Lagos eran desconocidos para la mayoría de los norte- -
americanos. Los ingleses rara vez habían oído hablar del río Misisipi. 268
Los indios se quedaron "de una pieza" cuando se enteraron de los términos-
del tratado, sobre todo porque en 1783 habían conseguido tener "ascendencia
militar" sobre los colonos de Kentucky, situación que tendría que haberlos
dejado en posición de negociar. 269 Little Turkey, un líder cherokee, desorien-
tado y furioso por el resultado, comentó: "Los que hicieron la paz y nuestros
enemigos decidieron qué hacer con nuestras tierras en una ronda de ron".
Las consecuencias se manifestaron poco tiempo después. En un mensaje en-
viado al gobernador español de St. Louis en 1784, los representantes de las
tribus iroquesas, shawnee, cherokee, chickasaw y choctaw declaraban que los
norteamericanos se estaban "propagando como una plaga de langostas en los
territorios del río Ohio que nosotros habitamos". 270 Los aborígenes resistieron
con sorprendente éxito durante un tiempo, pero con la venta de Luisiana y
la evacuación británica de los fuertes que habían erigido en el valle de Ohio
después de la guerra de 1812, se quedaron sin ningún aliado; en 1844, menos
del veinticinco por ciento de los indios que habían vivido al este del Misisipi
en 1783 continuaban en la región. 271
La visión excluyente del futuro, que situaba a los nativos norteamericanos
fuera de unos Estados Unidos en permanente expansión, tuvo su origen,
LA "GRAN GUERRA" Y LA REVOLUCIÓN ESTADOUNIDENSE 103

como vimos, en la resolución de la guerra de los Siete Años cuando, en lugar


de reconocerlos como parte de la nueva sociedad que se estaba creando en
América del Norte, fueron dejados de lado, más allá de cierta línea fronteriza.
_Refiriéndose a los indios en una carta dirigida al Congreso en 1783, George
Washington explicaba: "Estableceremos una línea de frontera entre nosotros
y ellos". 272 Con el tiempo, esta idea de un lugar o un no lugar para los aborí-
genes norteamericanos se hizo realidad. En la década de 1780, los indios eran
parte de la vida cotidiana para la mayoría de los euronorteamericanos, y en
Jos decenios de 1820 y 1830 todavía ocupaban el centro de la conciencia y las
políticas estadounidenses. Pero ya en la siguiente década habían sido despla-
zados más allá del Misisipi y pasado a ocupar el lugar de figuras exóticas o
casi ignoradas en la vida cotidiana de la nación. 273La lógica de este fenómeno
había sido ftjada por el presidente Andrew Jackson en el famoso discurso que
justificaba la destrucción de los modelos históricos de la vida india:

La benévola política del gobierno [ ... ] en relación con el traslado


de los indios fuera de los asentamientos blancos está alcanzando su
feliz consumación. [ ... ]La humanidad ha lamentado amargamente
el cruel destino de los aborígenes de este país y la filantropía se ha
consagrado con ahínco durante largo tiempo a idear los mejores
medios de evitarlo; sin embargo, su evolución nunca se ha detenido,
ni por un momento, y muchas tribus poderosas han desaparecido
una por una de la faz de la tierra. [ ... ] Pero la verdadera filantropía
reconcilia el espíritu ante estas vicisitudes, como lo hace al extinguir-
se una generación para dar paso a otra. [ ... ] Tampoco hay en esto,
si se adopta una visión amplia de los intereses generales de la raza
humana, nada que lamentar. [ ... ] ¿Qué hombre de bien preferiría
un país cubierto de bosques custodiados por unos pocos salvajes a
nuestra extensa república tachonada de ciudades, poblados y prós-
peros establecimientos agrícolas, embellecida con todos los adelan-
tos que el arte puede imaginar y la industria ejecutar, habitada por
más de doce millones de personas felices y favorecida con todas las
bendiciones de la libertad, la civilización y la religión? 274

Este traslado de los indios, uno de los capítulos más trágicos de la historia
de los Estados Unidos, fue parte de un modelo de diferenciación social y ais-
lamiento que se instauró entre la revolución y la guerra civil y que redujo la
complejidad de la experiencia diaria de muchas maneras. Se hicieron esfuer-
zos distintos, pero extrañamente similares, para desterrar a los pobres y a los
excéntricos en asilos, para enviar a los afronorteamericanos emancipados al
exterior y endurecer la regulación que afectaba a los que aún eran esclavos,
l 04 HISTORIA DE LOS ESTADOS UNIDOS

como asimismo para restringir el sometimiento de las mujeres a los nuevos


términos de la domesticidad suburbana.
Muchos historiadores datan el comienzo del llamado segundo imperio britá-
nico en este período, a partir de las lecciones aprendidas en la controversia de
Inglaterra con los norteamericanos. El énfasis de la política imperial británica
pasó al comercio antes que al buen gobierno territorial. Cuando Gran Bretaña
ejercía el poder gubernamental en un territorio, sobre todo en la India, lo ha-
cía sin recurrir a instituciones representativas. La experiencia norteamericana
enseñó a los administradores coloniales que esas instituciones eran fuentes de
problemas. Por entonces, los ingleses establecían una distinción entre colo-
nos europeos (como los de Australia y Canadá) y no europeos, los "otros" no
blancos a quienes gobernaban con mano de hierro sin necesidad de recurrir a
instituciones representativas y utilizando la fuerza cuando lo consideraban ne-
cesario.275 Si bien los británicos siempre habían pensado que los asiáticos y los
africanos eran inferiores, los funcionarios imperiales a menudo colaboraban
con los soberanos aborígenes. Pero esa situación cambió en el cuarto de siglo
que siguió a la independencia de los Estados Unidos. Tanto a los asiáticos y
africanos como a los eurasiáticos se les negaron las posiciones significativas de
autoridad. 276 Consideremos el ejemplo de Lord Comwallis: después de que su
rendición en Yorktown pusiera fin a la guerra en América del Norte, tras un
breve servicio en Irlanda fue enviado a la India con el cargo de gobernador
general, donde tuvo más autoridad de la que antes había alcanzado ningún
gobernador en las colonias norteamericanas. Y esa habría de ser la modalidad
habitual de los gobernantes ingleses en la India durante el siguiente siglo. 277
El interés británico en el comercio asiático estaba creciendo desde antes
de la revolución norteamericana. Después de 1783, el Atlántico cedió su lu-
gar a Asia como centro del imperialismo mercantil británico y el Caribe dejó
de ser un "lago británico". Algunos consideran que este desplazamiento fue
el principal antecedente del éxito del movimiento británico que apuntaba a
abolir la esclavitud. 278 Otros sostienen que el comercio de China desempeñó
un papel clave para que los intereses de Gran Bretaña se alejaran del Caribe
y de América del Norte. Cualquiera haya sido el caso, la orientación geopo-
lítica extendió aún más las conexiones atlánticas hacia el resto del globo. El
desplazamiento hacia el este incorporó a la India en la emergente economía
global del algodón -sobre todo después de la guerra civil estadounidense- y
sentó las bases para el comercio del siglo XIX que transportaba opio de la
India a China. 279
Los norteamericanos también ampliaron su visión del mundo y comenza-
ron a comerciar con la India y con China. La globalidad del momento aparece
bien representada en un prolongado discurso pronunciado en 1783 por Ezra
Stiles, presidente del Yale College, con motivo de las elecciones. Teniendo en
LA "GRAN GUERRA" Y LA REVOLUCIÓN ESTADOUNIDENSE 105

cuenta el tema de la conferencia, cabe mencionar que en 1718 el instituto uni-


versitario de New Haven había sido rebautizado en honor de Elíu Yale, nacido
en Boston, quien había hecho una iníportante donación al establecimiento
por sugerencia del reverendo puritano Cotton Mather. Yale había hecho for-
tuna en su cargo de alto funcionario de la Compañía de las Indias Orientales
(fue gobernador de Fort St. George en Madrás en 1687, aunque perdió el
puesto por irregularidades administrativas) y, con ese telón de fondo univer-
sal, Stiles se explayó acerca de la universalidad de la nueva república:

Esta gran revolución norteamericana atraerá la atención y la mirada


de todas las naciones. La navegación llevará la bandera de los Estados
Unidos por todos los rincones del mundo, exhibirá las trece franjas
y la nueva constelación en Bengala y en Cantón, sobre el Indo y el
Ganges, sobre el V\Thang-ho [río Amarillo] y el Yangtze Kiang; y con
el comercio [los Estados Unidos] importarán la sabiduría y la litera-
tura del este. [ ... ] Habrá un ir y venir universal y el conocimiento
aumentará. Ese conocimiento llegará aquí y será atesorado en Nor-
teamérica y, una vez digerido y llevado a su máxima perfección, po-
drá devolver su resplandor desde Norteamérica hacia Europa, Asia y
África e iluminar el mundo con la verdad y la Iibertad. 280

LA ERA DE LAS REVOLUCIONES ATLÁNTICAS

Si bien no existe una lista definitiva de los movimientos que podrían llamarse
"revoluciones atlánticas", los historiadores -R. R. Palmer, Jacques Godechot,
George Rudé y Franco Venturini, entre otros- se han esforzado por elaborar
una, utilizando definiciones con distintos grados de precisión e imprecisión.
Siempre incluyen, por supuesto, las otras dos revoluciones triunfantes del si-
glo XVIII, la de Francia y la de Haití, a las cuales deberíamos agregar los nu-
merosos movimientos independentistas de la América hispana de comienzos
del siglo XIX. Pero además es importante incluir los casos ambiguos y fallidos
-desde Perú o Polonia, Irlanda, Suecia o Bélgica, hasta Ginebra, Bavaria, Savo-
ya, Milán y Nápoles-, en los que el movimiento en pro de la independencia,
en su mayor parte, no pudo sostenerse una vez que Francia les retiró el apoyo
militar. 281
Se dice con frecuencia, y acertadamente, que mientras que la revolución
estadounidense fue "un acontecimiento crucial de la historia norteamerica-
na'', si se la compara con la Revolución Francesa, son muy pocas las "huellas
de influencia directa que dejó en otra parte", salvo tal vez por sus documentos
106 HISTORIA DE LOS ESTADOS UNIDOS

más notables (la Declaración de la Independencia, la Constitución y los Docu-


mentos Federalistas) .282 Sin embargo, la revolución norteamericana también
tuvo su impacto sobre el siglo XVIII: hasta los sucesos de la Bastilla, el éxito de
los estadounidenses representó la "revolución" a lo largo de todo el mundo
atlántico y llevó ese término hacia su moderna significación política. Antes del
siglo XVII, la palabra "revolución" aludía a la rotación de los planetas o a los
grandes cambios del pasado provocados por fuerzas impersonales que cum-
plían los designios de Dios. En la Inglaterra del siglo XVIII, la noción de revo-
lución dio lugar a un amplio debate, impulsado por la guerra civil a mediados
del siglo y atizado hacia el final por la Revolución Gloriosa. Estas discusiones,
y en particular el argumento del contrato social de John Locke, que influyó en
la Declaración de la Independencia y en la decisión de los estadounidenses de
recurrir a las convenciones constitucionales, giraban en tomo del derecho a
hacer la revolución y de su legitimación antes que alrededor de su proceso y
sus cualidades transformadoras.John Adams, en una carta dirigida a su mujer
Abigail el 3 de julio de 1776, después de que él y Franklin le presentaran a
Jefferson sus sugerencias para la revisión final de la Declaración de la Inde-
pendencia, empleaba una clave más moderna: para él la revolución era algo
más real, específico de un lugar y resultado de la iniciativa humana, obra de
actores humanos:

Cuando miro hacia atrás y pienso en 1761, recuerdo el argumen-


to de las órdenes de asistencia, ante el tribunal superior, que yo
he considerado hasta ahora el comienzo de la controversia entre
Gran Bretaña y Norteamérica y que se extendió a lo largo de todo
el período desde aquel tiempo hasta ahora, y recuerdo la serie de
acontecimientos políticos, la cadena de causas y efectos, y la sú-
bita impetuosidad y la grandeza de esta revolución no dejan de
sorprenderme. 283

Una visión similar de la revolución -entendida como un ejemplo dado por los
estadounidenses al mundo- aparece en el primer libro que describe el acon-
tecimiento, publicado dos años más tarde en Francia (en 1778). Haciendo
hincapié en la contemporaneidad de la revolución y en la capacidad de acción
humana que implicaba, el autor de AfJregé de la révolution de l'.Amerique anglaise
['Visión sumaria de la revolución de la América inglesa"] se refiere a la "révo-
lution actueUe" y llama a los revolucionarios "coopérateurs". 284
La revolución de los Estados Unidos despertó particular interés en España
y entre los criollos de la América hispana. Si bien España era aliada de los
norteamericanos contra Gran Bretaña, la retórica revolucionaria le planteaba
una seria dificultad ideológica. Además, las demandas estadounidenses he-
LA "GRAN GUERRA" Y LA REVOLUCIÓN ESTADOU~IDENSE 107

chas a partir de 1783 para comerciar libremente se oponían a su sistema co-


mercial y los costos de la guerra estaban desequilibran~o sus ingresos fiscales.
La subsiguiente reforma: de las regulaciones al comercio y el sistema imposi-
tivo en España complicó todavía más la tensa relación que mantenía con sus
colonias. 285
Para los criollos, sin embargo, la mera existencia de la nueva república es-
tadounidense era importante. Los escritos de Thomas Paine, John Adams,
George Washington y Thomas Jefferson se difundieron por todas partes y de
inmediato se hicieron traducciones de la Declaración de la Independencia
y la Constitución. 286 El sistema presidencial de gobierno norteamericano fue
emulado, a la larga, en toda América Latina y hasta nuestros días distingue a
los gobiernos del hemisferio occidental de los de Europa.
A las elites criollas de la América hispana les inquietaba que el radicalismo
de la Revolución Francesa ofreciera más igualdad de la que ellos querían tener
en sus propias sociedades, y cuanto más radical se presentaba aquella, menos
los atraía. Una revolución como la francesa en la América española "destrui-
ría", como observó el historiador John Lynch, "el mundo de privilegio del que
gozaban". 287 Francisco de Miranda, un líder político venezolano que había es-
tado en Nueva York y en Filadelfia al final de la revolución norteamericana y
en París en plena revolución, observaba en 1799: "Tenemos ante nuestros ojos
dos grandes ejemplos, las revoluciones norteamericana y francesa. Imitemos
prudentemente la primera y rechacemos la segunda". 288 La revolución nor-
teamericana tenía la ventaja de terminar con los privilegios monárquicos sin
movilizar a las clases bajas (como había ocurrido en Francia) ni provocar una
rebelión de los esclavos (como en Haití).
Para los europeos que adherían a las ideas de la Ilustración, la revolución es-
tadounidense sugeria un futuro probable. Parecía anunciar una nueva era de
libertad y confería autoridad a los criticos de las jerarquías autoritarias tradi-
cionales. Los revolucionarios norteamericanos eran un ejemplo de la Ilustra-
ción en acción y creían que Europa estaba avanzando en la misma dirección.
Muchos pensaban que la crisis que los philosophes de la Ilustración detectaron
en Europa apuntaba al nacimiento de una nueva sociedad basada en la li-
bertad y la soberanía del ciudadano. Los nuevos Estados Unidos eran una
importante prueba anticipada de esa esperada evolución. 289 En 1790, Lafayette
le dio a Thomas Paine la llave de la Bastilla con instrucciones de llevársela a
George Washington. Al entregársela, Paine intentó reflejar con estas palabras,
además de su propia opinión, las ideas de Lafayette: "La llave es el símbolo de
los primeros frutos maduros de los principios norteamericanos trasladados a
Europa. [ ... ] No caben dudas de que fueron los principios de Norteamérica
los que abrieron la Bastilla; por consiguiente, la llave llega al lugar que le
corresponde".290 Por supuesto que Paine simplificó en su discurso los orígenes
108 HISTORIA DE LOS ESTADOS UNIDOS

de la Revolución Francesa, pero sus opiniones sobre la presencia de Nortea-


mérica en la historia europea no eran inusuales en 1790.
La idea de la revolución entendida como agitación social no se discutía por
entonces; ese debate surgiria luego. Lo que definió la manera de compren-
der la revolución en el siglo XVIII fue la instauración de una nueva forma de
gobierno basada en nuevos principios de soberanía. Cuando el rey francés
convocó los Estados Generales a la sesión de 1789, estos debían resolver cues-
tiones referentes a la deuda nacional. Pero si tomamos en cuenta que la ideo-
logía de la revolución norteamericana ya estaba muy difundida, podríamos
pensar que el rey, al recurrir a su cuerpo representativo, reconocía de manera
implícita la soberanía del pueblo. En realidad, esta noción, tan esencial para la
revolución estadounidense, fue explícitamente proclamada por los represen-
tantes durante la llamada Asamblea Nacional francesa.
Las conexiones entre la revolución norteamericana y la haitiana son com-
plejas y recíprocas, si bien es obvio que la Revolución Francesa influyó mucho
más en los acontecimientos de Santo Domingo. De hecho, los revolucionarios
de la isla, en particular Toussaint L'Ouverture, se referían directamente a los
derechos enunciados por la Asamblea Nacional francesa y querían extender
a Haití la legislación de 1791, que confería la ciudadanía a la gens de C1mleur.
Los esclavos negros se estaban rebelando contra la elite dominante blanca y
reclamaban un lugar entre las naciones. Así fue como los haitianos obligaron a
transformar en universalidad práctica la retórica universalista de la Revolución
Francesa, expandiendo la significación de las reivindicaciones francesas y ha-
ciendo de su revolución la más radical de todas. Aquel fue un acontecimiento
extraordinario.
En 1779, un regimiento de negros libres de Santo Domingo había peleado
como aliado de Francia junto a los norteamericanos en el sitio de Savannah,
donde sus integrantes ganaron experiencia militar y confianza en sí mismos. Es
probable que también hayan absorbido parte de la retórica libertaria de la re-
volución de los Estados Unidos. 291 En 1791, cuando estalló la guerra entre Fran-
cia y Santo Domingo, la administración Adams-en gran parte motivada por las
complejas negociaciones diplomáticas entre Francia, Gran Bretaña y España-
mantenía relaciones comerciales con la isla y suministraba el indispensable
apoyo naval, alimentos y armas a los revolucionarios. Por consiguiente, la revo-
lución estadounidense desempeñó su parte en la rebelión de Santo Domingo.
Las noticias sobre los acontecimientos de Santo Domingo viajaron rápida-
mente.292 Los africanos del Nuevo Mundo, esclavos o libres, se solidarizaron
con una revolución que sin duda los llenaba de esperanzas. 293 Pero el conoci-
miento de esta parte de la historia se mantuvo como parte de una tradición
oral; en la década de 1820, la prensa afronorteamericana del norte publicaba
noticias de Haití y los negros libres celebraban cada año el día de la indepen-
LA "GRAN GUERRA" Y LA REVOLUCIÓN ESTADOUNIJ?ENSE 109

ciencia de Haití. David Walker, un negro libre, habló en nombre de muchos


cuando escribió en su famoso Llamamiento a los ciudadanos de color del mundo
(1829) que "Haití [es] la gloria de los negros y el terror de los tiranos". 294
Por lo tanto, cuando los propietarios de esclavos de los Estados Unidos y
de otras partes del mundo hablaban de las "ideas francesas"-, tenían presente
algo más que París. Haití representaba el exceso francés en una forma es-
pecialmente preocupante. 295 Para los esclavistas, la revolución haitiana había
provocado violentas olas que se extendieron desde el sur de Carolina hasta
Bahía; en todo el Nuevo Mundo, los amos percibían una nueva "insolencia"
en la actitud de sus esclavos. 296 El temor produjo una solidaridad transnacional
entre las elites políticas y los plantadores blancos. Simón Bolívar, el libertador
de la América hispana, se oponía abiertamente a la esclavitud pero compartía
con Jefferson la terrible incomodidad que había generado la revolución hai-
tiana.297 Francisco de Miranda, que prefería la revolución estadounidense a la
francesa, declaraba en 1798 que antes de tener una revolución haitiana era
mejor no tener ninguna:

Confieso que por grande que sea mi deseo de libertad y de indepen-


dencia del Nuevo Mundo, aún más grande es mi temor a la anarquía
y la revolución. Dios no permita que otros países sufran el mismo
destino de Santo Domingo. [ ... ] es mejor que permanezcan otro
siglo bajo la bárbara e insensata opresión de España. 298

Entre los negros, el episodio haitiano pasó a ser el foco de una identidad trans-
nacional y en diáspora que les permitió imaginar una historia en la que sería
posible poner el mundo al revés. 299 Pero la inspiración que transmitió Tous-
saint L'Ouverture no fue del todo imaginaria: hay pruebas concretas de la
influencia del ejemplo haitiano en las rebeliones de esclavos de Bahía (1798),
La Habana (1812) y Charleston (1822), entre otras. El líder negro Denmark
Vesey, quien esperaba el apoyo de Haití para levantarse en Charleston, cita-
ba la Declaración de la Independencia en sus arengas, conocía la historia de
Santo Domingo y planeó su rebelión para un 14 de julio, el día de la toma de
la Bastilla. 300
¿Hasta qué punto fue radical la revolución de los Estados Unidos? La pre-
gunta surgió muy pronto en el debate político norteamericano y generó mu-
chas críticas por parte de los historiadores. No hay una respuesta definitiva,
pues todo depende de lo que cada uno considere radical y del marco tem-
poral que aplique para evaluar los resultados de la acción revolucionaria.
Bernard Bailyn habló alguna vez del "radicalismo transformador de la revo-
lución norteamericana"; según Abraham Lincoln, el radicalismo se iría dan-
do en forma gradual con el correr de los años, por lo que hasta el presente y
1 1 O HISTORIA DE LOS ESTADOS UNIDOS

en este proceso podría incluirse el movimiento por los derechos civiles de la


década de 1960. 301 Sin embargo, la revolución norteamericana fue alabada
en los Estados Unidos y en otras partes del mundo sobre todo por su mo-
deración, por su respeto hacia los derechos tradicionales y el derecho a la
propiedad, y por no haberse opuesto de modo enérgico a las desigualdades
de riqueza, raza y género.
Con todo, la revolución fue radical para su tiempo. Leopold von Ranke, el
historiador alemán fundador de la historia científica moderna, no tuvo dudas
acerca de las consecuencias revolucionarias del movimiento norteamericano
por la independencia. En 1854, identificó el radicalismo de la revolución nor-
teamericana con la idea y la aplicación práctica de la soberanía del pueblo. 302
Y esto era realmente radical en su época, pese a que la idea del pueblo enten-
dido como soberano estaba tomando cuerpo desde hacía algún tiempo en la
tradición parlamentaria británica. 303 Y también es verdad que, tanto en I 776
como en 1789, el concepto distaba mucho de ser una realidad concreta. Aun
así, proponía un novedoso reposicionamiento de la soberanía, que resultaba
perturbador incluso para quienes se sentían comprometidos con ella. .John
Adams dejó registrados esos sentimientos al expresar que "estas son doctrinas
nuevas, extrañas y terribles". No obstante, adhirió a ellas, complacido con la
idea de que implicaban que "el pueblo" era "fuente de toda autoridad y ori-
gen de todo poder". Aquella era una notable oportunidad para que el pueblo
"levante el edificio completo con sus propias manos". 304
Por importante que fuera la noción de soberanía popular, es justo recono-
cer que tuvo algunos efectos secundarios no precisamente positivos. Si bien
la soberanía del pueblo permitía que todos los ciudadanos participaran de la
política de la nación -aunque de manera más o menos ficticia, según se ad-
mitía305-, esta igualdad formal borraba ciertas ambigüedades que alguna vez
habían ofrecido la posibilidad de difundir, si no ya los derechos formales, al
menos la participación política. Cuando se declaró que los hombres blancos
eran soberanos -y la ley de naturalización de 1790 afirmaba como normati-
va306 a la "persona blanca libre" (dando por sentado que era varón)-, quienes
no lo eran quedaron más nítidamente excluidos: mujeres, indios, esclavos y
personas libres de color. 307 Es interesante observar que la Asamblea Nacional
francesa debatió la cuestión de la ciudadanía para las gens de coul.eury l~,s mu-
jeres, mientras que en los Estados Unidos la posibilidad de la ciudadanía para
los negros estaba por completo descartada y en la Convención Constituyente
ni siquiera se mencionó la posibilidad de la ciudadanía para las mujeres, a
pesar de la petición de "no olvidar a las damas" que Abigail Adams le hizo a
su marido .John.
Otras dos consecuencias políticas de la revolución me parecen en verdad
revolucionarias. La primera es que, al asignar la soberanía al pueblo, se pro-
LA "GRAN GUERRA" Y LA REVOLUCIÓN ESTADOUNIDENSE 111

dujo un extraordinario aunque rara vez señalado desplazamiento de la idea


de "súbdito" a la de "ciudadano", un fenómeno general del mundo atlánti-
co que comenzó a r~gistrarse entre 1776 y 1791 y contiÍluó en el siglo XIX
con la decadencia de las monarquías. 308 La segunda es que el debilitamien-
to de la aprobación religiosa para las monarquías abrió la puerta a la separa-
ción de iglesia y estado, un concepto verdaderamente radical que aún sigue
siendo incómodo para muchos en los Estados Unidos y en otras partes del
mundo.
Si las innovaciones políticas de la revolución estadounidense son impresio-
nantes, ¿qué decir de lo que significó como revolución social? En este sentido,
comparte el carácter de las revoluciones atlánticas. En la Norteamérica britá-
nica ya se estaba formando una nueva sociedad para los blancos y el consenso
sobre la frontera racial hizo que la libertad proclamada en la revolución fuera
menos subversiva del orden social existente -y por lo tanto menos destructi-
va- que la Revolución Francesa. Podría decirse que la revolución de los Esta-
dos Unidos aceleró y legitimó los cambios sociales que ya estaban dándose,
mientras que las estructuras más antiguas y más fuertes de Francia provoca-
ron un ataque más violento. De manera tal que, como lo señaló hace mucho
J. Franklin]ameson y lo sostuvo recientemente Gordon Wood, los diversos de-
sarrollos democratizadores de la revolución estadounidense fueron acumula-
tivamente significativos, pero la revolución no sacudió las raíces de la sociedad
norteamericana. 309
Sin embargo, esta revolución disolvió las jerarquías tradicionales mucho
más que las de la América hispana, aunque las decisiones estratégicas tomadas
por los líderes criollos presagiaran una experiencia más radical. En Améri-
ca Latina los revolucionarios movilizaron a mestizos, esclavos, negros libres e
indios en su lucha por la independencia, pero las tradiciones de jerarquía y
la negativa a otorgar poder a esos grupos sentaron las bases para el estableci-
miento de gobiernos autoritarios que conservaron una potente fuerza militar,
con ejércitos capaces y deseosos de mantener a esos grupos en su condición
de impotencia.
Los patriotas de América del Norte no buscaron aliacios· entre sus esclavos
ni entre los indios. Si bien los afronorteamericanos pelearon en la batalla de
Bunker Híll, el Congreso Continental prohibió que los negros portaran ar-
mas, en un gesto de deferencia hacia las preocupaciones del sur. Cuando los
británicos ofrecieron la libertad a los negros que se alistaran en el ejército, el
Congreso se retractó, pero los cinco mil negros que se habían enrolado en .el
bando patriota estaban en su mayoría desarmados y cumplieron funciones
logísticas. Aunque los británicos abandonaron a los indios a su suerte en la
mesa de negociaciones, liberaron a miles de esclavos que se les habían unido
y los trasladaron a Canadá y las Indias Occidentales. Por el contrario, los pa-
112 HISTORIA DE LOS ESTADOS UNIDOS

triotas norteamericanos no emanciparon a quienes habían contribuido a la


causa revolucionaria y el número de esclavos de los Estados Unidos después
de la firma de la paz era mayor que en 1776. 31 ° Con todo, la práctica política
-la cultura política- de Norteamérica tendía más a la democratización que la
de Sudamérica. Los desarrollos sociales y políticos que se produjeron en los
Estados U nidos -impulsados en parte por la competencia en el seno de las
elites y por el sistema bipartidista- pasaron a ser en pocas décadas fructíferas
oportunidades para los varones blancos, cosa que no ocurrió en los países
recién independizados de América del Sur. 311
Sin lugar a dudas, la revolución más radical del Nuevo Mundo fue la hai-
tiana.312 Toussaint L'Ouverture alzó la proclama más fuerte a favor de los
derechos humanos universales en la era de la Ilustración, y los esclavos de
ascendencia africana a quienes condujo a la libertad fundaron la segunda re-
pública del Nuevo Mundo. A diferencia de otros esclavos rebeldes anteriores
a él, que habían sido partidarios de la restauración o secesionistas, como los
maroons de Jamaica, 313 L'Ouverture probó los límites de la libertad y la ciuda-
danía, los nuevos principios universales de la Ilustración. Y, lamentablemente,
encontró esos límites. Los europeos y los norteamericanos no estaban prepa-
rados para aceptar sus reivindicaciones y se atuvieron a sus propios principios
universales. 314
En realidad, la violencia de Haití, el desorden social y el derrumbe que
sufrió su economía después de la revolución constituyeron serios obstáculos
al movimiento abolicionista. Durante más de un siglo, los racistas emplearon
el ejemplo de Haití como argumento en contra de la emancipación y, en los
Estados Unidos, contra los esfuerzos por lograr la justicia racial durante la Re-
construcción y la época de Jim Crow. 315 En contraste, Frederick Douglass, el ex
esclavo que fue embajador estadounidense en Haití entre 1889y1891, instaba
a los norteamericanos en 1893 a no olvidar la perpetua importancia de aquel
acontecimiento: "A pesar de todos sus defectos, todos nosotros tenemos razo-
nes para respetar a Haití por los servicios prestados a la causa de la libertad y
la igualdad humana en todo el mundo". 316
La historia avanza de maneras misteriosas y, paradójicamente, la revolución
haitiana terminó en realidad provocando la expansión de la esclavitud. Y con-
dujo asimismo al desarrollo de la economía del azúcar en Luisiana y en Cuba,
país que reemplazó a Haití como principal productor azucarero del mundo. 317
En los estados del sur, los blancos temían que los esclavos se familiarizaran
con los acontecimientos de Santo Domingo y adhirieran a las ideas revolucio-
narias; a raíz de ello, en la década de 1790 promulgaron leyes que limitaban
o prohibían la importación de esclavos del Caribe. 318 Como ha hecho notar
W. E. B. DuBois, es evidente que este mismo temor contribuyó a impulsar la
promulgación de una ley nacional que suprimiera el comercio de esclavos (ley
LA "GRAN GUERRA" Y LA REVOLUCIÓN ESTADOUNI,DENSE 113

respaldada por Jefferson) en cuanto lo permitiera la Constitución, que prohi-


bía legislar sobre el asunto hasta 1808. 319
La revolución de los Estados Unidos promovió la causa antiesclavista y obs-
taculizó su progreso de modos complejos y paradójicos por igual. El lenguaje
de la libertad y la igualdad se utilizaba en los estados del norte para defender
la abolición de la esclavitud, aunque en algunos casos -como el de Nueva York,
el mayor centro esclavista del norte del país- siguió existiendo hasta bien entra-
do el siglo xix. 320 No obstante, como ha escrito David Brion Davis, el principal
historiador de la esclavitud y la abolición, es "imposible imaginar" que los britá-
nicos habrían aprobado el Ley de Emancipación de 1833 "si los Estados Unidos
hubieran continuado siendo parte del imperio", puesto que los ingleses dueños
de esclavos en Sudamérica se habrían unido a los plantadores caribeños para
conformar un poderoso frente esclavista en el Parlamento. 321 La separación de
los Estados Unidos redujo a la mitad la cantidad de esclavos del imperio británi-
co.322 "Mientras Norteamérica fue nuestra", explicaba el abolicionista británico
Thomas Clarkson, "no había ninguna posibilidad de que un ministro atendiera
los lamentos de los hijos y las hijas de África". 323 Sin embargo, la nueva nación
no sólo mantuvo la esclavitud sino que fue particularmente defensora de las
clases y las regiones que poseían esclavos; la Constitución incluía una cláusula
que les confería ventajas especiales: la cláusula de los tres quintos contaba a cada
esclavo como tres quintos de una persona en lo tocante a su representación en
el congreso y en el colegio electoral. 324 Para completar el complejo conjunto de
relaciones, una vez que los británicos pusieron fin a la esclavitud en el Caribe, las
presiones para abolirla también en los Estados Unidos se intensificaron. 325
Una peculiaridad de la revolución estadounidense es que no logró inspirar
pasión por una tradición revolucionaria. Las elites norteamericanas creían que
todo lo revolucionario que hacía falta aplicar en el país ya se había completa-
do en el siglo xv111. Rufus Choate, un líder de los tribunales norteamericanos,
lo dejó claramente establecido durante una conferencia dictada en la Escuela
de Leyes de Harvard en 1845. La era de "la reforma terminó; su trabajo ya
se ha cumplido". 326 Por supuesto, Henry David Thoreau escribió su famoso
ensayo Desobediencia civil cuatro años después, pero si bien Choate y Thoreau
representan los extremos, la mayoría de los estadounidenses coincidía más
con el primero que con el segundo.
Además, los norteamericanos sólo ofrecieron un apoyo limitado a las revolu-
ciones del exterior. O, para decirlo de otro modo y en un tono más crítico, si
bien ofrecían su respaldo retórico a las diversas luchas europeas por la libertad
-desde la griega en la década de 1820 hasta la húngara y la italiana en la de
1840-y acogieron a los refugiados de las revoluciones alemanas de 1848, fuera
de Europa y sobre todo cuando se trataba de revoluciones anti.coloniales no
europeas, vacilaban, y esa vacilación no ha cesado hasta nuestros días. A me-
114 HISTORIA DE LOS ESTADOS UNIDOS

nudo se dice que el radicalismo y el anticlericalismo de la Revolución Fraricesa


empañaron el gusto de los Estados Unidos por la revolución y tenemos abun-
dantes pruebas de que es verdad. No obstante, considero que el fantasma de
la revolución haitiana tuvo, por lo menos, la misma importancia. Ciertamente
la tuvo para Jefferson, el más prominente defensor norteamericano de. la vio-
lencia de la Revolución Francesa.
La revolución haitiana, escribe el antropólogo haitiano Michel-Rolph
Trouillot, "entró en la historia con la peculiar característica de ser impensa-
ble aun cuando haya sucedido". 327 ¿Cómo pudieron los esclavos de piel negra
reclamar lo que reclamaron, alcanzar las victorias sobre los ejércitos europeos
que alcanzaron y pasar a formar parte de la familia de las naciones? Para la
primera república americana, Haití era un espectro atormentador. Los líderes
políticos sureños no querían ni oír hablar del país caribeño. El senador Ro-
bert Y. Hayne, de Carolina del Sur, quien en 1830 defendió el derecho de los
estados a anular la aplicación en su territorio de algunas leyes del Congreso
(la llamada "nulificación") en su famoso debate con Daniel Webster sobre
la naturaleza de la Unión, conferenciaba unos años antes frente al Senado
sobre la cuestión de Haití: "Nuestra política con respecto a Haití es clara",
declaró. "Nunca podremos reconocer su independencia. "328 Los historiadores
atribuyen con toda justicia el comienzo del bloqueo intelectual -la negación
de la libertad de pensamiento- que marcó al sur de preguerra a la necesidad
de suprimir los impensables acontecimientos de Haití, que preocupaban a la
elite de los hacendados. 329

UNA NUEVA NACIÓN EN UN MUNDO PELIGROSO

La paz de 1783 en realidad no pacificó nada. Una vez que Shelburne aban-
donó la participación activa en el gobierno británico, los norteamericanos_
perdieron los beneficios del sistema de navegación inglés, en particular del
tráfico con las Indias Occidentales, aunque este último era, según dijo John
Adams en 1783, "una parte del sistema de comercio norteamericano". 330 Los
barcos de bandera estadounidense también fueron excluidos de la América
hispana, y las fronteras de la nación con los territorios españoles de Améri-
ca del Norte no eran claras ni había manera de hacerlas respetar. Ignorando
la frontera, los españoles alentaron la resistencia de los indios nativos norte-
americanos en los territorios más occidentales y trataron de separar los asen-
tamientos del oeste de la Confederación, con la esperanza de debilitar a los
Estados Unidos y establecer pequeños estados independientes que oficiaran
de amortiguador entre España y los Estados Unidos. Gran Bretaña también
LA "GRAN GUERRA" Y LA REVOLUCIÓN ESTADOUN,IDENSE 115

fomentó los ataques indios y, peor aún, se negó a retirarse de sus fuertes
del valle de Ohio y, a semejanza de los españoles, ma~tuvo tratos directos
con los asentamiet?-tos de Ohio y Kentucky. El ministro británico a cargo
--consideró la posibilidad de impulsar la instauración en el oeste de nuevos
gobiernos "separados" de los estados atlánticos. (Los británicos estaban in-
tentando aplicar una política similar en el sudeste asiático en procura de
alianzas comerciales con territorios que nominalmente estaban bajo control
holandés.) 331
La victoria militar en la guerra y el tratado de 1783, los dos grandes logros
del Congreso de la Confederación, también pusieron de relieve las graves limi-
taciones de los artículos de la Confederación. Resultaba evidente que el Con-
greso carecía tanto de los ingresos como de la autoridad ejecutiva necesarios
como para conducir una política exterior eficaz, y esto impulsó la formación
de una coalición de diversos líderes para reformar o reemplazar los artícu-
los.332 "No es exagerado decir", ha obsenrado Walter Russell Mead, "que debe-
mos la Constitución a las exigencias de los asuntos extranjeros". 333 Alexander
Hamilton expresó la misma idea en el decimocuarto documento Federalista.
"Hemos visto la necesidad de crear nuestra Unión como un baluarte contra el
peligro extranjero, como el guardián de nuestro comercio".
La nueva nación era independiente, pero su libertad de acción era muy limi-
tada. Lejos de estar aislada, en aquel momento, más que en ningún otro de su
historia, estaba tal vez más implicada en los asuntos del mundo y participaba
más claramente en historias más amplias que la suya propia. Los diplomáticos
franceses, británicos y españoles esperaban que la nueva nación terminara es-
cindiéndose. Aquel fue, como lo expresó John Fiske en 1888 en el centenario
de la ratificación de la Constitución, un "periodo critico" de la historia de los
Estados Unidos, 334 porque no estaba claro si las trece colonias conformaban
una unidad natural ni tampoco si estarían dispuestas a sacrificar parte de su
soberanía a cambio de la seguridad que les prometía la unión. La comuni-
cación era dificil a través de un territorio tan extenso, y a ello se sumaban la
diversidad cultural y de intereses económicos de las diferentes regiones. Los
comentaristas eruditos mostraban su inquietud al recordar las enseñanzas de
dos mil años de teoría política -desde Aristóteles hasta Montesquieu y Rous-
seau-, es decir, que las repúblicas debían ser pequeñas para ser virtuosas.
Aunque crearon una forma de gobierno concebida como una organización
distinta de las de Europa, los fundadores jamás dejaron de tener presente
al viejo continente: como una amenaza militar, como un potencial socio co-
mercial (o un obstáculo al comercio norteamericano) y como un sistema de
relaciones entre estados soberanos que podría enseñarles mucho en su bús-
queda de un principio viable de unión. Y además entendían que Europa era
un inevitable punto de partida para su propio pensamiento. 33 ~ El reto consistía
116 HISTORIA DE LOS ESTADOS UNIDOS

en imaginar una forma de gobierno eficaz más sólida que una liga de estados
soberanos, como era el sistema de alianza europeo de la época, pero no de-
masiado fuerte, o al menos no tanto como los estados "despóticos" de Europa.
Según Madison, tenían que encontrar una tercera vía, un punto intermedio
entre "la perfecta separación y la perfecta incorporación". 336 Para poder re-
formar los artículos de la Confederación debían persuadir a los estados -el
asiento de la soberanía del pueblo en la Confederación- de que una nación
más grande y más centralizada era posible y además necesaria para protegerlos
en un mundo peligroso.
El movimiento para reemplazar el gobierno de la Confederación -que,
como se sabe, se reunió en Filadelfia en 1787- intentó remediar este proble-
ma. Los hombres congregados en esa ocasión pretendían formar un gobierno
más fuerte y más centralizado que marchara al ritmo de una agenda nacional
y no de los intereses locales. Como sabemos, en realidad crearon un complejo
sistema federal, establecieron una base de ingresos para el gobierno nacional
y garantizaron suficiente poder ejecutivo a la presidencia como para conducir
las relaciones exteriores.
Los autores de la Constitución, todos ellos pertenecientes a la más rancia
elite, también abrigaban temores con respecto al frente interno. Temían que
la política cayera en manos de hombres que respondieran a intereses localis-
tas organizados en "facciones" de visión limitada. Creían en un gobierno de
estadistas, de hombres cultivados y de fortuna como ellos mismos, que podían
ser portavoces de los intereses más amplios de la nación. Los hombres que se
reunieron en Filadelfia también estaban preocupados por proteger el derecho
de propiedad frente a la democracia codiciosa que parecía dominar en las
legislaturas de los estados. 337 Madison fue muy directo en este sentido en el
famoso Documento Décimo Federalista. Allí explicó que la protección de la
propiedad era tanto un objetivo del gobierno como la fuente más importante
de la división facciosa y las mayorías injustas. Tal como la describió Madison,
la nueva Constitución resolvía el problema interno y, yo agregaría, establecía
la base conceptual para la expansión continental.
Madison comenzó por distinguir una democracia de una república. A su
entender, y a diferencia de una reunión democrática de ciudadanos, una re-
pública era "un gobierno en el que se pone en práctica un esquema de repre-
sentación". El poder se delega "en hombres cuya sabiduría puede discernir
de la mejor manera el verdadero interés de su país". Llegado a este punto,
redimió el liderazgo de la elite a la que favorecía. Cuanto más extensa sea
la república, argumentaba, tantas más probabilidades habrá de elegir a los
hombres de "carácter más consolidado", hombres virtuosos, y evitar a las "ma-
yorías interesadas y autoritarias. [ ... ] Basta con ampliar la esfera y abarcar una
mayor variedad de partidos e intereses para limitar la posibilidad de que una
LA "GRAN GUERRA" Y LA REVOLUCIÓN ESTADOUNIDENSE 117

mayoría de la totalidad tenga un motivo común para invadir los derechos de


los demás ciudadanos". 338 La estructura del gobierno prop.uesto, pensaba Ma-
dison, garantizaría que el arte de gobernar quedara en manos de sus líderes
y justificaría la creación de una república extensa (y, lógicamente, cada vez
m.ás extensa). En suma, no había que temer la incorporación de los territorios
si tu ados al oeste de los Apalaches.
En realidad, una de las disposiciones más importantes de la Constitución
fue prever la creación de nuevos estados. El artículo IV seguía la lógica política
de la Ordenanza del Noroeste de 1787, otro gran logro del gobierno de la
Confederación. Basada en un borrador de Thomas Je:fferson, la ordenanza ha
sido vastamente alabada por la cuadrícula de inspección que proponía-cuyos
efectos aún pueden observarse cuando uno vuela sobre el medio oeste-y tam-
bién porque reservaba la trigésimo sexta sección de cada distrito para apoyar
la educación. Lo más importante, sin embargo, era la lógica expansionista que
Ja ordenanza racionalizaba al definir una nueva forma de imperio y rechazar
el modelo europeo de expansión, que subordinaba a las colonias. la Orde-
nanza del Noroeste y luego la Constitución prometieron igualdad entre los
viejos y los nuevos estados, lo que provocó una uniformidad que contrastaba
con la composición de la nación y el imperio británicos.
El "imperio de la libertad" de Jefferson prometía una expansión ilimitada
para los colonos blancos: ellos, y no los norteamericanos nativos, formarían
los nuevos estados. Esta decisión política socavó en la práctica toda noción
de prioridad o presencia legítima de los aborígenes de Norteamérica. 339 Los
representantes militares que pactaron con los indios en la década de 1790
no los trataron como soberanos ni como partícipes igualitarios de la negocia-
ción sino, antes bien, co1no a "gentes sometidas" a quienes los Estados Unidos
dictarían los términos de su retirada y del avance de los colonos blancos. 340
Esta estrategia fue devastadora para los indios pero le valió al nuevo gobierno,
hasta entonces identificado con el este, la adhesión de los colonos blancos del
oeste. La decisión de expandirse y utilizar la fuerza militar para proteger los
asentamientos fronterizos eliminó lo que podría haber sido una seria amenaza
a la integridad de la nación.

ASUNTOS EXTRANJEROS Y POLÍTICA PARTIDARIA

Rara vez se destaca que George Washington asumió la presidencia casi cuatro
meses antes de la toma de la Bastilla. Pero la Revolución Francesa y su con-
secuencia napoleónica determinaron que Washington y sus sucesores hasta
1815 tuvieran que "navegar [ ... ] entre la Escila de Inglaterra y la Caribdis de
118 HISTORIA DE LOS ESTADOS UNIDOS

Francia". 341 La contienda entre las dos potencias, que había beneficiado a los
norteamericanos en 1776, se transformó en una amenaza para la nueva nación
después de 1789.
No obstante, la cuestión de la política estadounidense era menos el debate
frecuentemente ensayado entre Hamilton y Jefferson sobre economía.política
que sus opiniones (y las opiniones de toda la clase política) sobre si el país
debía "inclinarse" hacia Gran Bretaña o hacia Francia. 342 En realidad, sus opi.:.
niones sobre las dos cuestiones estaban conectadas y sus posiciones respectivas
no son exactamente lo que cabría esperar. Jefferson era el mayor internacio-
nalista: su nación de agricultores aprovecharía los derechos de las naciones
comerciantes neutrales para llegar a los mercados del mundo. Hamilton, más
realista, reconocía que sería dificil (como hubo de comprobarlo luego Jeffer-
son durante su presidencia) hacer respetar los derechos .comerciales neutra-
les. El desarrollo de la industria, proponía Hamilton, haría que los estadouni-
denses no dependieran tanto de un comercio que no podían garantizar o que
no podían garantizar sin la protección de Gran Bretaña. 343
Las divisiones políticas basadas en las actitudes hacia la Revolución Francesa
comenzaron a surgir a fines de 1791, pero el acontecimiento decisivo para el
partidismo en formación y la creación del sistema bipartidista norteamerica-
no (no mencionado pero previsto en la Constitución) fue el Tratado Jay de
1794. 344 La misión de John Jay en Gran Bretaña era intentar resolver varios
problemas que la paz de 1783 había dejado pendientes. En primer lugar, los
británicos habían mantenido sus guarniciones en el valle de Ohio, en aparien-
cia porque los norteamericanos no habían pagado varias deudas contraídas
con comerciantes británicos y con defensores de la Corona que habían sido
despojados de sus tierras.
Luego, en 1793, las Órdenes del Consejo británico recortaron los derechos
de navegación comercial neutral de los norteamericanos y permitieron que
los funcionarios británicos "compelieran" a los marinos norteamericanos y los
obligaran a servir en barcos británicos. Estas imposiciones fueron, según las
palabras deJohn Quincy Adams, "una degradación nacional". 345 Pero lo más
grave fue el bloqueo del comercio con Gran Bretaña, el socio comercial más
importante de los norteamericanos: la pérdida de los impuestos aduaneros,
fuente principal de ingresos del nuevo gobierno, amenazaba la viabilidad mis-
ma de la nueva nación.
Jay llevaba instrucciones de resolver las disputas derivadas del tratado de
1783, obtener compensación por los actos derivados de las Órdenes del Con-
sejo y conseguir un acuerdo mercantil que abriera el vital comercio con las
Indias Occidentales. Si bien logró que los británicos accedieran a desocupar
sus fuertes del oeste (que luego no abandonaron), a pagar indemnizaciones
por expoliaciones específicas ejecutadas según los términos de las Órdenes del
LA "GRAN GUERRA" Y LA REVOLUCIÓN ESTADOUNID~NSE 119

Consejo y a legalizar el comercio de los Estados Unidos en las Indias Orien-


tales británicas, regresó sin un acuerdo sobre las imposici~nes a los marinos
norteamericanos, sin ningúÍl tratado comercial sobre las Indias Occidentales
y sin obtener el compromiso británico de terminar con su práctica de alentar
las hostilidades de los indios contra los estadounidenses, entre otros reclamos.
El presidente Washington vaciló entre divulgar los detalles del tratado de Jay
0 someterlo a la consideración del Senado para que lo ratificara, pero final-
mente lo dio a conocer porque establecía la paz con Gran Bretaña, un objetivo
político clave.
Aunque trajo la paz en el exterior, el tratado encendió la mecha de la guerra
en el interior de la nación. El conflicto suscitado terminó por institucionalizar
una división casi partidaria, que con el tiempo llegó a ser lo que los historia-
dores llaman el "primer sistema partidario". Los votos no partidarios bajaron
del cuarenta y dos por ciento anterior al tratado al siete por ciento a partir de
entonces, en una clara indicación de que, si el partidismo se había afianzado,
no era tanto por el programa financiero de Hamilton como debido a la con-
troversia sobre los asuntos extranjeros en general y al Tratado Jay en particu-
lar. 346 Las medidas políticas británicas y la incapacidad de Jay para orientarlas
de modo adecuado impulsaron la organización de un partido opositor (que,
bajo el liderazgo de Jefferson y Madison, llegaría a ser el Partido Demócrata
Republicano). Los federalistas, por su parte, estaban inquietos por el temor
que les inspiraba la Revolución Francesa. Irónicamente, mientras los france-
ses prestaban poca atención a los estadounidenses (en la década de 1790 ni
siquiera contestaban las cartas de sus propios representantes en la nación nor-
teamericana), su revolución ocupaba un lugar central en las preocupaciones
políticas de los norteamericanos. 347
Los líderes de la nueva nación eran plenamente conscientes de que la polí-
tica estadounidense era conducida, quizás desastrosamente, por la inevitable
encrucijada de la rivalidad entre Francia e Inglaterra.John Quincy Adams, en
una carta dirigida a su hermano en 1798, le comunicaba su temor de que el
conflicto sobre las influencias francesa y británica pudiera provocar la "diso-
lución de la Unión" y transformar a los Estados Unidos en una multitud de
"insignificantes tribus en guerra perpetua entre sí, arrasadas por las potencias
europeas rivales". 348 El artista y federalista incondicionalJohn Trumbull recor-
daba en su autobiografia que "la astuta intriga de los diplomáticos franceses
y el error garrafal del gobierno británico se han unido para convertir a la
totalidad del pueblo estadounidense en violentos partidarios de uno u otro
país".349
John Adams y Thomasjefferson, a pesar de estar en bandos opuestos, tenían
preocupaciones y esperanzas muy semejantes. Cuando se preparaban para las
elecciones de 1800, que los enfrentarían en la primera campaña presidencial
120 HISTORIA DE LOS ESTADOS UNIDOS

organizada corno una competencia entre partidos, Adams dejó traslucir su


indignación en una carta dirigida a su mujer: ''Veo cómo marcha el asunto. En
la próxima elección Inglaterra apoyará a J ay o a Harnilton y Francia a J efferson
y toda la corrupción de Polonia entrará en el país; salvo que el espíritu estado-
unidense se ponga de pie y diga: no querernos ajohn Bull ni a Louis Baboon
[las personificaciones caricaturescas de Inglaterra y Francia de la época] ", 350
Dos años más tarde,Jefferson observaba que "nuestros compatriotas están di-
vididos por emociones tan fuertes a favor de los franceses y de los ingleses
que lo único que podria asegurarnos la armonía sería separamos de ambas
naciones". 351
Haití contribuyó a aumentar la división partidaria. 352 Muchos de los deba-
tes sobre la política que debía adoptarse respecto de ese país estaban enmar-
cados en la controversia más amplia entre Francia y Gran Bretaña, pues esta
última potencia estaba aprovechando los disturbios en la isla para obtener
ventaja. Pero, como ha señalado Linda Kerber, el debate sobre los asuntos
exteriores "continuaba soslayando el terna de la esclavitud". Cuando los fe-
deralistas hablaban de las ganancias del comercio, los republicanos del sur
-el distrito central de Jefferson- sólo veían la cuestión del reconocimiento,
por parte de los Estados Unidos, de una república negra. Al debatir el em-
bargo que Jefferson quería imponer a Haití en 1806, un legislador sureño
fue tremendamente directo: "No podemos comerciar con ellos sin recono-
cerles su independencia. Si los caballeros aquí presentes están dispuestos a
reconocerla, lo consideraré como un sacrificio ante el altar del despotismo
negro y la usurpación". 353
Las posiciones de Adams yJefferson respecto de Haití eran contrastantes y,
vistas en retrospectiva, irónicas. Adams, probablemente el más notable conser-
vador norteamericano, apoyaba a Toussaint L'Ouverture y su revolución.John
Marshall, otro conservador sobresaliente y secretario de estado de la adminis-
tración de Adams, le aseguró a Toussaint l'Ouverture que el "sincero deseo"
de los Estados Unidos era "conservar la más perfecta armonía y la relación más
amistosa con Santo Domingo". 354 A su vez, Adarns había enviado un cónsul
especial a Santo Domingo, Edward Stevens, un gran amigo de Alexander Ha-
rnilton (que también respaldaba a Toussaint L'Ouverture), con instrucciones
precisas de establecer una relación de amistad con el revolucionario y su régi-
men. Hasta lo autorizó a decirle al líder haitiano que, si el país avanzaba hacia
la declaración de la independencia, los Estados Unidos apoyarían la decisión.
Por supuesto que, en el contexto geopolítico más amplio, los federalistas ten-
dían a inclinarse por los intereses británicos y los republicanos por Francia. 355
Con todo, Adams entregó pertrechos y materiales esenciales a los revoluciona-
rios negros. Es muy probable que, de no haber existido esta ayuda, los france-
ses habrian estado en condiciones de sofocar la revolución. 356
LA "GRAN GUERRA" Y LA REVOLUCIÓN ESTADOUNIDENSE 121

Cuando Jefferson asumió la presidencia, llamó de regreso a Stevens y em-


bargó el comercio con Haití. A diferencia de Adams, Jefferson era amplia-
mente reconocido como un-defensor de las revoluciones, hasta de la francesa.
Para justificar su giro hacia una posición más violenta, afirmó que "el árbol de
la libertad debe regarse y renovarse de vez en cuando con sangre de patriotas
y tiranos". 357 Pero lo que era tolerable en París no lo era en Cap Haitien. La
revolución haitiana aterraba a Jefferson. "Cada día estoy más convencido'',
Je escribió a James Monroe en el día de la Bastilla de 1793, "de que todas las
islas de las Indias Occidentales quedarán en manos de la gente de color y de
que, más tarde o más temprano, se producirá la total expulsión de los blan-
cos. Ya es tiempo de que preveamos las escenas sangrientas que seguramente
nuestros hijos y probablemente nosotros mismos (al sur del Potomac) tendre-
mos que atravesar y tratar de evitar". 358 Jefferson temía que el comercio con
Santo Domingo acelerara ese desenlace porque con él "podemos esperar", le
escribió a Madison en 1799, que "las tripulaciones negras y los cargamentos
y los misioneros desde allí pasen a los estados del sur, y cuando esa levadura
comience a trabajar [ ... ] tendremos que temerla". 359 Desde su perspectiva,
Santo Domingo era el primer capítulo de una terrible revolución que se aveci-
naba. "Salvo que se tomen medidas, y pronto, seremos los asesinos de nuestros
propios hijos[ ... ]; la tormenta revolucionaria que hoy arrasa el globo, caerá
sobre nosotros". 360
Cuando Haití logró la independencia en 1804,Jefferson se negó a recono-
cer la nueva nación. En realidad, su administración conservó la antigua de-
signación de Santo Domingo y evitó utilizar el nombre Haití. 361 Poco tiempo
después, superando la oposición federalista, impuso el embargo comercial a
Haití. rfimothy Pickering, un irascible federalista del norte que había prestado
servicios en los gabinetes de Washington y de Adams, escribió una larga carta
a Jefferson desde las cámaras del Senado. ¿Cómo puede usted, alguien que
excusó "la sangre y la matanza" en pos de la "libertad perdida" en Francia, no
aplicar la misma regla "con diez veces más propiedad y fuerza a[ ... ] los negros
de Santo Domingo"? ¿Con qué argumentos puede usted justificar haber corta-
do los "necesarios suministros"? ¿Es meramente porque los haitianos son "cul-
pables en realidad por su piel, que no tiene el mismo color de la nuestra"? 362
El argumento racial perduró y sólo en 1862, durante la guerra civil, la adminis-
tración de Lincoln reconoció a la nueva nación haitiana.
Otra ironía: el mayor logro de Jefferson como presidente -la adquisición
del valioso territorio de Luisiana, un acto que puso al país en una senda que 10
llevaría a convertirse en una nación continental- no fue una obra solitaria, 363
dado que le cayó en las manos como un regalo de Toussaint L'Ouverture,
a quien Henry Adams equipararía luego con Napoleón al considerarlos los
hombres más grandes de su época. 364 La brillante victoria obtenida por Tous-
122 HISTORIA DE LOS ESTADOS UNIDOS

saint L'Ouverture sobre el ejército francés comandado por el general Charles


Leclerc, cuñado de Napoleón, persuadió al Primer Cónsul de que le convenía
renunciar a su sueño de crear un imperio francés en América con centro en
Haití. Sin Haití ya no necesitaba Luisiana, cuya función habría sido alimentar
a la rica isla azucarera. Gracias a ToussaintL'Ouverture, Napoleón vendió Lui-
siana a precio de ganga. 365 Pero, también en este caso, el vínculo entre los dos
acontecimientos ha sido casi impensable para muchos estadounidenses. ¿Por
qué? Hace un siglo y en su máxima obra, History of the United States During the
Administrations ofJefferson and Madison, Henry Adams-el nieto de John Adams-
creía que "el prejuicio de la raza es lo único que no le permitió ver al pueblo
norteamericano la deuda que tenía con el desesperado valor de quinientos
mil negros haitianos que no serían esclavizados". 366 En esta observación, como
en muchas otras, procuró encuadrar su historia de la nación en un contexto
global.
El tratado de Amiens de 1802 puso fin a las guerras de la Revolución Fran-
cesa, pero la paz internacional reinó sólo por un breve período. En términos
prácticos, ese acuerdo preparó el escenario para las guerras napoleónicas que
comenzaron al año siguiente, cuando Gran Bretaña se negó a devolver Malta a
los caballeros Hospitaller. Al principio, las hostilidades entre Francia e Inglate-
rra permitieron que los Estados Unidos, neutrales, expandieran ampliamente
su transporte comercial. Pero, en 1805, una sentencia judicial británica (el
caso Essex) estableció que los norteamericanos habían violado la llamada Re-
gla Británica de 1756, y los británicos comenzaron entonces a apoderarse de
los barcos estadounidenses. Durante los años siguientes, los norteamericanos
quedaron atrapados en un circuito de restricciones comerciales contradicto-
rias promulgadas por las Órdenes del Consejo británico y por el Sistema Con-
tinental de Napoleón.
Jefferson, ferviente creyente en la importancia del comercio estadouniden-
se, pensaba que un embargo comercial obligaría a los europeos a sentarse a
la mesa de negociaciones e impuso uno en 1807. La táctica no surtió efec-
to: ni Gran Bretaña ni Francia resultaron lo suficientemente afectadas, pero
el comercio estadounidense disminuyó un noventa por ciento entre 1807 y
1814. 367 Aunque franceses y británicos compartían la responsabilidad por esta
caída, Gran Bretaña tuvo un comportamiento más ofensivo, en particular con
la apropiación de los marinos norteamericanos y los esfuerzos por promover
la resistencia india en el valle de Ohio que, a pesar del tratado de 1783, conti-
nuaba siendo un territorio en disputa.
Si bien las cuestiones del comercio y la apropiación de los marinos fueron
causas significativas de la guerra de 1812, gran parte del impulso provino de
un grupo de "halcones de guerra" del sur y del oeste, cuyos mayores repre-
sentantes fueron Henry Clay y John C. Calhoun. ¿Debería sorprendernos el
LA "GRAN GUERRA" Y LA REVOLUCIÓN ESTADOUNID~NSE 123

hecho de que los pobladores del oeste estuvieran tan preocupados por las
cuestiones marítimas? En realidad, el hambre de tierras y _el comercio oceá-
nico eran intereses complementarios, no·contradictorios ni alternativos. Los
agricultores estadounidenses eran ta1nbién comerciantes que ambicionaban
ganar mercados extranjeros, y para hacerlo necesitaban que nada trabara el
comercio oceánico. Pero los británicos aparentemente estaban bloqueando
tanto el acceso a las tierras del oeste como el comercio global. Los halcones de
la guerra no sólo querían que los británicos abandonaran los fuertes y dejaran
de alentar la resistencia india, sino que además soñaban con expulsarlos de
Canadá y sacar a los españoles de Florida. Estos dos últimos objetivos estaban
en parte reforzados porque en diversos ámbitos se mencionaba con excesiva
frecuencia la posibilidad de que el valle del Misisipi se independizara como
una república y se acusaba a Aaron Burr, vicepresidente durante el primer
período de Jefferson, de haber garantizado a España el apoyo necesario para
realizar esos planes. Nadie conoce toda la verdad del asunto, aunque Burr
fue juzgado en un tribunal federal presidido por John Marshall, pero tanto la
realidad como los rumores de lo que había o no había hecho mantenían viva
la preocupación.
El presidente James Madison no era un halcón de la guerra, pero entendía
los intereses materiales y las razones psicológicas que habían propulsado su
campaña. Al final, llevó a su país a la guerra contra Gran Bretaña para afirmar
su independencia, para afirmar el derecho de los Estados Unidos a tener igual
estatus que las demás naciones del mundo. "Haber rehuido la resistencia, en
tales circunstancias", recordaba luego, "habría equivalido a reconocer que, en
el elemento que forma las tres cuartas partes del globo que habitainos y don-
de todas las naciones independientes tienen iguales y comunes derechos, el
pueblo de los Estados Unidos no es independiente, sino que es un pueblo de
colonos y vasallos. En tal alternativa, hubo que elegir la guerra". 368
A los estadounidenses no les fue bien en la guerra, y en 1814 la situación
parecía desesperada. Las finanzas nacionales eran un descalabro y en la con-
vención de Hartford los federalistas de Nueva Inglaterra propusieron separar-
se de la Unión. Los británicos, habiendo doblegado a Napoleón en Europa,
estaban preparados para concentrarse en los norteamericanos y, de hecho,
marcharon sobre Washington y quemaron la Casa Blanca y el Capitolio. Sin
embargo, una victoria naval estadounidense en el lago Champlain y otra en el
fuerte McHenry después de los incendios de Washington persuadieron a Gran
Bretaña de la conveniencia de poner fin a la guerra. Los logros de ninguno de
los dos bandos estaban a la altura de sus esfuerzos y el tratado de Gante sólo
especificó el cese de las hostilidades, la devolución de los territorios conquis-
tados y el establecimiento de una comisión de frontera. No se mencionaron
los derechos neutrales ni las imposiciones a los marineros. Con todo, el punto
124 HISTORIA DE LOS ESTADOS UNIDOS

crucial es que con la derrota de Napoleón terminó la Gran Guerra. Y terminó


por lo que pasó en Europa, no por las confusas e inconclusas escaramuzas
libradas en los Estados Unidos. Lo que aseguró el futuro de la aún frágil nueva
nación fue el triunfo final de Gran Bretaña en la segunda Guerra de los Cien
Años, no la guerra entre ese país y los Estados Unidos.
Las dimensiones de la victoria británica son dificiles de comprender, pero la
nación isla obtuvo el dominio sobre las demás potencias europeas en todo el
mundo. En 1792, Gran Bretaña tenía veintiséis colonias, y en 1816, cuarenta y
tres, y además controlaba todas las líneas de navegación de mayor importancia
y los mercados más valiosos. En la década de 1820, gobernaba sobre doscientos
millones de personas, un cuarto de la población mundial. 369 Lo sorprendente
es que aquella fue también una victoria para los estadounidenses, puesto que
durante los siguientes cien años dependieron del capital británico para su
desarrollo interno y de la capacidad de la rnarina británica para convertir el
océano en un dominio de libre movimiento y transporte. La gran rivalidad an-
glofrancesa de 1776 llegó a convertirse en una enorme carga después de 1783,
pero a partir de 1815 los norteamericanos fueron libres.
No obstante, las ventajas logradas por los euronorteamericanos significaron
nuevas desventajas para los amerindios. En las negociaciones de paz realiza-
das en Gante, los británicos, sin duda maliciosamente, propusieron crear una
república india en el oeste de los Estados Unidos. Como era de esperar, los
norteamericanos se negaron. 370 La expansión debía ser ilimitada.John Quincy
Adams, uno de los negociadores, escribió en 1819 en su diario: "Los Estados
Unidos y Norteamérica son idénticos". 371

UN NUEVO NACIONALISMO

El historiador George Dangerfield escribió que, cuando el 18 de febrero de


1815 se anunció la paz en Washington, "la sombra de la Europa política se re-
tiró de la escena que durante muchos años había oscurecido y confundido". 372
Cuando Washington, en su discurso de despedida, comunicó que prefería no
enredarse en alianzas, estaba expresando la opinión del común de los estadou-
nidenses en aquel momento. Tal vez fuera posible evitar tales alianzas pero,
como se demostró, en un principio los enredos extranjeros no fueron fáciles
de soslayar, aunque después de las guerras napoleónicas hubieran cambiado
de estilo. El nacionalismo europeo, la industrialización y el compromiso bri-
tánico con el comercio libre se cortjugaron para dar a los norteamericanos
el espacio que les permitió definir por sí mismos una política y una agenda
nacionales. 373 El cambio quedó reflejado en la cobertura de las noticias extran-
LA "GRAN GUERRA" Y LA REVOLUCIÓN ESTADOUNI~ENSE 125

jeras en la prensa estadounidense: entre 1795 y 1835, el porcen.taje de noticias


extranjeras en los periódicos de Cincinnati bajó del cuarenta y tres al catorce
por ciento. 374 -

Las primeras fases de la industrialización y el nacionalismo parecen haberse


sustentado recíprocamente. En Europa, como en los Estados Unidos, la gente
comenzó a imaginar la nación como un medio para impulsar el desarrollo
económico. La nación no era autosuficiente, por supuesto. Sabemos que a
principios del siglo XIX el complejo de capital, trabajo y mercancías ya estaba
en movimiento; sin embargo, con frecuencia se reclamaba un nacionalismo
autóctono. Durante un breve período los estadounidenses encontraron una
experiencia fundacional en un nacionalismo insular aunque expansivo, y muy
pronto comenzaron a abrigar sueños de un imperio mayor que se extendiera
sobre el Pacífico y, hacia el sur, hasta el Caribe. El industrialismo también con-
tribuyó a ampliar tanto la experiencia como la idea de una nación más gran-
de. Mucho antes de que terminara el siglo XIX, podía advertirse la lógica del
capitalismo industrial, una lógica que apuntaba a una continua interacción
global, a una configuración internacional de la inmigración, el comercio y las
conexiones financieras, y a una interdependencia sin precedentes.
La política interna de los Estados Unidos, ya no más enredada en la rivalidad
entre británicos y franceses, se apaciguó y dio comienzo a la era de "los buenos
sentimientos". Los intereses más locales reemplazaron a las pasiones ideológicas·
inspiradas por la gran contienda entre Gran Bretaña y Francia. A mediados
de 1800,John Quincy Adams observaba que el final de la guerra "puso fin a la
gran batalla entre los partidos federal y republicano''. 375 La atención se desvió
hacia las cuestiones sociales y económicas, a las que la geografía y el sistema
federal transformaron en una política espacial expresada en el vocabulario de
los intereses sectoriales: cuestiones bancarias y monetarias, mejoras estructu-
rales internas y tierra barata para los pioneros blancos. 376
Los líderes norteamericanos también se asociaron de una manera más
consciente con "América" y comenzaron a utilizar el nombre para referirse,
no al continente, sino a los Estados Unidos, 377dando por sentado que la to-
talidad del hemisferio era una extensión de esa América cuyo centro eran
los Estados Unidos. A comienzos del siglo XIX, los estadounidenses estaban
profundamente interesados en las repúblicas del sur: cinco de sólo diez dele-
gaciones diplomáticas en todo el mundo consideradas en el presupuesto del
Departamento de Estado para 1824 estaban en Buenos Aires, Bogotá, Santiago
de Chile, Ciudad de México y Lima. 378 El año anterior, los Estados Unidos
habían proclamado la doctrina Monroe, que afirmaba su hegemonía en el
hemisferio occidental y era una advertencia frente a cualquier intento euro-
peo de recolonizarlo (aunque debemos señalar que Haití quedaba excluido
de su protección por tener "un gobierno de gente de color"). 379 Por supuesto
126 HISTORIA DE LOS ESTADOS UNIDOS

que los norteamericanos carecían de la fuerza para respaldar la doctrina, pero


seguramente sabían que la marina británica promovería el libre comercio y se
opondría a la instauración de un imperio europeo en la región.
Una vez alcanzada la independencia real, el sentimiento nacionalista de los
estadounidenses cobró nuevo impulso. Albert Gallatin, notable secretario del
Tesoro tanto durante el gobierno dejefferson como en el de Madison, captu~
ró la importancia del momento en una carta de 1816:

La guerra ha renovado y reinstaurado los sentimientos y el carácter


nacionales que nos había dado la revolución y que se habían estado
debilitando día a día. La gente tiene ahora más objetos de apego
con los cuales conectar su orgullo y sus opiniones personales. Las
personas son más norteamericanas, sienten y obran más como una
nación, y espero que, gracias a este espíritu renovado, se asegure la
permanencia de la Unión. 380

Daniel Webster, un fuerte opositor a la guerra estrechamente asociado a los


federalistas durante la convención secesionista de Hartford, atribuía una sig-
nificación semejante a la paz:

La paz ha traído consigo un estado de cosas enteramente nuevo y


más interesante; nos ofrece otras perspectivas y sugiere otros debe-
res. Nosotros mismos hemos cambiado y el mundo entero ha cam-
biado. [ ... J Otras naciones habrán de producir para sí, transportar
por sí mismas y fabricar por sí mismas hasta donde sus habilidades se
lo permitan. Las cosechas de nuestras llanuras ya no serán el susten-
to de los ejércitos europeos, ni nuestros barcos su medio de abaste-
cerse. Era evidente que, en tales circunstancias, el país comenzaría a
vigilarse por sí solo y a estimar su propia capacidad de mejorar. 381

Como las observaciones de Webster sugieren, el cambio que estaba produ-


ciéndose tendía hacia lo que hoy llamaríamos desarrollo y oportunidad eco-
nómica, y ese cambio, impulsado en parte por la energía liberada del indi-
vidualismo norteamericano, tenía un aspecto nacionalista. Albert Gallatin,
Henry Clay y otros creían que el desarrollo del transporte y del comercio
interregionales fortalecerían los vínculos dentro de la aún débilmente defi-
nida república. Gallatin ya había presentado esta idea antes de la guerra de
1812 en su gran "Informe sobre carreteras y canales", y Henry Clay la refor-
muló después de la guerra en su "Sistema americano". Clay defendía las me-
joras internas y un arancel destinado a desarrollar la industria y el mercado
interno que, según creía, servirían a los intereses de todos los sectores. 382 El
LA "GRAN GUERRA" Y LA REVOLUCIÓN ESTADOUNI-?ENSE 127

nacionalismo y el desarrollo iban de la mano. Yla significación internacional


de los Estados Unidos cambió de modo radical: en el curso del siglo XIX dejó de
ser una alternativa P?lítica-a la monarquía para transfornÍarse en un lugar de
oportunidades mercantiles y de asombrosa pujanza económica. 383

También podría gustarte