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Autor: Hugo Sanz
Primera edición: Agosto, 2020.
Imágenes: Adobe Stock Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamos públicos. CAPÍTULO 1 CAPÍTULO 2 CAPÍTULO 3 CAPÍTULO 4 CAPÍTULO 5 CAPÍTULO 6 CAPÍTULO 7 CAPÍTULO 8 CAPÍTULO 9 CAPÍTULO 10 CAPÍTULO 11 CAPÍTULO 12 CAPÍTULO 13 CAPÍTULO 14 CAPÍTULO 15 CAPÍTULO 16 CAPÍTULO 17 CAPÍTULO 18 CAPÍTULO 19 EPÍLOGO Capítulo 1 Ya llegaba David. Claro, con ese físico que tenía, aquel portento no podía llamarse más que como el David de Miguel Ángel. Me tenía loquita y eso que solo llevaba tres meses en la empresa. A ese paso, de seguir las cosas así, me iban a tener que internar en un sanatorio mental antes de que llegara el momento de renovarme el contrato, para lo que todavía faltaban tres meses más. Mi nombre es Leticia y, aunque no soy reina, me he pasado media vida queriendo reinar en el corazón de alguien. Lo malo es que todo lo que mi padre dice que tengo de lista, lo tenía también de mal ojo para los hombres; hasta que llegó David, que era harina de otro costal. O eso creía yo a priori. El primer día de trabajo no se me pasó por alto que mi jefe le quitaba el hipo hasta a la estatua de Cleopatra que tenemos en la entrada. Y no, no es que nos dediquemos a comercializar reliquias, que tampoco hubiera estado mal, sino que la nuestra era una multinacional de distribución de productos de peluquería. Recuerdo que yo todavía no lo conocía y pensé que sería un compañero de trabajo, por lo que desde mi puesto de recepcionista lo traté con cierta familiaridad, pero le debí caer en gracia, porque no tardó en echarse unas buenas carcajadas cuando le solté que la estatua aquella me intimidaba y que no sabía a quién se le había ocurrido la feliz idea de ponerla en ese lugar. Claro está que yo no podía saber que había sido a él mismo y que la había traído del viaje de novios que hizo con su ya exmujer, Samantha, que era una pija de espanto. Hasta ahí lo que yo me enteré en un primer momento, lo que supe después es que ese matrimonio duró menos que un perro en China, porque la muy condenada por lo visto llevaba seis meses poniéndole los cuernos a David con su propio socio, que se llamaba Bartolo, como el famoso Bartolo de la canción que tenía una flauta con un agujero solo… ya sabéis por donde voy. Pues bueno, el asunto es que el tal Bartolo lo único que tenía de feo era el nombre, pero igual que David estaba para perderse con él y tirar la llave junto con aquella otra que yace en el fondo del mar matarile rile rile… Total, que la tal Samantha se ve que era ambiciosilla y no tenía suficiente con casarse con uno de aquellos dos monumentos, sino que al mismo tiempo tenía que beneficiarse al otro. Después de conocerla, no me extrañaba ni un ápice, porque cuando llegaba era como si la recepción se congelara, no había visto una persona más fría y distante en mi vida. Pocos días después de comenzar a trabajar allí, yo ya estaba al corriente de hasta el último de los chismes de la empresa gracias a mi compañera Conchi, que permanecía al loro de todo. Para mí, suponía un enigma total cómo podía sacar esta muchacha adelante su trabajo y tener al mismo tiempo oídos en todas partes. Conchi era jefa de ventas y la mejor publicidad de la empresa la llevaba en su pelirroja y rizada cabellera, que dejaba boquiabiertos a propios y a extraños a su paso. —A ti te hace falta un buen reparador de puntas —me comentó el primer día que nos vimos y, cuando la vi venir tan atenta con uno en la mano minutos después, supe que íbamos a ser las mejores amigas. Ella me informó hasta del último detalle de la ruptura de David y Samantha, que debió ser digna de salir en los telediarios, y de cómo Bartolo pasó a convertirse de socio y amigo a socio y enemigo en cuestión de décimas de segundos. Desde entonces, los tres se habían visto obligados a trabajar juntos, pues Samantha era una relaciones públicas inmejorable, las cosas como son, pero de puertas para adentro aquello era una algarabía que más valía que ampliaran también al negocio de las pelucas, porque de allí iba a salir un día alguien calvo, solo les faltaba engancharse por los pelos. Por si era poco el cuadro que he descrito, de vez en cuando se dejaba caer por el negocio Magnolia, la madre de David, que esa sí que exhalaba estilo, vamos que en su día debió salir de una burbuja de Freixenet y más que cumplir años cumplía lotes de glamur. Como no podía ser de otra manera, Magnolia tenía atravesada a Samantha y yo a veces pensaba que el alfiler que pendía de su moño era un arma blanca por si la cosa se ponía fea. Yo a Magnolia la veía como a mi futura suegra, esa era la única realidad, por lo que solía hacerle la rosca que era un gusto. En justa correspondencia, creo que también le gustaba a ella más que el caviar porque siempre me estaba alabando delante de su hijo, alardeando de mis muchas virtudes. ¿Y cuáles son esas virtudes? Bueno, pues no me correspondería a mí decirlas, pero una es muy mona y vistosa, además de derrochar arte por los cuatro costados (este último comentario es de mi abuela Matilde). Sea o no cierto que estoy dotada de cierta gracia, lo que sí señalaría es que soy pura sensibilidad y que siempre he puesto toda la carne en el asador a la hora de vivir una historia romántica. Ya me viene desde pequeñita, cuando me volvía del revés llorando con cualquier cuento de esos dignos de acabar con un festín de perdices y necesitaba una sábana para limpiarme las lágrimas. Con esto quiero decir que a veces puedo parecer muy loca e impulsiva, pero es que a mí una historia de amor me puede. Anda que no me había dado tiempo a pensar cosas hasta que David se acercó a mí con aquella sonrisa cegadora que casi me obligaba a ponerme las manos delante los ojos para protegerme. Pero no, no sería yo quien se la perdiera así acabara cegata perdida. —Buenos días, Leticia, estás muy guapa hoy. —Dejó caer mientras avanzaba hacia su despacho. Era, sin duda alguna, el mejor momento del día, cuando me ofrecía aquel saludo mañanero que me llegaba al alma. De por mí le habría dicho allí mismo que él sí que estaba para comérselo y que, en todo caso, podíamos sellar una alianza y comernos mutuamente, pero obvio que eso quedaba para mis sueños. Eso sí, mientras yo estuviera en aquel puesto, ya haría encajes de bolillos para que no se le acercara ninguna pelandrusca, que había mucha suelta… Y el protagonista de mis sueños tenía que ser para mí y para nadie más. El problema residía en que, por mucho que me dijera guapa y cuarenta tipos de piropos más, yo era invisible a su vista. O, mejor dicho, era una más, porque Conchi decía que el varapalo que había sufrido a manos de su ex había hecho que ahora su hábitat natural fuera el de meterse en líos de faldas, y debía hacerlo de dos en dos. Para colmo, nuestra empresa organizaba diferentes eventos en los que desfilaban modelos con los que se sabía que David acababa encamado, de forma que muchas veces no necesitaba ni chasquear los dedos para tener fiesta. Cuando yo pensaba en cuestiones así y en otras similares, lo cierto es que se me llevaban los demonios, por lo que siempre que podía me valía de algún truquillo para que alguna no cruzara el umbral de la puerta de su despacho. A sus treinta y cinco añitos, David estaba de lo más solicitado, pero yo me las tenía que agenciar para dar pasitos en dirección a su corazón y vive Dios que estaba “in love” con la vida para hacerlo. Conchi pasó por la recepción, como cada mañana, para que fuéramos a tomarnos el cafelito. Bueno, el cafelito me lo tomaba yo, que ella se traía un bote del té kombucha ese, que será muy probiótico y yo lo niego, pero que lo probé un día y me pareció un vomitivo de espanto. —Cada vez que pienso en lo que te estás metiendo en el cuerpo, me da repelús —le dije mientras ella daba un sorbo al que llamaba el “elixir milagroso”. —Ya, ya, pues muy bueno que es… Tú lo que pasa es que estás en otra onda, vamos con ganas de meterte en el cuerpo otra cosita. —Me guiñó el ojo. —No se puede ser más salvaje —repuse. —Ni más realista, así que déjate de tonterías y sigue al acecho. Mañana vas a tener faenica, porque creo que vienen varias modelos a entrevistarse con él. —¿No las entrevista Paul? —pregunté con deje quejica. Paul era otro de los peces gordos de la empresa y el jefe de estilismo, encargado, entre otras labores, de todo lo concerniente a las modelos. —Huy, Paul, dices, ya sabes que está desmelenado con la boda. —Es guasita, ¿no? —Paul estaba más calvo que una bombilla. —Es una manera de hablar, mujer. Dice que su novio lo tiene desatado. —¿Te imaginas si es como el negro del WhatsApp? —le pregunté, por aquello de que su novio era de origen africano. —Estás faltita, ¿eh? —Los gestos de Conchi no podían ser más graciosos. Claro, como ella estaba estrenando amor con Jaime le era muy fácil hablar… Pero yo cierto que estaba faltita, aunque no era llegar y pegar lo que quería con David, bien lo sabía Dios. Yo con ese prodigio de hombre me veía de la mano de luna de miel, vaya que tenía unos pajaritos en la cabeza que debían haber anidado ya, pero no pensaba renunciar a mis sueños. —Qué fácil es hablar, a ver cómo estarías tú en mi lugar… —Subiéndome por las paredes, te garantizo que iba a dejar en pañales a la niña del exorcista, ¿cuánto dijiste que llevabas sin…? —Desde que se fue Alonso, hace dos años y prohibido reírte, que te lío un pollo aquí en medio. —Te oxidas, como sigas así te oxidas. Y una cosita te voy a decir, yo de ti me iba buscando la vida, porque en tanto que te casas con David, te vendría genial ir haciendo las prácticas con otro. —Déjate de enredar, yo tengo la vista puesta donde la tengo puesta, y punto redondo. No soy de esas. —Qué antigüita me has salido… Capaz de llevar las bragas de cuello vuelto, pues mira que Mario te haría un favor en cuanto tú quisieras… —Y es muy lindo el chaval, no te voy a decir que no, pero que por ahí no paso. Yo voy a conseguir a David y a no tardar mucho, luego estaría feo… No podría mirar a Mario a la cara. —Pues lo podías mirar a otro sitio, porque sea donde sea no tiene desperdicio… Y mira, hablando del Rey de Roma, ahí lo tienes. Yo me voy a pedir un vaso de agua… —Necesitas bajar el té, ¿no? Ya te está asqueando el Excalibur ese con el que lo preparas… —¿Qué dices de Excalibur, anormal? Será el Scooby. —¿Pero el Scooby no era un perro? —Tú sí que eres un animal de bellota. —¿Qué te dicen por aquí? —me preguntó Mario que cada vez estaba más petado. —Aquí Conchi, que me mira con muy malos ojos. Siempre me está maltratando. —Me victimicé. —Pues mira que yo podría tratarte muy bien si tú quisieras. —Se tiró al vacío sin paracaídas y sin nada. —¿Esto es una empresa o un sainete? Porque aquí el que no corre, vuela —solté sin parar de reír. Qué poco me imaginaba tres meses atrás, con lo bajilla de moral que había estado, que en aquel trabajo no solo iba a encontrar un ambiente ideal sino al hombre que me quitaba el sueño…Pero la vida es una sucesión de sorpresas y yo sentía que en esa empresa las mejores estaban por llegar… Capítulo 2 Entré en mi casa y qué duda cabía de que era cuatro de julio, ¿día de la independencia americana? Pues sí, pero también de un acontecimiento mucho más especial, como era el séptimo cumpleaños de mis hermanas, Laura y Alba. Aquellas micurrias eran mi debilidad, de la misma forma que yo era la de ellas. Llegaron tan solo dos días después de que yo cumpliera los dieciocho años, por lo que las tres éramos unas cánceres amorosas, aunque de armas tomar también cuando venían al caso. Recopilando un poco, mi madre nos abandonó a mi padre y a mí cuando yo tenía diez años y desde entonces no había dado más señales de vida. Las primeras semanas, pese a que no hubiese sido la madre más amorosa del mundo, me las pasé llorando a moco tendido, pero pasadas aquellas me hice fuerte y me aferré al que hasta ahora me había demostrado que era el único hombre de mi vida; mi padre. A sus cincuenta y cinco años, mi padre era un hombre apuesto donde los hubiera, catedrático de Pediatría y considerado toda una eminencia en su campo. Conoció a su actual mujer, Vaitiare, en un viaje que hizo para participar en un congreso en Hawái. Vaitiare, que era todo un bombón y solo cinco años mayor que yo, quedó prendada del galán de mi padre, que se llama Guillermo. Y digo bien, prendada y no preñada, que eso vendría tiempo después. Sí, recuerdo que mi padre volvió de aquel viaje como un alma en pena, pues también se había colado hasta los huesos de la jovencísima y exótica Vaitiare. Al principio no soltaba prenda, hasta que un día escupió y empezó a descargar parte de la mochila que portaba. Según me comentó, le daba bastante vergüenza reconocer que se había enamorado de una mujer poco mayor que yo, por lo que no tardé en liberarle de ese peso recordándole el consabido “el amor no tiene edad” y otros dichos similares. Por muy tópicos que fueran, debieron surtir efecto porque dos semanas más tarde íbamos los dos rumbo a Hawái, a buscar al amor de madurez de mi padre, que estaba en plena flor de la vida. Inolvidable me resulta la cara de la muchacha cuando entramos en la consulta en la que trabajaba y mi padre, ni corto ni perezoso, le pidió matrimonio allí mismo, alianza incluida. Solo habían compartido diez días, tiempo suficiente a su juicio para saber que había encontrado por fin a la persona con la que deseaba pasar el resto de su vida. Las lágrimas de emoción de Vaitiare terminaron por confirmarme que a ella no le movía ningún interés más que el de compartir la vida con el hombre que también le había robado el corazón. Lo similar de nuestras edades hizo que, camino de España, yo constatara que nos íbamos a convertir en grandes amigas y así fue. Desde entonces las dos éramos uña y carne y un tiempo después de la boda ella me confesó sin poder parar de temblar que estaba embarazada. Nunca me había planteado tener un hermanito, pero acogí la noticia con el máximo de los júbilos, que fue por partida doble cuando nos anunciaron que lo que venía en camino eran dos criaturas y no una. Mi padre, que tenía todo el arte del mundo, lo explicaba diciendo que a ciertas edades es mejor que las estocadas sean certeras y aprovechadas. Y tanto que lo fueron. Laura y Alma, que eran como dos gotas de agua, llegaron para llenar nuestro hogar de felicidad. Yo, que estaba a un tris de independizarme por aquel entonces, pues pensaba ir a estudiar la carrera de ADE fuera de mi ciudad, no tardé en recular para quedarme cerca de las dos pequeñajas que me habían sorbido el seso. De paso, creo que desempeñé un papel clave en su crianza, pues al vivir en casa con ellos permití que la pareja de tortolitos pudiera gozar también de momentos de merecida privacidad, mientras yo me quedaba al cargo de las niñas. No lo hice sola, mi amigo César se tiró también innumerables horas en la alfombra a jugar con mis niñas. César es para mí el comodín del público y el mejor amigo que se pueda tener en el mundo mundial. Nos conocimos el mismo día que los dos comenzamos el cole, a los tres añitos, y mi padre siempre me recuerda que desde el primer momento nos hicimos inseparables. No había ocasión en la que no saliéramos juntos de clase, a veces cogidos de la manita. Pese a lo que ese tipo de gestos pueda dar que pensar, jamás vi en César a un hombre con el que tener nada más allá de una amistad y a él le sucedió lo mismo conmigo como mujer. Eso sí, a mi mejor amigo que no me lo tocaran, que yo no respondía, vaya. Se podía formar gorda y muy gorda… Así fueron transcurriendo los años hasta que yo conocí a Alonso. Por aquel entonces trabajaba en el bar de mi facultad, que era propiedad de su padre. Alonso era una especie de niño bien que iba de alternativo por la vida y al que su progenitor había puesto a trabajar una temporada después de comprobar que, de alternativo, estaba comenzando a pasar a nini. Claro que él no lo pintaba así, sino más bien como que el trabajo dignifica y era de lo más importante ganarse el propio pan con el sudor de la frente de uno. Dicho así, parecía tener hasta toda la razón del mundo, de no ser porque aquello para él no era más que un jueguecito y, lo que ganaba trabajando allí, no era más que calderilla al lado de lo mucho que después demandaba a su padre. Tonta de mí, me dejé deslumbrar por su labia, que dicho sea de paso no encajaba nada mal dentro de su deportivo y comenzamos uno años de relación en los que él me dio más coba que a un chino. Loca como estaba por sus huesos, no hice caso de las muchas advertencias de César sobre que Alonso era un pieza de cuidado y que le daba a diversos palos, entre los que no faltaban el juego y un polvillo blanquecino que alguna vez le vi asomar de la nariz… —Todavía me dirás que se ha comido una torta de Inés Rosales —me dijo César en relación con las célebres tortas de polvorón cuando le hablé de mis sospechas. —No, no soy tan tonta, pero seguro que ha sido algo puntual. ¿Tú nunca has sacado los pies del tiesto? —le pregunté. —Pues mira que no —me respondió un tanto airado. —Claro, César el perfecto, todos los demás son unos desastres a tu lado. —Por aquel entonces ya había comenzado también su carrera de Medicina. —No, si la culpa al final va a ser mía por no drogarme — argumentó a su favor y terminamos riéndonos. Por mucho que ahonde en mi memoria, creo que nunca he estado enfadada con César más allá de diez segundos. Para mí es una piedra angular en mi vida, que no puedo imaginar de ninguna de las formas sin él. La cuestión es que el día del cumple de las peques, Vaitiare llevaba un mes en su tierra, pues su madre había contraído una enfermedad y eso provocó que ella tuviera que volar a su lado, como era lógico. Ahora le faltaban un par de semanas para volver, pero se iba a perder la celebración de sus niñas. Durante su ausencia, yo me había comprometido con mi padre a hacerme un poco cargo de ellas, pues él estaba hasta la bandera de trabajo y a mí me parecía que era lo menos que podía hacer. De hecho, fuimos César y yo quienes nos habíamos encargado de toda la preparación de la fiesta de cumpleaños, que incluía un enorme castillo hinchable con sus cañones y todos. —Miedo me da ver el castillito de marras, te lo juro, vellitos de punta —me decía César. —No seas exagerado, para una vez que Laura mató un gato, no la vas a llamar mata gatos toda la vida. —¿Una vez dices? Mira ese me lo podría tragar de Alba, que es la mar de buenecita, pero a Laura la carga el diablo — bromeó. —¡¡Eh!! Ni una palabra más de mi hermanita, que tengo un arma blanca en la mano —le amenacé con un cuchillo de plástico. —Blanca sí que es, pero en cuanto a lo de arma, no sé yo que decirte. Y que sepas que Laurita me pudo reventar el bazo del cabezazo que me dio en su cumple pasado cuando salió disparada desde el castillo. —Sí, hombre y los higadillos te pudo sacar también mi niña, ¿no te fastidia? —¿Qué decís de mi Laurita? —Esa voz… ¡no podía ser! —¡¡Vanesa!! —chillé tirándome a sus brazos cuando vi venir también a mi mejor amiga, que estaba de gira con su compañía de danza y por lo visto había vuelto antes de lo previsto. A Vanesa, a diferencia de a César, la conocí ya en el instituto y pronto se convirtió también en esa cara femenina a la que contarle todas mis penas y alegrías. Ella estuvo con César desde el primer momento en que Alonso no me quería más que para pasar el rato y yo solía decirles que qué diantres sabrían ellos al respecto, que ni mucho menos era eso. Pero en estos casos, por encima de lo que una piense, prima la realidad y se terminó viendo que los dos tenían más razón que un santo pues, después de unos años en los que me manejó a su antojo, Alonso se terminó quitando de en medio de mala manera. No lo hizo por las buenas, sino más bien un poco obligado por los acontecimientos. Resultó que una noche que salió con los balas perdidas de sus amigos, que por algo dicen aquello de que “Dios los cría y ellos se juntan”, mi novio se metió en una pelea a consecuencia de la cual un chico resultó herido. La influencia de su padre hizo que en dos días saliera de España rumbo a algún país sin tratado de extradición cuyo nombre no tuve derecho ni a saber. Para entonces, tampoco vamos a engañarnos, yo ya había visto ciertas cosas que no me cuadraban, pero jamás pensé que todo pudiera llegar tan lejos. Y eso que César y Vanesa no paraban de repetirme que Alonso solo me estaba utilizando y que me había escogido como víctima por ser una buenaza, pero yo les solía responder que eran muy cansinos. Muy cansinos serían, pero no se equivocaron ni un ápice. El día que Alonso tomó el vuelo que lo llevaría lejos de mí fue el último que tuve noticia de él. Desde entonces me había dejado bien clarito lo que yo había sido en su vida; un cero a la izquierda… Y además un cero a la izquierda que se sentía de lo más usado. Eso pude vomitarlo meses después gracias a mi terapeuta, Fidel, que era un amor y que me había ayudado mucho con la tormenta mental que Alonso desató en mi pobre cabecita. —Tío César, tío César…—Laura, que sentía pasión por él, venía a buscarlo. —¿Dónde está la princesita más bonita y traviesa del mundo? —La cogió él en brazos. —Yo no soy traviesa, lo que pasa es que tú eres un poco quejica —le indicó ella que sabía más que Briján. —¿Eso es lo que te dice tu hermana? —La puso en el suelo y comenzó a perseguirla como si él fuera un oso. Mientras lo hacía, tropezaron con Alba y la pobre, que a menudo pagaba los platos rotos de lo inquieta que era Laura, terminó con la nariz metida en la tierra del jardín, por lo que tuvimos que darle a fondo al saca mocos para limpiársela por dentro, bajo la experta mirada de mi padre. Con la ayuda de Dafne, la mujer de servicio que habíamos tenido en casa desde mi infancia y a la que yo quería con locura, sacamos adelante un cumpleaños no exento de polémica, pues Laura terminó a tartazo limpio con un niño que se había mofado de Alba por lo de su caída. Al final el niño acabó como un payaso y llorando más que Jeremías, César con la mano en la frente como diciendo que no podía ser y Vanesa haciendo una coreo con los peques para amansar a las fieras… Capítulo 3 Ya hacía diez minutos que David estaba en su despacho y yo continuaba suspirando. Tenía guasa la cosa porque yo no me había vuelto a enamorar a enamorar de nadie desde que Alonso cogió las de Villadiego y no podía ser otro que mi jefe, pero lo tenía que conseguir sí o sí. —Espera que saco una cosa que hace tiempo que tengo ganas de probarte —me indicó la petarda de Conchi y comprendí que teníamos guasita para rato. —Ni se te ocurra ponerme eso, vamos es que ni se te ocurra. —Solo un momentito, para una foto —insistió ella y le dije que ni en broma, ni muerta vaya. No sé cómo se las apañó, pero me terminó poniendo aquel babero y echando mano de su cámara de fotos, sacándome una mientras yo trataba de resistirme con los brazos por delante. —Venga tonti, que te traigo noticias frescas —dijo sonriendo mientras consultaba su móvil y me guiñaba el ojo en señal de que había conseguido la ansiada foto. —Suéltalas antes de que me dé el arranque de mala leche, vamos… —Entre las modelos que vienen hoy está Ivette. —¿Y quién se supone que es Ivette? Si puede saberse. —Es una eslovaca que ha debido tener sus escarceos amorosos con David y de quien dicen que está que no caga con él, pues no para de buscarlo. —Pues estamos apañadas, analicemos la situación, ¿cómo es? —Guapa a rabiar y con un melenón de esos rubios de película, los ojos celestes y rostro angelical. —¿Rostro angelical? Bonito me lo pones. —Sí, pero no es que sea precisamente cálida, dicen de ella que es más fría que… —¡Samantha! —Por ahí, por ahí, sí, más o menos un calco de Samantha. —No, que digo que te calles, que Samantha viene por ahí —murmuré. —Buenos días, Samantha —le soltó ella un tanto coloradilla. —¿Vosotras no tenéis nada más que hacer que estar aquí cuchicheando? —nos preguntó con esa cara tan suya de estar oliendo mierda. Samantha era una de esas personas que no empatizaban con los demás y que odiaba atisbar una mijita de alegría en el ambiente. Cuando eso ocurría, ella le daba al botón de “abortar” y se acababa el cachondeo. —Conchi ha venido a traerme… —traté de defendernos. —Un chisme, eso es lo que ha venido a traerte y ahora las dos a trabajar si no queréis que os pongamos de patitas en la calle, holgazanas —concluyó y, muy digna, se fue contoneando sus orondas caderas, mientras hacía equilibrios sobre aquellos andamios que llevaba por tacones. —No sé qué tiene más, si estilo vistiendo o mala leche — me comentó Conchi cuando la ex de David estuvo lo suficientemente lejos para no escucharnos. —Mala leche, claramente —le indiqué con total certeza. —¿Sabes que corre por ahí el rumor de que le ofreció a David quedarse con los dos cuando él la pilló con Bartolo? —Para todo hay que tener morro en la vida y a ella se ve que le sobra, andando yo iba a querer compartir a David. —Claro que no, tú lo ibas a saborear enterito para ti como si fuera un pirulí, ¿no? —No me seas guarrilla, anda, que yo en el fondo soy todo corazón… —Sí, pero muy en el fondo, primero dejabas que él te empotrara y luego ya si eso sacabas las cuestiones del corazón. —Pues como tú con Jaime, ¿o es que vosotros hacéis calceta cuando estáis juntos? —Crochet, yo soy más de crochet, bonita… —Tú eres más de que como vuelva Samantha por aquí te va a poner en la puerta de la calle y a mí de paso, así que largo. —Así se trata a una amiga, cría cuervos… Y encima a una amiga que te ha proporcionado información privilegiada. — Me sacó la lengua y se fue. Un rato después estaba yo totalmente sobrepasada por la cantidad de veces que había sonado el teléfono esa mañana cuando vi venir a una melena rubia pegada a una mujer, que debía ser Ivette. —Hola, buenas, ¿podría hablar con David? Me está esperando. —¿Por casualidad eres Ivette? —La misma —me dijo en aquel tono nórdico imperturbable. —Pues lo siento, bonita, vas a tener que volver otro día, porque resulta que David no ha venido hoy. —¿Estás segura? Mira que me dijo que era importante que viniera a verle. —¿Te digo un secreto? —Me acerqué a su oído con ganas de disuadirla de visitas. —Vale. —Entre mujeres tenemos que ayudarnos, ¿no? Eso de que es importante, no hagas ni caso, se lo dice a todas. —¿Una especie de ritual? —Sí, sí, de ritual de apareamiento diría yo… —Vaya, vaya… —Sí, sí, yo cuando me encuentro uno de estos suelo decir eso de “parecía tonto cuando lo compramos” pero ¿sabes lo que dice mi abuela Matilde? —¿Tu abuela? —Me miró con cara de importarle un bledo lo que dijera la buena de mi abuela, pero yo no perdí oportunidad de soltárselo. —Pues mi abuela dice que de ningún tonto se ha escrito nada, así que David tan tonto no será. Tú hazme caso que yo sé bien lo que se cuece en esta oficina y aquí hay un tomate que huele en toda la calle.
—Vale, vale, pues dile cuando lo veas que ya vendré otro
día, que no quiero cortarle el rollo si está ocupado. —Mujer tampoco te lo tomes como algo personal, que no es así. Es simplemente que él pasa tres kilos de todas, te lo digo yo… —¿Sí? Pues no sabía yo eso, fíjate… —Sorpresas que te da la vida… Una hora después salió David de su despacho con aquella maravillosa sonrisa en la boca. —Oye, guapa, ¿ha venido una modelo llamada Ivette por aquí? —Huy —resoplé—, a ver Ivette, Ivette… Me parece que no. Es que vaya agobio, entre el teléfono que no para de sonar y que por aquí ha pasado esta mañana más gente que en la guerra, esto es el lío del Monte Pío. —Pues es raro, porque mira que le dije a esta chica que era importante que viniera. —Se rascó la cabeza graciosamente en señal de no entender lo que había pasado. —¿Sabes lo que ocurre? Que hay mucha modelo endiosada y seguro que además en todos lados les dicen cosas similares, y al final son unas engreídas. Yo creo que es mejor tener a alguien sencillo a tu lado, ¿no te parece? —Así se habla —repuso Magnolia, que acababa de entrar por las puertas. —¿A que sí, Magnolia? Al final qué es lo que prima en la vida, ¿el afecto o la melenaza? —El afecto, el afecto, bonita. El problema es que aquí mi hijo no ha tenido nunca demasiado buen ojo para las mujeres, lo mismo es que necesita gafas. —Magnolia, te he escuchado —le espetó Samantha que salía en ese momento hacia la recepción del brazo de Bartolo. —Bueno, pero no he dicho nada que tú ya no supieras, ¿no? —le preguntó ella con toda la parsimonia del mundo. —Mira, porque tengo estilo y no voy a formar aquí un numerito, y menos delante de los empleados, que si no te ibas a enterar. —Si lo de los empleados va por mí no te cortes…—Se me escapó, no pude evitarlo y Magnolia me lanzó una sonrisita picarona mientras que David me miraba con cierto asombro. —Tú cállate, muerta de hambre, que a ti nadie te ha dado vela en este entierro, estas son cosas de familia… —¿De familia, dices? —le preguntó Magnolia—, porque que yo sepa a nosotras ya la única familiaridad que nos une es la de poderte mandar a freír espárragos con toda tranquilidad. —Porque peinas canas, que si no ya podría yo decirte dónde te mandaría a ti —le contestó ella con la cara de lo más colorada. —Haya paz¬ —se notaba que David no quería entrar al trapo—, vamos a ir transitando, ¿no os ibais? —Se dirigió a la parejita. —Sí, que esta empresa apesta cada vez, apesta a chamusquina. —En ese momento Samantha nos miró a Magnolia y a mí. —Huy, pues yo voy perfumada de Chanel, guapa, y esta niña huele siempre que da gloria, debe llevar una esencia de Kenzo, ¿no? —Magnolia me miró y sonreí. —Sí, la de Flowers. —Muy graciosas las dos y ahora si nos permitís, Bartolo y yo tenemos que salir. —A hacer gestiones de trabajo, supongo —intervino nuevamente Magnolia. —A hacer lo que nos dé la real gana, exsuegra, pero si tienes tanto interés en saberlo, te informo que Bartolo y yo estamos decorando nuestro nidito de amor, ¿tú sabes lo que es la decoración y el buen gusto? —Lo sabía mucho antes de que tú nacieras, niñata, ¿y tú? ¿Sabes tú lo que es la educación? David resopló y no era para menos. Yo había presenciado ya varias batallas campales de esas desde que estaba la oficina. La cuestión era que cada vez me animaba más a participar, con la connivencia de Magnolia, a la que tenía como una gran aliada. Samantha y Bartolo salieron mientras David volvía a su despacho, momento que Magnolia aprovechó para invitarme a un cafelito. Aquella mujer era el vivo ejemplo de la fortaleza y de cómo afrontar la vida teniendo siempre la palabra exacta en la boca, sin pasarse y sin quedarse corta. —Ahí donde la ves, Samantha es una palurda envuelta en marcas —me explicó cuando estuvimos sentadas. —¿Una palurda? ¿Me lo dices en serio? —Sí, cariño, podrá intentar envolverse en glamur, pero siempre florece lo que cada cual llevamos dentro. Y ella siempre ha sido una trepa, buena relaciones públicas, pero una trepa. Y la avaricia rompe el saco. —¿David estuvo muy enamorado de ella? —le pregunté aprovechando la coyuntura. —David estuvo muy engañado por ella y mira que se lo advertí, pero ya se sabe… —Nadie escarmienta en cabeza ajena, ¿no? Ya me lo decía mi padre también de mi novio Alonso, el que te conté, y yo no hice caso. No era el primer café que me tomaba con Magnolia y ya la había puesto yo un poco al día de mi vida en otras ocasiones. —Habéis pecado los dos de ingenuos, pero eso tiene una fácil solución…—Sonrió con aquella seguridad tan suya. —Pero si tu hijo no me mira, esa es la verdad… —No es esa la clave, mi niña, la clave está en si te miras tú, no en si te mira él… —Ay, Magnolia, por favor ve al grano, que es muy temprano para acertijos. —Cariño, eres tú quien te haces transparente para los demás, tienes un potencial increíble. ¿Crees que no sé que espantas a muchas cuando van a ver a David? Más de una cosilla ha llegado ya a mis oídos… —Bueno, alguna travesurilla de esas si he hecho, lo mismo la última esta misma mañana. —Sonreí pensando que Magnolia parecía tener ojos y oídos en todos lados y que ya nuevamente me había pillado con el carrito de los helados. —Si a mí me parece muy bien, hija, pero échale esa misma gracia a tu actitud cuando estás frente a David y… me sabe mal decírtelo, pero cuando estás frente al espejo también. —¿Cómo frente al espejo? —Sácate un poco o un mucho de partido mujer. Coge a tu mejor amiga y vete de compras. Experimenta colores, estilos y texturas. Siéntete guapa, mímate, ve a esta peluquería, que es de nuestra familia y una de las mejores de la ciudad —me pasó el contacto en ese momento—, hazte un cambio en el pelo… —Me estoy estresando, Magnolia… —Pues déjate de estreses y ponte manos a la obra, que es lo que tienes que hacer… Capítulo 4 También era mala pata. Con el hambre que tenía y el coche que no arrancaba. Demasiado me estaba durando el pobre mío. Ya sabía lo que haría, llamaría a César, a ver si había suerte y estaba saliendo de su turno en el hospital. —¿No te arranca? —Escuché tras de mí y me sentí un tanto cortada cuando vi que era David quien me hablaba. Desde que estaba en la empresa no había hablado demasiado con él, esa era la realidad. Lo había hecho mucho más en sueños, pero cara a cara poco que contar, aparte de un par de coincidencias en cafetería que dieron lugar a dos cafés cortos en los que apenas intercambiamos un par de impresiones. —Parece que mi pequeño Fiat Punto está llegando al final de su vida, he estirado bastante el chicle con él, pero todo tiene un principio y un final. —Como la vida misma bonita, no te preocupes que todo tiene solución. Mientras, ¿quieres que te lleve? Madre del amor hermoso, si me llegan a decir por la mañana que David me iba a hacer ese ofrecimiento hubiera dado botes de alegría, pero el caso es que debía llamar a la grúa para que lo retiraran de allí. —Me encantaría, eres muy amable, pero creo que no me puedo mover de aquí hasta que no tenga la papeleta solucionada. —¿Qué papeleta? ¿Puedo ayudar en algo? Ya venía Conchi al acecho, aunque lo cierto es que tenía toda la pinta de querer fisgonear a placer. —No, amiga, no te preocupes, gracias. Solo es que no arranca… —Puedo llevarte, voy en tu misma dirección. —Ya se lo estoy ofreciendo yo, pero parece que es un poco dura de mollera —le comentó David y ella me dirigió una sonrisita victoriosa, como si lo que estuviéramos teniendo allí, en pleno parking, fuera una cita romántica. —No es eso —murmuré. —Comer si podrás, ¿no? ¿O eso lo tienes prohibido también mientras no tengas solucionada la papeleta, como tú dices? —Mira, hambre tengo más que Carpanta, lástima que Dafne nos había preparado un guiso de carrillada exquisito. —No te vayas, ¿eh? Hago unas gestiones en mi despacho y ahora salgo a ayudarte. “Ahora salgo a ayudarte”. No solo era guapo y simpático, sino servicial y apañado. Qué a gustito me estaba sintiendo con David tan cerca, era una sensación que no había experimentado hasta el momento. Llamé y me dijeron que esperara sentada un ratito que, con eso del éxodo de la gente hacia las playas, había un tránsito bastante mayor del habitual y que todas las grúas estaban ocupadas. Le mandé un mensaje a Dafne para que fuera almorzando ella con las niñas y me tranquilizó escucharle que mi padre había vuelto antes de lo habitual y que ya estaba en casa con ellas. —¿Estás nerviosa por lo del coche? —me preguntó David y me sorprendí a mí misma con más nervios que una monja con atraso. —Sí, supongo que será que me altera un poco —le dije mientras trataba de que mis Converse blancas no siguieran levantándose solas del suelo. Lo vi irse hacia su despacho y me prometí a mí misma que cuando saliera tendría que comportarme con mayor naturalidad, parecía una chiquilla y eso me podría hacer perder puntos. Yo no sabía lo que quería… o mejor dicho lo sabía muy bien, pero a veces dudaba en cómo conseguirlo. Igual que le echaba genio en la recepción y hacía toda clase de trapalerías para espantarle las féminas a David, me ponía a temblar y toda mi valentía se iba al traste cuando lo tenía en las distancias cortas. Llamé por teléfono a César cuando perdí de vista a mi jefe. —Cariño, estoy a solas con David y me muero de miedo, te necesito como médico, como hombre y como todo, ¿Qué tengo que hacer? ¿Me tomo algo? —Pero ¿te refieres a solas de “al lío”? Pues sí que has adelantado casillas en unas horas. Enhorabuena, chiquituja. —No, mentecato, me refiero a en el parking de la empresa. —Pues sí que es un escenario romántico, ¿y qué pasa? —Que me tiembla todo cuando estoy con él y me pongo muy nerviosa, eso es lo que pasa, ¿cómo lo ves? —Lo que veo es que no confías en ti y eso me da coraje. ¿Qué se te pasa por la cabeza cuando lo tienes cerca? —Alonso, eso es lo que se me pasa. —Pues vaya cuadro, ¿es que ahora te van los tríos? Eso es nuevo… —Qué tríos ni qué niño muerto, se me viene a la cabeza la traición de Alonso y entonces es cuando pillo el baño a lo justo, ¿me explico? —A la perfección. Entonces tienes dos caminos; antidiarreicos y desencarajotantes, los dos muy válidos. ¿Cuándo vas a permitirte empezar a vivir de nuevo? —Si yo vivo, ¿o es que no se nota? —Más bien poco. En los últimos dos años has sobrevivido más que vivido y eso me preocupa. —Cállate, que ya vuelve. —Muy bonito, y entonces, ¿para qué me llamas? —Para que te calles ya, pesado. —Le colgué el teléfono y sonreí a David. —Todo arreglado, ya puede la señorita pasar a mi despacho. —¿A tu despacho? —le pregunté con inquietud. ¡Por Dios bendito! ¿De qué iba aquello? ¿Me iba a cobrar la compañía en especia? Que por mí cerraba los ojos y tiraba hacia adelante, o mejor dicho todavía, los dejaba abiertos y veía la inmensidad de los suyos, en cuyos iris me gustaba deleitarme… Bueno, en sueños, porque cara a cara no me sentía capaz de mantenerle la mirada. —Sí, mujer, a mi despacho. Pero tranquila que no muerdo, es solo porque me he permitido pedir algo de almuerzo para ambos en tanto no llega la grúa. Espero que no te moleste. —¿Molestarme? No, claro que no… ¿por qué había de molestarme? Ahora quizás fuera el momento en el que él me preguntara si yo tenía pareja o algo parecido, pero enseguida caí en la cuenta de que Magnolia no habría perdido la oportunidad de hablarle de mi soltería. Ella, que había enviudado hacía unos años y que se manifestaba incapaz de rehacer su vida sentimental, parecía encantada con la idea de que su hijo encontrara en mí a la mujer de su vida. Claro, de sobra sabría que yo lo cuidaría y lo mimaría, no como Samantha, que lo había golpeado vilmente. A mis veinticinco añitos, yo también sabía el plato de poco gusto que suponía sufrir por amor. Todavía recordaba a menudo con angustia aquellos primeros meses en los que, sin noticias de Alonso, pensé que se lo hubiera tragado la tierra. Debió cambiar de móvil y ni un movimiento más en sus redes sociales desde su partida. Todo un misterio por resolver que con el tiempo se me fue encallando en el corazón, haciéndolo más duro. Entré en el despacho de David y por primera vez me fijé en los detalles. Mi padre siempre decía que es vital observar cómo viven y se comportan quienes te rodean, si quieres conocerlos a fondo. Me encantó comprobar que había varios guiños familiares en aquella estancia, como un collage de fotos en las que aparecía él de niño en compañía de su difunto padre. A su lado, varios marcos en los que aparecía al lado de Magnolia en diversos momentos importantes de su vida, como el día de su graduación en la universidad. Del mueble situado frente a su mesa de trabajo pendían también otras instantáneas que recogían alegres momentos de su vida con sus amigos. Entre ellos llamaron mi atención dos huecos que no habían sido todavía reemplazados y que debían corresponder a fotos de Bartolo y Samantha. De repente me sentí más cercana todavía a él, pensando que lo de aquellos dos debía haberle dolido tanto como a mí lo de Alonso, pero por partida doble, que para eso a él se la habían hecho su pareja y su amigo. —Veo que eres muy observadora —me dijo rompiendo el hielo. —Bueno, es que me encanta la fotografía. —Salí un poco por donde pude, aunque no había dicho nada que no se correspondiera con la realidad. La afición por la fotografía me venía de mi madre y constituía uno de los mejores recuerdos de mi infancia junto a ella. Con el tiempo, si no a perdonarla, había aprendido a vivir pacíficamente con su recuerdo, y eso era bastante, pues en otra época me atormentaban lo suficiente como para que de calmado su recuerdo tuviera poco. —¿En serio? También me encanta la fotografía. Suelo salir a menudo con la cámara a captar el mundo un poco desde mi prisma, si eres aficionada seguro que sabes a lo que me refiero. —Perfectamente, creo que se puede plasmar un poco el alma en cada fotografía, ¿no crees? —Por supuesto que lo creo. No te creía tan profunda… —¿No? Entonces, ¿cómo me veías? Yo no soy una frívola, no soy una Sa… Me quedé parada justo al borde del abismo, hubiera sido de muy mal gusto compararme con su ex y encima para salir yo victoriosa. Pero no hizo falta… —No eres una Samantha, puedes decirlo con total tranquilidad, lo tengo muy superado. Yo creía en sus palabras, sentía que la decepción que ambos habían provocado en su corazón era de tal calibre que a él ya no le dolía. Sin embargo, en lo que no creía era en que aquel palo que ambos (novia y mejor amigo) le habían asestado a dos manos, no hubiera dejado cicatrices. A mí me lo había dado uno solo y me había dejado sin sentido, cuanto y más… Miré a David a los ojos y constaté que en ellos ya no parecía haber sufrimiento, pero tampoco serenidad. Magnolia me había contado que su reacción a los cuernos de los aludidos había sido la de acostarse con todo lo que se meneaba y ese no era un signo precisamente de sosiego. Llamaron a la puerta y pensé que serían los de la grúa. Todavía no tenía muy claro lo que estábamos haciendo en el despacho de David, aunque puede que simplemente se tratara de resguardarnos de los rigores del sol de justicia que lucía en el parking. —Ahora mismo vengo, no te vayas, por favor —me comentó en tono pausado. —No sé por dónde podría salir para que no me vieras, como no saltara por la ventana… —Déjate de sustos, tengo una idea mejor. Volvió en dos minutos seguido del chico del catering. Bajo aquellas dos plateadas bandejas había un par de platos de exquisita carrillada acompañada de verduras que olía que alimentaba. —Por el amor de Dios, qué pinta tiene esto —solté sin pensarlo demasiado. —Te he escuchado que te quedabas con las ganas de ella y eso no lleva a nada bueno. —Ya veo, ya veo… Un millón de gracias. —Me he permitido también pedir un surtido de quesos de entrantes y uno profiteroles para el postre, no sé si te gustarán. —¿Los profiteroles? No, me dan un asco… Pero ¿conoces a alguien en el mundo a quién no le gusten los profiteroles? Muchas gracias, no tenías por qué hacer todo esto. —Es un placer, bonita. Toma asiento, te voy sirviendo. Lo hizo de una forma tan atenta que, como si estuviese en una peli romántica de esas de Antena 3 que tanto me gustaban, me sentí la protagonista de un almuerzo en el que no faltaron las risas, el vino y un montón de anécdotas con las que regar aquellas exquisiteces. Justo acabábamos de comer cuando llegó la grúa. El conductor le echó un vistazo al coche y su cara no presagiaba nada bueno. —Me da a mí que se va a tener usted que comprar un coche nuevo porque con este le va a pasar ya eso de que le va a costar más el collar que el perro, no sé si explico. —Como un libro abierto, que me tengo que echar una letra me guste o no me guste. —Así es, como todo hijo de vecino, pero créame que le va a convenir más. Al final los coches viejos se convierten en un sacadero de dinero. —Pues si usted lo dice con tal convicción, casi que lo preparo para darle la baja, me va a salir más a cuenta. —Pues hablo con mi compañero ahora cuando llegue y que le prepare los papeles. ¿Quiere usted que la acerque a alguna parte? Estaba a punto de decirle que sí cuando David intervino para decir que de ninguna manera, que me acercaba él. —Ya lo ha oído, se lo agradezco mucho de todos modos — le comenté. —Normal, chaval, yo también acercaría a una moza tan guapa como esta —le dijo el hombre a David con una sonrisa en la cara a la que él correspondió. Yo debí mostrar en mis mejillas un amplio colorido antes de darle el último adiós al cochecito de segunda mano que me había acompañado durante todos los años de mi primera juventud. —Ya le tocaba la jubilación. Yo a ti te veo con un Mini, con un New Beatle o con un coche así parecido, fíjate —me comentó. —Pues mira que sí me gustan los que has dicho, qué casualidad… —Nada de casualidad, psicología pura. —Hizo un gestito como de auto reconocimiento que sacó mi risa. Por lo poquito que lo iba conociendo, David tenía un potente sentido del humor y bastante autoestima, dos cosas que me encantaban en un hombre. Claro que, ¿había algo que no me gustara en él? Sí, claro, su faceta de mujeriego, esa hacía que me llevaran los demonios. Es más, César era testigo de que ciertas noches de sábado, entre bromas, yo demostrara mi manifiesta disconformidad con el hecho de que David estuviera persiguiendo faldas por ahí. Solía ser cuando me tomaba una copita, que él decía que me ponía de lo más graciosa y hasta un poco caprichosa. —Es que a mí me gusta mucho —le decía utilizándolo de paño de lágrimas y él con más paciencia que el santo Jobs solía tragarse la retahíla entera, que incluía por qué tenía yo tanta mala suerte con los hombres cuando mi amor por repartir era prácticamente infinito. —Pues si el universo quiere que sea para ti lo será, no te quepa duda de que lo será —me contestaba él en aquellas ocasiones. —¿Y qué tiene que ver el universo con esto? Soy yo la que tiene que dar pasos. —¿Y a qué estás esperando entonces? —me preguntaba con los ojillos también entornados por el alcohol. —A reunir valor, anormal, ¿a qué voy a estar esperando? Lo habitual en aquellas ocasiones era que él me pusiera el brazo por encima en señal de protección y que yo le dijera que nanai de la China, que así no íbamos a ligar ninguno de los dos. César tampoco es que hubiera tenido demasiada suerte en el amor. A los veinte se enamoró de Olimpia, otra pija elitista que le salió rana, como Alonso a mí y, en el fondo, yo creía que eso le había marcado, porque después no había levantado cabeza en los asuntos del corazón. Mi amigo era también de lo más sentido, igual que yo, pero ya me estoy desviando tela del asunto, pues toca contar que David me iba a llevar a casa en coche. —Dime dónde vives y estamos allí en un periquete —me comentó tan pronto se puso el cinturón. “¿En un periquete?” Por mí que no corriera nada, que yo estaba encantada siendo su copiloto. Le indiqué el lugar y me explicó que casualmente él se había criado en una zona residencial muy cercana a la mía. Con el tiempo se había mudado a una todavía más próspera, en la que en ese momento acababa de estrenar casa, relativamente cercana a la de Magnolia. Entre ellos existía un vínculo especial, según él me contó, lo mismo que me sucedía a mí con mi padre. Me preguntó por mis gustos musicales después de verme tararear cada una de las canciones de Bryan Adams que sonaron y vimos que coincidíamos en ellos. —¿Te tira lo anglosajón? —me preguntó. —Mucho, Londres es mi refugio, donde se me quitan todas las penas. —¡Venga ya! Tú lo que eres es una copiona. Esa teoría es mía. —De eso nada, la patenté yo… —Seguro que yo, que soy mayor que tú. —Jolines, lo has dicho como si fueras Matusalén… —No, claro, no es eso… —Rio abiertamente y el sonido de su risa retumbó en todo el habitáculo. Me dejó en la puerta de casa y las gemelas salieron a recibirme. —Pero bueno, ¿y estos dos calcos bonitos? —me preguntó él. —Son Laura y Alba y no son exactamente dos calcos, una es bastante más movida que la otra. —En ese momento fui yo quien reí. —Déjame acertar, la movida es… —señaló a Alba. —Frío, frío… A las peques les fascinaba ser el centro de atención. —¿Cómo te llamas? ¿Quieres bañarte con nosotras en la piscina? —Os lo agradezco mucho, pero tendrá que ser otro día. Hoy no traigo bañador. Y me llamo David. —Anda, como David el gnomo, papá nos pone esos dibujitos, son muy antiguos… David se carcajeó y yo pensé que de gnomo tenía bien poco, porque su 1,85 no había quien se lo quitara. Nos despedimos y entré al jardín con una mocosilla de cada mano. Ni a soñar que me hubiera echado habría sospechado que iba a comer ese día a solas con él y que me llevaría a casa. Dafne notó mi risita y me preguntó al respecto. Ella sabía lo que sentía por David y hasta había cotilleado un poco a través de la verja. —Hija, mía, si parece un actor de esos de Hollywood. Qué bien te sienta —me dijo al verme. —¿A que es guapo, Dafne? —Guapísimo, pero tú más mi niña, y si te pusieras un poquito de maquillaje que diera color a esas mejillas, ya ni te cuento… Capítulo 5 La tarde no pintaba nada mal. Venían César y Vanesa y esa era diversión asegurada. —¿Te comió el coco o viste que no pasa nada por dejarte llevar un poco? —me preguntó César en referencia a mi encuentro con David. —Lo que esta hubiera querido que le comiera es otra cosa —le contestó Vanesa al hilo de lo que él dijo, aprovechando que las niñas estaban metidas en la piscina y mi padre en el interior de la casa. —Y dale Perico al torno, otra como Conchi, no sois pesaditas las dos… —Sí, sí, pesaditas, no me digas que tú lo quieres de amor platónico, no te fastidia, debes estar con unas ganas increíbles de… —Schhhh, calla animal que ya salen las enanas. Las niñas vinieron hacia nosotros. Estaban monísimas con sus bañadores marineros idénticos, sus melenas onduladas al viento y sus resultonas pequitas enmarcando aquellos ojos celestes que me recordaron a los de Ivette y me dio la risa. —Al saber de qué se estará riendo la energúmena esta — dijo César enarcando una ceja. —Pues de que hoy le he espantado un moscón a David, un moscón nórdico con unos ojazos celestes parecidos a los de las niñas. —Seguro que tú eres mucho más resultona que el moscón ese, pero cuéntame, ¿cómo era? —me preguntó Vanesa con bastante interés. Se la describí y César y yo nos miramos con cierta confusión cuando de su boca salió un suspiro. —Chicos, os tengo que contar algo —nos confesó y ambos fuimos conscientes de que una bomba venía en camino. —Escúpelo ya, que te temo tela —le comenté. —No seas tonta, no tiene mayor importancia; es solo que me he liado con una chica de la compañía de danza. César estaba dando un sorbo al zumo de naranja natural que nos acababa de servir Dafne antes de irse y se atragantó hasta el punto de que creí que íbamos a tener que reanimarlo. —Pues anda que eres tú tolerante —se quejó nuestra amiga cuando por fin se le fue pasando. —Mujer, claro que soy tolerante, lo que pasa es que no podía imaginar una cosa así, me has pillado de nuevas y… —Y seguro que encima te ha puesto y todo, que ya sabemos cómo os las gastáis los tíos con estos temas. —Me eché a reír y el pobre César prefirió hacer oídos sordos. —Cuéntanos anda, aunque yo te aviso de que alguna cosilla así ya me esperaba —le confesé mientras daba vueltas con la pajita en mi vaso. —¿En serio? Pues vaya ojo clínico que tienes, hija, porque no lo sabía ni yo —me contó Vanesa. —Pues a mí no se me ha pasado por alto que en ocasiones le has echado unas miradas a Vaitiare de no te menees, ¿o me equivoco? —Ahí le has dado, por ahí me empecé yo a dar cuenta también, pero es que tu madrastra está para ponerle un piso, amiga. —Serás antigua, ¿qué es eso de para ponerle un piso? —Tienes razón, bueno está para cruzar media mundo en su busca con un anillo en la mano, como hizo tu padre. —Eso sí que fue romántico —suspiré. —Hola, ¿todo lo que estoy escuchando va en serio o en algún momento me voy a despertar con júbilo pensando que ha sido fruto de una insolación? —nos preguntó César. —Eso último no es descartable, sobre todo por la pedazo de mollera que tienes —le comentó Vanesa—, otra cosa es que te quepan cosas en ella, porque me parece a mí que tú te has quedado anclado en el año de los tiros, guapo. —¿Me estás llamando cabezón? —No, solo estoy diciendo que, si te hubieras metido en el ejército, en la cinta de tu gorra se podría haber escrito el nombre de tu promoción completa. —Ella era hija de militar y le gustaban ese tipo de bromas. —Mírala ella que chistosa, pues la amplitud de miras la tienes tú, que a mí me parece muy bien pero que… —Pero ¿qué? Eso digo yo, ahora me vas a decir el qué. — Vanesa se estaba poniendo farruca, menuda era ella cuando le daba el siroco. —Joder, pues que como esto siga así, a los tíos no nos va a quedar más remedio que liarnos con otros tíos, porque las chicas vais a estar todas cogidas entre vosotras. —¿Y…? ¿Tienes algo que objetar? —Nada, nada —resopló como diciendo que calladito estaba más mono y se echó hasta la toalla por encima para hacerme invisible. —Cuéntame, ¿y cómo es estar con una mujer? —le pregunté porque me llamaba tela la atención que mi amiga hubiera tenido una experiencia de ese tipo. —¿Te lo puedo contar tranquila? A ver si luego me vas a venir con tonterías de esas de que nos cambiemos en habitaciones distintas y otras chorradas similares, que en la compañía me ha pasado con un par de chicas. —¿Tú eres tonta? Si a ti solo te falta haberme hecho una ecografía, anda que no te conoces bien mi cuerpo. Será que te quede todavía algo por ver, no te fastidia… —Vale, vale, pues es como estar con un tío, pero menos intenso en un sentido y más en otro. —Explícate… —Yo no quiero seguir escuchando, me voy a jugar con las niñas que me estoy poniendo malo… César era muy cuidadoso en eso de no mezclar el atún con el betún. Vanesa y yo únicamente éramos sus amigas y jamás hubo entre nosotros ningún derecho a roce ni nada parecido. Pero claro, todo tiene un límite y el pobre a lo que sí tenía derecho era a ponerse palote con cierto tipo de conversaciones, por lo que salió zumbando de allí. Mientras, Vanesa me contó su experiencia con Katia, la bailarina rusa con la que se había ido al catre durante el tiempo que habían estado de gira y yo pensé que a todos les había dado últimamente por el producto internacional. Por la noche, después de que ambos me ayudaran a dar de cenar y acostar a las niñas, a las que dejamos con mi padre, nos dispusimos a ir a tomar una copa por celebrar la vuelta de Vanesa. —¿Os acordáis de cuando nos emborrachábamos clandestinamente en casa de nuestros padres? Vanesa siempre tenía en mente nuestras trastadas de juventud para comentarlas. —¿No nos vamos a acordar? Sobre todo yo, que el día que tu madre descubrió que nos habíamos pimplado la mitad de su botellero me echaste las culpas a mí y como más tonto y no nazco, cargué con ellas en exclusiva. —¿Y qué más te daba? Con tu madre te iba a caer la más grande igualmente, así que nos salvaste el pellejo a nosotras dos, César. —Así me gusta, cariño, que seas toda solidaridad. —César negaba con la cabeza porque lo cierto es que se las habíamos hecho de todos los colores y siempre había aguantado estoicamente. —Con la solidaridad no se come, bonito. ¿O hace falta que te recuerde que el mundo es de los listos? —Demasiado lista eres tú, anda invítate a una primera rondita a ver si me desagravias un poco. Lo de quien invitara primero era un puro formalismo porque por suerte en aquel trío de amigos que formábamos no había ninguno a quien le costase rascarse el bolsillo. Desde jovencitos todos habíamos aportado por igual y sobre eso no había nada más que hablar. Vanesa llegó con los tres chupitos y brindamos por nuestra amistad antes de que ella empezara a echarle el ojo a una chica que tenía enfrente, o lo mismo era la otra la que estaba echando el ojo a ella, porque yo no la veía, pero tenían un pasteleo de no te menees, según me decía César que lo estaba viendo todo desde su ángulo. —Al final, para no variar, tú y yo somos los que no nos comemos ni un rosco, ¿qué te juegas? —me preguntó con total conformismo. —Yo seguro que no, porque a mí solo me apetece un bombón y no lo veo en esta pastelería… —Huy, ¿así estamos? Mira que eso ya huele a enamoramiento del serio, tienes que cambiar el chip antes de que te vuelvas una tontorrona empedernida. —Tú siempre tan romántica, Vanesita… Que te entre en la cabeza que no todos sabemos cambiar de pareja como de calcetín —le comenté, aunque en el fondo envidiaba su facilidad para pasárselo bien. —Y quien dice que no sabemos cambiar de pareja, menos todavía de acera como haces tú, encanto —puntualizó César que todavía parecía estar un poco consternado por la confesión de nuestra amiga unas horas antes. —Vosotros vais a acabar peor que los Flanders, rollo iglesia incluido. Y eso si no os da por emparejaros y entonces sí que la liais ya mortal —repuso Vanesa quien de vez en cuando soltaba unas teorías que eran para echarse a temblar. —Serás burra, me dan ganas de tirarte con el chupito, pero iba a ser para nada. Tú sí que te pareces al actor secundario Bob con la melena esa que me llevas, cenutria. El aspecto de Vane era de lo más peculiar. Ella siempre había lucido una melena desenfadada que era todo un puntazo, aunque hay que decir que su original estilo traía de calle a los chicos… Bueno su original estilo y que mi amiga era una mujer de bandera, de esas que quitan el hipo y con un arte que no es normal. Y a partir de ahora, visto lo visto, era probable que también trajera de calle a las chicas. Miré hacia todos los lados y una dorada cabellera eclipsó mi mirada, era la de Ivette, la modelo a la que yo había enviado a paseo con una buena patraña… Pero la cuestión no era esa, la cuestión es que detrás de ella estaba aquella sonrisa por la que yo suspiraba… la de David. Tanto mentarlo y al final había aparecido. ¿Habrían vuelto a hablar entre ellos? ¿Me habría descubierto ella? ¿Sería fruto de la casualidad? De lo que no había duda era de que la casualidad residía en que yo, que nunca me había encontrado a David saliendo de marcha, ahora me lo topaba de frente. Y para colmo con Ivette, que como ya supiera lo que había enredado yo para quitarla del mapa, estaría calentita conmigo. —Chicos, ese es mi jefe —les dije mientras intentaba controlar el temblor de mis piernas. —Uff, pues sí que está bueno, no me extraña que estés babeando por él… Pero la de al lado no lo está menos —me contestó Vanesa. —¿Babeando? ¿Te parezco yo un caracol? —me quejé. —Algo… —Pues la de al lado es Ivette, la chica de la que te hablé, y ahora parece que la que babeas eres tú. A partir de ese momento digamos que se me cortó un poco el rollo y la noche no volvió a ser la misma. Bueno, he dicho un poco, pero lo cierto es que se me cortó bastante. Por suerte, ellos no me habían visto, pero yo no les quitaba ojo de encima a ambos.
Me dolía ver cómo se divertían de la forma más
desinhibida posible y lo peor del asunto es que yo había quedado como Cagancho en Las Ventas, ¿se podía ser más tonta? ¿Qué iba a pensar ahora David de mí? Recordé el almuerzo del mediodía y lo muy atento que se había mostrado conmigo. No se podía ser más tonta, pues eso hizo que poco menos que pensara que se estaba acercando a mí. Ese debía ser mi problema, que yo no sabía interpretar las señales. Por suerte, no lo vi besar a Ivette ni que tuvieran una actitud acaramelada, pero claro, se suponía que debían ser un rollo y que esas cosas las dejarían para la intimidad. Se suponía también que yo no tenía ningún motivo para estar celosa, pero la realidad es que estaba que tenía ganas de arañarme. ¿Cómo podía ser tan necia? No había más que ver la forma en la que se movía, actuaba y vestía Ivette para saber que ambas jugábamos en distinta división. Me fui al baño a refrescarme la cara y llegué a la conclusión de que, si quería resultados distintos en la vida, tendría que actuar de modo distinto. Capítulo 6 Me levanté con más miedo que once viejas porque la idea de enfrentarme a David y al hecho de que me hubiera pillado con las manos en la masa con el tema de Ivette me daba pavor. Entré en la oficina, me senté en la recepción y esperé a que él llegara. Busqué un atisbo de reproche en su mirada y desde luego que no lo encontré. De hecho, David parecía venir súper contento. —¿Qué tal, guapa? ¿Has mirado ya qué coche vas a comprarte? —Nada de nada todavía. Tienes cara de sueño, por cierto. —Sí, salí anoche y ya se sabe, luego las sábanas se pegan más de lo aconsejable. —¿No me digas? Me hice totalmente la tonta, porque David no me había visto la noche anterior y mis labios estaban sellados al respecto. No obstante, noté una risita irónica por su parte, ¿estaría informado de mi pequeña fechoría? Algo me hacía pensar que sí, pero yo no pensaba darme por aludida, hasta ahí podía llegar la broma. Sin mediar ninguna otra palabra, David, quien siempre solía tener prisa a esas horas, entró en su despacho y cerró la puerta. Madre mía qué cosas se hacían por amor, a veces no me reconocía en ese papel de espanta todo lo que tuviera faldas y se acercara a él, pero es lo que había. La mañana se presentaba movidita y era probable que pasara rápido, cosa que yo pedía al cielo. Con lo que no contaba era con que Samantha llegara ese día con los cuernos de punta y con el látigo en la mano. —Tú, vente conmigo que te necesito. —Ese fue todo su saludo y yo quedé encantada con sus modales. —Será si puedo, ¿no? Porque aquí hay hoy bastante por hacer. —Me aventuré a decirle, ofendida como me sentía por la forma en la que se había dirigido a mí. —Tú harás lo que yo te diga o te prometo que en menos de lo que canta un gallo estarás en la calle, y no con un pan debajo del brazo, sino con una carta de despido. Así me gustaba a mí que empezaran los días, marchosos. Sin embargo, le estaba cogiendo el gustillo a los tejemanejes de aquella empresa y al final veía que me iba a convertir en un poco Conchi. —¿Se puede saber de dónde vienen esas voces? —¡¡Paul!! —exclamé al verlo, loca de alegría, porque yo lo adoraba. —Mi niña guapa, ¿cómo estás? —Encantada de verte, amor —le comenté ante la atónita mirada de Samantha. —Hola, no sé qué hablas de gritos, yo solo le he dicho a la empleaducha esta floja que la necesito conmigo esta mañana. —Desde luego que vaya mala baba que tienes, hija, ¿quién habrá más flojo en esta empresa que tu novio? Y vienes a echarle en cara lo que no es a la pobre chiquilla, que cumple su trabajo con toda la diligencia del mundo. —Vaya, cómo no iba a salir mi novio a la palestra. Mira, que seas amigo de David y que él esté revenido no te da derecho a poner a Bartolo a caer de un burro cada vez que te venga en gana. —Que sea amigo de David lo único que implica es que me dé pena pensar en que él puso un día los ojos en una aprendiz de diva como tú, pero lo de Bartolo se lo tiene ganado a pulso, bonita. —Mira que eres cansino, mal follado… —¿Mal follado yo? ¿Pero tú te has visto la cara esa de acelga lánguida que me llevas? Manda narices, mira no te voy a contar lo que le mide a mi chico la tran…. No había terminado de decirlo cuando los interrumpió David, bastante contrariado por la situación. —¿Qué pasa aquí, chicos? ¿Es la hora del recreo y yo no me he enterado? Menuda zapatiesta tenéis montada, vamos, como para que entrara por las puertas algún cliente importante. ¿Se os ha ido la cabeza? —Al sarasa de tu amigo es al que se le ha ido… —¿Cómo me has llamado, asquerosa? —Sarasa, te he llamado sarasa, te lo repito con sus tres sílabas SA-RA-SA, ¿mejor así? —Mejor así para meterte un pepinillo en mal estado por la cara esa que me traes, que no puedes estar más amargada, cacho de trapo… —Pues sí que estáis finos los dos, haya paz. —David tenía paciencia para dar y regalar. —Es ella que me saca de mis casillas con los chillidos y encima que viene con sus aires de superioridad avasallando a la chiquilla, no puedo con sus cuentos… —¿Te ha avasallado, Leticia? —me preguntó con interés. La mirada iracunda que me dirigió Samantha fue del tipo “di que sí y hago aquí mismo una declaración formal de guerra”. —Lo ha intentado, pero a mí plin, yo duermo en Pikolín. —Tú lo que eres es una chula y una deslenguada, pero alguien va a ponerte en su lugar y ese alguien voy a ser yo, ya lo verás —me amenazó Samantha. —El día que eso ocurra, serás tú quien salga por esa puerta —sentenció David mientras la señalaba y la satisfacción que me entró por el cuerpo no fue normal. —¿Te has enterado? —insistió Paul al verse respaldado por David. —Vete a la mierda, ¿no tienes que preparar el ramo de novia para tu boda? —¿Lo dices porque quieres que te caiga a ti a ver si te vuelves a casar? Huy no, que a ti ya no te aguanta ni Dios, perdiste tu oportunidad de oro… David le hizo una seña para que se callara y Paul aceptó a regañadientes, pues menudo era él. —Que te follen, Paul, ya veremos lo que te dura el matrimonio a ti… —Huy, me da que estás teniendo fantasías sexuales conmigo y con mi chico, igual te viene bien un cambio de aires. —¿A mí? Te quieres ir ya… Como no me gusta a mí un tío, me voy a volver yo lesbiana pasado mañana. —Pues lo mismo que a mí bonita y, por otra parte, déjame decirte que eso ha quedado más que patente, pues anda que no te gusta nada un ra… —Cállate ya un poquito, Paul, que esto parece una guardería, compañero —le interrumpió David viendo el cariz que comenzaban a tomar los acontecimientos. No obstante, con ese último comentario, la risilla había florecido también en su cara, dado el desparpajo de Paul y la forma que tenía de llamar a las cosas por su nombre. Con él desde luego que no nos aburríamos. Paul estaba a menos de dos semanas de su boda con su novio nigeriano, Anuar y por tanto de los nervios. Mientras Samantha salía de la oficina, que al final ni la acompañé ni nada, llegaba Magnolia. —“Mami que será lo que tiene el negro…” —tarareaba mientras entró esquivando a Samantha. —Mira que eres jodida, pero te quiero como a una segunda madre —le dijo Paul al mismo tiempo que la estrechaba en sus brazos. —Los gemelos que te prometí, guapo. —Le entregó ella una cajita que él abrió con emoción. —Magnolia, son todavía más bonitos de lo que había imaginado. No sabes la ilusión que me hacen. —Sí que lo sé bandido, y por eso te los he traído. Por cierto, ¿qué le pasaba a la Nancy de Samantha, que va bufando para la calle? —Que no ha comido su ración de ra… —¿Te quieres callar ya un poquito? Que estás disparatado con la dichosa boda, no quiero pensar lo que va a ser eso —se quejó David, a quien lo de las frases soeces como que no le iba mucho. —La madre de todos los desmadres, David, eso es lo que va a ser, yo me la imagino tipo bacanal romana, así al final todos en bolas y…—Paul entrecerró los ojos. —Y una mierda, amigo, no me quedo yo en bolas cerca de ti ni por asomo… —Ni al lado de su novio menos, hijo, que ese debe calzar por los menos un…—Magnolia hizo el gesto abriendo los dedos de cuánto pensaba ella que le medía “el cacharro” al novio de Paul y todos nos tuvimos que reír. —Tú sí que sabes, niño —le dije yo y David me miró con gestillo libidinoso. —Por lo de casarte y eso, que me parece de lo más romántico —maticé antes de que mis mejillas adquirieran tintes más intensos. Aquella empresa era todo un sainete y más que un trabajo, a veces me parecía que iba a una función. —El que faltaba para el duro —dijo Magnolia cuando Bartolo entró por la puerta. —¿Tengo monos en la cara? —le preguntó él. —No, mono, no tienes nada en la cara, pero dura la tienes un rato largo —le contestó ella haciendo un juego de palabras. Allí íbamos de una en otra y hasta Conchi salió de su despacho y desde atrás del resto me hacía gestitos como de que aquello parecía una feria… Y lo parecía. Cuando la algarabía se hubo disipado y Magnolia entró a despachar algunos asuntos con su hijo, pues ella tenía muchos contactos en el mundo de la peluquería y le servía también de relaciones públicas, recibí un mensaje de Vanesa. “So petarda, tarde de compras sí o sí” Le contesté enseguida, pues me apetecía mucho. “Pero solo si nos llevamos a las niñas, se lo prometí a mi padre” “Petardas por partida triple, no sé si lo soportaré, pero prometo intentarlo” Ya tenía yo hecho el día, porque con ella tampoco me faltaba diversión y sería una estupenda crítica para esas muchas compritas que yo quería hacer y que tanta ilusión me provocaban. Desde que había entrado a trabajar allí, no es que me hubiera comprado ni el oro ni el moro, por lo que contaba con unos ahorritos. Aunque ahora tenía pendiente también el tema del coche, pero estaba dispuesta a cambiar de imagen así se acabara el mundo. Para lo del coche pediría un crédito, lo de sentirme renovada debía ser inminente. A media mañana Magnolia se fue no sin antes invitarme a un cafelito. —Te voy a hacer caso y me voy a convertir en una Matahari, ¿cómo lo ves? —Reí. —Con que te conviertas en una mata recuerdos de Samantha me doy por contenta, mi hijo no está bien, por mucho que él diga. En el fondo, pese a lo que pueda parecer es de lo más convencional y no está muy de acuerdo con la vida que está llevando. Pensé que qué iba a decir ella si era su madre, pero yo no lo veía precisamente descontento cuando salía y entraba con las modelos por la recepción. Y luego estaba lo de la dichosa Ivette, la de la melena dorada… No sabía por qué me llamaba tanto la atención esa melena, al fin y al cabo, la mía también era rubia y brillante, ¿qué me pasaba? Fijo que estaba baja de autoestima, para no variar. Yo era de la opinión de que la autoestima debería venderse en tarros, así concentradita, pero iba a ser que no… Debería buscar cosas que me la suministraran porque desde la partida de Alonso tampoco es que mi alegría hubiera salido por cada poro de mi piel. Durante unos instantes me quedé pensando en aquellos primeros tiempos con Alonso, en los que confiaba en él y en los que veía mi futuro de su mano, ¿podía haber sido más ilusa? Magnolia notó el dolor en mi rostro. —¿A ti también te hicieron daño, verdad, cariño? —me preguntó de lo más condescendiente. —Me temo que sí. —Pues no dejes que el dolor arruine tu vida, al dolor se le coge con una mano y con la otra, se le asesta un garrotazo en plena sesera. Me eché a reír pues ella a veces parecía que se ponía muy profunda, para luego terminar soltando una brutalidad de las suyas. Al mediodía Vanesa vino a recogerme, iríamos de compras, haríamos planes de chicas… Si David estaba con Ivette, yo tenía que ponerme guapa para mí, olvidarme de él, no necesitaba más palos… —¿Te llevo a casa? —Escuché tras de mí cuando iba saliendo para darle el encuentro a mi amiga. No puedo negar que el pellizquito en el estómago me lo dio, pero no iba a entrar en juegos, tríos amorosos ni en nada que se le pareciera. No al menos en esta vida; había llegado el momento de empoderarme. Capítulo 7 Tarde de chicas. Primero comeríamos juntas y luego iríamos a por mis hermanitas, lo que debía incluir que nos comeríamos un helado de esos de los Picapiedra, tamaño máximo. —Tú estás muy rara… —Es que manda narices, para una vez que parece que David se fija en mí y tiene que estar la tal Ivette por medio, me da un coraje… —Pues juega tus cartas, tontuela, ¿o es que no crees en que puedas llevarte el gato al agua? —Pues sinceramente, para nada… Esa es la verdad. —Así me gusta, que confíes en ti. Te daba así…al final me voy a tener que meter yo y quitarle la rubia a tu jefe, y así todos contentos… —Oye, te ha dado perra con lo de las chicas, ¿eh? —Un poco, ya sabes que soy así, me termino cansando de todo y ahora parece que le he pillado manía a los tíos. —Hasta que aparezca otro maromo que te vuelva loca, como si lo viera venir. —Pues lo mismo. —Por cierto, mi primo Tony vuelve de Londres en unos días, yo lo dejo caer ahí… —Nena, por Dios que esa historia está ya más pasada que el bisabuelo de Tutankamón. —Pues antes no le hacías ascos precisamente, guapa… —¿Cuándo antes? ¿Cuánto tenía quince años? —Sí, solo entonces. Anda que no te has dado tú buenos revolcones con mi primo mogollón de veranos. —Eso es verdad, yo no sé qué tenía el tío que me ponía tela, era verlo y chorrear… —Bonita, yo no necesito tantos detalles, a ver si me vas a salpicar y todo. —Pues hablando de salpicar, me apetece un buen salpicón de marisco, ¿recogemos ya a las niñas? —No, más tarde, Dafne les dará el almuerzo. —No, en realidad el almuerzo se lo darán ellas a Dafne, pero es un modo de decirlo —bromeó. Nos sentamos en una terraza que hacía las delicias de Vanesa y en la que solíamos pasar buenos ratos siempre que ella volvía a la ciudad. El hecho de que la compañía de danza la mantuviera fuera de ella largas temporadas hacía que yo encontrara aquellos momentos junto a mi amiga de lo más gratificantes. Vanesa había sido una apasionada de la danza desde niña y siempre me animó mucho a que me introdujera en ese mundo. Yo hice un vago intento en su día, pero quedó en nada, pues a patosa no había quien me ganase y ella mientras fue ascendiendo como la espuma en un mundo que le reportaba innumerables satisfacciones, pero que a su vez la quería para sí. Cuando estaba lejos, ella copaba muchas de las conversaciones que César y yo manteníamos, pues solíamos echarla mucho de menos. El aspecto de Vanesa contrastaba mucho con el mío, pues su brillante pelo azabache poco tenía que ver con mi dorado cabello. Su penetrante mirada verde me recordaba en parte a la de David, que era del mismo color y compartían intensidad en la misma. —¿Qué vamos a comprar, un poco de todo? —me preguntó. —Yo creo que sí, me hace falta una reforma integral. —Mujer, con un poco de chapa y pintura será suficiente… —Muy graciosa, no decía a mí, me refería a mi armario… —Ya, ya, de tu armario me puedo esperar cualquier cosa, hasta que salga Drácula de dentro. Aunque también he de reconocer que antes tenías trapitos muy monos. —Y los sigo teniendo, no me he deshecho de nada en estos años. —¿Y se puede saber dónde los tienes metidos? Porque yo te veo siempre de la misma guisa, elegante, como tú eres, pero aburridita como una ostra. —Gracias, cariño. —De nada, amor. Ya sabes que cuando necesites ánimos no tienes más que decírmelo. Almorzamos de lo más alborotadas y a continuación nos fuimos a por las dos enanas, que eran las niñas de mis ojos. —Yo quiero una pamela para la playa —nos dijo Alba. —Tú eres una repipi —replicó Laura, que era una bocazas de mucho cuidado. —¿Por qué una repipi? Si a la hermana le gustan las pamelas tiene derecho a decirlo, cariño —la reprendí. —Pero es que las pamelas son muy cursis, o de madres… —¿Cómo de madres? —Bueno de madres, de mayores, así como vosotras. —¿Nosotras mayores? La madre que os trajo al mundo a vosotras… —¿A que me volcáis el coche con tanto movimiento? —se quejó Vanesa, que no partía peras con su coche. —Tienes que venir a mirar uno conmigo, que estoy hecha un lío. —Vale, pero nos tendremos que llevar a César para que dé su opinión también, porque ya sabes que si no se pone celoso. —Ayy, nuestro César… —Sí, que es más pesado que matar un cochino a besos… —No te metas con él, que es muy bueno. —Sí, Vane, César es muy bueno, nos trae muchas bolsas de chuches… —¿Y por eso es bueno? Vosotras sois dos pequeñas ratejas convenidas… Pensé en lo mucho que me gustaría que David ocupara un lugar en mi vida y que también viniera él a echarle un vistazo al coche nuevo. A menudo me sorprendía pensando en ese hombre e imaginándomelo en las situaciones más cotidianas; al despertar, preparando un zumo de naranja y unas tostaditas con su mermelada de naranja amarga, que parecía ser su preferida… Yo lo sabía porque las pocas veces que había coincidido con él en cafetería no le había quitado ojo de encima… Comenzamos nuestra tarde de compras y nos fuimos primero a la sección de los vestidos. Fue muy gracioso porque Vanesa se sentó con una de las niñas a cada lado y me fueron dando su visto bueno o no… Me quedé con unos cuantos, uno de rayas verticales rosas y blancas, uno de manga francesa en rojo, uno asimétrico en amarillo limón, otro negro largo y entallado y uno de estilo étnico que era un primor. —Por fin te veo con cosas de este siglo puestas, amore. — Reía Vanesa y las niñas aplaudían. —Leticia, estás muy guapa —decía Alba mientras el trasto de Lucía seguía mis pasos como si de una modelo se tratara. Vanesa nos hizo una foto que subí inmediatamente a mi perfil de WhatsApp, pues quedó de lo más graciosa y a continuación me tomó otra con Alba, que le prometí que pondría al rato. De allí nos fuimos a la sección de los pantalones y me pillé un par de tejanos, uno cortito de esos con la cinturilla alta que tan de moda estaban y otro de campana, ese clásico que había vuelto para quedarse un buen tiempo. César siempre decía que eran los que mejor me sentaban y creo que algo de razón tenía, pues yo me veía muy favorecida con ellos. Varios tops complementaron a la perfección a aquellos pantalones y cayó también de paso una falda vaquera con doble botonadura delantera que era una monería.
Y hablando de monos, con ellos yo perdía el norte. Alta
como soy, me sentaban fenomenal y escogí uno verde y otro en azul cielo con rayas en blanco por los que sentí un auténtico flechazo. Después nos fuimos a la zona de los complementos y me hice con un par de bolsos, uno de esos de rafia que se veían por doquier y una especie de moderna mochilita, también de rafia y con la base y la solapa de material. Los combiné con dos o tres pares de zapatos de lo más veraniegos, que incluyeron unas chanclas de ante y flecos muy desenfadadas y juveniles. Las niñas seguían aplaudiendo cada una de mis elecciones, aunque no tardaron en pedir algo también para ellas, que para eso parecía que les había hecho la boca un fraile. Entramos con ambas en la tienda Disney del centro comercial y, cada una en su línea, Alba escogió un vestido de corte princesa y Laura un conjunto skater muy colorido. De allí nos fuimos a tomar un maxi helado en el que ambas terminaron metiendo la nariz, por lo que no tardamos en hacerles otra foto que por la noche enviaríamos a su madre, que ya estaba deseando verlas. —Ahora toca hacerse las uñas —sugirió Vanesa y Alba apoyó la moción. —Ni loca, no lo pienses siquiera —contestó Laura, quien parecía no estar en absoluto por la labor. Mientras ella daba vueltas y más vueltas hasta casi caer de espaldas del mareo, pues no sabía lo que era parar quieta, Vanesa y yo nos hicimos las uñas de gel y a Alba le dieron una tenue capita rosa en las suyas que no podía dejar de mirar ni un momento. Por si todo esto fuera poco, terminamos la tarde en la pelu. Mejor dicho, terminé yo, porque Vanesa se quedó fuera con las niñas y de vez en cuando pasaba por delante del escaparate y las tres me sacaban la lengua. Yo les hacía un gestito como de que iban a cobrar y ellas me desafiaban. Acabé en el sillón del peluquero porque mi amiga se empeñó en que tenía que cortarme un poco la melena, que me iba a dar mucha vida a la cara. Yo llevaba tiempo con el mismo corte y me resistía un poco al cambio, pero en el fondo entendía que me iba a venir bien. —Estás monísima y me encanta la forma que te han dado en las cejas —me decía cuando salí del local, que también contaba con esteticista y donde me hicieron una restauración completa. Llegamos a casa y ya estaba allí mi padre, hablando con Vaitiare por teléfono. —No sabes la belleza que acaba de entrar por la puerta — le comentó mientras lanzaba un silbidito y me cogía del brazo para que me girara y poder mirarme bien. —Nosotras también tenemos ropita nueva. —Alba lo miró demandando atención. —¿Ropita nueva? Me la tenéis que enseñar, venga, todas a pasar modelos… Mi padre era pura sensibilidad con “las mujeres de su vida” como él nos llamaba a nosotras y a Vaitiare. Por cierto, que con esta última hablábamos en inglés, aunque apreciábamos que estuviera haciendo verdaderos esfuerzos por ir hablando poco a poco español. Nos divertía que los tacos era lo que mejor se le daban y en ocasiones, después de regañar a las niñas, le salía uno por los bajinis que hacía que mi padre y yo nos dobláramos en dos de la risa. Después del dolor que le supuso el abandono de mi madre, mi padre estaba viviendo una segunda y merecida madurez con su joven mujer y para mí aquello era un auténtico regalo. Verlo tan contento en compañía de alguien que se había convertido en su compañera en la vida no tenía precio. A veces yo misma soñaba dormida y despierta con la posibilidad de formar una familia tan bien avenida como era la de ellos. Incluso fantaseaba con la posibilidad de que David fuera el padre de mis hijos, pero creía que nada más lejos de su intención que cambiar pañales en breve. Lo mismo el problema lo tenía mi ojito, que no debía estar muy fino. —Papá, ¿tú siempre quisiste tener hijos, incluso de joven? —le pregunté. —Claro que sí, hija mía, lo mío con los niños es ya una cuestión de deformación profesional, qué te voy a contar… Eso es verdad, no había caído, tú no cuentas. —Asentí riendo mientras ambos poníamos la mesa en el jardín, pues ya era la hora de cenar. —¿Te gusta mucho alguien? No me has hablado de él… En realidad, no me has hablado de nadie desde que el tarambana ese de… —De Alonso, es verdad, papi. Lo que pasa es que hasta hace poco no me había vuelto a fijar en nadie, pero ahora que lo he hecho me parece que igual va a ser el peor el remedio que la enfermedad… —¿Y eso? —Porque creo que estoy enamorada de mi jefe, pero tengo que pasar de él. Se ha llevado un palo muy gordo en su matrimonio y ahora que está divorciado creo que lo único que quiere es vivir la vida. —¿Y por qué no dejas que las cosas fluyan y vives la tuya sin miedos? —¿Te refieres a que no piense en el resto y le muestre mis sentimientos? Soy incapaz de eso, tengo demasiado miedo, papi. —Con el miedo no se come, hija. Las personas tenemos que alimentarnos de ilusiones, no de miedos, ¿no te parece? —Pero a veces las ilusiones dan pavor, papá. Yo ya vengo de sufrir con uno, me da pánico hacerlo con otro. —¿Estás segura de que te haría sufrir, Leti? ¿Cómo te trata? ¿Conoce tus sentimientos? —No, no los conoce y es muy atento y respetuoso conmigo, pero ha cogido una fama de picaflor de no te menees. Y yo creo que esas cosas no ocurren por casualidad, me parece que él sería así de antes y ahora le ha salido lo que es realmente. —Pero ¿a ti te consta que él se casó enamorado? ¿Tenía un proyecto de vida serio con su mujer o no? —Yo creo que él debió estar enamorado hasta la médula de ella, pero como le dio un palo de categoría… —¿Y no podría enamorarse hasta la médula de ti? ¿Acaso es eso lo que me estás diciendo? —No lo sé, papá, ahora parece que anda con una modelo, yo prefiero no meterme en ciertas historias, me da pavor. Esa es la realidad. —Mi niña, ¿tú sabes que el mundo es de los valientes? Quien no arriesga no gana, esa es la única realidad. —Ya papá, pero… ¿tú crees que un hombre así puede tener enmienda? —Te sorprenderías, mi niña. —¿De qué? —El gesto de su cara y sus palabras me generó una enorme curiosidad. —De lo mucho que yo mismo pude meter la pata tiempo atrás, cuando tu madre nos dejó. —¿Tú? No lo creo, no te tengo por ese tipo de persona, papá. —No puedes juzgar sabiendo solo un punto de vista, mi niña. Yo metí la pata hasta la saciedad años atrás, cuando nos quedamos solos. No conociste esa faceta de mí porque bien me guardé de que así fuera, pero aquí el que te habla también pasó una fase de descontrol curiosa con las mujeres. —¿Tú te convertiste en un Casanova? ¿Qué me cuentas papi? Soy toda oídos. —¿Qué es un Casanova? —Alba acababa de acercarse a nosotros y enmarcó su carita entre sus brazos. —Cariño, ve un poco con Laura, que ahora os llamamos. Yo estaba ensimismada con su relato y no quería perderme ni un ápice de él. Mi padre desmadrado con las mujeres, con el buen concepto que yo había tenido de él siempre en ese sentido, ¿cómo podría ser? —Pues hija no tiene ninguna ciencia, solo es que estaba totalmente enfadado con el mundo y lo pagaba con toda fémina que se acercaba a mí. No lo hacía a propósito, vive Dios que no, pero me daba la sensación de que había perdido la capacidad de enamorarme. Utilicé a más de una mujer y luego me sentí un miserable por ello. —Hasta que conociste a Vaitiare. —Sí, mi vida, hasta que la conocí a ella y comprobé que era la mujer con la que deseaba pasar el resto de mi vida. Ya sabes que no lo pensé, no me hubiera perdonado el herirla, yo solo quería amarla… —Qué bonito, papá. —Bueno, bonita será la segunda parte, a la primera no le veo nada de bonita, hija. Si te he contado esto es para que veas que a veces las cosas no son blancas o negras, sino que hay un catálogo de colores intermedios que están condicionados por nuestras emociones. Suspiré y nos sentamos a cenar con las niñas. Las dos le estuvieron contando a mi padre con todo lujo de detalles la extraordinaria tarde que habíamos pasado juntas. Cuando ese tipo de cosas ocurrían, a él se le caía la baba viendo la complicidad reinante entre las tres. Bueno, en realidad se le caía la baba siempre, pero vernos tan bien avenidas constituía para él un placer. Mientras cenaba y miraba a aquel hombre por quien tanta admiración sentía, pensaba en si sería verdad que las personas podían cambiar tanto en función de los acontecimientos o si la de mi padre constituía la excepción. Lo que estaba claro es que yo no podía imaginar que él hubiera llevado esa vida y así había sido. ¿Sería ese también el caso de David o él se quedaría en “estado golfo” de por vida? Fuera como fuese, yo no estaba dispuesta a comprobarlo. Demasiado había sufrido ya los dos últimos años como para ahora meterme en un marrón de ese calibre. En cuestión de pocos días, y después de verle en compañía de Ivette, me había puesto una coraza que no me quitaba ni para ir al baño. Luego me acordaba de las palabras de Magnolia y de las ganas que parecía tener de tenerme de nuera y se me pasaba un rato, pero al final me volvía a poner la coraza. Ay, Alonso, cuánto daño me había hecho y cuánto me gustaba David, pero no iba a ser yo la candidata ideal para que él jugara a hacerme sentir un títere en sus manos. Si pensaba eso, ¡iba listo! Capítulo 8 A un día del viernes me puse preciosa para ir a trabajar… Estrenaba no solo mi vestido de rayas blancas y rosas, sino también mis sandalias, bolso, peinado y algunos complementos más. Me vi genial en el espejo y eso hizo que fuera radiante hacia el coche de César. Dentro de él me esperaba también Vanesa, pues nos íbamos al concesionario a mirar coches. —Estírate un poco de presupuesto, que sabes que te echaré una manita —me comentó mi padre, tan cariñoso como era, cuando salí de casa. —No, papá, que me apura mucho. Yo ahora trabajo y tú ya me has dado bastante durante estos años. —¿Y? Lo seguiré haciendo todos los que sea necesario, eres mi hija y te adoro, ¿lo sabes? —Lo sé, papá. Me monté en el coche de César con ilusión renovada. Mi amigo estaba pletórico con eso de que nos íbamos a ver coches. —¿Un Nissan Qashqai quizás? —me preguntó según me vio avanzar hacia él. —¿Tú estás malito? Sabes que ese no es mi estilo de coche. Yo había pensado en un Fiat 500 Cabriolet rosa, ¿cómo lo ves? —Muy Leti —contestó Vanesa, que era bastante más de Nissan Qashqai. —Por cierto, niña, estás guapísima, a David se le van a caer hoy los pantalones hasta el suelo cuando te vea entrar — me espetó César y me hizo gracia la espontaneidad con la que lo dijo. —Un cambio de look que se ha hecho una…—Coqueteé con mi pelo. —Ejem, con la ayuda del vecino mató mi padre un cochino —replicó Vanesa que estaba al quite de todo. —Vale, vale, ha sido con tu ayuda, ¿estás contenta? —Más o menos. —Venga, pues rumbo a la Fiat. Llegamos y vimos el coche que yo llevaba en la cabeza en el catálogo. Sin pensarlo dos veces, hice el encargo. —¿No le vas a dar una vueltecita a la idea? —me preguntó César, que era de lo más cabal y poco amigo de las precipitaciones. —Cállate, por Dios, que para una cosa que da por segura, no le vayas a quitar tú la idea, que en otras no veas si duda la muchachita. Vanesa había dado en el clavo. Ella me conocía muy bien y sabía que en el tema de los hombres yo le daba tantas vueltas al coco que al final parecía una noria. Media hora después llegué a la empresa. Ya había avisado el día anterior de que me incorporaría un poco tarde. Claro está que Samantha, que parecía estar en babia últimamente, no se había enterado. —¿Se puede saber qué horas son estas de llegar? —me preguntó dando unos toquecitos en la esfera de su reloj. —La acordada con David ayer, le comenté que me incorporaría tarde. —¿Y desde cuándo toma él estas decisiones en solitario? —¿Desde que es jefe? —le solté sin la más mínima contemplación. —Qué asco te tengo, niñata, prepárate porque en cuanto saques los pies del plato te preparo el finiquito. —Igual los sacas tú, en lo profesional digo, porque en lo personal bien se nota que lo has hecho ya… —¿Tendrás poca vergüenza? ¿Te estás atreviendo a juzgarme? ¿Quién mierda te crees que eres? Samantha empezó a levantar la voz y en un pis pas ya tenía detrás de ella a David, a Paul y hasta a Conchi, que se apuntaba a un bombardeo y acababa de aprovechar el paso de un despacho a otro para unirse a la fiesta. Mario también se unió a la comitiva e hizo un gesto indicativo de que Samantha le caía como un tiro de mierda y de que santa paciencia debía tener yo con ella. —¿Otra vez, Samantha? ¿Esto se ha convertido en una costumbre o cómo va? —le preguntó David. —Ah, que ya están aquí los cascos azules de la ONU y yo sin enterarme, vaya pesadez, todos los días lo mismo, sois unos cansinos. Que os den… —Venga, ¿qué estáis haciendo todos ahí como pasmarotes? Cada mochuelo a su olivo —les dijo David. —Una cosita ahora que estáis varios reunidos. Anuar y yo os tenemos una fiestecita sorpresa para el sábado —nos comentó Paul. —¿Una fiestecita sorpresa? Mira que miedo me dais —le comentó David. —Sí, claro, mucho miedo y muy poca vergüenza es lo que tenéis vosotros… Es una fiesta de despedida de solteros. Hemos querido esperar hasta el final para aumentarle la emoción. Tenéis dos días para buscar disfraces y acompañante, nos vamos de baile de máscaras. —¿De baile de máscaras? Qué chic…—Me pareció una idea emocionante. —Eso mismo he dicho, niña, así que ya estás moviendo el culo esta tarde para prepararlo todo. Por cierto, ¿tú qué te has hecho que estás ideal? Si no fuera porque soy un caballero diría que tú has echado un… Justo a tiempo se calló porque mis mejillas no iban a tener nada que envidiarle a un volcán como aquel bocachancla siguiera dándole a la sin hueso. —No hagas caso a este energúmeno. Por cierto, sí que estás preciosa, ¿cambio de look integral? —me preguntó David. —Integral, salí ayer y pensé en eso de “renovarse o morir…” —Mucho mejor lo de renovarse, qué duda cabe, te sienta de miedo. Me sentí halagada, pero al mismo tiempo pensé que había bastado con agrandar mi escote para que de repente David se fijara en mí. ¿Eso era todo lo que representaba para él? Si hasta juraría que durante aquel breve intercambio de palabras, más que a mis ojos, había mirado a mis tetas. —Muchas gracias, voy a volver a lo mío, si no te importa. Me hice la digna, en ese momento ya solo quedábamos los dos en la recepción y yo no estaba para bailarle el agua. —Perdona, Leticia, ¿puedo preguntarte una cosa? —Dime David… —¿Te gustaría ser mi acompañante en la fiesta de despedida de Paul? —¿Tu acompañante yo? —me señalé con el dedo como si lo que estuvieran escuchando mis oídos no pudiera ser real. —Claro, bonita, tú. —No, lo siento, yo no puedo… ¡¡Maldita sea!! ¿Yo había dicho eso? Antes hubiera muerto por escuchar esas palabras y ahora que David me las dedicaba yo le daba con la puerta en las narices, ¿qué demonios me pasaba? —¿No puedes? —Noté un cierto tono de desconcierto en su voz. —No, lo siento, yo… Tengo novio. “Tengo novio”, aquella sí que había sido grande. Le acababa de decir a David, el hombre por el que suspiraba, que tenía novio. Si me pinchan en ese instante, no me sale ni una gota de sangre. Para más inri, Paul nos llamó en ese momento. Necesitaba que David subiera a dar el visto bueno a un proyecto y comentó que también mi buen gusto (según sus propias palabras) podría ayudar. Con más calor en la cara que una sopa de tomate, ambos tomamos el ascensor, pues aunque Paul siempre solía estar por la primera planta, su despacho realmente estaba en la tercera. David no dejaba de mirarme un momento y eso me estaba descolocando. Yo pensaba que, para solo ser dos plantas, el ascensor estaba tardando demasiado, ¿por qué no habríamos subido por las escaleras? De pronto notamos una parada súbita que nos demostró que algo estaba ocurriendo y enseguida caímos en que el ascensor acababa de estropearse, ¿algo más podía ocurrir? Pues lo cierto es que no era para nada descartable. —Parece que nos hemos quedado encerrados —me dijo con cierto tono de preocupación. —¿Encerrados? Toqué la puerta como si eso fuera a propiciar que la abriera, sin más. —Sí, me temo que encerrados, igual es el destino, ¿no crees? —¿Cómo? Creo más bien que es una avería. —Ya, una mujer práctica… —Creo que es lo suyo, hay que mantener los pies en el suelo. —Por cierto, tus pies son muy bonitos, llevas un calzado precioso hoy. Bueno tú entera estás preciosísima hoy. Vaya, parecía que mi cambio de imagen había resultado. Otra cosa sería que a mí ya no me importara demasiado. Había decidido pasar página de David, que se quedara con su Ivette y con todos sus rollos. Yo pasaría un verano tranquilo, quizás me fuera de vacaciones con César y con Vanesa y quizás ni siquiera me acordara de él. O quizás no pudiera sacármelo de la cabeza ni con agua caliente y me llevara todo el verano purgando mi decisión. No veía otra manera de hacer las cosas. David me estaba resultando demasiado adictivo y yo llevaba toda la vida huyendo de las adicciones, que me daban pánico. —Gracias —le contesté notando que el calor iba invadiendo mi cuerpo poco a poco. —¿Estás bien? Pareces un poco… —Tengo algo de calor, solo es eso. No me gustan demasiado los espacios pequeños y menos la posibilidad de no salir de ellos. Lo que de verdad no me hacía ni pizca de gracia era haberme quedado encerrada con David justo después de una confesión inventada de la que no me sentía para nada orgullosa. —¿Sabes? No imaginaba que tenías novio —me soltó a degüello. —¿Y por qué habías de imaginarlo? Tú y yo no nos conocemos, no sabemos nada el uno del otro. Pensé en que quien sí sabía de mi historia era Magnolia y ella podía desacreditar mis palabras, pero tampoco era probable que David hablara con ella de mí, pues ella estaba preparando un viaje relámpago a Milán, aunque estaría de vuelta para la boda de Paul. Ojalá que no lo hiciera porque de ser así iba a quedar fatal de nuevo, como el día en el que eché a Ivette de allí con mis invenciones. En cualquier caso, volvería a hacerlo. Es más, por mucho que le hubiera dicho que tenía novio y le soltara toda la película, el primer día que apareciera por allí otra de las modelos buscándolo, me las volvería a ingeniar para mandarlas a tomar viento, hombre ya. Mi cabeza era un ir y venir, no sabía ni lo que quería. Miraba a David y maldecía que fuera un mujeriego, lo volvía a mirar a los cinco segundos y una fuerza indescriptible me empujaba a besar aquellos labios tan carnosos que tenía. Cielos, nunca había estado tan cerca de aquella boca como ese día y encima el calor empezaba a ser asfixiante. En mala hora se le había ocurrido al bueno de Paul llamarnos, ¿qué se me había perdido a mí en su despacho? —¿Tú le has dado al botoncito de alarma o vamos a estar aquí encerrados todo el día? —le pregunté a David. —¿Al botoncito? Pues no, fíjate que no me había dado ni cuenta. —Pues no sé a qué esperas, la verdad —murmuré en un tono tan tajante que él me miro con gracia, como diciendo que yo era una mujer de carácter. Y lo era. Otra cosa sería que en los últimos tiempos lo hubiera tenido un poco aletargado, pero ahora sentía que me iba a salir a borbotones. No sé cómo se sucedieron los siguientes acontecimientos. Solo recuerdo que la inquietud se fue haciendo con mi cuerpo y que en cuestión de segundos apenas podía ver a David. La incertidumbre del momento me asustó porque lo único que tenía ante mí era una especie de mancha negra y el sonido de su voz, que parecía llegarme desde la lejanía. ¿Qué lejanía podía ser esa? Pero si estábamos en un minúsculo ascensor. Recuerdo la sensación de su mano sobre la mía, llamándome, hasta que todo se apagó y no vi absolutamente nada más. Por fin volvía la luz, ¿eran sanitarios los que me atendían? No sabía si sentía más miedo o bochorno, ¿me había desmayado? Capítulo 9 Lo siguiente que recuerdo, después de una fuerte sensación de cansancio, son las luces del pasillo del hospital pasando por encima de mí. —Esta niña, bonita manera de llamar la atención, ¿qué pasa? ¿Es para que te compre el coche que quieres? —bromeó mi padre cuando ya estuve en observación, pues fui a parar al mismo hospital donde él trabajaba. —Desde luego, vaya pequeña alborotadora que estás hecha, enana, ¿se puede saber a qué estabas jugando? —me preguntó César, que también trabajaba en el mismo hospital que mi padre. —Os presento a David, mi jefe —les dije cuando lo vi al lado de mi cama. Ambos lo saludaron. —David él es mi padre, Guillermo, y él es César… mi novio. Mi padre me miró con las bolas de los ojos fuera, pero eso no fue nada para la mirada que me echó César, que ese sí que se quedó más tieso que un ajo del impacto. Temerosa de que abriera el pico y metiera la pata hasta el fondo, no dudé en cogerlo por la solapa de la bata de médico y darle un beso de rosca que lo dejó ojiplático. —Ains, amor, menos mal que me han traído a tu verita, qué susto… El susto se lo estaba dando yo al pobre César, que lo estaba viendo verde como al increíble Hulk. David no es que tuviera muy buen color que digamos tampoco y mi padre… Mi padre estaba desarrollando un tic nervioso en la cara. —Pero Leti, yo… —dijo César y yo le interrumpí antes de que causara un mal mayor. —Tú estás la mar de afectado, igual que yo, pero no te preocupes, que esto no ha sido nada, cariñete. Es más, te voy a dar una buena noticia para que te alegres un poco; este fin de semana vas a conocer al resto de mis compañeros de trabajo. Paul y su novio van a dar una fiesta de despedida de solteros y nos han invitado. Es un baile de máscaras, ya mismo tenemos que ir de compras. La Máscara, pero la de Jim Carrey, parecía César con toda la información que estaba teniendo que procesar en cuestión de minutos. Yo, sin embargo, parecía una máquina de inventar a la que le habían dado cuerda… —Bueno, yo creo que ya no pinto nada aquí —murmuró David en un momento dado, viendo que yo cogía la mano de César, entre otras cosas para ver si la paraba un poco, que le había entrado un tembleque de no te menees. —Pues nada chaval, todo un gusto conocerte. —Mi padre le estrechó la mano. —Lo mismo te digo. —César hizo lo propio. —Hasta luego, Leticia, espero que sigas mejorando y ni se te ocurra aparecer mañana por la oficina. —¿Qué dices? Allí estaré como un clavo. —Lo dejo en vuestras manos, no se lo permitáis, por favor. —David se dirigió a mi padre y a César y ellos le prometieron que así sería. David salió de la zona de observación y ese fue el momento en el que me sentí verdaderamente observada, en este caso por aquellos dos hombres que eran fundamentales en mi vida. —¿Qué miráis? —les pregunté con todo el descaro del mundo, como si no supiera que yo la acababa de liar, como el pollito. —¿Se puede tener más cara? —me preguntó César mientras mi padre salía de la habitación, pues lo estaban llamando por megafonía. —Señorita, tú y yo hablaremos después —me indicó mientras cerraba la puerta. Miré a César y, sorprendentemente, me dio por reír a carcajadas. Y eso que la cabeza me dolía todavía como si una manada de búfalos me la hubiera pateado. —Ya sé que me he colado un poquito, pero ayúdame, anda. —¿Ayudarte a qué? ¿A que te den el óscar a la mejor interpretación del año? ¿De dónde ha salido ese beso o, mejor dicho, a santo de qué me lo has dado? —Pues a quitarme a David de encima, que me está acosando —me quejé. —¿Dices que te está acosando? —Bueno, más que acosando, se me está acercando. —Ya eso tiene otro color, ¿qué ha pasado? —Pues que pretendía que fuera con él al baile de máscaras que dan Paul y su novio como despedida de solteros y yo le he dicho que ni mijita, conmigo no va jugar a dos bandas. Vamos, que yo no me como las babas de ninguna otra, por muy modelo que sea. ¡Y que les den a los dos! —Que te compre quien te entienda, llevas tres meses esperando una oportunidad para atacar y ahora que te la sirven en bandeja, vas y te rajas… —Es que yo creo que me estaba metiendo en un fregado de mucha categoría e iba a ser para nada, yo soy una chica sencilla, necesito otro tipo de hombre, ¿no te parece? —A mí lo único que me parece es que estás esperando que te diga lo que tú quieres escuchar y para eso no cuentes conmigo. Sabes que creo que el mundo es de los valientes y tú siempre lo has sido. Es ahora cuando te me has venido un poquito abajo, pero tú misma. —¿Me ayudarás? —Le puse ojitos de cordero degollado. —Creo que no debería entrar en ese juego. —No te estoy preguntando eso, te estoy preguntando si me ayudarás… —¿Y cuándo no te he ayudado yo a ti, jodida? —¡¡Ese es mi César!! —Sí, sí, tu César… Un poco tonto de remate es lo que soy, pero bueno, te ayudaré; eso sí, con una condición, ni se te ocurra volver a besarme, que me has puesto palote. —¿Qué dices? ¿En serio? —No, como César es un buenazo, no puede ponerse palote. Pues claro que es en serio, me has puesto burro, ¿o te crees que soy de piedra? Al pobre César lo tenía como un panderetillo de brujas, esa era la verdad. Horas más tarde, cuando mi padre salió de su turno, me marché a casa con él. Lo mío había quedado en una ridícula lipotimia y digo ridícula porque me había dado un ataque de nervios, como el de las mujeres de la célebre película de Almodóvar. Pensándolo bien, yo me había caído de los purititos nervios de tener a David en las distancias cortas. Resoplé pensando en que no me iba a ser nada sencillo mantener la farsa de mi noviazgo con César delante de él en la fiesta, pero yo solita me había metido en la boca del lobo y ahora no podía salir de ella, así como así. De camino a casa, fui hablando con mi padre de todo lo sucedido y me tuve que aguantar con la regañina que me cayó. —No te conozco con esa actitud, mi niña, pero tú verás — dijo al terminar y me dio un poco de penita, pues él solía estar muy orgulloso de mí y parecía que ese día lo estaba un poco menos. Por la tarde, después de tomar una sopa reconstituyente que nos había preparado Dafne, quedé con Vanesa y César para ir a buscar nuestros atuendos para la fiesta. —Con lo que me gusta a mí un sarao de esos y me lo voy a perder, espero que lo paséis fenomenal —me comentó Vanesa y se me encendió la lucecita. —Ahora mismo se lo digo a Paul y tú te vienes también con nosotros. Dicho y hecho, le eché una llamadita y Paul no dudó en contestarme que sí, luego tuve que aguantar su guasita. —Oye, bonita manera tienes tú de dar la nota, si querías perder a Samantha de vista un par de días, no tenías más que decírselo a David y que te los hubiera dado libres. —Muy gracioso… —Oye, que a mí no me robes tú el protagonismo, ¿eh? Que esas cositas son propias de mí, envidiosa. —Yo a ti lo único que te envidio es que tengas un amorcito en tu vida. —Sí, sí, y porque yo no te he contado que el jodido es un trípode, ¿o sí? —Siempre que puedes, le haces una publicidad al pobre de lo más romántica… —¿Y es que no es romántico que tu novio tenga una poronga para enmarcar? —Claro que sí, hombre, es de lo más romántico, ¿te quieres ir por ahí? Colgué el teléfono y los chicos estaban partidos de risa porque lo habían escuchado todo. —Qué personaje ese Paul, lo vamos a pasar fenomenal en la fiesta —comentó Vanesa. —Sí, va a ser todo de lo más natural, chicas —añadió César con un deje irónico que no podía con él. El que habían organizado Paul y su novio era un baile de máscaras clásico de estilo veneciano, por lo que nos dirigimos a un comercio del centro de la ciudad, de esos típicos de toda la vida, donde seguro que encontraríamos lo que estábamos buscando. Llegamos y echamos un vistazo a gran cantidad de percheros llenos de unos preciosos vestidos a juego con sus antifaces. Yo escogí uno negro con vistosos estampados y generoso escote palabra de honor. Vanesa se decantó por otro similar, pero de corte asimétrico. César alquiló un elegante esmoquin también con antifaz que le hacía lucir elegantísimo, aunque él no las tenía todas consigo de que aquella fuera una buena idea. —Bien me has hecho la cama, no sé cómo me he dejado enredar por ti, estás hecha una bandida de mucho cuidado. —Anda ya, si a ti te gusta que de vez en cuando te meta yo en algún jaleo… —Eso es verdad —apuntó Vanesa. —Muy simpáticas las dos, ¿por qué no os vais a hacer unas pocas de puñetas? —Porque prefiero que nos invites a merendar. Yo me voy a tomar una jarra de batido helado artesanal de esa con su nata, sirope y hasta barquillo. —Eso, una merienda light por aquello de que estás todavía convaleciente. —Porque estoy convaleciente me tienes que cuidar más, ¿no te parece? —A mí ya no me parece nada, me estás volviendo loco… —Sexapil que tiene una, qué te voy a contar. —Sexapil no sé si tendrás, pero enredadora eres hasta quedarte sola. Si no lo había sido antes, un poco sí que me estaba volviendo, para qué negarlo. En cuestión de tres meses mi vida había dado un giro de ciento ochenta grados, al estrenar al mismo tiempo trabajo e ilusión por alguien, aunque ahora esa ilusión estuviera de capa caída, ¿o no? Con los vestidos en el coche, decidimos irnos a merendar y César nos contó que, al margen del susto que se había llevado por mi ingreso, había sido una magnífica mañana de trabajo para él. —Hoy le hemos dado de alta a Carlos, un pequeño guerrero que llevaba dos años luchando contra un cáncer y por fin lo ha vencido. La manera en la que hablaba de su profesión nos emocionaba a ambas, siempre había sido así. César era un pediatra de vocación que además había tenido en mi padre a un maestro y referente, pues no podía admirarlo más. Desde niño ya mostró inclinaciones por ser médico y era una de esas personas perseverantes que lograban todo aquello que se proponían. El día que ocupó su plaza en propiedad en el mismo hospital en el que trabajaba mi padre, Vanesa y yo le organizamos una fiesta sorpresa a la que acudieron los múltiples amigos que había acumulado a lo largo de toda la vida. Mi amigo era una de esas personas de las que ya quedaban pocas, por lo que mi padre siempre solía bromear con la posibilidad de que César y ningún otro hubiera sido el yerno perfecto para él. En más de una ocasión en la vida había yo cavilado que otro gallo me hubiera cantado de haberme enamorado de César, pero por desgracia en el corazón no se manda y yo por él no sentía más que una pura y sincera amistad. Pasamos una tarde estupenda, como no podría ser de otra manera con mis queridos amigos, y por la noche me acosté con la sensación de que el día había sido demasiado largo… Fue entonces cuando reparé en que mi teléfono no había parado de sonar y yo lo había ignorado por completo. Entre los muchos mensajes que vi, figuraban varios de David, preguntándome cómo estaba… Capítulo 10 Lo primero que hice al levantarme fue contestar a David… Una cosa era que ya no pretendiera nada con él y otra muy distinta que no fuera a contestarle a sus amables mensajes, ¡y encima era mi jefe! “Buenos días, te invito a desayunar, guapa” De esa escueta manera me contestó y, aunque yo no estaba demasiado convencida de que fuera una buena idea, tampoco me pareció plan de rechazarlo de plano. En media hora me estaba recogiendo en la puerta de mi casa. Dafne se asomó por la cristalera de la cocina y me dijo que David era una locura de guapo, algo que yo ya sabía, por otra parte. Mientras el coche se ponía en marcha vi la risita en su rostro por la forma en la que Dafne estaba cotilleando. Y suerte tuvo de que no estuvieran las enanas en casa en ese momento, que si no se iba a enterar de lo que valía en un peine. —¿Cómo te ha dado esta punzada? —le pregunté pensando que lo que de verdad no entendía era que me hubiera dado a mí la de aceptarla. —Tengo fama de preocuparme por mis empleados, pero esa fama no cae de los árboles, hay que ganársela, ¿no te parece? —Supongo, pero que conmigo no tienes que ser más cumplido que un luto ni nada de eso. —No es ser cumplido, simplemente me apetecía. —¿Haces esto con todas tus empleadas? —le pregunté porque estaba un poco fuera de juego. —Obvio que no, solo con aquellas que me gustan… —¿Cómo que te gustan? —pregunté sin vacilar, como si no existiera esa posibilidad, —Pues que me gustan, no creo que tenga demasiado que explicar al respecto, ¿no? —¿Y son muchas las empleadas que te gustan? —le pregunté poniendo cara de pocos amigos. —A ver, déjame que piense, que ahí me has cogido… Son… Vaya, al final solo eres tú. —¿Y no te importa que tenga novio? —Seguí indagando un poco más. —¿Cómo? ¿Tienes novio? No me habías dicho nada. —Se hizo el tonto y me dedicó una sonrisilla de medio lado. —Tú tienes un morro que te lo pisas, ¿y dónde vamos a desayunar? —A la sierra, a la sierra. —¿A la sierra? ¿Y qué se nos ha perdido a nosotros desayunando en la sierra? Vamos, si puede saberse… —Pues que tomes aire libre, que después se te vicia el que tienes alrededor y te vas al suelo… De vicio sí que estaba él. Caí en la cuenta de que en cuestión de pocos días David se había fijado en mí tropecientas veces más que antes. Aquella mañana yo iba la mar de mona con mis shorts vaqueros de cinturilla alta, una camiseta rosa y mis Converse del mismo color. En el pelo llevaba una pasada rosa que potenciaba mi color dorado y el mismo tono era el de mi carmín de labios y mis uñas, así como el que asomaba a mis mejillas. —Fue una caída tonta, lo mismo por un poco de estrés o… —¿Estás estresada? ¿Demasiado trabajo? Si es así me lo dices y vemos cómo podemos descargarte. —No, nada de eso, en el trabajo fenomenal. —¿Y entonces? ¿De dónde te viene a ti esa carga de estrés? —Mira, mejor lo dejamos, son cosas personales. Ni muerta le podía contar yo la verdadera causa de mis nervios el día anterior. Mientras posaba mis ojos sobre David pensaba que la situación era un poco surrealista e incluso que había tantas cosas que me gustaría saber sobre él que no sabía ni por dónde empezar. Lo mismo debía pasarle a él de mí porque empezó a hacerme todo un gracioso interrogatorio sobre mi vida. Comenzó por mi infancia y yo le contesté de broma con un “al principio no había nada” que causó su risa. Luego se interesó bastante por cómo había transcurrido mi niñez e incluso me hizo una pregunta que me resultó de lo más curiosa, al interesarse por si yo había sido feliz. Le contesté a grandes rasgos y él atisbó algo de amargura en mi tono cuando llegamos al capítulo de la marcha de mi madre. Procuré correr un tupido velo y le pregunté por la relación con la suya, con Magnolia, que esa debía haber sido harina de otro costal. —No te imaginas la vitalidad que tiene esa mujer —me dijo con ademán de admiración— y lo divertida que era. —Eso no me extraña, lo es todavía… —Pues imagínatela de joven, no paraba de idear. Con decirte que cuando mis amigos se quedaban a dormir en casa, se ponía a medianoche una sábana por encima y se dedicaba a ir como un alma en pena por toda la casa, como si fuera un fantasma. —No me lo puedo creer, aunque conociéndola… —A ti te adora. Yo no sé lo que le has dado, pero es así. Y no ha ocurrido eso con todas las mujeres que han pasado por mi vida, no creas que es habitual. —¿No me digas que a Samantha no la veía como a una hija? —Y tanto que no, llegó a tal la cosa que, una semana antes de nuestra boda, mi madre y ella tuvieron un rifirrafe en el que llegó a llamarla lagarta, así como suena. —¿Le dije lagarta a Samantha? —Como te lo cuento. —Magnolia es mi ídolo, es mi ídolo. —Reí. —Ya sé que Samantha no te lo está haciendo pasar bien, te tiene atravesada… —Sí, me da que no me va a invitar a su fiesta de cumpleaños, no sé si podré soportarlo. —Hice como que estaba llorando y él se rio. —Ignórala, es la mejor estrategia. Ella está tan subidita que necesita reconocimiento, si no le das carnaza, al final se arrepentirá y mirará para otra parte. —Querrás decir que repartirá veneno para otra parte, ¿no? —Sí, eso, más o menos… Que Samantha era una víbora lo sabíamos todos, aunque lo cierto es que parecía que le había dado especialmente por mí, eso era un hecho. A ver si al tal Bartolo y a ella les apetecía coger rumbo a una república que estuviera situada al menos en la gran puñeta y los perdíamos de vista. Charlando, charlando, llegamos a un paraje que me pareció ideal, situado al borde de una colina, aunque ni rastro de ningún negocio de hostelería por allí… —¿Se puede saber qué vamos a desayunar? Porque me da a mí que aquí no hay nada abierto… —Mujer de poca fe, como ya deberías haber imaginado, yo soy un hombre de recursos… —Sí, sí, pero prefiero dejar la mente en blanco. —Pues eso es lo que deberías hacer y vivir el momento. —Me parece bien, pero no quiero imaginar a qué te refieres con eso de vivir el momento. —¿Puedo hacerte una pregunta? ¿Por qué no aceptaste ayer mi invitación? —Porque no tenía por qué hacerlo y porque, además, con quien tengo que ir a una fiesta es con mi novio, ¿no te parece? —Lo que me parece es que tu novio no te pega nada. —Huy, eso te lo acabas de sacar de la manga, César es una joyita, que lo tengas muy claro. —No digo que sea mal tío, no me malinterpretes, por favor. Lo único que digo es que no te pega. —¿Y eso por qué? —Porque te pego mucho más yo y lo sabes. ¿Cuánto tiempo llevas con él? Me estaba empezando a entrar de nuevo un calor incontrolable y tampoco podía colarme demasiado, porque Magnolia podría haberle hablado de mi soltería semanas atrás. —En realidad de novios, poco. Pero le conozco de toda la vida y estoy completamente segura de que es el hombre de mi vida, antes teníamos que haber empezado a salir. —Pues no lo entiendo. —Se rascó la cabeza como si estuviera pensando. —¿Y qué es lo que tienes que entender? Si puede saberse, claro. —Pues que estés con él cuando es evidente que no te gusta tanto como te gusto yo. —¿Cómo? —me hice la indignada y abrí los ojos como un búho a raíz de la afirmación tan descaradísima que acababa de hacerme. Claro está que yo no me podía quejar, porque una de las cosas que me había enamorado de David era precisamente su desparpajo, por lo que ahora no podía andarme con remilgos. A pesar de ello, tampoco podía dejar pasar la ocasión sin contestarle, que ya se sabe que quien calla, otorga. —Pues lo que has escuchado, estás por mí como yo estoy por ti, y creo que haríamos una pareja preciosa en el baile de máscaras —sentenció. —Tú lo que estás es tarado y yo no tenía que haber aceptado tu invitación para desayunar, esto está resultando cualquier cosa menos correcta. —Date la oportunidad de ser feliz, Leticia, no seas tan rígida, por favor. —Yo no soy rígida, lo que pasa es que tú das por sentadas demasiadas cosas, ¿no te parece? Eres un jeta. Aquel comentario me salió directamente del alma, como le salieron a él unas risas que hicieron eco y se fueron reproduciendo por toda la sierra. A continuación, y sin darme margen para que le contestara, se levantó y del maletero de su flamante todoterreno sacó una magnífica cesta de picnic con tal cantidad de delicias que se me hizo la boca agua. —Lo tenías todo preparado —le solté con una risilla burlona. —Hombre precavido vale por dos, ¿no es eso lo que dicen? Tengo la obligación de alimentarte bien como empleada, no sea que todavía me demandes. —Tienes tú una cara de preocupación por si te demando que es tremenda. —Solo quiero compartir contigo un desayuno y que te sientas a gusto, ¿es demasiado pedir? —No, dicho así no es demasiado pedir, claro… Sacó un termo plateado del que sirvió dos tazas de café que olían a gloria. Por lo demás, quesos, patés, mermeladas, croissants y panecillos hacían el resto, junto con unos vasos de zumo natural que nos sirvieron de refresco y para bajar aquella barbaridad de comida. Una hora después de haber llegado a tan bucólico sitio, yo estaba encantada, habiendo perdido la noción del tiempo y el espacio. Casi no me reconocía a mí misma, pues me había tumbado de la forma más desinhibida posible en una toalla que él me había facilitado al efecto. Sobre ella y admirando el azul del cielo, le conté, casi sin darme cuenta, algunos de mis secretos de infancia y juventud, unos cuantos de los cuales llevaban años sin salir de mi boca. David tampoco estuvo mudo y me contó cómo fueron sus comienzos en la próspera empresa que dirigía y a la que le había echado más horas que un reloj en los últimos años. Me confirmó que el apoyo de Magnolia había resultado vital para que el negocio levantara la cabeza, habiéndose convertido en socia capitalista del mismo. El David que estaba descubriendo en la ladera de aquella imponente montaña era mucho más parecido a la imagen del hombre del que yo me había enamorado meses atrás y tenía poco que ver con la imagen fría que de él tenía en los últimos tiempos. No obstante, yo no era tonta y sabía que podía estar representando un gran papelón, con la idea de llevarme a la cama para luego exhibirme como a una más en su vitrina de las conquistas. Entre pitos y flautas, pasaron tres horas y cuando quise darme cuenta ya íbamos de vuelta para mi casa. Atesoraba para entonces un buen puñado de nuevos datos de los que conformaban la historia del hombre por el que yo seguía suspirando, a tenor de lo que pude comprobar en aquel rato. Recuerdo la sensación de volver a casa con un buen sabor de boca, pero con el firme propósito de no caer así como así en las redes de un mujeriego que era probable que me hubiera mostrado su mejor cara con tal de que sucumbiera. Yo no quería ser un trofeo ni para él ni para nadie y, si David quería algo conmigo, iba a tener que demostrarme mucho más que el simple hecho de saber preparar un buen desayuno, por mucha ilusión que me hubiera hecho. El resto del día lo dediqué a descansar en casa con mi padre, mis hermanas y Dafne, en familia y en mi zona de confort. Capítulo 11 El sábado por la tarde yo no tenía muy claro a qué estaba jugando. Había quedado con Vanesa y con César para que todos juntos nos preparáramos y saliéramos de allí en dirección a la fiesta. Mi padre no paraba de negar con la cabeza cada vez que nos veía a los dos, después de la pantomima que yo había formado en el hospital y de la que afirmaba no dar crédito todavía. Vanesa se encargó de los peinados y del maquillaje, aunque nuestros vistosos antifaces terminaron por cubrirlos. —Por si acaso luego nos los quitamos, que en estos sitios se sabe cómo se entra, pero no cómo se sale —decía. —Escaldados, yo os digo que vamos a salir escaldados, ¿qué apostamos? —preguntaba César que no paraba de resoplar. —Tú lo que tienes que hacer es mostrarte como un novio solícito, que ya que estamos metidos en el embolado, tenemos que salir de él —le decía yo muy convencida. —Claro, como me he metido yo en el embolado, tengo que purgarlo, no te fastidia… —No te me pongas otra vez en plan quejica, que me da mucho coraje, ¿eh? —Oye, tú antes no tenías tanta cara, ¿es una técnica nueva para ligar? Porque me voy las voy a tener que ingeniar para comerme un rosco, que últimamente no me como nada. Si tienes algo que funcione, vomítalo. —Eso es porque no prestas atención a las señales —le comentó Vanesa. —¿A qué señales? ¿A las de tráfico? Porque no tengo ni idea de a qué te refieres, a mí no me llegan señales de esas como a vosotras. —Porque siempre has sido un empollón y has estado demasiado metido en los libros. A ver si espabilas o te vas a quedar para vestir santos. —Siguió ella con su retahíla. —Así da gusto, que tus amigas te animen. —Yo te digo la verdad, si luego quieres que te cuente milongas avísame y lo haré, por un módico precio te hago de coach. Vanesa seguía con las planchas de última generación que mi padre me había regalado para el pelo, dale que te pego, haciéndome unas bonitas ondas. —Sí, en eso estaba yo pensando, en pagarte, cuando estás más loca que una cafetera, jodida. —Huy, huy, sin insultar, que aquí quien más y quien tiene un tirito dado, que no soy yo sola. —Sois tres buenas patas para un banco —añadió Dafne que andaba también por allí, pues durante el viaje de Vaitiare la necesitábamos más que nunca. Cuando estuvimos preparados, mi padre nos hizo cantidad de fotos, en las que se nos veía a Vanesa y a mí haciendo el cafre, mientras que César parecía protegernos con su enorme capa negra. Estábamos encantados con el resultado y a continuación paramos para tomarnos unos zumos que nos había acercado Dafne, antes de seguir con una sesión de selfis. —Pero ¿se puede saber dónde están nuestras máscaras? — nos preguntamos cuando quisimos volver a colocárnoslas. —Mucho me temo que echo de menos algo más que las máscaras, ¿dónde están las niñas? —nos preguntó Dafne. —Cielos, pues tienes razón, seguro que andan por ahí con las máscaras… Subimos a mi cuarto y allí estaban las muy bribonzuelas. No fue casualidad que mi vestidor estuviera abierto, no, allá que andaban arrastrando dos vestidos míos en negro y un par de tacones cada una de los que les sobraban un montón de centímetros. —¡¡Laura, Alba!! —chillé y en ese momento, Laura se desestabilizó, yendo a parar al suelo y haciéndose un buen chichón. No me pude sentir más culpable, pues la pobre se levantó del suelo con una especie de huevo en la frente que César y mi padre no tardaron en inspeccionar. —Muy llamativo, pero nada importante —me dijeron para mi tranquilidad, pues yo me había puesto taquicárdica. —Hermana, por tu culpa ahora yo no voy a poder salir en las fotos, para que no esté triste, ¿me llevas a la fiesta? —me preguntaba la pobre entre sollozos mientras Alba exhibía su mella haciéndome la misma pregunta con el gesto. No me faltaban a mí más que las dos enanas en la fiesta, como si fuera poco nerviosa… Yo no sabía lo que iba a pasar esa noche. Dafne se llevó a las niñas a la cocina, donde les sirvió una buena ración a cada una de un helado de chocolate artesanal que ella misma preparaba y que estaba espectacular, por lo que las fierecillas se amansaron. —Venga, ahora unos buenos selfis y al ataquer, a la fiestuqui —dijo Vanesa a quien le gustaba más una juerga que a un tonto un lápiz. Nos hicimos un montón de ellos y en varios yo le besé la mejilla a César que para algo era “mi pareja”. Él no paraba de mirarme de reojo como diciendo que de ahí no pasara, que bueno estaba lo bueno ya. A continuación, nos fuimos ya para la fiesta, que se celebraba en un entorno de cuento; en un palacete que Paul y Anuar habían alquilado para la ocasión. David me había enviado varios mensajes ese día para recordarme que tenía que acudir así se cayera el mundo, que habían sacado mi sonrisa. Eso sí, yo sentía cierto pánico por saber por quién vendría acompañado. Seguramente por Ivette y la sonrisa se me helara en el rostro. Mejor ir preparada para todo que darme la castaña del siglo por las buenas. Los anfitriones nos esperaban a los invitados al pie de la suntuosa escalinata que había de llevarnos al interior, en las que se agolpaban decenas y decenas de personas. Los murmullos se sucedían por doquier y, tras de mí, escuché una voz inconfundible que ese día sonaba especialmente apagada. —¡Qué guapa estás Leti! —me dijo Conchi, que no parecía tener su mejor día—, ¿ya estás bien del todo? —Sí, cariño. Oye y tú, ¿cómo me has reconocido? —Por esas hechuras inconfundibles que Dios te ha dado, vaya piernacas de vértigo que tienes, ya las quisiera yo para mí. —Anda que no eres tú una jaquetona, te miran los clientes que no veas, que me fijo yo… —Para la suerte que tengo con los hombres, mejor que no me mire ni uno más —soltó y, de inmediato, comenzó a sollozar. —Conchi, mi niña, ¿qué dices? ¿Qué ha pasado con Jaime? —Que, mientras nos estábamos preparando para venir, me ha dicho que ya no me quiere, que se ha dado cuenta de que no siente por mí lo que debería sentir y que ha sido muy bonito mientras ha durado, pero que hasta aquí… —Que no eres tú, que es él, lo típico…—César completó su frase, porque a él también le había ocurrido más de una vez. —¿Te ha pasado también? —le preguntó. Conchi era mucho de pensar en eso de que “mal de muchos, consuelo de tontos”. —Sí, sí que le ha pasado. A él le ha pasado de todo, tiene para escribir un libro, es como “el pupas” en el amor. Yo soy Vanesa y él es César. —Mi amiga no perdía el tiempo en contestar y él la miró, volteando los ojos, lo que pudimos ver bajo su antifaz.
—Anda que me hacéis vosotras una publicidad cojonuda,
como el tonto del pueblo me ponéis… —De eso nada, mi amor. Tú de tonto no tienes ni un pelo, empollón mío… —¿Mi amor? —preguntó Conchi mirándome muy fijamente, como si así fuera a encontrar respuesta a su pregunta . —Mi amor, mi amor, a todos los efectos y hasta nueva orden, para todo el mundo César y yo somos pareja —le advertí. —Estás como una regadera… —¿Y tú cómo estás, amiga? —Yo estoy con ganas de morderle en la yugular al desgraciado ese. ¿Sabes? Al final se ha ido de mi casa sin cambiarse y sin nada… con la capa puesta y todo. —Rollo superhéroe, mola —le dijo Vanesa y Conchi la miró como queriéndole decir que sí, que le había molado cantidad. Yo no sabía lo que estaba pasando a mi alrededor, pero allí parecía que no le cuajaba una pareja a nadie. Debía tratarse de una especie de epidemia, pues las cosas iban de mal en peor. No quería ni mirar a los novios con ese pensamiento en la cabeza, no fuera a ser que les gafara a los pobres, con lo ilusionados que estaban. Viéndolos de lejos, se notaba mucha complicidad entre ellos y eso era algo que a mí me fascinaba en una pareja. Era la misma que detectaba en casa, entre mi padre y Vaitiare. Por esa razón, me dio por pensar que el amor poco tenía que ver con razas, nacionalidades y edades… El amor era simplemente amor y allí donde fluía no había barrera que no pudiera superar. Otra cosa era cuando, más que de amor, se trataba de un simple calentón, que probablemente eso fuera lo que sintiera David por mí…. Capítulo 12 Poco a poco fuimos avanzando en la cola hasta llegar a los novios. Paul también me reconoció a primera vista y se fundió conmigo en un fuerte abrazo. —Ya me dijo David que vendrías con tu pareja y yo he pensado que un mojón pinchado en un palo es este chaval tu novio —me dijo en el oído, haciéndome reír. —Será nuestro pequeño secreto —le contesté. Entramos y por Dios que aquello parecía una de esas fiestas tan exclusivas del carnaval de Venecia sobre las que yo había leído en alguna ocasión, pues a mí aquel mundillo misterioso que se escondía bajo las máscaras me fascinaba. Allí estaba la flor y nata de la ciudad, pues a Paul a glamuroso no le ganaba nadie. Algunos iban con disfraces de lo más complejos y elegantes, como los propios novios. Por lo que vimos nada más entrar, allí no iba a faltar ni un perejil, pues se iba a servir una opípara cena tipo cóctel para que todos los invitados pudiéramos relacionarnos mejor, a la que seguirían algunas actuaciones y, como guinda del pastel, lo que todos esperaban; el baile de máscaras. —Yo por mí hubiera celebrado una fiesta más loca y sadomaso, pero entonces no hubiera venido ni la cuarta parte de la gente —me dijo Paul en el oído cuando nos cruzamos en el salón, causando mi risa. —Tú no puedes ser más personaje. —Y hablando de personajes, ¿a santo de qué te has marcado ahora el de ennoviada? —¿Puedo hablarte con sinceridad? —No, voy por el megáfono a pregonar lo que me cuentes, ¿tengo cara yo de presidir Radio Patio o qué? —Es por huir de David, me da un poco de miedo… —Te da un poco de miedo enfrentarte al mundo y yo creo que estás viendo hasta fantasmas donde no los hay, fíjate. —¿Tú sabes algo? —Yo no tengo idea de a quién mete en su cama, pequeña, si eso es lo que quieres saber, pero lo que puedo decirte es que David es un buen tío, eso seguro. —Ya… Por cierto, ¿lo has visto? —Todavía no. Ya sabes, cuando veas a uno irresistible con un empaque que… —No sigas que al final nos vamos a poner los dos, ya me hago una idea. De lo que no podía hacerme una idea es de dónde estaría metido. O, mejor dicho, prefería no hacérmela por si estaba explorando alguna madriguera, que todo podía pasar. Por lo que pudiera ocurrir, me fui hacia César y lo cogí de la mano. —No jodas… —Hombre, si somos novios tendremos que ir de la mano, digo yo… —Vas a tener que obligarme… —Yo tengo en el bolso unas esposas por si te hacen falta, Leti. —Me guiñó el ojo Vanesa. —¿Y por qué llevas tú unas esposas en el bolso? —A César lo traíamos ya loco. —Por lo que pueda surgir, tontorrón, que una debe estar preparada para todo. Me reí pensando en que de aquella a César lo íbamos a volver majara. En cuanto a mí y aunque imaginaba que no debía, no podía hacer otra cosa que mirar a mi alrededor por si veía a David. —¿Dónde está lo más increíblemente guapo de toda la fiesta? —Tras aquella máscara y aquel torso petado no podía esconderse otro que Mario. Yo ponía un circo y me crecían los enanos, esa era la verdad verdadera. Mario estaba empecinado en mí y yo quería parecer transparente a sus ojos, pero se veía que no había manera. —Mario, que no tengo el cuerpo para jotas, anda. Además, está por aquí mi novio, César. —¿Desde cuándo tienes novio? Primera noticia, perdona. —No te preocupes, no hace mucho. Luego te lo presento. —Jo, me va a costar dejar de tirarte los trastos, pero tendré que hacer un esfuerzo, mi gozo a un pozo —resopló. —Venga que seguro que hay por ahí un montón de chicas guapas deseando que te hagas una foto con ellas. —Mira que no son esas las fotos que apetecían a mí, pero se me ha presentado un panorama bonito… Bueno había que reconocer que César me iba a resultar un multiusos con el que el poder andar huyendo de mi jefe y hasta de Mario, dos en uno. Y hablando de jefe, por fin detecté unos andares entre la muchedumbre que hubiera reconocido entre un millón. Bien se notaba, viéndolo avanzar a él, que un baile de máscaras nada tiene que ver con una fiesta de disfraces. David representaba la imagen del hombre de etiqueta con su esmoquin y una sublime capa que le añadía a su look masculino un aire misterioso que me resultaba de lo más atrayente. —¿Sabes que en el siglo XV los invitados a un baile de máscaras no podían revelar su identidad hasta después de la medianoche? —me preguntó por todo saludo. —Esos sí que sabían guardar un secreto, nosotros nos hemos conocido de lejos. —Yo no podría confundirte, bonita, estaba soñando con este momento desde que nos despedimos ayer. Te había imaginado guapa, pero has superado todas mis expectativas. —Gracias, creo que voy a ir a buscar a César. Ya sabes, una no debe descuidar a su pareja. —Claro, claro… lo entiendo. Llegué hasta la altura de mi amigo y hasta me dio pena. César había entablado conversación con Conchi, a quien también se le notaba muy a gusto en su compañía. Vamos, que la que sobraba era yo. —Es muy saleroso, cuando dejes de utilizarlo me lo pasas —me dijo y al pobre César casi se le saltan las bolas de los ojos de la cara.
—Gracias, bonitas. No veáis si motiva ser un hombre
florero, ¿puedo serviros en algo más? —De momento, tú dame la manita y calladito, que estás más mono. Paul iba y venía saludando a los invitados y no perdía la oportunidad de dedicarme una sonrisita socarrona como diciendo que no era normal el numerito que había formado. Yo, instintivamente y sin poder evitarlo, iba por toda la sala buscando la mirada de David, que a menudo encontraba fijada en mi persona. En su defensa diré que había diversas féminas que le estaban entrando a saco y él ni caso. Y no porque fueran callos malayos, que algunas eran preciosas, sino porque parecía tener ojos únicamente para mí. Sin embargo, miedo me daba a mí esa actitud. Desde siempre había escuchado a mis amigas hablar de ese tipo de hombres que no saben vivir con el rechazo de una mujer y que se empecinan precisamente en la que parece no hacerles caso, solo por intentar doblegar su voluntad. César me miraba apretando los dientes en señal de que iba a volver a hacer de mi novio en otra ocasión, pero ya en otra vida, no en esta. —Yo creo que deberías disimular un poquillo mejor, que se nota a la legua que no estás acaramelado conmigo. —No, si verás, ahora con el papelito va a querer la muchacha que le meta la lengua hasta la campanilla… —Tampoco es eso, pero un poco de gracia le podías echar, digo yo… —Tú sigue que te quedas aquí compuesta y sin novio, ¿quieres verlo? —No, no, tranquilito, no te vayas a ir, por lo que más quieras. Comenzamos a cenar y allí no faltaba ni gloria, que diría mi abuela. Menudo dispendio el que habían realizado los novios, aquello debía haberles costado un verdadero pastizal. No en vano, para darle más apariencia de realidad a la fiesta, todo el personal de servicio que la estaba cubriendo iba convenientemente ataviado para la ocasión. —No puedo creer que aquel sea mi amigo Sotero —dijo en un momento dado mi supuesto novio. —Hombre, yo supongo que aquí solteros habrá muchos. Con toda la gente que ha venido no creo que cada uno lleve un anillo en su dedo anular. —No he dicho soltero, no me seas borrica, he dicho Sotero, un amigo de la facultad al que llevo años sin ver. —Joder, ¿y lo has reconocido con la máscara y todo? ¡Y vaya nombrecito! —Por la voz, que sordo no me he quedado todavía, aunque al paso que voy lo que me voy es a quedar lelo. Y sí es un nombre antiguo castellano, se lo pusieron por su abuelo, ¿pasa algo? César salió en busca de su amigo y yo me quedé sola por un momento. Vanesa y Conchi estaban hablando entre ellas y hubiese echado mano incluso de Mario con tal de que no ocurriera lo que pensaba que podía ocurrir, que David se me acercara nuevamente. Puedo parecer un poco incongruente, habida cuenta de que el día anterior estaba a su lado, tumbada en la sierra sobre una toalla y abriéndome en canal con él, igual que él conmigo. Pero es que precisamente era eso lo que me daba miedo, ver la facilidad con la que él daba pasos hacia mi corazón con solo proponérselo un poco. —¿Está usted sola, bella dama? —me susurró en el oído. —Por poco tiempo, no creo que mi novio tarde en llegar. —Lo que voy a decirle puede sonarle un tanto extraño, por aquello de que estamos en un baile de máscaras, pero ¿no cree que ha llegado el momento de que se quite la suya? —Hombre, pues así dicho sí que suena un poco raro, ¿a qué se refiere? —A que sabe usted también como yo… —seguía con el jueguecito de llamarnos de usted, lo que parecía poner cierta distancia entre nosotros que todavía hacía más morbosa la situación…. —¿Qué sé yo? —Me volví y enfrenté aquella mirada verde que me hacía soñar. —Que su acompañante no es su pareja. No sé la naturaleza de la relación que les une, pero desde luego que su pareja no es. Noté que las piernas me flaqueaban. David acababa de desarmarme con una sola estocada y me daba pánico pensar qué más podría saber sobre mí o si me vería como una mema por haber montado toda esta farsa. —¿Cómo te atreves? —Me volví tan rabiosa que no sabía si quería besarle o darle una sonora cachetada que retumbara en toda la sala. —Me atrevo porque me estoy enamorando de ti, me atrevo porque sueño cada mañana con ese saludo vespertino que te saca los colores y me atrevo porque era contigo con quien deseaba venir a esta fiesta. —David, yo… Ese fue el momento en el que supe que mi coraza se había ido al suelo y partido en mil pedazos. Sin saber cómo, me vi corriendo de su mano hacia algún lugar mudo que no revelara lo que allí iba a ocurrir. La expectación por aquel primer beso que sabía que no tendría el valor de evitar, iba in crescendo por momentos. Un intenso hormigueo me recorría de pies a cabeza y mis manos temblaban, al igual que lo hacía mi mentón. Tenerle frente a frente en aquella estancia apartada hasta la que me llevó corriendo fue lo más sugerente que me había pasado en la vida. En la penumbra, veía perfilarse su mentón y brillar sus ojos por el deseo; unos ojos que me decían que David quería hacerme suya, un deseo al que no me veía preparada para rechazar. La unión de nuestras lenguas húmedas, necesitadas y urgentes, al mismo tiempo que recorría con su mano el perfil de mi cara, me indicó que habíamos puesto en marcha una maquinaria de la pasión bastante difícil de parar. David me susurraba al oído todo aquello que yo tanto había soñado y a mí me costaba discernir la realidad del sueño. Realmente, por mucho que estuviera despierta, un sueño es lo que estaba viviendo en esos momentos a su lado. Pese a seguir teniendo muchos interrogantes sobre su vida, yo no podía imaginar un momento mejor que aquel, el primero en el que nuestras bocas se habían unido para decir en forma de beso lo que nuestros corazones estaban gritando en forma de latidos. Pero todo sueño tiene su final y el mío no debió de durar más de tres o cuatro minutos. Su teléfono sonó y vi a las claras el nombre de Ivette. —¿Dónde estás? Deberías estar aquí conmigo y lo sabes —le recriminó. —Lo sé y te pido disculpas. Voy ahora mismo… El rictus de su cara no podía ser más amargo, pero el mío debió ser indescriptible. —Lo siento mucho, pero tengo que marcharme, Leti. —No te vuelvas a permitir el llamarme de esa forma, yo solo soy Leti para mis seres queridos. Ahora me irás a decir que esto no es lo que parece, ¿verdad? —Pues desgraciadamente así es. —Vete al infierno, David. Capítulo 13 Me desperté con los ojos ahuevados por las miles de lágrimas vertidas sobre mi almohada. Dafne entró con una bandeja en la que había un zumo de naranja y una tostada. —Mi niña, te he escuchado llorar cuando he llegado hace un rato, ¿qué te pasa? —Mal de amores, Dafne. Que deberían ponerme una alerta por anormal, porque no doy una en las cosas del corazón. —¿Tu jefe? ¿El guaperas? —El mismo —suspiré—, ¿qué hora es? —Son las nueve de la mañana, cariño. —He estado despierta casi toda la noche, solo me he dormido en algún momento en el que el cansancio me rendía y cogía fuerzas para seguir llorando. —Pues de eso nada, que te queremos mucho en esta casa para que tú derrames tantas lágrimas por un hombre, sobre todo si es un hombre que no se lo merece. Aunque claro, si se lo mereciese, no te haría sufrir. —No quiero volver a verlo ni en pintura, Dafne. —Espera, mi niña, están llamando a la puerta. Dafne se acercó a abrir la puerta de la entrada y no tardaron en entrar en mi dormitorio Vanesa y César. —¿Se puede saber qué mierda de complejo de Cenicienta te entró anoche para salir corriendo de la fiesta sin avisar y sin nada? —me preguntó César mientras depositaba un beso en mi mejilla. —Soy un desastre de amiga, ¿verdad? Pues imagínate de novia. Por cierto, te tengo una buena noticia, ya no tendremos que fingir más. Lo debemos haber hecho como el culo porque nos han pillado. —No me lo puedo creer, con lo bien que lo habíamos hecho —resopló. —Bueno, ¿qué pasó? Nos diste un susto de muerte, estuvimos buscándote una hora hasta que llamamos a tu padre y nos dijo que ya estabas en casa —me preguntó Vanesa cogiéndome la mano. —Pues pasó que me voy a tener que cambiar de acera como tú, porque los hombres en los que pongo el ojo no valen un duro ni uno. —¿Para tanto fue? Les conté con pelos y señales y los noté cariacontecidos. Mis amigos no podían ser mejores y no les gustó ni un pelo lo que escucharon. —Mira, Leti, tú te mereces un contrato de exclusividad como la copa de un pino y si el tío no sabe mantener el canario metido en la jaula, que le den dos duros —sentenció César. —Yo opino igual. ¿Qué viene a ser eso de hacer daño porque a él se lo hayan hecho antes? Si es un impresentable no se merece que dediques ni cinco minutos al día en pensar en él, cuanto y más derramar un río de lágrimas, que mira la cara esa que me llevas. —Vanesa comenzó a borrar con el dorso de su mano las lágrimas que volvían a brotar de mis ojos. —Tenéis toda la razón, voy a coger el toro por los cuernos y a finalizar esta historia. —Claro, cariño, tú mañana lunes te vas a trabajar con más orgullo que Don Rodrigo en la horca y ni lo mires. —Ya estaba César con sus frasecitas. —No, voy a hacer algo mejor todavía, cortaré por lo sano, medidas drásticas… —¿Qué tipo de medidas drásticas? Mira que también te conocemos y al saber lo que estás pensando—Vanesa sabía que cuando me ponía cabezona no había quien me superara. —Voy a llamar a mi prima Pili, que vive en Ámsterdam y me voy a vivir con ella una temporada. —¿A Ámsterdam? Me tienes que llevar, ¿eh? Que es el paraíso del fumeteo. —Mi amiga hizo el gesto de fumarse un porrito. —¡Stop! Me tenéis hasta los co…—César se paró a tiempo y nos dejó un tanto perplejas a las dos, pues no estábamos en absoluto acostumbradas a escucharle decir tacos. —¿Qué pasa? A ver si te vas a haber creído que eras mi novio de verdad y me vienes ahora con la película, que yo voy donde me venga en gana, guapito. —No, bonita, a mí me has metido en un fregado bochornoso y ahora me vas a escuchar. Yo no digo que el tal David haya hecho las cosas bien, pero eso te tiene que importar a ti un bledo. Tú sí que te has partido los cuernos por ocupar un puesto de trabajo en su empresa y no te vas a ir ahora con la cabeza gacha porque a él le haya salido del alma jugar contigo. ¡No lo pienso consentir! La exclamación final de César me dejó un tanto consternada. Jamás hasta ese día le había visto hablar con tal ímpetu y hasta Vanesa me hizo una señal de que le escuchara, pues a veces yo pecaba demasiado de impulsiva. —Vale, quizás tengas razón, pero yo necesito unos días de asueto, lejos de ese tío, no quiero verlo ni en pintura. —Pues te pillas esos días de vacaciones que te correspondían y te vas a una calita a una isla, a meditar, a conocer maromos o a lo que te apetezca, pero tu trabajo no lo dejas como que me llamo César. —Oye bonita, ¿tú estás segura de que no te quieres emparejar con este? Porque no te iba a ir mejor con ningún otro en el mundo, eso que lo sepas. —Ya me estoy dando cuenta, ya… Eso haría, no me refiero a lo de liarme con César, claro. Iría al día siguiente a la empresa y pediría cuatro días de vacaciones que me correspondían. Seguramente David me los daría sobre la marcha, porque si le quedaba un ápice de dignidad tendría que reconocer que ya había jugado conmigo bastante… David Malditas circunstancias que se daban a veces en la vida. Imposible hablar con Leticia… Lo había intentado por activa y por pasiva antes de subir a aquel avión y había comprobado con frustración que me había bloqueado por todos los lados posibles. Mi niña, mi amor, mi enamorada… Aquella por la que suspiraba cada mañana y a la que había tardado demasiado en acercarme por culpa del resentimiento que sentía hacia las mujeres después de la separación de Samantha. Leticia había llamado mi atención desde el mismo momento en el que entró por la oficina, pero yo sabía que ella tenía un corazón de oro y una sensibilidad exquisita. No se hubiera merecido que le hubiera hecho daño, no cuando ella parecía una de esas personas románticas que todavía apostaban plenamente cuando alguna historia de amor llamaba a sus puertas. Recuerdo que el primer día que la vi, con aquel vestido gris ceñido y sus Converse en los pies, pensé que era deliciosa. A Leticia no le hacían falta maquillajes ni artificios, pero debía reconocer que en los últimos días la había visto más que preciosa. Su cambio de look había hecho que yo me replanteara el porqué del antes y después de su indumentaria. Irremediablemente, Leticia había ido operando un cambio en mí. No voy a negar que llevaba unos meses disparatado con el tema de las mujeres, pero desde hacía cuestión de varias semanas había conseguido comenzar a calmarme y empezar a poner las cosas en su sitio. El huracán Samantha había soplado hasta el punto de que los pilares de mi vida se fueran al garete, pero ya era hora de pasar página y de posicionarme. Lo malo era que la aparición de Ivette en los últimos tiempos, con su sorprendente noticia, apenas me había dejado margen para volver a la normalidad. Y la mala suerte había querido que su inesperada llamada de la noche anterior hubiera alterado a Leticia mucho más de lo que yo estuviera dispuesto a perdonarme. ¿Por qué no le confesé en el mismo momento lo que estaba sucediendo? Leticia era pura empatía y seguro que lo hubiera entendido. Es más, no tengo ninguna duda de que me habría apoyado en aquellos difíciles momentos, pero cabezón de mí, me había empeñado en lo mismo de siempre, en hacer las cosas por mí solo. ¿Cuántas veces tenía que tropezar en la misma piedra para aprender? Muchas eran las ocasiones en las que mi madre me había advertido de que mi manera de ser me iba a pasar un día una factura demasiado alta y yo esperaba que no fuera precisamente en esta. No ahora que por fin estaba tan cerca del corazón de la mujer que había conseguido reconquistarme cuando yo pensaba que eso era prácticamente imposible, no ahora que yo sentía que había empezado a quererla… Capítulo 14 Me crucé con Paul en la puerta de entrada. Yo debía llevar más cara de lunes que nunca, porque todavía me notaba los ojos hinchados como la rana Gustavo, por lo que los cubría con unas gafas de sol que parecían tener dos lunas de coches por cristales. —La perdida, ¿se puede saber dónde diantres te metiste en la fiesta? Te estuve buscando a la hora del baile y no había ni rastro de ti. Bueno, aunque tampoco lo había de David. ¿Quiere eso decir que hubo tomate? —me preguntó y negué con la cabeza. —Va a ser que no. Bueno, me explico, hubo un principio de tomate abortado por una llamada de la tal Ivette esa que parece que no puede vivir un momento sin él. —Huy mi niña, qué chungo, tú de meterte en tríos amorosos rollo Lady Di ni mijita, ¿eh? Que esos acaban siempre en tragedia. —Yo no quiero saber nada de él, ni de ella ni del Cristo que los fundó a ninguno de los dos, por mí que les vaya bonito. —Ay, cariño, eso lo dices con la boquita pequeña, se nota tela… —Pero lo voy a mantener, te lo prometo, de mí no se ríe, por muy jefe mío que sea. —Y haces bien, pero mira que me extraña en David, ¿eh? No te niego que ha andado hecho un tarambana últimamente, pero yo haciendo daño no lo veo… —Pues menos mal, si llega a querer hacerlo no sé dónde hubiéramos llegado, vivir para ver, Paulito. Yo ahora me voy a coger unas vacaciones y me quito de en medio hasta que se me pase un poco el disgusto. —¿Cómo? Oye que tengas muy claro que el sábado es mi boda y que no pienso casarme si no tú no has llegado. ¿Lo tienes clarinete? —Sí, a más tardar el viernes noche estaré de vuelta. ¿Qué te crees? Menudo pastón me costó el outfit que voy a lucir como para dejarlo colgado en el armario. —Pecado capital sería, pecado capital, niña. No, yo no iba a pecar. Paul era mi amigo y me había invitado a su boda poco después de que me incorporara a la empresa, cuando todavía era bastante desconocida para él. Eso sí, tendría que hacer de tripas corazón porque para entonces era muy probable que el malnacido de David acudiera de la manita de su Ivette. Y a mí ya no me valían más triquiñuelas, yo esta vez sí que me había quedado compuesta y sin novio, ni siquiera postizo. Entré y, cogiendo aire, me fui hacia el despacho de David. —No hagas esfuerzos, ha llamado esta mañana para decir que no venía a trabajar, por lo visto se ha ido de viaje —me comentó Conchi sin demasiada fuerza en la voz, lo que me hizo presagiar lo peor. —¿De viaje? ¿Y sabes dónde ha ido? —Creo que a Eslovaquia, cariñete, lo siento. Procuré que no me doliera más de la cuenta, pero no lo conseguí. Menos mal que no era lo que parecía, hasta de viajecito romántico improvisado ya con ella. Ahora entendía el tono tajante con el que Ivette le había hablado la otra noche, se ve que su relación era seria. Como imaginar es gratis, ya incluso imaginaba que sonaran también pronto campanas de boda para la feliz parejita. Yo no sabía hasta qué punto me iba a poder tragar ese sapo. En cualquier caso, iríamos por partes. Primero una escapada para ir digiriendo el mal trago y ya luego veríamos qué hacer con el resto. Lo peor de la cuestión es que con David fuera y Magnolia también de viaje, yo no sabía a quién recurrir. Maldita coyuntura la que se estaba dando. Y necesitaba tener la certeza de mis días libres para coger un avión rumbo al primer lugar que me saliera en la aplicación. Finalmente hablé con el asesor de la empresa y él me dijo que tenía la potestad para conceder ese tipo de permisos en ausencia de David. Yo no le iba a dar más vueltas. Si le molestaba mi proceder, que me despidiera a su vuelta, que ya lo pondría yo también vestido de limpio. —¿Dónde estás, guapi? —me preguntó Vanesa nada más salir de la empresa, cuando descolgué el teléfono. —Rumbo a alguna cafetería en la que coger un billete de avión. —Pues ya puedes ahorrártelo porque lo he hecho yo por ti. Tengo una buena y una mala noticia, ¿cómo quieres que las suelte? —Pues primero la buena, que no estoy para muchos sustos. —La buena es que salimos esta tarde para Menorca. La mala es que se viene César con nosotras y vamos a tener que aguantarle unos días —bromeó. —Sois los mejores amigos del mundo —le dije un tanto emocionada. Esperé a que ella pasara a recogerme y le confesé que me sentía un poquito mal por dejar en la estacada a mi padre con las niñas. —Ya está todo pensado, mi hermana Sandra necesita pelas y ya tiene edad de buscarse la vida, que para eso ha cumplido los dieciocho. Se lo he dicho a tu padre e irá a echarle un cable todos los días. —¿Te he dicho alguna vez que te quiero? —Creo que nunca, pero deberías, porque soy una joyita. Bromas aparte sí que era una joyita. Y también César. Mi amiga llevaba ya el equipaje en el coche, que para eso ella estaba ella más acostumbrada a viajar que Willy Fog, por lo que fuimos a mi casa a preparar el mío. Desde allí partimos para recoger a ese buenazo. —No sé cómo has podido pillar vacaciones así, en tiempo récord —le confesé cuando se montó en el coche. —Hombre, no querrías dejar a tu novio en tierra, ¿no, descastada? —Es verdad. —Me llevé las manos a la frente, ¡vaya pitorreo! —Si estoy para lo malo, tendré que estar también para lo bueno, vamos digo yo… Capítulo 15 Durante el trayecto en avión no conseguí apartar a David de mi mente en ningún momento. ¿Cuánto iba a durar ese suplicio? Lo que más me dolía es que yo sabía que aquel hombre no iba a hacerme ningún bien y, aun así, me sentía incapaz de sacarlo de mi cabeza de un plumazo, ojalá las cosas fueran así de fáciles. Para colmo, una de las azafatas que formaba parte de la tripulación contaba con unas facciones muy parecidas a las de Ivette, por lo que me parecía como si la tuviese delante todo el rato. Yo ya había estado en Menorca en otra ocasión, en viaje de estudios y sabía que mis amigos habían apostado por un valor seguro, pues en tan paradisíaca isla no había posibilidad de aburrirse. Distinto sería que yo fuera capaz de entonarme, pues la historia con David me estaba afectando más de lo que pensaba a priori. Sabedora de que en tierras menorquinas debía relajarme y dejarme llevar por los muchos encantos de una tierra única, me prometí a mí misma que intentaría hacer todo lo posible por no aguarme el viaje y por no aguárselo a mis amigos, que tenían el cielo ganado de un tiempo a esa parte. Llegamos por la tarde y alquilamos un coche. De camino al hotel me fui deleitando con sus playas de aguas turquesas, que se cuentan entre las más espectaculares de todo el planeta. Antes de entrar en el complejo hotelero, nos detuvimos en un acantilado desde el que observamos un atardecer menorquín de esos de película. En ese momento no pude evitar que los ojos se me pusieran vidriosos, pensando en lo bonito que hubiera sido contemplar uno de esos con David. Claro que para eso David tendría que haber sido un tipo normal y él tiraba más bien a miserable. —Huy, huy, que como te pongas tonta te castigamos contra la pared —me dijo Vanesa observando el percal. —Ya se me pasa es que me da mucha rabia… —¿Qué te da tanta rabia, pequeña? —César me puso el brazo sobre los hombros y me dio un cariñoso beso en la mejilla. —El haber pecado de ingenua de esa manera, anda que no se debe haber reído nada el tío… —Pues no creo que sea así, más bien pienso que la historia se le haya ido un poco de las manos. —¿Y a ti se te habría ido de las manos un asunto así? Porque yo no te veo echando a “pito, pito, gorgorito” con qué tía acostarte una noche. —No, obvio que no, venga bonita, no le des más vueltas. Un mensaje de WhatsApp llamó mi atención. Procedía de un número que yo no tenía agendado y parecía ser extranjero. ¿Cabía la posibilidad de que aquel gusano se hubiera hecho con una línea en Eslovaquia a los solos efectos de darme la murga en esos días? —Yo diría que el muy desgraciado ya está intentando darme la brasa —les enseñé la pantalla a mis amigos. —Bloquea también ese número sin abrirlo, lo haces tú o lo hago yo… —concluyó Vanesa que no era amiga de andarse con chiquitas. Me pareció una opción fenomenal, porque bastante tocada estaba ya por lo ocurrido como para que ahora David viniera a hundirme con sus recordatorios. Justo en ese instante pasó por delante de nosotros una elegante señora que llevaba un mono muy parecido al de Magnolia. Con una pizca de nostalgia, recordé los buenos ratos que había pasado con ella, confabulando y haciéndome la ilusión de que algún día sería mi suegra. —Se acabaron las penas, os invito a las dos esta noche a una caldereta de langosta —nos comentó César, quien parecía muy animado con la idea. —¿Y por qué no nos comemos mejor un rinoceronte entero? Madre mía que pesadez de cena va a ser esa —repuso Vanesa. —Pues te tomas un Almax si hace falta, niña, pero nos vamos a meter una de esas en estos cuerpos serranos en cuanto salgamos del hotel. No perdimos el tiempo y, después de dejar nuestras pertenencias, nos dirigimos a la Bahía de Fornells a comernos la susodicha caldereta, que nos pareció un auténtico deleite para el paladar y para la vista. —Y ahora la noche es joven, ¿eh? A ver si va a decaer y me tengo que cagar en todo lo que se menea, nos vamos a algún garito a bailar… —propuso Vanesa. —No, no, yo me quiero levantar mañana temprano para darme una carrerita, a mí no me líes —le comentó César, a quien la idea no pareció hacerle ni chispa de gracia, con lo deportista que era. —¿Una carrerita dices? Una vuelta al pescuezo es lo que te daba yo. Todavía que lo dijera Leti, que está lánguida, vale; pero que lo digas tú, que estás fresco como una lechuga, es para hostiarte vivo, César. Vanesa no tenía remedio. Así era ella y así soltaba las cosas al más pintado. Nos fuimos a bailar un rato, qué otra cosa podíamos hacer o ella era capaz de sacarnos en los periódicos como los sosos oficiales del reino. Yo no lograba animarme por más que lo intentaba y pronto caí en que había puesto kilómetros de por medio, pero la ira y el coraje habían volado conmigo a la isla… De esa forma transcurrieron cuatro intensos días en los que no pude desconectar por completo de cuanto me estaba ocurriendo, pero sí tuve la posibilidad de disfrutar de mis dos amigos a tiempo completo. Todo un regalo y más si tenemos en cuenta que recorrimos la isla de cabo a rabo, dándonos una relajante sesión de barro en la playa de Cavallería, disfrutando de pueblecitos de cuento como Binibèquer Vell o Mahón, comprándonos las típicas y coloridas menorquinas y hasta dándonos un refrescante chapuzón desde el velero que alquilamos por unas horas. No se podía pedir más, pero mi mente no estaba en Menorca. Por desgracia, se encontraba a miles de kilómetros de tan paradisíaca isla… Capítulo 16 Jefe ¡No me interesas! Esa fue mi máxima durante todo el tiempo que permanecí en Menorca y esa debía seguir siendo cuando volviera a casa, al trabajo y a una rutina que no se me antojaba nada fácil en principio. Pero antes de eso tenía que pasar una prueba de fuego que tampoco iba a ser moco de pavo. La boda de Paul se celebraría al día siguiente y yo me la imaginaba como la ocasión ideal para que Ivette hubiera presionado a David con la idea de que la presentara públicamente como su pareja. Además, ahí me encontraría sola ante el peligro, pues mis amigos no estaban invitados. Sería yo misma con mi soledad quien tuviera que presentarse a un evento al que malditas las ganas que tenía de acudir, dicho fuera de paso. Casi de modo providencial, tal como pusimos los pies en la península, un mensaje de Paul me avisaba de que una pareja de amigos suyos, que venía de Noruega, se había caído en el último momento. Por esa razón, quedaban dos cubiertos libres que bien podrían ser ocupados por César y por Vanesa. —Vosotros venís sí o sí, a mí no me dejáis en la estacada —les imploré. —Te has parecido a Laura poniendo pucheritos para conseguir algo, pero con nosotros no te va a valer, te lo advierto desde ya —añadió César. —Desde luego que no, yo vengo reventada del viaje y lo que quiero hacer es dormir. —Vanesa tampoco ayudaba. —¿Tú dormir? ¿Desde cuándo? —me quejé. —Desde que necesito hacerlo para luego continuar con la juerga. —Pues yo necesito el apoyo de mis mejores amigos, os lo digo en serio, me va a dar un síncope como me tenga que enfrentar mañana sola a esos dos malandrines. —Solo me faltó patalear. —Qué le vamos a hacer, ¿no? Hay que estar a las duras y a las maduras —le comentó César a Vanesa, menos mal que yo era especialista en convencerlo en un pis pas. —Vale, vale, pero tú verás qué indumentaria me apañamos, guapita de cara, que a ver si tú vas a ir como una diva y yo como una zarrapastrosa, que ya no tengo tiempo humano de reacción. —Vanesa en el fondo era un amor también. —Nada de eso. Tengo el vestido que me puse para la tercera boda de Emilia, la prima de mi padre, y es una auténtica monería en lima con todos sus complementos en plateado. —¿Y llamándose así se ha podido casar tres veces? —Eres un mal bicho, amiga. —A mí no me mires que yo no necesito vestido, ya me busco la vida —bromeó César. Sábado por la tarde y ya estábamos las dos listas. Vanesa se había encargado, como siempre, de maquillaje y peinado. Llevábamos horas arreglándonos para lucir como dos reinas. Por la mañana habíamos ido a hacernos manicura y pedicura. Aunque en ese momento yo me sentía un poco como la protagonista de Pretty Woman, en la escena que van a la ópera, pues mi vestido rojo era de ese mismo corte e incluso llevaba también un par de guantes largos similares. A diferencia de Vivian, eso sí, yo no tenía un galán que viniera a colocarme un collar semejante en el cuello, pero qué se le iba a hacer. En realidad, yo me hubiera conformado con un fino cordón de cuero de esos que venden en cualquier tenderete de playa, con tal de que David me lo hubiera puesto, pero iba a ser que no. La boda, oficiada por un amigo de los novios que me habían dicho que era tipo Mario Vaquerizo, se celebraría en un elegante hotel sito en la cima de una montaña, por lo que llegar hasta allí iba a ser un poco odisea. —¡¡Trata de arrancarlo, Carlos, digo César!! —bromeó Vanesa cuando nos quedamos atascados en una zona de barro y el pobre César, que era lo mejor de lo mejor, se bajó para tratar de arreglar el desaguisado. Finalmente llegamos y no habíamos sido los únicos que tuvimos problemas por el camino, a juzgar por la cantidad de toallitas húmedas que allí se estaban utilizando para limpiar el calzado. —Pues mis zapatos, bueno que son los tuyos, vienen estupendamente —me comentaba Vanesa para quitar un poco de hierro al asunto, dado que yo ya buscaba con la vista a David, en una escena puramente masoquista. —Claro, bonita, mira como los míos no vienen igual de bien. —A César, para no variar, le había tocado la peor parte. Pese al inconveniente del barro, habíamos llegado de los primeros, por lo que tuvimos ocasión de presenciar cómo los novios hacían su entrada triunfal en el hotel, bajo la atenta mirada y los aplausos de todos los asistentes. Y digo de los asistentes y no de los invitados porque allí no había ni rastro de David. ¿Podría ser tan infame de quedarse por tierras eslovacas con su churri y no acudir a la boda de su amigo? Con el corazón en la mano, a mi me haría un favor, pero a Paul le haría un feo como una catedral de grande, por mucho que se tratara de una boda civil. —No mires más, que se va a dar cuenta todo el mundo — me decía Vanesa. —¿Tanto se me nota? Es que estoy como un flan, me asusta mi reacción al verlos. —¿Qué reacción ni reacción? Tú ya sabes… —Sí, sí, pero lo de “dientes, dientes, que es lo que les jode” no sirve siempre. Yo me siento como un mojón despeinado en este momento. —¡Alto ahí! Que ni eres un mojón, que más bien un sol, ni mucho menos despeinado, que de eso me he ocupado yo. Llegó la hora del comienzo de la celebración y nada se supo de David. Los invitados nos fuimos posicionando y a todos se nos pusieron los vellos de punta cuando los novios avanzaron por el pasillo hacia el oficiante. Al llegar a mi altura, Paul me hizo un guiño de ojo revelador de que estaba muy contento de que hubiera asistido. Después señaló a su chico graciosamente, como dando a entender que se había agenciado a un maromo impresionante. Y suerte tuvimos de que nos ahorrara un gesto obsceno de los suyos indicativo de lo bien dotado que estaba el que iba a convertirse en su marido. Justo acababa de comenzar la ceremonia cuando un ruido nos hizo volver la cara. Ea, ya me la habían dado… con lo tranquilita que comenzó la boda Capítulo 17 David llegó de etiqueta y había que reconocer que el negro de su esmoquin le sentaba increíblemente bien…. Ivette, para mi desgracia, estaba a su lado. En su caso, ella venía con un elegante vestido largo en tonos beige con unos topitos negros, que complementaba con una flor negra en el pecho. Guapa a reventar, eso siempre… Era hora de sacar fuerzas de donde fuera que la tuviera por mi parte y lo sabía. Miré a mis amigos y les hice un gesto de que no pensaba quedarme mustia ni cabizbaja. Ellos no paraban de prestarme su apoyo y no merecían verme así. Media hora más tarde salíamos de la ceremonia de boda más divertida que yo hubiera presenciado nunca. Como nos dijeron, el oficiante era un cachondo de tomo y lomo, un tipo que supo sacarle todo el partido a un evento en el que incluso llegó a darles a ambos la oportunidad de salir corriendo hasta el último momento. Pero, sin duda, lo más llamativo para mi persona fue que David tuvo durante toda la ceremonia los ojos puestos en mí, sin desviar la mirada ni siquiera un minuto. ¿Qué clase de mujer no se daba cuenta de una cosa así? Vale que yo tuviera la idea que Conchi me había metido también en la cabeza de que era bastante fría, pero aquello me parecía el sumun. David no le había dedicado a su chica ni una sola mirada desde que entraron en la sala de celebraciones y ella tampoco es que pareciera estar demasiado acaramelada con él. Para tener pareja así, mejor no tenerla. Salimos y todos esparcimos sobre los novios, que eran muy chics y no querían saber nada del consabido arroz o el confeti, unas semillas de lavanda con esencia perfumada que quedaron perfectas para las fotos. —Leticia, tenemos que hablar —murmuró David tan pronto las últimas semillas cayeron sobre la parejita. —Me parece bien, pero tendrá que ser en otra vida —le respondí enérgicamente. —No seas así, por favor. Sabes que el otro día se nos quedó algo a medias… —Has dado en el clavo, con la única puntualización de que se me quedó a mí. Yo creo que tú debiste terminarlo, lo único que lo hiciste con Ivette. —Estás equivocada, Leti… —No me llames Leti, ya te lo dejé muy claro. Y sí, debo estar equivocada, fuiste a por ella y los dos estuvisteis rezando el rosario largas horas… —No te digo que el rosario, pero sí recé… —¿De veras has venido aquí hoy, en un día tan especial, para insultar mi inteligencia? David, no pretendo ser malhablada, pero ¿vas a tener los santos cojones de reírte de mí en mi propia cara? —No me estoy riendo de ti, Leti, recé por la vida de mi padre… —¿Por la vida de tu padre? Que yo sepa tu padre falleció hace años. —Yo también lo creía. Hasta que un día apareció Ivette en mi vida, no hace mucho. —¿Qué tiene que ver Ivette con tu padre? —Pues nada más y nada menos que es su hija. —¿Ivette es hija de tu padre? ¿Puedes explicarte mejor? Porque yo me he hecho ya un lío monumental, no sé si me explico. —Te explicas y ahora intentaré hacerlo yo. —Más te vale, porque no las tengo todas conmigo… —Ivette no es mi chica como tú crees, es mi hermana. —¿Tu hermana? ¿Desde cuándo? —Pues me temo que desde que nació, pero si te refieres a desde cuando lo sé, te diré que desde hace unos meses. —No entiendo nada, palabra de honor que no entiendo nada. —Normal, mi niña, yo tampoco lo entendía hasta que un día tocó a la puerta de mi despacho y me dijo que mi padre no era quien yo creía. —Pero entonces, ¿Magnolia no te desveló la verdad sobre la identidad de tu padre?
—No es tan sencillo. Verás, según me confesó tras la
aparición de Ivette, ella tuvo un amor de juventud con un eslovaco llamado Adam, mi padre biológico, que no quiso saber nada de su embarazo. —Pobre Magnolia… —Pues sí, pero tras pasar por ese duro trance y a punto de dar a luz, conoció al que sería su marido y al que yo creía mi padre biológico y se casaron. Él me reconoció como hijo y ambos pensaron que sería mejor para mí que nunca supiera la verdad, para que no me sintiera rechazado. —Ya, no debió ser una decisión fácil. —No, pero además todo salió a la luz cuando Adam enfermó y le encomendó a su hija Ivette que me buscara. Ella ha hecho diversas escapadas a España con la intención de que yo la acompañara a conocer a nuestro padre, pero yo me mostraba reticente. —Entiendo… —Sí, hasta que la otra noche, cuando nos estábamos besando, me llamó y me dijo que su final estaba próximo y que, si no me decidía a conocerlo en ese momento, ya nunca tendría la oportunidad. —¿Y él…? —Falleció hace un par de días. Llegué a tiempo de darle un abrazo y de que las heridas cicatrizaran. Fue un momento difícil, pero entiendo que necesario. Las lágrimas afloraron a mi rostro en ese instante. —David, yo… ¿por qué no me lo contaste? Lo hubiera entendido todo, te hubiera apoyado, te habría acompañado incluso… —Lo sé pequeña, pero se trataba de un fantasma del pasado al que debía enfrentarme solo. Estaba demasiado confundido, librando una batalla conmigo mismo, no veía la luz después del túnel… Era todo demasiado difícil. Lo abracé como si no hubiera un mañana, qué complicadas podían parecer las cosas cuando había malentendidos de por medio… Ivette me miró desde lejos y se acercó a mí. —Siento haberte dado largas aquel día en la oficina, bonita —le dije mientras la abrazaba. —No te preocupes, luego nos reímos mucho, fue muy divertido —me confesó. —Eres una ruina como recepcionista, me espantas a todo el personal, pero ¿sabes una cosa? Te quiero en mi vida, Leti. Y, es más, ¡te quiero, Leti! El comentario de David resonó a tope y los asistentes comenzaron a aplaudir. Yo estaba pletórica y enseguida recibí el abrazo de Vanesa y César, que no entendían muy bien la situación, pero carburaban que yo estaba feliz como una perdiz. Paul nos dio la enhorabuena y Magnolia, que hasta ese momento se había mantenido en un discreto segundo plano, se acercó a darnos sus bendiciones. —Qué alegría, mi niña —decía entre lágrimas mientras me besaba. —Ahora solo tenemos que buscarte un novio a ti —le dije yo sin poder contener la emoción. —¿A mí? Yo ya me he hecho mayor y huraña para las cosas del cuore, tú déjame a mí y vive tu historia con mi hijo, que no te vas a arrepentir, bonita… Me llamó bonita a mí, pero lo cierto es que la bonita fue una boda en la que todo nos supo maravilloso. Desde las suculentas viandas con las que los novios nos agasajaron, hasta el romántico vals con el que abrieron un baile en el que todos disfrutamos como locos. Y cuando digo todos, me refiero a todos, porque allí parecía que las parejas ya estaban hechas. Lo digo por mi amigo César, que no paró de mover las caderas con Conchi, que cada vez estaba más pegadita a él… Y por mi amiga Vanesa, que cuando vio que Ivette estaba libre, corrió a hincarle el diente. Y encima no tuvo problema, porque la eslovaca le confesó que a ella también le iba igual el pescado que la carne, por lo que se dieron el lote… Hablando de darse el lote, esa era una asignatura que todavía David y yo teníamos pendiente y que no deseábamos tardar en aprobar. O, mejor dicho, en probar… Así, cuando aquella madrugada la boda tocó a su fin, no recuerdo ni cómo caí sobre su cama… Los mejores flases los tengo al contacto con su piel, a través de ese torso fuerte y desnudo que me transmitía un palpitar del corazón con el que yo quise acompasar el mío. Nunca olvidaré cómo fue la primera vez que David entró en mí, con nuestros cuerpos contraídos hasta la saciedad por la pasión… Me deshice con él dentro, viviendo con inusitada locura un encuentro en el que la realidad superó con creces a todo lo que hubiera podido imaginar hasta el momento… Y si bueno fue hacer el amor con él, mejor aún fue despertar en sus brazos y comprobar de buena mañana que sus ojos decían lo mismo que los míos; que el amor había llamado a nuestras puertas y que no tenía ninguna intención de marcharse. Capítulo 18 A partir de ese día fue cuando comencé a conocer al nuevo David, un hombre que aunaba todo lo bueno que yo pensaba y de lo que me enamoré, más una serie de virtudes que fui descubriendo poco a poco… Los acontecimientos se sucedieron con total naturalidad, como suele pasar en aquellos casos en los que las cosas marchan como deben, con fluidez… Un par de semanas después de la boda de Paul y con Vaitiare ya de vuelta, David vino a cenar a casa de mis padres, donde fue acogido como uno más de la familia. Donde no tuvo tan buena acogida nuestro noviazgo, en el colmo de la hipocresía, fue en la empresa por parte de Samantha y Bartolo. El mal bicho de ella, pese a haberle puesto los tarros a base de bien a David, como que no digirió que el corazón de su ex volviera a estar ocupado y que él pasara página, por lo que el ambiente se enrareció demasiado. A consecuencia de ello, David se vio obligado a tomar medidas, por lo que pactó con ambos una solución que les llevara lejos de la empresa, aunque su buen dinero que le costó. En cualquier caso, él decía que aquel había sido el dinero mejor invertido del mundo porque la tranquilidad se instaló en el trabajo y el buen rollo reinó desde ese día. Yo seguí ocupando mi puesto en la recepción, mucho más relajada que antes, qué duda cabía. Ahora tenía la certeza de que, viniera quien viniera a ver a David, no suponía un obstáculo entre él y yo. No obstante, cada vez que tenía programada una visita femenina, él solía preguntarme antes si la iba a dejar pasar o no, a lo que yo solía contestarle en broma que tenía que pensármelo. Llegar a mi puesto de trabajo con él e irme a casa en su compañía era una auténtica alegría. Unos días lo hacíamos en su coche y otros en mi monería rosa, que para entonces ya me habían entregado. Y cuando hablo de casa me refiero a nuestra casa porque tan solo un mes después de que todo quedara aclarado entre nosotros, David me pidió que me quedara a vivir con él. La cosa estaba cantada, porque un día dejé el cepillo de dientes, al otro las planchas del pelo y en dos semanas ya tenía allí la mitad de mis pertenencias… También era muy frecuente que nos marcáramos viajecitos rápidos de fin de semana, que solían comenzar al mediodía del viernes y que nos trasladaban a los rincones europeos más variopintos. Me encantaba esa sensación de estar todavía en nuestra ciudad a la hora del almuerzo y unas horas después contemplando la Catedral de Santa Sofía en Estambul, por ejemplo. Viaje tras viaje, íbamos coleccionando recuerdos memorables y el día que David me comentó que había sacado los billetes para viajar a Tanzania el corazón me dio un vuelco. Yo ya le había comentado que era un destino que me apasionaba a más no poder y él me sorprendió con el viaje en el momento que menos lo pensaba. Debíamos llevar saliendo unos cuatro meses cuando se produjo tamaño regalo. Todavía no teníamos idea de lo mucho que Tanzania nos depararía, pero para mí el primer regalo consistió en el hecho de poder poner allí los pies con mi amado. Presenciar los colores del país tan pronto nos bajamos del avión y fuimos rumbo a nuestro hotel, ya constituyó un espectáculo en sí mismo. David y yo, como amantes de la fotografía que éramos, llevábamos nuestras cámaras preparadas e íbamos ojo avizor para traernos las mejores instantáneas. Con la felicidad por bandera, el segundo día de nuestra estancia allí visitamos el Serengeti Park donde disfrutamos de lo lindo avistando cebras y ñus y toda clase de vida salvaje que invitaba a inmortalizar. El Ngorongoro, el cráter más famoso de África, copó también parte de nuestra atención. Baste con decir que en su interior moran más de treinta mil animales y que es el único lugar donde pueden verse esas cinco grandes especies que son el búfalo, el elefante, el rinoceronte, el leopardo y el león. Con total prudencia y siempre cumpliendo las estrictas instrucciones de los guías, pudimos fotografiar a algunos de aquellos impresionantes animales que constituían la crème de la crème de la fauna africana. Una experiencia única la constituyó para nosotros contemplar el atardecer en aquel lugar de belleza sin parangón, con una bebida en la mano y con una fogata. Calentándonos con el fuego y con nuestros cuerpos pegados, comprobé que el brillo de los ojos de David competía con el del fuego y noté entonces un cosquilleo por el cuerpo que me anunciaba que algo importante iba a suceder en ese preciso instante. Pese a ello, jamás pude imaginar que fuera a pasar lo que ocurrió en ese momento, en el que David, ante la atenta mirada del resto de integrantes de la expedición, se echó mano a su sahariana y sacó una minúscula cajita en la que en cierto modo iba parte de su corazón. —¿Qué es esto, mi vida? —le pregunté con los mismos nervios de una niña pequeña ante la inminente visita de los Reyes Magos. —Esto es algo que puede parecerte un poco precipitado, pero que ardo en deseos de hacer desde el mismo día de la boda de Paul y Anuar. Sé que no es un escenario elegante ni glamuroso, pero no se me ocurre ningún otro mejor en el mundo para pedirte que te cases conmigo, mi niña. —David… —murmuré con los ojos ya empañados por las lágrimas y sosteniendo con incontrolable temblor de mis manos el precioso anillo que asomaba de la cajita. —¿Debo entender que eso es un sí? —Volvió a preguntarme, pues se veía que necesitaba mi confirmación. —Es un sí como un circo de grande, mi vida. Es un sí, quiero… Quiero casarme contigo David, claro que quiero… El resto de los turistas y los lugareños que asomaban por allí rompieron a reír y a aplaudir, mientras yo me fundía en un intenso abrazo con mi chico y les daba las gracias a todos. Aquella noche, tengo que reconocer que nos costó mucho dormir, pues David y yo nos la pasamos haciendo uno y mil planes sobre cómo sería el enlace y nuestra vida posterior, aunque esa seguramente no variaría demasiado… al menos mientras no llegaran los niños, que a ambos nos gustaban hasta decir basta. Durante los siguientes días tampoco es que perdiéramos el tiempo y visitando el Kilimanjaro también disfrutamos de lo lindo. Su parque nacional nos impresionó y allí descubrimos que África es capaz de mostrar al ojo humano la paleta de colores más amplia del planeta. Con esos colores en la retina emprendimos nuestra vuelta a España. Ahora tocaba trasladarles nuestros planes a todos los nuestros. Nada más llegar, reunimos a mi familia y a Magnolia, así como a Ivette, para darles la buena noticia. También estaban presentes Vanesa y César. Todos la acogieron con gran sorpresa y alegría y mis hermanitas rompieron a cantar y a bailar de lo contentas que se pusieron. Lo mejor era que David y yo teníamos gustos y formas de pensar muy similares y no nos iba a costar ponernos de acuerdo sobre ningún aspecto de la boda. En nada empezaron los preparativos, con los que nos ayudaron todos nuestros familiares y amigos, pues el tiempo apremiaba. Se celebraría en junio del año siguiente y no había tiempo que perder. Si por nosotros hubiera sido, la hubiéramos celebrado allí mismo donde se produjo la pedida de mano, delante de un fueguito en Tanzania, pero lógico que eso no resultaba demasiado práctico. Tampoco queríamos celebrarla en nuestra ciudad, porque nos apetecía darle a nuestro enlace un aire más original. Y hablando de aires, ninguno mejor que el que pudiera proporcionarnos el mar… Lo decidimos un día en el que, hablando de distintas posibilidades, mis hermanitas comentaron a colación de una peli de dibujos que estaban viendo que el mejor lugar del mundo para casarse era un barco. Tal posibilidad no se nos había pasado por la cabeza a mi futuro marido y a mí, pero lo hizo en ese instante. Recuerdo que nos miramos y, sin articular palabra, los dos asentimos con la cabeza en señal de que las peques habían dado en el blanco de la diana y que tocaba escoger un barco en el que hacer realidad nuestro sueño. No tardamos en hacerlo, gracias a un conocido de Magnolia que nos hizo el favor de ponernos en contacto con una compañía que se dedicaba a realizar eventos de ese tipo. Una rápida visita al barco en cuestión que nos ofrecieron nos bastó para decidirnos. Ese era el escenario que ambos queríamos para decir adiós a la soltería y hola a un matrimonio de lo más deseado… Capítulo 19 Celebrar nuestra boda en aquel velero fue la mejor idea que pudimos tener al respecto. La nuestra no iba a ser una mega boda, pues no nos gustaba esa idea, sino una con unos cincuenta invitados, con carácter íntimo. Romanticismo en estado puro, eso fue lo que rezumaba la embarcación cuando llegué a ella aquella preciosa tarde del mes de junio, con el mar como testigo de una alianza entre dos enamorados que David y yo estábamos deseando sellar. Lo acordado era disfrutar allí tanto de la ceremonia como de la celebración posterior; un sueño hecho realidad en el que nos acompañaron todos aquellos que tenían cabida en nuestro corazón. El capitán del velero haría las veces de oficiante y, desde que le eché el ojo por primera vez, le indiqué con una señal a Magnolia que me gustaba para ella. David estaba a su lado y no pudo reprimir un gesto que indicaba que hasta el día de mi boda andaba yo enredando un poco, pero es que de otra manera no hubiera sido yo. Ivette y Vanesa actuaban como mis damas de honor y lo hacían en la máxima de las complicidades, ya que se habían convertido en pareja y estaban de lo más encantadas. Yo siempre le decía a mi amiga que era una acaparadora y que se había metido en mi familia a la fuerza. Ella solía contestarme que no sabía qué tenía mi cuñada, pero que la volvía loca hasta el punto de que aquel año no se fue con la compañía de danza, buscando un puesto de trabajo en la ciudad que le permitiera continuar con su vida en pareja de una forma más estable. Y no solo a ellas les llegó la estabilidad, pues César y Conchi estaban viviendo una historia de amor de lo más intensa también, por lo que todo iba sobre ruedas en nuestro entorno. A mi compi bien que le funcionó aquello de que “la mancha de la mora con otra verde se quita” y se agarró a mi amigo como una garrapata. Pero en el buen sentido, ¿eh? Que mi Conchi quería a César con locura. Mis niñas, Laura y Alba, iban ideales con sus vestiditos de inspiración marinera portando nuestras alianzas. Laura me miraba con cara picarona y se reía con mi gesto de que ni se le ocurriera hacer una de las suyas, que bien que la conocía. Alba en su línea, estaba mucho más tranquilita, mirando al capitán con curiosidad. Desde su asiento en primera fila, Vaitiare, esa mujer que se había convertido en imprescindible en mi vida, miraba la escena con la lagrimita ya fuera del ojo. Mi amiga, mi confidente y mi, ¿madrastra? Eso último sonaba fatal, ni que fuera la de Blancanieves. Para nada, ella era uno de mis referentes vitales. Junto a ella su suegra y mi abuela paterna, Matilde, que no cabía en sí de gozo al casar aquel día a la mayor de sus nietas. Antes de dar por finalizada la ceremonia, el capitán proyectó una serie de fotografías de todos los viajes que habíamos hecho David y yo hasta el momento. Mi chico las había seleccionado y, para mi sorpresa, aparecieron incluso algunas de la noche de la pedida de mano en Tanzania que yo ni siquiera sabía que existían. Me emocioné y le apreté fuerte de la mano. Mi compañero de aventuras, mi mejor amigo, mi amante y mi enamorado. A veces, como en aquel momento, sentía que me dolía el pecho de lo mucho que lo quería. La ceremonia terminó con un romántico beso al atardecer que resultó de película. Los colores de la puesta de sol convirtieron aquel momento en inolvidable… Una vez terminada, miré las caras de Magnolia y de mi padre y caí en que no podía haber tenido más suerte en la vida: mi marido era una auténtica maravilla de persona, pero además contábamos con unas familias fabulosas que estaban deseando vernos felices. Las niñas se agarraron a mis piernas mientras David me indicó que levantara el ramo en alto para que pudiera abrazarme como era debido. La anécdota fue que el ramo voló y que Ivette y Vanesa, claras candidatas a hacerse hecho con él, junto con Conchi, se quedaron mirando y explotaron en carcajadas. Conforme las luces del día se fueron apagando y después de disfrutar de un relajante entorno musical durante la sesión de fotos, los camareros comenzaron a servir la cena. —¿Qué te apuestas a que acaban juntos? —le pregunté a David, viendo cómo el capitán, con suma elegancia, estaba entrándole a Magnolia. —Dicen que de una boda sale otra, pero si ya es la de mi madre, sería la reoca… —Sería, aunque ten presente que de esta no va a salir otra, aquí hay unas cuantas bodas a la vista… —Unas cuantas, sí, con lo que nos gusta a nosotros un sarao —nos dijo Paul, que seguía en perpetua luna de miel con su maridito. —Vosotros disteis el pistoletazo de salida, la que habéis armado —les comentamos riendo, viendo el percal a nuestro alrededor, más dulce que una cucharada de Nutella a palo seco. —Pues ahora llega la carrera por los niños, a ver quién se estrena primero ahí. —Paul estaba deseando ser padre. —Ahí te dejamos que vayas de nuevo delante y ya nos vas contando. —Nos reímos David y yo. —Pues nada, el primer embarazo el nuestro. De aquí a nada me veis con vestidito premamá —bromeó el jodido, que se reía hasta de su propia sombra. Una coreo de Bryan Adams con la canción de “When you love someone” por parte de David y mía abrió un baile que se movió al son del barco toda la noche. Largas horas en las que mi recién estrenado marido y yo nos dejamos mecer por las olas, sintiéndonos inmensamente felices y arropados por todos los nuestros. Antes del amanecer tocamos puerto y todos los nuestros desembarcaron, momento en el que ambos nos quedamos a pasar el resto de la noche a bordo. —Ha sido mágico —me susurró David al oído cuando todos se hubieron ido. —Todo fue mágico desde el instante en el que te conocí… jefe. —Le guiñé el ojo y nos refugiamos en nuestro camarote. Epílogo 2 años después… De nuevo reunidos y en esta ocasión para que David recibiera el premio al empresario del año, que entregaba el sector de la peluquería a quien hubiera demostrado una trayectoria estelar como la suya. —Felicidades hijo mío—Magnolia le dio un beso mientras seguía de la mano de su capitán, que así lo llamaba ella y del que no había vuelto a separarse desde el día de nuestra boda. —Enhorabuena, marido y también de parte de Alexander. —Puse su mano sobre mi barriguita, pues a punto de cumplir los ocho meses de embarazo, nuestro hijo no paraba de indicarnos a patadas que estaba deseando llegar al mundo. —No se puede ser más grande —lo abrazó Paul mientras Anuar sostenía de su mano a la pequeña María, la niñita china de tres años que nos tenía a todos cogido el pan debajo del sobaco, pues era una auténtica muñeca. Ya hacía un año que la habían adoptado y ella siempre decía que Alexander iba a ser su primo. Bueno lo serían Alexander y Blanca, la peque que también estaban esperando César y Conchi, que se habían embarcado junto con nosotros en la aventura de ser padres. Mi amiga y yo apenas daríamos a luz con cuarenta días de diferencia. César, como buen pediatra, trataba de darnos buenos consejos al respecto. Ni que decir tiene que los que nos convenían los llevábamos a rajatabla y los que no, los ignorábamos. —Queréis información selectiva, gamberras —nos decía habitualmente y nosotras nos echábamos a reír. —Nadie te ha preguntado. Si te metes en nuestros asuntos de madres, tendrá que ser a nuestro favor —le contestábamos nosotras. Las que no se animaban ni locas eran las chicas, Vanesa e Ivette, que decían que nosotras estábamos hechas para ser madres y ellas tías, que con unas horitas con los niños tendrían bastante y luego que los aguantáramos cada una. Mal pensado no estaba. Entre el público de la gala, una cara llamó mi atención. Recuerdo la sensación de haber percibido su presencia por unos instantes, para luego pensar que era imposible. Hice ademán de volverá a mirar donde creía haberla visto, pero ya no estaba. No cabía duda, el embarazo me tenía un poco alterada y yo veía fantasmas donde no había nada. Pasó un rato y la sensación volvió. Ya no era solo el creer haberla visto, sino el sentirla cerca, como hacía muchos años que no estaba. —Leticia, soy yo, mi vida… Aquellas cinco palabras me dejaron helada. Busqué la mirada de David y comprendí que él estaba en el ajo. —Es tu momento, cariño. Hoy no solo es un día importante para mí, todavía lo es más para ti. —¿Mamá? —le pregunté con la voz quebrada. —Sí, cariño. ¿Y esa barriguita? —Sus ojos se nublaron por las lágrimas. —Mamá, yo no sé si quiero… —Leticia, amor, escúchala, es tu madre… David tenía razón, pero yo no sabía cómo actuar. Demasiado tiempo sin verla y sin saber de ella. Miré a mi padre y a Vaitiare y ellos me invitaron a seguirla por la sala. Estaba claro que la única que no tenía conocimiento de su presencia era yo. Temblando, nos dirigimos a una zona más privada hasta la que también nos acompañó David. —Leticia, sé que no tengo derecho a llegar a tu vida pidiendo absolutamente nada, pero ya no puedo más con la pesada mochila que cargo desde hace años. —Mamá, no entiendo nada, tú nos abandonaste, no creo que puedas hablar de… —Es cierto, mi niña, os abandoné y he pagado por ello un precio demasiado alto. Un mal día se me cruzaron los cables y creí estar ciegamente enamorada de un hombre… —¿Te fuiste con alguien? Eso no lo sabía, solo empeora las cosas. —Mi vida, escúchala, por favor —intervino David. Y así mi madre me contó toda la historia de su vida, desde el aciago día en el que decidió abandonarnos por seguir los supuestos dictados de su corazón. Me costó escucharla porque, aunque la paz imperaba en el mío desde hacía años, su presencia removió un dolor que un día fue más que considerable. David permanecía junto a mí, dándome la mano, sosteniéndome y complementándome, como había hecho desde el día en que unimos nuestras vidas. Mi madre me rogó una oportunidad para volver a formar parte de ellas, para intentar enmendar un error por el que ya parecía haber pagado un coste demasiado alto. —Es tu madre y la abuela de Alexander, mi niña —me decía poniendo coherencia en una situación que a priori se me presentaba un tanto caótica… “Mi madre y la abuela de Alexander” seguía resonando horas después en mi cabeza cuando recordaba la conversación mantenida con ella en la intimidad de mi hogar, tumbada en la cama y con mi marido acariciando mi barriguita. Me costó, no voy a negarlo, no pude perdonarla de un día para otro, pero en cuestión de poco tiempo noté que empezaba a disfrutar de su compañía. Y cuando Alexander nació se convirtió en una figura imprescindible para nuestro niño. Gracias a David, que le dio cabida en nuestra vida cuando ella se puso en contacto con él, terminé recuperando también a mi madre. Mi vida cada vez era más plena y la felicidad me acompañaba desde el amanecer hasta el anochecer. Por las noches miraba a mi niño y miraba a mi marido. Bendito el día que entré en aquella empresa y me enamoré de mi jefe, aunque durante un tiempo no hiciera más que huir de él… No se podía querer más a un hombre, como es lógico cuando sientes que te lo ha dado todo.