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Autor: Hugo Sanz

Primera edición: Agosto, 2020.


Imágenes: Adobe Stock
Todos los derechos reservados. Bajo las
sanciones establecidas en las leyes, queda
rigurosamente prohibida, sin autorización
escrita de los titulares del copyright, la
reproducción total o parcial de esta obra por
cualquier medio o procedimiento, sea
electrónico, mecánico, por fotocopia, por
grabación u otros, así como la distribución
de ejemplares mediante alquiler o préstamos
públicos.
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
EPÍLOGO
Capítulo 1
Ya llegaba David. Claro, con ese físico que tenía, aquel
portento no podía llamarse más que como el David de Miguel
Ángel. Me tenía loquita y eso que solo llevaba tres meses en la
empresa. A ese paso, de seguir las cosas así, me iban a tener
que internar en un sanatorio mental antes de que llegara el
momento de renovarme el contrato, para lo que todavía
faltaban tres meses más.
Mi nombre es Leticia y, aunque no soy reina, me he pasado
media vida queriendo reinar en el corazón de alguien. Lo malo
es que todo lo que mi padre dice que tengo de lista, lo tenía
también de mal ojo para los hombres; hasta que llegó David,
que era harina de otro costal. O eso creía yo a priori.
El primer día de trabajo no se me pasó por alto que mi jefe
le quitaba el hipo hasta a la estatua de Cleopatra que tenemos
en la entrada. Y no, no es que nos dediquemos a comercializar
reliquias, que tampoco hubiera estado mal, sino que la nuestra
era una multinacional de distribución de productos de
peluquería.
Recuerdo que yo todavía no lo conocía y pensé que sería
un compañero de trabajo, por lo que desde mi puesto de
recepcionista lo traté con cierta familiaridad, pero le debí caer
en gracia, porque no tardó en echarse unas buenas carcajadas
cuando le solté que la estatua aquella me intimidaba y que no
sabía a quién se le había ocurrido la feliz idea de ponerla en
ese lugar.
Claro está que yo no podía saber que había sido a él mismo
y que la había traído del viaje de novios que hizo con su ya
exmujer, Samantha, que era una pija de espanto.
Hasta ahí lo que yo me enteré en un primer momento, lo
que supe después es que ese matrimonio duró menos que un
perro en China, porque la muy condenada por lo visto llevaba
seis meses poniéndole los cuernos a David con su propio
socio, que se llamaba Bartolo, como el famoso Bartolo de la
canción que tenía una flauta con un agujero solo… ya sabéis
por donde voy.
Pues bueno, el asunto es que el tal Bartolo lo único que
tenía de feo era el nombre, pero igual que David estaba para
perderse con él y tirar la llave junto con aquella otra que yace
en el fondo del mar matarile rile rile…
Total, que la tal Samantha se ve que era ambiciosilla y no
tenía suficiente con casarse con uno de aquellos dos
monumentos, sino que al mismo tiempo tenía que beneficiarse
al otro. Después de conocerla, no me extrañaba ni un ápice,
porque cuando llegaba era como si la recepción se congelara,
no había visto una persona más fría y distante en mi vida.
Pocos días después de comenzar a trabajar allí, yo ya
estaba al corriente de hasta el último de los chismes de la
empresa gracias a mi compañera Conchi, que permanecía al
loro de todo. Para mí, suponía un enigma total cómo podía
sacar esta muchacha adelante su trabajo y tener al mismo
tiempo oídos en todas partes.
Conchi era jefa de ventas y la mejor publicidad de la
empresa la llevaba en su pelirroja y rizada cabellera, que
dejaba boquiabiertos a propios y a extraños a su paso.
—A ti te hace falta un buen reparador de puntas —me
comentó el primer día que nos vimos y, cuando la vi venir tan
atenta con uno en la mano minutos después, supe que íbamos a
ser las mejores amigas.
Ella me informó hasta del último detalle de la ruptura de
David y Samantha, que debió ser digna de salir en los
telediarios, y de cómo Bartolo pasó a convertirse de socio y
amigo a socio y enemigo en cuestión de décimas de segundos.
Desde entonces, los tres se habían visto obligados a
trabajar juntos, pues Samantha era una relaciones públicas
inmejorable, las cosas como son, pero de puertas para adentro
aquello era una algarabía que más valía que ampliaran también
al negocio de las pelucas, porque de allí iba a salir un día
alguien calvo, solo les faltaba engancharse por los pelos.
Por si era poco el cuadro que he descrito, de vez en cuando
se dejaba caer por el negocio Magnolia, la madre de David,
que esa sí que exhalaba estilo, vamos que en su día debió salir
de una burbuja de Freixenet y más que cumplir años cumplía
lotes de glamur.
Como no podía ser de otra manera, Magnolia tenía
atravesada a Samantha y yo a veces pensaba que el alfiler que
pendía de su moño era un arma blanca por si la cosa se ponía
fea.
Yo a Magnolia la veía como a mi futura suegra, esa era la
única realidad, por lo que solía hacerle la rosca que era un
gusto. En justa correspondencia, creo que también le gustaba a
ella más que el caviar porque siempre me estaba alabando
delante de su hijo, alardeando de mis muchas virtudes.
¿Y cuáles son esas virtudes? Bueno, pues no me
correspondería a mí decirlas, pero una es muy mona y vistosa,
además de derrochar arte por los cuatro costados (este último
comentario es de mi abuela Matilde). Sea o no cierto que estoy
dotada de cierta gracia, lo que sí señalaría es que soy pura
sensibilidad y que siempre he puesto toda la carne en el asador
a la hora de vivir una historia romántica.
Ya me viene desde pequeñita, cuando me volvía del revés
llorando con cualquier cuento de esos dignos de acabar con un
festín de perdices y necesitaba una sábana para limpiarme las
lágrimas. Con esto quiero decir que a veces puedo parecer
muy loca e impulsiva, pero es que a mí una historia de amor
me puede.
Anda que no me había dado tiempo a pensar cosas hasta
que David se acercó a mí con aquella sonrisa cegadora que
casi me obligaba a ponerme las manos delante los ojos para
protegerme. Pero no, no sería yo quien se la perdiera así
acabara cegata perdida.
—Buenos días, Leticia, estás muy guapa hoy. —Dejó caer
mientras avanzaba hacia su despacho.
Era, sin duda alguna, el mejor momento del día, cuando
me ofrecía aquel saludo mañanero que me llegaba al alma. De
por mí le habría dicho allí mismo que él sí que estaba para
comérselo y que, en todo caso, podíamos sellar una alianza y
comernos mutuamente, pero obvio que eso quedaba para mis
sueños.
Eso sí, mientras yo estuviera en aquel puesto, ya haría
encajes de bolillos para que no se le acercara ninguna
pelandrusca, que había mucha suelta… Y el protagonista de
mis sueños tenía que ser para mí y para nadie más.
El problema residía en que, por mucho que me dijera
guapa y cuarenta tipos de piropos más, yo era invisible a su
vista. O, mejor dicho, era una más, porque Conchi decía que el
varapalo que había sufrido a manos de su ex había hecho que
ahora su hábitat natural fuera el de meterse en líos de faldas, y
debía hacerlo de dos en dos.
Para colmo, nuestra empresa organizaba diferentes eventos
en los que desfilaban modelos con los que se sabía que David
acababa encamado, de forma que muchas veces no necesitaba
ni chasquear los dedos para tener fiesta.
Cuando yo pensaba en cuestiones así y en otras similares,
lo cierto es que se me llevaban los demonios, por lo que
siempre que podía me valía de algún truquillo para que alguna
no cruzara el umbral de la puerta de su despacho.
A sus treinta y cinco añitos, David estaba de lo más
solicitado, pero yo me las tenía que agenciar para dar pasitos
en dirección a su corazón y vive Dios que estaba “in love” con
la vida para hacerlo.
Conchi pasó por la recepción, como cada mañana, para que
fuéramos a tomarnos el cafelito. Bueno, el cafelito me lo
tomaba yo, que ella se traía un bote del té kombucha ese, que
será muy probiótico y yo lo niego, pero que lo probé un día y
me pareció un vomitivo de espanto.
—Cada vez que pienso en lo que te estás metiendo en el
cuerpo, me da repelús —le dije mientras ella daba un sorbo al
que llamaba el “elixir milagroso”.
—Ya, ya, pues muy bueno que es… Tú lo que pasa es que
estás en otra onda, vamos con ganas de meterte en el cuerpo
otra cosita. —Me guiñó el ojo.
—No se puede ser más salvaje —repuse.
—Ni más realista, así que déjate de tonterías y sigue al
acecho. Mañana vas a tener faenica, porque creo que vienen
varias modelos a entrevistarse con él.
—¿No las entrevista Paul? —pregunté con deje quejica.
Paul era otro de los peces gordos de la empresa y el jefe de
estilismo, encargado, entre otras labores, de todo lo
concerniente a las modelos.
—Huy, Paul, dices, ya sabes que está desmelenado con la
boda.
—Es guasita, ¿no? —Paul estaba más calvo que una
bombilla.
—Es una manera de hablar, mujer. Dice que su novio lo
tiene desatado.
—¿Te imaginas si es como el negro del WhatsApp? —le
pregunté, por aquello de que su novio era de origen africano.
—Estás faltita, ¿eh? —Los gestos de Conchi no podían ser
más graciosos.
Claro, como ella estaba estrenando amor con Jaime le era
muy fácil hablar… Pero yo cierto que estaba faltita, aunque no
era llegar y pegar lo que quería con David, bien lo sabía Dios.
Yo con ese prodigio de hombre me veía de la mano de luna de
miel, vaya que tenía unos pajaritos en la cabeza que debían
haber anidado ya, pero no pensaba renunciar a mis sueños.
—Qué fácil es hablar, a ver cómo estarías tú en mi lugar…
—Subiéndome por las paredes, te garantizo que iba a dejar
en pañales a la niña del exorcista, ¿cuánto dijiste que llevabas
sin…?
—Desde que se fue Alonso, hace dos años y prohibido
reírte, que te lío un pollo aquí en medio.
—Te oxidas, como sigas así te oxidas. Y una cosita te voy
a decir, yo de ti me iba buscando la vida, porque en tanto que
te casas con David, te vendría genial ir haciendo las prácticas
con otro.
—Déjate de enredar, yo tengo la vista puesta donde la
tengo puesta, y punto redondo. No soy de esas.
—Qué antigüita me has salido… Capaz de llevar las
bragas de cuello vuelto, pues mira que Mario te haría un favor
en cuanto tú quisieras…
—Y es muy lindo el chaval, no te voy a decir que no, pero
que por ahí no paso. Yo voy a conseguir a David y a no tardar
mucho, luego estaría feo… No podría mirar a Mario a la cara.
—Pues lo podías mirar a otro sitio, porque sea donde sea
no tiene desperdicio… Y mira, hablando del Rey de Roma, ahí
lo tienes. Yo me voy a pedir un vaso de agua…
—Necesitas bajar el té, ¿no? Ya te está asqueando el
Excalibur ese con el que lo preparas…
—¿Qué dices de Excalibur, anormal? Será el Scooby.
—¿Pero el Scooby no era un perro?
—Tú sí que eres un animal de bellota.
—¿Qué te dicen por aquí? —me preguntó Mario que cada
vez estaba más petado.
—Aquí Conchi, que me mira con muy malos ojos. Siempre
me está maltratando. —Me victimicé.
—Pues mira que yo podría tratarte muy bien si tú
quisieras. —Se tiró al vacío sin paracaídas y sin nada.
—¿Esto es una empresa o un sainete? Porque aquí el que
no corre, vuela —solté sin parar de reír.
Qué poco me imaginaba tres meses atrás, con lo bajilla de
moral que había estado, que en aquel trabajo no solo iba a
encontrar un ambiente ideal sino al hombre que me quitaba el
sueño…Pero la vida es una sucesión de sorpresas y yo sentía
que en esa empresa las mejores estaban por llegar…
Capítulo 2
Entré en mi casa y qué duda cabía de que era cuatro de
julio, ¿día de la independencia americana? Pues sí, pero
también de un acontecimiento mucho más especial, como era
el séptimo cumpleaños de mis hermanas, Laura y Alba.
Aquellas micurrias eran mi debilidad, de la misma forma
que yo era la de ellas. Llegaron tan solo dos días después de
que yo cumpliera los dieciocho años, por lo que las tres
éramos unas cánceres amorosas, aunque de armas tomar
también cuando venían al caso.
Recopilando un poco, mi madre nos abandonó a mi padre
y a mí cuando yo tenía diez años y desde entonces no había
dado más señales de vida. Las primeras semanas, pese a que
no hubiese sido la madre más amorosa del mundo, me las pasé
llorando a moco tendido, pero pasadas aquellas me hice fuerte
y me aferré al que hasta ahora me había demostrado que era el
único hombre de mi vida; mi padre.
A sus cincuenta y cinco años, mi padre era un hombre
apuesto donde los hubiera, catedrático de Pediatría y
considerado toda una eminencia en su campo. Conoció a su
actual mujer, Vaitiare, en un viaje que hizo para participar en
un congreso en Hawái.
Vaitiare, que era todo un bombón y solo cinco años mayor
que yo, quedó prendada del galán de mi padre, que se llama
Guillermo. Y digo bien, prendada y no preñada, que eso
vendría tiempo después.
Sí, recuerdo que mi padre volvió de aquel viaje como un
alma en pena, pues también se había colado hasta los huesos
de la jovencísima y exótica Vaitiare. Al principio no soltaba
prenda, hasta que un día escupió y empezó a descargar parte
de la mochila que portaba.
Según me comentó, le daba bastante vergüenza reconocer
que se había enamorado de una mujer poco mayor que yo, por
lo que no tardé en liberarle de ese peso recordándole el
consabido “el amor no tiene edad” y otros dichos similares.
Por muy tópicos que fueran, debieron surtir efecto porque dos
semanas más tarde íbamos los dos rumbo a Hawái, a buscar al
amor de madurez de mi padre, que estaba en plena flor de la
vida.
Inolvidable me resulta la cara de la muchacha cuando
entramos en la consulta en la que trabajaba y mi padre, ni
corto ni perezoso, le pidió matrimonio allí mismo, alianza
incluida.
Solo habían compartido diez días, tiempo suficiente a su
juicio para saber que había encontrado por fin a la persona con
la que deseaba pasar el resto de su vida.
Las lágrimas de emoción de Vaitiare terminaron por
confirmarme que a ella no le movía ningún interés más que el
de compartir la vida con el hombre que también le había
robado el corazón.
Lo similar de nuestras edades hizo que, camino de España,
yo constatara que nos íbamos a convertir en grandes amigas y
así fue. Desde entonces las dos éramos uña y carne y un
tiempo después de la boda ella me confesó sin poder parar de
temblar que estaba embarazada.
Nunca me había planteado tener un hermanito, pero acogí
la noticia con el máximo de los júbilos, que fue por partida
doble cuando nos anunciaron que lo que venía en camino eran
dos criaturas y no una.
Mi padre, que tenía todo el arte del mundo, lo explicaba
diciendo que a ciertas edades es mejor que las estocadas sean
certeras y aprovechadas. Y tanto que lo fueron.
Laura y Alma, que eran como dos gotas de agua, llegaron
para llenar nuestro hogar de felicidad. Yo, que estaba a un tris
de independizarme por aquel entonces, pues pensaba ir a
estudiar la carrera de ADE fuera de mi ciudad, no tardé en
recular para quedarme cerca de las dos pequeñajas que me
habían sorbido el seso.
De paso, creo que desempeñé un papel clave en su crianza,
pues al vivir en casa con ellos permití que la pareja de
tortolitos pudiera gozar también de momentos de merecida
privacidad, mientras yo me quedaba al cargo de las niñas.
No lo hice sola, mi amigo César se tiró también
innumerables horas en la alfombra a jugar con mis niñas.
César es para mí el comodín del público y el mejor amigo que
se pueda tener en el mundo mundial.
Nos conocimos el mismo día que los dos comenzamos el
cole, a los tres añitos, y mi padre siempre me recuerda que
desde el primer momento nos hicimos inseparables. No había
ocasión en la que no saliéramos juntos de clase, a veces
cogidos de la manita.
Pese a lo que ese tipo de gestos pueda dar que pensar,
jamás vi en César a un hombre con el que tener nada más allá
de una amistad y a él le sucedió lo mismo conmigo como
mujer. Eso sí, a mi mejor amigo que no me lo tocaran, que yo
no respondía, vaya. Se podía formar gorda y muy gorda…
Así fueron transcurriendo los años hasta que yo conocí a
Alonso. Por aquel entonces trabajaba en el bar de mi facultad,
que era propiedad de su padre. Alonso era una especie de niño
bien que iba de alternativo por la vida y al que su progenitor
había puesto a trabajar una temporada después de comprobar
que, de alternativo, estaba comenzando a pasar a nini.
Claro que él no lo pintaba así, sino más bien como que el
trabajo dignifica y era de lo más importante ganarse el propio
pan con el sudor de la frente de uno. Dicho así, parecía tener
hasta toda la razón del mundo, de no ser porque aquello para él
no era más que un jueguecito y, lo que ganaba trabajando allí,
no era más que calderilla al lado de lo mucho que después
demandaba a su padre.
Tonta de mí, me dejé deslumbrar por su labia, que dicho
sea de paso no encajaba nada mal dentro de su deportivo y
comenzamos uno años de relación en los que él me dio más
coba que a un chino. Loca como estaba por sus huesos, no hice
caso de las muchas advertencias de César sobre que Alonso
era un pieza de cuidado y que le daba a diversos palos, entre
los que no faltaban el juego y un polvillo blanquecino que
alguna vez le vi asomar de la nariz…
—Todavía me dirás que se ha comido una torta de Inés
Rosales —me dijo César en relación con las célebres tortas de
polvorón cuando le hablé de mis sospechas.
—No, no soy tan tonta, pero seguro que ha sido algo
puntual. ¿Tú nunca has sacado los pies del tiesto? —le
pregunté.
—Pues mira que no —me respondió un tanto airado.
—Claro, César el perfecto, todos los demás son unos
desastres a tu lado. —Por aquel entonces ya había comenzado
también su carrera de Medicina.
—No, si la culpa al final va a ser mía por no drogarme —
argumentó a su favor y terminamos riéndonos.
Por mucho que ahonde en mi memoria, creo que nunca he
estado enfadada con César más allá de diez segundos. Para mí
es una piedra angular en mi vida, que no puedo imaginar de
ninguna de las formas sin él.
La cuestión es que el día del cumple de las peques, Vaitiare
llevaba un mes en su tierra, pues su madre había contraído una
enfermedad y eso provocó que ella tuviera que volar a su lado,
como era lógico. Ahora le faltaban un par de semanas para
volver, pero se iba a perder la celebración de sus niñas.
Durante su ausencia, yo me había comprometido con mi
padre a hacerme un poco cargo de ellas, pues él estaba hasta la
bandera de trabajo y a mí me parecía que era lo menos que
podía hacer.
De hecho, fuimos César y yo quienes nos habíamos
encargado de toda la preparación de la fiesta de cumpleaños,
que incluía un enorme castillo hinchable con sus cañones y
todos.
—Miedo me da ver el castillito de marras, te lo juro,
vellitos de punta —me decía César.
—No seas exagerado, para una vez que Laura mató un
gato, no la vas a llamar mata gatos toda la vida.
—¿Una vez dices? Mira ese me lo podría tragar de Alba,
que es la mar de buenecita, pero a Laura la carga el diablo —
bromeó.
—¡¡Eh!! Ni una palabra más de mi hermanita, que tengo
un arma blanca en la mano —le amenacé con un cuchillo de
plástico.
—Blanca sí que es, pero en cuanto a lo de arma, no sé yo
que decirte. Y que sepas que Laurita me pudo reventar el bazo
del cabezazo que me dio en su cumple pasado cuando salió
disparada desde el castillo.
—Sí, hombre y los higadillos te pudo sacar también mi
niña, ¿no te fastidia?
—¿Qué decís de mi Laurita? —Esa voz… ¡no podía ser!
—¡¡Vanesa!! —chillé tirándome a sus brazos cuando vi
venir también a mi mejor amiga, que estaba de gira con su
compañía de danza y por lo visto había vuelto antes de lo
previsto.
A Vanesa, a diferencia de a César, la conocí ya en el
instituto y pronto se convirtió también en esa cara femenina a
la que contarle todas mis penas y alegrías.
Ella estuvo con César desde el primer momento en que
Alonso no me quería más que para pasar el rato y yo solía
decirles que qué diantres sabrían ellos al respecto, que ni
mucho menos era eso.
Pero en estos casos, por encima de lo que una piense,
prima la realidad y se terminó viendo que los dos tenían más
razón que un santo pues, después de unos años en los que me
manejó a su antojo, Alonso se terminó quitando de en medio
de mala manera. No lo hizo por las buenas, sino más bien un
poco obligado por los acontecimientos.
Resultó que una noche que salió con los balas perdidas de
sus amigos, que por algo dicen aquello de que “Dios los cría y
ellos se juntan”, mi novio se metió en una pelea a
consecuencia de la cual un chico resultó herido. La influencia
de su padre hizo que en dos días saliera de España rumbo a
algún país sin tratado de extradición cuyo nombre no tuve
derecho ni a saber.
Para entonces, tampoco vamos a engañarnos, yo ya había
visto ciertas cosas que no me cuadraban, pero jamás pensé que
todo pudiera llegar tan lejos. Y eso que César y Vanesa no
paraban de repetirme que Alonso solo me estaba utilizando y
que me había escogido como víctima por ser una buenaza,
pero yo les solía responder que eran muy cansinos.
Muy cansinos serían, pero no se equivocaron ni un ápice.
El día que Alonso tomó el vuelo que lo llevaría lejos de mí fue
el último que tuve noticia de él. Desde entonces me había
dejado bien clarito lo que yo había sido en su vida; un cero a la
izquierda… Y además un cero a la izquierda que se sentía de
lo más usado. Eso pude vomitarlo meses después gracias a mi
terapeuta, Fidel, que era un amor y que me había ayudado
mucho con la tormenta mental que Alonso desató en mi pobre
cabecita.
—Tío César, tío César…—Laura, que sentía pasión por él,
venía a buscarlo.
—¿Dónde está la princesita más bonita y traviesa del
mundo? —La cogió él en brazos.
—Yo no soy traviesa, lo que pasa es que tú eres un poco
quejica —le indicó ella que sabía más que Briján.
—¿Eso es lo que te dice tu hermana? —La puso en el
suelo y comenzó a perseguirla como si él fuera un oso.
Mientras lo hacía, tropezaron con Alba y la pobre, que a
menudo pagaba los platos rotos de lo inquieta que era Laura,
terminó con la nariz metida en la tierra del jardín, por lo que
tuvimos que darle a fondo al saca mocos para limpiársela por
dentro, bajo la experta mirada de mi padre.
Con la ayuda de Dafne, la mujer de servicio que habíamos
tenido en casa desde mi infancia y a la que yo quería con
locura, sacamos adelante un cumpleaños no exento de
polémica, pues Laura terminó a tartazo limpio con un niño que
se había mofado de Alba por lo de su caída.
Al final el niño acabó como un payaso y llorando más que
Jeremías, César con la mano en la frente como diciendo que
no podía ser y Vanesa haciendo una coreo con los peques para
amansar a las fieras…
Capítulo 3
Ya hacía diez minutos que David estaba en su despacho y
yo continuaba suspirando.
Tenía guasa la cosa porque yo no me había vuelto a
enamorar a enamorar de nadie desde que Alonso cogió las de
Villadiego y no podía ser otro que mi jefe, pero lo tenía que
conseguir sí o sí.
—Espera que saco una cosa que hace tiempo que tengo
ganas de probarte —me indicó la petarda de Conchi y
comprendí que teníamos guasita para rato.
—Ni se te ocurra ponerme eso, vamos es que ni se te
ocurra.
—Solo un momentito, para una foto —insistió ella y le dije
que ni en broma, ni muerta vaya.
No sé cómo se las apañó, pero me terminó poniendo aquel
babero y echando mano de su cámara de fotos, sacándome una
mientras yo trataba de resistirme con los brazos por delante.
—Venga tonti, que te traigo noticias frescas —dijo
sonriendo mientras consultaba su móvil y me guiñaba el ojo en
señal de que había conseguido la ansiada foto.
—Suéltalas antes de que me dé el arranque de mala leche,
vamos…
—Entre las modelos que vienen hoy está Ivette.
—¿Y quién se supone que es Ivette? Si puede saberse.
—Es una eslovaca que ha debido tener sus escarceos
amorosos con David y de quien dicen que está que no caga
con él, pues no para de buscarlo.
—Pues estamos apañadas, analicemos la situación, ¿cómo
es?
—Guapa a rabiar y con un melenón de esos rubios de
película, los ojos celestes y rostro angelical.
—¿Rostro angelical? Bonito me lo pones.
—Sí, pero no es que sea precisamente cálida, dicen de ella
que es más fría que…
—¡Samantha!
—Por ahí, por ahí, sí, más o menos un calco de Samantha.
—No, que digo que te calles, que Samantha viene por ahí
—murmuré.
—Buenos días, Samantha —le soltó ella un tanto
coloradilla.
—¿Vosotras no tenéis nada más que hacer que estar aquí
cuchicheando? —nos preguntó con esa cara tan suya de estar
oliendo mierda.
Samantha era una de esas personas que no empatizaban
con los demás y que odiaba atisbar una mijita de alegría en el
ambiente. Cuando eso ocurría, ella le daba al botón de
“abortar” y se acababa el cachondeo.
—Conchi ha venido a traerme… —traté de defendernos.
—Un chisme, eso es lo que ha venido a traerte y ahora las
dos a trabajar si no queréis que os pongamos de patitas en la
calle, holgazanas —concluyó y, muy digna, se fue
contoneando sus orondas caderas, mientras hacía equilibrios
sobre aquellos andamios que llevaba por tacones.
—No sé qué tiene más, si estilo vistiendo o mala leche —
me comentó Conchi cuando la ex de David estuvo lo
suficientemente lejos para no escucharnos.
—Mala leche, claramente —le indiqué con total certeza.
—¿Sabes que corre por ahí el rumor de que le ofreció a
David quedarse con los dos cuando él la pilló con Bartolo?
—Para todo hay que tener morro en la vida y a ella se ve
que le sobra, andando yo iba a querer compartir a David.
—Claro que no, tú lo ibas a saborear enterito para ti como
si fuera un pirulí, ¿no?
—No me seas guarrilla, anda, que yo en el fondo soy todo
corazón…
—Sí, pero muy en el fondo, primero dejabas que él te
empotrara y luego ya si eso sacabas las cuestiones del corazón.
—Pues como tú con Jaime, ¿o es que vosotros hacéis
calceta cuando estáis juntos?
—Crochet, yo soy más de crochet, bonita…
—Tú eres más de que como vuelva Samantha por aquí te
va a poner en la puerta de la calle y a mí de paso, así que largo.
—Así se trata a una amiga, cría cuervos… Y encima a una
amiga que te ha proporcionado información privilegiada. —
Me sacó la lengua y se fue.
Un rato después estaba yo totalmente sobrepasada por la
cantidad de veces que había sonado el teléfono esa mañana
cuando vi venir a una melena rubia pegada a una mujer, que
debía ser Ivette.
—Hola, buenas, ¿podría hablar con David? Me está
esperando.
—¿Por casualidad eres Ivette?
—La misma —me dijo en aquel tono nórdico
imperturbable.
—Pues lo siento, bonita, vas a tener que volver otro día,
porque resulta que David no ha venido hoy.
—¿Estás segura? Mira que me dijo que era importante que
viniera a verle.
—¿Te digo un secreto? —Me acerqué a su oído con ganas
de disuadirla de visitas.
—Vale.
—Entre mujeres tenemos que ayudarnos, ¿no? Eso de que
es importante, no hagas ni caso, se lo dice a todas.
—¿Una especie de ritual?
—Sí, sí, de ritual de apareamiento diría yo…
—Vaya, vaya…
—Sí, sí, yo cuando me encuentro uno de estos suelo decir
eso de “parecía tonto cuando lo compramos” pero ¿sabes lo
que dice mi abuela Matilde?
—¿Tu abuela? —Me miró con cara de importarle un bledo
lo que dijera la buena de mi abuela, pero yo no perdí
oportunidad de soltárselo.
—Pues mi abuela dice que de ningún tonto se ha escrito
nada, así que David tan tonto no será. Tú hazme caso que yo
sé bien lo que se cuece en esta oficina y aquí hay un tomate
que huele en toda la calle.

—Vale, vale, pues dile cuando lo veas que ya vendré otro


día, que no quiero cortarle el rollo si está ocupado.
—Mujer tampoco te lo tomes como algo personal, que no
es así. Es simplemente que él pasa tres kilos de todas, te lo
digo yo…
—¿Sí? Pues no sabía yo eso, fíjate…
—Sorpresas que te da la vida…
Una hora después salió David de su despacho con aquella
maravillosa sonrisa en la boca.
—Oye, guapa, ¿ha venido una modelo llamada Ivette por
aquí?
—Huy —resoplé—, a ver Ivette, Ivette… Me parece que
no. Es que vaya agobio, entre el teléfono que no para de sonar
y que por aquí ha pasado esta mañana más gente que en la
guerra, esto es el lío del Monte Pío.
—Pues es raro, porque mira que le dije a esta chica que era
importante que viniera. —Se rascó la cabeza graciosamente en
señal de no entender lo que había pasado.
—¿Sabes lo que ocurre? Que hay mucha modelo
endiosada y seguro que además en todos lados les dicen cosas
similares, y al final son unas engreídas. Yo creo que es mejor
tener a alguien sencillo a tu lado, ¿no te parece?
—Así se habla —repuso Magnolia, que acababa de entrar
por las puertas.
—¿A que sí, Magnolia? Al final qué es lo que prima en la
vida, ¿el afecto o la melenaza?
—El afecto, el afecto, bonita. El problema es que aquí mi
hijo no ha tenido nunca demasiado buen ojo para las mujeres,
lo mismo es que necesita gafas.
—Magnolia, te he escuchado —le espetó Samantha que
salía en ese momento hacia la recepción del brazo de Bartolo.
—Bueno, pero no he dicho nada que tú ya no supieras,
¿no? —le preguntó ella con toda la parsimonia del mundo.
—Mira, porque tengo estilo y no voy a formar aquí un
numerito, y menos delante de los empleados, que si no te ibas
a enterar.
—Si lo de los empleados va por mí no te cortes…—Se me
escapó, no pude evitarlo y Magnolia me lanzó una sonrisita
picarona mientras que David me miraba con cierto asombro.
—Tú cállate, muerta de hambre, que a ti nadie te ha dado
vela en este entierro, estas son cosas de familia…
—¿De familia, dices? —le preguntó Magnolia—, porque
que yo sepa a nosotras ya la única familiaridad que nos une es
la de poderte mandar a freír espárragos con toda tranquilidad.
—Porque peinas canas, que si no ya podría yo decirte
dónde te mandaría a ti —le contestó ella con la cara de lo más
colorada.
—Haya paz¬ —se notaba que David no quería entrar al
trapo—, vamos a ir transitando, ¿no os ibais? —Se dirigió a la
parejita.
—Sí, que esta empresa apesta cada vez, apesta a
chamusquina. —En ese momento Samantha nos miró a
Magnolia y a mí.
—Huy, pues yo voy perfumada de Chanel, guapa, y esta
niña huele siempre que da gloria, debe llevar una esencia de
Kenzo, ¿no? —Magnolia me miró y sonreí.
—Sí, la de Flowers.
—Muy graciosas las dos y ahora si nos permitís, Bartolo y
yo tenemos que salir.
—A hacer gestiones de trabajo, supongo —intervino
nuevamente Magnolia.
—A hacer lo que nos dé la real gana, exsuegra, pero si
tienes tanto interés en saberlo, te informo que Bartolo y yo
estamos decorando nuestro nidito de amor, ¿tú sabes lo que es
la decoración y el buen gusto?
—Lo sabía mucho antes de que tú nacieras, niñata, ¿y tú?
¿Sabes tú lo que es la educación?
David resopló y no era para menos. Yo había presenciado
ya varias batallas campales de esas desde que estaba la oficina.
La cuestión era que cada vez me animaba más a participar, con
la connivencia de Magnolia, a la que tenía como una gran
aliada.
Samantha y Bartolo salieron mientras David volvía a su
despacho, momento que Magnolia aprovechó para invitarme a
un cafelito.
Aquella mujer era el vivo ejemplo de la fortaleza y de
cómo afrontar la vida teniendo siempre la palabra exacta en la
boca, sin pasarse y sin quedarse corta.
—Ahí donde la ves, Samantha es una palurda envuelta en
marcas —me explicó cuando estuvimos sentadas.
—¿Una palurda? ¿Me lo dices en serio?
—Sí, cariño, podrá intentar envolverse en glamur, pero
siempre florece lo que cada cual llevamos dentro. Y ella
siempre ha sido una trepa, buena relaciones públicas, pero una
trepa. Y la avaricia rompe el saco.
—¿David estuvo muy enamorado de ella? —le pregunté
aprovechando la coyuntura.
—David estuvo muy engañado por ella y mira que se lo
advertí, pero ya se sabe…
—Nadie escarmienta en cabeza ajena, ¿no? Ya me lo decía
mi padre también de mi novio Alonso, el que te conté, y yo no
hice caso.
No era el primer café que me tomaba con Magnolia y ya la
había puesto yo un poco al día de mi vida en otras ocasiones.
—Habéis pecado los dos de ingenuos, pero eso tiene una
fácil solución…—Sonrió con aquella seguridad tan suya.
—Pero si tu hijo no me mira, esa es la verdad…
—No es esa la clave, mi niña, la clave está en si te miras
tú, no en si te mira él…
—Ay, Magnolia, por favor ve al grano, que es muy
temprano para acertijos.
—Cariño, eres tú quien te haces transparente para los
demás, tienes un potencial increíble. ¿Crees que no sé que
espantas a muchas cuando van a ver a David? Más de una
cosilla ha llegado ya a mis oídos…
—Bueno, alguna travesurilla de esas si he hecho, lo mismo
la última esta misma mañana. —Sonreí pensando que
Magnolia parecía tener ojos y oídos en todos lados y que ya
nuevamente me había pillado con el carrito de los helados.
—Si a mí me parece muy bien, hija, pero échale esa misma
gracia a tu actitud cuando estás frente a David y… me sabe
mal decírtelo, pero cuando estás frente al espejo también.
—¿Cómo frente al espejo?
—Sácate un poco o un mucho de partido mujer. Coge a tu
mejor amiga y vete de compras. Experimenta colores, estilos y
texturas. Siéntete guapa, mímate, ve a esta peluquería, que es
de nuestra familia y una de las mejores de la ciudad —me pasó
el contacto en ese momento—, hazte un cambio en el pelo…
—Me estoy estresando, Magnolia…
—Pues déjate de estreses y ponte manos a la obra, que es
lo que tienes que hacer…
Capítulo 4
También era mala pata. Con el hambre que tenía y el coche
que no arrancaba. Demasiado me estaba durando el pobre mío.
Ya sabía lo que haría, llamaría a César, a ver si había suerte y
estaba saliendo de su turno en el hospital.
—¿No te arranca? —Escuché tras de mí y me sentí un
tanto cortada cuando vi que era David quien me hablaba.
Desde que estaba en la empresa no había hablado
demasiado con él, esa era la realidad. Lo había hecho mucho
más en sueños, pero cara a cara poco que contar, aparte de un
par de coincidencias en cafetería que dieron lugar a dos cafés
cortos en los que apenas intercambiamos un par de
impresiones.
—Parece que mi pequeño Fiat Punto está llegando al final
de su vida, he estirado bastante el chicle con él, pero todo tiene
un principio y un final.
—Como la vida misma bonita, no te preocupes que todo
tiene solución. Mientras, ¿quieres que te lleve?
Madre del amor hermoso, si me llegan a decir por la
mañana que David me iba a hacer ese ofrecimiento hubiera
dado botes de alegría, pero el caso es que debía llamar a la
grúa para que lo retiraran de allí.
—Me encantaría, eres muy amable, pero creo que no me
puedo mover de aquí hasta que no tenga la papeleta
solucionada.
—¿Qué papeleta? ¿Puedo ayudar en algo? Ya venía
Conchi al acecho, aunque lo cierto es que tenía toda la pinta de
querer fisgonear a placer.
—No, amiga, no te preocupes, gracias. Solo es que no
arranca…
—Puedo llevarte, voy en tu misma dirección.
—Ya se lo estoy ofreciendo yo, pero parece que es un poco
dura de mollera —le comentó David y ella me dirigió una
sonrisita victoriosa, como si lo que estuviéramos teniendo allí,
en pleno parking, fuera una cita romántica.
—No es eso —murmuré.
—Comer si podrás, ¿no? ¿O eso lo tienes prohibido
también mientras no tengas solucionada la papeleta, como tú
dices?
—Mira, hambre tengo más que Carpanta, lástima que
Dafne nos había preparado un guiso de carrillada exquisito.
—No te vayas, ¿eh? Hago unas gestiones en mi despacho y
ahora salgo a ayudarte.
“Ahora salgo a ayudarte”. No solo era guapo y simpático,
sino servicial y apañado. Qué a gustito me estaba sintiendo
con David tan cerca, era una sensación que no había
experimentado hasta el momento.
Llamé y me dijeron que esperara sentada un ratito que, con
eso del éxodo de la gente hacia las playas, había un tránsito
bastante mayor del habitual y que todas las grúas estaban
ocupadas.
Le mandé un mensaje a Dafne para que fuera almorzando
ella con las niñas y me tranquilizó escucharle que mi padre
había vuelto antes de lo habitual y que ya estaba en casa con
ellas.
—¿Estás nerviosa por lo del coche? —me preguntó David
y me sorprendí a mí misma con más nervios que una monja
con atraso.
—Sí, supongo que será que me altera un poco —le dije
mientras trataba de que mis Converse blancas no siguieran
levantándose solas del suelo.
Lo vi irse hacia su despacho y me prometí a mí misma que
cuando saliera tendría que comportarme con mayor
naturalidad, parecía una chiquilla y eso me podría hacer perder
puntos.
Yo no sabía lo que quería… o mejor dicho lo sabía muy
bien, pero a veces dudaba en cómo conseguirlo. Igual que le
echaba genio en la recepción y hacía toda clase de trapalerías
para espantarle las féminas a David, me ponía a temblar y toda
mi valentía se iba al traste cuando lo tenía en las distancias
cortas.
Llamé por teléfono a César cuando perdí de vista a mi jefe.
—Cariño, estoy a solas con David y me muero de miedo,
te necesito como médico, como hombre y como todo, ¿Qué
tengo que hacer? ¿Me tomo algo?
—Pero ¿te refieres a solas de “al lío”? Pues sí que has
adelantado casillas en unas horas. Enhorabuena, chiquituja.
—No, mentecato, me refiero a en el parking de la empresa.
—Pues sí que es un escenario romántico, ¿y qué pasa?
—Que me tiembla todo cuando estoy con él y me pongo
muy nerviosa, eso es lo que pasa, ¿cómo lo ves?
—Lo que veo es que no confías en ti y eso me da coraje.
¿Qué se te pasa por la cabeza cuando lo tienes cerca?
—Alonso, eso es lo que se me pasa.
—Pues vaya cuadro, ¿es que ahora te van los tríos? Eso es
nuevo…
—Qué tríos ni qué niño muerto, se me viene a la cabeza la
traición de Alonso y entonces es cuando pillo el baño a lo
justo, ¿me explico?
—A la perfección. Entonces tienes dos caminos;
antidiarreicos y desencarajotantes, los dos muy válidos.
¿Cuándo vas a permitirte empezar a vivir de nuevo?
—Si yo vivo, ¿o es que no se nota?
—Más bien poco. En los últimos dos años has sobrevivido
más que vivido y eso me preocupa.
—Cállate, que ya vuelve.
—Muy bonito, y entonces, ¿para qué me llamas?
—Para que te calles ya, pesado. —Le colgué el teléfono y
sonreí a David.
—Todo arreglado, ya puede la señorita pasar a mi
despacho.
—¿A tu despacho? —le pregunté con inquietud.
¡Por Dios bendito! ¿De qué iba aquello? ¿Me iba a cobrar
la compañía en especia? Que por mí cerraba los ojos y tiraba
hacia adelante, o mejor dicho todavía, los dejaba abiertos y
veía la inmensidad de los suyos, en cuyos iris me gustaba
deleitarme… Bueno, en sueños, porque cara a cara no me
sentía capaz de mantenerle la mirada.
—Sí, mujer, a mi despacho. Pero tranquila que no muerdo,
es solo porque me he permitido pedir algo de almuerzo para
ambos en tanto no llega la grúa. Espero que no te moleste.
—¿Molestarme? No, claro que no… ¿por qué había de
molestarme?
Ahora quizás fuera el momento en el que él me preguntara
si yo tenía pareja o algo parecido, pero enseguida caí en la
cuenta de que Magnolia no habría perdido la oportunidad de
hablarle de mi soltería.
Ella, que había enviudado hacía unos años y que se
manifestaba incapaz de rehacer su vida sentimental, parecía
encantada con la idea de que su hijo encontrara en mí a la
mujer de su vida. Claro, de sobra sabría que yo lo cuidaría y lo
mimaría, no como Samantha, que lo había golpeado vilmente.
A mis veinticinco añitos, yo también sabía el plato de poco
gusto que suponía sufrir por amor. Todavía recordaba a
menudo con angustia aquellos primeros meses en los que, sin
noticias de Alonso, pensé que se lo hubiera tragado la tierra.
Debió cambiar de móvil y ni un movimiento más en sus
redes sociales desde su partida. Todo un misterio por resolver
que con el tiempo se me fue encallando en el corazón,
haciéndolo más duro.
Entré en el despacho de David y por primera vez me fijé
en los detalles. Mi padre siempre decía que es vital observar
cómo viven y se comportan quienes te rodean, si quieres
conocerlos a fondo.
Me encantó comprobar que había varios guiños familiares
en aquella estancia, como un collage de fotos en las que
aparecía él de niño en compañía de su difunto padre.
A su lado, varios marcos en los que aparecía al lado de
Magnolia en diversos momentos importantes de su vida, como
el día de su graduación en la universidad.
Del mueble situado frente a su mesa de trabajo pendían
también otras instantáneas que recogían alegres momentos de
su vida con sus amigos. Entre ellos llamaron mi atención dos
huecos que no habían sido todavía reemplazados y que debían
corresponder a fotos de Bartolo y Samantha.
De repente me sentí más cercana todavía a él, pensando
que lo de aquellos dos debía haberle dolido tanto como a mí lo
de Alonso, pero por partida doble, que para eso a él se la
habían hecho su pareja y su amigo.
—Veo que eres muy observadora —me dijo rompiendo el
hielo.
—Bueno, es que me encanta la fotografía. —Salí un poco
por donde pude, aunque no había dicho nada que no se
correspondiera con la realidad.
La afición por la fotografía me venía de mi madre y
constituía uno de los mejores recuerdos de mi infancia junto a
ella. Con el tiempo, si no a perdonarla, había aprendido a vivir
pacíficamente con su recuerdo, y eso era bastante, pues en otra
época me atormentaban lo suficiente como para que de
calmado su recuerdo tuviera poco.
—¿En serio? También me encanta la fotografía. Suelo salir
a menudo con la cámara a captar el mundo un poco desde mi
prisma, si eres aficionada seguro que sabes a lo que me refiero.
—Perfectamente, creo que se puede plasmar un poco el
alma en cada fotografía, ¿no crees?
—Por supuesto que lo creo. No te creía tan profunda…
—¿No? Entonces, ¿cómo me veías? Yo no soy una frívola,
no soy una Sa…
Me quedé parada justo al borde del abismo, hubiera sido
de muy mal gusto compararme con su ex y encima para salir
yo victoriosa. Pero no hizo falta…
—No eres una Samantha, puedes decirlo con total
tranquilidad, lo tengo muy superado.
Yo creía en sus palabras, sentía que la decepción que
ambos habían provocado en su corazón era de tal calibre que a
él ya no le dolía. Sin embargo, en lo que no creía era en que
aquel palo que ambos (novia y mejor amigo) le habían
asestado a dos manos, no hubiera dejado cicatrices. A mí me
lo había dado uno solo y me había dejado sin sentido, cuanto y
más…
Miré a David a los ojos y constaté que en ellos ya no
parecía haber sufrimiento, pero tampoco serenidad. Magnolia
me había contado que su reacción a los cuernos de los aludidos
había sido la de acostarse con todo lo que se meneaba y ese no
era un signo precisamente de sosiego.
Llamaron a la puerta y pensé que serían los de la grúa.
Todavía no tenía muy claro lo que estábamos haciendo en el
despacho de David, aunque puede que simplemente se tratara
de resguardarnos de los rigores del sol de justicia que lucía en
el parking.
—Ahora mismo vengo, no te vayas, por favor —me
comentó en tono pausado.
—No sé por dónde podría salir para que no me vieras,
como no saltara por la ventana…
—Déjate de sustos, tengo una idea mejor.
Volvió en dos minutos seguido del chico del catering. Bajo
aquellas dos plateadas bandejas había un par de platos de
exquisita carrillada acompañada de verduras que olía que
alimentaba.
—Por el amor de Dios, qué pinta tiene esto —solté sin
pensarlo demasiado.
—Te he escuchado que te quedabas con las ganas de ella y
eso no lleva a nada bueno.
—Ya veo, ya veo… Un millón de gracias.
—Me he permitido también pedir un surtido de quesos de
entrantes y uno profiteroles para el postre, no sé si te gustarán.
—¿Los profiteroles? No, me dan un asco… Pero ¿conoces
a alguien en el mundo a quién no le gusten los profiteroles?
Muchas gracias, no tenías por qué hacer todo esto.
—Es un placer, bonita. Toma asiento, te voy sirviendo.
Lo hizo de una forma tan atenta que, como si estuviese en
una peli romántica de esas de Antena 3 que tanto me gustaban,
me sentí la protagonista de un almuerzo en el que no faltaron
las risas, el vino y un montón de anécdotas con las que regar
aquellas exquisiteces.
Justo acabábamos de comer cuando llegó la grúa. El
conductor le echó un vistazo al coche y su cara no presagiaba
nada bueno.
—Me da a mí que se va a tener usted que comprar un
coche nuevo porque con este le va a pasar ya eso de que le va
a costar más el collar que el perro, no sé si explico.
—Como un libro abierto, que me tengo que echar una letra
me guste o no me guste.
—Así es, como todo hijo de vecino, pero créame que le va
a convenir más. Al final los coches viejos se convierten en un
sacadero de dinero.
—Pues si usted lo dice con tal convicción, casi que lo
preparo para darle la baja, me va a salir más a cuenta.
—Pues hablo con mi compañero ahora cuando llegue y
que le prepare los papeles. ¿Quiere usted que la acerque a
alguna parte?
Estaba a punto de decirle que sí cuando David intervino
para decir que de ninguna manera, que me acercaba él.
—Ya lo ha oído, se lo agradezco mucho de todos modos —
le comenté.
—Normal, chaval, yo también acercaría a una moza tan
guapa como esta —le dijo el hombre a David con una sonrisa
en la cara a la que él correspondió.
Yo debí mostrar en mis mejillas un amplio colorido antes
de darle el último adiós al cochecito de segunda mano que me
había acompañado durante todos los años de mi primera
juventud.
—Ya le tocaba la jubilación. Yo a ti te veo con un Mini,
con un New Beatle o con un coche así parecido, fíjate —me
comentó.
—Pues mira que sí me gustan los que has dicho, qué
casualidad…
—Nada de casualidad, psicología pura. —Hizo un gestito
como de auto reconocimiento que sacó mi risa.
Por lo poquito que lo iba conociendo, David tenía un
potente sentido del humor y bastante autoestima, dos cosas
que me encantaban en un hombre. Claro que, ¿había algo que
no me gustara en él? Sí, claro, su faceta de mujeriego, esa
hacía que me llevaran los demonios.
Es más, César era testigo de que ciertas noches de sábado,
entre bromas, yo demostrara mi manifiesta disconformidad
con el hecho de que David estuviera persiguiendo faldas por
ahí. Solía ser cuando me tomaba una copita, que él decía que
me ponía de lo más graciosa y hasta un poco caprichosa.
—Es que a mí me gusta mucho —le decía utilizándolo de
paño de lágrimas y él con más paciencia que el santo Jobs
solía tragarse la retahíla entera, que incluía por qué tenía yo
tanta mala suerte con los hombres cuando mi amor por repartir
era prácticamente infinito.
—Pues si el universo quiere que sea para ti lo será, no te
quepa duda de que lo será —me contestaba él en aquellas
ocasiones.
—¿Y qué tiene que ver el universo con esto? Soy yo la que
tiene que dar pasos.
—¿Y a qué estás esperando entonces? —me preguntaba
con los ojillos también entornados por el alcohol.
—A reunir valor, anormal, ¿a qué voy a estar esperando?
Lo habitual en aquellas ocasiones era que él me pusiera el
brazo por encima en señal de protección y que yo le dijera que
nanai de la China, que así no íbamos a ligar ninguno de los
dos.
César tampoco es que hubiera tenido demasiada suerte en
el amor. A los veinte se enamoró de Olimpia, otra pija elitista
que le salió rana, como Alonso a mí y, en el fondo, yo creía
que eso le había marcado, porque después no había levantado
cabeza en los asuntos del corazón.
Mi amigo era también de lo más sentido, igual que yo,
pero ya me estoy desviando tela del asunto, pues toca contar
que David me iba a llevar a casa en coche.
—Dime dónde vives y estamos allí en un periquete —me
comentó tan pronto se puso el cinturón.
“¿En un periquete?” Por mí que no corriera nada, que yo
estaba encantada siendo su copiloto.
Le indiqué el lugar y me explicó que casualmente él se
había criado en una zona residencial muy cercana a la mía.
Con el tiempo se había mudado a una todavía más próspera, en
la que en ese momento acababa de estrenar casa, relativamente
cercana a la de Magnolia.
Entre ellos existía un vínculo especial, según él me contó,
lo mismo que me sucedía a mí con mi padre.
Me preguntó por mis gustos musicales después de verme
tararear cada una de las canciones de Bryan Adams que
sonaron y vimos que coincidíamos en ellos.
—¿Te tira lo anglosajón? —me preguntó.
—Mucho, Londres es mi refugio, donde se me quitan todas
las penas.
—¡Venga ya! Tú lo que eres es una copiona. Esa teoría es
mía.
—De eso nada, la patenté yo…
—Seguro que yo, que soy mayor que tú.
—Jolines, lo has dicho como si fueras Matusalén…
—No, claro, no es eso… —Rio abiertamente y el sonido
de su risa retumbó en todo el habitáculo.
Me dejó en la puerta de casa y las gemelas salieron a
recibirme.
—Pero bueno, ¿y estos dos calcos bonitos? —me preguntó
él.
—Son Laura y Alba y no son exactamente dos calcos, una
es bastante más movida que la otra. —En ese momento fui yo
quien reí.
—Déjame acertar, la movida es… —señaló a Alba.
—Frío, frío…
A las peques les fascinaba ser el centro de atención.
—¿Cómo te llamas? ¿Quieres bañarte con nosotras en la
piscina?
—Os lo agradezco mucho, pero tendrá que ser otro día.
Hoy no traigo bañador. Y me llamo David.
—Anda, como David el gnomo, papá nos pone esos
dibujitos, son muy antiguos…
David se carcajeó y yo pensé que de gnomo tenía bien
poco, porque su 1,85 no había quien se lo quitara.
Nos despedimos y entré al jardín con una mocosilla de
cada mano. Ni a soñar que me hubiera echado habría
sospechado que iba a comer ese día a solas con él y que me
llevaría a casa.
Dafne notó mi risita y me preguntó al respecto. Ella sabía
lo que sentía por David y hasta había cotilleado un poco a
través de la verja.
—Hija, mía, si parece un actor de esos de Hollywood. Qué
bien te sienta —me dijo al verme.
—¿A que es guapo, Dafne?
—Guapísimo, pero tú más mi niña, y si te pusieras un
poquito de maquillaje que diera color a esas mejillas, ya ni te
cuento…
Capítulo 5
La tarde no pintaba nada mal. Venían César y Vanesa y esa
era diversión asegurada.
—¿Te comió el coco o viste que no pasa nada por dejarte
llevar un poco? —me preguntó César en referencia a mi
encuentro con David.
—Lo que esta hubiera querido que le comiera es otra cosa
—le contestó Vanesa al hilo de lo que él dijo, aprovechando
que las niñas estaban metidas en la piscina y mi padre en el
interior de la casa.
—Y dale Perico al torno, otra como Conchi, no sois
pesaditas las dos…
—Sí, sí, pesaditas, no me digas que tú lo quieres de amor
platónico, no te fastidia, debes estar con unas ganas increíbles
de…
—Schhhh, calla animal que ya salen las enanas.
Las niñas vinieron hacia nosotros. Estaban monísimas con
sus bañadores marineros idénticos, sus melenas onduladas al
viento y sus resultonas pequitas enmarcando aquellos ojos
celestes que me recordaron a los de Ivette y me dio la risa.
—Al saber de qué se estará riendo la energúmena esta —
dijo César enarcando una ceja.
—Pues de que hoy le he espantado un moscón a David, un
moscón nórdico con unos ojazos celestes parecidos a los de las
niñas.
—Seguro que tú eres mucho más resultona que el moscón
ese, pero cuéntame, ¿cómo era? —me preguntó Vanesa con
bastante interés.
Se la describí y César y yo nos miramos con cierta
confusión cuando de su boca salió un suspiro.
—Chicos, os tengo que contar algo —nos confesó y ambos
fuimos conscientes de que una bomba venía en camino.
—Escúpelo ya, que te temo tela —le comenté.
—No seas tonta, no tiene mayor importancia; es solo que
me he liado con una chica de la compañía de danza.
César estaba dando un sorbo al zumo de naranja natural
que nos acababa de servir Dafne antes de irse y se atragantó
hasta el punto de que creí que íbamos a tener que reanimarlo.
—Pues anda que eres tú tolerante —se quejó nuestra amiga
cuando por fin se le fue pasando.
—Mujer, claro que soy tolerante, lo que pasa es que no
podía imaginar una cosa así, me has pillado de nuevas y…
—Y seguro que encima te ha puesto y todo, que ya
sabemos cómo os las gastáis los tíos con estos temas. —Me
eché a reír y el pobre César prefirió hacer oídos sordos.
—Cuéntanos anda, aunque yo te aviso de que alguna
cosilla así ya me esperaba —le confesé mientras daba vueltas
con la pajita en mi vaso.
—¿En serio? Pues vaya ojo clínico que tienes, hija, porque
no lo sabía ni yo —me contó Vanesa.
—Pues a mí no se me ha pasado por alto que en ocasiones
le has echado unas miradas a Vaitiare de no te menees, ¿o me
equivoco?
—Ahí le has dado, por ahí me empecé yo a dar cuenta
también, pero es que tu madrastra está para ponerle un piso,
amiga.
—Serás antigua, ¿qué es eso de para ponerle un piso?
—Tienes razón, bueno está para cruzar media mundo en su
busca con un anillo en la mano, como hizo tu padre.
—Eso sí que fue romántico —suspiré.
—Hola, ¿todo lo que estoy escuchando va en serio o en
algún momento me voy a despertar con júbilo pensando que
ha sido fruto de una insolación? —nos preguntó César.
—Eso último no es descartable, sobre todo por la pedazo
de mollera que tienes —le comentó Vanesa—, otra cosa es que
te quepan cosas en ella, porque me parece a mí que tú te has
quedado anclado en el año de los tiros, guapo.
—¿Me estás llamando cabezón?
—No, solo estoy diciendo que, si te hubieras metido en el
ejército, en la cinta de tu gorra se podría haber escrito el
nombre de tu promoción completa. —Ella era hija de militar y
le gustaban ese tipo de bromas.
—Mírala ella que chistosa, pues la amplitud de miras la
tienes tú, que a mí me parece muy bien pero que…
—Pero ¿qué? Eso digo yo, ahora me vas a decir el qué. —
Vanesa se estaba poniendo farruca, menuda era ella cuando le
daba el siroco.
—Joder, pues que como esto siga así, a los tíos no nos va a
quedar más remedio que liarnos con otros tíos, porque las
chicas vais a estar todas cogidas entre vosotras.
—¿Y…? ¿Tienes algo que objetar?
—Nada, nada —resopló como diciendo que calladito
estaba más mono y se echó hasta la toalla por encima para
hacerme invisible.
—Cuéntame, ¿y cómo es estar con una mujer? —le
pregunté porque me llamaba tela la atención que mi amiga
hubiera tenido una experiencia de ese tipo.
—¿Te lo puedo contar tranquila? A ver si luego me vas a
venir con tonterías de esas de que nos cambiemos en
habitaciones distintas y otras chorradas similares, que en la
compañía me ha pasado con un par de chicas.
—¿Tú eres tonta? Si a ti solo te falta haberme hecho una
ecografía, anda que no te conoces bien mi cuerpo. Será que te
quede todavía algo por ver, no te fastidia…
—Vale, vale, pues es como estar con un tío, pero menos
intenso en un sentido y más en otro.
—Explícate…
—Yo no quiero seguir escuchando, me voy a jugar con las
niñas que me estoy poniendo malo…
César era muy cuidadoso en eso de no mezclar el atún con
el betún. Vanesa y yo únicamente éramos sus amigas y jamás
hubo entre nosotros ningún derecho a roce ni nada parecido.
Pero claro, todo tiene un límite y el pobre a lo que sí tenía
derecho era a ponerse palote con cierto tipo de conversaciones,
por lo que salió zumbando de allí.
Mientras, Vanesa me contó su experiencia con Katia, la
bailarina rusa con la que se había ido al catre durante el tiempo
que habían estado de gira y yo pensé que a todos les había
dado últimamente por el producto internacional.
Por la noche, después de que ambos me ayudaran a dar de
cenar y acostar a las niñas, a las que dejamos con mi padre,
nos dispusimos a ir a tomar una copa por celebrar la vuelta de
Vanesa.
—¿Os acordáis de cuando nos emborrachábamos
clandestinamente en casa de nuestros padres?
Vanesa siempre tenía en mente nuestras trastadas de
juventud para comentarlas.
—¿No nos vamos a acordar? Sobre todo yo, que el día que
tu madre descubrió que nos habíamos pimplado la mitad de su
botellero me echaste las culpas a mí y como más tonto y no
nazco, cargué con ellas en exclusiva.
—¿Y qué más te daba? Con tu madre te iba a caer la más
grande igualmente, así que nos salvaste el pellejo a nosotras
dos, César.
—Así me gusta, cariño, que seas toda solidaridad. —César
negaba con la cabeza porque lo cierto es que se las habíamos
hecho de todos los colores y siempre había aguantado
estoicamente.
—Con la solidaridad no se come, bonito. ¿O hace falta que
te recuerde que el mundo es de los listos?
—Demasiado lista eres tú, anda invítate a una primera
rondita a ver si me desagravias un poco.
Lo de quien invitara primero era un puro formalismo
porque por suerte en aquel trío de amigos que formábamos no
había ninguno a quien le costase rascarse el bolsillo. Desde
jovencitos todos habíamos aportado por igual y sobre eso no
había nada más que hablar.
Vanesa llegó con los tres chupitos y brindamos por nuestra
amistad antes de que ella empezara a echarle el ojo a una chica
que tenía enfrente, o lo mismo era la otra la que estaba
echando el ojo a ella, porque yo no la veía, pero tenían un
pasteleo de no te menees, según me decía César que lo estaba
viendo todo desde su ángulo.
—Al final, para no variar, tú y yo somos los que no nos
comemos ni un rosco, ¿qué te juegas? —me preguntó con total
conformismo.
—Yo seguro que no, porque a mí solo me apetece un
bombón y no lo veo en esta pastelería…
—Huy, ¿así estamos? Mira que eso ya huele a
enamoramiento del serio, tienes que cambiar el chip antes de
que te vuelvas una tontorrona empedernida.
—Tú siempre tan romántica, Vanesita… Que te entre en la
cabeza que no todos sabemos cambiar de pareja como de
calcetín —le comenté, aunque en el fondo envidiaba su
facilidad para pasárselo bien.
—Y quien dice que no sabemos cambiar de pareja, menos
todavía de acera como haces tú, encanto —puntualizó César
que todavía parecía estar un poco consternado por la confesión
de nuestra amiga unas horas antes.
—Vosotros vais a acabar peor que los Flanders, rollo
iglesia incluido. Y eso si no os da por emparejaros y entonces
sí que la liais ya mortal —repuso Vanesa quien de vez en
cuando soltaba unas teorías que eran para echarse a temblar.
—Serás burra, me dan ganas de tirarte con el chupito, pero
iba a ser para nada. Tú sí que te pareces al actor secundario
Bob con la melena esa que me llevas, cenutria.
El aspecto de Vane era de lo más peculiar. Ella siempre
había lucido una melena desenfadada que era todo un puntazo,
aunque hay que decir que su original estilo traía de calle a los
chicos… Bueno su original estilo y que mi amiga era una
mujer de bandera, de esas que quitan el hipo y con un arte que
no es normal. Y a partir de ahora, visto lo visto, era probable
que también trajera de calle a las chicas.
Miré hacia todos los lados y una dorada cabellera eclipsó
mi mirada, era la de Ivette, la modelo a la que yo había
enviado a paseo con una buena patraña… Pero la cuestión no
era esa, la cuestión es que detrás de ella estaba aquella sonrisa
por la que yo suspiraba… la de David. Tanto mentarlo y al
final había aparecido.
¿Habrían vuelto a hablar entre ellos? ¿Me habría
descubierto ella? ¿Sería fruto de la casualidad?
De lo que no había duda era de que la casualidad residía en
que yo, que nunca me había encontrado a David saliendo de
marcha, ahora me lo topaba de frente. Y para colmo con
Ivette, que como ya supiera lo que había enredado yo para
quitarla del mapa, estaría calentita conmigo.
—Chicos, ese es mi jefe —les dije mientras intentaba
controlar el temblor de mis piernas.
—Uff, pues sí que está bueno, no me extraña que estés
babeando por él… Pero la de al lado no lo está menos —me
contestó Vanesa.
—¿Babeando? ¿Te parezco yo un caracol? —me quejé.
—Algo…
—Pues la de al lado es Ivette, la chica de la que te hablé, y
ahora parece que la que babeas eres tú.
A partir de ese momento digamos que se me cortó un poco
el rollo y la noche no volvió a ser la misma. Bueno, he dicho
un poco, pero lo cierto es que se me cortó bastante. Por suerte,
ellos no me habían visto, pero yo no les quitaba ojo de encima
a ambos.

Me dolía ver cómo se divertían de la forma más


desinhibida posible y lo peor del asunto es que yo había
quedado como Cagancho en Las Ventas, ¿se podía ser más
tonta? ¿Qué iba a pensar ahora David de mí?
Recordé el almuerzo del mediodía y lo muy atento que se
había mostrado conmigo. No se podía ser más tonta, pues eso
hizo que poco menos que pensara que se estaba acercando a
mí. Ese debía ser mi problema, que yo no sabía interpretar las
señales.
Por suerte, no lo vi besar a Ivette ni que tuvieran una
actitud acaramelada, pero claro, se suponía que debían ser un
rollo y que esas cosas las dejarían para la intimidad. Se
suponía también que yo no tenía ningún motivo para estar
celosa, pero la realidad es que estaba que tenía ganas de
arañarme.
¿Cómo podía ser tan necia? No había más que ver la forma
en la que se movía, actuaba y vestía Ivette para saber que
ambas jugábamos en distinta división.
Me fui al baño a refrescarme la cara y llegué a la
conclusión de que, si quería resultados distintos en la vida,
tendría que actuar de modo distinto.
Capítulo 6
Me levanté con más miedo que once viejas porque la idea
de enfrentarme a David y al hecho de que me hubiera pillado
con las manos en la masa con el tema de Ivette me daba pavor.
Entré en la oficina, me senté en la recepción y esperé a que
él llegara. Busqué un atisbo de reproche en su mirada y desde
luego que no lo encontré. De hecho, David parecía venir súper
contento.
—¿Qué tal, guapa? ¿Has mirado ya qué coche vas a
comprarte?
—Nada de nada todavía. Tienes cara de sueño, por cierto.
—Sí, salí anoche y ya se sabe, luego las sábanas se pegan
más de lo aconsejable.
—¿No me digas?
Me hice totalmente la tonta, porque David no me había
visto la noche anterior y mis labios estaban sellados al
respecto. No obstante, noté una risita irónica por su parte,
¿estaría informado de mi pequeña fechoría? Algo me hacía
pensar que sí, pero yo no pensaba darme por aludida, hasta ahí
podía llegar la broma.
Sin mediar ninguna otra palabra, David, quien siempre
solía tener prisa a esas horas, entró en su despacho y cerró la
puerta. Madre mía qué cosas se hacían por amor, a veces no
me reconocía en ese papel de espanta todo lo que tuviera
faldas y se acercara a él, pero es lo que había.
La mañana se presentaba movidita y era probable que
pasara rápido, cosa que yo pedía al cielo. Con lo que no
contaba era con que Samantha llegara ese día con los cuernos
de punta y con el látigo en la mano.
—Tú, vente conmigo que te necesito. —Ese fue todo su
saludo y yo quedé encantada con sus modales.
—Será si puedo, ¿no? Porque aquí hay hoy bastante por
hacer. —Me aventuré a decirle, ofendida como me sentía por
la forma en la que se había dirigido a mí.
—Tú harás lo que yo te diga o te prometo que en menos de
lo que canta un gallo estarás en la calle, y no con un pan
debajo del brazo, sino con una carta de despido.
Así me gustaba a mí que empezaran los días, marchosos.
Sin embargo, le estaba cogiendo el gustillo a los tejemanejes
de aquella empresa y al final veía que me iba a convertir en un
poco Conchi.
—¿Se puede saber de dónde vienen esas voces?
—¡¡Paul!! —exclamé al verlo, loca de alegría, porque yo
lo adoraba.
—Mi niña guapa, ¿cómo estás?
—Encantada de verte, amor —le comenté ante la atónita
mirada de Samantha.
—Hola, no sé qué hablas de gritos, yo solo le he dicho a la
empleaducha esta floja que la necesito conmigo esta mañana.
—Desde luego que vaya mala baba que tienes, hija, ¿quién
habrá más flojo en esta empresa que tu novio? Y vienes a
echarle en cara lo que no es a la pobre chiquilla, que cumple
su trabajo con toda la diligencia del mundo.
—Vaya, cómo no iba a salir mi novio a la palestra. Mira,
que seas amigo de David y que él esté revenido no te da
derecho a poner a Bartolo a caer de un burro cada vez que te
venga en gana.
—Que sea amigo de David lo único que implica es que me
dé pena pensar en que él puso un día los ojos en una aprendiz
de diva como tú, pero lo de Bartolo se lo tiene ganado a pulso,
bonita.
—Mira que eres cansino, mal follado…
—¿Mal follado yo? ¿Pero tú te has visto la cara esa de
acelga lánguida que me llevas? Manda narices, mira no te voy
a contar lo que le mide a mi chico la tran….
No había terminado de decirlo cuando los interrumpió
David, bastante contrariado por la situación.
—¿Qué pasa aquí, chicos? ¿Es la hora del recreo y yo no
me he enterado? Menuda zapatiesta tenéis montada, vamos,
como para que entrara por las puertas algún cliente importante.
¿Se os ha ido la cabeza?
—Al sarasa de tu amigo es al que se le ha ido…
—¿Cómo me has llamado, asquerosa?
—Sarasa, te he llamado sarasa, te lo repito con sus tres
sílabas SA-RA-SA, ¿mejor así?
—Mejor así para meterte un pepinillo en mal estado por la
cara esa que me traes, que no puedes estar más amargada,
cacho de trapo…
—Pues sí que estáis finos los dos, haya paz. —David tenía
paciencia para dar y regalar.
—Es ella que me saca de mis casillas con los chillidos y
encima que viene con sus aires de superioridad avasallando a
la chiquilla, no puedo con sus cuentos…
—¿Te ha avasallado, Leticia? —me preguntó con interés.
La mirada iracunda que me dirigió Samantha fue del tipo
“di que sí y hago aquí mismo una declaración formal de
guerra”.
—Lo ha intentado, pero a mí plin, yo duermo en Pikolín.
—Tú lo que eres es una chula y una deslenguada, pero
alguien va a ponerte en su lugar y ese alguien voy a ser yo, ya
lo verás —me amenazó Samantha.
—El día que eso ocurra, serás tú quien salga por esa puerta
—sentenció David mientras la señalaba y la satisfacción que
me entró por el cuerpo no fue normal.
—¿Te has enterado? —insistió Paul al verse respaldado
por David.
—Vete a la mierda, ¿no tienes que preparar el ramo de
novia para tu boda?
—¿Lo dices porque quieres que te caiga a ti a ver si te
vuelves a casar? Huy no, que a ti ya no te aguanta ni Dios,
perdiste tu oportunidad de oro…
David le hizo una seña para que se callara y Paul aceptó a
regañadientes, pues menudo era él.
—Que te follen, Paul, ya veremos lo que te dura el
matrimonio a ti…
—Huy, me da que estás teniendo fantasías sexuales
conmigo y con mi chico, igual te viene bien un cambio de
aires.
—¿A mí? Te quieres ir ya… Como no me gusta a mí un
tío, me voy a volver yo lesbiana pasado mañana.
—Pues lo mismo que a mí bonita y, por otra parte, déjame
decirte que eso ha quedado más que patente, pues anda que no
te gusta nada un ra…
—Cállate ya un poquito, Paul, que esto parece una
guardería, compañero —le interrumpió David viendo el cariz
que comenzaban a tomar los acontecimientos.
No obstante, con ese último comentario, la risilla había
florecido también en su cara, dado el desparpajo de Paul y la
forma que tenía de llamar a las cosas por su nombre. Con él
desde luego que no nos aburríamos.
Paul estaba a menos de dos semanas de su boda con su
novio nigeriano, Anuar y por tanto de los nervios. Mientras
Samantha salía de la oficina, que al final ni la acompañé ni
nada, llegaba Magnolia.
—“Mami que será lo que tiene el negro…” —tarareaba
mientras entró esquivando a Samantha.
—Mira que eres jodida, pero te quiero como a una segunda
madre —le dijo Paul al mismo tiempo que la estrechaba en sus
brazos.
—Los gemelos que te prometí, guapo. —Le entregó ella
una cajita que él abrió con emoción.
—Magnolia, son todavía más bonitos de lo que había
imaginado. No sabes la ilusión que me hacen.
—Sí que lo sé bandido, y por eso te los he traído. Por
cierto, ¿qué le pasaba a la Nancy de Samantha, que va bufando
para la calle?
—Que no ha comido su ración de ra…
—¿Te quieres callar ya un poquito? Que estás disparatado
con la dichosa boda, no quiero pensar lo que va a ser eso —se
quejó David, a quien lo de las frases soeces como que no le iba
mucho.
—La madre de todos los desmadres, David, eso es lo que
va a ser, yo me la imagino tipo bacanal romana, así al final
todos en bolas y…—Paul entrecerró los ojos.
—Y una mierda, amigo, no me quedo yo en bolas cerca de
ti ni por asomo…
—Ni al lado de su novio menos, hijo, que ese debe calzar
por los menos un…—Magnolia hizo el gesto abriendo los
dedos de cuánto pensaba ella que le medía “el cacharro” al
novio de Paul y todos nos tuvimos que reír.
—Tú sí que sabes, niño —le dije yo y David me miró con
gestillo libidinoso.
—Por lo de casarte y eso, que me parece de lo más
romántico —maticé antes de que mis mejillas adquirieran
tintes más intensos.
Aquella empresa era todo un sainete y más que un trabajo,
a veces me parecía que iba a una función.
—El que faltaba para el duro —dijo Magnolia cuando
Bartolo entró por la puerta.
—¿Tengo monos en la cara? —le preguntó él.
—No, mono, no tienes nada en la cara, pero dura la tienes
un rato largo —le contestó ella haciendo un juego de palabras.
Allí íbamos de una en otra y hasta Conchi salió de su
despacho y desde atrás del resto me hacía gestitos como de
que aquello parecía una feria… Y lo parecía.
Cuando la algarabía se hubo disipado y Magnolia entró a
despachar algunos asuntos con su hijo, pues ella tenía muchos
contactos en el mundo de la peluquería y le servía también de
relaciones públicas, recibí un mensaje de Vanesa.
“So petarda, tarde de compras sí o sí”
Le contesté enseguida, pues me apetecía mucho.
“Pero solo si nos llevamos a las niñas, se lo prometí a mi
padre”
“Petardas por partida triple, no sé si lo soportaré, pero
prometo intentarlo”
Ya tenía yo hecho el día, porque con ella tampoco me
faltaba diversión y sería una estupenda crítica para esas
muchas compritas que yo quería hacer y que tanta ilusión me
provocaban. Desde que había entrado a trabajar allí, no es que
me hubiera comprado ni el oro ni el moro, por lo que contaba
con unos ahorritos. Aunque ahora tenía pendiente también el
tema del coche, pero estaba dispuesta a cambiar de imagen así
se acabara el mundo. Para lo del coche pediría un crédito, lo
de sentirme renovada debía ser inminente.
A media mañana Magnolia se fue no sin antes invitarme a
un cafelito.
—Te voy a hacer caso y me voy a convertir en una
Matahari, ¿cómo lo ves? —Reí.
—Con que te conviertas en una mata recuerdos de
Samantha me doy por contenta, mi hijo no está bien, por
mucho que él diga. En el fondo, pese a lo que pueda parecer es
de lo más convencional y no está muy de acuerdo con la vida
que está llevando.
Pensé que qué iba a decir ella si era su madre, pero yo no
lo veía precisamente descontento cuando salía y entraba con
las modelos por la recepción. Y luego estaba lo de la dichosa
Ivette, la de la melena dorada… No sabía por qué me llamaba
tanto la atención esa melena, al fin y al cabo, la mía también
era rubia y brillante, ¿qué me pasaba? Fijo que estaba baja de
autoestima, para no variar.
Yo era de la opinión de que la autoestima debería venderse
en tarros, así concentradita, pero iba a ser que no… Debería
buscar cosas que me la suministraran porque desde la partida
de Alonso tampoco es que mi alegría hubiera salido por cada
poro de mi piel.
Durante unos instantes me quedé pensando en aquellos
primeros tiempos con Alonso, en los que confiaba en él y en
los que veía mi futuro de su mano, ¿podía haber sido más
ilusa?
Magnolia notó el dolor en mi rostro.
—¿A ti también te hicieron daño, verdad, cariño? —me
preguntó de lo más condescendiente.
—Me temo que sí.
—Pues no dejes que el dolor arruine tu vida, al dolor se le
coge con una mano y con la otra, se le asesta un garrotazo en
plena sesera.
Me eché a reír pues ella a veces parecía que se ponía muy
profunda, para luego terminar soltando una brutalidad de las
suyas.
Al mediodía Vanesa vino a recogerme, iríamos de
compras, haríamos planes de chicas… Si David estaba con
Ivette, yo tenía que ponerme guapa para mí, olvidarme de él,
no necesitaba más palos…
—¿Te llevo a casa? —Escuché tras de mí cuando iba
saliendo para darle el encuentro a mi amiga.
No puedo negar que el pellizquito en el estómago me lo
dio, pero no iba a entrar en juegos, tríos amorosos ni en nada
que se le pareciera. No al menos en esta vida; había llegado el
momento de empoderarme.
Capítulo 7
Tarde de chicas. Primero comeríamos juntas y luego
iríamos a por mis hermanitas, lo que debía incluir que nos
comeríamos un helado de esos de los Picapiedra, tamaño
máximo.
—Tú estás muy rara…
—Es que manda narices, para una vez que parece que
David se fija en mí y tiene que estar la tal Ivette por medio, me
da un coraje…
—Pues juega tus cartas, tontuela, ¿o es que no crees en que
puedas llevarte el gato al agua?
—Pues sinceramente, para nada… Esa es la verdad.
—Así me gusta, que confíes en ti. Te daba así…al final me
voy a tener que meter yo y quitarle la rubia a tu jefe, y así
todos contentos…
—Oye, te ha dado perra con lo de las chicas, ¿eh?
—Un poco, ya sabes que soy así, me termino cansando de
todo y ahora parece que le he pillado manía a los tíos.
—Hasta que aparezca otro maromo que te vuelva loca,
como si lo viera venir.
—Pues lo mismo.
—Por cierto, mi primo Tony vuelve de Londres en unos
días, yo lo dejo caer ahí…
—Nena, por Dios que esa historia está ya más pasada que
el bisabuelo de Tutankamón.
—Pues antes no le hacías ascos precisamente, guapa…
—¿Cuándo antes? ¿Cuánto tenía quince años?
—Sí, solo entonces. Anda que no te has dado tú buenos
revolcones con mi primo mogollón de veranos.
—Eso es verdad, yo no sé qué tenía el tío que me ponía
tela, era verlo y chorrear…
—Bonita, yo no necesito tantos detalles, a ver si me vas a
salpicar y todo.
—Pues hablando de salpicar, me apetece un buen salpicón
de marisco, ¿recogemos ya a las niñas?
—No, más tarde, Dafne les dará el almuerzo.
—No, en realidad el almuerzo se lo darán ellas a Dafne,
pero es un modo de decirlo —bromeó.
Nos sentamos en una terraza que hacía las delicias de
Vanesa y en la que solíamos pasar buenos ratos siempre que
ella volvía a la ciudad. El hecho de que la compañía de danza
la mantuviera fuera de ella largas temporadas hacía que yo
encontrara aquellos momentos junto a mi amiga de lo más
gratificantes.
Vanesa había sido una apasionada de la danza desde niña y
siempre me animó mucho a que me introdujera en ese mundo.
Yo hice un vago intento en su día, pero quedó en nada, pues a
patosa no había quien me ganase y ella mientras fue
ascendiendo como la espuma en un mundo que le reportaba
innumerables satisfacciones, pero que a su vez la quería para
sí.
Cuando estaba lejos, ella copaba muchas de las
conversaciones que César y yo manteníamos, pues solíamos
echarla mucho de menos. El aspecto de Vanesa contrastaba
mucho con el mío, pues su brillante pelo azabache poco tenía
que ver con mi dorado cabello. Su penetrante mirada verde me
recordaba en parte a la de David, que era del mismo color y
compartían intensidad en la misma.
—¿Qué vamos a comprar, un poco de todo? —me
preguntó.
—Yo creo que sí, me hace falta una reforma integral.
—Mujer, con un poco de chapa y pintura será suficiente…
—Muy graciosa, no decía a mí, me refería a mi armario…
—Ya, ya, de tu armario me puedo esperar cualquier cosa,
hasta que salga Drácula de dentro. Aunque también he de
reconocer que antes tenías trapitos muy monos.
—Y los sigo teniendo, no me he deshecho de nada en estos
años.
—¿Y se puede saber dónde los tienes metidos? Porque yo
te veo siempre de la misma guisa, elegante, como tú eres, pero
aburridita como una ostra.
—Gracias, cariño.
—De nada, amor. Ya sabes que cuando necesites ánimos
no tienes más que decírmelo.
Almorzamos de lo más alborotadas y a continuación nos
fuimos a por las dos enanas, que eran las niñas de mis ojos.
—Yo quiero una pamela para la playa —nos dijo Alba.
—Tú eres una repipi —replicó Laura, que era una bocazas
de mucho cuidado.
—¿Por qué una repipi? Si a la hermana le gustan las
pamelas tiene derecho a decirlo, cariño —la reprendí.
—Pero es que las pamelas son muy cursis, o de madres…
—¿Cómo de madres?
—Bueno de madres, de mayores, así como vosotras.
—¿Nosotras mayores? La madre que os trajo al mundo a
vosotras…
—¿A que me volcáis el coche con tanto movimiento? —se
quejó Vanesa, que no partía peras con su coche.
—Tienes que venir a mirar uno conmigo, que estoy hecha
un lío.
—Vale, pero nos tendremos que llevar a César para que dé
su opinión también, porque ya sabes que si no se pone celoso.
—Ayy, nuestro César…
—Sí, que es más pesado que matar un cochino a besos…
—No te metas con él, que es muy bueno.
—Sí, Vane, César es muy bueno, nos trae muchas bolsas
de chuches…
—¿Y por eso es bueno? Vosotras sois dos pequeñas ratejas
convenidas…
Pensé en lo mucho que me gustaría que David ocupara un
lugar en mi vida y que también viniera él a echarle un vistazo
al coche nuevo. A menudo me sorprendía pensando en ese
hombre e imaginándomelo en las situaciones más cotidianas;
al despertar, preparando un zumo de naranja y unas tostaditas
con su mermelada de naranja amarga, que parecía ser su
preferida… Yo lo sabía porque las pocas veces que había
coincidido con él en cafetería no le había quitado ojo de
encima…
Comenzamos nuestra tarde de compras y nos fuimos
primero a la sección de los vestidos. Fue muy gracioso porque
Vanesa se sentó con una de las niñas a cada lado y me fueron
dando su visto bueno o no…
Me quedé con unos cuantos, uno de rayas verticales rosas
y blancas, uno de manga francesa en rojo, uno asimétrico en
amarillo limón, otro negro largo y entallado y uno de estilo
étnico que era un primor.
—Por fin te veo con cosas de este siglo puestas, amore. —
Reía Vanesa y las niñas aplaudían.
—Leticia, estás muy guapa —decía Alba mientras el trasto
de Lucía seguía mis pasos como si de una modelo se tratara.
Vanesa nos hizo una foto que subí inmediatamente a mi
perfil de WhatsApp, pues quedó de lo más graciosa y a
continuación me tomó otra con Alba, que le prometí que
pondría al rato.
De allí nos fuimos a la sección de los pantalones y me pillé
un par de tejanos, uno cortito de esos con la cinturilla alta que
tan de moda estaban y otro de campana, ese clásico que había
vuelto para quedarse un buen tiempo. César siempre decía que
eran los que mejor me sentaban y creo que algo de razón tenía,
pues yo me veía muy favorecida con ellos. Varios tops
complementaron a la perfección a aquellos pantalones y cayó
también de paso una falda vaquera con doble botonadura
delantera que era una monería.

Y hablando de monos, con ellos yo perdía el norte. Alta


como soy, me sentaban fenomenal y escogí uno verde y otro
en azul cielo con rayas en blanco por los que sentí un auténtico
flechazo.
Después nos fuimos a la zona de los complementos y me
hice con un par de bolsos, uno de esos de rafia que se veían
por doquier y una especie de moderna mochilita, también de
rafia y con la base y la solapa de material. Los combiné con
dos o tres pares de zapatos de lo más veraniegos, que
incluyeron unas chanclas de ante y flecos muy desenfadadas y
juveniles.
Las niñas seguían aplaudiendo cada una de mis elecciones,
aunque no tardaron en pedir algo también para ellas, que para
eso parecía que les había hecho la boca un fraile.
Entramos con ambas en la tienda Disney del centro
comercial y, cada una en su línea, Alba escogió un vestido de
corte princesa y Laura un conjunto skater muy colorido.
De allí nos fuimos a tomar un maxi helado en el que ambas
terminaron metiendo la nariz, por lo que no tardamos en
hacerles otra foto que por la noche enviaríamos a su madre,
que ya estaba deseando verlas.
—Ahora toca hacerse las uñas —sugirió Vanesa y Alba
apoyó la moción.
—Ni loca, no lo pienses siquiera —contestó Laura, quien
parecía no estar en absoluto por la labor.
Mientras ella daba vueltas y más vueltas hasta casi caer de
espaldas del mareo, pues no sabía lo que era parar quieta,
Vanesa y yo nos hicimos las uñas de gel y a Alba le dieron una
tenue capita rosa en las suyas que no podía dejar de mirar ni
un momento.
Por si todo esto fuera poco, terminamos la tarde en la pelu.
Mejor dicho, terminé yo, porque Vanesa se quedó fuera con las
niñas y de vez en cuando pasaba por delante del escaparate y
las tres me sacaban la lengua.
Yo les hacía un gestito como de que iban a cobrar y ellas
me desafiaban. Acabé en el sillón del peluquero porque mi
amiga se empeñó en que tenía que cortarme un poco la
melena, que me iba a dar mucha vida a la cara. Yo llevaba
tiempo con el mismo corte y me resistía un poco al cambio,
pero en el fondo entendía que me iba a venir bien.
—Estás monísima y me encanta la forma que te han dado
en las cejas —me decía cuando salí del local, que también
contaba con esteticista y donde me hicieron una restauración
completa.
Llegamos a casa y ya estaba allí mi padre, hablando con
Vaitiare por teléfono.
—No sabes la belleza que acaba de entrar por la puerta —
le comentó mientras lanzaba un silbidito y me cogía del brazo
para que me girara y poder mirarme bien.
—Nosotras también tenemos ropita nueva. —Alba lo miró
demandando atención.
—¿Ropita nueva? Me la tenéis que enseñar, venga, todas a
pasar modelos…
Mi padre era pura sensibilidad con “las mujeres de su
vida” como él nos llamaba a nosotras y a Vaitiare. Por cierto,
que con esta última hablábamos en inglés, aunque
apreciábamos que estuviera haciendo verdaderos esfuerzos por
ir hablando poco a poco español. Nos divertía que los tacos era
lo que mejor se le daban y en ocasiones, después de regañar a
las niñas, le salía uno por los bajinis que hacía que mi padre y
yo nos dobláramos en dos de la risa.
Después del dolor que le supuso el abandono de mi madre,
mi padre estaba viviendo una segunda y merecida madurez
con su joven mujer y para mí aquello era un auténtico regalo.
Verlo tan contento en compañía de alguien que se había
convertido en su compañera en la vida no tenía precio.
A veces yo misma soñaba dormida y despierta con la
posibilidad de formar una familia tan bien avenida como era la
de ellos. Incluso fantaseaba con la posibilidad de que David
fuera el padre de mis hijos, pero creía que nada más lejos de su
intención que cambiar pañales en breve. Lo mismo el
problema lo tenía mi ojito, que no debía estar muy fino.
—Papá, ¿tú siempre quisiste tener hijos, incluso de joven?
—le pregunté.
—Claro que sí, hija mía, lo mío con los niños es ya una
cuestión de deformación profesional, qué te voy a contar…
Eso es verdad, no había caído, tú no cuentas. —Asentí
riendo mientras ambos poníamos la mesa en el jardín, pues ya
era la hora de cenar.
—¿Te gusta mucho alguien? No me has hablado de él…
En realidad, no me has hablado de nadie desde que el
tarambana ese de…
—De Alonso, es verdad, papi. Lo que pasa es que hasta
hace poco no me había vuelto a fijar en nadie, pero ahora que
lo he hecho me parece que igual va a ser el peor el remedio
que la enfermedad…
—¿Y eso?
—Porque creo que estoy enamorada de mi jefe, pero tengo
que pasar de él. Se ha llevado un palo muy gordo en su
matrimonio y ahora que está divorciado creo que lo único que
quiere es vivir la vida.
—¿Y por qué no dejas que las cosas fluyan y vives la tuya
sin miedos?
—¿Te refieres a que no piense en el resto y le muestre mis
sentimientos? Soy incapaz de eso, tengo demasiado miedo,
papi.
—Con el miedo no se come, hija. Las personas tenemos
que alimentarnos de ilusiones, no de miedos, ¿no te parece?
—Pero a veces las ilusiones dan pavor, papá. Yo ya vengo
de sufrir con uno, me da pánico hacerlo con otro.
—¿Estás segura de que te haría sufrir, Leti? ¿Cómo te
trata? ¿Conoce tus sentimientos?
—No, no los conoce y es muy atento y respetuoso
conmigo, pero ha cogido una fama de picaflor de no te
menees. Y yo creo que esas cosas no ocurren por casualidad,
me parece que él sería así de antes y ahora le ha salido lo que
es realmente.
—Pero ¿a ti te consta que él se casó enamorado? ¿Tenía un
proyecto de vida serio con su mujer o no?
—Yo creo que él debió estar enamorado hasta la médula de
ella, pero como le dio un palo de categoría…
—¿Y no podría enamorarse hasta la médula de ti? ¿Acaso
es eso lo que me estás diciendo?
—No lo sé, papá, ahora parece que anda con una modelo,
yo prefiero no meterme en ciertas historias, me da pavor. Esa
es la realidad.
—Mi niña, ¿tú sabes que el mundo es de los valientes?
Quien no arriesga no gana, esa es la única realidad.
—Ya papá, pero… ¿tú crees que un hombre así puede tener
enmienda?
—Te sorprenderías, mi niña.
—¿De qué? —El gesto de su cara y sus palabras me
generó una enorme curiosidad.
—De lo mucho que yo mismo pude meter la pata tiempo
atrás, cuando tu madre nos dejó.
—¿Tú? No lo creo, no te tengo por ese tipo de persona,
papá.
—No puedes juzgar sabiendo solo un punto de vista, mi
niña. Yo metí la pata hasta la saciedad años atrás, cuando nos
quedamos solos. No conociste esa faceta de mí porque bien me
guardé de que así fuera, pero aquí el que te habla también pasó
una fase de descontrol curiosa con las mujeres.
—¿Tú te convertiste en un Casanova? ¿Qué me cuentas
papi? Soy toda oídos.
—¿Qué es un Casanova? —Alba acababa de acercarse a
nosotros y enmarcó su carita entre sus brazos.
—Cariño, ve un poco con Laura, que ahora os llamamos.
Yo estaba ensimismada con su relato y no quería perderme
ni un ápice de él. Mi padre desmadrado con las mujeres, con el
buen concepto que yo había tenido de él siempre en ese
sentido, ¿cómo podría ser?
—Pues hija no tiene ninguna ciencia, solo es que estaba
totalmente enfadado con el mundo y lo pagaba con toda
fémina que se acercaba a mí. No lo hacía a propósito, vive
Dios que no, pero me daba la sensación de que había perdido
la capacidad de enamorarme. Utilicé a más de una mujer y
luego me sentí un miserable por ello.
—Hasta que conociste a Vaitiare.
—Sí, mi vida, hasta que la conocí a ella y comprobé que
era la mujer con la que deseaba pasar el resto de mi vida. Ya
sabes que no lo pensé, no me hubiera perdonado el herirla, yo
solo quería amarla…
—Qué bonito, papá.
—Bueno, bonita será la segunda parte, a la primera no le
veo nada de bonita, hija. Si te he contado esto es para que veas
que a veces las cosas no son blancas o negras, sino que hay un
catálogo de colores intermedios que están condicionados por
nuestras emociones.
Suspiré y nos sentamos a cenar con las niñas. Las dos le
estuvieron contando a mi padre con todo lujo de detalles la
extraordinaria tarde que habíamos pasado juntas. Cuando ese
tipo de cosas ocurrían, a él se le caía la baba viendo la
complicidad reinante entre las tres.
Bueno, en realidad se le caía la baba siempre, pero vernos
tan bien avenidas constituía para él un placer.
Mientras cenaba y miraba a aquel hombre por quien tanta
admiración sentía, pensaba en si sería verdad que las personas
podían cambiar tanto en función de los acontecimientos o si la
de mi padre constituía la excepción. Lo que estaba claro es que
yo no podía imaginar que él hubiera llevado esa vida y así
había sido. ¿Sería ese también el caso de David o él se
quedaría en “estado golfo” de por vida?
Fuera como fuese, yo no estaba dispuesta a comprobarlo.
Demasiado había sufrido ya los dos últimos años como para
ahora meterme en un marrón de ese calibre. En cuestión de
pocos días, y después de verle en compañía de Ivette, me había
puesto una coraza que no me quitaba ni para ir al baño.
Luego me acordaba de las palabras de Magnolia y de las
ganas que parecía tener de tenerme de nuera y se me pasaba un
rato, pero al final me volvía a poner la coraza. Ay, Alonso,
cuánto daño me había hecho y cuánto me gustaba David, pero
no iba a ser yo la candidata ideal para que él jugara a hacerme
sentir un títere en sus manos. Si pensaba eso, ¡iba listo!
Capítulo 8
A un día del viernes me puse preciosa para ir a trabajar…
Estrenaba no solo mi vestido de rayas blancas y rosas, sino
también mis sandalias, bolso, peinado y algunos
complementos más. Me vi genial en el espejo y eso hizo que
fuera radiante hacia el coche de César.
Dentro de él me esperaba también Vanesa, pues nos
íbamos al concesionario a mirar coches.
—Estírate un poco de presupuesto, que sabes que te echaré
una manita —me comentó mi padre, tan cariñoso como era,
cuando salí de casa.
—No, papá, que me apura mucho. Yo ahora trabajo y tú ya
me has dado bastante durante estos años.
—¿Y? Lo seguiré haciendo todos los que sea necesario,
eres mi hija y te adoro, ¿lo sabes?
—Lo sé, papá.
Me monté en el coche de César con ilusión renovada. Mi
amigo estaba pletórico con eso de que nos íbamos a ver
coches.
—¿Un Nissan Qashqai quizás? —me preguntó según me
vio avanzar hacia él.
—¿Tú estás malito? Sabes que ese no es mi estilo de
coche. Yo había pensado en un Fiat 500 Cabriolet rosa, ¿cómo
lo ves?
—Muy Leti —contestó Vanesa, que era bastante más de
Nissan Qashqai.
—Por cierto, niña, estás guapísima, a David se le van a
caer hoy los pantalones hasta el suelo cuando te vea entrar —
me espetó César y me hizo gracia la espontaneidad con la que
lo dijo.
—Un cambio de look que se ha hecho una…—Coqueteé
con mi pelo.
—Ejem, con la ayuda del vecino mató mi padre un cochino
—replicó Vanesa que estaba al quite de todo.
—Vale, vale, ha sido con tu ayuda, ¿estás contenta?
—Más o menos.
—Venga, pues rumbo a la Fiat.
Llegamos y vimos el coche que yo llevaba en la cabeza en
el catálogo. Sin pensarlo dos veces, hice el encargo.
—¿No le vas a dar una vueltecita a la idea? —me preguntó
César, que era de lo más cabal y poco amigo de las
precipitaciones.
—Cállate, por Dios, que para una cosa que da por segura,
no le vayas a quitar tú la idea, que en otras no veas si duda la
muchachita.
Vanesa había dado en el clavo. Ella me conocía muy bien y
sabía que en el tema de los hombres yo le daba tantas vueltas
al coco que al final parecía una noria.
Media hora después llegué a la empresa. Ya había avisado
el día anterior de que me incorporaría un poco tarde. Claro
está que Samantha, que parecía estar en babia últimamente, no
se había enterado.
—¿Se puede saber qué horas son estas de llegar? —me
preguntó dando unos toquecitos en la esfera de su reloj.
—La acordada con David ayer, le comenté que me
incorporaría tarde.
—¿Y desde cuándo toma él estas decisiones en solitario?
—¿Desde que es jefe? —le solté sin la más mínima
contemplación.
—Qué asco te tengo, niñata, prepárate porque en cuanto
saques los pies del plato te preparo el finiquito.
—Igual los sacas tú, en lo profesional digo, porque en lo
personal bien se nota que lo has hecho ya…
—¿Tendrás poca vergüenza? ¿Te estás atreviendo a
juzgarme? ¿Quién mierda te crees que eres?
Samantha empezó a levantar la voz y en un pis pas ya tenía
detrás de ella a David, a Paul y hasta a Conchi, que se
apuntaba a un bombardeo y acababa de aprovechar el paso de
un despacho a otro para unirse a la fiesta.
Mario también se unió a la comitiva e hizo un gesto
indicativo de que Samantha le caía como un tiro de mierda y
de que santa paciencia debía tener yo con ella.
—¿Otra vez, Samantha? ¿Esto se ha convertido en una
costumbre o cómo va? —le preguntó David.
—Ah, que ya están aquí los cascos azules de la ONU y yo
sin enterarme, vaya pesadez, todos los días lo mismo, sois
unos cansinos. Que os den…
—Venga, ¿qué estáis haciendo todos ahí como
pasmarotes? Cada mochuelo a su olivo —les dijo David.
—Una cosita ahora que estáis varios reunidos. Anuar y yo
os tenemos una fiestecita sorpresa para el sábado —nos
comentó Paul.
—¿Una fiestecita sorpresa? Mira que miedo me dais —le
comentó David.
—Sí, claro, mucho miedo y muy poca vergüenza es lo que
tenéis vosotros… Es una fiesta de despedida de solteros.
Hemos querido esperar hasta el final para aumentarle la
emoción. Tenéis dos días para buscar disfraces y acompañante,
nos vamos de baile de máscaras.
—¿De baile de máscaras? Qué chic…—Me pareció una
idea emocionante.
—Eso mismo he dicho, niña, así que ya estás moviendo el
culo esta tarde para prepararlo todo. Por cierto, ¿tú qué te has
hecho que estás ideal? Si no fuera porque soy un caballero
diría que tú has echado un…
Justo a tiempo se calló porque mis mejillas no iban a tener
nada que envidiarle a un volcán como aquel bocachancla
siguiera dándole a la sin hueso.
—No hagas caso a este energúmeno. Por cierto, sí que
estás preciosa, ¿cambio de look integral? —me preguntó
David.
—Integral, salí ayer y pensé en eso de “renovarse o
morir…”
—Mucho mejor lo de renovarse, qué duda cabe, te sienta
de miedo.
Me sentí halagada, pero al mismo tiempo pensé que había
bastado con agrandar mi escote para que de repente David se
fijara en mí. ¿Eso era todo lo que representaba para él? Si
hasta juraría que durante aquel breve intercambio de palabras,
más que a mis ojos, había mirado a mis tetas.
—Muchas gracias, voy a volver a lo mío, si no te importa.
Me hice la digna, en ese momento ya solo quedábamos los
dos en la recepción y yo no estaba para bailarle el agua.
—Perdona, Leticia, ¿puedo preguntarte una cosa?
—Dime David…
—¿Te gustaría ser mi acompañante en la fiesta de
despedida de Paul?
—¿Tu acompañante yo? —me señalé con el dedo como si
lo que estuvieran escuchando mis oídos no pudiera ser real.
—Claro, bonita, tú.
—No, lo siento, yo no puedo…
¡¡Maldita sea!! ¿Yo había dicho eso? Antes hubiera muerto
por escuchar esas palabras y ahora que David me las dedicaba
yo le daba con la puerta en las narices, ¿qué demonios me
pasaba?
—¿No puedes? —Noté un cierto tono de desconcierto en
su voz.
—No, lo siento, yo… Tengo novio.
“Tengo novio”, aquella sí que había sido grande. Le
acababa de decir a David, el hombre por el que suspiraba, que
tenía novio. Si me pinchan en ese instante, no me sale ni una
gota de sangre.
Para más inri, Paul nos llamó en ese momento. Necesitaba
que David subiera a dar el visto bueno a un proyecto y
comentó que también mi buen gusto (según sus propias
palabras) podría ayudar.
Con más calor en la cara que una sopa de tomate, ambos
tomamos el ascensor, pues aunque Paul siempre solía estar por
la primera planta, su despacho realmente estaba en la tercera.
David no dejaba de mirarme un momento y eso me estaba
descolocando. Yo pensaba que, para solo ser dos plantas, el
ascensor estaba tardando demasiado, ¿por qué no habríamos
subido por las escaleras?
De pronto notamos una parada súbita que nos demostró
que algo estaba ocurriendo y enseguida caímos en que el
ascensor acababa de estropearse, ¿algo más podía ocurrir?
Pues lo cierto es que no era para nada descartable.
—Parece que nos hemos quedado encerrados —me dijo
con cierto tono de preocupación.
—¿Encerrados? Toqué la puerta como si eso fuera a
propiciar que la abriera, sin más.
—Sí, me temo que encerrados, igual es el destino, ¿no
crees?
—¿Cómo? Creo más bien que es una avería.
—Ya, una mujer práctica…
—Creo que es lo suyo, hay que mantener los pies en el
suelo.
—Por cierto, tus pies son muy bonitos, llevas un calzado
precioso hoy. Bueno tú entera estás preciosísima hoy.
Vaya, parecía que mi cambio de imagen había resultado.
Otra cosa sería que a mí ya no me importara demasiado. Había
decidido pasar página de David, que se quedara con su Ivette y
con todos sus rollos. Yo pasaría un verano tranquilo, quizás me
fuera de vacaciones con César y con Vanesa y quizás ni
siquiera me acordara de él. O quizás no pudiera sacármelo de
la cabeza ni con agua caliente y me llevara todo el verano
purgando mi decisión.
No veía otra manera de hacer las cosas. David me estaba
resultando demasiado adictivo y yo llevaba toda la vida
huyendo de las adicciones, que me daban pánico.
—Gracias —le contesté notando que el calor iba
invadiendo mi cuerpo poco a poco.
—¿Estás bien? Pareces un poco…
—Tengo algo de calor, solo es eso. No me gustan
demasiado los espacios pequeños y menos la posibilidad de no
salir de ellos.
Lo que de verdad no me hacía ni pizca de gracia era
haberme quedado encerrada con David justo después de una
confesión inventada de la que no me sentía para nada
orgullosa.
—¿Sabes? No imaginaba que tenías novio —me soltó a
degüello.
—¿Y por qué habías de imaginarlo? Tú y yo no nos
conocemos, no sabemos nada el uno del otro.
Pensé en que quien sí sabía de mi historia era Magnolia y
ella podía desacreditar mis palabras, pero tampoco era
probable que David hablara con ella de mí, pues ella estaba
preparando un viaje relámpago a Milán, aunque estaría de
vuelta para la boda de Paul. Ojalá que no lo hiciera porque de
ser así iba a quedar fatal de nuevo, como el día en el que eché
a Ivette de allí con mis invenciones.
En cualquier caso, volvería a hacerlo. Es más, por mucho
que le hubiera dicho que tenía novio y le soltara toda la
película, el primer día que apareciera por allí otra de las
modelos buscándolo, me las volvería a ingeniar para
mandarlas a tomar viento, hombre ya.
Mi cabeza era un ir y venir, no sabía ni lo que quería.
Miraba a David y maldecía que fuera un mujeriego, lo volvía a
mirar a los cinco segundos y una fuerza indescriptible me
empujaba a besar aquellos labios tan carnosos que tenía.
Cielos, nunca había estado tan cerca de aquella boca como
ese día y encima el calor empezaba a ser asfixiante. En mala
hora se le había ocurrido al bueno de Paul llamarnos, ¿qué se
me había perdido a mí en su despacho?
—¿Tú le has dado al botoncito de alarma o vamos a estar
aquí encerrados todo el día? —le pregunté a David.
—¿Al botoncito? Pues no, fíjate que no me había dado ni
cuenta.
—Pues no sé a qué esperas, la verdad —murmuré en un
tono tan tajante que él me miro con gracia, como diciendo que
yo era una mujer de carácter.
Y lo era. Otra cosa sería que en los últimos tiempos lo
hubiera tenido un poco aletargado, pero ahora sentía que me
iba a salir a borbotones.
No sé cómo se sucedieron los siguientes acontecimientos.
Solo recuerdo que la inquietud se fue haciendo con mi cuerpo
y que en cuestión de segundos apenas podía ver a David. La
incertidumbre del momento me asustó porque lo único que
tenía ante mí era una especie de mancha negra y el sonido de
su voz, que parecía llegarme desde la lejanía.
¿Qué lejanía podía ser esa? Pero si estábamos en un
minúsculo ascensor. Recuerdo la sensación de su mano sobre
la mía, llamándome, hasta que todo se apagó y no vi
absolutamente nada más.
Por fin volvía la luz, ¿eran sanitarios los que me atendían?
No sabía si sentía más miedo o bochorno, ¿me había
desmayado?
Capítulo 9
Lo siguiente que recuerdo, después de una fuerte sensación
de cansancio, son las luces del pasillo del hospital pasando por
encima de mí.
—Esta niña, bonita manera de llamar la atención, ¿qué
pasa? ¿Es para que te compre el coche que quieres? —bromeó
mi padre cuando ya estuve en observación, pues fui a parar al
mismo hospital donde él trabajaba.
—Desde luego, vaya pequeña alborotadora que estás
hecha, enana, ¿se puede saber a qué estabas jugando? —me
preguntó César, que también trabajaba en el mismo hospital
que mi padre.
—Os presento a David, mi jefe —les dije cuando lo vi al
lado de mi cama.
Ambos lo saludaron.
—David él es mi padre, Guillermo, y él es César… mi
novio.
Mi padre me miró con las bolas de los ojos fuera, pero eso
no fue nada para la mirada que me echó César, que ese sí que
se quedó más tieso que un ajo del impacto. Temerosa de que
abriera el pico y metiera la pata hasta el fondo, no dudé en
cogerlo por la solapa de la bata de médico y darle un beso de
rosca que lo dejó ojiplático.
—Ains, amor, menos mal que me han traído a tu verita,
qué susto…
El susto se lo estaba dando yo al pobre César, que lo estaba
viendo verde como al increíble Hulk. David no es que tuviera
muy buen color que digamos tampoco y mi padre… Mi padre
estaba desarrollando un tic nervioso en la cara.
—Pero Leti, yo… —dijo César y yo le interrumpí antes de
que causara un mal mayor.
—Tú estás la mar de afectado, igual que yo, pero no te
preocupes, que esto no ha sido nada, cariñete. Es más, te voy a
dar una buena noticia para que te alegres un poco; este fin de
semana vas a conocer al resto de mis compañeros de trabajo.
Paul y su novio van a dar una fiesta de despedida de solteros y
nos han invitado. Es un baile de máscaras, ya mismo tenemos
que ir de compras.
La Máscara, pero la de Jim Carrey, parecía César con toda
la información que estaba teniendo que procesar en cuestión
de minutos. Yo, sin embargo, parecía una máquina de inventar
a la que le habían dado cuerda…
—Bueno, yo creo que ya no pinto nada aquí —murmuró
David en un momento dado, viendo que yo cogía la mano de
César, entre otras cosas para ver si la paraba un poco, que le
había entrado un tembleque de no te menees.
—Pues nada chaval, todo un gusto conocerte. —Mi padre
le estrechó la mano.
—Lo mismo te digo. —César hizo lo propio.
—Hasta luego, Leticia, espero que sigas mejorando y ni se
te ocurra aparecer mañana por la oficina.
—¿Qué dices? Allí estaré como un clavo.
—Lo dejo en vuestras manos, no se lo permitáis, por favor.
—David se dirigió a mi padre y a César y ellos le prometieron
que así sería.
David salió de la zona de observación y ese fue el
momento en el que me sentí verdaderamente observada, en
este caso por aquellos dos hombres que eran fundamentales en
mi vida.
—¿Qué miráis? —les pregunté con todo el descaro del
mundo, como si no supiera que yo la acababa de liar, como el
pollito.
—¿Se puede tener más cara? —me preguntó César
mientras mi padre salía de la habitación, pues lo estaban
llamando por megafonía.
—Señorita, tú y yo hablaremos después —me indicó
mientras cerraba la puerta.
Miré a César y, sorprendentemente, me dio por reír a
carcajadas. Y eso que la cabeza me dolía todavía como si una
manada de búfalos me la hubiera pateado.
—Ya sé que me he colado un poquito, pero ayúdame,
anda.
—¿Ayudarte a qué? ¿A que te den el óscar a la mejor
interpretación del año? ¿De dónde ha salido ese beso o, mejor
dicho, a santo de qué me lo has dado?
—Pues a quitarme a David de encima, que me está
acosando —me quejé.
—¿Dices que te está acosando?
—Bueno, más que acosando, se me está acercando.
—Ya eso tiene otro color, ¿qué ha pasado?
—Pues que pretendía que fuera con él al baile de máscaras
que dan Paul y su novio como despedida de solteros y yo le he
dicho que ni mijita, conmigo no va jugar a dos bandas. Vamos,
que yo no me como las babas de ninguna otra, por muy
modelo que sea. ¡Y que les den a los dos!
—Que te compre quien te entienda, llevas tres meses
esperando una oportunidad para atacar y ahora que te la sirven
en bandeja, vas y te rajas…
—Es que yo creo que me estaba metiendo en un fregado de
mucha categoría e iba a ser para nada, yo soy una chica
sencilla, necesito otro tipo de hombre, ¿no te parece?
—A mí lo único que me parece es que estás esperando que
te diga lo que tú quieres escuchar y para eso no cuentes
conmigo. Sabes que creo que el mundo es de los valientes y tú
siempre lo has sido. Es ahora cuando te me has venido un
poquito abajo, pero tú misma.
—¿Me ayudarás? —Le puse ojitos de cordero degollado.
—Creo que no debería entrar en ese juego.
—No te estoy preguntando eso, te estoy preguntando si me
ayudarás…
—¿Y cuándo no te he ayudado yo a ti, jodida?
—¡¡Ese es mi César!!
—Sí, sí, tu César… Un poco tonto de remate es lo que soy,
pero bueno, te ayudaré; eso sí, con una condición, ni se te
ocurra volver a besarme, que me has puesto palote.
—¿Qué dices? ¿En serio?
—No, como César es un buenazo, no puede ponerse
palote. Pues claro que es en serio, me has puesto burro, ¿o te
crees que soy de piedra?
Al pobre César lo tenía como un panderetillo de brujas, esa
era la verdad. Horas más tarde, cuando mi padre salió de su
turno, me marché a casa con él. Lo mío había quedado en una
ridícula lipotimia y digo ridícula porque me había dado un
ataque de nervios, como el de las mujeres de la célebre
película de Almodóvar.
Pensándolo bien, yo me había caído de los purititos
nervios de tener a David en las distancias cortas. Resoplé
pensando en que no me iba a ser nada sencillo mantener la
farsa de mi noviazgo con César delante de él en la fiesta, pero
yo solita me había metido en la boca del lobo y ahora no podía
salir de ella, así como así.
De camino a casa, fui hablando con mi padre de todo lo
sucedido y me tuve que aguantar con la regañina que me cayó.
—No te conozco con esa actitud, mi niña, pero tú verás —
dijo al terminar y me dio un poco de penita, pues él solía estar
muy orgulloso de mí y parecía que ese día lo estaba un poco
menos.
Por la tarde, después de tomar una sopa reconstituyente
que nos había preparado Dafne, quedé con Vanesa y César
para ir a buscar nuestros atuendos para la fiesta.
—Con lo que me gusta a mí un sarao de esos y me lo voy a
perder, espero que lo paséis fenomenal —me comentó Vanesa
y se me encendió la lucecita.
—Ahora mismo se lo digo a Paul y tú te vienes también
con nosotros.
Dicho y hecho, le eché una llamadita y Paul no dudó en
contestarme que sí, luego tuve que aguantar su guasita.
—Oye, bonita manera tienes tú de dar la nota, si querías
perder a Samantha de vista un par de días, no tenías más que
decírselo a David y que te los hubiera dado libres.
—Muy gracioso…
—Oye, que a mí no me robes tú el protagonismo, ¿eh? Que
esas cositas son propias de mí, envidiosa.
—Yo a ti lo único que te envidio es que tengas un amorcito
en tu vida.
—Sí, sí, y porque yo no te he contado que el jodido es un
trípode, ¿o sí?
—Siempre que puedes, le haces una publicidad al pobre de
lo más romántica…
—¿Y es que no es romántico que tu novio tenga una
poronga para enmarcar?
—Claro que sí, hombre, es de lo más romántico, ¿te
quieres ir por ahí?
Colgué el teléfono y los chicos estaban partidos de risa
porque lo habían escuchado todo.
—Qué personaje ese Paul, lo vamos a pasar fenomenal en
la fiesta —comentó Vanesa.
—Sí, va a ser todo de lo más natural, chicas —añadió
César con un deje irónico que no podía con él.
El que habían organizado Paul y su novio era un baile de
máscaras clásico de estilo veneciano, por lo que nos dirigimos
a un comercio del centro de la ciudad, de esos típicos de toda
la vida, donde seguro que encontraríamos lo que estábamos
buscando.
Llegamos y echamos un vistazo a gran cantidad de
percheros llenos de unos preciosos vestidos a juego con sus
antifaces. Yo escogí uno negro con vistosos estampados y
generoso escote palabra de honor. Vanesa se decantó por otro
similar, pero de corte asimétrico.
César alquiló un elegante esmoquin también con antifaz
que le hacía lucir elegantísimo, aunque él no las tenía todas
consigo de que aquella fuera una buena idea.
—Bien me has hecho la cama, no sé cómo me he dejado
enredar por ti, estás hecha una bandida de mucho cuidado.
—Anda ya, si a ti te gusta que de vez en cuando te meta yo
en algún jaleo…
—Eso es verdad —apuntó Vanesa.
—Muy simpáticas las dos, ¿por qué no os vais a hacer
unas pocas de puñetas?
—Porque prefiero que nos invites a merendar. Yo me voy a
tomar una jarra de batido helado artesanal de esa con su nata,
sirope y hasta barquillo.
—Eso, una merienda light por aquello de que estás todavía
convaleciente.
—Porque estoy convaleciente me tienes que cuidar más,
¿no te parece?
—A mí ya no me parece nada, me estás volviendo loco…
—Sexapil que tiene una, qué te voy a contar.
—Sexapil no sé si tendrás, pero enredadora eres hasta
quedarte sola.
Si no lo había sido antes, un poco sí que me estaba
volviendo, para qué negarlo. En cuestión de tres meses mi vida
había dado un giro de ciento ochenta grados, al estrenar al
mismo tiempo trabajo e ilusión por alguien, aunque ahora esa
ilusión estuviera de capa caída, ¿o no?
Con los vestidos en el coche, decidimos irnos a merendar y
César nos contó que, al margen del susto que se había llevado
por mi ingreso, había sido una magnífica mañana de trabajo
para él.
—Hoy le hemos dado de alta a Carlos, un pequeño
guerrero que llevaba dos años luchando contra un cáncer y por
fin lo ha vencido.
La manera en la que hablaba de su profesión nos
emocionaba a ambas, siempre había sido así. César era un
pediatra de vocación que además había tenido en mi padre a
un maestro y referente, pues no podía admirarlo más.
Desde niño ya mostró inclinaciones por ser médico y era
una de esas personas perseverantes que lograban todo aquello
que se proponían. El día que ocupó su plaza en propiedad en el
mismo hospital en el que trabajaba mi padre, Vanesa y yo le
organizamos una fiesta sorpresa a la que acudieron los
múltiples amigos que había acumulado a lo largo de toda la
vida.
Mi amigo era una de esas personas de las que ya quedaban
pocas, por lo que mi padre siempre solía bromear con la
posibilidad de que César y ningún otro hubiera sido el yerno
perfecto para él.
En más de una ocasión en la vida había yo cavilado que
otro gallo me hubiera cantado de haberme enamorado de
César, pero por desgracia en el corazón no se manda y yo por
él no sentía más que una pura y sincera amistad.
Pasamos una tarde estupenda, como no podría ser de otra
manera con mis queridos amigos, y por la noche me acosté
con la sensación de que el día había sido demasiado largo…
Fue entonces cuando reparé en que mi teléfono no había
parado de sonar y yo lo había ignorado por completo. Entre los
muchos mensajes que vi, figuraban varios de David,
preguntándome cómo estaba…
Capítulo 10
Lo primero que hice al levantarme fue contestar a David…
Una cosa era que ya no pretendiera nada con él y otra muy
distinta que no fuera a contestarle a sus amables mensajes, ¡y
encima era mi jefe!
“Buenos días, te invito a desayunar, guapa”
De esa escueta manera me contestó y, aunque yo no estaba
demasiado convencida de que fuera una buena idea, tampoco
me pareció plan de rechazarlo de plano.
En media hora me estaba recogiendo en la puerta de mi
casa.
Dafne se asomó por la cristalera de la cocina y me dijo que
David era una locura de guapo, algo que yo ya sabía, por otra
parte.
Mientras el coche se ponía en marcha vi la risita en su
rostro por la forma en la que Dafne estaba cotilleando. Y
suerte tuvo de que no estuvieran las enanas en casa en ese
momento, que si no se iba a enterar de lo que valía en un
peine.
—¿Cómo te ha dado esta punzada? —le pregunté
pensando que lo que de verdad no entendía era que me hubiera
dado a mí la de aceptarla.
—Tengo fama de preocuparme por mis empleados, pero
esa fama no cae de los árboles, hay que ganársela, ¿no te
parece?
—Supongo, pero que conmigo no tienes que ser más
cumplido que un luto ni nada de eso.
—No es ser cumplido, simplemente me apetecía.
—¿Haces esto con todas tus empleadas? —le pregunté
porque estaba un poco fuera de juego.
—Obvio que no, solo con aquellas que me gustan…
—¿Cómo que te gustan? —pregunté sin vacilar, como si
no existiera esa posibilidad,
—Pues que me gustan, no creo que tenga demasiado que
explicar al respecto, ¿no?
—¿Y son muchas las empleadas que te gustan? —le
pregunté poniendo cara de pocos amigos.
—A ver, déjame que piense, que ahí me has cogido…
Son… Vaya, al final solo eres tú.
—¿Y no te importa que tenga novio? —Seguí indagando
un poco más.
—¿Cómo? ¿Tienes novio? No me habías dicho nada. —Se
hizo el tonto y me dedicó una sonrisilla de medio lado.
—Tú tienes un morro que te lo pisas, ¿y dónde vamos a
desayunar?
—A la sierra, a la sierra.
—¿A la sierra? ¿Y qué se nos ha perdido a nosotros
desayunando en la sierra? Vamos, si puede saberse…
—Pues que tomes aire libre, que después se te vicia el que
tienes alrededor y te vas al suelo…
De vicio sí que estaba él. Caí en la cuenta de que en
cuestión de pocos días David se había fijado en mí
tropecientas veces más que antes.
Aquella mañana yo iba la mar de mona con mis shorts
vaqueros de cinturilla alta, una camiseta rosa y mis Converse
del mismo color. En el pelo llevaba una pasada rosa que
potenciaba mi color dorado y el mismo tono era el de mi
carmín de labios y mis uñas, así como el que asomaba a mis
mejillas.
—Fue una caída tonta, lo mismo por un poco de estrés o…
—¿Estás estresada? ¿Demasiado trabajo? Si es así me lo
dices y vemos cómo podemos descargarte.
—No, nada de eso, en el trabajo fenomenal.
—¿Y entonces? ¿De dónde te viene a ti esa carga de
estrés?
—Mira, mejor lo dejamos, son cosas personales.
Ni muerta le podía contar yo la verdadera causa de mis
nervios el día anterior.
Mientras posaba mis ojos sobre David pensaba que la
situación era un poco surrealista e incluso que había tantas
cosas que me gustaría saber sobre él que no sabía ni por dónde
empezar. Lo mismo debía pasarle a él de mí porque empezó a
hacerme todo un gracioso interrogatorio sobre mi vida.
Comenzó por mi infancia y yo le contesté de broma con un
“al principio no había nada” que causó su risa. Luego se
interesó bastante por cómo había transcurrido mi niñez e
incluso me hizo una pregunta que me resultó de lo más
curiosa, al interesarse por si yo había sido feliz.
Le contesté a grandes rasgos y él atisbó algo de amargura
en mi tono cuando llegamos al capítulo de la marcha de mi
madre. Procuré correr un tupido velo y le pregunté por la
relación con la suya, con Magnolia, que esa debía haber sido
harina de otro costal.
—No te imaginas la vitalidad que tiene esa mujer —me
dijo con ademán de admiración— y lo divertida que era.
—Eso no me extraña, lo es todavía…
—Pues imagínatela de joven, no paraba de idear. Con
decirte que cuando mis amigos se quedaban a dormir en casa,
se ponía a medianoche una sábana por encima y se dedicaba a
ir como un alma en pena por toda la casa, como si fuera un
fantasma.
—No me lo puedo creer, aunque conociéndola…
—A ti te adora. Yo no sé lo que le has dado, pero es así. Y
no ha ocurrido eso con todas las mujeres que han pasado por
mi vida, no creas que es habitual.
—¿No me digas que a Samantha no la veía como a una
hija?
—Y tanto que no, llegó a tal la cosa que, una semana antes
de nuestra boda, mi madre y ella tuvieron un rifirrafe en el que
llegó a llamarla lagarta, así como suena.
—¿Le dije lagarta a Samantha?
—Como te lo cuento.
—Magnolia es mi ídolo, es mi ídolo. —Reí.
—Ya sé que Samantha no te lo está haciendo pasar bien, te
tiene atravesada…
—Sí, me da que no me va a invitar a su fiesta de
cumpleaños, no sé si podré soportarlo. —Hice como que
estaba llorando y él se rio.
—Ignórala, es la mejor estrategia. Ella está tan subidita
que necesita reconocimiento, si no le das carnaza, al final se
arrepentirá y mirará para otra parte.
—Querrás decir que repartirá veneno para otra parte, ¿no?
—Sí, eso, más o menos…
Que Samantha era una víbora lo sabíamos todos, aunque lo
cierto es que parecía que le había dado especialmente por mí,
eso era un hecho. A ver si al tal Bartolo y a ella les apetecía
coger rumbo a una república que estuviera situada al menos en
la gran puñeta y los perdíamos de vista.
Charlando, charlando, llegamos a un paraje que me pareció
ideal, situado al borde de una colina, aunque ni rastro de
ningún negocio de hostelería por allí…
—¿Se puede saber qué vamos a desayunar? Porque me da
a mí que aquí no hay nada abierto…
—Mujer de poca fe, como ya deberías haber imaginado, yo
soy un hombre de recursos…
—Sí, sí, pero prefiero dejar la mente en blanco.
—Pues eso es lo que deberías hacer y vivir el momento.
—Me parece bien, pero no quiero imaginar a qué te
refieres con eso de vivir el momento.
—¿Puedo hacerte una pregunta? ¿Por qué no aceptaste
ayer mi invitación?
—Porque no tenía por qué hacerlo y porque, además, con
quien tengo que ir a una fiesta es con mi novio, ¿no te parece?
—Lo que me parece es que tu novio no te pega nada.
—Huy, eso te lo acabas de sacar de la manga, César es una
joyita, que lo tengas muy claro.
—No digo que sea mal tío, no me malinterpretes, por
favor. Lo único que digo es que no te pega.
—¿Y eso por qué?
—Porque te pego mucho más yo y lo sabes. ¿Cuánto
tiempo llevas con él?
Me estaba empezando a entrar de nuevo un calor
incontrolable y tampoco podía colarme demasiado, porque
Magnolia podría haberle hablado de mi soltería semanas atrás.
—En realidad de novios, poco. Pero le conozco de toda la
vida y estoy completamente segura de que es el hombre de mi
vida, antes teníamos que haber empezado a salir.
—Pues no lo entiendo. —Se rascó la cabeza como si
estuviera pensando.
—¿Y qué es lo que tienes que entender? Si puede saberse,
claro.
—Pues que estés con él cuando es evidente que no te gusta
tanto como te gusto yo.
—¿Cómo? —me hice la indignada y abrí los ojos como un
búho a raíz de la afirmación tan descaradísima que acababa de
hacerme. Claro está que yo no me podía quejar, porque una de
las cosas que me había enamorado de David era precisamente
su desparpajo, por lo que ahora no podía andarme con
remilgos.
A pesar de ello, tampoco podía dejar pasar la ocasión sin
contestarle, que ya se sabe que quien calla, otorga.
—Pues lo que has escuchado, estás por mí como yo estoy
por ti, y creo que haríamos una pareja preciosa en el baile de
máscaras —sentenció.
—Tú lo que estás es tarado y yo no tenía que haber
aceptado tu invitación para desayunar, esto está resultando
cualquier cosa menos correcta.
—Date la oportunidad de ser feliz, Leticia, no seas tan
rígida, por favor.
—Yo no soy rígida, lo que pasa es que tú das por sentadas
demasiadas cosas, ¿no te parece? Eres un jeta.
Aquel comentario me salió directamente del alma, como le
salieron a él unas risas que hicieron eco y se fueron
reproduciendo por toda la sierra.
A continuación, y sin darme margen para que le contestara,
se levantó y del maletero de su flamante todoterreno sacó una
magnífica cesta de picnic con tal cantidad de delicias que se
me hizo la boca agua.
—Lo tenías todo preparado —le solté con una risilla
burlona.
—Hombre precavido vale por dos, ¿no es eso lo que
dicen? Tengo la obligación de alimentarte bien como
empleada, no sea que todavía me demandes.
—Tienes tú una cara de preocupación por si te demando
que es tremenda.
—Solo quiero compartir contigo un desayuno y que te
sientas a gusto, ¿es demasiado pedir?
—No, dicho así no es demasiado pedir, claro…
Sacó un termo plateado del que sirvió dos tazas de café
que olían a gloria. Por lo demás, quesos, patés, mermeladas,
croissants y panecillos hacían el resto, junto con unos vasos de
zumo natural que nos sirvieron de refresco y para bajar aquella
barbaridad de comida.
Una hora después de haber llegado a tan bucólico sitio, yo
estaba encantada, habiendo perdido la noción del tiempo y el
espacio. Casi no me reconocía a mí misma, pues me había
tumbado de la forma más desinhibida posible en una toalla que
él me había facilitado al efecto.
Sobre ella y admirando el azul del cielo, le conté, casi sin
darme cuenta, algunos de mis secretos de infancia y juventud,
unos cuantos de los cuales llevaban años sin salir de mi boca.
David tampoco estuvo mudo y me contó cómo fueron sus
comienzos en la próspera empresa que dirigía y a la que le
había echado más horas que un reloj en los últimos años.
Me confirmó que el apoyo de Magnolia había resultado
vital para que el negocio levantara la cabeza, habiéndose
convertido en socia capitalista del mismo.
El David que estaba descubriendo en la ladera de aquella
imponente montaña era mucho más parecido a la imagen del
hombre del que yo me había enamorado meses atrás y tenía
poco que ver con la imagen fría que de él tenía en los últimos
tiempos. No obstante, yo no era tonta y sabía que podía estar
representando un gran papelón, con la idea de llevarme a la
cama para luego exhibirme como a una más en su vitrina de
las conquistas.
Entre pitos y flautas, pasaron tres horas y cuando quise
darme cuenta ya íbamos de vuelta para mi casa. Atesoraba
para entonces un buen puñado de nuevos datos de los que
conformaban la historia del hombre por el que yo seguía
suspirando, a tenor de lo que pude comprobar en aquel rato.
Recuerdo la sensación de volver a casa con un buen sabor
de boca, pero con el firme propósito de no caer así como así en
las redes de un mujeriego que era probable que me hubiera
mostrado su mejor cara con tal de que sucumbiera.
Yo no quería ser un trofeo ni para él ni para nadie y, si
David quería algo conmigo, iba a tener que demostrarme
mucho más que el simple hecho de saber preparar un buen
desayuno, por mucha ilusión que me hubiera hecho.
El resto del día lo dediqué a descansar en casa con mi
padre, mis hermanas y Dafne, en familia y en mi zona de
confort.
Capítulo 11
El sábado por la tarde yo no tenía muy claro a qué estaba
jugando. Había quedado con Vanesa y con César para que
todos juntos nos preparáramos y saliéramos de allí en
dirección a la fiesta.
Mi padre no paraba de negar con la cabeza cada vez que
nos veía a los dos, después de la pantomima que yo había
formado en el hospital y de la que afirmaba no dar crédito
todavía.
Vanesa se encargó de los peinados y del maquillaje,
aunque nuestros vistosos antifaces terminaron por cubrirlos.
—Por si acaso luego nos los quitamos, que en estos sitios
se sabe cómo se entra, pero no cómo se sale —decía.
—Escaldados, yo os digo que vamos a salir escaldados,
¿qué apostamos? —preguntaba César que no paraba de
resoplar.
—Tú lo que tienes que hacer es mostrarte como un novio
solícito, que ya que estamos metidos en el embolado, tenemos
que salir de él —le decía yo muy convencida.
—Claro, como me he metido yo en el embolado, tengo que
purgarlo, no te fastidia…
—No te me pongas otra vez en plan quejica, que me da
mucho coraje, ¿eh?
—Oye, tú antes no tenías tanta cara, ¿es una técnica nueva
para ligar? Porque me voy las voy a tener que ingeniar para
comerme un rosco, que últimamente no me como nada. Si
tienes algo que funcione, vomítalo.
—Eso es porque no prestas atención a las señales —le
comentó Vanesa.
—¿A qué señales? ¿A las de tráfico? Porque no tengo ni
idea de a qué te refieres, a mí no me llegan señales de esas
como a vosotras.
—Porque siempre has sido un empollón y has estado
demasiado metido en los libros. A ver si espabilas o te vas a
quedar para vestir santos. —Siguió ella con su retahíla.
—Así da gusto, que tus amigas te animen.
—Yo te digo la verdad, si luego quieres que te cuente
milongas avísame y lo haré, por un módico precio te hago de
coach.
Vanesa seguía con las planchas de última generación que
mi padre me había regalado para el pelo, dale que te pego,
haciéndome unas bonitas ondas.
—Sí, en eso estaba yo pensando, en pagarte, cuando estás
más loca que una cafetera, jodida.
—Huy, huy, sin insultar, que aquí quien más y quien tiene
un tirito dado, que no soy yo sola.
—Sois tres buenas patas para un banco —añadió Dafne
que andaba también por allí, pues durante el viaje de Vaitiare
la necesitábamos más que nunca.
Cuando estuvimos preparados, mi padre nos hizo cantidad
de fotos, en las que se nos veía a Vanesa y a mí haciendo el
cafre, mientras que César parecía protegernos con su enorme
capa negra.
Estábamos encantados con el resultado y a continuación
paramos para tomarnos unos zumos que nos había acercado
Dafne, antes de seguir con una sesión de selfis.
—Pero ¿se puede saber dónde están nuestras máscaras? —
nos preguntamos cuando quisimos volver a colocárnoslas.
—Mucho me temo que echo de menos algo más que las
máscaras, ¿dónde están las niñas? —nos preguntó Dafne.
—Cielos, pues tienes razón, seguro que andan por ahí con
las máscaras…
Subimos a mi cuarto y allí estaban las muy bribonzuelas.
No fue casualidad que mi vestidor estuviera abierto, no, allá
que andaban arrastrando dos vestidos míos en negro y un par
de tacones cada una de los que les sobraban un montón de
centímetros.
—¡¡Laura, Alba!! —chillé y en ese momento, Laura se
desestabilizó, yendo a parar al suelo y haciéndose un buen
chichón.
No me pude sentir más culpable, pues la pobre se levantó
del suelo con una especie de huevo en la frente que César y mi
padre no tardaron en inspeccionar.
—Muy llamativo, pero nada importante —me dijeron para
mi tranquilidad, pues yo me había puesto taquicárdica.
—Hermana, por tu culpa ahora yo no voy a poder salir en
las fotos, para que no esté triste, ¿me llevas a la fiesta? —me
preguntaba la pobre entre sollozos mientras Alba exhibía su
mella haciéndome la misma pregunta con el gesto.
No me faltaban a mí más que las dos enanas en la fiesta,
como si fuera poco nerviosa… Yo no sabía lo que iba a pasar
esa noche.
Dafne se llevó a las niñas a la cocina, donde les sirvió una
buena ración a cada una de un helado de chocolate artesanal
que ella misma preparaba y que estaba espectacular, por lo que
las fierecillas se amansaron.
—Venga, ahora unos buenos selfis y al ataquer, a la
fiestuqui —dijo Vanesa a quien le gustaba más una juerga que
a un tonto un lápiz.
Nos hicimos un montón de ellos y en varios yo le besé la
mejilla a César que para algo era “mi pareja”. Él no paraba de
mirarme de reojo como diciendo que de ahí no pasara, que
bueno estaba lo bueno ya.
A continuación, nos fuimos ya para la fiesta, que se
celebraba en un entorno de cuento; en un palacete que Paul y
Anuar habían alquilado para la ocasión. David me había
enviado varios mensajes ese día para recordarme que tenía que
acudir así se cayera el mundo, que habían sacado mi sonrisa.
Eso sí, yo sentía cierto pánico por saber por quién vendría
acompañado. Seguramente por Ivette y la sonrisa se me helara
en el rostro. Mejor ir preparada para todo que darme la castaña
del siglo por las buenas.
Los anfitriones nos esperaban a los invitados al pie de la
suntuosa escalinata que había de llevarnos al interior, en las
que se agolpaban decenas y decenas de personas.
Los murmullos se sucedían por doquier y, tras de mí,
escuché una voz inconfundible que ese día sonaba
especialmente apagada.
—¡Qué guapa estás Leti! —me dijo Conchi, que no
parecía tener su mejor día—, ¿ya estás bien del todo?
—Sí, cariño. Oye y tú, ¿cómo me has reconocido?
—Por esas hechuras inconfundibles que Dios te ha dado,
vaya piernacas de vértigo que tienes, ya las quisiera yo para
mí.
—Anda que no eres tú una jaquetona, te miran los clientes
que no veas, que me fijo yo…
—Para la suerte que tengo con los hombres, mejor que no
me mire ni uno más —soltó y, de inmediato, comenzó a
sollozar.
—Conchi, mi niña, ¿qué dices? ¿Qué ha pasado con
Jaime?
—Que, mientras nos estábamos preparando para venir, me
ha dicho que ya no me quiere, que se ha dado cuenta de que no
siente por mí lo que debería sentir y que ha sido muy bonito
mientras ha durado, pero que hasta aquí…
—Que no eres tú, que es él, lo típico…—César completó
su frase, porque a él también le había ocurrido más de una vez.
—¿Te ha pasado también? —le preguntó.
Conchi era mucho de pensar en eso de que “mal de
muchos, consuelo de tontos”.
—Sí, sí que le ha pasado. A él le ha pasado de todo, tiene
para escribir un libro, es como “el pupas” en el amor. Yo soy
Vanesa y él es César. —Mi amiga no perdía el tiempo en
contestar y él la miró, volteando los ojos, lo que pudimos ver
bajo su antifaz.

—Anda que me hacéis vosotras una publicidad cojonuda,


como el tonto del pueblo me ponéis…
—De eso nada, mi amor. Tú de tonto no tienes ni un pelo,
empollón mío…
—¿Mi amor? —preguntó Conchi mirándome muy
fijamente, como si así fuera a encontrar respuesta a su
pregunta
.
—Mi amor, mi amor, a todos los efectos y hasta nueva
orden, para todo el mundo César y yo somos pareja —le
advertí.
—Estás como una regadera…
—¿Y tú cómo estás, amiga?
—Yo estoy con ganas de morderle en la yugular al
desgraciado ese. ¿Sabes? Al final se ha ido de mi casa sin
cambiarse y sin nada… con la capa puesta y todo.
—Rollo superhéroe, mola —le dijo Vanesa y Conchi la
miró como queriéndole decir que sí, que le había molado
cantidad.
Yo no sabía lo que estaba pasando a mi alrededor, pero allí
parecía que no le cuajaba una pareja a nadie. Debía tratarse de
una especie de epidemia, pues las cosas iban de mal en peor.
No quería ni mirar a los novios con ese pensamiento en la
cabeza, no fuera a ser que les gafara a los pobres, con lo
ilusionados que estaban.
Viéndolos de lejos, se notaba mucha complicidad entre
ellos y eso era algo que a mí me fascinaba en una pareja. Era
la misma que detectaba en casa, entre mi padre y Vaitiare. Por
esa razón, me dio por pensar que el amor poco tenía que ver
con razas, nacionalidades y edades…
El amor era simplemente amor y allí donde fluía no había
barrera que no pudiera superar. Otra cosa era cuando, más que
de amor, se trataba de un simple calentón, que probablemente
eso fuera lo que sintiera David por mí….
Capítulo 12
Poco a poco fuimos avanzando en la cola hasta llegar a los
novios. Paul también me reconoció a primera vista y se fundió
conmigo en un fuerte abrazo.
—Ya me dijo David que vendrías con tu pareja y yo he
pensado que un mojón pinchado en un palo es este chaval tu
novio —me dijo en el oído, haciéndome reír.
—Será nuestro pequeño secreto —le contesté.
Entramos y por Dios que aquello parecía una de esas
fiestas tan exclusivas del carnaval de Venecia sobre las que yo
había leído en alguna ocasión, pues a mí aquel mundillo
misterioso que se escondía bajo las máscaras me fascinaba.
Allí estaba la flor y nata de la ciudad, pues a Paul a
glamuroso no le ganaba nadie. Algunos iban con disfraces de
lo más complejos y elegantes, como los propios novios.
Por lo que vimos nada más entrar, allí no iba a faltar ni un
perejil, pues se iba a servir una opípara cena tipo cóctel para
que todos los invitados pudiéramos relacionarnos mejor, a la
que seguirían algunas actuaciones y, como guinda del pastel,
lo que todos esperaban; el baile de máscaras.
—Yo por mí hubiera celebrado una fiesta más loca y
sadomaso, pero entonces no hubiera venido ni la cuarta parte
de la gente —me dijo Paul en el oído cuando nos cruzamos en
el salón, causando mi risa.
—Tú no puedes ser más personaje.
—Y hablando de personajes, ¿a santo de qué te has
marcado ahora el de ennoviada?
—¿Puedo hablarte con sinceridad?
—No, voy por el megáfono a pregonar lo que me cuentes,
¿tengo cara yo de presidir Radio Patio o qué?
—Es por huir de David, me da un poco de miedo…
—Te da un poco de miedo enfrentarte al mundo y yo creo
que estás viendo hasta fantasmas donde no los hay, fíjate.
—¿Tú sabes algo?
—Yo no tengo idea de a quién mete en su cama, pequeña,
si eso es lo que quieres saber, pero lo que puedo decirte es que
David es un buen tío, eso seguro.
—Ya… Por cierto, ¿lo has visto?
—Todavía no. Ya sabes, cuando veas a uno irresistible con
un empaque que…
—No sigas que al final nos vamos a poner los dos, ya me
hago una idea.
De lo que no podía hacerme una idea es de dónde estaría
metido. O, mejor dicho, prefería no hacérmela por si estaba
explorando alguna madriguera, que todo podía pasar.
Por lo que pudiera ocurrir, me fui hacia César y lo cogí de
la mano.
—No jodas…
—Hombre, si somos novios tendremos que ir de la mano,
digo yo…
—Vas a tener que obligarme…
—Yo tengo en el bolso unas esposas por si te hacen falta,
Leti. —Me guiñó el ojo Vanesa.
—¿Y por qué llevas tú unas esposas en el bolso? —A
César lo traíamos ya loco.
—Por lo que pueda surgir, tontorrón, que una debe estar
preparada para todo.
Me reí pensando en que de aquella a César lo íbamos a
volver majara. En cuanto a mí y aunque imaginaba que no
debía, no podía hacer otra cosa que mirar a mi alrededor por si
veía a David.
—¿Dónde está lo más increíblemente guapo de toda la
fiesta? —Tras aquella máscara y aquel torso petado no podía
esconderse otro que Mario.
Yo ponía un circo y me crecían los enanos, esa era la
verdad verdadera. Mario estaba empecinado en mí y yo quería
parecer transparente a sus ojos, pero se veía que no había
manera.
—Mario, que no tengo el cuerpo para jotas, anda. Además,
está por aquí mi novio, César.
—¿Desde cuándo tienes novio? Primera noticia, perdona.
—No te preocupes, no hace mucho. Luego te lo presento.
—Jo, me va a costar dejar de tirarte los trastos, pero tendré
que hacer un esfuerzo, mi gozo a un pozo —resopló.
—Venga que seguro que hay por ahí un montón de chicas
guapas deseando que te hagas una foto con ellas.
—Mira que no son esas las fotos que apetecían a mí, pero
se me ha presentado un panorama bonito…
Bueno había que reconocer que César me iba a resultar un
multiusos con el que el poder andar huyendo de mi jefe y hasta
de Mario, dos en uno.
Y hablando de jefe, por fin detecté unos andares entre la
muchedumbre que hubiera reconocido entre un millón.
Bien se notaba, viéndolo avanzar a él, que un baile de
máscaras nada tiene que ver con una fiesta de disfraces. David
representaba la imagen del hombre de etiqueta con su
esmoquin y una sublime capa que le añadía a su look
masculino un aire misterioso que me resultaba de lo más
atrayente.
—¿Sabes que en el siglo XV los invitados a un baile de
máscaras no podían revelar su identidad hasta después de la
medianoche? —me preguntó por todo saludo.
—Esos sí que sabían guardar un secreto, nosotros nos
hemos conocido de lejos.
—Yo no podría confundirte, bonita, estaba soñando con
este momento desde que nos despedimos ayer. Te había
imaginado guapa, pero has superado todas mis expectativas.
—Gracias, creo que voy a ir a buscar a César. Ya sabes,
una no debe descuidar a su pareja.
—Claro, claro… lo entiendo.
Llegué hasta la altura de mi amigo y hasta me dio pena.
César había entablado conversación con Conchi, a quien
también se le notaba muy a gusto en su compañía. Vamos, que
la que sobraba era yo.
—Es muy saleroso, cuando dejes de utilizarlo me lo pasas
—me dijo y al pobre César casi se le saltan las bolas de los
ojos de la cara.

—Gracias, bonitas. No veáis si motiva ser un hombre


florero, ¿puedo serviros en algo más?
—De momento, tú dame la manita y calladito, que estás
más mono.
Paul iba y venía saludando a los invitados y no perdía la
oportunidad de dedicarme una sonrisita socarrona como
diciendo que no era normal el numerito que había formado.
Yo, instintivamente y sin poder evitarlo, iba por toda la sala
buscando la mirada de David, que a menudo encontraba fijada
en mi persona.
En su defensa diré que había diversas féminas que le
estaban entrando a saco y él ni caso. Y no porque fueran callos
malayos, que algunas eran preciosas, sino porque parecía tener
ojos únicamente para mí.
Sin embargo, miedo me daba a mí esa actitud. Desde
siempre había escuchado a mis amigas hablar de ese tipo de
hombres que no saben vivir con el rechazo de una mujer y que
se empecinan precisamente en la que parece no hacerles caso,
solo por intentar doblegar su voluntad.
César me miraba apretando los dientes en señal de que iba
a volver a hacer de mi novio en otra ocasión, pero ya en otra
vida, no en esta.
—Yo creo que deberías disimular un poquillo mejor, que
se nota a la legua que no estás acaramelado conmigo.
—No, si verás, ahora con el papelito va a querer la
muchacha que le meta la lengua hasta la campanilla…
—Tampoco es eso, pero un poco de gracia le podías echar,
digo yo…
—Tú sigue que te quedas aquí compuesta y sin novio,
¿quieres verlo?
—No, no, tranquilito, no te vayas a ir, por lo que más
quieras.
Comenzamos a cenar y allí no faltaba ni gloria, que diría
mi abuela. Menudo dispendio el que habían realizado los
novios, aquello debía haberles costado un verdadero pastizal.
No en vano, para darle más apariencia de realidad a la fiesta,
todo el personal de servicio que la estaba cubriendo iba
convenientemente ataviado para la ocasión.
—No puedo creer que aquel sea mi amigo Sotero —dijo en
un momento dado mi supuesto novio.
—Hombre, yo supongo que aquí solteros habrá muchos.
Con toda la gente que ha venido no creo que cada uno lleve un
anillo en su dedo anular.
—No he dicho soltero, no me seas borrica, he dicho
Sotero, un amigo de la facultad al que llevo años sin ver.
—Joder, ¿y lo has reconocido con la máscara y todo? ¡Y
vaya nombrecito!
—Por la voz, que sordo no me he quedado todavía, aunque
al paso que voy lo que me voy es a quedar lelo. Y sí es un
nombre antiguo castellano, se lo pusieron por su abuelo, ¿pasa
algo?
César salió en busca de su amigo y yo me quedé sola por
un momento. Vanesa y Conchi estaban hablando entre ellas y
hubiese echado mano incluso de Mario con tal de que no
ocurriera lo que pensaba que podía ocurrir, que David se me
acercara nuevamente.
Puedo parecer un poco incongruente, habida cuenta de que
el día anterior estaba a su lado, tumbada en la sierra sobre una
toalla y abriéndome en canal con él, igual que él conmigo.
Pero es que precisamente era eso lo que me daba miedo, ver la
facilidad con la que él daba pasos hacia mi corazón con solo
proponérselo un poco.
—¿Está usted sola, bella dama? —me susurró en el oído.
—Por poco tiempo, no creo que mi novio tarde en llegar.
—Lo que voy a decirle puede sonarle un tanto extraño, por
aquello de que estamos en un baile de máscaras, pero ¿no cree
que ha llegado el momento de que se quite la suya?
—Hombre, pues así dicho sí que suena un poco raro, ¿a
qué se refiere?
—A que sabe usted también como yo… —seguía con el
jueguecito de llamarnos de usted, lo que parecía poner cierta
distancia entre nosotros que todavía hacía más morbosa la
situación….
—¿Qué sé yo? —Me volví y enfrenté aquella mirada verde
que me hacía soñar.
—Que su acompañante no es su pareja. No sé la naturaleza
de la relación que les une, pero desde luego que su pareja no
es.
Noté que las piernas me flaqueaban. David acababa de
desarmarme con una sola estocada y me daba pánico pensar
qué más podría saber sobre mí o si me vería como una mema
por haber montado toda esta farsa.
—¿Cómo te atreves? —Me volví tan rabiosa que no sabía
si quería besarle o darle una sonora cachetada que retumbara
en toda la sala.
—Me atrevo porque me estoy enamorando de ti, me atrevo
porque sueño cada mañana con ese saludo vespertino que te
saca los colores y me atrevo porque era contigo con quien
deseaba venir a esta fiesta.
—David, yo…
Ese fue el momento en el que supe que mi coraza se había
ido al suelo y partido en mil pedazos. Sin saber cómo, me vi
corriendo de su mano hacia algún lugar mudo que no revelara
lo que allí iba a ocurrir.
La expectación por aquel primer beso que sabía que no
tendría el valor de evitar, iba in crescendo por momentos. Un
intenso hormigueo me recorría de pies a cabeza y mis manos
temblaban, al igual que lo hacía mi mentón.
Tenerle frente a frente en aquella estancia apartada hasta la
que me llevó corriendo fue lo más sugerente que me había
pasado en la vida. En la penumbra, veía perfilarse su mentón y
brillar sus ojos por el deseo; unos ojos que me decían que
David quería hacerme suya, un deseo al que no me veía
preparada para rechazar.
La unión de nuestras lenguas húmedas, necesitadas y
urgentes, al mismo tiempo que recorría con su mano el perfil
de mi cara, me indicó que habíamos puesto en marcha una
maquinaria de la pasión bastante difícil de parar.
David me susurraba al oído todo aquello que yo tanto
había soñado y a mí me costaba discernir la realidad del sueño.
Realmente, por mucho que estuviera despierta, un sueño es lo
que estaba viviendo en esos momentos a su lado.
Pese a seguir teniendo muchos interrogantes sobre su vida,
yo no podía imaginar un momento mejor que aquel, el primero
en el que nuestras bocas se habían unido para decir en forma
de beso lo que nuestros corazones estaban gritando en forma
de latidos.
Pero todo sueño tiene su final y el mío no debió de durar
más de tres o cuatro minutos. Su teléfono sonó y vi a las claras
el nombre de Ivette.
—¿Dónde estás? Deberías estar aquí conmigo y lo sabes
—le recriminó.
—Lo sé y te pido disculpas. Voy ahora mismo…
El rictus de su cara no podía ser más amargo, pero el mío
debió ser indescriptible.
—Lo siento mucho, pero tengo que marcharme, Leti.
—No te vuelvas a permitir el llamarme de esa forma, yo
solo soy Leti para mis seres queridos. Ahora me irás a decir
que esto no es lo que parece, ¿verdad?
—Pues desgraciadamente así es.
—Vete al infierno, David.
Capítulo 13
Me desperté con los ojos ahuevados por las miles de
lágrimas vertidas sobre mi almohada. Dafne entró con una
bandeja en la que había un zumo de naranja y una tostada.
—Mi niña, te he escuchado llorar cuando he llegado hace
un rato, ¿qué te pasa?
—Mal de amores, Dafne. Que deberían ponerme una alerta
por anormal, porque no doy una en las cosas del corazón.
—¿Tu jefe? ¿El guaperas?
—El mismo —suspiré—, ¿qué hora es?
—Son las nueve de la mañana, cariño.
—He estado despierta casi toda la noche, solo me he
dormido en algún momento en el que el cansancio me rendía y
cogía fuerzas para seguir llorando.
—Pues de eso nada, que te queremos mucho en esta casa
para que tú derrames tantas lágrimas por un hombre, sobre
todo si es un hombre que no se lo merece. Aunque claro, si se
lo mereciese, no te haría sufrir.
—No quiero volver a verlo ni en pintura, Dafne.
—Espera, mi niña, están llamando a la puerta.
Dafne se acercó a abrir la puerta de la entrada y no
tardaron en entrar en mi dormitorio Vanesa y César.
—¿Se puede saber qué mierda de complejo de Cenicienta
te entró anoche para salir corriendo de la fiesta sin avisar y sin
nada? —me preguntó César mientras depositaba un beso en mi
mejilla.
—Soy un desastre de amiga, ¿verdad? Pues imagínate de
novia. Por cierto, te tengo una buena noticia, ya no tendremos
que fingir más. Lo debemos haber hecho como el culo porque
nos han pillado.
—No me lo puedo creer, con lo bien que lo habíamos
hecho —resopló.
—Bueno, ¿qué pasó? Nos diste un susto de muerte,
estuvimos buscándote una hora hasta que llamamos a tu padre
y nos dijo que ya estabas en casa —me preguntó Vanesa
cogiéndome la mano.
—Pues pasó que me voy a tener que cambiar de acera
como tú, porque los hombres en los que pongo el ojo no valen
un duro ni uno.
—¿Para tanto fue?
Les conté con pelos y señales y los noté cariacontecidos.
Mis amigos no podían ser mejores y no les gustó ni un pelo lo
que escucharon.
—Mira, Leti, tú te mereces un contrato de exclusividad
como la copa de un pino y si el tío no sabe mantener el canario
metido en la jaula, que le den dos duros —sentenció César.
—Yo opino igual. ¿Qué viene a ser eso de hacer daño
porque a él se lo hayan hecho antes? Si es un impresentable no
se merece que dediques ni cinco minutos al día en pensar en
él, cuanto y más derramar un río de lágrimas, que mira la cara
esa que me llevas. —Vanesa comenzó a borrar con el dorso de
su mano las lágrimas que volvían a brotar de mis ojos.
—Tenéis toda la razón, voy a coger el toro por los cuernos
y a finalizar esta historia.
—Claro, cariño, tú mañana lunes te vas a trabajar con más
orgullo que Don Rodrigo en la horca y ni lo mires. —Ya
estaba César con sus frasecitas.
—No, voy a hacer algo mejor todavía, cortaré por lo sano,
medidas drásticas…
—¿Qué tipo de medidas drásticas? Mira que también te
conocemos y al saber lo que estás pensando—Vanesa sabía
que cuando me ponía cabezona no había quien me superara.
—Voy a llamar a mi prima Pili, que vive en Ámsterdam y
me voy a vivir con ella una temporada.
—¿A Ámsterdam? Me tienes que llevar, ¿eh? Que es el
paraíso del fumeteo. —Mi amiga hizo el gesto de fumarse un
porrito.
—¡Stop! Me tenéis hasta los co…—César se paró a tiempo
y nos dejó un tanto perplejas a las dos, pues no estábamos en
absoluto acostumbradas a escucharle decir tacos.
—¿Qué pasa? A ver si te vas a haber creído que eras mi
novio de verdad y me vienes ahora con la película, que yo voy
donde me venga en gana, guapito.
—No, bonita, a mí me has metido en un fregado
bochornoso y ahora me vas a escuchar. Yo no digo que el tal
David haya hecho las cosas bien, pero eso te tiene que
importar a ti un bledo. Tú sí que te has partido los cuernos por
ocupar un puesto de trabajo en su empresa y no te vas a ir
ahora con la cabeza gacha porque a él le haya salido del alma
jugar contigo. ¡No lo pienso consentir!
La exclamación final de César me dejó un tanto
consternada. Jamás hasta ese día le había visto hablar con tal
ímpetu y hasta Vanesa me hizo una señal de que le escuchara,
pues a veces yo pecaba demasiado de impulsiva.
—Vale, quizás tengas razón, pero yo necesito unos días de
asueto, lejos de ese tío, no quiero verlo ni en pintura.
—Pues te pillas esos días de vacaciones que te
correspondían y te vas a una calita a una isla, a meditar, a
conocer maromos o a lo que te apetezca, pero tu trabajo no lo
dejas como que me llamo César.
—Oye bonita, ¿tú estás segura de que no te quieres
emparejar con este? Porque no te iba a ir mejor con ningún
otro en el mundo, eso que lo sepas.
—Ya me estoy dando cuenta, ya…
Eso haría, no me refiero a lo de liarme con César, claro.
Iría al día siguiente a la empresa y pediría cuatro días de
vacaciones que me correspondían. Seguramente David me los
daría sobre la marcha, porque si le quedaba un ápice de
dignidad tendría que reconocer que ya había jugado conmigo
bastante…
David
Malditas circunstancias que se daban a veces en la vida.
Imposible hablar con Leticia…
Lo había intentado por activa y por pasiva antes de subir a
aquel avión y había comprobado con frustración que me había
bloqueado por todos los lados posibles.
Mi niña, mi amor, mi enamorada… Aquella por la que
suspiraba cada mañana y a la que había tardado demasiado en
acercarme por culpa del resentimiento que sentía hacia las
mujeres después de la separación de Samantha.
Leticia había llamado mi atención desde el mismo
momento en el que entró por la oficina, pero yo sabía que ella
tenía un corazón de oro y una sensibilidad exquisita.
No se hubiera merecido que le hubiera hecho daño, no
cuando ella parecía una de esas personas románticas que
todavía apostaban plenamente cuando alguna historia de amor
llamaba a sus puertas.
Recuerdo que el primer día que la vi, con aquel vestido
gris ceñido y sus Converse en los pies, pensé que era deliciosa.
A Leticia no le hacían falta maquillajes ni artificios, pero
debía reconocer que en los últimos días la había visto más que
preciosa. Su cambio de look había hecho que yo me
replanteara el porqué del antes y después de su indumentaria.
Irremediablemente, Leticia había ido operando un cambio
en mí. No voy a negar que llevaba unos meses disparatado con
el tema de las mujeres, pero desde hacía cuestión de varias
semanas había conseguido comenzar a calmarme y empezar a
poner las cosas en su sitio.
El huracán Samantha había soplado hasta el punto de que
los pilares de mi vida se fueran al garete, pero ya era hora de
pasar página y de posicionarme. Lo malo era que la aparición
de Ivette en los últimos tiempos, con su sorprendente noticia,
apenas me había dejado margen para volver a la normalidad.
Y la mala suerte había querido que su inesperada llamada
de la noche anterior hubiera alterado a Leticia mucho más de
lo que yo estuviera dispuesto a perdonarme. ¿Por qué no le
confesé en el mismo momento lo que estaba sucediendo?
Leticia era pura empatía y seguro que lo hubiera
entendido. Es más, no tengo ninguna duda de que me habría
apoyado en aquellos difíciles momentos, pero cabezón de mí,
me había empeñado en lo mismo de siempre, en hacer las
cosas por mí solo.
¿Cuántas veces tenía que tropezar en la misma piedra para
aprender? Muchas eran las ocasiones en las que mi madre me
había advertido de que mi manera de ser me iba a pasar un día
una factura demasiado alta y yo esperaba que no fuera
precisamente en esta.
No ahora que por fin estaba tan cerca del corazón de la
mujer que había conseguido reconquistarme cuando yo
pensaba que eso era prácticamente imposible, no ahora que yo
sentía que había empezado a quererla…
Capítulo 14
Me crucé con Paul en la puerta de entrada. Yo debía llevar
más cara de lunes que nunca, porque todavía me notaba los
ojos hinchados como la rana Gustavo, por lo que los cubría
con unas gafas de sol que parecían tener dos lunas de coches
por cristales.
—La perdida, ¿se puede saber dónde diantres te metiste en
la fiesta? Te estuve buscando a la hora del baile y no había ni
rastro de ti. Bueno, aunque tampoco lo había de David.
¿Quiere eso decir que hubo tomate? —me preguntó y negué
con la cabeza.
—Va a ser que no. Bueno, me explico, hubo un principio
de tomate abortado por una llamada de la tal Ivette esa que
parece que no puede vivir un momento sin él.
—Huy mi niña, qué chungo, tú de meterte en tríos
amorosos rollo Lady Di ni mijita, ¿eh? Que esos acaban
siempre en tragedia.
—Yo no quiero saber nada de él, ni de ella ni del Cristo
que los fundó a ninguno de los dos, por mí que les vaya
bonito.
—Ay, cariño, eso lo dices con la boquita pequeña, se nota
tela…
—Pero lo voy a mantener, te lo prometo, de mí no se ríe,
por muy jefe mío que sea.
—Y haces bien, pero mira que me extraña en David, ¿eh?
No te niego que ha andado hecho un tarambana últimamente,
pero yo haciendo daño no lo veo…
—Pues menos mal, si llega a querer hacerlo no sé dónde
hubiéramos llegado, vivir para ver, Paulito. Yo ahora me voy a
coger unas vacaciones y me quito de en medio hasta que se me
pase un poco el disgusto.
—¿Cómo? Oye que tengas muy claro que el sábado es mi
boda y que no pienso casarme si no tú no has llegado. ¿Lo
tienes clarinete?
—Sí, a más tardar el viernes noche estaré de vuelta. ¿Qué
te crees? Menudo pastón me costó el outfit que voy a lucir
como para dejarlo colgado en el armario.
—Pecado capital sería, pecado capital, niña.
No, yo no iba a pecar. Paul era mi amigo y me había
invitado a su boda poco después de que me incorporara a la
empresa, cuando todavía era bastante desconocida para él.
Eso sí, tendría que hacer de tripas corazón porque para
entonces era muy probable que el malnacido de David
acudiera de la manita de su Ivette. Y a mí ya no me valían más
triquiñuelas, yo esta vez sí que me había quedado compuesta y
sin novio, ni siquiera postizo.
Entré y, cogiendo aire, me fui hacia el despacho de David.
—No hagas esfuerzos, ha llamado esta mañana para decir
que no venía a trabajar, por lo visto se ha ido de viaje —me
comentó Conchi sin demasiada fuerza en la voz, lo que me
hizo presagiar lo peor.
—¿De viaje? ¿Y sabes dónde ha ido?
—Creo que a Eslovaquia, cariñete, lo siento.
Procuré que no me doliera más de la cuenta, pero no lo
conseguí. Menos mal que no era lo que parecía, hasta de
viajecito romántico improvisado ya con ella. Ahora entendía el
tono tajante con el que Ivette le había hablado la otra noche, se
ve que su relación era seria.
Como imaginar es gratis, ya incluso imaginaba que
sonaran también pronto campanas de boda para la feliz
parejita. Yo no sabía hasta qué punto me iba a poder tragar ese
sapo.
En cualquier caso, iríamos por partes. Primero una
escapada para ir digiriendo el mal trago y ya luego veríamos
qué hacer con el resto.
Lo peor de la cuestión es que con David fuera y Magnolia
también de viaje, yo no sabía a quién recurrir. Maldita
coyuntura la que se estaba dando. Y necesitaba tener la certeza
de mis días libres para coger un avión rumbo al primer lugar
que me saliera en la aplicación.
Finalmente hablé con el asesor de la empresa y él me dijo
que tenía la potestad para conceder ese tipo de permisos en
ausencia de David. Yo no le iba a dar más vueltas. Si le
molestaba mi proceder, que me despidiera a su vuelta, que ya
lo pondría yo también vestido de limpio.
—¿Dónde estás, guapi? —me preguntó Vanesa nada más
salir de la empresa, cuando descolgué el teléfono.
—Rumbo a alguna cafetería en la que coger un billete de
avión.
—Pues ya puedes ahorrártelo porque lo he hecho yo por ti.
Tengo una buena y una mala noticia, ¿cómo quieres que las
suelte?
—Pues primero la buena, que no estoy para muchos sustos.
—La buena es que salimos esta tarde para Menorca. La
mala es que se viene César con nosotras y vamos a tener que
aguantarle unos días —bromeó.
—Sois los mejores amigos del mundo —le dije un tanto
emocionada.
Esperé a que ella pasara a recogerme y le confesé que me
sentía un poquito mal por dejar en la estacada a mi padre con
las niñas.
—Ya está todo pensado, mi hermana Sandra necesita pelas
y ya tiene edad de buscarse la vida, que para eso ha cumplido
los dieciocho. Se lo he dicho a tu padre e irá a echarle un cable
todos los días.
—¿Te he dicho alguna vez que te quiero?
—Creo que nunca, pero deberías, porque soy una joyita.
Bromas aparte sí que era una joyita. Y también César. Mi
amiga llevaba ya el equipaje en el coche, que para eso ella
estaba ella más acostumbrada a viajar que Willy Fog, por lo
que fuimos a mi casa a preparar el mío. Desde allí partimos
para recoger a ese buenazo.
—No sé cómo has podido pillar vacaciones así, en tiempo
récord —le confesé cuando se montó en el coche.
—Hombre, no querrías dejar a tu novio en tierra, ¿no,
descastada?
—Es verdad. —Me llevé las manos a la frente, ¡vaya
pitorreo!
—Si estoy para lo malo, tendré que estar también para lo
bueno, vamos digo yo…
Capítulo 15
Durante el trayecto en avión no conseguí apartar a David
de mi mente en ningún momento. ¿Cuánto iba a durar ese
suplicio?
Lo que más me dolía es que yo sabía que aquel hombre no
iba a hacerme ningún bien y, aun así, me sentía incapaz de
sacarlo de mi cabeza de un plumazo, ojalá las cosas fueran así
de fáciles.
Para colmo, una de las azafatas que formaba parte de la
tripulación contaba con unas facciones muy parecidas a las de
Ivette, por lo que me parecía como si la tuviese delante todo el
rato.
Yo ya había estado en Menorca en otra ocasión, en viaje de
estudios y sabía que mis amigos habían apostado por un valor
seguro, pues en tan paradisíaca isla no había posibilidad de
aburrirse. Distinto sería que yo fuera capaz de entonarme, pues
la historia con David me estaba afectando más de lo que
pensaba a priori.
Sabedora de que en tierras menorquinas debía relajarme y
dejarme llevar por los muchos encantos de una tierra única, me
prometí a mí misma que intentaría hacer todo lo posible por no
aguarme el viaje y por no aguárselo a mis amigos, que tenían
el cielo ganado de un tiempo a esa parte.
Llegamos por la tarde y alquilamos un coche. De camino
al hotel me fui deleitando con sus playas de aguas turquesas,
que se cuentan entre las más espectaculares de todo el planeta.
Antes de entrar en el complejo hotelero, nos detuvimos en
un acantilado desde el que observamos un atardecer
menorquín de esos de película. En ese momento no pude evitar
que los ojos se me pusieran vidriosos, pensando en lo bonito
que hubiera sido contemplar uno de esos con David. Claro que
para eso David tendría que haber sido un tipo normal y él
tiraba más bien a miserable.
—Huy, huy, que como te pongas tonta te castigamos contra
la pared —me dijo Vanesa observando el percal.
—Ya se me pasa es que me da mucha rabia…
—¿Qué te da tanta rabia, pequeña? —César me puso el
brazo sobre los hombros y me dio un cariñoso beso en la
mejilla.
—El haber pecado de ingenua de esa manera, anda que no
se debe haber reído nada el tío…
—Pues no creo que sea así, más bien pienso que la historia
se le haya ido un poco de las manos.
—¿Y a ti se te habría ido de las manos un asunto así?
Porque yo no te veo echando a “pito, pito, gorgorito” con qué
tía acostarte una noche.
—No, obvio que no, venga bonita, no le des más vueltas.
Un mensaje de WhatsApp llamó mi atención. Procedía de
un número que yo no tenía agendado y parecía ser extranjero.
¿Cabía la posibilidad de que aquel gusano se hubiera hecho
con una línea en Eslovaquia a los solos efectos de darme la
murga en esos días?
—Yo diría que el muy desgraciado ya está intentando
darme la brasa —les enseñé la pantalla a mis amigos.
—Bloquea también ese número sin abrirlo, lo haces tú o lo
hago yo… —concluyó Vanesa que no era amiga de andarse
con chiquitas.
Me pareció una opción fenomenal, porque bastante tocada
estaba ya por lo ocurrido como para que ahora David viniera a
hundirme con sus recordatorios. Justo en ese instante pasó por
delante de nosotros una elegante señora que llevaba un mono
muy parecido al de Magnolia.
Con una pizca de nostalgia, recordé los buenos ratos que
había pasado con ella, confabulando y haciéndome la ilusión
de que algún día sería mi suegra.
—Se acabaron las penas, os invito a las dos esta noche a
una caldereta de langosta —nos comentó César, quien parecía
muy animado con la idea.
—¿Y por qué no nos comemos mejor un rinoceronte
entero? Madre mía que pesadez de cena va a ser esa —repuso
Vanesa.
—Pues te tomas un Almax si hace falta, niña, pero nos
vamos a meter una de esas en estos cuerpos serranos en cuanto
salgamos del hotel.
No perdimos el tiempo y, después de dejar nuestras
pertenencias, nos dirigimos a la Bahía de Fornells a comernos
la susodicha caldereta, que nos pareció un auténtico deleite
para el paladar y para la vista.
—Y ahora la noche es joven, ¿eh? A ver si va a decaer y
me tengo que cagar en todo lo que se menea, nos vamos a
algún garito a bailar… —propuso Vanesa.
—No, no, yo me quiero levantar mañana temprano para
darme una carrerita, a mí no me líes —le comentó César, a
quien la idea no pareció hacerle ni chispa de gracia, con lo
deportista que era.
—¿Una carrerita dices? Una vuelta al pescuezo es lo que te
daba yo. Todavía que lo dijera Leti, que está lánguida, vale;
pero que lo digas tú, que estás fresco como una lechuga, es
para hostiarte vivo, César.
Vanesa no tenía remedio. Así era ella y así soltaba las
cosas al más pintado.
Nos fuimos a bailar un rato, qué otra cosa podíamos hacer
o ella era capaz de sacarnos en los periódicos como los sosos
oficiales del reino. Yo no lograba animarme por más que lo
intentaba y pronto caí en que había puesto kilómetros de por
medio, pero la ira y el coraje habían volado conmigo a la
isla…
De esa forma transcurrieron cuatro intensos días en los que
no pude desconectar por completo de cuanto me estaba
ocurriendo, pero sí tuve la posibilidad de disfrutar de mis dos
amigos a tiempo completo.
Todo un regalo y más si tenemos en cuenta que recorrimos
la isla de cabo a rabo, dándonos una relajante sesión de barro
en la playa de Cavallería, disfrutando de pueblecitos de cuento
como Binibèquer Vell o Mahón, comprándonos las típicas y
coloridas menorquinas y hasta dándonos un refrescante
chapuzón desde el velero que alquilamos por unas horas.
No se podía pedir más, pero mi mente no estaba en
Menorca. Por desgracia, se encontraba a miles de kilómetros
de tan paradisíaca isla…
Capítulo 16
Jefe ¡No me interesas!
Esa fue mi máxima durante todo el tiempo que permanecí
en Menorca y esa debía seguir siendo cuando volviera a casa,
al trabajo y a una rutina que no se me antojaba nada fácil en
principio.
Pero antes de eso tenía que pasar una prueba de fuego que
tampoco iba a ser moco de pavo. La boda de Paul se celebraría
al día siguiente y yo me la imaginaba como la ocasión ideal
para que Ivette hubiera presionado a David con la idea de que
la presentara públicamente como su pareja.
Además, ahí me encontraría sola ante el peligro, pues mis
amigos no estaban invitados. Sería yo misma con mi soledad
quien tuviera que presentarse a un evento al que malditas las
ganas que tenía de acudir, dicho fuera de paso.
Casi de modo providencial, tal como pusimos los pies en la
península, un mensaje de Paul me avisaba de que una pareja
de amigos suyos, que venía de Noruega, se había caído en el
último momento. Por esa razón, quedaban dos cubiertos libres
que bien podrían ser ocupados por César y por Vanesa.
—Vosotros venís sí o sí, a mí no me dejáis en la estacada
—les imploré.
—Te has parecido a Laura poniendo pucheritos para
conseguir algo, pero con nosotros no te va a valer, te lo
advierto desde ya —añadió César.
—Desde luego que no, yo vengo reventada del viaje y lo
que quiero hacer es dormir. —Vanesa tampoco ayudaba.
—¿Tú dormir? ¿Desde cuándo? —me quejé.
—Desde que necesito hacerlo para luego continuar con la
juerga.
—Pues yo necesito el apoyo de mis mejores amigos, os lo
digo en serio, me va a dar un síncope como me tenga que
enfrentar mañana sola a esos dos malandrines. —Solo me faltó
patalear.
—Qué le vamos a hacer, ¿no? Hay que estar a las duras y a
las maduras —le comentó César a Vanesa, menos mal que yo
era especialista en convencerlo en un pis pas.
—Vale, vale, pero tú verás qué indumentaria me
apañamos, guapita de cara, que a ver si tú vas a ir como una
diva y yo como una zarrapastrosa, que ya no tengo tiempo
humano de reacción. —Vanesa en el fondo era un amor
también.
—Nada de eso. Tengo el vestido que me puse para la
tercera boda de Emilia, la prima de mi padre, y es una
auténtica monería en lima con todos sus complementos en
plateado.
—¿Y llamándose así se ha podido casar tres veces?
—Eres un mal bicho, amiga.
—A mí no me mires que yo no necesito vestido, ya me
busco la vida —bromeó César.
Sábado por la tarde y ya estábamos las dos listas. Vanesa
se había encargado, como siempre, de maquillaje y peinado.
Llevábamos horas arreglándonos para lucir como dos reinas.
Por la mañana habíamos ido a hacernos manicura y
pedicura. Aunque en ese momento yo me sentía un poco como
la protagonista de Pretty Woman, en la escena que van a la
ópera, pues mi vestido rojo era de ese mismo corte e incluso
llevaba también un par de guantes largos similares.
A diferencia de Vivian, eso sí, yo no tenía un galán que
viniera a colocarme un collar semejante en el cuello, pero qué
se le iba a hacer. En realidad, yo me hubiera conformado con
un fino cordón de cuero de esos que venden en cualquier
tenderete de playa, con tal de que David me lo hubiera puesto,
pero iba a ser que no.
La boda, oficiada por un amigo de los novios que me
habían dicho que era tipo Mario Vaquerizo, se celebraría en un
elegante hotel sito en la cima de una montaña, por lo que
llegar hasta allí iba a ser un poco odisea.
—¡¡Trata de arrancarlo, Carlos, digo César!! —bromeó
Vanesa cuando nos quedamos atascados en una zona de barro
y el pobre César, que era lo mejor de lo mejor, se bajó para
tratar de arreglar el desaguisado.
Finalmente llegamos y no habíamos sido los únicos que
tuvimos problemas por el camino, a juzgar por la cantidad de
toallitas húmedas que allí se estaban utilizando para limpiar el
calzado.
—Pues mis zapatos, bueno que son los tuyos, vienen
estupendamente —me comentaba Vanesa para quitar un poco
de hierro al asunto, dado que yo ya buscaba con la vista a
David, en una escena puramente masoquista.
—Claro, bonita, mira como los míos no vienen igual de
bien. —A César, para no variar, le había tocado la peor parte.
Pese al inconveniente del barro, habíamos llegado de los
primeros, por lo que tuvimos ocasión de presenciar cómo los
novios hacían su entrada triunfal en el hotel, bajo la atenta
mirada y los aplausos de todos los asistentes. Y digo de los
asistentes y no de los invitados porque allí no había ni rastro
de David.
¿Podría ser tan infame de quedarse por tierras eslovacas
con su churri y no acudir a la boda de su amigo?
Con el corazón en la mano, a mi me haría un favor, pero a
Paul le haría un feo como una catedral de grande, por mucho
que se tratara de una boda civil.
—No mires más, que se va a dar cuenta todo el mundo —
me decía Vanesa.
—¿Tanto se me nota? Es que estoy como un flan, me
asusta mi reacción al verlos.
—¿Qué reacción ni reacción? Tú ya sabes…
—Sí, sí, pero lo de “dientes, dientes, que es lo que les
jode” no sirve siempre. Yo me siento como un mojón
despeinado en este momento.
—¡Alto ahí! Que ni eres un mojón, que más bien un sol, ni
mucho menos despeinado, que de eso me he ocupado yo.
Llegó la hora del comienzo de la celebración y nada se
supo de David. Los invitados nos fuimos posicionando y a
todos se nos pusieron los vellos de punta cuando los novios
avanzaron por el pasillo hacia el oficiante.
Al llegar a mi altura, Paul me hizo un guiño de ojo
revelador de que estaba muy contento de que hubiera asistido.
Después señaló a su chico graciosamente, como dando a
entender que se había agenciado a un maromo impresionante.
Y suerte tuvimos de que nos ahorrara un gesto obsceno de los
suyos indicativo de lo bien dotado que estaba el que iba a
convertirse en su marido.
Justo acababa de comenzar la ceremonia cuando un ruido
nos hizo volver la cara. Ea, ya me la habían dado… con lo
tranquilita que comenzó la boda
Capítulo 17
David llegó de etiqueta y había que reconocer que el negro
de su esmoquin le sentaba increíblemente bien….
Ivette, para mi desgracia, estaba a su lado. En su caso, ella
venía con un elegante vestido largo en tonos beige con unos
topitos negros, que complementaba con una flor negra en el
pecho. Guapa a reventar, eso siempre…
Era hora de sacar fuerzas de donde fuera que la tuviera por
mi parte y lo sabía. Miré a mis amigos y les hice un gesto de
que no pensaba quedarme mustia ni cabizbaja. Ellos no
paraban de prestarme su apoyo y no merecían verme así.
Media hora más tarde salíamos de la ceremonia de boda
más divertida que yo hubiera presenciado nunca. Como nos
dijeron, el oficiante era un cachondo de tomo y lomo, un tipo
que supo sacarle todo el partido a un evento en el que incluso
llegó a darles a ambos la oportunidad de salir corriendo hasta
el último momento.
Pero, sin duda, lo más llamativo para mi persona fue que
David tuvo durante toda la ceremonia los ojos puestos en mí,
sin desviar la mirada ni siquiera un minuto. ¿Qué clase de
mujer no se daba cuenta de una cosa así?
Vale que yo tuviera la idea que Conchi me había metido
también en la cabeza de que era bastante fría, pero aquello me
parecía el sumun.
David no le había dedicado a su chica ni una sola mirada
desde que entraron en la sala de celebraciones y ella tampoco
es que pareciera estar demasiado acaramelada con él. Para
tener pareja así, mejor no tenerla.
Salimos y todos esparcimos sobre los novios, que eran
muy chics y no querían saber nada del consabido arroz o el
confeti, unas semillas de lavanda con esencia perfumada que
quedaron perfectas para las fotos.
—Leticia, tenemos que hablar —murmuró David tan
pronto las últimas semillas cayeron sobre la parejita.
—Me parece bien, pero tendrá que ser en otra vida —le
respondí enérgicamente.
—No seas así, por favor. Sabes que el otro día se nos
quedó algo a medias…
—Has dado en el clavo, con la única puntualización de que
se me quedó a mí. Yo creo que tú debiste terminarlo, lo único
que lo hiciste con Ivette.
—Estás equivocada, Leti…
—No me llames Leti, ya te lo dejé muy claro. Y sí, debo
estar equivocada, fuiste a por ella y los dos estuvisteis rezando
el rosario largas horas…
—No te digo que el rosario, pero sí recé…
—¿De veras has venido aquí hoy, en un día tan especial,
para insultar mi inteligencia? David, no pretendo ser
malhablada, pero ¿vas a tener los santos cojones de reírte de
mí en mi propia cara?
—No me estoy riendo de ti, Leti, recé por la vida de mi
padre…
—¿Por la vida de tu padre? Que yo sepa tu padre falleció
hace años.
—Yo también lo creía. Hasta que un día apareció Ivette en
mi vida, no hace mucho.
—¿Qué tiene que ver Ivette con tu padre?
—Pues nada más y nada menos que es su hija.
—¿Ivette es hija de tu padre? ¿Puedes explicarte mejor?
Porque yo me he hecho ya un lío monumental, no sé si me
explico.
—Te explicas y ahora intentaré hacerlo yo.
—Más te vale, porque no las tengo todas conmigo…
—Ivette no es mi chica como tú crees, es mi hermana.
—¿Tu hermana? ¿Desde cuándo?
—Pues me temo que desde que nació, pero si te refieres a
desde cuando lo sé, te diré que desde hace unos meses.
—No entiendo nada, palabra de honor que no entiendo
nada.
—Normal, mi niña, yo tampoco lo entendía hasta que un
día tocó a la puerta de mi despacho y me dijo que mi padre no
era quien yo creía.
—Pero entonces, ¿Magnolia no te desveló la verdad sobre
la identidad de tu padre?

—No es tan sencillo. Verás, según me confesó tras la


aparición de Ivette, ella tuvo un amor de juventud con un
eslovaco llamado Adam, mi padre biológico, que no quiso
saber nada de su embarazo.
—Pobre Magnolia…
—Pues sí, pero tras pasar por ese duro trance y a punto de
dar a luz, conoció al que sería su marido y al que yo creía mi
padre biológico y se casaron. Él me reconoció como hijo y
ambos pensaron que sería mejor para mí que nunca supiera la
verdad, para que no me sintiera rechazado.
—Ya, no debió ser una decisión fácil.
—No, pero además todo salió a la luz cuando Adam
enfermó y le encomendó a su hija Ivette que me buscara. Ella
ha hecho diversas escapadas a España con la intención de que
yo la acompañara a conocer a nuestro padre, pero yo me
mostraba reticente.
—Entiendo…
—Sí, hasta que la otra noche, cuando nos estábamos
besando, me llamó y me dijo que su final estaba próximo y
que, si no me decidía a conocerlo en ese momento, ya nunca
tendría la oportunidad.
—¿Y él…?
—Falleció hace un par de días. Llegué a tiempo de darle
un abrazo y de que las heridas cicatrizaran. Fue un momento
difícil, pero entiendo que necesario.
Las lágrimas afloraron a mi rostro en ese instante.
—David, yo… ¿por qué no me lo contaste? Lo hubiera
entendido todo, te hubiera apoyado, te habría acompañado
incluso…
—Lo sé pequeña, pero se trataba de un fantasma del
pasado al que debía enfrentarme solo. Estaba demasiado
confundido, librando una batalla conmigo mismo, no veía la
luz después del túnel… Era todo demasiado difícil.
Lo abracé como si no hubiera un mañana, qué complicadas
podían parecer las cosas cuando había malentendidos de por
medio… Ivette me miró desde lejos y se acercó a mí.
—Siento haberte dado largas aquel día en la oficina, bonita
—le dije mientras la abrazaba.
—No te preocupes, luego nos reímos mucho, fue muy
divertido —me confesó.
—Eres una ruina como recepcionista, me espantas a todo
el personal, pero ¿sabes una cosa? Te quiero en mi vida, Leti.
Y, es más, ¡te quiero, Leti!
El comentario de David resonó a tope y los asistentes
comenzaron a aplaudir. Yo estaba pletórica y enseguida recibí
el abrazo de Vanesa y César, que no entendían muy bien la
situación, pero carburaban que yo estaba feliz como una
perdiz.
Paul nos dio la enhorabuena y Magnolia, que hasta ese
momento se había mantenido en un discreto segundo plano, se
acercó a darnos sus bendiciones.
—Qué alegría, mi niña —decía entre lágrimas mientras me
besaba.
—Ahora solo tenemos que buscarte un novio a ti —le dije
yo sin poder contener la emoción.
—¿A mí? Yo ya me he hecho mayor y huraña para las
cosas del cuore, tú déjame a mí y vive tu historia con mi hijo,
que no te vas a arrepentir, bonita…
Me llamó bonita a mí, pero lo cierto es que la bonita fue
una boda en la que todo nos supo maravilloso. Desde las
suculentas viandas con las que los novios nos agasajaron,
hasta el romántico vals con el que abrieron un baile en el que
todos disfrutamos como locos.
Y cuando digo todos, me refiero a todos, porque allí
parecía que las parejas ya estaban hechas. Lo digo por mi
amigo César, que no paró de mover las caderas con Conchi,
que cada vez estaba más pegadita a él… Y por mi amiga
Vanesa, que cuando vio que Ivette estaba libre, corrió a
hincarle el diente. Y encima no tuvo problema, porque la
eslovaca le confesó que a ella también le iba igual el pescado
que la carne, por lo que se dieron el lote…
Hablando de darse el lote, esa era una asignatura que
todavía David y yo teníamos pendiente y que no deseábamos
tardar en aprobar. O, mejor dicho, en probar…
Así, cuando aquella madrugada la boda tocó a su fin, no
recuerdo ni cómo caí sobre su cama… Los mejores flases los
tengo al contacto con su piel, a través de ese torso fuerte y
desnudo que me transmitía un palpitar del corazón con el que
yo quise acompasar el mío.
Nunca olvidaré cómo fue la primera vez que David entró
en mí, con nuestros cuerpos contraídos hasta la saciedad por la
pasión… Me deshice con él dentro, viviendo con inusitada
locura un encuentro en el que la realidad superó con creces a
todo lo que hubiera podido imaginar hasta el momento…
Y si bueno fue hacer el amor con él, mejor aún fue
despertar en sus brazos y comprobar de buena mañana que sus
ojos decían lo mismo que los míos; que el amor había llamado
a nuestras puertas y que no tenía ninguna intención de
marcharse.
Capítulo 18
A partir de ese día fue cuando comencé a conocer al nuevo
David, un hombre que aunaba todo lo bueno que yo pensaba y
de lo que me enamoré, más una serie de virtudes que fui
descubriendo poco a poco…
Los acontecimientos se sucedieron con total naturalidad,
como suele pasar en aquellos casos en los que las cosas
marchan como deben, con fluidez…
Un par de semanas después de la boda de Paul y con
Vaitiare ya de vuelta, David vino a cenar a casa de mis padres,
donde fue acogido como uno más de la familia.
Donde no tuvo tan buena acogida nuestro noviazgo, en el
colmo de la hipocresía, fue en la empresa por parte de
Samantha y Bartolo.
El mal bicho de ella, pese a haberle puesto los tarros a base
de bien a David, como que no digirió que el corazón de su ex
volviera a estar ocupado y que él pasara página, por lo que el
ambiente se enrareció demasiado.
A consecuencia de ello, David se vio obligado a tomar
medidas, por lo que pactó con ambos una solución que les
llevara lejos de la empresa, aunque su buen dinero que le
costó.
En cualquier caso, él decía que aquel había sido el dinero
mejor invertido del mundo porque la tranquilidad se instaló en
el trabajo y el buen rollo reinó desde ese día.
Yo seguí ocupando mi puesto en la recepción, mucho más
relajada que antes, qué duda cabía. Ahora tenía la certeza de
que, viniera quien viniera a ver a David, no suponía un
obstáculo entre él y yo.
No obstante, cada vez que tenía programada una visita
femenina, él solía preguntarme antes si la iba a dejar pasar o
no, a lo que yo solía contestarle en broma que tenía que
pensármelo.
Llegar a mi puesto de trabajo con él e irme a casa en su
compañía era una auténtica alegría. Unos días lo hacíamos en
su coche y otros en mi monería rosa, que para entonces ya me
habían entregado.
Y cuando hablo de casa me refiero a nuestra casa porque
tan solo un mes después de que todo quedara aclarado entre
nosotros, David me pidió que me quedara a vivir con él. La
cosa estaba cantada, porque un día dejé el cepillo de dientes, al
otro las planchas del pelo y en dos semanas ya tenía allí la
mitad de mis pertenencias…
También era muy frecuente que nos marcáramos viajecitos
rápidos de fin de semana, que solían comenzar al mediodía del
viernes y que nos trasladaban a los rincones europeos más
variopintos.
Me encantaba esa sensación de estar todavía en nuestra
ciudad a la hora del almuerzo y unas horas después
contemplando la Catedral de Santa Sofía en Estambul, por
ejemplo.
Viaje tras viaje, íbamos coleccionando recuerdos
memorables y el día que David me comentó que había sacado
los billetes para viajar a Tanzania el corazón me dio un vuelco.
Yo ya le había comentado que era un destino que me
apasionaba a más no poder y él me sorprendió con el viaje en
el momento que menos lo pensaba. Debíamos llevar saliendo
unos cuatro meses cuando se produjo tamaño regalo.
Todavía no teníamos idea de lo mucho que Tanzania nos
depararía, pero para mí el primer regalo consistió en el hecho
de poder poner allí los pies con mi amado.
Presenciar los colores del país tan pronto nos bajamos del
avión y fuimos rumbo a nuestro hotel, ya constituyó un
espectáculo en sí mismo. David y yo, como amantes de la
fotografía que éramos, llevábamos nuestras cámaras
preparadas e íbamos ojo avizor para traernos las mejores
instantáneas.
Con la felicidad por bandera, el segundo día de nuestra
estancia allí visitamos el Serengeti Park donde disfrutamos de
lo lindo avistando cebras y ñus y toda clase de vida salvaje que
invitaba a inmortalizar.
El Ngorongoro, el cráter más famoso de África, copó
también parte de nuestra atención. Baste con decir que en su
interior moran más de treinta mil animales y que es el único
lugar donde pueden verse esas cinco grandes especies que son
el búfalo, el elefante, el rinoceronte, el leopardo y el león.
Con total prudencia y siempre cumpliendo las estrictas
instrucciones de los guías, pudimos fotografiar a algunos de
aquellos impresionantes animales que constituían la crème de
la crème de la fauna africana.
Una experiencia única la constituyó para nosotros
contemplar el atardecer en aquel lugar de belleza sin parangón,
con una bebida en la mano y con una fogata.
Calentándonos con el fuego y con nuestros cuerpos
pegados, comprobé que el brillo de los ojos de David competía
con el del fuego y noté entonces un cosquilleo por el cuerpo
que me anunciaba que algo importante iba a suceder en ese
preciso instante.
Pese a ello, jamás pude imaginar que fuera a pasar lo que
ocurrió en ese momento, en el que David, ante la atenta mirada
del resto de integrantes de la expedición, se echó mano a su
sahariana y sacó una minúscula cajita en la que en cierto modo
iba parte de su corazón.
—¿Qué es esto, mi vida? —le pregunté con los mismos
nervios de una niña pequeña ante la inminente visita de los
Reyes Magos.
—Esto es algo que puede parecerte un poco precipitado,
pero que ardo en deseos de hacer desde el mismo día de la
boda de Paul y Anuar. Sé que no es un escenario elegante ni
glamuroso, pero no se me ocurre ningún otro mejor en el
mundo para pedirte que te cases conmigo, mi niña.
—David… —murmuré con los ojos ya empañados por las
lágrimas y sosteniendo con incontrolable temblor de mis
manos el precioso anillo que asomaba de la cajita.
—¿Debo entender que eso es un sí? —Volvió a
preguntarme, pues se veía que necesitaba mi confirmación.
—Es un sí como un circo de grande, mi vida. Es un sí,
quiero… Quiero casarme contigo David, claro que quiero…
El resto de los turistas y los lugareños que asomaban por
allí rompieron a reír y a aplaudir, mientras yo me fundía en un
intenso abrazo con mi chico y les daba las gracias a todos.
Aquella noche, tengo que reconocer que nos costó mucho
dormir, pues David y yo nos la pasamos haciendo uno y mil
planes sobre cómo sería el enlace y nuestra vida posterior,
aunque esa seguramente no variaría demasiado… al menos
mientras no llegaran los niños, que a ambos nos gustaban hasta
decir basta.
Durante los siguientes días tampoco es que perdiéramos el
tiempo y visitando el Kilimanjaro también disfrutamos de lo
lindo. Su parque nacional nos impresionó y allí descubrimos
que África es capaz de mostrar al ojo humano la paleta de
colores más amplia del planeta.
Con esos colores en la retina emprendimos nuestra vuelta a
España. Ahora tocaba trasladarles nuestros planes a todos los
nuestros. Nada más llegar, reunimos a mi familia y a
Magnolia, así como a Ivette, para darles la buena noticia.
También estaban presentes Vanesa y César.
Todos la acogieron con gran sorpresa y alegría y mis
hermanitas rompieron a cantar y a bailar de lo contentas que se
pusieron. Lo mejor era que David y yo teníamos gustos y
formas de pensar muy similares y no nos iba a costar ponernos
de acuerdo sobre ningún aspecto de la boda.
En nada empezaron los preparativos, con los que nos
ayudaron todos nuestros familiares y amigos, pues el tiempo
apremiaba. Se celebraría en junio del año siguiente y no había
tiempo que perder.
Si por nosotros hubiera sido, la hubiéramos celebrado allí
mismo donde se produjo la pedida de mano, delante de un
fueguito en Tanzania, pero lógico que eso no resultaba
demasiado práctico.
Tampoco queríamos celebrarla en nuestra ciudad, porque
nos apetecía darle a nuestro enlace un aire más original. Y
hablando de aires, ninguno mejor que el que pudiera
proporcionarnos el mar…
Lo decidimos un día en el que, hablando de distintas
posibilidades, mis hermanitas comentaron a colación de una
peli de dibujos que estaban viendo que el mejor lugar del
mundo para casarse era un barco.
Tal posibilidad no se nos había pasado por la cabeza a mi
futuro marido y a mí, pero lo hizo en ese instante. Recuerdo
que nos miramos y, sin articular palabra, los dos asentimos con
la cabeza en señal de que las peques habían dado en el blanco
de la diana y que tocaba escoger un barco en el que hacer
realidad nuestro sueño.
No tardamos en hacerlo, gracias a un conocido de
Magnolia que nos hizo el favor de ponernos en contacto con
una compañía que se dedicaba a realizar eventos de ese tipo.
Una rápida visita al barco en cuestión que nos ofrecieron nos
bastó para decidirnos. Ese era el escenario que ambos
queríamos para decir adiós a la soltería y hola a un matrimonio
de lo más deseado…
Capítulo 19
Celebrar nuestra boda en aquel velero fue la mejor idea
que pudimos tener al respecto. La nuestra no iba a ser una
mega boda, pues no nos gustaba esa idea, sino una con unos
cincuenta invitados, con carácter íntimo.
Romanticismo en estado puro, eso fue lo que rezumaba la
embarcación cuando llegué a ella aquella preciosa tarde del
mes de junio, con el mar como testigo de una alianza entre dos
enamorados que David y yo estábamos deseando sellar.
Lo acordado era disfrutar allí tanto de la ceremonia como
de la celebración posterior; un sueño hecho realidad en el que
nos acompañaron todos aquellos que tenían cabida en nuestro
corazón.
El capitán del velero haría las veces de oficiante y, desde
que le eché el ojo por primera vez, le indiqué con una señal a
Magnolia que me gustaba para ella.
David estaba a su lado y no pudo reprimir un gesto que
indicaba que hasta el día de mi boda andaba yo enredando un
poco, pero es que de otra manera no hubiera sido yo.
Ivette y Vanesa actuaban como mis damas de honor y lo
hacían en la máxima de las complicidades, ya que se habían
convertido en pareja y estaban de lo más encantadas.
Yo siempre le decía a mi amiga que era una acaparadora y
que se había metido en mi familia a la fuerza. Ella solía
contestarme que no sabía qué tenía mi cuñada, pero que la
volvía loca hasta el punto de que aquel año no se fue con la
compañía de danza, buscando un puesto de trabajo en la
ciudad que le permitiera continuar con su vida en pareja de
una forma más estable.
Y no solo a ellas les llegó la estabilidad, pues César y
Conchi estaban viviendo una historia de amor de lo más
intensa también, por lo que todo iba sobre ruedas en nuestro
entorno. A mi compi bien que le funcionó aquello de que “la
mancha de la mora con otra verde se quita” y se agarró a mi
amigo como una garrapata. Pero en el buen sentido, ¿eh? Que
mi Conchi quería a César con locura.
Mis niñas, Laura y Alba, iban ideales con sus vestiditos de
inspiración marinera portando nuestras alianzas. Laura me
miraba con cara picarona y se reía con mi gesto de que ni se le
ocurriera hacer una de las suyas, que bien que la conocía. Alba
en su línea, estaba mucho más tranquilita, mirando al capitán
con curiosidad.
Desde su asiento en primera fila, Vaitiare, esa mujer que se
había convertido en imprescindible en mi vida, miraba la
escena con la lagrimita ya fuera del ojo. Mi amiga, mi
confidente y mi, ¿madrastra? Eso último sonaba fatal, ni que
fuera la de Blancanieves. Para nada, ella era uno de mis
referentes vitales. Junto a ella su suegra y mi abuela paterna,
Matilde, que no cabía en sí de gozo al casar aquel día a la
mayor de sus nietas.
Antes de dar por finalizada la ceremonia, el capitán
proyectó una serie de fotografías de todos los viajes que
habíamos hecho David y yo hasta el momento. Mi chico las
había seleccionado y, para mi sorpresa, aparecieron incluso
algunas de la noche de la pedida de mano en Tanzania que yo
ni siquiera sabía que existían.
Me emocioné y le apreté fuerte de la mano. Mi compañero
de aventuras, mi mejor amigo, mi amante y mi enamorado. A
veces, como en aquel momento, sentía que me dolía el pecho
de lo mucho que lo quería.
La ceremonia terminó con un romántico beso al atardecer
que resultó de película. Los colores de la puesta de sol
convirtieron aquel momento en inolvidable…
Una vez terminada, miré las caras de Magnolia y de mi
padre y caí en que no podía haber tenido más suerte en la vida:
mi marido era una auténtica maravilla de persona, pero
además contábamos con unas familias fabulosas que estaban
deseando vernos felices.
Las niñas se agarraron a mis piernas mientras David me
indicó que levantara el ramo en alto para que pudiera
abrazarme como era debido.
La anécdota fue que el ramo voló y que Ivette y Vanesa,
claras candidatas a hacerse hecho con él, junto con Conchi, se
quedaron mirando y explotaron en carcajadas.
Conforme las luces del día se fueron apagando y después
de disfrutar de un relajante entorno musical durante la sesión
de fotos, los camareros comenzaron a servir la cena.
—¿Qué te apuestas a que acaban juntos? —le pregunté a
David, viendo cómo el capitán, con suma elegancia, estaba
entrándole a Magnolia.
—Dicen que de una boda sale otra, pero si ya es la de mi
madre, sería la reoca…
—Sería, aunque ten presente que de esta no va a salir otra,
aquí hay unas cuantas bodas a la vista…
—Unas cuantas, sí, con lo que nos gusta a nosotros un
sarao —nos dijo Paul, que seguía en perpetua luna de miel con
su maridito.
—Vosotros disteis el pistoletazo de salida, la que habéis
armado —les comentamos riendo, viendo el percal a nuestro
alrededor, más dulce que una cucharada de Nutella a palo
seco.
—Pues ahora llega la carrera por los niños, a ver quién se
estrena primero ahí. —Paul estaba deseando ser padre.
—Ahí te dejamos que vayas de nuevo delante y ya nos vas
contando. —Nos reímos David y yo.
—Pues nada, el primer embarazo el nuestro. De aquí a
nada me veis con vestidito premamá —bromeó el jodido, que
se reía hasta de su propia sombra.
Una coreo de Bryan Adams con la canción de “When you
love someone” por parte de David y mía abrió un baile que se
movió al son del barco toda la noche.
Largas horas en las que mi recién estrenado marido y yo
nos dejamos mecer por las olas, sintiéndonos inmensamente
felices y arropados por todos los nuestros.
Antes del amanecer tocamos puerto y todos los nuestros
desembarcaron, momento en el que ambos nos quedamos a
pasar el resto de la noche a bordo.
—Ha sido mágico —me susurró David al oído cuando
todos se hubieron ido.
—Todo fue mágico desde el instante en el que te conocí…
jefe. —Le guiñé el ojo y nos refugiamos en nuestro camarote.
Epílogo
2 años después…
De nuevo reunidos y en esta ocasión para que David
recibiera el premio al empresario del año, que entregaba el
sector de la peluquería a quien hubiera demostrado una
trayectoria estelar como la suya.
—Felicidades hijo mío—Magnolia le dio un beso mientras
seguía de la mano de su capitán, que así lo llamaba ella y del
que no había vuelto a separarse desde el día de nuestra boda.
—Enhorabuena, marido y también de parte de Alexander.
—Puse su mano sobre mi barriguita, pues a punto de cumplir
los ocho meses de embarazo, nuestro hijo no paraba de
indicarnos a patadas que estaba deseando llegar al mundo.
—No se puede ser más grande —lo abrazó Paul mientras
Anuar sostenía de su mano a la pequeña María, la niñita china
de tres años que nos tenía a todos cogido el pan debajo del
sobaco, pues era una auténtica muñeca. Ya hacía un año que la
habían adoptado y ella siempre decía que Alexander iba a ser
su primo.
Bueno lo serían Alexander y Blanca, la peque que también
estaban esperando César y Conchi, que se habían embarcado
junto con nosotros en la aventura de ser padres.
Mi amiga y yo apenas daríamos a luz con cuarenta días de
diferencia. César, como buen pediatra, trataba de darnos
buenos consejos al respecto. Ni que decir tiene que los que nos
convenían los llevábamos a rajatabla y los que no, los
ignorábamos.
—Queréis información selectiva, gamberras —nos decía
habitualmente y nosotras nos echábamos a reír.
—Nadie te ha preguntado. Si te metes en nuestros asuntos
de madres, tendrá que ser a nuestro favor —le contestábamos
nosotras.
Las que no se animaban ni locas eran las chicas, Vanesa e
Ivette, que decían que nosotras estábamos hechas para ser
madres y ellas tías, que con unas horitas con los niños tendrían
bastante y luego que los aguantáramos cada una. Mal pensado
no estaba.
Entre el público de la gala, una cara llamó mi atención.
Recuerdo la sensación de haber percibido su presencia por
unos instantes, para luego pensar que era imposible.
Hice ademán de volverá a mirar donde creía haberla visto,
pero ya no estaba.
No cabía duda, el embarazo me tenía un poco alterada y yo
veía fantasmas donde no había nada.
Pasó un rato y la sensación volvió. Ya no era solo el creer
haberla visto, sino el sentirla cerca, como hacía muchos años
que no estaba.
—Leticia, soy yo, mi vida…
Aquellas cinco palabras me dejaron helada. Busqué la
mirada de David y comprendí que él estaba en el ajo.
—Es tu momento, cariño. Hoy no solo es un día
importante para mí, todavía lo es más para ti.
—¿Mamá? —le pregunté con la voz quebrada.
—Sí, cariño. ¿Y esa barriguita? —Sus ojos se nublaron por
las lágrimas.
—Mamá, yo no sé si quiero…
—Leticia, amor, escúchala, es tu madre…
David tenía razón, pero yo no sabía cómo actuar.
Demasiado tiempo sin verla y sin saber de ella.
Miré a mi padre y a Vaitiare y ellos me invitaron a seguirla
por la sala. Estaba claro que la única que no tenía
conocimiento de su presencia era yo.
Temblando, nos dirigimos a una zona más privada hasta la
que también nos acompañó David.
—Leticia, sé que no tengo derecho a llegar a tu vida
pidiendo absolutamente nada, pero ya no puedo más con la
pesada mochila que cargo desde hace años.
—Mamá, no entiendo nada, tú nos abandonaste, no creo
que puedas hablar de…
—Es cierto, mi niña, os abandoné y he pagado por ello un
precio demasiado alto. Un mal día se me cruzaron los cables y
creí estar ciegamente enamorada de un hombre…
—¿Te fuiste con alguien? Eso no lo sabía, solo empeora
las cosas.
—Mi vida, escúchala, por favor —intervino David.
Y así mi madre me contó toda la historia de su vida, desde
el aciago día en el que decidió abandonarnos por seguir los
supuestos dictados de su corazón.
Me costó escucharla porque, aunque la paz imperaba en el
mío desde hacía años, su presencia removió un dolor que un
día fue más que considerable.
David permanecía junto a mí, dándome la mano,
sosteniéndome y complementándome, como había hecho
desde el día en que unimos nuestras vidas.
Mi madre me rogó una oportunidad para volver a formar
parte de ellas, para intentar enmendar un error por el que ya
parecía haber pagado un coste demasiado alto.
—Es tu madre y la abuela de Alexander, mi niña —me
decía poniendo coherencia en una situación que a priori se me
presentaba un tanto caótica…
“Mi madre y la abuela de Alexander” seguía resonando
horas después en mi cabeza cuando recordaba la conversación
mantenida con ella en la intimidad de mi hogar, tumbada en la
cama y con mi marido acariciando mi barriguita.
Me costó, no voy a negarlo, no pude perdonarla de un día
para otro, pero en cuestión de poco tiempo noté que empezaba
a disfrutar de su compañía. Y cuando Alexander nació se
convirtió en una figura imprescindible para nuestro niño.
Gracias a David, que le dio cabida en nuestra vida cuando
ella se puso en contacto con él, terminé recuperando también a
mi madre. Mi vida cada vez era más plena y la felicidad me
acompañaba desde el amanecer hasta el anochecer.
Por las noches miraba a mi niño y miraba a mi marido.
Bendito el día que entré en aquella empresa y me enamoré de
mi jefe, aunque durante un tiempo no hiciera más que huir de
él… No se podía querer más a un hombre, como es lógico
cuando sientes que te lo ha dado todo.

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