0 calificaciones0% encontró este documento útil (0 votos) 160 vistas81 páginasUn Dectective en El Colegio - Cinetto, Liliana
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Hecho el depécito que etablece a ey 11.723,
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EL BARCO DE VAPOR
Liliana Cinetto
Un detective suelto
en el colegioA Celso Sisto y Emesto Rodriguez Abad,
comparieros de aventuras literarias,
amigos del alma,
hermanos de la vida.
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|
|
1. Escuchando tras las puertas
A\ mi siempre me gustaron las historias de de-
tectives. Desde que era chiquito. Por eso no me
pierdo, en el canal de las peliculas viejas, ni una de
las series de Kojak, el pelado que no tiene un pelo de
tonto y que anda siempre con un chupetin. Aunque
al que admiro profundamente es a Columbo, ese
detective feo y desgrefiado, que llega siempre tarde,
con su impermeable arrugado y los pelos desorde-
nados, como si acabara de levantarse de la cama.
Me fascina su forma de interrogar a los sospechosos
haciéndose el tonto, pero sobre todo me encanta el
momento en que, después de dar un vistazo como
al descuido, se retira de la escena del crimen di-
ciéndole al culpable una frase del estilo: “Disculpe,
7pero... zesta pistola no es del mismo calibre que
Ja que mat6 a su esposa?” o “Usted perdone, pero
me parece que su color de pelo es idéntico al que
"o también
“|Ah!, me olvidaba: sobre su escritorio encontré
encontré entre las ujias del muerto...
esta factura que dice que compré una soga como la
que us6 su socio para ahorcarse”, No se le escapa el
més minimo detallea Columbo. Y yo siempre sofé
con llegar a ser como él, un poco mas prolijo, eso
si, y, por supuesto, millonario. A veces, cuando era
més chico, me imaginaba vestido con impermeable
blanco inmaculado y sombrero de ala ancha, acom-
pafiado de mujeres despampanantes, estacionando
mi auto importado frente a una oficina lujosa en la
que se Ieia con letras doradas:
En realidad, mi nombre es Alejandro Salotti.
Pero me parecia que Alex era més ex6tico y mis-
terioso, ideal para un detective. Y yo estaba seguro
de que algiin dia Iegaria a ser uno muy famoso.
Por eso, ademas de ver las series y las peliculas de
sind
detectives, a las que era un verdadero adicto, lefa
incansablemente, Lefa cuanta historia policial
cafa en mi poder, en especial las de Agatha Chris-
tie, que eran muy baratas, aunque preferia las de
Sherlock Holmes, de Arthur Conan Doyle, quien,
como decfa el autor en una de mis frases predilec-
tas, “dedicaba sus inmensas facultades y extraor-
dinatios poderes de observaci6n a seguir pistas y
aclarar misterios que la policia habia abandonado
por imposibles”. Pavada de frase. Eso era fo que yo
queria, aclarar misterios que la policia abandona-
ba por imposibles, Y aunque no estaba seguro de
que mis facultades fueran inmensas, leyendo las
aventuras de Holmes habia aprendido mucho. Por
ejemplo, a anotar en una libreta todo aquello que
podia resultarme de utilidad para resolver algin
misterio, Ademas llevaba siempre una lupa que me
habian regalado mis amigos para mi cumpleafos.
Y unas pinzas de depilar que le habia sacado a mi
hermana mayor, para no alterar las pruebas de un
delito ni estamparle mis huellas dactilares. ¥ un
par de bolsas de plastico transparente para guardar
justamente las pruebas... En fin, Cosas que un de-
tective siempre debe tener a mano.A mis padres no les molestaba mi aficién de-
tectivesca, porque gracias a ella era un excelen-
te lector, no tenia faltas de ortografia y sacaba
buenas notas en Lengua. Es més: en el secunda-
rio logré el apoyo incondicional de la profesora
de Castellano y Literatura, la seftorita Domin-
guez, una solterona agria y de mal caracter que
no sonrefa ni por casualidad. Fuera del horario
de clases, la seftorita Dominguez no hablaba con
nadie y se quedaba sola en la sala de profesores le-
yendo un libro de hojas amarillentas. Pero desde
que se enteré de mi pasién por la lectura, se me
acercaba para recomendarme una novela policial
© cuentos que podian resultarme interesantes y a
veces hasta se animaba a hacerme un comentario
oa pedirme mi opinién sobre un autor. A mi me
daba lastima verla siempre arrugada y sola como
un papel viejo tirado en un rincén, y la escuchaba
atentamente mientras ella hablaba frunciendo la
boca, que era el gesto mas cercano a una sonrisa
que la pobre era capaz de hacer. A mis compaiie-
ros, en cambio, les causaba un poco de gracia esta
relacién con la sefiorita Dominguez y no perdian
ocasién de burlarse.
10
esses sbutctsiormdaracieiibaanessieibeacenssnontneinn
iach ce
—Ahi viene tu “novia” —me decian cuando
entraba al aula.
Pero a mi no me importaba porque lo cierto es
que la sefiorita Dominguez me habia protegido va-
rias veces en que mis investigaciones me pusieron
en serio peligro. Porque lo mio no era solo teoria.
Yo me sentia un gran detective y, mientras aguar-
daba que fa vida me diera la oportunidad de de-
mostrarlo poniéndome frente a un caso real, me
gjercitaba en pequefias investigaciones de menor
importancia, aunque no por eso menos resonan-
tes, Tras largos dias de biisqueda incesante, habia
descubierto que el profesor de Inglés tenia dientes
postizos, que la profesora de Quimica alquilaba un
departamento de dos ambientes en Barracas, que
el rector del colegio usaba lentes de contacto, que
la profesora de Maisica eta alérgica a las flores y al
chocolate, y que el profesor de Matematica se ponia
calzoncillos largos en invierno. Aunque, sin lugar
a dudas, mi mayor éxito habia sido averiguar que
la sefiorita Adelaida, la jefa de preceptores, salia
con Marinani, el profesor de Geografia. La seiio-
rita Adelaida era una mujer tan corpulenta y mal-
humorada que parecia un sargento de caballeria.
itLe Hlevaba por lo menos una cabeza a Marinani,
que era flaco y desgarbado y se ponia rojo hasta las
orejas por cualquier cosa porque era sumamente
timido. Un dia los encontré haciéndose arrumacos
en la biblioteca, detras del mapa de Asia. Se arm6
tal revuelo en el colegio cuando hice pablico mi
descubrimiento que casi me expulsan, aunque eso
no hubiera conformado a la jefa de preceptores,
que mas que expulsarme queria degollarme vivo.
Solo me salvé la intervencién de fa sefiorita Do-
minguez, que me defendié con ufias y dientes ante
el rector, argumentando que yo era el mejor alum-
no del colegio y que este hecho lamentable ponia
en evidencia mi curiosidad insaciable, que mas
que un defecto era una virtud que hacia que me
destacara entre mis compaficros y que solo habia
que canalizarla hacia objetivos mas cercanos a los
intereses de la educacién. Hablaba bien la sefiori-
ta Dominguez. Y por mas que la sefiorita Adelaida
pedia a gritos mi cabeza en bandeja de plata, los ar-
gumentos de la profesora de Literatura, que era la
de mayor antigiiedad en su cargo y tenia un legajo
impecable, pesaron més que las protestas de la jefa
de preceptores, que, en tiltima instancia, habia sido
12
;
:
i
2
os
descubierta in fraganti en un acto poco decoroso.
El rector me Ilamé la atencién y me recomend6
que me dedicara més a investigar las causas de la
Revolucién Francesa que los detalles de la vida
del personal de la escuela, y le advirtié a la jefa de
preceptores y al profesor de Geografia que man-
tuvieran su romance més alla de los limites de la
instituci6n, para evitar que se repitiera un hecho
semejante.
A partir de ese momento, me converti en el hé-
soe del colegio. Todos estaban pendientes de mis
investigaciones y querian informacién sobre mis
nuevos descubrimientos para sobrellevar el tedio
de la rutina escolar. Pero durante un tiempo tuve
que ser muy cuidadoso, porque la jefa de precepto-
res me la tenia jurada y esperaba agazapada como
una fiera que yo cometiera el mas minimo error
para caerme encima y vengarse.
Sin embargo, ocurrié algo inesperado que me
obligé a retomar mis tareas de detective.
13_
2. Unas piernas inolvidables
Un tunes a fa mafiana, durante el primer re-
creo, fuia la sala de profesores a buscar a la sefiorita
Dominguez para devolverle un libro que me habia
prestado. La puerta habia quedado entreabierta y
cuando estabaa punto de golpear, escuché algo que
llam6 poderosamente mi atencién.
No podemos espetar més. El viernes sale a las
12.30 —decia una voz gruesa de hombre, total-
mente desconocida para mi.
Un detective respetable debe ser capaz de identi-
ficar una vor-y yo sabia que quien estaba hablando
no era ningéin profesor del colegio. Evidentemen-
te no estaba solo, porque el hombre hacia pausas
como si alguien le contestara.—Si, sale el viernes a las 12.30 —continud
diciendo el hombre—. Asi que no queda mucho
tiempo.
La persona que estaba con él susurré algo, pero
por mas que me esforcé no pude oir nada, No sabia
bien por qué, pero mi instinto me deca que tenia
que averiguar ms. Ast que, conteniendo la respi-
racién, empujé suavemente la puerta para abrirla
tun poco, lo suficiente como para ver a una mujer
sentada. En realidad, solo pude verle las piernas y
los zapatos negros con un taco aguja altisimo. No
solamente porque soy un buen detective, sino por
otros motivos que creo que no hace falta aclarar,
podia jurar que esas piernas no eran de ninguna
de las profesoras del colegio. Eran las piernas mas
hermosas que yo habia visto en mi vida, sin contar
las de Madonna o las de Michelle Pfeiffer, porque
esas no las conocia personalmente. Y sin contar las
de Marina, de 4° B, o las de Lorena Pérez de 5° A,
Las chicas mas lindas de todo el colegio.
(Qué hacian un hombre con voz gruesa y una
mujer con pietnas inolvidables en la sala de profe-
sores cuya entrada estaba “estrictamente prohibi
da a toda persona ajena al establecimiento y a los
16
atoning
alumnos”, tal como decia el cartel que habia en la
puerta? Si habia algo que la sefiorita Adelaida hacia
cumplir era lo que decian los carteles que ponfa en
todas las puertas (“prohibido comer chicles en cla-
se”; “prohibido correr en los recreos”; “prohibido
arrojar papeles al suelo”; “prohibido el uso de celu-
lares”; “prohibido esto”; “prohibido lo otro...”).
Cuando no pude soportar mas la curiosidad y
decidi arriesgarme a entrar con cualquier excusa,
senti un terrible tir6n en la oreja derecha.
(Qué esti haciendo, a-lum-no Sa-lo-tti?
—pregunté la inconfundible voz de Ia sefiorita
Adelaida, que separaba en silabas los apellidos para
enfatizarlos cuando se ponia de mal humor.
—Estoy buscandoa la seftorita Dominguez —le
contesté miréndola fijo para que no creyera que le
tenia miedo, mientras me masajeaba la oreja.
—Es cierto —se sonrié la jefa de precepto-
res maliciosamente—. Me olvidaba de que usted
es su alumno preferido. Pues da la casualidad de
que su querida profesora de Literatura esta en-
trando en este preciso momento a su aula, donde
us-ted de-be-ri-a es-tar A-HO-RA, A-LUM-NO
SA-LO-TTI.
17,El adverbio de tiempo lo dijo varios tonos mas
alto que el resto de su oracién, y no solo separé en
silabas mi apellido, sino todas las palabras, lo que
me dio la pauta de que estaba muy enojada. Pero lo
que dijo me extrafié, porque en la segunda hora te-
nfamos Geografia con el novio de la sefiorita Ade-
laida.
—No puede ser —insisti corriendo el riesgo de
quese enojara todavia mas—. Ahora tenemos Geo-
grafia.
—Pues ha habido un cambio de horario —agre-
g6 la sefiorita Adelaida—. De todas maneras us-ted
de-be-ri-a es-tar en el au-la, A-LUM-NO SA-LO-
‘TTI.
Ese cambio me extrafié atin ms ¢ intenté conti-
nuar mi interrogatorio. Pero cuando abri la boca,
Ja seftorita Adelaida sefialé con su dedo indice la
salida y grit6:
—AL AU-LA, A-LUM-NO SA-LO-TTI.
Tuve que irme, rabioso porque la Hegada de la
jefa de preceptores no me permitié averiguar quié-
nes eran los dos intrusos de la sala de profesores.
Estaba seguro de que a Columbo no le hubiera pa-
sado algo asi.
18
Cuando Ilegué al aula encontré, efectivamente,
a la sefiorita Dominguez recitando un poema de
Rubén Dario. La hora de clase me parecié inter-
minable y, para calmar mi ansiedad, mientras la
profesora enumeraba las caracteristicas modernis-
tas del poema, anoté en mi libreta todos los datos
que recordaba:
—Ve2 de hombre sruera,
—Piormar extappendar der major.
— Viernes que viene.
fale doce y medio.
Por fin soné el timbre y me acerquéa la sefiorita
Dominguez,
—Profesora, zsabe por qué hubo un cambio de
horario? —le pregunté mientras ella recogia sus
papeles.
—El sefior Marinani pidié una licencia por va-
rios dias y tendran un profesor suplente —me con-
test6 acomodando unas hojas dentro de su carpeta.
—Una licencia? Por qué? —insisti sorpren-
dido.
La sefiorita Dominguez se quit6 los anteojos y
me miré fijamente.Mire, Salotti. Ya le causé bastantes dolores de
cabeza al sefior Marinani. Deje las cosas como es-
tin y octipese de investigar algo que valga la pena.
No vuelva a meterse en problemas.
La sefiorita Dominguez. se fue y me quedé con
Ja palabra en la boca. Pero lo de la licencia de Ma-
rinani era demasiado sospechoso como para dejar
Jas cosas ahi. Y no porque fuera sospechoso que un
profesor pidiera licencia, sino que Marinani pidie-
ra licencia. El profesor de Geografia nunca habia
faltado a clase en Los cinco afios que hacia que for-
maba parte del plantel de profesores. Decia que
tuna hora de clase perdida jamas se recupera y que
un buen profesor es como un soldado, que no debe
abandonar nunca su puesto de batalla. La cuestién
es que, una vez, hasta vino al colegio con una infla-
macién de muelas que le habia deformado la cara
y dio toda la clase con la boca torcida sin que nadie
pudiera entenderle una palabra. Otra vez se lar-
g6 a media maftana una tormenta impresionante
que dejé media ciudad inundada ¢ intransitable.
Marinani Ileg6 igual al colegio, hecho sopa, y ex-
plicé los accidentes geograficos de las costas euro-
peas chorreando agua. Tampoco falté después de
la tormenta, aunque se pesc6 una gripe terrible.
Nos tom6 una prueba tiritando por la fiebre, en-
vuelto en una frazada y poniéndose pafios mojados
en la frente. Ni siquiera dej6 de venir cuando se
supo lo de su romance con la jefa de preceptores. Y
aunque se ponia colorado como un tomate, sopor-
(6 estoicamente las bromas de los alumnos, que le
dibujaban corazones en el pizarrén, le cantaban la
marcha nupcial y le tiraban arroz.
Por eso era sumamente sospechoso que Marinani
hubiera pedido licencia y, aunque me jugara la vida,
tenia que averiguar qué le habia pasado.
Algo me decia que la licencia inexplicable del
profesor de Geografia y la presencia del hombre y
de la mujer en [a sala de profesores tenian alguna
relacién. Quizas alguno de ellos era el suplente de
Marinani. Pero zy el otro? ;Quién era? 3Y qué iba
a pasar el proximo viernes a las doce y media?
El corazén me latia apresuradamente. Cual-
quier otro no le hubiera dado importancia a todo
esto, pero mi instinto me decia que algo muy gra-
ve se estaba gestando. Podia ser el caso que habia
estado esperando. Un caso real que me permitiera
demostrar mi talento de detective.
21.Costase lo que costase, iba a investigar qué pa-
saba, Sabia que, en mi lugar, Columbo y Sherlock
Holmes hubieran hecho lo mismo.
3. Buscando pistas
Decidi saliral recreoaromarun pocodeairepara
que se me refrescaran las ideas, Enseguida se acerca-
ron mis amigos, el Piojo Caceres y Federico Davila,
que era mi compafteto desde el jarcin de infantes.
—~ {Qué te pasa? —me pregunté Federico—.
Parece que hubieras visto un fantasma.
—Algo parecido —le contesté—. Sabian que
Marinani pidié licencia?
—;Marinani? —repitié Federico, extrafiado
por lo que le decia—. {Estas seguro?
—Si, me lo dijo la sefiorita Dominguez.
—iQué raro! Ese ni muerto deja de venir al co-
legio —agrego el Piojo Caceres—. ;Qué le habra
pasado?
23—Eso es lo que quiero averiguar —les dije en
vor baja para que nadie me escuchara.
—— istis loco? —se preocupé Federico—. Des-
pués del lio que se armé, no podés preguntar ni de
qué color son las medias que se pone, a menos que
quieras que te expulsen.
—O que la sefiorita Adelaida te coma crudo
—agregé el Piojo—. Ademis, zqué te importa por
qué tomé licencia? {Por qué mejor no investig’s
algo mas productivo? Por ejemplo, si la rubia nue-
va de tercer afio tiene novio.
—No seas tonto, Piojo —le contesté fastidia-
do—. Esto es importante,
Y les conté lo que habia pasado en la sala de pro-
fesores.
—{¥ por qué pensds que va a suceder algo gra-
ye? —pregunté Federico.
—Instinto —contesté.
—Sherlock Holmes al ataque —se burlé el
Piojo sin tomar en serio lo que yo le habia con-
tado.
Lo miré de tal forma que retrocedi6.
—{ qué vas a hacer? —intervino Federico
para que no me enojara mas con el Piojo—. La que
24
se ocupa de las licencias es la jefa de preceptores y
no te vaa decir nada.
—Ya lo sé —contesté pensativo—. Algo se me
vaa ocurrir. Por ahora necesito saber quiénes salen
del colegio los viernes a las doce y media.
—El que te puede ayudar es el Colorado Suarez
—me sugirié el Piojo para congraciarse conmigo.
—Ya lo habia pensado —le contesté sin mitar-
lo, pero como no queria heritlo, le agradeci el dato
dandole una palmada en la espalda—. Voy a bus-
carlo.
EL Colorado Suérez. era el hijo de la portera y
estaba siempre més informado que un noticiero
gracias a su mamé, a la que no se le escapaba ni
el mas minimo detalle. Los dos sabian absoluta-
mente todo lo que pasaba en el colegio. Y lo que no
sabian, lo averiguaban, Habia otros auxiliares que
trabajaban cn la escuela, pero la madre del Colo
era, ademas, una especie de casera o encargada, Por
eso, ella y su hijo vivian en una pequefia casita de
dos habitaciones, en la parte de atras del colegio,
adonde se legaba después de atravesar el gimna-
sio techado, la cancha de fitbol y el patio. Es que
mi escuela es una antigua y enorme mansion de
25principios de 1800, que ocupa toda una manzana,
Habia pertenecido a una familia adinerada y algo
extravagante, segéin se rumoreaba, que incluso ha-
bia construido ttineles para ir hasta la iglesia que
quedaba a dos cuadzas, sin ser molestada por los
vecinos. Se decia que esta familia estaba emparen-
tada con los primeros pobladores de la ciudad y
que incluso descendian de algunos de los conquis-
tadores. Todos estas historias las contaba siempre
elColo y, si bien crefa que fantaseaba un poco, ten-
go que reconocer que era un informante ideal para
tun detective como yo. Y por eso recurria a él en
momentos de desesperacién como ese, en los que
necesitaba so si su colaboracién. No fue dificil en-
contrarlo. Era el recreo largo, asi que lo més pro-
bable era que estuviera en el kiosco. ¥ alli estaba, a
punto de comerse un pancho.
— {Bl viernes a las doce y media? —repitid,
mientras hacia memoria—. Salen 4° “A” y 3° “B”
seguro. Y me parece que 1° “C” también. Ademis,
claro, se van varios profesores y la jefa de precep-
ores...
En ese momento, soné el timbre y, como tenia
que regresar al aula, le pedi al Colo que me hiciera
26
una lista lo ms detallada posible de todos los cur-
sos y las personas que salian los viernes a esa hora,
—Vengo a buscarla antes de irme a casa —le
dije, y agregué apurado, cuando empezaba a ale-
jarme—: ;Vos sabés por qué pidié licencia Mari-
nani?
—(Marinani pidié licencia? —se extraiié el
Colo, que evidentemente atin no habia ofdo la no-
ticia.
—Si. Es raro, zno?
—Rarisimo. Después averiguo y te digo —al-
canz6 a gritarme, mientras se comia el tiltimo pe-
dazo de pancho y se escabullia entre un grupo de
chicos que pas delante de nosotros a las corridas,
para no Ilegar tarde.
Yo me apuré también y entré al aula, Me aco-
modé en mi lugar y, mientras mis compaiieros ini-
ciaban una guerra de bollitos de papel y de tizas
contra las chicas, saqué mi libreta de detective y
escribi en ella:
—Litencia de Matimamnd.
— éPor qué?
~ gHasta enimde?
Lita de pormonar que salen ob viernes 12.30.
27La guerra entre mis compafieros y mis compa-
fieras se volvié més intensa y tuve que esquivar
varias tizas que casi me estampan en plena cara.
Justamente cuando me movi para evitar una de
ellas, que venta directamente a mi ojo izquierdo,
me enganché el pie con el banco y se me cayé todo
lo que habia encima, incluida mi libreta de detec-
tive. Refanfurtando, me agaché para recoger las
cosas. La lapicera se habia deslizado un poco més
adelante, asi que avancé en cuatro patas tratando
dealcanzarla,
—Alumnos, a sus lugares. Orden, por favor. Y
SI-LEN-CIO —ordené la inconfundible voz de la
jefa de preceptores, la sefiorita Adelaida, que aca-
baba de entrar al salén.
Era un buen momento para volver a mi sitio,
antes de que se diera cuenta de que estaba gateando
por el suclo, Pero justo cuando me estiraba para al-
canzar la lapicera, legué a ver, por entre los pies de
mis compafteros, que habia entrado otra persona al
aulay se dirigia al frente, para ubicarse delante del
pizarr6n. Y entonces me quedé paralizado. Porque
aunque era imposible distinguirle la cara desde mi
incémoda posicidn, no podia dejar de reconocer
28
esas piernas espectaculares, las mismas que habia
visto en la sala de profesores.
La vor de vinagre de la sefiorita Adelaida me
trajo de nuevo a la realidad.
—Alumnos, OR-DEN y SI-LEN-CIO.
Incenté incorporarme pero me golpeé la cabe-
za varias veces con mis propios compafieros, que
empezaron a protestar. Eso Ilamé la atencién de la
jefa de preceptores.
—jQué raro, Salotti, siempre dando la nota!
Salga de ahi enseguida.
Después de varias piruetas y de varias protes-
tas de las chicas a las que rocé sin querer, logré
escapar del laberinto de bancos y ponerme de pie.
No sé todo lo que me dijo la sefiorita Adelaida en
ese momento. No la escuchaba. Porque frente al
pizarrén estaba La duefia de las piernas fabulosas.
Y yo queria saber quién era y sobre todo por qué
estaba alli,
294, La nueva profesora
—__—_ev
Lia jefa de preceptores se encargé de responder-
me todas las preguntas.
—Les presentoa la profesora Antognoni —dijo,
mientras daba un paso al costado y sefialaba a la
mujer que estaba de pie, frente al pizarrén—. Vaa
reemplazar desde hoy y por unos dias al profesor
de Geografia.
Decir que era hermosa es poco. Tenia los ojos
mii grandes y mis verdes que yo haya visto jamis.
Yel pelo larguisimo y azul, de tan negro. Sus fac-
ciones eran perfectasy el maquillaje natural realza-
ba sus pmulos angulosos, su nariz respingada, sus
labios rojos... Alta y elegante ademés, tenia pucs-
ton saco ceftido de color negro y una pollera lo
31suficientemente corta como para lucir sus piernas
espectaculares. Por supuesto, no parecia profesora
de Geogtafia, Es mas: ni siquiera parecia profesora.
Su aspecto eta el de una modelo, como las que apa-
recian en las revistas que mostraban los grandes
desfiles de alta costura de Paris, que mi hermana
siempre compraba,
Cuando la sefiorita Adelaida se retiré, la bellisi-
ma sefiorita Antognoni nos dijo:
—Buenos dias, chicos. Quizé puedan contarme
en qué tema estaban con ef profesor.
Las manos de casi todos los varones se alzaron
para contestar. Pero ella me eligié a mi.
—A ver el que estaba gateando.
Mis compajieros se dieron vuelta para mirarme,
muertos de risa. Yo los ignoré, y con mi mejor cara
de nada, al estilo Columbo, traté de aprovechar
para sonsacarle informacién.
—Debesiamos empezar con la cuenca hidrogra-
fica del Amazonas. Lo raro es que el profe haya fal-
tado, después de haber recalcado lo importante que
era este tema, JNo sabe por casualidad qué le pas6?
Para Marinani todos los temas eran funda-
mentales, asi que la frase no le soné rara a nadie.
32
Y tampoco le extraiié a nadie mi curiosidad. La
ausencia de Marinani despertaba dudas en todos.
Pero la suplente no tenia por qué saberlo y yo
albergaba la secreta esperanza de que al pregun-
tarle asi, a boca de jarro, por Marinani, la nueva
profesora se pusiera nerviosa. $i es que era sos-
pechosa de algo, claro. Lo cierto es que ella no se
inmuté por mi pregunta y, sin dejar de sonrefr,
me contesté.
—No tengo idea.
—Pero jcuando la llamaron para esta suplen-
cia? Porque el viernes el profesor Marinani vino a
la escuela y hoy es lunes. Fs raro que hayan pedido
un reemplazo durante fin de semana y que usted
se haya presentado tan rapido.
La verdad es que ni yo mismo habia pensado en
todo eso, hasta que lo dije. Pero era cierto, asi que
esperaba alguna reaccién de la joven profesora. No
tuve suerte.
—Mire, alumno...
—Salotti, Alex Salotti.
—Alumno Salotti, tal vez deberia preguntarle
esto a la jefa de preceptores. Por lo que pude apre-
ciar, tiene una buena relacién con ella.
33Touché, pensé, mientras fulminaba con la mi-
rada a algunos de mis compafieros, como el Piojo,
que trataban de ahogar la risa.
——¥ ahora, sobre el tema del Amazonas, vamos
a dejarlo por un momento...
No presté atencién. Seguia pensando que habia
algo raro en aquel asunto. Necesitaba averiguar lo
antes posible qué le habia ocurtido a Marinani,
Para que el tiempo se me pasara mas rapido, me
concentré en anotar los nuevos datos en mi libreta,
aunque cada tanto espiaba a la bella profesora, so-
bre todo cuando se alejaba y se le vefan las piernas,
Ella, en cambio, me ignoré el resto de la clase. No
me hizo ninguna pregunta. Ni siquiera me mixé de
reojo. De todos modos no hablé mucho de Geogra-
fia, Parecia més interesada en conocer a sus nuevos
alumnos y nuestra relacién con Marinani. Cuando
terminé la hora y se fue, sent{ una mano sobre mi
hombro.
—;Qué bombonazo! —me decia el Piojo.
—Seee —contesté, tratando de no demostrar |
interés, aunque no me perdi la maravillosa visién
de sus piernas, mientras cruzaba el patio rambo a |
la sala de profesores.
34
Recordé entonces la voz de hombre que habia
ofdo alli mismo, esa mafiana. Fuese quien fuese ese
hombre, no habia dudas de que cuando menciond
lo del viernes a las 12.30 estaba hablando con la se-
Aorita Antognoni. Y ella habia aparecido dela nada
areemplazar a Marinani, que misteriosamente ha-
bia faltado por primera vez en su larga e intachable
carrera docente. Eran demasiadas casualidades.
~Estaba buscindote, Sherlock —me saludé el
Colo.
— {Trajiste la lista de las personas que salen el
viernes a las 12.30?
—Si, pero es lo que te habia dicho: los que salen
el viernes a las 12.30 son los chicos de 4° “A”, 3°
“B” y 1° “C”. ¥ después la profesora de Matemé-
tica, el profesor de Miisica, Marinani y Ia jefa de
preceptores...
—Marinani sale los viernes a las 12.30? —re-
peti, mientras leia fa lista que me habia escrito.
—Si, También te averigité algo sobre 4. Tavo
que irse de viaje urgente por cuestiones familiares
yno se sabe cuxindo regresa.
— {De viaje? gPor cuestiones familiares? —la
cosa cada vez me sonaba més rara.
35—Es lo que escribié en la carta —me explicé el
Colo.
— Qué carta?
—La que trajo la suplente, la seftorita Antogno-
ni, de parte de él. Parece que fue el propio Marin-
ani quien la recomends para que ocupara su pues-
to mientras esté ausente.
Aunque el método para elegir una reemplazante
no era el mas convencional, eso explicaba por qué
ella se habfa presentado tan rapido, Pero entonces,
si conocia al profesor y sabia lo que habia pasado
con Marinani, gpor qué no me habia contestado
cuando le pregunté por él? Es cierto que no tenia
que rendirle cuentas a un alumno curioso, pero
tampoco era un secreto de Estado ni nada que no
pudiera mencionarse
—Y la carta, ¢dénde esta? —quise saber.
—La tiene la jefa de preceptores.
Osea, fuera de mi alcance. Imposible pensar en
conseguirla para leerla y buscar alguna pista.
En ese momento, soné otra vez el timbre. El re-
creo habia terminado y los profesores salieron lens
tamente rumbo a sus clases. La tiltima en dejar fa
sala fue la sefiorita Antognoni que se demor6 unos
36
instantes en la puerta, mirando a un lado y al otro,
como si esperara a alguien.
—-Apurate o vasa llegar tarde —me aconsejé el
Colo mientras se alejaba.
Yo dudé un segundo en hacerle caso o seguir
ahi, observando a la nueva profesora de Geografia
para ver qué hacia. Finalmente, cuando ya estaba
por irme, aparecié un hombre con uniforme azul.
No era profesor ni empleado del colegio. ;Qué ha-
cia alli? La sefiorita Antognoni le hizo un gesto
indefinido, que bien podia ser un saludo casual.
Pero el hombre se detuvo junto a ella y, a pesar
de que estaba lejos, me parecié que murmuraban
algo, Enseguida, la sefforita Antognoni se fue y el
hombre se quedé dando vueltas por el patio, como
si buscara algo. ,Seria el mismo que habia hablado
en [a sala de profesores, cuya voz no pude recono-
cer? Tenfa que averiguarlo. Lo mejor era que fuera
corriendo y simulara tropezar con él. Seguramen-
te me dirfa: “Fijate por dénde vas, pedazo de...” 0
algo parecido. Y si no, me contestaria “No es nada”
oalgo asi, cuando yo le pidiera disculpas. Era una
idea estupenda. Pero no pude ponerla en practica,
porque alguien que no esperaba me lo impidi6.
375. Cambio de planes
Qué alegria verlo por act, A-LUM-NO SA-
LOTT!
No necesité darme vuelta para saber quién me
habia pescado in fraganti fuera de clase.
—Mite, sefiotita Adelaida, puedo explicarle...
—intenté decir.
—(Explicarme qué? No hay explicacién que
valga, Venga conmigo a la sala de preceptores a fir-
mar en el cuaderno de disciplina,
La sola de idea de ver la cara de mi papa cuan-
do se enterara de mi primera firma en el cuaderno
de disciplina me caus6 cierto escalofrio. Pero ir a
Ja sala de preceptores era una oportunidad éinica
para encontrar la famosa carta de Marinani, en la
39.que avisaba que tenia un problema familiar y reco-
mendaba a Antognoni. Asi que sin dudarlo, seguia
fa seftorita Adelaida, que iba feliz. de la vida.
El escritorio de la jefa de preceptores estaba su-
Decidt ignorar la ironia y continuar con mi dis.
curso.
—De todos modos, me gustaria decitle que la
admiro profundamente por sui dedicacién al tra-
bajo, por su rigor profesional, por su personalidad
arrolladora...
mamente ordenado, Demasiado, Habia sobre él un
bloc con hojitas en blanco, los registros de asisten-
cia, un par de circulares ineernas con membrete del —No gaste saliva, Salotei —me interrumpié—.
colegio de las que solo descfé algunas palabras, | Guarde su palabrerio para impresionar a a profe.
sora de Literatura y firme de una vez,
La suerte, sin embargo, estuvo de mi lado, por-
que de pronto entré una preceptora agitada avi-
sando que en la clase de Educacién fisica se habia
caido un alumno.
porque tenia que leerfas al revés. “Reunién de per-
sonal”, mencionaba una de ellas, “desinfeccién” ©
algo asi, decta otra... Ni rastro de la famosa carta.
Pero tenfa que estar alli. Antognoni se habia presen-
tado con ella esa mafiana, segtin habia dicho el Colo.
"Tal vez la jefa de preceptores la habia guardado en
los cajones del escritorio o la habia archivado en el
legajo del profesor, all, en el mueble del costado.
—Yaerahoradequetuviéramossuautégrafo —se
—No lo muevan —ordené la jefa de precepto-
res, mientras salia apurada, olvidandose completa-
mente de mi,
Si llegaban a descubrirme espiando en los legajos
de los profesores, el castigo iba a ser muchisimo peor
que tna inocente firma en el cuaderno de disciplina,
Pero decid jugérmela y, sin perder un minuto, me
dirigi al archivero. No pude abrirlo. Estaba con Ila-
ve. Revisé entonces los cajones del escritorio. En el
dearriba habfa algunas lapiceras, unas tijeras, un es-
Peja, saquitos de té... En el otro, papeles del colegio,
regodeé la sefiorita Adelaida mientras abria el libro
negro y sefialaba el sitio en el que debfa firmar.
Tenia que ganar algo de tiempo. :
—Sefiorita Adelaida, sé que no soy su alumno
pteferido... —dije con la lapicera en el aire.
— {Como adivin6? —contesté ella con un tono |
claramente burlén. 2
40 "formularios en blanco... Debajo de todo eso apareci6
tun averodemadera. La primera llave quepuseen la
cerradura del archivero ni siquiera gir6. La segunda,
tampoco. Escuché la sirena de la ambulancia y voces
no, no estaba, Lei por encima los datos de la fi-
cha: fecha de nacimiento, direcci6n, teléfono...
De pronto se me ocurrié una idea loca. ZY si lo
llamaba? No hacia falta que le dijera que era yo.
que venfan del pasillo y que daban indicaciones. Podia hacerme pasar por cualquiera. Me estiré
para alcanzar una hojita del bloc que estaba sobre
el escritorio y tiré sin querer las circulares, que
cayeron al suelo.
—Por acé, doctor.
‘Tenia que apurarme. Una, dos, tres llaves mas, |
Con la cuarta, la cerradura cedié, Alvarez, Domin- |
guez, Duarte, Fonseca, Lopez, Marinani... Alli es- |
taba, con foto y todo. Revisé rapidamente el legajo |
del profesor de Geografia. Una ficha con datos per-
sonales, una fotocopia del titulo, un certificado de
antigtiedad.,, Ni rastros de la carta.
—Llamen a la casa mientras el doctor lo revi- |
sa—la inconfundible voz de la jefa de preceptores
se escuchaba demasiado cerca.
Busqué en la A para ver si le habian abierto un |
legajo a la suplente. Nada. Era légico. Apenas ha- |
bia empezado ese dia a dar clase. :
—Todos a sus aulas. No pasa nada —decia por |
el pasillo fa jefa de preceptores a los alunos que
seguramente se habian asomado a curiosear.
—Dije que regresen al aula —volvi6 a gritar la
jefa de preceptores.
Copié el ntimero de teléfono y la direccién del
profesor: Avenida Garay... Cerré el archivero y
-guardé el llavero en el cajén, justo cuando la sefio-
rita Adelaida entraba como una tromba.
—jAh, Salocti! —dijo, mientras revolvia el ca-
jon, buscando el Havero—. No recordaba que es-
taba aca, Tiene suerte, ahora no tengo tiempo de
ocuparme de usted.
Las circulares seguian en el suelo.
—Se le cays esto —menti, y me agaché para le-
vantarlas,
—iAh, si! Déelas sobre el escritorio y vuelva al
aula. Y no vaya a pensar que se va a salvar de la
firma,
Volvi a revisar el legajo de Marinani para ver
si se me habia traspapelado la famosa carta. Pero
42 43Suspiré resignado y acomodé las circulares sobre
el escritorio. Les pegué una ojeada para comprobar
si habia leido bien lo que decia en ellas, aunque lo
hubiera hecho mirando al revés. Efectivamente ha-
blaban de una reunién de personal y de una desin-
feccién. Asistencia obligatoria de profesores... bla
bla bla... objetivos institucionales... bla bla bla...
ciecre de trimestre, Nada interesante. Empresa de
fumigacién Transmedia... bla bla bla... plagas y
alimajas... bla bla bla... suspension de clases. Por
supuesto, esta frase despert6 mi interés y lei mas de-
tenidamente: “Se informa al personal del Colegio y
a los Sres. profesores que, por estrictas razones de
prevencién, la empresa de fumigacién Transmedia,
especializada en combatir plagas y alimafias, reali-
zara una desinsectacién del edificio este fin de se-
mana, por lo que se suspenderan las clases desde el
dia viernes hasta el proximo lunes”,
Me quedé helado. El viernes se suspendian las _
clases. De nada servia lo que habia averiguado has-_
ta ese momento, Porque si no habia clases ese vier-
nes, nadie ibaa salir alas 12.30, Entonces, ga quién
se referia la voz que hablaba con la sefiorita Antog-
noni en la sala de profesores? Tenia que cambiar
de planes, Bueno, en realidad, hasta ese momento
no tenia un plan preciso. Ni siquiera tenia un deli-
to. Solo presentimientos. Y encima me iba a ligar
una firma en el libro de disciplina. Busqué en el
bolsillo la lista que me habia dado el Colo, pero
saqué la hojita del bloc en el que habfa anotado la
direccién y el teléfono de Marinani. éX si me olvi-
daba de todo? A lo mejor era verdad que Marinani
habfa tenido un problema familiar que lo obligé a
viajar en forma urgente. Y tal vez la sefiorita An-
rognoni si cra profesora de Geografia. Y el hombre
que hablaba con ella... quién era y qué hacia en el
colegio?
El grito de la sefiorita Adelaida me trajo de nue-
voa la realidad.
— Seva quedar ahi sin hacer nada?
Me fui con la decisién tomada: si, iba a hacer
algo, Llamar por teléfono a Marinani. Y si no me
contestaba pondria en préctica el plan B, un plan
que se me acababa de ocurrir. Algo mucho més
arriesgado, algo que nadie se podia imaginar.
456. Plan B
Preferi no comentarles a Federico y al Piojo
Jos detalles de mi plan B. Porque cuando les conté
que habia conseguido los datos del profesor y que
pensaba llamarlo por teléfono, los dos me dieron la
misma opinion:
—{Tevolviste loco!
Por eso, pensé que era mejor mantener el plan
Ben secreto. ¥ es que era bastante mas arriesgado.
De hecho, si me descubrian, podia causarme mu-
chos dolores de cabeza. Igual, no pensaba ponerlo
cn préctica a menos que fuera estrictamente nece-
sario.
Lo cierto es que la idea de hablar por teléfono
con Marinani no dio resultado. En cuanto llegué.a
47casa al mediodia, después del colegio, llamé y llamé
sin obtener respuesta. Era bastante légico, después
de todo. Si Marinani vivia solo y habia salido de
viaje por un problema familiar, quién cuernos iba
aatender el teléfono? Asi que no me quedé mas
remedio que encarar el plan B, que consistia nada
mas ni nada menos que en ir a la casa del profe-
sor, Ya sé que era una idea absurda, Porque si nadie
contestaba el teléfono, Jo mas probable era que no
hubiera nadie en la casa, Para qué ir, entonces?
Elemental (como hubiera dicho Sherlock). A bus- |
car pistas, indicios, testigos, en fin, algo que confir-
mara mis sospechas.
Después de comer las milanesas que mama me
habia dejado sobre Ia mesa de la cocina antes de
irse a trabajar, me fijé en la guia de calles dénde
quedaba la casa de Mariani, No era demasiado le-
jos, pero tenia que tomar un colectivo.
Una hora mas tarde caminaba por la avenida
Garay, buscando e! nimero que tenfa anotado en |
la hojita del bloc.
La casa de Marinani era mucho més grande de
Joque me habia imaginado. Un chalecito de planta _
baja y primer piso, con un jardin adelante, bastante
bien cuidado. Por supuesto, por mas que toqué el
timbre y golpeé las manos (por si el timbre no fun-
cionaba), no salié nadie. La puertita de la cerca
estaba apenas trabada por un pasador. Miré para
ambos lados. Era la hora de la siesta y no andaba
ni el loro por ahi, Ast que corri el pasador y me
meti en el jardin. La puerta principal estaba bien
cetrada, Espié por la cerradura y no alcancé a dis-
tinguir nada. Al mejor estilo Sherlock, eché un vis-
tazo alrededor y descubri, en el flanco derecho de
Ja casa, un pasillo que conducia al fondo. Fui por
ahi y me topé con una puerta enrejada que protegia
la entrada a otro jardin, mas grande y mas lindo.
Estaba cerrada también, claro. Y alli se terminaba
mi excursién. A menos que trepara y saltara al otro
lado.
—Te vasa meter en un lio —me dije, pero trepé
por la reja y entré,
Lo primero que me Llamé Ia atencién fue la ven-
tana abierta. No era prucba de nada porque uno
puede irse de viaje apurado y olvidarse una ven-
tana abierta. Pero Marinani era una persona me-
ticulosa, obsesiva incluso. Parecia sospechoso que
hubiera dejado una ventana asi, con la persiana
49Jevantada, Por supuesto measomé. Aleancéa ver la
cocina, una parte del comedor y la escalera. Todo
estaba en silencio y en aparente orden, De manera
y me dediqué a inspeccionar el lugar, en busca de
cualquier pista sobre mi profesor.
Si alguien me hubiera dicho que Matinani te-
que no habia motivo alguno para hacer lo que en
ntrar en
nfa tan buen gusto, no le habria cretdo. Porque no
ese momento se me cruzé por la cabeza: era.un hombre elegante, de esos que enseguida se
Ja casa a través de la ventana. Era una locura, ya sé,
Si me pescaban no iba a firmar el libro de discipli-
na. Iba a ir preso. Para tratar de convencerme de |
hacen notar. Tampoco daba la impresién de te-
ner demasiado dinero. Por eso me sorprendieron
los muebles de estilo clasico y las reproducciones
de obras de arte que decoraban el living. Habia
también elementos relacionados con la Geografia,
que lo mejor era olvidar todo ese asunto y regresar
a mi casa a dormir Ia siesta, me imaginé en la cér-
cel. Me veia en una celda oscura y ligubre, como |
la de El conde de Montecristo, la novela de Alejan-
dro Dumas que la seftorita Dominguez me habia
prestado para leer. Es mas, si terminaba preso, la
Sinica a la que podia imaginar visitandome era la
como mapas antiguos enmarcados, un telescopio y
un gran globo terréqueo que giraba sobre un pie de
madera tallada y que parecia tener bastantes afios.
El resto de la planta baja no Ilamé demasiado mi
atencién, asi que subi al primer piso. La escalera
sefiorita Dominguez, que me prestaria libros yme | de madera crujia con cada una de mis pisadas y me
dirfa: recordaba que estaba haciendo algo que no debia,
—Salotti, tanto talento desperdiciado... pero la sensacin de culpa no me duré demasiado.
Pero esa imagen patética no me detuvo, Y aun- | Porque si me quedaba alguna duda acerca de la ex-
que sabia que podia meterme en un lio gordo, me | trafia licencia del profesor, esa duda desaparecié en
deslicé por la ventana, como un gato, y aterricéen | cuanto puse un pie en su dormitorio. Y no porque
fa cocina de Marinani. Al principioavancé en pun- | hubiera visto algo fuera de lo normal, sino porque
tas de pie, tratando de no hacer ruido. Después me | lo que vi era sospechosamente normal. Es que el
di cuenta de que efectivamente la casa estaba vacia | dormitorio del profesor estaba impecable. En los
50 51cajones de la ropa, perfectamente ordenados, no
parecfa faltar ni siquiera un par de medias.
Y eso no fue todo, en el ropero habia un hermo- |
so juego de tres valijas con rueditas y, en el bao
estaban Ia afeitadora eléctrica y un frasco de perfu-
me por la mitad. Como aprendi en las novelas de_
Sherlock Holmes, lo importante para un detective
no siempre es encontrar una prueba, sino hallar
indicios que le permitan hacer deducciones. Y yo
deduje, cuando vi todo esto, que si el profesor se
habia ido de viaje no habia llevado ni siquiera un
par de calzoncillos.
Por supuesto, antes de irme decid revisar la vilti-
ma habitacién del primer piso, que era una especie
de estudio o lugar de trabajo. Habia infinidad de
libros. Varios estaban abiertos sobre el escritorio
en paginas que hablaban sobre cartas maritimas,
mapas, planisferios... Supuse en ese momento que |
Jos usaba para preparar las clases. No encontré fotos
de familiares ni cartas ni agendas con direccioneso
némeros de teléfono. A un costado de la computa-
dora habia un anotador con un par de direcciones
de anticuarios que el profesor seguramente habia
buscado por Internet. Lo supe cuando encendi la |
52
computadora (que por suerte no tenia clave desegu-
ridad ni contrasefia) y revisé el historial de paginas
que habia consultado esos tiltimos dias. La altima
entrada era del viernes, cuando habia buscado algo
sobre Marco Polo y habia visitado una pagina del
puerto. Solo me quedaba revisar el correo electré-
nico, y estaba a punto de hacerlo cuando escuché
un ruido de Ilaves y se me held el coraz6n. Alguien
estaba abriendo la puerta de calle.
—Tierra, tragame —pensé, mientras apagaba fa
computadora y buscaba donde esconderme.
Me zambulli de cabeza detras de un sillén acol-
chonado, que estaba al lado de un jarrén Ileno de
pirinchos como los de las colas de zorro, esas plan-
tas que crecen en los médanos. Desde alli, escuché
claramente las pisadas de alguien que subfa por la
escalera, haciendo crujir la madera del piso. Seria
Marinani que habia vuelto? ;Cémo iba a explicar-
le que me habia metido en su casa por la ventana
porque sospechaba que le habia pasado algo? Me
asomé por el costado del sillén y espié a través de
los pirinchos. Y entonces lo vi. Justo cuando entra-
ba en el estudio del profesor. En aquel momento
no supe si alegrarme 0 morirme de miedo. Porque
53Ja persona que acababa de entrar no era el profesor, |
sino alguien que confirmaba mi teoria de que en el
colegio pasaba algo raro.
7, Reunion urgente
No sé si a Sherlock Holmes 0 a Columbo
les habra pasado alguna vez. lo mismo que a mi.
Pero seguramente ellos lo habrian sobrellevado
con un poco mas de dignidad. Porque yo estaba
apunto de desmayarme de los nervios o, lo que
es peor, de tragarme uno de los pirinchos del
jarr6n, Creo que no respiré durante el Larguisi-
mo rato que estuve alli, escondido detrés del si-
Il6n. Incluso tenfa miedo de que aquel hombre
escuchara los latidos de mi corazén que parecia
a punto de estallar. Quién eta? {Qué buscaba?
BY de dénde habia sacado las laves para entrar
en la casa del profesor por la puerta y no por la
ventana como yo?
55Al principio me costé reconocerlo, pero el uni-
forme azul que tenia puesto no dejé lugar a dudas.
Era la misma persona que habfa visto en la puerta
de la sala de profesores y que le habia susurrado
algo a la sefiorita Antognoni, Ya eran demasiadas
casualidades. Era evidente que yo tenia razén y que
habia gato encerrado en todo ese asunto. O seria
mejor decir “profesor encerrado"? {Lo tendrian
secuestrado a Marinani? Pobre, me lo imaginaba
al profesor atado como un matambre...
Mientras yo pensaba en eso, el hombre del uni-
forme azul revis6 codos los cajones del escritorio,
sacudié los libros, revolvié papeles, revoled cua-
dros... Incluso encendié la computadora. Buscaba
algo, era indudable, Pero no lo encontré. Porque
después de dejar el estudio patas para arriba, se fue
por donde habia venido, con un evidente malhu-
‘mor, si se tienen en cuenta los insultos varios y las
patadas que le dio a un par de libros antes de pegar
tun portazo que hizo temblar las paredes.
Cuando se fue y se me pas6 el miedo, sali de
mi escondite, me saqué las pelusas que los pirin-
chos me habian dejado por toda la ropa y miré el
desastre que habia hecho ese hombre para ver si
56
averiguaba qué era Jo que él buscaba. Pero fue in-
til, Aquel revoltijo de libros, papeles y mapas no
medecia nada, De todos modos anoté desordenada-
mente en mi libreta los datos que me pudieran ser
de utilidad, incluso lo que aparecia en el historial
de Internet de la computadora que el del uniforme
azul habia dejado encendida. Me [amé mucho la
atencién que en el correo electrénico no hubiera
un solo mensaje, ni en la bandeja de entrada ni en
la de salida. Estaba completamente vacio. {Lo ha-
bria borrado aquel hombre?
Una hora mas tarde, ya a salvo en mi casa, anoté
en mi libreta lo que habia descubierto y traté de
ordenar mis ideas. Habia cosas que tenfa bien cla-
ras: primero, sila sefiorita Antognoni era profesora
de Geografia, yo era domador de cucarachas.
Segundo, el hombre del uniforme azul era su
jefe o su cémplice.
Tercero, ambos pensaban hacer algo antes de
ese viernes a las 12.30, cuando alguien iba a salir
de algin lado y el colegio iba a estar cerrado por
desinfeccién.
Hasta ahi las piezas del rompecabezas me enca-
jaban. Me faltaba saber qué papel jugaba Marinani
57: en todo esto. (Donde estaria el profesor? ,Y qué
buscaban en su casa? El pobre seguramente cortia
peligro y yo era tal vez el tinico que podia salvarlo,
Pero gc6mo? Ni pensar en ir a la policia a decir-
les que el profesor habia desaparecido. No tenia
pruebas. Tampoco podia contar que habia visto al
hombre del uniforme azul revisando el estudio del
profe sin confesar que me habia metido sin permi-
so €n su casa. La posibilidad de hablar con la jefa
ganas que tenia de comerme crudo y sin papas...
No me quedaba ms alternativa que continuar con
: mis investigaciones y tratar de descubrir el plan de
la sefiorita Antognoni y del tipo de uniforme azul,
masiado tiempo y se me ocurrié que en semejantes
Después de todo Sherlock Holmes tenia a Watson.
Por eso, Ilamé a Federico y al Piojo y los convoqué
por mensajito de texto a una reunién urgente esa
misma tarde en mi casa.
mi relato con la boca abierta. Bueno, con la boca
de preceptores la descarté de inmediato. Con las”
Era lunes, asi que me quedaban solamente tres dias |
para averiguar algo. O tal vez dos... No tenia de-
circunstancias no me vendria mal algo de ayuda,
Los dos Ilegaron puntualmente y escucharon
abierta ¢s una manera de decit, porque mientras
me escuchaban comian unos sanguchitos de sala-
me, mis preferidos, que nos preparé mi mamé al
regresar del trabajo. Por supuesto, ninguno de los
dos dudé de mi palabra, porque me conocian desde
hacia varios afios y sabian de mi locura detectives-
cay de mi capacidad para meterme en lios feno-
menales.
—{ qué querés hacer? —pregunté Federico,
cuando terminé de contarles todo.
—Seis ojos ven mas que dos. Necesito que nos
dividamos en los recreos para seguir a Antognoni
yal tipo del uniforme azul.
Si aparece de nuevo... —dud6 el Piojo.
—Va a aparecer, estoy seguro.
—A lo mejor el Colo sabe quién es —dijo de
pronto Federico.
—Mmm..., secee —respondi—. Puede que lo
haya visto. Igual no quiero levantar demasiado la
perdiz.
— (Qué perdiz? —quiso saber el Piojo.
—jAy, es un dicho! —le expliqué fastidiado—.
Es mejor que todo esto quede entre nosotros. Al
menos por ahora.
59recutrir para hallar la dichosa carta. Solo él podia
averiguar donde estaba,
El resto del tiempo lo pasamos tratando de des-_
entrafiar cual podia ser la relaci6n entre Marinani y
Jos dos sospechosos, quiién podia ser la persona que
el viernes ibaa salir a las 12.30 de algiin sitio, d6n-
de estaria la famosa carta de presentacién de Antog-
No se arriesguen —les adverti—. Si se dan
cuenta de que los estamos vigilando pueden cam-
biar de planes. No se olviden que no sabemos qué
noni. .. Pero por mas que pensamos los tres juntos,a | hicieron con Marinani.
ninguno se le ocurrié nada. || =jQué dramético! —se burl6 el Piojo.
—Es indudable que buscan algo que tiene el
profesor. Y no lo deben haber encontrado en el co-
legio. Por eso, el hombre fue a revisar la casa.
—Esto es serio —lo reté—. La vida del profesor
puede estar en riesgo. ¢Entendiste?
—Si, entendi —refunfui el Piojo.
Cuando me quedé solo, relef los datos que habia
anotado en mi libreta:
- éGuiin sake tb viernes a lar 12.30?
—Catha de Marinas prummtands aw
Aintorroonis: syniér ta tieme?
—Hombne de uniferme a2ut = vor yuesa de salar
Antes de que los chicos se fueran nos pusimos
de acuerdo en qué iba a hacer cada uno. El Piojo se
encargaria de averiguar con el Colo los horarios de
clase de Antognoni en los otros cursos durante el |
resto de la semana, para poder seguirla, tarea de la
que me ocuparia yo.
—|Qué vivo!—protesté el Piojo —. Te encargis de propercrey = cémplice o-jthe de Umteqnent
de lo mejor, = busca alas en cara de Marinani-
—No la sigo para poder mirarle las piernas —Computadena: Corres lectrénice
vacie. Payimar de (ntermer del historial:
Amkiniiedaden Laem, Undic:£ th, Eb mumde-
deh amticuatio, Purrts, Mace Pole...
— Cara de Marinamir: ventana abietta, topar
envi lugar, valijas, casa deconada con buen
—me defendi—. Soy un profesional.
Federico intentaria rastrear al hombre del uni--
forme azul y lo seguiria, para saber quién era. Sino
Io encontraba, no quedarfa mas remedio que pre-
guntarle al Colo, al que también tendriamos que
60 61quate, libres de Guogpratia, telescopic, globe
Mapas, mapas... No sé por qué esta palabra me
habia quedado dando vueltas en la cabeza. Segu-
ramente era por la gran cantidad que habia en la
casa del profesor. Lo cierto es que aquella noche
tuve una pesadilla horrible en la que la sefiorita
Adelaida, vestida solamente con un mapa antiguo,
me perseguia por los corredores del colegio, mien-
tras el profesor, atado como un matambre, gritaba
“No, no! El mapa, no”,
8. Algo huele a podrido en
Dinamarca
A 1a mafana siguiente Iegué al colegio mas
temprano que de costumbre y me ubiqué en un
lugar estratégico para vigilar la entrada, mientras
se izaba la bandera, Desde alli aleancé a ver a Ja
sefiorita Antognoni, que no se molesté en saludar
a ninguno de sus colegas y se fue directamente al
aula de quinto afio. Federico ya tenia los horarios
de sus clases, gracias a la precisa informacién del
Colo, de manera que en cada recreo me encargué
de seguirla, Pero fue inatil. No hizo ningdin mo-
vimiento sospechoso, aunque su sonrisa perfecta
habia desaparecido y se le notaba cierta incomo-
didad. Como si estuviera preocupada. O tal vez
molesta.
63contesté el Piojo cuando se lo comenté.
No le hice caso porque él tiene la misma capa.
cidad de observaci6n que una lombriz y no puede
diferenciar entre un elefante y una cafetera.
El hombre del uniforme azul brillé por su au-
sencia, como dice mi mami. Asi que, en el recreo
largo, mientras Federico me relevaba en la vigilan-
cia de Antognoni, fui a preguntarle al Colo si lo
habia visto o si sabia quién era.
—Claro, es de la empresa que va a hacer la de-
sinfecci6n el viernes —me contest6.
Increible. Todo empezaba a encajar a la perfec-
cin en ese extrafio rompecabezas, aunque seguia
sin saber qué tenfa que-ver Marinani con todo esto.
—Asi que de la empresa que vaa hacer la desin-
feccién —repeti.
—Si, Esté recorriendo el colegio para ver qué
tipo de productos van a usar y para calcular la can-
tidad. Incluso estuvo averiguando el asunto de los
taneles —continué diciendo el Colo.
— (Qué tiineles? —quise saber.
—Los del colegio. No me digas que nunca te
conté la historia de los tiineles que...
64
FF 7
—Para mi, esté igual de divina que ayer —me |
Lo intercumpi porque no necesitaba volver a
escuchar lo que ya habia ofdo cien veces. Que los
antiguos propietarios del edificio habian construi-
do ttineles para llegar, por debajo de la calle, hasta
laiglesia que quedaba a un par de cuadras. Pero no
se dio por vencido.
—Existen de verdad —afirmé con cara de sufi-
ciencia—. Parece que la entrada esta en la mapote-
ca. Fue Marinani el que los descubrié.
Ahi si que le presté atencién.
— (Qué dijiste? ;Que Marinani fue el que des-
cubrié los téneles? —pregunté sin disimular mi
sorpresa al escuchar el nombre del profesor.
—Si, hace poco —explicé el Colo—. Es que
pasa muchas horas en la mapoteca, cuando no tie-
ne clase, porque parece que es fanatico de los ma-
pas viejos y ahi hay un montén.
—{¥ quién contraté a esa empresa de furniga-
ciones? Trans... Trans... —hice memoria porque
habia leido el nombre en la circular que estaba so-
breel escritorio de la jefa de preceptores—. sCémo
se Ilamaba?
—Transmedia. Supongo que la contraté el di-
rector. No estoy seguro.
65—
El Colo iba a tratar de averiguarme mas sobre
eso, pero esa informacién me bastaba. Estaba en-
contrando la punta del ovillo de aquella madeja,
Solo la punta. El resto era una marafia.
Anoté varias cosas en mi libreta para ordenar la
informaci6n.
—Hombne de umigorme arnl = empresa
bumigadera Tramsmedia. EQuién le contnaté?
—Titmeles denenbiontes po Matimani =
En ese momento recordé que en el historial de
Internet de la computadora del profesor aparecian
varias paginas de anticuarios. Tal vez Marinani
habia encontrado en la mapoteca un mapa antiguo
y habia estado tratando de averiguar su valor. Oa
Jo mejor encontré un mapa antiguo que ya sabia
que era valioso. Después de todo parecia conocer
bastante sobre el tema considerando que tenia va-
rios mapas de ese tipo en su casa. Lo que no me
quedaba para nada claro era el asunto de los téine-
les. (Qué tendria que ver con todo esto? Por algo el
del uniforme azul habia preguntado por ellos. No
podia ser casualidad. Qué habria alli?
66
Llegué al aula justo cuando la sefiorita Domin-
guez empezaba a hablar de Hamlet, la obra de tea-
tro de Shakespeare. Con tanta investigacién, me
habia olvidado de leerla. La profesora escribié en
el pizarrén algunas frases célebres:
“Ser o no ser, esa es la cuesti6n.”
“Algo huele a podrido en Dinamarca...”
‘Tenfamos que responder qué personaje las de-
cia y qué crefamos que significaban. Yo no tenia la
menor idea y ademas no podia concentrarme.
—gAveriguaste algo? —me pregunté Federico
en voz baja.
—Si, el de uniforme azul es de la empresa que
vaa hacer la fumigacion el viernes.
—¢En serio? —se sorprendié Fede.
—Si, o al menos eso es Jo que dijo para entrar al
colegio. Te juego lo que quieras a que esa empre-
sa Transmedia no existe, Pero hay mas; después te
cuento —le susurré porque la sefiorita Dominguez
nos habia escuchado y se acercé con cara de pocos
amigos.
—;Ya terminaron? —pregunt6.
—No, profesora. Todavia no —y me sumergien
el libro a ver si encontraba las dichosas frases.
67|
Al fin las ubiqué en el texto intenté explicar su
significado.
—Bueno, a ver qué respondieron... —dijo la se-
fiorita Dominguez.
No levanté la mano, pero presté atencién a lo
que decian mis compafieros. No queria que la pro-
fesora se diera cuenta de que no sabia ni pepa por-
que no habia leido nada.
—Claro —explicaba ella—, la accién de Hamlet
transcurre en Dinamarca y yaen la primera escena
se aprecia una atmésfera enrarecida de miedo, de
desconfianza y también de peligro. Los centinelas
del castillo de Elsinor estan nerviosos pues temen
que algo pueda ocurrir en aquella corte donde rei-
nan la intriga, la corrupcién, el ansia de poder...
No sé por qué me sonaba parecido a lo que esta-
ba pasando en el colegio. Tal vez por eso, cuando la
profesora dijo que el fantasma del padre de Hamlet
se le aparecia al protagonista para avisarle que lo
habian asesinado, me dio un escalofrio y me acor-
dé del pobre Marinani. {Lo tendrian prisionero
en algin lado? ,O ya lo habrian...? zY si después
se me aparecia como un fantasma para echarme
en cara el no haberlo ayudado? Tenia que hacer
68
—
algo cuanto antes. En cuanto Ilegara a casa bus-
caria informacién en Internet sobre esa empresa
‘Transmedia. Y también revisaria las paginas de los
anticuarios para ver si encontraba alguna pista que
Jos relacionara con el profe. Yo era su tinica espe-
ranza. No podia hacer mucho ms por el momen-
to. Pero averiguaria algo antes del viernes. Porque
algo raro pasaba en el colegio. O como le hubiera
gustado que dijera a la sefiorita Dominguez, algo
olia a podrido en Dinamarca.
699. El mapa
En fa siguiente hora teniamos Geografia,
asi que no hizo falta seguir a la bella impostara:
llegé dejando a su paso una estela de perfume
que enloquecia las neuronas de los varones de
mi curso, en especial las dos que le quedaban a
mi amigo el Piojo Caceres (las otras se le habjan
quemado: de fanto mirar partidos de. fathol),
Solo eso explicaba que el muy baboso, olvidan-
do completamente que ella era sospechosa de un
crimen, preguntara con voz de caramelo pegajo-
so, como si alguna vez le hubiera importado un
pepino la Geografia:
— Vamos a seguir con el tema del Amazo-
nas?
71——
—Por ahora, no —respondidé Antognoni—,
Prefiero que el profesor lo retome cuando regrese,
Asi no interfiero con su linea de trabajo.
—{¥ cudndo vuelve el profesor? —le dije como
si nada, a ver si la tomaba desprevenida.
—No sé, pero seguramente va a ser pronto
—contesté ella sin inmutarse.
En ese momento, tuve una corazonada y sin sa-
ber bien por qué, le pregunté:
—Entonces, jqué pasa con el mapa?
Esas palabras la sorprendieron. Es més, al oirlas
se puso bastante nerviosa y mir6 para todos lados,
como si yo hubiera mencionado algo prohibido,
Seguro de haber metido el dedo en Ia Llaga, segui
con mi farsa.
—Es que el profesor me dijo que era importante,
Por supuesto, traté de disimular, aunque no lo
logts.
—El mapa... Si... Bueno... en todo caso... No sé
qué mapas...
—El mapa de América del Sur en el que dijo
que marquemos el Amazonas y otros rios —agre-
gué con voz de inocente total—. {Lo compramos
ono?
72
es
Antognoni traté de recomponerse, aunque se-
guia un poco nerviosa,
—jAn! Si, si, claro. Ese mapa. Por ahora no... no
Jo necesitan.
—{Se siente bien, profesora? —le pregun-
té al mejor estilo Columbo—. Porque parece
que hubiera visto un fantasma. ;Quiere que le
traiga algo? {Un vaso de agua, una aspirina, un
mapa...?
Esta vez la palabra mapa caus6 un efecto de
bomba atémica. Porque la profesora me fulminé
con la mirada.
—No te hagas el gracioso, pibe —me dijo en
un tono muy cercano a [a amenaza, algo tan poco
apropiado para una docente que ella misma se dio
cuenta de que se le habia ido la mano, y después
de carraspear y acomodarse un mechén que se le
habia soltado de su peinado perfecto, sonrié y tra-
to de rectificarse—. Te digo “pibe” carifiosamente.
Es que no me acuerdo de tu nombre.
—Salotti, Alex Salotti.
—Alex —repiti6 con una voz capaz de derretir
el iceberg contra el que chocé el Titanic—. Her-
moso nombre.
73El exabrupto podia haber pasado inadvertido
para los dems, en especial para el Piojo y los otros
varones que al escucharla hablar de ese modo Ile.
naron de baba el piso del aula. Pero a mi no me en-
gafi6, Era claro que habia logrado desequilibrarla,
Y laclave era la palabra mapa.
—Le preguntaba si queria que le trajera un
mapa, de la mapoteca. Es que el profesor me dejé
como encargado de los mapas —afirmé, ignorando
la cara de Qué bicho le picd a este? con que me mi-
raban mis compafieros, que sabian perfectamente
que yo no estaba encargado de un comino.
‘Antognoni pestafieé varias veces sin decir nada,
tratando de descubrir si yo estaba tomandoleel pelo,
si sabia algo mas o siera simplemente un idiota.
—Asi que es el encargado de los mapas.
Se notaba que sopesaba cada silaba, que estaba
midiéndome mientras las pronunciaba.
—Si, de todos los mapas.
Puse especial énfasis en todos porque queria dar-
lea entender que me referia a otra cosa. No tenia la
menor idea dea qué.
En ese momento entré la preceptora y le pidié
a Antognoni que completara el libro de temas. La
74
profesora, visiblemente fastidiada por la interrup-
cién, empezé a escribir, aunque mientras lo hacia
me miraba de reojo.
— (Qué estas haciendo? —me cuchicheé Fede.
—La presiono —murmuré entre dientes, sin
bajar la vista—, Cuando se sienta acorralada, va a
meter la pata.
La preceptora se fue y Antognoni volvié a son-
reit como si nada hubiera pasado. Seguramente
habia aprovechado esos minutos que le dio la pre-
ceptora para meditar acerca de mi actitud.
—Por ahora vamos dejar pendiente ese asunto
que me menciond, alumno Salotti— dijo con una
sonrisa casi imposible de resistir para cualquier
otro que no estuviera investigandola como yo—.
Eso del... mapa.
Habia hecho una breve pausa antes de decir
mapa y cambié levemente el tono, algo muy sutil
que por supuesto solo yo pude captar.
—Te parecié —me negaba el Piojo cuando final-
mente la hora de clase terminé y Antognoni se fue,
después de hacernos escribir dos carillas sobre “un
lugar del mundo que quisiéramos conocer y visitar”.
75—
—Les digo que se puso nerviosa cuando mencio-
né la palabra mapa —insisti, mirandole las piernas
fabulosas, mientras ella cruzaba el patio—. Ade-
més, eso que nos hizo escribir es una pavada. Nin-
gin profesor de Geografia respetable nos daria un
trabajo asi.
—Eso no prueba nada —opiné Federico.
Mi instinto me decia todo lo contrario. Por eso,
segui a la profesora Antognoni a través del patio,
rumbo a la sala de profesores, con la esperanza se-
creta de descubrirla hablando con el hombre de
uniforme azul o de pescarla in fraganti haciendo
algo que confirmara mis sospechas. Sin embargo,
no habia sefiales del hombre. Y lo més sospecho-
so que hizo fue tomarse un café, cosa que descubri
mientras la espiaba por una rendija. La cuestién es
que después del recreo Antognoni se dirigié al aula
de 4° afio “A”, donde supuestamente tenia clases.
Hasta ese momento no se me habia ocurrido ir
a la mapoteca a investigar. Quizas alli hubiera al-
guna pista nueva. Claro que necesitaba una excusa
para merodear, a menos que quisiera correr el ries-
go de que la jefa de preceptores me descubriera y
me hiciera concretar la famosa firma en el libro de
76
disciplina que atin estaba pendiente. Volvi al aula
decidido a pedirle ayuda al Colo, en cuanto tuvie-
ra oportunidad.
—Llega tarde —me reté la sefiorita Dominguez,
que se preparaba para continuar con Hamlet.
—Disculpe, profe.
—Est4 bien, siéntese —me respondié ella, y en-
seguida empezé a hablarles a mis compafieros—.
Como les decia la clase anterior, la tragedia de
Shakespeare se desarrolla en Dinamarca...
De pronto, tuve una idea bastante disparatada.
—Profesora, algunos chicos no tienen idea de
dénde queda Dinamarca. {No quiere que vaya a
traer un mapa de Europa para ubicarla?
La sefiorita Dominguez se me qued6 mirando
un momento sin saber qué contestar. Mis com-
pafieros intentaron protestar, pero me atajé a
tiempo.
—Sé que eso nos puede hacer perder algo de
tiempo, profe.
Ese argumento fue mas que suficiente para que
varios me apoyaran.
—Si, profe, porfi, no nos acordamos bien dénde
queda Dinamarca.
77—Vaya, Salotti. Y no se meta en ningun lio
—me advirtié.
Pero ibaa meterme en un lio. Y muy pronto me
ibaa enterar por qué.
78
10. Investigando la mapoteca
La tiltima vex. que habia entrado en aquella
sala oscura y con olor a viejo habfa sido cuando
descubri al profesor Marinani y a la jefa de precep-
tores en medio de una sesi6n de arrumacos detrés
de un mapa de Asia con division politica. No era
un lugar para vivir un romance, porque ademis de
varios globos terrqueos y de cientos de mapas en-
rollados y alineados en pequefias ménsulas en las
paredes, habia elementos de otras materias que se
guardaban alli, a falta de otro espacio mejor. Por
eso uno podia encontrar tanto animales embalsa-
mados, entre ellos un avestruz desplumado y un
yacaré que habia perdido los dientes, cuadros de
proceres de nuestra historia, decorados de obras de
79teatro que se habjan representado en fechas patrias,
como el frente de una Casita de Tucumn descas-
carada, e incluso un esqueleto bastante inquietante
que se usaba en las clases de Biologia y que era co-
nocido popularmente con el nombre de Pepito.
Normalmente la mapoteca no se cerraba con
Lave, pero uno de lds famosos carteles de la sefiori-
ta Adelaida advertia desde la puerta:
“Prohibido el ingreso de cualquier alumno que
no cuente con autorizacién de un docente para re-
tirar material didactico.”
Esto se debia no solo a que yo hubiera descu-
bierto el noviazgo oculto. Antes ya habian ocurri-
do otras tropelias, en especial con el pobre Pepito,
al que manos anénimas més de una vez le habian
puesto desde anteojos y gorras con visera hasta
guantes de arquero 0 calzoncillos de Boca Juniors.
O le habian acomodado los huesos en posiciones
poco decorosas, incluso para un esqueleto.
Ese dia, la mapoteca me parecié un poco més té-
trica de lo que recordaba. Tal vez porque era un
cuarto sin ventanas al exterior, iluminado escasa-
mente por una bombita insignificante. O tal vez
porque la inexplicable ausencia de Marinani y mis
80
sospechas sobre su desaparicién me sugestionaban
un poco.
Lo cierto es que no tenia demasiado tiempo para
investigar alli. Buscar un mapa de Europa y regre-
sar a la clase de la sefiorita Dominguez no podia
demandarme, en circunstancias habituales, mas
que unos minutos. Tal vez podria demorarme un
poco y después convencerla diciéndole que no en-
contraba el mapa. Pero no se iba a creer esa men-
tira porque la mapoteca era un ejemplo de orden
y ptolijidad, mérito absoluto de Marinani que, se-
gan me habia contado el Colo, la habia organizado
en sus ratos libres.
Mientras echaba una ojeada rapida, recordé otra
cosa que me habia dicho el Colo: que Marinani
habia encontrado la entrada a los tineles y que el
hombre de a supuesta empresa fumigadora habia
estado averiguando sobre ellos. Seguramente era
una entrada secreta, porque por mas que movi ma-
pas y revisé paredes no pude hallarla. Justo antes
de salir, me detuve a hojear el inventario de ma-
pas que estaba sobre un escritorio antiguo. La in-
confundible letra del profesor de Geografia, llena
de rulos y arabescos, completaba los renglones de
81aquel viejisimo cuaderno de tapas duras con datos | gyelta, pero bien encastrada. Necesitaba algo que
funcionara como cufia, para hacer palanca. Bus-
qué en el escritorio. No habia nada, Forcejeé para
sobre los mapas:
Nimero 5: Africa con divisién politica, Excelente
estado. tratar de abrir unos cajones destartalados, Estaban
Numero 6: América del Norte, fisico, deteriorado en | yacios. Ya iba a darme por vencido cuando recor-
algunas partes... dé la pinza de depilar de mi hermana que Ilevaba
Los néimeros indicaban el lugar que ocupaba
cada uno y se correspondian con una etiqueta pe-
gada en la parte de afuera. En las paredes, los ma-
pas Iegaban hasta el ntimero 126. Sin embargo,
enel cuaderno, las anotaciones se interrumpian en
el ochenta. Presté atencién y comprendi por qué
Alguien habia arrancado las tiltimas paginas. Lo
habia hecho muy prolijamente, de manera que
casi no se notara. {Habria sido Antognoni? ;O el
hombre del uniforme azul? Daba igual. Lo impor.
tante era que aquello confirmaba mi teoria de que
estaban buscando un mapa. Pero gqué mapa?
‘Antes de salir me agaché para atarme los cordo-
nes de las zapatillas y miré el piso. Algo me llamé
la atencién: las juntas entre las maderas estaban
limpias, a diferencia del resto del parquet en el que
una pastina uniformaba las tablas. Intenté mover
siempre en el bolsillo. No era demasiado grande,
pero la parte del mango me sirvi6 para forcejear
con la tabla del piso hasta que logré moverla un
poco y sacarla de su lugar, dejando al descubierto
un hueco. A simple vista no se distinguia nada y
me daba un poco de impresién meter la mano alli.
Pero hice de tripas coraz6n, como dice siempre mi
pap, y hurgué a tientas. Era mucho mas profun-
do de lo que imaginaba, de manera que tuve que
meter casi todo el brazo y aun asi no alcanzaba a
tocar el fondo. Cosas pegajosas se me enredaban en
la mano.
iPuaj! Telarafias, pensé.
De pronto, con la punta de los dedos toqué un
papel. Estaba tan abajo que me costaba agarrarlo.
Al tercer intento lo saqué. Era una hoja amari-
Ilenéa, igual a las del cuaderno con el inventario
aquella madera, aunque no fue sencillo. Estaba | de mapas. En ella se veia dibujada una suerte de
82 83plano, como los de las casas, solo que este parecia
mis bien un laberinto en el que se enroscaban co-
rredores y ms corredores, algunos sin salida, en
torno aun tnico cuarto central,
En ese momento escuché voces en el pasillo y
pasos que se acercaban. Apenas tuve tiempo para
apagar la bombilla mustia, colocar la tabla en su
lugar y escabullirme detrés de Pepito, cuando el
picaporte giré y la puerta se abrié. La silueta de
mastodonte que se dibujé a contraluz era la de la
jefa de preceptores. Me acurruqué detras del pol-
voriento esqueleto y traté de volverme invisible.
— (Esta segura de que esté acd? —pregunté la
sefiorita Adelaida, mientras entraba en la mapote-
cay se acercaba peligrosamente a mi escondite.
Casi me trago uno de los huesos de Pepito cuan-
do escuché la voz que le respondié.
—Tiene que estar aca —decia nada més ni nada
menos que la bella Antognoni—. No lo encuentro
en ningain otro lado.
ZEstaria hablando del famoso mapa? jHabia
ido alli a buscarlo? Descarté la idea enseguida. Su
cémplice, el hombre del uniforme azul, ya habia
estado en ese lugar, averiguando por los tineles.
84
Seguramente lo habria buscado. Y a fondo. Enton-
ces, qué hacia Antognoni alli? {Estaba siguiéndo-
me y se topé de casualidad con la jefa de precepto-
res? ,O intentaba averiguar si ella sabia algo?
En ese momento, dos preceptores aparecieron
en el pasillo y saludaron a Ia sefiorita Adelaida,
que no pudo disimular su fastidio.
—Tendra que buscarlo después. Le pido por fa-
vor que ahora regrese al aula, Sus alumnos ya han
estado solos demasiado tiempo y eso va contra las
reglas de nuestro instituto educativo que...
La perorata de la sefiorita Adelaida continué
mientras empujaba hacia afuera a Antognoni y le
cerraba la puerta en la nariz.
Tardé un rato antes deanimarmea salir de atras
de Pepito y de escapar de la mapoteca.
—2¥ el mapa? —me pregunt6 una de mis com-
pafieras al verme entrar agitado y con el uniforme
Ieno de polvo.
Por supuesto se referfan al mapa de Europa
que supuestamente habia ido a buscar para la
clase de Lengua, pero de pronto esa palabra co-
bré un significado especial. Como no me habia
dado cuenta antes! Y aunque todos me miraron
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