Ciencia, Tecnología y Sociedad. Proyecto Argo.
Materiales
para la educación CTS. Segundo capítulo
Mariano Martín Gordillo (Coord.)
Grupo Norte, 2001, páginas 64-101
1. ¿Qué es la Tecnología?
1.1. Tecnología y naturaleza humana
Responder a la pregunta sobre qué es la tecnología no resulta
sencillo. Al intentar definir su significado sucede igual que con
otras palabras como lenguaje, ser humano o vida, en las que es
casi imposible pensar sobre ellas sin pensar desde ellas. Para
definir el lenguaje hay que utilizarlo. Sólo los seres humanos se
pueden plantear el problema de la definición de lo humano. Y,
que se sepa, es necesario estar vivo para poder preguntarse en
qué consiste esto de la vida. Con la tecnología sucede algo
parecido: lo técnico o lo tecnológico (por ahora no distinguiremos
entre tales conceptos) está tan presente en la vida de los seres
humanos que apenas podemos hablar de ello con la distancia
suficiente para reconocer con claridad sus perfiles definitorios.
Nuestro entorno natural ha sido radicalmente transformado por la
técnica. Todo el proceso que ha llevado a que estas líneas
puedan ser leídas supone el encadenamiento de diversos actos
técnicos. Desde la escritura del borrador, hasta la edición,
impresión y encuadernación del libro, hay un conjunto de
procedimientos sucesivos que pueden ser considerados con
propiedad como técnicos. Esto por el lado de la producción de
este escrito. Pero seguramente también el entorno del lector
estará altamente tecnificado. Probablemente quien lee este libro
(un artefacto no natural) lo hace sobre una mesa (también
artificial) ubicada en un edificio (construido técnicamente) situado
en un pueblo o ciudad (un entorno urbanizado). Aún en el
improbable caso de que el lector estuviera en un parque natural
sin el menor atisbo de producto técnico a su alrededor, seguiría
siendo cierto que tal lugar conservaría intactas sus
características naturales precisamente porque los seres
humanos han decidido declararlo como una zona de excepción a
la habitual transformación técnica del medio. En nuestros
tiempos, la propia conservación de la naturaleza para preservarla
de los efectos del desarrollo técnico es una decisión que se
adopta de forma consciente. Tal es la omnipresencia de la técnica
a nuestro alrededor que hay quien afirma, incluso, que la propia
realidad es, en cierto sentido, una construcción técnica.
El ser humano, que dispone de la técnica y la utiliza, puede
considerarse también como un producto de la técnica. Los
antropólogos han discutido mucho sobre los determinantes del
proceso de hominización, es decir, sobre el tipo de factores que
provocaron que hace varios millones de años algunos primates
abandonaran la vida en los árboles iniciando unos cambios de los
que somos fruto los seres humanos actuales. Dichos factores
servirían para entender, además, qué es lo que separa a éstos
de los demás animales, es decir, en qué consiste la naturaleza
humana más allá de su condición animal. Aunque los
antropólogos no han llegado a acuerdos definitivos sobre la
importancia y el orden de esos determinantes, sí parece estar
claro que la sociabilidad, la capacidad lingüística y las habilidades
técnicas fueron fundamentales en el proceso que condujo del
mono al hombre.
La intensa interacción social de los homínidos fue, seguramente,
una condición que favoreció el cambio de hábitat y de su lugar
ecológico, pasando de la vida en los árboles a la práctica de la
caza cooperativa. Además la propia organización social derivada
de la nueva situación de cazadores-recolectores tuvo que ir
acompañada necesariamente del desarrollo de una capacidad
comunicativa incomparablemente superior a la de cualquier otro
mamífero. Pero ni la complejidad de la organización social, ni el
consiguiente desarrollo lingüístico se habrían dado en especies
cuya adaptación a su entorno estuviera limitada por las
condiciones físicas de su anatomía.
Las habilidades técnicas fueron fundamentales en el proceso de
hominización. El hecho de que un mono arborícola se trasladara
a los terrenos abiertos y se convirtiera en un temible depredador
no hubiera sido posible si sus manos no hubieran empuñado
piedras para lanzar a sus presas o palos con los que poder
matarlas. La habilidad con que aquellos primates utilizaban sus
manos para agarrase a las ramas de los árboles y moverse en
ellos fue transferida a otra función distinta cuando bajaron a los
espacios abiertos. Con esas manos libres, pudieron utilizar palos
y piedras para matar a sus presas. Luego hicieron con ellas
hachas, lanzas y cuchillos, seguramente las primeras
herramientas técnicas construidas por los homínidos y que
sustituyeron en ellos a las garras y los colmillos de los verdaderos
carnívoros. Pero esto fue sólo el principio. Los homínidos y sus
descendientes fueron desarrollando formas de vida en las que la
selección natural sobre las variaciones anatómicas, característica
de la evolución de todos los seres vivos, dejó de afectarles.
Nuevas prótesis técnicas fueron adaptándolos a las necesidades
correspondientes a cada nueva situación ecológica. Esas
prótesis técnicas adaptativas implicaron, por tanto, que en los
humanos el papel de la evolución natural haya sido sustituido por
lo que podríamos llamar evolución cultural, que consiste
principalmente en la multiplicación y diversificación de los
instrumentos y actos técnicos para la adaptación a cualesquiera
entornos. En cierto modo, la especie humana logró liberarse de
la selección natural. El dominio del fuego, la predigestión externa
de los alimentos al cocinarlos, la domesticación de animales, la
agricultura, el hilado, la cerámica, la construcción de viviendas, la
fundición de metales... son sólo algunos elementos significativos
de la larga cadena de actos técnicos que han caracterizado la
evolución cultural de los humanos. Por todo esto, no se discute
que el ser humano es un homo faber, además de (y,
seguramente, antes que) un homo sapiens. Incluso cabe plantear
si la propia racionalidad humana no será, ella misma, una
consecuencia más del desarrollo técnico.
La técnica ha supuesto, por tanto, la transformación del medio en
que los humanos han desarrollado su vida, a la vez que ha
ocasionado la propia transformación de las formas de vida
humana. Porque la vida humana, a diferencia de la vida de los
demás animales, no está determinada y limitada por los
condicionantes ambientales a los que cada especie se encuentra
adaptada. Lo propio de la especie humana es la continua
readaptación a diversas condiciones ambientales mediante la
construcción técnica de artefactos y productos que permiten que
su vida sea posible en todos los lugares del planeta e, incluso,
fuera de él.
La existencia humana no es un don de los dioses. Tampoco es,
o no es sólo, un resultado de la evolución biológica. Con la
técnica los seres humanos se han convertido en los forjadores de
su propia naturaleza, sustituyendo el papel que en los mitos y las
religiones se asignaba a los dioses y en la teoría darwinista se
daba a la selección natural. Los seres humanos son algo más que
animales porque han sido los únicos capaces de superar las
limitaciones de su condición natural para alcanzar algunas de las
cualidades que los mitos y las religiones reservaban a los dioses.
Los seres humanos son conscientes de su propia existencia,
quieren mejorarla y les gustaría que sus obras trascendieran sus
vidas en un anhelo de inmortalidad. La eternidad, la perfección y
la sabiduría son cualidades que se atribuyen a los dioses, pero
son los propios humanos y sólo ellos los que han podido
desarrollarlas mediante la técnica. La técnica crea obras que
tienen la pretensión de perdurar, incluso la técnica permite
prolongar la vida humana más allá de los designios del azar
natural o del supuesto destino divino. La técnica ha permitido
mejorar la vida humana, aunque también hay técnicas capaces
de empeorarla. La técnica ha transformado las condiciones de la
vida humana.
El propio conocimiento y la investigación no son posibles sin el
dominio previo de ciertas técnicas. La técnica es imprescindible
incluso para poder prescindir de ella. Los filósofos griegos fueron
capaces de remontarse sobre sus necesidades concretas y
especular sobre los grandes temas de la vida porque dispusieron
del tiempo libre, del ocio, que les permitía hacer sus
especulaciones sin ocuparse de los negocios de la supervivencia
cotidiana. Aun para especular sobre la técnica e incluso para
despreciar su importancia hay que disponer de tiempo libre y
tener resueltas las necesidades básicas que a los demás
animales les impiden disponer con libertad de su tiempo. Y para
ello es imprescindible el desarrollo técnico. Si la filosofía (y la
ciencia, y tantas otras cosas) surgieron en Grecia hace 2.500
años y no en África hace 2 millones de años, no es porque los
griegos estuvieran más preocupados que los Australopitecos
sobre el problema del origen de las cosas, sino porque pudieron
estarlo debido a que el desarrollo técnico les permitía resolver los
problemas inmediatos e incluso les planteaba nuevos problemas
que no estaban al alcance de los homínidos que no disponían de
ese desarrollo técnico.
La existencia humana es un producto técnico tanto como los
propios artefactos que la hacen posible. Desde hace algunos
millones de años hasta el siglo XXI, las diversas formas en que
los seres humanos han desarrollado lo que Marx llamaba
la producción social de su existencia han marcado la evolución
de su presencia en el planeta, eso que se conoce como Historia.
Seguramente la técnica es una de las producciones más
características de los seres humanos, pero también es cierto que
los seres humanos son, sin duda, el producto más singular de la
técnica. Es imposible, por tanto, separar la técnica de la esencia
del ser humano.
1.2. Técnicas, tecnologías y artefactos.
Como se ha indicado, la definición de la tecnología resulta
especialmente difícil al ser indisociable de la propia definición del
ser humano. Sin embargo, conviene tener en cuenta cuál es la
idea más usual y tópica sobre ella. El diccionario define la
tecnología como el “conjunto de los conocimientos propios de un
oficio mecánico o arte industrial”, o también como “el conjunto de
los instrumentos y procedimientos industriales de un determinado
sector o producto”. Aunque las dos definiciones difieran en el
carácter de conocimiento o de práctica que deba caracterizar a la
tecnología, ambas parecen coincidir en que el ámbito definitorio
de la tecnología está en la producción, especialmente en la
producción industrial.
Según el diccionario, la idea de tecnología está relacionada con
la producción material ligada a la industria. En este sentido, la
tecnología sería relativamente moderna, al menos tanto como la
propia producción industrial. Seguramente por ello el
término tecnología parece indicar una mayor sofisticación que el
de técnica. Las técnicas se darían en las formas preindustriales
de producción y serían algo así como habilidades o destrezas que
no requerirían del concurso de conocimiento científico alguno,
sino que progresarían por el uso de intuiciones prácticas
continuamente corregidas por la experiencia. La tecnología
podría ser considerada, por tanto, como el conjunto de
procedimientos que permiten la aplicación a la producción
industrial de los conocimientos propios de las ciencias naturales.
Por su parte, la técnica correspondería a los tiempos anteriores
al uso de los conocimientos científicos como base del desarrollo
tecnológico industrial. Dos tópicos aparecen así en esta
consideración común de la tecnología. El primer tópico sería su
dependencia de otros conocimientos más básicos. El segundo, el
carácter material de sus productos. Esos dos tópicos son ideas
comúnmente aceptadas, pero no por ello necesariamente ciertas.
El primero de esos tópicos presenta a la tecnología como algo
posterior a la ciencia, es decir, como su consecuencia práctica
para la mejora de las condiciones de la vida humana. Según esta
idea, la ciencia realizaría sus investigaciones con el único objetivo
de desentrañar las leyes que gobiernan el funcionamiento de la
realidad, mientras que la tecnología se encargaría de aplicar esos
conocimientos al diseño de artefactos orientados al bienestar
humano. Esta consideración de la tecnología como ciencia
aplicada a la producción parte de la idea de que existe realmente
una escisión completa entre la investigación teórica y la
aplicación práctica, lo cual es muy discutible. Es habitual
considerar que la ciencia es anterior a cualquier tecnología y está
únicamente guiada por el objetivo de alcanzar nuevos
conocimientos teóricos. En este sentido, se suele considerar que
la ciencia busca conocer las leyes que gobiernan el
funcionamiento de la naturaleza, algo que antes era propio de la
llamada filosofía natural (aunque los científicos se distanciarían
de los filósofos al utilizar procedimientos experimentales, el
método científico, y no sólo especulativos). Este planteamiento
convencional suele considerar, además, que los conocimientos
científicos son siempre objetivos y, por tanto, susceptibles de muy
diversas aplicaciones tecnológicas: la física nuclear permitiría
desarrollar tanto las tecnologías bélicas como las aplicaciones
sanitarias. Así, el conocimiento científico es considerado como
inocente en la responsabilidad sobre las diversas aplicaciones
tecnológicas que de él se derivan.
Este tópico sobre entender las relaciones entre la ciencia y la
tecnología corresponde al positivismo. Como se verá con más
detalle en la siguiente unidad, la idea de una investigación
científica objetiva, neutral, previa e independiente de sus posibles
aplicaciones prácticas por la tecnología no se corresponde con la
actividad real de los proyectos de investigación. En ellos los
componentes científico-teóricos y tecnológico-prácticos resultan
casi siempre indisociables. Por tanto, frente al primer tópico es
más apropiado hablar de un complejo tecnocientífico, en el que
los componentes teóricos y prácticos están íntimamente
relacionados, que hablar de investigación teórica (ciencia) y de
aplicación práctica (tecnología) como elementos separados y
sucesivos.
El segundo tópico afirma que la tecnología tendría siempre como
resultado productos industriales de naturaleza material. Cuando
se habla de artefactos tecnológicos se suele pensar en una serie
de objetos (frecuentemente considerados como máquinas) en
cuya elaboración se han seguido reglas fijas ligadas a las leyes
de las ciencias físico-químicas. Aviones, automóviles y
ordenadores... serían ejemplos, entre otros muchos, de
artefactos tecnológicos en los que se cumplirían las condiciones
de la definición de tecnología antes comentada. Todos esos
artefactos son el tipo de productos con los que
convencionalmente se ilustra la imagen habitual de la tecnología.
Para construir aviones, automóviles y ordenadores se han debido
utilizar los conocimientos propios de las ciencias naturales, con
lo que se refuerza el primer tópico positivista sobre la relación
entre ciencia y tecnología. Por otra parte, nadie duda de que esos
artefactos son objetos materiales, tanto como las propias
realidades de las que se ocupan esas ciencias. Así la idea de la
tecnología se ha venido asociando a la de la ingeniería industrial.
Lo tecnológico sería lo relativo a la moderna producción de
bienes materiales que la sociedad demanda. Lo que debe
reconsiderarse es que la tecnología se reduzca a la producción
de artefactos materiales.
Además de las tecnologías materiales existen tecnologías
sociales. No sólo se construye técnicamente la realidad material,
sino que la propia organización social puede ser considerada ella
misma como técnicamente construida, es decir, como un
artefacto. El mundo que nos rodea es producto de la técnica no
sólo en el sentido físico, sino que también las propias relaciones
sociales pueden ser consideradas como construcciones
tecnológicas, es decir, como artefactos. En la producción
industrial, además de las máquinas físicas que se utilizan en los
procesos existen determinado tipo de relaciones laborales que,
siendo tan artificiales como las propias máquinas, tienen una
importancia no menor que éstas para que todo el proceso
productivo pueda desarrollarse según lo previsto. Ingenieros,
operarios, supervisores y administradores tienen asignadas
funciones bien definidas y entre ellos existen claras jerarquías
que no pueden reducirse a diferencias naturales entre los
individuos. Incluso en la forma de vestir de cada uno de los
sectores de esa pequeña organización social ligada a la
producción existen reglas, muchas veces implícitas, que
identifican con precisión el papel de cada cual y que no deben ser
transgredidas. La corbata, la bata blanca o el mono azul se
asocian con tanta precisión a funciones concretas en la actividad
industrial como los colores de los cables resultan distintivos y
significativos en un artefacto eléctrico.
Muchas veces las tecnologías de organización social están
estrechamente relacionadas con tecnologías materiales, como es
el caso de la producción industrial. Sin embargo, fuera de ese
ámbito esa vinculación es menos evidente. Por ejemplo, la
existencia o no de tarima en un aula, una decisión aparentemente
arquitectónica (de una tecnología material), tiene grandes
implicaciones sobre las relaciones educativas que son posibles o
predominantes en un aula. Eso mismo sucede en la organización
de los espacios urbanos, que permiten o impiden su uso, según
como se diseñen, por parte de diferentes colectivos
(discapacitados, niños, ancianos...). Esta frontera difusa entre las
tecnologías materiales y la vida social sólo se percibe cuando se
amplían los conceptos de tecnología y de artefacto tecnológico a
las diversas formas posibles de organización social, las cuales
son tan artificiales, tan artefactuales, como los objetos
materiales.
Incluso algunas tecnologías de organización social llegan a ser
autónomas respecto de las tecnologías materiales. La
organización educativa como tecnología de organización social
es un caso claro, pero también la publicidad, los medios de
comunicación o, incluso, las religiones pueden ser consideradas
como tecnologías no materiales que tienen como finalidad
establecer ciertos modos de organización social y ciertas pautas
artificiales para la conducta de los individuos. Por tanto, frente al
segundo tópico, la tecnología y sus resultados, los artefactos, no
pueden limitarse al ámbito de los objetos materiales. Lo
tecnológico es también lo que transforma y construye la realidad
social.
2. Tipos de tecnología
2.1. ¿Cómo se clasifican las tecnologías?
Aunque muchas veces se habla de la tecnología en singular,
resulta evidente que hay muchas tecnologías diferentes. No son
lo mismo la ingeniería industrial que la biotecnología o las
telecomunicaciones. Esta claro que esas tres actividades son
tecnológicas, pero existen tantas diferencias entre ellas que
quienes son expertos en una pueden ser completamente
profanos en las demás. Hay, por tanto, diversas tecnologías y hay
importantes diferencias entre ellas. ¿Con qué criterios pueden
distinguirse? ¿Cómo se clasifican?
Los tópicos sobre la definición de tecnología han dado lugar
también a criterios para su clasificación. Si, como se ha visto, las
tecnologías son consideradas muchas veces como ciencias
aplicadas ya tenemos un primer criterio de demarcación. Así se
distingue entre un acto técnico y una actividad tecnológica. Las
artes culinarias, el curtido de pieles o la ebanistería podrían ser
clasificadas como técnicas y sería impropio decir de ellas que son
tecnologías, mientras que la medicina, la construcción de
puentes o el diseño de aviones entrarían hoy dentro de las
tecnologías al incorporar conocimientos científicos procedentes
de diversas ciencias naturales. Aquel conjunto de acciones
programadas de carácter práctico que utilicen conocimientos
científicos serán, por tanto, tecnologías, mientras que cuando la
acción no se fundamente en conocimientos científicos sino en la
experiencia anterior estaremos simplemente ante actos técnicos.
Además de proponer un criterio de demarcación para distinguir lo
que es genuinamente tecnológico de lo que sólo es técnico, el
tópico según el cual la tecnología es ciencia aplicada facilita un
modelo muy sencillo para clasificar las diversas tecnologías. Si
hay diversas ciencias y las tecnologías derivan de ellas, la
clasificación de éstas podrá hacerse siguiendo las propias
clasificaciones habituales entre las distintas disciplinas
científicas. De este modo las ciencias físicas habrían dado lugar
a la ingeniería civil, eléctrica, electrónica, nuclear u espacial; las
ciencias químicas darían lugar a tecnologías diferenciadas
correspondientes a los ámbitos de la química orgánica y la
inorgánica; las ciencias bioquímicas harían posible el desarrollo
de la tecnología farmacológica; las ciencias biológicas generarían
tecnologías como la agronomía o la medicina. Incluso en el
campo de las ciencia humanas o sociales podrían encontrarse
paralelismos entre las fronteras existentes entre las diversas
disciplinas científicas y sus correspondientes desarrollos
tecnológicos: de los conocimientos científicos de la psicología
derivarían la psiquiatría o la pedagogía, así como de las ciencias
económicas podrían derivarse tecnologías sobre la gestión y
administración de las empresas.
Otra forma habitual de clasificar a las tecnologías es partiendo
del segundo de los tópicos expuestos en el apartado anterior,
esto es, que las tecnologías consisten en la producción y
mantenimiento de artefactos en el contexto productivo. De
acuerdo con este planteamiento, la clasificación de las
tecnologías derivaría del análisis de las diversas actividades
productivas. De este modo habría tecnologías dedicadas a la
producción agrícola, ganadera, industrial, a la producción de
recursos energéticos, a la gestión hídrica, al tratamiento de
residuos, a las de redes de transporte, a las comunicaciones, etc.
Esos dos modos de clasificar a las tecnologías pueden resultar
claros y útiles. De hecho, las clasificaciones de las tecnologías
relacionadas con las de las ciencias se utilizan frecuentemente
en la organización de los currículos y los planes de estudios.
Asimismo, en los planes de desarrollo tecnológico es frecuente
utilizar las clasificaciones de las tecnologías relacionadas con los
distintos sectores productivos.
Sin embargo, esos dos modelos para clasificar las tecnologías
presentan los mismos problemas que se han comentado a
propósito de los dos tópicos de los que parten. En primer lugar,
no resulta fácil distinguir hoy entre investigación científica y
desarrollo tecnológico ya que conocimiento y aplicación se
desarrollan prácticamente a la vez con lo que las clasificaciones
de las tecnologías derivadas de las clasificaciones de las ciencias
resultan cada vez más problemáticos. En segundo lugar, las
clasificaciones de las tecnologías que se basan en los diversos
ámbitos de la producción descartan la presencia de artefactos
tecnológicos en dimensiones de la realidad que no son
estrictamente productivas. El desarrollo de las ciudades, las
formas de socialización escolar de los jóvenes, las redes de
relación y comunicación a escala mundial son tan artefactuales
como puedan serlo los productos de las tecnologías materiales,
pero estas tecnologías de organización social, cuyos productos
son menos visibles, pero no menos reales, tienden a quedar
olvidadas cuando se reducen las clasificaciones de las
tecnologías al ámbito de la producción material.
Por otra parte, la revolución social que han supuesto las
llamadas nuevas tecnologías escapan a una simple clasificación
que las aborde desde la óptica de la ciencia aplicada o de la
producción. Las nuevas tecnologías de la información y la
comunicación son mucho más que nuevos avances en la
aplicación de la ciencia a la producción material. De ellas se suele
decir que dan origen a una nueva forma de actividad productiva,
la nueva economía, y a nuevas formas de vida social, la sociedad
de la información o del conocimiento, en el contexto de un mundo
globalizado por el desarrollo de estas tecnologías. Para entender
estas nuevas tecnologías y su importancia en la sociedad no
basta, por tanto, con referirse al sector de actividad al que
corresponden, porque ya han afectado a todos. Tampoco estas
nuevas tecnologías son la aplicación o desarrollo práctico de una
ciencia concreta sino que ellas por si mismas han revolucionado
las formas tradicionales de creación y desarrollo de los
conocimientos. Por tanto, para entender estas tecnologías no
cabe simplemente clasificarlas dentro de un sector productivo o
como aplicación de ciencias anteriores. Es más apropiado contar
con perspectivas más amplias en las que se pongan de
manifiesto las intensas interacciones entre ciencia, tecnología y
sociedad. Para esa nueva consideración de la tecnología
convendrá recordar cómo se ha interpretado su propio desarrollo
histórico en relación con el ser humano y la sociedad.
2.2. Algunas interpretaciones sobre la historia de la técnica
Otro modo de clasificar a las tecnologías es teniendo en cuenta
su historia. Los periodos o fases en que se ha desarrollado la
historia de la técnica y la tecnología permiten entender el tipo de
relaciones que han tenido con el ser humano y con las
sociedades correspondientes. Sin embargo, no abundan las
reflexiones sobre la historia de la técnica y, en todo caso, son
muchas menos que los estudios sobre la historia de la ciencia.
Nuevamente, la idea de una dependencia de la tecnología
respecto de la ciencia ha supuesto que al plantear los estudios
históricos se le haya dado más importancia a ésta que a aquélla.
Sin embargo, entre las aportaciones que han intentado distinguir
fases o periodos en la historia de la técnica y la tecnología de un
modo autónomo respecto de la ciencia, cabe destacar en el siglo
XX tres contribuciones de gran interés: la de Ortega, que
relaciona las fases de la técnica con la forma en que los seres
humanos se relacionan con ella; la de Mumford, que analiza
cómo los distintos tipos históricos de máquina condicionan
formas de vida sociales diferenciadas; y la de Mitcham, que
analiza las actitudes culturales hacia la técnica en los distintos
momentos históricos. Curiosamente esos tres autores, partiendo
de perspectivas diferentes, distinguen cada uno de ellos tres
fases principales en la historia de la técnica y la tecnología, con
lo que incluso es posible relacionar entre si las tres
periodizaciones.
2.2.1. Ortega y las relaciones entre técnica y ser humano
En su obra Meditación de la Técnica, publicada en 1939, José
Ortega y Gasset interpreta las fases de la historia de la técnica
teniendo en cuenta las relaciones con el ser humano que se han
dado en cada momento. En este sentido, cabe afirmar que la
periodización de Ortega tiene un carácter antropológico,
privilegiando al sujeto en la dualidad entre sujetos humanos que
desarrollan y utilizan la técnica y objetos o artefactos técnicos
producidos y utilizados a lo largo de la historia.
Decía Ortega que “mientras todos los demás seres coinciden con
sus condiciones objetivas -con la naturaleza o circunstancia- el
hombre no coincide con ésta, sino que es algo ajeno y distinto de
su circunstancia”. Por tanto, para Ortega, lo esencial de la
naturaleza humana consiste en el distanciamiento de las
necesidades naturales que caracterizan al resto de los seres
vivos. La técnica se sitúa en ese distanciamiento entre la
satisfacción inmediata de las necesidades naturales y la esencia
del hombre, siendo el producto más genuinamente humano a la
par que el medio que hace que el hombre se distancie de la
naturaleza y desarrolle un entorno supranatural específicamente
humano: “Es, pues, la técnica la reacción enérgica contra la
naturaleza o circunstancia, que lleva a crear entre éstas y el
hombre una nueva naturaleza puesta sobre aquélla, una
sobrenaturaleza... La técnica no es lo que el hombre hace para
satisfacer sus necesidades... La técnica es la reforma de la
naturaleza, de esa naturaleza que nos hace necesitados y
menesterosos; reforma en sentido tal que las necesidades
queden a ser posible anuladas por dejar de ser problema su
satisfacción”.
Para distinguir las fases de la historia de la técnica Ortega utiliza
como criterio el tipo de relaciones que se dan en cada momento
entre el ser humano y la técnica: “a mi entender, un principio
radical para periodizar la evolución de la técnica es atender la
relación misma entre el hombre y su técnica o, dicho en otro giro,
a la idea que el hombre ha ido teniendo de su técnica, no de esta
o la otra determinadas, sino de la función técnica en general”. Así,
partiendo de la conciencia que el ser humano ha ido teniendo de
su relación con la técnica, Ortega distingue tres grandes estadios
en la evolución histórica de la técnica: la técnica del azar,
la técnica del artesano y la técnica del técnico. Como se puede
observar, ya en la propia denominación que Ortega da a cada
una de las tres fases se observa el énfasis que pone en el
componente antropológico como aspecto relevante para
entender la evolución de la técnica.
La técnica del azar.
La técnica del azar es la técnica propia del hombre primitivo,
quien ya realiza actos técnicos, pero aún no tiene conciencia
clara de ellos. El ser humano en esta etapa se distingue del
animal en que transforma técnicamente la naturaleza, pero
todavía no es consciente de este hecho. Incluso considera a sus
actos técnicos como actos idénticos a los naturales. “El primitivo
se encuentra con que puede hacer fuego lo mismo que se
encuentra con que puede andar, nadar, golpear, etc. Y como los
actos naturales son un repertorio fijo y dado de una vez para
siempre, así también sus actos técnicos”. Por la escasa
separación entre sus actos técnicos y sus actos naturales, Ortega
considera que el hombre primitivo es mínimamente hombre y casi
todo él puro animal.
Los actos técnicos propios de esta etapa no suponen todavía
ningún tipo de división u organización social. Todos los miembros
de la colectividad los realizan por igual y no hay aún especialistas
en técnicas diversas. De hecho, las únicas diferencias en el
reparto entre los individuos de los actos técnicos tendrían que ver
con las propias percepciones que ellos tienen sobre sus diversas
condiciones naturales. “Que la mujer cultive los campos -fue la
mujer la inventora de la técnica agrícola- le parece tan natural
como que de cuando en cuando se ocupe de parir”.
Los hallazgos técnicos en esta etapa no son fruto de una
invención consciente y buscada, sino, más bien, fruto del azar (de
ahí su nombre). No es el hombre primitivo quien busca de forma
deliberada una nueva solución a los problemas, son más bien las
soluciones las que le encuentran a él. “Se produce de pronto, por
puro azar, una nueva situación que da un resultado nuevo y útil.
Por ejemplo, rozando por diversión o prurito un palo con otro
brota el fuego. Entonces el primitivo tiene una súbita visión de un
nuevo nexo entre las cosas. El palo, que era algo para pegar,
para apoyarse, aparece como algo nuevo, como lo que produce
fuego”. El hecho de que los descubrimientos técnicos sean fruto
del azar hace que sean percibidos como mágicos, como parte de
fuerzas naturales que el ser humano no conoce ni realmente
controla. “Este hombre, pues, no se sabe a si mismo como
inventor de sus inventos. La invención le aparece como una
dimensión más de la naturaleza... No se siente homo faber. Se
encuentra, pues, en una situación muy parecida a la que Köhler
describe cuando el chimpancé cae súbitamente en la cuenta de
que un palo que tiene en la mano puede servir para cierto fin
antes insospechado. Köhler la llama impresión del ¡ajá!”. El
ensayo y error es, por tanto, el procedimiento por el que el ser
humano halla las destrezas técnicas, las cuales son, por tanto,
principalmente fruto de un azar inconsciente.
Con la técnica del azar, los seres humanos se distancian de los
animales por sus habilidades para la realización de diversos
actos técnicos. Pero todavía no existe la conciencia de las
destrezas técnicas como algo que separa radicalmente al ser
humano de sus condicionantes naturales.
La técnica del artesano.
El segundo estadio es la técnica del artesano. Corresponde a la
primera fase realmente histórica de la técnica: Grecia, Roma y la
Edad Media, serían los momentos históricos correspondientes.
En esta etapa se da un gran aumento en el repertorio de los actos
técnicos que realizan los seres humanos en comparación con los
del estadio anterior. La realidad está siendo ya notablemente
transformada por el uso de las técnicas, pero no tanto como para
considerar que no sería posible un eventual retorno a una vida
natural carente de toda técnica. “Aún la proporción entre lo no
técnico y lo técnico no es tal que lo técnico se haya hecho la base
absoluta de sustentación. No, aún la base sobre la que el hombre
se apoya es lo natural”.
En la técnica del artesano los actos técnicos no configuran una
conciencia clara de la técnica como algo independiente de quien
la posee: los artesanos. En esta época las diversas técnicas
(zapatería, carpintería, alfarería...) se identifican con los técnicos
(los zapateros, carpinteros o alfareros) que poseerían ciertas
habilidades transmitidas de generación en generación. “La
zapatería no es sino una destreza que poseen ciertos hombres
llamados zapateros. Esta destreza podría ser mayor o menor y
sufrir algunas pequeñas variaciones, exactamente como
acontece con las destrezas naturales, el correr y el nadar, por
ejemplo; mejor aún, como el volar del pájaro y el cornear del toro”.
El artesano tendría ciertas habilidades naturales para producir
resultados técnicos no naturales. Algo parecido a lo que hoy
entendemos como característico del deporte: los deportistas
hacen algo que no es natural, las actividades de las distintas
especialidades deportivas, pero para ello tienen, o han
desarrollado, ciertas habilidades naturales en las que superan a
la mayoría. Si en la técnica del azar no había especialistas, en la
técnica del artesano aparecen los gremios como grupos cerrados
de maestros que dominan habilidades específicas y las
transmiten a los aprendices. En este sentido, el aprendizaje de la
técnica es la adquisición de las pautas de una tradición secular
más que la tendencia a innovar o inventar conscientemente
nuevas formas técnicas. “En la artesanía no se concibe la
conciencia del invento. El artesano tiene que aprender en largo
aprendizaje -es la época de maestros y aprendices- técnicas que
ya están elaboradas y vienen de una insondable tradición. El
artesano va inspirado por la norma de encajarse en esa tradición
como tal: esta vuelto hacia el pasado y no abierto a posibles
novedades”. Las escuelas y estilos están fuertemente arraigados
en los contextos geográficos en los que se asienta cada gremio
con lo que las artesanías tienen ese carácter territorial que
todavía hoy se considera distintivo de lo que no es producto de
las máquinas.
Como aspecto claramente diferenciador respecto de la fase
siguiente, en la técnica del artesano no se distingue el diseño de
la ejecución. Es el mismo artesano el que plantea cómo va a
hacer unos zapatos y quien realmente los hace. “El artesano es,
a la vez e indivisiblemente, el técnico y el obrero. Y lo que más
se ve de él es su maniobra y lo que menos su “técnica”
propiamente tal. La disociación del artesano en sus dos
ingredientes, la separación radical entre el obrero y el técnico,
será uno de los síntomas principales del tercer estadio”.
La técnica del artesano supone la aparición de las técnicas como
algo distinto de los actos naturales azarosos, y el reconocimiento
de la existencia de especialistas en esos actos técnicos, los
distintos gremios de artesanos, pero todavía no implica la
conciencia de la técnica como algo sustantivo y separado del ser
humano que la realiza, ni tampoco reconoce la existencia de
momentos diferenciados, diseño y ejecución, en el acto técnico.
La técnica del técnico.
La tercera etapa de la técnica coincidiría con la separación del
acto técnico respecto del hombre que lo realiza, es decir, con la
aparición de la máquina. Aunque sus precedentes se
encontrarían algunos siglos antes, es a partir del siglo XIX cuando
podría hablarse con propiedad de lo que Ortega
denomina técnica del técnico. “El hombre adquiere la conciencia
suficientemente clara de que posee una cierta capacidad por
completo distinta de las rígidas, inmutables, que integran su
porción natural o animal. Ve que la técnica no es un azar, como
en el estadio primitivo, ni un cierto tipo dado y limitado de hombre
-el artesano-; que la técnica no es esta técnica ni aquella
determinadas y, por lo tanto, fijas, sino precisamente un hontanar
de actividades humanas, en principio ilimitadas”. En esta fase se
da una independencia de la técnica respecto del ser humano
gracias a los automatismos de la máquina. Si antes las técnicas
eran auxiliares de la acción humana, en la técnica del técnico el
hombre llega a ser el auxiliar de la máquina. Este es el papel del
obrero: el de usuario de técnicas que él no ha diseñado.
En esta fase se da la radical escisión entre las dos vertientes del
acto técnico: el diseño (propio del ingeniero, del técnico
propiamente dicho) y la ejecución (propia del obrero o usuario de
la técnica). De hecho ahora la invención es un acto de diseño
consciente y planificado que es necesariamente previo a la
ejecución (los planos y prototipos de los arquitectos y los
ingenieros). De este modo el aprendizaje de la técnica también
puede darse en sus dos vertientes diferenciadas: como formación
teórica del técnico que diseña o como formación práctica del
obrero que ejecuta. La formación profesional y buena parte del
papel de la tecnología en la educación actual es deudora de este
planteamiento. Si en las fases anteriores la separación del
hombre respecto de la naturaleza por la técnica era relativa, en
la técnica del técnico la realidad está técnicamente transformada
y el ser humano ya no vive en la naturaleza ni puede volver a ella,
sino que entre la naturaleza y el ser humano se ha construido una
sobrenaturaleza técnica de la que el ser humano ya no puede
prescindir.
Así, la técnica se presenta ahora como algo separado del ser
humano y lleno de posibilidades abiertas. “El hombre está hoy,
en su fondo, azorado precisamente por la conciencia de su
principal ilimitación. Y acaso ello contribuye a que no sepa ya
quién es -porque al hallarse, en principio, capaz de ser todo lo
imaginable, ya no sabe qué es lo que efectivamente es”. En este
sentido, esta indeterminación de la técnica propia de la vida
moderna aporta una mayor libertad al ser humano, pero a la vez
le aleja de su propia definición como ser humano. Ello motiva el
desasosiego propio de los tiempos actuales frente a la técnica
moderna que es percibida a la vez como liberadora del ser
humano y como potencialmente deshumanizadora. “Ser técnico
y sólo técnico es poder serlo todo y consecuentemente no ser
nada determinado. De puro llena de posibilidades, la técnica es
mera forma hueca -como la lógica más formalista-, es incapaz de
determinar el contenido de la vida. Por eso estos años en que
vivimos, los más intensamente técnicos que ha habido en la
historia humana, son de los más vacíos”.
2.2.2. Mumford y las fases de la máquina.
Lewis Mumford presenta en su obra Técnica y Civilización, de
1934, otra periodización de la técnica que también está orientada,
como la de Ortega, por planteamientos humanistas, pero que
toma como hilo conductor la propia evolución del objeto técnico,
esto es, las diferentes fases históricas de la máquina. Mumford
también distingue tres momentos singulares en la evolución de la
técnica que se corresponderían con tres tipos de máquinas
asociadas con unas fuentes energéticas y unas materias primas
diferenciadas y que darán lugar, asimismo, a tres modos de
civilización diferentes. Estas tres fases
son eotécnica, paleotécnica y neotécnica.
La fase eotécnica.
En la medida en que Mumford relaciona la evolución de la técnica
con la de las máquinas, su periodización no comienza, como la
de Ortega, con la aparición del ser humano sino que hacia el año
1000. Antes de esa época no se podría hablar propiamente de
máquinas técnicas, ya que la fuente energética principal era
hasta entonces la propia fuerza humana y de los animales
domésticos y las acciones técnicas eran muy limitadas. Sin
embargo, en el periodo eotécnico, que se extendería según
Mumford entre el comienzo del segundo milenio y el siglo XVIII,
junto a la fuerza de los propios seres humanos y de los animales
de tiro, comienzan a utilizarse diversos recursos naturales como
el viento y el agua para la producción de la energía que necesitan
las máquinas eotécnicas: los molinos de viento y de agua y los
barcos de vela. La energía propia de esta fase es la del entorno
en el que se ha de asentar la máquina. La materia prima también
estará en el mismo entorno y será principalmente la madera. Las
construcciones eotécnicas son habitualmente de madera ya que
la producción de metal no deja de ser artesanal y, por tanto, no
está tan extendido su uso como sucederá en la siguiente fase.
También es propia de esta fase la utilización del vidrio para
lentes, ventanas y recipientes y como innovación mecánica
principal estaría la aparición y uso del reloj.
Las máquinas eotécnicas se asientan en los entornos naturales
en los que están sus fuentes de energía (principalmente cauces
fluviales) y conviven con esos entornos naturales en una relación
que hoy llamaríamos sostenible y que Mumford valora
positivamente como el mejor momento en la relación entre la
civilización humana y la técnica. “La meta de la civilización
eotécnica en conjunto hasta que alcanzó la decadencia del siglo
XVIII no fue el poder solamente sino una mayor intensificación de
la vida: color, perfume, imágenes, música, éxtasis sexual, así
como audaces proezas en las armas y el pensamiento y la
exploración. En todas partes había imágenes preciosas: un
campo de tulipanes en flor, el olor del heno recién segado, la
ondulación de la carne bajo la seda o la redondez de pechos en
ciernes, la vigorosa picadura del viento al correr las nubes de
lluvia sobre los mares, o la azul serenidad del cielo y la nube,
reflejados con claridad cristalina sobre la aterciopelada superficie
del canal, del estanque y del arroyo. Los sentidos se refinaron
uno por uno”.
La fase paleotécnica.
Iniciada a finales del siglo XVIII, la fase paleotécnica caracteriza
principalmente al siglo XIX y comienza a entrar en crisis en los
albores del siglo XX. El viento y el agua, propios de la fase
anterior, van siendo sustituidos por el carbón como fuente de
energía, mientras que la madera y el cristal dejan paso al hierro
como principal materia prima. La máquina paleotécnica, la
máquina de vapor en el contexto de la industria, da lugar también
a profundos cambios sociales asociados con el capitalismo del
que Mumford tiene la peor imagen. El equilibrio entre naturaleza
y producción humana que caracterizaba a la máquina eotécnica,
se rompe en la fase paleotécnica que supone una desenfrenada
explotación de los recursos naturales, especialmente de las
minas de hierro y carbón. De una idílica relación entre los
entornos naturales y las técnicas que se asentaban en ellos, se
pasa al despilfarro por la sobreexplotación de los recursos y a la
degradación del medio ambiente urbano industrial con la
coartada de la idea de progreso.
La civilización en la fase de la máquina paleotécnica no corre
mejor suerte que la naturaleza sino que se trata a los seres
humanos como otros recursos más (recursos humanos),
generándose una explosión demográfica que conduce a un
empeoramiento de las condiciones de vida. “Con la organización
a gran escala de la fábrica se hizo necesario que los obreros
pudieran por lo menos leer los avisos, y a partir de 1832 se
introdujeron medidas en Inglaterra para proporcionar educación
a los hijos de los trabajadores. Pero con el fin de unificar todo el
sistema, se introdujeron en la medida de lo posible las
limitaciones características de la Casa del Terror en la escuela:
silencio, ausencia de movimiento, pasividad completa, respuesta
sólo ante un estímulo externo, aprendizaje rutinario, repetición
como loros, adquisición de conocimientos a destajo, todas ellas
dieron a la escuela los afortunados atributos de la cárcel y la
fábrica combinados. Sólo un espíritu insigne podía escapar a esta
disciplina, o combatir con éxito contra este ambiente sórdido. Al
hacer más completa la habituación, la posibilidad de huir hacia
otras ocupaciones se hacía más limitada”.
La fase neotécnica.
La fase neotécnica es la que caracteriza al siglo XX. La
electricidad es la energía dominante y las aleaciones y los
materiales sintéticos las materias primas de una época que tiene
en los automóviles y en las redes de comunicación sus máquinas
o artefactos más característicos. Del paradigma mecanicista
propio del periodo paleotécnico se vuelve a un paradigma
organicista que parece indicar un cierto retorno a las bondades
del periodo eotécnico. La electricidad como forma de energía
permite distanciar los lugares de producción energética (con
diversas fuentes) de los lugares en los que se utiliza, con lo que
se propicia un nuevo tipo de vida en el que las grandes fábricas
van desapareciendo de los entornos urbanos. Las formas de
producir electricidad son diversas (el carbón, pero también, otra
vez, los ríos), como también son variadas sus posibilidades de
uso: para alumbrar, para calentar, incluso, para comunicar
(telégrafo, teléfono, radio y televisión).
La mirada de esta etapa detesta la negra degradación del paisaje
propia del periodo paleotécnico y supone un cierto retorno a
algunos de los valores estéticos propios de la fase eotécnica y,
en especial, a la importancia de conservar el medio ambiente.
Las nuevas posibilidades de movilidad y de comunicación entre
los seres humanos, la extensión del uso de los anticonceptivos y
una nueva vivencia de las relaciones sexuales entre los géneros
son algunos de los aspectos positivos que la fase neotécnica
supone para la vida social.
Sin embargo, Mumford también advertirá en obras posteriores
contra el peligro de que en esta etapa puedan acentuarse
algunos de los más perversos efectos de la máquina
paleotécnica. Si la organización de la producción mantiene la
lógica de poder característica de las técnicas autoritarias, el
desarrollo de máquinas productivas y sociales más sofisticadas
conducirá nuevamente al predominio de lo técnico sobre lo
humano, pero ahora sin la limitación al espacio de la fábrica a que
estaba obligada la máquina paleotécnica. La máquina neotécnica
puede devenir en megamáquina de organización social a escala
mucho mayor (incluso planetaria) y recuperar algunos de los
perfiles más siniestros de las megamáquinas sociales
características de los imperios asiáticos de hace varios miles de
años. En cierto modo la perspectiva crítica de Mumford anticipa
algunas de las valoraciones actuales sobre los efectos del
fenómeno de la globalización.
2.2.3. Mitcham y las actitudes ante la técnica.
En su artículo Tres formas de ser con la tecnología, Carl Mitcham
propone un nuevo esquema interpretativo en tres fases, aunque
en esta ocasión no se trata directamente de la evolución técnica,
sino de una periodización de los discursos metatecnológicos, es
decir, de la imagen que lo técnico ha tenido a lo largo de la historia
del pensamiento. Esta historia de la filosofía de la tecnología es
el complemento a las anteriores interpretaciones de la evolución
técnica desde la perspectiva del sujeto técnico: la historia del
técnico en Ortega, y desde la perspectiva del objeto técnico: la
historia de la máquina en Mumford. Mitcham distingue tres
actitudes en la historia del pensamiento hacia la técnica: la
sospecha característica del pensamiento antiguo, la promoción
de la técnica propia de la modernidad ilustrada, y el desasosiego
o ambigüedad hacia ella propia del romanticismo.
El escepticismo antiguo.
Mitcham encuentra en el pensamiento socrático-platónico el
origen de la tradición de desprecio a lo técnico. Por su relación
con lo concreto, la técnica estaría en las antípodas del ámbito
abstracto que caracterizaría al verdadero conocimiento. Para
Platón es precisamente con el alejamiento de lo sensible como
es posible alcanzar el verdadero conocimiento. Por ello, es el
iniciador de una larga tradición en la que se acepta como cierta
la superioridad de lo teórico sobre lo práctico. En Aristóteles lo
técnico es considerado como lo excepcional frente a lo natural.
Para Aristóteles los actos técnicos son algo que no responde a
las leyes que gobiernan la naturaleza, sino que las transgreden.
Los movimientos técnicos no seguirían las leyes de la física (las
de la Physis, las de la naturaleza terrestre), sino que serían
excepciones a ellas. La explicación aristotélica del movimiento
descarta la continuidad entre lo natural y lo artificial. Los actos
técnicos dan lugar a los llamados movimientos violentos que
constituyen la excepción a la regla de la legalidad física natural.
¿Por qué desprecia Platón la técnica? Porque la considera algo
inferior que se ocupa de las cosas prácticas alejadas de los
conocimientos abstractos, según él, los únicos valiosos ¿Por qué
lo hace Aristóteles? Porque para él la técnica no se ajusta a las
leyes que gobiernan el funcionamiento de la naturaleza sino a la
voluntad humana de negar las leyes naturales y, por ello,
ocuparía un lugar inferior al de la Física, la cual sería a su vez
inferior a la Metafísica que se ocuparía de los otros movimientos
no naturales: los movimientos perfectos que tienen lugar en el
espacio celeste.
El pensamiento medieval asume los planteamientos de los dos
filósofos griegos desarrollándolos en relación con su propio
postulado de trascendencia: la existencia de un único Dios que
explicaría toda la realidad. En la Edad Media la técnica, además
de algo inferior por no ser un verdadero conocimiento y algo ajeno
al funcionamiento normal de la naturaleza, es despreciada
también porque se asocia a la voluntad humana de sobrepasar
los límites de la naturaleza y, aun peor, es una muestra de la
soberbia reacción humana al orden establecido por Dios. No es
de extrañar, por tanto, la negativa clerical ante la invitación de
Galileo a mirar el cielo a través del telescopio, si tal artefacto
técnico era considerado como un diabólico invento dirigido al
engaño de los sentidos humanos con la apariencia de subversión
en el cielo del conocido orden divino.
El optimismo ilustrado.
La relación moderna con la técnica supone la superación de los
prejuicios epistemológicos y valorativos anteriores. La nueva
física no distingue entre leyes naturales y técnicas. Ni siquiera
acepta la existencia de las dualidades platónico-aristotélicas
entre dos espacios cualitativamente diferenciados: el celestial y
divino (espacio de lo abstracto) y el terrenal (espacio de la
naturaleza concreta). Las máquinas pueden simular el
movimiento de los cuerpos terrestres o celestes, sin romper
ninguna regla metafísica, porque las leyes de esos movimientos
son las mismas para una piedra que cae desde lo alto, para los
movimientos de los planetas (que dejan de ser errantes) y para
los movimientos de los componentes de un reloj. Como hitos
relevantes de esta nueva actitud confiada hacia la técnica cabe
destacar la sustitución por Galileo de la tradicional consideración
cualitativa de la física tradicional por las descripción cuantitativa
de la realidad que estuvo emparejada con la construcción de
artefactos técnicos; la confianza baconiana en las virtudes del
nuevo método inductivo en el conocimiento y transformación de
la realidad; la reivindicación de las artes mecánicas en la
Enciclopedia de D'Alembert; o el optimismo social con que Hume
defiende las virtudes socializadoras de las ciencias y las técnicas.
Las artes técnicas, al igual que las nuevas ciencias, dejan de ser
sospechosas para convertirse en esta época en medios para el
progreso humano y social. La modernidad y la ilustración confían
en la racionalidad humana, en la experimentación empírica y en
la invención técnica como medios para el progreso y el bienestar
de la humanidad.
El desasosiego romántico.
Mitcham considera que el romanticismo es la respuesta
desasosegada ante las promesas de la técnica. La actitud
romántica, que aparece en el siglo XIX, ponía el acento en el valor
de los sentimientos frente al monopolio de la razón. Por ello,
sospecha que la ciencia y la tecnología puedan llegar a ser
autónomas volviéndose contra la voluntad de los hombres. El
romanticismo es un claro ejemplo de esta nueva actitud hacia el
desarrollo de la técnica en la que más que rechazo produce
desasosiego por la autonomía imprevista que puede llegar a
tener. El Frankenstein de Mary Shelley es seguramente el
primero de una serie de planteamientos en los que se advierte de
los potenciales peligros de un desarrollo técnico sin límites. El
mito de la rebelión de la máquina sigue esa la senda abriendo un
género que tanto trabajo ha dado a novelistas y directores de cine
a lo largo del siglo XX. Esa actitud romántica sigue siendo uno de
los componentes de muchas de las reflexiones filosóficas sobre
la tecnología a lo largo de ese siglo. Cabe interpretar así, por
tanto, a muchos de los autores que han reflexionado sobre la
tecnología en nuestro presente. Tanto Ortega como Mumford han
denunciado los riesgos en el desarrollo de la tecnología moderna.
Ortega enfatizó la indeterminación de la condición humana a la
que conduce la técnica. Mumford denunció lo inhumano de la
cultura paleotécnica y advirtió de los peligros de las modernas
tecnologías de organización social que podrían hacer reaparecer
en el futuro las formas de vida de los esclavos que levantaron las
pirámides.
3. El proceso tecnológico
3.1. Invención y cambio tecnológico.
Independientemente del modo en que se analice la evolución de
las tecnologías, es indudable que desde la aparición de los seres
humanos en el planeta hasta los comienzos del tercer milenio se
ha dado un proceso de cambio y desarrollo tecnológico de
enorme magnitud. Con el paso de los siglos los seres humanos
han desarrollado las tecnologías en dos sentidos: produciendo
cada vez más artefactos tecnológicos y haciéndolos cada vez
más complejos. Desde la época en que las herramientas de
piedra utilizadas por los homínidos se diferenciaban poco de lo
que se conocen como culturas animales, hasta el momento
actual en que la visión que se tiene del territorio al contemplarlo
desde un avión muestra las huellas de la actividad tecnológica
humana por doquier, ha habido un continuado proceso de
extensión de los artefactos tecnológicos por todo el planeta y una
progresiva complejidad en los mismos.
El cambio tecnológico es un hecho innegable. Incluso cabe decir
que el cambio y la innovación son características esenciales de
la propia actividad técnica. La tecnología cambia la relación de
los seres humanos con su entorno introduciendo novedades que
les permiten una mejor satisfacción de sus necesidades naturales
o, incluso, la liberación de las servidumbres impuestas por esas
necesidades. Pero en la introducción de novedades es
precisamente en lo que consiste la idea de innovación. Por tanto,
una tecnología que no innove, que no cambie, resulta impensable
ya que la transformación es parte de la propia esencia de la
actividad tecnológica.
El fuego, el hacha, la rueda, el arado, el reloj, la imprenta, el
telescopio, el microscopio, la máquina de vapor, el ferrocarril, el
automóvil, el ordenador o las redes digitales de comunicación son
algunos ejemplos de artefactos que marcan hitos en el proceso
de cambio tecnológico por las importantes consecuencias que
han tenido en las formas de vida humana. De hecho, puede
decirse que cada uno de esos artefactos, y otros muchos más,
han dado lugar a verdaderas revoluciones tecnológicas. La
revolución neolítica, la revolución industrial o la revolución de las
nuevas tecnologías de la información y la comunicación, son
algunos de esos momentos en los que los cambios tecnológicos
se consideran revolucionarios por la transformación radical de las
formas de vida humana. Así, junto a una evolución continuada del
desarrollo tecnológico desde la prehistoria hasta nuestros días,
se dan momentos cruciales en los que el cambio tecnológico es
verdaderamente revolucionario (el siglo XX suele ser
considerado como la mejor muestra de ello).
¿Por qué aparecen esos artefactos tecnológicos que
revolucionan en un momento dado las formas de vida? ¿Cuál es
la clave del cambio tecnológico? Tradicionalmente estas
preguntas han tenido una respuesta evidente: la invención. Con
la idea de que el ser humano es más homo sapiens que homo
faber, se suele considerar que la causa del cambio tecnológico
está en la inteligencia humana. Se suele decir que los científicos
descubren y los ingenieros o tecnólogos inventan. Ambos
compartirían una capacidad para encontrar soluciones nuevas a
los viejos problemas y, en este sentido, tanto los descubridores
de nuevos conocimientos como los inventores de nuevos
artilugios compartirían con los exploradores de nuevos territorios
la imagen heroica de una cierta genialidad individual. Galileo,
Kepler, Harvey (o Servet), Darwin, Ramón y Cajal, el matrimonio
Curie o Einstein serían, por el lado de los científicos, individuos
geniales que habrían ampliado de forma heroica las fronteras del
conocimiento. Por su parte, Leonardo, Guttemberg, Watt, Edison,
De la Cierva, Fleming y hasta Bill Gates, serían también nombres
a los que debemos agradecer la aparición de artefactos
tecnológicos de gran utilidad. Unos y otros comparten la heroica
imagen que los niños europeos han tenido de Alejandro Magno,
Marco Polo, Colón, Magallanes, Amudsen, Scott y Armstrong.
Todos ellos serían personajes históricos de gran relevancia en la
exploración de nuevos territorios, en la invención de nuevos
artefactos o en el descubrimiento de nuevos saberes. Entonces,
si sabemos que la invención de las máquinas voladoras, la
imprenta, la máquina de vapor, la bombilla, el autogiro, la
penicilina o algunos programas informáticos corresponden a la
capacidad de personajes identificables ¿por qué no suponer que
detrás de todos los artefactos tecnológicos hay siempre
individuos geniales? Aunque desconocidos, seguramente podría
haber también geniales inventores para el fuego, el hacha, la
rueda, el arado, el reloj y tantos otros artefactos revolucionarios.
La idea de que el cambio tecnológico se asocia con la invención
individual es sugerente. De hecho, permite recorrer o imaginar la
historia de la tecnología en la forma de un relato heroico, como
nos tienen acostumbrados algunas versiones de la historia de las
culturas. Imperios, batallas y conquistas suelen asociarse a
reyes, lugares y fechas llenando las páginas de los libros
escolares en los que millones de niños han estudiado la historia
local y universal. La historia se cuenta como un relato con
personajes y acontecimientos destacables, ¿por qué no suponer
que la historia de la ciencia y la tecnología se pueden narrar
también como una sucesión de inventores e invenciones
singulares?
Además, igual que al lado de la historia profana habría una
historia sagrada con características casi literarias, podríamos
imaginar situaciones heroicas para la invención de los artefactos
anónimos (la epopeya que nos muestra la película En busca del
fuego, la reivindicación de la invención de la rueda o el arado por
algún antepasado que habitara nuestro entorno geográfico y
cultural...) Indudablemente este planteamiento de la invención
genial como explicación de los procesos de cambio tecnológico
resulta apropiado para la creación de relatos históricos que
resulten sugestivos para las mentes infantiles. Tanto como la
versión heroica de la historia de la ciencia o de las culturas que
se ha presentado muchas veces a los niños en las escuelas y que
no se separa mucho de los modos en que se enseñaba
tradicionalmente la historia sagrada.
Sin embargo, al margen de su indiscutible valor para cautivar la
imaginación infantil (con el peligroso efecto de mantener también
cautiva la racionalidad adulta), todos estos modos heroicos de
presentar los procesos de evolución histórica de las culturas, las
ciencias y las tecnologías no son más que una falsificación de los
mismos. La invención por parte de individuos geniales como
explicación del cambio tecnológico es tan inadecuada como la
explicación del desarrollo de la ciencia por los descubrimientos
de los grandes científicos o la explicación del cambio social
aludiendo a los actos de reyes y emperadores. En los tres casos
se mitifica a los individuos como protagonistas de los procesos
históricos obviando los componentes sociales y materiales que
intervienen en esos procesos.
Armstrong fue quien pisó la luna el 20 de Julio de 1969. Su
nombre, la imagen de su huella y esa fecha serían relevantes en
la descripción individual y heroica de la historia de las
exploraciones (igual que el 12 de Octubre de 1492, el grito de
¡Tierra! y el nombre de Cristóbal Colón lo serían cinco siglos
antes). Sin embargo, si queremos explicar esos hechos y no sólo
describirlos, los nombres individuales, las fechas precisas y los
acontecimientos singulares deben dejar paso a un análisis más
complejo de los procesos. En la explicación de la expedición del
Apolo a la Luna debería aludirse a los complejos y largos
programas espaciales de la NASA y, si se quiere entender aún
mejor las razones de los mismos, habrá que tener en cuenta el
contexto sociopolítico de la guerra fría entre EE.UU. y la U.R.S.S.,
así como la necesidad de presentar a los medios de
comunicación internacionales ejemplos espectaculares en la
Luna de la superioridad estadounidense en la Tierra (el
acontecimiento de 1492 debería explicarse aludiendo a las
necesidades de expansión comercial europea y las
consecuencias que ello tuvo para todos los seres humanos
implicados en ese proceso -también para los
supuestamente descubiertos por los supuestos descubridores-).
Las claves del cambio científico y tecnológico no se encontrarían
en la psicología de individuos geniales a los que muchas veces
se presenta como encarnación de las virtudes de un pueblo o una
cultura determinada. La explicación de los procesos de cambio
tecnológico es justamente la contraria y debe tener en cuenta,
por tanto, que la invención sólo es fértil cuando existen las
condiciones sociales y materiales para ello. El origen egipcio de
los conocimientos geométricos no se explica por unas especiales
capacidades intelectuales de ese pueblo, sino por la necesidad
de contar con un grupo social especializado, los agrimensores,
que fueran capaces de trazar, tras cada crecida del Nilo, los
límites de los campos de cultivo. La geometría aparecerá de
forma más probable en las culturas agrícolas asentadas en las
riberas de los grandes ríos, que en culturas de cazadores-
recolectores que tienen en el bosque su lugar de vida. Y ello no
porque la dieta vegetal predisponga para la aparición de genios
en geometría o porque los dioses o los genes hayan dado a los
egipcios capacidades singulares para la trigonometría y para el
diseño de pirámides, sino porque para la caza no tiene ninguna
utilidad saber trazar ángulos, mientras que para la agricultura en
esos lugares sí la tiene. Igualmente, los conocimientos de
astronomía serán desarrollados con más probabilidad en
sociedades que utilicen la navegación para el comercio y, por
tanto, deban disponer de técnicas para orientarse en el mar
abierto que en los pueblos dedicados a la ganadería, para los que
el cielo estrellado no sería más que un motivo de entretenimiento
nocturno.
Del mismo modo, la explicación última de por qué las técnicas
para hacer fuego o el uso de la rueda para el hilado, la alfarería
o el transporte han sido útiles para los seres humanos de hace
miles de años no debería buscarse en la hipotética existencia de
inventores anónimos que propiciarían tales hallazgos, sino en las
ventajas sociales y materiales de la adopción de esos
instrumentos técnicos para cada modo de vida. Así, puede
entenderse por qué un mismo artefacto, por ejemplo la rueda, ha
podido ser conocido de modo independiente por diversas culturas
que lo utilizarían, sin embargo, para usos muy diversos en función
de sus necesidades y de las posibilidades de satisfacción de las
mismas que tal artefacto propicie. No hay que esperar a la
difusión de los inventos ni a la aparición de genios inventores.
Cuando las condiciones materiales y sociales lo permiten los
inventores aparecen pronto: la necesidad agudiza el ingenio.
Quizá el más curioso de los inventos sobre la tecnología sea
explicar el cambio tecnológico por la invención de unos individuos
geniales.
3.2. Innovación, desarrollo tecnológico y contexto social.
Si la idea de invención resulta inapropiada como explicación del
cambio tecnológico a lo largo de la historia, todavía es menos
pertinente para entender la aceleración e importancia que ese
proceso ha tenido desde el siglo pasado. Hoy sería absurdo
pretender identificar qué individuos geniales están determinando
la revolución de las llamadas nuevas tecnologías de la
información y la comunicación o quiénes son los científicos
individuales que están explorando las nuevas fronteras de la
genética y la biología molecular. El siglo XX ya no fue un siglo de
científicos heroicos y ingenieros geniales. Los nombres propios
que todavía marcaron sus primeras décadas se diluyeron en su
segunda mitad en programas y equipos organizados para la
investigación y el desarrollo tecnocientífico de forma mucho más
compleja. De hecho, a finales del siglo XX las fronteras entre la
investigación científica y el desarrollo tecnológico fueron
desapareciendo. Las viejas certezas de las teorías científicas
clásicas dejaron paso a un nuevo papel social de la ciencia en
la sociedad del riesgo. Ahora la ciencia no es tan útil por lo que
nos cuenta sobre la realidad natural, sino por lo que nos anticipa
sobre la realidad que tecnológicamente podemos construir. Y esa
previsión de los efectos para la salud y el medio ambiente o el
análisis de los cambios sobre las formas de vida derivados de la
actividad tecnocientífica, tan importante para la sociedad,
incorpora incertidumbres que los informes científicos no pueden
despejar de modo definitivo. Ciencia reguladora o ciencia
posnormal son los nombres que se ha dado a esta nueva
situación de la actividad científica.
Por su parte, la actividad tecnológica tiene un modo de
organización muy alejada de la idea de inventor encerrado en el
taller y rodeado de cacharros. La relación de la actividad
tecnológica con la producción, con la actividad económica, con la
política, con la investigación básica, con la sociedad y con la
naturaleza es de tal complejidad que, al abordar su
funcionamiento, el término tecnología debe ser sustituido por
expresiones como sistema tecnológico o complejo tecnológico.
Con ellas se pretende aludir a la gran complejidad de elementos
y relaciones existentes en el desarrollo de la actividad tecnológica
actual. La tecnología no es ya meramente una cuestión propia de
los técnicos, sino que en su desarrollo confluyen o compiten
intereses e iniciativas diversas que conforman ese complejo
tecnológico. Entre los elementos presentes en ese complejo
podrían identificarse la empresa, la investigación, el estado y la
financiación económica.
La empresa ha sido uno de los escenarios en los que se ha hecho
más tangible la importancia de la actividad tecnológica. Desde la
vieja fábrica industrial detestada por Mumford, hasta las
modernas empresas de diseño o publicidad, la actividad
productiva ha venido incorporando tecnología en su desarrollo.
De hecho, ya desde el siglo XIX se han manifestado las
consecuencias contradictorias del matrimonio entre la tecnología
y la empresa. Por una parte, la mayor eficacia y eficiencia en la
producción se da cuando se introducen tecnologías que permiten
automatizar, simplificar y mejorar los procesos productivos. Sin
embargo, esa misma mejora en la actividad productiva que lleva
a la supervivencia de la empresa y el beneficio empresarial en un
contexto altamente competitivo, supone a la vez la reducción de
los puestos de trabajo o su precarización al poder trasladarse las
empresas a los lugares en los que las condiciones laborales de
los trabajadores sean más ventajosas para ellas. Esta
contradicción que ya se manifestaba con toda su crudeza en el
siglo XIX llevó a los trabajadores de aquella época a dos tipos de
acciones según su percepción sobre quién era su principal
enemigo. Por una parte, la destrucción sistemática de las
máquinas en las empresas por parte de los llamados “luditas”
(movimiento iniciado por obreros británicos de la industria textil
que siguiendo a Ned Ludd se organizaron en la segunda década
del siglo XIX para destruir las máquinas a las que culpaban de la
pérdida de sus puestos de trabajo). Por otra, la organización del
movimiento obrero que reclamó la propiedad colectiva de los
medios de producción. El fracaso, completo de los primeros y
relativo de los segundos, se ha podido comprobar por la
intensificación de la alianza entre empresa (ahora con capital
anónimo) y tecnología que ha dominado la actividad productiva a
lo largo del siglo XX.
El desarrollo tecnológico tiene también en los equipos
de investigación uno de sus elementos primordiales. En este
sentido, hace tiempo que entró en crisis la idea tradicional de una
investigación básica dedicada a indagar sobre los problemas
propios del paradigma de cada ciencia con independencia de su
posible aplicación tecnológica. La financiación de los costosos
programas de investigación básica ha impuesto condiciones
sobre las líneas a las que deben ir dirigidos y ha condicionado su
continuidad a la utilidad de sus resultados. De este modo, la idea
de una investigación autónoma en sus fines, que se desarrolla
dentro de las universidades y en los centros públicos de
investigación básica, ha dado paso a un nuevo modelo en el que
tan importante como la obtención de nuevos conocimientos es la
posibilidad de transferirlos a la actividad productiva haciéndolos
operativos para el desarrollo de tecnologías innovadoras. La
transferencia tecnológica desde los laboratorios de investigación
a los contextos reales de la empresa (el llamado interface ciencia-
empresa) es una de las cuestiones centrales en la relación entre
la investigación básica y el desarrollo tecnológico. Incluso los
programas de investigación básica más ambiciosos no se limitan
al contexto local de la universidad o centro de investigación en el
que se realizan, sino que se integran en proyectos compartidos a
nivel internacional.
Los propios estados han asumido en el siglo XX la necesidad
política de propiciar programas de investigación científica y
desarrollo tecnológico (I+D) de interés nacional. Aunque la
denominación como programas de I+D es más reciente y goza
de mejor prensa, el interés de los estados por promover una
investigación que conduce a desarrollos tecnológicos de interés
para el país se remonta, al menos, a la segunda guerra mundial.
El proyecto Manhattan para la construcción por los
norteamericanos de la primera bomba atómica podría ser
considerado como una apuesta nacional para promover una
investigación orientada por un fin práctico (aunque, al final, el
logro de ese fin y su aplicación fuera tan funesta para tantas
personas). Durante la guerra fría uno de los principales ámbitos
en los que los grandes países han promovido investigaciones y
desarrollos tecnológicos ha sido el de la industria bélica que
durante muchos años fue considerada prioritaria en las
inversiones públicas en ciencia y tecnología. De hecho, son las
tecnologías bélicas uno de los casos más claros de lo que se
denomina atrincheramiento tecnológico, es decir, del modo en
que una tecnología, por el mero hecho de existir acaba
haciéndose imprescindible al crear por ella misma las
condiciones que la mantienen como necesaria: cuanto más me
armo frente al enemigo más se armará él y, por tanto, más me
tengo que armar yo. Los automóviles, los teléfonos celulares y
los ordenadores podrían ser otros ejemplos más populares de
atrincheramiento tecnológico. Actualmente, la relevancia del
desarrollo tecnocientífico para el futuro de un país ha llevado a
promover desde los departamentos gubernamentales de ciencia
y tecnología la organización de planes nacionales de I+D para
fortalecer la innovación tecnológica de cada país en relación con
sus necesidades prioritarias.
El marco en el que hoy juegan su papel las empresas, los equipos
de investigación y hasta los propios estados ha sido radicalmente
transformado por la estrecha relación entre la economía y la
tecnología. La actividad económica y tecnológica comparten a
comienzos del siglo XXI el calificativo de nuevas. Se habla
de nueva economía para aludir al escenario económico que ha
supuesto la globalización de la mano de las llamadas nuevas
tecnologías. De hecho, se ha producido una estrecha alianza
entre estas tecnologías, que han creado otras formas de acceso
a la información y han desarrollado redes planetarias de
comunicación, y la economía actual en la que los capitales y las
empresas están deslocalizados y se mueven por el planeta con
toda la rapidez y facilidad que les permiten las nuevas
tecnologías. En este sentido, las formas de investigación, el papel
de los estados y la propia actividad de las empresas procedentes
del modelo industrial tradicional han sufrido en los últimos años
un cambio radical. La economía globalizada en la que los
capitales se mueven con libertad absoluta por el mundo (no así
todas las personas ni todas las mercancías) limita las
posibilidades de control de los estados, condiciona las
prioridades en las líneas de investigación y coloca a las empresas
tradicionales en una situación no muy distinta a la sufrida por los
obreros decimonónicos con la llegada de las máquinas
automáticas a sus fábricas. Las nuevas tecnologías podrían
permitir la democratización del acceso a la información y, por
tanto, la mejora en la calidad de vida de los seres humanos, pero
con el desarrollo de la nueva economía que aquellas tecnologías
también hacen posible, pueden aparecer formas inéditas de
desigualdad social a escala planetaria.
Todo lo anterior lleva a identificar dos nuevos elementos que
deben ser tenidos en cuenta al abordar las claves del proceso
tecnológico pero que no siempre aparecen cuando se exponen
los elementos del sistema o complejo tecnológico: la sociedad y
la naturaleza. Ambas son presentadas en muchas ocasiones
como los destinatarios de la actividad tecnológica. La sociedad
aparece como el potencial cliente o usuario de la producción
tecnológica quedando para la naturaleza el papel de recurso o
territorio en el que se da la transformación tecnológica para la
satisfacción de las necesidades o demandas (reales o inducidas)
de las sociedades. Una sociedad concebida como potencial
cliente, una naturaleza reducida a la función de recurso y una
tecnología que induce demandas sociales a la par que las
satisface explotando la naturaleza han acabado configurado el
triángulo sobre el que se asienta la nueva economía globalizada.
4. El valor de la tecnología
4.1. Tecnófilos y tecnófobos.
Frecuentemente se considera que la tecnología tiene un
desarrollo autónomo, es decir, que progresa intentando producir
cada vez más y mejores artefactos de acuerdo con criterios de
eficacia exclusivamente técnica. Desde las viejas ruedas
prehistóricas hasta los diseños de las modernas bicicletas o los
automóviles del futuro se habría ido dando una evolución lineal
de las tecnologías productoras de los artefactos móviles en busca
de la mayor eficacia técnica. La idea de la tecnología
autónoma corresponde precisamente a esta visión habitual: la
suposición de que el desarrollo tecnológico sigue una trayectoria
independiente de factores sociales externos. Asociada a esta
idea está también la consideración de que es la sociedad la que
se ve determinada por el desarrollo tecnológico y no al revés. A
la pregunta sobre cómo será el mundo dentro de cien o
doscientos años, seguramente habrá quien imagine los nuevos
aspectos tecnológicos que se habrán desarrollado para entonces
y cuáles serán sus incidencias sobre la sociedad y las formas de
vida humana. Habrá también quien piense que para entonces
habrá remedios para el cáncer y que los años de vacunación
contra el SIDA habrán erradicado el VIH. Quizá alguien llegue a
imaginar que los fines de semana será fácil ir a la Luna a hacer
deporte o a contemplar desde allí el viejo planeta azul. Sin
embargo, otros considerarán la posibilidad de que las tecnologías
de la guerra bacteriológica hayan introducido nuevas
enfermedades terribles, que la modificación genética nos
deshumanizará y que, incluso, es posible que la vida en el planeta
haya desaparecido por la sobreexplotación de los recursos
naturales y las catástrofes ecológicas derivadas de la aplicación
insensata de las modernas tecnologías. Tanto los optimistas
como los pesimistas sobre nuestro futuro están de acuerdo en
una cosa: que la evolución autónoma de la tecnología determina
de forma inexorable las formas de vida sociales. Esta idea se
conoce como Determinismo tecnológico.
La consideración de la autonomía de la tecnología conduce a la
aceptación del determinismo tecnológico y éste a una actitud
radicalmente confiada o despreciativa hacia la tecnología. Esta
imagen según la cual la tecnología es un poder independiente de
la voluntad humana y que, una vez puesta en marcha, se
desarrolla siguiendo sus propias leyes es muy clásica y hace de
ella algo comparable a los poderes sobrenaturales que provocan
seguridad (cuando se suponen propios de un dios benefactor) o
terror (cuando se imaginan controlados por fuerzas
demoníacas). Tecnófilos y tecnófobos conforman, por tanto, las
dos caras valorativas de la moneda tecnológica. Los tecnófilos
suponen que la tecnología es algo similar al genio que sale de la
lámpara de Aladino, con sólo frotarla (invertir en tecnología) y
formular nuestros deseos su cumplimiento estará asegurado
eternamente. Por contra, los tecnófobos consideran que el genio
tecnológico no es tan magnánimo sino que se parece más al
doctor Frankenstein cuya tendencia a experimentar le lleva a
producir monstruos tecnológicos que tienen efectos que escapan
a su control. Si para los tecnófilos los sueños de los seres
humanos se verán siempre realizados con el uso de la razón
tecnológica, para los tecnófobos el sueño de esa razón
tecnológica produce monstruos.
¿Quién tiene razón? ¿Qué valor tiene la tecnología? ¿Conduce
al bienestar y a la felicidad de los humanos o supone la
deshumanización y pone en peligro la vida en el planeta? Hay
relatos literarios y guiones cinematográficos que ilustran los dos
planteamientos enfrentados. Si se busca mayor objetividad y se
analizan los propios artefactos para saber si son divinos o
diabólicos también se encuentran pruebas a favor de ambos
planteamientos. Las biotecnologías aplicadas a la agricultura y la
ganadería aumentan la producción de alimentos, pero a costa de
introducir daños en el medio ambiente y riesgos para la salud de
difícil previsión. Hay terapias sumamente sofisticadas que
permiten curar enfermedades que hasta hace poco eran
necesariamente mortales, pero no se investiga tanto sobre las
enfermedades que matan a más personas como sobre las que
afectan a las más adineradas. Las nuevas tecnologías de la
comunicación hacen también posible el acceso a la información
y a la cultura permitiendo comunicar con facilidad a las personas
independientemente de donde vivan. Pero también han
provocado que los delincuentes actúen con más rapidez y
libertad en el mundo escapando de la justicia de los países. Hay
pruebas tecnológicas a favor de los tecnófilos como las hay
también que dan la razón a los tecnófobos. Incluso, en muchas
tecnologías aparentemente inocentes pueden encontrarse
razones para defender su utilidad o para rechazarlas a poco que
se analicen con más detalle. La decisión sobre la altura de un
puente o la utilidad de los automóviles para desplazarnos con
rapidez pueden ser puestas en entredicho si esos artefactos son
considerados con un poco más de detalle del que es habitual.
La tecnofilia y la tecnofobia son actitudes radicales frente a la
tecnología. Ambas surgen de considerarla como algo
independiente de la sociedad (tecnología autónoma) y con
consecuencias inexorables sobre ella (determinismo
tecnológico). Pero esta imagen de las relaciones entre tecnología
y la sociedad es incorrecta. La tecnología no está exenta de
valores sociales, sino que los incorpora en su propio desarrollo
(incluso al diseñar puentes o producir automóviles). Lo que
sucede es que esas decisiones sociales que están dentro de la
propia tecnología tienden a ocultarse para el público haciéndose
pasar por decisiones técnicas propias de expertos. Por el
contrario, si se valoran las consecuencias sociales de una
actuación tecnológica, sus efectos sobre el medio ambiente o
sobre la sociedad dejarán de parecer inevitables. Para ello, sólo
es necesario asumir que en la evaluación de las tecnologías y en
las decisiones que orienten sus líneas de actuación, además del
juicio de los expertos, ha de contarse también con la opinión de
todos los sectores sociales afectados. El hecho de que los
intereses de los ciudadanos sean muchas veces diversos y hasta
enfrentados es una razón más para profundizar en la gestión
democrática de las decisiones tecnológicas. Sin embargo, los
más poderosos tienden a imponer sus criterios en relación con el
desarrollo tecnológico intentando clausurar los debates públicos
sobre los efectos de determinadas tecnologías y acudiendo, para
ello, a la supuesta objetividad de los expertos.
El radicalismo tecnófilo y tecnófobo surge cuando no es posible
la participación pública en las decisiones sobre el desarrollo
tecnológico y se acepta la falsa imagen de que los juicios sobre
la tecnología no están al alcance de la mayor parte de los
humanos, los cuales acaban considerándola, por tanto, como un
bien divino o como un mal diabólico. Pues bien, ni lo uno, ni lo
otro. La tecnología es un producto humano y como tal revela los
valores e intereses propios de los humanos. Reconocerla así
hace posible que su desarrollo responda a los intereses y deseos
de la mayoría. Porque nada humano nos es ajeno, no podemos
dejar que la tecnología nos lo parezca.
4.2. Evaluación de tecnologías y participación pública.
La tecnología tiene un enorme valor para las sociedades. Pero la
tecnología también incorpora diversos valores sociales. Los
juicios de valor no son, por tanto, ajenos a la tecnología. La
tecnología es susceptible de valoración, es decir, es
evaluable.“La ciencia descubre, el genio inventa, la industria
aplica y el hombre se adapta o es modelado por las cosas
nuevas. Individuos, grupos, razas enteras de hombres caminan
al paso que marcan ciencia e industria”. Esta idea, recogida en la
Guía de la Exposición Universal de Chicago de 1933, es
claramente inaceptable a comienzos del siglo XXI. Las
sociedades democráticas no aceptan ser guiadas por el
desarrollo autónomo de la tecnología. Los grandes logros
tecnocientíficos del siglo XX han evidenciado el gran valor social
de la ciencia y la tecnología, pero durante ese mismo siglo se ha
puesto de manifiesto su capacidad para provocar graves daños a
los seres humanos y enormes desastres medioambientales. Los
criterios de eficacia y de eficiencia económica no pueden ser los
únicos patrones que orienten el desarrollo tecnológico. Las
sociedades democráticas exigen que, en la valoración de las
propuestas de desarrollo tecnológico, se tengan en cuenta
también otros criterios y exigen que las decisiones sobre los
desarrollos tecnológicos se abran al debate público para permitir
la participación de todos los implicados y afectados.
La evaluación de las tecnologías es, por tanto, algo común en las
sociedades democráticas. Antes de definir el trazado de una
autovía (o de decidir que es mejor tal opción que el ferrocarril
como solución a los problemas del transporte), de instalar una
central nuclear para la producción de energía, de aprobar la
experimentación con nuevos fármacos con los que mejorar las
terapias médicas o de proyectar el futuro de un espacio urbano
para el crecimiento de una ciudad, por poner distintos ejemplos,
conviene evaluar los efectos previsibles de cada una de las
opciones sobre el entorno y la vida de las personas. En cada una
de esas decisiones de desarrollo tecnológico existen alternativas
diversas, cada una de las cuales puede tener costes y
consecuencias también diferenciados.
En muchos casos, la evaluación clásica de tecnologías se ha
reducido a analizar la ecuación entre los costes y los efectos de
cada opción para elegir la más apropiada. En este sentido, la
evaluación de las consecuencias de una tecnología tiende a ser
identificada con la evaluación de los impactos y su eventual
aceptación en función de los beneficios esperados de esa
tecnología. Pero ¿quién puede juzgar cuándo los beneficios
compensan los efectos negativos o los riesgos que han de
asumirse? ¿los expertos? ¿los beneficiados por esa tecnología?
¿los que sufrirían sus efectos negativos? El análisis coste-
beneficio, con o sin cálculo de los riesgos inherentes, es la forma
más habitual en la evaluación de tecnologías y en los estudios de
impacto ambiental que realizan las empresas privadas o las
administraciones públicas. Es frecuente que tales estudios no
busquen el asesoramiento para una toma de decisiones
realmente abierta a diversas opciones, sino que sólo sirvan para
justificar y hacer asumible por el público decisiones que han sido
tomadas previamente. En muchos de esos informes de
evaluación tecnológica se han minimizado los riesgos potenciales
o efectos negativos para el medio ambiente o las personas y se
han destacado los beneficios derivados de un desarrollo
tecnológico determinado. Ello ha supuesto cierto descrédito para
los modelos clásicos de evaluación de tecnologías basados en
informes de expertos. Por el contrario, son cada vez más
frecuentes las iniciativas ciudadanas espontáneas u orientadas
por organizaciones no gubernamentales que se enfrentan al
desarrollo de propuestas tecnológicas que consideran nocivas o
peligrosas, alegando sus propios informes y valoraciones.
El desigual reparto de los destinatarios de los beneficios y de los
riesgos del desarrollo tecnológico, el desequilibrio en los plazos
temporales con los que se ha de contar para comparar unos y
otros, y la incertidumbre que hay que asumir en muchos casos,
han supuesto la aparición de modelos alternativos frente a la
evaluación clásica de tecnologías. La llamada evaluación
constructiva de tecnologías tiene un marcado carácter
participativo y se centra, no tanto en la valoración de la aplicación
en un determinado entorno de una tecnología ya desarrollada,
sino en el propio proceso de construcción o desarrollo de esa
tecnología. Es, por tanto, un modelo que anticipa los efectos de
un desarrollo tecnológico e incorpora los juicios técnicos de los
expertos al lado de las valoraciones e intereses de los profanos
que se ven afectados. Se trata, así, de una apuesta por la
participación pública a todos los niveles en el control de las
decisiones que orientan el desarrollo tecnológico y, por tanto,
supone la democratización y el protagonismo social en el mismo.
Es indudable que, para hacer posible dicha participación
democrática, los ciudadanos deben estar informados e
interesados en los temas relacionados con las controversias
tecnocientíficas. La existencia de una educación científica y
tecnológica en la que los temas, casos y problemas se traten de
un modo socialmente contextualizado es la condición para hacer
viable esa participación pública que acerque a la sociedad y
democratice las decisiones sobre el desarrollo de la tecnología.
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