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Montesperelli-Sociología de La Memoria

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Montesperelli, Paolo. Sociología de la memoria. Buenos Aires, Nueva Visión, 2004.

Podemos distinguir tres diferentes funciones de la memoria, según la consideremos como objeto, como
límite o como recurso.
La memoria se exterioriza en objetos perceptibles por parte de los demás, a través de narraciones,
documentos, archivos, etc. De tal manera, la misma no sólo participa de la volatilidad del recuerdo, sino
que adquiere mayor estabilidad, se convierte en cultura compartida, en arena para la confrontación de
distintas estrategias de legitimación, en marco social que orienta y fortalece los simples recuerdos.
La memoria colectiva es también fruto de mediaciones, punto de cruce e integración entre diversas
memorias, donde el individuo desempeña un papel activo ya desde el momento en que organiza su propio,
personal, depósito de informaciones memorizadas.
La metáfora del depósito evoca la concepción de la memoria como espacio ordenado, pero de todos modos
limitado, más o menos capaz según las facultades mnemónicas del sujeto. Por consiguiente, la
reminiscencia consiste justamente en recuperar algo que se posee, como si se extrajera una mercadería
bien guardada. Cuanto más amplio y ordenado sea el depósito, más abundante sera la mercadería. De ahí
la atención de algunos estudiosos hacia los límites de la memoria, para tratar de relevar su capacidad y su
influencia en el aprendizaje.
Pero sobre las facultades mnemónicas también inciden los significados colectivos e individuales, tanto
conscientes como inconscientes. En otros términos, recordar, como cualquier actividad cognitiva, es
también atribuir significados: no sólo del pasado al presente, a través de la tradición, sino más bien en
dirección opuesta, cuando los procesos de significación confieren al pasado un sentido que concuerda con
las necesidades presentes.
Dada esta intensa relación entre memoria y significado, la memoria se convierte en instrumento de
interpretación y por eso constituye un importante recurso hermenéutico.
Los errores del recuerdo pueden representar potencialidades útiles para releer el pasado, para interpretarse
a sí mismos y para construir la propia identidad.
Las objetivaciones de la memoria se refieren, en efecto, al empleo sensato de las fuentes; por ejemplo,
invocan la integración de las oficiales con otras ubicadas en los márgenes o señalan las oportunidades
derivadas de la democratización de la memoria, que multiplica depósitos y archivos a los que acceder.
Los límites de la memoria ayudan, además, a prevenir numerosas distorsiones con las que a menudo se
encuentran las entrevistas, comprometiendo la fidelidad de las informaciones recogidas.
La posibilidad de remontarse desde los recuerdos y el olvido hasta los significados subyacentes permite
que el investigador afine la propia sensibilidad hermenéutica para captar mejor las opiniones y las
actitudes del entrevistado.
La memoria como objeto.
La memoria colectiva
En uno de sus relatos, Voltaire imagina una controversia entre Descartes y Locke. Para el primero la
memoria es insignificante en el plano metafísico, porque todas las ideas se encuentran en el alma desde el
nacimiento. Para Locke, por el contrario, la memoria es importante porque almacena las impresiones de
los sentidos (Sociología de la memoria, editorial Claves, Buenos aires, 2003). Alrededor de estos dos
protagonistas se dividen las opiniones hasta el presente. Sin embargo, para dirimir esta controversia
intervienen las musas, las hijas de Mnemósine, diosa de la memoria; éstas deciden cancelar por unos días
toda forma de memoria en los seres humanos. De esta manera arrojan a la humanidad a un caos donde la
gente olvida las cosas más elementales y se pierde toda forma de inhibición. En definitiva, la propia
supervivencia de la sociedad se ve en peligro. Una vez hecha la demostración restauran la memoria y
todos -excepto, quizás Descartes- reconocen lo fundado de la tesis de Locke: sin memoria nada puede
funcionar.
Cómo nos sugiere este relato, la memoria es indispensable para gobernar ámbitos muyvastos, desde los
gestos cotidianos de los individuos hasta las normas sociales de toda la colectividad.
El recuerdo constituye una especie de memoria privada recortada sobre la vivencia del individuo, mientras
que el concepto de memoria no se agota dentro de los límites de la subjetividad individual.
Según Halbwachs, el recuerdo individual es sustentado y organizado por la memoria colectiva, o sea, por
un contexto social del que forman parte el lenguaje, las representaciones sociales del tiempo y del espacio,
las clasificaciones de los objetos y de la realidad externa al sujeto, las relaciones que el individuo mantiene
con la memoria de los demás miembros de un mismo ambiente social, etc.
La influencia que Halbwachs atribuye a la dimensión colectiva podría parecer determinista, pero es difícil
negar que ella juegue un papel importante, por lo menos en cuanto a dictar los criterios de plausibilidad y
significatividad de los recuerdos: si algo no es plausible -es decir realista, sensato, verosímil o coherente
con otras cosas dichas por los demás- se vuelve difícil para mí darle crédito. Cuando la plausibilidad no
se encuentra en juego, lo está al menos la relevancia de lo que recuerdo: lo que nadie a mi alrededor me
confirma o menciona tiende a desaparecer y, si no desaparece, tiende a volverse irrelevante.
Mediante este fondo común de recuerdos, y gracias a las interacciones sociales necesarias para fijarlos,
ordenarlos jerárquicamente y volver a evocarlos, la memoria colectiva contribuye a la cohesión y a la
identidad social. Su contribución tiene que ver, en particular, con la representación del pasado: por este
motivo se puede entender como lo que queda del pasado en la vivencia de los grupos o lo que estos grupos
hacen con el pasado.
A esta multiplicidad de categorías sociales corresponden la pluralidad de memorias colectivas dentro de
un mismo sistema social. En este sentido, la memoria colectiva es entendida como la selección,
interpretación y transmisión de ciertas representaciones del pasado a partir del punto de vista de un grupo
social determinado. Pero puesto que cada sociedad comprende muchos grupos, cuyos intereses y valores
pueden diferir entre sí, deberemos agregar que la memoria colectiva es siempre intrínsecamente plural: es
el resultado, nunca adquirido definitivamente, de conflictos y compromisos entre voluntades de distintas
memorias. El lugar donde estás voluntades se enfrenta en la esfera pública, la arena donde grupos diversos
compiten por la hegemonía sobre los discursos plausibles y relevantes dentro de la sociedad en su
conjunto.
La memoria no es sólo un acervo de conocimientos interior a cada individuo: se proyecta al exterior
(exteriorización), se vuelve colectiva por compartida, intersubjetiva, accesible más allá del hic et nunc
(objetivación).
La sociedad crea prótesis externas que solicitan o potencian las capacidades mnemónicas de los
individuos: textos, imágenes, testimonios, archivos, técnicas de memorización, etc.
Los fragmentos del pasado también se imprimen en ciertos lugares físicos.
La arquitectura también parece desempeñar la función de preservar el pasado en forma sólida.
Dentro de las ciencias sociales, Ong es uno de los estudiosos que más ha insistido en la historicidad del
pensamiento y de la memoria, cuando reconstruye el desarrollo diacrónico desde las culturas orales
primitivas, en las que la escritura se encontraba casi por completo ausente, hasta las culturas donde la
escritura ha conquistado la preeminencia.
La objetivación de los contenidos a recordar encuentra un soporte eficaz en la difusión de la escritura. A
pesar de las técnicas para potenciarla y para limitar su labilidad, la memoria resulta, en efecto, un soporte
precario para la conservación de los conocimientos individuales y colectivos hasta que no se abandona la
cultura oral.
Sucesivamente muchas otras técnicas permitieron un acceso más amplio a informaciones provenientes del
pasado: piénsese en la conservación de los sonidos (desde el fonógrafo en adelante) y de las imágenes
(fotografías, cine, etc.).
Esta evolución no significa sólo multiplicación de las informaciones y de las ocasiones de acceder a ellas;
produce efectos sobre todo cuando se vuelve a evocar y sobre cómo es vuelto a evocar. En suma, cambia
no sólo la cantidad de memoria accesible, sino también su calidad. Por ejemplo, la difusión de la escritura
democratiza los personajes y las situaciones descriptas por las narraciones literarias.
La memoria y la enciclopedia
En el apartado anterior hemos visto como la escritura, la imprenta y otras innovaciones tecnológicas
democratizaron progresivamente la memoria, volviendo superfluas las antiguas nemotecnias.
Así entendidas, estas se remitían a la concepción de Aristóteles, según la cual la memoria implica
principalmente la persistencia de una realidad que no cambia en el tiempo y qué es recuperable. Cómo
recuerda Lledo, en la cultura griega, memoria y olvido nacen juntos. Recordar y olvidar, vivir y morir:
estás parejas de opuestos recorren constantemente los textos escritos. La memoria es un espacio inmenso
de experiencia, de ejemplo, de aprendizaje, de instrucción. Al contrario, el olvido es algo muy parecido a
la muerte: vacío siempre idéntico a sí mismo, en una repetición invariable e insustancial. El olvido se
asimila a la oscura presencia de la muerte: en efecto, lo que en verdad es olvidado resulta irrevocable,
como sólo puede serlo la muerte. Es ineluctable que cualquier ser viviente y cualquier cosa estén de todos
modos destinados a ser olvidados y reabsorbidos por lo indistinto, este destino de ellos se repite sin tregua,
arrojando a toda la realidad a un estado caduco.
Forma parte de su sentido de omnipotencia, la convicción de que poseer la memoria, encerrarla en un
espacio físico o mental, significa mantener la realidad al borde de su evanescencia, evitar el destino del
olvido, bloquear la caducidad de la existencia y, por lo tanto, poseer la llave de todo el universo.
Esto legítima al estudioso para considerarse como detentador de la verdad y, por lo mismo, para revindicar
su poder en la sociedad. Esto vale, con mayor razón, cuando -como hemos visto- la capacidad de
memorizar asume un valor mágico y semidivino, semejante a la posesión de una llave que abre los secretos
del universo y que legitima a su poseedor para reivindicar un estatus privilegiado.
La legitimación de la memoria
La memoria puede ser usada como instrumento de legitimación. Esta expresión tiene diversas acepciones.
Una de ellas se inspira justamente en la pretensión de integrar en un todo único -como en la enciclopedia-
formas de conocimiento bastante distintas.
Integración y plausibilidad son, a su vez, requisitos indispensables para la estabilidad de un sistema
cultural, normativo, social, etc. En tal sentido, se tiene legitimación de una institución, de un código
cultural, de un sistema social cuando éstos son aceptados, más o menos consensualmente, garantizándoles
por lo tanto la estabilidad.
La conmemoración del pasado desempeña una función esencial incluso para la individuación de una
ordenada continuidad histórica, en la que colocar todos los acontecimientos colectivos en una unidad
coherente que incluye pasado, presente y futuro. Frente al pasado, instaura una memoria que es compartida
por todos los individuos socializados en la colectividad. Para Schutz, una de las modalidades de
organización del mundo social es el Vorwelt, ósea la experiencia vivida. Recordar significa reconocer la
pertenencia de todos los miembros de una sociedad a un universo simbólico que existía antes de que ellos
nacieran y que continuará existiendo después de que mueran (Berger y Luckmann). Mediante la
conmemoración del pasado, a través de un fondo común de recuerdos, y también gracias a las interacciones
sociales necesarias para fijarlos y para convocarlos, la memoria contribuye al sentido de pertenencia, a la
cohesión y a la identidad sociales; sentirse proveniente de orígenes comunes fortalece el sentido de
pertenencia y la identidad colectiva. A su vez, toda identidad presupone una legitimación, es decir, una
particular definición de la realidad, que se da por descontada.
A veces los criterios de relevancia de los recuerdos tienen origen en la dialéctica social: no casualmente
Berger y Luckmann - cuando abordan el tema de la legitimación simbólica - citan la conocida afirmación
de Marx según la cual “las ideas de la clase dominante son en todas las épocas las ideas dominantes”;
parafraseándolo, podríamos agregar que, en cierta medida, las ideas del poder dominante son la memoria
dominante.
Esto demuestra que desde los tiempos antiguos se había establecido un nexo entre denominación,
memorización, organización del saber y organización del poder. Y también, el origen histórico de
archivos, bibliotecas y museos fue la conservación y la celebración de la memoria de los reyes.
Muchos otros autores también remiten a las condiciones materiales y a la influencia de las estructuras de
poder en la organización de la memoria colectiva: “tanto la formal y centralizada como la difusa y
subterráneas, propio de las relaciones interpersonales”. De ahí, en las palabras de Nietzche, “el modo
crítico” de releer el pasado, según perspectivas contrastantes con respecto a otros modos de reconstruirlo.
Puesto que en el transcurso de la historia la memoria se exterioriza progresivamente, aumentan las
ocasiones de contrastar. La decisión sobre que recordar y que borrar es cada vez más una puesta en los
conflictos entre distintas estrategias de legitimación; “frente a la ampliación de la capacidad social de
memoria, se vuelven más relevantes las cuestiones del acceso a los depósitos de las informaciones, de la
desigual distribución del poder de acceder a ellos y de la gestión de las informaciones sobre el pasado por
parte de las instituciones que lo detentan”. En este sentido, la memoria colectiva “es el resultado, nunca
definitivamente adquirido, de conflictos y compromisos entre distintas voluntades de memoria. Distintos
grupos compiten por la hegemonía sobre los discursos plausibles y relevantes dentro de la sociedad en su
conjunto.
El resultado de los conflictos en torno a la memoria, como cualquier otro enfrentamiento, dispensó
victorias y sancionó derrotas; pero sólo raramente la memoria de los derrotados fue borrada del todo. Más
a menudo predominó una de ella, mientras la otra era colocada tras bastidores, pronta para ser
redescubierta y volver a escena.
La preponderancia de la memoria oficial frente a la subalterna implica muchos problemas metodológicos.
En efecto, el investigador deberá discernir e integrar los variados testimonios, teniendo en cuenta el hecho
de que las informaciones recogidas en fuentes institucionales a menudo son seleccionadas según los
criterios del poder.
Facilitado por la democratización de la memoria, el hecho de recurrir a distintos tipos de fuentes induce a
reescribir la historia oficial. No casualmente la manifestación y el reconocimiento de una multiplicidad de
memorias colectivas ha introducido muchas innovaciones metodológicas, como la testimonia la así
llamada “nueva historia” y otras interesantes perspectivas historiográficas sensibles grupos sociales
subalternos. Por ejemplo, en la “historia oral” no interesan las biografías de los hombres públicos, de los
“grandes”, sino la vida cotidiana, depositaria de memorias colectivas amenazadas; interesan las biografías
“de actores oscuros, cuyas huellas en el historiador debe ir a buscar a lugares antes inexplorados”.
Esto supone nuevos problemas de recuperación y tratamiento de las fuentes pero, en compensación, ofrece
muchos elementos útiles en el campo de la historia política, social, “de género”, etc.
Estas nuevas perspectivas historiográficas se proponen ir más allá de las memorias colectivas que
legitiman la historia de los vértices de la pirámide social, de los grandes acontecimientos, de los personajes
importantes, de la cultura hegemónica, y que dejan en la sombra la gente común, a los vencidos, a
“aquellos que ya no hablan”, los que pese a tener mucho para decir, carecen de los instrumentos para
expresarlo”.
Pero los protagonistas de esta “historia no escrita” piensan que su vida no es significativa desde el punto
de vista de la historia oficial, contribuyendo con su autocensura a los silencios oficiales. Por lo tanto,
queda un capítulo pendiente, una laguna que puede comenzar llenarse dando voz a los estratos sociales
hasta entonces olvidados.
Hacer que su memoria reaflore, devolverle dignidad, permitir que se rememoren en puntos de vistas,
ángulos de enfoque distintos a los de la historia oficial, como corrección y complemento de los de esta
última, tiene el indudable valor de ampliar la esfera del conocimiento y de responder a la función social
de la investigación, que es justamente la de dar voz a quien no la tiene.
La exteriorización de la memoria ha experimentado pesados vínculos para las categorías sociales
subalternas: ellas han tenido acceso parcial a la escritura, y la oralidad, de la que tenían mayor
disponibilidad, ha sido subvaluada. De ahí el riesgo de una “amnesia” de aquellas memorias que no
encuentran canales adecuados para expresarse.
Memoria colectiva y amnesia
Podemos aprender a recordar, pero no estamos en condiciones de aprender a olvidar.
No podemos olvidar intencionalmente, pero pueden deteriorarse las huellas de la memoria, los objetos,
los instrumentos a los que confiamos la conservación de la propia memoria.
Cuando se destruyen la forma de exteriorización de la memoria colectiva, entonces se cierne sobre un
grupo, o sobre toda la sociedad, el riesgo de una amnesia colectiva.
El fuego de Alejandría también nos recuerda que no fue, por cierto, el único intento de imponer una
amnesia colectiva.
Incluso la época contemporánea ha sido siniestramente iluminada por los resplandores de otros incendios,
como en el caso de los libros quemados por los fascistas y los nazis.
Estas destrucciones, ocasionadas para imponer la amnesia colectiva, constituyen una forma de alienación:
los productos de la exteriorización de la memoria son separados de los productores, se los vuelven
indisponibles. Sustraído el producto, cae la relación con el productor: este ya no tiene nada que valga la
pena recordar. Puesto que la memoria constituye un componente fundamental de la identidad, la
expropiación de la memoria arroja al sujeto a la indeterminación: deja de ser un testigo y un depositario
de recuerdos, porque ya no es siquiera un sujeto. Así, la objetivación de la memoria se traduce en su
alienación.
Una versión brutal de alienación de la memoria la ofrecieron las distintas formas del totalitarismo
contemporáneo: “los regímenes totalitarios del siglo XX han revelado la existencia de un peligro
desconocido antes de su consolidación: el de la cancelación de la memoria. Habiendo entendido que la
conquista de las naciones y de los hombres pasaba por el control de la información y de la comunicación,
las tiranías del siglo XX institucionalizaron su dominio de la memoria y pretendieron controlarla incluso
en sus ángulos más recónditos”.
Estalinismo y nazismo emprendieron justamente el proyecto de expropiar, de alienar la dimensión política
de la subjetividad, entendida como la “capacidad autónoma de participar en las decisiones acerca de la
finalidad de empleo de los productos que (el sujeto) ha contribuido a crear”. Así, el totalitarismo ha
clausurado al libre acceso a la pluralidad de las memorias colectivas para procurar fundar una única,
completamente funcional al poder de un dominante.
“Toda la historia del breve “Reich milenario” -escribía Levy- puede ser releída como una guerra contra la
memoria, falsificación orwelliana de la memoria, falsificación de la realidad, hasta la fuga definitiva de la
propia realidad”.
Ni siquiera con el fin del holocausto ni con la liberación resultó fácil reapropiarse de la memoria. Ésta
parecía aniquilarse por el efecto destructivo del pasado. En efecto, la experiencia de los campos había sido
tan traumática que a los sobrevivientes le costaba comprenderla y dar cuenta de ella; el regreso a casa los
encontraba enmudecidos, no enriquecidos sino empobrecidos de experiencias comunicables.
Una vez de regreso, cada sobreviviente se enfrentó de manera lacerante con una contradicción interna:
recordar, pero en ese caso, al excavar en la memoria volvería emerger a querer aquel horror, porque la
desesperación no puede callar mientras se la cuenta la cuenta; o bien anular lo que no podía ser ni
recordado en todo su indecible horror, ni creído por los demás.
En efecto, el regreso a la patria a menudo fue recibido por la indiferencia, y a veces por hostilidad, de los
conciudadanos. “Sus relatos fueron recibidos con reacciones de indiferencias, de incredulidad y de
fastidio, que dejaron huellas profundas y de larga duración no sólo en el dolor y en el silencio de los
afectados, sino también en la sucesiva ausencia de una memoria colectiva”. Sin una interacción
significativa, faltaron también los “marcos sociales y lingüísticos” que sostienen a la memoria individual.
“El hecho de que muchos hubieran vivido, en el mismo momento, estos mismos acontecimientos, y que,
por lo tanto, compartieran recuerdos en alguna medida comunes no era suficiente para hacer que estos
recuerdos estuvieran disponibles como material narrable: una memoria colectiva no se hace con recuerdos
“comunes”, sino con un lenguaje en el que pueden ser transmitidos”.
El caso del nazismo es un ejemplo -tal vez el más extremo- de cómo, para la legitimación de un poder, se
pueden emplear no sólo la memoria, sino también la amnesia. Así, la importancia de la memoria colectiva
“se vuelve todavía más evidente por los intentos externos de supresión que por los esfuerzos internos de
mantenimiento y enriquecimiento”. Cómo escribe Le Goff, “adueñarse del olvido es una de las máximas
preocupaciones de las clases, grupos, individuos que han dominado y dominan las sociedades históricas.
Los olvidos, los silencios de la historia son reveladores de estos mecanismos de manipulación de la
memoria colectiva”.
Prescindiendo de los acontecimientos más violentos (nazismo, estalinismo, etc), muy a menudo cuando
un nuevo grupo dirigente quiere legitimar su propio advenimiento al poder, se preocupa por modificar
radicalmente las referencias al pasado. Todo poder o fe victoriosos tiene siempre organizado -por así
decirlo- una especie de olvido vertical, “en el sentido de sobreponerse literalmente a las antiguas creencias
justamente en los lugares en que acostumbraban celebrarse. Por esto, los primeros cristianos construían
sistemáticamente las iglesias sobre las ruinas de los templos paganos y los misioneros españoles sus
edificios religiosos justamente en la cima de las pirámides aztecas”. Observaciones análogas valen para
la Revolución Francesa y para innumerables otros ejemplos de damnatio memoriae.
Pero los triunfos de la memoria impuesta por los vencedores y la amnesia así inducida no anulan por
completo la memoria de los vencidos: permanece escondida en el saber tácito, como un trasfondo
indistinto que está “más acá y más allá de la conciencia subjetiva, como sensación generalizada de
familiaridad o como recuerdo que no tiene la fuerza para transformarse en tradición”; una memoria
implícita, pronta a reemerger cuándo cambien las condiciones iniciales que la relegaron a los márgenes.
En la actualidad el hecho inédito con respecto al pasado es que nuestra sociedad contemporánea parece
desembarazarse de cualquier memoria, tácita o manifiesta, hegemónica o subalterna. El proyecto
iluminista de autonomía del individuo parece haber cortado todas las raíces que se hundían en sus
tradiciones. La sociedad “posmoderna” y aceleración del curso histórico determinarían, además, que el
pasado fuera incapaz de iluminar al presente. “En los comienzos de la modernidad, las revoluciones
francesa y norteamericana mantuvieron una relación compleja con el pasado y el propio romanticismo fue
ambivalente.
Recién a comienzos del siglo XX, el pasado se prestó en verdad a una subestimación radical por parte de
las vanguardias y de los movimientos modernistas, desvalorización que se prolongó en la percepción de
su difundido y genérico abandono en medio de una progresiva presentificación de la experiencia y en las
teorizaciones de los postmeodenismos”.
Existe otra amenaza para la memoria colectiva: ya no un proyecto único y totalitario, como el de las
dictaduras del siglo XX, sino la “excedencia cultural”, la sociedad mediática y, por lo tanto, la
sobreabundancia de referencias: “No se olvida por cancelación, sino por superposición, sin producir
ausencia, sino multiplicando las presencias. Una masa sobreabundante de informaciones determina que el
lector o el telespectador ya no se encuentre en condiciones de recordar lo que ha ocurrido. Al difundir
siempre nuevas noticias se borran las anteriores. Poderes y contrapoderes han descubierto que en los
medios vale más que en otras partes el principio del olvido por sobreabundancia o interferencia”.
Lo que hoy estaría disminuyendo no es tanto el patrimonio de recuerdos del individuo, sino sobre todo la
tradición, en el sentido más profundo del término: como recuerda Benjamin, debe ser entendida como
“tra-dicción”, comunicación lingüística de una generación a otra, continuidad generacional de sentido.
Pero en la sociedad actual, el recuerdo ya no nos llega del pasado bajo la forma de tradición, sino de cita.
Con el auxilio de las nuevas tecnologías de reproducción, se conserva del pasado un volumen amplísimo
de citas, de fragmentos. Reexaminar con desencanto y reutilizar con irónico distanciamiento el patrimonio
cultural del pasado habría abierto el camino al gusto por las citas como ensamblaje, como collage de
informaciones y de referencias a épocas diversas, en el contexto más general de una deconstrucción del
lenguaje.
Dentro de este clima cultural se halla incluida la aburrida indiferencia con la que se mira el pasado. La
misma formaría parte de la actitud blasé más general de la personalidad metropolitana, descripta por
Simmel: desencanto, aburrimiento, sensación de ya haberlo visto todo constituyen la perspectiva desde la
cual el individuo contemporáneo observa la variedad cualitativa de las cosas y del tiempo.
El empañamiento de la memoria deja en algunos sujetos casi un sentido de culpa, de injusta traición al
pasado, de ahí el intento de reactualizar el recuerdo de las culturas locales, “la tenaz resistencia de las
culturas sociales, el tiempo fisiológicamente enlentecido de las identidades colectivas, de los mundos
vitales, de las comunidades. En suma, el nivel más profundo, con desarrollo inevitablemente lento, de los
complejos mecanismos de la producción de sentido y de pertenencia”.
Un caso de empleo de la memoria
En los parágrafos anteriores hemos considerado a la memoria colectiva como “lo que queda del pasado
en la vivencia de los grupos, o bien lo que estos grupos hacen con el pasado”. Justamente, a propósito del
empleo del pasado, hemos igualmente considerado cuanto los procesos de legitimación procuran controlar
la memoria y el olvido.
La memoria como límite
En uno de sus cuadros más sugestivos y famosos, titulado Persistencia de la memoria o también Altos y
bajos de la memoria, Salvador Dalí representa cuatro relojes, tres de los cuales carecen de espesor, resultan
casi líquidos.
El primero cuelga de un árbol, como si fuera un trapo tendido a secar, para indicar que la duración de un
acontecimiento puede dilatarse en la memoria.
En el segundo reloj se puso una mosca, para recordar que el objeto de la memoria es ruinoso, como un
residuo orgánico.
El tercero se enrolla en espiral en torno a una forma híbrida y podría significar que la vida distorsiona la
naturaleza lineal del tiempo mecánico. Pero en esa forma apenas esbozada también podemos entrever una
especie de cabeza humana, un perfil con las pestañas bajas, como si Dalí quisiera aludir al sueño, durante
el cual “la memoria conserva solamente una huella de su función y por esto la cabeza humana, o para
humana, dispuesta en el suelo, tiene las pestañas entornadas para indicar que duerme; es decir, aquí están
representadas las dos imágenes de la memoria, la de la vigilia y la del sueño, la que no funciona más o
confunde las cosas”.
El único reloj no líquido, sólido, lustroso, metálico, en perfecto estado se haya cubierto de hormigas que
parecen devorarlo, mientras él devora el tiempo de nuestras vidas. Es la hora precisa que gobierna el
trabajo tumultuoso de los insectos.
Naturalmente, cada uno de los relojes marca una hora distinta.
El cuadro de Dalí resume los temas de este capítulo: justamente los Altos y los bajos de nuestra memoria,
sus potencialidades, pero sobre todo los límites que la vuelven caduca, imprecisa, maleable, huidiza por
acción de factores tanto diurnos como nocturnos, oníricos, inconscientes.
Esta nueva perspectiva, no determinista sino interaccionista, concibe la memoria colectiva como fruto de
mediaciones, como un punto de cruce e integración de distintas memorias, donde el individuo desarrolla
un papel activo a través de la relación con los demás.
Pero también la memoria individual es inestable e imprecisa como los relojes de Dalí; y, del mismo modo
en que aquellos pautan tiempos distintos, así también ella puede ser visualizada en entidades diferentes y
contrastantes.
Los límites de la Memoria
En efecto, en la psique humana parecen coexistir y enfrentarse memorias diferentes: memoria explícita o
declarativa y memoria implícita o procedimental1, semántica y episódica2, a breve y a largo plazo, pero
también a breve y a muy breve plazo.
De estas características depende la fidelidad de la memoria con respecto a la realidad y, por lo tanto, el
acceso a la verdad.
Sobre estas imágenes flota una referencia común: la idea de la memoria como depósito de informaciones,
extraíbles y reutilizables. Para Aristóteles, la memoria implica la persistencia en el tiempo de una realidad
intacta y continua. Por consiguiente, la reminiscencia consiste justamente en recuperar algo que ya se
posee, como si se extrajera una mercadería almacenada y celosamente custodiada.
Algunos limites en la investigación social
A diferencia de estos test psicológicos, en la investigación social las técnicas de entrevista tienen como
finalidad “el relevamiento de situaciones, comportamientos, actitudes, opiniones, no la valoración (de las

1
La memoria declarativa tiene que ver con la "realidad"; decodifica informaciones relativas a acontecimientos autobiográficos
y a conocimientos fácticos (gente, lugares, hechos, objetos); la memoria procedimental atañe a las modalidades con las que
hacer algo (como andar en bicicleta, conducir un automóvil, etc.). La primera se halla estructurada por códigos abstractos (por
ejemplo, el lenguaje) y es de naturaleza preponderantemente cognitiva, en tanto se funda en la conciencia. Forma parte de esta
memoria la posibilidad, para el sujeto, de reexaminar conscientemente sus propios recuerdos. La memoria procedimental, en
cambio, se encuentra en la base de las costumbres, que a menudo no implican una coparticipación consciente. Es ya evidente
en los niveles inferiores de la filogénesis y se presenta desde las primeras fases del desarrollo humano (Oliverio, 1994, págs.
32 y ss.). Cercanos a la definición de memoria procedimental encontramos los conceptos de Entlastung, o acciones rutinarias,
(Gehlen,1940), y de memoria-costumbre, "que no nos representa nuestro propio pasado, sino que lo juega: y si aún merece el
nombre de memoria, no lo es porque conserva viejas imágenes, sino porque prolonga su efecto útil hasta el momento presente"
(Bergson, 1896/1986, pág. 203).
2
La memoria episódica conserva el recuerdo de los acontecimientos y está organizada temporalmente. La semántica conserva
el recuerdo de los significados, independientemente del momento en que son incorporados; implica el conocimiento del mundo;
es distinta de la identidad y del pasado de la persona que recuerda; aparece tardíamente en el transcurso de
la filogénesis (en los mamíferos superiores) y se desarrolla después que la memoria episódica (Tulving, 1983; Oliverio, 1994,
págs 87-88; cfr. Rossi, 2001, pág. 202). La memoria a corto plazo no da lugar a adquisiciones estables; tiene que ver con
tiempos calculables en segundos o en fracciones de segundo; consiste en la activación bioeléctrica de algunas neuronas, o de
un circuito nervioso, que provoca modificaciones simplemente funcionales al nivel de las sinapsis. Para algunos investigadores,
la memoria a largo plazo conserva los recuerdos en los plazos largos de una vida gracias a las modificaciones perdurables en
la estructura de las neuronas o en los Circuitos nerviosos formados por muchas neuronas (Hebb, 1949; 1965; Craik, Lockhart,
1972; Baddeley, 1986). "Para un psicólogo experimental, la expresión "memoria a largo plazo" se refiere a informaciones
almacenadas de manera bastante perdurable de modo de resultar accesibles por un periodo superior a pocos segundos. Se ha
visto la razón de esto en el hecho de que, por lo general, un recuerdo verificado después de uno o dos minutos parece
comportarse de manera muy parecida a un recuerdo verificado después de uno o dos días, o de años" (Baddeley, 1982/1999,
pág. 6). Sperling (1960) determinó mediante una técnica ingeniosa que, junto a la memoria a breve plazo, existe una memoria
con tiempos de almacena miento muchos más breves (del orden de los 500 milisegundos, según
Sperling, y del orden de los 100 milisegundos, según investigaciones más recientes) y con modalidades de funcionamiento
completamente distintas. anteriores al reconocimiento de los estímulos memorizados (Lucio, 1999 págs. 211-12).
capacidades del entrevistado)”. Además, al contrario de lo que ocurre con el coloquio en psicología, dichas
técnicas “tratan de relevar, nunca alterar, los estados de los entrevistados acerca de las propiedades que
interesan”.
Las facultades mnemotécnicas no constituyen, pues, el objetivo cognitivo de la investigación social, pero
pueden influir en la fidelidad de las informaciones recogidas: como decía Sócrates, el conocimiento
depende de la calidad de la cera. En efecto, los límites de la memoria pueden determinar varias formas de
distorsión: recordaré algunas de ellas, distinguiéndolas según tengan que ver con aspectos sintácticos o
semánticos.
En el mismo equívoco caen las investigaciones retrospectivas que piden al entrevistado recordar
determinados episodios de su propia biografía, su ubicación temporal y su duración. Aparentemente, se
trata de informaciones fácticas, por lo tanto menos condicionadas por valoraciones subjetivas y por
orientaciones valorativas. En realidad, los efectos sobre la memoria, ya sea por parte del tiempo
transcurrido o por la relación experiencia-memoria, podrían alejar una respuesta del entrevistado de
cualquier objetividad. De ahí las legítimas dudas de Corbetta, según quién “resultan evidentes los límites
de este enfoque que confían en la memoria y en un correcto informe del comportamiento pasado”.
Por esto, “en las en las historias de vida” se observa como “la persistencia en el tiempo de algunos
recuerdos o experiencias, que son considerados fundamentales por una determinada persona, como
“piedras fundamentales” de su vida, no sea estable en modo alguno: el mismo acontecimiento es narrado
de modo distinto, como si la memoria, en vez de corresponder a una precisa “fotografía” de la realidad
fuera un trozo de plastilina que gradualmente cambia de forma”.
La plasticidad de la memoria también sirve para modificar los viejos esquemas y adecuarlos a los nuevos,
de manera que la identidad personal aparezca globalmente coherente. Por consiguiente, las evocaciones
autobiográficas no son meramente fácticas, sino que constituyen reconstrucciones orientadas a formar el
núcleo de la identidad personal3.
Las investigaciones etnográficas también deben enfrentar problemas de la memoria. Las notas, los
apuntes, los diarios -sobre los que el investigador debe transcribir observaciones, emociones, ideas e
intuiciones- constituyen sólo una pequeña parte de la base empírica: “En la investigación etnográfica, la
base empírica efectiva es el conjunto de las experiencias y observaciones del antropólogo, pero la base
empírica inspeccionable es sólo un pequeño corpus de documentos e informes, inevitablemente “filtrados”
por la precomprensión teórica y por la subjetividad del intérprete”.
Los límites impuestos por la memoria del investigador también forman parte de aquellos filtros y
precomprensiones: por ejemplo, él podría recordar los acontecimientos que confirman una interpretación
suya anterior y olvidar otros que la contradicen.
Algunos sugieren seguir el criterio adoptado por Lynd y Lynd en su estudio sobre la ciudad de
Middletown. Ambos tomaban apuntes inmediatamente después de cualquier contacto con los habitantes
de la ciudad y consignaban incluso los informes de las conversaciones accidentales.
Aún a costa de un inicial sentido de desfallecimiento, debido al volumen de anotaciones demasiado
amplio, el investigador no debería dar nada por descontado y debería continuar registrando cualquier
particular de alguna relevancia.
Esto precisamente para no confiar demasiado en la memoria, que se desvanece gradualmente con el
transcurso del tiempo.
Presente y pasado

3
Lo que no significa que el sujeto se atrinchera en un muro de mentiras Según es charter existen buenas razones para creer
que los recuerdos de nuestra vida sean fundamentalmente escrupulosos en sus contornos generales Mientras que el error
Generalmente afectaría a los detalles no se trata de que el significado en torno al que se organiza la memoria autobiográfica si
a una total invención de acontecimientos de la vida Los recuerdos autobiográficos son fundamentalmente honestos
Detrás de esa pantalla actúa el inconsciente, que debe ser entendido como un ex consciente. El prefijo
sirve para indicar una modalidad del olvido: algo no está más, ha sido olvidado, pero no casualmente, sino
siempre por una razón particular. En efecto, los recuerdos intolerables, las experiencias desagradables,
tormentosas, están para ser reprimidos: “con Freud el olvido pierde su inocencia”.
Tanto Darwin como Freud describieron una inexorable acción del pasado que actúa constantemente en el
presente: en efecto, en todo organismo reside la “coacción a repetir”, que es una dinámica crucial, porque
influye con fuerzas sobre los comportamientos.
En la coacción a repetir, el inconsciente continúa actuando, murmurando, asustando a la psique. De ahí la
“memoria del cuerpo”, o sea, los síntomas físicos de una enfermedad que no llegan al umbral de la
conciencia y que conservan el recuerdo doloroso y no lo suficientemente elaborado. Esta “memoria
involuntaria” es reprimida mediante un profundo y perdurable olvido de la conciencia dominante y de la
“memoria consciente”.
Freud tiene, además, el mérito de haber subrayado como la memoria no se funda sólo sobre la racionalidad
de los intereses o en la organización sistemática de los archivos mentales, sino también sobre bases
emotivas y en procesos involuntarios. Freud plantea una nueva concepción del tiempo de la memoria, en
la que la organización de los recuerdos sólo puede ser parcial y, de todos modos, se encuentra sometida a
numerosos vínculos también inconsciente; por eso, no se trata solamente de encontrar la mejor técnica
para extraer de la mente las informaciones memorizadas.
Esta nueva concepción de la memoria redimensiona el ars memorandi, que de hecho desde Freud en
adelante desaparece de la cultura europea. Desde aquel momento, la memoria se revela como realidad
vaga, fragmentada, e incompleta; el pasado es siempre “reconstruido” sobre la base de una coherencia
imaginaria. La memoria involuntaria precede a la voluntaria y la condiciona; “coloniza” el pasado y lo
organiza sobre la base de las emociones del presente. Como escribía Svevo, “el presente dirige al pasado,
como un director de Orquesta a sus músicos”.
Otros muchos elementos subjetivos concurren para filtrar los recuerdos: el tiempo de aprendizaje del
individuo, la acción que ha llevado a ese acontecimiento, las tonalidades emotivas del material a
memorizar, las imágenes visuales ligadas al recuerdo, la relevancia que el sujeto les atribuye, su lejanía
en el tiempo, algunos episodios siguientes al acontecimiento recordado, su semejanza con respecto a otros
episodios, la frecuencia con la que el propio acontecimiento se repitió, la cantidad de veces que el sujeto
lo ha narrado, las expectativas que alimentan y los objetivos cognitivos de la rememoración, etc.
Incluso los conocimientos, las necesidades, las informaciones ya disponibles en la memoria a largo plazo
contribuyen a seleccionar las experiencias a memorizar. La capacidad de seleccionar, elaborar e integrar
varía también sobre bases semánticas: por ejemplo, alcanzar los niveles más elevados de recuerdo
explícito es posible sobre todo en una codificación rica y compleja, porque está es accesible a una vasta
gama de indicios de recuperación, mientras que una codificación superficial o más reducida sólo puede
ser recabada gracias a algún indicio perfectamente correspondiente.
Por lo tanto, sólo a través de la selección de los recuerdos es posible llegar a la función cognitiva principal
de la memoria, o sea, a través de la generalización, atribuir sentido a una realidad que, de otro modo,
permanecería en el estado de caos. Por eso la memoria “forma parte del intento del cerebro por imponer
un orden sobre el ambiente” y significa una contribución fundamental para la “construcción de la
realidad”. “Si no olvidáramos, nuestra mente estaría atiborrada de recuerdos, como si fuera un mapa
geográfico del mundo, donde todo detalle estuviera reproducido de modo que coincidiera con la realidad
física que el mapa representa”. En cambio, “las pérdidas al nivel del conocimiento específico del
acontecimiento pueden ser transformadas en “ganancia” al nivel del acontecimiento genérico. Esto puede
ayudarnos a entender porque tendemos a “insertar” nuestra vivencia al nivel del acontecimiento genérico”.
Si una experiencia o un acontecimiento supera el filtro inicial, no queda codificado la memoria para
siempre: las interacciones/interferencias entre los recuerdos determina que toda nueva información sea
confrontada con referencias análogas preexistentes o sucesivas, en un continuo ajetreo de la mente que
compara viejos esquemas con otros nuevos, reactualizando eventualmente los primeros: “así como la
percepción del mundo tridimensional depende de la combinación de las informaciones extraídas por la
vista, la percepción del tiempo –recordar- depende de la combinación de las informaciones extraídas del
presente y del pasado”.
El llamado a las acciones, a las expectativas, a las intenciones, así como la construcción de la realidad,
permite captar las tareas de la memoria en toda su amplitud: no sólo de la conservación del pasado, sino
también de su constante adaptación, de manera de enriquecer de sentido al presente; por consiguiente, la
memoria contribuye mucho a fortalecer y alimentar la función crucial del significado.
Esta perspectiva constructivista denuncia la parcialidad de las metáforas empleadas para describir la
memoria. En efecto, como acabamos de ver, la memoria no depende sólo de la calidad de la cera, es decir,
de la capacidad mnemónica del sujeto, ni de los instrumentos en los que se apoya, como en el empleo de
las mnemotecnias.
Es igualmente reductivo concentrarse, cómo los orígenes de la psicometría, en la “medición” de la
memoria. Dado que para comprender el funcionamiento de la memoria se debe considerar su relación con
el significado, de hecho se revelan completamente inadecuadas algunas técnicas psicométricas, como el
empleo de sílabas carentes de significado.
En cambio, para Bartlett el recuerdo, como cualquier actividad cognitiva, es un esfuerzo hacia el
significado; por lo tanto, no va desde el pasado hacia el presente, sino que cumple un itinerario el inverso,
en tanto se orienta a encontrar un sentido que concuerde con las necesidades actuales del individuo.
La relación con el contexto social, los procesos de selección, generalización y significación también
demuestran lo inadecuado de las otras metáforas: el depósito, el archivo, el software y la computadora.
Los procesos de grabación del cerebro son distintos a los de una cinta magnética: en la mente humana
input y output son elaboraciones; “la información conservada es distinta de la información introducida, y
el resultado es distinto del contenido (originario) de la memoria”.
Por eso la actividad de la memoria no es replicativa, como en cambio lo es la de la computadora, sino
selectiva e inexacta. Sin embargo, como ya hemos visto, “también es capaz de altos niveles de
generalización”. En cada una de sus formas, la memoria humana implica la existencia de una serie de
conexiones entre cada tema y una rica estructura cognoscitiva de anterior adquisición. Estas conexiones -
correlacionar objetos y categorías sobre la base de la propia posición en el tiempo y en el espacio-
requieren una intencionalidad, un yo dotado de conciencia.
Todos estos factores, y no sólo la “capacidad volumétrica” de la memoria, actúan sobre los recuerdos, que
experimentan constantes reelaboraciones, aún más allá de la voluntad y de la conciencia de quien cree
recordar fielmente; “bien lo sabe, por ejemplo, quién se enfrenta al difícil problema de la veracidad de los
testimonios judiciales”.
La rememoración también puede vincularse con las preocupaciones por administrar la imagen de sí
mismo. “Ejemplos individuales de comportamiento frecuentes y mundanos no son representados en la
memoria por separado. Al contrario, los episodios tienden a mezclarse en una representación genérica,
volviendo así difícil determinar la frecuencia sobre la base de un procedimiento del tipo “recuerdo de los
episodios y enumeración”. Como consecuencia, los entrevistados deben basarse en una estrategia de
autoestima”.
Observaciones análogas valen también para las “historias de vida”, como enseña, por ejemplo, Portelli:
“Lo que me ha interesado en la historia oral no es su credibilidad, sino la frecuencia y la riqueza de las
desviaciones de la realidad y de las invenciones, donde se adensa la función valorativa del relato, del
juicio, del sueño, del deseo. Este hecho de larga duración que es la memoria, íntimo y colectivo, colocado
entre acontecimiento, imaginación y relato, entre historia y subjetividad, entre narradores y espectadores
que mezclan continuamente sus papeles… esta cadena de relaciones entrelazadas y ambiguas”.
Por consiguiente, a veces también puede ser engañosa la metáfora “arqueológica” del psicoanálisis
“descubrir la verdad oculta en la psique”: lo que emerge del pasado no es sólo una “verdad histórica”,
sino, en la rememoración del paciente, una “verdad narrativa”. En ella, los procesos lingüísticos y
cognitivos que sostienen la autoautonarración estructuran la experiencia perceptiva, organizan la memoria,
seleccionan y construyen los verdaderos acontecimientos de la vida. Gracias a la narración, siempre que
posea “coherencia, verosimilitud y adecuación interna y externa”, el sujeto puede encontrar
significatividad en la propia biografía. Por esto, hoy el yo también es concebido como producto de la
autonarracion y no sólo como referente estable.
Halbach ya consideraba que la memoria se basaba en las categorías del pensamiento, en los intereses y en
los aspectos que actúan en el presente, y que el pasado nunca resultaba accesible de manera directa, ni
tampoco nunca era conservado de manera definitiva, sino sólo en cuanto mediación con el presente, que
lo constituye cada vez de formas distintas. “Que al fin de cuentas el presente sea lo que propiamente existe
es una afirmación filosófica que se remonta por lo menos a San Agustín; el propio Bergson sólo se oponía
en parte y por razones de principio. La originalidad de Halbach consiste en plantear el postulado de que
el pasado que se hace presente en el acto del recuerdo no es un retorno de este, sino su efectiva
reconstrucción, una reformulación sujeta cada vez a reajustes y revisiones que derivan del cambio de los
puntos de vista que una y otra vez operan en el presente. En este planteo, la memoria emerge como un
conjunto dinámico, lugar no sólo de selecciones, sino de reinterpretaciones y reformulaciones del pasado.
Su función consiste, antes que en proporcionar imágenes “fieles” del pasado, en presentar los elementos
del pasado que garantizan a los sujetos el sentido de la propia continuidad y la conservación de la propia
identidad”.
Por otra parte, el presente no es omnipotente; su influencia es limitada por el mismo pasado que establece
vínculos con su propia reconstrucción: por ejemplo, no es posible reconstruir el pasado, si del mismo ha
desaparecido toda huella, ni tampoco es posible rememorarlo arbitrariamente si esta operación debe entrar
en competencia con otras reconstrucciones concurrentes, debidas a la pluralidad de las memorias
colectivas.
Por lo tanto, para ilustrar la función constructiva e interpretativa de la memoria, vale la imagen adoptada
por Arendt: es como la lenta e incesante obra de transformación marina de los relictos que han quedado
en el fondo, modificados por los continuos flujos de la vida4. Su incesante movimiento signa el ir y venir
entre pasado y presente, que modifica constantemente aquellos relictos: estos restos evocan el pasado,
pero también permiten reconstruir las corrientes, la fuerza transformadora del presente. Por tal motivo “un

4
En esta continua modificación existe una profunda diferencia con la historiografía lo que constituye la memoria es la
vivencia subjetiva no el conocimiento objetivo de los hechos por eso a menudo los protagonistas y los testigos de un
acontecimiento o de una época no se reconocen en la reconstrucción de los historiadores de lo que trata la historia es por
cierto de un pasado perdido pero no el que cada uno siente haber perdido la historia es más y menos que el pasado es
interpretación toma de distancia con el pasado la memoria en cambio comporta la participación emotiva en el Se presenta
como representación vaga fragmentaria incompleta siempre tendenciosa una reconfiguración del pasado sobre la base de las
exigencias del presente por eso según Harvard historia y memoria colectiva son Por cierto aspecto contrapuestos los
progresos de la historiografía hacen retroceder constantemente el pasado imaginario que ha sido construido por la memoria
colectiva para aries en cambio historia y memoria están integradas o en dialéctica la apelación a la memoria colectiva y a las
memorias privadas permite al historiadores abandonar el ámbito de los acontecimientos públicos de la cronología oficial para
tratar de entrar en la vida privada en las mentalidades en las historias locales que han estado sometidas y derrotadas ante el
triunfo de la historia sobre la memoria existe una remisión recíproca la historiografía se aúna con la memoria mediante
discursos que recurren a prueba cotejo documentos a su vez toda memoria debe confrontarse con una dimensión extra
subjetiva que le impide asumir solamente al Recuerdo Como rememoración verdadera
acontecimiento vivido está acabado, o por lo menos queda encerrado en la sola esfera de la experiencia
vivida, mientras que un acontecimiento recordado no tiene límites, porque sólo es la clave para todo lo
que ocurrió antes y después de él”.
La memoria como recurso
En el capítulo anterior he ilustrado los límites de la memoria, es decir, sus errores, las imprecisiones, las
perturbaciones, las lagunas signadas por el olvido, las áreas inaccesibles, los posibles efectos negativos,
etc. Además, he destacado la existencia de una relación entre memoria y significado, deteniéndome sobre
todo en los condicionamientos que parten del significado para imponerse a la capacidad de recordar.
Pero también es posible remontarse de los acontecimientos recordados a los criterios de significación para
tratar de interpretar a estos últimos. En este sentido, la memoria se convierte en instrumento de
interpretación y por lo tanto constituye un recurso hermenéutico: en efecto -como Afirma Ricoeur- todo
problema de significado plantea una cuestión hermenéutica.
Acontecimientos y memoria
La dimensión temporal de estas microunidades es mínima. La infinita descomponibilidad confirma la
naturaleza de la realidad como “inagotable multiplicidad extensiva e intensiva”. Para sustraerse al caos de
semejante indeterminación, para ejercer alguna forma de conocimiento y atribuir significados a la realidad,
se necesita reducir su complejidad: sobre la base de una “relación de valor”, se debe partir de un “punto
de vista”, que siempre es parcial y desde allí operar un recorte, seleccionar algunos elementos.
Los simples actos se podrían asimilar a los fotogramas de un film5, y el acontecimiento a un episodio.
Cada fotograma es único, pero el ojo del espectador no puede percibirlo separado de los demás fotogramas.
El episodio es, en cambio, una secuencia de fotogramas dotados de sentido, es decir, considerado
semánticamente conectados.
Instantes y acontecimientos distintos se conectan mediante nexos semánticos y temporales, o sea,
esquemas de significado que “constituyen recursos de la cultura con el propósito de esta última de dar
sentido al mundo y a la experiencia”.
En efecto, también los procesos de memorización comprenden una actividad selectiva, sin la cual el
individuo se percibiría a sí mismo, a la realidad circundante y al tiempo como un flujo informe y caótico
de instantes: “Imaginad un hombre que no poseyera en absoluto la capacidad de olvidar, que estuviera
condenado a ver para siempre un devenir: un hombre así ya no creería en su propio ser, no creería más en
sí, vería circular de una a otra todas las cosas, siempre en movimiento, y se perdería en este río del devenir:
al final, como verdadero discípulo de Heráclito, casi no se atrevería a levantar un dedo. Para todo actuar
es necesario el olvido: del mismo modo que para la vida de todo ser orgánico se requiere no solamente
luz, sino también oscuridad”.
Por otra parte, cualquier atribución de visibilidad ocurre siempre de manera parcial e indirecta, porque se
encuentra mediada por la perspectiva asumida; “todo lo que se experimenta como devenir o cómo pasar
depende de las hipótesis a través de las cuales se articula y se diferencia este fluido volumen de
acontecimientos”.
Ese carácter irremediablemente hipotético deriva del hecho de que la memoria, para remontarse a los
acontecimientos pasados, sólo dispone de indicios, de huellas a través de las cuales reconstruir (interpretar)
lo sucedido.

5
Recurro a esta semejanza sólo para invocar la dimensión minúscula e imperceptible del fotograma no para aludir a su
fotográfica fidelidad con respecto a la realidad según una metáfora parecida a la mía tendemos a considerar a los recuerdo
como instantáneas extraídas del álbum familiar que sí está ordenado como es debido se puede recuperar tal como son sin
embargo ahora sabemos que las experiencias no permanecen impresas como sobre una película fotográfica la memoria
trabaja de manera distinta conserva los elementos claves de una experiencia y luego los reconstruye a veces mientras
rememoramos un episodio personal agregamos las sensaciones las condiciones y hasta la enseñanza que extrajimos de él.
La imagen de la huella ayuda a ilustrar las potencialidades y los límites de los procesos de significación-
interpretación por parte de la memoria. Cuando un cazador descubre un rastro, puede pensar en el animal
que lo produjo, en la dirección de su desplazamiento, en la finalidad de su comportamiento, etc. Por otra
parte, el rastro no coincide con quién lo ha dejado; el rastro “significa sin hacer aparecer”, es un signo que
alude; está en lugar de, y por eso es solamente un elemento indicial, un fragmento supérstite del pasado,
un enigma que pide ser interpretado. La huella “indica el pasado de lo sucedido, sin mostrar lo que ha
pasado. Lo sucedido no está más, pero la huella queda. Así, la huella indica aquí, por lo tanto, remite al
espacio, y ahora, por lo tanto, ayuda el presente, lo sucedido en el pasado a los seres vivos; orienta la caza,
la búsqueda”. Otra característica de la huella reside en su labilidad: la condición para que pueda
remontarse a su referente es que este bien conservada.
La memoria también desempeña una función conservadora; debe custodiar un conjunto de huellas de
manera que estén disponibles para la interpretación. Esta tarea interpretativa es necesaria porque cada
elemento de nuestra memoria, tomado por separado, es sólo un indicio del pasado, que debe ser
reconstruido tratando de volver a recorrer la relación huella-referente. Para que esta interpretación sea
corroborada lo más posible, se debe disponer de muchas huellas y conectarlas -a través de nexos
significado- en un conjunto coherente.
A menudo dicha recomposición ocurre mediante esquemas narrativos; los mismos tejen en un entrelazado
común simples acontecimientos conservados en la memoria. Al explicar los hechos que representa, el
entrelazado narrativo les agrega sentido, que sin embargo es siempre pasible de cambio. En efecto, “las
formas del significado, si representan una dimensión de continuidad y de estabilidad en el tiempo, se
revelan, por su carácter reductivo, como susceptibles de continuas transformaciones”.
Pueden cambiar los acontecimientos recordados y las tramas narrativas adoptadas, pero -como veremos
mejor en el próximo parágrafo- de todos modos queda el sentido más profundo y hermenéutico del
rememorar, cuando nos reconocemos como herederos y deudores del pasado.
Hacer el balance de esta deuda, reconocerse herederos de una tradición constituye un aporte indispensable
para la definición de nuestra identidad, que se funda justamente en el sentido de continuidad en el tiempo
(soy siempre el mismo, aún si el tiempo transcurre, si cambian la realidad externa y la interior)6.
Esta continuidad de la identidad se expresa sobre todo vía la narración, que -como he señalado poco antes-
tiene precisamente la función de conectar en una trama única acontecimientos biográficos diversos. Sin
embargo, resulta difícil rastrear ficha continuidad, si para evocarla tenemos a disposición una memoria
fundada en indicios, fragmentos, huellas lábiles, esquemas narrativos cambiantes, etc.
Otra contribución de la memoria consiste en alimentar los esquemas narrativos a través de los cuales
definimos la identidad: “Ser idéntico a sí mismo quiere decir estar en condiciones de contarse a sí mismo,
o a los demás una historia. La memoria resulta esencial para contar una historia y, por lo tanto, sin memoria
no existe siquiera el problema de una identidad. Pero es sabido que las historias son siempre
interpretaciones y, además, interpretaciones de datos ya comprometidos por el modo en que la memoria
los ha seleccionado. Lo que queda de la identidad es el deseo de identidad, que es transformar la
contingencia que somos, así como el conjunto de las contingencias, en una verdad”.
Memoria y precomprensión
De lo que se deduce que, antes que cualquier juicio, actúan los pre-juicios. Cómo escribe Gadamer, “no
es la historia la que nos pertenece a nosotros sino que nosotros pertenecemos a la historia. Mucho antes

6
Locke funda la coherencia y la permanencia de la identidad en la percepción de uno mismo al cabo del tiempo la función de
la memoria es la de mantener los distintos momentos de nuestras relaciones perceptivas pero como ser Va papi cada
percepción no es igual a las demás y es transparente tiene otra sino que está condicionada por emociones criterios diferentes
de relevancia por lo que la identidad es muy problemática en la huella del psicoanálisis hoy se considera qué en cada
individuo coexisten varias memorias y diversas modalidades de identidad en precario y cambiante equilibrio.
de llegar a una autocomprensión a través de la reflexión explícita, nos comprendemos según esquemas
irreflexivos en la familia, en la sociedad, en el Estado en que vivimos. La subjetividad es sólo un espejo
fragmentario. La autorreflexión del individuo no es más que un fulgor en el compacto fluir de la vida
histórica. Por esto los prejuicios del individuo son constitutivos de su realidad histórica más de cuánto lo
son sus juicios.
El valor positivo está en el hecho de que los pre-juicios nos orientan y constituyen las condiciones para
adquirir experiencias y para atribuirles significado: “No tanto nuestros juicios, sino nuestros prejuicios
constituyen nuestro ser. Los prejuicios no son necesariamente injustificados y erróneos por el hecho de
que enmascaran la verdad. Es más, en verdad, la historicidad de nuestra experiencia implica que los
prejuicios constituyan, en el significado etimológico de la palabra, los lineamientos orientadores
provisorios que hacen posible toda nuestra experiencia. Son precauciones que caracterizan nuestra
apertura al mundo, condiciones que nos permiten adquirir experiencias, en virtud de las cuales, finalmente,
todo lo que encontramos nos dice algo”.
La ambivalencia de los pre-juicios -el ser vínculos y al mismo tiempo oportunidades- se refleja su relación
con la memoria. En tanto límites impuesto al conocimiento, filtran la memoria, que no es una reproducción
completamente fiel exhaustiva: de dónde se deduce que “ser históricamente nunca significa ser sólo reflejo
afuera del suceder, sino tener todo lo sucedido frente a mí.
Por otra parte, en tanto pre-juicio, la memoria permite los juicios y, según su peculiar tarea, alimenta la
tradición (es decir, la continuidad generacional de sentido): “Retener, olvidar, recordar pertenecen a la
historicidad constitutiva del hombre y también constituyen en sí mismos una parte de su historia y de su
cultura”.
Sólo a través de ese lazo, y gracias al trabajo de la memoria, en el hombre el pasado se sustrae al caos,
adquiere sentido y se vuelve comunicable. Así, el poder del recuerdo envuelve la vida humana; la
conciencia reconstruye lo que ya ha sucedido o, de todos modos, representa algo cuya existencia precede
a aquella representación; “sólo por el hecho de que, pensando, volviendo a pensar, comparando,
separando, uniendo, el hombre limita aquel elemento no histórico, sólo por el hecho de que dentro de
aquella envolvente nube de vapor nace una claridad y centellean rayo de luz -es decir, sólo a fuerza de
usar el pasado para la vida y de transformar la historia pasada en historia presente-, el hombre se convierte
en hombre”.
La memoria contribuye con esta participación porque es experiencia del pasado, en el sentido más
profundo de la expresión. Realizar significa integrar y, como hemos visto, la memoria integra pasado y
presente, funde sus horizontes, los media a través de la dialéctica entre el distanciamiento y achicamiento
de la distancia. El presente -a través de la memoria- “aplica” el pasado, se apropia de manera crítica de la
tradición.
La memoria es un recurso indispensable para cada uno de estos tres componentes: expresan lo ya dicho a
través de sus objetivaciones; alimenta en el sujeto el diálogo consigo mismo y fortalece su identidad:
constituye, además, un recurso indispensable también para la reproducción de la realidad intersubjetiva
mediante la actividad narrativa y la transmisión de la tradición.
En dialogo con la memoria
Hemos visto como el significado alimenta la memoria a través de nexos semánticos-temporales y como,
a su vez, la memoria da fuerza a las estructuras de significado, sobre todo a las representaciones del
devenir, a la identidad individual o colectiva y a sus expresiones narrativas.
Me he referido a un movimiento análogo a propósito de las precomprensiones: éstas orientan y sostienen
la actividad selectiva de la memoria; al mismo tiempo esta última conserva la tradición y así permite su
transmisión, de modo que el horizonte histórico-lingüístico se reproduzca y la experiencia de la
temporalidad continúe siendo posible.
En otras palabras, a través de la continuidad de la memoria “la tradición se convierte en una parte de
nuestro mundo y lo que nos comunica puede transformarse inmediatamente en expresión”.
La relación cognitiva pasado-presente tampoco es lineal, sino circular, en tanto “nuestro conocimiento del
mundo presente depende de nuestro conocimiento del pasado, que funciona como punto de referencia de
nuestra experiencia actual. Si la experiencia de nuestro presente depende de nuestro conocimiento del
pasado, aquella, su vez, contribuye a plasmar la visión de este último. Pasado y presente están ligados
entre sí por un círculo mutuamente interpretativo”.
En el léxico hermenéutico, el término “círculo” no designa un itinerario cerrado en sí mismo, repetitivo y,
por eso, estéril, sino el sendero recorrido por cada comprensión, siempre que produzca una transformación.
Esto también vale para la memoria, la que no se agota en la tarea de custodiar las “huellas” del pasado,
sino que siempre tiende a reorganizarlas, a transformarlas, adaptándolas constantemente, de modo de
enriquecer de significados al presente. Así, la memoria colabora de manera determinante no sólo en la
conservación de lo que ha sido, sino también en la construcción de lo que es.
A su vez, dicha construcción, a través de la relación entre memoria y precomprensiones, vuelve a estas
últimas, las interpela y las adapta. Este itinerario circular -en su constante ir y venir- modifica la
representación del pasado y la del presente, con una actividad interpretativa inagotable.
Esta “in-concluencia” deriva del hecho de que en la relación entre sujeto (intérprete) y “objeto” (un
referente memorizado, un texto conservado, una acción transcurrida, un acontecimiento pasado, lo
“vivido” etc.) interactúan incesantemente la dimensión de la ajenidad y la de la familiaridad.
En el diálogo con el pasado, el recuerdo caracteriza la familiaridad y el olvido, la ajenidad. “Toda forma
de comunicación humana, todo lo que percibimos, nos habla.
Tradición y transmisión mantienen su verdadero significado no en el constante fijarse a lo tradicional, sino
en el hecho de que representan un partner experto y constante en el coloquio que somos. Por el hecho que
nos responden y hasta que nos planteen nuevas solicitudes, demuestran su auténtica realidad y su continua
vitalidad”.
El olvido no es silencio, sino lo ajeno, lo no dicho que puede tornarse expresión y volverse familiar gracias
a la apertura hacia sus preguntas, en una actitud de constante escucha: “Considero como una de las
mayores intuiciones que me haya transmitido alguien el hecho que una vez Heidegger, hace décadas, nos
explicó que el pasado no se encuentra eminentemente en el recuerdo sino en el olvidar”.
Así entendido, el olvido no se contrapone a la memoria, no es su negación, sino que constituye su
condición indispensable; la memoria no puede ser concebida sólo como la facultad, más o menos
desarrollada, de extraer de un archivo informaciones con las que el sujeto ya se ha familiarizado. Gadamer
denuncia la reductividad de esta posición: “Retener, olvidar, recordar pertenecen a la constitutiva
historicidad del hombre y, más aún, constituyen una parte de su historia y de su cultura”. Por eso, la
memoria no es simplemente una facultad de analizar según una perspectiva psicométrica o que se ejerce
a través de técnicas específicas (como, por ejemplo, las mnemotecnias). Memoria “no es, de hecho,
memoria en general, para cualquier cosa. Se tiene una memoria para ciertas cosas, para otras no; hay cosas
que se quieren conservar en la memoria, otras que son proscritas”. Este es un fenómeno a considerar
“como una característica esencial del ser histórico-finito del hombre. La relación retener-recordar
pertenece al fenómeno del olvido, el que no es sólo perdida y falta, sino, cómo lo ha subrayado Nietzche,
una condición de la vida del espíritu. Sólo a través del olvido el espíritu conserva la posibilidad de la
renovación total, la capacidad de ver todo con una mirada nueva, de manera de fundar en una unidad
articulada lo que es familiar con lo nuevo que se le presenta”.
Gadamer propone concebir la memoria como apertura hacia el olvido y búsqueda continua; es un modo
de entenderla distinto, contrapuesto no sólo respecto a la facultad mnemónica, sino también a la memoria
informática. En nuestra sociedad -prosigue Gadamer- el enorme desarrollo de la tecnología aplicada a la
información amenaza la memoria, puesto que pone en peligro la posibilidad de olvidar y esto, entre otras
cosas, incide en la naturaleza más íntima de la búsqueda.
Interpretar la memoria
Las expresiones de la memoria y del olvido constituyen materia de interpretación, en cuanto ambas son
objeto de significación; debemos ahora preguntarnos de qué modo interpretarlos y cómo hacerlo en la
perspectiva hermenéutica de una constante apertura.
Entre los significados del olvido pueden incluirse en primer lugar las “hendiduras”, “las grietas” de las
que habla Proust, que surcan la masa indistinta de la memoria; los puntos oscuros, indicados por Nietzche,
que por contraste permiten definir de manera más clara los recuerdos seleccionados; los espacios vacíos
en la cera que, en la semejanza platónica, permiten percibir mejor las huellas dejadas por el punzón; la
ajenidad, la provisoriedad del recuerdo, que solicita nuevas preguntas, según la concepción propuesta por
Gadamer.
También las en las ciencias humanas, los “silencios de la memoria” merecen ser escuchado. Cuando en
un coloquio o en una entrevista narrativa el sujeto no recuerda algo, su olvido puede revestir un significado
importante: puede constituir una censura del inconsciente o de todos modos el efecto de un trauma
personal, o de un tabú cultural; el sujeto también puede olvidar un acontecimiento porque la cultura
colectiva o las propensiones personales le atribuyen un bajo grado de relevancia.
Algunas veces las fracturas biográficas, las cesuras que interrumpen la continuidad existencial, los hechos
que signan un vuelco en la vida personal son desdibujados, olvidados, para comunicar a sí mismo y a los
demás una imagen más coherente y continuada de la propia identidad.
Otros “silencios de la memoria” pueden expresar ajenidad, diferencia con respecto a significados
objetivados. Cuando el entrevistado no recuerda haber dicho cuánto encuentra en la transcripción de su
entrevista, esto puede ocurrir no sólo porque es “desmemoriado”, sino porque la traslación de lo hablado
a lo escrito, como en cualquier otra traducción, también es siempre una “traición”.
Como el olvido, también la distorsión del recuerdo puede representar un recurso hermenéutico para el
investigador.
La literatura metodológica ha recogido una rica colección de ejemplos. Si el entrevistado no miente
deliberadamente, pero de todos modos anticipa o dilata la fecha de un acontecimiento narrado, o asocia
en su relato episodios que en cambio ocurrieron a una gran distancia temporal, sin nexos “efectivos” entre
ellos, esto puede representar de manera fiel no la realidad “fáctica”, sino el significado que el entrevistado
les atribuye. Puede acercar dos hechos porque los hace derivar de una misma causa, o por qué los aúna
dentro de un mismo proceso de “tipificación”, o porque así entiende responder a los cánones de la
“deseabilidad social”. Se podrían agregar otros ejemplos: en la “atribución equivocada” -una dinámica
estudiada sobre todo por los psicólogos- se adscribe un recuerdo a la fuente o al contexto equivocado por
influjo de los conocimientos y convicciones presentes en los recuerdos.
La lista de distorsiones significativas podría ampliarse y confirmar que “la relación entre relato de un
acontecimiento y relato como acontecimiento subraya la función de la memoria no como depósito de
hechos, sino como matriz de Significados La “verdad” de la memoria es entendida preponderantemente
como constante ajuste a las necesidades de vivir el presente y el futuro. En tal proceso no hay nada de
reductivo. Más aún, la reelaboración del recuerdo devela significados del pasado no evidentes
anteriormente.
Los motivos de este constante ajuste pueden ser múltiples: los límites siempre móviles entre memoria y
olvido, las orientaciones y las representaciones que gobiernan la selección de los recuerdos, los
estereotipos, las motivaciones, las opiniones y las actitudes del sujeto, acontecimientos dolorosos que
perturban la interacción cognitiva entre presente y pasado, nuevos nexos significado que tejen en una
nueva trama las representaciones de algunos acontecimientos, etc.
De todos modos, existe una razón más “estructural”; un acontecimiento pasado, en tanto conjunto
indeterminable de actos y trama compleja de sentido, puede ser recordado atribuyéndole significados todas
las veces distintos. Sobre todo si es denso en su significado, no manifiesta su sentido de una sola vez, sino
que continúa “liberándolo gradualmente y a lo largo del tiempo, a menudo directamente en procesos
interminables. Es decir, existen experiencias que resultan irreductibles a la primera interpretación, la que
es “dada” en caliente, justamente porque contiene un exceso -y no falta- de sentido”. Así, el
acontecimiento es activamente modificado por su interpretación, que aumenta el significado del propio
acontecimiento.
Esta polisemia se vuelve aún más evidente cuando –como en las historias de vida o en las entrevistas
hermenéuticas- se pide al entrevistado que recuerde no acontecimientos aislados, sino el conjunto de su
vivencia”, que es mucho más compleja y densa de implicaciones. No casualmente, Gadamer subraya como
esto se constituye en el recuerdo, pero no se agota en ningún recuerdo específico.
Resulta problemático no sólo interpretar la vivencia contada por los demás, sino también contar la propia,
porque la narración tiene una naturaleza intrínsecamente dialéctica, por una especie de multiplicación del
yo. En efecto, en el lenguaje, en el relato y en las otras esterilizaciones donde el sujeto se objetiva, y a
partir de las cuales puede recuperarse, actúa la dimensión de la alteridad, o sea, el “yo como otro” (en
cuanto otro). El sujeto que se recuerda se convierte -por lo menos en parte- en “otro”, porque asume el
papel tanto de personaje de una trama como de synaition (Aristóteles), es decir, de coautor: “Al elaborar
el relato de una vida de la que no soy el autor en cuanto a su existencia, me vuelvo coautor en cuanto al
sentido”.
Cuando un sujeto quiere compendiar sus propias vicisitudes, para trazar una secuencia significativa y
sobre todo si el arco de tiempo comprendido es bastante amplio, frecuentemente confía en un punto de
vista axiológico o teleológico que desde el presente ilumine el pasado.
En la autobiografía de un convertido el cambio autobiográfico asume la forma de una fractura cognitiva
y comportamental, que produce una “verdadera revolución de la memoria”: ésta redefine radicalmente la
identidad del individuo, cuyo pasado pasa a asumir casi solamente el significado de preparación para la
conversión. Los nexos que, antes del cambio, servían para explicar el pasado ahora se han borrado o han
sido derivados a un papel secundario, para dejar espacio a nuevos nexos que enlazan los acontecimientos
dentro de un diseño providencialista.
A través de estos ejemplos podemos intuir todo lo dinámica que resulta la memoria del hombre: “está
viva, mezcla una y otra vez el pasado, inventando categoría sin precedentes, buscando relaciones entre los
propios pensamientos, los sentimientos, los conocimientos: relaciones reales o imaginarias, o ambas”.
Dicha vivacidad puede constituir un obstáculo, cuando se le pide al recuerdo que se sustraiga a los
sentimientos, para recordar los acontecimientos pasados de la manera más fiel posible: es el caso, por
ejemplo, de la historia oral, cuya base empírica programáticamente va más allá de las fuentes oficiales y
también llega incluir el testimonio de los sujetos marginales para una reconstrucción historiográfica más
completa.
No es la fidelidad de un recuerdo, sino las modalidades con las que se estructura, lo que se convierte en
un aspecto a considerar con atención cuando los objetivos cognitivos del investigador atañen a valores,
actitudes y representaciones del entrevistado.
No es el acontecimiento en sí lo que interesa al sociólogo; no se trata de construirlo objetivamente desde
un ideal punto de vista imparcial sino, al contrario, de reconocerlo así cómo se presenta al individuo para
comprender que representa para él.
El entrevistado recuerda el propio pasado releyéndolo a la luz del presente, es decir, sobre la base de una
situación que él mismo, junto al entrevistador y al investigador, define a través de la entrevista. En ese
sentido, la narración se desarrolla en un doble registro: cuenta lo que ha ocurrido y, al mismo tiempo, lo
que se encuentra en curso. En efecto, como señala Benjamin, “la narración no apunta, como la
información, a comunicar el puro en sí de lo sucedido, sino que lo baja la vida del relator, para ofrecérselo
a los oyentes, como experiencia. Así queda el signo del narrador, como el de la mano del vasallo en la
copa de arcilla”.
Por más que un recuerdo pueda ser infiel, si el sujeto es sincero, de todos modos, tiene efectos reales. De
ahí el así llamado teorema de Thomas: “Si los hombres definen ciertas situaciones como reales, las mismas
son reales en sus consecuencias”.
Un investigador que se ocupe de opiniones y actitudes puede encontrar una amplia fuente de
informaciones en las creencias, en los recuerdos y en las consecuencias de esos recuerdos. También por
ese motivo, la memoria es un precioso recurso hermenéutico: para emplear las palabras de Ricoer, permite
develar lo que de otro modo permanecería latente, desplazar en otra dirección el origen del sentido.

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