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Ramon Maria Del Valle-Inclan - Santa Baya de Cristamilde

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Santa Baya de Cristamilde

Ramón María del Valle-Inclán

textos.info
Biblioteca digital abierta

1
Texto núm. 4074

Título: Santa Baya de Cristamilde


Autor: Ramón María del Valle-Inclán
Etiquetas: Cuento

Editor: Edu Robsy


Fecha de creación: 31 de octubre de 2018
Fecha de modificación: 31 de octubre de 2018

Edita textos.info

Maison Carrée
c/ Ramal, 48
07730 Alayor - Menorca
Islas Baleares
España

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2
I
Doña Micaela de Ponte y Andrade, hermana de mi abuelo, tenía los
demonios en el cuerpo, y como los exorcismos no bastaban a curarla,
decidiose en consejo de familia, que presidió el abad de Brandeso, llevarla
a la romería de Santa Baya de Cristamilde. Fuimos dándole escolta yo y
un criado viejo. Salimos a la media tarde para llegar a la media noche, que
es cuando se celebra la misa de las endemoniadas.

3
II
Santa Baya de Cristamilde está al otro lado del monte, allá en los arenales
donde el mar brama. Todos los años acuden a su fiesta muchos devotos.
Por veces a lo largo de la vereda, hállase un mendigo que camina
arrastrándose, con las canillas echadas a la espalda. Se ha puesto el sol, y
dos bueyes cobrizos beben al borde de una charca. En la lejanía se
levanta el ladrido de los perros vigilantes en los pajares. Sale la luna y el
mochuelo canta escondido en un castañar. Cuando comenzamos a subir
el monte es noche cerrada, y el criado, para arredrar a los lobos, enciende
un farol. Delante va una caravana de mendigos: se oyen sus voces
burlonas y descreídas: como cordón de orugas se arrastran a lo largo del
camino. Unos son ciegos, otros tullidos, otros lazarados. Todos ellos
comen del pan ajeno. Van por el mundo sacudiendo vengativos su miseria
y rascando su podre a la puerta del rico avariento: una mujer da el pecho a
su niño, cubierto de lepra, otra empuja el carro de un paralítico: en las
alforjas de un asno viejo y lleno de mataduras van dos monstruos: las
cabezas son deformes, las manos palmípedas.

Al descender del monte, el camino se convierte en un vasto arenal de


áspera y crujiente arena. El mar se estrella en las restingas, y de tiempo
en tiempo una ola gigante pasa sobre el lomo deforme de los peñascos
que la resaca deja en seco: el mar vuelve a retirarse bramando, y allá en el
confín vuelve a erguirse negro y apocalíptico, crestado de vellones
blancos: guarda en su flujo el ritmo potente y misterioso del mundo. La
caravana de mendigos descansa a lo largo del arenal. Las endemoniadas
lanzan gritos estridentes al subir la loma donde está la ermita y cuajan
espuma sus bocas blasfemas: los devotos aldeanos que las conducen
tienen que arrastrarlas. Bajo el cielo anubarrado y sin luna, graznan las
gaviotas. Son las doce de la noche y comienza la misa. Las endemoniadas
gritan retorciéndose:

-¡Santa tiñosa, arráncale los ojos al abad!

Y con el cabello desmadejado y los ojos saltantes, pugnan por ir hacia el


altar. A los aldeanos más fornidos les cuesta trabajo sujetarlas: las

4
endemoniadas jadean roncas, con los corpiños rasgados, mostrando la
carne lívida de los hombros y de los senos: entre sus dedos quedan
enredados manojos de cabellos. Los gritos sacrílegos no cesan durante
toda la misa:

-¡Santa Baya, tienes un can rabioso que te visita en la cama!

Terminada la misa, todas las posesas del mal espíritu son despojadas de
sus ropas y conducidas al mar, envueltas en lienzos blancos. Las
endemoniadas, enfrente de las olas, aúllan y se resisten enterrando los
pies en la arena. El lienzo que las cubre cae, y su lívida desnudez surge
como un gran pecado legendario, calenturiento y triste. La ola negra y
bordeada de espumas se levanta para tragarlas y sube por la playa, y se
despeña sobre aquellas cabezas greñudas y aquellos hombros tiritantes.
El pálido pecado de la carne se estremece, y las bocas sacrílegas escupen
el agua salada del mar. La ola se retira dejando en seco las peñas, y allá
en el confín vuelve a encresparse cavernosa y rugiente. Son sus embates
como las tentaciones de Satanás contra los santos. Sobre la capilla vuelan
graznando las gaviotas, y un niño, agarrado a la cadena, hace sonar el
esquilón. La santa sale en sus andas procesionales, y el manto bordado
de oro, y la corona de reina, y las ajorcas de muradana resplandecen bajo
las estrellas. Prestes y monagos recitan gravemente sus latines, y las
endemoniadas, entre las espumas de una ola, claman blasfemas:

¡Santa tiñosa!
¡Santa rabuda!
¡Santa salida!
¡Santa preñada!

Los aldeanos, arrodillados en la playa, cuentan las olas: son siete las que
habrá de recibir cada poseída para verse libre de los malos espíritus y
salvar su alma de la cárcel oscura del infierno: ¡son siete como los
pe-cados del mundo!

5
III
Al amanecer volvimos a tomar el camino ya de retorno. Oíase lejano el
canto de otros romeros que iban por los atajos. Mi tía no daba tregua a los
suspiros, unos suspiros largos y penetrantes de vieja histérica. Murió a
pocos días tan cristiana, que sus sobrinas todavía recuerdan edificadas el
milagro.

6
Ramón María del Valle-Inclán

Ramón Valle y Peña (Villanueva de Arosa, 28 de octubre de 1866-


Santiago de Compostela, 5 de enero de 1936), también conocido como
Ramón del Valle-Inclán o Ramón María del Valle-Inclán, fue un
dramaturgo, poeta y novelista español, que formó parte de la corriente
literaria denominada modernismo en España y se encuentra próximo, en
sus últimas obras, a la denominada generación del 98. Se le considera uno
de los autores clave de la literatura española del siglo XX.

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Novelista, poeta y autor dramático español, además de cuentista,
ensayista y periodista. Destacó en todos los géneros que cultivó y fue un
modernista de primera hora que satirizó amargamente la sociedad
española de su época. Nació en Villanueva de Arosa (Pontevedra) y
estudió Derecho en Santiago de Compostela, pero interrumpió sus
estudios para viajar a México, donde trabajó de periodista en El Correo
Español y El Universal. A su regreso a Madrid llevó una vida literaria,
adoptando una imagen que parece encarnar algunos de sus personajes.
Actor de sí mismo, profesó un auténtico culto a la literatura, por la que
sacrificó todo, llevando una vida bohemia de la que corrieron muchas
anécdotas. Perdió un brazo durante una pelea. En 1916 visitó el frente
francés de la I Guerra Mundial, y en 1922 volvió a viajar a México. Por su
vinculación con el carlismo en 1923 fue nombrado caballero de la Orden
de la Legitimidad Proscrita por Jaime de Borbón y Borbón-Parma.

Respecto a su nombre público y literario, Ramón del Valle-Inclán es el que


aparece en la mayoría de las publicaciones de sus obras, así como en los
nombramientos y ceses de los cargos administrativos institucionales que
tuvo en su vida. El nombre de Ramón José Simón Valle Peña sólo aparece
en los documentos de la partida de bautismo y del acta de matrimonio.
Como Ramón del Valle de la Peña sólo firma en las primeras
colaboraciones que realiza en su tiempo de estudiante universitario en
Santiago de Compostela para Café con gotas. Semanario satírico
ilustrado. Con el nombre de Ramón María del Valle-Inclán se le encuentra
en algunas ediciones de ciertas obras su época modernista, así como en
un texto igualmente de su época modernista, que responde a una
particular «autobiografía». No sólo él mismo toma a veces este nombre
durante esta época literaria, sino que también Rubén Darío igualmente así
le declama en la «Balada laudatoria que envía al Autor el Alto Poeta
Rubén» (1912). Por otra parte, tanto en la firma ológrafa que aparece en
todos sus textos manuscritos, como en el membrete del papel timbrado
que utiliza, sólo indica Valle-Inclán, a secas.

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