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Bobbio, N. - El Futuro de La Democracia

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NORBERTO BOBBIO

EL FUTURO
DE LA DEMOCRACIA
Traducción de
JOSÉ F. FERNÁNDEZ SANTILLÁN

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA


méxico
VI. CONTRATO Y CONTRACTUALISMO EN EL
DEBATE ACTUAL

UNA VEZ MÁS SOBRE EL MERCADO POLÍTICO

CUANDO Henry Summer Maine definió el paso de las sociedades arcaicas a las
sociedades evolucionadas como el paso de la sociedad de status a la sociedad
de contractus, se refería esencialmente a la esfera del Derecho privado.97 Eran
los años en los que el crecimiento de la sociedad mercantil, definida por Spen-
cer como paso de las sociedades militares a las sociedades industriales, hacía
prever una expansión de la sociedad civil en perjuicio del Estado, de la esfera
de las relaciones privadas, interpretadas como paritarias, en perjuicio de la de
las relaciones públicas de carácter desigual o de supremacía de una parte
sobre otra; en suma, al debilitamiento, si no precisamente a una desapari-
ción, del Estado, el ente históricamente caracterizado por un poder de manda-
to exclusivo e irresistible.
Él Estado no sólo no ha desaparecido, sino que ha crecido y extendido hasta
provocar la imagen del pulpo de los mil tentáculos. Sin embargo, en compen-
sación, la figura del contrato (con el séquito de todas las figuras afines que
lo preceden, lo siguen y lo sustituyen) es empleada cada vez más por los
escritores políticos para comprender las relaciones reales que tienen lugar en
su interior. Se habla de mercado político y de intercambio político, en com-
paración con un fenómeno típico de la relación privada que siempre fue co-
locado fuera.de la esfera pública, más aún en antítesis a ella. Se habla de voto
de intercambio en oposición al tradicional voto de opinión como si el voto
fuese también una mercancía que se compra pagando, o en términos más
realistas prometiendo, el "equivalente a un precio" (uso a propósito la expre-
sión con la que el artículo 1420 de nuestro Código Civil define el contrato
de compraventa), un precio cuya entidad el hombre político, no por casua-
lidad comparado por Schumpeter con un empresario, recaba de los recursos
públicos de los que es capaz de disponer, o de los que hace creer que puede
disponer. En términos más generales, en referencia, no tanto a la relación
personal o personalizada entre clase política y ciudadanos, entre gobernantes
y gobernados, sino a la relación entre los grandes grupos de interés o de poder

97
En el actual debate sobre el contractualismo y sobre el neo-contractualismo no es posible
dejar de recordar el famoso libro .(más famoso que leido) de H. S. Maine The Ancient Law (1861)
que combina la tesis del paso de la sociedad de status a la sociedad de contrato como disolución
de las relaciones familiares y aumento de las relaciones entre los individuos, con la critica de las
teorías del contrato social consideradas no-realistas. En su comentario Pollock observa que la tesis
de Maine debe ser interpretada como limitada al Derecho de propiedad, por tanto al Derecho
privado (véase The Ancient Law, Beacon Press, Boston, 1963, p. 422).
102
CONTRATO Y CONTRACTUALISMO EN EL DEBATE ACTUAL 103

que caracterizan a una sociedad pluralista y poliárquica, como la de las de-


mocracias capitalistas; se habla, con una terminología típica de las relaciones
de intercambio contrapuestas a las relaciones de dominio, de conflictos que se
resuelven mediante convenios, transacciones, negociaciones, compromisos,
convenciones, acuerdos, y se concluyen, o se auspicia que se concluyan, en
un pacto social con respecto a las fuerzas sociales (sindicatos), o en un pacto po-
lítico en referencia a las fuerzas políticas (partidos), o incluso en un pacto
nacional con respecto a la reforma constitucional. En Italia se presume que
exista una "conventio ad excludendum", un acuerdo (se entiende tácito) entre
algunos partidos para excluir a otros de las coaliciones de gobierno. En fin,
se habla no ya desde un punto de vista descriptivo sino prescriptivo, o más
débilmente, propositivo, en referencia incluso a una refundamentación del
pacto político general, de un nuevo contractualismo, retomando de esta ma-
nera la vieja idea, caída en descrédito después de la crisis del iusnaturalismo
gracias a las doctrinas historicistas y utilitaristas, de conformidad con la cual
la sociedad política es considerada originalmente como el producto de un
acuerdo voluntario entre individuos, al menos formalmente, iguales.

CRISIS DEL ESTADO SOBERANO

Naturalmente es necesario evitar hacer de una flor un ramillete, y tomar en


consideración las distinciones debidas (como haré más adelante). Mientras
tanto, no se puede dejar de resaltar que toda esta terminología usada tradi-
cionalmente para representar la esfera de los intereses privados por debajo del
Estado y, a lo más, la esfera de las relaciones internacionales, por encima
del Estado, ofrece una representación de la esfera del Derecho público interno,
ubicado entre la esfera del Derecho privado y la del Derecho internacional
o Derecho público externo, diferente de la que ha dominado la teoría política
y jurídica a lo largo de toda la formación del Estado moderno. Hablé de re-
presentación porque la teoría del Estado moderno está concentrada totalmente
en la figura de la ley como fuente normativa principal de las relaciones de
convivencia, contrapuesta a la figura del contrato, cuya fuerza normativa está
subordinada a la de la ley y se desarrolla solamente dentro de los límites de
validez establecidos por ella, y en el mejor de los casos reaparecer, bajo la
forma de Derecho contractual allí donde la soberanía de cada Estado choca
con la de los otros Estados. Aun allí donde el origen del Estado se hace remon-
tar a un pacto original, este pactum subiectionis o dominationis (no es dife-
rente el contrato social de Rousseau que también es un pacto de sumisión, si
no por la forma, sí por el resultado) tiene por objeto la atribución a una per-
sona, no importa si natural (el rey) o artificial (la asamblea), del Derecho
de imponer la propia voluntad mediante aquel tipo de norma general obliga-
104 CONTRATO Y CONTRACTUALISMO EN EL DEBATE ACTUAL

toria totalmente colectiva que es precisamente la ley. Sean los contrayentes


de este pacto el pueblo, por un lado, y el soberano, por otro, y en este caso
se trata de un contrato bilateral, o los mismos individuos que se ponen de
acuerdo entre ellos para obedecer a un soberano, en este caso se trata de un
contrato multilateral, o mejor dicho de un acto colectivo, la figura del contra-
to es la base de un sistema de convivencia en la que la fuente principal del
Derecho, y por tanto de la reglamentación de las relaciones sociales, ya no
será, una vez agotada la función fundadora del contrato original, el contrato
o acuerdo entre las partes, sino la ley que instaura las relaciones de subordina-
ción. £1 poder que hace de un soberano un soberano, que hace surgir el Estado
como unidad de dominio, y por tanto como totalidad, a partir de la sociedad
compuesta de partes en cambiantes y efímeras relaciones entre ellas, es el Poder
legislativo. La idea de la comunidad política, desde la polis griega hasta el
Estado moderno, está íntimamente vinculada, en contraste con el Estado de
naturaleza, a la idea de una totalidad que mantiene unidas a las partes, que
de otra manera estarían en perpetuo conflicto entre ellas. Lo que asegura la
unidad del todo es la ley y quien tiene el poder de hacer leyes, de condere
leges, es el soberano.
Pero se trata de una "representación". La realidad de la vida política es
muy diferente. La vida política se desarrolla mediante conflictos que jamás son
resueltos definitivamente, cuya solución se da mediante acuerdos momentáneos,
treguas, y aquellos tratados de paz más duraderos que son las constituciones.
Este conflicto entre la representación y la realidad puede ser ejemplificado
por la discordia entre la ininterrumpida continuidad del conflicto secular,
característico de la edad moderna, entre los estamentos y el monarca, entre
los parlamentos y la corona, y la doctrina del Estado basada en el concepto
de soberanía, de unidad de poder, de primacía del poder legislativo, que se
produjo en el mismo periodo gracias a escritores políticos y de Derecho público
como Bodin, Rousseau, Hobbes y Hegel. Pero la doctrina que siempre tiene
un carácter normativo y no solamente explicativo, y traza las lineas de lo que
debería ser, mientras pretende presentarse cómo comprensión y explicación
de lo que sucede, a veces sobreponiéndose a la realidad, forzándola, adap-
tándola, simplificándola para reducirla en un sistema compuesto, unitario
y coherente, no solamente impulsada por pasiones intelectuales, sino también
por ambiciones proyectadas, puede contribuir a retardar la toma de conciencia
de las transformaciones que están teniendo lugar o a dar interpretaciones dis-
torsionadas de ellas. Una de las características de la doctrina del Estado que
terminó por prevalecer es la superioridad del Derecho público, y la consecuen-
te imposibilidad de comprender las relaciones de Derecho público recurriendo
a las categorías tradicionales del Derecho privado. Desde este punto de vista
es ejemplar la posición de Hegel, según el cual las principales categorías del
Derecho privado, la propiedad y el contrato, son insuficientes para hacer com-
CONTRATO Y CONTRACTUALISMO EN EL DEBATE ACTUAL 105

prender la realidad del Derecho público que antecede a la organización de la


totalidad, mientras el Derecho privado se ocupa de la resolución de los conflic-
tos entre partes independientes que permanecen como tales a pesar de las obli-
gaciones jurídicas, e iguales al menos formalmente. Tales categorías, no pro-
porcionan una justificación plausible de la majestad del Estado, que tiene
sobre los ciudadanos el Derecho de vida y de muerte, y del que los ciudada-
nos no pueden salir como lo pueden hacer de cualquier sociedad (incluso de
la familia cuando son mayores de edad), ni poner sobre bases sólidas la filoso-
fía política que no tiene que ver con el "sistema del atomismo", sino con un
cuerpo orgánico, en el que cada parte está en función de las demás, y todas
juntas en función del todo. 98 De acuerdo con esta concepción de las relaciones
entre Derecho privado y público, una sociedad como la medieval, en la que
todas las relaciones políticas son subsumibles en la disciplina del Derecho pri-
vado, representan la edad de la decadencia. De esta manera el Imperio alemán
para Hegel ya no es un Estado porque las relaciones entre los príncipes y el
imperio y entre los mismos príncipes, que deberían estar reguladas por el
Derecho público, son tratadas en cambio como relaciones del Derecho privado
(familiares y patrimoniales).

E L "PARTICULARISMO" COMO CATEGORÍA HISTÓRICA

No por casualidad hice referencia al medievo. Cuando se comenzó a eviden-


ciar, sobre todo después de la primera Guerra Mundial, la diferencia entre
el modelo heredado del Estado como poder concentrado, unitario y orgánico, y
la realidad de una sociedad lacerada, dividida én grupos antagónicos, que
tienden a dominarse y establecer entre ellos treguas, pero no una paz duradera,
se comenzó a hablar de retorno al medievo, al menos por parte de una corrien-
te conservadora para la que la doctrina del Estado dominante ya no era capaz
de ofrecer instrumentos idóneos para entender que la aparente fase degenera-
tiva del proceso de formación del Estado moderno era en realidad la condi-
ción normal, o destinada a volverse normal, de las democracias modernas, cuya
única alternativa habrían sido, y de hecho han sido y son, los regímenes
autoritarios o totalitarios. Pero, precisamente para entender que se trataba
de una condición destinada a durar, era necesario no dejarse dominar por
las doctrinas imperantes que contrapusieron rígidamente el Derecho público
al privado. Esta corriente miró con desconfianza al pluralismo siempre emer-
gente y observó que, con el crecimiento de una sociedad en la que aumentó
el número de ciudadanos activos mediante el sufragio universal, con la forma-
ción de sindicatos cada vez más fuertes y de partidos de masas, aumentaron

98
Me ocupé más extensamente de este tema en el artículo "Diritto privato e diritto pubblico
in Hegel", en Studi hegeliani, Einaudi. Turln, 1981, pp. 85-114.
106 CONTRATO Y CONTRACTUALISMO EN EL DEBATE ACTUAL

las razones de conflicto y su extensión. Así pues, se trataba de una fase de


regresión con respecto a la marcha triunfal hacia el Estado como persona
colectiva, unitaria y unifícame. Esta acentuada preocupación frente a las ten-
dencias pluralistas terminó por dar aliento, en autores tan diferentes como
Pareto o Cari Schmitt, a una intensa polémica antidemocrática.
Todavía hoy no ha declinado la misma tentación: uno de los rasgos sobre-
salientes de la literatura política, no importando la parte de donde provenga
dentro del diseño constitucional, es la queja sobre el predominio de los intereses
individuales de grupo sobre los generales, y la denuncia del "particularismo"
(la categoría del "particularismo" recorre toda la historia del pensamiento
político con un signo negativo, bajo las dos formas concretas de la "facción" y
de la "corporación"), es la proclamación de la superioridad del interés colec-
tivo o nacional, que por lo demás ninguno es capaz de definir con precisión,
salvo redefiniendo el interés nacional como el de la propia parte; en fin, es
la constatación de que, predominando los intereses particulares sobre los gene-
rales, lo "privado" sobre lo "público", no existe ya el Estado, entendido pre-
cisamente de acuerdo con la doctrina tradicional, como la unidad del todo,
sino un conjunto de partes una junto a otra amontonadas (la metáfora del
montón de piedras para representar la antitesis de una unidad orgánica es
de Hegel). Observando atentamente, el panorama que vemos todos los días
es tan accidentado y tan poco resoluble en los esquemas del Derecho público
interno, heredados de la doctrina del Estado de los últimos siglos, desde Bodin
hasta Weber o Kelsen, que justifica esta posición que se ubica entre la laudatio
temports acti (de un tiempo que en realidad jamás existió) y el deseo de una
restauración (quizás imposible si no a costa de tirar junto con el agua sucia
del particularismo también al niño de la democracia, un niño que todavía
debe crecer y está llamado a crecer o a morir con el pluralismo). Un conocido
estudioso francés, después de haber descrito la sociedad dividida, desarticu-
lada, fragmentada, incapaz de encontrar la unidad perdida (precisamente al
contrario de la "sociedad bloqueada" de la que otros hablan, signo de que
nuestras sociedades cada vez más complejas son verdaderamente un objeto
misterioso) le dio el nombre de "mérécratie", que quiere decir "cracia" de las
partes (una de las tantas "cracias" con signo negativo de las que está plagado
el lenguaje político).99 Por lo demás ¿qué cosa es nuestro término "partido-
cracia", creado por Giuseppe Maranini durante la primera denuncia de la
prevaricación partidista, sino un equivalente, menos docto, pero polémica-
mente más incisivo, de "merecracia?" ¿Qué significa "partidocracia" sino una
indebida dominación de las partes sobre el todo, sino la forma contemporánea
del eterno particularismo?
Las lamentaciones todavía no son un análisis y mucho menos un diagnós-
tico. Una cosa es la constitución formal y otra la constitución real, o material
99
R. Polin, La liberté de notre temps, Vrin, París, 1977, pp. 216 ¿s.
CONTRATO Y CONTRACTUALISMO EN EL DEBATE ACTUAL 107

como dicen los juristas, y esta segunda es la que debe ser abordada. Un famoso
dicho de un gran jurista norteamericano señala que el derecho lo hacen los
juristas. Parafraseándolo se puede decir que las constituciones las hacen las
fuerzas políticas: las hacen cuando las emanan, y las hacen y las rehacen libre-
mente cuando las aplican (mucho más libremente de lo que pueden hacer
los jueces frente a las leyes). En una sociedad democrática las fuerzas polí-
ticas son los partidos organizados: organizados en primer lugar para arreba-
tarse los votos, para hacerse del mayor número posible de ellos. Éstos son los
que requieren y obtienen el consenso. De ellos depende la mayor o menor
legitimación del sistema político en su conjunto. El artículo 49 de la Constitu-
ción — al que se le hace mucho caso— se limita a decir que los partidos son
lícitos; se trata de un artículo perfectamente inútil, porque a pesar de los
ríos de tinta con los que ha sido cubierto, los partidos son mucho más que lí-
citos. Son necesarios, y aquí radica su fuerza.

EL GRAN MERCADO

Donde los partidos son más de uno, lo que es conditio sine qua non de la
democracia, y con mayor razón donde son muchos, como en Italia, la lógica
que preside sus relaciones es la lógica privada del acuerdo, no la pública del
dominio. No hay ningún rasgo en la constitución de esta lógica del acuerdo: la
constitución se ocupa de la manera de hacer las leyes; pero de la formación
de los acuerdos (contratos bilaterales o multilaterales) se ocupa el código civil.
Sin embargo si no se toma en cuenta la vastísima red de acuerdos de la que
nacen las exclusiones y las coaliciones, no se entiende nada de la forma como
se mueve, se traslada,' se transforma lentamente, una constitución. En la
Carta magna, la formación del gobierno (articulo 92 y siguientes) es el resul-
tado de una serie de actos unilaterales como son los actos típicos de la rela-
ción de dominio: el presidente de la república nombra al presidente del con-
sejo, éste selecciona a los ministros, y le propone la nominación de ellos al
presidente de la república; el gobierno entra en funciones cuando las dos
cámaras le dan la confianza y cae cuando se la retiran. Esta secuencia de
actos unilaterales e imperativos esconde la realidad que está tras bambalinas.
Dicha realidad es una realidad de transacciones, negociaciones, acuerdos que
se alcanzan fatigosamente y cuya fuerza depende, como sucede en todos los
acuerdos, del respeto al principio de reciprocidad, del do ut des. Un gobierno
puede caer porque un secretario de partido retira sus ministros de la coali-
ción: un acto que si fuese juzgado con base en las normas constitucionales
que regulan la vida de un gobierno sería una aberración. No es aberrante si se
le juzga desde el punto de vista de las normas escritas y no escritas, formales
o informales, que regulan cualquier acuerdo: un acuerdo se somete a revisión
108 CONTRATO Y CONTRACTUALISMO EN EL DEBATE ACTUAL

cuando una de las partes no cumple las obligaciones contraídas. ¿Una de las
partes se había comprometido o no a aprobar una disposición? No la aprobó
o buscó la manera de que no fuese aprobada, entonces el acuerdo queda roto
y su resolución, gracias a una de las partes, es perfectamente válida. Se puede
recurrir al escándalo. El observador que quiera entender deberá limitarse a
constatar que un principio fundamental del Derecho público democrático, de
acuerdo con el cual el gobierno dura en funciones hasta que nó es cambiado
por una decisión tomada por mayoría, cedió frente a un principio igualmente
fundamental del Derecho privado, de acuerdo con el cual los pactos deben
ser cumplidos. Cuando estalla la crisis para formar el gobierno se recurre al
criticado artículo 92, fracción segunda, con base en el cual la selección de los
ministros que deben proponerse al presidente de la república es hecha por el
presidente del consejo designado. Se trata de una norma que jamás se ha
aplicado, porque la amalgama de los diversos ministros entre los partidos y
dentro de un mismo partido, y hasta los nombres de los ministros, son esta-
blecidos mediante acuerdos entre los partidos, los cuales, una vez más, de
muestran ser más fuertes que la misma Constitución. En las relaciones jerár-
quicas entre las diversas fuentes del Derecho, es un principio fundamental que
los contratos no pueden derogar lo que está establecido por ley (se trata de
contratos de Derecho privado). Aquí sucede lo contrario: el poder del presi-
dente del consejo previsto por la Constitución se ejerce dentro de los límites
impuestos por los acuerdos entre los partidos, tan es así que alguien pudo
definir el Manual Cencelli como la Grundnorm del ordenamiento italiano.
Es verdad que, a diferencia de los acuerdos privados y de los tratados inter-
nacionales, los acuerdos políticos son acuerdos informales, en el sentido de
que no están regulados por la ley. Pero quien tuviese la paciencia de recopilar
datos empíricos sobre la manera en la que en un país como el nuestro, que
hasta ahora se ha regido por un pacto general de exclusión de algunos partidos
de las coaliciones de gobierno, y por un gran número de pactos de alian-
za de dos, tres, cuatro, hasta n partidos, quizás pudiera escribir un manual de
Derecho constitucional contractual (al lado del Derecho contractual privado
y del Derecho contractual internacional) que, por lo que sé, ninguno hasta
ahora ha intentado. Entre otras cosas quedaría al descubierto que muchas
de las normas codificadas del Derecho contractual (o los tratados) también
son válidas para la Constitución, modificación y extensión de los acuerdos
políticos. Desde aquellas normas referentes a la causa o a las condiciones,
hasta aquellas generales —estaba por decir de Derecho natural — , que estipu-
lan que los acuerdos deben ser cumplidos de buena fe, o hasta aquellas sobre
los vicios del consenso y sobre las diversas causas de resolución de la relación
contractual.
El caso más interesante de la diferencia entre Constitución formal y Consti-
tución real, desde el punto de vista de la superioridad del particularismo sobre
CONTRATO Y CONTRACTUALISMO EN EL DEBATE ACTUAL 109

el principio de unidad orgánica, es la práctica inoperante de la prohibición


de mandato imperativo (artículo 67), que siempre ha sido considerada como
uno de los bastiones del Estado representativo, de las revoluciones norteame-
ricana y francesa en adelante. 100 La idea de que el representante —una vez
elegido se vuelve miembro del órgano soberano del Estado representativo, el
Parlamento— deba ejercer su mandato libremente, no comprometido con las
exigencias de sus electores, que no pueden ser más que exigencias para satis-
facer intereses individuales o corporativos, es una de la expresiones más
características de la polémica de los escritores políticos y de Derecho público
en defensa de la unidad del poder estatal, de la que es garante el soberano,
sea éste el príncipe o el pueblo, contra al particularismo de los estamentos.
Como ha sido observado en repetidas ocasiones, el paso de la representación
obligatoria —por la cual el representante se limita a trasmitir las exigencias
de sus representados— a la representación libre —por la cual el representante
una vez elegido se desprende de sus electores, que son una parte del todo, y
juzga libremente cuáles son los intereses que debe tutelar con base en el supuesto
de que los electores, uti singuli, le hayan encomendado el preservar los inte-
reses colectivos y bajo la idea de que los intereses individuales deban ser
subordinados a aquéllos — , puede ser interpretado como el paso de una
concepción privatista del mandato —por la que el mandatario actúa en nom-
bre y por cuenta del mandante, y si no actúa dentro de los límites del mandato
puede ser revocado— a una concepción publicista, por la que la relación entre
elector y electo ya no pueda ser representada como una relación contractual,
porque tanto uno como otro están investidos de una función pública y su
vínculo es una típica relación de investidura, por la que el investido recibe
un poder público y por tanto debe ejercerse dicho poder en favor del interés
público.
Pero hoy, quien considere realmente la manera en que se toman las deci-
siones en un Parlamento, donde los diputados están obligados a observar la
disciplina de partido, y cuando se alejan de ella no lo hacen para defender
intereses nacionales contra intereses parciales, sino porque obedecen a grupos
de presión que en cierto sentido representan intereses más particulares que
los de los partidos, debe admitir que una redacción como la del artículo 67
de la Constitución, "Todo miembro del Parlamento representa la Nación",
suena falsa, si no es que ridicula. Todo miembro del Parlamento representa
ante todo' a su partido, así como en un Estado estamental el delegado repre-
senta ante todo los intereses de su estamento. Con esto de ninguna manera
quiero proponer una comparación anacrónica entre el Estado estamental y
el Estado de partidos, sino simplemente mostrar una vez más lo difícil que es

100
Para analizar la historia de la prohibición del mandato imperativo me apoyé ampliamente
en el reciente libro de P. Violante, Lo spazio delta rappresentanza. I: Francia 1788-89, Mozzone,
Palermo, 1981, pp. 29 ss. (con la nota en la p. 95), 131 ss- y 146 ss.
110 CONTRATO Y CONTRACTUALISMO EN EL DEBATE ACTUAL

ver realizado en la práctica el ideal de la unidad estatal por encima de las


partes, incluso cuando los sujetos políticos ya no son los grupos, las órdenes
que defienden intereses particulares, sino los individuos de u n Estado demo-
crático investidos de una función pública. La dificultad nace del hecho de que
las sociedades parciales que Rousseau quería coherentemente anular de su
república, precisamente porque habrían hecho valer intereses parciales, no
sólo no h a n desaparecido con el advenimiento de la democracia, sino que
han aumentado enormemente, tanto por efecto del mismo desarrollo de la de-
mocracia, de la que nacieron los grandes partidos de masas, como por la
formación de grandes organizaciones para la defensa de intereses económicos
en las sociedades industriales, caracterizadas por grandes concentraciones de
poder económico. Entre estos potentados casi soberanos se desarrollan con-
tinuas negociaciones que constituyen la verdadera red de las relaciones de
poder en la sociedad contemporánea, en la cual el gobierno, el "soberano"
en el sentido tradicional de la palabra, cuyo lugar debiera estar super partes,
figura como un potentado entre los demás, y no siempre el más fuerte.

E L PEQUEÑO MERCADO

Mientras entre partidos tiene lugar el gran mercado, entre partidos y ciu-
dadanos electores se da el pequeño mercado, aquello que hoy se llamaría
"mercado político" por excelencia, mediante el cual los ciudadanos electores
investidos —en cuanto electores— de una función pública, se vuelven clientes,
y una vez más una relación de naturaleza pública se transforma en u n a rela-
ción de naturaleza privada. Se trata de una forma de privatización de lo público
que depende de la anterior, es decir, de la capacidad de los partidos de con-
trolar a sus diputados y de obtener el mantenimiento de las promesas hechas
a los electores. Esta dependencia se da en cuanto la transformación del elector
en cliente solamente es posible mediante la transformación del m a n d a t o li-
bre en m a n d a t o obligatorio. Los dos fenómenos están íntimamente vinculados
y ambos son expresión de la disolución de la unidad orgánica del Estado que cons-
tituyó el núcleo esencial de la teoría y de la ideología (más ideología que teoría)
del Estado moderno, y al mismo tiempo u n a forma de corrupción del prin-
cipio individualista del que nació la democracia moderna, cuya regla del
juego es la regla de la mayoría, basada en el principio de que a cada cabeza
debe corresponder un voto.
No hay duda de que la democracia moderna nació de la concepción indi-
vidualista, atomista, de la sociedad (otro problema es el buscar dónde nació
el individualismo. Tal cosa es más difícil de resolver en cuanto los aspirantes
al papel de fundadores son muchos). T a m p o c o hay duda de que la democracia
representativa nació del supuesto (equivocado) de que los individuos, u n a vez
CONTRATO Y CONTRACTUALISMO EN EL DEBATE ACTUAL 111

investidos de la función pública de seleccionar a sus representantes, habrían


preferido a los "mejores". Hay u n fragmento de u n a carta en El federalista,
escrita por Madison, que cada vez que se la leo a mis alumnos no ha deja-
do de provocar una gran hilaridad: es el fragmento en el que se dice que u n a
de las ventajas de la democracia representativa consiste en la elección de un
"grupo escogido de ciudadanos, cuya prudencia puede discernir mejor el
verdadero interés de su país, y cuyo patriotismo y amor a la justicia no es-
tará dispuesto a sacrificarlo ante consideraciones parciales o de orden tempo-
ral". 101 El supuesto es equivocado porque no se entiende como se puedan
hacer ilusiones (aunque se trate de ilusiones terriblemente duras) sobre el
hecho de que el ciudadano destinado a designar a su representante político
n o nombrase a la persona o al grupo que le d a b a las mayores garantías de
satisfacer sus intereses. La vieja definición de la pertenencia a un partido como
ídem sentiré de re publica dejaba creer falsamente que quien vota por u n
partido lo haga porque está convencido de la bondad de las ideas que expresa;
como se diría hoy, un voto de opinión. En la sociedad de masas, el voto de opi-
nión se está volviendo cada vez más r a r o ; me atrevería a decir que la única
opinión verdadera es la de quienes no votan porque entendieron o creen haber
entendido que las elecciones son u n rito que puede ser pasado por alto sin
graves daños, y como todos los ritos, como por ejemplo la comida de los do-
mingos, a fin de cuentas son u n a aburrición. Opinión discutible, condenable,
detestable, pero opinión. En contraste, el voto de intercambio está aumentan-
do en la medida en que los electores se hacen más maliciosos y los partidos
más hábiles. No se podría explicar de otra manera la transformación o la
degradación de la que somos testigos, en u n sistema multipartidista como el
nuestro, de algunos partidos pequeños como el socialdemócrata en grupos
de presión (por ejemplo de los pensionados) y de los grandes partidos, como
la democracia cristiana, compuestos de diversos grupos de presión. En el in-
tercambio entre recursos públicos y consenso, en el que consiste la peculiari-
dad del contrato político, el interés del elector se encuentra con el interés
del partido.
La fuerza de u n partido se mide por el n ú m e r o de votos. Mientras más
grande es el número de votos en el pequeño mercado que tiene lugar entre
el partido y los electores, más grande es la fuerza contractual del partido en el
gran mercado que se efectúa entre los partidos, a u n q u e en el g r a n mercado no
sólo cuenta el número de votos que un partido puede poner en la balanza, sino
también su colocación en el sistema de alianzas, de m a n e r a que u n partido
pequeño, cuando es determinante para la formación de u n a mayoría, tiene
u n peso específico mayor. En cuanto a u n partido más grande, como el PSI,

101
II federalista, II Mulino, Bolonia, 1980, p. 96. [Hay edición en español con el título de
El federalista, FCE, México.]
112 CONTRATO Y CONTRACTUALISMO EN EL DEBATE ACTUAL

éste es determinante para las alianzas de derecha a nivel nacional y en muchos


casos para las alianzas de izquierda a nivel regional.

MERCADO POLÍTICO Y DEMOCRACIA

Quiérase o no, el mercado político, en el sentido concreto de relación gene-


ralizada de intercambio entre gobernantes y gobernados, es una característica
de la democracia, ciertamente no de la democracia imaginada por Rousseau y
por todos aquellos que creen que el aumento de la participación sea por si
mismo la panacea de todos nuestros males (una participación de controladores,
no una participación de controladores controlados), sino de la democracia
real que se nutre de este intercambio continuo entre productores y consumi-
dores (o, inversamente, entre consumidores y productores) de poder. En pocas
palabras, tener poder significa tener la capacidad de premiar o castigar, es
decir, de obtener de los demás ciertos comportamientos deseados, o prome-
tiendo, y siendo capaz de dar, recompensas, o amenazando, y siendo capaz de
infligir, castigos. En las sociedades tradicionales, en las que la mayor parte
de la gente sometida no cuenta en absoluto y no interviene en el proceso de
legitimación, basta, para tener a raya a la masa ignorante, pobre, sin derechos
civiles y mucho menos políticos, el ejercicio del poder punitivo. En las demo-
cracias no: en la democracia, la masa de los ciudadanos no sólo interviene
activamente en el proceso de legitimación del sistema en su conjunto, usando
su derecho de voto para sostener a los partidos constitucionales, y también no
usándolo, porque en este caso es válida la máxima de quien calla otorga
(hasta ahora ninguno ha considerado los fenómenos de apatía política como
una seria amenaza a los regímenes democráticos), sino que, y esto es lo más
importante, interviene en el reparto, entre las diversas fuerzas políticas, del
poder de gobernar, distribuyendo de diversas maneras los votos de los que
dispone.
Es natural que dentro de un sistema democrático el poder no se pueda con-
servar solamente con el garrote; también es necesaria la zanahoria (un tipo de
mercado). Por encima de las metáforas, el consenso mediante el voto es una
prestación positiva: una prestación positiva en general requiere una contrapres-
tación. Prestación y contraprestación son los elementos de los contratos
bilaterales. En un Estado democrático el mercado político está hecho de tantos
acuerdos bilaterales como electores hay. En estos acuerdos la prestación por
parte de los electores es el voto, la contraprestación por parte del electo es una
ventaja (bajo la forma de un bien o un servicio) o la exoneración de una
desventaja.
Los juristas distinguen los contratos bilaterales de los multilaterales. Los
acuerdos del mercado político se asemejan más a los primeros, los acuerdos del
CONTRATO Y CONTRACTOAUSMO EN EL DEBATE ACTUAL 113

gran mercado a los segundos. En los primeros, cada una de las dos partes
tiene su propia figura distintiva (aquí corresponde un nombre especifico):
comprador-vendedor, usuario-conductor, depositante-depositario, cambiante-
cambiario, con respecto al intercambio político, representante-representado;
en los segundos, todas las partes tienen una figura común, la del socio. En los
primeros, las dos partes tienen objetivos diferentes, pero un interés común, el
de llegar al intercambio; en los segundos, las diversas partes tienen intereses
diferentes, pero un objetivo común que es aquel por el cual se constituye
la sociedad. Mientras en el acuerdo constitutivo del intercambio político, las
respectivas prestaciones son bastante claras (protección a cambio de consenso),
en el acuerdo del gran mercado, del que nacen las coaliciones de gobierno
(son más raras las coaliciones de oposición), el objetivo común, que en tér-
minos generales es el de formar un gobierno y de gobernar, es tan variado y
complejo que parece difícil y quizás inútil tratar de determinarlo. A lo más se
pueden distinguir los acuerdos de gobierno verdadero y propio (tomando dis-
posiciones referentes a un determinado grupo de cuestiones económicas,
sociales o de carácter público, que constituyen el programa de gobierno) de los
acuerdos de subgobierno que atañen a la equitativa distribución de los cargos
y de los encargos. Precisamente, a causa de la variedad y amplitud de los te-
mas sobre los que versa el acuerdo, éste está sujeto a frecuentes revisiones, a
actos de rescisión unilateral, a descomposiciones y recomposiciones, a resolu-
ciones recíprocas, especialmente cuando, como en el sistema político italiano,
los socios son muchos y frecuentemente rijosos. Además, por la misma vincula-
ción anteriormente señalada entre la relación de los grupos y el lazo que cada
grupo mantiene con sus propios clientes, cada uno de los socios no puede dejar
de observar continuamente los humores de la clientela, del mayor o menor
apoyo del que depende, como también señalamos, su fuerza contractual. La
validez de un pacto que no está regulado por normas de una autoridad supe-
rior para las partes está subordinada a la cláusula rebus sic stantibvs. Ahora
bien, entre las res cambiantes que pueden llevar a una de las partes a rescindir
el acuerdo están las advertencias que vienen de abajo.
La diferencia entre la relación que se instaura entre electos y electores y la
que se establece entre uno y otro grupo político, también se muestra en las dos
diferentes capacidades que el buen político debe tener: en la conducta del
primero, más bien de empresario, en la del segundo, preferentemente de nego-
ciador. Las dotes del buen empresario son necesarias para el secretario de
partido, las del negociador para el presidente del consejo.

RENACIMIENTO DEL CONTRACTUALISMO

Nos queda por analizar el tercer aspecto que hoy asume la perspectiva contrac-
tual en la reflexión sobre el carácter y sobre las vicisitudes del Estado contem-
114 CONTRATO Y CONTRACTUALISMO EN EL DEBATE ACTUAL

por aneo: aquel que aparece ligado a las teorías del contrato social, el llamado
"contractualismo". Indudablemente hay u n renovado interés por las doctrinas
contractualistas del pasado, tan es asi que no parece inadecuado hablar de
neocontractualismo". Este interés se debe en parte al éxito del libro de Rawls
sobre la justicia, el cual parte precisamente de la "conocida teoría del contrato
social tal como se encuentra, digamos, en Locke, Rousseau y Kant" para pre-
sentar su teoría de la justicia. 102 En realidad la teoría de la justicia de Rawls,
aunque tiene bases contractualistas (de u n contrato original entre personas
racionales), poco tiene que ver con las teorías del contrato social, cuyo objetivo
era el de justificar racionalmente la existencia del Estado, de encontrar una
fundamentación racional del poder político, del máximo poder del hombre
sobre el hombre, no de proponer u n modelo de sociedad justa. El problema
fundamental de los iusnaturalistas —entre los que podemos agregar, además de
los ya citados por Rawls, a Hobbes, Spino2a, Pufendorf y muchos otros—
jamás fue el de la justicia, sino el del poder, de manera particular el del poder
que no tiene encima de sí otro poder, el poder soberano. Con respecto a este
poder de vida y de muerte, fundado en última instancia en el uso exclusivo
de la fuerza, la pregunta principal que los filósofos políticos siempre se h a n
hecho es ¿cuál será la justificación de este poder? El contractualismo no es más
que una de las posibles respuestas a esta pregunta: por tanto, el problema que
éste se ha puesto es el problema de la legitimidad del poder, no el de la justicia.
La más profunda razón del creciente interés por el contractualismo está en
el hecho de que la idea de u n contrato original de fundación de la sociedad
global, diferente de las sociedades parciales que eventualmente la componen,
satisface la exigencia de un inicio, o mejor dicho de u n reinicio, en una época
de graves turbaciones de la sociedad existente. Es oportuna la exhortación de
Sieyes, dirigida al Tercer Estado, de declararse asamblea nacional y de actuar
como si se estuviese saliendo del Estado de naturaleza y se llamase a formar el
contrato social. 103
Al contrario, u n a de las razones del eclipse de las teorías contractualistas,
entre finales del siglo x v m y finales del x i x , derivó de la idea de que el Estado
fuese una cosa demasiado elevada para poder ser explicado como el producto
artificial de u n acuerdo entre individuos. Es conocido cuanto debe a este argu-
mento el anticontractualismo de Hegel. Igualmente significativo es el siguiente
fragmento de Burke (no por casualidad un escritor político anti-iluminista,
realista, tradicionalista, considerado como uno de los padres del historicismo
moderno): "Cuando se trata al Estado con la misma ligereza que distingue a

102
J. Rawls, A Theory ofjustice, Oxford, Oxford University Press, 1972, p. 11. [Hay edición
en español con el título de Teoría de la justicia, FCE, México, p. 28].
103
La idea de citar este fragmento, que se puede leer en J. L. Talmon, Le origini della
democrazia totalitaria, II Mulino, Bolonia, 1967, p. 103, me surgió de la lectura del libro de P.
Violante que indiqué anteriormente.
CONTRATO Y CONTRACTUALISMO EN EL DEBATE ACTUAL 115

los pequeños intereses pasajeros, cuando se le disuelve a gusto de las partes,


entonces de verdad se le considera al mismo nivel de cualquier contrato refe-
rente al intercambio de pimienta, café, tejido o tabaco. Es necesario contem-
plar al Estado con más reverencia." 104
También contribuyeron a dar el golpe de gracia a las teorías contractualistas,
además de los argumentos filosóficos e históricos (el contrato original jamás ha
existido, es una "quimera"), interpretaciones históricas muy discutibles: el re-
clamo al medievo, época en la que las relaciones políticas eran relaciones de
tipo contractual, y la conocida crítica marxiana, de que el contrato social
de Rousseau, que mediante un pacto pone en relación a los sujetos por natura-
leza independiente, es una anticipación de la sociedad burguesa que se pre-
paraba desde el siglo XVI."15 El reclamo al medievo es incorrecto: cuando se
dice, para citar un texto autorizado, que las obligaciones de reciprocidad
entre el rey y los obispos, entre el rey y los primados del reino, son equiparables
a u n pactum,106 esta interpretación contractualista de las relaciones de poder
no tienen n a d a que ver con el problema del contrato social original que no
puede representarse como u n contrato bilateral porque es u n acto colectivo,
que sólo impropiamente se puede llamar "contrato". Por cuanto se refiere a la
interpretación marxiana, ésta es u n a generalización indebida de una observa-
ción histórica correcta: si el contractualismo nace con el crecimiento del m u n d o
burgués (¡cuánta indeterminación en esta abusiva expresión!), la concepción
individualista de la sociedad que está en los cimientos de la democracia mo-
derna, no es más burguesa que proletaria, incluso es más proletaria que bur-
guesa, ya que mientras la burguesía gobernante se habría limitado a u n sufragio
reservado únicamente para los proletarios, la ampliación del sufragio a los
desposeídos fue posible gracias al empuje desde abajo del movimiento obrero;
y el sufragio universal es la condición necesaria, si no suficiente, para la exis-
tencia y el funcionamiento regular de u n régimen democrático, en cuanto
es el resultado del principio fundamental de la democracia, según el cual la
fuente del poder son los individuos uti singuli y cada individuo cuenta por uno
(lo que entre otras cosas justifica la aplicación de la regla de la mayoría para
la toma de decisiones colectivas). Fundamentar el Estado en u n contrato
social, es decir, en un acuerdo de todos aquellos que están destinados a estar
sometidos a él, significa defender la causa del poder ascendente contrapuesto
al poder descendente, sostener que el poder fluye de abajo arriba y no a la
inversa de arriba abajo, en suma, apoyar la democracia contra la autocracia.
Esta figura del contrato social no puede ser confundida con las relaciones de

IIM
E. Burke, Riflessioni sulla rivoluzione francese, en Scritti politici, a cargo de A. Martelloni.
Utet, Turín. 1953, p. 268.
105
Se trata de las palabras iniciales de la célebre introducción de 1857 a la Crítica de la
economía política. [Hay edición en español en "obras fundamentales de Marx y Engels". t. II.
Escritos económicos menores, FCE, México.]
106
En R. W. y j . Carlyle, II pensiero político medioevale, Laterza, Bari. 1956. p. 268.
116 CONTRATO Y CONTRACTOALISMO EN EL DEBATE ACTUAL

poder en la sociedad medieval, aun cuando son definidas como relaciones


bilaterales, basadas en una relación de reciprocidad, que no tiene nada que
ver con la idea del poder ascendente que se expresa mediante el contrato
social.
De esta manera, cuando el tema del contrato se vincula al tema de la sociedad
mercantil burguesa, el contrato al que se hace referencia (que es propiamente
al que se refiere Marx en algunos fragmentos famosos) es una vez más una de
las formas típicas de acuerdo recíproco entre dos partes fundamentalmente
iguales, como es el que se instaura entre el comprador y el vendedor de la
fuerza de trabajo. Se trata de una clase d e acuerdo que absolutamente no
tiene n a d a que ver con el acuerdo multilateral o acto colectivo que es el con-
trato social.
Precisamente, debido a que la teoría del contrato social se basa en argumen-
tos racionales, y está ligada al nacimiento de la democracia (aunque no todas
las teorías contractualistas son democráticas), su eclipse no ha sido total. T a m -
bién en el siglo pasado existieron teorías contractualistas, y en todo caso los.
partidarios del contrato social lo sostuvieron reclamándose al argumento del
individuo como última fuente del poder d e m a n d a r a los mismos individuos,
contra las tradicionales concepciones solidaristas, organicistas, colectivistas,
generalistas, universalistas, de la sociedad y del Estado. En u n libro escrito a
finales del siglo pasado, y que jamás he visto citado en los debates de estos
años, Contrattualismo e sociología contemporánea, el autor, Salvatore Fraga-
p a n e (un filósofo del Derecho que murió siendo muy joven), desarrollando u n
análisis crítico del contractualismo sobreviviente —con el consiguiente indivi-
dualismo—, del impetuoso avance de la sociología (de Comte en adelante),
que había considerado el punto de partida individualista como u n a abstracción
metafísica, repugnante para la ciencia positiva, habla de la creciente "contrac -
tualización" de las relaciones individuales, que ya había sido resaltada por
Maine y Spencer, y la confirma con la justa observación, extremadamente
actual, de que "el industrialismo con la necesidad de las grandes fuerzas capi-
talistas, que sólo pueden venir de poderosas asociaciones, y la división del
trabajo, con su continuo fraccionamiento y con la consecuente especificación
de los intercambios, no sólo determinan el uso de las formas contractuales en
las relaciones comerciales y civiles, sino también en las funciones políticas".™1
Pero al mismo tiempo hace notar correctamente la diferencia entre este
fenómeno de contractualización de las relaciones sociales y políticas, que la
ciencia social positiva no puede dejar de tomar en consideración, y la tradi-
cional teoría del contrato original, porque aquella no es "la expresión de un
libre arbitrio ubicado en el vacío en los orígenes del fenómeno social [...] en

107
S. Fragapane, Contrattualismo e sociología contemporánea, Zanichelli, Bolonia 1892
p. 101.
CONTRATO Y CONTRACTUALT5MO EN EL DEBATE ACTUAL 117

cambio es una fase superior necesaria del devenir social; no es el hecho arbi-
trario del individuo, sino es la voluntad, que se explica como ley propia de un
estadio evolutivo de la sociedad".108
Lo que no queda claro de esta distinción entre contrato original "metafísico"
y fenómeno de contractualización de la sociedad, es que el segundo es el objeto
de un análisis histórico, mientras que el primero es un modelo regulativo, que
no es ni confirmado ni refutado por la segunda, porque se presenta en un plano
completamente diferente. Sin embargo cuando hoy se habla de neo-contrac -
tualismo en referencia a las teorías del contrato social, debe quedar claro,
como perspicazmente había observado el autor anteriormente citado, que una
cosa es el problema de la refundación de la sociedad sobre la base del modelo
contractualista, y otra el tema de la disgregación del poder central en muchos
poderes difusos y generalmente antagonistas, con el consecuente nacimiento
de los llamados gobiernos parciales, y de las relaciones, naturalmente de tipo
contractual, entre unos y otros. Incluso estaríamos tentados a decir que el
primero nace de la necesidad de encontrar una solución al segundo.

LA NUEVA ALIANZA

Me explico: La característica del acuerdo basado en una relación de tipo


contractual, entre dos partes que se consideran recíprocamente independien-
tes, es un acuerdo que por su naturaleza es frágil, y que hace extremadamente
inestable la situación general de la sociedad en su conjunto. Valga como
prueba la condición de la sociedad internacional. Los contratos de Derecho
privado prosperan y favorecen el desarrollo social a la sombra de la fuerza
coactiva del Estado que aseguran el cumplimiento de ellos en un organismo
social en el que existe y resiste, a pesar de la corporativización de la sociedad
y la multiplicación de grupos que económicamente son cada vez más potentes,
el monopolio de la fuerza de parte del poder político. Lo que no sucede en la
sociedad internacional, en la que todavía rige el régimen de libre competencia
de las fuerzas, si bien hoy mucho más reducida; y que vale cada vez menos en
las relaciones de los grandes potentados dentro del Estado, frente a los cuales
el Estado conserva formalmente el monopolio de la fuerza, pero no lo puede
ejercer eficazmente y de hecho se cuida de ejercerlo, como lo prueba la timidez
con la que el gobierno interviene para restablecer el funcionamiento regular
de un servicio público en caso de huelga ilegal o manifiestamente contraria al
interés colectivo del que él mismo debería ser el representante y garante. (¡Se
ha dado el caso de que frente a la intervención de un juez, órgano tradicional
y esencial del poder coactivo del Estado, en una controversia de trabajo, las

108
Ibidem, p. 99.
118 CONTRATO Y CONTRACTUALISMO EN EL DEBATE ACTUAL

dos partes contratantes hayan realizado fuertes protestas!). La impotencia del


Estado frente a las controversias entre los poderosos grupos de interés que se
han apoltronado en su interior, hace pensar en la impotencia de la ONU
frente a las controversias entre los Estados, aunque el Estado posea formal-
mente el monopolio de la fuerza legítima y la organización internacional n o .
Pero, ¿qué cosa cuenta la legitimidad sin la efectividad? Ciertamente, por una
parte, siempre h a b r á u n a gran diferencia entre el tener el monopolio de la
fuerza y no poderla ejercer, y por otra, el no tenerlo de ninguna manera.
Pero es sorprendente, casi paradójico que, mientras se invoca u n reforzamiento
del poder público por encima de los Estados, se asista a un creciente debilita-
miento del poder público al interior, salvo en los casos en los que el poder
militar ha lomado el dominio del poder político.
El neocontractualismo, es decir, la propuesta de u n nuevo pacto social,
global y no parcial, de pacificación general y de fundación de una nueva con-
dición social, una verdadera y propia "nueva alianza", nace precisamente
de la constatación de la debilidad crónica que afecta al poder público en las
sociedades económica y políticamente más desarrolladas, digámoslo, para usar
u n término común, de la creciente ingobernabilidad de las sociedades com^
plejas. La mayor dificultad que hoy debe afrontar el neocontractualismo
depende del hecho de que los individuos detentadores, cada uno independien-
temente del otro, de una pequeña cuota del poder soberano, protagonistas del
proceso continuo de legitimación y relegitimación de los órganos encargados
de tomar las decisiones colectivas y, por tanto, definitivamente, últimos titu-
lares del derecho de determinar las cláusulas del nuevo pacto, ya no se confor-
m a n con pedir a cambio de su obediencia la protección de las libertades fun-
damentales y de la propiedad adquirida mediante el intercambio (es la teoría
del Estado mínimo de Nozick), sino que solicitan que sea introducida en el
pacto alguna cláusula que asegure u n a distribución equitativa de la riqueza
de manera que atenúe —si no precisamente que elimine— las desigualdades de
los puntos de partida (lo que explica el éxito del libro de Rawls que pre-
tende responder precisamente a estas preguntas). Esta petición es tan profunda,
difundida y general que ha sido transferida del plano nacional al internacional.
No es necesario recordar que la gran innovación de la ONU con respecto a la
Sociedad de Naciones fue la institución del Consejo económico y social que
inició un proceso de intervención en favor de los países en vías de desarrollo y
llamó la atención de los Estados en el problema ya no solamente del orden
internacional, que durante siglos fue el único fin del Derecho de gentes, sino
también del problema de Injusticia internacional. Esta innovación está repre-
sentada significativamente por la sobreposición del conflicto este-oeste, que
repropone aunque en gran escala, el problema tradicional del orden, y el con-
flicto norte-sur, que propone el tema extremadamente nuevo de la justicia, no
ya solamente entre clases o grupos dentro de ¡os Estados, sino también entre
CONTRATO Y CONTRACTUALISMO EN EL DEBATE ACTUAL 119

los Estados. Dije dificultad grave porque la perspectiva de un gran superestado


benefactor se está abriendo camino en u n m u n d o en el que no ha sido resuelto
sino parcialmente, y está ahora en una grave crisis, el proyecto del Estado
benefactor limitado a las relaciones internas.
Creo que ninguno es capaz de prever la manera en que esta dificultad pueda
ser resuelta. De lo que no se puede d u d a r es de que la solución de esta dificul-
tad constituye el gran desafío histórico al que está llamada la izquierda en u n
m u n d o que es presa de la "furia de la destrucción".

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