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Narodowski - Infancias Hiper y Desrealizadas en La Era de Los Derechos Del Niño

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NARODOWSKI - INFANCIAS HIPER Y


DESREALIZADAS EN LA ERA DE LOS DERECHOS DEL
NIÑO

NOMBRAR LA INFANCIA
Nuestras sociedades están compuestas por niños, adolescentes y adultos. Ahora, ¿qué es esa cosa a la
que llamamos infancia? Hay dos momentos esenciales en los cuales el concepto de infancia empieza a
surgir:
● Siglo XIV: los niños en este periodo comparten junto con los adultos las actividades lúdicas,
educacionales y productivas y, por lo tanto, no pueden ser diferenciados.
● Transición de la antigua a la nueva concepción de infancia en Occidente: se destacan dos
sentimientos con respecto a la infancia:
○ “Mignotage”: reconoce la especificidad del niño en nuevas femeninas, como la de las
madres y las “nurses”. Este sentimiento expresa la dependencia personal del niño al adulto
y la necesidad de protección por parte de este. Se empieza a ver al niño como un ser
moralmente heterónomo; es así como se planteó el surgimiento del sentimiento moderno
de amor maternal.
○ Interés propio por la infancia: consiste en mirar a los niños como objeto de estudio y
normalización, siendo los pedagogos los sujetos destacados en este proceso y la escuela, o
mejor dicho, el proceso de escolarización, el escenario observable de este interés.

La infancia es un fenómeno histórico y no meramente “natural”. Sus características en el occidente


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moderno pueden describirse ampliamente en términos de heteronomía , dependencia y el intercambio de
obediencia con los adultos a cambio de protección. En este proceso, a la par en que se reconoce al infante
como tal, este comienza a ser objeto de dos operaciones fundamentales: constituyen un campo de
estudio y de análisis y, a la vez, son empujados a emigrar del seno de la familia a unas instituciones
producidas a efectos de contenerlos”. Una de las instituciones que los contendrán es la institución
escolar.

La Orden de Ignacio de Loyola fue la primera institución que pensó en una institución específica para
reunir a los niños y enseñarle diferentes disciplinas unificando un método de enseñanza para todos sus
centros. Se regulaba el accionar de cada uno de los miembros de la institución escolar según su función
y jerarquía. De esta manera, se empieza a formar el sistema educativo moderno.

1
Heterónomo: persona que vive de acuerdo con las normas que terceros le imponen, sin tomar
decisiones por su propia voluntad.
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Tiempo después, Comenius instauró la necesidad de contar con un método determinado para enseñar y
una forma particular de organizar el aula. Así, se establecieron tres dispositivos fundamentales:
simultaneidad sistémica, gradualidad y universalidad.

Por otro lado, Locke desarrolló tres ejes fundamentales para tener en cuenta en una correcta formación
de la infancia: una buena alimentación, un carácter virtuoso y una buena enseñanza. La importancia de
atender correctamente a la infancia radica en que a partir de esta se llega a ser un adulto virtuoso.
Estas ideas establecieron las bases para conceptualizar la infancia y ubicarla dentro de una institución
escolar necesaria para moldearla hacia una adultez virtuosa.

Pedagogía y escolarización
La pedagogía, entendida como disciplina humana, encontró su justificación en el concepto mismo de la
infancia. Ahora los niños tienen necesidades particulares que atienden particularidades que los alejan de
los adultos. La pedagogía, entonces, sitúa esta infancia dentro de una institución escolar. Convierte al
infante en alumno. Ahora los elementos definitorios de la infancia (heteronomía, necesidad de protección,
etc.) se aplican a un contexto diferente. Sin la infancia la pedagogía simplemente no es posible.
La pedagogía y las políticas educativas reducen la infancia a cuerpos que quedan limitados a la
institución escolar. Cuerpos que se suponen heterónomos y obedientes. El ser alumno en la institución
escolar moderna es básicamente ocupar un lugar heterónomo de no-saber, contrario a la figura del
docente, un adulto autónomo que sabe.

Por lo tanto, la escolarización consiste en un proceso de infantilización por una parte de la población, la
que será restituida en la escuela, pero como “alumnos”. Todo aquel que ocupe el lugar de alumno,
independientemente de su edad o del nivel educativo al cual asista, deberá resignar su autonomía en
cuanto a su saber y posicionarse en forma dependiente y heterónoma frente a un docente que habrá de
decidir qué se enseña, cómo se enseña y para qué se enseña.
● Antes, la escuela estaba para desterrar los saberes previos de los alumnos y asegurarse de
transmitir lo que ella consideraba que era el verdadero conocimiento. La institución escolar era
presentada como la institución que venía a salvar a la infancia. El alumno le debía obediencia a
su maestro, porque era un ser indefenso, ignorante, carente de razón. El docente, en cambio, era
el encargado de guiar al alumno a una situación de autonomía en la que la obediencia ya no era
necesaria.

Administración de los cuerpos infantiles


Hacia finales del siglo XIX, en Occidente, aparece una política de administración masiva y centralizada en
el cuerpo infantil que se expresaba en la constante distribución y redistribución de estos en las
instituciones escolares de acuerdo con diferentes criterios:
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1) Inteligencia innata de los niños y su capacidad natural de aprender: por un lado, los aptos y por el
otro los “inútiles”. Esta distribución es respaldada por el concepto clásico de “educabilidad”, es decir,
la capacidad humana de adquirir saberes en instituciones escolares. Este concepto será el sostén
de los sistemas educativos modernos.
2) Edad de los niños: se estableció que hay una vinculación estrecha entre la edad cronológica de los
alumnos y la posibilidad de adquisición de determinados conocimientos. Cualquier distorsión
entre ambos factores da como resultado un indicador de “anormalidad” o “patología escolar”.
3) Meritocrática: papel central que desempeñan las políticas educativas que estaban orientadas a
premiar o a castigar de acuerdo con el desempeño individual; se trata de determinar si el niño, en
cuanto alumno, alcanzó las metas propuestas por la política del saber y si se adaptó a la escuela
de la manera en que se le requería.

En síntesis, la administración de los cuerpos por parte de la política educativa se estructura a partir de
tres estrategias por medio de las cuales se fija el cuerpo infantil en la institución escolar y se van
distribuyendo esos cuerpos a largo del tiempo y del espacio de acuerdo con ciertos criterios (inteligencia
natural, esad, desempeño individual) que no son más que mecanismos derivados del discurso pedagógico.

A finales del siglo XIX, los Estados comenzaron a desarrollar políticas educativas que administraban los
cuerpos creando condiciones legales e institucionales para su posterior resignificación en el plano de los
dispositivos de las instituciones escolares. Como resultado se obtuvieron las siguientes situaciones:
● Identificación y discriminación de alumno-niño o alumno-adolescente.
● Localización de cierto tipo de alumnos en la educación “diferencial” o “especial”.
● Diferentes modalidades de “promoción” de un grado o nivel al siguiente.
● Creación o modificación de subsistemas y niveles de educación escolar.

De esta manera, la administración de la infancia expresa su carácter histórico. Es imposible encontrar


criterios pedagógicos universales ni para fijar a los niños en las instituciones escolares ni para
distribuirlos en ellas: todos los criterios son históricos y sociales.

Jean Baptiste de La Salle


Clasificó a los alumnos dentro de las escuelas francesas del siglo XVIII de la siguiente manera:
● Niños pequeños
● Deficientes físicos
● Cortos de inteligencia
● Mimados y apacibles
● Viciosos y caprichosos

El autor explica cómo tratar a cada uno de estos grupos de alumnos según sus particularidades.
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● “A los tercos hay que corregirlos siempre por su terquedad, sobre todo a quienes son tercos en el
castigo, se resisten al maestro y no quieren aguantar el castigo”.
● “Las faltas ordinarias de este tipo de alumnos (de los cortos de inteligencia) consisten en no
seguir la lección, no leer bien, no retener debidamente, no estudiar bien el catecismo y no
aprender nada o muy poco”.
● “Los alumnos viciosos no deben ingresar a la escuela”. Este argumento hoy está completamente
descartado.

Eran pocos los casos en que se excluía a la infancia del proceso de escolarización. Cuando esto sucedía, el
alumno dejaba de ser considerado “niño” para pasar a ser un “menor”. La institución escolar ya no es la
encargada de albergarlo. Ahora la encargada de este fin será una institución especial de reeducación. Sus
desvíos ya no serán “indisciplina escolar”, sino “delincuencia infantil-juvenil” y la pedagogía ya nada tiene
que hacer con ellos: son objetos de análisis de la psiquiatría y del derecho penal. Todo niño debía asistir a
la escuela aunque fuera necesario utilizar la fuerza policial para conseguirlo.

Lo normal y lo patológico en las escuelas son conceptos relativos a las historias y a las culturas. Por
ejemplo, la convivencia en una misma sala de clases de niñas y niños hoy es recomendable para una
formación equilibrada de la personalidad del alumno, pero no hace más de cuarenta años se discutía si
esto acaso “alentaba la perversión y la inmoralidad”.

En el siglo XX, surge la Declaración de Ginebra sobre los Derechos del Niño, y años más tarde, la
Declaración de los Derechos del Niño adoptada en la Asamblea General de las Naciones Unidas. El niño,
por su falta de madurez física y mental, necesita protección y cuidado especiales, incluso la debida
protección legal, tanto antes como después del nacimiento.

HACIA EL FIN DE LA INFANCIA


¿Tiene sentido continuar buscando un cuerpo heterónomo, obediente y dependiente de las decisiones
adultas, un cuerpo así procesado, por entero, en instituciones escolares? Surge, entonces, una crisis en la
conceptualización moderna de la infancia, que la lleva hacia dos polos: infancia hiperrealizada e infancia
desrealizada.

Infancia hiperrealizada
Suerte de infancia 3.0. Niños conectados 24 horas al día a los distintos dispositivos al que tienen acceso:
celulares, tablets, smart TV, consolas de videojuegos, etc. Niños digitales a los cuales les es imposible
imaginarse un mundo en que la información, y el mundo mismos no estén al alcance de su mano a
través de internet. Niños que viven en la más absoluta inmediatez, en la realización inmediata del deseo.
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Niños que son maestros de sus padres, de sus maestros. Parecieran no necesitar más la protección del
adulto o no generan demasiada necesidad de protección por parte de los adultos.

Antes, la infancia solo era la paciente espera a la adultez. En la actualidad, los niños no esperan.
Aprenden el dominio del control remoto, de la tablet sin necesidad de un manual de instrucciones, sin un
adulto que los guíe. Interactúan con aquello que buscan desarrollando códigos propios.

Margaret Mead define a este tipo de infancia como una cultura prefigurativa: cultura de cambios
vertiginosos, violentos y continuos en la que solo aquellos formados en la cultura de la inmediatez
tienen la palabra autorizada. En la cultura tradicional, el adulto era el encargado de transmitir los
conocimientos de una generación a otra para que su cultura perpetúe. En cambio, en la cultura
figurativa, la infancia y la adolescencia constituyen valores prominentes: ya no se trata de mostrar
arrugas que señalen experiencia; ya no se trata de llegar a viejo para ser respetado y venerado.

¿Quiénes nos lideran? Los jóvenes hiperrealizados. Los ancianos ya no son aquellos que poseen el
conocimiento y aquella etapa ya no es vista como el apogeo de una persona; ya no se trata de la
experiencia, sino de manejarse en la inmediatez por parte de aquel que logra dominar el medio
cambiante en el que estamos inmersos. El futuro es el de un mundo sin adultos.

Infancias desrealizadas
Es la infancia de la calle; la infancia que desde edades tempranas trabaja, que vive en la calle, que no
está al resguardo del adulto, que encontró suficientes herramientas para ser independientes, autónomos.
Son niños que no están infantilizados. Tienen los recursos necesarios para no depender de un adulto, y
adultos que no ven la necesidad de protegerlos. Buscan sus propios alimentos, no rinden cuentas a nadie
y adquieren sus propias categorías morales de la calle.

Esta es la infancia que no queremos reconocer porque reconocerla es aceptar nuestro fracaso como
adultos, en cuanto tenemos la obligación de protegerla; es explicar definitivamente la persistencia de un
mundo sin adultos.

Hoy en día, se está aceptando la ide de que esta infancia desrealizada no será salvada por la escuela.
Para estos niños no habrá una infancia realizada sino que, a lo sumo, el Estado o las organizaciones no
gubernamentales serán capaces de implementar distintas políticas de compensación para ellos. Así
surge una nueva categoría de niño incorregible: el infante o el adolescente marginal sin retorno, para
quien nuestras naciones bajan la edad de imputabilidad de los delitos penales, posibilitando su
enjuiciamiento, olvidando su calidad de niño o adolescente para que encuentren penas iguales a la de los
adultos.
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Pero ¿cómo van a ser heterónomos estos niños? ¿Qué rol desempeñan los adultos frente a ellos? Esta
infancia se nos presenta peligrosa. Poseen una máscara que debería inspirarnos ternura, pero sabemos
que detrás se esconde un adulto en miniatura dispuesto a todo.
Para entender a estos niños y a estos jóvenes no debemos recurrir a tratados de pedagogía, sino a
tratados de derecho penal o, a lo sumo, a tratados de psiquiatría legal. Su lugar ya no es la escuela, sino
el instituto correccional e, incluso, la cárcel.

Para esta escuela desrealizada también se crean instituciones. Las escuelas quedan clasificadas por la
misma comunidad según qué tipo de comunidad albergue: escuelas de y para la elite, escuelas para
chicos inmigrantes, escuelas para chicos desrealizados.

¿QUÉ HAY DESPUÉS DE LA INFANCIA?


El después de la infancia (el mundo sin adultos) es un mosaico de situaciones contradictorias: chicos en
las escuelas primarias que van con armas de todo tipo y en los videojuegos portan réplicas exactas de
aquellas armas letales, niños que toman la escuela en señal de protesta por condiciones edilicias,
cambios de planes estudiantiles o por las becas escolares. Algo está cambiando en nuestra infancia. Los
adultos eran los responsables de proteger, cuidar a una infancia indefensa. El niño entonces era un
pequeño sumiso cuya razón incompleta y sus conocimientos poco útiles lo hacían un ser obediente.
Infancia era igual a dependencia, obediencia y heteronomía. Ahora son ellos los que tienen el lugar del
saber informático y telemático.

Es la infancia la portadora de una cultura legítima que obliga a sus padres y maestros a adaptarse a
ella: ya no es el chico el que debe callar frente a la cultura escolar, sino la escuela la que se adapta a las
nuevas situaciones.

Mirar hacia el mundo de los niños implica mirar hacia adelante: ellos son nuestro propio futuro o, mejor
dicho, nosotros seremos ellos.

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