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Unexpected Alpha Protector (Fated To Wolf 3) - Gertty Rudraw

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PROTECTOR ALFA INESPERADO

GERTTY RUDRAW
Copyright 2024 - Todos los derechos reservados.
No es legal reproducir, duplicar o transmitir ninguna parte de este documento ni por medios
electrónicos ni en formato impreso. Queda terminantemente prohibida la grabación de esta
publicación y no se permite el almacenamiento de este documento a menos que se cuente con el
permiso por escrito del editor, excepto para el uso de citas breves en una reseña literaria.
Este libro es una obra de ficción. Cualquier parecido con personas, vivas o muertas, o lugares,
sucesos o localizaciones es pura coincidencia.

Creado con Vellum


ÍNDICE

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Un monstruo del Hockey junto a mí
Prólogo
Capítulo 1
PRÓLOGO

H azendra, la reina de los vampiros, se agitaba con fuerza mientras


sostenía en brazos a un bebé diminuto. Tenía la boca abierta y los
colmillos desnudos, y el bebé dormía sonriente en sus brazos.
Hazendra quería clavarle los colmillos, pero no podía acercarse ni un
milímetro.
La reina de los vampiros estaba de pie en la cima de una pequeña colina,
recortada contra el cielo nocturno. Era alta y esbelta, con el pelo blanco
como la nieve que le caía por la espalda como una cascada bailando al
viento. Sus ojos brillaban como diamantes en la oscuridad y su pálida piel
parecía resplandecer con una pálida luz dorada.
El bebé que tenía en brazos no tenía nada de especial a primera vista. No
tenía más de una semana de vida y, como máximo, pesaba seis kilos. Se
acurrucaba en los brazos de la vampiresa, pero dormía como si el frío de la
noche, el ruido de la batalla o el temblor de las manos que lo sostenían no
pudieran perturbar su paz.
El bebé tenía un repulsivo hedor a hombre lobo, lo que volvía loca de rabia
a Hazendra. Pero también había otro olor en él, tenue pero inconfundible.
Era el hedor de una bruja, Onetha, la criatura que dio a luz al niño.
Hazendra parecía una bandera de batalla gigante en la cima de la colina. Su
vestido negro y rojo ondeaba con la fuerte brisa de medianoche. Pero su
agonía crecía con cada segundo que pasaba. Ella tenía la sangre de la
madre, pero este pequeño bebé en sus brazos estaba fuera del alcance de sus
colmillos. Lanzó un grito ensordecedor que resonó en las colinas lejanas.
Pero el bebé no se despertó. Solo se acurrucó más cómodamente en sus
brazos.
La reina de los vampiros escrutó el valle bajo sus pies y vio un pequeño
grupo de hombres lobo rodeados por hordas de vampiros. La muerte cubría
el valle, oleada tras oleada de vampiros despedazados por las fauces de los
lobos. La reina no sintió ningún remordimiento por las pérdidas. La
mayoría llevaban pocos días convertidos a sus filas. Eran prescindibles, no
valía la pena contarlos.
Los hombres lobo estaban en inferioridad numérica y de fuerzas, rodeados
por el ejército de vampiros. Aunque luchaban ferozmente, estaba claro que
perdían terreno. Sus aullidos llenaban la noche, mezclándose con los gritos
de los heridos.
Lobos muertos o moribundos yacían inmóviles aquí y allá mientras eran
pisoteados por las botas de los vampiros. Negro contra rojo, rojo contra
negro, los colores de la casa de la reina Hazendra tapizaban las tierras
iluminadas por la luna.
De repente, un rugido resonó en el valle e interrumpió el caos de la batalla.
Los ojos de la reina se entrecerraron al ver a un enorme hombre lobo, el
doble de grande que cualquiera de sus hermanos, avanzando hacia su
posición.
Desenvainó la espada, una reluciente hoja de plata que brillaba incluso en
las noches más oscuras. Pero hoy no necesitó usarla. Su horda llegó hasta el
lobo gigante, desenvainó los colmillos y las espadas, y atravesó su carne
sangrante.
El hombre lobo aulló de dolor, pero no vaciló. Continuó con la embestida,
sus enormes garras rasgaron el suelo mientras se acercaba a la reina con los
ojos dorados fijos en el bebé que descansaba en la mano de Hazendra.
Pero, incluso la más poderosa de las criaturas tiene un límite de sufrimiento.
El lobo se tambaleó y luego se desplomó en el suelo, los ojos ya sin vida
mirando al bebé hasta el último momento.
Hazendra observó la caída de su enemigo con una sonrisa retorcida. Pero
sus ojos expertos captaron un cambio repentino en la batalla. Más hombres
lobo emergieron de las sombras y con los ojos encendidos de furia
arremetieron contra las filas de vampiros. Eran de diferentes colores y
diferentes manadas. Sabía que no estaba luchando contra una sola manada,
sino contra todo un ejército de licántropos a la vez.
La reina no tardó en darse cuenta de que había subestimado a los hombres
lobo. Eran más astutos e ingeniosos de lo que había pensado, y luchaban
con una ferocidad que ni siquiera sus soldados veteranos podían igualar.
El ejército de vampiros empezó a flaquear cuando los hombres lobo los
rodearon, haciéndolos retroceder. La reina sabía que tenía que actuar con
rapidez si quería ganar la batalla.
Hazendra se dio cuenta de que la victoria se le escapaba de las manos.
—¡Maldita seas, Onetha, malditos tú y los de tu especie!
Hazendra cayó de rodillas. Alzó al bebé y lo sostuvo en alto, utilizando cada
gota de su voluntad para destrozarlo. Pero ni siquiera pudo despertar al
pequeño que tenía en sus manos.
Desconcertada y derrotada, Hazendra colocó al bebé en la colina y gritó a
sus tropas. El grito congeló la batalla que tenía lugar en el valle y los
vampiros se pusieron en marcha, huyeron en todas direcciones con los
hombres lobo pisándoles los talones.
Con una última mirada penetrante al bebé, que dormía en el suelo,
Hazendra recogió su vestido y huyó.
C A P ÍT U L O 1
FREYA

E staba sumida en mis pensamientos cuando empujé la puerta para


entrar al bar Silverwood. La música estridente de la pista de baile y la
alegre charla de los borrachos llenaron la noche, devolviéndome a la
realidad que tenía ante mí. Fuera, una enorme luna iluminaba el cielo de
Colorado. Dentro, un espeso olor a sudor, alcohol y desenfreno flotaba en el
aire. Mi mente había estado tan ocupada en las últimas 24 horas que no
advertí que era noche de fiesta.
Recorrí la sala, observando la escena mientras me quitaba el abrigo. El bar
estaba abarrotado, todas las mesas y reservados estaban ocupados, y la pista
de baile ya estaba llena de chicos y chicas lobo. A la mayoría los conocía de
toda la vida, eran de la misma edad que yo.
Mi primer impulso fue volver a casa. Pero necesitaba un trago esta noche. Y
estar rodeada de gente me hacía sentir bien, en cierto modo. No me apetecía
estar sola después de lo que había pasado la noche anterior. Además, temía
que mis padres vinieran a buscarme tras rechazar su invitación a cenar a
último momento. No quería que me encontraran en casa y supieran que les
había mentido.
Mientras me acercaba lentamente a un taburete, me di cuenta de que, con
mi camisa a cuadros oversized y mis vaqueros, resaltaba como una mosca
en la leche, entre la multitud. Las chicas que me rodeaban llevaban
vaqueros ajustados con tops escotados o vestidos de cóctel que dejaban al
descubierto la mayor parte de su piel. Brillaban por el maquillaje y el sudor,
y sus ojos centelleaban de alegría y orgullo.
Creo que nadie se molestó en dirigirme la mirada. Todos estaban ocupados
riendo entre amigos o bebiendo. Me senté en un taburete y miré a mi
alrededor para ver si localizaba alguna cara familiar. Había algunos
conocidos. Algunos incluso me saludaron. Les devolví el saludo, pero no
me acerqué a ninguna de las mesas.
Mis ojos se posaron en Natalee, la camarera regordeta, que siempre tenía
una sonrisa en el rostro. Llevaba su uniforme negro habitual y el pelo corto
y rubio recogido en un moño. Trabajaba como una máquina, preparando
una bebida tras otra. Incluso en días como aquel, cuando el local estaba
abarrotado, Natalee se las arreglaba para dedicar un momento a sus clientes
habituales, como yo.
—¡Freya! ¿No estás de fiesta esta noche? —preguntó arqueando una ceja.
—Estoy cansada —dije con un suspiro. Después de todo, no tenía ganas de
fiesta.
—La primera vez puede ser dura. Yo también recuerdo la primera vez que
me convertí. Pensé que me iba a morir. Pero deberías celebrarlo; es la noche
de los jóvenes. Toma —me ofreció un trago—, invita la casa.
Levanté el vaso hacia ella y me lo bebí despacio, el alcohol me quemó hasta
el fondo. Ayer fue el solsticio de invierno, y todos los jóvenes de veintiún
años, incluida yo, nos transformamos por primera vez en la noche. Y hoy lo
celebran; es uno de los acontecimientos más importantes en la vida de
cualquier hombre lobo.
Dirigí mi atención a un grupo de chicas sentadas cerca de donde yo estaba.
Conocía a algunas de ellas: Gil con su pelo rojo rizado, Kate con un vestido
verde que dejaba al descubierto la mayor parte de sus pechos y Ruth con un
vestido de tirantes plateado que amenazaba con caerse al suelo en cualquier
momento. Eran las chicas malas de la manada, rodeadas de muchas otras
que parecían atraídas por ellas como los insectos por la luz. Qué grupo más
patético, pensé. No pude evitarlo al oír algunas de las cosas que decían.
—Sentí que podía correr eternamente —dijo una de ellas, sonriendo.
—Me encontré aullando a la luna —añadió otra.
Tomé un sorbo de mi segunda copa en silencio. Las demás reían y hablaban
de sus parejas predestinadas, y no pude evitar poner los ojos en blanco. La
mayoría soñaba con estar predestinada a Lucian, el hijo del alfa. No podía
negar que era atractivo, pero la idea de estar destinada a alguien a quien
apenas conocía no me entusiasmaba. Además, Lucian era demasiado
superficial y creía que el mundo giraba a su alrededor.
—Espero que no sea Lucian —murmuré, tomando otro sorbo.
—¿Qué has dicho, Freya? —preguntó una de las chicas, volviéndose hacia
mí mientras estaba en la barra esperando para pedir algo.
—Nada —respondí rápidamente e hice fondo blanco, con la esperanza de
evitar más preguntas.
—No tienes buen aspecto.
Levanté la vista y vi que era Viola, mi antigua compañera de clase. Por su
expresión, parecía preocupada.
—Estoy bien, solo me siento cansada —Intenté sonreírle, tratando de
desviar su atención.
—La primera vez puede ser difícil —dijo, poniendo su mano en mi hombro.
Me iba a volver loca escuchando lo mismo una y otra vez. Había perdido la
cuenta de las veces que lo había oído desde el amanecer. Sonreí a Viola y
me concentré en mi vaso vacío. Natalee vino a rescatarme justo a tiempo
con un nuevo trago para sustituir el que acababa de terminar.
Iba por mi tercera o cuarta copa cuando me fijé en Sage, la amiga que había
estado buscando cuando llegué. Era una joven bruja que trabajaba de
camarera en el bar. Parecía cansada esta noche y algo incómoda con su
vestido negro corto y el delantal blanco. Se la notaba frustrada por la
atención que estaba recibiendo, y pude ver la expresión de vergüenza en su
cara.
Sage era una chica pequeña, de no más de metro y medio. Su diferencia de
altura era lo primero que se notaba entre los altos hombres lobo que
llenaban el bar. Tenía grandes ojos verdes y el cabello plateado, un color
poco común en esta ciudad. Esta noche lo llevaba recogido en un moño
apretado.
Conocía a Sage de mis patrullas rutinarias como guarda forestal. Ella vive
sola en una pequeña cabaña en lo profundo de la selva. Rara vez se reúne
con alguien, y yo soy una de las pocas personas a las que invita a su
humilde hogar. Fue ella quien me pidió que le encontrara un trabajo pero,
sin más habilidades que su magia, no fue fácil conseguirlo. Al final, le pedí
a Natalee que la ayudara a que la contrataran en el bar. Ahora empezaba a
dudar si había hecho lo correcto.
Sage ya había protestado más de una vez por el código de vestimenta de las
camareras. Ella siempre llevaba vestidos largos o faldas, pero el bar exigía
que las empleadas llevaran ropa corta negra con un delantal blanco. Me
pregunté cuánto tardaría en dimitir y culparme a mí por haberla metido en
aquel lío.
Pero a Sage le costaría dejar este trabajo, porque le resultaba imposible
encontrar otro en esta ciudad. Yo era su única amiga de verdad y la única
persona del pueblo que toleraba su rareza. A Sage no le gustaban los lobos
pero, por alguna extraña razón, yo le caía bastante bien. Y mientras no me
molestara con mi trabajo, la toleraba y la dejaba pasar tiempo conmigo.
Observé cómo Sage se abría paso por el abarrotado bar, entrando y saliendo
de las mesas con una bandeja de bebidas en la mano. Parecía inquieta, sus
ojos se movían nerviosos como si buscara algo.
Sabía que aún se estaba adaptando a su nuevo trabajo como camarera. Ser
una bruja joven en un bar lleno de lobos podía ser abrumador, incluso para
alguien con tanto carácter como ella. Y esta noche era la peor de todas, con
los lobos radiantes de orgullo, buscando a quién fastidiar.
Cuando Sage se acercó a una mesa cerca del fondo del bar, vi que le
empezaban a temblar las manos. Dejó la bandeja de bebidas y dio un paso
atrás, como si tratara de distanciarse del alborotado grupo de chicos que
gritaban y vociferaban.
De repente, uno de los chicos golpeó la mesa con el puño, haciendo que los
vasos de la bandeja tintinearan. Sage se sobresaltó e intentó sujetar la
bandeja, pero no pudo.
La bandeja se volcó, y jarras de cerveza y otras bebidas volaron por todas
partes. Los chicos de la mesa estallaron en carcajadas. Sage estaba
mortificada. Parecía a punto de echarse a llorar mientras miraba el amasijo
de vasos rotos y bebidas derramadas a sus pies.
Se agachó a recoger los trozos más grandes y otra camarera llegó corriendo
con una escoba. La camarera de mayor edad era una de las nuestras y por su
cara de pocos amigos era obvio que no iba a aguantar ninguna de las
mierdas que Sage estaba soportando. Con su llegada, los chicos dejaron su
patético comportamiento y se calmaron. Los demás volvieron a sus juergas,
chismes y cualquier otra cosa que estuvieran haciendo.
Vi cómo Sage desaparecía detrás del mostrador, con la cara roja y los ojos
llenos de lágrimas. Miré a Natalee y ella se encogió de hombros. Ninguna
de nosotras podía hacer nada.
Luego, la vi volver del mostrador con un nuevo juego de bebidas. Se le
habían quitado las lágrimas. Quizá se había lavado la cara. Esta vez sirvió a
la mesa donde estaban Gil y sus amigas. Observé con preocupación cómo
trataría a Sage aquel grupo de chicas tan malvadas. Como me temía, se
rieron cuando Sage se acercó a la mesa.
—Debes ser la peor camarera de todo el mundo. Derramas el doble de
bebidas de las que sirves —Ruth se apresuró a saltar sobre ella.
—¿Por qué no te han despedido todavía?
—¿Por qué tienen una bruja en el bar?
Los demás se unieron. Sage intentó evitarlos, pero era imposible servir
aquella mesa y evitarlos al mismo tiempo. Los observé atentamente, con la
bebida en la mano. Estaba impaciente por ver a dónde conduciría todo
aquello.
Sage levantó la cabeza y me miró. Pude ver el terror en sus ojos. Era como
si me suplicara que fuera a salvarla. Pero yo no estaba de humor para
intervenir, tenía demasiadas cosas que hacer esta noche.
Los insultos le llovían de todas partes, y Sage se estaba volviendo loca.
Empezó a llorar, como me temía, y las lágrimas que rodaban por sus
mejillas excitaron a las chicas de la mesa. La acorralaron como una manada
de lobos alrededor de un conejo indefenso.
Mi paciencia se estaba agotando, pero no estaba de humor para montar una
escena o empezar una pelea esta noche. Así que me quedé en mi asiento y
miré a mi alrededor para ver si alguien del bar intervenía. Pero todo el
mundo estaba demasiado ocupado. Ni siquiera se veía a Natalee.
—¿No ves lo patética que pareces? —Gil se puso en pie y se agachó hasta
quedar a la altura de Sage. Con un rápido movimiento, le dio un codazo en
el costado para que derramara otra bandeja de bebidas.
Y todo el bar estalló en carcajadas una vez más.
Era demasiado para mí. Fui yo quien le consiguió el trabajo a Sage, y ahora
que se había convertido en el hazmerreír de la noche, me sentía en gran
parte responsable de este acoso.
Respiré hondo y tras vaciar el resto de mi bebida, me levanté y me dirigí a
su mesa. Las chicas me miraron, sorprendidas por mi repentina aparición.
Me quedé allí, impidiéndoles ver a Sage. Las chicas parecían agitadas por
mi intromisión entre ellas y su presa.
—Freya, ¿tienes algún problema? —preguntó Ruth.
—No, solo estoy parada. ¿Tienes algún problema con eso?
—Mira quién ha venido a salvar a su pequeña mascota —esta vez fue Kate.
No pude soportarlo y apoyando las manos sobre la mesa, la increpé:
—¿Por qué no la dejas en paz? Solo está haciendo su trabajo.
Las chicas se burlaron de mí y su gesto se volvió rabioso.
—¿Quién te crees que eres? —me dijo Gil con un gruñido—. ¿Te crees la
dueña de este lugar?
Podía sentir a mi lobo agitándose dentro de mí, instándome a contraatacar.
Pero mantuve la calma y el tono normal.
—No, pero eso no significa que vaya a quedarme de brazos cruzados
viendo cómo intimidas a cualquiera a tu alrededor. Si quieres meterte con
alguien, ¿por qué no te metes con alguien de tu tamaño para variar?
Las chicas se miraron entre sí y luego se volvieron hacia mí. Pude ver la
vacilación en sus ojos, pero no se echaron atrás.
—No sabes dónde te estás metiendo —dijo Ruth mientras se levantaba de
su asiento—. Espero que al menos sepas contar hasta diez. Mira cuántas
somos, y tú estás sola.
Las chicas de la mesa se levantaron una a una. Las conté. Eran ocho. Todas
estaban de pie con los brazos cruzados o en jarra. Sus ojos brillaban en la
penumbra y sonreían, en parte por la excitación o la ira y en parte por estar
borrachas.
Miré alrededor y me di cuenta por primera vez de que ahora todo el mundo
nos miraba, todas las chicas y chicos de las otras mesas observaban la
escena con interés. Y ninguno de ellos hizo ademán de intervenir. «Una
pelea de chicas para hacer la noche más memorable», me sentí asqueada al
pensarlo.
No importaba. Estaba decidida a defender lo que era justo, costara lo que
costara.
Saqué el pecho, sintiendo los músculos en tensión.
—No me importa cuántos sean —dije—. No voy a quedarme de brazos
cruzados viendo cómo intimidas a otra persona. No está bien.
Las chicas me miraron, evaluándome. Yo era más alta que todas ellas y, de
no ser porque eran más, ya se habrían acobardado. Pero esta noche estaban
borrachas y sus recientes cambios las habían vuelto orgullosas. Se sentirían
estúpidas si no se metieran en una pelea.
Sentí que Sage se movía detrás de mí. Su suave mano se posó lentamente en
mi espalda y se acercó para susurrarme.
—No tienes que hacer esto, Freya. Puedo arreglármelas sola.
Apreté los dientes. Y sin apartar los ojos de las chicas, murmuré en voz
baja, más para mí misma que para responderle.
—No te preocupes, Sage. Yo me encargo.
Ahora todo el bar nos miraba. Sentí que mi corazón se aceleraba. El lobo en
mi interior estaba tomando el control. Podía oír la respiración agitada de
Sage también. Y podía sentir las emociones de los de mi manada.
También reparé en Natalee. Parecía preocupada. Sabía que podría haber
vencido fácilmente a dos o tres de ellas. Ninguna era más fuerte que yo.
Pero con ocho —y solo Dios sabe cuántos más estaban esperando para
unirse a ellas desde otras mesas— sabía que nunca ganaría esta pelea.
Pero debería haberlo pensado antes de montar una escena aquí. Ahora no
había forma fácil de echarse atrás sin romperme la nariz o perder mi
orgullo. Y no tenía planeado que ninguna de esas cosas sucediera.
Caería, pero caería llevándome al menos a tres de ellas conmigo. Y deseaba
que esas fueran las tres zorras que ahora estaban en medio de la multitud:
Gil, Kate y Ruth.
Estaba a punto de abofetear a una de las chicas, cuando se abrió la puerta
principal del bar y se hizo un silencio en cuestión de segundos.
C A P ÍT U L O 2
FREYA

T odo el mundo miraba hacia la entrada. La más leve respiración era


fuerte y audible en el silencio que dominaba un bar ruidoso hasta un
minuto antes. Nadie habló. Nadie se atrevió siquiera a moverse.
En el centro de atención, de pie como un gigante estaba Lucian. Su alta
presencia eclipsaba a todos los presentes. Su cuerpo musculoso amenazaba
con desgarrar la ajustada camiseta azul oscuro que llevaba. La tela de su
vaquero azul pálido también se estiraba hasta el borde para acomodarse a
esos musculosos muslos.
Recorrí la habitación con la vista. Las chicas se babeaban por él. Los chicos
lo observaban con envidia y cautela. La mayoría le tenía celos o miedo.
Lucian escrutó el lugar con sus profundos ojos dorados. Su pelo castaño
oscuro, que le llegaba a los hombros, ondeaba cuando giraba la cabeza de
un lado a otro. Parecía un poco sorprendido de ver tanta gente en el bar.
Quizá se había olvidado del solsticio de invierno, como yo. Pero no tenía
miedo ni iba a dejar que nadie le robara la noche. Lucian nunca rehuiría ser
el foco de atención.
Se acercó a la barra del bar y miró hacia la mesa en la que yo estaba. Su
mandíbula era tan afilada que me pregunté cómo era posible que un hombre
fuera tan bello. Tenía el ceño fruncido y parecía un poco preocupado. Ese
gesto le hacía parecer mayor y más maduro a sus veintitrés años. Sin duda,
algún día sería un gran alfa, mucho mejor que su padre.
Lucian miró a la gente del bar. A algunos los saludó con la cabeza, a otros
incluso les sonrió. Observé con envidia cómo algunas chicas recibían una
sonrisa suya y casi se derretían de felicidad. Los chicos sacaban pecho y
asentían con la cabeza. Serían buenos soldados para su ejército algún día,
listos para marchar al infierno cuando él lo ordenara.
Sentí que el corazón me latía más deprisa cuando Lucian empezó a
acercarse. Caminó hacia mí mientras yo permanecía de pie frente a la
entrada. Todas las chicas que estaban listas para abalanzarse sobre mí ahora
me daban la espalda. Su atención se centró en el tipo que ahora caminaba
hacia nosotros. Podía oír su respiración acelerada y mi propio corazón
palpitante.
Entonces me miró. Su mirada era penetrante, y vi cómo otras chicas se
deshacían con esa mirada. Pero yo no era como las demás y podía
sostenerle la mirada. Sí, me parecía atractivo, ¡pero no tenía por qué
demostrárselo!
Lucian se acercó a unos metros de mí y abrió la boca, pero parecía no saber
bien qué decir.
¡Y entonces la zorra de Gil saltó sobre él!
Había perdido de vista a Gil todo este tiempo por estar tan concentrada en
él. Tenía una amplia sonrisa en la cara. Se acercó, le puso una mano en el
pecho e intentó apoyar todo su cuerpo contra el de él.
Gil era solo un poco más baja que yo, pero junto a Lucian parecía pequeña
y patética. Apenas le llegaba al hombro y se veía diminuta contra él.
A Lucian también pareció sorprendido por su presencia. Pero antes de que
pudiera reaccionar, Gil abrió la boca.
—Oye, Lucian, ¿quieres venir a la hoguera esta noche? —Ella parpadeó
seductora y se enroscó un mechón de pelo en el dedo. —Nos estamos
aburriendo de este lugar y de la gente. —Me miró y sus ojos se volvieron de
fuego.
Lucian negó con la cabeza.
—No, creo que me quedaré aquí esta noche.
—Bueno, allí estaremos si cambias de opinión. Siempre estamos dispuestas
a pasarlo bien. —intervino Karen. Le dedicó una sonrisa coqueta y apretó
firmemente su enorme busto contra el cuerpo de él. Algunas chicas no
tienen vergüenza.
Luego llegó Ruth, con su vestido de tirantes. Se inclinó hacia Lucian y sus
labios rozaron el enorme brazo de él. Uno de los tirantes de su vestido
colgaba ahora suelto de su hombro, y se deslizaba suavemente por su brazo.
—Podríamos hacer una fiesta privada, los cuatro solos —su voz era grave y
sensual.
Lucian se apartó de ella con una expresión de disgusto en la cara mientras
miraba su vestido.
—No, gracias, Ruth. Creo que paso.
Luego, de hecho, se apartó de aquellas tres zorras y se hizo a un lado. Su
mirada firme hizo que se detuvieran en seco.
Pero Gil no retrocedería ahora sin dar batalla.
—Si lo deseas, podemos quedarnos contigo. Estoy segura de que podemos
pasarlo muy bien aquí.
Por mi parte, no pude evitar sentirme aliviada por su rechazo a las
insinuaciones de esas chicas. Por alguna maldita razón, sentí una pizca de
esperanza. ¿Tenía esperanza? ¿Esperanza de qué?
¿Me estoy enamorando de él como las demás chicas de la manada? ¿Qué
me ha pasado esta noche?
Los ojos de Lucian volvieron a clavarse en los míos. Y dio otro paso hacia
mí.
—Freya, ¿podemos hablar? —su voz sonaba tan romántica.
—¿Yo? Sí, claro…
—Pareces cansada.
—Estoy bien. Tú… Te ves… bien también.
Oí la risita de una de las chicas y mis mejillas ardieron de vergüenza. Me
faltaban las palabras.
Lucian sonrió. Su sonrisa era lo más mágico que había visto en mi vida. Mi
mente se quedó en blanco y perdí de vista a todos los demás en el bar. Solo
estábamos Lucian y yo.
—¿Has venido hasta aquí para hablar conmigo?
Volvió a sonreír. Esta vez más ampliamente. Sus ojos brillaban de una
forma que nunca antes había visto.
—Vine por un trago. Pero entonces te vi. ¿Vamos a algún lugar privado y
hablamos?
Lucian nunca se preocupaba por lo que pensaran los demás. Haría y diría lo
que sintiera. Era el dueño del lugar y esas zorras caerían muertas de envidia
esta noche. Mi corazón se aceleró tanto que temí que se me saliera del
pecho. Lucian se acercó y su mano se movió lentamente para alcanzar la
mía. Nuestros dedos se tocaron y una corriente recorrió mi espina dorsal.
También vi cómo a él se le abrían los ojos. Pensé que se me saldrían los
míos. ¡Lucian y yo estábamos predestinados!
El lobo que había en mí intentaba salir y correr a sus brazos. También podía
sentir la tensión en él. Las hormonas del lobo estaban haciendo efecto y nos
estábamos perdiendo. Pero ¿cómo podía estar predestinada a él? Ni siquiera
estaba segura de seguir siendo una loba. Y no podía arrastrar a nadie, menos
aún al hijo del alfa, a ello. Sabía que tenía que hacer algo. Tenía que actuar
rápido.
Juntando toda mi fuerza de voluntad, le solté la mano y retrocedí. Aparté la
mirada y dije: —Estoy cansada, Lucian. Quizás en otro momento.
No sé cómo conseguí decir esas palabras en voz alta. Me miró dolido y
desconcertado. Ser rechazado no era algo que entrara en sus planes, y
parecía saborear aquel trago amargo por primera vez en su vida.
Aquellas zorras no perdieron el tiempo y se abalanzaron sobre él. Sus
miradas juguetonas, sus tironeos y sus palabras sensuales —cualquier otra
persona se acobardaría ante tanto acoso— lo alejaron de mí hasta otra mesa.
Gil se abrió paso a empujones hasta una mesa en la que ya estaban sentados
algunos amigos de Lucian.
Lo vi alejarse, rodeado de aquellas chicas. Gil se volvió hacia mí mientras
agarraba del brazo a Lucian.
—Tú, la de ahí. —Señalaba en mi dirección. Pero pronto me di cuenta de
que no me apuntaba a mí, sino a Sage, que se había escondido detrás de mí
todo este tiempo: ——Bruja, tráenos algo fuerte para beber. Y por el amor
de Dios, asegúrate de que no se te caiga nada esta vez.
Se oyó una nueva carcajada general cuando Gil dijo esas palabras. Pero las
risas se desvanecieron cuando Lucian se acomodó en su nueva mesa,
rodeado por ella y sus chicas. Oí a otras personas suspirar audiblemente y
luego retornar a sus mesas, bebidas y chismes.
Volví a mi taburete y vi a Lucian sentado junto a esas chicas risueñas que se
disputaban su atención. No pude evitar sentir una punzada de celos al verlo,
su sonrisa encantadora y su actitud segura las atraían como insectos a la luz.
Observé cómo Sage les servía las bebidas. Esta vez las chicas la ignoraron
por completo. O estaban demasiado ocupadas peleándose por la atención de
Lucian o no querían parecer unas matonas delante de su guapo enamorado.
Fuera cual fuera el motivo, me alegré de que Sage saliera de allí sin más
lágrimas.
Me mantuve a distancia, apoyada en la barra del bar, tomando mi trago y
observando la escena con sentimientos encontrados. Lucian disfrutaba de la
atención, reía y conversaba con las chicas. Era evidente que le gustaba
sentirse admirado, lo seguro que se sentía de sí mismo se traslucía en cada
gesto y en cada palabra.
De vez en cuando, levantaba la vista y miraba hacia mí. Sus ojos eran una
mezcla de lástima y duda. Parecía desconcertado por mi forma de actuar, de
alejarme de él. Ojalá hubiera podido acercarme y explicárselo todo. Pero
¿cómo iba a explicárselo si ni yo misma sabía las respuestas?
Vi cómo Gil, Kate y Ruth intentaban seducirlo. Era patético verlas competir
para conquistar a Lucian. Ojalá pudieran sentir que él estaba predestinado a
mí. Entonces estallarían de envidia. Pensar en eso me hacía sonreír.
Sabía que mi presencia allí nos hacía sentir incómodos a él y a mí.
Necesitaba salir para despejar la mente. Me di vuelta para pagar la cuenta y
sorprendí a Natalee con una vaso vacío en la mano.
—¿Te importaría explicarme qué está pasando? —preguntó con una sonrisa
maliciosa—. Llevo seis años trabajando aquí, y nunca he visto a ninguna
chica hacerle lo que tú le has hecho esta noche.
Señaló a Lucian con la cabeza y yo la seguí. Estaba ganando tiempo para
inventar una mentira decente.
—¿Qué hice con él?
—No intentes engañarme a mí también, amiguita. Trabajo en un bar y
reconozco el amor a primera vista cuando lo veo. Ustedes dos están
predestinados, ¿no?
—¿Ahora también haces adivinación?
—¡Freya!
—OK, OK. No sé si estamos predestinados o no. Pero admito que estoy
enamorada de Lucian. Como todas las chicas en el bar esta noche.
Miré a mi alrededor y vi a varias chicas que miraban a Lucian mientras
bebían sus tragos, algunas incluso estaban sentadas junto a otros chicos.
—¿No es demasiado guapo para pertenecer a una sola chica?
Miré a Natalee y ella sonrió. “Te atrapé”.
Sentí que me ruborizaba cuando Natalee empezó a reírse. Para mi alivio,
Sage se acercó y se quitó el delantal por encima de la cabeza.
—Natalee, ¿está bien si salgo más temprano esta noche? —dijo Sage
mientras se apoyaba en el mostrador—. Mi cabeza está a punto de estallar.
Debo ir a casa y prepararme algo fuerte que me ayude a dormir.
Natalee miró a su alrededor.
—Parece que la gente se está yendo. De repente, los chicos están apurados
para irse con sus chicas para que dejen de mirar a Lucian —se rio entre
dientes.
También Sage miraba ahora a Lucian:
—¿Qué te ha pasado con él?
Antes de que pudiera decir nada, Natalee intervino:
—Freya dice que no hay nada entre ellos. Debe pensar que estamos ciegas.
Las dos se echaron a reír. Me enfadé un poco con ellas por burlarse de mí y
luego me di cuenta de que, para variar, era bueno ver reír a Sage.
—Creo que están predestinados —añadió Natalee, enfatizando cada palabra
para que sonaran misteriosas.
—¡Dios! ¿Es verdad? —preguntó Sage con visible curiosidad. Tenía los
ojos aún más grandes que de costumbre. Creí percibir un ligero pánico en
su mirada, pero tal vez fuera solo mi imaginación.
—Eso es pura fantasía de Natalee. Creo que delira de tanto trabajar con
alcohol.
—No estoy segura de quién está delirando aquí —respondió Natalee, con
un tono un poco más serio—. Ese tipo te quería a ti y tú lo rechazaste como
si fuera basura. Tipos así no vienen todos los días a mendigar tu atención.
Mira. —Señaló con la cabeza hacia la mesa de Lucian y continuó—: A
menos que hagas algo, una de esas chicas se irá a casa con él esta noche.
—No me interesa.
—¿Te vas a casa, Freya? —me preguntó Sage.
—Sí.
Pagué la cuenta y me puse en pie. No estaba de humor para seguir
escuchándolas. Y lo más importante, no estaba de humor para ver cómo Gil
y Ruth apretaban sus cuerpos de zorras contra Lucian ni un segundo más.
Necesitaba irme a casa, taparme el rostro con una almohada y gritar como
una loca.
—Freya.
—Sí, ¿y ahora qué pasa? —Volví a mirar a Natalee, pero me di cuenta de
que ahora hablaba en serio. Puso las manos firmemente sobre la barra del
bar y se inclinó hacia delante para susurrarme.
—Si te vas, llévate a Sage contigo.
—¿Quieres decir que yo también puedo irme?
—Sí, pero solo si vas con Freya. No confío en cómo algunas de las chicas
miraron a Sage esta noche. Cambiar por primera vez hace que algunos se
sientan invencibles y por encima de la ley, y bastará un estúpido lobo
borracho para hacerle algo malo”.
—Puedo cuidarme sola —protestó Sage, con las manos en las caderas.
—Seguro que puedes. Pero déjame recordarte que si usas tu magia contra
un lobo, no te gustarán las consecuencias.
—Puedo usar mis poderes para defenderme, especialmente en el bosque.
—¿Quién va a juzgarte? ¿El alfa y su consejo? ¿Qué versión de la historia
crees que escucharán?
—La ley es igual para todos.
—Freya, díselo —dijo Natalee inclinando ligeramente la cabeza hacia Sage
para mostrar su frustración.
Dejé escapar un largo suspiro. Por mucho que quisiera estar sola, sabía que
Natalee tenía razón. Sage podría sufrir un ataque esta noche. Ella vive en
medio del bosque, y esos caminos llevan directamente a través de las tierras
que los lobos usan para cazar. Además, los nuevos metamorfos tienen poco
control sobre su lado humano como para reconocer a Sage por lo que era.
Natalee también tenía razón sobre el alfa y el consejo. Si Sage dañase a un
lobo con su magia, no la dejarían salirse con la suya. Por mucho que el lobo
se equivocara y la bruja tuviera razón, siempre se pondrán del lado del lobo
en su manada.
Entonces, asentí hacia Natalee.
—Sage, recoge tus cosas. Te vienes a casa conmigo y no hay nada que
discutir.
C A P ÍT U L O 3
FREYA

M iré por última vez a Lucian antes de abandonar el mostrador del bar.
Parecía preocupado. Tan solo con verlo, podría haberlo dejado todo
y haber corrido a sus brazos. Así que miré a mi alrededor para ver
dónde estaba Sage. Necesitaba salir rápido del lugar antes de hacer el
ridículo.
Vi que Sage estaba detrás del mostrador del bar, y me hacía señas para que
la siguiera. Caminé por un estrecho pasillo antes de llegar a una puerta
marcada con un cartel de “solo para el personal”.
—No puedo andar por ahí con esta ropa sucia —dijo Sage, deslizando la
mano por su corto traje negro de camarera—. Entra mientras me pongo algo
más cómodo.
—Puedo quedarme aquí.
—No te quedes ahí. Esta zona del bar es solo para el personal. Será raro que
te quedes ahí sola. Además, puede que necesite tu ayuda para ponerme mi
otro vestido.
Ella abrió la puerta, permitiéndome entrar en el baño poco iluminado. El
espacio era pequeño, con un tenue resplandor que daba la pequeña bombilla
que colgaba en el centro de la habitación. Una fila de casilleros se alzaba a
lo largo de una pared y una modesta puerta conducía probablemente a la
zona de baños en el otro lado. Sage me sonrió cálidamente cuando me hizo
un gesto para que entrara.
Mientras mi mirada vagaba, Sage pareció darse cuenta de mi curiosidad. “Si
necesitas responder a la llamada de la naturaleza, adelante”, me dijo con
una amplia sonrisa, pues debió haberse dado cuenta de que estaba mirando
hacia el baño.
Negué con la cabeza en respuesta.
—No, estoy bien.
Al ver una cama estrecha pegada a la pared en el extremo opuesto de los
casilleros, me acerqué y me senté en ella, ya que era el único mueble de la
habitación. Mientras tanto, Sage se dirigió a su armario y sacó un lujoso
vestido verde que resaltaba el color de sus ojos.
Mi curiosidad era más fuerte que yo y no pude resistirme a romper el
silencio.
—¿Por qué nunca llevas vaqueros? —pregunté, con voz suave pero
inquisitiva.
Una leve sonrisa se dibujó en los labios de Sage mientras se despojaba de
su vestido negro, dejando al descubierto su ropa interior de color piel.
—Supongo que no me siento cómoda con ellos —respondió encogiéndose
de hombros.
Mientras se ponía el vestido verde, yo tomé el móvil para comprobar si
tenía mensajes nuevos. Las notificaciones de mamá parpadeaban en la
pantalla, instándome a cenar con ellos y expresando su preocupación por mi
ausencia. La culpa me invadió, sabiendo que los había plantado, pero el
peso de los acontecimientos de la noche anterior era mucho y no podía
enfrentarme a ellos todavía.
Mientras Sage seguía cambiándose, desechando su vestido negro y
quitándose el corpiño, mi atención se desvió por un momento hacia el
espectáculo que tenía ante mí. Se puso unas enaguas blancas, seguidas del
glamoroso vestido verde. El escote en V pretendía ocultar su figura, pero al
desabrocharlo por detrás, vi accidentalmente su espalda expuesta hasta la
raja del culo e incluso vi sus pechos.
—Freya, ¿quieres darme una mano? —la voz de Sage interrumpió mi
trance, devolviéndome al presente.
Levanté la vista y me encontré con su mirada. La espalda abierta, con el
lazo desatado, pedía ayuda.
—Necesito que me ates el lazo. No puedo hacerlo sola —explicó, con
impotencia y cansancio en la voz.
Se me escapó un pequeño suspiro, guardé el teléfono en el bolsillo trasero y
me acerqué a ella. Le até el vestido con habilidad, nudo a nudo,
asegurándome de que quedara bien ajustado a su cuerpo. Cuando terminé,
Sage se volvió para coger un gran medallón de color ámbar de su casillero.
Me invadió una extraña sensación, como si el medallón tuviera un aura
propia. Ese pulso sutil parecía llamarme o hablarme en silencio. Quizá
había bebido demasiado, hasta el punto de delirar.
—Creía que te ibas a casa —le dije, mirándola de arriba abajo.
—Así es.
—Pero vas vestida como si fueras a una feria medieval —repliqué riendo
entre dientes. Desde luego, ella parecía medieval con aquel vestido.
—Llevo esto todo el tiempo. Quizás no me has visto lo suficiente.
Sage se puso el medallón y empezó a brillar. Extrañamente, sentí que se me
quitaban las frustraciones de la noche. Me sentí tranquila mirándola con su
medallón resplandeciente.
—Muy bien, vamos a casa —dijo con una sonrisa mientras alcanzaba el
picaporte para abrir la puerta.
Salimos del bar por la puerta trasera, que daba a un pequeño callejón. Con
la luz de la luna podía verlo todo tan claro como el día, pero sabía que Sage
tendría dificultades a medida que nos alejáramos de la ciudad. Así que tomé
la delantera.
Conocía estos callejones y estrechas calles desiertas como la palma de mi
mano. Viví en Silverwood toda mi vida, y este pueblo y la manada eran las
únicas familias que conocía. A pesar de haberme distanciado de mis padres,
me encantaba estar con la gente de mi manada. Me daba la sensación de
formar parte de algo significativo.
Me alegré de que Sage me trajera por aquí. Mamá me había pedido que
cenara con ella y papá esta noche. Pero yo no tenía ganas de verlos así que
planeaba llamarlos para decirles que tenía un turno de noche y que no
podría ir a cenar. Aunque era improbable que alguno de los dos estuviera en
la calle a esas horas, podría haberme topado con alguien que los conociera,
así que el callejón me venía mejor para escabullirme.
A veces sentía que debería haber pasado más tiempo con mis padres, pero el
tiempo nos había distanciado. Todo empezó cuando mis compañeros del
colegio empezaron a acosarme diciendo que era adoptada. Al principio,
pegaba a cualquiera que me dijera eso, no quería oír a nadie decirlo. Más de
una vez me metí en problemas por pegarles a otros niños que intentaban
burlarse de mí.
Pero a medida que pasaba el tiempo, tuve mis dudas. Crecí mucho más que
papá y mamá, y me di cuenta de que no eran ni remotamente parecidos a
mí. Aún recuerdo el shock que me produjo enterarme de la estatura media
de mis padres en clase de biología. Además, no tardé mucho en darme
cuenta de que mis padres eran muy mayores para tener una niña de mi edad.
Pero no éramos una familia que conversara las cosas. Nunca les pregunté a
mis padres si realmente era adoptada. Simplemente nos distanciamos. Una
vez que conocí a Sage, ella me pidió que fuera más independiente. Después
de conocerla me alejé de mis padres mucho más. Empecé a pasar cada vez
más tiempo en el cuartel de los guardabosques o en su casa, y mis visitas a
mis padres eran cada vez menos frecuentes.
Y aquí estaba yo, mintiéndoles para evitar ir a su cena. Esta noche no estaba
de humor para enfrentarme a ellos. Me sentía un completo fracaso.
Nos alejamos de la ciudad y nos dirigimos a las llanuras nevadas que
conducían al bosque. Allí era donde yo trabajaba como guarda forestal y
donde me encantaba estar. Una vez en el bosque, me sentía como en casa.
Pensé en lo que había pasado esta noche. Por mucho que intentara
olvidarlo, sabía que algún día debía afrontarlo. Las cosas eran mucho más
complicadas ahora que sabía que estaba predestinada a Lucian. Lucian, de
todas las personas. El destino tiene una forma graciosa de burlarse de
nosotros.
No podía hablar con nadie de ello. Sabía que la gente me despreciaría. Miré
a Sage. Caminaba lentamente detrás de mí, canturreando para sí misma.
Envidiaba su espíritu libre. Tal vez podría contarle lo sucedido. Quizá ella
tuviera una respuesta para mi difícil situación.
¿Era un riesgo demasiado grande? ¿Puedo confiarle un secreto tan
inmenso? Pero necesitaba contárselo a alguien. Y siempre era mejor hablar
de esto con alguien fuera de la manada. Porque en el momento en que le
contara mi secreto a un lobo, el vínculo entre nosotros comenzaría a
romperse, y siempre existía el riesgo de que ese lobo se quejara de mí ante
el alfa y el consejo.
Tal vez Sage era la mejor persona con quien hablar en este momento. Ojalá
supiera qué tanto puedo confiar en ella.
—Freya, ¿te sientes bien?
Su pregunta me sorprendió. Me detuve un momento y dejé que me
alcanzara.
—Estoy bien. Solo cansada después de un largo día. Creo que me sentiré
mejor después de una buena noche de sueño.
—Transformarse puede ser duro. Ojalá pudiera contarte la experiencia, pero
no he sentido el dolor. ¿Por qué no te vas a casa? Puedo arreglármelas sola.
—No puedo dejarte aquí. Le prometí a Natalee que te acompañaría a casa.
¿Y qué le diré si tropiezas con alguien?
—Sé defenderme —respondió, cruzando los brazos. Con su estatura,
parecía una niña pequeña testaruda, y no pude evitar reírme de ella. —
Hablo en serio, Freya.
—Yo también hablo en serio. Lamento haberme reído. Pero déjame
acompañarte a casa y ya. No voy a perder el tiempo discutiendo contigo.
—¿De verdad crees que alguien me cazaría esta noche? Si estás pensando
en la banda de Gil, todavía deben estar babeándose por Lucian, y yo soy lo
último en lo que pensarían ahora mismo.
La idea de ver a Lucian rodeado de aquellas chicas despertó en mí una
nueva ira. Sage debió de ver el cambio en mi rostro cuando se acercó, y me
puso la mano en el brazo.
—Siento si te he herido. Ninguna de esas zorras es tan guapa o inteligente
como tú. Y estoy segura de que Lucian también lo ve.
—Eso no es lo que me preocupa.
—¿Entonces qué?
No sabía si decírselo a Sage o no. Pero ella parecía preocupada, y yo
llevaba esta carga sola. Necesitaba sacármelo de la cabeza y sería mejor que
contarle mis preocupaciones a otra persona. Miré a mi alrededor para
asegurarme de que no había nadie.
—Sage, necesito que me prometas que no le dirás esto a nadie más.
—Lo prometo —aseguró, mostrando la palma de la mano.
—Espero que seas la persona adecuada a la que contarle esto. Así que no
hagas que me arrepienta.
Sage se me quedó mirando fijo con sus grandes ojos. Respiré hondo y
continué.
—Como sabes, los lobos nos transformamos por primera vez en el solsticio
de invierno, cuando cumplimos 21 años. Bueno, yo tengo 21, y ayer fue el
solsticio de invierno. Así que ya te haces una idea de lo que pasó anoche.
—Así que lo hiciste por primera vez —dijo ella. Ahora tenía toda su
atención.
—Sí y no.
—¿Qué quieres decir? —Sus ojos se abrieron de par en par con curiosidad.
—Bueno, cambié. Pero solo lo hice a medias.
Sage parecía desconcertada. Pero también parecía curiosa por saber más, así
que continué.
—Se suponía que me convertiría en lobo. Todos los demás se transforman
así. Pero en mi caso, solo me transformé a medias. Me convertí en lobo por
encima de la cintura, pero seguí siendo humana por debajo. No sé por qué
me pasó a mí. Tengo miedo de que la gente me rechace si se entera de que
no soy una de ellos.
Sage asintió, más para sí misma que para mí. Y después de unos segundos,
me miró y dijo en voz baja.
—¿Le contaste esto a alguien más?
—No.
—¿Ni siquiera tus padres?
—Sabes que ahora no hablo con ellos muy a menudo.
—Hmm… —Sage meditó unos segundos. Se tomó más tiempo para volver
en sí y hablar de nuevo.
—No había oído hablar de algo así. ¿Estás segura de que lo has intentado lo
suficiente?
—Lo intenté. No creo que lo entiendas. No se supone que nos congelemos a
mitad de camino así.
—Pero no puedes llamarlo congelación. Te las arreglaste para volver a ser
humano, ¿no?
—Sí.
—Entonces no te has congelado. Freya, ahora será mejor que me escuches.
Algunas personas cambian a su forma de lobo y se pierden en su yo animal.
No logran volver a ser humanos. Eso es lo que llamas congelación. No es lo
que te pasó a ti. De hecho, en la noche de los jóvenes, no se celebra cambiar
de forma, sino poder volver a la forma humana.
Miré a Sage sorprendida. Tenía mil preguntas en la cabeza. ¿Cómo sabía
esta bruja más sobre nosotros que nosotros, los hombres lobo?
—Parece que sabes mucho de transformaciones.
Sage apartó la mirada, tratando de esquivar la mía. Y murmuró más para sí
misma:
—Olvida todo lo que he dicho. Centrémonos en tu problema.
—No hay mucho que podamos hacer. Se está haciendo tarde y necesito
dormir. Vamos a llevarte a tu casa.
Empecé a caminar sin mirar atrás. Oí a Sage correr detrás de mí intentando
alcanzarme.
—Entonces, ¿cuál es el plan ahora?
—¿Qué plan?
—¿Cómo vas a vivir así? ¿No vas a hacer algo con tu problema de
transformación?
—Ojalá pudiera hacer algo. Pero no sé qué puedo hacer. Viviré así e
intentaré averiguar.
—Pero tienes que luchar contra tu discapacidad. No puedes dejar que este
sea tu destino. No es la Freya que conozco.
La palabra destino me trajo recuerdos de Lucian. Sabía que no podía dejar
de pensar en él. ¿Y cómo puedo acudir a él si ni siquiera soy una loba
completa? Quería gritar de frustración.
Pero no iba a hacerlo delante de Sage.
Caminamos un poco más en silencio. Conseguí encontrar fácilmente el
camino a través del bosque. Siguiendo un pequeño sendero, llegamos a la
casa en la que se alojaba Sage.
Era una pequeña casa redonda de madera de una sola planta, construida
bajo un enorme roble. El tejado estaba cubierto de nieve, como todo
alrededor. Parecía que Sage no había hecho ningún esfuerzo por limpiar.
Había una pequeña puerta en la parte delantera y dos pequeñas ventanas a
cada lado. El lugar estaba oscuro cuando llegamos, y Sage encendió una
vela al abrir la puerta.
—¿Quieres entrar? Puedo hacerte una taza de té.
—Creo que he bebido suficiente por esta noche. Ahora me iré a casa.
—¿Deseas hablar más sobre…
—No —la interrumpí antes de que pudiera terminar su frase—. Te dije todo
eso porque hemos sido buenas amigas. No hagas que me arrepienta, solo
prométeme que no dirás ni una palabra a nadie.
—Te lo prometo —dijo mientras me tomaba la mano. Sus ojos brillaban en
la oscuridad, al igual que su extraño collar.
—Buenas noches, Sage —dije mientras daba media vuelta para irme.
—Freya, espera.
Sage entró corriendo en casa, sacó una pequeña taza y me la ofreció.
—Toma esto. Te ayudará a dormir mejor.
—¿Qué es?
—Es una bebida de hierbas que te hace olvidar tus preocupaciones. No, no
me mires así. No es lo mismo que el alcohol.
Acepté la taza y me tomé la amarga bebida de un trago. No era tan
asquerosa como pensaba.
C A P ÍT U L O 4
FREYA

T res días de trabajo borraron la mayor parte de mis recuerdos de la


temida noche del solsticio de invierno y de la noche siguiente. No
dejaba de pensar en Lucian, pero sabía que era mejor que nos
mantuviéramos separados. Necesitaba mantener las distancias con él hasta
que comprendiera lo que me pasaba.
Durante todo este tiempo he intentado transformarme, y el resultado ha sido
el mismo cada vez. De noche o de día, no lo conseguí. En la mitad el
cambio se detenía: un lobo en la parte superior del cuerpo y una humana en
la inferior. Tampoco podía hablar de esto con nadie, pues sabía que la gente
me rechazaría si conocieran la verdad. Incluso mis padres me darían la
espalda si supieran que soy un bicho raro.
Tampoco volví a encontrarme con Sage después de aquella noche. Me
quedé un poco desconcertada por lo que pasó entre nosotras. Recordaba que
habíamos salido juntas del bar, pero no estoy segura de lo que pasó después.
Y no recuerdo haber vuelto a mi habitación aquella noche. Quizá me
desmayé después de todas las copas que me tomé en el bar.
Mamá me llamó al día siguiente. Estaba disgustada porque falté a la cena.
Dijo que papá tenía muchas ganas de verme. Tal vez debería hacerles una
visita. Se merecen que comparta con ellos más de mi tiempo.
Volvía a casa sumida en mis pensamientos. Las dependencias del
guardabosques estaban construidas casi dentro del bosque, con un pequeño
claro que las separaba de la espesura principal. Cada vez que llegaba a este
claro, sabía que estaba en casa.
Volvía de otro turno. El bosque estaba cada vez más frío y oscuro, y había
luna. También caía una ligera nevada mientras intentaba mantenerme
caliente. Estaba cansada por otro día ajetreado, limpiando senderos y
cuidando de los animales heridos. Me congelaba bajo el uniforme de los
Rangers y deseaba volver al calor de mi habitación. Además, tenía hambre.
Estaba haciendo planes para la cena cuando entré en el claro. Al verlo, mi
corazón dio un vuelco.
Allí estaba Lucian, sentado en su moto, revisando su teléfono. Llevaba una
cazadora de cuero negra sobre la camiseta y unos vaqueros ajustados que
ceñían con fuerza sus musculosas piernas. El escote en pico de la camiseta
era lo suficientemente bajo como para dejar al descubierto su velludo
pecho. Debió de notar mi presencia y levantó la cara del teléfono para
mirarme.
Se le dibujó una amplia sonrisa al verme.
Me acerqué a él con cautela, sin saber qué decir.
—Hola, Freya, vine a buscarte. Dijeron que volverías pronto del bosque, así
que decidí quedarme un poco más a esperarte.
Me preguntaba qué debía decirle, pero todo lo que me salió fue:
—Hola, Lucian. Me alegro de verte por aquí. Pero ¿por qué no entraste?
¿No tienes frío?
Se limitó a sonreír ante mi pregunta:
—¿Podemos hablar?
—¿Aquí?
—Donde quieras.
Le sonreí y miré nerviosa a mi alrededor. Tampoco me apetecía invitarle a
entrar en mi pequeña habitación. No confiaba en mí misma para estar con él
en un espacio cerrado como ese. Además, Lucian vivía dentro de una
mansión y yo en un humilde cuarto. Me daba vergüenza invitarlo a entrar.
Sin embargo, podía sentir al lobo dentro de mí tratando de acercarse a él,
deseaba saltar a sus brazos y besar esos labios.
Lucian levantó la vista hacia la brillante luna que teníamos delante:
—¿Sabes qué? Es una noche perfecta para cazar.
Temblé ante la sugerencia de ir de caza. Eso significaba cambiar a la forma
de lobo. Sabía que no podía transformarme como él. Y tampoco quería que
él lo supiera.
—No lo sé. Me siento cansada.
—Vamos, Freya —Me tomó de la mano. Una onda expansiva partió de mi
brazo y recorrió mi espina dorsal cuando me apretó la mano. Él también
debió sentirlo.
Lucian me miró a los ojos:
—Sabes que estamos predestinados, ¿verdad?
Sentí como si tuviera algo atascado en la garganta, y solo pude asentir.
—Vamos, Freya, vayamos de caza. Estoy deseando enseñarte algunos de
mis lugares favoritos del bosque.
Lucian se metió el teléfono en el bolsillo trasero, giró la pierna alrededor de
la moto y se puso en pie. No pude resistirme a ir con él mientras me
arrastraba suavemente del brazo.
—¿Tienes frío? —preguntó mientras nos alejábamos del claro.
Sacudí la cabeza para decir “no”, pero él ya se estaba quitando la campera y
colocándola sobre mis hombros.
Nos adentramos en el bosque, tomados de la mano. Más bien, Lucian me
arrastró tras él. Una parte de mí quería estar con él, pero otra quería huir y
esconderse en mi habitación o abandonar la ciudad por completo si era
posible.
¿Cómo puedo decirle que no soy un lobo como él?
Subimos a una pequeña colina que dominaba el valle. Lucian miraba a su
alrededor, absorto en el entorno. Yo no dejaba de mirarlo. No me importaba
nada más que Lucian, que ahora se alzaba sobre mí.
—¿Vamos? —Lucian me miró y soltó mi mano.
Se quitó la camiseta mientras se preparaba para transformarse.
Dejé que su campera cayera de mis hombros. Sabía que no podía cambiar
mi forma, así que ¿para qué desnudarme si no iba a hacerlo? Pero no pude
resistir más el impulso de estar con él y me quedé allí, mirándole
profundamente a los ojos.
Lucian debió de captar mi indirecta, pues rodeó mi cintura con el brazo y
me arrastró hacia él. Cerré los ojos y dejé que sus labios se posaran en los
míos. Su lengua atravesó mis labios y entró en mi boca.
Dejé que mi cuerpo se soltara mientras él me sostenía con fuerza con su
brazo izquierdo. Su brazo derecho pasó por encima de mi hombro hasta la
nuca, presionando mi cabeza hacia él.
Estábamos en medio del bosque, al aire libre, pero no me importaba. Quería
que este momento no acabara nunca. Nunca me había sentido tan viva y
quería más de Lucian.
Él era fuerte. Lo notaba en sus músculos y en la facilidad con la que me
apretaba contra él.
—¿Por qué huyes de mí? —preguntó con voz suave.
No había enojo en su voz. Temblé y busqué una respuesta. Qué bueno sería
poder contárselo todo a Lucian… ¿Podría confiarle mi secreto? Pero ¿y si
me dejara después de conocer la verdad?
No podía perderlo ahora.
El lobo que había en mí luchaba por soltarse. Llevé mis manos a su enorme
espalda y sentí sus fuertes músculos. Sentí que me mojaba, quería más de él
que un beso profundo.
Lucian me acarició la espalda, su mano izquierda se apoyó en mi culo y me
lo apretó, haciéndome gritar de alegría.
Dejé que me desabrochara el cinturón y que mis holgados pantalones de
camuflaje cayeran hasta los tobillos. La brisa invernal de la noche me
helaba las piernas desnudas, pero no me importaba. Lucian me puso la
mano en el culo y me bajó lentamente la tanga.
—Lucian —le susurré al oído. Sabía que estaba mal. Lo estaba engañando
al no ser sincera con él, necesitaba que parara, pero no podía decir más.
Me mordió el lóbulo de la oreja y susurró:
—Arrodíllate.
Le obedecí sin esperar a que me lo repitiera.
Lucian se desabrochó el cinturón y su enorme verga salió de los pantalones.
Me quedé sin aliento al verlo. Era mucho más grande de lo que imaginaba y
parecía dura como una roca. Moví la lengua sobre ella, cubriéndola con mi
saliva. Tenía la garganta reseca, toda la humedad me mojaba los muslos y la
tanga.
Lucian me medía con la mirada y me provocaba con su verga, golpeándola
contra mis mejillas. Quería tenerla en lo más profundo de mi garganta. La
quería toda dentro de mí.
Llevé mis manos a sus pelotas y las masajeé suavemente, ordeñándolas
mientras él introducía su verga en mi garganta. Intenté mover la cabeza
hacia atrás para poder respirar. Pero me sujetó el cuello con fuerza y tiró de
mi cabeza hacia su verga, provocándome arcadas.
La tenía muy dentro de mi boca. Jadeaba mientras Lucian me sujetaba.
Y luego me soltó por un segundo.
—¡Te quiero dentro de mí! —fue todo lo que pude decir cuando volvió a
metérmela en la boca.
Chupé como si fuera la última cosa que haría, con todo el cuerpo en
movimiento, la mano derecha dentro de la tanga, acariciándome el clítoris,
y la izquierda masajeándole los huevos.
Lucian parecía estar a punto de correrse mientras miraba al cielo y apartaba
mi cabeza de su verga.
—Levántate. —Me alzó e intentó quitarme la camisa. Yo misma me
desabroché los botones, temiendo que me los arrancara. La camisa cayó al
suelo, seguida de mi corpiño. Lucian me miró la tanga. También yo quería
que me la quitara. Pero la dejó ahí. Tenía una sonrisa perversa.
Me alzó por encima de su cabeza y yo abrí las piernas todo lo que me
permitía la tanga. Su lengua jugaba con mi clítoris, sus manos me apretaban
las nalgas. Estaba sentada sobre su cara, sujetándole la cabeza con fuerza,
temiendo caerme si lo soltaba. Pero con su lengua en mi clítoris, no estaba
segura de cuánto tiempo podría aguantar.
Lo necesitaba dentro de mí, pero lo único que conseguí fue su lengua dentro
de mi sexo. Estaba demasiado húmeda y mis pezones estaban duros por la
fría brisa. Necesitaba que él me tomara por completo.
Agarré su cabeza con las dos manos y la apreté contra mí. Su lengua hizo
magia en mi clítoris. Quería mirar hacia la luna y aullar.
—Por favor, Lucian, me voy a correr.
Le supliqué que me penetrara, pero solo conseguí que me lamiera el clítoris
más deprisa. Y no pude aguantar más mientras mi líquido llenaba su boca,
todo mi cuerpo temblando de placer.
Y justo cuando estaba a punto de desplomarme de mi precario asiento sobre
su cara, Lucian me sostuvo como a una muñeca de trapo en el aire. Me dio
la vuelta para arrancarme la bombacha mientras mis pies aterrizaban de
nuevo en el suelo.
—Entra en mí, por favor —le supliqué. No podía soportarlo más.
Lucian me puso en el suelo y me hizo ponerme a cuatro patas mientras me
penetraba por detrás, me montaba a lo perrito y mis tetas se balanceaban en
el aire con su movimiento. Me cabalgó con fuerza. Sus manos hacían rodar
mis pezones entre sus dedos.
Quería que me penetrara más fuerte mientras gemía de placer.
Nunca me habían dado tan duro.
Lucian me embistió como si estuviera poseído por una bestia.
Me corrí por segunda vez y él no paró. Siguió machacándome con fuerza y
yo estaba a punto de correrme por tercera vez.
Y se apartó de mí.
Me di la vuelta sobresaltada. Estaba a punto de correrme por tercera vez.
Lucian estaba de pie, acariciándose la verga, tenía los ojos cerrados y sabía
que estaba a punto de correrse.
Me agarró por el cuello y acercó mi boca a su verga.
—Abre.
Le obedecí sin pensarlo. Mis manos trabajaban en mi clítoris. Necesitaba
correrme una vez más.
Y explotó en mi cara. Le lamí la verga, hambrienta, sacándole todo su jugo.
Toda mi cara estaba cubierta de su semen.
Y con un fuerte grito, me corrí por tercera vez.
Me soltó y caí de espaldas sobre el suelo nevado. Mi cuerpo estaba tan
caliente que no sentí nada de frío.
Lucian se quedó mirándome. Sonreía.
—Ven aquí.
Extendí las manos hacia él. Necesitaba acurrucarme a su lado. Estaba
tumbada sobre la nieve en medio del bosque, pero no me importaba.
Lucian se tumbó a mi lado. Lo abracé con fuerza, con mi sexo húmedo
apretado contra su enorme muslo. Lo rodeé con las piernas, lo deseaba con
todas mis fuerzas.
Cerré los ojos y disfruté del momento. No quería que pasara, quería estar
así, aferrada a su musculoso cuerpo. Pero entonces se levantó, mirándome
con aquellos ojos dorados y brillantes.
—Freya, vamos.
Lucian me tendió la mano. Me quedé petrificada. Sabía lo que me esperaba.
Apartó los ojos de mí y miró hacia la luna. Luego tiró la cabeza hacia atrás
y, mientras yo lo observaba con asombro, empezó a transformarse. Era
doloroso verlo. Me estremecía cada vez que se retorcía y giraba. Los huesos
crujían con fuerza y la piel se desgarraba. Podía sentir su dolor mientras se
transformaba.
Pronto Lucian desapareció y un enorme lobo de espalda plateada ocupó su
lugar, mirándome hambriento. Sus ojos seguían siendo los mismos, dorados
y brillantes.
Yo seguía sin poder moverme. Lucian se desplazaba en cuatro patas, de un
lado a otro, esperando impaciente a que yo hiciera lo mismo.
Pero, ¿cómo podría transformarme?
Me quedé tumbada sin saber qué hacer.
El corazón me latía aceleradísimo. Sabía que tenía que actuar con rapidez
antes de que a Lucian se le acabara la paciencia. No podía confiar en él
mientras estuviera en su forma de lobo.
Respiré hondo y recogí mi ropa. No había tiempo para vestirse. Levanté el
fardo de tela con una mano y corrí hacia el sendero más cercano.
Por el rabillo del ojo, vi que Lucian me miraba desconcertado. Sabía que no
podría escaparme si decidía correr tras de mí.
Esperaba que se quedara allí, sin saber qué hacer.
Mis plegarias parecían haber sido escuchadas, ya que no me siguió. Corrí
por los senderos hasta mi casa sin detenerme a mirar atrás para ver si me
seguía. Hacía un frío que pelaba, pero no me importaba. Estaba ardiendo de
dolor y vergüenza.
Me sentía desolada por dejarlo así. Pero tampoco podía exponerme a él.
Estaba llorando cuando llegué al cuartel. Me detuve al ver el edificio y me
puse rápidamente la ropa.
Me di la vuelta para comprobar si me seguía: no había rastros de Lucian.
Todavía estaba llorando cuando abrí la puerta de mi cuarto y entré
corriendo. Cerré con llave y me tiré al suelo, sosteniéndome la cabeza con
las dos manos mientras lloraba en voz alta. Solo entonces me di cuenta de
que aún tenía la cara cubierta de su semen. Eso me hizo llorar aún con más
fuerza.
¿Por qué yo? ¿Por qué tenía que ser este mi destino?
C A P ÍT U L O 5
LUCIAN

A noche dormí mal, pensando en Freya y en por qué me había


abandonado. El sexo con ella había sido increíble, nunca me sentí tan
vivo. Pero en el momento en que me transformé, ella huyó de mí
como si yo fuera un monstruo.
¿Qué había visto de malo en mí?
Necesitaba respuestas.
Cuando amaneció, no pude aguantar más. Me puse unos vaqueros y una
camiseta, y corrí hacia mi motocicleta. Todavía era muy temprano y mis
padres seguían durmiendo. A papá no le habría importado verme marchar,
pero mamá me habría gritado que comiera algo antes de irme. No estaba de
humor para discutir con ella que yo ya no era un bebé.
Conduje la moto hacia el cuartel de guardabosques por el sendero de tierra,
que ahora estaba cubierto de nieve. Era difícil conducir por ese camino
resbaladizo. La brisa matinal del invierno me cortaba el paso. Había
olvidado mi campera, pero no importaba. Mi único objetivo era enfrentarme
a Freya y obtener respuestas.
Aparqué la moto en el claro y corrí hacia su habitación. No había nadie que
me detuviera. La olí dentro cuando golpeé la puerta.
—Freya, abre. Soy yo, Lucian.
—Vete —respondió con la voz quebrada. Parecía que había estado llorando
todo este tiempo.
—Abre, Freya. Necesito hablar contigo.
—Por favor, Lucian, déjame en paz.
—Abre.
Golpeé aún más fuerte. No me importaba si despertaba a todos en el cuartel
o si rompía la puerta. Necesitaba verla.
Tras unos cuantos golpes más y algunos gritos de vecinos maldiciendo para
que parara, abrió la puerta. Llevaba una camisa rosa oversized y debajo una
diminuta camiseta blanca que apenas se veía.
Estaba buenísima.
Se apartó para dejarme entrar, y cerró la puerta.
La habitación de Freya era pequeña y sencilla. Solo tenía una cama
individual, una mesa y una silla en un extremo. A un lado, había un armario
metálico que debía de ser su ropero, y en el otro extremo había una pequeña
puerta que probablemente conducía al cuarto de baño.
La habitación tenía poca luz, y la única ventana del fondo daba muy poco
aire, por lo que olía a humedad. No podía creer que Freya llevara una vida
tan modesta.
La miré. Tenía los ojos rojos e hinchados. Parecía que había llorado toda la
noche. Quise abrazarla, pero cuando di un paso, ella retrocedió
rápidamente.
—Freya, necesito hablar.
Ella asintió y se sentó en la cama.
Tomé la silla, la acerqué a su cama, le di la vuelta y me senté con los brazos
apoyados en el respaldo.
—¿Qué te pasó anoche?
—No estaba de humor.
—Deja de mentir, al menos por un momento, Freya. Dime qué te pasa.
Empezó a sollozar de nuevo. Me partía el corazón verla así. Me levanté de
la silla y me senté a su lado en la cama. Le apoyé las manos en los hombros.
Esta vez no intentó apartarse de mí, sino que volvió la cabeza hacia el suelo
y sollozó.
—Deja de llorar y dime qué te preocupa.
—Por favor, Lucian, necesito tiempo para pensar.
—Debes confiar en mí, Freya. Estamos predestinados. Tengo derecho a
saber por lo que estás pasando.
Dejó de llorar un instante y me miró. Se secó las lágrimas con el dorso de la
mano. Le apreté con más fuerza los hombros.
—Dime, Freya, dime cómo ayudarte.
—No hay nada que puedas hacer, Lucian.
—¿Dime qué pasa?
Apartó la mirada y susurró:
—No puedo transformarme, Lucian.
—¿Qué?
—Sí, Lucian, no puedo transformarme. Ni siquiera estoy segura de ser un
lobo. Por favor, Lucian, no le digas esto a nadie. Por favor, te lo ruego.
Me miró suplicante a los ojos. No podía creer lo que oía. ¿Cómo podríamos
estar predestinados si ella no podía transformarse? Y yo sabía que era una
loba. Podía sentirlo en ella. Entonces, ¿de qué estaba hablando?
Al ver las lágrimas rodar por sus mejillas, sentí un gran pesar en el corazón.
No dejaba de pensar en cómo consolarla. Verla sufrir me partía el alma.
Apreté con fuerza sus hombros y la acerqué a mí.
—La primera vez puede ser dura, y el dolor es demasiado. Quizá tu cuerpo
no esté preparado para soportar el dolor.
—Sé lo que significa transformarse. He hecho todo lo posible. Por favor,
Lucian, no me presiones más con esto. No sabes cuánto odio ser así y
cuánto quisiera ser normal como todos los demás. Como tú, cazar contigo,
estar contigo. Pero no puedo, Lucian. No puedo.
Se derrumbó una vez más, agarrándose la cabeza con las manos, lloraba con
la boca abierta y las lágrimas corrían por su rostro. Me quedé helado, sin
saber qué decir ni qué hacer. Nunca había pasado por algo así. La gente
solía reír a mi alrededor, pero rara vez alguien había llorado. Y yo no podía
soportar su dolor.
La abracé fuerte. Ella lloró, aferrada a mí, sus lágrimas empaparon mi
hombro.
La abracé aún con más fuerza, le acaricié suavemente el pelo y le susurré.
Lloró y la dejé llorar. Tenía que dejar que su dolor desapareciera con sus
lágrimas.
Debieron de pasar solo unos minutos, pero me parecieron una eternidad. El
llanto de Freya se fue aplacando hasta convertirse en un sollozo y se apartó
de mí, intentando secarse las lágrimas con las manos.
—Lo siento, Lucian, debo parecer patética.
Se levantó y se acercó al pequeño espejo que había sobre la mesa.
—Espera ahí. Necesito lavarme la cara.
Se fue al lavabo y se quedó allí un buen rato. Yo no podía simplemente
quedarme esperando, sentado en su cama, así que me levanté y empecé a
pasear de un lado a otro.
¿Cómo es posible? ¿De qué está hablando? ¿No tiene veintiún años?
Entonces se me ocurrió. Freya debe haberse equivocado de año de
nacimiento. Quizá no tenga veintiún años, sino veinte o menos. Alguien
debió cometer un error cuando era más pequeña y le hizo creer todo este
tiempo que era un año mayor.
En ese caso, no podría transformarse por primera vez durante este solsticio
de invierno, sino durante el siguiente.
¡Sí, tenía todo el sentido del mundo!
Esperé impaciente a que saliera del lavabo.
Abrió la puerta despacio y entró. Me adelanté y le agarré las manos.
Me miró sorprendida.
—Freya, sé lo que te pasa. Tienes mal tu año de nacimiento. No cambiarás
este año, sino el siguiente.
—No, Lucian, no hay ningún error en mi edad.
—Eso no lo sabes.
—Lo sé.
—¿Quién te lo ha dicho? ¿Tu madre? ¿Hablaste de esto con tus padres?
—No.
—¿Entonces cómo lo sabes?
Se quedó allí, mirándome a los ojos, pero no dijo nada.
La dejé retroceder y me miró con extrañeza. Parecía no saber qué decirme.
Seguía dolida, pero al menos no lloraba.
Freya se había lavado la cara y se le habían quitado las lágrimas, pero
seguía teniendo los ojos enrojecidos. Ahora llevaba el pelo recogido en un
moño. Se miró la camisa, que estaba prácticamente empapada. Parecía que
se había lavado la cara torpemente, a toda prisa.
Soltó un gran suspiro:
—Lucian, necesito tiempo para pensarlo. Pero primero necesito ponerme
algo seco.
Me arrojó la camiseta y sonrió.
Me alegró tanto volver a verla sonreír; estaba tan guapa que no podía
quitarle los ojos de encima. Di un paso adelante, le pasé la mano por la
cintura y la acerqué más a mí.
—Lucian, déjame cambiarme primero.
—No creo que necesites ropa ahora mismo —le susurré al oído.
Intentó zafarse, golpeándome lentamente el pecho, pero al mismo tiempo
soltó una risita.
Yo estaba perdiendo el control.
La apreté contra mi cuerpo y la miré a los ojos. Aquellos ojos dorados me
devolvieron la mirada. Brillaban. ¿Cómo se le ocurría pensar que no era una
loba?
Apreté mis labios contra los suyos y ella dejó que mi lengua la penetrara.
Sabía tan bien que sentí que mi verga se endurecía dentro de mis
pantalones.
Pasé las manos por debajo de su camiseta mojada y le toqué los pechos. No
llevaba nada debajo. Sus tetas eran tan grandes y suaves al tacto. Los
pezones se endurecieron entre mis dedos cuando tiré de ellos.
Le levanté la camiseta, se la quité por encima de la cabeza y dejé que se
quedara allí, vistiendo solo su tanguita. Miré su cuerpo mientras la mantenía
a distancia. Tenía los pechos muy grandes y los pezones muy duros. No
estaban caídos, se mantenían firmes sin ningún apoyo.
Moví la mano por su espalda, le desaté el moño y le dejé el pelo suelto. Me
gustaba así.
Metió las manos bajo mi camiseta y tiró de ella hacia arriba. Dejé que me la
quitara y la abracé. Me sentí tan bien abrazándola, con sus tetas apretadas
contra mi pecho.
Mis manos siguieron bajando por su espalda y se metieron bajo su tanga
para acariciarle el culo. Eran muy redondo y firme. Le bajé la ropa interior
hasta los tobillos, dejándola completamente desnuda.
Parecía una diosa con el pelo largo y suelto, el busto firme y el cuerpo con
curvas.
La tiré sobre la cama, me desabroché el cinturón y saqué el miembro.
Estaba tan duro.
Freya se incorporó y se sentó en el borde de la cama, llevándose mi verga a
la boca. Me la chupó, poniéndomela más dura, mientras sus manos jugaban
con mis huevos.
—¿Tienes protección? —le pregunté, sabiendo que no duraría mucho
dentro de ella.
Apartó la boca para decir:
—Debería haber en el cajón de arriba.
Pero cuando intenté moverme para agarrar un preservativo, me sujetó con
fuerza y su lengua hambrienta jugueteó con mi verga dentro de su boca.
Tiré de su cabeza hacia mí, haciendo que se atragantara.
—Déjame buscar un preservativo.
Pero ella no se movió. Siguió chupándome, ordeñándome los huevos con
una mano y agarrándome fuerte con la otra.
Me zafé con toda mi fuerza de voluntad antes terminar dentro de su boca, y
corrí a su cajón por un preservativo.
Freya se tumbó en la cama. Estaba sudando y parecía decepcionada por no
haberme hecho correrme.
Saqué un preservativo del cajón y me lo puse. Ya tenía la verga dura como
una piedra.
Se quedó recostada mientras me acercaba a ella, su sexo estaba
visiblemente húmedo, pero aún no estaba listo para penetrarla.
Me arrodillé, la acerqué al borde de la cama y empecé a lamérselo con la
lengua. La sujeté con una mano sobre el vientre y le introduje un dedo con
la otra mientras mi lengua acariciaba su clítoris.
Gemía, me sujetaba la cabeza y me recorría el pelo con los dedos.
Seguí lamiéndola mientras ella empezaba a mecerse lentamente contra mi
cabeza.
Sus jugos fluyeron sobre mi boca, y mientras ella gemía más fuerte, yo
movía mi lengua cada vez más rápido.
Intentó empujarme hacia atrás cuando estaba a punto de correrse.
—Te quiero adentro, Lucian, penétrame con fuerza.
Esta vez no iba a dejar que se me escapara.
Introduje dos dedos y luego tres en su vagina, y mi lengua se movió sobre
su clítoris, sin dejarla recuperar el aliento.
Se balanceó con más fuerza y me apretó la cabeza con ambas manos
mientras se corría con más fuerza en mi boca.
Me soltó la cabeza y se quedó tumbada en la cama.
La arrastré hasta la cama y la penetré. Estaba tan mojada que mi verga se
deslizó con facilidad.
Entré todavía con más fuerza, bombeando más intensamente dentro de ella
con lentas pero potentes embestidas.
Ella gimió con los ojos cerrados y se mordió el labio inferior.
Empujé cada vez más fuerte mientras me acercaba a correrme. Sabía que no
podría aguantar mucho más.
Acabé dentro de ella y, por un segundo, pensé que el preservativo no
aguantaría la potencia de mi eyaculación. Pero no quise retroceder mientras
la penetraba más profundamente. Freya se corrió conmigo. Me clavó las
uñas en la espalda y me mordió el hombro mientras se estremecía con
fuerza por el orgasmo.
Me desplomé en la cama junto a ella. Los dos estábamos cubiertos de sudor.
Se acurrucó a mi lado y me miró a los ojos para decirme:
—Prométeme que nunca me dejarás. No sobreviviré sin ti.
—Prometo que no lo haré.
—Y prométeme que no le dirás a nadie que no puedo transformarme.
—Te lo prometo. Pero…
No me dejó terminar, sus labios se cerraron sobre los míos y volvimos a
besarnos.
—¿Te gustaría tomar un baño? —pregunté—. Estoy todo sudado.
Sonrió, se puso en pie y me llevó de la verga. Se me estaba poniendo dura
otra vez. Estaba listo para penetrarla de nuevo en la ducha.
C A P ÍT U L O 6
FREYA

H e pasado mucho tiempo delante del espejo desde que me acosté con
Lucian. Habían pasado tres días desde aquella primera noche y nunca
había sido tan feliz en toda mi vida.
No podía creer la suerte que tenía de estar predestinada a alguien como él.
A pesar de mi desaprobación inicial, no tardé en darme cuenta de que estaba
totalmente equivocada en la impresión que había tenido de él todo este
tiempo. Lucian era realmente cariñoso, afectuoso y, sobre todo, maravilloso
en el sexo.
Deseaba poder encontrarme a cualquiera de esas zorras ahora, Gil, Kate o
Ruth, y ver sus caras muertas de envidia, sabiendo que estaba predestinada
a Lucian. Sí, a nadie más. Freya estaba predestinada a Lucian, ¡el soltero
más codiciado de la manada!
Me sentía como en un sueño.
Mi incapacidad para transformarme en lobo pasó a un segundo plano, ya
que estaba todo el tiempo ocupada trabajando o encontrándome con Lucian.
Incluso durante las horas de trabajo, ¡no dejábamos de vernos!
Aquella mañana estaba delante del espejo con mi uniforme de los Rangers,
dispuesta a empezar otro día. Lucian había prometido venir a verme
después de mi turno de mañana. Ya lo extrañaba.
Hoy tenía que trabajar en el hospital de animales, cuidando de algunos
ejemplares heridos. Me encantaba ayudar a las pobres criaturas, era una de
mis tareas favoritas, y lo estaba deseando. Me miré por última vez en el
espejo antes de salir, cerrar la puerta y guardarme las llaves en el bolsillo.
—Hola, Freya.
Me sorprendí cuando alguien se dirigió a mí por detrás al entrar en el claro
que hay delante del edificio. Giré y vi que era Mark, uno de mis
compañeros de trabajo.
—Casi me matas del susto.
Le sonrío. Mark era un tipo tranquilo, pero hoy no sonreía. Me miraba con
el ceño fruncido.
—¿Tienes un minuto, Freya?
—Claro, ¿qué pasa?
Mark se acercó a mí y miró a su alrededor con ansiedad antes de susurrar:
—Tengo malas noticias.
Me sobresalté al oír esas palabras. Le dije a Lucian que tener sexo en horas
de trabajo me metería en problemas. Sabía que alguien nos vería. Después
de todo, todos los hombres lobo oían y veían tan bien como nosotros dos.
Era cuestión de tiempo para que alguien nos descubriera.
Miré a Mark, dispuesta a escuchar su sermón. Tal vez esto llegaría hasta el
jefe.
¡Dios mío!
Mark me miró como si no supiera cómo darme la mala noticia. Estaba
preparada para afrontarlo y necesitaba hacerlo: cuanto antes, mejor. No
tenía sentido negar nada de eso ahora.
—Sí, Mark, ¿cuál es la mala noticia? ¿Tiene algo que ver con Lucian? —
pregunté con una sonrisa. No me avergonzaba decirles a todos que Lucian
era mío y solo mío.
—¿Lucian? No, nada que ver con él.
—¿Entonces qué?
Mark negó con la cabeza. Había una profunda preocupación en su rostro, lo
cual me aterrorizó. ¿A dónde quiere llegar?
—Freya, escucha. Yo no empecé esto, así que no me culpes de nada. Solo te
lo digo porque soy tu amigo. Por favor, no te enojes conmigo.
—¿Qué pasa, Mark? Ya dímelo.
Me estaba impacientando. Miró a su alrededor una vez más antes de
continuar. ¿De qué tenía miedo?
—¿Es cierto que tienes problemas para transformarte?
—¿Qué?
—Por favor, Freya, no te lo tomes a mal. Ya te dije que solo repito lo que
todo el mundo dice.
—¿Todos?
—Sí, todo el mundo. Es la noticia más importante de la ciudad.
Sentí que el mundo entero se me venía encima. Mark estaba diciendo algo
más, pero yo ya no lo escuchaba. La cabeza me daba vueltas y deseaba que
la tierra se abriera y me tragara.
Mark me miraba. Había compasión en sus ojos.
Yo no sabía qué responder. Necesitaba volver a mi habitación y
esconderme.
Pero cuando me giré, vi a Juli que venía corriendo.
—Freya, Freya, espera.
Me quedé inmóvil. Parecía que todos tiraban de mí para quedarse con una
parte. ¿Qué estaba pasando? ¿Cómo sabía todo el mundo que tenía
problemas para… transformarme?
—Freya, el jefe quiere verte. Será mejor que te apures. Está de mal humor.
No sé cómo hice para atravesar el cuartel hasta su oficina. Ya no sentía
nada. Mi mente estaba en blanco. Solo había un pensamiento en mi mente:
Lucian me había traicionado. Había roto su promesa. Tal vez se le había
escapado mientras bebía con sus amigos. Quizás se estaba acostando con
alguna zorra y se lo contó. No importaba si se lo había dicho a todo el
mundo o solo a una persona. Una persona, ¡eso es todo lo que se necesitaba
para que la noticia se difundiera!
Lo hubiera hecho a propósito o no, el daño era el mismo. Ahora todo el
mundo lo sabía.
Vi que la gente me miraba mientras me acercaba al despacho del jefe. Los
que antes eran —los que yo creía que eran— mis amigos, se detuvieron al
verme. La gente me evitaba como si tuviera la peste.
Nadie sonrió. Nadie se atrevió a acercarse a mí. Estaba completamente sola.
El jefe estaba dentro de la oficina, lo adiviné porque su Ford Ranger estaba
fuera. Sus ayudantes estaban reunidos en la sala principal, me miraron
cuando entré, pero ninguno se molestó en hablar conmigo.
Pensé qué hacer. Sería mejor terminar con esto cuanto antes. Retrasar lo que
el jefe pretendía decirme no mejoraría las cosas. Necesitaba afrontarlo.
Todo lo demás tenía tiempo para planificarse y ejecutarse.
Llamé a su puerta.
—Pasa.
La voz del jefe era grave y llena de enfado. Estaba de mal humor.
Entré y cerré la puerta. El jefe estaba sentado en su silla detrás de un gran
escritorio lleno de libros, mapas y huesos de animales. Detrás de él había un
enorme mapa de todo el bosque. Dos ventanas estaban abiertas y daban al
estacionamiento donde había dejado su Ford.
El jefe era un hombre audaz de unos cincuenta años. Llevaba toda la vida
dedicado a la selva. Me miró por encima de sus anteojos.
Sus ojos eran de color amarillo pálido. Parecían llenos de ira mientras me
miraba.
—Toma asiento, Freya.
No estaba preparada para sentarme, preferí quedarme de pie.
—Será mejor que te sientes para oír lo que tengo que decir.
Ya sabía lo que me diría. Pero acepté su oferta y me senté en una de las
sillas de madera frente al escritorio. Me senté en el borde, esperando oír
aquellas terribles palabras que estaban a punto de salir de su boca.
—Freya —suspiró—, no sé cómo decir esto, pero todo el mundo está
diciendo que tienes problemas para transformarte. ¿Es verdad?
No respondí. No tenía ni idea de qué decir.
El jefe puso las manos sobre la mesa y avanzó en su silla.
—Vamos, Freya. Será mejor que me digas la verdad. No quiero ponerte a
prueba y obligarte a transformarte delante de todos.
Sabía que no tenía sentido mentir. Así que asentí.
—Habla, Freya. Necesito oírlo de ti.
—Sí, no puedo transformarme.
Se me empezaron a caer las lágrimas y bajé la mirada. No era tan fuerte
como para enfrentarme a él o a cualquier otro de la manada.
Se hizo un largo silencio; el jefe se levantó y empezó a pasearse de un lado
a otro con los brazos a la espalda.
—Eres una gran guardabosques. Vi un gran potencial en ti. Me entristecería
verte partir. Pero, sabes que debo seguir las reglas. Solo contratamos lobos
aquí en la escuela de guardabosques. Todos los que trabajan a tiempo
completo deben ser capaces de transformarse sin problemas. Por lo tanto,
me veo obligado a pedirte que te vayas. Lo siento, Freya. Odio esto tanto
como tú debes odiarme ahora.
Lo miré perpleja. ¿Irme? ¿De qué estaba hablando? ¿Dejar qué? ¿Me estaba
despidiendo?
Me quedé allí sentada, confundida. No sabía qué hacer.
El jefe debió notar mi confusión y se acercó a mí. Llevó su mano derecha
hacia mí como si fuera a posarla en mi hombro, pero en el último momento
decidió no hacerlo.
—Entiendo que estés en shock, así que déjame que te lo explique. A partir
de este momento, ya no eres guardabosques. Necesito que me devuelvas tu
identificación y cualquier otro material oficial que tengas. Y necesito que
desalojes tu cuartel en 24 horas. No, no 24 horas, sino antes de la
medianoche de hoy y que me entregues la llave de la oficina. Recibirás tu
sueldo de este mes como siempre. Lo siento, Freya, no es nada personal.
Me quedé sentada mirando al suelo. Me sentía adormecida. Todo se
desmoronaba a mi alrededor. Había perdido mi trabajo y mi casa, y la gente
que conocía me estaba dando la espalda.
¿Por qué a mí? ¿Por qué me estaba pasando todo esto?
Me levanté lentamente. No me quedaban fuerzas ni para mirar al jefe. Salí y
caminé arrastrando los pies hasta mi habitación.
Querían que me fuera, pero ¿adónde iba a ir?
Podría ir a casa de mis padres, pero ¿y si se enteraran de mi secreto?
¿También pensarían que soy un bicho raro?
¿Y Lucian? Sabía que me había traicionado. Seguro se le escapó, porque
aún no podía creer que me traicionara a propósito. Pero ahora no importaba.
Todos lo sabían y todos me rehuían. Mi peor pesadilla se estaba haciendo
realidad.
¿Me echarán también de la manada? Seguramente lo harían. Si no podía
transformarme correctamente, entonces yo no era un lobo de verdad. Y solo
los lobos tienen un lugar en la manada. No hay lugar para la sangre impura.
Abrí la puerta de mi habitación. Tenía que recoger mis cosas. Miré a mi
alrededor. No había mucho que pudiera llamar mío.
Primero tenía que quitarme el uniforme. Me quemaba seguir llevándolo
puesto, ya no era una guardabosques y no tenía derecho a usarlo. Saqué la
maleta que había puesto debajo de la cama, la abrí y vacié mi armario para
meter mi ropa dentro.
Me quité la ropa interior y coloqué con cuidado el uniforme sobre la cama.
Se me caían las lágrimas mientras doblaba el uniforme suavemente. Tenía
que entregarlo. Había tres juegos de uniformes, mi identificación y el arma
de fuego oficial de 9 mm que me habían entregado. Tenía que devolver
todo.
Los dejé sobre la mesa un momento mientras metía el resto de las cosas de
la mesa y de los cajones en el bolso.
Me puse una camiseta y unos vaqueros, y guardé todo lo demás. Había más
ropa y tuve que meterla en la mochila, la única otra maleta que poseía.
Tomé el uniforme, la identificación y la pistola, y me dirigí a la oficina. La
anciana de la recepción me miró con simpatía cuando deposité aquellas
cosas sobre su mesa.
—El jefe me pidió que los dejara aquí. Uno de los uniformes no está
lavado, pero no tengo tiempo de hacerlo ahora, así que discúlpeme.
Ella asintió y no dijo nada.
Volví a mi habitación, agarré la maleta con una mano y me coloqué la
mochila al hombro. Cerré la puerta y saqué la llave. Volví a la oficina y
guardé la llave en el paquete. La recepcionista me miraba, pero no dijo
nada.
Salí de la zona de los cuarteles de los guardabosques. La gente se agrupaba
para verme salir. Vi al jefe y a sus ayudantes observándome desde la oficina
principal. Ninguno de ellos parecía contento de verme marchar, pero
ninguno se acercó a mí para decirme una palabra o abrazarme.
Vi a Mark y a algunas de las personas más cercanas a mí. Parecían tristes de
verme ir, pero ni siquiera ellos se molestaron en venir a despedirme. Mark
mantuvo la distancia. Parecía arrepentido de haber hablado conmigo aquella
mañana.
Me quedaba bastante más de un kilómetro y medio a pie hasta la carretera
principal que llevaba al pueblo. No era fácil conseguir un taxi por aquí, así
que decidí caminar. Cada paso me pesaba y no paraba de llorar.
Lo peor de todo es que no tenía ni idea de qué hacer ni adónde ir.
¿Quién me iba a ofrecer ahora un lugar donde quedarme? ¿Y cómo iba a
encontrar un nuevo trabajo en esta ciudad? Necesitaba hablar con mis
padres. Pero no tenía muchas esperanzas de que ellos me aceptaran.
Ya era una marginada. No tenía a nadie más que a mí en este mundo.
Yo era un lobo sin manada. No, ni siquiera era un lobo. ¿Qué era yo
entonces? No lo sabía. No tenía ni idea del monstruo de la naturaleza que
era.
C A P ÍT U L O 7
LUCIAN

D ejé la moto en el estacionamiento, me puse el casco y empecé a subir


la escalera. Papá me pidió que hablara con el director del hospital
sobre su reciente queja por la escasez de medicamentos.
El hospital era un punto delicado para nosotros. La mitad del personal era
humano, ya que no podíamos encontrar suficientes trabajadores sanitarios
cualificados entre los miembros de la manada. Además siempre existía el
riesgo de que los vampiros se infiltraran allí buscando sangre fácil.
Así que papá quiso que fuera en persona a hablar con el director, que por
suerte era uno de los nuestros. Aun así, papá sospechaba cada vez más que
este director podría estar trabajando con nuestros enemigos a sus espaldas.
Odiaba las reuniones oficiales, sobre todo cuando en ellas participaban esa
clase de imbéciles piojosos.
Me acerqué a la recepción principal e informé a la empleada de que estaba
allí para reunirme con el director. Llevaba una camisa blanca sencilla
metida dentro de unos pantalones de algodón. Pero nunca me sentí cómodo
en traje, así que me calcé mi campera negra por encima.
Además, llevar traje cuando se va en moto es imposible.
La recepcionista era una chica guapa de grandes ojos verdes. Me recordaba
a alguien que conocía, pero no sabía a quién.
El director estaba ocupado, al parecer, y me pidieron que esperara.
Me burlé al pensar que estaría ocupado aunque mi padre estuviera aquí.
Tenía que decirle a papá que más nos valía encontrar cuanto antes un nuevo
director para el hospital.
Pasé a la sala de espera que estaba junto al despacho del director. La
televisión estaba encendida y pasaban una película antigua. Le presté poca
atención y me senté en el sofá.
Me quité la campera y la dejé a mi lado. Había unas cuantas revistas sobre
la mesa, elegí una al azar y empecé a hojear las páginas, solo quería pasar el
rato.
—Hola.
Volví en mí cuando alguien se deslizó en el sofá a mi lado. Levanté la vista
y vi a Ruth con un uniforme azul de enfermera.
—Hola, Ruth, no pensaba verte por aquí.
Torció la boca como decepcionada:
—Parece que no te alegras de verme, Lucian.
—No es eso. Quise decir que he venido a reunirme con el director —dije
intentando no sonar a la defensiva y agregué—: ¿Qué haces aquí?
—Trabajo aquí. —Me volvió a dedicar esa sonrisa coqueta. —Volvía a casa
después de terminar mi turno cuando vi tu moto afuera y pensé en saludarte.
¿Quizá me puedas llevar a casa?
Traté no solo de ignorar sino de ni siquiera oír esas palabras. En su lugar,
pregunté:
—¿Cómo va todo?
—Creo que debería preguntarte eso yo.
Me incomodaba la forma en que estaba sentada, con una pierna cruzada
sobre la otra, la rodilla casi tocando mi muslo. El escote de su bata era
demasiado profundo a mi juicio. ¿No tienen una norma para eso?
—¿Qué quieres decir, Ruth?
—Me refería a ti y Freya. Todo el mundo habla de ella.
—¿Te refieres a que estamos predestinados? Sí, es verdad —respondí con
una sonrisa. Estaba enamorado de Freya y no me daba vergüenza admitir
ante nadie que estábamos predestinados.
—Eso no.
—¿Qué quieres decir?
Ruth estaba jugando conmigo, era obvio pues permanecía sentada con una
sonrisa perversa. Sus ojos dorados brillaban. Estaba claro que tramaba algo.
Ruth era la más seductora de las chicas de la manada que yo conocía. Era
una de las amigas de Gil, y los chicos estaban locos por esas tres, a las que
incluso algunos llamaban las tres fabulosas. Yo no veía nada fabuloso en
ellas.
—Oh, vamos, Lucian, no finjas. Toda la manada lo sabe.
Mi corazón se aceleró y mi paciencia se agotó. Agarré a Ruth del brazo.
—Oye, Lucian, me estás lastimando.
No me importaba.
—Dime, Ruth, ¿qué sabes?
—Freya tiene problemas para transformarse, ¿verdad? Todo el mundo habla
de eso. Y todos creen que el alfa, tu padre, hará lo correcto al expulsarla de
la manada. —Se zafó de mí porque me quedé sin fuerzas para sujetarla. —
No queremos bichos raros en la ciudad.
Me sentí mareado al oír aquellas palabras, y por mi mente pasaron mil
preguntas. Me levanté y agarré mi campera.
—¿Adónde vas?”, preguntó Ruth. Ni siquiera la miré.
La chica de la recepción se levantó de su asiento, estaba a punto de decir
algo, pero no la dejé hablar.
—Avísale al director que me reuniré con él en otro momento. Tengo que
irme.
Corrí hacia mi moto y fui a máxima velocidad hasta casa. Necesitaba hablar
con papá y contarle todo lo que sabía antes de que tomara alguna horrible
decisión sobre Freya.
—¡Papá! ¿Dónde está papá? —grité al entrar en casa. Hilbert, la mano
derecha de mi padre, se levantó de su asiento en el salón cuando entré.
—Hilbert, ¿dónde está el alfa?
—Está arriba en su estudio. Lucian, ¿qué está pasando?
—Necesito verlo.
Subí corriendo la enorme escalera que había en medio del salón, saltando
los escalones a toda velocidad.
Casi golpeo a una sirvienta que justo salía de la habitación de mamá. Ni
siquiera me detuve a disculparme.
La puerta del estudio de papá estaba cerrada, lo que significaba que estaba
ocupado y no le gustaba que lo molestaran. Pero yo no estaba de humor
para esperar. Abrí y entré con el mismo ímpetu con el que había subido las
escaleras.
Papá estaba sentado en su enorme sillón con vistas al jardín. Fumaba su
pipa con los ojos cerrados.
Cuando entré, se puso en pie y me miró con ojos llenos de furia. Me gruñó
en voz baja, sosteniendo su pipa con una mano.
—Lucian, ¿qué demonios te pasa?
—¡Papá, tenemos que hablar!
—¿Te has vuelto loco, hijo?
Mamá entró justo cuando yo buscaba palabras para suplicar a papá que
salvara a Freya de cualquier juicio que pensara hacer sobre ella. Mamá
también parecía enfadada, pero más que enojo, tenía miedo.
—Martha, cierra la puerta —dijo papá mientras mamá permanecía
estupefacta, mirándonos a papá y a mí. Obedeció su orden, cerró
suavemente la puerta, haciendo el menor ruido posible. Papá se quedó
mirándome, dio una larga calada a su pipa y se sentó en su silla.
—Dime, ¿qué era tan importante para perturbar mi paz hoy?
Mamá se acercó a la silla de papá, apoyó los codos en el respaldo y me miró
con curiosidad. Me acerqué a donde estaban.
—Escucha, papá, tengo que hablar contigo sobre Freya.
—¿Qué pasa con ella?
—Estamos predestinados.
Papá apartó la vista de la ventana y dio otra calada a su pipa, soltando una
larga bocanada de humo. Mamá miró a papá y luego a mí. Tenía los labios
apretados.
—Sí, ya lo sabemos —dijo mamá con severidad después de esperar a ver si
papá decía algo.
—Por favor, papá, sea lo que sea lo que hayas oído de ella, no es cierto. Es
tan loba como cualquiera de nosotros. ¿Cómo podemos estar predestinados
si ella no es un lobo?
—Lucian —dijo papá, con voz grave y evitando deliberadamente mirarme
—, mantente alejado de las cosas que no comprendes. Conozco a Freya
desde que nació. Tal vez incluso antes, desde que estaba en el vientre de su
madre. Y ella no es quien tú crees que es.
—Papá, por favor, no la conoces.
—Te pedí que te mantuvieras alejado de esto. Puede que estén
predestinados, pero esto es mucho más complejo de lo que crees. Temí todo
este tiempo que algo así pasara. Y mis temores por fin se han hecho
realidad.
—Mamá, dile que no se precipite. Será mejor que resolvamos esto.
Mamá se quedó allí, en silencio. De hecho, parecía triste. Yo temía más su
cara de tristeza que la de enfado. Su mirada me hizo sentir que no había
mucha esperanza.
—Papá, ¿por favor?
—Boris. —Mamá puso la mano en el hombro de mi padre. —Díselo. Tiene
derecho a saberlo.
Papá miró a mamá. Se quitó la pipa y me indicó que me sentara en una silla
a su lado.
Me senté allí, tenía la boca seca y presentía que algo terrible se avecinaba.
—Mandé a buscar a Freya. Ella debe estar en camino. Necesito reunir al
consejo para esto. Esta situación me excede.
—Pero, papá, Freya no ha hecho nada malo.
—Escucha, muchacho. Esto no tiene nada que ver con el bien o el mal.
¿Sabes quiénes son los padres de Freya?
—Sí. —Asentí con la cabeza. Pero mamá y papá me miraron como si fuera
un tonto.
—Los que Freya llama sus padres no son sus verdaderos padres. Su padre
fue el alfa antes que yo, uno de los más grandes que la manada ha conocido
en décadas. Pero es su madre el centro de todo esto.
—¿Quién es ella?
—Bueno, no era una loba.
—¿Humana?
—No, ella era una bruja. Eso realmente la convierte en un híbrido.
—Pero si el padre es un lobo, ella también debería serlo. Nelf es igual. Su
madre también es bruja. Pero él es tan lobo como cualquiera de nosotros.
Papá gruñó y se puso en pie.
—Todo este tiempo pensamos que Freya sería normal, pero parece que no
lo es. Y debemos decidir qué hacer con ella.
Mientras me esforzaba por convencer a mis padres de que no fueran
demasiado duros con Freya, llamaron a la puerta. Solo un golpe y luego el
silencio.
—Pasa —dijo papá con su voz profunda. Su rostro volvía a estar tenso.
La puerta se abrió lentamente y entró Hilbert. Nos miró y saludó a mi
madre con la cabeza antes de inclinarse ante mi padre.
—¡El consejo está esperando!
—¿Y Freya? —preguntó mientras guardaba la pipa.
—Está aquí. Le pedí que esperara en el cuarto de invitados.
—Bien. —Papá se volvió hacia mí—: Lucian, si quieres, puedes venir
también al consejo. Pero, por favor, intenta no hacer un escándalo. Tienes
que aprender a ser un líder; parte de ser un líder es tomar decisiones
difíciles cuándo es necesario. Y de vez en cuando, debes juzgar a la gente
que quieres, e intentar no ser parcial. En eso se diferencian los buenos
líderes de los grandiosos.
Su voz irradiaba solemnidad, pero no me importaba. No estaba de humor
para escuchar sus sermones en este momento. Freya estaba abajo, y
necesitaba verla. Pero mi presencia era más importante en el consejo. No
podía dejar que las cosas fueran desfavorables para ella.
Salí tras papá del estudio. Hilbert se unió a nosotros. Mamá en cambio
decidió quedarse. Nunca se involucraba en los asuntos del consejo.
Bajamos por otra escalera y llegamos a la sala de reuniones. La sala estaba
bien iluminada, con una gran mesa de madera elegantemente tallada en el
centro y asientos para doce personas. Papá se sentó en la cabecera.
Otros diez lobos estaban sentados a los dos lados de la mesa, todos mayores
que mi padre, algunos audaces, otros con largas barbas blancas y grises,
algunos con arrugas y otros más jóvenes, pero todos parecían sabios. Este
día parecían tensos, pues agitaban las piernas o daban golpecitos en la mesa
con los dedos por la ansiedad.
Nadie hablaba.
Papá le pidió a Hilbert que me trajera una silla para sentarme a su lado.
Hilbert lo hizo y tomó otra para sentarse en el extremo opuesto a papá.
Papá juntó las manos, apoyó los codos en la mesa y miró a su alrededor.
—Espero que el consejo sepa por qué estamos reunidos hoy aquí. Debemos
decidir qué vamos a hacer con la hija de Gayler. La llaman Freya.
Hubo un nerviosismo que estalló ante la mención de Gayler. Algunos
miraron ansiosos a su alrededor. Era evidente que algo no iba bien.
—Según me informan, ella no puede transformarse correctamente.
Temimos todo este tiempo que algo podría estar mal con ella. Ya nos costó
una gran guerra con Hazendra una vez. ¿Dejaremos que siga trayendo caos
a la manada con su mala suerte?”.
Los rostros nerviosos del consejo se miraron entre sí y algunos negaron con
la cabeza. Estaba perdido. Freya causó una guerra. ¿Con quién? ¿Y cuándo?
¿Y quién era Hazendra?
Papá se volvió hacia Hilbert.
—Trae a Freya.
Mi corazón empezó a latir con fuerza cuando Hilbert salió de la habitación.
Todos esperaron impacientes a que entrara Freya, en camiseta y vaqueros,
mirando al suelo. Parecía haber pasado por un naufragio, pero su belleza
estaba intacta.
—Toma asiento.
Había una silla más pequeña en el extremo de la mesa que papá le ofreció
para que se sentara, pero ella la rechazó con un leve movimiento de cabeza.
Freya se quedó de pie junto a la silla, con el rostro bajo. Me pareció que no
me había visto.
Quería llegar hasta ella, abrazarla y decirles a todos esos tontos que no la
conocían como yo. Que nada de esto era culpa suya. Que eran una banda de
cobardes si planeaban deshacerse de ella por miedo a esa tal Hazendra.
—Freya, el consejo necesita juzgar tu habilidad para transformarte, ya que
tenemos quejas de que no puedes convertirte en lobo, aun habiendo llegado
a la edad correcta. ¿Demostrarás al consejo que puedes transformarte y
probarás que estas acusaciones son falsas?
Levantó la vista y nuestros miradas se cruzaron brevemente antes de darme
la espalda. Luego, miró a mi padre.
—Alfa, no puedo transformarme. Estoy lista para asumir el juicio del
consejo.
Su voz era firme y parecía feroz. ¿A dónde quiere llegar? ¿Por qué no
intenta suplicar al consejo que recapacite? ¿Por qué no pide al consejo que
le dé tiempo para arreglar las cosas? ¿Por qué no les dice que se ha
equivocado de año de nacimiento?
Papá volvió a mirar a su alrededor. Los demás miembros parecían tensos y
algunos murmuraban entre sí. Más de una vez oí mencionar el nombre de
Gayler. La comparaban con su padre.
—¿No puedes transformarte, o no puedes transformarte correctamente?
—No puedo hacerlo en absoluto.
—¿Tienes alguna explicación para eso también?
—No.
—Tengo una explicación para eso. —Me levanté de mi asiento. Hilbert se
levantó conmigo como si intentara retenerme si me acercaba al alfa o a
cualquier otro miembro del consejo.
—Siéntate, Lucian. No tienes nada que decir aquí —Papá parecía furioso.
Pero no estaba dispuesto a retroceder sin luchar por Freya.
—Ella no tiene veintiún años, papá. No tiene la edad adecuada. Dale un año
más y estará lista.
—La vi el día que nació. Su edad no es un error. Mantente fuera de los
asuntos del consejo, o haré que Hilbert te saque de esta sala.
Papá dejó escapar un suspiro.
—El consejo necesita hacer una votación. Los que estén a favor de desterrar
a Freya de la manada, por favor levanten la mano.
Papá levantó la mano y, uno a uno, los demás lo siguieron. Observé a Freya.
Se negaba a mirarme a los ojos y veía cómo las manos se levantaban una
tras otra para desterrarla. No podía soportarlo más.
Eché un vistazo a la sala y salí.
C A P ÍT U L O 8
FREYA

E staba sentada en la parte de atrás de un coche. Hilbert me iba a dejar


en casa de mis padres. Me ofrecí a ir andando porque no estaba lejos
de la mansión, pero el alfa insistió en que aceptara ir en el coche. Tal
vez temía que me escapara.
La audiencia fue breve. Vi cómo esas manos se levantaban una a una,
sellando mi destino como marginada de la manada. Se negaron a mirarme a
los ojos mientras decidían mi futuro. Estaban demasiado asqueados para
tenerme en la misma sala siquiera un minuto más después de pronunciar mi
sentencia.
Las once manos se levantaron contra mí, contra mi existencia como
miembro de la manada. Lucian también estaba allí, pero al parecer no fue
tan fuerte para ver cómo su desliz destruía mi mundo. Salió furioso antes de
que el alfa pronunciara su sentencia. De hecho, el alfa no tenía nada que
decir en voz alta. La decisión era unánime.
La sentencia pronunciada por la voz profunda del alfa fue más algo
ceremonial que una sorpresa para mí. Todavía oigo esas palabras resonando
en mi mente: “Freya, por el juicio de este consejo y por el poder que me ha
sido conferido como alfa, te destierro de esta manada, ya no eres miembro
de esta comunidad, y abandonarás el pueblo antes de que acabe el día y
nunca se te permitirá volver. Si rompes alguno de estos mandatos, serás
cazada”.
Me puse a llorar de nuevo al revivir aquel momento. Pero me enjugué las
lágrimas rápidamente con la mano. Nadie debía verme llorar.
El coche se detuvo delante de mi casa. Al bajarme, el familiar aroma a pino
llenó mis fosas nasales. La casa estaba alejada de la carretera, la nieve
cubría el estrecho camino de tierra y los canteros con flores que conducían
al porche delantero. La valla blanca parecía recién pintada. Se veía que
papá y mamá habían estado muy ocupados los últimos meses. Eso me
recordó que hacía mucho tiempo que no los visitaba.
Le di las gracias a Hilbert mientras me ayudaba a sacar mis pertenencias del
maletero. Al menos no me rechazaba como los demás. Solo quedaba mi
bolso de viaje y la mochila. Lo vi dar la vuelta y regresar a la mansión del
alfa.
No tenía ni idea de qué hacer a continuación. ¿A dónde debía ir? Estaba
segura de que mis padres no se pondrían en contra de la decisión del alfa ni
me pedirían que me quede. Pero papá podría conocer a alguien a quien
pedir ayuda fuera de la ciudad.
Necesitaba a alguien que me ayudara. No conocía a nadie fuera de la
manada.
Me acerqué lentamente al porche. No había ruido, lo cual no era raro.
Mamá y papá adoraban su soledad y leían, pintaban o trabajaban en el
jardín desde que estaban jubilados.
Subí los pequeños escalones del porche y llegué a la puerta principal. Dudé
un momento, estuve a punto de llamar a la puerta, pero luego retiré la mano.
¿Era correcto hablar con mis padres cuando ya me habían pedido que
abandonara la manada? ¿No los estaría arrastrando a este lío al compartir
con ellos mis problemas?
Pero necesitaba hablar con alguien y necesitaba su ayuda.
Dejé escapar un suspiro y llamé a la puerta.
Al principio no se oyó ningún ruido del otro lado, pero la puerta se abrió
lentamente después de un rato.
Mamá estaba allí de pie, y sus ojos se abrieron de par en par al verme.
—Freya, gracias a Dios que estás bien.
—Hola, mamá.
Entré en casa. Era estupendo volver después de tantos meses. Eché un
vistazo al salón y vi a papá sentado en su viejo sillón. Se levantó y caminó
hacia mí al verme.
—Freya, cariño, estábamos muy preocupados por ti. Lo que están
diciendo…
—Pete, silencio. Déjala recuperar el aliento —le dijo mamá—. Hija,
siéntate. ¿Quieres algo de beber?
—Estoy bien, mamá —dije mientras me sentaba en el sofá. Los dos se
sentaron frente a mí—. Vengo de la casa del alfa. Me citó para una
audiencia —lo anuncié sin rodeos, pues ya no tenía sentido ocultarles la
verdad.
—Freya, ¿qué te dijo?
—El consejo decidió desterrarme.
—¿Desterrarte? ¿Por qué? —la voz de mamá se quebró. Estaba a punto de
llorar.
—Todo lo que has oído sobre mí es verdad, papá. No puedo transformarme,
lo intenté, pero no puedo.
—Entonces, ¿te desterraron por eso? ¿Qué le pasa a esta gente? Oh, mi
pobre niña.
Mamá vino y se sentó a mi lado. Me cogió de la mano y empezó a sollozar.
—Pete, será mejor que vayas y hables con Boris. Intenta que actúe con algo
de sentido común.
—Freya, escucha —dijo papá, su voz era seria—. Deberíamos haber tenido
esta conversación hace mucho tiempo y nunca lo hicimos. Esperaba
hablarte de esto después del solsticio de invierno, pero no apareciste esa
noche. Esperamos hasta tarde, con la esperanza de que vinieras. Pero eso ya
es pasado. Ahora tenemos que contarte estas cosas. Tienes derecho a
saberlo.
—Papá, ¿a dónde quieres llegar?
—Escucha —replicó papá—, déjame quitarme este peso de encima
primero. No somos tus verdaderos padres. Puede que hayas dudado durante
algún tiempo, ya que no te pareces en nada a nosotros.
Me golpeó como un huracán. Lo que más temía venía de la única persona
que había sido un faro de verdad toda mi vida. Aunque siempre lo sospeché,
oírlo ahora era demasiado para mí.
—¿De qué estás hablando? Mamá, ¿qué le pasa a papá?
No podía creer lo que me estaba diciendo. Era como si el mundo entero se
hubiera vuelto del revés desde el momento en que empezó este día. Nada
estaba saliendo bien, ¿y ahora dice que no soy su hija? ¿Qué demonios está
pasando?
Miré a mamá y ella bajó la vista hacia mi mano, que aún sostenía. Tenía
lágrimas en los ojos.
—Mamá, dime, ¿se ha vuelto loco papá? —me temblaba la voz y me tapé la
boca con la mano para no sollozar.
Ella estaba llorando y sus hombros se movían, sacudidos por la angustia.
Pero no dijo ni una palabra. Papá continuó:
—Tienes derecho a conocer a tus verdaderos padres, y puede que a la vez
eso responda algunas de tus preguntas. Así que escucha con atención.
El mundo entero daba vueltas a mi alrededor, pero tenía que llegar al fondo
del asunto.
—Yo no soy tu padre. Y ella no es tu madre —dijo papá e hizo un gesto
hacia mamá—. Antes de que tu padre fuera a la guerra con Hazendra por ti,
me prometió que si algo les pasaba a él y a tu madre, nosotros te criaríamos
como si fueras nuestra. Tu padre era mi mejor amigo, aunque era mucho
más joven que yo, y le hice esa promesa sin pensarlo dos veces. Nunca creí
que moriría.
—¿Quién es mi padre? —pregunté. Tenía la boca seca y apenas me salían
las palabras.
—Se llamaba Gayler. Esto fue hace veintiún años. Él era el alfa en ese
entonces. Boris no es ni la mitad del alfa que fue tu padre. Nunca será tan
grande.
—¿Y mi madre?
Papá se quedó callado, miró a mamá y ella a mí. ¿Qué me ocultan? ¿Por
qué se callaban lo de mi madre?
—Bueno, tu madre no era una de nosotros. Era una bruja. Su nombre era
Onetha. Y tu padre estaba predestinado a ella.
Miles de preguntas se revolvían en mi interior. ¿Puede un lobo estar
predestinado a una bruja? No podía creer lo que oía. Entonces, si mi madre
era una bruja y mi padre un lobo, ¿eso me convierte en un híbrido? ¿Y es de
la misma manera que estoy predestinada a Lucian? No estaba segura de que
ni siquiera mamá o papá tuvieran respuestas para eso.
—Al principio lo dudamos. Cuando tu padre era un joven soltero, todas las
chicas de la manada querían estar casadas con él. Pero él no pudo encontrar
a su pareja hasta siete años después de su primera transformación.
Entonces, un día, esta bruja llegó y supieron que estaban predestinados.
Todos pensaron que ella lo había hechizado. Algunos, incluso, intentaron
matarla. Pero tu padre la defendió. Retó a cualquiera que amenazara con
matarla. Él ya era el alfa, y nadie se atrevía a desafiarlo.
—Sí, deberías haberlo visto en su forma de lobo. Era tan grande que sus
enemigos huían cuando lo veían —dijo papá y añadió—: Y tu madre
también. Era como una diosa. Nunca había visto a alguien tan hermoso en
toda mi vida.
Mamá lo miró severamente y luego puso su brazo sobre mi hombro:
—Tienes su belleza en ti. Y el buen aspecto de tu padre también.
—¿Pero por qué me dicen esto ahora? Deberían haberme dicho la verdad
hace tiempo.
—Tu padre y tu madre murieron. Murieron protegiéndote. Nosotros
hicimos la promesa de criarte como si fueras nuestra y lo intentamos,
aunque parece que hicimos un trabajo terrible.
—¿Protegiéndome?
—Sí, cuando naciste, una poderosa reina vampiro llamada Hazendra vino a
matarte. Hubo una gran guerra, y muchas manadas vinieron a apoyar a tu
padre. Al final derrotamos a Hazendra, pero perdimos a tu padre y a tu
madre durante esa batalla.
—Esta… Hazendra ¿los mató?
—Sí.
—Y luego, ¿qué le pasó a ella?
—Hazendra perdió, pero se las arregló para escapar. Y nunca volvimos a
saber de ella.
Sentí que mi corazón latía más rápido ante la mención del asesino de mis
verdaderos padres. Ya no importaba que me hubieran desterrado de la
manada: ahora tenía un propósito en la vida. Tenía que llegar hasta
Hazendra y matarla para vengarlos.
—¿Entonces por qué no puedo transformarme? ¿Es porque soy un híbrido?
—Tal vez —dijo papá, encogiéndose de hombros—. La verdad es que no sé
mucho de estas cosas. Lo único que quería era que estuvieras a salvo.
—¿Qué vas a hacer ahora? —preguntó mamá.
—No lo sé, mamá. Realmente no lo sé. Me han desterrado y tengo que irme
de la ciudad. Se está haciendo tarde. Debería irme. No puedo permitir que
se metan en problemas por mi culpa.
Me levanté y abracé a mamá y luego a papá. Mamá se largó a llorar de
nuevo y papá también lagrimeaba.
—Mejor me voy entonces.
—¿A dónde piensas ir? —preguntó papá.
—No lo sé. Tal vez vaya a Denver. Y luego pensaré en algo.
—¿Pero has estado alguna vez en Denver?
—No —respondí con un suspiro. Sentía que podría encontrar algo en una
gran ciudad como Denver. Pero, de nuevo, no tenía ni idea de los peligros
que le esperaban a alguien como yo en un lugar así. ¿Y si Denver estaba
plagada de vampiros? ¿Y si Hazendra gobernaba allí?
—Escucha, Freya, no puedes dejar el pueblo e irte a alguna parte sin un
plan. Sin una manada, un lobo es muy vulnerable.
—Pero, papá, no soy un lobo. No sé lo que soy.
—Eres una loba. Que puedas transformarte o no, no cambia el hecho de
que eres la hija de Gayler. Llevas su sangre en tus venas. Así que nunca más
digas que no eres una loba.
Miré a papá a los ojos cuando dijo esas palabras. Hablaba desde el fondo de
su corazón, desde el amor y la admiración por su amigo perdido. Ojalá
hubiera conocido a Gayler, mi verdadero padre. También deseaba saber más
sobre mi verdadera madre, Onetha.
—Entonces, ¿qué propones?
—Ve a Breckenridge, y busca a un lobo llamado Ian Williams. Te daré su
número. Debes llamarlo y reunirte con él una vez que llegues. Le pediré un
lugar para que te quedes. Mientras tanto, hablaré con Boris y veremos qué
podemos hacer. Te tendremos de vuelta en Silverwood antes de que te des
cuenta.
—Sí, Freya, necesitamos que vuelvas. Este es tu hogar. Estás destinada a
Lucian y tu futuro está aquí —dijo mamá, abrazándome una vez más.
Ya no estaba tan segura de que mi futuro estuviera con Lucian, y no estaba
segura de si ya lo amaba. Deseaba encontrarme con él una última vez antes
de irme de la ciudad para obtener algunas respuestas, pero lo mejor era irme
sin volver a verlo. Solo podía traer angustia y nada más.
Agarré mis maletas y me dirigí a la puerta principal. Papá y mamá me
acompañaron.
—Déjame llevarte al menos hasta mitad de camino.
—No es necesario, papá. Caminaré hasta la parada de autobús. Soy…
quiero decir… fui guardabosques, después de todo. Caminar no es nada
para mí. —Intenté sonreír, para animarme. Pero creo que solo conseguí
hacer una patética mueca.
—Te amamos, Freya. Llámanos cuando llegues —dijo mamá mientras
bajaba las escaleras. Se me llenaron los ojos de lágrimas, pero me
contuve⁠—.
—Yo también los amo —respondí, saludándoles con la mano derecha.
Aunque fueran mis padres adoptivos, me querían más de lo que podía
admitir. Me arrepentí de cómo los había tratado toda mi vida. Debería haber
pasado más tiempo con ellos. Me sentí fatal por no haber ido a cenar con
ellos la noche siguiente al solsticio de invierno.
Si hubiera ido, no habría conocido a Lucian en el bar, no sabríamos que
estábamos predestinados y nada de esto habría ocurrido.
Todo era mi culpa, pero ya no podía hacer nada al respecto.
C A P ÍT U L O 9
FREYA

I ntenté no mirar atrás mientras caminaba hacia la carretera principal.


Sabía que papá y mamá me estaban mirando y que, probablemente,
ambos estarían llorando. Y sabía que si me daba vuelta para mirarlos,
acabaría llorando yo también.
No quería derramar más lágrimas. Llorar no resolvería ninguno de mis
problemas.
Caminé por la calle principal hacia la parada de autobús. Saqué el móvil
para ver la hora. Ya era casi mediodía. Si tomaba un autobús pronto, podría
estar a medio camino de Breckenridge en unas horas.
La parada de autobús era un pequeño refugio desgastado por el tiempo
situado junto a la carretera. No era más que un techo sostenido por postes
de madera. Dentro había un banco de madera para sentarse a esperar.
Los autobuses no solían llegar a aquellas zonas rurales, y las sinuosas
carreteras entre las montañas tampoco eran adecuadas para viajar más
rápido.
De uno de los postes colgaba un cartel con el horario de los autobuses y
pude fijarme cuándo salía el siguiente. Suspiré al ver que tenía que esperar
otra media hora. Parecía que justo había perdido uno, lo que resumía
perfectamente mi suerte en este día.
Coloqué mis maletas en el banco y me senté, tenía por delante una larga
espera. Lo único que había en la parada de autobús era una papelera
desgastada con colillas de cigarrillo desparramadas dentro y alrededor.
Volví a sacar el móvil, pero me di cuenta de que no había cobertura. Estaba
en tierra de nadie. Sin nada más que hacer, miré alrededor de la parada de
autobús. El techo estaba cubierto de musgo y líquenes, y la pintura de los
bancos se estaba descascarando en algunos lugares, dejando al descubierto
la madera en bruto que había debajo. Era más o menos como mi vida ahora,
desprendiéndose hacia el olvido.
Miré a lo lejos. El paisaje era de una belleza impresionante, con montañas
nevadas a lo lejos. El aire era fresco y claro, con el aroma de los pinos y las
flores silvestres, todo ello me recordaba a mi hogar y a mi infancia.
Ojalá pudiera volver a mis días de juventud. Yo era normal hasta que
cumplí la temida edad de veintiún años. Hasta entonces, no había nada
anormal en mí. Ojalá pudiera volver a esa vida.
De vez en cuando pasaba un coche o un camión, y cada vez se me aceleraba
el corazón, temiendo que alguien conocido viajara en aquellos vehículos.
Pero nadie se molestó siquiera en aminorar la marcha para mirarme. La
verdad es que me sentí realmente aliviada de que fuera así.
Mi peor temor era que alguien se me uniera en la parada del autobús. No
estaba preparada para conversaciones triviales en mi estado de ánimo. Y no
estaba preparada para enfrentarme a nadie de la manada en general.
Me senté allí, con mis emociones presionándome en el pecho. Ver a mis
padres había sido difícil, me sentía tremendamente culpable por cómo los
había tratado todo este tiempo.
Además, me preguntaba cómo sería mi vida en Breckenridge. De hecho,
aún no sabía si ir allí o no. ¿Cómo reaccionarían los demás lobos cuando
supieran que me habían desterrado de una manada y que tenía problemas
para transformarme? ¿Cómo sería ese Ian, y cuál sería su razón para
ayudarme? ¿Era un crimen que un lobo ayudara a alguien desterrado? ¿De
ahora en más sería yo una paria para todo el mundo?
Mi mente volvió a mis verdaderos padres: Gayler y Onetha, deseaba
haberlos visto. Debería haberle pedido a mamá una foto de ellos. Quizá
llevara una encima. Debería llamarla y pedirle que me enviara una foto en
cuanto recuperara la cobertura del móvil.
El nombre Hazendra seguía persiguiéndome. ¿Por qué me resultaba tan
familiar? ¿Por qué seguía oyéndolo dentro de mí? Era como si de alguna
manera estuviera conectada a ella. ¿Y papá dijo que ella empezó una guerra
por mi culpa? ¿Por qué una reina vampiro arma una guerra por un recién
nacido?
Mis pensamientos se interrumpieron cuando percibí un sonido familiar que
se acercaba. El motor de una moto gruñó en la distancia y mi corazón dio
un vuelco. Me di vuelta y vi a Lucian conduciendo su elegante motocicleta
negra.
Mi primer instinto fue salir corriendo, pero algo me contuvo. No quería
mostrar miedo frente a Lucian, sobre todo después de lo que había pasado
en la mansión del alfa. Así que me quedé inmóvil, observando cómo se
acercaba a la acera.
Lucian se quitó lentamente el casco y se pasó los dedos por el pelo oscuro.
Llevaba su habitual camiseta y vaqueros, con la campera negra puesta,
desabrochada por delante. Estaba tan guapo como siempre, con esa forma
que tenía de mirarme.
—Te estaba buscando —dijo en voz baja.
—Ya has visto lo que ha pasado. ¿Qué más quieres ver? —repliqué,
tratando de mantener la voz uniforme.
—¿Por qué me hablas así? —dijo, con los ojos clavados en los míos—.
¿Por qué me culpas de lo que ha pasado? Debes confiar en mí. Hice todo lo
que pude para evitar que papá hiciera lo que hizo”.
Puse los ojos en blanco.
—Tú empezaste todo esto, Lucian.
—¿Qué quieres decir?
—¿Realmente quieres hacerte el inocente aquí? Te conté mi secreto, solo a
ti, y luego adivina qué. A los pocos días todos en la manada lo sabían. Pensé
que podías guardar un secreto, Lucian. Estoy tan enojada conmigo misma
por haber sido tan estúpida de confiar en ti tan fácilmente.
—¿Hablas en serio? —Lucian se acercó a mí. Parecía realmente dolido por
mis palabras—: No le conté a nadie tu secreto. No tengo ni idea de cómo se
enteraron.
—Se lo habrás dicho a una de las zorras con las que te acuestas.
Temblaba de rabia, recordando la noche en que lo vi con Gil y sus amigas
en el bar.
—¡Freya, por favor! No estoy con nadie más.
—¿De verdad quieres que te crea?
—Sí, debes confiar en mí. Te amo y necesito estar contigo.
Lucian se acercó a mí y me tomó de la mano. Era la primera vez que me
decía que me amaba. Pero ¿podría haber un peor momento para que lo
dijera?
Sentí un escalofrío en la espalda. Me quedé muda durante un segundo. Tras
respirar hondo y soltar el aire, pregunté:
—Lucian, ¿qué es lo que quieres?
—Solo quería verte. Sé que te sientes fatal ahora, pero necesito que sepas
que estoy contigo en esto.
—Ya has hecho bastante —dije, soltándole la mano y cruzando los brazos
—. Creo que soy perfectamente capaz de cuidarme sola.
—¿Todavía crees que le conté a todo el mundo tu secreto?
Resistí el impulso de volver a poner los ojos en blanco.
—Está bien. Si insistes en que no has tenido nada que ver, bien. Te creeré.
Pero eso no cambia el hecho de que tu padre me desterró de la manada, y
tengo que irme.
—¿A dónde vas, Freya?
—Eso no es asunto tuyo.
Se sentó a mi lado y me agarró del brazo:
—Freya, ¿por qué me haces esto?
—A mí me están echando de mi casa, Lucian. No a ti. No trates de actuar
como si fueras la víctima aquí.
Lucian apartó la mirada de mí y la dirigió hacia las montañas.
—¿Cómo puedo hacerte entender que no tengo nada que ver con esto?
—Ya te he dicho que te creo.
—Pero está claro que estás enfadada conmigo.
—Estoy triste, Lucian. ¿Por qué no puedes entender la situación en la que
estoy? Lo perdí todo: mi trabajo, mi casa, mis padres, todo.
Lucian suspiró pero no dijo nada. Yo continué, pues las palabras seguían
brotando del fondo de mi corazón.
—¿Sabes qué, Lucian? Acabo de enterarme de que mis padres murieron
hace mucho tiempo y nunca los conocí. Nunca conocí a mi madre, Lucian.
¿Puedes siquiera imaginarlo?
Aparté la mirada. No quería que me viera llorar.
—¿Estás hablando de Gayler?
Lo miré.
—¿Me estás tomando el pelo, Lucian? ¿Tú también me has ocultado esto
todo este tiempo?
—Me he enterado hace solo una hora. Creía que lo sabías.
—Papá acaba de contármelo. Pero esa no es la cuestión. Todos me
mintieron toda mi vida. Y ya no sé quién soy. Soy una extraña incluso para
mí misma.
Lucian dejó escapar un suspiro. Luchaba con todas mis fuerzas para no
sollozar. Deseaba que llegara el estúpido autobús para poder irme de esta
temida ciudad. Ya no me sentía cómoda sentada junto a él. Necesitaba huir
de todo esto.
—Freya, escucha. ¿Qué vas a hacer ahora?
—Ya te he dicho que no es asunto tuyo —dije, intentando que no se me
quebrara la voz. Y miré hacia delante, lejos de Lucian.
—Mírame. —Me llevó la mano a la barbilla e intentó girar mi cara hacia él,
pero le aparté la mano.
—Lucian, ¿por qué no me dejas en paz? No estoy de humor para hablar
contigo ahora. Necesito espacio. Y tiempo para pensar.
—Pero estamos predestinados. No podemos vivir lejos el uno del otro.
—No lo sé. Tu padre dijo que tenía que irme de la ciudad antes de que
acabara el día. Entonces, ¿qué sugieres? ¿Incumplir su orden?
—Déjame ir contigo
Miré a Lucian. Parecía que hablaba en serio, pero no traía con él un bolso.
Era una idea que se le había ocurrido al azar.
—Eres el hijo del alfa. Tal vez seas tú mismo el alfa dentro de unos años.
¿Realmente crees que tu padre te permitirá irte conmigo tan fácilmente?
—Es mi vida, y nadie tiene derecho a decidir lo que haré con ella.
Lo miré y sonreí. Solo vi a un niño mimado que creía que el mundo giraba a
su alrededor. Estaba claro que Lucian no tenía ni idea de cómo funciona el
mundo. Había vivido como un príncipe toda su vida. No tenía ni idea de
cómo lucha realmente la gente ni de que el dolor forma parte de nuestra
existencia.
—Si planeas venir conmigo, ¿dónde están tus cosas?
—No necesito nada. Tengo mi teléfono, mi cartera y mi transporte. Todo lo
demás lo puedo comprar por el camino.
—Lucian, déjame en paz —dije mientras me levantaba del banco.
—¿Por qué actúas así?
Di por terminada la conversación. Tomé mis maletas y decidí huir de él.
Pero cuando me di la vuelta para correr, Lucian me quitó las maletas.
Intenté arrancárselas, pero las sostenía con fuerza.
—No puedes huir de mí, Freya —dijo, autoritario—. Tenemos que hablar
de esto.
—No quiero hablar contigo —espeté. El corazón me latía de rabia y miedo
—. Ahora no estoy preparada para hablar contigo. ¿Por qué no me dejas en
paz?
—Freya, tienes que confiar en mí —insistió Lucian, mientras se aferraba
fuerte a mi equipaje—. Estoy intentando ayudarte. Por favor, escúchame.
Pero yo no quería escucharlo. No quería tener más nada que ver con él. Tiré
con más fuerza de mi bolsa, pero fue inútil. Era demasiado fuerte para mí.
Entonces hice lo único que me quedaba por hacer. Solté las maletas. Me di
la vuelta y corrí tan rápido como pude hacia la carretera. Podía oír los pasos
de Lucian detrás de mí, pero no me detuve. Luego, el sonido de los pasos
empezó a desvanecerse y me volví para ver qué ocurría. Lucian iba
corriendo hacia su moto.
Oí el ruido del motor y supe que me seguiría. De inmediato entendí que no
podría deshacerme de él si continuaba por la carretera. Me esforcé más. Mis
piernas bombeaban tan rápido como podían.
En su moto, Lucian podría alcanzarme en apenas segundos. Tenía que salir
de la carretera. Corrí hacia el bosque, donde él no podría seguirme en su
moto. Yo conocía el bosque como la palma de mi mano.
La idea era perderlo y volver a la parada cuando ya no estuviera vigilando.
O tal vez podría avanzar por el bosque hacia la siguiente parada.
Pero necesitaba recoger mis maletas. El dinero y mis identificaciones, y
todo estaba en la mochila. Solo tenía mi teléfono conmigo. Así que debería
permanecer escondida hasta que Lucian se fuera y luego volver a recoger
mis maletas.
¿Y si se las llevaba? Tal vez tendría que arrastrarme hasta él si hacía eso.
No quería pensar en esa posibilidad.
Corrí entre los árboles, siguiendo los pequeños senderos hechos por los
animales. Oí que Lucian me llamaba. Su voz resonaba entre los árboles. No
respondí. No quería hablar con él, solo quería escapar.
C A P ÍT U L O 1 0
FREYA

M e adentré más en el bosque, pensando que por fin lo había perdido.


Lucian podía rastrearme, incluso sin usar sus sentidos de lobo, ya
que yo estaba dejando huellas en la nieve, pero él no era tan rápido
como yo dentro del bosque. Finalmente dejé escapar un suspiro y decidí
descansar un poco. Lucian era muchas cosas, pero no tenía paciencia. No se
molestaría en buscarme durante mucho tiempo. Probablemente regresaría a
casa cuando se diera cuenta de que no podía hallarme.
Ya no me preocupaba eso. Estaba demasiado lejos para que me encontrara.
Mi única preocupación era que se llevara mis maletas. Necesitaba
recuperarlas de algún modo. Era mejor acercarme a la parada de autobús,
donde podría comprobar si las maletas seguían allí.
Volví a sacar el móvil. No había cobertura en el bosque. Lucian debía de
estar intentando llamarme, pero probablemente él también estaría sin
cobertura, a menos que ya hubiera llegado a la ciudad.
Quería volver, pero tenía sed por haber corrido y sabía que había un arroyo
cerca. La mayoría de los arroyos estaban helados. Pero este nacía de unas
termas y seguía fluyendo incluso durante los peores meses del invierno.
Empecé a caminar hacia allí mientras me mantenía alerta. Lucian aún podía
estar cerca; si se había transformado, sus sentidos podían ser más afinados,
así que tenía que tener cuidado. No quería que me encontrara.
A medida que me acercaba al arroyo, percibí el olor de algunos hombres
lobo, y mi reacción inmediata fue esconderme. Había más de dos.
Claramente no eran Lucian, ya que su olor me era familiar.
Me acerqué lentamente al arroyo, procurando hacer el menor ruido posible.
El corazón me latía con fuerza y se me erizaba el vello de la nuca. Sabía
que me costaría explicarle a alguien por qué me corría por el bosque cuando
me habían desterrado y me habían ordenado claramente que me marchara
antes de que acabara el día.
Me acerqué al agua y lo que vi casi me hizo soltar un grito de horror.
Gil, Kate y Ruth estaban tumbadas sobre una enorme roca junto al arroyo.
Las tres llevaban bikinis diminutos que dejaban ver casi todo el cuerpo.
Tenían el pelo mojado y suelto, agitado por la suave brisa. Se reían de algo
y, al acercarme, vi que sostenían cervezas. Parecía que se estaban secando
después de darse un chapuzón en las aguas termales.
El arroyo era rápido, pero en la zona había algunos hoyos que se formaban
entre las rocas. Sabía que la gente venía aquí a darse un baño caliente en los
manantiales durante los meses de invierno, pero no se me pasó por la
cabeza que hoy me toparía con alguien.
Las tres chicas estaban enfrascadas en una conversación muy animada. La
espesa niebla que producía el agua caliente velaba toda la escena, lo que les
dificultaba verme a lo lejos. Lo más probable era que estuvieran hablando
de mí o de Lucian. Tenía curiosidad por saber de qué hablaban, así que me
acerqué a ellas.
—Gil, escucha. Lucian sigue obsesionado con esa zorra. ¿Por qué no
puedes creerme cuando te digo que lo he visto esta mañana? —decía Ruth.
—Pero eso fue antes de que la desterraran. Ahora Lucian ya no puede verla.
Y si lo intentamos, podemos convertirlo en unos días.
—Después de todo, Lucian es un hombre. Y cualquier hombre se enamora
de esto.
Kate se levantó la parte de arriba del bikini para enseñar las tetas a las otras.
Y las tres se rieron.
—Será mejor que me lo dejes a mí. Te enseñaré cómo hacerlo mío —dijo
Gil, y su tono era serio esta vez.
Las otras dos dejaron de reírse y miraron a Gil. Era evidente que cada una
de ellas quería a Lucian para sí. Pero estaba claro que Gil era su líder y no
iban a ir contra ella, al menos no abiertamente.
Yo hervía de rabia y me puse de lado para entender mejor lo que pasaba.
Pero perdí el equilibrio. Al tratar de estabilizarme, mi mano golpeó con
fuerza contra el suelo, haciendo que una ramita se rompiera y produjera un
fuerte ruido.
¡Mierda!
Las tres chicas se levantaron de inmediato y miraron en la dirección en la
que yo me escondía.
—¿Quién está ahí? —preguntó Kate, cubriéndose.
Gil dio un paso adelante y Ruth la siguió.
No tenía sentido esconderme de esas tres zorras. Además, hoy solo eran tres
contra mí. Tenía una cuenta que saldar antes de irme, y esta era mi mejor
chance: ¡tres contra una!
Salí de mi escondite y me planté ante ellas mientras se acercaban a mí.
—Vaya, vaya, mira quién está aquí —dijo Gil, cruzando los brazos.
—Debes estar encantada de que me vaya, ¿verdad?
—Freya, ¿por qué sigues aquí? ¿Planeas esconderte en el bosque? ¿Eres tan
estúpida? —dijo Ruth con tono sarcástico.
Estaba a punto de contestar cuando Kate saltó para añadir:
—¡Esto es un nuevo nivel de estupidez! Me sorprende incluso de ti, Freya.
Temblaba de rabia. Y necesitaba derribar al menos a una de esas chicas.
Pero primero, debía asegurarme de que todos se dieran cuenta de que no
estaba rompiendo ninguna regla aquí.
—Solo estoy de paso —dije al final, intentando mantener la calma—. No
quiero ningún problema.
—No intentes engañarnos, Freya. ¿Qué más vas a estar haciendo en el
bosque? Está claro que intentas esconderte —replicó Gil.
—No, no me estoy escondiendo.
—Creo que deberíamos darle una patada en el culo y luego entregársela al
alfa —añadió Ruth, cerrando los puños como para pelear.
—Vamos, entonces. Déjame mostrarte quién va a recibir una paliza aquí —
dije, poniéndome en posición de combate.
Las tres chicas me rodearon.
Estaba dispuesta a enfrentarlas. Las odiaba. Si acabábamos en una pelea a
puñetazos, que así fuera.
Las tres chicas se mantuvieron firmes, midiéndome. Me aventajaban en
número. Estaba dispuesta a saltar sobre ellas y tirarlas al suelo. No estaban
preparadas para enfrentarse a mí.
Cuando miré a mi alrededor, furiosa, las tres se hicieron señas con la
cabeza. Entonces las tres empezaron a moverse al mismo tiempo. Los
bikinis se desprendieron y se pusieron en cuatro patas mientras sus huesos
se resquebrajaban y su piel se desgarraba. Lo único que pude hacer fue
contemplar horrorizada cómo las tres chicas se convertían en tres lobos
gigantes ante mis ojos.
¿Cómo se suponía que iba a luchar sola contra tres lobos? No estaba lista
para transformarme a medias y revelarles mi secreto a estas tres zorras.
Gil se convirtió en un lobo plateado, Kate en uno negro y Ruth en una loba
gris claro con algunas rayas negras.
Ahora en su forma de lobo y caminando sobre sus cuatro patas, las tres
empezaron a acecharme, esperando a que yo hiciera el primer movimiento.
Tenía todas las de perder. No había forma de que pudiera vencerlas a las
tres. Aunque solo fuera una, sin un arma en la mano no podría luchar ni
siquiera contra una de ellas. Miré a mi alrededor. Ni siquiera había un palo
de tamaño decente que pudiera usar. Estaba de pie sobre la fina nieve sin
nada más que mis manos desnudas para defenderme de tres lobos gigantes.
Temí por mi vida. Estos tres lobos no buscaban pelea, sino matar.
La única opción que me quedaba era correr. Pero estaba en campo abierto, y
antes de que pudiera llegar a la línea de árboles más cercana, cualquiera de
ellos podría alcanzarme.
Mientras pensaba qué hacer, ampliaron su círculo a mi alrededor. Ahora me
cubrían por todos lados. Estaba atrapada y no tenía escapatoria.
Corrí hacia la línea de árboles más cercana, pero la loba negra Kate me
cortó el paso. Se abalanzó contra mí, haciéndome perder el equilibrio.
Rodé un par de veces por la nieve hacia el arroyo e intenté volver a
levantarme, con la nieve cubriéndome de pies a cabeza, pero el lobo
plateado Gil me agarró por el brazo.
Retrocedí dando tumbos, con la sangre que me brotaba de la herida del
brazo. Los tres lobos se acercaron a mí, gruñendo y chasqueando las
mandíbulas. Mi corazón latía con fuerza mientras buscaba una salida, pero
me tenían acorralada. Sabía que no podría huir en mi forma humana y
estaba demasiado débil para luchar contra ellos.
Mi única oportunidad era correr, así que reuní fuerzas y volví a ponerme en
pie.
El lobo gris de Ruth intentó atraparme por los pies. Si lo lograba, todo había
terminado para mí. Así que me defendí con las manos, empujándolos hacia
atrás con todas mis fuerzas.
Ruth me agarró del otro brazo, haciéndome una nueva herida en ese lado.
Estaba sangrando por ambos lados. Supe que mi fin estaba cerca.
Debieron notar que miraba hacia la línea de árboles. Los tres se movieron
hacia ese lado, bloqueándome esa salida. Ahora estaba acorralada entre los
lobos y el arroyo. Era evidente que estaban jugando conmigo. No creo que
planearan matarme de una vez. Me darían pequeños mordiscos hasta que
me desangrara.
Miré hacia el arroyo. Sabía que la única salida era huir y tenía que
arriesgarme.
Me levanté y corrí hacia el arroyo. Los tres lobos no se movieron. Debieron
pensar que me detendría en el borde. Obviamente era demasiado peligroso
cruzarlo con el fino hielo que había en las orillas y sin saber en verdad cuál
era la profundidad del arroyo. Los lobos podíamos permanecer a la
intemperie, pero no sobrevivir mucho tiempo en el agua helada.
Pero en lugar de adentrarme, giré en el último segundo para correr río abajo
a lo largo del arroyo.
Era una pendiente constante y corrí todo lo que mis piernas me permitían.
Los tres lobos venían detrás de mí. Corrí con todas mis fuerzas. Me
sangraban los brazos y el dolor me estaba matando. Pero intenté no pensar
en eso y me concentré únicamente en escapar de mis perseguidores.
Corrí en zigzag, intentando mantenerme lo más cerca posible del arroyo. La
pendiente era pronunciada y la corriente se hacía más rápida al acercarse a
una pequeña cascada, así frustraba cualquier esperanza de avanzar hasta el
otro extremo del arroyo.
Conocía esos bosques y también a quienes me seguían. Se mantenían sobre
todo a mi derecha, obligándome a poner el arroyo siempre a mi izquierda. Y
cada vez que aminoraba la marcha, como si mis piernas no pudieran más,
uno de ellos se acercaba, como para morderme en las piernas.
Corrí, jadeando, con los latidos de mi corazón al máximo mientras lo hacía.
En cualquier momento me desplomaría de cansancio porque mis piernas no
aguantarían más.
Entonces, al acercarme a la cascada, supe que tenía que hacer un
movimiento y lanzarme entre los lobos que me seguían. Pero estaban un
paso por delante de mí. Uno de los lobos se me acercó por detrás. No vi
cuál, pero se abalanzó sobre mí.
Perdí pie en el borde y caí por el precipicio a pesar de todos mis esfuerzos
por recuperar el equilibrio. Me cubrí la cabeza con las manos para
protegerla mientras rodaba colina abajo como una pelota y luego caía al
vacío.
Cerré los ojos y esperé mi final.
Entonces me caí al agua, con mi espalda golpeando el agua primero, en un
chapoteo.
Por un momento, me hundí en el agua, luego volví a subir e intenté nadar,
pero la corriente era demasiado fuerte. Estaba en medio del río, y la cascada
que había detrás de mí creaba la piscina de base. El viento era muy fuerte y
me lanzaba de un lado a otro como un muñeco de trapo.
Hice todo lo posible por nadar hasta la orilla. Pero la corriente era
demasiado fuerte y el agua estaba tan fría que me arrastró. Tenía las piernas
entumecidas por el dolor y no podía mover las manos. Estaba demasiado
cansada para luchar después de tanto correr.
Me movía arriba y abajo con la corriente. Más de una vez me sumergí y, en
mi esfuerzo por respirar, tragué mucha agua. Tenía agua por todas partes, en
la boca, en la nariz y en los ojos. Temía por mi vida.
Entonces la corriente se hizo aún más fuerte, y avancé más deprisa hacia
una sección del río llena de rocas que sobresalían como unos dientes de
demonio. Intenté agarrarme a una roca para no seguir avanzando. Pero iba
demasiado rápido.
Lo último que vi fue una enorme roca en medio del río. Al chocar contra
ella con toda la fuerza del agua, perdí el conocimiento.
C A P ÍT U L O 1 1
LUCIAN

C orrí tras ella, pero era rápida y no podía seguirla. Todo el tiempo me
preguntaba por qué huía, lo que me ralentizaba aún más. Al final,
decidí dar media vuelta. Lo único que quería era que ella supiera que
no había sido yo quien divulgó su secreto, que no había quebrado la
confianza que depositó en mí. Nunca hablé de ello con nadie. Ni siquiera
habría soñado con hacer algo así. Pero la perdoné por sus acciones. Sabía
que estaba muy estresada. Solo podía imaginar por lo que estaba pasando.
Así que era lógico que reaccionara como lo hizo.
Cuando se diera cuenta de que estaba equivocada, volvería. Retorné
lentamente a la carretera donde había aparcado la moto.
Me levanté y aceleré el motor, aún indeciso.
¿Dónde podría estar?
Tal vez corrió hasta la siguiente parada e intentó coger el autobús desde allí.
Freya conocía muy bien estos bosques y probablemente sabía de un sendero
a través del bosque. Así que me dirigí hacia allí. La parada tenía el mismo
aspecto que la anterior, si no más destartalada. Y estaba vacía. No había
rastro de Freya.
Freya era muchas cosas, y era feroz como un lobo. Si alguien decía que no
era una loba, es que no la conocía en absoluto. Cualquier otra persona que
se hubiera enfrentado a lo que ella se enfrentó hoy se habría quebrado, pero
no Freya. No era el tipo de chica que retrocede ante una pelea. Ella estaba
en negación, pero estaba luchando al mismo tiempo.
¿Y adónde pensaba ir?
Mientras esperaba en la parada a que apareciera, recordé de repente que se
había dejado las maletas. Estaban en la parada anterior. ¿Se iría sin ellas?
Lo dudaba. Quizá me engañó haciéndome creer que se había escapado y
volvió allí para recogerlas.
¡Mierda!
Volví al punto anterior lo más rápido que pude. De camino, vi pasar el
autobús que iba a Denver. ¿Estaba ella en él? Mi corazón empezó a latir
más rápido. ¿Debía seguirlo o volver a la parada para ver si sus maletas
seguían allí?
Cuando volví, estaba casi convencido de que ella debía de estar en ese
autobús. Pero, para mi alivio, sus maletas seguían donde las había dejado.
Así que no había regresado del bosque y seguía escondida. ¿Qué pensaba
hacer? Sabía que solo tenía hasta la puesta de sol para abandonar la ciudad.
¿Y si la atrapaban en el bosque al anochecer? No quería pensar en esa
posibilidad.
Dejé la motocicleta en la acera, caminé hasta la parada del autobús y me
senté allí. Quizá Freya volviera a recoger su equipaje.
Esperé más de una hora. Estaba lleno de frustración. Pero ¿y si le hubiera
pasado algo en el bosque? Tal vez debería haberla seguido, fue un error
dejarla ir así. ¿Y si se había lastimado? ¿Y si no era tan fuerte como parecía
ser?
Necesitaba actuar. Pero primero tenía que hacer algo con las maletas de
Freya. No podía dejarlas por ahí tiradas. Las recogí y llevé a mi
motocicleta. Al levantarlas me parecieron ligeras, recordándome de nuevo
lo poco que poseía.
La casa de sus padres estaba cerca, así que fui allí. No fue una elección
difícil porque eran las únicas personas que conocía que tenían relación con
ella. Me acerqué a la casa. Debieron de oír el ruido de la moto porque Pete
y su mujer salieron ni bien detuve el motor.
—Hola, Lucian, ¿estás buscando a Freya?
—Sí, ¿está aquí? —Un rayo de esperanza surgió en mí.
—No, se fue hace unas dos horas. ¿Son sus maletas?
—Sí.
—¿Qué le ha pasado? —La madre de Freya rompió a llorar mientras se
acercaba para agarrar las maletas.
Me planteé si decirles la verdad o inventarme una mentira. Pero mi mente
estaba demasiado nublada para pensar en algo sólido, así que decidí decirles
la verdad.
—Ella estaba en la parada del autobús. Y tuvimos una pequeña pelea —dije,
apartando la mirada—. Luego huyó de mí, dejando las maletas en la parada
del autobús. Esperé a que volviera, pero no lo hizo. Vine aquí pensando que
tal vez la encontraría.
Su madre rompió a llorar mientras recogía las maletas:
—Mi pobre Freya, ¿qué le ha pasado? ¿Qué le han hecho, monstruos?
Pete se acercó para sostenerla. Me miró como disculpándose por la reacción
de su mujer. Asentí con la cabeza. Tenían todo el derecho a culparnos a mí y
a mi padre de lo que le había pasado a Freya.
—¿Sabes a dónde se dirigía?
—Le pedí que fuera a Breckenridge. Pero ella no dijo con seguridad si
pensaba ir allí.
—Hmm, Breckenridge —dije. Sabía que en Breckenridge vivían algunos
lobos. Tal vez Pete tenía a alguien allí que podría ayudar a Freya. Me sentí
un poco mejor sabiendo que no estaba completamente sola.
—No irá a ninguna parte sin las maletas. Probablemente vendrá aquí
cuando vea que las maletas no están en la parada del autobús. Dile que
siento todo lo que ha pasado.
—Lucian, ¿a dónde vas ahora?
—Intentaré volver y buscarla. Estaba disgustada, y no puedo culparla
después de todo lo que le ha ocurrido desde esta mañana.
Me resultaba incómodo estar allí con ellos, con una parte de mí que sabía
que no eran sus padres biológicos y otra que decía que debían culparme de
todo lo ocurrido, igual que Freya. No estaba dispuesto a responder más
preguntas. Les dejé las maletas y salí de casa lo antes posible.
Tenía que ir a buscarla al bosque. Así que aparqué la moto cerca de donde
había entrado en el bosque y la seguí a pie. Anduve por un pequeño
sendero, aún estaba fresco en el suelo nevado y conducía hacia el arroyo.
Pero a medida que me acercaba, empecé a oler otros aromas. Había más
hombres lobo. Y empecé a preocuparme una vez más.
¿Y si se encontraba con alguien? Estaba desterrada, lo que significaba que
ya no iba a ser tratada como un miembro más de la manada. ¿Y si alguien
decidía hacer justicia por mano propia?
Cuando me acerqué más al arroyo, percibí los olores de los demás. Había al
menos otros tres, y me acerqué más.
Entonces vi las huellas en la nieve. Eran huellas de lobos, y por el tamaño,
no se trataba de lobos corrientes, sino de hombres lobo. Y si estos lobos se
desplazaban, eso solo significaba una cosa. ¡Estaban cazando a Freya!
También vi las huellas de Freya entre las de lobos. Parecía que había
corrido hacia el arroyo.
Seguí los escalones hasta el arroyo. Tenía la cabeza atascada con muchos
pensamientos y el corazón me latía con pánico. ¿Quiénes eran esas personas
que la perseguían y qué le habían hecho?
Y entonces lo vi, trozos rotos de la parte de arriba de un bikini. Lo levanté y
lo olí. Era de Ruth.
Y entonces todo encajó en su sitio. Si Ruth estaba aquí, lo más probable era
que las otras, Gil y Kate, también estuvieran. Las tres siempre estaban
juntas, y las tres odiaban a Freya. No podría haberse encontrado con nadie
peor.
Las mataría si le hicieron algo. ¡Esperaba que no le hubieran tocado un pelo
a mi Freya!
Me metí el trozo de la parte de arriba del bikini en el bolsillo y corrí tras sus
pasos. Estaban marcados a lo largo del arroyo hacia la cascada, y los seguí.
Y había gotas de sangre aquí y allá. Freya estaba herida. Sangraba mientras
corría. ¿Qué le habrán hecho?
Justo después de la cascada, las huellas de Freya habían desaparecido.
Busqué las de los lobos: también estaban allí, pero al cabo de un rato, me di
cuenta de que las huellas de lobo se habían transformado en pisadas
humanas. Parecía como si hubieran retrocedido poco después.
¿Qué le habían hecho? ¿La tiraron por la cascada? Solo ellas tres tenían la
respuesta, y yo sabía que tenía que encontrar al menos a una de esas zorras.
Los pasos de las tres chicas continuaron hasta un pequeño claro, donde
había huellas de neumáticos. Parecía que era allí donde habían aparcado el
coche. Allí mismo debieron vestirse y marcharse en el vehículo.
No había necesidad de seguir el coche, sabía exactamente dónde vivían esas
tres, y responderían por sus crímenes.
Necesitaba volver a mi moto para regresar a la ciudad.
Entré en un nuevo sendero que llevaba hacia la parada de autobús donde
había aparcado la motocicleta.
—Lucian.
Me sorprendí cuando oí una suave voz detrás de mí y me volví para ver de
quién se trataba.
No podía ver a nadie.
Entonces oí la misma voz que me llamaba desde la dirección opuesta.
Me volví hacia la nueva dirección. Me estaba poniendo nervioso. ¿Quién
estaba jugando conmigo ahora?
—Lucian —llamó la voz por tercera vez, y perdí la paciencia.
—¿Quién eres? Sal y muéstrate.
Estaba listo para abalanzarme sobre quienquiera que me estuviera gastando
una broma. No podía haber peor momento para poner a prueba mi
paciencia. Y entonces apareció una figura de entre los árboles, una mujer
bajita con un largo vestido verde y el pelo plateado. ¿Dónde la había visto
antes? Ah, ¡la brujita del bar! ¿Cómo se llamaba?
—Lucian, no te deseo ningún mal.
Se acercó a mí. Era bajita y tenía unos grandes ojos verdes que parecían
inocentes. Y percibí su miedo. ¿Me tenía miedo? Eso parecía.
¡Sage, sí, Sage! Ese era su nombre.
—Sage, ¿qué estás haciendo aquí?
—Yo vivo aquí —dijo frunciendo el ceño—. ¡Soy yo quien debería hacerte
esa pregunta!.
No sabía qué decirle. Tenía un remoto recuerdo de que Freya era amiga
suya. Y se me ocurrió que la madre de Freya también era bruja. ¿Y si Freya
estaba buscando refugio en su casa? En el peor de los casos, ella podría
saber algo sobre el pasado de Freya.
—Estoy buscando a Freya —dije con una nueva esperanza.
—¿Freya? ¿Qué estaba haciendo ella aquí?
—¿Sabes lo que le pasó?
—Ni idea. No he visto a Freya en días.
Mis esperanzas se desvanecieron en el aire con su respuesta.
—¿No tienes poderes… para sentir dónde está ahora?
—¿Por qué no puedes simplemente llamarla? —preguntó levantando una
ceja—. Y si está de servicio, ¿por qué no preguntas en la oficina de los
guardabosques por ella?
Solté un suspiro y empecé a contarle todo lo que le había pasado a Freya,
desde que perdió su trabajo hasta que la desterraron. También le conté lo de
la pelea en la parada del autobús y que posiblemente unos hombres lobo la
habían atacado. Le conté todo excepto que reconocí a quienes la habían
atacado. Se trataba de nosotros, los hombres lobo, y una bruja no debería
enterarse de las cosas que pasaban entre nosotros.
Me escuchó atentamente. Cuando terminé, había un extraño brillo en sus
ojos.
—Entonces, ¿crees que puedes ayudarme? —pregunté al final.
—Puedo intentarlo si vienes a mi casa conmigo. Esto lleva tiempo y
necesito muchas cosas. Pero tengo que decirte algo por adelantado: no
puedo prometerte nada.
Sabía que Ruth y las otras chicas sabrían algo sobre Freya. Pero ¿y si ellas
también la habían perdido? En ese caso, lo que Sage pudiera averiguar me
ayudaría a encontrar una nueva pista para buscarla. Además, si Sage no
encontraba nada, podría preguntar a Ruth y a las otras chicas. No tenía nada
que perder, y en ese momento estaba dispuesto a caminar hasta el fin del
mundo para encontrarla. Así que, sin pensármelo dos veces, acepté su
propuesta.
—OK, iré. ¡Vamos!
Seguí a Sage por el bosque hasta llegar a una casita situada bajo un enorme
roble. El lugar parecía sacado de un cuento de hadas, con la nieve que
cubría el tejado. Y parecía limpia por dentro cuando ella abrió la puerta y la
sostuvo para que entrara.
La puerta era baja, probablemente hecha para su estatura, así que tuve que
agacharme para no golpearme la cabeza. Pero el salón en el que entré tenía
un techo muy alto, de alrededor de tres metros, con una ventilación
excelente, lo que me sorprendió en un principio, dado que toda la casa solo
tenía un par de ventanas pequeñas. ¿Y cómo podía ser tan alto desde dentro
cuando parecía mucho más bajo desde fuera? Evidentemente, aquí había
magia; no me sentía a gusto sabiéndolo.
—Toma asiento.
Me ofreció un sitio para sentarme en su salón. Había un par de sofás
alrededor de una mesa redonda de madera. Me senté, ella se excusó y
atravesó otra pequeña puerta, cerrándola tras de sí. Me senté a mirar a mi
alrededor. El lugar parecía rústico, pero también había una sensación de
comodidad. Y olía a flores, como si todo el lugar estuviera perfumado.
Sage regresó al cabo de un rato, con dos grandes vasos en la mano.
—Lucian, bebamos algo primero. Pareces cansado.
—No, gracias, estoy bien —dije. No había tiempo para formalidades. Tenía
que encontrar a Freya lo antes posible.
—No está bien negarse cuando el anfitrión te ofrece una copa —dijo Sage
como si estuviera sermoneando a un niño pequeño que hubiera hecho algo
mal.
Me sentí un poco irritado, pero le quité el vaso de la mano. Ella se sentó en
el sofá delante de mí y empezó a beber. Su vestido se abrió por delante al
sentarse, dejando al descubierto sus piernas hasta los muslos.
Tomé un sorbo y me supo a vino amargo. Así que me tragué el resto y dejé
el vaso sobre la mesa.
—Sage, ¿qué sabes de los padres de Freya?
—¿Qué quieres saber? —preguntó, acomodando sus piernas para que yo
pudiera ver más de sus muslos. ¿Por qué parecía estar borrosa? Parpadeé
varias veces y la miré. Sage era una chica encantadora. Tenía un pecho
abultado. Por la forma en que se inclinaba hacia mí, su escote se veía
bastante prominente.
—Quiero saber quién era su verdadera madre.
—¡Ah, ya te has enterado!
La bruja se echó hacia atrás y levantó la cabeza, acomodándose el pelo
hacia atrás. Y se llevó la mano a la espalda como si quisiera aflojarse el
vestido. ¿Qué demonios estará tramando ahora?
—¿No crees que hace un poco de calor aquí? —dijo con una sonrisa
retorcida.
—¿Calor? No. No lo creo —respondí mientras la veía perder el vestido por
la espalda, revelándome más de su pecho. Parecía que no llevaba corpiño.
Entonces se levantó y se sentó a mi lado, cogiéndome la mano. Sabía que
estaba mal, pero no podía apartarme de ella.
—Así que, si realmente quieres saber sobre su madre, te lo diré. Onetha era
su madre. Y no éramos amigas, pero nos conocíamos. Yo también conozco a
Freya desde hace mucho tiempo. Desde hace mucho tiempo.
La miré. ¿Se estaba acercando a mí? ¿Por qué su voz sonaba extraña?
—Sage… ¿Qué… eres…?
Se levantó y se puso delante de mí. Se tiró del vestido por detrás y este le
cayó hasta los tobillos. No llevaba nada debajo. Se inclinó hacia mí y sus
pechos se balancearon de un lado a otro.
—Bésame, Lucian. Bésame.
Buscó mis labios y me besó contra mi voluntad. Quise escapar de ella, pero
me inmovilizó en el asiento. Tenía los ojos cerrados y su lengua luchaba por
entrar en mi boca.
Mientras tanto, sus manos me desabrochaban el cinturón. Metió las manos
en mis pantalones y me tocó la verga. Sabía que estaba mal, pero al mismo
tiempo, me parecía mágico.
Quitó mis manos de la silla y las colocó sobre su culo. Aquel culo era tan
redondo que parecía hecho de mármol.
La deseaba.
Se inclinó hacia delante y susurró:
—Tú, lobezno, serás el regalo perfecto para Hazendra. Puede jugar contigo
todo lo que quiera. Pero primero, juguemos un poco. No creo que a
Hazendra le importe si primero te hago lamerme el coño un rato.
Y se rio como una loca.
¿Hazendra? ¿Dónde he oído ese nombre antes? ¿No es ella? ¿La vampira?
La reina vampiro. ¿La reina que mató a los padres de Freya?
El recuerdo de Freya inundó mi mente. Freya seguía siéndolo todo para mí.
No podía engañarla. Ella todavía estaba viva en algún lugar. La sentí. Sentí
la necesidad de escapar de Sage cuando estaba a punto de chupármela.
Con toda mi fuerza de voluntad, me levanté y la derribé. Sage me miró
decepcionada mientras me subía los pantalones y me acercaba a la puerta.
Seguía temblando violentamente. Tuve que agarrarme a cosas a ambos
lados para no caerme. Incluso con eso, derribé muchas cosas mientras
caminaba hacia la puerta. No veía con claridad.
—Lucian, no me dejes.
—¡Cállate, maldita bruja! Te mataré por esto.
Ella rio.
—No te preocupes; no recordarás nada, muchacho. Y si te acuerdas, aún
sabes dónde encontrarme.
Sage estaba tumbada en el sofá cuando salí por la puerta. Se reía mientras
yacía desnuda. Podía oír el eco de su risa mientras huía de su casa,
chocando contra los árboles y balanceándome de un lado a otro. Pero corrí.
Corrí como si mi vida dependiera de ello.
C A P ÍT U L O 1 2
FREYA

M e desperté con una sacudida, jadeando. Había agua a mi alrededor y


estaba helada. Mi reacción inmediata fue salir de allí. Pero no podía
moverme. Me dolía todo el cuerpo. Parpadeé varias veces antes de
poder abrir los ojos. Estaba oscureciendo y mis ojos tardaron un rato en
adaptarse a la luz. Con mucho esfuerzo, me volví hacia el otro lado para
mirar a mi alrededor y hacerme una idea de dónde estaba.
Me encontraba en medio del bosque, tumbada en la orilla de un río. Era
ancho y poco profundo, así que me había arrastrado hasta la costa. Levanté
ambos brazos y comprobé que sangraban y tenían marcas de mordiscos,
solo entonces recordé cómo había luchado contra los lobos que me habían
perseguido, y cómo luego caí al río.
Sentía un gran dolor en un lado de la cabeza, como si algo me presionara
desde dentro.
Necesitaba alejarme de allí. Estaba empapada y haría más frío con la puesta
de sol. La orilla del río y todo lo que había más allá estaban cubiertos por
una capa de nieve fresca.
Di media vuelta y me arrastré fuera del lecho del río. Había un llano
formado por la nieve, y luego una capa de nieve más gruesa, que más allá
podría haber sido una llanura de hierba. Mis pies estaban demasiado débiles
para llevarme, así que me contenté con salir del agua. Apreté los dientes y
me ayudé con las manos. No me quedaban fuerzas en las piernas, era como
si tuvieran algo roto.
Me tumbé de espaldas sobre la nieve, hacía mucho frío, pero estaba
demasiado agotada para moverme. Metí la mano izquierda en el bolsillo de
los vaqueros para sacar el móvil. Por favor, que funcione.
Pero el teléfono no estaba encendido. La pantalla estaba visiblemente
agrietada y ya no tenía batería.
¡Mierda!
Quería gritar de frustración y dolor, pero temía que alguien pudiera oírme.
Había más enemigos que amigos en estos extraños bosques, y no estaba en
condiciones de luchar contra nadie. Necesitaba encontrar un lugar donde
esconderme antes de que oscureciera más. Estaba hambrienta, cansada y
malherida. Necesitaba tiempo para recuperarme.
Me sangraban las manos y tenía varias heridas en las piernas. Rasgué parte
de mi camiseta y las vendé lo mejor que pude, sujetando con los dientes un
extremo de las tiras de tela mientras tiraba del otro con la mano libre. La
tarea fue tan agotadora que después tuve que tumbarme un buen rato.
Unos minutos después, levanté la cabeza, miré a mi alrededor y vi una gran
superficie rocosa a un lado. En la parte superior de la roca había una
mancha más oscura, que parecía una cueva en la penumbra. Sentí un atisbo
de esperanza al ver aquello. Tal vez podría encontrar refugio allí.
Me arrastré hacia la roca, esperando que la cueva estuviera vacía. No fue
fácil trepar por allí. Tenía que parar cada pocos metros y respirar hondo
antes de volver a tener fuerzas suficientes para seguir subiendo. La nieve y
el hielo lo hacían aún más duro y frío, pero apreté los dientes y continué.
¿Por qué me estaba pasando esto? Nadie en el mundo podía ayudarme
ahora.
Me sentí triste y lloré.
Las lágrimas caían por mis mejillas contra mi voluntad. Estaba demasiado
maltrecha para resistir el llanto.
Finalmente, conseguí arrastrarme hasta la entrada de una cueva. Era una
pequeña abertura de medio metro de alto y uno de ancho. Miré dentro.
Podía ver en la oscuridad con mis ojos y, para mi gran alivio, estaba vacía.
Me arrastré hasta el interior de esa cueva sombría. Todavía sangraba por
todas partes, me desplomé sobre una tabla de piedra y me quedé dormida.

Al día siguiente me desperté con el sonido de los pájaros. Había algo de luz
dentro de la cueva, pero seguía estando casi todo oscuro. Me incorporé y
me miré las heridas. El dolor seguía ahí, pero empezaba a remitir.
Sabía que lo peor había pasado. Mis genes de lobo estaban trabajando para
curarme más rápido. ¿Genes de lobo o la magia de mi madre? Ya no estaba
segura de quién era realmente.
Sentía que mis pies estaban un poco más fuertes, así que pude salir de la
cueva caminando en cuatro patas. Me tranquilizó saber que no tenía nada
roto. El dolor de cabeza también era más leve. Pero había una nueva
preocupación: me moría de hambre. Necesitaba encontrar algo de comer.
Olfateé a mi alrededor y percibí algunas bayas en la zona. Caminé unos
metros en esa dirección con la cabeza todavía dándome vueltas.
Cuando vi el arbusto de cerezas, corrí hacia él y me arrodillé a su lado,
llenándome la boca con las bayas de color púrpura. Eran amargas, pero no
me importó. Comí todo lo que pude. Comí hasta que no quedó nada en el
arbusto.
Me sentí mucho mejor después de tener algo en el estómago después de
más de veinticuatro horas.
Entonces sentí sed. Tenía la garganta seca. Miré a mi alrededor para ver
dónde estaba el río. Lo vi a lo lejos y caminé hacia él, con cuidado de no
pisar el fino hielo. No quería mojarme los zapatos ni la ropa, así que me
quité todo antes de dirigirme al agua. Con comida en el estómago,
soportaba mucho mejor el frío. Una vez más agradecí mis genes de lobo.
Me acerqué al río y bebí un poco de agua. Había peces nadando, y eso me
dio nuevas esperanzas.
¿Y si pudiera pescar algunos peces para comer? Me daría más fuerzas que
las bayas. Intenté pescar con las manos, pero fue inútil. Los peces eran
demasiado rápidos para mí, e incluso cuando los agarraba, conseguían
zafarse de mis garras. Solo conseguía estremecerme del frío. Tenía que
buscar una forma mejor de atraparlos.
Volví a buscar un palo que pudiera servir de lanza, pero encontrar un palo
adecuado fue difícil, ya que no tenía ningún arma para afilar. Hallé un palo
de unos dos metros de largo y con una piedra traté de tallarlo en forma de
punta, pero no sirvió de nada.
Luego agarré un trozo de madera más pequeño y afilado e intenté atarlo al
palo más largo con los cordones de los zapatos. Funcionó, y pronto tuve un
arpón de aspecto decente con un extremo puntiagudo que podía atravesar a
un pez.
Volví al río con mi nuevo arpón en la mano. Esta vez fui cuidadosa y golpeé
solo cuando veía un pez.
Había algunas truchas en el agua y no fue fácil darles, pero después de
muchos intentos, pesqué unas tres. Me dolía tanto el brazo que decidí parar.
Llevé los peces a la cueva y los dejé junto a la entrada. Después, volví al
bosque para buscar algunas plantas herbáceas. Como guardabosques,
conocía algunas de las hierbas y conseguí recolectar unas cuantas.
Por cómo estaba situado el sol en el cielo, se acercaba el mediodía, y me
dirigí de nuevo al río. Me quité la camiseta y coloqué encima las hierbas
que había recogido. Luego me quité el corpiño y la tanga, los llevé al agua
junto con las medias y los lavé lo mejor que pude con agua. Me hubiera
gustado tener jabón u otro detergente, pero tuve que arreglármelas con lo
que tenía.
Luego puse todo a secar, junto con los pantalones y los zapatos, y volví al
río para darme un baño. Lavarme la suciedad y la sangre seca de los brazos
y los pies me sentó muy bien a pesar de que el agua estaba muy fría.
Después del baño, recogí mis cosas y me dirigí a la cueva. Todavía desnuda,
doblé los vaqueros en dos, me senté encima de ellos y empecé a quitarme
las vendas una a una. Rompí nuevas tiras de la camiseta, mastiqué las
hierbas en la boca, las coloqué en las heridas de mis brazos y las cubrí con
las nuevas vendas.
Cuando terminé, me puse los vaqueros y la mitad de la camiseta que me
quedaba, me calcé sin medias y me dirigí al bosque a recoger leña para
hacer una hoguera.
Mi siguiente reto fue hacer fuego frotando dos palos uno contra otro. El
entrenamiento para guardabosques me sirvió para encender el fuego aunque
me tomó un poco de tiempo. Luego coloqué el pescado montado en un palo
sobre el fuego y cociné los tres pescados.
Me sentí tan bien comiendo pescado; había pasado mucho tiempo desde mi
última buena comida. Me habría encantado comer carne, pero esto debía
alcanzar por ahora.
Después estaba demasiado cansada, así que limpié la hoguera y me eché a
dormir la siesta.

Luego de comer mi almuerzo, dormí durante unas horas: fue mi mejor


comida en dos días. Me sentí mucho mejor al despertarme. Al mirar a mi
alrededor, vi que ya estaba oscureciendo.
Salí gateando de la cueva y caminé hasta una arboleda cercana. La luna
estaba saliendo a lo lejos y de repente deseé verla con más claridad. Busqué
un árbol alto y encontré un enorme roble de ramas bajas. Alcancé una rama,
me subí al roble y empecé a trepar. Me senté en una rama gigante y miré la
luna.
Pensé en toda la gente que había dejado atrás: Lucian, mis padres y los
compañeros guardabosques. Había tanta gente a la que conocía…, una vez
formé parte de una manada, pero todo eso había desaparecido.
Me preguntaba qué pensaría todo el mundo de mí. ¿Empezarían a buscarme
mis padres, Lucian o algún guardabosques? Gil y sus amigas sabían que me
había caído de la colina cerca de la cascada, pero ¿se lo dirían a alguien?
¿Qué pensarían papá y mamá cuando no les llamara al llegar a
Breckenridge? ¿Y Lucian? ¿Me había abandonado tan pronto?
Me resultaba extraño pensar en lo que estaría ocurriendo en casa. No tenía
forma de contactar con nadie fuera del bosque. Ojalá mi teléfono
funcionara. Quizá fue un error huir de Lucian. Debí haber hablado con él.
Tal vez solo quería decir que lo sentía. ¿Y si estaba dispuesto a ayudarme?
Fui una estúpida al huir de él. Ahora por eso mira en lo que me había
metido.
Tres personas sabían que me había caído en la cascada: Gil, Kate y Ruth.
Pero ¿dirían una palabra sobre mí a alguien? No creía que lo hicieran. Ya
me habían desterrado, así que era dudoso que el alfa autorizara un equipo
de búsqueda para encontrarme.
Seguramente me tacharían de renegada y sería presa fácil para cualquiera
que me viera.
No sabía en dónde estaba. Si luego de caerme de la cascada había sido
arrastrada río abajo, debía estar en algún lugar al este de Silverwood.
Entonces, si me dirigía al oeste, podría volver a casa. Pero ¿sería bienvenida
en casa?
Estaba desesperada. Me sentía abandonada, sola y dolorida por las heridas.
Mi ropa estaba toda desgarrada, no tenía ropa de repuesto, y tenía frío y
hambre.
Me largué a llorar mientras bajaba del árbol y volvía a mi cueva. Una vez
dentro, me sentí segura y abrigada. Necesitaba luchar contra esto.
Necesitaba ser fuerte. Necesitaba curar mis heridas. Sabía que me estaba
haciendo más fuerte.
Tenía fuerza suficiente para transformarme. Así que me quité la ropa y me
puse en cuatro patas, dispuesta a hacerlo.
Cerré los ojos y me concentré en ser un lobo. Mis sentidos empezaron a
agudizarse y sentí que las paredes se cerraban sobre mí.
Y entonces llegó el dolor cuando los huesos empezaron a modificarse. El
dolor era insoportable, pero al mismo tiempo placentero. Es difícil describir
la mezcla de emociones que te recorren cuando cambias de forma.
Mi cabeza se transformó en lobo, al igual que la parte superior de mi
cuerpo, pero la parte inferior permaneció en mi forma humana. Podía
moverme a cuatro patas, incluso con las dos piernas humanas. Me moví por
la cueva y decidí volver a mi forma humana.
El cambio de vuelta fue menos doloroso y la tristeza se apoderó de mi
corazón cuando abandoné a mi lobo. Al cabo de un rato volví a mi forma
humana. Me miré las manos. Mis heridas habían desaparecido.
Sí, había funcionado.
Pero las heridas de las piernas seguían ahí, ya que no podía transformar la
parte inferior del cuerpo, pero no importaba. Mis heridas más graves
estaban en la parte superior. El plan era dormir y despertarme al día
siguiente para decidir qué camino tomar.
C A P ÍT U L O 1 3
LUCIAN

M e desperté con un fuerte dolor de cabeza y desorientado. La luz me


parecía demasiado intensa y me costaba abrir los ojos. El dolor de
cabeza era tan fuerte que me agarré la cabeza con las dos manos.
¿Qué me había pasado la noche anterior? No recordaba nada.
Seguía en vaqueros y camiseta, y mi campera estaba tirada junto a la cama.
Busqué en los bolsillos para encontrar mi teléfono. Estaba allí, pero también
había algo más. Era un bikini, de hecho, una parte de él. ¿Y de quién era el
bikini? ¿Qué demonios? ¿Cómo había terminado con un bikini en el
bolsillo?
Lo olfateé, el olor era suave, pero lo conocía. ¡Ah! ¡Ruth! Sí, era de ella.
Los recuerdos del día anterior empezaron a volver a mí, pero eran borrosos,
como un sueño que no podía recordar del todo. Miré el teléfono para ver la
hora y eran casi las once de la mañana. Tenía mucha hambre, como si no
hubiera comido durante días.
Al levantarme de la cama me di cuenta de que algo no iba bien. No podía
quitarme la sensación de que había pasado algo, algo importante. Pero por
más que lo intentaba, no podía recordarlo.
¡Freya! Sí, Freya fue desterrada. ¡Y yo iba tras ella! Espera, había algo más
también. Algo que ver con esa pequeña bruja, ¡sí, Sage! Pero esa parte de
mi memoria estaba tan borrosa que no pude averiguar de qué se trataba. Tal
vez debería hacerle una visita más tarde. Pero no recordaba muy bien en
qué parte del bosque vivía.
Me levanté de la cama y volví a guardar el bikini en el bolsillo. Recogí la
campera del suelo y me la puse en los hombros. Luego fui al baño para
vaciar la vejiga y echarme agua en la cara. Me miré en el espejo. Parecía un
náufrago.
Me lavé los dientes, me mojé el pelo e intenté arreglármelo con los dedos.
De vuelta a mi habitación, tomé un desodorante corporal y me lo rocié por
todo el pecho, la camiseta y los vaqueros. Eso anularía el olor de no
haberme duchado en un día.
Me dirigí a la cocina y me serví un vaso de agua, con la esperanza de que
me ayudara a aclarar mis ideas. Mientras bebía, intenté reconstruir los
acontecimientos: cómo perdí a Freya y cómo fue que llegué a casa. No
recordaba haber vuelto a casa, ni siquiera una mínima parte. Me asomé por
la ventana de la cocina para ver si mi moto estaba en el garaje. Allí estaba.
Así que al parecer había tenido fuerzas suficientes para subirme a la moto y
conducir hasta aquí.
Había unos bocadillos en la nevera y me los zampé. Entró una sirvienta y se
fue corriendo al verme. Seguramente informaría a mi madre de que me
había levantado.
Como era de esperar, mamá entró corriendo. Había pánico en su rostro.
—Lucian, ¿qué te ha pasado? Estaba tan preocupada que llamé al médico
para ver qué tenías.
—Estoy bien, mamá.
Miró mi campera:
—¿Adónde crees que vas?.
—Te dije que estoy bien.
—El doctor estará en camino. Al menos espera a que te revise.
—Cuántas veces tengo que decirte que estoy bien. —Me tragué el último
bocado.
Mamá tenía los brazos en jarra cuando salí de la cocina. Me esforcé por
mantenerme firme. Nunca me dejaría salir de casa si viera que me
tambaleaba al caminar, aunque eso significara llamar a los guardias.
Pero me las arreglé para salir de su vista sin hacer una escena.
Eso sí que estuvo cerca.
Toqué el bikini que llevaba en el bolsillo. Tenía que empezar por algún
sitio. Y lo mejor sería comenzar por Ruth. Ella era mi única pista, y más me
valía obtener algunas respuestas de su parte.
Bajé las escaleras y entré en el garaje. Tenía que ir a casa de Ruth.
Fui en moto hacia la ciudad, mirando de vez en cuando por los espejos
retrovisores para comprobar que nadie me seguía. No podía creer que mamá
se diera por vencida tan fácil. Seguramente le habría pedido a Hilbert o a
otra persona que me siguiera y le informara. Puede que papá fuera el alfa,
pero la que mandaba en casa era mamá.
Tenía una ligera idea de dónde quedaba la casa de Ruth. Vivía en un
apartamento cerca del hospital. Pero no sabía exactamente dónde estaba.
Así que le mandé un mensaje a Bill, uno de mis amigos que salió con ella
durante un tiempo, pidiéndole que me enviara su dirección.
Dejé la moto a un lado de la carretera y esperé a que Bill me enviara la
ubicación. Mientras tanto, crecía mi preocupación por Freya. ¿Qué le había
pasado? La había llamado varias veces desde la mañana, pero su número no
funcionaba.
Recibí la ubicación y llegué allí en un santiamén. Estacioné la moto y me
bajé. El guardia de seguridad me reconoció y sonrió.
—He venido a ver a un amigo —dije al pasar junto al tipo.
El edificio era moderno, tenía más de diez pisos, y Ruth vivía en el cuarto.
Tomé el ascensor y me acerqué a su puerta. Mientras llamaba al timbre, mis
pensamientos iban a toda velocidad. Me pregunté si Ruth estaría en casa a
esas horas. Si no estaba, lo más probable era que estuviera en el hospital.
Allí no podría interrogarla. Eso hubiera significado tener que esperar a que
volviera.
Mientras por mi mente pasaban mil preguntas, oí que alguien se acercaba a
la puerta. Ruth abrió un segundo después, sorprendida de verme.
—Lucian, ¿qué te trae por aquí? —me dedicó una amplia sonrisa,
acariciando la puerta al decirlo.
—¡Vine solo para verte! —dije, sonriendo—. ¿No vas a invitarme a pasar?
—Por supuesto, pasa —respondió y con un gesto me indicó que entrara.
Ruth llevaba un sencillo camisón azul pálido corto, que dejaba al
descubierto sus muslos. Se le traslucían los pezones a través de la fina tela.
Su largo pelo rubio estaba despeinado y le caía alrededor de la cara, dándole
un aspecto desaliñado pero atractivo. Debía de estar durmiendo.
Al entrar en el apartamento, miré rápidamente a mi alrededor. El piso tenía
un aspecto típico de los apartamentos de gama media de Colorado, con
paredes de color beige y un acogedor salón con un sofá de aspecto cómodo
y una mesa de centro. Había algunas fotos familiares en las paredes y una
pequeña maceta en el alféizar de la ventana. Podía ver la cocina desde
donde estaba, y era compacta pero funcional, con armarios de madera y una
pequeña mesa de comedor.
—Lucian, siéntate.
Me senté en el sofá y Ruth se acomodó a mi lado.
—Ah, es tan bueno verte. ¿Quieres algo de beber?
Ruth me abrazó y se acurrucó contra mí. Sus suaves pechos se apretaron
contra mi brazo y me miró de modo seductor, mordiéndose el labio inferior.
—Tengo un poco de sed. ¿Por qué no tomamos una cerveza?
Ruth dudó un poco, sin saber si quedarse allí o irse a buscar las bebidas.
—Ruth, no te preocupes. No me voy a ninguna parte —dije, extendiendo
los brazos sobre el sofá.
Se levantó y fue a la cocina. Sus caderas se balanceaban de un lado a otro
más de lo habitual, mostrando su trasero, apenas cubierto por el camisón.
Sabía que lo hacía a propósito. Estaba muy buena, pero yo tenía que
concentrarme en mi misión.
Cuando se fue, saqué la parte de arriba del bikini del bolsillo y la dejé sobre
la mesa para que la viera.
Ruth regresó con dos cervezas en la mano. Los tirantes de su camisón se
deslizaron por sus brazos, dejando al descubierto la parte superior de sus
pechos mientras se inclinaba hacia el sofá. Entonces vio el bikini y sus ojos
se abrieron de par en par, visiblemente horrorizada.
—Ruth, ni se te ocurra jugar conmigo. Sé que esto es tuyo y que ayer te
encontraste con Freya junto al arroyo. No sé lo que tú y tus amigas le
hicieron. No entres en pánico. Respira hondo, sé una buena chica y
cuéntame todo lo que pasó.
Parecía estar a punto de llorar. No podía hablar, así que se limitó a asentir
para darme a entender que me obedecería.
—Bien. Ahora, deja esas dos cervezas en la mesa y vístete adecuadamente.
Tengo todo el día para escuchar tu versión de la historia —dije mientras
abría una cerveza y bebía un trago. Era amarga, pero estaba bien fría y eso
era lo que necesitaba para mi dolorida cabeza.
Ella se arregló la bata, se cubrió los pechos, cruzó las piernas y se sentó con
los brazos a los lados. Suspiró intensamente.
—Muy bien. Empieza por contarme qué estaban haciendo en el bosque.
—¡Lucian, no sé de qué estás hablando! —dijo, haciéndose la inocente.
—Ya te dije que no me tomaras el pelo. Sé que este es tu bikini, y vi tus
huellas dónde encontré esto, tanto de humanos como de lobos. Así que será
más fácil si me lo cuentas todo ahora mismo.
Ruth intentó escaparse, pero la agarré del brazo cuando se levantaba y la
arrastré de nuevo al sofá.
—Lucian, por favor, no me hagas daño.
—Te haré cosas mucho peores si no empiezas a hablar pronto. Se me está
acabando la paciencia.
—OK, dime lo que necesitas saber.
—Cuéntame todo lo que hiciste ayer en el bosque.
Ruth me miró, le temblaba ligeramente el labio y sus ojos iban de un lado a
otro como buscando una forma de escapar. Pero yo seguía sujetándola por
el brazo, sin dejar que se alejara de mí.
—Nosotras solo nos estábamos bañando…
—¿Quiénes son ‘nosotras’? —Ruth puso cara de querer mentirme otra vez,
así que añadí—: Conté las huellas, Ruth. Así que no se te ocurra
engañarme. Sé que eran tres, aparte de Freya.
Suspiró y se lamió los labios como si se le estuvieran secando:
—Sí, éramos tres: Gil, Kate y yo. Estábamos tomando una cerveza y
bañándonos en los manantiales, hasta que vimos a Freya espiándonos.
—Entonces, ¿qué le hicieron?
—Intentamos hablar con ella, pero estaba muy agresiva. Quizá enloqueció
después de que la desterraran.
—No necesito que me des tu opinión sobre ella. Solo dime qué pasó —le
dije bruscamente. No podía soportar que mencionara el destierro de Freya.
—Entonces, ella intentó pelear contra nosotras, y nosotras nos
transformamos para asustarla. No teníamos intención de hacerle daño.
—Entonces, ¿qué?
—Freya intentó huir y la seguimos.
—¿Estás segura de que no le hicieron daño?
—Sí, estoy segura.
—Pero encontré rastros de sangre en las huellas que dejó. Es la última vez
que te lo digo. Dime la verdad. Si no lo haces, no me temblará el pulso para
matarte.
—¿Me estás amenazando?
—Sí, así es. ¿Qué vas a hacer? ¿Quejarte al alfa? ¿Crees que te dejará ir
después de lo que le hicieron a Freya?
—Lucian, vamos. Ya no es miembro de la manada.
—¿Y por eso creyeron que le podían hacer daño?
—Fue Freya quien empezó. Te lo juro.
—Cállate, Ruth. Estoy harto de tus mentiras. Sé que ustedes tres la odian.
Todos en la manada lo saben. Así que no intenten fingir que son inocentes.
¿Crees que Freya estaba tan loca como para enfrentarse a ustedes tres sola?
—No tienes idea de lo loca que está. Confía en mí, Lucian. Te estoy
diciendo la verdad.
—Dime qué le hicieron. Es todo lo que necesito saber.
—La seguimos hasta la cascada, y saltó desde lo alto al río de abajo.
—¡¿Qué?! —no pude evitar gritarle. ¿Freya saltó de la cascada? ¿Qué
significaba eso? No quería ni pensar en las posibilidades.
—¡Si le pasó algo, las mataré a las tres!
—Lucian, ¿por qué quieres matarnos? No tuvimos nada que ver. Fue Freya
quien saltó del acantilado. ¿Qué se suponía que hiciéramos?
—Estoy seguro de que cualquiera de ustedes la habría empujado por la
cascada.
—No, no hicimos eso.
La solté del brazo mientras me levantaba para irme. ¡Ya veremos!
—¿Adónde vas ahora?
—Voy a buscarla. Y si descubro que le ha pasado algo, ¡vendré por ustedes
tres! Dile a tus amigas que te lo advertí.
La dejé sentada en el sofá y salí.
Si Freya se había tirado por la cascada, seguramente había sido arrastrada
hacia el este por el río. Y esto significaba problemas, ya que es territorio de
caza de la manada de Colas Negras, ¡nuestros peores enemigos!
Bajé la escalera, pensando qué hacer. No podía abandonar así a Freya, pero
si los Colas Negras me veían en sus tierras, yo era hombre muerto. Y no
podía pedir ayuda a nadie, pues papá no lo aprobaría. Podría ser el
comienzo de una guerra si arrastraba a alguien más en esto.
Tenía que hacerlo solo, y tenía que ser muy cuidadoso. Pero por Freya
estaba dispuesto a correr el riesgo. Buscarla era lo menos que podía hacer
después de todo lo que había sufrido. Se lo debía.
C A P ÍT U L O 1 4
FREYA

M e desperté con el trinar de los pájaros. Por suerte, me sentía mucho


mejor que ayer. Tenía frío porque me había quedado dormida
desnuda después de mi transformación de la noche anterior. Así que
lo primero que hice fue vestirme. Mi corpiño y mi tanga estaban secos, y
me puse lo que quedaba de mi camiseta después de haberla rasgado para
vendarme las heridas.
Las heridas ya estaban curadas. No quedaba ni rastro de las mordeduras que
tenía en los brazos. Las que tenía en las piernas eran menores, y por suerte
también se habían curado. Me puse los pantalones y, una vez puestas las
medias y los zapatos, estaba lista para salir y empezar un nuevo día.
Recogí la única otra cosa que poseía, el arpón que utilizaba para pescar.
Estaba en dos partes pues le había desatado los cordones para volver a
ponerlos en mis zapatos. Usé la parte más larga como bastón y me guardé el
trozo de madera afilada en el bolsillo. Podría serme útil como cuchillo si
alguna vez necesitaba apuñalar a alguien o algo, aunque esperaba no tener
que llegar a eso.
Cuando salí, respiré profundamente el aire fresco del bosque. Todo estaba
cubierto de nieve, y era un placer contemplarlo. El paisaje me hizo olvidar
mis preocupaciones, todo aquello de lo que huía. Me sentía feliz de estar
viva y estaba agradecida por este nuevo día.
Sin embargo, necesitaba volver a la civilización, encontrar un teléfono,
llamar a mis padres y decirles que estaba sana y salva. Quizá también
llamara a Lucian. Me sentía mal por haber huido así de él. Seguro pensaba
que estaba loca o algo así.
Pero ¿hacia dónde debía ir? Sabía que no podía ir hacia el oeste, donde
estaba Silverwood. Lo más probable es que no fuera bienvenida allí. Y no
podía siquiera intentarlo, ya que pondría en riesgo mi vida si creían que
trataba de incumplir con mi destierro. Así que empecé a caminar hacia el
este, siguiendo al sol que se elevaba por encima de los árboles.
El río fluía hacia el este durante la primera hora de caminata, y yo lo seguí,
manteniéndome cerca de él. Luego el cauce giró hacia el sur, pero yo
continué yendo hacia el este por un diminuto sendero hecho por animales.
Me preguntaba qué clase de animales vivirían en estos bosques. Se me
hacía agua la boca solo de pensar en la carne. Deseaba con todo mi ser una
comida caliente bien sazonada y una buena bebida para acompañarla. La
luz de la mañana se filtraba entre las hojas, proyectando sombras como
pequeñas manchas sobre el suelo del bosque. Era una vista preciosa y sentía
que recobraba el ánimo a cada paso.
Mientras caminaba, mantuve los ojos abiertos en busca de cualquier signo
de civilización, una cabaña abandonada, el humo de una hoguera, un trozo
de ropa o cualquier cosa relacionada con un humano. Pero no había nada.
Era como si ningún humano, hombre lobo o vampiro hubiera pisado jamás
aquellas tierras.
Me encantaba el bosque, pero teniendo solo mis ropas rotas pasaba mucho
frío, incluso en pleno día. Ansiaba demasiado una comida caliente, una
cama caliente y, lo más importante, alguien con quien hablar. Por ahora
tendría que conformarme con lo que pudiera encontrar en el bosque.
Encontré una mata de bayas silvestres y comí todas las que pude. Las bayas
eran amargas y sabía que era raro encontrarlas en estos meses de invierno.
Tampoco me detuve a descansar mucho tiempo. Necesitaba cubrir tanto
terreno como fuera posible antes de que cayera la noche. También
necesitaba encontrar refugio para dormir un poco.
A medida que avanzaba el día, me fui sintiendo cada vez más cansada y
hambrienta. Me hacía ruido el estómago y me di cuenta de que necesitaba
proteínas para seguir adelante. Me mantuve alerta en busca de cualquier
señal de animales, y olí unos cuantos, pero no pude cazar ninguno. No tenía
nada con lo que cazar una ardilla o un conejo, y fabricar una trampa llevaba
mucho tiempo. No quería perder tiempo valioso en cosas así.
Cuando ya me había resignado a pasar hambre, vi un pequeño arroyo que
corría por el bosque. Estaba helado en su mayor parte, pero el hielo era fino
y se veían los peces nadando por debajo. Me acerqué con cautela,
observando bien la zona en busca de señales de peligro. Pero el arroyo
parecía tranquilo y silencioso, así que me agaché y metí la mano en el agua
a través de un agujero que hice en el fino hielo.
El agua estaba fresca y bebí hasta que se me llenó el estómago. Entonces
me fijé en unos peces que nadaban en el arroyo. Eran más pequeños que los
que había pescado el día anterior, pero de todas formas me servirían. Me
quité los zapatos y les saqué los cordones para atar el arpón. Me acuclillé
junto al agujero que había hecho y esperé con paciencia a que viniera un
pez.
Apunté y lancé el arpón mientras los peces nadaban debajo de mí. Cada vez
se me daba mejor la pesca submarina y cada vez me llevaba menos tiempo.
Conseguí arponear a tres peces.
Luego encendí un pequeño fuego y cociné el pescado para saborear el gusto
de la carne fresca. Mientras comía, sentí que me volvían las fuerzas y supe
que podría seguir caminando un rato más. Aunque se estaba haciendo tarde
y el sol se estaba poniendo, apagué el fuego y continué mi camino.
La noche se acercaba rápidamente y yo buscaba un lugar donde refugiarme.
Entonces oí un ruido espantoso a lo lejos, algo similar al aullido de un lobo.
Me quedé petrificada en el sitio mientras escuchaba pasos que se acercaban
junto con el inconfundible aroma de los hombres lobo.
El pánico se apoderó de mí, apenas si podía pensar hacia dónde huir. Tardé
un rato en localizar de dónde venía del sonido, ya que seguían llegando más
aullidos desde distintas direcciones. Con horror, comprendí que no se
trataba de uno, sino de toda una manada de hombres lobo y me estaban
rodeando lentamente.
Mi corazón se aceleró mientras buscaba frenéticamente una ruta de escape.
La manada seguía rodeándome, pero mantenía la distancia. Cuando salí
corriendo, me volteé un par de veces y los vi a distancia, me miraban
hambrientos con sus ojos depredadores.
Sabía que me superarían fácilmente y que yo no era rival para su fuerza. El
miedo me consumía pues estaba totalmente indefensa ante ellos. El gran
número me abrumó. Estaba claramente en el territorio de caza de otra
manada.
¿Serían capaces de darse cuenta de que yo también era un lobo? Tal vez por
eso se habían mantenido a distancia de mí. Sin embargo, eran hostiles. Tal
vez estos eran los colinegros de los que todos hablaban.
Respiré hondo e intenté calmar los nervios mientras corría. Los hombres
lobo vigilaban todos mis movimientos, esperando a abalanzarse sobre mí.
Tenían un plan y yo no tenía ni idea de qué era lo que buscaban. A medida
que pasaba el tiempo, perdía toda esperanza de escapar. Se acercaba la
noche y me estaba cansando.
Mientras corría, la manada me seguía de cerca, casi me pisaba los talones.
Esquivé árboles y salté rocas con el corazón latiéndome a mil por hora. Los
hombres lobo me estaban alcanzando y oía sus gruñidos cada vez más
fuertes y amenazadores.
No sabía cuánto tiempo podría seguir así, me sentía agotada. Mis piernas
aún se estaban recuperando de la caída, me ardían al correr y jadeaba.
Necesitaba encontrar una forma de esconderme de ellos. De lo contrario
estaba acabada.
Entonces sentí que los lobos venían hacia mí. Cuando estaba a punto de
esquivar una rama, un enorme hombre lobo saltó sobre mí, haciéndome
caer. Luché mientras el lobo más grande me inmovilizaba, sintiendo su
aliento caliente en mi cara. Di patadas y puñetazos frenéticamente,
intentando liberarme, pero me agarraba con demasiada fuerza. Pensé que
era mi fin cuando el lobo me miró a los ojos y abrió la boca. Rasgó mi ropa
con sus uñas, me hirió tanto que sangraba por todas partes.
Los otros lobos se reunieron a nuestro alrededor mientras el lobo más
grande me mantenía inmovilizada. Supuse que era el alfa el que estaba
encima de mí, y que los demás eran su manada. Esperaban pacientemente la
orden de su líder. Tenía el corazón en la boca, cerré los ojos y esperé mi
final, no había nada más que hacer. Pero el lobo no me alcanzó el cuello. Lo
miré y vi que me olfateaba.
El alfa me miró atentamente y luego retiró sus zarpas de mí. Retrocedí hasta
que mi espalda chocó contra el tronco de un árbol. El lobo seguía
mirándome como si me estuviera midiendo. Mostró los dientes y volvió a
cerrar la boca. Miré a mi alrededor y vi que los otros lobos se acercaban a
nosotros. Eran unos veinte. Sus ojos dorados brillaban en la oscuridad.
Entonces el alfa empezó a volver a su forma humana. Los miembros de la
manada me observaron con atención. Gruñían y algunos chasquearon las
mandíbulas, haciendo que temiera por mi vida una vez más.
Pronto, un hombre desnudo ocupó el lugar del alfa. Medía unos dos metros,
tenía los hombros y el pecho anchos. Este hombre musculoso tenía una
cabellera negra que caía sobre sus hombros y una larga barba que le llegaba
hasta el pecho. Sus ojos dorados me miraban. Una cosa extraña de este
hombre era que no se podía adivinar su edad. Su rostro sencillamente no
tenía edad.
El alfa se acercó a mí, sin intentar siquiera cubrirse. Se agachó ante mí y me
buscó la cara con la mano derecha.
—¿Cómo te llamas, pequeña? —me preguntó apartándome un mechón de
pelo de la cara. Para mi sorpresa, su voz era muy suave. Y había una
preocupación genuina en sus ojos.
¿Pequeña? Me sorprendí, pero me las arreglé para responder:
—Soy Freya.
—¿Freya? ¿Dónde he oído ese nombre antes? —dijo el alfa más para sí
mismo que para mí—. ¿Cuál es tu manada?
—No pertenezco a ninguna manada —dije. Era verdad, no mentía—. ¡Estoy
por mi cuenta!
El alfa me miró de arriba abajo, evaluándome.
—Estás lejos de cualquier pueblo. ¿Qué haces sola en estos bosques? ¿Y
por qué no te transformaste cuando te cazamos?
No sabía qué responder. Decirle la verdad no era una opción, pero era muy
mala mentirosa. Mientras me esforzaba por responder a sus preguntas, el
alfa indicó a los miembros de su manada que se marcharan. Todos se
retiraron, obedeciendo la orden.
—¡Vamos al campamento! —el alfa se levantó y sonrió al verme dudar—.
Perdón por mi desnudez. Molestias de transformarse en el medio del
bosque.
Intenté aliviar la tensión con una sonrisa:
—No pasa nada. Lo comprendo. —Me puse en pie. Me sentí bien hablando
con alguien después de tantos días.
Caminé junto a él. Me guio por un sendero y percibí que los lobos
caminaban delante. Me sorprendió el atrevimiento de este hombre al andar
desnudo; tuve que luchar para no mirar sus partes íntimas.
—Soy Marcus, por cierto —dijo—. Y creo que ya te habrás dado cuenta de
que soy el alfa de esta manada.
—¿Cómo se llama tu manada?
—¿Mi manada? De donde tú vienes, nos llaman los colinegros —me sonrió.
¡Colas Negras! Había oído hablar de ellos. Para nosotros, los Espaldas
Plateadas, los colinegros eran nuestros enemigos acérrimos. Por la forma en
que sonrió, era evidente que sabía de dónde era yo. Pero mientras no lo
dijera en voz alta, yo estaba dispuesta a atenerme al hecho de que no
pertenecía a ninguna manada.
—Tenemos un asentamiento cerca —dijo Marcus mientras yo estaba
sumida en mis pensamientos—. Puedes venir con nosotros. Te daremos
comida y un lugar para dormir en mi mansión. Puedes quedarte todo el
tiempo que quieras.
No tenía planes de quedarme con él demasiado tiempo. Pero por el
momento estaba cansada, hambrienta y sola. Y la idea de volver a estar
entre otros hombres lobo, aunque fueran algo extraños, era tentadora.
—Me gustaría —Asentí—. Gracias.
Marcus sonrió, y pude sentir la calidez en su mirada.
—Vamos, entonces. Ya estamos en el campamento. Hay alguien a quien le
encantará conocerte.
C A P ÍT U L O 1 5
FREYA

E l campamento estaba construido en la cima de una pequeña colina,


con un arroyo que fluía a un lado. Estaba rodeado de árboles, por lo
que era muy difícil verlo desde fuera. Unas cuantas tiendas de color
blanco estaban esparcidas por la zona, camufladas por la nieve que cubría
todo lo demás.
Marcus me condujo hacia una tienda alta en el centro, rodeada de muchas
otras más pequeñas. El campamento estaba repleto de gente y lobos. Una
sirvienta abrió la tienda para que entráramos, e intuí que hasta los sirvientes
eran hombres lobo.
Dentro de la tienda había una pequeña cama en un extremo y un jacuzzi
circular de madera en el otro. Era lo bastante grande para que varias
personas se metieran al mismo tiempo. Había una luz tenue y, en el otro
extremo, unas cuantas sillas acolchadas dispuestas en círculo. En una de
ellas estaba sentada una mujer alta, vestida con una bata blanca. Se levantó
y se acercó a nosotros cuando entramos.
—Luna, mira a quién he encontrado hoy —dijo Marcus.
Luna llevaba el pelo rubio que le caía en cascada por la espalda. Sus ojos
eran de un pálido color ceniza. Me recordaba a una diosa griega, así de
guapa era. Al mirarme me dedicó la sonrisa más increíble que he visto.
Pude sentir que la tal Luna no era un hombre lobo. Era una bruja como
Sage. Daba la apariencia de tener una edad imprecisa, como el alfa. Y su
piel era suave y brillaba como de un bebé recién nacido.
La túnica que llevaba Luna apenas le cubría medio muslo, y su escote era
bastante visible. Al acercarse, vi que llevaba un medallón entre los pechos,
parecido al que había visto llevar a Sage. Luna corrió hacia Marcus y lo
besó, rodeándolo con las manos. Me sentí incómoda al verla besar a un
hombre desnudo delante de mí. Actuaban como si yo no estuviera allí.
—Freya, ella es Luna. Mi esposa —dijo Marcus.
—¿Levantaremos campamento? —preguntó ella.
—Sí, querida. Avisa a todos para que empaquen. Y organiza una fiesta para
cuando lleguemos a casa. Necesito organizar una cena para nuestra nueva
invitada. —Luna me sonrió, me tomó la mano y me miró a los ojos—.
Freya, creo que seremos buenas amigas.
La excesiva familiaridad que me mostraban estas personas me desconcertó.
¿Era porque yo también era un hombre lobo? ¿O sabían algo más sobre mí?
—Cariño, ¿crees que tenemos tiempo suficiente para bañarnos antes de
irnos? —preguntó Marcus.
—Sí, creo que sí. Ya he calentado el agua.
—¡Eres la mejor! —La besó de nuevo mientras bajaba a la bañera de
madera—. Freya, ¿por qué no te unes a nosotros?
—Sí, querida. Vamos a darnos un baño. Parece que has pasado por mucho
—dijo Luna, mirándome con simpatía.
Luna tiró de su bata y esta cayó al suelo. No llevaba nada debajo. Tenía las
caderas anchas y los pechos grandes, un poco caídos. Pero eso no hacía más
que consolidar la idea de que parecía una de aquellas diosas griegas.
Me sonrió y bajó a la bañera:
—Freya, ven, no seas tímida.
Al entrar en el agua, su medallón empezó a brillar un poco. La vi mover la
mano sobre la superficie del agua, calentándola. Una fina niebla surgió del
agua cuando terminó de calentarla.
Si digo que fue incómodo entrar en esa bañera me quedo muy corta. No
estaba preparada para meterme desnuda en la bañera con dos desconocidos.
Pero el agua estaba humeante. El baño caliente resultaba tentador, me
costaba resistirme.
Al diablo, pensé. Por mí estaba bien, siempre y cuando estas personas
mantuvieran sus manos lejos de mí. La verdad, no me importaba lo que
hicieran entre ellos. Estaban casados y eso no era asunto mío. Me di vuelta
y empecé a desnudarme. La tienda estaba cerrada, y solo una bombilla
iluminaba todo el recinto.
Cuando me volví hacia la bañera, Marcus ya estaba metido hasta el cuello
en el agua con los ojos cerrados. Luna estaba sentada a su lado, con los ojos
fijos en mí.
—Ven, querida, sube —Me tendió la mano.
No acepté su mano extendida, sino que me metí por el otro extremo,
cubriéndome el cuerpo con las manos hasta quedar completamente
sumergida hasta la barbilla. El agua estaba caliente y me sentía en el
paraíso.
—Freya, tienes un cuerpo impresionante —me dijo Luna—. ¿Cuántos años
tienes?
Me sentí rara cuando hizo ese comentario sobre mi cuerpo, pero intenté no
demostrarlo.
—Acabo de cumplir veintiuno.
—¡Ah, la flor de la juventud! —Sonrió.
Durante la siguiente media hora, más o menos, nos quedamos allí. Marcus
estaba inmóvil. Tenía los ojos cerrados todo el tiempo y nunca hablaba. En
cambio, Luna era incapaz de mantener la boca cerrada. No paraba de hablar
de las cosas que organizaría para la cena, de sus lugares favoritos y de cómo
conoció a Marcus. Pensé que llegaría a conocer toda la historia de su vida
antes de que acabara el día.
Al final, Marcus abrió los ojos:
—¡Lidia! —gritó con todas sus fuerzas.
Una mujer mayor con un sencillo vestido blanco entró en la tienda.
—¡Trae las toallas y pídeles a todos que estén listos para irse!
La mujer hizo una reverencia y se marchó.
Unos cuantos sirvientes se reunieron cuando estábamos a punto de salir del
jacuzzi. Trajeron grandes toallas blancas y envolvieron a Marcus cuando
salió del agua. Luna lo siguió y otro sirviente hizo lo mismo con ella.
Miré a mi alrededor y vi a otro sirviente con una toalla extendida
esperándome. Pero me sentía un poco nerviosa al salir del agua desnuda con
tanta gente a mi alrededor.
—Está bien, cariño. Sal y sécate. Debemos volver pronto a la mansión para
llegar a tiempo para la cena. Me muero de hambre —dijo Luna con una
sonrisa al verme dudar.
Marcus se estaba vistiendo con la ayuda de los criados. Llevaba unos
pantalones de lino y una camisa blanca de lino holgada. Luna se puso un
precioso vestido de color plateado de los que se atan en la cintura.
Miré mi ropa hecha trizas en el suelo.
Luna me vio y vino hacia mí con un vestido envolvente como el suyo.
—Puedes quedártelo.
—Gracias, Luna, eres muy amable.
Me sentí agradecida por la hospitalidad de esta pareja. Eran los alfas de la
manada, pero eran humildes y amables. Nunca me habían tratado así en
casa y empecé a hacerme ilusiones.
Me puse el vestido y salí de la tienda siguiendo a Luna. Había salido la luna
y había luz suficiente para ver los alrededores del campamento. Marcus ya
estaba en su vehículo, un flamante jeep Wrangler con neumáticos llenos de
barro que delataban su uso todoterreno. A lo lejos se veían otros jeeps y
algunos camiones.
Me senté en el asiento trasero y Luna adelante. Besó a Marcus con un beso
largo y apasionado antes de que empezáramos a dirigirnos hacia su
mansión. Me sorprendió el amor y la pasión de esta pareja.
Nos dirigimos hacia la mansión del alfa, Marcus conducía a toda velocidad
por la carretera de tierra. La mansión se alzaba a lo lejos con una vasta finca
que dominaba las tierras de labranza a ambos lados de la carretera por la
que conducíamos. Él me dijo que eran propietarios de las tierras de cultivo
y que eran autosuficientes. No podía creer lo que veían mis ojos cuando vi
la tierra que me rodeaba.
Luna salió y sujetó la puerta para que yo bajara. La mansión parecía tener
unos cuantos siglos de antigüedad, por lo menos. Se parecía más a una
antigua casa noble de Europa que a cualquier cosa que hubiera visto en los
Estados Unidos.
—Ven, querida, vamos directamente a cenar.
Unas luces modernas iluminaban la gran escalera que conducía al vestíbulo
principal, por la que nos dirigimos al comedor del fondo. Había cuadros en
las paredes y un grupo tocaba música en un rincón. Ellos también eran
hombres lobo. Parecía que los colinegros no acogían a los humanos entre
ellos como sí hacíamos nosotros, los Espaldas Plateadas.
Parecía como si hubiéramos viajado en el tiempo y aterrizado en un gran
salón de baile de la época victoriana. Lo único moderno eran las luces y la
ropa que llevaba la gente.
Luna me llevó del brazo a la mesa principal. Era una mesa larga con
asientos suficientes para más de veinte personas. Tres asientos estaban
vacíos en un extremo. En cambio, el otro lado de la mesa estaba lleno de
hombres y mujeres vestidos con mucho lujo, y eran todos hombres lobo,
según olí.
Estas personas deben ser su consejo y sus esposas, pensé.
Marcus vino y se sentó en la silla de la cabecera, y Luna me ofreció el
asiento a su izquierda. Ella se sentó a su derecha. En la mesa había platos de
carne y pescado, ensaladas y postres. Hacía días que no comía
decentemente, y mi estómago rugió al ver aquellas delicias.
Marcus levantó su copa y dijo: “Esta es Freya, nuestra invitada de esta
noche. Puede quedarse aquí todo el tiempo que quiera. Todos ustedes
deberán tratarla como a una de los nuestros mientras permanezca bajo mi
techo. Comamos y bebamos todos por la alegría de conocerla”.
Hubo una gran ovación de la multitud y, para mi gran placer,
inmediatamente se pusieron a comer. Comí como si nadie me estuviera
viendo. Tenía tanta hambre y la comida estaba tan buena que no pude
contenerme. Cuando terminé, estaba tan llena que casi vomito.
La cena duró horas, pues la gente continuaba charlando entre sí. Sentí que
estaba conociendo mejor a estas personas. Más gente quería saber sobre mi
pasado y lo que me había traído hasta aquí. Pero no me presionaban, y yo
les contestaba con el menor detalle posible.
Marcus y Luna eran excelentes anfitriones y tenían grandes chefs en sus
cocinas. Él contaba historias sobre la manada y sus aventuras, y todo el
mundo se reía y se animaba con sus chistes. Sentí que pertenecía a este
lugar y que había encontrado un nuevo hogar.
A medida que avanzaba la noche, la cena llegó a su fin. Marcus y Luna
dieron las gracias a todos por haber venido y los acompañaron uno a uno
fuera del salón. Mientras los invitados se marchaban, Luna me acompañó a
mi nueva habitación en el primer piso.
Era un hermoso cuarto pequeño con vistas al jardín principal, con una cama
mullida y un armario de madera. También había un par de sillas y un gran
espejo.
Fui al baño y me tumbé en la cama, con la esperanza de relajarme después
de un día ajetreado. Luna se había quedado con mi ropa vieja y yo ahora
llevaba el vestido que me había regalado. Estaba tan cansada que me estaba
por quedar dormida con la ropa puesta cuando llamaron a la puerta.
Pensé que era Luna y me apresuré a abrir la puerta. Pero, para mi sorpresa,
era una niña de unos cinco años, con un pijama rosa y una muñeca bebé.
Tenía el pelo rubio y unos grandes ojos grises. La niña no tardó en entrar en
la habitación y subirse a mi cama. Me quedé sorprendida y no supe qué
hacer con ella.
—¿Cómo te llamas? —preguntó con una voz suave y encantadora.
—Soy Freya. ¿Y tú?
—Ruby.
—Bien, Ruby, ¿no es demasiado tarde para que estés despierta todavía? —
pregunté con una amplia sonrisa. No quería parecer mandona con esta niña.
—¿Puedes contarme un cuento?
—Claro.
Me senté al borde de la cama, pensando qué cuento podía contarle. No se
me daba muy bien hacer de niñera. Apenas hablaba con niños de su edad.
Pero ya estaba enamorada de ella, me recordaba a mi infancia.
Cuando estaba a punto de inventarme algo, llamaron de nuevo a la puerta.
Esta vez, era Luna. Llevaba un camisón de seda y otro en la mano. Una
sonrisa se dibujó en su rostro al ver a la niña sentada en mi cama.
—Ah, parece que ya has conocido a mi pequeña Ruby.
—Mamá, Freya estaba a punto de contarme un cuento —la niña sonaba
emocionada.
Me sorprendió oír que se trataba de la hija de Luna. Por alguna razón,
Marcus y Luna parecían demasiado mayores para tener una hija tan joven.
¿Eso significaba que Ruby era una híbrida como yo, engendrada por un
hombre lobo y parida por una bruja? Tenía tantas preguntas que quería
hacerle a Luna.
Pero antes de que pudiera preguntar nada, Luna entró en la habitación y
levantó a Ruby de la cama. Le besó la parte superior de la cabeza y dijo:
—Freya ha pasado por mucho hoy, estoy segura de que ahora necesita
dormir. —Me miró disculpándose—: Perdona si te ha molestado. Puede ser
un poco mandona a veces.
—No, en absoluto. Es muy bonita.
—Ruby, vendremos mañana a escuchar la historia de la tía Freya, ¿está
bien? Se quedará con nosotros mucho tiempo, y estoy segura de que todos
podemos ser grandes amigos —dijo sonriéndome—: Te he comprado un
camisón. Mañana vamos a ver en mi vestidor qué te puedes poner. Somos
más o menos de la misma talla, y seguro que encontramos muchas prendas
que te queden bien. Si no, siempre podemos ir de compras.
Luna me dio las buenas noches y se llevó a la niña, dejándome descansar
por fin. Cerré la puerta tras ellas y me puse el camisón. Me tumbé en la
cómoda cama, con una sensación de paz que no había sentido en mucho
tiempo. Mientras me dormía, no pude evitar pensar en lo mucho que había
cambiado mi vida desde que me expulsaron de mi manada.
C A P ÍT U L O 1 6
FREYA

A l día siguiente me desperté muy relajada y tardé un rato en reconocer


en dónde estaba. Afuera ya era de día y los rayos del sol llenaban la
habitación a través de la ventana que daba al jardín. Podía oír el piar
de los pájaros mientras me sentaba en la cama e intentaba domar mi rebelde
melena.
Me sentía muy bien y no podía creer la suerte que había tenido de encontrar
a gente como Luna y Marcus. Fueron súper amables conmigo desde el
momento en que me conocieron, pero sabía que mis padres estarían muy
preocupados porque no tenían ni idea de lo que me había pasado. Debía
llamarlos pronto para avisarles que estaba a salvo.
Volví a sacar mi teléfono y eché un vistazo. Tal vez podría pedirle a alguien
que lo reparara. O pedirle a Luna que me prestara el suyo para llamar a
mamá y decirle que estaba bien. Me sentí culpable por no haber llamado ya
a mamá. Con toda la emoción del día anterior lo olvidé, por eso necesitaba
encontrar a Luna pronto.
Entré en el baño y cuando me estaba lavando la cara, llamaron a la puerta.
Abrí y me encontré con Luna, que entró en mi habitación luciendo un
precioso vestido morado que se arrastraba por el suelo tras ella. El escote
era profundo y dejaba ver el medallón sobre su profundo escote. Estaba
guapísima, e inmediatamente me di cuenta de que también traía un sencillo
vestido de noche color blanco.
—Buenos días, Freya —me dijo Luna con una amplia sonrisa—. Espero
que hayas dormido bien.
—Sí, gracias —respondí, sintiéndome realmente agradecida por la
hospitalidad de esta encantadora mujer.
—Me preguntaba si te gustaría venir a mi habitación y elegir algo para
ponerte. Estoy segura de que puedes encontrar muchos vestidos bonitos que
te queden bien en mi colección.
Parecía que su generosidad no tenía fin, y me sentía un poco culpable por
utilizar sus cosas de esa manera.
—¿Estás segura? —pregunté—. Si puedes prestarme unos vaqueros y unas
camisetas, será más que suficiente.
—Tonterías —dijo Luna, haciéndome un gesto con la mano—. Todo lo mío
es tuyo. Quiero que te sientas cómoda aquí. Además, creo que será divertido
revisar mi vestidor con otra persona. Hay partes que yo misma no he visto
en años. Ven, vamos.
Me tomó de la mano y me sacó del cuarto. ¿Tan grande era el vestidor para
tener partes que no había visto en años?
La habitación se abría a un largo pasillo, un espacio aireado con altas
ventanas que dejaban entrar la luz de la mañana y proyectaban sombras
sorprendentes contra la pared interior.
Mientras avanzábamos, pasamos por delante de la habitación de Ruby, y no
pude evitar fijarme en la niña, que dormía plácidamente. Luna captó mi
mirada y sonrió.
—Es una ternura, ¿verdad? —susurró, apretándome la mano.
Asentí con la cabeza. Sentía que Ruby era como la hermana que nunca
había tenido. Era parecida a mí en muchos aspectos: hija de un alfa, híbrida
de hombre lobo y bruja. Pero también me provocaba un poco de celos, ya
que ella tenía todo lo que yo nunca tuve, pues vivía con sus padres
biológicos.
Luna debió de notar mi repentino cambio de pensamiento y me dio un
suave tirón de la mano:
—Ven, cariño. Mi dormitorio está a la vuelta de esa esquina.
Atravesamos una enorme puerta tallada. Había una cama gigante con dosel
en el centro de la habitación, un tocador repleto de maquillajes y joyas a un
lado, y un gran espejo ovalado. A los lados se abrían dos puertas más
pequeñas, una que daba a un cuarto de baño y otra al vestidor.
Luna me arrastró hasta el cuarto del vestidor, e inmediatamente me sentí
como una niña pequeña en una tienda de golosinas. El vestidor era enorme
como el propio dormitorio, con hileras e hileras de vestidos, blusas, faldas,
zapatos y sombreros que estaban por donde mirara.
—¿Todo esto es tuyo? —No pude ocultar mi sorpresa.
Luna sonrió:
—Ahora ya sabes por qué quería compartirlo contigo, ¿verdad? Por mucho
que me cambie, nunca podré usar todo esto.
Era un poco exagerado, pero la entendí. Esta mujer tenía más ropa de la que
cualquier persona normal necesitaría. No era una mujer corriente, pero me
preguntaba si una verdadera reina o princesa tendría tantas prendas.
—No sé por dónde empezar —dije mientras observaba todo—, ¿dónde
guardas los vaqueros?
—Ah, lo siento, pero no llevo pantalones ni shorts. Así que no tengo nada
de eso. ¿Por qué no buscas unas faldas por ahí? —Señaló un perchero lleno
de faldas largas.
Me decepcionó un poco que no hubiera pantalones. ¿Tan anticuada es como
para no tenerlos? Me recordó a Sage. Quizá todas las brujas sean así de
aburridas en lo que respecta a la moda y la comodidad en el vestir. No
podría imaginarme vivir sin llevar pantalones. Pero parece que tendría que
conformarme con una falda, para variar.
Luna solo tenía faldas largas y vestidos que le llegaban por debajo de las
rodillas. Dado lo liberal que era con su cuerpo, me preguntaba por qué era
tan convencional a la hora de llevar vestidos largos. Era casi como si fuera
de otra época. ¿Cuántos años tenía esta mujer?
—¡Pruébate esto! —Luna me tendió un sencillo vestido azul. —, estoy
segura de que te quedará precioso.
Era un vestido sin mangas y con escote pronunciado, como el que llevaba
ella. Cogí el vestido y la tela me pareció muy cómoda. Luna me miraba
fijamente, esperando a que me lo pusiera.
Yo solo llevaba puesto el camisón sin nada debajo. Pero así era Luna, y no
me permitiría ningún pudor, menos aún dentro de su vestidor. Así que
suspiré, me di vuelta hacia el otro lado, dejé caer el camisón al suelo y me
puse el vestido.
—Freya. Estás impresionante. Mírate en el espejo.
Luna me hizo voltearme hacia el espejo. Y vaya si me quedaba bien.
—¿Puedo quedármelo? —le pregunté.
—Por supuesto. ¿Por qué crees que te dejé probártelo?
—Gracias —dije, sintiéndome agradecida. Me pareció el momento perfecto
para pedirle a Luna su teléfono.
—¿Te importaría prestarme tu teléfono para que pueda llamar a casa y
decirles que estoy bien? Mamá debe estar muy asustada, ni siquiera sabe si
estoy viva.
Le hice la pregunta que había estado esperando hacerle todo este tiempo.
Pero en cuanto la hice, la sonrisa desapareció del rostro de Luna.
—Ay, Freya, ¿cómo puedo explicarte esto? Esta comunidad no usa
teléfonos. Es una distracción de nuestra forma de vida. Consideramos que
los teléfonos y los ordenadores son la fuente de todos los males.
No podía creer lo que oía. ¿Sin teléfonos? ¿Qué clase de gente es esta?
¿Cómo pueden mantenerse en contacto entre ellos y con el mundo exterior?
—Pero necesito decirles que estoy bien.
—Escribe una carta y dámela. Yo la enviaré por ti. Le pediré a alguien que
te traiga un bolígrafo y papel. No te preocupes, querida. Todo saldrá bien.
Probemos otra cosa. ¿Qué te parece esta blusa? —dijo Luna y señaló una
blusa rosa. Pero mi mente estaba en otra parte. ¿Escribir una carta? ¿Quién
envía ya cartas? ¿Y cuánto tardará una carta en llegar a Silverwood? Me
sentí frustrada y decepcionada mientras revisaba el resto de la ropa.
Pasamos más de dos horas probándonos vestidos nuevos. Luna también se
cambió unas cuantas veces al encontrar algunos de sus viejos favoritos
olvidados en los recónditos rincones de aquel enorme vestidor. Una
sirvienta nos trajo zumos naturales y aperitivos.
Cuando terminamos, las dos moríamos de hambre y Luna me ofreció a
acompañarla a almorzar con ella.
Acabé poniéndome una blusa sin mangas de color azul y una falda morada.
Cuando Luna se dio la vuelta para salir del vestidor, miré a mi alrededor
para ver si encontraba algo de ropa interior.
—Freya, ¿qué estás buscando?
—Bueno, sé que no está bien compartir la ropa interior, pero me preguntaba
si tenías algo que no te hubieras puesto nunca.
Luna se rio.
—Ay, pobrecita mía, ¿alguna vez me has visto usando sostén?
Era una pregunta incómoda, ya que la había visto por primera vez la noche
anterior. Y nunca la había visto con nada debajo del vestido.
—Bueno, no, pero…
—Confía en mí. No los necesitas. Pasa unos días sin ellos y nunca volverás
a mirar un corpiño.
Me agarró del brazo y me llevó al comedor de la planta baja. Éramos las
únicas que cenábamos a esa hora, y los criados no dejaban de revolotear a
nuestro alrededor, atendiendo a todas nuestras necesidades.
Cuanto más tiempo pasaba cerca de Luna, más extraña me parecía. Era
amistosa conmigo, incluso demasiado a veces, pero la forma en que los
sirvientes se comportaban con ella demostraba que le tenían terror. Eso me
hizo preguntarme por qué esas chicas lobo temían tanto a esa bruja. En
casa, solo había visto cómo los hombres lobo intimidaban a las brujas con
la forma en que trataban a Sage. En cambio aquí parecía que las cosas eran
al revés.
—¿Dónde está Marcus? —le pregunté mientras almorzábamos.
—Ha ido de nuevo a los campos. No creo que vuelva pronto. A Marcus le
encanta pasar tiempo en sus granjas. Es muy trabajador, y no me quejo de
eso.
—Entonces, ¿tú diriges la mansión en su ausencia?
—Yo dirijo la mansión incluso cuando él está cerca —Luna rio—. Te
enseñaré a mandar como lo hace la señora de una casa. Estoy segura de que
algún día tú también serás la esposa de un gran alfa.
Me acordé de Lucian mientras decía eso. ¿Podríamos estar juntos algún
día? ¿Qué pensaría de mí después de la forma en que hui de él?
Después del almuerzo, me excusé con Luna para volver a mi habitación. Al
entrar, vi que alguien había traído todos los vestidos que me había probado
antes y los había dejado bien doblados sobre la cama. No estaba de humor
para revisarlos. Me dolía el corazón desde que recordé a Lucian.
Mientras rememoraba mi casa, entró una chica trayendo un montón de
papeles, un montón de bolígrafos azules y negros, y un pliegue de sobres.
La chica dejó todo sobre mi cama y se fue rápidamente, antes de que
pudiera hablarle.
Me senté a la mesa y empecé a escribir. La carta a mamá fue fácil. Le dije
que estaba bien, que había conocido a gente maravillosa y que pronto
volvería a casa. No les dije dónde estaba porque sabía que les molestaría
que les dijera que estaba entre los colinegros. No necesitaban saberlo ahora.
Podría contárselo todo cuando volviera.
Escribir una carta a Lucian fue lo más difícil. Empecé más de una, pero
luego las deseché. ¿Cómo podía explicarle lo que sentía por él? Nunca se
me había dado bien escribir, y una carta de amor era lo último que
necesitaba hacer en este momento.
Al cabo de un rato, abandoné la tarea y decidí echarme una siesta. ¡Podría
escribir al menos una pequeña nota a Lucian después de dormir un rato!
Me desperté tarde; el sol se ponía a lo lejos. Me senté en la cama, junté las
rodillas hasta la barbilla y me quedé un rato mirando por la ventana. Me
sentía muy sola. Necesitaba hablar con alguien, pero no tenía ganas de
hablar con Luna. Y sabía que, de todos modos, pronto vendría a buscarme.
Salí al pasillo y me dirigí a la habitación de Luna cuando vi a Ruby en la
suya. Entré mientras la niña jugaba con su casa de muñecas. Se sobresaltó
un poco al oírme, pero luego una amplia sonrisa se dibujó en su rostro al
reconocerme. Ruby era una niña encantadora. Estaba en pijama,
probablemente lista para irse a la cama. Su cuarto estaba lleno de juguetes,
libros y adornos diversos. Y los mantenía ordenados.
—Tía Freya, ¿puedes contarme esa historia?
—Sí, puede ser. Pero primero, háblame de ti —dije, arrodillándome a su
lado.
Ruby me miró como si no supiera qué decir. Me di cuenta de que pedirle a
una niña de cinco años que hablara de sí misma no era la mejor manera de
hacerla hablar. Aquello volvió a recordarme lo mal que se me daban los
niños pequeños.
—Cuéntame sobre tus muñecas. ¿Tienen nombre? —le pregunté, tratando
de hacerla hablar.
Y así empezó: nombró a cada muñeca y me contó lo bueno y lo malo de
cada una como si fueran personas de verdad. Y continuó contándome dónde
había comprado cada juguete, quién los había comprado y para qué ocasión.
La niña tenía una memoria perfecta o era muy creativa inventando cosas.
—Entonces, ¿quién juega más contigo, mamá o papá? —le pregunté, ya que
quería saber más sobre sus extraños padres.
Su rostro se ensombreció cuando le pregunté eso.
—Papá no está en casa la mayor parte del tiempo, y mamá pasa la mayor
parte del día en el calabozo.
—¿Calabozo? —Casi jadeo ante eso—. ¿Tienen un calabozo aquí?
—Sí, está en el sótano. Mamá no me deja ir allí. Me dice que soy
demasiado joven para aprender magia—. Se mostró decepcionada por eso.
Intenté averiguar qué era esta niña. Olía a hombre lobo, pero si era la hija
de Luna, era más que un simple hombre lobo. Tenía curiosidad por saber
cuánto sabía de sus padres.
—Sabes que tu padre es un hombre lobo, ¿verdad? —pregunté lentamente,
sin querer confundirla. No sabía si era correcto preguntárselo a una niña tan
pequeña.
—Sí —respondió.
—¿Y sabes que eso te convierte a ti también en un hombre lobo?
—No. Mamá dice que soy un híbrido.
—¿Y qué puede hacer un híbrido?
—Un híbrido puede transformarse en lobo y también hacer magia. Eso dice
mamá. Soy demasiado joven para transformarme, pero pronto podré
aprender magia.
Si lo que decía era cierto, ¿yo también tengo poderes mágicos? Nunca lo
había intentado, y tampoco nadie me había podido enseñar. ¿Sabe Luna que
soy un híbrido?
—¿Dónde está tu papá? —pregunté, cambiando de tema.
—Papá está en el campamento. Está ocupado estos días entrenando a su
ejército para la reina.
—¿Tienes una reina?
—Sí, la llamamos la reina. Mamá me pidió que no mencionara su nombre a
nadie.
—¿Ah, sí? —Tenía curiosidad pero no quería presionarla demasiado.
Además, no dejaba de mirar por encima del hombro para ver si venía Luna
—. ¿Por qué papá necesita un ejército?
—Va a luchar contra los plateados por la Reina —respondió sin mirarme y
volvió a centrar toda su atención en la casa de muñecas.
C A P ÍT U L O 1 7
FREYA

E stuve en silencio durante gran parte de la cena y evité la mirada de


Luna. Lo que Ruby me contó seguía resonando en mi mente. Si ella
tenía razón, entonces mi manada estaba en peligro. ¿Y quién era la
reina de la que hablaban? La única reina que conocía era Hazendra, la
asesina de mis padres. ¿Podría ser la misma reina? ¿Puede una manada de
hombres lobo servir a una reina vampiro?
Sin duda, había encontrado muchas cosas extrañas en esta manada. Vivían
una vida muy diferente, con el alfa tratado como la realeza. Tal vez Marcus
quería convertirse en rey. Luna ya vivía como una reina, y los sirvientes
hombres lobo la trataban como si fuera de la verdadera nobleza.
Y otra cosa que no dejaba de inquietarme era lo que Ruby me había contado
sobre los poderes mágicos que poseían los híbridos. Tal vez fuera algo que
Luna se inventó para animar a la niña, pero yo también sentía que había
algo más. ¿Era esa la misma razón por la que el padre de Lucian y su
consejo estaban tan ansiosos por deshacerse de mí? ¿Podría ser que me
tuvieran miedo?
Tenía muchísimas preguntas en la cabeza cuando volví a mi habitación.
Intenté dormir, pero mi mente estaba demasiado ocupada, así que no pude.
Tal vez necesitaba un poco de aire fresco.
Salí de la habitación y bajé las escaleras con la intención de ir al jardín. No
había nadie en el vestíbulo principal y me acerqué a la puerta principal. Un
hombre alto con pantalones de cuero y campera de cuero levantó la mano,
indicándome que me detuviera.
—¿Adónde crees que vas? —preguntó el hombre con voz grave.
—Iba al jardín a respirar aire fresco. Me sentía sofocada en mi cuarto.
—Lo siento, no puedo dejarte salir en este momento.
—¿Por qué? —me estaba enfadando por la forma grosera en que este
hombre me hablaba.
—Órdenes del alfa. No debes salir a menos que estés con el alfa o con la
alta dama en persona.
Resoplé. No tenía sentido discutir con este estúpido. Estaba claro que
cumplía órdenes, y no había ninguna posibilidad de que me dejara marchar.
Volví a mi dormitorio, cerrando la puerta tras de mí y me quedé junto a la
ventana, pensando qué hacer. Poco a poco, empezaba a ver el panorama
completo. Esta gente me tenía prisionera. Planeaban algo contra mi manada
y me utilizarían como herramienta. A juzgar por la gran recepción que
recibí la noche anterior, fueran cuales fueran sus objetivos, sin duda no eran
pequeños.
Sabía que tenía que abandonar este lugar y regresar a Silverwood. El
destierro podía irse al infierno, seguían siendo mi gente y necesitaba
advertirles. Necesitaba decírselo a Lucian y al alfa, y pedirles que
estuvieran preparados.
Muchos morirían si no hacía algo y Lucian estaría entre los primeros en
morir en batalla. Si esta manada servía a Hazendra, mi lucha contra ellos
era aún más personal incluso.
Antes de irme, pensé que estaría bien tener algo de ropa para cambiarme.
Agarré una sábana, metí dentro un par de blusas y faldas e hice un bulto.
Dejé el resto, era inútil cargar con aquellos vestidos largos. De todos
modos, no me gustaban. Sabía que tenía que huir de noche, cuando nadie
sospecharía nada y cuando tenía más posibilidades de pasar desapercibida.
Miré por la ventana hacia el jardín. Podía ver claramente la luz de la luna y
no había nadie a la vista. A un lado, vi el garaje. Si pudiera llegar hasta allí
y robar un coche, podría estar a kilómetros de distancia cuando empezaran a
buscarme.
Me recogí la falda, me colgué el fardo de ropa de un hombro y salí por la
ventana. Había una rama baja a mi lado. Dejé caer el fardo de ropa al jardín
y salté a la rama.
Esperé unos segundos para ver si venía alguien. No había nadie, y comencé
a bajar lentamente. Llegué al suelo, levanté el fardo de tela y me desplacé
agachada hacia el garaje.
Por suerte la puerta no estaba cerrada y entré. Y había un par de coches
viejos dentro. Comprobé que no estaban cerrados. Me subí a un viejo
Toyota Corolla y metí la mano debajo de la dirección para buscar los cables
del encendido.
A papá siempre se le dieron bien los coches y le encantaba reparar los
viejos. Yo había aprendido mucho de él, así que sabía cómo arrancar el
vehículo haciendo saltar la chispa de los cables. Cuando el motor estuvo en
marcha, salí, abrí la puerta del garaje y conduje despacio hacia fuera.
No encendí las luces mientras avanzaba, atenta para ver si alguien me veía.
Me sentí más segura al pasar junto al jardín y pisé el acelerador para
acercarme más deprisa a la puerta.
Pero cuando estaba tomando la última curva hacia la salida, vi que la puerta
principal de la mansión se abría y salía Luna, con unos cuantos hombres
musculosos. Sentí un nudo atascado en la garganta mientras intentaba pisar
el acelerador. Pero el coche se detuvo y el motor se apagó.
Miré por el retrovisor y vi a Luna agitando las manos. Estaba lanzando un
hechizo y entonces supe que estaba perdida.
Intenté abrir la puerta y salir, pero estaba cerrada. Lo intenté por el otro
lado, pero ocurrió lo mismo. Contemplé horrorizada cómo dos hombres se
acercaban a la puerta del lado del conductor, mientras yo estaba atrapada
dentro del coche, indefensa.
Los hombres que se acercaban al coche abrieron la puerta desde fuera y me
sacaron a rastras. Me sujetaron de ambos brazos y me levantaron a tal punto
que me encontré dando patadas frenéticamente, pero mis pies colgaban en
el aire.
—Suéltenme, monstruos —les grité. Entonces llegó el guardia que había
conocido en la puerta principal. Me sonrió torcidamente antes de darme un
puñetazo en la cara, y se me apagaron las luces.
Cuando volví en mí, estaba dentro de una habitación oscura, con las manos
y las piernas atadas a la espalda contra un poste de madera. Me habían
desnudado y, por la forma en que estaba atada, solo podía mover la cabeza
de un lado al otro. Además, me dolían los hombros y las caderas, ya que
esas articulaciones estaban estiradas hasta el límite.
Miré a mi alrededor y vi que estaba dentro de una gran jaula redonda de
unos tres metros de radio y una altura similar. No veía ninguna abertura. Tal
vez había una puerta a mi espalda. El poste estaba en el centro de la jaula y
llegaba hasta arriba.
Hacía calor y yo estaba toda sudada. Sentía los labios pegajosos, y la nariz
y el lado derecho de la cara me ardían. Quizá tenía la nariz rota y los labios
partidos. Intenté liberarme, pero solo conseguí que las cuerdas me cortaran
más profundamente la piel de los brazos y los pies.
¿Era este el calabozo del que me habló Ruby?
Se oían pasos detrás de mí, pero no podía mirar en esa dirección. Al cabo de
un rato, se encendieron unas luces tenues alrededor de la jaula que
mostraban un muro de piedra que la rodeaba. Había un hedor a carne
podrida en el aire.
Oí girar una cerradura metálica y una puerta se abrió detrás de mí. Al cabo
de un rato, Luna entró con un vestido negro largo. Era su diseño habitual,
con un escote pronunciado que dejaba ver su medallón brillante entre los
pechos.
La seguía una mujer vestida de blanco, a la que había visto antes en alguna
parte. La recordaba como Lidia, a quien Marcus llamó a la tienda del
campamento cuando acabamos de bañarnos. Mis ojos se abrieron de par en
par al ver el látigo en sus manos.
Luna se acercó a mí y me agarró por la barbilla.
—¡Freya, perra! ¿Después de todo lo que te di, decidiste huir por la noche?
—¿Qué me vas a hacer?
—Yo hago las preguntas —dijo, pasando sus largas uñas por mi mejilla.
Giré la cabeza hacia el otro lado.
—¿Qué planean hacerle a mi manada?
Me dio una bofetada con el dorso de la mano. De las heridas de mis labios
brotó sangre fresca que cayó por todo mi cuerpo.
—Freya, escucha. No me gusta repetirme. Yo soy la que hace las preguntas
aquí.
Mantuve la mirada fija en el suelo.
—Ahora, empecemos por el principio. ¿Por qué estás aquí?
—Porque tú me trajiste.
Otra bofetada en la cara. Esta vez mi cabeza golpeó contra el poste, lo que
me provocó una oleada de dolor en la nuca.
—Pensé que eras más inteligente que esta chica —dijo señalando a una
joven que yacía en el suelo, no sé si viva o muerta—. Responde a mis
preguntas y te dejaré vivir.
Sabía que no tenía sentido resistirme. Me tenía acorralada. Nadie de mis
conocidos tenía la menor idea de dónde estaba. Si alguna vez salía de aquí
sería solo por mi propia voluntad. Aun así no estaba dispuesta a traicionar a
mi familia, a mi manada. Puede que me hubieran desterrado, pero seguían
siendo mi gente, y estos eran mis enemigos.
—Contéstame —Luna me agarró por la barbilla y me levantó la cara. Me
clavó sus ojos, que brillaban de rabia.
—Me desterraron de mi manada.
—¿Y te escapaste?
—Sí.
—¿Por qué has venido hasta aquí?
—No planeaba venir aquí. Estaba corriendo y me caí al río.
—¿De quién huías?
—Parte de mi manada me atacó. Corrí para salvarme, caí al río y llegué a
sus tierras.
—¿Por qué te desterraron?
No sabía qué decir. No quería decirle la verdad a Luna. No quería revelarle
quién era, aunque probablemente lo supiera todo sobre mi padre y mi
madre. Pero decidí guardar silencio mientras ella no sacara el tema.
Luna esperó y yo volví a mirar al suelo.
—Muy bien. Si te gusta jugar a largo plazo, también puedo hacerlo. Lidia,
es tu turno.
Luna se hizo a un lado, dejando que la otra mujer se pusiera delante de mí.
Observé horrorizada cómo desenrollaba su látigo y empezaba a balancearlo
de un lado a otro. Era un látigo largo que hacía un ruido sordo al golpear
contra el suelo.
—Te lo preguntaré por última vez —Luna se acercó—: ¿Por qué te
desterraron?
La miré y luego observé a la otra mujer con el látigo. Estaba aterrorizada,
pero seguía dispuesta a soportar cualquier dolor que quisieran infligirme
con tal de proteger la identidad de mis padres.
Luna hizo una señal a su compañera y retrocedió, y Lidia golpeó el látigo
contra el suelo por última vez antes de lanzarlo contra mí. El golpe me dio
en el vientre, cortándome la piel. Se me llenaron los ojos de lágrimas, la
piel me ardía donde me habían azotado.
—¿Cuánto te ha gustado eso? —Se reía entre dientes—. Y recién estamos
empezando. Será mucho mejor cuando el látigo caiga sobre tus pechos.
Como si Lidia hubiera captado la indirecta, el siguiente golpe aterrizó en
mis pezones. Sentí que iba a morir de dolor. La suave piel se agrietó y
empezó a sangrar. Tres golpes más tarde, no pude soportarlo más. Sollozaba
con fuerza, mi rostro estaba cubierto de lágrimas y no podía cerrar la boca
ni parar de gritar de dolor.
—Por favor, paren —les supliqué.
—Comienza a hablar, y pararemos —Luna se rio.
—Está bien, voy a hablar. Por favor, para —No podía soportarlo más y no
importaba cuánto aguantara, no pararían hasta que muriera de dolor—. Por
favor…
—Entonces, dime, ¿por qué te desterraron?
—Porque no puedo transformarme en lobo.
—¿No puedes transformarte? —preguntó Luna mientras caminaba de
nuevo frente a mí—. Entonces, no puedes incluso aunque seas un hombre
lobo. ¿O tal vez debería llamarte híbrido?
Esa era la respuesta. Así que Luna supo todo este tiempo quién era yo.
Debió notar el cambio en mi cara.
—¡Así que la hija de Gayler no es capaz de transformarse! Qué interesante
—me miró pensativa—. Lidia, ¿tú qué crees? Yo opino que miente.
—Creo que sí, mi señora. ¡Seguro que es una loba!
Luna sonrió.
—Sí, yo también lo creo. Así que, Lidia, esto es lo que haremos. Te dejaré
con nuestra amiguita. Puedes hacer lo que sea para enfadarla lo suficiente
como para que se transforme. Si lo hace, será capaz de romper esas
ataduras, así que prepárate para eso. Enviaré a algunas personas para que
les hagan compañía. Solo recuerda: sin importar lo que hagas, mantén la
jaula cerrada todo el tiempo. No quiero que se escape.
Luna me dio una suave bofetada antes de marcharse. Miré a Lidia. Su
sonrisa malvada le llegaba hasta las orejas cuando levantó de nuevo el
látigo para golpearme. Cerré los ojos y sollocé porque no podía hacer otra
cosa.
C A P ÍT U L O 1 8
LUCIAN

P asé los días siguientes vagando por los alrededores de la cascada


donde cayó Freya. Fui hasta allí múltiples veces por varios senderos,
incluso tomando rutas precarias. Sin embargo, a pesar de todos mis
esfuerzos, no encontré pistas sobre lo que le había ocurrido. El posible
desenlace parecía ser que había caído al río y había sido arrastrada a las
profundidades de la tierra de los colinegros.
Entonces, supe que tenía que dirigirme al este si quería encontrarla. Pero no
podía adentrarme en el territorio de caza de los colinegros sin pruebas
concretas de que Freya estaba allí. Estaba arriesgándolo todo, no solo mi
vida sino la de muchos al cruzar la frontera. Por mucho que amara a Freya,
yo era responsable de la seguridad de mi manada. Por lo tanto, necesitaba
estar seguro.
El tiempo se agotaba. Cada día que pasaba, las posibilidades de que Freya
sobreviviera eran menores. No quería pensar lo que los Colas Negras le
harían si la encontraban. Eran monstruos, y no había manera de que la
perdonaran.
Finalmente, decidí que era el momento de tomar la decisión de cruzar la
frontera. Pero antes, tenía una pista más que investigar: ¡Sage! Tenía el
recuerdo borroso de que ella estaba involucrada de alguna manera en todo
esto. Así que pensé en hacerle una visita. Sin embargo, nunca confié en las
brujas y me sentía incómodo cerca de su magia, así que necesitaba empezar
por un lugar que no fuera su cabaña. El mejor lugar era el bar Silverwood,
donde trabajaba como camarera.
Fui allí en mi moto y la dejé justo al lado de la entrada, en el
estacionamiento vacío. Era por la mañana y el bar estaba a punto de abrir.
Entré y vi a Natalee detrás de la barra, arreglando los vasos y preparándose
para un nuevo día de trabajo.
Me vio al entrar y me saludó con una cálida sonrisa.
—Ah, Lucian, me alegro de verte. Siéntate.
Me senté en el taburete.
—¿Qué quieres para beber?
—Dame una coca.
Natalee sirvió la Coca-Cola en un vaso alto y me lo ofreció. No me tenía
ganas de beber algo más fuerte a esas horas.
—Lucian, ¿has tenido noticias de Freya?
—No —dije, sin dejar de mirar el vaso que tenía en la mano—. Sigo
buscándola, pero parece que se ha escondido.
—Fue desafortunado lo que le pasó. Dale tiempo para que supere su duelo.
Volverá cuando se sienta preparada.
Asentí e intenté forzar una sonrisa. No quería revelarle nada a Natalee sobre
el ataque a Freya junto al arroyo ni sobre la posibilidad de que se hubiera
caído por la cascada. No estaba aquí para hablar de ella, sino para averiguar
dónde estaba Sage.
—Natalee, necesito ver a Sage.
Me miró extrañada y levantó una ceja:
—¿Sage? Hace días que no la veo.
—¿O sea que ya no trabaja aquí?
—No es que la hayamos despedido. Simplemente desapareció. Ella no usa
teléfono y vive en el bosque. Así que, ¿cómo se supone que nos
contactemos con ella?
—Qué extraño. ¿Le habrá pasado algo? ¿Crees que pueda estar en peligro?
—Bueno, no creo que tenga ningún problema, pero hubo un incidente la
noche después del solsticio de invierno, la noche de los jóvenes. Mientras
servía las bebidas, la intimidaron al punto de hacerla llorar. Tuve que
enviarla a casa con Freya, temiendo que alguien pudiera atacarla. No puedo
culparla si sintió que este trabajo era demasiado arriesgado.
Recordé, cuando Natalee habló de aquella noche, que fue en la que me di
cuenta de que estaba predestinado a Freya. Pero no era el momento de
pensar en el pasado. Necesitaba encontrarla.
—Cuéntame más sobre Sage. ¿Por qué la contrataste?
—¿Por qué estás buscando a Sage? ¿Crees que ella tiene algo que ver con
que Freya…? —Natalee parecía estar buscando la palabra adecuada para
completar su pregunta.
—No es que sospeche de ella, pero tengo curiosidad por su relación. Freya
no hablaba mucho de ella, pero eran cercanas.
Natalee pensó un poco, buscando las palabras adecuadas, luego respondió
en voz baja:
—Freya fue quien recomendó a Sage para el trabajo de camarera aquí.
Algunos de los empleados no estaban contentos de tener a una bruja por
aquí, pero yo le tomé la palabra a Freya e hice la mayor parte del trabajo
para contratar a Sage. Al final, las dos quedamos mal a los ojos del resto del
personal.
—Entonces, ¿tú también crees que eran buenas amigas?
—¿Amigas? No lo sé. No sé por qué le gustaba ni cómo se hicieron tan
cercanas para que Freya la recomendara para un trabajo aquí. Pero ya sabes,
con las brujas, nunca se sabe.
Natalee se encogió de hombros, y entendí lo que quería decir. Era difícil
confiar en las brujas. Siempre buscan la forma de traicionarte. Sabía que
debía tener cuidado si iba a enfrentarme a Sage e intentar encontrar
respuestas sobre Freya.
Después de pagar la coca, salí del bar y fui hacia el bosque donde vivía
Sage. Tenía una idea aproximada de dónde estaba su cabaña, pero no la
ubicación exacta. Cuanto más lo pensaba, más sospechosa me parecía la
relación entre Sage y Freya. ¿Sería posible que Sage supiera que la madre
de Freya era una bruja poderosa? ¿Sería por eso por lo que estaba tan unida
a Freya, y la estaba utilizando?
Mi conocimiento de las brujas era limitado, pero sabía lo suficiente como
para no confiar en ellas. Así que fui cauteloso al acercarme a su cabaña.
Percibí su olor a distancia y lo seguí, manteniéndome en las sombras y
evitando hacer ruido.
Cuando me acerqué lo suficiente para ver la cabaña con claridad, me
agazapé entre los arbustos y esperé a que saliera. No había movimiento,
pero podía sentirla. Estaba dentro de la cabaña y yo me estaba
impacientando.
Entonces la vi. Sage estaba mirando por la ventana. Estaba mirando
alrededor, así que no me había visto. Pero debía haberme sentido. Había
oído que algunas de estas brujas tenían amuletos alrededor de sus casas para
alertarlas cuando alguien se acercaba. Tal vez, Sage tenía tales amuletos por
aquí.
Aunque no podía explicarlo, en el fondo, mi instinto me decía que debía
tener cuidado con ella. Primero tenía que estudiarla desde la distancia y
asegurarme de que no tramaba nada siniestro.
Sage abrió la puerta y entró en el claro que había frente a su casa. Llevaba
una larga falda azul que se arrastraba por el suelo al caminar y una blusa
blanca con ricos bordados en las mangas largas. El escote era bajo y dejaba
al descubierto las clavículas y gran parte del pecho. Un medallón de aspecto
extraño colgaba de su escote.
—Lucian, sé que estás ahí fuera. Sal. No voy a morderte —dijo con una
risita.
Olfateé ruidosamente. ¿Cómo sabía Sage que yo estaba allí? De todas
formas, no tenía sentido alejarme de ella, así que me levanté, me acerqué al
claro y me quedé a menos de un metro.
—Ah, ahí estás. Entra. ¿Estás aquí para espiarme o para reunirte conmigo?
—dijo Sage con una amplia sonrisa.
—No es necesario entrar. Hablemos aquí.
—¿Por qué? —preguntó, fingiendo estar ofendida—. ¿No confías en mí?
—No —le respondí sin rodeos. No tenía sentido endulzar mi aversión por
las brujas en general. Tenía prisa.
—¡Me ofende oír eso!
—No estoy aquí para jugar a tus juegos. Dime todo lo que sabes sobre
Freya.
—¿Freya? ¿Sigues pensando en ella?
—Sí, es mía y, mientras siga vivo, es lo único que me importa —dije
apretando los dientes. Ya estaba enfadado porque me había descubierto.
—Eres tan ingenuo —replicó Sage mientras se daba la vuelta.
—Alto ahí.
—Si necesitas hablar, entra.
Salté hacia delante y la agarré del brazo. No estaba dispuesto a dejarla
entrar, ya que podría ser demasiado poderosa para mí.
Sage no se sobresaltó. Se limitó a contemplar mi mano que la sujetaba y
luego me miró fijamente. A su vez mis ojos se fijaron en su medallón, que
palpitaba mientras la sujetaba por el brazo. Con nuestra diferencia de altura,
podía ver sus pechos a través del escote de la blusa mientras miraba el
medallón.
—¿Te gusta lo que ves? —preguntó con una sonrisa retorcida mientras
seguía mi mirada.
—No intentes jugar conmigo, bruja.
—¿A quién quieres engañar, Lucian? Sé que no puedes resistirte a mí. Entra
y diviértete.
—¡No estoy aquí para tener sexo contigo, zorra! Ya te he dicho que no
intentes tus trucos sucios conmigo.
Me dio tanto asco que le solté el brazo. Pensé que entraría corriendo y
cerraría la puerta, pero no se apartó de mí. En lugar de eso, se dio la vuelta
lentamente con las manos apoyadas en sus anchas caderas.
—Está bien, chico lobo, dime, ¿qué necesitas saber de mí? —su voz era
severa esta vez.
—Dime, ¿cuándo viste a Freya por última vez?
—Ah, ya sabes cuando la vi por última vez. Fue en el bar la noche de los
jóvenes. Cuando se dieron cuenta de que estaban predestinados,
abandonaste a Freya y fuiste a divertirte con las otras chicas.
Sabía dónde golpear para hacerme daño y su sonrisa revelaba que sabía que
estaba teniendo éxito en su intento.
—¿Cómo sabías que estábamos predestinados?
—Cualquiera con un par de ojos podía verlo en el bar. No es que ustedes
hubieran intentado ocultarlo.
No sabía que era tan obvio. Pero sabía que no podía confiar en nada de lo
que saliera de la boca de esta bruja.
—Entonces, dime, ¿qué pasó después?
—Una vez que Freya salió del bar, no la volví a ver. Oí que ustedes dos
estaban revolcándose en el bosque, pero ella no vino por aquí.
—Sé que Freya te acompañó a casa esa noche. No te hagas la sorprendida.
Natalee me lo contó todo. Así que no te voy a pedir otra vez que no me
mientas. Si sigues jugando, quemaré tu cabaña contigo dentro.
—¿Me estás amenazando, niño lobo?
—Sí. ¿Qué vas a hacer al respecto?
Sus ojos se pusieron rojos y levantó las manos por encima de la cabeza.
Sabía que estaba en apuros, así que empecé a transformarme. Mis ropas se
rasgaron mientras mis huesos y mi carne crecían.
Sage blandía su magia y sentí el poder de sus golpes cuando los lanzó
contra mí. Pero me mantuve firme y desgarré su medallón con la pata
delantera, sacándole sangre del pecho.
El medallón cayó al suelo. Sage me miró horrorizada. Sabía que la tenía,
pero yo no estaba aquí para matar a nadie. Así que dejé que recuperara su
medallón. Lo levantó y se recogió las faldas. Había miedo en sus ojos, que
volvieron a su color verde original.
La dejé correr, curioso por saber con quién podría refugiarse. Esperé a que
ella tomara la iniciativa. Estaba sangrando y dejaba un rastro a su paso. El
olor era tan claro que podía seguirla con los ojos cerrados.
Ella había corrido hacia el este y me detuve por un momento. ¿Habrá
llegado para mí el momento de cruzar la frontera? ¿Debería ir solo? ¿Y si
me pasara algo y nadie supiera dónde estoy?
Decidí dejar una nota. Me fui a casa en lugar de seguir a Sage directamente.
Primero entré en el cobertizo que hay detrás de la mansión. Allí tenía mi
ropa de repuesto. Me cambié y me vestí antes de entrar en la casa por la
puerta trasera. Mamá estaba en la cocina y papá no estaba en casa. Solo
algunas criadas me vieron al entrar en la casa, y no me prestaron demasiada
atención.
Me vestí con un traje blanco y metí unas cuantas prendas más en una bolsa.
El blanco me vendría bien, ya que necesitaba permanecer oculto en las
tierras enemigas, que estaban cubiertas de nieve. Escribí una pequeña nota y
la dejé sobre la cama diciendo que iba a cruzar la frontera hacia la tierra de
los Cola Negra, al este, para buscar a Freya. Luego cerré la puerta con llave.
Cuando notaran que no había regresado después de un día o dos, romperían
la puerta y verían la nota. Eso me daría tiempo suficiente para llegar donde
quería y, si las cosas se complicaban, sabrían dónde buscarme, incluso si
eso significaba una guerra a gran escala entre las manadas. La decisión
recaería sobre los hombros de mi padre y su consejo. Ellos sabrían qué
hacer.
Encontré mi moto en el garaje, la había dejado antes de adentrarme en el
bosque. Había un lugar más al que quería ir antes de marcharme. Así que
me puse la mochila y salí de la ciudad. La mochila era lo bastante pequeña
como para que nadie sospechara que me iba a algún sitio a pasar unos días.
Conduje directamente hasta la casa de Pete.
Pete estaba allí en el jardín, arreglando una valla rota.
—¡Lucian! —Vino hacia mí cuando me vio. Pude ver el brillo de la
esperanza en sus ojos, pero no tenía ninguna noticia de Freya para darle.
—Oye Pete, ¿puedo dejar la moto aquí unos días? Voy a salir.
—¿Adónde vas?
—Voy a Breckenridge. Tengo la sensación de que Freya podría haber ido
allí.
—¿Sin sus maletas? —preguntó Pete con tono dubitativo.
—Sí, incluso sin las maletas. No se me ocurre otro sitio donde pudiera estar.
—¿Pero entonces por qué no funciona su teléfono?
No podía responder nada de eso. No quería asustar a Pete contándole todo
lo que sabía. Freya debió perder su teléfono cuando se cayó al río.
—¿Dónde está tu mujer? —pregunté, cambiando de tema.
—Está durmiendo. Ahora duerme todo el tiempo. Se queja de dolores de
cabeza y mal humor. Creo que necesita ver a alguien por su depresión.
—Entiendo. ¿Cómo llevas todo esto?
Pete intentó sonreír. No había necesidad de fingir que todo estaba bien.
Desterrarla era una cosa, pero ahora que había desaparecido, era
comprensible que todos estuvieran preocupados.
Estaba a punto de irme, y entonces recordé algo:
—Pete, ¿puedo preguntarte algo sobre los padres de Freya? —Me miró con
los ojos muy abiertos—: Papá me lo ha contado todo. Pero me gustaría que
tú también me dijeras algo.
Dejó escapar un suspiro antes de contestar.
—Gayler era mi mejor amigo. Yo era más como un mentor para él. Era un
buen lobo, el mejor que he visto. No quiero ofender a tu padre, pero era un
buen alfa. Veo muchas de sus cualidades en ti.
—¿Y la madre de Freya?
—Era una bruja.
—Ya lo sé. ¿Pero crees que la madre de Freya estaba relacionada de alguna
manera con Sage?
—¿Sage?
—Sí, la bruja que vive en el bosque. He oído que Freya es amiga suya.
—Ah, esa pequeña de ojos verdes. Bueno, no me gusta. Creo que envenenó
a nuestra Freya y la alejó de nosotros. Puede que sea subjetivo en este tema,
tal vez solo fuera parte de crecer, pero ella es mi hija, no importa en qué
contexto lo pongas…
—Sí, lo entiendo. No me gustan las brujas en general. Como híbrida, ¿crees
que Freya heredó algunos poderes mágicos de su madre?
—Sí, así es —Ambos levantamos la vista para ver a la madre de Freya
bajando las escaleras hacia nosotros. Había envejecido muchos años en los
últimos días.
—Cuando era pequeña, sabía hacer algo de magia. Pero ninguno de
nosotros tenía conocimientos para enseñarle, y en ese entonces no había
ninguna bruja en el pueblo. Así que, con el tiempo, esos poderes
desaparecieron. Pero creo que ella todavía tiene ese poder. Esas cosas no
desaparecen así como así. Lo lleva en la sangre.
—Hmm…
Dejé la moto en casa de Pete, agarré mi mochila y me dirigí hacia el camino
de tierra. Desde allí, caminé hacia el bosque cuando estuve seguro de que él
y su mujer ya no me vigilaban. Luego, me dirigí a la cabaña de Sage para
asegurarme de que no había regresado y seguí su rastro hacia el este.
C A P ÍT U L O 1 9
FREYA

D urante la noche y el día siguiente, seguí a Sage por el sendero. No iba


rápido, así que tuve que esperar a veces para que se moviera. No
quería acercarme más a ella y que se diera cuenta de que la seguía.
Dejó de sangrar al cabo de un rato, pero el rastro era lo bastante fresco
como para que yo pudiera seguirla con facilidad. Parecía que no se le daba
bien recorrer largas distancias dentro del bosque.
Además, yo sabía que estaba en territorio enemigo. Si los colinegros
captaban mi olor, vendrían a buscarme en hordas. Por lo tanto, tenía que
permanecer cerca del río todo el tiempo para hacer más difícil que captaran
mi olor.
La mañana del segundo día, llegué a un recodo del río y vi señales de que
alguien había hecho fuego cerca de una roca. Mientras miraba a mi
alrededor, vi una pequeña cueva de un metro de altura en la abertura. Me
arrastré dentro e inmediatamente percibí el olor de Freya. Ella había estado
allí unos días antes; estaba en el camino correcto.
¡Freya estaba viva! Sentí que mi corazón se aceleraba con una esperanza
renovada.
Había señales de sangre en el suelo de la cueva, pero no era mucha. Vi
algunas vendas abandonadas, trozos rasgados de una prenda tirados en un
rincón. Parecía que las heridas de Freya no eran graves. Pero también me di
cuenta de otra cosa. Había marcas de patas de lobo en el grueso suelo de la
cueva.
¿Había otro lobo aquí? ¿O Freya se transformó dentro de la cueva? Las
huellas estaban casi borradas, así que era difícil de decir. Pero no parecía
que un lobo hubiera entrado caminando desde el exterior.
Entonces, ¿Freya nos mintió a todos? ¿Era capaz de transformarse? ¿Y por
qué se negó a hacerlo cuando fue amenazada con el destierro?
Registré los alrededores de la cueva y encontré señales de pescado sobre un
fuego. Parecía que Freya había podido pescar algo. Evidentemente era más
ingeniosa de lo que parecía. Y si podía transformarse, ¿por qué no había
cazado en forma de lobo en lugar de optar por el pescado?
Estos nuevos descubrimientos trajeron más preguntas, y sabía que la única
forma de resolverlas era encontrarla. Pero ahora tenía esperanza. Sabía que
estaba en algún lugar por aquí. Y si podía transformarse, podría llevarla a
casa conmigo. Fuesen cuales fuesen sus razones para ocultar su
transformación al resto de nosotros, la ayudaría a resolverlo. Estaba
decidido.
Ahora me enfrentaba a un nuevo dilema: ¿debía seguir a Sage o a Freya? El
rastro de Freya era viejo y difícil de seguir, pero ¿qué sentido tenía seguir
ahora a Sage? Ambas se habían marchado hacia el este. Decidí seguir a
Sage, manteniendo los ojos abiertos en busca de más pistas sobre Freya.
Caminé unas horas más hasta que llegué a un punto en el que tuve que
alejarme del río, ya que este empezaba a fluir hacia el sur. Tenía que tomar
una decisión. Adentrarme más en el bosque me hacía vulnerable a cualquier
ataque de hombres lobo, ya que mi olor era más rastreable allí.
Pero no tenía elección. Estaba muy cerca de encontrar a mi Freya de nuevo,
y no iba a dar marcha atrás ahora. Si los Colas Negras venían por mí, estaba
dispuesto a darles una paliza que nunca olvidarían.
Pasé por otro lugar de pesca y supe que Freya y Sage habían estado por
aquí. Entonces me encontré con una zona en la que parecía que un gran
grupo de hombres lobo hubiera cazado algo. Mi corazón se hundió: sabía lo
que significaba.
Freya había ido directo hacia una emboscada de Colas Negras. Mientras me
preocupaba por el destino de Freya, percibí fuertemente a Sage. Estaba
cerca. Me detuve y escuché. Parecía que se había detenido y estaba
esperando a alguien o algo.
Sabía que debía tener cuidado. Estaba en el corazón de la tierra enemiga, y
era casi imposible volver con vida si me descubrían en estas profundidades
del bosque. Avancé muy lentamente hacia la cima de una pequeña colina
junto a un arroyuelo.
Vi a Sage en la orilla opuesta del arroyo, a varios cientos de metros de mí.
Estaba en la orilla opuesta del arroyo, en lo alto de otra pequeña colina.
Sage estaba esperando a alguien. Desde mi lugar podría oírla, a menos que
decidiera susurrar. Me escondí, queriendo ver y escuchar lo que estaba
tramando.
Esperé mientras Sage se sentaba en un tronco, recogiendo toda la suciedad
de su larga falda azul. Por lo que vi, su falda y su blusa estaban en mal
estado después de correr por el bosque durante más de un día.
Sage continuaba lejos de mí y el sol se estaba poniendo, pero mis ojos
pueden ver con claridad en la penumbra. Ella parecía cansada. Su pelo
plateado estaba revuelto y sus ojos verdes miraban hacia el lejano sur como
si esperara a alguien. Vi mejor dónde estaba. Se había sentado en lo que
parecía un campamento abandonado. Había señales de hogueras y limpieza
que alguna vez habrían albergado grandes tiendas de campaña. Pero todo
eso había desaparecido.
La única estructura que quedaba era una enorme bañera circular de madera
en medio del claro. Desde donde yo estaba, me era imposible ver si había
agua dentro, pero había signos claros de que se había utilizado
recientemente.
¿Llegó Freya a este campamento? No había señales de ella en el bosque.
¿La habían capturado? ¿Por qué habían acampado en medio del bosque? Si
estaba en lo cierto, este lugar no estaba lejos del pueblo de los Colas
Negras. Los hombres lobo no solían acampar, menos aún tan cerca de su
propio pueblo.
Mientras me preguntaba por la finalidad del camping, se oyó un ruido
atronador a lo lejos. Era el sonido de un motor potente, como el de un
camión o un jeep. Unos segundos después, Sage pareció captar el ruido y se
levantó. Se acomodó la ropa con las manos e intentó arreglarse un poco el
pelo, tratando de estar presentable.
A quienquiera que esperara, me pareció que esa persona era superior a ella,
a juzgar por lo ansiosa que estaba.
Un jeep Wrangler entró a toda velocidad y se detuvo junto a ella. La puerta
del acompañante se abrió y bajó una mujer de pelo rubio. Era bastante alta y
parecía aún más alta al lado de lo bajita que era Sage.
No me cabía duda de que estaba ante dos brujas, y sin dudas la más alta era
la más poderosa de las dos. Sage se inclinó ante esta nueva mujer del modo
en que saludaría a una reina, y yo, intrigado, quise saber quién era. Llevaba
un largo vestido azul que se arrastraba por el suelo al caminar. Y entonces
lo vi, ¡Marcus! Se bajó del lado del conductor, vestido con una camisa y
unos pantalones de lino. Si ese era Marcus, la que llegó con él debía de ser
Luna, su mujer, la poderosa bruja de la que todos hablaban.
Sabía que estaba acabado si alguno de ellos me olía, pero sabía que
hablarían de Freya, y necesitaba oír cada palabra que saliera de sus bocas.
Así que me arrastré hacia ellos.
El arroyo fluía más rápido entre la colina en la que me encontraba y el
campamento, así que el agua amortiguaba los ruidos que yo hacía. El
inconveniente era que me resultaba más difícil oír lo que hablaban. Así que
me acerqué un poco más.
Sage dijo:
—¿Cómo que la tienes encerrada?
—Trató de escaparse.
—Te dije que no era fácil. ¿Has podido quebrarla para que hable?
Luna miró a Marcus:
—No, lo hemos intentado todo, desde azotarla hasta matarla de hambre y
usar magia con ella. Pero ella no se transforma, no usa magia, nada.
—Es porque tiene problemas para transformarse.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Marcus.
—Puede transformar la mitad superior de su cuerpo en lobo, pero no puede
hacer lo mismo con la mitad inferior.
—¿Cómo sabes todo esto?
—Me lo dijo una vez, pero me aseguré de que no recordara habérmelo
dicho. Así que, cuando corrí la voz, le echó la culpa a ese estúpido cabeza
de chorlito —Sage se rio. Podía sentir la ira hirviendo en mí, pero
necesitaba mantener la calma.
—¿Lucian?
—Sí.
—He oído que están predestinados —dijo Luna pensativa—. ¡Eso puede ser
un problema a la larga!
—No será un problema si tenemos a Freya con nosotros.
—Sage, ¿no escuchaste nada de lo que dije? —Luna sonaba enojada—, es
imposible doblegarla. Temo que alguien la mate antes de que sepamos lo
que es capaz de hacer.
—¿Qué pasa con…?
De repente, la conversación se convirtió en susurros y dejé de oírlos. ¿Por
qué decidieron susurrar de repente? ¿De quién hablaban? Por la forma en
que miraban ansiosos a su alrededor, me pregunté qué clase de persona sería
tan poderosa como para asustar tanto a toda esa gente.
Estuve tentado de avanzar para escuchar lo que decían, pero sabía que había
mucho en juego. Todo mi cuerpo temblaba de rabia al oír todos los horrores
que Freya estaba sufriendo a manos de ellos. Sin embargo, no era el
momento de actuar con el corazón, sino de planear con la mente fría.
Mis nudillos se pusieron blancos al apretar los puños, pero me mantuve
firme. La noche se acercaba rápidamente y sabía que los demás lobos
saldrían en unas horas.
Al cabo de un rato, su conversación se hizo más fuerte y pude oírlos una
vez más.
—Basta de ella. Hablemos de ti, Sage. Mírate. Te ves como la mierda —
dijo Luna.
—Lo sé. Tuve que andar más de un día llevando esta estúpida falda.
—¿Por qué no te bañas y te refrescas con nosotros? La bañera está justo ahí
—respondió Marcus, señalando la bañera de madera.
—Sí, como en los viejos tiempos, los tres juntos —Luna sonrió—. Espera a
que te caliente el baño. Sage, hay un vestido para ti en la parte de atrás del
jeep, pero me temo que te quedará un poco largo.
Luna se acercó a la bañera de madera y metió los brazos en el agua. Me dio
la espalda, así que no pude ver lo que hacía. Sage, mientras tanto, se quitó
la ropa. Se desprendió de la falda, la blusa y la ropa interior, y se quedó
desnuda solo con el medallón puesto. Marcus también se desnudó mientras
yo miraba. Caminó hacia Luna, dándole una palmada en el culo a Sage al
pasar junto a ella.
¿Qué pretende esta gente? Me repugnaba ver cosas así, pero no podía
alejarme. Además, cabía la posibilidad de que dijeran más detalles sobre
Freya y sus planes, así que escuché pacientemente.
Luna parecía haber terminado de calentar el agua, entonces se deshizo del
vestido y se metió en la bañera. No llevaba nada debajo de la falda, y vi que
tenía un medallón de aspecto similar cuando se volvió hacia mí dentro de la
bañera. Marcus y Sage se unieron a Luna en la bañera, los tres
completamente desnudos excepto por sus joyas.
—Entonces, ¿qué quieres que haga ahora? —preguntó Sage.
—Te llevaré con Freya, y tratarás de hacerla entrar en razón. La chica es
fuerte, pero incluso los más fuertes se abren cuando ven una cara amiga
después de tanto tormento. He quebrado a enemigos mucho peores en mis
tiempos. Me sorprende que esta haya logrado resistir tanto.
—Luna, ya te lo dije una vez. Es tan testaruda como su madre, Onetha, y
estúpidamente valiente como su padre, Gayler. No será fácil doblegarla.
¿Por qué no nos deshacemos de ella y seguimos con nuestros planes?
—Órdenes de la Reina. Sage, no deberías hablar tan atrevidamente por
aquí. Nunca se sabe quién puede estar escuchando en estos bosques.
Un escalofrío me recorrió la espalda cuando Marcus dijo esto último. Sería
imposible escapar sin que me vieran si decidían venir por aquí. ¿Mirarían a
su alrededor para ver si había alguien escuchando?
C A P ÍT U L O 2 0
FREYA

Y a no sabía si era de noche o de día. El calabozo estaba siempre


iluminado por luz eléctrica, y en aquel sótano no entraba la luz del
sol. Sería la cuarta o quinta vez que me bajaban del poste desde que
me introdujeron en el calabozo.
Estaba desnuda y tenía todo el cuerpo con heridas de los azotes. Mis pechos
y mi sexo eran los peores. Dos veces perdí el conocimiento por tanto dolor
cuando el látigo cayó sobre mi clítoris hinchado. Lidia era muy precisa al
golpearme en mis partes más sensibles y disfrutaba viéndome sufrir.
Dos hombres me arrastraron hacia mi pequeña celda, me metieron dentro y
cerraron la puerta. Cuando les pedí agua, se rieron y me dejaron en la
oscuridad más absoluta.
Me arrastré hasta un rincón y apoyé la cabeza en las rodillas. Tenía todo el
cuerpo cubierto de sudor y temblaba de dolor. Las heridas del látigo me
ardían como el infierno. Además estaba traumatizada por la magia de Luna.
Era como si me estuviera aplastando la cabeza por todos lados.
Entonces oí que alguien se acercaba y levanté la cabeza. Normalmente me
dejaban estar en la celda un rato antes de volver a sacarme para atarme
contra el poste dentro de la jaula de hierro. ¿Por qué volvían tan rápido?
Esta vez, solo venía una persona y sus pasos eran ligeros, como si fuera un
niño o alguien pequeño. ¿Podría ser Ruby? Mi corazón empezó a latir más
rápido. ¿Y si me veía así? No sabía qué hacer mientras los pasos se
acercaban y no pude creer lo que veían mis ojos.
¡Era Sage!
Lágrimas de alegría corrieron por mis mejillas al ver a mi amiga al otro
lado de la celda. Me levanté y me abalancé sobre ella, sujetando los barrotes
con ambas manos.
—Sage, ¿eres tú?
—¡Freya! ¿Qué te han hecho?
—Esta gente va a matarme. Por favor, sácame de aquí —No pude contener
las lágrimas al ver a Sage al otro lado de los barrotes.
—Ojalá fuera tan sencillo.
—Sage, por favor —le supliqué—. Por favor, sácame de aquí.
—No grites —Sage miró hacia atrás por encima del hombro—. Escucha
atentamente lo que tengo que decirte. Hablaré con Luna para sacarte de
aquí. Tal vez pueda hacerla entrar en razón hablándole de bruja a bruja.
Pero tienes que hacer lo que te pido.
—¿Qué quieres que haga?
—Solo dime lo que querían de ti.
—Necesitan saber si puedo transformarme. Les he dicho que no puedo.
—¿Por qué les mentiste?
La miré. Parecía seria. ¿Cómo sabía que era mentira? ¿Le había contado a
Sage mis problemas para transformarme? No estaba segura.
—¿Qué quieres decir? Es la verdad. No puedo hacerlo.
—Ambas sabemos que eso no es cierto. Me dijiste que puedes
transformarte, pero te quedas a medio camino.
—¿Lo hice? ¿Cuándo?
—No importa cuándo. Lo que importa es que les digas la verdad. Intentaré
hablar con Luna y pedirle que te libere.
Me quedé en silencio. Esto era nuevo para mí. No recordaba haberle
hablado a Sage de mi transformación. ¿Cuándo fue la última vez que la vi?
—¿Qué quieren de mí? —pregunté con la voz entrecortada.
—Sabes que eres un híbrido, ¿verdad? Los híbridos tienen poderes
especiales, y las brujas podemos ayudarte a alcanzar todo tu potencial.
Estoy segura de que Luna intentará ayudarte. Tienes que confiar en ella.
—No quiero confiar en ella. Por el amor de Dios, Sage, está casada con el
alfa de los Colas Negras.
—Recuerda que tu manada te desterró. ¿Por qué te importan las mezquinas
disputas entre dos manadas cuando la tuya te quitó del medio como si
fueras basura? Piensa Freya. No seas tan estúpida, aún estás a tiempo de
salvar tu vida.
—¿Por qué no puedes usar tu magia para sacarme de aquí?
Sage guardó silencio un momento. Pensé que estaba considerando
liberarme como le había pedido. En cambio, un momento después dijo en
voz baja:
—Freya, escucha. Luna es mucho más poderosa que yo. Su magia es fuerte,
y no puedo romper sus hechizos. Tiene hechizos por todas partes. Te digo lo
único que puedo hacer. Estoy corriendo un gran riesgo por ti. Podría
terminar en esta celda contigo.
—No quiero que te metas en problemas por mi culpa —dije y la esperanza
se desvaneció en mí—. Solo respóndeme una simple pregunta: ¿crees que
puedo aprender magia?
—¿Por qué necesitas aprender magia ahora?
—No voy a aprender. Solo tengo curiosidad.
—Sí, hay una posibilidad. En los híbridos no todo es magia. Tienen poderes
que los hacen lobos más poderosos. Algunos dicen que tu padre, Gayler,
también era un híbrido. Pero este no es el momento de hablar. Sabes lo que
tienes que hacer. Solo haz lo que Luna te pide, salva tu vida y sal de aquí
primero.
Así que Ruby tenía razón. Los híbridos podemos transformarnos en lobos y
usar magia. ¿Por eso me desterraron? ¿Porque mi manada temía mi poder?
Pero el alfa y el consejo habían sabido todo el tiempo que yo era un híbrido.
¿Fue porque tenía problemas para cambiar entonces?
Me enfrenté a una nueva verdad. Sage conocía mi secreto. La última vez
que la vi fue el día después del solsticio de invierno, el día de la juventud.
Recuerdo haber salido del bar con ella, pero no lo recordaba después.
¿Quizás Sage me engañó para que le contara mi mayor secreto?
Si ella lo sabía, ¿era posible que Sage fuera quien había hecho correr la voz
sobre mis problemas para transformarme? ¿Era posible que Lucian fuera
inocente después de todo?
En mi interior bullían tantas preguntas y necesitaba encontrar respuestas.
Estaba cansada y débil, y me costaba concentrarme. Pero quedaba una
pregunta más: ¿cómo había entrado sin ningún guardia?
—Sage, ¿cómo llegaste aquí? ¿Te dejaron entrar en su calabozo?
—Puedo ir a cualquier parte de esta ciudad y del Bosque Plateado porque
no pertenezco a ninguna de esas ciudades. Soy una simple bruja que vive de
la tierra, y las manadas me permiten vagar libremente por sus cotos de caza.
Además, conozco a Luna, de bruja a bruja, y su gente no intenta
bloquearme cuando me ve.
Dejé escapar un suspiro. Mi instinto me decía que algo iba mal y sabía que
tenía que hacer que Sage se fuera lejos de aquí. Si los guardias volvían y la
veían, tendríamos más problemas.
—Sage, entonces hazme un último favor.
—¿Qué pasa?
—Solo dile a Lucian y al alfa que estoy atrapada aquí. Pídeles que me
salven. Estoy segura de que Lucian vendría si supiera dónde estoy.
—¿Entiendes que si Lucian viene aquí sería una guerra total entre las dos
manadas? Estás arriesgando la vida de muchos al traerlo aquí.
—Solo dije lo que sentía. No quiero más guerras por mi culpa. Mamá dijo
que hubo una batalla más grande cuando Hazendra atacó…
En cuanto pronuncié ese nombre, su rostro se ensombreció. Me hizo seña
para que guardara silencio llevándose el dedo índice a los labios.
—¿Estás loca, Freya? Jamás menciones ese nombre, ni aquí ni en ningún
sitio —Parecía aterrorizada.
—¿Qué? —pregunté sin poder comprender por qué la gente temía esa
simple palabra. ¿Por qué estas brujas le temían tanto a una vampira? ¿Acaso
esta gente le rendía pleitesía?
—Le daré tu mensaje a Lucian —dijo Sage al marcharse. Parecía apurada
después de oír el nombre de Hazendra—. Haz lo que Luna te diga y te
dejará ir. Por el amor de Dios, Freya, no intentes ser una mártir. Sálvate a ti
misma, no tiene sentido morir en esta estúpida celda.
Cuando Sage se fue, volví al rincón del calabozo y me senté. Sabía que
había cometido un terrible error al culpar a Lucian de difundir el rumor
sobre mis problemas para transformarme. No había sido él, sino Sage.
Ahora lo veía, estaba más claro que el agua.
Qué tonta fui al rechazar a todos los que se preocupaban por mí. Hui de
Lucian cuando se ofreció a ayudarme. Me distancié de mis padres. Les di la
espalda a todos los que amaba. ¿Habría alguna posibilidad de corregir todo
eso? Necesitaba ser una buena hija para mis padres adoptivos y ser la hija
legítima de mis verdaderos padres vengando sus muertes, matando a
Hazendra y a quienquiera que viniera detrás de ella.
Por encima de todo, necesitaba estar con Lucian. Mamá tenía razón. Mi
futuro estaba en Silverwood. Estaba destinada a Lucian y cuando se
convirtiera en el alfa, quería estar a su lado, apoyándolo.
Sabía que tenía que encontrar una solución a mis problemas para
transformarme. Eso no debía impedirme ser parte de la manada. Estaba
decidida a luchar por el lugar que me correspondía. Había sido un error
alejarme de todo aquello como si no tuviera a nadie. Había mucha gente
que se preocupaba por mí, y tenía que luchar por el bien de todos ellos.
¿Y qué había de mi lado mágico? ¿Podría dominar ese poder? Ni siquiera
sabía por dónde empezar. Si tan solo tuviera una persona que me
enseñara… Tal vez podría encontrar a alguien dispuesto a hacerlo. Y tal
vez, si aprendiera a hacer magia, podría superar mis dificultades
utilizándola.
Fuera cual fuera la solución, el primer paso era salir de aquí. Sabía que no
podía confiar en Sage. Había pocas posibilidades de que ella llevara mi
mensaje a Lucian o a su padre. Eso significaba que estaba sola.
También sabía que ni Marcus ni Luna me dejarían escapar. Y Lidia era aún
peor que ellos dos. Así que mis opciones se limitaban a aprovecharme de
los guardias que merodeaban por allí. Esos guardias me trasladaban de un
lado a otro de la celda. Si pudiera seducir a uno de ellos, tendría la
oportunidad de escapar. Era una apuesta arriesgada, pero tenía que aceptar
ese desafío. Ahora mismo, no podía pensar en ninguna otra opción.
Decidí probar suerte. Muchas vidas dependían de que regresara a
Silverwood y les avisara del peligro que corrían todos. No iba a
acobardarme en esta lucha. Como dijo papá, yo era la hija de Gayler, era
una loba y una guerrera.
Respiré hondo y apreté los dientes. Ya no pensaba en el dolor. Ahora tenía
una misión: escaparía de este agujero infernal o moriría en el intento.
C A P ÍT U L O 2 1
FREYA

M e dormí agotada y me desperté con el ruido de unas botas fuera de


mi celda. Cuando abrí los ojos, vi a un par de guardias hablando a
lo lejos. No me prestaban atención. Hablaban de un acontecimiento
que se avecinaba, pero yo no tenía ni idea de qué se trataba.
Mi sueño había sido breve e interrumpido durante todo el tiempo que pasé
en el calabozo. No tenía una cama donde dormir y el suelo era demasiado
frío y duro. Sin embargo, lo peor eran mis heridas. Me ardían de dolor cada
vez que rozaban contra algo. Así que casi siempre dormía sentada, con la
cabeza apoyada en las rodillas.
Más de una vez me despertaron pesadillas en las que me azotaban. Lloré en
muchas ocasiones, pero estaba decidida a no dejar que mi ánimo decayera.
No estaba dispuesta a aceptar la derrota.
Desde que Sage había venido a verme, me habían sacado dos veces de la
celda para que Lidia me azotara. Era un monstruo sin igual. Todos los
guardias e incluso Luna eran mucho mejores que ella. Lidia en cambio
disfrutaba haciéndome sufrir. A menudo me preguntaba qué rencor me
guardaba para castigarme así.
Por otro lado, Luna había mostrado poco interés en mí durante los últimos
días. Apenas vino a verme dos veces, una en la jaula y otra cerca de mi
celda, y me pidió que abandonara mi estúpida resistencia. Lo único que
quería era que me transformara en lobo. No tenía ni idea de por qué lo
necesitaba. Le rogué que dejara de atormentarme y le dije que no podía
hacer lo que me pedía. Le pidió a Lidia que fuera menos dura conmigo,
pero me pareció más una actuación suya que algo serio.
Me preguntaba si Sage ya había hablado con Luna y si le habría contado
algo sobre mi problema para transformarme. Ya no sabía en quién confiar.
Mi mente estaba agotada, en parte por la falta de sueño y en parte, por
arrepentirme de mis decisiones. Había cometido un terrible error al no creer
en Lucian. Parecía que había sido sincero conmigo todo este tiempo, pero
fui demasiado estúpida para creerle y ahora estaba pagando el precio.
Me preguntaba dónde estaría Lucian. ¿Me habría abandonado? ¿Habría
seguido adelante? ¿Se acostaba con otra? No quería ni pensar en eso.
Volví a concentrarme en los dos guardias, pero no dejé que notaran que me
había despertado. Seguía sentada con la cabeza apoyada en las rodillas. Los
guardias miraban de vez en cuando hacia mi celda y uno de los hombres
observaba con lujuria mi cuerpo de vez en cuando.
Me pregunté si intentar seducirlos era lo correcto. Si hubiera habido uno,
habría ido tras él pero, con dos guardias, dudaba de mis posibilidades de
éxito. Esperé pacientemente, quizá uno de ellos se marchara.
Mis plegarias fueron escuchadas: uno de los guardias se despidió y se
dirigió hacia el otro extremo del calabozo. El otro se acercó y reconocí que
era el que había estado mirando mi cuerpo hasta hacía un momento. Había
llegado el momento, tenía que actuar. Sabía que era mi oportunidad y quizá
era la única que tendría.
Cuando el guardia pasó por delante de mi celda, emití un sonido como si
me estuviera despertando. Estiré los brazos y las piernas, miré al guardia y
sonreí. El hombre era alto y tenía una espesa barba. Tenía un aspecto
bastante apagado, parecía tener alrededor de treinta años. Pareció extrañado
por mi sonrisa.
Mientras él me observaba, me levanté lentamente, asegurándome de que
mis curvas se vieran en el mejor ángulo posible al hacerlo. Era plenamente
consciente de mi desnudez: era mi única arma.
El guardia se quedó quieto, mirándome con ojos hambrientos. Me acerqué a
él hasta apoyarme contra los barrotes de acero. Apreté mi cuerpo contra el
acero. Mis pechos atravesaban los barrotes en dirección al guardia. Parecía
confuso, pero empezó a caminar lentamente hacia mí. Llevaba un juego de
llaves en el cinturón y me esforcé por no mirarlas directamente.
¡Era mi momento!
El guardia se acercó a mí, pero se detuvo a medio metro de los barrotes y
extendió la mano hacia mis pechos. Me mordí el labio inferior e incliné la
cabeza para parecer aún más sexy. El guardia estaba a punto de adelantarse
y agarrarme una teta cuando se oyó un ruido procedente del otro extremo
del calabozo.
Maldije para mis adentros justo cuando había estado a punto de agarrar la
llave de su cinturón. El guardia se giró y se alejó un paso de mí.
A continuación vi una sombra que saltaba hacia el guardia desde el otro
extremo. Mi reacción inmediata fue apartarme hacia la pared de la celda.
¿Quién estaba atacando al guardia dentro del calabozo?
Entonces vi su sombra. Era un enorme hombre lobo de los Espaldas
Plateadas. El corazón me dio un vuelco al reconocerlo: era Lucian. No
podía creer lo que veían mis ojos cuando lo vi pasar junto a mi celda.
El guardia intentó moverse, pero Lucian fue rápido. Lo agarró por la cabeza
y, con un rápido movimiento, le desgarró la garganta. Su cuerpo cayó al
suelo, manando sangre por todas partes. No había duda de que era hombre
muerto.
—Lucian, ¿eres tú? —susurré a través de los barrotes. Intenté mantener la
voz baja, pero no podía ocultar mi excitación.
El guardia me miraba con los ojos muy abiertos. La sangre corría por su
boca. Sus ojos estaban fijos en mí. Vi con alegría cómo Lucian recuperaba
su forma humana. El cabello rebelde caía sobre sus ojos y me sonreía. Tenía
tantas ganas de estar con él. Quería sentir esos brazos musculosos sobre mi
cuerpo. Y quería su cuerpo desnudo contra el mío.
Lucian se acercó a la celda y sujetó los barrotes con las manos. Miró la
cerradura e intentó abrir la puerta con fuerza, pero los barrotes de hierro
eran demasiado fuertes.
—La llave está en su cinturón —le dije, señalando al guardia muerto.
Estaba impaciente por salir y temía que alguien se cruzara en nuestro
camino. No quería correr riesgos.
Lucian se acercó al cuerpo del guardia y le quitó la llave. Abrió la puerta y
me dejó salir.
—¡Freya!
—¡Lucian!
Salté a sus brazos y las lágrimas de alegría rodaron por mis mejillas. Los
dos estábamos desnudos y eso no nos importaba.
Me besó larga y profundamente, sus manos me sujetaban contra su cuerpo.
Las heridas me dolían, pero no me molestaba. Estaba encantada de que mi
Lucian me abrazara. No había nada que quisiera más en este mundo. Y no
quería que este momento terminara.
—Freya, ¿qué te han hecho? —preguntó Lucian, pasándome las manos por
la espalda.
Podía sentir el dolor y la rabia en sus ojos.
—Estaré bien. Las heridas no son profundas y sanarán una vez que me
transforme.
—¿Transformarte? ¿Puedes hacerlo? —Se mostró esperanzado y me apartó
para mirarme a la cara. Podía sentir su emoción y ver la alegría en su rostro.
—Puedo transformarme a medias. Es una larga historia, te lo contaré todo
más tarde. Este no es el lugar para hablar. Larguémonos de aquí —le dije—.
Y Lucian, por favor, prométeme que no volverás a dejarme.
—Te lo prometo. Pero fuiste tú quien huyó de mí.
—Lo sé. Siento mucho haber dudado de ti.
—Fue Sage quien le dijo a todo el mundo que no podías transformarte —
dijo y su voz sonaba llena de ira—. Voy a matarla la próxima vez que la
vea.
—Lo sé.
Miró a su alrededor como si buscara algo.
—Espera, no puedes salir así. Déjame ver si tengo algo para ti.
Revolvió su bolsa, que debía haber traído en la boca al entrar en el
calabozo. Tenía miles de preguntas sobre cómo me había encontrado, cómo
sabía que estaba aquí abajo y si había más guardias en los alrededores.
Sacó una camiseta blanca y un pantalón, y me los dio.
—Puede que los vaqueros te queden grandes. Pero intenta ver si puedes
evitar que se te caigan.
—¿Y tú?
—Tengo otro par.
Primero me puse la camiseta. Me ardía cuando las heridas rozaban la tela,
pero, por suerte, me quedaba holgada. Los pantalones me quedaban grandes
y no podía ponérmelos. Como la camiseta era larga, me cubría la mitad de
los muslos.
—Con la camiseta me basta —le dije entregándole los pantalones.
—¿Estás segura?
—Sí, será mejor que nos apuremos.
Esperé a que Lucian se vistiera. Se oyó un ruido desde el otro extremo del
calabozo y Lucian se detuvo y miró en esa dirección. Intenté ver de quién se
trataba: ¿más guardias?
—Escóndete —Lucian me empujó suavemente hacia las sombras y se
escondió.
Respiré entrecortadamente, temiendo que la persona que caminaba hacia
nosotros pudiera oírme. Se trataba perfectamente de un hombre lobo, así
que mi temor no era exagerado. Busqué a Lucian entre las sombras, pero no
aparecía por ninguna parte.
Los pasos se hicieron más fuertes a medida que la persona se acercaba. Y
entonces empezaron a moverse más rápido.
Era Lidia. Corrió hacia el guardia muerto y se arrodilló a su lado. Lo
sacudió, tratando de despertarlo, pero entonces vio la sangre.
—¡Ayuda, ayuda! —gritó con todas sus fuerzas, pero Lucian se abalanzó en
un instante sobre ella en su forma de lobo. Sus dientes fueron directos a la
garganta de Lidia.
Ella luchó ferozmente, pero su garganta se desgarró y sus brazos cayeron a
los lados mientras la vida abandonaba su cuerpo. La sangre brotó de la
herida de su cuello y su cuerpo se desplomó junto al del guardia muerto.
Lucian esperó unos segundos para ver si bajaba alguien más por el sendero.
Asegurándose de que no había nadie, volvió a su forma humana. Corrí
hacia él y lo abracé. Lucian volvió a besarme y luego levantó la cabeza para
mirar al otro extremo del calabozo. Su rostro estaba marcado por la
preocupación. Me incliné hacia el cadáver de Lidia, que me había torturado
todo este tiempo. Era extraño verla muerta. Mis manos se dirigieron a su
cinturón, que llevaba una daga. Se la arranqué y me la até a la cintura por
debajo de la camiseta.
El grito de ayuda de Lidia había sido escuchado y más gente se acercaba a
nosotros. Los ruidos venían del otro lado. Teníamos que escapar, no había
tiempo que perder.
—¿Por dónde viniste? —le pregunté a Lucian.
Señaló hacia donde procedían los ruidos.
—Espera aquí —Lucian intentó levantarse e ir hacia los guardias. Pero le
sujeté por el brazo.
—Prometiste no volver a dejarme.
—Pero debo luchar contra ellos. Quédate escondida. No voy a ninguna
parte sin ti.
Los sonidos se hicieron más fuertes en la distancia y pudimos oír los
aullidos de los lobos. Estaban reuniendo más. Lucian tenía de su parte el
elemento sorpresa, con el guardia y Lidia en el suelo, pero su ventaja había
desaparecido. No podía luchar él solo contra toda una manada de lobos. Y
yo, sin cambiar del todo, poco podía hacer para ayudarlo.
—Vayamos por aquí. Señalé en dirección contraria.
—¿Y si es un callejón sin salida?
—Entonces lucharemos con ellos. Vamos, tenemos que intentarlo.
Lucian no parecía convencido, pero lo arrastré del brazo. Los sonidos de los
lobos se acercaban y empezamos a correr en dirección contraria.
Corrimos por el calabozo, me sorprendió ver lo largo que era. Estaba en la
más absoluta oscuridad, pero vimos un camino por delante. Todo el lugar
era de piedra, como si se tratara del sótano de una antigua fortaleza. Sin
embargo, no existían tales fortalezas a este lado del Atlántico.
Corrimos por un largo pasillo hasta que vimos una pared al final. Se me
encogió el corazón al pensar que era un callejón sin salida. Tendríamos que
luchar contra los que nos perseguían, y había pocas posibilidades de que
sobreviviéramos.
Pero cuando toda esperanza estaba perdida, vi una abertura en un lado del
muro. Corrí hacia ella y vi que era una escalera de piedra con peldaños
redondeados que subían en espiral. No sabía adónde conducía, pero estaba
dispuesta a arriesgarme.
—Creo que hemos encontrado la salida —dije triunfante.
La escalera de caracol era estrecha y ascendente. No se veía el final. Lucian
dudó un momento, pero luego empezó a seguirme. Corrimos por la escalera
mientras los lobos se acercaban. La escalera subía y parecía que subía más
de un piso. Al final, pude ver una pequeña puerta de metal. Esperaba que no
estuviera cerrada.
—Abre —dijo Lucian, jadeante, y yo agarré el gran pomo y lo giré. La
puerta se abrió y salté dentro sin pensarlo. Él me siguió. En este lado había
una llave, con la que la cerramos.
C A P ÍT U L O 2 2
FREYA

M iré a mi alrededor para ver dónde estábamos. Aquí también la


oscuridad era total, pero mis ojos aún podían ver lo que había
alrededor. Estábamos dentro de un vestidor y tenía idea de quién
era. La ropa nos rozaba mientras navegábamos por lo que parecía el vientre
de alguna bestia.
—¿Dónde demonios estamos? —preguntó Lucian en tono desconcertado.
—¡Silencio! Baja la voz. Creo que sé dónde estamos. Este debe ser el
vestidor de Luna. Y puede que ella también esté en la habitación, así que no
hagas ruido —le susurré al oído—. Vístete y vámonos de aquí.
Observé cómo Lucian se ponía sus vaqueros y su camiseta. Su cuerpo
musculoso me dio ganas de acurrucarme a su lado.
—¿No quieres ponerte algo mejor? —me preguntó Lucian con una amplia
sonrisa mientras miraba toda la ropa que nos rodeaba. Se oían golpes al otro
lado de la puerta del calabozo, pero el sonido salía casi amortiguado al
escucharlo desde dentro.
—No hace falta. Me gusta esto —dije, tirando de su camiseta—. Será mejor
que nos demos prisa. Pronto vendrá alguien a buscarnos a esta habitación
—añadí mientras volvía a mirar hacia la puerta cerrada.
—Veamos si la zorra está en la habitación primero —Lucian tomó la
delantera y yo lo seguí. El vestidor era como un laberinto gigante, pero
salimos rápidamente.
Mis ojos se adaptaron a la penumbra mientras me asomaba con cautela por
la puerta ligeramente entreabierta del cuarto. Estaba a oscuras, con las
pesadas cortinas cerradas para bloquear cualquier ingreso de luz. Solo un
tenue rayo de luna penetraba por los huecos, proyectando sombras
espeluznantes sobre el contenido de la habitación.
Luna estaba tumbada en la cama, sumida en un profundo sueño. El rítmico
subir y bajar de su pecho indicaba que estaba profundamente dormida.
Parecía que no era consciente de lo que ocurría en el calabozo. Y yo me
preguntaba dónde estaría Marcus. Podría estar en el bosque con sus
compañeros lobos. Luna llevaba un vestido de noche holgado, pero parecía
tan elegante como siempre. El escote de su camisón se hundía, revelando
una generosa parte de su pecho, cuyos contornos resaltaban con el suave
resplandor de la luz de la luna. A pesar de todo lo que me había hecho en
los últimos días, no podía dejar de apreciar su belleza.
Entre los pliegues de su camisón, entre sus pechos, descansaba su medallón,
que brillaba a la luz de la luna. Sabía que el poder de Luna estaba en su
medallón. Tanto Sage como ella los usaban siempre. Como por arte de
magia, me sentí atraída por él. Necesitaba tenerlo en mis manos. Tal vez el
medallón le estaba hablando a mi lado brujo.
Al notar la intención de Lucian de acercarse a Luna, instintivamente estiré
la mano y se la agarré con suavidad. Era demasiado poderosa y no
podríamos detenerla si decidía venir en nuestra contra. No podíamos
arriesgarnos a despertarla antes de estar preparados para atraparla.
—Lucian, por favor, ten cuidado —susurré.
—No me importa. Tiene que pagar por lo que te hizo.
—Creo que su poder está en su medallón. Quítaselo y no podrá luchar
contra nosotros con la misma fuerza —dije—. Date prisa. Saben que
entramos aquí.
—¿Estás segura?
—¿Tienes un plan mejor? —le pregunté, y se encogió de hombros.
Lucian se acercó a Luna, pero se detuvo. Me miró y me acerqué a él.
—Solo quiero estrangularla con mis propias manos cada vez que la veo. No
creo que pueda quitarle el medallón. Inténtalo tú.
Dejé escapar un suspiro y me acerqué de puntillas a su cama. Respiraba
ruidosamente.
Me acerqué a ella y extendí la mano derecha hacia el medallón. Lo tomé y,
después de contar hasta tres, tiré de él con todas mis fuerzas, haciendo que
se rompiera por detrás. El medallón estaba en mis manos.
Eso despertó a Luna. Abrió los ojos, que ardían de rabia. Primero miró el
medallón, luego a mí y finalmente a Lucian.
—¿Qué está pasando aquí? Freya, ¿cómo?
—No te enfades —dijo Lucian con sarcasmo.
—No tienes ni idea de con quién estás tratando, niño lobo —dijo Luna—.
¿Y crees que puedes detenerme simplemente quitándome el medallón? —Se
rio de mí.
No si quiera le respondí. No tenía sentido discutir con ella.
—No intentes ninguna estupidez.
Luna intentó sentarse en la cama, pero Lucian la empujó hacia atrás. Luchó,
pero no le resultó fácil moverse. Entonces liberó una de sus manos y la
agitó, lanzando un hechizo.
A Lucian lo tomó por sorpresa y lo hizo retroceder. Luego intentó hacer lo
mismo conmigo. Sentí que mis piernas se levantaban del suelo al retroceder
con su magia. Pero, por alguna razón, no salí despedida hacia atrás como
Lucian. Tal vez fuera el medallón que llevaba en la mano. Estaba decidida a
aferrarme a él. Tal vez no era tan fuerte como lo era sin él y de alguna
manera podía resistir a su magia por tenerlo.
Luna estaba a punto de venir hacia mí y quitarme su medallón. Lo sujeté
con fuerza, sin saber qué hacer.
—¡Mamá!
Me di la vuelta y mis ojos se encontraron con la inocente mirada de Ruby,
de pie en medio de la habitación. Llevaba puesto su tierno pijama y sujetaba
con fuerza contra su pequeño pecho su querida muñeca. Con Ruby allí, me
quedé un momento sin saber qué hacer. Luna también parecía
desconcertada. Y vi a Lucian ponerse de pie detrás de Ruby.
La habitación permanecía envuelta en sombras. El aire estaba cargado de
incertidumbre y de un delicado equilibrio de emociones. La presencia de
Ruby aportaba una sensación de inocencia y vulnerabilidad. Eso me hizo
preguntarme cómo manejar la situación.
Con Luna distraída por Ruby, aproveché la oportunidad para golpearla. Le
di un codazo en el vientre y, cuando se inclinó hacia delante, le pateé la
entrepierna con toda la fuerza que tenía. Luna cayó, agarrándose la
entrepierna, y yo volví a patearle el vientre.
—Lucian, cierra la puerta —dije, volviéndome hacia Luna—. Y tú, espero
que no intentes hacer alguna idiotez.
Él se levantó, cerró la puerta y puso la traba. Teníamos a Luna y a Ruby
atrapadas dentro de la habitación. Miré a Luna y vi el miedo en sus ojos.
—¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó ella, con la voz temblorosa.
—Mamá… —Ruby estaba llorando.
—Por favor, no le hagas daño a mi hija —Sin el medallón y con su hija
atrapada en la habitación con sus enemigos, noté el miedo en su voz.
Miré a Lucian, que parecía desconcertado sin saber qué hacer.
—Por favor, por favor, te lo ruego, perdona a mi hija. Ella no ha hecho nada
malo.
Lucian caminó hacia mí, y cuando estaba a punto de ir hacia Luna, pasando
a mi lado, lo detuve poniendo la mano sobre su pecho.
—¿Por qué crees que debería perdonarte después de todo lo que me hiciste
en tu calabozo?
Luna parecía estar luchando por encontrar las palabras adecuadas. Tenía los
ojos llenos de lágrimas.
—Entiendo que debes odiarme y no te pido que me perdones. Solo te pido
que dejes en paz a mi hija.
—No estamos interesados en tu hija —dijo Lucian, apretando los dientes.
No sabía qué hacer, pero no podíamos matar a Luna delante de su hija. Era
un destino demasiado cruel para cualquiera ver cómo matan a tu madre
delante de tus ojos. Ruby estaba en una edad en la que nunca lo olvidaría,
por el resto de su vida. No quería ser un monstruo.
—Luna, escucha, necesito algunas respuestas de ti, y si respondes
honestamente, puede que te deje ir.
—Por favor, cualquier cosa si perdonas a mi bebé.
—De acuerdo, entonces.
La niña seguía llorando, con la cabeza hundida en el hombro de su madre.
—Ruby, querida, por favor, deja de llorar. Estamos aquí para hablar con tu
madre. No les pasará nada ni a ti ni a ella.
Ruby apartó lentamente la cabeza del hombro de su madre y olfateó. Luego
se secó las lágrimas con el dorso de la mano.
—¿Prometes no hacernos daño, tía Freya?
—Sí, te lo prometo. Ahora ponte en la cama como una niña buena y
escucha la historia que tu madre nos va a contar a todos. Todos estamos
aquí para escuchar su historia.
Ruby se apartó lentamente de Luna y se subió a la cama. Luna parecía
desconcertada, pero se levantó, se acomodó el camisón y se sentó junto a su
hija en la cama con una mano alrededor de Ruby.
—Freya, ¿qué quieres saber?
—¿Dime todo lo que sabes sobre mi madre?
—¿Onetha?
—Sí.
Luna respiró hondo y luego besó a Ruby en la cabeza antes de hablar.
—Conocía a Onetha desde hacía mucho tiempo. Ella y yo crecimos en el
mismo pueblo, lejos de aquí. Te hablo de una época lejana. Éramos amigas.
Pero Onetha era ambiciosa. Quería cosas más grandes para ella. Y tenía las
habilidades para conseguirlas. Así que, un día, se encontró con esta antigua
profecía que decía que un híbrido de hombre lobo y bruja podría gobernar a
los metamorfoseados algún día. Y ella estaba obsesionada con eso.
—¿Estás segura de esto? —Lucian me susurró al oído.
—Veamos qué dice —le susurré—. Luna, continúa.
—Así que Onetha se puso a buscar a su futuro marido, un hombre lobo alfa
digno de ella. Fue muy exigente y finalmente se decidió por tu padre,
Gayler. No fue una elección difícil, ya que era un alfa. Era mucho más
fuerte que cualquier otro lobo de la zona, y Onetha se enamoró de él a
primera vista. Creo que él también de ella. Si me preguntas, esa historia de
amor estaba escrita desde antes de que se conocieran.
—Entonces, ¿qué pasó?
—Entonces ella quedó embarazada de ti. El problema fue que esta profecía
no era desconocida para todos. Algunos vampiros la conocían y cazaban
religiosamente a los híbridos. Así que cuando la reina de los vampiros se
enteró, vino por ti.
—¿Te refieres a Hazendra?
Luna pareció incómoda ante la mención del nombre. Pero tras una pausa,
asintió.
—Sí, aquí no decimos su nombre en voz alta. Pero sí, es a la que llamamos
Reina.
—Entonces, ¿qué pasó?
—Tus padres mantuvieron el embarazo en secreto durante mucho tiempo.
Pero al final, se reveló. Se corrió la voz y llegó hasta la reina, que reunió un
ejército formidable y vino por ti y por tu madre. Pocos días después de tu
nacimiento, atacó. Mató a Onetha y te secuestró a ti, pero no logró hacerte
daño.
—¿Me secuestró?
—Sí, te tenía en su poder. Pero aun así, no pudo hacer nada. Ya te dije que
Onetha era una de las mejores entre nosotras. Lanzó un hechizo protector
sobre ti cuando naciste, y nadie pudo dañar ni un solo pelo de tu cuerpo
gracias a eso.
—Entonces, ¿esta reina también mató a mi padre?
—Él murió en la batalla. Yo no estaba allí, así que no sé qué pasó. Algunos
dicen que la reina lo mató y otros dicen que fueron sus tropas. Pasara lo que
pasara, los lobos se defendieron tras su muerte. Y los vampiros perdieron la
batalla, y luego se retiraron.
Se oyó un ruido procedente de la puerta, como si alguien estuviera
llamando.
—Pídeles que se vayan —le ordené a Luna—. Por el bien de tu hija, no
intentes hacer ninguna jugada.
Luna asintió y luego se aclaró la garganta:
—Váyanse. Puedo encargarme de esto.
Los golpes cesaron, pero oía respirar a la gente al otro lado de la puerta.
Miré a Luna.
—Váyanse, tontos —gritó una vez más.
Aún había más confusión, pero tras unos segundos, la gente empezó a
alejarse. Hice una señal a Luna para que continuara.
—Eso es todo lo que sé de tu madre.
—Entonces, ¿dónde encajas tú en todo esto?
—Llegué mucho más tarde. No pensaba tener un híbrido, pero ya lo tengo
—Volvió a besar a Ruby en la cabeza.
—Entonces, ¿sabe tu reina lo que es?
—Sí. Después de fracasar en hacerte daño, se sintió humillada. Y se retiró,
prometiendo volver algún día. Pero desde entonces intentó tener un híbrido
a su lado y Ruby algún día la servirá.
—¿Qué clase de madre eres? —preguntó Lucian, con rabia.
—Hice lo que cualquier madre haría, proteger a su hija. No pretendía crear
un híbrido. Amaba a Marcus y no podía ver que me arrebataran a mi hija,
así que insté a Marcus a ponerse del lado de la reina.
—Freya, será mejor que nos vayamos.
—¿Una última cosa? ¿Por qué no puedo transformarme?
Luna parecía desconcertada. Primero me miró a mí y luego a Lucian.
—No lo sé. Traté todo este tiempo de forzarte a cambiar. La profecía habla
de que el híbrido puede cambiar. Pero Sage dijo que solo puedes cambiar la
parte superior de tu cuerpo, ¿verdad?
—Sí —respondí.
—En ese caso, creo que fue porque la reina te maldijo mientras te tenía en
sus brazos. Puede que no haya sido capaz de hacerte daño, pero su
maldición aún puede estar afectándote.
—¿Sabes cómo romper esta maldición?
—No sé si es una maldición de verdad. Mejor pregúntale a Sage. Ella era la
que estaba obsesionada contigo. Incluso tiene el medallón de tu madre con
ella. ¡Espera! ¡Si recuperas el medallón de tu madre quizás funcione!
—¿Es el que lleva puesto?
—Sí.
Miré a Lucian:
—Creo que es hora de irnos.
Volví a mirar a Luna. Apretaba a Ruby contra su cuerpo.
—Creo que me llevaré tu medallón. Muéstranos dónde podemos salir de
este lugar.
—Salgan por la ventana, pero Marcus y sus lobos te estarán buscando. No
creo que sobrevivan.
—Ya veremos.
Abrí la ventana y me subí al alféizar.
—¡Freya!
Me volví y vi a Luna mirándome con ojos suplicantes.
—Siento lo que te hice. Solo quería obligarte a transformarte. Onetha era
mi amiga y veo mucho de ella en ti. Rompe tu maldición si puedes. Si
nuestros caminos se cruzan de nuevo…
—Si nuestros caminos vuelven a cruzarse, te mataré —dije en voz lo
suficientemente baja como para que Ruby no me oyera.
Miré por la ventana. Había un gran roble cerca y salté sobre él. Las ramas
eran gruesas, pero conseguí descender con facilidad. Lucian me siguió.
Cuando estaba a punto de llegar al suelo, miré hacia atrás y vi a madre e
hija mirándome. ¿Me había dicho la verdad? ¿O quiso engañarme? En
cualquier caso, tenía que encontrar a Sage.
C A P ÍT U L O 2 3
FREYA

L ucian me miró cuando aterrizamos al pie del roble. Parecía ansioso y


preocupado, mirando todo a su alrededor.
—¿Crees que también puedes resistir la magia de Sage? —preguntó
frunciendo el ceño.
—No lo sé. Pero siento que la magia no me afecta tanto como a los demás.
Estoy preocupada por ti ya que no tendrás protección contra ella. Será
mejor que tengas cuidado. Puede que no sea tan poderosa como Luna, pero
es más cruel.
—No tienes que preocuparte por mí —miró a su alrededor—. No podemos
quedarnos aquí mucho tiempo. ¿Tienes idea de dónde puede estar Sage?
—No lo sé.
—Hmm, yo creo que sí. Ella debe estar en el campamento abandonado en la
selva. Me transformaré y cuando lo haga, súbete a mi espalda y te llevaré…
—¿Estás seguro?
—Sí, es la única manera.
Lucian cambió a su forma de lobo y observé con inquietud cómo sufría. No
importaba cuántas veces lo hubiera visto, transformarse siempre me hacía
sentir incómoda, tanto si se trataba de un amigo como de un enemigo. En el
caso de Lucian, era aún peor. Tal vez por nuestra profunda conexión como
pareja predestinada, sentía en parte su dolor.
Cuando Lucian terminó de cambiar a su forma de lobo, recogió la bolsa que
llevaba en la boca y giró la cabeza para mirarme. Seguía pensando que no
era buena idea montar en un lobo, pero no tenía elección. Marcus o
cualquiera de sus lobos estaban listos para abalanzarse sobre nosotros en
cualquier momento.
Me subí a su espalda de mala gana y me quedé agachada, con los brazos
alrededor de su cuello. Su camiseta servía de poco contra el frío. Además,
por la forma en que estaba sentada se me había subido, desnudando mis
muslos casi hasta el trasero. En cuanto me senté, Lucian echó a correr hacia
el bosque. Pude oír algunos gritos detrás de mí, pero no volví la cabeza para
mirar.
Lucian corrió tan rápido como pudo, sabiendo que lo más probable era que
nos estuvieran siguiendo. Los lobos nos perseguían. Aunque no podíamos
ver ninguno, podíamos oírlos. Sonaban como si estuvieran enfadados. Cada
vez que aullaban, un escalofrío recorría mi espina dorsal.
El camping parecía abandonado. Desde la última vez que lo vi, todas las
tiendas habían desaparecido excepto una pequeña cabaña en el centro. Tenía
muchas similitudes con la vieja cabaña de Sage en el bosque de Silverwood.
No hacía falta adivinar a quién pertenecía.
Lucian se detuvo lejos de la cabaña y yo me bajé de su espalda. Lo miré.
Sus ojos brillaban de odio. Iba dispuesto a matar.
—Lucian, escúchame. Sage no sabe que no confío en ella. Entonces,
juguemos el mismo truco que ella nos jugó a nosotros. Déjame entrar y
tratar de hablar con ella. Cuando tenga la oportunidad de acercarme lo
suficiente, le quitaré el medallón.
Parecía inquieto por mi plan y movía su cabeza de lobo de un lado a otro.
—No te preocupes, tengo esto —Toqué el medallón de Luna, que llevaba
colgado del cuello bajo la camiseta. También palpé el cinturón de Lidia y la
daga bajo mi ropa.
Me acerqué lentamente a la cabaña y empujé la puerta. No estaba con llave
y se abrió, revelando una habitación confortable con una cama a un lado y
un montón de sillas acolchadas al otro.
En el otro extremo, de pie junto a un pequeño estante de madera, estaba
Sage. Llevaba su habitual vestido verde y estaba de espaldas a mí. Parecía
que no había oído abrirse la puerta.
Podía oír los aullidos de los lobos muy de cerca ahora, y sabía que no
teníamos mucho tiempo. Tenía que ser rápida, y cuando me di vuelta para
mirar por la puerta, vi a Lucian observándome ansiosamente desde la
distancia. Esperaba que no hiciera ninguna locura.
Cuando me acerqué a Sage, ella se giró con lentitud. Parecía saber que yo
había estado allí todo este tiempo.
—Freya, ¿eres tú?
Me quedé conteniendo la respiración. Lo que ocurriera a continuación
decidiría quién saldría vivo de esta situación. Miré a Sage. Me estaba
midiendo. Al menos la había encontrado desprevenida.
—Luna me dejó salir, pero no sé a dónde ir ahora. Me dijo que te
encontraría aquí.
—¿Te liberó? —preguntó. Era evidente que no iba a creer nada de lo que le
dijera.
Di un paso adelante:
—Sage, ¿sigues siendo mi amiga?
Me debatía sobre qué hacer. Sabía que tenía que actuar rápido. Lucian
rondaba impaciente fuera de la cabaña, y si Sage lo percibía, se había
acabado para los dos. Miré el medallón que descansaba sobre su pecho.
Tenía que recuperar el medallón que una vez perteneció a mi madre y que
era mío por derecho.
—¿Qué llevas puesto?
Un escalofrío me recorrió la espalda al preguntarme si Sage podría
reconocer la camiseta de Lucian. Pero ¿cómo podría?
—Es de un guardia. Estaba desnuda, y me dieron justo esto al soltarme.
—Es una camisa extraña para uno de los de Marcus —dijo Sage.
Me estaba volviendo loca. Sage dudaba claramente de todo lo que yo decía.
Era inútil tratar de jugar limpio, pero no estaba segura de cuánto podría
resistirme a su magia mientras tuviera su medallón.
—Sage —me acerqué más a ella—, ¿podrías ayudarme a curar mis heridas?
Me duelen mucho —Necesitaba distraerla.
—¿Qué heridas?
—Estas. —Extendí las manos hacia ella. Tenía cortes y heridas en las
muñecas y los tobillos, y marcas de látigo en los brazos—. Tengo
lastimaduras por todo el cuerpo. Algunas incluso en los pechos.
—Déjame ver… —Me tomó las manos y las giró, examinándolas. Sabía
que debía tener cuidado. No podía levantarme la camiseta sin dejar al
descubierto la daga que llevaba a la cintura o el medallón que colgaba de mi
cuello.
—Duele mucho, Sage. ¡Por favor, haz algo!
Ella me miró, suspiró y se dio la vuelta para buscar algo en la estantería que
tenía detrás. Sabía que era mi única oportunidad.
Di un paso, agarré el collar por detrás y con toda mi fuerza tiré de él. La
tomé por sorpresa. Intentó alcanzar el medallón, pero cuando reaccionó, el
collar ya se había partido en dos.
Sostuve el medallón con una mano y lo miré. La cosa palpitaba en mi
mano: no había nada más mágico en el mundo. Podía sentir cómo intentaba
hablarme en un idioma que nunca antes había oído. Parecía más un hilo de
pensamientos que palabras. De alguna manera, entendí este extraño
lenguaje. El medallón quería que yo lo usara.
Miré a Sage, que me miraba con miedo y rabia.
—¿Tú… tú… crees que puedes engañarme así?
Sage levantó las manos y las agitó hacia mí. Un fuerte viento me obligó a
retroceder, pero no me lanzó como ella seguramente pretendía.
Le sonreí.
—Parece que tu magia no funciona conmigo, ¿verdad? ¿Qué se siente estar
indefensa por una vez?
—Yo no soy la indefensa aquí. No sabes a lo que te enfrentas.
—No malgastes tu energía luchando contra mí, Sage. Ya he vencido a Luna.
¿No era demasiado fuerte incluso para ti?
Metí la mano por el escote de la camiseta y saqué el medallón de Luna para
que lo viera. Sage abrió mucho los ojos al verlo.
—¿Qué le has hecho?
—Yo la maté. Y lo mismo haré contigo por todo lo que me hiciste.
Podía sentir su miedo. Los ojos se le movían de un lado a otro como si
buscara una forma de escapar. La tenía acorralada.
—Freya, siempre intenté ayudarte. Para protegerte…
—Deja de mentir patéticamente, Sage. Sé todo lo que hiciste. Sé que fuiste
tú quien difundió mi secreto y causó mi destierro. Solo eso me bastaría para
matarte. Pero tienes que decirme una última cosa antes.
Siguió mirándome con esos grandes ojos verdes, ahora llenos de terror.
—¿Cómo demonios conseguiste el medallón de mi madre?
—¿Cómo has…?
—Luna lo contó todo antes de que la matara. Así que ahora es tu turno de
hablar. Pagarás al menos algunos de tus crímenes antes de que vayas al
infierno donde te espera una eternidad de tormentos.
C A P ÍT U L O 2 4
FREYA

S e oyó un fuerte ruido en el exterior y al instante me volví hacia la


puerta para mirar. Lucian estaba allí, pero sus ojos estaban fijos en
algo. Pude oír a los lobos afuera. Había unos cuantos rodeando a
Lucian.
En mi momento de distracción, Sage intentó lanzarse hacia la puerta, pero
dudó un poco. Debió de ver también a Lucian. Me dio tiempo suficiente
para alcanzarla y agarrarla del cuello.
Agarré a Sage por el cuello y la arrastré fuera. Lucian estaba allí y le enseñó
los dientes cuando nos acercamos a él. Sage se agitaba entre mis manos
como un conejo asustado. Se contoneaba tanto que solté el medallón y se
me cayó al suelo. No tuve oportunidad de recogerlo y arrastré a Sage lejos
de él, levantando un poco de nieve para cubrir el medallón mientras me
alejaba.
Entonces se oyó un ruido aún más fuerte detrás de nosotros, por lo que me
di vuelta al instante para mirar en la dirección del sonido. Era un lobo
enorme, e inmediatamente supe a qué nos enfrentábamos. Era Marcus, que
finalmente nos había alcanzado. Sus ojos brillaban de rabia mientras miraba
a través del campamento hacia Sage y hacia mí, y luego hacia Lucian en la
distancia.
Sage se defendía con renovadas fuerzas al ver a su aliado. Tuve que
sujetarla con firmeza para mantenerla quieta. Miré a mi alrededor y vi a
Lucian preparándose para luchar. Sus ojos estaban clavados en el lobo de
Marcus. Los dos se gruñían mientras nos rodeaban lentamente a Sage y a
mí.
Era un lugar terrible en el que estar: la frialdad de la noche invernal cortaba
la fina tela que llevaba y además Sage se movía frenéticamente para
soltarse. Se me acababa el tiempo.
La bruja estaba mirando el medallón en el suelo, ahora enterrado a medias
en la nieve. Si se soltaba y conseguía llegar hasta él, estábamos perdidos.
Sage y Marcus juntos serían demasiado para nosotros.
A Marcus le habría encantado acabar conmigo, pero su odio por Lucian
pudo más que él. Además, sin Lucian, jugaría lentamente conmigo y me
mataría a su antojo. Me estremecí, sin querer pensar en todas las crueles
formas en que me torturaría una vez que me tuviera de vuelta en su
calabozo. Esta vez, no tendría escapatoria.
Mientras yo me encogía de solo pensar en mi sombrío destino, Marcus se
adelantó y saltó sobre Lucian. Casi chocó con nosotras al saltar. Sage se
desplomó y yo caí encima de ella, inmovilizándola. Por su parte Lucian
saltó desde el lado opuesto y los dos lobos se trenzaron en el aire, dando un
gran espectáculo.
Lucian y Marcus se revolcaban en la nieve, con las patas clavadas en el
suelo y enseñándose los dientes el uno al otro. Los gruñidos llenaban el
cielo nocturno y los aullidos de los otros lobos resonaban en la distancia.
Observé horrorizada cómo la manada de Marcus se reunía en torno al
campamento, formando un gran círculo que nos rodeaba. Me levanté
lentamente, presionando a Sage contra el suelo. Ella también intentó
levantarse, con el vestido hecho trizas y el pelo revuelto por la nieve que lo
cubría todo de pies a cabeza.
Me centré en los dos lobos que intentaban alcanzar sus gargantas. Los dos
luchaban con una furia que no era comparable a nada que hubiera visto
jamás. Sus cuerpos desgarrados y musculosos se movían con elegancia bajo
sus gruesos abrigos de piel. Lucian, con su pelaje plateado, parecía brillar
bajo el cielo nocturno, mientras que Marcus se veía oscuro con su pelaje
negro.
Se movían de un lado a otro, mordiéndose. Ambos se sacaban sangre, sus
dientes se volvían rojos y la sangre se esparcía por el paisaje nevado. Los
otros lobos formaron un círculo, pero ninguno se atrevió a intervenir. Era
una batalla de alfas, y aunque Lucian aún no era un alfa, lo parecía.
El corazón me latía deprisa, temía por mi Lucian, pero al mismo tiempo era
emocionante verlos batallar así. Sage intentaba escapar en medio del caos,
así que tuve que intervenir y volver a sujetarla por el cuello.
Chilló como un cachorrito luchando por soltarse de mis garras. Sabía que la
manada de lobos me estaba observando, pero también sabía que no podía
dejarla llegar hasta su medallón. Aunque Lucian derrotara a Marcus, ¿cómo
íbamos a escapar del resto de los lobos?
Mientras me preocupaba por la manada que me rodeaba, se produjo cierta
confusión entre los lobos. Algunos miraban hacia atrás, y yo también oí un
ruido como de tormenta que se acercaba. Miré a mi alrededor para ver qué
era. Al principio, todo parecía tranquilo excepto por el ruido sordo. Pero a
medida que avanzaba, me di cuenta de que no era una tormenta, sino una
manada de lobos que venía hacia nosotros.
Eran los Espaldas Plateadas: todo un ejército liderado por el enorme alfa del
padre de Lucian. Se estrellaron contra el círculo de lobos que nos rodeaba,
desarmándolo. Estaba completamente perdida en el mar de lobos a nuestro
alrededor. Ya no sabía qué bando iba ganando.
No podía imaginar cómo nos habían encontrado ni cómo sabían que
estábamos aquí. Quizá Lucian les había dejado un mensaje pidiéndoles que
lo buscaran si no regresaba en un plazo determinado.
Miré a Lucian con nuevo orgullo. Pero lo que vi me hizo temblar. Marcus
estaba ganando ventaja. Intentaba llegar a la garganta de Lucian, que se
defendía pero retrocedía con cada golpe. Sage era demasiado para mí. La
agarré por el cuello y la presioné.
—¡Freya, perra! ¡Déjame ir! —gritaba Sage.
Era demasiado lo que tenía que soportar. No tenía ni idea de cómo acabaría
la batalla, pero no podía permitir que Sage escapara. Así que busqué el
cinturón que llevaba por debajo de la camiseta.
Mi mano palpó la daga de Lidia, que ahora descansaba contra mi cintura.
Agarré la empuñadura con la mano derecha y la recuperé lentamente. Con
la izquierda sujeté a Sage, y mi rodilla izquierda la presionó contra el suelo.
Sage había hecho demasiado daño. Había ayudado a matar a mis padres
biológicos y casi me hizo perder a mamá, papá y Lucian. Era demasiado
malvada para permitirle respirar el mismo aire que el resto del mundo.
Sin tiempo que perder, saqué la daga del cinturón y se la clavé en la
espalda. Ella se arqueó hacia atrás, sus ojos y su boca se abrieron de par en
par. Lanzó un fuerte grito que llamó la atención de algunos lobos a mi
alrededor. Marcus y Lucian también miraron en nuestra dirección, pero su
batalla era demasiado intensa como para prestarnos atención durante mucho
tiempo.
Solté el cuello de Sage, que cayó de espaldas al suelo, y luego se volvió con
una sonrisa retorcida.
—¡Pagarás por esto, zorra! —gritó, mientras la sangre salía de su boca. La
apuñalé justo entre los pechos una, dos y tres veces. La tercera vez dejé la
daga dentro de ella mientras sus ojos se ponían en blanco y caía hacia atrás,
sujetando la empuñadura. La sangre manaba de sus heridas y de su boca,
tiñendo de rojo el suelo cubierto de nieve. Yo misma caí hacia atrás y me
arrastré con las manos.
Sage estaba muerta y yo debería haberme sentido orgullosa de librar a este
mundo de un gran mal. Pero en lugar de eso, sentí pena por haberle quitado
la vida a otra persona, alguien a quien había considerado mi amiga. ¡Había
matado a alguien por primera vez!
No tuve tiempo de recuperar el aliento. La batalla arreciaba a nuestro
alrededor y los lobos corrían por todas partes. La noche estaba llena de sus
gritos y aullidos, y el suelo temblaba mientras corrían, caían y luchaban. Mi
atención volvió a los dos enormes lobos que luchaban entre sí.
Finalmente, los pies de Lucian cedieron y cayó hacia atrás. Estaba
demasiado golpeado. Sangraba por las heridas que tenía por todo el cuerpo.
Sin fuerzas para aferrarse al lobo, Lucian empezó a volver a su forma
humana. Vi con horror cómo Marcus se acercaba a él, yendo por su
preciada presa.
Sabía que no sobreviviría mucho tiempo en su forma humana. Miré a mi
alrededor para ver si alguien podía ayudarle, pero todos los demás estaban
luchando.
Me arrastré hasta el medallón que estaba en el suelo. Pese a que lo había
cubierto casi por completo con la nieve, pude ver cómo latía. Tal vez
estuviera alucinando, pero sabía que era el medallón de mi madre. Tal vez
tuviera alguna conexión con mi sangre. Era como si el medallón intentara
hablarme.
¿Podría ayudar a Lucian si pudiera usar el medallón de algún modo?
Extendí la mano hacia él y me lo puse en el cuello. Y con los dos
medallones, sentí que un poder me invadía.
No sabía nada de magia, así que no sabía qué hacer a continuación. Lo
único que sabía era que tenía que salvar a Lucian. La pequeña daga no me
funcionaría contra el enorme lobo Marcus. Tenía que intentar otra cosa.
Quizá por fin había llegado el momento de transformarme.
C A P ÍT U L O 2 5
LUCIAN

V olví a mi forma humana y supe que estaba acabado. Me dolía todo el


cuerpo como si me lo hubieran hecho pedazos. Tenía al menos unas
cuantas costillas rotas y sangraba por mis numerosas heridas,
internas y externas. Tenía los ojos entrecerrados, pero aun así, buscaba a
Freya. Estaba más preocupado por ella que por mí. No tenía miedo de
morir, pero no podía soportar saber que ella moriría conmigo. ¡Y su muerte
no sería tan rápida como la mía! Marcus y el resto de los Colas Negras la
torturarían, matándola poco a poco a su antojo. Ese pensamiento me hizo
sentir peor.
El enorme lobo Marcus venía hacia mí, esparciendo nieve a cada paso. Sus
ojos estaban fijos en los míos, brillando contra el cielo invernal. Tenía la
boca abierta de par en par y la sangre le caía como baba entre los dientes.
Marcus también sangraba, pero no había duda de quién había ganado la
batalla esta noche.
Mis ojos se desviaron hacia Freya. Estaba de pie junto al cuerpo sin vida de
Sage. Se agachó para coger algo. Enfoqué la vista para ver qué hacía y vi el
medallón en sus manos. ¿Qué estaba planeando? ¿Por qué no huía? ¿Por
qué se le ocurría buscar el medallón ahora que todo iba mal?
No mostraba el más mínimo nerviosismo. Actuaba como si nada pasara a su
alrededor. Marcus venía hacia mí para reclamar su presa, pero los ojos de
Freya estaban fijos en el medallón que sostenía con ambas manos. Se lo
llevó lentamente al cuello para ponérselo, y entonces vi que sus ojos se
posaron en los míos.
Y sonrió.
¿Qué pensaba hacer? ¿Sabía usar la magia?
Lo que ocurrió a continuación fue lo último que esperaba. Freya levantó la
vista, extendió los brazos y empezó a moverse, con sus ojos dorados
brillando en la oscuridad. La camiseta que llevaba se rasgó. Sus huesos
crujieron y su rostro se transformó en el de un lobo. Llevaba dos
medallones, uno de los cuales se desprendió y cayó al suelo. El otro se
estiró mientras su cuello se engrosaba y el medallón desapareció dentro de
la capa de pelo. Al cabo de un rato, un grácil lobo plateado ocupaba su
lugar. Era un lobo completo, sobre sus cuatro patas, mirando a Marcus, que
ahora estaba casi a mis pies. El pelaje de Freya bailaba con la brisa mientras
ella entrechocaba sus mandíbulas. Vislumbré el medallón que aún colgaba
de su cuello, brillando en la oscuridad. ¡Era el que había llevado Sage y
que, según Luna, pertenecía a la madre de Freya!
Mientras la observaba, vi que empezaba a correr hacia Marcus, pero él no la
vio venir. Toda su atención estaba puesta en mí, determinado como estaba a
matarme. Y cuando finalmente se dio cuenta de ella, no tuvo tiempo de
reaccionar.
Freya chocó contra Marcus, haciéndole perder el equilibrio. El lobo gigante
cayó, con un fuerte ruido seco. Todo el campo de batalla quedó en silencio.
Los lobos de ambos bandos retrocedieron ante sus oponentes y observaron
lo que ocurría con Marcus y el nuevo lobo que llevaba un extraño medallón.
Un momento después, Freya alcanzó a Marcus. Era más pequeña que él,
pero mucho más rápida. Ella apuntó directamente a la garganta mientras
Marcus luchaba por ponerse de pie en la nieve.
El suelo resbaladizo fue una ventaja para Freya, que inmovilizó a Marcus.
Este luchó frenéticamente para mantenerla lejos de su garganta. Pero era
una batalla perdida desde el principio. Marcus estaba cansado, y había caído
en una posición incómoda. Todo iba en su contra.
Freya se agachó y lo mordió, sus rápidos movimientos aterrizaron a la
perfección sobre Marcus, que se movía con frenesí. Pronto se cansó y, en un
último movimiento, reunió todas sus fuerzas para levantarse. Era el
momento de Freya, que se metió por debajo y fue directo a su garganta.
Marcus forcejeó, pero al momento siguiente el cuello se le partió
estrepitosamente y el enorme lobo cayó al suelo tiñéndolo todo de rojo con
su sangre.
Todo el campo de batalla quedó en silencio. Los colinegros estaban
conmocionados: una loba había eliminado a su alfa. No había peor
vergüenza para una manada. Y los Espaldas Plateadas también estaban
desconcertados. Miraban a Freya, a quien acababan de desterrar por ser
incapaz de transformarse y ahora era una hermosa loba plateada, lo
suficientemente fuerte como para matar a su peor enemigo. ¿Cómo era
posible?
Freya se acercó a mí en su forma de lobo. Me miró como pidiéndome que
me acercara a ella. ¿Me estaba pidiendo que me subiera a su espalda?
Sacudí la cabeza como si quisiera decir que no a su propuesta, pero ella
insistió. Miré a mi alrededor y vi que la batalla había comenzado de nuevo.
Los Espaldas Plateadas perseguían a los colinegros que huían hacia su
pueblo. Pero ellos también se defendían. Su alfa había muerto, y eso los
había vuelto locos. Tarde o temprano, uno de ellos atacaría a Freya, la
asesina de su líder.
Intenté ponerme en pie, pero el dolor en el pecho me lo impidió. Debía
tener al menos unas cuantas costillas rotas. Necesitaba su ayuda si quería
salir de allí entero.
Con un largo suspiro, me subí a su espalda y ella empezó a correr hacia el
río. Me agarré fuerte a ella, manteniéndome lo más erguido posible. Ella
corría despacio, asegurándose de que yo estuviera cómodo en su espalda.
La sentía suave, pero un dolor agudo me recorría cada vez que ella saltaba
un pequeño obstáculo.
Tuvimos que correr durante varias horas hasta que por fin llegamos a donde
el río hacía su mayor curva hacia el este. Estaba agotado, soportando el
dolor con los dientes apretados. Estábamos más cerca de la frontera, ya
estábamos a salvo. Además, era difícil imaginar que los Colas Negras
sobrevivieran para venir detrás de nosotros a estas alturas.
Cuando Freya se detuvo junto a un enorme talud rocoso, bajé de su lomo.
Ella se movió, agitando su pelaje, y luego se detuvo. Entonces empezó a
volver a su forma humana.
Freya estaba de pie ante mí, con el pelo ondeando en la brisa. La luz de la
luna hacía brillar su piel, y su medallón sobresalía entre aquellos pechos
perfectos. No podía dejar de mirarla mientras estaba de pie. Parecía una
diosa.
—Gracias por traerme hasta aquí —dije mientras me sentaba en la roca,
mirando al río. Me estaba congelando con la brisa invernal.
—Fue un placer —Se sentó a mi lado.
—¿Te importaría explicarme lo que acaba de pasar? ¿Por qué has mentido
al consejo?
—¡No mentí!
—Pero te has transformado bien hace un momento.
—Bueno, fue gracias a esto —sostuvo el medallón en su mano—. Este es el
medallón de mi madre, y su poder sigue vigente. De hecho, pudo romper la
maldición de Hazendra.
—Vaya, ¿cómo sabes esto?
—No lo sé. Solo quería ayudarte. Incluso antes de esto, podía cambiar la
mitad de mi cuerpo. Así que pensé que podría transformarme a la mitad y al
menos alejar a Marcus de ti hasta que alguien viniera y nos salvara. Pero la
magia funcionó, y pude transformarme completamente por primera vez.
—Hiciste mucho por ser tu primera vez. Mataste a nuestro peor enemigo en
pocos minutos.
—Bueno, no puedo atribuirme todo el mérito. Lo habías debilitado mucho
cuando entré a pelear con él.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer ahora?
—¿Cómo te sientes?
—Un poco frío.
Ella se rio.
—Puedo calentarte si me dejas.
—Me gustaría.
Me dio la mano y yo le tendí la mía. Un nuevo ataque de dolor se apoderó
de mí. Debió de notar el cambio en mi rostro.
—¿Estás herido? —había una profunda preocupación en su voz.
—Me temo que tengo algunas costillas rotas. Pero nada que no pueda
curarse en un día o dos —dije mientras intentaba sonreír.
La mirada de Freya seguía llena de preocupación mientras me tomaba de la
mano y me acompañaba hacia la cueva. Era la misma que yo había visitado
en mi camino para encontrarla. Primero se arrastró hasta el interior y me
pidió que la siguiera. Cuando entré, Freya me miró con una amplia sonrisa.
—Viviré aquí hasta que puedas convencer al consejo de que soy digna de
unirme a la manada.
—¿Me estás tomando el pelo? —pregunté—. No tienes que convencer a
nadie. Ya has demostrado a todo el mundo que puedes cambiar.
Se miró a sí misma, sujetando el medallón con la mano derecha.
—¿Dónde está el otro? —preguntaba por el medallón de Luna.
—Creo que se rompió cuando te transformaste. Este, sin embargo, no lo
hizo. Fue un poco extraño ver que eso sucediera.
—Guau. ¿Has visto todo eso? —preguntó Freya.
—Sí, lo vi. Fue muy extraño. Odio la magia y a las brujas —dije sin
pensarlo mucho y sin darme cuenta de que ella misma era en parte bruja.
—¿Tú también me odias? —preguntó sarcástica.
—Sabes lo que siento por ti. Te quiero más que a nada en el mundo.
Incluso…
—No hace falta que me lo digas con palabras, Lucian. Demostraste tu amor
cuando viniste a la guarida del enemigo para salvarme. Nunca olvidaré lo
que hiciste por mí.
Vi lágrimas en sus ojos, le sujeté la cabeza con ambas manos y le besé la
frente.
—Ya, ya, no empieces a llorar otra vez.
Se secó las lágrimas con las manos.
—Entonces, ¿cuál es tu plan con tu nueva identidad? ¿Vas a aprender a usar
la magia? —pregunté, cambiando de tema.
—No sé. Tendré que encontrar a alguien que esté dispuesto a enseñarme.
¿Pero dónde podemos encontrar una bruja?
—Ya se nos ocurrirá algo.
Suspiró y me miró extrañada:
—Te das cuenta de que los dos estamos desnudos, ¿verdad?
—Es difícil ignorarlo, te ves hermosa.
Me acerqué y la besé suavemente, y ella se inclinó hacia mí.
—No quiero hacerte daño, Lucian —murmuró.
—No lo harás.
La besé una vez más y sus ojos se cerraron ante mi abrazo. Ella retrocedió
lentamente hasta sentarse con la espalda apoyada en la pared de la cueva, y
yo me moví con ella, con mis labios pegados a los suyos. Colocó las manos
detrás de mi cuello mientras se apoyaba en mí. Le toqué la espalda con una
mano y le acaricié suavemente los pechos con la otra.
—Lucian, prométeme que nunca volverás a dejarme. No viviré sin ti.
—Te lo prometo —murmuré—. Y tú ¿me prometes lo mismo?
Apretó su cuerpo contra el mío, lo que me dolió mucho, pero no quería que
se apartara.
—Te lo prometo —respondió.
Nos acostamos juntos. La noche era fría, pero nos teníamos el uno al otro
para mantenernos calientes. Yo estaba demasiado dolorido para moverme,
así que ella dejó que me tumbara y se subió suavemente sobre mí. Ya estaba
húmeda y tenía los pezones erectos por la fría brisa.
Yo seguía mirándola hipnotizado mientras introducía lentamente mi verga
en su húmedo coño. Se deslizó fácilmente, con sus jugos lubricando mi
dura verga. Empezó a cabalgar despacio sobre mí, pero con fuertes
embestidas. Sus pechos se movían con el movimiento y se arqueó hacia
atrás para apoyarse en la pared de la cueva.
Cerré los ojos y la dejé moverse. Se sentía tan bien cuando frotaba su culo
contra mis muslos que mi verga cada vez estaba más dura y me apretaba los
huevos, a punto de explotar.
—No creo que pueda aguantar mucho más —murmuré mientras hacía lo
posible por contenerme.
Sonrió y cabalgó aún más deprisa, frotándome los huevos con las manos.
No quería correrme dentro de ella, pero me inmovilizó y cabalgó aún más
fuerte sobre mí. Mis fuerzas se agotaron en contenerme sin eyacular dentro
de ella.
Entonces empezó a cabalgarme como una yegua salvaje, arqueando su
cuerpo hacia delante y hacia atrás. Su pelo bailó en el aire y soltó un
gemido cuando acabó. Ese fue mi punto máximo, ya no pude aguantar más.
Un gran chorro salió disparado dentro de ella, que me miraba con los ojos
muy abiertos y sonreía.
Finalmente se bajó de mí y se tumbó a mi lado. Con la mano me acariciaba
la verga despacio, intentando que se me pusiera dura de nuevo. Yo le
acariciaba la cabeza.
—Eres lo más hermoso del mundo —le dije—. Me siento tan afortunado de
que seas mía.
—Quiero que seas mío para siempre —Cerró los ojos y se adelantó para
besarme una vez más.
Sabía que yo era suyo para siempre y ella era mía para siempre hasta que la
muerte nos separara. Era más que el destino. Era algo que estaba escrito en
las estrellas.
Dejé que siguiera haciéndome entrar en calor, y yo la calenté a su vez.
—¡Te quiero, Freya!
—¡Yo también te quiero, Lucian!
C A P ÍT U L O 2 6
FREYA

Y o miraba desde la ventana del piso superior hacia el jardín. Lucian


escuchaba pacientemente a mi padre más allá de los frescos canteros
repletos de las nuevas flores de primavera. Hablaban de algo que yo
no podía oír desde donde estaba, pero no tenía que adivinar mucho, ya que
el viejo jeep Wrangler que usaba Marcus estaba justo delante de ellos.
Era un recuerdo de la batalla que habíamos ganado en una noche aciaga
más de tres meses atrás, cuando derrotamos a los colinegros. Sin embargo,
para mi padre no era más que otro tesoro que podía desmontar y volver a
montar, como el preciado juego de Lego de un niño pequeño. Lucian quedó
atrapado por la fascinación de mi padre hacia el viejo vehículo.
—Va a convertir a tu alfa en mecánico en un santiamén —dijo mamá,
espiando a los dos hombres que estaban en el jardín.
Sonreí al oír hablar del alfa. Todavía no me había acostumbrado a ver a mi
Lucian como el alfa de la manada. En cierto modo, era un doloroso
recordatorio de nuestro sacrificio. El padre de Lucian resultó herido en la
batalla y, a pesar de todo, no pudimos salvarle la vida. Cuando Lucian se
recuperó de sus heridas, nadie lo desafió. Se convirtió en el alfa sin ninguna
protesta. Al mismo tiempo, el consejo me dio la bienvenida a la manada con
los brazos abiertos.
—Vamos a comer algo. Me muero de hambre.
Llevé a mamá a la sala que estaba junto al dormitorio principal. La madre
de Lucian ya estaba sentada allí, disfrutando de un programa de cocina en la
televisión y comiendo alitas de pollo.
—Freya ven aquí, cariño —dijo al verme, su sonrisa se ensanchó al ver a mi
madre dejarse caer en el sofá a su lado. Eran buenas amigas y no
necesitaban invitación.
La transición como señora de la mansión entre la madre de Lucian y yo
había sido pacífica. Se mudó del dormitorio principal, pero su autoridad
seguía vigente. Sin embargo, nunca trató de anular mis decisiones y yo la
respetaba por lo que era: la madre de Lucian, mi Lucian, y la antigua señora
de la mansión.
Sus ojos estaban llenos de amor y respeto cuando me miró, pasándome el
plato de pollo. Sus ojos se posaron primero en los míos, luego bajaron hasta
mi medallón, que siempre llevaba puesto, y finalmente a mi vientre, oculto
bajo el vestido. Extendió la mano y me lo acarició suavemente.
—¡Nunca pensé que estaría tan impaciente por ser abuela! —Sonrió.
—Lo mismo digo. —Mi madre se rio mientras una sirvienta traía más pollo
y zumo para acompañarlo.
Les di las gracias a las chicas que nos sirvieron y permanecieron cerca para
ver si queríamos más.
—¿Qué hacen todavía ahí fuera? Se está haciendo tarde —preguntó la
madre de Lucian, mirando hacia la ventana junto a la que estábamos hace
un momento.
—Están planeando formas de destrozar ese viejo jeep —respondió mamá.
—¡Ah, Pete! Nunca va a dejar que esa cosa descanse, ¿no?
Mi madre soltó un sonoro bufido y las dos mujeres mayores se rieron al
mismo tiempo. Mamá se levantó de su asiento:
—Será mejor que nos vayamos. Te veré pronto, querida —dijo y me besó la
frente.
—¿Crees que papá irá ahora mismo?
—Lo arrastraré por el cuello si sigue bajo ese maldito jeep —dijo riendo
mientras besaba a la madre de Lucian en las mejillas y la abrazaba con
fuerza.
Yo también me levanté:
—Creo que iré a bañarme antes de cenar.
La madre de Lucian asintió con una cálida sonrisa y luego su atención pasó
al control del televisor, que tenía en la mano mientras yo me dirigía hacia el
dormitorio principal.
Cerré la puerta y respiré hondo, agradeciendo la soledad. Me encantaba
todo de mi nueva vida: la mansión, la comida, la familia política y estar
siempre con mi Lucian, pero aún me costaba acostumbrarme a la presencia
de tantos criados y guardias alrededor.
A veces me daba náuseas.
Pero todos me querían y me trataban bien. Algunos de los empleados más
mayores habían trabajado para mis verdaderos padres y me contaban
historias sobre ellos. Incluso tenían una gran foto de los dos que yo exhibía
ahora en mi habitación.
Miré la foto. Gayler, mi padre, estaba allí de pie con un traje elegante, con
el aspecto temible y clásico que debe tener un alfa. A su lado, sujetándolo
con la mano derecha, estaba Onetha, mi madre. Era impresionante en todos
los sentidos.
Debajo estaba nuestra foto de boda. Lucian y yo nos parecíamos a mis
padres en muchos aspectos. El parecido era bastante asombroso, algo que
mucha gente había mencionado tantas veces en los últimos tres meses.
Ojalá mi madre y mi padre hubieran estado allí para verme el día de mi
boda.
Fue una boda precipitada, pues no teníamos otra opción, ya que Lucian se
negó a convertirse en el alfa sin casarse conmigo. No era una regla que el
alfa estuviera casado, pero muchos seguían la costumbre. Y me alegré
mucho cuando me propuso matrimonio. Fue como un cuento de hadas
hecho realidad para mí.
A veces seguía temiendo despertarme de este sueño.
Eché un vistazo a la enorme habitación. Todo era grandioso y lujoso. La
enorme cama con dosel de cuatro postes, el glamuroso espejo con el
elegante tocador y el gran vestidor rivalizaban con el dormitorio de Luna y
Marcus, el dormitorio más lujoso que había visto nunca.
Pero el verdadero lujo era el cuarto de baño.
Entré en el cuarto, era más grande que mi habitación en el cuartel de los
guardabosques. En el centro estaba la profunda bañera, llena de agua. Las
criadas sabían que prefería bañarme a esta hora, y no necesitaban que se los
recordara.
Dejé que el vestido cayera al suelo, junto con la bombacha y el corpiño. Me
quedé desnuda frente al espejo alto, estudiando detenidamente mi cuerpo.
La barriga empezaba a notarse un poco. Tal vez fuera mi imaginación.
Suspiré y me recogí el pelo en un moño antes de acercarme a la bañera para
comprobar el agua.
Estaba demasiado fría para mi gusto.
Puse la mano sobre el agua y cerré los ojos. Podía sentir cómo mi mano
vibraba lentamente mientras abría los ojos para ver el vapor que salía de la
bañera. Estaba aprendiendo a usar mi lado mágico y progresaba
rápidamente.
Con el agua caliente, me metí en la bañera, envolviéndome en su calor.
Cerré los ojos y dejé que mi cuerpo lo absorbiera.
—¡Ah, ahí estás!
Volví en mí al oír abrirse la puerta del baño. Me di la vuelta y vi a Lucian
entrando con una amplia sonrisa en la cara.
—¿Papá se fue?
—Pete tuvo que irse. Tu madre…
—A veces puede ser un poco dura —dije con una sonrisa.
—Espero que no seas así.
—Depende —Me reí al ver el cambio de expresión en su cara—. ¿Pero
sabes qué? Mamá ama a papá más que a nada.
—Lo sé —dijo Lucian, recorriéndome con la mirada.
Dejé que mis manos se deslizaran por el marco de la bañera y me levanté,
dejando al descubierto mis pechos. Los ojos de Lucian los recorrieron y
luego se posaron en mi cara.
—Lucian, ¿qué haces ahí parado? ¿Por qué no te bañas conmigo? —
pregunté, haciéndole señas con la mano para que me acompañara.
Él se quitó la camiseta, pero luego dudó.
—Siento que voy a arruinar tu baño. Estoy sudando como nunca.
—Vamos, estarás limpio enseguida —dije, notando que estaba, de hecho,
bastante sudoroso—. ¿Qué estaban haciendo ahí abajo?
—Pete me estaba diciendo cómo arreglar el problema de la transmisión. Me
estaba mostrando…
Los detalles técnicos me aburrían demasiado. Hubo un tiempo en que me
fascinaban los conocimientos de papá sobre coches y máquinas. Pero
aquella niña ya no existía. Ahora me interesaba más lo que había debajo de
los pantalones de Lucian. Le tendí la mano.
—¿Por qué no entras aquí y me lo cuentas?
Lucian dudó un segundo y se agachó, bajándose los pantalones y los
calzoncillos. Se le salió la verga, ya semidura, y me moría de ganas de
agarrársela. Tal vez fueran las hormonas del embarazo, pero últimamente
estaba muy excitada.
Lucian me atrapó mirando su virilidad y una amplia sonrisa se dibujó en sus
labios.
—¿Por qué no vienes y consigues lo que quieres?
Levanté la mano y le lancé un chasquido, y Lucian se acercó, arrastrando
los pies por el suelo del cuarto de baño como si de ellos tirara una cuerda.
Estaba asombrado.
—¿Desde cuándo sabes a hacer eso?
—Desde este preciso momento.
Él sacudió suavemente la cabeza.
—Te haces más fuerte día a día.
Creo que es el bebé que crece dentro de mí.
—Quizá —dijo Lucian pensativo.
—Yo que tú no haría esperar a una bruja —dije con una sonrisa. A Lucian
seguía sin gustarle la palabra bruja. Sus recientes encuentros con Sage y
Luna habían definido permanentemente su aversión por las de su clase.
Él se acercó y se deslizó en la bañera desde el extremo opuesto. Era una
bañera grande con grifos en el centro, de modo que dos personas podían
tumbarse allí con comodidad.
Me acerqué a él y apoyé la espalda en su pecho. Se inclinó para besarme
mientras yo cerraba los ojos.
—Freya, te amo más que a nada.
—Yo también te amo, Lucian.
Nos besamos durante largo rato. Sus manos acariciaban suavemente mis
pechos y las mías acariciaban su verga, poniéndola dura.
La mano de Lucian bajó hasta mi vientre y giré la cabeza hacia él para verle
la cara. Sus ojos me miraban el vientre.
—¿Cómo quieres llamar a nuestro hijo? —preguntó.
—¿Cómo sabes que es un hijo?
—Tengo un fuerte presentimiento —respondió sin dejar de acariciarme el
vientre.
—Si es un niño, creo que deberíamos llamarlo Gayler, como mi padre.
Lucian asintió con la cabeza.
—¿Y si es una niña? Quieres una niña, ¿no?
—Creo que es una niña.
Tenía la sensación de que era una niña. Tal vez la bruja en mí podía sentir
eso. No sabía lo que las brujas eran capaces de hacer.
—Entonces, ¿quieres ponerle el nombre de tu madre, Onetha?
—No lo sé —Me encogí de hombros—. Creo que tengo que pensar más en
eso.
Lucian me besó de nuevo y yo le apreté la verga dura como una roca:
—Vamos a la cama, tenemos antes de la cena —dije mientras salía del agua,
todavía agarrada a su verga.
Lucian salió de la bañera, me alzó y me llevó hacia la cama, los estábamos
empapados.
Era la suerte, era el destino, y sabía que el futuro solo mejoraría,
empezando por lo que me esperaba esta noche en la cama.
Lucian, mi compañero predestinado, ¡era mío!
U N M O N S T RU O D E L H O C K EY J U NT O A M Í

Gertty Rudraw
PRÓLOGO
LANE

E l alboroto en el vestuario masculino no fue lo que llamó mi atención,


sino el sonido repetido de golpes que se hacían cada vez más fuertes.
De pronto cesaron y fueron sustituidos por un gruñido inhumano que
reverberó por todo el pasillo.
Sólo una persona a la que yo conociera podía hacer ese gruñido. Me
recorrió un escalofrío por la espalda, provocado por un poco de miedo
entremezclado con la curiosidad que me invadió. Y también un poco de
expectación.
Sin embargo, no quería pensar en eso.
Mi descubrimiento de las criaturas sobrenaturales se remontaba a unas
semanas atrás, cuando descubrí la verdad sobre Heath y el hecho de que era
un hombre lobo. Lo sospeché durante un tiempo y el día que descubrí la
verdad él me lo confirmó todo.
De repente cesaron los golpes y los gruñidos. Miré mi teléfono y me mordí
el labio inferior con nerviosismo. Mi alumna no llegaría hasta dentro de
quince minutos. Tenía tiempo suficiente para comprobar cómo estaba Heath
y ver qué ocurría.
Entré en el vestuario masculino sin llamar. Allí encontré a Heath sentado en
uno de los bancos, a medio vestir con su ropa de calle y su uniforme. Por
algún motivo, algo debió haberle interrumpido.
—Parece que tienes algo más en mente que el próximo partido —comenté.
Heath levantó la vista y sus profundos ojos marrones se clavaron en los
míos. No me vio, pero no debería haberme sorprendido. Probablemente me
olió y oyó llegar antes de que abriera la puerta.
Se rio sin ganas.
—Se podría decir que sí.
—¿Quieres hablar de ello? —pregunté, sentándome a su lado. Cerca, pero
no demasiado.
Querer sentarme más cerca de él era otro tema que no abordaría ahora.
Heath vaciló.
—Son mis padres. Vienen a la ciudad para la boda de mi primo.
—Creía que tenías una buena relación con ellos.
Resopló.
—Sí, pero desde que cumplí veinticinco años se han vuelto aún más
insistentes en convencerme de que necesito encontrar compañera lo antes
posible. ¿Recuerdas cuando te expliqué que mis padres eran lobos
modernos? Bueno, hay algunas excepciones a eso.
Eso me hizo fruncir el ceño.
—¿Cómo qué?
—Por ejemplo, si no tengo pareja en un plazo determinado, tendré que
abandonar la manada para siempre —explicó Heath con rotundidad—. Una
vez que deje la manada, mis padres probablemente tendrán que dejarla ellos
mismos o distanciarse de mí por debido a la deshonra que traerá mi
expulsión.
Parpadeé.
—Heath, no quiero ser grosera pero eso suena más que antiguo.
—Lane, las manadas de lobos no se han modernizado precisamente rápido.
Consideran que algunas leyes son los cimientos de la propia licantropía, y
ésta es una de ellas —explicó con un profundo suspiro—. Además, para
alcanzar un verdadero estatus a los ojos de la manada, debo tener
compañera. Sin ella, sería imposible. La manada vería mi presencia como
inútil.
Comencé a pensar a toda velocidad. Para mí no tenía sentido ser rechazado
por tu familia por el simple hecho de no formar una familia en un
determinado momento de la vida, pero Heath parecía bastante insistente en
que así eran las cosas.
¿Qué sabía yo de licantropía? No sabía que existieran hasta hace poco, así
que ¿quién era yo para juzgar aquella retrógrada ley suya?
—¿Y si finjo ser tu novia mientras tus padres están en la ciudad?
Las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera contenerme. Incluso
después de asimilar lo que había dicho, me di cuenta de que tenía sentido
hacerle esa oferta. Así se los quitaría de encima mientras estuvieran en la
ciudad, y Heath podría concentrarse en el próximo partido.
Esto no evitaría que se convirtiera en un problema en el futuro, pero podía
ayudar a Heath por el momento, así que ¿por qué no?
Él no dijo nada al principio. Se limitó a mirarme sin pestañear. Luego
empezó a parpadear con rapidez. Fue un poco extraño.
—¿Qué? —preguntó despacio como si no estuviera seguro de haber oído
bien. Pero yo sabía que había entendido lo que acababa de decirle.
Suspiré.
—Heath, céntrate. ¿Por qué no me hago pasar por tu novia mientras tus
padres están aquí? Te librarás del problema por el momento y podrás
dedicar todo tu tiempo y atención al juego.
—Tu hermano me matará — replicó al cabo de un instante.
Había previsto lo que podría decir, pero nunca pensé que sería eso. Pero
tenía razón. Mi hermano sería un problema. Desde el momento en que
Heath se unió al equipo de hockey, no le gustó. Por la forma en que Frankie
hablaba de él, era un monstruo.
No era un juego de palabras. Heath podría ser parte de la clase de los
monstruos, pero no actuaba como tal.
—Lo mantendremos en secreto —respondí—. Los únicos a los que
tendremos que decírselo son tus padres y tu familia. Todos los demás no
tienen por qué saberlo.
Se pasó una mano por el pelo.
—Lane, te vas a meter en un lío
—Podré con ello —aseguré.
—¿Lo harás desde ahora?
Fruncí el ceño.
—Heath, ¿vamos a hacerlo o no?
Le tendí la mano. Dudó, pero me la cogió.
Parecía que teníamos un trato.
C A P ÍT U L O 1
LANE

T res semanas antes


Se puede decir que tenía prisa. Llegué a casa después de mi jornada
laboral como preparadora física y decidí echarme una siesta antes de ir a la
pista de patinaje. Mi sesión de entrenamiento con Miyu no empezaba hasta
las cinco, así que tuve tiempo de dormir un poco.
Pero la alarma de mi teléfono no sonó. Cuando me desperté, me di cuenta
de que eran las cuatro y media. Salté de la cama presa del pánico. Nunca me
gustó llegar tarde. Tan solo pensar en llegar tarde me producía una
incómoda sensación en el estómago.
La última vez que llegué tarde fue en el instituto. Era el último curso y,
mientras conducía hacia allí, me encontré con un atasco debido a un
accidente.
Después de ponerme un par de sudaderas y una camiseta negra, me recogí
el pelo negro en un moño desordenado. Con mi pelo tan fosco, deshacerlo
sería una pesadilla.
Cogí mi bolso y las llaves del coche y salí corriendo de casa, asegurándome
de cerrar la puerta con llave. La zona en la que vivía era segura, pero nunca
se sabe lo que puede pasar.
Temía encontrarme con mucho tráfico, ya que era hora punta, pero por
suerte se dio bien. Aparqué y, para cuando llegué, el reloj marcaba las cinco
menos cinco.
Entonces me di cuenta de que mi teléfono estaba sonando. Comprobé que
tenía un mensaje de texto de Miyu. Decía que la clase se retrasaba y que no
llegaría hasta las cinco y media. Por un momento, me quedé mirándome por
el retrovisor.
—¿Pero qué mierda…?
Resistí el impulso de golpearme la cabeza contra el volante. No, estaba
bien. Como Miyu llegaría tarde, podía concentrarme en repasar nuestro plan
y ultimar los detalles de lo que ella iba a hacer durante su próximo
programa. No había duda de que lo haría bien. Sólo necesitaba una rutina
que sorprendiera a los jueces.
Era mi alumna desde hacía poco más de un año. Cuando empecé a aceptar
alumnos como profesora de patinaje artístico, no estaba segura de cómo me
iría. De todas las personas a las que di clases particulares en los dos últimos
años, Miyu era mi favorita. No me gustaba admitir que tenía favoritos, pero
mentiría si no me refiriera a ella así.
Miyu era una estudiante increíble. Cualquiera la querría como alumna.
Resignada a esperar, me dirigí a la pista de patinaje. Mientras caminaba, me
crucé con algunos miembros de los Blizzard Blitzes, el equipo local de
hockey de la ciudad. Un vistazo a sus brillantes uniformes rojos y amarillos
y ya sabes lo que estás viendo.
Fui hacia los vestuarios con la intención de guardar mi bolsa. Justo cuando
doblaba la esquina, alguien chocó conmigo. Fue como hacerlo contra un
muro de ladrillos y estuve a punto de caerme de espaldas, pero yo era
patinadora profesional y recuperé el equilibrio con facilidad.
—¡Por qué no miras por dónde vas! —espetó el otro.
La voz me resultaba familiar. Levanté la vista y vi el rostro de Heath Myers
torcido en una mueca de enfado. Era una mirada que había visto durante los
partidos de los Blizzard Blitz, pero siempre dirigida al otro equipo. No
hacia nadie del suyo... ni hacia mí.
Me quedé un poco en shock, pero enseguida me recuperé. No dejaría que
aquello me molestara.
Como ambos frecuentábamos la misma pista de patinaje, lo veía con
bastante frecuencia y habíamos hablado alguna que otra vez. No era mi
amigo, pero consideraba a Heath más que un conocido. Un conocido muy
atractivo.
Cuando él se dio cuenta de lo que había dicho, sus ojos se abrieron de
forma cómica. Entonces se dio cuenta de que la persona con la que había
chocado era yo, Lane. El pánico aumentó en su rostro.
—Joder, Lane, lo siento mucho. No eres tú quien tiene que mirar por dónde
va. Yo soy el que ha salido del vestuario como un estúpido deportista fuera
de control.
Resoplé.
—Heath, no pasa nada. Lo sientes, puedo verlo escrito en tu cara. Casi
literalmente.
—Sí, bueno, la culpa ha sido mía —dijo, riendo entre dientes.
Parecía muy tenso. Fruncí el ceño, preguntándome qué le habría pasado
para estar tan inquieto.
—¿Va todo bien? —pregunté, nerviosa—. Sólo lo pregunto porque si tiene
que ver con el entrenamiento, me gustaría saberlo para evitar a Frankie un
día o dos.
Heath negó con la cabeza.
—No, los entrenamientos han ido muy bien. Hemos creado una nueva
jugada que creo que va a aumentar nuestras posibilidades de llegar a los
campeonatos este año. La razón es... más personal.
Alcé las cejas.
—Oh, bueno, si alguna vez necesitas hablar de ello, estoy aquí varias veces
a la semana... como ya sabes.
Sonrió sin ganas.
—Sólo son mis padres. Últimamente no paran de darme la lata con lo de
buscar compañera. Novia, quiero decir novia. Sí, novia.
La extraña terminología me hizo enarcar un poco más la ceja, pero lo dejé
estar. Tal vez era la forma en que su familia se refería a esas cosas.
—Pero sólo tienes veinticinco años. ¿Por qué están tan ansiosos por
empujarte a sentar la cabeza?
Sus hombros se hundieron.
—Mi familia tiende a aparearse…, casarse pronto.
Otra vez aquella expresión. Fruncí el ceño al darme cuenta de que no se
trataba de un error suyo. Decirlo una vez era una cosa, pero decirlo dos
significaba que de forma consciente se refería a las citas como
apareamiento.
También sonaba como si hubiera algo más que estaba omitiendo y no quería
decirme.
—Bueno, espero que salga bien —dije, incapaz de pensar en otra cosa que
decir.
Pareció que iba a añadir algo más, pero se puso rígido y miró hacia los
vestuarios.
—Odio largarme, pero tu hermano está a punto de salir. Si nos ve hablando,
me lo va a echar en cara, y no es algo con lo que quiera lidiar ahora mismo.
Volví a parpadear.
—¿De qué hablas? No oigo nada.
—Créeme, va a salir del vestuario en unos minutos.
Antes de que pudiera despedirme, Heath se había marchado. Me volví para
mirar la puerta y esperé a ver si Frankie salía. En efecto, unos tres minutos
más tarde, los conté, salió del vestuario.
Me quedé mirándolo. ¿Cómo demonios sabía Heath que Frankie iba a salir?
Es decir, sabía que Frankie seguía ahí dentro, pero era imposible que lo
supiera. ¿Cómo lo había logrado? No se había oído nada, ¡y tampoco es que
mi hermano hubiera salido enseguida! Es más, tardó un par de minutos.
Vale, quizá le estaba dando demasiadas vueltas a aquello, lo sabía, pero algo
no cuadraba. Cuando Frankie empezó a agitar una mano delante de mi cara,
di un respingo. Joder, debí haberme quedado pasmada o algo así.
—¿Estás bien, hermanita? —preguntó, preocupado.
A veces me olvidaba de que él era el menor. Cierto que sólo nos llevábamos
año y medio, pero a veces sentía que Frankie actuaba como el hermano
mayor, sobre todo cuando tenía que ver con mi vida amorosa.
Podía ser muy sobreprotector. La mayoría de las veces lo mandaba a la
mierda porque era mi vida y yo salía con quien me daba la gana. Nadie
tenía derecho a decirme con quién salir, y menos mi hermano pequeño.
—Sí, estoy bien —respondí—. Tengo muchas cosas en la cabeza.
—¿Cómo cuáles?
Levanté una ceja.
—¿Por qué eres tan entrometido?
—Soy de la familia. Es lo normal.
—Se trata de mi alumna, Miyu. Resulta que se retrasa, después de que yo
he corrido todo el camino hasta aquí, pensando que llegaría tarde.
En cuanto estas palabras salieron de mi boca me di cuenta de que había
cometido un error. Mi hermano siempre se ha burlado de mí por ser muy
exigente con la puntualidad. Él era más de los que llegaban tarde, lo cual
me resultaba muy molesto, debo añadir. ¿Por qué no podía ser puntual? ¡No
es tan difícil!
—¿Así que la gran Lane Park por fin ha llegado tarde a algo desde su
último año de instituto? —preguntó, divertido—. Es lo mejor que he oído
en todo el día.
Fruncí el ceño.
—Cállate, Frankie, y tira para la casa. Mamá y papá se enfadarán si no
vuelves a tiempo para tu toque de queda.
—Oye, puede que viva con mamá y papá, pero al menos no tengo que pagar
el alquiler—replicó.
Si alguien pasaba por allí, podría pensar que estábamos enfadados, pero
nada más lejos de la realidad. Eran bromas habituales entre hermanos, sobre
todo entre nosotros.
—Vete a la mierda.
Me sonrió por encima del hombro antes de salir por la puerta hacia de la
pista de patinaje. Guardé mi bolsa en el vestuario de mujeres y empecé a
trabajar en el programa de Miyu. Al menos, ésa era mi intención, aunque no
dejaba de pensar en mi conversación con Heath.
En primer lugar, estaba preocupada por él. Parecía estresado porque sus
padres le presionaran para que sentara la cabeza. Yo no tenía experiencia en
eso, pero mis padres sí. Eran estadounidenses de primera generación; sus
padres procedían de China y Corea del Sur, respectivamente. Era parte de la
cultura que mis abuelos trajeron con ellos.
Mis padres, en cambio, intentaban alejarse de la tradición y hacían hincapié
en que hiciéramos las cosas a nuestro ritmo. La escuela era la única
excepción a esta regla, pero en todo lo demás querían que nos tomáramos
nuestro tiempo. Por ejemplo, mi hermano aún vivía con ellos.
Yo siempre necesité mi propio espacio, así que en cuanto pude mudarme, lo
hice. Frankie no parecía sentir la misma desesperación que yo por vivir
sola.
A pesar de mis intentos por apartar a Heath de mi mente, no pude. Cuando
Miyu llegó a la pista, apenas había trabajado en su programa. La mayor
parte ya estaba terminado, pero quería asegurarme de que era perfecto.
Miyu merecía ir algún día a las Olimpiadas o, al menos, acercarse bastante.
—¡Lo siento mucho! —soltó Miyu mientras se acercaba a mí—. Mi
profesor nos hizo un examen sorpresa. Intenté terminarlo lo más rápido que
pude, pero algunas respuestas no me salieron a la primera.
Sonreí para tranquilizarla
—No pasa nada. Lo que importa es que ya estás aquí y podemos ponernos a
trabajar.
La principal razón por la que Miyu y yo nos llevábamos bien era porque
nos parecíamos mucho. Una vez me pidió que fuera su entrenadora oficial
si llegaba a los nacionales, pero no podía dedicarle tanto tiempo. Por el
momento, lo único que podía hacer era entrenarla extraoficialmente si Miyu
llegaba tan lejos, de lo que estaba segura.
Verla patinar sobre el hielo era un espectáculo maravilloso. También
mentiría si dijera que una parte de mí no sentía un poco de envidia por no
poder seguir compitiendo de forma profesional en patinaje artístico. Me
obligué a apartar aquellos pensamientos de la cabeza.
Miyu necesitaba una entrenadora con la cabeza en el juego y no una
nublada por sus antiguos días de gloria. Cuando aterrizó un salto en
particular, sonreí y le hice un gesto con el pulgar hacia arriba.
Nuestra sesión duró aproximadamente una hora y media. Cuando
terminamos, habíamos consolidado un programa que cautivaría a los jueces.
Había patinado todo el tiempo sin cometer demasiados errores. En el hielo
puede pasar de todo: errores, accidentes, cualquier cosa. Yo siempre
intentaba prepararme para lo peor, y se lo intentaba inculcar a Miyu.
No para asustarla ni nada parecido, pero sí para que estuviera avisada.
—Buen trabajo, Miyu. Mejoras día a día.
Sonrió.
—Siempre dices que se puede mejorar por muy bueno que seas.
—Exacto —señalé—. Es agradable que por fin alguien escuche mis perlas
de sabiduría.
—¿Las perlas de sabiduría no son de viejos?
Enarqué una ceja.
—Soy mayor que tú.
—¡Sólo siete años! —replicó—. Ni siquiera tienes treinta todavía.
—Ah, sí, treinta. El principio del fin.
Miyu se rio y se despidió de mí.
—Te veré este fin de semana, ¿verdad?
Asentí con la cabeza.
—Sí, el sábado a las once de la mañana. ¿Tienes alguna clase el fin de
semana?
—Dios, no —murmuró con una mueca—. Me gusta dedicar los fines de
semana sólo a los deberes y a entrenar.
Me duché antes de salir para no tener que hacerlo en casa y cogí mi bolso.
Una vez en el coche, volví a pensar en Heath, lo que me resultó frustrante.
Ver a gente en apuros me hacía empatizar con ellos casi de inmediato. Pero
era más que eso. Se trataba de Heath. Nos conocíamos lo suficiente como
para que yo quisiera lo mejor para él y me preocupara de si lo conseguía en
la vida.
Además, cuando hablamos, parecía muy perdido y frustrado. Casi como
que, si no se echaba novia y encontraba a alguien con quien sentar la cabeza
pronto, lo iban a rechazar o algo así. Ese concepto me resultaba muy
extraño. Aunque, por supuesto, sabía que hoy en día seguía ocurriendo.
La próxima vez que nos viéramos le preguntaría por ese tema tan delicado,
a ver cómo le iba. No creía que fuera a salir bien, dado que no hablábamos
de ese tipo de cosas.
Él ya tenía mucha presión encima como capitán del equipo. Yo nunca he
practicado deportes de equipo, pero comprendía la inmensa presión que
recae sobre los deportistas. Cuando uno tenía que dirigir a la gente, esto se
volvía diez veces peor.
Arranqué el coche y me fui a casa. Después de comer algo rápido, decidí
meterme en la cama porque al día siguiente tenía que ir a trabajar temprano.
Me dormí después de dar vueltas en la cama durante horas. Soñé que Heath
me abrazaba y me llamaba cariño, e incluso se inclinaba para besarme.
Justo cuando sus labios estaban a punto de tocar los míos, me desperté
sobresaltada y preguntándome: ¡¿por qué demonios he soñado eso?!

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