Juan Antonio Meléndez Valdés
(Ribera del Fresno, 1754 - Montpellier, 1817) Escritor y magistrado español. Es el más
importante poeta español del siglo XVIII. Juan Meléndez Valdés estudió derecho en la
Universidad de Salamanca, en la que ejercería como catedrático de humanidades desde
1781, y desempeñó diversos cargos públicos: alcalde del crimen en Zaragoza (1789),
oidor en Valladolid (1791) y fiscal en Madrid (1797).
Sufrió destierro en Medina del Campo (1798), confinamiento en Zamora (1800) y cárcel
en Asturias (1808). En 1809, ya bajo el régimen de José Bonaparte, fue nombrado
consejero de Estado y, un año después, presidente de la Junta de Instrucción Pública.
Tras la restauración de Fernando VII, emigró a Francia.
Sus tempranas lecturas de John Locke, Leibniz, Montesquieu, Rousseau y de los poetas
Salomon Gessner, James Thomson y Alexander Pope marcaron su primera etapa
poética, en la que sobresalen sus composiciones anacreónticas, de cuyo género fue el
principal cultivador en España (La paloma de Filis; Besos de amor), y sus Poesías
(1875), publicadas a instancias de Jovellanos.
Las obras de su segunda etapa poética se caracterizan por su contenido filosófico y por
su sentimentalidad prerromántica; con posterioridad, su obra se orientó hacia el
compromiso político y social (A Llaguno, 1794; Sobre el fanatismo, 1795). Es también
autor de una Defensa de la lengua castellana (1811).
Las bodas de Camacho el rico
Las bodas de Camacho el rico[1] de Meléndez Valdés es una comedia que se divide
externamente en un prólogo y cinco actos (se estrenó en 1784 con loa de Ramón de la
Cruz y fue impresa por Ibarra en ese mismo año). Se trata de una pieza con muy poca
acción, la cual discurre muy lentamente, de forma que se hace algo pesada y repetitiva.
El censo de personajes es muy corto. En vez del triángulo amoroso del modelo (Quijote,
II, 19-22), hay aquí cuatro personajes principales, lo que permitirá la solución final de
unas bodas dobles: las de Basilio el pobre con Quiteria la hermosa, y las de Camacho
el rico con Petronila, una hermana de Quiteria que está enamorada en secreto de él.
Además de este importante detalle, otra diferencia fundamental estriba en lo siguiente:
en la novela, el desenlace del episodio es muy rápido, de forma que la astuta industria
ideada por Basilio causa gran sorpresa en los asistentes a las bodas y en los lectores;
en la comedia, en cambio, buena parte de la peripecia se basa precisamente en la
preparación de ese engaño, con lo que se pierde el efecto sorpresivo. Y todavía hay
más: aquí el verdadero agente de la traza, quien inventa y prepara todo, no es Basilio,
sino su amigo Camilo, con la ayuda de Petronila.
En efecto, en la obra de Meléndez Valdés Basilio es un personaje cobarde y medroso
(recuerda más al Cardenio que huye a Sierra Morena a llorar sus penas que al Basilio
cervantino), para quien la única solución posible ante la anunciada boda de su prometida
con Camacho es morir: «mi destino es morir por Quiteria» (vv. 105-106). Podría decirse
que tiene, en este sentido, algo de personaje pre-romántico, en tanto en cuanto habla
continuamente del hado, de la cruel y contraria estrella que le persigue, de su suerte
esquiva, y amenaza con un suicidio que no llega a consumarse. Es su amigo Camilo
quien urdirá la intervención de un adivino o sabio mago, quien merced a una profecía
moverá a don Quijote a ayudar al cuitado pastor y, además, facilitará con sus ensalmos
la milagrosa «resurrección» de Basilio. Frente al activo Camilo, Basilio se muestra en
todo momento dubitativo e irresoluto: incluso después de entrevistarse con Quiteria, y
de que ella le confiese que es suya, sigue temiendo su destino y sigue pensando
solamente en morir.
Por lo que toca a Quiteria, se nos muestra —a través de la percepción de Basilio— bajo
el tópico literario de la bella e ingrata enemiga, que ha olvidado su amor por seguir el
interés. Sin embargo, otras notas ponen de relieve su honestidad, su condición de
doncella tierna, etc., y, sobre todo, se insiste en el peso del mandato de su padre,
Bernardo, en su decisión de casar con Camacho: en efecto, al padre se le presenta en
distintas ocasiones como un verdadero tirano que obliga a su hija Quiteria a contraer un
matrimonio que no desea, y Quiteria le obedece por respetar el «paternal decoro» (v.
696). La obra insiste en la contraposición de la pobreza y la riqueza de los dos rivales
que se disputan el amor de la bella Quiteria. Desde el primer momento (desde el
«Prólogo» que anuncia el argumento) queda claro que Quiteria y Basilio son iguales en
todo. Por su parte, Camacho es presentado como un personaje ciego, incapaz de ver
ese amor verdadero de Basilio y Quiteria, y sabemos que es tan solo el poder de su
riqueza, del oro y del tener, lo que ha podido torcer esa inclinación mutua. Sin embargo,
de acuerdo con la idea tópica de que el amor todo lo vence, al final el cariño sincero de
los dos enamorados triunfa del interés. No en balde Camilo había definido el amor como
inclinación, gusto y unión de voluntades decretada por el cielo, sentenciando que «lo
demás es dureza y tiranía» (v. 721). La intervención de don Quijote en favor de los
amantes se sustentará, en fin, en esta misma idea, pues el caballero andante no puede
consentir que el poder oprima a la humildad, ni que la malicia sobrepuje a la inocencia
y el amor (véase su parlamento en los vv. 2017-2037).
La comedia nueva o el café
"La comedia nueva o el café" es una comedia en prosa escrita por Juan Antonio
Meléndez Valdés. La obra se caracteriza por ser una sátira que critica tanto el teatro
de su época como las costumbres sociales y culturales asociadas a la sociedad
española del siglo XVIII. A través de la comedia, Meléndez Valdés ofrece una reflexión
crítica sobre la vida teatral y las intrigas en el mundo del espectáculo de la época.
La trama se centra en los esfuerzos de un grupo de personajes para montar una
"comedia nueva" en un café, un lugar no tradicional para representar obras teatrales
en la época. Los personajes discuten y debaten sobre el teatro, los gustos del público
y las diferencias entre el teatro clásico y las comedias modernas. En el proceso, se
burlan de las convenciones teatrales de la época y critican la mediocridad de muchas
obras teatrales.
La obra es una crítica satírica y mordaz de la vida teatral y cultural de la sociedad
española del siglo XVIII, y refleja la influencia de la Ilustración en la forma en que se
analizaban y cuestionaban las tradiciones establecidas. "La comedia nueva o el café"
es conocida por su ingenio y humor, así como por su capacidad para exponer las
limitaciones y los vicios del teatro y la sociedad de la época.
Félix María Samaniego
Perteneciente a una familia noble y rica, tras los primeros estudios (llevados a cabo en
el hogar paterno) fue enviado a cursar derecho a la Universidad de Valladolid, donde
permaneció dos años sin llegar a concluir la carrera. En un viaje de placer a Francia se
entusiasmó con los enciclopedistas, y se quedó mucho tiempo en tierra francesa; allí se
le contagió la inclinación a la crítica mordaz contra la política y la religión tan grata a los
hombres del siglo, y cierto espíritu libertino y escéptico que le indujo a burlarse de los
privilegios y a rechazar, incluso, un alto empleo en la corte que le ofreció el conde de
Floridablanca.
A su regreso a España contrajo matrimonio y se estableció primeramente en Vergara,
donde participó en la Sociedad Patriótica Vascongada, tendente a la difusión de la
cultura en los medios populares, y de la cual llegó a ser presidente. Las fábulas escritas
para que sirvieran de lectura a los alumnos del Real Seminario Patriótico Vascongado
de Vergara son su obra más conocida. En 1781 se publicaron en Valencia los cinco
primeros libros con el título de Fábulas en verso castellano, y en 1784 apareció en
Madrid la versión definitiva, titulada Fábulas morales y formada por nueve libros con 157
fábulas.
Las fábulas de Samaniego se inspiran en las obras de los fabulistas clásicos Esopo y
Fedro, y también del francés La Fontaine y del inglés John Gay; todas ellas tienen una
finalidad didáctica. De estilo bastante sencillo y métrica variada, muchas fábulas
destacan por su espontaneidad y gracia: La lechera, Las ranas que pedían rey, El parto
de los montes, La cigarra y la hormiga, La codorniz, Las moscas, El asno y el cochino,
La zorra y el busto o El camello y la pulga.
La publicación de las fábulas de Tomás de Iriarte (que había sido su amigo) un año
después que las suyas, con un prólogo en el que afirmaba que eran "las primeras fábulas
originales en lengua castellana", irritó a Samaniego y desató una rivalidad entre ambos
escritores que duraría toda su vida. Samaniego publicó anónimamente el folleto satírico
Observaciones sobre las fábulas literarias originales de D. Tomás de Iriarte (1782) y,
poco después, una parodia del poema La música, también de Iriarte, que tituló Coplas
para tocarse al violín a guisa de tonadilla. Siguieron numerosos libelos, contestados con
la misma violencia por Iriarte. Sin embargo, cierto espíritu volteriano confería a los
ataques de Samaniego una crueldad mayor.
Con la subida de los Borbones al poder se produjo un proceso centralizador que entró
en litigio con las instituciones forales del País Vasco. Al complicarse la situación, en 1783
Samaniego fue comisionado por la provincia de Álava para que de una manera directa
gestionara los problemas provinciales en la Corte, aunque también tramitó otros asuntos
regionales y de la Vascongada. En la capital, su actividad literaria fue intensa; asistió a
reuniones y tertulias y gozó de la amistad de nobles y escritores. Participó en las
polémicas teatrales de la época defendiendo el teatro neoclásico y la ideología ilustrada.
Esta actividad cultural fue más exitosa que los progresos de las gestiones que le habían
encargado. Tampoco llegó a buen puerto el plan de un Seminario para señoritas, que la
Vascongada pretendía establecer en la ciudad de Vitoria.
De nuevo en Bilbao, Félix María Samaniego volvió a llevar las riendas de su hacienda,
bastante olvidada, y a frecuentar las antiguas amistades. En 1792 decidió llevar una vida
más tranquila y se retiró a su villa natal, Laguardia. Dos sucesos rompieron su
tranquilidad: por un lado, la invasión francesa del año 1793 que dejó malparadas sus
posesiones guipuzcoanas; por otro, algunas poesías satíricas y licenciosas le valieron
el principio de un proceso inquisitorial en 1793. El tribunal de Logroño llegó incluso a
decretar la detención del autor. Samaniego evitó peores consecuencias gracias a la
influencia de sus amistades en los altos niveles.
Las fábulas de Samaniego
Publicadas en 1784, la Fábulas morales recogen un total de 157 composiciones,
distribuidas en nueve libros y precedidas de un prólogo. Fueron compuestas para los
alumnos del Colegio de Vergara, en cuya labor pedagógica colaboraba. Su intención
está dentro del carácter didáctico de la literatura neoclásica e ilustrada y respondía a la
máxima estética de instruir deleitando. Debieron de influir en la elección del género sus
conocimientos de la literatura francesa, en especial de La Fontaine, aunque Samaniego
no es un mero traductor, sino que actualiza la materia tradicional desde las fuentes
clásicas (Esopo y Fedro), aumenta los datos explicativos y dramatiza las escenas en
relación con la función didáctica que pretende.
En el desarrollo de las fábulas, Félix María Samaniego sigue la estructura convencional,
aunque procura plantear claramente la oposición entre los personajes-animales por
medio de adjetivos antitéticos, para que de ella se desprenda clara la moraleja. La
formulación de la moralidad suele ir al final de la fábula, como consecuencia
aleccionadora de lo sucedido en el episodio que la precede. Quizá sea la moraleja,
desde el punto de vista de la estructura, el aspecto menos conseguido en Samaniego,
por culpa de su excesiva extensión. Se exige que sea concisa y breve, de forma que
pueda quedar grabada con facilidad en la mente infantil. Pero Samaniego se pierde con
frecuencia en rodeos inútiles, a diferencia de La Fontaine, que solamente insinúa la
moraleja.
El tipo de moralidad de las fábulas no es cristiana, ni tan siquiera ingenua. Se aplica,
siguiendo la tradición, el concepto naturalista de la moral. Las bases están próximas a
la ideología de Rousseau, pero en realidad es una ética de supervivencia y de lucha por
la vida la que los animales parlantes nos predican. Una moral en la que tienen cabida el
egoísmo, la venganza, la astucia, la desconfianza... Tampoco debemos olvidar el rico
caudal de ideas ilustradas o de estética neoclásica. Otras veces son simples principios
de convivencia o reflexiones dictadas por la experiencia, de puro valor práctico. Por eso
no es extraño que las moralejas estén tan cerca de la filosofía del refrán y que a veces
se formulen con uno de ellos, literalmente o con ligeras modificaciones por imperativos
de la rima.
Consecuente con sus principios estéticos y los destinatarios iniciales de la obra,
Samaniego hace en sus fábulas un derroche de gracia y sencillez. La gracia la consigue
a base de viveza y colorismo en la expresión. Las fábulas están esmaltadas, ya que no
de metáforas, sí de expresiones cálidas e ingeniosas, construidas sobre un lenguaje
corriente. Juega también con los refranes y los dichos populares. Otros rasgos que
definen su estilo son la ausencia de elementos cultos, la simplicidad del vocabulario y la
acumulación de sustantivos y verbos, signos de su dicción concisa.
Igual que su opositor Iriarte, Samaniego presta atención a los recursos métricos. Intenta
huir de la monotonía buscando un tipo de acomodación significativa y cierta musicalidad
pegadiza. Utiliza con preferencia la silva, cuyo libre balanceo entre heptasílabos y
endecasílabos se adapta con facilidad al ritmo narrativo. Pero esto no es óbice para que
encontremos otras estrofas como serventesios, redondillas, endechas, romancillos,
décimas... Sin ser innovador, Samaniego cumple con decoro su misión de versificador,
aunque pueden hallarse en ocasiones ripios o defectos rítmicos.
A grandes rasgos puede afirmarse que Samaniego es el autor de la moral bonachona,
del optimismo y de las verdades mediocres; todas las virtudes y defectos de la literatura
moral y didáctica del siglo XVIII están contenidos en su libro. Samaniego trata los
asuntos de la fabulística tradicional de una manera fácil, mediante el instrumento de un
verso ligero y sonoro, lo que da a su obra un carácter de agilidad que no tiene la obra
de Iriarte, aunque hay que destacar que el propósito de ambos autores es diferente.
Samaniego las escribió con la finalidad de ofrecer ejemplos a los niños del Seminario,
mientras que la intención de Iriarte es proporcionar una "educación" literaria,
reafirmando y defendiendo los principios y reglas del gusto literario neoclásico.
La cigarra y la hormiga
En una soleada pradera, una cigarra pasa todo el verano cantando y divirtiéndose sin
preocuparse por el futuro. Mientras tanto, una hormiga trabaja arduamente,
recolectando alimentos para el invierno. La cigarra se burla de la hormiga por trabajar
tanto en lugar de disfrutar el verano. Pero cuando llega el invierno y la cigarra se
encuentra hambrienta, acude a la hormiga en busca de ayuda. La hormiga, generosa
pero sabia, comparte su comida con la cigarra y le aconseja que trabaje en el futuro
para evitar pasar hambre.
La moraleja de la fábula es que el trabajo duro y la previsión son esenciales para
sobrevivir en momentos difíciles. La cigarra, con su actitud despreocupada, sufre las
consecuencias de su falta de previsión, mientras que la hormiga, con su laboriosa
preparación, asegura su bienestar en el invierno. La fábula enfatiza la importancia de
la responsabilidad y la planificación en la vida.
Fabula de Iriarte y Samaniego
Fábulas de Iriarte y Samaniego" es una recopilación que combina las fábulas de dos
destacados fabulistas españoles: Tomás de Iriarte y Félix María Samaniego. Tanto
Iriarte como Samaniego pertenecen al movimiento literario neoclásico, y sus fábulas
son conocidas por su estilo claro y elegante, así como por su capacidad para transmitir
lecciones morales y éticas a través de historias breves protagonizadas por animales u
otros personajes.
En esta recopilación, encontrarás una selección de las fábulas más famosas de ambos
autores. Cada fábula es una narración corta que presenta una situación o dilema moral
y suele concluir con una moraleja que resalta el mensaje central de la historia. Estas
fábulas a menudo critican las debilidades humanas, ofrecen consejos éticos y satirizan
las costumbres y comportamientos de la sociedad de la época.
"Fábulas de Iriarte y Samaniego" es una excelente manera de explorar las
contribuciones de estos dos destacados escritores neoclásicos a la literatura de
fábulas en español y a la literatura española en general. Sus obras siguen siendo
leídas y estudiadas por su relevancia y su valor literario.
Leandro Fernández de Moratín
(Madrid, 1760 - París, 1828) Poeta y dramaturgo español, máximo exponente en España
del teatro neoclásico. Hijo de Nicolás Fernández de Moratín, estudió en los jesuitas de
Calatayud y fue alumno de la Universidad de Valladolid. Se dio a conocer como poeta
con el romance heroico en endecasílabos La toma de Granada, premiado por la Real
Academia Española en 1779.
En 1782 volvió a ser premiado por Lección poética. Sátira contra los vicios introducidos
en la poesía española, escrito en tercetos y que le sirvió para atacar al teatro barroco.
Obtuvo el puesto de secretario del conde Francisco Cabarrús en 1787, lo cual le permitió
visitar varios países europeos, entre ellos Francia y el Reino Unido.
Amigo de Jovellanos y protegido de Godoy, logró sus mejores éxitos en el campo teatral.
Intentó introducir en España los moldes del teatro neoclásico francés, es decir, el respeto
a las tres unidades de tiempo, lugar y acción y la finalidad moralizante, aunque no
llegaron a calar entre el público. Su primera comedia fue El viejo y la niña (1790), que
pasó sin pena ni gloria, aunque el éxito le llegaría tan sólo dos años más tarde con La
comedia nueva o el café.
Después de este triunfo literario emprendió un nuevo viaje por Europa (1792), decisivo
en su experiencia personal y artística. En París tuvo ocasión de asistir a trascendentales
sucesos de la Revolución Francesa, que le impresionaron vivamente, y en el Reino
Unido entró en contacto con la obra de Shakespeare, autor que por entonces era
prácticamente desconocido en España. Luego continuó viajando por los Países Bajos,
Alemania, Suiza e Italia, desde donde regresó a España a finales de 1796. En 1798
tradujo Hamlet, la primera versión española directa del inglés.
De los primeros años del siglo XIX datan sus mejores comedias, escritas con un perfecto
dominio del castellano, y en las que critica las costumbres de la época y la hipocresía
social: El barón, La mojigata y El sí de las niñas. Esta última es considerada como su
mejor obra y el mejor logro español dentro de la corriente de comedia de salón
dieciochesca, que arranca de Molière y culmina en Carlo Goldoni.
Nombrado secretario de la Interpretación de Lenguas y miembro de la Junta de Teatros,
Leandro Fernández de Moratín abandonó sus cargos cuando se produjo el
levantamiento popular de 1808 contra la invasión napoleónica. Más tarde, en 1811, José
Bonaparte lo nombró bibliotecario mayor. Como la mayoría de afrancesados, abandonó
la capital a raíz de la retirada de las tropas francesas, para dirigirse a Valencia y luego
a Barcelona.
No obstante la ausencia de cargos contra él, en 1818 decidió dejar España y pasar a
Francia, cuya cultura admiraba profundamente. En Burdeos conoció al ya anciano y
amargado Goya, quien hizo de él un magnífico retrato, que se conserva en la Academia
de San Fernando, en Madrid. La muerte le sorprendió en París, donde se había
radicado.
En 1825 se editaron en esta ciudad sus Obras dramáticas y líricas y, póstumamente, su
ensayo Orígenes del teatro español, en el que indaga en la evolución del teatro en
España, y su epistolario. Sus Diarios hubieron de esperar casi siglo y medio a ser
publicados, pues no vieron la luz hasta 1968.
El si de las niñas:
Moratín, neoclásico por raciocinio y por criterio artístico, lleva en sí, por temperamento,
los tiempos nuevos. En esta obra, justamente celebrada como la mejor de su
producción, reivindica el derecho de los jóvenes al matrimonio por amor y no por
imposición familiar. Desde un tono de bondad amable, «El sí de las niñas» es un
alegato contra los métodos educativos de la época en los mismos inicios del siglo XIX,
hecho por un autor dramático que, por ilustrado, trataba de educar desde las tablas.
Moratín, neoclásico por raciocinio y por criterio artístico, lleva en sí, por temperamento,
los tiempos nuevos. En esta obra, justamente celebrada como la mejor de su
producción, reivindica el derecho de los jóvenes al matrimonio por amor y no por
imposición familiar. Desde un tono de bondad amable, «El sí de las niñas» es un
alegato contra los métodos educativos de la época en los mismos inicios del siglo XIX,
hecho por un autor dramático que, por ilustrado, trataba de educar desde las tablas.
El anciano y la niña
La primera comedia escrita por don Leandro fue estrenada el 22 de mayo de 1790,
pero su génesis y redacción se remontan a varios años antes, quizás a 1783. El
propósito del autor (condenar una unión que no debía haberse efectuado, no solo por
la desigualdad en la edad de los cónyuges, sino sobre todo por el interés y el engaño
con que fue concertada) queda bien manifiesto desde el primer momento.
Isabel es una joven casada con el anciano don Roque (mucho mayor que ella) por
imposiciones ajenas, sin amor y sin sentir ningún tipo de atracción hacia él señor don
Roque. La muchacha amaba al joven don Juan, pero su tutor la engañó. Cuando
reaparece don Juan, no puede corresponder a su amor porque se impone el deber
conyugal, y fruto de ello resulta la insatisfacción de la protagonista: aceptar su deber
supone una frustración para, la entrada de un elemento trágico en su vida. El final es
melancólico: don Juan marcha a las Indias e Isabel ingresa en un convento.
Roma y Alba eran dos poblaciones próximas. Los habitantes de ambos enclaves se
relacionaban, unos se casaban con otros, se creaban familias, se juntaban en las
fiestas. Pero resultó que en el año 669 a. C. acabaron enfrentadas las dos ciudades,
de tal manera que llegaron a la guerra. Para acabar con el conflicto se acuerda
organizar un combate a muerte entre tres luchadores de Roma contra tres de Alba, y
así la guerra la ganaría el grupo que consiguiera la victoria. Por Roma son elegidos
tres luchadores que son los tres hermanos Horacios, por Alba tres Curiacios. Pero
resulta que una hermana de los Horacios, Camila, está prometida a un Curiacio, y una
hermana de los Curiacios, Sabina, está casada con un Horacio. Ya tenemos la tragedia
servida. Finalmente ganó uno de los hermanos Horacios, todos los demás murieron.
En el cuadro se refleja el momento en el que los tres hermanos Horacios prestan
juramento ante su padre de cumplir con su deber hasta la muerte. Están realizando el
saludo romano, consistente en extender el brazo, con la palma hacia abajo. El padre
sostiene las espadas de sus hijos, y los exhorta a cumplir con su deber a pesar de sus
sentimientos como padre. Las mujeres, a la derecha del cuadro, lloran y se lamentan,
saben que perderán a sus hermanos, marido y prometido.