El Hombre Que Amaba A Los Perros
El Hombre Que Amaba A Los Perros
Dedicatoria.
1. Introducción:
1.1. Preámbulo.
3. Análisis:
4. Conclusión:
5. Bibliografía.
Dedicatoria.
En memoria de Patricia Cornejo, mi tía, quien siempre me recibió con una sonrisa
en su rostro y un apretado beso. Jamás la olvidaré.
A Pelusa, Kity y Lazy, gatas asesinadas por la CNI en amedrentamiento a Marta San
Martín, perseguida y torturada por la dictadura de Pinochet.
A mi madre Angélica y mi a mi padre Javier, quienes desde pequeño me adentraron
en el maravilloso mundo de la literatura y por su apoyo incondicional en cada decisión que
he tomado.
A Laura, por supuesto, mi compañera, por su abnegado apoyo, amor y paciencia en
este proceso. Cada desvelo valió la pena.
A mi abuela Teresa, mi segunda madre, por su entrañable amor, preocupación, largas
conversaciones y su perseverancia al enseñarme a leer siendo niño.
A mi abuelo Federico por su inmenso amor, consejos y respaldo en mis travesuras de
niño.
A mi abuela Laura por su amor, enormes sacrificios, preocupación y su infatigable
ánimo en mis estudios.
A mi abuelo Gilberto, el jornalero gañán colchagüino, que se vio obligado a trabajar
siendo un niño. Sin su sacrificio nada de esto sería posible.
A mis tías y tío, Claudia, Maite, Liliana, Bárbara e Ignacio, por todo su amor, consejos
y el cariño y respeto hacia los animales que me transmitieron desde niño.
A mi tío Jorge por su permanente preocupación y su fascinación por la filosofía.
A Daniel, Lía y Simón por abrirme las puertas de su casa y hacerme sentir parte de su
familia.
A Omar, amigo incondicional y compañero de mil aventuras, quien constantemente
me motivó para terminar este Informe.
A Gabriel y Felipe, grandes amigos, que con quienes disfruté de largas
conversaciones políticas, existenciales y literarias.
Al profesor Bernardo Subercaseaux, gran motivador en el estudio de la cuestión
animal, por su paciencia y apoyo en la realización de este Informe.
A Bronco, Coca, Kira, Pequeñita, Alaska, Chata, Pola, Canita, Pinky, Lobo, Pupi,
Chú, Carli-Carli, Caruso, Proceso, Cuqui, Cachorro, Beto, Shakira, Paywoket, Carcuro,
Akane, Poli, Romi, Amelie, Señora Mittens, Mapi, Fígaro, Luna, Oliver, Ray, Benito, Noah,
Omarcito, Meilín, Paywi, Bony, Sofi, Sakura, Perla, Negro Alberto, Inés, Aquiles, Ezio,
Minicha, Dulce, Silvestre, Dante, Ulises Lima, Sinco, Petruccio y Rufo.
Aquí hay un hombre que debería aullar
para convocar a su manada perdida.
“Donde quiera que estén
vengan, vengan a reunirse conmigo.
Hay grandes cosas por hacer
esperando por nosotros’’.
Pasan cosas inexplicables,
Hernán Miranda.
A Daenerys, mi fiel compañera.
A Polo, mi mejor amigo perro, a quien nunca olvidaré.
1. Introducción:
1.1. Preámbulo.
Nuestro objetivo de estudio es examinar la novela El hombre que amaba a los perros
(2009) del autor cubano Leonardo Padura en el contexto del debate contemporáneo respecto
a las relaciones entre condición humana y condición animal. En esta perspectiva, partiremos
relatando una anécdota en que se pone en juego, desde el punto de vista paródico, en un
contexto dictatorial, el vínculo entre lo humano y lo animal: una mañana de marzo de 1984,
en medio de una dictadura represora y sanguinaria, el poeta chileno Hernán Miranda, luego
defensa de los derechos de los animales. Vestido de oficinista, junto a un escritorio y una
Hábitat: En todo el mundo”. Su amigo, Enrique Lihn, vociferaba: “el hombre es el único
animal que usa lentes oscuros. El hombre es el único animal que posa para las cámaras...”.
Nicanor Parra, otro amigo del poeta, manifestó ante la asombrada prensa: “esto es un espejo
hecho: un hombre toma el lugar de un animal cautivo y se expone a sí mismo como una
público colonizadamente occidental, pero, a fin de cuentas, parte de Occidente, perturba las
Ahora bien, cabe cuestionarse el por qué causa extrañeza el observar a un hombre ocupando
el lugar de un chimpancé enjaulado para ser exhibido como atracción. La respuesta, si es que
llegase a existir, engloba una variedad de posibles lecturas, sin embargo, una arista esencial
del problema, la cual exploraremos a lo largo de esta reflexión, es el vínculo que como seres
humanos entablamos con respecto a los animales que, tristemente, en la generalidad de los
casos, es de una disparidad que asombra, aunque existen quienes, como queda de manifiesto
en la obra que nos ocupa, El hombre que amaba a los perros, que ven en los animales, no a
una criatura inferior, sino a un igual, con el mismo valor inherente de un ser humano.
contemporáneo, surgido en las últimas décadas del siglo XX, relativo a la condición humana
descentrar la figura del ser humano como medida y centro del universo, reivindicando la
presencia y ontología de otras formas de vida, no solamente de las pertenecientes al reino
podemos darnos cuenta de que el arte y la literatura entendidas como una forma de pensar
que no posee propósitos cognitivos definidos, es una manera de aprehender el mundo que no
funciona en base a conceptualizaciones, como el pensar filosófico, y está más allá de las
causalidades, a diferencia de las ciencias, puesto que no hay ninguna causa o efecto que
lingüística e imaginaria que nos abre perspectivas que otros discursos, el filosófico y el
científico, cierran por no ajustarse a sus parámetros (Subercaseaux 53). De esta manera, el
anticipa temporalmente a las reflexiones filosóficas que más tarde cuestionarán las fronteras
nuestro rol frente a los animales. Como nuestro objeto de análisis es la novela El hombre que
amaba a los perros, obra perteneciente a las llamadas novelas perrunas, nos abocaremos a
extiende desde las primeras representaciones simbólicas, metáforas del mundo, del hombre
primitivo de la Edad de Piedra. Lo dicho, trae consigo el planteamiento de que la relación
codependencia total, esto es, ambos estaban ubicados en el centro del universo. El animal fue
la primera temática tratada por el ser humano primitivo en el arte rupestre. A este respecto,
vale la pena mencionar el documental Cave of Forgotten Dreams (2011) del cineasta y
John Berger, intelectual inglés ligado a las artes, en el ensayo “¿Por qué miramos a los
humano, sin embargo, como ya dijimos, los primeros símbolos fueron animales.
Ilíada, canto épico fundante de la cultura occidental. Por ejemplo, el “Canto XVII” inicia con
Menelao, líder del ejército aqueo, de pie sobre el cuerpo de Patroclo, recién muerto a manos
de Héctor, impidiendo que los troyanos despojen su cadáver. Homero emplea referencias
metafóricas basadas en animales para transmitir las cualidades, que de otra manera hubiera
sido imposible, del momento narrado: “Como la vaca primeriza da vueltas alrededor de su
rubio Menelao cerca de Patroclo” (Cit. en Berger 19). En la misma línea de la cultura
Cancerbero, con frecuencia fue representado como un monstruo de tres cabezas al cuidado
de las puertas del Érebo con la misión de impedir que las sombras de los muertos salgan y
los vivos entren. La figura de Cancerbero fue actualizada literariamente por Dante Alighieri
en el “Canto VI” del Infierno en La divina comedia, repercutiendo hasta hoy en día en el
Homero reconoce como personaje y quien recuerda a Ulises tras veinte años sin poder
retornar a su natal Ítaca. En la Grecia antigua, donde la imagen del perro como guardia estaba
este aspecto, las fábulas de Esopo refuerzan la imagen del perro como protector: El ladrón y
el perro y El lobo y el perro son dos breves historias en las cuales el lugar asignado a los
perros es la protección de hogares (Andrade 63). Otra referencia del mundo griego, respecto
por los griegos, del perro Soter, “salvador” en griego, quien junto a otros cuarenta y nueve
compañeros perrunos tuvo la misión de defender las explanadas de Corinto de los naupolios,
enemigos ancestrales de los corintios, en mayo de 581 A.C durante las fiestas en honor a
celebración. El único sobreviviente de la batalla contra el ejército naupolio fue Soter, quien,
comprendiendo que la única manera de detener a los enemigos era avisando a los soldados,
corre a la ciudad y avisa del ataque a sus ciudadanos, salvando a Corinto de un inminente
En Roma, durante el imperio, los perros continuaron desempeñando su rol, así como en
funciones de guardianes, guerreros y fieles compañeros del ser humano. Grecia y Roma,
señala Andrade, comparten una parte importante de su imaginario cultural, siendo posible
Historia de los animales (s. III D.C) de Claudio Eliano, donde, el retórico e historiador
romano, nos muestra a través de sus impresiones del reino animal, fábulas, narraciones
míticas e historias populares, las ideas e imágenes que se tenían del perro en Roma. De esta
suerte, dice José María Díaz-Regañón, prologuista de la Historia de Eliano, que el retórico
romano en su obra pretende mostrar que los animales son capaces de tener sentimientos
elevados, aún más que el propio ser humano, y están dotados de una gran generosidad,
espíritu de sacrificio y amor hacia el prójimo. En el capítulo XXV del libro IV, titulado “El
afecto del perro a su amo”, Eliano presenta el caso de una mujer cuya fidelidad a su esposo
era muy admirada por poetas y mucha gente en los templos, contrastando el relato con una
serie de ejemplos del desmesurado amor que los perros son capaces de profesar, superando
el amor de una esposa devota. Por otro lado, Eliano, reforzando la concepción de perro como
guardián y guerrero, mucho más marcada que en Grecia, advierte en el capítulo “Perros
sagrados custodios del templo de Ádrano” que tales perros guardianes tenían la habilidad de
los borrachos que no podían llegar hasta su propia casa e infringiendo un severo castigo a
quienes intentaban volver a robar eran despedazados con ferocidad (Andrade 73). Por otro
lado, siguiendo con el tema de ferocidad canina, en Roma existía la superstición de que la
famosa inscripción latina “cave canem”, “cuidado en perro”, mosaico o pintura escrita en las
puertas de las casas, además de servir como una advertencia para los posibles ladrones, se
utilizaban para alejar el mal de los hogares. La superstición descrita se vincula con la figura
mitológica griega de Cancerbero, bestia guardiana encargada de impedir que los muertos
traspasen las puertas de Érebo en el inframundo, reforzando la concepción del perro como
guardián, pero esta vez, como un guardián frente a la muerte. La noción del perro como
cualquier cosa que se acerca a su amo, o compañero, ya sea un ser humano u otro animal.
Recurriendo nuevamente a la imagen de Soter, el perro héroe de Corinto, el perro posee una
fuerte carga simbólica como una especie que es el emblema de la protección a costa del
Avanzando unos cuantos siglos en el tiempo, en lo que respecta al arte del Renacimiento,
de los perros para el arte occidental. Ya vimos la notoria presencia de lo perruno en las dos
en la vida cotidiana del perro. A pesar de que en la cultura grecolatina el perro figura como
con la que el arte del Renacimiento asume la imagen del perro como parte relevante de un
sinnúmero de obras, ya sea como motivo central o como imagen secundaria. A este respecto,
señala Ernst Gombrich en su Historia del arte (1999) que, hacia fines de la Edad Media, el
trabajo del artista, comienza por un dilatado estudio de la naturaleza para posteriormente
naturales: conocidas son sus representaciones caninas, por ejemplo, Pisanello, en la pintura
La visión de San Eustaquio, probablemente pintada a fines del siglo XIV, interpreta la
durante una cacería con un ciervo que portaba un crucifijo en la cornamenta. La temática
religiosa de la escena representada, no quita el cuidado con que Pisanello retrató los
por retratar el mundo, tuvieron la perspicacia de retratar no solo a seres humanos, sino que al
perro, imagen esencial en la configuración del imaginario occidental, que siempre ha estado
a nuestro alrededor.
En lo que respecta a la conquista de América, podemos apreciar que la imagen del perro
como guardián y fiel compañero del ser humano no ha desaparecido: desde el segundo viaje
de Colón a América, los perros peninsulares comenzaron a llegar a nuestro continente como
fieles compañeros de los conquistadores. Los perros llegados desde España, comúnmente
llamados “alanos”, calificativo con el que era común referirse a los perros utilizados para
combatir a los indígenas, eran animales muy robustos y fieros. A diferencia del perro
“americano”, que, como describe Gonzalo Fernández de Oviedo en sus relaciones, son
“animalillos” incapaces de ladrar y que solo emitían leves gruñidos. Pese a lo narrado por
realmente hubo perros en la América prehispánica: las crónicas señalan que existió un tipo
a partir del hallazgo de restos óseos caninos que datan de diez mil trecientos años de
antigüedad, con lo cual, tal controversia quedó prácticamente zanjada (Andrade 84).
que desde la Antigüedad hasta fines de la Edad Media el perro, si bien tuvo bastante cercanía
con el ser humano, habría mantenido una condición de “proletario” entre los animales. Para
perro de Ulises, a las batallas que los “molosos”, nombres que se les daba a los perros de
estatuto del perro como “proletario”, para Lewinsohn, termina junto con la Edad Media,
Diego Velásquez, obra pictórica en que, echado junto a Mari Bárbola, en una evidente
posición de relajo, incluso con sus ojos cerrados, podemos apreciar a un perro cortesano que
vida de la alta sociedad como compañía, va adquiriendo cada vez más popularidad y
presencia en la vida cotidiana, más de la que había tenido hasta entonces. Peter Bowron, en
la misma línea de Lewinsohn, escribe Andrade, advierte que a partir del siglo XVI la función
de los perros, en lo que se refiere a retratos, es reflejar el carácter, la fuerza y nobleza de sus
dueños. Además, con relación al género, en los retratos femeninos, con tal de enfatizar la
femineidad de la mujer retratada, se la acompañaba de perros falderos. A partir del siglo XV,
es habitual que los perros en retratos femeninos sean empleados como símbolo de virtud y
fidelidad. Por su parte, el retrato masculino, acompañaba a los hombres de perros grandes y
robustos que resaltan por la masculinidad de sus rasgos. Sin embargo, no es si no hasta el
siglo XVIII que el retrato junto a perros, considerados un “objeto” de prestigio social,
comienza a masificarse entre la aristocracia y la burguesía. Hasta el día de hoy los perros
discursivamente ostentación de los atributos del ser humano retratado. En relación con lo
expuesto, en nuestro país, tenemos el ejemplo del perro Ulk, el gran danés del ex presidente
Arturo Alessandri Palma, que adquiere gran notoriedad en su segundo mandato (1932-1938).
No es casual que, tras la muerte de Ulk, su cuerpo haya sido embalsamado y puesto, primero,
profundamente con el paso de los siglos. De esta manera, será en la ciudad moderna,
mascota por excelencia, transversal a toda clase social: “Datos de 2006 indica que en Estados
Unidos había en ese año 74 millones de perros y Europa otros 70 millones; Donna J. Haraway
habla de una industria globalizada del animal mascota de un mercado de alimentos para
perro domésticos, 500 mil más de los que había doce años atrás” (Subercaseaux Perros
literarios 22). La gran diferencia entre países considerados desarrollado, o de primer mundo,
callejeros, los cuales, o fueron abandonados por sus dueños, o nacieron siendo perro de calle,
sin hogar, a diferencia de los países desarrollados, en que las cifras de perros callejeros es
Europa, son los millones de perros en viviendas urbanas y rurales que funcionan como un
integrante más del núcleo familiar. La constante y creciente interacción, en todos los
continentes, entre seres humanos y perros, ha subsumido a los animales domésticos, perros
entre ellos, dentro la máquina antropocéntrica. Así, los perros ejercen oficios que practican
seres humanos o colaboran como apoyo en determinadas tareas: “Hay perros que funcionan
como guardias, perros-policías que se pasean por los aeropuertos olfateando drogas o
artefactos explosivos. Perros enfermeros que guían y facilitan la vida a personas no videntes.
Perros entrenados para detectar las bajas de glicemia en persona diabéticas. Perros terapeutas
que ayudan a curar las depresiones y que avisan de ataques epilépticos, que guían a niños y
que en las sociedades humanas, a modo de réplica, también existen fenómenos de exclusión,
poseen un árbol genealógico y pedigrí, que comen alimentos cocinados especialmente para
perros de igual estatus. Empero, la mayoría de los perros, son animales hogareños que forman
parte del núcleo familia que los acoge, independiente de su genealogía o pedigrí. En vista de
lo dicho, existe un enorme mercado destinado a satisfacer las necesidades de los perros
hasta terapias de reiki. Otros, desgraciadamente, perros callejeros, habitantes de las distintas
posible ver programas de televisión y series con perros como protagonistas: El encantador
de perros, programa destinado a domesticar perros de difícil carácter a través de sicología
canina; Comisario Rex, la serie televisiva de un perro policía que, capítulo a capítulo, se
encarga de combatir el crimen; Amigos caninos, serie documental producida por Netflix, en
que se relatan emotivas historias de apego entre seres humanos y perros, resaltando la crónica
de un refugiado sirio en Alemania, quien huyó del servicio militar obligatorio, que encuentra
clandestinamente a perros del país, para reunirlos con sus amos. En definitiva, como
dimensión perruna de la realidad. Por su parte, en las letras contemporáneas, así como en la
Julieta Yelin, crítica literaria argentina, y pionera en tratar la cuestión animal desde los
que las biografías de animales no existen, y más aún, es imposible que existan, a menos que
en algún futuro lejano la tierra sea dominada por simios no humanos, así como en la película
Planet of the Apes (1968), dirigida por Franklin Schaffner, e inspirada en la homónima novela
distópica del escritor francés Pierre Boulle. No obstante, mientras no vivamos en el universo
distópico de la película y la novela, la posibilidad de que exista una biografía animal es nula,
existencia. Desafortunadamente para los animales, el bíos, la manera en que el mundo se nos
presenta, establece una relación de mutua necesidad con la grafía. En definitiva, la
cosmovisión antropocéntrica, establece que la vida del ser humano, en detrimento de los
animales, debe ser protegida por su aptitud para poner su existencia en palabras. Queda claro,
entonces, que toda creación literaria refrenda que el ser humano posee la habilidad de
mundo”. El ser humano, quien está abierto al ser de los entes, puede plasmar su existencia a
sabemos que los animales, independiente de la corriente filosófica que trabaje la problemática
animal, han sido catalogados como seres “pobres de mundo”, aquellas criaturas que no
de señales perceptibles por sus sentidos (Yelin El animal biográfico 32). La vida del animal,
tristemente, como revisamos, está determinada por su falta de lenguaje, razón, alma, espíritu,
inteligencia, sensibilidad y mente. Sin embargo, la relación entre el animal y su entorno que
describió Heidegger, siguiendo a Yelin, está cargada de ambigüedades, puesto que, si bien
los animales no tienen acceso al ser de los entes, al mundo, tampoco permanecen ajenos a él.
Dicho de otra manera, los animales están en el mundo de un modo contrario al Dasein
se vuelve muy relevante si el objetivo es analizar las posibilidades de una biografía animal,
es decir, las chances que tiene el animal -un animal- de que su vida […] alcance cierta
dignidad literaria” (Yelin El animal biográfico 39). Para Yelin, el peso del pensamiento
antropocéntrico, y del sistema heideggeriano, es tan grande, que se ha llegado a imaginar un
ocasiones, la posibilidad de dar forma narrativa a las vidas de los animales. Quizá, es más
fácil dar vida, personificar, a las cosas en tanto no generaran, hasta el momento,
En suma, la vida de los animales no es biografiable, ya que, aunque sea imposible negar
que tengan una vida, ésta no ha sido conceptualizada como bíos, la manera propia de vivir
de un individuo, sino que como zoé, es decir, el simple hecho de vivir como cualquier otro
ser vivo: el animal es catalogado como una criatura sacrificable, incapaz de expresarse a sí
mismo, lo que deviene en su falta de protección política. Ahora bien, se pregunta Yelin:
¿cómo es que una vida desprovista de protección política puede merecer un relato? ¿Le
podría interesar a alguien, por ejemplo, la historia de un perro vagabundo o el relato de los
paseos de un perro perdiguero y su amo? ¿Un perro es una vida sacrificable o posee bíos?
Dentro del total de narraciones que tratan la vida de un animal es difícil encontrar relatos
que genuinamente relaten la vida de un animal. Existe una gran variedad de novelas, dentro
gato, en relación a un sujeto concreto (Yelin El animal biográfico 40). El fenómeno que se
produce en novelas del tipo descrito, sostiene Yelin, es que ocurre un deslizamiento desde el
de un perro o el cotidiano de un gato, esbozada en los títulos de tales obras, termina siendo
una excusa para hablar de una vida considerada más valiosa, la del propio autor o del
protagonista humano del relato. Ejemplos de tales novelas son: Flush (1933) de Virginia
Woolf, Mi perra Tulip (1956) de John Ackerley o Todos los perros de mi vida (1936) de
Elisabeth Von Armin. Aclara Yelin que su intención no es minusvalorar tales novelas, sin
embargo, son obras que, más bien, son el producto de experimentaciones literarias en busca
segundo plano.
A diferencia de lo que opina Julieta Yelin de las obras señaladas, pretendemos en esta
reflexión, abarcar las distintas miradas de lo perruno en la literatura, independiente del fin
estético con el que se utilice la imagen del perro. De acuerdo con esto, la literatura perruna
nos permite indagar, por un lado, en la condición humana, y por otro, en la condición animal,
quizá como ningún otro tipo de literatura, revelándonos aspectos aún no analizados por la
perrunas, por consiguiente, más que abocarnos a una lectura enfocada en el desocultamiento
de una verdad respecto a lo humano y a lo animal, debemos prestar atención a las estrategias
narrativas con que se construyen las novelas del corpus perruno, lo cual, no implica
sino que valorar las novelas por la configuración de los personajes, el carácter de éstos y los
(Subercaseaux Perros literarios 39) que, si bien, son un aspecto relevante, no nos aportan lo
La modernidad literaria, se postula, que surge con la primera parte de Don Quijote de la
Mancha (1605) de Miguel de Cervantes, por lo que, no es de extrañar, que sea el mismo
Cervantes quien de voz a personajes perrunos, aunque no sea el primero en hacerlo, es a partir
de la novela El casamiento engañoso y El coloquio de los perros (1613), que las voces
perrunas adquieren una presencia sostenida en la literatura, dando lugar a una tradición de
picaresca de Cervantes, en Chile, encontramos novelas en que los personajes son perros
Daniel Barros Grez y Memorias de un perro escritas por su propia pata (1893) de Juan
Rafael Allende. Casi un siglo después, también en Chile y en clave picaresca, tenemos a
Pastas de perro (1965) de Carlos Droguett, novela en que Bobi, el protagonista, un niño
cuyas piernas son de perro, también en clave picaresca, representa el constante sufrimiento
sociedad –la familia, el barrio, la escuela, la policía- con tal de excluirlo a causa de su
desengaña de su lado humano y decide vivir como perro. Por otro lado, a comienzos del siglo
cultor de una narrativa de corte realista, publica El llamado de la selva (1903), un viaje de
ida y vuelta desde un perro doméstio a lo salvaje, su ancestro el lobo. Del mismo, Eva
arbitrariamente como condición humana para crear un relato, basado en hechos reales, de la
historia de un niño huérfano que es adoptado por una manada de perros y crece creyendo ser
que “el hombre nuevo” que propone el socialismo es caricaturizado en la figura de un perro
literarios 17)
1.4. Antecedentes filosóficos.
en las últimas décadas del siglo XX. Tal debate se alza a partir de las críticas al
medida del universo, y la culminación biológica y espiritual de las especies, y también una
discusión filosófica, principalmente, gira en torno a la idea de que los animales son seres
percibe a los animales como capaces solo de sensaciones y apetitos. En la misma línea
Descartes los veía tan solo como máquinas y no los diferenciaba de un artefacto hecho por el
hombre; Kant solo le concedía la mayoría de edad a los ser humanos y el materialismo
histórico no consideraba a los animales como parte de la sociedad sin clases a la que aspiraba.
De esta suerte, entendemos que el ser humano, preso su narcicismo característico, se erige a
idea de que existe una frontera absoluta, construida por el pensamiento antropocentrista, entre
por sobre otras (Subercaseaux Perros y literatura 45). Desde esta preponderancia del ser
humano, es que la cuestión animal supone tomar posición frente al discurso filosófico
antropocéntrico, y todo lo que ello involucra, y así, enarbolar un contra-discurso que implique
la deconstrucción de los fundamentos antropocéntricos de la cultura. En este debate han
participado, entre otros, Michael Foucault, Jacques Derrida, Gilles Deleuze y Félix Guattari,
Peter Singer, Giorgio Agamben, Mathew Calarco, Kelly Oliver, Cary Wolfe, Cora Diamond,
Clare Palmer, J.M Coetzee y, desde la academia latinoamericana, Sandra Baquedano y Julieta
haya adoptado como un tema relevante en su agenta la cuestión animal y que la revista
animal.
Como ya mencionamos, desde las últimas décadas del siglo XX, y cada vez con mayor
fuerza hasta la actualidad, gran parte del debate filosófico, y político por extensión, se ha
enfocado en el estatuto del animal en la sociedad contemporánea. Tal debate utiliza de marco
antropológicas, biológicas y sicológicas, por mencionar solo algunas, han puesto su empeño
en derribar las fronteras culturales e históricas que el pensar antropocéntrico ha erigido entre
la condición humana y la condición animal. Autores como John Berger (¿Por qué miramos
a los animales?), Giorgio Agamben (Lo abierto), Gilles Deleuze y Félix Guattari, Jacques
Derrida (El animal que luego estoy si(gui)endo) y Michael Foucault, por mencionar solo
algunos, quienes, pese a estar ligados a distintas líneas filosóficas, coinciden en señalar la
humanos. Julieta Yelin expone que algunas de las más trascendentes transformaciones surgen
a partir de fenómenos como: “la migración masiva de la población rural a las grandes urbes;
la desaparición del animal doméstico útil y el surgimiento de la mascota sin fines prácticos;
el desarrollo de la industria del alimento y la reducción del animal a mera materia prima; la
Mathew Calarco, Kelly Oliver, Cary Wolfe, Cora Diamond, Clare Palmer, J.M Coetzee y,
colección de ensayos sobre lo que puede denominarse como “la cuestión animal”: un espacio
científicas y artísticas realizan con la filosofía de cuño posthumanista (Yelin Breve estado
30), la cual se propone examinar la historia del pensamiento antropocéntrico en relación con
las transformaciones técnicas, ideológicas y culturales de Occidente (Yelin Kafka y el ocaso
82). Cary Wolfe, desde su posición de vanguardista de las posthumanidades, es quien edita
Posthumanities, revista que da cuenta de los dos sentidos que tiene el estudio del problema
tiempo y un espacio en el que se desarrollan una serie de conceptos para intentar aprehender
occidental, no solo en el campo de la filosofía, sino que también en lo que respecta a los
saberes políticos, científicos y estéticos. Dicho de otro modo, como un proceso histórico en
fracaso del capitalismo, es cada vez más evidente. En este contexto, las humanidades,
entendidas como campos del saber, pierden valor progresivamente. Una de las tareas de las
nuevo abanico de conceptualizaciones que superan las ya gastadas dicotomías que moldean
civilización-cultura y sus numerosas derivaciones (Yelin Breve estado 31). En segundo lugar,
cuestionen los límites que separan a un campo de otro. Interrogar los límites de las
reacio a aceptar los límites disciplinares establecidos a priori por el razonamiento moderno,
que mediante nuestra propia especificidad podemos realizar un aporte a la cuestión animal
Definidos los parámetros teórico en que los que se desenvuelven las posthumanidades y
los estudios animales, tributarios de estas, queda ocuparnos del lugar que ocupan las
latinoamericano, durante la década de 1990, fue propiciada por los llamados estudios
la exaltación teórica, cuyo punto cúlmine fue la deconstrucción derrideana, y saturaron las
escrituras críticas con su jerga. Dalmaroni afirma que las corrientes “post” despojaran a la
crítica literaria de su “especialidad”, aquello que la constituía como un objeto teórico, dando
declinantes estudios culturales” (Yelin La vida crítica 226). La respuesta, contrario a lo que
este modo, tenemos que, como primer punto en común, ambos estudios comparten el
voluntad de escapar a las interpretaciones que invisten a la literatura con ciertos valores: la
entre otros. En este sentido, el rechazo a las morales de la forma que derivan en morales del
contenido, contribuye a sacralizar las artes como vías regias de expresión de lo humano. En
otro orden de ideas, Yelin hace hincapié en que no existen teorizaciones filosóficas recientes
dedicadas a la cuestión animal que, así como en los estudios culturales, se propongan borrar
las fronteras disciplinares y estar en contacto con el núcleo de la cultura. A este respecto, el
objetivo de la crítica posthumanista es, en cambio, que cada disciplina, desde su campo de
por otras disciplinas, transgrediendo los resistentes límites que separan a las llamadas
modo en que sea capaz de abandonar la seguridad del universo metafísico humanista. Para
todas las resistencias posibles a las categorías que defienden el entendimiento tradicional de
la literatura, es decir, una defensa a partir de nociones antropocéntricas, y con ello,
desestabilizar las seguridades, constructos culturales humanistas, que posee el ser humano
materias, sino promover el replanteamiento de las teorías, metodologías y éticas con las que
contrario, está motivado “por la percepción de que la pregunta por lo humano ha desbordado
el estrecho marco al que la había confinado la filosofía moderna, volcándose al más vasto y
complejo ámbito de lo “viviente”” (Yelin Breve estado 32). Son evidentes las consecuencias
cuenta del tal discurso desestabilizador, lugar común de los estudios posthumanistas, nos
centraremos en los planteamientos que despliega Jacques Derrida en su libro El animal que
luego estoy si(gui)endo (2008), donde realiza un análisis crítico de los planteamientos de
Martin Heidegger, quien elabora el concepto de “lo abierto” y “pobreza de mundo” para
describir la diferencia ontológica entre humanos y animales, pues, considera Heidegger, que
éstos últimos están incapacitados de preguntarse por el ser de los entes, pero sí, son capaces
de responder a estímulos que reciben del mundo que los circunda. En contraposición a las
percibirlo. La crítica de Derrida traspasa las tesis de Heidegger y hace surgir la pregunta de
qué tan reales sean los vínculos configuradores de mundo: ¿Cómo podemos hablar de
sí mismo? Si bien las tesis de Heidegger poseen una explicación de la noción de mundo, ésta
que la relación del animal con el mundo, en comparación al ser humano, es solo diferente, en
ningún caso inferior, no realiza ningún juicio respecto al tipo de acceso que tengan los
este sentido, el ser humano es quien observa, y analiza, el comportamiento que tiene el animal
con el mundo, idea que se concibe sin tomar en cuenta la experiencia del animal,
su mirada, y se ha cerrado a recibir cualquier tipo de respuesta por parte del animal, objeto,
animal como sujeto, considerándolo como un ser incapaz de generar vínculos fuera de su
anillo desinhibidor, el entorno que lo rodea, basándose en la certeza de que solo son criaturas
capacitadas para reaccionar mediante impulsos mecánicos, es decir: si un animal gime de
dolor, es solo una reacción mecánica ante un estímulo, no una reacción ante la sensación de
dolor. Resulta imposible negar, debido al olvido premeditado de la mirada, que los animales
viven en una constante vulneración de su integridad, tanto síquica como corporal, lo que es
una realidad conocida por la humanidad, pero jamás, o muy pocas veces, discutida en el
Cuando asistimos a espectáculos, como circos o zoológicos, en que los animales son
objetualizados como una atracción, estamos en presencia de una visión falsa del animal. Cada
jaula es un marco que aloja a un animal en su interior y los visitantes pasan de jaula en jaula
de una manera no muy diferente a como lo harían en una galería de arte. Sin embargo, la
imagen que el espectador se lleva de la condición animal es falsa, puesto que no se puede
llegar a conocer verdaderamente a un animal, en este caso, considerado una cosa, mientras
que su mirada esté suprimida. El resultado es una civilización en que la especie dominante,
animal y no toma en cuenta la experiencia de éste. De este modo, volviendo a la imagen del
zoológico, el ser humano es capaz de crear un hábitat ficticio en que el animal es forzado a
que los animales están incapacitados de recoger conocimiento experiencial del mundo a partir
de sus propias percepciones sensoriales. Así, el ser humano es quien observa y califica,
mediante teorías formuladas por él mismo, la relación que el animal posee con su entorno,
entablar nexos con el mundo que van más allá de lo observado. En definitiva, Derrida,
seres humanos respecto a otras especies, poner atención al descentramiento de las lógicas de
son configuradoras del universo narrativo desplegado en la obra analizada. Manuel Mujica
Lainez, reconocido narrado argentino, en su novela Cécil (1962), escribe una suerte de
teóricamente esta obra desde la “pérdida de la mirada” derrideana, es un aporte a los estudios
animales, puesto que proporciona un nuevo tipo de lectura en concordancia a las exigencias
tercera generación, que han surgido en las últimas décadas. El centrar nuestra atención en la
voz de Cécil, supone, entre otras cosas, aunque se trate de una ficción, legitimar el punto de
vista del animal como sujeto y, al mismo tiempo, resquebrajar las seguridades
Hasta aquí hemos revisado algunas ideas y autores del debate sobre la filosofía
animal, lo que opera como una introducción a nuestra lectura y análisis de la novela objeto
de nuestro estudio. Leonardo Padura Fuentes, escritor, crítico literario, guionista y periodista
cubano, autor de El hombre que amaba a los perro, nace en La Habana, precisamente en la
Cubana y doce años antes de la muerte del revolucionario argentino-cubano Ernesto Guevara
residencial de La Habana, donde conoce a la guionista Lucía López Coll, quien actualmente
Barbudo, fundada en 1965 y aún en circulación; también colaboró con el periódico Juventud
redacción en La gaceta de Cuba, revista publicada seis veces al año por la Unión de
Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), donde se escribe acerca de temas relacionados con
La experiencia que obtuvo Padura como escritor de reportajes sobre historia y cultura
mientras trabajó como periodista, son el impulso que necesitaba para darse a conocer como
Padura son las protagonizadas por el detective Mario Conde, sobresaliendo la tetralogía
conocida como Las cuatro estaciones: Pasado perfecto (1991), Vientos de cuaresma (1995),
Máscaras (1997) y Paisaje de otoño (1998). También destacan Adiós Hemingway (2001),
protagonizada por Mario Conde; La novela de mi vida (2002), novela acerca del poeta cubano
José María Heredia; La neblina del ayer (2005), la sexta publicación de la serie policial de
Mario Conde y El hombre que amaba a los perros (2009), objeto del presente estudio, novela
histórica y policial que trata del asesinato de Liev Davídovich, Trotski, a manos del español
y republicano Ramón Mercader del Río, obra que deslumbra por el particular tratamiento que
reciben los personajes perrunos insertos en el relato. Con posterioridad Padura ha publicado
las novelas La cola de serpiente (2011), Herejes (2013) y La transparencia del tiempo
(2018): séptima, octava y novena publicaciones de la serie policial de Mario Conde. De esta
forma, Leonardo Padura es considerado por la crítica literaria especializada, tanto en Cuba
actualidad, siendo reconocido con una inmensa cantidad de premios literarios, entre lo que
destacan: Premio UNEAC por Vientos de cuaresma en 1993; Premio Hammett en 1998 por
Paisaje de otoño, creado en honor al escritor de novelas policiales Dashiell Hammett que
premia a la mejor novela del género policial escrita en español; premio a la mejor novela
policial traducida en Alemania por Máscaras; premio a la mejor novela policial en Austria
por Vientos de cuaresma en 2004; nuevamente ganador del Premio Hammett en 2006 por La
neblina del ayer; Premio Francesco Gelmi di Caporiaco en 2010 por El hombre que amaba
a los perros; finalista del premio Libro del Año organizado por el Gremio de Libreros de
Madrid por El hombre que amaba a los perros en 2010; Premio de la Crítica en 2011
entregado por el Instituto Cubano del Libro por El hombre que amaba a los perros; el premio
francés Prix Initiales en 2011 por El hombre que amaba a los perros; Premio Carbet del
Caribe otorgado por la revista Carbet & Institut du Tout Monde en 2011 por El hombre que
amaba a los perros y el Premio Nacional de Literatura de su natal Cuba en 2012, recibido
principalmente por el éxito y la profundidad literaria que alcanza su novela El hombre que
literatura mundial no le ha sido fácil de obtener, principalmente por las ácidas críticas a la
Revolución que éste realiza en sus obras, ya sean novelas, cuentos o guiones. En una
entrevista realizada por Manuel Campirano en el año 2007, mientras Padura visitaba la
su función?”, éste responde: “Creo que la literatura es un arte que cumple una función. Sobre
de la memoria, pero también tiene una función social activa” (Campirano 1). Para Padura, su
obra, lejos de reproducir el discurso ortodoxo y oficial del gobierno cubano, se instala como
una visión alternativa de la realidad cubana. Así es como, explica Padura, sus novelas buscan
rescatar episodios de la memoria colectiva cubana que saquen a la luz las injusticias y el
ostracismo al que fueron sometidos muchos intelectuales por estar “poco comprometidos”
Piñera y Lezama Lima, a quienes se les llegó a negar la edición de sus obras. El punto que
marca el inicio del “quinquenio gris” o el “decenio negro” de la producción cultural cubana,
señala Padura, es el caso de Heberto Padilla en 1971, poeta cubano que fue encarcelado por
cuarenta días, a raíz de un recital que dio en la Unión de Escritores, y que es inducido a hacer
una confesión en la que acusa a varios compañeros escritores de actos que, si bien no son
delitos, en la vida pública, dentro del contexto de la Revolución, eran invalidantes, y por ello,
seguirán los estándares exigidos por la URSS a los países de su órbita. La novela de Padura,
Máscaras, toca el tema de las consecuencias que tuvieron que sufrir muchos escritores,
excluidos de la vida pública y cultural, debido a sus opiniones políticas, creencias religiosas
u orientaciones sexuales. De igual modo, en El hombre que amaba a los perros, se relata la
historia del hermano homosexual de Iván Cárdenas, William, quien, pese a ser un joven
brillante y haber “terminado su primer año en la Escuela de Medicina con notas tan elevadas
como inusuales para ese periodo, el más arduo de la carrera. Pero recién comenzando el
relaciones íntimas desde el año anterior, fueron acusados de homosexuales por otro profesor,
en una reunión del núcleo del Partido en el cual militaban ambos maestros”. El Partido, la
maestro y William, quien, pese a su constante negativa ante las acusaciones de ser
homosexual, pocas semanas después, echando mano a su coraje “se rebeló contra un
ocultamiento agotador y represivo, y dijo que sí, él era homosexual, desde los trece años”.
orientación sexual con sus notables desempeños como académico y estudiante, ambos ya
habían sido sentenciados de antemano: “el profesor sería expulsado indefinidamente del
Partido y del sistema nacional de enseñanza, mientras que William era separado dos años de
William intenta huir en una balsa junto a su novio, muriendo en su empresa de escape, y
con los más vulnerables, en quienes no se ajustasen a los cánones de la ortodoxia. Entonces
comprendí que tanto mis padres como yo habíamos sido juguetes de prejuicios ancestrales,
de presiones ambientales del momento y, sobre todo, víctimas del miedo, tanto o más (sin
duda más) que William” (Padura El hombre que amaba a los perros 238).
En total, como bien expresa Padura, su obra tiene la función de rescatar la memoria
acerca de las injusticias que, en su opinión, deben salir a la luz. Todo lo anterior, claro está,
diez millones, como una característica propia de la generación de creadores cubanos a la que
pertenece: “La generación mía empieza a ver la realidad desde otra perspectiva. El momento
en el que todo el mundo se dio cuenta de que estaba pasando algo distinto […] fue en el año
1981, cuando un grupo de pintores hace una exposición que llaman Volumen 1, en la cual se
quiebran los códigos de la pintura realista que se habían tratado de establecer en Cuba.”. Los
escritores coetáneos a Padura, como no participaron del circuito cultural de los años sesenta
escritor cubano, llama “muertos civiles”: “existían, nadie les hacía nada, no iban a la cárcel,
no pasaba nada, pero era transparentes. No existían para las editoriales, para las
universidades, no se hablaba de ellos en las revistas (Campirano 4). De esta manera, los
que iban a cortar caña- comienzan a ver desde otra perspectiva la Revolución y los fenómenos
que produjo en la sociedad cubana, comenzando a producir una literatura de carácter más
“íntimo, en donde los conflictos de los individuos eran más importantes que los grandes
conflictos sociales.” (Campirano 4). El hombre que amaba a los perros, entonces, se enmarca
relativo a la mirada crítica que una generación, de la cual Padura es miembro, comienza a
de una generación que dejó atrás las ataduras del pasado, convirtiéndose en la voz de esa
generación.
La historia central El hombre que amaba a los perros, recrea la antesala del asesinato
Ramón Mercader del Rio, y reconocido por la marginación política y exilio, a partir de 1929,
del que fue víctima por parte de Iósif Stalin, secretario general del Comité Central del Partido
Comunista de la Unión Soviética, producto del encono que éste último tuvo en contra del
fundador del Ejército Rojo. Y, por otro lado, representa la relación que tiene Ramón
Mercader, tras asesinar a Trotski y pasar veinte años preso en México, durante sus últimas
meses de vida en Cuba con el periodista y escritor frustrado, Iván Cárdenas, quien sufre, por
ser, en términos de Antón Arrufat, un “muerto civil” por haber escrito en su juventud un
cuento que no agradó a las autoridades del Partido, perdiendo completamente su voluntad de
volver a escribir.
La figura de Liev Trotski y la de su misterioso asesino, Ramón Mercader, no es la
Barton, célebre por interpretar a Marcellus en El manto sagrado (1953), interpretó a Liev
Trotski. Literariamente, Jorge Semprún, escritor y cineasta español, aborda la oscura vida de
Liev Trotski, sino que ha sido un tema recurrente en los estudios historiográficos, basta
Trotski, cuya obra fue utilizada por Leonardo Padura, durante los diez años que duró la
investigación que realizó personalmente, con el fin de dar vida literaria a El hombre que
El hombre que amaba a los perros , si bien encaja dentro de las categorías genéricas
posteriormente, destaca, como hemos señalado, por el particular tratamiento que reciben los
otorga a los perros, pese a no ser protagonistas, va más allá de lo que podríamos calificar
como el objeto de nuestro estudio, son las relaciones que entablan los personajes perrunos
con los tres protagonistas, nos limitaremos, por el momento, solamente a referir a la
estructura gruesa de la novelas, esto es, la forma en que se compone y las relaciones entre los
protagonistas. Los demás personajes, perros y niños, a nuestro juicio, quienes poseen un
Padura. Aunque, vale la pena destacar, en relación a la estructura de la novela, tema de este
apartado, que, los personajes perrunos, como plantea Subercaseaux, funcionan como un
amarre ficticio que abrocha la novela, es decir, a nuestro juicio, son agentes narrativos que
protagonistas, reprimida por la convulsionada vida política que llevan, encuentra un espacio
Ahora bien, la creación del autor Leonardo Padura, genéricamente más cercana a El
hombre que amaba a los perros, es La novela de mi vida (2002), puesto que se trata a la vez
de una novela histórica y una novela policial respecto a la vida del poeta cubano José María
policía, después de dieciocho años en el exilio, decide volver por un mes a La Habana,
poeta José María Heredia, a quien dedicó su tesis doctoral. A la historia del regreso de Terry
a Cuba en busca del manuscrito perdido de Heredia, se suman, intercaladamente, dos planos
Colonia, y el plano de los últimos días de vida del hijo de Heredia, el masón José de Jesús
Heredia, a principios del siglo XX. Paulatinamente, así como en El hombre que amaba a los
perros, la vida de los personajes y sus andanzas van creando paralelismos: delaciones, exilios
e intrigas políticas que parecen ineludibles para todo creador que destaca por su talento.
Para explicar el argumento de El hombre que amaba a los perros, nos valdremos de
de manera clara y sucinta. Subercaseaux señala que la novela realiza un recorrido por las tres
estructurante de El hombre que amaba a los perros es la vida de Trotski, Liev Davídovich
Bronstein, desde su exilio en 1929 hasta su muerte en México, en su casa del barrio
espacio-temporal, visto en La novela de mi vida, aunque esta vez, las tres historias paralelas
especie de detective histórico al ir descubriendo poco a poco que el individuo que conoció
por azar un día en la playa de Santa María paseando a dos hermosos galgos rusos, o borzois,
“rápido” en ruso, es Ramón Mercader, el asesino de Liev Trotski, quien, con la identidad
cronológicamente ubicada entre los años 2006 y 2009, Daniel Fonseca, amigo y albacea
primera persona, da cuenta de cómo encuentra a Iván, junto a su perro Truco, muertos,
que Jaime López, realmente Ramón Mercader, le fue relatando durante sus encuentros en la
viejo artificio del manuscrito encontrado, y el testimonio vivo de los últimos años de vida de
Trotski, así como la historia que le relata el propio Mercader a Iván Cárdenas (Subercaseaux
Perros, estalinismo 185). La segunda sección sitúa la acción en 1929, cuando Liev Trotski,
recién exiliado por la dictadura burocrática de Iósif Stalin, es conducido por agentes de la
GPU1, policía secreta de la URSS durante los años 1923 y 1934, a Kazajistán y luego a
Odessa y Turquía, donde se instala en la Isla de Prínkipo como asilado. La tercera sección
Guadarrama, en plena guerra civil, donde nos encontramos con la enigmática figura de
Ramón Mercader, en ese entonces, un joven comunista, y de Caridad del Río, la conflictiva
madre de Ramón, quien le propone abandonar todo lo que posee, incluida su identidad y lazos
afectivos, para servir a la Unión Soviética en una misión secreta encargada por el mismo
Stalin: asesinar a Trotski, el mayor enemigo de la URSS. De esta manera quedan dispuestos
en torno a Iván Cárdenas, su mujer Ana y su amigo Daniel Fonseca. Las tres líneas temáticas,
poco a poco se van juntando narrativa y temporalmente, hasta el punto en que coinciden:
primero, en el asesinato de Liev Trotski, donde éste conoce a Ramón, oculto bajo el nombre
1
El aparato de inteligencia de Unión Soviética pasó por distintos nombres: GPU, NKVD y KGB
del periodista belga Jacques Mornard, y luego en Cuba, donde Ramón, tras la identidad de
Jaime López, le relata su historia en tercera persona, como si el protagonista fuese un amigo
suyo, a Iván. También, desde el punto de vista geográfico, la novela en cada subcapítulo
cambia la localización donde ocurre la acción: La Habana, Rusia, Turquía, España, Noruega,
la intriga respecto a la muerte de Trotski. Si bien cualquiera que tenga nociones de historia
del siglo XX, sabe que Trotski fue asesinado por Ramón Mercader en su casa de Coyoacán,
de la identidad de Jaime López que Iván debe desentrañar, recurriendo incluso a consultar la
historiador polaco Isaac Deutscher, la misma biografía que utilizó Leonardo Padura para
informarse acerca de la vida de Trotski mientras escribía la novela. Por otro lado, la tensión
cuento del destacado autor estadounidense del género policial, Raymond Chandler, a quien
Padura señala como una importante referencia en su formación como escritor: “los escritores
norteamericanos me enseñaron a contar una historia. Y por eso digo que Mario Conde es
nieto de Phillip Marlowe, el protagonista de las novelas de Chandler, e hijo de Pepe Carvalho,
el detective de Vázquez Montalbán” (Campirano 2). Siguiendo esta línea, Padura, como
admirador de las técnicas narrativas de Chandler, debió estructurar El hombre que amaba a
los perros utilizando, como centro de gravedad, al enigma (Subercaseaux Perros, estalinismo
al proceso que conduce al lector hasta la resolución del enigma que al enigma en sí mismo.
Prueba de ello es que el principal desenlace de la novela, el asesinato de Trotski, sea conocido
de antemano por cualquier lector con conocimientos acerca de la historia del siglo XX y que
la novela, una vez muerto Trotski, aún disponga de una última sección, “Réquiem”, en que
se relata qué ocurrió con Mercader durante su estadía en la cárcel y qué es de su vida en
Iván, quien, sin previo aviso, recibe una misteriosa carta, escrita hace ya varios años, enviada
por Ramón, a modo de disculpa por no asistir a su último encuentro en la playa de Santa
María, y la visita del antiguo guardaespaldas de Ramón, aquel misterioso hombre negro que
desde la lejanía observaba a Iván mientras conversaba con Mercader, y, por último, una vez
muerta Ana, la decisión de Iván de entregar sus manuscritos a Daniel Fonseca, y su posible
suicidio junto a su perro Truco al dejar que, por consecuencia de una tormenta, cayera el
De este modo, siendo el enigma conocido desde un principio por la mayoría de los
lectores, al estilo de una película acerca de la vida de Jesucristo, donde Ramón Mercader
sería Judas Iscariote, lo que el narratario ignora “es el cerco progresivo (en Rusia, Turquía,
Noruega, Francia, Alemania y México) que va hilando el régimen de Stalin, liquidando a los
dos hijos de Trotski, a algunos de sus excolaboradores que lo visitan en el exilio, penetrando
en su entorno con espías, hasta dejar finalmente caer la araña con el piolet [Ramón Mercader]
en la casa de Coyoacán” (Subercaseaux Perros, estalinismo 186). Así, El hombre que amaba
a los perros se configura como una novela que privilegia la alta capacidad de perspectiva,
principalmente de la realidad social cubana, que nos otorga el género negro por sobre el
objetivo de descifrar el enigma: el mismo Padura señala, en referencia a sus novelas de Mario
Conde, que la novela es un excusa para adentrarse en lo social, puesto que la novela negra es
identidad de Jaime López, y por otro, en su calidad de “muerto civil”, evidencia las
Aun así, la tensión principal, el homicidio de Trotski a manos de Mercader, más allá
de que, en estricto rigor, no sea un misterio, está cruzada por otras tensiones secundarias, que
sí funcionan bajo el parámetro del enigma, en las que hay pequeñas intrigas que el lector se
interesa por conocer. Por ejemplo, “¿en qué terminará el amor de Ramón Mercader y África
de la Heras?; ¿los deslices de Trotski con Frida Kahlo?; ¿es acaso un relación puramente
secretaria de Trotski, a la que Mercader enamora?); ¿en qué finalizará la labor detectivesca
al mismo tiempo que su conciencia moral va creciendo como una serie de reflexiones sobre
la libertad, la opresión y el genocidio en que han terminado algunas de las grandes utopías
del siglo XX?” (Subercaseaux Perros, estalinismo 186). En suma, se trata de una serie de
enigmas secundarios distribuidos intercaladamente que aumentan la intriga del lector y sus
ansías por terminar una novela de gran extensión, 633 páginas. La novela de Padura, por su
estructura de capítulos intercalados, tiene mucho que ver con la disposición del montaje
narrativa al introducir la intercalación de planos como la técnica con la que se ensambla una
novela. Esta secuencia no lineal, similar a la que despliega Mario Vargas Llosa en La ciudad
largo de la toda la novela. Un vilo que no se tranquiliza leyendo anticipadamente las últimas
páginas, sino que es parte -como en las mejores novelas del género negro- de la tela de araña
186)
Otro factor importante a tener cuenta en la estructura de El hombre que amaba a los
las tres líneas temáticas principales: Iván Cárdenas, Liev Trotski y Ramón Mercader. De esta
suerte, Iván, el frustrado escritor cubano, se diferencia de los otros dos protagonistas en tanto
Revolución de primera fuente. Explica Subercaseaux que sería distinto que un narrador en
tercera persona nos informara la razón que tiene Iván para negarse a escribir la historia del
asesinato de Trotski, contada por el mismo Ramón Mercader en los estertores de su vida en
Cuba. En efecto, es significativo para la novela, le otorga tensión dramática, que el mismo
Iván sea quien revela a su mujer, Ana, después de que ésta le preguntara por qué no había
escrito un libro con la historia, el homocidio de Trotski, que la vida puso en su camino: ““No
lo escribí -le responde Iván- por miedo”. Respuesta con que concluye el subcapítulo, y que
estalinismo 187)
Como señalamos en el apartado anterior, El hombre que amaba a los perros, encaja,
aunque con matices, sello de la narrativa de Leonardo Padura, en la novela negra, o como
policiales, conocido en el ambiente literario como S.S Van Dine, autor de una serie de
exhibido por primera vez en la novela El crimen de Benson (1926), logró trascender lo
literario, llegando a ser interpretado cinematográficamente por Basil Rathbone, famoso actor
británico de la década de los cuarenta, recordado por haber personificado, en más de catorce
obstante, más allá de Vance, Rathbone y Holmes, queremos destacar a S.S Van Dine,
veinte reglas ineludibles para escribir correctamente una novela policial. De este modo, por
ejemplo, en la regla número cuatro, S.S Van Dine determina que a lo largo de una novela
policial debe estar presente el enigma, entendido como el misterio que sirve de motor del
relato hasta su desenlace; o bien, como disponen las reglas número quince y diecinueve: “El
estratagema es un timo, un engaño” y “Los motivos que induzcan al delito en las historias
secreto.” (Van Dine). En efecto, como ya anticipamos, queda de manifiesto que la novela de
Padura no califica, en términos de S.S Van Dine, como una novela policial, sino más bien,
como una reformulación de ésta, ya que no cumple con ninguna de las tres normas citadas.
De esta suerte, en este apartado, nos proponemos dar cuenta de los factores, tanto narrativos
como historiográficos, que tornan la novelística de Padura en una reconfiguración del modelo
tradicional de novela policial. El mismo Leonardo Padura que, además de autor de El hombre
lo cual implica que la reformulación que imprimió sobre la clásica novela policial, no fue
(1999), asevera que la novela policial, como producto de la modernidad industrial inglesa,
que provocó consecuencias en las formas que ésta iría adoptando al ir siendo asimilada por
policías con los avances científicos criminológicos y la poca disposición política de los
sucesivos gobiernos dictatoriales, más preocupados de reprimir que de reformar las viejas
instituciones policiales, dan como resultado un terreno yermo para cualquier intento de
No es hasta la década de 1930, y sobre todo la de 1940, según indica Padura, que naciones
como Argentina, España, México y Chile, comienzan a producir un tipo de narrativa que
sienta las bases para una posterior producción de una expresión hispánica dentro de la novela
policial2. La literatura policial que se comienza a cultivar en los países mencionados, sugiere
Padura, puede ser englobada en algunas proposiciones básicas: por un lado, como primera
proposición, tenemos al acto mimético, es decir, el planteo de una aspiración por medio de
la copia más o menos fiel al original; por otro lado, como segunda proposición, está el
ejercicio paródico, ya veremos que tal idea encaja en la obra novelística de Padura, que
siempre implica una sabiduría, una negación y una mueca hacia el prototipo modélico
hispanoamericanos optan por desarrollar el género desde la práctica mimética de los grandes
décadas atrás por el modelo detectivesco o por los populares folletines de aventuras policiales
(Padura 38). Será en 1940 que comience a gestarse, principalmente en Argentina, beneficiada
por el crecimiento económico vivido tras la Segunda Guerra Mundial, una novela policial de
lengua castellana que no recurre al ejercicio mimético, sino a la parodia. Jorge Luís Borges
y Adolfo Bioy Casares, dos sublimes autores ligados a la vanguardia hispanoamericana, dan
Domecq, autor ficticio de Seis problemas para don Isidro Parodi (1942): “Al colocar a Isidro
Parodi en una celda, desde la cual debe develar intrincados misterios, los autores toman lo
esencial del modelo creado por Poe […], magnificado por Conan Doyle y llevado a alturas
modo, al dotar sus textos de una proposición lingüística que acude a la expresión porteña,
2
La literatura policial argentina llegará a contar con cultores de la talla de Borges, Bioy Casares,
Rodolfo Walsh, Silvina Ocampo, entre otra gran cantidad de autores.
comienzan a darle vida al cadáver que ellos mismos están matando, y lo hacen, como
en la tradición del género policial. En primer lugar, debemos tener en cuenta que Padura,
pese a ser un autor que cultiva un género eminentemente anglosajón, es un escritor inserto
una entrevista realizada por Manuel Campirano, que la novela policial “anglo” era
considerada una literatura de segunda categoría, a pesar de existir nombres como Raymond
Chandler y Kirk Hammett, autores que dieron toda una dignidad al género: “Por lo tanto, en
Cuba no existía una tradición de novela policial. De pronto, en el año 1971, se publicó una
novela también muy en el estilo hardboiled3 de las novelas norteamericanas, escrita por un
ingeniero de nombre Ignacio Cárdenas Acuña. Era una novela interesante que se desarrollaba
de la cultura y la vida en Cuba, el cambio de década del sesenta al setenta: “es, para decirlo
3
El hardboiled se distingue de la novela negra por presentar una gran cantidad de escenarios en los
que intervienen componentes lascivos como la extrema violencia, asesinatos y distintos contextos
eróticos que normalmente derivan en el sexo explícito.
socialistas” (Campirano 3). Así, la novela policial angloamericana de Cuba, después de
pensamiento marxista que llegó en 1959, experimentó una asimilación única: como la
antropología del marxismo considera al ser humano como un producto de las circunstancias
novela policial, por situarse al margen de los órganos policiales institucionales y resolver los
expone Clemens, tenemos que los novelistas cubanos optan por reemplazar al clásico
fundamentalmente con las Comités de Defensa de las Revolución” (Cit. en Franken 30).
Rodríguez, desarrollando aún más el tema, plantea que en las novelas policiales cubanas, el
remanente que debe ser combatido por las instituciones revolucionarias: “El delito, más que
un atentado a la moral, es un reto a la nueva sociedad, de ahí que, en gran parte de las novelas,
a través de concursos literarios en las décadas de 1970 y 1980, de gran éxito entre la
población, organizados por el Ministerio del Interior de Cuba: estadísticas registradas por
Fernández Pequeño, indican que entre los años 1971 a 1978 se publicaron doce novelas
policiales, números que contrastan con la producción ofrecida entre 1980 y 1983, donde se
publicaron veintidós novelas del género. Sin embargo, como no todo lo que brilla es oro, la
empañando un proceso literario que en la década de 1970 alcanzó su nivel más alto (Clemens
31). Leonardo Padura destacada las novelas policiales, precisamente de la década de los
muerto mañana (1978) del mismo Nogueras y Joy (1977) de Daniel Chavarría. Con todo, el
descrédito de la novela policial en Cuba, no puede endosarse solamente a una mala política
editorial, sino que debe agregarse la excesiva ideologización y esquematización con que se
desilusión del público lector debido a la baja calidad de las novelas publicadas en la década
de los ochenta, la novela policial de Padura también se nutre del desencanto de la utopía
encarcelamiento de altos oficiales de las Fuerzas Armadas y el Ministerio del Interior. Así,
Cuba, a causa de la caída del muro, además de verse en una profunda crisis económica,
enfrenta el masivo éxodo de sus ciudadanos en improvisadas balsas hacia EE.UU, suceso
relatado en El hombre que amaba a los perros por Iván Cárdenas, y el aumento de la
desconfianza en un sistema que se creía inmune a los vicios de la sociedad capitalista. Padura,
al igual que parte de la sociedad cubana, pese a haber sido revolucionario en su juventud y
aún en la actualidad residir en Cuba, reacciona elaborando una literatura que se nutre de su
mismo definió, siempre implica una sabiduría, una negación y una mueca hacia el prototipo
modélico escogido: “Una parodia no es necesariamente cómica -ha escrito Josefina Ludmer,
pero toda parodia es un modo de entablar combate contra una tradición; en realidad es el
golpe de gracia a lo ya muerto, su lápida. No debe leerse como disolución de una estructura
novelas policiales, protagonizadas por Mario Conde, titulas en conjunto Las cuatro
estaciones: Pasado perfecto (1991), Vientos de cuaresma (1995), Máscaras (1997), Paisaje
por parodia, abandona los presupuestos estructurales con lo que se componían las novelas
policiales cubanas en décadas anteriores, esto es, novelas basadas en una fuerte confianza en
de larga data, cuyos representantes, como examinamos, son: José Luís Borges con La muerte
y la brújula (1941); Umberto Eco con El nombre de la rosa (1986), Robbe-Grillet con El
mirón (1965), en otras publicaciones. Sin embargo, el mismo Padura, prefiere ubicar su obra
policial dentro de la nueva narrativa policial hispanoamericana, o más bien, del “neopolicial
argumenta que el “neopolicial iberoamericano” es una tipo de novela caracterizada por una
fuerte conciencia de su función social, es decir, como hemos mencionado, un tipo de narrativa
enfocada en representar los problemas de la realidad actual de los países, Cuba en el caso de
Padura, como la corrupción, el arribismo político y la marginalidad, Al mismo tiempo, el
Sobresale del título, El hombre que amaba a los perros, como ya advertimos, la
acercan tanto a otros textos del mismo autor como a los modelos literarios expliciticos o
implícitos a los que se puede hacer referencia. En primer lugar, el término intertextualidad
novela” (1963) a partir de lo teorizado por Bajtin respecto a la obra de Fiódor Dostoievsky,
la cual define como una heteroglosia, esto es, un cruce de varios lenguajes. Kristeva, como
intertextualidad: “Todo texto se construye como un mosaico de citas, todo texto es absorción
y transformación de otro texto” (Cit. en Marchese y Forradellas 127). Otro destacado autor,
Roland Barthes, separa el concepto de intertexto de las ideas de fuente o influencias: “Todo
texto es un intertexto; otros textos están presenten en él, en estratos variables, bajo formas
más o menos reconocibles: los textos de la cultura anterior y los de las culturas que lo rodean;
todo texto es un tejido nuevo de citas anteriores” (Cit. en Marchese y Forradellas 127). En
término empleado para designar las relaciones que se producen entre textos literarios.
Resuelto esto, en relación con la obra de Padura, tenemos que el título, El hombre que
amaba a los perros, posee un vínculo intertextual con el cuento, valga la redundancia, “El
hombre que amaba a los perros” de Raymond Chandler. La marca textual, además del título,
parte del libro, en el momento en que Iván Cárdenas, mientras se dirigía en una guagua, bus,
a la playa de Santa María a contemplar la puesto del sol, como salía hacer regularmente,
decide extraer de su mochila un volumen de relatos de Raymond Chandler, autor por el que
profesaba una profunda devoción, adquirido de los sitios más inimaginables, como asevera
Iván, probablemente por tratarse de un autor estadounidense objeto de la censura del régimen
ellos uno titulado Asesino en la lluvia, de la edición de Bruguera, impreso en 1975, el cual
Iván Cárdenas considera que no hay ninguna razón específica para haber escogido
justamente ese libro durante su trayecto a la playa, solo, tal vez, se sintió atraído por el título
a raíz de su predilección por los perros: “Creo que había escogido Asesino en la lluvia con
tal inconciencia de lo que podía significar y simplemente porque incluía algún relato donde
se narra la historia de un matón profesional que siente una extraña predilección por los
perros…”
Una vez examinados los rasgos de novela policial que se advierten en El hombre que
argentina, en su libro Historias híbridas (2008), texto en que se teoriza acerca de la nueva
novela histórica latinoamericana, señala que Ángel Rama, a principios de la década de 1980,
dio luz sobre las nuevas tendencias literarias que, aunque tímidamente, comenzaban a
proliferar en el ambiente literario latinoamericano. De este modo, tenemos que, por un lado,
se torna evidente que la literatura vive un proceso de recuperación del realismo, el testimonio
realidad o condición social y política inmediata de los “novísimos”. Por otro lado, el discurso
crisis del discurso histórico en la ficción latinoamericana, advertida por Rama, supone dos
fenómenos: por una parte, refleja la manifestación de una crisis “histórica” en las novelas
publicada después de 1973, vale decir, la producción de novelas históricas es muy escaza,
Vargas Llosa; y Yo el Supremo (1974) de Augusto Roa Bastos. Son pocas las novelas
históricas publicadas por nuevos autores que logran trascender: Una sombra donde sueña
Camila O’Gorman (1973) de Enrique Molina; Moreira (1975) de César Aira; y Lope de
Aguirre, príncipe de la libertad (1979) de Miguel Otero Silva, por mencionar solo algunos
títulos que se han divulgado masivamente (Perkowska 20). Por otra parte, Rama explica que
el discurso ficcional sobre la historia pasaba por un cambio que “abandonaba el modelo
señala Perkowska, Tulio Halperin Donghi, historiador, advierte que en Latinoamérica se vive
factor, histórico y político, se trata del nuevo contexto creado por la Revolución Cubana y
marcado por la convicción de que con ella la “tormentosa historia [del subcontinente] había
entrado en su etapa resolutiva” (Cit. en Perkowska 22). La Revolución Cubana suponía para
despertó la promesa de dejar atrás las viejas estructuras, generó una narrativa que se
reconocía a sí misma con relación a las nuevas tendencias literarias 4, tanto europeas,
la historia comprendida como cambio y progreso constante: el arresto del poeta Heberto
Padilla en 1971, como revisamos, desmiente la promesa de un nuevo comienzo por parte de
las nuevas instituciones cubanas, situación que se refleja en la novela Máscaras (2002) y El
hombre que amaba a los perros (2009) de Leonardo Padura. Sin embargo, no solo en Cuba
latinoamericano: “la masacre de Tlatelolco (1968) extiende sobre México la nube negra de
4
María Cristina Pons, indica Perkowska, reflexiona que las décadas de 1920 y 1930, suponen el
cultivo de ciertas ciencias y disciplinas: sicología sicoanálisis, antropología, sociología y economía,
por mencionar solo algunas, que centran su objeto de estudio en el presente. Consecuencia de lo
anterior es que, a partir de 1940, se observa la subjetivación de la historia, y con ello, un cambio en
las formas de narrar. (Perkowska 23).
1973 irrumpe en Chile y Uruguay como “el año negro de la democracia sudamericana” (Cit.
no así en Cuba, que si bien se cometieron abusos, recuérdese el caso de Lezama Lima, no se
especialmente en lo que se refiere a la ficción histórica. Siendo así, como explica Rama, se
gesta un “retorno a la historia” en la literatura. No obstante, tal retorno no supone una vuelta
hacia el pasado, sino que al presente, es decir, a la condición social y política inmediata a la
que responde la creación de los “novísimos” (Perkowska 26). Por consiguiente, la función
cancelación del discurso histórico tradicional, puesto que la nueva novela histórica, propia
de los ochenta, se distingue por su marcada resistencia al discurso histórico oficial de las
con lo anterior, cobra sentido el segundo factor enunciado por Halperin Donghi, esta vez
estético, el cual, de acuerdo con las nuevas tendencias literarias, implica “la búsqueda de una
nueva forma de narrar que quiere ser a la vez un nuevo modo de explorar la realidad y de
traducirla con fidelidad que se espera creciente” (Cit. En Perkowska 23). Como adelantamos,
a partir de la década de 1980, surgen títulos que encajan con lo que entendemos por novelas
históricas “diferentes”, o nuevas novelas históricas, las que con el tiempo formarían parte del
canon continental: Respiración artificial (1980) de Ricardo Piglia; La guerra del fin del
mundo (1981) de Mario Vargas Llosa; Los perros del paraíso (1983) y La pasión de Eva
(1994) de Abel Posse; Gringo viejo (1985) y Los años con Laura Díaz (1999) de Carlos
Fuentes; El general en su laberinto (1989) de Gabriel García Márquez, entre otras novelas
4. Análisis.
días antes de que Jacques Mornard, verdaderamente Ramón Mercader, tras penetrar en la
fortaleza de Coyoacán, creada por Natalia Sedova, clavara un piolet en la cabeza de Liev
más exitosa del siglo XX, morían trágicamente en el punto más alto de su carrera musical, a
causa del choque entre dos avionetas, sobre la pista del Aeródromo "Las Playas". Ambos se
encontraban a bordo de una de las avionetas accidentadas. Un año antes del fatal accidente,
Gardel, Le Pera y Terig Tucci, destacado músico argentino, compusieron en Nueva York el
famoso tango “El día que me quieras” (1934). En enero de 1935, siendo Gardel el
largometraje musical El día que me quieras (1935), bajo la dirección del austriaco John
1935 en La Habana. Ahora bien, ¿qué relación existe entre lo recién relatado y El hombre
que amaba a los perros? La respuesta se encuentra en el viaje que realiza, años antes de su
muerte, Alfredo Le Pera a Europa con el objetivo de comprar vestuarios y decorados para
una obra que estaba próximo a entrenar en Buenos Aires. Le Pera, una vez en Francia, al ver
cómo paseaba la sofisticada oligarquía francesa junto a sus perros, entre ellos galgos rusos,
o borzoi, “rápido” en ruso, perros por los que Trotski, Mercader y Cárdenas, tienen una
especial debilidad; decide llevarse consigo treinta de estos perros con tal de venderlos a un
climático, terminaron por matar a la mitad de los cachorros. Le Pera, triste por lo ocurrido,
resuelve obsequiar dos hermosos borzoi a su entrañable amigo, “el zorzal criollo”, Carlos
Gardel, quien ostentó la belleza de sus dos borzoi en la película musical El día que me quieras
Del mismo modo que Gardel amaba a sus galgos, Trotski, Mercader y Cárdenas,
también son admiradores de los galgos rusos. Aunque, en lo general, son personajes que
demuestran una gran empatía por los animales y demás perros, independiente de su raza.
Sobre este respecto, a grandes rasgos, Liev Trotski, es un gran criador de borzoi y amante de
de su casa de Coyoacán y a compartir con Azteca, el perro mestizo adoptado por su nieto
Sieva; Iván Cárdenas trabajó como veterinario voluntario durante la crisis económica cubana
y estableció una fuerte relación afectiva con su perro Truco hasta las muerte de ambos,
departamento cayera sobre sí mismo y Truco; y Ramón Mercader, simulando ser Jacques
Mornard, mientras investigaba la rutina de la casa de Liev Trotski, conoce a Azteca y siente
una afinidad inmediata que lo llevó, por unos segundos, a volver a ser el viejo Ramón que
disfrutaba de la convivencia con sus dos perros, Santiago y Cuba, regalo de su abuelo
materno ante la evidencia de que Ramón sentía una debilidad especial por los perros.
Como establece Bernardo Subercaseaux en “Perros, estalinismo y utopía” (2014), en
este caso, los perros, son personajes pasivos, sin embargo, funcionan como una compuerta
hacia aspectos de los protagonistas que van más allá de la violenta contingencia política que
envuelve a la novela: el exilio, persecución y posterior asesinato de Trotski y de sus hijos por
parte de la inteligencia soviética; las purgas orquestadas por Iósif Stalin en base a juicos
corruptos, testimonios bajo tortura y simulados atentados con tal de eliminar toda oposición
ser, en términos de Arrufat, un “muerto civil”, que cometió el error de escribir un cuento
de Cuba como castigo por su falta de compromiso con el régimen; y sumado a lo anterior, la
presión sicológica y violencia, tanto física y emocional, que sufre Ramón Mercader por parte
en que tuvo que fingir ser Jacques Mornard con tal de acceder a Liev Trotski y asesinarlo,
para que décadas después, se enterara por boca de Eitingon, nombre que Kotov asume en la
Unión Soviética, que nunca estuvo en los planes de Stalin que Ramón saliera vivo de la
De este modo, los personajes perrunos, al ser pasivos, se constituyen como sujetos
animal político, “zoon politikón”, capaz de vivir en comunidad. Así, y sin querer entrar en la
discusión de que los animales no humano son, en efecto, igual, o más políticos que los seres
humanos, basta solo observar el comportamiento de ciertas especies de chimpancés como los
bonobos5 para comprobarlo. No obstante, retomando la novela El hombre que amaba a los
perrunos, la novela se emparenta con Niki o la historia de un perro (1956) de Tibor Déry,
debido a la técnica narrativa similar con la que Déry compuso su novela, empero, se distancia
de otras novelas perrunas que sí dan voz a la conciencia de los personajes perrunos, como es
el caso de Corazón de perro (1968) de Mijail Bulgákov o Memorias de un perro escritas por
su propia pata (1893) de Juan Rafael Allende. Sin embargo, El hombre que amaba a los
perros, a pesar de la falta de voz de los personajes perrunos, logra transmitir el sentir de los
perros a través del cariño recíproco que expresan al entrar en contacto con los tres
protagonistas, Liev Trotski, Ramón Mercader e Iván Cárdenas, además de los personajes
infantiles, Luís Mercader, hermano menor de Ramón, y Sieva Volkov, nieto de Trotski e hijo
de Zina, con quienes los perros desarrollan una especial simbiosis que abordaremos en
que los perros poseen la capacidad de experimentar amor y otra clase de sentimientos, lo
cual, como hemos expuesto, es una teoría desestimada por la filosofía tradicional, puesto que
cataloga a los animales como criaturas que actúan únicamente a través de instintos atávicos
y son incapaces de entregar y sentir amor. Siendo así, se abren temas con respecto a los
son difusas según hemos estudiado. Con todo, en este análisis, nos enfocaremos en tratar
algunos temas, desprendidos de nuestra lectura de El hombre que amaba a los perros,
5
Los bonobos son una especie de chimpancé que resuelve sus conflictos pacíficamente mediante
relaciones sexuales.
relativos a la constitución de los personajes perrunos como seres capaces de sentir y entregar
El hombre que amaba a los perros, revela, a través de la gran intensidad emocional
que se despliega en las relaciones entre seres humanos y perros, que los vínculos entre
piramidal, sino que, por el contrario, son relaciones que operan horizontalmente, puesto que
Los protagonistas, Liev Trotski, Ramón Mercader e Iván Cárdenas, no son héroes, la
novela no los presenta como tales, al contrario, son personajes desprovistos de épica y
representados con las contradicciones del hombre moderno. Más bien, estimamos que el
término antihéroes calza mejor con el perfil de los protagonistas. Ejemplo de su calidad de
antihéroe, en el caso de Liev Trotski, quien hasta el final está convencido de su utopía
socialista, pese a las evidencias de su fracaso, es en el tiempo en que éste, durante su estadía
en México, mantiene una secreta relación amorosa con Frida Kahlo, a espaldas de su esposa
infidelidad. La mujer de Trotski, motivada por el dolor que significó tal traición después de
abandonar la casa de Diego Rivera, el primer asilo mexicano del matrimonio Bronstein-
Sedova. Trotski, abstraído por la tristeza, comenzó a enviar cartas a Natalia en las que
que cumplen en su vida al firmar sus cartas como “Tu viejo perro fiel”:
“Liev Davídovich había entendido el sentido del mensaje: que aquella vejez llegaba
al cabo de treinta años de vida común, a lo largo de los cuales Natasha había vivido por él y
para él. En ese instante, empezó a escribir unas súplicas a menudo firmadas como <<Tu viejo
perro fiel>>, a manera de toques cada vez más quejumbrosos en las puertas de un corazón al
que trataba de reconquistar con recuerdos del ayer y urgencias sentimentales y física del
presente, expresadas a veces en un lenguaje tan directo que a él mismo le asombraba.”
(Padura El hombre que amaba a los perros 398)
Lo vivido por Liev Trotski y Natalia Sedova, no deja de recordarnos al Soter, el perro
viejo perro fiel de Ulises, el único que fue capaz de reconocerlo tras de su derruida apariencia.
que respecta a su relación con Natalia, bajo el conjunto de ideas que han englobado
fidelidad a toda prueba, compañerismo y sumisión. Liev Trotski al firmar como “Tu viejo
perro fiel”, identitariamente, se configura a sí mismo ante Natalia, como un esposo sumiso,
adoptando características perrunas, aunque simbólicas, que él mismo admira, ante la mujer
los personajes perrunos. Así, Natalia, acompaña a Liev Trotski a lo largo de todo su periplo
en el destierro, al igual que su perra Maya, hasta su muerte en la isla Prínkipo, mientras que
el resto de los personajes, sus hijos Liova, Seriozha, Nina, amigos de la familia y
los que lo rodeaban, menos, y esto es esencial, de su querida Natalia y Sieva quienes, en
con Trotski, no solo en el plano político, sino que también en el afectivo, constituyéndose a
con quien puede expresar hasta lo más íntimo de su ser, y revelar sus temores
desentendiéndose de su coraza de fundador del Ejército Rojo. Ambos, tanto Trotski como
Natalia, tras el perdón de ésta última por la infidelidad con Frida, contraen un nuevo
respeto y preocupación mutua. Lo anterior, nos invita a plantear en este análisis, que Trotski
profesa una gran admiración por las simbólicas virtudes perrunas, como examinamos en su
compromiso con Natalia, que se complementa, y a su vez explica, la devoción y el amor que
siente por los perros, particularmente por su perra Maya y luego por Azteca, el perro mestizo
de su nieto Sieva.
Ahora bien, los protagonistas, y el resto de los personajes, como ya sabemos, están
inmersos en el torbellino de violencia que suponen las revoluciones de las que son, o fueron
parte, como es el caso de Iván Cárdenas, quien, decepcionado de la Revolución Cubana, deja
de creer en ella. No obstante, como ya mencionamos, tal clima de violencia, excluye a los
personajes perrunos que pueblan la novela, ya que ninguno de ellos tiene la capacidad de
urdir algún intrincado plan para asesinar a Stalin u organizar el primer congreso de la IV
Internacional en Francia, tan solo, como ha quedado de manifiesto, son personajes pasivos
que se arriman, en una genuina demostración de afecto, a las atribuladas conciencias de sus
vida de Ramón Mercader en la URSS, antes de partir a Cuba a vivir sus últimos días, quien,
pese a estar casado, haber adoptado a dos hijos, residir en un acomodado departamento y
haber sido condecorado con la Orden de Lenin, no deja de darle vueltas a la idea de qué
para siempre y comprometerse con la absurda misión de asesinar a Liev Davídovich, hubiera
muerto junto a sus compañeros en la Sierra de Guadarrama. Tal reflexión, claro está, la hizo
“Aliviados, Ix y Dax comenzaron a correr por la nieve, como dos niños que la pisan
por primera vez. Todavía caían copos aislados y Ramón subió la capucha de su chaqueta.
Con las correas de los perros en las mano izquierda y un cigarrillo en los labios cruzó, seguido
por sus perros, la avenida del malecón Frunze y descendió por las escaleras que bajaban
desde la acera hacia una plataforma casi al nivel del río. […] Ramón Mercader del Río
imaginó cómo habría sido su vida si aquella madrugada remota, en una ladera de la Sierra de
Guadarrama, hubiese dicho que no. Seguramente pensó, como le gustaba hacerlo, que quizás
habría muerto en la guerra, como tantos de sus amigos y camaradas” (Padura El hombre que
amaba a los perros 742)
mismo sentido, Liev Davídovich, una vez que es notificado por un agente de la GPU de su
Maya, su fiel y querida borzoi, con el objetivo de encontrar la calma que necesitaba en un
En el caso del cubano Iván Cárdenas, uno de los tres protagonistas, y quien descubre
la verdad identidad de Jaime López, Ramón Mercader, conoce a Ana, su segunda esposa y el
amor de su vida, a quien acompañó hasta el día de su muerte. Iván, se encontraba solo en la
Escuela de Veterinaria, su lugar de trabajo, una tarde lluviosa, mientras trabajaba de asistente
veterinarios se habían marchado, inesperadamente, recibe a una joven, Ana, que cargaba
entre sus brazos a un poodle bastante desastrado y le suplica que salve a su perro aquejado
de una obstrucción intestinal. Iván, compungido, tuvo que explicar a Ana, sin saber que esa
mujer sería su esposa, que, desgraciadamente no podía realizar el procedimiento, puesto que
no era veterinario y los doctores ya se habían ido. Ana, sollozando, le implora a Iván que
atienda a Tato, su perro enfermo, ya que, de no hacerlo con prontitud, éste moriría
irremediablemente. Ante esta situación, Iván, sin una motivación clara de su acción, mientras
Ana rezaba, sintió que debía hacer algo por el desgraciado poodle. Así, Tato se convirtió en
con el cuento El hombre que amaba a los perros de Raymond Chandler, también encierra la
mismo”, quizá el fundamento más importante de la vida civilizada. Ante todo, el precepto
solo puede ser aceptado, adoptado y practicado si uno se somete a la exhortación teológica
“credere quia absurdum”: “créelo porque es absurdo”. Es fácil advertir el absurdo del
mandamiento si nos cuestionamos respecto al beneficio que nos reportaría amar a otro, a
cualquier otro prójimo, solo por ser nuestro prójimo. Lo razonable es amar a alguien que
merezca ser objeto de nuestro amor, todo lo contrario a lo que establece el precepto, es decir,
amar a otro sin ninguna evidencia de que el sentimiento de esa otra persona extraña sea
recíproco.
humana. Hasta este punto, la reflexión de Bauman está en sintonía con la horizontalidad de
las relaciones entre seres humanos y animales presente en El hombre que amaba a los perros.
No obstante, y aquí diferimos del análisis de Bauman, éste expone que aceptar el precepto
“ama a tu prójimo como a ti mismo”: supone “un salto de fe, un salto decisivo, por el cual un
las bestias (y, por cierto, de los ángeles, tal como señaló Aristóteles), es lo que distingue al
que considera a la condición humana como un estado superior y artificial del ser humano que
filosofía occidental que aprecia en la condición animal a un ser definido negativamente con
relación a su carencia de atributos respecto al ser humano: su falta de lenguaje, razón, alma,
prójimo es la entrada del ser humano a la vida civilizada. Así, el salto de fe que da el ser
que amaba a los perros se erige como una narrativa que asume y acepta el mandamiento de
amar al prójimo, empero, lo hace cambiando uno de los términos de la ecuación teológica,
esto es, transgrede la obligatoriedad de que el prójimo amado sea un ser humano, más bien,
posible que el prójimo sea un animal, o en el caso específico de la novela, uno de los tantos
perros que aparecen en la narración. Si ser considerado civilizado significa estar moralmente
dispuesto a amar a otro extraño, siempre y cuando éste sea un ser humano, la novela, plantea
Casa Azul, casa de Diego Rivera y Frida Kahlo, en conversaciones con André Bretón, le
“Se lamentó ante Bretón de que su vida errante le hubiera impedido volver a tener uno desde
que despidió de su galgo ruso en el muro del cementerio de Prínkipo y le habló de la bondad
de Maya, y de la devoción que, en general, sienten los perros de esa raza por sus dueños”
(Padura El hombre que amaba a los perros 468)
Para sorpresa de Liev Trotski, pudo comprobar, muy a su pesar, que el padre del surrealismo
era un hombre profundamente lógico, incluso insensible, cuando le advierte que no se deje
llevar por sus afectos, explicándole, desde la posición filosófica tradicional respecto a los
animales, que él intentaba atribuir a las bestias sentimientos exclusivos de los seres humanos,
como el amor y la bondad. Trotski, de inmediato, rebate tal idea de Bretón, con argumentos
“¿se podría negar que un perro sintiera amor por su amo?, ¿cuántas historias de ese amor y
esa amistad no habían escuchado? Si Bretón hubiera conocido a Maya y visto su relación con
él, tal vez su opinión hubiera sido otra” (Padura El hombre que amaba a los perros 469)
Ahora bien, para Bauman, “ama a tu prójimo como a ti mismo”, de manera tácita,
incluye el amor propio, como factor primario, para poder amar a otro sin reservas. Siendo
así, Bauman establece que un ser humano que no profese amor hacia sí mismo, no puede
sobrevivir humanamente, sino que lo hace desprovisto de este sentimiento, amor propio,
como el resto de los animales no humanos, esto es, la supervivencia física y corporal que
puede conseguirse sin el amor a uno mismo, al contrario, quizá sea más sencillo sobrevivir
sin la moralidad que encierra amar al prójimo. Con todo, el amor a uno mismo puede
rebelarse contra la prolongación de una vida que no está a la altura del amor que uno siente
por sí mismo. Lo dicho abre un amplio espectro de debates con respecto a temas como la
eutanasia, suicidio asistido, o la ortotanasia, término empleado para hacer referencia a una
muerte digna, consistente en dejar morir, sin mediar tratamientos médicos, a quienes sufren
ocurrido entre Ramón Mercader y su perro Dax en Cuba, quien fue sacrificado por Ramón,
domésticos o silvestres, también son seres con la capacidad de sentir amor por sí mismos y
por su prójimo y que su afirmación se ubica en una línea de pensamiento filosófico tradicional
que Bauman plantea la cuestión del amor al prójimo, nos invita a hacer extensivo su
conjunto con los estudios animales, que no existe una frontera, entre las condiciones del
humano y del animal, que delimite y zanje una diferencia ineludible entre la especie humana
y el total de las demás especies no humanas que permita afirmar que los animales están
impedidos de abrigar sentimientos de amor hacia otros y hacia sí mismos. Cristian Montes,
sensibilidad posthumanista común entre los diversos pensadores que han reflexionado acerca
de la condición animal, la existencia, tanto humana como animal, como una multiplicidad de
zonas fronterizas y dinámicas. Por ejemplo, Derrida señala que la noción de animal oculta y
límite que separa para siempre lo humano de lo animal, una multiplicidad dinámica de líneas
divisorias que están siempre en constante tensión y flujo” (Montes 115). Frente al
relaciones del mundo animal, hay que reconocer la idea del desvanecimiento de los límites
fijos entre especies y la idea de “devenir animal”, propuesta por Deleuze y Guattari en Mil
mesetas. Capitalismo y esquizofrenia (1972), que supone la constatación de un flujo
incesante que habita en toda entidad vital, ya sea humana o no humana. Bajo esta perspectiva,
la nueva civilización y la nueva moral que bosqueja El hombre que amaba a los perros,
prójimo como a ti mismo”, y da como resultado un nuevo tipo de humanidad, esto es, un
conjunto de seres humanos que adoptaron una forma diferente de sobrevivir, que va más allá
desbaratar a través del planteamiento del concepto de “devenir”. Así, desde el inmanentismo,
que Deleuze recoge de Nietzsche y de Spinoza, niega el orden de lo trascendente para afirmar
que el ser “se define” del devenir: “Estamos atrapados en segmentos de devenir, entre los
caso entre otros, el cual no tendría una importancia exclusiva. Se trata de segmentos que
ocupan una especie de “región media”; más allá identifica devenires-mujer, devenires-niño,
sino que se cree en la existencia de devenires animales muy especiales que atraviesan y
arrastran al ser humano, afectando, tanto al animal como al humano. De esta forma, Deleuze
con respecto al devenir animal, señala: “Pues si devenir animal no consiste en hacer el animal
o imitarlo, también es evidente que el hombre no deviene “realmente” animal, como tampoco
el animal deviene realmente otra cosa. El devenir no produce otra cosa que sí mismo. Es una
falsa alternativa la que nos hace decir: o bien se imita, o bien se es. Lo que es real es el propio
transformaría el que deviene”. De acuerdo con lo expuesto, mediante los distintos devenires
se establecen relaciones con lo otro, pero sin dejar de ser uno mismo, en otras palabras, el
“devenir animal” no consiste en imitar a los animales o convertirse en uno, sino que, supone,
recuperar los aspectos, partículas o fragmentos, que de animal poseemos todos y, a partir de
a su perra en la URSS: “Maya formaba parte de su familia y se iba con él o no se iba nadie”
(Padura). Maya, tristemente, termina por morir en la isla de Prinkipo, Turquía. Liev, tras
sepultar a Maya junto al muro del cementerio de Büyük Ada, siente que una buena parte de
su vida se ha ido:
si bien poseen una intensa participación en la obra, en relación a los perros, son personajes
pasivos, esto es, ajenos a las tres grandes revoluciones que narra la novela: “son activos pero
Platón en La República establece que “la divinidad no es autora de todas las cosas,
sino únicamente de las buenas”. En consecuencia, el origen de las cosas es el lugar donde
hallamos la verdad y la pureza, esto es, una identidad primera que se tendrá por cierta y
que amaba a los perros y el catecismo cristiano, tenemos que, como en la caída del ser
revoluciones o cismas históricos del siglo XX, han perdido la inocencia originaria y
ahistórica que poseen todas las criaturas, independiente de su especie, a causa de las
coyunturas que los han forzado a ir en contra de la moralidad cristiana, comprendida no como
una actitud beata, sino que como la voluntad de respetar el valor inherente de los seres vivos,
realiza Liev Trotski en relación con el actuar despiadado que tuvo frente a la Rebelión de
“<<Cierto es que en Kronstadt hubo víctimas inocentes y el peor exceso fue el fusilamiento
de un grupo de rehenes. Pero aun cuando murieran inocentes, lo cual es inadmisible en todo
tiempo y lugar […] no puedo admitir una equiparación entre el sofocamiento de una rebelión
armada contra un gobierno endeble y en guerra con veintiún ejércitos enemigos, con el
asesinato frío y premeditado de camaradas cuyo único cargo fue pensar…” (Padura El
hombre que amaba a los perros 394)
consciente de su situación moral. Desde la perspectiva del debido respeto por el otro, no tiene
salvación, puesto que su identidad originaria ya fue perturbada por el devenir histórico y la
“Pero Liev Davídovich sabía que Kronstadt iba a quedar siempre como un capítulo negro en
la revolución y que él mismo, lleno de vergüenza y dolor, cargaría siempre con esa culpa”
(Padura El hombre que amaba a los perros 394)
Retomando el tema que nos compete en este apartado, el ejemplo de la “vergüenza y dolor”
que siente Trotski por su accionar, contrasta con la inocencia, o pureza en términos
platónicos, que los niños despliegan a lo largo de la obra con relación al vínculo innato que
generan con los distintos personajes perrunos. Por ejemplo, cuando Sieva y su madre Zina,
hija del viejo revolucionario, arriban a la isla de Prinkipo, la atención de Sieva se centra
inmediatamente en Maya:
“Natalia, Liova, Jeanne, las secretarias, los guardaespaldas y hasta Maya bajaron tras Liev
Davídovich hacia el embarcadero a darles la bienvenida. El ánimo de cada uno de ellos era
todo lo festivo que permitían las circunstancias y fue recompensado por la sonrisa de una
mujer delgada, exultante y expansiva, y por la mirada escrutadora de un niño, intensamente
rubio, que había despreciado mimos de abuelos y tío para fijar su atención en la perra Maya”
(Padura El hombre que amaba a los perros 124)
alegrarse por ver a su hermano tras un largo tiempo, es compartir, nuevamente de forma
innata, con el perro Churro: “Ya bajo el árbol, Ramón volvió a sonreír al observar el retozo
de Luís y el pequeño Churro” y “Como si fuera algo casual, Ramón escupió […] Avanzó
tras Caridad hacia el auto, del que Luís bajó con Churro entre sus brazos”.
Interpretar dicotómicamente a los personajes en edad adulta y a los que aún viven su
capaz de construir una comprensión de la dialéctica, no como una contrariedad, sino que
semejanza con la Idea primigenia; los simulacros, al contrario, son pretensiones mal
fundadas, construidos sobre una disimilitud y detentan una perversión y desviación esencial
(Deleuze Lógica del sentido 182). Podemos, entonces, seleccionar a los pretendientes,
distinguiendo, las copias siempre bien fundadas, de las malas copias o, siendo más
específicos, de los simulacros sumidos en la eterna desemejanza (Deleuze Lógica del sentido
182). La dualidad, copias semejantes y simulacros, no debe entenderse como una relación de
parece verdaderamente a algo más que en la medida de que se parece a la Idea de la cosa. En
interior y espiritualmente, sobre la Idea originaria, por ejemplo, la idea, cualidad de ser justo,
no merece ser comprendida como tal si no se erige sobre la esencia de la idea de justicia. En
contraste, los simulacros, más que pretensiones, son insinuaciones que recubren una
desemejanza con un marcado desequilibrio interno: la diferencia entre simulacro y copia, las
dos mitades de una división, radica en que la copia es un imagen dotada de semejanza,
mientras que el simulacro es una imagen sin semejanza. (Deleuze Lógica del sentido 183).
Efectivamente, como esbozábamos, el catecismo cristiano, inspirado intensamente en el
pensamiento platónico, nos ha acercado a la noción de que Dios hizo al ser humano a su
imagen y semejanza, pero, a raíz del pecado original, perdió la semejanza, conservando tan
solo la imagen. El catecismo, como es de esperar, pone énfasis en el carácter demoniaco del
simulacro, el cual, sin duda, que aún produce un efecto de semejanza, pero es un efecto
Los perros, al igual que los niños, si bien poseen una intensa participación en la obra,
son personajes pasivos: “son activos como solo en su pasividad: como seres admirados,
Tanto niños, como perros, son protagonistas configurados en la lejanía, tanto para el lector,
que no llega a inmiscuirse en su consciencia de la manera en que lo hace con los demás
“…la clave fue la forma en que trataba a sus perros y cómo miraba el mar. Era Mercader
buscando la felicidad que sintió en Sant Feliu de Guíxols. Su paraíso perdido... Cuba fue un
placebo” (Padura El hombre que amaba a los perros 752)
Mercader busca volver a ese tiempo originario de la infancia. Para ellos utiliza de puente a
los perros y la vista del mar de su infancia. Además de la rabia que siente por Caridad al
mientras permanecía en Cuba, solía pasear con sus dos galgos rusos, Ix y Dax, a orillas del
mar en la playa Santa María. Iván Cárdenas, gracias a su predilección por los perros, y a su
contacto con Ramón y entabla una relación, en la que éste, le relata la historia del asesino de
relación de Mercader con los perros, sobresale como marca textual, que Iván descubre la
verdadera identidad de Jaime López por el modo cariñoso en que trataba a los perros: “…la
clave fue la forma en que trataba a sus perros y cómo miraba el mar. Era Mercader buscando
la felicidad que sintió en Sant Feliu de Guíxols.” (Padura El hombre que amaba a los perros
752).
capacidad de aplicar principios morales imparciales, es decir, determinar lo que debe hacerse
moralmente: escoger el acto, a partir de sus propias convicciones, que demandan las
circunstancias a las que están sujetos. Así, los agentes morales son merecidamente
considerados responsables de sus actos, dado que, en una última instancia, son quienes
deciden qué hacer, o no hacer, y deben cargar con la responsabilidad moral de sus actos. Los
algún tipo de coerción, aunque solo se trate de una presunción, son quienes están sujetos a
las implicancias de ser un “agente moral”. Ahora bien, los agentes morales no solo pueden
hacer lo que es correcto o incorrecto, también cabe la posibilidad de que sean receptores de
los actos que ejecuten otros agentes morales. En tal caso, tenemos la necesidad de hablar de
una cierta reciprocidad que se da entre los mismos “agentes morales”, por consiguiente,
utilizaremos la noción de “comunidad moral”, propuesta por Regan, entendida como una
Por otro lado, los “pacientes morales”, en contraste a los “agentes”, carecen de la
moralmente responsables de sus actos en tanto son incapaces de deliberar, ante una
animales, los niños, las personas mentalmente perturbadas o deficientes de todas las edades
son casos paradigmáticos de pacientes morales (Regan 184). Es posible agregar más casos
de “pacientes morales”, pero, para nuestra reflexión, basta con los ya enunciados. Respecto
el término, nos estamos refiriendo a los animales, específicamente a los perros, seres
acerca al estatuto de los “agentes morales”, ya que pueden ser afectados por actos de éstos.
Por ejemplo, cuando Caridad Mercader dispara a Churro, perro adoptado por Ramón en el
“…Caridad, con arma en la mano, colocaba a Churro en el punto de mira y, sin dar tiempo a
que su hijo reaccionara, le disparaba en la frente. El animal rodó, empujado por fuerza del
plomo, y su cadáver comenzó a congelarse en la alborada fría de la Sierra de Guadarrama”
(Padura El hombre que amaba a los perros 55)
El fragmento citado, nos interesa para dar cuenta de la no reciprocidad en las
relaciones entre agentes y pacientes morales. De esta manera, tenemos, que existen dos tipos
directamente con los animales. Así, por ejemplo, el compromiso con la comunidad que asume
Iván Cárdenas durante la crisis económica que asoló a Cuba tras la aplicación de las políticas
“Si unos meses antes yo parecía un canceroso, el nuevo esfuerzo me convirtió en un fantasma
pedaleante y elemental, y todavía hoy ni yo mismo me explico cómo salí vivo y lúcido de
aquella guerra por la supervivencia, que incluyó desde operar de las cuerdas vocales a cientos
de cerdos urbanos para evitar sus chillidos hasta protagonizar una pelea a trompadas (en la
que llegaron a destellar los cuchillos) con un veterinario que trataba de robarme los
clientes…” (Padura El hombre que amaba a los perros 536).
El pasaje referido, nos ayuda a advertir que ambos tipos de deberes, directos e
indirectos, son dos formas de obligaciones que involucran a los animales, pero que no
suponen un compromiso con éstos en sí mismos en tanto “agentes morales”, sino que, por un
lado, volviendo al ejemplo, Iván tiene un deber directo con su comunidad moral, puesto que
extirpar las cuerdas vocales de los cerdos es un beneficio para quienes sufren con sus
constantes chillidos y, por otro lado, operar a los cerdos supone un deber indirecto con su
comunidad, ya que se anticipa a las molestias que puedan ocasionar los chillidos a los
vecinos. En definitiva, Iván Cárdenas, en ningún momento detentó un deber directo con los
como “agentes morales”, solamente aquellos que se ubican en el tipo de relación recíproca
en la que los agentes morales se ponen uno frente al otro como miembros de la “comunidad
moral” (Regan 186). Lo dicho, explica Regan, no significa que no existan limitaciones
morales en lo que podemos hacerles a los animales, sino que, los fundamentos para tratarlos,
determinado animal, al contrario, tales fundamentos yacen en cómo afectarán nuestros actos,
justicia, esto es, una teoría que sostiene que lo que merecen los individuos, como asunto de
justicia, está determinado por las virtudes, talentos intelectuales y artísticos, y por el
desempeño en hazañas heroicas o magníficas que posean (Regan 269). En este sentido,
aquellos que detenten virtudes en abundancia, merecen más que los agentes morales
desprovistos de talentos. Por lo tanto, expresa Regan, hay un paso muy corto entre aceptar
una teoría perfeccionista de la justicia y permitir un trato sumamente desigual entre sujetos
de una misma comunidad moral, e incluso ajenos, como es el caso de los “pacientes morales”
(269). Por ejemplo, para Aristóteles, algunos seres humanos son esclavos por determinación
natural, puesto que nacen carentes de las aptitudes necesarias para ocupar una posición
superior. Bajo la óptica de los cultores de la justicia perfeccionista, los esclavos del ejemplo,
tienen lo que merecen, dado que una sociedad equitativa genera acuerdos que promueven el
perfeccionamiento de los individuos más virtuosos (Regan 269). Sin duda que, según lo
política y legal. No obstante, tales teorías son reprobables en un sentido aún más trascendente,
esto es, aquellos que han nacido favorecidos por virtudes que sobrepasan las del resto, no lo
han hecho deliberadamente, está más allá de su control, debido a lo cual, ninguna teoría de
la justicia que se funde sobre una base tan fortuita como la lotería genética, no puede ser
adecuada, en vista de que se le niegan beneficios esenciales para su bienestar a quienes nacen
que, los tres protagonistas de El hombre que amaba a los perros, Lev Trotski, Ramón
Mercader e Iván Cárdenas, funcionan en la obra como agentes morales que plantean la
términos teóricos, la forma de justicia defendida por los tres protagonistas es referida como
“igualdad de los individuos”, lo cual implica, en efecto, ver a determinados individuos, como
4. Conclusión:
Con respecto a la novela de Padura y a la lectura desde la filosofía animal que hemos
realizado, la fragilidad de lo humano se hace patente en los tres momentos históricos que se
estrepitosamente, y en perros o animales que terminan siendo casi lo único que se puede
amar. Pero si vamos a la vida real y al mundo contemporáneo, el asunto va más allá. Nos
cantidad inimaginable de horrores que suceden día a día en nuestras narices, pero no somos
del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), establecieron que en los dos
primeros meses de 2018, un millar niños murieron o fueron heridos a causa del conflicto
armado en Siria; otras 86.000 personas perdieron extremidades y los niños con
investigación llevada a cabo por el Museo del Holocausto de Washington, no hace muchos
años, estableció, superando las expectativas de los propios investigadores, que el número de
“centros de concentración” asciende a 42.500; número que incluye 30.000 campos de trabajo
forzado, 1150 guetos, 980 campos de concentración, alrededor de 1.000 centros de detención
de prisioneros de guerra, unos 500 burdeles con esclavas sexuales y miles de lugares donde
documental Shoah (1985) realizado por Claude Lanzmann, ofrece una genuina relación de
los horrores del holocausto a partir de testimonios directos de los afectados. Por otra parte,
casi una década antes del holocausto nazi, entre 1932 y 1933, años en que Iósif Stalin
comenzó su purga en la Unión Soviética, relatada en El hombre que amaba a los perros,
historiadora Anne Applebaum en Red Famine: Stalin's War on Ukraine (2017), la muerte
por inanición de aproximadamente cuatro millones de personas en los dos años señalados
(Barnés). Ahora bien, refiriéndonos a una realidad más cercana en el aspecto emocional, en
nuestro país, Chile, la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura (Comisión
Valech), reconoce un número de 27.255 personas, solo declarantes voluntarias, detenidas por
razones políticas; el 94% de los declarantes señala haber sido víctima de torturas en más de
una ocasión. No obstante, el número de torturados debiera ser aún mayor, puesto que en los
primeros años de la dictadura militar no fue posible realizar ningún tipo de denuncia o
catastro. Luego de algunos años, cuando las violaciones a de los derechos humanos dejaron
de ser masivas, fue posible, solo en localidades urbanas, contactar a las víctimas e interponer
denuncias, las que, como es de esperar, fueron desestimadas en la época. El panorama es aún
más desolador cuando se tiene en cuenta que solo un reducido número de chileno no conoce,
o sabe, de personas que fueron despojadas de su humanidad en el periodo que va desde 1973
a 1989; llegando al punto en que vivimos en una sociedad repleta de víctimas, tanto directas
como indirectas, sin ningún tipo de reparación moral y exiguas compensaciones económicas
de las señaladas, incluso nuestro propio continente americano, se funda a partir del genocidio
los “indios” frente a los abusos de los conquistadores españoles, en la Junta de Valladolid
excesos cometidos por los soldados españoles. En dicho debate, Juan Ginés de Sepúlveda,
sostuvo que los “indios” se corresponden con lo que Aristóteles reconoce como “esclavos
por naturaleza”, siendo, por consiguiente, los españoles, los “amos por naturaleza”,
dogma cristiano a la población originaria de América. Las Casas, en el lado opuesto, a partir
en América, tanto porque los “indios” son seres perfectamente racionales y libres, como
porque los españoles están lejos de la virtud que se supone debe tener aquél que por
naturaleza está llamado a ser “amo”. De este modo, cambia el estatus jurídico de los “indios”,
como sabemos, solo le pertenece al ser humano, es decir, a partir de las teorizaciones de Las
Casas, la población nativa de América, obtiene la condición ser humano. Sin embargo, tal
sin ambigüedades, que la condición humana no es exclusiva de todos los seres de la especie
seres humanos que pueden acceder a ella, relegando al resto a un espacio deshumanizado
junto a las bestias pertenecientes a la condición animal, la cual, sostenemos, también es una
construcción discursiva, que abarca todo lo que no calza en los paradigmas de la condición
humana, siendo, entonces, una suerte de pozo sin fondo en que caben todas las criaturas,
las subjetividades de quienes creen ser parte de una especie superior por gracia divina. Así,
perfectamente normal y coherente con el discurso antropocéntrico que expulsa a todo aquel
prueba de ello es la humanización de los “indios” que logró Las Casas, aunque en sentido
inverso.
racional son los discapacitados. Los deficientes mentales, por ejemplo, hacían dudar a John
Locke de su humanidad, considerándolos por su aspecto como una especie intermedia entre
el animal y el hombre. De los sordos se decía que eran parecidos a las bestias o al humano
del reino de la racionalidad, discutió largamente, a fines del siglo XIX, respecto a la
de la comunidad fue que no era posible enseñar un lenguaje basado en señas a humanos, ya
que comunicarse a través gestos es propio de las bestias. No fue hasta la segunda mitad del
cuestionamientos respecto a la propia condición humana del lector. Si bien El hombre que
amaba a los perros, es una obra que caracteriza pasivamente a los personajes perrunos, abre
recíprocamente de los perros, que ponen en jaque la hegemonía del discurso antropocéntrico,
tornando una obra que, como examinamos, puede ser comprendida como una novela policial
o como una nueva novela histórica, en una novela que diluye, de manera imperceptible, las
existenciales. Ahora bien, cabe cuestionarnos: ¿Puede sostenerse hoy día que la especie
1.- Andrade, Megumi. “Las imágenes del perro en Occidente y América”. El mundo de los
2.- Alkhshali, Hamdi y Tamara Qiblawi. “1.000 niños muertos o heridos en Siria en los dos
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3.- Barnés, Héctor. “El Holocausto olvidado de Stalin: la horrible muerte de 4 millones de
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