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Epílogo Extendido Arrullo Del Pecador - Nicole Fox

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ARRULLO DEL PECADOR

(EPÍLOGO EXTENDIDO)
LA MAFIA MAZZEO

NICOLE FOX
Copyright © 2022 por Nicole Fox

Reservados todos los derechos.

Ninguna parte de este libro puede reproducirse de ninguna forma ni por


ningún medio electrónico o mecánico, incluidos los sistemas de
almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso por escrito
del autor, excepto para el uso de citas breves en una reseña del libro.
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Trono Destruído

la Bratva Vorobev
Demonio de Terciopelo
Ángel de Terciopelo

la Bratva Romanoff
Inmaculada Decepción
Inmaculada Corrupción
EPÍLOGO AMPLIADO: CHARLOTTE
UN AÑO DESPUÉS

Evie se acerca a mi lado y desliza su mano entre las mías.

—Estás preciosa, mamá —me dice.

Le dedico una suave sonrisa.

—Gracias, cariño —respondo—. Tú también.

Juguetea con la tela de gasa de mi vestido. Es de un sutil


tono nude, con un tenue matiz de rubor.

Levanto la mano y ajusto la fina corona de flores que es en


parte responsable de mantener en su sitio mi elegante
peinado recogido.

Evie lleva exactamente la misma corona alrededor de su


cabeza. Excepto que sus mechones dorados cuelgan sueltos
alrededor de sus hombros. Su vestido es más rosa que nude
y tiene unas bonitas mangas de hada ligeramente trans-
lúcidas.

Miro a mi alrededor.
La nueva casa tiene un aspecto absolutamente impresio-
nante. Las enormes puertas francesas se abrieron por
completo, permitiendo un camino despejado hacia el
césped donde se instalaron el pasillo y el estrado nupcial.

Una profusión de lirios, rosas y gipsófilas serpentean alre-


dedor del extravagante arco.

En menos de diez segundos, caminaré hacia él.

Todos los invitados están en sus asientos.

Veo a Lexy con su nuevo novio. Un banquero de inversiones,


si puedes creerlo.

Greg y su mujer están en el extremo derecho.

Incluso el agente Jacobsen hizo acto de presencia, aunque


mantiene una clara distancia con todos los relacionados con
la Familia y frunce el ceño cada vez que alguna de las tías o
primas de Lucio intenta entablar conversación con él. Es un
cabrón intratable, pero realmente creo que en el fondo
siente debilidad por Lucio.

El suave murmullo de la conversación ondula por el


fastuoso jardín hacia mí.

Llevó meses poner en marcha la nueva casa. Pero valió la


pena. Ahora me siento como en casa. Tanto es así que no he
echado de menos el antiguo complejo en absoluto.

—¿Es la hora, mamá? —pregunta Evie.

—Es la hora, mi niña —le digo mientras la música sube


lentamente—. Tú primero.

Le guiño un ojo a Evie. Pisa el césped y empieza a caminar


por el pasillo, lanzando pétalos de rosa a su paso.
Espero a que esté a mitad del pasillo antes de empezar a
caminar.

Mi ramo es pequeño. Una simple colección de rosas blancas


y gipsófilas. Mi falda fluye con gracia alrededor de mis
piernas mientras camino.

Levanto la vista y veo a Lucio. Está junto a Adriano. Ambos


llevan trajes oscuros.

Ambos parecen elegantes y con estilo, pero yo solo tengo


ojos para la bestia sexy de pelo oscuro y ojos grises
inquietantes.

Esos que están fijos en mí y encapuchados de lujuria apenas


disimulada.

Le guiño un ojo mientras subo al estrado. Luego, giro a la


izquierda y me sitúo junto al sacerdote.

Adriano parece muy nervioso mientras se ajusta las solapas


del traje.

El pianista se ha colocado a la derecha del lado del novio. Y


empieza a tocar la marcha nupcial cuando ve aparecer a
Vanessa entre las puertas francesas de la casa.

Sonrío con admiración al contemplar a mi mejor amiga.

Vanessa está impresionante, con un vestido blanco de seda


que se ciñe a sus curvas y se ensancha a la altura de los
muslos. Su velo es discreto y su ramo es el doble de grande
que el mío.

Camina sola hacia el altar, como siempre juramos que


haríamos porque que se jodan nuestros padres, ¿no?, irra-
diando confianza y felicidad.
Evie se pone a mi lado cuando el cura empieza la ceremo-
nia. Nos damos la mano y miramos.

Pero, todo el tiempo, estoy pensando en el día de mi propia


boda.

Y ese momento perfecto, hermoso, que cerró el círculo


cuando Lucio me puso el anillo en el dedo y me dijo que me
amaría y me protegería mientras ambos viviéramos.

Miro mi mano izquierda. El precioso diamante ocupa el


centro del escenario entre los zafiros. Y, justo debajo, está la
sencilla banda de plata que se parece mucho a la que Lucio
lleva ahora en la mano derecha.

Alzo la vista y capto la mirada de mi marido.

Me dedica una sonrisa cómplice. Inconscientemente, mis


dedos trazan el círculo de mi alianza.

Nunca estuve más agradecida por un plato de pasta robado.

Una vez terminada la ceremonia, los invitados son


conducidos a otra parte del jardín, donde se instaló una
enorme pista de baile junto a la cabina del DJ.

Decenas de mesas rodean la pista de baile y los camareros


circulan por todas partes, preparando cada mesa para la
decadente comida que nos servirán.

Todo ha ido de maravilla hasta ahora, y estoy orgullosa de lo


bien que organicé toda la boda.

—Hola, guapa —dice Lucio. Se acerca por detrás y me


rodea con sus brazos.
—Oye, tú —le respondo, observando cómo los invitados se
dirigen a sus mesas.

1Ahora que el restaurante se ha consolidado, creo que


puedes dedicarte a la organización de eventos —me dice
besándome el cuello.

—Por favor —le digo—. El restaurante es un trabajo a


tiempo completo. Y tengo que pensar en Evie. Quiero estar
ahí para ella.

—Estás ahí para ella —insiste—. Eres la mejor madre del


mundo.

Esas palabras significan más para mí de lo que él podría


imaginar. Apoyo la cabeza en su ancho pecho y suspiro
satisfecha.

—Los brindis están a punto de empezar —le recuerdo—.


¿Estás listo?

—¿Lo estás tú? —me lanza.

—Por favor —respondo—. Tengo mi discurso preparado


desde que Adriano se lo propuso.

—Cállate —Lucio me mira boquiabierto—. ¿En serio?

—Por supuesto.

—Jesús —respira Lucio miserablemente—. Estoy


sobrepasado.

—Mejor ponte a escribir entonces, Don Mazzeo.

Antes de servir la cena, se anuncian los brindis y todos


reciben una copa de champán.

Lucio y yo nos dirigimos a la mesa principal.


Le pasan un micrófono y acaba en la mano de Lucio. Se
levanta, tose y mira a la multitud.

—Allá vamos —murmura Adriano a su lado, riendo—.


Reparte los pañuelos.

Lucio lo mira con el ceño fruncido.

—Me gustaría empezar diciendo que pedí explícitamente


no tener que hacer un discurso —empieza Lucio—. El novio
de hoy tiene la molesta costumbre de obligarme a hacer
mierdas, digo, cosas; lo siento, Evie, que no quiero hacer.

El público se ríe. Evie chilla y dice: —¡Papá, no digas


palabrotas!

Lucio se mueve en su sitio y suspira. Entonces, cambia de


humor. Mira a Adriano y respira sombríamente.

—Adriano ha sido una espina clavada prácticamente desde


el día en que nacimos. Pero hoy, que estoy aquí, nunca
estuve más agradecido por ello. Él me hace mejor. Me hace
más inteligente. Me hace más sabio. Me hace reír y me hace
exasperar, estoy seguro de que todos conocen esa sensación,
y me demuestra cada día que es un mundo hermoso y que
todos tenemos la bendición de vivir en él. Dios sabe que yo
estoy más que bendecido.

Nos mira a Evie y a mí, encogidas en mi asiento, mientras


dice eso. Las dos nos sonrojamos y le devolvemos la sonrisa.

—Se casa hoy con una mujer que es igual a él. Y también un
grano en el culo, si nuestra amistad hasta la fecha sirve de
muestra.

Vanessa se ríe y le tira una servilleta a Lucio a la cabeza. —


¡Hace falta ser uno para conocer a otro! —grita.
—Es un privilegio estar aquí con ustedes. Te quiero como a
un hermano, Adriano. Terminaré con una cosa más: como
dirían los franceses, Que ce grand jour marque le début d'une
grande histoire entre vous deux. Que este día sea el comienzo
de una gran historia entre ustedes.

El público aplaude y ríe a carcajadas.

Adriano se levanta y los dos hombres se abrazan con fuerza.


Se me salta una lágrima.

—Amor de chicos —me susurra Vanessa al oído—. ¿Hay


algo más lindo?

Entonces Lucio me mira. —Y ahora el discurso de la dama


de honor. Por favor, den la bienvenida a mi increíble y talen-
tosa esposa, Charlotte Mazzeo.

Todavía siento un estremecimiento de emoción cada vez


que escucho mi nuevo nombre.

Y cada vez que Lucio se refiere a mí como su esposa.

Me levanto y le quito el micrófono. —No soy tan elocuente


como mi marido, así que voy a ser muy breve y asquerosa-
mente dulce.

Me agacho para coger la mano de Vanessa. Sus ojos ya están


llenos de lágrimas.

Puede que se muestre como una chica dura, pero, cuando se


trata de momentos como este, es de lo más blanda.

—No hay nadie en este mundo que sepa tan bien como
Vanessa cómo fue mi vida. Hace mucho tiempo dijimos que
las chicas como nosotras sobrevivimos gracias a las oportu-
nidades. Y, durante muchos años, vivimos según esa regla.
Pero está mal.
Respiro hondo y aprieto un poco más su mano.

—De lo que vivimos es del amor. De eso vivimos todos.


Sobrevivimos dando amor y, lo que es igual de importante,
estando dispuestas a recibirlo cuando nos lo dan. Así que
gracias, Vanessa, por darme amor. Y gracias por recibir el
mío. No sabes lo mucho que significa estar aquí cuando
empiezas el siguiente capítulo de tu vida. Te quiero, cariño.

Vanessa se levanta de un salto y me aprieta. —Yo también te


quiero, Char —me susurra al oído.

Adriano nos sonríe mientras se levanta y me quita el


micrófono.

—Sé que ya están hartos de discursos, sobre todo después


de estos dos aburridos.

Nos guiña un ojo, solo para asegurarse de que sabemos que


está bromeando. —En nombre de mi nueva esposa y mío,
me gustaría dar las gracias a todos por venir hoy. En particu-
lar, nos gustaría dar las gracias a nuestros dos mejores
amigos. Lucio y Charlotte. Si no fuera por ustedes, puedo
decir sinceramente que Vanessa y yo nunca nos habríamos
cruzado.

Lucio me pasa un suave brazo por el hombro y tira de Evie


hacia su regazo. Los tres nos acurrucamos mientras Adriano
sigue hablando.

—Los vimos pasar por una prueba tras otra y eso solo los
hizo más fuertes. Los vimos pasar de enemigos a amantes,
de amantes a amigos... de amigos de nuevo a enemigos...

Un hilillo de risas recorre la multitud.


—Y, para saltarnos algunos pasos y hacer mucho más corta
una historia larguísima, de ahí a una familia —continúa
Adriano—. El tipo de familia que Vanessa y yo aspiramos a
ser. Gracias por su amistad y amor. O como dirían los
franceses…

—¡Boo! —Lucio interrumpe con una carcajada.

Todo el público gime y ríe.

Y mi corazón se estruja de amor.

La comida es un increíble menú de cinco platos. Cortesía de


Edmund Santiago, por supuesto. También fue el chef de
nuestra boda, y su trabajo fie tan espectacular que supe que
era la única opción en este caso.

Una vez terminada la comida, todo el mundo se dirige a la


pista de baile.

Lucio y yo nos quedamos en nuestros asientos. Me pasa el


brazo por encima del hombro y yo me apoyo en él.

—Lo hiciste bien, mi amor —me dice—. La boda fue un


triunfo. Como te dije, organizadora de eventos. Puede ser tu
proyecto paralelo.

Me río y le planto un beso en la mejilla.

—Me interesa más otro tipo de proyecto —le digo, entrela-


zando mis dedos con los suyos—. Algo un poco más
práctico.

—¿Ah, sí? —pregunta—. ¿Y qué es eso?

Lo miro con cautela por el rabillo del ojo. —Hacer bebés.


Se sobresalta. Me aparto de su pecho para poder girarme y
mirarlo bien.

—¿En serio? —pregunta—. ¿Quieres un bebé?

—Bueno, estaría bien que Evie tuviera un hermano —


admito—. Ya tiene siete años.

—Cierto —dice Lucio. Ladea la cabeza.

Los dos miramos hacia la pista de baile, donde Evie da


vueltas con Enzo y Giovanni.

—Está creciendo rápido —murmura Lucio.

—¿Ahora mismo no te interesa tener otro hijo? —pregunto,


sintiendo que la decepción se me hincha en el vientre.

—No es eso —dice rápidamente—. Es solo que no creí que


te interesara en este momento. Tienes las manos llenas con
el restaurante. Y Evie. Y aún no tienes veintitrés años.

Sonrío. —Ahora ya sabes qué regalarme por mi cumpleaños


—le digo guiñándole un ojo.

Se ríe.

—No estoy sugiriendo que nos concentremos solo en esto ni


nada —le digo—. Solo digo que quizá deje los anticoncep-
tivos y nos divirtamos. A ver qué pasa.

Sonríe. Me encanta el brillo de sus ojos.

—Tendremos que practicar un poco —me dice—. O mejor


dicho, mucho. Hacer bebés es un asunto serio.

—No podría estar más de acuerdo.

Con una sonrisa pícara, me coge de la mano y me levanta.


—¿A dónde vamos?

—A practicar —me dice.

—¿Ahora?

—Ahora —reitera con firmeza mientras tira de mí a través


de la multitud y hacia el interior de la casa.

Evie ni siquiera se da cuenta de que nos vamos. Está dema-


siado ocupada bailando en la pista como para prestar aten-
ción a sus padres.

Lucio me conduce al otro extremo de la casa, a la gran


puerta ornamentada que baja a la bodega.

Por supuesto, el nuevo complejo también tiene una.

La única diferencia es que no hay ninguna celda en la


esquina.

—Nunca llegamos a entrar en esta habitación —me dice,


tirando de mí a través de ella y cerrando con un chasquido.

Me río. —¿Con eso quieres decir que aún no hemos follado


en ella?

—Eso es precisamente lo que quiero decir —dice, volvién-


dose hacia mí y recorriendo mi cuerpo con avidez con la
mirada—. Ahora... desnúdate para mí.

Su tono autoritario me produce escalofríos de deseo.

Retrocede unos pasos y cruza el brazo sobre el pecho.

Sonriendo seductoramente, empiezo a desnudarme para él.

Voy despacio, quitándome primero el vestido para dejar al


descubierto la lencería color nude que llevo debajo.
—Déjate los tacones —ordena.

Mordiéndome el labio, me quito el sujetador y luego las


bragas.

Por fin, estoy desnuda delante de él. En nada más que mis
tacones y mis joyas caras.

—Mierda —respira Lucio—. Eres una puta diosa.

Veo su erección presionando la entrepierna de sus panta-


lones y ya se me hace agua la boca.

Me acerco a él y lo abrazo.

Sus manos caen al instante a mi culo, pero sus ojos se


quedan en mi cara.

—¿Cómo he tenido tanta suerte? —pregunta, como si real-


mente buscara la respuesta.

Me inclino hacia él y le beso suavemente el cuello.

—Me hago la misma pregunta todos los días.

Me besa. Sus labios descienden sobre los míos con el mismo


calor que siento en mi interior.

Las palabras quedan relegadas a un segundo plano y el


cuerpo toma el control.

Mientras me pierdo en mi marido, me doy cuenta de que la


respuesta no importa.

Lo único que importa es esto.

Nosotros dos, enfrentándonos al mundo juntos.

Como me prometió.

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