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No Necesito Más, Si Te Tengo A Ti - Sophie Saint Rose

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No necesito más, si te tengo a ti

Sophie Saint Rose


Índice
Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo
Capítulo 1

Maymee caminó por el pasillo a toda prisa y abrió la puerta. Cuando


pasó por entre las mesas de los de marketing, varios agacharon las cabezas

y no era para menos, el jefe estaba que trinaba con los resultados de la
campaña de publicidad que habían sacado dos semanas antes. Llegó a la

puerta del jefe del departamento y la abrió sin llamar. Jerry, que hablaba por

teléfono sentado tras su escritorio, enderezó la espalda en cuanto le vio la


cara. —Te llamo ahora, Melissa.

Cerró la puerta y tomó aire por la nariz viendo como dejaba su

móvil sobre la mesa. —Quizás deberías hablar menos con tu mujer y estar

más atento a tu trabajo en hora de oficina.

—¿Vienes a echarme la bronca?

—Es él o yo. ¿Qué prefieres?

—Por favor, siéntate.


No pensaba hacerlo, quería ponerla a su nivel y no estaban al mismo

nivel en absoluto. —Estoy bien así —dijo fríamente.

—Como quieras. —Se recostó sobre el sillón. —El jefe aprobó el

proyecto.

Eso la sacó de quicio. —Y una mierda. ¡No aprobó que pusierais la


publicidad en un periódico de tercera, ni que los anuncios de su mejor

autocaravana aparecieran en horario infantil! ¿Pero qué coño te pasa?

—¡Ya he despedido a quien se encargó de colocar los spots en las

cadenas de televisión y no tengo la culpa de que los periódicos de tirada

nacional no tuvieran espacio por los anuncios de las marcas para la Super

Bowl! ¡Ellos reservaron hace meses y nosotros hemos tenido que preparar

la campaña en una semana porque le entró prisa en el último momento!

¡Estaba previsto sacarlo para junio!

No salía de su asombro. —¿Estás criticando al jefe porque te ha

pedido que hagas tu trabajo?

Se sonrojó. —No, claro que no, pero…

—Recoge tus cosas, estás despedido —dijo con voz heladora.

Se levantó de golpe. —¡No puedes despedirme! Eres secretaria, no

tienes autoridad para…


—Tengo la autoridad que me ha dado Delton. Recoge tus cosas,

Bercovich no da segundas oportunidades, lo sabes de sobra. ¡O das el cien

por cien en esta empresa o te vas al paro! —Ella fue hasta la puerta y

asombrado vio a través de los cristales de su despacho que los de seguridad

pasaban entre las mesas. —Te aconsejo que no des problemas.

—Pero…

Salió dejándole con la palabra en la boca y pasó entre los dos

guardias de seguridad. —Que solo se lleve sus efectos personales, nada

más. Nada que pueda contener información de la empresa, incluido el

teléfono móvil.

—Entendido —dijo Harry sin quitarle ojo a través de los cristales

que mostraban el despacho.

Maymee se volvió hacia los del departamento que la observaban

entre asustados y pasmados. Sin importarle sacó su móvil y miró el nombre.

—¿Albert Martinson?

Un joven se levantó lentamente casi temblando y Maymee le

observó fijamente con sus impactantes ojos verdes. Era joven, pero muy

preparado por lo que había visto en su curriculum. —¿Cuánto llevas en la


empresa? —preguntó, aunque lo sabía de sobra.

—Dos años.
Escucharon como algo se rompía en el despacho, pero ella lo ignoró

sin dejar de mirar al tipo. —¿Qué cambiarías del departamento para hacer

vender más a Bercovich Motorhomes?

Los ojos del chico brillaron. —Todo. Desde la publicidad en las

redes hasta esos anuncios absurdos en televisión. Lo cambiaría todo.

Sonrió de medio lado. —Pues el departamento es tuyo —dijo

haciendo jadear del asombro a compañeros mucho más antiguos que él—.

Sorpréndenos.

—Lo haré, lo juro —dijo ilusionado—. Gracias, gracias… He

trabajado tanto…

—Por eso lo has conseguido. Bienvenido al consejo de dirección. —

Miró a los demás. —¿Sabéis por qué le he dado este puesto? Porque se deja

las pestañas por la empresa hasta las tantas, nunca protesta y siempre está

dispuesto a echar una mano, eso sin contar las ideas que sé que ha aportado

él y que han sido brillantes, aunque luego el inútil de su jefe las ha

desechado. ¡Si alguien se pregunta por qué lo elijo a él es por todo eso y si

alguien de aquí lo pone en duda ahí tiene la puerta! ¡Las cosas van a

cambiar y vais a rendir o seguiréis el mismo camino que Jerry! ¿Me he

explicado con claridad?


Todos asintieron vehementes y Maymee sonrió dulcemente. —

Perfecto. Albert, al tajo.

—Sí, sí. Gracias.

En ese momento salió Jerry. —¡Te das muchos aires, pero te veré en

la cola del paro cuando metas la pata!

Levantó una de sus cejas pelirrojas. —Puede que sí, pero no me

esperes demasiado tiempo. Intenta buscar otro trabajo porque igual no

aparezco. —Se volvió para ir hacia la puerta del departamento.

—¡No te confíes tanto, guapa! —gritó Jerry furioso—. ¡Estarás

buscando empleo antes de lo que crees! ¡A ese mamón las secretarias le


duran cuatro polvos! Ya se cansará de ti, ya.

Con la mano en el pomo escuchó los murmullos de sus compañeros

y entrecerró los ojos antes de volverse lentamente. —¿Qué has dicho?

—¡Lo que has oído!

—Con ese comentario no solo demuestras que eres un retrógrado y

un machista, también demuestras que no eres la persona que esta empresa

necesita. No esperes carta de recomendación.

—¡Métetela por el culo, zorra!

Sonrió maliciosa. —Te sobra clase, eso es evidente. —Abrió la

puerta del departamento. —Por cierto, de la que voy al último piso voy a
pasarme por recursos humanos y por el departamento legal. No esperes que

se te pague absolutamente nada de lo que se te debe y si tienes alguna duda

al respecto léete tu contrato. Hay una cláusula muy interesante sobre el

buen comportamiento y la ética en el trabajo que no te vendrá mal repasar

para que la próxima vez retengas tu lengua. —Sonrió falsamente. —Que

pases muy buen día.

—¡Hija de puta! ¡Aún no se me ha pagado la prima anual!

—Ni se te pagará —dijo antes de irse.

Él la siguió corriendo. —¡No puedes hacer eso! ¡Os denunciaré!

—Sacadle de la empresa.

Los de seguridad le cogieron por los brazos. —¡Soltadme!

Se metió en el ascensor y al volverse gruñó por lo bajo por cómo se

resistía pegando gritos. ¿Por qué si ella despedía se ponían como locos y a

Delton nadie le rechistaba? Es que no lo entendía, la verdad. Siempre había


numeritos. Pulsó el botón del piso de arriba y cuando las puertas se

cerraban Jerry se arrastraba por el suelo mientras intentaban retenerle. Un

poco de dignidad, por favor. Suspiró mirándose al espejo y vio que uno de

sus rizos intentaba salirse del recogido en la nuca. Se pasó la mano por él

intentando colocarlo. Apretó los labios con rabia porque para arreglarlo

tendría que deshacer la larga trenza que recogía en un moño a la nuca y eso
le llevaría un tiempo que no tenía. Pero tendría que solucionarlo antes de

entrar en el despacho de Delton, le gustaba que fuera impecable. Había sido

muy claro en eso el primer día de trabajo. Tomó aire y salió en la planta de

recursos humanos.

Esa tarde estaba en su mesa revisando un mail que acababa de

llegar, cuando alguien abrió la puerta de cristal. Sonrió a David, el hermano


pequeño del jefe. —Buenas tardes.

—Buenas tardes, Maymee. —Tiró la mochila sobre su inmaculado

escritorio. —¿Está ocupado?

—En este momento está con un posible socio, pero terminará

enseguida. ¿Una tila?

La miró asombrado. —¿Se me ve nervioso?

Rio por lo bajo. —Qué va…

—Madre mía…

—No puede ser tan grave. ¿Has suspendido algún examen? —

Entrecerró los ojos. —Porque no es nada más gordo, como un embarazo no


deseado después de una juerga loca de la hermandad, ¿no?
Él gimió por lo bajo y Maymee no pudo disimular su asombro. —
No fastidies.

—Al parecer soy muy previsible.

—Te va a matar —susurró.

—Lo sé. Me ha dicho el rollo de los condones millones de veces.

—¿Y qué vas a hacer?

—No quiere abortar, quiere casarse.

—Ah, no. Si ni has acabado la carrera. Además, ¿tú la quieres como

para dar un paso así? —Sus sinceros ojos azules dijeron que sí y Maymee
suspiró. —Entiendo. ¿Se lo has dicho a tus padres?

—Mi padre está de pesca con un amigo y mi madre de compras con

Lisa para lo de la boda. —Se pasó la mano por la nuca muy nervioso. —
Esto va a ser una bomba.

—Y que lo digas.

Le rogó con la mirada. —¿Me puedes ayudar?

—¿En qué?

—Si él da el visto bueno, seguro que los demás no se pondrán tan

histéricos. Por favor…

Suspiró mirando hacia la puerta. —Es que no sé cómo puedo


ayudarte, le va a sentar como un tiro de todas maneras. —Entonces se dio
cuenta de lo que quería decir. —Quieres que se lo suelte yo, ¿no es cierto?

—¿No acabas de decir que me va a matar?

—¡Eso, y que mate al mensajero!

—Shusss… —Juntó las manos. —Por favor, por favor… Eres su


ojito derecho. ¡En el tiempo que llevas aquí no te ha echado! —dijo como si
eso fuera impensable.

—Y quieres que me eche ahora. Muchas gracias. Esto es un asunto

familiar y…

Se puso de rodillas y Maymee estiró el cuello sobre la mesa para


verle con las manitas juntas como si fuera un niño en su primera comunión.
—Por favor, por favor… Haré lo que sea.

—Levanta de ahí, sé un hombre. —Miró hacia la puerta. —Como te


vea se va a poner aún más furioso por dejarle en evidencia ante su socio.
Levanta, leche.

Él bufó poniéndose en pie. —Estoy perdido.

El pobre empezaba a sudar y todo. Le dio mucha pena. —Vale, está


bien…

—Gracias, gracias. —Agarró la mochila para ir corriendo hacia la

puerta. —¡Llámame cuando se le pase el cabreo!


Parpadeó. —Ah, que se lo tenía que decir sola. Genial Maymee…

—Entrecerró los ojos y levantó el teléfono marcando a toda prisa. —


¿Pastelería Le France? Hola, Clare. Soy Maymee. Sí, lo pasamos genial.

Oye, tengo un poco de prisa, por mi jefe, ya sabes. Quiero media docena de
pastelitos de esos que tienen crema y chocolate por encima. Los París, esos.

Y los quiero cuanto antes, el mandamás tiene que superar una crisis.

Dos minutos después de que saliera su cita, entró en el despacho con

una bandeja que puso ante él, importándole un pito que tuviera unos papeles
sobre la mesa. Él iba a decir algo, pero cuando vio los pastelitos sonrió. —

Sí, tenía hambre.

—Lo sé. Siempre tienes hambre a esta hora.

Él cogió un pastel y se lo metió en la boca cerrando los ojos. Madre

mía, la cara que ponía, si era la misma que cuando hacía el amor, la que
estuviera debajo llegaba al orgasmo fijo. Menudos calores. Céntrate

Maymee. —Tengo que hablarte de algo.

Tragó y cogió su taza de café. —Adelante —dijo teniendo toda su


atención.

—David ha venido antes.


—¿Y por qué no ha esperado?

Porque soy idiota. Carraspeó. —Porque tenía algo de prisa.

—Este chico siempre corriendo de un lado a otro.

—Quería contarte algo y me ha pedido que te lo diga yo.

Él sonrió. —Ha terminado la carrera.

—No, le siguen quedando tres.

—Mierda, joder…

—Tranquilo, que este año acaba fijo. —Como si tenía que agarrarle

a la silla con los párpados pegados con cinta adhesiva, pero este no le daba
más disgustos al jefe. Este era el último año que Delton se disgustaba por

eso. Ya tendría tiempo a cabrearse por otras muchas cosas. —El hecho es
que su vida va a cambiar. —Delton entrecerró sus ojos castaños masticando

más lentamente. —Va a cambiar mucho en unos meses.

—Espero que sigas hablando de la carrera y del nuevo puesto de


trabajo aquí.

—Ya me gustaría hablar de eso, pero no.

—Ya lo entiendo, no quiere trabajar aquí. —Cogió otro pastelito. —


Algo me había dicho, pero me hice el loco. ¿Dónde va a conseguir un

trabajo mejor que conmigo?


—Ahora no creo que tenga otra opción que aceptarlo porque debe
mantener a su familia. —De la sorpresa el pastel se le resbaló de la mano,

cayéndosele sobre su taza de café que salpicó su inmaculada camisa. Ella


gimió porque parecía en shock. —¿Jefe?

La miró fríamente. —Dime que no estás hablando de lo que creo


que estás hablando.

—La quiere y ella no va a abortar.

—¡Me cago en la puta! —gritó levantándose, pero a ella no le

sorprendió nada su actitud—. ¿Está embarazada?

—Sí, y no se atreve a decírtelo. Temblaba y todo, no te digo más.

—Y con razón, porque cuando le pille le voy a… —Juró por lo bajo

volviéndose. —Hostia David… —Se pasó la mano por su cabello rubio


despeinándose. —¡Se lo advertí, joder!

—Jefe, tiene veintidós años. Es mayorcito para hacerse responsable

de sus actos.

—¡Con mi dinero!

Hizo una mueca porque era cierto. Toda su familia vivía de lo que él

ganaba en la empresa. Incluso el prometido de Lisa trabajaba allí. Y no muy


bien, por cierto, porque al ser el futuro cuñado del jefe se tomaba algunas

libertades que a ella no le gustaban nada.


—Es lo que hay y no puedes hacer nada al respecto. Resígnate e
intenta ayudarle si está metiendo la pata, Delton. —Él la fulminó con la

mirada y Maymee dio un paso hacia él. —Si te cruzas en su camino te va a


arrollar, enturbiarás vuestra relación y esta se resentirá, pero si le apoyas y

estás ahí para cuando te necesite, confiará en ti.

—¡Sabe que siempre puede contar conmigo!

—Te estoy diciendo yo que su novia está embarazada, Delton.

Apretó los labios y se miró la camisa. —Sácame un traje —dijo

molesto.

—¿Y después le llamo o espero a que se te pase el cabreo? Seguro


que está abajo.

Él se acercó a la ventana. Dudaba que le viera estaban en el piso


veintiuno. Sonrió por su preocupación, porque era evidente lo mucho que
quería a los suyos. Eso demostraba que era un hombre con todas las letras.

Suspiró con fuerza y al darse cuenta de lo que acababa de hacer, intentó


disimular yendo a toda prisa hacia el armario para sacar el traje azul y una
camisa blanca de las diez que tenía allí. —¿Corbata azul cobalto o rojo
rubí?

—Roja.
Se lo llevó al baño y lo colgó en la percha abriendo el grifo de la
ducha para que estuviera a la temperatura perfecta. Salió y dijo —Listo. ¿Te

hago otro café?

—Déjalo —dijo de mal humor pasando ante ella—, pero los pasteles

no te los lleves.

Reprimió la risa. —Muy bien, jefe. Tienes media hora hasta la


siguiente reunión.

Ni contestó cerrando la puerta. Eficiente fue hasta la mesa y recogió


el platillo lleno de café con la taza. Salió del despacho a toda prisa y regresó
con limpiador y una bayeta. Cuando dejó la bandeja limpia se aseguró de
que su sillón estuviera impecable. Elevó la bandeja suspirando del alivio

porque los documentos estaban bien y regresó al cuarto auxiliar para


recogerlo todo. Cuando entró en el despacho él salía ajustándose la corbata.
—Llámale, quiero hablar con David ahora.

—Sí, jefe.

Entró en el baño y sacó su móvil del bolsillo del vestido. Se lo puso


al oído mientras recogía la ropa para llevarla a la lavandería. —Ya puedes
subir —susurró ignorando el aroma del gel. Dios, qué bien olía, como él.

—¿Seguro? —preguntó David muy asustado.

—Seguro. Ya está más calmado.


—Genial.

Colgó y ella hizo una mueca saliendo del baño. —Enseguida viene.

—Déjanos solos. Llama a Richard y dile que la reunión se aplaza


veinte minutos.

—Entendido.

Salió del despacho dejando la puerta abierta y después de guardarlo


todo se sentó ante su escritorio dispuesta a llamar a el jefe de ventas cuando

se abrió la puerta. David la miró indeciso. —¿Seguro?

—Seguro.

—David, pasa a mi despacho —dijo él fríamente desde el interior.

Su hermano gimió arrastrando los pies hasta allí—. Cierra la puerta.

Maymee se mordió su grueso labio inferior. Esperaba que no saliera


de allí espantado. No, eso no pasaría. Se adoraban y al final se
comprenderían.
Capítulo 2

Diez minutos después los gritos se debían estar oyendo hasta en el


hall.

—¡Me da igual lo que digas! ¡Nos vamos a casar!

—¿Pero tú estás loco? Si no tienes ni trabajo, ¿cómo te vas a casar y

tener un hijo?

—¡Pues buscaré trabajo! Además, papá …

—¿Papá sabe esto?

—¡No, todavía no lo sabe, pero una vez me dijo que si quería dejar

la universidad podía llevar su tienda!

—¿Qué tienda? —Ahora parecía pasmado. — ¿Hablas del local que

arrendó hace años el abuelo?

—¡Sí! ¡Es de papá para hacer con él lo que quiera! Hemos pensado

en poner una tienda de vinilos y…


—¡Pero tú qué te has fumado! —gritó colérico—. ¿Cómo vas a

mantener una familia vendiendo discos que ya casi no compra nadie?

¡Despierta David, esto es la vida real! ¡No terminar la carrera sería una

estupidez mayúscula y más aún con lo poco que te queda!

Al menos David se mantuvo en silencio.

—Siéntate.

—Pero…

—¡Que te sientes, hostia!

Maymee gimió, la delicadeza no era lo suyo. David salió del

despacho furioso y dando un portazo. —Gracias por tu ayuda.

—De nada —susurró viéndole irse como alma que lleva el diablo.

Suspiró mirando hacia la puerta y escuchó que Delton gritaba —

¿Dónde está Richard?

Cuatro días después, le mostraba a Delton los nuevos contratos que

acababa de mecanografiar y observó como los revisaba. En ese momento

sonó el teléfono móvil de su jefe y él al ver que era su madre gruñó antes de

seguir leyendo. —Contesta, ¿quieres? Dile que estoy reunido.


Genial. Cogió su móvil y se lo puso al oído. —Margaret ahora no

puede ponerse.

—Me está esquivando ¿no? ¡Mi hijo me esquiva! Era lo que me

faltaba por ver.

—No, claro que no.

—¡No me mientas que no ha contestado mis llamadas en cuatro

días!

—Ah, pues entonces sí.

—¿Está muy enfadado?

—Ha tenido momentos mejores.

Suspiró. —Esperaba mucho de David. Quizás demasiado. Sé que no

entiende que le demos la razón y que aprobemos la boda, pero es nuestro

nieto.

—Lo sé, y lo terminará aceptando. Solo necesita tiempo. Y espacio.

—Pues…

Hala, ahora venía otra cosa. —Dime.

—Quieren casarse en su casa de Suiza. Será una boda íntima, pero

quieren que sea bonita y les encanta la nieve. Ahora está nevando, ¿sabes?

—Me lo imagino, es Suiza y aún estamos en febrero.


Delton levantó la cabeza como un resorte y negó vehemente.

Mierda. —¿Pero no es un poco lejos? Además, la boda de Lisa es en junio

y…

—Quieren casarse cuanto antes. Para que no se le note, seguro que

la comprendes.

—Ya veo —dijo mirándole de reojo.

—Ni hablar —dijo él por lo bajo—. Que se busquen la vida, ¿no

quiere independencia? Pues no pienso dejarles la casa.

—Lo he oído —dijo su madre—. Pon el manos libres.

—No creo que sea buena idea.

—¡Le voy a recordar algo que parece que ha olvidado! ¡Pon el

manos libres!

Gimió pulsando el botón. —Ya.

—¡Delton, esto es intolerable! —Su jefe la miró como si quisiera

matarla. —¡Cómo que si quiere independencia que se las arregle! ¡Es tu

hermano, tu sangre y en este momento nos necesita más que nunca!

¿Quieres que te recuerde con qué montaste tu empresa? ¡Con la herencia de

mi padre! ¡Te lo di todo porque eres mi hijo y confío en ti! ¡Y confío

también en que ya que has ganado tanto dinero con el dinero que yo te di,
cuides de tus hermanos como me prometiste! ¿Tienes algo más que añadir a

eso?

Su jefe hubiera soltado cuatro gritos bien a gusto, pero simplemente

siseó —No, madre. No tengo más que añadir.

—¡Pues eso! —gritó antes de colgar.

Maymee como si nada dejó el teléfono sobre la mesa. —¿Cuánto

dinero te dio?

—Siete mil dólares. —Sonrió con ironía. —Siete mil puñeteros

dólares que me recuerda cada vez que quiere algo.

Tuvo que reprimir la risa.

—No tiene gracia.

—No, no la tiene, pero… —Rio sin poder evitarlo. —Menudos

dividendos les está sacando. Un ático en Manhattan y todo lo demás…

—Y encima protesta cuando soy yo quien me dejo los ojos

trabajando. ¡Joder, si esos siete mil se los paso al mes!

El teléfono volvió a sonar y vio que era su padre. Bufó tirando el

bolígrafo de oro sobre los documentos. —Increíble.

Soltó una risita. —Eso os pasa por estar tan unidos.

Eso le llamó la atención. —¿Acaso tú no estás unida a tu familia?


Perdió la sonrisa poco a poco. —Solo tengo a mi abuela y está en

una residencia con Alzheimer.

—Lo siento mucho —dijo muy serio.

—Son cosas que pasan. Vamos contesta, no le hagas esperar. —Se

giró para irse sintiéndose observada, pero no se volvió porque sus ojos se

habían llenado de lágrimas como siempre que recordaba a su abuela. El

domingo pasado la había visitado y ni sabía quién era. Había sido lo más

triste que había vivido en la vida. Se sentó tras su mesa con la mirada

perdida recordando sus buenos momentos hasta hacía dos años que la

enfermedad había entrado de lleno en su vida. Eran como uña y carne, todo

lo hacían juntas y ahora... ¿Qué haría cuando ya no estuviera? No se lo

quería ni imaginar. Las lágrimas cayeron por sus mejillas y casi sin ver

abrió el cajón para coger dos pañuelos de papel del envase. Se limpió a toda

prisa. Dios, iba a estropear el maquillaje. La puerta del despacho se abrió de


golpe y disimulando tiró el pañuelo a la papelera, pero él no era tonto.

Maymee forzó una sonrisa. —¿Todo bien?

—Pasa al despacho.

Confundida se levantó para entrar tras él. —Entre todos ya me


habéis convencido, ¿contenta? —preguntó como si estuviera molesto.

—¿Perdón?
—Empieza a organizarlo, búscales un piso que será mi regalo de

bodas y una luna de miel que será el regalo de mis padres. —Como si nada

se sentó en el sillón ignorando su cara de pasmo. —Ponme con Lucy, tengo

que cancelar la cita de esta noche, hay cena con la familia. Te apuntas, ¿no?

Algo tendrás que preguntarles sobre sus gustos y eso. Oh, y llama a Patrick

tiene que organizar la cena que es en mi casa.

—¿Perdón?

Él la miró a los ojos. —¡Tú me has metido en esto!

—¿Yo? —preguntó pasmada.

—¡No me fastidies, Maymee! ¡Tú has insistido en que contestara y

cuando mi padre se pone serio, no hay quien le diga que no! ¡Se hace en mi
casa, así que se supone que como está en Suiza debo organizarlo yo! ¿Y

crees que tengo tiempo para eso?

—Hay algo que se llama organizadora de bodas, ¿sabes?

—¡Pues contrátala, pero que haya un cura y que a mis invitados no

les falte de nada! —El teléfono sonó de nuevo. —Es Garner, tengo que
contestar.

Entrecerró los ojos cuando le vio hacerlo. La estaba esquivando

como a su madre, poniendo los negocios como excusa. Qué listo era. Pero
ella también, así que se cruzó de brazos.
Delton entrecerrando los ojos le hizo un gesto con la mano para que
se fuera y ella bufó volviéndose. ¿Organizar una boda? Sí, podía hacerlo.

De hecho, hasta le hizo ilusión después de pensarlo un poco. Si el trabajo se


retrasaba que se fastidiara.

¿Retrasarse el trabajo? Eso no podía ser y se lo demostró toda la


tarde que la tuvo como una loca de un lado a otro de la oficina porque ni

podía esperar a que las cosas llegaran por mail. Hasta en el coche hacia la
cena en su casa la hizo trabajar en su portátil, porque una documentación

muy importante debía presentarse al día siguiente firmada por él.

Cuando llegaron a su casa en Upper West Side el mayordomo de

Delton les abrió la puerta con un pantalón negro y una camisa blanca, el
uniforme que indicaba que había un acto importante. —Hola, guapo —dijo

ella pasando ante él para ir a toda prisa hacia el despacho.

Patrick levantó una ceja cogiendo el abrigo de Delton. —No


deberías hacerla trabajar tanto.

—Cuando trabaja no me da problemas. ¿Todo listo?

—Canapés, sopa de langosta y entrecot como le gusta a tu padre.


¿Qué pasa?
—Me he comprometido a organizar la boda en Suiza.

—Genial, ¿cuándo nos vamos?

Le miró como si no supiera de lo que hablaba.

—¿No sabes cuándo se casa?

—Nos enteraremos hoy. Pero será pronto.

—¿Una cerveza?

—¡No, no!

Los dos miraron hacia el despacho y Delton se acercó a toda prisa


para verla sentada en su sillón con la cabeza sobre el escritorio dándose de

cabezazos. —¿Qué pasa?

—Se me ha borrado.

—¡Joder no, recupéralo!

Le miró como si quisiera pegarle cuatro gritos. —¿Crees que no lo

he intentado?

—Tranquilidad —dijo Patrick acercándose—. Estoy haciendo un


curso online de informática y es fácil recuperar ese tipo de cosas. —Se

agachó a su lado y empezó a teclear en el portátil, pero de repente la


pantalla se quedó en negro. Patrick carraspeó. —¿Qué habrá pasado?

—Que lo has tocado —dijo ella con ganas de despellejarle.


—¿Quién me manda a mí tocar lo que no debo? Voy a revisar la

cena, que eso se me da genial.

Miró a su jefe. —Tengo que volver a la oficina.

—Ni hablar. No vas a dejarme solo con este marrón.

—Oye, que esto es trabajo.

—Y esto también, porque lo mando yo.

Cerró la tapa del ordenador. —Pues muy bien. —Se levantó


quitándose el abrigo y lo tiró sobre el sofá antes de pasar ante él. —

¿Presupuesto?

—¿Crees que me importa? —dijo siguiéndola—. Con tal de que no


me protesten lo que sea.

—Genial. ¿Invitados?

—Es algo íntimo. La familia, que ya son bastantes.

Entró en la cocina y fue hasta la nevera para sacar un agua con una
cerveza. —Cuando hablas de familia, hablas de toda la familia, supongo.

Él le quitó la chapa antes de sentarse a la mesa de la cocina. —Con

mis doce tíos y primos, esposas y todos los demás. Y no te olvides de mi


abuela, que me capa.

Le miró asombrada. —¿Tienes doce tíos?


—¿No lo sabías? Hostia, es verdad que en mi cumpleaños anterior

no estabas. Es dentro de dos meses. Organízalo también, ¿quieres?

Patrick rio por lo bajo mientras ella gruñía. —¿Tu casa en Suiza es
tan grande?

—Hoteles, en mi casa solo la familia íntima y Patrick. Y tú, claro.

—¿Yo tengo que ir? —Ahora sí que no salía de su asombro. —


¡Odio la nieve!

—¡No hace falta que vayas a esquiar si no quieres, pero vas a ir!

—¡No puedo! Mi abuela…

—Solo serán unos días, considéralo unas vacaciones. —Se levantó y


dijo llevándose la cerveza —Voy a ducharme.

Asombrada le dijo a Patrick. —Unas vacaciones.

—Lo pasaremos bien.

Agotada se sentó donde antes se había sentado él y sedienta bebió


de su agua. Entonces se dio cuenta de que no había bebido ni comido nada

desde el desayuno, porque en la comida había ido a hacer unos recados para
su jefe y no le había dado tiempo.

—Pareces agotada.

—Necesito cambiar de jefe.

Patrick rio. —¿Y dónde encontrarías uno mejor?


—¿En las páginas amarillas?

—Ja, ja… Dile que necesitas una ayudante.

—¿Una ayudante para su ayudante guión secretaria? No sé… Lo

que pasa es que estamos en una mala época. Llega la primavera y la gente
se pone como loca con las autocaravanas. Tenemos más pedidos que nunca

y es porque los nuevos diseños son estupendos. Y eso que la publicidad fue
un desastre, pero conseguí arreglarlo.

—¿Cómo?

—Un amigo mío de la universidad es un loco de los videojuegos y


tiene canal en YouTube con un montón de seguidores. Hace cuatro días le

llamé por si podía hacerme el favor y metió publicidad en sus redes de la


camper Stilus. Eso provocó un aluvión de visitas a la página web. Es

increíble la cantidad de clientes que han recibido nuestros proveedores.

—Internet es el futuro.

—Sí, ya estamos trabajando en ello. He elegido un jefe de marketing


que es bastante espabilado.

Mientras colocaba los deliciosos canapés la miró de reojo. —Así


que te ha pedido que organices la boda.

Tragando agua asintió. —Veamos lo que me dice hoy la novia.

—Va a ser interesante.


Con los ojos como platos miraba a la novia que con cara de ángel le
estaba diciendo lo que quería en su boda. —No apuntas —dijo Amber

confundida antes de mirar a su novio—. No apunta.

—Maymee… Apunta —dijo David forzando una sonrisa.

Aún incrédula miró a Margaret. —¿Palomas encima del arco lleno

de flores blancas? ¿Y qué hago, las pego al arco?

—Pueden ser de plástico —dijo Amber tan contenta horrorizando a

su suegra.

—¿Ha dicho de plástico? —preguntó Lisa intentando reprimir la risa


y Robert sentado a su lado en el sillón le dio un codazo porque David la

fulminó con la mirada. Lisa carraspeó—. Qué buena idea.

Patrick entró en ese momento. —La cena está lista, ¿pasáis al


comedor?

Maymee se levantó de inmediato con el block en la mano. —Sí, por


favor, me muero de hambre. Sigamos hablando mientras cenamos,
¿quieres? —Fue hasta su jefe y dijo por lo bajo —Palomas de plástico.

Él reprimió la risa, pero su padre carraspeó. —Hijo, ponme una

copa sin que te vea tu madre. Creo que la necesito.


Le dio una palmada en la espalda. —Después papá, o no apreciarás
el vino que servirá Patrick y que te va a sentar de maravilla.

Lisa pasó a su lado. —Tiene mucha clase, mi cuñadita.

—Shusss… —chistó Margaret empujándola hacia la puerta—. Tú a


callar.

Maymee y su jefe vieron como la parejita ajena a todo, se miraba

enamorada y cogiditos de la mano iban hacia el salón. En cuanto se alejaron


lo suficiente Delton dijo —Es una cría. ¿Pero qué está haciendo mi
hermano?

Ella estaba tan incrédula como él. —Había esperado una chica de su
edad, pero está en primero. ¿Esto lo saben sus padres?

—¿Y a mí qué me preguntas? Tú apunta lo que quiere y haz esa


horterada de boda.

—¿Te das cuenta de lo que pasará si no lo saben sus padres?

—Me importa un pito. Que se las arreglen con ellos. Vamos, quiero
acabar con esto.

Resignada le siguió hasta el comedor y vio que le habían dejado un

sitio al lado de la radiante novia, que le sonrió de oreja a oreja. —Y quiero


que el cura se vista de Papá Noel.
David que estaba bebiendo se atragantó salpicando a Robert que
intentaba reprimir la risa. El novio miró a su prometida incrédulo. —¿Cómo

de Papá Noel?

—Claro, es la tierra de Papá Noel, hay que aprovechar.

—Papá Noel vive en Laponia —dijo Margaret.

Se echó a reír. —¿De veras? Qué tonta.

—Tú no eres tonta, preciosa —dijo su novio antes de besarla en la

mejilla—. Irá de Papá Noel si tú quieres. Total, Laponia cae cerca.

—A unos tres mil kilómetros —dijo Maymee por lo bajo. Aquello

era ridículo. Apuntó lo de Papá Noel y como si nada preguntó —¿Tus


padres harán su lista de invitados?

—Oh, mis padres no vendrán —dijo como si nada—. Pasan de esta


locura.

—Qué suerte que alguien puede pasar —dijo Delton por lo bajo
cogiendo un canapé de salmón—. David, eso a ti te sentaría fatal.

—Me da igual. ¿No hay otra cosa para comer? Amber no puede
comer este tipo de salmón.

—Lo tenía previsto. —Patrick le puso a Amber un plato para ella

sola de espaguetis a la boloñesa.


Ella encantada soltó una risita como si tuviera cinco años. —Mi

plato favorito.

La verdad es que olía de maravilla y suspiró porque ella tenía que

conformarse con el salmón. Cogió un canapé y se lo metió en la boca.


Tragó a toda prisa para preguntar —¿Y el vestido? ¿Sabes cómo lo quieres?

Con la boca llena de espaguetis farfulló —Me lo haré yo.

—Va a ser diseñadora, ¿sabéis?

—¿Y por qué no le diseña un traje al que le case? —dijo Lisa a mala
leche.

Los ojos de Amber brillaron. —Qué buena idea… Rosa fosforito


con las solapas en dorado. Estilo Elvis…

—Lo que me faltaba por oír… —dijo Delton senior antes de mirar a
su mujer que estaba sentada ante él. La pobre mujer parecía que se iba a

desmayar en cualquier momento.

De repente David y Amber se echaron a reír a carcajadas y se

chocaron las manos. —Vaya cara que han puesto —dijo el menor de los
Bercovich.

—Cariño, te has reído demasiado pronto.

—No he podido evitarlo, la cara de Lisa es de lo más cómica.

Delton gruñó. —¿Una bromita, hermano?


—Ha sido idea de Amber. Estaba algo asustada por conoceros y

pensaba que creeríais que no era adecuada para casarse conmigo, así que se
le ocurrió que si la conocíais como una estúpida sin cerebro después
apreciaríais mejor cómo era realmente. Estudia psicología.

—Leche, pues se te da genial —dijo Maymee asombrada.

—Gracias. Saco sobresalientes.

—Una futura psicóloga —dijo su madre loca de contenta como si


les hubiera tocado la lotería.

Amber dejando el tenedor la miró. —Mis padres no vendrán porque


quieren que aborte para que termine la carrera cuanto antes, pero no pienso
deshacerme de un hijo del hombre que amo. —David cogió su mano

demostrando que pensaban lo mismo. —¿Qué este amor y este bebé han
llegado demasiado pronto? Pues tendremos más años para disfrutarlo.
Somos muy afortunados.

Asintió fascinada por lo madura que parecía ahora.

—Y quiero una boda sencilla. Me gustaría tener flores blancas y que


la ceremonia fuera en el exterior. Con la nieve rodeándonos. —Sus ojos

brillaron. —Y me gustaría llevar un gorro de esos blancos de pelo con un


abrigo que tuviera los puños de la misma piel, ese será mi traje de boda. —
Volvió la vista hacia David. —¿Tú qué llevarás, amor?
—Iré igual que tú, pero con el gorro y el abrigo en negro, ¿qué te

parece?

—Me encanta, y una rosa blanca en la solapa.

Le pareció muy distinto a lo que pedía todo el mundo y le gustó, le


gustó mucho. —¿Y la comida?

—Cordero asado —dijeron los dos a la vez antes de echarse a reír.


David añadió —Nos conocimos en el bar donde Amber trabaja y me tiró un
plato de cordero encima. Tiene que ser cordero.

—Qué bonito —dijo Lisa ilusionada—. Yo conocí a Robert en el


dentista.

—Preciosa, eso también fue romántico.

Le miró incrédula. —Si cuando saliste de la consulta babeabas. Ni

sé cómo entendí que querías mi teléfono.

Se echaron a reír y Maymee miró a su jefe que no reía en absoluto

observando a la pareja como si algo le rondara por la cabeza. —Así que


acabaréis la carrera.

—Claro —dijo ella convencida—. Ya le he dicho a mi futuro


marido, que ya puede ponerse las pilas porque tiene que acabar antes de que
llegue el peque. Tonterías las justas, que tendremos una responsabilidad
muy gorda.
Delton padre asintió. —Os apoyaremos en lo que necesitéis.

—Gracias, pero no será necesario. Puedo trabajar en el restaurante,


me aprecian mucho, ¿sabes? Y dicen que no me echarán por el embarazo.
Además, tengo una beca y…

—Ni hablar —dijo Delton—. No es necesario que trabajes tanto. Tú


dedícate a estudiar y a cuidarte, que me encargaré yo de cualquier cosa que
necesitéis. Al menos hasta que David consiga trabajo.

—¿Vas a trabajar con Delton? —preguntó Lisa.

—De momento sí, pero buscaré otra cosa.

—¿Por qué? —preguntó su hermano.

—Porque no quiero depender de ti toda mi vida.

Robert se sonrojó. —Bueno, tú trabajarías, no es que dependieras de


él. Te da una retribución por tu trabajo, como ocurriría en cualquier otro

sitio, no te estás aprovechando.

—Claro que no, cielo —dijo Lisa antes de mirar mosqueada a David

—. ¿Qué problema hay porque trabajes en la empresa de tu hermano? Él


quiere que lo hagas, te dará estabilidad y aprenderás muchísimo.

—Ya hablaremos de eso cuando volvamos de Suiza —dijo


incómodo antes de apretar la mano de su novia que sonrió.

—Los espaguetis están buenísimos.


Mejor meter baza que Lisa se estaba calentando. —Y la celebración
será dentro de la casa, supongo, ¿qué tenéis en mente?

—¿Aparte de la comida?

—¿Queréis música?

—Oh, queremos juegos.

Sonrió. —¿Juegos?

David asintió. —Ya sabes, jugar a las películas en familia y eso.


Chuches, chocolate caliente y pasarlo bien entre nosotros.

—Es una idea estupenda —dijo el patriarca antes de forzar una


sonrisa—. ¿Pero estás segura de que no quieres que venga nadie de tu
familia?

Amber perdió parte de su sonrisa y se encogió de hombros. —No


quieren y no quieren. Yo pienso vivir mi vida como me venga en gana, si no

quieren ir a mi boda es su problema, no el mío.

—Y alguna amiga…

—No, si vosotros no invitáis a amigos, yo tampoco.

David carraspeó. —Déjalo papá, nosotros ya hemos hablado de eso

y Amber lo quiere así.

Aunque intentaba aparentar que no le importaba, estaba dolida por


la reacción de su familia y le dio pena, la verdad. Ella no tenía familia y que
alguien que la tuviera no pudiera disfrutar de ella la apenaba. Volvió la vista
hacia su jefe que le ordenó con la mirada que lo arreglara. Pasmada movió
la cabeza de un lado a otro y él entrecerró los ojos ordenándoselo de nuevo.

Increíble.

—¿Algo más que os apetezca?

David se relajó. —Para el día antes queremos alguna excursión.

Esquiar no, porque Amber no sabe.

—Perfecto, me encargaré de buscar algo interesante. —Dejó el


block a un lado y cogió otro canapé.

—¿Serás mi dama de honor, Maymee? —Amber soltó una risita. —


Ya que te encargas de todo, es lo justo.

Se puso como un tomate. —No, si yo…

—Claro que será tu dama de honor —dijo Delton como si nada


antes de beber de su copa de vino.

—Oh, entonces tú irás vestida de rosa. A las pelirrojas les sienta


bien el rosa.

No, a ella no. —Sí, claro.

—Con un gorro rosa como el nuestro —dijo ilusionada. Y que las


flores de la decoración tengan alguna rosa de ese color. Pero pocas, que
quiero que predomine el blanco. —Suspiró soñadora. —Va a ser tan bonito,
todo nevado… —Miró a su prometido. —Será muy especial.

—Claro que sí, cielo. Será perfecto.

Y más le valía que lo fuera por como la miraba la familia deseando


la mejor boda para su retoño. —Por supuesto, yo me encargo.

Todos suspiraron del alivio y se preguntó qué hacían hace seis


meses cuando ella no existía en sus vidas. Patrick rio por lo bajo, pero al

darse cuenta de que el jefe le miraba carraspeó intentando disimular. —


¿Sirvo la sopa?

—Sí... —dijo Delton antes de volverse hacia su padre—. ¿Has


estado en la fábrica?

Margaret carraspeó. —En la mesa no se habla de negocios.

—Mamá, esto es importante.

—Me importa un pito. —Sonrió. —Lisa ya ha elegido el vestido.

—Aleluya —dijo David divertido—. ¿Y el ganador es?

Su hermana gruñó. —Alguien que no conoces, da igual.

Daba la sensación de que estaba algo molesta por perder el


protagonismo. Delton le dio un toquecito con el pie y ella levantó una ceja.
Le hizo un gesto con la cabeza para que metiera baza. ¿También tenía que
solucionar eso? Sonrió. —No, por favor, dinos… ¿A quién has elegido? El
de Lassiter que me enseñó tu madre el otro día en la oficina era precioso.

—Es el que he elegido —dijo sorprendida—. ¿De veras te gustó?

—Oh, es un sueño. —Y sinceramente dijo —Vas a estar preciosa.

—Me encantaba la espalda de encaje, pero las mangas largas en


junio…

—Son de encaje no te agobiarán.

—Eso es lo que le digo yo —dijo su madre—. Por cierto Maymee,


¿podrías buscar un fotógrafo decente? El que nos ha sugerido la

organizadora de la boda no nos gusta. Las fotos que nos mostraron se ven
muy modernas, con partes difuminadas en las caras de los novios. Es que
casi ni se les reconocía. De verdad, estas tonterías que inventan ahora… Oh,
y queremos que en los aperitivos haya de esos pastelitos que a Delton le

gustan tanto. A los invitados les encantarán.

Delton empujó el block sobre la mesa y ella le miró asombrada. —


Apunta…

—Y otro fotógrafo para nosotros, claro —dijo David mientras


Patrick le servía la sopa—. Y si hay pastelitos de esos mejor. —Le guiñó un
ojo a su prometida. —Te van a volver loca.
—Oh, podríamos poner una fuente de chocolate con malvaviscos
que la gente pueda hacer en la chimenea.

—Y una estatua de hielo —dijo Robert divertido seguramente

pensando en cuando se derritiera.

Los ojos de Amber brillaron. —Estatuas de hielo en el exterior


durante la ceremonia. Rodeándonos…

—Cielo, tú podrías poner una en el banquete —dijo el patriarca


mientras ella no dejaba de apuntar.

—Sí, papá. Un ángel. —Lisa aplaudió ilusionada. —Que sea


enorme.

Patrick le sirvió la sopa y se agachó a su lado mientras no dejaba de


apuntar. —Te va a faltar block…

—Qué va.
Capítulo 3

Casi sin cenar suspiró mientras la familia se levantaba de la mesa.


Asombrada vio que su jefe también se levantaba y se ponía a hablar con su

padre de la fábrica que tenía que hacerles los tapacubos. Increíble. ¡Ahora
tenía que organizar dos bodas! Parpadeó mirando el block donde lo había

apuntado todo. Sí, porque hasta tenía que encargarse de los vestidos de las

damas de honor de Lisa… Mierda.

Patrick se puso a recoger reprimiendo la risa. —Te estás volviendo

imprescindible.

—Muy gracioso. ¿Te ayudo?

—Vete a casa, que estás agotada. Además, tienes mil cosas en que

pensar.

—¡Maymee!

—El jefe te llama.


Gruñó levantándose. —Tengo un master en administración de

empresas.

—Te va a servir de mucho cuando negocies esa rebaja en el

restaurante de Lisa.

—Ja, ja…

Fue hasta el salón, pero no estaban allí, así que fue hasta el

despacho. Su jefe hablaba con su padre y estaban sentados ante el escritorio


mientras se tomaban una copa de coñac. —¿Qué pasa ahora?

—Hay que redactar un nuevo contrato para Millbourne. Llama a


Lewis que hay que trabajar.

—¿Esta noche? —preguntó asombrada—. Jefe, la gente tiene

horarios por algo.

—Llámale, le quiero aquí en veinte minutos.

Genial, como a él no le protestaban… Molesta fue hasta su bolso y


cogió el móvil. El jefe de departamento legal se iba a poner muy contento.

—¿Lewis? Tienes que venir a casa del jefe, hay que hacer un contrato. —

Escuchó lo que tenía que decirle y apartó el teléfono. —¿Y una

videollamada no puede ser? Es su aniversario, cumplen treinta años, si sale

del restaurante su mujer le capa. Dice que en cinco minutos se mete en el


baño para la videollamada y que después de hacerle el amor a su mujer se

pone a ello. Que te lo enviará al mail sobre las tres de la mañana.

Asombrado miró a su padre. —¡Nadie se toma el trabajo en serio!

—Bueno, hijo… Cuando te cases, te darás cuenta de que estas cosas

son importantes.

—Antes muerto. —Chasqueó la lengua. —Dile que en el contrato

de Millbourne hay que introducir una cláusula que diga, que como no

envíen el material a tiempo se les descontará un diez por ciento de la

factura.

Al teléfono dijo —¿Lo has oído? Sí, qué vas a contarme a mí. Sí, es

una lata. No, no te preocupes, puedes hacerle el amor a tu mujer

tranquilamente porque esto es una chorrada que se podría haber arreglado

mañana. Pero se ha empeñado, ¿qué puedo decirte? El jefe es así, le come la

impaciencia. —Asombrado miró a su padre que reprimió la risa. —Sí, sí,

mañana hablamos. Por cierto, felicidades. —Colgó el teléfono y les dijo

mosqueada —Me voy a casa y no quiero que me llames, no quiero ni un


solo mensaje hasta mañana a las nueve de la mañana o te juro que dimito.

—Agarró su abrigo dejándole con la boca abierta. —¿Me he expresado con

claridad? Pues eso…


Salió del despacho dando un portazo y sin poder creérselo le dijo a

su padre —¿Pero qué he hecho?

—Pasarte hijo, pasarte. —Le dio una palmadita en el hombro. —

Intenta no fastidiarla presionándola demasiado, ¿quieres? Me gusta.

Entrecerró los ojos. —¿Sabes, papá? Sorprendentemente a mí

también.

Una semana más tarde regresaba al despacho después de ir a recoger

el equipaje a casa. Hablando por teléfono con Cajsa, que era la mujer que

limpiaba en la casa de Delton en Suiza, preguntó —¿Y tienes el chocolate?

Como a Amber le falte el chocolate me comen viva. —Se detuvo en seco.

—¿Cómo que no han llegado? Tendrían que estar ya ahí. Si la boda es en


dos días y el proveedor me dijo que conseguiría que llegaran a tiempo.

Seguro que llegan hoy. —Empujó la puerta de cristal con el hombro y al

entrar se detuvo en seco al ver un montón de flores por todos los sitios.

Dejó caer el teléfono de la impresión. —Mierda.

Su jefe salió de su despacho en mangas de camisa y levantó una de

sus cejas rubias. —¿Mierda? En menudo lío estás metida.

—¿Has firmado la entrega?


—¡Claro que la he firmado!

—¡Han equivocado la dirección de facturación con la de entrega!


¡Es culpa tuya, tenías que haberlas devuelto!

—¡El del reparto me dijo que no se pueden devolver a Suiza!

Furiosa se agachó a coger el móvil y se lo puso al oído. —No te

preocupes por las flores, las llevaremos con nosotros. —Colgó tirando de su

maleta hasta su escritorio y se mordió el labio inferior. —A ver cómo las

metemos en el avión.

—¿Estás loca? Aquí debe haber mil ramos. ¿Dónde vamos a meter a

la familia en el avión privado?

Le fulminó con la mirada. —¿Y me lo preguntas cuando ha sido

culpa tuya?

—¡Y dale!

Entró en el despacho y asombrada estiró el cuello para gritar —

¿Qué estás haciendo?

—¡Espero una llamada de Singapur!

Fue hasta la puerta y le vio sentarse tras su mesa para ponerse a

trabajar.

—Aprovechemos el tiempo.
—¿Qué tiempo? ¡Se supone que salimos a las cinco y media! ¡Hay

que ir a recoger a los chicos antes de ir al aeropuerto! Y tenemos que

trasladar todo esto. ¡No hay tiempo para nada!

La miró asombrado. —Contrata a alguien para que lo lleve.

—¿Sí? ¿A quién contrato en dos horas? ¿A Superman? Cuando

llegue aquí volando desde Krypton, tu madre se habrá puesto histérica

esperando en el avión. —Su teléfono sonó. —¿Ves? Es ella. ¡Me llama cada

cinco minutos!

Él entrecerró los ojos. —¿Estás protestando?

—No, qué va. ¡Me encanta que los Bercovich hayan absorbido toda

mi vida! —Se puso el teléfono al oído. —Sí, Margaret… —Se volvió para

dejar su bolso sobre la mesa. —¿Cómo que Lisa está algo acatarrada y no

quiere ir? —Eso la sacó de quicio. —Espera, que ahora la llamo. —Su jefe

la observaba desde la puerta y mosqueada se puso el teléfono al oído.

Contestó en dos tonos. —Lisa, bonita, ¿qué pasa ahora? ¿Acatarrada?

Vaya… ¡Cómo no muevas el culo hacia ese avión ahora mismo, te juro por

mi santa madre que me desentiendo de tu boda! No voy a dejar que fastidies

todo el trabajo que he hecho por un catarro de nada, ni con una pulmonía te
libras, ¿me has entendido? —Parpadeó antes de mirar el teléfono. —¿Lisa?

—Te ha colgado.
—Qué va, esta ya está corriendo hacia el aeropuerto. —Soltó una

risita. —Ayer le conseguí el grupo que quería. Ahora es mía para hacer con

ella lo que me dé la gana. —Miró a su alrededor. —Bueno, habrá que

llamar a un par de mozos y meterlo todo en una de las furgonetas. Venga,

venga, empieza a bajar.

Pasmado dijo —¡Soy el jefe, no pueden verme bajando flores al

hall!

Chasqueó la lengua cogiendo el teléfono de encima de la mesa. —


Que pijo se ha vuelto.

—¡Te he oído!

—Ya.

—Oye, tú últimamente te tomas muchas libertades, ¿no?

Le miró interrogante. —Si quieres me largo.

Él enderezó la espalda y carraspeó mirando las flores. —Mejor en

otro momento.

—Lo suponía. Espero que no se marchiten, han costado una pasta.


Oh, ¿es el almacén? Necesito que envíe a todos sus hombres al último piso

y los necesito ya. Y quiero una furgoneta de la empresa ante la puerta del
hall. Rápido, rápido… El jefe está que trina. —Colgó como si nada y se
puso a revisar la lista que siempre llevaba con ella. —Bien, todo listo. —
Levantó la vista. —¿Quieres ponerte la chaqueta y el abrigo que nos
vamos? —Se llevó la mano al pecho. —¿Y tu maleta? —Se volvió mirando

de un lado a otro antes de ir hacia el despacho casi pegándose a él para


mirar el interior. —¿Dónde está? Dime que está en el coche.

—Claro que no, está en casa. Con Patrick.

Chilló sobresaltándole antes de correr hacia su móvil. —Maymee,


¿estás bien? Te veo un poco alterada.

—¡Patrick! Menos mal que lo has cogido. No podemos pasar a

buscarte. Coge un taxi con las maletas y te vemos en el aeropuerto. —


Suspiró del alivio antes de sonreír. —Eres un amor, siempre echando una

mano. —Soltó una risita. —Sí, nos vemos ahora. Un besito. —Colgó y miró
a su jefe. —¿Quieres ponerte la chaqueta?

—Te llevas muy bien con Patrick, ¿no? —preguntó como si eso no
le gustara un pelo.

—Pues sí, ¿hay algún problema? Es muy majo.

—Tiene cuarenta años.

¿A qué venía que le dijera su edad? —Ya.

—Ah, que no te importa.

—Pues no, la verdad.


Él gruñó volviéndose y cuando agarró la chaqueta de malos modos
llegaron los chicos del almacén. —Genial, empezar a coger flores que

vamos mal de tiempo. ¡Jefe!

Apareció en la puerta con el abrigo puesto y sin esperarla fue hasta


la salida. Agarró su bolso y corrió tras él. —Será posible, este hombre…

Ahora le ha entrado la prisa.

Cuando llegó al ascensor se puso a su lado. —Encárgate de que me


llegue esa llamada de Singapur.

Por su tono más valía que la recibiera y sacó su móvil a toda prisa
desviando todas las llamadas de la oficina a su teléfono. —Listo.

Gruñó en respuesta entrando en el ascensor y pegó un golpe al botón

que por poco lo machaca. Uy, que se había cabreado por algo. Maymee
ignórale que tienes mil cosas en las que pensar. Empezó a revisar los mails

y al ver uno del catering de la boda de Lisa juró por lo bajo antes de ponerse
el teléfono al oído. —Soy Maymee Gadwill. No, el segundo pescado

opcional es salmón en la salsa marinera esa. ¿Cómo que eso sube el precio?
¡El precio ya estaba cerrado con la mujer que planificaba la boda! ¿Que a
ella le hacen un precio especial y como ya no está el precio sube? —Miró a

Delton de reojo y este asintió. —Muy bien, pero quiero que al servir la tarta
pongan al lado un coulant de chocolate de esos que se derriten cuando lo

abres. Y no es negociable. Y deben encargarse de que caigan globos sobre


los novios cuando sea el baile. De colores pastel. Y que no se vean en el

techo, que eso es una horterada. Oiga, búsquese la vida que nos cobran una
pasta y queremos que todo salga perfecto. ¿Porque sabe lo que pasaría si

eso no fuera así? Se me dan fenomenal las reseñas por internet y tengo un
montón de amigos locos de los ordenadores que irán a la boda. —Sonrió. —

Claro que sí, sabía que ustedes se encargarían.

Colgó el teléfono y mirando la pantalla siguió a Delton que en ese

momento salía del ascensor. —Los precios de la caravana Montblack están


demasiado ajustados. Casi no hay margen de beneficio. Peter pregunta qué

hace.

—Que me envíe las cifras por mail.

—Ya las ha enviado. Un dos por ciento de beneficio sobre el precio


de venta que se había previsto.

—Joder… Que la suba diez mil dólares. Es lo mínimo que debemos


ganar en cada una.

Ella respondió a toda prisa y cuando su jefe se detuvo chocó con su

espalda. —¿Quieres mirar por dónde vas? —preguntó molesto.

—No puedo hacer dos cosas a la vez. —Corrió hacia la furgoneta y


habló con el conductor para que llevara las flores al aeropuerto. Cuando

regresó sonrió a Marcus. —Buenos días.


—Buenos días, princesa.

Delton le fulminó con la mirada metiéndose en la limusina. —A

casa de mi hermano.

—Enseguida, jefe.

Mientras trabajaba con el móvil se sintió algo incómoda y frunció el

entrecejo. —Me falta algo…

—¿No me digas?

Bufó. —Muy bien, ¿por qué estás mosqueado?

—¿Mosqueado yo? Mosqueada tú que no dejas de pegar gritos.

Se sonrojó. —Tu familia me estresa.

—Bienvenida a mi vida.

Volvió a revisar la información que le llegaba al móvil, pero sintió


su mirada sobre ella. Distraída le echó un vistazo. —¿Qué?

—¿Tú no tienes veinticinco años?

—Recién cumpliditos, ¿por qué?

—No, por nada.

Siguió tecleando.

—Te lleva quince. —Le miró sin comprender y exasperado dijo —


No importa, déjalo.
—Delton no me distraigas más, tengo que acabar esto antes de que
el avión despegue.

Estaba rarísimo. Siguió trabajando sabiendo que no le quitaba ojo.


Pero rarísimo, rarísimo. La ponía nerviosa que la mirara tanto.

Afortunadamente llegaron al edificio de apartamentos donde vivían los


chicos y allí estaban esperando en la acera. David abrió la puerta. —Llegáis

tarde.

—Culpa a tu hermano. —Sonrió a Amber. —Buenos días.

—Buenos días —dijo algo pálida sentándose ante ella.

—¿Estás bien?

David se sentó a su lado. —Ha vomitado un par de veces desde que

se despertó. El médico dice que es normal.

—Pobrecita.

—Ya me encuentro mejor. En nada querré comerme una vaca.

Pues por su cara no lo parecía. —¿Quieres un poco de agua?

—Por favor.

Le dio un codazo al jefe que la miró sin comprender y Maymee puso

los ojos en blanco estirándose sobre él para abrir la neverita que tenía al
lado y coger una botella de agua para tendérsela a Amber.

—Uy, qué práctico —dijo ella.


—La alquilamos para las cosas importantes e impresionar a los
socios —dijo volviendo a su asiento antes de mirar el móvil. Después de

que el chófer metiera las maletas en el portaequipajes se subió tras el


volante y ella pulsó el botón. —Al aeropuerto, majo.

—Entendido, princesa.

—¿Quieres dejar de tratar al servicio con tanta familiaridad? —

preguntó Delton enfadado—. Trabajan para ti, no son tus amigos.

—No, trabajan para ti. Tú puedes ser borde, pero yo tengo que poner

buena cara.

—¿Yo soy borde?

Se hizo el silencio y Maymee soltó una risita. —Mejor cambiar de

tema. Hemos tenido un problemilla con las flores —dijo sin dejar de teclear
—, pero ya está soluciona… —De repente sobre su regazo cayó un montón
de vómito y asombrada vio como un pedacito de algo irreconocible recorría

su antes impecable pantalla.

Sin poder creérselo levantó la vista hacia Amber que estaba verde.
—Lo siento, no tendría que haber bebido agua.

—Cielo, no pasa nada —dijo David a toda prisa antes de abrazarla


por el hombro.

—Joder, cómo huele. Te has puesto perdida.


—¿Yo? ¿Me he puesto yo perdida? —Miró su regazo. El abrigo y su
vestido estaban hechos un asco. —Dios mío. —Entonces chilló. —¡Mi

maleta! ¡Me he dejado la maleta en el despacho!

—¡Genial Maymee, vamos a llegar tarde!

Le fulminó con la mirada. —¡De veras estás protestando! ¿De

veras? ¡Dimito!

Él frunció el ceño como si eso no le gustara nada de nada. —¡No


puedes dimitir ahora! ¡Te lo prohíbo!

—Pulsa el puñetero botón para ir a la oficina —dijo entre dientes.

—Lo siento, lo siento —dijo Amber a punto de llorar.

—¡Tranquila, no estoy enfadada contigo sino con este insensible!

—¿Insensible yo?

Entrecerró los ojos con ganas de matar y él chasqueó la lengua antes

de decirle al chófer que tenían que regresar a la oficina.

—David, ¿puedes coger unos pañuelos que tengo en el bolso?

Él lo hizo a toda prisa y se los sacó del envoltorio para que los
cogiera. —Gracias.

—No tienes por qué darlas. Ese abrigo…

—No te preocupes, a la tintorería y listo. Me ducho en la oficina y


nos vamos enseguida, no hay problema. —Sonrió a Amber. —¿Te
encuentras mejor?

—Sí, gracias.

—Te va a ver todo el mundo entrando así a la empresa. —Delton


molesto se revolvió en su asiento. Los tres le miraron como si fuera el

diablo y asombrado dijo —¡Encima que miro por su imagen!

—Déjame mi imagen a mí. —Limpió sus manos como pudo y parte

del móvil. Cuando pitó demostrando que le había llegado un mensaje


sonrió. —Genial, no se ha estropeado.

—Menos mal —dijo aliviada.

—¿Ves? No hay mal que por bien no venga. Si no me hubieras


potado encima, no me habría acordado de la maleta y no hubiera llevado el
traje de dama de honor. Tenía que ser así.

Amber sonrió. —Me encanta que seas tan positiva.

El coche se detuvo ante la empresa. —Pues a ver cómo sale la


positiva del coche sin ponerlo todo perdido.

—Mueve el culo —dijo entre dientes.

Salió del coche dejando la puerta abierta y Maymee arrastró el


trasero con cuidado intentando reprimir las náuseas que le daba aquello. La

verdad es que era asqueroso. Cuando se puso de pie en la acera suspiró del
alivio y se quitó el abrigo poniéndoselo por delante de la falda del vestido.
—¿Ves? No es para tanto. —Fue hasta la entrada y vio como el chófer

entraba en la parte de atrás con un limpiador y un trapo. Esperaba que no


estuviera muy sucio el suelo, no quería que Amber se sintiera mal por lo
que había pasado. Fue hasta el ascensor disimulando como podía y cuando
iba a pulsar el botón de llamada alguien lo hizo por ella. Al mirar hacia
atrás vio a Delton. —¿Subes? —preguntó sorprendida.

—La llamada a Singapur, ¿recuerdas? Pásamela al despacho, no

tocaría ese móvil ni muerto.

Puso los ojos en blanco y entrando en el ascensor volvió a desviar


las llamadas al despacho. —Listo.

—Perfecto. Date prisa.

—Oye, me doy toda la prisa que puedo.

—El avión cobra por horas.

Jadeó indignada. —Pobre de la mujer que te aguante.

—¿Qué has dicho? —preguntó con voz lacerante.

—¡Lo que has oído! —Salió del ascensor a toda prisa y corrió hacia

el despacho. Agarró la maleta y no se cortó en entrar en el despacho de


presidencia para ir hasta el baño.

—¡No cierres por si tengo que preguntarte algo! —gritó él desde


fuera.
Gruñó entornando la puerta y empezó a desnudarse a toda prisa. Al

menos no tenía que lavarse el cabello, pensó ya en sujetador mirándose al


espejo. Se quitó las medias y la ropa interior a toda prisa dejándolas caer al
suelo al lado del vestido y entró en la ducha. Hizo una mueca porque el gel
era demasiado masculino para su gusto, pero no pensaba sacar el suyo de la

maleta. Antes de abrir el grifo escuchó hablar a Delton. Suspiró del alivio
porque al menos la llamada a Singapur ya podía tacharla de la lista.

—¡Maymee, cuántas autocaravanas se pidieron en Asia durante el


año pasado!

—¿En total? —preguntó frotándose las piernas con el gel.

—¡Sí!

—¡Unas diecisiete mil y subiendo!

Le escuchó hablar, pero no entendía lo que decía, así que supuso que
había vuelto a su conversación. Esperaba que la fábrica con la que quería
asociarse en Singapur fuera lo que necesitaban para disminuir los costes en
las autocaravanas que vendían al otro lado del charco. Si daban ese paso se

convertirían en la empresa más importante en el sector. Su producción se


dividiría en dos partes y aumentarían los beneficios. Habían hablado mucho
de ello y habían estudiado la operación hasta la saciedad. Esperaba que todo
ese trabajo diera sus frutos.
—Nada, no es lo que necesitamos.

Chilló del susto volviéndose para mirarle con los ojos como platos.

¡Había entrado en el baño! Y Delton parecía tan normal. —¿Qué haces? —


gritó dándole la espalda.

Él miró su trasero. —Como si no hubiera visto algo así antes.


¿Quieres darte prisa?

—¡Sal de aquí! —Muy nerviosa cerró el grifo y abrió la mampara


para coger una toalla, pero nada, que el tío no se iba. —Me estaba
duchando.

Ignorándola miró su reloj como si estuviera impaciente. —Mierda,

ahora voy a tener que buscar otra cosa. —Le fulminó con la mirada. —
¿Qué? No te habrás cabreado… Los tíos nos vemos en pelotas en el
gimnasio y tampoco es para tanto.

—¡Tú lo has dicho! ¡Los tíos! ¿Acaso he entrado yo en algún


momento cuando tú te estabas duchando? —Se cubrió con la toalla como
pudo. —¿Quieres largarte?

La miró asombrado. —Eres pelirroja natural.

Se puso como un tomate. —Ahora sí que dimito.

—¡Maymee, estoy en plena crisis familiar y empresarial, deja de dar


por saco!
—¿Que yo doy por saco? —Es que era para pegarle cuatro tiros. —
¡Te juro por mi santa madre que como no salgas de aquí ahora mismo, me
largo y te dejo con las dos bodas, la empresa y sin pastelitos el resto de tu
existencia!

Él gruñó. —No puedes dejarme sin pastelitos, los compraría yo.

Sonrió maliciosa. —Los hace una amiga de la universidad, tú verás.


Puede que te los sirva, pero a saber qué sorpresa llevan dentro.

Él frunció el ceño como cuando algo no le gustaba un pelo. —Sabes

negociar.

—¡No es una negociación! ¡Largo!

Se volvió y dijo por lo bajo —Qué quisquillosa.

Maymee dio un portazo. —Será posible, que ni deja que me duche

tranquila.

A toda prisa abrió la maleta. —¡Es que este hombre no me deja


vivir! Pero claro, la culpa es tuya que vas de buena por la vida y luego se
aprovechan, vaya si se aprovechan. Seis meses aquí y ya haces de todo
cuando entraste de secretaria de nueve a cinco. ¿Cinco? ¿Cuándo has salido
tú a las cinco? —dijo poniéndose un vaquero—. ¡Jamás! No me extraña que

no le dure ninguna secretaria. —Agarró el primer jersey que pilló. —Es que
es insoportable. —Se miró al espejo y parpadeó. —Hala, ya te queda grande
el vaquero. ¡Claro, es que ni te deja comer! —Se agarró la cinturilla y le
sobraban dos dedos, pero es que esos vaqueros no se los ponía desde hacía
un año. —La cosa ha cambiado mucho en un año —dijo entre dientes.
Cogió la cazadora y la sacó de la maleta para cerrarla de nuevo. Limpió su

móvil y recogió la ropa para lavar apretando los labios mientras pensaba en
ese último año. Un año de cambios. Con la nueva residencia de la abuela
había tenido que buscar otro trabajo porque necesitaba más dinero. Pero ese
trabajo la estaba consumiendo. Al pensar en la abuela sus ojos se llenaron

de lágrimas. Sí, un año de cambios. Lo que la echaba de menos. ¿Qué


opinaría ella de su nueva vida? Sorbió por la nariz e hizo una mueca. Que
su jefe estaba buenísimo, que el sueldo era una maravilla y que no sabía por
qué se quejaba tanto. Sonrió con tristeza porque seguramente pensaría eso.

Y con lo casamentera que era le diría que le tirara los tejos. Pero ni hablar
porque si trabajar con él era tan estresante, ni se quería imaginar lo que era
tener una relación. Además, ella no era su tipo en absoluto. Y conocía su
tipo, lo había visto mil veces en la oficina. En seis meses habían pasado por

allí al menos veinte distintas, pero todas cortadas por el mismo patrón.
Rubias, piernas kilométricas y muy finas con sus vestiditos de marca. No es
que ella fuera fea, era del montón. Se miró al espejo. Lo único especial que
tenía eran sus ojos que llamaban la atención más que su cabello pelirrojo.
Un novio que había tenido en la universidad había dicho que era exótica,
pero ella no se veía exótica en absoluto. Estaba bien, pero no era ninguna
maravilla y la mirada de su jefe cuando la había visto en pelotas se lo
acababa de dejar muy claro. Bufó volviéndose y abrió la puerta. Estaba

sentado tras su escritorio trabajando. —¿Pero qué haces?

—Aprovechar el tiempo.

—¡Deja de aprovechar el tiempo! ¡Voy a llevar esto al cuarto

auxiliar y nos vamos!

—Sí, sí —dijo como si le diera lo mismo mirando la pantalla del


ordenador.

Después de meter la ropa en una bolsa de basura llamó al chico para


todo de la empresa para que fuera a recogerla y la llevara a la tintorería.
Normalmente no le llamaba para esas cosas, porque la última vez que había
ido a la tintorería le habían dado un traje de diez mil dólares con la espalda

quemada y el jefe se había puesto hecho un basilisco, así que después de


aquello se había encargado ella. Pero eso era una emergencia, no podía
dejar la ropa así hasta que volviera. Entró en el despacho y fue hasta el baño
para agarrar la maleta y la cazadora antes de salir de allí.

—Mira esto…

—No.

—Maymee mira esto.


Bufó y dejando la maleta en el centro del despacho se acercó
rodeando el escritorio para mirar la pantalla del ordenador. Dejó caer la
mandíbula del asombro al ver la nueva autocaravana que había sacado la

competencia. —¡No! ¡Y la venden más barata!

—Joder…

Apartó su mano para bajar la página y vio las calidades. —


Tranquilidad, no tiene asientos de cuero. —La miró como si tuviera
cuernos. —Eso es importante para la durabilidad del producto, además no
tiene cámara trasera para aparcar.

Entrecerró los ojos. —Llama a marketing, hay que sacar un anuncio


destacando sus puntos fuertes.

Sus ojos brillaron. —Bercovich. Marcando la diferencia.

—Me gusta, que lo metan.

—¿Nacional o internacional?

—Internacional, lo hemos apostado todo con esta. No escatimemos


ahora.

Sacó el móvil del bolsillo trasero del vaquero y buscó el número


yendo hacia la maleta. —¿Albert? Soy Maymee. —Sintió como él cogía el

asa de la maleta, pero no le dio importancia mientras se concentraba en la


conversación y le explicaba todo lo que quería. —Es urgente, Albert. No
pueden vender ni una, ¿me oyes? Necesito que te muevas para que los
clientes se den cuenta de que la nuestra es mucho mejor y que el precio

merece la pena. Por supuesto no puedes mencionar la de Basti. Enfatiza la


diferencia en el anuncio, los asientos de cuero móviles, la cámara trasera
y… —Sonrió. —¿La estás viendo? —Miró a su jefe sorprendida. —Oh, que
la de la competencia no tiene las yantas cromadas ni sistema de
fotovoltaicas… Pues ya sabes lo que tienes que hacer. Te dejo al cargo,

confío en ti. Sorpréndeme. —Colgó encantada. —Es un diamante en bruto.

—Eso dices. A mí todavía tiene que demostrármelo.

—Hombre de poca fe.

Salieron de la empresa y al entrar en la limusina vieron que Amber


comía a dos carrillos un croissant y que David le sujetaba un zumo. —Vaya,
ya ha pasado todo. Es obvio que te encuentras mejor.

Sonrió sin dejar de masticar. —Espero que las náuseas se quiten


pronto. Una amiga dice que hay mujeres que las tienen todo el embarazo.

—Seguro que a ti se te quitan enseguida, ya verás.

Delton entró en el coche y al ver el croissant levantó una ceja. —


Tranquilo, ya se le ha pasado —dijo su hermano divertido.

—¿Seguro?

—Entra de una vez —dijo Maymee haciéndole suspirar.


En cuanto el coche se puso a andar, Delton y Maymee se pusieron a
mirar los móviles y los novios observándoles levantaron sus cejas.

—Se ha cerrado el trato con ese camping de Florida.

—Es genial —dijo ella sin dejar de leer un mail—. Necesitas uno en

Los Ángeles.

—¿De qué habláis? —preguntó Amber.

—Mi hermano tiene acuerdos con varios campings de categoría para

que hagan descuentos a sus autocaravanas.

—¿Y a los de los campings les conviene?

—Claro, porque se aseguran de que su marca vaya allí en lugar de ir


a otro sitio. Cualquier usuario sabe que si Bercovich lo recomienda es que
es un camping de primera y si tienen un descuento… Todos ganamos.
Además, así fomentamos la marca. Si alguien que ya tiene una de sus
autocaravanas, ve un último modelo en la plaza de al lado, le entra el

gusanillo. Seguro que piden permiso para verla por dentro. Eso es
publicidad.

Los ojos de Amber mostraron su admiración. —¿De quién fue la


idea?

—De mi hermano —dijo orgulloso—. Pero desde que está en la


empresa Maymee también ha aportado. Han creado un club de socios. Solo
por comprar una autocaravana nueva entras en el club. Una vez al año se

regalará una último modelo y se organizan quedadas en varias partes del


mundo. Una especie de festival. La primera fue en noviembre y se
regalaron accesorios para las autocaravanas. Fue una pasada. Fuimos todos,
tenías que haberlo visto. Había autocaravanas hasta donde alcanzaba la
vista. Fue divertido.

—Iré a la siguiente.

Eso a Maymee le llamó la atención y levantó la vista del teléfono

móvil. —¿Cuánto lleváis juntos? Porque si no sabías lo de la quedada…

Su jefe también tenía toda su atención y Amber se sonrojó un poco


con la pregunta. —Nos conocimos una semana antes de Nochevieja.

Dejó caer la mandíbula del asombro antes de decir —Pero si han


pasado dos meses.

—Hostia, hostia…. —La cara de pasmo de Delton lo decía todo.

—Nos conocemos bien, hermano —dijo David molesto.

—¡Eso ya lo veo!

—Conocemos lo importante. —Amber levantó la barbilla con


orgullo.

—Espero que sepáis lo que estáis haciendo, porque todo esto puede
joderos mucho la vida.
David cogió la mano de Amber. —Tranquilo, no he estado tan

seguro de algo jamás.

Delton asintió y la miró de reojo. Maymee disimulando miró el


móvil de nuevo y decidió cambiar de tema. —Mira, aquí tengo una posible
fábrica en Singapur, pero está a la venta, no quieren socios.

—Perfecto, esa parte del plan no me gustaba demasiado, así que si


la podemos comprar mucho mejor. Déjame ver.
Capítulo 4

Al llegar a la pista de aterrizaje aquello era un caos, porque no


sabían cómo colocar las flores. Tuvo que encargarse y mientras ella

organizaba que metieran parte en la zona de carga vio como Delton hablaba
con su padre muy en serio en el exterior del aparato.

Lisa llegó cuando metían el último ramo y por supuesto protestó

porque parte de las flores tenían que ir con ellos. Decidió morderse la
lengua porque ya bastantes conflictos había en esa familia. Amber

permanecía callada y obviamente disgustada, pero entendía perfectamente

que su jefe expresara sus dudas. Aquello era una locura. No se conocían y

ya iban a casarse y a tener un hijo. Sentándose en su asiento al lado de


Delton, que por supuesto quería trabajar, pensó en lo que haría ella en un

caso así. ¿Tener un hijo de alguien a quien apenas conocía? Depende de las

circunstancias. Con su trabajo obviamente no podría tenerlo, porque no

podría verle el pelo en todo el día. ¿Casarse? Ni de broma. Tenía que


conocer mucho a la persona que compartiera su vida y sobre todo tenía que

amarla, amarla tanto que una mirada le robara el aliento. Miró de reojo a su

jefe mientras despegaban y sintió un vuelco al corazón. Vuelco que intentó

reprimir como todo lo que sentía a su lado. Que era mucho y muy

inquietante porque no pegaban nada. Aunque también era inquietante


porque él nunca la miraría así y lo que menos quería era enamorarse de él

para luego ir llorando por las esquinas porque no la miraba como ella

quería. Suspiró y él la miró. —¿Estás bien?

Se le cortó el aliento porque parecía que se preocupaba por ella.

Déjate de tonterías Maymee, es una pregunta de cortesía.

Forzó una sonrisa. —Sí. Me pone algo nerviosa volar, eso es todo.

Patrick sentado frente a ellos frunció el ceño. —Pareces agotada,

¿por qué no duermes un poco?

—Sí, niña —dijo Margaret desde el otro lado del pasillo—. Te has

encargado de todo desde hace días. Descansa un poco.

—Tengo que…

—Maymee… —Miró a su jefe. —Puede esperar.

Que le dijera eso sí que la dejaba de piedra. —¿Puede esperar?

—Sí. —Pulsó el botón para tumbar su asiento y sin poder creérselo

le dejó hacer. —Duerme un poco. Azafata, una manta y una almohada.


—Enseguida.

Patrick sonrió. —Nos vemos en Suiza.

—No, si yo duermo un par de horitas y estoy como nueva.

Para su asombro Delton cogió la manta que ofrecía la azafata y la


cubrió con ella. —Gracias.

Le guiñó un ojo provocando que todo su ser se muriera de gusto y


sin poder evitarlo se sonrojó poniéndose de costado y dándole la espalda.

Deja de pensar en eso. Es tanta boda que te tiene alterada. Viendo como al

otro lado del pasillo Amber sonreía por lo que le decía David en voz baja,

sus ojos se fueron cerrando. Igual sí que funcionaba porque se querían,

parecía que se complementaban y eso era algo difícil de conseguir. Muy

difícil…

Una turbulencia la despertó sobresaltada y al abrir los ojos vio que

Delton tumbado a su lado miraba el techo. Todo estaba en silencio y solo

estaban encendidas las luces de emergencia, lo que significaba que habían

decidido dormir. Observándole se dio cuenta de que parecía tenso,

preocupado y no entendía por qué. La empresa iba viento en popa y lo de su

familia no era para tanto.


—¿Qué pasa? —susurró sin poder evitarlo. Él volvió la vista y se

miraron a los ojos—. Deberías dormir.

—Hay algo que no deja de rondarme la cabeza.

—¿El qué?

—Voy a dejar a Lucy.

Podría haber gritado de la alegría, pero no movió el gesto. —¿Ya te

ha aburrido?

—Ha estado bien un tiempo, pero estoy empezando a pensar que

necesito otra cosa. —Él entrecerró los ojos. —¿Tú qué opinas?

—¿Yo? Yo no tengo que opinar nada. Es tu vida para hacer lo que te

venga en gana.

—Ya. —Volvió a mirar el techo y suspiró.

—Pero si quieres mi opinión… —Volvió la cabeza de nuevo como

si le interesara mucho. —No, no es adecuada para ti.

—¿Y qué mujer es adecuada para mí?

—Alguien que se preocupe menos por estar perfecta en las fotos

porque lo único que le importe es que todos sonrían.

Entrecerró los ojos. —¿Alguien como tú?

Se puso como un tomate. —No, claro que no. Qué disparate.


—¿Por qué es un disparate?

¿Era una pregunta trampa? Maymee sal de esta conversación, que te


estás metiendo en un jardín… Se sentó de golpe. —Voy al baño.

Con prisa es que ni puso el asiento en posición vertical antes de

levantarse, por lo que sus piernas se enredaron con la manta y tropezó


cayendo de morros en el pasillo. —Mierda.

—¿Estás bien?

Ella elevó la cabeza para ver que todos la estaban mirando y forzó

una sonrisa hacia Robert. —Claro que sí. Un tropezón de nada. —Se

levantó de un salto mirando de reojo al jefe que se había levantado. —


Ahora vuelvo.

—¿Seguro que estás bien? —preguntó preocupado.

—Oh, sí. No ha sido nada. —Fue hasta la puerta del lavabo

esquivando ramos de flores y cuando entró, cerró con pestillo suspirando

del alivio. ¿Lo que le había dicho había sido con segundas? ¿Era una

insinuación? Porque ahora estaba preocupado. ¿Le importaba? Claro que le

importas, eres su secretaria y chica para todo. ¿Para todo? Se llevó la mano

al pecho. ¿Para todo, todo? ¿Sexo incluido? Igual se había dado cuenta de

que la tenía a mano. ¿Eso no sería por verla en la ducha desnuda? Porque

hacía unas horas no parecía demasiado impresionado excepto por su color


de cabello. Miró hacia la cremallera de su vaquero y bufó. Claro, era eso.

Nunca había catado una pelirroja y le había entrado el gusanillo. Pues con

ella no, que era muy decente. Levantó la barbilla orgullosa. Era de novio

formal y de sexo después de al menos cinco citas, que había que conocerse

bien. Pero a él ya le conocía y la verdad es que una ración de sexo no le

vendría nada mal. Y con Delton debía ser para morirse del gusto. Se notaba

que era de esos que te ordenaban que te pusieras a cuatro patas y… Uff, qué

calores. Se estaba dejando llevar por la imaginación y eso solo jugaba malas

pasadas. Él no había insinuado nada. Hablaba en general y la había puesto

de ejemplo. Abrió el grifo del agua. —Deja de soñar, leche. Tienes un

trabajo con un sueldo increíble, no la cagues.

Llamaron a la puerta sobresaltándola. —¿Sí?

—¿Puedes darte prisa? —preguntó David—. Amber se está

poniendo verde.

Abrió de inmediato y Amber pasó corriendo para abrir la tapa del

wáter. Miró a David. —Haré que en la boda pongan galletitas saladas.

Dicen que ayudan.

—Gracias.

Regresó a su sitio y todos estaban ya hablando los unos con los

otros. La azafata sonreía a Delton como diciéndole que no le importaría


ofrecerle lo que quisiera y gruñó por dentro acercándose. —¿Me trae un

zumo?

—Sí, por supuesto.

Se sentó en su asiento que estaba en posición vertical y vio que su


móvil estaba en el suelo. Se agachó para cogerlo. Al incorporarse vio por

debajo del brazo del asiento que lo que Delton tenía entre las piernas

parecía más abultado que de costumbre. Y eso la cabreó, vaya si la cabreó.

¿Se había excitado con esa? ¡A ella la había visto desnuda y nada! Es que
era para tirarse de los pelos. Pero tú no quieres nada. Pero nada de nada. Es

tu jefe, punto. ¿Se ha excitado? Pues que les aproveche. Miró la pantalla de
su móvil, pero sin querer miró su regazo de reojo. Pues sí que le había dado

fuerte porque aquello no se bajaba y la tía ya se había ido.

—¿Algo que deba saber?

Sorprendida le miró a los ojos. —¿Qué?

—Te has quedado mirando la pantalla. ¿Algo importante?

Si hasta tenía la voz más ronca. Molesta dijo —Pues no. Puedes
estar tranquilo. —Miró al frente ignorándole y sonrió a Patrick. —¿Cuánto

quedará de vuelo?

—Una hora. Lo acabamos de preguntar. Hasta te has perdido la


escala.
Se quedó de piedra. ¿Había dormido nueve horas? Ni recordaba
cuando había dormido tanto en su vida. Era evidente que estaba agotada y

es que las últimas semanas habían sido muy estresantes. No pensaba casarse
en la vida. —Así que una hora, eso es estupendo. ¿Te gusta Suiza?

—Me encanta. Desde que compró la casa hemos ido unas seis veces
y siempre lo pasamos estupendamente.

—¿Cómo empezaste a trabajar para el jefe? Nunca te lo he

preguntado.

Margaret rio por lo bajo. —Fue su profesor de cocina.

—¿Perdón?

—Yo era chef y daba cursos los fines de semana por la mañana.

Cuando Delton se independizó su empresa no era como ahora. Con veinte


años vivía en un apartamento y cuando llegaba a casa estaba harto de la

cocina precocinada, así que los sábados por la mañana iba a mis clases. —
Patrick rio. —Era un desastre. No había vez que rompiera un huevo que no

se le cayera la cáscara. Bueno, el hecho es que nos hicimos amigos y


cuando pasé una mala racha empecé a trabajar para él en su casa. Y es un

trabajo que me encanta. Él tenía una asistenta entonces, pero no le gustaba


como cocinaba, así que yo empecé cocinando y terminé encargándome de
todo lo demás.
—¿Y qué opinas de que el jefe absorba toda tu vida? —preguntó a
mala leche.

—Eh… que mi hijo no hace eso.

—Lo dice la que el otro día me llamó a las tres de la mañana porque

se le había ocurrido que las sillas de Lisa tuvieran lazos de satén rosa.

Se puso como un tomate y su marido dijo —Cielo, mejor que no

digas nada.

—Vale.

Patrick rio por lo bajo. —¿Vida? Esta es mi vida.

—Pero querrás casarte, tener familia.

—Tengo citas, pero nada serio. —Le guiñó un ojo y su jefe gruñó.

Maymee le miró. —¿Qué?

—Nada. Si Patrick quiere cambiar de vida no le cohíbo, ¿sabes?


Hablas de mí como si fuera un dictador o algo así.

—Es cuestión de opiniones —dijo entre dientes.

—Pero si haces lo que te da la gana. —Asombrado miró a Patrick.

—¿He tenido alguna vez una secretaria que me replique tanto?

—No.

—Ah, ¿no?
Todos negaron con la cabeza y pasmada miró a Patrick. —Ahora

entiendo que no duraran, era porque no se desahogaban.

—Opino lo mismo.

—Seguro que alguna se fue con una úlcera y ganas de estrangularle.

—Se iban con ganas de otra cosa, bonita —dijo Delton entre

dientes.

—¿Sí? ¿Con ganas de qué?

Varios rieron por lo bajo y Delton gruñó. —Déjalo.

—No, quiero saberlo, ¿con ganas de qué?

—De pasar por la vicaría —respondió Patrick dejándola con la boca

abierta.

—¿Se te insinuaban? —preguntó molesta—. ¡Es intolerable!

Él entrecerró los ojos. —¿Eso crees?

—Pero bueno, ¿a qué iban? ¿A trabajar o a pillar al jefe?

—Bueno, hubo de todo —dijo Margaret—. Recuerdo a aquella que


tenía cuarenta años. Esa tenía tres hijos. ¿Cómo se llamaba?

—Rose, mamá —dijo Lisa con una sonrisa maliciosa.

—Esa, esa solo quería el trabajo, pero no lo hacía bien. Mintió en su


curriculum, ni sabía escribir a máquina.
—¿De veras?

—Mamá estás equivocada —dijo Lisa—. Rose es la que un día le

llegó en gabardina y se la abrió mostrando aquel picardías.

—Uy sí, qué despiste. Cierto, esa también se lo intentó ligar. Y eso
que estaba casada. Es que ya no hay decencia.

Asombrada miró a su jefe. —Ahora entiendo por qué en la empresa


piensan que no voy a durar cuatro polvos.

—¿Te han dicho eso? —preguntó muy tenso.

—Pues sí. ¿Te has liado con alguna?

Parpadeó como si esa pregunta no se la esperara. —¿Qué?

Dejó caer la mandíbula del asombro. —¿Con cuántas?

Robert y Lisa se partían de la risa. —El roce hace el cariño y hubo


una...

No se lo podía creer y asombrada miró a Patrick. —¡Así que hubo


una!

—Le pilló con la guardia baja y Delton es muy sexual.

Se levantó enfadadísima. —¡Ahora entiendo lo del cuarto de baño!

¡Pues conmigo no! ¡Para que luego cuando te moleste, me des puerta! —Le
señaló con el dedo. —Ni se te ocurra, ¿me has oído?
Delton muy tenso asintió. —Tranquila, que ni se me había pasado
por la cabeza. —Menudo corte, porque parecía que hablaba muy en serio.

—¿O acaso te dije algo que te hiciera pensar lo contrario cuando entré en
ese cuarto de baño?

Pues la verdad es que no, porque no parecía nada sexual en ese


momento. Se sonrojó. —Pues no.

—Pues eso.

—Sí, después de lo de esa mi hermano lo tenía claro —dijo Lisa

mirando su móvil—. Nada de mujeres que pudieran llegar a atraerle.

Se le cortó el aliento perdiendo todo el color de la cara. —¿Qué?

—Lisa cierra la boca —dijo su padre molesto.

Lisa levantó la vista y cuando se dio cuenta de lo que había dicho la

miró preocupada. —No quiero decir que… Es que las pelirrojas no le…

—No te molestes —susurró antes de sentarse de nuevo para mirar el

teléfono.

Patrick se adelantó en su asiento. —A mí las pelirrojas me chiflan.

—¿Queréis dejar de hablar estupideces? —Delton estaba

cabreadísimo.

—Claro, jefe —dijo Patrick preocupado por ella—. ¿Todo bien? —


susurró.
Sin mirarle asintió intentando recuperarse del ridículo que acababa
de hacer. Él no estaba interesado, punto. Y esa discusión solo demostraba

que no la veía de esa manera. Deja de soñar, que como acabas de ver solo te
traerá problemas.
Capítulo 5

Fue un alivio bajar del avión porque el ambiente se enrareció


después de ese momento y nadie se atrevía a decir palabra. Además Amber

no se encontraba bien y aprovechó para subirse al coche con ella en lugar


de con Delton, que iba en otro coche con sus padres y Lisa. Por su cara era

evidente que quería pegar cuatro gritos y seguramente en ese coche habría

bronca, porque había ordenado a Lisa que se metiera con ellos mientras
Robert iba en su coche de lo más preocupado.

—Tranquilo, no pasará nada —dijo ella sin darle importancia.

—Está cabreadísimo. Jamás lo había visto así.

—¿Cómo queréis que esté? —preguntó David mosqueado—. Si le

habéis criticado con eso de que es un dictador y le habéis dejado ante su

secretaria como si fuera un pervertido que persigue a sus empleadas. Pues

entérate bien Maymee, ellas querían, lo buscaban y no aceptó tener

relaciones con ninguna salvo con Sara. Si perdieron su trabajo no fue


porque se cansara de ellas, fue porque todas pretendían ser la señora

Bercovich y se pasaron de la raya. Puede que con Sara hubiera tenido algo,

¿pero sabes lo que hizo una noche? Llamó a mi madre para autoinvitarse a

cenar. Sabía que era el cumpleaños de mi padre y quería integrarse como

una más. Él se mosqueó porque no habían llegado a ese punto todavía, pero
el remate fue que compró con la tarjeta de la empresa un reloj de veinte mil

dólares para quedar bien. Y no era el regalo de Delton, que ya le había

comprado una barca motora para pescar. Se lo regaló como si fuera su

regalo de cumpleaños.

No se lo podía creer. —Y la echó por eso.

—Y tuvo que amenazarla con demandarla para que cerrara la boca,

pero tenía muchas amigas en la empresa y se enteró todo el mundo de que


habían tenido un lío.

—Y que no le durara una secretaria hizo que el rumor se extendiera


al resto de sus secretarias —dijo Amber—. Las tías hablan. Seguro que

todas dijeron en algún momento que les pirraba el jefe. Y no me extraña

porque es casi tan guapo como mi David. Después todo se exagera y llega

un punto que Delton se tira a todo lo que se mueve. Y ahora pensarán que la

que estás en su cama eres tú.

—Al parecer sí —dijo Maymee pensando en ello.


—Bah, ¿qué más da lo que piense la gente? Tú como si nada. Es

obvio que no vais a tener una relación, así que cualquier cosa que oigas que

te entre por un oído y te salga por otro. —Amber sonrió. —Aunque es una

pena, porque me encantaría que fueras mi cuñada.

La miró sorprendida. —¿De veras?

—De veras. Eres como una hermana mayor a la que puedo llamar

cuando tengo dudas y eso me gusta. Nunca he tenido una hermana.

Sonrió emocionada. —Ni yo. —Sin poder evitarlo sus ojos se

llenaron de lágrimas. —Tengo algo que decirte que sé que te va a doler. He

intentado que tus padres vinieran, pero es que no podían por…

—Sé la razón. No quieren esta boda y punto. —Sonrió con tristeza.

—Ya lo sabía, mi madre me llamó cabreadísima porque había contado que

no me apoyaban. Me da igual. Te agradezco que lo intentaras para hacerme

sentir mejor, pero es algo que no tiene solución.

—Lo siento mucho.

—Es evidente que lo sientes y te lo agradezco. ¿Ves? Por eso te

quiero de amicuñada.

—Suena genial, pero no podrá ser. ¿Amigas?

—Amigas.
Ya la había impresionado ver el paisaje nevado de la que iban por

carretera, pero cuando el coche se desvió subiendo una cuesta, no daba

crédito por todos los enormes árboles que había en la finca cubiertos de

nieve.

—¡Es precioso! —exclamó Amber emocionadísima.

David sonrió. —Sabía que te gustaría.

—Me encanta.

—Es idílico —susurró Maymee sin dejar de mirar por la ventanilla

las grandiosas montañas que les rodeaban.

—Pues ya verás la casa. ¿Preparadas? —El coche terminó de subir

la cuesta hasta un llano y se vio una preciosa casa de ensueño parecidísima

a la que había visto una vez en un cuento de Hansell y Gretel, pero con sus

tejados inclinados cubiertos de nieve. Era de enormes troncos de madera y

en el piso superior había una terraza que se extendía por toda la planta, lo
que dejaba un porche en la parte inferior que tenía unos muebles de madera

preciosos.

—Dios mío…

—Esa es la cara que pusimos todos cuando la vimos por primera

vez. No lo entendíamos porque Delton no esquiaba, pero dijo que la había


comprado porque aquí puede desconectar de todo. —Sus ojos brillaron. —

Y no habéis visto la piscina climatizada.

—¡Fiesta en la piscina! —Amber la miró ansiosa. —¿Qué me dices?

—Genial, aunque no me he traído el bañador.

—Seguro que Lisa tiene bañadores de sobra.

El coche se detuvo ante la casa y se bajó impaciente para admirarla.

—Es como de cuento. —Sonrió a Amber. —Va a ser una boda preciosa.

—¿Y si nieva? —preguntó Lisa acercándose a ellas.

—Pues mejor, más bonito.

Lisa sonrió mirando la casa. —¿Qué decís? ¿Mi hermano sabe hacer

las cosas bien o no?

—¿Intentas compensar la metedura de pata de antes? —preguntó

divertida.

—¿Se nota mucho?

Amber y Maymee rieron mientras Lisa bufaba. —Le ha sentado

fatal que dijera lo de las pelirrojas. Me ha estado echando la bronca todo el

camino sobre que tengo la lengua demasiado larga, que no tenía por qué

hablar de su vida y que lo de las pelirrojas era mentira. —Jadeó indignada.

—Y me lo suelta tan pancho cuando dijo ante todos que te había contratado
porque eras pelirroja y contigo no volvería a caer en ese error del que se

arrepentía tanto.

—Lisa vuelves a avergonzarme —dijo entre dientes.

Amber le dio un codazo. —Uy, que este se arrepiente de lo que dijo.

Eso es buena señal.

—Ah, ¿sí?

—Tú no ligas mucho, ¿no?

—Claro que sí, lo que pasa es que no me apetece salir con ninguno.

—Esta está coladita —le dijo a Lisa.

La hermana de su jefe dejó caer la mandíbula del asombro. —¿Tú

crees? ¡Sería perfecto!

—¿Verdad que sí? —Ambas la miraron. —Tienes que ligártelo.

—Ni de coña.

Amber entrecerró los ojos. —¿Qué querías decir en el avión con eso
de lo que había pasado en el baño?

—¿Qué?

—Ahora no te hagas la tonta, que tú de tonta no tienes un pelo —

dijo Lisa—. Es obvio que pasó algo en el baño.


Amber abrió los ojos como platos. —Cuando fue a ducharse y a

cambiarse porque le vomité encima… ¿Qué pasó? ¿Qué pasó?

—Nada, ¿no lo oísteis?

—Cuéntanos los detalles.

Tras las chicas vio como el jefe hablaba con un hombre y entre

todos sacaban las maletas de los coches. —No hay mucho que contar —dijo
entre dientes.

—Eso deja que lo decidamos nosotras. —Lisa se cruzó de brazos

como si no fuera a darse por vencida. —¿Qué pasó? Cuenta…

Bufó. —Está bien, pero de esto ni una palabra, que no quiero que el
jefe se cabree conmigo. —Ambas asintieron. —Me estaba duchando y entró
en el baño para preguntarme algo. Como si nada. —Las miró asombrada. —

¡Y no le dio importancia a que estuviera en pelotas! Como si fuera algo


totalmente normal. Hasta dijo que era una quisquillosa. —Entrecerró los

ojos. —Y pareció sorprendido porque fuera pelirroja natural y no lo


entiendo, la verdad, porque es algo evidente, solo hay que verme las cejas.

Las chicas se miraron antes de echarse a reír y chocarse las manos.

—¿Qué?

—Este quería tema, ¿es que eres lela? —preguntó Lisa asombrada
sin dejar de reír.
—No lo parecía.

—Claro que sí. Ningún tío entra en tu baño y menos si estás

desnuda si no quiere tema —dijo Amber—. Quería verte desnuda, algo que
choca frontalmente con eso de que con las pelirrojas nada de nada.

—Este igual pensaba que te teñías y por eso se pensó eso de

acostarse contigo —dijo Lisa pensativa—. Porque normalmente a las


pelirrojas no puede ni verlas. Un trauma adolescente, ya sabes.

—No, no lo sé. ¿De qué hablas?

—Tuvo una profesora en el instituto que le hacía la vida imposible.


Encima le tocó tres años seguidos. Yo era muy pequeña, pero mis padres

estaban preocupadísimos porque tuviera un trauma o algo así. Hasta


hablaron con el director a ver si podían cambiarle de clase, pero esa bruja se

negó. Les dijo a mis padres que necesitaba endurecer su carácter, que no se
convertiría en un hombre si consentían sus caprichos al cambiarle de clase y

que formaba parte de su educación madurar. Y vaya si maduró. Se pasaba


estudiando horas para que no le dejara en evidencia ante los demás y se

convirtió en el primero de la clase. Cuando mi hermano se graduaba le hizo


llamar. Delton tenía unas notas brillantes y podría haber ido a la universidad

que le diera la gana. Le dijo que sabía que no le daría las gracias, pero que
si era un estudiante modelo era por la insistencia de ella. —Lisa apretó los

puños con rabia. —Mi hermano lo pasó muy mal por su culpa, era una zorra
de campeonato. Hace unos años me enteré de que otro chaval se había
suicidado por sus abusos un par de cursos antes de que mi hermano

estuviera en su clase.

—Dios mío… —dijo impresionada llevándose la mano al pecho.

—Por eso le repelen las pelirrojas. Siempre lo han hecho. Es ver una
pelirroja y le cae fatal, no puede evitarlo. Por eso nos sorprendió tanto que

te contratara, porque verte todos los días… Vamos, que pensábamos que no
acabaría bien.

—Este cuando entró en el baño quería comprobar si eres pelirroja


natural porque tenía dudas, te lo digo yo —dijo Amber—. Se moría de la

curiosidad y quería comprobarlo con sus propios ojos.

—¿Tú crees? —Pensó en ello. Igual tenía razón. —Al principio era
muy distante conmigo.

—Pero pasáis un montón de horas juntos. El roce hace el cariño y


ahora os lleváis genial. —Amber asintió. —Que haya cambiado de opinión

sobre ti después de su trauma, significa que le gustas mucho.

—Opino lo mismo —dijo Lisa—. Además, sois perfectos el uno


para el otro, solo hay que veros.

—¿De qué habláis?


Se volvieron sorprendidas hacia Margaret. Gimió por dentro. —De

nada. ¿Entramos? Hace frío.

—Mamá te ayudará.

—Ni de coña. No pienso hacer nada.

—Mamá, Delton está loco por ella y ella por él.

—Lo sabía —dijo su madre satisfecha.

—¿Lo sabías?

—Claro, si discutís como un matrimonio que lleva casado veinte


años.

—Esto es surrealista. ¡Hasta esta mañana ni se me había pasado por

la imaginación!

—Qué mentirosa… —dijo Amber.

—Bueno, no quería hacerme ilusiones, ¿vale?

—Eso es otra cosa.

Margaret sonrió encantada. —Uy, que voy a casar a mis tres hijos en
el mismo año.

—No corra tanto, señora. Que tiene un trauma y ver mi felpudito no

le ha hecho mucha ilusión.


—¡Maymee! —Las cuatro se volvieron hacia él que tenía su maleta

en la mano. —¡Ahí llegan las flores! ¡Qué no estorben por la casa!

—Uy, ¿con este frío se estropearán? —Salió corriendo dejándolas


con la palabra en la boca.

—¿Alguien va a explicarme eso del felpudito?

—Pues mira, mamá…

Después de colocar con Cajsa y Patrick todas las flores en un


almacén frigorífico que había al lado de la piscina, se dijo que allí estarían
refrigeradas a la temperatura justa hasta dos días después que sería la boda.

Con curiosidad abrió la puerta de la piscina y sonrió porque era de esas


estrechitas pero larguísimas. Perfecta para quien quería hacer largos.

—Si quiere puedo conseguirle un bañador.

—No, la comida será pronto. —Cerró la puerta. —Pero gracias.


Aunque después igual vengo.

—Un poco de ejercicio le irá bien. Además, el agua está calentita y

eso relaja mucho después de un viaje tan largo. Le buscaré el bañador. —


Yendo por el pasillo que llevaba a la casa principal le preguntó —Por cierto,

¿ha traído otra ropa de más abrigo?


—No, ¿por qué?

—La excursión de mañana.

—Oh, yo no voy a ir.

—¿Cómo que no? —preguntó Delton tras ella.

Se volvió sobresaltada. —¿De dónde has salido?

—De la cocina. ¿Cómo que no vas a ir a la excursión? ¿Acaso no la


has organizado tú?

—Pero pensaba que solo iría la familia…

—Irás —ordenó antes de ir hacia la escalera y empezar a subirla.

Suspiró porque no quería enfadarle más y miró a la mujer. —¿Qué


me sugiere?

—Ropa de esquí. Mi hija tiene la misma talla que usted, me la

traerá, no se preocupe.

—Es muy amable. Espero que Amber tenga… —Vio bajar por la
escalera a la susodicha con un traje de esquiar completo último modelo y

Patrick bajaba tras ella con la misma pinta. —¿A dónde vais?

—A montar en trineo —dijo Amber entusiasmada—. ¿Vienes?

Le encantaría, pero tenía mil cosas que hacer. —No, gracias.

Pasadlo bien. —Salieron a toda prisa de la casa. —Lo siento Cajsa, al


parecer se retrasará la comida.
—No se preocupe, es lógico que quieran disfrutar. Además, mi
marido y yo vivimos aquí y no tenemos otra cosa que hacer.

—Es muy amable.

Los ojos castaños de la mujer brillaron. —Venga, quiero enseñarle

algo.

La siguió hasta la espaciosa cocina y admiró los bordados que había

colgados en las paredes con mujeres con el traje tradicional suizo. —Que
bonitos.

—Tienen más de cien años, ¿sabe?

—¿De veras?

—Los hizo mi abuela siendo muy joven. A la señora le gustaron


tanto que los colocó aquí.

—Son muy hermosos.

La mujer se volvió con algo en las manos y Maymee se quedó con

la boca abierta al ver la enorme tarta que había preparado. —Qué bonita. —
Se llevó la mano al pecho. —Se me había olvidado la tarta. Lo siento, le
habrá llevado mucho tiempo.

—La ha hecho mi hija. En agradecimiento al señor Bercovich.

La miró sin comprender.


—El señor le consiguió el trabajo que tiene ahora. Lleva ventas de
autocaravanas a sesenta kilómetros de aquí y vende muchas, ¿sabe?

—¿De veras? Qué bien.

—Está encantada. En el pueblo estaba algo aislada y no podía


relacionarse con gente de su edad. Casi todos los jóvenes se han ido. Ahora

es muy feliz en la ciudad. Tiene amigos y un trabajo que le gusta.

—Me alegro mucho por ella, pero usted la echará de menos.

—Bueno, es ley de vida. —Miró la tarta con cariño. —Pero viene

mucho. No quiere que sintamos que nos ha abandonado.

Pensativa dijo —La entiendo perfectamente.

—¿Usted ve mucho a sus padres?

—Mis padres murieron hace muchos años.

—Oh, lo siento.

—No, no pasa nada. Apenas era un bebé cuando tuvieron el

accidente de coche. Me he criado con mi abuela.

—Seguro que estará muy orgullosa de hasta donde ha llegado.

—Lo estaría si lo supiera, tiene Alzheimer.

—Oh, Dios mío, lo siento mucho.

Sonrió con tristeza. —Sí, es duro.


Alguien la abrazó por el hombro y al ver a Patrick dejó que la
pegara a su pecho. —Me han dicho los médicos que ya está en la última

fase.

—Y no lo pasarás sola, sabes que puedes contar conmigo.

—Lo mismo digo, señorita. Si necesita cualquier cosa…

—Gracias, sois muy amables.

—Maymee, estas cifras… —Delton entró en la cocina y frunció el

ceño al ver que Patrick la abrazaba. —Ven a mi despacho —dijo fríamente


—. Tenemos que solucionar esto. Patrick, ¿no tienes nada que hacer?

—Cajsa ya ha hecho la comida y ya he deshecho tu equipaje —dijo


soltándola.

—Seguro que hay mil cosas que hacer con la boda. —Mosqueado se
volvió. —Maymee, ¿quieres darte prisa? ¡En Nueva York aún son las seis
de la mañana y podemos arreglar esto antes de que entren a trabajar los de

marketing!

—¿A qué desastre catastrófico nos enfrentamos ahora?

—Muy graciosa —dijo entre dientes antes de largarse.

—Respira hondo… —Patrick respiró hondo haciéndola sonreír y

ella le imitó. —Muy bien, vuelve a hacerlo.

—¡Maymee!
Gruñó volviéndose y salió de la cocina. Le vio entrar por una puerta

y allí que le siguió para ver que era una biblioteca con un gran escritorio en
medio de la habitación. —Hala…

—No te molestes, la mayoría están en alemán. —Se sentó tras el


escritorio volviendo la pantalla del ordenador.

—Oye, estamos de vacaciones.

—¿No decías que te exploto? Entonces no sé de qué te extrañas.

—¿No piensas relajarte?

La miró exasperado. —Dentro de una hora, cuando resolvamos esto.

Se acercó y al mirar por la ventana vio cómo se caía un carámbano.


—Que sitio más bonito.

Él miró hacia la ventana y suspiró. —La obligación antes de la


devoción.

Le observó sentándose ante él y se preguntó si eso se lo había


enseñado la bruja y por eso nunca se relajaba. —Hay momentos que son
para disfrutar y si son en familia mucho mejor.

—Maymee…

—Vale, ¿qué pasa? —Se adelantó para mirar la pantalla, pero no vio
nada malo en las cifras. De hecho, habían subido. —No entiendo el

problema.
—¿No ves nada raro?

Entrecerró los ojos acercándose más y concentrándose. Al revisar de

que era cada cifra susurró —Algo relacionado con marketing… —De
repente vio uno de los conceptos y jadeó. —¡La madre que le parió!

—Eso mismo he pensado yo.

—¿Y no se han dado cuenta antes?

—Pues no. ¿No es evidente? —preguntó molesto.

Ella no le hizo ni caso mirando la pantalla. —Williams productions.

Hizo su propia productora para grabar los anuncios y después los metió en
cadenas de segunda para ganar más dinero. ¿Has visto este gasto en el
anuncio del día dieciséis?

—Veinticinco mil dólares que pasaron por manos de su productora,


que fue precisamente la encargada de pagar a la cadena. Me imagino que a

la cadena le pagaría mucho menos. Un timo muy bien montado. Espero que
esto no siga pasando. Asegúrate de ello. Y habla con el departamento legal,
quiero empapelar a este mamón.

Entrecerró los ojos con ganas de sangre. —Claro que sí, jefe.

—Busca toda la información que pueda ayudar. Y llama a las


cadenas, quiero saber cuánto le facturaron a él por cada maldito anuncio
que se ha emitido.
Concentrada en el nuevo problema asintió. —De acuerdo.

Él se la quedó mirando y vio como cogía un papel y un bolígrafo

para empezar a apuntar fechas. Al cabo de unos segundos Maymee frunció


el ceño sintiéndose algo incómoda y al darse cuenta de que la miraba volvió
la cara hacia él. —¿Qué haces?

—Sobre lo que dijo Lisa…

Anda, tenía que sacarlo. —¿Qué? —le espetó.

Delton carraspeó. —No es cierto.

—¿Qué parte? ¿Me contrataste porque era pelirroja y jamás estarías


con una pelirroja?

Él gruñó revolviéndose incómodo en su asiento. —Eso es cierto.

—¿Entonces?

—Pero tú…

—¿Pero yo qué?

La miró fijamente. —Tú eres distinta.

Se le cortó el aliento sin poder dejar de mirar esos ojos que le


alteraban el corazón. Igual no había entendido bien. Sí, tenía que ser eso,
porque lo otro significaba que quería tema. —¿Te estás insinuando? —
preguntó con la boca seca.

—No.
Toma chasco. Parpadeó. Eso te pasa por lista. —¿No?

—Porque me has dejado muy claro en el avión que contigo no —


dijo como si estuviera incómodo.

Ay, madre… —¿Y si yo dijera que sí?

—Pero has dicho que no.

—¿Y si digo que sí?

—Has sido tajante.

—¡Delton, sí!

Levantó ambas cejas. —¿Estás diciendo que sí?

Se levantó furiosa. —¡Me pones de los nervios!

Él también se levantó. —¡Lo mismo digo!

Jadeó. —¿Qué queja tienes de mí, eh? ¡Si no me dejas en paz! ¡Me
extraña que hasta puedas ponerte los calzoncillos solo!

—¡Puedo ponérmelos, pero como acabas de decir tú quieres que me

los quite!

Sin aliento se miraron con rencor antes de tirarse el uno sobre el otro

para besarse como posesos. Maymee ni se podía creer lo que estaba


haciendo y se abrazó a su cuello saboreando su lengua provocándoles un
estremecimiento de arriba abajo. Ambos se apartaron con la respiración
agitada para mirarse sorprendidos. —Eso ha sido… —dijo él.
—Sí…

Comiéndose con la mirada sintió como su corazón latía a mil por


hora. Era ahora o nunca, así que se quitó el jersey quedándose en sujetador.
Él bajó la vista hasta sus pechos. —Nena… —Maymee llevó las manos al
cierre de su vaquero y lo abrió antes de bajar la cremallera. —Esto no

estaba en mis planes.

—Ni en los míos. —Dejó caer el pantalón y se lo quitó con las botas
tirándolo a un lado. Entonces se sintió muy incómoda porque él no se había
movido. —Te juro que como me dejes así, te capo.

Incómodo se llevó la mano a la nuca. —¡No tengo condón!

Para su sorpresa rodeó el escritorio y fue hasta la puerta saliendo de


un portazo. Con la boca abierta ni sabía qué hacer. Pasmada miró a su
alrededor. ¿Se había largado? ¿No habría ido a buscarlo? Se acercó a la

ventana para verle salir con el abrigo puesto. Increíble. Abrió la ventana. —
¿A dónde vas?

—¿Tú qué crees?

Suspiró del alivio. —¿Entonces es que sí?

Él abrió la puerta del cuatro por cuatro y sonrió antes de entrar. Se


llevó la mano al pecho de la impresión y al ver que el coche se alejaba
chilló de la alegría. —¡Sí, sí! ¡Ha dicho que sí!
—¿Tienes calor?

Chilló del susto volviéndose para ver a Margaret y a su marido en la


puerta observándola. Se puso como un tomate y corrió hasta su ropa para
ponerse el jersey. —Oh, pues… Hubo un momento… —Para qué mentir, se
enteraría. Sonrió. —¡Ha dicho que sí!

Margaret estaba encantada. —Qué bien.

—¿Sí a qué? —preguntó su marido confundido—. Niña, vístete que

vas a coger una pulmonía, esta casa está helada. No sé qué ocurre.

Su mujer le miró como si fuera un desastre. —Se van a casar.

—¡Papá, hace frío! —gritó Lisa desde arriba.

—¡Sí hija, ya nos hemos dado cuenta!

—¿Casar? Oh, no…

Margaret no le hizo ni caso yendo hacia el hall. —¡Lisa, dile a


Robert que baje que hay que revisar la caldera!

—¿Y él qué sabe de eso si no sabe ni cambiar una bombilla?

—¡No, no nos vamos a casar! —Se puso los pantalones lo más

aprisa que podía y corrió hacia el hall, pero estaba desierto. —¡Hablo en
serio!

—Niña, ¿sabes algo de fontanería? ¡Creo que ha reventado una


tubería! —gritó Delton padre desde abajo.
—¡Qué se encargue el marido de Cajsa! Antes de que lieis algo aún
peor.

—Te he oído —dijo Lisa maliciosa desde lo alto de la escalera—.


¿A dónde ha ido mi hermano?

—A por condones.

Lisa chilló de la alegría. —¿De veras?

—No te emociones. —Entrecerró los ojos. —Todavía no sé si eso es


bueno o malo.

—¿Estás de broma? Es buenísimo.

—Yo lo hubiera hecho sin nada, así me tenía. Que él se lo pensara

hasta ese punto… No ha sentido lo mismo.

—Claro que sí, por eso ha salido corriendo. Es un chico seguro.

—Ya. Siempre hace lo correcto, ¿no?

—Siempre. Culpa a la otra pelirroja. —Pasó ante ella y gritó —


¡Papá, no toques nada que ya se encarga Friedrich!

Se escuchó un estruendo en el piso de abajo y corrieron hacia la

puerta de la cocina para ver que salía un humo negro. Margaret tosiendo
salió del sótano con la cara tiznada. —Ahora sí que cabrearemos a mi hijo.
Sálvese quien pueda.
Capítulo 6

Cuando Delton llegó a casa Maymee salió del despacho hablando


por teléfono y al ver la bolsa de papel que llevaba en la mano chasqueó la

lengua entrando de nuevo en el despacho.

Entró tras ella. —¿A qué viene esa cara? ¿Te has arrepentido? ¿Por

qué llevas el abrigo puesto? ¿A dónde vas?

—Danke. —Colgó el teléfono. —No hay calefacción.

—Estarás de coña. —Miró hacia la chimenea. —¿Y por qué no está

encendida?

—Porque las bloquearon en verano para que no anidaran los pájaros

y ahora resulta que no se pueden desbloquear hasta que no deje de nevar. Se

les olvidó porque tenían la otra calefacción. Así que si gritas hazlo aquí,

porque Cajsa está de los nervios y llorando por las esquinas pensando en el
despido mientras su marido está intentando solucionarlo en el sótano.
—¿Y el técnico?

—No puede hacer nada hasta dentro de una semana. Está hasta
arriba de trabajo. Le he ofrecido dos mil dólares si venía ahora y ha dicho

que no.

—Mierda. Pues ofrécele cuatro mil. ¡Mañana tendremos la casa


llena de invitados!

Alargó el móvil y lo desbloqueó para mostrar una foto de su abuela.


—Prueba tú. Es el último número.

Él se puso el teléfono al oído. —¿Oiga? —Miró a Maymee. —Habla


alemán.

—Ya. —Exasperada lo cogió de su mano y se lo puso al oído. —

Viertausend Dollar —dijo dejándole con la boca abierta. —Ja. Oh, was
kommt als nächstes? Perfekt. Wir warten hier auf Sie. —Colgó sonriendo

de oreja a oreja. —Ha dicho que sí, que viene enseguida.

—¿Sabes alemán?

—Mi abuela se llamaba de soltera Ada Bauman.

—Entonces olvida lo que te he dicho de la biblioteca.

—Ya lo había hecho. —Suspiró. —Espero que pueda arreglarlo hoy.

—Nena, estás muy estresada. ¿Quieres que lo arregle?


Le miró con los ojos como platos. —¿Ahora? Vamos a comer y

después vendrá el técnico y… Seguro que después pasa otra cosa.

—Ya tengo los condones —dijo asombrado mientras ella iba hacia

la puerta.

—Haberlo pensado antes.

—¡No te noto demasiado entusiasmada!

Metió la cabeza en el despacho. —¡Lo mismo digo! ¡No se deja a

una chica en pelotas cuando tiene ganas de guerra! —gritó antes de

largarse.

Él juró por lo bajo. —Nena, hay que prevenir… ¿Maymee? —Salió

del despacho para ver que no estaba. —¡Maymee!

Patrick pasó ante él con una caja de botellas de champán intentando

reprimir la risa. —No tiene gracia.

—No, qué va. ¿Impaciente?

Gruñó entrando en el despacho y cerrando de un portazo.

—Eso es que sí. ¡Tómate un whisky!

La puerta se abrió de nuevo deteniéndole y Delton dijo —¿Te

importa?

—¿El qué? —preguntó sin comprender.

—Lo de Maymee, te interesa, lo sé.


—Bueno, es un bombón, pero esto se veía venir.

—¿Sí? —preguntó extrañado—. Pues yo hasta hace unas semanas…

—Sí, ya sé que intentabas distraerte con esa Lucy, pero era porque

eres un cabezota que… —Sintieron un temblor bajo sus pies y Patrick

chasqueó la lengua. —Tu padre va a terminar explotando la casa.

Gruñó yendo hacia la puerta que daba al sótano. —¡Papá sal de ahí

que viene ahora el técnico!

—¿Hijo?

Sorprendido miró hacia atrás para verle sentado a la mesa de la

cocina. El temblor cada vez era más fuerte y Delton palideció. —Una

avalancha.

—¿Qué? —Patrick de la impresión dejó caer la caja que tenía en las

manos. —¡Cómo que una avalancha!

Delton padre salió de la cocina gritando el nombre de su esposa que

apareció en la escalera con Lisa. —¿Qué pasa? —preguntó su mujer

asustada—. ¿Qué es eso?

La casa empezó a temblar con fuerza y ellas se agarraron al

pasamanos de la escalera mientras los cuadros caían de sus paredes. Delton

corrió hacia la escalera para ayudar a su madre y Lisa gritó llamando a

Robert cuando Cajsa con su marido llegaron de la piscina. —¡No se


muevan de aquí! —gritó Friedrich—. ¡Es el sitio más seguro de la casa! —

Miró hacia los enormes troncos que sujetaban el techo. —Esperemos que

resistan. ¡Agárrense!

Patrick se agarró a uno de los pilares con ambas manos y Delton

llevó a su madre hasta otro poniéndola ante él para abrazar el pilar

intentando protegerla. Pálido miró a su alrededor y gritó —¡Maymee!

El impacto desplazó la casa y gritaron de miedo agarrándose donde

podían. Escucharon como crujía y los cristales se rompían. La casa chocó

con algo que chirrió como si fuera algo de metal justo antes de detenerse.

De repente no se escuchó nada excepto un crujido en el techo. Temblando

miraron hacia arriba y Delton gritó —¡Refugiaos, va a ceder!

Se desperdigaron a distintos puntos justo antes de que el techo se

derrumbara en medio del hall con una montaña de nieve. —Oh, Dios mío

—dijo su madre con la respiración agitada antes de mirar hacia arriba donde

se veía el cielo azul.

—¿Estáis bien? —gritó acercándose a los escombros y subiendo por

la nieve para mirar a su alrededor—. ¡Papá!

—Estoy bien —dijo con esfuerzo—. Me he caído y me he hecho

daño en la rodilla, pero estoy bien.

—¡Lisa!
—Estoy con papá.

—¡Patrick! —Su amigo no contestaba y frenético pasó al otro lado

para verle tirado en el suelo boca abajo con uno de los pilares encima. —

¡Patrick!

Se acercó a él e intentó cogerlo, pero la mitad del poste estaba bajo

los escombros. Su amigo le miraba y forzó una sonrisa. —No he corrido lo

suficiente.

—¡Te sacaré de aquí!

—Delton… Ve a buscarla, por mí no puedes hacer nada. No la

pierdas, la necesitas.

—Primero te sacaré a ti. —Agarró el enorme tronco con sus manos


y de repente Robert apareció a su lado. —¡Elévalo!

Lisa bajó por la nieve y su hermano le ordenó —¡Cuando lo

subamos tira de él!

Le agarró por la muñeca. —¡Estoy lista!

Delton miró a Robert. —¿Preparado?

—Cuando quieras.

—¡Ahora!

Tiraron del tronco gritando del esfuerzo y consiguieron elevarlo un

poco, pero lo suficiente para que Lisa tirara de él que gritó de dolor. —¡No
puedo más! —Robert rojo del esfuerzo gritó —¡Se me resbala!

Margaret llegó al lado de su hija y cogió la pierna de Patrick justo

antes de que cayera el tronco. Su madre se arrodilló a su lado. —¿Qué te

duele?

—La espalda —dijo con esfuerzo.

—¡No le mováis más! —dijo su padre desde el otro lado.

Delton tuvo que sentarse del esfuerzo y vio una mano bajo los
escombros. —Cajsa… Mierda.

—Su marido también debe estar debajo —dijo Lisa asustada

empezando a quitar escombros.

Margaret cogió la muñeca de Casja y negó con la cabeza. —Hija, es


inútil. No tiene pulso.

Lisa sollozó. —Pero…

—Son toneladas, no podemos hacer nada.

Delton se levantó y gritó —¡Maymee! —Se volvió. —¿Alguien la

ha visto antes de la avalancha?

—La he oído discutir contigo —dijo su padre—, pero no la he visto.

—Ha ido hacia la piscina —dijo Lisa—. Yo estaba en la cocina


cogiendo una botella de agua y la he visto pasar. Aunque no sé si ha

regresado, porque yo luego he subido.


Se llevó las manos a la cabeza. —Dios mío… ¡Maymee!

—No creo que esté aquí, hijo. Sino hubiera estado en el hall con

nosotros cuando empezó todo —dijo Margaret—. Está montaña arriba, bajo
la nieve. La piscina no se ha podido mover del sitio, cielo.

—¡No, no! —Desesperado rodeó los escombros intentando llegar a

la puerta, pero estaba bloqueada por una bola de nieve.

—La ventana —dijo su hermana llorando—. ¡Tenemos que salir,


tenemos que encontrar a David y a Amber!

—Dios mío, mi niño… —dijo Margaret angustiada.

Delton fue hasta la ventana más próxima y se le heló la sangre al


arrancar la cortina, solo había nieve. —Estamos rodeados.

—Si la nieve ha llegado al techo es lo lógico, hijo. Nos ha pasado

por encima —dijo su padre—. Solo podemos hacer una cosa.

Todos miraron hacia arriba.

—Necesitamos ayuda, comprobar el segundo piso a ver si tenemos

alguna salida y Maymee está por allí herida —dijo Delton. Lisa, Robert y él
corrieron escaleras arriba—. ¡Tened cuidado! ¡Puede derrumbarse algo

más! —Fue hasta la habitación de Maymee y al abrirla se le puso un nudo


en la garganta al darse cuenta de que algo le impedía el paso. A través de la

rendija vio la nieve que la cubría y supo que esa habitación había
desaparecido por completo. Rezó porque no estuviera allí cuando empezó
todo porque entonces sería imposible encontrarla con vida. No, su madre

tenía razón, si hubiera estado en la casa en el momento de la avalancha


hubiera llegado al hall como los demás. Tenía que encontrarla. Juró por lo

bajo antes de abrir la habitación de enfrente que estaba destrozada, le


faltaba parte de la pared. Estaba revisando la de sus padres y escuchó que

alguien gritaba desde abajo que la cocina y la entrada al sótano habían


desaparecido.

—¡Aquí! —gritó Robert—. ¡Aquí hay un hueco al exterior!

Corrió hacia el baño del pasillo. Efectivamente faltaba parte del

techo y la nieve no había llegado a cubrirlo del todo. Apoyó el pie en el


wáter y se impulsó agarrándose en el tejado que quedaba. Al mirar a su
alrededor se le cortó el aliento. Todo había desaparecido. Los árboles, los

caminos, solo había nieve. Y efectivamente cubría la casa. Cerró los ojos
rezando porque Maymee estuviera aún en la casa y David estuviera bien. —

Que estén bien, por favor, que estén bien.

—¡Delton! ¿Se puede salir?

Se bajó del wáter. —No sé si la nieve estará muy blanda. ¿Y si nos

hundimos?
—Tenemos que salir de aquí —dijo Robert vehemente—. No

sabemos cuánto resistirá la casa. ¿Y si hay otra avalancha?

Sabía que tenía razón, allí no estaban seguros. Pero no podían subir

a Patrick por allí. Y a su padre tampoco. Necesitaban ayuda cuanto antes.


—¿Tienes el móvil?

Robert salió corriendo y Delton salió del baño para ver que entraba

en su habitación y miraba a su alrededor. —¿Dónde está? —Miró al suelo y


se agachó para cogerlo. —¡Aquí! —Lo tocó con las manos temblorosas y

apretó los labios. —No hay cobertura.

—Ha debido arrastrar la antena que puse a quinientos metros de la


casa montaña arriba. No funcionará ninguno. Vamos a intentar movilizarles,

no pienso dejar a los míos aquí.

Bajaron las escaleras y vio que su padre había sido capaz de

acercarse a Patrick. Su madre y Lisa lloraban. —¿Qué pasa?

—Ha muerto, hijo. —Su padre apretó los labios. —El tamaño de ese
pilar le ha destrozado por dentro. Me di cuenta en cuanto vi la sangre en su

boca.

—¡No, no! —Se agachó al lado de su amigo. —¡Patrick! ¡Patrick


despierta, joder!
Delton le agarró por el hombro. —¡Está muerto! ¡No podemos hacer

nada por él y aún tenemos que encontrar a David, a Amber y a Maymee!

Gritó de la rabia y el dolor levantándose. Se llevó las manos a la


cabeza intentando reprimir las lágrimas.

—Hijo mantén la calma —dijo Margaret acariciando su espalda—.

Sé que es duro, pero tenemos que salir de aquí.

Frenético miró a su alrededor y vio una silla destrozada. Se acercó a

ella y la terminó de romper con el pie para coger sus patas. —Lisa, trae esa
cortina. —Su hermana hizo lo que le mandó y se la entregó. Delton se

agachó al lado de su padre. —Intentaré inmovilizártela para que sufras lo


menos posible.

Su hermana ayudó a poner las patas a ambos lados de su pierna

mientras su madre hacía tiras con la cortina y se las iba dando para que las
apretara bien alrededor de la rodilla. Cuando terminó le agarró por el brazo.

—Vamos. Hay una salida por el baño de arriba.

Todos rodearon los escombros para ir hacia las escaleras y cuando él

llegó con su padre, Lisa ya estaba sobre el wáter y Robert iba a empujarla
por su trasero.

—¡Espera! ¡Necesitamos ropa de abrigo!


Margaret salió del baño y Lisa la siguió. Volvieron con varios
monos de esquí y unas cazadoras. —Nos falta un mono —dijo su madre

preocupada.

—No pasa nada, yo me pondré la cazadora. Ayuda a papá.

Mientras se vestían se acercó a Robert. —Tú irás primero.

—Es lo que quería, pero tu hermana se ha empeñado, ya sabes cómo

es.

—Tú primero —dijo mirando de reojo a Lisa que estaba pálida—.

Ella saldría corriendo. Que vaya detrás de ti. —Agarró la cortina de la


ducha y tiró de ella para quitar el palo que la sujetaba. Se lo entregó. —

Pasos cortos y seguros antes de pisar con fuerza.

—Entendido.

Asintió volviendo hasta su padre al que Lisa estaba cerrando la


cremallera del mono. —Tu novio será el primero en subir.

—Pero… —dijo Lisa.

—Robert irá primero. Pesa más que tú y sabremos que es seguro


para todos pasar.

Sollozó acercándose a su novio y le abrazó. —Ten cuidado.

—Tranquila, no pienso perderme esa boda. Eres lo mejor que he


tenido nunca. —La besó demostrándole todo lo que la quería y cuando se
apartó se subió al wáter tirando el palo de plástico por el agujero.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó Margaret.

—No, gracias. —Saltó hacia el tejado y se agarró con ambos brazos


antes de tirar de su cuerpo hacia arriba saliendo de la casa.

Lisa suspiró del alivio y se subió al wáter alargando la mano. Robert


se la cogió tirando de ella casi sin esfuerzo. —Ligera como una pluma.

Cielo, apártate con cuidado. —Mientras lo hacía Robert agarró la mano de


Margaret y Delton desde abajo la empujó por el trasero. Costó un poco más,

pero consiguieron sacarla.

—Te toca, papá.

Delton padre subió sobre el wáter con esfuerzo, pero lo logró con su

ayuda. Robert alargó la mano. —Vamos, suegro.

—No corras tanto, que aún no has pasado por el cura, chico.

Sonrió. —¿Crees que la dejaría escapar?

—Más te vale que no, con lo que te quiere.

Delton empujó a su padre por el trasero y entre los dos le subieron.


Robert se tumbó boca arriba cuando su suegro se puso a su lado. —Cómo
pesas.

—Son las comidas que me hace mi mujer, que son una maravilla. Tú
no tendrás esa suerte porque Lisa no sabe ni freír un huevo.
Robert rio. —Eso es cierto.

—¿Queréis apartaros?

Con cuidado se deslizaron un poco para hacerle sitio y de repente


Delton apareció agarrándose con ambas manos. Robert le agarró por la
espalda de la cazadora ayudándole a salir y cuando se sentó a su lado ambos

suspiraron del alivio.

—¿Hacia dónde vamos? —preguntó Margaret.

Delton miró a su alrededor y señaló un árbol a su derecha. —Hacia

allí. Es donde está la carretera, así que si viene ayuda llegará por allí.

Robert cogió el tubo y lo clavó en la nieve. Se metió casi hasta la


mitad. —Aquí no hay nada debajo.

—Busca otro sitio por el que ir. Lisa detrás de él. Mamá detrás de
ella y papá delante de mí.

Se pusieron en fila mientras Delton les vigilaba dispuesto a tirarse a


agarrar a alguien si le necesitaba. Robert metió el tubo en la nieve
hundiéndola demasiado y lo hizo al otro lado. El tubo chocó con algo y dio

un paso adelante antes de hundirlo bien para endurecer la nieve que aun así
le llegó casi a la rodilla. El siguiente paso fue igual de difícil y su padre no
fue capaz de darlo, así que Delton le agarró por los brazos cargándoselo al
hombro. —No, hijo.
—Calla, vas a venir con nosotros —dijo entre dientes dando otro
paso. Tardaron una eternidad en llegar a la mitad del camino y Delton

estuvo seguro de que si no habían aparecido ya es que nadie iba a ir en su


ayuda. Juró por lo bajo por llevar allí a su familia.

—No es culpa tuya, hijo. Esa casa estuvo ahí cien años, nadie podía
prever esto.

—¡Eh!

Todos miraron hacia su izquierda para ver que David llegaba


corriendo entre los árboles. Corría resbalando por la nieve lo que
demostraba que allí estaba más endurecida.

—¡No grites! —dijo Lisa a grito pelado.

Todos la miraron. —¿Qué? Vale más un grito advirtiéndole, a que él


suelte cuatro más.

David impaciente intentó acercarse, pero al ver que su padre

levantaba la mano se detuvo en seco. Cuando llegaron a él se dejaron caer a


su lado. Delton estaba agotado, pero consiguió decir —¿Y Amber?

—La he dejado a salvo. Vimos la avalancha y la he alejado. —Se


arrodilló a su lado y emocionado le abrazó. —Los has salvado.

—Yo no he hecho nada. ¿Has visto a Maymee?

David se apartó y muy serio negó con la cabeza. —¿Y Patrick? Y…


—No lo han conseguido.

—Dios mío… —dijo impresionado.

Delton se levantó obviamente destrozado. —Maymee no estaba en


la casa. Si estaba en la bodega o en la piscina tengo que ir hasta allí por si

hay la posibilidad de que todavía se pueda hacer algo.

—Voy contigo —dijo David.

—Y yo —Robert se puso a su lado.

—Lisa, ¿podrás ir a buscar a Amber e ir a por ayuda? —preguntó

David.

—Por supuesto. Que papá se quede aquí con mamá y yo iré a por
ella antes de…

Amber llegó en trineo y frenó con el pie justo a su lado mientras


lloraba de miedo. —¿Estáis bien?

Lisa se acercó. —Genial, iremos en el trineo, así tardaremos menos.

—¿Y Maymee? —preguntó Amber asustadísima. Su cuñada negó


con la cabeza y Amber sollozó. —No.

—¡Calla! —gritó Delton—. ¡Estará bien! ¡Es lista y estará bien!

Todos se mantuvieron en silencio obviamente opinando lo contrario


y él apretó los puños con impotencia mirando hacia la montaña. —Lo ha
conseguido, estoy seguro. Solo tengo que encontrarla.
Capítulo 7

Maymee sintió que una gota le caía en la mejilla y que le dolía todo
el cuerpo. Abrió los ojos para solo ver oscuridad. Su mejilla estaba sobre

una superficie fría y húmeda de metal. Sintió que sobre ella había varias
cosas e intentó levantarse haciendo que muchas de ellas cayeran al suelo

haciendo un sonido como la porcelana cuando se rompe. —Los jarrones —

susurró confundida. Se llevó la mano a la frente y sintió algo viscoso.


Intentó concentrarse. ¿Qué había pasado? Al apoyar la mano en el suelo se

cortó y se llevó la mano al pecho. Entonces recordó el temblor cuando


estaba en la cámara donde estaban las flores. Recordaba su conversación

con Delton y como había ido hasta la cámara frigorífica para quitarse del

medio un rato hasta que fueran a comer. Recordó el temblor y como al

volverse hacia la puerta esta se cerró. Fue hasta ella, pero los temblores
fueron tan grandes que se quedó paralizada y entonces toda la estructura

volcó. Intentó agarrarse, pero… Suspiró llevándose la otra mano a la frente.


Le dolía muchísimo la cabeza. Debía haberse golpeado. Piensa Maymee.

¿Un terremoto? ¿En las montañas? Podía ser, pero… Al darse cuenta de lo

que había pasado se le cortó el aliento. Un alud. Les había arrollado un

alud. —¡Delton! —Se puso de pie como pudo y se dio cuenta de que si

estaba viva era porque se había quedado allí metida. Pero él… Ellos. —
Dios mío, Dios mío, tienes que pedir ayuda. ¡Delton! —gritó—. ¿Estás ahí?

—Intentó encontrar la puerta alargando las manos y cuando llegó a lo que

parecía la pared sus piernas chocaron con una estantería haciéndose daño en

las espinillas, pero lo ignoró palpando la superficie. Fue tanteando y notó

unas rejillas. Recordaba haberlas visto, aquello era el techo. Estaba de


costado. Caminó hacia la derecha para encontrar una de las paredes y apartó

una de las estanterías como pudo pisando los pedazos de porcelana mientras

rezaba para que la puerta no estuviera en la pared que estaba pisando.

Entonces su mano chocó con algo y lo palpó para tocar la manilla. —¡Sí! —

Tiró de ella, pero no se abría. —¡Vamos, vamos! —Tocó la puerta por si

algo le impedía abrirla y apartó más la estantería antes de agarrar la manilla

de nuevo. Tiró con fuerza una y otra vez hasta que de repente se abrió
haciéndola trastrabillar hacia atrás. Gimió cuando aquello siguió igual de

oscuro porque eso solo significaba que estaba bajo la nieve. Casi con temor

alargó la mano para tocar lo que había al otro lado y cuando las yemas de

los dedos tocaron la fría y rugosa nieve sollozó. —Dios mío… —Metió la
mano para deshacer un puñado y se dio cuenta de que no estaba demasiado

dura. —¡Pues no me pienso rendir! —Se agachó para buscar algo que

pudiera ayudarla y cogió un pedazo de jarrón en forma de cuenco. Lo

agarró con ambas manos a pesar de la herida y empezó a cavar tirando la

nieve a un lado. —¡Delton! —Muerta de miedo se dio cuenta de lo

importante que era en su vida y se arrepintió muchísimo de no haber estado


a su lado en ese momento. —¡Delton, ya voy! —Siguió cavando más hacia

arriba. Ni supo cuánto tiempo lo hizo porque los músculos de la espalda la

estaban matando, pero ya había conseguido salir de la cámara y de repente

le cayó un montón de nieve encima. Sin aliento miró hacia arriba y vio el

cielo azul. —¡Gracias, gracias! —Necesitaba algo alto para subir y sabía

que no lo encontraría, así que cavó una especie de escalón para impulsarse.

Cuando ya casi lo tenía, oyó su nombre a lo lejos.

Se le detuvo el corazón y miró hacia arriba. —¡Delton! ¡Estoy aquí!

No volvió a escuchar nada y frenética tiró la porcelana a un lado

para elevar el pie tirándose al agujero, pero se resbaló cayendo dentro.

Gimió de dolor al sentir que la porcelana se le había clavado en el trasero y

sollozó. —Delton, estoy aquí.

—¡Nena, respóndeme!

Parecía desesperado y gritó —¡Aquí! ¡Estoy aquí!


—¿Maymee? ¡Es Maymee! —gritó como si se lo estuviera diciendo

a alguien—. ¡Preciosa, dónde estás!

Intentó levantarse, pero ya no tenía fuerzas para nada y gritó —

¡Aquí! ¡En el agujero!

De repente apareció la cara de Delton sobre ella y sollozó del alivio.

—Estoy aquí, nena. —Miró hacia atrás. —Cógeme por las piernas.

Maymee consiguió levantarse y puso otra vez el pie en el saliente

antes de coger su mano y mirarle a los ojos. Él sonrió. —¿Lista?

—Siempre.

—Esa es mi chica. ¡Ahora! —Tiró de ella mientras se impulsaba y

consiguió agarrarla con la otra mano por la cinturilla del vaquero sacándola

fuera del agujero. Suspirando del alivio se volvió de espaldas y Delton se

acercó a ella. La cogió por la mejilla. —¿Estás bien?

—Me duele todo y creo que tengo un corte en el trasero, pero por lo

demás estoy más o menos bien. —Se abrazó a él. —He pasado tanto miedo.

La abrazó con fuerza. —Ya ha pasado, nena. Estás a salvo.

Se apartó para mirarle a los ojos. —¿Y los demás?

Sus ojos se entristecieron. —Patrick, Cajsa y Friedrich no lo han

conseguido.
—Dios mío… —Vio un movimiento a su lado y sobresaltada se dio

cuenta de que eran David y Robert que sonrieron. —¿Estáis bien?

David respondió —Nosotros estábamos lo bastante alejados. Y la

familia ha salido de esta.

—No todos —dijo Delton cogiéndola en brazos.

—No, déjame en el suelo, estás agotado.

—Tengo que sacarte de aquí, puede haber más desprendimientos. —

Maymee sintiendo que se había quedado sin fuerzas apoyó la mejilla sobre

su pecho. —No te preocupes, Lisa ha ido a por ayuda en el trineo.

—El paraíso se ha convertido en un infierno —susurró pensativa.

Delton la besó en la sien mientras sollozaba—. Pobre Patrick. —Se abrazó

a él como si no quisiera perderle jamás.

—Tranquila, preciosa. Ya oigo el helicóptero.

En el hospital no se separó de su lado, porque cuando la metieron en

urgencias le dio un ataque de nervios y aunque la sedaron no quería soltarle.

Le dio lo mismo que la viera desnuda mientras la examinaban, solo quería

oír su voz y él no dejaba de hablarle ignorando los morados que tenía por
todo el cuerpo. Cuando la volvieron, tuvieron que coserle el corte en la

nalga y él chasqueó la lengua. —Ni se notará.

—Total, no me lo veo.

—Pero te lo veré yo.

Se le cortó el aliento. —¿Lo verás mucho o poco?

—Todos los años que me queden de vida, preciosa —dijo mirándola

a los ojos. Maymee se emocionó y las lágrimas corrieron por sus mejillas

sin darse cuenta—. Eh, no llores.

Era un sueño, tenía que ser un sueño. —¿Hablas en serio?

—Jamás he hablado más en serio en mi vida. En esa montaña me he

dado cuenta de que no puedo perderte, nena. —Se acercó y le dio un suave

beso en los labios que le supo a gloria. Cuando se apartó Delton sonrió y

acarició su sien mirando los puntos que le habían puesto en la frente cerca

de la raíz del cabello.

—Lo siento.

Él la miró a los ojos y asintió entendiendo lo que quería decir —Era

un buen amigo. El mejor. —Apretó los labios. —Le voy a echar mucho de

menos. Dios… Todavía no me lo creo.

—Es el shock. A mí también me cuesta creer lo ocurrido.

—Suerte que estabas en la cámara frigorífica.


—Yo hubiera preferido estar a tu lado. He pasado tanto miedo…

Él besó su mano apretándola como si no quisiera soltarla jamás. —

Ya ha pasado, nena.

—Quiero que volvamos a casa.

—En cuanto esté todo solucionado regresaremos. Tenemos que

sacarles de allí y habrá que pasar ciertos trámites.

—Claro. Te ayudaré en lo que pueda.

—No, esto tengo que hacerlo yo. La hija de Casja… Va a ser duro,
pero tengo que llamarla yo.

Lo entendía, y ella le estaba impidiendo hacer lo correcto. —Ve. Esa

llamada no puede esperar.

—En cuanto me digan que todo está bien…

—Ve. Yo estoy bien.

Él se acercó para darle un beso en los labios. —Haré que David y


Amber se queden.

Sabía que no dejaría que se quedara sola, así que sonrió. —No te

preocupes.

—Joder, no tengo ni teléfono móvil.

—El hotel donde se va a quedar tu familia. El pino verde, Die grüne

Kiefer. Llévales allí. Así podremos localizaros.


Él asintió. —Muy bien.

El doctor dijo algo y Maymee volvió la cabeza. —Mierda.

—¿Qué ha dicho?

—Espera, cariño. Das kann nicht sein. Wir haben reserviert.

El médico se encogió de hombros cubriendo su trasero con una

gasa. Gimió por dentro antes de mirar a Delton. —No te alteres.

—Joder, ¿ahora qué?

—Se incendió la semana pasada. Me da que no nos avisaron porque

se han incendiado hasta los registros que debían estar en los ordenadores y
no podían ponerse en contacto con nosotros.

Dejó caer la mandíbula del asombro. —No jodas, nena. ¿Qué voy a

hacer con los cuarenta invitados que llegan mañana? —Miró su reloj. —
¡Mejor dicho, que llegan en cuatro horas!

—No tengo móvil, pero si me consigues uno te lo arreglo.

Suspiró pasándose la mano por la nuca. —Déjalo, yo me encargo.


Sino que se suban al avión de vuelta.

—Eso, tú encasquétales en el primer vuelo. Deben entenderlo, esto

es una emergencia.

—Menuda boda hemos tenido —dijo yendo hasta la puerta—. Ya

decía yo que no pintaba bien desde el principio.


Pensativa apoyó la mejilla sobre la camilla. Tuvo una mala
sensación, como si lo que hubiera pasado intentara impedir esa boda. Cerró

los ojos. Déjate de tonterías Maymee, solo estás asustada por todo lo que ha
ocurrido. Al pensar que podía ser Delton el que aún estuviera bajo la nieve

se le pusieron los pelos de punta. Solo esperaba que todo pasara pronto.

Debido al golpe que había recibido en la cabeza, el médico quiso

que pasara una noche en observación, así que le dijo a David que se fuera a
casa y no protestó demasiado sobre todo porque Amber no se encontraba

bien. Lo entendió. Toda la situación era realmente dura y dolorosísima para


todos. Pasó una noche horrible porque le dolía la cabeza y si lograba coger

el sueño se sobresaltaba cada poco, pero el médico le dijo que era lógico y
le recetó unos relajantes para los siguientes días. Lisa fue a visitarla al

mediodía y supo por ella que la familia de Delton se había ido en el primer
avión.

Lisa se sentó en la cama a su lado. —Es horrible. —Sus ojos se


llenaron de lágrimas. —Patrick era como otro hermano más.

Sintió un nudo en la garganta, porque a pesar del poco tiempo que

había transcurrido desde que le conocía, había sabido ganarse un lugar en su


corazón, así que ellos debían estar destrozados. —Lo siento mucho.

—Sé que lo haces.

—¿Dónde os quedáis?

—Delton ha alquilado una casa. Tenemos que quedarnos porque


Patrick aún pasará unos días en el depósito mientras se realiza la

investigación y además está lo del seguro. Delton está de los nervios, dice
que jamás volverá a comprar algo fuera de los Estados Unidos.

Apretó los labios porque no podía ayudarle. —Hoy saldré de aquí,


me lo ha dicho el médico.

—Oh, entonces tengo que traerte ropa y…

—No hay prisa, tiene que terminar la ronda. ¿Cómo están los

demás?

Hizo una mueca. —Mamá llora continuamente, mi padre intenta


calmarla.

—¿La ha visto un médico?

—Sí, no te preocupes. La mitad de la familia va empastillada hasta


las cejas.

Suspiró del alivio. —¿Y Amber? Debe estar disgustadísima.

—No hace más que decir que lo habían hecho todo mal desde el
principio y que esto no podía salir bien. Se echa la culpa al traernos hasta
aquí.

—Qué tontería. Ha sido mala suerte —dijo aunque ella había tenido

el mismo presentimiento.

Lisa la miró fijamente. —Mamá me ha llevado aparte y me ha


pedido que se casen en mi boda.

Se le cortó el aliento. —¡No! Es tu boda, Lisa. ¡Tu día!

Se emocionó agachando la mirada. —No he sido capaz de decirle


que no. Mi madre me ha dicho que así se olvidará todo. Será un día familiar

y… —Sollozó. —No sé…

—Ya hablaré yo con ella.

La miró esperanzada. —¿De veras?

—De veras. Es tu día, tu boda y tiene que ser único para ti. Además,

ellos no querían ese tipo de celebración. Ya lo haremos de otra manera. —


Hizo una mueca. —Aunque olvidar esto ese día va a ser difícil.

—Lo sé… Será el tema estrella en su boda y en la mía. Estoy por


cancelarla.

—Patrick no querría eso, y lo sabes. Os quería muchísimo y sabía la

ilusión que te hacía. Si hubiera sido yo, hubiera querido que fuerais felices
y ese día debe ser el más feliz de tu vida.

—Me siento culpable.


Se sentó y la abrazó. —Pues no tienes por qué, no ha sido culpa tuya
y tienes derecho a ser feliz.

—Él no va a estar en la boda y…

—Claro que estará. —La besó en la mejilla y se apartó para


limpiarle las lágrimas con los pulgares. —Estará en nuestro corazón. Jamás

le olvidaremos y siempre estará con nosotros.

Lisa asintió. —Podríamos recordarle de alguna manera.

—Eso mismo estaba pensando yo. Igual cuando agradezcas a los

invitados su asistencia puedas recordarle con unas palabras. ¿Ya lo sabe la


familia?

—Solo tenía un hermano en Boston y no se llevaban muy bien. No

entendía como con su talento era amo de llaves.

A ella también le costaba entenderlo. —¿Qué le pasó?

Lisa apretó los labios. —Acabó en prisión.

—¿Qué?

—Sí, tenía un restaurante y sus socios se encargaban de la


facturación y eso mientras él estaba en la cocina. Patrick creía que todo iba

muy bien. Pero de repente se presentaron dos tipos del banco diciendo que
iban a embargar el local. No se lo podía creer, todas las noches lo tenía

lleno. Entonces se enteró de que sus socios le habían robado y cuando se


enfrentó a ellos le pegó un puñetazo a uno. Le denunció. Cumplió seis
meses y lo perdió todo. Delton se ofreció a ayudarle, pero dijo que con el

trabajo era suficiente. Que quería llevar una vida tranquila. Eso es lo que
aprendió en prisión, que solo tenemos una vida y… —Sollozó. —Dios

mío…

Acarició su hombro. —Qué pena.

—Sí, era un buen hombre y hay cientos por ahí que son basura. ¿Por
qué a él? No lo entiendo.

—En estos casos prefiero pensar que es el destino, porque sino yo


tampoco hubiera aceptado nunca la muerte de mis padres. Lo siento

muchísimo por la hija de Cajsa. Sé que para ella ha sido un golpe tremendo.

—Han tenido que medicarla. Es todo tan horrible.

—Pasará. —La miró a los ojos y Maymee sonrió con tristeza. —Es
terrible sufrir una pérdida, en ese momento piensas que nada tiene sentido.

El dolor, el vacío es enorme y crees que nunca podrás superarlo. Pero pasa
el tiempo y la vida hace que el dolor sea menos intenso, después te quedas
con los recuerdos y llega un momento que… Llegas a sonreír al recordarle
cuando antes cualquier mínimo detalle hacía que lloraras a mares por lo

perdido. Por lo que ya nunca tendrás. Solo nos quedan los recuerdos y a eso
nos aferramos. —Lisa no pudo reprimir las lágrimas. —Cuando murieron
mis padres, mi abuela recopiló todas las fotos que tenía de ellos. Todas las
que pudo encontrar e hizo diez álbumes para mí. Para que en el futuro les

recordara y al ver esa foto rememorara los momentos que pasamos juntos.

—Qué bonito. Debió ser durísimo para ella.

—Lo fue. Pero creo que de algún modo también la ayudó a

superarlo.

Pensando en ello Lisa asintió. —¿A qué hora te sueltan?

—En un par de horas. Cuando el médico termine su ronda.

En ese momento se abrió la puerta y sonrió al ver a Delton. —Pero

cielo, ¿qué haces aquí?

—Traerte el móvil.

Soltó una risita. —Por supuesto.

Lisa fue hasta la puerta. —Iré a por su ropa.

La miró sorprendido. —¿Ya te dan el alta?

—Soy dura de pelar, Bercovich.

Se sentó a su lado. —Eso ya lo veo.

Se quedaron mirándose el uno al otro y Maymee le acarició la


mejilla. —¿Cómo lo llevas, jefe?
—Tengo mis momentos. —Le besó suavemente los labios antes de
abrazarla. —No es la mejor manera de empezar una relación, ¿no es cierto?

Sintió algo que la alertó, como si no estuviera seguro de su decisión.

Se apartó para mirarle a los ojos. —¿Tienes dudas?

Él suspiró. —No quiero cagarla, eso es todo. No quiero perderte y…


Este no es el mejor momento.

Se le encogió el corazón. —¿Y cuándo sería el momento adecuado,


Delton?

—¡Joder, no lo sé! —Se levantó y nervioso se pasó la mano por el


cabello despeinándoselo. Suspiró poniendo los brazos en jarras y miró el
suelo como si le estuviera dando vueltas al asunto. Se mantuvo en silencio y

él se volvió. —¿No tienes nada que decir?

—¿Qué puedo decir? Si tú no quieres estar conmigo, yo no puedo

hacer nada.

Entrecerró los ojos. —Parece que te da igual.

—¿Cómo va a darme igual? —preguntó pasmada.

Juró por lo bajo y dio un paso hacia ella. —Lo siento, nena… Pero

es que…

Entonces se dio cuenta de que todo aquello empezaba a ser


demasiado para él. Sentía mil cosas, ambos las sentían y tenía razón, no era
el mejor momento para iniciar nada. Ella alargó la mano y aliviado se la

cogió. —Estamos tristes, enfadados, sorprendidos y mil cosas más… Era tu


mejor amigo, es normal que ni te haya dado tiempo a digerirlo y comprendo
lo que quieres decir. No te preocupes.

La miró indeciso. —¿Seguro que no te importa que sigamos como


antes durante un tiempo? Solo es hasta que pase toda esta mierda. —Él
apretó los labios. —Quiero hacer esto bien.

Sonrió. —De acuerdo.

—Bien. —Le iba a dar un beso, pero se apartó en el último


momento haciéndole una cobra de campeonato. Maymee parpadeó. —Lo

siento. —Después lo pensó mejor. —Bueno, el último.

Se acercó a ella y Maymee no pudo evitarlo, se echó a reír. Delton


sonrió. —¿Cómo me soportas?

—Porque eres guapo…

—Ah, ¿sí?

—Sexi…

—No has visto nada, nena.

—Jefe, no puedes llamarme nena.

—Cierto, no es profesional.

—Nada profesional.
Él miró sus labios como si los deseara más que a nada. —Pero soy

un jefe pésimo, ¿recuerdas? —preguntó acercándose.

—Un desastre —susurró rozando sus labios.

Los acarició suavemente. —Siempre quiero más.

—Esa es otra cosa que me gusta de ti.

Él la cogió por la nuca y entró en su boca entrelazando su lengua

con la suya para saborearla de tal manera que le dio un vuelco al corazón.
Se besaron ansiosos y él la tumbó antes de acariciar su seno por encima de
la bata del hospital, pero de repente se apartó. Cuando Maymee fue
consciente de ello, abrió los ojos y parpadeó al verle al lado de la puerta.
Delton carraspeó. —Como te dan el alta, ¿puedes volver a casa? La

empresa te necesita hasta que solucione esto.

Ahora sí que se quedó de piedra y casi temiendo tener razón susurró


—¿Me estás diciendo que no estamos juntos para que vuelva a casa y me
encargue de la empresa sin protestar como haría una novia?

—Claro que no. —Entrecerró los ojos. —Eso sería algo retorcido.
—Por cómo le miraba él dijo asombrado —¡Qué no! No se me había

pasado ni por la imaginación. —Estaba mintiendo, lo veía en sus ojos. Le


conocía lo suficiente como para saber que estaba mintiéndole
descaradamente y sintió que algo se retorcía en su pecho porque estaba
jugando con ella. La pregunta era por qué lo hacía. Como no decía nada

Delton se enderezó. —Bueno, debo admitir que después de pensar


seriamente en lo nuestro, se me pasó por la cabeza que lo mejor es que
regresaras a Nueva York para que te encargaras de todo. Allí serás más útil.

Forzó una sonrisa. —Por supuesto, allí soy más útil. Tranquilo, que
me encargaré de todo.

Sonrió aliviado. —Gracias, nena. Te llamaré.

Viéndole salir de su habitación como si nada reprimió las lágrimas.


Estaba aún en shock por lo ocurrido, su cuerpo estaba lleno de morados y

todavía estaba en aquella cama del hospital, ¿y la enviaba a trabajar? Se


llevó la mano al cuello sintiendo que se ahogaba. ¿Qué clase de hombre
hace algo así? Alguien a quien no le importas en absoluto, Maymee. Pero si
no le importaba, ¿por qué había dicho que quería un futuro a su lado?

Parecía tan sincero… Le había creído totalmente. Maymee acababas de salir


de un agujero y habías temido por tu vida, estabas medio drogada por un
calmante y otras cosas que te habían metido por vena, ¿cómo ibas a darte
cuenta de si mentía o no? El hombre que acababa de salir por esa puerta no

sentía nada por ella. Había ido para llevarle el móvil con el que poder
localizarla y a decirle que tenía que irse a trabajar. Ni una sola vez le había
preguntado cómo estaba. Las lágrimas recorrieron sus mejillas y se tapó el
rostro con las manos. —Qué estúpida. Qué maldita estúpida y tú pensando
que sentía algo por ti, que se había dado cuenta de que eras la mujer que
necesitaba. —Se limpió las lágrimas sabiendo en el fondo de su alma
perfectamente lo que había ocurrido. Había sido una situación muy extrema
para todos y en algún momento temió perderla. No porque la quisiera, sino

porque ya había perdido a Patrick, su mundo se había visto alterado y si


conocía bien a su jefe sabía que le gustaba todo en su sitio. De hecho, había
visto mil veces que se ponía como loco cuando algo se salía del plan
trazado. Entrecerró los ojos dándole vueltas. Claro, había sido eso. ¿Qué

mejor manera de retenerla que con una relación? Pero después se había
dado cuenta de que había metido la pata hasta el fondo. Odiaba a las
pelirrojas, le repelían, así que casarse con una nunca había estado en sus
planes. Y ella como una estúpida había creído cada palabra que había salido
de su boca. No podía decirle que la dejaba de buenas a primeras y más aún

después de que ella demostrara sus sentimientos. Así que lo mejor era decir
que lo más conveniente era dejarlo para más adelante, que volviera al
trabajo y cuando llegara a Nueva York ya daría alguna excusa para que lo
suyo no cuajara. Su rostro mostró la furia que la recorría. —Pues te vas a

llevar una sorpresa, amigo. Una sorpresa muy desagradable.


Capítulo 8

Sentada tras la mesa de su jefe, colgó el teléfono y revisó unos


presupuestos. Viendo el disparatado presupuesto de la piel de los asientos

del nuevo modelo, chasqueó la lengua recostándose en el sillón. —Ni de


broma.

Le sonó el teléfono móvil y al ver que era Delton sonrió con ironía.

La primera llamada en una semana. Solo se había puesto en contacto con


ella por mensaje y siempre era para ordenarle que hiciera una cosa o la otra.

Puso el manos libres. —¿Sí?

—Nena, ya he llegado. ¿Ya has organizado el funeral?

Ni un hola siquiera. Aquello mejoraba por momentos. Apretó las

mandíbulas antes de contestar —Sí, todo está listo para pasado mañana. —

Cogió la hoja donde tenía la lista de todo lo que había tenido que preparar.
—Más que listo. Solo queda por decidir quién dirá unas palabras.
—Su hermano y yo.

—Perfecto, pues ya no queda ningún cabo suelto —dijo con ironía


—. Perdona, pero tengo que dejarte, tengo que llamar a una fábrica.

—Pero…

Colgó el teléfono e intentando ignorar el nudo que tenía en la

garganta siguió trabajando. —Será capullo —dijo sin poder evitarlo, pero el

teléfono volvió a sonar dejándole claro que el jefe era él. Gruñó porque
hasta que no lo cogiera no dejaría de dar por saco, así que deslizó el icono.

—¿Sí?

—No había acabado —dijo como si estuviera sorprendido.

—Delton, ¿qué pasa ahora? Ya me ha llamado tu madre para lo de la

boda de Amber y Lisa ya me ha enviado los cambios que quiere en el


vestido. ¿Algo más? —Se hizo el silencio al otro lado de la línea y ella

frunció el ceño. —¿Delton? ¿Se ha cortado?

Él carraspeó. —Quería hablar contigo.

Vaya, había sido demasiado brusca y se había dado cuenta. —

¿Hablar de qué? Vamos dímelo, tengo mil cosas que hacer.

—¿Vienes a cenar a casa? La familia estará aquí y quieren verte.

—Si queréis que alguien haga la cena ahora que no está Patrick, la
señora Loomis se encargará, no te preocupes.
—Ya la he conocido —dijo entre dientes—. Y no me gusta.

Puso los ojos en blanco. —¿Y por qué no te gusta?

—Es muy mandona. En mi casa mando yo.

—Pero si no la conoces todavía.

—Lleva una hora diciéndome cosas que hay que cambiar y no deja

de dar la lengua. Cámbiala.

—Ni hablar, es eficiente y experimentada. Además, cocina

estupendamente. Es perfecta para el puesto y te la quedas.

—¡Cámbiala!

—¡Cámbiala tú! —gritó antes de colgar el teléfono y tirarlo sobre la

mesa—. Hablar conmigo. ¿Para esto querías hablar conmigo? ¡Capullo! —

Se levantó y cogió varios dossiers. Caminó hacia la puerta cuando el

teléfono volvió a sonar y se volvió. —Uy, este quiere camorra. —Volvió y

agarró su móvil. Se lo puso al oído. —¡Qué!

—¿Vienes a cenar o no?

—¡No!

—¿Y por qué no?

—Porque ya he quedado —respondió antes de colgar de nuevo.

Dejó los dossiers sobre su mesa y agarró su bolso. —Menos mal que

son las cinco y ya no tengo que soportar esto hasta mañana. —El teléfono
volvió a sonar, pero Maymee lo puso en silencio. —Hasta mañana, jefe. —

Fue hasta la puerta y recordó algo. Sí, se pasaría por marketing porque el

último anuncio en internet había sido un éxito. Hora de felicitar a su chico.


Sonrió maliciosa. Igual le invitaba a una copa.

Uff estaba agotada, pensó apoyada en la pared del ascensor antes de

mirarse al espejo. Hizo una mueca porque como le dolía algo la cabeza no
se había recogido el cabello en su rígido moño en la nuca. Bah, le

importaba un pito lo que pensara. Eso si iba a trabajar, pensó con ironía. Al

salir del ascensor casi se choca con uno de los abogados. —Perdón —dijo

distraída mientras él se la quedaba mirando con la boca abierta. Caminó

hacia la puerta de cristal de presidencia sin darse cuenta de cómo se

balanceaban sus rizos pelirrojos que le llegaban por debajo del trasero, ni de

la mirada de admiración del hombre que silbó. Por instinto miró sobre su

hombro y el abogado le guiñó un ojo sonrojándola con fuerza—. ¿Qué?

—¿Quedamos para comer?

Se detuvo en seco con la puerta abierta. —¡Yo no salgo a comer! —

gritó sobresaltándole—. ¡A trabajar!


Este se puso como un tomate e intentó entrar en el ascensor, pero las

puertas ya estaban cerradas. Ella fulminándole con la mirada dijo —Hay

escaleras, ¿sabes?

—Sí, sí, claro…

Salió pitando y Maymee entrecerrando los ojos se dijo que a ese iba
a controlarle de cerca. ¿Qué era eso de ligar en el centro de trabajo? Entró

en presidencia y allí estaba Delton ante la puerta de su despacho en mangas

de camisa y por como la miraba parecía que le había dado la sorpresa de su

vida.

—¿Ya estás aquí…?

—¿Ese quería ligar contigo? —preguntó mosqueado.

Se encogió de hombros como si le diera igual antes de dejar el bolso

en el perchero. Se quitó el abrigo colgándolo también y fue hasta su mesa.

—¿Qué te ha dicho?

—Algo de quedar para comer —dijo distraída.

—¿No me digas? —preguntó entre dientes con cara de querer matar

a alguien—. ¿Y cómo vienes así?

Encendiendo el ordenador le miró. —¿Así cómo?

La señaló con ambas manos. —¡Pues así!

—Oh, ¿te refieres al cabello? Me duele la cabeza.


Parecía horrorizado. —¡No es profesional y es muy rojo!

—Ya sabías de qué color tengo el cabello. —Se sentó tras su mesa y

se agarró a ella para acercar la silla.

—El de la cabeza era algo más oscuro.

—Era por la laca —dijo cogiendo el teléfono.

—¡Eso ya lo veo! —Entró en su despacho y dio un portazo.

—Hola nena, cuanto te he echado de menos. ¿Cómo estás? —

preguntó con burla antes de decir al teléfono—. Oh, sí. Quiero un informe

de los gastos de mantenimiento del edificio y los quiero para ya.

La puerta del despacho se abrió de nuevo. —No encuentro nada.

—Lógico, porque llevas una semana sin trabajar. —Abrió el mail y

empezó a leer el primero que le habían enviado. Al darse cuenta de que no

se iba le miró interrogante. —¿Qué?

—¿Con quién quedaste ayer?

—Perdona, ¿qué me has preguntado?

—¡Con quién quedaste ayer!

Se levantó lentamente. —No sé si te has dado cuenta, pero somos

jefe y empleada, no puedes preguntarme esas cosas, no son asunto tuyo.

—¡Claro que lo son! —Parecía de lo más sorprendido. —¡Estás muy

rara!
—¿Yo?

Dio un paso hacia ella. —Tú no me la estarás pegando, ¿no?

—¿Pero de qué vas? ¡Si tú y yo no tenemos nada! ¿O no?

—Nena, si es por lo del otro día…

—¿Hablas de cuando me dijiste que era mejor dejarlo para más

adelante? Creo que tenías toda la razón —dijo dejándole de piedra—. De

hecho, creo que lo mejor es que sigamos manteniendo una relación


estrictamente profesional porque no eres lo que me conviene. No sé qué me

pasó en Suiza, pero en el avión te lo había dejado muy claro. Debió ser el
shock y que quería aferrarme a la vida después de todo lo sucedido, no sé,

pero me equivoqué. Menos mal que te diste cuenta a tiempo.

Separó los labios de la impresión antes de entrecerrar los ojos. —Sí,

menos mal que me di cuenta.

Sonrió. —Pues perfecto. —Se sentó de nuevo. —Tienes una reunión


en diez minutos con los de la fábrica de tapacubos de Indonesia. Han hecho

el esfuerzo de venir hasta aquí. Te aconsejo que revises toda la información


antes de la reunión.

—¡Sé hacer mi trabajo! —gritó furioso.

—Pues perfecto, te paso el mando. A mí solo me pagas por ser


secretaria. —Sonrió de oreja a oreja. —Es hora de que vuelva a mi puesto.
Lisa le miró horrorizada. —¿Cómo que no quiere organizar la boda?
¡Si ya no queda nada!

Margaret negó con la cabeza. —Con lo bien que lo hacía. Hijo, ¿qué
has hecho?

Frustrado fue hasta el mueble bar y se sirvió un whisky doble. —


Meter la pata, meter la pata hasta el fondo. Otra vez. —Bebió un buen trago

y todo se miraron los unos a los otros antes de mirarle a él. —¿Qué? ¡Se ha
negado en redondo! ¡Dice que no le pago para eso y tiene razón, joder! ¡Se

encarga de mil cosas que no son parte de su puesto! No puedo obligarla.

—Pero si fueras amable… —dijo Lisa.

—¿Amable? Te aseguro que no podía ser más amable después del


trato tan increíble al que he llegado con los de Indonesia gracias a ella. Si

hasta la invité a comer. ¿Sabéis lo que me dijo? ¿Qué pensará el personal de


la empresa, que tengo un lío contigo? Ah, no. Ya pasaste por ello una vez,

más vale que mantengamos las distancias. Y se largó —dijo de lo más


sorprendido—. ¡Y se largó a comer con otro, que me lo dijo el portero!

Todos se adelantaron en su asiento. —¿Con quién?


—¡Con uno de marketing! Si tiene veintipocos… ¡Joder no lo sé,
pero es un chaval! ¡Y les vi llegar! —dijo fuera de sí—. ¡Se reía como una

quinceañera!

—Uy, uy… —dijo Amber antes de darle un codazo a su novio—.


Esto pinta fatal.

—Tenía un chollo y ha tenido que cagarla —respondió por lo bajo

ganándose una mirada de rencor de su hermano mayor—. Venga, sabes que


tengo razón.

Obviamente preocupado suspiró sentándose en el sofá.

—No pasa nada, está cabreada —dijo Robert—. Se le pasará.

—No lo sé —dijo Amber—. Hoy por la tarde no me ha cogido el

teléfono y siempre me lo coje. Es evidente que quiere marcar distancias.

Delton padre se levantó y apretó el hombro de su hijo. —Tranquilo,


lo solucionaremos. Hemos sido egoístas y ha llegado a su límite.

Intentaremos disculparnos.

—No sé, papá. Hoy me ha mirado de una manera… Y cuando he


salido del despacho a las cinco y media ya no estaba tras su mesa. Se fue sin

despedirse, nunca lo había hecho. Y en la papelera había una hoja con su


curriculum, seguro que está buscando empleo.
—¿Tan mal están las cosas? —preguntó Margaret sorprendida—.

Mañana mismo me acerco a hablar con ella.

—Yo voy contigo —dijo Lisa.

—¡No, esto tengo que solucionarlo yo! ¡No os metáis!

En ese momento llegó la señora Loomis con el bolso colgado del

brazo. —Señor, me voy…

—Hasta mañana —dijo antes de beber de su whisky.

—Y no vuelvo.

Se atragantó tosiendo con fuerza. Su padre le palmeó la espalda y en

cuanto pudo hablar preguntó pasmado —¿Por qué?

—Porque la señorita Gadwill me dijo que el trabajo era de siete a


tres. No se me paga para que todas las noches haya fiesta en su casa —dijo

molesta—. Tengo que hacer la cena para todos y mire las horas que son.
¡Las once! Mi George me espera en casa y se preocupa, así que adiós.

Se levantó de inmediato. —No, no puede irse.

—Claro que sí, mire, mire…

—No, por favor. Le subo el sueldo.

—Ah no, que luego vienen más cosas.

—No, de verdad. No tendrá que volver a hacer la cena para

nosotros, la encargaré.
La mujer entrecerró los ojos. —¿De veras?

—De veras, pero no me deje ahora.

Su asistenta le miró fijamente. —Muy bien, le doy otra oportunidad.

Pero yo no soy como esa secretaria suya, ¿sabe? Yo si algún día no puedo
venir, no puedo venir.

—¿A qué se refiere?

—Mira que obligarla a venir a entrevistarme el día después de


enterrar a su abuelita. Eso no me gustó nada —dijo elevando la barbilla

mientras él palidecía—. Pero me dijo que estaba desesperada porque tuviera


asistenta, sobre todo después de haber perdido a su mejor amigo. Me dio

penita. Y claro como soy muy blanda acepté cuando jamás me hubiera
quedado en una casa tan grande, da mucho trabajo. Pero yo quiero mis días

libres y cuando llegan las tres se acabó. —Abrió la puerta. —Hasta mañana.
Y no me deje la cocina echa un desastre si se va por la mañana antes de que

llegue.

Cuando cerró la puerta Delton se llevó las manos a la cabeza y al

volverse allí estaba su familia que no podía disimular su sorpresa.

—Dios mío… —dijo Amber—. Su abuela ha muerto y ni nos hemos


enterado.
—¿Acaso los que la habéis llamado no le habéis preguntado cómo le
iba? —preguntó Robert asombrado.

Las chicas se miraron las unas a las otras sin saber qué responder.

—¿Pero cómo ha pasado? —Su padre no se lo podía creer. —Si


hasta la ha enterrado. Tuvo que morir…

—Cuando estábamos en Suiza —dijo Delton dejando caer los

brazos—. Esa mujer lleva trabajando cuatro días en la casa. Si la enterró el


día anterior de su entrevista, murió cuando Maymee estaba en el hospital o

el día de su llegada.

—Pobrecita —dijo Margaret—, ha debido ser muy duro para ella

con lo que la quería.

—¿Y aun así se encargó de tu empresa? —preguntó Robert


incrédulo—. Y no la llamas en toda la semana. Yo te hubiera mandado a

tomar por culo y me hubiera cogido vacaciones.

Delton apretó los labios mientras Lisa decía —Me da mucha pena.
Y lo ha pasado sola.

—No, hija —dijo Margaret con tristeza—. No lo ha pasado, lo sigue


pasando. Una pérdida así no se supera fácilmente, era como su madre. El

mismo Patrick me dijo el día en que murió, que la pobre había perdido a sus
padres siendo un bebé y que su abuela estaba en la última fase de su
enfermedad. Era como su madre, ella la crio. Seguro que llegar a casa es un
suplicio por los recuerdos.

Delton fue hasta el perchero, cogió la cazadora y salió de casa a toda

prisa.

Amber apretó la mano de David. —Creo que es demasiado tarde.

Escuchó que llamaban a la puerta y medio dormida levantó la


cabeza para ver que el despertador decía que eran las doce de la noche.

Gimió porque se acababa de dormir y no es que en las últimas noches


hubiera dormido mucho. Volvieron a llamar y se arrastró fuera de la cama.

—Ya voy… Más te vale que sea importante —dijo entre dientes antes de
empezar a abrir los tres cerrojos de la puerta. Cuando abrió se quedó de
piedra al ver a Delton. —¿Qué pasa?

Él apretó los labios. —¿Puedo pasar?

Bufó como si fuera un pesado y se volvió mostrando su pijama de

corazoncitos. Fue hasta el sofá y se sentó de mala manera mientras él


cerraba la puerta sin quitarle ojo. Maymee bostezó.

—¿Estabas dormida?
—¿No es evidente? —dijo molesta—. Es que no son horas, leche.
¿Qué pasa ahora?

Delton apretó los labios antes de sentarse a su lado. —Nena…

Incómoda por tenerle tan cerca se levantó para sentarse en el sillón


de enfrente. Se la quedó mirando fijamente. —Lo siento, nena.

—¿Qué sientes?

—No sabía lo de tu abuela, lo siento mucho.

—Ah… —Se emocionó sin poder evitarlo. —No pasa nada. Es ley
de vida, ¿no es lo que dice todo el mundo?

—Tiene que ser muy duro, lo siento de veras.

Le miró fijamente durante unos segundos. —¿Por qué haces esto?

—He venido para…

—Ya me has dicho para que has venido, te pregunto por qué.

—Joder nena, lo siento. Si lo hubiera sabido…

—¿Sabes por qué no te enteraste? —preguntó fríamente—. Porque


no me llamaste. Ni una sola vez.

—Sé que es imperdonable.

—Tú lo has dicho. ¡No solo no te preocupaste de mi estado físico ni


emocional después de lo que había pasado en Suiza, sino que te
desentendiste de todo y lo dejaste en mis manos! ¡Hasta tuve que organizar
el funeral de Patrick! ¡Y te aseguro que organizar dos funerales en una

semana no es ninguna fiesta! —gritó con los ojos cuajados en lágrimas—.


¡Murió sola! ¡Murió sola por estar con vosotros! ¡Por plegarme a tus
caprichos! ¡Pero eso se acabó! ¡Ahora sal de mi casa de una puta vez! —Se
levantó a toda prisa y abrió la puerta.

Delton apretando las mandíbulas se levantó. —Nena, creí que hacía


lo mejor para los dos.

—Yo también creo que era lo mejor. Fíjate, estamos de acuerdo.

Ahora si me disculpas, mañana tenemos un funeral.

En ese momento se abrió la puerta de al lado y un tío sin camiseta


con los abdominales más increíbles que había visto en la vida salió con un
bate en la mano. —Maymee, ¿estás bien? Te he oído gritar.

—Es que mi jefe a veces es algo duro de oído, Tom. No te


preocupes, se va.

Pasó ante ella. —Hablaremos mañana.

—Ya lo hemos hablado todo. No te extrañes por la carta de dimisión


que encontrarás en tu mesa.

—No puedes hacer esto, no puedes…


—Eh, tío… —dijo Tom agresivo—. Apártate de ella, no te lo digo

más.

—Yo que tú le haría caso, es campeón de taekwondo. Campeón

nacional. —Sonrió de oreja a oreja antes de cerrarle la puerta prácticamente


en las narices.

Juró por lo bajo antes de volverse y Tom golpeó con el bate la palma
de su mano. —No vuelvas por aquí.

—No será necesario, porque ella vendrá a mí.

—Y una hostia. —Tom rio por lo bajo. —Sigue soñando, tío. Será
mía. He esperado años a que se dé cuenta de que soy quien necesita en su
vida y ahora que me ha dado una oportunidad no pienso rendirme.

Le miró como si quisiera desmembrarle. —¿Una oportunidad? Si

está contigo, que lo dudo, es porque la he defraudado. Pero lo solucionaré.

—No dejará que lo soluciones. —Rio más fuerte. —No la conoces


en absoluto.

—¿Qué quieres decir? —preguntó con rabia.

—En veintisiete años, que son los que vivo aquí, si me he enterado
de algo de Maymee Gadwill es de una cosa. No perdona una traición, ya sea
de amigos o de novios, lo sabe todo el barrio.

—Qué tontería, Maymee no es rencorosa.


—Es cierto que no la conoces. —Sonrió de oreja a oreja creyéndole

vencido. —Un novio del instituto se la pegó con otra. Cuatro besos, en esa
época no era mucho más, pues Maymee le dejó.

—Como es lógico.

—Sí que es lógico, pero el tío al darse cuenta de su error intentó


enmendarlo. Flores, bombones, le suplicaba que volviera… No volvió a
darle ni la hora y eso que insistió hasta a que ella estaba en el segundo año
de universidad. No le volvió a dirigir la palabra, jamás.

—Qué tontería, como he dicho Maymee no es rencorosa.

—Ah, ¿no? Que se lo pregunten a su padre.

—¿Su padre? Su padre está muerto. —Era tal la sorpresa en el rostro


de Tom que siseó —¿Qué pasa con su padre?

—Nada. Ya he hablado demasiado —dijo antes de entrar en la casa

y cerrar la puerta.

—Joder, no te calles ahora —dijo con rabia a través de la puerta.

—Lárgate. Yo no pienso cagarla y traicionarla. Si ella no te lo ha

contado no pienso hacerlo yo.

Preocupado miró hacia la puerta de Maymee. ¿Rencorosa? Si tenía


un corazón enorme. Qué tontería. Fue hasta el ascensor dándole vueltas a lo
que había dicho ese tipo. Su padre… Aquello se ponía cada vez mejor.
Capítulo 9

La miró de reojo en el velatorio de Patrick. Hablaba con su padre


con una dulce sonrisa en los labios. Joder, estaba preciosa, incluso con ese

horrible vestido negro que resaltaba el vivo color de su cabello. Suelto, por
cierto, y lo había hecho a propósito por lo del día anterior, estaba seguro.

—Chisss…

Delton volvió la vista hacia Robert que le hizo un gesto con la mano
para que entrara en el despacho. Fue hasta allí a toda prisa. —¿Lo tienes?

—A mi amigo le adoran en el juzgado y le han dejado cotillear un

poco —dijo cerrando la puerta del despacho—. No te vas a creer esto.

—Venga, suéltalo.

—El muy capullo estaba borracho como una cuba. El informe

policial dice que vieron discutir a la pareja a la salida del restaurante porque

no quería entregarle las llaves del coche a su mujer y la subió a rastras.


Apenas a seiscientos metros se empotró contra un muro y la madre de

Maymee murió en el acto. Le cayeron siete años de prisión.

Apretó los puños. —¿Qué es ahora de él?

—Se largó de Nueva York hace unos doce años. Pero mi amigo se

ha enterado de que intentó pedir la custodia de Maymee. Su abuela luchó


por ella con todo lo que tenía y la niña declaró en contra de su padre.

No salía de su asombro. —¿Cómo que declaró contra su padre? Pero


si Patrick le dijo a mi madre el mismo día en que murió que era un bebé

cuando tuvieron el accidente.

—Sí, pero hablando con Lisa del tema ayer por la noche, me enteré

de que en el hospital Maymee le habló de la muerte de sus padres, de la

pena que se siente cuando pierdes a un ser que te importa. Y por su manera

de hablar era imposible que fuera un bebé. Y mi amigo me lo confirmó hace

unos minutos. Seguramente dice eso para no dar explicaciones, porque

cuando su madre murió ella tenía ocho años. Su padre salió cinco años

después con la condicional, así que declaró para la custodia con trece más o

menos. Por lo visto Maymee en el juzgado fue demoledora respecto a los


problemas de alcohol que arrastraba su padre. Tanto que el juez a punto

estuvo de encausarle de nuevo por ciertos incidentes que comentó ella en el

juzgado. Incluso mandó llamar al fiscal, pero al final no se presentaron

cargos.
—Y después se largó.

—Sí, después del juicio no insistió más. Me imagino que no quería

arriesgarse a ir de nuevo a prisión.

Se volvió pasándose la mano por su cabello rubio. —Ni me ha

dirigido la palabra en todo el día —dijo preocupado—. Esta mañana en el

despacho solo contestaba a mis preguntas y por supuesto en cuanto llegó

me dejó la carta de renuncia. Tengo dos semanas.

—Joder, tú no has hecho algo tan grave como lo de su padre.

En ese momento miró por la ventana y la vio en la acera levantando

el brazo para llamar un taxi. —No, no… —Salió corriendo y cuando llegó a

la calle Maymee ya se subía al vehículo. —¡Nena, espera!

Ella levantó una ceja cuando él agarró la puerta impidiendo que

cerrara. —Son las siete, tengo que irme. Si quieres que recoja…

—No quiero que recojas nada, quiero que hablemos.

Tiró de la puerta con tal fuerza que tuvo que soltarla si no quería que

le pillara los dedos. Observó impotente como el taxi se iba y apretando los

puños vio como desaparecía. Al volverse allí estaba Lisa que le miraba con

pena, pero de repente su hermana sonrió maliciosa. —¿Sabes hermano? Se

nos ha ocurrido una idea.


Tensa vio de soslayo como Delton tiraba de la puerta de cristal.

—Buenos días —dijo muy serio yendo hacia su despacho—.

¿Mensajes?

—Nada serio —dijo como si nada antes de coger su móvil y

seguirle. Abrió la agenda en el dispositivo—. Ya te he pasado los

compromisos de hoy. En una hora reunión con los abogados para la

denuncia de Jerry.

Se quitó la chaqueta. —Bien. ¿Cómo va ese asunto?

—La fiscalía quiere pedir cinco años.

La miró sorprendido. —¿De veras? —Hizo una mueca. —

Estupendo. —Ella apretó los labios. —No estás de acuerdo.

—Es un aprovechado, pero pasar cinco años en prisión… Tiene

hijos y una esposa.

—Que lo hubiera pensado antes de estafarme.

—Me ha llamado su mujer.

Se sentó tras su escritorio. —¿Y? —Levantó una ceja.

Apretó los labios. —Nada.

—Me tienes confundido —dijo sinceramente—. ¿El que la hace la

tiene que pagar o no, Maymee? Este tío según tengo entendido ha estado
robándome dos años, ¿estoy en lo cierto?

—Sí.

—Y según tú debo perdonarle.

—No, claro que no. Pero, ¿y si llegamos a un trato?

Suspiró. —¿Qué tipo de trato?

—Dos millones y dos años de libertad condicional.

—¿Ahora eres abogado?

—Piénsalo, así no habría publicidad negativa. Si se entera la prensa

estaremos en los periódicos, pero para mal.

—¿Nunca has oído que no hay publicidad negativa? Pregúntale a los


de marketing. Ahora tráeme un café.

Se puso a trabajar dejándola de piedra. ¿Ya estaba? ¿No iban a

hablarlo más? —Pero…

La fulminó con la mirada. —Un café, ¿o eso ya no forma parte de

tus ocupaciones?

Se sonrojó. —Sí, por supuesto.

—Gracias.

Confundida por su actitud después de lo sucedido el día anterior

salió de su despacho. Fue hasta el cuarto donde estaba la cafetera y


pensando en ello le hizo un café bien cargado como le gustaba. Estaba

cabreado porque le había dejado las cosas muy claritas, eso era evidente.

Ella le había exigido ser jefe y empleada hasta que se fuera y parecía que

iba a cumplir su parte. Pues muy bien. Que se sintiera algo decepcionada

era una ridiculez. Si estaba haciendo lo que quería, por el amor de Dios. No

había quien la entendiera. Salió del cuarto anexo con la bandeja en la mano

y se detuvo en seco al ver a Amber al lado de su mesa. —¿Qué haces tú

aquí?

—Te he llamado, pero pasas de mí. Eso no es de buena amiga —dijo

con rencor.

Gimió por dentro yendo hacia el despacho de Delton. —Espera,

salgo ahora.

Entró y a toda prisa dejó la bandeja sobre la mesa antes de salir

cerrando la puerta. —Estoy trabajando, ahora no puedo hablar.

—Venga ya, no pongas excusas. Es mi cuñado, no va a echarme la

bronca. —Se cruzó de brazos. —¿Qué pasa? ¿Por qué no me has cogido el

teléfono las dieciséis veces que te he llamado desde que llegué a Nueva

York?

—No pasa nada. Tengo mucho que hacer con lo de mi abuela.


La miró con pena. —Sentí mucho lo de su muerte. Si lo hubiera

sabido…

—No pasa nada. —Se sentó tras su mesa.

—Sí que pasa, Maymee. Tendría que haberte preguntado cómo


estabas cómo te iba todo, pero es que allí también fue un caos, ¿sabes? La

policía no daba el visto bueno para que pudiéramos traer a Patrick y

Margaret se puso mala…

—Tuvo una intoxicación por comerse un perrito caliente.

—Pues cómo vomitaba la condenada, me superaba con creces y


claro al verla allá que iba yo.

Hizo un gesto de asco.

—Sí, es que es hablar de ello y me pongo mala. —Se sentó en la

esquina del escritorio. —¿Cómo sucedió?

Se emocionó al recordar a su abuela. —Se le paró el corazón.

—¿Intentaron llamarte?

—Oye mira, tengo trabajo y no es el momento ni el lugar para


hablar de esto.

—¿Por qué nos echas la culpa?

Se le cortó el aliento. —No os echo la culpa, no digas tonterías.


—Claro que sí, ¿estás enfadada con nosotros porque murió y no
estabas con ella? ¿O porque cuando te fuiste de allí ni nos preocupamos por

tu estado? ¿Acaso me llamaste tú para saber cómo estaba yo? ¿Acaso me


dijiste que tu abuela había muerto? ¿Cómo querías que reaccionáramos si

no sabíamos nada y pensábamos que ya estabas sana y salva en casa


mientras nosotros teníamos que consolar a Delton que estaba hecho polvo?

Sintió un nudo en la garganta mientras Amber se enfrentaba a ella.


—¡Se suponía que los que estábamos mal éramos nosotros, que tuvimos

que hablar con la hija de Cajsa y tramitar mil cosas! ¿Y sabes qué? ¡Ni se
nos pasó por la cabeza que estuvieras mal porque cada vez que hablábamos

por teléfono disimulabas! ¡Y no somos adivinos, que bastante teníamos


encima! ¡Ahora discúlpate!

La miró asombrada. —Perdona, ¿qué has dicho? ¿Por qué habría de

disculparme?

—Por cerrarte en ti misma y no ser buena amiga. ¡Las amigas se


cuentan sus cosas! —Entrecerró los ojos. —Y hablando de eso, ¿sabes que
me está ocurriendo algo muy curioso?

—¿El qué?

—He sangrado un poco, pero no pasa nada, ¿no? Eso no es nada. He


leído en internet que a veces pasa. —Se acercó y susurró —Además me
pica al hacer pis, eso me preocupa un poco más.

Se levantó de un salto. Cogió el bolso y el abrigo antes de ir a la


puerta del jefe y abrirla de golpe. —Me llevo a Amber a urgencias.

—¿Pero qué pasa? —preguntó sorprendido.

Amber metió la cabeza. —Cosas de chicas.

—Sangra y creo que tiene infección de orina.

—¡No se lo digas! Eres una amiga pésima.

Puso los ojos en blanco cogiéndola del brazo.

—¿Llamo a David? —preguntó Delton.

—¡No, le vas a preocupar! —gritó mientras tiraba de ella—. Ay,

ay… Me haces daño.

—Tienes que cuidarte más. Debiste ir al médico en cuanto

empezaste a sangrar.

—Es que me pasa desde el viaje a Suiza.

Se quedó de piedra. Mierda, a ver cómo lo preguntaba. —¿Y estás


segura de que sigues embarazada?

Sonrió como si nada. —Oh, sí. Me hice la prueba al volver y ahí


sigue.
Y la tía va y se encoge de hombros. Maymee bufó pulsando el botón

y se la quedó mirando.

—¿Qué?

—En parte eres una cría, ¿sabes dónde te estás metiendo?

—Claro que sí. Además, tengo a David, no soy una adolescente

descerebrada que se quedó preñada en la fiesta de fin de curso del instituto.

—Casi, casi…

—Ja, ja. ¿Pero qué te pasa? Estabas de acuerdo.

—No te he dicho eso jamás.

—¿No estás de acuerdo? —preguntó sorprendida—. Tú lo tendrías.

—¿Y cómo estás tan segura?

—Porque te conozco.

—Amber, me conoces de cuatro conversaciones.

—Lo tendrías —insistió.

—Sí, lo tendría, pero yo no soy tú.

Jadeó indignada. —¿Crees que soy menos responsable que tú? Saco

sobresalientes.

—Oh, por Dios. Que te haya pasado esto y que vayamos al hospital
demuestra que aún eres algo inmadura. ¿Y si el bebé tiene fiebre? ¿Le
dejarías esperando porque es normal?

—¿No me has entendido cuando te he dicho que en internet pone

que a veces es normal?

—Y a veces no. —Salieron del ascensor. —Vamos a buscar un taxi.

—¿Y luego nos vamos a comer? ¿Llamamos a Lisa? Comida de

amiguis.

No pudo evitarlo y sonrió. —De acuerdo.

—¡Genial! —Sacó el móvil y se lo puso al oído. —¿Lisa?

¿Comemos juntas? Maymee se apunta. No, hamburguesa. Déjate de dieta


que va a llegar un momento que tu churri ni te va a ver. ¿Italiano? —Miró

interrogante a Maymee que asintió. —Estupendo, esta no está a dieta. ¿Il


trovatore? No lo conozco, pero seguro que ella sí. Nos vemos allí a la una.

Besitos.

Levantó el brazo para llamar a un taxi. —Os lleváis muy bien.

—Hemos pasado mucho tiempo juntas y me he dado cuenta de que


no es tan pija como parece.

Sonrió entrando en el taxi tras ella. —No, no lo es.

—¿Crees que nos retendrán mucho tiempo? No he desayunado.

La fulminó con la mirada.

—Vale, cómo te pones. No volveré a saltármelo.


—Más te vale.

Paseaba de un lado a otro de la sala de espera con los brazos

cruzados. ¿Por qué tardaban tanto? Ya iban a dar las doce del mediodía. Su
teléfono sonó y lo sacó del bolso para ver que era su jefe. Se lo puso al

oído. —Sí, todavía estamos aquí.

—¿Pero es grave?

—¿Yo qué sé?

—Joder, voy a llamar a David. Tendría que saberlo.

—Ya le he llamado yo.

—¿Y no me lo has dicho? ¡Estaba de los nervios!

—Tú estarás de los nervios, pero ellos están tan panchos. David me
ha dicho que cuando sepa algo se lo diga.

—Hostia, ¿en serio te ha dicho eso?

—Uy, y esta entró en urgencias riéndose de mí y diciendo a los


médicos que estaba exagerando. Y ha quedado para comer con Lisa en Il

Trovatore. —Puso el brazo en jarra y entrecerró los ojos. —Les has dicho
que no haría la organización de sus bodas, ¿no? ¿Esto no será una

encerrona?
—No seas mal pensada. Además, hay mejores maneras de hacer una
encerrona que llevándote a urgencias. —Pues también tenía razón. Suspiró

llevándose la mano al tabique nasal. —¿Estás bien?

Su tono de preocupación la emocionó porque hubiera dado lo que


fuera por esas palabras unos días antes. Intentó disimularlo y dijo —Sí,

estoy bien. Me duele algo la cabeza, pero ya me he tomado algo.

—Voy a llamar a David para que mueva el culo, esto no es


responsabilidad tuya.

—No, no pasa nada si…

—Ya estoy aquí. —Se sobresaltó volviéndose y asombrada vio a


Amber sonriendo de oreja a oreja. —Me muero de hambre.

—¿Qué te han dicho?

—Que no es nada. Todo va bien.

—¿Y los picores?

—Que no me depile ahí que cuando el pelo crece… Está un poco


irritada la zona, ¿sabes?

—¿Te depilas ahí?

—Chica, cuanto menos pelo más comodidad. Para los dos, ¿lo
pillas? ¿Tú no te depilas? —Maymee se puso como un tomate. —Ya veo.
¿Y no se quejan?
Carraspeó antes de ponerse el teléfono al oído. —Falsa alarma.

Él carraspeó a su vez. —Avisaré yo a David.

—Perfecto. —Colgó el teléfono. —¿Así que el bebé está bien?

—Perfecto. —Soltó una risita. —Y ya sé el sexo. Es niña.

Se llevó la mano al pecho de la sorpresa. —¿De veras? Me encantan


las niñas.

—Y a mí. A David no va a gustarle tanto, pero me importa un pito.

—Margaret se va a poner como loca.

—Sí. Hala, ya me he ganado a la suegra.

Rio sin poder evitarlo, es que era encantadora. —¿Vamos? Podemos


tomar un aperitivo mientras llega Lisa.

—Genial. —La cogió del brazo.

—¿Seguro que todo va bien?

—Sí, dice que si vuelvo a manchar que venga tantas veces como sea
necesario.

Se quedó más tranquila. —Estupendo. Deberías llamar a David, me


preocupé porque no salías y le llamé.

—Tranquila, hablé con él hace unos minutos.


Salieron a la calle y un hombre que entraba con prisa chocó con
Maymee. —Perdone.

Miró su rostro sonriendo, pero esa sonrisa se le quedó congelada al

ver el rostro del tío más guapo que había visto nunca y eso que jamás le
habían gustado los morenos de ojos verdes. —No pasa nada —dijo casi sin
voz.

Él sonrió dejándola alelada. —Aunque no sé por qué me disculpo.


Disculparme por un golpe de suerte es de estúpidos, ¿no crees?

—Pues…

Se echó a reír. —Me llamo Charles Matisse y me muero por saber tu


nombre.

—Maymee, Maymee Gadwill.

—¿Y me darías tu número de móvil a ver si la suerte continúa y


quieres cenar conmigo?

Se sintió muy halagada. Él sin dejar de mirarla a los ojos metió la

mano en el bolsillo interno del traje y sacó una tarjeta. —Como veo que
dudas lo dejo en tus manos, ¿pero sabes qué? Creo que me llamarás. —Se
acercó y le susurró al oído —Seguro que te mueres por saber hasta dónde
llega nuestra buena suerte.
Casi se le cayó el bolso de la impresión y sin poder creérselo le

observó mientras se alejaba y entraba en urgencias.

—Oye, no me has presentado. ¿Ves cómo eres una amiga pésima?

Asombrada la miró. —¿Has visto eso?

—Sí —dijo con desconfianza—, y te veo muy emocionada.

Chilló de la alegría abrazándola antes de mostrarle la tarjeta y chillar


de nuevo —¡Es él! ¡Es él!

—Qué va.

—¡Sí! —gritó en su cara antes de mirar la tarjeta y suspirar de

gusto.

—Seguro que es…

—¡Sí! —Se guardó la tarjeta en el bolso y levantó la barbilla. —Lo

he sentido. —Fue hasta la acera donde en ese momento una pareja salía de
un taxi y en cuanto se alejaron ellas se subieron. Dio la dirección al taxista
y suspiró de la alegría. —Es él, no me lo puedo creer, he llegado a pensar…

—¿El qué?

Miró por la ventanilla y dijo pensativa —Que nunca le olvidaría.


Que por mucho que lo intentara ningún hombre me haría sentir como él.
Que no estarían a la altura. Pero sí y lo he encontrado. Tiene que ser él,

tiene que serlo.


—A mí me parece que ese no le llega a Delton ni a la suela de los

zapatos.

Ella no la escuchó y aún impresionada dijo —Esto ha sido mi


abuela, que no quiere que me quede sola.
Capítulo 10

—¡No me jodas! —gritó Delton exaltado—. ¡Si cuando llegó al


trabajo después de la comida parecía tan normal! ¡Hasta me sonrió y se

despidió hasta mañana!

—Uy, esta ya había quedado con el otro —dijo Lisa por lo bajo

ganándose un codazo de Robert.

Asombrado miró a su hermana. —¿Eso crees? ¿Primero el


musculitos y ahora este? ¿Qué está pasando?

—Hijo, es que es un diamante que no has sabido descubrir a tiempo.

—Eso, madre. Hurga más en la herida.

—Y todo por el color de pelo —dijo David por lo bajo—. Es que es

para matarle. Y cuando ya la tenía, la caga de nuevo.

—¡Creí que era lo mejor! ¡Era una situación muy deprimente y


estresante como para empezar nada, hostia!
—¿Y por qué no la llamaste? —preguntó su madre como si fuera

idiota.

—Porque sabía que estaba cabreada. Esperaba llegar y… —Se pasó

la mano por la frente. —La cagué. Iba a hablar con ella después del funeral

y disculparme por lo que hice. No tenía que haberla hecho volver.

Su padre suspiró. —Hijo, no hubieras solucionado nada. Cuando

llegara y se enterara de lo de su abuela, también se cabrearía por no haber

estado con ella. Era una situación complicada desde todos los puntos de

vista. Tú te diste cuenta de que era la mujer perfecta para ti demasiado tarde

y las circunstancias os han alejado.

—Pues lo del hospital lo ha empeorado —dijo Lisa ganándose una

mirada de rencor de su hermano—. ¿Qué? No es culpa mía que se haya

encontrado con ese macizo de camino al restaurante.

Ansioso miró a Amber. —¿Es para tanto?

—Y más. —David carraspeó. —Pero no te llega ni a la suela de los

zapatos.

—Ya. Al menos se ha acercado a vosotras. —Ambas hicieron una

mueca. —¿No? ¿Qué ha pasado en esa comida?

Lisa gimió. —¿Seguro que quieres saberlo?

Parpadeó. —Claro.
—Pues nada más sentarnos nos dijo que como habláramos de algo

de las bodas se largaba. Que como habláramos de ti se largaba y que como

habláramos de su abuela se largaba. Vamos, que hablamos del tiempo,

básicamente.

—Y de mi embarazo. ¿Os he dicho que es niña?

—¡Sí! —contestaron todos a la vez.

—No os veo muy entusiasmados.

Margaret sonrió con cariño. —Nos hace mucha ilusión. —Se acercó

y susurró —Pero estos querían niño.

—Es que me parece increíble que seas tan negado para ligártela

cuando ya la tenías en tus manos —dijo Robert asombrado—. Jefe, te me

estás cayendo. Te tenía por un play boy.

—Bah, siempre fue un torpe para ligar —dijo Lisa—. Porque ellas

lo hacían todo que…

—¿Pero qué disparates dices? —dijo su madre ofendida—. ¡Mi

chico liga como el que más! —Le miró con decisión. —Tienes que

recuperarla.

—Madre, ni me habla.

Amber chasqueó la lengua. —Menos mal que he entrado en esta

familia. —Todos la miraron con interés. —¿En qué es especialista


Maymee? —Nadie dijo una palabra. —Vamos, pensad… Es un hacha

sorteando crisis. Y un ejemplo es lo que pasó esta mañana, tomó el mando

de inmediato, no lo puede evitar. —Todos asintieron con la cabeza. —Pues


démosle una crisis de primera. Algo que la una a Delton. No podrá evitarlo,

caerá.

Delton entrecerró los ojos. —Tiene que ser una crisis en la empresa.

Algo que nos haga quedarnos a trabajar hasta tarde. Algo que… —De

repente sonrió.

—¿Lo tienes? —preguntó su padre.

—Lo tengo.

Totalmente decepcionada cerró la puerta de su casa y tiró las llaves

sobre el aparador antes de quitarse los tacones. Que hombre más engreído,

la había puesto de los nervios con tanto yo, yo, yo. Eso le pasaba por fiarse
de las apariencias con tanto traje hecho a medida y esa sonrisa de millón de

dólares. Se quitó el abrigo y lo tiró sobre el respaldo del sofá mientras iba

hacia su habitación cuando llamaron a la puerta. Frunció el ceño. —¿Quién

es? —le espetó de mal humor.

—Tu vecino.
Gimió por dentro porque lo que menos quería era tener que aguantar

a Tom. ¿Es que después de tantos años no entendía que no quería nada con

él? —¡Estoy muy cansada!

—Tengo un paquete para ti. ¿Te lo doy mañana?

—No, espera. —Resignada fue hasta la puerta y la abrió para verle


ante ella sin camiseta como siempre. Ignoró la mancha de salsa de tomate

que tenía sobre el pezón para mirar sus ojos castaños. —Gracias por

recogerlo. Me extraña que lo trajeran tan tarde.

—Lo han traído esta mañana. Iba hacia el gimnasio cuando me topé

con el repartidor.

Cogió el paquete de sus grandes manos. —Gracias de nuevo.

—¿Has salido? ¿Una cita?

—Sí. —Intentó cerrar la puerta.

—Y ha ido mal, ¿eh? ¿Por qué te resistes tanto?

Mejor ponerse seria. —¡Tom, que eres como mi primo!

—Hostia, no digas eso.

—¡Si te conozco desde siempre! ¡Recuerdo muy bien cómo te

comías los mocos y eso que ya tenías catorce años!

—Qué mala baba tienes. ¡Tú tenías granos!

Jadeó. —¡Menuda mentira!


—¿Que yo miento? ¿Quieres que te saque la foto de cuando nos

disfrazamos de Batman y Catwoman?

—¡Olvídalo!

—No puedo, tengo la sensación de que eres la mujer de mi vida.

—¿Qué pasa, que las del gimnasio no son suficientes?

—Me ven como un trofeo, ¿por qué tú no?

Le cogió por la nuca y le plantó un beso en todos los morros

poniendo todo de su parte. Él no se cortó un pelo cogiéndola por la cintura

para pegarla a su torso, pero poco a poco se separaron mirándose a los ojos.

—Nada, no he sentido nada de chispa —dijo sin cortarse.

—¿Lo intentamos de nuevo?

Se apartó. —Tom intenta superar tu crisis existencial con otra,

¿quieres? ¡No me des la plasta! Llevas unos cuantos años de lo más pesado.

—Es que antes tu abuela me hubiera corrido a gorrazos si lo hubiera

sugerido.

Sonrió sin poder evitarlo. —Sí, ¿verdad? Era muy sabia. —Entró en

la casa y le cerró la puerta en las narices.

Tom suspiró volviéndose y al ver a Delton con una cara de cabreo

que no podía con ella levantó una ceja antes de carraspear. —¿Estabas aquí?
—Al parecer he llegado justo a tiempo —dijo entre dientes—. ¿No

sabes lo que es un no por respuesta?

—¿Y tú?

Dio un paso hacia él. —¿Sabes la diferencia entre tú y yo?

—Estoy deseando saberla.

—Que cuando yo la beso siempre quiere más.

—Cómo se nota que no lo has intentado últimamente —dijo con

burla—. Ha salido con otro.

—Está sola, ¿no? —Se acercó a la puerta y pulsó el timbre. Pero él


sin cortarse se quedó allí para observar. —¿No tienes vida?

—Quiero ver el espectáculo.

Pulsó el timbre y ambos escucharon. —¡Tom! ¡Estoy en pelotas!


¡Déjame en paz!

Delton sonrió mirando a su rival y este gruñó entrando en su casa.


Cuando cerró la puerta él dijo —Maymee, soy yo. —Se hizo el silencio. —

¿Maymee? Abre, sé que estás ahí, no seas cría.

La puerta se abrió de golpe mostrándola con una bata de seda rosa y


se podía decir que no estaba nada contenta de tenerle allí por su mirada de

rencor. —¿Ahora soy una cría?


Intentando mostrarse profesional ignoró como se le marcaban los
pezones a través de la tela. Carraspeó. —Tenemos un problema de trabajo.

—Pasó ante ella y Maymee frunció el ceño. —¿Puedes cerrar? No me


gustaría que esto lo escuchara el cotilla de tu vecino. —Se abrió la chaqueta

del traje y se sentó en el sofá.

—Delton son las once y media de la noche.

—Tenemos un problema en el trabajo. Aún trabajas para mí, ¿no?

—preguntó tenso aflojándose la corbata y abriéndose el botón superior de la


camisa.

—Sí —dijo con desconfianza—. ¿Qué pasa?

—Cuando te fuiste a las cinco recibí una llamada de Angus Golden.


¿Sabes quién es?

—El dueño de autocaravanas Golden. La tercera compañía en

nuestro mercado.

Él asintió mientras se sentaba en el sillón. —Exactamente. Quiere


una fusión.

Separó los labios de la impresión. —Delton eso es increíble. —


Sonrió. —Me alegro mucho por ti.

—No te alegres tanto porque yo quiero comprarla.

—¿No quieres asociarte con ellos?


—No, no les necesitamos. Pero sí me gustaría quedarme con su
fábrica de Illinois, sería la solución a mis problemas de producción y

haremos un producto cien por cien americano.

—No tienes financiación para algo así —dijo asombrada.

—Por eso te necesito. Vamos a tener que llamar a muchas puertas


para conseguir los ciento veinte millones.

—¿Estás loco? Arriesgarás todo lo que tienes.

—Si les pongo ciento veinte millones sobre la mesa, ¿crees que me
dirán que no? ¿Por qué crees que quieren la fusión y me han propuesto para

la presidencia? Golden tiene sesenta años, está harto de luchar y me quiere


a mí para que lleve el negocio, pero si le pongo el dinero al alcance de la

mano lo cogerá rápidamente. Necesito asegurarme de que tengo la pasta


antes de ofrecérsela y por eso a partir de mañana iremos a pedir créditos.

—¡No te van a dar ciento veinte millones!

—Mi casa vale treinta por lo menos y el edificio…

—¡Es un riesgo enorme, Delton! ¡No puedes jugarlo todo por una
sola operación! ¿Y si vuelve otra crisis y las familias de clase media dejan

de comprar autocaravanas? Ya has pasado por eso.

—Salí adelante y me convertí en la primera del sector —dijo

fríamente—. Déjame los negocios a mí y tú haz tu trabajo.


—¡Estoy haciendo mi trabajo! ¡Si no te advirtiera sí que no lo haría!

Por favor piénsatelo bien porque…

Él se levantó y fue hacia la puerta. —Te quiero en la oficina mañana

a las ocho de la mañana. Tranquila, te pagaré las horas extra.

—Pero…

Cerró la puerta sin escucharla y Maymee gimió llevándose las


manos a la cabeza. Era una locura arriesgarlo todo cuando no necesitaba esa

empresa. Si lo hacía simplemente para eliminar competencia no era


necesario. Entrecerró los ojos mirando su portátil. Pues le iba a convencer

de que no hiciera esa locura. Necesitaba argumentos y los iba a conseguir.

Después de no pegar ojo en toda la noche, llegó a la oficina a las

siete cuarenta y cinco de la mañana con una gran carpeta llena de


documentación. Él ya estaba en su despacho y se acercó a la puerta para

verle en mangas de camisa. Era la del día anterior, lo que significaba que ni
había dormido trabajando en ese proyecto que iba a hundir su futuro. —

Buenos días.

—Prepárame el traje gris y la corbata azul cobalto —dijo distraído

—. Ah, y tráeme un café. No sé cómo funciona esa jodida cafetera.


—Enseguida, pero antes… —Dejó la carpeta ante él.

Levantó la vista hacia ella de manera interrogante. —¿Qué es esto?

—Un estudio de mercado. ¡Y dice claramente que no puedes pagarle

a ese tipo ciento veinte millones por su empresa! ¡Qué se busque la vida!

—Quiero esa fábrica.

—La de Singapur…

—No me interesa ya la de Singapur, ¿no te lo había dejado claro?

—Delton no estás siendo razonable. —Señaló la carpeta. —Ahí dice

que el mercado es inestable y hacer una operación como la que quieres


hacer tú, con los tipos de interés tan altos no es viable.

—¿Ahora diriges tú esta empresa?

Se sonrojó. —No, pero…

—Pues eso. El traje.

—¡Vas a hundir tu compañía por las deudas! ¿Sabes cuántos son los

intereses de ciento veinte millones de dólares? ¡En esa cantidad de dinero te


pedirán como mínimo un cinco por ciento! ¡Son seis millones de dólares,

Delton! ¡Y en la fábrica de Singapur solo ibas a gastar doce!

—Lo he pensado mejor y prefiero la de Illinois.

—Pues piénsalo de nuevo.


—¡Maymee, se hará como yo diga!

Entrecerró los ojos. —¿Pero a ti qué te pasa? ¿Tienes una crisis de

identidad o algo así?

La fulminó con la mirada. —No te pases.

—¿Me vas a despedir? —preguntó con chulería—. ¿Por decirte la


verdad? ¡Toda esta operación es una locura!

Se levantó. —¡Se hará así!

—He invertido muchas horas en el plan de Singapur para que ahora


por una venada te dé por cambiarlo.

—Perdona, ¿pero acaso no trabajas para mí? ¿No te pago un sueldo

por esas horas de trabajo? ¡Pues a callar!

Jadeó. —¿Me has mandado callar?

—¡Pues sí!

—¡Estás insoportable!

—¡Yo siempre he sido así! ¡Ahora tráeme el puto traje, joder!

Cabreadísima fue hasta el armario y sacó el traje gris para tirarlo al


suelo pisoteándolo. —Hala, ahí tienes.

—Nena… —Ella cogió la camisa. —Ni se te ocurra.


Retándole la tiró al suelo y la pisó girando los pies de un lado a otro.
Hasta escucharon como el tacón rasgaba la tela.

Con rabia se acercó para sisear —Esa camisa cuesta trescientos

pavos.

Maymee alargó la mano para coger otro de los trajes.

—¡Ni se te ocurra! —Agarró su mano arrebatándole la percha y ella

cogió otra. —La madre que te… —Delton tiró el traje que tenía en la mano
al suelo y pegándose a su espalda la agarró por la cintura girando para

apartarla del armario. Ella levantó las piernas y Delton que no se lo


esperaba trastrabilló hacia atrás chocando con la espalda en la puerta del

armario. —¡Maymee ya está bien!

—¡Lo mismo digo! —Consiguió soltarse y se volvió furiosa. —¡No


comprarás esa empresa!

—¡Y a ti qué te importa! —le gritó a la cara.

—¡Me he dejado la piel por esta empresa que puede que sea tuya,

pero yo la siento mía y no voy a dejar que destruyas todo mi trabajo por una
mala decisión!

Se miraron con la respiración agitada y de repente se tiraron el uno


sobre el otro para besarse como posesos. Sin saber cómo su abrigo acabó en
el suelo. Delton apartó sus labios lo suficiente para subirle el vestido por la
cabeza y antes de darse cuenta estaba ante él en ropa interior con las medias
y los zapatos de tacón. Sus manos parecían estar en todas partes y el

sujetador cayó al suelo antes de que acariciaran apasionadamente sus


turgentes pechos. Maymee gimió en su boca llevando las manos a la
cinturilla de sus pantis tirando de ellos hacia abajo. Ansioso apartó los
labios para besar su cuello y ella cerró los ojos inclinando su cabeza hacia
atrás sin ver como tiraba de su corbata para abrirse la camisa, pero lo pensó

mejor y simplemente se abrió el pantalón antes de cogerla por la cintura


doblando las rodillas. Ella hizo lo mismo y cuando se arrodillaron en el
suelo Delton volvió a reclamar sus labios tumbándola sobre la ropa. Sentir
como la acariciaba era un sueño y solo era consciente de su roce, de sus

besos… Cuando se tumbó sobre ella lo ansiaba y cuando sintió su sexo


rozando el suyo casi grita de la felicidad. Delton apartó los labios y se
miraron a los ojos mientras entraba en ella suavemente. Se le cortó el
aliento y se sujetó en sus hombros sintiendo como se deslizaba en su

interior hasta llenarla por completo. Le estaba haciendo el amor, era tan
irreal que ni podía creérselo, pero él se movió provocándole sensaciones
exquisitas y se olvidó de cualquier pensamiento para solo sentirle. —Sabía
que sería así —dijo antes de besarla de nuevo mientras se movía en su

interior y cuando la llenó otra vez, Maymee sintió como su vientre se


tensaba queriendo evitar que la abandonara. Pero volvía a embestirla y con
cada movimiento la aproximaba a la felicidad, hasta que el ritmo se volvió
frenético y llenaba su ser con tal ímpetu que le robaba hasta el aliento. Y

llegó, la llenó y llegó tal éxtasis que nada de lo que le rodeaba importaba.
Solo importaba él y lo que le hacía sentir.
Capítulo 11

Pero ese sentimiento apenas duró unos minutos. Los suficientes


como para que sus neuronas volvieran a tener cobertura. Cuando Maymee

se dio cuenta de lo que había hecho, quiso morirse de la vergüenza. Gimió


con la cara aún escondida en su cuello. Debía pensar que estaba mal de la

cabeza. Aunque él tampoco se quedaba corto, que le había dado puerta

cuando estaban en Suiza y después ni la había llamado.

—¿Nena? —Ella se tensó y apartó la cabeza poco a poco para

mirarle a los ojos. —Eh, ¿qué pasa?

—¿Qué pasa? —Se apartó de él gimiendo porque aún estaba en su

interior y molesta empezó a recoger su ropa.

Él apoyó los codos sobre el suelo y suspiró. —Sigues enfadada.

—No, qué va.


—No sabía lo de tu abuela. ¡Joder, ni siquiera me habías dicho que

estaba tan enferma!

—Eso demuestra lo que me conoces. —Se puso el vestido y cerró la

cremallera antes de sacar su larga cabellera. Se agachó a por los zapatos

ignorando las medias y la ropa interior.

—Pues claro que te conozco. —Se levantó y la enfrentó. —¡Te

conozco muy bien!

—Si hasta hace unas semanas ni sabías que era pelirroja natural.

Él carraspeó. —Bueno, es que no hay muchas pelirrojas naturales


por ahí.

—¡Y nos odias, por eso me diste el trabajo!

—Nena, no saquemos la mierda del pasado…

—¿A qué consideras pasado? ¡Porque enterré a mi abuela hace una

semana! —Se agachó para agarrar la ropa interior y el abrigo. —Es que soy
idiota, tú nunca cambiarás.

—¿Cambiar en qué? Si te gusto así.

Jadeó mirándole como si estuviera loco. —¿Recuerdas nuestra

conversación en el avión? No quería nada contigo.

—Cambiaste rápido de opinión.


—¡Sí! ¡Necesité un desprendimiento para imaginarme que me

gustabas!

—En realidad fue una avalancha.

—¡Imbécil!

—Muy bien, ya nos vamos soltando. Tú desahógate nena, que lo has

pasado mal y te noto algo tensa. Y eso que has tenido dos orgasmos.

¿Quieres que repitamos?

Le fulminó con la mirada, pero él sonrió con descaro. —Yo estoy

dispuesto.

Miró hacia su entrepierna para ver que se estaba endureciendo de

nuevo. —Será posible.

—Es muy posible.

—¡Si crees que vas a convencerme con sexo, es que estás loco!

—¿Ni siquiera si el sexo es estupendo?

—¡Ni siquiera! Hunde tu empresa si te da la gana, yo me largo.

—¡De eso nada! —ordenó deteniéndola en seco—. Tienes dos

semanas más de contrato. ¿Quieres recomendaciones para futuras

entrevistas? Pues más te vale que cumplas con ese periodo o lo que

recibirán de recursos humanos cuando llamen, serán un montón de mentiras

sobre tu comportamiento en esta empresa.


—No te atreverías.

Levantó una ceja. —Pruébame.

Dio un paso hacia él. —¿Quieres guerra?

Sonrió de medio lado. —Sí, nena. A ver quién gana.

—¿Pero a ti qué te pasa?

—Hostia, pues creo que está claro. ¡Quiero que estemos juntos!

Puso el brazo en jarras. —¡Ahora, quieres que estemos juntos ahora!

—¿No es evidente?

—¡Lo que es evidente es que no sabes ni lo que quieres! —Se llevó

una mano al pecho. —¿Esto no será por ese trauma que tenías con tu

profesora, no?

—¡Yo no tenía ningún trauma!

—Anda que no, si me contrataste por eso.

—¡Pues se me ha quitado!

—¿De veras? —preguntó sin creerse palabra.

—Me has curado, ¿contenta?

—No, si a mí me da igual.

—Nena, no me mientas que no vas a conseguir nada.


Jadeó viendo como cogía uno de los trajes del suelo y hacía una

mueca. —¡Sí, ahora quéjate porque esté arrugado!

—Tendré que pasar por casa antes de ir al banco.

Se quedó de piedra. —¿Pero sigues con eso? —Cerrándose el

pantalón la miró como si no supiera de lo que hablaba. —¡Olvídalo!

—Estoy decidido.

Preocupada dio un paso hacia él. —No va a salir bien, ¿cómo puedo

convencerte de que no es lo correcto? Te arruinarás.

Se la quedó mirando mientras se ponía la camisa. —Lo dices como

si estuvieras dispuesta a hacer cualquier cosa.

—Lo que quieras. Haré otro estudio, se lo encargaré a un

profesional para que te des cuenta de lo que quiero decir. Haré que te lo

expliquen por activa y por pasiva con todos los riesgos. Lo que sea. Haré lo

que sea para que no te metas en ese negocio.

Delton sonrió. —Perfecto. —Fue hasta su escritorio y abrió el cajón

superior para sacar algo que puso sobre la superficie de cristal. —Puedes ir

poniéndotelo.

La cajita verde agua hizo que le diera un vuelco al corazón y se la

quedó mirando entre el espanto y la alegría más inmensa que había sentido

nunca. No podía ser. —¿Qué es? —preguntó casi sin aliento.


—Ya es hora de que prepares tu boda, nena.

Le miró asombrada. —¿Mi boda? ¿Con quién?

Preocupado rodeó el escritorio. —Preciosa, ¿estás bien? Estás algo

pálida.

—Me estoy mareando.

Él se acercó de inmediato y la cogió en brazos para sentarla en una

de las sillas que había ante la mesa. Se acuclilló frente a ella. —

¿Demasiado?

Sus ojos se llenaron de lágrimas. —¿Qué estás haciendo? ¡Deja de

jugar conmigo!

Cogió sus manos. —Preciosa, te juro que no estoy jugando, hablo

muy en serio. Si te casas conmigo me olvido de ese negocio, me olvido de

la ampliación y me centro en ti. En nuestra familia.

Sintiendo que le faltaba el aire susurró —Agua, agua…

Él se levantó a toda prisa para correr fuera del despacho y entrar en

la sala auxiliar. Abrió la nevera cogiendo una botella de agua y regresó

corriendo para ver como su secretaria totalmente desmayada se escurría de

la silla para caer al suelo rodeada de rizos rojos. Hizo una mueca porque no
se lo había tomado muy bien. —Mierda. —Miró a su alrededor pensando en
dónde la ponía ahora y al ver la ropa arrugada en el suelo dijo —Está claro

que necesitas un sofá.

Maymee sintió una caricia en la mejilla y abrió los ojos lentamente

para ver sobre ella a Delton que levantó una ceja de esa manera que la
volvía loca. —Nena, no me esperaba esto. Por cierto, hay que cambiar la

decoración del despacho. No tenía donde ponerte y las mujeres os


desmayáis mucho.

Se dio cuenta de que tenía medio cuerpo tumbado sobre el escritorio

y que sus piernas estaban colgando. Estaba claro que no sabía mucho de
desmayos porque normalmente se levantaban las piernas. —¿Me he

desmayado? —Se llevó la mano a la nuca elevando la cabeza y quitó algo


que le molestaba mostrando la funda de unas gafas de sol.

—Genial, las has encontrado. Son mis favoritas. —Se las cogió de
las manos y las tiró a un lado. —¿Y bien?

—¿Y bien qué?

—No me has contestado. ¿O ya me has dicho que sí?

Se apoyó en los codos para mirarle bien con los ojos como platos.
—¿No ha sido un sueño?
Sonrió de oreja a oreja. —Soñabas con esto, ¿eh? Pues ya se ha
hecho realidad, nena.

No pudo disimular su cara de horror y Delton frunció el entrecejo.


—No te veo muy contenta.

—¡Qué te den! —Se levantó a toda prisa para ver que había dejado

en el suelo los mil papeles que tenía sobre su escritorio, pero lo ignoró para
ir hacia la puerta. —Será capullo.

—¿Qué he hecho ahora?

—¡Imbécil! —Se volvió con rabia. —¿En serio crees que me voy a
casar contigo para evitar que arruines tu negocio? ¿Pero tú de qué vas?

—Como decías que harías cualquier cosa…

—¡No pienso sacrificar mi vida por ti! ¡Esto solo es un trabajo!

—Sí, hace unos minutos sobre ese suelo me ha quedado muy claro.

Jadeó. —¡Fue un repente! ¡Eso pasa mucho!

Se la comió con los ojos. —Pues yo repetiría.

Se sonrojó con fuerza. —Me alegro de haberte quitado esa absurda


fobia a las pelirrojas. Que te aproveche el nuevo mercado que se abre ante

ti.

Asombrado vio que se largaba. —Nena, no necesito más si ya te

tengo a ti. ¿Sí o no?


Metió la cabeza. —¿Pero tú estás sordo? ¡No!

—Bueno, te lo guardaré para cuando entres en razón. ¿Ahora que te


encuentras mejor trabajamos un poco?

—¡Yo me voy a casa, que me acabo de desmayar! —dijo alejándose.

—Nena, que hay mucho trabajo pendiente y por tus gritos es


evidente que te encuentras mucho mejor. —Fue hasta la puerta y asombrado

vio que no estaba. —¿Maymee? —Estiró el cuello hacia las puertas de


cristal y la vio corriendo hacia el ascensor. Suspiró profundamente. —Joder,

¿pero qué ha pasado? —Se metió en el despacho y vio su ropa interior en el


suelo. —Bueno, al menos has avanzado algo.

—No has avanzado nada de nada —dijo Lisa hundiéndole la moral.

—¿Pero qué dices? —Su prometido sonrió de oreja a oreja. —¡Si se


han acostado! Está a esto de que se convierta en la señora Bercovich.

Lisa miró a Amber que puso los ojos en blanco. —Hombres, no se


enteran de nada. —Alguien carraspeó. —Menos tú, cielo, que me

comprendes mejor que nadie. —Se acercó a David y susurró —Tu hermano
no se entera de nada.
—Te estoy oyendo. —Se sentó en el sillón al lado de su padre y

preguntó —¿Tú qué opinas?

—Que te quiere, pero está dolida. Regálale flores y eso, que tu

madre se ablanda mucho cuando hay un regalito.

—Sí, demuéstrale que vas en serio —dijo Lisa.

—Al menos ya sabes que le importas tanto como para evitar que te
arruines —dijo Margaret—. La niña no es rencorosa a pesar de lo que te

dijo ese musculitos sobre su padre. Y te lo demostró cuando intentó


negociar por ese Jerry que te timó. Estoy segura de que te perdonará. En un

mes o dos empezaréis a preparar la boda —Ilusionada añadió —Y después


los nietos.

—Los nietos… —Delton entrecerró los ojos. —Un nieto.

—Bueno, yo quiero unos cuantos. Aunque nuestra Amber ya se ha


puesto manos a la obra.

—Si se te está ocurriendo dejarla preñada para atraparla en un

matrimonio que no quiere, te aconsejo que no lo hagas —dijo Amber


demostrando lo lista que era—. Puedes llevarte una sorpresa porque

estamos en el siglo veintiuno y la gente ya no se casa por esas cosas, majo.

Dejó caer los hombros decepcionado. —Tienes razón. Tengo que

demostrarle lo que me importa.


—Sí, porque ella ha demostrado lo que le importas tú mil veces.

Enmascaraba su interés definiéndolo como trabajo, pero ahora sabemos que


había algo más en la manera que se entregaba a ti, ¿no es cierto? —Lisa se

levantó. —Voy a poner la mesa. ¿Habéis pedido la cena?

—Estará al llegar —dijo Margaret.

David carraspeó llamando su atención. —¿Crees que tardarás


mucho en conquistarla?

—¿Qué pasa? ¿Tienes prisa?

—Pues la verdad es que sí. —Miró sobre su hombro para ver que
Amber se había acercado a Lisa para ayudarla. —Tenía previsto maravillar

a mi chica con una boda sorpresa y quería que Maymee me echara una
mano. Tiene números, contactos… Yo estoy pez, la necesito.

Se acercó y le dijo —Te voy a dar un consejo que te ayudará un


montón.

—¿Sí?

—Atento. Organizadora de bodas.

Hizo una mueca. —Muy gracioso.

—Después de todo lo que ha pasado, no pienso pedirle algo así.

—Pensaba pedírselo yo.

—No. Contrata a alguien.


—Vale, pagas tú.

—Pues eso.

—Muy bien hecho, hijo —dijo su padre antes de beber de su

cerveza—. Que la chica vea que te importa, no que solo la utilizas.

—La próxima boda que organice será la nuestra —dijo entre dientes
como si fuera su mayor objetivo en la vida. Delton padre reprimió la risa—.

¿Te parece gracioso?

—Un poco, porque Maymee no tiene nada que hacer.

Sonó el timbre de la puerta y Robert que estaba ayudando a las

chicas fue a abrir. —¡Maymee, qué sorpresa! —dijo su cuñado


exageradamente desde el hall.

Delton se tensó levantándose del sillón en el acto y todos miraron

hacia ella mientras entraba en el salón. Era evidente que estaba


cabreadísima y les miró a todos uno por uno hasta que sus ojos se

encontraron con Delton. —Tú…

—¿Ocurre algo?

De repente sus ojos se llenaron de lágrimas y se preocupó de veras.

—Nena, ¿qué pasa?

—¿No me habrás quemado la casa?

—¿Se te ha quemado la casa? —preguntó atónito.


Entrecerró los ojos examinando sus reacciones y dejó caer los
hombros decepcionada como si se le hubiera escapado el culpable. Sollozó.

—Sí, no sé cómo de repente el edificio estaba en llamas y hemos tenido que


salir corriendo.

—Joder. —Se acercó a toda prisa y la abrazó. —Lo siento, nena.

—Lo he perdido todo. Todos los recuerdos con mi abuela, Tom no

me dejó cogerlos. Dijo que era peligroso y me sacó de allí a rastras.

La besó en la sien. —Lo siento mucho.

Lloró sobre su pecho y Amber emocionada susurró —Los

álbumes… Lo siento muchísimo.

Sollozó más fuerte y Delton la cogió en brazos sacándola del salón.

—No te preocupes. Iré hasta allí a ver si los bomberos han podido salvar
algo.

—No, me he pasado horas esperando y me han dicho que mi


apartamento se ha quemado por completo. Al parecer creen que fue un

cortocircuito.

—¿Y me culpabas a mí?

Se apartó mostrando sus ojos enrojecidos. —Es que últimamente

haces cosas muy raras.


—Ah, ¿sí? —La tumbó sobre la cama. —Será que me he
enamorado.

Se le cortó el aliento. —¿Qué has dicho?

Se sentó a su lado y cogió su mano. —Nena, te lo dije en Suiza, no


puedo perderte. Y si luego te pedí que te fueras fue porque me asusté un

poco de todo lo que estaba ocurriendo. Con lo de Patrick... Sentía que la


situación era demasiado extrema como para empezar nada, pero te juro que
si no te llamé no fue porque no me importaras. Quería que tuvieras las cosas
claras cuando regresara.

—Y me necesitabas en la empresa. Vamos, dilo.

Hizo una mueca. —Y te necesitaba en la empresa.

Se le quedó mirando pensando en ello. —¿Qué está pasando?

—Que nuestra vida se está poniendo del revés, pero no pienso


renunciar a ti. —Besó el dorso de su mano. —Y que hayas venido a mí en

un momento así, significa que me necesitas, nena.

Emocionada asintió provocando su sonrisa. —Bien. ¿Me quieres?

—Asintió de nuevo. —Y yo a ti, preciosa. —Las lágrimas corrieron por sus


sienes sin poder creerse lo que estaba pasando. —Eh…—Se acercó a su
rostro y besó suavemente sus labios. —Nada de lágrimas, ahora todo será
dicha. Ya hemos llorado bastante. —Acarició con su nariz la suya antes de
mirarla a los ojos. —¿Quieres casarte conmigo?

Sabía que esa era la pregunta más importante que escucharía en su

vida, pero en ese momento ya no tuvo ninguna duda. Sonrió antes de


contestar —Sí, quiero.

—¡Ha dicho que sí! —gritó Lisa haciendo que los que estaban abajo
gritaran de la alegría.

Delton hizo una mueca. —También te casas con ellos.

—Lo sé.

La miró como si fuera la mujer más hermosa del universo y


Maymee sintió mariposas en el estómago porque esos ojos empezaban a
prometer mil cosas. Su sangre se revolucionó. —¿Qué haces, Bercovich?

—Arrepentirme de haberles dicho que vinieran a cenar, porque se


me están ocurriendo mil cosas más interesantes que hacer con mi futura

esposa. —La miró como si quisiera comérsela entera.

Se echó a reír y escucharon —¡La cena ha llegado! —gritó David—.


¡Vamos tortolitos, hay que celebrarlo!

—Ignórales —dijo él acercándose, pero ella le puso la mano en el


pecho—. Nena, solo un par de besos.
—Esa mirada me dice que después pedirás otra cosa y con ellos aquí

ni de broma.

Sonrió. —Es que eres irresistible.

—¿Pero qué dices si antes pasabas de mí? He visto a tus novias,

¿recuerdas?

—Eso era para intentar quitarte de mi cabeza —dijo a toda prisa.

Se echó a reír. —Serás mentiroso…

—¿No cuela?

—No. —Le dio un rápido beso en los labios y para asombro de

Delton vio que se levantaba y empezaba a desnudarse.

—¿Has cambiado de opinión?

—Huelo como una barbacoa, quiero ducharme. Baja y… —

Asombrada vio como empezaba a quitarse la camisa. —¿Qué haces?

—Me has pegado el olor.

—¡Delton, baja ahora mismo! —Dejó caer los pantalones mostrando


toda su masculinidad y tragó saliva perdiendo el hilo de lo que iba a decir.
Y era todo suyo, no se lo podía creer. —Eh…

—Sí, nena —dijo con la voz ronca acercándose para cogerla por la
cintura y besarla en el cuello. Sus labios llegaron al lóbulo de su oreja—.
Cuando termine contigo solo olerás a mí.
Tres horas después él subió la cena que habían dejado sus

familiares, que se habían ido discretamente para darles intimidad. Sentados


en la cama totalmente desnudos comían los tallarines y Maymee se sintió
genial a su lado compartiendo esa intimidad. Soltó una risita mirando su
anillo de compromiso en su dedo y él metiéndose unos tallarines en la boca
levantó una ceja interrogante. —Estaba pensando que mi abuela estaría

encantada. Le hubieras gustado.

—¿De veras?

—Al parecer mi abuelo era un hombre de carácter. Es otra manera

de decir tío con mala leche que sabe lo que quiere.

Delton hizo una mueca. —Tú no te quedas corta en eso de la mala


leche, nena.

Rio por lo bajo. —¿Cómo crees que mi abuela dominaba a mi


abuelo?

Él se acercó para besarla en el cuello haciéndola reír. —Así que


quieres dominarme. Espera, que te voy a demostrar que a mí no me podrás
dominar fácilmente.
Encantada puso el envase en la mesilla sin dejar de reír, pero en ese

momento sonó un teléfono. Él se apartó jurando por lo bajo.

—Es el tuyo.

—No te muevas. —Salió corriendo y ella admiró su duro trasero. Le


iba a prohibir vestirse. A ver cómo lo lograba. Miró a su alrededor y cogió
el resto de los envases para colocarlos sobre la mesilla. Intentó ponerse sexi
atusándose los rizos y colocándose de costado con la pierna doblada de

manera tentadora. Era evidente que la noche no había terminado y estaba


dispuesta a que se alargara todo lo posible.

De repente Delton entró en la habitación a toda prisa con el teléfono


en la mano. —Mamá, no te preocupes. Voy para allá.

Entró en el vestidor y ella parpadeó viendo a través de la puerta


abierta que empezaba a vestirse a toda prisa. Maymee se sentó y suspiró. La
noche se había acabado. Vio como cogía un ligero jersey negro antes de

decir —Sí, tranquila seguro que no es nada.

Maymee preocupada se levantó. —¿Qué ha pasado?

—Mi padre tiene un dolor en el pecho. Están en urgencias del Sinaí.

Nena vístete, tenemos que irnos.

A toda prisa fue hasta su vestido y se lo puso recordando que no


tenía ropa porque todo se había quemado. Al día siguiente tendría que ir de
tiendas. Él preocupado salió ya con la cazadora puesta y vio cómo se ponía
los tacones. —Enseguida estoy. Cielo, no te preocupes, seguro que no es
nada.

—¿Pero qué coño está pasando? —preguntó asombrado—.


Últimamente no paran de suceder cosas.

—A veces viene todo junto. —Agarró su abrigo y se volvió. La


observaba pensativo. —¿Qué?

—No, nada. Vamos, iremos en taxi.

Pasó ante él y se puso el abrigo en el pasillo. —¿Ya le están


atendiendo?

—Por lo visto sí, ya está dentro.

—Entonces está controlado. No te preocupes, está en buenas manos.

Asintió y cuando ella fue hasta el aparador de la entrada para coger

el bolso dijo nervioso —Maymee date prisa.

—Tranquilo…

—¿Cómo voy a estar tranquilo?

Se acercó a él y le dio un beso en los labios antes de abrir la puerta

de la calle. Bajó los escalones y mientras él cerraba miró la calle esperando


que pasara un taxi. Levantó la mano y cuando el vehículo se detuvo ante
ella, Delton abrió la puerta para que pasara, cosa que hizo de inmediato.
—Al Sinaí —dijo ella.

El taxista aceleró y Delton que estaba aún con medio cuerpo fuera
del coche consiguió entrar por los pelos mientras la puerta aún abierta se
golpeaba con fuerza contra uno de los coches aparcados. Maymee chilló del
susto y Delton gritó —¿Está loco? ¡No había entrado todavía!

—¡La madre que le parió! ¡Mire lo que le ha hecho al taxi!

—¿Yo?

Maymee no salía de su asombro. —¿Pero está borracho? Casi le


aplasta.

—Oye, zorra, cierra la boquita. ¡Esto me lo vais a pagar!

—¡Nosotros no te vamos a pagar una mierda y me vas a explicar eso

de que mi novia es una zorra!

Antes de que pudiera evitarlo Delton salió del coche y ella chilló

abriendo la puerta a toda prisa, pero su novio ya agarraba al taxista por la


sudadera y le sacaba del vehículo. —¡Delton, no!

Cuando se liaron a puñetazos gritó de miedo y pidió ayuda. Varias


luces de los edificios que les rodeaban se encendieron y dos coches se
detuvieron para ver el espectáculo, pero ella ni se dio cuenta gritando —
¡Delton para!
Le pegó un puñetazo al del taxi que le tiró sobre el capó del coche.
Entonces se escuchó la sirena de la policía y asombrada miró hacia atrás
donde frenaba el coche patrulla. De él se bajaron a toda prisa dos hombres

uniformados. —¡No, no!

Se acercaron a ellos y apartaron a Delton que estaba dispuesto a

seguir dándole aquel capullo que le estaba llamando de todo. Cuando uno
de los policías sacó las esposas gritó —¡No, no! ¡Empezó el otro! ¡Casi le
mata! —Se acercó apartando de un empujón a un policía e intentó impedir
que le esposaran cuando recibió un puñetazo que le dio en toda la nariz.

Asombrada miró al taxista antes de volverse al policía. —¿Me ha pegado?


¡Ese capullo me ha pegado! —Se volvió hacia el taxista y gritó con rabia
tirándose sobre él. —¡Serás cabrón! ¡Te voy a despellejar! —gritó
desquiciada.

—¡Nena, no!

Un policía la agarró por la cintura y ella al intentar arrear al taxista


le pegó un codazo en toda la cara. Se montó la más grande porque llegaron

dos policías más para ayudar a sus compañeros y ni entre los cuatro
pudieron detener aquello. Ya había golpes por todos lados y Maymee
recibió un par más, pero fuera de sí no se quedó corta. Tuvieron que cogerla
entre tres policías y con la boca llena de sangre gritó mirando a aquel

capullo —¡Te libras de milagro!


—¡Nena!

Miró a su derecha donde Delton era empujado con las manos


esposadas en la espalda. —¡No, tiene que ir al hospital!

—¡Señora, cállese!

—¡Llévennos al Sinaí! —Pensó rápidamente. —¡Necesitamos


atención médica!

La metieron en la parte de atrás de un coche y cerraron de un


portazo. Gimió cerrando los ojos. —Esto es lo que nos faltaba.
Capítulo 12

Llegaron al hospital y David que estaba en la puerta hablando por


teléfono, dejó caer el móvil de la impresión al ver que les sacaban llenos de

golpes de los coches patrulla. Cuando pasaron a su lado con los policías
tirando de ellos Delton siseó —Ni una palabra.

—¿Pero qué coño…?

—¿Cómo está papá?

—Creen que son gases. No le sentaron bien los tallarines.

—La madre que…

Ella pasó ante David que la miró horrorizado. —¿Habéis tenido un


accidente de coche?

—Algo así. Llama a un abogado, lo necesitaremos. —El policía tiró

de ella, pero se resistió. —¡Penalista!

—¿Penalista?
—¡David espabila! —La metieron en el hospital y suspiró del alivio

porque le dolía la nariz una barbaridad. Le daba que la tenía rota. Les

pusieron uno al lado del otro y Delton la miró jurando por lo bajo, aunque

él no estaba mucho mejor porque tenía varios morados en la cara y le

sangraba una ceja. Pero para calmarle dijo —No es nada.

—Creo que tienes la nariz rota —dijo entre dientes—. Ese cabrón…

—Él ha quedado peor.

La miró asombrado antes de sonreír. —Sí, nena. Al menos le hemos

saltado dos dientes.

Soltó una risita y en ese momento llegó un médico que al verles la

cara hizo una mueca. —¿Os habéis pegado entre vosotros?

—¡No! —dijeron los dos a la vez ofendidísimos.

—No, estos actúan en pareja —dijo el policía que estaba tras

Maymee—. ¿Puede repararlos para que nos los llevemos a comisaría?

—Claro. Box tres y cuatro.

—¿Maymee?

Se giró para ver a Amber con una lata de refresco en la mano y esta

chilló antes de correr a la sala de espera. —¡Qué nos los han descalabrao!

—Nena, tenemos peor aspecto de lo que creemos.


Eso parece. Tiraron de ellos de nuevo y los llevaron a los boxes. —

Preciosa, estoy aquí al lado.

—Vale.

El médico entró con ella y le dijo al policía —Quítele las esposas,

tengo que reconocerla.

Mientras el policía le quitaba las esposas el médico se puso unos

guantes. —Siéntese en la camilla.

Ella lo hizo y el doctor la cogió por la barbilla para girarla

mostrando un arañazo en el cuello. —¿Una mala noche?

—Un taxista casi mata a mi novio y encima me llama zorra. Se lio

parda.

El médico sonrió. —Me lo imagino… —Le levantó la barbilla para

mirar bien su nariz.

—¿Está rota?

Se la palpó con cuidado y negó con la cabeza. —No, pero se te va a

poner como una berenjena.

—Genial.

—Pero para asegurarnos haremos una placa. —Agarró su brazo y se

lo levantó con cuidado. Ella hizo un gesto de dolor. —¿Duele ahí?

—Sí.
—Creo que te has desgarrado un músculo del omóplato.

—Cuando termine de ponerme en forma, ¿puede hacer un informe

de lesiones para mi abogado?

—Por supuesto.

—¿Nena?

—Todo bien, cariño.

El doctor apartó la cortina para verle sentado en la camilla ante ella

con un doctor limpiándole la herida de la ceja.

—¿Cómo va él, Peter?

—Nada de importancia, excepto un dolor en el costado. Hematomas

que curarán con el tiempo y esto en la ceja que necesitará dos puntos de

nada.

—Placa para el costado, asegurémonos de que no hay fracturas.

—Entendido jefe.

Se miraron a los ojos. —¿Seguro que estás bien? —preguntó él


preocupado.

—Sí.

—Perdona nena, perdí los nervios.

—No pasa nada.


—¡Quiero ver a mi hijo!

Maymee sonrió. —Ya tardaba…

—¿Lista para una suegra que meta la nariz en todo?

Sonrió. —Por supuesto, estoy más que lista para lo que sea.

Bueno, lista para lo que sea no porque cuando la metieron en una

celda fue un impacto, la verdad. Jamás se hubiera imaginado que algún día

terminaría allí. Aunque Robert y David consiguieron abogado, no se podía

hacer nada hasta el día siguiente porque aún no se habían decidido por los

delitos que les imputarían. De hecho, no tenían claro ni quien decía la

verdad. Se acusaban los unos a los otros y tenían a los policías algo

confundidos.

No pegó ojo en toda la noche y sentada en aquella cama de acero se

preguntó si Delton estaría bien. Le habían llevado a hacerse la placa y ya no

le había visto más. Preocupada se levantó y se acercó a los barrotes. —

¿Hola? ¿Alguien puede informarme?

—¿Te quieres callar, joder? —gritó la de la celda de al lado.

Hizo una mueca porque era evidente que la había despertado.

Suspiró volviéndose para sentarse de nuevo. Uff, le dolía la espalda. Se


miró el brazo en cabestrillo antes de llevarse la mano a la nariz. La verdad

es que desde que se habían subido a ese avión para ir a Suiza parecía que

les habían echado mal de ojo o algo así, aunque el peor parado había sido

Patrick, el pobrecito. No le había conocido mucho, pero era evidente que

había dejado un vacío en la vida de Delton. Y desde ese momento muchas

cosas habían salido mal. Entrecerró los ojos. Por Dios, había habido una

avalancha, había muerto Patrick, su abuela, se le había quemado la casa y

ahora estaba en una celda. Si no se hubieran subido a ese maldito avión…

Se le cortó el aliento. Su relación con Delton cambió justo ese día. En

cuanto se habían subido al avión tuvieron esa conversación sobre las

pelirrojas. A partir de entonces muchas cosas habían ido mal. ¿Era una

señal? Más bien un montón de señales. ¿Pero qué indicaban? ¿Que no

debían estar juntos? Leche, pues si no era así uno de los dos podría haberla

cascado en la avalancha y asunto solucionado. Entrecerró aún más los ojos.

No, se decía que todo pasaba por algo. Era lo que siempre decía todo el

mundo. La avalancha solo les había unido y Delton la envió a casa justo a

tiempo de enterarse de la muerte de su abuela. Fue doloroso, ¿pero no

hubiera sido más doloroso que hubiera estado a su lado? ¿El destino la
había protegido de ese terrible momento? Dios, como siguiera pensando en

eso se iba a volver loca. ¿Había pasado la avalancha para que Amber y

David no se casaran? Deja de pensar tonterías, Maymee. Leche, ¿el


cansancio y los golpes han afectado a tus neuronas? Había gente que tenía

vidas aburridísimas, como ella hasta hace unos meses. Los Bercovich no

eran así y al entrar en su familia su vida había cambiado para siempre.

Sonrió, porque era una vida mucho más interesante aun a riesgo de su

pellejo.

Escuchó el sonido de unas llaves y se levantó en el acto para

acercarse a los barrotes. Una mujer policía la miró mientras caminaba hacia

ella. —¿Viene a por mí?

—Puedes irte.

Suspiró del alivio. —¿No se presentarán cargos contra nosotros?

—La vecina de enfrente tiene cámaras de videovigilancia y hemos


visto las imágenes. —Abrió la puerta. —No hemos podido oír los insultos y

las amenazas después de casi atropellar a tu novio, pero una reacción así
debe estar justificada. Al amenazar con presentar cargos el taxista ha

cantado. Podéis iros, ha retirado la denuncia por agresión a no ser…

—Que nosotros le denunciemos.

—Exacto.

—Yo ya me he quedado a gusto.

La mujer rio por lo bajo. —Me lo imagino, le faltan tres dientes.

—¿Tres? Yo había contado dos.


—Perdió otro en el hospital.

—No me da ninguna pena. ¿Y mi novio?

—Arriba, esperándote con tres abogados carísimos.

—Es que mi hombre cuando hace las cosas las hace bien —dijo

orgullosa.

La mujer se le quedó mirando fijamente y Maymee sintió que se le


erizaba el cabello de la nuca porque durante un momento le pareció ver los
ojos de Patrick. De repente la mujer sonrió. —¿Vamos?

Pálida asintió. —Sí, por supuesto.

No fue capaz de decir una sola palabra de la que subían al segundo

piso y distraída en sus pensamientos ni vio a Delton que se acercó de


inmediato. —¿Nena?

Sorprendida levantó la cabeza. —Cielo…

—¿Estás bien? —La abrazó con cuidado. —¿Qué tienes en el


brazo?

—Algo de una fibra muscular de la espalda o algo así. Solo necesita

descanso. —Asustada miró sus ojos. —Cielo, he visto algo…

—Señor Bercovich, pueden irse —dijo uno de los trajeados.

—Vamos nena, ya me lo cuentas por el camino. David nos espera

fuera con el coche.


Aún impresionada se dejó llevar y cuando alguien abrió una puerta
de un coche gris entró sin rechistar pensando que no estaba equivocada. Los

había visto claramente, eran sus ojos.

Sentada a su lado sintió como cogía su mano llamando su atención.


—¿Estás bien? ¿Necesitas ver a un médico?

—He visto los ojos de Patrick —dijo asustada.

Delton frunció el entrecejo. —¿Que has visto qué?

—¡En los ojos de esa policía! ¡Era su mirada!

—Nena cálmate.

—Eran sus ojos. —Muy nerviosa apretó su mano. —Y no estaba


muy contento.

—David al hospital. —Delton la cogió por las mejillas. —Nena, ha


sido mucho estrés en poco tiempo.

—¡Te digo que eran sus ojos! De repente los tenía castaños igual

que los suyos con esas pintitas grises...

—Nena, te lo has imaginado.

—¡Te digo que sí! ¡Quiere decirnos algo! —Le miró con los ojos

como platos. —Por eso están pasando tantas cosas. Es él, nos está
advirtiendo o algo. —Jadeó. —A ver si está cabreado porque fue el único

de la familia en palmarla y busca venganza. Ayer por poco la espichas. Y lo


del incendio… Podría haberme desmayado dentro de casa o haberme

dormido o yo qué sé. —Chilló. —¡Es como en esa peli, teníamos que haber
muerto en la avalancha y ahora vienen a por nosotros!

—Uy, menudo ataque de nervios… —dijo David.

—¡Maymee deja de decir disparates!

El impacto en el costado trasero del coche la hizo chillar y Delton la


cubrió con su cuerpo justo antes de que otro impacto en el otro costado del

coche les impulsara de nuevo. Se escucharon gritos y mientras David


gritaba si estaban bien, Delton se apartó para ver que pálida como la cera

susurraba muerta de miedo —Necesitamos una médium.

Después de la visita de rigor al hospital y de buscar frenética por

internet, seis horas después estaban ante la puerta de una tienda en Little
Italy.

—Nena, esto es una estupidez.

Le fulminó con la mirada y él carraspeó. —Pero si quieres pasar por


esto, adelante.

—Pues eso. —Abrió la puerta con la mano libre y entraron en la


penumbra. Había frascos de cristal por todos los sitios llenos de hierbas
secas y la verdad es que era una tienda de lo más chic.

—Al menos no hay pollos ni ratas colgadas del techo.

Se escuchó una risita y ambos miraron al fondo de la tienda. —Qué

gracioso. —De detrás del mostrador apareció una mujer de unos cincuenta
años rubia con el cabello clarísimo y sonrió dándoles la bienvenida, pero

perdió esa sonrisa poco a poco al ver su aspecto. —¿Una mala racha?

—Muy perspicaz —dijo Delton irónico.

Le pegó un codazo en las costillas que le hizo gemir. —Oh, lo

siento, cielo.

—Tranquila.

—¿Eres la médium? ¿Penélope?

—Sí, soy yo. —La mujer rodeó el mostrador mostrando un vestido

violeta muy bonito y les indicó unas butacas forradas de seda gris. —Por
favor, sentaos.

—Gracias, estoy agotada. —Se dejó caer en la butaca y suspiró. —


Dios, me duele todo.

Se sentó ante ellos y sin dejar de observarles asintió. —No me

extraña, no está muy contento. De hecho, está furioso por vuestro


comportamiento. —Miró a Delton. —Sobre todo con tu comportamiento,

dice que eres muy insensible.


Delton parpadeó. —¿De qué hablas?

—De Patrick —dijo robándoles el aliento. Penélope sonrió. —¿No

venís por eso?

Maymee se llevó la mano al pecho. —¿No está contento? No


tuvimos la culpa de su muerte y…

—No os culpa de eso. Fue un accidente y los accidentes ocurren.

Dice que la vida es demasiado preciada para perderla en tonterías y


vosotros hacéis muchas como disimular vuestros sentimientos. ¿Es eso

cierto?

Incómoda miró a Delton de reojo que estaba de lo más tenso. —

Bueno, antes puede que fuera así, pero ya nos hemos sincerado el uno con
el otro —dijo ella.

—Mientes —dijo la médium sin cortarse.

—Vamos a casarnos. —Delton la fulminó con la mirada. —Es

cierto.

Se quedó en silencio y miró tras ellos. —Os protege, quiere lo mejor

para vosotros y no estáis haciendo las cosas bien.

Maymee y Delton se miraron sin comprender. —¿Qué hemos hecho


mal?
—Ni idea, nena. Todo esto me parece una estupidez. —Penélope se
echó a reír. —¿Y ahora de qué coño se ríe?

—Tu amigo es muy simpático.

Maymee sonrió con cariño. —Sí que lo era.

—Lo sigue siendo. Bien, aquí van las reglas que tendréis que seguir
de ahora en adelante. ¿Preparados?

—No he estado más preparada nunca en la vida.

—Nena, no te creas nada.

—Hombre de poca fe… —Penélope chasqueó la lengua. —Te


aseguro que si sigues las reglas de Patrick todo irá bien.

—Adelante —dijo como si escucharla fuera un esfuerzo enorme.

—La primera regla. Nunca os mintáis.

Delton no pudo disimular su horror. —A veces las mentiras son


necesarias para no hacer daño.

—Cierto —dijo Maymee totalmente de acuerdo con él—. Los


hombres son muy sensibles para ciertas cosas.

Asombrado preguntó —¿Me has mentido en algo?

—¿Yo? Qué va.

—Segunda regla. Debéis hacer el amor al menos dos veces al día.


Se puso como un tomate y se adelantó para susurrar —¿Nos ve
mientras…? Ya sabes.

—No te preocupes por eso.

—No me ha respondido. ¡Delton, no me ha respondido!

—No, no se queda mirando, si te refieres a eso —dijo Penélope


como si ya estuviera cansada de ese tema.

Suspiró del alivio. —Menos mal.

—Nena, esto es ridículo.

—Calla, a ver cuántas reglas hay.

—Tercera regla… —Penélope sonrió. —Debéis tener al menos


cinco hijos. Esta regla la considera muy importante. —Dejaron caer la
mandíbula del asombro. —Dice que no hay nada como estar en familia. En

vuestra familia, así que cuantos más mejor.

—Claro, como no tiene que parirlos él. —Miró hacia arriba. —Ni de
coña.

Un libro cayó desde el mostrador sobresaltándoles y Penélope hizo


una mueca. —Es tajante con este tema. Dice que los niños no os dejarán
pensar en tonterías. Cuarta regla…

—¿Pero cuántas reglas hay? —preguntó Delton asombrado.

Penélope susurró —Creo que se las inventa mientras piensa.


—¡Hostia Patrick, ya está bien! ¡Dinos qué hemos hecho mal y
déjate de reglas, joder! ¡Viviremos nuestra vida como nos dé la gana! —Se

levantó y alargó la mano hacía Maymee para que se levantara, pero esta no
le hizo caso. —¡Además si nos quieres tanto no nos harás daño! —Entonces
gruñó como si se diera cuenta de algo. —¡Por cierto, lo del taxi fue una
cabronada, podría haberme aplastado contra el coche que estaba aparcado!

—Seguirá fastidiando todo lo que pueda hasta que entréis en razón.

—¡Qué nos vamos a casar! ¿Es que está sordo?

—¿Y le has dicho a tu prometida que hace tres días viste a esa
antigua novia tuya?

Incrédula volvió la vista hacia él y Delton pálido negó con la

cabeza. —Fue una casualidad. Me la encontré en la calle.

—Pero no se lo dijiste a Maymee, ¿no es cierto?

—¡Para que se cabreara conmigo! ¡No quería perderla, joder! ¡Hace

tres días no estábamos precisamente en nuestro mejor momento!

—Pues para no querer perderla, bien que la despachaste en Suiza.

—¡Estaba hecho un lío!

—Sí —dijo Maymee como si fuera una pena—. No sabía si

estábamos haciendo bien.


—¡Yo sabía que estaba haciendo bien! ¡Pero Robert me metió ideas

en la cabeza sobre si nos estábamos precipitando!

Chasqueó la lengua. —Ya me parecía todo muy raro. ¿Para qué le

haces caso? ¡Eres mucho más listo que él!

—Pues no lo sé, joder. ¡Estaba allí ante el cuerpo de Patrick y me


soltó un montón de chorradas sobre las malas decisiones que se toman en
momentos de dolor y no sé lo que se me pasó por la cabeza! —Fulminó a
Penélope con la mirada. —¡Así que pienso vivir mi vida como me venga en

gana sin seguir los consejos de nadie!

El libro se deslizó hacia sus pies y se abrió en una página que había

subrayada. Estiraron el cuello para leer: “No os amaréis de veras hasta que
sepáis vuestros más profundos secretos.”

Maymee apretó los labios. —Delton, mi padre está vivo. Era un


capullo y no le quiero en mi vida, por eso siempre digo que está muerto.

Suspiró. —Ya lo sé, nena.

—¿Lo sabes? —preguntó con sorpresa.

—Sí, Tom dijo algo la noche que me amenazó con el bate de béisbol
y eso me llevó a investigar un poco.

—Ah… —Miró a Penélope. —Pues yo no tengo más secretos.


Ambas miraron a Delton que asombrado negó con la cabeza. —¡Si

me conoce mejor que mis padres!

—¿Seguro?

—¡Seguro! ¡Yo no tengo nada que ocultar!

Sus ojos se tornaron fríos como el hielo. —Mientes.

A Maymee se le cortó el aliento. —¿Cielo?

—¡No sé de qué está hablando! —La cogió de la mano. —Nos


vamos.

—¡Hasta que no seas sincero con ella, no tendréis la relación que

Patrick quiere para vosotros! Por cierto, la cuarta regla es que quiere
cambiar la decoración de su habitación. Ese azul intenso en las paredes no
le gusta.

Se detuvieron en seco antes de volverse lentamente. —¿Cómo que


quiere cambiar la decoración? —preguntó asombrada—. ¿Va a vivir con

nosotros?

Penélope hizo una mueca. —Bueno, está muy apegado a vosotros,

eso es evidente.

Incrédula miró a Delton. —¡Cariño, haz algo!

Delton gruñó. —¿Y qué quieres que haga, preciosa?

—¡No lo sé! ¡Un exorcismo de esos!


—Es Patrick, no el demonio.

Las carcajadas de Penélope les hicieron mirar hacia ella incrédulos.

—Se está partiendo de la risa.

—No tiene gracia —siseó Delton dando un paso hacia ella—.


Patrick, amigo… Tu momento ha llegado, vete hacia la luz.

Penélope se echó a reír con ganas. —Que te va a hacer caso.

—¡Ya está bien! Nena, nos vamos.

—Os seguirá, estará a vuestro lado en cada paso que deis y como
metáis la pata os dará una lección.

—¡Esto es ridículo! —gritó furioso.

—Dice que no le intimidas. Sé sincero con tu pareja y todo irá bien.

Entonces a Maymee le dio por pensar. —¿Por qué hizo ayer lo del
taxi? ¿Porque quedó con esa?

—¡No quedé con ella, joder!

—¿Quieres dejar que me responda Patrick?

—Porque sigue sin sincerarse contigo. Vale que te dijo que te quiere,
pero solo lo demostrará cuando se abra a ti.

Delton apretó los labios. —¡Esto no es justo! ¡No tiene nada que ver
con nosotros!
—Forma parte de tu vida. Debes hablar de ello con la mujer a la que
has elegido.

Asustada miró a Delton. —Cielo, ¿de qué habla?

—Además, si no reconociste antes que la amabas fue precisamente


por eso.

Se le cortó el aliento. —Tu profesora. Tiene que ver con tu


profesora, ¿no es cierto?

—¡Cállate, callaos todos! ¡No tenéis ni puta idea de lo que habláis!


—Furioso fue hasta la puerta y salió de allí dejándola con la palabra en la
boca.

—Patrick dice que es muy doloroso para él, pero debes saberlo.

Imaginándose lo peor susurró —Le hizo algo, ¿no es cierto? Le hizo

daño más allá de meterse con él.

—Debe ser algo que te cuente él mismo. —Penélope le acarició el


hombro. —Patrick quiere que te des cuenta de que si ha ignorado su fobia a
las pelirrojas para estar contigo después de eso, es porque te ama
profundamente.

Sus ojos se llenaron de lágrimas. —Gracias por decírmelo.

—De nada. Ahora ve tras él. Que sepa cuánto te importa. Es lo que
necesita en este momento.
Corrió a la calle, pero Delton ya se subía a un taxi. —¡Espérame!

No lo hizo y cuando se alejó, juró por lo bajo levantando el brazo


sano. Mientras se detenía un taxi ante ella miró al final de la calle, pero ya
le había perdido. En cuanto se subió dio la dirección en Upper West Side.
Impaciente se mordió el labio inferior suplicando que Delton no se cerrara a

ella. Le pareció que tardaron una eternidad en llegar y cuando lo hicieron


pagó al taxista lo más rápido que pudo antes de salir y correr escaleras
arriba. Pulsó el botón del timbre impaciente pero no obtuvo respuesta. —
¡Cielo, abre la puerta! —Volvió a pulsar el timbre y angustiada estiró el

cuello hacia la ventana. —¡Delton ábreme!

En ese momento la puerta se abrió sobresaltándola y sorprendida


miró a la señora Loomis.

—¿Pero qué le ha pasado?

Entró en la casa a toda prisa. —¿Delton?

—El señor no está aquí.

Se le detuvo el corazón volviéndose. —¿Cómo que no está aquí?

—No, he llegado hace un rato y no le he visto. Señorita, ¿ha tenido

un accidente de coche? ¿Necesita ayuda? Si quiere le llamo al trabajo.

—El trabajo… Claro, ha ido a la empresa. —Salió corriendo

dejándola con la palabra en la boca.


Capítulo 13

Una semana después sentada tras el escritorio de Delton se


emocionó viendo su firma en el poder que le había dado para dirigir la

empresa. Levantó la vista hacia el abogado. —¿Dónde está?

—De momento no quiere ver a nadie. Cree que usted está

capacitada para dirigir la empresa, por eso la deja en sus manos. Dice que

necesita tiempo y espera que lo comprenda.

Asintió antes de volver la mirada hacia David que estaba muy tenso.

—¿Tú sabes dónde está?

—No. No ha querido decírselo ni a mis padres. Dice que volverá


para la boda de Lisa.

Para eso aún quedaban unas semanas. —Así que os ha llamado. —

Miró el contrato de nuevo. —A mí no me ha llamado.

—Lo siento mucho, Maymee.


Una lágrima recorrió su mejilla y se levantó para darles la espalda

mirándose la mano donde llevaba el anillo de compromiso que le había

puesto justo después de hacerle el amor aquella noche en su cama. Cómo le

echaba de menos, pero él no quería verla. Lo que la preocupaba, la

preocupaba mucho porque era evidente que no quería contarle lo que


ocurrió en su adolescencia, porque no sabía lo que pensaría ella en cuanto

lo supiera. Tenía la sensación de que se sentía avergonzado, pero volvería,

le haría frente y se lo contaría, solo necesitaba tiempo para tener el valor de

contárselo. Llevaba días preparada para todo y para apoyarle cuando fuera

el momento. Esperaba que ese momento llegara pronto porque los nervios a
que tomara una mala decisión la estaban matando. Pero era lo que había y él

necesitaba su ayuda. Se giró para mirar a su abogado. —Me haré cargo, por

supuesto.

—Perfecto. Se lo comunicaré.

—¿Puede decirle algo de mi parte?

—No, lo siento. Me ha pedido que cualquier cosa que diga no se la

comunique excepto si se hacía cargo de la empresa o no.

Apretó los puños porque era obvio que quería cortar todo contacto

de momento. Aunque eso ya lo sabía porque no contestaba el móvil. —

Entiendo. Gracias por venir.


El abogado se fue del despacho y David se sentó ante su escritorio.

—¿Qué vas a hacer?

—Es evidente que no puedo hacer mucho hasta que tenga la

necesidad de hablar conmigo.

—¿Hablar contigo de qué?

—Eso es algo de lo que tenemos que hablar tu hermano y yo, no le

incumbe a nadie más. ¿No tienes nada que hacer? —preguntó exasperada

harta de ese tipo de preguntas.

—Ya he terminado.

Le miró sin comprender.

—Ya he terminado la carrera. —Sonrió. —¿Qué tengo que hacer,


jefa?

Chilló de la alegría y rodeó el escritorio para abrazarle. —

Felicidades.

—Gracias, Amber y yo hemos pensado mucho en ello. Y hemos

decidido que mientras encuentro otro trabajo podía trabajar aquí para ir
adquiriendo experiencia.

—Por supuesto. ¿Qué te parece marketing? Es algo más artístico y


creo que puede pegar contigo.

Sus ojos brillaron. —¿De veras?


—Ya verás, te encantará el departamento. Su director es un joven

con grandes ideas, os llevaréis bien. Hala, a trabajar.

—Gracias.

—De nada, espero que estés muy a gusto, pero no vayas de hermano

del jefe, ¿me oyes? Tú eres un becario más.

—Perfecto.

Fue hasta la puerta y Maymee dijo —David… —Se detuvo para

mirarla. —Tu hermano debe estar muy orgulloso.

—Lo está.

Forzando una sonrisa asintió y cogió el auricular de la mesa. —

Mientras bajas voy a llamar para avisarles de tu llegada.

—Gracias Maymee.

—De nada.

Cuando salió hizo la llamada de manera mecánica y se sentó tras la

mesa colgando el teléfono. Volvió la vista hacia la ciudad y se preguntó qué

opinaría Patrick de todo aquello porque no había vuelto a pasar nada desde

que su novio había desaparecido. ¿Le parecería bien? No sabía que pensar.

Se volvió para coger el documento y lo dejó a un lado. Al coger el móvil

vio debajo un folio que ponía: “Encuéntrale cuanto antes.”—Se le cortó el

aliento. —“Vuestro futuro depende de ello.”


Frenética cogió su móvil y llamó a la médium. En cuanto contestó

dijo —¿Dónde está?

—No puedo decírtelo.

—¿Qué clase de juego morboso os traéis entre manos? —gritó

perdiendo los nervios—. ¡Os juro por mis muertos que como le pase algo
pienso perseguirte a ti y a Patrick hasta el otro mundo!

—Encuéntrale —dijo antes de colgar.

Frustrada tiró el móvil sobre la mesa y chilló de la rabia. Hablaban

por teléfono… Solo necesitaba que hablaran lo suficiente como para

localizar la llamada. Decidida corrió hacia la puerta abriéndola con tal


fuerza que golpeó contra la pared al salir, sobresaltando a su nueva

secretaria que atónita la vio correr hacia el ascensor. —¿Todo va bien?

—¡No!

David gimió sentado a la mesa con el móvil ante él. —Esto no le va

a gustar.

—Me importa una mierda —dijo entre dientes apoyando las manos

sobre la mesa—. Tengo que encontrarle y va a ser ahora. —Levantó la vista

hasta el experto en comunicaciones que había contratado. —¿Listo?


—Cuando quiera.

—Llámale.

David pulsó el botón para llamar a su hermano y gimió por lo bajo.

—Esto no te va a gustar.

—Calla y escucha.

—Hermanito… —La voz de Delton obviamente borracho le cortó el

aliento. —¿Cómo van las cosas por casa?

—Oh, pues… por eso quería hablar contigo.

—¿Todo va bien? —preguntó alerta.

—Pues papá y mamá están muy preocupados por ti. —La miró a los

ojos y Maymee asintió. —Y tu novia también. No sabemos qué hacer, no

deja de preguntar por ti.

—No le digas nada. Y a nuestros padres diles que estoy bien. Me

estoy tomando unas vacaciones. —Se echó a reír. —Yo también me las

merezco, hostia.

Ella movió la mano para animarle a que siguiera hablando. —Sí que

te las mereces. Hermano si tienes algún problema…

—¿Qué problema voy a tener? —Se echó a reír. —Si me lo estoy

pasando de miedo.
El técnico levantó el pulgar y Maymee cogió el móvil de encima de

la mesa. —¿Cielo?

—¡Maymee joder, no quiero hablar contigo!

—¡Eso ya me ha quedado muy claro! ¡Vuelve a casa! ¡Ya!

—Aún no puedo volver.

Parecía desesperado. —Cielo, te quiero. Y si quieres seguir

guardando el secreto ese que dice Patrick, a mí me da igual porque te


conozco. —Se emocionó alejándose de su hermano. —Sé cómo eres y

cualquier cosa que haya ocurrido en el pasado no me importa.

—¿Me lo juras?

—Te lo juro por mi vida.

—¿No me juzgarás?

—¡No! ¿Cómo puedes pensar eso?

—Me odiarás.

—Cariño, te juro que no. Vuelve a casa y lo hablamos, ¿quieres?

Él colgó el teléfono y Maymee gritó de la frustración tirándolo


contra la pared.

David hizo una mueca. —Aún tenía permanencia.


Le fulminó con la mirada y su cuñado levantó las manos en son de
paz. —Vale, ya me dará uno la empresa.

Se acercó y alargó la mano hacia el técnico. —La dirección.

Salió del taxi dando un portazo y miró el edificio de apartamentos


donde Delton se había criado. Un barrio humilde de Queens. Pasó por
encima de una lata de cerveza y se acercó al portal. En ese momento salió

una anciana con su andador y ella sonrió reteniendo la puerta para que
pasara. —Gracias, es muy amable.

—De nada. Disculpe, ¿vive aquí desde hace mucho?

—Oh, toda la vida. Mi padre compró la casa cuando se casó y nací

aquí.

—¿Conocía a los Bercovich?

—Sí… —La miró fijamente. —Buena gente. ¿Eres familia suya?

Porque se mudaron hace ya algunos años.

—Soy la novia del hijo mayor, Delton.

—Un buen chico, has tenido mucha suerte.

—Sí que la he tenido. Quería darle una sorpresa y me he enterado de

que antes vivía aquí. ¿Vendieron su piso?


—No, precisamente ahora lo tienen alquilado cuando no lo habían
alquilado nunca. Tengo entendido que es un joven muy apuesto, tiene a

todas las solteras del barrio revolucionadas, pero no habla mucho y solo
sale a por comida. —Se acercó y susurró —Y bebida, al parecer bebe

mucho.

Apretó los labios. —Volviendo a Delton, ¿qué puede contarme de


él?

Sonrió. —Muy buen estudiante. En el instituto sacó unas notas

buenísimas, ¿sabes? Sus padres estaban muy orgullosos. ¿Quién lo diría?


De más jovencito era un cabeza loca. Incluso le detuvieron un par de veces

por trapichear. —Se le cortó el aliento separando los labios de la impresión.


—Pero debía tener catorce o quince años cuando dio un giro de ciento
ochenta grados y parecía otro. Pero claro, es que cayó en manos de la

señorita Peterson y cuando se empeña en algo siempre lo consigue.

—¿La señorita Peterson?

—Su mentora. Es muy dura con los chicos, pero a todos los saca
adelante. Donde pone el ojo éxito asegurado. Ha pasado con dos o tres
chicos del barrio a lo largo de los años. Los reformaba que daba gusto.

—Así que era dura con ellos.


—Tenía fama de hueso, pero después los padres hasta les daban las

gracias. —Miró al frente. —Ahí vive precisamente. En la sexta planta,


apartamento dieciséis. Si quieres darle una sorpresa a tu chico, verla de

nuevo seguro que le alegrará mucho.

—Gracias. —La mujer se alejó mientras ella miraba el portal de

enfrente. Que hubiera ido allí precisamente, frente a donde vivía esa mujer,
indicaba que las cosas estaban peor de lo que se pensaba. Apretó los puños

y entró en el portal de los Bercovich. Se acercó a los buzones y como


suponía el nombre Bercovich aún seguía allí en el tercero número siete.

Subió por las escaleras imaginándose a Delton bajando por ellas de


adolescente. Llegó al tercer piso y miró a su alrededor. Caminó hacia el

final del pasillo y al ver el número siete se detuvo ante la maltratada puerta.
Era increíble cómo le había cambiado la vida a esa familia y le daba que esa

mujer tenía mucho que ver en ello. Apretó la mano en un puño y golpeó dos
veces la puerta.

—¡Largo!

—No pienso irme, cielo. Como si tengo que dormir aquí.

La puerta se abrió de golpe mostrando el penoso estado de Delton


que parecía que no había dormido en días, eso por no mencionar sus ojos

que estaban inyectados en sangre de todo lo que había bebido. Emocionado


la miró. —¿Nena?
Se tiró a él y le abrazó. —Estoy aquí y nada me separará de tu lado.

La pegó a él demostrando todo lo que la necesitaba. —Preciosa, esto

no puedes arreglarlo.

—Claro que sí. Ya me conoces, no me doy por vencida cuando


quiero algo y tú tampoco, cielo, no lo olvides nunca. —Se apartó para mirar

sus ojos. —Y sea lo que sea lo que me ocultas, lo solucionaremos juntos


porque ahora somos un equipo. —Le rogó con la mirada. —No me apartes,

te necesito. No necesito más, si te tengo a ti.

Emocionado la besó y Maymee se aferró a él demostrándole todo lo

que le había echado de menos. Escuchó como se cerraba la puerta, pero ni


miró hacia allí tirando de su camiseta hacia arriba desesperada por tocarle,

pero él la agarró por el trasero elevándola y pegándola a la pared tan


apasionadamente que le robó el aliento. Sin dejar de besar su cuello se

colocó entre sus piernas y con una mano tiró de sus braguitas rompiendo las
medias de paso. Sentir su sexo acariciando el suyo fue tan excitante que

gritó arqueando su cuello hacia atrás y Delton miró su rostro mientras


empezaba a meter su miembro en ella poco a poco. —¿Me sientes, nena? —

Salió lentamente hasta llegar al borde haciéndola gemir de placer. —¿No


quieres más secretos? ¡Dilo!

—¡No, no quiero más secretos!


Entró en ella con fuerza y él se acercó a su oído para sisear —Pues
soy así, nena. Me gusta así. —Mordió el lóbulo de su oreja de una manera

tan erótica que hasta se le paró el corazón y se aferró a sus hombros


mientras salía de ella de nuevo, pero temiendo que la abandonara, que la
dejara con esa necesidad, rodeó sus caderas con las piernas reteniéndole en

su interior. Delton sonrió entrando en su ser con contundencia. —Joder, eres


perfecta y eres mía.

—¡Sí, sí! —gritó deseando más y él no la defraudó porque inició

una cadencia tan apasionada que la volvía loca. Su ritmo se aceleró


empujando las caderas con más contundencia y fue llevándola hasta el

borde de un precipicio, hasta que su sexo la recorrió con tal fuerza que todo
a su alrededor explotó en mil pedazos en el orgasmo más increíble que

había tenido nunca.

Delton apoyando una mano en la pared la sujetaba mientras


recuperaban el aliento. Sus labios llegaron a su sien y la besó con ternura.

—Lo siento, nena.

—¿Por qué? Ha sido…

—Ha sido sexo y yo contigo quiero mucho más.

Se apartó para mirar sus ojos. —¿Qué hay de malo en tener también
sexo? —Acarició su mejilla. —Cariño, no hay nada de malo en ello.
Él se apartó dándole la espalda y se cerró el pantalón vaquero. —No
lo entiendes.

Se acercó a su espalda y le abrazó por la cintura. —Claro que lo

entiendo. Era tu amante, ¿no?

Sintió como se tensaba. Delton se dio la vuelta para mirarla a los


ojos. —¿Cómo te has enterado? No lo sabe nadie.

—Es la heroína del barrio. Endereza a los chicos que elige. Os


analiza, os selecciona para ser los mejores, ¿y cómo conseguir que le hagáis

caso? Con sexo, que es lo que busca un adolescente con las hormonas
disparadas.

Delton apretó los puños. —Era una zorra.

—Una zorra que te hacía la vida imposible. —Se sentó en el viejo


sofá. —Cielo, cuéntamelo. Cuéntamelo todo. No quiero que esto nos
destruya, que te destruya a ti, no se lo permitas.

Él agachó la mirada como si se avergonzara. —Eh… Tú no hiciste

nada malo, ¿me oyes? Ella era la adulta, tu profesora, ni se te ocurra


avergonzarte de tu comportamiento, son otros los que tienen que ocultarse
de lo que hicieron.

Se sentó en el sillón de al lado con la mirada perdida. —Tenía casi


quince años cuando me fijé en ella por primera vez. Cintia tenía treinta y
cinco. —Negó con la cabeza. —Joder, era preciosa. Tenía locos a todos los
chavales del instituto que se morían por la nueva profesora. De vez en

cuando me sonreía en el pasillo y me creía que tenía una suerte enorme.


Además, era mi vecina. A veces miraba por la ventana para verla salir con
su marido.

—Te enamoraste.

—Hasta las trancas. Sabía que era imposible, que estaba mal, pero
siendo un adolescente decidí ignorar mis pensamientos. Entonces a mitad
de curso mi tutor sufrió un infarto y tuvieron que sustituirle. Cuando Cintia

apareció en la clase no me podía creer la suerte que había tenido.

—Entonces empezaron los problemas, ¿no?

—Criticaba todo lo que hacía. Yo me esforzaba por agradarla y todo

estaba mal, pero después de echarme la bronca siempre me tocaba el


hombro o la mano y me decía mirándome a los ojos, tú puedes hacer mucho
más. —Ella asintió dándole toda su atención. —Pasaron dos meses y me
dijo que me quedara después de clase. Me dijo que como siguiera así nunca

llegaría a nada y que no pensaba consentirlo. Que era un elegido, su elegido


y que no pensaba dejar que destruyera mi vida. Entonces me besó. Fue un
beso ligero casi de niños, pero me preguntó qué sacaría en el siguiente
examen. Un diez, dije yo loco de contento. Más te vale. Pero ese diez nunca

llegaba por mucho que me esforzaba. En otras asignaturas que no eran la


suya sí que lo conseguía, pero con ella no, nunca era suficiente. Las
reuniones después de clase se volvieron habituales y siempre me tentaba

con algo. Cogía mi mano para que acariciara su muslo por debajo de la
falda y cosas así.

Sería zorra. Sin mover el gesto susurró —Continúa, cielo.

—Llegó el verano y le dijo a mis padres que me daría clases


particulares. Que veía mucho potencial en mí. Ahí empezó todo porque en
cuanto se iba su marido al trabajo, yo cruzaba la calle y comenzaron otro
tipo de lecciones. Le gustaba duro, no sé si me entiendes. Se reía de su

marido diciendo que no sabría nunca lo que le gusta a una mujer, pero que
yo iba a aprenderlo. Lo que acaba de pasar era algo habitual. De hecho, si
algún día no quedaba satisfecha me castigaba.

—¿Cómo?

—Me privaba de verla. —Miró al frente. —Se convirtió en una


obsesión. Necesitaba estar con ella. Me alejé de mis amigos, me encerraba
en la habitación en pleno verano solo para impresionarla con todo lo que

había aprendido. Y cuando estaba contenta me daba un regalo.

—¿De qué tipo? —Él levantó la ceja. —¿Sexual? Entiendo.

—Era como una maldita droga. Cuando empezamos el instituto de


nuevo estaba loco por ella. Hubiera hecho cualquier cosa que me hubiera
pedido y me convirtió en el estudiante modelo. Nada de malas compañías,

nada de tiempo libre, el tiempo debía dedicárselo a ella y a los estudios.


Ella no se acostaba con estúpidos. Y aun así ante todos me ridiculizaba, me
hacía de menos frente a mis compañeros. Se convirtió en una pesadilla. Un
día estando en clase me llamó estúpido y me dio tanta rabia que se lo dije a
mis padres. Por supuesto se ofendieron y fueron a verla muy preocupados

por mí. Salieron del despacho del director con una sonrisa en el rostro.

—¿Les convenció?

—¿Que si les convenció? Comían de su mano como todos. Le


agradecieron las notas que estaba sacando y mi padre al pasar ante mí me
dijo muy serio que dejara de quejarme, que ella lograría que llegara muy
lejos, que incluso había hablado de beca. Que no desaprovechara la

oportunidad, que podría ir a la universidad.

—¿Cómo te castigó por tu atrevimiento?

Delton apretó los puños. —Salió del despacho del director y entró

en el suyo. En cuanto entré en el despacho me pegó un bofetón. —


Impresionada se llevó la mano al cuello. —Y después me ignoró dos meses.
Dos meses en los que hacía que la clase se riera de mí, me provocaba y no
solo en los estudios sino con otros compañeros.

—Encendía tus celos.


—Y tanto, era una experta. Cualquier otro pensaría que solo era

amable, pero yo que ya había pasado por eso sabía que estaba eligiendo a
otro estudiante.

—¿Qué pasó después?

—Llegaron las fiestas de Navidad y para mi sorpresa me mandó


llamar a su despacho. Me regaló un libro que tenía las tapas ocultas con la
cubierta de otro para disimular.

—¿Qué libro era?

—El Kama Sutra.

—¿Más instrucción?

—Y tanto. Dijo que la próxima vez que me diera una oportunidad ya


podía sorprenderla, de no ser así nunca volveríamos a vernos en privado.

—Así que te lo aprendiste de memoria.

—Y con eso me la gané de nuevo.

—Pero solo en privado.

—En público cada vez era más cruel conmigo, hasta tal punto que le
llegaron rumores a mis padres y se dieron cuenta de que aquello iba en
serio. Que yo no me había quejado por una tontería. Mi madre quiso hablar

con ella de nuevo, pero le rogué que no lo hiciera que empeoraría las cosas.
Mientras tanto ella decía que entendiera su comportamiento, que no podía

darse cuenta nadie de lo que estaba pasando.

—Será hija de puta… —dijo por lo bajo.

—Estuvimos así hasta seis meses antes de que acabara el instituto.


Empecé a notar que había perdido el interés y por mucho que me esforzaba
no conseguía retenerla. Una vez en el descanso entre clase y clase vi como a
un chico un año más joven que yo le sonreía como si compartieran un

secreto.

—Lo estaba haciendo con otro.

—Sí.

—¿Te enfrentaste a ella?

—Me amenazó. Me dijo que como se me ocurriera ensuciar su

imagen les diría a todos que la había violado, que a quién creerían, a una
mujer casada respetable o a mí, que todo el mundo sabía que la odiaba por
cómo me trataba en clase.

Se le cortó el aliento. —Todo era planeado. Su comportamiento


desde el principio fue planeado.

—Ahí me di cuenta de que lo había hecho más veces. ¿Pero qué


podía hacer? Nada. Además tampoco quería perjudicarla, de alguna manera
la quería y nunca le haría daño.
—¿Qué ocurrió después?

—Su comportamiento hacia mí frente a mis compañeros continuó


igual hasta que se acabó el curso. Hablé con mis padres y les dije que no
quería ir a la universidad.

—Una manera de vengarte de ella, no continuar adelante con tus


estudios.

—Se rio de mí. Dijo que ya había cambiado y que llegaría al éxito
porque lucharía por lo que quería. Ella había conseguido hacerme así y por

mucho que lo intentara ya no retrocedería. Y tenía razón porque desde que


mis padres me dieron ese dinero confiando en mí, me dejé la piel para
devolvérselo con creces. En cuanto pude les saqué de aquí y les di la vida
que siempre habían soñado. Sobre todo porque…

—David…

—Tenía doce años cuando les saqué de aquí. Sabía que por hacerme
daño lo intentaría y me di prisa en evitarlo.

Se observaron en silencio y él apartó la mirada. —Cariño… —dijo

llamando su atención—. No hiciste nada malo. Ella era la adulta, la que te


manipuló.

Suspiró levantándose y fue hasta la ventana. —Me dejé manipular y


todo por…
—Te enamoraste, no lo denigres todo a un sexo barato. La querías y
necesitabas estar a su lado.

—A veces pienso que dejó algo en mí —susurró mirando


atentamente la calle—. A veces creo que…

Se levantó y fue hasta él. —¿Qué?

—Que no te quiero lo suficiente.

Lo sintió como una puñalada en el corazón. —¿Qué acabas de


decir?

La miró. —Que no te quiero como la quise a ella. Por ella hice cosas
de las que me avergüenzo y a ti…

—Cariño, ¿qué dices? —preguntó sin voz.

—¡No solo te dije que te fueras de Suiza por lo que me dijo Robert!
¡También lo hice porque tuve miedo de no amarte como a ella! ¡Pero en

cuanto llegué necesitaba verte, estar contigo, aunque sabía que había metido
la pata! No sé lo que siento, no sé si es lo correcto, no quiero hacerte daño,
pero…

Se tiró a él para abrazarle y sollozó sobre su hombro. —Deja de


torturarte, mi amor.

La abrazó con fuerza. —No quiero perderte, pero luego hago cosas
como esta, alejarme, no puedo evitarlo.
—Shusss, todo está bien. —Acarició su cuello mientras las lágrimas
caían por sus mejillas. —Todo está bien. Estamos juntos y lo superaremos
juntos.

—Te necesito.

—Lo sé y estoy aquí, a tu lado. Y por mucho que me eches insistiré,


ya me conoces, no me doy por vencida.

Él rio por lo bajo. —No, mi chica siempre consigue lo que quiere.

—Y te quiero a ti. —Se apartó y besó suavemente sus labios. —Si


necesitas ayuda podemos ir a terapia. —Vio en sus ojos el miedo. —Cariño,

ahora todo el mundo va a terapia, ¿no has oído que está de moda?

Hizo una mueca. —No quiero contar esto a nadie más.

—Te avergüenzas.

—Sí.

Sonrió. —¿Por qué me contrataste?

Él levantó una ceja. —Cruzaste las piernas.

—¿Perdón?

—En la entrevista cruzaste las piernas y…

Palideció apartándose. —Como ella, quieres decir.


—Joder nena, no quería, pero… ¡No pensaba tener algo contigo!
¡Odiaba a las pelirrojas, pero si algo recuerdo de esa entrevista fue como
cruzaste las piernas!

Se llevó la mano al vientre volviéndose. —Me contrataste porque

me parezco a ella. ¡En el fondo de tu ser me contrataste porque me parezco


a ella!

La cogió por los brazos para volverse. —No te pareces en nada a


ella, ¿me oyes? ¡Eres dulce, amable, buena persona, te desvives por los que
te rodean y jamás te aprovechas de nadie! ¡Cuando amas, amas de veras y

no tienes una pizca de maldad en tu alma! ¡Nunca más vuelvas a


compararte con ella porque no te pareces en nada!

Emocionada susurró —Cariño me contrataste porque cruzaba las


piernas como ella y no sabes si me amas tanto como la amaste a ella,
necesitamos ir a terapia.

—No.

—Pues me iré.

—¡No me chantajees para conseguir lo que quieres! —gritó furioso.

—¿Como ella quieres decir? —Él palideció y Maymee negó con la


cabeza. —Me comparas con ella continuamente.

—No, no es cierto.
—Cielo, lo acabas de hacer. —Le rogó con la mirada. —Tenemos
que descubrir si esto es un espejismo o tu amor es sincero. Necesitamos

ayuda.
Capítulo 14

Ambos sentados en el sofá ante la psicóloga estaban en silencio


mirándola como dos niños buenos. Rose Mary Carrington levantó una de

sus cejas pelirrojas. —Bien… —Cruzó las piernas y Delton se las miró
ganándose un codazo de su novia. Él la miró interrogante como si no

supiera a que venía eso. —¿Quién empieza? ¿Por qué estáis aquí?

—Tenemos un problemilla —dijo ella—. ¿Verdad, cielo?

—¿De qué se trata? —dijo la mujer con curiosidad.

—Mi novio, aquí presente, no sabe si me quiere de veras o no.

Parpadeó como si eso no se lo esperara.

—Nena, no es exactamente así.

Le fulminó con la mirada. —No le mientas a la psicóloga.

Él carraspeó. —La quiero, pero no sé si tanto como…

—Como a su otro amor —terminó por él.


—Por favor, deja hablar a Delton.

—Gracias —dijo el aludido—. Bueno, básicamente es… —Gruñó.


—Lo que ha dicho ella.

Maymee puso los ojos en blanco como si fuera exasperante. —Debo

advertirte de que mi novio es reticente a esta terapia y habrá que sacarle las
palabras con sacacorchos.

—Me doy por enterada. —Miró directamente a Delton. —Háblame


de tu anterior novia.

—Oh, la anterior no tiene importancia. No era pelirroja —dijo ella


como si nada—. Por eso te he elegido a ti. Aunque me la has dado con

queso, ¿eh? Ese color es de bote, bonita. Se nota en las cejas.

Era evidente que la pobre no entendía nada. —Claro, yo te lo


explico que este se va a ir por las ramas.

—Nena… —dijo él entre dientes.

—Es por abreviar, mi amor. ¿Tú estás casada?

—Maymee, ya te tengo a ti.

—¡Le has mirado las piernas, que te he visto!

—¡Ha sido un acto reflejo!

—¡Déjate de actos, que me estoy cabreando!

—Lo he pillado, pero es que la tengo en frente.


Gruñó por dentro antes de mirar a la mujer. —Muy bien, empezaré

por cuando entré en la empresa. Sí, creo que es lo mejor. ¿Lista?

—Y ansiosa.

—Pues verás, necesitaba otro trabajo porque…

Una hora y media después Rose Mary dejó el block en el que no

había apuntado nada sobre la mesilla que tenía al lado. —Es que ni sé qué

decir.

—Anda nena, vámonos que esta mujer no puede ayudarnos.

Le agarró por el brazo cuando se levantaba. —Ni se te ocurra. He

tardado dos semanas en traerte hasta aquí. Y claro que puede ayudarnos. —

Miró a la mujer. —¿A que sí?

—¿Si dijera que no te enfadarías?

—Claro, a mí no me gusta perder el tiempo. Díselo, cielo.

—Te aseguro que no le gusta perder el tiempo.

Miró a uno y luego a la otra que sonrió de oreja a oreja. —Bien,

¿qué tenemos que hacer?

—Bueno, creo que Delton aún piensa en todo lo que esa mujer ha

afectado a su vida, pero no se ha dado cuenta de que si realmente ha


triunfado no ha sido por ella sino por su propio esfuerzo.

—Es que mi chico cuando se empeña en algo…

—Exacto, se empeñó en tenerla en el pasado y ella que no tenía

escrúpulos le manipuló para llevarse todo el mérito de sus avances, pero no

era así.

—Ah, ¿no? —preguntó él—. Si no hubiera querido acostarme con

ella hubiera sacado aprobados raspados.

—¡Exacto! Tú lo has dicho. Tú te esforzaste para que esa relación

prosperara, lo hiciste tú, no ella. El mérito era tuyo. Con tus notas te

hubieran dado una beca en cualquier universidad, ella no hubiera podido

impedirlo. Pero os hizo creer que ibas a ir a la universidad gracias a su

trabajo contigo. Cuando lo hubieras conseguido sin que ella hubiera

aparecido en tu vida si tú te hubieras empeñado. Solo necesitabas la

motivación.

—Y ella me motivó con sexo.

—No sabes lo que hubiera pasado si ella no hubiera estado en tu

vida, Delton. Igual un día te hubieras levantado y te hubieras dado cuenta

de que no ibas por el buen camino.

—También puede que hubiera seguido siendo un vago que se metía

en líos.
—Sí, pero no ocurrió.

—¡Porque llegó ella! —Miró frustrado a Maymee. —Esto es inútil,


nena. Habla en círculos.

—Oiga, o lo hace mejor o no va a ayudarnos nada. Lo que pasó,

pasó, así que intente solucionar el presente que mi chico está hecho un lío.

—Muy bien, vayamos a vuestra relación.

Maymee sonrió. —Estoy preparada.

—¿Cuándo te enamoraste de él?

Parpadeó sin saber qué contestar. —Bueno…

—Al principio pasaba de mí.

—Qué mentira.

—Nena, no mientas.

—Es que no quería hacerme ilusiones, tú no dabas señales. —Miró a

la psicóloga. —Desde el principio me hizo tilín, pero no podía ser.

—¿Por qué no podía ser?

—Él es mi jefe.

—¿Cómo era vuestra relación al principio?

—Jefe y empleada —contestaron a la vez.


—Bueno… —Maymee entrecerró los ojos. —Desde el principio me

diste muchas confianzas y me dejabas tomar el control de ciertos temas.

—Nena, tú te lo merecías, te dejabas la piel trabajando. Supe de

inmediato que eras muy capaz.

—¿Te parecía atractiva?

—Hostia sí, pero estaba vetada.

—Soy pelirroja. Y natural. —Bajó la voz. —No como otras.

La psicóloga se sonrojó. —Estabas vetada por ser pelirroja.

—Su fobia, ya sabes. Pensaba que si era pelirroja ya no se acostaría

conmigo.

—¿Eso no te dice nada?

—¿Que el roce hace el cariño?

—Que le atraías tanto como para olvidar su odio hacia esa mujer.

—Eso ya lo tenemos claro. —Miró a Danglo. —Me parece que


tienes razón y no llegaremos a ningún sitio. Una pena. —Se levantó. —

Vamos cariño.

—¿No te lo dije? ¿Para qué hablamos con extraños de nuestros

temas personales?

—Lo siento. Leeré algún libro de psicología.


—¿Y alguno de los dos se ha dado cuenta de que vuestra relación no

tiene nada que ver con la que Delton mantenía con esa mujer?

Se detuvieron en seco para mirarla por encima del hombro. Rose

Mary sonrió. —Sois uno, compañeros. No hay una relación de superioridad

entre vosotros, incluso a pesar de ser jefe y empleada. Sois iguales y os

amáis tanto que estáis dispuestos a pasar por alto vuestros deseos con tal de

satisfacer al otro.

Maymee entrecerró los ojos. —Espera cielo, que a lo mejor tiene


algo.

Se volvieron a sentar y Rose Mary sonrió satisfecha. —Vuestra


relación no se parece en nada a lo que ocurrió en el pasado. Al principio era

laboral, puede que hubiera algo de atracción, pero fue el paso del tiempo y
vuestra estrecha relación la que ha creado algo tan fuerte como para dar el

paso. Y no hablo solo del paso que dio Delton, tú también te arriesgaste,
Maymee. Tu abuela estaba ingresada, no tenías vida propia porque la

dedicabas a él y a su familia, tú apostaste por entrar en su vida a pesar de no


saber siquiera que él te quería. Fue un hecho traumático el que os hizo

temer por el otro y os disteis cuenta de que no podíais vivir sin lo que
sentíais juntos. Este amor que sentís… —Miró a Delton. —Este amor que

sientes, no tiene nada que ver con aquel amor idealizado de adolescente. Un
amor en el que había temor por perderla, en el que ella estaba por encima de
ti, en el que ella exigía sin dar nada a cambio, algo totalmente opuesto a lo
que vives ahora. Y por eso estoy convencida de que no estás cayendo en el

mismo patrón. Puede que Maymee sea pelirroja, pero hasta ahí llegan las
comparaciones y precisamente porque te has dado cuenta de que no son

iguales, te has permitido enamorarte de ella.

—Ya le he dicho que no tiene nada que ver con Cintia. —Maymee

cogió su mano dándole su apoyo.

—Y también le has dicho que puede que no la ames con la misma


intensidad que la amabas a ella.

Delton apretó los labios. —Sí, se lo he dicho.

—Has sido muy sincero. Si pudieras poner en un baremo cuánto


amabas a una y cuánto amas a la otra, ¿qué sentirías si no la amaras con la

misma intensidad que a Cindy?

—Me odiaría a mí mismo.

—¿Por qué?

—Porque Maymee se lo merece mucho más.

Rose Mary sonrió. —¿Y cuánto lucharías por conseguir amarla de la

misma manera? —La miró sin comprender. —Dices que luchaste por el
amor de esa mujer, por compartir su cama. Es obvio que no lograste que te
amara, pero sí sexo salvaje. ¿Cuánto has luchado para conseguir eso y
mucho más con Maymee?

—No lo suficiente. Ha sufrido muchas decepciones por mi culpa y

que esté aquí hablando de esto es una decepción más.

—Cariño…

—No, sabes que tengo razón. Por mis paranoias nuestra relación

siempre ha estado en la cuerda floja.

—Igual deberías enfrentarte a esas paranoias de una vez —dijo Rose


Mary.

A Delton se le cortó el aliento. —¿Qué insinúas?

—Que vayáis a verla.

—¿Hablas en serio? —preguntó Maymee—. Oye, que eso puede


salir fatal.

—Tiene que enfrentarse a sus fantasmas del pasado. No hace más

que compararos, pues qué mejor manera de hacerlo que una frente a la otra.

—No sé a dónde va a llevar esto. ¡Ya no amo a esa mujer!

—Pero su recuerdo impide que tengas una relación normal con

Maymee. Ha conseguido influirte de tal manera que has mantenido su


recuerdo durante todos estos años. Nada como enfrentarte a tu recuerdo

para que veas que no merece ni uno solo de tus pensamientos. —Se
adelantó. —Porque ella jamás hizo nada por ti. Te ridiculizaba, te utilizaba

y te hizo ver que todo lo que conseguías era mérito suyo. Es hora de
enfrentarte a ella. Tienes que demostrarle que nada de lo que tienes ha sido

por su esfuerzo sino por el tuyo y que no es tan sexi ni tan especial como
piensa. Que tienes una mujer mil veces mejor a tu lado.

Sintió la tensión en su cuerpo y Maymee preguntó —¿Qué te


asusta?

—Joder, no lo sé. Que diga algo que te haga daño.

Rose Mary sonrió. —¿Y eso no demuestra cuanto quieres a

Maymee? ¿Lo importante que es para ti? Delton, ¿qué tienes que perder?
Esa bruja ya no te importa nada.

—¡Pero Maymee sí y esa zorra puede ser muy dañina!

—Di lo que te preocupa, cielo.

—Cuando te vea…

Le entendió perfectamente. —Y vea que soy pelirroja, pensará que

no la has olvidado.

Su rostro expresó su rabia. —¡Y quizás tenga razón! Estamos aquí,


¿no?

Ambas se miraron a los ojos y Rose Mary asintió. —Muy bien,


quizás sea demasiado pronto para tomar una decisión así.
—¿Y si me pongo una peluca?

—No —dijo él de manera tajante—. Eso sería como engañarla y yo

voy a ir de frente.

—Muy bien dicho, cariño, demuéstrale que contigo no puede nadie.


Tú y yo sabemos que me amas a pesar de mi color de pelo.

Sus ojos se volvieron hacia ella. —No nena, amo incluso tu color de
pelo.

Emocionada susurró —¿De veras?

Él acarició su cabello. —¿Cómo no voy a amarlo si forma parte de


ti?

Le abrazó con fuerza. —Mi amor, es lo más bonito que he

escuchado nunca.

Delton sonrió. —Debo decirte más piropos.

Rose Mary se levantó. —Muy bien, ¿cuándo vais a hacerlo?

—Ahora mismo —dijo ella decidida apartándose para mirar sus ojos

—. Cuanto antes mejor, cielo.

—Tienes razón, las tiritas se arrancan de golpe.

—Bien, pues vamos.

Asombrados miraron a Rose Mary. —¿Vienes con nosotros?


—Mejor evaluar la situación desde allí. Podéis presentarme como
una amiga.

—Pero… Ni sé si estará en casa—dijo él espantado.

—Tranquilo, que a esta hora seguro que está y si no la esperamos.


—Sonrió maliciosa. —Me encantará verle la cara cuando te vea de nuevo.

Sentados en el coche de Rose Mary vieron como una mujer de unos


cincuenta y pico se acercaba con una bolsa de papel en los brazos. Se

notaba que había sido una mujer muy atractiva, aunque los años empezaban
a hacer mella en su rostro, eso era evidente.

Maymee hizo una mueca. —Muy guapa.

—Nena…

—Tranquilo, estoy bien, ¿y tú?

—Acabemos con esto.

Salieron los tres del coche y Cintia ni les miró. —¿Señora Peterson?

Se detuvo en seco y miró sobre su hombro reflejando su sorpresa en

el rostro al ver a Delton después de tantos años. —Dios mío, mírate. —Se
volvió para darle un repaso de arriba abajo. —Todo un empresario, ¿no es

cierto? Me he enterado por las cotillas de que tienes mucho éxito.


—No puedo quejarme.

Sonrió con suficiencia. —Y todo por mis enseñanzas.

—Usted no me enseñó una mierda —dijo con desprecio quitándole


la sonrisa de golpe. Delton muy tenso cogió la mano de Maymee—. Quiero

presentarle a mi prometida.

La miró al rostro y de repente se echó a reír. —Increíble. Me alegro

mucho por vosotros. —Orgullosa levantó la barbilla demostrando en sus


ojos azules que estaba encantada de que se hubiera buscado una réplica

suya. —Muy bonita, espero que os vaya muy bien.

—Y yo espero que no siga educando como lo hacía con mi novio.

Mostró la rabia en su rostro. —No sé qué te habrá contado “tu

novio”, pero ya va siendo hora de que deje de inventarse historias.

—¿De veras fue un invento? —preguntó con burla—. Igual a la


inspección de educación le interesaría la motivación que les proporciona a
sus alumnos. Tengo en número aquí mismo. Tengo entendido que hay más

como Delton y seguro que los del barrio estarán muy interesados en
escucharnos.

Miró a Rose Mary de reojo, pero al verse sin escapatoria siseó —


Muy bien, ¿qué más queréis? Es rico, mírale como viste cuando antes iba
con los vaqueros llenos de mugre y la camiseta rota. Solo le ayudé a
prosperar.

—He prosperado por mí mismo.

Cintia se echó a reír. —No seas ridículo. Cuando te cogí bajo mis
alas hasta cometías faltas de ortografía y llegaste a sacar sobresalientes. El

primero de la clase y eso lo hice yo.

—No, lo que le motivó fue que te abriste de piernas, guapa —dijo


Maymee sin cortarse—. El trabajo duro lo hizo él y empiezo a creer que era
más duro de lo que pensaba.

—Oh, te aseguro que no fue ningún esfuerzo para él esa parte de la


materia. Supongo que tú has disfrutado de lo que aprendió conmigo, pero
ahórrate darme las gracias.

Sería zorra. Dio un paso hacia ella, pero Delton la cogió del brazo

haciendo reír a Cintia. —Es una ridícula. Jamás me llegará ni a la suela de


los zapatos. —Miró a Delton a los ojos. —¿Te hace gozar como yo?
¿Recuerdas nuestras tardes juntos? Seguro que sí. Por eso estás aquí, ¿no es
cierto? Porque no puedes olvidarlas.

—Eres una zorra —dijo entre dientes.

—Lo era y a ti te encantaba. Esta estúpida nunca te comprenderá


como lo hacía yo. ¿Quieres que nos veamos de nuevo? ¿Por eso has
venido?

—Ya no podrías enseñarme nada.

Se echó a reír. —Aún podría enseñarte mil cosas, cielo.

—Serás puta —dijo Maymee con ganas de sangre.

—Puta y lo que él quiera. Eso es lo que le volvía loco. Algo que no


entenderías nunca. Puede que ahora lo niegue, pero cuando estuvimos
juntos hubiera hecho cualquier cosa por mí. ¿Puedes decir tú lo mismo?

Palideció porque no podía afirmar algo así y Cintia se dio cuenta


echándose a reír. —Lo suponía. —Miró a Delton. —Es una mojigata en la

cama, ¿no es cierto? Solo hay que verla. Seguro que hasta ahora lo has
hecho tú todo y conquistarla te ha sido demasiado fácil. Querido, ¿quieres
un último consejo? Búscate a otra.

—Métete tus consejos por donde te quepan.

—¿Acaso no has venido por ellos? —preguntó divertida. Entonces


pareció entender—. ¿Has venido a mostrarme a la competencia? Ella nunca

será competencia para mí. ¿Pretendías olvidarme con ella? —Se echó a reír.
—No seas ridículo, jamás me olvidarás porque te enseñé lo más importante
que aprenderás en tu vida.

—¿Y qué fue si puede saberse?


—Que el amor no existe. Solo existe el sexo y la fuerza que tengas

para llegar a tus objetivos. ¿Acaso no te diste cuenta? Creía que sí, cielo.
Cuando enviaste a tus padres para darme una lección, demostraste que me
amabas muy poco porque con esa acción me jugaba mi carrera y mi
matrimonio. Me retaste, me pusiste en peligro. —Sonrió maliciosa. —Y
aun así en unos meses estabas en mi cama de nuevo. ¿Y sabes por qué lo

hice?

—Para demostrar tu poder sobre mí.

—¡Tus notas bajaron, no podía consentirlo! Pero te encauzaste de


nuevo hasta que llegó el momento en que volaras solo. Puede que no fueras
a la universidad, pero mírate. ¡Así que no digas que no fue gracias a mí!

Dios, esa mujer estaba loca. Asombrada miró a Rose Mary que negó
con la cabeza como si no se lo pudiera creer. Delton dio un paso hacia
Cintia. —¿Sabes una cosa?

—Dime, amor —dijo para provocarla.

—Tienes razón en una cosa, no ha habido un solo día en el que no


me acordara de ti. ¿Pero sabes lo que siento al ver tu rostro en mi mente?

Asco y desprecio. —Cintia le miró con sorpresa. —No solo eres una
aprovechada que debería estar en prisión, sino que tienes aires de grandeza.
Me parece que alguien tiene que bajarte los humos y ese voy a ser yo. —
Sonrió malicioso. —Tenías razón. Me enseñaste a luchar por lo que quería y

ahora te quiero ante un tribunal. Búscate un abogado. —Cogió la mano de


Maymee y fueron hasta el coche.

—¡No tienes ninguna prueba!

Con la puerta abierta Delton la miró. —No la necesito, acabas de


confesarlo todo. —Para sorpresa de Maymee sacó su móvil del bolsillo
interno de la chaqueta del traje para mostrarle que estaba grabando.

—¡No he dicho nada que pueda incriminarme! —gritó como una


loca.

—Espera a que salgan los demás. Seguro que tampoco han podido
olvidarte.

—¡Delton no!

Él se metió en el coche sentándose al lado de Maymee y cerró la

puerta, pero ella tirando la bolsa a un lado intentó abrir. —¡No puedes
hacerme esto! ¡Deberías darme las gracias!

—Dios mío, esta mujer está de atar —dijo Rose Mary arrancando el
coche.

Delton la miró fríamente mientras se ponía a llorar pidiéndole que le


abriera. —¿Esto es porque crees que no te amaba, cielo? ¡Claro que te
amaba, hasta el punto de arriesgar mi vida! —gritó golpeando la ventanilla.
Él la miró con desprecio. —¿Crees que puedes volver a

manipularme? ¡Estás más loca de lo que pensaba! ¡Rose Mary sácanos de


aquí, joder!

Rose Mary aceleró saliendo a la carretera y Delton abrazó a


Maymee por los hombros. —¿Estás bien, nena?

—Sí —dijo algo descompuesta por la situación—. ¿La vas a


denunciar?

Él asintió. —Debí hacerlo hace mucho.

—Cielo…

—Debo hacer lo correcto. —Suspiró. —Joder me siento mejor,


como si me hubiera quitado un peso de encima.

—Bien —dijo Rose Mary—. Habéis estado fantásticos. —El

silencio en la parte de atrás la hizo fruncir el ceño. —¿Maymee?

Delton la besó en la sien. —¿Qué pasa, nena?

—Nada.

—Venga, no fastidies —dijo Rose Mary desde detrás del volante


antes de frenar en seco parando en la acera. Se volvió—. ¡Dilo!

—No pasa nada.

—Claro que pasa. ¡Deberías estar dando saltos de alegría porque ha

decidido denunciarla y estás ahí con esa cara mustia como si se te hubiera
muerto el gato! Te ha molestado que haya dicho que contigo no disfruta
tanto, ¿no es cierto? A mí me molestaría.

—¿Es eso, nena? Te aseguro que no es cierto.

Insegura preguntó —¿De veras?

—¿No te lo demuestro cada día? ¿Y al menos dos veces?

—Eso es por lo que dijo Patrick —dijo molesta.

—¿Crees que lo hago por obligación? —Rio por lo bajo.

—¿Qué tiene tanta gracia?

—Si fuera por mí no saldrías de la cama en doce horas cada día.

Se sonrojó de gusto. —¿De veras?

—Y te lo haría sobre la mesa del despacho, en la ducha, sobre el


lavabo…

—¿Y por qué no lo haces?

—Hostia, porque no trabajaríamos nunca.

Rose Mary se echó a reír. —Chico, a veces alguna distracción no


está de más.

—Lo tendré en cuenta. —Besó sus labios y susurró contra ellos —

Me vuelves loco y no paro de pensar en maneras de hacerte el amor. Y te


aseguro que contigo no necesito el Kama Sutra para ser ingenioso.
Loca de contenta le miró a los ojos. —Yo también tengo un par de
ideas.

Delton miró a su alrededor y dijo con la voz enronquecida —Rose


Mary nos quedamos aquí.

—¿Seguro?

—Sí, seguro.

Antes de que se diera cuenta habían bajado del coche y tiraba de la


mano de Maymee para cruzar la calle en dirección a un hotel. Rose Mary
rio por lo bajo negando con la cabeza. —¿Que no la ama como a esa bruja?

Qué tontería.

Tumbados el uno al lado del otro Maymee pasó la mano por su

vientre pensando en todo lo que había ocurrido. —¿Gozas como cuando


estabas con ella?

—Joder, nena…

—Dime la verdad. Si no es así pídeme lo que quieres y te aseguro


que lo soluciono, pero si no eres sincero conmigo no puedo hacer nada. —
Se sentó para mirarle. —¿Quieres que te la chupe?

Asombrado rio. —¿Qué?


—No lo he hecho nunca, pero si me guías. —Su sexo se puso en pie
de guerra y ella entrecerró los ojos. —Ya veo.

—Nena, ¿cómo quieres que reaccione? Es pensar en tus labios


rodeando mi sexo y ya estoy a punto de correrme.

Sonrió maliciosa. —Así que te gustaría. —La mano bajó por sus
abdominales que se tensaron por su contacto y cuando llegó a su miembro

él juró por lo bajo por el roce de las yemas de los dedos. —Sí que te
gustaría. ¿Por qué no me lo has pedido nunca?

—Porque estaba todo lo demás —dijo con esfuerzo—. Nena, no


hagas eso.

Deslizó su mano arriba y abajo. —Si acabo de empezar. —Se


agachó y pasó la lengua por su cabeza provocando que Delton pegara un
bote sobre el colchón y sintió una satisfacción enorme al ver como apretaba

las sábanas en sus puños. —¿Te gusta? —Sin esperar respuesta pasó la
lengua de nuevo antes de meterse la cabeza de su sexo en su boca y chupar
con ganas. Su gemido de placer fue una recompensa enorme y sin cortarse
se la metió más en la boca cerrando los ojos. Para estar más cómoda pasó

una pierna al otro lado de su cuerpo y deslizó sus labios sobre su duro
miembro. Entonces sintió su lengua recorriendo su sexo y chilló de la
sorpresa sacándoselo de la boca para mirar por debajo de su cuerpo. —¿Qué
haces?
—Es que es tan apetecible…

—¡Es mi turno! —dijo indignada.

Él sonrió malicioso antes de sacar la lengua y hacerlo de nuevo. El


placer fue exquisito. —Ay, Dios…

—Nena, concéntrate.

—¡No me dejas! —Intentó chupar de nuevo, pero él rozó con la


lengua su clítoris y chilló de la sorpresa.

—¿Te ha gustado?

—¡No pares!

Él rio por lo bajo antes de hacerlo de nuevo mientras la sujetaba por


las caderas para ponerla a su altura y Maymee se olvidó de lo que tenía en
la mano dejando caer la parte superior de su cuerpo sobre él. Su mejilla

rozó su miembro mientras no dejaba de torturarla y cuando recorrió de


nuevo sus húmedos pliegues todo su cuerpo se tensó a la espera de un
placer infinito. Pero no llegaba y protestó moviendo el trasero sobre él que
sintiendo su ansiedad atrapó su clítoris entre sus labios para chupar con

fuerza. Fue como si la traspasara un rayo y gritó intentando apartarse sin


darse cuenta, pero no la dejó agarrándola con fuerza mientras se estremecía
de placer.
Sin fuerzas al cabo de unos minutos abrió los ojos para ver el sexo
de Delton ante ella y mucho más flácido. —Cariño, lo siento.

—Nena, también he llegado.

Se sentó para mirarle y vio que era cierto. —¿Así sin más?

Él sonrió. —Esto ha sido muy excitante.

—Pero si no me has dejado acabar.

La cogió por la cintura para tumbarla sobre él. —No ha sido


necesario.

Se miraron a los ojos. —¿Pero la próxima vez me dejarás?

—Ya veremos. —Acarició su espalda. —Nunca he tenido una


amante que me excitara tanto.

—Lo dices para que me quede tranquila.

—Sí, porque todo en ti me excita, incluso tu risa.

Le miró con amor. —¿Ya no tienes dudas de a quién amas más?

Se la quedó mirando mientras pensaba en ello. —Antes dudaba,


pero después de hablar con ella me he dado cuenta de que nunca llegué a
amarla tanto como mi mente me hacía creer. Que la obsesión por retenerla

realmente no era amor. Si la hubiera querido no la hubiera expuesto como


ha dicho. Sentí celos y actué como el crío que era. A ti no podría delatarte.
Por ti sí que haría cualquier cosa.
Sonrió encantada. —¿De veras?

—De veras.

—¿Entonces no le dirás al seguro que yo quemé mi piso?

La miró asombrado. —¿Qué has dicho?

Gimió. —Fue sin querer. Tom me distrajo cuando tenía la plancha


encendida cerca de la ventana y no sé cómo el fuego también encendió las
cortinas en el piso de al lado.

—¡Me acusaste de quemarlo!

—¡Estaba en shock, no me lo esperaba! No me podía creer que

hubiera pasado aquello. Me dio por pensar mil cosas y te culpé… ¡No sé
por qué te culpe, no quería que la culpa fuera mía, acababa de perderlo
todo!

—¡Me mentiste! —La señaló con el dedo. —Por eso Patrick dijo
que no eras sincera.

—Oye, que tú también ocultaste un par de cositas sobre tu vida.


Además, seguro que tu amigo tuvo algo que ver con todo lo que nos ha
tocado las narices desde su muerte. Habrá que preguntarle.

Se echó a reír girándola para tumbarse sobre ella. —Encajas

perfectamente en esta familia de locos.

Acarició su nuca. —¿Verdad que sí?


—Es hora de preparar la boda, preciosa.

Sus ojos brillaron de la ilusión. —Será maravillosa.

Besó suavemente sus labios. —Eso no lo dudo. Te amo.

—Y me tendrás para siempre.


Epílogo

Muy nervioso se pasó el dedo por el cuello de la camisa antes de


decir entre dientes —No me puedo creer que haya invitado a ese

musculitos.

—Los celos el día de la boda no vienen bien, hermano —dijo David

a su lado antes de sonreír a uno de los invitados.

—¿Pero dónde está? Llega media hora tarde.

—Jamás creí que te vería tan de los nervios.

—Muy gracioso. —Tiró de su cuello de nuevo. —No me dejará


plantado, ¿no? —preguntó obviamente asustado.

—¿Quieres tranquilizarte? Tu Maymee jamás te haría eso.

—Tienes razón, me quiere.

—Por supuesto que te quiere. Ha pasado por mil cosas para llegar

hasta aquí, entre ellas una avalancha y las bodas de tus hermanos con el
mérito que tiene eso, así que deja de ponerme histérico.

Su padre llegó en ese momento. —¿Todo bien? Hijo pareces al


borde del desmayo.

—Llámalas a ver dónde están —dijo entre dientes—. Los invitados

empiezan a mirarme.

—Claro que te miran, empiezas a sudar a mares.

—¿No tendrás un calmante por ahí?

—Hijo, ¿seguro que quieres casarte?

—¡Claro que quiero casarme, es la mujer que amo!

Toda la iglesia le miró y Delton gimió por lo bajo. —Estupendo,

nuestros primos se están riendo.

—Ya les daremos pal pelo después —dijo David antes de saludar

con la cabeza a otro invitado.

—¿Pero dónde está? —preguntó ansioso.

—Papá, lo del calmante no es mala idea, busca algo.

—No me lo puedo creer, normalmente tu hermano tiene nervios de

acero.

—No va a venir, se lo ha pensado mejor y no va a venir.


—¿Cómo se lo va a pensar mejor? —preguntó David asombrado—.

Lo tiene clarísimo. Si me ha levantado a las cinco de la mañana para que

fuera a por unas flores al quinto pino.

—No ha dormido nada, seguro que no tiene las ideas claras. Joder,

tenía que haberle hecho el amor otra vez a ver si así se relajaba. Ayer solo

se lo hice dos veces. —Su hermano y su padre dejaron caer la mandíbula

del asombro. —¿Qué?

—Nada hijo, tú a lo tuyo. —Se acercó a David para susurrar —¿Se

lo haces dos veces al día a Amber?

—Ni de coña. Suerte si se lo puedo hacer una. Ahora que está a

punto de parir está que muerde.

—Tengo algo desatendida a tu madre.

—Ponte las pilas que hay mucho aguililla suelto, papá. El marido de

la tía Gertru le hizo ojitos en la cena de ensayo, que me di cuenta.

Delton padre entrecerró los ojos. —Veré lo que puedo hacer.

—¿De qué habláis? —preguntó Delton molesto—. Joder, ¿dónde

están? Llamadlas.

En ese momento sonó la música de los violines y toda la iglesia se

levantó para recibir a la novia. La puerta se abrió y mostró a Maymee

preciosa con una corona de flores rosas y blancas sobre sus ahuecados rizos
rojos, vestida con un hermoso traje de novia en corte princesa. Delton

sonrió relajándose mientras observaba como caminaba hacia él sola o al

menos eso creían todos, porque a su lado estaba Patrick. Su amigo del alma
siempre estaría su lado y no había nadie mejor para llevar al altar al amor de

su vida.

—Está preciosa —dijo David.

—Es preciosa —dijo orgulloso.

Detrás iban su hermana, su madre y su cuñada embarazadísima,


pero con una sonrisa de oreja a oreja. Maymee no había querido que fueran

delante como damas de honor porque cuando se abriera la puerta lo primero

que quería ver era a Delton. Le emocionó la suerte que tenía por haberla

encontrado y dio un paso hacia ella sin poder evitarlo, lo que la hizo sonreír.

Y al fin llegó hasta él. —Estás tan hermosa que me robas el aliento. —Se

acercó y besó su mejilla. —¿Todo bien?

—Todo perfecto, mi amor. Ha llegado el momento.

Se volvieron hacia el cura y este sonrió. —Queridos hermanos,

antes de empezar, los novios quieren que recuerde a dos personas que están

aquí en espíritu y que les acompañarán siempre en sus corazones. Ada

Colbert, abuela de Maymee y Patrick Midland, amigo de la familia. Desde

donde estén serán muy felices por el sacramento que están a punto de
pronunciar. —Elevó las manos. —Queridos hermanos, estamos aquí

reunidos para unir a este hombre y a esta mujer en sagrado matrimonio. —

Maymee miró a Delton a los ojos mostrándole todo lo que le amaba y él

sonrió porque no podía ser más afortunado. Tenía su amor, no necesitaba

más

FIN

Sophie Saint Rose es una prolífica escritora que lleva varios años

publicando en Amazon. Todos sus libros han sido Best Sellers en su

categoría y tiene entre sus éxitos:

1- Vilox (Fantasía) 2- Brujas Valerie (Fantasía) 3- Brujas Tessa

(Fantasía) 4- Elizabeth Bilford (Serie época) 5- Planes de Boda (Serie

oficina) 6- Que gane el mejor (Serie Australia) 7- La consentida de la

reina (Serie época) 8- Inseguro amor (Serie oficina) 9- Hasta mi

último aliento 10- Demándame si puedes 11- Condenada por tu amor

(Serie época) 12- El amor no se compra 13- Peligroso amor 14- Una

bala al corazón 15- Haz que te ame (Fantasía escocesa) Viaje en el

tiempo.
16- Te casarás conmigo 17- Huir del amor (Serie oficina) 18-

Insufrible amor 19- A tu lado puedo ser feliz 20- No puede ser para

mí. (Serie oficina) 21- No me amas como quiero (Serie época) 22-

Amor por destino (Serie Texas) 23- Para siempre, mi amor.

24- No me hagas daño, amor (Serie oficina) 25- Mi mariposa

(Fantasía) 26- Esa no soy yo 27- Confía en el amor 28- Te odiaré

toda la vida 29- Juramento de amor (Serie época) 30- Otra vida

contigo 31- Dejaré de esconderme 32- La culpa es tuya 33- Mi

torturador (Serie oficina) 34- Me faltabas tú 35- Negociemos (Serie

oficina) 36- El heredero (Serie época) 37- Un amor que sorprende

38- La caza (Fantasía) 39- A tres pasos de ti (Serie Vecinos) 40- No

busco marido 41- Diseña mi amor 42- Tú eres mi estrella 43- No te

dejaría escapar 44- No puedo alejarme de ti (Serie época) 45-

¿Nunca? Jamás 46- Busca la felicidad 47- Cuéntame más (Serie

Australia) 48- La joya del Yukón 49- Confía en mí (Serie época) 50-

Mi matrioska 51- Nadie nos separará jamás 52- Mi princesa vikinga

(Serie Vikingos) 53- Mi acosadora 54- La portavoz 55- Mi refugio

56- Todo por la familia 57- Te avergüenzas de mí 58- Te necesito en


mi vida (Serie época) 59- ¿Qué haría sin ti?

60- Sólo mía 61- Madre de mentira 62- Entrega certificada 63-

Tú me haces feliz (Serie época) 64- Lo nuestro es único 65- La


ayudante perfecta (Serie oficina) 66- Dueña de tu sangre (Fantasía)

67- Por una mentira 68- Vuelve 69- La Reina de mi corazón 70- No

soy de nadie (Serie escocesa) 71- Estaré ahí 72- Dime que me

perdonas 73- Me das la felicidad 74- Firma aquí 75- Vilox II

(Fantasía) 76- Una moneda por tu corazón (Serie época) 77- Una

noticia estupenda.

78- Lucharé por los dos.

79- Lady Johanna. (Serie Época) 80- Podrías hacerlo mejor.


81- Un lugar al que escapar (Serie Australia) 82- Todo por ti.

83- Soy lo que necesita. (Serie oficina) 84- Sin mentiras 85- No
más secretos (Serie fantasía) 86- El hombre perfecto 87- Mi sombra

(Serie medieval) 88- Vuelves loco mi corazón 89- Me lo has dado


todo 90- Por encima de todo 91- Lady CoriRose Mary (Serie época)

92- Déjame compartir tu vida (Series vecinos) 93- Róbame el


corazón 94- Lo sé, mi amor 95- Barreras del pasado 96- Cada día

más 97- Miedo a perderte 98- No te merezco (Serie época) 99-


Protégeme (Serie oficina) 100- No puedo fiarme de ti.

101- Las pruebas del amor 102- Vilox III (Fantasía) 103- Vilox
(Recopilatorio) (Fantasía) 104- Retráctate (Serie Texas) 105- Por
orgullo 106- Lady Emily (Serie época) 107- A sus órdenes 108- Un

buen negocio (Serie oficina) 109- Mi alfa (Serie Fantasía) 110-


Lecciones del amor (Serie Texas) 111- Yo lo quiero todo 112- La
elegida (Fantasía medieval) 113- Dudo si te quiero (Serie oficina)

114- Con solo una mirada (Serie época) 115- La aventura de mi vida
116- Tú eres mi sueño 117- Has cambiado mi vida (Serie Australia)

118- Hija de la luna (Serie Brujas Medieval) 119- Sólo con estar a mi
lado 120- Tienes que entenderlo 121- No puedo pedir más (Serie

oficina) 122- Desterrada (Serie vikingos) 123- Tu corazón te lo dirá


124- Brujas III (Mara) (Fantasía) 125- Tenías que ser tú (Serie
Montana) 126- Dragón Dorado (Serie época) 127- No cambies por

mí, amor 128- Ódiame mañana 129- Demuéstrame que me quieres


(Serie oficina) 130- Demuéstrame que me quieres 2 (Serie oficina)

131- No quiero amarte (Serie época)


132- El juego del amor.

133- Yo también tengo mi orgullo (Serie Texas) 134- Una


segunda oportunidad a tu lado (Serie Montana) 135- Deja de huir, mi

amor (Serie época) 136- Por nuestro bien.


137- Eres parte de mí (Serie oficina) 138- Fue una suerte

encontrarte (Serie escocesa) 139- Renunciaré a ti.


140- Nunca creí ser tan feliz (Serie Texas) 141- Eres lo mejor

que me ha regalado la vida.


142- Era el destino, jefe (Serie oficina) 143- Lady Elyse (Serie
época) 144- Nada me importa más que tú.

145- Jamás me olvidarás (Serie oficina) 146- Me entregarás tu


corazón (Serie Texas) 147- Lo que tú desees de mí (Serie Vikingos)

148- ¿Cómo te atreves a volver?


149- Prometido indeseado. Hermanas Laurens 1 (Serie época)

150- Prometido deseado. Hermanas Laurens 2 (Serie época) 151- Me


has enseñado lo que es el amor (Serie Montana) 152- Tú no eres para

mí 153- Lo supe en cuanto le vi 154- Sígueme, amor (Serie escocesa)


155- Hasta que entres en razón (Serie Texas) 156- Hasta que entres

en razón 2 (Serie Texas) 157- Me has dado la vida 158- Por una
casualidad del destino (Serie Las Vegas) 159- Amor por destino 2

(Serie Texas) 160- Más de lo que me esperaba (Serie oficina) 161- Lo


que fuera por ti (Serie Vecinos) 162- Dulces sueños, milady (Serie

Época) 163- La vida que siempre he soñado 164- Aprenderás, mi


amor 165- No vuelvas a herirme (Serie Vikingos) 166- Mi mayor
descubrimiento (Serie Texas) 167- Brujas IV (Cristine) (Fantasía)

168- Sólo he sido feliz a tu lado 169- Mi protector 170- No cambies


nunca, preciosa (Serie Texas) 171- Algún día me amarás (Serie

época) 172- Sé que será para siempre 173- Hambrienta de amor 174-
No me apartes de ti (Serie oficina) 175- Mi alma te esperaba (Serie
Vikingos) 176- Nada está bien si no estamos juntos 177- Siempre

tuyo (Serie Australia) 178- El acuerdo (Serie oficina) 179- El acuerdo


2 (Serie oficina) 180- No quiero olvidarte 181- Es una pena que me

odies 182- Si estás a mi lado (Serie época) 183- Novia Bansley I


(Serie Texas) 184- Novia Bansley II (Serie Texas) 185- Novia

Bansley III (Serie Texas) 186- Por un abrazo tuyo (Fantasía)


187- La fortuna de tu amor (Serie Oficina) 188- Me enfadas
como ninguna (Serie Vikingos) 189- Lo que fuera por ti 2

190- ¿Te he fallado alguna vez?


191- Él llena mi corazón

192- Contigo llegó la felicidad (Serie época) 193- No puedes


ser real (Serie Texas) 194- Cómplices (Serie oficina)

195- Cómplices 2
196- Sólo pido una oportunidad 197- Vivo para ti (Serie

Vikingos) 198- Esto no se acaba aquí (Serie Australia) 199- Un baile


especial

200- Un baile especial 2


201- Tu vida acaba de empezar (Serie Texas) 202- Lo siento,

preciosa (Serie época) 203- Tus ojos no mienten 204- Estoy aquí, mi
amor (Serie oficina) 205- Sueño con un beso 206- Valiosa para mí

(Serie Fantasía) 207- Valiosa para mí 2 (Serie Fantasía) 208- Valiosa


para mí 3 (Serie Fantasía) 209- Vivo para ti 2 (Serie Vikingos) 210-

No soy lo que esperabas 211- Eres única (Serie oficina) 212- Lo que
sea por hacerte feliz (Serie Australia)

213- Siempre estás en mi corazón (Serie Texas) 214- Lo siento,


preciosa 2 (Serie época)

215- La intensidad de lo que siento por ti 216- Lucha por lo


que amas (Serie Australia) 217- Ganaré tu corazón (Serie Vikingos)

218- Mi otra cara de la moneda 219- Ni tú conmigo, ni yo sin ti 220-


No necesito más, si te tengo a ti (Serie oficina)

Novelas Eli Jane Foster

1. Gold and Diamonds 1

2. Gold and Diamonds 2


3. Gold and Diamonds 3

4. Gold and Diamonds 4


5. No cambiaría nunca

6. Lo que me haces sentir


Orden de serie época de los amigos de los Stradford, aunque se
pueden leer de manera independiente

1. Elizabeth Bilford
2. Lady Johanna

3. Con solo una mirada


4. Dragón Dorado

5. No te merezco
6. Deja de huir, mi amor

7. La consentida de la Reina
8. Lady Emily

9. Condenada por tu amor


10. Juramento de amor

11. Una moneda por tu corazón


12. Lady CoriRose Mary

13. No quiero amarte


14. Lady Elyse

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novedades sobre próximas publicaciones.

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