23/8/22, 10:46 Poéticas del intruso.
Jacques Rancière, lector de Mallarmé*
PRODUCCIÓN, EDICIÓN Y CIRCULACIÓN DE LA LITERATURA
Poéticas del intruso. Jacques Rancière, lector
de Mallarmé*
Poetics of the Intruder. Jacques Rancière’s Mallarmé
Poétiques de l’intrus. Jacques Rancière, lecteur de
Mallarmé
Universidad París 8, Francia
Poéticas del intruso. Jacques Rancière, lector de Mallarmé*
La Palabra, núm. 29, 2016
Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.
Recepción: 18 Febrero 2016
Aprobación: 29 Junio 2016
Resumen:
Este artículo analiza el significado de la figura del poeta como “in- truso” en la obra de Stéphane
Mallarmé, tal como es estudiada por el filósofo y ensayista francés Jacques Rancière en La política de
la sirena . La palabra muda. Nuestra intención apunta a mostrar otras definiciones del rol del poeta y
del espacio literario en uno de los creadores más destacados del arte contemporáneo.
Palabras clave:
Mallarmé, Rancière, poesía francesa, filosofía, literatura comparada.
Abstract:
This essay analyzes the meaning of the figure of the poet as intruder in Stéphane Mallarmé’s works, as
it is studied by the French critical theorist and philosopher Jacques Rancière in Politics of the Siren and
Mute speech. Our intention is to reflect about and expand definitions of the role of the poet and the
literary space in one of the most remarkable creators of contemporary art.
Keywords:
Mallarmé, Rancière, French poetry, philosophy, comparative literature.
Résumé:
Cet article analyse la figure du poète comme « intrus » dans l’œuvre de Stéphane Mallarmé, telle
qu’elle est étudiée par le philosophe et essayiste français Jacques Rancière dans « La politique de la
sirène » et « La parole muette ». Nous voulons montrer autres définitions du rôle du poète et de
l’espace littéraire chez un des créateurs le plus importants de l’art contemporain.
Mots clés:
Mallarmé, Rancière, poésie française, philosophie, littérature comparée.
Introducción
“Prends ce sac, Mendiant! Tu ne le cajolas Séniles nourrisson d’une tétine avare
Afin de pièce à pièce en égoutter ton glas.
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Tire du métal cher quelque péché bizarre
Et vaste comme nous, les poings pleins, les baisons Souffles-y qu’il se torde! Une
ardente fanfare”
Mallarmé, Aumône
[“¡Toma el saco, Mendigo! No lo has engatusado cría senil de avaro pezón, para
moneda
a moneda agotar tu toque de agonía.
Del caro metal saca algún pecado extraño
Y vasto cual nosotros, a manos llenas, lo besamos
¡sopla que se refuerza! una ardiente fanfarria...”] Mallarmé, “Limosna” (p. 60)
Entendemos la literatura comparada no como una mera di- visión de la teoría literaria ni
como un simple juego de influencias más o menos lineales entre autores, sino como una
reconfiguración permanente de todo tipo de interacciones posibles entre obras de distinto
origen y tiempo. Este es el caso del presente artículo, en el que se estudia el diálogo
transversal entre Mallarmé y su recepción en la filosofía francesa contemporánea. Se trata de
explorar los espacios abiertos para re-leer los clásicos, siguiendo la línea de autores como
Fusillo (2012): “El lector de las obras posmodernas está llamado a desafíos cada vez más
difíciles, ya sea por recorridos simultáneos a través de géneros, lenguajes y narraciones
multidimensio- nales, ya sea por los espacios enigmáticos que la literatura deja abiertos” (p.
188).
Partiremos de la definición de estética de Rancière no como teoría del arte, sino como régi-
men de lo sensible, como modo de visibilidad y decibilidad de los cuerpos donde se inser- ta
una noción de literatura que reconfigura necesariamente lo que Blanchot llamaba ya “espacio
literario”, problematizando los puntos de partida sartreanos (para qué se escribe, para quién
se escribe) y bartheanos (qué es un texto, qué es un autor, qué es un lector), con el fin de
evidenciar una vuelta de tuerca de 1) la estética; 2) la literatu- ra; y, 3) la literatura comparada.
Para Rancière (2009), “El arte y la política comienzan cuando se perturba ese juego común en
que las palabras se deslizan continuamente bajo las cosas y las cosas bajo las palabras.
Comienzan cuando las palabras se hacen figuras, cuando llegan a ser realidades sólidas,
visibles” (p. 83).
Se trata de una larga historia que viene desde Walter Benjamin y pasa por Adorno, Sartre,
Blan- chot, Deleuze, Rancière, Derrida, Badiou, Lefort, Abensour, y entre nosotros por autores
como Rafael Gutiérrez Girardot, para citar solo algunos ejemplos. Todo esto nos lleva a
querer investigar sobre la potencia de la escritura y sus metamorfosis en la literatura
contemporánea, comenzando por el caso de Mallarmé. Se trata también de un ejercicio en
una doble vía: de los filósofos hacia los escritores y de los “pensadores literarios” (Borges)
hacia los filósofos, más allá o más acá de (in)cier- tas fronteras.
Repensando los clásicos
Nuestro propósito es reflexionar sobre la contribución filosófica de Jacques Rancière a los
es- tudios estéticos en los últimos diez años. De esta forma, si bien nos apoyaremos en las
obras monográficas de Rancière sobre Mallarmé, también nos apoyaremos en su obra a
partir de la publicación de “La división de lo sensible” en el año 2000 hasta la aparición de “et
tant pis pour le gens fatigués” en 2009. Buscamos insistir en un panorama crítico de la obra
(en curso) de Rancière en torno a conceptos como “emancipación”, “división de lo sensible”, o
“crítica a la modernidad”, entre otros.
A lo largo de las dos últimas décadas, el filósofo francés Jacques Rancière se ha dedicado a
repensar el lugar y el sentido múltiple de la literatura con respecto a su historia y a su re-
lación con la filosofía. En ese camino, la poesía y la prosa de Stéphane Mallarmé ha ocupado
un lugar central en sus reflexiones, hasta el punto de dedicarle el único libro monográfico que
ha escrito (Políticas de la sirena, 1996) y ser el epicentro de diversas discusiones con el
Mallarmé de Jean Paul Sartre, Maurice Blanchot, Jacques Derrida y, en especial, con el de Alain
Badiou. En este texto, indagaremos por la lectura filosófica que lleva a cabo Rancière del
poeta simbolista Mallarmé y por las implicaciones de su poé- tica en su propia filosofía.
La presencia del poeta francés Stéphane Mallarmé en la filo- sofía francesa contemporánea
puede situarse a partir del texto de Jean Paul Sartre, Mallarmé, la lucidez y su cara de sombra,
cuya primera versión se publica después de Qué es la literatu- ra (1946); allí, Sartre define al
poeta simbolista como el arquetipo del artista comprometido. Se trata, a primera vista, de
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algo paradójico en la medida en que Mallarmé siempre fue visto y tratado como un poeta
“apolí- tico” e incluso “reaccionario” (por su “no-intervención” en los principales
acontecimientos políticos de su época: la Comuna de París de 1871 y el Affaire Dreyfus
durante la III República francesa en las décadas de 1880 y 1890) y fue representado durante
décadas como una especie de espectro encerrado en su Torre de Marfil de la Calle de Roma
en París, tal como fue descrito por Karl Huysmans en su novela À Rebours. Por otra parte, a
través de la figura de Mallarmé, Sartre problematizará su propio concepto de “compromiso”,
al precisar que el compromiso del artista solo tie- ne lugar en el espacio de la Obra (de allí
proviene su fascinación por autores como Charles Bau- delaire, Gustave Flaubert o Jean
Genet, escritores que se distancian del lugar-común del artista-comprometido).
Sin embargo, Sartre ligará el destino de Mallarmé a la revo- lución de 1848 y verá en el poe-
ta francés el primer poeta completamente “laico”. Ya en 1955, Maurice Blanchot iniciaba tam-
bién su ensayo “La experiencia de Mallarmé” haciendo alusión a la relación entre los “dioses
idos” y los “nuevos poetas”, según Mallarmé: “desafortunadamente, cavando (en) el verso a tal
punto, me encontré con dos abismos que me desesperan. Uno es la Nada [...]” (Blanchot,
1992, p. 36), y agrega Blanchot: “la ausencia de Dios, el otro es su propia muerte” (p. 37). Blan-
chot ve en Mallarmé el “poeta-filósofo” que parte y llega al Silencio y que crea una/otra
lengua-del-silencio, distante de la lengua ordinaria y de la lengua del pensamiento. Para
Blanchot (1992), “el silencio es el oficio y la palabra de la significación” (p. 41); y continúa
diciendo: “a partir de ahora, no es Mallarmé quien habla, sino el lenguaje se habla, el lenguaje
como obra y la obra del lenguaje” (p. 42).
Para Blanchot, la experiencia de Mallarmé tiene que ver con el origen y la desaparición de la
Obra y de la literatura como único “fin” posible de su relación ontológica con el mundo. La
Obra es el espacio mismo del “final” y de la “muerte” para Blanchot, un tema que lo
acompañará a lo largo de sus búsquedas y que bifurcará ciertos caminos con/en Jacques
Derrida y Jean Luc Nancy, por ejemplo. Hacia 1972, Derrida publica a su vez un largo ensayo
sobre Mallarmé, titulado La doble función, publicado en su libro La diseminación. En Derrida
(2008), también la literatura muere en el momento de su nacimiento... “la historia de Platón y
Mallarmé fue también una historia de la literatura, si se admite que la literatura nació allí y
murió, su acto de nacimiento como tal, la declaración de su nombre, coincidió con su
desaparición” (p. 225).
Para Blanchot (1992), el trabajo de la obra consiste, en buena medida, en activar nuestra
“mirada domestica del espectador...” (p. 51). Frente a esa idea, Jacques Rancière opondrá su
tesis del espectador emancipado. A diferencia de Blanchot, Rancière verá en Mallarme el
poeta-de-los-filósofos que devela las posibilidades creativas inesperadas de La palabra muda,
entendida como un espacio emancipador en el que una “nueva” idea de Libro abre las
puertas al Mundo del Lector de la nueva era democrática en la que la palabra es cada vez-
más- viva, lo que justamente desembocará en las vanguardias de principios del siglo XX. En
ese sentido, la presencia de Mallarmé a lo largo del siglo XX se puede rastrear no solamente
en la poesía, sino en las artes plásticas y visuales, en los ex- perimentos, montajes, composi-
ciones y ensamblajes de artistas tan diversos como Man Ray o Francis Bacon.
Por su parte, Alain Badiou publica en 1998 un capítulo sobre Mallarmé en su Pequeño
manual de inestética.1 Para él, Mallarmé es la expresión ambigua del Maestro que hace
“surgir” las Verdades en medio del vacío y de su propia desaparición: “la Verdad surge, como
un golpe de dados ideal inscrito en el cielo nocturno [...] hay que recomponer para nuestro
tiempo un pen- samiento de la verdad que sea articulado sobre el vacío sin pasar por la figura
del maestro [...] una verdad comienza por un poema del vacío[...]” (Badiou, 2008, p. 80, 86,
89).
Mallarmé y la filosofía
Después de estas sucesivas lecturas filosóficas de Mallarmé, de Sartre a Badiou, pasando
por Blanchot y Derrida –que resumimos aquí de manera extre- madamente sucinta–,
Rancière escribirá dos ensayos sobre Mallarmé en donde profundizará su propia lectura del
poeta, iniciada en 1996 con su libro, Mallarmé. La politique de la sirène. Dichos ensayos son,
“El intruso. La política de Mallarmé” y “El poeta en el filósofo. Mallarmé en Badiou”, publicados
en Política de la literatura (2007). Por razones de tiempo, nuestro análisis se concentrará
principalmente en el ensayo, “El intruso. La política de Ma- llarmé”.2
Pero, volviendo a nuestro punto de partida, aclaremos que la idea que Sartre tiene de “polí-
tica” y de sus relaciones con el arte entran en un plano diferente a una simple “participación”
del autor en un “affaire (asunto) político”. Rancière partirá de una idea similar a la hora de
proyectar su propia visión de Mallarmé, como lo veremos más adelante. A su vez, para la
filosofía francesa, Mallarmé se ha convertido en todo un “affaire” en el que el poeta deviene
un campo-de-combate a la hora de definir qué entiende cada pensador por arte y política. De
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esta forma, podemos decir que la expresión “affaire” da cuenta de la compleja relación entre
lo estético y lo político en sus múltiples resonancias. Para Sartre, el artista debe
comprometerse con su tiempo dentro de la obra de una manera total; Mallarmé lo apasiona
porque ve en él el máximo representante de una búsqueda estética total: la búsqueda del
Libro perfecto, el Libro que, inevitablemente, como lo mencionará Blanchot, siempre es el
Libro-por-venir3. Pero, ¿cómo lee Sartre a Mallarmé?, y, ¿qué tipos de textos del poeta francés
privilegia en su análi- sis? Estas preguntas son esenciales a la hora de comprender la
originalidad y especificidad de la lectura de Rancière con respecto a la reflexión sartriana.
Para decirlo en otros términos, me gustaría sugerir como primera hipótesis de lectura que,
Mallarmé es una de las claves de interpretación para estudiar las “políticas de la literatura” en
Rancière –y para llevar a cabo además un estudio comparado con Badiou, Derrida y Blanchot,
por ejemplo, quienes también le dedican memorables textos al poeta francés– no solo
porque ha sido el único autor al que le ha dedicado una monografía, sino porque su nombre
es usa- do como escenario de confron- tación hospitalaria –la hos(pi) ti(a)lidad derridiana–
con otros filósofos. A diferencia de Sartre, Mallarmé es para Rancière más que un “artista-
comprometido”, es el primer poeta-de-la-era-democrática y paradigma posible de una política
y poética plurales, tal como son enunciadas por Rancière en otros textos. Mallarmé no es
singular, dirá Rancière, solo por sus ideas con respecto a la literatura y a la sociedad, sino por
la forma como introduce transformaciones revolucionarias en la manera de escribir y leer un
texto, en la indistinción entre géneros, y en la puesta en escena de la Vida como ejercicio
experimental inagotable. La mirada política sobre/desde Mallarmé no se reduce a estudiar las
ideas poíticas del autor, sino a poner a resonar sus propuestas estéticas más allá de su
tiempo, para generar nuevas configuraciones de lo sensible que sugieran otras formas de
vida.
De esta manera, una de las críticas que Rancière le hará a Sartre se dirige a problematizar la
for- ma cómo Sartre separa la poesía de la prosa como dos tentativas irreconciliables. Derrida
(2008) también había profundizado en esa idea desde la Gramatología, y lo hará aún más en
La doble función: “la práctica versifica- dora se confunde con la litera- tura que “sobrepasa el
género” y desborda en sus efectos como en sus principios, la oposición vulgar de la prosa a la
poesía” (p. 339).4 Para Rancière, incluso antes de Mallarmé, ya Baudelaire había roto esas
fronteras con sus poemas en prosa del Spleen de París. Además, Mallarmé eviden- cia no solo
la fragilidad de una rígida idea de la literatura ligada a la defensa de los géneros y los
cánones, sino que radicaliza una idea de literatura unida a lo burgués como expresión de una
pura artificialidad y al amusement (divertimento) asociado al ocio y a la auto-celebración
como clase triunfante, ya que al dedicarse a asumir la “crisis del verso” de finales del siglo XIX
(no solo en cuanto forma), Mallarmé corroe las instituciones que soportan supuestamente lo
literario, mostrando la inexpugnabilidad del hecho estético en toda su potencia de
enunciación y misterio.
En su ensayo “El intruso. Políttica de Mallarmé”, publicado en Política de la Literatura,
Rancière (2009) comienza con una cita del libro de Sartre sobre Mallarmé que hemos evocado
desde el principio... hasta entonces el Verbo era el intermediario entre el poeta y el lector;
ahora es una columna de silencio que florece solitaria en un jardín escondido: si el lector
escala los muros, si ve chorros de agua, flores y mujeres desnudas, debe sentir primero que
todo esto no le pertenece, ni ha sido reunido para él (p. 93).
Ahora bien, para Rancière todo pasa por la “fundación” del Verbo en Mallarmé destinado a
ser algo diferente a la petrificación blanchotiana/derridiana y a la elitización que reprocha
Sartre, pues sugiere Rancière (2009): “el Verbo (de Mallarmé) instituye una morada nueva de
la comunidad” (p. 94). Mallarmé es el primer poeta democrático y no un decadente, dice
Rancière, porque asume la tarea de escribir para/por el “género humano en su totalidad” (p.
94); y la famosa “crisis del verso” en Mallarmé tiene una línea subterránea de continuidad con
el siglo de las revoluciones y con el lugar “nuevo” del hombre en el mundo. “Se trata, –agrega
Rancière–, de redefinir lo que hace una Comunidad humana más de un simple sistema de
intercambios” (Rancière, 2009, p. 95). Es en este punto donde surge y puede apreciarse mejor
qué entiende Rancière por “política de la literatura”, es decir “cuando el acto insensato del
poeta encuentra la división de la palabra como modo que instituye una cierta comunidad... la
escritura es un gesto material insensato que dispone del sentido, que lo transforma en
maneras de hacer y de ser, y que inscribe así el carácter de una comunidad” (p. 96). A
Rancière le interesa definir en otros términos el espacio-del-poema y su relación con el
espacio del pueblo, de la comunidad, y es en esa operación filosófica donde Mallarmé ocupa
un lugar esencial en su obra, ya que el poeta no es visto a través del prisma del vidente, el
maestro o el genio, sino como un “intruso”, como un ser ambiguo que desata de manera
“insensata” (la expresión más recurrente en Rancière) una nueva forma de pensar, ser y hacer
comunidad, a través del arte como espacio de lo común y lo inesperado. Es por ello que para
Rancière ni el Silencio ni la Muerte son el destino de la obra, y cuando utiliza la expresión “la
palabra muda” se refiere más bien a una confrontación entre formas de lo decible y lo visible
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que nunca son acalladas del todo. “El intruso es aquel que cambia de lugar y de identidad”
(Rancière, 2010, p. 98). Mallarmé no es el poeta-esteticista y estetizante que nos ha entregado
la tradición literaria, sino la figura del intruso, del lector de “fait divers” (crónicas rojas) de su
época que convive con las explosiones revolucionarias y con los cambios profundos en la
forma como se mueven y se “ubican” los cuerpos en la vida social. Rancière lee a Mallarmé
desde una clave completamente distinta a Sartre, Blanchot, Derrida y Badiou: lo lee
excavando por igual en sus sonetos parnasianos, en sus traducciones y crónicas, y en especial
en sus “chansons bas” (canciones bajas), historias de remendones, vendedoras de hierbas
aromáticas, peones camioneros, vendedores de ajos y cebollas, cristaleros, vendedores de
periódicos, ropavejeros y mujeres de obreros, que por lo general han sido relegadas o
subestimadas a la hora de acercarse a Mallarmé. Veamos, por ejemplo, su poema “La
Ropavejera”:
“La Marchande d’habits. Le vif dont tu regardes Jusques à leur contenu Me sépare de
mes hardes Et comme un dieu je vais nu” [“La agudeza con que miras incluso su
contenido me separa de mis trapos y como un dios voy desnudo”.] (Mallarmé, 2008, p.
151).
Lo leemos en francés para re- marcar dos puntos: el sentido de “vif” y el juego fonético en
francés del verso “je vais nu” que significa “voy desnudo”, pero a la vez sonaría como “he
venido”... El intruso es aquel que viene sin ser esperado y perturba el orden de los cuerpos y
de los lugares. El poeta como intruso, Mallarmé como arquetipo del intruso en la modernidad
y en la era de la democracia resume, en buena medida, la idea de política y de estética en
Ranciére. El poeta no es quien habla por los otros y le da voz a los que supuestamente no
tienen voz. El poeta no es el que anuncia una Verdad, por muy plural que esta sea. El Poeta es
el intruso inagotable, es el testigo no llamado que interrumpe el orden ya configurado y nos
señala otras miradas posibles, muchas veces impensadas. He ahí el punto de tensión entre
literatura y filosofía.
Por otra parte, Rancière (2010) estudia una serie de textos menores de Mallarmé (en el
sentido de lo menor en Deleuze, como una resistencia), como “Un espectáculo interrumpido”
y “Conflictos”, y propone esta definición del poeta:
[…] el deber del poeta no consiste solamente en “comprender” el misterio sino en
constituirlo... el misterio poético constituido por la masa de trabajadores cortando el
horizonte se convierte en el emblema de ese deber. Para consagrarlo, hay que
glorificar aquello que se disimula a la gloria, transformar un anonimato eterno en
eternidad de lo anónimo, en gloria de lo cualquiera y de cualquiera. (p. 101).
En eso consiste la transformación de los roles en la era democrática, en invertir el orden de
la “eternidad”: el poeta como intruso modifica la división de lo sensible, y en un mundo sin
dioses se entrega ya no a la disolución inevitable del ser en el vacío de Blanchot o Derrida,
sino a la emulación y recreación de lo anónimo y ultra-terrenal. Lejos de cualquier nostalgia
del “tiempo de los poetas” (Badiou, 2008), Rancière (2009) ve en el poeta, y en especial en
Mallarmé, aquel que (con su intrusión) se convierte en un personaje indispensable para aquel
que parece venir indiscretamente a visitar y a ofender con su ocio de paseante... la intrusión
del paseante rompe la cadena de los intercambios y del trabajo reproductor (del capital) ... el
intruso es aquel que tiene la vocación comunitaria e igualitaria suprema. (p. 102).
Para Rancière, Mallarmé es por estas razones, el poeta del “Conflicto” no solamente entre
clases sociales (aristocracia y democracia, según las propias palabras del poeta) sino entre
formas de ver y decir la literatura con respecto a la política. Según Rancière, Mallarmé está en
una situación paradójica con respecto a las posibilidades de apertura de la palabra y sus
límites; y, por eso, la figura del intruso no es para él una especie de manifiesto o arquetipo
del lugar del artista en la sociedad. Se podrían establecer puentes, conexiones interesante
con miradas contemporáneas como las que sugiere Borrero (2012): “el lenguaje entonces nos
da la pista del funcionamiento, –tensión y complementariedad–, de los planos que
constituyen el ser, el del significado proposicional, que se asocia con lo simbólico,
representativo...y otro registro no lingüístico, misterioso...que opera a través de la
sensibilidad” (p. 56).
De hecho, no hay en Rancière una pretensión de “elevar” al artista a la cabeza de un pue-
blo-por-venir en la medida en que su idea de democracia e igualdad pasan necesariamente
por un constante cambio de lugares y posiciones donde la potencia del John Doe, del Juan
Nadie (por el film de Frank Capra), del cualquiera, no puede ser abolida ni siquiera por un
golpe de dados...
Conclusión
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La lectura filosófica que propone Rancière de la obra completa de Mallarmé (incluyendo
poe- mas en prosa, cartas, poemas bajos, etc.), nos permite revisitar su obra desde otras
perspectivas que, en parte, prologan la tradición crítica fiel a los filósofos franceses de la
segunda mitad del siglo XX (desde Sartre), considerando al poeta del golpe de dados, como el
más filosófico de los poetas franceses. Ahora bien, la singularidad de la reflexión de Rancière
consiste en definirlo bajo la figura del “intruso”, como aquel que irrumpe para perturbar el
orden de lo sensible, a través de sus juegos con la palabra y el espacio de la página en blanco.
De allí la definición que nos brinda Rancière de Mallarmé, como el primer poeta de la era
democrática. De esta manera, podemos comprender mejor por qué Mallarmé no es un
“poeta para poetas” ni un esteticista encerrado en su torre de Babel, sino, por el contrario, un
revolucionario de la forma y de la expresión poética que cuestiona los márgenes y los
confines de lo decible y lo visible.
Este es el singular y novedoso aporte que nos sugiere Rancière, una muestra muy sugestiva
so- bre las potencias de las lecturas transdisciplinares que no se limitan a continuar una
habitual historia de la literatura hecha de clasificaciones y etiquetas más o menos fijas que,
por lo general, esconden o invisibilizan la potencia constitutiva de autores como Mallarmé
que irrumpen en el espacio literario con diferentes efectos que sobrepasan la literatura
misma. En la medida en que se profundicen este tipo de diálogos entre filosofía y literatura,
podremos progresivamente crear nuevas lecturas sobre los clásicos en un sentido inactual, es
decir, buscando siempre lo que pueden decirnos no solamente de su tiempo, sino en
especial, sobre el nuestro.
Referencias
Blanchot, M. (1992). El espacio literario. Barcelona: Paidós.
Badiou, A. (2008). Pequeño manual de inestética. Buenos Aires: Prometeo.
Borrero, J. (2012). «Muchacha no vayas al bosque»: orientaciones para una literatura en el
campo ex- pandido. La Palabra (20), 49-67. Recuperado de
http://revistas.uptc.edu.co/revistas/index.php/ la_palabra/article/view/958/958
Derrida, J. (2007). La diseminación. Madrid: Fundamentos.
Fusillo, M. (2012). Estética de la literatura. Madrid: La balsa de la medusa. Mallarmé, S.
(1945). Oeuvres complètes. Paris: Bibliothèque de la Pléiade.
Mallarmé, S. (2008). Poesías seguidas de una tirada de dados. Madrid: Ediciones Hiperión.
Rancière, J. (2009). La palabra muda. Buenos Aires: Eterna cadencia.
Rancière, J. (2010). Política de la literatura. Buenos Aires: Libros del Zorzal.
Rancière, J. (1996). Mallarmé. La politique de la sirène. Paris: Hachette.
Sartre, J.P. (2007). ¿Qué es la literatura? Buenos Aires: Losada.
Sartre, J.P. (2009). Mallarmé la lucidez y su cara de sombra. Madrid: Arena Libros.
Notas
1 Así como Derrida incursiona en Mallarmé en una mirada doble con el Crátilo de Platón,
Badiou experimenta en literatura comparada con una lectura cruzada de Mallarmé y el
poeta pre-islámico Ben Rabi’.
2 Ver también otros textos de Rancière donde se refiere a Mallarmé: L’inesthétique d’Alain
Badiou: les torsions du modernis- me; Rimbaud, les voix et le corps y La escritura de la idea
en el libro La palabra muda. Para profundizar en la lectura de Badiou sobre Mallarmé ver
también sus libros El ser y el acontecimiento y Condiciones.
3 Ver también las múltiples lecturas, de ida y vuelta, de Derrida hacia Blanchot, en especial
su texto, El libro por venir, publi- cado en Papel-Máquina.
4 Derrida y Rancière comparten (partagent) también la escena/la sesión de una relectura
del Crátilo de Platón desde la mirada de Mallarmé en torno al concepto de mimesis.
* Artículo de reflexión.
Información adicional
Citar: Bejarano, A. (julio-diciembre de 2016). Poéticas del intruso. Jacques Rancière, lector de
Mallarmé. La Palabra, (29), 129-137.
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