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Sólo pido una oportunidad Sophie Saint


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Sólo pido una oportunidad
Sophie Saint Rose

Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Epílogo

Capítulo 1

Otra audición. Otra horrible audición y los nervios no la dejaban


ni respirar. Mucho menos cantar, así que iba a hacerlo de cine. Se
llevó la mano al vientre conteniendo una náusea mientras su frente
se perlaba de sudor. La otra chica que iba delante en la fila entró en
el escenario al escuchar su nombre. Le tocaba. Miró hacia atrás con
cara de angustia. Ay, que iba a vomitar. ¿Pero qué hacía ella allí
cuando podía estar tranquilamente en la tienda de su madre dando
la lengua con las vecinas? Apretó la correa del bolso que llevaba en
bandolera. La chica empezó a cantar y Gaiane volvió la cabeza como
un resorte para ver cómo entonaba la primera estrofa. Sus ojos
verdes se entrecerraron. Otra que desafinaba. Y no había que tener
mucho oído para darse cuenta. Aunque estaba ella para hablar que
seguramente con los gallitos que soltaría provocaría una estampida.
Concéntrate Gaiane, la has cantado mil veces.
—Siguiente —dijo alguien en un tono de aburrimiento que no
pasaba desapercibido. La aspirante se sonrojó y salió pitando por el
otro lado del escenario.
—¡Siguiente!
Paralizada y con el corazón a mil, sintió que le tocaban en el
hombro dos veces. Miró hacia atrás y la chica de color que estaba
tras ella levantó una ceja. —Es a ti.
—Sí, claro —dijo con la boca seca—. Me toca. —Su cara reflejó
su angustia. —¿Me dices algo que me impulse a hacerlo?
—¿Qué?
—Necesito algo que me anime a salir. Lo que sea. Por favor,
motívame un poco.
Las tres personas que estaban sentadas en el patio de butacas
la vieron aparecer de repente por el empujón que le había pegado,
pero se tropezó con sus propios pies y rodó sobre el escenario
haciendo chillar a todos, porque al borde estuvo de caer metro y
medio hasta las butacas y pegarse la leche de su vida. Gimió con la
mejilla sobre el escenario. —¿Estás bien? —preguntó una voz grave.
Entrecerró los ojos para ver quien le había hablado, pero era
imposible reconocerle por las luces del escenario. —Sí, sí, muy bien.
—Pues canta —dijo cortante.
—Sí, claro.
Se levantó disimulando el dolor en la muñeca y una voz
femenina preguntó —¿Seguro que estás bien?
Se puso la mano sobre las cejas para mirar hacia ellos. Por sus
siluetas eran dos hombres y una mujer. Forzó una sonrisa. —Como
para volver a hacerlo.
Escuchó unas risitas. —Ponte en la marca —dijo el tío borde.
—Oh… —Miró hacia el suelo tras ella y se acercó juntando sus
pies sobre la equis roja. —Ya estoy.
—Pues canta.
Se quedó helada. ¡Se le había olvidado la letra! —Eh….
—¿Empiezas o no? —preguntó exasperado.
—Sí, por supuesto. ¿Puede darme un segundo? —Vio como las
cabezas se miraban. —Enseguida estoy con ustedes. —Madre mía,
¿cómo era? Empezaba con algo del amor… Los nervios volvieron con
fuerza. ¿Amor? ¡Piensa, Gaiane! Amor, amor…
—¡Empieza ya! —gritó el borde sobresaltándola y se puso tan
nerviosa que empezó a cantar el himno de los Estados Unidos.
Sintiendo que una gota de sudor caía por su sien lo dio todo
mientras escuchaba murmullos a su alrededor y cuando terminó bien
se podía haber desmayado porque se hizo un silencio sepulcral que
no presagiaba nada bueno.
—¿Nos estás tomando el pelo? —preguntó el borde.
Se puso como un tomate. —Se me ha olvidado la letra. Debe
ser por el golpe.
—¡Vaya, tenemos aquí a la payasa del grupo! ¡O cantas la
canción de la prueba o lárgate!
—Si me dijera la primera frase para refrescar la memoria…
—Cierra los ojos —dijo la voz de la mujer.
El borde gruñó. —Pearl…
—Jason, paciencia —dijo ella—. ¿Cómo te llamas?
—Gaiane, señora. Gaiane Papadopoulos.
—Un nombre precioso.
—Me lo puso mi abuela. —Forzó una sonrisa. —Era griega,
¿sabe? Aunque nadie lo diría con mi pelo pelirrojo.
—¿No me digas? —preguntó el borde—. ¡Siguiente!
—Espera Jason que la señora está hablando —dijo sin pensar.
—¿Qué has dicho?
Gimió por dentro sin abrir los ojos. —¿Y ahora?
—Ahora piensa en ti ensayando. Porque has ensayado, ¿no?
—Sí.
—Pues imagínate a ti misma ensayando la canción. Recuerda la
letra, la melodía, cómo te sentías al cantarla…
Que recordara sus ensayos. Se vio a sí misma sentada sobre la
taza del wáter de la casa de sus padres con la hoja en la mano. El
baño tenía mejor acústica. La primera frase le salió sola y se dejó
llevar.
—¡Empieza otra vez!
Se sobresaltó abriendo los ojos. —¿Qué?
—¡Empieza otra vez! —gritó el hombre levantándose.
Mirando su silueta empezó de nuevo y mientras cantaba vio
cómo se enderezaba. Apenas había llegado a la mitad de la canción
cuando gritó —¡No, otra vez! ¡Desde el principio!
Empezó de nuevo y cuando llegó al estribillo entonó el agudo.
Fue un alivio que la dejara continuar, pero a punto estaba de
terminar cuando volvió a gritar —¡Otra vez!
Cantando de nuevo desde el principio vio como caminaba de un
lado a otro mirando hacia el suelo. —¡De nuevo!
—¿No me va a dejar terminar? Le aseguro que el final es lo
mejor.
—¡Empieza de nuevo!
Gruñó por dentro y siguió cantando. La interrumpía cuando le
daba la gana y la hacía empezar de nuevo. Cuando la dejó pasar de
una frase de la última estrofa no se lo podía creer y cantó la nota
más alta de la canción extendiéndola hasta que se quedó sin aliento.
Con la respiración agitada miró hacia él que gritó —¡Repítela!
—¿Otra vez?
—¿Quieres el papel? ¡Pues demuéstrame que puedes cantar
hora y media que es lo que dura el musical! ¡Empieza de nuevo!
¿Si cantaba hora y media el papel era suyo? Entusiasmada lo
dio todo. Cantó la canción una y otra vez. Si no se quedaba ronca de
esa no se quedaría sin voz en la vida. Ni supo cuánto tiempo pasó y
la mujer se levantó. —Creo que ya está bien para hacernos una idea.
Suspiró del alivio.
—¿A que ahora ya no se te va a olvidar la canción? —preguntó
él con mala leche. ¿Era una broma? Al darse cuenta de que le había
dado una lección dejó caer la mandíbula del asombro y más cuando
escuchó —¡Siguiente!
—¿Me voy? —preguntó sin pensar.
—Eso espero —dijo él antes de sentarse de nuevo.
Jadeó indignada. —¡Serás cabrito!
—¿Perdón? —preguntó fríamente levantándose.
—¿Llevo aquí una hora cantando para que te rías de mí? ¡No se
puede jugar así con la ilusión de la gente!
—¡Estamos aquí para trabajar y te estoy haciendo un favor
abriéndote los ojos, porque es evidente que no vales para esto!
¡Ahora lárgate de mi vista!
No se podía creer lo capullo que era ese tío. —¿Que me estás
haciendo un favor? ¿Pero quién te crees que eres?
—¡El que va a invertir en este musical tres millones de dólares!
¡Fuera o llamo a seguridad!
—¡Algún día te tragarás esas palabras! —Alguien la cogió por la
cintura levantándola y chilló —¡Algún día me verás recoger un
Grammy!
—Sigue soñando.
—¡Capullo! ¡Prepotente de mierda! ¡Te tiraré el Grammy a la
cabeza, imbécil! ¡Y me reiré en tu cara! ¡Rogarás porque cante esa
mierda de canción! —Le dio una patada al tío en la espinilla y este la
soltó. Corrió hacia el borde del escenario y gritó— ¡Me suplicarás de
rodillas! —Respiró hondo y soltó un agudo que los presentes se
taparon los oídos. Cuando terminó respiró hondo. —¡Chúpate esa! —
La cogieron por la cintura de nuevo y mientras la sacaban sin dejar
de mirar a la silueta le hizo un corte de manga. —¡Suerte con tu
cutre musical! ¡Con esas letras terminarás pidiendo limosna! —Al
salir se agarró a una de las decoraciones del escenario con una
mano y metió la otra en el bolso sacando una hoja. —¿Quieres leer
una mía? ¡Es buena, te lo juro!
De repente desapareció dejando caer la canción y Pearl miró
hacia Jason que tenso gritó —¡Siguiente!
Una joven entró en el escenario de manera desenvuelta. —Trae
esa hoja.
La chica miró a su alrededor y corrió hacia ella para cogerla.
Jason se acercó al escenario y cogió el papel. —A la marca y
empieza. —Miró lo que le había dado y la chica cantó dos palabras.
—¡Siguiente!
—¿No la repito?
—No, gracias —dijo con ironía mientras se sentaba en su sitio
sin dejar de mirar la hoja—. ¡Siguiente!

—¡Sí, ya me voy! —El segurata la empujó casi aventándola a la


mitad de la acera. —¡Pero esa letra es mía!
Él señaló al fondo de la calle. —¡Largo de aquí o llamo a la
policía!
—¡Pues que sepas que está registrada!
—¡Largo!
Gruñó volviéndose y sonrió. —Ya estás perdiendo el miedo. En
seis meses ya estarás preparada para todo. Cuando se lo cuentes a
las del barrio…
Caminó calle abajo y dio la vuelta a la esquina. En ese momento
se abrió la puerta principal del teatro y un joven casi se choca con
ella. —¡Perdona! —gritó antes de salir corriendo.
—Otro que han espantado. —Chasqueó la lengua y siguió
caminando cuando el chico de repente se paró en seco y se volvió
para mirarla con los ojos como platos. Gaiane se detuvo. —¿Qué?
¿Te ha dado un aire?
Se acercó a ella. —Te estaba buscando.
—¿A mí?
—Te he visto en la prueba —dijo casi sin aliento. Sonrió
mostrando su aparato dental—. ¿Quieres ser de nuestro grupo?
Le miró de arriba abajo. Tenía una vieja camiseta negra que era
de algún grupo que ni conocía y sus pantalones estaban tan rotos
que no sabía cómo se mantenían sin caerse a pedazos. —No creo
que seamos del mismo estilo.
—Necesitamos tu voz.
—No, gracias. —Pasó a su lado para ir hasta el metro y él la
siguió. Le miró de reojo. A ver si estaba pirado…
—Así te soltarás. Estabas muy nerviosa.
—Más pruebas de estas y estaré lista en unos meses. Es
cuestión de probar y probar.
—Por eso puedes probar en nuestro grupo. Será más rápido.
Se paró en seco. —Mira, no sé qué tipo de música tocáis, pero
no pegamos nada. Yo no canto rock de ese que te pone de los
nervios.
El muchacho se echó a reír y cuando la vio largarse a toda prisa
casi tuvo que correr tras ella. —¿Te gusta Queen?
Le miró pasmada. —Los adoro. Son mi grupo favorito.
Bohemian Rhapsody es la mejor canción que se ha escrito nunca.
Él alargó la mano. —Me llamo Freddy.
Levantó una ceja. —¿Es coña?
Rio por lo bajo negando con la cabeza. —Mi padre es músico. La
camiseta es de su grupo.
Le estrechó la mano sonriendo. —Soy Gaiane, nunca les he
escuchado.
—Ya te pasaré un CD. ¿Sabes que tienes un nombre precioso y
muy comercial?
Se sonrojó de gusto. Parecía que le gustaba y eso no era bueno
para el trabajo. Eso si tenía trabajo, claro. —Gracias —dijo
demostrándole con la mirada que eso no le interesaba.
Él hizo una mueca. —Tranquila, tengo novia.
—¿Y?
Se echó a reír. —¿Vienes a que te presente a los demás? Te
mostraremos lo que hacemos.
En realidad no tenía nada que hacer. —Vale.
Fueron hasta el metro. —Así que has nacido para esto. Debe ser
genial que tu padre toque en un grupo.
—Es el cantante, pero al parecer yo no he heredado su voz. Y
sí, es genial, me he criado entre instrumentos, partituras y ensayos.
¿Y tú? ¿Tu familia tiene algo que ver con esto?
—Mi madre tiene una tienda de ultramarinos en Queens, pero
he querido cantar desde pequeña. No tengo experiencia y solo sé
tocar la guitarra y algo el piano.
—Pero compones.
—En realidad no.
Él la miró sin comprender.
—Escribo la letra, pero no sé encajarle la música. —Se detuvo.
—Mira, esto es una tontería, es evidente que no estoy preparada.
Ese hombre me lo ha dejado bien claro.
—Olvídate de lo que diga Bergmann.
Frunció el ceño. —¿Bergmann? —Entonces recordó que había
dicho que iba a invertir tres millones de dólares y separó los labios
de la impresión. —¿Ese era Jason Bergmann? ¿El productor musical?
¿Ese que el año pasado produjo cinco discos que ganaron cinco
Grammys? —El chico hizo una mueca antes de asentir. —¿Que olvide
lo que ha dicho? —preguntó empezando a alterarse—. Me piro a mi
casa.
—Él no lo sabe todo.
—Pero casi —dijo bajando las escaleras del metro.
—¿Quieres saber por qué no te ha cogido para su nuevo
musical?
Se detuvo para verle varios escalones más arriba y Freddy bajó
lentamente sonriendo. —¿Lo sabes?
—Claro que lo sé. Es conocido de mi padre, por eso me dejaron
asistir a las pruebas.
Separó los labios de la impresión. —¿Y por qué no me han
cogido? ¿Canto mal?
—Todo lo contrario. Pero para un musical tienes que cantar casi
dos horas y estás muy verde. En este momento no sirves ni para un
secundario, pero todos vieron que hay potencial en ti.
—Pero si no me dan la oportunidad, nunca tendré esa
experiencia.
—Apuntas muy alto. ¿Un musical en Broodway? Debes empezar
desde abajo. —Cogió su mano. —Ven, tenemos mucho trabajo por
delante.

Cuatro semanas después allí estaba muerta de miedo al ver que


la sala estaba a reventar. Se apartó de la cortina con ganas de salir
corriendo del escenario. —Madre mía, madre mía… Voy a echar la
pota.
Los chicos rieron por lo bajo y se volvió. —No tiene gracia.
—Cálmate —dijo Roger poniéndose la correa del bajo sobre el
hombro—. Lo harás bien y sino no pasa nada. ¿Crees que nosotros
no vomitamos en los primeros conciertos?
—Yo adelgacé siete kilos —dijo Héctor comiéndose un donut tan
pancho.
Teniendo en cuenta de que ahora debía pesar cien kilos y que
nada le quitaba el hambre preguntó —¿De veras?
—Muy graciosa. —Se chupó los dedos y se sentó tras la batería.
Freddy entró en el escenario en ese momento con la guitarra
eléctrica. —¿Lista?
—No. —Se acercó a toda prisa poniendo los ojos en blanco
porque tenía carmín por toda la cara y era rojo. —¿Louise no llevaba
carmín rosa?
—Hostia, ¿cómo te has dado cuenta de que…?
—¡Límpiate!
—No es el amor de mi vida, ¿vale? Déjame divertirme.
Tampoco es que ella debiera quererle mucho cuando se había
liado con Héctor y todo el grupo lo sabía menos Freddy, pero mejor
no meterse en esas cosas que solo traían líos. —¿Voy bien?
Él la miró de arriba abajo. Llevaba una falda vaquera con unos
botines de tacón de aguja y una camiseta negra llena de cortes. Su
cabello lo llevaba suelto y su maquillaje era tan exagerado que no la
reconocería ni su madre si hubiera asistido, que no había podido
porque se había quedado en la tienda. —¿Qué? Sin paños calientes,
suéltalo.
—Estás bien, pero ten cuidado con esos zancos sobre el
escenario. Hay parches y puedes engancharte esos tacones.
—¡Madre mía, madre mía! ¡No me pongas nerviosa!
—Mujeres… —Se colocó en su sitio y le hizo un gesto al del
telón.
Chilló dándose la vuelta y de repente se dio cuenta de que no
tenía micro. Frenética miró a su alrededor sin ser consciente de que
todo el público la miraba. —¿Dónde coño está el micro? —le
preguntó a Freddy.
Cuando el público se echó a reír, gimió antes de volverse y
sonreír como una loca. —Enseguida estoy con vosotros.
De repente un micro apareció ante ella y al ver que el dueño de
la sala la miraba como si fuera un desastre se dijo que aquello
empezaba estupendamente. Se acercó el micro a sus labios pintados
en color nude. —Buenas noches.
—Más brío —susurró Roger.
—¡Buenas noches, Nueva York! —gritó entusiasmada
levantando el brazo libre.
El público parpadeó como si estuviera viendo a una maniaca y
dijo por lo bajo —¿Queréis tocar de una maldita vez?
Cuando escuchó risas tras ella se volvió de golpe fulminándoles
con la mirada. —Os odio.
Riendo empezaron a tocar y para ella fue un alivio, la verdad.
Empezó a cantar casi sin darse cuenta y el público pareció animarse.
Eso la relajó y empezó a disfrutar pensando que aquello no era tan
difícil. Los focos la molestaban bastante, pero al parecer tenía que
dejar que la iluminaran. Cuando saliera de allí estaría ciega, pero
qué era perder un poco de vista con tal de vivir aquello. Se
entusiasmó y empezó a moverse por el escenario. Leche, qué calor.
Empezó a dar saltitos al ritmo de la música. Uy, había metido la pata
en la letra. Miró de reojo a Freddy que hizo un gesto con la cabeza
sin darle importancia. Vale, no había problema. De repente dejaron
de tocar y todo el mundo aplaudía. No entusiasmado, pero sí
animado. Sonriendo se volvió hacia sus amigos y les señaló para que
recibieran su parte de gloria. Freddy se acercó y sonriendo la cogió
de la muñeca para sacarla de allí. —Bien, bien —dijo él.
—¿Seguro?
—Te ha temblado la voz al principio, pero eso no es nada.
Louise nos ha grabado, ya verás tus errores y podrás corregirlos.
—Genial, esto está chupado. —Emocionada bajó los escalones
tan rápido que cayó rodando.
Los chicos corrieron tras ella. —¿Estás bien?
Tenía la adrenalina tan a tope que ni sintió dolor y sonrió
radiante. —He cantado ante el público, no puedo creérmelo. —Soltó
una risita. —Nunca he estado mejor.
Los tres sonrieron y Roger dijo ayudándola a levantarse —Serás
una estrella.
Sus preciosos ojos brillaron porque ahora sabía de veras que
ese era su destino. —No habrá quien se interponga en mi camino.

Capítulo 2

Se dejó caer en el sillón del ruinoso hotel y miró a su alrededor.


—No es muy glamouroso, pero para ser el trigésimo sexto hotel de
la gira no está mal. Hay que ser positiva.
¿Positiva? Llevaba seis meses subiéndose a escenarios
cochambrosos y comiendo cocina de cafetería. Eso por no mencionar
las veces que tenía que dormir apiñada en la furgoneta con los
chicos porque no tenían ni para el hotel. Se moría por regresar a
casa.
La puerta se abrió de golpe y Freddy entró sin llamar como
siempre, con un sándwich y una cola en las manos. —¿De veras?
—No nos han pagado.
—¡Será una broma! ¡He hecho un vis! ¡Tres veces! —Se levantó
cabreadísima. —¿Por qué no te han pagado?
—Al parecer no hemos sido rentables. No hemos atraído a la
gente.
—Pero si estaba lleno.
—Ese tío es un cara. Queda tachado de la lista para futuras
actuaciones.
—Necesitamos un representante. Alguien que luche con uñas y
dientes por cada dólar.
—Mi padre dice…
—Tu padre tiene su público y lleva toda la vida en esto. —Sus
ojos brillaron. —Uno de esos de las estrellas.
—Ya tienen su cartera de clientes y…
—O mejor un productor musical, que nos pague él
directamente.
Freddy entrecerró los ojos. —¿Qué estás pensando?
Sonrió maliciosa. —Crees…
—No, ni se te ocurra. Como salga mal nos echa de la industria.
—¡Ya estamos fuera de la industria, Freddy! ¡Y los amigos de tu
padre no nos han servido de nada!
—A ver si es verdad y no valemos.
Se le cortó el aliento. —¿Qué dices?
Su amigo apretó los labios. —Héctor me ha dicho que lo deja.
—¡No!
—Le han ofrecido un trabajo de informático en una empresa
que no está mal y está pensando en dejarlo. Louise está
embarazada, necesitan la pasta.
—Mierda. —Suspiró sentándose en el sillón de nuevo. —Bueno,
aún tenemos a Roger. Podemos buscar otro batería. —Como su
amigo no contestaba se enderezó en su asiento. —No fastidies.
—Mi padre me ha regalado por mi cumpleaños un viaje por
Europa y Roger se apunta, se lo paga su viejo. Estaremos fuera todo
el año. —Carraspeó. —Es una oportunidad que no nos queremos
perder.
Separó los labios de la impresión. De repente se había quedado
sola. —Pero, ¿y el grupo? —preguntó pasmada.
Su amigo se sonrojó. —Bueno, esto no marcha y mi padre… —
Carraspeó. —Me ha ofrecido sustituir a Bobby cuando se retire. Sus
pulmones ya no son lo que eran para hacerle los coros y…
—Toca la guitarra.
Asintió. —Papá dice que nos lo pasaremos bien cuando nos
vayamos de gira por el país. Sabes que siempre he querido ir de gira
con él.
Sabía lo importante que era para su amigo, hablaba de su padre
continuamente pero apenas le veía el pelo. Era muy buena noticia
que quisiera pasar tiempo con él y lo del viaje era una auténtica
pasada. No debía ser egoísta, ellos le habían enseñado mucho y si
había avanzado tanto, si había perdido el miedo al escenario había
sido gracias a ellos. Había sido genial estar a su lado. Sonrió con
tristeza y se levantó para abrazarle. —Sabes que me alegro mucho
por ti, por vosotros, ¿verdad?
—Sí, lo sé. Sentimos mucho dejarte tirada.
Se alejó para mirar su rostro. —Gracias a ti por la oportunidad.
Ha sido divertido.
—Sí que lo ha sido, ¿verdad? Joder, nunca había tenido una
amiga.
—¿Me llamarás contándome las novedades de ese viaje?
—Con pelos y señales.
—No hace falta que me cuentes con todas las que te acuestas.
Freddy se echó a reír mostrando su perfecta sonrisa. —
Tranquila, sabré controlarme.
—Dile a los chicos que no se preocupen.
—Están cagados por cómo reaccionarás. —Le mostró su cena.
—Pero lo he pensado mucho y sé que es lo mejor. Este grupo no
llegará a ningún sitio y más con esas canciones que hemos hecho
entre Roger y yo. —Hizo una mueca. —Al parecer no tengo el
talento de mi padre. Es una pena que no tengamos un compositor
de verdad para tus letras porque son maravillosas.
Sus preciosos ojos brillaron. —¿Eso crees?
—Le he pasado uno de tus versos a mi padre y dice que tiene
mucho potencial. Que podría ser un hit con el ritmo adecuado.
Siento no haber encontrado ese ritmo.
—Tranquilo, en estos meses he estudiado mucho, ¿sabes?
Puede que algún día lo encuentre yo.
—Eso espero. —Se volvió hacia la puerta. —Nos iremos mañana
al amanecer. Quiero llegar a Nueva York por la noche.
—Freddy… —Su amigo se detuvo ante la puerta abierta. —¿He
mejorado? ¿Crees que estoy preparada?
—Si hay alguien preparado entre nosotros esa eres tú, cielo.
Ahora eres otra y has conseguido un aplomo en el escenario que he
visto pocas veces. Lo tienes dentro y estoy seguro de que llegarás
muy lejos.
Sonrió. —Te dedicaré mi primer Grammy.
Le guiñó un ojo y salió de la habitación cerrando la puerta
lentamente. Gaiane perdió la sonrisa poco a poco sintiendo un vacío
en la boca del estómago. Y sabía perfectamente lo que era porque lo
había sentido muchas veces antes de conocer a los chicos. Era el
miedo a estar sola. A enfrentarse a todo lo que tuviera por delante
sin ningún apoyo como había hecho desde que tenía uso de razón.
Se sentó en el sillón intentando contener la tristeza porque esa
sensación hubiera vuelto. Ya no era una niña de cinco años que
tuviera que enfrentarse a su primer día de cole. Ya no era una
adolescente que al salir del instituto llegara a una casa vacía porque
sus padres se pasaban todo el día trabajando en la tienda. Era
adulta y tenía que hacer frente a esa situación. Y estaba preparada.
Lo de los chicos había sido genial, pero ella nunca había pensado
formar parte de un grupo. Una lágrima cayó por su mejilla. Pero
había sido divertido. Los mejores seis meses de su vida. Era una
pena que se hubiera acabado, pero tenía mucho trabajo por delante.
Entrecerró los ojos. Como buscar un buen productor musical que le
pagara cuando debía. Uno con pasta que no tuviera problema para
lanzar los discos que fueran necesarios. Uno que no se cortara en
invertir tres millones de dólares en un musical en Broodway y lanzar
otros cinco discos en un año. Sonrió maliciosa. Necesitaba a Jason
Bergmann.

Con el móvil al oído respiró hondo antes de decir —Sí, mamá.


Iré a trabajar por la tarde como quedamos esta mañana. ¿Que qué
estoy haciendo? Estoy en el centro para buscar una academia
decente para ese curso de contabilidad que te prometí hacer. —
Gruñó por dentro sin dejar de mirar el portal. —Sí, mamá. Te lo
prometí, ¿no? Un trabajo en la tienda a cambio de ponerme a
estudiar de nuevo. Sí, nada de pájaros en la cabeza que hay que
tener los pies en el suelo. —Vio salir a un moreno del portal, pero
con el coche que tenía delante no pudo verle la cara. —¡Mamá,
tengo que dejarte! —Colgó y corrió a toda prisa para cruzar la
calzada. Casi se la lleva un taxi por delante que hizo sonar el claxon.
—¡Eh, encima protestas!¡Qué casi me revientas, capullo! —El
hombre le hizo un dedo desde la ventanilla y jadeó. —¡Grosero! —Al
mirar hacia la entrada de la productora vio que el hombre ya había
metido la cabeza en el coche para sentarse. ¡No, no! Llevaba seis
días ante sus oficinas para pillarle. No podía perderle de nuevo. —
¡Señor Bergmann! —Corrió hacia la puerta, pero un segurata se le
puso en medio. —¡Solo quiero hablar con él! —Le puso ante la cara
un CD a aquel tipo de dos metros. —¡Tengo una maqueta!
—No es el señor Bergmann.
—Oh… —Estiró el cuello intentando ver a través de los cristales
tintados. —¿Y quién es?
—No te importa, aléjate del coche.
Bufó dando un paso atrás y cuando el tipo se alejó hacia la
puerta del conductor para abrirla Gaiane apoyó el pie en la rueda del
cuatro por cuatro y se tiró sobre el capó poniendo el CD en el
parabrisas. —¡Por favor, escúchela! ¡Le juro que es buena! No como
esas maquetas que debe recibir a diario. ¡Por cierto le he enviado
tres, al menos se contesta! —Alguien tiró de su tobillo y se agarró
con la mano libre al capó del coche. —¡Eh, suelta!
—¡Baja de ahí!
—¡Y una leche! ¿Sabes las horas que llevo esperando ante su
oficina? ¡Suelta te digo!
—¿Estás loca? ¡Voy a llamar a la policía!
—¿Crees que eso me asusta? Soy cantante, todos tienen
antecedentes. ¡Hay que ver más la tele! ¡Señor Bergmann! ¿No se
acuerda de mí?
—¡Una acosadora! ¡Ahora sí que llamo!
—¡Lewis, quítala de ahí, voy a llegar tarde!
Al oír esa voz se le cortó el aliento y sin darse cuenta estiró el
cuello para ver que había abierto la puerta. ¡Era él, era él! No
olvidaría esa voz jamás. —Señor Bergmann, ¿por qué no viene a
quitarme usted? ¡Tengo una maqueta!
En ese momento apareció su pelo negro y la puerta del coche
se cerró de golpe mostrando al tipo que había visto mil veces en
internet, pero no estaba preparada para el impacto que supuso que
sus ojos castaños se clavaran en ella porque todo su ser se
estremeció con esa mirada. Separó los labios de la impresión
mientras se acercaba con su impecable traje azul. —¡Lewis, te pago
para evitar esto!
—Me tomó por sorpresa. —Tiró de nuevo de su tobillo.
—¡Ay! ¡Voy a denunciarte por agresión!
Jason puso los ojos en blanco. —¡Haz algo!
—Está muy bien agarrada.
Y más que se iba a agarrar. —Tengo una maqueta. —Estiró el
otro brazo como pudo. —¿Le echa un vistacito?
Él levantó una ceja y de repente sonrió alargando la mano. Con
desconfianza porque le iba conociendo se lo quitó de su alcance. —
Me cuestan una pasta, ¿sabe? No lo tire a la basura.
—Tranquila, que lo escucharé ahora mismo.
—¿Seguro?
—¿Me lo das o no? —gritó perdiendo la paciencia.
Bueno, no le quedaba otra opción. —La primera canción está
dedicada a usted, espero que le guste.
Eso sí que le sorprendió. —¿A mí?
—Gracias a usted sé lo que quiero hacer en mi vida. ¿Se
acuerda de mí? —preguntó sin ser consciente de toda la gente que
les observaba en la calle—. ¿Me recuerda? Soy la del Grammy.
Tranquilo, que cuando lo gane se lo dedicaré después que a Freddy.
—Le tendió el CD de nuevo. —Espero que las disfrute mucho. Las he
escrito de corazón.
Él entrecerró los ojos. —Eres la de la prueba del musical del año
pasado.
—¡Se acuerda de mí! —dijo loca de contenta—. He aprendido
mucho, ¿sabe? Y he ido de gira. No era un grupo muy bueno, pero
ya tengo tablas para esto y…
Le arrebató el CD. —¡Largo de mi coche!
—¡Ahora ya no practico en el baño! —gritó cuando vio que se
largaba y abría la puerta. Tiró de su tobillo para soltarse y subió por
el coche hasta el techo dejando a Jason con la palabra en la boca
mirándola como si no se lo pudiera creer—. Está grabada en un
estudio, ¿sabe? Me he gastado todos mis ahorros. Por favor, por
favor, escúchela.
—Gaiane.
Se le cortó el aliento porque recordara su nombre. —Se acuerda
de mi nombre —dijo asombrada.
—¡Lo pone aquí! —gritó mostrándole el CD.
Se puso como un tomate. —Oh… —Recordó que quería decirle
algo y sonrió. —Me decía que…
—Baja de mi coche o te juro por lo más sagrado que tacharé tu
nombre de la lista de posibles candidatos y cuando tacho un nombre
no hay marcha atrás.
Saltó a su lado con una sonrisa de oreja a oreja intentando
ignorar el vuelco al corazón que sintió por tenerle tan cerca. Vaya, le
sacaba casi la cabeza. Se sintió pequeñita a su lado. Y esos ojos…
Gaiane céntrate. —Lo que diga, jefe. Yo soy muy manejable, ¿sabe?
—¿Qué?
—Que usted a mandar y yo obedezco. No soy como esas que
van de estrellas. Dígame lo que quiere y yo lo hago.
—Lo dudo mucho. ¿Te apartas?
—Sí, claro. —Soltó una risita. —Bonito traje. —Entró en el coche
sin mirarla de nuevo y cerró la puerta en un visto y no visto. —¡Mi
teléfono está en el interior! ¡Espero su llamada!
Lewis ya subido en el coche salió a la carretera pitando
deteniéndose a unos metros por el semáforo. Gaiane suspiró del
alivio. —Lo conseguí. Lo ha cogido. —Se volvió para ver a toda la
gente que la observaba algunos grabando con el móvil y todo.
Levantó los brazos en señal de victoria y gritó —¡Lo conseguí!
Varios se echaron a reír y aplaudir. Gaiane hizo una reverencia.
—Gracias, gracias… —Les lanzó un beso. —Os quiero.
Algo cayó con estrepito ante ella y miró al suelo para ver su CD
hecho añicos ante sus pies. Jadeó indignada volviendo la cabeza
para ver que la ventanilla de atrás de su coche se subía en ese
momento. Iba a correr cuando el semáforo se abrió y el coche se
alejó a toda pastilla dando la vuelta a la esquina. Gaiane entrecerró
los ojos. —Ya te pillaré.

—Sí, mamá… es una lata que hoy tenga clase tan tarde —
susurró deslizándose de espaldas por el conducto del aire
acondicionado—. ¿Que dónde estoy que hay eco? Oh, en el
ascensor. Nos han dado un descanso de quince minutos. Oye, tengo
que dejarte, me muero por ir a por un café y casi no tengo tiempo.
Sí, tendré cuidado en el metro a esas horas, pero tú no me esperes
despierta porque puede que pase la noche aquí. Una compañera me
ha invitado a su casa a dormir y me lo estoy pensando. Sí, puede
que lo haga. Un beso, mamá. Te llamo mañana. —Puso el teléfono
en silencio para que no la molestara nadie más y se lo metió en el
bolsillo delantero del pantalón antes de llevar los brazos hacia atrás
y empujar de nuevo la bolsa. Mierda, en la peli parecía más fácil.
Qué calor. Con los talones se empujó de nuevo y llegó hasta otra
rejilla. Acercó la cabeza para mirar. Un despacho vacío. ¿Cuántos
trabajadores tenía ese hombre? Y por cierto, no pegaban palo
porque se iban a las cinco en punto como alma que lleva el diablo.
Aunque él no. Él no se iba nunca antes de las ocho. A no ser que
tuviera una reunión fuera de la oficina, claro. Esperaba que hoy no
fuera uno de esos días. Le había visto entrar a las nueve en punto
de la mañana y no había salido en todo el día ni para comer, así que
esperaba que fuera uno de esos días que tenía mil cosas que hacer y
que pudiera pillarle. Estiró el cuello hacia atrás para ver que el tubo
se dividía en dos cuando escuchó un murmullo. Se le cortó el aliento
y se arrastró empujando la bolsa.
—¡No! ¡Las ventas han sido nefastas y no pienso repetir, Ilei!
¿Te crees que esto es la beneficencia? ¡Es un negocio! ¡Y si no das
resultados te sustituirá otro! El año pasado invertí siete millones
entre tu disco y la gira, gira de la que por cierto cancelaste tres
conciertos porque con todo lo que te metes por la nariz no eras
capaz de decir una nota. —Jadeó indignada. Había que ser
desagradecido. Se acercó a la rejilla e impaciente echó un ojo.
Sonrió porque allí estaba tras su mesa en mangas de camisa y por la
cara que tenía estaba muy cabreado. —Se acabó. ¡El contrato queda
rescindido! ¡Búscate a otro que pague tus vicios! —Escuchó algo al
teléfono y le vio sonreír con malicia. —Vuelve a leerte tu contrato,
imbécil. ¡Puedo echarte a patadas cuando me venga en gana si tu
trabajo es deficiente y vaya si lo ha sido! ¡Debería demandarte yo a
ti por inútil! —Colgó el teléfono y se pasó la mano por su pelo negro.
—Gilipollas.
Gaiane sonrió y procurando no hacer ruido alargó las manos a la
bolsa y la abrió mostrando los pequeños altavoces y el CD portátil.
La iba a escuchar. Vaya que sí. Colocó los altavoces en la rejilla y
pulsó el play. Su voz se escuchó tan alto que gimió, pero él tenía que
oírla bien, así que no lo bajó. Miró por la rejilla y le vio sentado en el
sillón mirando hacia allí con una cara de sorpresa que no podía con
ella. Soltó una risita.
—¿Qué coño...? —Jason se levantó y rodeó el escritorio para ir
hacia la rejilla de ventilación. Se acercó tanto que dejó de verle, pero
después de unos segundos se alejó para ir hacia una puerta que
abrió a toda prisa. Salió deteniéndose, pero se volvió al darse cuenta
de que allí se oía menos. Regresó hasta la rejilla y estiró el cuello
para intentar ver en su interior. Qué mono. Entonces la canción llegó
al estribillo y frunció el ceño dando un paso atrás antes de mirar
pasmado hacia ella. —¡Definitivamente estás loca! ¡Sal de ahí!
—¡Cuando lo escuches todo!
—¿Cómo has entrado en el edificio?
—Shusss, esta es la mejor parte.
—¿La mejor parte? Espera que la mejor parte viene ahora. —
Fue hasta la pared y a Gaiane se le cortó el aliento al ver que tocaba
algo. De repente un aire huracanado recorrió el tubo casi dejándola
tiesa de frío.
—¡Cabrito, apaga eso!
—¡Y una leche! ¡Lárgate de mi edificio!
¿Quería guerra? Cogió el reproductor y giró la rosca a tope para
subir el volumen. —¡Chúpate esa!
—¡Estás chiflada! —Fue hasta el escritorio y levantó un teléfono.
—¡Seguridad!
Por la música y el ruido del aire acondicionado no escuchó bien
lo que decía. Le pareció oír algo de la policía, pero le daba lo mismo.
Cuando le vio colgar se pegó más a la rejilla para escucharle bien.
Puso los brazos en jarras y ella no pudo evitar comérselo con los
ojos. —Eres insistente, no hay duda de eso.
—¡Escucha! ¡Solo te pido que las escuches!
—¡Sal de ahí! ¡Ahora!
—¡No!
—Me pones de los nervios. ¡Las cosas no se hacen así!
—¡De otra manera nunca las escucharías! ¡No me tragas, me di
cuenta en la audición!
—¡Y ahora te voy a tragar menos, te lo aseguro!
—Sólo pido una oportunidad.
—¡Yo decido a quien se le da una oportunidad! —En ese
momento llegó el estribillo de nuevo y él frunció el ceño dando un
paso hacia la rejilla.
Gaiane sonrió. —Te gusta.
—Qué va. Parece que la ha escrito una niña de cinco años.
—¡Retira eso!
—¡Sal de ahí!
De repente aparecieron tres tíos muy serios que eran seguratas.
—Señor Bergmann, siento mucho este contratiempo.
—¡Sacadla de ahí! —ordenó —. ¡Cómo se caiga y me meta una
demanda ya podéis guardar sitio en la cola del paro!
Sonrió. —Tranquilo, estoy bien.
—Gaiane sal de ahí.
—Ah, que la conoce —dijo él que debía ser el jefe de seguridad.
Y parecía algo sorprendido.
—¿Dónde coño está Lewis? ¡Él debe avisaros de estas cosas!
¿Acaso no habéis visto el video de esa loca por internet?
Los tres sorprendidos miraron hacia la rejilla. —¿Es ella?
—¿Tú qué crees? ¡Y si ella ha pasado puede pasar cualquiera,
inútiles!
Eso le hizo fruncir el ceño. ¿Por qué tenía tanta seguridad?
Recordó la conversación de minutos antes cuando echó a ese idiota.
Era un rapero que no tenía muy buen carácter. De hecho había oído
una vez que había estado en la cárcel por agresión. ¿Estaría
amenazado? Sin saber por qué eso no le gustó un pelo. —Yo soy
pacífica —dijo a toda prisa.
Exasperado miró hacia allí.
—No te haría nada malo, solo quiero que escuches mis
canciones.
—¡Estás invadiendo mi espacio! ¡Eso es acoso! ¡Sal de ahí o te
denuncio! ¡Ahora!
—Escucha esta canción, seguro que te gusta más.
—Será cabezota.
El jefe de seguridad se rascó la cabeza. —Jefe, ¿cómo ha
entrado ahí?
Le miró como si quisiera matarle. —¿En serio me estás
preguntando eso? Llama a los del aire y que vengan de inmediato —
siseó.
Salieron pitando y de repente vio como Jason tensaba su
espalda. Gaiane separó los labios porque sí que estaba escuchando.
De hecho alargó la mano y pulsó el botón de la pared como si
quisiera escuchar mejor. Fue un alivio que se apagara el aire, la
verdad, porque con la sudada que tenía se había quedado helada,
pero ni le dio las gracias pues no quería interrumpir ese momento.
La canción acabó y él se volvió con el ceño fruncido como si no le
hubiera gustado un pelo. Decepcionada dejó caer la frente en la
rejilla mientras empezaba la tercera canción. —No te gusta. —Él se
quedó en silencio. —Di algo, por favor.
—Has mejorado. Sigue trabajando. —Cogió su chaqueta del
traje y salió de su despacho antes de que pudiera decir ni pío.
Parpadeó. ¿Que siguiera trabajando? ¿En qué? ¿En las letras, en
su voz, en la música? Leche, este hombre era imposible. —¡Gracias
por nada!
Entró de nuevo en el despacho dejándola sin aliento y se acercó
a la rejilla. —¿Quieres llegar alto?
Su corazón dio un vuelco. —Sí.
—¿Quieres ser la mejor y que miles de personas asistan a tus
conciertos? ¿Quieres ser rica, famosa y ganar un Grammy?
—Quiero que escuchen mi voz.
Él separó los labios como si no esperara esa respuesta y dio un
paso atrás. —La letra es buena. Muy buena y tu voz no está nada
mal. Falla la música.
—Estoy tocando yo.
Pareció sorprendido. —¿Qué?
—No había nadie más.
—¿Has grabado la guitarra y después el piano?
—Sí, y después puse la voz. ¿Está mal? No sé mucho de esas
cosas, pero aprenderé. Lo juro.
Él dio un paso atrás y negó con la cabeza. —Esto es increíble —
dijo por lo bajo antes de volverse hacia la mesa y levantar el
teléfono—. Greg, te voy a enviar a alguien. Quiero resultados. Se
llama Gaiane Papadopoulos. Arregla sus letras y traerme algo
decente.
Gaiane no se lo podía creer y casi chilla de la alegría. Colgó el
teléfono sin despedirse de ese tipo y se volvió hacia ella. —Solo
tienes una oportunidad, ¿me has entendido?
—Bueno, eso habrá que verlo.
—¡Gaiane!
—Vale…
—Greg Ridley tiene su estudio en Brooklyn, en el 180 de
Montague Street. Vive en el ático. Es un buen compositor, aunque
sus letras son una mierda, así que solo ha tenido un éxito en la vida
y fue por casualidad. Si entre los dos conseguís algo decente lo
escucharé. —Fue hasta la puerta. —Veo que has aprovechado estos
seis meses con Freddy, no te duermas en los laureles.
Cuando desapareció no pudo disimular su asombro. ¿Cómo
sabía…? Se le cortó el aliento. Había sido cosa suya. ¡Él había
enviado a Freddy! Sonrió como una tonta y miró de nuevo hacia la
puerta para gritar —¡Gracias!
—¡Mueve el culo de ahí! —gritó desde lejos.
Soltó una risita y al mirar el reproductor de CD frunció el ceño.
¿Entonces por qué si había enviado a Freddy para que la ayudara no
quería escuchar su música? Entrecerró los ojos. Este era de esos que
te ponían las cosas difíciles para comprobar si las querías de verdad.
Pues iba a llevarse una sorpresa.

Capítulo 3

—¡Será una broma! —gritó su madre viéndola recoger sus cosas


a las siete de la mañana—. ¿Otra vez?
—Mamá…
—Nada de mamá. ¡Me prometiste que lo dejarías! En seis meses
solo conseguiste que te tiraran un huevo.
Jadeó enderezándose. —¿Tienes que recordármelo?
—Y no te recuerdo lo del tomate para no hacer sangre.
Su padre apareció tras ella y la miró preocupado. —Es una
oportunidad única, papá.
—Eso dijiste del grupo y Los desaliñados os quedasteis en eso.
—Era la nueva no podía decirles que cambiaran el nombre del
grupo. —Hizo una mueca. —Además, ¿sabes lo difícil que es
encontrar un nombre con garra? Hay grupos a patadas y ya están
todos los nombres cogidos.
—¡Gaiane no me vengas con cuentos! —gritó su madre
sobresaltándola—. ¡Una promesa es una promesa! ¿Qué vamos a
hacer nosotros ahora? ¿Nos dejas tirados? ¡No podremos cubrir tu
puesto así como así!
Suspiró sentándose en la cama porque tenían razón. Era una
egoísta. —Haré el de mañanas, ¿vale? Hablaré con Greg para que
trabajemos por las tardes. Me encargaré de reponer y de atender a
la gente por las mañanas.
La decepción de su madre era evidente. —Me prometiste que
estudiarías contabilidad. La señora Portland me ha dicho que si
sacas el curso puede conseguirte un puesto en el despacho de su
hijo. Estabilidad, Gaiane. No tendrás que trabajar de sol a sol en la
tienda y tendrás un sueldo fijo.
Le rogó con la mirada. —Pero es que yo no quiero eso, mamá.
Quiero cantar.
—Rose, déjanos solos —dijo su padre con autoridad.
—Pero Alexis.
—Déjanos solos.
Su madre apretó los labios antes de salir de la habitación y su
padre entró cerrando la puerta. —Lo siento —dijo ella angustiada—,
pero tengo que hacerlo. Voy a hacerlo.
Su padre se sentó a su lado en la cama y apoyó los codos sobre
las rodillas antes de mirarla con sus ojos negros. Estaba enfadado y
lo entendía. —No os fallaré. Trabajaré por las mañanas.
—Sabes que eso no es lo que nos importa. No se falta a una
promesa.
—Trabajaré. Si terminara el curso…
—Ni siquiera has empezado el curso —dijo decepcionado—. ¿O
me equivoco? No has comprado un solo libro. Tu madre estaba
extrañada, pero te cubrí diciendo que seguramente os daban
apuntes.
Se sonrojó. —Siento haberos mentido, pero si no lo hubiera
hecho no hubiera podido conseguir esta oportunidad.
—¿Somos un obstáculo en tus sueños, hija?
—¡No! —Gimió levantándose. —Lo siento, no sé qué decir para
disculparme. ¡Aunque no debería disculparme por seguir mis sueños!
—¿Y si no lo consigues? ¿Otra decepción? ¿Cuántas más puedes
soportar?
Se volvió mirándole incrédula. —¡Las que haga falta! ¡Vosotros
me lo habéis enseñado bien durante todos estos años!
Su padre enderezó su espalda. —Teníamos que trabajar.
—Trabajar, trabajar, ¡trabajar! ¡No hacéis más que decir eso y en
la vida hay mil cosas más que yo no quiero perderme! ¡Lo siento
papá, pero no más! —Sus ojos se llenaron de lágrimas. —¿Te das
cuenta de que no viniste ni a una sola de mis funciones de ballet?
¿Que cuando mis amigos se estaban divirtiendo en verano yo estaba
trabajando? ¿Te das cuenta de todas las veces que llegué a esta
casa después del instituto para estar sola hasta que casi tenía que
acostarme? ¡Y para qué!
—Para tener este piso en propiedad y la tienda. Para dejarte un
futuro.
Una lágrima corrió por su mejilla. —Pero es que estoy harta de
mirar hacia el futuro. Yo quiero vivir el presente y lo voy a hacer.
—Pues no cuentes con nosotros.
Se le cortó el aliento. —¿Qué has dicho?
—¡Si no sigues nuestras reglas vete de esta casa! —Se puso de
pie furioso. —¡No solo nos has mentido, sino que tienes la
desfachatez de echarnos en cara nuestro modo de vida que es el
que te ha dado de comer desde que naciste! ¿Quieres ser cantante?
¡Pues mucha suerte, pero yo no voy a seguir manteniéndote!
Eso sí que la enfureció. —¡He trabajado desde los doce años en
esa mierda de tienda! ¡No me has mantenido! ¡Si hasta la ropa que
tengo me la he comprado con mi dinero! Lo que pasa es que quieres
que me pliegue a vuestros deseos. ¡Que sea otra decente chica
griega que se casa con un hombre de provecho y que os dé nietos!
¡Y yo no soy así! Tengo sueños y pienso seguirlos. ¡Estoy harta de
ser la niña buena que siempre dice a todo que sí!
Su padre apretó los puños y a Gaiane se le cortó el aliento. —
¿Quieres pegarme? ¿Crees que así entraré en razón? —Él dio un
paso atrás como si le espantaran sus propios pensamientos y Gaiane
sollozó. —Puede que yo te haya decepcionado, pero seguro que
nunca te decepcionaré tanto como tú me has decepcionado a mí
durante toda mi vida. —Fue hasta su mochila y abrió su armario.
—Hija…
Sin hacerle caso metió la poca ropa que tenía de mala manera y
fue hasta la mesilla de noche para coger sus ahorros. Lo poco que le
quedaba del grupo y lo que había ganado en la tienda. —Gaiane, no
quería…
Pasó ante él y abrió la puerta. Su madre la miró asombrada. —
¿A dónde vas?
—Me largo.
—¿Qué? ¡Alexis! —Su madre fue tras ella. —No te lo tomes así,
hija.
—Siento que no tengas quien atienda el negocio.
—Hablemos de esto.
—Y siento ser una decepción.
Recorrió el pasillo y llegó al salón. —Hija no lo entiendes.
Abrió la puerta del piso y la miró sobre su hombro. —Claro que
lo entiendo. No queríais tener una hija y os he estorbado hasta que
pude trabajar. Me seguiste la corriente con lo de las pruebas porque
pensabais que se me pasaría. Que aceptaría mi destino y que me
casaría con Damian. —Su madre palideció. —Por eso te alegraste
tanto cuando se disolvió el grupo y no dejabas de invitarle a cenar.
¿Te crees que soy tonta? ¡Te oí decirle que en cuanto encontrara
algo fuera de la tienda, porque a mí no me gustaba ese trabajo,
podíais unir las dos tiendas y hacer un supermercado que él dirigiría,
ya que es el hijo que nunca tuviste! ¡Eso es lo que te importa y lo
que te ha importado siempre la felicidad de tu hija! —Salió cerrando
de un portazo.
Sollozó yendo hacia el ascensor y que no saliera para replicarla
con el carácter que tenía demostraba lo poco que le importaba.
Entró en el ascensor y pulsó el botón del hall. Sin poder evitarlo miró
hacia la puerta de la casa de sus padres y sintió muchísimo que las
cosas fueran así, pero les conocía bien y sabía que no pararían hasta
conseguir lo que querían. Y esa era una lección más para que no se
saliera del camino trazado. Ya habían puesto el grito en el cielo
cuando se metió en el grupo y le habían dicho de todo para intentar
convencerla de que lo dejara, pero al ver sus sonrisas cuando se iba
de gira supo que todo tenía un propósito. Pues no se casaría con
Damian jamás y ahora que había conocido a Jason mucho menos.
Se le cortó el aliento sin darse cuenta de que la puerta del ascensor
se abría. ¿Pero qué cosas pensaba? ¿Jason? Si era un borde que
estaba buenísimo, pero su mala leche superaba cualquier virtud que
pudiera tener. Frunció el ceño. Era porque la había ayudado. Claro
que sí, sentía agradecimiento. Agradecimiento y unos calores muy
sospechosos cuando le tenía delante. Vamos, que se lo comería
entero, pero eso era sexo. Algún día tenía que encontrarse con un
hombre por el que perdiera el refajo. Y había llegado el momento.
¿Pero con él? ¡A ver si era masoquista o algo así! Pasmada salió del
ascensor. Ese tío tenía una pinta de mandar dentro y fuera de la
cama que no podía con ella. Se sonrojó solo de pensarlo. Madre mía,
¿en qué lío me estoy metiendo?

Pulsó el timbre de nuevo porque con la música tan alta dudaba


que la hubieran escuchado las tres veces anteriores. Esperó unos
minutos y bufó dando golpes con el puño en la puerta.
—¡No voy a bajar la música, pesada! ¡Llama a la policía!
—¡Soy Gaiane!
La puerta se abrió de golpe para mostrar a un tipo de unos
treinta y tantos. Su barba castaña tenía un polvillo sospechoso en el
bigote y solo iba vestido con unos gayumbos negros que dejaban al
descubierto toda su piel cubierta de tatuajes. Menudas pintas. —
Hola, ¿eres Greg?
—Sí, claro… Pasa.
Entrecerró los ojos. —Hasta que no te vistas, no.
El tipo se miró y carraspeó. —Sí, ahora… —Tras él pasó una tía
rubia en pelotas y estiró el cuello sin poder evitarlo por el tatuaje de
un ángel que tenía en la nalga. Esa no tenía pinta de ángel en
absoluto. Greg al darse cuenta de que miraba tras él se volvió. —
¡Hostia Janine, vístete! ¿No ves que tengo visita?
—Que se una a nosotros —dijo seductora—. Es mona.
—Mona —dijo ella empezando a cabrearse y cogió al tipo de la
barba acercándole—. Mira, tengo solo una oportunidad de cumplir
mi sueño y como me lo jodas pienso cortarte en cachitos y
repartirlos por todo Brooklyn. ¿Me he explicado con claridad? —gritó
en su cara.
Él asustado asintió. —Sí.
—Que desaparezca y si hay más también. Te doy cinco minutos
—siseó antes de soltarle.
Al ver un pelo de su barba en la palma de su mano puso cara
de asco. —Y aféitate, leche. Esa barba es asquerosa.
—Sí, sí, claro. —Se volvió y gritó —¡Todos fuera que tengo
curro!
¿Todos? Al cabo de un minuto vio que un tío haciendo eses se
daba contra el marco de la puerta. Puso los ojos en blanco. Artistas.
Ella no pensaba desviarse. Ah, no. Con todo lo que estaba luchando
ni hablar. Ella a cantar y si tenía tiempo libre a ver la serie de The
Boys que le encantaba. Bueno, si tenía novio había que cuidarle
porque había mucha lagarta suelta. Pasó la del tatuaje que le guiñó
un ojo. Esa iba puesta hasta las cejas. Buen ejemplo de lagarta.
Pero Jason no la miraría dos veces. ¿Quieres dejar de pensar en
Jason y centrarte? Otra tía morena y con rasgos asiáticos salió con
los zapatos en la mano. Soltó una risita como si ella fuera la
directora del colegio y la hubiera pillado haciendo algo mal. En ese
momento apareció Greg con unos vaqueros viejos y una camiseta
toda raída. —Ya está. Pasa.
—¿Seguro?
—Era una pequeña reunión de amigos.
—Cambia de amigos —dijo cortante entrando en su piso. Dejó
caer la mandíbula del asombro porque era enorme. El ático tenía
una terraza más grande que su tienda y las puertas daban tanto al
salón como a la zona del dormitorio donde una cama increíblemente
grande estaba deshecha—. Y de asistenta.
—No tengo. He tenido que despedirla —dijo incómodo—. No me
queda pasta.
—Pero para lo que te metes por la nariz sí tienes —dijo sin
cortarse. Le daba que con ese tío tenía que ser muy dura o no
llegarían a nada. Se acercó al piano de cola que estaba en un
extremo del salón al lado de la puerta de la terraza. Era un Bechtein
en color negro. —Vaya, qué lujo. Sí que debiste ganar pasta con ese
éxito que Jason me ha dicho que tuviste.
El tío se sonrojó. —No me fue mal. Me dio para comprar esto.
Y eso solo con una canción. Pero bueno, ella no estaba allí por
pasta, aunque había que comer, claro. Se volvió y tiró la mochila al
suelo. —Me voy a quedar aquí hasta que terminemos esto. Dormirás
en el sofá y yo en la cama.
—¿Qué?
Dio un paso hacia él amenazante. —¿Te lo tomas en serio?
—Sí, claro. Pero…
—¿Crees que Jason te dará otra oportunidad?
Él apretó los labios. —No. Ya me extraña que me haya dado
esta.
—Pues no la desaproveches. Tenemos que hacer el mejor disco
del año, así que a trabajar. —Se agachó para coger su cuaderno de
la mochila y se lo tendió. —Estas son las letras. Le han gustado lo
suficiente como para que esté aquí, pero no he aprendido lo
bastante de música para darles vida y eso es lo que vamos a hacer.
—¿Conoces mucho a Jason?
Mejor mentir que le veía más verde que a ella. —Muchísimo.
Somos uña y carne.
—Pues dile que me dé un adelanto. —Le fulminó con la mirada.
—¿No? No, claro que no. No hace falta.
—Eso pensaba. ¡A trabajar!

De Greg aprendió muchísimo porque era un virtuoso del piano y


componía de manera tan natural que parecía que no le costaba
nada. A las doce de la noche ya tenían una melodía perfecta para su
primera canción y al escucharla en el ordenador con toda la orquesta
se quedó maravillada. Incluso borró la música de su CD y pasó su
voz a la nueva composición quedando tan perfecta que parecía
hecha en un estudio de grabación con la sinfónica de Nueva York.
—Esto no le va a gustar —dijo Greg.
—¿Por qué?
—Porque en un concierto necesitas músicos reales y cuantos
más músicos, teatros y escenarios más grandes y más gastos. Le
saldrías muy cara.
—Pues a mí me gusta así.
—Tú mandas. Será mejor que lo dejemos por hoy o al final sí
que van a llamar a la policía. El piso está insonorizado, pero la de
abajo no deja de tocar los huevos.
Mirando la partitura que había hecho preguntó —¿Seguro que
no se queja por tus juergas desenfrenadas?
Sonrió divertido levantándose. —¿Salimos a dar una vuelta?
La mirada de Gaiane podría congelar los polos y él carraspeó. —
Mejor me acuesto que así estoy fresquito para mañana.
—Eso, tú a dormir y a soñar con melodías que dejen a todos
con la boca abierta.
Él fue hasta el sofá y se dejó caer cogiendo el mando de la tele,
pero no la encendió observándola durante unos minutos. Cuando
cogió su libreta y se puso a escribir levantó una ceja. —Déjalo para
mañana.
—Shusss, tengo una idea.
Escribió a toda prisa y Greg sonrió. —Joder eres peor que yo.
Sonrió sin poder evitarlo. —¿A ti también te pasa esto?
—¿Sabes las veces que me he despertado en medio de la noche
y he tenido que ir corriendo a la primera hoja que encontrara? Es de
locos.
Asintió porque a ella le pasaba lo mismo. Siguió escribiendo y él
preguntó —¿Por qué no estudiaste música? Tienes muy buen oído,
te hubiera ido muy bien.
Apretó los labios levantando la vista del cuaderno para mirarle.
—La única actividad extraescolar que hice la empecé cuando tenía
cinco años. Me enviaron a ballet para que no diera la lata. Me
llevaba mi abuela. Me encantaba, ¿sabes? Pero solo fui tres años.
—¿Y por qué lo dejaste?
—Mi abuela murió y ya no había quien pudiera llevarme. Ahí se
acabó cualquier cosa que no fueran los estudios obligatorios.
—¿Y cuando fuiste más mayor?
—A trabajar en la tienda de mi madre.
—¿No tienes padre?
—Sí. —Hizo una mueca. —Pero la tienda la tenía alquilada el
padre de mi madre hasta que pudieron comprarla, así que siempre
he dicho…—Se encogió de hombros. —En realidad la llevan los dos.
—Sus ojos verdes se empañaron y bajó la vista de inmediato.
Greg apretó los labios. —Así que no pudiste estudiar música por
eso. —Ella negó con la cabeza. —¿Y cuándo empezó a interesarte
eso de escribir canciones?
Sonrió. —Una vez cuando mi abuela me llevaba a ballet escuché
cantar a una chica en el metro y me fascinó. Justo ese año en el
colegio dimos un recital en Navidad y cantamos. Fue una
sensación... En aquel momento no tenía miedo y me sentí viva. —
Gruñó. —El miedo vino después.
—¿Miedo al fracaso o al ridículo?
—¿Acaso no es lo mismo?
Él rio por lo bajo. —Más o menos.
Dejó la libreta a un lado. —Hace unos dos años vi en el
periódico que se realizaban audiciones para Broodway. Ya escribía
canciones y aunque siempre fue un sueño nunca había hecho nada
por conseguirlo, así que me dije que ya era hora. Sentía que me
ahogaba y necesitaba hacer algo.
—¿Y cómo se lo tomaron tus padres?
—Mi madre al principio no lo vio mal. Era como una distracción
fuera del trabajo. Incluso contaba a sus amigas en la tienda lo que
había pasado en esta audición o en la otra.
—¿Pero?
—Pero llegó el grupo y ya no lo vieron tan bien. Y ahora lo ven
todavía peor.
—¿No quieren que triunfes?
Lo pensó bien. —No, no es eso. Si consiguiera el éxito se
alegrarían.
—Pero no creen que lo consigas.
—En realidad pocos lo consiguen, ¿no? Y si algún día lo logro
puede ser efímero como te ocurrió a ti.
—Yo lo conseguiré de nuevo. Lo conseguiremos y nos
quedaremos arriba.
Sonrió porque lo decía en serio, pero perdió esa sonrisa poco a
poco. —¿Por qué te metes esa mierda?
Él bufó. —No es continuamente, ¿sabes? —Se encogió de
hombros encendiendo la tele. —En alguna fiesta, no dependo de
ello.
—Más te vale porque yo no quiero esa mierda a mi alrededor. —
Se levantó y fue hasta la cama tirando de la sábana que había
puesto sobre una cuerda para tener intimidad. —Si llegamos arriba
debemos tener una imagen intachable. Muchos adolescentes nos
estarán observando. Debemos ser un buen ejemplo.
—¡Hostia, eres religiosa!
Apartó la sábana sacando la cabeza—Cristiana ortodoxa, ¿qué
pasa?
—No, si me parece muy bien.
—¿Tú eres religioso? —Él levantó una ceja castaña. —Déjalo. —
Dejó caer la sábana y se acercó a la cama de su improvisada
habitación. Sin fiarse un pelo todavía, se tumbó vestida y todo. —
Está bien creer en algo, nos da esperanzas.
—Cuando tu madre se suicida con siete años pierdes cualquier
gana de creer.
Se le cortó el aliento. —Lo siento mucho.
—Bah, fue hace mucho tiempo.
—¿Y tu padre?
—Ni idea, me crie con mi abuelo. Era músico en un hotel, él me
enseñó a tocar el piano.
Sonrió porque hablaba de él con mucho cariño. —¿Se fue hace
mucho?
—¿Irse a dónde?
Se apoyó en sus codos. —¿Está vivo?
—Oh, sí. Vive en el primero para no quitarme ojo —dijo
divertido.
—Que bien, le conoceré mañana.
—Seguro que sí, porque vendrá a darme un repaso y a
llamarme vago. Sino no se queda a gusto y le puede dar algo, así
que le dejo.
Sonrió. —Te quiere mucho.
—Él dice que he sido lo mejor que ha tenido jamás.
Qué bonito. Perdió la sonrisa poco a poco porque sus padres
jamás le habían dicho algo así.
—Solo espero llegar a la cima antes de que me deje. Quiero que
esté orgulloso de mí.
—Pues aféitate.
Se echó a reír. —Os llevaréis muy bien.

Y tanto que se llevaron bien, Leonard era un encanto. Un


encanto con mala leche, pero su nieto no le tomaba en cuenta las
verdades como puños que le soltaba de vez en cuando. A ella la
adoró en cuanto la vio, pero no era de extrañar con las amigas
habituales que tenía.
—Así que estás aquí trabajando. —Fulminó a su nieto con la
mirada. —Espabila, que se te va a escapar.
—¡Abuelo! —En ese momento llamaron a la puerta y Greg fue a
abrir. —No le digas esas cosas que la espantas.
Leonard le guiñó un ojo. —Si ya te ha conocido y no ha salido
corriendo es porque le gustas. —Su nieto que ya había abierto la
puerta se había quedado de piedra. —¿Quién es? Si es por lo que
debes en la comunidad dile que no sean pesados que les
pagaremos.
—Jefe, qué sorpresa.
Ella levantó la vista del ordenador y se quedó de piedra al ver a
Jason allí mismo y no parecía nada contento. Greg le dejó pasar
mostrando su carísimo traje gris hecho a medida. La miró como si
hubiera cometido un delito grave y la fuera a sentenciar a cadena
perpetua. —Buenos días.
El abuelo se levantó. —¿Es tu jefe, chico? —Se acercó alargando
la mano. —Soy el abuelo de ese desastre. Tírele de las orejas
cuando crea necesario, le doy permiso.
—Eso pienso hacer. Jason Bergmann. —Después de darle la
mano la miró a ella de nuevo. —Has venido temprano.
—He dormido aquí —dijo sin pensar.
—¿No me digas?
—¡Pero sin sexo! —Se levantó de golpe. —Díselo Greg. Hemos
trabajado y dormido nada más.
—Oh sí, jefe. Ella ha dormido en la cama y yo…
—No me cuentes tu vida —siseó fulminándole con la mirada
cerrándole el pico—. Si habéis trabajado tanto tendréis algo para mí.
—Sí, claro. —Greg se acercó al ordenador rápidamente. —
¿Quiere sentarse?
—Estoy bien aquí.
Ella forzó una sonrisa ganándose una mirada que helaría el
desierto. Nada, que no le caía bien. Greg puso la primera canción y
tuvo el ceño fruncido todo el tiempo sin dejar de observarla hasta
que terminó. Como no decía nada preguntó —¿Y bien? ¿Te gusta?
—Demasiados músicos.
—A mí me gusta así. Tampoco son tantos.
—He escuchado al menos treinta y dos.
Se quedó con la boca abierta porque no iba nada
desencaminado mientras él volvía la mirada a Greg. —Redúcelos.
—Jefe, le aseguro que lo he intentado.
—Pero ella no ha querido, ¿no? —Dio un paso hacia Gaiane. —
Mira guapa, ¿sabes lo que son treinta y dos músicos?
—Son treinta y cuatro.
—¡Pues todavía peor! Las dietas, los viajes, los seguros
médicos… ¿Quieres arruinarme? ¡Eres una novata! ¡No puedes
esperar llenar salas y vender discos a la primera! ¡Redúcelos!
Entrecerró los ojos. —Déjame grabarla con treinta y cuatro y si
no funciona en internet los reduzco.
—Y una leche. ¡Después el público por mínimo que sea querrá
oír en concierto lo mismo que ha oído en la radio o en la página de
descarga! ¡Sería un timo!
—¿Lo sería? —Asombrada miró a Greg que asintió.
—Se defraudarían, niña —dijo el abuelo.
—Mierda. —Le miró a los ojos. —¿Veintiocho?
—Diez.
—¡Jason, no sonará igual!
—Diez y es mi última palabra. ¡Y date con un canto en los
dientes!
—Veinte.
—La madre que me… —Miró a Greg que reprimía la risa. —¿De
qué te ríes?
Perdió la sonrisa de golpe. —¿Yo? De nada.
Ella le cogió de la barbilla para que le mirara. —Quince.
—¡Diez!
—Jo, no eres nada razonable. Suena tan bien… —Le rogó con la
mirada. —Por favor…
Él sonrió malicioso. —¿Quieres grabarla con todos esos
músicos?
—¡Sí!
—Pues lo haremos.
Se llevó la mano al pecho de la impresión. —¿De veras?
La señaló con el dedo. —Como el single que lancemos para
promocionar el disco no consiga un millón de descargas la primera
semana, no habrá conciertos. ¡Serán las descargas las que lo
financiarán todo!
Separó los labios de la impresión antes de mirar a Greg que
decepcionado dejó caer los hombros. —Eso es muy difícil, ¿no?
—¿Con una cantante a la que no conoce nadie? No te buscarán
en las redes para encontrar lo nuevo que has sacado. —Suspiró
mirando la pantalla. —Reduciré los músicos.
—¡Espera! —Miró a Jason a los ojos. —Te gusta jugar duro,
¿no?
—Sí, nena... me gusta jugar duro. No he llegado hasta aquí
tomándome esto a coña. Es un negocio y debe dar dinero. ¿Sí o no?
Le retó con la mirada. —Sí.
—¡Gaiane! —protestó Greg—. ¡No va a haber descargas!
Se volvió hacia él. —¡Si la grabamos con tan pocos músicos no
se oirá igual y quiero que se oiga así! Quiero dar lo mejor, aunque
solo sea en una maldita canción. Primero grabaremos, después ya
conseguiré que la gente la descargue.
—¿Y cómo vas a hacer eso? —preguntó Jason divertido.
—Tú déjame a mí. No pienso darme por vencida.
—Eso me temo —dijeron Jason y Greg a la vez. Su amigo se
sonrojó por la mirada heladora de su jefe.
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Ninth man. Vorse, M. M. (O ’20)
“No clue!” Hay, J. (N ’20)
No defence. Parker, G. (N ’20)
No. 26 Jayne street. Austin, M. (Je ’20)
Nonpartisan league. Gaston, H. E. (My ’20)
Noon mark. Watts. M. S. (F ’21)
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Oceania
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Old Chester secret. Deland, M. W. (D ’20)
Old coast road from Boston to Plymouth. Rothery,
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Old French fairy tales. Segur, S. (F ’21)
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Old junk. Tomlinson, H. M. (Ap ’20)
Old naval days. Meissner, S. de. (Ja ’21)
Old New England houses. Robinson, A. G. (N ’20)
Old Plymouth trails. Packard, W. (Jl ’20)
Old Reliable in Africa. Dickson, H. (D ’20)
On a passing frontier. Linderman, F. B. (Ag ’20)
On the art of reading. Quiller-Couch, A. T: (D ’20)
On the edge of the wilderness. Eaton, W. P. (D
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On the path of adventure. Price, J. M. (Ag ’20)
On the trail of the pioneers. Faris, J: T. (Je ’20)
One after another. Aumonier, S. (O ’20)
One hundred best novels condensed. Grozier, E.
A., ed. (Je ’20)
100%. Sinclair, U. B. (Ja ’21)
One thousand poems for children. Ingpen, R., ed.
(F ’21)
Open gates to Russia. Davis, M. W. (Mr ’20)
Open the door. Carswell, C. (S ’20)
Open vision. Dresser, H. W. (Je ’20)
Operas
Annesley, C:, pseud. Standard operaglass. (Je
’20)
MacKaye, P. W. Rip Van Winkle. (Mr ’20)
Opium
LaMotte, E. N. Opium monopoly. (Je ’20)

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