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Historia de La Eucaristía

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Historia de la Eucaristía

Como bien sabes, la Eucaristía es el sacramento del Cuerpo y de la Sangre de nuestro


Señor Jesucristo. Más excelente que los demás sacramentos tiene también una rica
historia.
Vamos a repasar los acontecimientos más destacados que a lo largo de los años se han ido
sucediendo para comprenderlos mejor y de esta forma, disfrutar más de nuestra vida
católica

Los comienzos de la Eucaristía

La Eucaristía fue instituida por Jesucristo en la Última Cena y los primeros católicos
fieles a las enseñanzas de Jesús se reunían para “partir el pan”, o sea para celebrar la santa
Misa.
Inicialmente, al parecer se celebraba en refecciones comunitarias en las casas de los
primeros cristianos. Los Obispos y presbíteros presidían la celebración y consagraban el
pan y el vino, distribuyendo después la comunión. Seguían con fidelidad las indicaciones
de los Apóstoles: “El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio
gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto
en memoria mía». De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: «Esta
copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la bebáis, hacedlo en
memoria mía». Y así, siempre que comáis este pan y bebáis esta copa, proclamaréis la
muerte del Señor hasta que él vuelva” (1 Cor 11,23-26).
Alrededor del año 150, según nos da noticia San Justino, la Eucaristía se celebraba
aisladamente de la cena, el día del Sol (Domingo), primero de la semana. La descripción de
San Justino denota una certeza plena en la conversión de las especies del pan y del vino en
el Cuerpo y la Sangre del Señor, lo que más tarde, se llamará transubstanciación: “no
tomamos estas cosas como pan y bebida comunes, sino de la misma forma que Jesucristo,
nuestro Señor, se hizo carne y sangre por nuestra salvación, así también se nos enseñó que
por virtud de la oración del Verbo, el alimento sobre el cual fue dicha la acción de gracias,
alimento de que, por transformación, se nutren nuestra sangre y nuestras carnes, es la carne
y la sangre de aquel mismo Jesús encarnado. Y fue así que los Apóstoles, en las Memorias
por ellos escritas, llamadas Evangelios, nos transmitieron lo que les había sido ordenado
hacer, cuando Jesús, tomando el pan y dando gracias, dijo: ‘Haced esto en memoria mía,
esto es mi cuerpo’. E igualmente, tomando el cáliz y dando gracias, dijo: ‘Esta es mi
sangre’, la cual solamente a ellos dio a participar”.
La Eucaristía a la luz de las enseñanzas de los
Padres

Los Padres de la Iglesia han dejado testimonios de inestimable valor teológico y pastoral.
He aquí algunos puntos destacados:

Para ellos la celebración de la Eucaristía es la comunión en el Cuerpo y la Sangre de Jesús.


Así lo atestiguan unánimemente. Citamos a San Cipriano de Jerusalén en una de sus
catequesis: “Puedes tener fe muy cierta en que lo que se ve pan no es pan, aunque ese sabor
tenga, sino el cuerpo de Cristo, y que lo que se ve vino no es vino, aunque a eso sepa, sino
la sangre de Cristo”.

De otra parte, San Epifanio explica que en la Eucaristía “se hace memoria de los justos y de
los pecadores [difuntos]. De los pecadores para implorar para ellos la misericordia del
Señor”. Es muy antigua, por lo tanto, la costumbre de aplicar el valor infinito de la Misa en
favor de las almas del Purgatorio, para obtenerles el perdón de las respectivas penas y
apresurar su entrada en el Cielo.

También se ofrecía la Misa por los pecados del clero y del pueblo. San Cipriano de
Jerusalén así nos enseña: “delante de la santa y tremenda víctima […] ofrecemos por
nuestros pecados a Cristo inmolado y de este modo nos es propicio el Dios clementísimo”.

En los siglos sucesivos la liturgia eucarística se fue irradiando de forma ordenada,


sapiencial y devota gracias a los libros litúrgicos o a las compilaciones de textos
eucarísticos, uno de los cuales es atribuido a San Hipólito de Roma en el Siglo III. En él se
nos da una idea general de la majestad y la belleza de la Eucaristía, que no es sino el mismo
sacrificio de Cristo en el Calvario ofrecido de nuevo sin sufrimiento actual de la víctima. La
finalidad del Sacrificio Redentor de la Cruz es la misma que persigue la celebración del
misterio eucarístico, como queda claro en la Traditio Apostolica que nos legó quizás San
Hipólito: “Te damos gracias, oh Dios, por tu amado Hijo, Jesucristo, que se entregó
voluntariamente a la Pasión para destruir la muerte, romper las cadenas del demonio,
aplastar el poder del mal, iluminar a los justos, establecer la Ley y sacar a la luz la
resurrección”.

La Eucaristía en la Cristiandad Post-


constantiniana
La Celebración de la Santa Misa tomó nuevo esplendor, a partir del Edicto de Milán (313),
promulgado por Constantino y Licinio en todo el vasto imperio Romano de Oriente y de
Occidente.

Los cristianos libres de las crueles persecuciones pasaron a celebrar con ceremonial
público, manifiesta sacralidad y renovado brillo la Eucaristía, inspirándose en las sugestivas
y grandiosas descripciones del Apocalipsis sobre la Liturgia Celestial. Se desarrollan los
libros litúrgicos conjugando la doctrina de la Fe con una riqueza simbólica que en parte ha
llegado hasta nuestros días.

Debe destacarse el impresionante milagro eucarístico sucedido en Lanciano, un pequeño y


simpático pueblo italiano de la costa adriática, alrededor del año 750. Un presbítero
basiliano, venido de oriente, dudaba de la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Para su
sorpresa y la de los presentes, durante la Santa Misa la hostia recién consagrada se convirtió
en carne y el vino en sangre, inmediatamente después de las palabras de la consagración.
En el siglo XX se han realizado más de quinientos análisis, y absolutamente todos
concluyeron que el pan se transformó en carne (músculo del miocardio), y el vino en sangre
aún viva (tipo AB como la que aparece en la Sábana Santa). La ciencia, de ese modo, ha
reconocido la sobrenaturalidad del fenómeno, que atrae aún hoy a innumerables peregrinos.

A partir de esa época se abrieron debates entre los teólogos sobre el modo de la presencia
de Cristo en el vino y pan consagrados. La discusión llegó a su punto álgido con Berengario
de Tours (siglo X) que sostenía una presencia tan sólo simbólica de Cristo en la Eucaristía.
El famoso teólogo Lanfranco de Pavía con su Liber de corpore et sanguine Domini
adversus Berengarium, salió al paso de los errores del hereje, asumiendo una postura
equilibrada que sería confirmada por las enseñanzas de Santo Tomás de Aquino y por el
Magisterio Eclesiástico. Según Lanfranco durante la Misa, con la fórmula de consagración
del sacerdote, se produce un verdadero cambio en la sustancia del pan y del vino que se
convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo: se trata de una conversión de la esencia, que
implica la sustancia interna de la materia pero no sus cualidades exteriores, que
aparentemente conservan la misma forma. Nace así la noción de presencia real y sustancial
del Cuerpo y de la Sangre de Cristo en la Eucaristía.
A partir del 1215, el Cuarto Concilio de Letrán exigió a los católicos que recibiesen la
comunión una vez anualmente como mínimo. En el mismo Concilio se empleó el
término transubstanciación para reafirmar que la Iglesia siempre ha creído en la presencia
real y sustancial de Jesús en la Eucaristía.
Por último, atendiendo a los deseos de los devotos, se introdujo el rito de la elevación del
cáliz y de la hostia después de la Consagración para la adoración de los fieles.
Será Santo Tomás de Aquino quien llevará a un auge de precisión filosófico-teológica el
estudio de la Sagrada Eucaristía. Con su dominio de la filosofía aristotélica, en buena
medida expurgada por él de sus errores, el Aquinate logra explicar con competencia y
claridad en qué consiste la presencia real “per modum substantiae”. La sustancia del pan y
del vino ceden su lugar a la sustancia del Cuerpo y de la Sangre del Señor mediante una
conversión especial, única en el mundo creado. Así Cristo pasa a estar no locativamente
sino como una sustancia está presente en sus dimensiones accidentales. La sustancia pan
estaba en el mismo pan en virtud de los accidentes (de cantidad, de calidad, etc), ahora la
sustancia del Cuerpo del Señor (a la cual está unida por concomitancia la Sangre, el Alma y
la Divinidad de Cristo) está en dicho lugar ya que adquiere una relación con los accidentes
del pan, conservándolos en el ser de modo directo (en función de su divinidad), sin la
mediación de la sustancia del pan. Así como la sustancia del pan no estaba en el pan
ocupando un lugar, sino como un substrato invisible del pan, así tampoco Cristo está en las
especies del pan y del vino ocupando un lugar. Eso explica que sin multiplicarse en cada
ostia o en cada gotita de la Sangre consagrada, Jesús esté todo entero en cada una de las
partículas que se distribuyen a los fieles, sin multiplicarse o dividirse.

Para Santo Tomás la Eucaristía es el sacramento de la Unidad de la Iglesia, pues al


participar del mismo sagrado banquete y al ofrecerse unidos en el mismo Sacrificio como
oblación a Dios, los fieles se hacen uno en Cristo. Según el Aquinate: “La Eucaristía,
sacramento de la Pasión de Nuestro Señor contiene en sí a Jesucristo que sufrió por
nosotros. Por tanto, todo lo que es efecto de la Pasión de Nuestro Señor, es también
efecto de este sacramento, no siendo sino la perpetuación del sacrificio del Señor por
nosotros”.
En el 1263, en la ciudad de Bolsena, ocurrió un milagro eucarístico semejante al de
Lanciano. El Papa Urbano IV investigó lo sucedido y, discerniendo las señales de los
tiempos, decidió extender a toda la Iglesia Católica la fiesta del Cuerpo y de la Sangre del
Señor, encargando a Santo Tomás el oficio y la misa correspondientes, así como el himno
“Verbum supernum prodiens”.

Santo Tomás fue conocido por su personal devoción a la Eucaristía, dejando testimonio con
su vida, de la fe teologal con que había escrutado el sublime misterio. Su discípulo Fray
Reginaldo de Piperno, presenció durante años una actitud edificante de su Maestro: muy
temprano, antes de las maitines, Santo Tomás ya se encontraba en la Iglesia, rezando con su
cabeza apoyada en el tabernáculo, como para poder sentir palpitar el corazón divino y
humano de Jesús.

Otro hecho muestra el acierto y la perennidad de la teología de Santo Tomás sobre el


misterio eucarístico. Una noche, en la Iglesia de Santo Domingo el Mayor de Nápoles, el
sacristán, Fray Giacomo da Caserta testimonió de haber visto a Fray Tomás de Aquino en
éxtasis, delante de un Crucifijo. El Santo preguntaba a Jesús con gran respeto y temor
reverencial, si estaba contento de lo que había escrito sobre el misterio del amor de la
Encarnación y de la Eucaristía. Y delante del testigo atónito, el Cristo respondió diciendo:
“Has escrito bien sobre Mí, Tomás. ¿Qué recompensa quieres por tu trabajo?” A lo que el
Santo exclamó: “Solo a Ti, Señor”

Elevación de la Sagrada Eucaristía durante la celebración de la Santa Misa

Progreso de la teología, de la liturgia y de la


práctica devocional hasta la edad
contemporánea

El Concilio de Trento tuvo un papel decisivo en la formulación de la doctrina católica sobre


la Eucaristía, ya que tuvo que responder a las negaciones radicales de la doctrina y práctica
eucarística de la Iglesia por parte de los principales exponentes del protestantismo. El
Concilio de Trento dedicó tres sesiones al Sacramento de la Eucaristía: en la XIII reafirmó
que Cristo está real y sustancialmente presente en el sacramento bajo las especies del pan y
del vino. En la sesión XXII trató la Eucaristía como un sacrificio verdadero y propiciatorio;
en la celebración eucarística, la Iglesia no repite el sacrificio de la cruz, que Jesús ofreció al
Padre de una vez por todas, sino que lo “re-presenta”, es decir, lo hace presente a los ojos
de Dios y de los hombres, y por medio de él aplica a los fieles el influjo santificador de la
Pasión y Resurrección de Nuestro Señor. Así lo afirmaron los Padres Conciliares:

“El Señor, por tanto, ante la inminencia del regreso de este mundo al Padre, instituyó este
sacramento. En ella derramó las riquezas de su amor por los hombres, haciendo
memorables sus maravillas (Sal 111, 4) y nos mandó (Lc 22, 19; 1 Cor 11, 24) honrar su
memoria al recibirlo y anunciar su muerte hasta que él venga (1 Cor 11,26) a juzgar al
mundo. Quería que este sacramento fuera recibido como alimento espiritual de las almas,
para que de él se nutran y fortalezcan, viviendo la vida de aquel que dijo: El que me come,
también él vive por mí (Jn 6,58) y como un antídoto, para librarse de los pecados de cada
día y ser preservado de los pecados mortales. Él también quiso que fuera prenda de nuestra
gloria futura y gozo eterno; y por tanto símbolo de aquel único cuerpo, del que él es la
cabeza (1 Cor 11,3; Ef 5,23) y al que quiso que nos uniéramos, como miembros, por el
vínculo muy estrecho de la fe, la esperanza y la caridad, para que todos profesemos la
misma verdad, y que no haya cismas entre nosotros (1 Co 1,10)”.

El papa Pío V redactó el Misal Romano, en el año 1.570 para que la Eucaristía tuviese
uniformidad en Occidente, estando vigente durante los cuatrocientos años siguientes.
La Eucaristía seguía en auge entre los cristianos aunque la mayoría de éstos no recibían la
comunión habitualmente. Por este motivo, el Papa Pío X permitió a los niños recibir la
comunión desde una edad más joven y animaba a los fieles a recibirla más
cotidianamente.

Después de la Celebración del Concilio Vaticano II, y siguiendo las indicaciones del
documento sobre la Liturgia, “Sacrosanctum Concilium”, el Papa Pablo VI puso en marcha
la Reforma Litúrgica del Rito Romano.

Más tarde Juan Pablo II, llegando al término de su pontificado (2003) quiso escribir una
encíclica sobre el tema, llamada “Ecclesia de Eucharistia”. En ella el Pontífice recuerda que
la Eucaristía edifica a la Iglesia e insiste en la necesidad de revestir las celebraciones con el
debido decoro: “Como la mujer de la unción en Betania, la Iglesia no ha tenido miedo
de derrochar, dedicando sus mejores recursos para expresar su reverente asombro
ante el don inconmensurable de la Eucaristía. […] La Iglesia se ha sentido impulsada a
lo largo de los siglos y en las diversas culturas a celebrar la Eucaristía en un contexto digno
de tan gran Misterio”. De otra parte, resaltó el papel de la devoción mariana en el misterio
eucarístico y la inseparable relación entre la Eucaristía y María: “Pongámonos a la escucha
de María Santísima, en quien el Misterio eucarístico se muestra, más que en ningún otro,
como misterio de luz. Mirándola a ella conocemos la fuerza trasformadora que tiene la
Eucaristía. En ella vemos el mundo renovado por el amor”.
En el año 2007, el Papa Benedicto XVI publicó la Exhortación Apostólica post-sinodal
“Sacramentum Caritatis”. Ella confirma la doctrina de la Iglesia desde un enfoque trinitario
del misterio eucarístico e insiste en el “ars celebrandi”, o sea, en el modo de celebrar la
Eucaristía. También recuerda la estrecha relación entre Eucaristía y Penitencia: “como se
constata en la actualidad, los fieles se encuentran inmersos en una cultura que tiende a
borrar el sentido del pecado, favoreciendo una actitud superficial que lleva a olvidar la
necesidad de estar en gracia de Dios para acercarse dignamente a la Comunión
sacramental. En realidad, perder la conciencia de pecado comporta siempre también una
cierta superficialidad en la forma de comprender el amor mismo de Dios”.
Finalmente, el Papa Benedicto XVI exhorta a renovar el fervor eucarístico: “Queridos
hermanos y hermanas, la Eucaristía es el origen de toda forma de santidad, y todos nosotros
estamos llamados a la plenitud de vida en el Espíritu Santo. ¡Cuántos santos han hecho
auténtica su propia vida gracias a su piedad eucarística! De san Ignacio de Antioquía a san
Agustín, de san Antonio abad a san Benito, de san Francisco de Asís a santo Tomás de
Aquino, de santa Clara de Asís a santa Catalina de Siena, de san Pascual Bailón a san Pedro
Julián Eymard, de san Alfonso María de Ligorio al beato Carlos de Foucauld, de san Juan
María Vianney a santa Teresa de Lisieux, de san Pío de Pietrelcina a la beata Teresa de
Calcuta, del beato Piergiorgio Frassati al beato Iván Merz, sólo por citar algunos de los
numerosos nombres, la santidad ha tenido siempre su centro en el sacramento de la
Eucaristía. Por eso, es necesario que en la Iglesia se crea realmente, se celebre con
devoción y se viva intensamente este santo Misterio. El don de sí mismo que Jesús hace en
el Sacramento memorial de su pasión, nos asegura que el culmen de nuestra vida está en la
participación en la vida trinitaria, que en él se nos ofrece de manera definitiva y eficaz. La
celebración y adoración de la Eucaristía nos permiten acercarnos al amor de Dios y
adherirnos personalmente a él hasta unirnos con el Señor amado. El ofrecimiento de nuestra
vida, la comunión con toda la comunidad de los creyentes y la solidaridad con cada
hombre, son aspectos imprescindibles de la logiké latreía, del culto espiritual, santo y
agradable a Dios (cf. Rm 12,1), en el que toda nuestra realidad humana concreta se
transforma para su gloria.”

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