La revolución haitiana y la historia de los...
Raúl Salinas
La revolución
haitiana y la historia
de los derechos humanos
en nuestro continente (1)
por Raúl Salinas (2)
1 | Introducción
Es usual que al momento de referenciar antecedentes históricos de lo
que actualmente denominamos “derechos humanos” se aluda a la De-
claración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789) aproba-
da en el marco de la Revolución Francesa y nunca incorporada al texto
constitucional. Otras tantas citas suelen hacerse a la Carta de Derechos
(1791) sancionada a modo de enmiendas constitucionales en el contexto
del proceso independentista de las trece colonias británicas de América
del Norte. (3)
(1) La presente es una versión revisada de la tesina presentada en el marco de la asignatura:
“Constitución, hegemonía y democracia”, en el marco de la Carrera de Especialización en
Magistratura de la Escuela del Servicio de Justicia y la Universidad Nacional de La Matanza.
(2) Abogado con orientación en derecho penal (UBA). Maestrando en Derechos Humanos
(UNLP). Alumno de la Especialización en Magistratura (Escuela del Servicio de Justicia y Uni-
versidad Nacional de La Matanza). Coordinador del Área de Cárceles y Política Penitenciaria
del Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Penales y Sociales (INECIP).
(3) En sentido similar se acostumbra a referenciar documentos anteriores tales como la Carta
Doctrina
Magna que los barones libres del lugar obtienen de Juan I de Plantagenet en el año 1215 o
el Bill of Rights redactado en Inglaterra en el año 1689. Ver Pound, Roscoe, Desarrollo de las
garantías constitucionales de la libertad, Bs. As., Agora, 1960.
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Sin embargo, también es llamativamente común que se omita toda refe-
rencia a un proceso de incomparable intensidad y significación ocurrido
en el mismo período histórico en nuestro continente: nos referimos a la
revolución haitiana.
El propósito del presente texto es ensayar algunas respuestas frente al
deliberado silencio sobre la revolución haitiana y su proceso de indepen-
dencia e identificar algunas articulaciones con relación a nuestro presente.
2 | Quisqueya, Haití,
La Hispaniola, Saint-Domingue
En el año 1665 los franceses ocupan la parte occidental de la isla La His-
paniola, la cual estaba bajo domino español. A partir de entonces la nom-
bran “Saint-Domingue”.
Allí se desarrolla un proceso de colonización estructurado desde la metró-
polis con la finalidad de generarle beneficios económicos. Este modelo
llevaba implícita una organización social etnocéntrica-eurocéntrica, por
definición desigualitaria y estratificada, con base en criterios referidos al lu-
gar de nacimiento, origen étnico, propiedad, condición religiosa y género.
Esta situación presuponía la inferioridad de los pueblos originarios y la
negación de la condición de persona para los africanos.
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De allí que tempranamente los frailes dominicos denunciaran el trato dado
a los taínos por los encomenderos, interpelándolos a través de la voz clara
y enérgica de Antón de Montesinos, traída por Bartolomé de Las Casas,
desde el célebre sermón de adviento:
... (e)sta voz, dijo él, que todos estáis en pecado mortal y en él
vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocen-
tes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis
en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué
autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes
que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas
dellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido?
¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin dalles de comer ni
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curallos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que
les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir, los matáis, por
sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los
doctrine, y conozcan a su Dios y criador, sean bautizados, oigan
misa, guarden las fiestas y domingos? ¿Estos, no son hombres?
Este hito en la construcción jurídico-política de los derechos en nuestra
tierra durante mucho tiempo ha compartido espacio con la revolución hai-
tiana en el recinto de lo deliberadamente silenciado y olvidado.
La enorme lucha lascaciana por el reconocimiento y respeto a los inte-
grantes de los pueblos originarios tuvo en los derechos comunes a una
de sus herramientas principales. (4) Recordemos que, de acuerdo con las
Siete Partidas del rey Alfonso X apodado “El Sabio”, la esclavitud era una
institución legal cuya legitimidad no estaba puesta en cuestión (por ejem-
plo, Partida IV, Título XXIII, Partida IV, Ley VI, Título XXI, Partida IV, Ley VIII,
Título XX). En la Partida IV, Ley VI, Título XXI se dice:
... (l)lenero poder ha el señor sobre su siervo, para fazer del lo
que quisiere. Pero con todo esso, non lo deve matar, nin lastimar,
maguer le fiziesse porque, á menos del mandamiento del juez del
lugar, nin lo deve ferir, de manera que sea contra razón de natura,
nin matarlo de fambre; fueras ende si lo fallasse con su muger, ó
con su fija. ó fiziesse otro yerro semejante destos. Ca estonce bien
lo podría matar. Otrosi dezimos que si algun ome fuesse tan cruel
a sus siervos, que los matasse de fambre: o les diesse tan grand la-
zerio, que non lo podiessen sofrir, que entonce se puedan quexar
los siervos, al juez. E al de su officio, deve pesquerir en verdad si
es assi: e si lo fallare verdad, develos vender, e dar el preço a su se-
ñor. E esto deve facer, de manera que nunca puedan ser tomados
en poder, ni en señorio de aquel, a cuya culpa fueron vendidos.
La propia naturalización del instituto de la esclavitud, con su rasgo an-
cestral, inferiorizante y extendido hizo que hasta un verdadero visio-
nario y campeón del humanismo como Las Casas recién manifestara
su reprobación a la servidumbre infringida a los africanos en nuestra
región alrededor del año 1545. De hecho, en 1554 escribió una enérgica
Doctrina
(4) Filippi, Alberto, “Introducción general“, en Irma A. García Netto (comp.), Principios gene-
rales del derecho latinoamericano, Bs. As., Eudeba, 2009.
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y radical denuncia sobre lo injusto y tiránico de la esclavización de los
“bozales”. Ya en el período final de la vida, en su testamento (escrito el
17 de marzo de 1564), manifestó su arrepentimiento más profundo por
haber aceptado y hasta propuesto la esclavitud de los africanos con tal
de “liberar a los indios de la opresión española”. (5)
Estas prácticas se hallaban íntimamente relacionadas con la apropiación
de las tierras y los recursos naturales y con la explotación desmedida. Ello,
sumado a las epidemias de enfermedades acarreadas rápidamente, deri-
vó en el extermino de los taínos, lo que motivó el comercio transatlántico
de africanos con fines de esclavitud. El etnocidio está inscripto como una
de las marcas del nacimiento, como vidas sin valor que pueden ser usadas
y descartadas sin consecuencia alguna.
La colonia de Saint-Domingue tenía como metrópoli a Francia. En su te-
rritorio se cultivaba café, tabaco, azúcar, algodón e índigo, que tenían
como destino Europa. Estas exportaciones se referían a materias primas
que eran procesadas en el viejo continente, con el cual, a su vez, existía
un sistema de ventas monopólico y abusivo conocido como “exclusif”.
Esta situación produjo la instalación del contrabando y la proliferación de
economías paralelas, las cuales incluso abarcaban a los propios esclavi-
zados, quienes podían producir y comercializar bienes generados por su
trabajo durante el tiempo habilitado para el descanso y durante las fiestas.
En algunas oportunidades, y tras un considerable tiempo de ahorro, este
capital producido era suficiente para comprar la propia libertad.
En la génesis misma de la gesta revolucionaria se encontraban elementos
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tales como el sistema económico capitalista en su fase de acumulación
originaria, el rol de productor de materias primas y comprador de productos
ya manufacturados, un comercio globalizado que abarcaba tres continen-
tes y, sobre todo, un sistema mundo signado por una concepción de la
humanidad profundamente desigualitaria, originada al calor del imperia-
lismo, el colonialismo y la esclavitud. Una dinámica carente de sustentabi-
lidad y mantenida por la violencia. En palabras de Filippi, “(l) a total falta
de racionalidad, en términos económicos, con que operaban los grupos
(5) Esponera Cerdán, Alfonso, B. de las Casas y la esclavización de los negros, según las aporta-
ciones de I. Pérez Fernández O. P., Biblioteca Cervantes Digital, [en línea] http://bib.cervantes-
virtual.com/servlet/SirveObras/12814963326725940654435/p0000001.htm#PagFin, consultado
el 18/06/2014.
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de encomenderos de la Española, resultó un obstáculo insuperable para
el desarrollo económico y social de la colonia”. (6)
A partir de estos datos es que puede explicarse a la esclavización como un
lucrativo y dinámico negocio que involucraba expedicionarios, cazadores,
marineros, dueños de barcos y astilleros, comerciantes, mercaderes, etc.
La prosperidad de ciudades como Bristol, Liverpool, Burdeos, Nantes, Lis-
boa y Sevilla se relacionó con esta práctica de compraventa y distribución
de seres humanos.
Saint-Domingue, ubicada en el occidente de la isla denominada “Hispa-
niola”, era la colonia más rica y productiva del mundo, al punto de llegar a
constituir uno de los soportes principales de toda la economía de Francia.
Esto no obedeció exclusivamente a la agricultura desarrollada en la gran
llanura norte: la industria del tráfico de personas con fines de esclavitud
era sumamente dinámica:
Los esclavos de Saint-Domingue morían —por hambre, suicidio,
aborto, infanticidio, exceso de trabajo o directamente asesina-
to— a una tasa mucho mayor que lo que podían ser reemplaza-
dos por crecimiento demográfico natural. Los amos se veían obli-
gados a importar un promedio de 20.000 nuevos esclavos por
año para mantener la fuerza de trabajo a niveles constantes. (7)
Dos terceras partes de los esclavizados eran de origen africano directo, es
decir que no habían nacido en la colonia.
La estructura social era jerarquizada y organizada en torno al “etnocen-
trismo jurídico blanco”. (8) Paradójicamente, estos pueblos civilizados y
portadores de la fe cristiana fueron quienes con la finalidad de maximizar
ganancias y minimizar costos oprimieron, traficaron y exterminaron a po-
blaciones enteras. Nos referimos a capturas, secuestros, marcación de los
(6) Filippi, Alberto, La lucha por los derechos y su defensa en la América Hispana.
(7) Grüner, Eduardo, La oscuridad y las luces, Bs. As., Edhasa, 2010.
(8) Filippi, Alberto, “La construcción histórica y pluriétnica de los derechos: desde los pue-
blos indígenas a los mestizajes de origen ibérico y africano”, en José Aylwin Oyarzún et. al.,
I Encuentro Latinoamericano de Derechos Humanos de los pueblos indígenas. Reflexiones y
Doctrina
debates sobre justicia, territorio y recursos naturales, Bs. As., Colegio Público de Abogados
de la Capital Federal, Ministerio Público de la Defensa y Asociación de Abogados/as de
Derecho Indígena, 2010.
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cuerpos, traslados en condiciones inhumanas, venta, violaciones sexuales,
trabajos forzados. Todo esto con el propósito de obtener mano de obra
para la unidad productiva esencial: la plantación.
Al menos 11 millones de africanos fueron traídos a través del Atlántico,
esposados y hacinados como animales y al menos 2 millones perecieron
durante la travesía conocida como el “pasaje medio”. Estudios recientes
calculan que durante tres siglos fueron llevados al Caribe, Centro y Suda-
mérica entre 12 y 15 millones de personas. (9)
Valga a esta altura una aclaración: la clasificación de “indio” como la de “ne-
gro” constituyen categorías elaboradas por el opresor que invisibilizan la he-
terogeneidad e identidad de cada uno de los pueblos. Otro tanto ocurre con
el concepto de “esclavo”. Tal cosa no existe; pregunten quién consciente su
propia servidumbre. Por ello es que resulta más propio hablar de integrantes
de pueblos originarios, africanos, afrodescendientes y de esclavizados.
Nótese hasta qué punto el conjunto de los esclavizados era diverso. Te-
nían orígenes en alrededor de una docena de etnias diferentes. No pro-
venían del mismo sitio (los había incluso provenientes de Europa —por
ejemplo, Ladinos—), ni compartían creencias religiosas (por ejemplo, is-
lam, cultos ancestrales africanos, etc.) y tampoco tenían las mismas tradi-
ciones, costumbres u orígenes (por ejemplo, aristocrático como el padre
de L’Overture). De hecho, el propio idioma empleado en Saint-Domingue,
el creole, es un lenguaje sincrético “inventado” que contiene elementos
del francés con la sintaxis de varias lenguas del África occidental. Otro
tanto ocurrió con la práctica del culto vudú.
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Casi resulta superfluo resaltar que los términos de convivencia bajo este
esquema social constituían una suerte de pax armada en donde el deseo
de regreso a Europa estaba presente al igual que el temor a la rebelión de
los esclavizados, mientras que en los oprimidos existía el odio al opresor
armado blanco y los anhelos de retorno a la Guinea.
Tal era la sociedad de esta famosa colonia. Esas sus gentes y
esa la vida por la que tanta sangre se derramó y se sufrió. Las
mejores mentes del momento no se hacían ilusiones sobre ella.
(9) Filippi, Alberto, “Bicentenarios: integración plurinacional y crítica del etnocentrismo nacio-
nalista”, en Cuadernos Americanos: Nueva Época, vol. 2, n° 132, México, 2010/2, [en línea]
http://www.cialc.unam.mx/cuadamer/textos/ca132-67.pdf,consultado el 23/06/2014.
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El barón De Wimpffen, quien conoció la colonia en 1790, en la
cúspide de su prosperidad, vio un día a un esclavo que apoya-
do en el mango de su azada, miraba con tristeza el crepúsculo.
“¿Qué estás haciendo, Nazimbo? ¿Qué miras?”, le preguntó.
Nazimbo extendió su mano hacia el sol poniente. “Veo a mi
país”, respondió, mientras de sus ojos brotaban las lágrimas.
“También yo veo a mi país allí”, dijo De Wímpffen para sí, “y
tengo la esperanza de volver a verlo algún día, pero tú, pobre
negro, nunca verás el tuyo de nuevo”. Tanto el liberal educa-
do como el simple esclavo detestaban el lugar. Pocos meses
después De Wimpffen se marchó y escribió sus opiniones. Es
un epitafio apropiado de esa sociedad que tres años después
sería destruida:
“¿Desea saber mi palabra definitiva sobre este país? Es que,
mientras más conozco a los hombres que lo habitan, más me
alegro de irme (...) Cuando uno es lo que la mayor parte de los
plantadores es, se nace para poseer esclavos. Cuando uno es lo
que la mayoría de los esclavos es, uno nace para ser esclavo. En
este país todo el mundo está en su lugar”. (10)
Como refiere Filippi:
... respecto a la esclavitud negra sigue siendo oportuno plan-
tearse la interrogación que formularon Charles Verlinden y Mag-
nus Mörner al constatar que mientras se trató de evitar y combatir
la “esclavitud” de los pueblos originarios, la misma fue, en cam-
bio sistemáticamente reconocida y aplicada a los africanos. Lo
cierto es que, mientras el sometimiento a la esclavitud de los
indios hubiera significado —como significó en muchos casos—
una amenaza estructural a la “paz colonial”, la de la mano de
obra importada, y mantenida en zonas de segregación produc-
tiva, no representaba un peligro similar.
A fines de justificar la opresión y la explotación es que se apeló a la infe-
riorización del enorme y heterogéneo conjunto de pueblos bajo los motes
de “indios” y “africanos” en un abierto ejercicio de racismo. De acuer-
Doctrina
(10) James, Cyril L. R., Los jacobinos negros: Toussaint L’Overture y la revolución de Haití,
Bs. As., RyR, 2013.
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do con dicha mentalidad, los rasgos asociados al origen étnico daban
cuenta de la condición inferior y salvaje naturalmente destinada a la ser-
vidumbre, a la opresión, a la explotación extrema. En términos actuales,
entes sin dignidad ni derechos, no personas pasibles del trato dado a
las bestias, meros medios fungibles y reemplazables tras el pago de un
precio. Esta racialización de la inferiorización quizás sea una de las notas
diferenciales con la esclavitud antigua. De hecho, la etimología de la
palabra “esclavo” remite al pueblo europeo blanco llamado “eslavo” y
“eslovenio”. (11)
Recordemos que desde el discurso jurídico también existieron justifica-
ciones para la guerra. Un ejemplo es el señalado por Ferrajoli respecto
de otro dominicano, humanista y defensor de los derechos de los inte-
grantes de los pueblos originarios. En 1539, en sus Relectiones de Indis
recenter inventis, impartidas en la Universidad de Salamanca, Francisco
de Vitoria reformulaba los títulos de legitimación de la conquista de Amé-
rica por parte de los españoles sentando las bases del moderno derecho
internacional y, al mismo tiempo, de la posterior doctrina de los “dere-
chos naturales”. Estos títulos de legitimación se encontraban en el ius
communicationis ac societatis, que él situaba en la base de su concep-
ción de la sociedad internacional como communitas orbis, hermanada
por el derecho de todos a comunicar con todos, y en una larga serie
de otros derechos naturales que él formulaba como sus corolarios: el ius
peregrinandi in illas provincias et illic degendi, el ius commercii, el ius
praedicandi et annunciandi Evangelium, el ius migrandi hacia los países
del Nuevo Mundo y de accipere domicilium in aliqua civitate illorum y,
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como cierre del sistema, el ius belli para la defensa de tales derechos en
caso de oposición por parte de los indios. En la actualidad nuestra cultura
ha olvidado los orígenes poco luminosos de la ilustración jurídica y de los
derechos universales.
Aquellos derechos —peregrinandi, migrandi, degendi— fueron procla-
mados como iguales y universales en abstracto aun cuando eran concre-
tamente desiguales y asimétricos en la práctica, por ser inimaginable la
emigración de los indios hacia Occidente, y servían para legitimar la ocu-
(11) Corominas, Joan, Diccionario etimológico de la lengua castellana, Madrid, Gredos,
2000.
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pación colonial y la guerra de conquista de mundos nuevos por parte de
nuestros jóvenes Estados nacionales. (12)
El discurso de la religión católica también proveyó de legitimidad al insti-
tuto de la esclavitud. Por ejemplo, así se interpretó al capítulo 9, versículos
25 a 27 del Génesis cuando relatando el enojo de Noé tras su senda bo-
rrachera maldice a su propio hijo: “(m)aldito sea Canaán; Siervo de siervos
será a sus hermanos. Dijo más: Bendito por Jehová mi Dios sea Sem, Y
sea Canaán su siervo. Engrandezca Dios a Jafet, Y habite en las tiendas de
Sem, Y sea Canaán su siervo”.
Un contraejemplo de usos más nobles del libro lo dan las interpretaciones
bíblicas, junto al empleo del derecho comunal, hecho por Las Casas en el
célebre debate de Valladolid (1550). Por el contrario, Sepúlveda —erudi-
to, filósofo y aristotélico— señalaba que los indios eran homúnculos ape-
nas dotados de vestigios de humanidad, caníbales, sodomitas, incestuo-
sos e incapaces de civilización. Como apunta Todorov, (13) Sepúlveda da
ejemplos de esta superioridad natural: el cuerpo debe estar subordinado
al alma, la materia a la forma, los hijos a los padres, la mujer al hombre,
y los esclavos (definidos tautológicamente como seres inferiores) a los
amos. Solo falta dar un paso para justificar la guerra de conquista frente
a céntralos indios:
Esos bárbaros (...) en prudencia, ingenio y todo género de virtu-
des y humanos sentimientos son tan inferiores a los españoles
como los niños a los adultos, las mujeres a los varones, los crue-
les e inhumanos a los extremadamente mansos, los exagerada-
mente intemperantes a los continentes y moderados; finalmen-
te cuánto estoy por decir los monos a los hombres.
De acuerdo con Filippi, “debe recordarse que la justificación teórica y
la práctica de la esclavitud de los africanos tenía —como mejor vere-
mos— una larga tradición en Occidente y que tanto el tráfico como la
venta y la explotación de esa fuerza de trabajo fue generalmente ad-
mitida por teólogos y filósofos europeos hasta avanzado el siglo XVIII
Doctrina
(12) Ferrajoli, Luigi, Derechos y garantías. La ley del más débil, Madrid, Trotta, 2004.
(13) Todorov, Tzvetan, La conquista de América. El problema del otro, Bs. As., Siglo XXI, 2003.
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incluyendo autores de pensamiento liberal como John Locke o Alexis
de Tocqueville”. (14)
La esclavitud era una institución ancestral en Europa y reconocía regu-
laciones jurídicas formales y consuetudinarias. El infame Code Noir de
1685 declaraba a los esclavizados como bienes muebles y reglamenta-
ba minuciosamente los castigos que incluían marcas con hierro candente,
mutilaciones y muerte. También establecía el bautismo y adoctrinamiento
religioso, (15) la prohibición de todo culto distinto al católico y algunas obli-
gaciones para los amos tales como la provisión de una ración de alimento
y un par de juegos de ropa anuales.
Además autorizaba el matrimonio entre el blanco y la esclava que tuviera
hijos con él, quedando ella y sus hijos libres tras esta ceremonia. El Código
concedía a los mulatos y negros libres iguales derechos que los blancos.
El derecho consuetudinario fue poco respetuoso de la regulación y se im-
pusieron numerosas y desproporcionadas cargas públicas a los mulatos:
Cuando llegaban a la mayoría de edad, se veían obligados a
incorporarse a la maréchaussée, una organización policial para
el arresto de los esclavos fugitivos, la protección de los viajeros
en los caminos, la captura de negros peligrosos, la lucha contra
los cimarrones, es decir, todas las tareas difíciles y riesgosas que
los blancos locales ordenaran. Después de tres años de servicio
en la maréchaussée tenían que incorporarse a la milicia local,
con sus propias armas, municiones y equipamiento, sin pago
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o estipendio de ningún tipo, y sirviendo a discreción al oficial
blanco que tuviera el mando. Tales tareas, como el patrullaje
forzoso de los caminos, recaían sobre ellos con severidad ex-
(14) Filippi, Alberto, La lucha por los derechos..., op. cit.
(15) “Además, mientras la ‘inocencia’ del paganismo de los naturales amerindios permitía las
conversiones a la fe católica, estas fueron mucho más difíciles o directamente no permitidas
a los africanos de fe musulmana que habían sido por ocho siglos combatidos con guerras y
persecuciones de toda índole. La Iglesia nunca cuestionó la validez de la esclavitud de los ne-
gros y siendo ella misma propietaria de esclavos en gran escala. Si bien algunos admirables
religiosos como Pedro Claver y Alonso de Sandoval trataron de aliviar los enormes sufrimien-
tos de los africanos en América y de ‘salvarles el alma’ con la imposición del bautizo, no es
menos cierto que jamás pudieran negar o cuestionar el instituto mismo de la esclavitud”, en
Filippi, Alberto, La lucha por los derechos..., op. cit.
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trema. Se les excluía de los departamentos de la Marina y el
Ejército, de la práctica de la abogacía, la medicina y el sacer-
docio, y de todos los puestos en oficinas públicas y cargos de
confianza. Un blanco podía entrar en la propiedad de un mula-
to, seducir a su esposa o hija, insultarlo como quisiera, seguro
de que a cualquier indicio de resentimiento o venganza, todos
los blancos y el gobierno se apresurarían a lincharlo. En todas
las acciones legales la decisión casi siempre irruía en contra de
los mulatos. Para aterrorizarlos en la sumisión, cualquier hombre
de color que golpeara a un blanco, sin importar tu posición en
la sociedad, se le cortaba el brazo derecho. (16)
La violación sexual cometida por los varones blancos generó que los mu-
latos proliferaran. Recordemos que a diferencia de lo que sucedía en las
islas inglesas, no existía limitación para adquirir tierras. Los negros libres
y mulatos prosperaron, se hicieron propietarios —incluso de esclavos—
se educaron y acudieron a Francia, transformándose en una de las clases
sociales poderosas. Pese a ello, eran menospreciados y carecían de dere-
chos civiles y políticos. Tal y como ocurría en todo el continente, a mayor
oscuridad de piel se brindaba mayor desprecio. Existía una clasificación de
sesenta y cuatro categorías de acuerdo con la tonalidad de piel.
La sociedad, entonces, se organizó en torno a la clase social de los gran-
des propietarios blancos (grand blancs o pompon blancs, realistas), los
blancos sin recursos (pettit blancs, luego pompon rouge por su supuesto
apoyo a la revolución), los mulatos y negros libertos (affranchis) propieta-
rios y sin derechos. Luego estaba la inmensa mayoría de habitantes de la
isla, los esclavizados, que llegaron a alcanzar al 90% del total.
La existencia de un copioso marco jurídico que dio sustento legal y legitimi-
dad a las prácticas de conquista, invasión, etnocidio, esclavitud y discrimi-
nación actualizan la importancia capital de conocer los orígenes de las teo-
rías jurídicas, sus circunstancias de creación y sus concretos propósitos. (17)
(16) James, Cyril L. R., op. cit.
(17) “Esos conceptos jurídicos no son neutros. Es necesario conocer su genealogía concep-
Doctrina
tual; dónde nacen, para qué nacieron, qué función cumplieron en cada contexto. Sentenciar
o dictaminar o defender no es solo manejar una técnica. Se necesita mucho más. Para evaluar
el sentido, la genealogía de cada concepto, su funcionalidad, se necesitan conocimientos
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3 | Algunas causas de la “amnesia”
¿Por qué motivos continúa silenciada la gesta haitiana? ¿Constituye un he-
cho menor la primera revolución independentista de nuestra tierra? ¿Dejó
en evidencia resistencias y violencias opresivas históricamente ningunea-
das? ¿Es digno de indiferencia el proceso revolucionario más radicalizado
en sus principios? ¿Carece de trascendencia la única rebelión de esclavi-
zados triunfante en la historia de la humanidad? ¿Nada significa que haya
ocurrido en la colonia más rica del sistema mundo? ¿Afectó al sistema
geopolítico y económico? ¿Conmovió a la organización jurídico política?
¿Implicó la irrupción de nuevos actores?
Las respuestas pueden ser ensayadas retrospectivamente y, sobre todo,
atendiendo al presente y a nuestro contexto. (18)
La revolución haitiana implicó, en primer término, la lucha contra la opresión
más feroz protagonizada por los más débiles, los más infelices, los equipa-
rados a bestias o bienes muebles. El sujeto central de la política, el varón
blanco, europeo, adulto, cristiano y propietario fue corrido de la escena.
La alianza de mestizos y afroamericanos con la revolución resultante no
fue una revuelta hecha desde las clases dominantes locales para librarse
más amplios: conocer la historia, conocer la dinámica, conocer la dinámica del poder, co-
nocer los contextos ideológicos, saber en cuál se ubica cada cosa y en medio de toda esa
barahúnda, mantener coherencia no es fácil, es difícil”, Zaffaroni, E. Raúl, Clase Inaugural de
la Escuela del Servicio de Justicia, inédito.
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(18) “Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada ins-
tante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación
insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual este colombiano errante y nostálgico
no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas,
guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido
que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la
insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos,
el nudo de nuestra soledad. Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos
de su esencia, no es difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo,
extasiados en la contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método
válido para interpretarnos. Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con
que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos,
y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo
fue para ellos. La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos solo contribuye
a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios”, en
García Márquez, Gabriel, La soledad de América Latina, discurso de aceptación del Premio
Nobel de Literatura, 1982.
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La revolución haitiana y la historia de los...
de los tributos que pagaban a la madre patria para continuar con la misma
explotación emprendida desde las metrópolis del capitalismo mercantilis-
ta. No se trató de un cambio de roles que permitiera conservar un statu
quo, no fue una revolución burguesa ni blanca. Fue radical, popular, social,
cultural y anticolonial. Como señalan Susan Buck-Morss y Eduardo Grüner,
la lucha por el reconocimiento tuvo una profunda influencia en su tiempo,
la cual llegó a manifestarse en la Fenomenología del Espíritu de Hegel, en
su célebre apartado IV titulado “La dialéctica del amo y el esclavo”.
No fue una revolución de elites exclusivamente nacida al calor de la razón,
las luces y la ilustración. Elementos como el odio a los blancos, la nostalgia
por el retorno a la Guinea, la religión vudú, la venganza y la participación
de la enorme mayoría de la población estaban presentes. Comenzó como
lucha contra la esclavitud que derivó en combate contra el colonialismo y
el eurocentrismo. Uno de los hechos iniciales de todo el periplo, la asam-
blea de Morne Rouge, integrada por esclavos de al menos 50 plantaciones
realizada en agosto de 1791, culminó:
... como correspondía, con una gigantesca ceremonia vodú
(algo asimismo muy complejo de organizar para tanta gente),
la denominada “ceremonia de Bois-Cayman” por el lugar don-
de se realizó, presidida por el gran sacerdote de la región, el
cimarrón Boukman, que inmediatamente se transformaría en
el primer gran líder político del movimiento (Toussaint Louver-
ture no emergería como dirigente sino hasta cuatro o cinco
meses después, si bien en esta primera instancia ofició como
importante contacto entre las plantaciones, tarea facilitada por
su profesión de cochero). En la ceremonia nocturna, luego de
hacer las sempiternas invocaciones a Mbumba (la “serpiente
arco iris”) y los rituales de posesión, se sacrificaron varios cerdos
cuya sangre bebieron todos los participantes, con la fuerte car-
ga simbólica que es fácil de imaginar. (19)
Acabamos de mencionar que el líder Boukman era un ex esclavo cima-
rrón. En efecto, lo hemos repetido hasta el cansancio, el cimarronaje es
un antecedente decisivo de prácticamente todas las rebeliones del Cari-
be. También hemos insinuado, sin embargo, que en Saint-Domingue tuvo
Doctrina
(19) Grüner, Eduardo, op. cit.
109
Raúl Salinas
ciertas características peculiares. A diferencia de otras colonias esclavis-
tas, aquí los cimarrones nunca fueron una entidad social completamente
marginada o aislada de la sociedad en su conjunto, ni constituyeron un
grupo homogéneo, claramente circunscripto e identificable. Como ya diji-
mos —y aparte del ya mencionado caso de las contraplantaciones—, fue
mucho más generalizada una especie de cimarronaje cotidiano y difuso,
así como de fugitivos que no necesariamente se unieron a las “bandas”
armadas más organizadas, y que a menudo encontraron refugio entre los
esclavos de las plantaciones o en las casas de los affranchis. Hubo también
muchos cimarrones “urbanos” que practicaban algún oficio y, mientras no
fueran descubiertos, pasaban por negros libres. (20)
De manera simultánea a la enunciación de los derechos del hombre y el
ciudadano, dejó en evidencia las paradojas del universalismo jurídico afir-
mando “nosotros también somos los sujetos de los derechos del hom-
bre”. Obsérvese la claridad y potencia del llamado: Toussaint L’Ouverture,
Biasou y Jean-François, en una misiva redactada en julio de 1792 dirigida
a la Asamblea General, escribieron:
... (d)urante demasiado tiempo, caballeros, con abusos de cuya
comisión nunca se acusará bastante a nuestra falta de compren-
sión y nuestra ignorancia —durante mucho tiempo, digo—, he-
mos sido víctimas de vuestra codicia y vuestra avaricia. Bajo los
verdugazos de vuestro bárbaro látigo hemos acumulado para vo-
sotros los tesoros de que disfrutáis en esta colonia; la raza huma-
na ha sufrido viendo con qué barbarie habéis tratado a hombres
como vosotros —sí, hombres— sobre los que no tenéis otro dere-
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cho excepto que sois más fuertes y más bárbaros que nosotros; os
habéis dedicado al tráfico [de esclavos], habéis vendido hombres
a cambio de caballos, e incluso esa es la más pequeña de vuestras
faltas a ojos de la humanidad; nuestras vidas dependen de vues-
tro capricho, y cuando se trata de divertiros, la carga recae sobre
hombres como nosotros, que la mayor parte de las veces no so-
mos culpables de otro delito que el de estar a vuestras órdenes.
Somos negros, es cierto, pero decidnos, caballeros, vosotros
que sois tan juiciosos, ¿qué ley dice que el hombre negro debe
pertenecer al hombre blanco y ser propiedad suya? Desde
(20) Ibid.
110
La revolución haitiana y la historia de los...
luego no podréis hacernos ver dónde existe, si no es en vuestras
imaginaciones, siempre dispuestas a formar nuevos [fantasmas]
con tal que os sean ventajosas. Sí, caballeros, somos libres como
vosotros, y es solamente vuestra avaricia y nuestra ignorancia las
que hacen que hoy en día persista la esclavitud, y no podemos
ni ver ni encontrar el derecho que afirmáis tener sobre nosotros,
ni nada que pudiera probárnoslo a nosotros, habitantes de la
tierra como vosotros, todos hijos del mismo padre y creados a
su misma imagen. Somos vuestros iguales, pues, por derecho
natural, y si la naturaleza se complace en diversificar los colores
dentro de la raza humana, ni es un delito nacer negro ni una
ventaja ser blanco. Si los abusos en la colonia han continuado
durante varios años, eso fue antes de la afortunada revolución
que ha tenido lugar en la patria, la cual nos ha abierto la senda
por la que nuestro coraje y nuestro trabajo nos permitirán as-
cender, para llegar al templo de la libertad, lo mismo que esos
valientes franceses que son nuestros modelos y a los que todo
el universo está contemplando.
Durante demasiado tiempo hemos arrastrado vuestras cadenas
sin pensar en quitárnoslas, pero a toda autoridad que no se base
en la virtud y la humanidad, y que solo tienda a someter a otro
hombre a la esclavitud, debe ponérsele fin, y eso es lo que va a
suceder con vosotros. Vosotros, caballeros, que pretendéis so-
meternos a la esclavitud, ¿no habéis jurado respetar la Constitu-
ción francesa? ¿Qué dice esta respetable Constitución? ¿Cuál es
la ley fundamental? ¿Habéis olvidado que os habéis comprome-
tido con la Declaración de los Derechos del Hombre, que dice
que los hombres han nacido libres, iguales en derechos; que sus
derechos naturales incluyen la libertad, la propiedad, la seguri-
dad y la resistencia a la opresión? Así pues, como vosotros no
podéis negar lo que habéis jurado, nosotros estamos en nuestro
derecho y vosotros debéis reconoceros a vosotros mismos como
perjuros; con vuestros decretos reconocéis que todos los hom-
bres son libres, pero queréis mantener la servidumbre de 480.000
individuos que os permiten disfrutar de todo lo que poseéis. A
través de vuestros enviados ofrecéis la libertad solo a nuestros
Doctrina
patronos; sigue siendo una de vuestras máximas políticas decir
que deberíamos entregaros a quienes han realizado una parte
111
Raúl Salinas
igual en nuestro trabajo para que sean vuestras víctimas. No,
preferimos mil muertes a actuar de ese modo con los nuestros. Si
queréis concedernos los beneficios que nos son debidos, todos
nuestros hermanos deben compartirlos. (21)
Una de las consecuencias directas fue la puesta en evidencia del papel de la
esclavitud en el marco del capitalismo en su fase de acumulación originaria,
posteriormente descripta por Marx en el capítulo XXIV de El Capital. La ten-
sión entre valores políticos como libertad e igualdad y prácticas económico
capitalistas ya fue innegable, al igual que la coartada legitimadora y encu-
bridora que significaba el racismo. Entre sus consecuencias se encuentra
la abolición de la esclavitud y del tráfico de esclavos, forzando a la propia
Francia al humillante ejercicio de tener que declarar el final de la servidum-
bre primero en 1794 y luego, a causa del restablecimiento napoleónico
(1802), otra vez en 1848. De 1831 data la prohibición del tráfico triangular.
La revolución haitiana también combinó elementos ancestrales, irraciona-
les y autoritarios. Fue un movimiento de una violencia inaudita. Más de un
tercio de la población negra —aproximadamente 200.000 personas— per-
dió la vida en combate o fue masacrada por los blancos; otro tanto ocurrió
con los blancos capturados. Nuevamente el exterminio, la supresión del
otro es muestra de la brutalidad desplegada en el pasado y anticipo de las
políticas genocidas modernas.
Uno de sus antecedentes directos fueron los históricos y conmovedores
ejercicios de resistencia a la opresión blanca. Desde el suicidio a la fuga,
pasando por el homicidio, el levantamiento armado y el saqueo, compren-
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diendo al quilombo, el tambor, la capoeira y la cultura del cimarronaje y
el establecimiento de comunidades (por ejemplo, San Lorenzo de los Ne-
gros, actual Yanga), el anhelo de libertad siempre estuvo presente.
No es posible encuadrarla en concepciones lineales o progresistas de la
historia y no respondió a los cánones de las revoluciones burguesas ni
socialistas modernas. Mostró otra modernidad combinada con elementos
antiguos, de raigambre teológica, feudal y étnica. El propio proyecto de
constitución de L’Overture de 1801 contenía concepciones personalistas
del poder, una visión marcadamente paternalista y autoritaria, y sostenía
(21) L’Ouverture, Toussaint, La Revolución haitiana, Madrid, Akal, 2013.
112
La revolución haitiana y la historia de los...
la estructura productiva previa combinada con el límite a la propiedad pri-
vada y la primera prohibición de toda forma de esclavitud.
La independencia haitiana constituyó desde la periferia un mojón en con-
tra de los términos en los que estaba establecido el sistema mundo y el
capitalismo.
Como si fuera poco, los “negros salvajes y andrajosos” derrotaron en
combate al ejército napoleónico al mando de su propio cuñado.
En términos jurídicos, la Constitución del primer país independiente de
América Latina es expresión filosófica, jurídica y política de un movimien-
to que cuestionó de modo nítido y profundo al universalismo declarado
pero no practicado por Europa. En la Constitución de Haití de 1805 lo
identitario, los particularismos, la diversidad y lo ficticio de las distinciones
étnico-raciales y de género están presentes en su texto. Ya en su preám-
bulo declaraba “(a)nte la creación entera, cuyos hijos desposeídos hemos
sido durante tanto tiempo y tan injustamente considerados”, mientras que
en la parte final de su art. 14 rezaba: “(t)odos los ciudadanos, de aquí en
adelante, serán conocidos por la denominación genérica de negros”. La
designación comprendía a mujeres blancas, alemanes y polacos.
Otro estímulo para el olvido por historiografía oficial —aristocrática, bur-
guesa, nacionalista y vencedora— fue el vínculo existente entre Haití y la
gesta bolivariana. Recordemos que el presidente Petion recibió al maltre-
cho Bolívar durante 1815 y apoyó y auxilió su campaña con la única con-
dición de comprometerse en la lucha por la abolición. A fines de 1816 el
libertador nuevamente fue recibido por Alexander Petion, que otra vez lo
respaldó. En esa época, el presidente de Haití le mandó una carta, en la que
le dice: “... (s)i la fortuna inconstante ha burlado por segunda vez las espe-
ranzas de V E., en la tercera puede serle favorable; yo al menos tengo ese
presentimiento, y si yo puedo de algún modo disminuir la pena y sentimien-
to de V E. puede desde luego contar con cuanto consuelo de mí depende”.
Se trata del mismo que años después escribió:
... una sola debe ser la patria de todos los americanos, ya que
en todo hemos tenido una perfecta unidad. (22) Razón esta de
Doctrina
(22) El resaltado me pertenece.
113
Raúl Salinas
la precedente histórica ”perfecta unidad” que nos permite y
obliga a entablar el pacto americano que, formando de todas
nuestras repúblicas un grupo político, presente la América al
mundo con un aspecto de majestad y grandeza sin ejemplo en
las naciones antiguas.
La utopía del cosmopolitismo liberal concluía con el siguiente auspicio
cuya vigencia es mucho mayor que en el siglo pasado: “La América así
unida, si el cielo nos concede este deseado voto, podrá llamarse el reino
de las naciones y la madre de las repúblicas”. (23)
Luego, en su discurso al Congreso Constituyente de Bolivia del 25 de
mayo de 1826, Simón Bolívar señaló que:
... he conservado intacta la ley de las leyes —la igualdad—: sin
ella perecen todas las garantías, todos los derechos. A ella de-
bemos hacer los sacrificios. A sus pies he puesto, cubierta de
humillación, a la infame esclavitud.
Legisladores, la infracción de todas las leyes es la esclavitud. La
ley que la conservara, sería la más sacrílega. ¿Qué derecho se ale-
graría para su conservación? Mírese este delito por todos aspec-
tos, y no me persuado a que haya un solo Boliviano tan deprava-
do, que pretenda legítima la más insigne violación de la dignidad
humana. ¡Un hombre poseído por otro! ¡Un hombre propiedad!
Una imagen de Dios puesta al yugo como el bruto! Dígasenos
¿dónde están los títulos de los usurpadores del hombre?
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La Guinea nos los ha mandado, pues el África devastada por
el fratricidio, no ofrece más que crímenes. Trasplantadas aquí
estas reliquias de aquellas tribus africanas, ¿qué ley o potestad
será capaz de sancionar el dominio sobre estas víctimas? Trans-
mitir, prorrogar, eternizar este crimen mezclado de suplicios, es
el ultraje más chocante. Fundar un principio de posesión sobre
la más feroz delincuencia no podría concebirse sin el trastorno
de los elementos del derecho, y sin la perversión más absoluta
de las nociones del deber. Nadie puede romper el santo dogma
de la igualdad. Y ¿habrá esclavitud donde reina la igualdad?
(23) Filippi, Alberto, “Bicentenarios: integración plurinacional…”, op. cit.
114
La revolución haitiana y la historia de los...
Tales contradicciones formarían más bien el vituperio de nuestra
razón que el de nuestra justicia: seriamos reputados por más
dementes que usurpadores.
Si no hubiera un dios Protector de la inocencia y de la libertad,
prefiriera la suerte de un león generoso, dominando en los de-
siertos y en los bosques, a la de un cautivo al servicio de un infa-
me tirano que, cómplice de sus crímenes, provocara la cólera del
Cielo. Pero no: Dios ha destinado el hombre a la libertad: él lo
protege para que ejerza la celeste función del albedrío.
4 | Algunas líneas para seguir pensando
La mirada eurocéntrica define a occidente obviando a los pueblos origi-
narios. A su vez, los afrodescendientes también son invisibilizados. Ni si-
quiera el nombre asignado a nuestro continente responde a sus denomi-
naciones autóctonas y deriva del audaz comerciante y navegante italiano
Américo Vespucio y de las fantasías cesaristas de Napoleón III y su ficción
de la latinidad. (24)
Nuestra historia es rica en ejemplos de inferiorización de pueblos ori-
ginarios, nativos, mestizos, criollos y africanos. El exterminio de sendos
grupos en función de intereses económicos también forma parte de
nuestra tradición.
Conservamos importantes notas de eurocentrismo que asumen que las
respuestas a los desafíos de nuestra tierra solo pueden encontrarse en el
exterior. Las ideas de superioridad de lo blanco, el colonialismo intelec-
tual y el desprecio y discriminación continúan presentes. Mitos tales como
aquellos que señalan que los argentinos no somos racistas, que en reali-
dad descendemos de los barcos, que encarnamos el crisol de razas, que
no pertenecemos a América Latina y que no tenemos afrodescendientes
vienen a encubrir una realidad dolorosa y persistente: la exclusión, la dis-
criminación y el pánico frente a la diversidad.
La pobreza, a su vez, es racializada y progresivamente feminizada. Amplios
sectores de la población viven sin sus necesidades básicas satisfechas,
Doctrina
(24) Ibid.
115
Raúl Salinas
menoscabados en sus derechos y limitados en sus oportunidades a partir
de la desigualdad y la discriminación de clase.
Lo negro aún es empleado peyorativamente, incluso cuando grandes por-
centajes de la población tenemos antepasados indígenas. La inmigración
de países limítrofes suele ser presentada públicamente como una invasión
silenciosa y gigantesca, aun cuando de los censos se desprenda que his-
tóricamente ronda el 3% sin grandes fluctuaciones.
La esclavitud tampoco se halla erradicada: fenómenos como los de la
trata con fines de explotación sexual, la violencia sobre las mujeres,
la existencia de obreros por fuera del derecho laboral y en condición
de servidumbre, el trabajo informal precarizado, el trabajo infantil y
la explotación en condiciones indignas actualizan su existencia, ahora
ilegal.
Un colectivo que conserva demasiados puntos en común con los afroame-
ricanos esclavizados es el de las personas privadas de la libertad en virtud
de conflictos con la ley penal. Las cárceles y penitenciarias son usinas
enormes de violaciones a los derechos humanos que producen tortura,
tratos crueles, inhumanos y degradantes. Tan sobrepobladas se encuen-
tran que recuerdan el hacinamiento de los barcos negreros. Las afecta-
ciones a la dignidad, integridad, autonomía, el hambre, la anomía y la
acuria, la convivencia con la violencia descarnada y la muerte, la inferiori-
zación y demonización y la racialización de las detenciones muestra a los
encarcelados tan vulnerables, débiles y desprotegidos como a aquellos
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encadenados. Estos tampoco votan. La expectativa de vida es menor que
en el medio abierto y la chance de resultar víctima de violencia, suicidio o
contraer enfermedades infecto-contagiosas también es superior. De he-
cho, hasta es posible encontrar en la genealogía de la servidumbre de la
pena orígenes comunes.
Estas situaciones constituyen enormes desafíos para la democracia, ya
que los poderes judiciales aún se presentan, como refería Jauretche, como
“los primos pobres de la oligarquía”. Así renuncian a su rol como poder
de gobierno y se ocultan detrás de una neutralidad que percibe igualdad
formal pero que invisibiliza las desigualdades estructurales y su violencia
intrínseca. La práctica del derecho y su enseñanza deben incorporar estas
perspectivas para actuar a favor de los más infelices.
116
La revolución haitiana y la historia de los...
Como señala la exposición de motivos de las 100 Reglas de Brasilia sobre
Acceso a la Justicia de las Personas en Condición de Vulnerabilidad:
... el sistema judicial se debe configurar, y se está configurando,
como un instrumento para la defensa efectiva de los derechos de
las personas en condición de vulnerabilidad. Poca utilidad tiene
que el Estado reconozca formalmente un derecho si su titular no
puede acceder de forma efectiva al sistema de justicia para obte-
ner la tutela de dicho derecho. Si bien la dificultad de garantizar
la eficacia de los derechos afecta con carácter general a todos
los ámbitos de la política pública, es aún mayor cuando se trata
de personas en condición de vulnerabilidad dado que estas en-
cuentran obstáculos mayores para su ejercicio. Por ello, se debe-
rá llevar a cabo una actuación más intensa para vencer, eliminar
o mitigar dichas limitaciones. De esta manera, el propio sistema
de justicia puede contribuir de forma importante a la reducción
de las desigualdades sociales, favoreciendo la cohesión social.
Algunas de las preguntas elementales continúan siendo las referidas a
nuestra identidad como un complejo ensamble social, histórico, jurídico y
político, y al destino que seamos capaces de construir en común. Quiénes
somos, cómo nos relacionamos con el otro, de dónde venimos y hacia
dónde vamos siguen siendo interrogantes abiertos y promisorios.
Acaso las respuestas más lúcidas ya hayan sido ensayadas por Simón Bo-
lívar en su “Carta de Jamaica” cuando sostuvo que “nosotros somos un
pequeño género humano”, y por Simón Rodríguez cuando escribió que
tenemos diversidad y mestizaje “que hacen, como en botánica, una fami-
lia de criptógamos”.
La historia también nos provee las respuestas a través de la formulación
negativa. Hoy, por dolorosa experiencia, sabemos lo que no debemos ha-
cer ni continuar. Que el silencio deliberado y la negación no nos impidan
el ejercicio de la memoria. Seamos como los esclavizados que se liberaron
y rebautizaron a su nuevo hogar con el nombre que le habían dado sus
habitantes originarios: Haytí.
La historia de los derechos humanos como conquista tiene un antece-
Doctrina
dente fundamental originado en nuestro continente que necesariamente
debe formar parte de la enseñanza del derecho.
117
Raúl Salinas
Pensemos, entonces, lo que sugiere Frantz Fanon (25) en un poético texto,
en el cual resuenan ecos del célebre art. 14 de la Constitución de Haití de
1805: (26)
La desgracia del hombre de color es el haber sido esclavizado.
La desgracia y la inhumanidad del blanco son el haber matado
al hombre en algún lugar.
Es, todavía hoy, organizar racionalmente esta deshumanización.
Pero yo, hombre de color, en la medida en la que me es posi-
ble existir absolutamente, no tengo derecho a refugiarme en un
mundo de reparaciones retroactivas.
Yo, hombre de color, solo quiero una cosa:
Que nunca el instrumento domine al hombre. Que cese para
siempre el sometimiento del hombre por el hombre. Es decir,
de mí por otro. Que se me permita descubrir y
querer al hombre, allí donde se encuentre.
El negro no es. No más que el blanco.
(…)
Mi último ruego: ¡Oh, cuerpo mío, haz siempre de mí un hom-
bre que interroga!
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(25) Fanon, Frantz, Piel negra, máscaras blancas, Madrid, Akal, 2009.
(26) Fragmentos de la Constitución Imperial de Haití (1805):
Art. 2°. “La esclavitud es abolida para siempre”.
Art. 12. “Ningún blanco, cualquiera sea su nación, pondrá un pie en este territorio con el
título de amo o de propietario, y de ahora en adelante aquí no podrá adquirir ninguna pro-
piedad”.
Art. 13. “El artículo precedente no podrá producir ningún efecto contra las mujeres blancas
naturalizadas haitianas por el Gobierno, tampoco contra los niños nacidos o por nacer de
ellas. Están incluidos en las disposiciones del presente artículo, los alemanes y los polacos
naturalizados por el Gobierno”.
Art. 14. “Necesariamente debe cesar toda acepción de color entre los hijos de una sola y
misma familia donde el Jefe del Estado es el padre; a partir de ahora los haitianos solo serán
conocidos bajo la denominación genérica de negros”.
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