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traducción
Hacia una clínica del exceso:
síntomas contemporáneos y
la orientación analítica a lo real
Domenico Cosenza
Goce sin el Otro
Un punto sólido desde el cual partir en nuestra lectura de la
psicopatología contemporánea es la definición de J.-A. Miller de
nuevos síntomas, de 1997. Al estilo de Lacan, había intentado resumir
en un matema, en una forma simple y transmisible, y separado de
todas las variantes fenomenológicas, el núcleo de la cuestión de los
nuevos síntomas (Miller y Laurent, 1996-1997/2005). La fórmula de
Miller fue la siguiente:
Goces sin
Otro
Sobre todo, esta fórmula subraya el fracaso del proceso de
inscripción simbólica de la satisfacción y la dificultad radical
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en la experiencia de pérdida del objeto que encontramos en el
corazón de esta clínica. Los llamados nuevos síntomas de este
fracaso de la estructura −que en términos clásicos podríamos
describir como un proceso de incorporación de la ley edípica−
constituyen soluciones alternativas. La pérdida del objeto
primario de satisfacción y experiencia, subrayada por Freud en
la estructura de la neurosis, y que se entiende como imposible o
precaria, es tratada de manera diferente por el sujeto que puede
encontrar un remedio construyendo una solución alternativa que
se extrae del síntoma freudiano. El síntoma freudiano presupone
el éxito, aunque sea parcial, de la operación de simbolización de
la satisfacción primaria:
A
--- = a
J
El resultado de esta operación para el neurótico es que
experimenta la pérdida de un objeto parcial, lo que Lacan llama
el pequeño objeto a, que constituye el residuo de la satisfacción
eludiendo la ley edípica, y es lo que retorna en la repetición
del síntoma neurótico. Lo que ocurre en los llamados nuevos
síntomas es que, a nivel estructural, la acción reguladora del
Otro sobre el cuerpo del goce, Uno o primario, no tiene efecto.
Así, el sujeto no experimenta la pérdida del objeto.
El discurso capitalista y el afán por el exceso
Mucho de lo que se ha dicho sobre la relación entre el discurso
capitalista y las nuevas patologías está relacionado, en particular,
con las dependencias patológicas. Podemos apreciar esta
conexión refiriéndonos a cómo Lacan describe la estructura
de un discurso, y cómo describe la estructura del discurso
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capitalista, que para él es en realidad un pseudo-discurso, un
falso discurso. La noción de discurso para Lacan traduce lo que
para Freud es el lazo social. En “El malestar en la civilización”
(1929/2001), Freud escribió que la entrada del ser humano en la
civilización implica un precio a pagar por estructura (Cosenza,
2005, pp.57-64; Svolos, 2017, pp.113-125). Puede encontrar
su lugar en la sociedad siempre que acepte perder parte de su
satisfacción. Lo experimenta desde la primera infancia a través de
la acción reguladora del Otro, encarnada por quienes lo cuidan,
atienden a su comportamiento y educación, afectando así a su
satisfacción. El entrenamiento para ir al baño es un ejemplo
paradigmático. Por eso, para Lacan, la estructura de un discurso
implica siempre una relación complicada entre el campo del
Otro (S1-S2), el sujeto dividido (S) y la satisfacción perdida
(a). Por otro lado, el discurso capitalista, que se impone como
diagnóstico de Lacan sobre el capitalismo contemporáneo, se
funda en una ilusión. Esta ilusión es que el objeto está siempre
disponible para el sujeto, y que la pérdida no es estructural y
siempre puede ser subsanada. Es la dimensión de lo real como
imposible la que, según Lacan, el discurso capitalista trabaja
para eliminar, instando imperativamente al sujeto consumidor
a gozar de los objetos de mercancía ofrecidos en el mercado
mundial, en una continua exigencia de satisfacción.
De la clínica de la falta/prohibición a la clínica
del exceso
El paso que marca la metamorfosis fundamental de la patología
de la época freudiana del capitalismo clásico a la época lacaniana
del capitalismo contemporáneo, es el paso de la clínica de la
falta y del deseo a una clínica sin límites, de la plenitud excesiva.
En la nueva clínica, el sujeto está expuesto a una relación de
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satisfacción sin límite simbólico, es presa del goce. La relación con
los objetos investidos libidinalmente tiende a volverse infinita,
y nunca suficiente. La falta del objeto se vuelve insoportable,
su tratamiento simbólico se torna precario o imposible, la
elaboración del duelo impracticable. En ello podemos reconocer
el rasgo de perversión que caracteriza cada vez más, transversal
y trans-estructuralmente, la relación contemporánea con los
objetos de goce en la época actual. Lo inesperado −incluso el
acontecimiento cotidiano banal, por ejemplo, una cita perdida−
se convierte en un trauma incontrolable, algo de lo que hay que
defenderse, construyendo barreras defensivas y circuitos de un
goce autista que evite el impacto de dicho acontecimiento.
Partiendo de lo real del síntoma
Para adentrarnos más en la lógica de las nuevas psicopatologías,
es fundamental partir de una observación clínica que nos pueda
guiar: podemos comprender mejor la estructura del síntoma
si partimos de la premisa de que hemos entrado, como indica
Miller, en una nueva era del inconsciente (Miller, 2015, pp.119-
132). Esto lo extrae de la última enseñanza de Lacan y de lo que
esta enseñanza puede decirnos sobre el estado actual del síntoma.
Estos desarrollos exigen revisar la práctica del psicoanálisis y las
disciplinas de orientación analítica en el siglo XXI. Esta nueva
era es el paso de la época del inconsciente como semántica,
oculta bajo los síntomas del sujeto, al inconsciente como trabajo
pragmático del síntoma, como condensación de un goce sin
sentido. Este paso no es una sustitución de uno por otro. En el
análisis clásico de un neurótico, inevitablemente tendremos gran
parte del análisis desarrollándose en torno a lo que Miller llama
el inconsciente transferencial del sujeto, es decir, el sistema de
supuestos de sentido que sustentan las identificaciones clave
del sujeto que se estructuran en torno a lo que Lacan llama su
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fantasma fundamental. Sólo tras la desconexión del sujeto de sus
identificaciones, y tras el encuentro con su fantasma fundamental,
puede abrirse para él un análisis en el que habrá reducido su
síntoma a un real libidinal repetitivo sin sentido. El inconsciente
real (Lacan, 1976, p.571) encontrará allí su territorio, en el pasaje
en que el sujeto-supuesto-saber comienza a declinar y el analista
se verá reducido al estado de encarnar un objeto. En la clínica
de la que hablamos, a diferencia de la clínica de la neurosis,
el inconsciente real es capaz de manifestarse de forma masiva
y no residual, inmediatamente. El paciente no experimenta el
síntoma como vehículo de posibles descubrimientos de sentido,
sino como encarnación de un goce que éste impone. Por ello,
las psicopatologías del exceso son el testimonio más claro de
que el siglo XX ha sido la época del declive de la hermenéutica
del inconsciente.
El fracaso de la metáfora libidinal
Para esto, es útil intentar pensar cómo está estructurada la
experiencia libidinal del ser hablante. En su última enseñanza,
Lacan ya no habla del sujeto sino del “ser hablante” (parlêtre).
Lo haremos tomando el matema de Miller, ya comentado
anteriormente, e intentando aplicarlo a la constitución del
cuerpo pulsional, el cuerpo que concierne al psicoanálisis.
Estrictamente hablando, el cuerpo se convierte en cuerpo
pulsional si se efectúa, aunque sea parcialmente, la acción del
Otro simbólico sobre el goce primordial o Uno, quedando como
resultado el objeto (a). Esto puede demostrarse de la siguiente
manera:
Otro
-------------- = Cuerpo pulsional = (S <> D)/(a)
Goce
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De hecho, la pulsión es ya un efecto de un tratamiento estructural
del goce primordial: es el efecto de una pérdida que abre un vacío
en el campo libidinal, un vacío alrededor del cual se estructura
el funcionamiento pulsional. Así funciona en la clínica de la
neurosis, en la que la pulsión no es sólo pura experiencia de goce,
sino que mantiene una dimensión simbólica en su estructura. Por
esta razón, cuando Lacan escribe la fórmula de la pulsión, inserta
también el símbolo de la demanda (D) en la fórmula: S losange
D. Sin embargo, la constitución del cuerpo pulsional puede ser
problemática como lo discutiré en los casos siguientes. El estado
de la pulsión como dinámica libidinal estructurada en torno a
un vacío y anclada en la dimensión simbólica de la demanda,
presupone de hecho la pérdida del objeto primordial de goce −lo
que Freud llamó das Ding− de la que habla Lacan en su seminario
sobre La ética del psicoanálisis. Este pasaje se vuelve operativo
en el momento en que se produce, en la experiencia subjetiva,
lo que Lacan llamó la cesión del objeto (a), como resultado de la
acción del Otro simbólico sobre el cuerpo del goce originario.
Lacan habla de esta operación de cesión en su seminario sobre la
Angustia (Lacan, 1962-1963/2004, pp.362-363). Sin esta cesión
libidinal del objeto, el ser hablante permanece en la proximidad
del das Ding, lo que impide una separación real. En este caso,
el goce que experimenta el sujeto queda demasiado encajado
en el cuerpo, lo que implica dificultades en el lazo social y para
encontrar un lugar en la lógica de un discurso.
El exceso como nombre de lo real en la clínica
contemporánea
La elección del significante “exceso” para indicar el hilo
conductor del campo en esta clínica, clasificada durante décadas
bajo la fórmula de nuevas formas del síntoma, puede ser ahora
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explicada. Pretendemos dar a este término, que en el lenguaje
tiene múltiples significaciones, desde el ámbito médico hasta
el moral, una definición interna al discurso analítico. Para ello,
no podemos tomarlo del lenguaje ordinario, sino que debemos
aclarar el concepto para que sea útil en el psicoanálisis. Es una
operación que Lacan ya ha realizado para la noción de goce
que existe en el lenguaje cotidiano, pero a la que Lacan dio
una definición estrictamente analítica en su formulación. El
exceso al que nos referimos es un significante que utilizamos
para nombrar las psicopatologías implicadas en el capitalismo
avanzado y su forma específica de presentación a través de
soluciones “patológicas”. Estas soluciones se convierten en
formas de goce constantes y repetitivas, caracterizadas por un
sistema de prácticas organizadas en la vida cotidiana. Este real
no se da tanto en el sentido de un goce parcial, siempre perdido,
sino en la forma de una plenitud excesiva, un goce masivo que
eclipsa al sujeto que lo experimenta. Es una experiencia que
deja al sujeto a la deriva, más allá del principio del placer, hacia
un placer en el que está presente el riesgo de la muerte y la
devastación.
Cesión del objeto, discurso y exceso fuera del discurso
Etimológicamente, el término “exceso” deriva del latín ex-cessus,
del verbo ex-cedere. Su significado es “ir más allá de la proporción
ordinaria, o de un cierto grado o término” (Treccani online). Desde
cierto punto de vista, la psicopatología como tal es un campo de
alteración de lo que se piensa como norma del comportamiento,
una disciplina que se ocupa de las variantes del exceso en el
psiquismo humano. El psicoanálisis nos permite reformular esta
noción eliminando en parte su significado más común. Al respecto,
es interesante rastrear el significado del verbo latino cedere. De
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hecho, tiene varios significados, aparentemente contradictorios:
“retirar”, “desaparecer”, pero también “continuar” y “obtener”
(Olivetti on line). Así, combina una forma negativa de renuncia
y una positiva de consecución. Esta dualidad es algo que
encontramos en Freud y Lacan en la raíz de la entrada del sujeto al
lazo social: una pérdida que implica una ganancia. Sólo si el sujeto
acepta perder la satisfacción podrá encontrar un lugar en el lazo
social, un lugar como sujeto del discurso. Es muy interesante para
nosotros descubrir el hecho de que Lacan utiliza precisamente
la palabra “cesión” en su seminario sobre la Angustia (1962-
63/2004) para describir la operación fundamental que permite
la constitución del sujeto como neurótico. Habla de la cesión del
objeto a al campo del Otro: se trata de una cesión de la voz, de la
mirada y del objeto oral y anal. Ahora bien, la clínica del exceso
que intentamos formular es precisamente una clínica del impasse
de este proceso de cesión del objeto por parte del sujeto. Donde
el objeto –Lacan indica el pecho como parte del niño pequeño
y punto de apoyo de la satisfacción oral− puede ser cedido,
también puede ser sustituido por otros productos de la actividad
humana posibles de cederse, como el biberón; éstos forman parte
de la serie de objetos conservables y comerciables. La clínica del
exceso se presenta así como un campo en el que encontramos
esencialmente un impasse en el proceso de estructuración de la
cesión del objeto a. Este proceso es la condición para la entrada
en el discurso y su funcionamiento simbólico. La cesión del objeto
permite una regulación parcial de la satisfacción y la experiencia
del exceso interno a las leyes del lazo social, como plus-de-gozar.
El exceso en la experiencia neurótica funciona en este marco: es
una dimensión de satisfacción parcial posibilitada por una cesión
preliminar del objeto a. Es un exceso discursivo que no empuja
al sujeto fuera del lazo social, o fuera del discurso (Cosenza,
2018, pp.167-70). Por el contrario, las patologías del exceso son
patologías del rechazo de la cesión del objeto a y constituyen
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soluciones alternativas a la cesión del objeto. El “rechazo del
destete” (“refus du sevrage”) del que habla el joven Lacan en “Los
complejos familiares” (Lacan, 1938/2001, p.32; Cosenza, 2014,
pp.76-7) es una de las manifestaciones primarias que subyacen a
la fijación libidinal con la oralidad primaria que se encuentra en la
anorexia y también en la satisfacción de los adictos a las drogas.
Circuitos de goce fuera del discurso
Si no se cede el objeto, si se rechaza el destete, el sujeto, sea cual
fuere su etapa de desarrollo, quedará con una doble dificultad
de estructura. En primer lugar, tendrá dificultades para estar en
relación al Otro, y para tolerar todos los límites que ello implica,
lo que conduce al malentendido estructural que caracteriza las
relaciones entre los seres hablantes. La ambivalencia estructural
que nos caracteriza por estar habitados por el lenguaje, sin
embargo, asume una caracterización rígida en los sujetos que
tienen dificultad en consentir la primera pérdida del objeto, es
decir, en la primera separación del goce del cuerpo por la acción
del lenguaje. En segundo lugar, esta dificultad en la relación
dialéctica con el Otro subyace en la tendencia a construir un
modo de goce sin el Otro, en un circuito cerrado. Este modo
de goce se estructura en torno a la elección de un objeto, una
situación o un ritual de la experiencia que asume una posición
totalmente central en la vida del paciente. El ejercicio de este
modo de goce toma una forma constante, asidua, casi siempre
cotidiana y repetitiva, y se convierte en algo de lo que el sujeto
no puede prescindir. Es algo irresistible, que ofrece la ilusión
de una satisfacción plena e ilimitada. Es algo que ciertamente
encontramos en esas prácticas de goce que solemos catalogar
en la clínica como dependencias patológicas o adicciones.
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Pero debemos ir más allá de este campo, o al menos pensar
en incluir dentro de él también aquellas adicciones sin objeto
que podemos rastrear concretamente en la experiencia, como
la anorexia mental, en la que el objeto es invisible o está
enquistado en el cuerpo. Por eso, Bernard Brusset hablaba
de una “adicción endógena” (Brusset, 1991, p.160), y Lacan
hablaba del objeto nada al hablar del goce ilimitado que la
anoréxica experimenta en su relación con su cuerpo sometido
a la privación (Dewambrechies La Sagna, 2006, pp.57-70;
Cosenza, 2014, pp.73-87). Esta forma de privación radical es
una de las posibles manifestaciones de la clínica del exceso. Lo
contrario es la compulsión ilimitada que solemos asociar a la
idea de exceso y dependencia que encontramos, por ejemplo,
en los comedores compulsivos o en los adictos a las drogas o en
el uso ilimitado de los dispositivos tecnológicos actuales, que
ocupan el lugar de una relación insostenible con el Otro y de
una vida social a menudo inexistente.
Aislamiento/Soledad
Un rasgo que podemos encontrar en este terreno de la clínica
contemporánea es la tendencia del sujeto a aislarse para
disfrutar el objeto de su adicción sin límites. Esto ocurre no
solo con pacientes que evidentemente se han retirado de la
sociedad y dedican todo su tiempo, por ejemplo, a estar frente a
la computadora navegando por internet. Esto también les ocurre
a los sujetos que aparentemente mantienen una vida social, pero
de hecho estructuran una doble vida. Durante el día, responden
a los requerimientos de una llamada “vida normal”: trabajan y
ven a otros, pero cuando vuelven a su hogar en la noche, lo
que los espera es la irresistible cita con el objeto de la solución
sintomática. Esto es notorio en la bulimia, que es evidentemente
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una patología de doble cara y puede ser, en los casos no tan
serios, mantenida oculta de otros, como una pasión escondida.
Esto es también para los comilones, para quienes este empuje
extremo a comer puede satisfacerse en el aislamiento de su
cocina, comiendo todo el contenido de su heladera. Recuerdo
uno de mis pacientes obesos: todas las noches tan pronto como
su marido cerraba sus ojos y se iba a dormir, ella se levantaba e
iba a la cocina a glotonear. “Cuando mi marido cierra sus ojos,
yo abro mi boca”, decía ella un poco irónicamente (Cosenza,
2018, pp.43-69). Lo que vemos claramente en estos casos es
que el partenaire real es algo asexual que se impone como el
irresistible objeto de una experiencia llena de satisfacción, que
se consuma en aislamiento. Esto no es soledad, una condición
en la que el Otro está presente en nuestros pensamientos y es
lo que nos permite pensar y crear (La Sagna, 2007, pp.43-49).
En cambio, el aislamiento es una retirada, una ruptura del lazo
con el Otro experimentado como amenazante o inaccesible. Es
una condición tendiente a una satisfacción autista por fuera de
la relación.
Defensa de la ansiedad y el pasaje al acto suicida
Lo interesante que debemos mencionar es que estas patologías
del exceso no sólo tienen el aspecto de lo ilimitado. Por el
contrario, como Lacan y más tarde Freud enfatizaron, son
también soluciones. Son usadas por el sujeto como un ancla
en la ausencia de la incorporación del Nombre del Padre, para
evitar lo peor. Por ejemplo, le permiten al paciente encontrar,
precisamente en la solución sui generis sintomática que se ha
construido, un límite que lo defiende contra el pasaje al acto
suicida y la destrucción. Estoy muy bien informado al respecto
porque en muchas ocasiones he visto los efectos devastadores
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de un desmantelamiento imprudente de las soluciones del sujeto
por un tratamiento radical tendiente a la veloz corrección, por
ejemplo, del trastorno alimenticio. Una salida clásica de este
desmantelamiento es el pasaje al acto suicida o el ataque sobre el
cuerpo por medios cortantes y quemaduras. No es infrecuente
que esto ocurra cuando forzamos al paciente anoréxico/a a
incrementar su peso según el IMC (Índice de masa corporal)
normal sin permitirle ninguna subjetivación de ese pasaje. En esos
casos, debemos esperar el pasaje al acto o la descompensación
psicótica como posibles respuestas.
Subrayar esto es útil para enfatizar el hecho de que estas
soluciones tienen para el sujeto una función estabilizadora.
Lo defienden de lo que le es insoportable, como por ejemplo,
las experiencias de la angustia. En cierto sentido, estas son
formas de evitar la ansiedad y responden con su emergencia
con una intensificación de la práctica de goce, sea el atracón,
la restricción de la comida, el consumo de drogas, o la radical
alienación frente a la computadora.
Construcción del ritual sintomático como acto
Lacan, en su última referencia a la anorexia en 1974 (Lacan,
1974, inédito) curiosamente la definió como una acción
caracterizada por el hecho de comer nada. Él subrayó que este
comer nada no era un valor negativo sino afirmativo. Comer
nada es la experiencia del goce de la anorexia, obtenido a través
del rechazo a la alimentación. El anoréxico/a obtiene placer
del rechazo y lo vuelve hiperactivo y eufórico. Para decir que
esta práctica es una acción cabe expresar que la anorexia es la
solución construida para durar en el tiempo. Como cualquier
acción, aspira a una continuidad, en contraste con el acto que
introduce una discontinuidad, un quiebre entre el ahora y el
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después. Lo que es válido para la anorexia me parece válido
también, pese a sus diferencias, para otras patologías del
exceso: son soluciones que brindan al sujeto un ancla de la cual
sostenerse, y aspira a ser estable en un sistema de prácticas y
rituales centrados en la experiencia de goce. Estos rituales y
prácticas sólo son iguales a primera vista. Cuando son oídas
atentamente, se presentan a sí mismas como construcciones
particulares en las que cada sujeto encuentra su propia forma
de fabricación. Son en sí mismas soluciones patológicas, para
las que los tiempos de la medicina evidencian ser peores que
la cura que persiguen en su tratamiento. Pero no podemos
hablar de soluciones suicidas. En cambio, como varias fuentes
han subrayado, a veces nos encontramos en estos pacientes
un particular enganche a la vida, inspirado por la necesidad de
disfrutar su síntoma al máximo posible. Sin embargo, está claro
que la satisfacción llevada al máximo, a su cenit, como Lacan
enseña, coincide con el empuje a la muerte. Esto explica por
qué puede suceder que a pesar de anhelar tanto algo, terminen
muriendo sin haberlo realizado.
Traducción: Luciano Ducatelli y María Emilia Pozo
Fragmento del texto originalmente publicado en Lacunae, APPI International
Journal for Lacanian Psychoanalysis, N°21, diciembre 2020. Disponible en
https://appi.ie/lacunae-journal/. Su directora, Eve Watson, ha autorizado la
publicación en español.