Apuntes Tema 11. La Guerra Colonial y La Crisis de 1898 (Sept. 23)
Apuntes Tema 11. La Guerra Colonial y La Crisis de 1898 (Sept. 23)
Bajo el tema «guerra colonial y crisis de 1898» se agrupan las insurrecciones y enfrentamientos bélicos
desarrollados en Cuba y Filipinas en la segunda mitad del siglo XIX y que supusieron la pérdida de estas
posesiones y del resto de los dominios españoles en el Caribe y en el Pacífico. En lo fundamental, la guerra
colonial se desarrolló entre 1895 y 1898, plazo en el que se produjeron la guerra de la independencia cubana, la
guerra filipina y la guerra hispano-estadounidense. El marco cronológico debe ampliarse para comprender las
causas y los episodios previos a estos enfrentamientos. Así, en el caso cubano, la Guerra de los Diez Años en 1868
-1878. Por su parte, la segunda parte del tema, la crisis de 1898 aborda las consecuencias de la pérdida de estas
colonias, conocido entonces como el «desastre del 98» en la política, la economía, la sociedad y la cultura de
nuestro país que da paso a una nueva manera de entender el país, en el que intelectuales dan nombre a la
generación del 98 (Azorín, Unamuno, Valle Inclán, Pío Baroja, A. Machado, A. Ganivet, etc.)
El marco geográfico y cronológico en el que se desarrolla este periodo abarca las colonias de Cuba, Puerto Rico
y Filipinas, así como la metrópolis, durante el periodo de tiempo conocido como Restauración Borbónica (entre
1874 y 1902).
1. Antecedentes
4. La guerra hispano-estadounidense
6. El regeneracionismo
1. ANTECEDENTES
Al comenzar el siglo XIX España poseía el imperio colonial más extenso, el más poblado y el que más riqueza
aportaba a la metrópoli. No obstante, el vacío de poder causado por la invasión napoleónica y el confinamiento en
Francia de Fernando VII facilitó la emancipación de ambas Américas, disgregándose los territorios de los antiguos
virreinatos en naciones independientes. A la muerte de Fernando VII, el imperio colonial español quedó reducido a
Cuba y Puerto Rico en el Caribe, las Filipinas y otras posesiones en el Pacífico (Marianas, Carolinas y Palaos) y las
islas de Fernando Poo y Annobón en el golfo de Guinea.
Mientras otras naciones europeas aumentaban sus posesiones ultramarinas (Gran Bretaña, Francia…) o creaban
imperios coloniales desde la nada (Alemania, Italia, Bélgica…) la inestabilidad política de nuestra nación y la
debilidad del ejército ante el de otras potencias impidió nuevas conquistas. Ya en el reinado de Alfonso XII se inició
una tímida expansión colonial en el Sáhara (Río de Oro) y en el Golfo de Guinea. En
ese mismo reinado, en el Pacífico, se aseguró el dominio sobre las Carolinas tras el estallido de una crisis con
Alemania a la que le faltó poco para convertirse en guerra (1885).
Cuba y Puerto Rico desempeñaban un papel preponderante. Su vida económica se basada en la agricultura de
exportación, con el azúcar de caña y el tabaco como principales productos y un régimen de
explotación en el que aún pervivía la esclavitud. Además, la metrópoli imponía unos fuertes aranceles que
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obligaban a comprar las harinas castellanas y los textiles catalanes. Se trataba, pues, de un «mercado cautivo»
concebido para beneficiar a la España peninsular.
Las islas no sólo conseguían autofinanciarse, sino que, cuando menos hasta 1868, aportaban a la economía
metropolitana un flujo continuo de beneficios. Estas posesiones estaban privadas de toda capacidad de
autogobierno y bajo esclavitud y la administración de la metrópoli se sustentaba en el ejército y en una reducida
oligarquía de hacendados y comerciantes.
En Filipinas, en cambio, la vinculación económica con la metrópoli resultaba poco importante y la población de
origen español era escasa. Durante tres siglos, la soberanía se había mantenido gracias a una limitada fuerza
militar y a la nutrida presencia de varias órdenes religiosas. La colonización no había fomentado ni el mestizaje ni
el dominio del castellano. Además, la población musulmana del sur del archipiélago, los llamados «moros» se
resistieron siempre al dominio hispano, ocasionando una serie de enfrentamientos que se remontan a la propia
incorporación de las Filipinas al imperio español (1565). La relación comercial entre la metrópoli y este archipiélago
se había centrado, sobre todo, en la explotación de recursos agrarios, monopolizados por la Compañía de Tabacos
de Filipinas, y en el papel del archipiélago como puerta para el intercambio de mercancías con China y el resto de
Asia. La apertura del canal de Suez (1869) redujo la duración de la travesía marítima, potenciando la vinculación
económica con la España peninsular.
El conflicto en Cuba duró diez años, en primer lugar, porque la metrópoli no pudo destinar ni ejércitos
considerables ni grandes recursos a la insurrección; y en segundo porque los españoles únicamente controlaban
los núcleos urbanos, contando, por tanto, con ventaja los rebeldes en el medio rural y en la manigua. Solo en los
últimos años, restaurados ya los Borbones, con Alfonso XII, se pudo atajar el conflicto con las tropas y el capital
necesarios. Finalmente, el conflicto concluyó en la Paz de Zanjón (1878) con la rendición de los rebeldes y la
promesa española incumplida de conceder más autonomía a la isla, animada por los hacendados criollos y que
contó con el apoyo popular al prometer el fin de la esclavitud en la isla. Un sector de los rebeldes cubanos no
aceptó la derrota y continuó la lucha en la llamada Guerra Chiquita (1879-1880), conflicto que pudo ser
rápidamente sofocado.
En Puerto Rico, el movimiento independentista comenzó con el llamado Grito de Lares en 1868, pero el
levantamiento fue rápidamente sofocado en 1868. La abolición de la esclavitud en esta isla se produjo en 1873.
Aunque en 1888 el Gobierno de Sagasta abolió la esclavitud en Cuba, la presión de los grupos esclavistas y
con intereses comerciales impidió hacer efectivas las promesas de la Paz de Zanjón, por lo que el problema quedó
sin resolver. Entre los partidos políticos en Cuba fue ganando peso el independentista Partido Revolucionario
Cubano, formación liderada por José Martí y apoyada por Estados Unidos, partidario de expulsar a España de la
isla.
El descontento ante el dominio español desembocó en 1895 en un nuevo alzamiento, iniciado con el Grito de
Baire, liderado por Máximo Gómez, Antonio Maceo y, sobre todo, por el mencionado José Martí. España recurrió a
la fuerza militar y sustituyó al general Martínez Campos, que postulaba una actitud conciliadora, por el general
Weyler, enemigo de las concesiones, por lo que la guerra adquirió una gran dureza, con enormes pérdidas
humanas y económicas.
Los métodos expeditivos de Weyler levantaron numerosas críticas, en particular en la prensa de Estados
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Unidos, cuyo presidente McKinley, siguiendo la doctrina Monroe, se mostraba inclinado a intervenir en el
conflicto. Esto aumentó la tensión entre el Gobierno norteamericano y el español, especialmente desde 1897,
cuando el estadounidense presentó una nota de protesta en la que exigía la pacificación de Cuba. Amenazaba con
la intervención militar si España no accedía a la venta de la isla, iniciativa rechazada por el gobierno español. En un
intento por evitar el conflicto, el Gobierno de Sagasta sustituyó a Weyler por Blanco y anunció la concesión de
autonomía a la isla, pero esta propuesta llegaba demasiado tarde.
Mientras tanto, en el resto de las colonias españolas crecía también el sentimiento independentista. En
Puerto Rico se vio estimulado por el ejemplo cubano, si bien no llegó a desembocar en una guerra y, en 1897, se
concedió a la isla la autonomía administrativa. En Filipinas, José Rizal, fundó la Liga Filipina (1892) para obtener
reformas políticas. Su detención y ejecución avivó el sentimiento secesionista con la creación de la sociedad
secreta patriótica Katipunam. Su líder principal Emilio Aguinaldo dirigió la rebelión contra el dominio español. En
1897 la firma del Pacto de Biak-na-Bató entre las facciones rebeldes y las autoridades españolas supuso un
apaciguamiento momentáneo del conflicto.
4. LA GUERRA HISPANO-ESTADOUNIDENSE
En un clima de creciente tensión entre Estados Unidos y España, el acorazado norteamericano Maine, que se
encontraba fondeado en La Habana, explotó de forma inesperada el 15 de febrero de 1898. El incidente
desencadenó una agresiva campaña de prensa en Estados Unidos, donde se culpó a los españoles de su
hundimiento. El Gobierno norteamericano presentó el 11 de abril un ultimátum en el que exigía que renunciasen a
la soberanía sobre Cuba.
El gobierno español rechazó cualquier vinculación con el hundimiento del Maine y se negó a plegarse al
ultimátum estadounidense. Tanto María Cristina, la reina regente, como Sagasta y sus ministros eran plenamente
conscientes de la superioridad militar estadounidense, pero consideraron que una derrota «honrosa» causaría
menos daño al sistema político de la Restauración y a la Monarquía que la cesión, venta
o abandono de la Isla de Cuba. Por otra parte, el desprecio hacia los Estados Unidos y la propagación de
irresponsables posiciones patrióticas, movió a un amplio sector de la clase política y a la prensa a alentar el
enfrentamiento bélico desde perspectivas triunfalistas.
El ultimátum expiraba el 23 de abril de 1898 y dos días más tarde se produjo la declaración de guerra por los
Estados Unidos. El conflicto se desarrolló en el Pacífico y el Caribe, a miles de kilómetros de España y con unos
efectivos militares sumamente precarios en comparación con los de Estados Unidos. Esta potencia, en los meses
anteriores al conflicto, había bloqueado la isla de Cuba y, además, había dirigido a parte de su flota a Hong-Kong.
La guerra se desenvolvió en dos teatros de operaciones:
En el Pacífico, la anticuada escuadra española fue destruida en Cavite (Filipinas) por la norteamericana. La
consecuencia inmediata fue la generalización del levantamiento filipino y la retirada de las tropas
españolas en Manila, que en agosto se rindió a los norteamericanos. Un destacamento se atrincheró en la
iglesia de Baler y resistió hasta 1899. (Los últimos de Filipinas).
En el Caribe, la escuadra española del almirante Cervera fue fácilmente aniquilada por la flota del almirante
Sampson en la llamada batalla naval de Santiago de Cuba. A partir de entonces, la resistencia española
resultó inútil y unos días después capitularon Santiago y La Habana. En la última semana de julio las
fuerzas norteamericanas desembarcaron también en Puerto Rico, no tardando en ocupar la isla.
EL TRATADO DE PARÍS. Ante esta serie de derrotas el Gobierno español solicitó el armisticio en agosto y se vio
forzado a aceptar en diciembre el Tratado de París, que constituía un conjunto de exigencias norteamericanas.
Por dicho tratado España renunciaba a Cuba, que se convertía en un país independiente, ocupado
temporalmente por Estados Unidos. Además, cedía Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam en el archipiélago de
las Marianas a EE.UU. En cuanto a los aspectos económicos, Estados Unidos pagaba una indemnización de 20
millones de dólares por las islas Filipinas, pero se negó a hacerse cargo de la llamada «deuda cubana».
En 1899 se vendieron a Alemania el resto de las islas Marianas, el archipiélago de Palaos y las islas Carolinas y
al año siguiente Estados Unidos adquirió por 100.000 dólares tres islas filipinas que habían quedado fuera del
Tratado de París.
En un momento en el que las grandes potencias se repartían buena parte del mundo, España liquidaba un
imperio que se repartía por tres continentes y que contaba con cuatrocientos años de antigüedad. quedando
reducidos al llamado Sáhara Español y a los territorios del Golfo de Guinea.
Las repercusiones internas de la derrota ante EE.UU. fue entendida como una humillación en la sociedad
española. La guerra de Cuba supuso un gran deterioro para la confianza de un país venido a menos. Además de
las bajas por la guerra, tuvo una serie de repercusiones que podemos resumir con una célebre frase de la cultura
popular española: “Más se perdió en Cuba y volvieron cantando”. Pero el enjambre en el que se vieron
encerrados los jóvenes soldados españoles en Cuba y también en Filipinas, con enfermedades como la malaria y
el cólera que acuciaron a las tropas, hicieron de la guerra de Cuba un viaje a una muerte casi segura de los
sectores más desfavorecidos (jóvenes soldados que no se podían librar de la guerra por no poder pagar la
cuantía establecida para las quintas). Esta es una de las consecuencias, pero en resumen, tenemos que hablar de
consecuencias en cuatro ámbitos:
⮚ Demográficas: Bajas causadas por la guerra, más de 55.000 combatientes. La mayor parte de ellas causadas
por la fiebre amarilla y otras enfermedades tropicales. A esta cifra hay que sumar los heridos y enfermos que
regresaron a España y fallecieron en sus casas o en otros lugares, pero el número de estos muertos se
desconoce.
⮚ Repercusiones económicas. No muy importantes, pues muchos empresarios que operaban en Cuba se
trasladaron a España y repatriaron sus capitales, fomentándose además el cultivo de la remolacha para obtener
azúcar.
⮚ Consecuencias políticas. Desprestigio del sistema político canovista. Sagasta se vio forzado a dimitir como
presidente y sustituido por el conservador Silvela. El partido Liberal recibió severas críticas, al igual que el
régimen canovista en su conjunto. El sistema de la Restauración se mantuvo, pero surgió una corriente crítica
que lo consideraba viciado y enfermo. Estas reflexiones propiciaron la aparición de las ideas regeneracionistas y
el fortalecimiento de los movimientos nacionalistas.
En este contexto de sensación de fracaso, Joaquín Costa hablaba de la necesidad de acabar con políticos
corruptos e incompetentes, “España necesita un cirujano de hierro”. Surgió la corriente conocida como
Regeneracionismo: movimiento intelectual y político que debatió las causas de la decadencia de España y los
medios para superarla. Surgido en relación con el ambiente renovador de la Institución Libre de Enseñanza
(ILE), creada por Francisco Giner de los Ríos, en 1879, planteando un nuevo modelo de enseñanza basado en la
escuela krausista, que transformará la manera de entender la educación y que llevará a cabo medidas muy
reformistas en los años venideros.
El regeneracionismo propuso transformar España. Entre sus figuras principales sobresalen Lucas Mallada,
Macías Picavea y, sobre todo, Joaquín Costa, autor de Oligarquía y caciquismo (1901) que propugnaba olvidar
las glorias pasadas («siete llaves al sepulcro del Cid»), mejorar la explotación del campo y la educación («escuela y
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despensa») y un cambio del sistema político para atajar los males del país («un cirujano de hierro»). A través de
una profunda reforma de todas las estructuras del país: las políticas, acabando con el caciquismo y la
oligarquía; las económicas, desarrollando una amplia política hidrográfica para extender los regadíos y
modernizar la agricultura; y las sociales, utilizando la educación para combatir el atraso cultural. Algunos
planteamientos regeneracionistas calaron en los partidos gobernantes que, bajo la monarquía de Alfonso XIII,
trataron en los años siguientes de emprender algunas reformas, que sin embargo tendrían un modesto alcance.
1898 significó para España el comienzo de un nuevo periodo en el que se planteó la necesidad de afrontar
la reforma política, social y económica del Estado. Una crisis de fin de siglo, en un ambiente de desconcierto
político en el que las tensiones sociales comenzaban a agudizarse cada vez más, y que años después
desencadenaría la crisis del régimen de la Restauración.
El sistema canovista quedó hundido, rebrotó el nacionalismo catalán, nació el regeneracionismo y surgió un
movimiento intelectual con nombres tan destacados como Azorín, Unamuno, Machado, Valle Inclán… con la
Generación del 98, un despertar cultural que florecerá en el primer tercio del siglo XX, pero había sembrado sus
orígenes a raíz de la crisis colonial en un mundo que verá nacer el siglo XX en plena decadencia, que heredará
Alfonso XIII a partir de 1902 en la segunda etapa de la Restauración. Una crisis finisecular que hace surgir voces
críticas con la política de la Restauración, de un país atrasado que demandaba mejoras económicas, sociales y
políticas, de la mano de la cultura.