Me amas, me amaré
By Diana Scott
Sin grasa sin vida
Ensalada sin aceite, no vaya a superar la ración diaria de
grasas saturadas que tengo permitida.
Sin picatostes porque las harinas blancas se encajan de
forma directa en las caderas.
Trozos de tomate por su alto contenido en agua. Aunque
pequeños debido a los azúcares concentrados en su pulpa.
Mis manos encierran un recipiente plástico repleto de una
lechuga que preferiría lanzarse de cabeza mil veces hacia el
cubo de basura antes de seguir viviendo una vida tan insípida.
Mareando con mi tenedor las hojas mojadas suspiro ante
mi vida tan aguada como la ensalada que pincho.
El día que nací me dieron un cachete en el culo y me
pusieron junto al pecho de mi madre para que comiera. Ella
dice que chupaba como si no existiera un mañana. ¡Qué
esperaba que hiciera! Imagino que en ese momento mi escasa
capacidad de razonamiento no me indicó que el futuro se me
presentaría entre curvas de trazo grueso.
La pediatra deseaba que engordara y eso fue lo que hice.
Claro está que nunca me indicó que esa ingesta de calorías
llevaría a mi cuerpo a arrepentirse de mi presente. Mis nalgas
actuales continúan tan lozanas como un bebé de pecho. Penoso
es descubrir que los rollitos graciosos de mi infancia llegaron a
convertirse en el programa diario de las conversaciones
sarcásticas de jóvenes acneicos de instituto.
De pequeña soporté opiniones de lengua suelta. De niña
escondía mis piernas bajo un manto de timidez vergonzante.
De adolescente, sufrí sin consuelo el no ser una de tantas a las
que se ve pasar, y se ignora. De joven no me quedó otro
camino que aceptar mi destino sabiendo que el cuerpo que
poseo es el mismo al que a muchos desilusiona.
Algunos opinan que mis pechos son exuberantes y firmes.
Mi opinión es muy diferente. Cintura amplia con respecto a los
cánones actuales, y muslos como dos buenos jamones, soy la
típica mujer que vive a dieta y nunca alcanza su objetivo. Mi
cuerpo parece anclado en el mismo peso. Una vez probadas las
recetas de actrices, cantantes y cantamañanas solo fui capaz de
aceptar que mi vida se desarrollaría entre verduras al vapor y
lechuga sin aceite.
Sí, soy esa joven de caderas pronunciadas y perniles bien
desarrollados a la que miras pasar y juzgas sin conocer. Una de
esas a las que el canon de belleza le dio la espalda. Cómo me
gustaría gritarles que algunos nacimos con los renglones de
nuestra vida pintados en trazo grueso.
¡Sí! Soy la típica muchacha de huesos grandes, caderas
pronunciadas y curvas mareantes. Si no te gustan, ¿por qué me
miras? ¡Qué conoces de mi para creerte con el derecho de
saber lo que como o lo que dejo de comer! ¿Acaso sabes
cuántas dietas he reescrito con las lágrimas de mi derrota?
Cuando me siento en un bar inmediatamente formo parte
de las conversaciones de anoréxicas felices con su aliento a
vomitivo. Todas ellas disfrutan enjuiciando lo que con toga
negra ocultan de sus propias rodillas raquíticas. Creen que no
veo cuando esconden su sonrisa tras las palmas abiertas. Sus
palabras son martillos que golpean dictaminando sentencia a
mi cuerpo reprobado.
¡Odio la avena, la sacarina y el huevo duro! Sin embargo,
mastico y trago. Bebo agua, pero ellas me juzgan igualmente.
Soñando con ser esa chica a la que nadie mira me he
convertido en un cuerpo que en silencio odio.
—¿Aún comiendo Gabrielle?
—No, señor Harland.
Escondí mi Tuperware de verdura no aliñada debajo del
escritorio y me puse en pie de un salto. El alimentarme era un
pecado que prefería cometer en soledad.
La voz tozuda del señor Harland se sacudió incrédula.
Las chicas que no cumplimos las medidas del noventa
sesenta noventa perdemos más tiempo en explicar que no
estamos comiendo que en ser aceptadas como algo más que
una envoltura de bombón relleno. Como me gustaría tener el
valor para decirles: ¡Sí! ¡Soy esta! ¡Si no te gusta para que
miras!
—Solo descansaba unos minutos.
—¿Descansando? —dijo mirando con frente ceñuda las
inmensas cajas de novedades.
Me puse en marcha rápidamente y rompí el cartón para
extraer una gran columna de libros.
—¡Cuidado! ¡No arrugues las portadas!
—No, señor Harland. No se preocupe. Ahora mismo las
acomodo.
A paso apretado apoyé en la mesilla de entrada las últimas
novedades. Llevada por mi instinto natural acaricié la primera
portada. Los libros son mi refugio. A ellos los trato con todo el
amor que tengo para dar y que nadie reclama.
—¡Qué haces! Gabrielle, ¡despierta! Parece que esta
semana te has comido tus propias neuronas.
Me mordí la lengua para no decirle las palabras que no
deseaba tragarme.
—La editorial ha pagado por su espacio. No puedo permitir
que una escritora independiente se escabulle en primera línea.
¡Se puede saber quién conoce a esta mujer! —dijo observando
el libro primero.
Me quitó el ejemplar con los garfios de sus dedos y los
amontonó en la esquina inferior de la última estantería al final
del pasillo. Los chillidos del director de mi área rebotaban
entre las portadas de romance ardiente.
—¡No nos pagan por hacer famosas a tontas sin talento!
¡Las editoriales son las que pagan y las que deciden! A ver si
te queda claro.
El libro que el señor Harland había escondido tenía mucho
más por contar que aquellos por los que la editorial había
pagado la primera columna del frontal. Amaba mi trabajo y
necesitaba el sueldo. Preferí callar.
Romance en Palabras es una gran librería ubicada a pocas
manzanas de Union Square. Una preciosidad de más de
ochenta años de antigüedad. Las estanterías altas llegan hasta
el techo infinito y los lomos son palomas con el ala caída
esperando ser liberadas.
Subiendo las escaleras a mano derecha se encuentra
nuestra área. Portadas de color pastelón se extienden desde el
suelo hasta los altos techos. No existe lectora en la ciudad de
New York que no conozca nuestro edificio. En nuestra planta
se respira el aroma a salitre de desamor y café con miel de
reconciliación. Aquí las fantasías se convierten en realidad y el
amor una esperanza al alcance de todas. Incluso las de
corazones redondeados como el mío.
—¡Los independientes en el fondo! Ya lo sabes. ¡Aquí solo
las grandes editoriales! ¡Esas tontas van a leer lo que yo diga!
—Y lo que la editorial pague…
—¿Cómo has dicho? —frunció su nariz de pequeñas venas
estalladas.
—Dije que ahora mismo, señor Harland. Ahora mismo.
—Mejor así. Gabrielle, en este mundo sobran libros y
faltan compradoras. y como bien sabes los sueldos no se pagan
solos…
Calvo con frente sudorosa hasta en los días de nevada el
señor Harland era el peor director de área de toda la ciudad de
New York. Le importaban tanto los libros románticos como la
conservación del fondo marino. El rancio de sus camisas era
su oui de toillette habitual. El muy cretino se marchó dejándome
con el deseo de empujarle escaleras abajo directo al área de
historiadores pedantes.
—Perdona, ¿puedes ayudarnos?
Me acerqué con la sonrisa en los labios al imaginar a mi
jefe rodando por las diferentes áreas. Estas pequeñas cuotas de
maldad inocente son las que hacen que la lechuga rancia le
siente como lasaña rebosante de queso derretido a mi
estómago aburrido.
Moví el delantal tan absurdo que nos obligaban a vestir de
un lado a otro y me acerqué feliz.
Amo la literatura. Podría pasarme días enteros escondida
entre hojas oscurecidas y aroma a polvo de estantería.
—Estoy para ayudar. ¿Buscan algún libro en especial?
Dos chicas de mofletes sonrosadas por la diferencia de
temperatura entre el frío de la calle y la calefacción de la
librería comenzaron a hablar con jovialidad contagiosa.
—¡Queremos algo emocionante! ¿Tienes algo de romance
oscuro?
—¡Claro! ¿Algún título en especial?
—Algo con pasiones intensas y personajes corruptos —
dijo la de pecas divertidas concentradas bajo los ojos color
miel.
—Creo que podría recomendarte Noches de Pecado de
Emily J. Black. Es bastante intenso y tiene una trama
desbordante de emociones.
—¡Perfecto! Es justo lo que buscábamos.
—No sé por qué te gustan esas historias, son tan… tóxicas
—la amiga de gafas de pasta roja habló mientras se aflojaba la
bufanda del cuello.
—¿Tóxicas? ¡Son realistas! La vida no es un cuento de
hadas. Además, esos chicos son maravillosos —su suspiro
moviendo de arriba a abajo las pecas de su nariz.
—Esas relaciones son repugnantes. No son saludables. Las
chicas cada vez más sueñan con encontrar al malote traficante.
Creen que el amor es degradación y control. Cada vez tenemos
más índices de machismo y todo porque las muy tontas no
dejan de imitar lo que leen. Por qué no disfrutar con un
romance más ¿positivo? —preguntó quitándose las gafas para
limpiarlas con el puño del jersey.
—Porque la vida no siempre es positiva. ¡Las relaciones
son complicadas! Muchas veces la media naranja se convierte
en medio melón pesado. Además, la ficción es ficción. Las
chicas que buscan un novio tóxico igual a un libro se lo
deberían hacer mirar. Es literatura y punto. He leído muchos
libros de Stephen King y no por eso me he convertido en
asesina en serie.
—¡El amor tóxico no es amor!
—Irene, necesitas soltarte la melena.
—Y tú recogértela un poco.
Ambos se pusieron a reír. Era tan interesante ver cómo la
literatura reflejaba sus contrapuestas perspectivas que me
quedé observando. Ambas discutían como dos ilustres en la
sala marrón de la Real Academia de las letras.
—Las relaciones difíciles son las más apasionantes.
—Y muy destructivas. ¿Por qué no buscar algo que celebre
el crecimiento personal y el amor sano?
Ambas me miraron con ojos saltones buscando mi opinión.
Me atraganté ante la idea de ser juez en una causa en la que no
tenía opinión definida.
—Hay belleza en ambas perspectivas —dije de forma
conciliadora—. Al final depende de lo que cada una de
nosotras busque en una historia.
—¡Exacto! La vida no es siempre de color rosa, ¿no lo
crees? —dijo revoloteando sus pecas entusiasmadas con mi
declaración.
—Pero no tiene que ser completamente gris. Creo que hay
espacio para la esperanza y la positividad —su amiga se
volvió a encajar las gafas en el puente de su naricilla
respingona.
—Creo que ambas tenéis puntos de vista válidos. Las
historias reflejan la complejidad de la vida. Las escritoras son
capaces de convertir en ficción las grandes cuotas de realidad.
Sus plumas son la barita mágica que nos envuelve y atrapa.
Ellas poseen el poder de transformar la ficción en realidad y la
realidad en un final con sabor a esperanza —dije convencida.
Los cientos de libros que llevaba tras mi vista cansada
hablaron por mi.
—¿Y no crees que esa literatura puede influenciar a las
jóvenes de manera negativa? Las cifras no mienten. Cada vez
crece más el machismo entre las jóvenes. Chicas que piensan
que, si les prohíben salir con sus amigas, o las controlan, es
porque las quieren. ¡Piensan que esa basura es amor!
—Ocultar no es enseñar. Si lo leen estarán preparadas.
Deben ser ellas las que piensen por sí mismas. ¡Por favor! Es
un libro. Soy joven, no idiota. Los narcotraficantes reales no
me interesan. ¡Es solo una novela de romance!
—¡Entonces por qué no aprender de relaciones saludables!
También se puede ser romántico y a la vez leer una historia
construida en una vida llena de amor y respeto.
La conversación se detuvo mientras otras tres chicas se
acercaban. Viendo que no llegaban a ninguna conclusión tuve
que acelerar el proceso. Estábamos en plena tarde y la puerta
no dejaba de abrirse ante nuevas lectoras entusiastas.
—Ambas tienen puntos de vista válidos —contesté
cerrando la disputa—. La literatura tiene el poder de
influenciar y ser una inmensa ventana a la realidad. Creo que
cada lectora es diferente, algunas encuentran consuelo en la
complejidad de las historias de Dark romance, mientras que
otras prefieren enfoques más positivos. Al final, la literatura es
un mundo intenso de sabores en donde cada una de nosotras se
puede sentar y disfrutar sin complejos. Si se romantiza el
maltrato al final quedará en la evaluación de la lectora la
última palabra. Ellas son sabias y saben lo que desean y lo que
no.
—¿Y si son muy jóvenes para comprender la gravedad del
tema? ¿No les estamos enseñando que las relaciones tóxicas
son normales?
—La literatura es una herramienta de aprendizaje, pero
también un escenario para la ilusión. Podemos discernir entre
la ficción y la realidad, somos seres pensantes. Opino que
forma parte de nuestra inteligencia femenina pintar nuestra
portada de vida. Me gusta pensar que no somos tontas y
comprendemos la diferencia entre la vida y las hojas rellenas
con una buena historia.
— ¡Voy a llevarme este libro! Y se acabó.
Su amiga contestó sujetando unas quinientas páginas de
puro Dark Romance.
—Está bien, pero no me pidas que yo lo lea —sus hombros
pesados llegaban al suelo.
—Creo que tengo uno escrito exactamente para ti. Va de un
amor complicado e incluso tóxico. Todo comienza mal, muy
mal.
—¿Y eso me gustará?
—El protagonista comprende su error, cambia y después…
ya lo verás. Te gustará su evolución. La autora no romantiza lo
malo, sin embargo…
—Ese es mi libro. ¿Cómo se llama?
—Tesoro oculto de Diana Scott —dije entregándolo en
mano. Los libros poseen el poder de acomodar, enseñar u
ocultar. Todo dependerá de los ojos vivarachos que lean sus
renglones.
Ambas se marcharon abrazando su libro cuando me puse a
acomodar el resto de los recién llegados. Editoriales con pagos
de publicidad, primeros. Los de autoras independientes y de
escasos medios, al fondo de la pila. Cuando terminé ya eran
más de las ocho. El doble turno se notaba en mis tobillos. Me
senté con unas ganas locas de cenar un chuletón con patatas.
Llevaba una semana con la dieta de los verdes y mi estómago
crujía por algo poco sano. Abrí la mochila y el termo con
licuado de apio y espinacas me echó hacia atrás. Una semana
de sufrimiento y mi cuerpo seguía exactamente igual.
Redondeado, con hambre y sin unos labios a los que poder
besar.
Aburrida de mí misma guardé el batido y cogí Las
confesiones del señor Harrison de Elizabeth Gaskell. Un
romance que siempre me arrancaba una sonrisa a pesar de mi
estómago ahuecado y mi corazón solitario.
—¿Disfrutando de la lectura? Igual la señorita desea un
café con nata y dos terrones de azúcar.
Arrojé el libro por los aires. La voz pastosa y arrastrada del
señor Harland me trajo al siglo actual de un tirón de mechas.
—Si deseas te puedo ofrecer el descanso permanente…
—No es necesario, señor Harland.
Necesito el trabajo. Es el único medio que tengo para
ahorrar y largarme de mi casa. Aún no llego ni a la mitad de la
fianza del alquiler que exigen los propietarios de una vivienda
medio decente.
—Muy bien, he decidido hacer algunos cambios en la
disposición de las secciones. Quiero que te encargues de ello
inmediatamente.
—¿A estas horas? —dije al ver la oscuridad de la calle.
—Falta una hora para el cierre. ¿Deseas vagar hasta las
nueve?
—Por supuesto que no, Sr. Harland. Lo haré en cuanto
termine de mí… lo haré inmediatamente —rectifiqué al
instante en que sus pómulos de manzana podrida comenzaron
a incendiarse.
Crucé las piernas al caminar hacia el depósito. Ya mearía
cuando el señor Harland desapareciera. Solo rogaba que no
resultara ser demasiado tarde para la dignidad de mis
pantalones.
Cómelo tú
Arrojé la mochila al suelo y me quité los zapatos ni bien
crucé el portal. Tenía las manos entumecidas y el estómago
vacío.
—¡No dejes los tacones tirados!
—No mamá —contesté dándoles una patada y
escondiéndolos bajo el sofá.
A cuatro patas me acerqué a la mesa y me senté
despatarrada. El mantel ocre oscuro anidaba la fuente con
aroma a cielo.
—Lasaña de carne con dos salsas—. Mi hermana
respondió con melosidad cremosa a mi olfato curioso. En su
voz se descubría sabor picante de nuez moscada mezclados
con la untuosidad de una carne jugosa.
—¡Mamá! No te olvides del batido de apio para Gabrielle.
La muy desgraciada esperó unos minutos antes de hablar.
El tiempo exacto en el que mi rostro se derretía ante la fuente
rebosante de dulce salsa de tomate.
—Aquí lo tienes cariño.
Una copa elegante con un líquido espeso y nauseabundo se
movía de un lado a otro de forma lenta.
—¿Qué son esas cosas? —señalé con temor unos pequeños
gusanos blancos que nadaban en la superficie.
—Es cebolla picada. Leí que es un estupendo quema grasa
abdominal. Lo corté en trocitos pequeños para esconder el
sabor picante.
Mi hermana escondió la sonrisa tras el primer bocado de
lasaña. La vi tragar de forma tan lenta como su victoria. La
muy desgraciada todo lo que poseía de malvada lo tenía de
guapa. La genética con ella no había seguido mis pasos. Su
cabellera morena caía sobre sus hombros delicados y finos
hasta alcanzar su cintura de perrito chihuahua. Amanda era
capaz de comer un plato de pasta, tomarse un helado de nata a
los tres chocolates, cenar un bocata de chorizo y despertar con
dos kilos menos. ¿Cómo lo hacía? Pues regalando su alma al
diablo. Cómo iba a ser si no. Me odiaba desde que éramos
pequeñas. La muy atontada a veces actuaba como si me
envidiara. A la pobre, la belleza le había atontado el cerebro.
—No pienso cenar esto… —dije hundiendo los gusanos
blancos de cebolla hasta el fondo y observándolos volver a
reflotar cual ave fénix.
—Querida, sabes que debes cuidar tu figura. Tienes
propensión a engordar y aunque ahora estás bien, no puedes
despistarte.
—¿Y esto va a ayudarme?
—Ay mamá, no gastes tus buenas intenciones en esta
desagradecida. Ya la conoces, seguro se metió un bocata doble
de chorizo antes de llegar—. El sonido de la carcajada de
Amanda resonó cual hacha volando por el aire.
—¡Eso es mentira! Hoy no he comido nada. Te lo juro
mamá.
—¿Ah no? ¿Y ese cuerpazo de dónde sale? ¿Del aire?
—Eres una desgraciada…
Las lágrimas comenzaron a inundar mis pupilas. Amanda
poseía esa virtud. Dos palabras de su lengua viperina y mis
emociones deprimidas alcanzaban la luz.
—Por favor, no discutan. Cariño, sabes perfectamente que
a tu hermana le cuesta mucho adelgazar. Lamentablemente
sacó la contextura física de su padre.
La explicación terminó de hundirme. En mi casa todo lo
malo venía del ala de mi padre. Ese ser que un día fue a por
refrescos y se le olvidó el camino de regreso.
La primera cuchara se volvió zumo de ciénaga en mi
garganta. Cada sorbo parecía ser una confirmación de las
expectativas no cumplidas. Una sentencia silenciosa de que mi
figura era un obstáculo para el afecto y la aceptación. Incluso
el de mi madre.
—Deberías probar un poco de fruta, Gabrielle. Te hará
bien. He leído que las manzanas no tienen tanta azúcar y son
diuréticas.
—No te esfuerces mamá. Gabrielle siempre será así.
Parece que le gusta ser un tonel con patas.
—¡No soy un tonel!
—Cariño, no digas esas cosas. Tu hermana es anchita. Solo
eso.
La defensa de mi madre consiguió terminar de herirme y
hundirme. Ella nunca decía lo guapa que era tal cual era.
Tampoco decía que mi inteligencia era digna de mención. Ella
relacionaba mis defectos con la talla de mis pantalones. Para
mi madre yo representaba lo malo de mi padre. Amanda era
todo lo adorable de su perfecta familia.
Sin decir palabra tragué el batido de la muerte y mastiqué
los gusanos de cebolla.
Me retiré dejando atrás la mesa en la que no encajaba. La
sensación de soledad me envolvía mientras, como una sombra,
cerraba suavemente la puerta de mi habitación. No tenía
fuerzas para rebeldías, mucho menos para portazos.
Las lágrimas que había contenido como pude durante la
cena finalmente encontraron su camino en mis redondeadas
mejillas. Entre las sábanas me permití llorar en silencio
sintiendo el peso de las expectativas insatisfechas. El cuarto,
antes mi santuario, se convirtió en el escenario de mi propia
tragedia. Y mientras la noche avanzaba las páginas de mi vida
parecían más oscuras, un capítulo de esos Dark Romances que
nunca encontraría su final feliz.
Las paredes se cerraban y el aire se tensaba. La habitación,
cárcel de expectativas y críticas, se volvía cada vez más
insoportable. Las cadenas me arrastraban al fondo del río
fangoso. Con determinación me puse a caminar buscando
consuelo, aunque más no fuera una gota escondida por encima
del armario. El espejo estaba justo delante. Con mucho enfado
estiré la camiseta hacia abajo tratando de hacerla más ancha y
ocultando a mis curvas la pena que oprimía en mi pecho.
Mi cuerpo no me quería, yo tampoco a él.
¿Cuántas lágrimas tendré que derramar antes de ser la
mujer esperada?
El aire en la habitación parecía más denso. Su peso cargaba
todos los suspiros no expresados. Me acerqué a los cajones y
con determinación comencé a recolectar algunas prendas, esas
que realmente me hacían sentir cómoda y libre. E incluso, en
algunas circunstancias especiales, hasta guapa.
Las arrojé de cualquier forma.
Cada día me arrastraba hacia una oscuridad más profunda.
Necesitaba liberarme y encontrar mi propio camino.
Con movimientos exasperados llené una mochila de
excursiones largas.
Mis pensamientos resonaron en el silencio de la habitación
como un lamento que finalmente encontraba sus propias
palabras de consuelo.
Esperé a que la oscuridad prendiera en toda la casa y
atravesé el umbral de mi habitación con un suspiro liberador y
las puntas de los dedos de los pies temerosos. Los ecos de la
conversación mordaz de la cena aún resonaban en mis oídos.
Mi madre era buena, pero débil. Ella aún soportaba sus
propios fantasmas del pasado. Mi padre se había marchado
con una compañera de trabajo y abandonando a dos niñas
pequeñas. Según dijo había encontrado al amor de su vida. La
pena era que su encuentro había resultado nuestra pérdida. Mis
labios de niña de cinco años le dieron un beso antes de
marcharse por la puerta. Jamás lo volví a ver.
Y de mi hermana, qué podría decir de Amanda, llamarla
víbora sería ofender a los cariñosos reptiles.
El frío de la calle me golpeó el rostro. Di dos vueltas a mi
bufanda y me calcé el gorro hasta las orejas. La noche gélida
era mil veces más reconfortante que la falta de cariño que
inundaba mi hogar. Con lágrimas en los ojos caminé, y casi sin
saberlo, apoyé la mochila en el suelo frente al único portal
cuya dirección conocía de memoria.
A dónde llegue
—¿Puedo pasar?
—¡Vaya sorpresa! ¿Qué hora es?
Oliver se quitaba los cascos de la cabeza mientras me
permitía el paso a su casa. El departamento era diminuto pero
confortable. El calor de la calefacción y el aroma a café recién
hecho me hicieron sentir como en casa. Qué digo como en
casa. ¡Mejor que en casa! En compañía de Oli siempre todo
siempre era mejor.
—¿Estabas jugando? Te he interrumpido. Lo siento.
El ordenador estaba encendido y unas luces de colores se
iluminaban marcando puntos de una partida.
—Iba ganando. Pero puedo volver a ganarles más tarde —
dijo apoyando los cascos junto al teclado.
—Necesito un refugio —dije sin preámbulos.
Oliver abrió la puerta permitiendo que yo ingresara a su
santuario de soltero. Una luz tenue proveniente de las pantallas
de su computadora indicaba que la partida no estaba ni mucho
menos acabada.
—No deseo molestar. Si deseas puedo regresar mañana.
—No seas tonta, dame un minuto —dijo poniéndose los
cascos nuevamente y hablando hacia un micrófono fino y
largo que le rozaba los labios—. Chicos, me tengo que ir. Sí,
lo siento. No, no puedo. Adiós.
Escuché sus mil excusas y me sentí igual a una hormiga
pisoteada. No solo era mala para mí sino también para mis
amigos. Quiero decir mi amigo. Oli es mi único amigo. Ambos
estudiamos juntos filología y letras. Él nunca me juzgó,
siempre estuvo a mi lado. Incluso en esos momentos en los
que yo misma me hubiese abandonado. Oli nunca pareció ver
en mi físico ningún detalle detestable, y eso que tengo el
tamaño como para dejarlos bien evidentes.
—Estás empapada. Deberías quitarte esa ropa mojada.
—Vine en metro. Se puso a llover a mitad de camino y no
tenía paraguas.
Mis explicaciones a medias intentaban decir que la
estación que se encontraba a quince minutos andando, fue la
distancia suficiente para hacerme llegar calada hasta los
huesos. Sacudí las capas húmedas de mi abrigo mientras
Oliver me alcanzaba una toalla.
—Eres un niño grande —dije al ver las dos pantallas
encendidas.
—Sí, bueno, he estado enganchado a “El Reino de los
Sueños”. Es un juego de rol en línea. Un escape perfecto
después de un día duro de trabajo.
Oli, a diferencia de mí, había conseguido un trabajo
perfecto en una multinacional como generador y corrector de
contenidos. Mientras hablaba, se apresuró a preparar una taza
de té caliente con limón. Conocía perfectamente mis gustos. A
veces mejor que yo misma.
Envuelta en la calidez de la taza me dejé llevar por el
ambiente acogedor. El apartamento de Oliver era sencillo, con
toques de nerd y un desorden controlado que revelaba la vida
de un joven soltero. En la sala, una colección de cómics,
atestaban las estanterías.
—Este lugar sigue siendo un refugio friki. Así nunca
convencerás a ninguna chica para quedarse a tu lado.
—Imagino que tendrán que quererme tal cual soy. Feo
desde todos los puntos de vista.
Ambos reímos a la vez. Oli distaba mucho de ser feo. Sus
cabellos eran indomables de un castaño brillante. Sus ojos
avellana brillantes eran capaces de traspasar esas finas gafas
que a veces usaba para leer, o cómo seguro era este caso,
cuando se encontraba agotado después de todo un día de
trabajo y juegos de ordenador.
—Tú no eres feo… y lo sabes —contesté sorbiendo el té
caliente que conseguía calmar mi tiritar de huesos.
Oli era guapo. Y mucho. El hombre ideal para cualquier
chica que no se considerase tonta.
—¿Por qué decidiste aparecer tan tarde? ¿Qué ha pasado?
Tragué lentamente y apoyé la taza en mis piernas antes de
comenzar a hablar.
—Necesitaba salir de allí. No podía soportarlo más. Mi
madre, Amanda… Ya las conoces. Creo que no tengo fuerzas
para seguir con mi vida. Yo solo quería volver a respirar.
Sentir que tiene algún sentido seguir viviendo.
Oliver me dio una mirada comprensiva mientras se sentaba
en el sofá a mi lado y tomaba mi mano. Conocía muy bien mi
historia. Hija de padre ausente, madre insegura, y hermana
zorrón eran una combinación perfectamente desastrosa para mi
autoestima mal alimentada.
—¿Necesitas hablar? Sabes que estoy para ti siempre que
quieras.
—Hoy no tengo fuerzas.
Vestido con una camiseta nerd, jeans desgastados, y
descalzó, se limitó a acariciar mis dedos y darme su minuto de
silenciosa comprensión.
—Puedes quedarte todo el tiempo que necesites. Siempre
serás bienvenida. Y, por cierto, ¿quieres una camiseta seca?
Pareces que podrías necesitar una.
Asentí sin casi moverme. Me sentía congelada, pero feliz
de estar a su lado. Oli era la primera cara amable en mucho
tiempo. Llevaba semanas sin verlo. El trabajo lo tenía
totalmente absorbido y yo lo extrañaba terriblemente, aunque
jamás se lo dijera. No deseaba ser la amiga pesada e
incomprensiva. Solo me faltaba perderlo también a él.
—Ponte esta. Seguro te va grande, pero es de algodón
grueso y no pasarás frío. Iré a por una manta.
Me sonreía sin ganas. Oli era un inocente si creía que su
camiseta me iría… anda, igual me queda algo suelta…
Aproveché la soledad de la sala para apresurarme a
quitarme los vaqueros y ponerme un pantalón de chándal que
saqué de mi mochila. El alivio fue inmediato. La casa y la
camiseta olían a Oli. Su perfume era aroma de madera sólida y
amistad. Él llegó nuevamente a la sala a los pocos minutos y
con una manta que envolvió sobre mis hombros.
—Gracias. Tu casa es preciosa.
—No tienes que hacerme la pelota. Sabes que no necesitas
invitación. Puedes quedarte.
—Igual me lleva unos meses poder mudarme…
—Estaré encantado de tenerte todo el tiempo que necesites.
El calor del té y del hogar comenzaron a calentar mis
músculos y mi corazón.
—No puedes imaginar lo mucho que te lo agradezco. Eres
el mejor amigo del mundo.
—Por supuesto que lo soy, ahora dame esa mochila. Te
dejaré unos cajones libres en mi cuarto.
—De eso nada. Dormiré en el salón. El sofá cama es de lo
más confortable.
—Estarás más cómoda en mi cama. Además, yo duermo
poco.
—O duermo en la sala o no me quedo. Demasiado tienes
con soportar mi presencia como para dejarme tu habitación. O
duermo en el sofá o me marcho.
Sus gafas se movieron nerviosas y en ese preciso momento
supe que había ganado.
Cuando Oli se ponía nervioso movía el dedo índice en el
puente de sus gafas. Eran de un cristal tan fino que apenas se
apreciaban. Era un gesto que solo conocía yo. Él decía que no
era cierto, pero sí que lo era. Y era nuestro secreto. Oliver no
tenía padres y su hermano vivía en Noruega. Nadie lo conocía
mejor que su mejor amiga. Y esa era yo.
Él siempre estaba dispuesto a escuchar. Nunca me juzgaba
por mi físico ni por nada. No necesité explicar el dolor que me
llevó hasta allí, simplemente me entendía.
Oliver llevaba tiempo siendo mi faro en la tormenta, y en
este pequeño rincón de su vida, encontré un refugio donde las
críticas y las expectativas no podían alcanzarme. Su amistad
era el bálsamo para curar las heridas.
El sonido de la lluvia golpeando suavemente las ventanas
acompañaba nuestra conversación suave.
—¿En qué piensas?
—En ti y en lo buen amigo que eres.
—Déjate de halagos, no pienso echarte —dijo divertido
mientras atrevida le saqué la lengua—. Aquí tienes más
mantas. Me voy a la cama. Es tarde y mañana tengo un día
complicado. ¿Estás segura de que estarás bien en ese sofá?
—Por supuesto. ¿No te quedas a jugar? No tengo sueño, si
quieres puedes terminar la partida. A mi no me molesta —dije
al ver que las pantallas de juego se encontraban en lo que a
partir de ese momento sería mi nueva habitación.
—Buenas noches, Belle.
—Oli, gracias. ¡Eres el mejor amigo del mundo!
—Lo soy viernes. Lo soy.
Sus palabras divertidas se encerraron tras la puerta de su
habitación.
Me hice un ovillo y me enredé en las mantas. Hacía tiempo
que no sentía un calor tan agradable rodeando a mi cuerpo.
—Buenas noches Oli.
Oli comenzó a llamarme viernes a las pocas semanas de
conocerme. Él decía que yo era su viernes. Tenerme cerca lo
hacía sentir entusiasmado y feliz como el comienzo de un fin
de semana. La primera vez que me lo dijo me dejó perpleja.
Hoy en día me causa diversión. Era un juego secreto nuestro y
me encantaba. Muchas chicas de la clase en la universidad se
molestaban por no saber de qué hablábamos, pero Oli nunca se
molestó en explicarse, y yo tampoco.
Espagueti solitario
¡Los derechos laborales son parte de la constitución! Estoy
segura de ello.
Estaba dispuesta a buscar en el móvil el número del
artículo y refregárselo por la cara si no fuera porque mi móvil
estaba en mi bolso, y mi bolso al otro lado de la sala.
—¿Por qué haces esas muecas?
—Por nada señor Harland.
Escondí las manos en el bolsillo del mandil verde y
amarillo con el dedo palabrota apuntando directamente hacia
su entrecejo. Torciendo el rostro hacia la izquierda me escaneó
de arriba a abajo antes de entregarme una pila inmensa de
libretas con anotaciones.
—Son diarios de lectura romántica. A esas petardas les
encanta. Ponlos en uno de los puntos calientes.
Las zonas calientes eran las patatas fritas de las ventas
rápidas. En un mueble de madera tallada a mitad de paso de
todo representaban una atracción imposible de ignorar. Lectora
que pasara por allí terminaba comprando. Una libreta, un
señalador, una luz de libro plana. Todo lo que allí se depositara
se vendía como un tiro.
—Las romantic readers compran lo que tiene valor —
contesté aceptando las libretas y rechazando una vez más su
total falta de respeto hacia ese público del cual yo también soy
partícipe.
—¿Las romantic readers? Por favor. ¿Así se hacen llamar?
No me hagas reír. El misterio, la ciencia ficción o los archivos
históricos, esas sí son lecturas de calidad. Esos folletines los
utilizaría yo para encender la chimenea —dijo apuñalando con
el dedo una portada con un corazón grande y rosa.
—Señor Harland, si me permite preguntar, ¿por qué es
director de un área que desprecia?
—Por dinero chiquilla. Por dinero. ¿Por qué lo haces tú?
La voz se perdió por los pasillos sin esperar mi respuesta.
—Porque adoro la lectura y en especial el género
romántico —dije sin ser escuchada y mientras mis dedos
acomodan la pila de libros—. Porque las historias de romance
me ilusionan. Porque al ver a esas protagonistas sin límites me
ayuda a creer que alguna vez yo también pueda sentirme tan
valiente como ellas. Porque cambiaría el total de mi mundo
por cinco minutos de la vida de amor que encierra un libro…
—¡Viernes! —La mano de Oli tironeó mis cabellos por
detrás.
—Cuándo vas a dejar de hacer eso —dije asustada al haber
sido sorprendida por la espalda.
El primer día de clase en la universidad me senté en
primera línea. Me encontraba sola con una carpeta cargada de
folios, un bolígrafo azul, otro rojo y uno verde. Los tres en
perfecta hilera esperando a que el profesor llegara. Atenta para
tomar apuntes de gramática normativa no pude ver cuando un
chico de cabellos revueltos y ojos vivarachos pidió se sentó
junto a mí, no sin antes darme un susto de muerte por la
espalda. Lo miré como si estuviera mal de la cabeza, pero él ni
se inmutó.
Siéntate si quieres, le contesté con una descortesía propia
de una chica cansada de defenderse de las miradas
recriminatorias. He de reconocer que me esperaba una
picaresca de esas tales como: pensé que no entrabamos, u otra
cómo: Es que lo ocupas tooooooodo. Sin embargo, él no
demostró más que simpatía. Simplemente se limitó a sonreír
de forma agradable. Me llamo Oliver, dijo mientras habría su
carpeta de papeles sueltos pintarrajeados con dibujos de
espadas y dragones. No paró de hablar hasta que el profesor
tuvo que regañarlo. He de reconocer que su mirada pícara y su
sonrisa oculta me causaron mucha gracia. A los pocos minutos
de presentarnos el profesor nos hizo sacar una hoja. Nos
tomaba un examen sorpresa. ¡El primer día! Antes de entregar
su hoja Oliver tironeó de mis cabellos y dijo, ¡suerte para mí!
Al girarme para decirle cuatro cosas bien dichas me miró con
las pupilas brillantes de diversión. Eres mi talismán, dijo y se
marchó. Así. Sin más.
Desde ese día fuimos compañeros de estudio.
Hoy, Oliver, es mi mejor amigo y la única persona que no
me juzga. No imagino un día de ganas de vivir sin que Oliver
no forme parte de ella.
—O acabas con esa tontería o me dejas calva. Y es lo poco
que le falta a mi cuerpo para ser despreciable del todo.
Acariciarme el cuero cabelludo era parte de nuestra
interpretación diaria. Él decía esa tontería del talismán y yo lo
regañaba.
—Eres preciosa y, además, calva estarías insultante —dijo
lanzándome un guiño de ojos picante y atrevido.
—Déjate de pamplinas y dime qué haces aquí.
Me puse a caminar después de cargarle los brazos con la
mitad de las agendas para que me ayudara a transportarlas. Oli
las sujetó y me acompañó a la estantería del eje central.
—Tengo algo planeado. Y es contigo.
—Imposible. Aún me quedan todas estas cajas por
acomodar —contesté señalando dos columnas hasta el techo
—. Hoy no saldré hasta después de las diez.
—¡Es tu día libre! Además, ya son más de las ocho —dijo
soltando los libros sin el menor cuidado.
—Horas extras.
—Tienes que descansar. No puedes trabajar veinte horas al
día.
—Sí quiero dejar de ser una okupa, sí.
—Tú no eres ningún okupa. Vamos.
Su mano sujetó la mía con vehemencia y me llevó a rastras
hacia la salida.
—¡No puedo!
Oliver comenzó a empujarme por la espalda y la carcajada
venció mi autodeterminación.
—Está bien. Está bien… Al menos espera que me quite el
delantal.
Mis compañeras de la zona de cocina nos observaban con
la nariz fruncida. Oli les contestó con una sonrisa tan amplia
que las hizo ponerse rojas como dos ciruelas. Él no era el
guapo de las novelas, sin embargo, las chicas siempre
terminaban deseando que les pidiera su teléfono.
Cuando estudiábamos algunas solían acercarse para pedirle
apuntes y terminaban suspirando sobre sus escritos. Hubo
incluso una vez en la que la rubita de piernas largas de la clase
de Teoría y estructura de géneros literarios le pidió ayuda con
una sonrisa de esas que no invitan exactamente a estudiar.
Salieron un par de veces, y hasta creo que hubo revolcón, y
pesar de que lo interrogué hasta la saciedad jamás pude
arrancarle ni un pedacito de chisme.
—Vamos, Belle, necesitas un descanso. Y lo que tengo en
mente te va a encantar.
No pude evitar emocionarme ante la inesperada aventura
que se avecinaba. Oliver era un genio de los imprevistos. Y el
único que se preocupaba por arrancarme una sonrisa…
Amigos como él eran de los que cuando lo conocías rogabas
por nunca perder.
—Vamos a una exposición —dijo llevándome de la mano
por la Cuarta Avenida iluminada por las farolas altas hasta el
cielo.
—Nop —dijo aferrando su mano a mis dedos.
Sin darnos cuenta llegamos a la quince que une Broadway
y Park Avenue. Y no muy lejos de allí un chico de lo más
sonriente nos entregó unos cascos y unos patines ante una
improvisada pista de hielo.
—¿Qué es esto?
—Patines —dijo mientras me empujaba hacia un banco de
madera.
—¡Yo no sé patinar sobre hielo!
—No sabías patinar sobre hielo. Eso va a cambiar a partir
de ahora.
—Ni lo sueñes. No tengo ganas de matarme.
—No vas a hacerlo. No pienso soltarte. Vamos, Belle, va a
ser divertido.
—Yo me voy…
—De eso nada.
Oliver me quitó una zapatilla y comenzó a ponerme un
patín ante mi absoluta perplejidad y la sonrisa del profesor. Era
la imagen exacta de la cenicienta, pero con un zapato de
cuchillas.
—No pienso subirme a estas cosas —dije elevando mis
pies calzados de botas horrendas—. ¡Mira! Todo el mundo se
está riendo de mí.
—Ríen porque se lo están pasando bien. Nadie nos mira a
nosotros.
—No dije nosotros. Dije a mí…
—Nadie te mira a ti. Debes dejar de pensar en esas
tonterías. Ahora dame tu mano.
Observé de reojo y me callé al instante. Oli tenía razón,
nadie se fijaba en lo ridícula que yo estaba. Estaban demasiado
preocupados en mantener su vida.
—Vamos. Sostente en mí. Yo no te soltaré. Te lo prometo.
Una madre sujetaba los brazos de su hija como si fuera un
Koala y ambas se reían con tanta fuerza que se les retorcía el
estómago.
Alentada por la indiferencia de los demás me sujeté a Oli
como si no existiera un mañana. Las rodillas me bailaban
borrachas.
—No me sueltes. Estoy ridícula. Después de esto te mato.
—Belle, eres perfecta. Te adoro.
—Lo dices porque eres mi mejor amigo.
—Lo digo porque es verdad.
Mis pies comenzaron a abrirse para los lados como
bailarina clásica y dejé de escuchar sus mentiras. Demasiado
tenía con conservar la dignidad. Y la vida.
Comenzaba a coger algo de valor cuando mi cadera se
puso a bailar el Baile del Sambito. Intentando no poner culo en
tierra busqué un punto de equilibrio en los brazos de un Oli
que tampoco parecía demasiado estable. Ambos nos trenzamos
en improvisado tango descoordinado. Cuando nuestras plantas
ya no aguantaron el equilibrio nuestro vaivén provocó que
cayéramos directo al suelo. De culo y sin airbags.
Nuestras quejas acariciándonos el pompis provocó que nos
diéramos unos buenos revolcones en el suelo antes de poder
levantarnos con cierta dignidad. Patinamos y nos
derrumbamos hasta que mis rodillas y mi culo suplicaron
clemencia. Después de llorar con lágrimas de dignidad herida,
y carcajadas interminables, entregamos los patines al
encargado del alquiler en el momento exacto en el que empezó
a caer un aguacero bíblico.
—¡Llueve! —Chilló Oli cubriéndonos las cabezas con la
parte superior de su abrigo—¿Recuerdas cómo solíamos ir en
busca del autobús cuando nos pillaba la lluvia después de
clase?
—¡El asiento libre es mío! —Grité recordando el momento
de cuando éramos estudiantes y escondimos los libros entre el
abrigo para que no se mojara antes de salir disparados.
—¡De eso nada!
Las piernas largas de Oli se pusieron a correr con tanta
velocidad que ambos llegamos a la vez. En la parada ambos
estábamos empapados hasta los huesos y embarrados hasta las
rodillas. Cualquiera que conociera a Oli sabía que me
empujaría hasta que ambos cayéramos dentro de un terrible
charco.
—¡No puedo creer que me hicieras esto! —dije viendo el
líquido viscoso correr por mis vaqueros.
—La vida está llena de sorpresas, Belle. ¡Vamos! Allí está
el nuestro. ¡Sube al autobús!
El trayecto a la casa se convirtió en una travesía de risas
compartidas y anécdotas recordadas.
La tarde magnífica que Oliver había planeado se convirtió
en un recuerdo imborrable. Al entrar en el apartamento la risa
resonaba tronadora. Empapados por la lluvia corrimos a por
ropa seca.
La cena que Oliver había planeado se transformó en un
momento incómodo. Y todos gracias a mí.
En la pequeña cocina sacó una caja de pizza del congelador
y la puso a calentar en el horno llenando el aire con el
delicioso aroma de queso y tomate. Y de harina… Uno de mis
prohibidos.
A pesar de su insistencia me mostré reacia a cometer el
pecado. Puede que no adelgazara, pero al menos no sumaría
números a la báscula.
—No aceptaré un no como respuesta. Esta vez no. Te
aseguro que la pizza está deliciosa y vas a probarla.
Con determinación sirvió dos porciones en los platos y los
llevó hacia la mesa del comedor.
—Sabes que no puedo. Es harina blanca.
—¡¿Y qué?!
—No puedo comer harina.
—¿Te lo prohíbe tu religión?
—son carbohidratos de almidón.
—Lo siento, soy de letras —contestó molesto—. Dime una
cosa, ¿te la has pasado bien patinando?
—Ha estado genial. Gracias.
—Entonces vamos a terminar la noche como yo diga.
Belle… tienes un cuerpo maravilloso. Eres preciosa. Y no lo
digo solo por tu rostro, toda tú mereces la pena. En lo físico y
en lo personal. No eres un espagueti ¡y qué! Por Dios santo.
Dejas que todos opinen sobre lo que solo tú tienes derecho.
Ahora vas a sentarte a mi lado y disfrutar de esta maravillosa
pizza porque yo quiero y tú lo deseas.
—Pero…
—Dime, ¿te gusta la pizza?
—Me encanta.
—Entonces vamos a disfrutarla juntos.
—Pero mi madre dice que si corto el ayuno de harinas
me…
—¡No estás deforme! Maldita sea Belle. ¡Mírate al espejo!
—¡No! Por favor, no lo hagas.
Las lágrimas comenzaron a aglutinarse en mis pupilas.
Hablar de mi peso era demasiado traumante como para hacerlo
con Oli y delante de un espejo.
—Cariño, posees unas curvas en las que muchos hombres
estarían encantados de marearse. El mundo no te exige que
seas un fideo, eres tú la que insiste en serlo.
—Ellos murmuran…
—¡Pues que se mueran ahogados con su propio veneno!
—Me voy a la cama. Estoy cansada.
—Belle…
—Buenas noches.
Esperé en el baño hasta escuchar que apagaba las luces y
cerraba la puerta de su habitación. Mis ojos cristalinos por las
emociones contenidas se reservaron el derecho a gemir. Había
tenido un día precioso y yo misma lo había estropeado. Me
miré en el espejo del lavabo solo de cintura para arriba. Mis
pechos superaban con creces la talla ochenta y cinco de mi
hermana. Mi rostro era redondeado y mis manos… qué
importaban mis manos. A los chicos solo les interesan las
cinturitas de avispa. Oli se equivocaba. Al amor no le gustaba
perderse en una conversación inteligente ni marearse en unas
curvas pronunciadas. Los sentimientos compartidos solo se
presentaban a las altas de formato espagueti, si no, ¿por qué
con seguía siendo virgen?
Me senté en la tapa del váter y me puse a llorar ahogada en
el silencio de mi cuerpo vergonzante.
Tooodo lo que necesites
La luz de la noche no me trajo la calma ni el descanso. El
sofá cama no me acogía tan cariñoso como las noches
anteriores. ¿Cómo pude ser tan desagradecida? Yo y mis
complejos consiguieron estropearlo todo. En el mundo los
hombres eran hombres. Todos menos Oli. Él siempre fue
único. La mujer que se llevase su amor sería una diosa de la
fortuna.
Oli fue la primera persona a la que le conté que me sentía
diferente, que mi cuerpo me hacía sentir inferior a las demás.
A él le hablaba de moda y de lo mal que me sentaban las
prendas con lycra. En sus hombros lloré por el milagro de las
dietas que nunca se cumplían. Él era mi paño de lágrimas y el
beso tierno que siempre recibía en la frente como premio
consolación. Qué chica maravillosa sería aquella que
consiguiera ganar su corazón…
Cuando sepas mirar descubrirás que estás rodeada de amor,
decía entristecido. Si supiera que cuando miro no veo más que
risas y faltas de respeto. Risas ocultas bajo palmas abiertas
mientras inspeccionaban el grosor de mis rodillas con sus
vistas de juez insensible. Faltas de respeto hacia una chica a la
que ni siquiera conocían.
Agotada de no poder conciliar el sueño me acerqué al baño
y abrí la ducha dejando que el agua templada corriera hasta
hacer vapor. Era un día frío por fuera, y por dentro.
Me quité la ropa, pero antes de meterme en la ducha, y con
un valor sobrehumano, decidí mirarme al espejo tal cual Oli
me lo había pedido la noche anterior. Mi reflejo me
disgustaba, e incluso, muchas veces, me hacía caer al suelo
con los ojos cargados de lágrimas.
Oli no dejaba de decir que era una mujer hermosa y que
debería empezar a creer en mí. Durante mucho tiempo me
negué a creerle convenciéndome a mí misma de que solo
estaba siendo amigable, pero, él insistía con que era guapa. Mi
melena no estaba mal, y mi rostro, aunque redondeado, no era
desagradable, pensé intentando consolarme. Mis pechos
podían ser exuberantes, pero no carecían de firmeza. Y
entonces fue cuando llegué a mi cintura y mis piernas. Las
acaricié intentando encontrar algo que me hiciera amarlas. Y
mientras me examinaba acaricié suavemente mi piel, que
según me había asegurado Oli, decía que era suave como el
césped en verano.
Bajé la mano y descubrí que a pesar de mi talle amplio
tenía un estómago plano. Tantas horas de caminata para
ahorrar no habían resultado en vano. En el colegio llegué
incluso a apuntarme a atletismo. Una vez llegué segunda en el
campeonato interregional. Ni el entrenador se lo creía. Por
supuesto mi madre no pudo ir a la entrega de premios, y
Amanda se rio diciendo que había ganado porque las chicas
temían al elefante que las perseguía. El elefante era yo.
Amanda siempre que habría su boca era para hacerme daño.
Oli decía que me tenía envidia, menuda tontería, yo era la
gorda y ella la guapa.
Cerré los ojos, aunque no del todo. Tenía miedo de
despertar y dejar de imaginarme como la protagonista de una
novela de romance. Esa que era amada por encima de los
problemas, la familia o… de su propio cuerpo.
Algo dentro de mí me forzó a abrirlos. Mi trasero desnudo
era grande, pero bien redondeado. Giré para observarle mejor.
Sorprendida ante el descubrimiento examiné mis piernas que,
en opinión de Oli, eran mi mejor característica. Eran
proporcionadas y no demasiado cortas. Y mi piel era blanca y
sin ninguna mancha.
Sujeté mis labios para no reír como una tonta. Era la
primera vez que los cumplidos de Oli me arrancaban un
sonrojo tímido. Por unos minutos me dejé llevar creyendo que
los halagos eran verdaderos y las medidas no importaban…
El agua caliente chorreando por mi espalda se sintió como
el mejor bálsamo reparador. Los potentes chorros de agua
masajearon mi cuello relajando instantáneamente mis
músculos entumecidos. Me puse un par de guantes exfoliantes
y comencé a frotar con delicadeza. Si no era perfecta con lo
que tenía al menos mejoraría lo disponible.
Mi mente se sintió encantada con el contacto cariñoso.
Terminando la mitad superior levanté la pierna derecha para
poder frotar el muslo y las espinillas. Luego hice lo mismo con
la pierna izquierda mientras me llevaba las manos al rostro.
Accidentalmente mis dedos tropezaron con el pezón derecho.
El guante áspero provocó un escalofrío frío y salvaje que me
recorrió la piel al completo. Ambos pezones estaban erectos
debido al chorro de agua templada que los hacía bastante
sensibles. La aspereza ante el contacto de la esponja no hizo
otra cosa que incrementar la sensación de disfrute. Sin
pensarlo hice algo impensable para mí.
Suavemente arrastré el guante áspero entre mis piernas y lo
acerqué a mis labios vírgenes. El acercamiento fue lento y
delicado.
La sensación incomparable.
El calor del agua, el tacto de la esponja áspera junto a mi
piel inexplorada…
Valiente arrojé el guante exfoliante al suelo y comencé a
acariciarme lentamente. Piel desnuda contra piel excitada.
Antes me había masturbado, no era nueva en el tema, pero
jamás en la ducha bajo el agua caliente. Y mucho menos bajo
el techo de un hogar en el que me sentía querida y valorada.
Como una actriz traviesa de película porno cerré los ojos e
imaginé en los dedos a un chico sin rostro. Uno que me amaba
más allá de mis inseguridades. Uno que no se cansaba de
decirme lo bella que era. Él me llevaba a un sitio oscuro dentro
de un parque florecido. Enamorado me besó hasta que la
noche y… Belle…
—¡Oli!
Mis manos me cayeron a los lados y el orgasmo murió
antes de nacer.
¡Por qué había dicho eso! ¡Mi amigo! ¡Mi mejor amigo!
¡Mi único amigo!
Salí de la ducha, me sequé con una toalla suave y me puse
el pijama.
La mayor parte de mi ropa eran pantalones holgados y
camisas sueltas, por lo que mi pijama noche no iba a ser
diferente.
Rebuscando por unos calcetines me di cuenta de que tenía
escondido en el fondo de la mochila un camisón corto de
tirantes semitransparentes. Lo había comprado por internet a
escondidas. Jamás me lo había puesto. Esa noche especial
jamás llegó. ¿Por qué lo había metido en la bolsa? ¡Y yo que
sé! Eran tantos los nervios antes de abandonar la casa de mi
madre que apenas recordaba nada.
—¡Qué diablos!
Estiré el camisón y la voz del duende malévolo me dijo, ¿y
por qué no?
Estaba sola en la sala. Oli estaba en su habitación roncando
con la puerta cerrada. Seguramente se encontraría en el quinto
sueño.
Sin hacer caso a mi pudor me lo puse. No me molesté en
ponerme braguitas.
Agaché la vista y tuve que apretarme la boca para no
chillar. ¡Estaba loca! ¡Rematadamente loca! Pero me sentía tan
sexy que no pude evitar moverme sobre mis pies descalzos.
Me puse a girar como niña con un vestido de amplios volantes.
Cuántas ganas tenía de sentirme especial.
Sonreí con el mayor atrevimiento. Me pasé las manos por
los senos con lentitud. Deslicé las manos debajo de la tela y
sentí la suave piel de mi estómago. Agarré la cintura de la
falda y lentamente la levanté. Allí, en mitad de la sala de Oli,
me sentí una Okupa atrevida. ¡Y por Dios! Que bien sentaba.
Aún me sentía ardiente por la ducha interrumpida.
Levantando el dobladillo más alto y revelando cada vez más
mis suaves piernas seguí tirando hasta que el dobladillo estuvo
sólo unos centímetros por debajo de mi trasero desnudo.
Mientras jugaba con mi camisón noté que mis pezones
sobresalían. Me sorprendí a mi misma. Nunca creí que usar
ropa atrevida podría hacerme sentir tan sexual. Caminé por la
pequeña sala balanceando mis caderas de un lado a otro de
forma juguetona. Como una modelo que se siente observada y
deseada.
Lentamente me dejé caer, y cuando lo hice, mi camisón se
levantó aún más. Me recosté y levanté los pies sobre el sofá
cama. Las sábanas estaban cálidas. Con las rodillas abiertas mi
zona púbica quedó completamente expuesta. Bajé los ojos y
me miré atrevida. La falda corta que se había hecho aún más
corta parecía más bien un cinturón grueso cubriendo la parte
inferior de mi estómago.
Verme a mí misma me provocó emoción. ¿Por qué nadie
me quería? Y lo que era peor, ¿por qué yo no estaba sintiendo
repulsión?
Puse las manos sobre mis rodillas y lentamente acaricié
mis piernas hasta los muslos bellamente expuestos. El suave
toque de las manos recorrió la tersa parte interna de mis
muslos. Desde las primeras veces que me toqué íntimamente
en mi dormitorio, cuando era adolescente, no había acariciado
mi piel de una manera tan lenta y deliberada como en ese
momento. Sintiendo cada curva de mi cuerpo pasé
seductoramente las manos por cada centímetro de la parte
interna de los muslos explorándome con intriga.
Aparté una mano y la pasé por debajo del delicado material
del camisón. Al hacerlo la tela se movió sobre los pezones
completamente erectos y sensibles haciéndome jadear. ¿Sería
esto lo que se sentía al hacer el amor con alguien deseado?
Acaricié suavemente el seno izquierdo buscando sentirme
como esa mujer amada y adorada. Sin poder esperar más
arrastré la otra mano entre las piernas. Luego, usando las
yemas de los dedos índice y medio, acaricié los dulces y
sedosos labios de mi húmedo coño. Cambiando de uno a otro
amasé suavemente la carne de mis pechos. La respiración se
hizo más superficial a medida que la excitación crecía. Pronto
comencé a sentir la necesidad de penetrarme a mi misma. Los
jugos continuaron fluyendo, lubricando la entrada de mi
redondeado y joven cuerpo. Con temor dejé que los dedos
jugueteasen antes de comenzar a hundirse con cuidado en mi
entrada. Después de todo era una virgen consumada. De
repente, y cuando estaba dispuesta a perder la virginidad con
mis propias herramientas, volví a la tierra. El sonido de cuatro
o cinco pisadas se escuchó en la habitación a oscuras.
Mis pezones estaban erguidos y orgullosos empujando
contra la delgada tela de un camisón que mostraba más de lo
que debería ninguna tela decente. Rápidamente traté de
arreglarme intentando no parecer tan cachonda. ¡No había
tiempo para buscar ropa interior! Tendría que simplemente
asumir la situación.
Me arreglé la falda como pude y traté de no entrar en
pánico. Alise mi cabello como si nada. Las manos me
temblaban.
—Yo creí. Pensé que… tenía sed. Olvidé la botella de agua
en la…
—Tranquilo. ¡Cómo si fuera tu casa! —contesté con
demasiado énfasis.
Oliver estaba congelado. Sus ojos brillaban como gato en
mitad de la noche.
—Yo… No esperaba. No sabía que… No imaginé que.
¿Ese es un camisón?
—Sí, bueno, pensé que podría tener una noche diferente.
Ya sabes.
Una risa nerviosa escapó de mis labios. La broma no había
tenido efecto. Oliver seguía mudo y congelado. Sintiendo el
calor subir a mis mejillas decidí cubrirme con los brazos y huir
al servicio. Otra vez.
Cerré la puerta con traba y me senté en la taza del váter.
¿En qué estaba pensando? ¿Cómo se me ocurrió decir aquello?
¡Qué he hecho!
—Belle, ¿qué acaba de pasar? —se escuchó al otro lado
Después de unos momentos de falta de respuesta Oliver
decidió girar el picaporte.
—¿Puedo entrar?
—¡No!
—Por favor. Tenemos que hablar.
—¿No podemos olvidarlo todo?
—Anda, déjame entrar.
La vergüenza y la confusión se reflejaban en mis ojos.
Debía pensar que estaba loca. Sin embargo, la mirada de
Oliver lejos de estar enfadada parecía ¿divertida?
—Bueno, eso fue… inesperado.
—Lo siento. No sé en qué estaba pensando. Solo quería
sentirme… Imagino que estaba aturdida. No tengo ni idea. Soy
una estúpida.
—No tienes que disculparte. Fue una sorpresa. Eso es
seguro.
Avergonzada, pero aliviada de ver la reacción tranquila de
Oliver, cogí una toalla y me envolví para poder regresar al
salón. Oli se sentó a mi lado.
—¿Quieres contarme qué pasó?
—Solo quería hacer algo diferente. Creo que me pasé.
—Me sorprendiste. Solo eso. No has hecho nada malo.
—Tenía el camisón en la mochila. No sé por qué lo traje.
Lo vi y me puse a hacer el tonto. Imagino que patinar sobre
hielo me heló las neuronas.
El ambiente tenso se desvaneció entre conversaciones
honestas. Oliver, con su encanto característico, logró que me
sintiera cómoda otra vez.
—Lo siento.
—¿Lo dices por las transparencias? Tal vez no fue lo que
esperaba, pero definitivamente fue memorable.
—No te rías de mí.
—Belle, fue una sorpresa excitante para un chico que solo
se levantaba a beber un vaso de agua.
—Eres tonto.
—Lo sé.
—Gracias por no hacerme sentir más avergonzada de lo
que ya estoy —dije sintiendo el calor engancharse en mis
mejillas
—Eres una mujer y tienes necesidades. Lamento haber
interrumpido.
—¡Calla! Por favor calla… —dije cubriéndome los oídos
con ambas manos.
—Belle, no hay lugar para la vergüenza entre nosotros.
Siempre puedes ser tú misma junto a mí. Será mejor que me
vaya al cuarto o el que no va a poder dormir de nervios seré
yo.
—Tonto…
—Por qué no quieres ir a mi cama y que pasemos el
insomnio juntos, ¿no?
Cogí un cojín y comencé a darle en la cabeza.
—Solo quería ver tu reacción. Solo eso. ¡Me rindo! —
contestaba mientras se cubría con los codos muerto de risa.
—Haber pensado antes de hacer la bromita —dije mientras
continuaba atacando con el cojín.
—¿Quién dice que era una broma? —Oliver guiñó un ojo
de una forma pícara antes de saltar del sofá y ponerse en pie.
—¿Qué dices?
—Qué pasa, ¿sólo tú puedes jugar?
—Anda, vete a dormir.
Se puso en pie y estaba por marcharse, pero su espíritu
jovial no se lo permitió.
—Si vuelves a ponerte nerviosa ya sabes que cuentas
conmigo para todo. Toooodo mi querida Belle.
Sus piernas escondiéndose en el dormitorio fueron más
rápidas que mi cojín volador.
Verde corazón
La gran librería cobraba vida con la suave melodía de las
páginas de los libros siendo hojeadas bajo el suave murmullo
de los lectores. Absorta en mi trabajo de organizar los estantes,
me encontraba sumida en mi propia burbuja, cuando el tono
del móvil me sacó del ensimismamiento.
—Hola.
—¿Cómo estás hija?
—Bien.
—Deberías regresar a casa. Aquí está tu familia. Tu
hermana y yo te echamos mucho de menos. No deberías estar
viviendo en casa de un extraño.
—Oli no es un extraño.
—Pero no es tu familia. Dime, ¿tienes dinero?
—Sí.
—¿Comes sano? Mira que los hidratos te inflaman.
Recuerda que esta semana te tocan los batidos de manzana
desengrasantes.
—Como a un lavavajillas.
—¿Cómo dices?
—Nada mamá, no he dicho nada.
Ella lanzaba una tras otra los recordatorios del poder
antioxidante del pepino y la capacidad de absorción grasa de la
alcachofa y mi garganta cargada durante años de cientos de
insultos disuelto en vinagre, explosionó cual géiser islandés.
—¡No mamá! No deseo volver a tu casa. Y no quiero
desengrasar mi barriga. Y ahora que lo preguntas, ¡no! Mi
hermana nunca me quiso. ¡Nunca! Se aprovecha de mi
debilidad y se siente feliz con mi desdicha. ¡No mamá! ¡No
voy a tomar ningún batido de pasto verde! Y sí, si nadie me
quiere con mi cuerpo redondito, ¡moriré sola pero feliz!
Mi valor saltaba con las manos en alto eufórico como un
ganador olímpico.
Estaba tan acalorada por la capacidad de al fin haberle
gritado a mi madre lo que nunca me atreví en el pasado, que
no fue hasta que lancé el teléfono en una estantería y cayó en
la moqueta, que me di cuenta de que me estaban hablando.
Un joven con su presencia imponente y mirada segura, de
esas con la capacidad de eclipsar las estrellas, se agachó y me
alcanzó mi Samsung. La pantalla se había salvado de milagro.
—Parece que aún funciona.
El calor de mi cuerpo debido a la discusión continuó
calentando mi rostro, aunque esta vez por circunstancias muy
diferentes.
El chico era guapísimo. Que digo guapo, ¡estaba
tremendo!
—Me llamo Mason.
—Mason…
—¿Y tú?
—Y yo.
—Sí, tú.
—Gabrielle. ¿Puedo ayudarte en algo?
¡Concéntrate! Es un lector y esta es una librería, me dije
sin darme cuenta de que buscaba con mis manos adecentar mi
perjudicada imagen.
A pesar de los intentos de mantener la calma, la sola
presencia del apuesto joven en la librería me hizo sentir un
cosquilleo nervioso en el estómago. Y en otras tantas partes de
las que me avergonzaría reconocer.
—Gabrielle… un nombre precioso.
—Muchas gracias, puedo ayudarte en algo. ¿Un libro de
romance para tu novia, tal vez?
—Eso ha sonado un poco sexista, ¿no te parece?
—Definitivamente hoy no es mi mañana —dije sin darme
cuenta de que hablaba en voz alta.
—Me gusta el romance. Y si lo que deseabas era saber si
tenía novia, no, no tengo novia. Aunque no me cierro a nada.
Se acercó tanto que su aliento peinó mi flequillo. Por favor,
el aroma a masculino ardiente le brotaba por los poros. Sin
dejar de sonreír se inclinó ligeramente hacia mí como si
compartieran un secreto.
—Tengo la sensación de que posees un encanto especial
para hacer que incluso los libros más aburridos parezcan
fascinantes. ¿Qué dices? ¿me ayudas?
Busqué en mi raciocinio las palabras adecuadas mientras
mis mejillas tomaban un tono ardiente como el sol de agosto.
—Los libros hacen magia por sí mismos, no necesitan mis
consejos.
Me sonrió y su dentadura como las alubias frescas me dejó
sin aliento. ¿Estaba intentando ligar conmigo? ¡Imposible! Los
únicos hombres que se me acercaban eran los que se
encontraban al cierre de la discoteca. Borrachos y
desesperados.
—Tú posees otro tipo de magia. Tu novedad es mil veces
más atractiva que las palabras.
¡Sí! ¡Estaba ligando conmigo! ¿Era ciego?
Su mirada intensa hizo que me sintiera vulnerable. Sus ojos
verdes penetrantes alcanzaban mi profundidad y la sacudían
como ropa vieja.
—Entonces, ¿puedo ayudarte a encontrar algo en
particular?
El silencio profundo de sus pupilas me provocó escalofríos
de ardiente calor.
—¿Qué tal si me ayudas a encontrar algo que ni siquiera
yo sé que necesito?
Reí de forma estúpida como una jovencita ante su primer
crush.
—¿Tú libro favorito tal vez? —contesté con cierto
atrevimiento.
—Exactamente ese. Comencemos por el tuyo. Serás mi
lazarillo en el universo literario.
Se cruzó de brazos y apoyó cómodamente en una
estantería.
El señor Harland se detuvo a lo lejos con la nariz fruncida.
Haciendo alarde de profesionalidad, y en voz muy alta,
respondí de la forma más tranquila posible.
—Anne Karenina de Tolstoi siempre ha ocupado un lugar
especial en mi corazón.
Mi jefe, al escuchar mi consejo dicho en voz alta, se
tranquilizó lo suficiente como para marcharse ascensor hacia
arriba.
—Una elección clásica y fascinante. Una mujer dispuesta a
todo por amor. Me gusta. ¿Y si hablamos de romance actual?
—Entonces creo que Culpable de Diana Scott. Es un
hombre problemático enamorado de una mujer que considera
un imposible. Es un libro de lucha contra las convenciones
sociales.
—Romper tabús, me gusta.
La conversación fluyó libremente entre libros, autores
favoritos y sus diferentes perspectivas de la literatura.
Mason, a pesar de su actitud inicial, demostró tener una
profunda apreciación por las historias bien contadas. Debo
reconocer que lo juzgué mal, su imagen de guapo extremo me
hizo pensar que apenas sabía unir dos palabras.
—Me encanta oír cómo hablas de los libros, Gabrielle. Se
nota que tienen un significado especial para ti.
—Son mi refugio. Siempre encuentro consuelo entre las
páginas escondidas detrás de las portadas.
La complicidad creció con cada palabra compartida y me
encontré cautivada como si cada detalle de sus pensamientos
fuera una obra de arte que siempre estuve buscando.
—Nunca pensé que una visita a la librería podría ser tan
intrigante. Gracias por hacer que mi día sea mucho más
interesante querida Gabrielle.
—La literatura tiene ese poder. Siempre existe algo nuevo
por descubrir.
—Siempre.
Se puso recto y se encaminó hacia la salida.
—¿Pero no vas a comprar ese libro que tanto buscabas?
—Hoy no. Ha sido un placer conocerte. Estoy seguro de
que nos volveremos a ver. Pronto. Muy pronto —dijo, y se
marchó.
—¡Vas a seguir mirando esa puerta o vas a ponerte a
limpiar la zona de amor degenerado!
—Se llama erótica, señor Harland. Erótica. Y no estaba
mirando a ninguna puerta.
Fui a por el plumero como todos los lunes. Aunque esa
mañana algo más contenta que el normal de los días. Después
de la charla con Mason hasta me sentí guapa.
La librería se encendía ante la oscuridad de las calles
neoyorquinas.
Unas chicas se escondían tras las columnas para leer sin ser
pilladas. Se me hacía divertido hacerme pasar por ciega.
Siempre que el señor Harland no se encontraba cerca las
dejaba leer a hurtadillas. Yo poseía una economía tan ajustada
como los cordones de zapatillas infantiles, comprendía
perfectamente el deseo de querer leer y no tener dinero para
comprar lectura.
—¡Hola, Gabrielle! ¿Necesitas ayuda con eso?
—¡Oli! ¡Sería genial! —dije dándole dos besos de
bienvenida. Siempre que salía de su trabajo temprano y el
tiempo se lo permitía se acercaba a visitarme. Oliver era un
amigo de esos que ya no se encuentran—. Estoy intentando
poner un poco de orden.
Juntos nos sumergimos en la tarea de organizar los libros
según su género y que las lectoras habían confundido al
colocar.
También teníamos una pila inmensa de esas
recomendaciones de Instagram y Tiktok que mi jefe tanto
adoraba. Según él eran ventas seguras. Yo dudaba mucho que
él hubiese visto alguna vez alguna referencia de las
influencers, él solo se volcaba en las cifras de ventas y el
refunfuño.
Oliver, sin embargo, trataba las obras con delicadeza
extrema. No se le pasaba detalle. Sus risas y comentarios
llenaban la librería creando una atmósfera acogedora de
trabajo. Así era él, apenas aparecía, mis ganas de vivir
despertaban entusiasmadas.
Mientras compartía anécdotas de su oficina la puerta de la
librería se abrió. Mi jefe con su rostro avinagrado consiguió
contagiarnos su humor rancio.
—¿Otra vez tú por aquí? ¿Será que tendré que contratarte?
—Estaba pidiendo información acerca de este autor—. Oli
alzó un libro de romance erótico con la portada de dos
vaqueros sin camiseta y el señor Harland le lanzó llamaradas
de furia.
—Esto no está ordenado como debería. ¿Acaso no
entiendes las instrucciones básicas? —su voz me enfocó y
cortó en dos trozos.
—Hago lo mejor que puedo, señor Harland, pero no
tenemos suficientes estanterías en novedades. Organizar libros
lleva tiempo y las prisas no siempre son buenas.
Caminé hacia el libro y lo puse sobre la montaña de malos
diseños. Según el señor Harland las portadas independientes
eran todas malas y deberían estar escondidas en el fondo de la
pila. Y siempre debajo de una gran editorial que paga por su
primer puesto. Editoriales primero, independientes últimos.
Lo que no interesaba a las influencers, o no pagaban por
comprar su posición en las estanterías, era el olvido del fondo.
—Hace un trabajo increíble, no tiene por qué tratarla así.
Ser su jefe no le da derechos de esclavitud.
—¿Me estás diciendo cómo hacer correctamente mi
trabajo?
—Por supuesto que no, señor Harland —dije rápidamente
mirando de forma asesina a mi amigo.
—Termina con lo que estás haciendo y ve al área infantil.
Tienen firma de libros y necesitan ayuda extra.
—Por supuesto, señor Harland.
Mientras se retiraba con una risa despectiva miré a Oliver
totalmente furiosa.
—¡¿Qué fue eso?! No deberías haber intervenido. Solo has
empeorado las cosas.
—No podía quedarme sin hacer nada. No mereces ser
tratada así.
Antes de responderle que ya me encargaba yo de perder mi
trabajo por méritos propios y sin su ayuda, la campana de la
puerta sonó efusivamente.
Mason, el mismo guapo y atractivo chico de por la
mañana, atravesó por el portal.
—Hola, Gabrielle. Oliver, qué sorpresa verte aquí.
La sorpresa del saludo me dejó con la lengua trabada y
seca.
—¿Vosotros os conocéis?
—Del pasado, una historia muy antigua que me hace sentir
viejo —Mason contestó con palabras rápidas — ¿Cómo va
todo por aquí?
La vista me viajaba de uno a otro. Ellos eran agua y aceite.
Mason era toda formalidad y Oliver toda libertad. Mason era
atractivo impenetrable y Oliver toda sinceridad.
Ellos se pusieron a hablar mientras yo no podía quitarme
de la cabeza la pregunta de cómo es que Mason y Oliver se
conocían. Oliver, notando mi expresión confundida, y
conociéndome mejor que nadie, decidió aclarar las cosas.
—Nos conocimos hace unos años atrás —su respuesta
resultó seca y corta.
—Antes estudiamos en la misma escuela.
—Un único año —contestó igual de escueto que antes.
—A ambos nos gusta jugar y Oliver es un jugador experto.
En Magia Inexplicable nadie le gana. Nos hemos cruzado un
par de veces en eventos y hemos mantenido el contacto desde
entonces. ¿No es así?
Oliver no contestó.
—¿Quién lo diría? Nunca te imaginé como un jugador de
¿Magia Inexplicable? No sabía que te gustaba ese juego.
—Hay muchas cosas que no sabes sobre mí, mi querida
Belle.
Las cejas de Oli se elevaron por encima de las gafas y
consiguió hacerme reír como siempre lo hacía.
—La verdad por la que he regresado es porque he estado
pensando que sería agradable compartir una comida contigo.
¿Te gustaría cenar esta noche después del trabajo?
La propuesta de Mason me dejó tambaleando.
—¿Cenar? ¿conmigo? ¿por qué?
—Porque pareces alguien que valga la pena. Y por qué
quiero y siempre consigo lo que quiero —dijo clavándome sus
ojos de un verde impenetrable—. Será divertido, te lo
prometo.
Mis rodillas se pusieron a temblar y mi voz se quedó sin
letras.
La invitación de Mason resonó en mi mente con un
¿¡qué!?
Antes de poder responder él continuó argumentando como
si en verdad cenar conmigo le importase.
—Desde que entré esta mañana no he podido dejar de
pensar en ti ni un solo minuto. Me gustaría conocerte mejor.
¿Qué dices queridísima Gabrielle?
Mis pensamientos comenzaron a echar humo de
locomotora. Mis inseguridades se sentaron en el diván de un
psicólogo atolondrado y chillaban a grito pelado. ¿Quería salir
conmigo? ¿Un chico como él? ¿¡Conmigo!?
—Supongo que podríamos…
Mientras Mason sonreía satisfecho Oliver se pegó junto a
mi hombro.
—¿Desde cuándo le conoces?
—Desde esta mañana —Mason contestó por mí—. No veo
por qué debería ser un problema para ti. ¿O sí?
Oliver se encontraba tan desconcertado como yo. Era
lógico. A pesar de sus cientos de frases reconfortantes él sabía
tan bien como yo que Mason se encontraba por encima de mis
posibilidades. Soy un cuerpo que dista mucho de cumplir con
los cánones oficiales de belleza para un chico como este.
—Igual esta noche salgo muy tarde.
Mi contestación con mi cambio abrupto resultó ser más el
fruto de mis inseguridades que de mi realidad laboral.
—No acepto un no por respuesta. Pasaré por tu casa. ¿A
las nueve te va bien?
—No creo que pueda.
—Podrás. ¿No te he dicho que no acepto que nadie me
lleve la contraria?
Lejos de parecerme un mandón Mason consiguió
arrancarme la timidez de mujer atontada. Una que no solía
tener. O al menos de demostrar.
Le contesté con un sí de cabeza y los labios secos. A mi
lengua se le habían olvidado las palabras. Mason poseía ese
efecto.
Cuando se hubo marchado el rostro de Oli se encontraba
enfadado y desconcertado. Todo al mismo tiempo.
—Si por ser tu amigo no quieres que salga puedo
cancelarlo.
Me arrepentí nada más las palabras salieron de mi boca.
Me apetecía volver a ver a Mason.
—¿Estás segura de esto?
—Por supuesto, es solo una cena —sonreí tratando de
romper la tensión que se cortaba con una página de Dark
Romance.
—¿Solo será eso?
—¿Por qué te pones así? No te comprendo. Siempre me
animas a que salga. Machacas mi cabeza con frases de
autoestima y me taladras el cerebro diciéndome que crea en mí
misma, y cuando al fin lo hago, te pones en plan padre
ofendido.
—No me gustaría que te sintieras presionada a hacer algo
que no quieres. Mason es de los que muerde sin soltar la presa.
¿Presionada? ¿Presa? ¡Por favor! ¡Si Mason fuera un
vampiro me dejaría morder hasta en los dedos de los pies!
—Nos vemos en casa.
Oli se marchó, y aunque una buena amiga se sentiría
preocupada por su actitud, yo no fui capaz de hacerlo por más
de cinco minutos. En mi cabeza no había sitio más que para
esos faroles de un verde aceituno ardiente y brillante.
La librería volvió a sumergirse en su rutina de firmas y
niños enloquecidos esperando su turno para tener la firma de
su autora preferida mientras yo veía el futuro de una verde
esperanza. Verde campo. Verde manantial. Verde corazón.
En las estanterías de mis historias imaginarias comenzaba a
escribirse un nuevo relato de verde pasión. Verde Mason…
Mírame
Asomé la cabeza por el portal por quinta o sexta vez.
Allí no había nadie.
Otra vez se habían reído de mí.
Eso me pasaba por confiar en el amor.
¿De verdad pensaba que vendría a buscarme? Verde
pasión… menuda idiota.
Abroché el abrigo y acomodé la boina cubriéndome un
poco del frío tormentoso cuando las luces y la bocina de un
deportivo gris me dieron de lleno en los pechos. El sonido de
una frenada y un conductor que se extendía en el asiento del
acompañante para abrir la puerta me dejó clavada en el sitio.
—¡Sube antes que nos multen!
Mason se volvió a poner recto y a sostener el volante
mientras sonreía de forma arrogante. Me encaramé al coche y
cerré la puerta a toda velocidad.
—Esa es mi chica. Vamos. Tengo reservas en… ¿te gustan
los arroces? Espero que sí porque tenemos reserva en Park
Avenue.
—Me encantan.
—Perfecto —dijo guiñando un ojo antes de acelerar a toda
velocidad echando mi cuerpo hacia atrás.
Mason hablaba y yo solo contestaba. Mis manos se
encontraban ocupadas presionando mis piernas confirmando
que no me encontraba en un sueño.
Estaba en un deportivo rumbo a Park Avenue con el
hombre más atractivo del universo. Si solo me diera una vuelta
a la manzana y me regresara a casa seguiría con la misma
sonrisa de idiota que seguro llevaba en ese momento.
Las luces tenues y la música suave creaban una atmósfera
íntima y romántica. Todo estaba perfecto. El ambiente lucía
exactamente como a una chica que se sintiera especial le
gustaría imaginar.
—Debo decirte que te ves absolutamente impresionante —
dijo moviendo la silla para que me sentara —igual que en una
historia de romance histórico, pensé mientras apoyaba mi
pompis con cuidado para no arrugar mi camisa y que se notará
algún frunce en la tripa.
La cena transcurrió entre un arroz con marisco y una
conversación fascinante. Mason elogiaba no solo mi
apariencia sino también mi inteligencia. Jamás me hubiera
imaginado que un chico con su porte se dedicara a alimentar
su cerebro además de sus músculos. Mason estaba siendo un
descubrimiento fascinante. Y con un atractivo a rabiar. Yo por
mi parte mareaba el arroz y comía solo el pescado. Según mi
madre y mi hermana el pescado no engordaba ni inflamaba.
—Eres tan preciosa como inteligente.
—No te rías de mí —pinché un trozo de coulant
concentrada en el chocolate que se derramaba sobre el plato y
pensando en lo costoso que resultaría para mis caderas
desgastar ese pequeño bocado. Debería beber batido de apio
durante una semana día y noche.
—No lo hago. Eres preciosa y atractiva.
—¿No son sinónimos?
—Sabes perfectamente que no. No me tomes por tonto o
tendré que castigarte…
Sus palabras quedaron flotando en el aire derritiendo mis
neuronas con un calor más ardiente que el chocolate del
postre.
Cautivada por su voz gruesa me dejé llevar. Después de la
última copa de vino Mason me llevó de regreso a casa de Oli.
El trayecto estuvo lleno de risas, anécdotas compartidas y
la promesa de una conexión más profunda de lo que jamás me
habría imaginado.
—Gracias por esta maravillosa noche, Gabrielle. No puedo
esperar para volver a verte.
—Ha sido una velada increíble. Me encantaría volver a
verte—. ¿Yo he dicho eso? ¡Qué he dicho!
La despedida fue acompañada de una mirada intensa y un
suave roce de manos.
Mason aceleró apenas puse ambos pies en tierra.
La mezcla de emociones me dejó hipnotizada ante el humo
de su tubo de escape que se dispersaba en el frío de la noche.
Al cabo de unos minutos entré a la casa flotando como las
mariposas. Me dejé caer en el sofá repasando en mi cabeza
cada momento de la velada. La voz de Mason elogiando mis
cabellos. La elegancia del restaurante, la complicidad en la
conversación; todo parecía el sueño de cenicienta y su
príncipe. Miré mis pies confirmando que llevaba ambos
zapatos. Me puse a reír de mí misma cuando el timbre de mi
Samsung me sacó de mis pensamientos.
Un mensaje entrante. ¡De Mason! ¡Era Mason!
Espero que tengas dulces sueños. Y que sea conmigo.
Dios. Ay, Dios… ¡Diooooos!
Buenas noches, me lo he pasado genial.
Terminé de escribir y me acosté sonriendo al gotelé del
techo.
Los días pasaron y las salidas con Mason se volvieron más
frecuentes. Cada encuentro me dejaba una sensación agridulce.
Siempre esperaba que el cuento se terminara. Que él
desapareciera y se olvidara de mí.
Aún no nos habíamos besado. Y cuando vi que él seguía
interesado comencé a detenerme delante de los escaparates
buscando modelos de ropa que me sentaran bien. Algo de
esperanza comenzaba a crecerme dentro. Ya no me veía tan
espantosa, ni gorda, ni desfavorecida… Quizás sí tenía algo
que dar además de unos muslos anchos y una cintura
enroscada.
—¿Cómo te ha ido con Mason? —Oli entró en casa y
arrojó las llaves sobre la mesa—. ¿Habéis ido al cine?
—Sí, y después fuimos a probar unos de esos…
Oli se marchó a su habitación antes de que terminase la
frase. Al volver no le interesó seguir escuchando nada acerca
de mi salida. Ni de Mason.
—Supongo que es encantador y atento.
—Lo es.
—Gabrielle, siempre estaré aquí para ti. Si alguna vez
necesitas hablar puedes contar conmigo.
Las palabras de Oliver resonaron en el aire creando una
paleta de colores discordante de emociones en mi corazón.
Llevaba semanas llamándome Gabrielle y eso me hacía sentir
fea e incluso sucia. Parecía un castigo que no terminaba de
comprender. Oli no era así. O eso era lo que yo pensaba.
¿dónde estaba su Belle? ¿Por qué me distanciaba de su lado?
Cada momento feliz que tenía, él se encargaba de ahogarlo. El
apodo con el que llevaba años llamándome se había disuelto.
Cuando una tarde le pregunté que porqué lo hacía se limitó a
girarse sin responder.
—¿Te marchas tan pronto?
—He quedado.
—Oli, ¿estás bien?
Cerrando la puerta con la misma rapidez con que la abrió
jamás llegó a contestarme.
Aprovechando mi día libre estiré las piernas y me puse a
pensar. En Mason, por supuesto. Su rostro se me presentaba
todos los días como un retrato al que comenzaba a reconocerle
los detalles. Cada salida a su lado era una nueva aventura, cada
conversación profundizaba en capas emocionales a las que
pocas personas tenían acceso.
Mason me llevó a lugares insospechados despertando en
mí el deseo de arrojarme al vacío y abrir los brazos para volar
junto a su cuerpo.
Sonó el timbre y corrí hacia la puerta. Seguramente Oli se
había arrepentido y deseaba confesar lo que fuera que le estaba
pasando. Salí disparada y cuando abrí asomé la cabeza.
—¿Mason? ¿eres tú?
—¿Esperabas a otro?
—No.
La respuesta se me atasco entre las cuerdas vocales. Mason
se había vestido para impresionar. Su cabello rubio oscuro y
ondulado estaba cuidadosamente peinado. Llevaba un par de
pantalones azules y un jersey de lana clara. Su figura era
esbelta y fuerte. Al verlo no pude hacer otra cosa que
esconderme tras la puerta. Yo llevaba el típico chándal para
andar por casa. De esos que tienen el color desteñido y un
agujero por los bajos. Me sentía una mojigata virgen que no
sabía cómo actuar.
—¿Estás bien?
—Sí, pasa. Es solo que no te esperaba.
—¿Si molesto puedo irme?
Su actitud fue muy diferente a sus palabras que cargaban
un inmenso toque humorístico. Entró y se quitó la bufanda
apoyándola en una silla.
—Necesitaba hablar con Oliver, pero veo que no está —
afirmó mientras buscaba con la mirada el pequeño salón.
—Ha quedado.
—¿Entonces tardará?
—No estoy segura —la mirada lobuna de Mason me puso
nerviosa—. ¿Quieres café?
Esta era la primera vez que nos encontrábamos a solas, y
en un apartamento. La imagen del sofá cama con las sábanas a
medio estirar me puso nerviosa.
—Eso estaría perfecto. ¿Te ayudo?
—No es necesario. Siéntate. El apartamento es pequeño y
no he terminado de acomodar mis cosas —mi patada llevó
unos pantalones vaqueros al otro lado de la sala.
—¿Hace mucho que vives aquí?
—Es algo temporal —contesté desde la cocina mientras
encendía la cafetera—. Hasta que consiga ahorrar un poco
para la entrada de un alquiler propio.
Mason se apoyó en el marco de la puerta y el corazón se
me aceleró.
Su brazo estirado lo hacía parecer más masculino de lo que
ya era. Su cuerpo desprendía hormonas de cazador y yo moría
por ser su cervatillo.
Cuando deposité las dos tazas en la mesa de la sala, y
estaba por sentarme, su mano ancha y fuerte sujetó la mía y
me arrastró hacia su lado. Mason había decidido lo que pasaría
esta tarde y yo moría por colaborar.
Su presencia frente a mí, imponente y seductora, me
robaba el aliento. Sus ojos, esos abismos de misterio,
prometían aventuras que mi corazón anhelaba vivir por
primera vez. La tensión entre nosotros era una melodía
silenciosa, un preludio a la sinfonía de pasiones que estaba por
desencadenarse. Cuando sus manos encontraron las mías un
estremecimiento eléctrico recorrió mi cuerpo, un presagio del
incendio que estaba por consumirme. Su cercanía era un
hechizo. Cada respiración era un llamado que mi alma no
podía ignorar. Entonces, con una lentitud tortuosa que avivaba
el fuego de mi anticipación, se inclinó hacia mí. Me pegó a su
cuerpo y me besó.
El primer contacto de sus labios fue un choque de
universos, una explosión de estrellas que iluminaba la
oscuridad de mi existencia. Era un beso carnal y hambriento
que hablaba de noches sin fin y promesas silenciadas.
Sus labios se movían con una urgencia que derretía mis
resistencias invitándome a olvidar el mundo y perderme en la
infinitud de ese instante. Mi piel ardía allí donde él me tocaba,
cada caricia era un lenguaje nuevo que aprendía con avidez,
una revelación de sensaciones que nunca imaginé posibles. La
reacción de mi cuerpo era un misterio desvelado, una
rendición completa a la tormenta de emociones que él desataba
en mí. Y cuando nuestras lenguas se encontraron, fue el
desatar de olas en un mar embravecido, un baile de pasión que
borraba toda lógica, todo razonamiento.
En ese beso se desvanecieron las dudas de mi cuerpo, los
miedos al amor, y lo único que quedaba era el deseo crudo y
poderoso de pertenecerle, de fundirme en él y que el mundo
exterior y sus críticas se desvaneciera. Y así, en ese momento
suspendido en el tiempo, comprendí que había encontrado en
él un peligro adictivo. Él era mi caos y mi calma, el misterio
que mi corazón había decidido explorar sin mirar atrás.
Sin ningún sentimiento de vergüenza tironeó de mis
pantalones y los dejó deslizar por mis piernas hacia el suelo.
Luego, me levantó la camisa por la cabeza y la dejó caer al
suelo encima de los pantalones desechados.
—No, yo no… —quise cubrir mi cuerpo ancho y cargado
de complejos, pero Mason no me lo permitió. Con mirada
lobuna me examinó haciéndome sentir que nada en mí le
disgustaba.
—Eres preciosa, no puedes esconderte. Yo siempre te
encontraré.
Contagiándome del ardor de sus palabras dejé caer las
manos a los lados. Si descubría algo que no le gustara mejor
hacerlo cuanto antes.
—Eres perfecta.
—No, no lo soy.
Quise cerrar los ojos cuando él comenzó a recorrer con sus
manos mis pechos al aire. Me sentía tan vulnerable que quise
gritar y salir corriendo. Sin embargo, allí seguí,
completamente desnuda disfrutando el tacto del chico más
guapo del universo.
—Mírame —ordenó con autoridad.
Con lentitud comenzó a quitarse el jersey y los vaqueros
enseñándome de forma descarada cada uno de sus
movimientos. Totalmente desnudo su pene erecto delataba su
excitación por mí. ¡Por mí!
La mano fuerte se aferró a la mía y me acercó al sofá
cama.
Lo seguí totalmente hipnotizada. Su mirada fija en la mía
me hizo olvidar que me sentía desnuda y vulnerable. Me hizo
sentir segura.
Con un beso largo su mano se aferró a mi cuello y me guió
hasta la cama. La cabeza comenzó a darme vueltas entre tantas
caricias indefinidas. Sus manos me recorrían deseosas y sus
besos me mordían hambriento. Instintivamente crucé los
brazos tras su cuello buscando un punto de equilibrio. Sentía
que caía a un lugar de inconsciencia y moría de miedo.
—No luches bebé, lo vi en tus ojos, sé que esto es lo que
quieres. Déjame quererte.
—No estoy segura de lo que debo hacer.
—Haz lo que sientas. No pido más.
—Yo…
Los senos desnudos eran empujados hacia arriba mientras
mis manos rodeaban su cuello. Grité cuando Mason apretó los
pezones con los dedos. El dolor era placentero. Sin saber
reconocer mis propios sentimientos me olvidé de mi cuerpo
imperfecto y me dejé subir al pico más alto de las sensaciones.
Luego, como contrapeso al trato rudo que había recibido hasta
ahora, me regaló suaves besos en los hombros. Los labios
subieron por mi cuello hasta sentir los dientes tirando
suavemente del lóbulo de mi oreja.
—¿Quieres que me detenga? Dime que pare si realmente
quieres que lo haga.
Los labios de Mason estaban justo al lado de mi oreja
después de susurrar la oferta. Sin darme tiempo a responder
reanudó sus suaves caricias alrededor del cuello.
—¿Bien?
—No pares —dije sabiendo que lo deseaba.
Hacía semanas que lo tenía decidido.
Sabiendo que podía seguir soltó mis pechos de su firme
agarre y se plantó sobre mí cara. Sus labios firmemente en mi
boca me devoraban. Su lengua separó los labios con rudeza y
por primera vez en mi vida sentí el ardiente beso de un hombre
que me deseaba por completo.
Había fantaseado con esta primera vez, de hecho, había
pensado mucho en ello.
Mis fantasías siempre incluirían una seducción lenta
seguida de hacer el amor con suavidad, después de todo, las
mujeres no follan, sino que aman. Nosotras nos enamoramos,
al menos eso era lo que yo pensaba. Sin embargo, lo que
estaba pasando distaba mucho de los sueños de una novela
romántica. La pasión cruda y sexualidad furiosa de Mason
explorándome me despertaba al salvajismo. Su torso amplio y
desnudo empujaba con fuerza invencible hacia mi busto
desnudo. Mi lengua se movía dentro de su cálida boca
mientras sus manos recorrían arriba y abajo mi espalda antes
de tocar mi nervioso trasero.
Sentía su fuerza abrazarme y apretarme haciendo que la
experiencia fuera menos como hacer el amor y más como
follar. Las manos de Mason estaban por todos los rincones de
mi piel. Primero acariciaban la espalda, luego estaban con el
cabello tironeando. Estaba siendo dominada por el hombre
más sexy del mundo y me sentía encantada. Nunca, con
ningún otro, había llegado tan lejos.
Por fin, Mason sacó la lengua de mi boca permitiéndome
recuperar el aliento. Sin embargo, la separación no duró
mucho. A los pocos segundos retomó su conquista.
Me miró fijo antes de recoger mi cabello y enredarlo en su
mano. Tiró de él hacia atrás causando que gritara. Luego, los
labios de Mason estaban nuevamente dentro de mi boca. Me
poseía dominante y seguro. Besó y lamió el cuello y la
garganta dejando un rastro húmedo a lo largo de mi piel.
Suspiró con fuerza antes de soltarme el cabello.
El corazón se me aceleró y me dolía el cuero cabelludo por
el trato rudo, pero estaba excitada, estaba segura de que podía
sentir el jugo de mi coño goteando entre mis piernas. A pesar
del breve dolor que disfrutaba al ser besada, lamida y
explorada, me sentí deseada, algo que nunca antes había
sentido, y se sentía bien.
La lengua de Mason se movía de nuevo a lo largo de la
línea de mi mandíbula y subiendo por la barbilla antes de
regresar a mis labios. El hombre lamía ansiosamente alrededor
de mi boca antes de forzar mi lengua a rendirse ante la suya.
Nos besamos un poco más lento. Mason dio un paso atrás y
se paró frente a mí sonriendo pecaminoso. Estaba total y
gloriosamente desnudo. Su cuerpo excitado brillaba y era por
mí. Mason era proporcionalmente más grande en todos los
sentidos. Sus piernas eran más largas, era más alto, sus rasgos
eran más prominentes, sin embargo, no tenía sobrepeso, ni
siquiera era gordito, simplemente parecía más fuerte. Eso me
hizo recordar que yo también lo era. Pero en el mal sentido.
Mi madre solía decirme que era de muslos fuertes y huesos
demasiado grandes para una chica tan joven. Los párpados se
me cerraron presionando a mi cabeza para que olvidara el
pasado dañado.
—¿Qué sucede?
Mason me miró fijamente y de repente sentí que estaba
esperando algo que no podía ser. Yo no era para hombres
como él.
—Yo… soy una… —me puse a tartamudear y las mejillas
comenzaron a quemarse.
¿Cómo decir que eres virgen por falta de amor? Que nunca
había llegado tan lejos porque jamás me habían dado la
oportunidad de conocerme.
—Nena, ¿qué estás tratando de decir?
—Soy… virgen.
—No por mucho tiempo —dijo sonriente con un toque
profundo de maldad en la voz.
—No es para reírse.
—¿Crees que no lo sabía?
—No te lo había dicho.
—Hay cosas que no necesitan explicaciones—. Con
lentitud comenzó a avanzar. Su pene erecto crecía por
momentos—. ¿Y esa virginidad quiere decir que tampoco has
probado nunca el pene de un hombre?
El ritmo cardíaco se me aceleró de repente y la boca se me
puso pastosa. Sacudí la cabeza como respuesta.
—Entonces puede que haya llegado el momento.
Me sentía cada vez más como una niña inexperta a cada
segundo que pasaba.
Una fea y gorda.
—Yo no sé…
—Sabrás.
Mason dio un paso atrás y tomando mi mano lentamente
hizo que me sentara de forma cómoda en la cama. Luego se
llevó la mano al pene y lo comenzó a acariciar de arriba a
abajo.
Lo observé con cierta fascinación. Su rostro comenzó a
endurecerse y unos gemidos intensos salieron de su boca.
Luego se detuvo y estiró sus piernas haciendo que su erección
dura y humedecida en la punta me acariciara el rostro.
—Abre de par en par esa linda boca— dijo golpeando su
erección con mis labios.
Hice lo que me ordenó. Abrí la boca, pero antes que la
introdujera lamí esa punta brillante.
—Dios, sí.
Sus ojos se cerraron y su cuerpo se tensó aún más. Aunque
estaba sentada y él de pie me sentí poderosa. Volví a besarlo,
pero esta vez Mason empujó hasta chocar con mi campanilla.
El pene endurecido me abarcaba al completo. Casi ahogada lo
moví desde dentro hacia afuera para no morir atragantada.
Sus gemidos eran tan fuertes que comencé a probar
diferentes clases de besos mezclados con pequeños mordiscos.
Todo parecía gustarle por lo que no permití que la
inexperiencia dominara mi pudor.
Por el extremo salía un líquido espeso. Era un sabor
diferente a todo lo que había probado antes. Algo dulce al
principio y picante al retrogusto, pero no podía estar segura.
Mason volvió a sonreír mientras retiraba la mano de su pene y
los llevaba a mi cuero cabelludo para arrastrarme hacia él.
Mason estaba disfrutando y yo también. Quería besar y
saborear un poco más. Quería hacerlo lenta y suavemente. Ser
erótica y sensual, sin embargo, él tenía otras ideas. Era como si
tuviera prisa o simplemente estuviera impaciente. Sus
movimientos eran rápidos y parecía correr por impulso. Yo
disfrutaba de la experiencia sin apuros junto a un hombre que
se ponía más nervioso por segundos.
Con el sabor del jugo de su pene aún en mi lengua intenté
detener su sufrimiento y con la intención de besarla
apasionadamente, pero cuando me acerqué, Mason me detuvo.
Colocando un dedo en mis labios como si estuviera delante de
un maestro que intenta hacer callar a su alumna. En lugar de
besar, Mason puso sus manos sobre los hombros y me empujó
suavemente hacia abajo, indicando que quería que me tumbara
sobre la cama. Su cuerpo estaba tan tenso como su virilidad.
La cabeza en la almohada y las sábanas frescas me
recibieron como un nido a su golondrina. Cada vez era más
obvio que Mason no era el tipo de hombre que disfrutaría del
sexo lento, pero, nuevamente, me recordé que esto era lo que
quería.
Llevaba tanto tiempo esperando este momento que los
números de los días no hicieron más que confundirme. Desde
que nací me creí dueña de un cuerpo repugnante, y aunque mi
historia golpeaba mi cabeza una y otra vez intentando hacerme
despertar, no se lo permití. Deseaba disfrutar cada segundo del
que estaba siendo protagonista. Quería ser esa muchacha
gusano que al final de la historia se transformara en una
mariposa libre.
Boca arriba esperé que Mason continuara haciendo su
magia. Su cuerpo duro se posicionó sobre el mío y el calor
abrasante de su piel me envolvió como manta térmica. Jamás
me había sentido tan importante.
—Dobla las rodillas y abre las piernas, Gabrielle— dijo
ordenando de forma suave.
Él sabía que necesitaba su dirección y estaba dispuesto a
entregarme todo lo que yo buscaba.
No me podía sentir más agradecida. Sin dudarlo seguí cada
una de sus instrucciones. Los nervios mezclados con el deseo
se combinaban como dinamita ardiente en mi cuerpo.
—Buena chica, ahora quiero que te frotes el coño contra
mi. Siente el deseo que tengo. Escucha el suplicar de mi pene
por poseerte.
—¿Cómo?
Me sentí una estúpida al escuchar su risilla suave
humedeciendo mi oído derecho.
—Quiero verte y tocarte. Quiero follarte. Luego haré que te
corras, te haré gritar en voz alta mi nombre. ¡Voy a chuparte
las tetas y lamerte el coño! No voy a dejar que descanses. No
tendré piedad. Conseguiré enloquecerte de la misma forma que
llevas haciéndolo tú conmigo — explicó con calma.
La voz grave se endulzaba.
¿Cómo podía negarme? Obedecí de forma inmediata.
Alcé mi entrepierna y su polla dura acarició mi clítoris con
un roce desesperante. Al instante necesité más. Y más… Todo
era poco.
El escalofrío que me penetraba hasta lo más profundo de
mi esencia era insuficiente. Quería poseerlo y que me
poseyera. La humedad comenzó a brotar desde mi interior
cálido y picante. Con los ojos fijos en mi cuerpo desnudo
puso su mano entre mis piernas y como había hecho yo, en una
época en la que jamás pensé que nadie pudiera hacerlo por mí,
pasó su dedo índice arriba y abajo por mi raja empapada y
húmeda. Mason observó mi jadear encantado.
—Estás bien mojada. Buena chica.
—Sí, ahora está muy mojada —respondí como idiota.
Mi confianza aumentó a medida que mis propias
inhibiciones se lanzaban al vacío.
Una vez más, hice todo lo que él decía.
Su lengua húmeda encontró su camino hacia mi abertura y
se deslizó dentro poseyéndome. Él era fuerte y dulce a la vez.
Posesivo y cariñoso. Después de un segundo, u horas, me soltó
para posicionarse encima como un encaje de engranajes bien
ajustados. Mientras lo hacía con un empuje se deslizó hacia
adentro. Su polla dura como lanza entraba en mi cuerpo
totalmente abierto. Lo sentía abarcarme al completo. No hubo
dolor. Era una sensación extraña y terriblemente agradable.
Todo parecía ir bien hasta que algo pareció detenerlo.
—¿Estás bien?
—Sí —dije sosteniéndome de sus hombros como si fuera
mi único bote salvavidas.
—Tengo que seguir…
Sus palabras entrecortadas se unieron a un movimiento
lento. Mi cuerpo se rindió a su insistencia.
—Oh, sí… —dijo al clavarse hasta el final. Su polla me
llenaba hasta lo más profundo. Apenas podía moverme.
—Eres preciosa… rodéame con tus piernas.
Por primera vez su voz tembló haciendo evidente que
estaba perdiendo el control y que pronto necesitaría sentirse
satisfecho. Lo hice, aunque sin saber por qué me sentía
totalmente despierta de cualquier sueño. Su cuerpo dentro
había logrado conseguir que despertara y supiera exactamente
dónde estaba y lo que estábamos haciendo.
Mason deslizó su dedo dentro de nuestros cuerpos y
comencé a sentir como lo deslizaba hasta conseguir alcanzar
mi clítoris.
—Sentirás placer, lo prometo.
En el mismo momento que me acarició comenzó a entrar y
salir de mi interior. El calor ardiente subió por mis piernas
alcanzando mi cuello y mi cabeza. Cerré los ojos y volví a
sumergirme en una historia de princesa enamorada en brazos
de su príncipe.
—Así. Sigue mi ritmo —dijo con el sudor recorriendo su
torso desnudo—. Ahora bebé, déjate llevar…
Un temblor potente me atravesó en dos y mi cuerpo se
puso a convulsionar sin poder evitarlo. Las embestidas de
Mason conseguían extender el placer mucho más de lo que
nunca lo hubiera conseguido yo antes con mis propias
caricias.
—Sí…
Mason salió de mí y su cuerpo se vació a un costado de mi
pierna.
—Eres maravillosa.
—¿Qué…? —dije agotada por las sensaciones vividas.
—Quiero más.
Se arrodilló y se inclinó hacia adelante. Bajó la cabeza
entre los suaves muslos y me plantó sus labios en mi coño
espumoso y abierto. Volví a gritar de puro placer. Sentía su
cálido aliento sobre mi humedad junto a su melena frotando
mis muslos. Me retorcía y gemía en voz alta mientras la
lengua experta recorría mi sensible raja. Mi corazón latía con
fuerza y mis pechos subían y bajaban rápidamente mientras
jadeaba. Era imposible, pero me estaba pasando.
—¿Qué haces…? —dije sin fuerzas.
—Verte en todo tu esplendor.
Mason sintió el inminente orgasmo y aceleró su asalto al
coño, y hasta hacía unos minutos, cuerpo virgen.
Quise pensar que si existía algo de sangre debía ser
asqueroso, pero Mason lamía con tanto gusto que mi
razonamiento se perdió más allá del cielo.
Insertó bruscamente dos dedos dentro de la dulce entrada
de mi cuerpo redondeado. Sus dedos me hicieron gritar de
dolor al principio, pero el grito se convirtió en un largo
gemido de excitación.
Mi voz se elevó nuevamente cuando sentí su lengua
acariciando mi clítoris inflamado. La sensación de esta
estimulación, la penetración y el pensamiento del lindo rostro
de Mason enterrado entre mis muslos hicieron que me
estrellara en el orgasmo más sorprendente, violento y
satisfactorio de toda mi vida.
Cuando había tenido orgasmos antes, después de mucha
masturbación y fantasías, a menudo comenzaban lentamente,
una cálida ráfaga por el cuerpo, seguido de unos segundos de
clímax. Sin embargo, hoy, la suave ola se convirtió en un pulso
candente que desgarró todo vestigio de inocencia. Mi coño se
sentía como si palpitara de calor. Iba desde el clítoris hasta los
brazos y piernas. Finalmente, las olas comenzaron a amainar y,
por fin, supe que mi virginidad había desaparecido para
siempre, y arrebatada por este hombre que me había arrancado
la ropa.
Abrí los ojos para ver a Mason que miraba con esa sonrisa
todavía en sus labios, esos labios que brillaban con mis jugos.
Cerré los ojos de vergüenza. Ahora estaba despierta y
consciente. Y totalmente desnuda. Busqué una sábana para
taparme.
—Eres preciosa, no te cubras.
—No mientas… soy… —no fui capaz de decir la palabra.
—Estás jamona y eso me encanta —dijo aferrando sus
dedos fuertes a mis muslos.
Agaché la cabeza y contuve las sensaciones.
Esa palabra había resultado poco agradable para mí, pero
no se lo dije, no quise estropear el momento.
—¿Te gustó? — Mason me preguntó después de compartir
un beso húmedo con el aroma de mi cuerpo en sus labios.
—Fue maravilloso. Fuiste maravilloso…
—Bien, ¿crees que podrás hacerlo?
—¿Hacerlo?
—Conmigo —dijo acostándose con la cabeza junto a la
mía y llevando los brazos cruzados tras la nuca.
—¿Ahora?
—No, la semana que viene. Mira como me has puesto con
tanto gemido —dijo elevando hacia arriba las caderas para que
viera su erección totalmente en alto —te he dado placer dos
veces y ahora mira como me has puesto. Ahora te toca
solucionarlo.
—Yo… creo que sí—dije sintiéndome una completa
inexperta.
—Ponte de rodillas y gatea sobre mí.
El tono uniforme de Mason volvió junto a su lado travieso.
Rodé sobre su estómago y me levanté lentamente. No
quería decepcionar. Él habrá sido muy gentil y deseaba
devolverle el favor.
—Así es, cariño, gatea hacia mí. Quiero que vengas aquí y
los chupes — dijo, con las manos envueltas tras su nuca.
Mason me observaba mientras avanzaba sobre su cuerpo
expectante. Mientras subía lentamente dudé, me preocupaba
hacerlo mal. Mason vio que estaba nerviosa.
—Está bien, bebé, hazlo como hace unos minutos — dijo
acariciando suavemente mi cabello—. Chúpame. Quiero que
me lamas de arriba a abajo. Eso será suficiente — dijo
empujando suavemente mi nuca hacia su erección.
Obedecí y lentamente usé la lengua para trazar círculos
alrededor del capullo sonrosado. Y mientras lo hacía, noté que
comenzaba a endurecerse como piedra. En ese momento,
cuando el capullo rosado se puso rígido, me di cuenta de que
estaba excitando a un hombre completamente sexy. Que lo
tenía a mi merced mojándolo e incluso haciéndolo gemir y
temblar. ¡Y todo esto simplemente lamiendo una pequeña
parte de su cuerpo!
Con bastante más confianza tomé algo de iniciativa y cerré
los labios alrededor de su pene, y dibujando pequeñas figuras
con la lengua, lo introduje en mi boca. Era tan grande que la
sensación me produjo arcadas que supe contener. No quería
estropear el momento. Mason suplicaba a su reina y su reina
era yo. ¡Yo!
—Mmmmm Gabrielle, eres muy buena en esto, haz lo
mismo con mis huevos. Chúpame. Muérdelos. Haz lo que
quieras. Soy todo tuyo.
—Mío… mío…
Repetí sabiendo que jamás había tenido nada propio.
Siempre me había sentido una visitante hasta en mi propia
casa. Una mujer poco digna de merecimiento. Valiente lo
saboreé como a un polo.
Acaricié con mis dientes y disfruté al sentir su piel erizarse
de placer. Sabía que lo estaba haciendo bien, no sólo porque
Mason había dicho que era buena, sino por la forma sutil en
que su cuerpo reaccionaba a cada toque. Mason gemía en voz
alta y, en ocasiones, decía mi nombre con cierto toque de
tortura excitante.
—Gabrielle, para, no quiero correrme todavía, bésame —
suplicó.
Aparté los labios y sonreí traviesa. Lo miré y me negué.
Con su mirada entre extrañada y divertida volví a su
cuerpo y me introduje el total de su polla dura en mi boca. El
sabor picante y dulce me llenó cada recoveco de mis dientes.
—Mala mujer… —dijo Mason como pudo—. Nooo, buena
chica, buena chica — dijo al sentir que chupaba cada vez más
fuerte.
Estaba decidida a hacerlo bien y por ello me esmeré. No
me importaba si los carrillos se me entumecían chupando.
—¡Oh, Dios! Gabrielle… No pares bebe…Mmmm
¡Fóllame! Sí, así Gabrielle, trágalo mi vida, por favor… oh,
por favor, deja que me corra. ¡Lo necesito!
Mason no terminó su súplica porque siguiendo su consejo
tragué su polla al completo.
—Gabrielle, sí… me corro… sí…
Con su polla dentro de mi boca no podía sonreír, pero
igualmente lo hice. El hombre más guapo del universo se
corría con un líquido espeso y ardiente dentro de mi garganta.
Al sentir sus espasmos relajarse lo fui quitando de mi boca.
Su polla medio flácida chorreaba su semen junto a mi saliva.
Y eso me hizo sentir totalmente plena. Me acosté sensual junto
a su cuerpo y su brazo me arrastró hacia su torso.
—¿Lo hice bien?
—Creo que aún te falta práctica —contestó sonriente—
¿Estás bien? ¿No ha sido mucho para tu primera vez?
—Estoy perfectamente.
Ambos nos reímos y agotados comenzamos a quedarnos
dormidos. En pocos minutos su respiración se profundizó. Con
cuidado para no despertarle estiré las sábanas y con una manta
nos cubrí a ambos.
La felicidad me brotaba por los poros e iluminaba el
pequeño salón de la casa de Oli. Oliver… pensé al
encontrarme totalmente desnuda con otro hombre en su casa.
Algo me hizo sentir incómoda. ¿Qué sucedería si en este
momento él llegaba? Pensar en la reacción de Oli me hizo
sentir mal. Incluso sucia. Pero fue en ese momento que Mason
se aferró a mi cuerpo y habló adormecido.
—Cinco minutos y me voy. No queremos que Oliver nos
vea. Tendrás que mudarte a tu propia casa…
Sus palabras terminaron con voz divertida y lo abracé
olvidándome de mi mejor amigo y su malestar. Mason hablaba
de un futuro. Quería seguir viéndome. Esta no era la única y
última vez. ¡No lo era! Él deseaba más… de mí… ¡de mí!
Esperanzas
Los días pasaban y la felicidad completa resplandecía en
cada momento que Mason y yo nos encontrábamos a solas. Y
ese era el problema. Nunca lo estábamos. La gente con sus
miradas y sus comentarios en voz baja al vernos pasar no eran
menores. Ellos pensaban que no los escuchaba, y tenían razón,
no lo hacía, sin embargo, aún así, sabía lo que estaban
diciendo, y lo que era mucho peor, el cuerpo al que criticaban.
—¿Entonces, ese es tu novio?
Una compañera me preguntó alargando las palabras y
caminando con la mirada fija en la espalda de Mason sin
esperar mi respuesta. Así era siempre.
Ninguna de las chicas podía creer que una muchacha con
curvas exuberantes como las mías pudiera conquistar a un
adonis como él. Mason, aunque era terriblemente guapo, a mi
lado parecía relucir aún más, o al menos eso me imaginaba al
notar como no existía chica que no se quedara con la boca
abierta al verlo caminar junto a mi.
Y todo ello no hacía más que acrecentar mi falta de amor
por mi misma. Mason no cesaba de decirme que estaba guapa,
pero aquello terminaba por molestarme aún más. Era como si
supiera que necesitaba su refuerzo. Conseguía hacerme sentir
peor, y aunque se lo dijese, él insistía en creer que lo
necesitaba.
Una tarde de frío me fui a casa. No deseaba quedar con
Mason. O, mejor dicho, sí lo deseaba, lo que no deseaba era
escoger ropa, mirarme al espejo, y volver a preguntarme qué
veía un hombre como él en alguien como yo.
A veces, mientras compartíamos momentos efímeros, mi
mente divagaba hacia Oliver, ¿qué pensaría él de todas mis
dudas?
Sentada en la cocina sola con mis pensamientos Oli llegó
por la espalda y me extendió una taza de té caliente. Me miró
con una expresión comprensiva y amigable.
—¿Cómo estás?
—Ya no me llamas Belle… —dije bebiendo la infusión
con espíritu melancólico.
—Sí que lo hago.
—No, no lo haces. Pero no importa.
—¿Y qué es lo que te importa? ¿Mason tal vez?
—Mason es increíble, pero…
—¿Pero?
—No lo sé. No estoy segura. ¡Ay Oli! No me entiendo ni
yo misma.
—Entonces no puedo ayudarte. Tus sentimientos no me
pertenecen.
Oli se sentó en una silla junto a la mesa.
No estaba lejos, después de todo, el apartamento era igual a
una caja de cerillas a medio abrir, sin embargo, lo sentía tan
distante…
Desde el mes que llevaba con Mason Oli se había
convertido en un amigo al que ya casi no conocía.
—No me siento bien.
—Y es por Mason.
—¡No! No —contesté a toda velocidad—. Él es muy
atento y cariñoso. Siempre está pendiente de todo lo que
necesito. Incluso antes —dije con algo de aspereza—. Soy yo
y mis malditas inseguridades. Dime, ¿no te has preguntado por
qué un chico como él está conmigo?
Él se silenció demasiados minutos para una confianza tan
precaria como la mía.
—Ves, tú también crees que soy poco cosa. ¡Eres igual a
todos los que nos miran por la calle!
—¿Los que los miran? Escúchame bien —Oli se puso en
pie golpeando la mesa con la taza. Jamás lo había notado tan
enfadado. Sus gestos y sus movimientos de brazos
consiguieron asustarme —no pienso repetirlo. Si alguien vale
menos que el otro, ese es él. ¡Él!
—¿Qué estás queriendo decir? ¿Lo estás acusando de algo?
—Solo intento decir que tú mereces lo mejor. Si estás
enamorada de Mason, seguro que es él quien no te merece.
Oli se quedó en silencio y yo también. Me estaba
preguntando si lo amaba ¿lo hacía? No estaba segura.
mintiendo.
—Buenas noches. Me voy a la cama —contestó
acariciando el puente de sus gafas.
—Espera… Quiero que hablemos —dije suplicante.
—No tengo valor para escuchar —contestó antes de cerrar
la puerta de la habitación de la misma forma que estaba
haciendo con su corazón. Oli me daba la espalda sin ninguna
explicación.
Estaba claro que Mason no terminaba de encajar, y
teniendo en cuenta que eran amigos de antes, la única razón
lógica de su comportamiento era que me veía muy poca cosa
para un chico como él. Quien sabe, igual hasta temía que
tantos rumores de la gente me hicieran daño, después de todo
¿quién era yo más que la gorda de las perpetuas dietas
defectuosas?
Me sequé las lágrimas y fui a la cocina. Miré la tableta de
chocolate, y cuando estaba por morder, pensé en Mason y en
mis kilos de más, los rumores de las personas… Con energía
lancé la tableta al suelo. La pisé una y otra vez hasta
convertirla en cacao húmedo y pegajoso contra las baldosas.
Entonces, me dejé caer en la madera fría y me puse a llorar. El
teléfono comenzó a sonar, pero no fue hasta que pude ponerme
en pie cuando pude mirar la pantalla.
—Hola bebota, ¿cómo estás?
Las frases cariñosas de Mason consiguieron arrancarme
una sonrisa junto a una lágrima de tristeza. Me hubiera
gustado decirle que bebota me sonaba a grandota y grandota a
gorda, pero no me atreví. Cuando estaba junto a él temía
mostrar mis inseguridades. Él era el primer chico totalmente
interesado en mí, y yo, como siempre, iba a estropearlo.
Hola guapo
Escribí con diversión simulada porque por dentro me sentía
una basura despreciable. Una mujer inservible hasta para amar.
Y mucho menos ser amada.
Mañana te paso a buscar por la librería, tengo que
comprar unos vaqueros y necesito de tu opinión experta.
Miré la pantalla una y otra vez antes de contestar.
Me parece bien. Te dejo porque es tarde. Buenas noches,
Mason.
Buenas noches, sueña conmigo.
Y tú conmigo
Contesté de forma obligada. Entre él y yo no existían los te
quiero. Era muy pronto y lo comprendía. Una psicóloga a la
que estuve yendo por más de dos años me dijo que los
sentimientos eran cuestión de tiempo. Que Mason me
expresara la palabra prohibida, y a la vez tan deseada, en ese
momento era el menor de mis males.
¿Ir con él de compras? Eso significaba que debería ver
cómo se vestía, salir del probador y mostrarse ante la atenta
mirada de las vendedoras… Me escondí bajo las mantas y
cubrí mi cabeza como el avestruz bajo un gurruño de sábanas
arrugadas.
La dichosa tarde llegó al otro día. Me subí a su coche con
los nervios rompiendo mis uñas. Apenas abrí la boca en todo
el viaje. Nos bajamos en el centro comercial y me instalé la
sonrisa falsa que solía utilizar cuando creía que alguien mal
intencionado me observaba. Entramos a la tienda y la
vendedora se puso a la obra.
Le ofreció las tallas que Mason necesitaba.
Esperé fuera.
A pesar de todo lo que me pude haber imaginado la
muchacha fue de lo más amable. Al salir del probador lo
halagaba, pero sin mucho exceso, incluso sonrió conmigo
cuando él hizo alguna que otra broma.
Pagamos y nos acercamos a un café cargado de bolsas.
Hasta yo me había animado con una boina nueva de color
verde. Mi nuevo color preferido habitual.
Mason insistió en que comprase un par de jersey, pero me
negué en rotundo. No sufriría con él a mi lado la desdicha de
las tallas pequeñas y las arrugas en mi tripa.
Con Oli, sí me gustaba hacerlo, después de todo ambos
solíamos reírnos sin parar. Si una prenda no nos gustaba
salíamos amenazando con un libro de quejas que nunca
llegábamos a cumplimentar. Ambos criticábamos a las cara de
palo amargadas mientras tomábamos un helado con los labios
entumecidos en carcajadas.
—¿Por qué esa sonrisa traviesa?
—Nada en especial.
Mason comenzó a pedir nuestros cafés en una cafetería
cercana y no me expliqué. A veces sentía que el nombre de Oli
no terminaba de gustarle. Y yo, por supuesto, evitaba
nombrarlo. Mason era mi cielo y mi primera relación seria. Él
merecía todo mi esfuerzo.
Después de ese día me fui a casa contenta conmigo misma.
Quizás no estuviera todo perdido. Quizá no todo el mundo me
veía como yo lo hacía… Quizá existían chicas como esa
vendedora que no juzgan con solo una apariencia.
Qué siento
—¿Qué haces con toda esa montaña de libros?
—Me apetecía leerlos.
—Tú puedes. El poder de ser tú misma. El sexo y…
—¡Ya basta! —dije quitándoselo de las manos.
—¿Desde cuándo te van las mierdas de autoayuda?
—Desde que las pusieron en rebajas. Además, me hacen
un veinte por ciento de descuento. Y no son tan mierdas…
Oli miró desde arriba las portadas mientras yo intentaba
ocultarlos escondiéndolos bajo la cama.
—Estás muy rara.
—¿Yo?
—Sí, estás un poco más… no sé, distinta. Imagino que
Mason te hace bien.
Y allí estaba otra vez. Parecía que últimamente no podía
hablar sin tener a Mason en su boca.
—No todo se debe a él. También lo hago por mí —dije
dejando de tapar estúpidamente el nombre de los libros—.
Verás, no ha sido fácil, estoy comenzando a sentirme como
una chica más. Y eso me gusta.
—Siempre has sido una chica.
—Ya sabes lo que quiero decir, tú me conoces mejor que
nadie. Conoces mis inseguridades.
—Se te nota feliz. Si Mason es el autor, me alegro por ti.
Lo que es bueno para ti lo es también para mí.
Me lancé a los brazos de Oli en el momento justo en que
agachaba la cabeza para darme un beso en la mejilla.
—Siempre seremos amigos. Te quiero muchísimo.
—Yo también te quiero muchísimo.
—Viernes…
Ambos nos abrazamos como antes. Como cuando Mason
no existía en mi vida.
—¿Palomitas y peli? —dije entusiasmada al sentir que
recuperaba a mi amigo ausente.
—No puedo. He quedado.
—¿Otra vez? ¿Tal vez una chica? —Oli no contestó y lo
seguí hasta su habitación—. ¿Es guapa? ¿Estudia o trabaja?
—Te pareces a tu madre.
—¿Por qué tanto misterio?
—No es ningún misterio, es una compañera de trabajo y
solo hemos quedado para tomar unas cervezas.
—Sí claro. ¿Y vas a traerla para que la conozca? ¿Quieres
que te deje la casa? Puedo quedarme en el apartamento de
Mason.
—No hace falta. Es solo una cerveza.
Oli dejó un beso suave en su frente y se metió en la ducha.
Me marché hacia la sala calmando mis nervios. Si Oli me
contestaba que sí deseaba que me marchara de su casa no
habría sabido a dónde ir. En el mes que llevaba junto a Mason
él nunca me llevó a su casa.
Me senté y me puse a leer el último libro de la inmensa
pila. Estaba comenzado y hasta con post-it de colores
marcando frases tales como: Expresar tus sentimientos es fácil
cuando se quiere.
Sonreí al darme cuenta de que a Oli siempre le decía lo
mucho que lo quería. Y él a mí. Con él todo era fácil.
Lo complicado siempre era con Mason. Pero claro, con
Mason tenía sexo y con Oli no. Y todo el mundo sabe que el
sexo siempre lo complica todo.
Calenté una jarra de té y me puse manos a la obra. La
autoayuda, una noche de estudios interminables, y yo,
seríamos solo una.
—Pero ¿qué? ¡Ya voy!
—Holi, soy Oli. Oli soy Holi —la carcajada de Oliver se
sucedió junto a un tropiezo de sus propias piernas—. Olvidé
las llaves. Oli, soy Holi… me que olvi.
La rima de palabras le hubo de parecer divertida porque
nada más entrar se sentó en el sofá. O sea, mi cama. Y
recostando la cabeza en mi almohada se puso a reír.
—¿Estás bien?
—No. Me late la cabeza.
—¿Cuánto has bebido?
Me ajusté la camiseta del pijama para que no se escaparan
mis reinas, como las llamaba Mason, y caminé hacia la cocina
para traerle un vaso de zumo de naranja.
—No puedo beber. Todo me da vueltas. Vuel…tasssss.
—¿Qué has bebido?
—No lo sé.
—¿No fue alcohol?
—¿Entonces qué?
Mi mano sostuvo su espalda mientras intentaba sentarse.
—Un cigarrillo. O dos.
—¡Un porro! ¿Tú?
—Sí, yo, ¡qué pasa!
Su indignación se sumó a un intento de mover las piernas
que lo detuvieron en la misma posición.
—¡No te muevas o te vas a caer!
—¡No soy ningún idiota! ¡No lo soy!
Mis palabras lejos de calmarlo consiguieron que mi frase
fuese profética.
Oli perdió el equilibrio al intentar ponerse en pie. Ambos
caímos de culo en la alfombra acolchada.
Y allí estaba otra vez. Su carcajada mezclada con el
enfado. Oli estaba en un estado de subidas y bajadas
incomprensible.
—No estoy bien.
—¿Qué pasa Oli? Últimamente no eres tú. Sabes que
puedes confiar en mí.
—Tú…
—Sí, yo. Somos nosotros, Oli. Somos los mejores amigos.
—Amigos…
—Sí, Oli, háblame.
—No soy ningún idiota. Soy un hombre. Y a algunas
chicas hasta les gusto.
—Les gustas a todas —dije acariciando su rostro pálido
por el malestar—. Eres un chico fantástico.
—Pero no como él.
—¿Él?
—Mason. Él quita el aire. Yo no quito nada… O casi nada.
¿Sabes? Se quitó la ropa.
—¿Quién se quitó la ropa? ¿Y qué tiene que ver Mason en
todo esto?
—¿Mason? Yo no he hablado de él.
—Sí, lo has hecho, pero ahora no importa.
Me senté a su lado y Oliver dejaba de reír con una sonrisa
falsa para sujetarse la cabeza.
—Apóyate en mí —puse mis manos en su cuello y lo
apoyé en mi pecho. Con la respiración más calmada me abrazó
con suavidad por la cintura.
—Belle… ella quería. Yo no pude.
—¿Ella?
—Samanta. Es de la oficina de Londres. Ha venido por
unos días. Ella quería follar y yo… Holi… olvi…
Sus palabras se perdieron en mi pecho. Parecía comenzar a
calmarse.
—¿Y por esa chica fumaste esa mierda? ¿Ella te lo pidió?
Te creía más inteligente.
Mi voz sonó enfadada, aunque la verdad fue que lo que
sentía resultó ser mucho más feo. Escucharle hablar de esa
chica me hizo sentir rabia hasta el estrellado. ¡Sí! Una rabia
que me carcomía por dentro. Esa mujer llevaba una semana y
había conseguido que un chico prudente y maravilloso como
Oliver fumara porros.
—¡Eres idiota!
Oli se alejó de mi pecho enfocando sus ojos vidriosos en
mi rostro.
—Sí, eres estúpido. ¿Por qué lo hiciste? Meterte drogas por
una pelirroja de bragas rotas.
—¿Qué pelirroja?
—¡Me importa un cuerno sus pelos!
Los pies le resbalaron, pero no aceptó mi ayuda.
—Vete a tu cuarto. Te llevaré un té con algo para que se te
pase el colocón. Sois todos iguales…
Mis refunfuños continuaban cuando sus manos me
sujetaron por los hombros con una fuerza extraordinaria. Una
que no conocía. Oli siempre era bueno, cariñoso y de gestos
suaves.
—¡Con lecciones de moralidad a Santa Rita!
—Pero ¿qué dices? Estas colgadísimo. Será mejor que te
vayas a dormir la mona.
Intenté soltarme pero no pude. Sus dedos fuertes me lo
impidieron.
—¡Digo que los cuentos te los cuentes! No soy yo quien se
bajó las bragas con el primer imbécil que le hizo ojitos.
—¡Qué dices! —Mis hombros bailaban con mis pies
intentando zafarse —¡Mason no es un imbécil! ¡Y no me bajó
las bragas! ¡Me las bajé solita!
Sus dedos fuertes me soltaron como si de repente mi
cuerpo ardiera como el hierro al rojo vivo.
—Será mejor que me vaya—. Se giró hacia la puerta de
salida.
—Me iré yo. Esta es tu casa.
Estaba furiosa. Sus palabras habían conseguido herirme
más allá de la lógica.
—Necesito tomar el aire. Vete a dormir —dijo mirando mi
pijama de arriba a abajo.
—Me iré. No puedo seguir viviendo bajo tu techo si
piensas que soy… Eso que piensas.
Oli me sujetó por los hombros nuevamente y tras mi
espalda me hizo girar en el momento en que me dirigía hacia
el armario en busca de mi mochila de viaje.
—Por favor, vete a dormir y perdona todo lo que he dicho.
Tienes razón, soy un completo imbécil. Belle, me duele la
cabeza, estoy colocado y siento como si tuviera dentro una
mano que me aprieta y destroza en pequeños pedazos.
—Deja que te ayude. Dime que te pasa.
Sus párpados se cerraron agotados y toda la furia que yo
sentía se desvaneció. Alzó la vista y me miró con los ojos aún
brillantes por el humo de las drogas.
—Solo necesito aire fresco.
—Iré contigo —dije buscando mis vaqueros del suelo.
—Necesito estar solo.
—Hubo una época en que éramos mejores amigos y nos lo
contábamos todo —le reproché buscando poder entrar en su
doloroso secreto.
—Volveré pronto. No te preocupes.
Se fue dejándome con lágrimas en los ojos. En ese
momento, al verlo marchar, yo también sentía una mano que
me atravesaba el pecho y me presionaba el corazón hasta
dejarlo sin aire.
El amanecer llegó demasiado rápido.
Me puse en pie y de puntillas me acerqué hacia la
habitación de Oli. ¿Quizás me quedase dormida y no lo viera
entrar?
—No está.
Mis palabras resonaron en el pequeño apartamento
mirando de un lado a otro. Preocupada sujeté el teléfono, y
aunque lo dudé, hice lo que cualquier mujer preocupada por su
mejor amigo hubiese hecho. Lo llamé.
—Sí… —su voz pastosa sonó después de haber llamado
tres veces sin recibir respuesta.
—Oli, ¿estás bien? Me tenías muy preocupada. Es tarde y
no has vuelto a casa. No sabía si irte a buscar a los hospitales o
si…
—¿Quién es? —Una voz de mujer adormilada sonó alto y
claro al otro lado.
—Estoy bien.
—¿Estás con alguien?
—Corta guapo, aún no he terminado contigo… —la otra
voz respondió a mi estúpida pregunta.
Por supuesto que estaba con alguien. Seguramente fuera la
pelirroja de idioma extranjero y ojos azules.
—Tengo que cortar.
Oli dejó de hablar y yo me quedé con el móvil en la mano
mirando a la pantalla oscura.
¿Qué esperaba escuchar? ¡Y yo que sé! Igual que estaba
solo en una plaza y me pedía que lo fuera a buscar. O que me
echaba de menos y sentía lo idiota que había sido al hablarme
de esa forma. ¡O cualquier cosa menos encontrarlo desnudo en
la cama de una bomba sexual!
Qué me pasa
Durante dos días, Oli no apareció por casa. Y cuando lo hizo
fue para decir que pensaba quedarse unos días en casa de
Samanta. Cuando le dije que si quería podía irme. Me sonrió
como solía hacer y restándole importancia me dijo que la
muchacha se iría en unos días a su país y que deseaba
aprovechar el tiempo. Con esas palabras me besó en la frente y
se marchó. De eso hacía ya cuatro días. ¡Cuatro!
Le envié unos mensajes a los que respondió de forma corta
y escueta. E incluso, a veces, con el chillido agudo de una
inglesita insoportable de fondo.
Debo de decir que, intrigada, busqué su foto en Instagram.
Y después de pocos intentos la encontré. Me bastó con ver
a una sam23 entre los amigos recientes de Oli para poder saber
que era ella. La muy cretina había subido fotos abrazándolo
como si fuera suyo.
Solté el teléfono furioso. ¡Cinco fotos en su perfil! ¿Por
qué él no me había contado que iban en serio? ¿estaba
enamorado? Y sí ¡era pelirroja! Más rubia que roja, pero ¡por
qué lo había negado!
Me puse a revolver el café con el palillo de madera muy
disgustada. A las amigas no se las engañaba. Si estaba
enamorado de la inglesa insoportable, ¿por qué no lo
confesaba? Después de todo yo tenía a Mason…
Oli era un chico que a todas gustaba. Su carácter era
divertido, sabía escuchar, era muy comprensivo y siempre
estaba dispuesto. Y ese cabello oscuro rebelde con esas gafas
sin marco dándole un toque de extremos encantadores. Era
como Súperman escondido bajo el disfraz de Clark Kent.
—¿Trabajarás algún día?
—Por supuesto que sí, señor Harland —dije pensando en
no mandarlo a freír espárragos tan arrugados como su pene—.
En este mismo momento estaba con esta señorita —dije
acercándome a una muchacha que se puso roja como un
tomate al verme—. ¿En qué puedo ayudarla?
—Yo buscaba… buscaba… un libro.
El señor Harland se marchó rumiando algo sobre la
estupidez humana y yo respiré aliviada. Al menos por el
momento no perdería mi trabajo.
—Tranquila … —dije con algo de culpabilidad—si
necesitas algo me avisas.
—La realidad es que sí necesito ayuda. Deseaba un libro,
ya sabes…
Mis ojos se abrieron más de lo habitual y mi oreja se le
acercó a su rostro para poder escuchar su voz cada vez más
apagada.
—Esta es una librería. Y hay muchos libros.
La muchacha sonrió de mis movimientos entre interesantes
y divertidos. Algo más relajada habló en voz aún más baja.
—Busco libros eróticos.
—¿Alguno en especial? —dije caminando hacia la sección
para que ella me acompañara.
—A decir verdad, sí. No recuerdo a la autora, pero el libro
se llama —dijo escondiendo la voz avergonzada—. Entre
páginas ardientes. Leí el primero y me encantó. Me gustaría
llevarme la serie completa.
—Por supuesto —contesté caminando hacia la estantería
—. Aquí tienes toda la saga. Puedes mirarlos tranquilamente.
Yo estaré cerca por si deseas llevarte algún otro.
—Muchas gracias —dijo respirando profundo.
—Y, por cierto —le dije en voz baja y con una sonrisa de
oreja a oreja—. No tienes que hablar en voz baja. Es un género
maravilloso y somos muchas las adoramos leerlo.
Le guiñé un ojo y su rostro se iluminó.
—¡Señorita!
—Me llaman. Pero estaré cerca para lo que necesites.
—Gracias.
Caminé hacia la señora con dos hijos que se peleaban entre
ellos y me dispuse a trabajar.
Y, por encima de todo, intentando olvidar a las odiosas
inglesas pelirrojas, y sin pensar por un solo minuto en que el
cabello del niño más pequeño era tan negro y rebelde como el
de Oli.
Una tarde, de la cual ya no me acuerdo ni el día, mi amigo
apareció por la casa como si nada. Cuando le pregunté por
Samanta me contestó con evasivas por lo que no terminé de
enterarme si seguía en Madrid o si al fin nos habíamos librado
de ella.
Porque era indiscutible, esa mujer terminaría por
separarnos, si no, ¿porque no había venido a casa ni una sola
vez? ¿Tan buena era ella en la cama que llevaba días sin
aparecer?
—¿Vas a salir?
—Sí.
—Con Mason, imagino.
—Sí. ¿Y tú? No vas a salir con… ella.
—Esta noche tengo partida —se puso los cascos del
ordenador y no volvió a hablarme.
Me marché con algo de pena. Llevaba dos meses
aumentando mi confianza personal y estos pequeños detalles
me hacían caminar por la cuerda floja. Desde que estaba con
Mason comenzaba a creerme capaz de hacer sentir a un
hombre lo que otras chicas más delgadas podrían. Y aunque el
discurso de autoayuda me enseñó que siempre tratara de ser yo
misma por mí misma, la realidad era que dejar de ser virgen, y
tener un chico guapo interesado en mí, consiguieron mucho
más que los tres años pagados a la terapeuta y los cien euros
gastados en libros. porque a veces no son las palabras las que
se necesitan sino los hechos. Y la realidad era que Mason me
hizo despertar como mujer. Él me acariciaba y hacía el amor a
todo mi cuerpo. Y aunque mi timidez seguía siendo
importante, no lo era tanto en el momento del gozo. Incluso
llegué a comprarme un par de blusas ajustadas y unos vestidos
de lo más sugerentes. Lástima que a medida que confiaba más
en mis cualidades femeninas mi amigo se distanciaba más de
mí.
¿Estaba enamorado de esa chica? entonces ¿por qué no lo
hacía feliz? ¿estaba yo enamorada de Mason? ¿Él me hacía
feliz?
En ese momento sonó el timbre y corrí a abrir la puerta. La
sonrisa tonta que se me puso al verlo me causó gracia hasta a
mí.
—Que guapa estás. ¿Llevas lencería sexy?
Le chisté mostrándole hacia el ordenador para que viera a
Oli, pero, como siempre, hizo lo que quiso. Mason era un
espíritu libre y con sus propias reglas.
—Está con los cascos… y qué importa si oye, soy yo el
que te follará esta noche.
Oliver se puso en pie, saludó desde la distancia, y se llevó
el portátil a la habitación. No sin antes cerrar la puerta con
estruendoso ímpetu.
—Creo que te ha oído —dije mirando incómoda hacia la
madera maciza.
—Mejor. Así deja de imaginar que es él quien te folla.
—No hables tonterías. Oli jamás pensaría en algo así.
—Y tú no seas tan ingenua.
—Sale con una chica. Una pelirroja inglesa muy guapa.
—¿Ah sí? ¿Y tú crees que querrá que juguemos los cuatro?
—No me gustan los juegos de rol.
—Nena, no me refería a ese tipo de juegos. ¿Dices que la
inglesita es guapa?
—¿Quieres hacer el amor con ella?
—Nena, yo no hago el amor. Yo follo. Y no sería solo con
ella, tú también te llevarías algo.
—¿Hablas en serio?
—Vamos a cenar. Esta noche solo follaré contigo.
Me dio un beso de esos ardientes que quitaban las palabras
mientras mis pensamientos seguían en un sitio incómodo.
A veces Mason conseguía hacerme dudar de si en realidad
estaba en una relación o si solamente éramos dos adultos que
quedábamos para, como a él le gustaba decir, follar.
Fuimos a cenar a pesar de que no tenía nada de apetito.
Después, como siempre, terminamos en mi sofá. Dos embistes
directos y profundos, y se volvió a vestir.
—Nunca vamos a tu casa —mencioné con valor. Pero
poco. Odiaba que pudiera enfadarse conmigo.
—Soy un desastre. Lo tengo todo descolocado. No te
gustaría.
—No me importa. Yo tampoco soy el orden absoluto —
dije mostrándole un salón convertido en mi habitación.
—Otro día —dijo besándome con fiereza—. Mejor me voy
a o no respondo de mis deseos. Mañana no trabajas, ¿no?
—Es mi día libre.
—Entonces si estás sola me paso y follamos sin tener que
mordernos la lengua por culpa de tu amiguito.
—La casa es de mi amiguito, además nunca he visto que te
mordieras mucho la lengua —dije recordando que más de una
vez se lo pedí, pero como no, Mason no obedecía órdenes de
nadie.
—Ya sabes a lo que me refiero. Mañana te follaré hasta en
su cama.
No llegué a protestar porque el beso profundo y el portazo
que dio al salir fueron más rápidos.
—Buenos días —Oli estaba vestido y bebiendo café en la
cocina—. ¿Todo bien? —pregunté al ver su rostro.
—Sí, todo bien.
Su respuesta resonó vacía, como si llevara consigo un peso
que no quería compartir.
Me senté frente a él con algo de culpa. Un sentimiento que
me inundaba últimamente cada vez que nos encontrábamos. Al
verlo sentía una congoja extraña.
—Algo no está bien, Oli, puedes contar conmigo.
—No es nada, de verdad, solo estoy cansado —dijo
evitando mi mirada.
—Oliver, somos amigos. No puedo ver que te sientas así y
no preguntar. ¿Qué está pasando?
Me evitó jugueteando con la cuchara de su taza. La tensión
en el aire era palpable
—Oli, ¿es por ella? ¿Quieres que me vaya de tu casa?
El silencio se apoderó de la cocina antes de que finalmente
levantara la mirada.
—No quiero que me dejes.
Aliviada le ofrecí una sonrisa tranquilizadora. Y no porque
no deseara volver con mi madre. Oli era mi mejor amigo, mi
imprescindible de vida—. Si hay algo en lo que pueda
ayudarte…
—Solo necesito tiempo.
—No puedo seguir viéndote así…
—Es complicado, además, estás tan enamorada y feliz, no
quiero arruinarte tu dicha.
—La felicidad no tiene sentido si no la compartimos con
aquellos que más queremos. Dime ¿qué pasa?
—¿Y yo soy uno de esos a los que más quieres?
—Por supuesto que sí. Sabes que te quiero más que a
nadie.
—Creo que ahora sí que hay un nadie más importante.
Oliver se sumió en un profundo silencio.
—Siempre has sido mi mejor amigo. Eso no cambiará
nunca.
—Claro. Nunca cambiará.
—Por supuesto que no.
Me acerqué para abrazarlo. Oliver correspondió al abrazo,
pero algo en su gesto revelaba una tristeza profunda. Después
del abrazo fue a por su mochila y se marchó hacia su trabajo.
Mientras preparaba una taza de té me sentí sumida en una
confusión abrumadora. Me sentí extraña todo el día. Y los
siguientes. Y a medida que mi interior se revolvía la felicidad
con Mason se volvía agridulce. Los días que siguieron
estuvieron marcados por la distancia en la que el silencio de
mi mejor amigo se tornaba cada vez más inquebrantable y
doloroso. Mis sentimientos se mezclan como un puré de
patatas con el tenedor. Quería tanto a Oli que su dolor era el
mío. ¿Por qué no se sinceró y me explicaba de una vez por
todas que lo estaba llevando a tal depresión?
Qué es el amor
Hola, ¿follamos?
Los mensajes divertidos de Mason no tenían tanta gracia.
Son las dos de la mañana y estoy durmiendo
Contesté, porque a pesar de todo, siempre le contestaba.
Temía perderlo. Era un sentimiento que me embargaba cada
mañana al despertarme y cada noche antes de acostarme. Él
era la medicina que necesitaba mi autoestima para seguir
respirando. El oxígeno que mi feminidad enfermiza y ahogada
buscaba.
Entonces lo dejamos para mañana.
Mejor
Qué descanses
Y tú
La mañana del domingo había amanecido soleada. El
invierno daba paso a la primavera y la primavera al color
esperanza. O por lo menos así me sentía yo cuando Mason dijo
que me llevaría a conocer a sus amigos. Me desperté y me
duché poniendo especial énfasis en mi cabello. Esa era la
única parte de mi cuerpo que jamás recibió críticas por mi
parte. De un color castaño brillante me gustaba el tornasol que
se producía cuando los rayos me daban de lleno.
Me puse un vestido de manga corta y flores con unas
zapatillas muy cómodas. Mason dijo que eran una pareja muy
alegre y quise que mi vestimenta estuviera acorde a los dueños
de casa.
El cálido aroma de la barbacoa flotaba en el aire mientras
nos encontrábamos en el jardín de la casa de Blake y su pareja
Sofía. La tarde era tranquila. Con el sol despidiéndose
lentamente en el horizonte, pintando tonos cálidos en el cielo,
era uno de los mejores días de mi vida. La tarde se pintaba en
el paisaje como si deseara darse un momento de respiro.
—¡Qué bonita se ve la mesa! ¿Necesitan ayuda con algo
más?
Blake, con una cerveza en la mano, asintió agradecido.
—Sería genial, Gabrielle. ¿Podrías traer los platos del
interior? Seguro que Sofía está haciendo equilibrio para traerlo
todo de una vez.
—Por supuesto.
Más que dispuesta me dirigí hacia dentro de la casa.
—Muchas gracias. Perdona este desastre, pero recién nos
mudamos.
—Eres española ¿no?
—¿Tanto se me nota?
—No, yo solo quise decir…
—Tranquila. Hablo fatal el inglés. Sí, soy española, pero
por trabajo de Blake vamos y volvemos continuamente, por
eso compramos esta casa. La verdad es que me siento muy
cómoda, pero deseo volver a casa. Nuestra hija nos espera.
—¿Tenéis una hija?
—Sí, se llama Emily, y es preciosa.
Contestó con la sonrisa iluminada a la vez que cogiendo las
bandejas hablaba de la pequeña como si fuera la personita más
inteligente del universo.
Al regresar sonriendo por lo mal que se le daba la cocina
ambas quedamos en silencio al notar cierta tensión en el aire.
Mason ya no estaba junto a Blake.
Sofía se acercó a su esposo, y este de forma inmediata, la
recibió con un beso en el cuello.
La comida se produjo sin altercado alguno, y aunque la
tensión se percibía de a momentos, ambos anfitriones lo
ocultaron perfectamente. Todos parecían disfrutar. Todos
menos Mason. Sus labios apenas se abrieron en toda la
comida. En el momento en que recogimos los platos sucios del
almuerzo, y viendo que tanto Blake como Sofía se alejaban
hacia la cocina, me acerqué para hablarle con voz suave.
—¿Todo bien?
Mason tomó un sorbo de su cerveza antes de responder.
—¿Qué piensas de Blake y su esposa?
—Son geniales. Muy amigables. Hacen que me sienta muy
a gusto.
La respuesta pareció no ser la que Mason esperaba. Su
expresión se oscureció y una sombra de desagrado cruzó su
rostro.
—Me parece que te agradan demasiado.
La sorpresa y la confusión se apoderaron de mí. No
entendía por qué Mason estaba tomando esa actitud.
—¿A qué te refieres?
—Solo digo que no me gustaría que te acerques demasiado
a ellos.
Las palabras de Mason resonaron en el aire creando una
barrera incómoda. En ese momento Sofía me pidió ayuda con
el postre y lo dejé en el jardín solo con su cerveza y una gran
parte de mi inmenso desconcierto.
Blake y su esposa siguieron portándose tan amablemente
que no supe qué pensar. ¿Qué intentaba Mason con su actitud
de niño malhumorado?
La barbacoa continuó en un ambiente extraño por mi parte.
Las risas y charlas animadas de Blake y su esposa contrastaba
con la tensión palpable entre Mason y yo. La tarde, que
prometía ser agradable, se había teñido de un matiz
desagradable que dejaba un sabor amargo y espeso.
A medida que avanzaba la tarde la brecha entre Mason y
yo se hacía más evidente. Intenté participar en las
conversaciones animadas, pero cada intento que hacía me
encontraba con una mirada fría por parte de mi chico. Me
hubiera gustado hacerle miles de preguntas, sin embargo,
tendría que esperar, no tenía intención de quedar como una
maleducada.
Después del café, y sin previo aviso, Mason me llevó a un
rincón apartado del jardín. El matrimonio nos observó y se
limitó a entrar en la casa a por unos helados. Estuve totalmente
segura de que fue una excusa.
—¿Qué estás haciendo? Me haces pasar vergüenza.
—¿Yo a ti?
—¿Qué has querido decir?
—¿Me puedes decir qué está pasando? ¿Por qué estás tan
distante?
—No me gusta cómo te relacionas con ellos, Gabrielle.
—Son tus amigos y soy educada. ¿Qué tiene eso de malo?
Creía que esa era la forma civilizada de actuar.
—No me gustan tus puntos irónicos. No quiero que te
acerques tanto a Blake y a su esposa. Esa es mi decisión.
—Pero ¿Por qué? Son buena gente. No te entiendo. Tú
mismo me invitaste
—Estás siendo demasiado amable y no quiero que te
relacionen con ellos.
La frustración y la confusión se apoderaron de mí. No
entendía por qué Mason estaba tan firme en su postura.
Busqué sus ojos en busca de alguna pista, pero me encontré
una muralla impenetrable.
—No puedo simplemente alejarme de ellos. No sin una
razón.
—La razón soy yo.
La conversación quedó suspendida en el aire dejando un
sabor amargo cuando los dueños de casa regresaron al jardín.
Miré hacia donde Blake y su esposa disfrutaban de la
velada preguntándome cómo algo que parecía tan inocente
podía desencadenar tal determinación por parte Mason. La
pareja era adorable. Y principalmente. Se adoraban. El amor
posee ese rasgo tan propio del agua. Es capaz de escabullirse a
pesar de que se intente contener. Blake y Sofía eran una presa
cargada de amor incontenible.
El crepúsculo pintaba el cielo con tonos dorados mientras
la tensión entre nosotros oscurecía el ambiente. La noche
avanzó entre risas y charlas animadas, pero la brecha entre
Mason y yo persistía como una sombra insoportable. Cuando
decidimos que era momento de irnos la tensión cortaba el
cielo.
—Ha sido genial tenerlos aquí, chicos, esperamos volver a
tenerlos en casa.
—Y por favor no dejes de llamarme. No tengo muchas
amigas.
—Te llamaré —contesté sin girarme para no ver el rostro
malhumorado de Mason.
La despedida fue cariñosa pero la atmósfera helada entre
Mason y yo no pasó desapercibida. Mientras conducimos de
regreso a casa el silencio se apoderó del interior del coche
interrumpido solo por el susurro del viento y el suave sonido
de la música en la radio.
—Necesitamos hablar de lo que sucedió.
—No hay nada que hablar.
La respuesta era una muralla impenetrable y yo me sumía
en un desconcierto que no podía resolver. Al llegar a casa la
tensión alcanzó su punto álgido.
—No puedo simplemente dejar de relacionarme con tus
amigos. Esto no tiene sentido. Me llevas a conocerlos y luego
te enfadas como un niño caprichoso. ¿Se puede saber qué te
pasa?
—Te lo he dicho, mis decisiones son definitivas.
La frialdad en sus palabras resonó en el pasillo de entrada
dejándome con una sensación de impotencia absoluta.
La despedida fue un beso en la mejilla.
Mientras se marchaba me quedé sola en la oscuridad
sumida en mis pensamientos turbulentos. La noche que
prometía ser agradable se había convertido en un capítulo
doloroso de nuestra historia. Un capítulo en donde las grietas
se volvían más evidentes en cada uno de nuestros
desencuentros.
Sin comprender nada de nada las luces de la sala se
encendieron. Oli se encontró con los restos de mi cuerpo
envueltos en una manta y los ojos inflamados de tanto llorar.
—No sé qué ves en ese tipo, Gabrielle. Siempre te hace
sufrir. Y no mientas diciendo que es la primera vez que lloras
por él. Porque sé que no es verdad.
—No he dicho nada.
Mis lágrimas se mezclaron con la frustración mientras
observaba a Oliver caminar por la pequeña sala.
La dualidad de mis sentimientos se desplegaba ante mí. El
silencio que siguió resonó como un eco de mis propias dudas.
Las paredes de la casa parecían ahogarme con susurros de
desesperación. Mason ocupaba mis pensamientos, su imagen y
nuestras complicadas conexiones se entrelazaron en mi mente.
¿Cómo podía querer a alguien que me hacía llorar tanto? Esta
no era la primera vez, Oli llevaba razón. El carácter de Mason
era cada vez más posesivo y autoritario. Mientras mi mente
daba vueltas en círculos las lágrimas continuaron su danza
solitaria por mi rostro inflamado por la angustia.
—Lo que tienen no es amor…
—Nunca hemos hablado de amor.
El rostro de Oli se transformó al escuchar mis palabras.
—No te comprendo. Juro que no te comprendo. Una chica
como tú…
—¿Una chica como yo? —dije secándome el rostro de lo
más indignada—. ¿Me has visto Oli? Dime, ¡Me has visto!
—¡Sí! ¡Te he visto! Y demasiado bien para mi pena. ¡Tú
eres mucho más de lo que tu estúpida ceguera es capaz de
reconocer! —chilló al abrir la puerta de la calle.
Últimamente apenas pisaba la casa. Seguramente se pasaba
el total de su tiempo revolcándose en la cama de la inglesa
atontada.
—¡Vete! ¡Seguro que ella te hace reír!
—¿Qué dices?
—¡Lo que oyes! ¡¿Qué pasa?! ¡Tan buena es a cuatro
patas!
—Me voy antes de que te arrepientas de tantas
estupideces.
Arrojé un cojín a la puerta que se cerraba y me puse a
llorar. Las dudas se agolpaban y el nudo en mi garganta se
apretaba con cada pensamiento contradictorio. Mis emociones
se tornaron caóticas. Una tormenta interna que amenazaba con
desbordarse.
En la quietud de la casa el tiempo pareció detenerse. Me
encontraba en una encrucijada, atrapada entre dos mundos que
tiraban de mí en direcciones opuestas.
Mason, con su magnetismo impredecible, me enloquecía.
Y Oliver, mi refugio constante, ya no estaba…
Con lágrimas secas en mis mejillas me quedé allí,
contemplando el reflejo de una mujer dividida entre el amor
que parecía imposible, y la amistad que no soportaría perder.
Mi corazón estaba dividido entre dos polos magnéticos cada
uno tirando de mí en una dirección diferente. Las
conversaciones con Mason se volvían esquivas y cargadas de
tensión, mientras que con Oliver la atmósfera se volvía frágil,
como una delicada tela de araña delicada que amenazaba con
romperse.
Los días pasaban y Oliver a pesar de su enojo inicial no me
daba la espalda. Sin embargo, su presencia estaba teñida de un
halo de incomodidad. Cada encuentro se volvía un baile de
palabras no dichas creando una atmósfera de malestar que
ninguno de los dos quería abordar.
La relación con Mason, por otro lado, se volvía cada vez
más volátil. Sus gestos cariñosos se entrelazaban con
comentarios ásperos y decisiones definitivas que dejaban mi
corazón enredado en un nudo intrincado. La confusión se
intensificaba y mis emociones oscilaban entre la esperanza y la
desilusión. Entre estar en pareja o dar un puntapié volviendo a
la casilla de comienzo.
¡Qué me pasa!
—Mañana quiero hacer inventario. Empezaremos con la
letra D. No llegues tarde.
—No, señor Harland.
—Quiero que a un lado pongas los autores de editoriales y
en otro los independientes. En estos últimos no te esfuerces
demasiado, ellos no pagan las cabeceras.
—Como usted quiera, señor Harland.
—¿Qué pasa? ¿Hoy no vas a luchar por los derechos de
esas escritoras muertas de hambre?
—No, señor Harland.
El director se marchó alzando los hombros sobre su
calvicie sin importarle saber qué me sucedía.
—¿Llego a tiempo? —Oli apareció por la librería a paso
agitado—. Temía llegar tarde.
—¿Tarde para qué?
—Para no encontrarte.
—Estaba por irme.
—Perfecto. ¿Nos vamos juntos?
—¿Irnos? ¿a dónde?
Oli se detuvo en el momento que abría la puerta para que
yo pasara. Su actitud me dejó anonadada. Llevaba días donde
nuestro máximo de palabras dedicadas eran los buenos días y
buenas noches.
—¿No habrás quedado con Mason?
—No.
—Excelente. Vamos antes de que lleguemos tarde.
—¿A dónde? —repetí mientras tiraba de mí para que me
apresurara a salir.
—Vamos a un taller de arte.
—¿Qué?
—Lo que he dicho.
Si un anochecer pudiera resumirse como maravilloso diría
que las palabras se quedaban cortas. Oli y yo reímos hasta que
los empastes se nos salieron de los carrillos. Llevaba tanto
tiempo pensando en los sentimientos de los demás que por
primera vez en días el peso de mis pensamientos recayó sólo
en mí y la bendita sensación de sentirme feliz.
—¡Esa no es mi cara!
—Espera que te la arreglo —dijo apuntándome con un
pincel cargado de tinta.
Ambos terminamos con acuarelas corridas en los mofletes
y las comisuras de los ojos. Según Oli yo era una faraona
egipcia, aunque la imagen del espejo decía claramente que me
parecía más a la novia cadáver.
—Voy a por unas pestañas postizas y una falda. Te falta ese
toque.
—¡Noooo!
Mi grito se quedó afónico, pero a Oli no le importó. Fue
directo hacia el otro lado de la sala donde unas chicas se
estaban poniendo pelucas.
—Es un amor.
La monitora del taller de arte me dijo observando a Oli reír
con la pareja de chicas mientras lo ayudaban con la elección
de una falda cada uno más feo que la otra.
—Sí que lo es.
—Y muy guapo.
—Tiene novia —contesté rápidamente.
—Los mejores siempre están pillados —dijo antes de
alejarse.
Oli regresó a mi lado con dos vestidos terriblemente
horribles.
—No pienso ponerme ninguno.
Alzo los hombros ignorando mi voluntad y pasando sus
propios pies por el hueco de la cinturilla.
—¿Qué quería? —dijo mirando a la monitora que no nos
quitaba el ojo de encima.
—Me dijo que eras un exagerado y un poco chillón.
—¿En serio?
—Verdad de la buena.
Oli frunció el ceño antes de sonreír travieso.
—Eso es que le gusto. Igual me acerco y le digo algo.
—De eso nada. Tenemos que vestirnos para ganar este
ridículo concurso.
—¿Estás celosa?
Los nervios que comenzaron a subirme por las rodillas los
detuve al instante que amenazaron con alcanzar mi garganta.
—Quiero el premio. Solo eso.
—¿Hay premio?
—Sí. ¿No lo sabías? Por amor al cielo, Oli, si fue tu idea.
El desvío de la conversación me sirvió para analizar
rápidamente mi reacción nerviosa. ¿Qué me estaba pasando?
Oli era mi amigo y tenía todo el derecho a intentar ligar con la
monitora y yo no tenía porqué inmiscuirme en sus asuntos
amorosos. ¡Y mucho menos a mentir!
—¿Y cuál es el premio?
—Un libro.
—¿Un libro?
—Sí. Uy, lo había olvidado. Ahora un poco más de
maquillaje en los ojos. Y polvo de talco en la peluca.
Oli dejó que lo maquillara y me lancé a reír con un dolor
de tripa que me quebraba en dos. Nuestras pintas eran tan
horribles que terminamos en el último puesto. No solo
perdimos el premio sino la dignidad. Al menos Oli, que
cuando nos marchamos en autobús resultó ser el hazmerreir de
dos chicas que no pudieron aguantarse.
—¡Primero en la ducha!
—De eso nada.
Nos lanzamos a la carrera hasta terminar bajo el grifo,
vestidos y totalmente empapados.
Llevados por el momento y la diversión cogí el jabón y le
llené el rostro de espuma. Se puso a chillar por el picor de ojos
mientras a tientas recogía el bote de gel y me lo echaba sobre
la cabeza. Ambos lanzábamos de las bocas pompas de jabón.
Cuando Oli pudo abrir los ojos tenía las pupilas rojas del picor.
Me amenazó con una esponja que intentó hacerme comer y
que por poco me tira al suelo si sus reflejos no hubieran sido
tan eficaces.
Bajo el chorro de agua tibia no podía parar de reír. Cogí
champú y se lo volqué sobre el cabello y le rasqué el cuero
cabelludo como a un niño mimado. Comencé como broma,
pero sin saber porqué mis movimientos terminaron siendo
suaves y lentos. Oli era el mejor chico del mundo. El chico
perfecto. El joven con el que cualquier chica se sentiría feliz
de poder amar. Nuestras miradas quedaron suspendidas en el
tiempo cuando después de segundos su voz acatarrada resonó
contra los azulejos.
—Será mejor que espere fuera.
Salió del baño con los vaqueros y la camiseta empapada y
sin mirarme. El agua le había pegado la tela marcando su torso
al completo. No era tan fuerte como Mason, pero su atractivo
seguía siendo inmenso. Fue en ese momento cuando me
percaté que mi camiseta y mis vaqueros también chorreaban
agua y maquillaje descolorido. Me quedé unos minutos
intensos bajo el chorro de agua caliente con las manos
apoyadas en la pared y las ropas pegadas a mi cuerpo. ¿Qué
me estaba pasando?
Una vez limpios disfrutamos de unas palomitas saladas
tumbados en el suelo con música de fondo. Ninguno de los dos
habló de lo sucedido en el baño. O lo no sucedido.
—Te echaba de menos.
—Y yo a ti. Y a tus pocas dotes de pintura —dijo
revolviendo mis cabellos aún húmedos.
Ambos nos tiramos sobre la alfombra y escuchamos
música hasta que los bostezos nos dominaron.
—Me voy a mi sofá.
—No, quédate aquí conmigo.
—¿Aquí? ¿En el suelo?
—¿Y por qué no? Antes lo hacíamos, ¿no te acuerdas?
—Nunca lo he olvidado.
—Te quiero mucho Belle.
—Y yo a ti.
Belle, hacía tanto que no se lo escuchaba decir esas
palabras que me sonaron más dulce que nunca. Su mano se
posó junto a la mía y un escalofrío en mi piel muy diferente a
los de siempre me subió por el antebrazo. Nuestras miradas se
encontraron. Fue un microsegundo. Un suspiro de hada. Pero
allí estaba, algo tan lindo de sentir, que, de tan bonito quise
que se quedara a vivir.
—¿Estás pensando en él?
—¿Cómo dices?
—Tus ojos parecían… enamorados.
—No, yo no…
—Será mejor que vaya a mi habitación.
—¿No querías dormir sobre la alfombra? Tú lo dijiste.
—Otro día.
Oli se fue y cerró la puerta de su cuarto mientras yo
intentaba calmar mi corazón, que, sin explicación alguna, no
cesaba de golpear alborotado desde dentro de mi pecho. No,
no estaba pensando en Mason.
Consuelo
—Café con leche, ¿y tú sin invitarme? —Su voz sonó
preocupada ante mi silencio—. Ya entiendo, es leche de soja y
no deseabas amargarme la mañana —dijo sentándose en una
silla a mi lado.
—Oli, ayer fue maravilloso. No quiero perderte, pero
tampoco quiero renunciar a Mason. Estoy hecha un lío.
La vulnerabilidad estaba al descubierto en mis palabras y
Oliver asintió con comprensión. No pude decir más porque el
enredo de mis sentimientos era igual a una madeja de lana con
la que jugaba un gato. Una que ni yo misma era capaz de tirar
del extremo.
—No deberías tener que elegir entre él y yo. Mereces a
alguien que te haga feliz. Belle, no mereces este constante
vaivén emocional.
Aprecié su apoyo, pero la elección aún pendía en el aire
como una sombra que se negaba a disiparse.
—Estoy cansado de verte sufrir. Mason no te trata como
mereces.
—Pero hay algo en él, Oli. Algo que me atrae y del que no
me puedo despegar. No sabría explicarlo —mi voz apenas se
oía. Cargado de preocupación tomó mi mano con suavidad.
—Mereces más que dudas y lágrimas. ¿No crees que es
hora de dejarlo ir?
Las palabras resonaron en el espacio y una decisión pendía
en el aire como un perfume delicado. Mientras reflexionaba
sobre las palabras no dichas la puerta se entreabrió revelando
la figura de Mason. Sus ojos centelleaban incredulidad y
desafío.
—¿Qué está pasando aquí?
El silencio se apoderó de la habitación y las miradas se
cruzaron en un juego de emociones no resueltas. Oliver,
respondió con determinación furiosa.
—¿Qué haces tú aquí?
—Había quedado con mi novia. ¿Te molesta?
—Me molesta a mí. ¿Cómo has entrado?
Yo no era capaz de creer lo que veía. Mason se apoyaba en
el marco de la cocina como dueño de casa.
—Hice una copia de tus llaves. Estaba cansado de tocar el
timbre y esperar. Y por lo que veo necesitabas estar protegida.
—¿Protegida? —Oliver tenía las mejillas al rojo vivo—
¡Ella no necesita protección de mí!
Ella merece alguien que la haga feliz. Si no puedes ser ese
alguien tal vez deberías dejarla libre.
El desafío en la voz de Oliver resonó en la habitación y la
elección se presentó como un camino bifurcado llevando
destinos desconocidos.
—¿Buscas pelea? —Mason mostraba las manos en forma
lenta.
—¡Cuándo quieras!
—¡Oli! ¡No! Por favor. Paren ya.
Mi primera reacción fue sostener el cuerpo de mi amigo
con una mano sobre su pecho. Los gritos de uno y otro me
hacían sentir que vivía una pesadilla. Ambos se miraban como
toros a punto del embiste.
—¡No la mereces! —dijo antes de darle la espalda y
saliendo de su propia cocina—. ¡Y pídele que deje las llaves!
Se marchó dando un portazo. El cuerpo se me desmoronó
sobre una silla.
—¿Por qué lo has hecho?
—¿Yo? Ese idiota se merecía un buen golpe. No deberías
haberlo detenido.
—¿Qué dices?
—Te pone en mi contra. ¿No lo ves? No puedes preferir a
ese idiota antes que a mí.
—No lo prefiero. Yo no sé que quiero. Por favor. Vete.
—No me iré a ningún sitio. Tú eres mi chica.
La posesividad en su tono me estremeció. La verdad cruda
y sin adornos se revelaba. Mason no quería perder el control
sobre mí y la idea de que pudiera elegir a alguien más lo
atormentaba. En ese momento me encontré entre dos mundos
irreconciliables. Oliver, el amigo leal y protector representaba
la seguridad y la estabilidad emocional. Mason, sin embargo,
personificaba la pasión desenfrenada y el total control de mi
vida y de mi cuerpo.
—Necesito pensar.
—No.
—Se trata de encontrar mi propia felicidad. De saber qué
quiero de mi vida. Y para ello necesito pensar.
Mi voz temblaba, pero las palabras eran un acto de
emancipación. Un primer paso hacia la libertad emocional. La
batalla entre mis dos mundos continuaba, pero la certeza de
que merecía más que una relación marcada por la posesión y la
incertidumbre, se imponía.
—Tu felicidad soy yo. Es a mí a quien debes escoger. No
lo olvides.
Sus palabras quedaron latentes en el aire cuando se
marchó. La tensión en la sala persistía.
El eco de las palabras de Mason resonando en el aire como
un recordatorio constante de las decisiones que debía tomar
me reventaban la cabeza. Me tiré sobre el sofá y escondí la
cabeza entre la almohada. Si pasaron horas o segundos no
podría asegurarlo. Mis pensamientos iban de un lado a otro de
forma alocada y desorganizada.
Mason no era perfecto y a pesar de que sus formas
prepotentes a veces dejaban mucho que desear, él me quería.
Me llamaba, salíamos juntos y hasta hacíamos el amor. Bueno,
a él le gustaba decir que fallábamos, sin embargo, ambos
sabíamos que era una broma. Una forma de parecer rudo.
Digamos que existen chicos que les gusta dar ese aspecto de
malote incomprendido y Mason lo era. Desde que estaba
conmigo había cambiado. Se lo notaba algo más cariñoso. Si
no me quisiera no me llamaría ni se preocuparía por mí.
Oli tenía algo de razón por estar preocupado. Mason en
algunas ocasiones podía llegar a ser algo prepotente y Oli
pensaba que eso era falta de cariño, pero no lo conocía como
yo. Se limitaba a evaluarlo como un juez sin pruebas. A veces
no parecía mi amigo. ¿No se alegraba de que al fin alguien se
preocupara por mí? ¿Por qué no era capaz de alegrarse de mi
dicha?
Esa seguridad casi arrogante me hacía sentir protegida y
querida. No puedo vivir de mi propio valor. Siempre he
luchado con mi autoestima y Mason lo comprendía y me
brindaba esa fuerza de la que carezco.
—¿Ha dejado las llaves?
El cuerpo de Oli apareció caminando en cámara lenta y con
las manos en los bolsillos.
—Creía que te habías ido.
—Estaba en mi cuarto. Quiero que seas feliz. Mason no
parece…
—¡No te pedí opinión! ¡Esta es mi vida y puedo tomar mis
propias decisiones!
La frustración bullía en mi interior. Una mezcla de ira y
confusión. Oliver, en su intento de protegerme, había cruzado
una línea y la indignación se reflejaba en mi voz.
—Lo siento, no quería…
—¿No querías? No me tomes por tonta. Llevas semanas
queriéndolo.
Me puse en pie con furia y busqué bajo la cama mi mochila
de viaje.
—¿Qué estás haciendo?
—Me voy.
—¿A dónde? Esta es tu casa.
—¡No! ¡No lo es! —contesté intentando contener el manto
de lágrimas entre mis dedos—pero… ¡no tengo donde ir! ¡No
lo tengo! Mi madre se cree con derecho a decidir sobre cómo
debe ser mi cuerpo, mi hermana se burla de mis propias
miserias, Mason quiere tenerme envuelta en su puño, y tú…
tú…
Lancé la mochila vacía y marché al baño cerrando la puerta
con traba. Me senté en el váter hasta escuchar un sonido de
llaves. La puerta de la calle que se abría y cerraba. Entonces
lloré aún más fuerte. En los libros románticos la protagonista
cogía siempre una bolsa y se marchaba de viaje a la Toscana o
la Provenza francesa, pero en mi caso todo era muy diferente.
En mi cuenta bancaria solo existía efectivo para llegar mucho
hasta Manhattan.
Cada puerta que se cerraba me dejaba sola en un silencio
que me aturdía sin respuestas. Envuelta en el eco de la
confrontación las emociones se agolpaban en mi pecho. La
elección entre dos mundos seguía siendo el dilema central,
pero ahora, añadía una capa adicional de discordia en mi
relación con Oliver. Nuestra amistad se rompía. Lo estaba
perdiendo todo. La familia, la amistad, el amor…
Me lancé sobre el sofá luchando por ponerme a comer todo
el chocolate que encontrara. Solo me detuvo un momento de
lucidez. Llevaba años aceptando que el comer no servía para
otra cosa que hundirme en mi propia miseria. La comida no
me ofrecía consuelo. Después de dos horas de encontrarme
sola y defraudada conmigo misma el teléfono sonó. Era
Mason. Y como siempre respondí. Y lo perdoné. Él no pidió
disculpas, aún así lo hice. Aunque mi corazón ya no se sentía
como en ocasiones anteriores. Cuatro meses antes Mason se
disculpaba y yo me derretía de amor. Esta vez algo dentro de
mí resonó diferente. La ausencia de Oli lo hacía todo más
doloroso y vacío.
Provócame
Mis días eran hojas de libros pasando unas tras otras con
las emociones del que apreciando la historia de otros deja de
vivir las propias. Asistir a las lectoras, un trabajo que antes
adoraba se estaba convirtiendo en palabras vacías. El vacío se
volvía a apoderar de mí llenando todo mi interior. Y esta vez
no era solo por mi apariencia física, el lado oscuro y reprimido
volvía a cubrir de debilidades mi autoestima apenas saneada.
Los meses con Mason me habían llevado a creer que era una
chica como tantas, pero ya no me encontraba tan segura.
Cuando me llegaban esos momentos en los que me sentía
menos que una cucaracha Oli me obligaba a cantar Dancing
Queen. A grito pelado y con los cabellos revueltos. La sonrisa
al recordar nuestros momentos me llenó la garganta de un
sabor amargo. Él cantaba y cantaba hasta que la música se
apoderaba de mi cuerpo y mi pensamiento. Así era Oli antes,
cuando me quería. O cuando regresaba a casa.
—Te había dicho que vistieras sexy.
Mason sonó desilusionado al verme mientras subía a su
coche.
—¿No soy la reina del baile? —dije tarareando la canción
en el silencio de mi mente.
—¿La qué?
—Dancing Queen. ABBA. ¿No los conoces?
—No suelo escuchar música de abuelos.
—No es de abuelos. Y a mi me gusta mucho. Con Oli
siempre…
—Oli tiene el alma de un viejo. No me extraña que escuche
a esos BABA.
—Se llaman ABBA —susurré sin ser escuchada.
Al bajar del coche y mirarme, Mason volvió a demostrar su
disgusto. Me dijo que me vistiera sexy y, como de costumbre,
obedecí. Quería que se sintiera feliz conmigo. Quería que
sintiera las mismas mariposas que yo sentía al verlo a él.
Llevaba un top ajustado con un sujetador que me levantaba los
pechos y una falda fina que me llegaba un poco más abajo de
las rodillas. Pensé que me veía bastante sexy, pero Mason no
quedó impresionado. Las dudas de mi cuerpo comenzaron a
taladrar mi cabeza y quise buscar un abrigo con el que
cubrirme, hecho que hizo que Mason se disgustara aún más.
Él vestía una camisa azul y unos vaqueros blancos. Con
solo una mirada bastaba para imaginar la cantidad de chicas
que se habrían girado al verlo pasar. Él adoraba ser adulado.
Siempre vestía ropa que lo hiciera parecer insoportablemente
guapo.
Me acompañó hasta la silla y la movió hacia atrás
haciéndome un lugar para sentarme. Esos actos caballerescos
me encantaban, me hacían sentir una mujer especial. Sin
embargo, esta noche el sentimiento duró poco. Estaba
claramente decepcionado. Se dejó caer en su silla y cruzó las
piernas mostrando sus largas piernas. Todas las chicas de otras
mesas se habían fijado en él. Lo sabía y le encantaba.
—Estás muy guapo.
—Al menos hice un esfuerzo — respondió
sarcásticamente.
—Lo intenté. Sé que dijiste que me vistiera sexy y creía
que lo estaba —dije con una vergüenza del tamaño de una
montaña.
—Te ves bien, pero quería divertirme contigo y para eso
necesitaba algo más. De hecho, supuse que esto podría suceder
por lo que te compré algo de ropa de camino hacia aquí —
contestó señalando la bolsa a sus pies.
—¿Ropa para mí? ¿de qué tipo?
—De la clase que usan las chicas que me gustan —dijo
con un guiño de ojo—. Ve al baño y cámbiate.
—Toda esta gente me verá y pensará que estoy loca—. Las
palabras se me cortaban al hablar cuando con discreción
observé su contenido.
—No me importa lo que piensen. Además, nadie te verá.
Estamos justo detrás de la columna y el mantel te cubrirá—.
Mason sabía que obtendría lo que quería y su sonrisa
juguetona nunca abandonó sus labios—. Ve al baño con la
bolsa y cámbiate. Solo puedes usar lo que hay en el bolso.
Bene, no me desilusiones.
—No estoy segura de que lo que hayas escogido sea mi
estilo.
—Y yo pensando que me amabas. Dijiste que harías
cualquier cosa por mí, ¿por qué no puedes hacer esto?
Mason parecía herido y yo no quería perder a mi primer
novio real.
Me levanté y recogí la bolsa temiendo los desastrosos
resultados.
—Recuerda, usa solo lo que yo te compré. Pon tu ropa en
la bolsa cuando hayas terminado, y regresa a mí.
Caminé hacia el baño, miré brevemente hacia atrás y vi a
Mason lanzándome un beso silencioso. Parecía estar
disminuyendo milagrosamente su orgullo herido.
Entré en uno de los pequeños cubículos para cambiarme.
Me temblaban las manos mientras me quitaba la blusa y el
sostén. Luego me bajé la falda hasta los tobillos. Abrí la bolsa
y vi dos trozos de tela. Eran de color púrpura con motas de
brillo. Saqué la “ropa” para examinarla de cerca. La parte
superior era poco más que la parte superior de un bikini. Se
envolvía alrededor de los pechos y se abrochaba en la espalda
con un lazo en la parte superior que rodeaba el cuello. Me
tomó un tiempo arreglarlo para que los senos no se cayeran
desparramados. No ofrecía mucho escote en la parte superior,
pero la línea del dobladillo terminaba justo debajo de mis
pechos. Debía tener cuidado porque claramente era demasiado
pequeño para alguien tan ancha como yo. Si echaba la cabeza
hacia atrás, el lazo alrededor del cuello tiraría de la tela suelta
hacia arriba y mis pechos podrían salirse fácilmente de la parte
inferior.
Saqué la falda brillante, no me atreví a quitarme las bragas
como él había ordenado. Esperaba que tal vez no se diera
cuenta. Era tan corta que apenas cubría mi trasero. Él sabía
perfectamente que odiaba mis piernas. Eran torneadas y
demasiado anchas para el canon de belleza actual. Tuve que
bajarla para que quedara sobre las caderas y así no se me viera
el culo. No tenía ninguna duda de que parecía una puta de
glorieta.
Me hubiera puesto mi ropa y hubiera salido huyendo de allí
si hubiese sido valiente y no temiera perder a mi novio. El
primero y único con el que había tenido una relación real.
Llevábamos unos pocos meses y no quería perderlo.
Respiré hondo, lo cual fue un error porque eso provocó que
mi teta derecha se escapara.
Me volví a adecentar como pude. Si eso de alguna forma
fuera posible…
Me alenté con frases como: ¡No seas infantil! o ¡Todas las
parejas lo hacen! Después de todo, ¿por qué no debería usar
ropa sexy y divertirme un poco con mi chico?
Esa pequeña oleada de confianza se evaporó cuando abrí la
puerta del cubículo y me vi en el espejo.
Desvié rápidamente la mirada. Temí echarme atrás. Abrí la
puerta del baño y salí.
Cuando me encaminé hacia mi mesa pude ver a Mason
sonriendo ampliamente.
Mientras andaba noté que algunos hombres me miraban y
luego apartaban la vista rápidamente, pero no eran sólo los
hombres con novias los que desviaban la mirada bruscamente.
Eran todos los que me veían. Llegué a la mesa y volví a dejar
la bolsa con mi ropa en el suelo. Me senté tratando de evitar
que la minifalda se subiera, pero fue una batalla inútil. El cojín
en la parte baja de mis nalgas se clavó en mi piel desnuda.
Mientras intentaba ponerme cómoda una camarera se nos
acercó y nos ofreció la carta. A Mason le encantaba ser en
centro de atención, yo simplemente me sentía avergonzada.
Tenía ganas de correr hasta que no hubiera un mañana.
—Mason, ¿podemos irnos? Por favor…
—Pensé que podrías disfrutarlo. Siempre dices que no
tienes confianza en tu cuerpo. Mira a tu alrededor. Todos los
hombres, y probablemente la mayoría de las mujeres, se
mueren por follarte —dijo con una sonrisa maliciosa como si
esto fuera algo que hubiera hecho por mí—. Quiero que vistas
así cuando volvamos a casa.
—¿¡Quieres que use esto afuera!?
—Sí. Cogeremos un taxi. Dejaré mi coche en el
aparcamiento.
—¡Me van a apalear!
—No seas tonta, la parada está a cinco minutos caminando.
Al final del camino quiero que te des cuenta de lo hermosa que
eres y la mejor manera de demostrarlo es que veas cómo
reacciona la gente de tu alrededor. ¿Un trago rápido?
—¿No puedo al menos volver a ponerme mi falda?
—¿Está en la bolsa? —Preguntó buscándola debajo de la
mesa.
—No había ningún otro lugar donde ponerla, ¿por qué?
Mason recuperó la bolsa y miró dentro. Luego escuché un
sonido que hizo que el corazón se me hundiera. Estaba
rompiendo algo dentro.
—No, por favor, no lo hagas.
—Escucha Gabrielle, te cuidaré bien, lo juro. Solo confía
en mí. Estoy tratando de ayudarte. Déjame hacer esto por ti.
Mason parecía conmovido. Tal vez estaba genuinamente
tratando de ayudarme. De repente me sentí increíblemente
culpable.
—Lo siento.
Cuando Mason quería algo yo simplemente lo aceptaba. Y
cuanto más sucedía entre nosotros más me sentía como una
especie de juguete sexual. Sin corazón y sin decisión.
—Ven aquí, bebé.
Mason acercó una silla.
Casi sin levantarme cambié de asiento. Sus caricias en mi
melena suelta y sus palabras cariñosas pronto me ayudaron a
olvidarme de mi apariencia de puta tarifa económica. Al
levantar la mano para acariciar su cabello mis senos
comenzaron a sobresalir debajo del diminuto top. Mason se rio
y bajó la blusa para cubrirme. Cuando me di cuenta de lo que
había sucedido traté de ver el lado divertido y forcé una risita
bastante mal interpretada. Una que no sentía.
—Somos una hermosa pareja disfrutando de su fantasía —
dijo convencido.
—Me parece bien —mentí—aunque desearía que no me
hubieras roto mi ropa.
—Lo siento cariño, de verdad que lo siento. No estaba
pensando con claridad. Perdóname.
La disculpa de Mason, como siempre, parecía genuina.
—Te perdono, pero me debes una falda.
—Trato hecho.
Mason acercó sus labios. Quería un beso y se lo entregué.
Eso lo hizo retroceder. Nuevamente se encontraba
desilusionado.
Llena de culpa me incliné hacia sus labios nuevamente.
Esta vez más decidida.
Mientras nos besábamos su mano comenzó a recorrer mi
muslo desnudo. Eso me hizo saltar rápidamente apartándome
de su exigente boca.
—Está bien bebé— susurró con los labios justo al lado de
mi oreja.
—Pueden vernos…
Se frotó suavemente contra mi muslo.
—Nadie puede ver lo que estamos haciendo. La mesa
está… espera… ¿son bragas?
La mano de Mason subió por la falda y sintió la tela sedosa
que cubría los labios de mi coño.
—Lo siento. Hasta aquí llegó mi confianza.
—Ah, ya veo, bueno, tendrás que quitarlas. Estoy seguro
de que puedes hacerlo por mí.
Mason tomó mi mano y la guió hasta su entrepierna.
—¿Ves como me pones?
Podía sentir su polla dura y contenida dentro de la tela del
pantalón.
—Está bien.
Me puse de pie, pero Mason volvió a sentarme con la
presión de su mano sobre la mía.
—¿Adónde vas?
—Al servicio. ¿No quieres que me quite las bragas?
—Puedes hacerlo aquí. Te lo dije, la mesa está detrás de
una columna.
Estábamos sentados detrás de una mesa de madera, pero la
tela del mantel no llegaba hasta el fondo, por lo que, si alguien
miraba lo suficiente, podría vernos bastante bien.
De mala gana moví el culo. Pasé las manos por debajo de
la falda y enganché los pulgares alrededor de la cintura de las
bragas. Levanté la vista antes de bajarlas y me sentí
mortificada al ver a dos chicos que tomaban una copa al otro
lado del pub. No había manera de que pudieran ver mucho
desde allí, sin embargo, adivinarían lo que estábamos
haciendo.
A un par de mesas de distancia una pareja adulta estaba
sentada comiendo unas patatas con dos cervezas. Estuve a
punto de olvidarlo todo y correr despavorida, pero Mason,
impaciente como siempre, decidió ayudarme. Su mano pasó
justo debajo de la falda y me quitó las bragas. Cuando se
deslizaron hasta las rodillas, rápidamente, me moví para
recogerlas del suelo y esconderlas bajo mi culo desnudo.
—¿Ya te sientes sexy?
—Supongo, no lo sé. Me siento… me siento muy expuesta.
Nunca he usado nada como esto, al menos no al aire libre —
admití riendo ante el significado ambiguo de la palabra libre.
Me sentía una puta. Parecía una prostituta. Estaba siendo
una.
Los dos hombres de la otra mesa nos miraban fijamente, y
yo tenía miedo de mirarlos demasiado por si me tomaban
como una invitación para venir a hablar con nosotros y montar
un trío o un cuartero. O como fuera que se llamara a un
revolcón sexual entre muchos.
Mason, muy distinto a mi, parecía totalmente ajeno a los
peligros potenciales. Estaba feliz de que nos miraran a pesar
de que su atención estaba centrada totalmente en mi rostro.
—Voy a ser honesto contigo Gabrielle, anoche tuve una
fantasía. Estábamos en un lugar público como este y usabas
este tipo de ropas. En mi sueño te comía el coño debajo de la
mesa.
—¿Todo esto es por cumplir una fantasía? ¿Por qué no me
lo confesaste antes?
La idea de imaginar a Mason soñando conmigo me calentó
el cuerpo y las esperanzas.
—Habrías dicho que no. Bebe, realmente quería compartir
mi fantasía contigo.
—¿Y qué pasaba en tu sueño?
—Ahora —dijo mientras acariciaba casualmente mi muslo
desnudo —voy a seguir con mi sueño.
La sonrisa malvada volvió a sus labios.
A pesar del miedo no podía negar que estaba excitada. Mi
coño se humedecía cuando el aire tocaba mis labios desnudos.
En ese momento, y sin pensar en nada de lo que nos rodeaba,
me dejé llevar. Abrí las piernas y separé ligeramente los
muslos permitiendo un acceso más fácil a los dedos de Mason
que se acercaban peligrosos. Encantada por mi disposición se
acercó aún más y deslizó su mano más arriba. Sin una barrera
sedosa que detuviera su progreso esta vez sus dedos
encontraron el camino hasta el centro de mi humedad. A él no
le importaba si alguien lo veía. Sólo le importaba cumplir con
su fantasía.
Me recliné y cerré los ojos.
Mientras lo hacía sentí que me levantaba la blusa. Las
curvas de mis pechos eran visibles debajo del material fino y
endeble. No me atreví a abrir los ojos por si había público
observando.
Los labios de Mason se acercaron a los mío y abrió la
boca, luego sentí la suave lengua deslizarse entre mis labios.
Nos besamos ardiente y lentamente.
Al compás de sus besos las yemas de los dedos acariciaron
mis labios vaginales húmedos y ardientes. Me costó un gran
esfuerzo resistirme a expresar el placer.
Sabía que teníamos que estar callados si queríamos tener
alguna posibilidad de pasar desapercibidos. Por suerte, mi
gemido fue amortiguado por el beso sensual.
Sus dedos traviesos jugaban con mi coño dolorido. Casi
grité cuando los labios de Mason se apoyaron sobre la carne
expuesta de mi pecho. La mitad inferior era visible, pero,
afortunadamente, el pezón estaba cubierto.
Mason no expuso mis tetas, él simplemente besó los suaves
montículos hasta que vio el pezón asomando a través de la
tela. Sentía como los pezones se endurecían. La carne sensible
se frotaba contra el fino material y, una vez más, tuve que
reprimir el placer. Mason se inclinó hacia abajo y besó mi
cuello.
—¿Estás lista para esto? —preguntó mientras separaba
suavemente mis rodillas con las manos.
—Mmmm, yo… no lo sé…
Me sentía flotar.
—Quiero lamer tu coño, bebé. Como en mi fantasía. Por
favor, déjame vivirla —suplicó con ardor.
Finalmente abrí los ojos y escaneé la habitación. Nadie
parecía haberse dado cuenta. El hombre con pareja tenía la
cabeza inclinada hacia su mujer. Luego miré a Mason y asentí
dándole permiso para hacer lo que quisiera. Mi cabeza no se
encontraba para pensar.
Cuando me inclinó hacia atrás la blusa se deslizó hacia
arriba nuevamente, pero, esta vez, se elevó sobre los pezones
exponiendo mis senos a cualquiera que quisiera mirar. Al
instante sentí la boca de Mason cerrarse alrededor de mi pecho
izquierdo. Chupó y luego volvió a cubrirlo con la blusa.
Con el rostro acalorado se colocó frente a mí y se arrodilló
en el suelo cubriéndose con el mantel. Puso las manos en mis
muslos y me subió la falda. No estaba demasiado preocupada
porque el cuerpo de mi chico y el mantel bloquearon la escena.
Mason, en cuclillas, usaba una mano para acariciar la parte
interna del muslo y la otra para frotarla en los labios húmedos.
Su cálido aliento suave en mi coño me estremeció.
Con delicadeza separó los húmedos labios con sus dedos y
besó suavemente el pequeño clítoris rosado que se mantenía
orgullosamente erguido. Tuve que morderme los labios para
no gritar a toda voz. ¡Se sentía como si estuviera en el cielo!
Su lengua bailó alrededor del clítoris y luego introdujo un
dedo dentro. Tenía muchas ganas de gritar ahora que el dedo
de Mason me penetraba. ¡Esto era una locura! ¡Iba a tener un
orgasmo en un pub!
Luché por contenerme mientras me retorcía en el asiento.
La blusa se había subido por completo sobre los senos y, en
lugar de bajar la tela, me aferré a la cabeza de Mason mientras
me acercaba al clímax.
Sintiendo mi desesperación golpeó ferozmente mi coño
mojado. Solo le interesaba comerme. Luego, añadió un
segundo dedo dentro del pequeño hueco mientras su boca me
saboreaba. Fue ese segundo dedo el que empujó mi cuerpo al
límite. Mientras llegaba a la cúspide Mason también estaba en
el punto sin retorno. Sus esfuerzos se duplicaban. Mientras
cabalgaba la enorme ola orgásmica, Mason, de repente, se
levantó del suelo y me besó sin tapujos. Agarró mi pecho y
cubrió mi boca con la suya. Mientras nos besábamos tuve el
orgasmo más salvaje de todos los tiempos.
Cuando se separaba de mí comencé a tomar conciencia
nuevamente de dónde nos encontrábamos. ¿Quién podría estar
mirando? Lentamente abrí los ojos y… nada. El matrimonio
adulto se había ido y los dos chicos de antes no estaban a la
vista.
Escaneando la habitación parecía que ninguno de los
clientes había notado nuestra escena.
Algo más relajada miré hacia la ventana y fue cuando el
corazón se me detuvo. Un grupo de hombres fuera, cinco en
total, todos entre los veinte y treinta años, que nos estaban
mirando. ¡Ni siquiera me había dado cuenta de que había una
ventana! ¡Si lo hubiera sabido habría insistido en que fuéramos
a otro lugar!
Me acomodé rápidamente como pude. Los chicos nos
habían observado durante todo el proceso y ahora nos
aplaudían. Fue tan inesperado que Mason se echó a reír.
¡Incluso les hizo un gesto de agradecimiento con la cabeza!
Unos segundos más tarde, y cuando el aire aún no me
llegaba al pecho, un hombre de traje que no parecía tan feliz
como los de fuera, se nos acercó.
—Disculpen, necesito pedirles que se vayan. Han
molestado a algunos de nuestros invitados con su
comportamiento… inapropiado.
Logré convencer a Mason de que se callara y que
saliéramos cuanto antes.
Los hombres de fuera todavía estaban allí y no tenía ganas
de pasar por sus manos. Mason aceptó coger su coche y no un
taxi como era su plan inicial.
El gerente permitió que yo esperase dentro hasta que
Mason llegara con el deportivo, luego, me acompañó hasta que
el coche aparcaba delante de la puerta. Los hombres que
habían esperado afuera quedaron decepcionados al verme
acompañada por un hombre de metro noventa y músculos
duros como puños.
Ni bien llegamos a casa Mason me dio un beso de buenas
noches.
—¿No subes?
—Es tarde.
—Pero tú no has terminado… —dije sensualmente
provocativa.
—Me has dado todo el placer que buscaba. Buenas
noches.
Y se marchó.
Sin bajar ni invitarme a su casa. En realidad, nunca lo
había hecho. Una noche completa con Mason era mi fantasía
frustrada. De hecho, nunca había visto su casa. Todos los
encuentros siempre eran en casa de Oli.
Al traspasar el portal me sentí sucia.
Un juguete roto y olvidado en el fondo del arcón.
Esta no era la primera vez que me pasaba. El problema no
era lo que sentía sino reconocerlo de forma valiente. Yo era
feliz cuando simplemente hablábamos, aunque eso con Mason
eso sucedía muy raramente. Con él todo era adrenalina y sexo.
Después… el vacío.
Dos meses después de la escena del pub volvía a
encontrarme arrodillada complaciéndole con mi boca. Recibir
gratificación comenzaba a ser algo inusual.
Cumplir
—Lo digo en serio, tengo que pensar en encontrar algo que
pueda pagar.
—Y yo digo que no quiero que te vayas. Excepto que lo
hagas por Mason…
Oliver y yo hablamos por décima vez del mismo tema.
—Y yo te repito que te lo agradezco muchísimo, pero
estoy segura de que deseas tu apartamento para compartirlo a
solas con Samanta.
El nombre se me atragantó haciéndome olvidar sus
insinuaciones sobre Mason. A pesar de no conocerla
personalmente no soportaba ni su nombre. Samanta. ¿Qué
clase de chica normal podría tener un nombre así?
La pobre muchacha no me había hecho nada, sin embargo,
la odiaba con todo el poder de las tormentas. Oli nunca
hablaba de ella y yo no cesaba de buscar respuestas. Sabía
perfectamente que cuando no dormía en casa estaba con ella, y
aunque debería ser feliz, no terminaba de digerir la idea de
compartirlo con otra. ¿Por qué no hablaba de ella? Y ¡por qué
no había regresado a Londres! ¿Era por Oli? ¿Qué tan
enamorado estaba?
—No te preocupes por mí.
Aquí estaba otra vez. Siempre que intentaba sonsacar él
esquivaba las respuestas. Una parte de mí se alegraba
egoístamente, la otra, también.
Imaginar que Samanta desaparecía de nuestras vidas era un
sueño cumplido.
Egoísta, pero sueño.
—Te toca pagar el café —dijo al ver al camarero.
Las cuentas de café con leche siempre me las dejaba. Las
de coste abultado de comidas o cena se hacía cargo él. Así era
Oli. El mejor chico del mundo.
Caminamos charlando bajo el sol de la tarde primaveral.
Mason llevaba dos días sin contestar a mis llamadas y yo
estaba que me subía por las paredes. A pesar de los nervios
que me carcomían por dentro, no le conté nada a Oli, y por
eso, cuando me invitó a dar un paseo acepté de forma
inmediata. Estaba cansada de llorar en su hombro esperando a
que el teléfono sonara para salir corriendo hacia el camino
opuesto.
En el andar entretenido con nuestros chismes sentimos los
gritos de alguien que me llamaba.
—¡Gabrielle! ¡Hola!
—¡Blake! ¡Sofía! Qué casualidad.
—Estábamos comprando y te vi. Le dije a Blake que eras
tú, pero claro, no me creyó.
—Y entonces se puso a gritar como un ganso afónico —
contestó besando a su chica—. Hola, soy Blake. Ella es mi
esposa Sofía.
—Uy, perdón, él es mi amigo. Oliver.
—¿Eres Oli? Gabrielle, habló mucho de ti.
—¿Habló?
—Son amigos de Mason. Hace un mes estuve en su casa en
una barbacoa estupenda.
—Tenemos que repetir —contestó Sofía—aunque a mi
chico siempre se le quema el pollo, las costillas le quedan
como a nadie.
—La culpa es del carbón.
Todos reímos de muy buen humor.
—No sabes qué alegría verte. Al alejarnos de… ya sabes,
pensé que no volvería a verte. Y es una pena porque me
pareces una chica maravillosa.
—¿Te refieres a Mason? No sabía nada de vuestro
distanciamiento.
—Sí, él… no fue muy amable —dijo Blake.
—Eso es por decirlo suavemente—añadió su chica.
—Sí, bueno, pero mejor no hablemos de cosas
desagradables. ¿Qué estaban haciendo los dos por aquí?
—Íbamos a tomar un café, ¿quieren venir con nosotros?
Mis palabras sonaron autómatas. ¿Por qué se habían
distanciado de Mason? ¿Y por qué él no me contó nada?
—Claro, eso sería genial, tenemos que ponernos al día —
dijo Sofía.
Blake sonrió y asintió para confirmar que a él también le
gustaría conversar.
—Parece que han pasado años desde la última vez que nos
vimos, todo gracias a nuestro encantador amigo.
Mason no llegó a explicarme el por qué de su actitud,
simplemente se limitó a decirme que no podía verlos. Y
aunque insistí en hacerles una visita él nunca encontraba el
momento.
—La verdad es que si se enfada me da igual. Creo que
podemos ser buenas amigas.
Escuchar esas insinuaciones de Sofía acerca de Mason no
terminaba de caerme bien.
—¿Mason no quiere que hables conmigo? ¿Él te lo ha
dicho con esas palabras?
—Exactamente eso fue lo que me dijo.
—Lo conozco desde hace mucho, y es mi amigo, pero a
veces se pone insoportable. Lo siento Gabrielle, pero no me
gustó cómo trató a Sofía. Por ello no hemos vuelto a hablarle.
Esta vez se sobrepasó.
—Es comprensible —dije con cierta cuota de vergüenza
ajena.
—No quiere que te veamos a solas y lo que Mason decide
es definitivo. Ya lo conoces. Digamos que es un poquito
manipulador —dijo Sofía—. Lo siento mucho, sé que ustedes
dos están… saliendo. Estoy segura de que tú lo harás cambiar.
Sus palabras sonaron tan mentirosas y tan poco
convincentes como las de Pinocho. En estos momentos Sofía
poseía ante mis ojos una nariz que giraba la esquina y cruzaba
la calle.
—Yo también lo conozco hace tiempo y nadie cambia a
Mason—. Oli habló por primera vez sin ocultar su disgusto. Al
mirarme y verme tan callada se disculpó al instante—. Lo
siento. No deseaba ser tan sincero.
—Yo también lo siento.
Blake y Sofía agregaron casi a la vez.
—No tienen porque disculparse. Yo no soy Mason. Él es
mayorcito y responde de sus propios actos.
Mis palabras sonaron más seguras de lo que estaba
sintiendo. Por dentro sentía pena de mí misma. Todos me
decían como era, incluso yo sabía como era, y a pesar de todo,
seguía esperando su llamada.
Todos hablaron de muchas cosas y, sorprendentemente,
nadie mencionó a Mason los minutos siguientes.
Blake nos informó que pronto cumpliría años y estaría
encantado de que tanto yo como Oli fuésemos al local donde
lo festejarían por todo lo alto antes de regresar a Madrid por
una temporada.
—Y habrá pastel —Sofía afirmó con voz seria.
—Sí, habrá pastel. Y con fresas —Blake intentó copiar el
tono serio de su chica, pero se echó a reír con una amplia y
bonita sonrisa en los labios.
El chico era terriblemente guapo, tanto como Mason, sin
embargo él no cesaba de entregarle el protagonismo a su chica.
Se lo veía tan enamorado de Sofía que las mujeres que lo
rodeaban o lo miraban sin descaro eran completamente
inexistentes. Blake era el rostro del amor sincero y real.
Algo me pinchó el estómago por dentro y no tenía nada
que ver con el hambre.
—Sofía prometió hacer una tarta con sus propias manos.
Espero que vengáis cenados de casa.
—Eres la peor de las parejas —su chica cerró los ojos y
estiro morritos simulando enfado.
—Y tú eres lo mejor que pudo pasarme en toooooda la
vida —Blake refutó besando suavemente sus labios —aunque
cocinas horribles —continúo divertido
—¿Y si me sale fatal?
—Todo lo que salga de tus manos me gustará siempre.
—Mentiroso.
Ambos se comían con la mirada. Era un amor tan sincero
que sin saber porqué miré hacia Oli. En ese mismo momento
él me estaba mirando. Ambos nos quedamos en silencio. Uno
de esos que se suceden en cámara lenta.
—Los sentimientos son mucho más que sábanas arrugadas
—dijo con voz apagada.
Bajé la cabeza y dejé que la pareja llevara la conversación.
El golpe de Oli había sido bajo y sincero. Me había dejado sin
palabras.
Después de un par de tonterías, y sabiendo que tapamos la
acera, nos despedimos con un fuerte abrazo. Incluso Oli, para
mi gran sorpresa, y no porque él fuera tímido sino porque
llevaba tiempo retraído en un universo al que me había cerrado
las puertas, se despidió con bromas dirigidas a Blake y
causándole a Sofía una risa incontenible.
Así era Oli. Era tan guapo… su sonrisa encantadora, su
cabello castaño oscuro, sus gafas a lo Clark Kent… Todo en él
conjuntaba a la perfección. Era inteligente, divertido y
cariñoso. Todas las aptitudes por las que cualquier chica
inteligente mataría.
Sofía y Blake siguieron su camino. Oli y yo cogimos el
autobús a casa.
Durante el camino apenas pude hablar. La idea de lo bien
que me encontraba sin Mason me hizo sentir mal conmigo
misma.
A primera hora de la mañana, y después de tres días sin
saber nada de mi chico, Mason apareció por la puerta.
—¡Te dije que no quería que te acercaras a ellos! ¡Te lo
dije!
Los gritos comenzaron apenas giré el cerrojo para abrir.
—¿De qué hablas?
—¡Cómo te has atrevido! Te dije que no quería que
volvieras a verlos. ¿Así respetas mis deseos?
El tono de Mason resonaba con posesión e ira. Mucha ira.
—Solo fue un encuentro casual. No pensé que te
molestaría tanto. ¿Quién te lo ha contado? —dije presionando
mi frente por lo estúpido que resultaba todo aquello.
—¡Te he dicho una y otra vez que quiero que te alejes de
ellos! ¿Es tan difícil seguir una simple instrucción?
La voz de Mason retumbaba en la habitación. Una
tormenta de palabras que me dejaba atrapada entre la realidad
de un novio posesivo y mi propia necesidad de libertad.
—Mason, no quiero pelear contigo, todo es un terrible
error. Verme con Sofía y Blake fue fruto de una casualidad.
Estábamos con Oliver cuando nos cruzamos con ellos.
—Oliver, siempre Oliver. Si no puedes respetar mis reglas
tal vez deberíamos replantearnos nuestra relación —el susurro
de sus amenazas me dejó con el corazón apretado entre las
costillas—. ¡No puedo creer que hayas desobedecido mis
órdenes! ¿Acaso crees que puedes hacer lo que te plazca?
Sus palabras eran una marea sin control y desdén.
Sintiendo el peso de sus exigencias me esforzaba por mantener
la calma.
—Solo fue un encuentro casual. No quería enfadarte.
—¡No me importa! Te he dejado claro que no quiero que
tengas relaciones con ellos. Si solo te pido una cosa y te la
saltas, ¿qué será más adelante?
Su ira se manifestaba como un vórtice atrapándome en su
furia descontrolada. La posesividad se entrelazaba con su
machismo creando una atmósfera opresiva asfixiante.
—Mason, no puedo vivir bajo tus reglas. Necesito
controlar mi vida.
—¿Tu propia vida? Necesitas alguien que te enseñe a ser
tú misma. ¿Crees que puedes hacerlo sola? ¿Tan valiente
piensas que eres? ¿Te recuerdas como eras antes de
conocerme, o tengo que recordártelo?
La arrogancia de Mason resonaba con una convicción que
en el pasado habría aceptado como muestra de afecto, sin
embargo, ahora, me encontraba cuestionando las cadenas
invisibles que me ataban a un amor que cada vez resultaba más
falso.
—No quiero ser guiada todo el tiempo. No lo necesito.
Quiero poseer mi propio espacio
—¿Espacio? ¿Estás a punto de perderme por una idea
feminista barata?
La amenaza en sus palabras era palpable.
La habitación quedó sumida en la más profunda oscuridad.
El pecho me presionaba al respirar.
—Me voy. No puedo tenerte delante. No te reconozco.
Dijo y se marchó.
Me dejó sola y sin lágrimas. Estaba tan triste como
desorientada. ¿Cómo debería actuar cuando regresara? Porque
Mason regresaría. Siempre lo hacía.
En los ocho meses que llevábamos juntos, a veces, solía
desaparecer, pero nunca más de cuatro días. Cuando lo hiciera
y estuviera más calmado podríamos aclarar las cosas. Incluso
podría disculparme, porque estaba segura de que cuando se
enfriara se daría cuenta del inmenso error que había cometido
al juzgarme. Yo no le había desobedecido.
La gata mojada bajo la lluvia
La librería, que normalmente era un refugio de historias y
escapismo, se tornó en un lugar sombrío. La ausencia de
Mason creaba una grieta en mi ánimo. Mi mente se hallaba
sumida en la preocupación mientras observaba distraídamente
los estantes de libros. Llevaba una semana sin dar señales de
vida. Sin preocuparse por mí. Yo no le importaba…
Las risas y charlas de las lectoras que se acercaban
desvanecían ante la tormenta interna que rugía en mi interior.
Estaba sola. Me sentía sola y fea. Otra vez.
—Oh, sí, este libro es excelente. Seguro les encantará.
Las clientas se quejaron por la falta de entusiasmo en mi
tono.
Sin percatarme de la realidad que me rodeaba aconsejaba
con una distracción despampanante y que no pasó
desapercibida por mi jefe.
—¿Puedo saber qué demonios te pasa? Estás aquí para
trabajar y no para mirar el infinito.
La regañina del señor Harland fue inevitable. Sin levantar
la mirada murmuré una disculpa. Siete días sin respuesta de
Mason pesaban como losa de cementerio.
—¡Mira a tu alrededor y haz tu trabajo como se supone que
debes hacerlo!
La reprimenda del jefe resonó en el aire, pero yo apenas la
registré. Distraída en mis problemas intenté volver a cotillear
la pantalla de mi Samsung donde la ausencia de mensajes
influía más que cualquier regaño del señor Harland.
¿Dónde estás, Mason? ¿dónde…?
Un suspiro escapó de mis labios mientras me esforzaba por
recomponer los trozos rotos y perdidos. Intentaba enfocarme
en las tareas que requerían mi atención, pero la mente seguía
divagando hacia el vacío dejado por su ausencia.
El día avanzaba, sin embargo, el tiempo se movía a un
ritmo distinto. La librería, antes llena de historias y mundos
por descubrir, ahora se tornaba en un escenario sombrío donde
las palabras escritas palidecían ante el silencio de un teléfono
que no vibraba.
Estaba desconsolada. Mi corazón se sentía roto.
Llegué a casa y no encendí la luz.
Como un autómata fui hasta la cocina y puse una taza de
agua a calentar. Quise ponerme a comer y olvidarme de mí
misma, pero me contuve. Mason no lo merecía. Llevaba
tiempo intentando controlar mis impulsos. Comer sin control
solo me provocaría una sensación de soledad mayor y un
terrible dolor de estómago. Después de permanecer de pie con
el teléfono en la mano durante lo que parecieron horas, lo dejé
caer, me arrodillé junto a la nevera, y me puse a llorar.
—¿Gabrielle? —Oli me llamaba, y aunque mis oídos lo
escuchaban, mi cabeza no razonaba—. Belle, ¿dónde estás?
Vuelve conmigo. Cariño…vuelve.
Sus manos acariciaban mis cabellos. No era capaz de
contestar. Apoyada en su pecho me dejé llevar por el dolor. No
estaba segura de si pasaron horas o minutos, los brazos de Oli
eran mi paz. Y la necesitaba.
—¿Qué ha pasado?
Atragantada por el dolor fui capaz de hablar. Y cuando
comencé no pude parar. Sentados en el suelo de una cocina
pequeñísima dejé que mi pena encontrara salida.
—Desgraciado…
Apenas abrió los dientes. Fue solo un murmullo,
igualmente así, lo escuché.
—¿Por qué nunca me contaste nada?
—Sentía vergüenza. No quería que pensaras que era una
idiota. Además, no quería ser una carga. Tú siempre tienes
razón, siempre estás a mi lado en todos mis errores. Quise
pensar que él era ese chico que me…
No pude terminar la frase. El dolor me ahogaba.
—Que te quería… Belle, hasta cuando vas a seguir siendo
tan ciega.
Envuelta en una nube de desaliento Oli me llevó hasta la
sala y me ayudó a recostarme. En un rincón solitario de su
pequeño apartamento lo esperé hasta que regresó con una taza
de té caliente.
La luz tenue revelaba el desorden de sus emociones. El
espejo en la pared, que alguna vez reflejó momentos de
alegría, ahora devolvía mi imagen destrozada.
—¿Por qué Mason? ¿Qué tiene él?
Las lágrimas que al fin había conseguido reprimir
comenzaron a emerger trazando caminos de desesperación en
mis mejillas. Las paredes de la habitación parecían estrecharse
con el aire volviéndose más denso con cada suspiro.
No importaba si era gordita. No importa nada. Los
estándares de belleza se desvanecían ante la magnitud de mi
propia desdicha. En ese momento la propia imagen física
quedaba en segundo plano frente a la desolación emocional
que me envolvía.
No fui capaz de responder y Oli no volvió a preguntar.
Las galletas del té, ahora abandonadas en el plato,
simbolizaban mi falta de apetito por la vida misma.
Atrapada en la telaraña de la depresión me encontraba en
un abismo emocional donde la esperanza parecía desvanecerse
con cada latido del corazón herido. El mundo exterior seguía
su curso ajeno al tormento interno que yo sentía. El silencio
del teléfono, una constante presencia en la habitación resonaba
como un eco de la soledad que amenazaba con engullirme. En
ese rincón oscuro de mi propia tristeza le pedí a mi amigo un
momento a solas. Con pocas ganas respetó mi decisión y se
marchó a su cuarto. No sin antes prometerle que lo llamaría si
lo necesitaba.
Sumergida en un océano de dolor, y anhelando una
respuesta que no llegaba, y enfrentándome a la dura realidad
de la incertidumbre amorosa, me dejé caer sobre la almohada.
Cada suspiro resonaba como un lamento.
¿Por qué me haces esto, Mason? ¿Qué hice yo para
merecer este silencio?
El dolor en mi pecho se intensificaba con cada pregunta sin
respuesta. La sensación de abandono me envolvía como una
sombra oscureciendo cualquier atisbo de esperanza.
Abrazando mi cuerpo frío, mientras las lágrimas fluían sin
restricciones, me dejé llevar por el desconsuelo. Cada sollozo
era una liberación momentánea de la opresión que sentía en el
alma. Las horas pasaban lentamente cuando busqué dentro de
mí la última cuota de valor que escondía en un rincón muy
interno y cogí el teléfono.
Mason, por favor, necesito que me respondas. Estoy
preocupada. ¿Estás bien? ¿Por qué no contestas? Por favor,
solo dime que estás bien.
Mensaje de Frustración:
No puedo creer que estés ignorándome. ¿Qué diablos está
pasando? Después de todo lo que compartimos merezco al
menos una explicación. No eres justo.
Mensaje de Desesperación:
¿Acaso te burlas de mí? No merezco este trato. He estado
llorando sin entender qué pasó. ¿Qué hice mal? ¿Por qué me
haces esto? Por favor, Mason, necesito respuestas.
Mensaje de Súplica y Dolor:
Mason, por favor, no me hagas esto. No sé qué pasó, pero
lo siento si te hice daño. No puedo soportar este silencio.
Estoy rota, necesito saber si esto tiene solución. Te necesito,
por favor, vuelve.
Mensaje de Tristeza Profunda:
Cada día sin ti es un tormento. No sé cómo seguir
adelante. Me siento perdida. No quiero perder lo que
teníamos. No merezco este abandono. Por favor, Mason, no
me dejes así.
Mensaje de Ruego Apasionado:
No puedo soportar la idea de perderte. Si hice algo mal lo
arreglaremos. Necesito que vuelvas a mí. No puedo imaginar
mi vida sin ti. Por favor, por favor, responde.
Los mensajes reflejan la montaña rusa emocional mareante
en la que me sentía. Desde la preocupación inicial hasta la
desesperación, la súplica apasionada de mis mensajes eran una
expresión de dolor y anhelo desesperado por recuperar lo que
una vez tuvimos. O lo que yo creía que habíamos tenido.
Con los dedos temblando volví a escribir una y otra vez.
Mensaje de Auto culpa:
Quizás todo esto sea mi culpa. Si hice algo mal, dímelo. No
puedo soportar la idea de haberte perdido. Estoy dispuesta a
hacer lo que sea necesario para arreglar las cosas. Por favor,
dame otra oportunidad.
Mensaje de Tristeza Profunda:
Mis lágrimas no cesan. No sé cómo seguir adelante sin ti.
Extraño tu voz, tu risa, todo de ti. Este silencio es
insoportable. ¿Realmente no te importa?
Mensaje de Ruego Desesperado:
Mason, estoy al borde del colapso. Necesito saber qué está
pasando. Por favor, no me hagas esto. No puedo entender por
qué me estás castigando así. Te necesito más de lo que puedes
imaginar.
Mensaje de Enojo y Desahogo:
¿Te parece divertido ignorarme? No tienes idea del dolor
que estoy sintiendo. No merezco este trato. ¿Acaso no
significó nada para ti? ¿Cómo puedes ser tan cruel?
Mensaje de Despedida Angustiante:
Si no puedes siquiera decirme qué está mal, entonces… no
sé cómo seguir. No puedo soportar este sufrimiento constante.
Te amo, pero no puedo quedarme en esta oscuridad. Adiós,
Mason.
Después de una hora el sueño me alcanzó. Y fue
justamente cuando los ojos hinchados comenzaban a cerrarse
cuando sonó el móvil. Al ver su nombre en la pantalla me
lancé a responder.
—Escúchame bien, me pediste tiempo, pues bien, te lo di.
¿No era lo que buscabas? Mientras querías ser tú misma y
buscabas amigos nuevos, quiero que sepas que me acosté con
otra.
En el fondo la risa de otra mujer se escuchaba como una
cruel melodía.
Mis ojos se llenaron de lágrimas sintiéndome abrumada
por la traición.
—¿Por qué me haces esto?
—Esto es lo que pasa cuando me desobedeces. Me diste la
espalda cuando más te necesitaba y ahora debes soportar las
consecuencias.
Luchando contra el dolor y la incredulidad apenas pude
articular respuesta.
—¿Cómo puedes culparme? No merezco esto.
—Después de tu adiós necesitaba olvidarte. ¿Qué
esperabas? ¿Qué te fuera fiel?
Mi corazón latía con la misma fuerza que mi rabia.
—No puedo creer que hayas hecho esto. ¡No es mi culpa
que hayas tomado esa decisión! Yo solo dije adiós porque no
podía soportar más tu deseo de controlarme.
—Las decisiones tienen consecuencias, Gabrielle. Ahora
sufre como yo he sufrido. Ya no puedo seguir hablando, tengo
que dejarte.
—Mason… por favor… lo nuestro no puede terminar así.
—Gabrielle, en este momento ella está tragando mi semen
y me ha puesto cachondo. Por cierto, ¿te dije su nombre?
—¡Hola hermanita!
La voz al otro lado me secó la garganta. El latir de mi
pecho golpeaba contra las paredes del apartamento.
—¿Amanda?
—Fui a buscarla a tu casa. Y, por cierto, no es para nada
como la describías.
Colgué el teléfono sintiéndome atrapada en un torbellino
de emociones.
La traición y la crueldad de Mason me dejaron un nudo en
el estómago. La confirmación de la voz de mi hermana al otro
lado me causó total desconcierto.
Arrojé el móvil a la pared y rompí la pantalla. Oli se
despertó con el ruido y lo que en un principio fueron gritos
terminaron siendo lágrimas de loba herida.
Si el dolor tuviera color sería el rojo intenso. Si fuera un
sonido sería la rotura de cristales. Si fuese una canción se
titularía no volveré a querer a nadie…
Después de toda una noche en donde colores, aromas y
sonidos se dibujaban con letras de tristeza, me senté en la
cocina convertida en un despojo del que poco se podía
aprovechar.
—Te prepararé un café. No puedes seguir así.
—Oli…
Quise decirle algo. Una palabra que me ayudara a
desatascar las tuberías de mi garganta. Ningún sonido más que
las lágrimas recorrieron mi rostro.
—Belle… por favor, no puedo verte así. ¡Joder! El no vale
ninguna de las sonrisas que le regalaste y mucho menos tus
lágrimas. Eres la chica más maravillosa que conozco. Eres
dulce, atenta, siempre estás cuando alguien te necesita. No
conoces el odio, y cuando yo…
—Ahora sí —murmuré sin fuerzas.
—¿Cómo dices?
—Dije que ahora sí.
—Ahora sí, ¿qué?
—Ahora sí lo conozco. No lloro por amor. ¡Lo odio con
todas mis fuerzas! Es un cerdo malnacido. Una basura que…
Me puse a llorar mezclándolo todo. La lista de la compra
se resumía en odio, indignación, tristeza, vergüenza,
indignación y mucha desilusión. Kilos infinitos de
indignación.
—Es mi hermana… mi hermana.
Oli no comprendió nada hasta que después de dos
valerianas y un par de galletas de chocolate amargo fui capaz
de contarle todo lo que había pasado durante la noche. Mis
mensajes sin sentido. Mi estúpida desesperación. Y su remate
final. Cuando llegué a la parte de las carcajadas de mi hermana
tuve que parar.
Sus brazos rápidos me envolvieron contra su pecho. Allí
me quedé hasta que toda mi lista de sentimientos se
desvaneció entre lágrimas saladas.
La semana pasó sin mayores novedades.
Mi madre consiguió enterarse de parte de la historia y
como era de esperar se puso del lado de Amanda. Yo por mi
parte decidí convertirme en una solitaria. La librería y mi
trabajo se llevaron mi tiempo y mis lágrimas. Estar ocupada
me ayudó a sentirme una hoja muerta colgada de un árbol. No
lucía, pero tampoco molestaba.
Mirando pasar
Mi presencia bien podría haber dejado de existir sin que
nadie se percatara. Nadie excepto Oli. Él se desvivía por
hacerme sentir bien.
Mil veces leí sobre el desamor. Cientos de libros fueron los
que me hicieron llorar junto a la desdichada protagonista, sin
embargo, lo que yo sentía no era pena de amor. Luego de
mucho sufrir supe reconocer la diferencia entre amor y sexo.
Mason fue mi primer hombre, y puede que yo creyera que
era el primer amor, pero él no podía dar lo que no sentía. Se
puede besar, acariciar e incluso gemir sin haber recibido una
pequeña cuota de amor. Y yo no la recibí. Pasé por su cuerpo
sin rozar un milímetro de su corazón.
—¿Has terminado con las estanterías de romance y
misterio?
—Aún no, señor Harland.
Me puse nerviosa al ver que mi teléfono no cesaba de
sonar.
—Igual, cuando termines de hablar por teléfono puedes
trabajar un poquito.
Con su rostro iracundo se marchó por los pasillos. Jamás
esperaba conocer mi versión.
—Gabrielle, queremos invitarte a nuestra boda.
—¡Qué! Quiero decir ¿qué? —contesté bajando la voz y
escondida tras las cajas de novedades para que no me vieran
contestar el teléfono.
—Sofía y yo llevamos cinco años juntos y le he pedido que
se case conmigo, nuevamente. Cosa de enamorados. ¿Qué
dices? Contamos contigo. Será la semana próxima.
—¡Una semana! —me escondí nuevamente—¿una
semana? —murmuré tapando el micro.
—Sí, es una locura, pero que sería la vida sin locuras de
amor. Quiero casarme aquí y delante de mis amigos
americanos. ¿Qué dices?
Por un momento me pasó por la cabeza Mason y su enfado,
el temor ante la posibilidad de volverle a ver, la venganza…
—¿Qué dices? ¿Cuento contigo?
—Por supuesto.
—¡Genial! Será perfecto. Por favor, invita a Oliver de
nuestra parte. Sofía quedó encantada con él.
—Lo haré. Gracias.
Al soltar el móvil no sabía si mi excitación era por la boda
o por volver a ver a Mason.
¿Qué haría él al verme? ¿Iría con Amanda? ¿Sería capaz de
soportarlo?
Quise volver a coger el teléfono y renunciar a mi asistencia
cuando la rabia de loba herida me detuvo. Si me encontraba el
alma destrozada él no tenía derecho a saberlo.
La boda
Hoy es un día importante, no solo para Blake y Sofía sino
también para mí. Me enfrento decidida a superar mis propias
inseguridades. Al menos por esta noche. El vestido que he
elegido es un desafío para mí misma. Un paso hacia la mujer
que deseo ser. Elegante, segura y un poco atrevida. Hoy voy a
permitirme brillar.
Cuando Oli llegó por detrás no pude evitar notar lo bien
que lucía. Estaba guapísimo. Él me sonreía y su felicidad se
convertía en mía.
—Luces increíble —dijo sujetando mi mano y haciéndome
girar sobre mis talones.
Pedimos un taxi y el viaje a la boda resultó ser un
torbellino de emociones.
Voy con Oli, mi amigo de siempre. Mi mente no dejó de
divagar hacia Mason y él. No podía detener mis
comparaciones. Y aunque me dije que era una locura, no cesé
de hacerlo.
Al llegar al gran salón el ambiente era espectacular. La
elegancia del lugar nos envolvió. Mientras avanzábamos la
mirada de Oli resultaba protectora y cariñosa.
No llegamos a dar ocho pasos cuando lo vi.
Mason estaba solo en un rincón y con su mirada fija en
nosotros. Después de una sonrisa irónica se puso en pie para
acercarse.
—Hola. Gabrielle, estás… —Su voz era tensa.
La atmósfera se cargó de una tensión palpable. Oli,
notando el ambiente, puso dos pies por delante para
interponerse sutilmente entre Mason y yo. Una barrera
silenciosa y firme.
—También te veo bien — mi voz tembló ligeramente.
—Estás muy bien acompañada —en su respuesta cortante
pude ver un destello de algo parecido a la furia—. Al parecer
hice bien en alejarme.
Oli presionó suavemente mi mano. Un gesto de apoyo que
necesité más de lo que me hubiera gustado admitir.
—Mason, no tienes que hacer esto. Somos amigos,
¿recuerdas? Tú decidiste dejarme — traté de mantener mi voz
calmada.
—Amigos… — Mason escupió la palabra antes de reír con
amargura—. Claro, amigos.
Su rostro estaba triste y apenado. Por un momento sentí
que me derrumbaba ante la duda de sus sentimientos. ¿Podría
quererme de vuelta en su vida?
—Mason, basta ya, no vamos a dejar que arruines este día.
Si tienes algo que decir dilo y vete. Ya te has cobrado tu
venganza de la forma más cruel. Márchate, y busca a otra a
quien lastimar.
Las miradas se cruzaron y tuve miedo de que todo
terminara en puñetazos y sillas volando por los aires. Cerré los
ojos rogando para que no pasara. El salón estaba lleno de
gente saltando al ritmo de la felicidad de los novios. Sin
esperarlo, y cuando esperaba ver el peor lado de Mason, él se
marchó. Oli me miró preocupado.
—¿Estás bien?
Asiento, aunque la verdad es que me sentía cualquier cosa
menos bien.
—¿Crees que me odia tanto como para continuar
lastimándome?
—Vamos a disfrutar de la fiesta, ambos nos lo merecemos
—dijo intentando sonreír.
Aunque nos dirigimos hacia la celebración la
confrontación con Mason resonaba en mi mente marcando un
antes y un después.
—Vamos a demostrarle a esa pista de baile que somos los
mejores.
Oli con una sonrisa traviesa no pude evitar contagiarme. Y
así, sin más, nos sumergimos en la celebración dejando atrás
las tensiones.
Sus manos se aferraron a las mías y los volantes de mi
vestido giraron ante los rayos de las luces azules de los faroles
nocturnos. La música saltaba en nuestros oídos mientras
nuestras piernas se movían con poca coordinación, pero una
inmensa cuota de diversión.
La tensión del mal momento inicial se esfumaba como
niebla espesa. Y Mason se marchaba con ella.
En un principio creí que moriría al verlo marchar, sin
embargo, no fue así. Los pulmones se me cargaron de
esperanza. Mason era un pasado que no deseaba volver a vivir.
No señor. ¡Que se fuera con quien le diera la gana! Me costó
muchas lágrimas darme cuenta de que un vacío relleno de
estiércol era peor que el propio hueco.
Si me encontraba sola mis brazos me darían calor. Yo tenía
suficiente vida para consolarme a mí misma. Yo me amaba
más que cualquier desgraciado.
Sonriente me puse a saltar y Oli me acompañó en cada
estúpido pase de baile. Nos movimos al ritmo de la música, a
veces en sincronía, a veces descoordinados, pero todas las
veces felices. Felices por tenernos, felices por querernos,
felices por ser libres. ¡Libres!
Mi vestido se puso a saltar con mis piernas y no me
importó si mis muslos eran anchos o mis rodillas grandes. Si a
alguien no le gustaba ¡que no mirara!
—¡No sabía que pudieras moverte así! —exclamé
impresionada al ver sus pasos discotequeros.
—Existen muchas cosas que no sabes de mí.
—¿Sí?
En ese momento, rodeada de luces tenues y el murmullo de
conversaciones alegres, algo cambió. La risa de Oli, el brillo
en sus ojos, la forma en que parecía verme me hizo sentir un
frío extraño. Uno que ni siquiera Mason había logrado.
Por un instante el mundo exterior se desvaneció y solo
quedamos Oli y yo compartiendo risas y bailes como si
fuéramos las únicas personas en el mundo.
Por primera vez en mucho tiempo me sentí libre de mis
propias inseguridades. Libre para ser yo misma. Una con
piernas anchas, pechos exuberantes y un corazón lleno de
deseos.
Bailamos, reímos, giramos y bebimos hasta que los pies
nos llevaron a casa.
Aunque mis tacones se encontraban en la mano de Oli, que
los cargaba sobre el hombro, no sentí frío. La frescura de la
noche chocaba contra las canciones que cantamos chillando
bajo el brillo de las estrellas que nos sonreían cómplices.
Ambos nos dejamos caer en el sofá con los dedos de los
pies estirados hacia el techo.
—Sentía un nudo en el estómago —su voz era suave—.
Tenía un miedo abrumador a perderte. No podía soportar la
idea de que Mason hubiera sembrado dudas en tu mente acerca
de mí—. dijo rompiendo el silencio de la noche.
Se puso de pie y comenzó a caminar de un lado como si el
tiempo mundo se fuera a extinguir y nos quedase dos segundos
de vida.
—Sabía que necesitaba darte espacio. Necesitabas tiempo
para reflexionar y encontrar tus propios sentimientos. Y no
estuve a la altura.
Salté del sofá impulsada por el resorte de mi indignación.
—¡Por supuesto que has estado a la altura! Soy yo la tonta
que no hizo otra cosa que pensar en sí misma.
—Yo jamás te haría daño. Antes me…
—Lo sé.
Las palmas de mis manos se centraron en su espalda. La
respiración se le cortaba entre espasmos recortados.
—Gabrielle, yo… te quiero.
Se giró y sus ojos marrones de gato divertido se
convirtieron en sentimientos claros y profundos.
—Por supuesto. Somos amigos. Yo también te quiero —
contesté confundida y abrumada por un sentimiento extraño.
Un cosquilleo profundo y delicado recorriendo la total
sensibilidad de mi piel.
—No me entiendes —dijo sujetando sus manos en mi
cintura y acercándome hasta sentir el aliento de su respiración
despeinar mis cabellos—. Yo te quiero mucho más.
El tiempo se paralizó en el mismo instante en el que sus
palabras se detenían con puntos pausados.
¿Me quiere? ¿Oli me quiere?
El latir de mi pecho comenzó a rebotar contra mis costillas.
Oli, me quería. Y no como se quiere a una amiga rellenita. No,
él me estaba mirando con deseo. Uno mil veces más profundo
que el que alguna vez Mason me pudo demostrar.
—Yo…
—No puedo seguir fingiendo. No tienes que contestarme.
Sé que lo nuestro es algo que existe solo en mi cabeza. Que tú
solo me ves como a un amigo…
—No. No.
—¿No?
La primera negación me salió de forma instantánea. La
segunda un tanto desesperada. Desesperada por sentir que él
pudiera pensar que yo no sintiera lo mismo. Desesperada por
otras que pudieran ocupar un sitio que deseaba para mí.
El corazón me rebosaba del pecho chillando que también
lo quería.
Durante todos estos años no hice otra cosa que esconder
bajo una amistad un amor al que yo misma temía dar rienda
suelta. ¿Qué si lo quería? Sus ojos dulces como el chocolate
fundido que brillaban como la margarina derretida cuando me
hacían sonreír. O esas gafas que movía en el puente de la nariz
antes de bajarlos al guiñarme un ojo, o cuando esos brazos que
me daban calor las tardes frías de dudas. ¿Qué si lo quería?
¡Sí! Estaba enamorada de cada tonto y pequeño detalle suyo.
—Belle… ¿me quieres?
Sus manos me acercaban cada vez más. Mis pensamientos
se ahogaban junto a mis palabras emocionadas.
—Si no lo haces será que me lo diga antes de que te bese y
nuestras vidas cambien para siempre.
Mis labios seguían sellados con los miles de sentimientos
que deseaba decir y que se secaban en mi boca. Oli, el mejor
hombre del mundo. El chico más maravilloso que haría
afortunada a cualquier chica me deseaba a mi. ¡A mí!
Cientos de recuerdos de su sonrisa al mirarme, sus bromas
atontadas, sus caricias de consuelo, todas cobraban un sentido
maravilloso.
—Voy a comerte… ¿lo sabes?
Su pregunta solo obtuvo un ligero asentimiento en mi
cabeza. Las manos me temblaban. Me sentía una virgen
inocente. Quizá porque lo era. No de cuerpo pero sí de amor.
Nuestros labios chocaron de forma automática y mis ojos
se cerraron. El calor de su boca era la caldera que mi corazón
resquebrajado necesitaba para renacer.
—Belle…
Su voz era zumo de vida. Mi cuerpo despertaba
eróticamente ante sus manos que me acariciaban con una
picardía desconocida.
—Oli… —dije estirando mi cuello hacia atrás dando
espacio para que no le quedase rincón de mi cuello por
explorar.
Su lengua humedecía por allí donde pasaba. El cuerpo me
flotaba como a un astronauta en la luna. Oli me llevaba a un
universo único y nuestro.
Su cuerpo tenso me separó unos centímetros y mis labios
se estiraron suplicando porque no se apartase.
Sus ojos chocolate ardiente se centraron en mi mirada a la
par que apretaba intencionalmente sus palmas contra mi
trasero. Mientras se inclinaba hacia mi rostro mis ojos
captaron el elegante estiramiento de los músculos de su cuello
y el corazón comenzó a latir salvajemente. Sin besarme
deslizó sus manos suavemente hacia mis pechos. El gemido
que lancé fue instantáneo.
Conforme con mi respuesta se sonrió travieso. Con esa
diversión que le conocía tan bien, aunque esta vez llevaba una
importante pizca de pimienta atrevida.
—¿No tienes nada mejor que hacer que quedarte ahí y
mirarme? —Bromeó mientras sus ojos se centraban en el bulto
de mis tetas. Jamás las había observado con tanta hambre—.
Porque yo sí que tengo mucho que hacer, mi dulce Belle… —
susurró sujetando con fuerza mi cuerpo—. Apuesto a que se te
pueden ocurrir algunas cosas locas.
Oli se rio mientras mi cuerpo se dejaba ir.
Mi piel se quedó en silencio hasta que mis tetas rozaron su
pecho desnudo. ¿En qué momento se había quitado la camisa?
Deslizó sus manos sobre mis caderas y las presionó. Su
fuerza desconocida me abrumó. Jamás lo hubiera imaginado
tan varonil.
—Estoy pensando en algo mucho más emocionante que ser
amigos—. Susurró antes de que sus labios tocaran los míos
adueñándose de la situación —¿Qué dices? ¿Seguimos?
—Mmmmmm —gemí cuando al besarme deslizó sus
fuertes brazos alrededor de mi prominente cintura.
—Voy a tomarme eso como un sí.
Introdujo su lengua entre mis labios húmedos deslizándose
por el interior de mi boca resbaladiza. Me derretía contra él.
Su tentador y varonil aroma chupaba mi lengua
introduciéndose hacia el interior de mi ser y barriendo
cualquier rastro de duda.
Gemí suavemente mientras su excitación saltaba. Mi coño
tenía espasmos y los pezones me hormigueaban
deliciosamente.
Sus manos recorrieron mi trasero y espalda. Casi desmayé
al sentir su palpitante polla presionar contra mi cuerpo. Quería
algo más que rozar su ropa.
Hundí las manos en su torso desnudo y tironeé sus
pantalones hacia el suelo. No podía mirarlo. Por un momento
temí que la vergüenza por esa amistad corrompida me
dominara y no me permitiera sentir el cúmulo de deseos que
me dominaban.
Con una potencia varonil desconocida estiró sus manos
arrancando mi vestido de forma salvaje. Envuelto en su locura
acercó sus labios arrastrando su humedad caliente a lo largo de
mi pecho hasta mi estómago. La punta de su lengua jugó con
mi ombligo mientras se colocaba de rodillas y sujetaba mi
trasero nervioso.
Los dedos de mis manos se enredaron en el cabello
despeinado mientras mis caderas se comenzaron a mover
entregadas a la sensación de excitación balanceándose
provocativamente.
—Belle —siseó jugando la partida de un hombre contra
una mujer —serás mía. Solo mía…
Sonreí traviesa al sentir sus dedos jugando con mis
braguitas.
Sí, iba a ser suya.
Sí, lo deseaba.
Hábilmente dejó mi cuerpo desnudo. Metió la mano
delicadamente dentro de mis piernas y rozó con las yemas de
los dedos mi vello púbico. Excitada y sin desearlo el rostro de
Mason se instaló en el centro de mi frente. Por alguna razón la
escena me llevó a él. Mason usándome y yo dejándome guiar
bajo su voluntad.
¡No! Este era Oli. Él no era así. Él me quería y yo lo
adoraba. Oli me confesaba su amor. Me sentía exultante de
felicidad. No, esta vez no sería una espectadora de lo que otros
quisieran de mí.
—¿Pasa algo?
La voz preocupada de Oli me entregó el atrevimiento que
necesitaba para comenzar a ser una nueva Gabrielle. Una que
no esperaba recibir. Esta mujer ya no era una gata mojada
abandonada en un portal bajo los comentarios hirientes de los
que nadie había pedido opinión. Esta era una Gabrielle que
amaría sin tapujos y sin remordimientos. Una chica capaz de
expresar lo que deseaba y a rebelarse ante lo que no.
—Todo es perfecto.
Se puso de pie y en ese momento nuestras miradas se
cruzaron y supe lo que quería. Deseaba a Oliver como a un
hombre. No como a un amigo o un bote salvavidas. Lo
deseaba más de lo que habría admitido nunca.
Su cuerpo se puso tenso mientras las palmas de sus manos
sujetaban mis mejillas. El aroma de su perfume mezclado con
el mío me envolvió y sellaron allí mismo nuestros destinos.
Deseaba darme un festín con él. Lo necesitaba y no como una
mujer herida sino como una loba hambrienta.
Con los dientes mordiendo mis labios atrevidos metí una
mano en sus calzoncillos y acaricié su sexo hinchado. Oli
gimió sin soltar sus manos de mi rostro.
—Belle —mi seudónimo era miel espesa en sus labios.
—¿Te gusta? —dije presionando el peso de sus testículos
entre mis dedos.
—Cielo, eres es el cielo. Un espacio sideral del que no
quiero bajar…
Su cuerpo temblaba. Y no solo por deseo. Entre nosotros
revoloteaba algo muy diferente a lo que existía con Mason.
La oscuridad de la habitación se convertía en penumbra. El
sonido silencioso de la noche era suave melodía romántica.
Dejé caer el vestido que se encontraba atascado en mis
caderas y sin pensar que estaba en ropa interior mostrando las
partes más criticadas de mi cuerpo me agaché y de rodillas
empujé sus calzoncillos hasta que su sonido se sintió golpear
contra el suelo. Valiente acerqué mis labios a su pene. Deseaba
probarlo. Sentir su piel erizarse ante mi contacto. Una gota de
líquido pre seminal se filtró de su hendidura y el sabor salado
hizo que su excitación aumentara.
—¿Estás segura?
Alcé la vista para ver su mirada tierna clavada en mi rostro.
Estaba preocupado por mí. No por tener sexo gratis. No por
aprovecharse de una chica lastimada por todas las esquinas, él
estaba pensando en mi bienestar. Sonriente agaché la cabeza
sin perder el tiempo. Deslicé la lengua alrededor de la
resbaladiza carne. Oli se retorció y gimió cuando comencé a
lamer arriba y abajo la longitud venosa de su falo. Masajeando
sus bolas hinchadas, mientras le atendía la polla con la lengua,
su cuerpo se tensaba como cuerdas de guitarrista flamenco.
Sin previo aviso abrí mucho la boca y tragué la mitad de su
eje. Al mismo tiempo, él bajó las manos y sujetó mi cabeza.
Tiraba y acariciaba de la misma forma descontrolada
provocando una diversión maliciosa que brotaba desde mi
interior cada vez más saneado.
Dobló ligeramente las rodillas y logró agarrar mis pesados
pechos entre sus palmas mientras yo continuaba chupando su
larga polla. El sujetador cayó por encima de mis rodillas
mientras sentía sus dedos acariciando mis sensibles tetas que
comenzaban a reconocerle como su único dueño.
La pasión me obligó a tragar cada centímetro de su polla
llegando hasta su vello púbico. Sus felices gemidos formaban
una dulce música de fondo unidos a los lujuriosos sonidos de
mis labios. Nada podía compararse con sentir la excitación de
Oli en mi boca.
El gran círculo redondo formado por mis labios apretó
contra la gruesa polla mientras comenzaba a mover la cabeza
hacia adelante y hacia atrás. Manteniendo el ritmo con el
suave balanceo de sus caderas, su agarre se apretó contra mis
cabellos cuando comencé a follarle con mi lengua apretada.
La cabeza del pene de Oli empujó hasta la parte posterior
de mi garganta y yo me preparé para la dulce explosión de su
semen lechoso en mi boca. Me sentía grandiosa. Todo lo que
Oli me daba yo lo convertía en miles de kilos de poder.
Comencé a chupar más rápido. De forma furiosa. Necesitaba
tragar su pesada carga y sentir su esperma cubrir mi garganta y
sentir sanar mis heridas con amor…
Pero entonces Oli se apartó liberando su polla de mis
labios. Jadeando se agachó y suavemente bajó quedando en
cuclillas encima de mi cuerpo ardiente. Se inclinó justo
cuando mi espalda llegó al suelo. Su boca se unió a una de mis
suculentas tetas. Masticó ansiosamente un pezón hinchado y
luego metió más y más el redondeado pecho ardiente en su
boca. Pasó la lengua alrededor del pezón una y otra vez
mordiéndole suavemente y haciendo que arqueara la espalda y
gritara de puro éxtasis.
—Oli…
Deslizó sus manos hacia abajo para quitarme las braguitas.
Quería abrir bien las piernas y entregarme.
—Fóllame —susurré con valor atrevido.
—No. Lo que hay entre nosotros es mucho más que follar.
El corazón me saltó del pecho y se derritió en mis manos.
Se lo entregué derretido y rendido.
Poco a poco las bragas enroscadas por las piernas
finalmente llegaron a los tobillos. Por fin mis piernas pudieron
abrirse libremente y mi ardiente coño se preparó para su
poderosa polla.
—Voy a hacerte mía. Quiero hacerte el amor. Necesito
amarte hasta que mi nombre sea el único que sepas pronunciar.
—Oli… —dije alzando las caderas, pero, en lugar de
follarme locamente como creí que necesitaba, él simplemente
se rio entre dientes.
Tumbados en el suelo sobre la alfombra de marca blanca
atacó nuevamente mis pechos. Justo cuando mi necesidad y
lujuria alcanzaron el punto de explosión, Oli me sorprendió
empujando abruptamente mi cuerpo hacia arriba. Descansó
brevemente en cuclillas sonriéndome sensualmente. Su dura
polla sobresalía directamente de su entrepierna apuntando
directamente a mi coño expuesto.
—Eres preciosa…
—Oli —la timidez de siempre intentó asomar, pero los
dedos fuertes de Oli sujetos en mis caderas no lo permitieron.
—Eres Belle. Eres lo más bonito del universo. No existe
mujer que me excite más que tú. Creo que llevo una vida
ocultando lo mucho que te deseo.
Cuando las lágrimas amenazaron con bañar mis pupilas él
volvió a moverse. Esta vez pasó una pierna sobre el pecho
mientras giraba su cuerpo. En el segundo siguiente encontré a
Oli a horcajadas sobre mi rostro. Su polla hundiéndose hacia
mi boca abierta mientras bajaba la cabeza hasta mis sedosos
muslos.
Lancé un gemido de alegría justo cuando él clavaba la
polla en la boca abierta al mismo tiempo que pasaba su lengua
por los pliegues cremosos de mi coño. Suspiré y disfruté de la
doble dosis de placer que inmediatamente me cubrió.
Volví a saborear su polla casi con la misma emoción con la
que me causaba la sensación de sus dedos separando los labios
del coño y provocando en mi clítoris olas de erotismo
despiadado.
Automáticamente agarré la parte posterior de los muslos
mientras chupaba cada parte de su polla con la boca. Sus
pelotas bailaron justo encima de los ojos y me emocionó la
forma lasciva en que se había posicionado sobre mi cara. Oli
era mío. Todo mío.
Decidida a conseguir el mayor placer de nuestras vidas me
lancé hambrienta hacia su cuerpo, pero Oli, otra vez, comenzó
a alejarse.
—Dame tu mano.
De un salto se puso en pie y me guió hasta su cama. Entre
besos y caricias nos dejamos caer sobre el colchón. Las
sábanas olían a él. Mi cuerpo se relajó extasiado. Su cuerpo se
posicionaba sobre el mío como manta en tarde destemplada de
otoño.
—Belle —dijo con voz ronca, —tienes las tetas más
bonitas que he visto en mi vida, incluso más bonitas que en los
juegos.
—¿Qué juegos? —dije entre risas contenidas.
—Esos en los que a las chicas las llamaba con tu nombre
—sonrió travieso.
Mi cuerpo se dejó caer en picada libre mientras él besaba el
total de mi piel y halagando lo que siempre creí como
defectos.
—Muero por ser el primero.
—Oli, yo…
—Sh, yo soy el primero que te dará amor. Y tú serás la
primera en recibir el mío.
El calor de su cuerpo se hundió entre mis muslos. Su duro
y grande pene presionó mi coño ardiente.
—Oli…
Su cuerpo excitado y masculino me penetró hasta lo más
profundo. El juego previo había conseguido humedecerme
como un tobogán de piscina veraniega. Me sentía húmeda,
dispuesta y necesitada. Su polla se hundió hasta el fondo y Oli
suspiró agitado cuando nuestros cuerpos pegados el uno al otro
se rozaba ardientes.
—Bella…
Deslizó sus manos debajo y agarró mi trasero. Su gran
polla palpitaba dentro ensanchando cada vez más. Empezó a
follarme con movimientos largos y uniformes taladrando mi
coño y frotando arriba y abajo el clítoris con el eje rígido de su
polla. Con desesperación por viajar a su lado aferré mis uñas a
su espalda.
—Oli…
—Lo haré mejor que nadie —gruñó—haré que sea tu
primera noche de amor.
Gradualmente aumentó la fuerza y la velocidad de su polla.
La excitación alcanzó un punto álgido cuando nuestros
cuerpos desnudos se golpearon. Mi cuerpo se arqueaba
buscando alivio.
—Sí. Sí….
Pero Oli estaba más allá de las palabras. Gimiendo de
éxtasis martillaba su polla contra mi cuerpo. Folló cada vez
más rápido y el placer caliente comenzó a acumularse en mi
coño hasta que no pude contenerlo más. Una violenta
explosión me sacudió desde los pies hasta los hombros.
Oli me siguió y con un gemido tan profundo como el mío
comenzó a convulsionar.
Después de quedar unidos por segundos extra largos,
nuestros cuerpos se acariciaron con lentitud. Nos abrazamos
mientras las risas llenaron la habitación.
—Te quiero —dijo secando una de las lágrimas de alegría
que rodaba por mis mejillas.
—Te quiero —contesté aceptando que desde siempre nos
unió algo mucho más potente que la amistad.
Ambos nos miramos hasta que la sonrisa radiante de Oli
iluminó la habitación. Su mano se sujetó a la mía y me empujó
cariñosamente.
Nos dirigimos a la ducha. Nos metimos y comenzamos a
enjabonarnos sabiendo que simplemente estábamos
aumentando los deseos del uno por el otro. Tan pronto como la
polla de Oli volvió a sobresalir de su ingle, enredé mis dedos
con los suyos, lo saqué de la ducha y lo llevé de regreso al
dormitorio. Lo empujé hacia la cama y me senté sobre él. El
resto fue puro amor.
El cielo se derrumba hasta en
días soleados
—A ver si nos aclaramos quiero huevos revueltos y estos
son —dije mirando algo de un color amarillo dudoso sobre el
plato —¿qué se supone que es esto?
—Es mi especialidad de huevos revueltos con queso
fundido.
—¿Eso es queso?
El rostro de Oli se encendió divertido. Estaba en
calzoncillos, con el torso al desnudo y con una cuchara en
alto.
—Caducado, pero queso.
—No pienso comerme eso —dije cuando comencé a correr
por la pequeña sala al sentirme perseguida por un cucharón de
madera.
—Oh, sí que lo harás —dijo al alcanzarme y lanzarme
sobre el sillón —después de todo no sé porqué te quejas.
Llevamos días encerrados haciendo el amor. En la nevera ya
no queda nada.
—Haciendo el amor…
Oli me besó con profundidad en el cuello y yo me dejé
arrastrar a la vez que abría las piernas. Llevaba tantos deseos
de tenerlo dentro como la noche anterior. Nuestros cuerpos no
terminaban de saciarse el uno del otro. A más nos amábamos
más crecía nuestro deseo.
—El timbre… —dije entre dientes al sentir su mano
acariciar mi pecho por debajo del vestido.
—Que se vaya… —contestó mientras mordía el lóbulo de
mi oreja.
Cuando comenzaba a estar de acuerdo con su idea el
sonido agudo y desagradable me cambió el humor.
—Voy yo.
—Noooo —su mano intentó sujetarme, pero me escabullí
por debajo de su cuerpo.
—Cuanto antes abramos antes se irá.
Corrí los cuatro pasos que nos separaban de la puerta de la
calle y la abrí. Quizá debí dejarla cerrada.
—¿Qué haces aquí?
Mi voz tembló. Mason, ignorando la pregunta, clavó su
mirada en Oliver antes de volverla hacia mí.
—Vengo porque es hora de que la verdad salga a la luz.
Crucé las manos sobre mi pecho cerrando los botones que
Oli había quitado. Mason no ignoró mis movimientos.
—Él te ha estado engañando. Te ha hecho creer que es el
único para ti, pero es mentira.
Oliver dio un paso adelante, su instinto de protegerme
resultó más fuerte que nunca.
—Mason, no tienes idea de lo que estás hablando. Será
mejor que te vayas.
Pero Mason solo sonrió sacando de su bolsillo un sobre
que lanzó al aire. Las fotos de su interior cayeron al suelo
como hojas arrastradas por un viento repentino. Cada una era
un eco del pasado que había intentado olvidar. Imágenes mías,
sonriente y despreocupada tomadas durante momentos que
desconocía. Pero lo que realmente me heló la sangre fue lo que
sabía de ellas. Esas fotos habían sido presentadas en un
concurso de rostros bonitos, un evento del que había oído
hablar y que me hizo caer en una depresión.
Mason con una sonrisa satisfecha observó cómo Oliver
recogía las fotos dispersas en el suelo.
—Sorprendente, ¿verdad? Oliver pensó que sería divertido
inscribirte. Me pregunto, ¿cómo te sentiste realmente al
respecto, Gabrielle? Recuerdo que me comentaste que caíste
en una depresión aguda. ¿Lo sabías Oliver?
Oliver, cuya expresión era una mezcla de arrepentimiento y
dolor, no pudo sostenerme la mirada.
—Gabrielle, yo… lo siento. Pensé que…
—Pensaste que ¿qué? ¿Que sería divertido? ¿Que me
gustaría ser evaluada y expuesta como si fuera un objeto?
Mi voz temblaba y no solo de ira. La humillación del
pasado resurgió reviviendo las peores de mis inseguridades.
Por aquellos tiempos estábamos en el primer año de estudios
universitarios. El mal sabor de boca se hizo presente en mi
garganta como si apenas hubieran pasado unos días. Oliver
intentó acercarse, pero di un paso atrás.
—Quería que vieras lo que yo veo en ti. Quería que el
mundo supiera lo hermosa que eres. Pero me equivoqué y lo
siento. No pensé en cómo te afectaría. Fui egoísta y lo lamento
más de lo que puedo expresar.
Mason, disfrutando del caos que había sembrado, intentó
interponerse.
—Parece que el caballero aquí presente no es tan perfecto
después de todo.
—¡Esto no te concierne!
Sin saber si estaba ante la realidad o una broma, y aún
sosteniendo las fotos, hablé confundida.
—Necesito tiempo para pensar en todo esto…
Con esas palabras Mason supo que su trabajo estaba hecho.
Con una sonrisa arrogante se dio la vuelta y salió de la casa
dejando detrás de sí un silencio tenso. él no buscaba la verdad,
solo deseaba hacerme daño. Y lo consiguió.
Una vez que Mason se fue, el aire estaba cargado con
palabras no dichas y sentimientos heridos.
—Gabrielle, haré lo que sea necesario para ganarme tu
confianza. Lo siento, de verdad lo siento.
—¡Por qué!
—Todo es más sencillo de lo que parece, aunque ahora no
me creas, la verdad es que lo hice porque te quería.
—Sabías lo que significaba para mí estar expuesta. Sabes
lo que sufrí al enterarme.
—Lo siento.
—Esto no se arregla con disculpas—. dije lanzando las
imágenes a su cara.
—Belle. Él solo nos odia. Lo hizo porque deseaba alejarme
de ti.
—Y lo ha conseguido.
—No digas eso… tus palabras me matan.
—Quiero estar sola.
Dije y me fui.
Caída Libre
Con cada paso que daba después de trabajo sentía el peso
del mundo sobre mis hombros. Las calles bañadas por la tenue
luz del atardecer parecían tan vacías y grises como mi cuerpo
por dentro. Habían pasado dos días desde que Oli había
desaparecido de casa. Dos largos días de silencio y soledad
que habían hecho eco en mi alma. Cuando me marché tardé
algunas horas en volver y estar dispuesta a saber qué había
pasado, pero él ya no estaba.
Me envolví más en mi abrigo consciente de que la ropa
suelta que llevaba era más una armadura que una elección de
moda. Intentaba ocultar mis curvas, esas mismas que por un
momento me hicieron sentir feliz junto a sus palabras de amor.
¿Cómo había llegado a esto? Me pregunté mientras mis
pasos resonaban en el pavimento vacío.
Las imágenes de aquellas fotos dispersas en el suelo
volvían a mi mente una y otra vez. Cada recuerdo recortaba
como un cuchillo una herida profunda. La voz de Mason, con
su tono satisfecho al revelar el secreto, aún resonaba en mis
oídos. ¿Era esto lo que Oliver había querido? ¿Que el mundo
me juzgara como si fuera un pedazo de carne en exhibición?
Oliver dijo que me amaba, que siempre me había amado,
pero, si ese amor implicaba hacerme sentir tan pequeña e
insignificante, ¿era realmente amor?
Las dudas me carcomían alimentando la oscuridad que
parecía consumirme poco a poco.
Intenté encontrar un rayo de luz, algo a lo que aferrarme,
pero todo lo que encontré fueron preguntas sin respuesta y un
dolor que se negaba a disiparse.
¿Y si nunca lograra sentirme segura de nuevo? ¿Y si este
era el comienzo de un fin que no podía controlar?
La idea de que no existiera salida, de que estaba atrapada
en ese ciclo de desesperación, me paralizaba.
Cerré los ojos por un momento intentando respirar,
intentando encontrar un poco de paz en medio de una inmensa
tormenta. Pero la paz era elusiva, y la tormenta, implacable.
La llegada a la casa no me trajo alivio, solo era el
recordatorio de que debía seguir adelante, incluso cuando todo
dentro de mí gritaba por detenerse.
Abrí la puerta y observé con mirada estrecha buscando y
rebuscando de un lado a otro. Una inmensa parte de mí quería
encontrar a Oli. Lo necesitaba. Mi corazón lo buscaba de
forma desesperada. La soledad que le pedí en un principio me
ahogaba y enloquecía. La pérdida de Mason no había
significado ni la cuarta parte del dolor que me provocaba la
ausencia de Oli.
—Qué es…
Belle, mi Bella:
Intenté abrir el sobre, pero los dedos temblorosos
resbalaban contra el papel.
No soporto verte confundida y dolida. Siento que necesitas
tiempo para procesar lo que está sucediendo entre nosotros y
lo comprendo. He decidido irme temporalmente a un hotel
para que puedas tener la tranquilidad que mereces y para que
puedas pensar en lo que realmente deseas. Por favor, entiende
que esta decisión no significa que quiera alejarme de ti. Todo
lo contrario, es un paso que doy con la esperanza de que
podamos encontrar una manera de superar este obstáculo.
Siempre te he valorado, eres lo más hermoso que he
encontrado en mi vida y eso nunca cambiará. Estoy dispuesto
a hablar y escucharte cuando estés lista. No quiero perderte.
Haré todo lo posible para que vuelvas a creer y por eso quiero
que sepas toda la verdad. Detrás del concurso de fotos hubo
algo muy diferente a lo que Mason dijo y mereces saberlo.
Cuando participé en ese concurso, no fue por burlarme o
menospreciarte, en realidad lo hice porque sentía una
profunda pena por las inseguridades que enfrentabas. Vi tu
belleza interior y exterior desde el momento en que te conocí
en la facultad. Sabía que tenías un brillo único y que merecías
sentirte apreciada y amada. Mi intención al participar en el
concurso era demostrarte que eres hermosa. Quería que
vieras en esas fotos lo que yo veía en ti todo el tiempo: una
persona increíble, fuerte y valiosa.
Sé que mi forma de abordarlo fue torpe y que no consideré
tus sentimientos en ese momento. Lamento profundamente si te
herí de alguna manera. No era mi intención causarte dolor,
sino mostrarte cuánto valoro y admiro todo lo que eres. Al ver
tu reacción tuve tanto miedo a perderte que como un cobarde
callé. En mi defensa solo puedo decir que en aquellos tiempos
ya te quería. Con locura desbordante y con pasión
incontenible.
Estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario para reparar
esta situación y demostrarte cuánto significas para mí. Por
favor, cuando estés lista, estaré aquí para escucharte y
demostrarte todo lo que te quiero.
Oli.
Sentada en la silla abracé la carta y me puse a llorar.
Dentro de mí
Me encontraba sola en la librería, rodeada de estantes de
libros que parecían ser la única compañía en mi vida. La
ausencia de Oli se había vuelto abrumadora y el silencio que
llenaba nuestro apartamento me hacía sentir una de las tantas
hojas secas de un libro olvidado.
Mason había estado llamándome y tratando de ponerse en
contacto conmigo, pero su presencia ya no me interesaba. Su
toxicidad y su intento de separarme de Oli solo consiguieron
hacerme sentir aún más estúpida. Lo que una vez creí que era
amor se convirtió en odio absoluto. Él jamás me quiso. Ni
antes ni ahora. Sus acciones buscaban venganza. El gran
Mason no podía soportar ser vencido.
Sacudiendo la cabeza para olvidar escuché el tintineo de la
campana de la puerta. Al levantar la vista, el desagradable y
responsable de mi dolor se encontraba sonriendo como si nada
hubiera sucedido.
—Te he estado llamando —dijo con su habitual tono
seguro de sí mismo. Su belleza física ya no me atraía.
—He estado ocupada. ¿Qué quieres?
—Vamos a tomar una copa y olvidemos toda esta tontería.
—Acostarte con mi hermana fue una ¿tontería?
—Vamos, sabes que me lastimaste. Quería causarte el
mismo dolor que yo sentía.
—Y por eso te acostaste con ella…
Recogí una pila inmensa de libros y me puse a caminar
hacia una estantería vacía. Lo que antes me deslumbraba, en
esos momentos me producía arcadas. Mason ya no era ni tan
guapo, ni tan brillante ni tan… nada.
—¿Te olvidas que te vi con él? ¿Piensas que no sé que te
acostaste con ese friki? Vamos nena, olvidémoslo todo y
comencemos desde cero. Tú sabes perfectamente que es a mí a
quien quieres. Te conozco.
Apoyé los libros en su totalidad antes de girarme para
mirarlo a la cara.
—No. ¡No me conoces! Tú nunca te molestaste en
conocerme. Lo nuestro solo fue sexo. Puro y vacío sexo. Todo
entre nosotros se limitó a lo que Mason quería.
—No sabes lo que dices…
—Oh, sí, por primera vez sé perfectamente lo que digo. Y
ahora hazme el favor de irte. No quiero volver a verte.
La mano firme de Mason se aferró a mi codo.
—¿Crees que él es mejor que yo?
—No lo creo, lo sé.
—Fue él quien se rio de tu cuerpo.
—¡Vete!
—Está bien —dijo observando que comenzábamos a
llamar la atención de unas compradoras—me iré. Me sobran
las mujeres. Y mucho más si son como tú.
Me rastrilló con la mirada de forma despectiva y se
marchó.
Me dejé caer en una silla con las fuerzas pisoteadas y las
esperanzas agonizantes.
—¿Ya no piensas trabajar? ¿Quieres que te traiga un café
con nata? —La voz del señor Harland sonó áspera e irónica
tras mi espalda.
Oculté mi rostro tras las palmas de mis manos y me puse a
llorar. Con todas las ganas y fuerzas de años y años de
acumulamiento.
—Gabrielle, yo… tranquila. Verás, creo que te quedan días
de vacaciones, si quieres puedes tomarte un descanso —dijo
nervioso.
—¿Ha dicho vacaciones?
Su calva brillaba tanto como mi extrañeza.
—Qué pasa, yo también tengo mi corazoncito. ¿Por qué
crees que soy el director del género romance?
Dijo antes de moverse el nudo de la corbata nervioso y
marcharse.
Si no fuera porque estaba llorando me habría puesto a reír.
Sin pensarlo dos veces acepté la oferta del señor Harland
para que me cogiera unas vacaciones. Ya no podía pensar en
otra cosa que no fuera Oli. Cada momento de no tenerlo me
desesperaba. Todo en la casa me recordaba a lo que tuve y
perdimos. Llevaba una semana fuera. Tenía que regresar. Esta
era su casa, ¡Pero cuándo lo haría!
Su cama, su ordenador y esa taza tan horrible en la que
adoraba tomar los cereales con leche. Todos pedíamos a gritos
que volviera.
Lo necesitaba. Quería volver a reír con sus tonterías y
disfrutar de nuestras conversaciones atontadas. Quería amarlo
y que me amara…
La campana del timbre sonó y mi corazón se aceleró al
pensar que tal vez era Oli quien regresaba. Corrí y abrí la
puerta.
—Sofía…—dije abriendo desilusionada.
—¿Cómo estás? Hace tiempo que no sé nada de ti.
—¿Mason no os ha dicho nada?
Dejó su bolsa sobre una silla y se sentó en el sofá.
—Sí. Por eso estoy aquí. Imagino que la historia es muy
diferente a la que él cuenta.
—Me importa poco lo que él diga de mí.
—Y a mí, por eso he venido. Sé lo que hay entre Oliver y
tú. Los vi el día de mi boda —dijo con sonrisa traviesa—. Ese
chico está loco por ti.
—Y lo he perdido.
Conteniendo las lágrimas siempre que hablaba de él, y
como pude, le conté las partes que Mason había olvidado
mientras le servía una taza de té con galletas rancias que
quedaban en el fondo del armario.
—¿Has hablado con él?
—No contesta al teléfono —negué con la cabeza incapaz
de ocultar mi tristeza—. No tengo noticias desde que se fue.
Sofía suspiró y me dio un abrazo reconfortante.
—Lo superarán. Oli te quiere de verdad.
—¿Y eso lo viste mientras bailábamos? —pregunté con
humor irónico.
—Cariño, cuando un hombre está enamorado no existe
disfraz que oculte a su corazón. Él volverá. Y cuando regrese
será el momento perfecto para reconquistarlo. Pero antes de
eso, debes arreglarte y lucir espléndida. No por él, sino por ti
misma. Eres una mujer preciosa independientemente de lo que
suceda en tu relación.
Sofía no cesaba de hablar sobre su valía. Ella me contó que
en España tenía una radio para mujeres, no me extrañaba que
tuviera tanta audiencia.
Su mano se aferró a la mía y me empujó hacia el baño.
—¿Qué haces?
—Quiero que te duches, te arregles esos pelos de loca y te
pongas una de esas blusas de escote infinito.
—Pero qué…
—Cariño, eres una mujer maravillosa con un cuerpo
estupendo. Oli lo vio y volverá a verlo. Ha llegado el momento
de desmelenarse.
—Estás loca.
—Mucho. Al menos eso siempre me dice Blake. Gabrielle,
tienes gente que te quiere, y mucho, ¿por qué no aceptas que
tú también puedas hacerlo?
—Yo me quiero.
—Entonces demuéstralo.
Empujó de mí hacia el cuarto de baño mientras la oía poner
música. Por un momento quise decirle que se fuera. Que me
sentía morir y que no deseaba nada más que seguir
muriéndome en el sofá. Pero entonces la escuché chillar al otro
lado de una forma tan desafinada y sin ritmo que me puse a
reír. Sí, me puse a reír. ¡A reír!
Cuando salí del baño Sofía tenía mi abrigo en la mano.
Ambas visitamos un salón de belleza. Cambié mi peinado
y nos fuimos de compras, y aunque la que veía en el espejo era
yo, ya no me sentía la misma.
En la cafetería tomábamos un refresco, cuando me di
cuenta de que merecía sentirme hermosa y valorada, ¡y qué
demonios! la gente me miraba y no era con sonrisa despectiva.
Y si lo era me importaba un pimiento.
Los días pasaron, y aunque seguía sin noticias de Oli, me
mantuve ocupada y enfocada en mi propio crecimiento y en
los deberes que Sofía me había puesto. La muy loca me
obligaba una vez al día a mirarme al espejo y decir dos
cualidades nuevas acerca de mí. La primera vez me puse roja y
quise salir corriendo, la segunda solo dije una y al final del
séptimo ambas reímos de mis propias tonterías.
Las vacaciones se acabaron y regresé a mi rutina.
Rodeada de libros, una tarde, mientras estaba detrás del
mostrador, al levantar la vista mis ojos se encontraron con los
suyos. Mi corazón dio un vuelco de sorpresa y emoción al
verlo de nuevo. Estaba tan guapo que me quitó el aliento.
—Lo siento… —dijo moviendo los labios y con un hilo
pequeño de sonido.
—Te quiero —dije sintiendo cada letra pronunciada.
Oli avanzó hacia mí con una expresión de disculpa en su
rostro y los brazos extendidos para sujetarme.
—Lo siento. Siento haberme ido sin decir una palabra.
Siento no haber contado contigo. Yo solo quería que vieras lo
hermosa que eres.
Mientras hablaba sacó una hoja de su bolsillo.
—¿Qué significa esto?
—Ganaste.
—¿Cómo dices?
—Digo que ganaste el segundo premio al rostro más bello.
Después de ver lo mal que habías reaccionado decidí callar.
Pensé que no entenderías los motivos que me llevaron a
inscribirte. Te pusiste histérica y yo no tuve valor a decirte la
verdad. Temí perderte. Desde ese día escondo el premio entre
mis adquisiciones más valiosas.
Yo miraba una y otra vez el recorte del impreso sin poder
creérmelo. Él había confiado y me había querido más que yo
misma. Si antes lo quería ahora sentía que el pecho se me
rompía de amor por Oli.
—Sé que fui un estúpido. Solo quise que supieras que no
soy el único que aprecia tu belleza. Quería que te sintieras tan
hermosa como yo te veo cada vez que te tengo delante.
Oli hablaba y mi vista no se alejaba de la hoja. Un
sentimiento de alegría me embargó el corazón. Oli no se había
reído de mí como decía Mason. Él había cometido una
estupidez para demostrarme que era hermosa. ¿Se podía ser
más lindo?
—¿Solo el segundo puesto? —la sonrisa estúpida se me
atragantó entre las lágrimas de emoción.
—Seguramente uno del jurado era miope.
Oli se me acercó abriendo los brazos y yo me lancé hacia
su pecho.
El calor de su cuerpo, el aroma a madera y protección
estaban allí. Como siempre desde el día que lo conocí.
—Te he extrañado tanto…
—Mi bella Belle…
Nos abrazamos con fuerza. Oli tomó mi mano con ternura
y comenzó a hablar con la mirada fija en la mía.
—Lamento profundamente haberme ido de esa manera.
Fue un error pero tuve mucho miedo a que no me
comprendieras. Por un momento creí que Mason podría
separarnos. Me asusté y decidí que era mejor esperar a que
pudiera explicarme.
Sus palabras resonaron en mi corazón y su sinceridad era
evidente en su mirada.
—Yo también lamento no haberte escuchado antes. Yo
también cometí errores. Me dejé llevar por mis prejuicios. Fui
una tonta.
Oli me miró con ternura y con una mirada que reflejaba la
profunda conexión que habíamos compartido desde el
principio. Con cuidado, acercó su rostro al mío.
En el crepúsculo de una tarde adornada por el brillo de la
noche que entraba por el escaparate, el mundo parecía
contener su aliento anticipando un momento de belleza
inefable. Nuestra distancia se medía en latidos presurosos.
Con una suavidad que contrastaba con la intensidad de sus
ojos tomó mis manos acortando el abismo que hasta ese
momento nos había separado.
—Belle —susurró como una caricia contra el viento—.
Llevo años enamorado de ti. Al verte con Mason el corazón se
me partió en dos. Esa tarde, el día que él vino a casa y
comenzasteis a salir. Esa fue el peor de mis días. Esa misma
mañana, el día en que me lo había encontrado por casualidad y
por boca suelta le conté que iba a animarme a decir que te
amaba, jamás pensé de lo que él sería capaz. Le dije que eras
mi amiga y que vivías conmigo y que deseaba poder decirte lo
que siento. fui un imbécil.
—Yo no… ¿ qué estás diciendo exactamente?
—Lo conocí hace tiempo. En el último año de bachillerato.
Lo que no te conté fue que él salía con la profesora de música.
Cuando la dirección se enteró ella rompió su relación con
Mason. Al parecer siempre me culpó de que su romance fuera
descubierto por el consejo directivo. Te juro que yo jamás lo
delaté.
—Estás diciendo… no me lo puedo creer. ¡No puede ser
verdad! ¿Él quería vengarse de ti?
—Imagino que eso fue al principio, luego estaba claro que
se enamoró de ti.
Oli se alejó nervioso.
—Todo lo que has sufrido fue por mi culpa.
—No puedo creer que haya sido tan mala persona. ¿Todo
era una venganza? ¿Por qué no me lo dijiste?
—Quise hacerlo, pero estabas enamorada y él me juró que
eran todas ideas mías…
—Y por no hacerme daño te callaste… Soy yo la que te
debo pedir disculpas. Fui una idiota. No supe ver más allá de
mis narices.
—Belle, amor… ¿me puedes hacer un favor? —dijo
acercándose y sosteniéndome por los hombros.
—Lo que quieras.
—Me puedes dar un beso y olvidarte de Mason para
siempre.
—Creo que puedo —contesté poniéndome en punta de pies
y acercando mis labios sobre los suyos.
Con la delicadeza de quien toca la flor más frágil Oliver
acercó sus labios sobre los míos reduciendo el espacio entre
nuestros alientos. El silencio de los libros, cómplice de nuestra
unión, envolvió el momento en un manto de silencioso
permitiendo que nuestros cuerpos hablaran el lenguaje antiguo
del amor.
Un encuentro tan suave, tan lleno de promesas, que el
mundo parecía girar un poco más lento. Fue un beso que habló
de añoranzas y sueños. Un beso que selló promesas y borró
distancias, un beso que, en su dulzura, llevaba la fuerza de un
juramento eterno. Un diálogo sin palabras. Una danza de
alientos y latidos que narraba historias de amor eterno. En ese
instante, éramos la certeza de dos almas encontrándose en el
umbral de su destino.
Nuestros labios se unieron, nuestras lenguas se acariciaron
y nuestros corazones se unieron en una promesa infinita.
—¡Bravo!
—¡Bravo!
—Qué romántico…
Nos giramos para ver a unas lectoras que abrazando sus
libros de portadas color pastel chillaban entusiasmados. Sentí
el ardor subir por mis mejillas y Oli sonrió divertido.
—A ver si nos movemos y compramos algo que las
escritoras necesitan cobrar por su trabajo. Que las facturas no
se pagan solas.
El señor Harland terminó de ordenar mientras empujaba a
las lectoras como si fueran un rebaño hacia las cajas
registradoras.
—Y el amor necesita de su alimento diario —terminó no
sin antes regalarnos un guiño de ojo.
Oli volvió a envolverme entre sus brazos y acercar sus
labios a los míos.
—Será mejor que le hagamos caso, no queremos que te
echen del trabajo —dijo y me besó.
Epílogo
Fue un beso que hablaba de segundas oportunidades, de
redención y de un futuro juntos. Nuestros labios se movían con
la misma armonía que siempre habíamos tenido. Era como si
estuviéramos destinados a encontrarse una y otra vez. Cuando
finalmente nos separamos, nuestras miradas se encontraron, y
un brillo de alegría y esperanza iluminó nuestros ojos.
Sabíamos que habíamos superado obstáculos, pero estábamos
dispuestos a enfrentar cualquier desafío que se presentase en
nuestro camino.
—Belle —dijo con voz suave—te amo más de lo que las
palabras pueden expresar.
Mis ojos se llenaron de lágrimas de felicidad mientras
—Y yo te amo a ti. Más que el final de cualquier libro de
romance.
Yo sonreí y los brazos de Oli me arrastraron hacia su pecho
disfrutando de una tarde en el sofá besándonos sin apuros.
Sonó el timbre y ambos nos quedamos extrañados. Nos
miramos sorprendidos, sin saber quién podría estar tras la
puerta.
Cuando abrí la puerta, me encontré con la figura de
Amanda, mi hermana, parada tras el umbral. Su sonrisa
parecía forzada, y llevaba consigo una bandeja de pastas como
pretexto.
—¡Oh, Gabrielle! ¡Qué alegría verte! —exclamó con un
tono de voz exageradamente amigable.
Oli y yo intercambiamos miradas de confusión, y algo en
el comportamiento de Amanda me hizo sentir incómoda.
Amanda se acercó a Oli, mirándolo con descaro.
—Tú debes de ser Oli, vaya Gabrielle nunca mencionaste
lo guapo que era.
Ella entró y se lo comió con la mirada. Oli mantuvo su
compostura, pero yo no pude evitar sentir una creciente
inseguridad. Sin embargo, hacía meses que ya no era la de
antes. Las palabras de Oli y la ayuda de Sofía habían ayudado
a aceptarme tal cual era. No era tan osada al creer que me
adoraba a mi misma, pero iba en el buen camino.
Me armé de valor y di un paso adelante y alejé su mano
que se dirigía directo hacia el pecho de mi chico…
—Lo siento, Amanda, pero Oli y yo estamos juntos —
declaré con firmeza y poniendo un pie para alejarla de su
cuerpo.
La expresión de Amanda cambió de sorpresa a molestia
mientras se daba cuenta de que su intento de seducción no
estaba funcionando. Oli me miró con orgullo agradecido por
mi defensa.
—¿Por qué has venido?
—Me tenías preocupada. Aunque con estas compañías
entiendo perfectamente que estuvieras alejada.
Se acomodó el escote y movió las piernas dejando muy a la
vista sus piernas perfectas bajo su falda diminuta. A pesar de
sus formas mi determinación no vaciló. Ya no era la gordita
que corría a esconderse tras el ataque de su hermana envidiosa.
Oli se acercó a mí y tomó mi mano con ternura. Amanda,
lejos de alejarse pareció cobrar coraje.
—No tengo nada pensado para esta tarde. ¿Igual podría
quedarme?
Amando se insinuó sugerente y Oli se sonrió antes de
hablar.
—Lo siento, pero tu hermana y yo teníamos planes. Ya
sabes, cuando se está enamorado no existe tarde a solas que
sea suficiente.
Amanda se dio la vuelta y se marchó furiosa. A medida
que Amanda se retiraba, Oli y yo nos quedamos en la puerta,
mirando su partida.
—¿Por qué crees que ha venido?
—Imagino que para reírse de mí. Ella siempre luchó por
conseguir lo mismo que yo.
—Lamentablemente conmigo eso no será posible —dijo
abrazándose a mi cintura y empujándome hacia su cuerpo.
—Te veo muy seguro —contesté besándolo en los labios.
—Puede que necesite un poco más de seguridad.
Dijo antes de cerrar la puerta de un puntapié y arrastrarme
hacia el cuarto entre besos y frases de amor.
Porque si el amor que se recibe es un buen final, el que
nace de la propia aceptación es el inicio de un mejor
comienzo.