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U1 .

LA FORMACIÓN HUMANISTA

La universidad católica en la actualidad

Dr. Ignacio López

● La universidad católica en la actualidad


● Principios fundamentales de la Universidad Católica: (I) integralidad del conocimiento,
(II) complementariedad fe y razón.
● El problema de la especialización

Antes de abordar directamente la identidad y naturaleza de la universidad católica vale


la pena analizar brevemente cómo encaja dicha institución en el panorama socio-cultural
actual. En efecto, hoy en día nos encontramos con un mundo académico y universitario cada
vez más homogéneo, en buena parte, gracias al continuo avance de la especialización, el
secularismo y la cosmovisión positivista. Esta homogeneización del pensamiento, la formación
y la vida universitaria hace que haya cada vez menos perspectivas diferentes que buscan
complementarse y enriquecerse mutuamente en la investigación y comprensión profunda de la
realidad, lo cual es particularmente curioso en culturas y sociedades tan aguerridamente
aferradas a valores como la tolerancia y la diversidad.

Es importante tener presente que esta tendencia a la homogenización no sólo atenta


contra la existencia de la universidad católica, como veremos a continuación, sino también
contra la naturaleza misma de la universidad. En efecto, la misma palabra universidad contiene
en su etimología el sentido de totalidad, de colectividad, de querer abarcar, investigar y
comprender todo, para lo cual es necesario aprender a integrar armónicamente diversas
disciplinas, perspectivas, metodologías y cosmovisiones, pues la realidad es demasiado
compleja como para ser agotada por una única aproximación. Por lo tanto, el hecho de que las
instituciones más en desacuerdo con un modelo de universidad basado en la especialización, el
secularismo y el positivismo sean actualmente las más cuestionadas no debe hacernos perder
de vista que dicha homogenización amenaza a todo el mundo académico y universitario, el
cual, claro está, se caracteriza por la auténtica pluralidad y diversidad. Pero cuando estos
valores se conciben como desconectados de su fundamento último, que es la unidad

1
integralidad del conocimiento, y se absolutizan, entonces no sólo sucede que dichos valores se
desordenan y desdibujan, sino que también surgen complejas paradojas como que hemos
mencionado recién: pretendemos fomentar la pluralidad y la diversidad homogeneizando el
mundo académico y universitario.

Hablando de paradojas, debe decirse que esta situación es tan adversa como favorable
para la universidad católica. Adversa, claro está, porque la especialización, el secularismo y el
reduccionismo positivista son particularmente desafiantes para una institución que busca
promover la auténtica interdisciplinariedad, propia de la sabiduría entendida en todo su valor,
la apertura a lo trascendente y la complementariedad entre la fe y la razón. Al mismo tiempo,
el panorama hegemónico actual puede contribuir a que el valor distintivo de la universidad
católica sea percibido con mayor claridad, pues lo que es distinto destaca más cuando todo lo
que lo rodea es homogéneo. Ahora bien, para que realmente exista una enriquecedora
diversidad, la universidad católica debe ser auténticamente católica. La motivación para
aprovechar esta situación y renovar la universidad católica debe ser tanto interna (fidelidad y
compromiso respecto de la propia identidad y su plena realización) como externa (actualmente
la diversidad y la pluralidad son fuertes valores socio-culturales). ¿Qué significa que una
universidad católica sea auténticamente católica? Sobre esto nos ocuparemos a continuación.

Los principios fundamentales de la universidad católica: (1) unidad del conocimiento (2)
complementariedad fe y razón.

El carácter intelectual distintivo de la universidad católica puede sintetizarse en dos


principios fundamentales: La unidad del conocimiento y la complementariedad entre la fe y la
razón. Veamos brevemente cada uno de estos principios.

En primer lugar, es propio y distintivo de la universidad católica el profesar y fomentar


la unidad del conocimiento, lo cual consiste en reconocer una única verdad detrás de todo el
saber proporcionado por las distintas disciplinas académicas y científicas. Dicho principio se
apoya en una cosmovisión realista que entiende la existencia como un cosmos, es decir, como
un conjunto de seres que poseen una coherencia interna que hace de toda la realidad un todo
ordenado. Esto significa que, para lograr una comprensión profunda de la existencia, es
necesario tener una cierta comprensión del todo, lo cual únicamente puede lograrse a través

2
de una aproximación a la realidad sumamente interdisciplinaria, pues las disciplinas
individuales solamente pueden proporcionar una mirada parcial de las cosas.

Como veíamos más arriba, por definición la universidad investiga todo y busca integrarlo todo,
no porque le interese coleccionar saberes independientes sino porque entiende que la
comprensión profunda de la realidad se logra complementando e integrando saberes y tipos de
conocimiento en una única mirada. Sin la comprensión del todo, los saberes particulares
pierden profundidad y sentido. La universidad debe ser el lugar en donde se investigue y se
ponga de manifiesto esta maravillosa unidad del conocimiento, que no es otra cosa que el
reflejo de la unidad de la verdad que está detrás de toda la realidad y le da sentido a la
existencia como un todo orgánico. Ninguna disciplina es capaz de lograr o proporcionar este
tipo de conocimiento por sí sola. Ahora bien, entender y encarnar esto como principio
fundamental de la universidad implica asumir una cosmovisión determina, pues implica
reconocer que la existencia no se reduce a lo que las disciplinas particulares nos revelan con
mucho detalle y rigor científico, sino que hay algo más, tal vez menos tangible, pero
determinante y unificador de todos los conocimientos proporcionados por cada una de estas
disciplinas.

En última instancia, esta cosmovisión de fondo es lo que más se cuestiona hoy en día
en el mundo académico y universitario, a la luz de lo cual que se entiende con mayor claridad la
creciente fragmentación del saber y la falta de diálogo interdisciplinario. Dicha fragmentación
en el plano académico y estructural de la universidad redunda, inevitablemente, en la
formación de los estudiantes, quienes, al ingresar en instituciones de educación superior
marcadas por esta lógica, se ven obligados a ir de un lugar a otro, atendiendo a cátedras y
profundizando en disciplinas que no parecen tener ningún tipo de conexión o referencia a un
todo orgánico que las ponga en relación. Indudablemente, esta consecuente fragmentación de
estudiante es un preocupante efecto del descuido de este primer principio fundamental,
propio de la universidad católica: la unidad e integralidad del conocimiento.

Naturalmente, hablar de unidad del conocimiento e integración del saber implica


reconocer que las miradas parciales de cada disciplina pueden complementarse y enriquecerse
mutuamente, pues las disciplinas no están llamadas a ser herméticas y autosuficientes sino,
muy por el contrario, indispensables colaboradoras en la búsqueda conjunta de la única verdad
que sostiene y le da sentido y orden a toda la realidad. La universidad está llamada a
trascender el especialismo para embarcarse en la búsqueda de una síntesis superior del

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conocimiento, lo cual requiere fomentar y desarrollar el diálogo interdisciplinario y la
formación integral de los profesores y directivos. Este es el camino para contrarrestar la
dominante especialización de hoy en día con una mirada más amplia de la realidad. En palabras
del Cardenal Newman, la Universidad debe trabajar por formar un “círculo de conocimiento”
que ayude a desarrollar el “hábito filosófico de la mente”, el cual permite percibir todas las
cosas en relación unas con otras y, así, realizar juicios profundos acerca de la realidad.

En esta línea, es propio y distintivo de la universidad católica el darle un fuerte carácter


transversal tanto a la filosofía como a la teología, que son disciplinas que buscan el sentido
último de la realidad y, por lo tanto, son especialmente idóneas para cultivar esta mirada más
amplia e integral de la realidad. Si la filosofía y la teología pierden su centralidad e influencia en
el plan de estudios, aumentan las probabilidades de que las ciencias (incluidas las llamadas
“ciencias sociales”) cobren valores absolutos y se vuelvan normativas, cuando su metodología y
sus juicios son preminentemente fácticos.

En segundo lugar, es propio y distintivo de la universidad católica el promover una


auténtica complementariedad entre fe y razón. Naturalmente, este principio está muy en línea
con el mencionado anteriormente, ya que hablar de unidad e integración del conocimiento
significa reconocer que los caminos de acceso a la verdad (fe y razón) no están llamados a
oponerse sino a complementarse. En última instancia, la verdad que está detrás de toda
búsqueda intelectual y de toda forma genuina de conocimiento es una y la misma. Ahora bien,
la promoción de una complementariedad entre la fe y la razón es claramente más desafiante
que fomentar la colaboración entre las diversas disciplinas humanas y científicas, que ya es
bastante complejo. Esto se debe, fundamentalmente, a la actualmente imperante concepción
reduccionista de la fe, la cual, despojada de todo rasgo intelectual, frecuentemente es reducida
a una mera emoción o sentimiento de carácter privado.

La cada vez más frecuente erradicación de la fe, entendida como legítima vía de acceso
a la verdad, del mundo académico es, sin lugar a dudas, una gran tragedia. Tal como dijo el
Papa Francisco, “la mayor crisis de la educación es estar cerrados a la trascendencia”1, a la cual
la fe nos abre de un modo único e insustituible. Dicha apertura, como hemos dicho, no
representa una negación del acceso racional a la verdad. Por el contrario, a través de este
principio la universidad católica busca complementar y potenciar el conocimiento accesible a la

1
Papa Francisco, “Pope’s Q-and-A on the Challenges of Education,” Zenit, (23 de Noviembre, 2015),
disponible en: https://zenit.org/articles/pope-s-q-and-a-on-the-challenges-of-educa-tion.

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razón humana con la investigación de las verdades contenidas en la Revelación. La falta de
encuentro entre fe y razón, por lo tanto, no sólo degrada la fe a mero sentimentalismo, sino
que, además, empobrece la propia investigación de la razón, disminuyendo su alcance y
aumentando sus posibilidades de error. El Logos creador de todo el universo, revelado de
forma única a través de la fe, es el mismo que sostiene con coherencia y consistencia todas las
verdades expresadas en la gran diversidad de disciplinas humanísticas y científicas.

La complementariedad entre la fe y la razón es un gran antídoto contra la peligrosa


especialización, cada vez más presente hoy en día. En efecto, esta comprensión unificada de la
verdad, en donde razón y fe son sostenidas por un único Logos creador, permite romper con
toda pretensión de hermetismo y autosuficiencia de cualquier disciplina particular. La
comprensión de la realidad, el acceso a la verdad, solo se logra de forma conjunta y
colaborativa, articulando e integrando todas las metodologías y las vías de conocimiento al
alcanza del ser humano. Esta teoría del conocimiento, incluida su concepción de la verdad, y la
cosmovisión que la sostiene son distintivamente católicas.

Podríamos mencionar al menos dos grandes aportes que hace la fe al mundo


académico cuando se le da su debido lugar y es articulada con la razón. En primer lugar, la fe
aporta una formación espiritual que trasciende la pura lógica racional y científica, como son la
lógica del don, la importancia de la interioridad, la búsqueda de sentido último, la vocación
existencial y la comprensión de la persona humana como imagen y semejanza de Dios,
portadora de una dignidad incalculable. En segundo lugar, la fe aporta un propósito
trascendente que permite enmarcar el mundo práctico e instrumental de la razón en valores
morales y espirituales objetivos, sin los cuales se corre el riesgo de caer en un relativismo de
peligrosas consecuencias tanto para los individuos como para las sociedades.

La combinación de ambos principios eleva las pretensiones universitarias de una mera


expansión del conocimiento científico a la adquisición de una auténtica sabiduría, cuya lógica
interna es recibir la realidad en lugar de construirla. Esta sabiduría es cada vez menos frecuente
en el mundo académico y universitario, cediendo cada vez más terreno a una concepción
positivista y secularista del saber, según la cual el conocimiento racional y científico está
llamado a ser el criterio último y absoluto de verdad. La defensa y promoción de la auténtica
sabiduría, capaz de combinar todas las formas de conocimiento en una aproximación a la
realidad profunda e integral, se sostiene sobre los principios fundamentales de la unidad del
conocimiento y la complementariedad entre la fe y la razón y, como tal, es propio y distintivo

5
de la universidad católica. Como decíamos más arriba, el primer paso para promover y
desarrollar estos principios dentro de una universidad católica consiste en devolverle a la
filosofía y a la teología el lugar central y transversal que le corresponde dentro del plan de
estudios y de toda la vida universitaria.

El problema de la especialización

Si bien más arriba hemos hecho alusión a la relación que existe entre el auge de la
especialización en el mundo académico y el descuido de los principios fundamentales de la
universidad católica, aún no hemos explicado por qué la tendencia al “especialismo” es un
problema. Para desarrollar este último apartado, dedicado a esta cuestión, utilizaremos un
texto del filósofo español Ortega y Gasset (1883-1955) titulado La barbarie del “especialismo”.

Lo primero que debe decirse es que el problema no es la especialización en sí, es decir,


el dedicarse a una disciplina específica e incluso a determinadas temáticas dentro de esa
disciplina. A fin de cuentas, ser realmente solvente y competente en una gran diversidad de
disciplinas y ámbitos del saber es, sin lugar a dudas, un privilegio de algunos pocos. El
problema es cuando este afán por la especialización se vuelve tan absoluto que las disciplinas
comienzan a desconectarse entre sí. La especialización en total desconexión con el resto de las
áreas del saber: este es el problema.

En el texto anteriormente mencionado, Ortega y Gasset sostiene que el científico es el


modelo más representativo del hombre moderno, es decir, aquel que lo representa mejor. En
efecto, con el fin de lograr un progreso más rápido y agudo, la ciencia moderna se vio obligada
a promover la especialización fragmentando el saber. Dicho proceso es lo radicalmente opuesto
a la unificación. El problema de esto es que la ciencia misma no puede ser especializada o
fragmentada, pues ninguna disciplina científica funciona totalmente aislada de las demás.
Ninguna ciencia empírica, por ejemplo, puede funcionar correctamente si es completamente
separada de la lógica o la matemática. Por tanto, este tipo de especialización atenta contra el
sentido mismo de ciencia. En efecto, la especialización fue haciendo que los hombres de
ciencia se dediquen a ámbitos del saber cada vez más reducidos y aislados, lo cual lleva a una
progresiva pérdida de la sabiduría, es decir, del saber profundo e integral que logra percibir la
realidad como todo, en dónde todas las cosas están relacionadas. Sin esta sabiduría, el hombre
de ciencia se vuelve una persona que “de todo lo que hay que saber para ser un personaje

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discreto, conoce sólo una ciencia determinada, y aún de esa ciencia sólo conoce bien la
pequeña porción en que él es activo investigador”.

Este tipo de especialización conduce a los hombres a ser sumamente competentes en


determinados aspectos de una disciplina específica a costa de un total desconocimiento de
todas las demás áreas del saber y las relaciones y conexiones que existen entre ellas. “El
especialista “sabe” muy bien su mínimo rincón de universo; pero ignora de raíz todo el resto”,
lo cual hace que el hombre de ciencia actual sea bastante paradójico: no es un sabio, porque
ignora todo lo que está fuera de su especialidad, pero tampoco es un ignorante, porque
“conoce muy bien su porciúncula de universo”.

Ahora bien, a pesar de los resultados concretos que pueda proporcionar este tipo de
especialización, lo cierto es que no representa un auténtico desarrollo del potencial humano,
pues es mucho más fácil llegar a ser un hombre de ciencia especializado que un sabio. En
efecto, promover, buscar y eventualmente alcanzar la sabiduría es algo bastante más complejo
que ser un especialista. Por lo tanto, una universidad que abandona el camino de la sabiduría y
deja de proponérselo a sus estudiantes con el fin de dedicarse a este tipo de especialización se
está degradando a sí misma: especializarse es mucho más fácil y mezquino que aprender a
dominar e integrar saberes. El resultado de esto está a la vista: mientras hoy en día hay más
hombres de ciencia que nunca, las personas cultas o sabias son cada vez menos.

Ortega y Gasset aborda distintos tipos de consecuencias de la especialización, tanto en


las personas concretas como en el plano institucional y social, dentro de las cuales destaca la
siguiente: la incapacidad del especialista de subordinarse a instancias superiores. En efecto, la
total desconexión entre el área de competencia y el resto de los saberes hace que el
especialista se comporte como un docto y una autoridad frente a cuestiones que desconoce
totalmente, lo cual acarrea perjuicios tanto para él como para la sociedad entera. En palabras
del filósofo español:

La advertencia no es vaga. Quienquiera puede observar la estupidez con que piensan,


juzgan y actúan hoy en política, en arte, en y religión y en los problemas generales de la vida y el
mundo los "hombres de ciencia". y claro es, tras ellos, médicos, ingenieros, financieros,
profesores, etcétera. Esa condición de "no escuchar", de no someterse a instancias superiores,
(…) llega al colmo precisamente en estos hombres parcialmente cualificados. Ellos simbolizan,
ten gran parte constituyen, el imperio actual de las masas, y su barbarie es la causa inmediata de
la desmoralización europea.

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Esta “incapacidad para someterse a instancias superiores” también aplica a la relación
del hombre con la realidad. Tal como hemos dicho más arriba, la búsqueda de la verdad en la
universidad católica es preminentemente contemplativa, pues consiste en recibir realidad en
lugar de construirla. Ahora bien, para lograr esto, es necesario adoptar una actitud de
humildad e inferioridad respecto de la realidad, considerada más grande, profunda y misteriosa
que la razón y el conocimiento humano. La perdida de esta mirada contemplativa de la
realidad, sustentada por una cosmovisión realista que pone al resguardo la verdad y el bien
objetivos, está directamente relacionada con la absolutización de la especialización, la cual
conduce a la desintegración del saber y la incapacidad de someterse, como bien dice Ortega y
Gasset, a instancias superiores.
El último punto en relación con el problema de la especialización que vale la pena
mencionar aquí tiene que ver con la forma en que el especialismo concibe la realidad. Existe
una importante brecha entre lo que es la realidad en sí misma, compleja, repleta de relaciones
e interconexiones, diversa y multidimensional, y lo que el saber especializado nos transmite de
ella. En efecto, especializarse al detalle en una disciplina sin entenderla en relación con el resto
del saber lleva a una simplificación de la realidad, pues pretende explicar algo complejo,
diverso y multidimensional desde una única perspectiva. Esta falta de adecuación entre la
riqueza de la realidad y la aproximación especializada a ella da como resultado peligrosos
reduccionismos de todo tipo, como las concepciones antropológicas simplificadas
(materialismo, conductismo, etc.) o la interpretación del funcionamiento social meramente a
partir de variables económicas. Por lo tanto, la auténtica búsqueda de la verdad exige una
aproximación a la realidad integral e interdisciplinaria, cuyo conocimiento refleje la
complejidad y la multidimensionalidad de la existencia. A este tipo de saber aspira la
universidad católica con la promoción y el desarrollo de sus dos principios fundamentales: la
unidad del conocimiento y la complementariedad entre la fe y la razón.

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