El Duque de Todos Los Pecados - Stacy Reid (Antología)
El Duque de Todos Los Pecados - Stacy Reid (Antología)
los Pecados
STACY REID
(Parte de la Antología —Big Duke Energy)
Traducción: Manatí
Lectura Final: Amber
Lectora 0: Shadow
Sinopsis
Ethan Benedict, Duque de Bainbridge, ha sido
durante años objeto de temor, fascinación y chismes
salaces. Para muchos, su reputación lo convertiría
en un improbable salvador de un bebé abandonado
en su puerta. Pero Ethan vio al niño como un
camino hacia la redención.
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Capítulo Uno
HAMPSHIRE, KELLITCH HALL
El caballero que abrió la puerta sólo podía ser el propio duque. Su porte era el de un
hombre seguro de su importancia e influencia en el mundo. Llevaba un abrigo de
color carbón y un chaleco azul hielo que se ajustaban perfectamente a su cuerpo
delgado y musculoso. Su pelo negro como la noche necesitaba un recorte, y los
ángulos de su mandíbula eran salvajes y elegantes. Este caballero sólo podía ser
Ethan Benedict, Duque de Bainbridge, un hombre que había sido objeto de temor,
fascinación y chismes salaces en la alta sociedad durante varios años. Parecía más
joven de lo que ella había imaginado, menos disipado, pero inquietantemente
solitario. Lady Verity Stanton no sabría decir qué le dio esa impresión. Tal vez fuera
la rigidez de sus hombros o la boca plana y sin sonrisa.
O probablemente fuera la forma en que su figura enmarcaba la puerta de la
hermosa casa que tenía ante sí. Estaba construida en piedra de color ocre pálido, con
un muro que protegía la entrada principal. Los tres pisos estaban revestidos de altas
ventanas y rematados con una barandilla decorada, interrumpida por pequeños
pilares. La fachada central era clásica, de mármol blanco, con cuatro grandes pilares
lisos y un tímpano triangular 1encima, también blanco. Tres estatuas clásicas se
encontraban en las esquinas del tímpano y miraban al duque y a la cesta que había
debajo. Verity sintió su mirada pétrea sobre ella, y durante unos instantes consideró
si querían advertir a su dueño pícaro sobre los intrusos.
Agarrando de la chaqueta a su pequeño amigo, lo puso en cuclillas para
ocultarlos de la escalofriante mirada que recorría el patio y el bosque. Desde donde
se escondían, Verity no podía discernir el color de sus ojos, pero sintió intensamente
la penetrante profundidad de los mismos cuando la mirada del duque alcanzó a ver
el carruaje que traqueteaba por el camino empedrado de grava, huyendo claramente
de lo que fuera que habían puesto en su puerta. Sus ojos seguían el paso del carruaje
veloz.
Verity y Artie habían llegado demasiado tarde. Después de ver la carta de su
hermana, Verity había montado en su caballo y cabalgado con Artie como si los
persiguieran los sabuesos del infierno, y aun así habían llegado demasiado tarde.
~*~
Cásese conmigo.
—Yo... ¿qué?— Las palabras de Verity escaparon como un chillido poco elegante.
No había excusa para ello, pero nunca esperó esas palabras del duque. Estaba segura
de que había algún malentendido.
—No hace falta que ponga esa cara de horror—, dijo él. —Será usted una
duquesa.
Esto fue tan inesperado que ella se sintió desfallecer. —¿Una duquesa?
—Sí.
Sorprendentemente tuvo ganas de reír. —Esto es una pobre broma, Su
Excelencia. Una pobre broma en verdad, y una que no puedo comprender en este
momento.
Otra de esas sonrisas tocó su boca, la que sugería que se divertía con ella y
posiblemente con el mundo entero. El hombre era realmente perfecto y
despiadadamente guapo. Verity no se fiaba de él. Incluso le resultaba doloroso
admitir que lo encontraba un poco intimidante, a pesar de que durante los últimos
meses ella había levantado la barbilla y se había enfrentado a la sociedad sin un ápice
de miedo o inquietud. Maldito sea este duque por hacerla sentir este lío de
sensaciones.
—No es ninguna broma. Mientras me sentaba antes en esta silla y planeaba el
futuro del niño, me di cuenta de que necesitaría una madre. Una niñera por sí sola
nunca será suficiente—, afirmó. —Ya deduje que fue su madre -que sabía de mi
conexión con su padre- quien dejó al niño en mi puerta, y usted está en serio
desacuerdo con sus acciones. Dado que podría hacer algo aún más imprudente que
irrumpir en mi casa, la mejor solución es un matrimonio entre las dos partes que
tienen interés en el niño.
Él hablaba completamente en serio. La comprensión hizo que su corazón
martilleara.
El duque continuó: —Comprenderá que se trata de una oferta de matrimonio de
conveniencia. Veo que será una molestia con respecto al pequeño Thomas, y como
podría verme obligado a prescindir de usted, debo hacerla partícipe de mis planes.
—Acabaría conmigo—, dijo ella débilmente, con el corazón empezando a latir
con fuerza.
Ese brillo astuto volvió a iluminar sus ojos. —Sí. Podría hacer que la
transportaran a otro país sin esperanzas de volver a la orilla de Inglaterra.
Ella se aclaró la garganta. —¿Y hacer que forme parte de su plan es tomarme
como su esposa, su duquesa?
—Thomas necesitará una madre, una que lo ame y no lo trate como un bastardo.
Creo que usted reúne los requisitos para el puesto.
—Lo dice en serio—, dijo ella, todavía asombrada y asimilando las
implicaciones.
—Sí.
Tal vez había algo más de lo que él decía. —Supongo que querrá un heredero y
un repuesto...—, comenzó ella, sólo para detenerse cuando los labios de él se
torcieron en una cruel y oscura sonrisa.
—No habrá necesidad de eso—, dijo él.
—¿De qué?
Él se acercó, su expresión era inescrutable. —De un heredero o un repuesto.
Ella dejó caer su mirada hacia la parte frontal de su pantalón.
—Es una descarada, ¿verdad?
Por un momento, ella sólo pudo mirarlo fijamente y entonces sus mejillas se
calentaron. Verity odiaba haberse sonrojado. Una mujer conocida en el campo y en
Londres como una escandalosa y una ruin desgracia no debería poder sonrojarse. —
¿Es usted impotente?—, preguntó con voz ahogada.
Él la miró fijamente durante un largo momento. —No.
—Entonces...— Oh, tal vez él no se sentía en absoluto atraído por ella. La idea
era mortificante, especialmente cuando ella lo encontraba tan notablemente
atractivo. —Yo...
La atravesó con su intensa mirada y se limitó a esperar que sus dispersos
pensamientos dieran sentido a su extraordinaria oferta. Ser duquesa significaría
mucho para su familia. La familia se había sumido en una ardiente ruina al caer su
hija mayor en desgracia con un hijo fuera del matrimonio. Luego, la más joven había
abandonado su dependencia y había huido para apoyar a su hermana cuando la
familia apartó a Catherine de sus filas.
“Las hijas deshonradas”, las habían llamado las hojas de escándalo durante
semanas, y luego el aire viciado de su escándalo las había perseguido hasta el campo,
donde se habían encontrado con la despiadada voluntad de su padre, que dio la
espalda a Catherine y la alejó de su hogar.
Su corazón se alojó en su garganta. Y ahora Catherine ha huido y nos ha abandonado,
dejándome sola para decidir nuestro futuro.
Capítulo Cinco
Verity se sintió asustada y esperanzada. La desconcertante dualidad de las
emociones que chocaban en su interior hizo que le dolieran los dientes. Ser la
duquesa de este hombre... de este desconocido. Su esposa. Tal vez nunca su amante.
Pero esto podría ser lo que ella y Artie necesitaban para cambiar el rumbo de todo
lo malo, desesperado e incierto de los últimos dos años.
—No puedo creer que la mujer que irrumpió en mi casa con el plan de robar un
niño se haya quedado sin palabras. ¿O es que está conspirando?
Ella se sonrojó. El duque la consideraba una cretina diabólica. —Yo... no sé qué
decir.
—Diga que será mi duquesa.
Verity tragó saliva. Esto era una locura. —Si conociera la verdadera magnitud
de mi posición pública, no me habría ofrecido tan despreocupadamente ningún tipo
de vínculo—. Oh, Verity, ¿qué estás haciendo? Aun así, ella continuó: —Mi reputación
es... es bastante dudosa.
—Así es como me gustan—, dijo él suavemente. —Una combinación perfecta
con la mía.
La réplica se estranguló en su garganta. Verity cerró los ojos brevemente antes
de encontrarse con su mirada. —Aunque en algunos círculos lo llaman el Duque del
Diablo, nadie le impide entrar en los salones ni lo persigue en las tiendas. Sigue
siendo invitado a todos los eventos de la alta sociedad; los hombres se inclinan
cuando pasa por delante de ellos, y las damas hacen respetuosas reverencias.
Algunas incluso dejan caer su pañuelo a sus pies, y otras trepan a su cama después
de las veladas. Usted, mi buen duque, no es rechazado, y a pesar de su notoriedad
de ser un duque que conoce íntimamente todos los pecados, muchas familias sueñan
secretamente con alinearse con la suya. He ido a la iglesia con el pequeño Thomas y
me han pedido que me vaya mientras toda la congregación, incluidos mis padres,
nos miraban con reproche y condena. Me han negado el simple placer de comprar
cordones y sombreros al sombrerero del pueblo, e incluso me han lanzado un huevo.
Su voz se quebró con estas últimas palabras y cuadró los hombros.
—¿Se arrepiente?—, preguntó él con una indiferencia escalofriante.
—No—, dijo ella con firmeza, aunque su corazón sufría un dolor feroz. —Tomé
una decisión y comprendí entonces que viviría con las consecuencias.
Aunque había sido una ingenua de diecisiete años, le horrorizaba que su madre
y su padre le dieran la espalda a su hija. Verity se había comprometido a las seis
semanas de su debut, y todas esas esperanzas y sueños tontos se vieron truncados
cuando se reveló el estado abultado del vientre de su hermana. Verity había elegido
exiliarse con su hermana, viviendo en una modesta casa de campo en Hertfordshire.
Había optado por apoyar a Catherine cuando su historia inventada de que era viuda
se había desmoronado, y ni siquiera el carnicero local le vendía carne a su casa. Se
había mantenido firme porque el pequeño Thomas era una dulce y hermosa
bendición que debía ser protegida a toda costa.
—No me arrepiento—, dijo Verity, parte de ese dolor viajando desde su
garganta hasta arder detrás de sus ojos.
¡Oh, Dios, no llores, Verity!
—Bien—, dijo él con rotundidad.
—Así que no me equivoco, este será un matrimonio de conveniencia sin hijos.
—Sí.
Ella odiaba lo desapasionado que sonaba, como si no discutieran un asunto de
suma importancia, una unión de vida hasta la muerte. —¿Y si me niego?
—Formará parte de la vida de Thomas como mi esposa. Que quede claro, Lady
Verity, esa es la única forma en que lo verá.
Las crueles palabras fueron como un duro golpe que la hizo retroceder un paso.
—Es mi sobrino—, dijo ella, con la voz ronca. —No tiene derecho a alejarme de él.
—Se equivoca—, dijo él con algo parecido a un gélido desprecio. —Usted no
tiene nada que ofrecerle.
—Lo amo y...
—¡Amor! Qué tontería más grande.
Esta vez no había manera de confundir el desprecio.
—¿Puede el amor vestirlo y alimentarlo? ¿Puede enviarlo a las mejores escuelas
y proporcionarle una vida decente cuando sea mayor de edad? ¿De qué le puede
servir su amor y su reputación que le asegure un lugar en el mundo? ¿Tiene dinero
para usted? ¿Una solución para él? ¿Qué hará su amor, aparte de arruinarlo aún
más? ¿Qué poder tiene usted por su cuenta para asegurarle una buena vida?
Él dio un paso hacia ella, con su bastón golpeando el suelo con una amenaza
discordante. Traía consigo un aire de gélida indiferencia hasta que ella lo miró a los
ojos. Ardían con un fuego de propósito que ella no entendía, y con una horrible
sensación de hundimiento en el estómago, Verity comprendió que nunca sería capaz
de arrancar a Thomas de sus garras.
—Yo le ofrezco una vida de dignidad y riqueza. Será mi hijo en todos los
sentidos posibles. Heredará mi ducado y toda mi riqueza.
—Eso no es posible—, dijo ella, —Él... no hay registros de que sea suyo ni de su
nacimiento...
—Yo soy el Duque de Bainbridge—, dijo él con frialdad. —Yo crearé los
registros.
El despiadado poder que implicaba la conmocionó. —¿Y qué hay de sus propios
hijos?
Sus labios se torcieron. —Ya le he dicho que no habrá heredero.
Ella respiró tranquilamente. —Así que nuestro matrimonio será sólo de nombre,
sin consumación y...
Un ruido bajo y áspero salió de él, un sonido de diversión tal vez.
—Habrá relaciones íntimas—, dijo. —Una y otra y otra vez.
Un sentimiento caliente y confuso se estremeció en su vientre. —¿Entre
nosotros?—, preguntó ella tontamente.
Él le inclinó la barbilla con la punta de un dedo. —Sí.
—Yo... no lo entiendo.
—Extraño, la había percibido como una dama de rápido ingenio.
—Es una tontería, pero tengo la tentación de darle una patada en la espinilla.
Él se rió, el sonido bajo y áspero, un tono masculino profundo que llegó a lugares
fríos y la calentó. Sospechó que su risa no tenía nada que ver con las caóticas
sensaciones que se agitaban en su vientre, pero tal vez, era la punta de su dedo que
aún permanecía en su barbilla, y la mirada de calor acumulado en sus ojos.
—Déjeme ser franco.
Ella le lanzó una mirada peculiar. —Por favor, Su Excelencia.
—Estará en mi cama y debajo de mí al menos cada noche durante los primeros
meses. Una vez que me acostumbre a la idea de que esté allí, tal vez disminuya la
frecuencia, ¿hmm?
Ella apretó los muslos contra una repentina subida de calor. Verity no podía
creer que él fuera tan perversamente descarado con ella. Se miraron fijamente, sin
moverse, pero había un brillo desafiante en sus ojos. Ella se aclaró la garganta con
delicadeza. —Creo que compartir un lecho matrimonial y los niños están
emparentados, Su Excelencia.
Él parecía divertido. —Hay formas de evitarlo.
Oh, Dios. —No hay acuerdo—, susurró ella. —A menos que...
—No está en condiciones de negociar—, dijo él con una mordacidad gélida, con
ese brillo sensual adquiriendo un matiz astuto.
—Siempre he querido tener mis propios hijos—, dijo ella con una respiración
temblorosa. —No puedo entrar en un matrimonio que me niegue esa alegría.
—¿Alegría?
—Sí.
—¿Qué me importa su alegría?
—Así es como funciona un matrimonio, incluso los que son de conveniencia. Es
una necesidad y un beneficio mutuo.
Su expresión se ensombreció. —Está arruinada. Sin ninguna perspectiva. Si me
retracto de mi oferta, su vida seguirá siendo como ahora, vacía y hueca con poco que
la llene. ¿Qué hijos son esos con los que fantasea?
Ella se estremeció. —Es usted cruel.
—Soy realista, y dada su situación, usted también debería serlo.
—Se preocupa por Thomas—, dijo ella, dando un paso audaz hacia él. Estaban
de pie tan cerca que el dobladillo de su vestido rozaba los pies descalzos de él,
recordándole que estaba sola, en plena noche, con un caballero al que muchos
llamaban el Duque del Diablo por sus muchas actividades ilícitas y pecaminosas.
Recordó haber leído sobre él en las hojas de escándalo y, con una sensación de
asombro, se preguntó cómo sería ser tan libre, vivir la vida sin ningún temor a las
consecuencias o a la condena.
—Así es—, dijo él con rotundidad.
—Tanto si su cuidado se debe a los lazos del amor como a la culpa... se preocupa
por él—. Verity no pudo decir por qué, pero levantó una mano para acariciar su
mandíbula. El duque se sumió en una notable quietud, y sus vivos ojos verdes se
encendieron en señal de sorpresa durante un breve instante. Sin embargo, no se
apartó de su tacto, y ella se preguntó si se había dado cuenta de que había inclinado
la cara hacia la palma de su mano.
—Me ha pedido que sea su duquesa por una razón. Y es porque sabe que amo a
Thomas y que seré una madre para él. Soy la elección fácil, la elección sabia, la única
elección. Lo sabe, y sospecho que no está dispuesto a recorrer el mercado
matrimonial para elegir un diamante que tenga mi compasión y amor por el
pequeño Thomas. Sabe que podría ser la única dama dispuesta a aceptarlo en su
vida, en nuestra vida, a pesar de su ilegitimidad, y ayudarlo a crecer con amor y
respeto, y no atreverme a culpar a este dulce niño por los fallos o la estupidez de sus
padres. Aunque su diamante no se oponga a su elección, podría hacer la vida de
Thomas miserable, y la de usted. Como dice el refrán, “Es mejor vivir en el desierto,
que con una mujer contenciosa e iracunda”.
Ella frotó suavemente su pulgar por el pómulo de él y sobre la elegante arista de
su mandíbula, sintiendo a través de sus guantes las crestas fruncidas de una cicatriz.
—Diré que sí a ser su duquesa si me asegura un poco de mi propia felicidad,
duque.
Un ceño fruncido dividió sus cejas, y ella continuó antes de que él pudiera
intervenir. —Lo amaré como si fuera mi hijo. Amo al pequeño Thomas. Lo criaré con
todo el respeto como si fuera mío. Sin embargo, algún día necesitaré mis propios
hijos, niños y niñas. Los quiero. Por favor.
Una peligrosa quietud cayó entre ellos.
—¿Es esa su única contra oferta?— Los ojos de él se estrecharon en el rostro de
ella. —Ah, ahí está, ¿en qué ha pensado hace un momento para merecer ese destello
de hambre cruda en sus hermosos ojos? ¿Qué más quiere?
Amor, quiso gritar, luego se sintió extraordinariamente tonta. ¿Había existido
alguna vez un matrimonio de conveniencia que desembocara en un amor real, en el
que se apreciaran y confiaran mutuamente? Incluso si lo hubiera, mirando fijamente
a los ojos indiferentes del duque, Verity no podía imaginar que ese destino fuera
posible para ella con este hombre. La sensación de pérdida era sorprendente e
inesperada, ya que había estado viviendo una vida de exilio de las gracias sociales y
la aceptación, con pocas esperanzas de un futuro feliz con un esposo e hijos a los que
llamar suyos. Sería muy tonta si renunciara a esta oportunidad. Aquí se le ofrecía
una especie de refugio contra el mundo duro y cruel al que había estado expuesta,
y aún podía conservar a su pequeño y dulce Thomas. —No quiero nada más—,
susurró.
Tuvo la curiosa sensación de que lo había sorprendido.
—Pragmatismo despiadado. Me gusta—, dijo él, bajando un poco la cabeza. —
Comprenderá que valoro el pragmatismo y la lógica en mi duquesa.
Verity dejó que su mano se apartara de la mandíbula de él. —Eso es todo lo que
obtendrá de mí—. Como si ella fuera a ser tan tonta de enredar su corazón con un
hombre tan indiferente.
Esa sonrisa... ahí estaba de nuevo, en la curva apenas perceptible de su boca.
—Exijo fidelidad y lealtad.
—Bien—, susurró ella, asustada y fuera de sí, preguntándose si estaba
cometiendo un terrible error. —Exijo lo mismo.
—Lo tendrá.
Ella respiró hondo y se lanzó al frente. —Hay un rumor de que tiene una amante
en la ciudad que le envía rutinariamente cartas profesando su amor.
Él se sobresaltó, pero rápidamente disimuló su reacción. —Deduzco que es
usted una ávida oyente de rumores.
Verity le sonrió, y dedujo que aquella relación era intensa dado que sus ojos
brillaban. —Admito mi debilidad, y que leo las hojas de escándalo.
—Sí. Tengo una amante.
El lento golpe de su corazón fue doloroso. Se miraron fijamente durante un largo
momento, la mirada de él heladamente calculadora y Verity esperando que la de ella
mostrara su atroz resolución. —Procure acabar con ello, Su Excelencia.
Se hizo el silencio mientras se estudiaban mutuamente. —Hecho.
El dolor de su vientre se calmó. —Bien—, susurró una vez más.
Inesperadamente, él sonrió, y eso le dio un aire perverso y sensual. —Muy bien,
Lady Verity. Sellemos nuestro trato con un beso.
Capítulo Seis
Ethan casi se rió al ver la cara de asombro y alarma de Lady Verity. Una conmoción
bien merecida por actuar de manera tan imprudente, con su ya endeble lugar en la
sociedad. No es que debiera importarle. No conocía su carácter, ni estaba realmente
interesado en conocerla.
Sin embargo, será mi esposa.
Ella sacudió la cabeza como si estuviera aturdida. —¿Un beso?
El diablo que había en él instó a Ethan a burlarse de ella, a provocarle más rubor
en esas encantadoras mejillas. —Sí, sólo un beso bastará—, murmuró, un poco
sorprendido de haber sentido la necesidad de burlarse de ella.
Durante tanto tiempo había existido en el profundo fango de la culpa y el vacío,
que la brillante luz de ella le parecía sospechosa.
—Está comportándose como un granuja—, dijo ella con un siseo ardiente.
—Hmm—, convino él. —Un canalla de la peor clase.
—¿No tiene vergüenza, Duque?
—Ninguna. Es mejor que lo comprenda ahora.
Su intercambio fue inesperado y enloquecedoramente maravilloso. Ella aspiró y
sus dientes se hundieron en su exuberante labio inferior. Ethan sintió el súbito e
inexplicable deseo de besarla, ardiente y profundamente. Ya no se trataba de
provocarla. En otro tiempo, habría actuado según esos impulsos sin pensar en las
consecuencias. Ahora, dudaba. Examinó el deseo desde todos los ángulos,
preguntándose por el peligro de ceder a él.
Ella enderezó la espalda y se acercó vacilante a él. Ethan esperó a ver qué hacía
Lady Verity cuando se acercaba. El pulso se le aceleraba mientras anticipaba las
sensaciones de tomar entre sus brazos a esa enigmática joven. Había sido una
decisión impetuosa proponerle matrimonio, pero su crianza era aceptable, y era una
perspectiva atractiva para calentar su cama por el resto de su vida. Tenía suficiente
determinación y fuego para no aburrirlo. Se preguntó hasta qué punto su deseo de
acostarse con ella y la necesidad de una madre cariñosa que atendiera a Thomas
habían influido en su resolución de tomarla como esposa. Ambas cosas habían
contribuido en gran medida, pero la posibilidad de robarle un beso antes de que se
casaran era lo más importante para él.
Era extraño que sintiera esta expectación ante la idea de un simple beso cuando
muy pocas cosas le habían provocado entusiasmo durante varios meses.
—Muy bien, un beso para sellar nuestro trato—, dijo ella.
Una embriagadora oleada de expectación recorrió a Ethan, que se inclinó
ligeramente para besarla, y ella se estiró y rozó rápidamente con su boca la línea de
su mandíbula. Él cerró los ojos y se deleitó con los dulces susurros de la sensación
que le llegaba a la mandíbula, saboreando el fugaz contacto. La maldita pícara lo
había besado en la mejilla. Luego se apartó rápidamente y dio un paso atrás. Ethan
se rió entonces, y ella se volvió y lo miró con desprecio, parecía que no le gustaba
ser la fuente de su diversión.
—¿Qué edad tiene?—, preguntó él, realmente desconcertado por la forma en que
ella deleitaba sus sentidos.
—Diecinueve—, dijo ella con voz ronca.
Eso lo sobresaltó. —Es usted una simple niña.
Ella agitó la cabeza y aquellos hermosos ojos azules brillaron con un irresistible
fuego interior. —Soy una mujer.
Se sintió repentinamente divertido. Ethan se adelantó y sujetó sus muñecas, sin
apretarlas, pero sin permitir que se resistieran. La atrajo hacia él, de modo que su
cuerpo quedó pegado al suyo. Luego le echó la cabeza hacia atrás y tomó su boca,
forzando un jadeo de ella. Su gemido fue la oportunidad para profundizar el beso y
para que su lengua se introdujera en las profundidades de su dulce boca. Podía
sentir su reacción visceral ante la proximidad de ella, y cómo se sobresaltaba. Su
verga se agitó, su corazón se aceleró y un deseo caliente y urgente se enroscó en sus
entrañas.
Ethan respiró el aroma de lavanda que lo invadía. Ella se ajustaba a él
perfectamente, con sus pechos y su sexo apretados contra su cuerpo. Era una pena
que se interpusieran varias capas de ropa entre ellos, pero los labios de ella eran
deliciosos cuando él los recorrió con su lengua.
Un gemido alarmado salió de la garganta de Lady Verity. Buscó serenarse
respirando lentamente, deseando que su cuerpo se relajara. Ethan le soltó las
muñecas y se las pasó por el cuello, y luego la acercó, sujetando con una mano un
contorno de su trasero y con la otra acariciando su nuca, mientras empleaba su boca
para conquistar la de ella.
Verity suspiró suavemente en su abrazo y un escalofrío la recorrió. Las manos
de su pequeña dama se enroscaron alrededor de su cuello, enhebrando sus dedos
con delicadeza en los oscuros rizos de su cabello, con el rostro enrojecido por la
emoción, ella no se resistió a su beso y él observó sus ojos mientras complacía su
boca.
Él fue implacable pero gentil, comprendiendo que, a pesar de la sensualidad de
su hermana, Verity nunca había sido besada de esa manera. Ella suspiró y él le
mordió el labio inferior, instándola a abrir más la boca para que él pudiera
profundizar el beso. Dejó que su lengua acariciara el interior de su boca, que se
enredara con la de ella mientras inclinaba su cabeza, ahondando en un beso ya
demasiado íntimo. Ella era una criatura apasionada, y con un gemido ahogado
enredó su lengua con la de él mientras le devolvía sus acciones, lametón tras
lametón.
Su sabor era indescriptiblemente dulce y carnal. Los dedos de ella tiraban ahora
de su pelo mientras respiraba en su boca. Luego sus manos se movieron para
acariciar su cuello y aferrarse a sus hombros, mientras su abrazo se convertía en todo
lo que Ethan podía desear. Finalmente rompió el beso, con el pulso acelerado y las
entrañas doloridas por el deseo.
Ethan no aflojó su abrazo, manteniéndola aprisionada en la cuna de sus brazos.
No quería dejarla marchar, pero al final su respiración agitada volvió a ser más o
menos normal. La piel de ella estaba deliciosamente sonrojada, el rubor se adentraba
en el cuello de su vestido. Él deseaba que estuviera más elegantemente vestida para
poder tocar más piel, ya que los vestidos de las damas eran más reveladores, pero
rozó con el pulgar un pezón endurecido, y ella inhaló profundamente y se apartó,
mirándolo con los ojos abiertos, con la mano pegada a la boca.
¿Quién podría imaginar que bajo esa apariencia inocente se escondía una mujer
tan apasionada? Él esperaría a explorar sus exuberantes curvas en su noche de
bodas. —No se sorprenda tanto—, murmuró él. —Es bueno que haya pasión entre
nosotros. La mayoría de los matrimonios son fríos y vacíos.
Un suave gemido salió de la cuna y se apresuraron a ver al pequeño Thomas.
Verity llegó primero a la cuna y levantó a su sobrino. Thomas se acurrucó en su
cuello mientras ella le canturreaba al pequeño. Pronto, el niño se quedó dormido en
sus brazos y una expresión de gran satisfacción se instaló en el rostro de Verity.
Ella se encontró con sus ojos por encima de la cabeza del bebé, y a Ethan se le
retorció el corazón. Se sentía incómodo con las emociones que veía en la
profundidad de su mirada. Esa gratitud cuando no lo merecía.
—No se haga ilusiones sobre mí—, le advirtió. —Soy el villano de la historia. Me
conviene casarme con usted, ya que me hace la vida más fácil. No lea más de lo que
hay, Lady Verity.
Su expresión no cambió. —No olvidaré que usted valora el pragmatismo—,
murmuró. —Aun así, le agradezco que me haya dado esta vida con Thomas. Me
esforzaré por ser para usted una buena duquesa.
Él no respondió a eso. —La veré en el salón cuando haya terminado de
atenderlo—. Luego se dio la vuelta y se alejó. Ethan abrió la puerta y se detuvo
cuando ella lo llamó.
—¿No le preocupa que se lo robe tan pronto?
—Sólo una tonta actuaría en contra de su propio interés, y puedo decir que usted
no es tonta.
—¿Por qué es el villano de la historia?
Sus tripas se apretaron y esas negras y peligrosas emociones se anudaron en él.
Ethan no contestó, se limitó a atravesar la puerta hacia el pasillo y cerrarla tras de sí.
Capítulo Siete
Verity volvió a colocar al bebé Thomas en su cuna, pero rechazó la oferta de Ethan
de que le prepararan una cama. Sabía, por una mirada al duque, que si aceptaba esa
sugerencia, no dormiría sola. Había que pensar en Artie, y no estaba tan lejos de la
posada, y de allí a la casa de campo sólo había otros quince minutos. La luna estaba
llena y alta, y podrían recorrer esa distancia antes de que se ocultara. Ethan exigió
las indicaciones para llegar a la pequeña cabaña en la que vivían, que ella le
proporcionó. Luego la dejó salir por la puerta principal de la casa y la vio partir.
Ella recorrió el camino de la entrada de la casa bajo su ardiente mirada. Cuando
llegó a la puerta principal, esperó a que Ethan entrara y la puerta se cerrara para
silbar la melodía de un zarapito2, con la esperanza de que Artie la oyera. Poco
después, corriendo agachado, Artie apareció desde la cobertura de unos árboles.
—No tienes al pequeño Thomas—, dijo.
—No—, respondió Verity con un suspiro. —Por razones que aún no entiendo,
el duque está decidido a quedarse con él.
—¿Qué vamos a hacer?
Ella inhaló suavemente. —El duque me ha pedido que me case con él. Así podré
ser la madre del pequeño Thomas.
Artie tropezó. —¡No es posible! ¿Serás una maldita duquesa?
—¿Estás tan seguro de que he dicho que sí?
—Por supuesto: quieres al pequeño Thomas.
Verity sonrió y pasó una mano por el hombro de Artie. —Hará falta algún ajuste
por nuestra parte, pero no me preocupa.
—¿Nuestra parte?
Fue entonces cuando oyó el temblor en su voz. —Sí, no vamos a separarnos.
Un gran suspiro de alivio salió de su pequeño cuerpo. —¿Qué pasa si el duque
dice que no puedo quedarme contigo?
2
El zarapito real es un ave con un canto muy llamativo y bonito
Ella se había encontrado con Artie robando en sus pequeños jardines. Había
aparecido medio muerto de hambre, y tan desesperado que el corazón de Verity se
había ablandado, y desde entonces se había quedado con él. —Tú eres mi familia,
Artie. Él no dirá eso—, prometió ella. —Sospecho que el duque es más amable de lo
que podríamos haber previsto.
—¿El Duque del Diablo?—, preguntó él con escepticismo. —¿Amable?
Verity se rió, lamentando que todavía sintiera esa energía nerviosa corriendo
por sus venas. —Ya veremos, ¿no?
Caminaron hasta el lugar donde habían dejado los caballos y luego partieron
juntos hacia la casa de campo. Ella hizo todo lo posible por olvidar el sensual beso,
pero se encontró anticipando el siguiente capítulo de su vida. Hacía tan sólo unas
semanas, sentada bajo un haya, mirando el sol que caía, se había preguntado qué le
depararía el futuro a su familia. Todo le parecía espantoso e incierto, mientras su
dinero disminuía y Catherine se hundía más en su melancolía.
Y ahora esta noche...
Su imprudencia había abierto una puerta no prevista; sin embargo, Verity haría
todo lo posible para asegurarse de que tuviera éxito en su nuevo papel, mientras
protegía su orgullo y su corazón. Había comprendido lo que el duque quería decir
cuando afirmaba que valoraba el pragmatismo y la lógica, la antítesis del amor y las
nociones románticas. La alta sociedad tendía a burlarse de cualquier atisbo de
emociones tiernas entre hombre y mujer, por considerarlo muy poco elegante, y el
duque parecía ser de la misma opinión.
Pragmatismo y lógica.
No seré una tonta, juró en silencio, pero seré una buena duquesa y madre para Thomas.
~*~
Ethan dormía inquieto, sus sueños eran pesadillas en las que aparecía un
carruaje destrozado y un hombre muriendo en sus brazos. En algún momento de la
noche, esos terribles sueños se transformaron en otros en los que Lady Verity estaba
desnuda en su cama, mientras él le mostraba las delicias del placer carnal. Cuando
se levantó al amanecer, se lavó y afeitó con agua fría, pero ni siquiera el frío del agua
redujo el deseo por su reciente prometida que su cuerpo quería hacer manifiesto.
—Maldita basura—, murmuró. —Como si fuera un muchacho incapaz de
contener mis pasiones.
Ethan se vistió y se dirigió a su biblioteca. Se veía un poco polvorienta y admitió
que necesitarían más sirvientes ahora que traía una novia a su casa principal en el
campo. Entrevistó a una joven niñera del pueblo y, tras encontrarla apta para la
tarea, la contrató para que cuidara de Thomas. A continuación, escribió una carta al
obispo de Londres, al que conocía. El obispo era un anciano amable, con buen
paladar para el buen clarete. Ethan pudo imaginar las risitas del obispo mientras leía
su imperativa demanda de una licencia especial para que el duque se casara con una
tal Lady Verity Stanton.
Una dama con la cual estoy en deuda, aunque no lo hubiera reconocido cuando hice mi
oferta inicial.
Su carta tendría que ser llevada directamente al anciano, con órdenes de esperar
una respuesta. Ethan escribió una nota más cortés al Príncipe Regente para
informarle de su inminente matrimonio, aunque dudaba que a ese caballero le
importara. Técnicamente, podía negarse a permitir el matrimonio, pero Ethan estaba
muy lejos de la línea de sucesión, y como Verity era hija de un conde, soltera y no
católica, dudaba que el príncipe creara problemas.
Procure acabar con esta situación.
Recordando aquellas apasionadas palabras de Verity, Ethan sacó otra hoja de
papel. Hacía más de un año que no veía a su amante, y sus visitas a su alcoba se
habían vuelto infrecuentes y apresuradas. Sin embargo, por cortesía y porque ella
había sido una amiga en sus momentos más oscuros, le debía una explicación antes
de que la noticia de su matrimonio llegara a los periódicos. Ethan le escribió para
darle las gracias, poniendo fin a su acuerdo, y le adjuntó un generoso giro bancario
como contribución. Había considerado que escribiría otra carta a los padres de
Verity, pero como su residencia no estaba lejos, sería más correcto visitarlos e
informarles de sus intenciones. Dudaba de que se opusieran. Pocos padres
rechazarían la idea de casar a su desgraciada hija con un duque, cualquier duque,
por viejo o excéntrico que fuera.
Su ama de llaves le trajo el desayuno. No era realmente un hombre con mucho
apetito, lo que desesperaba a su cocinera, pero las tostadas, las conservas, las rodajas
de ternera fría, los riñones rebozados y el fuerte café negro fueron consumidos hoy
sin ningún reparo. Pidió a su ama de llaves que pidiera que ensillaran su semental
y subió a ponerse la ropa de montar.
Dos horas más tarde, a pesar de ser todavía temprano, Lord Stanton estaba
efectivamente dispuesto a recibir al duque en su estudio para hablar de un asunto
de negocios con él. De hecho, el conde se alegró efusivamente de verlo y le ofreció
una copa de un brandy muy fino. Un brandy por el que Ethan sospechaba que no
había pagado ningún impuesto.
—Ahora, ¿qué puedo hacer por Su Excelencia?—, preguntó finalmente.
—Puede darme permiso para casarme con su segunda hija, Lady Verity, que ha
aceptado una propuesta de matrimonio de mi parte, con la condición de que adopte
al hijo de su hermana, Thomas—, dijo Ethan.
No pensaba mucho en un hombre que desechaba a sus dos hijas como si no
tuvieran ningún valor, porque la mayor había tenido un hijo fuera del matrimonio.
Ethan creía que Oscar habría acabado por hacer lo más honorable y casarse con la
hermana de Verity si hubiera vivido lo suficiente para ocuparse del asunto. Pero
aquella desastrosa carrera de carruajes en estado de embriaguez había acabado con
la vida de su amigo, mientras que a él sólo le había dejado una ligera cojera y algunas
cicatrices.
Si tan sólo no hubiera interferido como un idiota.
Él sabía que no había forma legal de que Thomas pudiera heredar su título o sus
propiedades principales, pero podía educarlo en las mejores instituciones y
asignarle una propiedad más pequeña que no estuviera sujeta al título,
proporcionarle una generosa asignación y comprarle una comisión si tenía
inclinación militar. Si Thomas prefería un escaño en el Parlamento, o una parroquia,
entonces tendría ambas cosas en su poder que podrían satisfacerlo cuando fuera lo
suficientemente mayor.
Cuando terminó de balbucear, el conde se enderezó. —¿Desea casarse con
Verity?
—Ya lo he dicho—, dijo Ethan, con educada indiferencia. —¿Hay algún
problema?
El conde hizo una mueca. —Yo... puede que usted no sea consciente de ello,
dado que se ha mantenido alejado de la escena social durante un par de años, Su
Excelencia, pero... yo...— tiró de su corbatín. —La reputación de mi hija...
—Soy consciente de su desinteresada valentía y lealtad—, dijo, —Eso tiene
mucha relevancia en mi oferta. Es raro encontrar tales cualidades en una dama de la
alta sociedad.
Ethan conocía la fuerza de su personalidad, y sabía que muchos se dejaban
intimidar fácilmente por él. Verity había sido muy valiente al enfrentarse a él y
negarse a abandonar a Thomas, además de insistir en la progenie de su matrimonio.
Y había tenido toda la razón en ambos asuntos, aunque no hubieran sido lo que
Ethan había querido oír. Lo había cautivado su fuerza de carácter, y le intrigaba
sentir su respuesta dispuesta en sus brazos, incluso devolviendo sus besos y caricias.
En su opinión, sería una esposa muy adecuada.
El conde, como si todavía estuviera aturdido, bebió otra copa de brandy antes
de responder, pero fue muy efusivo en su aceptación del matrimonio, y prometió
asistir a la iglesia parroquial con su condesa a las once dentro de tres días.
Poco después salió de la casa del conde, montó en su caballo y trotó por el
camino rural. Había mucho que tratar, dado lo inesperado de la llegada a su vida de
Thomas y Lady Verity. No por primera vez desde el amanecer, miró el cielo nublado.
¿Son ellos mi redención?
Ninguna voz mística le respondió, y un tosco sonido de diversión se escapó de
Ethan.
Lo siguiente que tenía que hacer era enviar ayuda extra para preparar la
Mansión Kellitch para su novia. Su ama de llaves sólo había mantenido un personal
reducido, y gran parte de la casa estaba cerrada. Después de sus heridas y de la
trágica muerte de Oscar, se había mantenido en el campo y sólo se aventuraba a ir a
la ciudad para asistir a las sesiones de la Cámara de los Lores. No se había quedado
mucho tiempo y había rechazado cualquier invitación de sociedad, exiliándose en
su casa.
No podía esperar que Lady Verity viniera a una mansión con tan poco personal.
Podían conseguirse criadas de limpieza y sirvientes temporales y hombres de todo
tipo de trabajo en el pueblo cercano, a un precio. No serían muy hábiles, pero la
cosecha estaba en marcha y había poco trabajo para los empleados casuales. Muchos
aprovecharían la oportunidad con la esperanza de ser contratados
permanentemente.
Así que se dirigió a la pequeña ciudad. Esperaba que el alcalde estuviera
terminando su segundo desayuno, y posiblemente atendiendo algunos asuntos
menores. Él sabría quién podría estar disponible, y se lo haría saber al ama de llaves.
El asunto se resolvió rápidamente con la promesa de enviar trabajadores a su
mansión de inmediato.
Ethan recordó que el pueblo tenía una excelente modista, y se propuso enviar
una carta para que ella y sus ayudantes visitaran la casa de Lady Verity, de modo
que ella pudiera tener algo adecuado para vestir el día de su boda. Por lo que
recordaba de su primera aparición en el salón, su traje de montar había estado más
bien pasado de moda y raído, y por lo que sabía de las mujeres -y tenía mucha
experiencia con ellas, admitía- les gustaba estar elegantes para las ocasiones
especiales.
Su última visita del día fue al vicario. Podría haber hecho arrastrar a aquel
insecto a su capilla y obligarlo a celebrar allí su matrimonio. Eso requeriría una
limpieza y una decoración considerables para hacerla apta para la boda. Podía
hacerse, pero pensó que ese hipócrita debía ser obligado a casar a Lady Verity con
el noble de más alto rango del condado en su propia iglesia. La misma iglesia de la
que había sido expulsada, con Thomas en brazos. Y si el vicario se atragantaba con
sus palabras, entonces el coadjutor podría casarlos, de todas formas estarían
casados, y que esto pudiera hacerse antes de tres días, era lo que él deseaba.
Ethan se resistió a visitar a Verity en su casa de campo; necesitaba algún tiempo
para asimilar la idea del matrimonio y todo lo que ello conllevaría. Era mejor hacerlo
a solas. Volvió al vestíbulo y se dirigió a la guardería para visitar a Thomas. El niño
se arrastraba por el suelo, y a veces se aferraba a los bordes del pequeño sillón e
intentaba ponerse de pie. La niñera utilizaba palabras para animarlo, y mientras
Ethan lo observaba sentía una profunda agonía dentro de su corazón.
Eres tú, Oscar, quien debería ver esto.
Alejándose de la risa del niño, Ethan bajó las escaleras y se dirigió al lago,
despojándose de la chaqueta y la camisa mientras avanzaba. Se quitó las botas y se
sumergió en las aguas del lago, ahogando la culpa y el dolor que se agitaban en su
interior.
Aunque pasara al siguiente capítulo de su vida -un capítulo inesperado-, nunca
se permitiría olvidar que su mejor amigo había muerto y la razón de ello.
Capítulo Ocho
Verity se quedó perpleja ante la llegada de la Señora Burbridge y sus ayudantes, que
le entregaron una nota del duque. La misiva del duque, aunque somera, la
tranquilizó. No le gustaba aceptar regalos de un hombre, pero tendría que
acostumbrarse a no ser tan independiente y, como duque, él esperaría que estuviera
bien arreglada. Sería un desprestigio de su posición si su novia se vistiera como una
mendiga.
La costurera había sido una de las personas que más criticara a las hermanas, y
el hecho de tener que hacer una reverencia y tratarla con la deferencia debida a la
novia de un duque, hizo que el sentido del humor de Verity aumentara. Se mostraba
muy digna cuando miraba por encima del hombro a la modista, mientras que esa
dama se mostraba muy compungida y obsequiosa en su trato. Verity admitió que la
humillación de la antigua modista le resultaba muy satisfactoria. Luego se reprendió
a sí misma por ser tan vengativa al sentir placer por verla rebajarse. La mujer era
una excelente costurera y no podía rechazar a la novia del duque. Verity estaba
segura de que haría todo lo posible por complacerla, ahora que su estatus en la
sociedad se había elevado tan repentinamente.
Así que se sometió a la toma de medidas y seleccionó telas y encajes para
confeccionar un vestido en el más pálido de los azules, que fuera correctamente
modesto y que estuviera a la moda. Eligió el más caro de sus encajes para el velo, y
seleccionó algunas telas para un sencillo vestuario que sustituyera a los más
desaliñados de sus vestidos. No le urgía hacer los otros vestidos, pero al menos
podía elegir colores más vivos -azules, verdes, ámbar y dorados- que favorecerían
su coloración más que los colores pasteles propios de una joven.
Cuando por fin consiguió deshacerse de la modista y su séquito, un muchacho
se acercó con un enorme ramo de flores para ella. La sorprendió y compartió una
sonrisa con Artie.
—¿Te está cortejando?— Artie resopló.
—Creo que querrá aparentar que hace las cosas como es debido—, dijo ella,
sorprendida al saber que lo hacía por su ya manchada reputación. Una sonrisa
floreció en sus labios, y se encontró, no por primera vez, excesivamente curiosa sobre
el hombre con el que estaba a punto de casarse.
La nota adjunta decía,
Querida Lady Verity,
Enviaré mi carruaje para llevarla a la iglesia de St. Lawrence a las diez y media de este
jueves para la celebración de nuestras nupcias. El vicario nos espera a las once. Estoy
deseando unirme a usted en matrimonio.
No era muy romántico, pero ella podía imaginarse la sonrisa oscura y burlona
del duque mientras escribía la nota para ella. Lo había firmado, Su prometido más
ávido, lo que ella admitió que parecía infundirle una seca diversión.
—¿Quién eres realmente?—, preguntó ella en voz baja, trazando su elegante
caligrafía con la punta de los dedos. —¿Y por qué estoy ahora tan ansiosa por
descubrirlo?
Al día siguiente, Verity visitó a la dama a quien ella y su hermana le habían
alquilado la casa. Ella había sido una de las pocas personas que no se había puesto
en contra de las hermanas cuando la desgracia de Catherine fue revelada a todos y
cada una de las personas en los alrededores. La señora Andrews era viuda, ya que
había perdido a su marido, un capitán de barco, en Trafalgar, y había optado por
mudarse con su hermana a la ciudad, y así poder alquilar su casa de campo para
obtener unos ingresos extra. La casa estaba en las afueras y muy bien cuidada,
aunque sólo tuviera tres habitaciones.
No era un tugurio, sino la vivienda más humilde en la que Verity y Catherine
habían residido. Catherine había sentido profundamente la vergüenza y la
mortificación por la rebaja de su estatus. Verity pagó el alquiler hasta final de mes y
le agradeció su benevolencia al aceptarlas como inquilinas.
—Lamentaré que se marche; he oído que su hermana se ha mudado.
El corazón le dolía dentro del pecho y, a pesar de sí misma, Verity se preguntaba
desesperadamente dónde estaba Catherine y con quién había intercambiado cartas.
—Sí, lo ha hecho.
La Señora Andrews asintió. —Supongo que se mudarán a un lugar más
pequeño, ahora que ella se ha ido.
Verity no estaba segura de qué decir, pero la noticia circularía por el pueblo, ya
que la Señora Burbridge seguro que ya había revelado a todos sus allegados que
Lady Verity iba a casarse con el Duque del Diablo. Tenía fama de ser una chismosa
con una lengua malvada. Verity pensó que podría haber moderado un poco su
malicia, presumiendo de haber confeccionado el vestido con el que se iba a casar
Verity.
—Estoy segura de que ya no es un secreto, porque la Señora Burbridge, como le
gusta llamarse a sí misma, habrá difundido la noticia por todas partes. Pero he
aceptado la propuesta de matrimonio del duque y nos casaremos el jueves por la
mañana en St. Lawrence. El servicio se celebrará a las once. La Señora Burbridge está
confeccionando mi nuevo vestido para la ceremonia.
La Señora Andrews se rió. —Oh, eso es maravilloso, querida. Espero que sea
muy feliz, y eso implica poder burlarse de esa vieja arpía. Estará presumiendo de su
obra durante la próxima década. “¿Sabe que tuve el honor de vestir a la nueva duquesa
para su boda con el duque?”— Dijo, imitando el tono estridente y tembloroso de la
modista.
La señora Andrews continuó con su voz normal: —Su lengua es más afilada que
sus tijeras. Sabe usted que lo de “Señora” es una falsedad. Ningún hombre querría
estar con una arpía con una lengua como la suya. Aun así, tenía que fingir un
matrimonio, teniendo a ese borracho de su hijo. ¡Nadie sabe quién es su padre! ¡Qué
mujer descarada e hipócrita! Tan poca sinceridad como para denigrarla a usted y a
su hermana. La única razón por la que se la tolera es porque es la mejor costurera en
kilómetros a la redonda. Mucha gente puede soportar mucho por un vestido
decentemente cosido.
Verity sonrió y compartió con ella una tetera y un poco del mejor pastel de frutas
de la señora Andrews. Luego fue a la casa de campo y empezó a empacar todas sus
pertenencias con la ayuda de Artie. A continuación, fregaron y sacaron brillo a todo
lo que había en la casa hasta que quedó reluciente. El vestido llegó la noche antes de
su boda, junto con La Señora Burbridge, que procuró que Verity se lo probara y le
hizo unos pequeños ajustes. Era un vestido precioso, y la anciana y sus ayudantes
debían de haber trabajado duro para tenerlo terminado a tiempo. Le dio las gracias
y le dio media guinea de propina por su rápido trabajo, pero antes le pidió que
cosiera un mechón de su largo pelo castaño en el dobladillo del vestido.
Era una novia virgen y era importante mantener las tradiciones.
~*~
Verity apenas durmió la noche anterior a su boda. Estaba asustada y un poco
insegura de casarse con el duque. Sabía lo que él era y había sido, y esperaba que
mantuviera su palabra y tratara de serle un marido fiel. Rodando sobre su estómago,
golpeó la almohada.
—¿Qué importa si cumple su palabra o no?
Su corazón se retorcía sobre sí mismo, y aunque hacía tiempo que había
renunciado a los fantasiosos sueños que había tenido de niña sobre el tipo de esposo
ideal, si no podía tener el amor eventual del duque, querría su fidelidad.
Pero, ¿cómo puede un hombre con un apodo tan perverso como Duque de
Todos los Pecados limitarse a una sola mujer?
—Tal vez los rumores sean exagerados—, dijo ella en la suavidad de sus
almohadas. —Hubo uno que decía que lo habían sorprendido en la cama con una
condesa y su lacayo. Seguramente semejante libertinaje no puede ser cierto.
Verity sabía que el duque la deseaba, y que había prometido ser leal. Y admitió
para sí misma que él hacía que su corazón se agitara, que los dedos de sus pies se
enroscaran y que sus rodillas se debilitaran. El mero hecho de besarlo la había
convertido en una mujer libertina. Había sido tan duro volver a la casa de campo,
cuando había querido suplicar por más avances censurables por parte de él.
Un suave golpe impactó sobre la cama, y ella se dio la vuelta para tomar en
brazos a uno de sus encantadores compañeros. Verity sonrió y casi susurró mientras
acariciaba a Columbine, su gata blanca con cómicas marcas negras en la cara.
La vida no será aburrida como esposa del duque.
Mientras su mente divagaba sobre las impactantes fantasías de su noche de
bodas, y su salaz promesa de que se acostaría con ella una y otra vez, se arrastró con
fuerza de vuelta a la practicidad y le susurró a su gato: —Lo más importante es que
Thomas será criado en una familia, como se merece. Así que debería dejar de
preocuparme y recordar que todas las novias están nerviosas la noche antes de su
boda.
Capítulo Nueve
Columbine se mostró reacia mientras Artie traía la cesta, y Verity la metió sin
miramientos dentro junto con los dos gatitos que Artie había estado buscando
desesperadamente. Los gatitos, uno pelirrojo y blanco, se llamaba Pantaloon, y su
hermana atigrada y blanca era Pierette. Columbine había aparecido un día, había
dado a luz y formaba parte de su pequeño hogar desde entonces.
Verity había estado calentando agua, porque, le gustara o no, Artie iba a ir a la
iglesia con ella, y estaría limpio. A Artie no le gustaba bañarse, pero Verity
sospechaba que lo toleraba porque la quería y sabía que ella no soportaba la
suciedad persistente. Así que le permitió fregarlo en la bañera de hojalata, y lavarlo
y atarle el pelo. Luego se vistió con su ropa de domingo, un concepto que Verity le
había enseñado. Volvieron a calentar más agua, mientras los gatos maullaban,
quejándose de estar encerrados en el cesto imposibilitados de poder salir.
Matilda, su pequeña criada, que vivía a unas cuantas cabañas de distancia, llegó
para ayudar a su ama a prepararse para la ceremonia. Había traído su propia ropa
empaquetada para cambiarse antes de la boda, ya que sería la única asistente nupcial
de la novia. Verity pensaba preguntarle al duque si Matilda podía tener un lugar en
su casa, ya que estaba desesperada por escapar de su casa y, sobre todo, de su brutal
padrastro. Matilda avivó la estufa y preparó el baño de su ama.
Cuando consiguió abotonar el nuevo vestido de Verity, Matilda le arregló el pelo
y le colocó el velo de encaje, luego se puso rápidamente su mejor vestido y se arregló
el pelo, con la ayuda que le prestó Verity, cuando escucharon que el carruaje se
detenía afuera.
El conductor parecía algo desconcertado al ver a Artie cargando el carruaje con
un variado equipaje. Verity estaba demasiado nerviosa para decirle que lo dejara en
paz. Un lacayo vestido de negro ayudó a Artie en su empeño. Luego, la cesta de los
gatos fue colocada en el interior, y Artie tomó el ramo y la guirnalda de flores que
había hecho para Verity.
—Son para ti—, dijo en voz baja.
—Gracias, Artie.
Inclinándose, le besó la mejilla y él se sonrojó.
—¿Estás nerviosa?
—Un poco—, admitió ella.
—Yo también. Tengo mi daga—, dijo él un poco inquieto.
Verity se rió, disipando parte de la tensión que había anudado su vientre. Con
la corona cuidadosamente sujeta sobre su velo y llevando su ramo de flores, subió
al carruaje. Matilda la siguió con cuidado, aferrando su ramillete mientras Artie
añadía su bulto de ropa al equipaje, junto con el de Verity y el suyo propio. Luego
subió corriendo al pescante junto al conductor del carruaje.
Si tan solo hubieras podido ver esto Catherine. Sin embargo, era consciente de que si
su hermana no hubiera abandonado al pequeño Thomas, Verity no se estaría
convirtiendo ahora en duquesa.
Mucha gente había salido de las casas de campo cercanas para contemplar el
carruaje, que había sido decorado con ramos de cintas blancas, y a Verity vestida
con sus mejores galas y dirigiéndose a la iglesia. Algunos niños saludaron y silbaron,
y Verity les devolvió el saludo amablemente. El recorrido por el pueblo atrajo a más
curiosos, ya que hacía tiempo que no se veía el carruaje del duque con su escudo.
Cuando se percataron de que Artie estaba en el pescante y Lady Verity dentro del
carruaje, miraron fijamente y se quitaron las gorras. El conductor del carruaje redujo
la velocidad, claramente disfrutando de ser parte del espectáculo.
Subieron la pequeña pendiente hasta la iglesia parroquial, donde se habían
aparcado otros carruajes y transportes. El sol salió de entre las nubes y Verity jadeó
al comprobar que la iglesia no estaba vacía y que el carruaje de su padre destacaba
entre los estacionados.
—Oh, papá—, susurró. Por supuesto, que tenían que asistir. Dado que aún no
había cumplido los veinte años, era necesario el consentimiento de su padre. Respiró
profundamente, esperando que su padre estuviera contento con la noticia y no
intentara detener la boda.
Entonces el carruaje se detuvo y el lacayo descendió para ayudarla a bajar.
Verity bajó con elegancia y enderezó la espalda: se enfrentaría a lo que fuera con una
sonrisa en la cara, y no mostraría ansiedad ni siquiera ante su padre. Artie bajó de
un salto y la siguió al interior de la iglesia llevando la cesta de los gatos, que parecían
haber aceptado su suerte y ahora estaban tranquilos, tal vez dormidos.
Cuando se acercaba a los escalones de la iglesia, las campanas sonaron,
anunciando su llegada al pequeño pueblo. Y allí, de pie en el porche, con cara de
satisfacción y sonriendo, estaba su padre. Verity se divirtió en secreto. Se podría
pensar que nunca le había dicho todas esas palabras duras por estar al lado de su
hermana. Su padre le tendió el brazo para que lo tomara, y ella sonrió y lo tomó.
Él dudó un poco y luego dijo: —Estás preciosa, querida, y nos has hecho sentir
muy orgullosos a tu madre y a mí—.
—¿De verdad?—, murmuró ella, conteniendo la respuesta más dura.
—Sí—. Su padre soltó un suspiro. —El duque ya está esperando y recorriendo
la iglesia—, dijo, dándole una palmadita en la mano.
Entonces el órgano tocó una melodía, y su padre la condujo en un majestuoso
paseo por el pasillo hasta donde la esperaba su futuro marido. El duque la dejó sin
aliento con su belleza. Observaba la iglesia abarrotada de gente, con un frío
desinterés en sus ojos, como un soberano que observa a sus súbditos. Entonces su
mirada se posó en ella y casi se tambaleó. Verity se sonrojó con toda seguridad. La
mirada del duque era carnal y exhaustiva. Su sensualidad era una fuerza palpable
que todos podían apreciar o especular por sí mismos. Su mirada era excitante y
provocadora.
Por favor, no me mires así, gritó en silencio.
Su respiración se agitó y su corazón latió con fuerza. A su lado, su padre, que
debía haber interpretado correctamente la escandalosa mirada del duque, carraspeó
un poco nervioso. Sus mejillas se calentaron aún más y, para su sorpresa, descubrió
que su boca se curvaba en una sonrisa.
El duque era un desvergonzado.
~*~
Ethan tragó saliva mientras miraba a la hermosa y digna mujer que desfilaba
por el pasillo del brazo de su padre. Un peculiar anhelo surgió en su interior,
sorprendiéndolo con su intensidad. Nunca había estado tan seguro de que su
precipitada decisión de casarse con Lady Verity era lo único lógico. Su reacción ante
ella fue bastante interesante. Su maldito corazón latía con fuerza, mientras
sensaciones nunca antes sentidas susurraban a través de él.
Verity apartó los ojos de él y su mirada se posó en los adornos y en varias
personas apiñadas en los bancos. La madre de Ethan, que casi se había desmayado
con la noticia de que iba a casarse, estaba sentada en los asientos delanteros, junto a
la madre de Verity y la niñera que sostenía a Thomas. El bebé estaba bellamente
ataviado con el vestido de bautismo de encaje de Bruselas y raso bordado de la
familia que el propio Ethan había llevado.
A pesar de la escasa presencia de sus familias, la iglesia estaba llena. Parecía que
todos los que se consideraban alguien en la zona habían acudido a presenciar la boda
del duque y una de las hijas del conde caídas en desgracia. Ethan había derrochado
dinero, para que la iglesia se adornara con flores de todo tipo y color en un
despliegue de riqueza y gloria de la naturaleza. Las dulces fragancias de las flores
se mezclaban con el incienso que los acólitos del obispo habían esparcido por la
iglesia. Ethan lo consideraba excesivo, pero el obispo estaba convencido de que el
matrimonio del duque debía contar con toda la pompa y circunstancias que él
pudiera proporcionar. Ethan creía que el malvado anciano se divertía
desempeñando su papel hasta la saciedad.
Las intenciones de Ethan habían sido dobles con sus preparativos. A pesar de lo
repentino de su matrimonio, el mundo sabría que no se avergonzaba de estar casado
con Lady Verity Stanton, y además la propia dama lo entendería.
Mientras Verity llegaba al altar para colocarse a su lado, la satisfacción que lo
invadía le hacía ser inexplicablemente receloso, por la sencilla razón de que no
entendía su reacción ante ella. Sin embargo, percibió su nerviosismo y le sonrió
tranquilizadoramente, y ella le devolvió la sonrisa. El vicario con sus mejores galas
no tuvo que atragantarse retractándose de sus palabras poco amables. El obispo
había decidido encargarse él mismo de la ceremonia matrimonial y miraba radiante
a Ethan y Verity bajo su completa panoplia de púrpura, con la mitra ligeramente
torcida sobre su calva cabeza y el báculo sostenido por uno de sus sacerdotes
subalternos. La música llegó a su fin y el obispo entonó las palabras del servicio.
—Queridos hermanos, nos hemos reunido aquí a la vista de Dios, y ante esta
congregación, para unir a este hombre y a esta mujer en santo matrimonio, que es
un estado honorable...
Ethan y Verity respondieron con la claridad requerida, y él pudo sentir la
diversión de ella cuando los espectadores emitieron suaves jadeos de asombro, como
si realmente no hubieran creído que el duque y la desgraciada fueran a intercambiar
votos. Esta era la reivindicación de su sufrimiento por su hermana y la forma poco
caritativa en que había sido tratada. Y por el brillo de las lágrimas en sus ojos
mientras la ceremonia continuaba, Ethan se alegró mucho de haber hecho todos esos
preparativos.
Cuando se entonaron solemnemente las palabras: —Puede besar a la novia—,
levantó el velo de Verity y se sorprendió al sentir que le temblaban las manos. Ethan
frunció el ceño ante la anomalía. Se inclinó ligeramente y le dio un casto beso en los
labios.
—No fue un gran beso, Su Excelencia—, susurró Verity burlonamente.
—Prometo hacerlo mucho mejor cuando estemos a solas, Su Excelencia—, le
susurró él, y luego levantó la mano que ahora llevaba su anillo y se la llevó a los
labios.
La congregación lanzó una ovación y el órgano tocó otra marcha mientras el
obispo entonaba una apresurada bendición de despedida para todos. Ethan ofreció
su brazo a su esposa y volvieron a caminar por el pasillo, aceptando amablemente
los cumplidos de los reunidos al pasar por sus bancos.
Salieron de la iglesia y los campaneros volvieron a tocar para celebrar el
matrimonio del duque y su duquesa. Ethan la subió al carruaje que la esperaba y
luego se unió a ella. El carruaje se puso en marcha, llevándolos de vuelta a Kellitch
Hall y al nuevo e inesperado futuro que ahora compartirían.
—Yo...—, sus palabras se interrumpieron y se sonrojó. —Soy tu duquesa.
Ahí apareció de nuevo ese primitivo desliz de satisfacción. —Sí, lo eres.
La garganta de ella se apretó y brevemente miró lejos de su mirada. —He visto
al pequeño Thomas en la iglesia.
—No tengo planes de esconderlo.
Sus dientes se hundieron en sus labios inferiores. Un gesto nervioso,
comprendió él.
—Gracias por planear la boda de esa manera—. Esta vez ella sonrió, y él percibió
su petulante satisfacción.
—Recordé tu corazón vengativo y pensé que te haría feliz, ya que deben ser tus
enemigos hasta el fin de los tiempos y todo eso—. Yo también te debo, mi duquesa, más
de lo que nunca sabrás.
Ella se rió, y su dulce sonido lo atravesó profundamente. ¿Qué demonios era esto?
—¿Y ahora qué, Su Excelencia?
Hace una semana, no conocía a esta mujer, y ahora todo era diferente. Ethan
supuso que todo aquello debía ser desconcertante para ella también. Le pareció
interesante el hecho de querer ofrecerle algún tipo de consuelo, aunque no sabía qué
decir. Antes de que pudiera decir nada, con un gemido frustrado, ella se levantó de
su asiento y se arrojó sobre su regazo.
Vaya, qué demonios. Ethan había pensado que era incapaz de sorprenderse.
—¿Le pasa algo a su asiento, duquesa?
Un sonido apagado salió de ella, y sus hombros temblaron. —Estoy nerviosa.
Cuando estoy nerviosa, actúo.
—Y la acción que realizaste fue arrojarte sobre mi regazo—, dijo él lentamente.
Aun así, la agarró por las caderas y la atrajo con fuerza contra su pecho y más
hacia su regazo. Ella jadeó y él sonrió. —¿No es lo que esperabas?
—No—, jadeó ella. —Pero no es desagradable.
Ella ahuecó su mandíbula, escudriñando su cara, buscando respuestas que él no
conocía. Pero le gustó el tacto de sus manos en la cara, cuya suavidad podía sentir a
través de los guantes. Ethan sintió que quería hundirse en ese tacto. Entonces notó
que cada movimiento de ella lo excitaba, lo hacía anhelar algo desconocido, lo
llevaba a un lugar que había evitado durante mucho tiempo. Un lugar de
sentimientos. De esperanza. Un lugar en el que no merecía estar. Aquella tristeza
cruda volvió a surgir en su interior, amenazando con ahogarlo, y la contuvo sin
miramientos. Le recorrió el labio inferior con el pulgar. Todavía estaba sorprendido
por el efecto que tenía en él.
Ella hizo lo posible por bajarse de su regazo, y él apretó su agarre. —Ya has
actuado—, dijo con humor negro, pensando que su naturaleza era contradictoria. —
Comprométete con ello.
El pulso en la garganta de ella se agitó salvajemente, atrayendo su mirada hacia
la suave carne de ese lugar.
—Estás nerviosa.
—Ya lo he dicho.
—¿Qué sentido tiene? Ya estamos casados.
El dedo de ella se aferró al pelo de la nuca de él. —No nos conocemos.
—Esto es un matrimonio, duquesa, no hay nada complejo en ello. La gente lo
hace todo el tiempo.
—Soy consciente de ello.
Ethan consideró la forma en que ella mordió su labio hasta que se puso rojo. —
¿De qué se trata esto de “conocerse”?—
—¿No sientes ninguna curiosidad por mí?
—No.
—No me digas—, ella jadeó, ofendida.
Ethan se rió. —Supongo que sientes curiosidad por mí.
Esos hermosos ojos azules se encontraron con los suyos. —Hay cosas que me he
preguntado, y tal vez me preocupa que ocurran en el futuro.
Él levantó una ceja en señal de pregunta, y cuando ella permaneció en silencio,
dijo: —¿Cómo por ejemplo?
—Los rumores dicen que fuiste sorprendido en la cama de una condesa en
particular por su marido.
Maldita sea. ¿Era su reputación pasada lo que le preocupaba? —Hay algo de
verdad en el asunto.
Sus ojos adquirieron un brillo. —Esos rumores también decían que su lacayo
estaba allí.
¿Quién demonios le decía esas cosas a una inocente debutante? Ethan dudó un
poco.
—En un matrimonio, siempre debe haber honestidad—, dijo ella con astucia. —
Quiero conocerte... confiar en ti.
Oyó el deseo de algo más, pero no lo cuestionó. Aun así, Ethan sonrió en su
interior, sorprendido por la forma en que sus sencillas palabras tocaban algo
profundo y desconocido. Se juró a sí mismo que nunca le mentiría una vez que ella
le hiciera una pregunta. Sin embargo, había conocimientos que guardaba en su
interior y que nunca compartiría voluntariamente con ella, pues expondrían su
culpa, su dolor y su vergüenza.
—La condesa y yo ya teníamos una aventura cuando me colé en su habitación
inesperadamente. Parece que ella extendió sus encantadores favores a uno de sus
lacayos y no había previsto mi llegada esa noche.
Su esposa reflexionó sobre sus palabras. —¿Se sorprendió mucho de que los
hubieras descubierto?
—Mucho.
—¿Qué hicieron?
Él hizo una pausa deliberada. —Me quité la ropa y me uní a ellos.
La boca de la duquesa se abrió, pero no salió ninguna palabra, y entonces sus
mejillas se sonrosaron. —Y después de tan perversas aventuras, ¿te conformarás con
una simple esposa?
Él besó brevemente la comisura de su boca. —No hay nada simple en ti, y estaré
satisfecho.
Ella entrecerró los ojos hacia él. Ethan pensó que ella querría parecer
amenazante, pero su mujercita sólo parecía encantadora.
—Soy una tiradora de primera—, dijo ella. —Y sé cómo usar un estoque.
Él lo meditó durante unos segundos, disimulando su diversión. Dada la
ferocidad de su expresión, Ethan sintió que no se atrevía a mostrar su humor. —¿Por
qué tengo que estar al tanto de esto, Esposa?
—Si deshonras nuestros votos—, dijo dulcemente, —desafiaré a ambas partes a
un duelo.
Ethan se rió, encantado con esta actitud posesiva.
—Yo también soy del tipo celoso—, dijo. —Mataría a cualquier hombre que se
atreviera a pensar en tocarte. Querida esposa, creo que hemos encontrado un terreno
común.
Ella emitió un sonido estrangulado y él la besó, incapaz de detener el deseo. El
hambre ardiente recorrió el cuerpo de Ethan como una llama viva, y le mordió los
labios, casi como castigo por provocar un hambre tan cruda en un cuerpo
normalmente disciplinado.
—Gracias—, susurró ella, rompiendo su apasionado beso. —Por lo que has
hecho hoy. Aunque nos hayamos casado con prisas, siempre podré mirar atrás y
decir que el día de mi boda fue hermoso.
Esa gratitud le pesaba en el pecho, y la rechazó, pues era totalmente inmerecida.
—No he hecho nada—, dijo rotundamente. Luego la besó de nuevo, robándoles a
ambos los pensamientos mientras se dirigían a sus nuevos destinos.
Capítulo Diez
El fuego de la chimenea se había reducido a brasas anaranjadas y se percibía un
intenso frío en el aire. Ella ya no era Stanton, sino la Duquesa de Bainbridge. En
realidad, había sido la duquesa durante los últimos tres días y catorce horas.
Contempló el oscuro techo de su alcoba, preguntándose por qué el duque no había
consumado su matrimonio. Y tuvo que aceptar que toda su preparación había sido
en vano. Se había bañado en agua perfumada con rosas, se había cepillado su largo
y ondulado cabello castaño con más de cien movimientos y se había puesto una bata
y una sedosa camisola esmeralda que revelaba más de lo que cubría.
El duque no visitó sus aposentos. A pesar de estar agotada por los
acontecimientos del día -el desayuno nupcial, la reunión con el escaso personal de
la propiedad y la visita a la gran finca-, Verity lo había esperado esa noche, con todo
el cuerpo tenso por los nervios y la expectación. Sin embargo, la puerta de conexión
había permanecido cerrada. Se sintió mortificada y aliviada a la vez.
A la mañana siguiente, se había reunido con él para desayunar y sólo habían
intercambiado leves palabras de cortesía antes de que él desapareciera por el resto
del día a su estudio para reunirse con su mayordomo y un abogado. Verity había
pasado felizmente el día con Thomas, Artie y sus tres gatos. Por supuesto, los había
dejado durante buena parte del mismo para ocuparse de su deber de dotar de
personal a la casa palaciega, para felicidad del ama de llaves. Una tarea que,
felizmente, la había mantenido ocupada durante los últimos tres días, pero ahora ya
tenía criadas, lacayos, un mayordomo y un jardinero para atender las necesidades
de una casa ducal. Muchos de los vecinos y terratenientes adinerados y con títulos
también habían acudido a dejar sus tarjetas, esperando una audiencia con la nueva
duquesa. Verity no había visto a nadie, ya que deseaba que la casa estuviese
completamente dotada de personal antes de preguntar a Ethan si quería aceptar
visitas.
Con un gemido, se dejó caer contra el colchón bien mullido, pasándose un brazo
por la frente. Guiada por un impulso, abrió las cortinas que cubrían la gran cama
con dosel, se bajó de ella y se dirigió a la puerta de conexión con el dormitorio de
Ethan. Cuando tocó el pestillo, dudó.
¿En qué estoy pensando realmente?
Verity miró la puerta con una gran frustración, sabiendo que sus nervios no
podían soportar más la anticipación. Cada noche esperaba que la puerta se abriera
y que el duque la contemplara y le exigiera que se quitara la ropa. Entonces él
procedería a corromperla. No estaba segura del método exacto de libertinaje, pero
Verity sabía lo suficiente como para comprender que podía ser agradable. Esa era la
única razón posible por la que tantas mujeres se lanzaban a la ruina. Ir a la cama con
un hombre era agradable.
Abrió la puerta y se encontró con una habitación fría y una cama vacía. La
curiosidad la impulsó, ya que era bastante más de medianoche, Verity comprobó
primero la habitación de los niños, para encontrarla agradablemente cálida y que
tanto Thomas como la niñera dormían plácidamente. Verity bajó las escaleras,
siguiendo los extraños gruñidos que resonaban en la quietud del pasillo. La llevó a
una habitación en la que había un fuego bajo y el duque golpeaba metódicamente lo
que parecía ser un saco de boxeo con una fuerza brutal.
Pum. Pum. Pum.
Él estaba desnudo. Bueno, al menos sus hombros y su pecho lo estaban, y
estaban llenos de músculos contraídos. El sudor cubría su piel, y los músculos de
sus brazos se agrupaban y contraían cada vez que su puño golpeaba el saco de arena.
Con una sacudida, se dio cuenta de que lo hacía sin protección en las manos.
Seguramente la piel se rompería, sangraría y le dolería. Él se detuvo, se acercó a un
decantador, lo levantó directamente hacia su boca y bebió varios tragos. Cuando
bajó la cabeza, tenía casi la postura de un hombre derrotado.
Era difícil verlo así, cuando antes había parecido demasiado poderoso y
dominante. Su pecho se levantó con una dura respiración, y la imagen de la derrota
se desvaneció al levantar la cabeza.
Sus pensamientos se desviaron cuando, con un gruñido, estrelló la jarra contra
la pared. Verity jadeó, y su reacción le informó a Ethan que ya no estaba solo. Con
más lentitud de la que ella esperaba después de aquella cruda violencia, él se volvió
hacia ella.
Cielos, era hermoso. Se le secó la garganta y se le calentó el vientre cuando él
recorrió su cuerpo con la vista. Sintió su mirada sobre ella, fría y punzante, y levantó
sus ojos hacia los de él. Los ojos de Ethan brillaban con algo que parecía casi salvaje.
Mientras caminaba hacia ella, traía consigo un aire de dolor, tormento y
desesperación. La asustó. De repente, sintió que había sido un error buscarlo. —
Siento molestar—, jadeó, se dio la vuelta y salió corriendo.
Verity corrió por el pasillo y subió las escaleras tan rápido como pudo cuando
un fuerte calambre en la pierna la hizo cojear. Gritó y tropezó, y unos fuertes brazos
la atraparon.
¡Oh! No había notado que el duque la perseguía.
—Ethan, yo...— Con una sensación de sobresalto, Verity se dio cuenta de que
temblaba. Permaneció en silencio mientras él la colocaba en uno de los escalones y
se sentaba en otro, un nivel más abajo que ella. Le agarró la pierna y ella gritó
bruscamente ante el horrible dolor. —Me duele—, jadeó.
—Shh—, la calmó, —los músculos están acalambrados. Déjame masajear los
nudos.
Sus dedos trabajaron los músculos que se retorcían y contraían en la pantorrilla
hasta que el dolor se calmó. Cuando los gemidos de Verity cesaron, su trabajo se
ralentizó. La sensación de intimidad fue inmediatamente sorprendente.
—¿Está mejor?—, murmuró él.
—Sí—, susurró ella, dolorosamente consciente de que estaban sentados en la
amplia escalera, con sólo unos candelabros de pared para aliviar la oscuridad.
Apenas podía discernir sus cuerpos, y el hecho de que apenas se vieran aumentaba
de algún modo las extrañas sensaciones que se abatían sobre los sentidos de Verity.
—¿Por qué has corrido?
—No lo sé—, susurró ella.
Los dedos de él se hundieron de nuevo en su carne, y luego le frotó la espinilla
con un movimiento tranquilizador. Fue como si su toque chamuscara su carne. Sólo
ese ligero contacto hizo que todo su cuerpo zumbara.
—¿Por qué no duermes?
—Yo... te estaba buscando.
—¿Por qué?
Todo su cuerpo se sonrojó, y de repente agradeció la oscuridad. Tragando con
fuerza y respirando lenta y profundamente, susurró: —Ya sabes por qué.
Su pulgar detuvo la caricia y ella esperó su respuesta, muy consciente de su
aroma masculino, de la forma posesiva y a la vez suave en que empezó a masajearle
la pantorrilla, deslizando lentamente sus manos hasta los tobillos y luego hasta las
rodillas en un lánguido deslizamiento. Ni un susurro pasó entre ellos mientras él
seguía tocándola así.
Finalmente, él respondió: —He tenido una pesadilla. A veces me parece que
debo... necesito el desahogo.
Ella buscó una de sus manos y la levantó. Pasó ligeramente un dedo por los
nudillos magullados, sintiendo que la mano estaba hinchada. —¿Te duele?
—Sí.
—¿Qué te persigue para que te castigues tanto?
—Sueños del pasado—, murmuró. —Un accidente de carruaje.
—El que acabó con la vida de Lord Preston—, dijo ella, recordando la salvaje
pena y desesperación de Catherine. —Tú estabas con él, y también resultaste herido.
Las manos de él se apretaron en la espinilla de ella. —Ojalá pudiera ocupar su
lugar.
Verity jadeó ante ese duro susurro. —No digas eso—, siseó ella, sobresaltándolo
con su fiereza.
—La culpa es mía—, dijo él, con un tono repentinamente frío e indiferente.
—¿Eras tú el conductor del carruaje?
—No, sin embargo...
—¿Eras tú la criatura que supuestamente cruzó la carretera haciendo que el
carruaje se desviara?
—No.
—¿Eres tú el mismísimo Dios, para determinar quién vive y quién muere?—,
preguntó en un tono más suave. —Los accidentes ocurren todos los días, Su
Excelencia. Si tuviéramos que cargar con ellos, no tendríamos paz. No conozco del
todo tus sentimientos, pero estoy aquí.
Verity recordó la culpa y el dolor que había sentido al pensar que no había hecho
lo suficiente para evitar que Catherine se escapara para reunirse con un conocido
libertino.
Se hizo el silencio, y la sorprendió que la cabeza de él cayera sobre sus rodillas.
Ethan se movió y un suspiro llenó el aire, un sonido que resonó con la paz en su
interior. Verity sonrió y le pasó suavemente los dedos por el pelo húmedo. —Tú
también saliste herido, y lo lamento por eso.
—Sólo unas pequeñas cicatrices.
—He notado que a veces caminas con un bastón. ¿Quieres hablarme de ello, por
favor?
—Mi pierna izquierda se rompió en tres lugares. Aunque esos huesos se han
curado, algunos días me duelen y el uso de un bastón ayuda a aliviarlo. Los médicos
dijeron que con el tiempo no lo necesitaré más—, dijo con aspereza.
Verity se alegró de que no se hubiera lesionado más gravemente, pero no se lo
dijo, intuyendo que no querría oír tales palabras. En cambio, le preguntó,
—¿Qué más te gusta, Ethan, aparte de boxear a puño descubierto?
—Cabalgar al amanecer, sentir la frialdad del día y galopar por los senderos
como si persiguiera al sol. Luego observo cómo sale por el horizonte, pintando la
tierra con ese fuego vibrante, destruyendo el frío, y atravesándome con... calor. Es
algo que disfruto, y monto muchas madrugadas.
—Me gustaría acompañarte—, dijo ella suavemente.
Ella sintió la curva de su boca contra sus rodillas. Su duque sonrió.
—Duerme usted hasta tarde, duquesa, y no parece ser una persona
madrugadora.
Ella arrugó la nariz. —Qué observador eres.
—Te he observado acostada muy poco elegantemente sobre tu cama.
Seguramente no puedes tener un compañero de cama. El pobre sufriría.
Todo en el interior de Verity se aquietó, y la conciencia sensual cosquilleó en
cada centímetro de su piel.
Capítulo Once
La reacción del cuerpo de Verity fue inmediata, intensa. Su corazón se agitó, y un
susurro de deseo se conectó a su corazón y permaneció allí. —¿Cómo sabes de mis
terribles hábitos de sueño?
—Te observé esta mañana, tentado sin medida de deslizarme entre las sábanas
y tomarte en mis brazos.
Verity hizo un pequeño ruido poco delicado. —¿Por qué no lo hiciste?
—Te veías encantadora durmiendo. En paz. Eso no debería perturbarse tan
fácilmente.
Su corazón se hinchó con una peculiar ternura. —Podrías haber dormido
simplemente a mi lado.
—Un pensamiento divertido, nunca he dormido al lado de otra persona.
—¿Nunca? Has tenido amantes.
Una risa áspera escapó de él. —Sí. Siempre por diversión mutua, pero nada
donde... nos demoráramos, simplemente eran momentos para disfrutar de la
presencia del otro.
—¿Ni siquiera con tu amante?—, preguntó ella, con un impulso diabólico.
—Un duque no habla con su duquesa de amantes pasadas o presentes.
Ella sujetó los mechones de su pelo y tiró. —Perdone, Su Excelencia, ¿pasadas y
qué?
Él se rió. —Le aseguro, mi duquesa, sólo pasadas.
Ella alisó los dedos en su pelo e inclinó ligeramente la cabeza. —Verity y Ethan
pueden hablar de todo.
Otra sonrisa se formó contra su rodilla, y ella deseó poder ver la curva de su
boca y la belleza de su sonrisa.
—Muy bien. Nunca pasé la noche con mi amante. Siempre estaba demasiado
ansioso por alargar la noche en la ciudad en mis actividades ilícitas con mis amigos.
Yo era el consumado libertino, un heredero de un rico ducado. Tenía poder y amigos
que parecían admirarme por mi estatus. Tenía cortesanas, damas casadas y
debutantes que caían a mis pies y se metían en mi cama. La vida estaba llena de
frivolidad y poco propósito, y ninguna diversión podía captar mi atención por
mucho tiempo.
Él hablaba sin emociones, casi con aburrimiento.
—¿Echas de menos esa vida?
—Nunca.
Su voz resonó con una implacabilidad que aseguró que ella le creyera.
Sus dedos se apretaron brevemente en las rodillas de ella. —Ya no soy ese
hombre, y no lo he sido desde que murió mi padre y reclamé el título.
—¿Cuándo murió?— Verity sintió curiosidad, ya que incluso ahora, las hojas de
escándalo creían conveniente recordar a la alta sociedad que tenían un Duque del
Diablo, y rememorar sus aventuras pasadas.
—Tres días después de que falleciera Lord Preston.
Santo cielo. Haber recibido tan duros golpes en unos pocos días habría alterado
hasta el alma más temeraria. La pena y el dolor lo habían remodelado, al sentir su
corazón dolorido, Verity deseaba conocer cada aspecto del hombre que tenía ante sí.
—Lo siento mucho, Ethan.
—No tuviste nada que ver. No hay razón para lamentarse—, dijo él, con un
toque de gélido desdén.
Él estaba retrocediendo, y como no quería que se fuera, ella tomó su mandíbula
y rozó su boca contra ella. Fue un beso, si es que ese mero contacto puede llamarse
así, pero ambos se congelaron ante el contacto, y Verity juró que sintió los latidos de
su corazón como propios.
—Insistiré en que empieces a dormir a mi lado—, dijo, besando la comisura de
su boca. —Todas las noches. Cuando te sientas inquieto y necesites... golpear el saco
de arena, tal vez puedas despertarme, y yo te haré compañía.
—¿Te ofreces a golpear el saco conmigo, Esposa?
Ella se rió. —No. Pero quizás podríamos retirarnos a la biblioteca, leer juntos,
jugar al ajedrez, o esto...— Esta vez ella apretó su boca más firmemente contra la de
él.
Sus labios eran cálidos y firmes, disolviendo su indecisión en una ola de calor
meloso. Ella sacó la lengua, acariciando los bordes de su boca. Él gruñó su
aprobación y separó ligeramente los labios. Verity introdujo la lengua en la boca de
él, con un deslizamiento superficial y burlón. Jadeó, sorprendida por el repentino
placer. El gemido de él le hizo temblar el cuerpo, y sus pezones se convirtieron en
nudos apretados y dolorosos.
El duque tomó su boca en un beso profundo y apasionado. Sus lenguas bailaron
juntas en un duelo evocador, lento y sensual.
—Déjame entrar—, murmuró él, mordiéndole el labio inferior.
Verity estuvo a punto de desmayarse, pero accedió, y su corazón retumbó
cuando él le subió el camisón por encima de las rodillas y los muslos. Le pasó la
palma de la mano a lo largo de la pierna, con una ligera caricia, desde el tobillo hasta
la rodilla. Ella respiró agudamente y atrapó el labio inferior entre los dientes
mientras un dolor caliente le recorría el cuerpo. Él repitió el movimiento,
deteniéndose en la parte interior de su muslo, pero sin llegar nunca a donde le dolía,
en el centro. Verity se aferró al borde de la escalera en la que estaba sentada,
consciente de dónde estaban, pero envalentonada e inflamada en la oscuridad que
los envolvía en la carnalidad del momento.
Los dedos de él subieron más y un gemido susurró en el aire nocturno cuando
deslizó esos dedos por la hendidura de su ropa interior. Las piernas de ella se
abrieron instintivamente, y él le dio un tierno beso en las rodillas, como para
tranquilizarla.
Deslizó un dedo entre sus resbaladizos pliegues, frotando su sexo de arriba
abajo. ¡Oh, Dios! Su respiración se aceleró y su vientre se anudó, mientras él movía
esos dedos hasta ese nudo de placer y presionaba. Sentía que se mojaba cada vez
más, y no entendía lo que estaba pasando. Verity jadeó, queriendo cerrar las piernas
contra las sensaciones calientes que se agitaban en su vientre y en ese punto que él
presionaba, apretaba y frotaba. Sensaciones desconocidas brotaron bajo su ombligo,
haciéndola débil de deseo. —Ethan—, gritó suavemente. —Yo... ¿debería sentirme
así?
—Sí—, dijo él, con la voz áspera por la excitación. —Te estás mojando mucho,
Verity.
Sus mejillas se calentaron. —¿Eso es bueno?
—Sí, y quiero más. Quiero que tu pasión fluya sobre mis dedos, y quiero sentir
la firmeza de tu sexo y anticipar cómo tomarás mi verga.
Las palabras desconocidas le parecieron perversas y, de algún modo, su cuerpo
respondió, ardiendo de calor indeseado. Él introdujo un dedo en su cuerpo. El placer
fue tan intenso que ella jadeó.
—Shh—, cantó sensualmente. —Debemos guardar silencio.
Movió el dedo de un lado a otro, sacando más humedad de ella. Él siseó su
aprobación, y las caderas de ella se arquearon ante su contacto. Un segundo dedo se
unió al primero, y ella sintió una punzada de dolor por el estiramiento, pero Verity
quería más. Lanzó un sollozo cuando esos dedos se hundieron y se retiraron,
llenándola de dolorosa felicidad. Un tercer dedo se unió, y cuando ella gimió, él la
besó y utilizó el pulgar para presionar y frotar su clítoris. Verity casi se arqueó sobre
los escalones, y se aferró a sus hombros con tanta fuerza que temió que por la
mañana quedara una marca evidente.
Él la estiró, la acarició con sus dedos hasta que se convirtió en un desastre
tembloroso. El sudor manchaba su piel y un oscuro placer indulgente se hinchaba
en su interior. Verity se dio cuenta vagamente de que había abierto más las piernas,
hasta que Ethan se levantó de modo que quedó encima de ella, presionando su
espalda contra los peldaños de la escalera, deslizando esos dedos en lo más
profundo para rozar los nervios que se sentían como si estuvieran siendo torturados
por el éxtasis.
Los dedos de él acariciaron su sexo, el placer tenía una intensidad casi
insoportable hasta que la presión dolorosa se rompió, y ella estaba tan mojada que
la humedad fluyó sobre sus dedos como él había querido, mientras el éxtasis la
atravesaba. Su corazón latía demasiado rápido, demasiado fuerte, todo su cuerpo
temblaba. Ethan retiró sus diabólicos dedos de su cuerpo y la estrechó entre sus
brazos. Su fortaleza no hizo más que aumentar su excitación, y ella enlazó las piernas
alrededor de sus caderas mientras él subía con ella el resto de las escaleras.
El aliento de él cayó caliente y áspero sobre su cuello, y un gemido de
anticipación la abandonó. Llegaron a su habitación, él abrió la puerta de un empujón
y, antes de que esta se cerrara, Ethan la estaba besando, metiendo la lengua en su
boca y saboreándola con avidez carnal. Una dulce descarga de placer la estremeció
y se aferró a sus hombros sin poder evitarlo mientras él excitaba su cuerpo hasta un
punto febril.
Ella dejó caer las piernas al suelo, y él se lo permitió, pero no dejó de besarla. Le
tomó el pecho a través de la bata y le acarició el pezón hasta que se volvió un pico
rígido y doloroso. Le acarició los pezones con los dedos hasta que estuvieron tan
sensibles que ella apenas podía soportar la presión. Separándose de sus labios, Ethan
besó un camino hacia su cuello, sus hombros y los montículos de sus pechos
temblorosos.
—Necesito sentirte desnuda—, gruñó.
Le quitó la bata con un movimiento de ternura casi violenta y la dejó a sus pies.
Luego le siguió la ropa interior y la camisola hasta que quedó gloriosamente
desnuda. Ella observó cómo él se quitaba los pantalones. Su belleza masculina era...
cautivadora. Los músculos se extendían por los hombros, el pecho y los muslos. Su
hombría sobresalía gruesa y larga, y algo caliente se apretó en su vientre, y sintió un
dolor entre las piernas que le costó entender. Verity se preguntó aturdida dónde se
habían desvanecido sus nervios de doncella. Ethan no dudó, la levantó en sus brazos
y, en unas pocas zancadas, la bajó a la cama. Luego se arrastró por su cuerpo, deslizó
las manos por debajo de sus nalgas y la acercó a su boca.
Verity gritó de placer. Le lamió el sexo dolorido, separando sus pliegues con la
lengua, y luego cubrió su nódulo con los labios, chupándolo con delicadeza y luego
con una intensidad punzante. Unas sensaciones terriblemente calientes,
necesitadas... casi desesperadamente dolorosas la recorrieron.
Ethan la liberó de la tormentosa felicidad de su lengua y la cubrió con su cuerpo.
—Debes haberme hechizado—, gimió. —Te deseo tanto que me duele.
El sonido de su voz era un susurro de terciopelo sobre su piel. Le dio un empujón
a las piernas para que se abrieran más con las suyas, la levantó ligeramente y una
dura presión se clavó en su entrada. Le sostuvo la mirada mientras presionaba
inexorablemente hacia su cuerpo. La presión era inmensa, y Verity se aferró a sus
hombros, jadeando ligeramente.
Cuando la presión rozó el dolor, ella sollozó su nombre, repentinamente
insegura. Él atrapó tiernamente su boca con la suya, besándola profundamente,
mientras metía la mano entre ellos para acariciar ese nudo de placer. Hubo una
pequeña pausa, y luego sus caderas se hundieron, empujando profundamente.
Ella gritó en su beso mientras su sexo se tensaba y se estremecía en torno a la
longitud que la invadía, pero él no renunció a sus atenciones. El dolor disminuyó, la
presión se hizo tolerable y el calor se reavivó. Verity se inquietó y levantó las piernas
para anclarse en sus caderas. Sólo entonces él se movió, introduciendo y sacando su
dureza de su dolorido sexo.
Las sensaciones eran exquisitas. Ella dejó caer su frente sobre el hombro de él,
jadeando con cada sensual pero contundente embestida dentro de su cuerpo. Él
deslizó una mano por debajo de su trasero, levantándola mientras penetraba la más
profundamente.
—Oh, Ethan. Es tan bueno.
La tensión llegó a su punto máximo en su vientre mientras él la cabalgaba con
mayor profundidad y fuerza.
No pares. Por favor, no pares nunca, Ethan.
El sudor bañaba sus pieles mientras se deslizaban juntos, y ella gritó en el hueco
de su cuello cuando el placer se hizo añicos y la dejó temblando. Las manos de Ethan
la sujetaron con más fuerza y, tras varias embestidas profundas, gimió al vaciarse en
lo más profundo de su cuerpo. Ella le acarició la espalda mientras su respiración se
aliviaba.
—¿Ethan?
—Hmm—, murmuró él, sonando aturdido.
—Estoy de acuerdo. Debemos hacer esto todas las noches.
Él se rió y, por alguna razón, ella se rió con él. Esto se sentía... perfecto, y con
esta dulce sensación que llenaba su corazón, Verity esperaba que nunca
desapareciera.
Capítulo Doce
Ethan no podía dormir, pero esta noche, la sensación de estar bien despierto era
bienvenida. Su corazón práctico y lógico siempre había sabido que estaba inmerso
en el complejo ciclo del duelo por dos de los hombres más importantes de su vida,
al perderlos con días de diferencia. Aunque había aceptado la muerte de su padre
como una parte inevitable del ciclo vital, con Oscar, Ethan sentía que siempre se
preguntaría: si hubiera tomado otras decisiones, ¿seguiría vivo su amigo? Sabía que,
con el tiempo, el doloroso sentimiento de culpa se desvanecería como las cenizas en
el viento, pero siempre sabría que, de no haber sido por sus comportamientos
desenfadados e irresponsables del pasado, Óscar no se habría subido a aquel
carruaje, borracho como una cuba, y conducido el vehículo hasta su muerte.
Ethan cerró los ojos, apartando las imágenes y los recuerdos de sus
pensamientos. No quería que se entrometieran en ese momento, no cuando su
esposa yacía en sus brazos. No quería perder ese momento con Verity. El
pensamiento le produjo cierta diversión, ya que nunca había sido un hombre muy
sentimental, pero por primera vez en su vida, admitió que Verity era una mujer que
causaba estragos en su corazón y en sus pensamientos. Era una criatura rara, con su
dulce amabilidad y la forma en que escuchaba sin precipitarse a llenar el silencio de
ruido. Eso le gustaba de ella.
—¿Ethan?—, murmuró somnolienta, acurrucándose en el hueco de sus brazos.
Casi ociosamente, las delicadas puntas de un solo dedo rozaron su pecho desnudo,
bajando, rozando su abdomen para quedarse allí.
—¿Sí?
—¿Cuántos años tienes?
—Veintiocho—, murmuró él.
Ella se giró de modo que quedó de espaldas, con la cabeza apoyada en la parte
inferior de su pecho. Él sólo podía imaginar dónde había arrojado sus pies. La dama
no tenía gracia cuando dormía.
—Tener relaciones íntimas es muy satisfactorio—, murmuró ella roncamente. —
Veo el atractivo de hacer esto cada vez que podemos. ¿Siempre es así?
Él sonrió en la oscuridad, pensando en lo mucho que había hecho eso
últimamente. Sonreír. ¿Por qué la noción era tan sorprendente? —Puedo decir que
nunca he sentido un placer tan intenso en mi vida. Es desconcertante.
—¿Por qué iba a ser desconcertante?—, preguntó ella con picardía.
—¿Qué razón hay para que sea tan bueno?—, gruñó él. ¿Qué maldita razón
había para que unas simples caricias y la compañía lo convirtieran en un caos de
emociones, y lo llenaran de hambre, para desearla de nuevo a los pocos minutos de
haberla tomado?
—Soy sencillamente increíble en todo—, dijo ella con una risa complacida.
Su duquesa era realmente increíble. Algo esquivo se agitó en su interior, un
susurro de placer y satisfacción. La sensación perturbó a Ethan. La miró y la
encontró mirándolo, con una sonrisa en la boca, las mejillas sonrosadas y los ojos
brillando de placer y buen humor. —Eres mi esposa—, había un poco de asombro
en su voz, dándose cuenta de lo mucho que ella le gustaba.
Una emoción ilegible tocó su mirada por un momento fugaz, luego sus labios se
curvaron dulcemente. —Sí, y me alegro de serlo.
Maldito infierno. La culpa le atravesó el pecho, y con un gruñido interior la
reprimió. Ahora no. No quería arruinar esta sensación de paz perfecta. Sin embargo,
sospechaba que la culpa y el arrepentimiento lo apuñalarían y herirían cada vez que
mirara sus ojos azules y viera la risa y la felicidad, ya que su pequeña duquesa no
sabía qué culpa tenía él de que Oscar no se casara con su hermana.
Tal vez casarse con ella había sido una maldita tontería después de todo. Su
corazón rechazó la idea con una violencia impresionante. Como si percibiera su
súbita inquietud, Verity se puso boca abajo y se arrastró por su pecho, y le pasó un
dedo por la frente, calmando a la bestia que quería surgir dentro de él, para llenarlo
de un tipo de dolor diferente, uno que sólo podía calmarse dentro de su acogedor
cuerpo. Ethan rodó con ella hasta que acunó su peso entre las piernas abiertas de
ella, bajando la cabeza para capturar su boca con la suya.
Dios, tenía un sabor increíble. ¿Cuándo fue la última vez que sintió tanto placer
con un simple beso?
La respuesta ansiosa de ella avivó aún más su hambre, y metió la mano entre
ellos para empujar su verga y encajarla en su húmedo sexo.
—Abrázame, Verity—, murmuró contra sus labios.
Con un dulce y suave suspiro, ella le rodeó el cuello con las manos y se abrió
aún más a su conquista. Ya estaba suave y húmeda. La respuesta instintiva de ella
hinchó la verga de él con una necesidad palpitante. Con un gemido, hundió su
miembro en el interior de su sexo hasta la empuñadura. El placer subió por su
columna y se instaló en sus pelotas. Demonios. Ya quería acabar dentro de su cuerpo.
Reprimiendo despiadadamente las ganas, la amó lentamente, sonsacándole suaves
jadeos y gritos, esperando a que ella obtuviera su placer tres veces antes de recibir
el suyo dentro de su acogedor cuerpo.
Varios minutos después, Ethan se aseguró de que su duquesa estuviera limpia
acurrucada contra él mientras se sentaba contra el gran cabecero tallado.
—No puedes dormir—, susurró ella.
—Es la novedad de dormir al lado de alguien—, admitió él con brusquedad.
Fue poco más que una exhalación de aliento lo que escapó de ella, pero le
atravesó el corazón. —Deberías volver a tu habitación, Ethan. La puerta entre
nuestras habitaciones siempre permanecerá abierta.
Él la arrastró hasta que se sentó entre la V abierta de sus piernas, con la espalda
pegada a su pecho. Tiró de las sábanas alrededor de ellos, envolviéndolos en un
cálido capullo. Ella soltó una risita ante sus acciones y él le dio un beso en la esquina
de la frente. —No me voy a ir, Verity. Vamos a dormir juntos hasta que seamos viejos
y marchitos.
—Ese es un pensamiento encantador—, dijo ella con un suspiro de felicidad. —
Sin embargo, seré vieja y elegante.
—Dime—, murmuró él, —¿Qué te gusta hacer?
—¿Por fin sientes curiosidad por mí?—, preguntó ella de forma esquiva.
—Sí.
—Tu esposa es terriblemente sencilla. Me gusta leer, dibujar y pintar. Incluso me
gusta la costura. Siempre he querido aprender a nadar—, dijo inesperadamente.
—Te enseñaré.
Él sintió que ella sonreía y dijo: —Mi esposa también tiene una valentía como
ninguna que haya visto antes. Es una mujer extraordinaria.
El jadeo de ella fue suave y sorprendido. —¿Es así como me ves, Ethan?
Algo inesperadamente tierno se aferró a su corazón. —Sí. Te casaste conmigo,
un extraño con una reputación ruin, para estar al lado de un bebé que no es tuyo. Es
un riesgo que muchos no correrían.
—Tonterías—, dijo ella, —Eres un duque. Muchas se casarían contigo, aunque
babeases mientras hablas.
Ethan se rió, desconcertado por su sentido del humor. La abrazó con fuerza. —
Renunciaste voluntariamente a tu reputación y a cualquier posibilidad de un futuro
propio, para acompañar a tu hermana en su desgracia. Perdiste a tu familia... tus
amigos... tus esperanzas, y sospecho que incluso conociendo las penurias que
soportaste, si te dieran la oportunidad, harías la misma elección. Eres amable y
cariñosa, con una fuerza que admiro— dijo con brusquedad.
Una risa nerviosa surgió en su garganta. —Siempre pensé que era egoísta por
permitir que mis padres perdieran a sus dos hijas por el escándalo. Sé que no merecía
la ira de mi padre; simplemente no podía abandonar a Catherine en su momento de
necesidad.
—Te equivocas—dijo. —Ningún padre debería abandonar a su hija. Jamás. Él
debería haber utilizado su poder e influencia y haber mantenido a Lady Catherine.
No es la primera dama que tiene un hijo fuera del matrimonio.
Su esposa suspiró, le tomó la mano y le besó los nudillos. —Eres amable y dulce,
gracias.
Ethan no se atrevió a reír. Sólo su duquesa lo llamaría amable y dulce.
—Antes estaba muy ansiosa, temiendo que no tuviéramos un buen matrimonio
porque, en verdad, somos desconocidos todavía. Pero es sorprendente lo...
maravilloso que se siente estar contigo—. Se incorporó como si le sorprendiera una
idea increíble. —Quizás nos conocimos en una vida anterior.
—¿Crees que las personas tienen varias vidas?
—Reconozco que es una posibilidad. ¿No lo crees?
—No soy tan fantasioso.
—Olvidé que valoras la lógica y el pragmatismo—, dijo ella con un resoplido.
—A mí también me parece maravilloso estar contigo, Verity—, dijo él.
Según su evaluación de la mayoría de los matrimonios de la alta sociedad, eran
fríos e impersonales, y muchos caballeros tenían amantes, y luego las damas
buscaban otros amantes para calmar el dolor de la soledad. Ethan nunca había
pensado mucho en el matrimonio antes de que el pequeño Thomas y Verity llegaran
a su vida. Sabía que acabaría por casarse, pues debía cumplir con sus deberes y
responsabilidades para con el ducado. Pero nunca se había imaginado cómo sería su
duquesa, porque la idea del matrimonio no le había parecido importante, algo a lo
que tuviera que prestar atención. Había sido simplemente un deber.
Ahora se sentía diferente, y era por la mujer que tenía entre sus brazos. No
quería decepcionarla. Nunca. Ethan se preguntó cómo reaccionaría su pequeña
duquesa si supiera lo que él guardaba en su corazón. Algo feo y oscuro le recorrió el
corazón, y con una sensación de conmoción se dio cuenta de que se trataba de la
incomodidad que le producía perder la consideración de ella, y la suavidad de su
mirada cada vez que lo miraba.
Tonterías, dijo en silencio. No había ninguna maldita necesidad de sentirse
incómodo. No hablaron más, y él se quedó así, con su duquesa envuelta en sus
brazos, mientras caía en el sueño.
~*~
Unas horas más tarde, Verity se revolvió somnolienta cuando Ethan se
desprendió de sus lánguidos miembros. Se inclinó sobre ella, magnífico en su
desnudez. Ella se acurrucó en la colcha, con la intención de dormir, y sonrió cuando
él le besó la frente y los párpados de sus ojos cerrados, y luego, más
apasionadamente, la boca, hinchada por sus aventuras nocturnas en la felicidad
conyugal.
—Eh, ¿qué hora es, Ethan?—, murmuró Verity, abriendo los ojos a una
habitación oscura.
—Casi amanece, voy a cabalgar, ¿te levantas o te dejo seguir durmiendo?
Verity se apoyó en los codos y entrecerró los ojos en la oscuridad mirando a su
marido mientras éste encendía una lámpara. Cuando la luz se encendió, disfrutó de
una larga mirada a su espalda desnuda, sus nalgas y sus muslos. Era una vista que
le parecía clásicamente espléndida, y frunció el ceño, repasando lentamente lo que
su esposo le había dicho.
Oh, va a montar a caballo. Ha tenido otra pesadilla. Se sentó en el centro de la
cama. —Me voy a levantar, pero necesito ayuda con mi nuevo traje de montar, los
botones están atrás. No quiero despertar a Matilda tan temprano...
—Puedo actuar como tu criada—, dijo él, mirándola lascivamente, y ella soltó
una risita mientras se deslizaba fuera de la cama y en los brazos de su duque.
—Iré a vestirme y luego vendré a ayudarte, ¿puedes encontrar todo lo que
necesitas?
—Sí, Matilda es muy ordenada y lo guardamos todo juntas—. Verity se sentía
rígida y dolorida, pero le haría compañía. Se lavó la cara y las manos y se cepilló el
pelo y lo recogió en una cola. Luego se puso la ropa interior y sacó su traje de montar.
Se lo habían hecho un poco suelto para facilitar los movimientos, así que Verity no
pensó que necesitara llevar sus pantalones debajo. Se puso su traje de montar azul
brillante y se abrochó los botones de los puños. Verity sintió, más que vio, que Ethan
se acercaba por detrás de ella y que sus manos se introducían en el traje para acariciar
sus pechos, mientras sus pulgares le acariciaban los pezones hasta convertirlos en
picos duros.
Oh, Dios. El placer era abrasador. —Eso está bien, pero si continúas, te llevaré de
nuevo a esa cama. Tal vez incluso podría montarte a ti en lugar de a mi yegua—,
bromeó ella, sin estar segura de que tal cosa fuera posible.
—Esa es una propuesta interesante, me gustaría ver cómo se agitan tus pechos
mientras me montas. Pero creo que tal vez debería abrocharte el traje de montar para
que podamos salir y disfrutar de lo que parece que va a ser un buen día—, dijo él,
soltando de mala gana sus pechos y concentrándose en los numerosos y diminutos
botones que mantenían el traje en su sitio.
Verity disfrutó de la sensación de sus dedos abrochando con destreza la parte
trasera de su traje, y se quedó quieta para facilitarle el trabajo. El personal de la casa
estaría despertando y preparando todo lo necesario para la mañana. Pero bajaron de
puntillas las escaleras y salieron a los establos antes de que alguien los sorprendiera
escabulléndose como niños traviesos.
El semental castaño de Ethan ya estaba ensillado y golpeando el suelo con ganas
de salir. El mozo de cuadra se apresuró a ensillar su yegua picaza y pronto la condujo
fuera. Ethan se movió para levantar a Verity y, cuando estuvo firmemente sentada,
el duque montó su propio caballo y partieron por el camino que llevaba a un
pequeño bosquecillo de árboles.
—¿Eres un buen jinete?—, le preguntó, con un tono un poco tenso.
—Sí.
—Bien, vamos a correr.
Salieron juntos, confiando en sus caballos. Fue glorioso, y cabalgaron,
galopando a toda velocidad, otras veces trotando en un silencio disfrutando de la
compañía durante varios minutos. Ethan aminoró la marcha de su caballo y ella lo
siguió, mirando con asombro cómo la luz más tenue aparecía en el horizonte lejano,
y luego se deslizaba más y más alto en el cielo, pintando las praderas y los bosques
con brillantes tonos anaranjados y amarillos. Verity no recordaba haber apreciado
nunca la belleza y la paz de ver el amanecer, y una mirada a Ethan mostró su
satisfacción.
Su corazón se agitó al saber que él compartía esa paz perfecta con ella, y las
esperanzas que había sentido por su matrimonio ardieron aún más. Él la miró y
sonrió. No era una sonrisa burlona ni llena de sensualidad. Era una simple sonrisa,
y su corazón dio un violento tirón hacia él. Sintió que se había formado algo entre
ellos, un hilo único de conexión quizás. Contemplaron el amanecer y luego
regresaron a la casa principal sin hablar, y Verity no lo habría hecho de otra manera.
Me estoy enamorando de ti, Ethan. ¿Me corresponderás?
Capítulo Trece
Las dos semanas siguientes transcurrieron en una felicidad radiante para Verity.
Cada día con Ethan, el pequeño Thomas y Artie resultó ser una maravilla. Después
de amarla a fondo, su duque dormía con ella todas las noches, y cada vez se
levantaba menos para visitar aquel saco de arena. Incluso el día anterior,
posiblemente habían escandalizado al ama de llaves al retozar en la biblioteca
durante el día. Cómo se había sonrojado Verity y había escondido la cara en su
chaqueta mientras el diablo se reía. Ethan tenía sus deberes, y aunque los de ella
eran menos extenuantes, pues había sido entrenada en la gestión de una gran casa,
llenaban una parte de sus días.
Verity consultaba cada día con el ama de llaves y el mayordomo. Se había
asegurado de aprender los nombres de todo el personal y lo que debían hacer en sus
tareas. Comprobaba los menús con la cocinera y se aseguraba de que no hubiera
demasiado desperdicio. También se interesaba por los pobres de la zona que se
consideraban de la competencia del duque, y comprobaba si había pensionistas de
la finca que hubieran estado empleados allí anteriormente. Algunos de estos asuntos
los puso en conocimiento de Ethan o de su mayordomo, pero dispuso que se
enviaran cestas de comida a los que más sufrían por su pobreza.
Debido al abandono que sufría la mansión desde la muerte del difunto duque,
padre de Ethan, revisó toda la mantelería de la mansión con el ama de llaves y una
de sus nuevas lavanderas. Las sábanas mal gastadas o manchadas se sustituyeron,
o se cortaron para utilizarlas con otros fines. Las bodegas estaban muy agotadas y
se encargaron nuevas provisiones con la ayuda de su nuevo mayordomo. Se
limpiaron a fondo todas las habitaciones y se comprobó si había que hacer alguna
reparación o sustitución, por lo que se arreglaron y cambiaron gradualmente las
cubiertas y cortinas desvencijadas.
Se limpiaron las ventanas y se llamó a un carpintero y a un constructor para que
solucionaran algunos problemas menores. Hizo un inventario de la vajilla de plata,
mandó limpiar el bodegón y se aseguró de que estuviera bien abastecido, y luego se
dedicó personalmente a clasificar los documentos y mapas que había encontrado
revueltos en una pequeña habitación, en lugar de ser cuidadosamente archivados.
Aunque la sala había sido construida por el difunto duque, los registros de la familia
se remontaban a mucho tiempo atrás, y se referían a otras propiedades y tierras
además de la mansión. De este modo, Verity dedicó su tiempo a hacer que la casa
fuera más cómoda y funcionara mejor.
El pequeño Thomas estaba contento, e incluso Artie se había aficionado a las
lecciones diarias que ella le impartía, dando ya un gran paso en la lectura, e incluso
en su comportamiento. Una modista y un sastre de Londres habían llegado a Kellitch
Hall a instancias del duque, y los nuevos guardarropas de Verity, Thomas y Artie,
muy a la moda, llegarían pronto. Artie se negó a renunciar a su daga, lo que no hizo
más que divertirla, y Verity le aseguró que podía conservarla. Sin embargo, hizo que
el zapatero local hiciera un boceto en papel del cuchillo y le pidió que le hiciera una
funda y un cinturón adecuados para que pudiera llevarlo con seguridad. Las
preocupaciones del pasado se habían desvanecido, y ni siquiera podía lamentar o
resentir las penurias de los dos últimos años, pues habían llevado a su pequeña
familia a esta satisfacción. Incluso sus padres los habían visitado, y después de los
primeros minutos, la tensión había desaparecido, y su mamá y su papá habían
expresado su interés por conocer a Thomas.
Verity había llorado esa noche, sabiendo que era todo lo que Catherine había
esperado, pero que se había ido y tal vez nunca volvería. Verity echaba de menos a
su hermana y ansiaba saber si había llegado bien a París, o incluso si Catherine
pensaba en el pequeño Thomas, en Artie y en ella.
Con un suspiro, Verity hizo a un lado esa preocupación y entregó el menú de la
semana a la cocinera, que hizo una rápida reverencia y se dirigió a la cocina. Luego
subió a toda prisa las escaleras de caracol para buscar a Ethan para sus clases de
natación, que se desarrollaban de forma espléndida. Lo encontró en la guardería, de
pie junto a la ventana, con un alegre Thomas en brazos. Se detuvo, escuchando su
voz profunda y tranquilizadora, y la historia que le contaba al bebé.
—Tu padre era valiente y nunca dudaba en lanzarse a la aventura—, dijo Ethan.
—Cuando éramos muchachos de trece años, creímos encontrar un tesoro mientras
explorábamos unas cuevas en Somerset.
Thomas balbuceó como si entendiera el relato, y ciertamente escuchó con una
atención embelesada que no se ve a menudo en los bebés de su edad. Escuchó
durante varios minutos las aventuras que le describía a Thomas sobre él y Oscar,
caminando por las profundidades de las cuevas durante kilómetros, o ayudando a
un pájaro con un ala rota, e incluso buscando bayas silvestres para comer cuando se
creían perdidos. Verity se alejó de la guardería con una sonrisa, para recoger sus
cuadernos de dibujo y sus lápices. Salió al exterior, hacia el extremo oriental de la
propiedad, donde un gran roble tenía un espléndido asiento de madera sujeto como
columpio a una robusta rama. Se sentó en la hierba, abrió su cuaderno y empezó a
ilustrar la historia que Ethan le había contado a Thomas. Ella le preguntaría a su
duque sobre más aventuras, o incluso escucharía cada vez que él obsequiara al bebé
con uno de sus cuentos, y crearía este libro de recuerdos para el pequeño Thomas.
Cuando él tuviera una edad razonable para entender las historias y supiera que eran
de su padre, ella se las leería. Los tendría para leerlos una y otra vez, sabiendo algo
del padre que había perdido.
Sonriendo, se inclinó y comenzó.
~*~
Artie deambuló por el pasillo, con un paso orgulloso, una sonrisa en su rostro y
un gatito acurrucado en sus brazos. Cuando vio a Ethan, esa sonrisa se atenuó para
ser reemplazada por cautela. Ethan levantó la barbilla y el niño vaciló, pero lo siguió
afuera, donde dieron un paseo por el camino pavimentado que conducía al lago.
Ethan les permitió caminar en silencio durante varios minutos, dejando que el chico
se sintiera cómodo con su presencia.
—Hace poco más de dos semanas que vives aquí, Artie.
Le dirigió una mirada peculiar. —Sí, señor.
—¿Estás cómodo?
Los ojos del chico se abrieron de par en par. —Mi barriga está llena todos los
días, señor. Y ya no tengo frío—. Aquellas palabras daban a entender que Verity y
su hermana habían pasado por momentos difíciles desde el punto de vista
económico en los dos años que él había vivido con ellas. Había días en los que la
comida podía escasear y los inviernos eran fríos. Su duquesa habló de ello
brevemente, y había mencionado que vendieron varias de sus joyas y practicaron
una estricta economía para vivir lo más cómodamente posible. Hablaba de su
carácter el hecho de que no se hubiera quejado de lo extremadamente difícil que
debía ser para dos jóvenes damas, que habían crecido en el regazo del lujo con un
ejército de sirvientes, arreglárselas en una pequeña casa de campo con sólo una
cocinera y una criada de día para ayudarlas en su vida diaria.
De alguna manera, en su dolor y en la responsabilidad de lidiar con la herencia
del ducado, Ethan no había establecido un vínculo entre la “Catherine” de la que
hablaba Oscar y la rara belleza que había sido deshonrada por haberse anticipado al
matrimonio, y haber cometido el grave pecado de amar fuera del mismo. Ese feo y
oscuro sentimiento se clavó en su pecho y lo arañó. Lo apartó hasta que se apagó.
Las cadenas de la culpa eran una maldita carga, y deseaba poder ser lo
suficientemente insensible como para cortarlas con facilidad, como había visto hacer
a otros. La parte lógica de él sabía que probablemente algún día se aliviarían, y
reflexionó que desde su matrimonio, la carga se había ido levantando cada día.
—Quiero que sepas que dondequiera que estemos Verity y yo, también está tu
casa. Ahora eres parte de nuestra familia.
El chico se detuvo y agarró con fuerza las solapas de su chaqueta. —Mi padre
era el carnicero local. Mi madre murió al darme a luz.
Ethan lo miró fijamente y esperó a que Artie ordenara sus pensamientos.
—Me escapé de casa por sus palizas—, dijo apresuradamente. —Y robé comida
para vivir, señor.
—Hiciste lo que tenías que hacer para sobrevivir—, dijo Ethan. —No hay que
avergonzarse de ello. Eras un muchacho de ocho años.
El chico aún parecía dudoso. Miró a Ethan de reojo, como si tratara de entender
al hombre que tenía delante.
—¿Deseas volver con tu padre o darle a conocer tu paradero?
—No—. Una nube pasó por el rostro del muchacho. —Pero... no pertenezco a
este lugar. Lo siento en mis huesos.
—¿Deseas sentir que perteneces?
Un destello de hambre pasó por su rostro. —Sí.
—¿Deseas ser educado y preparado para una vida en la que puedas ganarte la
vida, casarte bien y tener tu propia familia?
El chico asintió.
—Entonces aprovecha mis recursos—, dijo Ethan con una sonrisa. —No es
necesario que camines por ahí con esa preocupación de que alguna vez te pida que
te vayas. Eres de la familia de Verity, por lo tanto, también de la mía. Sé que Verity
te ha enseñado a leer y a escribir. Hay que esforzarse más. Empezaremos por
contratar tutores para lectura, geografía, aritmética, esgrima y clases de equitación.
La boca del chico se curvó en su sonrisa torcida y la tensión de sus hombros se
alivió. Abrazó al gatito contra su pecho con un tierno abrazo mientras paseaban y
charlaban durante varios minutos sobre sus intereses mutuos en el vuelo de cometas
y la pesca. Cuando Artie se marchó, ya no tenía ese aire de ansiedad y su paso era
más seguro.
Ethan se dirigió hacia el lado este de la finca. Había visto a Verity correr hacia
allí, mientras estaba junto a las ventanas, hablándole a Thomas de su padre. Ethan
debería reunirse con el administrador de la finca, pero quería verla a ella. Se rió con
pesar, todavía sorprendido por la constante sensación de deseo que lo arrastraba a
su presencia. Varios minutos después, sus pasos vacilaron cuando la vio sentada en
el columpio que tanto le había gustado de niño. Se balanceaba suavemente, mirando
el cuaderno de dibujo que había en la hierba.
Hoy llevaba un vestido de día amarillo que se ceñía seductoramente a su figura.
Unos mechones de pelo se escapaban de su peinado y enmarcaban sus hermosas
facciones, y con una sonrisa, observó que sus pies estaban desnudos, incluso sin sus
medias. Mirando a su alrededor, vio las botas y las medias blancas desechadas que
descansaban junto al tronco del árbol.
Parecía una jovencita. Inocente. Dulce. Simplemente encantadora. Todo lo
contrario, a la libertina que había hundido su sexo en su miembro la noche anterior
y lo había cabalgado lentamente hasta que él se había retorcido en las sábanas y casi
había suplicado clemencia. Un rayo caliente de sensación se disparó directamente a
su verga, y casi maldijo al sentir que se agitaba. Casi todas las noches, amaba a su
esposa más a fondo, a veces lenta y suavemente, otras veces profunda, rápida y
duramente, mientras utilizaba su calor y dulzura para ahuyentar las sombras que se
aferraban a él. A su mujer nunca parecía importarle que la tomara con fuerza, y su
liberación en esos momentos era poderosa y demoledora.
Verity volvió a empujar el columpio y, cuando levantó la barbilla, él vio los
restos de lágrimas. Algo violento y oscuro se movió a través de él, y quiso matar a
quienquiera que la hubiera puesto así. Se acercó a ella y su cabeza se levantó. Una
sonrisa iluminó todo su rostro, golpeando su corazón con su belleza. Algo feroz se
aferró a su pecho, y él soltó una lenta respiración. Quería que ella le sonriera siempre
así, que sintiera su brillo y su belleza.
Sin hablar, Ethan fue detrás de ella y la empujó para que se columpiara más y
más alto aún. Ella se rió, con un sonido fuerte y chispeante. La empujó durante
varios minutos, dejando que se elevara y sintiera el viento en la cara. Luego redujo
sus movimientos, deteniendo el columpio y fue a sentarse junto a ella.
—Estabas llorando—, le dijo bruscamente.
La respiración de ella se entrecortó y permaneció en silencio durante largos
momentos. Ethan no la apuró, confiando en que si ella deseaba revelar sus
pensamientos, lo haría. Si no, respetaría su espacio y su silencio.
—Estaba creando un libro de cuentos para Thomas—, dijo ella con voz ronca,
levantando la barbilla hacia el dibujo en la hierba. —A partir de las historias que le
contabas. Quería que él lo tuviera, para recordar siempre a su padre. Entonces me
pregunté qué historia le contaría de Catherine. ¿Le digo que ella cayó en una
profunda melancolía, y que el escándalo y el dolor la persiguieron tanto que lo
abandonó por un futuro que no lo incluía? ¿Qué le digo de su madre, Ethan?
Él cerró los ojos contra el dolor en su tono, el arrepentimiento se posó en su
espalda como un peñasco. Su duquesa apoyó su cabeza en los hombros de él, y se
mecieron.
—Háblale de la hermana con la que creciste—, dijo con brusquedad. —Aquella
a la que querías tanto que lo dejarías todo para estar con ella en su momento de
incertidumbre. Cuéntale las aventuras que vivieron de niñas. Enséñale por qué la
querías.
Su mujer suspiró y luego sonrió. —Tienes razón, cariño.
Aquel cariñoso apelativo lo sacudió, y entonces una ráfaga de placer lo llenó.
—¿Quieres que la encuentre?
Con un grito ahogado, ella se sentó y lo miró con los ojos abiertos. —¿Crees que
puedes hacerlo?
—Soy el Duque de Bainbridge—, dijo Ethan. Luego sonrió. —Lo intentaré.
—En la carta que me envió, Catherine decía que se iba a París. Eso es todo, Ethan.
Que había conocido a alguien, no puedo imaginar a quién, y...
Verity se tapó la boca con una mano. —Había un erudito que pasaba por el
pueblo. Era de Francia y era el primo del terrateniente local. Era una de las únicas
personas agradables con nosotras, y una vez lo vi conversando profundamente con
Catherine. ¿Podría ser él con quien ella intercambiaba cartas? Pero, por supuesto—,
dijo Verity con entusiasmo, —¿quién más podría ser?
Él tomó su mano entre las suyas. —Entonces empezaremos por ahí. Contrataré
un equipo de investigadores, los mejores, y la encontraré para ti.
Un sentimiento oscuro pasó por su corazón, y reconoció que una vez que
Catherine supiera la nueva situación de Verity, podría muy bien revelar por qué
había dejado sin ceremonias al bebé en su puerta. Estaba claro que la dama conocía
su implicación en el romance entre ella y Oscar; de lo contrario, cómo podría haber
sabido dónde dejar a su hijo. Miró a Verity, y la forma en que le sonrió entonces, sus
ojos brillando con esperanza y emociones tiernas, detuvo las palabras que rondaban
en su lengua.
Jodido infierno.
—¿Qué ocurre?—, susurró ella, tocando su mandíbula. —Tienes un aspecto
tan... salvaje. ¿En qué estás pensando, Ethan?
Él la atrajo hacia sus brazos y tomó su boca en un beso de violenta ternura. Ella
jadeó y se derritió contra él. Los sentimientos crudos que bullían en su interior se
calmaron de inmediato cuando él aceptó la sumisión de ella a su pasión, su
confianza y el amor que podía ver en sus ojos.
Capítulo Catorce
—Oh Ethan, mira— gritó Verity, sentándose en la manta y aplaudiendo. —Thomas
está caminando sin caerse ni tener que sujetarse.
Un dulce alivio la llenó. Le había preocupado que Thomas no caminara todavía,
teniendo en cuenta que ya tenía trece meses. El médico de la familia que el duque
había traído para que revisara a Thomas había dicho que el bebé estaba bastante bien
y se desarrollaba sin problemas, y que simplemente le diera más espacio para
moverse, sin tener que sujetarlo.
El pequeño Thomas se reía y se deslizaba por el césped como si acabara de
descubrir la libertad y no tuviera intención de parar pronto. Su niñera lo observaba,
e incluso se apresuraba a recogerlo cuando se caía. El niño se retorcía, ella lo dejaba
en el suelo con una carcajada y volvía a salir. Hacía sólo unos días, había llamado a
Verity mamá, para su asombro. Verity se había sorprendido y estalló en llanto, y
Ethan se había reído y la había abrazado.
—Está creciendo mucho—, susurró ella.
—Es cierto—, dijo Ethan con desgana. —Pronto estará pavoneándose y
divirtiéndose por la ciudad.
Con un grito ahogado, ella le lanzó un trozo de manzana y él se rió, rodeando
su cintura con el brazo y tirando de ella hacia él. Ella se posó en su pecho con un
suave grito.
—Nuestros hijos no serán ningunos granujas. Serán unos perfectos caballeros—
, dijo ella con picardía, rodeando su nuca con los brazos.
Ethan la besó con ternura. Su corazón se estrujó. Aunque su duque era muy
atento, e incluso la miraba con hambre y anhelo, nunca había expresado palabras
románticas. Verity se recordaba a sí misma que era un hombre práctico y que tal vez
nunca le transmitiría tales sentimientos. Sin embargo, descubrió que anhelaba
escuchar sus palabras y tener la certeza de que podía sentir algún tipo de afecto por
ella más allá de sus responsabilidades. Especialmente cuando ya estaba tan
desesperadamente enamorada del hombre.
—Lo que diga mi duquesa, me aseguraré de que se cumpla—. Se recostó en las
montañas de cojines, acurrucándola escandalosamente en el pliegue de sus brazos.
—¿Volvemos a la lectura mientras Thomas descubre la belleza de sus pequeñas
piernas?
—Sí—, dijo ella con una ligera risa. Hoy hacía un tiempo espléndido y habían
hecho un picnic en el césped, turnándose para leer La Huérfana del Rin, de Elizabeth
Sleath. La voz de Ethan era perfecta para la lectura, y ella se encontró embelesada y
en vilo mientras escuchaba cómo se desarrollaba la historia gótica.
~*~
Mientras se preparaba para la cena, Verity se debatía sobre cuál de sus nuevos
vestidos ponerse. La puerta de su habitación se abrió y entró Matilda. Ayudó a
Verity a vestirse con su camisola, corsé y un precioso vestido color rosa con un
encantador escote. Mientras Matilda la peinaba, Verity notó que parecía ansiosa.
—¿Está todo bien, Matilda?
Ella dudó. —Es que, Su Excelencia, el duque ha recibido una visita de una mujer,
y está sollozando escandalosamente sobre él y llorando porque no puede creer que
esté casado.
La respiración se aquietó dentro del pecho de Verity. —¿Perdón?
Matilda se apresuró a hacer una reverencia de disculpa. —No estaba segura de
si debía decir algo—, se apresuró a decir, dando los últimos toques al peinado de
Verity.
—Yo...— Verity respiró profundamente. —Está bien, Matilda. ¿Dónde está el
duque con esta... dama?
—En el salón, su señoría.
Verity bajó la escalera de caracol y se dirigió al salón, consciente de sentirse
aprensiva. Ethan había dejado la puerta entreabierta, y se alivió parte de la opresión
que no se había dado cuenta de que tenía en el pecho. Se quedó parada en la puerta,
mirando a la deslumbrante belleza pelirroja que lloraba lastimosamente mientras
miraba al duque, que le devolvía la mirada con una despreocupación escalofriante.
—Estas siendo cruel, Ethan, querido—, dijo ella. —Viajé desde Bath tan pronto
como supe la noticia. No regresé a la ciudad para recibir tu misiva, poniendo fin a
nuestra relación. Seguramente podrás perdonarme por haber viajado sin avisar, y
alojarme por la noche.
Santo cielo. Era su antigua amante, y dado lo tardío de la hora, esperaba dormir
bajo su techo. Aunque a Verity se le hizo un nudo en el vientre, seguramente sería
poco caritativo rechazar a la mujer. Eran ya cerca de las seis de la tarde y el cielo se
había nublado.
—Hay una posada no muy lejos de aquí—, dijo, —estoy seguro de que habrá
habitaciones.
Cuando estaba a punto de anunciar su presencia, la dama dijo: —¿Es que tienes
miedo de que conozca a tu esposa?
Ethan arqueó una ceja. —Realmente te das demasiada importancia.
—Todavía no puedo creer que te hayas casado con su hermana—, siseó la dama.
—No es asunto tuyo—, dijo él con frialdad.
—¿Y qué pasa si tu esposa viene de verdad con su pistola?—, exigió la dama
mordazmente. —¿Permitirás que me dispare?
—Si es su prerrogativa—, dijo él con indiferencia. —Intentaste besarme a pesar
de que te aseguré que estoy felizmente casado.
Verity casi se atragantó. Le había dicho a la dama que podría dispararle. Verity
estuvo a punto de reírse, recordando su promesa de batirse en duelo con cualquiera
que ofendiera sus votos; sin embargo, un sentimiento de temor invadió su corazón.
¿Conocía esta mujer a Catherine?
—Ethan—, dijo Verity, odiando que su voz temblara.
La espalda de él se puso rígida y se volvió hacia ella. Lo miró fijamente, con sus
ojos brillantes cada vez más distantes. La repentina tensión en él era palpable.
—¿Conoce esta dama a mi hermana?
La dama en cuestión se dio la vuelta, con sus brillantes ojos marrones
recorriendo a Verity. Percibió celos y vergüenza en su mirada y suspiró.
—Sí, sé de ella, pero nunca la he conocido—, dijo con un poco de rencor. —Fue
el duque quien convenció a Lord Preston para que no se casara con ella. El
argumento fue bastante... persuasivo, y así es como supe de ella.
—Te has excedido en tu bienvenida, Sarah—, dijo con frialdad. —Vete, o haré
que te echen.
La dama palideció y se llevó la mano a la garganta, con un repentino
arrepentimiento en el rostro. —Ethan, lo siento, yo no...
—¡Fuera!
Ella se sobresaltó y, con un grito ahogado, salió corriendo de la habitación.
Verity se adentró en la habitación para que la dama pudiera pasar junto a ella, pero
no apartó la mirada de la repentina expresión indescifrable de Ethan. En ese
momento, él le recordó al frío y distante duque que había conocido la primera vez
que entró en esta casa.
—¿Es cierto?—, susurró, recordando las lágrimas y las preguntas de Catherine
sobre por qué el conde no se había a casado con ella tras su noche de impetuosa
pasión.
Un ligero temblor recorrió la tensa estructura de él. —¿Acaso importa?
Su respuesta hizo que un terrible y hueco dolor se alojara en su pecho. Debería
negarlo, pensó aturdida. Verity lo miró fijamente, con una dolorosa sensación que
le atenazaba el pecho. —¿La razón por la que Lord Preston no le ofreció casamiento
a Catherine después de... después de llevarla a su cama fue porque tú lo convenciste
de lo contrario?
—Sí.
Ella se estremeció, la herida de su corazón se abrió. —Tú fuiste la fuente de la
mayor infelicidad de mi hermana.
—Sí—, dijo él con brutal honestidad.
Ella apenas podía verlo a través de una película de lágrimas. —¿Por qué?—, dijo
ella. —¿Por qué has actuado con tanta insensibilidad hacia ella? ¿Qué hiciste
exactamente, Ethan?
Sus ojos la atravesaron. —Nunca conocí a esa Catherine de la que Oscar hablaba
a menudo, ni reveló nunca su nombre completo, sospecho que para salvar su
reputación. Los dos teníamos veintiséis años, y no queríamos caer en las trampas de
las madres casamenteras y sus hijas, y estábamos decididos a seguir siendo solteros
hasta que el deber nos obligara a casarnos—, dijo con rotundidad. —Me habló de
una chica que entró en su habitación en una fiesta de la casa y confesó su amor por
él, y de cómo cayó bajo sus encantos y no pudo evitarlo. Cuando vino a verme,
balbuceando que iba a comprometerse con una dama pero que no estaba seguro de
estar preparado para el matrimonio, le dije que no fuera tonto. Hacían falta dos para
meterse en una cama, y estaba claro que ella quería atraparlo en matrimonio. Algo
para lo que aún no estábamos preparados.
Verity retrocedió. —¡Catherine no tenía esas ideas! Se conocieron y bailaron en
varios bailes y entablaron conversaciones antes de... antes de...
—No cortejaba públicamente a ninguna dama que yo supiera—, dijo él. Su
mandíbula estaba tensa, apretada, al igual que sus manos a los lados. —No la creí
genuina en los sentimientos que decía tener por él, los que parecían tan inciertos
como excitados. Fui yo quien lo convenció para que retrasara su oferta de
matrimonio y me siguiera a una casa que contaba con las más bellas cortesanas.
Bebimos y nos entregamos a todo tipo de libertinaje, y cuando salimos a trompicones
de esa casa, Oscar pensó que era una buena idea ordenar al conductor que se fuera,
y se subió al pescante para conducir.
Verity se alejó de él, su corazón latía tan rápido que sintió dolor. El recuerdo de
los gritos de Catherine y su desmayo ante la noticia de la muerte del conde casi
partió a Verity en dos. —No deseo escuchar más—, susurró, o podría gritar y
abalanzarse sobre él para abofetearle la cara.
Se miraron fijamente durante dolorosos minutos.
—Atravesamos las calles de Londres como dos tontos borrachos—, siseó él, con
una mueca de doloroso tormento. —No hice nada para moderar la velocidad a la
que Oscar urgía a sus caballos, sino que me senté allí como un tonto indulgente,
dando sorbos a una petaca de whisky. Todavía hoy no sé qué golpearon los caballos.
Pero Oscar perdió el control, el carruaje se desvió y todo lo que vino después quedó
ensangrentado.
Las lágrimas resbalaron por su rostro y se las enjugó. —Ahora lo entiendo—,
murmuró. —La facilidad con la que acogiste a Thomas y la facilidad con la que te
casaste conmigo. Sentías que le debías a Lord Preston... y que le debías a Catherine.
Dígame, Su Excelencia, ¿es la culpa lo único que mantiene unido nuestro
matrimonio?
Él dio un paso hacia ella. —Yo también siento esa perdida, Verity. No es sólo la
culpa y la pena lo que me atormenta.
El corazón de Verity se rompió, y agarró los bordes de su vestido, se dio la vuelta
y huyó de él.
Capítulo Quince
Ethan nunca imaginó que su pecho se abriría de dolor al ver una agonía tan cruda
en los ojos de su esposa. Ese suave gemido de dolor y negación quedaría grabado
en su corazón para siempre, recordándole que siempre se preocuparía por esta
mujer.
Que la había herido...
Dulce misericordia. Se llevó una mano al pecho y se lo frotó. El hecho de haberla
lastimado le produjo dolor y un sentimiento desesperado en su interior por arreglar
todo de una vez. Ella le importaba más de lo que él mismo había admitido, y Ethan
se sentía como un tonto en ese momento. Verity era... Dios, se había convertido en
algo muy importante para él.
Debía reparar el pasado, reparar lo que estaba sucediendo ahora... simplemente
repararlo todo, pero ¿cómo podía hacerlo?. Lo que estaba hecho, estaba hecho. Sus
acciones no podían volver atrás.
Reparar todo.
Esas palabras golpearon dentro de él como un rugido insistente, y dio un paso
tras ella sólo para vacilar, su pecho se levantó con una dura respiración. Podía ser
que ella no quisiera volver a verlo, a besarlo o incluso a acogerlo en su cama y en su
corazón después de hoy, porque él no podía deshacer el jodido pasado. Ethan
sacudió la cabeza porque, aunque ella no quisiera volver a hablarle, eso no
importaba, mientras ella no tuviera dolor y se sintiera siempre feliz con su suerte en
la vida. La felicidad de Verity importaba más que nada. Era lo que malditamente se
merecía porque era condenadamente dulce, y amable, y maravillosa.
Las cosas buenas deberían sucederle a la gente increíble.
Ethan quería estrellar su puño contra la pared. Esto no era algo que pudiera
arreglar y eso significaba que no había ninguna maldita razón para perseguirla.
Error.
No podía soportar que ella viviera su dolor y sus lágrimas sin entender lo
profundamente arrepentido que estaba. Por muchas cosas, pero sobre todo por
haberla herido. No podía imaginarse que ella lo perdonara, pero debía decirle eso al
menos. No debía dejar pasar una noche sin transmitirle sus sentimientos. Ella tenía
que entender que, si él pudiera volver atrás y cambiar lo que había hecho, haría todo
lo posible para evitar que ella saliera tan herida por sus actos. Para evitar el dolor
que le había causado a su hermana y a su familia.
Aunque casarse con Verity había sido sobre todo por el bien de Thomas, su
matrimonio se había convertido en mucho más que dolor, y arrepentimiento, y
expiación.
Soy un maldito tonto.
Sin perder un momento más, Ethan persiguió a su esposa.
~*~
Verity no se detuvo hasta llegar a la pequeña gruta, muy lejos de la casa
principal. Allí se sentó en el gran peñasco de piedra, apoyó la frente en las rodillas
y respiró entrecortadamente. El sonido de una rama rompiéndose resonó en el
silencio, pero ella no se volvió.
—Artie, por favor, me gustaría estar sola.
No hubo respuesta, pero oyó más pasos. Cuando se desvanecieron y el silencio
se prolongó una vez más, se abrazó aún más a sus rodillas y cerró los ojos. Las
lágrimas se filtraron por debajo de sus pestañas cerradas, y con una sacudida, Verity
lloró. Los sonidos fueron pronto crudos y duros. El hombre del que se había
enamorado había sido el orquestador del mayor dolor de su familia. Si no fuera por
su interferencia, Catherine y Oscar podrían estar felizmente casados en este
momento. No habría habido escándalo, ni deshonra... o quizás la muerte.
Ella se estremeció, comprendiendo de repente la oscura culpa que acompañaba
a su dolor. Él pensaba lo mismo.
Oh, Dios.
La única razón por la que se había casado con ella era para expiar, y era por esa
razón que ella nunca podría mirarlo a los ojos y ver algo más que sombras. Nunca
vería el amor. Verity se sintió tonta porque él nunca se lo había prometido, pero lloró
hasta que no le quedaron más lágrimas en el corazón, hasta que se sintió seca y vacía.
Los truenos retumbaron en su cabeza y ella no se movió. La lluvia caía en forma de
llovizna y, a pesar del frío, no se movió. Respiraba entrecortadamente, sus hombros
temblaban mientras la lluvia empapaba lentamente su cabello y su ropa.
Verity no creía que pudiera volver a moverse. Un susurro vino de detrás de ella,
y se giró y casi se desmayó. Ethan estaba sentado en la roca junto a ella, a un solo
suspiro, y ella no se había dado cuenta.
La conciencia se apoderó de ella. Los sonidos de antes se debían a que él la había
seguido. Y él había estado sentado allí mientras ella lloraba.
—Lo siento, Verity. Lo siento mucho. Por favor... yo...
Se detuvo como si no supiera qué decir.
—Te juro que encontraré a Catherine. No me detendré hasta hacerlo.
Encontraré... encontraré la manera de arreglar todo.
Mirándolo a los ojos, vio el dolor más profundo y el arrepentimiento y el miedo.
Sus ojos estaban demasiado doloridos para derramar más lágrimas, pero se lamentó
del tormento que él debía sentir en su interior.
Hay perdón en el amor.
—Cometiste un error, Ethan—, dijo ella, —nunca podrías haber previsto los
acontecimientos que ocurrieron después. ¿Cómo podría alguien haber sabido que
esas consecuencias vendrían después? No actuaste con malicia. Por favor, perdónate
a ti mismo.
Él se estremeció y cerró los ojos, con un espasmo de angustia que se le clavó en
la piel. Ethan se levantó y apartó la mirada de ella. Deseando que se concentrara en
ella, Verity se acercó a él, le puso las manos sobre los hombros y se incorporó,
rodeando sus caderas con las piernas. Sus ojos se abrieron de golpe y ella le tocó
suavemente la comisura de los labios.
—Sé lo que te está causando dolor, Ethan. En un momento dado, has perdido a
una persona a la que querías. Un querido amigo. Un amigo que tenía a muchos que
lo querían, y ellos también sufrieron y se afligieron. Te sientes culpable por tu parte
en ello, y sientes un gran pesar. También quiero que entiendas que Oscar podría
haber elegido ignorar tu consejo y perseguir a Catherine. Se necesitaban dos para
meterse en esa cama, y él debería haber hecho lo más honorable como caballero y
hacer una oferta. Un hombre enamorado no se mantendría al margen, y tal vez
habría acabado por entrar en razón.
Los dedos de él atraparon un mechón de su pelo mojado. —Esa oportunidad de
volver con ella le fue arrebatada porque...— La garganta de Ethan se movió con un
duro trago.
—Lo sé—, dijo ella en voz baja. —Se cometen errores todos los días, y el
arrepentimiento puede vivir en nuestros corazones durante mucho tiempo. No
puedo saber la carga que llevas, pero si me lo permites, la compartiría, y te ayudaría
a llevar el peso hasta que deje de ser una molestia.
Él la miró fijamente como si fuera una criatura rara. —No tiene sentido lo que
dices—, dijo el duque.
—Entiendo mi corazón, y lo conocerás en su totalidad con el tiempo. Ahora
dime, este miedo que veo, ¿a qué se debe?
Le sostuvo la mirada durante un largo momento. —Perderte. Estoy jodidamente
petrificado con la idea de perderte.
La grieta en su corazón se ensanchó. —No puedes perderme—, susurró ella. —
Nuestro matrimonio es hasta que la muerte nos separe.
Las manos de él se apretaron en las caderas de ella y en su espalda, como si no
fuera a permitir que se separara de él. —Tengo miedo de perder tu luz—, dijo con
brusquedad. —Tu sonrisa, la dulce forma en que me miras como si no pudieras creer
que soy tuyo. Porque ya ves, todos los días me sorprende que seas mía y estoy tan
malditamente agradecido por ello. Duermo en tus brazos, y no hay pesadillas, sólo
sueños de lo que puede deparar nuestro futuro. Te beso, y tu sabor destruye todo lo
horrible que vino antes. Me haces sentir de maneras que no puedo entender, Verity.
Pero por Dios, sé que es un amor que nunca se atenuará, sino que sólo crecerá.
Quiero complacerte, mimarte, protegerte y cuidarte cada día que estemos juntos. Te
amo.
Apretó su frente contra la de él, sobresaltada al sentir lágrimas en su rostro. —
Te amo, Ethan.
Él la abrazó contra sí y enterró su cara en su cuello.
—Ámame. Verity—, dijo en la curva de su garganta.
—Te amo—, jadeó ella. —Te amo. Te amo.
Un dolor casi insoportable se retorció en su alma cuando un duro aliento de
alivio salió de él. Se quedaron así, sin importarles que la lluvia cayera con mayor
intensidad. Ella se inclinó hacia atrás para poder levantar su cara hacia la suya, y le
besó la boca, saboreándolo a él y al frío de la lluvia. —Ya no tienes que lamentarte,
Ethan. Daremos un paso adelante juntos y le daremos a Thomas una vida
maravillosa. Le presentaremos a los padres de Lord Preston y, si están interesados,
les permitiremos formar parte de su vida. Lo rodearemos de amor y aceptación, y le
hablaremos de su madre y su padre. No miraremos los errores sino los recuerdos
amorosos.
—Te amo—, dijo él, tomando su boca en un largo y profundo beso que duró
mucho tiempo.
~*~
Dos años más tarde
Verity sonrió al ver a Catherine pasear por el césped con el pequeño Thomas y
una pequeña niña en un cochecito. Había llevado algún tiempo, pero el equipo de
investigadores de Ethan la había encontrado viviendo en un pequeño pueblo de
Grenoble. Catherine había estado casada y embarazada, por lo que Verity y ella
habían intercambiado cartas durante varios meses, hasta que les hizo una visita
hacía tan solo una semana.
Ethan se acercó a ella por detrás y le pasó la mano por la cintura, apoyando
suavemente su mano sobre el vientre suavemente redondeado de Verity. Estaba
embarazada de seis meses de su primer hijo, y todo el mundo esperaba con ansia el
nacimiento de un heredero. A pesar de ello, sabía que Ethan sería igual de feliz si
tuvieran una hija.
—Ella es diferente—, susurró Verity. —Catherine es feliz. Nunca pensé que
vería tanta ligereza en ella.
—Su esposo es un buen hombre—, dijo Ethan con brusquedad. —Fuimos a
pescar esta mañana y fue bastante agradable.
Ella apoyó la cabeza contra él. —Hablamos largamente esta mañana. Catherine...
no desea llevarse a Thomas con ella a Francia. Le horrorizó la idea, prometió que
nunca fue su intención, ni lo será jamás.
Un escalofrío recorrió a Ethan, y ella sintió el alivio en él. Aunque había llegado
a querer a Thomas como si fuera su propio hijo, y lo había adoptado, se había
preparado para entregarlo a su madre, en caso de que ésta demostrara que era lo
suficientemente responsable como para cuidar de su hijo con cariño. Cuando se lo
había dicho a Verity, ella había llorado, temiendo desesperadamente perder a
Thomas, pero había aceptado que reunir a hijo y madre podría ser una posibilidad.
Aunque Catherine amaba claramente a Thomas, realmente sentía que la mejor
vida para él era en Inglaterra con Verity y Ethan.
—Soy egoísta porque estoy muy contenta de no perderlo—, susurró.
—Lo amas—, dijo con aspereza. —Al igual que yo. Catherine fue lo
suficientemente generosa como para perdonarme que Oscar no le propusiera
casamiento.
—Ella cree que el señor Langdon es su pareja perfecta y al verlos juntos, yo
misma no puedo evitar creerlo.
Se quedaron allí, abrazados, viendo a su familia jugar en el césped a lo lejos.
Artie y Thomas perseguían a los gatos, y el esposo de Catherine se unió a ella y a su
hija pequeña en las mantas para ver el espectáculo. Verity se giró en la jaula de sus
brazos, le pasó la mano por el cuello y besó a su duque.
Fin