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Gallego - La Polis Griega - Caps 5-6-7

historia clasica

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COLECCIÓN LIBROS DE CÁTEDRA LC

La pólis griega
Orígenes, estructuras, enfoques

Julián Gallego

Cátedra de Historia Antigua II (Clásica), carrera de Historia


FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES

Decana Secretaria de Investigación Consejo Editor


Graciela Morgade Marcelo Campagno Virginia Manzano
Flora Hilert
Vicedecano Secretario de Posgrado
Marcelo Topuzian
Américo Cristófalo Alberto Damiani
María Marta García Negroni
Secretario General Subsecretaria de Bibliotecas Fernando Rodríguez
Jorge Gugliotta María Rosa Mostaccio Gustavo Daujotas
Hernán Inverso
Secretaria Académica Subsecretario
Raúl Illescas
Sofía Thisted de Transferencia
Matías Verdecchia
y Desarrollo
Secretaria de Hacienda Jimena Pautasso
Alejandro Valitutti
y Administración Grisel Azcuy
Marcela Lamelza Subsecretaria de Relaciones Silvia Gattafoni
Institucionales e Rosa Gómez
Secretaria de Extensión
Internacionales Rosa Graciela Palmas
Universitaria y Bienestar
Silvana Campanini Sergio Castelo
Estudiantil
Ivanna Petz Subsecretario Ayelén Suárez
de Publicaciones Directora de imprenta
Matías Cordo Rosa Gómez

Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras


Colección Libros de Cátedra

Coordinación editorial: Martín Gonzalo Gómez


Maquetación: María de las Mercedes Dominguez Valle

ISBN 978-987-4019-65-3
© Facultad de Filosofía y Letras (UBA) 2017

Subsecretaría de Publicaciones
Puan 480 - Ciudad Autónoma de Buenos Aires - República Argentina
Tel.: 5287-2732 - [email protected]
www.filo.uba.ar

Gallego, Julián
La pólis griega : orígenes, estructuras, enfoques / Julián Gallego. - 1a ed . -
Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Editorial de la Facultad de Filosofía y
Letras Universidad de Buenos Aires, 2017.
314 p. ; 20 x 14 cm. - (Libros de cátedra)

ISBN 978-987-4019-65-3

1. Historia Antigua. 2. Grecia. I. Título.


CDD 938
Índice

Agradecimientos 9

Introducción 11

Parte I 27
La ciudad antigua y la pólis griega

Capítulo 1
Problemas, itinerarios, modelos 29

Capítulo 2
Espacios rurales, espacios urbanos 55

Capítulo 3
La pólis y la ciudad-estado 79

Capítulo 4
Regímenes políticos, población y territorio 97

Parte II 115
La aldea en el surgimiento de la pólis

Capítulo 5
El campesinado, la aldea y la ciudad 117

Capítulo 6
La mirada de un aldeano 137
Capítulo 7
La aldea de Ascra y los aristócratas 155

Parte III 177


La invención de la política y la democracia

Capítulo 8
Entre el parentesco y la política 179

Capítulo 9
Comienzos de la práctica asamblearia 215

Capítulo 10
La irrupción de la democracia 239

Conclusiones 259

Bibliografía 267

El autor 309
Capítulo 5
El campesinado, la aldea y la ciudad

En este capítulo se estudia el surgimiento y desarrollo


de la pólis griega y sus bases sociales de origen aldeano. El
análisis que planteamos parte de la idea de que se trata de
un tipo de estado organizado políticamente a partir de la
noción de ciudadanía, cuyas bases agrarias, esto es, su po-
blación y su territorio, se constituyen mediante la unifica-
ción de un conjunto de aldeas campesinas preexistentes que
terminan permeando el funcionamiento del estado-pólis.1
En función de esto, para desarrollar el problema planteado
presentamos, en primer lugar, un cotejo de los conceptos
de “campesino” (peasant) y “granjero” ( farmer) para sope-
sar qué categoría resulta más apropiada para analizar a los
pequeños productores antiguos. Se trata de una síntesis de
los debates sobre dichos conceptos, sus rasgos definitorios
(tales como la dependencia y la explotación), las diferen-
cias entre una y otra noción y los criterios esgrimidos para
aplicar o rechazar una u otra de estas categorías en el es-
tudio de la Antigüedad clásica. A partir de esto se revisa,

1 Respecto de la idea de estado-pólis, cfr. Introducción; Cap. 3; Sakellariou (1989); Hansen (2006).

117
en segundo lugar, el testimonio de Hesíodo en Trabajos y
días sobre la existencia de una situación de dependencia
del campesinado. Examinamos para ello diversos análisis
de las condiciones históricas descritas por Hesíodo con el
objetivo de afirmar que el poema brinda testimonio sobre
los comienzos de la pólis y la inclusión de la aldea dentro
del ámbito político de la ciudad, sin que esto paralelamente
signifique el desarrollo de formas de subordinación de los
campesinos provenientes del grupo que el poeta beocio
viene a representar (cfr. Caps. 6-8). Por último, abordamos
las mutaciones que se producen a partir de la inclusión de
las aldeas dentro del espacio controlado por la pólis y su sub-
ordinación al poder político de la ciudad. En este marco,
analizamos los conflictos de la era arcaica que abren el ca-
mino a la participación política plena de los labradores en la
ciudadanía y que configuran a la aldea como una parte del
entramado organizativo de la pólis, esto es, una subdivisión
cívica de la pólis, aun cuando su estatus, evidentemente, pu-
diera variar de una ciudad a otra.

La noción de campesino

Una visión muy extendida sobre el campesinado ha des-


tacado que se trata esencialmente de una clase dependien-
te y explotada. Existe al respecto un extenso debate que
no se restringe al ámbito de la historia antigua sino que se
plantea en un contexto multidisciplinario mucho más am-
plio, debate del que se han nutrido algunos análisis de la
Antigüedad clásica, aunque tardíamente.
En efecto, los conceptos de sociedad campesina, economía
campesina y cultura campesina constituyen un conjunto de
nociones válidas para el análisis de vastas poblaciones ru-
rales antiguas y modernas. De hecho, hablar de sociedad

118 Julián Gallego


campesina implica tomar en cuenta también los niveles
económicos y culturales de una formación social agraria.
Pero las aproximaciones históricas al mundo antiguo no
siempre han considerado estos conceptos. El redescubri-
miento de los estudios de Alexander Chayanov (1966) sobre
la economía campesina junto con numerosos trabajos pu-
blicados durante los años 1960 y 1970 produjeron avances
importantes en los estudios rurales,2 en especial debido a
los debates sobre el significado del término “campesino”
(cfr. Bernstein y Byres, 2001, con amplia bibliografía). Los
historiadores de la Antigüedad sólo parecen haber empe-
zado a tomar en cuenta estos estudios recién cuando estas
ideas ya se habían difundido ampliamente en otras ciencias
humanas y sociales.
Exponentes importantes de esta renovación científica
han propuesto una serie de definiciones del campesina-
do según la cual los elementos económicos y culturales
están estrechamente relacionados. En función de nuestro
examen sintetizamos aquí una caracterización del cam-
pesinado derivada de estos estudios especializados. Los
campesinos pueden definirse como pequeños producto-
res autosuficientes que usan mano de obra familiar para
trabajar una granja mixta. El hecho de vivir en pequeñas
comunidades rurales y una cultura tradicional específi-
ca constituyen otros aspectos de su situación. A menudo
las sociedades agrarias presentan diferencias sociales que
entrañan la subordinación de los productores directos
a una clase terrateniente y/o al estado; en consecuencia,

2 En las discusiones sobre el mundo campesino los seguidores de la perspectiva de Chayanov han
sobrevalorado el rol autónomo de la economía campesina, convirtiéndola en una entidad autó-
noma y autosuficiente en los planos de la vida económica, social y cultural. Cfr. Kerblay (1971)
y Thorner (1971); para visiones críticas: Patnaik (1979), Vilar (1980: 265‑311) e Izquierdo Mar-
tín (2001: 43-53); para intentos de conciliación con el marxismo: Tepicht (1967), Archetti (1981:
51‑66), Harrison (1977; 1980), Torres Adrian (1984: 21‑64) y Cortés y Cuéllar (1986).

El campesinado, la aldea y la ciudad 119


otro elemento significativo es que los campesinos pueden
transferir un excedente regular a la élite dominante (cfr.
Wolf, 1971; Shanin, 1971b).
Como siempre, las definiciones estandarizadas no re-
flejan la riqueza de las discusiones pero forman parte de
la base subyacente de muchos análisis. En efecto, con el
fin de aceptar o de rechazar la aplicación de la noción de
campesino, los historiadores de la Antigüedad a menudo
han tomado esta conceptualización modélica. Según la de-
finición propuesta, los distintos aspectos de una sociedad
campesina seguramente se adaptan mejor a la situación
de los agricultores en el Próximo Oriente antiguo y en el
Egipto faraónico, lo cual no implica subestimar la comple-
jidad económica, social y cultural de estas estructuras agra-
rias cuidadosamente examinadas por los especialistas (e.g.
Liverani, 1996; Eyre, 1997; Moreno García, 2001).
Entre los historiadores de la Antigüedad clásica el debate
en torno de la conveniencia del concepto de “campesino”
(peasant) se ha centrado en la situación excepcional de los
pequeños poseedores grecorromanos en contraste con la
mayoría de los agricultores preindustriales generalmente
sometidos, puesto que aquellos, en comparación con estos,
habrían conseguido una protección efectiva contra las dis-
tintas formas de dependencia gracias a los derechos que les
otorgaba la ciudadanía.3 Por ende, muchos estudiosos han
preferido la noción de “granjero” ( farmer) porque, según
ellos, la idea de campesino se aplica usualmente a traba-
jadores dependientes, mientras que la mayor parte de los
ciudadanos de la Antigüedad clásica eran pequeños propie-
tarios y productores libres. Pero la discusión está lejos de
haber sido resuelta.

3 Finley (1974: 132 y n. 2); para Grecia en particular, Morris (1991: 26). Sobre la dependencia habi-
tual del campesinado, Wolf (1971: 18-20) y Shanin (1971b: 296).

120 Julián Gallego


Los especialistas que han aceptado la categoría de “cam-
pesino” han hecho hincapié en varios argumentos. La ma-
yoría de los pequeños productores antiguos trabajaba sus
lotes sobre la base de una economía de subsistencia, envian-
do sólo una cantidad muy limitada de su producto al mer-
cado urbano. De este modo, el principio de la autarquía del
hogar rural operaría dentro de los límites impuestos por
una infraestructura mercantil poco desarrollada más allá
del nivel local de la aldea; de manera que, sin las presiones
del estado o de una clase terrateniente, los labradores eran
libres de producir mayoritariamente para las necesidades
de consumo familiares. En este sentido, se ha propuesto
que la organización económica de los hogares rurales an-
tiguos estaba gobernada por un comportamiento de mini-
mización del riesgo que era el resultado de diversas estrate-
gias adaptativas con el objetivo de proveer la subsistencia de
las familias campesinas. Si bien en ocasiones los pequeños
productores debían acudir al mercado, sin embargo, no era
el comercio sino la reciprocidad lo que el campesino tenía
en mente en relación con el excedente que podía conseguir,
puesto que el intercambio recíproco actuaba como un com-
plemento del almacenamiento de alimentos dentro de la
unidad doméstica agraria. Los intercambios de dones entre
los aldeanos, en oposición al comportamiento que busca la
ganancia, serían deseables porque las vicisitudes del merca-
do podían socavar la base de subsistencia de la agricultura
campesina (Garnsey, 2003; Gallant, 1991: 34-59).
Otros estudiosos no han aceptado el concepto de “cam-
pesino” sino que, como dijimos, han preferido la noción de
“granjero” o farmer, aun cuando pudieran estar de acuerdo
con diferentes aspectos de la descripción precedente. De
hecho, los farmers pueden coincidir con los campesinos en
cuanto al bajo nivel de la tecnología usada, el lazo entre la
granja y la familia, una economía basada en la agricultura

El campesinado, la aldea y la ciudad 121


y, probablemente, el uso inmediato de fuerza de trabajo
familiar. Según esta línea de pensamiento, los labradores
de la Antigüedad clásica deben ser interpretados como far-
mers porque no eran explotados ni dominados por agen-
tes externos, ni poseían una cultura tradicional distintiva.
Además de esto, los agricultores tampoco establecerían una
separación clara entre ciudad y campo ni harían un reco-
nocimiento explícito de la división entre pequeños y gran-
des propietarios. En este contexto, se ha señalado que los
farmers eran realmente capaces de producir un excedente
regular vendible más allá de las necesidades de la subsisten-
cia familiar, lo cual les permitiría participar en un comple-
jo sistema de mercado con el fin de vender sus productos.
Hasta un cierto punto, todos estos factores impulsarían a
muchos farmers grecorromanos a buscar un ingreso mone-
tario, es decir, a desarrollar un comportamiento de maxi-
mización de ganancia, actuando en términos abstractos
como operadores individuales en un mercado (Hanson,
1995: 47-178; cfr. Erdkamp, 2005: 55-142).
Los ajustes propuestos para la definición de campesino
son por ende una consecuencia de su aplicación a las con-
diciones específicas de los agricultores libres en la mayoría
de las póleis griegas y en la república romana. El derecho de
ciudadanía parece haber sido un hecho que limitó efectiva-
mente la extracción de excedentes de los campesinos gre-
corromanos de un modo desconocido en otras formacio-
nes agrarias. Los pagos y las exacciones que son comunes
en la mayor parte de las sociedades campesinas no serían
un factor que pudiera causar una intensificación del traba-
jo entre los pequeños poseedores de la Antigüedad clásica.
Así pues, sería entonces necesario reexaminar la definición
de campesino como un cultivador que dependía de ciertos
derechos sobre la tierra asegurados políticamente y el em-
pleo de la fuerza de trabajo familiar para el desarrollo de

122 Julián Gallego


la producción agrícola, pero que no se hallaba explotado
ni dominado por poderes externos en el marco del sistema
social más amplio en el que vivía. Sin embargo, algunos de
los que utilizan la categoría de campesino no han limitado
su aplicación a la situación excepcional de los ciudadanos
pequeños poseedores libres y no explotados. Más allá de
este grupo de campesinos privilegiados había poblaciones
rurales dependientes cuyas diferentes posiciones se corres-
ponderían con la definición típica de campesino.
Pero si la idea de campesino debe ser constantemente
adaptada para aplicarla al mundo grecorromano, debido
a la falta de explotación y dominación sistemática y per-
manente de muchos cultivadores antiguos, lo mismo cabe
sostener con respecto a la noción de farmer. De hecho, este
concepto ha adquirido un sentido muy preciso en conexión
con la granja familiar moderna orientada al mercado más
que a la agricultura de subsistencia. Acaso la temprana su-
gerencia de Daniel Thorner (1971: 207) siga siendo adecuada
para explicar esta cuestión:

Estamos seguros de ir por mal camino si tratamos de


concebir las economías campesinas como orientadas
exclusivamente a la “subsistencia” y sospechar capita-
lismo dondequiera que los campesinos muestran evi-
dencias de estar orientados al “mercado”. Es mucho
más sólido darlo por descontado, como un punto de
partida, que por mucho tiempo las economías campe-
sinas han tenido una doble orientación hacia ambos.
De esta manera, puede evitarse una discusión muy es-
téril sobre la naturaleza de las así llamadas economías
de “subsistencia”.

En este sentido, lo fundamental es construir modelos diná-


micos de funcionamiento de las comunidades campesinas,

El campesinado, la aldea y la ciudad 123


como hemos tenido oportunidad de argumentar de manera
más extensa en otro trabajo (Gallego, 2009: 181-230). Estos
modelos han de permitir considerar la movilidad económica
y social de los hogares rurales antiguos de acuerdo con ciertos
aspectos del ciclo de vida de la familia campesina propues-
to por Chayanov (1966: 53-69), que ya han sido aplicados con
buenos resultados al estudio de los pequeños productores
rurales griegos y romanos (cfr. Gallant, 1991: 11-33, 60-112;
Erdkamp, 2005: 61-79). Bajo estas condiciones, el comporta-
miento de minimización del riesgo según las necesidades de
subsistencia de la familia (almacenamiento) no debe conside-
rarse como opuesto al comportamiento de maximización del
riesgo (producción para el mercado). Entre ambos modelos
puros existe un conjunto de posibilidades concretas derivado
de la existencia de diferentes patrones de comportamiento de
acuerdo con las estrategias adaptativas de los hogares cam-
pesinos. De hecho, los pequeños productores podían obtener
regularmente un excedente con el fin de ser almacenado para
reducir el riesgo de hambre o bien vendido para obtener una
ganancia, o ambas cosas.

Entre la aldea y la ciudad

El destino de los excedentes que los pequeños produc-


tores rurales de la Grecia antigua podían llegar a lograr se
halla, pues, en el centro de los debates sobre la noción más
adecuada para comprender su situación social y política.
Pero, más allá de sus diferencias conceptuales, las posturas
reseñadas previamente coinciden en considerar a los an-
tiguos labradores griegos como productores excepcional-
mente libres y no sujetos a explotación en virtud del dere-
cho de ciudadanía que detentaban. Sin embargo, no todos
han acordado con esta apreciación.

124 Julián Gallego


Hace ya varias décadas Robert Redfield (1953: 34-35) in-
dicaba que, más allá de las interacciones existentes entre el
mundo rural y la ciudad, los agricultores no formaban par-
te del mundo urbano sino que la definición del campesina-
do se daba a partir de un contraste necesario con el sistema
urbano; y planteaba la subordinación de los labradores del
siguiente modo:

La interdependencia económica de la aldea campesi-


na y la ciudad halla expresión política en las institu-
ciones de control de la comunidad local por el poder
ejercido desde la ciudad. Las relaciones establecidas
entre la aldea campesina y el mundo urbano son tan-
to políticas como económicas. Donde la comunidad
local es todavía más o menos tribal, el control urba-
no puede ejercerse mediante expediciones punitivas,
reales o potenciales, pero cuando el campesinado está
plenamente presente, el control secular e impersonal
de la ciudad es continuo y preciso.

Para Redfield (1956: 105-142), la sociedad campesina se


entiende como una sociedad parcial con una cultura tam-
bién parcial, que no puede concebirse más que en su in-
tegración y contraste con la sociedad global que le da su
lugar y su función. El autor establecía así una definición
de los campesinos conforme a su permanente relación de
dependencia con la élite urbana, y aplicaba esta perspec-
tiva a las condiciones que a su entender se reflejaban en
Trabajos y días de Hesíodo, en la medida en que la aldea
de Ascra quedaba incluida en el engranaje de la ciudad de
Tespias controlada por los aristócratas.4 Haciendo hin-
capié precisamente en la situación de subordinación en

4 Cfr. Francis (1945), Hill (1957) y Walcot (1970: 94-117).

El campesinado, la aldea y la ciudad 125


que se hallarían campesinos como Hesíodo con respecto
a la cercana ciudad de Tespias, David Tandy (1997: 203-
227; 2001b) ha desarrollado una idea semejante al anali-
zar Trabajos y días en el contexto de los inicios de la pólis
a la luz de la noción de “ciudad consumidora” (cfr. Cap.
4) y al aplicar, correlativamente, el concepto de campesino
al labrador descrito por el poeta beocio, entendido como
un productor necesariamente dependiente y explotado.
En efecto, según su enfoque el poema permitiría ver el
accionar de una aristocracia que desde la ciudad vivía a
expensas de los excedentes que extraía de los campesi-
nos asentados en las comunidades aldeanas que la ciudad
comenzaba a subordinar. La ciudad se define como con-
sumidora puesto que la economía y las relaciones de po-
der de la élite urbana que la gobernaba dependían de los
tributos y rentas mediante los cuales se apropiaba de una
parte de la riqueza generada por los productores rurales
directos.
A diferencia de esta perspectiva, Paul Millett (1984) ha
analizado la situación hesiódica poniendo el acento en
una visión del campesino en la que la explotación no ocu-
pa el lugar central. Además de discutir pertinentemente
explicaciones que hacen del poeta beocio un aristócrata,
el autor señala que la definición de campesino que brin-
dan sociólogos y antropólogos se basa en casos contempo-
ráneos o relativamente recientes en los que la comunidad
campesina aparece como parte de una sociedad más am-
plia y la producción para el mercado tiene un papel sig-
nificativo. Pero la situación de los labradores en la Grecia
arcaica y clásica no se definiría por su integración en los
mercados. La aldea de Ascra habitada por el poeta era una
comunidad de campesinos independientes extremada-
mente individualistas cuyas conductas estarían regidas en
buena medida por un comportamiento que George Foster

126 Julián Gallego


(1965) asociaba con la “imagen del bien limitado”. 5 Pero
habría, a la vez, otro plano de constitución de los víncu-
los aldeanos a partir de dispositivos de reciprocidad entre
vecinos que permiten consumar una sociedad en equili-
brio por medio de redistribuciones periódicas dentro de
la comunidad.6 En este sentido, lo que Hesíodo permite
entender es el funcionamiento práctico de una aldea cam-
pesina a partir de un sistema coherente de valores e insti-
tuciones, entre los cuales se destaca la autonomía del oîkos,
la búsqueda de la autarquía y la obligatoriedad de las re-
laciones de reciprocidad que concretaban las formas de
intercambio dentro de la aldea.
Por su parte, Anthony Edwards (2004; cfr. Cap. 6) ha cri-
ticado la explicación de Millett y ha discutido la visión de
quienes interpretan que Hesíodo testimonia sobre los ini-
cios de la pólis y la subordinación del campesinado en re-
lación con la aristocracia de la ciudad, que paralelamente
se transformaría en la élite de la pólis en desarrollo. El au-
tor sostiene que no habría explotación del campesinado ni
Ascra se hallaría bajo el dominio de Tespias. La autonomía
de la aldea hesiódica respecto de la ciudad aristocrática

5 Foster (1965: 296): “Por ‘imagen del bien limitado’ quiero expresar que amplias áreas del compor-
tamiento campesino están modeladas de tal manera que sugieren que los campesinos perciben
su universo social, económico y natural —es decir su medio— como uno donde todas las cosas
deseadas en la vida, como la tierra, la salud, la riqueza, la amistad, el amor, la virilidad, el honor,
respeto y status, poder e influencia, seguridad y protección, existen en una cantidad finita y limita-
da y son siempre escasos. No sólo estas y otras tantas ‘cosas buenas’ existen en cantidades finitas
y limitadas, sino que además no hay manera posible, por parte de los campesinos, de incrementar
las cantidades disponibles. Es como si el hecho de la escasez de tierra en un área densamente
poblada se aplicara a todas las otras cosas que se desean. Un ‘bien’ como la tierra está ligado por
naturaleza a ser dividido y vuelto a dividir, si es necesario, pero no a ser incrementado” (destaca-
dos del autor).
6 Sobre la reciprocidad en las aldeas campesinas griegas: Murray (1981: 56-67), Millett (1984: 100-
103; 1991: 28-39, 45-52, 74-75), Gallant (1991: 143-158), Tandy (1997: 203-227) y Edwards (2004:
92-102).

El campesinado, la aldea y la ciudad 127


implica que sus habitantes no pueden definirse como cam-
pesinos, pues según Edwards sólo hay campesinos cuando
una élite domina y explota a los productores directos y ge-
neralmente esto se da a partir de la articulación del campe-
sinado, en tanto que parte de una sociedad más amplia, con
una ciudad cercana. Esta definición de campesino coincide
con la de Redfield y Tandy, pero Edwards presenta una vi-
sión opuesta de la aldea de Ascra descrita por Hesíodo, a la
que percibe como una forma de comunidad mucho menos
compleja que la pólis, que la precedería y cuyo origen debe-
ría buscarse en la edad oscura. Se trataría de una aldea aún
independiente que persistiría en muchas partes de la Grecia
arcaica junto con la nueva pólis en desarrollo. La aldea de
Ascra, dice Edwards (2004: 166), supone un mundo muy
pequeño que “permanece no jerarquizado ni regimentado
por el sistema de la pólis, por la necesidad de entregar un
excedente a un basileús o a una élite”. Si bien en el poema el
rol del hogar parece eclipsar el papel de la aldea, la impor-
tancia asignada a los vecinos pondría de relieve el problema
de las necesidades que sobrepasan al hogar, que en este caso
se resuelven en el marco de una reciprocidad equilibrada.
Así, Millett y Edwards interpretan, aunque por motivos
distintos, que la aldea que se describe en Trabajos y días apa-
rece como una comunidad en equilibrio que no era explo-
tada por —ni dependía de— agentes externos encarnados
en un estado y/o una clase terrateniente.
Tal vez todos estos enfoques no sean tan incompatibles
como parecen si se considera un punto vital para la his-
toria griega: el ascenso sociopolítico de los labradores a
lo largo de la era arcaica, tanto de los que, según algunos,
fueron dependientes de los aristócratas como de los que,
según otros, se mantuvieron independientes de la élite. De
hecho, una de las interpretaciones en boga ha hecho hin-
capié en que buena parte de las póleis estuvo constituida

128 Julián Gallego


por una mayoría de labradores medianos autónomos (tal
vez la mitad o más de la población) junto con una minoría
de terratenientes y una masa de pobres sin tierra o con es-
casa propiedad.7 La situación concreta de este sector en las
distintas póleis dependió de cada configuración específica
de los regímenes políticos, según las historias puntuales
y las relaciones de fuerza puestas en tensión durante los
conflictos de la era arcaica. Pero, ¿qué fue lo que posibilitó
que los campesinos griegos alcanzaran esta situación defi-
nida como excepcional respecto de la sujeción que usual-
mente se ha esgrimido para definir al campesinado a lo
largo de la historia?
Sin asumir todos los aspectos planteados por los análi-
sis de Redfield y Tandy, que infieren la existencia de una
explotación sistemática de los campesinos desde la ciudad
controlada por los aristócratas, nuestro enfoque encuentra
cierta afinidad con la idea de que la inclusión de los labrado-
res en la pólis genera una situación que, en principio, resul-
ta extraña para los valores campesinos. La inserción de los
campesinos en la ciudad altera y subsume la lógica recipro-
citaria de la aldea fundada en el parentesco, en la que ha-
cían hincapié Millett y Edwards para señalar la autonomía
de la aldea hesiódica, por acción y efecto de la nueva lógica
política ligada a la definición de la práctica estatal encarna-
da en el ágora de la ciudad,8 lógica política que en el proceso
histórico de la era arcaica da lugar a una mutación singular
que lleva a la incorporación plena del campesinado a la par
de la élite en las instituciones políticas.
En efecto, a mi entender diversos elementos de la poe-
sía hesiódica permiten pensar no sólo las configuraciones

7 Cfr. Starr (1986: 94-95), Hanson (1995: 108-126), Donlan (1997: 45-46) y Morris (2000: 109-191).
8 Campagno (2002) analiza el surgimiento del estado en el antiguo Egipto usando criterios seme-
jantes.

El campesinado, la aldea y la ciudad 129


específicas de la lógica comunitaria de la aldea, agudamen-
te analizadas por Millett y Edwards, sino también la con-
formación política de la ciudad justo en el preciso momento
de su instauración y la inclusión de aldea bajo su órbita de
influencia. Esta mutación estuvo acompañada de impor-
tantes luchas sociales y reformas políticas,9 que según al-
gunas explicaciones tenían sus causas más profundas en la
creciente desigualdad que se fue operando en la distribu-
ción de la tierra, lo cual habría generado una aguda polari-
zación entre ricos y pobres dentro de las ciudades nacien-
tes.10 Pero, según otros análisis, el problema radicaría en el
ascenso de una nueva clase de granjeros libres que buscó
y consiguió acotar el poder aristocrático y transformarse
en un grupo fundamental dentro de la pólis. Conforme a
esto último, Hesíodo manifestaría por ende un retroceso
de la aristocracia ante el avance de los agricultores autóno-
mos —poseedores de algunos dependientes y una yunta de
bueyes— que empezarían a reclamar y conseguir mayores
prerrogativas en las póleis nacientes.11
Otro elemento concurrente con esta perspectiva de los
comienzos de la pólis y el ascenso del campesinado radica
en que, junto a estos procesos, también se verifica la ex-
pansión de las prácticas agrícolas de la granja familiar in-
tensiva, que constituyó la base económica de buena parte
de las ciudades griegas durante los siglos VIII a IV. Pero la
importancia adquirida por los campesinos independien-
tes durante la era arcaica ocasionó transformaciones que
no quedaron circunscriptas a meras opciones productivas,
pues la viabilidad a largo plazo de las nuevas prácticas de
cultivo familiar intensivo sólo pudo asegurarse a partir de

9 Cfr. Lintott (1982: 13-81), Finley (1983: 114-124) y Domínguez Monedero (1991: 150-153).
10 Para esta postura y para la que se consigna a continuación, cfr. Gallego (2009: 150-160).
11 Cfr. Hill (1965), Nussbaum (1960), Murray (1981: 37-67), Millett (1984: 104-106) y Hanson (1995:
91-126).

130 Julián Gallego


los cambios sociopolíticos y el diseño relativamente iguali-
tario alcanzado por las ciudades griegas.
Esta igualdad de base agraria no debe considerarse
como una mera equiparación que hizo desaparecer las
diferencias sociales sino como una conquista de los la-
bradores independientes que en un contexto de aumen-
to demográfico ampliaron las áreas dedicadas al cultivo
intensivo, incluso mediante la colonización ex novo, y
terminaron equilibrando una situación que en los ini-
cios se presentaba dominada por la aristocracia. Más allá
del poder que ésta conservara, la presencia de una cla-
se de campesinos libres, que constituía la mayoría de la
población, participaba del gobierno y el ejército, poseía
una parte importante de la tierra disponible y no era
explotada, resultó un suceso realmente innovador que
propendía a la igualdad.12
Así, afianzada la presencia protagónica de la clase de
los granjeros autónomos con la conformación de nuevas
póleis en las regiones de reciente colonización o la refor-
ma de las ya existentes en la vieja Grecia, este renovado
marco político, militar, jurídico e ideológico resultó vi-
tal para que el impulso de los labradores a finales de la
edad oscura y comienzos de la era arcaica se constituye-
ra en un soporte fundamental de la singular experiencia
histórica que tuvo lugar en la Grecia antigua. Lo que ex-
plica el carácter de las respuestas adoptadas es la nueva
organización política de la pólis configurada a partir de
la incorporación de los labradores junto con la aristo-
cracia terrateniente en un mismo plano de participación
institucional.

12 Cfr. Foxhall (2002), que critica este tipo de perspectivas igualitarias.

El campesinado, la aldea y la ciudad 131


El nuevo lugar de la aldea

Ahora bien, a la luz de los debates conceptuales referidos


en el primer apartado y de la interpretación que acabamos
de establecer a partir de las divergentes miradas sobre el
testimonio de Hesíodo respecto del campesinado, la aldea y
los orígenes de la pólis, el problema que surge es básicamen-
te el siguiente: si la consolidación de la mayoría de las ciu-
dades de la Grecia antigua se basó en el ascenso de una clase
de labradores medianos, de rango hoplita, libres e indepen-
dientes, ¿se las puede considerar como sociedades campe-
sinas con una cultura también campesina? Explayándose
sobre esta cuestión, Marie-Claire Amouretti (1986: 199) ha
propuesto que el modelo griego no encaja en categorías
sociológicas como “sociedad primitiva”, “sociedad campe-
sina” o “sociedad industrial” sino que lo que caracteriza la
inserción del modo de vida agrícola en la sociedad general
es el intermediario de la pólis, es decir, una ciudad de ta-
maño pequeño que defiende con fuerza sus fronteras y que
justamente por esto limita la coherencia de una sociedad
campesina. Se trata de una comunidad de ciudadanos que
reserva en exclusividad para sus integrantes tanto el dere-
cho de propiedad de la tierra como el derecho de participa-
ción política. Esta ciudad de tamaño pequeño a la que alude
Amouretti, con sus peculiares articulaciones entre el acceso
a la tierra y el ejercicio de la ciudadanía, no puede desligar-
se de su propio proceso formativo, sobre el que ya hemos
reflexionado a partir de las propuestas de John Bintliff con
respecto al estado-aldea y la pólis normal (cfr. Cap. 4).
En este sentido, es pertinente recurrir aquí a la visión
de Aristóteles (Política, 1252a 1-1253a 39; Ética Nicomaquea,
1160a 8-29; cfr. Cap. 8) sobre la pólis como una comunidad
que se compone de varias aldeas que a su vez se conforman a
partir del agrupamiento de varios hogares. La organización

132 Julián Gallego


material de la pólis implica por ende una apropiación del
espacio rural mediante un conglomerado de comunida-
des de aldea institucionalmente integradas en el estado, o
bien dependientes de este.13 En la medida en que toda pólis
comporta una comunidad de ciudadanos (koinonía) y que el
gobierno de dicha comunidad se organiza a partir de un de-
terminado régimen político (politeía) que establece y regula
las condiciones de pertenencia y las formas de participa-
ción en la ciudad,14 la combinación de los diferentes agru-
pamientos y de los intereses heterogéneos de los diversos
grupos de ciudadanos en cada situación concreta dependía
de las articulaciones específicas entre las instancias organi-
zativas de la koinonía y la politeía. Uno de los mecanismos de
integración desarrollados fue precisamente la unificación
de las aldeas a partir del sinecismo como proceso de instau-
ración de la pólis, lo cual supuso una organización material
del espacio rural que terminó adquiriendo valor político a
raíz de las mutaciones mencionadas: con la formación de
las nuevas póleis coloniales y la reformulación de las ya exis-
tentes durante la era arcaica, la tierra se definió claramente
como espacio cívico, como tierra de la ciudad, proceso en
el cual el cuerpo de ciudadanos actuó en forma exclusiva
como el sujeto activo de esta nueva estructuración política
del territorio.15
Es interesante en este contexto la interpretación que ha
propuesto Paul Ludwig (2002: 91-107) con respecto al análi-
sis de Aristóteles sobre el surgimiento de la aldea a partir de

13 Se trata de un aspecto básico del funcionamiento del estado-pólis griego a partir de instancias de
menor jerarquía institucional y, por ende, definidas como partes de la pólis y subordinadas a ella,
que suelen comprenderse conceptualmente como municipios, circunscripciones, municipalidades
o subdivisiones cívicas. Al respecto, cfr. Jones (1987) y Gallego (2005: 30-32, 52-60, 107-110, 130-
131, 139-144).
14 Gallego (2003b: 163-174). Cfr. Hansen (1998: 52-81; 2000c: 165-170).
15 Cfr. Cap. 2; Lévêque y Vidal‑Naquet (1964: 63-89), Vernant (1965a), Vallet (1968) y Frost (1976).

El campesinado, la aldea y la ciudad 133


la unión de hogares, ya que se vislumbraría allí la presencia
del nómos como factor necesario para producir un plano de
igualdad de los hogares en la aldea, siendo esto una suer-
te de representación del sinecismo final de las aldeas para
formar la pólis. En la medida en que la aldea es una prefi-
guración de la pólis, resulta entonces un indicio adecuado
para pensar los lazos de interdependencia igualitaria entre
los integrantes de la comunidad que surge con el sinecismo.
Ahora bien, si el autor puede percibir que en Aristóteles la
aldea resulta una anticipación de la igualdad que cobrará
vigencia en la comunidad que emerge con el sinecismo de
las aldeas, es porque lo que parece haberse impuesto enton-
ces es una imagen aldeana de la pólis, cuya idea de igualdad
ha desplazado del centro de la escena simbólica el predomi-
nio de la concepción de una semejanza entre pares surgida
en el seno de la aristocracia y acotada sólo a ella.
Esto revela que la pólis conservaría en su seno una base
aldeana.16 Cabe señalar que el término griego kóme, que ha-
bitualmente se traduce por aldea, no siempre aparece como
una parte de una pólis o como una entidad que no es una pó-
lis sino que puede tratarse íntegramente de una pólis peque-
ña o incluso de una pólis dependiente de otra mayor.17 De lo
cual puede desprenderse la importancia de la aldea tanto en
el proceso de formación de la pólis como en el afianzamien-
to territorial e institucional de la misma durante su desa-
rrollo histórico.
En este sentido, es importante percibir con claridad el
papel de la aldea en la ciudad clásica. A partir de la situa-
ción generada por la emergencia de la pólis las funciones

16 Nagle (2006: 6, 181-182) afirma que la pólis promedio era una comunidad de tipo aldeano.
17 Hansen (1995b: 75): “Estamos probablemente, metafóricamente hablando, en la zona limítrofe
entre la ciudad-estado y la municipalidad. El término pólis se usa tanto para dependencias como
para ciudades-estado independientes, y kóme se usa tanto para ciudades-estado dependientes
como para municipalidades”.

134 Julián Gallego


territoriales y sociales de la comuna aldeana se resigni-
ficaron, al ser integradas en la organización política de la
ciudad. A causa de este proceso las aldeas pudieron trans-
formarse en municipalidades, en subdivisiones cívicas o
en distritos dependientes de una pólis, entidades regidas
por los principios políticos y las características del estado-
ciudadano en cada situación concreta. Esta organización
supuso la articulación de las comunas aldeanas dentro de
un sistema más amplio que si bien contaba con un aparato
concentrado de poder, operaba al mismo tiempo a partir de
una red de aldeas ligadas en mayor o en menor medida a la
vida política de la ciudad.
En el modelo de la pólis normal ya analizado (aplicable
al 80% de las ciudades griegas incluyendo a las pequeñas y
las medianas, es decir, con territorios de entre 5 y 8 km de
radio; cfr. Cap. 4), la politización del territorio supuso para-
lelamente la transformación de los aldeanos en ciudadanos,
puesto que en comunidades de dimensiones reducidas el
núcleo urbano era no sólo el centro de la vida política sino
también el lugar de residencia de los labradores que culti-
vaban los campos de su entorno inmediato. Esto se verifi-
caría asimismo dentro de las aldeas que las póleis pudieran
contener, tanto si la presencia de dichas aldeas se derivaba
de su inclusión en el proceso de sinecismo inducido por la
comunidad que se transformó en el centro de la pólis, como
si fue el producto de nuevas fundaciones aldeanas surgidas
de un aumento en la densidad de población en el marco de
una intensificación del sistema de cultivo de secano. De este
modo, el espacio se presentaba como políticamente orga-
nizado y las aldeas debieron encarnar el nuevo significado
político adquirido por el territorio en la ciudad clásica.
Pero esta subordinación o dependencia de la aldea res-
pecto de la ciudad no debe entenderse como una domi-
nación en la medida en que, como hemos destacado, sus

El campesinado, la aldea y la ciudad 135


integrantes se transforman en ciudadanos plenos y la con-
dición social del campesinado, su población mayoritaria,
termina aportando una significación determinada al pro-
ceso de configuración de la pólis. Se la entienda o no como
una sociedad campesina, la pólis no dejó de ser una comuni-
dad de pequeños y medianos labradores de origen aldeano
que no perdieron el sentido de tal origen sino que, por el
contrario, lo conservaron e impregnaron a la pólis con esa
base aldeana de la que ella misma había surgido en el pro-
ceso de sinecismo. Aun cuando la élite aristocrática prota-
gonizara inicialmente este proceso, y esto diera lugar a una
afirmación de la ciudad en detrimento de la autonomía de
las aldeas unificadas, los conflictos sociales arcaicos termi-
naron de producir una mutación cuyo resultado fue la in-
corporación plena del campesinado al cuerpo ciudadano y
la transformación de las aldeas en partes constitutivas del
armazón estatal. El siguiente capítulo avanza en esta mis-
ma línea de análisis, deteniéndose con mayor detalle en la
perspectiva que la poesía de Hesíodo brinda sobre la aldea y
el surgimiento de la pólis.

136 Julián Gallego


Capítulo 6
La mirada de un aldeano

Anthony Edwards (2004) ha publicado uno de esos libros


que muchos hubiéramos deseado escribir: Hesiod’s Ascra es
el sencillo título elegido por el autor. Se trata de un estu-
dio actualizado de la aldea de Ascra descripta por Hesíodo,
sólidamente argumentado, en el que el análisis del poema
Trabajos y días se articula con el examen de otras evidencias
literarias y arqueológicas disponibles y con las aportaciones
de la historiografía sobre el tema así como las de la antropo-
logía, la teoría literaria, los estudios sobre sociedades agra-
rias, etcétera.
Prontamente el libro ha recibido las reseñas merecidas
y ha empezado a ser incluido en las bibliografías de los
especialistas.1 En este sentido, mi intención en este capí-
tulo es no sólo presentar los argumentos desplegados por
Edwards sino, sobre todo, considerar diversos elementos
de su argumentación para desarrollar, según mi parecer,
ciertos puntos cruciales para entender el lugar de la al-
dea campesina en el surgimiento de la pólis, exponiendo a

1 Cfr. Howe (2005), Huxley (2005), Nelson (2005) y Scully (2005).

137
partir de esto algunas diferencias con respecto a determi-
nadas hipótesis fundamentales del autor. Veamos.

Según mi visión Ascra en Trabajos y días representa


una forma de comunidad mucho menos compleja que
la pólis de Homero, una forma que preexistió a la pólis
homérica y sus basileîs y que continuó coexistiendo al
lado de la pólis más nueva hasta bien entrado el perío-
do arcaico en muchas partes de Grecia. [...] El contras-
te entre la aldea y la ciudad se plantea de hecho sólo
como un efecto colateral del conflicto entre aldeanos,
esto es, Hesíodo y Perses, y es específico a esa circuns-
tancia... Por consiguiente, considero que la aldea de
Ascra según se describe en Trabajos y días permanece
aún como autónoma e independiente de Tespias y sus
reyes, y Hesíodo según mi visión no es un campesino.
(Edwards, 2004: 7; cfr. 28-29, 78-80, 125-126, 174-175)

De esta manera, lo que Edwards pone en discusión es la


afirmación habitual que propone que Hesíodo constituye
un testimonio sobre los inicios de la pólis y la sujeción del
campesinado (peasantry) a la ciudad. El autor objeta, pues,
una de las ideas generalmente aceptadas en cuanto a la rela-
ción entre la aldea de Ascra y la ciudad de Tespias. En fun-
ción de establecer su perspectiva, Edwards (2004: 1-8) criti-
ca las posturas que han visto en Trabajos y días los síntomas
de un proceso de pauperización de los labradores como an-
tesala de su subordinación a una aristocracia que, paralela-
mente, se convierte en la élite dirigente de la pólis naciente.2
Edwards (2004: 5, 163) sostiene que ni una cosa ni la otra

2 Cfr. Francis (1945), Redfield (1956: 105-142), Éd. Will (1957), Detienne (1963: 15-27), Er. Will
(1965), Walcot (1970: 94-117), Hanson (1995: 95-126) y Tandy (1997: 132-135, 203-234; 2001).
Cfr. también Austin y Vidal-Naquet (1986: 65-68), Finley (1974: 141-150), Fernández Ubiña (1977:
86-91), Gschnitzer (1987: 73-81), Mossé (1984: 97-99) y Perysinakis (1986).

138 Julián Gallego


pueden afirmarse a partir de lo que es posible interpretar
conforme a la información de Trabajos y días, puesto que no
sólo Ascra no se hallaría bajo la órbita de Tespias sino que,
además, no habría explotación de los labradores: la natura-
leza y la independencia de la aldea en relación con la ciudad
suponen que los aldeanos no puedan definirse como cam-
pesinos (peasants). Para lo cual Edwards apela a la definición
clásica del campesinado, en tanto que parte de una socie-
dad, como una clase de productores rurales directos domi-
nados y explotados por una élite, hecho que se produciría a
raíz de la situación de dependencia en que se hallarían con
respecto a una ciudad cercana.3
Según Edwards, no existiría ningún vínculo orgánico
entre Ascra y Tespias. Por consiguiente, la intervención de
los basileîs en la disputa entre Hesíodo y Perses sólo podría
suceder por el requerimiento voluntario de los aldeanos
y no como algo impuesto a la aldea desde afuera. Este es
uno de los aspectos centrales del libro y merece un deteni-
do análisis. En el último capítulo del mismo (“Persuading
Perses”), Edwards (2004: 176-184) dice que el intento de
Hesíodo consiste en erradicar a la ciudad del horizonte
del poema y no en plantear el problema de las relaciones
entre su aldea y la pólis. Con sutileza, Edwards destaca las
consecuencias del uso de la voz aûthi: “Pero aquí y ahora
(aûthi) decidamos la disputa” (Trabajos y días, 35). Este “aquí
y ahora” sería la aldea, en cuyo universo social y moral
Hesíodo pretende resolver el conflicto. Sin embargo, diver-
sos elementos de la poesía hesiódica permiten pensar que

3 Cfr. Cap. 5. Se trata, en verdad, de la idea propuesta por Redfield (1956: 23-40; 1953: 34-35), al
conceptuar al campesinado como una “sociedad parcial” (part-society) y al analizar su relación con
la ciudad. Para una visión diferente de la condición campesina de Hesíodo, cfr. Millett (1984), que
se apoya en Foster (1965): la aldea de Ascra era una comunidad de campesinos independientes e
individualistas que convivían como vecinos aldeanos en el marco de vínculos reciprocitarios, los
cuales permitían consumar una sociedad en equilibrio.

La mirada de un aldeano 139


los aldeanos se hallan operando ya dentro de las configu-
raciones específicas y de las prácticas no sólo de la aldea
sino también de la ciudad, justo en el preciso momento en
que se está produciendo la instauración de ésta y, paralela-
mente, la subordinación de aquella.
En efecto, a mi entender la situación descripta por
Hesíodo (Trabajos y días, 220‑229, 267‑269, 639) supone que
a comienzos del arcaísmo la aldea de Ascra ya se encuentra
incluida en el orden más amplio de la ciudad de Tespias.
Aun cuando pueda deducirse una anterioridad de la aldea
respecto de la ciudad,4 el surgimiento de la pólis no va a sig-
nificar la desaparición de la aldea sino su integración y per-
sistencia en el marco de la nueva organización. Estaríamos
en tal caso en presencia de un modo de organización que
implica ya a la pólis, asunto que las expresiones del poeta y
sus sentimientos contrarios a la ciudad y lo que ella repre-
senta vendrían a confirmar. 5 Hesíodo (Trabajos y días, 27-34)
desprecia las disputas y deliberaciones que ocurren en el
ágora, el centro político de la pólis, pero no puede evitar que
desde allí se resuelva o se intente decidir sobre un aspecto
fundamental de la existencia aldeana,6 esto es, una contro-
versia con su hermano Perses, que no es ni más ni menos
que otro aldeano, por la herencia ya asignada de un lote em-
plazado en una aldea (Trabajos y días, 37).

4 Ver los reparos de Edwards (2004: 168 n. 8) a las críticas de Hansen (1995b: 52-61) con respecto a
la pertinencia de la Política de Aristóteles como fuente para el sinecismo y los orígenes de la pólis;
cfr. Gallego (2005: 28-30; 2009: 31-63).
5 Raaflaub (1993: 59-64) destaca que Hesíodo es parte de una pólis pero vive en una aldea; cfr.
Coldstream (1977: 313), Osborne (1998: 175) y Patterson (1998: 64-65). Sobre el desarrollo de los
sitios de Tespias y de Ascra, ver Bintliff (1996); cfr. Bintliff y Snodgrass (1985; 1988) y Snodgrass
(1991: 12-14). Para Edwards (166-173), el control de Tespias sobre Ascra sería posterior al período
de vida de Hesíodo, entre comienzos y mediados del siglo VII.
6 Cfr. Bravo (1985). Varios trabajos recientes han abordado el problema: Ndoye (1993: 89-90), Tan-
dy (1997: 205-220), Nelson (1998: 34-36, 152-153) y Thomas y Conant (1999: 144-161).

140 Julián Gallego


Más allá de la forma judicial en sí misma, mediante la
cual se busca saldar la disputa, el hecho de que una ins-
tancia institucional de la pólis intervenga para decidir a
quién corresponde el derecho de propiedad sobre un lote
de tierra (klêros) conlleva un primer desarrollo en dirección
a hacer de la pólis la depositaria última de la tierra de la
comunidad.7 En efecto, a pesar de la distancia entre la al-
dea y la ciudad que Hesíodo denota, el sinecismo parece
ser un factor que ya se ha impuesto sobre la aldea, de modo
que simbólica y socialmente hablando su situación habría
comenzado a cambiar. Si bien la dinámica de base de la co-
munidad aldeana es lo que sigue operando bajo las condi-
ciones de la nueva morfología dada, resulta evidente que
la ciudad constituye ahora el elemento rector de la nueva
situación referida.
La aspiración de Hesíodo puede resultar genuina en este
punto: el contraste del espacio aldeano con el de la ciudad
es algo que el poema pone de relieve de entrada. Edwards
lo destaca pertinentemente mostrando la contraposición
entre los valores ligados al ágora (asambleas, litigios, dis-
cursos) y los propios de la aldea (o tal vez del hogar: lote
de tierra, trabajo en la propia granja, subsistencia). En tan-
to que la distancia geográfica entre ambos tipos de espacio,
dice Edwards, se transfigura en una barrera moral, Perses
aparecería como suspendido entre la aldea que habita y la
ciudad en la que busca aventajar a Hesíodo en la contienda.
Ahora bien, en una suerte de historia contrafactual, cabría
preguntarse cuál sería la visión que al respecto nos brinda-
ría un poema que no hubiera sido escrito por Hesíodo sino
por Perses. ¿Encontraríamos en él esa distancia entre la al-
dea y la ciudad? O, para plantearlo de otro modo, ¿se pon-
deraría la especificad y la autonomía de la aldea, tal como

7 Burford (1993: 16-18); cfr. Isager y Skydsgaard (1992: 121).

La mirada de un aldeano 141


Edwards pretende a partir de su lectura de Trabajos y días?
Según Hesíodo (Trabajos y días, 37-39), el lote ya se había di-
vidido antes y en esa oportunidad Perses se había llevado
mucho más a partir de la intervención de los “reyes devora-
dores de regalos” (basilêas dorophágous), quienes reaparecen
ahora a partir de la nueva disputa entre los hermanos para
volver a dictar sentencia (ténde díken dikássai). Es por eso que
Hesíodo habla de esta nueva contienda con Perses, que este
pretende llevar al ágora, como de una segunda oportunidad
(Trabajos y días, 34), que no debería ocurrir en la medida en
que se resolviera en la aldea el asunto objeto de controversia.
En este sentido, si consideramos a Perses en su carácter
de aldeano que recurre a los encargados de dictar sentencia
en el ágora, entonces, más que alguien “suspendido” entre la
aldea y la ciudad, Perses se nos aparece como un aldeano ya
compenetrado con las valores y las prácticas que esta últi-
ma encarna. Salvando las distancias, Perses no estaría lejos
del Tersites de la Ilíada (2.188-277),8 puesto que tanto este,
con su amonestación hacia líderes de la talla de Agamenón,
Aquiles y Odiseo, como aquel, en su afán por resolver judi-
cialmente la disputa, parecen mostrar con su presencia en
el ágora un acabado conocimiento de esta y de los recursos
que allí se ponen en juego en el marco de las deliberaciones
y los litigios judiciales.
Ian Morris (1994) ha propuesto que en Homero el en-
cuentro aldeano serviría de referencia para representar la
institución central de la pólis inicial, una sociedad ya esta-
talmente organizada, pero esto no supone que los basileîs

8 Según Donlan (1973: 150-154), en la era arcaica existiría una tradición anti-aristocrática cuyas re-
ferencias deben buscarse no sólo en los poemas hesiódicos sino también en la Ilíada y la Odisea, a
través de figuras como la de Tersites. Cfr. Farron (1979-80), Thalmann (1988) y, en especial, Tandy
(1997: 194-201), que no cree que Tersites exprese una tradición anti-aristocrática pero concede
que había una tensión anti-aristocrática revelada en privado, en los lugares de reunión (léskhai)
de miembros periféricos de la comunidad. Cfr. Jones (2004: 49-50).

142 Julián Gallego


controlasen necesariamente todas las decisiones aun cuan-
do pudieran aconsejar al pueblo o cumplir un papel de
liderazgo. Un encuentro aldeano de este tipo sería el que
tendría lugar en la disputa reflejada en el escudo de Aquiles
descripto en Ilíada (18.497-508), donde el problema del re-
sarcimiento o la venganza por un crimen de sangre, como
ha dicho Gerhard Thür (1996: 67), no remite a las necesida-
des del desarrollo dramático sino a un contexto campesi-
no.9 En esta escena, el asunto es dirimido por los ancianos,10
pero la solución no depende sólo de ellos sino también del
pueblo (laós) que se pronuncia a favor de uno u otro de los
contendientes, puesto que el conflicto se desenvuelve ante
la comunidad reunida en el ágora.11 Edwards (2004: 41) des-
carta la asociación que hace Michael Gagarin (1974; cfr. 1973)
entre esta forma de arbitraje descripta en Ilíada y la muy
plausible alusión hesiódica a dicha práctica (Trabajos y días,
37-39). Es probable que haya en cada caso diferentes mira-
das: en Homero, desde la práctica judicial misma liderada
por los basileîs; en Hesíodo, según los efectos de dicha prác-
tica sobre un litigante de origen aldeano.
Ciertamente, en Hesíodo (Trabajos y días, 27-41) toda la si-
tuación se halla referida básicamente desde una perspecti-
va atravesada por la cultura aldeana, según la cual el ágora
resulta el espacio de las malas decisiones, en el que si bien
un aldeano como Perses puede llevar su iniciativa —al igual
que Tersites podía tomar la palabra y recriminar a los líde-
res—, el control de las decisiones aparece asociado al pa-
pel dominante que los basileîs ejercen en la pólis. Pero más
allá de esta distancia señalada por Hesíodo, aquí también la

9 Cfr. Farenga (2006: 38-46) respecto del carácter aldeano de las comunidades de la edad oscura y
comienzos de la era arcaica, incluyendo el caso de Ascra.
10 Que procederían de los basileîs, como a mi entender ha demostrado claramente Cantarella (2003:
136-137).
11 Cantarella (2003: 289-291); cfr. Gernet (1980c: 193), Nagy (1997) y Gagarin (2008: 16-19).

La mirada de un aldeano 143


disputa remitiría a un contexto campesino: se trata de un
diferendo por la herencia de un lote de tierra emplazado en
una aldea. Otros elementos en común permiten asociar el
encuentro aldeano homérico conjeturado por Morris con el
papel del ágora en Trabajos y días, como el juramento (hórkos)
en tanto que forma de dirimir un conflicto. Hesíodo nos
mostraría, en todo caso, qué tipo de abusos se cometerían
mediante esta práctica en la medida en que quedaría toma-
da por la lógica del ágora (Trabajos y días, 190-194, 219-224,
282-825, 803-804; cfr. Teogonía, 231-232).
Es cierto que Hesíodo no se siente parte del engranaje de
la ciudad, como cuando hace referencia a hipotéticos jueces
capaces de dar sentencias justas tanto para residentes como
para forasteros (Trabajos y días, 225-227), siendo o sintiéndo-
se él mismo tal vez un extraño con respecto a la pólis en tan-
to que centro de poder político. Pero más allá de esta visión
“desde afuera”, el hecho de que acepte un arbitraje desde
Tespias, para juzgar una situación que en principio debería
resolverse en la aldea, lo incluye potencialmente en el mar-
co del ágora, y por ende la autonomía de Ascra comienza
a quedar restringida. En efecto, la afirmación de Edwards
(2004: 165) en cuanto a que “la única influencia clara ejerci-
da en Ascra por Tespias es el rol de los reyes como jueces”,
aunque luego circunscriba su autoridad señalando que se
limita a disputas que son llevadas ante ellos de modo vo-
luntario, supone una jurisdicción en manos de los basileîs
a partir de las instituciones de la pólis. Como alternativa a
esta justicia, que Hesíodo califica de corrupta, la propuesta
de Trabajos y días hace hincapié no tanto en la autonomía
absoluta de la aldea con respecto a la pólis como en la ne-
cesidad de una justicia equitativa ejercida desde la ciudad
(cfr. Edwards, 2004: 69-71, 165-166, 173-175). El problema es
saber si la autoridad de la ciudad es de carácter permanente
o no. La queja hesiódica contra las sentencias torcidas de los

144 Julián Gallego


basileîs parecen dar crédito a la idea de una implantación
de dichas prácticas más allá de la voluntad de los aldeanos.
Y el hecho de que en Trabajos y días (34-39) se vislumbre la
posibilidad de una segunda disputa en el marco del ágora
(cosa que Hesíodo busca evitar) apuntaría también a una si-
tuación que tendería a reproducirse.
Ciertamente, Edwards, a mi entender, está en lo cierto en
cuanto a que no existe un sistema de explotación del cam-
pesinado fundado en una economía política organizada con
arreglo a los intereses de la aristocracia terrateniente. Pero
el hecho de que dos aldeanos acuerden en pedir el arbitraje
de los basileîs, aunque esto ocurra voluntariamente, supone
que la ciudad, el ágora como escenario de asambleas y liti-
gios y el accionar de los nobles sean ya factores que están
interviniendo sobre la aldea. Se puede recurrir al arbitraje
o no, pero la referencia ya está dada de manera que la aldea
empieza a quedar incluida en el marco de la pólis.
En cierto modo, esto constituye a mi entender una forma
de sinecismo. En efecto, si seguimos la perspectiva apor-
tada por John Bintliff (2006: 23-27; cfr. Cap. 4), la inclusión
de la aldea de Ascra bajo la órbita de la ciudad de Tespias
sería un ejemplo del proceso de unificación a partir del cual
un asentamiento se fortalece y termina incluyendo a cen-
tros aldeanos menores. El problema de Edwards, como el
de otros estudiosos, es la definición de campesino adop-
tada como punto de partida, en tanto que sólo sería po-
sible utilizar dicho concepto cuando existe una situación
de subordinación social y explotación económica del pro-
ductor rural directo. Si se acepta esta definición, entonces
la aldea de Ascra quedaría necesariamente excluida como
una situación plausible de ser encuadrada dentro de estos
parámetros. Así lo dice el propio Edwards (2004: 166) al sos-
tener que la aldea hesiódica supone un mundo pequeño que
“permanece no jerarquizado ni regimentado por el sistema

La mirada de un aldeano 145


de la pólis, por la necesidad de entregar un excedente a un
basileús o a una élite”. De esto se sigue que, en la perspectiva
de Edwards (2004: 68-69), el sinecismo entraña necesaria-
mente una dominación aristocrática que implica un control
político al mismo tiempo que una dependencia económica
de los labradores (cfr. Tandy, 1997: 203-227; 2001). Pero no
debe asumirse mecánicamente que la dominación políti-
ca y la explotación económica son elementos forzosamente
correlativos al predominio de la ciudad arcaica controlada
por los aristócratas sobre una aldea campesina.
Así pues, Edwards (2004: 69) descarta que la aldea de
Ascra, de manera estable, forme parte de lo que denomina
la economía política de Tespias, pero supone —aun cuando
no parece haber mucha evidencia para esto— que los aldea-
nos recurrirían a la ciudad, y en especial a los aristócratas,
en caso de crisis de subsistencia o desastres naturales. ¿Por
qué motivo responderían los basileîs a estos pedidos si luego
no podrían ejercer ninguna influencia más o menos conti-
nua o beneficiosa para ellos? Edwards (2004: 70-71) reconoce
la posibilidad del patronazgo como una de las razones que
los aristócratas podían tener para intervenir como árbitros
en los conflictos. Sin embargo, este patronazgo no se daría
como algo individual entre un patrono y su(s) cliente(s) sino
de manera institucionalizada, a través del ágora y de las
prácticas judiciales que allí tenían lugar. Pero, como bien se
sabe, el patronazgo podía implicar un mecanismo que tam-
bién condujera a la explotación (cfr. Gallego y Valdés Guía,
2014: 187-211).
Pero si, como alega Edwards, la búsqueda de soluciones
a problemas que no se podían resolver en el marco de la
aldea no era algo sistemático que implicase la jurisdicción
de Tespias sobre Ascra, sino que dependía del accionar pun-
tual de aldeanos que pondrían en manos de alguien ajeno la
posibilidad de arribar a un arreglo para asuntos propios de

146 Julián Gallego


la aldea, entonces cabría pensar en la alternativa de que los
nobles empezaran a intervenir sobre la aldea por medio de
la cooptación de individuos. En tal caso, Perses y Hesíodo
ejemplificarían conductas a favor y en contra de los dispo-
sitivos que la aristocracia comenzaba a desplegar, produ-
ciendo como efecto un proceso de sinecismo que pondría a
Ascra bajo el control de Tespias.
Por otra parte, la sugerencia de Edwards (2004: 70) según
la cual se recurriría a árbitros externos en virtud de su su-
puesta imparcialidad no cuadra con la visión de Hesíodo
sobre los basileîs devoradores de dones que dictan senten-
cias injustas, sobre lo cual el propio Edwards insiste casi en
la misma medida que Hesíodo. Asimismo, esto invalida su
argumento en cuanto a la falta de mediación entre Perses y
Hesíodo, porque incluso si cabe pensar en imparcialidad en
el proceso de arbitraje, de todos modos, de lo que Hesíodo
se queja es de haber sufrido un fallo parcial. En definitiva,
de manera general podríamos delimitar todo esto como un
proceso de subordinación de aldea a la ciudad, que no in-
hibe su persistencia, y una ruptura de los preceptos de la
reciprocidad aldeana, en principio más moral que material.
Como ya vimos, Edwards (2004: 176-184) indica que
Hesíodo tiende persuasivamente a hacer desaparecer a la
ciudad y a encerrar el conflicto con Perses exclusivamente
dentro de la comunidad aldeana como universo íntegro, ais-
lado y autosuficiente. Pero este mismo argumento nos indi-
caría que los esfuerzos retóricos de Hesíodo por restaurar
la integridad, el aislamiento y la autosuficiencia de la aldea
lo que en realidad pondrían de relieve sería, precisamente,
una especie de efecto reactivo ante lo que ya no es, o está de-
jando de ser: como bien dice Edwards (2004: 29), los valores
de la aldea autónoma constituyen una cosa del pasado.
Para Edwards (2004: 8-19, 80-126, 159-161), pues, Ascra
supone un tipo de organización social cuyo grado de

La mirada de un aldeano 147


complejidad respecto de la pólis se establece a partir de un
enfoque comparativo y una escala evolutiva: la aldea sería
una forma más simple y menos jerarquizada que preexis-
tiría a la ciudad y su procedencia dataría de la edad oscura,
etapa en la que la sociedad aldeana no estatal empezaría a
atravesar un “proceso evolutivo”, aunque no lineal, que lle-
varía a la emergencia de sistemas de jefatura más complejos
y estados más complejos aún.
Esta percepción del proceso histórico, si bien realiza un
aporte relevante al centrarse en la especificidad de la aldea
con respecto a otras formas de organización comunitaria,
sin embargo, adolece de la dificultad inherente al enfoque
evolucionista, que concibe el desarrollo social como una
tendencia de menor a mayor en los grados de complejidad,
es decir, como una secuencia en la que las formas superio-
res se afincarían en las inferiores a partir de las cuales evo-
lucionarían. Pero, en rigor, el punto a considerar radica en
el tipo de lógica social que, en el contexto de la Grecia ar-
caica, implican los diferentes tipos de comunidad. En este
sentido, la diferencia entre la aldea y la sociedad de jefatu-
ra, por un lado, y entre la aldea y el estado-pólis, por otro,
reside en la novedad radical que supuso la emergencia de
la ciudad-estado articulada sobre una lógica política, más
allá de la persistencia de las aldeas y los sistemas de jefatura,
cuya lógica de base remitiría a las relaciones de parentesco
como organizadoras del funcionamiento del orden social
(cfr. Cap. 8; Gallego, 2005: 22-34; 2009: 42-63).
En efecto, Edwards (2004: 80-126) interpreta que la aldea
descripta en Trabajos y días aparece como una comunidad
equilibrada que no depende de agentes externos. Esto im-
plica un modo de organización social centrado en la reci-
procidad generalizada del hogar y la reciprocidad equi-
librada de la aldea, pero que empezaba a verse desafiado
por la emergencia de la pólis liderada por los aristócratas

148 Julián Gallego


(los basileîs dorophágoi) que impondrían una reciprocidad
negativa desde el punto de vista aldeano.12 Los lazos de
reciprocidad y las relaciones de vecindad aldeanas tenían
gran relevancia y centralidad para la correcta gestión del
oîkos (Edwards, 2004: 89-102). Si bien en el poema el rol del
hogar parece eclipsar el papel de la aldea, la importancia
asignada a los vecinos pondría de relieve el problema de
las necesidades que sobrepasan al hogar, que en este caso
se resolverían en el marco de una reciprocidad equilibrada.
Pero existían, además, otros valores normativos estrictos
para configurar las relaciones entre los aldeanos. El trabajo,
según lo dispuesto por los dioses, era uno de ellos, y el que
no hacía sus labores adecuadamente era mal visto por sus
vecinos, porque seguramente podía caer en indigencia te-
niendo que recurrir a la mendicidad como modo de subsis-
tencia (Trabajos y días, 311-319). En estos casos, los aldeanos
prósperos buscarían restringir la reciprocidad y el propio
Hesíodo destacaba que nada habría de darle a su hermano
Perses, que formaría parte precisamente de este grupo mal
visto por los aldeanos (vv. 391-400; Edwards, 2004: 98-100).
La base de este proceso vendría dada, como dice Edwards
(2004: 173-175), por la diferenciación interna de la propia
aldea entre el granjero próspero y el pobre: Hesíodo sería
parte del sector acomodado que se separaría del sector em-
pobrecido representado por Perses. Éste desearía que la re-
ciprocidad le permitiera seguir obteniendo su subsistencia
de manera adecuada a sus necesidades, para lo cual debería
recibir del sector acomodado la asistencia necesaria. Aquel,
en cambio, desearía marcar distancias con el sector empo-
brecido para no tener que consumir su riqueza mediante

12 El accionar de los basileîs dorophágoi se correspondería con la reciprocidad negativa estudiada


por Gouldner (1960: 172). Cfr. van Wees (1998), sobre el uso de estas nociones para la Grecia
antigua.

La mirada de un aldeano 149


los mecanismos impuestos por las formas de la reciproci-
dad balanceada. La ruptura no empezaría en las pautas de
reciprocidad sino en la homogeneidad aldeana, debido a lo
cual Perses recurriría a los basileîs para modificar su situa-
ción.13 En este contexto, el autor planteará la posibilidad de
una aldea con rasgos campesinos:

Quizás observemos en Trabajos y días el comienzo en


forma embrionaria de una sensibilidad distintiva-
mente “campesina” sobre la integridad de la frontera
aldeana y las obligaciones que interconectan a aque-
llos que viven dentro de esa frontera, una sensibilidad
que ha surgido en respuesta directa a la presión ejer-
cida sobre Ascra por los reyes de Tespias. (Edwards,
2004: 175)

Esto último nos reconduce al punto de partida conceptual


adoptado por Edwards a raíz del cual rechaza la categoría
de “campesino” (peasant) como noción pertinente para dar
cuenta de la situación de Hesíodo. Todo esto se encuadra
en un debate más amplio sobre lo excepcional de la posi-
ción de los labriegos helénicos con respecto a la generali-
dad de las sociedades agrarias. Es evidente que la definición
de campesino usada condiciona la opción analítica de cada
autor al explicar la situación de los pequeños propietarios
griegos.14 En este sentido, estamos de acuerdo con Ellen
Meiksins Wood (1983: 8-9) en que no es para nada un in-
conveniente tener que redefinir las categorías de análisis en

13 Edwards (2004: 82) toma de Sahlins (1977: 206-214, 230-239) los conceptos de reciprocidad gene-
ralizada (en el hogar) y balanceada (en la aldea) para caracterizar la situación aldeana planteada
en Trabajos y días.
14 Cfr. Cap. 5. Respecto de las controversias suscitadas en torno de la noción más conveniente para
categorizar a los labriegos helénicos, con más detalle, cfr. Gallego (2001a; 2007b; 2009: 181-192;
2012).

150 Julián Gallego


función de las condiciones específicas del mundo griego.15
La propia noción de “granjero” ( farmer) usada por Edwards
a cambio de la de “campesino” también necesitaría ser re-
definida para su aplicación a la Grecia antigua, pues se trata
de un concepto que ha adquirido una significación precisa
en relación con la situación de la moderna granja familiar,
que se presenta más como una unidad empresarial orien-
tada a un mercado capitalista que como una economía do-
méstica organizada para la subsistencia.16
Por ende, si se toman las definiciones operativas como
ideas canónicas y rígidas parece entonces no haber posibili-
dades de encuadrar al labriego helénico dentro de la catego-
ría de campesino. Pero ya Moses Finley (1974: 132) señalaba
la alternativa de un campesinado no sometido a explota-
ción a raíz de la excepcionalidad histórica que significó su
incorporación a la comunidad política de la ciudad-estado.
En este punto preciso las diferencias entre mi interpreta-
ción y la de Edwards resultan cruciales: el labrador hesió-
dico puede perfectamente ser considerado un campesino a
condición de que, por un lado, no se incluya la dependencia
política y económica con respecto a una élite como una de
las notas distintivas de su definición; y, por el otro, no se
explique el sinecismo, por medio del cual la aldea de Ascra
queda integrada dentro de la comunidad más amplia de la
pólis de Tespias, como una subordinación de los labradores
a la clase aristocrática.

15 Para Wood, la redefinición constante a la que debe someterse la categoría de campesino no sig-
nifica un inconveniente para su uso, sino que remite a lo que constituye la diferencia específica
del campesino ático respecto de los campesinos de otras sociedades a partir de su excepcional
condición política y militar. La ciudadanía del pequeño propietario ateniense redujo realmente
la necesidad de intensificar el trabajo porque limitó la producción de excedentes de una manera
desconocida por otras sociedades campesinas (cfr. Wood, 1988: 51-63).
16 Cfr. Galeski (1971: 122; 1977: 45-131, 207-266); Bennett (1980); Ellis (1993: 3-16, 276-277). Para el
mundo antiguo, ver Finley (1974: 145), que cita a Galeski, y Wood (1983: 8), que sigue a Finley.

La mirada de un aldeano 151


Varios autores han planteado que el surgimiento de la pó-
lis se produjo desde el principio sobre un fundamento más
igualitario, y que la distancia entre aristócratas y labradores
debió ser más estrecha y menos marcada que lo que muchas
veces se ha creído. Kurt Raaflaub (1996: 150-153) hace hin-
capié en la importancia de los plebeyos en el ejército como
prueba de la base igualitaria sobre la que se construyó la
pólis. Eric Robinson (1997: 65-73) plantea que el igualitaris-
mo griego se percibe en la participación del pueblo en el
gobierno y en el ejército que se observa tanto en las fuentes
literarias arcaicas cuanto en los usos funerarios, la escritura
de las leyes y el proceso de colonización, que muestran la
propagación de conceptos y prácticas equitativos. Como vi-
mos, para Mait Kõiv (2002) fue la aristocracia la que buscó
acotar el poder del pueblo derivado de su inclusión tempra-
na junto a la élite en el gobierno y el ejército de las comu-
nidades de la edad oscura (cfr. Cap. 4).17 A este respecto, y a
pesar de la incipiente diferenciación social dentro de Ascra,
dice Edwards:

El testimonio de Trabajos y días sugiere que la ideolo-


gía del mésos preserva los valores y el igualitarismo
de las aldeas, provenientes de la edad oscura, que
precedieron el desarrollo de la pólis. Además, los pro-
pios mésoi son sin duda los herederos de los aldeanos
anteriores, que a través de las generaciones, de algún
modo, triunfaron en defender su posición contra la
presión que la élite de la pólis fue capaz de ejercer para
vincularse con ellos. (Edwards, 2004: 126)18

17 Cfr. Starr (1977: 123-128), Murray (1981: 48-67), Gschnitzer (1987: 53-58), Donlan (1997), Raaflaub
(1997; 2004a), Cantarella (2003: 120-142) y McInerney (2004).
18 Balot (2001: 70-73) plantea que, a diferencia de la codicia de la élite homérica, Hesíodo encarna
el ideal igualitario de los labradores medianos y expresa su crítica a los basileîs en Trabajos y días,
40: “No saben cuánto es la mitad (hémisy) más que el todo”. El autor destaca que “mitad” tiene

152 Julián Gallego


En la medida en que la ideología del mésos o propietario
mediano tiene su punto de partida en el labrador de la co-
munidad aldeana autónoma, la imagen igualitaria con que
se suele caracterizar al estado griego se explicaría en parte
por el hecho de que la pólis conservó hasta cierto punto esta
base aldeana. Si Victor Davis Hanson (1995: 182) puede ha-
blar de una ideología comunitaria unificadora a partir del
extendido igualitarismo agrario derivado de la aparición
y ampliación de una clase de mésoi, o si Ian Morris (1996;
2000: 109-168) puede postular un “principio fuerte de la
igualdad” ligándolo a los mésoi como comunidad de labra-
dores medianos, es porque lo que se unifica con la forma-
ción de la pólis nos conduce decididamente a la aldea. En
este punto, el desarrollo de la pólis no debería reducirse a
la dominación de los aristócratas sobre las aldeas de labra-
dores sino que habría que considerar decididamente cuán-
to del carácter igualitario de la aldea se traspasa al estado
griego. Sin embargo, esto no inhibe que durante la forma-
ción de la pólis por sinecismo de las aldeas no se produjeran
procesos de subordinación de estas con respecto a la ciudad
(cfr. Cap. 5) y de una parte de los labradores con respecto
a los aristócratas. El capítulo siguiente explora esta última
posibilidad revisando nuevamente la situación descripta en
Trabajos y días de Hesíodo y retomando la interpretación de
Edwards ya comentada sobre la diferenciación socioeconó-
mica incipiente entre labradores acomodados y empobre-
cidos que presentaría la Ascra hesiódica.

aquí un sentido similar a “parte igual” y que esto va a aparecer adaptado en la concepción de
Aristóteles de la distribución justa en el marco de la pólis.

La mirada de un aldeano 153


Capítulo 7
La aldea de Ascra y los aristócratas

La formación de la pólis en la Grecia egea es el resultado


de un proceso de sinecismo a través del cual un conjunto
de comunidades aldeanas termina aglutinándose en torno
a un centro urbano que, más allá del grado de urbanización
que adquiera, se instituye como núcleo político único de la
nueva entidad (cfr. Gallego, 2005: 22-34; 2009: 31-63). Ya
hemos tenido oportunidad de analizar la perspectiva que al
respecto plantea John Bintliff en relación con los orígenes y
la morfología estructural de la organización que este autor
interpreta a partir del modelo de la pólis normal (cfr. Cap. 4).
Ahora bien, ¿de qué modo determinados centros llegaron a
dominar a pequeñas aldeas, transformándolas en comuni-
dades dependientes?
Bintliff (1994; 1999c; 2002a; 2006a) señala que general-
mente la subordinación ocurrió en la época arcaica y que
si bien a veces pudo concretarse de manera pacífica, en la
mayor parte de los casos habría sucedido por la fuerza. En
el proceso de formación de la pólis, comunidades más gran-
des habrían sometido a las pequeñas a partir de una suerte
de ventaja relativa heredada de la época oscura, derivada

155
justamente de una diferencia de tamaño que sería deter-
minante. Esta situación puede documentarse arqueológica
y literariamente para el caso de la pólis de Tespias y la aldea
(kóme) de Ascra, en el que la primera termina por absorber
a la segunda. En lo que sigue me concentraré sobre todo en
la evidencia que brinda el poema Trabajos y días de Hesíodo
respecto de la relación entre Ascra y Tespias en lo concer-
niente al papel de las formas de subordinación personal
del campesinado y la configuración del poder político de
la aristocracia durante el surgimiento de la pólis. En efecto,
en pleno arcaísmo, cuando Hesíodo compone sus poemas,
Ascra se hallaría inserta en un proceso de integración en el
espacio de influencia de Tespias, cuestión que trataremos
de dilucidar en lo que sigue.1
Una extendida interpretación de Trabajos y días ha insisti-
do en que Hesíodo daría cuenta de una crisis agraria a par-
tir de una situación de pauperización y endeudamiento de
los labradores, que a lo largo de la era arcaica terminarían
cayendo en dependencia con respecto a la aristocracia.2
Otra perspectiva ha hecho hincapié en que Hesíodo sería
el prototipo del agricultor hoplita cuya presencia implica-
ría un retroceso de la aristocracia ante el avance de la clase
de los labradores autónomos,3 que empezarían a reclamar
mayores prerrogativas dentro de las póleis nacientes.4 Pero

1 Sobre la evolución de las comunidades aldeanas griegas, cfr. Donlan y Thomas (1993), desde la
prehistoria hasta la edad del hierro. Ver asimismo van Effenterre (1983), Lévy (1986) y Hansen
(1995b).
2 Cfr. Francis (1945), Redfield (1956: 105-142), Éd. Will (1957), Detienne (1963: 15-27), Walcot
(1970: 94-117), Austin y Vidal-Naquet (1986: 65-68), Fernández Ubiña (1977: 86-91), Gschnitzer
(1987: 73-81), Mossé (1984: 97-99), Perysinakis (1986), Tandy (1997: 132-135, 203-234; 2001b) y
Thomas y Conant (1999: 144-161).
3 Aunque esto último no se observa claramente en Trabajos y días, esta es la suposición de diversos
autores, e.g. Bintliff (1994: 224; 1999c: 51), Osborne (1998: 176-177) y Edwards (2004: 76).
4 Cfr. Nussbaum (1960), Er. Will (1965), Murray (1981: 39, 48, 67), Bintliff (1994: 224-230; 1999c:
51-55) y Hanson (1995: 91-126).

156 Julián Gallego


existe un problema con estos dos puntos de vista que difi-
culta la comprensión de los vínculos que comienzan a te-
jerse entre Tespias y Ascra: en ambos casos se considera a
los labradores como una clase con una conducta unívoca,
más allá de que se reconozca a veces las posibles diferen-
cias entre sectores más acomodados y otros grupos menos
prósperos de la aldea. En función de esto, vamos a analizar
aquí qué es lo que Trabajos y días puede aportanos respec-
to del funcionamiento interno de la aldea, de modo que
podamos comprender más cabalmente cuáles serían los
efectos que estarían generando los basileîs al comenzar a
intervenir en asuntos que a priori serían de incumbencia
estrictamente aldeana.
Un plano de la existencia social aldeana que se percibe
de entrada, entre las verdades que Hesíodo (Trabajos y días,
10-41) pretende hacer conocer a Perses, remite a dos tipos de
éris:5 la primera engendra la guerra (pólemos) y la discordia
(dêris); la segunda, en cambio,

... despierta para el trabajo (érgon) incluso al holgazán.


Pues tiene necesidad de trabajo cualquiera que ve a
otro rico (ploúsios), que está bien dispuesto para cul-
tivar, plantar y disponer bien el hogar (oîkos): el veci-
no (geíton) emula (zeloûn) al vecino que está bien dis-
puesto para la riqueza (áphenos); esta es una Eris buena

5 Respecto de las ambigüedades de éris referidas a las contradicciones del mundo humano, cfr.
Gagarin (1990). Sobre la naturaleza de su duplicidad, cfr. Mezzadri (1989), Loraux (1997: 87-89) y
Martin (2004). Para Clay (2003: 6-8, 78) la existencia de dos tipos de éris obedece a una cuestión
de enfoques diferentes: desde el punto de vista de los dioses habría una sola; desde la pers-
pectiva de la humanidad habría dos. En su reciente y completo análisis sobre la éris en Hesíodo,
Thalmann (2004: 362-387) señala el carácter a un tiempo constructivo y destructivo que ella en-
traña, en la medida en que la rivalidad puede tanto integrar como fragmentar la sociedad. Zarecki
(2007) indica que, en Trabajos y días, Pandora y la buena éris cumplen una función semejante
ligada al advenimiento del trabajo como pauta de vida social y como forma de ganarse la vida, el
pónos ligado al érgon.

La aldea de Ascra y los aristócratas 157


(agathé) para los mortales. El ceramista está celoso
(koteîn) del ceramista, el artista del artista, el mendigo
envidia (phthoneîn) al mendigo y el aedo al aedo. (Tra-
bajos y días, 20-26)

Así pues, el vecindario rural comporta una comunidad


atravesada por la rivalidad entre semejantes, en tanto que
sólo es posible la emulación si se poseen condiciones si-
milares para imitar a aquellos cuya capacidad y riqueza se
envidian. Para Paul Millett (1984: 93-103), Ascra sería una
aldea de campesinos independientes cuyas conductas esta-
rían regidas por un individualismo extremo compatible en
buena medida con el comportamiento que George Foster
(1965) asociaba con la “imagen del bien limitado”. Anthony
Edwards (2004: 1, 7, 91-92) destaca que la buena éris, siempre
y cuando generara una emulación entre unos aldeanos y
otros, sería la que permitiría que los agricultores pobres pu-
dieran seguir el ejemplo de los acomodados. Pero Edwards
(2004: 111, 116 y 164) también pone de relieve que al mismo
tiempo la éris organizaba las relaciones entre los labradores
prósperos en competencia permanente por obtener rique-
za y reconocimiento social. Esto parece revelar una dicoto-
mía derivada del principio de apropiación privada: “lo que
está en el oîkos guardado al hombre no le preocupa; mejor
que esté en casa (oíkoi), pues lo de afuera es dañino” (Trabajos
y días, 364-365).6
La competencia en el trato cotidiano entre los campesi-
nos no suponía relaciones necesariamente conflictivas en-
tre ellos, aunque por supuesto podían producirse: “El mal
vecino (kakòs geíton) es una calamidad, el bueno (agathós), en

6 Cfr. Hesíodo, Trabajos y días, 31: éndon. Teofrasto, Caracteres, 4.6, parece indicar algo similar cuan-
do plantea que el rústico (ágroikos) tiene más confianza en sus criados y jornaleros que en los
amigos y parientes, dando a entender que existiría en él una preferencia por los lazos dentro del
oîkos en detrimento de lo externo.

158 Julián Gallego


cambio, una gran ventaja. Tiene en suerte un tesoro el que
tiene un vecino bueno (esthlós); ni un buey se perdería si no
fuese malo el vecino” (Trabajos y días, 346-348). La éris con-
llevaba pues una rivalidad que reafirmaba el individualis-
mo a la vez que ponía de relieve sus potenciales fuentes de
conflictividad.7
Pero existía también otro plano de configuración de los
vínculos aldeanos a partir de los dispositivos de reciproci-
dad entre vecinos que posibilitaban lograr una sociedad en
equilibrio por medio de redistribuciones periódicas dentro
de la comunidad.8 Para Hesíodo (Trabajos y días, 353) se trata
de “ser amigo del que es amigo (tòn philéonta phileîn)”. Las
referencias a la buena éris como factor dinámico de la riva-
lidad y la philía como base de las prácticas de reciprocidad
entre vecinos colocan, pues, a estos dos principios en un
contexto aldeano.
Como ya vimos, las relaciones de buena vecindad con los
aldeanos tenían para Hesíodo gran relevancia y centralidad
para la correcta gestión del oîkos. Y lo mismo ocurría con
los vínculos de reciprocidad: “Mide bien lo que tomas pres-
tado del vecino, y devuélvele (apodoûnai) bien, en la misma
medida, e incluso más si puedes, para que después, si vuel-
ves a tener necesidad, lo encuentres seguro” (Trabajos y días,
349-351).9 Es claro que en ocasiones las necesidades que no
se satisfacían dentro del oîkos se resolvían a través de inter-
cambios recíprocos con los demás aldeanos (vv. 354-360),
para lo cual el poeta recomendaba dar asistencia a quien

7 Cfr. Walcot (1970: 87-92), Vernant (1977), Jones (1984; 2004: 56-57), Bravo (1985) y Hanson (1995:
99-102).
8 Sobre la reciprocidad en la aldeas campesinas griegas, cfr. Murray (1981: 56-67), Millett (1984:
100-103; 1991: 28-39, 45-52, 74-75), Gallant (1991: 143-158), Tandy (1997: 203-227) y Edwards
(2004: 92-102).
9 Teofrasto, Caracteres, 4.14; 10.13 (cfr. 27.10; 30.10), y Menandro, Díscolo, 456, 505, 914, 916, 922-
923, 928, también hablan del préstamo en el ámbito rural. Cfr. Nagle (2006: 35-36).

La aldea de Ascra y los aristócratas 159


estuviera dispuesto a retribuirla. Así, el lenguaje hesiódico
es tributario de una racionalidad reciprocitaria tramada
por los lazos que regían el oîkos, hecho que determinaba a su
vez el intercambio equitativo de dones entre los vecinos de
la aldea (vv. 342-360).
Ahora bien, en el contexto de unos vínculos aldeanos que
comportaban la configuración de una comunidad atrave-
sada por las fuerzas centrífugas de la rivalidad entre veci-
nos a la vez que cohesionada por las fuerzas centrípetas de
la reciprocidad entre semejantes (cfr. Sahlins, 1977: 110-115),
¿de qué modo los basileîs consiguieron penetrar en este en-
tramado social y empezaron a ejercer su liderazgo, si no fue
por la fuerza sino pacíficamente que se convirtieron en re-
ferentes, al menos judiciales, para la regulación de los con-
flictos aldeanos?
En la aldea hesiódica se perciben formas de diferencia-
ción que parecen haber empezado a cristalizar en pautas
concretas de segregación de un sector de la comunidad,
lo cual alude a la existencia de aldeanos empobrecidos. Si
en un plano general Hesíodo aconsejaba “no reprochar al
hombre la funesta pobreza (penía) que el alma devora, don
de los siempre bienaventurados” (Trabajos y días, 717-718; cfr.
327, 393-395, 715-716; Loraux, 2003: 64-65), sin embargo,
esto debía darse dentro de los límites impuestos por la obli-
gatoriedad de reciprocar y la rivalidad entre vecinos. Esto
es lo que se desprende de su amonestación a Perses:

Pues tal vez dos o incluso tres veces conseguirás algo,


pero si aún te angustias (lypeîn) [i.e. si persiste el ham-
bre], no conseguirás nada; dirás muchas palabras
vanas, pero inútil será el campo de las palabras. Te
exhorto a preocuparte de las obligaciones (khreía) y a
ponerte a buen recaudo del hambre (limós). (Trabajos y
días, 401-404)

160 Julián Gallego


Las desgracias que acarreaba la indigencia se derivarían
del hecho de no realizar las faenas rurales adecuadamente
(Trabajos y días, 300-317). En efecto, el rechazo de la pobreza
que manifiesta Hesíodo se asocia explícitamente a la figura
de Perses en la medida en que este rehúye del trabajo duro
pero, a pesar de ello, pretende participar de las redes de
reciprocidad para conseguir su subsistencia (vv. 388-400).
Aunque no censuren la pobreza en sí misma, sino la indo-
lencia de quien no está bien dispuesto para trabajar y busca
sus medios de vida a través de pleitos para apropiarse de lo
ajeno, los aldeanos acomodados parecen discriminar nega-
tivamente al labrador pobre por ser un mendigo incapaz de
saldar sus obligaciones con el prójimo.10
Pero, como ya adelantamos, esta discriminación del su-
puesto indolente respecto del trabajo connota en realidad
una situación en la que ya se ha esbozado una diferencia-
ción entre labradores prósperos y empobrecidos: los pri-
meros, con capacidad para desplegar su accionar según las
pautas de rivalidad y reciprocidad con sus semejantes, es
decir, los demás granjeros prósperos; los segundos, con res-
tricciones para insertarse en las formas de emulación que
habilitaban tanto la competencia como el intercambio re-
cíproco con los que se reconocían como iguales. Hesíodo
es terminante al respecto: “Dar al que da y no dar al que no
da; cualquiera da al dadivoso (dótes), pero nadie da al ava-
ro (adótes)” (Trabajos y días, 354-355). Desde una perspectiva
ético-moral, es factible que la referencia ya vista al esthlós
en contraposición al kakós (vv. 346-348; cfr. 213-216) aluda
a las diferentes cualidades inherentes, respectivamente, al
labrador próspero y al empobrecido, en la medida en que
en Trabajos y días, como reconoce Walter Donlan (1999: 50),

10 Una crítica semejante parece plantearse en Eurípides, Suplicantes, 894-895: el pendenciero suele
ser odioso para los ciudadanos así como para los forasteros.

La aldea de Ascra y los aristócratas 161


esthlós parece haber adquirido ya un sentido técnico liga-
do al poder que obtenía alguien que prosperaba social y
económicamente.
Hesíodo sería parte de los granjeros acomodados que
se separarían del sector empobrecido representado por
Perses. Este desearía que la reciprocidad le permitiera obte-
ner su manutención de un modo acorde a sus necesidades,
para lo cual debería recibir del sector próspero la asistencia
necesaria. Aquellos desearían, en cambio, marcar distan-
cias con el grupo empobrecido para no tener que consumir
su riqueza mediante los mecanismos impuestos por las for-
mas de la reciprocidad balanceada.11 La ruptura en la reci-
procidad entre la parte acomodada y el sector empobrecido
obedecería, pues, a un deterioro en la homogeneidad social
de la aldea. En este contexto, Perses ha comenzado a recu-
rrir a los basileîs para modificar esta situación, en función de
lo cual parece echar mano a ciertas prácticas vigentes a co-
mienzos de la edad del hierro a través de las cuales se con-
cretarían los vínculos entre los basileîs y otros individuos o
grupos. Para plantear esta cuestión es preciso que nos de-
tengamos en cómo se caracteriza la relación de los basileîs
de Tespias con los aldeanos de Ascra, y en particular con el
grupo al que pertenecería Perses. El único pasaje del poema
de Hesíodo en que se vincula a Perses directamente con los
basileîs es el que, en el inicio de Trabajos y días, pone en claro
los motivos de la disputa entre ambos labradores en el seno
de la aldea de Ascra:

Perses, guárdate esto en tu ánimo, y que Eris la que


goza con el mal no desvíe tu voluntad del trabajo, por
observar las disputas (neíkea) y estar atento al ágora.
Pues poco es el cuidado por disputas y asambleas

11 Cfr. Edwards (2004: 82) y Sahlins (1977: 206-214, 230-239).

162 Julián Gallego


(neíkea t’ agoraí te) para quien no tiene almacenada
en casa (éndon) a su debido tiempo la abundante sub-
sistencia, que la tierra produce, el trigo de Deméter.
Habiéndote saciado de este podrás iniciar disputas y
pelea (neíkea kaì dêris) por posesiones ajenas. Pero ya
no podrás por segunda vez actuar así; resolvamos aquí
(aûthi) la disputa con rectas sentencias (itheîai díkai),
que por venir de Zeus son mejores. Pues de hecho ya
dividimos la herencia (klêros), pero muchas otras cosas
apropiándote (harpázon) trataste de llevarte (ephóreis)
honrando en grande (méga kydaínon) a los reyes devo-
radores de regalos (basileîs dorophágoi), quienes desean
dictar sentencia (díkassai) en este litigio (díke). (Trabajos
y días, 27-39)

El encuadre de este pasaje nos remite a los dos tipos de


éris antes indicados, haciendo hincapié en las consecuen-
cias funestas que acarrea la éris reprochable. La concreción
de esta éris no ocurre entre quienes rivalizan como labra-
dores en condiciones de semejanza, en el espacio de una
práctica agraria en común, sino en el ágora, el lugar de las
disputas y las asambleas en el que la capacidad de pronun-
ciar sentencias es un atributo de los basileîs.12 Como señala
Edwards (2004: 177), el “aquí” (aûthi) en el que Hesíodo pre-
tendería resolver la disputa remite al universo social y mo-
ral de la aldea. Sin embargo, Perses operaría ya en el marco
específico de la lógica del ágora,13 cuyas prácticas conoce-
ría no sólo por observación sino también por implicación
personal. En efecto, Perses esperaría obtener ventajas de los

12 Loraux (1997: 20) señala que Hesíodo traza una clara equivalencia entre agorá y neîkos, el lugar
del debate y el conflicto, respectivamente, ambos como encarnación lamentable de la mala éris.
Cfr. Clay (2003: 33).
13 Hesíodo, Trabajos y días, 29-30, 280, 402, 688: agorá, agoreúo; vv. 29-30, 33, 35, 332, 716: neîkos,
neikeío; vv. 189, 222, 227, 240, 269, 527: pólis.

La aldea de Ascra y los aristócratas 163


grandes honores que parece haber estado dispensado a los
basileîs, quienes podían dictar sentencia en caso de que la
disputa se dirimiera en el ágora. En el vocabulario preciso
de los versos 35-39 se hallan, a mi entender, los elementos
que permiten pensar las relaciones de subordinación per-
sonal que unirían a aldeanos empobrecidos con los basileîs,
así como el poder político que estos acumularían en el pro-
ceso de configuración como élite de la pólis en formación.
¿A qué obedecería este deseo de los basileîs de dictar
sentencia en esta disputa? El funcionamiento judicial que
se vislumbra en Hesíodo no parece ser distinto del que se
puede observar en la descripción del escudo de Aquiles en
Ilíada (18.497-508; cfr. Cap. 8). Técnicamente hablando, el
verbo dikázein consignado en ambos poemas nos sitúa en el
contexto de una práctica judicial bien conocida en la Grecia
arcaica. Se debate en qué consistiría exactamente esta capa-
cidad de dictar sentencia implicada en el término.14 Pero no
cabe duda de que el procedimiento se hallaba prácticamen-
te monopolizado por los basileîs, cuya función en Trabajos y
días parece ceñirse a un rol estrictamente judicial con una
jurisdicción limitada en relación con la aldea de Ascra, que
algunos interpretan como una atribución sometida a la vo-
luntad de los litigantes de recurrir a un arbitraje en caso de
no poder llegar a un acuerdo.15

14 Según Thür (1996), la base del sistema consiste en el juramento; cuando uno de ellos es incuestio-
nablemente aceptado la disputa termina. Los líderes tienen la autoridad exclusiva para pronun-
ciar las fórmulas correctas para los juramentos. Contra, Gagarin (2005: 86-90; cfr. 1986: 19-50): el
debate y el diálogo conducen gradualmente a clasificar y resolver el problema, con la satisfacción
o por lo menos la aquiescencia de todos los interesados. Así, aunque los litigantes plantearan
de entrada sólo una simple cuestión de hecho, es probable que otros temas pronto entraran
en el debate y que pudiera llegar a formularse una considerable variedad de propuestas para la
solución de una disputa. Ver Farenga (2006: 133-141) con respecto al juramento como modo de
prueba.
15 Cfr. Gagarin (1973; 1986: 19-35; 1992), Millett (1984: 91-92), Edwards (2004: 64-73) y Farenga
(2006: 162).

164 Julián Gallego


¿De dónde procedería esta autoridad judicial de los ba-
sileîs? La explicación habitual ha sido que la administra-
ción de justicia era una de las atribuciones importantes
del liderazgo y que por eso el basileús tendría el control de
la thémis, concebida tanto como justicia de origen divino
proveniente de Zeus —simbolizada en el cetro—, cuanto
como derecho poco formalizado asociado a un conjunto
de reglas consuetudinarias transmitidas oralmente.16 Por
otra parte, existía en el plano de lo público una implica-
ción recíproca entre el ágora y la thémis; por eso, Temis
como personificación divina era quien convocaba y disol-
vía las asambleas.17
Para Dean Hammer (2002: 127-143), la thémis entrañaba
una dimensión performativa ligada a la configuración de
un campo político para la toma de las decisiones plebiscita-
rias de la comunidad. Esto supuso una modificación del li-
derazgo carismático tradicional, a medida que la autoridad
de la élite aristocrática comenzó a organizarse bajo el prin-
cipio de la “colegialidad”, en el marco de asambleas de la co-
munidad en las que se plebiscitaban las decisiones. En este
contexto asambleario, la thémis actuaría como el operador
de la reciprocidad entre los actores políticos, posibilitando
de este modo la existencia de un espacio público.
Por su parte, Vincent Farenga (2006: 119-125) ha argu-
mentado que en el terreno político la thémis expresaba la
fuerza elocutiva de un acto de habla destinado a persuadir,
lo cual implica destacar la autoridad y el estatus de los basi-
leîs con respecto a los demás. Para el autor, esto justificaría
sus prerrogativas para hablar en las asambleas y se asociaría
con su papel como centro de las relaciones del intercambio

16 Sobre la thémis, cfr. Harrison (1912: 482-485), justicia de origen divino; Havelock (1978: 135-137),
derecho poco formalizado. Para un balance crítico de las diferentes perspectivas, cfr. Hammer
(1998: 16-19; 2002: 115-127).
17 Homero, Ilíada, 20.4-6; 11.807; Odisea, 2.68-69. Cfr. Harrison (1912: 482) y Tandy (1997: 142-144).

La aldea de Ascra y los aristócratas 165


redistributivo, permitiéndoles reclutar seguidores a quie-
nes les conferían recompensas siempre que reconocieran
su autoridad. En los poemas hesiódicos esta capacidad para
decidir la justicia (diakrínein, krínein),18 que en ciertos pasa-
jes se equipara con el sentido de repartirla o distribuirla de
manera reciprocitaria (nemeîn, didónai),19 es la que caracte-
riza a los basileîs que ejecutan las thémistes en el ágora me-
diante sus sentencias, que pueden ser consideradas rectas o
torcidas (itheîai díkai, skoliaí díkai).20
Para Gagarin (1974: 104, 106 n. 6, 109-110), este arbitraje
implicaba el pago de tasas judiciales por parte de los litigan-
tes. En efecto, según la descripción del escudo de Aquiles
ya citada, cada contendiente tenía que depositar una suma
similar que luego se daba a aquel que entre los basileîs emi-
tía la sentencia aceptada por los litigantes. Ahora bien, en la
configuración del vínculo personal entre un labrador como
Perses y los basileîs, este mecanismo podría ser la causa de su
indigencia, o al menos de una mayor pobreza (cfr. Thomas
y Conant, 1999: 155-156). Pero, como indica Edwards (2004:
41), el pasaje hesiódico no es indubitable al respecto. ¿En qué
consistía, pues, esa acción de “honrar en grande” (méga ky­
daínon) que ligaba a Perses con los basileîs? ¿Qué papel cum-
plían los regalos en la configuración del vínculo?
El término clave para comprender el lazo de subordina-
ción entre Perses y los basileîs es ky­daínon, que hemos verti-
do como “honrar”. Gagarin (1974: 109-110) ha indicado que
el sentido de “halagar” con un tono peyorativo o irónico que
se ha propuesto en ocasiones no se aplica para nada, puesto

18 Hesíodo, Teogonía, 85: diakrínein; Trabajos y días, 35: diakrínein; 221: krínein.
19 Hesíodo, Trabajos y días, 224: nemeîn; 225: didónai.
20 Hesíodo, Teogonía, 86: itheîai díkai; Trabajos y días, 9: ithýnein thémistas; 36: itheîai díkai; 194:
mýthoi skolioí; 219, 221: skoliaí díkai; 225-226: itheîai díkai; 230: ithydíkes; 250: skoliaí díkai; 262,
264: skoliaí díkai; 263: ithýnein díkas.

166 Julián Gallego


que no existe registro de un uso semejante del término.21
Por otra parte, el verbo kydaínein asociado al sustantivo
kŷdos nos remite a un vocabulario preciso que es necesa-
rio considerar, puesto que kŷdos implica una fuerza mágica
que los dioses dan o quitan a reyes o guerreros en el mo-
mento de la guerra. En Homero el epíteto kydiáneira, “que
da gloria a los hombres”, aparece asociado al ágora (Ilíada,
1.490) así como a la batalla (mákhe: Ilíada, 4.225; 6.124; 7.113;
8.448; 12.325; 13.270; 14.155; 24.391).22 Por ende, en relación
con los basileîs el término comporta un sentido preciso que
remite a dos de los planos fundamentales en los que se de-
sarrollaba su actividad pública: la contienda discursiva po-
lítica y el combate militar. De este modo, kydaínein, que en
principio significa dar fuerza y brillo, termina por adquirir
el sentido de honrar. En el caso de Trabajos y días, el térmi-
no podría dar cuenta de la actividad en el ágora a partir de
la cual los miembros de la élite obtendrían una gloria que
iba acompañada de la recepción de regalos que conferían
honor y renombre.
Pero aun cuando la práctica judicial implicara la entrega
de presentes conforme a lo ya indicado a partir de la escena
del escudo de Aquiles, podría suceder que la gloria y los re-
galos que Perses daba a los basileîs obedecieran a otra forma
de articulación entre estos y los aldeanos. En las últimas dé-
cadas se ha aceptado mayoritariamente la conceptualiza-
ción de los basileîs a partir de la noción de big-man.23 Como
plantea Vincent Farenga (2006: 43): “Es probable que sea
mejor para nosotros concebir el liderazgo en la temprana
edad del hierro conforme a un espectro de desarrollo que
va desde el jefe de aldea al big-man y al cacique, con muchos

21 Cfr. Liddell y Scott (1996): s.v. kydaíno; ver también Tandy y Neale (1997: 54, 68) y Clay (2003: 35).
22 Benveniste (1969: 57-74) y Chantraine (1968-80): s.v. kŷdos. Cfr. Collins (1998: 49-51) y Kurke
(1993: 131-133).
23 Cfr. Sahlins (1963) y Johnson y Earle (2000: 203-241); ver también Earle (1997): s.v. big-man society.

La aldea de Ascra y los aristócratas 167


líderes combinando características de dos cualesquiera de
estos tipos etnográficos”.24
La relación personal entre Perses y los basileîs pudo ha-
berse construido sobre la base de los lazos que estos últi-
mos, en su rol como big-men y/o caudillos, articulaban con
sus seguidores. Pero Trabajos y días trasluce un contexto más
complejo porque Perses no sería un “seguidor” que formase
parte del grupo más estrecho de un líder sino alguien que
pertenecía a un aldea en la que una parte de sus miembros,
forasteros respecto de Tespias, estaría empezando a inte-
grarse dentro de la órbita de poder de los basileîs.25 Si bien
esta relación no se presenta organizada a partir de un basi-
leús individual sino de un conjunto que aparece operando
ya como una clase, de modo hipotético se puede suponer
que, precisamente por la laxitud de los lazos con los líderes
tespios, Perses podría haber desarrollado vínculos indivi-
dualizados con diferentes basileîs por separado, a cada uno
de los cuales el aldeano honraría con regalos en reciproci-
dad por sentencias favorables en las disputas, o asistencia en
caso de crisis de subsistencia u otras formas de ayuda que
Perses ya había obtenido o esperaba obtener.
De todas maneras, el uso del plural basileîs en Trabajos y
días y Teogonía, así como en varios pasajes de Odisea, ates-
tiguaría la conformación de una aristocracia, cuya presen-
cia sería un indicio más que plausible del desarrollo de la
pólis como comunidad política unificada.26 Sin embargo,
esto no tuvo por qué inhibir la permanencia de formas de

24 Cfr. Farenga (2006: 38-46; 1998). Ver también los análisis de Donlan (1982: 140-141; 1985: 303-
304) y Quiller (1981: 117-120). Asimismo, Drews (1983: 98-128), Carlier (1984: 135-230, 503-505),
Tandy (1997: 84-111), Thalmann (1998: 243-271), Whitley (2001: 77-101; cfr. 1991: 181-194) y Hall
(2007: 120-127).
25 Ver Donlan (1989; 1994; 1998). Cfr. van der Vliet (1988).
26 Cfr. Starr (1986: 15-33), Domínguez Monedero (1991: 78-86), Donlan (1997), Hall (2007: 127-131)
y Hawke (2011: 130-157).

168 Julián Gallego


vinculación entre jefes y seguidores conforme a los mode-
los vigentes en la situación previa a la consolidación de una
aristocracia unificada y el surgimiento de la pólis: los meca-
nismos de articulación entre líderes y seguidores continua-
rían actuando pero en el marco de una sociedad con una im-
portante estratificación, en la que los primeros se valdrían
de tales mecanismos para obtener apoyos de los segundos
generando como consecuencia lazos estables de subordina-
ción personal.27 Tal vez nos hallemos en las fronteras de una
situación que, aunque presentara similitudes con el siste-
ma de vínculos entre los big-men y sus seguidores, se estaba
transformando en otra más duradera y asimétrica que ten-
día ya a una relación entre patronos y clientes.28 Como ha
sugerido Edwards (2004: 64), no se puede descartar que a
través de los regalos que entregaba Perses hubiera comen-
zado a construir una relación personal de clientelismo con
los basileîs, de quienes él esperaba recibir entonces la ayuda
que Hesíodo le había negado. Esta perspectiva propia de un
aldeano de Ascra, empobrecido y marginado de las pautas
de reciprocidad con sus vecinos, sería perfectamente com-
plementaria con la de los líderes de Tespias.
Conforme a lo que hemos podido comprobar hasta aquí,
la posibilidad de cooptar aldeanos por parte de los basileîs
encontraría terreno fértil entre aquellos que, como Perses,
se descubrían desplazados de la comunidad en virtud de su

27 Aun con el sesgo evolucionista de su enfoque, es interesante la visión de Polanyi (1977: 152): “La
estructura política tradicional de los asentamientos tribales había sido viciosamente distorsiona-
da por los ‘príncipes devoradores de regalos’, quienes ahora no cumplían en devolver la ley y la
justicia que eran su responsabilidad. Las formas vacías del cacicazgo permanecían; pero el sentido
y el contenido habían desaparecido. Las obligaciones tribales expresadas por esas formas se ha-
bían desvanecido”. Cfr. Donlan (1999: 29-31).
28 Sobre la posibilidad de que el sistema del big-man se asocie a formas de patronazgo, o al menos
al papel de los líderes como patronos: Throuwborst (1986: 52), Langlas y Weiner (1988: 81, 85) y
Power (1995: 96-97).

La aldea de Ascra y los aristócratas 169


dificultad para gestionar sus granjas, es decir, debido a la
impericia y al empobrecimiento. Una consecuencia signi-
ficativa, que hasta ahora no habíamos considerado, es que
la ruina de los aldeanos incompetentes y su exclusión de
las redes de reciprocidad pudieron haber comportado una
exacerbación del elemento de la rivalidad en las pautas de
comportamiento de este grupo, sin el contrapeso equilibra-
dor de la reciprocidad. Como correlato de esto, el indivi-
dualismo de estos labradores se tornaría cada vez más in-
tenso, lo cual explicaría el carácter de la penetración de la
élite de Tespias: en esta instancia del proceso no se trataría
de una dominación que abarcara a la aldea en su conjunto
sino de la captación individualizada de aldeanos discon-
formes y marginados, quienes se ampararían en la acepta-
da potestad de los basileîs para juzgar buscando restablecer
su situación dentro de su propia comunidad. El ingreso de
los líderes tespios sería estimulado voluntariamente por
los labradores ascreos necesitados, que obtendrían senten-
cias favorables en los juicios pero a costa de la entrega de
regalos honoríficos y su probable inserción de modo per-
manente en vínculos de patronazgo y clientelismo con res-
pecto a los basileîs.
Si el desbalance entre rivalidad y reciprocidad pudo pro-
vocar en la conducta social de los labradores empobrecidos
una intensificación de la primera en detrimento de la se-
gunda, este no debería haber sido el caso entre los granjeros
prósperos, cuyo éxito socioeconómico los llevaba a distin-
guirse como esthloí. Pero este equilibrio sólo podía mante-
nerse siempre y cuando siguieran reconociéndose entre sí
como phíloi, respetando los intercambios de dones en pos
de una redistribución equitativa entre vecinos y actuando
adecuada y positivamente ante las demandas de sus seme-
jantes. Como vimos, dentro de ciertos límites esto permitía
establecer un equilibrio que implicaba un contrapeso real

170 Julián Gallego


frente al individualismo inherente a la rivalidad y compen-
saba las tendencias centrífugas. Los vecinos que se admi-
tían entre sí como esthloí adquirirían notoriedad a partir
de su éxito en la competencia por conseguir la subsistencia
basada en la acumulación mediante el trabajo duro: “Si te
pones a trabajar —lo exhorta Hesíodo a Perses—, pronto
el haragán te envidiará (zeloûn) a ti que te enriqueces; pues
el prestigio (areté) y el honor (kŷdos) acompañan a la rique-
za” (Trabajos y días, 312-313).29 La envidia de los carentes de
riqueza se trueca en prestigio y honor entre quienes han
prosperado de modo similar dentro de la aldea. Si este reco-
nocimiento mutuo del kŷdos y la areté obtenía un peso real
y sostenido a lo largo del tiempo, los esthloí podían confi-
gurarse como un conjunto que en el marco de esta lógica
recíproco-competitiva desistiría de acudir a los basileîs.
Esta prescindencia respecto de la élite tespia se basaría,
pues, en la posibilidad de resolver la obtención del susten-
to mediante la adecuada organización productiva en el
propio oîkos y la reciprocidad entre los vecinos de la aldea.
En este sentido, no sería factible que en una situación de
crisis de subsistencia este grupo recurriera como primera
medida a los basileîs de la cercana Tespias, tal como pro-
pone Edwards (2004: 69) en relación con el conjunto de
los ascreos sin discriminar entre aldeanos acomodados
y necesitados. En el caso de que hubiera labradores prós-
peros obligados a solicitar la ayuda de los líderes tespios,
estos adquirirían una influencia sobre aquellos que no se-
ría fácil de erradicar, abriendo una posible vía hacia for-
mas de subordinación como el patronazgo. La negativa
de Hesíodo a llevar la disputa al ágora para que los basileîs
dicten sentencia se inscribiría en esta misma perspectiva,
en tanto que éstos ganarían influencia sobre los ascreos

29 Cfr. Edwards (2004: 111-118, 125-126, 164-165, 177 y 183-184).

La aldea de Ascra y los aristócratas 171


que decidieran solucionar sus desavenencias por medio de
un arbitraje, aun cuando acudieran a la élite tespia de ma-
nera voluntaria.
Si bien Hesíodo acepta la capacidad de los basileîs para di-
rimir los conflictos, su mirada acerca de este rol pone de
manifiesto una ambigüedad que remitiría a la transforma-
ción que se estaba operando en los vínculos entre Ascra y
Tespias y que el poeta se resistía a consentir. Los basileîs,
como descendientes de Zeus e inspirados por sus hijas las
Musas, ejecutaban legítimamente las thémistes mediante
sentencias que eran justas por el propio lugar de enuncia-
ción que les correspondía en el ágora. El modelo que a este
respecto se ofrece en Teogonía (81-93) hace hincapié funda-
mentalmente en la díke como un “acto de habla” o una “rea-
lización” basada en la capacidad persuasiva, el uso de las
palabras apropiadas, la arenga firme, la sabiduría y la sen-
satez que se les atribuía a los basileîs conforme al lugar que
ocupaban y a las prácticas que concretaban su función.30 No
se deja de lado en Trabajos y días (225-226, 230, 263) la ape-
lación a este comportamiento que conlleva por sí mismo la
consecución de sentencias rectas. Pero, según Hesíodo, la
práctica judicial que de forma concreta articularía a Ascra
con Tespias no respondería a este modelo, sino que la recep-
ción de regalos por parte de los basileîs primaría por sobre
su performance discursiva. Es la práctica de la “dorofagia”

30 Hesíodo, Teogonía, 81-93: “A aquel que las hijas del poderoso Zeus honran (timésosi) y ven que
desciende de los basileîs vástagos de Zeus, le vierten dulce rocío sobre su lengua (glôssa) y pa-
labras (épea) suaves fluyen de su boca (stóma). Todo el pueblo dirige la mirada hacia él cuando
decide las thémistes con rectas sentencias (itheîai díkai). Y él hablando (agoreúon) de manera se-
gura resuelve rápida y hábilmente (epistaménos) incluso una gran disputa. Debido a esto, pues,
los basileîs son sensatos (ekhéphrones) porque a los hombres que sufren ofensas en el ágora
(agorêphi) les otorga fácilmente un acto de compensación, persuadiéndolos (paraiphámenoi) con
delicadas palabras (épea). Y cuando llega al lugar de la asamblea (agón), lo tratan como un dios
con suave reverencia, y él se distingue entre los reunidos en asamblea (agrómenoi). Tal es el don
sagrado de las Musas para los hombres”. Cfr. Gagarin (1992) y Farenga (2006: 111-117).

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la que hace de toda sentencia decidida en el ágora un vere-
dicto torcido: en Trabajos y días (38-39, 219-221, 256-264) los
basileîs son, sobre todo, devoradores de regalos y es desde
esta condición que ejecutan las thémistes con sentencias tor-
cidas. La posibilidad de llevar una contienda ante los basileîs
quedaba, entonces, restringida por esta situación; pero se
volvía inevitable si la disputa se tornaba irresoluble dentro
de la aldea y se hacía sentir la opinión pública, esto es, la
presión de la comunidad, imponiendo un arbitraje externo
(Edwards, 2004: 69-70). El honor o kŷdos del aldeano prós-
pero orgulloso de su independencia, amparado en la riva-
lidad y la reciprocidad con sus semejantes, debía así subor-
dinarse, aunque sólo sucediera temporalmente, al honor o
kŷdos del basileús a quien tenía que honrar con regalos.
Ahora bien, que esto involucrara cada vez más a labra-
dores empobrecidos como Perses, como hemos intentado
demostrar, es algo que en Trabajos y días va de suyo y le da
sentido. Pero que ocurriera también entre labradores aco-
modados es una posibilidad inscripta en la lógica de funcio-
namiento de la aldea, que puede deducirse indirectamente
de los elementos que Hesíodo hace jugar en el poema. En
efecto, la eventualidad de que un labrador próspero pudiera
ser cooptado por los basileîs tespios se inscribiría en el pla-
no de la rivalidad con otros aldeanos, puesto que, como lo
indica con claridad Hesíodo (Trabajos y días, 23-26), la éris
simbolizaba una competencia atravesada no sólo por la
emulación (zêlos) sino también por el resentimiento (kótos)
y la envidia (phthónos).31 En consecuencia, el antagonismo
entre los labradores de una comunidad caracterizada por el
individualismo de sus integrantes podía habilitar que algu-
nos desarrollaran ciertas estrategias con el fin de consolidar
ventajas aleatorias conseguidas a partir de la habilidad para

31 Cfr. Gagarin (1990: 174-175) y Thalmann (2004: 377-379).

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obtener una posición social acomodada. El apoyo externo
de la élite tespia podía convertirse en un factor de peso con
capacidad para incidir en la puja individualista entre los
ascreos. En tales circunstancias, la fuerza de unión inhe-
rente a la philía y al principio de reciprocidad se mostra-
ría completamente menguada ante la fuerza de división
propia de la éris y del principio de rivalidad. Pero lo que se
vislumbraría llegados a este punto es la debilidad del es-
trato de los aldeanos acomodados para consolidarse como
grupo ante el poder de los basileîs en el marco de la forma-
ción de la pólis, pues el único recurso disponible para que
no se produjera la intervención de líderes externos, tanto
en la competencia entre los labradores prósperos como en
la puja entre estos y los empobrecidos, sería la persuasión
entre aldeanos y las sanciones morales de la comunidad
(cfr. Edwards, 2004: 72, 118).
No estaba fatalmente predeterminado que toda aldea
quedara subsumida en una pólis. Pero en la medida en que
los antiguos basileîs homéricos, dispersos, rivales y cófra-
des a un tiempo, dieron paso a una aristocracia que tendía a
unificarse, muchas de las aldeas de la edad oscura de donde
provenían los ancestros de dicha aristocracia se vieron so-
metidas a presiones para ingresar en el ámbito de influencia
de la pólis en elaboración, si es que no formaban parte de
entrada del proceso de cambio que se estaba produciendo.
La instauración de la ciudad centrada en el ágora como ám-
bito de las prácticas y las decisiones políticas y judiciales,
como marco en definitiva de la vida institucional que se
condensaría en torno de la noción de ciudadanía, implicó
el despliegue de la política como una lógica social radical-
mente novedosa en el universo mental de comienzos del ar-
caísmo. El lugar del entramado aldeano y el campesinado
en esta historia resulta fundamental, como ya lo hemos ve-
nido viendo hasta aquí. Las aportaciones de ambos factores

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requieren una comprensión más acabada precisamente en
el terreno de las articulaciones de las lógicas sociales. Que
la política se convirtiera en la lógica dominante de la nueva
entidad demográfica, territorial, institucional e imagina-
ria encarnada en la pólis no anuló la vigencia de otras ló-
gicas, como el rol del parentesco dentro de la comunidad
aldeana. Al mismo tiempo, las formas de encuentro para
la resolución de conflictos entre aldeanos y, en general, de
asuntos inherentes al funcionamiento de la aldea aparecen
como un antecedente claro de la asamblea de ciudadanos
que emergerá como instancia central de la organización de
la ciudad. En este derrotero, la irrupción de la democracia,
con todo lo que tiene de invención, no puede desligarse de
las transformaciones que conducen al surgimiento de la po-
lítica y de la pólis. A este conjunto de cuestiones está dedica-
da la última parte de este libro.

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