Crisis de Autoridad Nueva Granada
Crisis de Autoridad Nueva Granada
El V ir r e in a to d e l N u e v o R e in o de G r a n a d a
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L as ELITES CRIOLLAS
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la crisis im perial en 1808. Los contactos que establecieron con estu d ian tes de
otras provincias les perm itieron conform ar redes que hasta cierto p u n to facilita
ron la coordinación del m ovim iento de em ancipación en 1809-1810. A dem ás, los
hom bres form ados en jurisprudencia d u ra n te los últim os decenios de la C olonia
tenían los conocim ientos intelectuales necesarios para aducir las justificaciones
in d ep en d en tistas y para organizar los gobiernos republicanos iniciales.
Las u n iv ersidades tam bién form aban sacerdotes criollos. H asta bien en
trado el siglo XVIII, la carrera eclesiástica solía ser, para los criollos, una opción
m ás viable qu e el derecho. Al finalizar el siglo xvii, los criollos eran m ayoría en
tre los dom inicos y agustinos y tal p u d o ser el caso en otras órdenes religiosas.
En el clero seglar, la ab ru m ad o ra m ayoría de párrocos era criolla. Los m ás ins
truidos y conectados p o dían aspirar a ocupar dig n id ad es en los capítulos de las
catedrales. Q uienes llegaban a tales posiciones se transform aban en ornam entos
visibles de la jerarquía. Sin em bargo, pese al predom inio num érico d e los crio
llos en la m ayor p arte de los estratos de la Iglesia colonial, los españoles p o r lo
general ocupaban el ápice. De los quince arzobispos de Santa Fe en tre 1704 y
1810, solo tres nacieron en A m érica y solo uno era neogranadino de nacim iento
(de Tunja). Al d esp u n tar la era de la Independencia, en la prim era década del
siglo XIX, todos los altos prelados neogranadinos —el arzobispo de Santa Fe y
los obispos de C artagena, Santa M arta y P o p a y á n — eran peninsulares. Debió
existir sin d u d a un sentido de diferencia de clase entre los sacerdotes criollos
d estinados a las parroquias, por un lado, y los obispos españoles, p o r el otro.
Pero seguram ente tales diferencias q u ed aro n atem p erad as por la p iedad y la fe
en la estru ctu ra jerárquica a cuyo servicio todos ellos se dedicaban.
Un tercer cam po, el m ilitar, fue creciendo en im portancia para los criollos
del siglo XVIII y p articularm ente en las dos últim as décadas del periodo colonial.
El nom bram iento de oficiales criollos en el ejército ganó im pulso com o resultado
del esfuerzo borbónico por expandir el sector m ilitar en respuesta a las am en a
zas extranjeras, y tam bién para hacer frente al potencial desorden interno. Tanto
en las u n id ad es del ejército real com o en las milicias fue evidente la creciente
dependencia de la C orona de una oficialidad criolla. La im portancia d e esta en
los últim os tiem pos de la C olonia tuvo clara expresión en la infantería de C ar
tagena. Hacia las décadas de los años 1770 y 1780, los criollos apenas llegaban
a un tercio de todos los oficiales; adem ás, los peninsulares m onopolizaron los
grados superiores. Hacia 1800, criollos y españoles eran num éricam ente iguales
tanto en el total de los oficiales com o en los cargos m ás altos. Siete años después,
los oficiales criollos dom inaban en el total e incluso en los altos m andos. La m is
m a tendencia se presentó en las u n id ad es de la m ilicia de C artagena, aunque
el dom inio num érico de los criollos llegó antes (en la década de los años 1790)
y fue m ucho m ás acentuado. En la capital virreinal, sin em bargo, no había esta
p rep onderancia criolla entre los oficiales m ilitares; acaso se creía necesario m an
tener el dom inio español en la fuerza m ilitar de la capital.
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"La prim era operación de todo pueblo que pretenda comerciar con la mayor economía
y dar fom ento a su industria y a su agricultura, es perfeccionar sus caminos. Los de
Antioquia se hallan enteram ente abandonados. Es increíble: dos siglos han corrido,
y todavía no tiene un buen camino que ligue sus poblaciones con el Magdalena. Los
años y las generaciones se han am ontonado unas sobre otras, unos gobernadores han
sucedido a otros, y no se ha pensado más que en pleitos y riquezas, descuidando ente
ram ente la felicidad de los pueblos. Para conseguir la de este país, se deben componer
con la m ayor perfección los dos caminos que de sus principales ciudades siguen al
Este y llegan hasta el N are...
Su fragosidad presente es obra de la inacción y del descuido. Los jefes de la provincia
de Antioquia, y especialmente los cabildos que representan a los pueblos, deben reu
nirse y discurrir seriam ente los medios para la completa apertura al menos de uno de
estos caminos. Si no hay fondos, im ponga con la autoridad del gobierno una módica
contribución que no grave a los pueblos, y en breve los tendrán. La composición de
estos cam inos, dará vida y m ovim iento al comercio a la agricultura de Antioquia.
Sus frutos p odrán extraerse con facilidad, y el labrador cambiará los suyos con los de
otros países, ganando siem pre en tales perm utas. Entonces dejarán esa destructora
ocupación tantos habitantes de Río-Negro y Marinilla: ellos pasan miserablemente y
abrevian sus días conduciendo en sus espaldas por el camino de Juntas, al viajero, a
los frutos y m anufacturas del comercio. Todo hombre sensible no puede menos que
enternecerse cuando se ve conducido por un pobre semejante suyo cubierto las más
veces de sangre y de sudor, y esto por un corto premio. Póngase los medios para que
estos desgraciados abandonen semejante profesión. Vuelvan a los campos que los lla
man para su cultivo, y abran el seno feraz de la tierra que los convida con más dulces
y verdaderas riquezas".
Fuente: " E n sayo so b re la geografía, p rod u ccion es, industria y p ob lación d e la provincia d e A n
tio q u ia en el N u e v o R eino d e G ranada, por el Dr. D. José M anuel R estrepo, a la g a d o d e la Real
A u d ien cia d e Santa Fe d e Bogotá", 1 d e febrero d e 1809, reim p reso en: d e C aldas, Francisco José,
Semanario de la N ueva Granada, París, 1849, pp. 217, 218.
O tra d e las actividades en las que los criollos com pitieron cada vez m ás
con los esp añ o les d u ra n te los últim os decenios del siglo xvm fue el com ercio
m ay o rista con el exterior. D urante gran parte de la Colonia, el com ercio exterior
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P r e o c u p a c io n e s v ir r e in a l e s
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costa del C aribe. D esde el siglo xvii, los indígenas de la península de La G uajira
practicaban co n trab an d o con los holandeses y los británicos, recibiendo arm as
y bienes d e co n su m o a cam bio de pieles, ganado y m aderas de tinte. Los g u a
jiros co n stitu ían u n a afrenta para las autoridades, po rq u e com erciaban con los
extranjeros y no estab an bajo control español. A veces hasta atacaban los asen
tam ientos españoles. Por otra parte, en el otro extrem o de la costa del C aribe los
indios cu n as de la región del D arién realizaban transacciones clandestinas con
los británicos. Los españoles tem ían que los cunas, en connivencia con los bri
tánicos, atacaran y se tom aran el Chocó, que seguía siendo una de las regiones
auríferas m ás im p o rtan tes de la N ueva G ranada. Por esto se lanzaron cam pañas
m ilitares co n tra los guajiros en la década de los años 1770 y en el D arién, en la de
los añ o s 1780, am b as con escasos resultados. O tros indígenas que estuvieron en
la m ira de los esp añoles en la época del V irreinato fueron los chim ilas, ubicados
al su r de la Sierra N ev ad a de Santa M arta, que ocasionalm ente atacaban los b ar
cos del río M ag d alen a y las haciendas hispanas.
Por otra parte, en las zonas agrestes de la provincia de C artagena y tam bién
la de Santa M arta, diversas gentes —esclavos fugados, m ulatos e in d io s— vivían
en p eq u eñ as rochelas, co m unidades fuera del control de las autoridades. D urante
el siglo xviii se esforzaron para obligar a esta gente dispersa a asentarse en p u e
blos form ales, "al son de cam pana", para que pudieran ser mejor controlados por
el Estado y la Iglesia. En su intento por consolidar el orden social y el progre
so m aterial, las au to rid ad es lanzaron una serie de cam pañas para obligar a los
"arrochelados" a instalarse en com unidades m ás grandes. En el Bajo M agdalena,
la aristocracia local suplió parte del liderazgo en este esfuerzo de concentración.
Entre 1744 y 1770, alentado por el virrey, José Fernando de Mier, rico hacendado y
co m an d an te d e las milicias urbanas de la provincia de Santa M arta, intentó poner
fin a los ataques de indígenas contra las haciendas y las em barcaciones del río
M agdalena m ed ian te el establecim iento de unos 22 pueblos en la región, m uchos
de ellos a lo largo d e la m argen oriental del río. Más tarde, entre 1774 y 1778, A nto
nio de la Torre y M iranda, u n antiguo oficial naval español, fundó y organizó cer
ca de 43 co m u n id ad es en la provincia de C artagena, en m uchos casos para facilitar
el tran sp o rte terrestre y el comercio. En la década de los años 1780, un sacerdote
franciscano español, José Palacios de la Vega, tam bién se dedicó a recoger indios
y negros dispersos p o r la provincia de C artagena y organizados en com unidades.
Si bien m uchos d e estos esfuerzos tendientes a pacificar y organizar a las gentes
de las regiones interiores de la costa estuvieron dirigidos por oficiales m ilitares,
tam bién d esem p eñ aro n un papel im portante los capuchinos, los franciscanos y
otros m isioneros.
Estas ca m p a ñ as costeras para o rganizar com u n id ad es form ales fueron
justificadas com o intentos d e consolidar el orden social y m ejorar la situación
económ ica de los hab itantes de los nuevos pueblos. Pero tam bién sirvieron para
d esp ejar v astas extensiones de tierra de habitantes potencialm ente problem á
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ticos, de m odo que p u d iera n ser explotadas por grandes terratenientes, sobre
todo para la cría de ganado.
En las regiones m ás colonizadas del interior, el deseo de las au to rid a d e s
de reforzar el orden social m uchas veces asum ía la form a de cam p añ as contra
la vagancia. A p artir de la década de los años 1780, algunos virreyes y otros
funcionarios atribuyeron la vagancia al m onopolio de la p ro p ied ad territorial
en cabeza de los latifundistas, pero tal percepción no los llevó a in ten tar frac
cionar n in g u n a de las grandes haciendas existentes. Sin em bargo, sí d ed icaro n
alguna atención a las gentes sin tierra que se volvieron vagos. A este respecto,
una solución borbónica tardía consistió en situar tales vagos en colonias agrarias
ubicadas en la frontera o en áreas despobladas.
La N ueva G ranada era una colonia relativam ente pobre, en com paración
con México y el Perú, grandes productores de plata. En el siglo xviii era raro q u e
las au to rid ad es coloniales p erdieran la o p o rtu n id ad de com entar sobre la p o
breza del país y la precariedad de su com ercio interno e internacional. A ntonio
M anso, p residente de la A udiencia de Santa Fe, reportó que, al llegar en 1724,
la ciudad "es la últim a desolación: los vecinos principales y notables retira d o s
del lugar, los com ercios casi ociosos, vacíos los oficios de la república, todos
abatidos y en una lam entable pobreza". M anso, al igual que otros funcionarios
del siglo XVIII, hizo énfasis en la falta de explotación de los recursos n atu ra les de
la N ueva G ranada. Se extraía oro a lo largo de la costa del Pacífico, pero m uchas
m inas en traban en decadencia. Se descuidaba el aprovecham iento de otros re
cursos com o las esm eraldas de M uzo y Som ondoco, los depósitos de cobre en
Vélez e Ibagué y una variedad de productos forestales, com o m aderas finas, de
tinte y bálsam os. La agricultura cerealera de los altiplanos sufría la com petencia
de las harinas im portadas. Estos tem as fueron una constante en los inform es
de los virreyes entre m ediados del siglo xviii y com ienzos del xix. D esde p o r lo
m enos la década de los años 1770 la elite criolla com enzó a expresar su deseo de
explotar otras posibilidades económ icas de la N ueva G ranada, y a p artir de 1790
se intensificó este anhelo criollo, sobre todo en lo relacionado con el desarrollo
de exportaciones diferentes del oro.
A veces los tem as que tenían que ver con el desarrollo económ ico del v i
rreinato avivaban intereses regionales opuestos y tam bién planteaban d iferen
cias de perspectiva entre algunos de los virreyes de Santa Fe y sus sup erio res en
España. Estos conflictos se m ostraron en la discusión acerca del abastecim iento
de harina para C artagena, su guarnición y la flota española. A los hacen d ad o s
y com erciantes de la cordillera O riental les interesaba vivam ente re cu p erar el
m ercado de C artagena, que desde 1715 estaba d o m inado por harinas ex tra n
jeras. M uchos virreyes, influidos acaso por los intereses del interior en d o n d e
residían y sin d u d a por sus inclinaciones m ercantilistas, trataron de reem plazar
la harina extranjera por harina neogranadina en los m ercados de la costa. Salvo
por una sola excepción, desde m ediados del siglo xviii, los virreyes prohibieron
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com erciar legalm ente con las colonias foráneas del C aribe. Tal p ro p u e sta d e le
g alizar el com ercio con extranjeros le valió u n a fuerte re p rim e n d a de España.
O tros virreyes p osteriores fueron m enos liberales d e sd e el p u n to de vista
económ ico. C aballero y G óngora (1782-1789) p ro p u g n ó la im posición de m o n o
polios fiscales sobre p ro d u c to s exportables. Por su parte, Francisco Gil y Lem os
(1789) p ro h ib ió la exportación de m ad eras d e tinte a las colonias extranjeras,
p u es tem ía q u e fo m entara la expansión del co n trab an d o , a u n q u e la prohibición
seg u ram en te no hizo m ás q u e reforzar el com ercio ilegal.
La p ro m u lg ació n d e la política de "libre com ercio" de E spaña en 1778,
q u e au to rizab a el intercam bio en tre u n m ayor n ú m ero de p u erto s españoles e
h isp an o am erican o s, buscaba canalizar el co n tra b an d o p o r vías legales y ex p a n
d ir el v o lu m en global del com ercio. Esta m ed id a parecía ab rirle a la N u ev a G ra
n ad a la p o sib ilid ad de am p liar la exportación legal d e p ro d u c to s tropicales. Sin
em bargo, la política d e "libre com ercio" au m en tó m uy poco las exportaciones
g ran ad in as. Por la época en q u e se pro m u lg ó , E spaña en tró en g u erra con G ran
B retaña (1779-1783) y la flota británica p rácticam en te cerró el com ercio en tre el
C aribe español y la p en ín su la h asta q u e term in ó la contienda. La paz con In
glaterra (1783-1795) perm itió un increm ento d e las exportaciones legales d e la
N u ev a G ra n ad a a E spaña. Pero en 1796-1802, y d e n u ev o en 1805-1807, España
volvió a librar g u erras co n tra G ran B retaña. El au g e d e las exportaciones legales
d e p ro d u c to s agrícolas y forestales a E spaña ocurrió so lam en te d u ra n te el breve
in tervalo en tre 1802 y 1804.
En los p erio dos d e guerra, el com ercio m arítim o no se in terru m p ió . M ás
bien p ro sig u ió com o co n tra b an d o o, c u a n d o E spaña p erm itió el com ercio legal
con países n eu trales, se realizó con E stados U nidos. N o o bstante, la inestabili
d a d e im prev isib ilidad de las condiciones com erciales d esd e 1795 significaron
p érd id a s económ icas y frustraciones p ara los com erciantes criollos. U no d e los
factores q ue m ás exasperaba a las elites criollas deseosas d e am p liar las ex p o rta
ciones n eo g ran ad in as era la inconsistencia de la política española. José Ignacio
d e Pom bo, del g rem io d e com erciantes de C artagena, señaló en 1807 que las
au to rid a d es esp añ olas ten d ían a o to rg ar los beneficios del com ercio neu tral y
la elim inación de los im puestos a la exportación a C uba y a V enezuela, en tanto
q u e n egaban estas ventajas a la N u ev a G ran ad a. A u n q u e P om bo no infirió esto,
p u ed e concluirse q u e los com erciantes y fo rm u lad o res de políticas españoles
percibían a C uba y a V enezuela com o fuentes de exportaciones agrícolas, m ien
tras q u e a la N u ev a G ra n ad a le seguían asig n an d o la función de ex p o rta d o r de
oro. Sea eso cierto o no, la N ueva G ra n ad a llegó al final del p erio d o colonial sin
h ab er d esarro llad o sólidos p atro n es d e exportación d e p ro d u c to s tropicales, a
diferencia d e lo q u e ocurrió en C uba, V enezuela y G uayaquil.
Por consiguiente, hasta el final d e la C olonia la N u ev a G ra n ad a siguió
sien d o u n e x p o rta d o r ineficaz, en co m paración con otras regiones de la A m érica
h ispana. E ntre 1785 y 1796, C artagena, el p u e rto principal, recibió m ás del ocho
p o r ciento d e los bienes ex p o rta d o s a A m érica d esd e C ádiz, el p u erto español
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que m ás com erciaba con H ispanoam érica. Sin em bargo, d u ra n te esos m ism os
años la N u ev a G ra n a d a solo su m in istró poco m ás del tres p o r ciento d e las ex
portaciones h isp an o am erican as a C ádiz. Por el contrario, V enezuela, con m enos
población, pro v ey ó m ás del n u ev e p o r ciento de las exportaciones y absorbió
m ás del diez p o r ciento d e las im portaciones.
Los virreyes se d a b a n cu en ta d e q u e era necesario m ejorar los tran sp o rtes
terrestres. C u alq u iera q u e fuera el tópico —tra n sp o rta r h arin a del interior a la
costa, abastecer las m inas, in crem en tar las exportaciones —, se reconocía q u e la
a p e rtu ra y el m an ten im ien to d e los cam inos d e h e rra d u ra en los territorios es
carp ad o s del v irrein ato era u n asu n to central para su desarrollo. Sin em bargo, a
pesar d e u n a b u en a dosis d e expresiones d e p reocupación p o r el tem a, poco se
hizo al respecto, acaso p o rq u e los gastos m ilitares absorbían g ran p arte d e los
recursos fiscales. A p a rtir d e la décad a d e los años 1790, los criollos ilu strad o s
com en zaro n a c u lp ar cada vez m ás al régim en español p o r no tom ar m ed id as
ad e cu ad a s para m ejorar las com unicaciones internas y p o r o b stru ir el desarrollo
del com ercio exterior.
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