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Introducción Al Libro de Bernard Holtzman y Alain Pasquier

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Bernard Holtzmann y Alain Pasquier: Histoire del l’Art antique:l’Art grec, Ecole du

Louvre, París, 1998.

La familiaridad con la que Occidente se ha jactado de cultivar la Antigüedad llamada


clásica desde el Renacimiento, finalmente casi no ha servido para comprender el arte
griego: la apreciación puramente estética de obras aisladas de su contexto de creación o
de uso ha suscitado contrasentidos y paradojas que distan mucho de haberse disipado:
¿cuántos creen aún que el Partenón es un templo y que la Venus de Milo es una estatua
clásica? ¿y qué significa “clásico”, ese término consagrado?
El rápido declive, desde la segunda guerra mundial, de una falaz intimidad cultural, ha
hecho evolucionar la apreciación del arte griego: una mirada más distante, liberada del
prestigio de la fascinación, ha permitido romper con el pathos del “milagro griego” y el
lirismo de lo “sublime, obligatoriamente sublime”, que fue durante mucho tiempo la
norma. Así se ha podido desarrollar una aproximación más arqueológica de las obras, una
nueva atención a las condiciones materiales e históricas de su producción, un interés casi
sociológico por el estatus de sus autores. Antes de abordar las obras mismas, es necesario
evocar el medio que las ha hecho nacer, tal y como lo vemos hoy día.

Los destinatarios

El arte ha estado ligado en Grecia, desde el principio y durante mucho tiempo con las
creencias religiosas: los edificios y los objetos más bellos estaban destinados a los dioses.
No es hasta el siglo IV a.C., en el momento en que se inicia una crisis profunda de la
ciudad, que el arte comienza a secularizarse: los palacios de los reyes sucesores de
Alejandro, las casas de los nobles se revisten de un lujo hasta entonces destinado solo a
los dioses y algunas veces a los muertos. En la época helenística, lo mismo que la ciudad
sobrevive, el arte religioso subsiste, pero la creatividad va dirigida cada vez más hacia
este arte social que expresa la prosperidad o el poder de los que lo encargan. Es pues un
arte griego vuelto laico desde hace tiempo lo que Roma hereda, llegando entonces a su
fin la evolución reutilizando o copiando con fines decorativos las obras de arte griegas
que habían sido consagradas a los dioses; aparecen las colecciones, y muy pronto los
museos. Por primera vez en la historia, el arte ha cumplido así toda su trayectoria
sociológica, del santuario al museo.

Los productores

En una sociedad donde la propiedad de la tierra, las actividades políticas y las artes del
logos, es decir de la palabra inspirada, son tenidos en gran estima, el trabajo manual, el
que sea, está desvalorizado: los que lo practican, los banausoi, son mirados por encima
del hombro. En las ciudades importantes, donde la estratificación social es más compleja,
estos oficios son ejercidos por extranjeros, residentes sin derechos cívicos, los metecos en
Atenas, o incluso esclavos. Esta desvalorización del trabajo manual, más acentuada en
medios conservadores ligados a los orígenes rurales de la sociedad, se acompaña de una
admiración que compensa, cuando los resultados de este trabajo testimonian una
capacidad fuera de lo común. Muy sensibles a toda proeza individual, los griegos
supieron apreciar en su justa medida el valor de una actividad manual que designaron con
la palabra techné, arte o artesano según los casos.
Aunque si estatus era despreciado, los technitai firmaron sus obras desde fines del siglo
VIII. Estas firmas, hechas en escultura, cerámica, pero a veces también en arquitectura o
mosaico y excepcionalmente en entalles y monedas, no se colocan más que en algunas
obras, a menudo en aquellas donde el artista ha tenido el sentimiento de sobrepasar, de
haber realizado una obra maestra de la que puede estar orgulloso. Antes de la época
helenística, la firma no fue jamás una marca de fábrica, sino la señal de una excelencia
reivindicada.

Tradición e innovación

El arte griego está fundado sobre una doble tradición: no sólo la del saber hacer –lo que
se llamaba oficio- sino también la de estilos desarrollados en los talleres de las ciudades
productoras. Además a menudo se expresa por tipos, de edificios, de figuras, de escenas,
de cerámica, de decoración… que constituyen un repertorio formal estable. Es decir que
la continuidad o la tradición es muy grande y donde nociones contemporáneas tales como
ruptura creadora, vanguardia, no tienen sentido.
La dinámica y diversidad del arte griego deben mucho al gusto por el agón, la
competición, que se encuentra en muchos aspectos de la sociedad griega, como los
concursos deportivos y artísticos, la política y que son visibles en los santuarios. Este
espìritu agonal, el deseo de perfeccionarse, es lo que vivifica el ingenio de los artistas
que, sin él, estarían sumidos en la rutina y la repetición.

La primacía de la figura humana

Si el arte minoico o cicládico de los tiempos prehelénicos produjeron obras de una


evidente sensibilidad al espectáculo de la naturaleza, el arte griego hizo de la figura
humana su objeto principal, sino único de su inspiración e investigación.
Cuando la figura humana se introduce, poco antes de mediados del siglo VIII a.C. está
provocado sin duda por el ejemplo de las decoraciones de Oriente. Al principio sometidas
a la ley de la geometría del Período Geométrico, rápidamente toman la veracidad de las
curvas y la unidad de un organismo vivo. Desde entonces, su representación se extiende
rápidamente para convertirse en la principal preocupación de los artistas de la Hélade.
Las corrientes orientales dejan penetrar todo tipo de motivos, pero en Grecia el interés se
va focalizando hacia la figura humana. Entre los animales y los monstruos de la corriente
orientalizante del siglo VII a.C. se asiste a la irresistible ascensión de la figura humana.
Esta fascinación por el ser humano devuelve al arte griego a la naturaleza. Su exigencia
en la observación de los cuerpos v a la par con su indiferencia por el marco donde se
sitúan. La vegetación, en los vasos pintados no es jamás una imagen cultivada por sí
misma, se convierte en signo o símbolo.
A los estudios llevados por los escultores del arcaísmo sobre la corrección anatómica,
suceden los del período llamado clásico, de Policleto o Lisipo sobre la ponderación del
cuerpo.
Incluso de lo que se sabe de la gran pintura el hombre se situaba también en un marco
olvidado y el valor del paisaje se reduce por lo general a una decoración. Se sabe la
importancia del teatro en la cultura griega desde el siglo V a.C.: la composición de
paneles decorativos delante de los cuales se representaban los dramas satíricos debió
tener un papel en el aprendizaje de la pintura de paisajes.
El gran altar de Pérgamo, cuyos relieves marcan el final del arte griego, exponen de una
manera teatral esta primacía constante concedida a la figura humana.

Búsqueda de proporciones

Los artistas griegos, en el proceso de creación, buscan siempre la proporción justa, la que
produce armonía. No se trata sólo de elaborar una forma, sino de hacer de manera que,
éstas, por su construcción, reflejen la relación entre el todo y sus partes y entre las partes
entre sí: más allá de la experiencia sensible, el formalismo del arte griego llama a la razón
y al intelecto. Si la expresión “todo es número” principio fundamental del pensamiento de
Pitágoras, no debe ser interpretada como una explicación puramente científica del
mundo, no es menos cierto que el número reina sobre la creación griega, particularmente
en escultura y arquitectura. Pero las composiciones más ambiciosas de la cerámica son
también aplicaciones muy sabias, tanto desde el punto de vista del alfarero como del
pintor.

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