0% encontró este documento útil (0 votos)
128 vistas7 páginas

En El Tiempo de Jesús Las Mujeres

Cargado por

gustavo.bravo
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como DOCX, PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
0% encontró este documento útil (0 votos)
128 vistas7 páginas

En El Tiempo de Jesús Las Mujeres

Cargado por

gustavo.bravo
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como DOCX, PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 7

En el tiempo de Jesús las mujeres estaban totalmente excluidas de la vida social, su ámbito era la vida familiar y a eso se

dedicaban, no se les permitía saludar en público a un varón, aprender la Torá, hacer vida pública, se le consideraba
impura, por su constante y repetitivo estado de menstruación ,cuando salía embarazada y daba a luz un hijo varón
estaba impura 40 días, si era hija 80 días, todo el tiempo que la mujer tenía derramamiento de sangre estaba impura.

El lenguaje era totalmente androcéntrico, patriarcal, se hablaba en masculino, no figuraban las mujeres, ni los niños, ni
aún eran contados, como se puede apreciar en los relatos de milagros de la alimentación de los cinco mil y cuatro mil
personas; Marcos habla solamente de los varones (Mc. 6.44; 8.9), Mateo dice sin contar las mujeres y los niños
(Mt.14.21; 15.38), muchas veces las mujeres parecen estar ausentes en los textos de los evangelios, constantemente se
habla de doce, y pensamos que Jesús solo tuvo doce discípulos, aunque los evangelios hablan también de 70 y esto se da
no solo por la cultura androcéntrica, sino también por la cultura Religiosa-simbólica del pueblo judío.

PARA MEMORIZAR:“Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús... No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre;
no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gál. 3:26-28).

LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA LECCIÓN: Lucas 1:39-55; 2:36-38; 7:11-17, 36-50; Romanos 10:17; Lucas 8:1-3; 18:1-8.

El Evangelio de Lucas recibe a veces el nombre de “el Evangelio de las mujeres” porque menciona cuánto se preocupó Jesús
por las necesidades de las mujeres, y cuán involucradas estuvieron ellas en el ministerio de Cristo.

En los días de Jesús, las mujeres eran consideradas de poco valor: algunos hombres judíos agradecían a Dios porque no eran
esclavos, ni gentiles, ni mujeres. Las sociedades griega y romana trataban a las mujeres en forma aún peor. La cultura
romana desarrolló su permisividad hasta una licencia ilimitada. Un hombre a menudo tenía una mujer para tener hijos
legítimos que heredaran sus posesiones, y tenía concubinas para sus propios placeres pecaminosos.

Con este telón de fondo acerca del maltrato a las mujeres, Jesús trajo la buena noticia de que ellas son, en realidad, hijas de
Abraham (ver Luc. 13:16). Cuán felices deben de haber estado las mujeres al escuchar que, en Jesús, son hijas de Dios y que,
a la vista de Dios, tienen igual valor que los hombres. El mensaje de hoy para las mujeres de todas las naciones sigue siendo
el mismo: todos, mujeres y hombres, somos uno en Cristo Jesús.

MUJERES DIERON LA BIENVENIDA A JESÚS

Solo Lucas registra la reacción de ciertas mujeres frente a la maravilla de la historia cósmica: que el Hijo de Dios tomara
carne humana para completar la misión redentora del Padre y cumpliera las esperanzas mesiánicas de su pueblo. Aunque
estas mujeres no comprendieron plenamente lo que estaba sucediendo, sus palabras y reacciones respecto de estos
eventos asombrosos revelaron su fe y asombro por las obras de Dios.

Lee, en Lucas 1:39 al 45, el encuentro entre Elisabet y María. ¿Qué dice Elisabet que revela su comprensión, aunque fuera
limitada, de los grandes eventos que estaban sucediendo?

Después de que Elisabet habló, María siguió con sus propias palabras (Luc. 1:46-55). A menudo se entienden como un
canto, pero estas palabras están llenas de fragmentos del Antiguo Testamento, testificando que María era una estudiante
devota de las Escrituras y, por ello, adecuada para ser la madre de Jesús. El canto de María está basado no solo en las
Escrituras, sino también en una profunda relación con Dios. Una identidad emerge entre su alma y su Señor, y entre su fe y
la esperanza de Abraham.
Lee Lucas 2:36 al 38. ¿Qué verdades importantes ven la luz en la historia de Ana en el templo?

La esperanza expectante encuentra su cumplimiento fundamental en Jesús. Una anciana viuda reconoce el milagro y, desde
entonces, ella estableció como su misión compulsiva proclamar al Salvador ante todos los que iban al templo. Ella llegó a ser
la primera mujer predicadora del evangelio.

Trata de imaginar el asombro y la admiración de estas mujeres ante los eventos que se desarrollaban alrededor de ellas.
¿Qué podemos hacer para ayudar a mantener vivos en nuestros corazones el asombro y la admiración de las grandes
verdades que se nos ha llamado a proclamar?

LAS MUJERES Y EL MINISTERIO SANADOR DE JESÚS

Lee en Lucas 7:11 al 17, la historia del milagro en Naín. Esta mujer, empobrecida y viuda, afrontaba otra prueba: la muerte
de su único hijo. Una multitud de personas la acompañaban en la procesión fúnebre, expresando así su dolor y simpatía. La
pérdida de su único hijo y la incertidumbre acerca de su vida futura, la transformaban en un cuadro de tristeza y
desesperanza.

La procesión que salía de la ciudad se encontró con otra procesión que entraba a ella. A la cabeza de quienes salían había un
ataúd; a la cabeza de quienes entraban estaba la vida, el Creador. Cuando ambas procesiones se encontraron, Jesús vio a la
viuda llena de dolor, y “se compadeció de ella, y le dijo: No llores”. (Luc. 7:13). El pedido de no llorar no habría sido lógico si
no hubiera procedido de Jesús, el Señor de la vida. Porque detrás de la orden “No llores”, estaba el poder de quitar la razón
de su llanto. Jesús se adelantó, tocó el ataúd, y le ordenó al joven que se levantara. El toque era considerado una
contaminación ceremonial (Núm. 19:11-13), pero para Jesús la compasión era más importante que las ceremonias. Atender
las necesidades humanas era más urgente que seguir meros rituales.

El pueblo de Naín no solamente presenció un gran milagro, sino recibió un mensaje maravilloso: para Jesús no hay
diferencia entre los dolores emocionales de los hombres y los de las mujeres. Y su presencia confronta y confunde el poder
de la muerte.

Lee también Lucas 8:41, 42 y 49 al 56. Jairo era un dirigente de la sinagoga, el oficial a cargo del cuidado y los servicios de la
sinagoga. Cada sábado elegía a la persona que dirigiría la oración, leería la Escritura y predicaría. Era una persona no solo de
gran influencia, sino también de riqueza y poder. Amaba a su hija, y no vaciló en acercarse a Jesús rogando por la curación
de ella.

En estas historias, el poder de Jesús trajo al hijo muerto de nuevo a su madre, y una hija muerta de vuelta a su padre. Cuán
increíbles deben haber sido estos actos para quienes los vieron, especialmente para los padres. ¿Qué nos dicen estos
informes acerca del poder de Dios? ¿Qué indican respecto de cuán poco comprendemos de ese poder (la ciencia
actualmente no tiene el menor indicio sobre la forma en que esto podía ocurrir)? Pero, más importante aún, ¿De que
manera podemos aprender a confiar en este poder y en la bondad de Dios que lo maneja, sin importar cuáles sean nuestras
circunstancias actuales?

MUJERES AGRADECIDAS Y CON FE

En Lucas 7:36 al 50, Jesús transformó una comida en un evento de magnitud espiritual que dio dignidad a una mujer
pecadora. Simón, un fariseo destacado, invitó a Jesús para una comida. Los invitados se sentaron y, de repente, hubo una
interrupción: “una mujer de la ciudad, que era pecadora” (vers. 37) se acercó rápidamente a Jesús, quebró un vaso de
alabastro de un perfume muy costoso, derramó ese aceite sobre él, se inclinó sobre sus pies y los lavó con sus lágrimas.
¿Qué lecciones podemos aprender de la expresión de gratitud y de la aceptación por parte de Jesús de ese acto de fe?

“Cuando a la vista humana su caso parecía desesperado, Cristo vio en María aptitudes para lo bueno. Vio los rasgos mejores
de su carácter. El plan de la redención ha investido a la humanidad con grandes posibilidades, y en María estas posibilidades
debían realizarse. Por su gracia, ella llegó a ser participante de la naturaleza divina. [...] María fue la primera en ir a la tumba
después de su resurrección. Fue María la primera que proclamó al Salvador resucitado” (DTG 521).

En Lucas 8:43 al 48, un caso de extrema miseria fue el objeto de la suprema consideración de Jesús. Por mucho tiempo, una
mujer padeció una enfermedad incurable que arruinó su cuerpo y su alma. No obstante, después de doce años, una llamita
de esperanza ingresó en la escena: “Oyó hablar de Jesús” (Mar. 5:27).

¿Qué oyó ella? No lo sabemos, pero ella supo que Jesús se interesaba en los pobres, abrazaba a los desechados sociales,
tocaba a los leprosos, convertía el agua en vino y se preocupaba por las personas desesperadas, de las cuales ella era una.
Pero, oír no es suficiente; el oír debe conducir a la fe (Rom. 10:17). Y esa fe la condujo al sencillo acto de tocar el borde de la
vestimenta de Jesús. Ese toque fue impulsado por la fe, lleno de propósito, eficaz y centrado en Cristo. Solo una fe tal puede
recibir esta bendición del Dador de la vida: “Tu fe te ha hecho salva” (Luc. 8:48).

Es muy fácil mirar a la gente y juzgarla. Aunque a menudo no lo verbalicemos, juzgamos en nuestros corazones, lo que está
mal igual. ¿De qué manera podemos aprender a dejar de juzgar a otros, aun en nuestra mente, pues quién sabe qué
haríamos nosotros si estuviésemos en la misma situación?

ALGUNAS MUJERES QUE SIGUIERON A JESÚS

Lee Lucas 10:38 al 42. ¿Qué verdades espirituales importantes podemos obtener de esta historia? (Ver también Luc.
8:14.)Como huésped, Marta “se preocupaba con muchos quehaceres” (Luc. 10:40), y estaba ocupada en brindar lo mejor a
sus visitas. Pero María, “sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra” (vers. 39). Marta se quejó a Jesús de que le tocaba
hacer sola el trabajo duro. Aunque Jesús no reprendió a Marta por preocuparse por servir, le señaló la necesidad de tener
prioridades correctas en la vida. El compañerismo con Jesús es el primer aspecto esencial en el discipulado; la comida de
confraternidad puede venir después.“La causa de Cristo necesita personas que trabajen con cuidado y energía. Hay un
amplio campo para las Martas con su celo por la obra religiosa activa. Pero, deben sentarse primero con María a los pies de
Jesús. Sean la diligencia, la presteza y la energía santificadas por la gracia de Cristo; y entonces la vida será un irresistible
poder para el bien” (DTG 483).

Lee Lucas 8:1 al 3; 23:55, 56; 24:1 al 12. ¿Qué nos enseñan estos versículos acerca de la función de las mujeres en el
ministerio de Cristo?

Al expandirse su ministerio, Jesús fue “por todas las ciudades y aldeas, predicando” y enseñando (Luc. 8:1), y los doce
discípulos con él. Lucas también registra el poderoso testimonio de que cierta mujer a quien Jesús había sanado, que fue
tocada por su predicación y que era rica, también lo siguió en su ministerio ampliado. Aquí están algunas otras que
menciona Lucas: 1) ciertas mujeres sanadas de malos espíritus, incluyendo a María Magdalena; 2) Juana, mujer de Chuza,
intendente de Herodes; 3) Susana; y 4) “otras muchas que le servían con sus bienes” (vers. 3).

Cuando comprendemos que Jesús murió por cada ser humano, captamos mejor la verdadera igualdad de todas las personas
ante Dios. ¿Cuán bien reflejamos esta verdad en nuestra actitud hacia otros? Es decir, ¿cómo puedes arrancar de raíz, si
fuera necesario, cualquier actitud que implicaría mirar a otros desde arriba, como si fuesen menos dignos que tú?
PERSISTENTES EN LA ORACIÓN, DABAN CON SACRIFICIO

Lucas muestra cómo Jesús se ocupó de dos viudas para enseñar importantes verdades espirituales.

En el primer caso (Luc. 18:1-8), Jesús habló de una viuda pobre e impotente que, en su lucha por justicia, era molestada por
un juez malvado y poderoso. Ella era víctima de fraude e injusticia y, no obstante, creía en el mandato de la ley y la justicia.
Pero, el juez no creía en Dios y estaba en contra de la gente, y por ello no se preocupaba por ayudar a esta viuda. Atender a
las viudas es un requisito bíblico (Éxo. 22:22-24; Sal. 68:5; Isa. 1:17), pero el juez se deleitaba en ignorar la ley. Sin embargo,
la viuda tenía un arma: la perseverancia, y con ella cansó al juez y obtuvo de él justicia.

La parábola enseña tres lecciones importantes: 1) orar siempre y nunca desanimarse (Luc. 18:1); 2) la oración cambia las
cosas, aun el corazón de un juez malvado; y 3) la fe persistente es una fe que conquista. La verdadera fe tiene consejo
eterno para cada cristiano: nunca abandones, aun si eso significa esperar la vindicación final cuando “venga el Hijo del
Hombre” (vers. 8).

El segundo caso (Luc. 21:1-4; Mar. 12:41-44) se presenta justo después de que Jesús terminó de denunciar la hipocresía
religiosa, y la pretensión de los escribas y dirigentes que estaban en el templo. Jesús señaló, en un marcado contraste con
ellos, a una pobre viuda que revelaba la naturaleza de la religión genuina.

Jesús describió a algunos de los dirigentes religiosos como que “devoran las casas de las viudas” (Luc. 20:47), y que violan el
mandato bíblico de cuidar de las viudas y los pobres. Como hoy, muchos ofrendaban solo para parecer piadosos; y peor
aún, lo que daban lo daban de sus propios excedentes. Sus ofrendas realmente no involucraban ningún sacrificio personal.
En contraste, Jesús les pidió a sus discípulos que consideraran a la viuda como el modelo de la verdadera religión, porque
ella había dado todo lo que tenía.

La exhibición era el motivo del primer grupo; el sacrificio y la gloria de Dios eran el motivo de la viuda. El reconocer que Dios
era el dueño de todo lo que ella tenía y el servirle con todo lo que tenía fue lo que impulsó a la viuda a dar sus dos blancas.
Lo que vale ante la vista del Creador, que todo lo ve, no es lo que damos sino por qué lo damos; no cuánto damos, sino cuál
es la medida de nuestro sacrificio.

¿Cuánto te sacrificas por el bien de otros y por la causa de Dios?

Conclusión

PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:“El que recordó a su madre mientras pendía de la cruz en su agonía; el que se apareció a las
mujeres que lloraban y las hizo mensajeras suyas para difundir las primeras y gratas noticias de un Salvador resucitado, es
hoy el mejor Amigo de la mujer y está dispuesto a ayudarle en todas las relaciones de la vida” (HAd 183).

“El Señor tiene una obra para las mujeres así como para los hombres. Ellas pueden ocupar sus lugares en la obra del Señor
en esta crisis, y él puede obrar por su medio. Si están imbuidos del sentido de su deber, y trabajan bajo la influencia del
Espíritu Santo, tendrán justamente el dominio propio que se necesita para este tiempo. El Salvador reflejará, sobre estas
mujeres abnegadas, la luz de su rostro, y les dará un poder que exceda al de los hombres. Ellas pueden hacer en el seno de
las familias una obra que los hombres no pueden realizar, una obra que alcanza hasta la vida íntima. Pueden llegar cerca de
los corazones de las personas a quienes los hombres no pueden alcanzar. Se necesita su trabajo” (Ev 340).
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:

1. Uno de los aspectos más interesantes de los evangelios, incluyendo el de Lucas, tiene que ver con el rol de las mujeres
con respecto a la resurrección de Jesús. En todos los evangelios, las mujeres fueron las primeras en ver al Cristo resucitado y
proclamar su resurrección. Los apologistas bíblicos usan este hecho para afirmar la realidad de la resurrección corporal de
Jesús, que algunas personas cuestionan o niegan. ¿Por qué el papel de las mujeres aquí es tan importante? Pues si, como
pretenden algunos, las historias de la resurrección de Jesús fueron fabricadas por los escritores, ¿por qué mencionan a las
mujeres, que no eran muy destacadas en esa sociedad, como las primeras en ver y proclamar a Jesús? Si fabricaron las
historias para tratar de lograr que la gente creyera, ¿por qué usar mujeres en lugar de hombres? Conversen sobre este
tema.

2. En una sociedad que no siempre reconoce la dignidad de las mujeres, Jesús les concedió un estatus que solo les
pertenece a ellas en el orden creativo de Dios: son hijas de Dios, iguales a los hombres en la nueva era del evangelio. Al
mismo tiempo, por iguales que sean ante Dios, los hombres y las mujeres no son lo mismo. ¿De qué manera podemos
afirmar la igualdad de los hombres y las mujeres ante Dios y, no obstante, afirmar y reconocer las diferencias), y ¿de que
forma esas diferencias se desarrollan en la vida de la iglesia?

¿Cómo era la dignidad de la mujer en tiempos de Jesús?

Así mismo se describe cómo la mujer en tiempos de Jesús era considerada inferior al varón, pecadoras e impuras sólo por el
hecho de ser mujeres; siendo marginadas en los diferentes aspectos de la vida como el religioso, político, jurídico y social

¿Cómo fue el papel de la mujer durante el movimiento de Jesús?

Las mujeres eran parte del movimiento de Jesús y, dentro de las primeras comunidades, tenían un papel de liderazgo.
Entendieron el significado de servicio-diaconía (la suegra de Simón, las mujeres bajo la cruz en Marcos) y el significado del
sufrimiento y la muerte de Jesús (la mujer que unge a Jesús).

¿Cómo se trataba a las mujeres en el tiempo de Jesús?

Jesús no consideraba inferiores a las mujeres, no rehuía su compañía ni su conversación, sin importar su condición. En
muchas ocasiones, hizo a la mujer depositaria de su mensaje, que era realmente universal, para todo el género humano. Las
convirtió en interlocutoras y les permitió seguirlo.

¿Qué dice Cristo de la mujer?

La mujer es retratada como poseedora de tenacidad e ingenio, y Jesús la alaba. Él dice, "Mujer, mucha fe tienes” (v. 28 NVI).
En la siguiente frase se nos dice: “Y en ese momento su hija fue sanada” En los tiempos de Jesús, en la sociedad judía, la
mujer «era una presencia oculta, sin voz, relegada a la intimidad del hogar, dedicada a la familia, al marido –su dueño– y a
los hijos, venerada por su sumisión, por sus virtudes domésticas y por mantenerse 'en su sitio', el sitio establecido por los
hombres».

¿Cómo eran tratadas las mujeres en la época de Jesús?

Se trataba de una sociedad totalmente patriarcal, en la cual las mujeres pasaban de la autoridad –casi propiedad- del padre
a la del marido o, a falta de éste, a la del hermano varón o a la del hijo mayor. La viudez sin protector era sinónimo de
desgracia y miseria
La mujer judía en tiempo de Jesús

En Oriente no participaba la mujer en la vida pública. Cuando la mujer judía de Jerusalén salía de casa, llevaba la cara
cubierta con un tocado, que consistía en dos velos sobre la cabeza, una diadema sobre la frente con cintas colgantes hasta
la barbilla y una malla de cordones y nudos; de este modo no se podían reconocer los rasgos de su cara.

La mujer que salía sin el tocado que ocultaba su rostro ofendía hasta tal punto las buenas costumbres que su marido tenía
el derecho, incluso el deber, de despedirla, sin estar obligado a pagarle la suma estipulada para el caso de divorcio en el
contrato matrimonial. Había mujeres tan estrictas que tampoco se descubrían en casa. En los ambientes populares no eran
tan rígidas las costumbres.

Las mujeres debían pasar en público inadvertidas. Las reglas de la buena educación prohibían encontrarse a solas con una
mujer, mirar a una mujer casada e incluso saludarla. Era un deshonor para un alumno de los escribas hablar con una mujer
en la calle.

En la casa paterna las hijas debían pasar después de los muchachos. Su formación se limitaba al aprendizaje de los trabajos
domésticos. Respecto al padre, tenían los mismos deberes que los hijos, pero no los mismos derechos. Respecto a la
herencia, por ejemplo, los hijos y sus descendientes precedían a las hijas.

Los deberes de la esposa consistían en atender a las necesidades de la casa. Debía moler, coser, lavar, cocinar, amamantar a
los hijos, hacer la cama de su marido y, en compensación de su sustento, elaborar la lana (hilar y tejer); otros añadían el
deber de prepararle la copa a su marido, lavarle la cara, las manos y los pies.

La situación de sirvienta en que se encontraba la mujer frente a su marido se expresa ya en estas prescripciones; pero los
derechos del esposo llegaban aún más allá. Podía reivindicar lo que su mujer encontraba, así como el producto de su
trabajo manual, y tenía el derecho de anular sus votos. La mujer estaba obligada a obedecer a su marido como a su dueño,
y esta obediencia era un deber religioso, tan fuerte, que el marido podía obligar a su mujer a hacer votos.

Los hijos estaban obligados a colocar el respeto debido al padre por encima del debido a la madre. En caso de peligro de
muerte había que salvar primero al marido.

Hay dos hechos significativos respecto al grado de dependencia de la mujer con relación a su marido:

a) la poligamia estaba permitida. La esposa, por consiguiente, debía tolerar la existencia de concubinas junto a ella;

b) el derecho al divorcio estaba exclusivamente de parte del hombre. La opinión de la escuela de Hillel reducía a pleno
capricho el derecho unilateral al divorcio que tenía el marido.

La mujer viuda quedaba también en algunas ocasiones vinculada a su marido: cuando éste moría sin hijos (Dt 25, 5-10; cf
Mc 12, 18-27). En este caso debía esperar, sin poder intervenir en nada ella misma, que el hermano o los hermanos de su
difunto marido contrajesen con ella matrimonio o manifestasen su negativa, sin la cual no podía ella volver a casarse.

Las escuelas eran exclusivamente para los muchachos, y no para las jóvenes. Según Josefo, las mujeres sólo podían entrar
en el templo al atrio de los gentiles y al de las mujeres. Había en las sinagogas un enrejado que separaba el lugar destinado
a las mujeres. La enseñanza estaba prohibida a las mujeres. En casa la mujer no era contada en el número de las personas
invitadas a pronunciar la bendición después de la comida.

La mujer no tenía derecho a prestar testimonio, puesto que, como se desprende de Gn 18, 15, era mentirosa. Se aceptaba
su testimonio sólo en algunos casos excepcionales, los mismos en que se aceptaba también el de un esclavo pagano. El
nacimiento de un varón era motivo de alegría, mientras que el nacimiento de una hija era frecuentemente acompañado de
indiferencia, incluso de tristeza.

Sólo partiendo de este trasfondo de la época podemos apreciar plenamente la postura de Jesús ante la mujer. Lc 8, 1-3 y Mc
15, 41 hablan de mujeres que siguen a Jesús: es un acontecimiento sin parangón en la historia de la época. Jesús no se
contenta con colocar a la mujer en un rango más elevado que aquel en que había sido colocada por la costumbre; la coloca
ante Dios en igualdad con el hombre (Mt 21, 31-32).

También podría gustarte