Una
espiritualidad
desde abajo
El diálogo con Dios desde el
fondo de la persona
En la historia de la espiritualidad se pueden distinguir
dos corrientes clasificatorias. Hay una espiritualidad
desde arriba, que parte de los principios de arriba y
desciende a las realidades de abajo. Y hay otra
espiritualidad desde abajo, que parte de las realidades
Introducción de abajo para elevarse a Dios.
La espiritualidad desde abajo afirma que Dios
habla en la Biblia y por la Iglesia pero también
nos habla por nosotros mismos a través de
nuestros pensamientos y sentimientos, por
nuestro cuerpo, por nuestros sueños, hasta por
nuestras mismas heridas y presuntas flaquezas.
La espiritualidad desde abajo ha sido practicada
principalmente dentro del monacato. Los monjes
antiguos comenzaron a estudiar la posibilidad de
llegar al conocimiento y trato con Dios partiendo
del análisis de las propias pasiones y del
autoconocimiento. Evagrio Póntico logró definir
esta espiritualidad de abajo con una formulación
ya clásica: si deseas conocer a Dios aprende
primero a conocerte a ti mismo. El ascenso a Dios
pasa por el descenso a la propia realidad, hasta lo
más profundo del inconsciente.
El camino hacia dios
La espiritualidad de abajo contempla el camino
hacia Dios no como una vía de dirección única que
lleva directamente a Dios. El camino hacia Dios
pasa generalmente por muchos cruces de errores,
curvas y rodeos, pasa por fracasos y desengaños.
Pero resulta que no son precisamente mis virtudes
las que más me abren a Dios sino mis flaquezas,
mi incapacidad, incluso mis pecados.
Parte de las cumbres de un ideal prefijado. Arranca del ideal bien perfilado de un fin que el sujeto
debería alcanzar mediante la oración y las prácticas espirituales. El ideal se diseña partiendo del
estudio de la Sagrada Escritura, del magisterio de la Iglesia en materia moral y del autoconcepto.
Las preguntas fundamentales de la espiritualidad de arriba son éstas: ¿Cómo tiene que ser un
cristiano?, ¿Qué debe hacer?, ¿Qué tipo de conducta debería encarnar?
La espiritualidad desde arriba
La psicología…
La espiritualidad de arriba brota de la aspiración humana a ser
mejor, a superarse, a acercarse cada vez más a Dios. Esta
espiritualidad tuvo su representación principal en las corrientes de
la teología moral de los tres últimos siglos y en la ascética más
común enseñada desde la Ilustración.
La psicología moderna se muestra muy escéptica frente a esta
forma de espiritualidad por considerarla como un peligro de
desintegración interior del sujeto. El que se identifica con su ideal
prescinde frecuentemente de su propia realidad si ésta no se
acopla a aquél. El resultado es un sujeto interiormente dividido y
enfermo. La psicología en cambio apoya una espiritualidad de abajo
tal como la practicaron los antiguos monjes. Para la psicología es
incuestionablemente claro que el hombre no puede llegar a su
propia verdad si no es por el propio conocimiento.
No se trata…
En la espiritualidad desde abajo no se trata sólo de prestar atención a la voz
de Dios que me habla por mis pensamientos, sentimientos, inclinaciones y
enfermedades para llegar por su medio al descubrimiento de la imagen que
Dios se ha formado de mí.
Tampoco se trata sólo de la elevación a Dios por el descenso a mi realidad.
En la espiritualidad desde abajo se trata sobre todo de conseguir abrirse
a las relaciones personales con Dios en el punto preciso en que se agotan y
cierran todas las posibilidades humanas.
La auténtica oración, dicen los monjes, brota
Desde lo profundo… de las profundidades de nuestras miserias y
no de las cumbres de nuestras virtudes.
Jean Lafrance describe la auténtica oración
cristiana como una oración que brota de lo
profundo, pero él mismo necesitó largos
años de fracasos para llegar a esta clase de
oración.
Escribe:
“Los esfuerzos que hacemos en la oración y ejercicios ascéticos para llegar a la posesión de Dios van en dirección
equivocada. Nos parecemos a Prometeo en su vano intento de robar el fuego del cielo. Tiene suma importancia comprobar
en qué medida induce este esquema de perfección a entrar por un camino contrario al enseñado por Jesús en el
evangelio. Jesús no puso una escala de perfección por la que se sube peldaño tras peldaño hasta llegar a Dios. No, Jesús
enseñó un camino de descenso a los fondos de la humildad. Al encontrarnos en el cruce debemos, por tanto, elegir para ir
a Dios entre el camino que sube y el que baja. Según mis experiencias desearía adelantar algo ya desde ahora: Si para ir
a Dios elige usted el camino del heroísmo en la práctica de las virtudes, eso es cosa suya, tiene usted todo el derecho de
hacerlo. Pero quisiera prevenirle del peligro de darse contra la pared. Si, por el contrario, prefiere usted el camino de la
humildad, debe usted ser sincero en su deseo y no tiene por qué tener miedo de las profundidades de sus miserias”.
humildad
La espiritualidad desde abajo intenta responder a la pregunta sobre qué se
debe hacer cuando parece que todo sale torcido y cómo se deben colocar los
fragmentos de nuestra vida rota para formar con ellos una figura nueva.
La espiritualidad desde abajo prefiere el camino de la humildad aunque esta
palabra nos resulte hoy un tanto incómoda. Pero si damos un repaso a la
literatura espiritual del cristianismo y de otras religiones, constatamos que
en todas ellas se considera la humildad como la actitud fundamental de toda
auténtica religiosidad.
Tierra…
Pero la humildad no debe entenderse como una virtud que el
hombre consigue por el mero hecho de humillarse y hacerse
pequeño ante los demás. La humildad no es
fundamentalmente una virtud social sino religiosa.
La palabra latina de humildad, humilitas, se relaciona con la
palabra humus, tierra. La humildad es reconciliación con
nuestra terrenalidad, con el lastre de lo terrenal, con el
mundo de nuestros impulsos, con todo cuanto de negativo
existe en nosotros. Humildad es valor para aceptar la propia
verdad.
.
Los griegos distinguen entre tapeinosis, disminución,
envilecimiento, pobreza; y tapeinophrosyne,
descripción de los comportamientos de los pobres,
actitud de humildad y pobreza espiritual. La
humildad designa nuestra conducta ante Dios y es
virtud religiosa. Es en todas las religiones criterio de
toda auténtica espiritualidad. Es el lugar profundo
donde puedo encontrarme con el verdadero Dios y
donde pueden comenzar a dejarse oír los gemidos de
la verdadera oración
La experiencia del fracaso
En este camino desearíamos describir los dos polos de la
espiritualidad de abajo: por una parte, el camino hacia nuestro
yo y hacia Dios descendiendo a nuestra propia verdad y, por
otra, la experiencia de impotencia y fracaso considera dos como
lugar de oración auténtica y como oportunidad de crear un
nuevo estilo de relaciones personales con Dios.
La espiritualidad desde abajo describe los procedimientos
terapéuticos que debe seguir el hombre hasta llegar al encuentro
con la esencia de sí mismo. Es el camino religioso que lleva a la
oración, al “grito desde lo profundo” y a la experiencia íntima de
Dios a través de las experiencias de fracaso.
Espiritualidad desde
arriba
No pretendemos establecer una oposición total entre
la espiritualidad de abajo y la de arriba. Los
exclusivismos nunca son positivos, pero existe una
¿los ideales? positiva tensión entre estos dos enunciados
espirituales. La espiritualidad desde arriba nos pone
ante la vista los ideales con los que debemos
entusiasmarnos para finalmente realizarlos. Todo ideal
libera en el hombre una especial energía.
Sobre todo los jóvenes necesitan ideales para su vida.
Sin ideales se limitarían a girar en torno a sí mismos
sin llegar nunca a desarrollar todas las posibilidades
que llevan ocultas. Tampoco podrían ponerse en
contacto con esa energía que debe ser liberada. Los
ideales sacan a los jóvenes de sí mismos hasta
hacerles superarse para identificarse con el modelo, a
controlarse y a descubrir nuevas posibilidades. Sin la
fuerza provocativa de esos ideales muchos vivirían al
borde de las propias posibilidades sin percatarse de
ellas.
Para poder crecer necesito modelos. La propia imagen se desarrolla mejor
junto a otra imagen. Los santos pueden servir de modelo para los jóvenes a
los que provocan, estimulan a trabajar y a descubrir la vocación propia. Lo
Los santos que no podemos hacer es copiar. La contemplación de los santos no se
orienta a crear remordimientos de con ciencia al descubrir que no somos tan
grandes como ellos; lo que pretende es estimular a no infravalorarnos, a
descubrir la vocación personal y a reconocer en nosotros la imagen única
que Dios se ha formado de cada uno.
Nuestro abad, menciona Anselm Grün,
ha dado a la comunidad esta consigna:
“En ti hay muchas más posibilidades
de lo que tú piensas, por no hablar de
las posibilidades que tenéis Dios y tú
juntos”. Los ideales ayudan
precisamente a descubrir las
posibilidades que existen en cada uno.
Pero más importante que proponer ideales es vivirlos.
Cuando los jóvenes se entusiasman con modelos, logran poner orden en su caos interior y organizar todas
sus energías en torno al ideal encarnado en un personaje histórico que es el santo. Los modelos facilitan a
los jóvenes estabilidad y orientación. Además les ponen en contacto con las energías y recursos que Dios
ha depositado en ellos.
No podemos, por tanto, prescindir de la espiritualidad de arriba. Ejerce la función positiva de despertar
vida en nosotros. Sólo actúa negativamente produciendo enfermedad cuando los ideales pierden contacto
con nuestra realidad. Hay quienes se proponen unos ideales tan elevados que resultan inasequibles. Y para
no renunciar a esos ideales prescinden de la propia realidad para poder identificarse con ellos. El resultado
es una personalidad desdoblada.
La tensión producida por el desdoblamiento
de la personalidad puede desembocar en una
vida a dos niveles sin contacto de uno con
otro y a la proyección sobre los demás de los
instintos reprimidos. Para mantener erguido
el ideal de perfección se desplazan los
defectos propios proyectándolos sobre los
demás contra los que se chilla y se maldice.
El desplazamiento del mal del propio corazón
lleva a inconsideración con los demás a los
que se estigmatiza y trata brutalmente en
nombre de Dios.
Promesas del señor
La espiritualidad de arriba se practica generalmente al comienzo del camino espiritual. Pero llega un
momento en el que el individuo necesita poner en contacto la espiritualidad de arriba con la
espiritualidad de abajo si desea subsistir en una vida normal. De no hacerlo así se originan
tensiones internas y el sujeto enferma. Es entonces cuando debe tomar muy en serio la propia
realidad y conectarla con el ideal. Es la única manera de lograr la trasformación. Más que de ideales
bíblicos preferimos hablar de las promesas del Señor. Dios nos manifiesta en la Biblia de qué somos
capaces si nos abrimos al Espíritu.
Ideales…
Estas promesas son, por ejemplo, los ideales propuestos en el sermón del monte. La
única manera de intentar hacer realidad esas promesas presupone una experiencia
existencial de ser hijos e hijas de Dios. Si lo conseguimos, esas promesas nos
introducen en un mundo libre y dilatado donde nos sentimos cómodos y esto nos hace
mucho bien.
Pero si en el sermón del monte vemos únicamente unos ideales que tenemos que
realizar a toda costa, entonces nace la tensión interior al constatar que no siempre
vamos a ser capaces de conseguirlo. El sermón del monte describe un modo de
conducta a tono con la experiencia de la salvación en Jesucristo. Es, por lo tanto, un
buen criterio para discernir si hemos comprendido o no la misericordia de Dios
manifestada en Jesucristo.
Justificación de una espiritualidad desde abajo.
Modelos bíblicos
Los modelos de fe que nos ofrece la Biblia no son
nunca tipos humanamente perfectos, sin defectos.
Abrahán Son, por el contrario, hombres con terribles taras de
graves culpas a la espalda y que han tenido que
clamar a Dios desde lo más profundo del corazón.
Por ejemplo Abrahán. En Egipto niega que Sara sea
su esposa y la hace pasar por hermana para librarse
de conflictos. Entonces el Faraón la mete en su
harén. Y tiene que intervenir Dios para librar al
“padre de la fe” de las consecuencias de su mentira
(Génesis 12, 10-20).
Moisés…
Así sucede también con Moisés, liberador de
Israel de la cautividad de Egipto. Moisés es
un asesino. Mató a un egipcio en un
arrebato de cólera. Tiene que ser enfrentado
a su ineptitud, reflejada en el signo de la
zarza ardiendo, antes de ser aceptado como
un fracasado al servicio de Dios.
David…
Luego viene David, el modélico rey de Israel y
espejo de los reyes posteriores. David carga
sobre su conciencia la grave culpa de acostarse
con la mujer de Urías. Y cuando se entera de
que está embarazada, da orden de dejar solo al
hitita Urías en lo más fragoroso de la batalla
para que muera.
Figuras del
antiguo Las grandes figuras del Antiguo Testamento han
testamento necesitado primero pasar por la vaguada de la
humillación ante sus faltas e insuficiencia para
aprender de una vez a poner la confianza sólo en Dios
y dejarse trasformar por él en personas ejemplares,
modelos de obediencia y fe.
EN EL NUEVO TESTAMENTO… En el Nuevo Testamento elige Jesús a Simón
como roca sólida para fundamento de su iglesia.
Pedro no comprende a Jesús. Desearía evitarle su
camino a Jerusalén hacia una muerte segura.
Jesús le llama Satanás y le ordena severamente
apartarse de él (Mt 16, 23). Pedro termina por
negar a Jesús en el prendimiento habiendo
asegurado poco antes, camino del monte de los
olivos: “Aunque fuera necesario morir por ti,
nunca te negaré” (Mt 26, 35). Tiene que
comprobar con amarga experiencia que no es
Pedro… capaz de cumplir nada de lo que tan
fanfarronamente promete. Después de haber
finalmente traicionado a Jesús se marchó a llorar
amargamente a solas (Mt 26, 75).
Los evangelistas no han disimulado la traición de
Pedro. Evidentemente era muy importante para ellos
Pedro… dejar crudamente claro que Jesús no eligió para
apóstoles a sujetos piadosos e impecables, sino a
hombres con defectos y pecados. Fundó su iglesia
exactamente sobre el fundamento de esos hombres.
Con sus faltas eran sin duda testigos apropiados y
argumentos concluyentes de la misericordia de Dios
tal como la enseñó Jesús y la atestiguó con su
muerte. La fragilidad de Pedro se convirtió en
robustez de roca para los demás. Porque comprobó
que la roca sólida no era él sino la fe a la que debía
agarrarse para permanecer fiel a Cristo en medio de
la adversidad.
Pablo…
Pablo, el fariseo, es un típico representante de la
espiritualidad desde arriba. Afirma de sí mismo: “Hacía
carrera en el judaísmo más que muchos compañeros de
mi generación, por ser mucho más fanático de mis
tradiciones ancestrales” (Gal. 1, 14). Valoraba mucho los
ideales fariseos, había cumplido minuciosamente todos
los preceptos y prescripciones de la ley pensando
cumplir con ello la voluntad de Dios. Sin embargo,
camino de Damasco cae a tierra y con la caída se
derrumba al mismo tiempo todo el edificio de su vida.
PABLO… Es en esa postura yacente, caído en tierra, cuando se ve en
confrontación con la espiritualidad de abajo. Yace en tierra solo e
impotente. En esa situación cae en la cuenta de que es Cristo
mismo el que está actuando sobre él y transformándolo. Su
posterior doctrina sobre la justificación como obra exclusiva de la
fe es un testimonio de esta experiencia. Demuestra la incapacidad
de llegar a Dios por la práctica de las virtudes y el entrenamiento
de la ascética; sólo se llega por el sincero reconocimiento de la
propia impotencia. En esa impotencia llega a la experiencia de la
gracia. Incluso después de su conversión no es Pablo un hombre
totalmente nuevo, completamente sanado y trasformado.
Pablo…
Padece una enfermedad que evidentemente le humilla y de la que dice: «Para que
no me engría por mis revelaciones, me han metido una espina en la carne, un
emisario de Satanás que me abofetea» (2 Cor. 12,7). Sin embargo, esta enfermedad
no impide a Pablo anunciar el mensaje. El peso del dolor que tiene que soportar es,
según la interpretación más común, una enfermedad que le humilla en su persona
y le debilita en su dinamismo (Schókel).
O tal vez se trate de una estructura neurótica que no desapareció con la conversión
y de la cual Dios se sirvió para anunciar la doctrina de la liberación y salvación.
Pablo, en efecto, se gloría en sus debilidades porque sabe que le basta la gracia de
Dios. La humillación de su manifiesta y dolorosa enfermedad sirve para abrirse a la
gracia de Dios, lo único de que se trata. El anuncia la salvación liberadora en Cristo
como nadie lo ha hecho. Por eso no le libró Dios de esa enfermedad limitándose a
responderle: «Te basta mi gracia; ella demuestra mejor su fuerza en la debilidad»
(2 Cor. 12, 9).
PABLO…
Cuanto mayor sea la debilidad humana más queda de manifiesto la eficacia de la gracia. Nuestros
deseos consisten y tienden a hacernos fuertes en Dios, ser más útiles a los hombres, crecer en
perfección moral por el ejercicio de una vida según el Espíritu.
Por eso acepta Pablo sus debilidades y flaqueza. Porque «cuando soy débil entonces soy fuerte». (2
Cor 12, 10). Cuando es consciente de su debilidad se siente más libre de orgullo y de pensar poder
llegar a Dios por sus propias fuerzas. Entonces se pone en manos de Dios, seguro de ser sostenido y
dirigido por su gracia.
JESÚS…
Si consideramos la manera de hablar y
proceder de Jesús, descubrimos siempre
una espiritualidad desde abajo. Jesús se
dirige intencionadamente a los pecadores
y publicanos porque los encuentra
abiertos a! amor de Dios. Por el
contrario, los que se tienen por justos,
reducen frecuentemente sus intentos de
perfección a un monorrítmico girar torno
a sí mismos.
Vemos a un Jesús tierno y misericordioso con
los débiles y pecadores pero aceradamente
duro en su crítica contra los fariseos. Estos,
efectivamente, encarnan típicamente la
espiritualidad desde arriba. Tienen
indudablemente aspectos buenos y quieren
agradar a Dios en todo lo que hacen: pero no
caen en la cuenta de que en su intento por
observar todos los preceptos se están
buscando en realidad a sí mismos y no a
Dios. Son voluntaristas, creen poder hacerlo
todo y solos. Les importa mucho menos
encontrarse con el amor de Dios que con el
cumplimiento literal de la ley.
Quieren hacerlo todo por Dios pero piensan que no necesitan de
Dios. Lo único verdaderamente importante es el cumplimiento de
los ideales y normas que se han prefijado. De tanto mirar a la
letra de los preceptos se olvidan de la voluntad de Dios que en
ellos se contiene. Dos veces se lo echa en cara Jesús en el
evangelio de San Mateo: «Misericordia quiero y no sacrificios»
(9, 13). Luego, en la parábola del fariseo y publicano, enseña
Jesús que no quiere una espiritualidad de arriba sino de abajo
porque ésta es la que abre los corazones de los hombres a Dios.
El corazón contrito y roto es un corazón abierto. El publicano
reconoce sus pecados, es perfectamente consciente de que no
puede poner en orden todo el desorden causado. Por eso se
golpea contrito el pecho mientras, en su perplejidad, se acoge a
la misericordia de Dios. El comportamiento de un pecador así es
lo que le justifica ante Dios (Lc 18, 9-14).
La espiritualidad desde abajo se pone de
manifiesto principalmente en las parábolas
PARÁBOLAS… de Jesús. Una vez habla Jesús, por ejemplo,
de un tesoro escondido en un campo. Ese
tesoro es nuestro propio yo, la imagen que
Dios mismo se ha formado de nosotros y
puede ser encontrada en el campo, bajo la
suciedad de a tierra (Mt 13, 44 ss). Hay que
cavar hondo y mancharse las manos si se
quiere descubrir el tesoro bajo la tierra del
corazón.
DESCENSO Y ASCENSO…
Sirviéndose de estas dos palabras, «descenso» y «ascenso», puede Juan describir bien en su
evangelio el misterio de la salvación en Cristo: “Nadie ha ascendido al cielo excepto aquel que ha
descendido del cielo, el Hijo del hombre” (3, 13). Si queremos ascender al Padre con Cristo, debemos
descender primero con él a la tierra, a lo terrenal, a nuestra propia terrenalidad. Así lo entiende
también la carta a los Efesios citada en este sentido por la liturgia en la fiesta de la Ascensión: “Ese
«subió» supone necesariamente que había bajado antes a lo profundo de la tierra; y fue el mismo
que bajó quien subió por encima de los cielos para llenar el universo” (4, 9).
La clásica expresión de esta espiritualidad desde
abajo es el antiquísimo himno citado por Pablo
en la carta a los Filipenses: “Él, a pesar de su
condición divina, no se aferró a su categoría de
Dios; al contrario, se despojó de su rango y
tomó la condición de esclavo, haciéndose uno de
tantos. Así, presentándose como simple hombre,
se abajó, obediente hasta la muerte y muerte de
cruz. Por eso Dios lo encumbró sobre todo” (2,
6-9).
En el descenso a nuestra condición humana y en el ascenso
por encima de todos los cielos, vieron los primeros
cristianos la esencia de la redención. Con expresiones de
nuevos símbolos glorificaban la bajada de Dios a los
hombres, su humillación en forma de esclavo. Y veían en
ello la expresión del amor divino de manera irrepresentable
en la imaginación humana en tiempos anteriores a Cristo. El
descenso de Cristo, su kénosis o anonadamiento, alteró en
nuestra mente todos los conceptos anteriores sobre Dios y
sobre el hombre. Al mismo tiempo quedó fijado como
prototipo ejemplar de nuestra vida. Pablo nos exhorta a
llevar una vida tal como ejemplarmente se nos presenta en
el descenso de Cristo: «Entre vosotros tened la misma
actitud del Mesías Jesús» (Fil. 2, 5).