Islas de Historia (Pp. 1-14 y 123-139) - M. Sahlins
Islas de Historia (Pp. 1-14 y 123-139) - M. Sahlins
por
M arshall Sahlins
Título del original inglés:
lslands of Hislory
© byThe University of Chicago, Chicago, 1985
ISBN: S4-7432-288-X
Depósito legal: B-26.148/1997
Impreso en Limpergraf
c/ de) Río, 17, Ripollet - Barcelona
Impreso en España
Printed in Spain
INDICE
I n t r o d u c c ió n .................................................................................................. 9
3. E l R e y E x t r a n je r o o D u m é z il entre L o s F d ia n o s ................... 80
5. E st ru c t u ra e H i s t o r ia ...................................................................... 129
B ib l io g r a f í a ................................................................................................... 145
I n d ic e T e m á t ic o ............................................................................................ 157
Introducción
La historia es ordenada por la cultura, de diferentes maneras en diferentes
sociedades, de acuerdo con esquemas significativos de las cosas. Lo contrario
también es cierto: los esquemas culturales son ordenados por la historia, pues
to que en mayor o menor grado los significados se revalorizan a medida que
van realizándose en la práctica. La síntesis de estos contrarios se desarrolla en
la actividad creativa de los sujetos históricos, los individuos en cuestión.
Pues, por una pane, la gente organiza sus proyectos y da significación a sus
objetos a partir de los conocimientos existentes sobre el orden cultural. En esa
medida, la cultura se reproduce históricamente en la acción. Más adelante cito
la observación de Clifford Geertz según la cual el acontecimiento es una actua
lización única de un fenómeno general, una realización contingente del modelo
cultural; observación que puede ser una buena caracterización de la historia
lout coun. Por otra parte, entonces, como las circunstancias contingentes de
la acción no tienen por qué coincidir con la significación que algún grupo po
dría asignarles, los individuos reexaminan creativamente sus sistemas conven
cionales. Y en esa medida, la cultura se ve históricamente alterada en la ac
ción. Podemos hablar incluso de “transformación estructural”, puesto que la al
teración de algunos significados modifica las relaciones posicionales entre las
categorías culturales, produciendo por consiguiente un “cambio del sistema”.
Las expuestas son las ideas generales de los ensayos que integran este li
bro. Pueden sintetizarse en la afirmación siguiente: lo que los antropólogos
llaman “estructura” — las relaciones simbólicas del orden cultural— es un ob
jeto histórico.
En esa afirmación se deja de lado explícitamente la oposición teórica,
siempre presente en las ciencias humanas, entre “estructura” e “historia”. He
visto que los teóricos del “sistema mundial”, por ejemplo, postulan que como
las sociedades marginales habitualmente estudiadas por los antropólogos están
abiertas a un cambio radical, impuesto desde afuera por la expansión capitalis
ta occidental, no puede sostenerse el supuesto de que esas sociedades funcionan
según una lógica cultural autónoma. En esto hay una confusión entre lo que
es un sistema abierto y lo que es la falta de sistema. Y nos deja sin poder ex
plicar la diversidad de las reacciones locales ante el sistema mundial, insistien
do, además, en su efecto. La propia teoría del sistema mundial prevé la conser
vación de culturas-satélite, como medios dentro del orden europeo dominante.
Pero si es así, desde el punto de vista del llamado pueblo dominado, la riqueza
europea está ligada a la reproducción e incluso a la transformación creativa de
su propio orden cultural.
Menciono esto porque mi libro trata en gran medida de cncucniros leja
nos, de incidentes del sistema mundial registrados en los Mares del Sur. A ve
ces parecerá que la autonomía de la cultura indígena se prueba únicamente por
los enigmas de la reacción histórica. Considérese, por ejemplo, la resistencia
mítico-práctica del héroe maorí, Hone Heke. En 1845, Hone Heke desplegó
sus tropas para asaltar — e involuntariamente arrollar— el asentamiento colo
nial más importante de Nueva Zelandia, como táctica diversionista: es decir, a
fin de realizar la hazaña que Heke consideró siempre más decisiva, que llevó a
cabo en cuatro oportunidades diferentes, y que consisu'a en derribar determina
do mástil que los ingleses habían erigido sobre la ciudad. “Luchemos”, dijo,
“sólo por el mástil". Puesto que será necesario, para poder dccodificar la preo
cupación de Heke por el másiil, remontarse al origen del universo, dejaré otros
detalles de la historia para el Capítulo 2. Empero, esos detalles respaldarán la
posición que asumo aquí: las cuestiones históricas no son tan exóticas como
podrían sugerirlo incidentes como el mencionado.
El mismo tipo de cambio cultural, inducido desde el exterior pero con
una orquestación autóctona, se ha venido produciendo durante milenios. No
simplemente porque las denominadas sociedades primitivas no han estado nun
ca tan aisladas como le placía suponer a una antropología temprana, obsesiona
da por una preocupación evolucionista hacia lo prístino (véase W olf, 1982).
Los elementos dinámicos en juego — entre ellos, el enfrentamiento con un
mundo externo que experimenta sus propias intenciones estrechas— siempre
están presentes en la experiencia humana. La historia se hace de la misma ma
nera general, tamo en el seno de una sociedad dada como en la imerrelación de
distintas sociedades.
La cuestión más importante, según yo la veo en estos ensayos, es la
existencia dual y la interacción del orden cultural instituido en la sociedad y el
vivido por los individuos: la estructura según la convención y según la ac
ción, como potencia y como acto. En sus proyectos prácticos y en su organi
zación social, estructurados por los significados admitidos de las personas y
las cosas, los individuos someten estas categorías culturales a riesgos empíri
cos. En la medida en que lo simbólico es de este modo, lo pragmático, el siste
ma es una síntesis en el tiempo de la reproducción y la variación.
Si bien la cultura es, como afirman los antropólogos, un orden significa
tivo, en la acción los significados siempre corren un riesgo. Lo corren, por
ejemplo, con respecto a las cosas (es decir, en extensión). Las cosas no sólo
tienen su propia raison d'étre\ al margen de lo que la gente haga de ellas, son
inevitablemente desproporcionadas frente al sentido de los signos por los cua
les son aprehendidas. Las cosas son contextualmente más particulares que los
signos y potencialmente más generales. Son más particulares por cuanto los
signos son clases significativas, no ligados como los conceptos a referente de
terminado alguno (o “sin estímulos”). Por consiguiente, las cosas se relacio
nan con sus signos como los símbolos empíricos con los tipos culturales.
Sin embargo, las cosas son más generales que los signos en la medida en que
presentan más propiedades (más “realidad”) que las distinciones y los valores
marcados por los signos. En consecuencia, la cultura es un juego desarrollado
con la naturaleza en el transcurso del cual, voluntaria o involuntariamente
— parafraseo a Marc Bloch— los viejos nombres que están todavía en los la
bios de todos adquieren connotaciones que se encuentran lejos de su significa
do original. Este es uno délos procesos históricos que denominaré “ la revalora
ción funcional de las categorías”.
Hay aquí otro proceso semejante, que depende de lo que Hilary Putnian
(1975) llama “la división del trabajo lingüístico”. Esto trae de nuevo a cola
ción ciertas diferencias entre sentido y referencia, entre la intensión y la exten
sión del signo. El sentido de un signo (el concepto de “valor” en Saussure) es
determinado por sus relaciones contrastivas con otros signos del sistema. Por
consiguiente, es completo y sistemático sólo en la sociedad (o comunidad de
hablantes) como conjunto. Todo uso real del signo de referencia por determina
da persona o grupo implica sólo una parte, una pequeña fracción, del sentido
colectivo. Al margen de las influencias del contexto, esta división del trabajo
significativo es, en términos generales, una función de las diferencias de expe
riencias sociales e intereses existentes entre los individuos. Lo que para mí es
un “pájaro (de alguna especie) que revolotea”, es un “gavilán enfermo” para us
ted (un ornitólogo) y, tal vez, un “pobre pajarito” para otros (miembros de la
Sociedad Protectora de Animales; Stem, 1968). El capitán Cook les parece un
dios ancestral a los sacerdotes hawaianos, un guerrero divino, más bien, a los
jefes y, evidentemente, cualquier otra cosa a los hombres y mujeres corrientes
(Capítulo 4). Al actuar desde perspectivas diferentes, y con diferentes poderes
sociales para objetivar sus respectivas interpretaciones, los individuos llegan a
diferentes conclusiones y las sociedades elaboran consensos diferentes. La co
municación social constituye tanto un riesgo empírico como una referencia al
mundo.
Los efectos de esos riesgos pueden ser innovaciones radicales. Pues, en
definitiva, en los encuentros contradictorios entre personas y cosas, los signos
son susceptibles de ser reclamados por los poderes originales de su creación: la
conciencia simbólica humana. Ahora, nada es tabú, por principio intelectual,
ni siquiera el concepto de “tabú”, como nos enseña la historia hawaiana (en
los capítulos 1 y 5). La metáfora, la analogía, la abstracción, la especializa-
ción: todos los tipos de improvisaciones semánticas son inherentes a la actua
lización cotidiana de la cultura, con la posibilidad de hacerse generales o unáni
mes por su aceptación sociológica en el orden vigente. Los significados son fi
nalmente sometidos a riesgos subjetivos, en la medida en que los individuos,
al ser capacitados socialmente, dejan de ser los esclavos de sus conceptos y se
convierten en los amos. ‘"El problema es — dijo Alicia— determinar si puedes
hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes'. 'El problema es — di
jo Humpty Dumpty— determinar en qué consiste ser amo; eso es iodo'.’’*
Ahora bien, como en otro famoso diálogo sobre las relaciones entre
amo y esclavo, esta dominación implica cierta servidumbre. No se tiene la li
bertad de nombrar las cosas “exactamente como son", como hizo Adán: “Pare
cía un león, y rugía como un león; de modo que lo llamé ’león"’. Las impro
visaciones (revaloraciones funcionales) dependen de las posibilidades de sicnil'i-
* Del libro de L. Carroll, Alicia en el País de las Maravillas. [T.J
cación admitidas, aunque sólo sea porque de oirá manera resultan ininteligibles
e incomunicables. De ahí que lo empírico no se conoce simplemente como tal
sino como una significación importante desde el punto de vista de la cultura,
y el viejo sistema se proyecta hacia el futuro en sus nuevas formas. Asimis
mo se deduce que diferentes órdenes culturales tienen sus modos distintivos,
propios, de producción histórica.
Diferentes culturas, diferentes historicidades. Este es el punto principal
del segundo capítulo, en el que comparo las historias heroicas de las monar
quías de origen divino con la “nueva historia” de la administración populista,
“la historia desde abajo” . Intento demostrar porqué, para sociedades de cierto ti
po, las historias de reyes y batallas son justificadamente privilegiadas por la
historiografía. La explicación es una estructura que generaliza la acción del rey
como forma y destino de la sociedad. En el mismo ensayo, la mitopraxis de
los pueblos polinesios es comparada con el utilitarismo desencantado de nues
tra propia conciencia histórica. O , a su vez, el primer capítulo, sobre la efica
cia histórica del amor en Hawai, es otro ejercicio de relatividad, con un subtex-
to sobre estructuras “funcionales” y “prescriptivas” que tal vez merezca un co
mentario más extenso.
Se trata de una distinción ideal-típica sobre las formas en que se realizan
las estructuras en el orden cultural y en el devenir histórico. En algunos aspec
tos, la diferencia entre las estructuras funcionales y las prescriptivas equivale
al contraste entre los modelos mecánicos y los estadísticos de Lévi-Strauss
(1963). El problema se centra en las relaciones entre las formas sociales y los
actos adecuados. Planteo la posibilidad, que rara vez parece tenerse en cuenta,
de que esas relaciones sean reversibles: que los tipos de actos habituales pue
dan precipitar formas sociales y viceversa. Puesto que por lo general en las
ciencias sociales damos prioridad a las formas institucionales frente a sus prác
ticas conexas, en este sentido únicamente la conducta de las partes involucra
das nace de una relación preexistente. La amistad genera ayuda material: la rela
ción, normalmente (y normativamente), prescribe un modo de interacción ade
cuado. No obstante, si los amigos hacen regalos, los regalos también hacen
amigos; o bien, como dicen los esquimales, “los regalos hacen esclavos, tal
como los látigos hacen perros”. La forma cultural (o la morfología social) pue
de producirse a la inversa: el acto crea una relación adecuada, performativamen-
ic, como en cienos famosos actos de habla: “Los declaro marido y mujer”.
De este modo, en Hawaii se puede llegar a ser “nativo”, mediante la ac
ción adecuada. Después de haber residido cierto tiempo en la comunidad, inclu
so los extranjeros se convienen en “hijos de la tierra” ([kama'aina), vocablo
que no se reserva exclusivamente a los que han nacido en el lugar. Este ejem
plo me permite sostener que la intercambiabilidad entre el ser y la práctica mis
ma depende de las comunidades de significado; por consiguiente, la determina
ción en cualquiera de los dos sentidos está motivada estructuralmente. Un acto
de un tipo dado puede significar un status dado, puesto que los dos tienen el
mismo sentido final. Para los hawaianos, por el hecho de vivir en una tierra
determinada y alimentarse de sus productos, una persona es de la misma sus
tancia que la tierra, en el mismo sentido en que se dice que un niño está hecho
de la sustancia de sus padres (en Hawaii, por nacimiento y por crianza). Un ex
tranjero es metamorfoseado así en hijo de la tierra con el mismo derecho que
los individuos “nacidos en” ella (como también podríamos decir). De ello se
deriva que las sociedades como la hawaiana — o la esquimal, o la nuestra— en
las que muchas relaciones se construyen por elección, desee é interés, y por
medios tan aleatorios como el amor, no carecen por todo eso de estructura, ni
están “vagamente estructuradas”. Los efectos son sistemáticos, tanto si los me
canismos institucionales son creados “estadísticamente” por la acción adecua
da, como si la acción está presupuesta “mecánicamente” por la forma
No obstante, las estructuras funcionales y las prescriptivas tendrán dife
rentes historicidades. Podríamos decir que están “abiertas” a la historia de di
ferente manera. Los órdenes performativos tienden a asimilarse a circuntancias
contingentes, mientras que los prescriptivos asimilan, en cambio, las circuns
tancias a sí mismos, mediante una especie de negación de su carácter contin
gente o circunstancial. Pienso en un contraste ideal entre Hawaii — donde la
monarquía, el rango, los derechos de propiedad y la filiación local son suscepti
bles de negociación— y la estructura social media estándar de Radcliffe-
Brown, compuesta de grupos asociados de descendencia, status adscritos y nor
mas preventivas de matrimonio (por ejemplo, lo aborígenes australianos). En
el caso hawaiano, los acontecimientos circunstanciales suelen marcarse y valo
rarse por su diferencia, por su divergencia de la organización existente, pues
los individuos pueden influir en esa organización para reconstruir sus condicio
nes sociales.
Al organizarse la sociedad a sí misma de esta manera, toma conciencia
de sí como forma institucional de los acontecimientos,históricos. Pero en lo
que se refiere al aspecto prescriptivo, nada es nuevo o, por lo menos, los suce
sos se valoran por su similitud con el sistema constituido. Lo que acontece,
entonces, es la proyección del orden existente, aun cuando lo que acontece no
tenga precedentes, y ya sea que la interpretación recuperadora resulte lograda o
no. Aquí todo es ejecución y repetición, como en el pensée sauvage clásico.
En comparación, el orden hawaiano es históricamente más activo, de una do
ble manera. En respuesta a las condiciones cambiantes de su existencia — co
mo, por ejemplo, las de producción, población o poder— el orden cultural se
reproduce a sí mismo en el cambio y como cambio. Su estabilidad es una his
toria fluctuante de las fortunas cambiantes de personas y grupos. Pero enton
ces, es más probable que cambie al reproducirse a sí misma. Y ello porque, pa
ra decirlo en términos más generales, el sistema simbólico es sumamente em
pírico. Somete sin cesar las categorías reconocidas a los riesgos mundanos, a
las inevitables desproporciones entre los signos y las cosas; mientras que, a la
vez, permite a los sujetos históricos, singularmente a la aristocracia heroica,
construir creativa y pragmáticamente los valores vigentes. Una vez más, en
términos de Lévi-Strauss, la temperatura histórica es relativamente “caliente”.
Como he dicho, las estructuras performativas y las prescriptivas son ti
pos ideales. Ambas pueden encontrarse en la misma sociedad, en diversas áreas
locales del orden global. Esto implica, además, que una sociedad dada tendrá
ciertos emplazamientos estratégicos de acción histórica, zonas “calientes” de
acontecimientos, y otras relativamente cerradas. En los presentes ensayos, no
seguiré adelante en el desarrollo de esa idea. Empero, tal vez ya esté dicho lo
suficiente para plantear la idea de que, a diferentes culturas, corresponden dife
rentes historicidades.
Afirmo además que los acontecimientos rrjismos llevan rúbricas cultura
les distintivas. El capitán Cook fue víctima del juego de las categorías hawaia
nas o, más exactamente, de la interacción de ellas con sus propias categorías,
lo cual lo llevó inadvertidamente a peligrosos “nesgos de referencia”. De mo
do que podría leerse el Capítulo 4, “El capitán James Cook o el dios mori
bundo”, donde el famoso navegante encuentra s i fin por haber transgredido el
status ritual que los hawaianos le habían confeiido. En ese ensayo, difundido
originalmente en la Conferencia Frazer (de 1982), se presta suma atención a la
teoría hawaiana de la monarquía de origen divino que, sumado a la práctica bri
tánica del imperialismo, produjo este “impacto f ital”. ¿Es posible brindar, aun
que más no sea con un mínimo de seguridad, u la solución estructural al anti
guo misterio de quién lo hizo? La identidad del atacante de Cook es deducible,
al estilo de Sherlock Holmes, a partir de las ca:egorías elementales. En estos
diversos aspectos, lo que interesa al ensayo es ejl controvertido problema de la
relación entre estructura y acontecimiento.
Considero las nociones habituales de accijdente y orden en esta relación:
la contingencia de los sucesos, la recurrencia de las estructuras. Cualquiera de
las dos sería insuficiente por sí sola. No basta saber que Cook era la “instan-
ciación” de ciertas categorías culturales, como tampoco que sufría de parásitos
intestinales, que es el diagnósdeo histórico presentado recientemente por un
eminente médico inglés. Ahora bien, trato de irjmás allá de la vaga idea de una
dialéctica entre las palabras y las lombrices mediante un enfoque teórico doble.
En primer lugar, insisto en que un acontecimiento no es simplemente un suce
so fenoménico, aun cuando como fenómeno tenga razones y fuerzas propias,
aparte de cualquier esquema simbólico dado. Un acontecimiento llega a serlo
al ser interpretado: sólo cuando se lo hace propio a través del esquema cultural
adquiere una significación histórica. No hay una adecuación explicativa entre
el accidente sufrido por el palo de trinquete del Resoluiion que hizo regresar a
Cook a Hawaii, por una parte, y la perspectiva siniestra de los isleños respec
to de todo esto, por la otra, excepto desde el punto de vista de la cultura ha
waiana. El acontecimiento es una relación entrp un suceso y una estructura (o
varias estructuras): un englobamiento del fenópieno en sí mismo como valor
significativo, del que se deduce su eficacia histórica específica. (Retomo este
punto en el análisis general de! último capítulo.) El otro enfoque, tal vez más
original, consiste en interponer un tercer térmijio entre la estructura y el acon
tecimiento: la síntesis siluacional de los dos en una “estructura de la coyun
tura”.
Por “estructura de la coyuntura” entiendo la realización práctica de las
categorías culturales en un contexto histórico aspecífico, como se expresa en
la acción interesada de los agentes históricos, incluida la microsociología de
su interacción. (Mi idea de una estructura de co yuntura difiere en consecuencia
de la de Braudel en puntos importantes, aunqu ; tiene reminiscencias de la dis-
tinción que señala Raymond Firth en una “organización social” de i acto y la
“estructura social” de jure o subyacente [véase la nota 11 del Capítulo 4, y
Firth, 1959].) Evita además el peligro, implícito en nuestra ingenua fenome
nología de la acción simbólica (véase más arriba), de considerar el proceso sim
bólico simplemente como una versión imaginaria de la vieja oposición entre
individuo y sociedad. En el presente caso, la estructura coyuntural de los con
tactos británico-ha waianos manifiesta más complejidades de ¡as que se admiten
en estudios anteriores (por ejemplo, Sahlins, 1981), y parece hacer más com
prensible el destino de Cook. No obstante, más allá del análisis de aconteci
mientos inusuales como el expuesto, esta noción de praxis como una sociolo:-
gía situacional del significado puede aplicarse a la comprensión general do!
cambio cultural. Como descripción del despliegue social — y de la revaIorar
ción funcional— de los significados en términos de acción, no tiene que resr
tringirse a circunstancias de contacto intercultural. La estructura de. coyuntura
como concepto tiene un valor estratégico en la determinación de los riesgos
simbólicos (por ejemplo, de referencia) y en las reificaciones selectivas (|xu
ejemplo, por parte de las autoridades).
La teoría polinesia sobre la monarquía de origen divino o, lo que es lo
mismo, la teoría polinesia de la vida, cósmica y social, se examina con mayor
profundidad en el ensayo “El rey extranjero” (Capítulo 3). En esc capítulo des
taco el sistema hawaiano y otros sistemas, especialmente el de Fiji, mediante
una comparación con concepciones indoeuropeas de la realeza, mencionando
los celebrados estudios de Dumézil, Frazer y Hocart. Desde luego, la compara
ción es tipológica (y no genética) y aparentemente rebuscada, y no me habría
atrevido a enunciarla si no la hubiese sugerido explícitamente Dumczil, muy
probablemente a partir de su lectura de Hocart. Por otra parte, la digresión car
tesiana — quiero decir Ho-cartesiana, por supuesto— por la importancia que
asigna a la política ritual como sistema “dador de vida”, aporta una interesante
observación sobre el carácter temporal de la estructura (diacronía).
Si bien Hocart fue un estructuralista avant-la-lettre, su idea de la estruc
tura (según mi lectura) es diferente de la de Saussure. Lo notable es que una
desviación del principio saussureano de sistema, según el cual éste es un estar
do puramente sincrónico, un conjunto de relaciones entre signos en el plano
de la simultaneidad que contrasten entre sí y, en consecuencia, que se definen
mutuamente. Pues en su representación más abstracta, que es la cosmología,
las categorías se ponen en movimiento; se despliegan en el transcurso tlcl
tiempo en un esquema global generador de vida o de reproducción cultural y naL
tural. La estructura tiene una diacronía interna que consiste en las fluctuantes
relaciones existentes entre las categorías generales o, como digo yo, una “vida
cultural de las formas elementales”. En este desarrollo generativo, común a
los sistemas polinesio e indoeuropeo, los conceptos básicos pasan por sucesi
vas etapas de combinación y recombinación, produciendo en ese proceso térm í-
nos originales y sintéticos. Así, en la constitución de la realeza y el orden cul
tural, los héroes dinásticos, inicialmente masculinos e invasores extranjeros,
son neutralizados y “feminizados” por la población indígena. En este proceso,
la población, que representa originariamente los poderes reproductores femeni:
nos y de la tierra, es transformada en una fuerza masculina periférica y protec
tora. Las transformaciones son facilitadas por el sometimiento de una princesa
nativa al príncipe inmigrante, que es también el matrimonio fecundo del ex
tranjero con la tierra; de ello se sigue la neutralización de sus sucesores dinásti
cos como descendencia, por línea femenina, de la población nativa. Y así, el
desarrollo ulterior de las categorías se completa en el Capítulo 4. Mi sugeren
cia es que debemos incorporar asimismo la diacronía interna en nuestras nocio
nes de ‘'estructura” , para evitar así ciertas dificultades lógicas del punto de vis
ta de Saussure, al menos en la forma en que este último es adaptado general
mente a los estudios antropológicos.
Una sincronía saussureana estricta nos enreda en las famosas “inestabili
dades lógicas” de las categorías culturales. El rey de Fiji aparece como masculi
no y como femenino; su naturaleza ritual y política es dual, o bien una o la
otra, según el contexto. Si se considera como una descripción sincrónica y em
pírica, hay poco más que decir: parece una “ambigüedad permanente” o una
"contradicción inherente” de! sistema. Sin embargo, desde el punto de vista de
una estructura diacrónica, es un efecto derivativo, basado tanto en los princi
pios como en la lógica. Existe una noción más general de estructura, necesaria
mente temporal, con la cual la contradicción al mismo tiempo se resuelve y
se hacc inteligible. Podríamos haber supuesto lo mismo, de todos modos, so
bre bases lógicas, pues si existe una ambigüedad recurrente, debe haber un mo
do cohercnLe, no contradictorio de enunciarla. La estructura en sí no es contra
dictoria, aunque reproduce repetidamente esos efectos empíricos.
Asimismo podemos eliminar el problema del corolario que se plantea en
las formulaciones corrientes de la “estructura” como listas significativas de pa
res de contrarios o simetrías saussureanas. Me refiero a los cuadros que dicen:
lo masculino es a lo femenino como el rey a la población, la cultura a la natu
raleza, la vida a la muerte, etcétera; estructuralismo yin-yang, sin un Libro
de los Caminos. Estas comparaciones son además lógicamente inestables y
pasibles de contradicción. Desde otra perspectiva, el rey es femenino y no mas
culino, y naturaleza (feroz intruso) más que cultura. Las alternativas se re
ducen a esto. Podemos tratar de desarrollar la estructura a partir del conjunto in
definido de permutaciones contextúales (o como si la estructura fuese dicho
conjunto); en ciertos contextos especificables, el rey es masculino, en otros fe
menino: no sólo se trata de una solución poco elegante, sino probablemente
inútil. O bien, en lugar de este empeño aporético, podemos concebir la estruc
tura tal como es en los esquemas cósmicos abstractos.
La última solución es, al menos, más poderosa lógicamente, puesto que
puede explicarse la génesis de las contradicciones precisamente como perspecti
vas parciales o situacionales del orden general, considerado desde un punto de
vista interesado (ya sea por el etnógrafo o la población). Es evidente que toda
comparación dada (A : B : : C : D) es un enunciado parcial e interesado de la
estructura. En ella se da por supuesto un determinado espectador o sujeto en
una determinada relación con la totalidad cultural. Pero la estructura se refiere
propiamente a esa totalidad: es en sí el sistema de relaciones entre categorías,
sin un sujeto dado (si no es el famoso transcendental). Tampoco carece esta
concepción de importancia histórica. Pues si nos ponemos nosotros en el lu
gar intelectual divino del sujeto transcendental, es decir, fuera del sistema co
mo comentadores, podemos ver la historia haciendo penetrar la selección inte
resada de los agentes sociales entre las numerosas posibilidades lógicas — in
cluidas las posibilidí ides contradictorias— que se presentan en todo orden cultu
ral. Así, por ejempb, volvamos al ensayo sobre Cook (Capítulo 4). Para los
sacerdotes hawaianos, Cook seguía siendo siempre el antiguo dios Lono, aun
cuando hubiera vue to inesperadamente; en tanto que parael rey, el dios que
aparece fuera de esu ción se convierte en un peligroso rival ..Los dos grupos ha
waianos, a partir de sus propias creencias, concibieron relaciones diferentes y
proporcionales del nism o acontecimiento, de ahí su propio conflicto en la es
tructura de la coyun ura, cuyo resultado fue la muerte de Cook.
Las expuestas son algunas de las ideas generales de los ensayos que inte
gran este libro. En <:1 último capítulo, “Estructura e historia", sintetizo estas
nociones generales con el propósito de reflexionar críticamente sobre algunas
de nuestras propias categorías académicas. Me refiero a los contrastes binarios
radicales que suelen utilizarse para pensar la cultura y la historia; pasado y pre
sente, estático y dinámico, sistema y acontecimiento, infraestructura y superes
tructura, y otros de esa misma índole dicotómica e intelectual. Estas oposicio
nes no sólo son fenoménicamente equívocas, concluyo, sino analíticamente de
bilitantes. Son debilitantes aunque sea porque otras civilizaciones han com
prendido mejor su síntesis y, en consecuencia, sintetizan de diferentes modos
su práctica histórica. Tenemos que reconocer teóricamente el pasado en el pre
sente, la superestructura en la infraestructura, lo estático en lo dinámico, y en
contrar su lugar conceptual.
La antropología tiene algo que aportar a la disciplina de la historia. No
hace falta decir que lo contrario también es cierto. Empero, no propicio sim
plemente una mayor colaboración entre las disciplinas. Como dije en otro lu
gar, “el problema reside ahora en desbaratar el concepto de la historia mediante
la experiencia antropológica de la cultura”. Tampoco, cabe repetir, las conse
cuencias serán unilaterales: una experiencia histórica seguramente desbaratará
el concepto antropológico de la cultura, estructura incluida.
El motivo de qjue esta Introducción haya sido tan larga obedece a que los
diversos ensayos qu<; componen este libro se escribieron para distintas ocasio
nes, de modo que no confiaba en que tuvieran suficiente unidad como libro.
Sobre todo, con el m ismo objetivo de ser coherente, realicé algunas revisiones
de los ensayos ya publicados. Espero haber reducido las redundancias. (Hay asi
mismo algunas aclaraciones y correcciones de las versiones originales.) Ahora
bien, para dar una ms.yor garantía de unidad, me permitiría sugerir que se consi
dere el libro más bien como un cilindro y no como una proyección lineal. Es
decir, que una vez que el lector lo haya terminado de leer, pueda volver a esta
sección introductoru, que cumple también la función de resumen, para comple
tar la lectura.
Si a pesar de tejido hay una coherencia implícita, como me gustaría creer.
se debe a que los trabajos fueron redactados en un período relativamente breve
y en un estallido de entusiasmo por el descubrimiento de que los pueblos del
Pacífico que había estudiado tenían en verdad una historia. Al haber adoptado
la postura atemporal del “presente etnográfico” promedio, una especie de ries
go teórico propio de la profesión, durante mucho tiempo ignoré funcionalmen
te esa historia. Resulta ahora divertido leer, en Evans-Pritchard nada menos,
durante mucho tiempo el más grande y casi el único paladín del enfoque histó
rico, la observación de que los antropólogos sociales, “mientras investigaban
pueblos como, por ejemplo, los aborígenes australianos o los isleños de los
Mares del Sur, que no tienen historia registrada... podían ignorar la historia
con la conciencia tranquila” (1954:59). No se trataba de una conciencia tran
quila sino de una falsa conciencia y, dada la riqueza de los registros archivados,
nada fácil de disculpar. Tampoco pienso ahora que los historiadores tengan de
recho a ignorar esas historias exóticas sólo porque son culturalmente distantes
y su registro no se remonta muy atrás. Por lo que se refiere a esas dos caracte
rísticas, las historias de los isleños de los Mares del Sur y de otras civilizacio
nes lejanas merecen especial atención: la proximidad del registro textual puede
garantizar una abundancia de documentos no siempre equiparada, por ejemplo,
por la Europa medieval, y los textos son maravillosamente sorprendentes, por
lo mismo que se refieren a culturas remotas.
2 Este incidente se describe en Cook y King (1784,2: 245-4), el diario de King (29 de enero
de 1778) y el diario de Bumey (24 de enero de 1778), entre otros; en especial un buen relato aunque
ligeramente diferente de Bayly (Diario: 24 de enero de 1778). Asimismo en el di ario de Qertce (Adm.
55/22: 2A de enero de)778) se describe la visita siguiente de Kaneoneo alD'iscovery.
categorías culturales adquieren nuevos valores funcionales. Cargados con el
mundo, los significados culturales son por lo tanto alterados. Se deduce que las
relaciones entre las categorías cambian: la estructura se transforma.
En primer lugar, entonces, señalamos los fundamentos tradicionales de las
reacciones de los hawaianos ante la presencia de los británicos. En lo que se
refiere a la gente del común, los hombres y las mujeres en sus respectivas
modalidades hicieron espontáneas propuestas de intercambio con la gente de
Cook, lo que redundó notablemente en un animado comercio material. Este
simple pragmatismo fue especialmente característico de la conciencia cultural
— el habitas— de los vasallos hawaianos, a diferencia de sus jefes y sacerdotes
(véase el Capítulo 2). En concreto, la conducta de la gente era la adecuada al
interés que los hawaianos llaman 'imi haku, ‘buscar un señor'. Y fue la
contrapartida del sistema heroico de dominación aristocrática. El principio
global, fundamental, de la organización era la jerarquía misma, expresada en el
aloha recíproco pero desigual manifestado entre el pueblo y el jefe que tenía su
í'ierra como patrimonio propio. Más allá de los parientes inmediatos, las
relaciones de los vasallos entre sí pasaban por los jefes gobernantes (‘‘solidaridad
jerárquica”). Por su parte, los jefes, por sus propias conexiones con el reino del
espíritu (Kahiki), eran los mediadores de las relaciones entre la totalidad social
y el cosmos. De ahí, los famosos requerimientos sexuales de las mujeres
hawaianas del común a los demasiado dispuestos tripulantes de los barcos de
Cook. Era su manera de “encontrar un señor”: vínculos hacia arriba que
establecerían relaciones de parentesco y derechos con las autoridades. De modo
que si los británicos fueron recibidos con una efusión del tradicional aloha, como
todavía sucede con los turistas que llegan a Hawaii, fue con la misma síntesis
interesada de libido y lucro.
Por otra parte, considérese de cerca el comportamiento del jefe sagrado de
Kanua’i, Kaneoneo. El status cosmológico de los jefes gobernantes entrañabasu
propia mediación privilegiada con el divino extranjero. Por consiguiente, la
llegada de Cook en 1778 situó en su lugar cierta “estructura de la coyuntura”
histórica: un sistema de relaciones destinado a influir en el curso ulterior del
comercio europeo y de la política hawaiana. Los británicos eran para los
hawaianos en general lo que los jefes hawaianos eran para su propio pueblo. Sin
embargo, en el comienzo las consecuencias eran equívocas o incluso peligrosas.
Pues, según las versiones hawaianas de la teoría de los reyes extranjeros, el
reinado del gobernante sagrado procedente de Kahiki es fundado mediante la
usurpación de la dinasüa existente. En realidad, en cada coronación— como en
cada ceremonia anual del Makahiki— el rey toma el poder, “celebra una
victoria” como dice Hocart, haciendo a su predecesor víctima de un sacrificio o
de un hechizo. De ahí la ambivalencia inicial del acercamiento de Kaneoneo a
los barcos de Cook: el rey apareció recién al cuarto día, por ejemplo, mucho
después que el pueblo. El comportamiento de Kaneoneo sería repetido por otros
importantes jefes en las décadas siguientes; de vez en cuando se aproximaban a
los barcos unos días después que la gente común y con la misma demostración
ambigua de dignidad y circunspección. En el caso de Kaneoneo, cuando final-
mcnic subió a bordo del Discovery, sus asistentes le impidieron ir más allá de la
planchada donde formando un círculo de protección a su alrededor, no toleraron
que ningún inglés salvo el capitán Clerke se acercase a él.
Pero luego el comportamiento de Kaneoneo, su indesición, le acarreó
contradicciones prácticas con su propio pueblo. El curso de este conflicto puede
trazarse a partir de las categorías de la cultura tradicional, como un vector de las
diferencias habituales entre la gente común y el jefe sagrado. No sólo corres
pondía al jefe tener la prioridad en las relaciones con el divino extranjero. Era el
primero en todo: el primero en nacer, el primero en actuaren la guerrao en la paz,
el que inicia el año agrícola con sacrificios apropiados y recoge los tributos de
los primeros frutos. Esta condición de ser siempre el primero es lo que hace que
el funcionario político de la sociedad sea igual a la acción creativa de la
divinidad. Y si bien los derechos de precedencia de Kaneoneo lo llevaron a una
violenta oposición con la gente que se hallaba en su camino, la conexión privi
legiada del jefe con los dioses siempre se mantiene por el sacrificio de hombres
fuera de la ley, es decir, de violadores de los tabúes reales.
En las décadas posteriores a la fatal visita de Cook, los jefes y los vasallos
hawaianos, hombres y mujeres, tabúes rituales y bienes materiales, todos
participaron del intercambio práctico con los europeos en modos que alternaron
sus significados y relaciones habituales. Y siempre las revaloraciones funciona
les aparecen como extensiones lógicas de las concepciones tradicionales. La
estructura dominante de la situación inicial, es decir, que los jefes se diferencia
ban de su propio pueblo del mismo modo en que los europeos eran diferentes de
los hawaianos en general, llegó a ser un concepto de identidad personal, del cual
resultó un orden de economía política. Los jefes se apropiaron tímidamente de
los personajes de la nobleza europea y de estilo europeo adecuado de vida
suntuaria. El famoso Kamehameha, conquistador de las islas entre 1795 y 1810,
nunca se cansaba de preguntara los visitantes europeos de paso si no vivía “como
el rey Jorge". Ya en 1793, tres de los jefes hawaianos dominantes habían dado
a sus hijos y herederos la designación de “rey Jorge” (Bell, 1929: 64). A
principios del siglo xix se puso de gran moda en Hawaii asumir las identidades
de europeos prominentes. Véase este relato de un comerciante norteamericano
sobre una reunión de notables hawaianos en 1812:
En la carrera de caballos observé a Billy Pitl, George Washington y Billy Cobbet
que caminaban junios de la manera más familiai... mientras que en el centro de otro
gmpo, Cfiarlcy Fox, Tilomas Jcfferson, James Madison, Bonnepart y Tom Paine
se veían igualmente amistosos entre ellos (Cox, 1S32: 44).
3 Esta afirmación aparece en una cana del comerciante James Hunnewell a J. P. Sturgis y Cía.
del 30 de diciembre de 1829 (Documentos de Hunnewell). Al margen de los documentos de
Hunnewell y los diarios de otros comerciantes que se encuentran en la biblioteca Baker, puede
formarse una buena idea de comercio norteamericano durante el período del sándalo con la
correspondencia de John C. Jones o MarshaU y Wildes archivada en la biblioteca Houghton, Harvard.
En Bradlcy (1968 [1943]) y Morgan (1948) pueden consultarse excelentes resúmenes de la historia
económica hawaiana de fines del siglo X V III, y comienzos del siglo XIX.
condiciones del comercio con los barcos europeos, con el objeto de impedir el
comercio de los vasallos, o bien de asegurarse que las exigencias del consumo
político y aristocrático tuvieran prioridad frente al interés del pueblo hacia los
artículos de uso doméstico. En esas circunstancias, el concepto de tabú, en el
sentido de cosas apartadas para el dios, experimentó una extensión lógica hasta
el punto de una transformación funcional. El tabú se convirtió paulatinamente en
el símbolo de un derecho material y de propiedad. Todavía hoy puede verse en
Hawai ’ i su forma final: en los numerosos carteles que dicen KAPU y significan
‘prohibido pasar’.
El uso comercial del tabú que hicieron Kamehameha y otros jefes signi
ficaba que, para la gente común, las restricciones sagradas que prometían
beneficios divinos (cuando se respetaban) se oponían ahora directamente al
bienestar general. En HistoricalMetaphors demuestro que los hawaianos com u-
nes no vacilaban en violar tabúes de todo tipo, en un desafío más o menos abierto
a las autoridades. Las mujeres del pueblo violaban los tabúes rituales que las
confinaban a sus casas a fin de mantener su relación amorosa con los tripulantes
de los barcos europeos. Este apasionado intercambio pronto llegó a ser un
importante vehículo para el comercio del pueblo, com miras a eludir a la vez los
tabúes de los sacerdotes y el negocio de los jefes. Y cuando los hombres encon
traron un interés común con sus mujeres en transgredir los tabúes, se destruyó su
propio status sacro como hombres frente a las mujeres. Porque en los viejos
tiempos y en los cultos domésticos, los hombres eran tabú con respecto a las
mujeres de la misma manera en que los jefes eran tabú con respecto al pueblo.
Atravesando las distinciones de rango, el tabú no podía en este sentido llegar a
ser el privilegio exclusivo de la jefatura. En cambio, abogaba por una inclusión
de toda la sociedad en la jefatura, si bien de un modo subordinado. Pero ahora
la división de clases que se estaba generando corrigió las antiguas relaciones del
tabú, haciendo sobresalir la oposición radical de los jefes gobernantes y la gente
común, respectivamente como un tabú y como noa o ‘libre’ de restricciones.
Estaos una verdadera transformación estructural, una redefinición programática
de las categorías que altera las relaciones entre ellas. El tabí sacralizó entonces
únicamente las distinciones de clase a expensas del género.
Ahora me parece que hay algo más en es ta tormenta en un vaso de agua del
Pacífico Sur que una posible teoría de ia historia. Hay también una crítica de las
distinciones occidentales básicas que suelen aplicarse al estudio de la cultura
como, por ejemplo, la supuesta oposición entre historia y estructura o entre esta
bilidad y cambio. En nuestro propio folklore nativo y nuestra ciencia social aca
démica, usamos constantemente esas dicotomías materializadas para dividir el
objeto antropológico. No necesito recordarles que la antítesis entre historia y
estructura hasidoconservada religiosamente en la antropología desdeRadcliffe-
Brown y el auge del funcionalismo y que más recientemente ha sido confirmada
en el estructuralismo inspirado por Saussure. Empero, este breve ejemplo
hawaiano sugiere que no existe un fundamento fenoménico — menos aun una
ventaja heurística— para considerar la historia y la estructura como alternativas
excluyentes. La historia hawaiana está fundada completamente en la estructura,
la ordenación sistemática de las circunstancias contingentes, del mismo modo
que la estructura hawaiana resultó ser en sí misma histórica.
¿Qué sucede, entonces, con la oposición resultante entre estabilidad y
cambio? También en este caso, el pensamiento occidental presupone que los dos
son antitéticos: contrarios lógicos y ontológicos. Los efectos culturales se identi
fican como continuos con el pasado o como discontinuos, como si fuesen clases
alternativas de la realidad fenoménica, en distribución complementaria en un es
pacio cultural dado. La distinción cala hondo, a través de toda una serie de cate
gorías elementales queorganizan la sabiduría común: lo estático frente a lo diná
mico, el ser frente al devenir, el estado frente a la acción, la condición frente al
proceso y— ¿no deberíamos agregar?— el sustantivo frente al verbo. A partir de
allí, sólo hay un pequeño paso lógico a la confusión entre la historia y el cambio,
como si la persistencia de la estructura a través del tiempo (piénsese en la pensé
sauvage) no fuese también histórica. Sin embargo, la historia hawaiana no es sin
duda la única que demuestra que la cultura funciona como una síntesis de la
estabilidad y el cambio, el pasado y el presente, la diacronía y la sincronía.
Todo cambio práctico es además una reproducción cultural. Por ejemplo
la jefatura hawaiana, al incorporar identidades y medios materiales extranjeros,
Reproduce el status cósmico del jefe como ser celestial de Kahiki. En esta mito-
praxis de la jerarquía, el ariki polinesio, el primogénito real, “había empezado su
vida en el momento en que se creó el mundo"; o más precisamente para Hawai i,
su vida es la creación (Koskinen, 1960: 110; véase el Capítulo 4). Segurado sus
privilegios cosmológicos, la jefatura hawaiana podía incluir la aparición del
capitán Cook en su propia situación mitopráctica.
Al fin y al cabo, cuanto más iguales permanecían las cosas tanto más
cambiaban, puesto que cada una de esas reproducciones de las categorías no es
la misma. Toda reproducción de la cultura es una alteración, en tanto que en la
acción las categorías por las cuales se orquesta un mundo presente recogen cierto
contenido empírico nuevo. El jefe hawaiano para quien el “rey Jorge" de
Inglaterra es el modelo del mana celestial no sigue siendo el mismo jefe, ni se
encuentra en la misma relación con su pueblo.
Sostengo que este diálogo simbólico de la historia — diálogo entre las
categorías reconocidas y los contextos percibidos, entre el sentido cultural y la
referencia práctica— pone en tela de juicio toda una serie de oposiciones
fosilizadas por las cuales habituaimente comprendemos la historia y el orden
cultural. No me refiero sólo a estabilidad y cambio o a estructura e historia, sino
además al pasadocomo algo radicalmente distinto del presente,el sistema Trente
al acontecimiento o aun la infraestructura frente a la superestructura. De modo
que lo que propongo, si aceptan acompañarme a través de una digresión
semifilosófica, una especie de fenomenología ingenua de la acción simbólica, es
que exploremos cautelosamente estas distinciones reiTicadascon miras a descu
brir su síntesis más auténtica.
El problema se reduce a la relación de los conceptos culturales con la
experiencia humana, o al problema de la referencia simbólica: cómo los
conceptos culturales se emplean activamente para interactuar con el mundo. En
definitiva, lo que está en juego es el ser de la estructura en la historia y como
historia. Pero comienzo más simplemente haciendo dos observaciones elemen
tales, ninguna de las dos nuevas en absoluto ni obra de mi propio descubri
miento. La primera se refiere al venerable principio de Boas según el cual “el ojo
que ve es el órgano de la tradición...” La experiencia social humana es la
apropiación de percepciones específicas mediante conceptos generales: un
ordenamiento de los hombres y los objetos de su existencia de acuerdo con un
plan de categorías que nunca es el único posible, sino que en ese sentido es
arbitrario e histórico. El segundo postulado es que el uso de conceptos conven
cionales en contextos empíricos somete los significados culturales a revaloracio
nes prácticas. Las categorías tradicionales, al influir en un mundo que tiene sus
propias razones, un mundo en sí mismo potencialmente refractario, se transfor
man. Pues aun cuando el mundo puede escapar con facilidad a los esquemas
interpretativos de un grupo dado del género humano, nada garantiza que sujetos
inteligentes e intencionales, con distintos intereses y biografías sociales, hayan
de utilizar las categorías existentes de las maneras prescritas. Llamo a esta doble
contingencia el riesgo de las categorías en acción.
Pero, en primer lugar, la continuidad de la cultura en acción: el ojo que ve
como órgano de la tradición. Invoco así una larga tradición filosófica, que se
remonta notablemente a Kant y fue llevada a la lingüística por Saussure y Whorf
y a la antropología social por Boas y Lévi-Strauss. Todos éstos (y otros) han
enseñado que la experiencia de los sujetos humanos, en especial la comunicada
en el discurso, implica una apropiación de los acontecimientos en función de
conceptos a priori. La referencia al mundo es un acto de clasificación, en cuyo
transcurso las realidades son clasificadas en conceptos, en una relación de hitos
empíricos a tipos culturales. Conocemos el mundo como casos lógicos de clases
culturales "El capitán Cook es un dios”. No se trata de que, como algunos han
creído, tengamos una “ necesidad” de clasificar. La clasificación formal es una
condición intrínseca de la acción simbólica.
O, como dice Walker Percy (1958: 138), el carácter simbólico de la
conciencia consiste en el apareamiento de un percepto y un concepto, por medio
del cual los objetos de la percepción se hacen inteligibles para nosotros y son
transmitidos a los demás. “Toda percepción consciente”, dice Percy, “es del
carácter de un reconocimiento, un apareamiento, lo cual quiere decir que el
objeto es reconocido en lo que es... no basta decir que uno es consciente de algo;
se es consciente de algo en cuanto csalgo" . "El [Cook] es un dios”. Pero entonces
el reconocimiento es una clase de reconocimiento: el acontecimiento se inserta
en una categoría preexistente y la historia está presente en la acción corriente. La
irrupción del capitán Cook desde más allá del horizonte era un acontecimiento
verdaderamente sin precedentes, nunca visto antes. Empero, encuadrando lo
exisiencialmeme único en lo conceptualmente familiar, el pueblo enclavó su
préseme c.n el pasado.
Lo mismo sucede en la estructura lógica del discurso: en la manera en que
las oraciones describen o afirman. Al asimilar un tipo particular (el sujeto
gramatical) dentro de un tipo más general (el tipo de acto o atributo que se predica
de él), la cláusula proposicional se despliega asimismo como un acto de
clasificación simbólica:
He akua ¡a
Un dios él
“El es un dios”.
f
arriesgado en un cosmos totalmente capaz de contradecir los sistemas
Tibólicos que se supone lo describen.
Así, el juego objetivo reside en las desproporciones entre las palabras y las
cosas. Toda instrumentación de los conceptos culturales en un mundo real some
te los conceptos a alguna determinación de la situación. Esto es lo que liemos
descrito como la revaloración funcional de los signos; la revaloración del con
cepto de tabú hawaiano, por ejemplo. Pues signos como el de “tabú” son notable
mente polisémicos: en forma virtual o en la sociedad en general tienen muchos
significados posibles. Pero cuando se actualiza, cuando se realiza en un contexto
determinado como, por ejemplo, el de la regulación del comercio, el “tatuí” es
valorizado en algún sentido selectivo. Un significado pasa a primer plano, es
resaltado con respecto a todos los significados posibles. Al propio tiempo, se
hace referencia a detalles concretos que no son los mismos en todos los usos ante
riores. En ese caso, se corrige la estructura del “campo semántico” (véase Lyons,
1977,1:250 y sig.). La idea del tabú ha sido objetivada como un derecho comer
cial y de propiedad, sentido que bien puede hacerse general por las facultades de
las personas que lo imponen, con efectos recíprocos sobre las definiciones y
relaciones de estas personas y sus poderes. En consecuencia, el “tabú” surge de
la acción con un residuo empírico. La idea está cargada con el mundo.
El riesgo subjetivo consiste en la posible corrección de los signos por los
sujetos actuantes en sus proyectos personales. Se originan contradicciones en la
inevitable diferencia entre el valor de un signo en un sistema simbólico, es decir,
sus relaciones semánticas con otros signos, y su valor para los individuos que lo
utilizan. En el sistema cultural, el signo tiene un valor conceptual fijado por los
contrastes con otros signos; mientras que en la acción el signo es determinado
también como un “ interés”, que es su valor instrumental para el sujeto actuante.
Recuérdese que la palabra “interés” deri vade una construcción impersonal latina
(inier esi) que significa ‘es diferente’. Ahora bien, si un interés en algo es la
diferencia que reperesenta para alguien, de modo semejante y en otro plano
Saussure definiría el signo como un valor conceptual. Como concepto, el signo
está determinado porsus relaciones diferenciales con otros signos. El significado
de “ azul" está determinado por la coexistencia en el lenguaje de otras palabras
como, por ejemplo, “verde". Si, como sucede en muchos lenguaje naturales, no
existiera el "verde”, el término “azul" tendría una mayor extensión conceptual
y rcfercncial: cubriría también el campo que llamamos (en castellano) “verde”.
Lo mismo se aplica a Dios Padre, a un billlete de un dólar, a la maternidad o al
bistec: cada uno de ellos tiene un sentido conceptual de acuerdo con un lugar
d i fcrcncial en el sistema total de esos objetos simbólicos. Por otra parte, el objeto
simbólico representa un interés diferencial para diversos sujetos de acuerdo con
su lugar en sus sistemas de vida. “Interés” y "sentido” son dos aspectos de la
misma cosa, el signo, que se relacionan respectivamente con las personas y otros
signos. Ahora bien, mi interés en algo no es lo mismo que su sentido.
La definición de valor lingüístico de Saussure nos permite hacer una
observación, puesto que está enmarcadaen una analogía con el valor económico.
El valor de una moneda de 5 francos está determinado por objetos diferentes
por los cuales puede intercambiarse como, por ejemplo, tanta cantidad de leche
o pan, y por otras unidades de moneda con las cuales puede compararse
coniRisiivamcnie: 1 franco, 10 francos, etcétera. Por estas relaciones se determi
na la importancia de los 5 francos en la sociedad. No obstante, este sentido gene
ral o virtual no es el valor de los 5 francos para mí. Para mí, aparece como un
interés específico o valor instrumental y que compre leche o pan con ese dinero,
lo regale o lo deposite en el banco depende de mis circunstancias y objetivos
particulares. Instrumentado por el sujeto, el valor conceptual adquiere un valor
intencional, que puede ser diferente también de su valor convencional.
Porque se. arriesga en la acción, el signo está sometido a otro tipo de
determinación: a los procesos de la conciencia y la inteligencia humanas. El
significado, que ya no es más un sistema semiótico virtual o incorpóreo, ahora
está en contacto con las facultades humanas originales de su creación. No hay
razón para creer — aunque la creencia es el a priori de ciertas formas de
relativismo lingüístico— que esas facultades creativas queden suspendidas una
vez que la gente tiene una cultura. Por el contrario, en la acción los signos son
incluidos en diversas operaciones lógicas como, por ejemplo, la metáfora y la
analogía, redefiniciones intensionales y extensionales, especializaciones de
significado o generalizaciones, desplazamientos o sustituciones, sin descuidar
los “ malentendidos” creativos. Y porque los signos son empleados por los intere
ses en provectos, en consecuencia en relaciones temporales de significación que
no son simplemente relaciones simultáneas de contraste, sus valores se arries
gan, por así decirlo, sintagmática y paradigmáticamente. Esos usos interesados
no son sólo imperfectos, con respecto a los ideales platónicos y culturales, sino
también potencialmente inventivos. Hemos visto cómo los jefes hawaianos eran
capaces de reconocer su mana tradicional en los artículos de lujo dé los comer
ciantes europeos, frente a materiales más rústicos o artefactos domésticos utilita
rios. Los bienes ofrecidos en el comercio eran analizados según las concepciones
de los jefes. Por una metáfora interesada sobre la brillantez celestial, Cuya lógica
estaba motivada en la cultura tradicional, descubierto, sin embargo en la
situación existente por cierta intencionalidad, fue modificado el significado del
mana.
A n títesis y síntesis