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Catequesis Sobre El Matrimonio - Papa Francisco

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Catequesis sobre el matrimonio – Papa francisco

Este sacramento nos conduce al corazón del designio de Dios, que es un designio de alianza con su
pueblo, con todos nosotros, un designio de comunión. Al inicio del libro del Génesis, el primer libro
de la Biblia, como coronación del relato de la creación se dice: «Dios creó al hombre a su imagen, a
imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó... Por eso abandonará el varón a su padre y a su
madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne» (Gn 1, 27; 2, 24). La imagen de Dios es la
pareja matrimonial: el hombre y la mujer; no sólo el hombre, no sólo la mujer, sino los dos. Esta es
la imagen de Dios: el amor, la alianza de Dios con nosotros está representada en esa alianza entre
el hombre y la mujer. Y esto es hermoso. Somos creados para amar, como reflejo de Dios y de su
amor. Y en la unión conyugal el hombre y la mujer realizan esta vocación en el signo de la
reciprocidad y de la comunión de vida plena y definitiva.

Cuando un hombre y una mujer celebran el sacramento del matrimonio, Dios, por decirlo así, se
«refleja» en ellos, imprime en ellos los propios rasgos y el carácter indeleble de su amor. El
matrimonio es la imagen del amor de Dios por nosotros. También Dios, en efecto, es comunión: las
tres Personas del Padre, Hijo y Espíritu Santo viven desde siempre y para siempre en unidad
perfecta. Y es precisamente este el misterio del matrimonio: Dios hace de los dos esposos una sola
existencia. La Biblia usa una expresión fuerte y dice «una sola carne», tan íntima es la unión entre el
hombre y la mujer en el matrimonio. Y es precisamente este el misterio del matrimonio: el amor de
Dios que se refleja en la pareja que decide vivir juntos. Por esto el hombre deja su casa, la casa de
sus padres y va a vivir con su mujer y se une tan fuertemente a ella que los dos se convierten —dice
la Biblia— en una sola carne.

San Pablo, en la Carta a los Efesios, pone de relieve que en los esposos cristianos se refleja un
misterio grande: la relación instaurada por Cristo con la Iglesia, una relación nupcial (cf. Ef 5, 21-33).
La Iglesia es la esposa de Cristo. Esta es la relación. Esto significa que el matrimonio responde a una
vocación específica y debe considerarse como una consagración (cf. Gaudium et spes, 48; Familiaris
consortio, 56). Es una consagración: el hombre y la mujer son consagrados en su amor. Los esposos,
en efecto, en virtud del sacramento, son investidos de una auténtica misión, para que puedan hacer
visible, a partir de las cosas sencillas, ordinarias, el amor con el que Cristo ama a su Iglesia, que
sigue entregando la vida por ella, en la fidelidad y en el servicio.

Es verdaderamente un designio estupendo lo que es connatural en el sacramento del matrimonio. Y


se realiza en la sencillez y también en la fragilidad de la condición humana. Sabemos bien cuántas
dificultades y pruebas tiene la vida de dos esposos... Lo importante es mantener viva la relación con
Dios, que es el fundamento del vínculo conyugal. Y la relación auténtica es siempre con el Señor.
Cuando la familia reza, el vínculo se mantiene. Cuando el esposo reza por la esposa y la esposa reza
por el esposo, ese vínculo llega a ser fuerte; uno reza por el otro. Es verdad que en la vida
matrimonial hay muchas dificultades, muchas; que el trabajo, que el dinero no es suficiente, que los
niños tienen problemas. Muchas dificultades. Y muchas veces el marido y la mujer llegan a estar un
poco nerviosos y riñen entre ellos. Pelean, es así, siempre se pelea en el matrimonio, algunas veces
vuelan los platos. Pero no debemos ponernos tristes por esto, la condición humana es así. Y el
secreto es que el amor es más fuerte que el momento en que se riñe, por ello aconsejo siempre a
los esposos: no terminar la jornada en la que habéis peleado sin hacer las paces. ¡Siempre! Y para
hacer las paces no es necesario llamar a las Naciones Unidas a que vengan a casa a hacer las paces.
Es suficiente un pequeño gesto, una caricia, y adiós. Y ¡hasta mañana! Y mañana se comienza otra
vez. Esta es la vida, llevarla adelante así, llevarla adelante con el valor de querer vivirla juntos. Y
esto es grande, es hermoso. La vida matrimonial es algo hermoso y debemos custodiarla siempre,
custodiar a los hijos. Otras veces he dicho en esta plaza una cosa que ayuda mucho en la vida
matrimonial. Son tres palabras que se deben decir siempre, tres palabras que deben estar en la
casa: permiso, gracias y perdón. Las tres palabras mágicas. Permiso: para no ser entrometido en la
vida del cónyuge. Permiso, ¿qué te parece? Permiso, ¿puedo? Gracias: dar las gracias al cónyuge;
gracias por lo que has hecho por mí, gracias por esto. Esa belleza de dar las gracias. Y como todos
nosotros nos equivocamos, esa otra palabra que es un poco difícil de pronunciar, pero que es
necesario decirla:Perdona. Permiso, gracias y perdón. Con estas tres palabras, con la oración del
esposo por la esposa y viceversa, con hacer las paces siempre antes de que termine la jornada, el
matrimonio irá adelante. Las tres palabras mágicas, la oración y hacer las paces siempre. Que el
Señor os bendiga y rezad por mí.

Papa Francisco, miércoles 2 de abril de 2014

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