Título: Un pacto inesperado
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©A.M.Silva
Primera edición: diciembre de 2021
Diseño de cubierta: 2021, A.M.Silva
Fotografía: ©pixabay u_gisunp5lyh
Corrección: Ángel Belmonte
Maquetación: A.M.Silva
Los personajes, eventos y sucesos presentados en esta
obra son ficticios. Cualquier semejanza con personas vivas o
desaparecidas es pura coincidencia.
Índice:
Índice:
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Epílogo
Saludos, querido lector:
Próxima publicación
Encontrarás más información de la autora y su obra en:
Vamos a darnos indiscriminadamente a todo lo que sugieren
nuestras pasiones y siempre seremos felices. La conciencia
no es la voz de la naturaleza, sino solo la voz de los
prejuicios…
Marqués de Sade
Sinopsis
Dos personas cuyos caminos se cruzan.
Un pacto ventajoso y complicaciones, muchas
complicaciones.
Chloe es una mujer joven normal y corriente. Su única
alegría es su hija pequeña, que llena sus días de color y risa.
Todo transcurre conforme a lo esperado hasta que la
empresa donde trabaja como secretaria es absorbida por
una multinacional.
Nicholas es un hombre poderoso y atractivo que ejerce
como director en la compañía de su padre, un gigante de la
agroindustria. Su nuevo proyecto lo lleva al condado de
Sumner, en el cual debe reestructurar la fábrica que acaba
de adquirir, algo engorroso que espera solucionar sin
demasiadas dificultades.
Sin embargo, un baile sexy y caliente pone sus mundos
del revés.
Capítulo 1
Pego un manotazo a mi despertador tirándolo al suelo, lo
odio con todas mis fuerzas. Mi angelito duerme apacible a
mi lado y mi pecho se llena de alegría. Reese es todo para
mí, mi mundo entero, por ella soy capaz de hacer cualquier
sacrificio. Decidí ser madre soltera cuando su padre, al
enterarse del embarazo, me contestó con estas palabras:
«Tranquila, en el momento que nazca me envías un mensaje
y te mando un cheque, mañana salgo de viaje a Europa y no
sé cuándo voy a volver». Lo último que supe de él es que
estaba en Ibiza de fiesta en fiesta rodeado de mujeres
espectaculares. ¿Qué niño se merece un padre así?,
ninguno. En ese momento decidí embarcar en esta aventura
sola, con todas las consecuencias que conllevaba. No me
arrepiento, mi tesoro ahora tiene cuatro años y medio, es
una niña feliz y llena de energía; a veces me vuelve loca, es
muy lista y siempre se sale con la suya. Quizás sea porque
soy muy blanda, sonrío mirándola. Trabajo duro para
garantizar nuestra subsistencia y me veo obligada a
despertarla a las seis de la mañana, de lunes a viernes,
todos los meses del año, haga lluvia o haga sol, frío o calor.
La dejo dormir un ratito más mientras me arreglo en un
tiempo récord. Soy secretaria en una próspera empresa
dedicada al control biológico de plagas y al desarrollo de
biofertilizantes. Está en el Condado de Sumner, Kansas, a
una media hora de Wellington, donde resido. No es el
trabajo de mi vida, pero el sueldo me permite pagar las
cuentas y ahorrar algo, aunque la suerte no ha estado de mi
lado en los últimos meses.
—Tesoro, hay que levantarse —susurro, intentando
incorporarla. Reese tiene mal despertar y procuro ser lo
menos abrupta posible.
—No, no quiero. Déjame en paz. Hmmm… Tengo sueño.
Mi pequeña protesta, llora y patalea, pero consigo
sacarla de casa a pesar de su berrinche para dejarla con mi
vecina, Giulia, una señora de setenta años que la cuida
como si fuera su nieta. Tuve mucha suerte de poder contar
con ella, me cobra una cuantía irrisoria que invierte en
llenar a mi hija de regalos. Al principio protesté, no me
parecía justo, me sentía una aprovechada e incluso intenté
contratar a una niñera. Tras cinco cambios en un mes,
desistí. Ahora somos como familia.
Dejo a mi hija con Giulia y me dirijo a la parada de
autobús. Tengo que utilizar el medio de trasporte ofertado
por la empresa, mi viejo Opel Corsa murió hace unos meses
atrás y con él la mayor parte de mis ahorros: fui estafada
por un mecánico sin escrúpulos.
Una vez en Tecnoagri S. L., saludo a mis compañeros y
me dirijo a la cocina situada en mi planta, allí me reúno a
diario con una de mis mejores amigas, cotilleamos y
ponemos verdes a todo Dios. Samantha trabaja como
informática, es un genio, aunque nadie lo sabe. Somos
como el día y la noche, ella es pequeña y curvilínea, su pelo
negro llega a la altura de la barbilla. Parece una muñequita
dócil y frágil, pero solo lo aparenta, pues tiene un carácter
de mil demonios. Yo, en cambio, soy alta, esbelta, de curvas
suaves, más bien escasas en algunos sitios —me hubiera
encantado tener una o dos tallas más de sujetador—, sin
embargo, no me quejo, conservo mi figura de antes del
parto. Además, tengo unos ojos marrones verdosos que
cambian de color dependiendo de la ropa que me ponga o
de la luz, todo un plus, pero mi punto fuerte son los labios.
Según Sam, son hipnóticos e incitan a pecar.
—Hola. ¿Qué me cuentas? —pregunto al verla controlar
la entrada.
—Esto se va al traste —dice en un susurro, provocando
que se me detenga el corazón.
—¿Qué quieres decir con esto?
—La empresa va a ser absorbida por una multinacional,
un gigante de la agroindustria. Lo van a hacer público entre
hoy y mañana. Sabes lo que eso significa, ¿no?
No tuve el valor siquiera de contestarle, quedarme sin
trabajo no era una opción para mí.
—¿Cómo te enteras de esas cosas? Yo soy la secretaria
de John Smith y no he visto ningún movimiento en esta
dirección —La miro con las cejas levantadas—. No estarás
haciendo nada ilegal, ¿verdad?
—Bueno…
—No me lo digas, no quiero ser cómplice. Tengo una
niña y no me puedo dar el lujo de pasar una temporada en
la cárcel. —Sam suelta una carcajada.
—No seas tan melodramática. Solo he curioseado por
aquí, por allá, ya sabes.
—No, no lo sé. Tengo que irme, mi jefe estará a punto de
llegar. —Antes de salir, le digo—: No te metas en problemas.
Mi consejo se quedará en balde, como siempre. Sam es
hacker y le encanta meterse donde no debe, y temo que
acabe entre rejas algún día. Nadie conoce sus habilidades,
no las enseña, se oculta detrás de la imagen de una
informática mediocre.
Cuando el señor Smith entra, su mesa está despejada
como a él le gusta. Mientras hacía mi trabajo aproveché
para buscar algo que indicara que se estaba gestando una
fusión entre bastidores como afirmó Sam, pero no encontré
nada. Sin embargo, nada más llegar él me pide agendar una
reunión con todos los departamentos para esa misma tarde
con carácter urgente. Se me congela la sangre en las venas.
Ahí tengo la confirmación.
Noto cómo mi jefe me rehúye la mirada, parece intuir
que sé algo sobre el inminente desastre o quizás se
avergüenza por habernos vendido a todos, porque este tipo
de empresas llegan pisando fuerte y no les importa cortar
cabezas. Se me encoge el estómago. Él parece desolado
tras hablar por teléfono con alguien.
—¿Va todo bien, señor Smith? —me atrevo a preguntar.
La ansiedad estaba haciendo mella en mí y me quedaría sin
uñas como no supiera algo.
—Cierra la puerta —dice y me apresuro a atenderlo—.
Lo que te voy a decir no se hará oficial hasta esta tarde. No
hace falta decirte que esto es confidencial.
—Por supuesto, señor Smith, siempre ha contado con mi
total discreción.
—Mi socio vendió su parte de la empresa a una
multinacional sin consultármelo y yo me vi obligado a hacer
lo mismo. Se dará la noticia en la reunión y los nuevos
dueños tomarán posesión dentro de unos días.
—¿Y qué pasará con nosotros? ¿Hay algún tipo de
acuerdo para los trabajadores?
Me quedo sin aliento esperando su respuesta, aunque
por su cara temo lo peor.
—Ampliarán la fábrica y necesitarán más mano de obra,
pero me temo que la estructura de la empresa cambiará. El
director regional estará aquí unos meses para gestionar los
cambios. —Le miro sin ocultar la pena, ambos sabemos que
seré la primera en engrosar la lista del paro—. Prepara la
sala de juntas, por favor.
Asiento con la cabeza y salgo de su despacho. Siento
cómo el mundo se me viene encima. ¿Dónde voy a
encontrar otro trabajo tan bien remunerado en un pueblo
tan pequeño? ¿Cómo conseguiré sacar a Reese adelante?
Me golpeo la rodilla con el cajón del escritorio, me había
olvidado de cerrarlo. Me tapo la boca para no gritar de dolor
y, cojeando, voy hasta la segunda planta, donde se
encuentra el departamento administrativo y la sala de
juntas. Suelo usar las escaleras, son mi gimnasio, ya que no
me puedo permitir pagar uno, y, la verdad, es muy efectivo,
tengo unas piernas y un culo estupendos. Aunque esta vez,
para no forzar la zona afectada, acabo cogiendo el ascensor.
Entro casi doblada, masajeándome la rodilla y maldiciendo
mi suerte. Estoy tan absorta que no me doy cuenta de la
presencia de dos hombres al fondo del cubículo.
—¿Te encuentras bien? —Pego un salto al escuchar una
voz grave y envolvente.
Un poco avergonzada porque me pillen en una situación
desconcertante, me giro y por poco no me caigo redonda al
suelo. Delante tengo los dos hombres más guapos que he
visto en mucho tiempo. Uno de ellos destaca sobre el otro
por su altura y por sus ojos, de un azul profundo. El pitido
del ascensor no me deja contestar.
—Creo que es la tuya —dice el de menor estatura
apuntando al número seleccionado en el panel digital.
—Sí, gracias.
Salgo con toda la dignidad que me permite la rodilla.
Antes de que las puertas se cierren del todo me giro y los
pillo mirándome el culo. No les voy a reprochar, si me dan la
espalda haré lo mismo y no me detendré solo en esta parte
de su anatomía. Madre del amor hermoso, están tan…
macizorros. O seré yo, que estoy falta de sexo. ¿Cuánto
tiempo hace? Ya no me acuerdo. Sacudo la cabeza para
apartar tales pensamientos, tengo problemas mucho más
graves en los que pensar.
A la hora de la comida me reúno con Sam en el comedor
de la empresa. Como de costumbre, está lleno y nos cuesta
encontrar un sitio.
—Estos se levantan, corre —me dice y prácticamente
vuela sobre las mesas para lograr adelantar a dos de
nuestros compañeros. Yo la sigo cojeando, sigo con la rodilla
resentida por el golpe. Nada más sentarnos le digo en un
susurro:
—Tenías razón en lo que me dijiste esta mañana.
—Yo nunca me equivoco. Mis fuentes siempre son de
primera mano.
—Calla, ya te lo dije, no quiero detalles. ¿Crees que
habrá muchos…? Ya sabes. —Me paso el dedo por el cuello
para no decir la palabra en voz alta.
—Es lo más probable —contesta y empieza a atacar su
enorme plato de pasta con salsa carbonara. No sé dónde va
a parar toda esa comida. Yo, como el resto de los mortales
que quieren cuidar su figura, me conformo con un bol de
ensalada y pechuga a la plancha.
—No sé qué voy a hacer. No puedo quedarme en paro —
digo la última palabra en voz baja.
—No suframos por adelantado.
Terminamos de comer en silencio. Ambas analizando
sus posibilidades. Aunque mi situación es más complicada,
tengo una niña que depende de mí.
—A las cinco conoceremos los detalles —digo.
El caos se instala en la sala de juntas a la hora
estipulada, a todos los toma por sorpresa y la incertidumbre
reina en el ambiente. La mayoría teme lo mismo, quedar en
paro. El señor Smith lamenta lo sucedido, pero a nadie le
importan sus excusas. Hemos trabajado duro para que la
pequeña empresa prospere y nos merecemos un poco de
consideración. Sin embargo, de nada sirven las protestas, el
daño ya está hecho y dentro de unos días conoceremos
nuestro destino.
Esa tarde a la misma hora paso por la casa de Giulia
para recoger a Reese. Y, como siempre que la he tenido
delante, la abrazo de forma cariñosa y le deposito un suave
beso en su mejilla surcada por las marcas del tiempo.
—Entra, cielo, se te nota cansada. ¿Un día duro? —
pregunta conduciéndome a la salita de costura, donde teje
ropitas para las muñecas de mi hija.
—¡Mami!, mira lo que me ha hecho la tata —grita
entusiasmada y corre en mi dirección. La espero con los
brazos abiertos y tengo que hacer acopio de todas mis
fuerzas para no caerme hacia atrás.
—Es precioso, tesoro. ¿Se lo vas a poner a Elsa o a
Daisy? —pregunto llevándola en brazos hasta el sillón. Es
muy grande para su edad y empiezo a no poder con su
peso.
—A Daisy, mami. Elsa está acostumbrada al frío —dice y
me entrega la bufanda para que la coloque mientras ella le
pone el gorro.
—Claro. ¿Cómo no me había dado cuenta de eso?
—La tata dice que yo me doy cuenta de todo, ¿verdad?
—Sí, cielo. Eres muy lista.
Reese coge sus Barbies y se dispone a desvestirlas. Ese
es su juego favorito, el único que la mantiene entretenida
durante un buen rato.
—¿Qué pasa, cariño? Te veo muy decaída.
Le brindo una sonrisa. Es un amor de mujer y no sé
cómo me apañaría sin ella.
—Una multinacional absorbió la empresa y lo más
seguro es que nos echen a todos los que pertenecemos al
área administrativa.
—Oh, niña, eso es muy grave. ¿Qué vas a hacer?
—De momento no hay nada que pueda hacer además
de empezar a echar currículums.
—Sabes que puedes contar conmigo. —Me coge la mano
y la aprieta con suavidad. Justo en ese momento me suena
el móvil. Le digo que es Sam y sonríe, adora a mi amiga.
—Arréglate, nos vamos a salir a tomar unas copas —
dice Sam nada más contesto a la llamada.
—Te recuerdo que estamos a mitad de semana y tengo
una niña a la que cuidar.
—Pide a Giulia que se quede con la peque, será solo un
ratito. Por favor. Te deberé una muy grande —suplica
alargando la «u» más de lo necesario. Giulia parece intuir lo
que está sucediendo y se alía con Sam para sacarme de
casa.
—Vete, Chloe, diviértete con tu amiga. Hoy necesitas
desconectar un rato. Yo me quedo con Reese, sabes que
amo a esta niña y el tiempo que paso con ella me da la
vida.
—Eso, mami, vete, yo me quedo con la tata. Vamos a
hacer un sombrero.
—Gracias. Será solo un ratito, lo prometo —digo a la vez
que cojo mi bolso y después deposito un beso en la mejilla
de mi hija.
—Mami, la madre de Amanda salió a divertirse y le trajo
un papá nuevo. ¿Por qué no me haces lo mismo? Yo también
quiero un papá.
Me quedo con la boca abierta mirándola, mientras que a
Giulia le entra un ataque de risa. ¿Cómo contesto yo a esa
pregunta?
—Bueno, ya hablamos de eso cuando llegue, ¿de
acuerdo? —digo esperando que se le olvide, cosa que dudo.
Tiene una memoria prodigiosa.
Capítulo 2
—¿Pudiste dormir algo? —pregunta Sam nada más verme.
Ayer nos pasamos de copas. La noticia de una posible
pérdida de trabajo nos deprimió más de lo que hubiéramos
pensado y ahogamos nuestras penas con una botella de
ginebra.
—Apenas pegué ojo. Por suerte Giulia se quedó con
Reese —digo masajeándome la sien. Parece que la cabeza
me va a explotar—. ¿Y tú qué tal estás?
—Bien, yo tengo más aguante —dice, pero parece
nerviosa, como si quisiera decirme algo y no supiera cómo.
—¿Qué pasa? ¿No me vas a decir que bailé desnuda
sobre la barra? —La miré ojiplática—. ¿Lo hice?
—No…
En ese momento oímos sonar la línea que intercomunica
mi escritorio con el despacho de John.
—Tengo que irme, ya hablamos. —Salgo apresurada, me
siento agradecida por la interrupción de Smith.
No sé si quiero saber lo que pasó ayer. Creo haber
bailado con un hombre alto y de brazos fuertes y
musculosos muy cerca el uno del otro. Tenía su erección
pegada a mi espalda, me restregaba contra él como una
perra en celo. Eso es todo de lo que me acuerdo, no creo
que me lo tirara, de lo contrario lo sentiría, llevo tiempo sin
tener relaciones. Y por lo que pude sentir cuando estábamos
restregándonos, me dejaría sin andar un par de días. Madre
mía, solo de recordarlo siento que me arde la cara.
—Buenos días, señor Smith. ¿Desea que le traiga un
café?
—No, gracias. Pero los caballeros y la señorita que me
acompañan seguro que lo aprecian. —Me indica con la
mano una parte del despacho a la que siquiera había
prestado atención cuando entré. Siento que el suelo se
mueve bajo mis pies al ver que eran los dos hombres que
encontré en los ascensores—. Permita que le presente a
Nicholas Hayden, director de la compañía Agrorbiotech S.
A.; Felix Lewis, su mano derecha; y ella es Martina
Thompson, su asistente personal.
—Encantada —es lo único que atino a decir después de
recuperarme de la impresión. Había estado espesa en el
ascensor y ahora volvía a parecer atontada ante ellos.
Menudas primeras impresiones estoy causando. No podía
pensar con claridad teniendo esos ojos azules como el
océano en un día de tormenta sobre mí. Y la pregunta que
se repite en mi cabeza una y otra vez es ¿por qué me mira
así? Relamiéndose los labios, como si quisiera comerme.
Estaré teniendo alucinaciones, seguro que sigo bajo los
efectos del alcohol.
—El mío puede ser solo y con sacarina —dice la tal
Martina sacando las garras. Esa marca territorio, deduzco
por cómo me mira con odio. Acabo de ganarme una
enemiga. ¿Serán amantes? Me lo pregunto sin poder
evitarlo y la sola idea me molesta, liberándome del embrujo
que aquella mirada azul ejercía sobre mí.
Me pongo en marcha y pregunto a los demás si quieren
tomar algo y, tras anotar mentalmente sus peticiones, salgo
del despacho.
Cuando entro en la pequeña cocina Sam sigue ahí.
—No sé qué haces todavía aquí, pero me alegro de
verte —digo mientras dispongo todo lo necesario—. ¿A que
no sabes a quiénes acabo de conocer?
—Lo sé, eso era lo que intentaba decirte antes de que te
fueras.
—Bueno, pues se acabó el misterio. Ayer los vi en el
ascensor y pensé que eran algún cliente importante. —Sam
me mira con las cejas levantadas y sé que algo se me
escapa.
—¿Seguro que no los has visto en otro lugar?
—¿Cómo me iba a olvidar? Están buenísimos. El jefazo,
no veas, qué ojos. —Sacudo la cabeza para olvidarlo. Un
romance de oficina no entra en mi lista de prioridades—.
Creo que está liado con su asistente. Tendrías que ver la
mirada que me lanzó ella, por poco me desintegra.
—¿No te acuerdas de lo que pasó en el bar de Matt?
—¿Qué tiene eso que ver con lo que estamos hablando?
—Sam está muy rara desde que la vi esta mañana y
empiezo a preocuparme.
—Cómo te lo digo sin que te caigas redonda al suelo…
—Me mira como si estuviera buscando una solución para el
cambio climático—. Bueno, creo que es mejor que lleve
estos cafés antes de que se enfríen. Ya hablamos en la hora
de la comida.
—No me puedes dejar así. Vuelve aquí —la llamo, pero
me tira besos desde el pasillo mientras se va.
Nada de lo que dice tiene sentido, no es la primera vez
que nos ponemos contentas en el bar de Matt, tampoco es
para tanto. Su bar es frecuentado por gente joven como
nosotras y no creo que nadie se haya sentido horrorizado
por vernos achispadas.
Tras dejar los cafés sobre la mesa me dirijo hacia la
puerta, pero antes de llegar a cruzarla el señor Smith me
detiene.
—Chloe, espera. Tenemos que hablar contigo.
Se me detiene el corazón y cierro los ojos antes de
girarme. El momento que tanto temía acaba de
materializarse. Me van a despedir. Trago el nudo que se me
forma en la garganta y me doy la vuelta con una sonrisa
fingida en los labios.
—Siéntate —dice mi nuevo jefe con sus ojos
enigmáticos puestos sobre mí. Me indica con la mano una
silla que estaba disponible al otro lado de la gran mesa de
reuniones donde estaban sentados, el señor Smith nunca la
había utilizado. Intimidada, me siento y espero impaciente
el veredicto.
Las palabras que escucho a continuación me
sorprenden. No esperaba que mi antiguo jefe intercediera
por mí, pero así ha sido. El señor Smith abaló mi desempeño
profesional y consiguió que Nicholas me diera una
oportunidad de formar parte del nuevo equipo que estaba
constituyendo. Van a tocar a todos los departamentos y no
puedo dejar de pensar en Sam. Ella tendría que sacar su as
de la manga para que no la echen, por lo menos una
fracción insignificante de lo que es capaz.
—Agradezco la oportunidad, señor Hayden. Daré lo
mejor de mí —me sorprendo con la intensidad que adquiere
su mirada al escucharme. Es como si estuviéramos
hablando de cosas diferentes. La bruja de su asistente
repiquetea el bolígrafo en la mesa en una clara señal de
desacuerdo. Esa mujer me dará problemas, tengo que
encontrar una manera de ganármela. Mi futuro y el de mi
niña dependen de este trabajo.
—Lo sé, casi nunca me equivoco. Te quedarás bajo la
supervisión de Martina hasta que nos vayamos. Cuando
venga el nuevo director dentro de tres meses serás su
asistente personal.
Felix es el siguiente en hablar. Me explica cuáles serán
mis funciones, los acuerdos de confidencialidad que deberé
firmar, las horas extras que estaba obligada a hacer. Me
desespero al saber que doblan las habituales, aunque por
suerte el sueldo compensa el sacrificio. Eso sí, solo lo voy a
recibir cuando ocupe el puesto. De momento voy a ser una
especie de felpudo de la bruja de Martina. Ya me veo
haciendo fotocopias y sirviendo cafés de un lado a otro.
Me quedo con Sam a la hora de la comida y por fin
suelta la bomba, bomba que me explota en la cara y me
deja noqueada. Resulta que el hombre del que apenas logro
acordarme del todo y con el que bailé de forma sensual es
mi nuevo jefe. Ahora os preguntaréis: ¿cómo es posible que
no me recuerde de su cara? Pues, según Sam, estábamos
dando un espectáculo de lo más sexy: él pegado a mi
espalda, con la cabeza apoyada en el hueco de mi cuello,
sus manos deslizándose entre mis senos y mi bajo vientre;
yo con los ojos cerrados, una mano en su cuadril y la otra
enterrada en su pelo, moviéndonos como si estuviéramos
haciendo el amor. Dios bendito, me sube la temperatura con
solo imaginarlo. Temperatura que baja a cero grados con lo
que viene a continuación.
—De repente sales corriendo sin previo aviso y sin mirar
atrás, te metes en el baño y vomitas hasta tu primera
papilla —dice poniendo cara de asco—. Tranquila, nadie se
enteró de esa parte. Cuando salimos, él y su amigo ya no
estaban. Esta mañana los vi aquí y casi me da algo.
—Dime que todo eso es mentira, que ha sido un mal
sueño. ¿Cómo le voy a mirar a la cara ahora? —digo
consternada. Cada vez que cierro los ojos siento su cuerpo
pegado al mío, su erección presionándome el trasero, sus
dedos peligrosamente cerca de mi pubis—. Dios, me quiero
morir.
—No seas dramática, sois mayorcitos para saber
separar las cosas. Tampoco es para tanto, solo ha sido un
baile, uno muy caliente. Hazlo como si no te acordaras de
nada, dudo que él saque el tema.
Decido que Sam tiene razón y me preparo para hacerme
la loca. Hay mucho en juego para que ande con melodramas
baratos.
La tarde pasa sin sobresaltos, ya que mi nuevo jefe y su
equipo están visitando las instalaciones. Yo me quedo con el
señor Smith para ayudarle a recoger sus cosas. Mañana
será el primer día tras el cambio.
—Tranquila, lo vas a hacer muy bien —dice mi exjefe
sorprendiéndome. No sabía que era tan fácil de leer.
—Gracias por el voto de confianza. Prometo no dejarle
en mal lugar. —Le brindo una sonrisa sincera.
Recojo a mi niña después del trabajo y, a diferencia de otras
veces, Giulia no está sola. Le hace compañía su hija, que
vive en Topeka, una ciudad que está a dos horas y media. A
ella nunca pareció importarle demasiado su madre, pero en
los últimos meses empezó a frecuentar su casa con más
asiduidad. Creo que se siente amenazada por el cariño que
nos ha cogido, sobre todo a Reese.
—¿Dónde está Giulia? —pregunto al no verla por ningún
lado.
—La tata está malita, mami, y Jessica no me deja verla
—dice con los ojos anegados en lágrimas, su labio inferior
empieza a temblar y no lo soporto más.
—Claro que podrás verla, tesoro. Jessica solo quería que
se recuperara un poco. Ahora iré a verla y si se encuentra
mejor, te llevo con ella, ¿de acuerdo? —La abrazo para
tranquilizarla y me levanto decidida. Por más hija que sea,
no va a impedir que vea a mi amiga.
Al pasar por al lado de Jessica siento su animadversión
hacia mí, aunque prefiero pensar que son los celos, que no
la dejan actuar con más afabilidad. De lo contrario, las
cosas se van a poner feas. Sigo el camino que ya conozco
de memoria y entro sin hacer ruido a la habitación de Giulia.
Parece intuir que no está sola y abre los ojos.
—Hola. ¿Cómo te encuentras?
—Hola, cariño. No sé qué ha pasado, de repente
empecé a tener mucho sueño. ¿Dónde está Reese?
—En el salón con Jessica, está deseando verte.
—No creo que sea buena idea. Ya no tienes edad para
estar cuidando a una niña tan pequeña —dice Jessica a mis
espaldas y siento como si un cuchillo me atravesara el
corazón. Mi hija la adora, es como su abuela, la única que
ha conocido.
—Mira, Jessica —contesta Giulia—. Sé que lo dices por
mi bien, pero Reese es como una nieta para mí. Ella me ha
devuelto la alegría cuando tú decidiste irte lejos con ese
novio tuyo. No te estoy echando nada en cara, solo digo que
no puedes volver y disponer de todo como te da la gana.
Tanto Chloe como su hija forman parte de mi vida, me
gustaría que lo aceptaras e hicieras un esfuerzo por
conocerlas.
Me levanto para dejarlas solas, ya que la situación es
bastante incómoda y muy a mi pesar somos las intrusas.
Aunque mi hija tiene otros planes e irrumpe en la habitación
como un terremoto.
—¡Tata, ya no estás malita! —Se sube a la cama y se
abraza a Giulia como una garrapata. A ver quién la saca de
aquí ahora.
—Tesoro, es mejor que nos vayamos a casa, dejemos
que Giulia descanse para que pueda recuperarse pronto.
—No, yo cuidaré de la tata, soy doctora y tengo un
maletín —dice en tono solemne—. Le daré jarabe y le
pondré una inyección como a Daisy.
—Seguro que con los cuidados de mi médica preferida
me pondré buena enseguida —dice Giulia para después
abrazarla y llenarla de besos.
Intento por todos los medios sacarla de la cama, sin
embargo, entre su pataleta y las ganas de consentirla de mi
amiga acabo decidiendo pasar la noche en su casa. Al día
siguiente tendré que llamar a una de las canguros que
tengo apuntadas en la agenda para llevarla al cole y
recogerla por la tarde; quizás deba ponerla en el aula
matinal y en el comedor para aliviar la carga de mi amiga.
Otra opción es poner una persona de forma permanente
para ayudarla mientras no llego del trabajo. Hablaré con ella
y solo descansaré cuando se haga un chequeo médico.
Giulia es demasiado importante para nosotras, jamás
pondría su salud en peligro. Además, su hija estaría encima
como un halcón, esperando cualquier fallo para apartarnos;
nos ve como una amenaza y está dispuesta a defender su
territorio a cualquier precio. Me da mucha pena y más
sabiendo lo mucho que Reese la quiere, pero si las cosas se
complican más de la cuenta, tendré que apartarme por el
bien de mi amiga. Jessica tiene prioridad sobre nosotras. «A
veces la vida es tan injusta…», me digo para mis adentros
al ver cómo mi niña se queda dormida en sus brazos.
Antes de cerrar los ojos me viene a la cabeza la imagen
de Nicholas y me estremezco al recordar lo que sentí
teniendo su cuerpo pegado al mío. Va a ser un infierno
trabajar con él sin caer en la tentación, y más conociendo su
«potencial». Mañana será un día duro, muy duro.
Capítulo 3
Estoy más nerviosa de lo normal, hoy es el primer día con
mi nuevo jefe y no tengo ni idea de lo que me espera. He
intentado seguir mi rutina habitual hasta que me dijeran lo
contrario.
El corazón me galopaba en el pecho cuando me atreví a
tocar la puerta con tres toquecitos. Preciso acabar con la
tortura de la espera y la incertidumbre. Nadie contesta, por
lo que me giro para volver a mi escritorio y me choco con un
robusto pecho. Él me sujeta para impedir que me
desequilibre, me sostiene la mirada y por un momento me
siento trasladada a la noche del bar. El deseo me golpea en
calientes oleadas, nublando mis sentidos.
—Buenos días, señorita Moore —dice en un tono
desproveído de emoción, contradiciendo el ardor de sus
ojos.
—Buenos días, señor Hayden —contesto sin apartar la
mirada.
—Necesito que hagas un par de videollamadas,
encontrarás los números en mi agenda. La he sincronizado
con la de la empresa.
—Ahora mismo. ¿Algo más, señor? —pregunto sin ceder
un ápice de terreno a nuestra gran batalla de miraditas.
—Eso es todo, por ahora.
Sus últimas palabras suenan a promesas, promesas
pecaminosas que van mucho más allá del ámbito laboral.
Me apresuro a atender su mandado con el corazón latiendo
a mil por hora. No sé cómo voy a resistir tres meses a su
lado sin volverme loca. Sin desear sentir sus manos sobre
mi cuerpo como en el bar de Matt cada vez que cierro los
ojos…
«Deja de torturarte y ponte a trabajar. Piensa en el
alquiler, en la factura de la luz, en tu niña», me digo a mí
misma. La sola mención de mi pequeña me trae de vuelta a
la realidad. Nuestro futuro depende de este trabajo, no
puedo ponerlo en riesgo por un polvo de oficina.
Centro mi atención en mis obligaciones y aparto de mi
cabeza esos ojos azules que me miran como si estuvieran
desnudándome. Aunque trabajar bajo el mando de Martina
no está resultando fácil. La Bruja Mala del Oeste, como la
llamo, no pierde oportunidad de reprocharme y de
recordarme cuál es mi lugar.
—Te voy a dar un consejo. Nicholas está acostumbrado
a seducir, a él le da igual que sea rubia, morena o pelirroja,
el problema viene cuando obtiene lo que quiere y me toca a
mí deshacer el escollo. Así que, si eres lista y quieres
mantener tu puesto, mantente alejada. No me gustaría
dejar a una madre soltera en la calle.
Boqueo un par de veces, tomando aire y buscando las
palabras para combatir el veneno que sale de la boca de
Martina.
—¿Me has investigado? ¿Quién te crees que eres?
¿Cómo osas siquiera mencionar que tengo una hija?
—Relájate, ¿quieres? Investigamos a todos los que
trabajan con información sensible —utiliza un tono
conciliador—. No soy el enemigo, es solo que ya sé el
resultado y siempre me toca a mí recoger los platos rotos.
Créeme, te hablo con la mejor de las intenciones.
Mi desconcierto es tal que me quedo sin argumento,
aunque ni loca me creo su discurso. Se ve de lejos que está
intentando eliminar a la competencia. Además, su consejo
me sobra, no pienso sucumbir a los encantos de Nicholas
por más que lo desee.
A la hora de la comida me reúno con Sam y le cuento lo
sucedido. Ella piensa lo mismo, Martina está enamorada de
Nicholas y no soporta ver a ninguna mujer merodeando a su
alrededor. También le cuento lo sucedido con Giulia y no le
sorprende, ya lo había visto venir e incluso me puso sobre
aviso.
—Ahora dejemos de hablar sobre mí y cuéntame qué tal
va en tu departamento. Espero que les enseñes de lo que
eres capaz. Bueno, no de todo. —Miro de un lado a otro—.
Ya me entiendes.
—En eso estoy. He dejado a Felix y a todos con la boca
abierta.
—Felix, ¿ehmm? —sonrío ante su cara de atontada.
—Dios, es que está tan bueno.
—Sí que lo está. Ambos lo están. Pero yo pienso
resistirme y espero que no cometas ninguna locura. Ellos se
van en tres meses y nosotras nos jugamos nuestro puesto
de trabajo.
Me paso la tarde como el felpudo de Martina,
atendiendo a sus peticiones cada cual más estúpida y que
de poco me servirán para desempeñar con eficiencia mis
funciones como asistente del nuevo director. Empiezo a
ponerme de mal humor.
—Hay que terminar esos informes para mañana.
Nicholas los necesita a primera hora.
Miro las tres carpetas que me tira sobre la mesa y me
pongo a temblar, es imposible que acabe a tiempo, perderé
el autobús de la empresa si hago horas extras.
—Tengo que recoger a mi niña, no puedo quedarme
pasadas las seis y media —digo ocultando que el único
medio de transporte del que dispongo es el de la empresa.
El orgullo me impide darle más munición para que pueda
seguir humillándome.
—No es mi problema, y te sugiero que busques una
solución, como asistente del nuevo director tendrás que
hacer muchas horas extras.
—Esto no supondrá ningún problema. No te preocupes
—digo entre dientes. Iré caminando si hace falta hasta el
pueblo, pero no pienso humillarme ante esta arpía estirada.
Espero hasta perderla de vista y llamo a Sam. Mi amiga
prefiere ir en coche y si no fuera una conductora temeraria,
estaríamos compartiendo vehículo. No lo coge y tras el
cuarto tono decido colgar, ya la volveré a llamar cuando
esté cerca de la hora de salida.
Me centro en acabar los informes y, por suerte, lo
consigo. Y como me queda algo de tiempo decido pasarme
por el departamento de Sam. Nicholas y Martina están en la
fábrica y ya no vuelven a la oficina, así que no hay nadie a
quien prestar cuentas de mi salida. Al llegar a su sala todas
las luces están apagadas. ¿Qué diablos pasa aquí? ¿Dónde
están todos? Miro al estacionamiento; no hay ningún coche
aparcado. En ese momento percibo que está oscureciendo,
compruebo la hora en mi móvil y palidezco, son las siete.
Vuelvo sobre mis pasos y hecho un vistazo al reloj digital
que está sobre mi mesa, con el que por comodidad y
costumbre me suelo guiar. Marca una hora menos. ¿Cómo
es posible? Esta mañana funcionaba perfectamente. Se me
pasa por la mente una sospecha y la descarto por lo
enfermiza que es, Martina no haría algo tan sucio.
Sin perder ni un minuto salgo del edificio y me despido
del guardia de seguridad, este me mira extrañado al ver
que me dirijo caminando al portón de salida. Podría llamar a
un taxi, pero esta semana ando corta de dinero, he tenido
que comprar ropa para Reese, así que me toca caminar una
hora hasta la gasolinera que está a las afueras. Allí
encontraré algún conocido que me acerque al centro de la
ciudad, luego recogeré a mi niña y antes de las once estaré
en casa. Gimo solo de pensarlo y llamo a Giulia para
avisarla de que llegaré tarde. No le cuento dónde estoy ni lo
que tendré que hacer para llegar, se volvería loca, y sin
necesidad. Vivimos en un pueblo tranquilo, aquí nunca pasa
nada.
Tras unos minutos andando a paso ligero descubro que
los mocasines de tacón medio que llevo no son los más
cómodos para esta tarea, también descubro que las luces
dispuestas a un lado y otro de la carretera no iluminan lo
suficiente. Miro de soslayo los campos de trigo, se mueven
como si estuvieran bailando al son del fuerte viento que
empieza a soplar. La vista sería preciosa si no estuviera sola
en una carretera desierta. El miedo empieza a dominarme
hasta tomar el control, incluso creo escuchar voces traídas
por el ulular de aire. De repente me siento en la película de
terror En la hierba alta basada en la novela de Joe Hill y de
Stephen King. Esta cuenta la historia de dos hermanos
(Becky y Cal) que están delante de un campo de hierba alta,
como este. Me estremezco mirando en todas direcciones,
siento que en cualquier momento algo saltará sobre mí. En
la película los hermanos escuchan el llanto de un niño
perdido y se meten en el cultivo para rescatarlo. Pero una
fuerza siniestra los desorienta y los separa. Se quedan
aislados del mundo y sin salida, y…
—Joder, Chloe, déjalo ya —digo en voz alta. Estoy a
punto de echarme a llorar. Mientras miro la hora en el móvil
me doy cuenta de que esta ha sido sin duda la peor idea
que he tenido en mi vida, llevo treinta minutos de caminata
y volver no es una opción viable. Solo me queda seguir
adelante.
Justo en ese momento unos faros iluminan la carretera,
me giro y la luz me ciega. Un grito muere en mi garganta
cuando escucho que me están llamando. Es Nicholas,
reconozco su tono de voz. Mi miedo es tal que incluso olvido
el bochorno que supondrá dar explicaciones. Me acerco a su
coche y me meto dentro sin esperar invitación.
—¿Se puede saber qué hacías sola en medio de una
carretera desértica a esas horas de la noche? ¿Acaso has
perdido el juicio? —me grita pillándome desprevenida. Le
miro boqueando como un pez, no sé por dónde empezar, sin
embargo, su mirada reprobatoria saca mi carácter y
contrataco.
—Me va a disculpar, señor Hayden. Si no me hubiera
exigido esos tres informes a última hora, no hubiera perdido
el autobús de la empresa.
Ahora es su turno de mirarme desconcertado, y tras un
rato de escrutinio veo preocupación en sus ojos.
—¿Estás bien? Parecías muy asustada cuando te metiste
en el coche.
—Estoy bien. Aunque debo reconocer que no fue una
buena idea ir caminando.
—No, no lo fue. ¿Dónde está tu coche? ¿Por qué no
llamaste a un taxi o pediste a alguien que te recogiera?
Demasiadas preguntas y algunas difíciles de responder
si pretendo mantener la dignidad intacta.
—Mi coche ha muerto, los del taxi no me cogían el
teléfono. —Miro por la ventana ocultando la mentira—. Y mi
amiga Samantha no daba señales de vida.
La respuesta pareció convencerle, pues se limitó a
conducir en un completo silencio, roto solo al entrar en el
pueblo:
—Indícame la dirección a tomar.
Le voy guiando por las calles poco transitadas y en un
parpadeo llegamos a mi barrio. Antes de que se acerque a
mi casa le pido que pare.
—Deténgase en la casa de la verja blanca. —Le indico
con el dedo—. Gracias por traerme, señor Hayden. Disculpe
las molestias.
No dice nada, solo me mira con esos ojos azules tan
profundos. Me bajo del coche apresurada y antes de que
llame al timbre Giulia sale a recibirme. Dirige la vista a algo
detrás de mí, y me giro para encontrarme a mi jefe apoyado
en su coche como si tuviera todo el derecho del mundo a
esperarme.
—Dile a tu amigo que pase, voy a ir a por las cosas de
Reese.
—¿Qué haces? —pregunto a Nicholas en voz baja, pero
ante su silencio entro al salón de mi amiga para recoger a
mi hija. Doy gracias al cielo por encontrarla dormida, de lo
contrario el interrogatorio sería interminable.
Ella se remueve y protesta al ser sacudida. Cada vez me
cuesta más cargarla en brazos con lo grande que se está
haciendo. Giulia se acerca con su mochila para ponérmela
sobre el hombro.
—Tienes mucho que contarme, jovencita.
—No es lo que estás pensando. Es mi jefe, solo me ha
traído a casa porque perdí el autobús de la empresa.
No me cree, lo veo en su mirada y en la sonrisa que
tiene incrustada en los labios. Me tocará contar la versión
larga de los hechos, la que le había ocultado para no
asustarla. Le deseo buenas noches y le deposito un beso en
la mejilla. Ella nos acompaña hasta la puerta y se despide
de Nicholas sin ocultar su admiración. Las cosas se están
complicando a pasos agigantados.
—No hacía falta que me esperara, vivo a unas cuantas
casas de aquí —susurro para no despertar a mi pequeña.
—Estaré más tranquilo si te dejo sana y salva en tu
puerta —me dice sin apartar la mirada de Reese—. Déjame
a mí.
Todo sucedió demasiado rápido, en un momento estaba
en su coche y en otro estoy en la habitación de mi peque
acompañada por mi jefe.
—Es clavadita a ti —dice poniéndola en su cama. Reese
abre sus enormes ojos marrones verdosos, le mira con
atención, le sonríe y después me mira a mí.
—Me has traído un papá —dice sin perderle de vista.
—Es mi jefe, tesoro. —Acaricio su mejilla y le beso la
frente—. Sigue durmiendo —digo con voz suave mientras
toco su pelo. Mis caricias consiguen que cierre sus ojitos y
se deje atrapar por el sueño.
Abochornada, me giro y le encuentro mirándome con
una media sonrisa, de esas que Sam y yo calificamos como
«desintegrabragas». ¿Qué le estará pasando por la cabeza?
Quizás piense que estoy a la caza de un padre para mi hija.
Casi gimo de horror.
—Está en una fase en la que cualquier hombre que se
nos acerca le parece un potencial candidato para ser su
papá. Lo siento mucho.
Me vuelvo al salón con la esperanza de perderle de
vista, pero no se muestra dispuesto a abandonar mi casa. Al
contrario, se toma la libertad de sentarse sin ser invitado. A
mí solo me queda ser educada y ofrecerle algo. A fin de
cuentas, me ha salvado de mi peor pesadilla.
—¿Quieres tomar algo?, un refresco, agua, un café.
También te puedo preparar un bocadillo, ya es tarde y me
imagino que tendrás hambre.
Otra vez esa mirada, mirada que dice con todas las
palabras que se comería mucho más que un bocadillo. Una
ola de calor me azota el cuerpo de arriba abajo.
—Un bocadillo estaría estupendo. Me muero de hambre.
«Dios bendito, dame fuerzas para mantener a ese
hombre alejado de mi cama», me digo mientras huyo en
dirección a la cocina. Respiro hondo un par de veces, pero
las imágenes de nuestro baile en el bar de Matt se cuelan
en mi cabeza. Gimo con el recuerdo de su erección
presionándome el trasero, de sus manos amasándome los
senos…
—¿Te echo una mano?
—Sí, por favor —digo sin pensarlo abriendo los ojos de
golpe. Por un momento me trasladé al instante más sexy
que he vivido en los últimos tiempos—. No, quiero decir, no
hace falta. Siéntate, no tardaré —añado como si estuviera
leyendo el guion de una mala película.
Sigo señalando con el dedo la isla de la cocina y no dejo
de apuntarla hasta que no oigo que arrastra la silla, y solo
entonces respiro aliviada. Estoy segura de que la nebulosa
sensual en la que estaba sumergida se refleja en mi rostro.
No sé qué hubiera pasado si nuestras miradas hubiesen
conectado. En realidad, lo sé, pero prefiero obviarlo. Creo
escuchar su risa, pero la ignoro y me centro en la
preparación de unos cuantos sándwiches de pollo. Nunca
extender unas cucharadas de mi relleno preferido en dos
rebanadas de pan me consumió tanto esmero y
concentración.
Con mi cuerpo y mis neuronas ya bajo control, me
acerco a la isla y lo dispongo todo utilizando unos manteles
individuales con motivos de mariquita. Veo cómo los mira
con las cejas levantadas y no puedo evitar sonreír.
—Es lo que pasa cuando tienes una niña pequeña en
casa.
Le acerco una cerveza y me dispongo a tomar mi cola
light. Me centro en la comida evitando mirarlo por completo.
Siento que en cualquier momento todo volará por los aires.
El silencio es cómodo, cada uno perdido en sus
pensamientos.
—¿Qué pasó con el padre de Reese?
Su pregunta me pilla por sorpresa y quizás por eso me
limito a contestar sin analizarlo.
—Perdido en algún lugar del mundo. Antes de que Reese
naciera intentó enviarme un cheque, como si con eso
cumpliera su parte. No lo acepté y nunca más supe nada de
él.
—Menudo gilipollas. Estoy seguro de que estáis mejor
sin él.
Hago un movimiento afirmativo con la cabeza y
apuramos lo que queda del bocadillo. Un rato después le
acompaño hasta la puerta. Nos quedamos mirando sin
saber qué decir, luchando contra las palabras que nuestros
cuerpos ansían gritar a los cuatro vientos.
—Tenemos que hablar de lo sucedido aquella noche —
me dice al fin—. No puedo quitármelo de la cabeza.
—Sí, lo sé —contesto con un susurro—. En otro
momento —pido optando por huir como una cobarde.
Acepta mis palabras y, antes de perderse en la noche,
deposita un beso en la comisura de mis labios.
Capítulo 4
La siguiente semana pasó sin más incidentes. Salía siempre
a mi hora y la Bruja Mala del Oeste parecía haberse
olvidado de mí. El que también lo hace ahora es mi jefe,
desde que hemos asumido que hay algo pendiente entre
nosotros no ha vuelto a acercarse ni a mirarme como antes.
Quizás tener a mi hija en brazos le hizo huir despavorido,
muchos hombres lo hacen. Además, tengo el agravante de
trabajar para él, solo eso ya es motivo para mirar a otro
lado.
Debería estar agradecida, mi puesto de trabajo es lo
único que importa, pero no es así. En el fondo siento un
anhelo, uno desconocido. Uno que crece cada día y me hace
soñar y desear cosas imposibles. La soledad empieza a
pasar factura.
Vuelvo a la realidad y me fijo en mi amiga. Parece estar
a kilómetros de distancia.
—Sam. —Chasco los dedos delante de su cara para
atraer su atención—. Me estás ocultando algo, te conozco.
Todavía no me trago eso de que te quedaras sin batería el
otro día. Desembucha.
—Es mejor que no lo sepas. —Mira a todos lados antes
de proseguir—. Tiene que ver con mi otro trabajito.
—Dios, Sam. Tienes que dejarlo. Cualquier día de estos
saldrás en los periódicos, en las páginas policiales.
—Tranquila, no me pasará nada. Es por una buena
causa —dice sin convencerme—. Ahora cuéntame, ¿qué tal
los avances del macizorro? Pensaba que era más
espabilado, me está decepcionando.
—Calla. Yo agradezco que haya decidido olvidarlo.
Liarme con él solo me traerá problemas.
—Problemas y multitud de orgasmos. ¿Has visto el
tamaño de su…? —Utiliza las manos para dejarlo claro.
—Dios, no me lo pongas más difícil. Mejor me voy a
trabajar. Martina no tardará en llegar.
Dejo mi café sin terminar y a mi amiga con ganas de
seguir insistiéndome para que caiga en la tentación. Según
ella, me tomo la vida demasiado en serio. Puede que sea
verdad, tengo responsabilidades y no puedo pensar solo en
mí. De vuelta a mi mesa me encuentro a Nicholas
esperándome.
—Buenos días, señor Hayden. —Su mirada se desliza
por mi cuerpo con premeditada lentitud. Esta mañana opté
por un vestido entallado de color verde oscuro con unos
enormes puños de piel sintética y un amplio cuello redondo.
Quizás, inconscientemente, era eso lo que buscaba: atrapar
su atención. La lujuria me invade y esa corriente
electrizante comienza a recorrer todo mi cuerpo.
—Pase a mi despacho, señorita Moore —su tono es
imperativo y eso me calienta aún más si cabe.
No se detiene y después de ponerme en marcha le veo
apoyarse en el escritorio con las piernas cruzadas y las
manos a cada lado del cuerpo. Su figura impone, es alto,
fuerte, me saca por lo menos una cabeza, y eso que soy
alta. Su pelo castaño oscuro cae en ondas desordenadas,
dándole un aspecto indómito; su boca de labios firmes y
masculinos me hace pensar en si sus besos serán duros y
exigentes.
—Cierra la puerta.
Me estremezco sin poder evitarlo. Y aun sabiendo que
no debo atender su petición, doy dos vueltas de llave en la
cerradura. Me flaquean las piernas y me apoyo en la
madera para no caerme. Su cuerpo se tensa y su
respiración se vuelve errática. Sus ojos arden de pasión y su
deseo multiplica el mío. Mi cuerpo anhela sentir el suyo. Sin
embargo, ninguno de los dos da el primer paso.
No sé quién cedió primero o si lo hicimos a la vez. Solo
sé que la mecha se ha prendido y la lujuria nos está
devorando. Su boca devora la mía mientras nuestras manos
tantean libres. Tira de mí hacia él, envolviéndome con sus
brazos, pegando su cuerpo duro y fuerte al mío.
—No creo que sea buena idea —digo con el último
vestigio de cordura que me queda.
—Es probable, pero ya no puedo más. Te he deseado
desde que te vi por primera vez, no pienso en otra cosa que
no sea estar dentro de ti —susurra y continúa besándome:
la mandíbula, la barbilla, avanzando por mi cuello, donde
me clava los dientes en un delicioso mordisco.
Gimoteo y siento como el placer desciende hasta mi
vientre. Baja el cuello del vestido y hunde la cara entre mis
pechos, me besa cada uno y los rodea de forma suave con
las manos.
—Dime que también lo deseas —me pide con voz ronca
y sigue con su lengua, torturándome. Me mordisquea un
pezón y con la punta de los dedos rodea el otro, lo aprieta y
tira con la fuerza suficiente para que una descarga de gozo
y dolor me atraviese el cuerpo—. Dilo —implora con
desesperada urgencia. La misma que me consume.
—Oh… Sí —digo al sentir su mano deslizarse entre mis
piernas. Me toca por encima de las bragas. Gruñe al
encontrarme lista para recibirle y el corazón se me dispara
por el hambre que hay en sus ojos. Sus dedos no tardan en
encontrar la entrada de mi sexo—. Por favor —le suplico con
voz áspera y muevo las caderas impaciente.
A continuación, introduce un dedo, gimo, lo saca y
vuelve a meterlo, ahora son dos y grito. Mientras tanto,
sigue torturando mis pezones, ya estoy temblando. Empieza
a sacar y a meter los dedos cada vez más profundamente,
más rápido y con más fuerza. Se inclina y me besa, un beso
exigente, primitivo. Lo siguiente que noto es el cuero frío del
sillón en mi espalda, no sé cómo he llegado hasta aquí ni
cuándo me despojó del vestido y de la ropa interior.
Se posiciona entre mis piernas y me coge por la nuca.
—Mírame, Chloe. ¿Estás segura de que es esto lo que
quieres? Ya no habrá vuelta atrás —me dice con voz ronca.
Gimo al sentir cómo roza su pene por mis labios vaginales,
presionando mi clítoris, volviéndome loca de deseo.
Asiento con la cabeza, jamás me sentí tan bien como en
este momento. Y para dejarle claro mi decisión, separo bien
las piernas para que pueda acomodarse.
—No tienes idea de lo mucho que deseaba estar aquí,
con mi polla enterrada dentro de ti.
La intensidad de su mirada me hace arder de
anticipación.
—Hablas demasiado —consigo decir antes de que entre
en mi interior con una sola estocada. Jadeamos de placer
por la explosión de sensaciones que recorren nuestros
cuerpos. Su boca captura la mía al tiempo que él empieza a
moverse con lentitud, ensanchándome, dilatándome para
que pueda albergarlo en su totalidad.
Su pene sale de mi sexo y entra de nuevo con una
brusca embestida que me hace gemir por la deliciosa
sensación de estar llena. Voy a explotar de tanta lujuria.
—¿Estás bien? —me pregunta con la respiración
agitada.
—Sí —contesto con un hilo de voz. Sus embestidas
alcanzan un ritmo enloquecedor. Entra y sale sin darme
tregua. El orgasmo no tarda en formarse en mis entrañas. Él
lo siente e intensifica sus movimientos, rotando las caderas,
conduciéndonos a un camino sin retorno. Mi cuerpo
convulsiona y me corro con una intensidad abrumadora.
Entonces me cubre la boca con la suya, ahogando mis
jadeos y gruñidos con la lengua. Su clímax sigue al mío y sin
importar dónde estamos o si alguien nos escucha, nos
dejamos consumir por la pasión.
—Deberíamos vestirnos. Martina no tardará en llegar —
digo cuando se cae hacia un lado, llevándome con él. Me
retira el pelo de la cara, con los ojos fijos en los míos.
—Sabes que mi asistente no viene hasta bien entrada la
mañana y que yo sepa no tengo ninguna reunión a primera
hora. Dime lo que de verdad te preocupa —me pregunta
mientas se deshace del preservativo, el cual anuda y tira en
la papelera que está bajo su escritorio.
Me estremezco ante sus palabras. Miles de cosas me
preocupan, entre ellas quedarme sin trabajo por liarme con
el jefe.
—Eso que hicimos, que, por cierto, ha estado increíble
—una sonrisa de suficiencia se dibuja en sus labios y pongo
los ojos en blanco—, no está bien y lo sabes. Eres mi jefe y
jamás deberíamos haber cruzado la línea.
—Lo sé, pero somos mayorcitos para separar las cosas.
Además, si lo piensas bien, no soy tu jefe, lo será el nuevo
director dentro de un par de meses.
—Eso es todavía peor. Eres el jefe de mi jefe —me quejo
pensando en el poder que tiene y en lo insensata que he
sido.
Me levanto para vestirme al notar cómo el frío me
empieza a invadir y él también lo hace en silencio.
—¿Por qué no hacemos un pacto?
Le escucho con atención y me parece un trato
aceptable: disfrutaremos del sexo sin ataduras ni
compromisos siempre y cuando ambos estemos de acuerdo.
Lo que pasa mientras estemos desnudos solo concierne a
Chloe y a Nick, el señor Hayden jamás entrará en la
ecuación, por lo tanto, nada de lo que suceda entre nosotros
podrá ser usado en nuestra contra. Suelo ser desconfiada,
pero la determinación y la vehemencia que veía en esas dos
esferas azules me hacen sellar en pacto. Sexo caliente en la
oficina con fecha de validez y sin consecuencias. Demasiado
bueno para ser verdad.
Un mes después y todo sigue su curso, el sexo continúa
siendo impresionante y aprovechamos cada instante para
dar rienda suelta a la pasión. Martina me delega más
funciones al tiempo que pasa más horas con Felix en la
fábrica, intuyo que la mano de Nicholas está detrás de la
maniobra. Ella parece no darse cuenta de nuestro idilio
amoroso, aunque ambos tomamos el debido cuidado al
mantener un trato estrictamente profesional delante de
todos. A veces lo siento demasiado frío y no puedo evitar
sentirme molesta. Me hace ir por senderos que no debo.
—¿Sabías que eres muy mala amiga? —me reprocha
Sam por enésima vez—. Dime algo, por favor.
—Ya te he dicho todo lo que podía decir —contesto
mientras saboreo el café recién hecho.
—No. No. No. Ni de lejos.
—¿Qué más quieres saber? —pregunto exasperada. A
curiosa no la gana nadie.
Su cuestionario no tiene filtro. Me pregunta por el
tamaño de su pene, por las posturas que hemos
practicado… ¿Y lo peor? Intenta husmear en lo más
profundo de mi ser, rascando la superficie en busca de mis
anhelos inconfesables, anhelos que ni yo misma sé que
están ahí.
—¿Habéis tenido alguna cita fuera de la oficina? Si
quieres, me quedo con Reese para que podáis pasar el fin
de semana juntos.
—Lo nuestro es solo sexo. ¿Cuántas veces te lo tengo
que decir? —contesto tajante y la dejo en la cocina con la
misma excusa de siempre: Tengo mucho trabajo pendiente.
En realidad, no sé por que lo hace, ella no es ninguna
romántica empedernida ni cree en los príncipes azules. Y
sabe muy bien que yo tampoco lo soy, es más, ser madre
soltera me ha endurecido el corazón y mis expectativas de
encontrar en amor son casi nulas. Lo único que me mueve
es tener un trabajo con el sueldo suficiente para que a mi
niña no le falte nada. Ese es mi objetivo, esa es mi meta
cuando mi levanto por la mañana. Lo del sexo en la oficina
es algo pasajero que pienso disfrutar mientras dure. Nada
más y nada menos. Sexo puro y duro. A veces muy duro y
exigente. A Nick, como le llamo en nuestros momentos de
intimidad, le gusta dominar, y a mí, por sorprendente que
parezca, me gusta que saque ese lado suyo, aunque no
siempre cedo el control.
Volví a mi escritorio dispuesta a adelantar los informes
que tenía pendiente antes de que Martina llegara para
tocarme las narices. Entretanto, a medida que me acercaba
escuché su voz dentro del despacho de Nicholas; la puerta
estaba entreabierta y el sonido llegó con nitidez hasta mi
mesa.
—¿Hasta cuándo va a durar esto, Nicholas? Empiezo a
estar harta —pregunta Martina con un tono poco
profesional. Sin apenas respirar pongo atención a su
respuesta.
—Durará lo que tenga que durar. No. Te. Metas. —dice
Nicholas en un tono agresivo, nunca le había visto tan
enfadado. ¿Estarán hablando de nosotros? No. Descarto la
idea de momento. Martina no es nada suyo para hacerle
reclamos. «Eso es lo que tú piensas», una vocecita empieza
a gritar en mi mente. No. Vuelvo a negar con la cabeza, él
no es así.
—Claro que me meto. Ya conocemos el resultado. —Me
estiro para no perder detalle y sin querer me doy con la
rodilla en el puñetero cajón, que una vez más olvidé cerrar,
y, como en la ocasión anterior, sofoco el grito de dolor
mordiéndome la mano—. Hablaremos en otro momento. Voy
a la fábrica —logro escuchar a la bruja antes de que salga y
pase a mi lado como si no existiera.
—¿Estás bien? —me pregunta él al ver la palidez de mi
rostro.
—¿Perfectamente? —digo, y logro evitar poner una
mueca de dolor.
Parece creerme, sin embargo, y sin que lo vea venir, me
coge en brazos y me lleva a su despacho.
—Estás loco. Suéltame —exijo entre el enfado y la
excitación.
—Loco por follarte. Por estar dentro de ti. Por sentir
cómo me aprietas antes de que te corras.
Dios bendito, debería estar prohibido que alguien te
hable así, y lo que es peor, que te guste y que te pongas
cachonda.
Lo primero que hace es llenarme la rodilla de húmedos
besos, besos que ascienden por el camino interno de mis
muslos y consiguen que me olvide del dolor y todo lo
demás.
Capítulo 5
Un nuevo día se asoma y me levanto llena de energía,
desde que empecé con Nick madrugar dejó de suponer un
sacrificio. Ahora me arreglo con esmero poniendo atención a
mi vestimenta y principalmente a mi ropa interior. Tras una
ducha revigorizante, sonriente, me visto y me dirijo al
cuarto de mi niña. La encuentro destapada, sin los
calcetines y atravesada en la cama. Da igual lo que haga o
lo que le ponga, acaba siempre igual. Dormir con ella es un
tormento.
—Reese, por favor, levántate. Vamos a llegar tarde —
digo tras varios intentos.
—Me duele la tripa.
—No está bien mentir. Ayer te dolía el pie y anteayer la
mano. Como sigas así ya no te creeré. ¿Y qué pasará si te
duele de verdad?
—Hoy me duele de verdad. Me duele mucho —me dice
con su vocecita llorosa y sus ojitos al borde de lágrimas; me
quiero morir por haber dudado. Justo cuando voy a llamar a
la canguro, me sonríe y me pregunta si pasaré el día con
ella y con Giulia.
Le muestro mi enfado por su engaño y la castigo sin
coger la tablet durante una semana. Hace un berrinche, y
tengo que llevarla a rastras hasta la casa de mi amiga. Por
más que me duela verla así me mantengo firme, es la
tercera vez en poco tiempo que intenta engañarme
fingiendo estar enferma. Cuando por fin consigo sacarla de
casa, empieza a implorarme que no la deje con Jessica. La
hija de Giulia trabaja por turnos y desde que su madre se
sintió indispuesta decidió pasar sus días de descanso con
ella. Justo ayer por la noche llegó y se quedará hasta el
domingo por la mañana.
En un principio me molesté porque lo primero que hizo
fue despachar a la chica que había puesto por las tardes
para ayudar en los cuidados de mi niña. Tuve que
controlarme para no discutir, pero después estuvimos
hablando y me dijo que se sentía mal al no estar tan
pendiente de su madre como debía y que pensaba
involucrarse en su vida; también se disculpó por cómo se
había portado con nosotras, reconoció que se sentía celosa.
Lo tomé como un acto de madurez de su parte y me sentí
muy feliz por el acercamiento de ambas. Además, pidió que
no nos apartáramos y reconoció la importancia que
teníamos en la vida de su madre. Todo me pareció
demasiado bueno para ser verdad, pero, aun así, quise darle
un voto de confianza. Voto que acaba de resquebrajarse por
las palabras de mi peque.
—¿Por qué lo dices, tesoro? ¿Jessica te dijo algo? —La
dejo en el suelo y me pongo a su altura. Veo el miedo
impreso en su carita y una rabia ciega me domina. Si la
tuviera delante, la despellejaría viva—. Dilo, mi amor. No
tienes nada que temer, yo estoy aquí y no te dejaré sola.
Reese parece dudar y eso me llena aún más de odio, a
ver qué tortura psicológica ha utilizado para tenerla en este
estado.
—Jessica me ha dicho que su madre se va a morir y que
la culpa es mía. Me dijo que yo soy mala y que solo pienso
en mí y que si quisiera a la tata solo un poquito, la dejaría
tranquila. —Las lágrimas surcan sus inocentes mejillas sin
control—. No se va a ir al cielo de los animales como le pasó
a nuestro pajarito Vivaldi, ¿verdad, mami?
—No, tesoro, Jessica se ha confundido. No te preocupes,
hablaré con ella y le diré lo buena que eres y lo mucho que
quieres a Giulia. —Le seco la carita y la lleno de besos—. ¿Te
ha dicho algo más?
Aguanto la respiración y escondo mi ira en lo más
profundo de mi ser. No quiero asustar a mi hija. No
obstante, estoy a punto de cometer un asesinato, ¿cómo ha
podido cometer tamaña crueldad con una niña tan
pequeña? ¿Qué clase de persona hace algo así?
—Me dijo que si yo te lo contaba, Giulia dejaría de hacer
ropitas para mis muñecas. No me gusta Jessica, mami, es
mala, muy mala. Es como la bruja de los cuentos que me
lees. —Sonrío, ahora entiendo por qué llamo a Martina la
Bruja Mala del Oeste.
Con Reese cogida de la mano y más calmada, me dirijo
a la casa de Giulia. Estuve tentada a llamar la niñera, pero
el coste de tenerla a tiempo completo es elevado y no
puedo permitírmelo. Demasiados malabares tengo que
hacer llamándola un par de horas por la tarde. Tendré que
esperar a recibir mi nuevo sueldo para reorganizarme. La
impotencia me invade al pensar en mis diferencias con
Jessica. Giulia es mi único apoyo, la considero mi familia, la
que he escogido con el corazón, porque la de sangre me dio
la espalda cuando decidí ser madre soltera. Por suerte,
viven en las afueras y hacen vida social en el pueblo que
está al lado, uno más grande y próspero que este.
Aparco mis pensamientos, no me gusta ir por estos
derroteros, me deprimo. Cuando miro la hora en el móvil,
casi me da algo, voy a perder el autobús de la empresa.
Espero que Nicholas entienda mis motivos, no quisiera que
pensara que estoy abusando de su confianza. Hemos dejado
claro que no mezclaríamos asuntos personales con
profesionales, sin embargo, se trata de mi hija, ella tiene
prioridad sobre todo lo demás.
Giulia ya nos está esperando como siempre, con su
sonrisa y sus besos cariñosos. Pongo la excusa de entrar en
su baño para retocarme y voy directa al cuarto de Jessica.
Sin miramientos, la sacudo y a punto estoy de tirarla de la
cama. Cuando consigo tener toda su atención, la reduzco a
cenizas. La amenaza que lanzó a Reese es minúscula
comparada con la que le hago si osa tocarle un dedo. Le
digo de todo y prometo contarle lo que pasó a mi amiga si
vuelve a suceder. Ella llora, pide perdón y confiesa que
aquello fue antes de que habláramos y arregláramos las
cosas. Parece sincera y decido creerla, quizás porque en el
fondo lo necesito. Apartarme del lado de Giulia sería muy
doloroso, solo de pensarlo se me parte el alma.
—Por el bien de todos, espero que estés diciendo la
verdad. Yo y mi hija sufriríamos con la ausencia de tu
madre, pero ella lo haría mucho más. Espero que la quieras
lo suficiente para que podamos convivir en paz.
—Siento lo que pasó. No volverá a repetirse —dice y no
me queda más remedio que asentir con la cabeza. La otra
opción está descartada, porque no creo que mi amiga me
perdonara si le diera una paliza a su hija.
Salgo de su habitación como entré, con sigilo. Después
me dirijo al cuarto de baño y me arreglo como había
anunciado que haría. Un rato después me despido de mi
niña y de Giulia.
—¿Cómo vas a ir a la fábrica? Si quieres, despierto a
Jessica para que te lleve —Casi grito de horror. Si ella
supiera.
—No te preocupes, encontraré la manera y, si no, pediré
un taxi —digo para tranquilizarla, aunque esta será mi
última opción. Con los gastos extras casi no me queda nada.
Dos horas después consigo llegar a la empresa. Sabía
que los responsables del comedor solían ir al mercado por
productos frescos, allí encontré a uno de los encargados
haciendo la compra y aceptó llevarme, lo malo es que tuve
que esperar a que terminara con sus encargos. Mientras
tanto intenté ponerme en contacto con Nick, sin éxito. Tenía
un mal presentimiento, como si lo peor del día todavía no
hubiera sucedido, y Sam me lo confirmó al llamarme para
preguntar dónde estaba. Al parecer, Nicholas la buscó para
saber mi paradero y, según sus palabras, estaba que se
subía por las paredes.
Apenas entro en la oficina siento la mala energía que
sobrevuela el ambiente. Martina está sentada en mi
escritorio y cuando me ve me fusila con la mirada.
—¡Ya era hora de que te dignaras a aparecer! Sabía que
cometíamos un error dándote una oportunidad, eres una
incompetente y si crees que acostándote con Nicholas
podrás hacer lo que te dé la gana, es que no le conoces.
Respiro hondo y cuento hasta mil. No me voy a poner a
su nivel, que es lo que quiere provocándome de esta forma,
además de averiguar si me acuesto o no con su jefe. No
pienso caer en su trampa. Estoy preparada para contestarle
cuando la puerta del despacho se abre y sale Nick. Bueno,
Nick no. Por su aspecto y por la mirada furibunda que me
lanza, diría que estoy delante del señor Nicholas Hayden,
director regional de Agrorbiotech S. A.
—Pase a mi despacho —dice en tono frío.
Martina se regodea en su satisfacción, pero la ignoro y
entro con la cabeza bien alta. Llevo trabajando en la
empresa tres años y es la primera vez que llego tarde, creo
que soy la más comprometida de todo el edificio. La
mayoría de mis compañeros de planta han pedido días de
asuntos propios y muchos abusan de la baja médica. Yo
siempre lo he evitado, me limité a demostrar que soy capaz
de cuidar a Reese y cumplir con mis obligaciones
profesionales.
—Siento el retraso, mi hija…
—No me interesan tus problemas domésticos. Por tu
culpa tuve que cancelar la videoconferencia que llevaba
días esperando —habla entre dientes como si quisiera
suprimir una furia incontenible, una que emana por todos
los poros de su cuerpo—. ¿Se puede saber dónde cojones
metiste las carpetas que te di ayer por la tarde? Las que
deberían estar sobre mi mesa esta mañana con sus
correspondientes informes.
Me quedo mirándolo, aún en shock por sus palabras
llenas de ira. Los ojos me pican por las ganas de llorar,
escuchar de su boca que lo que le pase a mi hija le importa
una mierda me ha dolido más de lo que pudiera imaginar.
Sé que lo que tenemos es solo sexo y hemos pactado no
llevar temas personales a la oficina, pero joder, no soy un
robot. Además, se trata de mi pequeña, de mi vida entera.
¿Con qué clase de persona me he estado acostando?
Intento tragar el nudo que tengo en la garganta.
—Las carpetas están en el archivador junto con los
informes. —Paso a su lado con cuidado de no rozarle, ahora
mismo tengo ganas de vomitar solo con mirarlo. Tras unos
minutos buscando me doy cuenta de que alguien las cambió
de sitio, y no hace falta ser ningún genio para saber quién
ha sido. Prefiero no decir nada, con el cabreo que tiene es
capaz de decir que me lo estoy inventando—. Aquí las tiene,
estaban en el cajón de abajo. Siento haberme equivocado,
no volverá a ocurrir.
Mi respuesta tiene un doble sentido y espero que lo
haya captado. No pienso volver a acostarme con semejante
energúmeno. Odio a quienes ponen el dinero por encima de
las personas.
—Estoy seguro de ello, de lo contrario no encajarías en
esta empresa. Puedes retirarte —dice manteniendo el tono
gélido—. Una cosa más: te quedarás a recuperar las horas
perdidas.
No soy capaz de contestar y solo asiento con la cabeza.
Todo el cuerpo me tiembla y tengo ganas de gritar hasta
quedarme sin voz. Por suerte, Martina no está en mi
escritorio, de lo contrario no sería capaz de contenerme. Ella
tiene gran parte de culpa de la bronca que me acabo de
llevar, sé que cambió las carpetas de sitio. Seguro que
estaba esperando el momento oportuno para apuñalarme
por la espalda. Las ganas que tengo de cogerla del moño y
arrastrarla por todo el edificio solo son eclipsadas por las de
pegarle una patada en los huevos a Nicholas. ¡Qué tío más
capullo! ¿Cómo he podido estar tan ciega? Gruño de
impotencia. Ha tenido a mi princesa en brazos, ha visto lo
pequeña e indefensa que es. ¿Cómo es posible que la ignore
de esa forma? Eso es lo que más me duele de todo lo que
ha sucedido. Algo húmedo cae sobre la mesa y me doy
cuenta de que estoy llorando, han sido muchas emociones
para un solo día. Mientras me seco la cara con el dorso de la
mano, me centro en lo que realmente es importante para
mí, el rostro de mi niña ocupa toda mi mente y saco la
fuerza que necesito para vencer a la jornada laboral.
—Gracias por esperarme —le digo a Sam, que aguarda
sentada sobre mi escritorio.
—Para eso están las amigas. —Balancea los pies,
haciendo chocar las botas de estilo militar contra la madera.
En otra ocasión le pediría que parara para no estropearla.
Hoy, como si quiere hacer una hoguera con el mueble de
caoba—. Todavía me cuesta creer que haya sido tan borde,
con lo caballeroso y educado que es.
—Para que veas cómo las apariencias engañan —
contesto en un tono amargo. Tenía la esperanza de que
Nicholas se disculpara al darse cuenta de lo estúpido que
había sido, pero no lo hizo, como tampoco se preocupó por
el medio de transporte que utilizaría para irme a casa. Pasó
por mi lado y se despidió con un escueto «buenas noches»
con el que tuve ganas de mandarle a la mierda.
Dos horas y media después de aquello, abandonamos la
empresa. Mi amiga ha estado contando chistes malos todo
el tiempo, me he partido de la risa e incluso he conseguido
olvidar el motivo por el cual estaba allí. Sin embargo, para
mi completa sorpresa Nicholas me está esperando abajo y
al ver a Sam a mi lado, se queda desconcertado. Yo hago
como si no existiera y tiro del brazo de mi amiga para que
no se detenga a saludarlo siquiera. ¿Quién se cree que es?
—¡Qué fuerte! Lleva esperándote en el aparcamiento
todo el rato. Querrá disculparse —dice Sam mirándolo de
soslayo.
Él sigue de pie, recostado sobre su coche, mirándonos
marchar con su cara de desconcierto y decepción.
—Que se meta las disculpas por donde le quepan.
—Muy bien, amiga. Que sufra. Se lo merece por imbécil.
Intento olvidarle y me centro en el parloteo de
Samantha, algo sobre lo que me está contando me llama la
atención. El nombre de Felix se repite con demasiada
frecuencia y su expresión cambia cuando le menciona.
—¿Te has liado con Felix? —pregunto a bocajarro.
—¡Nooo! Jamás, es un gilipollas engreído.
—Pensaba que te caía bien.
—Eso fue antes de conocerlo mejor. —Su mirada se
entristece—. Creo que nos hemos dejado llevar por sus
atributos físicos, amiga. ¿Sabes cuál es nuestro problema?
—Ni idea. Ilumíname —contesto con una sonrisa. De su
boquita puede salir cualquier cosa.
—Estamos muy necesitadas, los especímenes
masculinos altamente bien dotados escasean en el pueblo.
Tenemos que ampliar nuestro radio de acción.
Me parto de la risa con su manera tan solemne de
hablar y, por supuesto, si no tuviera una niña a la que
cuidar, me apuntaría a los planes que ha trazado para
remediar la situación.
Giulia y Reese se ponen contentísimas al ver llegar a mi
amiga, ambas se lo pasan pipa con ella. Incluso Jessica
parece divertirse con las ocurrencias de Sam. Me siento
aliviada, temía que la conversación de esta mañana se
quedara en balde, pero mi pequeña está contenta e
interactúa con la susodicha como si no hubiera pasado
nada. Cenamos todos juntos entre risas y bromas sobre el
dúo macizorro, como los apoda mi amiga; lo malo es que no
tiene filtro y a mi niña no se le escapa nada. Luego me toca
a mí responder a preguntas incontestables.
Tras la cena, ayudamos a Giulia a recoger la cocina y
nos vamos a casa. Estoy metiendo a mi peque en la cama
cuando, de repente, suena el timbre.
—No te levantes —advierto—. Será la tía Sam, que ha
venido a traer la bufanda que he olvidado en su coche —
añado y, sin preocuparme por mis vestimentas, me dirijo al
salón.
Capítulo 6
Me quedo de piedra al abrir la puerta. Delante de mí, con un
aire atormentado, tengo a la última persona que esperaba
ver esa noche.
—¿Qué haces aquí?
—¿No vas a invitarme a pasar? —pregunta mirándome
con una intensidad que me afloja las piernas.
—No. Es tarde y cualquier asunto que tengamos que
tratar seguro que puede esperar hasta mañana.
Me mantengo firme, ya no me interesan sus disculpas,
como tampoco seguir acostándome con él. Mi cuerpo no
está de acuerdo y reacciona al recordar sus besos, sus
caricias, su voz cerca de mi oído, su aliento sobre mí… Me
estremezco de pies a cabeza y noto cómo se me endurecen
los pezones, gruño mentalmente al acordarme de que no
llevo sujetador. Sin pensarlo cruzo los brazos sobre el pecho
en un intento de ocultar lo evidente, el movimiento
repentino capta su interés y su mirada se oscurece,
volviéndose negra como el océano en un día de tormenta.
—Creí que habíamos acordado no mezclar temas
profesionales con personales —dice como si eso lo
solucionara todo.
—Eso fue antes de saber que mi jefe es un capullo
integral —contesto usando nuestro pacto en su contra.
—Mami, la tata dijo que capullo es una palabrota.
—Te dije que no te levantaras de la cama —reprendo al
mismo tiempo que intento cerrar la puerta para que no
haga contacto visual con Nick. Pero el muy «capullo» se me
adelanta y cuela la cabeza por el hueco.
—Buenas noches, princesa. ¿Te acuerdas de mí? —Mi
niña sonríe de oreja a oreja, y por supuesto que se acuerda
de él, es su candidato a padre preferido. A pesar de mis
intentos de quitarle esa idea de la mente y de decirle que
no puede pedir a todo hombre que se le cruce por delante
que sea su papá.
—Sí, eres el jefe de mi madre. —Me quito de medio para
desbloquearle el paso—. ¿Quieres ver mi colección de
muñecas?
Me siento aliviada al escuchar su pregunta, seguro que
consigue lo que yo llevo rato intentando: que se largue.
—Me encantaría —contesta él dejándome ojiplática.
Dado mi asombro, tardo en reaccionar y para cuando quiero
intervenir mi niña ya lo está arrastrando de la mano a
través del pasillo.
Le cogí del brazo y entre dientes le susurré:
—No puedo creer que utilices a mi hija pare entrar en mi
casa. Te recuerdo que esta mañana te importaba una
mierda —digo cargada de rencor y mis palabras surten
efecto. La palidez cubre su cara, seguida de la vergüenza y
de la culpa.
—Deja que me explique. Por favor —suplica en un
susurro y se detiene en el umbral de la habitación de mi
pequeña. Creo que espera mi consentimiento para ambas
cosas.
—Ven. Entra —insiste Reese impaciente.
Me mira esperando una señal y no me queda más
remedio que dársela. Asiento con la cabeza y me apoyo en
el marco de la puerta. No pienso quitarle ojo. Minutos
después mi desconcierto es mayúsculo, jamás imaginé que
tuviera mano con los niños. Hasta pone voz de chica para
interpretar a la princesa Anna, hermana de la reina Elsa.
Tengo que hacer un esfuerzo para no reírme, misión
imposible en el momento en que mi niña se toma en serio lo
de caracterizarlo: le pone una peluca, una capa que apenas
le llega a medio brazo, le pinta los labios de rosa y le da una
varita musical de color azul. Suelto una carcajada y me
doblo por la mitad, si tuviera mi móvil lo grabaría y lo
subiría a TikTok solo para vengarme de su comportamiento
de esta mañana.
Nuestras miradas se cruzan y algo se remueve dentro
de mí, una calidez me inunda y me doy cuenta de que mi
enfado casi ha desaparecido.
—Cariño, se acabó por hoy. Es tarde y ya tendrías que
estar durmiendo —digo rotunda y empiezo a quitarle todos
los adornos que lleva encima. Nick se levanta y hace lo
mismo.
—Jo, mami. Solo un poquito más, por favor —pide
haciendo pucheros.
—No, señorita, ya tuviste suficiente. Ahora a recoger
todos los juguetes y a la cama.
—¿Vendrás otro día para que sigamos jugando?
—Tesoro, el jefe de mamá es un hombre de negocios
muy ocupado. Siempre está viajando de un lado a otro.
Pronto cogerá su avión y se irá bien lejos. —Me parte el
corazón ver su decepción, pero es mejor cortar de raíz que
llenarla de falsas esperanzas.
—Ah, vale. —Se mete en la cama tras ordenarlo todo y
me permite arroparla—. Buenas noches —dice mirándole a
él.
—Buenas noches, princesa —contesta Nicholas
ganándose una sonrisa deslumbrante de mi pequeña.
Pido con la mirada que me espere en el salón, tras su
salida apago la luz y enciendo la lamparita de estrellas
situada en su mesita de noche. Hablo a mi hija en un tono
suave y envolvente mientras le acaricio el pelo, en unos
segundos está profundamente dormida. Le deposito un beso
en la frente y salgo sin hacer ruido.
Antes de ir al salón me meto en mi habitación, doy un
repaso a mi vestimenta y ya que estamos me peino y me
lavo los dientes. Cuando veo lo que estoy haciendo me doy
una patada mental.
—No seas idiota, Chloe, mantente firme —digo en voz
alta a mi reflejo en el espejo.
Nada más entrar al salón, me dirijo a Nicholas:
—Te escucho.
Durante unos minutos que parecen eternos no dice
nada, solo me mira, y el anhelo que veo en sus dos esferas
azules hace tambalear mi determinación. Mil preguntas
pasan por mi cabeza en esa fracción de segundo. ¿Por qué
se portó así? ¿Por qué Martina intenta perjudicarme? Bueno,
esa respuesta parece obvia, o fue o es su amante. Me
recuerdo a mí misma que en nuestro pacto no entra la
exclusividad y mis entrañas se retuercen por un sentimiento
de posesión desconocido.
—Ya que has sido tan directa intentaré hacer lo mismo.
—Se pasa la mano por el pelo de forma compulsiva,
desordenándolo aún más si cabe—. La relación que
mantengo con mi padre es muy complicada en estos
momentos. No sé si lo sabes, pero él es el presidente de la
empresa y yo era su brazo derecho, estaba preparándome
para sustituirlo en los próximos años, cuando se jubile. —Se
calla, cierra los puños y coge aire. Se nota que es un tema
sensible para él.
—¿Quieres tomar algo? —pregunto aflojando la tensión.
Asiente y le sirvo la única bebida alcohólica que tengo:
cerveza. Él mira el botellín y suspira, sé que hubiera
deseado una buena dosis de whisky. Me llevo mi botella a la
boca y doy un gran trago, yo con eso me emborracho. Por
precaución la dejo sobre la mesita de centro y le miro
pidiendo que siga.
—No obstante, todo se torció hace un año. —Vuelve a
callarse, esta vez parece avergonzado—. Tuve un romance
con mi secretaria y ella se volvió loca cuando lo dejamos. Se
fue a la prensa y armó un escándalo que salió en todos los
periódicos, los accionistas pusieron el grito en el cielo y mi
padre me envió a Wichita como director regional.
Le miro con la boca abierta, jamás pensé que se tratara
de un culebrón mexicano. Ahora las palabras de Martina
cobran sentido. Él la lía y ella se encarga de recoger los
platos rotos. Una rabia ciega me invade. ¿Quién se cree que
es? ¿Cómo puede pensar eso de mí?
—Así que eso es lo que ha pasado, por eso tu ayudante
me tiene tanta manía, se cree que seré la próxima loca en
arruinar tu reputación. Pues entérate bien, jamás me
rebajaría de esa manera por un hombre y menos por uno
que no sabe mantener la polla en la bragueta y que se tira a
todo lo que se menea.
Me quedo a gusto con mi sarta de improperios, pero su
reacción no es la que esperaba.
—¿De qué te ríes?
—¿Estás celosa?
—No seas ridículo. ¿Cómo voy a estar celosa de ti? Lo
que me faltaba por escuchar. A ver si esa cerveza tiene más
grados de los que indican.
—Cielo, en ningún momento pensé que pudieras
hacerme lo mismo, tampoco soy una especie de latin lover
de oficina. Elizabeth fue la primera y juré que sería la
última, pero tú te metiste en mi camino meneando ese
trasero de infarto que tienes en el bar y me dejaste
noqueado. —Aparto la mirada avergonzada, maldita noche,
maldito alcohol—. Intenté resistir, pero me conquistaste con
tu manera de ser, con tu sonrisa dulce, con tu carácter
fuerte, con esos labios que me muero por besar.
Sus palabras captan mi atención y levanto la mirada. La
pasión que encuentro en sus ojos me calienta y me asusta a
partes iguales. No quiero dejarme llevar por lo que me hace
sentir, por el deseo que me recorre las venas y me quema
las entrañas.
—Esta mañana no decías lo mismo —ataco para
recuperar el control.
—Lo de esta mañana fue una equivocación, estaba bajo
mucha presión. La videoconferencia era con mi padre, me
quedé con el culo al aire ante él —se tensa al nombrar su
progenitor—; tuve que escuchar sus reproches y te puedo
asegurar que lo que te dije suena a canto celestial
comparado con su repertorio de insultos. —Se acerca a mí
de una zancada y me estrecha entre sus brazos—. Lo siento,
siento haber pagado contigo toda mi frustración. Eres la
persona que menos lo merecía y he estado todo el día
sintiéndome como un miserable, deseando acercarme sin
saber cómo. Veía la frialdad en tu mirada y nada de lo que
pensaba decir parecía suficiente para justificar mis actos.
Por eso te he contado toda la historia, quería que me
entendieras, que me perdonaras.
Mi determinación se resquebraja. Su mirada suplicante,
el calor de su cuerpo envolviendo el mío, todo se suma para
derrumbar las barreras que había construido entre nosotros.
Pienso en todo lo que pasó y en lo difícil que habrá sido para
él compartir esa parte de su vida conmigo, y decido
perdonarle.
—Está olvidado —susurro.
Su boca cae sobre la mía, reclamándola, y algo dentro
de mí estalla. Le devuelvo el beso con ferocidad. Nuestras
lenguas se encuentran, se exploran ávidas por saciar un
hambre que nos consume. Sus grandes manos se deslizan
por mi cuello deteniéndose en mis mejillas; con su pulgar
acaricia mi maxilar provocando que un cóctel de emociones
explote en mi pecho. Gimo y me mordisquea el labio,
conduciéndonos a un camino sin retorno.
Le deseo de una forma primitiva y por un momento me
dejo llevar por el placer. Mis manos exploran su cuerpo y las
suyas se deslizan por el interior de la parte trasera de mis
pantalones de chándal, cubren mis nalgas y las estrujan al
tiempo que atrae mi cuerpo a su monumental erección. Me
arde la entrepierna, necesito tenerlo dentro de mí.
—¿Dónde está tu habitación, Chloe? No puedo esperar
más, me vuelves loco.
Su voz me trae a la realidad y cae sobre mí como un
jarro de agua fría. ¿Cómo he podido ser tan descuidada?
Reese puede pillarnos en pleno acto, la sola posibilidad de
que algo así suceda me deja congelada y borra de golpe mi
excitación. Tengo que ser cuidadosa, no puedo confundir a
mi pequeña de esta forma. Sufrirá mucho si piensa que
entre Nicholas y yo hay algo. Por supuesto, no entendería lo
que estuviéramos haciendo, pero un beso para ella es una
declaración de amor y en un periquete estaría llamando
papá a mi jefe.
—Chloe, ¿estás bien? De repente sentí que te perdía. —
Me levanta la barbilla en busca de respuestas.
—Lo siento, no podemos hacerlo aquí. Mi niña puede
despertarse en cualquier momento. —Apoya su frente sobre
la mía y respira hondo un par de veces—. Tienes que irte.
—Tranquila. Lo entiendo, aunque mi amiguito aquí abajo
esté a punto de sufrir un colapso. —Hace una mueca de
dolor y después sonríe de medio lado—. Tendrás que
compensarme. —Deposita un suave beso en mis labios.
—Pensaré en algo —digo con una sonrisa pícara y le
acompaño hasta la puerta.
—Ya sé lo que quiero —dice y sus ojos adquieren un
tono profundo—. Pasa el fin de semana conmigo.
—Me encantaría, per… —Pone un dedo en mis labios
silenciándome.
—No digas nada ahora. Piénsalo y si consigues
arreglarlo todo, me llamas y paso a recogerte antes del
mediodía.
Me quedo en el salón, sola, sumida en mis
pensamientos. Deseando algo que no sé si debo aceptar. He
dedicado los últimos cuatro años y medio de mi vida
exclusivamente a mi hija, a sacarla adelante, a pagar las
facturas, a proporcionarnos un hogar caliente y seguro. En
todo ese tiempo mis anhelos fueron sofocados, la mujer
joven y llena de energía que habita en mí se quedó en un
segundo, no, en un tercer plano. Incluso llegué a creer que
ya no estaba, que había desaparecido con las
responsabilidades que conllevaba ser madre soltera. Es
cierto que tengo el apoyo de Giulia y si no fuera por ella, no
quiero ni pensar cómo estaría en este momento. Sin
embargo, conocer a Nicholas trajo a flote esa mujer que
estaba adormecida y con ella unos sentimientos peligrosos.
No digo que haya sido una monja estos años; por supuesto,
tuve sexo esporádico, destinado a saciarme físicamente.
Y es ahí donde reside el problema: la mujer que
empieza a despertar desea más. Desea salir a cenar fuera,
ir al cine un viernes cualquiera. Desea reír y bailar sin
preocuparse por nada. Deseo tantas cosas que temo perder
el control. Y si pierdo el control no solo sufriré yo, haré sufrir
a la persona que más amo en esta vida.
Las ganas de estar con él vencen mi sentido común,
muchas mujeres crean a sus hijos solas y no por eso dejan
de vivir de forma plena. Hay un término medio y estoy
segura de que lo encontraré. Con la decisión tomada solo
me queda hacer una cosa.
—Hola. ¿Te he despertado?
—Nooo, ya sabes que soy un ave nocturna —contesta
Sam mientras el sonido de dedos tecleando a una velocidad
de vértigo se cuela en la comunicación.
—Ya veo, estás husmeando donde no debes.
—Sí, no puedo evitarlo. La curiosidad me puede.
—Aparca tus actividades delictivas un rato. Te necesito
este fin de semana.
Mi amiga se lleva una grata sorpresa y, aunque tiene
planes, los cancela para ayudarme. No es la primera vez
que se ofrece a quedarse con mi pequeña para que tenga
una aventura. No solo ella, Giulia lo hace de forma
reiterada. No obstante, nunca me gustó endilgarle a nadie
mis responsabilidades. El remordimiento y la preocupación
empiezan a colarse en mi mente.
—Oye. Deja de comerte la cabeza, que ya te conozco.
Disfruta, vive el momento —dice Sam liberándome de mis
temores.
Capítulo 7
La espera se hace eterna y tengo que hacer un esfuerzo
constante para poner fin a mis pensamientos. No dejan de
repetirme que quizás me he precipitado aceptando pasar el
fin de semana con Nicholas. Giulia se percata enseguida de
mi estado de ansiedad e intenta calmarme.
—Cariño, tranquilízate. No estás haciendo nada malo,
eres joven y va siendo hora de que vivas un poco. Además,
con un hombre como ese hasta yo me apuntaría a lo que
fuera.
—Sé que tienes razón. Y sí, está de muerte. —Sonrío
pensando en sus atributos, unos que mi amiga solo intuye
—. Pero es la primera vez que hago algo semejante, no
suelo ser tan impulsiva.
Vuelvo a mirar por la ventana del salón de Giulia, he
preferido esperarlo en su casa para evitar que mi pequeña
lo viera. Ella es muy lista y estaría bombardeando a Sam
con preguntas desconcertantes.
Cuando lo veo salir del coche me tranquilizo, su imagen
dista mucho de la habitual, siempre enfundado en trajes
hechos a medida. Hoy lleva un pantalón vaquero en azul
marino que le queda como un guante, una camisa negra de
cuello Mao y una cazadora desabrochada de cuero también
de color oscuro. Su pelo cae en ondas desordenadas sobre
su rostro, se ve muy sexy. Me doy cuenta de que nuestros
atuendos casan a la perfección, yo me decanté por un
vestido largo de florecillas en tonos beige, unas botas de
caña alta sin tacones y una parka de pana con efecto
encerado en color café.
—Vete, niña. No le hagas esperar —dice mi amiga, que
también le mira a hurtadillas a través de la cortina.
Me apresuro en ir a su encuentro, demasiado
desconcertante sería tenerle delante de la puerta de mi
amiga. Me recibe con una sonrisa ladeada y en dos
zancadas se acerca a mí para coger mi maleta. Le devuelvo
la sonrisa y me meto en el coche mientras espero que
acomode mi bagaje en el maletero. Es todo muy raro, me
siento tímida y fuera de lugar, no sé qué decirle. No es
como una cita, donde tienes un montón de expectativas y
vas preparada para impresionar y mostrar tu mejor versión.
Nosotros nos hemos desnudado físicamente sin pudor y con
desenfreno, pero nos hemos mantenido a kilómetros de
distancia en el terreno sentimental. Ahora es diferente,
acabamos de tomado otra dirección, una mucho más
peligrosa.
Una vez pone el vehículo en marcha me dirige la
palabra:
—Estás muy guapa —dice provocando que un ligero
ardor me suba por las mejillas. No sabría decir la última vez
que un hombre me dijo algo así.
—Tú también te ves guapo. Te sienta bien la ropa casual
—digo recorriendo su cuerpo con la mirada y sin poder
evitarlo me detengo en sus musculosas piernas, marcadas
por los vaqueros ajustados. Un delicioso cosquilleo se
instala en el centro de mi abdomen y tengo que luchar para
ocultar mi deseo.
—Espero haber acertado con la elección, el pueblo es
muy pequeño y no abundan las ofertas. También he
pensado que querías salvaguardar tu intimidad.
Eso me pilla por sorpresa. Tengo tantas cosas en la
cabeza que me olvidé de ese pequeño detalle. Las ciudades
pequeñas son un incordio, no hay forma de ocultar nada.
Nuestra escapada romántica hubiera salido en los
periódicos.
—Gracias por tenerlo en cuenta. Aquí casi nunca pasa
nada, la gente está aburrida y cuando ven algo fuera de lo
habitual casi que lo celebran. Es como el estreno de una
película mundialmente esperada.
—Joder, suena terrorífico. —Pone una mueca graciosa—.
Creo que no podría vivir así, sintiéndome observado a cada
movimiento.
—Te acabas acostumbrando —digo mirando por la
ventana, los cristales son tintados y me protegen de las
miradas curiosas—. También tiene su lado bueno. Si
necesitas algo, todos acuden a ayudarte.
Pasamos parte del trayecto hablando de nuestras
aficiones. Resulta que a Nicholas le gusta practicar deportes
de contacto como el boxeo, el taekwondo y el kickboxing,
pero también el cine, leer y disfrutar del silencio y de la
soledad. Quitando el deporte, y por increíble que parezca,
ya que venimos de mundos tan distintos, tenemos gustos
parecidos. Debo confesar que lo imaginaba de fiesta en
fiesta codeando con mujeres espectaculares y adineradas
como él.
El viaje también me sirve para saber algo más sobre su
familia. Sus padres están separados y su madre reside en
París, donde se encuentra la sede de la empresa. Tiene una
hermana menor que vive del cuento, como el padre de mi
niña. Gastándose a manos llenas el dinero de papá. Me sentí
mal juzgándola, quizás si tuviera veintidós años y una
cuenta con fondos ilimitados estaría en la misma situación.
Yo, por mi parte, le hablé a regañadientes del padre de mi
hija, de la conexión que teníamos antes de que se perdiera
por el mundo. Le conté sobre la nula relación que tengo con
mis padres. Hablar de nuestras respectivas familias nos
sumió en un silencio introspectivo que, sin proponérnoslo,
nos unió un poco más. Retomamos la conversación con un
tema más ameno y mucho más divertido: las travesuras y
las ocurrencias de Reese. Él había sentido en sus propias
carnes las consecuencias de dejarse embaucar por mi
pequeña lianta. Un poco más y le hubiera depilado las cejas
y puesto tacones.
La risa cálida y sexy de Nicholas inunda el ambiente
disipando todas las dudas que pululan por mi mente. Me
siento relajada y feliz, con una tranquilidad que no tenía
desde hacía mucho tiempo. Cuando quiero darme cuenta
nos hemos desviado de la carretera principal y nos
encontramos en una zona despoblada, el paisaje es precioso
y una bonita cabaña rodeada de robles y con vistas a un
gran lago despunta al final del camino.
—Es precioso, ¿cómo lo has encontrado?
—Un amigo mío de Wichita es dueño del rancho que
está al otro lado de la carretera. La cabaña pertenecía a su
mujer, vivía aquí antes de que se casaran y unieran sus
tierras.
Tras aparcar el coche recogemos nuestro equipaje y
caminamos hacia al porche. Antes de entrar echo otro
vistazo a mi alrededor y me percato de lo aislada que estoy
del mundo. Quizás debo sentirme abrumada, pero saber que
pasaré las próximas veinticuatro horas con Nicholas lejos de
todas mis responsabilidades y mis miedos me hace sentir
inmensamente feliz. Una vez en el interior no puedo dejar
de admirar el buen gusto con el que está decorada. Es
acogedora y romántica; con un estilo country donde la
madera, el cuero y la imponente chimenea de piedra que
preside el salón son los protagonistas. Una rústica escalera
nos conduce a la segunda planta, en silencio descubrimos el
dormitorio principal y la enorme cama de matrimonio que
está en el centro de la habitación nos atrapa de manera
irremediable.
—Debería preguntarte si te apetece salir a ver los
alrededores o si prefieres comer algo, pero explotaré si no
te desnudo y te follo ahora mismo —dice con voz ronca
envolviéndome en sus brazos—. Dime que deseas lo mismo.
—Estamos de suerte. No hay nada que desee más.
Él sonríe de esa manera que me vuelve loca y me alza
por los glúteos, haciendo que rodee sus caderas con las
piernas. Se acerca a la cama y de un tirón saca la manta
que la cubre, luego me deposita sobre ella con una
delicadeza que no me esperaba. Estaba preparada para que
me poseyera con ímpetu. Con esa misma parsimonia se
dirige a la chimenea para atizar el fuego y colocar más
troncos. Mientras lo hace me quito las botas y las medias, y
en un arranque de osadía me deshago también del vestido,
quedándome en ropa interior.
Cuando sus ojos se posan sobre mi cuerpo semidesnudo
su mirada arde como el fuego sobre la leña de la chimenea.
Se acerca y me acaricia con suavidad, deslizando los dedos
por mi cadera hasta detenerlos en mi entrepierna, por
encima del encaje de las bragas. Cierro los ojos y echo la
cabeza hacia atrás, disfrutando del excitante contacto.
—Me vuelves loco —dice con un tono ronco y profundo
mientras sus dedos se cuelan entre mis bragas para
alcanzar mi sexo.
—Nick… —gimo.
—Tu olor, tu sabor y tu tacto son como una droga para
mis sentidos, Chloe —susurra a la vez que me arranca la
prenda de un tirón; me río de su repentina impaciencia. Risa
que muere en mis labios cuando su lengua, sus dientes y
sus dedos se unen para enloquecerme de placer. Enredo los
dedos en su pelo y lo acerco a mi entrepierna, la lujuria me
consume y me entrego por completo.
Me encuentro atrapada en una especie de nebulosa
donde no existe nada más que el increíble placer que estoy
experimentando.
—Me tienes hechizado —murmura y abro los ojos.
Se encuentra de pie al lado de la cama, me giro hacia él
para mirarle en toda su plenitud. No sé en qué momento se
ha quitado la ropa, pero no me importa. Su silueta se
recorta contra el resplandor de las brasas de la chimenea y
es simplemente perfecta. Su pelo, ondulado y oscuro, luce
más despeinado de lo habitual, su incipiente barba le añade
un aire peligroso que le sienta de maravilla. A pesar de su
espectacular erección, la cual apunta hacia mí, clamando mi
atención, lo que más me atrapa son sus ojos, de un azul tan
profundo que parecen negros.
—Ven aquí —me pide, y me ayuda a ponerme en el
borde de la cama. No hacen falta más palabras para saber
que se ha puesto en plan dominante. Y después de los
múltiples orgasmos que me ha regalado con sus dedos, con
su lengua, con su boca, estoy más que dispuesta a
satisfacer cada uno de ellos—. Siéntate al borde de la cama
—su tono es imperativo y me excita de una forma que no
debería ser apropiada; aun así, le obedezco como una niña
buena—. Abre la boca, Chloe —ordeno y yo no titubeo.
Deseo probarlo y llevarlo a la locura como él lo ha hecho
conmigo innumerables veces. Aunque no tener el control
asusta un poco, sobre todo por las dimensiones de su
miembro, largo y grueso. Mi corazón late a mil por hora,
pero confío en él. Sé que parará si algo no me gusta. Toma
su miembro y lo masajea un par de veces antes de
deslizarlo por el contorno de mis labios.
—Trágatela.
Me mira con los ojos ensombrecidos por la pasión y las
dudas desaparecen. La meto en mi boca lentamente
frotando los labios a lo largo de su longitud, poco a poco lo
siento deslizándose hasta el fondo, trago y el movimiento le
constriñe el pene. Siento arcadas y por un momento me
asusto, creo que no seré capaz de hacerlo, me pican los ojos
debido a algunas lágrimas.
—Relájate y respira, respira por la nariz —dice con un
tono ronco y suave. Sus palabras me tranquilizan y, a pesar
de la incomodidad, decido seguir adelante. Ahora entiendo
por qué disfruta tanto dándome placer, es un poder
adictivo.
Repito el movimiento antes de empezar a chuparlo con
fuerza. Gime y echa la cabeza hacia atrás. Su reacción es
como un afrodisíaco para mí. Le rodeo la punta con la
lengua, chupo fuerte y lo llevo hasta el fondo, tragándolo
por completo.
—Otra vez, hazlo otra vez.
No deja de mirarme, tiene las pupilas dilatadas. Me
siento muy poderosa. Enreda los dedos en mi pelo y mueve
las caderas, entrando y saliendo de mi boca. Le tiemblan las
piernas y sus testículos se contraen todavía más, sé que
está cerca.
—Detente —pide con un gemido estrangulado.
—Nooo…
—Voy a correrme en tu boca si no te detienes —advierte
entre jadeos.
No me importa que lo haga, sin embargo, necesito
sentirlo dentro de mí. Me echo hacia atrás, apoyando los
antebrazos sobre el colchón mientras me paso la lengua por
los labios, hinchados y sensibles por la felación que acabo
de hacerle. Él no tarda en abalanzarse sobre mí, sus labios
buscando los míos, disfrutando de uno de esos besos que
compartimos desde que le conocí, besos que me hacen
temblar de la cabeza a los pies.
Antes de que me baje de la nube, se hace un lugar
sobre mi cuerpo y me penetra hasta el fondo con una
tortuosa lentitud que me hace cerrar los ojos, consumida
por una pasión cegadora.
—Mírame, Chloe —demanda. Sus manos sobre las mías,
por encima de mi cabeza, su cuerpo suspendido sobre el
mío, controlando su peso para no aplastarme. Se retira
despacio y luego vuelve a hundirse con ímpetu, lo repite
una y otra vez. Hasta que sus movimientos alcanzan un
ritmo enloquecedor. Grito de placer y dolor por la
profundidad de sus embestidas. Él se apodera de mi boca
acallando mis jadeos. Mi vientre empieza a contraerse, él lo
nota. Intensifica el ritmo, saliendo y entrando de forma
desquiciada, conduciéndonos a un imparable y
sobrecogedor orgasmo.
Vuelvo a la realidad poco a poco, sin poder precisar el
tiempo que ha pasado. Nicholas sale de mí y se deja caer a
un lado, aunque enseguida alarga un brazo para atraerme
hacia su pecho. Siento cómo me pesan los ojos y de entre la
bruma veo una sonrisa de satisfacción dibujándose en sus
labios. Su mano se desliza por mi pelo con suavidad y me
dejo llevar por una deliciosa sensación de languidez.
Tras una pequeña siesta para recuperar fuerzas, nos
levantamos, nos duchamos y volvemos a amarnos bajo el
humeante calor que desprende la ducha. Más tarde,
saciados y relajados, nos dedicamos a disfrutar del paisaje.
Respiro hondo un par de veces y abro los ojos, el aire es
puro y el entorno no puede ser más apacible. Hay varios
ejemplares de aves sobrevolando los alrededores del lago,
buscando las copas de los árboles. Su canto inunda el
silencio, es como estar delante de una orquesta sinfónica.
Estoy muy contenta por haber aceptado la invitación de
Nicholas, el lugar es mágico y desde que hemos llegado me
encuentro sumergida en una nube de felicidad. Hicimos el
amor con una pasión y una entrega que nunca he
experimentado.
—Estás muy callada, Chloe. ¿En qué piensas? —
pregunta lleno de curiosidad.
—En nada en particular, solo disfruto de la naturaleza.
—Le sonrío mientras seguimos caminando por el sendero
que bordea el lago—. Tu amigo tiene suerte de tener un
lugar así. Por cierto, ¿cómo os conocisteis?
—Oliver trabaja para mí, en realidad ya nos conocíamos
de antes. Hicimos la carrera de Ingeniería Agroindustrial
juntos, luego me fui a trabajar con mi padre en Illinois y
perdimos el contacto.
—Deduzco que lo retomasteis cuando volviste a Wichita.
—Él asiente y las ganas de saber más me dominan—.
¿Cómo te sientes con la imposición de tu padre? ¿Te gusta el
cambio de ciudad?
Su silencio me indica que quizás haya indagado
demasiado. Está claro que lo que pasa entre padre e hijo va
más allá de lo que sale a la superficie.
—Perdona mi indiscreción. No tienes que contestar.
—No importa, solo espero que no me des evasivas
cuando las preguntas las haga yo. —Sonrío al darme cuenta
de que he caído en su trampa.
—Touché, aunque tengo que recordarte que en ningún
momento te obligo a contestarlas.
Me guiña un ojo y, a pesar de su reticencia inicial, habla
con serenidad de la relación que tiene con su progenitor. La
conversación es muy esclarecedora. Por lo visto, la empresa
fue fundada por su abuelo materno, un parisino, que tras
fallecer legó su empresa a su hija. Esta, a su vez, se casó
con Thomas, padre de Nick, un norteamericano que llevaba
años viviendo en París. Durante un tiempo el matrimonio
fue muy feliz y tuvieron dos hijos, los ingresos crecían bajo
el mando de Thomas y decidieron conquistar las Américas.
La suerte siguió sonriéndoles y en menos de una década
dominaron el mercado estadounidense. Tras el éxito en los
negocios sigue el fracaso matrimonial, sus padres se
separan y su madre decide volver a París llevándose con
ella a su hermana menor. Nicholas, que para entonces se
llevaba de maravilla con su progenitor, sigue a su lado,
apoyándole y brindándole el mismo apoyo que este le negó
por un escándalo parecido: su padre le puso los cuernos a
su madre con su secretaria. Resumiendo, lo de ligarse al
personal de oficina viene de serie, así que a la futura señora
Hayden la aconsejaría andar con ojo; quizás le diría que
haga ella misma la entrevista, seguro que encuentra una
ancianita como candidata al puesto de asistente.
La segunda pregunta también la contesta y, aun
sabiendo que lo nuestro no tiene mucho recorrido, siento un
vacío en el pecho al escuchar de su boca que su futuro está
lejos de Wellington y más allá de Wichita. Sus planes
continúan siendo ocupar el lugar de su padre; en realidad,
está destinado a ello. Nuestras vidas no podrían ser más
dispares. Mientras su familia está forrada, la mía lucha para
llegar a fin de mes; mientras él tiene el respaldo de su
familia, a pesar de la rencilla con Thomas, yo llevo casi seis
años sin saber nada de la mía. Repudiada por avergonzarlos
delante de todo el pueblo. Y como había prometido, después
de saciar mi insana curiosidad, Nicholas me bombardea a
preguntas. Algunas fáciles de contestar, otras no tanto.
El sol ya estaba escondiéndose en el horizonte cuando
decidimos volver de nuestro largo paseo. Un paseo que no
nos conduciría a ningún camino pero que nos había unido
más que la intimidad que habíamos compartido
anteriormente.
Capítulo 8
Me despierto con un cosquilleo en la mejilla, es una caricia
suave, como un aleteo. Sonrío y abro los ojos.
—Buenos días —dice.
Su mirada azul se desliza por mi cuerpo desnudo, ya no
hay tela alguna entre nosotros y recorre cada rincón,
calentándome, despertándome. Mi corazón se acelera
cuando sus dedos recorren el mismo camino que hicieron
sus ojos. Se detiene en mi seno, traza círculos alrededor de
mis hinchados y sensibles pezones. Saboreo la deliciosa
sensación, la abrazo y me entrego como nunca creí posible,
sin miedo, sin vergüenza. Todavía me cuesta creer todo lo
que hemos compartido en estas casi veinticuatro horas que
llevamos juntos, nos hemos desnudado en cuerpo y alma.
—No me mires así —susurro abrumada por la lujuria
desmedida, casi primitiva con que me mira. Es como si
quisiera devorarme entera, como si quisiera marcarme a
fuego.
Antes de que pueda contestarme oigo a lo lejos el
sonido insistente de su móvil, el ruido rompe el encanto y
solo me queda disfrutar de las vistas mientras él se levanta
en toda su gloria para contestar la llamada. Mi hubiera
gustado que su teléfono tampoco tuviera cobertura como el
mío.
Nada más cogerlo su mirada se traslada a mí, veo cómo
asiente y camina en mi dirección. El corazón me da un
vuelco porque sé que la llamada es para mí. Mi niña, algo
pasó. Tomo el aparato con las manos trémulas y me lo llevo
al oído.
—Dime que Reese está bien, Sam —pido con la voz
estrangulada.
—Hola, tranquila, la pequeñaja está perfecta. Te llamo
por Giulia, se ha puesto mala y Jessica la ha llevado al
médico. Ahí pasa algo raro, Chloe, y siento interrumpir tu
sesión de sexo en la cabaña, pero tienes que venir. La
estúpida de su hija no me da información sobre su estado ni
me deja verla.
—¿Has probado a llamarla por el móvil?
—Claro que sí. Fue lo primero que hice y nadie contesta.
—Ahora mismo vuelvo a casa —digo pegando un salto
de la cama—. Llamaré a Jessica, a ver si consigo hablar con
ella —añado para tranquilizarla.
Busco a Nick con la mirada para pedirle permiso para
usar su teléfono, sin embargo, él se ha metido a la ducha.
No me lo pienso y marco su número, lo coge y al escuchar
mi voz tiene el descaro de colgarme. Enfurecida, dejo el
iPhone sobre la cama y me dirijo al cuarto de baño. Él me
mira con aprensión antes de preguntar:
—¿Qué ha pasado? ¿Reese está bien?
Su angustia es evidente y al saber que se encuentra
bien me pega a su cuerpo y me besa aliviado. Le explico lo
que ha pasado y no hace falta que le pida regresar con
urgencia. Nos duchamos, nos vestimos y de manera
ordenada pero ágil recogemos el equipaje, parece que
llevamos una vida entera viviendo juntos. No necesitamos
palabras para comunicarnos, con solo mirarnos sabemos lo
que cada uno debe hacer. Con todo el bagaje metido en el
coche, decidimos hacer un pequeño almuerzo para no tener
que parar en la carretera. Hay mucha comida y gran parte
irá a la basura.
Cerramos la cabaña con llave y la dejamos debajo de un
gran macetero situado en el lado derecho del porche. A
medida que nos alejamos siento cada vez más opresión en
el pecho, es como si dejara atrás algo mucho más
transcendental que el exuberante paisaje.
Durante parte del recorrido hablamos de Giulia, de
cómo ella irrumpió en mi vida la tarde que me puse de parto
tras hacer doble turno en el supermercado donde trabajaba
como cajera. Eso le hace comprender lo mucho que significa
para mí y sobre todo para Reese; ella es como su abuela, la
única que conoce. Me emociono al hablar de la conexión
que mi amiga tiene con mi pequeña.
—Todo saldrá bien, ya verás —dice al tiempo que coge
mi mano y le da un leve apretón.
—Tengo miedo de que Jessica nos impida verla. Está
muy celosa de la relación que tenemos.
El resto del camino se hace eterno, el silencio domina el
ambiente y ninguno de los dos se atreve a decir una
palabra. Yo sigo dándole vueltas a lo sucedido, luchando
para no sentirme culpable, aunque no lo consigo, y Nick
centrado en la carretera sin soltar el pie del acelerador.
Cuando por fin aparca delante de mi puerta y veo la carita
de mi princesa asomada en la ventana, parte de mi
angustia desaparece. Ella pega un grito de alegría al
reconocerme, provocando que se me llene el pecho de
orgullo. La amo tanto. Antes de que consiga poner un pie
fuera del coche ya la tengo saltando sobre mis brazos.
—¡Mami, estás aquí! Te he echado muchísimo de
menos. —Me llena la cara de besos. Creo que es la primera
vez que pasamos tanto tiempo separadas.
—Yo también, tesoro. ¿Qué tal estás? ¿Te has portado
bien con la tía Sam?
—Sí, mami, la tita mola un montón. Mira. —Me enseña
sus deditos—. Me ha pintado las uñas con animalitos.
Sus palabras son ciertas. En sus pequeñas uñas hay
dibujos de una mariquita, un pollito, una huella de perro, un
panda, un gato, un conejo, un cerdo, una vaca; en fin, todo
el reino animal. Es una pasada, mi amiga tiene muchos
talentos ocultos. La busco con la mirada y muevo los labios:
«Eres la mejor. Te quiero».
Pasada la euforia del reencuentro, Reese centra su
atención en Nicholas, que hasta entonces se mantenía en
un segundo plano.
—Hola. ¿Por qué has traído a mi madre? Hoy es
domingo y mami no trabaja, pasamos el día jugando.
—Hola, princesa —contesta y me mira pidiendo ayuda.
—Pequeño terremoto, ¿qué te he dicho de las preguntas
indiscretas? —le recuerda Sam salvándonos de dar
explicaciones.
—Que no debo molestar a los extraños, pero el jefe de
mamá es mi amigo, jugamos a los disfraces.
Nick suelta una carcajada y, para el deleite, de mi hija le
da la razón. Habla con ella durante un ratito, hasta que mi
amiga interviene y la lleva dentro con la excusa de pintarle
las uñas de los pies.
—De esta nos libramos —sonrío.
—Reese me fascina. Creo que nunca conocí a una niña
tan vivaz e inteligente.
—Es muy lista, demasiado para mí. —Vuelvo a sonreír
orgullosa—. Me da mil vueltas.
El silencio se instala entre nosotros y durante un rato
nos miramos sin saber qué decir.
—Es mejor que me vaya. Ha sido un fin de semana
increíble —dice acercándose peligrosamente.
—A mí también me ha encantado. Lo he disfrutado
mucho —digo sin esconder el deseo que siento de repetir la
experiencia, a sabiendas del peligro que su proximidad
representa para mi paz mental.
—Llámame si necesitas algo.
—Gracias —susurro con sus labios casi pegados a los
míos.
—Mañana nos vemos —dice antes de marcharse.
La pérdida del calor que emanaba de su cuerpo me
congela el alma. Me abrazo a mí misma y me froto los
brazos intentando recuperar el dulce calorcito que me
llegaba hasta las entrañas. Tras ver su coche perderse calle
abajo, entro y me encuentro a Reese cuchicheando al oído
de Sam, mi amiga abre los ojos como platos y mira a mi hija
con la boca abierta.
—Oye, ¿qué cuchicheáis entre vosotras? Yo también
quiero enterarme. —Reese me mira y se tapa la boca
riéndose a carcajadas.
—Es cosa entre tía y sobrina. Las mamis no pueden
enterarse —dice Sam levantando la mano para que mi hija
se la choque.
Frunzo el ceño intrigada, de esas dos puedo esperar
cualquier cosa. Sam es como una niña, le encanta participar
en las travesuras de Reese. Me siento con ellas en el suelo y
mimo a mi pequeña un ratito. Luego busco entretenerla en
su habitación con sus muñecas para que pueda hablar con
mi amiga sobre Giulia.
—¿Has tenido alguna noticia? —pregunto esperanzada.
—Nada. Ninguna de las dos coge el teléfono.
—Tengo la llave de su casa, voy a acercarme para ver si
descubro algo.
—OK, ve tranquila. Yo distraeré a Reese. Después tú no
te me escapas, quiero informe completo del finde ardiente.
Sacudo la cabeza, tratando de ocultar mi sonrisa. Luego
salgo sin hacer ruido y echo a andar a grandes zancadas
por la desértica calle. Me detengo delante de la casa de
Giulia y veo el coche de Jessica aparcado en la parte de
atrás. Sin pensarlo y sin miedo a que me acuse de
allanamiento de morada, entro en el domicilio. Procuro
hacer el mínimo ruido, quiero pillarla desprevenida.
Agudizo los oídos antes de empezar mi incursión. Ante
la total ausencia de sonido, me dirijo al cuarto de mi amiga,
pero está vacío. Miro en las demás habitaciones y no la
encuentro en ninguna parte. Solo me falta por mirar el
porche trasero, donde su hija tiene su vehículo estacionado.
Camino hacia la cocina y antes de girar el pomo de la
puerta oigo el ruido de un maletero cerrándose. Tras apretar
el paso, agarro a Jessica del brazo antes de que se escape.
—¿Dónde te crees que vas? ¿Qué has hecho con Giulia?
—digo enfurecida y le quito las llaves de las manos.
—Estás loca. Dame esas llaves —me hace frente
acercándose de forma intimidatoria.
—Te la daré cuando hable con Giulia. —La empujo y me
dirijo al portaequipajes. A esas alturas ya me la creo capaz
de cualquier cosa.
—Eres patética. —Suelta una carcajada—. ¿Crees que
maté a mi madre? —La siento detrás de mí, la ignoro y sigo
rebuscando en las bolsas. No hay cuerpo, pero están
repletas de los enseres personales de mi amiga—. Para tu
información y para que me dejes en paz de una vez por
todas, te contaré lo que ha pasado.
Cierro la puerta de un portazo, sin importar el estrago
que pueda ocasionar a su viejo y destartalado coche.
—Mi madre se desmayó y he decidido llevarla conmigo
a Topeka. De hecho, ya está instalada en mi casa.
—Estás mintiendo, Giulia no se iba de su casa así sin
más, sin despedirse, por muy malita que estuviera.
—Me da igual lo que creas, es mi madre y yo decido lo
que es mejor para ella. Y he decidido que tú y tu bastarda
no le hacen ningún bien. —Lo veo todo rojo cuando escucho
sus palabras y le giro la cara con una estruendosa bofetada.
—Espero que mi amiga esté bien y como no me dejes
hablar con ella, te denunciaré a la policía.
—No creo que vayas a poder hablar con ella durante un
largo periodo. —Me golpea en el pecho con la mano abierta,
la aparto y veo que se cae al suelo una hoja de papel. La
cojo con dedos temblorosos, es un informe médico de su
clínica de salud privada. Entre lágrimas, me dispongo a
leerlo y me tapo la boca para evitar soltar un grito. Giulia se
desmayó y tras recuperar el sentido se encontró confusa y
desorientada, no se acordaba de muchas cosas. Después de
ser sometida a una serie de pruebas de rutina y dado a su
buen estado físico, la derivaron a Topeka bajo la tutela de su
hija para que pudiera recuperarse y seguir con las
exploraciones.
—Por favor, deja que te llame para saber cómo está.
Giulia es muy importante para mí —pido con la voz
entrecortada.
—Me pegas y esperas que sea misericordiosa contigo —
dice con odio al tiempo que se frota el rostro y me quita las
llaves de la mano—. Ahora largo de aquí y no vuelvas a
entrar en su casa o quien te denunciará seré yo.
Derrotada y con la cabeza agachada, salgo por el lateral
del domicilio. Miro las hortensias que tiene plantadas
alrededor de la casa y no puedo detener las lágrimas. Son
su pasión y mi niña no hace mucho la ayudó a prepararlas
para el invierno. Mi pequeña, Dios, ¿cómo le voy a decir que
no podrá ver a su tata? Es lo único que pienso mientras
cruzo la calle hacia mi casa.
Nada más verme Sam sabe que algo serio pasó, me
abraza y me derrumbo en sus brazos. Por suerte, Reese
sigue entretenida en su habitación. No tengo fuerzas para
decirle con palabras a Sam lo que ha pasado y le enseño el
informe médico.
—Eso no puede ser cierto. Aquí pasa algo, lo huelo —
dice sin dar crédito.
—Sé que Jessica no es trigo limpio, pero no creo que
atente contra su propia madre. Giulia es una mujer mayor y
lo más probable es que esté desarrollando una enfermedad
mental propia de la tercera edad.
—No estoy tan segura como tú y no descansaré hasta
llegar al fondo del asunto —contesta moviendo la hoja con
efusividad.
Sus palabras significan que infringirá la ley y hackeará
lo que haga falta hasta localizar a Giulia, y por primera vez
no se lo voy a impedir. Si llego a tener sus habilidades, hago
lo mismo.
—Solo ten cuidado, ¿quieres? No soportaría verte en la
cárcel.
—No te preocupes, esto es un juego de niños.
La miro con los ojos como platos, no quiero ni pensar lo
que sería considerado un juego de adultos.
Capítulo 9
Tras una noche de insomnio pensando en Giulia, en su
paradero, en la dura conversación que tuve con mi pequeña
ayer por la noche, creí conveniente decirle que nuestra
amiga está ingresada en la clínica y solo los doctores la
pueden ver. Lloró y sacó su maletín de doctora alegando
que ella también lo era, Sam y yo tardamos en
tranquilizarla. Luego me tocó hablar con una de las niñeras
que conozco para contratarla a tiempo completo. Tendría el
presupuesto comprometido hasta mediados de diciembre,
cuando llegue el nuevo director y empiece a cobrar casi el
doble. Eso me llevó a Nicholas; mis días con él estaban
contados, solo me quedaba disfrutar al máximo cada
momento.
Me arreglo con tranquilidad sin el estrés diario de sacar
a mi hija de la cama tan temprano, esa es la única ventaja
de tener la canguro en mi casa.
Una vez en la empresa no puedo evitar que un
cosquilleo me recorra el cuerpo, algo en mi relación con
Nick cambió durante el fin de semana. Algo que aún no he
averiguado, y quizás me convenga seguir en la inopia.
—Buenos días, señorita Moore —me saluda el susodicho.
—Buenos días, señor Hayden —digo decepcionada al no
encontrar el fuego ardiente en sus impresionantes ojos
azules.
—Tráeme un café —pide y entra en su despacho sin
más.
Mi decepción da paso a la rabia, no esperaba
encontrarlo tan frío después de lo que experimentamos en
la cabaña. En posesión de una taza rebosante de café, me
dirijo a su despacho y, a diferencia de otras veces, llamo
antes de entrar. No lo veo por ningún lado, pero teniendo en
cuenta su recibimiento, prefiero volver a mi escritorio sin
anunciar mi presencia. Al girar sobre mis tacones me llevo
una deliciosa sorpresa: lo encuentro apoyado en la puerta,
esperándome con una sonrisa pícara dibujada en los labios.
—Tsk, tsk, tsk —chasquea la lengua con falsa
contrariedad mientras se acerca en dos zancadas—. ¿Te ibas
sin decirme nada?
No tengo tiempo de contestar, ya que sus labios
capturan los míos, consiguiendo que caiga rendida a sus
pies al instante. El beso es profundo y demandante en un
primer momento. Luego se hace más delicado, suave, casi
un susurro.
—No me llamaste por la noche, ¿supiste algo de tu
amiga? —me interroga con la boca pegada a la mía.
Su interés me calienta el pecho, unos minutos antes
pensé que pasaba de mí y debo reconocer que me dolió. Al
contarle lo sucedido con Jessica, me sorprende ofreciéndose
para llevarme a Topeka. Me emociono y le beso, muy
agradecida, aunque mi alegría dura poco al darme cuenta
de que no sé la dirección de la hija de mi amiga. Decido
pedir que esperemos unos días, Sam está investigando y
estoy segura de que no tardará en dar con las respuestas.
Le dejo con su trabajo, ya que tiene la agenda repleta
esta mañana y, además, es difícil controlar el deseo cuando
estamos juntos, cuando nos tocamos.
—Dios, es una puta locura —susurro mientras cierro la
puerta. La sonrisa de felicidad que tengo dibujada en los
labios muere al ver a Martina sentada en mi silla.
—Haces bien en borrar esa sonrisita de la cara. —Se
levanta y tira sobre mi mesa una docena de carpetas—. El
chiringuito romántico que tienes montado con Nicholas está
llegando a su fin.
En ese momento me acuerdo de la conversación que
escuché entre ambos en el despacho, cuando estaban
hablando de mí. Al contrario de lo que piensa Nicholas, ella
no lo hace con el afán de protegerle. Lo hace por celos, por
defender al hombre del que está enamorada.
—Te gustaría estar en mi lugar, ¿verdad? Ya no me
engañas, Martina, sé que estás enamorada de Nick.
—Siento decirte que te equivocas —sonríe de una forma
que me causa escalofríos—, pero no voy a intentar
convencerte de lo contrario, Chloe. Disfrutaré más viendo
cómo te caes del pedestal.
Sin perder la sonrisa siniestra y tras vaticinarme la peor
de las tragedias, se va como si hubiera ganado la guerra. Lo
que ella no sabe es que no tengo ninguna expectativa
respecto a Nick, sé que se va dentro de poco. Nunca nos
hemos prometido nada el uno al otro, excepto no mezclar
temas laborales con personales. Mi única preocupación
desde el principio fue y continúa siendo mantener mi puesto
de trabajo.
El resto de la semana trascurre sin incidentes. Nick y yo
seguimos disfrutando del sexo; en realidad, nuestros
encuentros son cada vez más apasionados. No pienso, solo
siento, carpe diem, como suele decir mi amiga Sam. Que,
por cierto, ha venido a traerme noticias de Giulia y la he
invitado a comer conmigo. Bueno, lo de la noticia es una
excusa, porque lo que ella buscaba visitándome por
sorpresa en pleno sábado era que le preparara su plato
favorito: risotto de setas.
—Es muy extraño que no encuentres nada, ¿no?
—Sí, y lo más preocupante es que tampoco consigo
rastrear a Jessica. Hace seis meses dejó el piso en el que
llevaba viviendo los últimos dos años. Siento decirlo, amiga,
pero eso huele muy mal.
—Dios, estamos atadas de pies y manos. No podemos ir
a la policía porque no podemos acusarla de nada sin
enseñar la documentación que conseguiste de manera
ilícita, lo único que tenemos es el informe médico y solo eso
nos haría quedar como unas paranoicas.
—No te preocupes, seguiré investigando. Daremos con
su paradero.
Al rato me suena el móvil. Por lo lejano del sonido sé
que está en la habitación de mi niña, se me habrá caído
mientras jugaba con ella. Dejo a Sam a cargo del risotto que
estoy preparando y corro a por él. Antes de entrar en el
cuarto escucho la voz compungida de mi pequeña.
—¿Qué pasa, tesoro? ¿Con quién hablas? —Me acerco e
intento quitarle el aparato. Ella se niega a entregármelo y es
cuando descubro quién es la interlocutora.
—¿Por qué no me cuidas más, tata? Ya no me quieres
como antes —pregunta Reese, con su vocecita temblorosa
por las lágrimas que no ha llegado a derramar. No le doy
tiempo a escuchar la respuesta y le quito el teléfono de las
manos.
—Giulia, ¿eres tú? ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? —la
bombardeo a preguntas.
—Siento haber asustado a tu niña, Jessica me pidió que
os llamara para deciros que estoy bien.
Me quedo de piedra con su tono impersonal, es como si
no nos conociéramos. Como si todo lo vivido entre nosotras
hubiera desaparecido de golpe. Las rodillas me tiemblan y
me siento en la cama de Reese para no caerme, duele
demasiado. Apenas puedo respirar.
—¿Y te encuentras bien? —inquiero.
—Sí, mi hija es muy buena y me cuida muy bien. ¿Tú
vives cerca de aquí? Perdona que lo pregunte, ya estoy
mayor y a veces me falla la memoria.
Cierro los ojos y respiro hondo, el peor de los presagios
acaba de confirmarse. Giulia ha perdido la memoria. Intento
controlar el dolor para no agobiarla y hago como si
fuéramos unas viejas amigas que hace tiempo que no se
ven. Sus recuerdos son confusos y me sorprende que se
acuerde del nacimiento de Reese. Procuro mantener la
calma para socavar información, pero sus respuestas son
vagas o poco coherentes. Se cree que todavía vive en
Wellington. De repente oigo a lo lejos la voz de Jessica.
Pretendo pedirle que me pase con ella, sin embargo, me
corta antes de que pueda abrir la boca.
—Tengo que colgar, es la hora de mi medicina. Adiós.
Me quedo paralizada, con el móvil en la mano, mirando
al vacío sin saber qué hacer. El llanto de Reese me trae de
vuelta a la realidad y mi corazón vuelve a sangrar. ¿Qué voy
a decirle a mi hija si ya es difícil para mí aceptarlo, que soy
adulta?
—Hey, ven aquí, tesoro. No llores. —La abrazo con
fuerza—. ¿Qué te dijo Giulia?
—Nada, ella ya no me quiere. Ahora solo le importa
Jessica —dice haciendo pucheros.
—La tata te sigue queriendo, mi amor. Es solo que
todavía está malita y su enfermedad hace que se confunda
y diga cosas sin sentido.
—¿Crees que se pondrá buena y volverá a quererme? —
pregunta—. La echo muchísimo de menos, mami. —Me
envuelve con sus bracitos y me susurra al oído—:
Escribiremos una cartita a Papá Noel y le pediremos que
cure a la tata.
—Me parece una idea estupenda. Pero antes tenemos
que montar el árbol de Navidad. ¿Qué te parece si
almorzamos y vamos al vivero a por el pino más grande y
bonito de todos?
La cara de mi niña se ilumina. Impaciente, salta de mi
regazo y vuela en dirección a la cocina. La sigo y la
encuentro sentada en la mesa, hablando de forma
atropellada con mi amiga.
—¿Qué ha pasado? ¿A qué se debe tanta euforia? —
pregunta Sam mientras termina de poner los cubiertos.
Se queda con la boca abierta cuando le digo de quién
era la llamada. Y más aún al enterarse del estado de salud
real de Giulia.
—Entonces es cierto, está mal de verdad.
—Sí, dice cosas sin sentido. Se cree que aún vive aquí —
digo entre susurros para que mi hija no escuche nuestra
conversación.
Seguimos cuchicheando hasta que mi pequeña decide
protestar. Dejamos el tema a un lado y nos dedicamos a
disfrutar de la comida. Reese comparte los planes que
tenemos para después de comer e invitamos a Sam a que
nos acompañe, la cual en un principio acepta encantada.
Luego recibe un mensaje en su móvil y rechaza la
invitación. Por sus evasivas, sospecho que es algo
relacionado con su actividad «extra». Como siempre,
prefiero no saberlo.
—Mami, ¿todavía queda mucho? Me duele el pie —protesta
Reese tras veinte minutos de caminata. La miro apenada, el
vivero está un poco apartado de casa y aún nos queda un
cuarto de hora para llegar. Estaba tan acostumbrada a ir en
coche que calculé mal las distancias.
Sin más remedio, la cojo en brazos y la pongo sobre mis
caderas; pesa una barbaridad, no creo que vaya a aguantar
más de cinco minutos con ella encima.
—¿Qué hacen dos princesas perdidas por la carretera?
Estaba distraída y no me di cuenta de que un coche se
acercaba a nosotras, me hubiera asustado si no reconociera
al dueño de la voz. Aunque el grito de alegría de mi
pequeña basta para indicarme de quién se trata. La dejo en
el suelo y me giro para mirarlo; el corazón me da un vuelco
al ver a mi niña saltar hacia sus brazos abiertos.
—¡Nick! —Se agarra a él como un monito—. Vamos a
comprar un árbol de Navidad.
—Hola —saludo y me controlo para no mirar sus labios,
las ganas que tengo de besarlo llegan a ser dolorosas—.
Cariño, bájate. Estás poniendo perdida la ropa de Nicholas
—digo y aprovecho la excusa para tocarlo a gusto, quitando
polvo inexistente por todas partes.
—Hay más suciedad por aquí —apunta a sus muslos tras
dejar a Reese en el suelo.
—Creo que estás en condiciones de limpiarte tú solo —
digo con una sonrisa pícara.
—Tú lo haces mejor —me susurra cerca del oído,
provocando que una ola de calor se extienda por todo mi
cuerpo.
Mi niña nos interrumpe y doy las gracias por ello, de lo
contrario no sé qué hubiera pasado.
—Nick, ¿nos ayudas a escoger el árbol? Tiene que ser el
más grande y bonito de todos para que Papá Noel nos
conceda un deseo especial —dice Reese poniendo énfasis
en cada palabra.
—¿Por qué no me cuentas qué deseo tan especial es
ese? Quizás pueda ayudarte, yo tengo muy buenos
contactos en el Polo Norte.
Me hija se vuelve loca y cuando le cuenta su secreto
Nick me mira apenado, seguro que pensaba que se trataba
de un disfraz de princesa. Nos metemos en su coche y en
unos cinco minutos vencemos los metros que faltaban para
llegar al vivero. El terreno es inmenso y nos disponemos a
recogerlo disfrutando del olor y colorido de las diversas
especies de plantas y flores, todas bien cuidadas y
rebosando vida. A cada poco, Nicholas me roba un beso o
me lleva detrás de un arbusto para meterme mano y yo
pongo cara de sorprendida e indignada, aunque en el fondo
adoro compartir estos momentos con él. Reese corre
delante de nosotros, indiferente al paisaje, buscando la zona
destinada a los pinos.
Tras vueltas y vueltas por las filas de maceteros damos
con nuestro objetivo, aunque la decepción me invade al ver
la escasez ofertada; con los últimos acontecimientos me
olvidé de hacer la reserva, la gente suele hacerlo con
mucha antelación. Los pinos que quedan están en tiestos de
barro con sus raíces intactas y miden casi dos metros de
altura. Me gusta la idea de replantarlos, pero no me puedo
permitir gastar doscientos cincuenta dólares en un árbol.
Luego vienen los adornos, los regalos, la comida… Ni loca.
Mi hija mira hacia arriba embelesada con la magnitud
del pino, que parece gigantesco comparado con ella.
—Lo hemos encontrado, mami. Es el más alto y bonito
de todos.
Trago saliva y me preparo para darle un gran disgusto.
—Primero tenemos que preguntar el precio, cariño.
Sabes que tenemos un presupuesto y este no es como los
que siempre compramos, ¿ves cómo está plantado en una
gran maceta? —Ella mueve la cabecita para asentir—. Los
que nos llevamos van cortados a ras del tronco, como los
que están en la otra fila.
Su labio inferior tiembla y siento cómo el corazón se me
parte en dos, pero así es la vida y tendrá que aprender a
convivir con la frustración. Nuestra economía es escasa y
situaciones como esta se repetirán una y otra vez.
—¿Cuál se van a llevar? —pregunta un hombre que
aparece de entre el follaje, acompañado por Nick. Me había
percatado de su ausencia, sin embargo, pensaba que
estaba curioseando por los alrededores.
—Este, nos quedaremos con este —dice Nick apuntando
con el dedo al pino que mi hija escogió. Sabe que no voy a
aceptar y antes de que abra la boca para protestar se me
acerca—. Permíteme que le dé esa alegría a Reese, está
sufriendo por lo que pasó con Giulia. —Su chantaje
emocional está a punto de convencerme, pero pienso en el
precio y, una vez más, me lee y se anticipa—: Es solo
dinero, Chloe, no le des más vueltas, mira lo contenta que
se ha puesto.
—Es una buena elección, el lunes por la mañana usted y
su esposa lo recibirán en casa. Si no tienen espacio para
trasplantarlo, nosotros nos encargamos de todo. Estarán
contribuyendo con la reforestación del parque municipal.
Además, si quieren, pueden participar en el plantío.
—Mi mami no es su esposa —corrige mi pequeña, a la
que no se le escapa nada—. Nick es su jefe. Él es mi amigo
y jugamos juntos, le gusta disfrazarse de princesa.
Nick no sabe dónde meterse, el jardinero se muerde la
mejilla para no destornillarse de la risa y Reese sonríe
encantada por ser el centro de las atenciones. No puedo
evitarlo: suelto una sonora carcajada.
—Tu hija acaba de pisotear mi virilidad —dice él
haciendo una mueca graciosa de dolor.
—Estoy segura de que lo superarás.
Capítulo 10
Parece que cuanto más lento deseas que pase el tiempo,
más rápido lo hace. Desde que hemos comprado el pino han
pasado ya unos días. Unos días muy intensos. Con la excusa
de decorar el árbol de Navidad Nick ha estado apareciendo
por mi casa, siempre llega con un adorno nuevo y él y mi
hija se encargan de buscarle un sitio. He intentado que mi
pequeña no se olvide de que es mi jefe y que dentro de una
semana se va para no volver. Bastante está sufriendo con la
ausencia de Giulia para que le añada más disgustos. Sam
sigue tras la pista de Jessica, sin éxito; es como si hubieran
desaparecido de la faz de la Tierra.
En la empresa todo sigue igual, Martina me trata con
indiferencia y yo hago lo mismo. Nuestro encontronazo ha
servido para mantenerla alejada de mi escritorio, espero
que así siga hasta que la pierda de vista.
Suena el timbre y mi corazón se dispara. Las ganas de
competir con mi niña a ver quién llega primero para abrirle
la puerta a Nick son enormes. Nadie diría que Nicholas y yo
hemos intercambiado fluidos esta misma mañana. No sé
cómo me las apañaré cuando se vaya, mi cuerpo se ha
acostumbrado al sexo; tendré que comprar una docena de
pilas para mi juguetito y la idea no me agrada mucho. Nada
ni nadie se puede comparar a Nicholas. Nunca he estado
tan satisfecha sexualmente como lo estoy con él, conoce mi
cuerpo tan bien como yo misma. También le echaré de
menos en otros aspectos, intuyo que lo pasaré mal al
principio, pero como todo en esta vida, uno se acaba
acostumbrando. Además, ahora que he perdido el miedo a
sentirme viva no tardaré en conocer a otra persona que me
haga sentir lo mismo.
—¡Mami, ven, corre! —gritó emocionada a la vez que
daba saltitos y corría por todo el salón. Sonrío mientras me
acerco para descubrir qué la tenía tan ilusionada—. Mira lo
que me ha traído Nick. —Me enseña una caja de bolas de
Navidad transparentes de gran tamaño que llevan los
personajes de Frozen dentro. Son preciosas y me pregunto
dónde las ha comprado, porque en el pueblo no
encontramos ese tipo de artículos.
—Hola. Son muy bonitas, gracias.
—De nada —dice y me roba un beso.
Los dejo en con la decoración y me dirijo a la cocina
para preparar la cena, parecemos una familia de verdad. El
pensamiento no prospera ni un minuto, lo borro de un
plumazo de mi mente y me centro en las pizzas que estoy
preparando. Una vez lo tengo todo a punto los llamo a
cenar.
El ambiente es tan familiar que empiezo a sentirme
incómoda, los pensamientos que había suprimido con
anterioridad vuelven ahora con el doble de fuerza. Lucho
por mantener la cabeza agachada, centrada en mi plato,
moviendo la comida de un lado a otro. Por el rabillo de ojo
veo cómo Nicholas charla con mi hija como si de verdad le
interesara todo lo que ella tiene que contarle.
—Nick, ¿por qué la tía Sam y mi madre te llaman
macizorro? ¿Qué significa eso?
Justo en ese momento estoy tragando un trozo de pizza,
el desastre es inevitable. Me atraganto de forma aparatosa,
y mientras toso hasta reventar, el muy cabrito y la listilla de
mi niña se parten de la risa. Cuando la crisis remite, los miro
con los ojos llorosos.
—Gracias por auxiliarme —digo enfadada y dejan de reír
al instante. Sin embargo, estallan en risas otra vez en
cuanto vuelven a mirarse. Procuro mantenerme seria, pero
me contagian la alegría que ambos desprenden.
Las risas cesan y mi pequeña vuelve a la carga.
—Yo tampoco sé lo que significa, Reese. Mejor pedimos
a tu mami que nos lo explique —dice con una sonrisa
ladeada, con el ego inflado como un globo. ¿Por qué
demonios tenía que ser tan atractivo?
—Dime, mami. ¿Qué es un macizorro? —pregunta ella
decidida y sé que esta vez no conseguiré despistarla. Dios
bendito, ¿qué le digo? Miro al causante de mi desliz y casi
gimo; me observa con los ojos encendidos, llenos de
promesas pecaminosas. Sacudo la cabeza para apartar tales
pensamientos. Necesito una respuesta ingeniosa o la sarta
de preguntas será infinita.
—Es una palabra de adultos, los niños no la pueden
utilizar jamás —remarco, de lo contrario llamará
«macizorro» a cada niño que le guste—. Y significa que el
hombre al que nos referimos está muy muy fuerte, con los
músculos definidos. —Mi tormento saca bíceps para
demostrarlo—. Además de atractivo, claro. —Me pego una
patada mental, ahora tendré que dar nuevas explicaciones.
Las preguntas se hacen eternas y mi cansancio provoca
que meta la pata en cada contestación, hecho que le da
munición a mi hija para seguir torturándome. Educar a una
niña como la mía, tan curiosa y despierta, es agotador. Al
final tengo que decir basta, es su hora de irse a la cama. Un
nuevo drama con el que lidio con mano dura.
Un rato después me dejo caer en el mullido sillón. Nick
sigue en mi casa, relajado y con el ego por las nubes.
—Ni una palabra —le advierto.
—Bueno, en realidad pensaba decir más de una palabra,
pero antes tengo que hacer algo o me volveré loco.
Me coge por la cintura y me sienta a horcajadas sobre
su regazo. Me envuelve el rostro con las manos y, sin dejar
de mirarme, acerca sus labios a los míos. Y al contrario de lo
que me esperaba, no saquea mi boca: besa las comisuras y
pasa la lengua por el contorno de mis labios en un
movimiento lento y sensual, y tengo que controlarme para
no soltar un gemido. Enreda una mano en mi pelo y lo echa
a un lado, dejando mi cuello al descubierto. A continuación,
deposita húmedos besos desde mi clavícula hasta el lóbulo
de mi oreja, tira de él con los dientes y esa vez sí jadeo con
fuerza. Todavía no me ha besado y estoy ardiendo de deseo.
Vuelve a pasar la lengua por mi labio inferior antes de
introducirla en mi boca. Le envuelvo con los brazos,
pegándole a mi cuerpo, y por fin nos entregamos a un beso
demoledor.
—Tienes una boca deliciosa, pasaría la vida besándote y
haciéndote el amor —dice muy cerca de mí, y su aliento
cálido me hace estremecer.
Sus manos se trasladan a mi cintura cuando me muevo
sobre su erección. Por un momento guía mis movimientos,
apretándome contra su cuerpo y haciéndome gemir. De
repente me aparta, cierra los ojos y pega su frente sobre la
mía.
—Tenemos que hablar.
El corazón me pega un salto en el pecho, el deseo se
evapora y el miedo ocupa su lugar. Busco una pista en su
profunda mirada azulada. Creo encontrarla, pero temo estar
viendo cosas que no existen, quizás estas solo sean un
reflejo de mis anhelos más profundos. Desvío la mirada
cuando la intensidad se torna abrumadora.
—No me rehúyas la vista, Chloe. —Me alza la barbilla
con el índice y me obliga a mirarlo.
Tengo ganas de decirle que es tarde, que mi niña puede
aparecer en cualquier momento, que estoy agotada. Sin
embargo, no hago nada, me mantengo inmóvil mirándole
con expectación. Sus siguientes palabras pueden hacer que
le odie o que crea en los sueños imposibles.
—Hemos empezado esta relación con un pacto
ventajoso para ambos. Nos deseábamos y decidimos
explorar ese deseo al máximo, pero…
Interrumpo la frase y vuelvo a ocupar mi lugar en el
sillón. No pienso escuchar chorradas, si lo que quiere es
cortar por lo sano, se le voy a poner fácil.
—Si temes poner fin a nuestro lío por miedo a que haga
lo mismo que tu antigua secretaria, puedes estar tranquilo.
Ya te lo he dicho antes, me valoro demasiado para
rebajarme de esa manera por un…
—Mami. —Le iba a decir «polvo de oficina», pero mi niña
irrumpe en el salón abrazada a su peluche y se sienta en mi
regazo—. No quiero estar sola, tengo miedo —murmura con
voz soñolienta y sigue durmiendo como si nada encima de
mí.
—Creo que es mejor que te vayas, es tarde —digo a la
vez que toco la frente de mi pequeña para comprobar su
temperatura. Parece que tiene unas décimas de fiebre.
—De acuerdo. Seguiremos en otro momento —dice con
un tono contrariado y tengo dudas de si es por mis palabras
o por la aparición de mi hija—. Buenas noches. —Se levanta
y se va sin besarme. Pues sí, está cabreado.
Llevo a Reese a mi cama para tenerla controlada
durante la noche tras comprobar con el termómetro que,
efectivamente, sí tiene unas décimas de fiebre. Me meto
bajo el chorro humeante de la ducha e intento relajarme,
pero las palabras de Nick ocupan todos mis pensamientos.
Una parte muy diminuta de mí se ilumina al pensar que sus
intenciones pueden estar encaminadas a mantener una
relación a largo plazo. Wichita está aquí al lado y, si
hacemos un esfuerzo, podemos seguir viéndonos hasta
comprobar a dónde nos conduce lo que tenemos, porque es
inútil negar que algo especial empieza a surgir entre
nosotros; hace mucho que dejó de ser solo sexo.
Mi fantasía dura poco, porque la parte racional y
predominante de mi ser se despierta con fuerza para
mantenerme con los pies en el suelo. Nunca existiría un
«nosotros», es imposible. La vida de Nicholas no tiene nada
que ver con la mía, él es un empresario de éxito, tiene el
mundo a sus pies y yo no soy más que una pueblerina, con
una mochila muy grande a la espalda. Una mochila que amo
con todo mi corazón y no la cambiaría ni por todo el oro del
mundo. Seguro que era eso lo que me iba a decir. A pesar
de la química que tenemos y de lo que congeniamos en la
cama, estamos condenados al fracaso mucho antes de
empezar.
—Esa es la puta realidad, Chloe, y es mejor que la
aceptes lo antes posible —digo en voz alta antes de cerrar
el grifo.
Me despierto a la mañana siguiente como si me hubiera
pasado una apisonadora por encima, y esta no es otra que
mi pequeño terremoto. Está atravesada en la cama con las
piernas sobre en mi cintura, a la altura de uno de mis
riñones. Me giro con cuidado para no despertarla y tras
tomarle la temperatura por enésima vez compruebo,
aliviada, que está bien. En mitad de la noche le di un poco
de jarabe, la notaba más inquieta de lo normal y las
décimas no bajaban.
Le deposito un beso en la mejilla y me preparo para
salir. Pienso en Giulia y la angustia me oprime el pecho, he
intentado hablar con ella otras veces sin lograrlo, tampoco
lo he conseguido con Jessica. Por suerte, Reese ha estado
entretenida decorando el árbol, la pobre cree que Papá Noel
le traerá a su tata de regalo. Hago cálculos tras comprobar
la fecha de hoy: tengo casi veinte días para buscar una
solución o serán las peores Navidades de su corta
existencia.
Con un traje nuevo de color fucsia y unos tacones más
altos de lo habitual, empiezo mi jornada en la oficina. Lo
primero y más importante: mi dosis de cafeína. Al entrar en
la diminuta cocina me encuentro a Sam hablando por
teléfono y, a juzgar por el chorro de voz que se cuela por el
aparato, la cosa no pinta bien. Nada más verme cuelga.
—Hola. ¿A quién has cabreado tan temprano? —inquiero
en tono jocoso.
—Calla, calla. Llevo unos días de mierda. Todo se está
precipitando y estoy perdiendo el control.
La miro con atención y me fijo en las inmensas ojeras
que ha intentado ocultar bajo un kilo de maquillaje. Algo
gordo está sucediendo y me temo que es en el único
aspecto de su vida que no compartimos, su actividad como
hacker. Lo descubrí de casualidad; bueno, quien lo
descubrió fue Reese. Estábamos en su casa y mi hija entró
en una de las habitaciones que siempre estaba cerrada con
llave, en varias ocasiones llegué a bromear que escondía
sus juguetes sexuales tras las infranqueables puertas. Nada
más lejos de la realidad, como pude comprobar al entrar en
dicho cuarto. Allí había por lo menos cuatro ordenadores de
última generación, conectados entre sí y en pleno
funcionamiento, y los códigos binarios bailaban en los
monitores a una velocidad de vértigo. Parecía que estaba en
una película de espías, estas donde hay un experto
informático capaz de burlar la seguridad de cualquier
sistema. En un principio tuve dudas sobre la actividad que
estaba desarrollando, pero cuando los ordenadores
encontraron el código que buscaban, la página de la NASA
se abrió en una de las pantallas y bajo su logo parpadeaba
una secuencia de números donde ponía: «clave de acceso».
Casi me da algo y lo primero que hice fue sacar de la
estancia a mi niña, que con solo tres añitos miraba todo
fascinada, antes de que tocara algo y nos convirtiera en
cómplices de un delito penado con cárcel. Sam me esperaba
en el umbral más blanca que un fantasma. Esa fue la única
vez que hablamos sobre sus actividades, casi todas
inocentes y con el afán de saciar su enfermiza curiosidad.
—¿Qué ha pasado? ¿Estás metida en problemas? Dios,
debería haber hecho algo para apartarte de ese camino.
Sabía que no acabaría bien.
—Tranquila, no es nada que no vaya a conseguir
solucionar.
—Por favor, Sam, tienes que dejarlo. He perdido a Giulia
y no soportaría perderte a ti también.
—No me vas a perder, tonta. Soy demasiado lista para
permitir que me pillen.
—Más te vale —digo y la abrazo—. Me gustaría
preguntarte a quién estás tocando las narices ahora, pero
temo no dormir tranquila si lo sé.
—Sí, mejor que no lo sepas. —Me sonríe, aunque la
sonrisa no llega a sus ojos—. Me voy, tengo mucho trabajo
pendiente.
La veo desaparecer por el pasillo y una sensación de
pérdida me invade. Quizás sea un mal presagio o puede que
esté sensible por lo que pasó con Giulia. Salgo de la cocina
con mi taza humeante para ponerme con mis quehaceres.
Lo primero que hago es revisar la agenda de mi jefe y me
extraña que no haya nada programado antes de las doce.
Puede que esté en la fábrica, eso explicaría por qué todavía
no ha llegado, así que no le doy más vueltas al asunto.
Aprovecho el tiempo libre para poner en orden los archivos.
Desde lo sucedido con Martina soy mucho más cuidadosa.
Ella trama algo, lo huelo, y dado que su estancia está
llegando a su fin, tengo que redoblar la vigilancia.
Cierro el archivador y vuelvo a mi mesa. Justo cuando
me dirijo a mi escritorio, Nicholas salen del ascensor junto a
su asistente. Ella está muy sonriente y algo se me remueve
en las entrañas al ver que él le corresponde el gesto.
—Quiero que sigas todas mis instrucciones. Ya tienes la
lista con el nombre de los empleados de los que
prescindiremos firmada y revisada. Ocúpate de que se los
indemnice conforme el convenio que tenemos en la sucursal
de Wichita.
—No te preocupes, Nicholas, puedes ir tranquilo. Yo me
ocuparé de todo según tus especificaciones.
Mi corazón deja de latir durante un instante al escuchar
la conversación. Nicholas se va antes de lo planeado y me
invade por dentro un dolor lacerante. ¿Por qué no me dijo
ayer que hoy se iba? ¿Qué habrá pasado? ¿Y qué es eso de
que la Bruja Mala del Oeste se quedará al cargo mientras se
va? ¿Cuándo viene el nuevo director? Tengo tantas
preguntas sin respuestas que siento que me va a explotar la
cabeza.
—Eso espero. Helen Hopper llegará dentro de unos días,
ya sabes cómo es de exigente y lo cercana que es a mi
padre. No quiero fallos.
Una mujer, mi nueva jefa es una mujer. No salgo de mi
asombro. ¿Por qué Nicholas no me dijo nada del cambio?
Martina le sonríe y se despide de forma provocativa y poco
profesional. Me dan ganas de levantarme, cogerla del moño
y arrastrarla por toda la empresa. En realidad, llevo soñando
con eso desde hace mucho.
Su mirada azul se encuentra con la mía.
—Buenos días —digo tras tragar el nudo que se me
había formado en la garganta. Su cara no augura nada
bueno.
—Acompáñame. Tenemos que hablar y no tengo mucho
tiempo.
Le sigo en silencio, el fin está próximo e intuyo que no
me gustará el desenlace.
—Me hubiera gustado hacer las cosas de otra manera,
pero tengo que viajar a París de inmediato.
—Te escuché hablar con Martina. ¿Por qué no me dijiste
que habían cambiado de director?
—Ha sido una decisión de última hora, como el viaje.
—¿Entonces te vas?
—Sí, el jet de la empresa me espera en Wichita. —Se
pasa la mano por el pelo, desordenándolo. Lo hace de forma
inconsciente siempre que está nervioso—. No sé cuánto
tiempo estaré en París, Chloe. Intentaré volver antes de las
Navidades.
—¿Vas a volver? —pregunto, sintiendo una nueva
calidez en mi interior.
—Sí, Chloe, ten por seguro que voy a volver. —Su
mirada se enciende como una hoguera en medio de la
noche, calentando mi piel y alimentando el sueño que lucha
por no extinguirse—. ¿Me esperarás?
Son solo dos palabras, pero son suficientes para
provocar que se me acelere el pulso. Aun así, la voz
poderosa que controla mi lado racional me grita que me lo
tome con calma. Mientras no pongamos las cartas sobre la
mesa estaré pisando terreno pantanoso.
—Sí, aquí estaré —sonrío—. Tampoco es que pueda ir a
ningún sitio —digo en broma, intentando ocultar el carrusel
de emociones que bullen dentro de mí.
—Te encontraría, Chloe. Te encontraría allá donde vayas.
—Sentencia sus palabras con un beso profundo, exigente,
suave y lleno de promesas—. Seguiremos en contacto —
dice con sus labios aún pegados a los míos—. Tengo que
irme.
Me quedo de pie en medio de su despacho, con el
cuerpo trémulo y la respiración agitada, incapaz de
moverme mientras le veo salir por la puerta. Mis labios
hormiguean y los toco para asegurarme de que lo que
acaba de pasar no ha sido un producto de mi imaginación.
Capítulo 11
La repentina marcha de Nicholas no es la única sorpresa
que me llevo en el trascurso del día. A la hora de comer me
acerco al comedor como de costumbre, deseando contarle a
Sam lo sucedido, aunque seguro ya lo sabe. Sin embargo,
no aparece por aquí y tampoco coge mis llamadas.
Decido buscarla en el departamento de informática y lo
encuentro clausurado. Hay unos técnicos que no conozco
recogiendo los ordenadores y todo lo que sea electrónico, se
los están llevando en cajas a una furgoneta con el logo de
Agrobiotech S. A. Pregunto a uno de los trabajadores, pero
ni siquiera se molesta en contestarme, me trata como si
fuera invisible. Vuelvo a llamar a Sam. Esta vez su móvil me
sale como apagado o fuera de cobertura. Empiezo a
ponerme en lo peor, seguro que han pillado a mi amiga
haciendo sabe Dios qué. ¿Tendrá algo que ver con la
empresa? ¿Por eso Nicholas se tuvo que marchar de
repente? Solo hay una persona que me puede aclarar todo
esto.
Las cosas no son tan fáciles, Martina tampoco aparece
en las próximas horas y tras volverme loca de ansiedad y
temer quedarme sin uñas decido cruzar los cuatrocientos
metros que separan nuestro edificio de la fábrica. Cuando
estaba John lo hacía a menudo, pero desde que Nicholas
llegó, la bruja de su asistente es la que hace de enlace entre
las dos instalaciones. Ella y Felix, aunque este último nunca
aparece por ningún lado, es como una sombra. Ahora que lo
pienso, Sam siempre lo nombra y eso muestra su vínculo
con el departamento de informática. Quizás todo esté
conectado; de ser así, estará en serios apuros. En este
mismo momento también me doy cuenta de que he sido
muy mala amiga. He estado volcada en el problema de
Giulia y en mi aventura con Nick, obviando las señales de
peligro que sobrevolaban su cabeza, como carteles de neón,
indicando el inminente final de su carrera delictiva.
Estoy casi alcanzando la nave cuando me suena el
teléfono y pego un gritito de alivio al ver el número de Sam.
—Dios, por fin. No tienes idea de lo preocupada que
estaba. Han clausurado el departamento informático y como
no te encontraba pensé lo peor. ¿Estás bien? ¿Qué ha
pasado?
—Tranquila, está todo bien. Estoy con Felix y Nicholas,
me voy con ellos a París.
—¿Cómo? ¡¿Qué locura es esta que me estás
contando?! Dime la verdad, Sam, ¿te han pillado?
—No son lo suficientemente listos para esto. No te
preocupes. Ha surgido un problema en la matriz y Felix me
necesita para solucionarlo. Por fin he seguido tu consejo y
les he hecho una demonstración de mi genialidad. Además,
me pagan un pastón, ya verás la de regalitos que os voy a
traer.
Parece sincera. Realmente le sugerí enseñar parte de su
talento, una pequeñita fracción y solo con el fin de
conservar su puesto de trabajo. No me esperaba esto.
Quiero creerla, no obstante, quedan muchas preguntas sin
resolver. Algo importante le está sucediendo, lo presiento, y
está relacionado con su actividad extracurricular, no me
queda la menor duda.
—Sé que no me estás diciendo toda la verdad. Pero
confío en que sepas lo que estás haciendo. Te quiero mucho,
loquita. Cuídate.
—Yo también te quiero y siento irme así, sin despedirme
siquiera. Dale un achuchón a Reese de mi parte, dile que su
tía la quiere muchísimo. —Un angustioso silencio siguió sus
palabras—. Intentaré llamar lo antes posible, ¿OK?. Ahora
tengo que irme, me están esperando. Bye, bye.
En el camino de vuelta me paso por los demás
departamentos. Mis compañeros siguen trabajando, ajenos
a lo que se les viene encima. Me entristece que Nick no
confiara en mí, al parecer se tomó el pacto a rajatabla, o
quizás consideró que se trataba de un conflicto de intereses.
En realidad, no hubiera sido fácil actuar ante los
trabajadores con indiferencia, muchos tienen una situación
económica precaria como la mía y llevan en un sinvivir
desde que Nicholas aterrizó en la empresa. Martina seguro
que disfruta echándolos a la calle, desde un principio fue
proclive al despido masivo.
Consigo llegar al término de mi jornada laboral sin
derrumbarme, encerrando mis emociones en un cajón que
solo pienso abrir cuando esté en la seguridad de mi
habitación. Auguro una noche larga de insomnio, dando
vueltas a todo lo sucedido.
—¿Dónde crees que vas? —pregunta Martina justo en el
momento en el que me cuelgo el bolso sobre el hombro.
—A casa. Mi turno ha terminado hace —miro la hora en
mi móvil— diez minutos exactamente.
—Tu turno terminará cuando yo te lo diga —dice con un
irritante tono de superioridad—. Pasa al despacho, tengo
algo que comunicarte.
Vuelvo a mirar la hora. Como se explaye con su show de
jefa fracasada, perderé el autobús. Me apresuro en seguirla,
cuanto antes acabemos con esta payasada, mejor.
—La verdad es que tengo dudas. No sé si disfrutaré más
echándote a la calle ahora o haciéndote la vida imposible un
par de días. ¿Tú qué opinas?
—Opino que debes buscar ayuda lo antes posible, estás
mal de la cabeza —digo sin dar crédito a sus palabras—. Si
tienes algo importante que decirme, hazlo de una vez, que
tengo prisa.
—Te lo advertí, pero no me hiciste caso. Creíste que
acostándote con Nicholas conservarías tu puesto de trabajo.
—Suelta una sonora carcajada que me deja de piedra—.
Qué ilusa eres. Das pena.
Su ristra de insultos me hierve la sangre y la fantasía de
cogerla del moño se hace más fuerte.
—La única que da pena aquí eres tú. Eres una
arrastrada. Vas detrás de Nicholas como un perrito faldero,
esperando que te haga caso. —Veo cómo palidece y me
preparo para rematarla—: Esperando que te vea como
mujer, que te mire como me mira a mí, que arda de lujuria
como lo hace conmigo. Jamás lo tendrás y lo sabes, por eso
me odias.
Me quedo a gusto, se lo merecía. Desde que ha llegado
a la empresa no ha dejado de putearme.
—Crees que me has ganado, ¿verdad? Pero estás muy
equivocada, fuiste solo un polvo fácil para Nicholas, nada
más. Mañana otra pueblerina ilusa ocupará tu lugar y, como
tú, pensará que es especial —se regodea mientras saca una
carpeta de su inseparable maletín—. Hasta que la realidad
le explote en la cara. —Me pone delante una hoja y un
bolígrafo—. Estás despedida.
—¿Qué broma es esta?
Cojo el documento con las manos temblorosas, estoy
tan nerviosa que apenas puedo concentrarme en las
palabras. Las letras empiezan a bailar delante de mis ojos
cuando avanzo en la lectura.
—No es ninguna broma, querida. Es tu finiquito. Fírmalo
y lárgate.
Una mierda lo voy a firmar. Esto tiene que ser una
jugarreta de Martina. Él no me haría algo así, justo esta
mañana dio a entender que quiere seguir con lo nuestro.
«Pero si es un cabrón y te ha estado utilizando todo ese
tiempo», me dice la vocecita fastidiosa que habita en mi
interior. Vocecita que sigue atormentándome con hechos
irrefutables: «Nicholas se fue dejando a su asistenta al
cargo, no confió en ti». La amordazo y dejo que mi corazón
hable, en él sigue habiendo un hilo de esperanza. De
repente me viene a la cabeza la conversación que escuché
esta mañana.
—Esto es una treta tuya. Quiero ver la lista que Nicholas
te dejó firmada —exijo decidida, me niego a admitir que he
estado tan ciega.
Ella sonríe con una insana satisfacción y otra vez
rebusca en su maldito maletín.
—Aquí la tienes.
—No puede ser —susurro en voz baja al ver mi nombre.
Sin querer dar crédito a lo que ven mis ojos, vuelo al final
del documento para comprobar su firma. No me cabe duda,
es auténtico. Siento un enorme dolor en el pecho, es como
si me hubieran apuñalado y retorcieran el cuchillo para
causar más daño.
—¿Ves como tenía razón? Solo te estaba usando, desde
el principio sabía que no te quedarías en el puesto. Helen
Hopper trae su propio equipo. Ahora que Nicholas no está
ya no eres necesaria aquí. La próxima vez piénsatelo mejor
antes de abrir las piernas.
El dolor se transforma en furia y sin pensarlo me lanzo
sobre Martina. La cojo del moño como había fantaseado y la
arrastro por el despacho hasta conseguir deshacerlo. Ella
chilla y se ríe al mismo tiempo, y cuando pienso que se le
ha ido la olla reacciona y se defiende mostrando sus garras.
Nos enzarzamos en una pelea de gatas salvajes, solo
paramos cuando el cansancio nos vence. Ambas estamos
perjudicadas, yo tengo arañazos en el brazo y cuello,
además de la blusa rota, y la Bruja Mala del Oeste (no me
equivocaba al llamarla así) sangra por la nariz. En la trifulca
le he dado un codazo, fue sin querer, pero el resultado me
llena de satisfacción. Su estado es lamentable, mucho peor
que el mío.
—Si no quieres que llame a seguridad, firma el maldito
documento y fuera de aquí.
Con la poca dignidad que me queda después de haber
perdido los papeles, cojo el bolígrafo y rubrico el finiquito.
Una vez fuera de la empresa me doy cuenta de que me
he quedado sin transporte. Ir caminando está descartado, el
recuerdo de mi experiencia anterior aún me hiela la sangre.
Aunque en aquella ocasión Nicholas me rescató y…
—Ni se te ocurra pensar en ese gilipollas —digo en voz
alta acallando la angustia por su traición.
Una hora y cuarto después y con cuarenta dólares
menos en mi penosa cuenta corriente, llego a casa. La chica
que cuida a mi hija me mira ojiplática. Por suerte, consigo
calmarla antes de que arme un escándalo y llame la
atención de Reese, que en estos momentos cena
tranquilamente en la cocina. Le pido que se quede un rato
más y me meto en la ducha sin hacer ruido. Abro el grifo y
dejo que el agua recorra el cuerpo, suspirando al sentir
cómo su calor me arropa. Cierro los ojos. Los recuerdos me
asolan, esta vez no soy capaz de suprimirlos. Las
compuertas se abren y exploto en un llanto desgarrador. Por
Giulia, por la traición de Nicholas, por la ausencia de Sam.
Me siento tan vacía, tan sola, tan perdida. El mundo se
derrumba sobre mi cabeza y me dejo consumir por la pena.
Unos golpes en la puerta me sacan de mi letargo. El
agua hace rato dejó de salir caliente y tiemblo de frío. Cierro
el grifo para después enfundarme en un mullido albornoz
rosa chicle, regalo de Sam. ¿Por qué no estás aquí? Te
necesito, amiga. Es lo único en lo que pienso antes de abrir
la puerta. Reese me espera al otro lado junto a Kate, su
cuidadora.
—Siento haber tardado. —Tomo a mi pequeña en brazos
y dejo que sus besos curen parte de mi dolor.
—No pasa nada —sonríe la canguro antes de
despedirse.
Llevo a mi monito a mi cuarto y cuando consigo bajarla
me pongo ropa cómoda y calentita, todavía no he entrado
en calor.
—¿Cómo estás, mi amor? ¿Qué tal el día?
—La seño nueva no me gusta, no sabe dibujar, y Max
me ha tirado del pelo —dice y esquiva la mirada.
Conociéndola, me temo lo peor—. Le he pegado una patada
y la profe me ha castigado. Dijo que está mal pegar al
compañero, pero él me pego primero, mami, tengo que
defenderme —dice con vehemencia.
—Es cierto que no puedes dejar que los demás te hagan
daño, pero tampoco puedes salir pegando patadas. Tienes
que llamar a la seño y explicarle lo que sucede, ella se
encargará de corregirlo.
—No, mami, estás equivocada. En mi cole no es así. —
Tengo que controlarme para no soltar una carcajada. Reese
no es de este mundo.
Justo en medio de su relato, donde intenta convencerme
de que si te pegan tienes que devolver el golpe de
inmediato, me doy cuenta de que tengo todo lo que
necesito para ser feliz. Mi niña me curará y me hará olvidar
que casi vuelvo a entregar mi corazón al hombre
equivocado.
Me entretengo jugando con ella y me olvido del dolor.
Bueno, el emocional, porque el físico sigue presente en mi
cuerpo. Si mi hija supiera cómo me defiendo se sentiría
orgullosa, lo de dar pataditas es quedarse corto. Madre mía,
aún no puedo creer que haya actuado de esa manera.
Estaba completamente fuera de mí.
Pierdo el control pronto y los recuerdos me invaden de
nuevo. ¿Cómo es posible que Nicholas me engañara de esa
manera? Le metí en mi casa, por Dios, ha jugado con mi
niña. ¿Cómo un hombre que se deja disfrazar de princesa
puede ser tan cruel? Él conoce las dificultades a las que me
enfrento para criar a Reese sola, sabe lo importante que es
para mí ese trabajo. ¿Cómo me ha podido hacer esto? Las
lágrimas pugnan por salir, pero no puedo darme ese lujo, no
delante de mi hija. Bastante está sufriendo con la pérdida
de Giulia, lo único que la mantiene distraída es pensar que
Papá Noel cumplirá su deseo. Trago el nudo que se me ha
creado en la garganta y miro el árbol de Navidad. Luce
precioso con todos los adornos que Nick le ha traído. Una
vez más, se me hace difícil mantener el llanto a raya.
Reese parece intuir el rumbo de mis pensamientos y me
pregunta:
—Mami, ¿por qué no ha venido Nick esta noche? ¿Ya no
me traerá más adornos para el árbol?
El momento que tanto temía llegó. He intentado por
todos los medios que ella no se viera involucrada, pero
parecía que el destino se empeñaba en colocarla en el
camino del imbécil de mi exjefe.
—Lo siento, tesoro. Nick ha tenido que irse de viaje esta
mañana. Ha sido algo de improviso y no tuvo tiempo de
despedirse —digo y, justo después, me parte el corazón ver
cómo la decepción cubre su carita.
—¿Y cuándo volverá?
—No lo sé, cariño, puede que no vuelva en mucho
tiempo. Forma parte de su trabajo visitar las diversas
empresas que tiene repartidas por el país. Aunque también
viaja al extranjero, esta vez se ha ido a París. ¿Quieres que
te enseñe en el mapa dónde está?
Su curiosidad incansable hace que se olvide de Nick y
se centre en la geografía. De Sam prefiero no decir nada,
demasiada información para que pueda asimilarla toda. Tras
un rato entretenida me sorprende pidiendo lápiz y papel,
creo que va a dibujar un avión o la torre Eiffel, pero, en
cambio, me dice que ha tenido una idea. La miro con
interés, tratando de descifrar cuáles son sus intenciones.
Cuando lo hago, me enternece el corazón: está pidiendo un
deseo a Papá Noel, y no necesito leer la carta para saber su
contenido. Debería haber protegido mejor a mi hija. Una
solitaria lágrima se desliza por mi mejilla y me apresuro en
secarla. No puedo derrumbarme, él no se lo merece.
Además, tengo cosas más importantes por las que
preocuparme, como, por ejemplo, pagar el alquiler. Me
estremezco solo con pensarlo, mañana mismo tendré que
empezar a buscar trabajo, el dinero de mi finiquito no
durará mucho.
Maldita mi suerte, de repente todo se ha desmoronado.
El conocido refrán de «las desgracias nunca vienen solas»
cobra sentido en estos momentos. Espero tener una tregua
pronto para coger aire, porque está claro que lo peor está
por venir. La enfermedad de Giulia es progresiva y no quiero
ni imaginar lo que estará pasando bajo los cuidados de
Jessica. Además, está el tema de Sam; sabiendo lo que sé
ahora sobre Nicholas siento que está en peligro, quizás la
coaccionaron para que fuera con ellos. Es mucha casualidad
que cierren el departamento de informática el mismo día
que ellos se van de viaje. Lo malo es que no puedo siquiera
denunciar los hechos, podría ponerla en una situación
mucho peor. Mi única esperanza es que les haga la vida
imposible. Sonrío un poco; no tienen ni idea de con quién se
están metiendo. Tras esa carita de niña desvalida e inocente
esconde una mente prodigiosa.
Una patada de mi pequeña me saca de mi
ensimismamiento. «Por Dios, hay que hacerse un seguro de
vida para dormir contigo, tesoro», me digo para mis
adentros. Aun a riesgo de amanecer como si me hubiese
pasado una apisonadora por encima, me la llevé a mi cama.
Necesitaba sentir su cuerpecito pegado al mío, sentir que
había algo grande por lo que seguir peleando.
Capítulo 12
Llevo cuatro días en el paro y empiezo a agobiarme, las
ofertas escasean, al contrario de lo que me imaginaba. Lo
bueno es que todos ya se han enterado de mi desgracia y
han activado el protocolo de ayuda vecinal «buscar un
trabajo para Chloe». Lo malo es aguantar las preguntas
indiscretas, no se cortan a la hora de cotillear, y lo peor es
repetir la misma historia cien veces.
Estoy saliendo de una entrevista cuando me suena el
móvil. Lo cojo deseando que sean buenas noticias.
—Dime.
—Hola, cielo. No he podido llamar antes, estos días han
sido una locura. ¿Qué tal estás? —La voz de Nicholas me
deja en shock durante unos segundos, luego reacciono a sus
palabras y entro en cólera. Es increíble que tenga el descaro
de llamarme. Si se cree que me voy a seguir acostando con
él después de lo sucedido, va listo. No quiero verlo ni en
pintura.
—¡Vete a la mierda, Nick! Y si te queda algo de
decencia, no vuelvas a llamarme. —Cuelgo sin darle
derecho a réplica.
El teléfono vuelve a sonar tres veces y decido
bloquearlo. Pasada media hora suena con un número
diferente, sé que es una llamada internacional por el prefijo
y dudo de si atender o no. Puede ser Sam, al día siguiente
de su partida me envió un mensaje de voz desde un número
parecido. No tengo dotes detectivescas, pero nada más
escuché el mensaje me puse a investigar la procedencia de
la llamada. Resultó ser de la empresa. También busqué
información sobre Nicholas y, salvo el episodio con la
secretaría desquiciada, lo demás eran solo elogios a su
labor empresarial.
Al tercer tono lo cojo.
—Sam, ¿eres tú?
—Sí, soy yo. ¿Qué ha pasado? Nicholas está como un
loco queriendo hablar contigo.
—No quiero hablar de ese desgraciado malnacido. ¿Te
puedes creer que me echó a la calle nada más darme la
espalda?
—Nooo, no puede ser. He visto cómo le brillan los ojos al
hablar de ti.
—No hay ningún error. —Pienso en la maldita lista y en
su firma—. No quiero hablar más de ese desgraciado. Quiero
saber de ti, y no me vengas con cuentos. Algo pasa, no es
normal que cierren el departamento de informática en el
mismo día de vuestra partida. Siempre he pedido
mantenerme al margen de tus actividades. Pero ahora es
diferente, estoy muy preocupada.
Se hace un silencio eterno al otro lado del aparato.
—No te puedo decir nada, solo te pido que confíes en
mí.
—Tienes que darme algo más, Sam, sabes que nunca te
traicionaría.
—Lo sé, no se trata de eso, confío en ti como no
confiaría en nadie más. Firmé un contrato de
confidencialidad. Ten paciencia y no hagas preguntas, por
favor. Créeme cuando digo que todo está perfecto, París me
encanta y pienso pasármelo en grande en la ciudad del
l'amour —dice poniendo asiento parisiense y decido dejar a
un lado mis infundadas conspiraciones paranoicas.
Esta misma tarde recibo una oferta de trabajo. No es lo
que esperaba, pero no me queda más remedio que
aceptarla.
Lo bueno de trabajar como camarera en el bar de Matt es
que llego cansada a casa y no tengo tiempo ni fuerzas para
pensar en el gilipollas de Nick. Desde que le colgué en las
narices no ha vuelto a dar noticias, de eso hace cinco días.
Con Sam he vuelto a hablar un par de veces y tuve que
morderme la lengua para no pronunciar su nombre. Jamás
pensé que lo echaría tanto de menos, anhelo sus caricias,
sus besos, el sonido de su voz, su mirada azul encendida
por la pasión. Dios, lo he vuelto a hacer. Quizás deba
matizar: no pienso en él antes de acostarme, pero paso todo
el día soñando despierta.
—Mami, tenemos que entregar la carta a Papá Noel. ¿La
has traído? —dice Reese nada más verme en la puerta del
cole.
—Sí, tesoro, aquí la tengo.
—¿Crees que a Santa le gustará mi dibujo?
—Claro, mi vida, eres una artista.
—¿Y si no le gusta y no me trae a Giulia? —Su labio
inferior tiembla mientras susurra.
—Le va a gustar, mi vida, dibujas muy bien y lo has
hecho con amor, eso es lo que importa. —Trago saliva a
través del nudo en mi garganta. Debería ir preparándola
para el fatídico día, aunque quizás en el fondo yo también
espere un milagro.
—¿Por qué todos se van, mami? Giulia, Sam, Nick,
ninguno se queda con nosotras. Tú no te vas a ir, ¿verdad?
No me vas a dejar sola.
Ya no puedo contenerme y dejo que las lágrimas se
deslicen sin control por mis mejillas. He fracasado
intentando proteger a mi pequeña del dolor causado por la
ausencia de su padre, de mis amigas, incluso de Nick. Es
imposible controlar todo lo que sucede a nuestro alrededor,
debería saberlo.
—Jamás te dejaré sola, tesoro. Estaremos siempre
juntitas —la abrazo, le hago cosquillitas y la lleno de besos
—. Y no te sientas mal por la ausencia de nuestros amigos.
Ellos siguen ahí, cariño, y siguen queriéndonos —bueno, no
todos—, pero cada uno tiene su vida, sus responsabilidades.
Tenemos que aceptar y aprender a disfrutar del tiempo que
pasamos a su lado. Cuando la tía Sam vuelva de París la
abrazas bien fuerte y le dices lo mucho que la quieres, ¿de
acuerdo?
—Vale, cuando vuelva la tita le haré un dibujo bien
bonito y le daré muchos besitos. A Giulia y a Nick también.
—La miro orgullosa y aliviada. Se disgustará en Navidad, sin
embargo, sé que lo acabará superando. Tal vez sea yo la
que tarde más en hacerlo.
—¿Qué te parece si almorzamos hamburguesa con
patatas? —sugiero y la alegría reflejada en su carita se
transforma en pura euforia.
Pasamos la tarde jugando y a la hora de despedirnos
hay drama, mi nuevo horario la tiene desconcertada. Le
gusta escuchar historias antes de dormir y de momento no
ha aceptado sea la niñera quien se las cuente. Nos queda
un nuevo aprendizaje por delante, porque las opciones de
trabajo en mi área escasean y tendré que seguir haciendo
turnos imposibles durante una larga temporada. Solo de
pensarlo me hierve la sangre, todo eso es culpa de Nicholas.
Si le tuviera delante, le pegaría una patada en los huevos y
luego disfrutaría viendo cómo se retuerce de dolor.
Dejo el melodrama a un lado y me pongo en marcha. El
bar de Matt está a unos veinte minutos andando de mi casa,
es una distancia corta y la hago sin darme cuenta, al menos
en parte; la vuelta es otro cantar. Salgo a las dos de la
madrugada y la distancia antes insignificante y agradable
se convierte en eterna y angustiosa, siempre llego a casa
como si hubiese corrido un maratón.
Esta noche en particular está siendo la más abrumadora
de todas, mientras servía copas tenía la sensación de estar
siendo observada y ahora siento que alguien me sigue,
puedo percibirlo cada vez más cerca, o eso creo. El miedo
va en aumento, acorde con la velocidad de mis pasos, y en
nada estoy corriendo como si me persiguiera el diablo.
Cuando doblo la esquina de mi calle me armo de valor y
echo una mirada hacia atrás. Nadie me persigue. Aun así,
mantengo el ritmo. Casi sin aliento y con el corazón latiendo
a mil por hora, entro en mi hogar.
—Dios, otra noche como esta y dejo ese trabajo —
susurro para no despertar a Kate, la canguro; ella prefiere
dormir en mi casa, seguramente para evitar ser atacada por
un violador en serie.
—Estoy de acuerdo. Ese trabajo no es adecuado para ti.
—Pego un salto de la impresión. Delante de mí, sentado en
mi sillón, con un aspecto cansado y desaliñado, se
encuentra Nick, el causante de mis últimas desgracias.
—¿Cómo te atreves a entrar en mi casa? Fuera de aquí
—digo entre dientes y abro la puerta para que salga.
—No pienso irme a ningún lado hasta que me escuches
—dice sin inmutarse, manteniendo el tono suave.
—No me interesa nada de lo que puedas decirme. ¡Vete
o llamo a la policía!
—Me voy a ir porque no quiero despertar a Reese
armando un escándalo, pero si quieres librarte de mí,
tendrás que escucharme.
—Ni se te ocurra amenazarme, no quiero verte más en
lo que me queda de vida. Fuera de mi vista.
Tiemblo de arriba abajo, no sé cómo consigo
mantenerme de pie. Me apoyo en la pared y espero a que
pase a mi lado para cerrar la puerta. Cuando creo haber
conseguido librarme de él, me pilla desprevenida y me
apresa entre sus brazos.
—No he dejado de pensar en ti en todos estos días —
susurra antes de posar sus labios sobre los míos.
Echo la cabeza hacia atrás antes de permitir que mi
estúpido cuerpo tome el control.
—Suéltame.
—Volveré cuando hayas dejado a Reese en el cole.
Hablaremos y esclareceremos muchas cosas. —Vuelve a
besarme y esta vez no consigo apartarme. El anhelo es más
fuerte y me dejo llevar. Por más que me cueste admitirlo,
ansiaba sentirme así, viva.
—No hay nada que esclarecer —consigo decir tras
recuperar el aliento y la cordura.
—Te equivocas. —Traza el contorno de mi boca con el
pulgar y se va sin decir nada más.
Con las piernas de gelatina, me dirijo a mi habitación.
No entiendo cómo he permitido que me besara. «Dos veces,
Chloe, dos veces», grita la vocecita en mi cabeza. Me dejo
caer de espaldas sobre la cama y cierro los ojos, aún siento
su sabor en mi boca.
—Maldición, ¿por qué tenías que besar tan bien? —
protesto en voz alta.
«¿Y tú por qué eres tan blanda? ¿Dónde está la patada
que le ibas a propinar en los huevos?, no la he visto por
ningún lado. Eres un fraude», contrataca mi subconsciente.
Gruño de frustración. No puedo dejar que vuelva a pasar,
debo mantenerme firme, da igual la excusa que se invente.
No puedo caer rendida a sus encantos, no se trata solo de
mí. Con estos pensamientos rondándome la cabeza, me
quedo dormida.
Acabo de dejar a Reese en el cole y por poco no llegamos
tarde. La visita de Nick me dejó tocada y todavía me siento
aturdida. Cuando me levanté no daba pie con bola, incluso
mi hija y Kate se dieron cuenta al verme con la ropa de
trabajo puesta. Esta última se llevó una reprimenda por
dejar a Nicholas entrar en mi casa, no me enfadé más
porque mi niña estaba dormida y no se enteró de nada.
Llevo unos cuantos pasos dados cuando un coche se
detiene justo en el paso de peatones, impidiéndome cruzar
sin tener que rebasarlo.
—Entra, hace frío para ir caminando —dice tras abrir la
puerta del copiloto.
Niego con la cabeza, no pienso estar en un espacio tan
reducido con él, y menos a solas. Si él quiere hablar tendrá
que ser en un sitio público.
—Te espero en la cafetería de la esquina —digo
mientras cierro la puerta de su coche de un portazo.
Él se ve obligado a seguir y por fin puedo reanudar la
marcha. Suelto el aire que estaba reteniendo sin ser
consciente y repaso mentalmente la decisión que he
tomado esta mañana, cuando volví a ser persona. Diga lo
que diga Nick, no pienso darnos una oportunidad, su vida no
encaja con la mía y más pronto que tarde nos daríamos
cuenta.
Tardo un poco en localizarle, está en una discreta mesa
al fondo del local. Con el pulso acelerado y la boca seca, me
dirijo a su encuentro.
—Buenos días —saludo sin saber qué decir. Es raro, me
siento como si estuviera delante de un extraño.
—Buenos días. He pedido el desayuno, espero que no te
importe. —Niego con la cabeza, él conoce mis gustos y sé
que no escatimará en detalles con tal de apaciguarme.
La comida llega de inmediato y por un breve instante
nos ponemos a degustarla, como si no tuviéramos ningún
tema de conversación importante entre manos. De repente
el ambiente se tensa y sé que ha llegado la hora.
—Me he enterado de tu despido y quiero que sepas que
no tuve nada que ver —empieza sin rodeos.
—He visto tu firma, Nick, y además vi que le entregabas
la lista a Martina. La lista que habías revisado y aprobado.
—No, ahí te equivocas, en mi lista tu nombre no estaba.
Jamás te haría eso, Chloe, y me duele que no me hayas
otorgado siquiera el beneficio de la duda. —Su mirada
apenada me impacta de lleno, rompiendo parte de mi
coraza.
—¿Qué querías que pensara? Decides irte de la noche a
la mañana, dejas a Martina al cargo y no me das ninguna
explicación, ni siguiera sobre el cambio de sexo de mi futuro
exjefe. Además, clausuras el departamento de informática y
secuestras a mi amiga Sam —digo dispuesta a ponderar su
reacción. Odio cuando se transforma en el señor Hayden.
—Lo que te voy a decir no puede salir de aquí: cuando
compré la empresa lo hice exclusivamente para recuperar
una patente que me habían robado y para descubrir quién
era el traidor.
Casi me caigo de la silla de la impresión. ¿Cómo es esto
posible? De repente se me cruza una idea descabellada y
palidezco.
—¿Y qué tiene que ver Sam en todo eso? —pregunto
como si desconociera su talento. Por una fracción de
segundo veo algo parecido a la sorpresa, luego se coloca su
máscara infranqueable de hombre de negocios.
—Que yo sepa, nada. Solo sé que ella es un genio de la
informática y Felix la invitó a trabajar con nosotros para
descubrir al responsable del sabotaje. En cuanto al cierre
del departamento de informática, era necesario,
descubrimos que hay mucha información encriptada en los
ordenadores y nuestro equipo de París tratará de descifrarla.
—Me atraganto con el café. Dios, esta historia se complica
por momentos—. Debido a los últimos acontecimientos
necesitaba adelantar mi viaje. Además, quiero que sepas
que Martina ya no trabaja para mí. Lo que hizo fue
intolerable.
—¿Habéis estado juntos alguna vez? —Niega con la
cabeza de forma apresurada y una vez más abandona su
máscara infranqueable de empresario—. Está enamorada de
ti, ¿lo sabías?
—No tenía ni idea, te lo juro. —Coge mis manos entre
las suyas, las estrecha y entrelaza sus dedos con los míos.
Siento que se me calienta el pecho por la emoción—. No
haría nada para perjudicarte, tienes que creerme. —Me
acaricia con el pulgar y estremezco—. Quiero estar contigo,
Chloe, quiero que lo nuestro funcione.
Se me encoge el corazón. Unas semanas atrás, estas
palabras me hubieran hecho tocar el cielo, pero después de
lo que pasó y sabiendo lo que está pasando en la empresa
sé que es imposible. Nicholas se irá a París de nuevo, nos
separará incluso un océano. Estamos condenados al
fracaso.
—Dime algo —pide tras mi prolongado silencio.
—No sé qué decir —digo al no encontrar la valentía para
verbalizar mi decisión.
—Joder, Chloe. La verdad. Di lo que sientes —dice,
soltando mis manos.
—Lo que siento no importa. —Soy incapaz de negar mis
sentimientos mirándole a los ojos—. Hay demasiadas cosas
que nos separan y debo pensar en mi hija. Está pasando por
un momento difícil, la ausencia de Giulia la afectó
muchísimo, luego se ha ido Sam, y también sufre por ti. Te
extraña.
—Deja de usar a Reese de escudo, es una niña increíble
y con una madurez sorprendente. Además, si hacemos las
cosas bien, no saldrá lastimada.
—Las posibilidades de que lo nuestro funcione son muy
bajas, Nicholas. Reconócelo —digo con un hilo de voz.
—Eso nunca lo sabrás. —Me mira de una forma que
prefiero no interpretar—. No te tenía por una cobarde,
Chloe, pero veo que me equivoqué.
Tras decir esas contundentes palabras, se levanta y se
va. Impotente, le dejo marchar y antes de verle abandonar
el local ya me estoy arrepintiendo. Dios, ¿qué he hecho?
Acabo de dejar escapar al hombre que me hace vibrar de
pasión, que me acelera el corazón solo con una mirada y del
que, por mucho que lo niegue, creo estar enamorada. Unas
lágrimas ardientes y pesadas se deslizan por mis mejillas y
después me empapan. Tiene razón cuando dice que soy una
cobarde, lo soy. Y pagaré caro por ello, sé que jamás podré
sacarle de mi piel, de mi mente, de mi alma…
Capítulo 13
Paso la siguiente semana como un alma en pena. El
arrepentimiento me corroe por dentro y si pudiera volver
atrás en el tiempo, tomaría otra decisión. Quería evitar un
sufrimiento futuro y ahora sufro más que nunca. Y lo peor es
que estoy haciendo infeliz a mi pequeña, ella siente mi dolor
y cada día que pasa se apaga un poquito. Sam me llama
casi a diario para saber cómo estoy, se quedó en shock
cuando le conté lo sucedido. Apostaba por nuestra relación.
Esta noche está siendo dura, ni el cansancio permite
que concilie el sueño. Me duele el cuerpo, que anhela las
caricias de Nick mientras mi corazón clama recuperar a su
otra mitad. Me he dado cuenta muy tarde de la profundidad
de mis sentimientos. «Si tanto sufres, ¿por qué no le llamas
o le envías un mensaje?», pregunta esa vocecita en el fondo
de mi mente. Debería hacerlo, pero ¿qué le voy a decir
después de menospreciar nuestra relación? Me acuerdo de
una de sus frases: «Joder, Chloe. La verdad. Di lo que
sientes». Un atisbo de esperanza nace en mi interior y
decido arriesgarme sin dudar más. No pierdo nada por
intentarlo.
Busco su número en mi móvil y le escribo un mensaje.
Le dará tiempo a leerlo con calma, a digerirlo antes de
tomar una decisión que nos una o separe para siempre.
Siento no haber sido lo suficientemente valiente para
reconocer que mis sentimientos por ti son más fuertes que
mis miedos. Si pudiera volver atrás, diría sí una y mil veces.
Te extraño, extraño tus besos, tus caricias…
Mi dedo se mantiene sobre la pantalla sin llegar a
tocarla durante un buen rato. Leo el mensaje una docena de
veces y vuelvo a dudar. Quizás debería ser más romántica,
aunque si siente algo mínimamente parecido a lo que yo
siento por él, estas palabras serán como un faro en una
noche de tormenta. Le doy a «enviar» y por fin consigo
quedarme dormida.
Al despertarme lo primero que hago es mirar el móvil. El
doble tick azul está activado, pero no tengo ninguna
contestación. Seguro que está luchando contra su orgullo
herido. Dejo el teléfono en la mesita de noche y decido
dormir un poco más, llevo mucho sueño atrasado. Sin
embargo, mi pequeño terremoto tiene otros planes.
—¡Mami, mami! Quedan solo cuatro días para que
llegue Papá Noel. Tenemos que comprar un regalo para la
tata y otro para Nick.
—Buenos días, mi amor —digo escondiendo mi
frustración. Cuando tiene cole me cuesta la misma vida
sacarla de la cama, ahora que está de vacaciones madruga.
Es para pegarse un tiro.
—¡Anda, levántate! Tenemos muchas cosas que hacer.
Suelto una carcajada por su tono autoritario y la cojo en
volandas, luego la tiro sobre la cama y la lleno de
cosquillitas.
—Estás muy autoritaria, señorita. No puedes hablarme
así.
—¿Por qué no?, tú siempre me hablas así.
—Porque soy tu madre.
—Pues no quiero ser hija, quiero ser como tú. —No
puedo controlarme y vuelvo a reírme al ver su cara
enfurruñada. Realmente está molesta. Madre mía, lo que
me espera.
—¿Sabes cocinar? ¿Tienes carné de conducir? ¿Trabajas
para mantenernos?
—Claro que no, solo soy una niña —dice poniendo los
ojos como platos. Tengo que controlarme para mantenerme
seria.
—¿Ves?, no puedes ser como yo, te toca obedecer. —Le
toco la nariz deshaciendo las arruguitas que demuestran su
contrariedad—. Ahora recoge tu habitación, que anoche la
dejaste patas arriba. Mientras iré preparando el desayuno.
—Y los regalos, ¿cuándo vamos a comprarlos? —insiste.
—Quizás más tarde.
Sonrío al verla salir corriendo, sabe que mis «quizás»
significan un «sí» rotundo.
Durante la mañana miro mi móvil cada dos por tres.
Intento mantener la esperanza, pero el desánimo se va
apoderando de mí por cada hora transcurrida. Miles de
hipótesis me pasan por la cabeza, a cada cual peor. La más
relevante y dolorosa de todas: ha descubierto que sus
sentimientos no son tan fuertes como se creía y se siente
aliviado por estar al otro lado del océano. «Deja de
torturarte», me reprendo a mí misma. Aunque salgo de una
situación dolorosa para meterme en otra. Llevo días
llamando a Jessica, quiero pensar que el espíritu navideño le
tocará el corazón por estas fechas. Sin embargo, sigo
escuchando la voz de la operadora.
Por la tarde decido darle el gusto a Reese, aun a
sabiendas de que sus regalos jamás serán entregados. Por
lo menos consigo convencerla de comprar cosas que podrán
sernos de utilidad más adelante, en el outlet donde compro
no se permite el cambio.
—Quiero esta, mami —dice, señalando a una bufanda
de color azul. Es del mismo tono que los ojos de Nick y
siento como si una mano me oprimiera el pecho. ¿Hasta
cuándo me sentiré así? La respuesta que me ofrece mi
subconsciente no me gusta.
Aparto los pensamientos deprimentes de mi cabeza y
ayudo a mi hija a escoger el supuesto regalo de Giulia.
Buscamos entre todas las opciones útiles disponibles, pero
nos enamoramos a la vez de una caja de costura tallada en
madera. A mi amiga le gustaría; me dejo llevar por la
nostalgia.
—Esto es para la tata, mami —dice Reese cogiendo la
caja—. Le pediré que me haga ropita para la Barbie que me
va a traer Papá Noel.
No tengo fuerzas para llevarle la contraria y, a pesar del
precio, nos quedamos con el costurero. También compramos
algo para Sam, lo dejaremos en el árbol hasta pasadas las
fiestas por decisión expresa de Reese. Ella confía en el
poder de la magia de la Navidad.
Los días siguientes son agotadores, trabajar como camarera
en estas fechas es una verdadera pesadilla. Llego a casa
destrozada, tanto física como emocionalmente, y ver a
todos festejando con sus amigos y familiares pone en
evidencia lo muy sola que estoy. Solo estamos mi hija y yo,
nadie más. Cuando estaba Giulia y Sam me olvidaba de mis
padres. Entretanto, en esta ocasión noto su ausencia como
nunca. Incluso me atreví a enviarles un mensaje, no
contestaron y me dolió tanto como en el día que me
invitaron a abandonar el pueblo.
De Nick ya no espero respuestas, perdí la esperanza, y
duele tanto que a veces me cuesta respirar, solo sigo de pie
por mi niña. Ella hace soportable ese enorme vacío que
siento en el pecho. Trago las lágrimas y continúo sirviendo
copas con una sonrisa impostada.
La jornada llega a su fin y, como en las noches
anteriores, pego un carrerón hasta mi casa. No sé si me he
vuelto paranoica, pero la sensación de que me están
siguiendo no me abandona. Incluso he comprado un espray
antivioladores; lo llevo en la mano, listo para usar en
cualquier momento. Justo cuando llego a la altura de la casa
de Giulia me detengo de golpe, juraría haber visto una
sombra en la ventana de su salón. Observo durante unos
segundos, sin perder de vista mi alrededor, no veo nada y
reanudo la marcha. Mientras me alejo, pienso en que
mañana me acercaré para estar segura.
Una vez en la seguridad de mi casa me ducho y me
acerco a la habitación de mi hija. Sonrío enseguida al ver
cómo duerme atravesada sobre la cama, con media pierna
hacia fuera. Me acerco sin hacer ruido, la pongo derecha en
el centro del colchón y la tapo con la manta. Ella susurra en
sueños: «Mami», «la tata», «no quiere». Habla muy bajito y
solo puedo identificar esas tres palabras, sin embargo,
siento que está sufriendo y lo confirmo cuando un quejido
sale de su garganta. Me tumbo a su lado y la abrazo, al
instante se tranquiliza y entra en un sueño profundo.
—Ojalá pudiera cumplir tu deseo, mi vida —murmuro
antes de quedarme dormida.
—¡Au! —grito al caer de culo en el suelo.
Tardo unos segundos en orientarme y, al ver la pierna
de mi pequeña colgada en el borde de la cama, sé dónde
estoy y lo que sucedió. Me levanto y vuelvo a enderezarla,
luego deposito un beso en su frente y regreso a mi
habitación. Son las siete de la mañana y aprovecho el ratito
de tranquilidad para envolver los regalos que compré para
Reese. Mi horario de trabajo me impidió hacerlo antes, pero
por suerte tengo dos días libres. Podré disfrutar con mi niña,
aunque en esta ocasión la celebración será amarga.
En los últimos días he ido preparando a mi hija para el
trágico momento, pero ella ignora mis palabras y sigue con
su fe inquebrantable. Intenté decirle que Papá Noel trae
objetos, no personas, ya que estas pesan demasiado y no
caben en el trineo. Su respuesta fue: «Es magia, mami, los
renos tampoco vuelan y Papá Noel tiene un trineo con
nueve renos mágicos». Después de esta contestación
desistí, que sea lo que Dios quiera.
Acababa de esconder los regalos de mi niña cuando
apareció por la cocina llena de energía.
—Por fin llegó el día, mami. Tenemos que preparar las
galletas para Papá Noel.
—Sí, mi amor. Desayuna y luego lo haremos.
—También tenemos que dejar zanahorias para los renos.
Viajan mucho y tienen que comer.
Reese está acelerada y pasa todo el día como una moto,
hablando sin parar y haciendo miles de preguntas. La llevo
un rato al parque y al pasar delante de la casa de Giulia
aprovecho para echar un vistazo. Todo sigue igual como lo
dejó, pero un olor inconfundible a sus galletas de jengibre
llega a mis fosas nasales, cierro los ojos e inspiro hondo. No
hay duda. Debo de estar volviéndome loca. Me alejo de su
vivienda sin dejar de pensarlo.
Busco un sitio soleado y me siento para observar a mi
hija correr a lo lejos, feliz y despreocupada. Me gustaría
sentirme así, aunque solo fuera por unos segundos. El vacío
que tengo en el pecho ha ido creciendo de forma
exponencial y tengo miedo de que me absorba por
completo. Se me humedecen los ojos y saco el móvil para
leer el mensaje que envié a Nicholas, pensando en que
quizás debo enviarle otro. Justo en este momento suena,
pegándome un susto. Es Sam, ya me sé su número de
memoria.
—Hola. ¿Cómo estás? —pregunta.
—Bien. No, no estoy bien. Me siento muy sola, Sam. Sin
ti, sin Giulia, sin Nick. —No aguanto más y empiezo a llorar.
—Chloe, por favor, no llores. Me parte el corazón verte
así, ojalá pudiera estar ahí. —Al instante me doy cuenta de
que la estoy haciendo sufrir y controlo el llanto.
—Lo siento, estoy muy sensible. Son las fechas, ya
verás como me repondré cuando todo eso pase. ¿Y tú qué
tal? ¿Qué planes tienes para esta noche?
Sam va a pasar las Navidades de fiesta en fiesta, me
alegro por ella. París está hecha para mi amiga, dudo que
vuelva a acostumbrarse a un pueblo tan pequeño. Seguimos
hablando durante un ratito, pero enseguida tiene que cortar
la comunicación, ya es noche en Francia y tiene que
arreglarse. Le deseo unas felices fiestas y nos despedimos
con la promesa de seguir hablando al día siguiente.
—¡Mami, mami, mami! —Reese grita con voz estridente
provocando que salte de la cama y corra al salón.
Una vez allí me quedo con la boca abierta. Hay tres
cajas enormes, casi tan altas como el árbol, envueltas con
lazos de colores. Mi corazón late desbocado y me siento
temblar, creo que me desmayaré en cualquier momento. Me
pellizco para asegurarme de que no es un sueño y suelto un
quejido por el dolor. Mi lado racional dice que es imposible.
¿Cómo iba a estar Giulia metida en una caja con su actual
estado de salud? ¿Estará Jessica en alguna de las tres? Eso
ya no me hace tanta gracia, mejor la dejamos encerrada.
—Mami, ¿lo abrimos? —pregunta mi hija con un hilo de
voz. Creo que intuye lo que hay dentro.
—Sí, ¿por cuál quieres empezar? —pregunto mirando la
del lazo azul. Dios, como Nick esté dentro de esta caja, me
muero.
—Hmmm…, yo abro la verde y la rosa y tú la azul —dice
decidida.
—¿Por qué tú tienes dos y yo solo una? —pregunto y
casi suelto una carcajada. Se me va la olla.
—Porque soy niña, y los niños tienen más regalos que
los adultos. —Creo oír una risa proveniente de una de las
cajas. Me entran ganas de gritar como lo hizo mi pequeña.
—Pues vamos allá —digo notando cómo le tiemblan las
manos, está emocionada—. Espera —grito y ella se detiene
de golpe. No puedo recibir a Nick con estas pintas—. Tengo
que ir al servicio. Será solo un momentito.
—Nooo, mami —protesta.
Salgo corriendo y me meto en el cuarto de baño, me
lavo la cara, los dientes, me peino y me pongo unos leggins
y un jersey holgado en mohair de Loewe. En unos minutos
estoy de vuelta en el salón, pero no encuentro a Reese por
ningún lado. Noto que uno de los lazos está ladeado y tengo
que sostenerme en el sillón para no caerme. Es el de color
verde, el que mi intuición afirma que corresponde a Giulia.
Me recupero de la impresión para ir hacia mi caja. Desato el
nudo con torpeza y la ranura que hay en medio se abre.
—¡Feliz Navidad, Chloe! —grita Nick antes de que me
tire a sus brazos, y por un instante me olvido de todo lo
demás. Nos besamos como si no hubiera un mañana. Solo
nos separamos cuando el aire comienza a escasear.
—¡Feliz Navidad! Oh, Nick, no puedo creer que estés
aquí, que esto de verdad esté pasando.
—Te dije que tenía muy buenos contactos en el Polo
Norte —dice inclinando la cabeza hacia la caja de al lado.
Sin soltarme de él, me giro y me encuentro a Giulia
sentada en una silla que estaba situada dentro de la caja.
Reese está en su regazo y sus ojitos brillan por las lágrimas
retenidas.
—Giulia. —Me arrodillo en el suelo y la abrazo,
envolviendo a mi hija en el proceso—. ¿Te acuerdas de mí?
—Hola, mi niña. Cómo no me voy a acordar de ti. —Me
besa en la mejilla como en los viejos tiempos—. ¡Feliz
Navidad! —su voz tiembla por la emoción.
—Oye, yo sigo aquí. La caja rosa es como el huevo
Kinder, viene llena de regalos —protesta Sam, y tanto yo
como mi pequeña chillamos de alegría. Sale del envoltorio,
y junto a ella un aluvión de regalos de diversos tamaños
ruedan por el suelo. Mi niña se vuelve loca.
—¡Bruja!, ¿cómo has podido engañarme así? ¿Desde
cuándo lo sabes?
—Desde hace unos días. Nick consiguió encontrar a
Giulia y me llamó para ayudarle a preparar la sorpresa. Vas
a flipar cuando te contemos todo lo que ha pasado.
Busco a Nick con la mirada y le encuentro ayudando a
mi amiga a levantarse de la silla, la veo más delgada.
—Ve con ellos, yo entretengo a Reese.
Me acerco y la tomo del brazo libre. La siento tan frágil
que me da miedo preguntar por su estado de salud. Lo
único que me consuela es verla lúcida.
—¿Qué pasó, Giulia? ¿Dónde está Jessica?
—Ay, mi niña, han pasado cosas horribles, pero deja que
te las cuente Nick. Quiero ayudar a Reese a abrir los
regalos.
—Claro, ven, te pondré una silla cerca del árbol.
Mi hija está tan enloquecida que aún no se dio cuenta
de la presencia de Nick, cuando lo hace pega un grito y se
abalanza a sus brazos. Él la llena de besos y le pregunta si
le ha gustado la sorpresa.
—Sííí, mucho, muchísimo. Pedí a Papá Noel que te
trajera junto con la tata.
Nick la mira con tanto cariño que me cuesta controlar
las emociones. Temo empezar a llorar y no parar más.
Deseo estar a solas con él para decirle lo mucho que le
quiero y agradecerle el mejor regalo de mi vida.
—Chloe, ¿podrías ayudar a Nick a recoger una cosa que
dejé olvidada en mi casa? —pregunta Giulia como si
acabara de leerme la mente.
—Claro —digo nerviosa.
Nick sonríe encantado, me coge de la mano y salimos
de mi casa juntos.
—Pensé que nunca más te vería —digo tras un rato de
silencio.
—Eso nunca pasará. —Pasa un brazo sobre mi hombro,
pegándome a su cuerpo—. No niego que me fui enfadado,
pero mi intención era darte espacio para que reflexionaras
sobre tus sentimientos. Sin embargo, las cosas se
complicaron en la empresa y tuve que volver a París, luego
el detective que contraté creyó tener noticias de Giulia y
preferí ir personalmente para comprobarlo.
—¿Fuiste a Topeka?
—Sí, y lo que me encontré al llegar todavía me hiela la
sangre. —Interrumpe su discurso para abrir la puerta de la
casa de Giulia. Allí nos sentamos en el sillón; él me arrastra
a su regazo y yo me derrito entre sus brazos. Le tengo unas
ganas inmensas, pero antes necesito saber que le pasó a mi
amiga—. La pista del detective nos condujo a una casa
abandonada ocupada por un puñado de drogadictos. Al
principio creí que se había equivocado, no me cuadraba que
la hija de Giulia estuviera viviendo allí. Tras unos días de
vigilancia la vimos junto a su novio. Por lo visto, él la
arrastró a esa vida. La hizo perder el trabajo y cuando sus
ahorros se acabaron decidieron quedarse con el dinero de
su madre.
—¿Qué? ¿Y su enfermedad? ¿Cómo pudieron?
—No, cariño, la cosa es más sórdida de lo que imaginas
—avisa abrazándome—. La tenían encerrada en el sótano
de la casa. Solo la sacaban para que cobrara la pensión, se
quedaban con todo y la volvían a encerrar.
Un llanto desgarrador me invade. Me cuesta encajar
todo lo que ha tenido que soportar esa pobre mujer, podría
haber muerto allí y nadie se enteraría.
—Chsss, tranquila. La han atendido los mejores médicos
del país y solo necesita reposo y tiempo para recuperar el
peso. Estaba desnutrida y deshidratada. También detectaron
restos de somníferos en su sangre, los médicos creen que
Jessica llevaba tiempo administrándolos, por eso se sentía
confusa y presentaba cuadros de pérdida de memoria.
—Dios mío. Nunca hubiéramos recuperado a Giulia de
no ser por ti. Te estaré eternamente agradecida.
—Mi recompensa es verte feliz, Chloe. —Su mirada me
atrapa y me cuesta hilar las palabras.
—Sé que leíste mi mensaje, pero te lo repetiré por si te
queda alguna duda —digo acercándome a su rostro—.
Quiero estar contigo, Nick, quiero descubrir a dónde nos
conduce ese sentimiento tan profundo que a veces llega a
ser abrumador. Quiero tus besos, tus risas, tus miradas, tus
caricias; lo quiero todo, Nick. Te he extrañado tanto…
Sus labios buscan los míos. Nuestras lenguas se
entrelazan y deseo fundirme con su piel, con su aliento, con
su alma… hasta convertirnos en uno solo. Cuando al fin nos
separamos, él descansa su frente contra la mía mientras
recuperamos el aliento.
—No más que yo, Chloe. Me he enamorado de ti como
un loco, estos días que hemos estado separados han sido un
verdadero infierno —dice, llenando así el vacío que su
ausencia dejó en mi corazón.
Aún queda mucho por aclarar, sin embargo, en este
momento solo quiero sentirlo, besarlo, amarlo como nunca
pensé que fuera posible.
Horas más tarde…
Me encuentro en los brazos de Nick, relajada y feliz tras
hacer el amor por segunda vez. Nunca tenemos suficiente,
la pasión que arde entre nosotros es feroz, primitiva, nos
consume y nos ata de cuerpo y alma.
Después del primer y explosivo encuentro me dediqué a
interrogarle como si fuera una agente de la Gestapo.
Necesitaba saber qué pasó con Jessica, no soportaría saber
que se fue de rositas, pero me alivió saber que ese no fue el
caso. Ella y su novio fueran acusados de varios delitos,
tocaba esperar el juicio para saber los años que los
condenarían, pero Nick usaría su poder y contactos para
que les cayese la máxima pena posible. Lo que le hicieron a
Giulia fue inhumano y tardará en recuperarse del todo,
aunque estoy segura de que mi hija la ayudará a curarse, se
quieren de una manera muy especial.
También hablamos de la empresa, y aunque no conseguí
enterarme de mucho, por lo menos me puedo quedar
tranquila con respecto a Sam. Ella no está en la lista de los
sospechosos; al contrario, gracias a su genialidad
consiguieron dar con los culpables. Espero que siga en el
buen camino y no caiga en la tentación de meterse donde
no debe.
Del futuro hablamos poco, solo lo suficiente para saber
que queremos estar juntos sea donde sea. Quizás mañana
me mude a Wichita o a Illinois, aunque París está
descartado. El tiempo lo dirá.
Ya llevábamos un buen rato en la casa de Giulia cuando
decidimos volver, pues aún queremos disfrutar todos juntos.
—Mami, has tardado un montón. ¿Dónde está? —
pregunta mirándonos de arriba abajo.
—¿El qué, tesoro?
—Lo que habéis ido a buscar. —Nick suelta una risita, a
la que le acompaña Giulia. Esta decide apiadarse de
nosotros y nos quita a Reese de encima.
—Eso, ríete, ya verás en los líos en los que nos va a
meter —prevengo a Nick—. Solo te lo advierto, piénsalo dos
veces antes de abrir la boca cerca de ella.
Él sonríe y me besa delante de ellas; no es un beso
cualquiera, sino uno de estos que te pone del revés.
Cuando me libera me doy la vuelta y las tres nos están
mirando, mi hija con los ojos como platos. Ahora entiendo,
lo ha hecho a posta para ver su reacción. Que se prepare.
—¿Has besado a mi madre, Nick? —pregunta.
—Sí, preciosa. ¿Te molesta que lo haga?
—Nooo —Sus ojos brillan y sé que está pensando en el
beso del príncipe al final del cuento, para ella es lo mismo
que decir: «Y fueron felices y comieron perdices»—. ¿Estás
enamorado de mi mami?
—Totalmente enamorado, quiero pasar el resto de mi
vida con ella, con vosotras. Tú también has conquistado mi
corazón. —La coge en brazos y la mira emocionado.
—¡Yupi, vas a ser mi papá! Tú quieres ser mi padre,
¿verdad? Yo llevo mucho, mucho tiempo esperando un
papá. El mío se fue a Europa y no quiso volver, le gustan las
fiestas de Biza.
—¿Biza? —Me mira sorprendido. Sonrío, acaba de entrar
en el juego de mi hija y ella no le soltará hasta que se
canse.
—Sí, Biza, eso dijo mi madre a Sam. —«Ibiza», le chivo a
Nick moviendo los labios—. ¿A ti te gusta la fiesta?
—No digas que no te he avisado —susurro y lo beso en
los labios—. Me voy con mis amigas. Suerte.
Me acerco a Giulia y a Sam, que se están partiendo de
la risa.
—Eres mala, pobrecillo —dice Sam.
—Le he advertido, no quiso hacerme caso.
—Ay, mi niña, no sabes lo feliz que estoy. Has tenido
mucha suerte, es un muchacho maravilloso, me ha salvado
la vida.
Su voz se atraganta y la abrazo.
—¡Oh, Giulia!, cuánto lamento lo que ha pasado. Sam y
yo te hemos buscado sin descanso.
—Lo sé, cariño. Nick me lo contó. —Nos coge de las
manos a ambas—. No hablemos más de eso, es pasado. Hay
que mirar hacia delante. Ahora estoy en casa, con mi
verdadera familia.
Se nos hace difícil mantener la emoción bajo control.
Nos damos un abrazo colectivo con la certeza de que, pase
lo que pase, siempre estaremos unidas.
Epílogo
Un mes después…
Las fiestas navideñas se quedaron atrás, y con ellas mi
antigua vida. Ahora vivo con Nick en Wichita. No está siendo
tan fácil como pensé, demasiados cambios. Principalmente
para Reese, que echa de menos a sus amiguitos. Pero estoy
segura de que pronto hará nuevos amigos, es muy
comunicativa y simpática. Eso sí, la casa le encanta. Su
papá, como lo llama ahora, contrató una diseñadora de
interiores para que le decorara su habitación con temática
de princesa; no faltó ni la cama con dosel, entrar ahí es
como entrar en un cuento. Mi relación con Nick cada día se
afianza más, estamos redescubriéndonos y me encanta lo
que voy destapando. Bueno, no todo son flores y corazones,
hay momentos de tensión; a veces lo solucionamos con una
buena charla y otras lo solventamos de manera deliciosa.
Madre mía, el sexo que tenemos es alucinante.
Giulia sigue recuperándose y poco a poco va volviendo
a ella la alegría e incluso ha ganado peso. Mi niña y su
maletín de doctora se encargan de sanarla. De momento
ella vive con nosotros, aunque desea volver a su casa
porque le gusta la tranquilidad del pueblo y allí están sus
conocidos. Lo bueno es que estamos cerca y la visitaremos
con asiduidad.
Mi amiga volvió a París; yo ya sabía desde el principio
que nuestra ciudad se le iba a quedar pequeña. Solo espero
que siga en el buen camino, cosa de la que no estoy tan
segura. Sobre su cabeza sigue sobrevolando esa aura de
misterio.
Mudarme a Wichita también sirvió para que descubriera
que el señor que atendía en el bar de Matt, el que llegaba
casi a la hora de cerrar y se tomaba una cerveza, no es otro
que el chófer de Nick y el supuesto violador en serie que me
estuvo siguiendo a la salida del trabajo noche tras noche.
Cuando lo descubrí me entraron ganas de rociarles con el
espray pimenta que había comprado. Ese día Nick tuvo que
suplicar mi perdón a base de orgasmos.
Hay un tema que me urge solucionar: mi independencia
financiera. No pretendo pasar el día como una muñequita
ociosa, esperando a que él llegue del trabajo con la cena
puesta y la casa en perfecto orden. No, yo quiero seguir
trabajando y de ser posible en su empresa, así le vigilo. Lo
de liarse con las secretarias lo lleva en la sangre. Confío en
su amor, en nuestra relación, pero nunca está de más ser
precavido.
Nick se despierta y me atrae hacia su cuerpo,
liberándome de mis ensoñaciones.
—Buenos días —digo antes de quedarme atrapada en su
mirada. Me besa hasta dejarme sin aliento y, tras
comprobar que estoy preparada para recibirle, me hace el
amor de forma lenta y seductora, tomándose su tiempo,
bajo la luz tenue del amanecer.
—Ahora sí son buenos días —me dice con voz melosa.
Felices y deliciosamente relajados, nos levantamos y
nos duchamos entre risas y besos llenos de pasión. Luego
bajamos a preparar el desayuno, pues mantenemos la
rutina a pesar de ser sábado. Reese y Giulia no tardan en
bajar y a unirse a la mesa. Mi pequeña no solía tener buen
despertar, sin embargo, con el mundo de novedades sin
explorar que tiene por delante no hay quien la mantenga en
la cama.
—Hola, mi amor, ¿quieres tortitas para desayunar? —
pregunto tras recibir su beso de buenos días. Nick lo ha
recibido antes que yo, la muy bandida ha cambiado de
bando. Ahora él es su ojito derecho y le defiende de mí con
uñas y dientes.
—Sí, con mucho sirope de arce.
—Buenos días, Giulia. ¿Cómo has pasado la noche? —
pregunto acercándome a su silla.
—Bien, mi niña. Me estáis malacostumbrando —sonríe
mientras unta mermelada en su tostada.
Estoy preparando las tortitas mientras escucho el
parloteo de Reese y Nick, él ya empieza a cogerle el
tranquillo. Sus respuestas ahora son más elaboradas y las
piensa mejor. Giulia suele intervenir cuando está en apuros.
—Nick, creo que hay unos gatitos escondidos en vuestra
habitación, he escuchado unos ruiditos esta noche. Me iba a
levantar para buscarlos, pero estaba muy oscuro y tuve
miedo. —Nick casi se atraganta con el café y yo me quedo
en shock.
—Vais a tener que insonorizar toda la casa, y cuando
digo toda es toda —dice Giulia soltando una risita.
—¿También lo has escuchado? —pregunto palideciendo.
—Para no escucharlo, para no escucharlo. —Suelta un
suspiro soñador—. Si yo fuera más joven…
Nick y yo nos miramos y soltamos una sonora carcajada.
Estaba claro que nuestra vida juntos sería de todo menos
aburrida.
Fin
Adelanto próxima entrega:
Un Pacto Peligroso
Capítulo 1
Justo después de las fiestas navideñas, cuando empezaba a
soñar con montar mi propia empresa de software, me suena
el teléfono con la melodía de la película Psicosis de Alfred
Hitchcock. Por un momento dudo si contestarlo o no.
—Pensé que me había librado de ti tras cumplir nuestro
pacto —digo de forma directa y taxativa.
—El caso ha dado un giro y te quiero en mi equipo…
—Ni lo sueñes, no voy a ninguna parte. Te he ayudado a
solucionar el robo de la patente, he cumplido con nuestro
acuerdo y espero que hagas lo mismo. Estoy segura de que
hay mucha gente calificada en el FBI para ayudarte —
interrumpo sin conseguir ocultar mi nerviosismo—. Además,
mañana tengo cita con mi asesor financiero, voy a montar
mi propia empresa de software.
—Me importan una mierda los planes que tengas,
mañana te quiero en Illinois. Así que mueve el culo y coge el
vuelo que te he reservado esta tarde —dice Aiden en un
tono chulesco.
—Lo mismo te digo. Me importan una mierda tus
asuntos, no pienso mover este precioso trasero hasta Illinois
—contraataco y lo escucho maldecir.
—Todavía no lo has pillado, ¿verdad? Te tengo en mis
manos y como me cabrees más de la cuenta te lo haré
pagar caro. Tú más que nadie sabes lo fácil que es fabricar
pruebas.
—Eres un imbécil, Walker —gruño de impotencia—. Te
odio con todas mis fuerzas.
—El sentimiento es mutuo, Miller —contesta y cuelga.
Tiro el móvil encima de la cama con todas mis fuerzas,
que rebota y cae al suelo. Lo cojo con el corazón en las
manos, aunque por suerte sigue intacto. Desde que Aiden
(alias Felix) entró en mi vida todo es un caos. Hay
momentos en los que tengo ganas de pegarle un tiro, quizá
lo hiciera si el muy cabrón no fuera un agente del FBI
infiltrado.
Mi historia se remonta casi quince años atrás, por
entonces estaba en séptimo grado. Tras realizar un test
junto a mi hermano Brandon, dos años mayor que yo, nos
detectaron un alto índice de coeficiente intelectual y el
centro escolar nos derivó de inmediato al programa GATE
(Gifted and Talented Education) para superdotados. Nos
mudamos de ciudad y durante un tiempo todo fue sobre
ruedas hasta que Brandon, a los dieciséis, se graduó en
Harvard con un doble grado en Matemáticas e Ingeniería
Informática; la NSA lo reclutó de inmediato. Unos meses
después les dijeron a mis padres que había muerto en un
accidente aéreo, pero yo nunca me lo creí. Por eso husmeo
donde no debo e infrinjo todas las normas de seguridad
gubernamentales, sé que algún día encontraré respuestas.
Tras lo sucedido con Brandon decidí ocultar mis
verdaderas habilidades. Durante años me mantuve alejada
de la tecnología, temía que estuvieran al acecho esperando
que diera un paso en falso para poner fin a mi libertad.
Abandoné el programa GATE y volví al pueblo con mis
padres. Concluí mi formación utilizando el material de
estudio de mi hermano, devoré cada uno de sus libros y
repasé todos sus trabajos, incluso terminé un software en el
que llevaba años trabajando sin resultados. Lo bauticé
LAMARDON, en homenaje a la actriz austríaca inventora de
la tecnología que dio origen al wifi moderno y a Brandon.
Para tener a mis padres contentos me saqué la carrera
de Informática, cuatro años de puro aburrimiento en los que
luchaba para no quedarme dormida en clase. Con mi
diploma mediocre y un empleo de mierda, empecé una
nueva vida libre de la NSA. Por fin podía utilizar mis
conocimientos para buscar a Brandon sin que nadie
sospechara.
Pero un moreno sexy de ojos chocolate irrumpió en mi
camino poniéndolo del revés. Mientras preparo el equipaje
intento apartarlo de mi mente, pero es imposible y los
recuerdos de lo sucedido vuelven a inundar mi cabeza.
Aiden llevaba un mes reestructurando el departamento
de informática de la empresa para la que trabajo. Apenas se
fijaba en mí, hasta que caí en la tentación de impresionarlo
con mis habilidades. Solo necesité un par de trucos. A la
semana siguiente lo tenía en mi cama, poseyéndome como
un dios del sexo y haciéndome gritar de placer como nunca
había hecho nadie.
Incluso hoy, si cierro los ojos, soy capaz de sentir sus
caricias quemándome la piel, su aliento sobre mi sexo, su
lengua voraz saboreando cada recóndito lugar de mi
cuerpo, su pene ensanchando mi estrecho canal,
llenándome de una manera deliciosa y enloquecedora.
—Joder, Sam, deja de torturarte. Piensa en lo que vino
después —digo en voz alta en un desesperado intento de
borrar sus huellas de mi cuerpo.
Una vez más dejo que los recuerdos de lo sucedido
invadan mi mente.
Tras la mejor sesión de sexo que había disfrutado jamás
caí rendida en un sueño profundo. Me desperté en mitad de
la noche al sentir la ausencia del calor corporal de Felix
(bueno, era así como le conocía hasta ese momento). En un
principio pensé que se había largado sin decir nada, pero
sus zapatos seguían tirados de cualquier manera a un lado
de la cama. Entonces, agudicé mis oídos y pude percibir que
estaba en mi habitación secreta. Casi sufro un paro cardiaco
al darme cuenta de la gravedad de la situación. El cuarto
estaba cerrado con llave, lo que significaba que era un
profesional abriendo cerraduras. Sin hacer ruido, me levanté
y me vestí con lo primero que encontré, que resultó ser su
camisa, la cual me llegaba a la altura de las rodillas.
Salí descalza de mi habitación hacia el pasillo, sigilosa
como una gata. El corazón me latía en la garganta, temía
descubrir que los cabrones de la NSA me habían utilizado.
Estaba segura de que habían perdido el interés en mí, pero
no se me ocurría otra explicación para justificar la presencia
de Felix. Esa gente es como un cáncer, se extiende por
todas partes y es muy difícil de extirpar. Por suerte, mi
software entró en acción y borró todo rastro de mis
actividades delictivas. Desde que la hija pequeña de mi
mejor amiga descubrió mi secretito decidí redoblar la
seguridad instalando LAMARDON en todos mis dispositivos.
—¿Qué diablos ha pasado aquí? ¿Dónde ha ido parar
toda la información? —susurraba contrariado mientras sus
dedos se movían sobre el teclado sin obtener ningún
resultado.
Su concentración era tal que no se dio cuenta de mi
presencia. Solo lo hizo cuando carraspeé desde el umbral de
la puerta, donde me encontraba apoyada observándole con
una mezcla de ira y decepción. Me había dejado engañar
por su atractivo, por su cuerpo de infarto, por su
inteligencia, de mente rápida y aguda; por su fino sentido
del humor. El muy cabrón reunía todos los calificativos que
buscaba en un hombre. Al girarse no dudó en lanzarse sobre
mí, tirándome al suelo con un placaje digno de la Super
Bowl. Por un instante dejé de respirar, tal era la presión que
su fibroso y pesado cuerpo ejercía sobre el mío. Se dio
cuenta de que me estaba aplastando y se levantó con una
velocidad asombrosa, apenas me dio tiempo a recuperar el
aliento y ya me tenía esposada.
—Samantha Miller, soy Aiden Walker, agente especial
del FBI —dijo con un tono desprovisto de emoción, como si
lo vivido en el dormitorio un instante atrás nunca hubiera
existido—. Queda usted detenida por…
Un ataque de risa me dominó y le interrumpí antes de
que pudiera concluir su célebre discurso.
—A ver si sigues riendo cuando te metan en chirona por
los delitos informáticos y de telecomunicaciones que
cometiste —me gritó en la cara abandonando por un
instante su pose de agente federal—. ¿Tienes idea de lo que
te viene encima? Has encontrado una puerta trasera en los
servidores de Dulles, Virginia, y has instalado un sniffer para
espiar las llamadas y los mensajes del personal de la DTRA.
Conseguiste acceder a diez ordenadores militares gracias a
los nombres de usuarios y contraseñas que interceptaste.
Sin mencionar que tienes información clasificada de la NSA,
el FBI, la NASA y sabe Dios qué más.
Nada de lo que me estaba diciendo era nuevo para mí,
en realidad solo era la punta del iceberg. Había propiciado
información clasificada de una agencia a otra, provocando
investigaciones internas y despidos por casos de corrupción
y abuso de poder. A pesar de la gravedad de las
infracciones me encontraba tranquila, mi software se había
encargado de destruir todas las pruebas borrando el disco
duro de forma permanente y, lo más importante, sin dejar
rastro. Las demás pruebas estaban a buen recaudo, en mi
cabeza y encriptadas en la nube; protegidas por un sistema
de actualización que en caso de no ser activado en un
determinado lapso de tiempo se autodestruiría. Lo tenía
todo muy bien pensado y calculado, jamás me pillarían.
—Humo. Todo lo que tienes en mi contra es humo. No
encontrarás pruebas en los ordenadores y mucho menos en
mi casa. Y si llamas a tus amiguitos, el único que quedará
en evidencia eres tú. Te dejaste llevar por tu polla y te
saltaste el protocolo de actuación, lo sabes muy bien. Así
que deja de hacerte el interesante y quítame las esposas.
Su cara de desconcierto me provocó una nueva oleada
de risas. Se creía que me pondría a temblar al escuchar que
era un agente especial del FBI, no sabía que ya estaba
vacunada contra los de su especie. En realidad, los de la
NSA eran mucho más duros y amenazantes.
—¿Quién eres en realidad? ¿Acaso trabajas encubierta
para alguna agencia? Tu nombre no aparece en ningún
banco de datos, y eso es casi imposible teniendo en cuenta
tus habilidades. Seguro que te han fichado en alguna
ocasión.
Sus palabras confirmaron lo que ya sospechaba, la NSA
no me estaba pisando los talones. Había violado su sistema
una infinidad de veces en busca de documentación
clasificada sobre mí sin éxito, era como si nunca hubiera
existido. Y así debería seguir, solo tenía que mantener la
cabeza fría para engañar a Aiden. No podía permitir que me
denunciara, porque al contrario de lo que él se pensaba, no
acabaría en chirona, acabaría en las manos de los cabrones
que se llevaron a Brandon.
Mi mente empezó a funcionar a mil revoluciones por
minuto y no tardé en encontrar una salida. Él estaba
investigando el robo de la patente del fertilizante de la
multinacional de Nicholas, por eso habían comprado la
pequeña y próspera empresa agroindustrial donde trabajaba
como una simple y ordinaria informática. Sonreí al pensar
que gracias a mi incansable manía de husmear donde no
debo había solucionado el misterio. Resultaba que hacía
unas semanas descubrí que uno de los exsocios había
creado una segunda red, también conocida como «wifi
gemela», una vez accedió a ella entró con facilidad en los
servidores de la compañía de Nicholas y le robó la
investigación que estaba a las puertas de ser patentada.
Tras seguir investigando descubrí que un empleado de
Nicholas había participado en el robo. Tenía toda la
información encriptada y solo yo podía acceder a ella.
—No te voy a negar que soy una hacker, sería inútil
después de lo que has visto, pero no he robado ni traficado
con información sensible. Solo quería saber qué le pasó a mi
hermano, era un genio, la NSA lo reclutó con apenas
dieciséis años y nunca más lo volví a ver.
—Mi importan una mierda tus dramas familiares. Has
cometido un delito y vas a pagar por ello.
Su tono de voz era implacable, siquiera las lagrimillas
que derramé de forma premeditada consiguieron
conmoverlo. En el fondo debí haberlo imaginado, no tuvo
escrúpulos a la hora de llevarme a la cama con mentiras, así
que todo lo demás le iba a parecer patético. Había que jugar
duro y poner cara de póquer.
—Sabes muy bien que no tienes nada en mi contra. Y lo
único que conseguirás llamando a tus amigos es que me
vaya a trabajar con la NSA, o puede que prefiera colaborar
con el FBI. Imagínate, seríamos colegas.
La cara de horror que puso me dolió y si no amara mi
libertad, aceptaría formar parte de su equipo solo para
fastidiarle.
—¿Por qué no hacemos un pacto? Yo te ayudo con la
investigación que estás llevando a cabo en la empresa y tú
te olvidas de mí.
En un principio mis palabras le provocaron risa, luego
escrutó mi equipo informático con la mirada y a
continuación llamó a su superior. No pude escuchar la
conversación, ya que salió al pasillo dejándome encerrada
en mi propio cuarto. Si no me encontrara prácticamente
desnuda, hubiera huido por la ventana. Al rato volvió a
entrar, su semblante era infranqueable, aunque por un
momento tuve la sensación de ver deseo y admiración en
sus profundos ojos marrones.
—Tengo uno mucho mejor. Harás todo lo que yo te diga
y me ayudarás a esclarecer el robo de la patente hasta que
pueda averiguar tu fantástica historia. Y cómo descubra que
me has mentido haré que te arrepientas para el resto de tus
días, ¡te lo prometo!
Sinopsis
Dos personas cuyos caminos se cruzan.
Un pacto peligroso y adrenalina en estado puro.
Samantha es una joven con un gran talento, sobre todo
para la informática. Sin embargo, la desaparición de su
hermano a los dieciséis años hizo que canalizara sus
conocimientos de una forma peligrosa: se convirtió en
hacker.
Aiden es un atractivo agente del FBI con un carácter
que hace temblar hasta al más curtido. Su última misión le
ata a la mujer más cabezota que haya conocido jamás, una
preciosidad con cara de ángel y un temperamento de mil
demonios.
Ambos tendrán que dejar a un lado sus diferencias en
favor de un objetivo común, antes de que sea demasiado
tarde.
¿Podrán resistir la atracción que los consume sin perder
de vista su misión?
Nota de la autora
Gracias por leer “Un pacto inesperado”, espero que
hayas disfrutado con la historia. Si es así, te agradecería
que dejaras una valoración en Amazon o en cualquier otro
medio, eso me ayudaría a llegar a más lectores. Si quieres
comentar algo sobre la novela o si te interesa estar al día de
mis próximas publicaciones puedes seguirme en Facebook e
Instagram, estaré encantada de contestar a todas tus
preguntas.
Un abrazo, A.M.Silva.
Biografía
A.M. Silva nació en Brasil y hace más de quince
años que reside en España. En la actualidad reside en
Córdoba junto a su marido y su hijo. Cuando vivía en
Brasil trabajaba en atención al cliente en Correos. A
pesar de que la escritura formaba parte de su vida
porque creció con un libro bajo el brazo, por motivos
diversos tuvo que posponer su sueño de ser escritora.
No fue hasta hace poco que decidió sacar de ese
cajón olvidado sus fantasías. El resultado de esta
aventura dio paso a su primera novela romántica,
Cuando dejes de huir. Luego siguieron El amor no pide
permiso y Tal para cual, que conforman la serie «Amores
a flor de piel». Desde entonces viene cosechando
éxitos, saliendo incluso en la revista ELLE.com.
Encontrarás más información de la
autora y su obra en:
Facebook: Alexandra A.M. Silva Escritora
Instagram: A.M. Silva Escritora
Novelas publicadas
Serie Amores a flor de piel
��Cuando Dejes de Huir (Vol.1: La historia de
Alicia y Héctor)
http://leer.la/B013YZLZEM
��El amor no pide permiso (Vol.2: La historia de
Helena y José)
http://leer.la/B01F0JKJHY
��Tal para cual (Vol.3: La historia de Raquel y
Bastian Drake)
http://leer.la/B079P3FB3C
Trilogía completa por un precio especial
http://leer.la/B07B6TTRCY
��El despertar de Olivia
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��La decisión de Lesley
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��A un clic de mi destino
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