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Fundamentos para Una Ética Bíblica

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FUNDAMENTOS

PARA UNA ÉTICA


BÍBLICA
MYRTLEFIELD ESPAÑOL
Los Myrtlefield Encounters son unos estudios complementarios
de literatura bíblica, enseñanza cristiana y apologética. Los
libros en esta serie llaman la atención tanto de creyentes
como de escépticos. Estos libros muestran cómo Dios ha
hablado en la Biblia para abordar las realidades de la vida
y sus preguntas, sus problemas, su belleza y su potencial.

LIBROS EN ESTA SERIE

Conceptos bíblicos fundamentales:


definiendo los términos básicos de la fe cristiana
El cristianismo: ¿Opio o verdad?:
respondiendo a elaboradas objeciones a la fe cristiana
La definición del cristianismo:
explorando el significado original de la fe cristiana
Fundamentos para una ética bíblica:
encontrando los fundamentos morales de la fe cristiana
FUNDAMENTOS
PARA UNA
ÉTICA BÍBLICA
LA BIBLIA Y LA EDUCACIÓN ÉTICA
PARA UN MUNDO EN TRANSICIÓN

DAVID GOODING
JOHN LENNOX

MYRTLEFIELD ENCUENTROS
David Gooding y John Lennox han afirmado su derecho bajo la Ley de
Derechos de Autor, Diseños y Patentes, 1988, a ser identificados como
autores de este trabajo.

Copyright © De esta edición, La Myrtlefield Trust, 2022.

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser repro-


ducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por, un
sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún
medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico,
por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la
editorial o sin una licencia que permita su copia limitada.

Todas las citas bíblicas son tomadas de LA SANTA BIBLIA, NUEVA


VERSIÓN INTERNATIONAL ® nvi © 1999 por Bíblica, Inc.™, salvo que se
indique lo contrario. Reservados todos los derechos en todo el mundo.
Citas bíblicas marcadas rvr1960 son tomadas de la Reina Valera 1960 ®
© Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960. Renovado © Sociedades
Bíblicas Unidas, 1988. Usadas con permiso. El uso de letra cursiva en las
citas bíblicas indica énfasis del autor.

Traducción: Roger Marshall


Edición: Ben Thompson
Diseño cubierta y maquetación: Matthew Craig.

Publicado por primera vez en ruso, 1993–96. Adaptado de una serie de


artículos publicados en Uchitelskaya Gazeta en la ex Unión Soviética,
entre 1993 y 1995.
Edición revisada, 2021.

Publicado por The Myrtlefield Trust

PO BOX 2216, Belfast, BT1 9YR

w: www.myrtlefieldhouse.com
e: [email protected]

ISBN: 978-1-912721-62-7 (pbk.)


ISBN: 978-1-912721-63-4 (PDF)
ISBN: 978-1-912721-64-1 (Kindle)
ISBN: 978-1-912721-65-8 (EPUB sin DRM)

25 24 23 22 21 10 9 8 7 6 5 4 3 2 1
ÍNDICE
Introducción xi

Parte 1: La enseñanza moral y ética del Antiguo


Testamento
1. La ética y los orígenes humanos 3
2. La dignidad del ser humano 9
¿Qué significa el hecho de ser humano?
3. Parte 1: la vida y sus muchos niveles 17
4. Parte 2: la vida y las relaciones humanas 27
5. La tentación, caída y alienación del ser humano 35
6. El camino de la esperanza y la restauración 43
7. El camino de la fe en Dios y en el futuro 53
8. La libertad y la ley 63
9. El camino del sacrificio y el valor de la vida 73
10. El camino de la experiencia personal 81
11. El camino del rey 89
12. La poesía y profecía del rey David 97
13. El camino de la sabiduría 103
14. El camino de los profetas 111
15. El camino desde una religión nacional hasta una fe
mundial 123
Índice

Parte 2: La enseñanza moral y ética de Jesucristo


16. Jesús el Maestro: Introducción 135
17. El primer y más grande mandamiento 145
18. El segundo más grande mandamiento 157
19. La actitud cristiana hacia el trabajo 171
20. La vida venidera y su relevancia para la ética
cristiana 183
21. La personalidad y las relaciones humanas 195
22. La ética cristiana en un mundo corrupto 207
23. La respuesta al problema fundamental de la
humanidad 219
24. El meollo de la ética cristiana 229
25. Las aseveraciones del Maestro acerca de sí mismo 239
26 ¿Por qué fue crucificado Jesús? 251
27. La muerte de Jesús y la salvación del mundo 263
28 La aseveración de Jesús de ser el Salvador del
mundo 275

Parte 3: La ética cristiana


29. La extensión de la ética cristiana por todo el
mundo 287
El impacto de la muerte de Cristo
30. Parte 1: una nueva vida 297
31. Parte 2: una nueva motivación ética 307
32. Parte 3: un nuevo sistema de valores 317
33. El impacto de la resurrección de Cristo 327
El impacto de la venida del Espíritu Santo
34. Parte 1: una nueva relación 339
35. Parte 2: una nueva perspectiva de la realidad 349
El impacto de la segunda venida de Cristo
36. Parte 1: pensar, vivir y trabajar con esperanza 359

viii
Índice

37. Parte 2: una esperanza purificadora y una promesa de


justicia y paz 369
Apéndices
A. Profecías cumplidas en Jesucristo 381
B. Evidencia de la resurrección de Jesucristo 383

Bibliografía 419
Índice de Escrituras 421
Otros libros de David Gooding y John Lennox 429
Sobre los autores 430

ix
FIGURAS
Mapa: Viaje de Abraham
Cronología 1: Personas clave en la historia de Israel
hacia 1500-930 aC
Cronología 2: Personas clave en la historia de Israel
hacia 1050-930 aC
Cronología 3: Personas y acontecimientos clave en la
historia de Israel 1010-4 aC
INTRODUCCIÓN
Épocas de cambio y el peligro del caos moral

Hoy en día muchas partes del mundo se están viendo tras-


tornadas por problemas muy graves de carácter económico,
social, étnico y político. Estos problemas se agravan todavía
más por el hecho de que, en muchos lugares del mundo, las
viejas ideologías que antes servían para aglutinar naciones
enteras, y hasta imperios, están perdiendo su antiguo domi-
nio sobre la mente de las personas, o bien se han venido
abajo por completo. Existe por tanto un peligro real de
caos moral. Resulta apremiante la necesidad de encontrar
nuevas ideas, nuevas maneras de planificar y de enseñar.
Pero aquí surge un problema. Con el declive de las anti-
guas ideologías y la falta de alternativas que las sustituyan,
hay naciones enteras que se están quedando sin ningún
conjunto de valores consensuados que constituya la base
de las normas éticas de los habitantes. Por consiguiente,
Fundamentos para una ética bíblica

no hay nada que motive a las personas a sacrificarse por


amor a sus semejantes o a la sociedad como colectivo. Sin
tal motivación, por muy bueno que parezca ser cualquier
proyecto nuevo, la realización del mismo corre el riesgo de
tambalearse, e incluso de fracasar por completo.

¿LA RELIGIÓN COMO FUENTE DE VALORES?

En aquellos países donde las normas de conducta se funda-


ban en algún tipo de ideología atea, es natural que mucha
gente, desengañada y perpleja ante el derrumbamiento de
dichas normas, recurra actualmente a la religión. Por otra
parte, hay muchas personas para quienes la religión no
parece ofrecer las respuestas que necesitan. Es bien sabido
que en algunos países hay gente que lleva armas, tortura
y hasta mata en nombre de la religión. Y evidentemente
esto es prueba de una perversión lamentable de los valo-
res humanos; pero, para ser justos, refleja una perversión
igualmente lamentable de los principios de la religión en
cuyo nombre eso se hace.

NUESTRA RESPONSABILIDAD

Todo esto supone una responsabilidad muy importante


para los que no quieren que las generaciones venideras
afronten la vida en sociedades sin valores. Y a nosotros
como maestros en particular, sea cual sea el contexto
donde estemos ejerciendo nuestra profesión, nos corres-
ponde la tarea de comunicar a nuestros alumnos los
principios morales y las normas éticas que les puedan
proporcionar una base sólida y sana para su futura vida

xii
Introducción

privada, social y profesional. Evidentemente, los científicos


pueden argumentar que no corresponde a ellos la tarea de
enseñar valores morales y éticos a sus alumnos. Y tal vez
no sea su responsabilidad directa. Por supuesto, la ciencia
como tal no puede proporcionar respuestas ni siquiera a
las preguntas morales que ella misma suscita. La ciencia
nos ha dado la bomba atómica; no esperemos que nos
diga por sí sola si es moralmente lícito utilizarla. Pero
a los profesores de ciencias les debe preocupar que los
alumnos que tienen a su cargo adquieran las directrices
morales necesarias para tomar una decisión responsable al
respecto. La ciencia, si permanece desligada de cuestiones
morales, puede ayudar a nuestros alumnos a ser inteli-
gentes, pero también puede convertirlos en monstruos
inteligentes. Y lo mismo se puede decir de otras asig-
naturas como Economía y Ciencias Sociales. Mediante la
‘Ingeniería Social’, fundada en una valoración inadecuada
del valor intrínseco que tiene cada ser humano, se han
llevado a cabo miles de proyectos de manipulación demo-
gráfica a expensas de millones de vidas humanas solo por
la ventaja económica que se obtendría.

LA IMPORTANCIA DE LA ACCIÓN INMEDIATA

Sin embargo, lo que más preocupa a la mayoría de los pro-


fesores no es la salud moral del mundo, ni siquiera la de su
propia nación, sino más bien la de los alumnos que tienen
a su cargo. Estos no pueden estar esperando hasta que sus
profesores hayan desarrollado una filosofía moral propia
para conseguir las directrices que necesitan. Tal proceso
podría requerir muchos años, y para entonces los alumnos

xiii
Fundamentos para una ética bíblica

ya habrían crecido y abandonado la institución. Es necesa-


rio que sepamos dar a nuestros alumnos aquí y ahora una
serie de directrices morales, si no queremos que la suya
sea una «generación perdida», fruto de un presente vacío,
sin ninguna orientación moral seria. Esto es lo que nos dijo
en una ocasión una profesora con mucha experiencia que
creció en un país comunista: «Nos dieron a entender que
Lenin era bondadoso, que le encantaban los niños, y que lo
había sacrificado todo por el bien de la sociedad. Ahora ya
no se cree que esto sea cierto». Profesores de muchos paí-
ses distintos estarían de acuerdo con sus comentarios hoy
en día, debido al hecho de que, alrededor del mundo, las
ideas que antes parecían ser una base sólida para nuestra
vida ya se han derrumbado. Aunque sigue considerán-
dose atea, continúa diciendo: «es por esta razón que nos
tenemos que dirigir a Jesús. O nuestros niños aprenden
de su ejemplo, o se hundirán en el crimen, en la droga o
en el alcohol.» Esta observación, por supuesto, es cierta
hasta cierto punto. Sin duda el mundo se transformaría
enseguida en un lugar mucho más feliz si todo el mundo
tomara en serio las palabras de Cristo cuando dijo: «Traten
a los demás tal y como quieren que ellos los traten a uste-
des» y «Amen a sus enemigos».

LA ÉTICA DE JESÚS Y LA VERDAD

Por otra parte, nuestros alumnos tienen la capacidad de


pensar por sí mismos, y nosotros debemos animarlos a
que lo hagan. Si nos limitamos a enseñarles la ética de
Jesús quizás comiencen a plantearse una serie de pregun-
tas fundamentales. ¿Para qué amar a nuestros semejantes

xiv
Introducción

como a nosotros mismos? Jesús predicaba y practicaba


esta clase de ética, pero ¿no fue crucificado por no ponerse
a sí mismo primero ni saber defender mejor sus propios
derechos? ¿No nos irán igual de mal las cosas si segui-
mos su ejemplo? Si los demás prosperan en sus negocios
mediante trampas, mentiras y ganancias excesivas, ¿para
qué iré yo siempre con la verdad por delante, como Cristo
dijo que hiciésemos? ¿Vale la pena decir la verdad solo
porque sí? En otras palabras, solo podemos enseñar la
ética de Jesús adecuadamente si también enseñamos los
valores y las creencias fundamentales y absolutos sobre
los cuales su ética estaba fundada.
A fin de cuentas, ¿qué valor tiene el ser humano? Si
tengo un ordenador que no funciona, tengo derecho a
destrozarlo si así lo deseo. Si mi vecino o mi rival en los
negocios no me conviene, ¿por qué no lo puedo quitar de
en medio, si puedo salir impune?
Aunque yo comience a seguir las enseñanzas éticas de
Jesús, el mundo probablemente continuará siendo, de aquí
a cincuenta años, tan malo como en la actualidad. ¿Para
qué sirve que yo intente poner en práctica las enseñanzas
de Jesús? ¿Qué esperanza hay al final para mí, y para este
mundo?

NUESTRO PROGRAMA

A fin de poder contestar preguntas como estas y de com-


prender las enseñanzas éticas de Jesús, hay que remontarse
hasta sus raíces en el Antiguo Testamento y seguir el desa-
rrollo de las ramificaciones que tienen en el Nuevo. Esto
supone, de hecho, enseñar como mínimo las lecciones

xv
Fundamentos para una ética bíblica

principales de toda la Biblia. Indudablemente, esta es una


tarea imponente, especialmente para quienes nunca lo
hayan intentado hasta ahora, y quizás ni siquiera hayan
leído la Biblia.
Por supuesto, también es una tarea muy valiosa. Aunque
solo se mire desde el punto de vista de la historia y la lite-
ratura mundiales, no existe ningún libro que haya ejercido
una influencia tan enorme sobre el pensamiento humano
como lo ha hecho la Biblia. De hecho, quien no la haya leído
no podrá conocer el secreto de su impacto y no se podrá
considerar auténticamente culto.
Pero con todo, la tarea sigue siendo gigantesca. Por
tanto, nos proponemos en los siguientes capítulos ofrecer
una visión global de algunos de los principales sucesos
y personajes, las ideas, la poesía, los valores morales y
la ética de los dos Testamentos. En varios puntos a lo
largo de este libro hemos añadido unas notas explicativas,
preguntas para discusiones y sugerencias con respecto a
cómo las implicaciones morales y espirituales de estos
documentos pueden ser relevantes para una clase de estu-
diantes o pueden ser usadas para mejorar las discusiones
entre los miembros de un grupo de estudio. Las referen-
cias de la Biblia se mencionan al principio de la mayoría
de los capítulos, y animamos leer estos textos, sea que el
libro se utilice en grupos o de manera individual.
Nuestra sincera esperanza es que este libro sea útil
en estas épocas de cambio tanto para profesores como
para padres, estudiantes o cualquiera que tenga interés en
hacer un viaje guiado a través de la Biblia.
David Gooding
John Lennox

xvi
Parte 1
LA ENSEÑANZA MORAL Y ÉTICA
DEL ANTIGUO TESTAMENTO
1
LA ÉTICA Y LOS
ORÍGENES HUMANOS
Leer Génesis 1:1–2:3

Empezamos a considerar ahora la cuestión de la ética, es


decir, cómo deberíamos tratarnos tanto los unos a los otros,
como al medio ambiente. Pero todas las preguntas éticas
suscitan otro tipo de preguntas más básicas.

¿POR QUÉ HAY QUE PORTARSE BIEN?


LAS PREGUNTAS DETRÁS DE LA ÉTICA

¿Qué es el ser humano exactamente? Hay quien dice que


el ser humano no es más que un animal inteligente.1 Pero
en la selva, muchos animales se deshacen de otros cuando

1 En este libro los términos ‘humanidad’ y ‘humanos’ se utilizan en vez de


la palabra más tradicional ‘hombre’ para referirse a la raza humana entera,
salvo en esos puntos donde crearía un conflicto con los textos bíblicos.
Fundamentos para una ética bíblica

estos están débiles o enfermos. ¿Sería legítimo matar a un


bebé por el hecho de haber nacido con alguna debilidad
o defecto congénito? ¿o a la abuela cuando ya está muy
débil? Y si no, ¿por qué no?
¿Cuál es el propósito de la existencia humana? Esta
pregunta tiene que ser contestada antes de que podamos
determinar si estamos viviendo como deberíamos vivir.
Imaginémonos por ejemplo que alguien que nunca ha
visto ni oído tocar ningún instrumento musical encuentra
una flauta. Al no saber qué es, tal vez la utilice como una
vara mágica, o para pegar a su perro. Y nosotros solo le
podemos decir que la utiliza mal si sabemos el propósito
por el cual fue hecha. ¿Existe, pues, algún propósito detrás
de la existencia del ser humano en la tierra?
¿Cómo debemos tratar el medio ambiente? Si es posi-
ble ganar dinero para nosotros y para nuestros hijos a
fuerza de contaminar los océanos, los ríos y el aire, los
cuales están quedando profundamente dañados para las
generaciones venideras, ¿por qué actuar de otra manera?
¿Por qué no hemos de explotar la naturaleza todo lo que
podamos para nuestro disfrute inmediato? ¿Quién ha dicho
que hay que tener en cuenta a las generaciones venideras?
¿A quién pertenece el mundo de todos modos? ¿No nos
pertenece a nosotros? ¿No tenemos derecho a hacer lo que
queramos con nuestra propiedad?
Todos sabemos cuáles son las respuestas que el ateísmo
ofrece a estas preguntas; pero cabe señalar algunas de las
respuestas que ofrece la Biblia. Volver a leer el texto de
Génesis que corresponde a la lección de hoy.

4
1 • La ética y los orígenes humanos

TODO COMIENZA CON DIOS

«Dios, en el principio, creó los cielos y la tierra» (Génesis 1:1),


dice la Biblia.
Aquí se nos enseña que el universo no existe desde
siempre; tuvo un comienzo. Lo que es curioso es que hace
algunos años muchos científicos creían que el universo
existía desde siempre, y los hay que todavía lo creen. Sin
embargo, actualmente la mayoría de los científicos opina
que el universo tuvo forzosamente un principio.
Dios no se limitó a crear el universo; la Biblia dice
que «sostiene todas las cosas con su palabra poderosa»
(Hebreos 1:3). Lo que nosotros llamamos las leyes de la
naturaleza no son ni más ni menos que la operación cons-
tante de este poder divino que sustenta el universo.
Esto nos lleva a la conclusión de que ni el universo
ni siquiera nuestra tierra son patrimonio nuestro: son de
Dios. «Del Señor es la tierra y todo cuanto hay en ella»
(Salmo 24:1). Nosotros no somos más que inquilinos en la
tierra de Dios: no es nuestra. Por tanto, debemos escudri-
ñar la Biblia para descubrir en ella cuáles son los términos
que Dios ha establecido para nuestro arrendamiento, y
respetarlos.
Toda la creación, incluido el ser humano, fue hecha
para el disfrute de Dios y para ser sometida a su voluntad
(Apocalipsis 4:11). La principal manera de saber si los seres
humanos estamos viviendo como deberíamos sería hacer-
nos la siguiente pregunta: «¿hasta qué punto estamos
cumpliendo la voluntad de Dios?».

5
Fundamentos para una ética bíblica

LA MANERA EN QUE DIOS HIZO EL MUNDO

La Biblia habla mucho más de la razón por la cual Dios creó


el mundo que de la manera en que lo creó. Es muy impor-
tante comprender la diferencia entre estas dos cuestiones,
así que consideremos la siguiente ilustración.
Imaginémonos que una abuela le hace un pastel a su
nieto. Las ciencias, desde la dietética hasta la biología, la
química, la física y las matemáticas, pueden arrojar mucha
luz sobre la manera en la que el pastel fue hecho. Sin
embargo, por mucho que lo analicemos científicamente,
no comprenderemos por qué la abuela hizo el pastel. De
hecho, será imposible saber que hizo el pastel para el
cumpleaños de su nieto a menos que ella misma decida
decírnoslo. Del mismo modo, nuestra investigación cien-
tífica nos puede aportar mucha información acerca de
cómo es el universo, pero no nos puede decir nada acerca
del propósito por el cual existe. Si el Creador no nos lo
dice, nunca comprenderemos por qué fue hecho el mundo.
La Biblia, que es la respuesta del Creador, se centra, por
tanto, principalmente en esta pregunta.
Sin embargo, la Biblia dice algunas cosas muy inte-
resantes acerca de cómo Dios hizo el mundo. La más
fundamental es que lo hizo por su palabra. Nótese cuantas
veces en Génesis 1:1–2:3 se repite la frase «Y dijo Dios» (ver
también: Juan 1:1–5; Hebreos 11:3).
Cuando nosotros hablamos, nuestras palabras expre-
san nuestra mente, nuestros pensamientos y nuestras
intenciones. De la misma manera, al crear el universo por
su palabra, Dios expresaba su mente, sus pensamientos
y sus intenciones. Esta es la razón por la cual cuanto

6
1 • La ética y los orígenes humanos

más descubrimos acerca


del funcionamiento de Las ciencias y la Biblia
la naturaleza, más nos Uno de los historiadores de la cien-
asombra su maravillosa cia más importantes, Sir Alfred North
racionalidad. El universo Whitehead, ha señalado la contribu-
ción vital que la concepción bíblica
no es el resultado de
del mundo ha hecho al desarrollo
fuerzas irracionales y sin de la ciencia moderna. C.S. Lewis
propósito, como nos dice resume la visión de Whitehead: «Los
el ateo. Por todas partes hombres se hicieron científicos por-
que esperaban encontrar una ley en
encontramos evidencias la naturaleza, y esperaban encon-
de orden, de propósito y trar una ley porque creían en un
de racionalidad—la racio- Legislador». 1
nalidad de Dios expresada 1 Los milagros, 110.
a través de su palabra
creadora.
Para expresarlo de otra manera, digamos que utilizamos
las palabras para transmitir información. La repetición de las
palabras: «Y Dios dijo» al principio de cada fase de la crea-
ción nos da a entender que la información necesaria para
crear el mundo procedió de una inteligencia personal, Dios
mismo, y que fue necesaria una nueva aportación de infor-
mación para alcanzar cada nuevo nivel de complejidad. Esto
encaja perfectamente con lo que nos dicen los científicos.
Descubrimos, por ejemplo, que el mundo material, y especial-
mente el mundo biológico, no está compuesto simplemente
de materia, sino de materia que lleva información—hablamos
del «código» genético, y del «lenguaje» del ADN.
Esta racionalidad de la naturaleza también se refleja
en el hecho de que, como la ciencia nos muestra, el fun-
cionamiento del universo se puede definir en términos de
leyes, a veces plasmadas en fórmulas matemáticas.

7
Fundamentos para una ética bíblica

Además de tratar las preguntas acerca del porqué y


el cómo de la creación, Génesis 1 conlleva implicaciones
sobre la dignidad y el valor del ser humano, que conside-
raremos en el siguiente capítulo.

8
2
LA DIGNIDAD DEL SER HUMANO
Leer de nuevo el texto de Génesis 1

La Biblia nos enseña que Dios es todopoderoso: puede hacer


todo lo que se proponga. Podíamos haber esperado por
tanto que la Biblia dijera que Dios creó el mundo en una
sola acción. Sin embargo, esto no es lo que dice. Dice que

La Biblia y la ciencia
Una dificultad que tienen muchas personas con una formación
científica en cuanto a este relato de la creación es que parece dar
a entender, si se lee superficialmente, que el universo entero se
hizo en una sola semana. Sin embargo, Génesis 1 es una narrativa
sofisticada que no debe ser leída de manera superficial. Puesto
que lo que nos concierne en este artículo es en primer lugar las
implicaciones éticas de la creación, no debemos permitir que un
debate acerca de cuestiones de tiempo nos ensombrezca la princi-
pal lección que enseñan estas etapas: que el hombre es la cumbre
de la creación. Para una discusión más extensa sobre algunas de
estas cuestiones, ver El principio según Génesis y la ciencia: Siete días
que dividieron el mundo, de John Lennox.
Fundamentos para una ética bíblica

lo creó en varias etapas. En cada etapa, además, aparece


una forma de materia superior, mucho más organizada, y
formas de vida cada vez más complejas y diversas.

LA CUMBRE DE LA CREACIÓN

Nos preguntamos de manera natural ¿cuál fue la culmina-


ción de este proceso progresivo? Y la respuesta es: ¡el ser
humano! En lo que al mundo se refiere, el ser humano es
la corona, la cumbre más alta de la creación de Dios. Fue
creado para ejercer dominio sobre toda la tierra y sobre
todas las demás formas de vida que en ella había (ver
Génesis 1:26). La tierra fue creada como hogar para el ser
humano.
De esto se desprende que el ser humano es más impor-
tante que cualquier otra cosa en toda la tierra. Cuando
entras en tu casa, instintivamente das por sentado que tú
mismo eres más importante que el edificio y los muebles.
Ellos existen para ti; no existes tú para ellos.
Jesucristo mismo apuntó una de las implicaciones de
esto: si Dios puso tanto cuidado en el embellecimiento
de los árboles y de las flores, y en la alimentación de los
pájaros, los cuales forman parte del hogar terrestre del
ser humano, evidentemente pondrá más cuidado en el ser
humano, habitante del hogar (Mateo 6:25–30).
Además, nosotros somos más importantes que las
grandes fuerzas materiales de las que depende nuestra
supervivencia. Por ejemplo, no podríamos vivir sin el
sol y la luz que da. Pero sabemos instintivamente que
somos más importantes y más significativos que el sol.
Este instinto es confirmado por el relato de Génesis. El

10
2 • La dignidad del ser humano

sol fue hecho para nosotros, no nosotros para él. Es nues-


tro siervo, no un dios al que servir, como creían muchos
antiguos. Nosotros sabemos que el sol está ahí, y sabemos
cómo funciona; el sol no sabe que nosotros estamos aquí,
ni cómo funcionamos.

EL VALOR Y LA INVIOLABILIDAD DEL SER HUMANO

Vez tras vez Génesis 1 nos dice que Dios vio que todo lo que
había hecho, incluido el ser humano, era bueno.
Esto representa un contraste muy claro con respecto
a lo que enseñan muchas de las religiones orientales, que
sostienen que la materia es algo muy inferior, que el Ser
Supremo no la creó y nunca lo habría hecho, que tanto
el cuerpo humano como todo el mundo material fueron
creados por un «poder» inferior y menos sabio. Algunos
filósofos griegos —e incluso algunos teólogos— han man-
tenido que el cuerpo, al ser material, es el «sepulcro»,
o la «cárcel», del alma, por lo cual contamina el alma
que lo habita. Esta idea ha conducido a muchas actitudes
insalubres hacia la vida. La Biblia en cambio enseña que el
cuerpo humano es bueno en sí; y que todos sus apetitos
naturales son buenos y existen para disfrutar —aunque
también, por supuesto, controlados y no pervertidos—.
La Biblia también enseña que el ser humano, a diferen-
cia de los animales, fue creado a imagen de Dios y a su
semejanza (Génesis 1:26–27). Esto significa, en primer lugar,
que el ser humano fue creado para ser el representante
de Dios entre todas las demás criaturas de la tierra, a fin
de ejercer dominio sobre ellas, cuidarlas y ser, de hecho,
el señor de la tierra. Esto conlleva una gran dignidad y

11
Fundamentos para una ética bíblica

una gran responsabilidad. El ser humano representa a Dios


ante las demás criaturas. Por tanto, no debe abusar de
ellas ni causarles ningún sufrimiento innecesario.
También se desprende de esto que toda vida humana
es sagrada e inviolable. Puedes destruir tu ordenador si
deja de funcionar, pues no es más que una máquina. Sin
embargo, no debes asesinar a ningún ser humano, puesto
que, según dice la Biblia (Génesis 9:6), el ser humano está
hecho a imagen de Dios y tiene un valor infinito. El valor
de una persona no depende, además, de que sea inteligente
o rica o poderosa o hermosa o sana, sino simplemente del
hecho transcendente de que cada ser humano está hecho
a imagen de Dios. Es por esta razón que no es lícito
matar a los niños antes de nacer mediante el aborto, ni
a los niños recién nacidos por el hecho de que tengan
algún defecto o deficiencia, ni a la abuela cuando envejece
y se convierte en un problema. Ni debemos menospre-
ciar a ningún ser humano, por muy pobre que sea: «El
que oprime al pobre ofende a su creador» dice la Biblia
(Proverbios 14:31).
Además, Dios creó todas las razas del mundo a partir de
una sola pareja original de seres humanos (Hechos 17:26).
No hay ningún ser humano inferior. Todas las personas,
de cualquier raza, están hechas a imagen de Dios. Todo
racismo, todo antisemitismo y toda opresión de cualquier
minoría étnica son pecados y constituyen una afrenta a
Dios, el Creador. Tanto las mujeres como los hombres
están hechos a imagen de Dios. Los dos tienen el mismo
valor a los ojos de Dios; las mujeres, por tanto, deben ser
tratadas con el mismo respeto que los hombres; no deben
ser maltratadas ni se debe abusar de ellas.

12
2 • La dignidad del ser humano

UNA LECCIÓN SACADA DE LA CREACIÓN

Si bien es verdad que el ser humano fue creado como repre-


sentante de Dios, con dominio sobre la tierra, Génesis 1 nos
enseña que Dios hizo el mundo de tal modo que al ser
humano nunca se le olvidase su dependencia de Dios.
Consideremos un ejemplo: la luz es una necesidad
básica para la vida, y Dios nos ha dado el sol como fuente
de vida. Génesis 1 aún dice más. No solo establece una
diferencia fundamental entre la luz y las tinieblas, sino
que también añade: «A la luz [Dios] la llamó “día”, y a las
tinieblas, “noche”» (Génesis 1:5). Esta frase llama la aten-
ción por dos motivos.
Primero, dar un nombre a las cosas, y por tanto cla-
sificarlas, se considera una de las principales actividades
científicas, la que llamamos taxonomía. De hecho, Dios
luego encomienda al hombre la tarea de dar nombres a
los animales (Génesis 2:19). A propósito, esto demuestra
que el libro de Génesis, lejos de oponerse a la actividad
científica, contiene un mandato por parte de Dios de hacer
ciencia. De hecho, no es frecuente que sea Dios quien dé
nombres a las diversas partes del universo, como ocurre
en este caso.
Segundo, la luz y el día no son idénticos, como tam-
poco lo son las tinieblas y la noche. Aquí Dios llama
nuestra atención sobre el funcionamiento del sistema de
iluminación del mundo. Puesto que vivimos en un planeta
giratorio situado a unos 150 millones de kilómetros del
sol, su fuente de iluminación, nuestra luz está racionada.
Una vez cada día, lo queramos o no, desaparecemos del
alcance de la luz y nos hundimos en las tinieblas. No hay

13
Fundamentos para una ética bíblica

nada que podamos hacer para evitarlo, solo esperar hasta


que la luz se nos vuelva a dar. Es decir, dependemos abso-
lutamente de una fuente de luz externa. Dios no nos ha
dado a nosotros fuentes de luz interiores como ha dado
a algunos gusanos, y a ciertas criaturas del fondo del mar.

La luz del mundo


Comentar lo que Jesús quería decir al afirmar ser «la luz del
mundo» Juan 8:12; 9:5).

Jesús además apuntó que la luz física es externa al hombre, y sacó


una lección de ello. Leer el relato de Juan 11 —especialmente los
versículos 9–10— y comentar su significado.

Si esto es verdad cuando se trata de la luz física, todavía


con más razón se puede aplicar a la luz moral y espiritual
que necesitamos para comprender el sentido de la vida y
vivir como deberíamos. Esta luz tampoco reside dentro del
hombre, a pesar de sus considerables poderes intelectuales.
Y tampoco está en toda la sabiduría acumulada de la huma-
nidad. Como dice la Biblia: «Señor, yo sé que el hombre no
es dueño de su destino, que no le es dado al caminante diri-
gir sus propios pasos.» (Jeremías 10:23). La lección es que
necesitamos recurrir a una fuente de luz y de sabiduría
que es ajena a nosotros, y ajena a nuestro mundo, es decir,
el propio Creador. Juan, el escritor neotestamentario lo
expresa así: «Dios es luz y en él no hay ninguna oscuridad.
Si afirmamos que tenemos comunión con él, pero vivimos
en la oscuridad, mentimos y no ponemos en práctica la
verdad.» (1 Juan 1:5–6).

14
2 • La dignidad del ser humano

Pero ahora debemos considerar qué más dice la Biblia


sobre lo que significa ser un ser humano.

15
3
¿QUÉ SIGNIFICA EL HECHO
DE SER HUMANO?
Parte 1: la vida y sus muchos niveles

Leer Génesis 2:4–24

Hay dos relatos de la creación de la raza humana en


Génesis 1–2. El primero, como ya vimos en los dos últimos
capítulos, presenta al ser humano como la cumbre de la
creación. Nos enseña que Dios creó al ser humano a su pro-
pia imagen, como representante suyo, para cuidar y cultivar
la tierra en dependencia leal a su Creador. De este modo, el
ser humano tiene un valor y una dignidad únicos. También
vimos que este estatus que Dios concedió al Hombre lleva
consigo unas implicaciones éticas muy importantes.
Fundamentos para una ética bíblica

EL SEGUNDO RELATO DE LA CREACIÓN

El segundo relato de la creación, que se nos explica en


el segundo capítulo de Génesis, complementa el primer
relato, y de ningún modo lo contradice. Al haber sido
escrito con un lenguaje al que no estamos acostumbra-
dos, a primera vista nos puede parecer algo simple como
explicación del sentido de la vida humana en comparación
con otras filosofías humanas. Pero es precisamente en su
sencillez donde estriba su genialidad. Paso a paso, con
un lenguaje que resulta asequible a todo el mundo, se va
componiendo un cuadro vivo de la vida humana tal como
Dios quería que fuese: maravillosa y llena de significado.
Evidentemente, para poder disfrutar de la vida como
Dios pretendía que lo hiciéramos, primero tenemos que
saber qué significa exactamente la palabra «vida» en
todas sus dimensiones: física, moral, espiritual y eterna.
Este es el propósito de la segunda historia de la creación,
el de darnos una «definición» práctica de la vida en todos
sus diferentes niveles y proporcionarnos un contexto den-
tro del cual podamos hacer frente a todas las inevitables
consideraciones morales y éticas que se planteen.
Pero vayamos por partes. No es de extrañar que
Génesis 2 comience definiendo al hombre como un ser
hecho de materia.

¿DE QUÉ ESTAMOS HECHOS?

«Dios el Señor formó al hombre del polvo de la tierra» (2:7).


Que se sepa, hasta la fecha, la composición química de la
materia es igual en todo el universo. Nuestros cuerpos,

18
3 • ¿Qué significa el hecho de ser humano?

por tanto, están hechos de la misma materia que el resto


del universo. Estamos hechos, como lo han dicho algunos
científicos, de polvo de estrellas. Sin embargo, somos más
que materia:

[Dios] sopló en su nariz hálito de vida, y el hombre se


convirtió en un ser viviente. (2:7)

Notamos que a los animales también se les describe


como «seres vivientes» (1:20, 24). En este sentido, por
tanto, el hombre es igual que los animales.
La vida física continúa siendo un misterio. Sabemos que
los componentes físicos tienen que estar presentes para
que la vida sea posible, aunque no sabemos realmente
en qué consiste la vida. No hay evidencia alguna de que
ni siquiera el microorganismo más sencillo jamás pudiera
haber surgido espontáneamente de la materia inorgánica
por pura casualidad. Como el astrónomo y matemático
Sir Fred Hoyle nos pide que imaginemos al pensar en la
posibilidad de que la vida apareciera en el mundo por
sí sola:

Un depósito de chatarra contiene todas las piezas de


un Boeing 747, desmembrado y en desorden. Un tor-
bellino pasa por el depósito. ¿Cuál es la probabilidad
de que, después de su paso, un 747 completamente
ensamblado, listo para volar, se encuentre allí parado?
Tan pequeña como para ser insignificante, incluso si
un tornado atravesara suficientes depósitos de chata-
rra para llenar todo el Universo.1

1 Hoyle, El universo inteligente, 19.

19
Fundamentos para una ética bíblica

La maravilla de la vida. La vida, sea de plantas, de


animales o de seres humanos, sin duda es una de las
maravillas del universo. El ojo, el ala de un pájaro, o el
baile mediante el cual las abejas exploradoras comunican
a las demás la dirección y la distancia de una fuente de
polen, son ejemplos de una ingeniería compleja y muy
inteligente. La manera en que cada detalle del cuerpo de
un bebé se desarrolla en el lugar y en el momento precisos
—de poco serviría que el ojo se desarrollase antes de que
tuviera una cabeza que lo alojase— es una obra asombrosa
de diseño de precisión y de organización esmeradísima,
especialmente si se tiene
en cuenta que toda la
Diferentes tipos de vida
información que hace falta
¿Cuál es la diferencia real entre para el desarrollo de un
la vida vegetal, la vida animal y la
bebé está contenida en
vida humana?
dos células diminutas pro-
¿Qué es lo que constituye la vida cedentes de sus padres.
humana?
Tales consideraciones
Por ejemplo: una persona gra- deberían producir, en la
vemente herida puede ser mente de cualquier persona
mantenida en vida mediante un
normal, asombro, deleite y
sistema de apoyo y alimentación
artificial aunque cerebralmente adoración ante la sabiduría
esté muerta. ¿Se puede afirmar del Creador, como ocurrió
que esta persona está viva? Vive al poeta hebreo que escri-
en el mismo sentido en que un
vegetal está «vivo»; pero ¿acaso bió las siguientes palabras:
es esto lo que entendemos por «Tú creaste mis entrañas;
vida humana? Aparentemente, en me formaste en el vien-
el mismo ser humano se reúnen
tre de mi madre. ¡Te alabo
diferentes niveles de vida, y tam-
bién de muerte. porque soy una creación
admirable! ¡Tus obras son

20
3 • ¿Qué significa el hecho de ser humano?

maravillosas, y esto lo sé muy bien!» (Salmo 139:13–14).


Cuanto más experimentemos esta maravilla, más valor
tendrá la vida para nosotros, y más respeto le tendre-
mos. La ausencia de cualquier sentimiento de gratitud al
Creador, según nos dice la Biblia en Romanos 1:21, es un
primer paso hacia el menosprecio de la vida, con todas las
horribles consecuencias que ello conlleva.

IMPLICACIONES ÉTICAS

A todos nosotros, y especialmente a los jóvenes, se nos


tiene que recordar que el cuerpo y el cerebro humanos
constituyen un equilibrio muy delicado y que, por tanto,
tienen que ser tratados con mucho cuidado. Así, tenemos
un deseo innato por la comida y, en tanto que vamos
comiendo, se va manteniendo nuestra vida física. Pero
tarde o temprano muchas personas sienten la tentación
de abusar de sus cuerpos de maneras a la vez perjudiciales
y engañosas. Lo hacen porque parece ofrecerles felicidad,
fuertes emociones y una escapatoria instantánea del abu-
rrimiento o de sus preocupaciones, mientras que lo que
hace en realidad es conducir, a largo plazo, a la destruc-
ción de la tan precisa y delicada ingeniería del cuerpo y
del cerebro, y puede llevar a la desgracia o incluso a la
muerte.
Esta clase de advertencia es de gran importancia. Sin
embargo, un sistema ético que se construya a partir del
valor del cuerpo humano como máquina biológica será bueno,
pero no suficiente. El cuerpo humano no es simplemente
una máquina biológica que se produjo por casualidad
como consecuencia de la actuación de fuerzas ciegas y

21
Fundamentos para una ética bíblica

arbitrarias sobre la materia inorgánica. Si fuera así, sería


una necedad estropear esta máquina; pero una vez des-
truida, ya estaría. Sin embargo, nuestro cuerpo es mucho
más que esto. Es un regalo diseñado por nuestro Creador
y después entregado a nosotros.
Si un señor muy rico me diera un coche, y yo luego lo
estropease al echar arena en el depósito de gasolina, evi-
dentemente sería un necio. Además, un acto así sería un
insulto al amigo que me lo hubiese dado, y se enfadaría con
razón. Asimismo, si destruimos nuestro cuerpo, un día ten-
dremos que dar cuenta a Dios por ello. Porque, según dice
la Biblia, la muerte del cuerpo no es el fin de la existencia.
Habrá una resurrección; y cada uno recibirá según lo que
ha hecho mientras estaba en el cuerpo (2 Corintios 5:10). Si,
además de abusar de nuestro cuerpo, también estropeamos

Para el aula
Explica a tus alumnos lo maravillosamente diseñados que están los pul-
mones. Luego enséñales fotos de los terribles estragos causados por el
tabaco. Esto servirá para que vean de una manera impactante lo necio
que es destruir los pulmones de este modo. Enséñales lo complejo que
es el hígado como máquina de tratamiento de materias químicas, y
luego enséñales los efectos de un consumo excesivo de alcohol, y así tal
vez les puedes ayudar a no estropear su capacidad de disfrutar la vida.
Lo mismo también se puede decir del cerebro, y la manera como la
asombrosa red neurológica que rige puede ser estropeada por la droga.
Igualmente la promiscuidad sexual puede conducir a la enfermedad
tan horrenda y temida que es el SIDA. En algunos países occidentales
nacen un número cada vez mayor de bebés infectados con SIDA desde
el vientre de su madre, y con otras enfermedades relacionadas con el
consumo de drogas.

22
3 • ¿Qué significa el hecho de ser humano?

el de otras personas, no podemos esperar que Dios perma-


nezca indiferente ante ello. Y ¿qué diremos de los millones
de abortos que se realizan cada año?
Por supuesto, todos hemos pecado contra nuestro
cuerpo de algún modo u otro. La buena nueva es que
hay esperanza. El Dios que hizo nuestro cuerpo tiene un
plan para lograr nuestro perdón y para la redención del
cuerpo humano. De ello hablaremos más en otro capí-
tulo. Mientras tanto consideraremos qué se entiende por
«vida» en este segundo relato de la creación.

LA CREATIVIDAD DEL HOMBRE


Y SU SENTIDO ESTÉTICO

Cuando Dios encargó al hombre la tarea de cultivar la


tierra, primero plantó un jardín en un lugar de la tierra,
y colocó allí al hombre para cuidar la tierra y cultivarla
(2:5–15). Por supuesto, la tierra sin cultivar no tenía nada
de malo; pero un jardín es creado cuando alguien toma
una parte de la naturaleza silvestre y la trabaja con arte
y destreza para hacer de ella un lugar de belleza orde-
nada. Además, Dios no solo puso en el jardín árboles que
eran buenos para comer, capaces de satisfacer el hambre
físico del hombre, sino también árboles hermosos para
ver, capaces de satisfacer el sentido estético del hombre.
Esto nos recuerda que el ser humano es capaz de apre-
ciar lo bello simplemente por el hecho de ser bello. En todas
los lugares del mundo hay gente a la que le encantan los
jardines y que está dispuesta a invertir mucho esfuerzo
para conseguir uno, no solo por la comida que produce,
sino por su belleza.

23
Fundamentos para una ética bíblica

No hay ninguna evidencia de que los animales posean


cualidades genuinamente creativas o estéticas. No hay ani-
males capaces de hacer lo equivalente a crear un jardín.
Un castor trabajará la naturaleza para construir una presa
en un río. Pero lo hace para sobrevivir y conseguir ali-
mento. Los animales y los pájaros parecen ser atraídos por
el color durante la temporada de apareamiento, pero ni
los animales ni los pájaros parecen tener ningún interés
en la creación de la belleza por sí sola, como lo tienen los
seres humanos. Ni tampoco tienen la capacidad de crear
cosas desconocidas por sus antecesores.
Por supuesto, no todo el mundo hace jardines. Los
nómadas y muchos habitantes de las grandes ciudades
prescinden de ellos, sea por elección o por necesidad. Pero
los nómadas adornan sus herramientas y utensilios; a los
habitantes de las ciudades les encantan las flores, el arte
y la ropa atractiva; y las ciudades a menudo están llenas
de arquitectura majestuosa.
La creatividad, pues, y un sentido estético, son dos rasgos
que el hombre, de una manera limitada, comparte con su
Creador. Son un reflejo de la imagen de Dios en nosotros.
También constituyen un elemento magnífico de la vida
humana.
La historia de la humanidad es la historia de la creciente
invención creativa en casi todas las áreas de la actividad
humana. Esto ha marcado nuestro progreso en la ciencia,
la tecnología y las matemáticas, así como en la literatura,
el arte y la cultura. Es la historia del ser humano que
imita a su Creador.
Otro aspecto de la actividad del hombre en el jardín es el
hecho de que se trataba de trabajo. El trabajo, en el sentido

24
3 • ¿Qué significa el hecho de ser humano?

de la actividad organizadora con propósito, hace mucho


bien al ser humano. Desempeña un papel saludable e
importante en el desarrollo de la vida. Una persona sin
trabajo tiene motivos para sentirse muy frustrada.
Pero ¿qué diremos cuando los seres humanos, en lugar de
producir belleza en un jardín, asolan la tierra, convirtiéndola
en un desierto, contaminando los ríos, agujereando la capa
de ozono y poniendo el planeta en peligro, estropeando así
el mismo hábitat que Dios ha provisto para ellos? De este
modo, la visión bíblica nos insta a que hagamos todo lo
posible para actuar de manera responsable ante el medio
ambiente, a fin de evitar la destrucción del equilibrio
ecológico.
La Biblia aún tiene más que decirnos acerca de su
«definición» de la vida, como veremos en el próximo
capítulo.

25
4
¿QUÉ SIGNIFICA EL HECHO
DE SER HUMANO?
Parte 2: la vida y las relaciones humanas

Leer Génesis 2:18–25

En el capítulo anterior notamos que el libro de Génesis


define diferentes niveles de vida, haciendo especial hinca-
pié en aquellos rasgos que marcan al ser humano como
criatura hecha a imagen de Dios y llevándonos a con-
siderar las implicaciones éticas que tienen estos rasgos.
Reanudamos nuestras consideraciones reflexionando ahora
sobre los niveles superiores de vida hacia los que Génesis
llama nuestra atención.
Fundamentos para una ética bíblica

LA CREACIÓN DE LA MUJER

El Génesis nos dice que cuando Dios hizo a la mujer como


compañera del hombre, primero trajo a todos los anima-
les delante de él (del hombre). El hombre, Adán, les puso
nombre a todos, demostrando de este modo su superiori-
dad sobre ellos. Sin embargo, entre los animales no había
ninguno que pudiese ser un compañero compatible para él.
Estaba solo. No tenía a nadie con quien hablar, con quien
apreciar la belleza de la creación. Esta historia profunda
apunta a otros dos niveles de vida en los cuales el hom-
bre se diferencia de los animales, y que hacen que la vida
humana sea realmente humana y maravillosa.

EL LENGUAJE

En primer lugar está el lenguaje, hacia el que se atrae nuestra


atención por el hecho de que el hombre pone nombres a
los animales. No hay ninguna evidencia de que los animales,
ni siquiera los pájaros, compartan con el hombre la capa-
cidad de usar el lenguaje. Algunos tienen una capacidad
limitada de comunicarse. Pero ninguno de ellos tiene nada
que se pueda comparar al lenguaje humano. La genialidad
del lenguaje humano estriba en la capacidad que tenemos
de emplear un sonido arbitrario, no necesariamente ono-
matopéyico, para referirnos a un objeto, a un conjunto de
objetos e incluso para expresar ideas abstractas. Por tanto,
el sonido —es decir la palabra hablada— «perro» en caste-
llano —«dog» en inglés, «chien» en francés, «sobaka» en
ruso— significa o un perro concreto o bien todo el género
de animales que pertenecen a dicha especie. Asimismo, casi

28
4 • ¿Qué significa el hecho de ser humano?

todos los idiomas cuentan con sonidos que se refieren a


conceptos abstractos como la justicia, la belleza y la verdad.
El lenguaje requiere y facilita la capacidad de pensar
analíticamente, de clasificar las cosas y dividirlas en sus
diferentes categorías, de pensar en términos abstractos,
y de pensar y argumentar racionalmente. Nos permite
expresar nuestros sentimientos y emociones de maneras
mucho más sofisticadas que los gestos físicos, los gruñi-
dos y los gemidos. ¡Compárese la maravilla de la poesía
amorosa con las pocas «expresiones» de afecto de las que
es capaz un león con su pareja! ¡Los animales no escriben
libros! En cambio, piénsese por un momento en algunas
de las obras maestras que han sido creadas por autores
como Cervantes, Shakespeare o Tolstoi.
Las diferencias entre el lenguaje humano y la comuni-
cación animal demuestran una importante discontinuidad
entre el hombre y los animales. Algunas investigaciones
lingüísticas internacionales han demostrado que solamente
los seres humanos tenemos la capacidad de combinar la
fonética y la gramática. Hasta un niño de cinco años es
capaz de construir frases totalmente nuevas, y que trans-
miten ideas que son a la vez espontáneas y creativas.
Además, los antropólogos lingüísticos que han analizado
las lenguas de tribus supuestamente primitivas han descu-
bierto que la estructura de estas lenguas es tan compleja
como la del castellano moderno, el inglés, o el griego
antiguo. Por lo tanto, la investigación lingüística no parece
presentar evidencia alguna de una evolución lingüística
entre las especies.
El lenguaje, entonces, demuestra que el hombre está
hecho a imagen de Dios. Hace posible una comunicación y

29
Fundamentos para una ética bíblica

comunión amorosa, consciente y personal, no solo entre


un ser humano y sus semejantes, sino también entre el ser
humano y Dios. Se nos dice que Dios descendía al jardín
y hablaba con el hombre, y el hombre con Dios. En esta
comunicación entre Adán y su Creador no había miedo; era
una comunicación inteligente, caracterizada por el amor.
Daba expresión a la comunión que existía entre ellos.
La comunicación entre el ser humano y Dios es la cumbre
de la vida humana. Cada uno de nosotros tenemos acceso
a ella. Dios habla con nosotros a través de las palabras
de la Biblia y, mediante la oración, cada uno de nosotros
podemos expresar directamente a Dios nuestros pensa-
mientos más íntimos. Es muy triste cuando una persona
que tiene vida física no puede comunicarse con los seres
queridos que tiene a su alrededor, sea a causa de un acci-
dente o de una embolia. Es aún más triste cuando una
persona que goza del uso pleno de todas sus facultades
nunca habla con Dios, ni permite que Dios le hable. Esta
persona está muerta a uno de los niveles más altos de la
vida humana.

Palabras, lenguaje, MATRIMONIO


significado
El segundo nivel del que
Discutir con el grupo qué es lo
habla este texto de Génesis
que cada uno cree que hace al
lenguaje humano único. respecto a lo que significa
ser auténticamente humano
En el Nuevo Testamento, a
tiene que ver con la relación
Jesucristo, el Hijo de Dios, se le
dio el nombre «el Verbo de Dios» del hombre con su esposa.
(Juan 1:1-14). Discutir qué signi- Dios reconoció que no
fica este título. era bueno que el hombre

30
4 • ¿Qué significa el hecho de ser humano?

estuviera solo. El hombre, creado a imagen de un Dios que


ama, necesitaba a alguien a quien amar. Sin embargo, Dios
quería que el amor entre el hombre y su esposa fuera algo
mucho más noble y profundo que el mero apareamiento
físico con fines reproductivos. El amor involucra no solo
una coincidencia intelectual y emocional y una atracción
física recíproca, sino también una decisión de la volun-
tad. Si amas a una persona, antepones las necesidades y
deseos de la otra persona a los tuyos propios y le eres
absolutamente fiel, de modo que ella pueda sentirse com-
pletamente segura en tu amor hacia ella. Además, al crear
al hombre y a la mujer Dios quiso compartir con ellos el
gozo de la capacidad creadora. No siguió creando más y
más individuos, sino que concedió al hombre y a la mujer
la capacidad de procrear, de traer hijos al mundo. Quería
que conociesen el gozo y la responsabilidad de tener hijos.
Dios dio a Adán una mujer de quien podía decir: «Esta
sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne» (2:23). No
hizo falta decirle que ella no era como los animales. Ella,
también creada a imagen de Dios (1:27), no era ni inferior ni
superior a él, sino maravillosamente diferente.
Se desprende del Génesis que Dios quiso que el matri-
monio fuese una relación muy especial, e incluso sagrada.
El compromiso para toda la vida entre el esposo y la esposa,
y su fidelidad el uno con el otro, tiene como finalidad ser
una fuente de estabilidad para la familia, aquella unidad
esencial de la sociedad (2:24). Y si las células individuales del
organismo de la sociedad están sanas, también estará sana
la propia sociedad.
Hoy día estamos asistiendo a un desacato cada vez
más extenso a las normas morales y espirituales, el cual

31
Fundamentos para una ética bíblica

se extiende a cada área de nuestra vida cotidiana como


si de un cáncer se tratara: tasas de crimen cada vez más
elevadas, casos horripilantes de abuso de menores, la indi-
ferencia ante el bien y el cultivo del mal a una escala sin
precedentes. Gran parte de este escenario se puede atribuir
directamente a la desintegración de las células sociales que
constituyen las familias. Cuando la sociedad abandona toda
creencia en las normas morales y éticas absolutas y en el
carácter sagrado del matrimonio, no nos debe sorprender
que las consecuencias sean trágicas. La relación esposo—
esposa no es fruto de la evolución de las convenciones de
la sociedad: fue creada por Dios. Si corrompemos esta rela-
ción, acabará en desastre.
Hasta los niños tienen algo que tiene un valor muy
grande para ellos, algo que cuidan y protegen con mucho
cariño. Los adultos quizás tengan algo de gran valor en su
casa, como un regalo muy especial o una pieza de porce-
lana. No se les ocurrirá hacer mal uso de estas cosas; son
demasiado valiosas. Sin embargo, esto es precisamente lo
que hace mucha gente de nuestra sociedad muy a menudo.

¿Iguales pero distintos?


Considerar algunas de las maneras en las que los hombres y las
mujeres se complementan mutuamente.

¿Qué tiene que ver la estabilidad del matrimonio con la salud de la


sociedad?

Considerar lo que dice el Nuevo Testamento acerca de la actitud de


Jesús hacia las mujeres en comparación con la de sus contemporá-
neos en Juan 4:1–42, y su actitud hacia el divorcio. (Mateo 19:3–12).

32
4 • ¿Qué significa el hecho de ser humano?

Tratan el matrimonio como si fuera un juego trivial, y abor-


dan el divorcio como una salida fácil, sin que cuente para
nada el resultado trágico en el seno de la familia, y concre-
tamente en los niños, quienes se ven así desprovistos de la
estabilidad emocional que necesitan.
Si ignoramos las instrucciones del manual del fabri-
cante de un automóvil o motocicleta y ponemos agua en
lugar de gasolina en el depósito, dañaremos seriamente el
motor. Las instrucciones no se dan para disminuir nuestro
disfrute del coche, sino para asegurar que lo disfrutemos el
mayor tiempo posible. De manera similar, nuestro Creador
da las instrucciones sobre el matrimonio y las relaciones en
la Biblia para que podamos disfrutar la vida al máximo. Las
ignoramos a nuestro propio riesgo.
Es por esto por lo que la pornografía desvirtúa la sexua-
lidad y reduce al ser humano al nivel de los animales. La
Biblia condena el abuso y el mal uso del sexo, y la razón no
es que Dios sea un déspota aburrido que no soporta que
los seres humanos disfruten la vida, sino justamente todo
lo contrario. Dios, quien inventó la vida humana y la sexua-
lidad, nos ama, y puesto que nos ama, ha establecido estas
reglas fundamentales con la intención de que podamos dis-
frutar al máximo las relaciones de la vida.
La Biblia afirma que el matrimonio forma parte de la
creación de Dios, y tiene mucho que decir acerca de lo
saludable y lo hermoso que es. Además, se usa como ima-
gen de la relación de Cristo hacia su pueblo, tanto ahora
(Efesios 5:22–23) como en la eternidad (Apocalipsis 19:7–9).

33
5
LA TENTACIÓN, CAÍDA Y
ALIENACIÓN DEL HOMBRE
Leer Génesis, cap. 3

Hay evidencias por todas partes de que algo anda muy


mal en la humanidad. La pregunta es la siguiente: ¿Cuál
es la causa exacta de nuestra condición? Hasta que no
se llegue a un diagnóstico fiable del problema, todos los
esfuerzos por solucionarlo serán insuficientes; y toda espe-
ranza de construir un mundo permanentemente mejor
acabará en decepción. Algunos mantienen que la causa
del mal en el mundo y del problema de la humanidad es
el hecho de que la humanidad aún no ha evolucionado
suficientemente. Si le damos el tiempo que necesita, el
ser humano acabará convirtiéndose en la clase de cria-
tura que todos deseamos que sea. Sin embargo, cuando
analizamos la evidencia de los últimos seis mil años, la
conclusión que se impone es que, si bien es verdad que
Fundamentos para una ética bíblica

hemos realizado unos avances gigantescos en los campos


de la ciencia y la tecnología, la humanidad en conjunto
no es ni menos egoísta, ni menos malévola, ni menos
cruel, ni menos corrupta que en cualquier otra época de
la historia humana. En esta lección, por tanto, miraremos
la explicación que ofrece la Biblia acerca del origen del
problema, y a partir de aquí consideraremos el remedio
que propone. Pero, en primer lugar, hay que considerar
otro aspecto maravilloso de lo que significa el hecho de
ser humano, según enseña la Biblia.

LA CAPACIDAD DE TOMAR DECISIONES MORALES

El hecho del libre albedrío. El Génesis nos enseña que todos


los árboles del Jardín del Edén fueron puestos para el deleite
y el disfrute del hombre, a excepción de uno: Dios prohibió
al hombre estrictamente comer del fruto de este árbol, y le
advirtió que en caso de desobedecer y comer, moriría. Pero
el mismo hecho de que Dios tuviese que advertir al hom-
bre con respecto a las consecuencias de la desobediencia
nos muestra que Dios había hecho al hombre de tal modo
que existía la posibilidad de desobedecer si así se eligiera.
Dicho de otra manera, Dios había creado al hombre con
libre albedrío.
La necesidad del libre albedrío para la moralidad. El
Génesis nos dirá en este capítulo que todo el mal que
hay en el mundo arranca, en último término, del hecho de
que el hombre utilizó su libre albedrío para desobedecer a
Dios e introdujo en el mundo el principio y poder del mal,
lo que la Biblia llama pecado. Y nos podríamos preguntar:
¿no pudo Dios prever que el hombre haría mal uso de su

36
5 • La tentación, caída y alienación del hombre

libre albedrío? ¡Claro que sí! Entonces, ¿por qué se lo dio?


La respuesta es que, siendo un Dios de amor, no quiso
crear al hombre como una máquina biológica, capaz de
funcionar únicamente por instinto e incapaz de realizar
ninguna acción genuinamente libre. Si una abeja pica a un
conductor de autobús y desencadena un accidente mortal,
no llevamos a la abeja ante los tribunales, acusándola de
cometer un crimen. No tiene posibilidad alguna de elegir:
pica por instinto. Otra cosa sería si un pasajero apuñalase
a un conductor: a lo mejor tiene un odio instintivo al
conductor; sin embargo, puede elegir apuñalarlo o no.
Además, Dios quería que el ser humano fuese una cria-
tura mucho más noble que cualquier animal. Por ejemplo,
se puede entrenar a un perro a no comer un trozo de carne
hasta que su amo le dé la señal. Pero si a consecuencia de
ello el perro se abstiene de robar un bistec al vecino, lo
hace simplemente porque la experiencia pasada ha dejado
grabado en su memoria y en su sistema neurológico que, si
se hace con un trozo de carne sin recibir la luz verde por
parte de su amo, recibirá un castigo. El perro no sabe qué
significa robar, ni por qué no es correcto hacerlo; no sabe
por qué su amo le prohíbe comerse el bistec del vecino. Al
crear al ser humano, Dios quería crear a un ser que fuera
capaz de aprender los motivos que hay detrás de los man-
damientos y las prohibiciones, del mismo modo en que un
niño puede aprender de sus padres los motivos que hay
detrás de las exigencias y prohibiciones que se le imponen;
a fin de que la obediencia del ser humano sea inteligente, y
a la vez, gracias al libre albedrío, genuinamente libre.
La importancia del libre albedrío para el amor. Ante todo,
al crear al ser humano, Dios buscaba seres que pudiesen

37
Fundamentos para una ética bíblica

amarlo de verdad, lo cual implicaba que debían tener la


capacidad de elegir y decidir libremente; el amor que sea
forzado o mecánico no es amor verdadero. Por tanto, el ser
humano debe ser genuinamente libre para elegir amar y
obedecer a Dios, o para rechazar su amor y desobedecerlo.
Si un robot entrara en tu habitación, te diera un abrazo
mecánico y te dijera con su voz mecánica, «te amo», o
te echarías a reír o bien lo rechazarías con repugnancia.
¿Por qué? Porque sabrías que el robot solo está haciendo
y diciendo las cosas para las que ha sido programado. No
tiene libertad para tomar la decisión consciente de amar
ni para rebelarse conscientemente contra las instruccio-
nes que ha recibido por parte de su programador. Y Dios
quiere que el hombre sea infinitamente más que un robot.
Alguien podría preguntar: «¿No habría sido mejor si Dios
hubiese hecho al hombre igual que una máquina o un
animal?» La respuesta es muy sencilla: ¿cuál de nosotros
estaría dispuesto a renunciar a su libre albedrío humano
para convertirse en una máquina?
Una ilustración. El fuego es muy peligroso. Un padre
o una madre que realmente ame a su hijo le prohibirá
encender o acercarse al fuego, al menos hasta que haya
podido enseñarle el daño que el fuego puede causar si
no se le tiene respeto. Del mismo modo, Dios prohibió al
hombre, aún en su estado de inocencia, comer del árbol
del conocimiento del bien y del mal. No se nos explica los
pasos que Dios habría tomado para enseñar al hombre los
resultados destructores de una hipotética desobediencia, y
para que el hombre pudiese aprender a evitar el mal, en
caso de que el hombre no hubiese desobedecido. Porque
el hombre escogió actuar independientemente de Dios y

38
5 • La tentación, caída y alienación del hombre

lo desobedeció; por tanto, aprendió a través del intenso


sufrimiento personal cuáles son las terribles consecuen-
cias del mal. ¿Por qué actuó el hombre de esta manera?

LA TENTACIÓN Y LA CAÍDA DEL HOMBRE

Para mucha gente, la historia bíblica de cómo el Diablo,


convirtiéndose en serpiente, tentó al hombre a desobedecer
a Dios parece más bien un cuento de hadas; pero si analiza-
mos la manera en la que la tentación se fue desarrollando,
resulta ser un espejo verdadero de la vida real.
La primera estrategia del Diablo. Exageró la prohibición
divina a fin de retratar a Dios como un aguafiestas cruel
y atormentador. «¿Es verdad que Dios les dijo», preguntó,
aunque por supuesto sabía muy bien que Dios nunca les
había dicho nada por el estilo «que no comieran de nin-
gún árbol del jardín?». La mujer lo corrigió; sin embargo,
esta exageración por parte del Diablo sigue siendo creída
por mucha gente hoy en día: no quieren saber nada de
Dios, ni pensar en él siquiera, porque se imaginan que el
hecho de creer en Dios pondría fin a todo su placer.
La segunda estrategia del Diablo. Desmintió directa-
mente la palabra de Dios. «No van a morir», dijo, «si
desobedecen a Dios. El motivo de esta prohibición es que
si comen este fruto, les serán abiertos los ojos. Serán
como Dios, conociendo el bien y el mal. Ya no tendrán que
depender de Dios; podrán decidir por su propia cuenta
lo que está bien y lo que está mal. Por tanto, hay que
asestar un golpe para la libertad y la independencia moral.
¡Tomen sus propias decisiones! No dejen que sea Dios
quien decida por ustedes.»

39
Fundamentos para una ética bíblica

Lo que el Diablo no les dijo, naturalmente, fue que,


al desobedecer el mandato divino, y actuar independien-
temente de él, admitirían en sus vidas la fuerza poderosa
y malévola del pecado, la cual ellos mismos no serían
capaces de dominar. Una vez admitida, esta fuerza los
esclavizaría y acabaría por destruirlos. Y hasta el día de
hoy, mucha gente sigue engañada por el Diablo. ¿Cómo se
explica, si no, el hecho de que muchos se imaginen que
están dando un paso a favor de la libertad al destruirse
físicamente mediante el alcohol, las drogas y la promiscui-
dad sexual, y psicológicamente a causa de la envidia, los
celos, el rencor, la malicia, el odio, la mentira, las trampas
y el resto de esta nefasta compañía?
La tercera estrategia del Diablo. Logró que la mujer se
fijase atentamente en el árbol. Enseguida vio que el fruto
era bueno para comer, agradable a los ojos, y codiciable
como fuente de sabiduría; es decir, podría aportarle satis-
facción física, estética e intelectual. Y el Diablo le insinuó
que, si consiguiera estas tres clases de satisfacción, tendría
todo lo que le hacía falta para disfrutar al máximo la vida.
No necesitaba a Dios, y no tenía por qué escuchar su
palabra ni preocuparse por su prohibición. Hoy día, mucha
gente sigue pensando lo mismo.
Sin embargo, era, y es, mentira. La Biblia dice
(Deuteronomio 8:3), y Jesucristo lo repitió (Mateo 4:4): «No
solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale
de la boca de Dios».
Una ilustración: Supongamos que como muestra de
amabilidad decides entablar amistad conmigo. Para poner
el proceso en marcha, me invitas a cenar. Vengo a tu
casa y disfruto de la comida, de los cuadros colgados

40
5 • La tentación, caída y alienación del hombre

en la pared y de la música de fondo. A pesar de todos


tus esfuerzos por iniciar una conversación conmigo, me
empeño en hacer caso omiso e incluso permanezco indife-
rente a tu presencia conmigo en la mesa. Cuando al final
me pides una explicación por esta conducta tan extraña,
digo que el placer físico de la comida y el placer estético
e intelectual que me dan los cuadros y la música son lo
único que me interesa. Pero tú, la persona que me has
provisto de todas estas cosas, no me interesas en abso-
luto: por lo que a mí respecta, podrías estar muerto. ¡Qué
necio sería! Por muy buenos que sean los alimentos, los
cuadros y la música, disfrutar de ellos y al mismo tiempo
rechazar la amistad y la comunión contigo es rechazar lo
que realmente significa aquella cena, y perder, por tanto,
la auténtica satisfacción que representa.

LAS CONSECUENCIAS DE LA CAÍDA

El resultado de la desobediencia del hombre y de la mujer


fue inevitable e instantáneo. Se estropeó su disfrute de
la vida en el sentido más elevado. La siguiente vez que
sintieron la voz de Dios mientras caminaba en el jardín,
tuvieron miedo. En lugar de recibir con entusiasmo la
presencia y la conversación de Dios y la posibilidad de
comunión con él como el placer más sublime e intenso
que la vida puede brindar, se apresuraron a esconderse de
él. Se sentían desnudos. Es cierto, por supuesto, que Dios
los había creado desnudos, y no había nada de malo en
ello. Pero su desobediencia había dado lugar, en su fuero
interno, a sentimientos de culpa, y se sentían indignos de
permanecer en la presencia de Dios. Intentaron cubrirse

41
Fundamentos para una ética bíblica

con hojas de higuera, pero intuyeron que era inútil. Luego


intentaron esconderse de Dios entre los árboles del huerto,
pero también fue en vano; porque Dios los citó para que
se encontraran con él, y tuvieron que acudir a la cita y
presentarse delante de Dios. Lo que Dios les dijo, y lo que
hizo, y cómo, en lugar de destruir a la humanidad a causa
de su rebeldía, les indicó el camino hacia el perdón, y les
dio esperanza para el futuro, todo esto lo tendremos que
dejar para los siguientes capítulos.
Aún a día de hoy, una de las evidencias de que el
hombre es un ser caído sigue siendo el hecho de que
tan solo la idea misma de Dios produce en mucha gente
sentimientos muy incómodos de temor y culpabilidad, e
incluso de fuerte resentimiento. La Biblia define esta con-
dición nuestra como muerte espiritual. Según la Biblia,
esta alienación del hombre con respecto a Dios es la raíz
de todo el mal de la humanidad.

42
6
EL CAMINO DE LA ESPERANZA
Y LA RESTAURACIÓN
Leer de nuevo Génesis, cap. 3

LA VICTORIA TRAS LA DERROTA

Cuando el hombre, en su necedad, se rebeló contra Dios,


habría sido comprensible que Dios decidiese acabar con él
y comenzar de nuevo con otra clase de ser completamente
diferente.
Sin embargo, lo que hizo fue precisamente lo contra-
rio. No solo mantuvo su plan original, con la raza humana
como su representante real en la tierra, sino que proclamó
que sería a través de los seres humanos que el intento
de Satanás de desbaratar el plan de Dios sería destruido.
Dirigiéndose a la serpiente, la cual el Diablo había utili-
zado para engañar a la mujer, declaró: «Pondré enemistad
Fundamentos para una ética bíblica

entre tú y la mujer, y entre tu simiente y la de ella; su


simiente te aplastará la cabeza, pero tú le morderás el
talón» (3:15). Sin duda, estas palabras reflejan la hostilidad
que existiría entre los seres humanos y las serpientes a
través de los siglos; pero la promesa de Dios aprovecha
esta hostilidad para simbolizar la lucha encarnizada que se
iniciaría a partir de este momento entre la raza humana y
Satanás. El principal campo de batalla sería el corazón de
los hombres y las mujeres, mientras Dios trabajaba para
volver a conquistar la lealtad de la raza humana, y Satanás
luchaba para afianzar su dominio sobre ella.
Al contemplar esta profecía desde el período poste-
rior al nacimiento, la vida, la muerte y la resurrección
de Jesucristo, el Nuevo Testamento da a entender que la
simiente prometida de la mujer se refería, en un sentido
especial, a él, puesto que él nació de una mujer humana,
pero no de un padre humano (Lucas 1:35). Era verdade-
ramente hombre, pero al mismo tiempo Dios encarnado.
Tentado por el Diablo en todo, igual que nosotros, lo ven-
ció (Mateo 4:1–11; Juan 14:30; Hebreos 4:15), y se mantuvo
firme en su compromiso de absoluta y perfecta obediencia
a Dios hasta la misma muerte. Además, sin pecado propio,
pagó con su muerte la pena del pecado de los hombres,
a fin de que el hombre pudiera ser reconciliado con Dios
y devuelto al paraíso. Durante esta lucha encarnizada, el
Diablo, igual que una serpiente, heriría a Cristo el talón;
pero Cristo, como hombre, aplastaría la cabeza de la ser-
piente en nombre de toda la humanidad, y así ganaría una
victoria que sería eterna.
En un famoso texto del Antiguo Testamento (Salmo 8),
el cual tiene como propósito contestar la pregunta «¿Qué

44
6 • El camino de la esperanza y la restauración

es el hombre?», el poeta remarca el hecho de que original-


mente Dios hizo al hombre un poco inferior a los ángeles,
pero que lo coronó con honra y gloria y puso todas las
cosas bajo sus pies. Siglos más tarde, el escritor de La
Carta a los Hebreos en el Nuevo Testamento repite esta
misma afirmación e insiste en que significa exactamente
lo que dice: «Si Dios puso bajo él todas las cosas, entonces
no hay nada que no le esté sujeto» (Hebreos 2:8).
Ahora bien, suponiendo que esta fuera la intención
original de Dios, no es difícil ver que algo no va bien. El
mal y la enfermedad acechan en todo el mundo. La posi-
ción del ser humano como dueño del mundo está muy
lejos de ser un hecho incontestable. El mismo escritor lo
admite: «todavía no vemos que todo le esté sujeto». Por
tanto ¿hay que renunciar a toda esperanza de volver a
entrar en el paraíso? ¡Por supuesto que no! Porque el plan,
como dice el escritor, lejos de haber sido abandonado, ya
avanza a marchas forzadas hacia su cumplimiento. Porque
vemos a Jesús, hecho un poco menor que los ángeles,
hecho hombre, para que padeciera la muerte por todos,
de modo que el perdón y la restauración son una realidad.
Además, el hombre Jesús ya ha sido coronado de gloria
y honra. Su resurrección, ascensión y glorificación son la
garantía de que el resto del plan de Dios se cumplirá en
toda su plenitud, y que la humanidad volverá a ejercer
dominio sobre un universo libre de pecado.
Sin embargo, aquí surge una pregunta. Si Dios tenía la
intención desde el principio de enviar a Cristo al mundo
como el Salvador de la raza humana, ¿por qué no lo hizo
justo en el momento en que Adán y Eva pecaron? ¿Por
qué esperó tantos siglos antes de enviarlo?

45
Fundamentos para una ética bíblica

LA NECESIDAD DE DESCUBRIR LO
QUE IMPLICA EL PECADO

Consideremos una ilustración. Nadie irá al médico para


que lo curen si no está convencido de que está enfermo.
Algunos tipos de cáncer comienzan como un pequeño
dolor, o como una mancha negra, a penas visible, en la
piel; puesto que no parecen tener ninguna importancia,
la gente piensa que desaparecerán por su cuenta. Solo
cuando, al cabo de varios meses o años, este punto o
mancha evoluciona y se presenta como algo mucho más
importante, la persona que lo tiene acude al médico.
Ahora bien, si en el momento en que Adán y Eva
usaron su libre albedrío para desobedecer a Dios, Dios
hubiese intervenido milagrosamente a fin de impedir que
su pecado acarrease las consecuencias que iban implícitas
en él, Adán y Eva nunca habrían comprendido lo grave
que es ejercer mal el libre albedrío. Más bien habrían lle-
gado a la conclusión de que, decidiesen lo que decidiesen,
el resultado sería más o menos el mismo. Tuvieron que
aprender que aquel acto de desobediencia—sin decir nada
de los que cometerían después—fue suficiente no solo para
estropear su propia vida, sino para envenenar y echar a
perder todas las generaciones posteriores. Únicamente así
llegaría la raza humana a odiar el pecado, a arrepentirse
de él y a aceptar la salvación en cuanto Dios se la ofre-
ciese. Y únicamente así aprendería la humanidad a utilizar
su libre albedrío en colaboración con Dios.

46
6 • El camino de la esperanza y la restauración

LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS DE LA CAÍDA

Ahora, la Biblia señala algunas de las consecuencias inevi-


tables de la caída contra las cuales los seres humanos
tendrían que batallar en el futuro.
La alienación de Dios. Ya hemos hablado de este fenó-
meno en nuestro capítulo anterior. La relación con Dios
ya no se caracterizaría por el gozo y la ausencia de miedo;
más bien, estaría marcada por los sentimientos de culpa
y la consciencia de la ira de Dios a causa del pecado, aun
cuando Dios había provisto lo que hacía falta para cubrir
la culpa del hombre.
El embrutecimiento de las relaciones humanas. El traer
niños al mundo se vería acompañado por el dolor y el
miedo; y los hombres se aprovecharían de las mujeres y
se enseñorearían de ellas. Es aquí donde se encuentran las
raíces de las desconfianzas y las pasiones que han hecho
tantos estragos en la sociedad. Sin embargo, aquí también
existe la posibilidad de curación. A partir de su amor hacia
su pueblo, Cristo ha hecho realidad el ideal del amor, y
con las fuerzas que él da, las relaciones humanas pueden
ser transformadas y se puede lograr una armonía auténtica
dentro del matrimonio. El marido cristiano puede amar a
su esposa, y la esposa respetar a su marido. —ver la manera
como el apóstol Pablo cita Génesis en Efesios 5:31—.
El trabajo se convierte en una tarea ardua. Al principio,
el hombre fue puesto como señor de la creación; pero al
rebelarse contra Dios, su relación con el mundo alrede-
dor se transformó. El trabajo, anteriormente un placer sin
sombras, comenzó a suponer un esfuerzo duro y poco gra-
tificante. Las tareas de la vida, que abordaba anteriormente

47
Fundamentos para una ética bíblica

con gozo y con todo el vigor de la vida, en el marco de


una comunión perfecta con Dios, a partir de ahora presen-
tarían un aspecto muy diferente, debido a que ahora era
vulnerable a la enfermedad, estaba sujeto a sentimientos
en conflicto y era presa del arrastre del pecado en su
fuero interno. Su propio mundo interior se encontraba en
un estado de desorden: había perdido el control. Y, como
el Nuevo Testamento señala (Romanos 8:20–22), la propia
creación fue sometida a frustración, y gime. Se encuentra
sujeta a espinos y cardos, pestes y plagas y los estra-
gos de la contaminación y la enfermedad. Pero aquí, de
nuevo, hay esperanza. En Romanos 8 se nos enseña tam-
bién que en los creyentes en Jesucristo mora el Espíritu
Santo, quien en esta vida nos da el poder que nos hace
falta para superar el arrastre del pecado (vv. 9, 13), aun
cuando nosotros también gemimos dentro nuestro. Y aún
hay más, se acerca el día cuando Dios levantará de la
muerte el cuerpo de los creyentes, mediante el mismo
poder del Espíritu Santo que mora dentro suyo. (v. 11).
Esta esperanza no es ningún mito vacío. Dios ya ha levan-
tado de la muerte, corpóreamente, al hombre Jesucristo.
Su triunfo sobre la muerte implica que un día la propia
creación será liberada de la esclavitud de corrupción, a la
gloriosa libertad de los hijos de Dios. (v 21).
El destierro del paraíso de Edén. Separado del árbol de
la vida, el hombre acabaría envejeciendo y muriendo. Ya
había muerto espiritualmente. La muerte física serviría para
recordarle que era un ser caído. Sería un presagio de lo que
la Biblia llama «la segunda muerte», es decir, la muerte
eterna que cada ser humano tendrá que afrontar si no se
reconcilia con Dios.

48
6 • El camino de la esperanza y la restauración

Mientras tanto, la vía del retorno al paraíso quedó blo-


queada, según se nos dice, por querubines con espadas,
un recordatorio del hecho de que el hombre nunca más
conocerá ningún paraíso, ni en el cielo ni en la tierra, hasta
que su pecado sea definitivamente eliminado, y tanto la
humanidad como la naturaleza sean reconciliados con Dios.

DIAGNÓSTICOS INADECUADOS DE
LA CONDICIÓN HUMANA

Por supuesto, mucha gente rechaza este diagnóstico del


problema de la raza humana. El filósofo griego, Sócrates,
creía que el único problema esencial del hombre era su
ignorancia. «No hay nadie que actúe mal a sabiendas»,
mantenía Sócrates. «Si el hombre es educado correc-
tamente, dejará de pecar». Sin embargo, la historia ha
demostrado que Sócrates estaba equivocado. Según Marx,

El pecado y la muerte
¿De qué manera cumplió Jesús la profecía de Génesis 3:15?

Discutir algunas de las maneras en las que hayan descubierto la


gravedad y el poder del pecado.

Considerar algunos de los efectos de la caída en la sociedad en


cada una de las áreas mencionadas aquí. ¿Qué diferencia podría
producir la fe tanto espiritualmente como moralmente?

«La historia está llena de intentos humanos por recuperar el


paraíso sin Dios». Discutir esta afirmación.

¿Hay una relación entre el diagnóstico del problema del pecado


hecho por Jesús y su muerte en la cruz?

49
Fundamentos para una ética bíblica

el problema básico del hombre era el hecho de su aliena-


ción de los medios de producción; una vez resuelto este
problema de la alienación del hombre, se acabarían todos
sus problemas: sería el amanecer del paraíso. La historia ha
desmentido esta teoría también. El eminente historiador,
el profesor Herbert Butterfield, ha dicho lo siguiente en su
renombrado libro «El Cristianismo y la Historia»:

Entre los historiadores, igual que en todos los campos, los


más ciegos son los que son incapaces de examinar sus
propias presuposiciones. . . Hay que insistir en el hecho
de que engendramos tragedia tras tragedia a causa de
una doctrina del hombre perezosa y poco examinada. . .,
la cual no encuentra respaldo en los hechos históricos.1

«La historia nos enseña», continúa Butterfield, que «es un


error poner excesiva confianza en la naturaleza humana.
Dicha fe es una herejía reciente, y profundamente desas-
trosa». La historia ha puesto en tela de juicio, y lo seguirá
haciendo, cualquier intento de eludir lo que enseña la
Biblia, y lo que Jesucristo enseñó, a saber, que el hombre
es un ser caído, y que la naturaleza humana es esen-
cialmente mala y pecadora (Lucas 11:13). Todo el mundo
prefiere eludir un diagnóstico así, porque no nos gusta.
Parece demasiado radical.
Una ilustración: Si tienes un cáncer, ¿qué preferirías: 1.
que te dijeran que lo tienes, y que hay una intervención
que te puede curar; o, 2. que te hicieran un diagnóstico
superficial y te recetaran aspirinas, a consecuencia de lo
cual morirías?

1 pp. 140 ss.

50
6 • El camino de la esperanza y la restauración

Jesús no solo ha hecho un diagnóstico, sino que ofrece


un remedio; una salvación adecuada al diagnóstico. Es un
tema que consideraremos en un capítulo posterior.

51
7
EL CAMINO DE LA FE EN
DIOS Y EN EL FUTURO
Leer Génesis 15:1–7

Algunas personas, al leer el Antiguo Testamento por primera


vez, se encuentran sorprendidas, e incluso decepcionadas:
después de los primeros once capítulos, parece ocuparse
casi exclusivamente del pueblo judío. «¿Cómo es que Dios
se interesa únicamente por los judíos?» preguntan. «¿Acaso
no había, a través de los siglos, imperios mucho más gran-
des y brillantes que aquella pequeña nación llamada Israel?
¿Cómo es que las demás naciones reciben tan poca aten-
ción? ¿Cómo es posible que para Dios ellas no tuvieran
ninguna importancia?»
Sí la tenían. La Biblia enseña que Dios hizo a todos
los seres humanos en todo lugar a partir de una sola
pareja original (Hechos 17:26), que él es el Dios de los
gentiles tanto como de los judíos (Romanos 3:29), que
Fundamentos para una ética bíblica

no hace acepción de personas (Hechos 10:34–35) y que


es su voluntad que todos los seres humanos sean salvos
(1 Timoteo 2:3–7). Por otro lado, La Biblia dice que Dios
escogió a Israel para que desempeñase un papel especial
en la historia. Para comprender esto, hay que volver al
relato de la caída en el Génesis.

EL TRASFONDO DE LA ELECCIÓN DE ISRAEL

Recordemos que el pecado original del hombre fue asirse


de la independencia moral y espiritual de Dios; y aunque
Dios enseguida le mostró el camino del perdón y de la
reconciliación, muy pronto se haría patente que este acto
de desobediencia había introducido en la raza humana el
veneno virulento de la independencia obstinada de Dios.
Caín y Abel (Génesis 4:1–15). Abel respondió con fe a las
instrucciones de Dios, presentó un sacrifico que complació
a Dios y fue aceptado (Hebreos 11:4). Caín, en el propio
acto de presentar su sacrificio a Dios, rechazó con arro-
gancia las instrucciones de Dios relativas a su sacrificio y,
enfurecido contra Dios, asesinó a su hermano Abel.
La descendencia de Caín (Génesis 4:16–24). Durante este
período, florecieron la construcción de ciudades, la gana-
dería, la metalurgia, la tecnología, la música y la poesía.
Pero la violencia aumentó. Hasta fue motivo de jactancia,
y se convirtió en el tema de muchas canciones populares,
del mismo modo en que en nuestros días se representa
constantemente en la televisión y en películas como
la actuación de hombres superfuertes y muy valientes,
incluso en sociedades que en otros aspectos son tecno-
lógicamente avanzadas y culturalmente sofisticadas. Los

54
7 • El camino de la fe en Dios y en el futuro

jóvenes, que se fijan en estas estrellas de cine violentas


como modelos a imitar, aprenden primero a admirar y
luego a practicar la violencia.
La generación del diluvio (Génesis 6:1–7). En esta época
la raza humana entera se había vuelto tan corrupta como
resultado de prácticas ocultistas y demoníacas, del mal
y de la violencia, que corría el peligro real de una dege-
neración moral y física permanente. Sería necio imaginar
que no existan hoy en día muchos ejemplos de este tipo
de fenómenos.
Ahora bien, un jardinero a lo mejor tiene que podar
una planta afectada por una enfermedad con la esperanza
de que crezca más sana. Del mismo modo, Dios envió
un diluvio catastrófico sobre la tierra, y destruyó la raza
humana en su totalidad, a excepción de una sola familia,
la de Noé, a fin de que la raza humana pudiese tener un
comienzo nuevo y, potencialmente, más sano.
La ciudad y la torre de Babel (Génesis 11:1–9). La torre
probablemente era una especie de zigurat. Cuando fue
construida era una maravilla arquitectónica y tecnológica,
una prueba más de que los seres humanos, aunque caídos,
habían sido creados a imagen del Creador. Pero trágica-
mente este proyecto tan brillante fue emprendido en un
espíritu de arrogancia e independencia de Dios por parte
del hombre. De un modo parecido, los viajes actuales por
el espacio son un logro magnífico de las capacidades que
los seres humanos han recibido de Dios. Sin embargo, es
triste oír a algunas de las personas implicadas jactarse del
hecho de que han dado la vuelta a la luna sin encontrar
a Dios en ningún sitio. Es como si alguien viese una obra
de Shakespeare y después dedujera que, al no haberse

55
Fundamentos para una ética bíblica

encontrado con Shakespeare ni una sola vez en la obra,


Shakespeare nunca había existido. Dios no forma parte del
universo que creó, tal como Shakespeare no forma parte
de sus propias obras teatrales. Pero cuál sería el disfrute
si pudiésemos ver una de estas obras en compañía del
mismo Shakespeare y después aprender de él cómo crear
una obra semejante. ¿Por qué la gente se empeña en creer
que solo se puede comprender y disfrutar del universo a
partir de la independencia del Creador, o de la negación
de su existencia?
La peor consecuencia de la caída (Romanos 1:19–23). Esta
consiste en que los hombres acabaron por intentar borrar
definitivamente cualquier idea del Único Dios Verdadero,
Creador de todo. Como resultado, cayeron en la supersti-
ción, deificaron las fuerzas ciegas e irracionales del universo
y rindieron culto a los dioses del sol, de la luna, de la tor-
menta, de la fertilidad, etc. Y puesto que estos «dioses»
eran fruto de la imaginación de los hombres, se les atribuía
un comportamiento entre ellos más inmoral aún que el de
los propios seres humanos. Así que el culto a estos dioses
corrompió aún más a la humanidad.
El ateo de nuestros días piensa de manera semejante.
Según él, las fuerzas que produjeron a los seres huma-
nos son las fuerzas impersonales, irracionales y ciegas del
universo. No las llama dioses, como los idólatras de la
antigüedad, pero en el fondo se trata de lo mismo. Por
tanto, para el ateo no cabe la menor esperanza para el
universo, ni para el ser humano después de la muerte,
porque, según él, las mismas fuerzas impersonales que
produjeron a los hombres y las mujeres, un día destruirán
tanto a la humanidad como todo el universo. Los seres

56
7 • El camino de la fe en Dios y en el futuro

humanos racionales somos los productos, los esclavos y


los prisioneros desesperanzados de los poderes irracionales.

EL PROPÓSITO DE LA ELECCIÓN DE
ISRAEL POR PARTE DE DIOS

El problema que Dios afrontaba. ¿Cómo rescatar al hombre


de la desesperanza de la independencia de Dios? ¿Cómo
demostrar a las naciones su propia realidad y la gloria y la
esperanza que caracterizan la vida humana cuando se vive
en comunión con Dios, para que las naciones se sintieran
atraídas, para que pudieran ser reconciliadas con Dios y
encontrar en él la paz y la bendición?
La respuesta de Dios al problema. Escogería a un hombre,
Abraham, y a partir de su descendencia crearía una nueva
nación a través de la cual personas de todas las naciones se
volvieran a Dios y fueran bendecidas (Génesis 12:3; 22:18; 26:4).

Harán

R. Tigris

Mar Mediterráneo R. Éufrates

Canaán

Neguev Ur
Egipto

R. Nilo 0 250 500 1000

kilómetros

El viaje de Abraham

57
Fundamentos para una ética bíblica

La base de la elección de Abraham y de Israel. No fue por-


que ellos fueran mejores que los demás. Abraham, antes
de ser llamado por Dios, era un idólatra (Josué 24:14–12); y
a los israelitas se les dijo que eran un pueblo obstinado
y se les advirtió que, si se comportaban incorrectamente,
serían juzgados con mayor severidad que las demás
naciones (Deuteronomio 9:6–24; Amós 3:2) debido a la
importancia del papel que se les había asignado.
El propósito del programa de Dios para Abraham e Israel.
Los levantó en primer lugar como testimonio vivo de la
existencia del Único Dios Verdadero, y en protesta contra
toda interpretación idólatra del universo. En este aspecto,
Israel fue único durante muchos siglos. En segundo lugar,
los levantó como ejemplo de lo que significa vivir en
comunión con el Dios viviente y experimentar su amor,
su poder, su salvación, su dirección y sus leyes, a fin
de que todas las naciones del mundo acudiesen a ver lo
bello que es conocer a Dios personalmente. Y en tercer
lugar, levantó a Israel para que fuera el medio a través
del cual vendría el Salvador del mundo, a fin de que en el
momento de su venida el mundo lo reconociera y encon-
trara en él una esperanza verdadera.
El éxito del programa. Basta observar el hecho de que,
a través de la nación judía, y particularmente a través de
Jesucristo, nacido de la simiente de Abraham, millones de
gentiles, anteriormente paganos e idólatras, han sido lle-
vados a una fe viva en el Único Dios Verdadero y Viviente.
Este es un hecho incontestable de la historia; y es un
proceso que sigue cumpliéndose delante de nuestros ojos.

58
7 • El camino de la fe en Dios y en el futuro

EL ENTRENAMIENTO DE ABRAHAM POR


PARTE DE DIOS (GÉNESIS 11:26–25:11)

El despertar de la esperanza de Abraham. Primero, Dios


reveló su gloria a Abraham personalmente. Luego lo con-
dujo a la tierra de Canaán, la cual le prometió a él y a
su simiente, si mientras tanto estaban dispuestos a vivir
como nómadas sin que fuese suya ni una sola hectárea,1
También se le dijo a Abraham que durante cuatrocientos
años sus descendientes serían esclavos en un país lejano,
y que solo al cabo de este período Dios los liberaría y los
haría regresar a Canaán para reclamar su herencia. Esto
indudablemente sirvió para dar esperanza a Abraham y
a sus descendientes. Sin embargo, fue una esperanza a
largo plazo; y mientras tanto había una pregunta práctica:
¿Podrían atreverse a creer en ella? ¿Podrían confiar sufi-
cientemente en Dios como para convertirse en nómadas,
y seguir viviendo durante siglos simplemente en base a
las promesas de Dios? Adán y Eva en el huerto no fueron
capaces de confiar en la Palabra de Dios. Desde entonces,
millones de personas tampoco han sido capaces. ¿Podrían
confiar en Dios Abraham y sus descendientes? ¿Se cumpli-
ría la promesa al final?
La prueba de la fe de Abraham (Génesis 15–22). No trans-
currió mucho tiempo antes de que la fe de Abraham en la
promesa de Dios topara con una dificultad aparentemente
insuperable. Ya era anciano cuando Dios le prometió su

1 De hecho, lo único que poseyó Abraham durante su vida fue un pequeño


campo con una cueva, que utilizó como lugar de entierro para su mujer,
Sara (Génesis 23).

59
Fundamentos para una ética bíblica

futura herencia. Pero todavía no tenía ningún hijo y por


tanto, no tenía ninguna posibilidad de tener descendientes
que pudieran apropiarse de la herencia. Abraham habló
con Dios, quien le prometió un hijo; y Abraham creyó
a Jehová en cuanto recibió la promesa (Génesis 15:6). Sin
embargo, Dios no cumplió la promesa inmediatamente.
Resulta que Sara era estéril; por tanto, a fin de ayudar a
Dios a cumplir la promesa, Abraham tomó a una esclava,
y tuvo un hijo con ella. Pero Dios se negó a considerar a
este hijo como el que había sido prometido; e hizo esperar
a Abraham y a Sara hasta que, en lo que se refería a su
capacidad física de ser padres, era como si su cuerpo estu-
viese muerto. De este modo, Abraham comprendió que sus
propios recursos eran inútiles; si alguna vez se habían de
cumplir las promesas relativas a los descendientes y a la
herencia, Dios tendría que realizar un milagro, y hacer que
brotara vida de cuerpos que estaban muertos. Abraham
no podía hacer nada. Y Abraham se atrevió a creer y
como consecuencia, el milagro ocurrió. El hijo de la pro-
mesa nació. Además, varios siglos después de la muerte
de Abraham, la promesa a largo plazo de la herencia en
Canaán también se cumplió.
El propósito de la prueba de la fe de Abraham. Recordemos
que el pecado original del hombre, el que provocó la caída
y arruinó a la raza humana, fue asirse de la independencia
de Dios, desencadenando así los procesos que habían de
llevar a la muerte. Aquí Dios estaba enseñando a Abraham
cuál es el primer principio fundamental para el regreso a
la vida verdadera y a la esperanza para el futuro: la depen-
dencia absoluta de Dios y la fe en sus promesas.

60
7 • El camino de la fe en Dios y en el futuro

LA LECCIÓN UNIVERSAL QUE ENSEÑA


LA EXPERIENCIA DE ABRAHAM

La historia ha demostrado que las promesas de Dios a Abraham


eran ciertas. Sus descendientes heredaron la tierra de
Canaán. Y aunque ha habido ocasiones en las que Dios los
ha expulsado de la tierra, como les advirtió que haría, las
promesas de su restauración final también se cumplirán.
La promesa según la cual todas las naciones del mundo
serán bendecidas mediante Abraham y su simiente se
ha cumplido de forma dramática a través del nacimiento
del Salvador del mundo, Jesucristo, el descendiente más
famoso de Abraham y de su hijo, Isaac.
Lo que no nos enseña la experiencia de Abraham es que
cualquier pareja estéril pueda tener un hijo si confía en
Dios. Pero su experiencia es citada en el Nuevo Testamento
como ejemplo para toda la humanidad. Abraham fue justifi-
cado por la fe, se nos dice en Génesis 15:6, cuando aprendió
a poner su fe no en sí mismo ni en sus propias obras, sino
únicamente en la palabra de Dios, quien podía hacer brotar
vida de la muerte. Nosotros también podemos ser justifi-
cados y recibir el regalo de la vida eterna únicamente por
la fe, cuando aprendemos a no confiar en nuestras propias
obras, sino a creer a Dios, quien resucitó a Jesucristo de la
muerte (Romanos 4:1–5, 19–25).

61
Fundamentos para una ética bíblica

La obediencia de la fe
¿Por qué creen que Caín se negó a obedecer a Dios? ¿Hay aquí
alguna lección para nosotros?

¿Qué podemos aprender de la epidemia del SIDA?

«La televisión y las películas pueden corromper». Discutir.

¿Cómo nos puede ayudar la historia de Noé a comprender


lo que implica la fe en Dios? (Ver Hebreos 11:7). Cuando
Jesús mencionó esa historia (Lucas 17:26–27), ¿qué pretendía
ilustrar?

«El ateísmo es un asunto largo y cruel».1—Jean-Paul Sartre.


Discutir.

¿Por qué Abraham creyó a Dios? ¿Cómo nos puede ayudar el


ejemplo de su fe a comprender lo que realmente significa la
fe?
1 Las palabras, 157.

62
8
LA LIBERTAD Y LA LEY
Leer Éxodo 20:1–17

En este capítulo estudiaremos el resumen de la ley que Dios


dio a Israel a través de Moisés. Los Diez Mandamientos han
ejercido una influencia civilizadora sobre millones de personas,
y han acabado extendiéndose por todo el mundo, siendo adop-
tados por naciones enteras como la base de su código moral.
Nuestro título «La libertad y la ley» puede parecer
extraño. Para mucha gente, la ley, por definición, es lo
contrario de la libertad: la libertad implica que podemos
hacer lo que queramos, y la ley limita o destruye esta liber-
tad. Sin embargo, esta es una manera de pensar superficial.
Si queremos gozar de una auténtica libertad, hacen falta
leyes. Si, por ejemplo, queremos ser libres para pasearnos
por las calles por la noche sin miedo, el Gobierno tiene
que poner leyes contra la violencia y el asesinato y exigir
el cumplimiento de las mismas.
«Sí», alguien dirá, «pero las leyes del Estado están pues-
tas con el consentimiento de la mayoría de los ciudadanos
Fundamentos para una ética bíblica

—excepto si se trata de una dictadura—. Por tanto, las leyes


no hacen más que dar carta blanca a lo que nosotros
mismos deseamos —o no deseamos—. En cambio, los Diez
Mandamientos proceden, según ellos mismos enseñan, de
Dios. Si aceptamos esta premisa, tendremos que aceptar y
obedecer estas leyes solo porque Dios lo ha dicho, quera-
mos o no. ¿Acaso no se anula así nuestra propia voluntad
personal?»
¡No saquemos conclusiones precipitadas! Nosotros no
pusimos las leyes de la naturaleza. Por supuesto, las res-
petamos, porque si no lo hiciéramos, nos destruiríamos
a nosotros mismos. Sin embargo, no solemos quejarnos
de que esto anule nuestra libertad. Sabemos que la vida
no es posible de otra manera. Si somos descuidados en
la manera de manejar los reactores nucleares, las leyes
físicas desencadenan un Chernóbil o un Fukushima. Si nos
empeñamos en fumar, corremos el riesgo de morir, pre-
maturamente, de un cáncer de pulmón. Y lo que ocurre
con las leyes físicas, ocurre también con las leyes morales
que el Creador ha establecido para nosotros. Nosotros
no participamos tampoco en el establecimiento de estas
leyes. ¿Por qué deberíamos? No nos creamos a nosotros
mismos. Sin embargo, nuestro Creador no ha puesto estas
leyes para limitar nuestra libertad, sino para salvaguardar
nuestra libertad y maximizar nuestro gozo, como veremos
ahora al considerar el ejemplo de Israel.

64
8 • La libertad y la ley

LA BASE DE LA INSISTENCIA DE DIOS


EN QUE ISRAEL GUARDASE LA LEY

El preámbulo de los Diez Mandamientos (Éxodo 20:2). Aquí


Dios no solo da la ley; explica a Israel por qué deben
guardarla. «Yo soy el Señor tu Dios. Yo te saqué de Egipto,
del país donde eras esclavo.»
Les recuerda que habían sido esclavos en los cam-
pos de trabajos forzados de Egipto y que fue él mismo
quien los liberó. Era el Dios de la liberación. Habiéndoles
dado libertad de una clase de esclavitud, no tenía ninguna
intención de imponerles otra. Les estaba dando su ley para
proteger la libertad que había logrado para ellos. Si ellos
se negaban a guardar la ley, la nación, como más adelante
les advirtió (Deuteronomio 29), se hundiría en una dege-
neración moral y espiritual y caería bajo el poder de las
naciones paganas que los rodeaban.
Flashback histórico. La historia de la llegada de Israel
a Egipto, de su esclavitud, y de la manera en que Dios
los liberó se narra en la Biblia, desde Génesis 37 hasta
Éxodo 15. Ninguno de estos acontecimientos fue un simple
accidente histórico. De hecho, Dios comunicó a Abraham,
muchos años antes de que ocurriera, que sus descendien-
tes acabarían siendo oprimidos en un país extranjero y
que Dios después los liberaría (Génesis 15:13–14).
La naturaleza de la esclavitud de Israel en Egipto. Como
minoría étnica, fueron oprimidos por los egipcios por
motivos políticos. Uno de los faraones —los gobernan-
tes de Egipto— procuró deshacerse de ellos mediante el
genocidio, o la limpieza étnica. El gobierno de Egipto se
negó a permitirles adorar y servir a Dios de acuerdo a

65
Fundamentos para una ética bíblica

sus instrucciones y a la conciencia de ellos. Semejante


esclavitud espiritual es la peor clase de servidumbre que
existe: aprisiona y debilita no solo el cuerpo sino también
el espíritu de la persona.
La manera en que Dios liberó a Israel. Dios no demandó
que Israel luchara para conseguir su propia liberación de
la tierra de Egipto. En su debilitada condición, esto habría
sido imposible de todas formas. Fue Dios quien efectuó la
liberación desde el principio hasta el final, en primer lugar,
mediante el ángel destructor, quien ejecutó sus juicios
sobre Egipto. Más tarde, utilizó las fuerzas de la naturaleza
para anegar todo el ejército egipcio en el Mar Rojo. Lo
único que Israel tuvo que hacer fue aceptar la liberación
que Dios les proporcionó. Ni siquiera tuvieron que mere-
cer su libertad obedeciendo la ley de Dios. La liberación,
la redención, la libertad—todas estas cosas fueron regalos
inmerecidos. Sin embargo, tras haber sido liberados, Dios
esperaba de ellos que guardasen la ley que Dios estable-
ció para ellos. No hizo esto para limitarlos, sino para que
disfrutasen al máximo de su libertad.
Una lección para todos. El Nuevo Testamento usa esta
experiencia del pueblo de Israel para ilustrar el hecho
de que el pecado nos ha convertido a todos en esclavos.
Estamos encadenados al pasado por nuestra culpabilidad.
A menos que esta cadena se pueda romper, tendremos
que enfrentarnos al juicio de Dios. Además, igual que
el pueblo de Israel, no nos podemos salvar a nosotros
mismos, ni podemos llegar a merecer la salvación por
medio de nuestros esfuerzos por cumplir la ley de Dios
(Efesios 2:8–9). Sin embargo, Dios ha provisto también
una liberación para nosotros: nos salva de la culpa que

66
8 • La libertad y la ley

constituyen nuestros pecados a través del sacrificio de


Cristo, el Cordero de Dios, de la misma manera que Israel
fue protegido del ángel destructor a través del sacrificio
y de la sangre del Cordero de la Pascua —ver la historia
narrada en Éxodo 12—. Y nos salva de las garras de Satanás
mediante su propio poder (Hechos 26:18; Colosenses 1:13).
Una vez que hemos experimentado esta liberación, apro-
piándonos así de nuestra libertad, Dios espera de nosotros
que mostremos nuestra gratitud a través del deseo de
obedecer sus mandamientos (Juan 14:21; Romanos 8:3–4).

LOS PRINCIPIOS DE LOS DIEZ MANDAMIENTOS

El principio básico del amor. Bajo cada uno de los diez man-
damientos subyace el principio básico del amor: en primer
lugar, a Dios; en segundo lugar, al prójimo. Deuteronomio,
un libro del Antiguo Testamento, lo resume de la siguiente
manera: «Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único
Señor. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón y con
toda tu alma y con todas tus fuerzas» (6:4–5). No es de
extrañar entonces que los cuatro primeros mandamientos
tengan que ver con la manera en que este amor se tiene
que expresar. Levítico, otro libro del Antiguo Testamento,
enuncia el otro gran principio de la ley: «Ama a tu prójimo
como a ti mismo» (19:18). Los seis últimos mandamientos
enseñan de qué manera este amor se debe manifestar.
Esto nos enseña varias cosas muy importantes:
a) La ley de Dios no es ningún código frío y legalista:
nace del amor.
b) La ley de Dios es equilibrada: El amor a Dios tiene
que dar lugar al amor a nuestros semejantes. El

67
Fundamentos para una ética bíblica

amor a los demás que no esté arraigado en el amor


a Dios no es amor verdadero. El Nuevo Testamento
lo explica de esta manera: «Así, cuando amamos
a Dios y cumplimos sus mandamientos, sabemos
que amamos a los hijos de Dios» (1 Juan 5:2). Por
otro lado, el amor a Dios que no nos lleve a amar a
nuestros semejantes tampoco es amor verdadero. El
Nuevo Testamento lo explica así: «Si alguien afirma:
“Yo amo a Dios,” pero odia a su hermano, es un men-
tiroso; pues el que no ama a su hermano, a quien
ha visto, no puede amar a Dios, a quien no ha visto»
(1 Juan 4:20).
c) El amor a Dios y al hombre es mucho más que una
cuestión de sentimientos: es una actitud del cora-
zón y de la voluntad que se pone de manifiesto a
través de la conducta y de los actos de la persona.
El primer y segundo mandamientos (Éxodo 20:3–6). En estos
dos mandamientos Dios exige la lealtad absoluta de su
pueblo. Dice, «Yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso»
(Éxodo 20:5). En algunas lenguas los celos son representa-
dos como un defecto. Pero aquí se trata de algo positivo.
Un hombre que realmente ama a su mujer tendrá celos de
cualquier rival. Del mismo modo como el adulterio de uno
de los cónyuges estropea la relación entre ellos, la des-
lealtad al Creador por parte del ser humano estropea su
relación con Dios y es una afrenta contra el amor de este:
a) El paganismo, con sus muchos ídolos, sus dio-
ses hechos a mano, sus deificaciones de las
fuerzas de la naturaleza, evidentemente viola estos
mandamientos.
b) El ateísmo es doblemente culpable. Rechaza al

68
8 • La libertad y la ley

Único Dios Verdadero, y luego exalta las fuerzas de


la naturaleza como los poderes que han dado lugar
a la existencia de la humanidad.
c) Cualquier cosa que amamos más que a Dios, o en
la que confiamos más que en Dios, es un ídolo. La
avaricia, por ejemplo, es idolatría (Colosenses 3:5).
d) Los gobiernos totalitarios a veces exigen a sus
súbditos la obediencia absoluta que solo Dios
tiene derecho a reclamar. Es por esto por lo cual a
menudo prohíben rendir culto a Dios. Si permitimos
que el lugar de nuestro corazón, que pertenece solo
a Dios, sea ocupado por un mero gobierno humano,
nos hacemos esclavos de meros hombres. Esto es lo
contrario de la libertad —ver la historia de los tres
amigos de Daniel cuando se negaron a inclinarse
ante un ídolo (Daniel 3)—.
e) La historia ha demostrado la verdad de Éxodo 20:4–
5. Cuando las naciones han sustituido a Dios por
ídolos, o han negado a Dios, han acarreado proble-
mas no solo para sí mismas, sino también para las
siguientes generaciones.
El tercer mandamiento (20:7). El nombre de Dios representa
la persona y el carácter de Dios, todo lo que él es. Esto
debería ser para nosotros lo más alto, lo más sagrado de
todo el universo, el valor último sobre el cual dependen
todos los demás valores. Cuando blasfemamos, o usamos
con desprecio y ligereza el nombre de Dios, o cuando
profesamos creer en Dios y ser el pueblo de Dios mientras
vivimos de una manera que lo deshonra, lo oprobiamos
en nuestra propia mente y hacemos que sea motivo de
oprobio en la mente de los que nos observan.

69
Fundamentos para una ética bíblica

El cuarto mandamiento (20:8–11). Este mandamiento sir-


vió para recordar a Israel que el mundo pertenece a Dios,
puesto que él lo hizo. La finalidad de nuestro trabajo
diario es que se haga en colaboración con Dios, confor-
mándose con la pauta que él estableció de trabajo creativo
seguido por el descanso. El descanso regular de nuestro
trabajo habitual impide que el trabajo se convierta en
una esclavitud para nosotros y para los que se relacio-
nan con nosotros. Dicho descanso nos hace falta tanto
espiritualmente, puesto que nos proporciona tiempo para
reflexionar y para pensar en Dios, como físicamente, para
conservar nuestra salud corporal y mental.
El quinto y séptimo mandamientos (20:12, 14) protegen
el carácter sagrado del amor, del matrimonio y de la vida
familiar. En nuestros días, millones de personas en nume-
rosos países denuncian estas leyes por restrictivas, y en el
nombre de la libertad han reclamado la liberación sexual.
En algunos lugares, incluso hay gobiernos que han decla-
rado obsoleta la antigua idea de la familia nuclear. Sin
embargo, el aumento dramático del crimen y de la delin-
cuencia se puede atribuir directamente a la violación de
estos dos mandamientos.
El sexto y octavo mandamientos (20:13, 15) protegen el
carácter sagrado de la vida y de la propiedad privada.
El noveno mandamiento (20:16) protege el carácter
sagrado de la verdad. Las relaciones interpersonales e
internacionales, la justicia en los negocios y en los tribu-
nales, la salud psicológica e incluso, a veces, la vida física
de una persona depende de que todos digan la verdad.
Si nadie dijera nunca la verdad, y todo el mundo siem-
pre mintiese, el resultado sería un caos social catastrófico,

70
8 • La libertad y la ley

toda confianza hecha pedazos. Sin confianza, no hay ni


seguridad, ni paz, ni justicia, ni libertad.
El décimo mandamiento (20:17). La palabra hebrea
que aquí se traduce como «codiciar» no se refiere a un
antojo pasajero como, por ejemplo, «¡Ojalá tuviese una
bicicleta como la que tiene mi amigo!». Significa más
bien, «maniobrar a fin de conseguir» algo que pertenece
a otra persona. Fue por esto por lo cual Jesús dijo que no
solo está mal el adulterio, sino que «planear en la mente
la manera de conseguir a la esposa de otro hombre» es
equivalente al propio acto de adulterio (Mateo 5:27–28). En
el Antiguo Testamento (1 Reyes 21) encontramos un caso
vívido de codicia.

LA PROVISIÓN PARA EL FRACASO

Jesús dijo que el primer y más grande mandamiento es que


amemos al Señor nuestro Dios con toda nuestra mente,
con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas. Es
evidente que no hay nadie que haya alcanzado este listón.
Todos hemos violado el mandamiento más grande de todos
y, por tanto, todos hemos cometido el pecado más grande.
Dios no puede bajar el listón para acomodar ni el pecado
de Israel ni el nuestro. Sin embargo, en su misericordia ha
provisto un camino por el cual podemos ser perdonados.
Es el camino del sacrificio. Esto será el tema principal del
próximo estudio.

71
Fundamentos para una ética bíblica

Para el aula
Trabaja con tus estudiantes para memorizar los diez manda-
mientos. Ofrece más ejemplos de la vida diaria que muestren
lo fundamentales que son estos mandamientos para conser-
var nuestra libertad y aumentar la posibilidad de disfrutarla.

Lee a los alumnos los textos bíblicos que relatan la manera en


que Israel llegó a Egipto, y cómo fueron liberados (Génesis 37 a
Éxodo 15) y pídeles que escriban una redacción sobre el tema.

«La esclavitud espiritual es la peor clase de esclavitud».


Comentar esta afirmación.

¿Por qué ha habido naciones que han suprimido la adoración


y el servicio a Dios, como hicieron los egipcios?

Comenten las semejanzas que hay entre la manera en que


Dios liberó a Israel y la manera en que nos libera a nosotros.
Fíjense especialmente en el hecho de que:

(a) Nadie se puede salvar mediante la observancia de la ley


de Dios.

(b) La ley de Dios debe ser guardada como resultado de la sal-


vación, como la manera en la que la salvación se manifiesta.
¿Cómo se explica este hecho?

Estudiar las referencias a la Pascua en el Nuevo Testamento.


(Juan 1:29, 1 Corintios 5:7, 1 Pedro 1:18–19, Apocalipsis 5:6–9).

72
9
EL CAMINO DEL SACRIFICIO
Y EL VALOR DE LA VIDA
Leer Levítico 4:27–35

UN PRINCIPIO BÁSICO DE LA
RECONCILIACIÓN CON DIOS

En el quinto capítulo vimos que en cuanto Adán y Eva peca-


ron experimentaron el tormento de la mala conciencia. Se
sintieron desnudos e indignos de encontrarse con Dios,
por lo cual intentaron cubrirse con hojas de higuera. Fue
insuficiente; y Dios mismo les proveyó una cobertura más
adecuada, sacrificando animales para hacerles túnicas con
las pieles. De este modo, animales inocentes murieron a fin
de cubrir la desnudez del ser humano, culpable ante Dios.
En nuestro último capítulo vimos cómo Dios salvó a
Israel de su ira mediante el sacrificio y la sangre del cordero
de la Pascua.
Fundamentos para una ética bíblica

Estos son ejemplos del principio básico que vez tras


vez se va repitiendo a lo largo de la Biblia. Hay un camino
de retorno a Dios para los que han violado la ley de Dios;
hay un camino de perdón y reconciliación con Dios. Sin
embargo, este camino pasa por el sacrificio de un sustituto;
porque el castigo que comporta el pecado es la muerte, y
este castigo tiene que ser aplicado antes de que Dios nos
pueda perdonar. «Sin derramamiento de sangre no hay
perdón» (Hebreos 9:22). Es por esto que el mensaje cen-
tral del evangelio, para el cual las Escrituras del Antiguo
Testamento nos preparan y que el Nuevo Testamento
explica en detalle, es precisamente este: «Cristo murió
por nuestros pecados según las Escrituras [del Antiguo
Testamento]» (1 Corintios 15:3). Pero esto plantea una pre-
gunta fundamental.

¿POR QUÉ ES NECESARIO QUE EL PECADO


CONLLEVE UN CASTIGO ADEMÁS DE LAS
CONSECUENCIAS QUE PROVOCA?

Las diferencias entre las consecuencias del pecado y el castigo


por el pecado. Si yo administro a una persona una dosis
letal de veneno, morirá. Su muerte es la consecuencia de mi
actuación; no es el castigo. Puede ser que me sienta auténti-
camente arrepentido, y que los familiares de la víctima me
lleguen a perdonar a pesar de la terrible consecuencia que
mi actuación ha provocado. Sin embargo, el Estado no me
perdonará, porque envenenar a una persona no es solo un
agravio contra un ciudadano; es un crimen, una violación
de las leyes del Estado, y como todos los demás crímenes,
conlleva un castigo. Si se demuestra mi culpabilidad, el juez

74
9 • El camino del sacrificio y el valor de la vida

me tendrá que imponer la sentencia contemplada por la


ley, y la sentencia tendrá que ser aplicada.
Los motivos por los cuales las leyes del Estado prescriben
castigos. No se trata de venganza, el Estado también pro-
híbe a los familiares de la víctima que se venguen de mí. Se
trata de que la sociedad como colectivo tiene un conjunto
de valores, los cuales considera suficientemente importan-
tes como para que se haga todo lo posible para que se
respeten. La sociedad establece, por tanto, ciertas leyes que
sirven para proteger estos valores, e inflige a los infracto-
res los castigos que sean apropiados. La ley que prohíbe el
asesinato, por ejemplo, refleja el valor que una sociedad
atribuye a la vida humana. Si el Estado sistemáticamente
permitiese que los asesinos no fuesen castigados, se des-
prendería de ello que la vida humana ya no se valora, y que
puede ser destruida con impunidad. Millones de bebés han
sido asesinados como consecuencia del «aborto libre». De
hecho, si el propio Estado se vuelve criminal, violando sus
propias leyes y asesinando a miles de ciudadanos inocentes,
como ha ocurrido en algunos países, estamos asistiendo a
una minusvaloración deplorable de la vida humana.
La gravedad del pecado contra nuestros semejantes. La
gravedad no solo del asesinato, sino de cualquier clase de
pecado contra otro ser humano, estriba en el valor que
tiene el individuo. Aun cuando los seres humanos no se
aman ni se valoran los unos a los otros, Dios ama a cada
individuo y le atribuye un valor infinito, puesto que todo
ser humano está hecho a su imagen. Es precisamente por-
que Dios ama al ser humano que su ley está destinada a
proteger su valor; y lo hace al aplicar un castigo a los que
violan este valor.

75
Fundamentos para una ética bíblica

La gravedad del pecado contra Dios. Puesto que Dios es


la fuente de la vida y el Creador de todo, todo pecado, en
última instancia, es pecado contra Dios. Además, puesto
que Dios mismo es el Valor Supremo, todo pecado come-
tido contra él tiene una importancia enorme. Dios no
podría actuar en base a la premisa de que el pecado no
tiene importancia y que el castigo no tiene que ser apli-
cado; esto significaría que, a fin de cuentas, no tienen
importancia ni los seres humanos ni Dios, y que ni la
santidad, ni la justicia, ni la verdad, ni la belleza, ni el
amor de Dios tienen valor en absoluto. Los seres humanos
podrían violar estos fundamentos con impunidad y contar
con un perdón fácil al final, si fuese realmente necesario
el perdón.
La respuesta de Dios ante el problema del ser humano.
Nuestro problema consiste en el hecho de que todos
hemos pecado tanto contra nuestro semejante como
contra Dios. El castigo, según enseña la Biblia, no es úni-
camente la muerte física sino también lo que la Biblia
llama: «la segunda muerte», es decir, la separación eterna
de la presencia de Dios, la desgracia de ser conscientes
para siempre de la ira santa de Dios hacia nuestro pecado.
Si tuviésemos que resolver esta deuda por nuestra propia
cuenta, nunca la acabaríamos de pagar. Ahí está el meollo
del problema: la justicia de Dios requiere que la senten-
cia se lleve a cabo; sin embargo, el amor de Dios anhela
perdonarnos. ¿Cómo se puede resolver este dilema? La
respuesta de Dios fue que él mismo, en la persona del
Hijo de Dios, Jesucristo, cumpliría la sentencia en nuestro
lugar mediante su muerte en la cruz. De este modo todos
los valores y atributos de Dios se mantendrían y, al mismo

76
9 • El camino del sacrificio y el valor de la vida

tiempo, podría ofrecer perdón a todos los que se arrepin-


tiesen y creyesen: Dios continuaría siendo perfectamente
justo y podría declarar justos a todos los que creyesen en
Jesús (Romanos 3:26).

LA FUNCIÓN DE LOS SACRIFICIOS DE


ANIMALES EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

En el Antiguo Testamento, si alguien pecaba y se arrepentía


y después buscaba el perdón de Dios, tenía que traer un
animal sin mancha, un macho cabrío o un cordero, al altar
del tabernáculo o del templo, poner las manos encima de
la cabeza del animal y matarlo en presencia de Dios. Acto
seguido, el sacerdote ponía sangre en los cuernos del altar.
El resto de la sangre se derramaba al pie del altar y ciertas
partes del animal se quemaban como sacrificio en el altar.
Como consecuencia, la persona que había pecado recibía
perdón. Ahora bien, los israelitas inteligentes sabían muy
bien que la sangre de los animales no podía borrar la culpa
de los seres humanos; la sangre de un macho cabrío o de
un cordero no servía para pagar la deuda contraída por el
pecado. Nos lo dicen muy claramente (Salmo 40:6). ¿Cuál
era, entonces, la función de estos sacrificios?
Enseñaron que el pecado resulta caro. En algunos países,
los padres regalan tiendas de juguete a sus niños. Estas
tiendas tienen botellas pequeñas con caramelos de plás-
tico. Los niños usan dinero de juguete con el cual hacen
sus compras. Por supuesto, hasta los niños saben que no
son reales ni el dinero ni los caramelos. Sin embargo,
estas tiendas no solo sirven para entretener a los niños,
sino para enseñarles el valor de las cosas. En la vida real

77
Fundamentos para una ética bíblica

los caramelos cuestan dinero, y hay que pagar para con-


seguirlos. Del mismo modo, los sacrificios de los animales
servían para ayudar a las personas a comprender que el
pecado resulta muy caro; siempre acarrea un coste, y este
coste se tiene que pagar.
Prepararon la mente de las personas para que pudiesen
comprender el significado que después tendría la muerte y el
sacrificio de Cristo, cuando Dios lo envió al mundo para
ser nuestro Salvador. Al utilizar el dinero de juguete para
comprar caramelos de juguete los niños comienzan a
aprender qué valor tiene el dinero de verdad. Los sacrifi-
cios de animales eran como «el dinero de juguete», por
decirlo así; el sufrimiento, la muerte y la sangre de Cristo
serían el «dinero de verdad» que serviría de verdad para
pagar el coste contraído por el pecado.
Prepararon la mente de las personas para comprender
cómo la muerte de Cristo se hace relevante para nosotros
como hombres y mujeres. La antigua ceremonia puso de
manifiesto un principio: cuando moría la víctima expia-
toria, no moría como ejemplo a ser imitado, sino como
sustituto, sacrificado en lugar del pecador. La persona que
necesitaba ser perdonada ponía las manos en la cabeza del
animal, para así identificarse con él, y después lo mataba.
El animal moría en lugar del pecador, quien era perdonado
y quedaba en libertad. Ocurre lo mismo con la muerte
de Cristo. Nosotros merecemos el castigo por nuestro
pecado, es decir, la muerte. Cuando aceptamos a Cristo
como Salvador, Dios ve la muerte de él como si fuera la
nuestra. Cristo, hablando de sí mismo, lo explicó de esta
manera: «El Hijo del hombre vino . . . para dar su vida en
rescate por muchos» (Marcos 10:45).

78
9 • El camino del sacrificio y el valor de la vida

Y ¿qué de aquellas personas que vivieron antes de que


Cristo viniera al mundo? Si la sangre de los animales no
podía borrar la culpa, ¿cómo podían ser perdonadas estas
personas?
Una ilustración. En algunos países durante el siglo
pasado, cuando alguien quería comprarse algún artículo y
no tenía dinero para pagarlo, escribía las palabras «debo
a Vd.», seguidas del precio del artículo, en un papel. El
papel no tenía ningún valor en sí; sin embargo, era el
reconocimiento de una deuda y la promesa de pagarla en
otro momento; y en base a esta promesa, al cliente se le
permitía llevarse el artículo enseguida. No obstante, que-
daba pendiente el pago de la deuda; la promesa «debo a
Vd.» tenía que ser «redimida».
Los antiguos sacrificios de animales se parecían a estas
promesas. Constituían el reconocimiento de una deuda,
además de ser la promesa de que, un día, la deuda sería

Afrontando las consecuencias


¿Qué entienden por las consecuencias del pecado? Den unos
cuantos ejemplos.

¿Por qué es necesario que el pecado suponga un castigo?

¿Deberían los padres establecer castigos por desobediencia a fin


de enseñar a sus hijos los verdaderos valores?

Juan el Bautista anunció a Jesús como el «Cordero de Dios, que


quita el pecado del mundo» (Juan 1:29). ¿Qué relación tiene esta
declaración con el tema que estamos considerando?

¿Cuál es la base sobre la cual Dios puede perdonar nuestros


pecados?

79
Fundamentos para una ética bíblica

pagada en su totalidad. La persona que había pecado reci-


bía perdón en aquel mismo instante; y cuando Cristo vino
y murió en sacrificio por el pecado, él redimió todas aque-
llas promesas y pagó el coste del perdón en su totalidad.

LAS DIFERENCIAS ENTRE EL SACRIFICIO


DE CRISTO Y LOS SACRIFICIOS
DEL ANTIGUO TESTAMENTO

Hay numerosas diferencias significativas entre los sacri-


ficios de animales ofrecidos en el Antiguo Testamento y
el sacrificio de Cristo, y es enormemente importante que
las entendamos. Aparecen en el Nuevo Testamento, en
Hebreos 9:11–10:18. ¿Cuántas de estas diferencias pueden
identificar?

80
10
EL CAMINO DE LA
EXPERIENCIA PERSONAL
Leer 1 Samuel 1:9–27

Una de las características más atractivas del Antiguo


Testamento es el hecho de que, aunque principalmente
trata la historia de una nación, está lleno de historias
detalladas de individuos interesantes y entrañables: amas
de casa, generales del ejército, campesinos, reyes, poetas,
funcionarios, reinas, profetas y parejas que se cortejan.
Muchos de ellos desempeñaron un papel crucial en la
historia de la nación; y aún hoy se nos presentan como
héroes y heroínas de la fe, cuyo ejemplo nos reta a que
los emulemos. Aquí solo podremos estudiar a uno de ellos.

ANA: LA PIEDAD QUE TRIUNFA SOBRE


LA CORRUPCIÓN Y LA SUPERSTICIÓN
(1 SAMUEL 1:1–2:36)

Una heroína en tiempos de crisis nacional. Ana vivió en un


tiempo (c.1100 aC) en el que la nación estaba pasando por
Fundamentos para una ética bíblica

un período prolongado de caos moral, espiritual y político.


Habían transcurrido unos cuatrocientos años desde que
Josué había conducido a Israel a la tierra de Canaán —ver
el libro de Josué—. Durante aquellos siglos Israel había sido
lo que se llama «una teocracia». Es decir, a diferencia de
las naciones de su alrededor, Israel no tenía rey humano.
Tenían la convicción política de que Dios era su rey; y los
gobernaba a través de los diez mandamientos y a través
de un conjunto de leyes civiles, sociales y ceremoniales
que formaban la base de un pacto solemne en el cual
Israel había entrado con Dios. Estas leyes estaban guarda-
das en el único templo que había en la nación, y las doce
tribus se organizaban, territorialmente, en torno a este
templo central. De vez en cuando los sacerdotes tenían la
responsabilidad de reunir a toda la nación a fin de repa-
sar las condiciones del pacto y de enseñar al pueblo las
leyes de Dios. Los ancianos locales de cada pueblo y aldea
tenían, a su vez, la responsabilidad de asegurar que las
leyes de Dios se cumpliesen en sus propias comunidades.
Este sistema sencillo de gobierno daba a cada tribu y a
cada región la máxima autonomía; y siempre y cuando
hubiera en el pueblo una fe sana y robusta en Dios y un
respeto genuino hacia sus leyes, este sistema funcionaba
muy bien. Cuando varias de las tribus cedían al paganismo
de las naciones de alrededor y se convertían en súbditos
de estas naciones, Dios levantaba a libertadores especiales,

Cronología 1. Personas clave en la historia de Israel h.1500–930 aC


h.1500 aC h.1100 aC

Josué Elí Ana Samuel

82
10 • El camino de la experiencia personal

los cuales no solo eran líderes militares, sino también


jueces y reformadores espirituales. Vez tras vez estas per-
sonas ayudaban al pueblo a recuperar la antigua libertad
que tenían bajo el gobierno de Dios. La apasionante histo-
ria de sus hazañas se relata en el libro de los Jueces.
Sin embargo, en tiempos de Ana el sistema de gobierno
de la nación corría el peligro de derrumbarse por com-
pleto. Una teocracia solo podía funcionar si el pueblo,
colectivamente, mantenía una fe auténtica y fuerte en
Dios; pero desgraciadamente se estaba perdiendo la fe
en Dios, junto con el respeto al culto que se le había de
rendir en el templo. Al pueblo no se le podía echar toda
la culpa. El problema tenía más que ver con los sacerdo-
tes del templo. Los sacerdotes jóvenes y más activos se
comportaban con una inmoralidad e impiedad flagrantes.
Y cuando esto ocurre, la religión de un pueblo se convierte
en poco más que superstición. Así ocurrió en el pueblo de
Israel durante esta época. Había en el templo un mueble
ceremonial que se llamaba el arca del pacto. Era conside-
rado símbolo del trono de Dios, puesto que en su interior
había dos tablas de piedra en las cuales estaban escri-
tos los Diez Mandamientos. Pero cuando los enemigos de
Israel, el pueblo filisteo, atacaron a Israel, los sacerdotes
y el pueblo sacaron el arca del templo y el ejército la
llevó al frente, con la idea profundamente supersticiosa
de que poseía poderes mágicos y podría salvarlos de sus

1010 aC 930 aC

David es rey

83
Fundamentos para una ética bíblica

enemigos, a pesar de que ellos mismos diariamente trata-


ban con desprecio las mismas leyes de Dios contenidas en
el arca (1 Samuel 4). No les sirvió de nada, por supuesto.
La superstición nunca sirve de nada. E Israel sufrió una
derrota humillante.
Ana salva a su nación de la desintegración. Con la inmo-
ralidad en el seno del propio sacerdocio, la pérdida de
respeto hacia el templo, la fe auténtica en el Dios viviente
reducida a la superstición, y la religión a la magia, la
nación había perdido el centro que la mantenía unida, el
núcleo en torno al cual todo giraba; y existía un peligro
real de que el pueblo se descompusiese en doce tribus
independientes. Pero había un hombre cuya autoridad
moral y espiritual era tal que alejó el peligro de la desinte-
gración. Este hombre era el profeta Samuel; él condujo al
pueblo al arrepentimiento, a la confesión de sus pecados,
a la fe genuina, a la dependencia de Dios y, por tanto, a
la victoria sobre sus enemigos. Además, bajo la dirección
de Dios, pudo aconsejar al pueblo en lo que se refería a
la creación de una nueva institución política: una monar-
quía. Y después de los problemas iniciales que hubo en la
formación de esta, presidió sobre la elección del gran rey
David, quien unió a la nación como nadie jamás había con-
seguido unirla en el pasado ni lo conseguiría en el futuro.
A través del ejemplo de su propia fe en Dios, su defensa
de la nación, su gestión en cuanto a la construcción del
nuevo templo y su poesía religiosa tan sumamente popu-
lar, David llevó el culto de la nación y su servicio a Dios
a su verdadero apogeo histórico.
Si el papel desempeñado por Samuel en esta transfor-
mación fue decisivo, aún lo fue más el que desempeñó

84
10 • El camino de la experiencia personal

Ana. Si no hubiese sido por ella, Samuel no habría nacido.


¡Era su madre!
La fe personal de Ana y su devoción a Dios. Mirada desde
cierta perspectiva, Ana era una ama de casa normal y
corriente; sin embargo, su vida matrimonial estaba llena
de amargura. En primer lugar, era una de las dos esposas
de su marido, puesto que en aquel entonces la poligamia
estaba a la orden del día. En segundo lugar, era estéril
en una época cuando esa condición se consideraba un
motivo de vergüenza. Ana anhelaba tener niños propios
entre sus brazos y que todos los días de su vida estuvie-
sen llenos de los quehaceres maternos. En lugar de ello,
sufría profundas heridas a manos de la otra esposa de su
marido, Penina, que la ridiculizaba y se burlaba de ella a
causa de su esterilidad. De esta manera, la vida familiar,
que se debería caracterizar por el amor y la aceptación, se
convirtió en un campo de batalla de amarga rivalidad. Su
marido la quería, estaba segura de ello, pero él no com-
prendía la angustia que estaba sufriendo. En su aflicción,
recurrió al Señor. A la larga, la frustración y la angustia
obligaron a Ana a replantearse los valores, el propósito y
el sentido de la vida.
¿Por qué se desesperaba tanto por querer ser madre?
Su instinto de mujer lo necesitaba, lo demandaba a gritos.
Pero ¿la maternidad no era nada más que la satisfacción
de los instintos biológicos? Ana llegó a la convicción de
que sí era más que esto. El propósito principal de la mater-
nidad, ¿acaso no era servir mediante ella los intereses del
Creador y Diseñador de la maternidad? Ella miraba a su
alrededor y veía el caos moral y espiritual de la nación.
Los sacerdotes del templo, nombrados como sacerdotes

85
Fundamentos para una ética bíblica

con la finalidad de enseñar al pueblo a vivir para Dios,


abusaban de su noble oficio para satisfacer su avaricia y
sus impulsos biológicos. Veía cómo la otra esposa de su
marido se jactaba de su fertilidad como si fuera motivo de
mérito para ella, y no fruto de la obra de Dios, Creador de
la vida. Así ocurrió que la atmósfera del hogar se estropeó
por la tensión y la amargura.
La provocación y la humillación de Ana por parte de
Penina alcanzó un clímax durante una de las visitas que
la familia realizaba anualmente a Siló para rendir culto
a Dios. La reacción de Ana no fue la de despreciar la
maternidad y hacer ver que en el fondo no deseaba tener
un hijo. Sometió su deseo de tener un niño a la volun-
tad y a los intereses de Dios y a las necesidades de la
nación. Meditó largamente en ello. Si Dios le quisiese dar
un niño, ella le daría algo a cambio. ¿Qué sería lo más
precioso que le podría ofrecer? Aquello que Dios le había
dado a ella: ¡su hijo! Para que su hijo sirviese a Dios en
el templo, tendría que ser un varón. Por tanto, se puso
a orar, y prometió a Dios que, si le concedía un hijo, ella
se lo entregaría a la edad más temprana posible para que
sirviese a Dios en nombre de la nación.
Elí, el sacerdote, la veía y la escuchaba orar, pero
entendió mal lo que ocurría. Él creía que Ana estaba borra-
cha. Debería haber sido capaz de reconocer la oración
ferviente, pero no pudo—otro síntoma más del triste dete-
rioro que había sufrido el sacerdocio. Ella no pidió a Elí
que orase por ella; no tenía la menor duda de que Dios
la había oído. Pero sí le pidió que procurase comprender.
Y habiendo derramado su corazón en la presencia de Dios,
se marchó y comió, libre de su angustia anterior.

86
10 • El camino de la experiencia personal

Ana creía en un Dios que escuchaba y cuidaba a los


suyos, y un Dios en quien ella podía confiar. Tal vez los
años anteriores de infelicidad la habían llevado a hablar
más con Dios que cualquier otra situación. Cada vez que
veía cómo Penina hacía alarde de un nuevo embarazo
y daba a luz a otro hijo sano, debía haberse dirigido a
Dios con lágrimas amargas en los ojos y con la misma
pregunta: «¿Por qué no me ocurre a mí?» Las preguntas
profundas y angustiosas de la vida la habían acercado al
único Señor que podía dar sentido a su vida.
Dios dio a Ana un hijo cuyo nombre —«pedido a
Dios»— le servía de recordatorio constante de que era
un don del Dios que escucha y que comprende. Ana, fiel
a su promesa, llevó al templo al niño que durante tanto
tiempo había deseado, y dijo: «Pedí al Señor que me diese
este hijo, y él ha escuchado mi petición. Ahora, por tanto,
se lo doy al Señor».
Ana como ejemplo para nosotros. ¿Cómo podemos, como
padres y profesores, preparar a nuestros niños y alumnos
para la tarea de ser padres? ¿Cuáles son los ideales que
les pondremos delante? En muchos países supuestamente
civilizados, los políticos luchan contra un crimen y males-
tar social cada vez más acusados en gran medida, debido
a la descomposición de la vida familiar y la pérdida del
carácter sagrado del matrimonio y de la educación de los
hijos. Quizás la clave esté en manos no de los políticos,
sino de los progenitores en todas las partes de la nación,
y muy especialmente de las madres. ¡Qué profundo sería
el cambio que se produciría en la sociedad si el matrimo-
nio y el papel de los padres recuperaran su alta dignidad
como vocación sagrada por parte de Dios! ¡Qué enormes

87
Fundamentos para una ética bíblica

serían los beneficios para la sociedad entera si los hijos


fuesen educados para pensar que, siguiesen la carrera que
siguiesen, su principal motivación debería ser, como lo
fue en el caso de Samuel, servir altruistamente a Dios y
a la nación!

Los niños y sus padres


Ana no fue feliz durante la primera parte de su vida matrimonial.
¿Qué reacción se podía haber esperado de ella? ¿Cómo reaccionó?

Ana se veía como sierva de Dios (1 Samuel 1:11). ¿Cómo veía a


Dios?

Sigan la historia y fíjense en los motivos por los cuales Ana estaba
tan segura de que fue Dios quien le había dado a Samuel.

A partir de la evidencia del capítulo, analicen los caracteres de Ana


y de Penina. ¿Cuál de ellas sería la mejor madre? ¿Por qué?

¿En qué sentido falló el sacerdote Elí a sus hijos (ver 1 Samuel 2)?
¿Cuál sería el efecto de su mala conducta en la manera en la que
el pueblo concebía a Dios?

88
11
EL CAMINO DEL REY
Leer 1 Samuel 17

En este capítulo y en el siguiente estudiaremos a uno de


los personajes más célebres del Antiguo Testamento, el rey
David. Se convirtió en rey de la tribu de Judá en el año 1010
aC Siete años más tarde fue ungido rey de todas las tribus
de Israel, uniendo así toda la nación bajo una sola corona.
En total reinó durante 40 años. Se hizo amar durante su rei-
nado, y en las generaciones venideras se le recordaría como
el rey más grande de Israel, casi un rey ideal. Fue así de tal
manera que cuando los profetas del Antiguo Testamento
hablaban del futuro gran Rey Mesiánico, destinado a ser
el Salvador de Israel y del mundo entero, resaltaban dos
rasgos que —entre otros— servirían para distinguir a este
Rey–Mesías–Salvador: Por un lado, sería descendiente del
rey David, nacido en el pueblo ancestral de David, Belén.
Por otro lado, aunque sería infinitamente más grande que
David, se parecería a él en algunos aspectos muy signifi-
cativos. Dicho de otra manera, el rey David era como un
Fundamentos para una ética bíblica

prototipo del Rey Mesiánico venidero. Analicemos entonces


algunas de las causas de su enorme popularidad durante
su reinado y de la influencia tan asombrosa que ha tenido
desde entonces.

SU PROEZA MILITAR

Su victoria sobre Goliat (1 Samuel 17). Desde el punto de


vista literario, la historia de la lucha entre David y Goliat
es digna de ser comparada con las contiendas cuerpo a
cuerpo de los héroes de la literatura épica: como la de
Héctor y Aquiles, narrada por Homero, el poeta de la
Antigua Grecia, en su obra inmortal, la Ilíada. Pero resulta
que, en el caso de David, se trata de un relato histórico.
Ocurrió cuando la gente del mar, los filisteos, habían inva-
dido Palestina y se habían afincado a lo largo de la llanura
del litoral al suroeste del país —sus poblaciones han sido
objeto de numerosas excavaciones durante las últimas
décadas—; y en la época de David, ya estaban comenzando
a penetrar en el interior, con la intención de sojuzgar a la
pequeña nación de Israel. Durante una de las batallas, los
filisteos, conforme a la costumbre militar de aquel tiempo,
desafiaron a Israel a resolver las cuestiones que estaban
en juego mediante una lucha cuerpo a cuerpo. Ninguno de
los principales guerreros de Israel, y menos el mismo rey,

Cronología 2. Personas clave en la historia de Israel h.1050–930 aC


c.1050 aC 1010 aC

Samuel Saúl es rey de David es


todo Israel rey de Judá

90
11 • El camino del rey

Saúl, tuvo suficiente coraje como para enfrentarse al héroe


filisteo, un gigante masivamente armado. Así que David se
ofreció. No era más que un jovencito, con poca, por no
decir ninguna, experiencia militar. Sin embargo, mientras
hacía de pastor de ovejas, su fe en Dios le había dado el
coraje para enfrentarse a leones y osos a fin de proteger
a las ovejas. Ante esta emergencia nacional, se armó muy
conscientemente de lo que parecían ser recursos risible-
mente inadecuados: un bastón de pastor de ovejas y una
honda, a fin de que todos pudiesen comprender que era
en Dios en quien confiaba para darle la victoria sobre el
gigante, y no en sus propias fuerzas ni habilidad. Y la victo-
ria fue contundente y espectacular. Sirvió para ganarle un
lugar especial en el corazón del pueblo —aunque también
fue el detonante de los celos incesantes y la persecución
constante por parte del rey que ocupaba el trono en aquel
momento: Saúl—. Además, el ejemplo de su fe vencedora
de gigantes ha cautivado la imaginación y ha fortalecido
la voluntad de miles de personas desde entonces que, en
toda clase de contienda, tanto literal como metafórica, se
han enfrentado con fuerzas muy superiores a ellas, y han
vencido.
Sus campañas internacionales. David finalmente se con-
virtió en rey en un momento en el que había un vacío
de poder en Oriente Medio entre las superpotencias del

1003 aC 930 aC

David es rey Salomón es rey


de todo Israel de todo Israel

91
Fundamentos para una ética bíblica

Éufrates, por el lado oriental, y de Egipto, al sur. David


supo aprovechar esta situación y eliminó las fuertes pre-
siones que las pequeñas naciones vecinas venían ejerciendo
sobre Israel desde hacía varios siglos —ver el libro de los
Jueces—. También llevó a Israel hasta una posición desde
donde, si las cosas hubiesen ido de otra manera, habría
podido convertirse en una potencia de la talla de Egipto,
Babilonia y Asiria. Es por esto por lo que Israel recordaba
el reinado de David —y el de su sucesor, Salomón, quien
forjó una alianza matrimonial con la hija del faraón de
Egipto de aquel entonces— como el apogeo de la historia
de la nación.

LA FUNDACIÓN DE JERUSALÉN (2 SAMUEL 5)

Prácticamente lo primero que hizo David al convertirse


en rey de las doce tribus de Israel fue fundar la ciudad
de Jerusalén y convertirla en la capital de la nación y su
propio cuartel general, de modo que a partir de aquel
momento sería conocida como la ciudad de David. Fue un
acto muy inteligente. Aunque no hubiese hecho nada más,
esto ya le hubiese asegurado un lugar importante en la
historia.
Sirvió para aglutinar las doce tribus en una sola
nación coherente; les proporcionó una ciudad con la que
cada israelita, fuera de la tribu que fuera, podía sentirse
identificado. Dio un corazón a la nación, y a lo largo de
todos los siglos de la diáspora judía, ha sido para los
judíos de todas las partes del mundo un centro unificador.
Fuera de las murallas de la ciudad, Jesucristo, el hom-
bre que era Dios, fue crucificado, resucitó de la muerte

92
11 • El camino del rey

y ascendió al cielo. E inolvidablemente, fue a partir de


Jerusalén que el evangelio cristiano comenzó su extensión
por todo el mundo.
Hoy día, tras una historia multifacética, Jerusalén es
la ciudad santa de tres religiones mundiales: el judaísmo,
el cristianismo y el islam.
Según la profecía bíblica, vendrá un día cuando
Jerusalén será el centro de las preocupaciones de todas
las naciones del mundo (Zacarías 12:14); y a esta ciudad
Jesucristo volverá.
En la visión de la eternidad que encontramos en el
último libro de la Biblia, la ciudad celestial eterna se llama
«La Nueva Jerusalén» (Apocalipsis 21).

SUS VALORES POLÍTICOS

El carácter sagrado del poder. En el Israel antiguo se creía


que el poder real era sagrado: era conferido por Dios
mediante sus profetas y simbolizado por el ungimiento del
rey en nombre de Dios. Aun así, el rey no era impuesto
al pueblo contra su voluntad, sino solo con su consenti-
miento (1 Samuel 10; 11:14–15; 15:1; 2 Samuel 2, 5; 1 Reyes 12).
Ahora bien, cuando el antecesor de David, Saúl, se volvió
rabiosamente celoso de la popularidad de David e intentó
varias veces asesinarlo, David se negó a utilizar su poder
militar para asesinar a Saúl, a pesar de tener repetidas
oportunidades de hacerlo y aunque la única alternativa era
el destierro. Saúl, al comienzo de su reinado, había sido
ungido por Dios y aclamado por el pueblo. Que David se
apoderase del trono al asesinar a Saúl habría sido un sacri-
legio (ver 1 Samuel 24:1–7; 26:1–12). Solo al morir Saúl y el

93
Fundamentos para una ética bíblica

príncipe heredero Jonatán en batalla contra los filisteos,


David —aunque designado y ungido por Dios desde hacía
mucho tiempo— se veía libre para presentarse ante el pue-
blo para que le hiciese rey.
No hace falta remontarse muchos años en la historia
para ver lo que sucede cuando el poder político deja de
ser considerado una obligación sagrada, conferido por Dios
con el consentimiento del pueblo, y se convierte en algo
que se consigue a través de la fuerza y que se mantiene
por medio de innumerables tiroteos, asesinatos y ejecucio-
nes, con un desprecio absoluto hacia la libre voluntad del
pueblo.
El carácter sagrado de la vida humana (2 Samuel 3:17–39).
Conforme a las condiciones reales que prevalecían en el
mundo antiguo, el Antiguo Testamento está lleno de rela-
tos de batallas —igual que las noticias de nuestros días—.
Pero una cosa es matar al enemigo en el campo de batalla,
y otra cosa es asesinar a un embajador y a un enviado
diplomático. Es interesante leer, por tanto, la insistencia
por parte de David en lo sagrado de la vida humana, y la
denuncia que hace de uno de sus generales por abusar del
poder político cuando este, con traición, «derramó sangre
en tiempo de paz como si estuviera en guerra», al asesi-
nar a un enviado diplomático como acto de venganza (1
Reyes 2:5). No es difícil encontrar ejemplos modernos de
embajadores que caen víctimas de las actividades de gru-
pos terroristas subvencionados por gobiernos.
El carácter sagrado de los pactos y de los derechos de
las minorías étnicas (2 Samuel 21). Los gabaonitas eran una
minoría gentil cuya seguridad entre los israelitas estaba
garantizada por un pacto solemne, jurado en nombre

94
11 • El camino del rey

de Dios por los líderes responsables de Israel (Josué 9).


Durante varios siglos habían vivido pacíficamente en Israel,
hasta que Saúl y su familia, por motivos políticos, intenta-
ron eliminarlos mediante la limpieza étnica y el genocidio.
Para David, esto era una afrenta tanto contra los mismos
gabaonitas como contra el carácter sagrado de los pactos
asumidos en nombre de Dios. Por tanto, permitió a los
gabaonitas prescribir cualquier castigo que considerasen
necesario para restablecer su seguridad y su confianza en
la honradez de Israel.
El carácter sagrado del sexo y de la propiedad privada
(2 Samuel 11:1–12:25). Muchos críticos del Antiguo Testamento
han señalado que el mismo rey David cometió adulterio
con la mujer de uno de sus oficiales militares y luego se las
arregló para que su marido muriese. Preguntan, «¿acaso
es esta la clase de hombre que la Biblia afirma ser, para

El uso del poder


¿En qué se basó la certeza de David de que vencería a Goliat?

¿En qué se diferenciaban las actitudes que tenían hacia Dios David
y Goliat, respectivamente?

¿Por qué piensan que David renunció a usar su poder militar para
deshacerse de Saúl, como lo habrían hecho tantos otros líderes polí-
ticos? ¿Qué nos enseña la conducta de David acerca de la actitud
correcta hacia el poder?

¿Por qué es tan importante para el individuo y para la sociedad que


se respeten las cosas sagradas tratadas en esta sección? ¿Qué tiene
que ver la fe en Dios con la preservación de estas cosas? Discutir
cómo podemos incorporar de forma práctica esta clase de valores
éticos en nuestras propias vidas y promoverlos en la sociedad de
nuestros días.

95
Fundamentos para una ética bíblica

Dios, un “varón conforme a su corazón”»? (1 Samuel 13:14


rvr1960). Pero estos críticos olvidan algo muy significativo.

Si cualquiera de los emperadores orientales contemporá-


neos de David hubiese decidido apropiarse de la mujer de
cualquiera de sus súbditos, lo hubiese hecho sin ningún
remordimiento posterior. ¡Ay de su marido si se opusiera!
En Israel, sin embargo, el pecado de David se escribió con
minucioso detalle en las crónicas del Estado, y luego fue
publicado en el libro de Samuel del Antiguo Testamento.
También se publicó la denuncia del profeta Natán de este
doble pecado del rey en base al hecho de que fue una vio-
lación de una serie de cosas sagradas e inalienables: la vida,
el sexo, el matrimonio y el derecho de cada ciudadano a un
área privada de su cuerpo, mente y propiedad, la cual no
debe ser violada por ningún gobierno, por muy poderoso y
autocrático que sea. Más remarcable todavía fue la publi-
cación de la confesión de David de su propia culpabilidad
y de que su pecado no solo fue un pecado contra sus súb-
ditos, sino contra Dios mismo. Además, este pecado no solo
fue sacado a la luz por el historiador bíblico: David mismo
escribió acerca de él en su poesía, la cual se convirtió en
una parte del himnario del pueblo de Israel. Este será el
tema de nuestro próximo capítulo.

96
12
LA POESÍA Y LA PROFECÍA
DEL REY DAVID
David no era solamente un guerrero y un rey; también era
un músico, un poeta prolífico y un profeta. Muchos de sus
salmos llegaron a formar parte de la liturgia de la nación
en el culto público del templo de Jerusalén. Posteriormente
fueron incorporados en la Biblia, y han sido traducidos en
más de mil lenguas y leídos y cantados por millones de
personas. Multitudes de personas han comprobado que la
manera en la que David derrama su corazón en sus poemas
toca las fibras sensibles de sus propios corazones y las con-
suela en momentos de sufrimiento y adversidad.
Salmos de contrición, arrepentimiento y perdón. El
salmo 32:3–4 revela cómo, tras el doble pecado de adulterio
y asesinato (ver 2 Samuel 11:1–12:25 y nuestro capítulo ante-
rior), en un primer momento David intentó actuar como si
no hubiera pasado nada, negándose a confesar su culpabi-
lidad. El resultado, los tormentos de una conciencia afligida
y efectos psicosomáticos desesperantes. El salmo 51 plasma
Fundamentos para una ética bíblica

su súplica por que Dios le perdonase, cuando finalmente fue


llevado al arrepentimiento y a la confesión. El salmo 32:1–2
recoge su profundo alivio y su explosión de alegría al darse
cuenta de que Dios lo había perdonado. En el salmo 51:12–13,
reconoce lo que siente todo el mundo que ha descubierto
el gozo del perdón: la obligación de compartir con otras
personas esta bendición que Dios proporciona, y de buscar
su conversión. Y el Nuevo Testamento (Romanos 4:5–8) nos
asegura que, sean nuestros pecados grandes y abominables
o pequeños, mediocres y ordinarios, también se nos ofrece
la posibilidad de gozar de la misma experiencia que David,
bajo las mismas condiciones.
El salmo del Pastor (Salmo 23). En el antiguo Medio
Oriente, los reyes eran considerados como los pastores
de sus súbditos; pero David, además, había sido un pastor
auténtico de ovejas antes de convertirse en rey. Sus pro-
pios sentimientos de entrega sacrificada, primero hacia sus
ovejas, y luego hacia su pueblo, le ayudaron a comprender
mejor el cuidado infinitamente más entregado por parte
de Dios, el Pastor por excelencia, a lo largo de su vida, a
través de momentos de paz, y a través de lugares peligro-
sos, hasta su llegada al hogar eterno de Dios: el cielo. Este
salmo ha traído verdadero consuelo a millones de lectores,
y los ha llevado a conocer a Dios no solo como una figura
lejana, inspiradora de sentimientos de temor y temblor,
sino como un Salvador personal, amoroso y bondadoso.
Un cántico propagandístico (2 Samuel 1:17–27). David
debió haberse dado cuenta de que sus poemas, sus can-
ciones y sus salmos serían leídos por el gran público, y
este cántico en concreto fue escrito y enseñado al pueblo
como propaganda explícita por parte del gobierno. ¡Pero

98
12 • La poesía y la profecía del rey David

qué propaganda más insólita! Cuando el rey Saúl, el prin-


cipal enemigo de David y el que le pretendía matar, murió
en el campo de batalla y el pueblo de Judá nombró a David
como rey, este compuso el cántico a fin de moldear la
opinión del pueblo acerca del rey Saúl. No procura en abso-
luto hacer desaparecer el nombre de Saúl de los libros de
la historia de la nación; no se echa a denigrar el carácter
de Saúl; no aparece ni siquiera una sola palabra de crítica,
aunque David tenía muchos motivos por los cuales tener
resentimiento contra Saúl. No hay nada, de hecho, que no
sea la expresión de un afecto intenso por parte de David
hacia las vidas de Saúl y Jonatán, y de un profundo res-
peto hacia ellos en su muerte. Exhorta al pueblo a recordar
todos los beneficios que el rey Saúl había aportado a la
nación. ¡Qué diferencia más constructiva supondría una
utilización más frecuente de esta clase de poesía en la his-
toriografía humana! La presencia de semejantes actitudes
en la política actual, ¿no sería una ráfaga de aire fresco?
Las profecías de David en lo que se refiere a la venida del
Salvador–Rey–Mesías. Consciente de sus propios defectos y
de sus deficiencias como rey, y del problema intratable
del pecado humano, de la injusticia, de la traición y de la
crueldad, David, no obstante, había recibido la promesa de
Dios de que su dinastía real duraría para siempre, y de que
uno de sus descendientes resultaría ser el Mesías enviado
por Dios —Mesías = Christos en griego— y el Salvador del
mundo (ver 2 Samuel 7:13 y comparar Jeremías 23:5). La
promesa se cumplió en Jesús, quien, como explica el após-
tol Pablo, «según la naturaleza humana era descendiente
de David» (Romanos 1:3). El salmo 110:1 de David es citado
en el Nuevo Testamento por Cristo y por sus apóstoles

99
Fundamentos para una ética bíblica

más que cualquier otro salmo. En él, David predijo que


el Mesías resultaría ser más que un mero ser humano;
que sería, de hecho, el Hijo de Dios encarnado, quien,
tras la muerte por crucifixión —retratada de manera tan
vívida en el salmo 22—, sería elevado por Dios a una posi-
ción de suprema autoridad en el cielo hasta que llegase el
momento de su retorno a la tierra a fin de someter bajo
sus pies a todos sus enemigos —ver también los salmos 16
y 118 y Hechos 2 y 3—.
David, prototipo del Mesías. David sufrió mucho durante
su vida. De joven, aunque ya había sido ungido por el pro-
feta de Dios como el rey venidero, fue rechazado por Saúl,
perseguido y acosado, hasta que acabó siendo desterrado
entre los gentiles antes de volver a Israel para ocupar el
trono. Muchos de sus primeros salmos reflejan sus sufri-
mientos durante aquellos años y nos permiten entrever,
además, los sufrimientos de Jesús, el Mesías. Él también fue
ungido por Dios, pero fue rechazado y echado fuera por su
propio pueblo, los judíos; y fue recibido, en cambio, por
millones de gentiles. Igual que David, Él también volverá
un día como Salvador o como Juez, tanto de Israel como
del mundo entero.
Hacia la mitad de su vida, tras haber ocupado el trono
durante muchos años, David sufrió una rebelión, en parte
por su propia culpa. Lo más amargo del caso fue que el
cabecilla de la sublevación era su propio hijo, Absalón.
Como consecuencia, David fue destronado y desterrado;
y Absalón lo habría matado si hubiese tenido la opor-
tunidad. Las tropas de David finalmente vencieron a las
fuerzas rebeldes pero, como consecuencia, David tuvo que
afrontar un dilema desgarrador. Como padre de Absalón

100
12 • La poesía y la profecía del rey David

El buen pastor
¿Por qué nos resulta tan difícil reconocer que hemos actuado mal?
¿Cuáles eran las condiciones bajo las cuales David recibió el perdón?
Será útil leer Romanos 4:1–8. Fíjense en que, aunque Dios perdonó
a David, y quitó la culpa de su pecado, Dios no quitó las consecuen-
cias del pecado (2 Samuel 12).

Leed el salmo del Pastor (salmo 23). ¿Cómo nos ayuda a compren-
der lo que quería decir Jesús cuando dijo: «Yo soy el Buen Pastor»?
(Ver Juan 10:1–21).

¿Cómo piensan que fue posible para David librarse del rencor en su
actitud hacia Saúl? ¿En qué sentido nos puede servir de ejemplo?

Discutir el modo en que Jesús emplea el salmo 110:1 para demostrar


que el Mesías —es decir él mismo— era más que un descendiente
humano de David (ver Mateo 23:41–45).

«El cumplimiento de la profecía confirma la fiabilidad de la Biblia»:


discutir esta afirmación. En este contexto cabe remarcar que las
profecías de David forman parte de una dimensión profética mucho
más amplia en la Biblia, única en toda la literatura mundial. En
el Apéndice A, ofrecemos una lista de algunas de las predicciones
relativas a la venida del Mesías —Cristo— que encontramos en el
Antiguo Testamento, y que se cumplieron en el Nuevo.

anhelaba perdonarle la vida, por lo cual ordenó que nadie


lo matase. Sin embargo, no solo era el padre de Absalón;
también era el rey y juez supremo de la nación. Y la jus-
ticia exigía la muerte de Absalón. El lamento subsecuente
de David por la muerte de su hijo rebelde constituye uno
de los más conmovedores de toda la literatura mundial:
«¡Ay, Absalón, hijo mío! ¡Hijo mío, Absalón, hijo mío! ¡Ojalá
hubiera muerto yo en tu lugar! ¡Ay, Absalón, hijo mío, hijo
mío!» (2 Samuel 18:33).

101
Fundamentos para una ética bíblica

El dolor de David nos abre una ventana al corazón de


Dios. Él también ha sufrido una rebelión por parte de noso-
tros, sus criaturas. Como gobernador moral del universo,
su justicia exige nuestra muerte. Como nuestro Creador,
su amor anhela nuestra salvación. Él, sin embargo, pudo
encontrar una solución que David no pudo encontrar: en
la persona de su propio Hijo, él mismo cargó con la pena
que comportaban nuestros pecados al morir por nosotros
en la cruz, de modo que su amor puede perdonar y salvar a
todos los que se arrepientan y acepten reconciliarse con él.

102
13
EL CAMINO DE LA SABIDURÍA
Leer Proverbios 1:7–19

La Biblia no es solamente un libro. Es una biblioteca fasci-


nante que representa muchos géneros literarios. En esta serie
ya hemos mirado brevemente algunos de los libros históricos,
como Génesis, y los libros de la ley y de los rituales del pueblo,
como Éxodo y Levítico. En nuestro último capítulo hemos dis-
frutado de algunas muestras de la magnífica poesía del libro de
los Salmos. Ahora consideraremos otros tres libros del Antiguo
Testamento, ejemplos de lo que se llama «libros sapienciales».1
El primero de ellos es el libro de Proverbios. Este libro
aborda la siguiente cuestión: ¿cómo debemos ordenar
nuestras vidas de la mejor manera posible, a fin de aprove-
charlas al máximo y no malgastarlas ni echarlas a perder?
El segundo es el libro de Eclesiastés. Este libro trata una
cuestión aún más profunda: ¿qué propósito tiene la vida?
El tercero es el libro de Job, que aborda una cuestión más

1 El libro de Cantares también se incluye entre los libros sapienciales, pero


aquí no tenemos espacio para considerarlo.
Fundamentos para una ética bíblica

profunda todavía: ¿Por qué sufren los íntegros y los jus-


tos? Cuando una persona ha hecho lo que ha podido para
ajustar su vida a la ley de Dios, ¿por qué Dios permite que
sufra, a veces incluso más que los malvados?
Aunque consideraremos brevemente los otros dos
libros, en este capítulo nos centraremos en el libro de
Proverbios y en la pregunta que plantea: ¿cuál es la mejor
manera de vivir?

PROVERBIOS

Esta es una pregunta que tenemos que plantearnos a


todos los niveles: ¿Cuál es la mejor manera de dirigir un
país? ¿Cómo hay que educar a los hijos? ¿Cuál debe ser mi
actitud hacia mis obligaciones académicas? ¿Qué clase de
persona debería escoger como pareja? y un largo etcétera.
En muchas naciones existen «proverbios», frases concisas,
expresivas e incisivas que resumen la experiencia de las
personas y que resultan muy memorables.
Ningún proverbio pretende abarcar todo lo que se
podría decir acerca de una cuestión determinada. Más
bien es la expresión vívida de un principio entre otros
muchos, todos los cuales deben ser tenidos en cuenta, y
puestos en práctica en el momento apropiado. Es por esto
que a veces dos proverbios parecen contradecirse.
1. «No respondas al necio según su necedad, o tú
mismo pasarás por necio» (26:4).
2. «Respóndele al necio como se merece, para que no
se tenga por sabio» (26:5).
En el libro de Proverbios, entonces, hay largas colecciones
de proverbios concisos y a menudo poco relacionados los

104
13 • El camino de la sabiduría

unos con los otros, acerca de muchas situaciones de la


vida cotidiana. Pero también existen pasajes más extensos
que ofrecen a los jóvenes un conjunto de consejos cone-
xos y bien desarrollados (por ejemplo: 1:8–9:18). Es de estos
pasajes de lo que nos ocuparemos ahora.
El principio fundamental de la sabiduría. El principio
clave de Proverbios es el siguiente: «El comienzo de la
sabiduría —es decir, el fundamento o la piedra angular— es
el temor del Señor» (9:10).
Es en esto en lo que consiste la diferencia entre la
auténtica sabiduría y la astucia o la genialidad. En muchos
países, por ejemplo, se da por sentado que la manera
más inteligente de prosperar en la vida es a través de
los sobornos. El libro de Proverbios reconoce la eficacia
de los sobornos. Ver por ejemplo 17:8: «Vara mágica es el
soborno para quien lo ofrece, pues todo lo que emprende
lo consigue» (ver también 18:16). Pero, aunque el soborno
puede conducir a un aparente éxito, la sabiduría que está
arraigada en el temor de Dios lo condena como una prác-
tica moralmente inaceptable. Ver, por ejemplo, 17:23: «El
malvado acepta soborno en secreto, con lo que tuerce el
curso de la justicia». O, dicho de otra manera, 15:27: «El
ambicioso acarrea mal sobre su familia; el que aborrece
el soborno vivirá».
De modo semejante, Proverbios da por sentado que
mucha gente hace ver que teme a Dios pero utiliza la reli-
gión como una tapadera para su conducta inmoral. Y nos
advierte: «El Señor aborrece las ofrendas de los malvados»
(15:8); «Dios aborrece hasta la oración del que se niega a
obedecer la ley» (28:9).
La verdadera sabiduría brota del reconocimiento de que el

105
Fundamentos para una ética bíblica

mundo pertenece a Dios. Él lo creó y lo organizó conforme


a su sabiduría divina; y si queremos ser sabios, debemos
vivir de acuerdo a sus leyes y ordenanzas (ver 8:22–36). El
oponerse a la sabiduría de las leyes de Dios es necio y
acabará en desastre: «quien me aborrece —a la sabiduría
de Dios—, ama la muerte» (8:36).
Puesto que el mundo pertenece a Dios, podemos apren-
der muchas cosas incluso de los animales e insectos que él
hizo. «¡Anda, perezoso, fíjate en la hormiga! ¡Fíjate en lo
que hace, y adquiere sabiduría!» (6:6). A la hormiga no
hace falta forzarla a trabajar. Por instinto sabe que, si
no trabaja para recoger alimentos durante el verano, no
sobrevivirá en invierno. Igualmente nosotros debemos
aprender a anticipar nuestras necesidades futuras y traba-
jar ahora a fin de proveer lo que haga falta para cubrirlas.
Esto implica, por ejemplo, no desperdiciar nuestro tiempo
en la escuela, sino trabajar duro para conseguir una for-
mación, a fin de poder arreglárnoslas por nuestra cuenta
cuando hayamos dejado de estudiar.
Puesto que el mundo pertenece a Dios, y Dios en su
sabiduría nos ha proporcionado un trabajo, no debemos ser
perezosos. La pereza es una necedad moral. Proverbios
retrata al perezoso de maneras muy vívidas.
• No solo disfruta del placer soporífero de pasar dema-
siado tiempo en la cama; hasta parece enganchado
a la cama como una puerta a sus goznes (26:14): da
la vuelta, como si fuera para levantarse; pero en
lugar de hacerlo, se vuelve a girar y se queda dor-
mido otra vez.
• Pone excusas absurdas y exagera las dificultades
que afronta (26:13; 22:13: «¡Hay un león allí fuera»!).

106
13 • El camino de la sabiduría

• Finalmente, tras años de negligencia y de oportuni-


dades no aprovechadas, su vida conduce al desastre
irreversible, como una granja que se ha echado a
perder (24:30–34).
Puesto que Dios nos ama, advierte a los jóvenes del peli-
gro de las malas compañías, especialmente de las bandas
violentas y de las mafias (1:10–19). Tales grupos seducen a
los jóvenes con la promesa de ganancias rápidas a través
del robo. Los matones y los criminales son menos listos
que los pájaros, según Proverbios. Si un pájaro se percata
de una trampa no se dejará atrapar. Pero estas perso-
nas «acechan su propia vida y acabarán por destruirse a
sí mismos» (1:18); es decir, al acechar a otros, acabarán
siendo arrestados, encarcelados y tal vez ejecutados; y al
final les aguarda el juicio de Dios.
Puesto que el mundo pertenece a Dios y él hizo nuestros
cuerpos, Proverbios nos advierte que no debemos abusar de
nuestro cuerpo y mente mediante el exceso de bebidas alco-
hólicas, o el consumo de cualquier otra droga. «El vino lleva
a la insolencia, y la bebida embriagante al escándalo»
(20:1); es decir, la embriaguez convierte a una persona en
un sinvergüenza escarnecedor y alborotador. «Borrachos
y glotones, por su indolencia, acaban harapientos y en la
pobreza» (23:21). La embriaguez conduce a la aflicción, al
dolor, a las rencillas, a las quejas, a los traumatismos y
al amoratado de los ojos. (23:29–30). Proverbios nos urge
mientras estamos sobrios a que visualicemos hasta qué
punto hacemos el ridículo si nos emborrachamos. Ofrece
una descripción vívida de la confusión de sentimientos e
ideas que padece el borracho: primero la fascinación y el
sabor suave de la bebida (23:31); pero luego el mordisco

107
Fundamentos para una ética bíblica

repentino de la serpiente, y el veneno de la víbora. La


visión borrosa y la imaginación descabellada (23:33). Las
piernas tambaleantes, como alguien en un barco que
intenta dormir encima del aparejo (23:34). Consciente de
estar borracho e indefenso pero, con un coraje equivocado,
prometiéndose otra bebida en cuanto se despierte (23:35).
Puesto que Dios hizo nuestro cuerpo, y la familia fue
instituida por él como la unidad social más fundamental,
Proverbios prohíbe la fornicación, el adulterio y la promiscui-
dad, y advierte vívidamente contra los peligros y contra
las consecuencias a veces letales que estos pecados aca-
rrean (ver, por ejemplo, 7:6–27). A la luz de la epidemia
del SIDA, los jóvenes necesitan oír este escalofriante aviso.
Proverbios es consciente, por supuesto, de que los
jóvenes a menudo se irritan porque sus padres o sus
maestros les dicen lo que tienen que hacer. Sin embargo,
señala que detrás de la ley moral está Dios, quien ama
con aún mayor intensidad que el mejor padre a su hijo.
Además, es precisamente porque nos ama que nos tiene
que reprochar y disciplinar a fin de que nuestras vidas
lleguen a ser un motivo de deleite para él (3:11–12).
El listón de Dios es muy alto. Por nuestra propia
cuenta y con nuestras propias fuerzas no lo podemos
alcanzar. Es por esto por lo que Proverbios nos hace la
siguiente exhortación: «Confía en el Señor de todo cora-
zón, y no en tu propia inteligencia. Reconócelo en todos
tus caminos, y él allanará tus sendas» (3:5–6).
Al igual que muchos otros libros del Antiguo
Testamento, los tres libros sapienciales plantean preguntas
que solo encuentran su respuesta en Cristo.

108
13 • El camino de la sabiduría

GRANDES PREGUNTAS EN ECLESIASTÉS Y JOB

El gran sabio rey Salomón, sucesor del rey David, escribió


gran parte del libro de Proverbios; sin embargo, él tam-
bién se volvió necio al final (1 Reyes 11:1–11). Era muy bueno
con la teoría, pero no tanto con la práctica. El único
hombre sabio y perfecto fue el Señor Jesucristo. Él se des-
cribe a sí mismo como «uno más grande que Salomón»
(Mateo 12:42). En él «están escondidos todos los tesoros
de la sabiduría y del conocimiento» (Colosenses 2:3). Y los
que confían en él descubren que Dios lo «ha hecho nues-
tra sabiduría—es decir, nuestra justificación, santificación
y redención» (1 Corintios 1:30).
El autor del segundo libro sapiencial, Eclesiastés, con-
templa la vida bajo el sol, es decir, la vida confinada a
esta tierra. Por tanto, llega a menudo a la conclusión de
que muchas de las actividades de la vida son un perpetuo
«dar vueltas», y que desembocan en la vanidad, el vacío y
la frustración. No obstante, el Nuevo Testamento tiene la
última respuesta a este pesimismo. Cristo ha resucitado
de la muerte: la muerte no es el final; y al haber resuci-
tado Cristo, nuestro «trabajo en el Señor no es en vano»
(1 Corintios 15:51–58).
El tercer libro sapiencial, Job, ciertamente nos ofrece
algunas respuestas a preguntas como: ¿Por qué Dios per-
mite que los que confían en él sufran? ¿Es justo Dios? ¿Se
comporta de manera justa? ¿Es posible confiar en él aún en
medio del dolor, de las calamidades, de la enfermedad? Sin
embargo, el motivo más contundente por el cual podemos
confiar en Dios, venga lo que venga, lo encontramos en el

109
Fundamentos para una ética bíblica

Nuevo Testamento: «Sabemos que Dios dispone todas las


cosas para el bien de quienes lo aman. . . El que no esca-
timó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos
nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto
con él, todas las cosas?» (Romanos 8:28, 32). Al igual que
el oro, que se tiene que someter al fuego a fin de librarse
de todas sus impurezas para que su valor se vea incremen-
tado al máximo, la formación que Dios da a sus hijos y las
pruebas a las que estos son sometidos tienen como finali-
dad, como en el caso de Job, purificar su fe y desarrollar su
carácter, a fin de que puedan sacar el máximo provecho de
la vida (1 Pedro 1:6–9).

Para el aula
Discutir el significado de la siguiente afirmación: «El comienzo de
la Sabiduría es el temor del Señor», y enlazar este principio con
varias situaciones prácticas de la vida cotidiana (ver, por ejemplo,
Proverbios 1:29, 2:5, 3:7, 8:13, 10:27, 14:26–27, 15:33, 16:6, 19:23,
23:17, 24:21).

Propón que cada alumno de la clase escoja un proverbio del libro de


Proverbios y comenta con la clase lo que significa para él.

Busquen otros casos en el libro de Proverbios donde podemos


aprender lecciones importantes del mundo animal. Ver por ejem-
plo 26:11; y comparar con 2 Pedro 2:20–22 en el Nuevo Testamento.

¿De qué manera las advertencias contra las malas compañías, el


consumo de drogas y la promiscuidad sexual sirven para demostrar
el amor de Dios hacia nosotros?

Aprendan de memoria algunos de los proverbios, especialmente


Proverbios 3:5–6.

110
14
EL CAMINO DE LOS PROFETAS
Entre una cuarta y una tercera parte del Antiguo
Testamento se compone de los escritos de una clase espe-
cial de hombres llamados profetas. Para comprender por
qué son tan importantes en el Antiguo Testamento, y para
nosotros también, hay que recordar (ver el capítulo 8) el
papel especial que Dios asignó al pueblo de Israel. Los
levantó para que fuesen:
1. Un testimonio vivo de la existencia del Único Dios
Verdadero y una protesta contra las interpretacio-
nes idólatras del universo.
2. Un ejemplo de lo que significa vivir en comunión
con el Dios viviente, experimentar su amor, su
poder, su salvación, sus leyes y su dirección, a fin
de que todos los habitantes de todas las naciones
puedan llegar a ver lo maravilloso que es conocer a
Dios personalmente.
3. El medio provisto y confirmado por Dios a través
del cual el Salvador del mundo había de llegar, a
fin de que los seres humanos pudieran ver que hay
Fundamentos para una ética bíblica

auténtica esperanza para la raza humana, a pesar


del pecado, y para que reconociesen al Salvador
cuando viniese, y se diesen cuenta de su necesidad
de ser salvados.
Mientras Israel recordaba la generosidad de Dios
hacia ellos y vivía con gratitud conforme a sus leyes, todo
marchaba muy bien. Sin embargo, los israelitas no eran
intrínsecamente mejores que nosotros; eran pecadores
como el resto de la raza humana. Cada vez abusaban más
de su papel especial, violaban las leyes de Dios y pecaban
tanto o incluso más que las otras naciones. Como con-
secuencia, Dios los presenta al mundo como ejemplo de
cómo no debemos vivir, a fin de que los demás aprenda-
mos la santidad de Dios, su odio al pecado, sus exigencias
en cuanto a la justicia y las consecuencias inevitables de
no respetarlas.
Y es aquí donde entran los profetas. No eran sola-
mente hombres que predecían el futuro—aunque es
cierto que algunas de sus profecías, en este sentido, son
remarcables. No eran sacerdotes—aunque algunos de ellos
procedían de familias sacerdotales. No tenían a su cargo el
culto del templo. Eran grandes predicadores y reformado-
res que sacaban a la luz los pecados políticos, las prácticas
económicas ilícitas, las injusticias sociales y la hipocresía
religiosa a todos los niveles de la sociedad. Llamaban a la
nación en general, y a los individuos que la componían
en particular, a arrepentirse, a cambiar su modo de vivir,
a volverse a Dios, y profetizaban el desastre si no se pro-
ducía este arrepentimiento.
Con demasiada frecuencia la nación se burlaba de
los profetas, e incluso los perseguía, y continuaba con su

112
14 • El camino de los profetas

modo de vida pecaminoso. Como resultado, sufrieron las


consecuencias anunciadas: la derrota abrumadora, la pér-
dida de la tierra y la deportación, primero a Asiria y luego
a Babilonia. En este aspecto nos sirven de advertencia a
nosotros también hoy en día; si los judíos antiguos no eran
mejores que nosotros, nosotros tampoco somos mejores
que ellos. Lo que les sucedió a ellos nos recuerda que el
juicio de Dios es una realidad ineludible que espera tanto
a las naciones como a los individuos, si no nos arrepenti-
mos de nuestros pecados. El Nuevo Testamento resume la
lección que nos toca aprender: «sabemos que todo lo que
dice la ley, lo dice a quienes están sujetos a ella, —es decir,
los israelitas— para que todo el mundo se calle la boca y
quede convicto delante de Dios —por haber cometido los
mismos pecados que los israelitas—» (Romanos 3:19).
Los profetas del Antiguo Testamento son conocidos
generalmente como los Profetas Menores —porque escri-
bieron libros pequeños—, y los Profetas Mayores —porque
escribieron libros grandes—. Consideraremos como ejem-
plos a uno de los profetas menores y a dos de los mayores.

LA PROFECÍA DE AMÓS

En la época de Amós, la nación estaba políticamente divi-


dida: dos tribus en el sur, y diez en el norte. Amós era
del sur, nacido en Judá, pero predicaba principalmente en
Samaria, entre las diez tribus del norte. Vivió durante los
reinados de Uzías, rey de Judá (779–740 aC) y Jeroboam II,
rey de Samaria (783–743 aC). Amós comienza su profecía
con una denuncia de los crímenes de guerra y la actua-
ción inhumana de las naciones vecinas.

113
Fundamentos para una ética bíblica

El expansionismo militar llevado a cabo con una crueldad


descabellada (1:3–5). En este caso el agresor era Damasco,
capital del Estado arameo al norte de Israel. Bajo la política
expansionista de su rey, Hadad, habían invadido Galaad,
sojuzgando con brutalidad a la población. «Trillaron a
Galaad con trillos de hierro». En el mundo antiguo, las
espigas de trigo y cebada eran trilladas mediante trineos
de madera con trozos de sílex o de hierro por debajo,
que eran arrastrados por encima de los tallos cortados.
Puede ser que la frase «trillaron con trillos de hierro» sea
una metáfora para expresar la idea de brutalidad extrema.
Pero también podría ser literal. Muchos ejércitos invaso-
res han utilizado, y siguen utilizando, métodos de tortura
horrendos, a veces semejantes a este, a fin de aterrar a
los habitantes del país invadido.
El comercio de esclavos (1:6–8). Los filisteos —Gaza era
una ciudad filistea— vendieron comunidades enteras como
esclavos y los deportaron a un país extranjero, a Edom.
Los objetivos de dicho comercio eran varios: la limpieza
étnica, poner fin a actividades contrarrevolucionarias, y
el dinero.
La práctica de enriquecerse con la guerra (1:9–10). Esta
vez el culpable era Tiro. Tiro no estaba involucrado en
la guerra entre los filisteos y los judíos. Pero se enrique-
cía al vender comunidades enteras como esclavos a favor
de los filisteos; y lo hacían a pesar de las alianzas que
habían hecho anteriormente con los judíos —la «alianza
de hermanos», 1:9—. Sin duda alguna habrían recurrido
a los mismos argumentos con los cuales algunas nacio-
nes modernas justifican la venta de armas a países en
guerra: si nosotros no vendemos los esclavos a favor de

114
14 • El camino de los profetas

los conquistadores —o si no facilitamos las armas—, otros


lo harán. De este modo se aprovecharon de la miseria
humana y de la muerte.
Odio étnico incesante (1:11–12). Sin lugar a dudas, los
edomitas consideraban que habían sido maltratados
por los israelitas en tiempos anteriores. Pero no esta-
ban dispuestos a olvidar el pasado. Aprovechaban cada
oportunidad que tenían para vengarse de Israel. Muchos
ejemplos actuales del mismo fenómeno nos vienen ense-
guida a la mente.
Crímenes de guerra (1:13–15). Con la nación de Amón,
el expansionismo territorial venía acompañado de la bar-
barie desalmada: hasta habían llegado a matar a mujeres
embarazadas. Por supuesto, en aquellos tiempos no existía
ni el «Convenio de Ginebra» ni nada parecido, ni había
tribunales de crímenes de guerra. Sin embargo, Dios se
acordaría de cada atrocidad y llegaría el día en que, como
asegura Amós, los culpables serían castigados.
Pero Amós no se ocupa exclusivamente de los pecados
de las naciones gentiles que rodeaban a Israel. Condena
aún con mayor severidad los pecados sociales y religiosos
de su propio pueblo, Israel y Judá. El estado de la nación
de aquel entonces se ha resumido acertadamente de la
siguiente manera:
(a) Condiciones políticas y sociales. Más de 40 años
antes del ministerio de Amós, Asiria había destrozado
a Siria, vecina de Samaria. Esto permitió a Jeroboam II
ampliar su territorio (2 Reyes 14:25) y desarrollar un comer-
cio muy rentable, el cual llevó a la creación en Samaria
de una clase mercantil muy poderosa. Por desgracia, la
riqueza que se produjo en Samaria no se repartió con

115
Fundamentos para una ética bíblica

igualdad entre la población. Permaneció entre las manos


de los príncipes mercaderes, quienes la aprovecharon para
mejorar su propio nivel de vida (Amós 3:10, 12, 15; 6:4) e
ignoraron por completo a la clase campesina, que siem-
pre había constituido la espina dorsal de la economía de
Samaria. Las señales inequívocas de una sociedad moral-
mente enferma comenzaron a manifestarse en Samaria.
En el tiempo de Amós, la opresión de los pobres por
parte de los ricos era el pan de cada día (2:6), como
también lo era la indiferencia desalmada entre las clases
adineradas hacia el sufrimiento de los hambrientos (6:3–6).
La justicia se subastaba (2:6; 8:6). En tiempos de sequía
(4:7–9) los pobres tuvieron que recurrir a los prestamistas
(5:11–12; 8:4–6), a quienes a menudo tuvieron que hipotecar
primero su tierra, y luego a sí mismos.
(b) El estado de la religión. Naturalmente las condicio-
nes sociales de Samaria afectaron también a las prácticas
religiosas. La religión no estaba siendo abandonada, sino
pervertida. En los lugares religiosos de la nación (5:5) los
ritos se mantenían (4:4), pero iban acompañados de impie-
dad e inmoralidad. Lejos de complacer a Dios, estos ritos
se convirtieron en motivo de juicio (3:14; 7:9; 9:1–4); no sir-
vieron para quitar sino para agravar la transgresión (4:4).
A Dios no se le podía encontrar en estos lugares religiosos
nacionales (5:4) porque no aceptaba que se le rindiese
culto allí (5:21–23); las verdaderas preocupaciones religio-
sas del pueblo se centraban en el culto a otros dioses
(8:14). Además, estas ceremonias pletóricas y los costosos
sacrificios se efectuaban a expensas de los pobres (2:8; 5:11).
Los profetas, entonces, sacaron a la luz y denuncia-
ron los pecados tanto de los gentiles como, en mayor

116
14 • El camino de los profetas

medida, de los judíos. Pero también recibieron el encargo


por parte de Dios de anunciar su programa final para
resolver el problema del pecado de la humanidad y para
traer la salvación al mundo. A la luz de esto, el mismo
realismo de la contundente denuncia del pecado por parte
de los profetas tiene también su lado positivo: demuestra
que el mensaje de esperanza y de salvación que predi-
caban no era ningún sueño utópico e irreal que había
pasado por alto hasta qué punto el pecado ha impregnado
la naturaleza humana. Al mismo tiempo, los profetas son
conscientes de que la salvación del mundo debe comenzar
con la salvación del individuo. Todo programa que tenga
como finalidad la reforma de la sociedad está condenado
al fracaso a menos que se pueda efectuar un cambio en
el corazón de los seres individuales que componen las
naciones.
Lo siguiente, entonces, es un resumen de los progra-
mas que, según dos de los Profetas Mayores, Dios pondría
en marcha un día para lograr la salvación de la humanidad.

LA PROFECÍA DE LA SALVACIÓN SEGÚN ISAÍAS

Contra este telón de fondo, la total incapacidad por parte


de Israel de cumplir su papel, Isaías profetizó que un día
Dios enviaría al mundo a su Siervo Perfecto. Este Siervo
no solo viviría una vida de servicio abnegado a los demás,
sino que sufriría y moriría en sacrificio por los pecados
del mundo, a fin de que los hombres y las mujeres encon-
trasen el perdón y la reconciliación con Dios; y luego, a
partir del gozo y de la paz que nacen de la experiencia
de ser perdonados, estuviesen dispuestos a perdonar a los

117
Fundamentos para una ética bíblica

demás, a reconciliarse los unos con los otros, y a amarse


y servirse mutuamente, abonando así la tierra donde la
paz pueda brotar. He aquí un ejemplo de las profecías de
Isaías (Isaías 53:3–6).

[Él fue] Despreciado y rechazado por los hombres,


varón de dolores, hecho para el sufrimiento.
Todos evitaban mirarlo;
fue despreciado, y no lo estimamos.

Ciertamente él cargó con nuestras enfermedades


y soportó nuestros dolores,
pero nosotros lo consideramos herido,
golpeado por Dios, y humillado.

Él fue traspasado por nuestras rebeliones,


y molido por nuestras iniquidades;
sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz,
y gracias a sus heridas fuimos sanados.

Todos andábamos perdidos, como ovejas;


cada uno seguía su propio camino,
pero el Señor hizo recaer sobre él
la iniquidad de todos nosotros. (Isaías 53:3–6)

Esta es la profecía que, según Jesucristo, se había cum-


plido en su propia vida y muerte:

“Como ustedes saben, los que se consideran jefes de


las naciones oprimen a los súbditos, y los altos ofi-
ciales abusan de su autoridad. Pero entre ustedes no

118
14 • El camino de los profetas

debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande


entre ustedes deberá ser su servidor, y el que quiera
ser el primero deberá ser esclavo de todos. Porque ni
aun el Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino
para servir y para dar su vida en rescate por muchos.”
(Evangelio según Marcos 10:42–45).

Por supuesto, si todo el mundo siguiese el ejemplo


de Cristo, y viviese para amar y servir a otros, el mundo
pronto se convertiría en un paraíso. La pregunta apre-
miante es: ¿Cómo se logra que los seres humanos se
comporten de esta manera? Encontraremos la respuesta
en la profecía de Jeremías.

LA PROFECÍA DE LA SALVACIÓN SEGÚN JEREMÍAS

Vienen días —afirma el Señor— en que haré un nuevo


pacto con el pueblo de Israel y con la tribu de Judá. No
será un pacto como el que hice con sus antepasados el
día en que los tomé de la mano y los saqué de Egipto,
ya que ellos lo quebrantaron a pesar de que yo era su
esposo —afirma el Señor—. Este es el pacto que después
de aquel tiempo haré con el pueblo de Israel —afirma
el Señor—: Pondré mi ley en su mente, y la escribiré
en su corazón. Yo seré su Dios, y ellos serán mi pue-
blo. Ya no tendrá nadie que enseñar a su prójimo, ni
dirá nadie a su hermano: “¡Conoce al Señor!”, porque
todos, desde el más pequeño hasta el más grande, me
conocerán —afirma el Señor—. Yo les perdonaré su
iniquidad, y nunca más me acordaré de sus pecados.
(Jeremías 31:31–34)

119
Fundamentos para una ética bíblica

Aquí Jeremías repasa con realismo la larga lección que


se desprende de la historia: la incapacidad persistente
por parte de Israel de vivir conforme a la ley de Dios.
Sería inútil, por lo tanto, que se les exigiera una vez más
que guardasen la ley de Dios. La experiencia del pueblo
había puesto en evidencia el hecho de que los hombres
y las mujeres no cuentan con los recursos ni morales ni
espirituales para guardarla. Por tanto, Jeremías anunció
que un día Dios establecería un nuevo pacto. Obraría el
milagro de la regeneración y escribiría sus leyes no en
tablas de piedra, externas a la persona, sino en su mismo
corazón y mente. Dicho de otra manera, haría brotar en
el seno de la persona una calidad de vida diferente, una
nueva naturaleza con recursos anteriormente desconoci-
dos. Este es el milagro que Dios efectúa, como señala el
Nuevo Testamento, para todo aquel que, con un espíritu
de arrepentimiento genuino, recibe a Cristo como Señor
y Salvador (2 Corintios 3, Hebreos 8).
Pero ¿qué pasa si las personas no están dispuestas a
aceptar a Cristo como Salvador y Señor? ¿Acaso no implica
que el programa de Dios ha frecasado? ¡No! Los profetas
nos aseguran que el Mesías, el Salvador del mundo, quien
murió y resucitó para traernos perdón y salvación, vol-
verá un día y, con poder y gloria divinos, establecerá su
reino en el mundo entero. En aquel momento, los que no
se hayan arrepentido serán excluidos de la presencia del
Señor y sufrirán eternamente el destino que ellos mismos
han escogido; ya no se les permitirá hacer mal en la tie-
rra (ver 2 Tesalonicenses 1:5–10). Y aquí se nos brinda una
visión, ubicada esta vez en otro de los profetas menores,
de la vida bajo el reinado universal del Mesías prometido:

120
14 • El camino de los profetas

En los últimos días,


el monte del templo del Señor
será puesto sobre la cumbre de las montañas
y se erguirá por encima de las colinas.
Entonces los pueblos marcharán hacia ella,
y muchas naciones se acercarán, diciendo:
«Vengan, subamos al monte del Señor,
a la casa del Dios de Jacob.
Dios mismo nos instruirá en sus caminos,
y así andaremos en sus sendas».
Porque de Sión viene la instrucción;
de Jerusalén, la palabra del Señor.
Dios mismo juzgará entre muchos pueblos,
y administrará justicia
a naciones poderosas y lejanas.
Convertirán en azadones sus espadas,
y en hoces sus lanzas.
Ya no alzará su espada nación contra nación,
ni se adiestrarán más para la guerra.
Cada uno se sentará
bajo su parra y su higuera;
y nadie perturbará su solaz
—el Señor Todopoderoso lo ha dicho—.
(Miqueas 4:1–4)

Estas palabras son el lema que se han puesto las


Naciones Unidas1. Y no es un lema vacío; porque, aunque
las Naciones Unidas no lo podrán hacer realidad, Cristo,
en su segunda venida, sí lo hará. Pues de la misma manera
1 El texto paralelo de Isaías 2 se cita parcialmente en una muralla fuera de
la sede de la ONU en Nueva York.

121
Fundamentos para una ética bíblica

que su nacimiento, vida, resurrección y ascensión fueron


el cumplimiento de muchas de las predicciones de los
profetas del Antiguo Testamento, su segunda venida será
el cumplimiento de todas las demás.

Oyendo hablar a los profetas


¿Por qué los profetas no son tomados en serio por la mayoría de la
gente? ¿Cómo podemos contribuir a que más personas tomen en
serio su mensaje hoy en día?

Leer el capítulo 53 de Isaías y comentar la manera en la que


Jesús ya ha cumplido esta profecía, haciendo referencia al Nuevo
Testamento. ¿Qué significan para ti las palabras de esta profecía?

122
15
EL CAMINO DESDE UNA RELIGIÓN
NACIONAL HASTA UNA FE MUNDIAL
En la presente serie este capítulo es el último que dedi-
caremos al Antiguo Testamento. En el próximo capítulo
pasaremos a estudiar el Nuevo Testamento. En términos
históricos transcurren unos cuantos siglos entre los dos
Testamentos. ¿Cómo, pues, pudo el pueblo judío sobrevivir
desde finales del período del Antiguo Testamento hasta el
principio del Nuevo? Y ¿qué lecciones morales y espiri-
tuales podemos aprender de este período de su historia?

UN BREVE REPASO HISTÓRICO DESDE


EL TIEMPO DE DAVID HASTA CRISTO

David, seguido de Salomón, reinó sobre un Israel unido;


fue el punto culminante de la prosperidad de Israel como
nación —1010–930 aC—.
Las doce tribus se dividieron en dos reinos: diez tribus
en el norte, con su capital, Samaria; dos tribus en el sur,
con su capital, Jerusalén —930 aC—.
Fundamentos para una ética bíblica

El poderoso imperio asirio invadió el reino del norte y


deportó a sus habitantes al este —745–721 aC—.
El también poderoso imperio babilónico venció al reino
del sur y deportó la flor y nata del pueblo —entre ellos a
Daniel— a Babilonia; su territorio pasó a ser provincia del
imperio babilónico —605–587 aC—.
El imperio medo-persa, encabezado por Ciro, tomó
Babilonia —530 aC— y su imperio. Ciro permitió regresar a
su tierra de origen a todos los judíos que lo deseaban, y les
ordenó volver a construir su templo —acabado en 516 aC—.
Más adelante, con la ayuda de Nehemías, el copero judío del
rey Artajerjes I de Persia, que fue nombrado gobernador de
Jerusalén, se les permitió reconstruir la ciudad de Jerusalén
—445 aC—. El libro de Nehemías es una crónica vívida de la
reconstrucción de la muralla de Jerusalén. Muchos judíos
volvieron; muchos de ellos siguieron viviendo en países
extranjeros. Judea ya era una provincia del imperio persa.
Más o menos por este tiempo se acabó el período tratado
en el Antiguo Testamento, siendo los libros de Nehemías y
Malaquías los últimos que se escribieron.
Alejandro Magno de Macedonia conquistó tanto el impe-
rio persa como el egipcio. Judea pasó a sus manos. Muchos
judíos emigraron a Egipto. Alejandro se hizo dueño de
la mayor parte del mundo conocido en aquel entonces
—334–331 aC—.

Cronología 3. Personas y acontecimientos clave


en la historia de Israel 1010–4 aC
1010 aC 930 aC
Israel: monarquía unida

David Salomón

124
15 • El camino desde una religión nacional a una fe mundial

Alejandro murió en el año 323 aC Su imperio se repar-


tió entre sus generales. Uno de ellos, llamado Ptolomeo,
se hizo con Egipto y fundó una dinastía que duró hasta
que los romanos se apoderaron de ella en el año 31 aC
Otro de estos generales, Seleuco, se hizo con Asia y fundó
una dinastía que duró hasta que cayó en manos de los
romanos en el año 65 aC Al principio, Jerusalén y Judea
estaban bajo el poder de la dinastía ptolemaica en Egipto;
sin embargo, en 198 aC pasaron a manos de la dinastía
seléucida.
Tras unos cuarenta años de guerrillas y de políticas
más bien turbulentas por parte de los Macabeos contra
los Seléucidas, Judea finalmente se estableció como estado
independiente y soberano bajo la dinastía hasmonea de
reyes judíos —128 aC—.
El general romano Pompeyo tomó Jerusalén e invadió
el templo —63 aC—.
Herodes, edomita por nacimiento, pero judío por reli-
gión, fue proclamado rey de los judíos por el senado
romano —40 aC—. Conquistó Galilea en el año 38 aC, y
Jerusalén en el 37 aC Fue confirmado como rey-vasallo por
Octavio, quien más adelante recibió el nombre de César
Augusto, primer emperador de Roma. Fue durante el reino
de César Augusto, mientras Herodes era rey de los judíos,
cuando nació Jesucristo en Belén de Judea.

Israel: Deportación por Asiria Ciro


Reino del norte: 745 aC 721 aC 605 aC 587 aC 530 aC
Samaria

Judá: Reino del sur: Exilio en Retorno por


Jerusalén Babilonia Medo-Persia

125
Fundamentos para una ética bíblica

¿QUÉ ES LO QUE PERMANECE EN LA HISTORIA?

Los grandes imperios del mundo antiguo, Egipto, Babilonia,


Persia, Grecia —bajo Alejandro— y Roma, indudablemente
han dejado al mundo un legado valioso y permanente en
lo que se refiere al arte, a la arquitectura, a la literatura,
a la filosofía, a la ciencia y a la civilización en general; y
por todas estas cosas merecen ser recordados. Pero los
propios imperios ya no existen; y las guerras y el derra-
mamiento incesante de sangre en base a los cuales estas
civilizaciones lograron establecerse, ahora se conocen por
lo que eran: un desperdicio deplorable de vidas humanas
en nombre del orgullo, de la ambición y del ansia de
poder humanos.
Comparado con estos grandes imperios, Israel nunca
llegó a ser nada más que una nación diminuta, y durante
la mayor parte de su historia, la mayor parte de la pobla-
ción vivió o bien como cautivos o bien como expatriados
en tierras extranjeras. No obstante, los viejos dioses paga-
nos a los que los grandes imperios rendían culto y que,
según pensaban, les darían la victoria sobre el mundo y
sobre Israel en particular, han sido abandonados desde
hace tiempo. Ya nadie les rinde culto. Sin embargo, el
Dios de Israel no solo ha sobrevivido: se ha convertido en
el Dios de una fe extendida por todo el mundo. Millones

Alejandro Pompeyo Herodes


516 aC 445 aC 334 aC 323 aC 198 aC 128 aC 63 aC 40–4 aC

Nehemías Control Control Dinastía Control


Templo reconstruido ptolemaico seléucida hasmonea romano

126
15 • El camino desde una religión nacional a una fe mundial

y millones de personas, ya no solo judíos sino también


gentiles, han llegado a creer en Él a lo largo de los siglos.
Y, a pesar de las frecuentes persecuciones, hoy en día más
millones que nunca antes rinden culto a este «Dios de
Abraham, de Isaac y de Jacob», el Dios de la nación de
Israel y el Dios del judío llamado Jesucristo. Por lo tanto,
aquí hay algo del mundo antiguo que tiene un significado
mucho más duradero y, en nuestro mundo actual, más
amplia y permanentemente influyente, que cualquiera
de los grandes imperios mundiales, pasados o presentes.
Aunque sea solo por esta razón, este aspecto de la historia
del Antiguo Testamento debe ocupar un lugar importante
cuando hablamos a nuestros estudiantes de los asuntos
mundiales. Esto subraya lo que se ha demostrado verda-
deramente perdurable en la historia.

ALGUNOS DE LOS BENEFICIOS QUE


REPORTÓ AL MUNDO EL EXILIO DE
ISRAEL ENTRE LAS NACIONES

El exilio pone de manifiesto la imparcialidad y la justicia


de Dios —para más detalles, ver el capítulo 14—. La elec-
ción de Israel por parte de Dios para que desempeñara
un papel especial en la historia evidentemente les con-
cedió muchos privilegios. Pero privilegio no equivalía a
favoritismo. Estos privilegios significaban que, en caso de
persistir en el pecado social y religioso, Dios traería sobre
ellos castigos aún más severos que los que traería sobre
las demás naciones. Ni la nación, ni la dinastía real del
rey David, ni el mismo templo de Dios, ni la misma capi-
tal de Jerusalén quedarían inmunes ante el peligro de la

127
Fundamentos para una ética bíblica

derrota y de la destrucción. Su principio del juicio era este:


«Solo a ustedes los he escogido entre todas las familias de
la tierra. Por tanto, les haré pagar todas sus perversida-
des» (Amós 3:2). La lección general es la siguiente: cuanto
más privilegiada sea una nación o individuo, más se les
exigirá en lo que se refiere a su conducta (ver también
Lucas 12:47–48).
La larga duración del exilio continuo de Israel pone de
manifiesto la fidelidad de Dios a sus propósitos. Durante dos
milenios y medio la mayor parte de los judíos ha vivido
entre los gentiles y, durante la mayor parte de este período,
hasta hace poco tiempo, han estado sin tierra propia. Sin
embargo, desde antes del exilio, Dios prometió que velaría
por ellos y los protegería de la extinción, y que un día
serían devueltos a su tierra (ver Ezequiel 39:22–29). Hasta
nuestros días, a pesar de la ferocidad de la persecución y
de los intentos de genocidio, los judíos nunca han perdido
su identidad nacional y étnica, ni han sido asimilados ni
destruidos por completo. Dios ha guardado su promesa
hasta ahora; lo demás también se cumplirá.
El sistema de las sinagogas. Desde los tiempos del cau-
tiverio en Babilonia, los judíos comenzaron a establecer
sinagogas en las ciudades gentiles, donde podrían ado-
rar a Dios y enseñar el Antiguo Testamento. Durante los
siguientes siglos, gran número de gentiles, hartos de las
vulgaridades absurdas de la idolatría pagana, comenzaron
a asistir a las sinagogas judías y fueron conducidos a la
fe en el Único Dios Verdadero. Fue de este colectivo de
donde provenían muchos de los primeros convertidos a la
fe cristiana (Hechos de los Apóstoles 13:44–14:1; 17:4, 10–12;
Lucas 7:2–5).

128
15 • El camino desde una religión nacional a una fe mundial

La traducción al griego del Antiguo Testamento. Algunos


judíos de principios del siglo III aC que vivían en Alejandría,
en Egipto, tradujeron los libros del Antiguo Testamento
del hebreo al griego. Esta traducción, a la que más ade-
lante se le puso el nombre de «La Septuaginta», ejerció
una influencia inmensa en el mundo antiguo. Los escrito-
res del Nuevo Testamento, al citar el Antiguo Testamento,
suelen tomar sus citas de la Septuaginta. La Septuaginta
después fue traducida al latín, egipcio, etíope, armenio y
otros idiomas por misioneros cristianos de la iglesia pri-
mitiva. La Septuaginta fue la traducción que emplearon
los patriarcas de la Iglesia Griega, y aún es utilizada por
especialistas que buscan establecer el texto del Antiguo
Testamento.
Lo que han aportado los judíos expatriados a la civili-
zación. Cuando Dios envió al exilio en Babilonia a los
israelitas, les ordenó que se afincaran, y les dijo: «busquen
el bienestar de la ciudad adonde los he deportado, y pidan
al Señor por ella» (Jeremías 29:7). No podían fomentar el
desorden, sino que tenían que intentar contribuir a la paz
y al bienestar del Estado a todos los niveles. No todos
los judíos han vivido siempre conforme a este ideal. Por
otro lado, desde el exilio en Babilonia hasta nuestros días,
la contribución que han hecho los judíos expatriados en
países gentiles a las ciencias, a la medicina, a la música y
a la literatura ha sido enorme.
El autor del libro de Daniel, del Antiguo Testamento,
es un ejemplo brillante de esto. Exiliado a Babilonia, sir-
vió lealmente como funcionario del Estado de Babilonia
durante muchos años. Cuando los persas se hicieron
con el imperio, subió a un nivel muy alto dentro de la

129
Fundamentos para una ética bíblica

administración del Imperio. Como judío que creía en los


profetas del Antiguo Testamento, sabía que, por mucho
que avanzasen los gobiernos gentiles, nunca llegarían a
resolver el problema del mal en el mundo. Esto solo suce-
dería con la venida al mundo del Mesías prometido por
Dios. Al mismo tiempo, Daniel no era ningún fanático
religioso ni nihilista. No huía ante los problemas de la
vida, sino que servía con lealtad a los habitantes del país
donde vivía.
Por otro lado, relata en sus memorias (Daniel 1)
cómo, al principio de sus estudios en Babilonia, se negó
a comer la comida de la Universidad, la cual, conforme a
las costumbres del país, había sido ofrecida a los ídolos.
No estuvo dispuesto a comprometerse con una interpre-
tación idólatra del universo, según la cual se deificaban
las fuerzas básicas del universo y los impulsos humanos,
pues comprendió que esta interpretación reducía a los
seres humanos a esclavos de estas fuerzas. Para Daniel se
trataba de una doble afrenta: contra el Dios Verdadero
Creador del universo y contra la dignidad y la racionalidad
del ser humano.
Daniel explica también (cap. 3) cómo sus amigos
defendieron la libertad humana básica y desafiaron con
firmeza y valentía al Estado cuando este se volvió totali-
tario y opresor. Nabucodonosor exigió en una ocasión que
todos los funcionarios se inclinaran ante una imagen que
él había puesto, y ofrecieran al Estado el culto y la obe-
diencia fundamentales que se deben reservar únicamente
para Dios. La pena que acarreaba el no inclinarse era ser
echado en un horno. Tres de los amigos de Daniel se
atrevieron a desafiar al rey con una afirmación magnífica,

130
15 • El camino desde una religión nacional a una fe mundial

llena de valentía, y como consecuencia fueron echados en


el horno.

¡No hace falta que nos defendamos ante Su Majestad!


Si se nos arroja al horno en llamas, el Dios al que ser-
vimos puede librarnos del horno y de las manos de Su
Majestad. Pero, aun si nuestro Dios no lo hace así, sepa
usted que no honraremos a sus dioses ni adoraremos
a su estatua. (Daniel 3:16–18)

Al actuar de esta manera demostraron que su lealtad


al Único Dios Verdadero y Creador era más importante
que la propia vida. Su desafío, y la manera dramática en
la cual Dios los rescató, condujo al reconocimiento por
parte de Nabucodonosor de la existencia y de la gloria del
Único Dios Verdadero.
No sucedió lo mismo con uno de los sucesores de
Nabucodonosor, el príncipe regente, Belsasar. Daniel nos
relata un incidente, ya famoso, cuando Belsasar, en un
banquete, cogió los vasos de oro que Nabucodonosor
había traído del templo de Jerusalén y colocado en el
templo de sus propios dioses, y bebió de ellos ante los ojos
de sus nobles (cap. 5). Estos vasos se habían hecho de oro
a fin de simbolizar el hecho de que Dios era el supremo
valor del hombre, y el servicio a Dios su principal deber.
Al beber de ellos, Belsasar estaba proclamando, con gran
elocuencia, que había reemplazado a Dios consigo mismo,
su satisfacción y sus placeres, como supremo valor de la
vida. En aquel fatídico momento hubo una intervención
sobrenatural: los dedos de la mano de un hombre escri-
bieron en la pared del palacio palabras que Belsasar fue

131
Fundamentos para una ética bíblica

incapaz de comprender—aunque eran palabras bastante


comunes para definir pesos, medidas y dinero. Se llamó a
Daniel, quien tenía el solemne deber de explicar al rey el
significado de estas palabras. Belsasar había realizado su
propia valoración de Dios, y lo había rechazado. Ahora, a
través de esta escritura, Dios estaba valorando a Belsasar.
Dios había preparado sus balanzas, y estas mostraron las
deficiencias de Belsasar. Desgraciadamente, Belsasar no se
arrepintió, buscando la misericordia de Dios, la cual lo
habría salvado. Los vasos de oro que estaban sobre la
mesa eran un testigo mudo de que Belsasar se había des-
hecho de los verdaderos valores de la vida. El valor que
se había puesto a sí mismo fue, a efectos prácticos, un
cero. Aquella misma noche su cuerpo sin vida yacía en
una calle de Babilonia; fue asesinado por los medo-persas
que los invadieron y se hicieron con su reino. ¿Qué valor
se le podría poner ahora?
Las historias del libro de Daniel constituyen una lec-
tura apasionante. Son famosas en todo el mundo, y todos
los niños deberían estar familiarizados con ellas. Además,
han servido como modelo para alentar y animar a héroes
morales de todas las generaciones a defender la fe en Dios
frente a las demandas ilícitas de gobiernos totalitarios. En
última instancia, es de semejante fe en Dios de lo que
depende la auténtica libertad humana.

132
Parte 2
LA ENSEÑANZA MORAL Y
ÉTICA DE JESUCRISTO
16
JESÚS EL MAESTRO
Introducción

Ahora pasamos a considerar las enseñanzas éticas y mora-


les de Jesucristo. En muchos aspectos resultará ser la parte
más sencilla del curso, por varias razones:
La genialidad de Cristo como maestro. Gran parte de la
enseñanza de Cristo acerca de la manera en que las per-
sonas deberían comportarse se ofrece a través del medio
de las parábolas, como veremos enseguida. Son joyas de
una sencillez profunda en lo que se refiere a la observa-
ción penetrante de la naturaleza humana, sus virtudes
y deficiencias, sus debilidades y perversidades. La forma
narrativa resulta asequible y atractiva incluso a los oyen-
tes más sencillos; no obstante, comunican su mensaje con
una fuerza que resulta inolvidable incluso para los más
cultos. Como maestros, encontraremos en ellas un medio
de comunicación sencillo y a la vez muy satisfactorio.
Fundamentos para una ética bíblica

El atractivo superficial de la enseñanza de Cristo.


Consideremos, por ejemplo, «la regla de oro» proclamada
por Jesús en el célebre «Sermón del Monte»: «Así que en
todo traten ustedes a los demás tal y como quieren que
ellos los traten a ustedes. De hecho, esto es la ley y los
profetas» (Mateo 7:12). Por la asombrosa sencillez de estas
palabras, junto con su certeza tan evidente, cobran una
belleza inmediata y universal. Aquí no hay ninguna teoría
complicada, difícil de comprender y abierta a discusiones.
Exige la obediencia de todo el mundo de modo directo
e incontestable. Las implicaciones que encierran no tie-
nen límite. Si todo el mundo se ciñese a ellas de manera
honesta, nuestro mundo se convertiría en un paraíso. No
obstante, no nos ceñimos a ellas; la conducta de todos
nosotros va en contra de ellas alguna vez. Lo cual nos
lleva a considerar el siguiente punto.
¿Por qué todos erramos de vez en cuando? El antiguo
filósofo griego Sócrates mantenía que no hay nadie que
se comporte mal a sabiendas. Quería decir que, cuando
nos comportamos mal, no somos plenamente conscientes
de que nos estamos comportando mal. De hecho, creemos
que actuamos bien. Puede ser que sepamos que lo que
hacemos perjudicará a otras personas. Pero en el momento
de hacerlo, estamos convencidos de que hacemos bien al
perjudicar a estas personas: nos da una ventaja sobre ellas;
satisface nuestro deseo de ganancias materiales, o de poder,
o de venganza. Pero Sócrates enseñaba que, al cometer
una injusticia contra una persona, no solo perjudicamos
a esta persona, sino que nos perjudicamos a nosotros mis-
mos más que a ella. Si solo nos diésemos cuenta de ello,
decía Sócrates, enseguida dejaríamos de perjudicarnos a

136
16 • Jesús el Maestro

nosotros mismos al tratar mal a los demás. Pero no nos


damos cuenta de ello; somos ignorantes. La ignorancia es,
según Sócrates, la causa de nuestro mal comportamiento;
y de ello se desprende que, si queremos asegurar que las
personas se comporten bien, hay que educarlas. Se trata
de hacer que comprendan que al perjudicar a otro se per-
judican a sí mismas, y así enseguida dejarán de hacerlo.1
Pero ¿es cierto esto? Y si lo es, ¿es suficiente que lo
sepamos para dejar de comportarnos mal?

Para el aula
Haz que los alumnos se planteen algunas de las siguientes
preguntas:

¿Has actuado mal alguna vez, sabiendo que lo que hacías


estaba mal?

¿La gente actúa de maneras que sabe que la perjudica? —p. ej.
fumar, drogarse o autolesionarse— ¿Por qué actúan así?

Si pudieses robar mucho dinero, o asesinar a alguien, con


la seguridad absoluta de que nadie jamás se enteraría, ¿hay
alguna razón por la cual no deberías hacerlo?

¿Es verdad que cuando haces una injusticia a alguien te estás


perjudicando a ti mismo? ¿Cómo se podría demostrar esta
tesis?

Una vez el apóstol Pablo dijo lo siguiente: «Aunque deseo


hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo. De hecho, no hago
el bien que quiero, sino el mal que no quiero.» (Romanos 7:19)
¿Ustedes se han sentido así alguna vez?

1 Ver especialmente el diálogo de Platón de Sócrates con Critón.

137
Fundamentos para una ética bíblica

¿Cuáles son algunos de los requisitos básicos para cual-


quier enseñanza ética? A fin de que nuestra enseñanza de
la ética resulte eficaz, deberemos ser capaces de facilitar a
nuestros alumnos respuestas convincentes a las siguientes
preguntas (entre otras muchas):
a) ¿Cómo se define el buen comportamiento? ¿y el
malo?
b) ¿Hay alguien que tenga autoridad para decirnos
lo que está bien y lo que está mal? ¿Por qué no
lo podemos decidir cada uno por nuestra propia
cuenta?
c) ¿Por qué no nos comportamos bien siempre? ¿Por
qué nos resulta a menudo tan difícil hacer el bien,
y tan fácil actuar mal?
d) ¿Dónde podemos encontrar la motivación sufi-
ciente para hacer el bien, especialmente cuando
otras personas no lo hacen? ¿Conlleva alguna ven-
taja hacer el bien o deberíamos siempre actuar bien,
aun cuando saliéramos perjudicados?
e) ¿Dónde podemos encontrar los recursos para hacer
lo que sabemos que está bien y evitar hacer lo que
está mal?
Si queremos ser justos con la enseñanza ética de
Jesucristo, debemos permitir que él nos proporcione, poco
a poco, sus respuestas a estas preguntas. Comenzamos
con su presentación de sí mismo como maestro, y de la
naturaleza de sus enseñanzas.

138
16 • Jesús el Maestro

CRISTO SE PRESENTA COMO MAESTRO

En aquel tiempo Jesús dijo: «Te alabo, Padre, Señor del


cielo y de la tierra, porque habiendo escondido estas
cosas de los sabios e instruidos, se las has revelado a
los que son como niños. Sí, Padre, porque esa fue tu
buena voluntad.

«Mi Padre me ha entregado todas las cosas. Nadie


conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre
sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo.

«Vengan a mí todos ustedes que están cansados y ago-


biados, y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y
aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de cora-
zón, y encontrarán descanso para su alma. Porque mi
yugo es suave y mi carga es liviana». (Mateo 11:25–30)

En este texto Jesús hace dos aseveraciones acerca de sí


mismo:
1. que es el Hijo Unigénito de Dios.
2. que, no obstante es manso y humilde de corazón.
Hace dos descripciones de sus enseñanzas:
1. que constituyen un yugo al cual sus discípulos
deben someterse, y una carga que deben llevar.
2. que, no obstante, su yugo es fácil, y su carga, ligera.
Y luego, a partir de estas aseveraciones y descripciones,
hace dos invitaciones, cada una de las cuales viene acompa-
ñada de una promesa:

139
Fundamentos para una ética bíblica

1. Vengan a mí todos ustedes que están cansados y ago-


biados, y yo les daré descanso.
2. Carguen con mi yugo y aprendan de mí . . . y encon-
trarán descanso para su alma.

Las dos aseveraciones

Aquí encontramos:
1. La respuesta de Cristo a la pregunta: ¿Con qué autori-
dad nos puede decir lo que está bien y lo que está mal?
Es el Hijo de Dios, a quien Dios confirió poder abso-
luto en lo que se refiere a la creación, el gobierno y la
salvación del mundo —«Mi padre me ha entregado todas
las cosas» (Mateo 11:27)—. En este particular, dista mucho
de Buda, quien enseñó a sus discípulos cómo podían libe-
rarse de sus deseos, pero nunca dijo ser Dios, ni siquiera
un dios entre muchos, y no sabía si Dios existía o no;
y dista de Mahoma, quien afirmó ser el último y más
grande de los profetas de Dios, pero no Dios mismo en
forma humana. Hace falta entonces que comprendamos el
alcance de estas reivindicaciones de Jesús, puesto que es
en ellas donde descansa la autoridad que se le atribuye a
sus enseñanzas éticas.
2. La evidencia de que sus reivindicaciones son ciertas
Son los megalómanos trastornados los que dicen ser
Dios, o Napoleón, o Alejandro Magno, o un huevo frito o
alguna otra cosa extraordinaria. Sin embargo, Jesús no fue
ningún megalómano arrogante y prepotente. Su primera
reivindicación, la que tiene que ver con su procedencia
de Dios, con el hecho de ser el Hijo de Dios, se equilibra
con la siguiente: «Soy apacible y humilde de corazón»

140
16 • Jesús el Maestro

(Mateo 11:29), y los evangelios están llenos de ejemplos


que demuestran que esta segunda reivindicación es cierta.
Alejandro Magno llegó a hacerse proclamar hijo del dios
egipcio Amón; y también llegó a proponer, por motivos
políticos, que sus súbditos griegos y orientales le rindiesen
culto como si fuese un dios. Pero Alejandro nunca habría
dicho: «soy apacible y humilde de corazón». Es la com-
binación de una reivindicación de divinidad por parte de
Cristo y, por otro lado, su apacibilidad y humildad lo que
hace que aquella primera sea creíble y convincente: tiene
supremo poder; sin embargo, es supremamente humilde.
Es Dios, mas no es ningún tirano.

Las dos descripciones

1. La enseñanza ética de Cristo es un yugo


Jesucristo no oculta el hecho de que su enseñanza ética
es un yugo que sus discípulos deben aceptar y una carga
que deben llevar.
El significado del término «yugo». En el mundo antiguo,
un yugo era un instrumento hecho de madera tallada que
el agricultor colocaba sobre el cuello de sus bueyes a fin de
poder dirigirlos y controlarlos mientras araban los campos,
segaban el trigo o llevaban un carro. Los reyes antiguos,
por tanto, definían su gobierno como «yugo», puesto que
por medio de él controlaban y dirigían al pueblo. Y muchos
moralistas y maestros de diversas religiones han echado
mano de la misma metáfora para describir sus enseñanzas.
Hay una historia vívida en el Antiguo Testamento
(1 Reyes 12), que ilustra el significado de la palabra «yugo».
El pueblo pide al rey que alivie su «yugo». En lugar de ello,

141
Fundamentos para una ética bíblica

lo que hizo fue endurecerlo; y hubo una revuelta. Lee la


historia y explícala con detalle a los estudiantes o al grupo.
Ver también Hechos 15:10, donde la falsa doctrina religiosa
se describe como un yugo insoportable.
La enseñanza de Cristo, entonces, es un yugo. Es el
Hijo de Dios, enviado por Dios como el Rey verdadero de la
humanidad, a fin de gobernarnos y sujetarnos al gobierno
de Dios. Esta es la autoridad a partir de la cual puede pro-
nunciarse sobre lo que está bien y lo que está mal; y fue
por esto por lo cual comenzó su ministerio público pro-
clamando: «Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos
está cerca» (Mateo 4:17). Al someternos a su ética, no nos
sometemos simplemente a unos cuantos principios mora-
les abstractos, sino a una persona a quien debemos nuestra
lealtad personal.
2. La ética de Cristo es un yugo fácil
Un buen agricultor se aseguraría de que los yugos
que colocaba sobre los bueyes fuesen cómodos de llevar
y de que no les hiciese daño. Así los bueyes podían tra-
bajar con mayor facilidad. Si alguien quiere llegar a ser
buen tenista, debe someterse a su entrenador. Obedecer
las instrucciones del entrenador puede parecer duro al
principio, pero es mejor que darle a la pelota sin control,
y al final hará que juegue con mayor facilidad y mayor
eficacia, y que disfrute más del juego. Siempre resulta más
fácil llevar un coche de acuerdo a las instrucciones del
fabricante. Cristo conoce nuestro cuerpo, nuestra mente,
nuestros sentimientos y nuestros deseos; sabe cuál es la
mejor manera de tratarlos y cómo funcionan mejor. ¡Él los
hizo! Su yugo está hecho para que nos vaya bien y para
que con él la vida sea más fácil.

142
16 • Jesús el Maestro

Las dos invitaciones

La primera invitación y promesa va dirigida a las personas


trabajadas y cargadas. Esto es un problema continuo para
muchos. Incluso los jóvenes pueden estar trabajados y car-
gados. En muchas de las grandes ciudades del mundo, crece
el número de los jóvenes que se suicidan. ¿Por qué? Aquí
van unas cuantas sugerencias:
a. El aparente sinsentido de la vida.
b. La dificultad para encontrar empleo y el conse-
cuente sentimiento de ser inútil y no deseado.
c. El aburrimiento, los problemas de salud y las preo-
cupaciones que surgen del alcohol, de las drogas y
de un estilo de vida frenético.
d. Las heridas psicológicas y los sentimientos de culpa
que acarrea la inmoralidad.
e. La inseguridad causada por el conflicto doméstico,
el divorcio de los padres, las familias sin padre o sin
madre.
f. La incapacidad de vivir de acuerdo a los ideales
que uno tiene, y el consiguiente disgusto con uno
mismo.
A los que vengan a él, Cristo les da descanso inmediato,
porque da:
a. El perdón inmediato y la liberación de la culpa: ver,
p. ej. Lucas 5:20.
b. Una consciencia de que la vida tiene sentido: ver, p.
ej. 1 Tesalonicenses 1:9–10, «para servir al Dios vivo
y verdadero».
c. La consciencia inmediata de ser amado y valorado
por Dios y, por tanto, de tener un significado infinito

143
Fundamentos para una ética bíblica

y permanente: ver, p. ej. Mateo 12:12; Romanos 5:5–11.


d. La seguridad de contar con el cuidado de Dios en
los asuntos cotidianos de la vida y el alivio de la
ansiedad: ver, p. ej. Mateo 6:25–30.
La segunda invitación y promesa consiste en entrar en
la escuela de Cristo y ser enseñado y dirigido por él en
cuanto a nuestra manera de vivir. Su enseñanza impli-
cará un listón de comportamiento muy distinto al que
prevalece en el mundo y, por tanto, podría ser objeto de
la hostilidad y oposición del mundo. Sin embargo, aquí
también Cristo promete «descanso para nuestras almas»,
puesto que él es capaz de efectuar dentro de nosotros
una «regeneración» mediante la cual nos convertimos en
hijos de Dios y recibimos nuevos recursos con los cuales
podremos obedecer sus instrucciones y vivir conforme al
listón que él impone: ver, p. ej. 1 Juan 5:3–4.

144
17
EL PRIMER Y MÁS GRANDE
MANDAMIENTO
Alguien preguntó a Jesús una vez cuál era el más grande
de los mandamientos—el principio esencial del que derivan
todos los demás. Él respondió: «Ama al Señor tu Dios con
todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente. . .Este
es el primero y el más importante de los mandamientos»
(Mateo 22:37–38).
Veremos enseguida lo que, según Cristo, debe consti-
tuir la motivación fundamental detrás de toda verdadera
moralidad: el amor. No el deseo de la felicidad ni del
éxito, sino el amor. Y no el amor a uno mismo, ni en
primer lugar el amor al prójimo ni a la comunidad —aun-
que, como veremos más adelante en un próximo estudio,
esto ocupa el segundo lugar—, sino el amor a Dios, el
Creador. El mundo es su mundo. Él lo hizo para que le
complaciese a él y para que obedeciese sus designios a
todos los niveles. Es del todo racional que nuestro princi-
pal deber sea vivir de acuerdo a la voluntad del Creador y,
Fundamentos para una ética bíblica

con agradecimiento por nuestra propia existencia, amarlo.


En este contexto el amor a Dios no se refiere a ningún
sentimiento religioso: «En esto consiste el amor a Dios»,
explica la Biblia (1 Juan 5:3) «en que obedezcamos sus
mandamientos». Lo debemos hacer con todo nuestro
corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra mente
y con todas nuestras fuerzas.

EL MAYOR MAL DE LA HUMANIDAD

Mas aquí también nos encontramos con el diagnóstico que


Cristo hace del problema fundamental que tenemos los
seres humanos como individuos y como colectivo. ¿Cómo
podemos vivir como deberíamos, si ni siquiera amamos a
nuestro Hacedor ni vivimos de acuerdo a sus designios?
¿Cómo podemos valorar y tratar adecuadamente a los
hombres y a las mujeres que nos rodean si negamos, o
despreciamos y olvidamos, a su Hacedor? Y ¿cómo podría
la vida ser más que una esclavitud sin sentido si sirviéra-
mos a Dios solo por obligación, por considerarlo nuestro
deber, y no por amor sincero y entregado?
Al quebrantar el primero y más grande de los manda-
mientos —y todos lo hemos hecho—, somos culpables del
peor pecado: no amar a Dios. Aquí afrontamos un problema
fundamental. No podemos obligarnos a nosotros mismos a
amar a Dios. ¿Qué es lo que puede crear este amor a Dios
dentro de nosotros? La próxima parábola nos ayudará a
comprenderlo.

146
17 • El primero y más grande de los mandamientos

LA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO

«Un hombre tenía dos hijos —continuó Jesús—. El


menor de ellos le dijo a su padre: “Papá, dame lo que
me toca de la herencia”. Así que el padre repartió sus
bienes entre los dos. Poco después el hijo menor juntó
todo lo que tenía y se fue a un país lejano; allí vivió
desenfrenadamente y derrochó su herencia.

«Cuando ya lo había gastado todo, sobrevino una gran


escasez en la región, y él comenzó a pasar necesidad.
Así que fue y consiguió empleo con un ciudadano de
aquel país, quien lo mandó a sus campos a cuidar cer-
dos. Tanta hambre tenía que hubiera querido llenarse
el estómago con la comida que daban a los cerdos,
pero aun así nadie le daba nada. Por fin recapacitó y se
dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen comida
de sobra, y yo aquí me muero de hambre! Tengo que
volver a mi padre y decirle: Papá, he pecado contra el
cielo y contra ti. Ya no merezco que se me llame tu
hijo; trátame como si fuera uno de tus jornaleros”. Así
que emprendió el viaje y se fue a su padre.

«Todavía estaba lejos cuando su padre lo vio y se com-


padeció de él; salió corriendo a su encuentro, lo abrazó
y lo besó. El joven le dijo: “Papá, he pecado contra
el cielo y contra ti. Ya no merezco que se me llame
tu hijo”. Pero el padre ordenó a sus siervos: “¡Pronto!
Traigan la mejor ropa para vestirlo. Pónganle también
un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el

147
Fundamentos para una ética bíblica

ternero más gordo y mátenlo para celebrar un ban-


quete. Porque este hijo mío estaba muerto, pero ahora
ha vuelto a la vida; se había perdido, pero ya lo hemos
encontrado”. Así que empezaron a hacer fiesta.

«Mientras tanto, el hijo mayor estaba en el campo. Al


volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música del
baile. Entonces llamó a uno de los siervos y le preguntó
qué pasaba. “Ha llegado tu hermano —le respondió—, y
tu papá ha matado el ternero más gordo porque ha
recobrado a su hijo sano y salvo”. Indignado, el her-
mano mayor se negó a entrar. Así que su padre salió
a suplicarle que lo hiciera. Pero él le contestó: “¡Fíjate
cuántos años te he servido sin desobedecer jamás tus
órdenes, y ni un cabrito me has dado para celebrar una
fiesta con mis amigos! ¡Pero ahora llega ese hijo tuyo,
que ha despilfarrado tu fortuna con prostitutas, y tú
mandas matar en su honor el ternero más gordo!”

«“Hijo mío —le dijo su padre—, tú siempre estás con-


migo, y todo lo que tengo es tuyo. Pero teníamos
que hacer fiesta y alegrarnos, porque este hermano
tuyo estaba muerto, pero ahora ha vuelto a la vida;
se había perdido, pero ya lo hemos encontrado”».
(Lucas 15:11–32)

Esta es probablemente la más famosa de las parábo-


las de Jesús—un clásico de la literatura del mundo. El Dr.
Kenneth Bailey, que vivió durante varios años entre los
palestinos y los beduinos, señala que ellos han conser-
vado muchos de los valores que tenían sus antepasados

148
17 • El primero y más grande de los mandamientos

en tiempos de Cristo.1 Sus reacciones cuando el Dr. Bailey


les explicó esta parábola nos ayudan a profundizar en su
significado.

El escandaloso comportamiento del hijo


La manera en la que trató a su padre. El principal delito
por parte del hijo no fue el hecho de que «vivió des-
enfrenadamente y derrochó su herencia» (15:13), ni que
«ha despilfarrado —la fortuna del padre— con prostitu-
tas» (15:30). Esto ya era bastante lamentable. Pero mucho
peor todavía fue lo que le hizo a su padre. En la antigua
Palestina, el padre normalmente hacía un testamento en
el cual se especificaba con detalle todo lo que cada hijo
debía recibir cuando él muriese. Que un hijo exigiese su
herencia antes de la muerte de su padre se habría consi-
derado un escándalo en aquella sociedad. Era como si el
hijo dijera al padre: «¡Padre, ojalá estuvieses muerto! ¡Me
estás impidiendo disfrutar de la vida! ¡Muérete rápido y
quítate de en medio! ¡O róbate a ti mismo y dame ya mi
parte de la herencia!». En una sociedad donde las relacio-
nes familiares son sagradas, una actitud así habría sido
impensable; se habría considerado imperdonable.
La aplicación de la parábola es obvia. Muchas personas
tienen la misma actitud hacia Dios que tuvo el hijo pródigo
hacia su padre. Aun cuando no nieguen la existencia del
Creador, no quieren tener nada
que ver con él. La idea de un Hora de brillar
Creador y de sus leyes inter-
Haz que tu grupo dramatice la
fiere con su disfrute de la vida
parábola.
y limita su libertad. Quieren

1 Poeta y Campesino.

149
Fundamentos para una ética bíblica

vivir en completa independencia de Dios. Por supuesto que


no lo aman con todo su corazón, con toda su mente y con
todas sus fuerzas. Sin embargo, piensan seguir disfrutando
de todas las cosas buenas que el Creador ha hecho.
La venta por parte del hijo pródigo del patrimonio de
la comunidad. Puesto que en las sociedades preindus-
trializadas la tierra y el ganado constituían la base del
patrimonio familiar, se hacía todo lo posible para que la
tierra se mantuviese en manos de la familia. Sin embargo,
este hijo no solo exigió hacerse con su parte de la tierra
antes de la muerte de su padre sino que, al recibirla, la
vendió y desperdició lo que sacó de la venta en un país
lejano. El problema es que, al ponerlo a la venta, ningún
otro miembro de la familia se habría atrevido a comprarlo,
pues habría supuesto hacerse con unas tierras pertene-
cientes al padre del hijo pródigo mientras aquel aún vivía.
El pródigo, por tanto, debió haber vendido la tierra a
personas ajenas a la familia, reduciendo así de modo per-
manente el patrimonio de la misma. Los habitantes de
este pueblo se habrían escandalizado no solo cuando el
hijo pródigo partiese, sino también cuando volviese y des-
cubriesen que había desperdiciado el último céntimo del
dinero en una manera de vivir desenfrenada. La pérdida
fue irrecuperable.
Aquí también es obvia la aplicación. Cuando una per-
sona rechaza o da la espalda a Dios y vive simplemente
para gratificarse, no solo se perjudica a sí misma sino que
reduce el patrimonio moral y espiritual de la comunidad.
Su comportamiento también podría perjudicar económi-
camente a la comunidad a causa del alcoholismo, del
absentismo, de la pereza, de las prácticas fraudulentas y

150
17 • El primero y más grande de los mandamientos

de la corrupción. Y ¿cuánto más si resulta que una nación


entera se comporta de manera igual?

La respuesta del padre a las demandas del hijo

Cuando Cristo describió cómo el hijo pródigo destrozó a


su padre con esta petición indignante, sus oyentes habrían
esperado que dijese que el padre se enfureció y deshe-
redó a su hijo o incluso que lo hizo ejecutar. Semejante
reacción se habría considerado perfectamente justificable.
Contrariamente a lo que se esperaba, este padre acce-
dió a la petición de su hijo y lo dejó marchar. Otra vez
más, la implicación resulta clara. Dios no es ningún tirano.
Ha dado libre albedrío a los seres humanos y lo respeta.
Cuando una persona rechaza, ignora, desprecia, insulta o
niega a Dios, no la fulmina enseguida, ni le quita las cosas
buenas que le había dado. Sin embargo, poco a poco, la
confronta con la pobreza espiritual y la miseria moral que
resultan cuando una criatura rechaza o da la espalda a
su Creador.

El comienzo del proceso de


arrepentimiento por parte del hijo

Al principio el pródigo pensó que haberse deshecho de la


presencia y control de su padre había merecido la pena. Se
lo pasó en grande; o así le parecía. Pero finalmente tuvo
que encarar la realidad. Fue reducido a la miseria, al ham-
bre, a la degradación y a la soledad. Nadie le quería. Esto
desencadenó el proceso de arrepentimiento en su interior.
Optó por volver a casa de su padre y confesar su necedad.

151
Fundamentos para una ética bíblica

También se dispuso a plantear una proposición a su padre:


«Ya no merezco que se me llame tu hijo; trátame como si
fuera uno de tus jornaleros» (15:19).
A nuestros oídos esta proposición podría sonar a
auténtico arrepentimiento y a deseo de reconciliarse con
su padre. Sin embargo, no se trata de una propuesta
afortunada. En una granja antigua había tres clases de
trabajadores. En primer lugar, estaban los hijos del amo.
Estos no trabajaban a cambio de un sueldo. Siendo miem-
bros de la familia que habían de heredar la granja una vez
que muriese el padre, trabajaban por amor a su padre y a
la familia y para sacar adelante el negocio familiar.
Luego estaban los siervos, que trabajaban para su
mantenimiento, y por un sueldo mínimo, pero sin tener
ninguna independencia. Vivían en la granja. Pero también
estaban los obreros independientes, los cuales vivían en el
pueblo y ofrecían sus servicios bajo contrato. El pródigo,
tras su retorno, quería ser uno de estos. No estaba dis-
puesto a vivir y trabajar simplemente por amor a su padre
y a su familia. Habiendo perdido neciamente su parte de
la herencia por su vida desenfrenada, ahora se proponía
seguir siendo independiente de su padre y ofrecerle sus
servicios por dinero.
Una propuesta así jamás podría satisfacer a su padre.
No remediaría en absoluto el enajenamiento. El pródigo
tenía que abandonar su absurda independencia. Tenía que
aceptar a su padre como padre, y vivir y trabajar para él
por amor a él y al resto de la familia.
Mucha gente sigue cayendo en el mismo error. Han
comprobado a través de amargas experiencias la miseria
moral y espiritual que resulta de vivir sin Dios; y pretenden

152
17 • El primero y más grande de los mandamientos

cambiar de estilo de vida y buscar complacer y servir a


Dios. Pero, al igual que los fariseos antiguos, su actitud
hacia Dios sigue siendo errónea. Tal vez sin darse cuenta,
siguen aferrados a su independencia de Dios; y se propo-
nen, por su buena conducta, por sus obras y sus prácticas
religiosas bien ordenadas, ganarse la aprobación de Dios,
con la esperanza de que al final les recompense con la
salvación. Esto es falso. Como criaturas de Dios, jamás
podremos ser independientes de él. Todo lo que merece la
pena tener procede de él y le pertenece. No podemos usar
lo que es suyo para comprar nada suyo—mucho menos la
salvación. El único modo satisfactorio de vivir para Dios
es amarlo con todo nuestro corazón, toda nuestra mente
y todas nuestras fuerzas, y servirle libremente por amor.
Pero, ¿hay algo que pueda efectuar este cambio en
nuestro corazón?

La autohumillación del padre

En la vida normal, si un hijo pródigo volvía, todos los habi-


tantes del pueblo acudían a su encuentro, ridiculizando
sus harapos y su suciedad, maldiciéndole por el daño y
por la vergüenza que había causado a la comunidad y
disponiéndose para apedrearlo si su padre lo ordenaba.
Pero en este caso el padre hizo algo extraordinario: salió
corriendo a su encuentro, lo perdonó y lo recibió cálida
y gozosamente.
En el mundo antiguo, ningún hombre importante
correría nunca por ningún motivo. Correr era conside-
rado algo inferior a su dignidad. Incluso el filósofo griego
Aristóteles pensaba así. Para el padre del hijo pródigo,

153
Fundamentos para una ética bíblica

ponerse a correr era humillarse a sí mismo. Salir corriendo


al encuentro de su hijo en lugar de quedarse en casa con
toda dignidad e impasividad hasta que fuese el propio
hijo quien llegase humillado a la puerta y tuviese que
esperar la decisión del padre fue un comportamiento sor-
prendente. Sin embargo, mostró al pródigo cómo era el
verdadero carácter de su padre; poniendo de manifiesto
rasgos de los que nunca se había dado cuenta. El perdón,
la aceptación y la restauración que recibió el pródigo, el
ser aceptado en la familia como hijo, lo movió a amar a
su padre con todo su corazón y a ofrecerle libremente su
servicio.
Por supuesto, esta parte de la parábola tenía como
finalidad señalar lo que Dios ha hecho por nosotros, peca-
dores, mediante Cristo. En el mundo antiguo, la crucifixión
era considerada la muerte más vergonzosa y humillante
que había, razón por la cual el mensaje cristiano de la cruz
parecía vulgar y necio a los filosóficos griegos y escanda-
loso a los religiosos judíos. No obstante, para millones
de personas ha demostrado ser el poder de Dios para la
salvación. Porque no solo ha hecho posibles el perdón y
la reconciliación con Dios, sino que el acto de autohu-
millación por parte de Dios al permitir que sus propias
criaturas crucificasen a su Hijo para que, mediante este
mismo sufrimiento, pudiese lograr su salvación y derra-
mar su amor sobre ellas, ha creado dentro del corazón de
todos los que se arrepienten un amor genuino hacia Dios,
que es el único motivo satisfactorio y adecuado para el
servicio a Dios y la ética cristiana.
El apóstol cristiano Juan lo resume con dos frases
muy cortas: «Nosotros amamos —a Dios— porque él nos

154
17 • El primero y más grande de los mandamientos

amó primero . . . En esto consiste el amor a Dios: en que


obedezcamos sus mandamientos» (1 Juan 4:19; 5:3).

El amor y la obediencia
Comentar la siguiente afirmación: «La base de toda moralidad
verdadera es el amor a Dios expresado en la obediencia a sus
mandamientos».

Comentar la actitud del pródigo hacia su padre. ¿En qué vemos lo


mismo en la actitud de la gente de nuestros días hacia Dios?

¿Cómo nos ayuda esta parábola a comprender la manera en que


el amor a Dios puede nacer en nuestro corazón y en nuestra vida?

155
18
EL SEGUNDO MANDAMIENTO
Según la enseñanza de Jesucristo, el segundo mandamiento
es: «Ama a tu prójimo como a ti mismo» (Mateo 22:39).
No se trata de un mandamiento que inventase en aquel
momento: es una cita del Antiguo Testamento (Levítico 19:18).
Lo razonable de este mandamiento es indiscutible. Si todos
siempre actuásemos así, el mundo pronto se libraría de
mucho, por no decir de la mayoría, de su dolor y sufri-
miento. Pero no siempre actuamos así. ¿Por qué?
Uno de los oyentes de Jesús era experto en el Antiguo
Testamento, pero a él le costaba tanto como a las demás
personas obedecer este mandamiento. Así que intentó
justificarse sugiriendo que
había un problema con el Para el aula
texto que hacía que fuese
casi imposible ponerlo en Haz que tus estudiantes sugie-
ran razones por las que las
práctica. «¿Y quién es mi personas no siempre aman a su
prójimo?» dijo. Lo que que- prójimo como a sí mismas.
ría decir era lo siguiente:
Fundamentos para una ética bíblica

Inventando excusas
¿Era válida la excusa del experto?

Si no, ¿cómo responderías tú a su pregunta?

Por supuesto, no tendría sentido intentar compartir nuestra poca


comida con todos los hambrientos del mundo. Sin embargo, hay
suficiente comida en el mundo para alimentar a todos. Si todos
los gobiernos, todos los empresarios, todos los seres humanos en
todos los lugares amasen a su prójimo y buscasen compartir sus
bienes igualmente, no moriría nadie de hambre. Sin embargo, el
mundo en general no cumple el segundo mandamiento. ¿Acaso
es este un buen motivo para no hacer lo que nosotros podamos
para ponerlo en práctica?

¿qué alcance tiene la palabra «prójimo»?, ¿solo abarca a


los que están más cerca—mi esposa, mis hijos y otros fami-
liares? ¿O abarca a mi vecino, o a todos los que viven en el
mismo edificio? ¿O se refiere a los habitantes de mi pueblo,
de mi país, del mundo? ¿Dónde hay que trazar la raya?
Evidentemente, si amo a mi familia como a mí mismo, y
ellos tienen hambre, compartiré mi comida con ellos a
partes iguales. Pero si intento compartir mi comida con
todos los hambrientos de la ciudad no habrá suficiente
para que viva nadie. ¿Quién exactamente es mi prójimo
entonces? El término «prójimo» es poco preciso, decía y,
por lo tanto, el mandamiento es poco realista e impracti-
cable. Esta entonces es la excusa que puso el experto en el
Antiguo Testamento para no cumplir el segundo manda-
miento (Lucas 10:25–29).

158
18 • El segundo mandamiento

LA PARÁBOLA DEL BUEN SAMARITANO

En esto se presentó un experto en la ley y, para poner


a prueba a Jesús, le hizo esta pregunta: «Maestro, ¿qué
tengo que hacer para heredar la vida eterna?» Jesús
replicó: «¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo la inter-
pretas tú?» Como respuesta el hombre citó: “Ama al
Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser,
con todas tus fuerzas y con toda tu mente”, y: “Ama a
tu prójimo como a ti mismo”». «Bien contestado» —le
dijo Jesús—. «Haz eso y vivirás».

Pero él quería justificarse, así que le preguntó a Jesús:


«¿Y quién es mi prójimo?» Jesús respondió: «Bajaba
un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de
unos ladrones. Le quitaron la ropa, lo golpearon y se
fueron, dejándolo medio muerto. Resulta que viajaba
por el mismo camino un sacerdote quien, al verlo, se
desvió y siguió de largo. Así también llegó a aquel lugar
un levita y, al verlo, se desvió y siguió de largo. Pero
un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba

Para el aula
Esta es una de las parábolas más célebres de Jesús. En primer lugar,
sugiere que los alumnos la lean simplemente como si fuese una
narración—o bien, explícasela con detalle, resaltando lo verosímil y
lo vívido del escenario. El camino que conducía de Jerusalén hasta
Jericó bajaba serpenteando entre acantilados altos y rocosos donde
los bandidos se podían esconder con facilidad y poner emboscadas
a viajeros solitarios. Los atracos eran frecuentes en aquel entonces,
igual que hoy día. Puedes hacer que la clase dramatice también esta
parábola.

159
Fundamentos para una ética bíblica

el hombre y, viéndolo, se compadeció de él. Se acercó,


le curó las heridas con vino y aceite, y se las vendó.
Luego lo montó sobre su propia cabalgadura, lo llevó
a un alojamiento y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos
monedas de plata y se las dio al dueño del alojamiento.
“Cuídemelo —le dijo—, y lo que gaste usted de más, se lo
pagaré cuando yo vuelva”. ¿Cuál de estos tres piensas
que demostró ser el prójimo del que cayó en manos
de los ladrones?» «El que se compadeció de él» —con-
testó el experto en la ley. «Anda entonces y haz tú lo
mismo» —concluyó Jesús. (Lucas 10:25–37)

La primera gran lección de la parábola

Esta parábola contiene varias lecciones. En primer lugar,


cabe tratar la última y principal de ellas (10:36–37). La
excusa ofrecida por el experto para no amar a su pró-
jimo como a sí mismo era una dificultad teórica: no
sabía exactamente a qué persona o personas se refería
el mandamiento con el término «prójimo», al decir el
mandamiento «Ama a tu prójimo como a ti mismo». Por
tanto, planteó la pregunta: «¿Quién es mi prójimo?» Pero
desde un punto de vista práctico, su pregunta teórica
resulta irrelevante e incluso más bien un poco absurda.
El no saber exactamente a cuántas personas del mundo
pudiéramos tener que tratar a lo largo de la vida como
nuestro prójimo no impide que nos comportemos como
prójimo de alguien que en este mismo momento esté
tirado delante nuestro, desesperadamente necesitado. Por
tanto, cuando nuestro Señor llega a la aplicación de la lec-
ción de la parábola, no contesta la pregunta teórica. Más

160
18 • El segundo mandamiento

bien le hace al experto otra pregunta diferente, mucho


más práctica: «¿Cuál de estos tres —el sacerdote, el levita
o el samaritano— piensas que demostró ser el prójimo, —
es decir, actuó como prójimo— del hombre que cayó en
manos de los ladrones?» ¡Esta pregunta no presentaba
ninguna dificultad! Incluso el experto tuvo que reconocer
que fue el samaritano quien se había comportado como
prójimo y quien había tenido compasión del hombre nece-
sitado. «Anda entonces y haz tú lo mismo», dijo Cristo.
La primera lección, entonces, resulta muy clara: nuestro
deber es actuar de manera compasiva, entregada y prác-
tica con las personas con las que nos encontramos en la
vida diaria que tengan cualquier clase de necesidad, siempre
que nos sea posible ayudarlas. Por supuesto, debemos tener
en cuenta la enorme necesidad que hay en nuestro mundo,
pero nuestra incapacidad personal de contribuir notable-
mente a la solución de este problema no nos debe paralizar
ni incapacitar para responder a las necesidades con las que
realmente nos encontramos en el día a día. Y evidentemente
no debe servir de excusa para no actuar como prójimo com-
pasivo con el mayor número de personas posible.
Esta lección se puede reforzar así: otra manera de
expresar el mandamiento «Ama a tu prójimo como a ti
mismo» es la siguiente, que dijo Jesús en otra ocasión:
«Así que en todo traten ustedes a los demás tal y como
quieren que ellos los traten a ustedes» (Mateo 7:12). Si te
atracasen a ti, como le hicieron al hombre de la parábola,
y estuvieses allí tirado al lado del camino, medio muerto,
¿no querrías que te ayudasen los transeúntes? ¿No te que-
jarías amargamente si todo el mundo pasara de largo?
Entonces, trata a cualquier persona que tenga cualquier

161
Fundamentos para una ética bíblica

clase de necesidad de la misma manera que te gustaría


que te tratasen si tuvieras tú aquella misma necesidad.

La segunda gran lección de la parábola

La segunda gran lección de la parábola es esta: si nues-


tra religión no nos mueve a amar a nuestro prójimo como
a nosotros mismos, es una religión inadecuada, e incluso
completamente falsa. Puesto que aquí se trata de una
parábola, y no de un suceso real, Cristo tenía libertad para
escoger a los personajes. El hecho de que escogiese a un
sacerdote y a un levita como los que pasaron sin hacer nada
por ayudar al hombre herido es muy significativo. Tanto el
sacerdote como el levita eran funcionarios religiosos del
templo de Dios en Jerusalén: tenían que haber sido los pri-
meros en amar a su prójimo como a sí mismos. ¿Por qué no
lo hicieron? En el supuesto de que se estuviesen dirigiendo
a Jerusalén a fin de cumplir sus oficios en el templo, quizá
hubieran tenido miedo a tocar a un hombre que se estaba
muriendo, puesto que según sus reglamentos religiosos
cualquier contacto con un cadáver los habría ensuciado, lo
cual les habría impedido, temporalmente, participar de los
servicios del templo (ver Números 19). Pero no se dirigían a
Jerusalén. Ya habían cumplido sus oficios, y estaban regre-
sando a sus casas desde Jerusalén (Lucas 10:31). No había,
por tanto, ningún motivo válido para no ayudar al hombre
herido. Tal vez razonaban que a ellos les correspondía amar
a Dios y servirlo en el templo, y que podían dejar que otros
se encargaran de «amar a su prójimo como a sí mismos».
Si era así, estaban profundamente equivocados.
Es verdad que el primer mandamiento, como vimos

162
18 • El segundo mandamiento

en nuestro último capítulo, es que amemos a Dios con


todo nuestro corazón, con toda nuestra mente, con toda
nuestra alma y con todas nuestras fuerzas; y esta debe ser
siempre nuestra primera prioridad. Pero no es suficiente
por sí solo. En el Nuevo Testamento leemos:

Si alguien afirma: «Yo amo a Dios», pero odia a su


hermano, es un mentiroso; pues el que no ama a su
hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios, a
quien no ha visto. (1 Juan 4:20)

Y también:

Si alguien que posee bienes materiales ve que su her-


mano está pasando necesidad, y no tiene compasión
de él, ¿cómo se puede decir que el amor de Dios habita
en él? (1 Juan 3:17).

La tercera gran lección de la parábola

«Amar a tu prójimo como a ti mismo» implica estar dispues-


tos a ser el prójimo bueno y compasivo no solo de nuestros
amigos, de nuestros compatriotas y de las personas que nos
caigan bien, sino también de las personas que no nos caigan
bien, y hasta de nuestros enemigos. Esta es la conclusión
que se desprende del hecho de que Cristo describiera como
samaritano al hombre que ayudó a la víctima del atraco.1

1 Los samaritanos tenían al menos una parte de la misma Biblia que tenían
los judíos, pero sus lugares de culto no eran los mismos que los de los
judíos. Los judíos, por tanto, odiaban a los samaritanos, y en ocasiones los
perseguían; y los samaritanos a menudo devolvían las hostilidades que
recibían. Ver Lucas 9:51–56; Juan 4.

163
Fundamentos para una ética bíblica

Ahora bien, en la parábola, cuando el samaritano vio


al hombre herido al lado de la carretera, enseguida lo
habría reconocido como judío. Además, es de suponer que
supiera que si este judío no hubiera estado herido, lejos de
permitir que un samaritano lo tocase, le habría insultado
y escupido a la cara. Pero a pesar de todo, el samaritano
se le acercó, realizó los primeros auxilios necesarios, le
cedió su asiento en el asno y comenzó a caminar; lo llevó
a una posada y de su propio bolsillo cubrió todos los gas-
tos hasta que se repuso.
La lección no podría estar más clara. «Amar al prójimo»
implica mucho más que amar a nuestra familia, nuestros
amigos, nuestros compatriotas y nuestro grupo étnico o
religioso. Debemos amar y servir a personas de todos los
grupos étnicos, de todas las religiones, incluso a los que
nos odian y que son nuestros enemigos. Jesús dijo: «Pero
a ustedes que me escuchan les digo: Amen a sus enemigos,
hagan bien a quienes los odian, bendigan a quienes los
maldicen, oren por quienes los maltratan» (Lucas 6:27–28).
Y, por supuesto, a ningún seguidor de Cristo se le permite
perseguir a personas de otras religiones.

UN PROBLEMA PRÁCTICO

Ya hemos visto que, en la ética cristiana, el móvil prin-


cipal detrás de nuestra obediencia al primer y segundo
mandamientos es el amor. Pero es justamente aquí donde
se encuentra nuestro problema fundamental. La razón
por la que no nos comportamos adecuadamente ni con
Dios ni con nuestro prójimo es que no los amamos; y lo
que es más, por mucho que nos esforcemos, a menudo

164
18 • El segundo mandamiento

encontramos no solo difícil sino imposible amarlos. Sería


inútil, por tanto, que Jesús se limitase a decirnos que debe-
mos amar a Dios y a nuestro prójimo sin explicar dónde
podemos encontrar el amor para amarlos. Sin el combusti-
ble del amor, la máquina de la ética cristiana no arrancará
jamás. Pero Cristo comprendió este problema; y esta es
una de las respuestas que nos ofrece.

La historia de la mujer que entró


en la casa de Simón

Uno de los fariseos invitó a Jesús a comer, así que fue a


la casa del fariseo y se sentó a la mesa. Ahora bien, vivía
en aquel pueblo una mujer que tenía fama de pecadora.
Cuando ella se enteró de que Jesús estaba comiendo en
casa del fariseo, se presentó con un frasco de alabastro
lleno de perfume. Llorando, se arrojó a los pies de Jesús,
de manera que se los bañaba en lágrimas. Luego se los
secó con los cabellos; también se los besaba y se los
ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había
invitado dijo para sí: «Si este hombre fuera profeta,
sabría quién es la que lo está tocando, y qué clase de
mujer es: una pecadora. Entonces Jesús le dijo a manera
de respuesta: «Simón, tengo algo que decirte» «Dime,
Maestro» respondió. «Dos hombres le debían dinero a
cierto prestamista. Uno le debía quinientas monedas
de plata, y el otro cincuenta. Como no tenían con qué
pagarle, les perdonó la deuda a los dos. Ahora bien, ¿cuál
de los dos lo amará más?» «Supongo que aquel a quien
más le perdonó» —contestó Simón. «Has juzgado bien»
—le dijo Jesús. Luego se volvió hacia la mujer y le dijo a

165
Fundamentos para una ética bíblica

Simón: «¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa, no


me diste agua para los pies, pero ella me ha bañado los
pies en lágrimas y me los ha secado con sus cabellos. Tú
no me besaste, pero ella, desde que entré, no ha dejado
de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con
aceite, pero ella me ungió los pies con perfume. Por
esto te digo: si ella ha amado mucho, es que sus muchos
pecados le han sido perdonados. Pero a quien poco se
le perdona, poco ama.» Entonces le dijo Jesús a ella:
«Tus pecados quedan perdonados». Los otros invitados
comenzaron a decir entre sí: «¿Quién es este, que hasta
perdona pecados?» «Tu fe te ha salvado» —le dijo Jesús
a la mujer—; «vete en paz.» (Lucas 7:36–50)

Un vívido contraste. Por un lado, vemos a una mujer


que anteriormente había sido muy pecadora pero que
ahora amaba profundamente a Jesús y lo demostraba con
sus acciones. Por otro lado, vemos a un hombre exte-
riormente recto y muy religioso que trataba a Jesús de
manera educada y lo había convidado a cenar a su casa,
pero que no le tenía el más mínimo amor ni afecto y lo
demostraba por su inacción.
La parábola de los dos deudores. Esta parábola esta-
blece el sencillo pero profundamente importante principio
según el cual cuando uno acumula una deuda enorme con
alguien, de modo que es incapaz de pagar, y su acreedor le
perdona la deuda, el deudor amará a su acreedor. En otras
palabras, el amor nace del perdón; y cuanto más grande la
deuda, mayor será el amor cuando la deuda es perdonada.
La aplicación de la parábola. El pecado es como la
deuda: todos hemos pecado. Además, somos incapaces de

166
18 • El segundo mandamiento

pagar la deuda. No hay buenas obras en el futuro que val-


gan para cancelar la deuda del pasado. Puesto que nuestro
deber fundamental como seres humanos es amar a Dios
con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente y con
todas nuestras fuerzas, jamás podremos ir más allá de
nuestro deber a fin de suplir nuestras deficiencias en el
pasado. Además, si debo diez mil millones de euros y no
los puedo pagar, estoy en bancarrota. Si solo debo mil
euros y no los puedo pagar, también estoy en bancarrota.
Hayamos pecado poco o mucho, en ambos casos estamos
en bancarrota.
Sin embargo, Cristo nos puede perdonar, y cuando
lo hace también nos da la seguridad de que hemos sido
perdonados, lo cual produce en nuestro corazón un amor
espontáneo hacia Dios, hacia Cristo y hacia las personas:
se trata de un amor que no existía anteriormente y de un
amor que jamás podríamos haber generado por nuestra
fuerza de voluntad.
Cristo explica el amor de la mujer. Había sido prostituta.
Pero se convirtió gracias a su fe en Jesús. Y Jesús había
perdonado todos sus pecados, asegurándole el perdón y la
aceptación por parte de Dios. Como resultado, brotó en
ella un amor a Jesús que no pudo por menos que expresar.
Cristo hace un diagnóstico de la falta de amor por parte
de Simón. A diferencia de la mujer, Simón era muy reli-
gioso y, al menos exteriormente, moralmente recto. Pero
no tenía amor alguno a Jesús, ni comprendía en absoluto la
demostración de amor a Jesús que hizo la mujer. ¿Por qué?
Porque, aparentemente, jamás había tenido ninguna expe-
riencia de conversión, ni se había dado cuenta de la medida
de su propio pecado. De hecho, nunca había acudido a

167
Fundamentos para una ética bíblica

Jesús en busca de perdón, ni tenía en su corazón ninguna


seguridad de haber sido perdonado. Su religión bien podía
ser formalmente muy correcta, y su moralidad respetable
exteriormente, pero carecía de la capacidad de amar a Dios
con todo su corazón y a su prójimo como a sí mismo.

UNA ÚLTIMA LECCIÓN

Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: «Señor, ¿cuán-


tas veces tengo que perdonar a mi hermano que peca
contra mí? ¿Hasta siete veces?» «No te digo que hasta
siete veces, sino hasta setenta y siete veces» —le con-
testó Jesús.

«Por eso el reino de los cielos se parece a un rey que


quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al comenzar a
hacerlo, se le presentó uno que le debía miles y miles
de monedas de oro. Como él no tenía con qué pagar,
el señor mandó que lo vendieran a él, a su esposa y a
sus hijos, y todo lo que tenía, para así saldar la deuda.
El siervo se postró delante de él. “Tenga paciencia
conmigo” —le rogó—, “y se lo pagaré todo”. El señor
se compadeció de su siervo, le perdonó la deuda y
lo dejó en libertad. Al salir, aquel siervo se encontró
con uno de sus compañeros que le debía cien mone-
das de plata. Lo agarró por el cuello y comenzó a
estrangularlo. “¡Págame lo que me debes!”, le exigió.
Su compañero se postró delante de él. “Ten paciencia
conmigo” —le rogó—, “y te lo pagaré”. Pero él se negó.
Más bien fue y lo hizo meter en la cárcel hasta que
pagara la deuda. Cuando los demás siervos vieron lo

168
18 • El segundo mandamiento

ocurrido, se entristecieron mucho y fueron a contarle


a su señor todo lo que había sucedido. Entonces el
señor mandó llamar al siervo. “¡Siervo malvado!” —le
increpó—. “Te perdoné toda aquella deuda porque me
lo suplicaste. ¿No debías tú también haberte compa-
decido de tu compañero, así como yo me compadecí
de ti?” Y, enojado, su señor lo entregó a los carceleros
para que lo torturaran hasta que pagara todo lo que
debía. Así también mi Padre celestial los tratará a uste-
des, a menos que cada uno perdone de corazón a su
hermano». (Mateo 18:21–35)

Esta es otra parábola en la cual se compara el pecado con


la deuda. Nos ofrece otro ejemplo de la capacidad de Jesús
de evocar, con un mínimo de palabras, una escena inten-
samente vívida. Su relevancia para el presente estudio es
evidente. Nos dice que alguien que afirme haber sido per-
donado por Cristo, pero que no esté dispuesto a perdonar
a quien lo haya ofendido, aun cuando esta persona se arre-
pienta, no puede considerarse cristiano. Es un embustero.

169
19
LA ACTITUD CRISTIANA
HACIA EL TRABAJO
En este capítulo estudiaremos nuestro trabajo diario. Algunas
personas disfrutan tanto de su trabajo que tienen muy poco
interés en cualquier otra cosa. A otras personas, en cambio,
les resulta tan duro y tedioso que preferirían no tener que
trabajar. Y otros sufren el infortunio del paro y desean poder
hacer cualquier clase de trabajo, por duro que sea. ¿Por qué
hay que trabajar? ¿Hay otras recompensas y beneficios del
trabajo aparte de la comida, la ropa y el dinero? Por básica
que parezca esta pregunta, nos pueden sorprender las res-
puestas que ofrecen las personas, si han pensado en ella.
Jesús tenía mucho que decir acerca de nuestro tra-
bajo diario, pero la esencia de su enseñanza al respecto
se puede resumir así: es de suma importancia, en primer
lugar, dejar que el trabajo que realizamos se rija por los
principios morales y espirituales del reino de Dios y, en
segundo lugar, recordar que nuestro trabajo conlleva un
significado eterno para bien o para mal. De modo que Jesús:
Fundamentos para una ética bíblica

1. Nos provee alicientes fuertes y verdaderos para el


trabajo.
2. Nos enseña cómo sacar el máximo beneficio de
nuestro trabajo.
3. Nos advierte contra el peligro de que nuestro tra-
bajo nos prive de las riquezas más verdaderas, más
nobles y más duraderas de la vida.

LA PRINCIPAL MOTIVACIÓN Y LA PRINCIPAL


RECOMPENSA DEL TRABAJO

La formación de un carácter recto

Según Cristo, una de las mayores recompensas que debería-


mos buscar en nuestro trabajo, sea remunerado o no, es la
formación del carácter. Esto es lo que dice:

Así que no se preocupen diciendo: “¿Qué comeremos?”


o “¿Qué beberemos?” o “¿Con qué nos vestiremos?” Los
paganos andan tras todas estas cosas, pero el Padre
celestial sabe que ustedes las necesitan. Más bien, bus-
quen primeramente el reino de Dios y su justicia, y
todas estas cosas les serán añadidas. (Mateo 6:31–33)

Cristo no está diciendo aquí que esté mal trabajar a fin


de ganarse la vida. Dios mismo sabe que tenemos necesidad
de comida y de ropa, y el trabajo es la manera normal de
cubrir estas necesidades. Pero estas cosas no son el princi-
pal beneficio que se obtiene del trabajo, ni tendrían que ser
nuestra principal motivación al trabajar. Debemos buscar
primeramente el reino de Dios, dice Cristo, y su justicia; es

172
19 • La actitud cristiana frente al trabajo

Para el aula
Comienza la lección haciendo a los alumnos unas cuantas pre-
guntas que los ayuden a considerar las distinciones necesarias en
relación con el trabajo.

¿Por qué hay que trabajar?

Respuesta probable: a fin de producir comida, o para ganar sufi-


ciente dinero para comprar comida, ropa y todas las demás cosas
que necesitamos y que nos agradan.

Esta respuesta es correcta, hasta cierto punto, y la Biblia la da por


válida (2 Tesalonicenses 3:7–12). El Creador nos creó con estómagos,
de modo que tenemos hambre y necesitamos comer. El Creador
ha provisto comida —aunque en muchas partes del mundo se dis-
tribuye mal—; pero al mismo tiempo ha ordenado las cosas de tal
modo que hay que trabajar para obtener esta comida.

¿Hay otras recompensas y beneficios que da el trabajo aparte de la


comida, la ropa y el dinero?

Algunas respuestas probables:

1. El trabajo físico es bueno para el cuerpo. La falta de ejercicio


debilita el corazón y los músculos.

2. No tener nada que hacer es aburrido y poco saludable


psicológicamente.

3. El trabajo en sí puede resultar agradable. Es duro ser futbolista


profesional o bailarina de ballet. Pero el trabajo en sí es agra-
dable, aparte del dinero que aporta.

4. Es psicológicamente beneficioso sentir que somos necesarios.


El trabajo de una madre al cuidar a sus niños es duro; no obs-
tante, le complace comprobar que sus hijos la necesitan, y está
dispuesta a trabajar para ellos aunque no cobre nada por su
trabajo.

173
Fundamentos para una ética bíblica

decir, nuestro primer objetivo debe ser que se lleve a cabo el


gobierno real de Dios en todo lo que hagamos, a fin de que
en la medida en que le obedezcamos con constancia, se vaya
formando en nuestro interior un carácter recto e íntegro.
Supongamos que alguien quiere ser un futbolista de
rango mundial. ¿Cómo lo podrá conseguir? Por supuesto,
puede comenzar leyendo todos los libros de fútbol que
encuentre y aprendiéndose todas las reglas. Sin embargo,
no basta con esto. Si quiere ser futbolista, tiene que salir a
jugar, y tiene que entrenar con regularidad. De este modo
aprenderá a reaccionar con rapidez, a controlar los pases
de balón y su temperamento, a ceñirse a las reglas y a
jugar limpio, aun cuando el árbitro no esté mirando. Esto
lo ayuda no solo a tener éxito jugando: también contri-
buye a su desarrollo como persona. Sirve para desarrollar
sus habilidades, para formar su carácter como jugador
limpio y como persona honesta. Por otro lado, si hace
trampas al tocar con la mano el balón en un momento
crítico, a lo mejor su equipo ganará, pero se habrá perju-
dicado como persona: se convertirá en una persona menos
honesta, menos buena, como resultado. Su carácter, su
calidad como ser humano habrá disminuido.
Y pasa lo mismo en la vida diaria. La Biblia nos dice que
debemos ser valientes, honestos y amantes de la verdad, en
vez de hacer trampas, decir mentiras, robar, ser inmorales,
avariciosos, envidiosos, celosos, rencorosos y del mal carác-
ter. Pero el hecho de leer estos mandamientos en la Biblia
no será suficiente para que estas virtudes lleguen a formar
parte de nuestro carácter. Para que esto ocurra, hará falta
que practiquemos con constancia y perseverancia el buen
comportamiento y la resistencia ante la tentación. Según

174
19 • La actitud cristiana frente al trabajo

las enseñanzas de Cristo, entonces, el principal beneficio


que resulta del trabajo de cada día es que nos propor-
ciona esta oportunidad de practicar la obediencia a las
normas de Dios relativas al comportamiento, de modo que
se forme en nosotros un carácter fuerte, sano y recto. Por
otro lado, nos enfrentaremos con muchas tentaciones en
el curso de nuestro trabajo diario. Si cedemos ante ellas
y somos perezosos y poco confiables, o si hacemos tram-
pas y decimos mentiras, o si somos avaros y egoístas, tal
vez aparentaremos tener éxito, e incluso puede que gane-
mos mucho dinero y tengamos un estatus más alto; no
obstante, nos perjudicaremos de manera seria, y quizás
irreversible, a nosotros mismos y a nuestro carácter, y aca-
baremos sufriendo una pérdida incalculable.

¿Cuán graves y permanentes


podrían llegar a ser los daños?

Cristo enseña que, aunque nuestro trabajo desaparezca y


sea olvidado, el efecto que habrá tenido en nuestro carácter
durará para siempre. Por tanto, cuando Cristo se encontró
con gente que, a pesar de ser aparentemente religiosos, solo
estaban motivados por la avaricia y no se preocupaban ni
por Dios ni por el prójimo, les explicó la famosa pero trágica
historia del rico y Lázaro (Lucas 16:19–31). Leer la parábola y
comentar la razón por la que, según la historia, el hombre
rico sufrió tantos tormentos después de la muerte.

«Había un hombre rico que se vestía lujosamente y


daba espléndidos banquetes todos los días. A la puerta
de su casa se tendía un mendigo llamado Lázaro, que

175
Fundamentos para una ética bíblica

estaba cubierto de llagas y que hubiera querido llenarse


el estómago con lo que caía de la mesa del rico. Hasta
los perros se acercaban y le lamían las llagas. Resulta
que murió el mendigo, y los ángeles se lo llevaron para
que estuviera al lado de Abraham. También murió el
rico, y lo sepultaron. En el infierno, en medio de sus tor-
mentos, el rico levantó los ojos y vio de lejos a Abraham,
y a Lázaro junto a él. Así que alzó la voz y lo llamó:
“Padre Abraham, ten compasión de mí y manda a Lázaro
que moje la punta del dedo en agua y me refresque la
lengua, porque estoy sufriendo mucho en este fuego”.
Pero Abraham le contestó: “Hijo, recuerda que durante
tu vida te fue muy bien, mientras que a Lázaro le fue
muy mal; pero ahora a él le toca recibir consuelo aquí,
y a ti, sufrir terriblemente. Además de eso, hay un gran
abismo entre nosotros y ustedes, de modo que los que
quieren pasar de aquí para allá no pueden, ni tampoco
pueden los de allá para acá”. Él respondió: “Entonces te
ruego, padre, que mandes a Lázaro a la casa de mi padre,
para que advierta a mis cinco hermanos y no vengan
ellos también a este lugar de tormento”. Pero Abraham
le contestó: “Ya tienen a Moisés y a los profetas; ¡que les
hagan caso a ellos!” “No les harán caso, padre Abraham”
—replicó el rico—; “en cambio, si se les presentara uno
de entre los muertos, entonces sí se arrepentirían”.
Abraham le dijo: “Si no les hacen caso a Moisés y a los
profetas, tampoco se convencerán aunque alguien se
levante de entre los muertos”». (Lucas 16:19–31)

No fue por el hecho de ser rico durante su vida. Fue


porque solo había vivido para ganar dinero para satisfacer

176
19 • La actitud cristiana frente al trabajo

sus propios caprichos egoístas. El segundo gran manda-


miento de la ley de Dios decía, como vimos en el último
capítulo, «Ama a tu prójimo como a ti mismo». Ahora
bien, en el portal de la casa del hombre rico vivía un men-
digo desamparado. Pero el rico no hizo el más mínimo
gesto para ayudarlo. No es que el rico desconociese los
mandamientos. Abraham le recordó que él y sus hermanos
tenían a Moisés y a los profetas, es decir, las escrituras del
Antiguo Testamento. Pero simplemente creía que no sería
muy diferente si obedecía las escrituras o no, si buscaba
primero el reino de Dios y su justicia o no. Descubrió,
cuando ya fue demasiado tarde para cambiar su modo de
vivir, que el carácter que formamos aquí en la tierra tiene
un significado y una duración eternos.

CÓMO SACAR EL MÁXIMO


PROVECHO DEL TRABAJO

Uno de entre la multitud le pidió: «Maestro, dile a


mi hermano que comparta la herencia conmigo.»
«Hombre» —replicó Jesús—, «¿quién me nombró a
mí juez o árbitro entre ustedes? ¡Tengan cuidado!» —
advirtió a la gente—. «Absténganse de toda avaricia;
la vida de una persona no depende de la abundancia
de sus bienes». Entonces les contó esta parábola: «El
terreno de un hombre rico le produjo una buena cose-
cha. Así que se puso a pensar: “¿Qué voy a hacer? No
tengo dónde almacenar mi cosecha”. Por fin dijo: “Ya
sé lo que voy a hacer: derribaré mis graneros y cons-
truiré otros más grandes, donde pueda almacenar
todo mi grano y mis bienes. Y diré: Alma mía, ya tienes

177
Fundamentos para una ética bíblica

bastantes cosas buenas guardadas para muchos años.


Descansa, come, bebe y goza de la vida”. Pero Dios le
dijo: “¡Necio! Esta misma noche te van a reclamar la
vida. ¿Y quién se quedará con lo que has acumulado?”
Así le sucede al que acumula riquezas para sí mismo,
en vez de ser rico delante de Dios». (Lucas 12:13–21)

Esta parábola también trata sobre el beneficio que nos


aporta el trabajo diario. Fíjate que no dice que esté mal
que el agricultor trabaje duro y consiga grandes beneficios.
Lo que se critica es lo que eligió hacer con los beneficios
conseguidos. Tampoco se le critica por querer disfrutar de
los beneficios; al contrario, el problema era que su actitud
errónea frente a los beneficios le garantizó el mínimo, no
el máximo, disfrute de ellos.
Su primer error: almacenó el fruto de su trabajo en el
«lugar» equivocado. Sus campos produjeron mucho más
de lo que sus necesidades inmediatas le reclamaban. Por
tanto, decidió construir graneros más grandes a fin de
poder almacenar las cosechas aquí en la tierra: «Tienes
bastantes cosas buenas guardadas para muchos años.
Descansa, come, bebe y goza de la vida» (12:19).
Pero se había olvidado de que la duración de nues-
tra vida aquí en la tierra es incierta. Simplemente daba
por sentado que seguiría viviendo durante muchos años,
mientras que en realidad murió de repente aquella misma
noche. Y Dios le llamó necio, porque ahora resultaba evi-
dente que había estado guardando sus bienes en el lugar
equivocado. De pronto tuvo que abandonarlos allí donde
ya no podría sacar ningún provecho de ellos. A partir de
ahora serían de otra persona.

178
19 • La actitud cristiana frente al trabajo

Pero tal vez alguien proteste: ¡no tenía ningún otro


lugar en donde guardar sus bienes! La respuesta que
ofrece la Biblia es que, si hubiese decidido usar sus bie-
nes en beneficio de los demás y no solo para sí mismo,
habría acumulado tesoro en el cielo (Mateo 6:19–21). La
Biblia también dice lo siguiente:

A los ricos de este mundo, mándales que no sean arro-


gantes ni pongan su esperanza en las riquezas, que son
tan inseguras, sino en Dios, que nos provee de todo
en abundancia para que lo disfrutemos. Mándales que
hagan el bien, que sean ricos en buenas obras, y genero-
sos, dispuestos a compartir lo que tienen. De este modo
atesorarán para sí un seguro caudal para el futuro y
obtendrán la vida verdadera. (1 Timoteo 6:17–19)

Pero ¿cómo es posible que usar los beneficios en bene-


ficio de los demás sirva para «atesorar un seguro caudal
para el futuro —“el mundo venidero”, traducido literal-
mente—»? Echemos mano de una ilustración. Supongamos
que alguien es nombrado director de una pequeña indus-
tria. Si emplea con sabiduría los beneficios de la empresa
para sacarla adelante, mejorar el nivel de vida de los
trabajadores y enriquecer a toda la comunidad, habrá
desarrollado su propio potencial y sus propias habilidades
como director, y su empleador posiblemente lo promoverá
y lo nombrará director de una empresa mucho más grande.
Incluso podría ser nombrado ministro de Industria del
Estado. Pero supongamos que cede a la tentación y aprove-
cha los beneficios de la compañía para comprarse una casa
lujosa y coches muy caros; perjudicará su propio carácter

179
Fundamentos para una ética bíblica

y se hará poco merecedor de cualquier clase de promoción.


Incluso, podría ser procesado y acabar en la cárcel.
Asimismo, Cristo enseña que la actitud que uno tiene
frente a la vida, el trabajo, los bienes y los beneficios aquí
en esta vida lo hace digno—o indigno—de recibir mayores
responsabilidades en la vida venidera.

EL PELIGRO DE QUE EL TRABAJO


EXCLUYA A DIOS DE LA VIDA

El segundo error del rico agricultor: olvidó que, para ser


realmente rico, hay que serlo no solo en lo material, sino
también en lo espiritual. Las riquezas materiales son de
mínima importancia en comparación con las espirituales.
Una chica que valorase mucho un anillo de compro-
miso y no tuviera ningún interés en el hombre que se
lo dio, vaciaría el propio anillo de todo su significado. El
agricultor necio permitió que la prosperidad material des-
plazase fuera de su vida cualquier preocupación por Dios,
cualquier interés en una relación vital con él y cualquier
deseo de obedecerle. La prosperidad material lo llevó a la
miseria espiritual en esta vida y murió sin estar preparado
para encontrarse con Dios en la otra vida. «Así le sucede»,
dijo Cristo, «al que acumula riquezas para sí mismo, en
vez de ser rico delante de Dios» (Lucas 12:21).
Si queremos ser ricos para con Dios debemos recor-
dar que, por importante que sea el trabajo, solo hay una
prioridad de suprema importancia en la vida: cultivar la
amistad y la comunión con Dios. Él es nuestro Creador,
y nos creó con la intención de que realicemos nuestro
trabajo diario. Pero jamás fue su intención que fuésemos

180
19 • La actitud cristiana frente al trabajo

Marta y María
¿Cuál es la relevancia del incidente descrito en Lucas 10:38–42 en
relación con el tema de este capítulo?

Mientras iba de camino con sus discípulos, Jesús entró en una


aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Tenía ella
una hermana llamada María que, sentada a los pies del Señor,
escuchaba lo que él decía. Marta, por su parte, se sentía abrumada
porque tenía mucho que hacer. Así que se acercó a él y le dijo:
«Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sirviendo
sola? ¡Dile que me ayude!» «Marta, Marta» —le contestó Jesús—,
«estás inquieta y preocupada por muchas cosas, pero solo una
es necesaria. María ha escogido la mejor, y nadie se la quitará».
(Lucas 10:38–42)

esclavos. Quiere que trabajemos para él por amor. Y a


fin de poderlo amar, primero tenemos que ser reconcilia-
dos con él, recibir el Espíritu de Jesús, el Hijo de Dios, y
así convertirnos en hijos de Dios libres (Romanos 8:14–17).
Solo de este modo podremos poner en práctica los princi-
pios del reino de Dios en nuestro trabajo diario. Entonces,
¿cómo llegamos a conocer a Dios de esta manera? Jesús
nos lo explica: él mismo es el camino al Padre (Juan 14:6).

181
20
LA VIDA VENIDERA Y SU
RELEVANCIA PARA LA
ÉTICA CRISTIANA

Se desprende del capítulo 19 que Jesús enseñaba que uno de


los principales marcos de referencia para la ética cristiana
lo constituye no solo la convicción sincera de que existe
una dimensión espiritual en la vida de este mundo, sino
también la convicción específica en cuanto a la realidad
de la vida venidera y de la existencia tanto del cielo como
del infierno. Sin embargo, muchas personas que admiran y
quisieran seguir la ética de Cristo encuentran muy difícil
aceptar este marco de referencia. Pero si lo rechazamos,
sacamos de la ética cristiana una parte importante de
la motivación que subyace a ella; y un sistema ético sin
motivación es un sistema ético prácticamente inútil. Aquí
trataremos a fondo dos de las objeciones —entre otras
muchas— que algunas personas plantean en contra de la
idea del cielo—y del infierno.
Fundamentos para una ética bíblica

Primera objeción. La idea del cielo no es más que escapismo.


Hace que la gente soporte unas condiciones sociales y econó-
micas indignas en la tierra, en lugar de luchar con vigor para
mejorarlas, con la vana esperanza de ver compensado en el
paraíso de la otra vida todo lo que hayan sufrido en esta. Por
tanto, no hace sino desvirtuar la vida en la tierra y subvertir
todo intento de mejorar las condiciones presentes.
Sin embargo, lo que ocurre es exactamente lo contra-
rio. La enseñanza de Cristo acerca del cielo y del infierno
confiere a la vida aquí una importancia infinita. Según
Cristo, toda actitud que no sea una colaboración con el
Creador entregada y comprometida en el uso de nuestras
habilidades y en el desarrollo responsable de los recursos
de la tierra para la gloria de Dios y para el bien de nuestra
familia, de nuestra nación y de nuestro mundo, tendrá
consecuencias ruinosas para nosotros, no solo durante
esta vida corta y temporal que se nos ha dado aquí, sino
también durante toda la eternidad.
Un niño que crea que la vida se acaba cuando deja
la escuela a la edad de dieciséis años, y que no existe
ningún «mundo adulto» más allá de la escuela, corre
el peligro de desperdiciar el tiempo en la escuela y de
no tomar en serio sus clases. De hecho, el problema que
tienen muchos alumnos es justamente este: no tienen
comprensión alguna de lo seria que es la vida después
de la escuela; como consecuencia, no aprovechan bien el
tiempo en la escuela y llegan a la vida adulta muy poco
preparados. Así es, según dice Cristo, con las personas que
no se toman en serio el cielo y el infierno, porque esta
vida es la escuela que nos prepara para la próxima.

184
20 • La vida venidera y su relevancia para la ética cristiana

Por supuesto, la pregunta lógica que cabe preguntarse


aquí es la siguiente: ¿qué evidencias tenemos de que el
mundo venidero es una realidad? La respuesta que ofrece
la Biblia tiene que ver con las evidencias históricas de la
resurrección literal de Jesucristo.1 Baste decir, de momento,
que según enseña el apóstol Pablo en 1 Corintios 15, la
resurrección de Jesucristo en el pasado es la garantía de
que, un día en el futuro, todos los que hayan creído en él
durante esta vida serán resucitados para vivir con él en
el mundo venidero. Y es la realidad del mundo venidero
lo que nos asegura que nuestro trabajo en la tierra vale
la pena, y que vale la pena de modo que complazca al
Señor, quien nos lo dio. Se trata, como la Biblia dice, de
que estemos «progresando siempre en la obra del Señor,
conscientes de que su trabajo en el Señor no es en vano»
(1 Corintios 15:58). De este modo, la convicción de la reali-
dad de la vida venidera resulta ser un estímulo poderoso
para la vida aquí en la tierra.

Segunda objeción. Si hay un Dios, deberíamos servirlo por


amor y no por lo que podamos sacar en forma de recompensa
en el cielo.
Sin embargo, esta objeción se desvanece en el
momento que comprendemos primero en lo que no con-
siste la recompensa, y después en lo que sí consiste.
Contrariamente a lo que mucha gente cree, la recom-
pensa por las buenas obras no es la salvación y el ser
aceptado por Dios, ni el perdón y la vida eterna. La Biblia
dice muy claramente que estas cosas son un regalo que
recibimos gratuitamente; no se pueden ganar a través de

1 Ver el Apéndice B para algunos de los puntos fundamentales.

185
Fundamentos para una ética bíblica

las buenas obras: «Porque por gracia —es decir: por los
favores inmerecidos por parte de Dios— ustedes han sido
salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino
que es el regalo de Dios, no por obras . . .» (Efesios 2:8–9).
Este hecho, que la aceptación por parte de Dios no se
puede ganar, resulta difícil de comprender para muchas
personas. Estamos acostumbrados a pagar lo que tenemos
y nos cuesta deshacernos de la idea de que podemos pagar
la salvación de Dios mediante nuestras buenas obras. Esto
demuestra que no hemos comprendido la seriedad del
diagnóstico que Dios ha hecho del pecado humano. La
Biblia explica que «nadie será justificado —es decir: decla-
rado justo— en presencia de Dios por hacer las obras que
exige la ley; más bien, mediante la ley cobramos concien-
cia del pecado» (Romanos 3:20). Y esto es verdad. Cuando
procuramos observar la ley de Dios a partir de nuestros
recursos humanos nos damos cuenta de que fracasamos
y de que «todos han pecado y están privados de la gloria
de Dios» (Romanos 3:23). Si Dios nos ha de perdonar, ten-
drá que ser a partir de su amor y misericordia. Ningún
ser humano podrá jactarse jamás de que se haya ganado
el perdón. Es por esto por lo que la Biblia desvía nuestra
atención de nuestras propias obras y apunta hacia lo que
Cristo hizo en la cruz cuando «murió por nuestros peca-
dos». Es la fe en la validez de su obra, no la nuestra, lo
que nos salva.
Al llegar a este punto alguien podría replicar: «Si me
dices que mi aceptación para con Dios no se funda en mis
buenas obras, entonces restas importancia a mi ética, pues
lo que me estás diciendo es que puedo vivir como quiera,
que Dios me salvará al final.» ¡No! En el mismísimo texto

186
20 • La vida venidera y su relevancia para la ética cristiana

donde la Biblia enseña que la salvación no es ninguna


recompensa por las buenas obras, dice lo siguiente acerca
de los que creen en Cristo: «Porque somos hechura de
Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales
Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en
práctica» (Efesios 2:10). Es decir, las buenas obras son la
evidencia y el resultado de nuestra aceptación por parte
de Dios, y no la base. Más adelante consideraremos dos
ejemplos de ello.
Pero ¿cuál es la recompensa de las buenas obras? Es
la capacidad y la oportunidad de involucrarnos en más
trabajo, y en trabajo cada vez más importante. Leer la
famosa parábola del dinero2:

Como la gente lo escuchaba, pasó a contarles una


parábola, porque estaba cerca de Jerusalén y la gente
pensaba que el reino de Dios iba a manifestarse en
cualquier momento. Así que les dijo: «Un hombre de la
nobleza se fue a un país lejano para ser coronado rey y
luego regresar. Llamó a diez de sus siervos y entregó a
cada cual una buena cantidad de dinero. Les instruyó:
“Hagan negocio con este dinero hasta que yo vuelva”.
Pero sus súbditos lo odiaban y mandaron tras él una
delegación a decir: “No queremos a este por rey”. A
pesar de todo, fue nombrado rey. Cuando regresó a su
país, mandó llamar a los siervos a quienes había entre-
gado el dinero, para enterarse de lo que habían ganado.
Se presentó el primero y dijo: “Señor, su dinero ha pro-
ducido diez veces más”. “¡Hiciste bien, siervo bueno!”

2 En las traducciones más antiguas de la Biblia en español, se utiliza el


término «minas», lo que se refería a una unidad de moneda.

187
Fundamentos para una ética bíblica

—le respondió el rey—. “Puesto que has sido fiel en tan


poca cosa, te doy el gobierno de diez ciudades”. Se pre-
sentó el segundo y dijo: “Señor, su dinero ha producido
cinco veces más”. El rey le respondió: “A ti te pongo
sobre cinco ciudades”. Llegó otro siervo y dijo: “Señor,
aquí tiene su dinero; lo he tenido guardado, envuelto
en un pañuelo. Es que le tenía miedo a usted, que es
un hombre muy exigente: toma lo que no depositó y
cosecha lo que no sembró”. El rey le contestó: “Siervo
malo, con tus propias palabras te voy a juzgar. ¿Así que
sabías que soy muy exigente, que tomo lo que no depo-
sité y cosecho lo que no sembré? Entonces, ¿por qué
no pusiste mi dinero en el banco, para que al regresar
pudiera reclamar los intereses?” Luego dijo a los pre-
sentes: “Quítenle el dinero y dénselo al que recibió diez
veces más”. “Señor” —protestaron—, “¡él ya tiene diez
veces más!” El rey contestó: “Les aseguro que a todo
el que tiene, se le dará más, pero al que no tiene, se le
quitará hasta lo que tiene. Pero, en cuanto a esos ene-
migos míos que no me querían por rey, tráiganlos acá
y mátenlos delante de mí”». (Lucas 19:11–27)

Fíjate que el hombre que había usado su dinero con


sabiduría, multiplicándolo por diez, como recompensa fue
hecho administrador de diez ciudades—un grado de res-
ponsabilidad mucho más alto que administrar una gran
suma de dinero. Porque, a fin de cuentas, es razonable
que a una persona que haya llevado con responsabilidad
y empeño una pequeña industria se le encargue más ade-
lante dirigir un gran complejo industrial.

188
20 • La vida venidera y su relevancia para la ética cristiana

EL EFECTO DE LA SALVACIÓN SOBRE


LA ÉTICA CRISTIANA DEL TRABAJO

Consideremos ahora el relato de Lucas acerca de los


encuentros de Cristo con dos hombres distintos–un pobre
y un rico.

Sucedió que al acercarse Jesús a Jericó, estaba un ciego


sentado junto al camino pidiendo limosna. Cuando
oyó a la multitud que pasaba, preguntó qué acontecía.
«Jesús de Nazaret está pasando por aquí» —le respon-
dieron. «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!»
—gritó el ciego. Los que iban delante lo reprendían para
que se callara, pero él se puso a gritar aún más fuerte:
«¡Hijo de David, ten compasión de mí!» Jesús se
detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando el ciego se
acercó, le preguntó Jesús: «¿Qué quieres que haga por
ti?» «Señor, quiero ver». «¡Recibe la vista!» —le dijo
Jesús—. «Tu fe te ha sanado». Al instante recobró la
vista. Entonces, glorificando a Dios, comenzó a seguir a
Jesús, y todos los que lo vieron daban alabanza a Dios.

Jesús llegó a Jericó y comenzó a cruzar la ciudad.


Resulta que había allí un hombre llamado Zaqueo,
jefe de los recaudadores de impuestos, que era muy
rico. Estaba tratando de ver quién era Jesús, pero la
multitud se lo impedía, pues era de baja estatura. Por
eso se adelantó corriendo y se subió a un árbol sicó-
moro para poder verlo, ya que Jesús iba a pasar por
allí. Llegando al lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo:

189
Fundamentos para una ética bíblica

«Zaqueo, baja en seguida. Tengo que quedarme hoy en


tu casa». Así que se apresuró a bajar y, muy contento,
recibió a Jesús en su casa. Al ver esto, todos empezaron
a murmurar: «Ha ido a hospedarse con un pecador».
Pero Zaqueo dijo resueltamente: «Mira, Señor: Ahora
mismo voy a dar a los pobres la mitad de mis bie-
nes y, si en algo he defraudado a alguien, le devolveré
cuatro veces la cantidad que sea». «Hoy ha llegado la
salvación a esta casa» —le dijo Jesús—, «ya que este
también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del hom-
bre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido».
(Lucas 18:35–19:10)

Los protagonistas de estas dos historias son muy dife-


rentes en muchos aspectos. El mendigo era muy pobre,
y el recaudador de impuestos muy rico. Pero tenían una
cosa en común: ambos tenían un modo degradante y poco
deseable de ganarse la vida. El mendigo vivía de lo que
podía sacar de los transeúntes; el recaudador de impues-
tos, en gran parte vivía de lo que conseguía estafar a la
gente. Pero Cristo salvó a los dos; y como consecuencia de
la salvación, se transformó por completo la actitud de los
dos hombres frente al trabajo y la manera de ganarse la
vida, y les fue restaurada una verdadera dignidad humana.

El ciego

Evidentemente no fue por culpa suya que se vio reducido


a mendigar para ganarse la vida —aunque no deja de
ser una condena de la sociedad en la cual vivía, y de las
muchas sociedades donde los minusválidos han sido, y

190
20 • La vida venidera y su relevancia para la ética cristiana

siguen siendo, cruelmente marginados—. No obstante, es


humillante cuando un ser humano pierde la dignidad y la
independencia, y cuando en lugar de poder valerse por sí
mismo y contribuir al bien de la comunidad, está reducido
a la necesidad de vivir de lo que pueda sacar de los demás.
Cristo salvó al hombre mediante un milagro que le
devolvió la vista. Pero hay más en esta historia.
La percepción espiritual del mendigo. La muchedumbre
le informó de que era Jesús de Nazaret el que estaba
pasando por allí. Pero este mendigo ya había llegado a
la conclusión de que este Jesús era, ni más ni menos, el
mismo Hijo de David, el Mesías y el Rey. Por tanto, suplicó
al Rey que utilizara su poder divino y real para devol-
verle la vista. Y su súplica recibió una respuesta positiva.
Resultó ser la última vez que tuvo que pedir nada a nadie.
La reacción del mendigo al recibir la vista. Lo primero que
vería sería al mismo Rey. ¿A qué clase de Rey esperaba ver?
¿Tal vez a alguien con vestiduras reales, con un séquito
impresionante de servidores, mientras él no servía a nadie?
Lo que vio en realidad fue muy distinto: una figura pobre,
manchada por el polvo del camino, vestida con sencillez;
un Rey que había venido a ser Siervo de todos, cuyo lema
era el siguiente: «Porque ni aun el Hijo del hombre vino
para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en
rescate por muchos>> (Ver Marcos 10:42–45; Lucas 22:24–27).
En cuanto vio a este Rey, el mendigo dejó de mendigar y
«comenzó a seguir a Jesús»; es decir, comenzó a seguirle
en el camino de servicio abnegado hacia los demás, lo cual
debe hacer todo seguidor auténtico de Cristo.
He aquí, entonces, el gran ideal que constituye el cen-
tro de la ética cristiana: la comprensión de que Jesús es

191
Fundamentos para una ética bíblica

el Hijo de Dios, el Hijo del Dueño del universo, pero que


vino como el Siervo-Rey para servirnos y para salvarnos a
expensas de su propia vida. Quien tenga suficiente percep-
ción espiritual como para ver esto, no podrá por menos
que seguirle y adoptar la misma actitud que él frente a
la vida y frente a su trabajo diario.

El recaudador de impuestos

Este era un hombre tan preso de la avaricia, que estaba


dispuesto a trabajar para los odiados imperialistas roma-
nos y recaudar sus impuestos a sus propios compatriotas,
enriqueciéndose así por medio de la esclavitud de su pro-
pia nación. Y no solo esto: aprovechó su autoridad para
extorsionar al pueblo y sacarle mucho más dinero del que
los romanos le exigían, embolsándose grandes beneficios
para sí mismo. Tal vez pensaba que, mediante grandes
riquezas, haría que todo el mundo le temiera y respe-
tara, e incluso le admirara. En lugar de ello le odiaban
y le excluían por completo de la vida social a todos los
niveles. Un trato muy comprensible, pues se trataba de
un hombre desfigurado y deshumanizado por la avaricia
egoísta y por el amor al dinero, un hombre perdido, que
destruía mediante la persecución de la riqueza la posibi-
lidad de lograr la aceptación, el amor y la amistad que
tanto anhelaba, pero que nunca encontraría en el dinero,
y mucho menos en el dinero extorsionado. Pero Cristo se
percató del corazón anhelante y empobrecido que había
en el interior de este hombre a primera vista rico, y obró
un milagro de transformación en él. Le ofreció su amis-
tad —completamente inmerecida—, y lo aceptó tal como

192
20 • La vida venidera y su relevancia para la ética cristiana

Recompensa eterna
¿Por qué no es escapismo creer en la existencia del cielo?

¿Cuál de estas dos situaciones de matrimonio parece preferible?

(a) El novio dice a su futura esposa que no está dispuesto a ase-


gurarle su plena aceptación si no se la merece a través de su
comportamiento.

(b) El novio en primer lugar asegura a su futura esposa que su acep-


tación es incondicional, de modo que ella, segura de ser amada, le
ama y busca complacerlo a cambio.

La mayoría de las personas verían muy insatisfactoria la primera


situación: es una afrenta a la mujer. La mujer que la aceptase se
convertiría en una esclava. Es sorprendente, por tanto, que millo-
nes de personas crean que su relación con Dios debe conformarse
a esta situación.

era. Y de pronto este hombre descubrió que su corazón


ya no era pobre. Ya no sentía esa obsesión avasalladora de
enriquecerse. La amistad inmerecida y gratuita de Cristo
le había inundado de tal sensación de riqueza espiritual,
que en el acto decidió dar la mitad de su fortuna material
a los pobres, y devolver cuadruplicado todo lo que había
extorsionado.
La avaricia y el amor al dinero deshumanizan a la
persona; las meras acusaciones acerca de las ganancias
excesivas a menudo no sirven sino para encerrar al avaro
en su propia prisión, la que él mismo ha construido. La
abundancia del amor y de la amistad de Cristo abre la
puerta de la prisión y libera a la persona, de modo que
pueda humanizarse por completo, convertirse en la dueña

193
Fundamentos para una ética bíblica

del dinero, en lugar de su esclava, comprender que las


personas valen infinitamente más que las posesiones
materiales y aprender, como Jesús mismo enseñaba, que
es más bienaventurado dar que recibir.
Estos dos ejemplos nos demuestran claramente cómo
funciona la salvación de Dios. Él está dispuesto a aceptar
a las personas tal como son, siempre y cuando crean en
Cristo; a continuación, su conciencia de haber sido acep-
tadas, con la absoluta garantía de la amistad continuada
y permanente de Cristo tanto en esta vida como en la
vida venidera, las estimula al servicio agradecido a él y
a los demás. Y esto nos lleva a considerar en nuestro
próximo capítulo la manera en que Cristo valoraba a cada
ser humano.

194
21
LA PERSONALIDAD Y LAS
RELACIONES HUMANAS
¿Cómo te llamas? Una pregunta aún más difícil es: ¿Qué
representa para ti tu nombre? Antiguamente, los nombres
llevaban un significado. «Andrés», por ejemplo, signifi-
caba «valiente»; «Irene» significaba «paz». No obstante,
está claro que los nombres no expresaban plenamente los
rasgos característicos de las personas que los llevaban; y
actualmente, a menudo los nombres han perdido sus
significados. Pero no importa. Aunque tu nombre sea un
nombre muy común, lo que representa para ti es una reali-
dad maravillosa: la personalidad humana. Hay, y ha habido,
miles de millones de seres humanos en el mundo. Pero la
personalidad individual que tú tienes es única: no hay otro
igual que tú en todo el universo. Eres único principalmente
en el código genético que forma la base de tu personalidad.
Fundamentos para una ética bíblica

LA PREOCUPACIÓN DE CRISTO POR


LAS PERSONALIDADES DAÑADAS

Aunque cada personalidad humana es única, la triste reali-


dad es que todos estamos dañados de alguna u otra manera.
El propósito de la venida y de la enseñanza de Cristo es res-
taurarnos y curarnos. La siguiente historia es un ejemplo
extremo, pero nos ayuda a comprender esta verdad.

La liberación del endemoniado

Cruzaron el lago hasta llegar a la región de los gerase-


nos. Tan pronto como desembarcó Jesús, un hombre
poseído por un espíritu maligno le salió al encuentro
de entre los sepulcros. Este hombre vivía en los sepul-
cros, y ya nadie podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas.
Muchas veces lo habían atado con cadenas y grilletes,
pero él los destrozaba, y nadie tenía fuerza para domi-
narlo. Noche y día andaba por los sepulcros y por las
colinas, gritando y golpeándose con piedras. Cuando
vio a Jesús desde lejos, corrió y se postró delante de él.
«¿Por qué te entrometes, Jesús, Hijo del Dios Altísimo?»
—gritó con fuerza. «¡Te ruego por Dios que no me ator-
mentes!» Es que Jesús le había dicho: «¡Sal de este
hombre, espíritu maligno!» «¿Cómo te llamas?» —le
preguntó Jesús. «Me llamo Legión» —respondió, «por-
que somos muchos». Y con insistencia le suplicaba a
Jesús que no los expulsara de aquella región. Como en
una colina estaba paciendo una manada de muchos
cerdos, los demonios le rogaron a Jesús: «Mándanos
a los cerdos; déjanos entrar en ellos». Así que él les

196
21 • La personalidad y las relaciones humanas

¿Cómo te llamas?
Esta es una pregunta bastante sencilla. Una pregunta más difícil
puede ser: ¿Qué representa para ti tu nombre? Considerar estas
otras preguntas:

¿Cuál es la diferencia entre tener un número y tener un nombre? A


un soldado se le conoce como, por ejemplo, Soldado núm. 105769.
¿Qué nos dice esto acerca del soldado?

¿Cuál es la diferencia entre un nombre y una etiqueta? La etiqueta


«Mermelada de Melocotón» no distingue entre diferentes botes de
mermelada de melocotón; solo distingue entre la mermelada de
melocotón y las demás clases de mermelada. Hay muchas chicas
que se llaman «María», y su nombre las distingue de otras chicas
cuyo nombre es, por ejemplo, «Isabel». Sin embargo, ¡todas las
Marías no son iguales!

¿Qué representa un nombre humano? Leer Marcos 5:1–20 en grupo,


y buscar el punto de inflexión decisivo en la historia. Discutir cuál
es el punto de inflexión decisivo y qué tiene que ver con la perso-
nalidad del hombre.

dio permiso. Cuando los espíritus malignos salieron del


hombre, entraron en los cerdos, que eran unos dos mil,
y la manada se precipitó al lago por el despeñadero y
allí se ahogó.

Los que cuidaban los cerdos salieron huyendo y dieron


la noticia en el pueblo y por los campos, y la gente fue a
ver lo que había pasado. Llegaron adonde estaba Jesús y,
cuando vieron al que había estado poseído por la legión
de demonios, sentado, vestido y en su sano juicio, tuvie-
ron miedo. Los que habían presenciado estos hechos le

197
Fundamentos para una ética bíblica

contaron a la gente lo que había sucedido con el ende-


moniado y con los cerdos. Entonces la gente comenzó
a suplicarle a Jesús que se fuera de la región. Mientras
subía Jesús a la barca, el que había estado endemoniado
le rogaba que le permitiera acompañarlo. Jesús no se
lo permitió, sino que le dijo: «Vete a tu casa, a los de
tu familia, y diles todo lo que el Señor ha hecho por ti
y cómo te ha tenido compasión». Así que el hombre
se fue y se puso a proclamar en Decápolis lo mucho
que Jesús había hecho por él. Y toda la gente se quedó
asombrada. (Marcos 5:1–20)

La desintegración de la personalidad del endemoniado.


Desconocemos el nombre que se le dio a este hombre
cuando nació. Pero, aparentemente, cuando se hizo mayor
fue invadido por poderes ajenos a él, y estos acabaron

Para el aula
Aprovecha la oportunidad para advertir a la clase acerca de los
peligros de cualquier tipo de experimento con las prácticas ocul-
tistas: la magia negra, el espiritismo, o cualquier otra.

Según la Biblia–y esto se ve reflejado en la experiencia moderna en


muchos países–la posibilidad de posesión demoníaca es real; y el
efecto que produce al final es la manipulación, cuando no la des-
trucción, de la personalidad humana. Es por esto por lo que Dios
advierte solemnemente a su pueblo en el Antiguo Testamento:
«Nadie entre los tuyos deberá . . . practicar adivinación, brujería o
hechicería; ni hacer conjuros, servir de médium espiritista o con-
sultar a los muertos. Cualquiera que practique estas costumbres
se hará abominable al Señor, y por causa de ellas el Señor tu Dios
expulsará de tu presencia a esas naciones. A los ojos del Señor tu
Dios serás irreprensible» (Deuteronomio 18:10–13).

198
21 • La personalidad y las relaciones humanas

por dominar por completo su personalidad. Lo más pro-


bable es que al principio intentara resistir y mantenerse
en control de sí mismo, pero estos poderes pudieron más
que él. Al final dejó de luchar por seguir siendo él mismo
y, cuando le preguntaban cómo se llamaba, contestaba:
«Legión».
La raíz del problema. Los síntomas indican la presencia
de una grave enfermedad mental y la desintegración de la
personalidad; pero en este caso —no en todos los casos— la
Biblia da a entender que la causa de la enfermedad mental
era la posesión demoníaca.
El alcoholismo y el consumo de drogas puede producir
efectos parecidos, y bien patentes; todo pecado distorsiona
la personalidad; y, a menos que sea perdonado y su poder
desvirtuado, conducirá a lo que la Biblia llama «perecer»;
no la extinción del ser, sino la distorsión irrevocable, y
tal vez la desintegración, de la personalidad; y, al final, la
separación eterna de Dios.
Los efectos del problema:
(a) La pérdida de la vergüenza y del respeto a uno mismo.
En el relato paralelo de la misma historia, en Lucas 8:27,
leemos que: «hacía mucho tiempo que este hombre no
se vestía». Había perdido todo sentido de la vergüenza, y
la vergüenza no se debe ignorar. Tiene un papel positivo
en la preservación de la dignidad humana. Consideremos
el rubor, por ejemplo. Se trata de un mecanismo que
el Creador nos ha dado: pone de manifiesto nuestros
sentimientos de culpa de modo que todo el mundo se
dé cuenta de ellos, y hace que nos sentamos incómo-
dos cuando alguien nos sorprende haciendo o pensando
algo que no deberíamos. También tiene una sana función

199
Fundamentos para una ética bíblica

disuasoria y preservativa: «¡No puedo hacer esto!» pen-


samos «¡Me moriría de vergüenza si me descubriesen!».
Sin embargo, a medida que una persona se empeña
en hacer cosas vergonzosas, este mecanismo se va debi-
litando, y puede quedar desactivado por completo. El
resultado es desastroso: «¿Acaso se han avergonzado de
la abominación que han cometido?», pregunta Dios; «¡No,
no se han avergonzado de nada, ni saben siquiera lo que
es la vergüenza!» (Jeremías 6:15). Una consecuencia de tal
comportamiento es: «Por eso Dios los entregó a los malos
deseos de sus corazones, . . . de modo que degradaron sus
cuerpos» (Ver Romanos 1:24–27).
(b) Miedos morbosos y conducta antisocial. Como ocurre
a ciertos drogadictos y alcohólicos, tal vez la presencia de
otras personas lo aterraba. En todo caso evitaba relacio-
narse con los demás, aislándose en lugares solitarios de la
montaña y entre las tumbas. Era un ejemplo extremo de
cómo mucha gente, incluso gente joven, se siente: que no
valen para nada y que nadie los valora; que la sociedad
pone el listón demasiado alto, y se sienten atemorizados
por lo que se les exige; quieren huir de la rutina tan
esquemática de la vida; no sienten que haya futuro alguno
para ellos; bien podrían estar muertos.
(c) El odio a sí mismo y un instinto autodestructivo. Se
cortaba con piedras y se resistía con violencia a cualquier
intento de ser sometido por su propio bien. Y cuando
Jesús ordenó a los poderes maléficos que lo dejasen, al
principio creyó que Jesús también había venido a ator-
mentarlo aún más. Ocurre lo mismo con muchas personas
«normales». En el fondo se dan cuenta de que sus pecados
y sus vicios los están perjudicando; pero cuando Jesús les

200
21 • La personalidad y las relaciones humanas

ordena que dejen estas cosas, creen que Jesús pretende


hacerles la vida miserable.
El remedio para el problema. Por supuesto, Jesús no
había venido a atormentarlo, sino a restaurar su persona-
lidad desmenuzada, su dignidad y su verdadera libertad.
Y es por esto por lo que Jesús le preguntó: «¿Cuál es tu
nombre?». Este hombre casi había abandonado el intento
de ser él mismo. Ante la preguna: «¿Cuál es tu nombre?»
no dijo ni «Juan», ni «Andrés», ni ningún otro nombre
que pudiera haber sido el suyo, sino que dijo «Legión».
Cristo desenredó al hombre de los poderes del mal que
lo habían estado dominando, ahuyentó a estos poderes
y liberó la personalidad del hombre. Los habitantes del
pueblo lo vieron vestido, y en su sano juicio, sentado a los
pies de Jesús (Lucas 8:35). Ahora era Jesús, y no Legión, el
señor de su vida: y el señorío de Jesús significa la autén-
tica libertad.
Pasemos ahora de este caso extremo a considerar la
manera en la que Jesús nos libera hoy día.

Jesús nos da la libertad

Al perdonar nuestros pecados. Hay una historia que explica


cómo Jesús perdonó los pecados a un hombre paralítico y
después le dio el poder de levantarse y caminar (Lucas 5:17–
26). Cuando pecamos, tenemos sentimientos de culpa y
una mala conciencia. Y la culpa es como una cadena: nos
ata, y a veces nos impide mirar al mundo a la cara. Una
de las palabras traducidas como «perdón» en el Nuevo
Testamento significa «liberación»; y esto es lo que Jesús
efectúa. Podemos volver a caminar con la cabeza bien alta.

201
Fundamentos para una ética bíblica

Al decirnos la verdad. «Si se mantienen fieles a mis


enseñanzas», dice Jesús, «serán realmente mis discípu-
los; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres»
(Juan 8:31–32).
Con demasiada frecuencia nos enorgullecemos pre-
cisamente de aquellas cosas que distorsionan nuestra
personalidad. Nos creemos listos si mentimos y hacemos
trampas. Nos jactamos de nuestra agresividad. Disfrutamos
siendo rencorosos y crueles y haciendo que los demás se
sientan pequeños a nuestro lado. Jesús nos hace libres al
enseñarnos la verdad acerca de estas falsas actitudes: no
son nuestras amigas, sino nuestras carceleras. Si tomamos
a nuestros carceleros por amigos, continuaremos en la
cárcel y no haremos nada por escapar. Un día estos falsos
«amigos» resultarán ser nuestros verdugos. Por otro lado,
tal vez hemos llegado a la conclusión de que no sirve de
nada intentar escapar: los malos hábitos y las falsas acti-
tudes son demasiado fuertes como para poderlas romper.
Aquí también Jesús nos muestra la verdad: las cadenas
se pueden romper; como en el caso del endemoniado,
«Legión» puede ser expulsado.
Al liberarnos del miedo. Hay una clase de miedo que es
muy sana. El miedo a quemar-
Pensándolo nos, por ejemplo, nos impide
detenidamente meter la mano en el fuego.
Pero hay miedos que son
Cada uno de los breves comen- muy poco sanos: el miedo al
tarios de esta sección puede
servir para motivar un colo-
ridículo, el miedo a la pre-
quio —o podría constituir el sión del grupo y el miedo a
tema de una corta redacción, la violencia pueden llevar a
la cual, a su vez, podría ser la un joven a emborracharse, a
base del coloquio—.

202
21 • La personalidad y las relaciones humanas

consumir drogas, o a cometer un delito, mientras que,


por su propia cuenta, jamás haría ninguna de estas cosas.
Jesús nos enseña a desarrollar un temor sano a Dios, el
cual es capaz de vencer a todos estos falsos miedos.

No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden


matar el alma. Teman más bien al que puede destruir
alma y cuerpo en el infierno. ¿No se venden dos gorrio-
nes por una monedita? Sin embargo, ni uno de ellos
caerá a tierra sin que lo permita el Padre; y él les tiene
contados a ustedes aun los cabellos de la cabeza. Así
que no tengan miedo; ustedes valen más que muchos
gorriones. (Mateo 10:28–31)

EL VALOR DEL SER HUMANO

¿Nos resulta importante que se nos valore? ¿Cómo pode-


mos saber que se nos valora? A fin de poder tratarnos
debidamente los unos a los otros, debemos aprender a
valorar a los demás y a valorarnos a nosotros mismos de la
misma manera en que Dios los valora tanto a ellos como a
nosotros. Considerar los siguientes textos de la Biblia que
muestran cómo valora Dios a los seres humanos.
El valor del niño no nacido. Salmo 139:13–17 nos enseña
que Dios vela por el niño no nacido y lo y ama mientras
se está formando dentro del vientre. Matar a un niño no
nacido es un delito contra el niño y contra su Creador.
El valor del bebé recién nacido. Cuando las madres lle-
vaban a sus bebés a Jesús para que los bendijese, los
apóstoles al principio las reprendían. Creían que Jesús era

203
Fundamentos para una ética bíblica

demasiado importante como para tener nada que ver con


los bebés. Pero Jesús reprendió a los apóstoles. Dios valora
a los bebés tanto como a los adultos. Ellos también son
personas. «Dejen que los niños vengan a mí, . . .», dijo
Jesús, «porque el reino de Dios es de quienes son como
ellos» (Lucas 18:15–16).

El respeto y el apoyo a:

(a) Los padres (Mateo 15:1–9). Los debemos honrar; y


se desprende de este texto que «honrar» implica no solo
respetarlos y obedecerlos cuando somos jóvenes, sino
también estar dispuestos a mantenerlos económicamente
cuando son mayores.
(b) Las viudas. Jesús mostraba un cuidado especial
hacia las viudas. Algunas de sus críticas más severas
fueron dirigidas a aquellos que se aprovechaban de su
situación de desamparo, y las engañaban o las oprimían
(Lucas 7:11–17; 18:1–8; 20:45–21:4).
(c) La institución del matrimonio (Mateo 5:27–32). Cristo
enseña con una claridad aplastante la gravedad del adulte-
rio y del divorcio fácil, los cuales desvirtúan las relaciones
humanas y amenazan la estabilidad de la familia.
El valor del individuo. Un pastor podría tener cien ovejas,
las cuales, a ojos de un extraño, parecerían todas iguales.
Sin embargo, si es buen pastor, él conocerá a cada oveja
individualmente: su carácter, sus flaquezas y sus puntos
fuertes. Cristo es un Pastor así: «llama por nombre a las
ovejas» (Juan 10:3). Dios nos ama no solo por formar parte
de la humanidad, sino como individuos. Y Jesús garantiza
que no perderá ni un solo individuo que se entregue a él:

204
21 • La personalidad y las relaciones humanas

«Porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad,


sino la del que me envió. Y esta es la voluntad del que
me envió: que yo no pierda nada de lo que él me ha
dado, sino que lo resucite en el día final. Porque la
voluntad de mi Padre es que todo el que reconozca al
Hijo y crea en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré
en el día final». (Juan 6:38–40)

«Mis ovejas oyen mi voz; yo las conozco y ellas me


siguen. Yo les doy vida eterna, y nunca perecerán, ni
nadie podrá arrebatármelas de la mano. Mi Padre, que
me las ha dado, es más grande que todos; y de la mano
del Padre nadie las puede arrebatar. El Padre y yo
somos uno». (Juan 10:27–30)

205
22
LA ÉTICA CRISTIANA
EN UN MUNDO CORRUPTO
Todo aquel que intente enseñar la ética de Jesús se encon-
trará tarde o temprano con la siguiente objeción: «¿Para
qué sirve enseñar la ética cristiana? Se ha predicado
durante casi 2.000 años y el mundo sigue siendo tan malo
como siempre».
Una primera respuesta podría ser: «Si no utilizamos
el jabón para lavarnos, y en consecuencia seguimos sucios,
no es justo echar la culpa al jabón».
Pero mucha gente dirá: «¡Claro que no es culpa del
jabón! Pero esto no resuelve el problema de que, si la
gente se empeña en no utilizar el jabón, nunca limpiarás
el mundo simplemente por proclamar las cualidades del
jabón. Hace falta algo que nos obligue a utilizar el jabón.
Y si esto no se consigue, más vale tirar la toalla».
A decir verdad, esta objeción tiene gran parte de razón,
como veremos a través de otra ilustración. Si quieres que
los dos equipos en un partido de fútbol jueguen según las
Fundamentos para una ética bíblica

reglas, no es suficiente explicarles cuáles son estas reglas.


Hace falta un árbitro que sepa hacer que las reglas se
cumplan. Si no, uno de los dos equipos comenzará a hacer
trampas. Y luego el otro equipo pensará: «no sirve para
nada jugar según las reglas. Si nosotros no hacemos tram-
pas como ellos, perderemos el partido». Por tanto, los dos
equipos se ponen a hacer tantas trampas como pueden.
Y ¿qué diremos de Jesús? Él por supuesto predicaba
la ética. Pero ¿creía suficiente limitarse a predicarla? ¿O
también tenía algo que decir en cuanto a su aplicación?
Estas preguntas demuestran lo importante que es
comprender exactamente qué fue lo que Jesús vino a
hacer, y cómo se propuso conseguir su objetivo. El Nuevo
Testamento da a entender con claridad que vino con el
propósito fundamental de establecer el reino, es decir,
el gobierno, de Dios. Sus primeras palabras fueron: «Se
ha cumplido el tiempo . . . El reino de Dios está cerca.
¡Arrepiéntanse y crean las buenas nuevas!» (Marcos 1:15).
La razón por la cual decía que el reino de Dios se había
acercado precisamente en aquel momento de la histo-
ria fue que él mismo, según afirmó, era el Rey de Dios,
cuya venida se había prometido hacía muchos años en
el Antiguo Testamento (ver, por ejemplo, Zacarías 9:9, y
compararlo con Juan 12:12–15). ¡Y ahora había venido! ¡Se
trataba de noticias verdaderamente buenas!
El establecimiento del reino necesariamente implicaba,
en primer lugar, definir los estándares de conducta que
se esperaría de quienes fueran admitidos en su reino y la
felicidad que tendrían como consecuencia de vivir según
esos estándares. Esta es la temática del famoso sermón
del monte (Mateo 5–7).

208
22 • La ética cristiana en un mundo corrupto

LOS REQUISITOS ÉTICOS DEL REINO DE DIOS

A menudo van en contra de los estándares


humanos comúnmente aceptados

Baste un ejemplo para ilustrar este punto:

«Ustedes han oído que se dijo: “Ama a tu prójimo y odia


a tu enemigo”. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos
y oren por quienes los persiguen, para que sean hijos
de su Padre que está en el cielo. Él hace que salga el
sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e
injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman,
¿qué recompensa recibirán? ¿Acaso no hacen eso hasta
los recaudadores de impuestos? Y, si saludan a sus her-
manos solamente, ¿qué de más hacen ustedes? ¿Acaso no
hacen esto hasta los gentiles? Por tanto, sean perfectos,
así como su Padre celestial es perfecto». (Mateo 5:43–48)

Evidentemente, este principio es tan contrario a la prác-


tica que normalmente se observa que es rechazado como
impracticable. Pero no se puede negar que, si todo el
mundo se comportase así por costumbre, no habría ni
discriminación contra grupos minoritarios, ni limpiezas
étnicas, ni nacionalismos agresivos.

Deben ser llevados a la práctica


y no permanecer en lo teórico

«No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el


reino de los cielos, sino solo el que hace la voluntad

209
Fundamentos para una ética bíblica

de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán


en aquel día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu
nombre, y en tu nombre expulsamos demonios e
hicimos muchos milagros?” Entonces les diré clara-
mente: “Jamás los conocí. ¡Aléjense de mí, hacedores
de maldad!”

«Por tanto, todo el que me oye estas palabras y las


pone en práctica es como un hombre prudente que
construyó su casa sobre la roca. Cayeron las lluvias,
crecieron los ríos, y soplaron los vientos y azotaron
aquella casa; con todo, la casa no se derrumbó porque
estaba cimentada sobre la roca. Pero todo el que me
oye estas palabras y no las pone en práctica es como
un hombre insensato que construyó su casa sobre la
arena. Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, soplaron
los vientos y azotaron aquella casa. Esta se derrumbó,
y grande fue su ruina». (Mateo 7:21–27)

El famoso filósofo romano Séneca escribió muchos trata-


dos en los que recomendaba el estoicismo y decía a los
demás cómo se tenían que comportar. Sin embargo, uti-
lizó su posición en el Estado para acumular una fortuna
personal enorme; y cuando el emperador Nerón asesinó a
su propia madre, la emperatriz Agripina, Séneca ayudó a
Nerón a escribir una carta al Senado romano para encubrir
su crimen. Mas no eran solamente los filósofos paganos
los que pecaban de semejante incoherencia. Cristo señaló
que algunos de los maestros bíblicos de la época eran
culpables de no llevar a la práctica lo que ellos mismos
enseñaban (Mateo 23).

210
22 • La ética cristiana en un mundo corrupto

Tienen que ver no solo con las acciones


exteriores sino también con los
pensamientos y motivaciones interiores

«Ustedes han oído que se dijo a sus antepasados: “No


mates, y todo el que mate quedará sujeto al juicio del
tribunal”. Pero yo les digo que todo el que se enoje
con su hermano quedará sujeto al juicio del tribunal.
Es más, cualquiera que insulte a su hermano quedará
sujeto al juicio del Consejo. Y cualquiera que lo maldiga
quedará sujeto al fuego del infierno». (Mateo 5:21–22)

En otras palabras, para cumplir el mandamiento «No


mates», no basta con abstenerse del acto físico de matar
a alguien. Si nos enfurecemos con alguien, evidentemente
es mejor controlarnos y no matarlo. Pero es demasiado
frecuente que, aunque no lleguemos al extremo del asesi-
nato, demos lugar en nuestro interior a la rabia y al deseo
de vengarnos, pensando en secreto en todas las maneras
en las que nos gustaría hacer daño a la persona odiada,
si pudiéramos. Y esto, desde la óptica de la enseñanza de
Jesús, constituye una violación de la ley de Dios; es un
pecado contra nuestro semejante y contra Dios, igual que
lo sería el propio asesinato.
A propósito, cabe recalcar aquí la diferencia que hay
entre la ley de Dios y las leyes de cualquier país concreto.
Los gobiernos humanos pueden, y deben, legislar contra el
asesinato y contra otros tipos de delito; y si los ciudada-
nos violan estas leyes y cometen un delito, son castigados
con razón. Pero no hay gobierno alguno que pueda saber
lo que ocurre en nuestro fuero interno —los gobiernos

211
Fundamentos para una ética bíblica

que han intentado manipular el pensamiento de la gente


siempre se han convertido en crueles tiranías—. Pero Dios
sí puede leer nuestro corazón y nuestros pensamientos, y
nos hace responsables de ellos ante él.

LA INCAPACIDAD DEL SER HUMANO


DE GUARDAR LA LEY DE DIOS

Estos son, pues, unos cuantos ejemplos de las exigencias


éticas del reino de Dios, tal como las enseñaba Jesús. ¿Y
qué decía acerca de nuestra capacidad de cumplirlas? Aquí
Jesús muestra su profundo entendimiento de la naturaleza
humana y su absoluto realismo: dijo que nos era imposible
cumplir los mandamientos de Dios lo suficientemente bien
como para merecer ser admitidos en su reino.
Considerar este ejemplo. En una ocasión Cristo hizo la
siguiente observación a sus discípulos: «¡Qué difícil es para
los ricos entrar en el reino de Dios!» Los discípulos se asom-
braron de sus palabras. «¡Qué difícil es entrar en el reino de
Dios . . . Le resulta más fácil a un camello pasar por el ojo
de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios». Los
discípulos se asombra-
ron aún más, y decían
¿Hasta qué punto nos
entre sí: «Entonces,
llevaría la furia?
¿quién podrá salvarse?»
Cuando Hitler se enfurecía, tenía el «Para los hombres es
poder necesario para llevar su furia
a la práctica: como resultado mató
imposible» —aclaró
a millones de personas. Si, en el Jesús, mirándolos fija-
momento de enfurecernos, tuviése- mente, «pero no para
mos el mismo poder que tenía él, ¿qué Dios; de hecho, para
sucedería?
Dios todo es posible»

212
22 • La ética cristiana en un mundo corrupto

(Marcos 10:23–27). Podemos alegrarnos por estas últimas


palabras. Pero son precisamente estas palabras las que resal-
tan lo que dijimos al principio de la lección: no sirve para
nada limitarse a enseñar ética cristiana a las personas. La
razón de ello es que no hay nadie que por su propia volun-
tad tenga los recursos —ni, a menudo, el deseo— de cumplir
las leyes de Dios de manera que complazca a Dios. Jesús era
perfectamente consciente de este hecho y nos explica varias
de las razones por las que esto es así. He aquí dos de ellas.

El ser humano es malo por naturaleza

«Pues, si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas


buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará
el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!» (Lucas 11:13)

Mucha gente piensa que esta enseñanza está grotesca-


mente exagerada. Señalan que, a pesar del mucho mal
que hay en el mundo, la mayoría de las personas son
buenas, amables y generosas, dispuestas a hacer toda clase
de buena obra. Jesús no niega esto. Incluso nos llama la
atención al hecho de que la mayoría de los padres son
buenos y generosos con sus hijos. Pero lo son, dijo, a pesar
de ser, en el fondo, malos.
Naturalmente no nos gusta que se nos diga esto.
Preferimos pensar que somos esencialmente buenos. Por
tanto, cuando actuamos bien, no dudamos en atribuirlo
a nuestra manera de ser: «Yo hice aquello», nos deci-
mos. Pero cuando actuamos mal, a menudo intentamos
disculparnos: «No fui realmente yo quien lo hice», nos
decimos, «No sé lo que me hizo actuar así». Pero, si «no

213
Fundamentos para una ética bíblica

fui realmente yo», entonces ¿quién fue? «Ningún árbol


bueno da fruto malo», dice Cristo, «tampoco da buen
fruto el árbol malo. A cada árbol se le reconoce por su
propio fruto. No se recogen higos de los espinos ni se
cosechan uvas de las zarzas» (Lucas 6:43–44).
Cristo establece los dos siguientes principios:
a) Si tienes un árbol que da un cuarenta por ciento, o
incluso un diez por ciento de manzanas podridas,
sacas la conclusión de que el árbol tiene un pro-
blema fundamental. ¡Y la conducta del ser humano
está a mucho más que a un diez por ciento por
debajo del listón de Dios!
b) Una zarza no puede decir: «¡Ya sé que doy muchos
espinos; pero en el fondo no soy zarza; soy higuera!»
El fruto de un árbol pone de manifiesto la clase de
árbol que es. Del mismo modo, nuestras malas obras
no son un fenómeno superficial sin relación alguna
con nuestra naturaleza esencial. Son el producto de
aquella naturaleza, y lo que la da a conocer.
Cualquier sistema ético, si pretende ser un sistema rea-
lista, debe partir de esta base. La Historia siempre ha dado la
razón a Cristo en este aspecto. Por ejemplo, en la teoría eco-
nómica marxista había muchos aciertos. Fracasó porque no
partía de la base de que el problema principal del ser humano
no era su alienación de los medios de producción, sino la
naturaleza intrínsecamente pecaminosa de su corazón. Esta
realidad basta para estropear cualquier sistema económico,
por muy bueno que sea en la teoría. El capitalismo puede ser,
o no, mejor sistema económico; pero también sufre los efec-
tos de la incesante corrupción que brota de la misma fuente.

214
22 • La ética cristiana en un mundo corrupto

El hombre está en rebelión contra Dios

Este hecho se puso de manifiesto en lo que ha llegado a


ser el punto central de la historia humana. Cuando Dios
envió a su Hijo al mundo, los seres humanos no solo
rechazaron sus enseñanzas éticas: lo crucificaron. Y no
fueron ni los drogadictos, ni los criminales, ni la mafia los
únicos responsables: fue el estatus quo religioso y político,
incitado por las demandas del pueblo.
Sin embargo, durante la semana anterior a la crucifi-
xión Jesús analizó y expuso la causa y el significado de su
muerte en la parábola de los labradores malvados.

Pasó luego a contarle a la gente esta parábola: «Un


hombre plantó un viñedo, se lo arrendó a unos labra-
dores y se fue de viaje por largo tiempo. Llegada la
cosecha, mandó un siervo a los labradores para que
le dieran parte de la cosecha. Pero los labradores lo
golpearon y lo despidieron con las manos vacías. Les
envió otro siervo, pero también a este lo golpearon,
lo humillaron y lo despidieron con las manos vacías.
Entonces envió un tercero, pero aun a este lo hirieron
y lo expulsaron. Entonces pensó el dueño del viñedo:
“¿Qué voy a hacer? Enviaré a mi hijo amado; seguro
que a él sí lo respetarán”. Pero, cuando lo vieron los
labradores, trataron el asunto. “Este es el heredero” —
dijeron. “Matémoslo, y la herencia será nuestra”. Así
que lo arrojaron fuera del viñedo y lo mataron. ¿Qué
les hará el dueño? Volverá, acabará con esos labradores
y dará el viñedo a otros». Al oír esto, la gente exclamó:

215
Fundamentos para una ética bíblica

«¡Dios no lo quiera!» Mirándolos fijamente, Jesús les


dijo: «Entonces, ¿qué significa esto que está escrito:

“La piedra que desecharon los constructores


ha llegado a ser la piedra angular”?

Todo el que caiga sobre esa piedra quedará despeda-


zado y, si ella cae sobre alguien, lo hará polvo». Los
maestros de la ley y los jefes de los sacerdotes, cayendo
en cuenta que la parábola iba dirigida contra ellos,
buscaron la manera de echarle mano en aquel mismo
momento. Pero temían al pueblo. (Lucas 20:9–19)

Fijémonos en que a los labradores no se les acusa de


hacer mal su trabajo. Su error consistía en esto: querían
vivir y trabajar solo para sí mismos y actuar como si el
viñedo les perteneciese a ellos, y no al Dueño y a su Hijo.

Para el aula
Pide a los alumnos que lean este pasaje —o bien léeselo—. Asegúrate
de que puedan contestar bien las siguientes preguntas:

¿A quién representa el hombre que plantó la viña?

¿A quiénes representan los labradores? ¿A los judíos o a todo el


mundo, incluidos nosotros mismos?

¿Qué representa el viñedo?

¿A quién representa el «hijo amado» (Lucas 20:13)?

¿Por qué se le llama «heredero» (20:14)?

216
22 • La ética cristiana en un mundo corrupto

Por lo tanto, eran rebeldes contra el Dueño; y fue por esto


que rechazaron y mataron a su Hijo. La parábola nos ofrece
un diagnóstico y un retrato real del mal esencial que hay en
el corazón del ser humano.

LA LECCIÓN HASTA AQUÍ

De lo que hemos visto se desprende que no basta simple-


mente con enseñar ética: Cristo tuvo que hacer algo para
remediar el problema del corazón rebelde del ser humano,
y hacer que quisiera y que pudiera entrar en el reino de
Dios y guardar sus leyes. ¿En qué consistía este «algo»?
Y ¿por qué no obligó a todo el mundo a que lo aceptase,
fuera lo que fuera? y ¿qué dijo que ocurriría con aquellos
que se empeñasen en rechazarlo?
Consideraremos las respuestas a estas y a otras pregun-
tas en nuestro próximo capítulo.

217
23
LA RESPUESTA AL
PROBLEMA FUNDAMENTAL
DE LA HUMANIDAD
Si la única razón por la cual las personas se comportan mal
fuera la ignorancia de la diferencia entre el bien y el mal,
entonces evidentemente sería suficiente enseñarles ética
cristiana para que todas comenzaran a comportarse bien.
Sin embargo, ignorar lo que está bien y lo que está mal no
es ni el único, ni el principal problema del hombre. Según
enseña Cristo, la naturaleza del hombre es esencialmente
mala y defectuosa, y todos albergamos en nuestro corazón
un espíritu de rebeldía egocéntrica contra Dios; por tanto,
incluso cuando sabemos muy bien cuál es la voluntad de
Dios, nos resulta imposible obedecerla como deberíamos y
muchas veces ni si quiera la queremos obedecer. Por tanto,
el mero conocimiento de la ética cristiana no basta. Es
como si dijéramos a un hombre con una válvula del cora-
zón dañada que tendría que caminar más enérgicamente.
Sería incapaz de hacerlo, a no ser que primero se le repa-
rara la válvula dañada.
Fundamentos para una ética bíblica

Así que para que alguien sea admitido al reino de Dios


y para que reciba el poder que le hace falta para vivir de
acuerdo a las exigencias éticas de Cristo, primero tiene
que producirse en él un profundo cambio de corazón. El
temor, el resentimiento y el espíritu de independencia
y de enemistad contra Dios tienen que ser destruidos y
reemplazados por la fe, el amor y la dependencia de Dios.
Las siguientes historias muestran cómo Jesús efectuó
este milagro de transformación interior en dos personas
muy diferentes. La primera era un criminal; la segunda,
un maestro religioso muy respetado. No obstante, ambas
necesitaban este cambio de corazón. A medida que vaya-
mos entrando en los dos casos encontraremos principios
de admisión al reino de Dios que son igualmente válidos
para todos nosotros.

LA CONVERSIÓN DE UN CRIMINAL

Uno de los criminales allí colgados empezó a insul-


tarlo: «¿No eres tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y
a nosotros!» Pero el otro criminal lo reprendió: «¿Ni
siquiera temor de Dios tienes, aunque sufres la misma
condena? En nuestro caso, el castigo es justo, pues
sufrimos lo que merecen nuestros delitos; este, en
cambio, no ha hecho nada malo». Luego dijo: «Jesús,
acuérdate de mí cuando vengas en tu reino». «Te
aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso» —le
contestó Jesús. (Lucas 23:39–43)

No se trataba de un ladrón cualquiera: era un bandido, un


criminal. La palabra griega que se usa para describirlo es

220
23 • La respuesta al problema fundamental de la humanidad

la misma que el historiador, casi contemporáneo, Josefo,


utiliza para hablar de los terroristas políticos. El hombre
podía ser una mezcla de todas estas cosas.

De rebelde a súbdito voluntario


Vale la pena investigar con la clase cuáles fueron los pasos que trans-
formaron a este hombre de rebelde contra Dios y los hombres, a
súbdito obediente y entregado del reino de Cristo. Estas son algunas
pistas a seguir:

a) Llegó a comprender y a confesar que, al lado de Jesús, tanto él


mismo como el otro criminal eran pecadores y merecían la sentencia
que el gobierno humano les había impuesto (Lucas 23:40–41).

b) Jesús, en cambio, era inocente y sin pecado; sin embargo, estaba


sufriendo al lado de los culpables.

c) Por tanto, el gobierno que había sentenciado a Jesús era también


culpable de una injusticia intencionada.

d) Jesús afirmó ser el Mesías y Rey enviado por Dios. El gobierno lo


negó. Fue por esto que lo crucificaron, como indicaron al poner en
una inscripción sobre la cruz el cargo que tenían contra él: «Este
es el Rey de los judíos». ¿Quién tenía razón? ¿Jesús o el gobierno?
Evidentemente, no este injusto gobierno. Por tanto, la tenía Jesús. Y
esto significaba que Jesús era el Rey-Mesías que Dios había enviado al
mundo. Era ni más ni menos que el mismo Hijo de Dios.

e) Por esta razón, la muerte no sería el final para Jesús. Jesús volvería
otra vez para reinar y para establecer el reino de Dios en la tierra.

f) Pero esto dio lugar a un temor solemne de Dios en la conciencia


y el corazón del ladrón. Aquí a su lado estaba Jesús, el hombre sin
pecado, condenado a sufrir con los culpables por un gobierno injusto.
Si a Dios realmente le importaba la justicia, entonces con toda segu-
ridad vendría un día de juicio, cuando todas las injusticias y los males
cometidos en la tierra serían reparados.

g) Pero en este caso, ¿qué esperanza había para el criminal? Él tam-


bién—¡y no solo el gobierno!—era pecador y culpable a los ojos de
221
Dios. Con gran honestidad, este criminal lo reconoció.
Fundamentos para una ética bíblica

h) Luego vio un rayo de esperanza. Escuchó la voz del Rey de Dios


crucificado, Jesús, cuando este oró por los que lo habían cruci-
ficado: «Padre . . . perdónalos porque no saben lo que hacen»
(Lucas 23:34). Si Cristo oraba por ellos, tal vez también tendría
misericordia de él.

i) Pero no solo pidió perdón. Era un rebelde desde hacía mucho


tiempo. Aborrecía el corrupto gobierno humano de su época.
Sin embargo, jamás se había encontrado con un rey como Jesús,
quien amó hasta a sus enemigos y pidió perdón por ellos. De
pronto se dio cuenta de que un profundo amor y respeto hacia
este Rey comenzaba a brotar en lo más íntimo de su corazón. Lo
que quería ante todo lo demás era aceptarlo como su propio Rey,
que se le permitiese entrar en su reino eterno y obedecerlo para
siempre. «Jesús, acuérdate de mí», dijo, «cuando vengas en tu
reino». Con esta petición culminó el proceso de su conversión.

j) Y el Rey no solo lo perdonó; le garantizó en ese momento la


aceptación inmediata para con Dios y la entrada asegurada al
cielo: «Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lucas
23:43).

Por tanto, durante años no se había sometido a nadie,


ni había aceptado a rey alguno ni reconocido ningún
gobierno. Era un ejemplo extremo de rebeldía tanto con-
tra Dios como contra la sociedad humana.
Estos hechos hacen aún más significativo el cambio de
corazón que tuvo lugar al final de su vida.

¿Un caso extremo?


En algunos aspectos el caso de este hombre era extremo. No obstante,
hay tres pasajes de la Biblia que nos ayudarán a aplicar estas lecciones
a nosotros mismos. Se trata de Isaías 53:5–6 y Romanos 5:10–11; 8:7–
9. Buscarlos y leerlos en grupo.
222
23 • La respuesta al problema fundamental de la humanidad

Ahora bien, esta historia nos ha mostrado cómo Cristo


puede cambiar el corazón de una persona y hacer que esté
dispuesta a obedecerlo. Pero una cosa es la disposición a
obedecer a Cristo y otra es la capacidad de cumplir sus
exigencias éticas. Cristo es muy honesto con nosotros: no
tenemos, en nosotros mismos, el poder para obedecer sus
mandamientos. En la siguiente historia, Jesús explica lo que
nos tiene que suceder antes de que podamos entrar en el
reino de Dios y vivir de acuerdo a sus exigencias éticas.

LA CONVERSIÓN DE UN
CATEDRÁTICO DE TEOLOGÍA

Había entre los fariseos un dirigente de los judíos lla-


mado Nicodemo. Este fue de noche a visitar a Jesús.
«Rabí» —le dijo, «sabemos que eres un maestro que
ha venido de parte de Dios, porque nadie podría hacer
las señales que tú haces si Dios no estuviera con él».
«De veras te aseguro que quien no nazca de nuevo
no puede ver el reino de Dios» —dijo Jesús. «¿Cómo
puede uno nacer de nuevo siendo ya viejo?» —pre-
guntó Nicodemo. «¿Acaso puede entrar por segunda
vez en el vientre de su madre y volver a nacer?» «Yo
te aseguro que quien no nazca de agua y del Espíritu
no puede entrar en el reino de Dios» —respondió Jesús.
«Lo que nace del cuerpo es cuerpo; lo que nace del
Espíritu es espíritu. No te sorprendas de que te haya
dicho: “Tienen que nacer de nuevo”. El viento sopla
por donde quiere, y lo oyes silbar, aunque ignoras de
dónde viene y a dónde va. Lo mismo pasa con todo el
que nace del Espíritu». Nicodemo replicó: «¿Cómo es

223
Fundamentos para una ética bíblica

posible que esto suceda?» «Tú eres maestro de Israel,


¿y no entiendes estas cosas?» —respondió Jesús.

«Te aseguro que hablamos de lo que sabemos y damos


testimonio de lo que hemos visto personalmente, pero
ustedes no aceptan nuestro testimonio. Si les he hablado
de las cosas terrenales, y no creen, ¿entonces cómo van
a creer si les hablo de las celestiales? Nadie ha subido
jamás al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del
hombre. Como levantó Moisés la serpiente en el desierto,
así también tiene que ser levantado el Hijo del hombre,
para que todo el que crea en él tenga vida eterna.

«Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo


unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda,
sino que tenga vida eterna.

«Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al


mundo, sino para salvarlo por medio de él. El que cree
en él no es condenado, pero el que no cree ya está
condenado por no haber creído en el nombre del Hijo
unigénito de Dios». (Juan 3:1–18)

Notemos cómo subraya Jesús la necesidad fundamen-


tal de «nacer desde arriba» si queremos ver o entrar en el
reino de Dios (vv. 3, 5).
Nicodemo creía en Dios. Se había sometido a los ritos
religiosos establecidos en el Antiguo Testamento. Era el pro-
fesor principal de teología en Jerusalén en aquel momento.
Sin embargo, aún no había «nacido desde arriba». Ni
siquiera comprendía este concepto.

224
23 • La respuesta al problema fundamental de la humanidad

Entonces, ¿qué es esto de «nacer desde arriba»? Y ¿por


qué es necesario? Jesús contesta estas preguntas en el ver-
sículo 6: «lo que nace del cuerpo es cuerpo; lo que nace
del Espíritu es espíritu».
Consideremos esta analogía. En el mundo existen
diferentes niveles, o clases, de vida. Hay vida vegetal; por
encima de ella, en un nivel superior, hay vida animal; y por
encima de ella, la vida humana. Una col tiene vida vegetal,
mientras que un perro tiene vida animal. Si alimentamos
correctamente una col, se convierte en una col más grande.
Sin embargo, por mucho que la alimentemos y cultivemos,
¡nunca se convertirá en un perro! Para que se convierta
en animal tiene que recibir vida desde el nivel superior,
el nivel animal. Igualmente, por mucho que lo intentes,
nunca convertirás a un perro en un ser humano, capaz
de tocar un instrumento musical o leer un libro. A fin de
poder realizar estas actividades humanas un animal ten-
dría que recibir una clase de vida diferente a la que posee
en sí mismo: tendría que «nacer desde arriba», desde el
nivel superior de vida humana.
Ocurre lo mismo con los seres humanos. En el momento
de nuestro nacimiento físico recibimos «vida humana», en
cuanto nacimos de padres humanos—esto es lo que quiso
decir Jesús cuando dijo: «lo que nace del cuerpo es cuerpo».
Pero el reino de Dios es un reino espiritual. La vida que la
caracteriza es una clase de vida superior a la vida humana;
es la vida que procede del Espíritu de Dios. Por tanto, si lo
único que poseemos es la vida humana que recibimos al
nacer, no podremos ver —es decir, comprender— ni entrar
en el reino de Dios, al igual que un perro tampoco es capaz
de disfrutar del arte ni de la música puesto que no posee

225
Fundamentos para una ética bíblica

más que vida animal. Nunca sería capaz de tocar un piano,


a no ser que, de alguna u otra forma, se le pudiera infun-
dir la vida humana. Del mismo modo, a fin de entrar en el
reino de Dios y recibir el poder que hace falta para cumplir
con sus exigencias éticas, primero hemos de recibir la vida
del Espíritu de Dios.
Pero ¿cómo y por qué proceso se recibe esta vida del
Espíritu de Dios? Lo primero que hay que notar es que se
trata de un regalo. No la podemos ni ganar ni producir por
nuestra propia cuenta. En este aspecto se parece a nuestra
vida física: nadie se ganó ni se mereció la vida física que
posee. Fue un regalo que recibimos de Dios a través de
nuestros padres. Ocurre lo mismo con la vida espiritual:
Jesús imparte la vida espiritual como regalo.
Pero, ¿qué es lo que debemos hacer para recibirla?
La respuesta sencilla es que debemos «creer en el Señor
Jesús» (Hechos 16:31) o, como leemos en otro texto, reci-
birlo (Juan 1:12).
Pero, ¿qué significa creer en el Señor Jesucristo? Aquí
valdría la pena pararnos a considerar la analogía que
empleó Jesús para ayudar a Nicodemo en Juan 3:14–16.
Una manera útil de hacerlo es leer la historia de Moisés
y la serpiente en el desierto en Números 21:4–9, notando
los hechos más destacados y observando cómo se puede
comparar con nuestra situación. Al hacer esto, podemos
observar lo siguiente:
a) Los israelitas habían pecado contra Dios.
b) Fueron mordidos por serpientes venenosas.
c) Estaban muriendo, y no podían hacer nada para sal-
varse a sí mismos.
d) Dios tuvo misericordia y mandó a Moisés que

226
23 • La respuesta al problema fundamental de la humanidad

hiciese una serpiente de bronce y la colocase en un


poste.
e) Sin embargo, el hecho de hacer una serpiente de
bronce no era suficiente para salvar a nadie. Si los
israelitas querían salvarse de la muerte y recibir
vida nueva debían creer lo que Dios había dicho
y, como su única esperanza, apartar la mirada de
ellos mismos y fijarla en la serpiente de bronce que
estaba en el poste. En el momento en que miraban,
Dios efectuaba el milagro de la salvación: vivían.
Ahora apliquemos esta analogía a nosotros y a nuestra
condición:
a) Hemos pecado contra Dios.
b) El veneno del pecado nos está destruyendo; a menos
que recibamos vida espiritual desde arriba, todos
pereceremos.
c) No nos podemos salvar a nosotros mismos.
d) No obstante, Dios envió a su Hijo al mundo para lle-
var sobre sí mismo el castigo que merecía nuestro
pecado. Él fue levantado sobre la cruz.
e) Debemos reconocer que nuestro pecado merece el
juicio de Dios y que Jesús es nuestra única espe-
ranza. En cuanto apartamos la mirada de nosotros
mismos y miramos a Jesús, muerto en la cruz en
nuestro lugar, y depositamos nuestra confianza
solo en él, Dios efectúa en nosotros la obra maravi-
llosa de la regeneración y nos da el regalo de la vida
eterna.
Vemos así que, tanto el criminal en la cruz como
Nicodemo, el hombre recto y religioso, entraron en el
reino de Dios mediante su fe en Jesús. También es la puerta

227
Fundamentos para una ética bíblica

por la cual nosotros, seamos quienes seamos y estemos


donde estemos, entramos en el reino de Dios, al convertir-
nos en los hijos espirituales de Dios. Aunque al principio
no somos más que bebés espirituales, poseemos lo que
jamás habíamos poseído: una nueva vida con el potencial
de desarrollarnos, de aprender a llevar a cabo las exigen-
cias éticas de Dios y de convertirnos en súbditos leales de
su reino. Nicodemo, que al principio vino a Jesús de noche,
más adelante tuvo el coraje para demostrar públicamente
su lealtad a Jesús al pedir a Pilato, el gobernador romano,
el cuerpo de Jesús tras la crucifixión (Juan 19:39).

228
24
EL MEOLLO DE LA
ÉTICA CRISTIANA
En nuestro último capítulo estudiamos dos elementos clave
de la enseñanza de Jesús:
1. Ninguno de nosotros tiene poder para cumplir la
ética de Jesús adecuadamente a no ser que primero
recibamos el Espíritu de Dios y «nazcamos desde
arriba».
2. Jesús puede y quiere darnos el Espíritu de Dios
como regalo, es decir, gratuitamente, y así efectuar
dentro nuestro este «nacimiento desde arriba».
Pero esto nos lleva de nuevo a la pregunta que estuvi-
mos tratando en el capítulo 23: «Si Jesús es capaz de dar a
las personas el poder que necesitan para vivir de acuerdo
a sus exigencias éticas, ¿por qué no obliga a todo el mundo
a recibir este poder, para que el mundo así se convierta en
un lugar más agradable en el que vivir? Después de todo,
según enseña la Biblia, Jesús es el todopoderoso Hijo de
Dios; ¿no puede, por tanto, hacer todo lo que quiera?
Fundamentos para una ética bíblica

La primera respuesta a esta pregunta es que Dios sí


puede hacer todo lo que quiera, pero hay ciertas cosas
que no quiere hacer. Una de estas cosas es convertir a los
seres humanos en máquinas que automáticamente cum-
plan su voluntad por no tener ninguna otra alternativa ni
ninguna posibilidad de elegir. Dios ha dado libre albedrío
a sus criaturas humanas. A nivel físico nos ha dado ojos,
¡pero también nos ha dado párpados! No nos obliga a ver
la belleza de la creación si no la queremos ver.
Algo parecido ocurre a nivel moral y espiritual. Dios
nos manda amarlo con todo nuestro corazón pero jamás
nos obligará a amarlo contra nuestra voluntad, puesto que
el amor que se consigue por la fuerza no es amor autén-
tico. Del mismo modo, «nacer desde arriba» depende,
como vimos en nuestro último capítulo, de que confiemos
en Jesús y entremos en una relación íntima con él. Una fe
así no se puede forzar: debe ser voluntaria.
Sin embargo, alguien dirá: «vale, aceptemos que Dios
no puede obligar a nadie a creer en él y amarlo; pero
al menos podría utilizar su inmenso poder para impe-
dir que las personas malvadas hagan daño a las demás».
Podría hacerlo, si quisiera. En el momento de ver que una
persona está a punto de mentir, podría hacer que que-
dase muda al instante. Pero esto anularía por completo
la voluntad de la persona; así no podría desobedecer a
Dios por mucho que quisiese. Además, si todos supiéramos
que en el momento de decir una mentira nos íbamos a
quedar mudos instantáneamente, pocos de nosotros diría-
mos mentiras: tendríamos miedo al castigo. Sin embargo,
esto no equivaldría necesariamente a ningún cambio de
corazón. Hay futbolistas que alegremente cometerían una

230
24 • El meollo de la ética cristiana

falta si pensasen que así sería más probable que ganasen


el partido. Pero tienen miedo a que el árbitro los vea
y les imponga una sanción. Por tanto, se abstienen de
cometer la falta; pero no precisamente porque se hayan
dado cuenta de que hacer trampas, incluso en un juego,
está mal y se hayan arrepentido. Siguen siendo tramposos
en su interior.
Por supuesto que Cristo podría fulminar a las perso-
nas en cuanto pecasen. Si lo hiciese, toda la raza humana
habría desaparecido hace mucho tiempo y nosotros no
estaríamos aquí. Pero no lo hace; y la Biblia explica por
qué: «—el Señor— tiene paciencia con ustedes, porque no
quiere que nadie perezca, sino que todos se arrepientan»
(2 Pedro 3:9). «Dios nuestro Salvador . . . quiere que todos
sean salvos y lleguen a conocer la verdad» (1 Timoteo 2:4).
De modo que cuando Jesús vino la primera vez para
establecer el reino de Dios, la Biblia deja muy claro que
no vino para condenar al mundo, sino para que a través
de él todos pudieran ser salvos (Juan 3:17). Fue por esto
por lo que no mostró ninguna intención de destruir a
los malos, como muchas personas—incluidas sus discípu-
los—esperaban que hiciese. Su estrategia se refleja en la
siguiente parábola.

LA PARÁBOLA DEL SEMBRADOR

Y les dijo en parábolas muchas cosas como estas: «Un


sembrador salió a sembrar. Mientras iba esparciendo
la semilla, una parte cayó junto al camino, y llegaron
los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó en terreno
pedregoso, sin mucha tierra. Esa semilla brotó pronto

231
Fundamentos para una ética bíblica

porque la tierra no era profunda; pero, cuando salió el


sol, las plantas se marchitaron y, por no tener raíz, se
secaron. Otra parte de la semilla cayó entre espinos
que, al crecer, la ahogaron. Pero las otras semillas caye-
ron en buen terreno, en el que se dio una cosecha que
rindió treinta, sesenta y hasta cien veces más de lo que
se había sembrado. El que tenga oídos, que oiga» . . .

«Escuchen lo que significa la parábola del sembrador:


Cuando alguien oye la palabra acerca del reino y no la
entiende, viene el maligno y arrebata lo que se sembró
en su corazón. Esta es la semilla sembrada junto al
camino. El que recibió la semilla que cayó en terreno
pedregoso es el que oye la palabra e inmediatamente
la recibe con alegría; pero, como no tiene raíz, dura
poco tiempo. Cuando surgen problemas o persecución
a causa de la palabra, en seguida se aparta de ella. El
que recibió la semilla que cayó entre espinos es el que
oye la palabra, pero las preocupaciones de esta vida
y el engaño de las riquezas la ahogan, de modo que
esta no llega a dar fruto. Pero el que recibió la semilla
que cayó en buen terreno es el que oye la palabra y
la entiende. Este sí produce una cosecha al treinta, al
sesenta y hasta al ciento por uno». (Mateo 13:3–9; 18–23)

Ahora estamos preparados para aprender otras lecciones


importantes de esta parábola: la vida y el potencial para
el crecimiento y el fruto está en la semilla.
a) Esto ocurre en el plano físico. La tierra no es capaz
de producir nada hasta que la semilla, portadora de
vida, ha sido plantada en ella.

232
24 • El meollo de la ética cristiana

b) También ocurre en el plano espiritual. Es la Palabra


de Dios la que lleva en sí el poder de engendrar la
vida y producir el fruto.
c) Jesús dijo: «Las palabras que les he hablado son
espíritu y son vida» (Juan 6:63).
d) El apóstol Pedro dice de sus hermanos cristianos:
«ustedes han nacido de nuevo, no de simiente pere-
cedera, sino de simiente imperecedera, mediante la
palabra de Dios que vive y permanece» (1 Pedro 1:23).
Deberíamos:
a) dejar que la semilla cale hasta lo más hondo de nuestro
corazón, en lugar de permanecer en la superficie de
la mente donde puede ser arrebatada con mucha
facilidad.
b) asegurar que no se interponga nada que ahogue la
palabra de modo que pierda su capacidad de pro-
ducir fruto.
Debe haber evidencia en las vidas de aquellos que
afirman haber recibido la palabra de Jesús de que esta ha

Para el aula
Lee la parábola y su explicación, y después asegúrate de que los estu-
diantes puedan responder a las siguientes preguntas:

¿A qué proceso en la vida real corresponde el sembrar la semilla


en la parábola?

¿Cuántas fueron las diferentes reacciones a la siembra? ¿En qué


se diferencian unas de otras? ¿Qué representa cada una de ellas?

¿Cuáles son los factores que, según Jesús, impiden que la gente
realmente reciba la palabra de Dios?

233
Fundamentos para una ética bíblica

comenzado a producir el fruto del Espíritu de Dios, es decir,


«amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad,
humildad y dominio propio» (Gálatas 5:22–23). Un manzano
no se convierte en un manzano por producir manzanas. No
obstante, un manzano que nunca produjese manzanas sería
inútil. Un bebé no recibe vida por el hecho de llorar; pero si
hay vida en él, llorará.
Finalmente, los que realmente creen en Jesús y reciben
su palabra pueden esperar sufrir angustia y persecución
(Marcos 4:17); y deben prepararse para soportarla.
Este último punto es tan importante que debemos
considerarlo detenidamente. En primer lugar, es un hecho
fiel a la realidad. Los creyentes en Jesús no están exentos
de enfermedad. Al contrario: a menudo sufren una clase
de persecución de la que los no creyentes se libran. ¿Por
qué Dios lo permite? ¿Por qué no libra a los creyentes de
toda enfermedad? ¿Por qué no los protege de toda perse-
cución? ¿Por qué no les garantiza la prosperidad?
Porque la fe y el amor deben ser probados, a fin de
que demuestren ser genuinos. Consideremos las siguientes
analogías:
Supongamos que eres bastante rico y, cuando cierta per-
sona te comienza a hacer visitas, la tratas con generosidad.
Por tanto, esta persona te visita cada vez con más frecuen-
cia, te habla de lo mucho que te quiere y te llama su amigo.
Supongamos que pierdes todo lo que tienes. Ya no le puedes
dar nada más. Deja de visitarte. Es evidente que no te quiere
ya. Pero la pregunta realmente acuciante es esta: ¿antes te
quería con un amor auténtico? Y la respuesta es que ¡no!
Nunca te había querido a ti: solo quería lo que recibía de ti.

234
24 • El meollo de la ética cristiana

O imaginémonos el caso de una mujer de negocios


que afirma creer en una manera íntegra de actuar. E ima-
ginémonos que actúa con integridad mientras no salga
perjudicada por hacerlo. Pero en una ocasión se da cuenta
de que si actúa con integridad perderá un millón de euros.
Así que actúa sin integridad y se queda con sus euros.
¿Acaso podemos tomar en serio lo que dice una persona
así cuando habla de su amor a la justicia?
El gran filósofo griego Platón decía que nadie se podía
considerar auténticamente justo a menos que estuviese
dispuesto no solo a no recibir ninguna recompensa por
actuar justamente, sino a sufrir persecución por el hecho
de actuar justamente cuando, mediante una actuación
injusta, podría librarse de la persecución y recibir una
recompensa.
Asimismo, el apóstol Pedro explica a sus hermanos
en la fe por qué Dios permite que sufran: «hasta ahora
han tenido que sufrir diversas pruebas por un tiempo. El
oro, aunque perecedero, se acrisola al fuego. Así también
la fe de ustedes, que vale mucho más que el oro, al ser
acrisolada por las pruebas demostrará que es digna de
aprobación» (1 Pedro 1:6–7).
Pero tal vez alguien pregunte: «¿No es injusto que
hombres malvados persigan a una comunidad por el mero
hecho de creer en Dios y en Jesús?» ¡Sí, es terriblemente
injusto! Y un día Dios castigará a semejantes perseguidores,
si no se arrepienten (2 Tesalonicenses 1:3–10). «Pero ¿por
qué Dios no pone fin enseguida a esta persecución? ¿Qué
derecho tiene a exigir a los cristianos que la soporten?»
Dejemos que nos lo explique el mismo apóstol Pedro:

235
Fundamentos para una ética bíblica

Pero ¿cómo pueden ustedes atribuirse mérito alguno


si soportan que los maltraten por hacer el mal? En
cambio, si sufren por hacer el bien, eso merece elo-
gio delante de Dios. Para esto fueron llamados, porque
Cristo sufrió por ustedes, dándoles ejemplo para que
sigan sus pasos.

«Él no cometió ningún pecado,


ni hubo engaño en su boca».

Cuando proferían insultos contra él, no replicaba con


insultos; cuando padecía, no amenazaba, sino que se
entregaba a aquel que juzga con justicia. Él mismo, en
su cuerpo, llevó al madero nuestros pecados, para que
muramos al pecado y vivamos para la justicia. Por sus
heridas ustedes han sido sanados. Antes eran ustedes
como ovejas descarriadas, pero ahora han vuelto al
Pastor que cuida de sus vidas. (1 Pedro 2:20–25)

Aquí tocamos el meollo de la ética cristiana: los


cristianos debemos nuestra salvación, el perdón, la vida
eterna que poseemos y el cielo que nos espera al hecho
de que cuando aún éramos pecadores empedernidos y
enemigos de Dios, Cristo estuvo
Las palabras dispuesto a sufrir hasta la muerte
de Cristo por nosotros a fin de que pudié-
semos, mediante el camino del
Buscar los textos de arrepentimiento, ser perdonados y
Mateo y Marcos a los
que se refiere aquí, y reconciliados con Dios. De modo
comentar en grupo lo que los cristianos somos llamados
que Cristo mismo dice a soportar el sufrimiento infligido
sobre el juicio venidero.
236
24 • El meollo de la ética cristiana

por personas malvadas, en lugar de invocar contra ellos


un juicio inmediato por parte de Dios, lo cual les excluiría
de cualquier posibilidad de arrepentimiento.
Por supuesto que Jesús no era ningún masoquista, dis-
frutando de modo perverso de los sufrimientos a los que
estaba sujeto. Ni tampoco era una persona sin carácter.
Podía haber reunido a doce batallones de ángeles para
destruir a sus perseguidores (Mateo 26:52–54). Ni tampoco
creía que Dios era tan sentimental que jamás castiga-
ría a nadie. Con mayor frecuencia que nadie más en la
Biblia advertía a la gente de la sentencia y las gravísimas
consecuencias que tendrían que afrontar al final si se obs-
tinaban en sus pecados, sin arrepentirse de ellos. Fue Jesús
quien dijo: «y, si tu ojo te hace pecar, sácatelo. Más te
vale entrar tuerto en el reino de Dios que ser arrojado
con los dos ojos al infierno, donde “su gusano no muere,
y el fuego no se apaga” (Marcos 9:47–48). Fue Jesús quien
dijo de los impenitentes que serían «—echados— afuera,
a la oscuridad, donde habrá llanto y rechinar de dien-
tes» (Mateo 25:30). Además, Jesús afirmaba que él mismo
será el Juez en el Juicio Final (Mateo 25:31–46). Vendrá el
momento de la cosecha —ver la parábola del trigo y de la
mala hierba en Mateo 13:24–43—.
Jesús no pretendía limitarse a enseñar ética y a
decirle a la gente que fuera buena. Vino para redimir, si
fuera posible, hasta a los peores pecadores y, mediante
su muerte, poner a disposición de todos un camino de
salvación. Los verdaderos creyentes seguirán su ejemplo.
Por supuesto que no pueden morir por los pecados de los
demás como lo hizo Cristo. Solo Cristo pudo ofrecer un
sacrificio expiatorio por los pecados de la humanidad. Pero

237
Fundamentos para una ética bíblica

los verdaderos cristianos se sentirán constreñidos, por el


amor y por el ejemplo de Cristo, a llevar el Evangelio de
Cristo a todas las partes del mundo, y hasta a sus perse-
guidores, y a hacer que se refleje en su conducta, sea cual
sea el coste. Como Cristo mismo, no se contentarán con
una predicación de la ética.

238
25
LAS ASEVERACIONES DEL
MAESTRO ACERCA DE SÍ MISMO
Una manera común de estudiar las enseñanzas éticas de
Jesús es tomar algunas de sus máximas más célebres y
fijarse en ellas, sin prestar mucha atención a Jesús mismo.
Después de todo, si estás enseñando geometría no hace
falta comenzar por la biografía de los descubridores de sus
principios más fundamentales. Un conocimiento de la vida
y del carácter del famoso geómetra Euclides no añade nada
en absoluto a la coherencia de los teoremas que él enunció.
Se sostienen únicamente en base a la fiabilidad de su lógica
inherente. ¿Por qué no ha de ocurrir lo mismo con las ense-
ñanzas éticas de Jesús?
Además, lo que al principio nos atrae de las máximas
de Jesús no es solo el hecho de que su certeza es evidente,
sino el carácter directo, conciso, a veces humorístico, y
siempre vívido y memorable del lenguaje con el que están
expresadas. Algunas de ellas invierten de modo asombroso
Fundamentos para una ética bíblica

normas de conducta generalmente aceptadas en la época,


por ejemplo: «Amen a sus enemigos» —en lugar de «Amen
a sus amigos y odien a sus enemigos», lo cual general-
mente se daba por sentado—; y «los humildes . . . recibirán
la tierra como herencia» —mientras se daba por sentado
que eran los agresivos y los violentos los que normalmente
adquirían el poder—. Algunas de ellas eran manifestaciones
relámpago de incoherencia moral e hipocresía: «cuelan
el mosquito —de su bebida—, pero se tragan el camello»
(Mateo 23:24). Estas palabras se dirigían a los que hacían
todo lo posible y casi lo imposible por no transgredir nin-
guna regla trivial mientras violaban, aparentemente sin
ningún problema de conciencia, los principios más fun-
damentales de la ley moral. O consideremos la hipérbole
deliciosamente grotesca, pero muy eficaz, de: «¿Por qué
te fijas en la astilla que tiene tu hermano en el ojo, y no
le das importancia a la viga que está en el tuyo? ¿Cómo
puedes decirle a tu hermano: “Déjame sacarte la astilla del
ojo”, cuando ahí tienes una viga en el tuyo? ¡Hipócrita!,
saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás
con claridad para sacar la astilla del ojo de tu hermano»
(Mateo 7:3–5). O la verdad abrasadora pero evidente de su
réplica a los críticos religiosos que se quejaban de que
Jesús se relacionaba e incluso tenía amistad con personas
moralmente inmundas y pecadoras: «No son los sanos los
que necesitan médico, sino los enfermos . . . no he venido
a llamar a justos, sino a pecadores» (Mateo 9:12–13).
Es natural que frases tan memorables sirvan como
introducción atrayente a la ética cristiana. Pero a medida
que nos adentramos en el estudio de la ética de Jesús
como sistema coherente nos damos cuenta de algo cuyas

240
25 • Las aseveraciones del Maestro acerca de sí mismo

implicaciones son enormes: no se puede tomar la ense-


ñanza ética de Jesús y estudiarla como sistema ético
independiente de la persona de Jesucristo. Por todas par-
tes descubrimos que Jesús mismo es la piedra angular del
sistema que representa, de tal manera que, si descubrimos
que lo que decía acerca de sí mismo no era cierto, su
sistema ético pierde toda validez y se hace añicos al ins-
tante. Es por ello que debemos afrontar necesariamente la
profunda pregunta: «¿Quién, pues, es este Jesús?».
Consideremos entonces algunas muestras de este
aspecto de su ética, y evaluemos sus implicaciones.

Jesús establece como criterio fundamental de


la verdadera moralidad la lealtad a él mismo

Aquí hay algunas afirmaciones de muestra:


a) «Dichosos serán ustedes cuando por mi causa
la gente los insulte, los persiga . . . les espera una
gran recompensa en el cielo. Así también persiguie-
ron a los profetas que los precedieron a ustedes»
(Mateo 5:11–12). Aquí lo que es especialmente signi-
ficativo es la comparación que Jesús hace entre sus
discípulos y los profetas del Antiguo Testamento. Los
profetas eran perseguidos por sus contemporáneos
por su fidelidad en proclamar las palabras de Dios.
Se advierte a los cristianos que corren el peligro
de ser perseguidos por su fidelidad a Jesús. En esta
ecuación, entonces, los cristianos son el equivalente
de los profetas, y ¡Jesús el equivalente de Dios!
b) «El que quiere a su padre o a su madre . . . a su
hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí»

241
Fundamentos para una ética bíblica

(Mateo 10:37). O, dicho de otra manera, un discípulo


debe a Jesús su lealtad primordial.
c) «Si ustedes me aman, obedecerán mis manda-
mientos» (Juan 14:15). Lo que motiva al discípulo a
guardar los mandamientos de Jesús es su amor a
Jesús como persona.
d) «¿Me amas? . . . Cuida de mis ovejas» (Juan 21:16).
Es en su amor a Jesús donde el discípulo encuentra
la motivación para amar y cuidar a sus hermanos.
e) «A cualquiera que me reconozca delante de los demás,
yo también lo reconoceré delante de mi Padre que
está en el cielo. Pero a cualquiera que me desconozca
delante de los demás, yo también lo desconoceré
delante de mi Padre que está en el cielo» (Mateo 10:32–
33). O, dicho de otra manera, la lealtad o la deslealtad
de una persona a Jesús en esta vida será lo que deter-
minará la recepción que recibirá en la próxima.

Jesús declara que en el juicio


final él mismo será el Juez

Cualquier sistema ético serio debe señalar las consecuen-


cias finales, si las hay, del comportamiento incorrecto. Los
sistemas ateístas niegan que haya consecuencia alguna
más allá de lo que sufra —o deje de sufrir— una persona
en esta vida. Por tanto, deben admitir que millones de per-
sonas nunca conseguirán justicia ni en esta vida ni más
allá de ella. Jesús, como es de esperar, creía y enseñaba
que habrá un juicio final, cuando se aplicará tanto a los
vivos como a los muertos una justicia absoluta, definitiva
y perfecta. Pero lo que no siempre se tiene en cuenta es

242
25 • Las aseveraciones del Maestro acerca de sí mismo

el hecho de que Jesús afirmó ser el Juez que tratará cada


caso, que pronunciará la sentencia y que aplicará las penas
resultantes en aquel juicio final.
(a) «Además, el Padre no juzga a nadie, sino que todo
juicio lo ha delegado en el Hijo, para que todos honren
al Hijo como lo honran a él . . . y —el Padre— le ha dado
autoridad para juzgar, puesto que es el Hijo del hombre»
(Juan 5:22–23, 27).
A propósito, este anuncio lleva una implicación muy
importante en lo que se refiere al carácter del juicio final,
a saber: los seres humanos seremos juzgados por Uno
que es, y que para siempre será, un ser humano como
nosotros; por alguien que sabe lo que es ser humano; por
alguien que durante su vida fue tentado como son tenta-
dos los demás seres humanos (Hebreos 4:15); por alguien
cuya misericordia, verdad, justicia y carencia de pecado se
pusieron a prueba, no solo en algún remoto lugar celestial,
sino en medio de nuestro mundo roto y esclavo del mal.
Aquí no podemos profundizar más en este tema: de lo que
se trata ahora es simplemente de observar que esta reivin-
dicación fue hecha por Jesús. Pero por si alguien piensa
que el texto citado de Juan 5:22–23, 27 es un texto aislado,
atípico del resto del Nuevo Testamento, observemos que
la afirmación de que Jesús será el Juez en el juicio final
pasa a formar parte íntegra y esencial de la predicación de
los apóstoles. Pedro, por ejemplo, anuncia a un centurión
romano llamado Cornelio: «Él —Dios— nos mandó a predi-
car al pueblo y a dar solemne testimonio de que —Jesús— ha
sido nombrado por Dios como juez de vivos y muertos»
(Hechos 10:42). Y en otra ocasión Pablo, dirigiéndose a los
filósofos de Atenas, les declara que «Él —Dios— ha fijado

243
Fundamentos para una ética bíblica

un día en que juzgará al mundo con justicia, por medio


del hombre que ha designado» (Hechos 17:31). Y Pablo, por
supuesto, se está refiriendo a Jesús.
(b) «No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará
en el reino de los cielos, sino solo el que hace la voluntad
de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en
aquel día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre
. . . e hicimos muchos milagros?” Entonces les diré clara-
mente: “Jamás los conocí. ¡Aléjense de mí, hacedores de
maldad!” (Mateo 7:21–23).
Aquí hay dos cosas que sobresalen. En primer lugar, que
la actividad religiosa, aun cuando se realice en el nombre
de Jesús, no contará necesariamente con su aprobación en
el juicio final. Y, en segundo lugar, que el criterio decisivo,
según dice Jesús, será si él conoce a la persona o no. En un
contexto como este, el verbo «conocer» evidentemente no
significa «saber que alguien existe». Es un término relacio-
nal, como también lo es en la frase: «Yo soy el buen pastor;
conozco a mis ovejas, y ellas me conocen a mí» (Juan 10:14).
Cuando finalmente Jesús diga a alguien «jamás los conocí»,
quiere decir que nunca ha tenido una relación personal
con aquella persona, ni aquella persona con él. Nunca la
reconoció como uno de los suyos. Así que, según Jesús, el
veredicto en el juicio girará en torno a la cuestión de la
relación del individuo con él.

JESÚS REIVINDICA LA AUTORIDAD


DE PERDONAR LOS PECADOS

Cualquier sistema ético serio que considere a las perso-


nas responsables de sus acciones —y no como máquinas

244
25 • Las aseveraciones del Maestro acerca de sí mismo

biológicas cuyas actuaciones están determinadas de ante-


mano y que por tanto no pueden ser culpadas ni por
los defectos de su maquinaria ni por la conducta inade-
cuada que es fruto de ellos— debe enfrentarse al hecho de
que todo el mundo, tarde o temprano, viola las normas
morales y hace daño a otras personas—aunque después
lamenten haberlo hecho. ¿Qué se puede hacer ante esta
realidad? Decir «lo siento» está bien, pero no es suficiente
por sí solo. Si son posibles las indemnizaciones, pueden ser
exigidas. Pero no siempre es posible. Se debe, por tanto,
proveer alguna manera de hacer posible el perdón sin que
ello implique que la violación de la ley moral no tenga
importancia y que el pecado pueda ser ignorado a con-
veniencia. Naturalmente, en un sistema ético que afirma
que la autoridad final detrás de la ley moral es Dios, esta
necesidad de perdón es de suma importancia.
No es de extrañar, por tanto, que la provisión del
perdón ocupe un lugar importante en la enseñanza ética
de Jesús. Lo que sí resulta sorprendente son sus reivindi-
caciones al respecto.

Jesús asume personalmente la autoridad


para perdonar los pecados de la humanidad,
incluso los cometidos contra Dios

A fin de comprender el alcance de estas reivindicaciones,


hay que mirar el asombroso impacto que produjeron en
sus contemporáneos cuando las escucharon por primera
vez.
Consideremos la historia de la curación del paralítico
en Lucas.

245
Fundamentos para una ética bíblica

Un día, mientras enseñaba, estaban sentados allí algu-


nos fariseos y maestros de la ley que habían venido
de todas las aldeas de Galilea y Judea, y también de
Jerusalén. Y el poder del Señor estaba con él para sanar
a los enfermos. Entonces llegaron unos hombres que
llevaban en una camilla a un paralítico. Procuraron
entrar para ponerlo delante de Jesús, pero no pudieron
a causa de la multitud. Así que subieron a la azotea
y, separando las tejas, lo bajaron en la camilla hasta
ponerlo en medio de la gente, frente a Jesús. Al ver
la fe de ellos, Jesús dijo: «Amigo, tus pecados quedan
perdonados». Los fariseos y los maestros de la ley
comenzaron a pensar: «¿Quién es este que dice blasfe-
mias? ¿Quién puede perdonar pecados sino solo Dios?»
Pero Jesús supo lo que estaban pensando y les dijo:
«¿Por qué razonan así? ¿Qué es más fácil decir: “Tus
pecados quedan perdonados”, o “Levántate y anda”?
Pues para que sepan que el Hijo del hombre tiene auto-
ridad en la tierra para perdonar pecados» —se dirigió
entonces al paralítico: «A ti te digo, levántate, toma
tu camilla y vete a tu casa». Al instante se levantó a
la vista de todos, tomó la camilla en que había estado
acostado, y se fue a su casa alabando a Dios. Todos
quedaron asombrados y ellos también alababan a Dios.
Estaban llenos de temor y decían: «Hoy hemos visto
maravillas». (Lucas 5:17–26)

Observemos: (1) que había entre los presentes unos cuan-


tos judíos expertos en el Antiguo Testamento, los cuales
presumiblemente estaban familiarizados con lo que este

246
25 • Las aseveraciones del Maestro acerca de sí mismo

enseñaba con respecto al perdón; (2) que cuando Jesús


dijo al paralítico, «tus pecados quedan perdonados», estos
expertos lo acusaron de haber cometido el pecado más
grave que puede ser cometido por un ser humano—la blas-
femia contra Dios; (3) que esta reacción de los expertos
muestra lo que entendían que Jesús estaba diciendo. No
estaba diciendo: «Dios perdona a los que se arrepienten,
y por tanto todos deberíamos perdonarnos los unos a los
otros, y yo también te perdono cualquier falta que hayas
cometido contra mí». No, Jesús estaba reivindicando auto-
ridad divina. «¿Quién puede perdonar pecados sino solo
Dios?» dijeron los expertos; era una pregunta retórica que
llevaba la respuesta implícita: «¡Nadie!». Y tenían razón:
nadie, sino Dios mismo, tiene la autoridad para perdo-
nar los pecados cometidos contra Dios. Por tanto, igual
que para estos expertos, las palabras de Jesús plantean
para nosotros la siguiente pregunta: ¿Quién es este Jesús
que asume para sí mismo un derecho que corresponde
exclusivamente a Dios: el del perdón de los pecados? (Ver
también Lucas 7:49).
Además, Jesús indudablemente comprendía por qué
los expertos lo acusaban de blasfemia. Sin embargo, no
hizo nada ni para retirar ni para modificar esta reivin-
dicación. Al contrario, realizó un milagro que sirvió para
demostrar que él, el Hijo del Hombre, sí tenía, incluso
mientras aún estaba en la tierra, la autoridad divina para
perdonar los pecados de la humanidad (5:24).
La segunda reivindicación sorprendente que hizo Jesús
con respecto al perdón de los pecados es tal vez aún más
asombrosa:

247
Fundamentos para una ética bíblica

Jesús afirma que su propia muerte


establecería la base legal necesaria
para el perdón justo y honorable de los
pecados de la humanidad contra Dios

a) «Después tomó la copa, dio gracias, y se la ofreció


diciéndoles: “Beban de ella todos ustedes. Esto es
mi sangre del pacto, que es derramada por muchos
para el perdón de pecados”» (Mateo 26:27–28).
b) «Porque ni aun el Hijo del hombre vino para que le
sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate
por muchos» (Marcos 10:45).
Y a estas enormes reivindicaciones Jesús añadió dos más.

Jesús afirmó que, tras la crucifixión,


resucitaría de la muerte

Luego comenzó a enseñarles: «el Hijo del hombre


tiene que sufrir muchas cosas y ser rechazado por los
ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los maes-
tros de la ley. Es necesario que lo maten y que a los
tres días resucite». (Marcos 8:31)

Jesús afirmó que, después de la resurrección


y ascensión, vendría una segunda vez

a) «En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas; si no


fuera así, ya se lo habría dicho a ustedes. Voy a prepa-
rarles un lugar . . . vendré para llevármelos conmigo.
Así ustedes estarán donde yo esté» (Juan 14:2–3).

248
25 • Las aseveraciones del Maestro acerca de sí mismo

b) «Entonces verán al Hijo del hombre venir en una


nube con poder y gran gloria» (Lucas 21:27).
Igual que todas las demás, estas dos últimas reivin-
dicaciones son una parte íntegra del sistema ético de
Jesús. Como el apóstol Pablo después tuvo que admitir,
si Jesús no resucitó, su muerte ya no puede ser conside-
rada la base del perdón de los pecados de la humanidad
(1 Corintios 15:17); y sin este perdón, el sistema ético de
Jesús ya no se aguanta en pie. Y si la profecía de Jesús
en cuanto a su segunda venida es falsa, también lo es la
afirmación de que en la segunda venida será el Juez de la
humanidad. Y sin la realidad del juicio, la enseñanza ética
de Jesús pierde toda autoridad y credibilidad.

249
26
¿POR QUÉ FUE
CRUCIFICADO JÉSUS?
Mateo y Juan narran la crucifixión de Jesús así:

Todavía estaba hablando Jesús cuando llegó Judas, uno


de los doce. Lo acompañaba una gran turba armada con
espadas y palos, enviada por los jefes de los sacerdo-
tes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado
esta contraseña: «Al que le dé un beso, ese es; arrés-
tenlo». En seguida Judas se acercó a Jesús y lo saludó.
«¡Rabí!» —le dijo, y lo besó. «Amigo» —le replicó Jesús,
«¿a qué vienes?» Entonces los hombres se acercaron y
prendieron a Jesús. En eso, uno de los que estaban con
él extendió la mano, sacó la espada e hirió al siervo
del sumo sacerdote, cortándole una oreja. «Guarda tu
espada —le dijo Jesús, porque los que a hierro matan, a
hierro mueren. ¿Crees que no puedo acudir a mi Padre,
y al instante pondría a mi disposición más de doce
Fundamentos para una ética bíblica

batallones de ángeles? Pero, entonces, ¿cómo se cumpli-


rían las Escrituras que dicen que así tiene que suceder?»
Y de inmediato dijo a la turba: «¿Acaso soy un bandido,
para que vengan con espadas y palos a arrestarme?
Todos los días me sentaba a enseñar en el templo, y no
me prendieron. Pero todo esto ha sucedido para que se
cumpla lo que escribieron los profetas». Entonces todos
los discípulos lo abandonaron y huyeron.

Los que habían arrestado a Jesús lo llevaron ante Caifás,


el sumo sacerdote, donde se habían reunido los maes-
tros de la ley y los ancianos. Pero Pedro lo siguió de
lejos hasta el patio del sumo sacerdote. Entró y se sentó
con los guardias para ver en qué terminaba aquello. Los
jefes de los sacerdotes y el Consejo en pleno buscaban
alguna prueba falsa contra Jesús para poder condenarlo
a muerte. Pero no la encontraron, a pesar de que se
presentaron muchos falsos testigos. Por fin se presen-
taron dos, que declararon: «Este hombre dijo: “Puedo
destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días”».
Poniéndose en pie, el sumo sacerdote le dijo a Jesús:
«¿No vas a responder? ¿Qué significan estas denuncias
en tu contra?» Pero Jesús se quedó callado. Así que el
sumo sacerdote insistió: «Te ordeno en el nombre del
Dios viviente que nos digas si eres el Cristo, el Hijo de
Dios». «Tú lo has dicho» —respondió Jesús. «Pero yo
les digo a todos: De ahora en adelante verán ustedes al
Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso,
y viniendo en las nubes del cielo». «¡Ha blasfemado!»
—exclamó el sumo sacerdote, rasgándose las vestiduras.
«¿Para qué necesitamos más testigos? ¡Miren, ustedes

252
26 • Las aseveraciones del Maestro acerca de sí mismo

mismos han oído la blasfemia! ¿Qué piensan de esto?»


«Merece la muerte» —le contestaron. Entonces algunos
le escupieron en el rostro y le dieron puñetazos. Otros
lo abofeteaban y decían: «A ver, Cristo, ¡adivina quién te
pegó!» (Mateo 26:47–68)

Pilato tomó entonces a Jesús y mandó que lo azotaran.


Los soldados, que habían tejido una corona de espinas,
se la pusieron a Jesús en la cabeza y lo vistieron con un
manto de color púrpura. «¡Viva el rey de los judíos!»
—le gritaban, mientras se le acercaban para abofetearlo.
Pilato volvió a salir. «Aquí lo tienen» —dijo a los judíos.
«Lo he sacado para que sepan que no lo encuentro cul-
pable de nada». Cuando salió Jesús, llevaba puestos la
corona de espinas y el manto de color púrpura. «¡Aquí
tienen al hombre!» —les dijo Pilato. Tan pronto como lo
vieron, los jefes de los sacerdotes y los guardias gritaron
a voz en cuello: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!» «Pues llé-
venselo y crucifíquenlo ustedes» —replicó Pilato. «Por
mi parte, no lo encuentro culpable de nada». «Nosotros
tenemos una ley, y según esa ley debe morir, porque se
ha hecho pasar por Hijo de Dios» —insistieron los judíos.

Al oír esto, Pilato se atemorizó aún más, así que entró


de nuevo en el palacio y le preguntó a Jesús: «¿De
dónde eres tú?» Pero Jesús no le contestó nada. «¿Te
niegas a hablarme?» —le dijo Pilato. «¿No te das
cuenta de que tengo poder para ponerte en libertad
o para mandar que te crucifiquen?» «No tendrías nin-
gún poder sobre mí si no se te hubiera dado de arriba»
—le contestó Jesús. «Por eso el que me puso en tus

253
Fundamentos para una ética bíblica

manos es culpable de un pecado más grande». Desde


entonces Pilato procuraba poner en libertad a Jesús,
pero los judíos gritaban desaforadamente: «Si dejas en
libertad a este hombre, no eres amigo del emperador.
Cualquiera que pretende ser rey se hace su enemigo».

Al oír esto, Pilato llevó a Jesús hacia fuera y se sentó en


el tribunal, en un lugar al que llamaban el Empedrado
—que en arameo se dice Gabatá—. Era el día de la prepa-
ración para la Pascua, cerca del mediodía. «Aquí tienen
a su rey» —dijo Pilato a los judíos. «¡Fuera! ¡Fuera!
¡Crucifícalo!» —vociferaron. «¿Acaso voy a crucificar a
su rey?» —replicó Pilato. «No tenemos más rey que
el emperador romano» —contestaron los jefes de los
sacerdotes. Entonces Pilato se lo entregó para que lo
crucificaran, y los soldados se lo llevaron. (Juan 19:1–16)

En nuestro último capítulo consideramos la imposi-


bilidad de estudiar la enseñanza de Jesús como sistema
coherente sin enfrentarnos a las enormes reivindicacio-
nes que Jesús hizo acerca de sí mismo. Hicimos una lista
de algunas de estas reivindicaciones y señalamos nuestra
intención de intentar evaluarlas en los siguientes capítulos.
Un buen lugar donde comenzar esta evaluación es la
muerte de Jesús, puesto que no se disputa el hecho his-
tórico de que fue crucificado por el procurador romano,
Poncio Pilato, durante el reinado del emperador Tiberio.
Este hecho se resalta no solo en el Nuevo Testamento cris-
tiano, sino también en los escritos del historiador romano
muy anticristiano Tácito (Anales XV.44). La pregunta que
tenemos que abordar es: ¿por qué fue crucificado? A medida

254
26 • Las aseveraciones del Maestro acerca de sí mismo

que estudiamos las respuestas que el Nuevo Testamento


ofrece a esta pregunta, encontraremos que se centrarán
en la mayoría de las reivindicaciones de Jesús que ya nos
están ocupando; y al mismo tiempo presentan evidencia
poderosa de que estas reivindicaciones son verdad.

¿POR QUÉ FUE CRUCIFICADO JESÚS?

El Nuevo Testamento ofrece dos clases de respuestas dis-


tintas, pero, íntimamente relacionadas entre sí:
a) Por motivos que analizaremos más adelante, los
líderes judíos en Jerusalén maniobraron su muerte
y persuadieron a Pilato, el procurador romano, a
llevarla a cabo. —Nótese: no todos los judíos de
Palestina estaban involucrados, y evidentemente no
lo estaba la mayor parte de la nación judía, puesto
que la mayoría de los judíos vivían en el extranjero
y no supieron nada de la muerte de Jesús hasta el
cabo de varios años—.
b) Jesús murió por voluntad propia, para obedecer la
voluntad de Dios, como anteriormente había expli-
cado a sus discípulos: «Nadie me la arrebata —la
vida—, sino que yo la entrego por mi propia volun-
tad. Tengo autoridad para entregarla, y tengo
también autoridad para volver a recibirla. Este es el
mandamiento que recibí de mi Padre» (Juan 10:18).

El caso de los líderes judíos contra Jesús

El caso era, en esencia, que Jesús era culpable de blasfe-


mia al afirmar ser igual a Dios, y por tanto merecía ser

255
Fundamentos para una ética bíblica

sentenciado a muerte de acuerdo con la ley del Antiguo


Testamento de Levítico 24:16. Veamos algunos de los prin-
cipales ejemplos.
Jesús reivindicó ser igual al Creador:

Precisamente por esto los judíos perseguían a Jesús,


pues hacía tales cosas en sábado. Pero Jesús les respon-
día: «Mi Padre aún hoy está trabajando, y yo también
trabajo». Así que los judíos redoblaban sus esfuerzos
para matarlo, pues no solo quebrantaba el sábado, sino
que incluso llamaba a Dios su propio Padre, con lo que
él mismo se hacía igual a Dios. (Juan 5:16–18)

Un sábado —el día en que Dios mandó a los judíos


descansar de todo su trabajo (Éxodo 20:8–11)— Jesús encon-
tró a un hombre que era paralítico desde hacía 38 años
y usó su poder divino para curarlo por completo. Los
líderes judíos acusaron a Jesús de violar la ley del sábado
al haberse dedicado al trabajo de la curación. Pero Jesús
señaló que, si bien era verdad que según el relato de
Génesis Dios descansó de su trabajo de creación el séptimo
día, Dios no obstante trabaja incesantemente para man-
tener, desarrollar y restaurar la obra de la creación. Cada
uno de nosotros lo puede comprobar. Los mecanismos de
curación que Dios ha instalado en el cuerpo humano, por
ejemplo, ¡no están diseñados de modo que se desconecten
un día de cada siete! Sin embargo, las palabras de Jesús
van todavía más allá de esto: «Mi Padre aún hoy está
trabajando, y yo también trabajo», dijo, poniéndose a sí
mismo al mismo nivel que el Creador, e identificando su
trabajo con el del Creador.

256
26 • Las aseveraciones del Maestro acerca de sí mismo

Así fue, al menos, como los líderes judíos interpreta-


ron sus palabras, como vemos en la narración. Lejos de
acusarles de no haber entendido bien lo que quería decir,
Jesús continuó, haciendo todavía más explícitos los deta-
lles: hace todo lo que Dios hace (Juan 5:19); es la fuente de
toda la vida, al igual que Dios (vv. 21, 26); será el Juez final
(vv. 22–27); levantará a los muertos (vv. 28–29).
Para los líderes judíos esto era una terrible blasfe-
mia, e intentaron apedrearlo, según se exigía en la ley del
Antiguo Testamento (Levítico 24:16)–si en verdad lo que
reivindicaba no era cierto.
Jesús reivindicó la preexistencia: «“Ni a los cincuenta
años llegas” —le dijeron los judíos, “¿y has visto a
Abraham?” “Ciertamente les aseguro que, antes de que
Abraham naciera, ¡yo soy!” Entonces los judíos tomaron
piedras para arrojárselas» (Juan 8:57–59).
Es importante observar que Jesús no se refería a nin-
gún tipo de reencarnación. En este caso habría dicho:
«Antes de que Abraham naciera, yo era», es decir: «Yo ya
he vivido en esta tierra, antes de que naciera Abraham;
después morí y ahora he sido reencarnado». Jesús no dijo
esto; dijo, «Antes de que Abraham naciera, ¡yo soy!». Es
decir, que reivindicaba la misma existencia eterna, trascen-
dente, que tiene Dios. Una vez más los judíos quisieron
apedrearle, porque para ellos una reivindicación de esta
índole no solo era absurda, sino que era una blasfemia.
Jesús afirmó que él y Dios eran uno: «“Mis ovejas oyen
mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida
eterna, y nunca perecerán, ni nadie podrá arrebatárme-
las de la mano. Mi Padre, que me las ha dado, es más
grande que todos; y de la mano del Padre nadie las puede

257
Fundamentos para una ética bíblica

arrebatar. El Padre y yo somos uno”. Una vez más los


judíos tomaron piedras para arrojárselas» (Juan 10:27–31).
Aquí Jesús reivindica tener el mismo poder que Dios.
Nadie puede arrebatar a las ovejas de su mano, como tam-
poco las puede arrebatar de la mano de Dios. Para tener
el mismo poder que Dios, Jesús tiene que ser Dios, de una
sola esencia con Dios, aunque con una identidad propia.
Una vez más los judíos tomaron piedras para apedrearlo,
el castigo más apropiado por lo que consideraban una
blasfemia descarada.

Cómo explicaron los judíos las


reivindicaciones de Jesús

Algunos decían que estaba loco: «De nuevo las palabras de


Jesús fueron motivo de disensión entre los judíos. Muchos
de ellos decían: “Está endemoniado y loco de remate”»
(Juan 10:19–20).
En teoría, esta es, por supuesto, una manera posible
de explicar las reivindicaciones de Jesús —si no fueran
ciertas—; el hecho es que cuando una persona es inestable
a nivel emocional y psicológico, puede llegar a desarrollar
ideas muy extrañas tanto en religión como sobre cual-
quier otro tema. Pero había otros judíos que supieron
dar la respuesta más obvia: «Estas palabras no son de un
endemoniado». Porque las palabras de Jesús han traído
liberación de la culpa y del miedo, paz, gozo, amor y
esperanza a millones de personas, y lo siguen haciendo.
En todo el mundo, muchas personas violentas que las
han recibido se han convertido en personas civilizadas, y
criminales se han convertido en ciudadanos respetuosos

258
26 • Las aseveraciones del Maestro acerca de sí mismo

y útiles a la sociedad. Es inconcebible que alguien cuyas


palabras han tenido un efecto así fuera él mismo un hom-
bre inestable y peligroso.
Otros judíos lo tildaban de doctrinalmente descabellado,
cismático y herético, un rebelde contra la ortodoxia judía:
«“¿No tenemos razón al decir que eres un samaritano —los
samaritanos eran herejes a los ojos de los judíos—, y que
estás endemoniado?” —replicaron los judíos» (Juan 8:48).
La respuesta de Jesús fue: «No estoy poseído por nin-
gún demonio . . . Tan solo honro a mi Padre»; y nosotros
hoy día, tras casi 2.000 años de historia, tenemos la posi-
bilidad de evaluar esta reivindicación de que «honraba a
su Padre» con mayor perspectiva. El judío Jesús ha llevado
a muchos millones de gentiles a poner su fe no en un
Dios cualquiera, sino en el Dios de Abraham, Isaac y Jacob,
es decir, en el Dios de los judíos. Ningún otro judío ha
logrado jamás nada semejante. Los cristianos aseveramos
con igual convicción que los judíos que «hay un solo
Dios» (1 Timoteo 2:5). Los cristianos creemos que Dios es
una tri-unidad; pero, al igual que los judíos, no creemos
en tres dioses. A la luz de esto, ¿qué sentido tiene decir
que Jesús era un hereje judío peligroso?
Otros judíos decían que era un aliado del mismo
diablo: «los fariseos . . . dijeron: “Este no expulsa a los
demonios sino por medio de Beelzebú, príncipe de los
demonios”» (Mateo 12:24).
De este texto se desprende que Jesús realizaba milagros
de curación, que los fariseos admitían que los realizaba, y
que el poder con el cual lo hacía era sobrenatural. Pero
rehusaban reconocer que este poder sobrenatural proce-
diese de Dios porque, si fuera así, todas las reivindicaciones

259
Fundamentos para una ética bíblica

de Jesús acerca de sí mismo serían verdaderas. Por tanto,


recurrieron a la única posible explicación alternativa: su
poder sobrenatural debía ser satánico; ¡Jesús era un aliado
del diablo!
Sin embargo, esta conclusión era, como Jesús les
señaló, absurda, desde el punto de vista de la lógica: «si
Satanás expulsa a Satanás, está dividido contra sí mismo.
¿Cómo puede, entonces, mantenerse en pie su reino?»
(Mateo 12:26). ¿Acaso se dedica Satanás a la destrucción de
sí mismo?
Y queda el argumento moral, el cual planteaba la mul-
titud en otra ocasión: «¿Puede acaso un demonio —es
decir, un espíritu malvado— abrirles los ojos a los ciegos?»
(Juan 10:21). Cuando alguien se enfrenta con la necesidad
de escoger entre Dios y Satanás es necesario que pueda
distinguir entre los dos; no podrá tomar una decisión en
base a la pregunta: ¿cuál de ellos es un poder sobrena-
tural?; ambos lo son. Debe plantearse la pregunta: ¿cuál
de estos poderes sobrenaturales es bueno y cuál es malo?
Esto nos ayuda a comprender la importancia de las deci-
siones morales con la que Jesús nos confronta. Si sus
reivindicaciones no son ciertas, su poder sobrenatural será
forzosamente satánico y malvado. No obstante, tildar los
milagros de Jesús de satánicos y malvados es obviamente
una perversidad moral. Reconocemos como buenos los
logros de la medicina a la hora de curar, siempre que
sea posible, disfunciones como la ceguera, la lepra y la
parálisis. Sugerir que cuando Jesús efectuaba esta clase de
curación se trataba de algo satánico es llamar a lo blanco
negro y desvirtuar todo juicio moral. «Si yo expulso a los
demonios por medio de Beelzebú —es decir: por el poder

260
26 • Las aseveraciones del Maestro acerca de sí mismo

de Satanás—», dijo Jesús, «¿los seguidores de ustedes por


medio de quién los expulsan?» (Mateo 12:27).
Todo esto llegó a su culminación con el juicio al que
Jesús fue sometido. Durante las investigaciones prelimina-
res ante el sumo sacerdote Caifás, Jesús guardó silencio
frente a un sinfín de falsas acusaciones. Finalmente, el
sumo sacerdote le impuso un juramento: «“Te ordeno en
el nombre del Dios viviente que nos digas si eres el Cristo,
el Hijo de Dios”. “Tú lo has dicho” —respondió Jesús . . .
“¡Ha blasfemado!” —exclamó el sumo sacerdote, rasgándose
las vestiduras. “¿Para qué necesitamos más testigos? ¡Miren,
ustedes mismos han oído la blasfemia! ¿Qué piensan de
esto?” “Merece la muerte” —le contestaron» (Mateo 26:63–
66). Cuando los líderes judíos lo trajeron más tarde ante
el procurador romano,
Poncio Pilato, presentaron La reivindicación de
como pleito principal el Cristo en el tribunal
de la sedición y traición
política contra el empe- Intenta imaginar la escena del tri-
bunal y pregunta a los alumnos o
rador romano —de esto a los miembros del grupo por qué
trataremos más a fondo creen que Jesús fue condenado a
en el próximo capítulo—. muerte por blasfemia.
Sin embargo, el veredicto Comentar esta proposición: «Es
que Pilato dio después de imposible tomar en serio la ética
considerar el caso fue el de Jesús sin enfrentarse con su
reivindicación de ser el Hijo de
siguiente: «Por mi parte,
Dios».
no lo encuentro culpable
de nada». Desbaratado Comentar esta proposición: «Las
evidencias morales que avalan la
este plan, los líderes judíos
reivindicación de Jesús de que era
cambiaron de táctica, y de el Hijo de Dios son considerables».
pleito: «Nosotros tenemos

261
Fundamentos para una ética bíblica

una ley, y según esa ley debe morir, porque se ha hecho


pasar por Hijo de Dios» (Juan 19:6–7).

LA REACCIÓN DE LOS JUDÍOS:


UNA LECCIÓN PARA NOSOTROS

Hay que reconocer que los judíos al menos tomaron las


reivindicaciones de Jesús muy en serio. Aquí hay una lec-
ción para nosotros. Hoy en día es normal oír decir a la
gente: «Yo no puedo aceptar que Jesús fuera el Hijo de
Dios; pero lo que sí creo es que era un hombre muy
bueno y un maestro excelente de ética». Pero hablar así
es una necedad. Si Jesús reivindicaba ser el Hijo de Dios
sin serlo de verdad, lo último que se puede decir de él
es que fuese un hombre bueno. En este caso era más
bien, como afirmaban los judíos, un blasfemo descarado
que merecía morir. Y su enseñanza de la ética haría aún
más grave su crimen, y no menos. El uso del engaño para
convencer a las personas de que era igual a Dios, y al
mismo tiempo inculcarles la absoluta importancia de decir
la verdad, habría sido propio de un charlatán despreciable.
Si Jesús no era el Hijo de Dios, fue el peor maestro de
ética que jamás ha existido.

262
27
LA MUERTE DE JESÚS Y LA
SALVACIÓN DEL MUNDO
Leer Juan 19:12–15

En nuestro último capítulo comenzamos a investigar las


respuestas que ofrece el Nuevo Testamento a la pregunta:
¿Por qué fue crucificado Jesús? Vimos que la acusación prin-
cipal que los líderes judíos presentaron contra él fue la de
blasfemia por haber reivindicado ser el Hijo de Dios. En el
presente capítulo consideraremos la otra principal acusa-
ción que le hicieron, luego algunos detalles del juicio ante
Poncio Pilato, y finalmente la reacción de los primeros dis-
cípulos a la muerte de Jesús.
La segunda acusación tenía algo que ver con otra rei-
vindicación que hizo Jesús.

LA REIVINDICACIÓN DE JESÚS
DE QUE ERA EL MESÍAS

El trasfondo de esta acusación era el hecho de que, a lo


largo del Antiguo Testamento, a través de los profetas, Dios
Fundamentos para una ética bíblica

prometió que un día enviaría a un libertador que liberaría a


la nación judía de todas sus aflicciones y enemigos y que les
traería una salvación completa y definitiva. A este gran liber-
tador se le dio el nombre de Mesías —derivado del hebreo
mashiach, que quiere decir «ungido»; «Cristo» es la traduc-
ción al griego de este nombre—.
En tiempos de Jesús, algunos sectores de la población
creían que el Mesías prometido sería una figura política
que llamaría al pueblo a levantarse en armas y que, con
la ayuda de Dios, expulsaría a los odiados imperialistas
romanos. De hecho, ya se habían levantado de vez en
cuando varios hombres que reivindicaban ser el Mesías y
que encabezaron una serie de sublevaciones desastrosas
contra los romanos. Dos de estas figuras, Teudas y Judas el
Galileo, son mencionadas en Hechos 5:36–37 —ver también
Hechos 21:38, donde aparece otro ejemplo de un fenómeno
parecido que tuvo lugar más tarde—.
Ahora bien, es cierto que Jesús también reivindicó ser
el Mesías, y cuando fue desafiado en su juicio ante las
autoridades judías, repitió abiertamente esta reivindica-
ción (ver Mateo 26:63–64 y Lucas 22:66–67). Pero en ningún
momento Jesús se irguió en líder político. En una ocasión,
al ver que el pueblo lo quería hacer rey por la fuerza, se
retiró deliberadamente del lugar (Juan 6:15). Preguntado
una vez en público si era lícito para los judíos pagar
impuestos al César, no dudó en contestar a la gente que
debían pagar los impuestos (Lucas 20:19–26). Muchas veces
había avisado a sus seguidores de que la voluntad de Dios
para él era que fuese crucificado (ver Mateo 16:21–23). Y
cuando las tropas vinieron al jardín de Getsemaní para
arrestarlo, y uno de los discípulos sacó una espada para

264
27 • La muerte de Jesús y la salvación del mundo

defenderlo, reprendió al discípulo y le prohibió utilizarla


(Mateo 26:47–56).
No obstante, el sumo sacerdote judío, fuese sincera o
insinceramente, se convenció a sí mismo y a sus colabora-
dores de que Jesús era otro más de estos falsos «mesías»
políticos, el cual, si no se le paraba los pies, desencadena-
ría una sublevación contra los romanos por toda la nación
que resultaría en la completa destrucción de la nación
(ver Juan 11:47–53). Por tanto, le acusaron ante Pilato de
reivindicar ser Rey de los judíos en el sentido político y de
fomentar la sedición contra el gobierno romano. Y sobre
esta base, exigieron su crucifixión.

Algunos detalles sobre el juicio


de Jesús ante Pilato

«¿Acaso soy judío?» —replicó Pilato. «Han sido tu


propio pueblo y los jefes de los sacerdotes los que te
entregaron a mí. ¿Qué has hecho?» «Mi reino no es de
este mundo» —contestó Jesús. «Si lo fuera, mis propios
guardias pelearían para impedir que los judíos me arres-
taran. Pero mi reino no es de este mundo». «¡Así que
eres rey!» —le dijo Pilato. «Eres tú quien dice que soy
rey. Yo para esto nací, y para esto vine al mundo: para
dar testimonio de la verdad. Todo el que está de parte
de la verdad escucha mi voz». «¿Y qué es la verdad?»
—preguntó Pilato.

Dicho esto, salió otra vez a ver a los judíos. «Yo no


encuentro que este sea culpable de nada» —declaró.
«Pero, como ustedes tienen la costumbre de que les

265
Fundamentos para una ética bíblica

suelte a un preso durante la Pascua, ¿quieren que les


suelte al “rey de los judíos”?» «¡No, no sueltes a ese;
suelta a Barrabás!» —volvieron a gritar desaforada-
mente. Y Barrabás era un bandido. (Juan 18:35–40)

Así que la asamblea en pleno se levantó, y lo llevaron a


Pilato. Y comenzaron la acusación con estas palabras:
«Hemos descubierto a este hombre agitando a nuestra
nación. Se opone al pago de impuestos al emperador
y afirma que él es el Cristo, un rey». Así que Pilato le
preguntó a Jesús: «¿Eres tú el rey de los judíos?» «Tú
mismo lo dices» —respondió. Entonces Pilato declaró a
los jefes de los sacerdotes y a la multitud: «No encuen-
tro que este hombre sea culpable de nada». Pero ellos
insistían: «Con sus enseñanzas agita al pueblo por toda
Judea. Comenzó en Galilea y ha llegado hasta aquí».

Al oír esto, Pilato preguntó si el hombre era galileo.


Cuando se enteró de que pertenecía a la jurisdicción de
Herodes, se lo mandó a él, ya que en aquellos días tam-
bién Herodes estaba en Jerusalén. Al ver a Jesús, Herodes
se puso muy contento; hacía tiempo que quería verlo
por lo que oía acerca de él, y esperaba presenciar algún
milagro que hiciera Jesús. Lo acosó con muchas pre-
guntas, pero Jesús no le contestaba nada. Allí estaban
también los jefes de los sacerdotes y los maestros de la
ley, acusándolo con vehemencia. Entonces Herodes y sus
soldados, con desprecio y burlas, le pusieron un manto
lujoso y lo mandaron de vuelta a Pilato. Anteriormente,
Herodes y Pilato no se llevaban bien, pero ese mismo día
se hicieron amigos.

266
27 • La muerte de Jesús y la salvación del mundo

Pilato entonces reunió a los jefes de los sacerdotes, a los


gobernantes y al pueblo, y les dijo: «Ustedes me trajeron
a este hombre acusado de fomentar la rebelión entre el
pueblo, pero resulta que lo he interrogado delante de
ustedes sin encontrar que sea culpable de lo que ustedes
lo acusan. Y es claro que tampoco Herodes lo ha juzgado
culpable, puesto que nos lo devolvió. Como pueden ver,
no ha cometido ningún delito que merezca la muerte, así
que le daré una paliza y después lo soltaré».

Pero todos gritaron a una voz: «¡Llévate a ese!


¡Suéltanos a Barrabás!» A Barrabás lo habían metido en
la cárcel por una insurrección en la ciudad, y por homi-
cidio. Pilato, como quería soltar a Jesús, apeló al pueblo
otra vez, pero ellos se pusieron a gritar: «¡Crucifícalo!
¡Crucifícalo!» Por tercera vez les habló: «Pero ¿qué cri-
men ha cometido este hombre? No encuentro que él
sea culpable de nada que merezca la pena de muerte,
así que le daré una paliza y después lo soltaré». Pero a
voz en cuello ellos siguieron insistiendo en que lo cru-
cificara, y con sus gritos se impusieron. Por fin Pilato
decidió concederles su demanda: soltó al hombre que
le pedían, el que por insurrección y homicidio había
sido echado en la cárcel, y dejó que hicieran con Jesús
lo que quisieran. (Lucas 23:1–25)

Desde entonces Pilato procuraba poner en libertad a


Jesús, pero los judíos gritaban desaforadamente: «Si
dejas en libertad a este hombre, no eres amigo del
emperador. Cualquiera que pretende ser rey se hace
su enemigo».

267
Fundamentos para una ética bíblica

Al oír esto, Pilato llevó a Jesús hacia fuera y se sentó en


el tribunal, en un lugar al que llamaban el Empedrado
—que en arameo se dice Gabatá—. Era el día de la prepa-
ración para la Pascua, cerca del mediodía. «Aquí tienen
a su rey» —dijo Pilato a los judíos. «¡Fuera! ¡Fuera!
¡Crucifícalo!» —vociferaron. «¿Acaso voy a crucificar
a su rey?» —replicó Pilato. «No tenemos más rey que
el emperador romano» —contestaron los jefes de los
sacerdotes. (Juan 19:12–15)

Un detalle de la crucifixión

Con él crucificaron a dos bandidos, uno a su derecha


y otro a su izquierda. Los que pasaban meneaban la
cabeza y blasfemaban contra él: «Tú, que destruyes
el templo y en tres días lo reconstruyes, ¡sálvate a ti
mismo! ¡Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz!» De la
misma manera se burlaban de él los jefes de los sacer-
dotes, junto con los maestros de la ley y los ancianos.
«Salvó a otros» —decían, «¡pero no puede salvarse a sí
mismo! ¡Y es el Rey de Israel! Que baje ahora de la cruz,
y así creeremos en él. Él confía en Dios; pues que lo
libre Dios ahora, si de veras lo quiere. ¿Acaso no dijo:
“Yo soy el Hijo de Dios”»? (Mateo 27:38–43)

De modo que las autoridades judías lograron hacer


crucificar a Jesús y, como vemos en este texto arriba,
creían que su muerte desacreditaba todas sus reivindi-
caciones. ¿Cómo podía ser el Mesías y salvar a Israel si
ni siquiera se pudo salvar a sí mismo del arresto, de la
crucifixión y de la muerte? Si era realmente el Hijo de

268
27 • La muerte de Jesús y la salvación del mundo

El veredicto sobre Jesús


Estudiar Juan 18:35–40, Lucas 23:1–25, Juan 19:12–15 en detalle
con la clase y luego responder a las siguientes preguntas:

¿Cómo demostró Jesús a Pilato que no era ningún rey terre-


nal con aspiraciones políticas?

¿Qué clase de rey afirmó ser Jesús y qué clase de reino había
venido a establecer?

Sin tener en cuenta la presión de los judíos, ¿a qué veredicto


llegaron Pilato y Herodes por su propia cuenta?

¿A qué clase de argumentos recurrieron los judíos para per-


suadir a Pilato de que debía crucificar a Jesús?

Volver a leer Juan 18:38–40 y Lucas 23:18–25. ¿Cuál es el signi-


ficado del hecho de que, habiendo acusado a Jesús de sedición,
los sacerdotes eligiesen liberar a Barrabás en lugar de a Jesús?

Comentar esta idea: «Cada uno de nosotros se enfrenta tarde


o temprano en la vida a la necesidad de elegir entre Jesús y
Barrabás: rechazar a Jesús, el Príncipe de la Verdad y de la Vida,
es elegir a Barrabás, el asesino».

Dios, seguro que Dios no permitiría que muriese de una


manera tan dolorosa e ignominiosa. Pero Jesús sí murió.
Los líderes judíos tenían la seguridad de haber triunfado
por fin, y de haber puesto punto y final para siempre a
la influencia de Jesús.
No obstante, tres días después del entierro comen-
zaba a correr por Jerusalén la noticia de que su tumba
se había encontrado vacía (Mateo 27:62–28:15). Solo unas
ocho semanas después, más de tres mil personas habían
llegado a la convicción de que Jesús había resucitado de la

269
Fundamentos para una ética bíblica

muerte (Hechos 2:41) y se convirtieron en discípulos suyos—


sin duda muchos más seguidores de los que tenía antes de
morir. Y desde aquel momento, por supuesto, este número
ha crecido hasta alcanzar una cifra multimillonaria.

La actitud de los primeros cristianos


frente a la muerte de Jesús

Trataremos la evidencia histórica de que Jesús realmente


resucitó de la muerte en el Apéndice B. Lo que ahora
nos ocupa es la actitud de estos miles de nuevos cristia-
nos ante la muerte de Jesús. Ellos no lo veían como una
catástrofe, ni tampoco como ningún contratiempo que la
resurrección sirviera para remediar. Para ellos más bien
se trataba de la obra más importante y significativa que
Jesús jamás realizó. Lo que es más, enseguida iniciaron
la costumbre de reunirse, por lo menos una vez a la
semana —generalmente el primer día de la semana, el día
de la resurrección—, precisamente para recordar y cele-
brar la muerte de Jesús. La sencilla ceremonia mediante
la cual lo hacían se llamaba «el partimiento del pan»
(Hechos 2:42; 20:7) o «La Cena del Señor». Esta es una
descripción que el apóstol Pablo hace de ella:

Yo recibí del Señor lo mismo que les transmití a


ustedes: Que el Señor Jesús, la noche en que fue
traicionado, tomó pan, y, después de dar gracias, lo
partió y dijo: «Este pan es mi cuerpo, que por ustedes
entrego; hagan esto en memoria de mí». De la misma
manera, después de cenar, tomó la copa y dijo: «Esta
copa es el nuevo pacto en mi sangre; hagan esto, cada

270
27 • La muerte de Jesús y la salvación del mundo

vez que beban de ella, en memoria de mí». Porque


cada vez que comen este pan y beben de esta copa,
proclaman la muerte del Señor hasta que él venga.
(1 Corintios 11:23–26)

Pablo nos recuerda que esta ceremonia fue instituida por


Jesús mismo en la víspera de su muerte. Por tanto, se trata
de la manera en la que Jesús mismo eligió ser recordado.

ACUÉRDENSE DE MÍ

Nos consta que, al instituir esta ceremonia, Jesús preveía


que la repetición continuada de la misma a través de los
siglos serviría para resaltar lo que él mismo consideraba
el aspecto más significativo de su obra en el mundo. Por
supuesto, podía haber mandado a sus discípulos que se
reuniesen una vez a la semana para recitar el Sermón del
Monte. El resultado habría sido resaltar el papel de Jesús
como maestro de ética. Sin embargo, no fue así como
eligió ser recordado. También podía haber mandado que
alguien leyese públicamente en cada reunión el relato
de alguno de sus milagros más destacados. Esto habría
dado a entender que en primer lugar había venido para
realizar milagros. Pero esta tampoco fue la manera que
eligió. Eligió una ceremonia que por su misma naturaleza
serviría para recordar su muerte. Y no solo el hecho de
su muerte, sino su propósito: la entrega de su cuerpo al
sufrimiento y a la muerte en la cruz, y el derramamiento
de su sangre para la remisión de los pecados (Mateo 26:28).
Si este fue el propósito de su muerte, es comprensible
que insistiera en que su muerte estuviese en el centro de

271
Fundamentos para una ética bíblica

la memoria de su pueblo y también en el centro de la


atención del mundo entero. Su enseñanza ética no podía
haber asegurado la remisión de los pecados de la huma-
nidad, ni tampoco lo podían haber hecho sus milagros.
De hecho, el efecto de sus enseñanzas éticas —un efecto
saludable, por cierto— es el de hacer que las personas
sean más conscientes de sus pecados, y por tanto de su
culpa, que nunca antes. Solo su muerte como un sacrificio
designado por Dios por el pecado del hombre pudo obte-
ner el perdón que el hombre necesita y la reconciliación
con Dios.
Además, Jesús estableció cuidadosamente todos los
detalles de esta ceremonia conmemorativa a fin de que
siempre se tuviese muy claro mediante la muerte de quién
y el sacrificio de quién se puede acceder a este perdón.
Cuando ofreció el pan a sus discípulos como símbolo
de su cuerpo, no les dijo que ofreciesen este símbolo a
Dios como medio de obtener el perdón: les dijo que lo
comiesen. Asimismo, cuando les ofreció la copa de vino
como símbolo de su sangre, no les dijo que la derramasen
como sacrificio por el pecado. Les correspondía beberla
(Mateo 26:26–27). La salvación no residía en los símbolos:
no eran más que una manera de recordar la muerte de
Jesús como el eje principal de la historia de la humanidad,
y proclamarla a todas las generaciones sucesivas. Era pre-
ciso que todos comprendiesen con la máxima claridad que
la salvación del mundo no dependía de nada que pueda
hacer el hombre, ni de ningún sacrificio ni sufrimiento
humano, sino única y exclusivamente del sacrificio reali-
zado por Jesús cuando murió en la cruz.

272
27 • La muerte de Jesús y la salvación del mundo

Esta es una enorme reivindicación, de la que ahora


trataremos de ofrecer una evaluación.

273
28
LA ASEVERACIÓN DE JESÚS DE
SER EL SALVADOR DEL MUNDO
En el último capítulo estuvimos considerando cómo Jesús,
antes de su muerte, quiso dejar muy claro que la salvación
del mundo dependía únicamente del sacrificio que estaba
a punto de realizar a través de su muerte en la cruz. Esta
reivindicación es tan enorme que naturalmente pediremos
evidencia de que sea cierta. Escuchemos primeramente al
precursor de Cristo.

EL TESTIMONIO DE JUAN BAUTISTA

Juan Bautista se identificó a sí mismo como el precursor


del Mesías, designado por Dios con la misión de presentar
oficial y públicamente al Mesías ante su nación y ante el
mundo (ver Isaías 40:3–5; Juan 1:23). Por tanto, era natural
que, en el momento de presentar a Jesús al comienzo
de su ministerio, Juan declarase quién era Jesús: el Hijo
de Dios (Juan 1:30–34). Pero, además de esto, declaró el
Fundamentos para una ética bíblica

motivo de la venida de Jesús: «¡Aquí tienen al Cordero de


Dios, que quita el pecado del mundo!» (Juan 1:29).
Lo que tiene de significativo esta declaración es que
no fue hecha después de la muerte de Jesús, ni siquiera
al final de su vida en la tierra, sino al principio de su
ministerio. Desde el comienzo, entonces, se proclamó
que Jesús había venido para morir por los pecados del
mundo. Y Jesús mismo repitió esta reivindicación más
tarde: «Porque ni aun el Hijo del hombre vino para que
le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate
por muchos» (Marcos 10:45), y «Yo soy el buen pastor.
El buen pastor da su vida por las ovejas . . . doy mi vida
por las ovejas» (Juan 10:11, 15). Y en este particular, por
supuesto, Jesús es único. Ningún otro maestro; ni Buda, ni
Mahoma, ni Sócrates, ni Platón, ni Napoleón, ni Marx, ni
ningún otro filósofo, ni político, ni fundador de ninguna
religión, nunca ha anunciado al comienzo de su carrera
que su propósito principal en la vida fuese morir por los
pecados del mundo.
Y hay buenas razones para ello. A menos que esta
reivindicación fuese cierta, solo se atrevería a hacerla un
megalómano, una persona mentalmente desequilibrada.
Solo alguien que fuera infinitamente más que un ser
humano finito podría ofrecerse a sí mismo como sacrificio
suficiente por el pecado de todo el mundo. Y solo un hom-
bre sin pecado, y por tanto no merecedor de la muerte
a causa de su propio pecado, podría presentar su propia
muerte como sustituto de la muerte de los pecadores. Es
comprensible, entonces, que ningún otro líder religioso
jamás haya hecho una reivindicación así.

276
28 • La aseveración de Jesús de ser el salvador del mundo

Sin embargo, Jesús reivindicó precisamente esto. ¿Acaso


estaba loco? Tal vez la única respuesta válida a una pre-
gunta así es que, si Jesús de Nazaret estaba loco, nunca ha
habido ningún cuerdo en toda la historia de la humanidad.

EL TESTIMONIO DEL ANTIGUO TESTAMENTO

Según el Nuevo Testamento, el evangelio cristiano no es


solo que «Cristo murió por nuestros pecados», sino que
«Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras
—es decir, el Antiguo Testamento—» (1 Corintios 15:3).
Dicho de otra manera, el Nuevo Testamento afirma que
la muerte de Jesús fue el cumplimiento de las promesas y
de las profecías que Dios había dado hacía muchos siglos.
En aquellas profecías, Dios había anunciado que enviaría a
su Gran Siervo, al Mesías, al mundo para pagar el castigo
por el pecado y para morir a fin de que los pecadores
fuesen perdonados y reconciliados con Dios. Esto es, natu-
ralmente, lo que Jesús mismo afirmó tanto antes de su
muerte como después de la resurrección:

«Cuando todavía estaba yo con ustedes, les decía que


tenía que cumplirse todo lo que está escrito acerca
de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los
salmos». Entonces les abrió el entendimiento para
que comprendieran las Escrituras. «Esto es lo que está
escrito» —les explicó: «que el Cristo padecerá y resu-
citará al tercer día, y en su nombre se predicarán el
arrepentimiento y el perdón de pecados a todas las
naciones . . .» (Lucas 24:44–47)

277
Fundamentos para una ética bíblica

De modo que la idea de que el Siervo del Señor, el


Mesías, tendría que sufrir y morir por los pecados del
mundo no era ninguna idea nueva, completamente desco-
nocida hasta que Jesús de repente la sacara y la plasmara
ante sus contemporáneos. Hacía varios siglos Dios ya
la había hecho pronunciar y escribir con claridad en el
Antiguo Testamento. La única cuestión que tenían que
resolver los contemporáneos de Jesús era la siguiente:
¿encajan la vida, la muerte y la resurrección de Jesús con
estas profecías? Los líderes judíos estaban tan seguros de
que no era el Mesías que, por lo visto olvidando lo que
habían anunciado los profetas, lo hicieron crucificar—lo
cual fue lo último que deberían haber hecho si lo que
querían era demostrar que no era el Mesías.
Pero a nosotros se nos plantea la misma pregunta
mientras procuramos tomar una decisión respecto a las
reivindicaciones de Jesús.

EL SIERVO DEL SEÑOR

Isaías 52:13–53:12 es uno de los textos más conocidos del


Antiguo Testamento —fue escrito, según los eruditos bíbli-
cos, más de 600 años antes del tiempo de Cristo— que
predijo lo que le sucedería al Siervo de Dios, al Mesías,
cuando Dios lo enviara al mundo.

Miren, mi siervo triunfará;


será exaltado, levantado y muy enaltecido.
Muchos se asombraron de él,
pues tenía desfigurado el semblante;
¡nada de humano tenía su aspecto!

278
28 • La aseveración de Jesús de ser el salvador del mundo

Del mismo modo, muchas naciones se asombrarán,


y en su presencia enmudecerán los reyes,
porque verán lo que no se les había anunciado,
y entenderán lo que no habían oído.

¿Quién ha creído a nuestro mensaje


y a quién se le ha revelado el poder del Señor?
Creció en su presencia como vástago tierno,
como raíz de tierra seca.
No había en él belleza ni majestad alguna;
su aspecto no era atractivo y nada en su apariencia lo
hacía deseable.
Despreciado y rechazado por los hombres,
varón de dolores, hecho para el sufrimiento.
Todos evitaban mirarlo;
fue despreciado, y no lo estimamos.
Ciertamente él cargó con nuestras enfermedades
y soportó nuestros dolores,
pero nosotros lo consideramos herido,
golpeado por Dios, y humillado.
Él fue traspasado por nuestras rebeliones,
y molido por nuestras iniquidades;
sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz,
y gracias a sus heridas fuimos sanados.
Todos andábamos perdidos, como ovejas;
cada uno seguía su propio camino,
pero el Señor hizo recaer sobre él
la iniquidad de todos nosotros.

Maltratado y humillado,
ni siquiera abrió su boca;

279
Fundamentos para una ética bíblica

como cordero, fue llevado al matadero;


como oveja, enmudeció ante su trasquilador;
y ni siquiera abrió su boca.
Después de aprehenderlo y juzgarlo, le dieron muerte;
nadie se preocupó de su descendencia.
Fue arrancado de la tierra de los vivientes,
y golpeado por la transgresión de mi pueblo.
Se le asignó un sepulcro con los malvados,
y murió entre los malhechores,
aunque nunca cometió violencia alguna,
ni hubo engaño en su boca.

Pero el Señor quiso quebrantarlo y hacerlo sufrir,


y, como él ofreció su vida en expiación,
verá su descendencia y prolongará sus días,
y llevará a cabo la voluntad del Señor.
Después de su sufrimiento,
verá la luz y quedará satisfecho;
por su conocimiento
mi siervo justo justificará a muchos,
y cargará con las iniquidades de ellos.
Por lo tanto, le daré un puesto entre los grandes,
y repartirá el botín con los fuertes,
porque derramó su vida hasta la muerte,
y fue contado entre los transgresores.
Cargó con el pecado de muchos,
e intercedió por los pecadores.
(Isaías 52:13–53:12)

Una posible objeción. Alguien podría argumentar de la


siguiente manera: puesto que esta profecía fue escrita

280
28 • La aseveración de Jesús de ser el salvador del mundo

muchos años antes del nacimiento de Jesús y él segura-


mente la conocía, ¿no le habría resultado bastante sencillo
provocar a las autoridades judías de tal modo que lo hicie-
sen matar, convirtiéndolo de esta manera en un mártir,
y convenciendo a sus seguidores de que la profecía se
cumplía en él? Un argumento así podría resultar atra-
yente a primera vista; no obstante, topa con un obstáculo
insuperable: si Jesús intentó deliberadamente cumplir esta
profecía, tenía que estar seguro de que, después de su
ejecución, resucitaría de la muerte. Si no resucitaba, la
falsedad de su reivindicación sería patente. Y es por esta
razón que nadie sino Jesús jamás declaró que iba a cum-
plir esta profecía. Lo cual nos trae de vuelta a la cuestión
de la evidencia de la resurrección de Jesús. Hemos compi-
lado algunas de las principales evidencias en el Apéndice B
de este libro, en el que también se incluyen otras lecturas
sugeridas.

EL TESTIMONIO DE LA EXPERIENCIA PERSONAL

Comencemos por una analogía. El mundo está hecho de


tal manera que todos tenemos estómagos que tienen ham-
bre y que nos obligan a buscar comida. Sería muy extraño
si fuese imposible encontrar comida para satisfacer esta
hambre por ninguna parte. Pero cuando encontramos un
pan, ¿cómo sabemos que este pan es bueno, que nos ali-
mentará de verdad y que no se trata de una trampa? Lo
sabemos cuando probamos este pan y descubrimos que,
en efecto, satisface nuestra hambre.
De la misma manera, todos poseemos una conciencia.
No la hemos inventado. Nuestra conciencia nos señala que

281
Fundamentos para una ética bíblica

hemos pecado contra Dios y contra nuestro prójimo y que


merecemos sufrir las consecuencias de nuestro pecado. En
nuestro fuero interno, anhelamos ser perdonados. Pero
¿dónde se puede encontrar un perdón que sea compatible
con el ideal de la justicia universal? Es aquí donde Jesús
acude a nuestra necesidad. Afirma ser nuestro Hacedor
y Juez: se ha comprometido a hacer prevalecer la ley de
Dios y condenar nuestros pecados. El castigo debe cum-
plirse. Pero no es únicamente nuestro Juez. Al ser nuestro
Creador, nos ama de la manera como solo nuestro Creador
nos podría amar. Y puesto que nos ama, estuvo dispuesto
a morir por nosotros a fin de asumir él mismo la pena que
nosotros merecíamos y proporcionarnos la paz y la vida
eterna. Pero ¿cómo sabemos que esto, o mejor dicho, que
Jesús es auténtico? Poniendo nuestra fe en él, recibiéndolo
y descubriendo así que él cubre la necesidad de nuestra
conciencia como nada ni nadie la puede cubrir.
En última instancia, la pregunta fundamental que se
nos plantea es esta: si hay un Dios Creador, ¿cómo se le
reconocería como tal? La respuesta que ofrece la Biblia es
la siguiente: reconocerías a tu Creador por el hecho de
que, a pesar de tu pecado, haría lo que fuese, siempre que
fuera compatible con su justicia, por extremo que fuese,
para que no tuvieras que perecer. La Biblia lo expresa en
estas palabras: «Dios demuestra su amor por nosotros
en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo
murió por nosotros» (Romanos 5:8). «Porque tanto amó
Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo
el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna»
(Juan 3:16).

282
28 • La aseveración de Jesús de ser el salvador del mundo

Para el aula
Leer y estudiar Isaías 52:13–53:12, fijándose cuidadosamente en todos
sus detalles.

Tomar un Nuevo Testamento y leer los cuatro relatos de la muerte de


Jesús. Se pueden encontrar al final de las cuatro biografías de Jesús, los
evangelios, escritas por los apóstoles Mateo, Marcos, Lucas y Juan, al
principio del Nuevo Testamento.

Comparar lo que le sucedió a Jesús con las predicciones de Isaías 53.

Luego evaluar la evidencia de que cuando Jesús murió por nues-


tros pecados, murió por nuestros pecados «según las Escrituras»
(1 Corintios 15:3).

Volver a leer la profecía de Isaías, asegurándose de que la clase ha com-


prendido los dos hechos principales que se desprenden de ella.

a) El Siervo de Dios no solo había de sufrir el rechazo, la tortura y la


muerte a manos de sus semejantes, y sufrirlos sin ninguna represa-
lia. También había de sufrir a manos de Dios. «El Señor hizo recaer
sobre él la iniquidad de todos nosotros» (v. 6), y por tanto le pidió
cuentas a él. De modo que el Señor pondría «su vida en expiación»
por el pecado (v. 10). Esto significa que Dios lo trataría como nues-
tro sustituto. Sería traspasado y molido por nuestras iniquidades
(v. 5). El Señor lo quebrantaría, lo sujetaría a sufrimiento (v. 10) y lo
castigaría (v. 5), para que él fuese quien pagase la pena exigida por
la ley de Dios en lugar de nosotros. Había de ser «contado entre
los transgresores» y así «[interceder] por los transgresores» (v. 12).
Como resultado, nosotros seríamos «justificados», es decir, excul-
pados ante Dios, perdonados y absueltos ante el tribunal de Dios (v.
11), sanados, y tendríamos paz con él (v. 5).

b) El Siervo de Dios moriría (v. 8) y sería enterrado (v. 9). Mas des-
pués prolongaría sus días (v. 10). La voluntad de Dios se llevaría a
cabo en su mano (v. 10) y triunfaría y sería engrandecido y univer-
salmente reconocido (53:10–11 y 52:13–15). La única manera en que
esto podría suceder sería mediante la resurrección de la muerte del
Siervo de Dios.
283
Parte 3
LA ÉTICA CRISTIANA
29
LA EXTENSIÓN DE LA ÉTICA
CRISTIANA POR TODO EL MUNDO
En este capítulo volvemos al tema principal de esta serie, la
cuestión de la ética. Los textos más detallados y extensos
que tratan esta cuestión en el Nuevo Testamento se encuen-
tran en las llamadas «epístolas». Se trata de cartas escritas
por apóstoles y otros líderes cristianos a algunas iglesias,
varias de las cuales se acababan de fundar. Contienen ins-
trucción ética detallada acerca de la moralidad personal, la
vida familiar y las relaciones, las actitudes hacia el prójimo,
los empleados y los jefes, hacia el Estado, hacia el trabajo,
etc.; en muchos casos esta instrucción ética ocupa entre la
cuarta y la tercera parte de la carta. La instrucción tenía
que ser básica y a la vez detallada, puesto que la mayo-
ría de estas nuevas iglesias cristianas estaban formadas
por una mezcla de personas muy diferentes. Había, para
comenzar, numerosos judíos, los cuales, incluso antes de
su conversión, seguramente habían sido instruidos en la
ética del Antiguo Testamento. Pero también había gentiles,
Fundamentos para una ética bíblica

cuyo trasfondo pagano y cuyas normas éticas eran muy


diferentes a las de los judíos, a menudo estridentemente.
Y en diferentes partes del Imperio romano había enormes
diferencias nacionales, culturales y sociales. Los nuevos
cristianos de Filipos, por ejemplo, vivían en una ciudad que,
aunque situada en Grecia, era una colonia romana. Sus ciu-
dadanos estaban orgullosos de ella: vestían ropa romana y
a menudo hablaban latín. Su ciudad estaba bien organizada.
Los nuevos cristianos de Creta, en cambio, pertenecían a
un grupo étnico sobre el que uno de sus propios poetas
había escrito lo siguiente: «Los cretenses son siempre
mentirosos, malas bestias, glotones perezosos» (Tito 1:12).
Las ciudades como Atenas y Corinto eran maravillas de
la sofisticación por excelencia: Atenas era una ciudad uni-
versitaria con una arquitectura espléndida y que gozaba
de una reputación mundial por su calidad intelectual, y
Corinto un próspero centro comercial. Cuando los habitan-
tes de Atenas oyeron predicar al apóstol Pablo por primera
vez, el comentario que hicieron era típicamente cínico:
«¿Qué querrá decir este charlatán?» (Hechos 17:18). En el
otro extremo, los habitantes de Listra de Licaonia —un dis-
trito de Pisidia, al norte de los montes Tauro— pensaban
que Pablo y Bernabé, su compañero misionero, eran los
dioses paganos Zeus y Hermes venidos a la tierra en forma
humana. Les habrían ofrecido sacrificios si no hubiese sido
por la intervención de Pablo (Hechos 14:8–17).
La ética cristiana, entonces, tenía por delante un
reto importante al dirigirse a colectivos de personas tan
diversos en estas diferentes regiones. Y en las ciudades
cosmopolitas como Roma, la capital del imperio, o Éfeso,
la ciudad principal de Asia Menor, este reto resultaría

288
29 • La extensión de la ética cristiana por todo el mundo

doblemente difícil, porque el cristianismo no es una


filosofía que se pueda practicar adecuadamente por un
individuo que, dentro de una situación determinada, pre-
fiere mantenerse aparte de los demás, o limitarse a su
propio colectivo étnico o cultural. El cristianismo es una
vida que requiere ser vivida en comunión activa con otros
creyentes. Fuesen originalmente judíos o gentiles, asiá-
ticos o europeos, cultos o ignorantes, esclavos o libres,
miembros de la clase dirigente de la sociedad romana o
de alguna pequeña nación sojuzgada por los romanos e
incorporada al Imperio, todos, en cuanto se convertían
al cristianismo, debían aceptarse, respetarse y amarse los
unos a los otros, y estar dispuestos a participar activa-
mente en la comunión de su iglesia cosmopolita local. El
cristianismo sin duda exigía un precio muy alto.
Por supuesto, surgen muchas preguntas; y la primera
de ellas es una pregunta sencilla de carácter histórico y
geográfico: ¿Cómo, cuándo y dónde nacieron estos grupos
de conversos cristianos? Se puede responder a esta pre-
gunta al examinar los mapas del mundo mediterráneo que
tratan sobre la extensión del evangelio en el primer siglo
—ver las sugerencias relacionadas en Para el aula—.
Pero hay otra cuestión que va más allá, y que atañe a
la esencia del problema de la ética, el tema principal de
estos estudios.
¿Qué tenía el evangelio cristiano que influyó de tal
manera en tantas personas de trasfondos tan diferentes, que
muchas de ellas estuvieron dispuestas a abandonar su anti-
guo estilo de vida para adoptar como suya la ética cristiana?
Para ilustrar esta realidad, consideremos dos casos
extremos:

289
Fundamentos para una ética bíblica

1. Los corintios —La visita de Pablo


se relata en Hechos 18—

Corinto era una ciudad grande y próspera con una pobla-


ción —incluidos los esclavos— de unas 650.000 personas.
También era un puerto. En cuanto a sus valores morales,
se puede considerar el siguiente resumen de su reputación:

Como cualquier ciudad comercial, Corinto era un cen-


tro de una promiscuidad sexual abierta y desenfrenada.
El culto a la diosa Afrodita fomentaba la prostitución
en nombre de la religión. Llegó a haber 1.000 prostitu-
tas —sacerdotisas—, asequibles a todos los que acudían,
que servían en su templo. Hasta tal punto se exten-
dió el renombre de la inmoralidad de Corinto que el
verbo griego «corintizar» llegó a significar «practicar
la inmoralidad sexual». En un entorno como ese no es
de extrañar que la iglesia corintia estuviera plagada de
numerosos problemas.1

El apóstol Pablo, escribiendo posteriormente a los conversos


cristianos en Corinto, protesta, con mucho conocimiento
de causa:

Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros,


ni los sodomitas, ni los pervertidos sexuales, ni los
ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los calum-
niadores, ni los estafadores heredarán el reino de Dios.
(1 Corintios 6:9–11)

1 Traducido de la «Introducción a 1 Corintios», de la Biblia: NIV Study Bible,


en inglés.

290
29 • La extensión de la ética cristiana por todo el mundo

Sin embargo, añade: «Y eso eran algunos de ustedes»


(v. 11), es decir, lo eran antes de su conversión a Cristo.
¿Qué hizo entonces que abandonasen su antiguo estilo
de vida? Nuestra propia experiencia del mundo nos enseña
que personas como estas no suelen ser atraídas, y mucho
menos transformadas, por una serie de conferencias sobre
ética. ¿Qué tenía el mensaje cristiano que pudo efectuar
esta transformación?

Para el aula
Aquí hay una oportunidad para realizar un proyecto juntos.

Consigue —o dibuja— un mapa grande de los países mediterráneos


tal como eran durante el primer siglo dC Señala también la exten-
sión del Imperio romano.

A partir de la información que se encuentra en los Hechos de


los Apóstoles, sigue en el mapa las trayectorias de los primeros
misioneros cristianos y analiza el proceso mediante el cual el
evangelio se extendió desde el Aposento Alto en Jerusalén donde
Cristo comisionó a sus apóstoles y discípulos (Lucas 24:33–49;
Hechos 2:5–28:30).

Con el libro de los Hechos y las Epístolas en la mano, traza en el


mapa las ciudades donde las iglesias cristianas se establecieron,
tanto en Asia como en Europa, antes del año 70 de la nueva era.

Estas son algunas fechas aproximadas que pueden ayudar a tus


alumnos a darse cuenta de que no se trata de ninguna leyenda
sino de hechos históricos remontables a fechas concretas. Se esta-
blecieron iglesias: en Jerusalén, el año 30; en Antioquía en Siria, a
principios de los 40; en Filipos, Tesalónica, Berea y Corinto, entre
el año 50 y el año 52; en Éfeso, Colosas y Laodicea entre el 53 y
el 57; y en la isla de Creta, entre el 62 y el 67.

291
Fundamentos para una ética bíblica

2. El propio apóstol Pablo

Esta es su propia descripción de su estilo de vida antes de


hacerse cristiano, cuando aún se le conocía como Saulo de
Tarso:

Yo mismo tengo motivos para tal confianza. Si cual-


quier otro cree tener motivos para confiar en esfuerzos
humanos, yo más: circuncidado al octavo día, del pue-
blo de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de pura
cepa; en cuanto a la interpretación de la ley, fariseo;
en cuanto al celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto
a la justicia que la ley exige, intachable.

Sin embargo, todo aquello que para mí era ganancia,


ahora lo considero pérdida por causa de Cristo. Es más,
todo lo considero pérdida por razón del incomparable
valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he
perdido todo, y lo tengo por estiércol, a fin de ganar a
Cristo. (Filipenses 3:4–8)

Era un hombre meticuloso en el cumplimiento de los


ritos religiosos de su fe. Si se mide por nuestros criterios
actuales, era un fanático, persiguiendo con amargura a
todo aquel que consideraba hereje. Pero no es así como se
habría considerado a sí mismo durante aquella etapa de
su vida. Él creía que actuaba por un amor y una devoción
auténticos hacia Dios, contra cuya honra estos «herejes»
habían blasfemado de manera grave. Además, podía decir
con sinceridad que se había esforzado con todo su ser por
guardar la ley moral de Dios. Aunque no era perfecto, nadie

292
29 • La extensión de la ética cristiana por todo el mundo

le podría señalar con el dedo, ni acusarlo de laxitud moral.


Entonces ¿qué había en el mensaje cristiano que al
final le hizo reconocer que su estilo de vida tenía que
cambiar por completo y que la ética por la cual vivía
era tan inadecuada que la debía abandonar como si se
tratase de un montón de basura? Y ¿en qué aspectos la
ética cristiana era superior a la que había seguido hasta
aquel momento?

CUATRO ELEMENTOS FUNDAMENTALES DE


LA EFICACIA DEL EVANGELIO CRISTIANO

El lugar más lógico donde comenzar a buscar las respuestas


a las preguntas planteadas arriba es en los Hechos de los
Apóstoles. A lo largo de su narrativa, Lucas introduce una
serie de sermones y discursos a cargo de diversos líderes
cristianos ante una variedad de audiencias —ver el recuadro
«Sermones y discursos en Hechos»—.
Estos discursos y sermones, tal como Lucas nos los
presenta, son, por supuesto, largos resúmenes de lo que se
dijo en cada ocasión. No obstante, ilustran a la perfección
la estructura central de cada discurso y sus principales
argumentos. Nos conducen a un descubrimiento de suma
importancia: excepto en el caso del núm. 10, un discurso
hecho ante personas que hacía tiempo que se habían con-
vertido, y el núm. 13, donde Pablo se defiende a sí mismo
contra las acusaciones de conducta ilícita, apenas hay
alguna frase de enseñanza ética en todos estos discursos
y sermones. Históricamente esto es muy significativo. No
cabe duda de que el cristianismo se estableció rápida-
mente en el mundo antiguo. Lo que queremos saber es lo

293
Fundamentos para una ética bíblica

siguiente: ¿cómo lo consiguió? Y la respuesta que encon-


tramos en el libro de los Hechos es que la predicación
que indujo a las personas a abandonar sus antiguos estilos
de vida y a asumir la ética cristiana no fue la instrucción
ética en sí. La ética se impuso después de que estas per-
sonas se convirtieron.

¿CUÁL FUE, ENTONCES, EL MENSAJE


QUE CONVIRTIÓ A LA GENTE?

Sugerimos que valdría la pena leer los sermones y discursos


mencionados abajo y, si cabe, fijarse en las conversiones
que los siguen. Al hacerlo, anoten cada vez que alguno de
los siguientes temas salga en cualquiera de los discursos o
sermones, o en su contexto:
• La muerte de Jesús y la oferta del perdón.
• La resurrección de Jesús y sus implicaciones.
• La oferta del don del Espíritu Santo.
• La promesa de la segunda venida de Jesús y la adver-
tencia del Día del Señor y del juicio.
Proponemos que estos fueron los cuatro elementos
principales de la predicación de los primeros cristianos
que produjeron en los oyentes un cambio de corazón, la fe
en el Señor Jesús y un deseo de abandonar una manera de
vivir pecaminosa y seguir las enseñanzas éticas de Cristo,
fuesen las que fuesen.
Y no solo esto. En los próximos capítulos estudiare-
mos la manera en la que estos cuatro elementos de la fe
cristiana constituyen la base de la enseñanza ética que
posteriormente se construye sobre ellos, son la fuente de

294
29 • La extensión de la ética cristiana por todo el mundo

los ideales a los que todo cristiano debe aspirar e impar-


ten la motivación y el poder para irse aproximando cada
vez más a estos ideales.

Sermones y discursos en Hechos


Pedro, ante la multitud en Jerusalén 2:14–36

Pedro, ante la multitud en Jerusalén 3:12–26

Pedro, ante el concilio judío 4:5–12

Pedro, ante el concilio judío 5:29–42

Esteban, ante el concilio judío 7:2–53

Pedro, a algunos gentiles 10:34–43

Pablo, en una sinagoga en Antioquía de Pisidia 13:16–41

Pablo, ante los habitantes de Listra 14:14–18

Pablo, en el Areópago de Atenas 17:22–31

Pablo, a los ancianos de la iglesia de Éfeso 20:18–35

Pablo, a la multitud de Jerusalén 22:1–21

Pablo, ante una corte religiosa judía 23:1–10

Pablo, ante una corte civil romana 24:10–21

Pablo, ante el rey Agripa 26:2–29

295
30
EL IMPACTO DE LA
MUERTE DE CRISTO
Parte 1: una nueva vida

Para comprender bien la ética cristiana debemos fijarnos


en:
1. Los numerosos particulares en los cuales el Nuevo
Testamento repite y mantiene la instrucción ética
del Antiguo Testamento.
2. Los muchos aspectos en los cuales la ética del
Nuevo Testamento es distinta.
Por ejemplo, el Antiguo Testamento dice: «Honra a tu
padre y a tu madre» (Éxodo 20:12). El Nuevo Testamento
recoge este mandamiento y lo refuerza, haciendo notar
que se trata del primero de los diez mandamientos que
lleva una promesa: «para que te vaya bien y disfrutes de
una larga vida en la tierra» (Efesios 6:2–3).
«Ama a tu prójimo como a ti mismo» dice el Antiguo
Testamento (Levítico 19:8). El Nuevo Testamento no solo
Fundamentos para una ética bíblica

lo repite, sino que lo establece como la piedra angular de


su propio sistema ético: «No tengan deudas pendientes
con nadie, a no ser la de amarse unos a otros. De hecho,
quien ama al prójimo ha cumplido la ley. Porque los man-
damientos que dicen: “No cometas adulterio”, “No mates”,
“No robes”, “No codicies”, y todos los demás mandamien-
tos, se resumen en este precepto: “Ama a tu prójimo como
a ti mismo”. El amor no perjudica al prójimo. Así que el
amor es el cumplimiento de la ley» (Romanos 13:8–10).
Por otro lado, cuando Cristo ordenó a sus discípulos
que se amaran los unos a los otros, no se limitó a repetir
el mandato del Antiguo Testamento: que amasen a su
prójimo como a ellos mismos. Lo que dijo fue esto: «Este
mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los
otros. Así como yo los he amado, también ustedes deben
amarse los unos a los otros» (Juan 13:34). ¿Qué tenía de
nuevo? Ni más ni menos que el listón que estableció al
añadir las palabras: «como yo los he amado». Los amó
durante su vida; pero después de su muerte, los primeros
cristianos comprendieron que su muerte fue la expresión
por excelencia de su amor hacia ellos. Y si este era el
listón con el cual se había de medir su amor mutuo, la
ética cristiana resultaba ser muy exigente. «En esto cono-
cemos lo que es el amor: en que Jesucristo entregó su
vida por nosotros. Así también nosotros debemos entregar
la vida por nuestros hermanos» escribe el apóstol Juan
(1 Juan 3:16).
Más adelante consideraremos algunas de las implica-
ciones prácticas de esto. Lo que cabe resaltar ahora es
un ejemplo sencillo y obvio de uno de los principales
rasgos característicos y distintivos de la ética cristiana: el

298
30 • El impacto de la muerte de Cristo

impacto que en ella tuvo la muerte de Cristo. Este será el


tema que trataremos ahora.

UN NUEVO COMIENZO

Así es como hablaban los primeros cristianos:

Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva crea-


ción. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo! Todo
esto proviene de Dios, quien por medio de Cristo nos
reconcilió consigo mismo y nos dio el ministerio de la
reconciliación: esto es, que en Cristo, Dios estaba recon-
ciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en
cuenta sus pecados y encargándonos a nosotros el men-
saje de la reconciliación. Así que somos embajadores de
Cristo, como si Dios los exhortara a ustedes por medio
de nosotros: «En nombre de Cristo les rogamos que se
reconcilien con Dios». Al que no cometió pecado alguno,
por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en
él recibiéramos la justicia de Dios. (2 Corintios 5:17–21)

Al afirmar que «lo viejo ha pasado» no estaban cayendo


en una exageración fantasiosa. Se referían al hecho de que
la muerte de Cristo sirvió para romper las cadenas de la
culpa que los tenía esclavizados a su pasado y atrofiaba
todos sus intentos de adoptar un estilo de vida reformado.
Consideremos una analogía. Imaginémonos que una per-
sona ha traicionado a su país, y al intentar huir de la justicia
ha robado, falsificado billetes de banco y cometido actos
de violencia. Puede que quiera deshacerse de su manera de
vivir y comenzar de nuevo. Pero a no ser que pague el precio

299
Fundamentos para una ética bíblica

de lo que hizo y se reconcilie con el gobierno y la sociedad


en general, no hay ninguna esperanza real de que lleve una
vida normal y sana. Y si resulta que el precio a pagar es la
muerte, ¡no existe ninguna esperanza en absoluto!
Tal vez nosotros no hayamos cometido ningún crimen
tan horrendo como el de esta persona; sin embargo, todos
hemos violado la ley de Dios, infringido sus mandamientos
y, como la Biblia lo expresa: «cada uno seguía su pro-
pio camino» (Isaías 53:6). No puede haber ningún futuro
seguro para nosotros, por mucho que nos esforcemos por
reformarnos, a no ser que Dios perdone nuestros pecados,
nos libere de la carga de nuestro pasado y nos reconcilie
con él. Fue la muerte de Jesús lo que hizo posible que Dios
hiciese todo esto. «En Cristo, Dios estaba reconciliando
al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta sus
pecados» (2 Corintios 5:19). «Fuimos reconciliados con él —
Dios— mediante la muerte de su Hijo», dicen las Escrituras
(Romanos 5:10). «A Dios le agradó . . . por medio de él —
Cristo—, reconciliar consigo todas las cosas, tanto las que
están en la tierra como las que están en el cielo, haciendo
la paz mediante la sangre que derramó —Cristo— en la
cruz» (Colosenses 1:19–20).
En el período del Antiguo Testamento, cuando alguien
cometía un crimen terrible, primero era ejecutado, y después
su cuerpo se colgaba en un árbol hasta el anochecer. El pro-
pósito de ello era exhibir públicamente la maldición divina,
es decir, el más absoluto rechazo por parte de Dios ante
el pecado que se había perpetrado (Deuteronomio 21:22–
23). Asimismo, la ley de Dios pronunciaba una maldición
sobre todo aquel que la rompía (Deuteronomio 27:26). Por
tanto, el Hijo de Dios no solo murió para pagar el precio

300
30 • El impacto de la muerte de Cristo

de nuestro pecado: también fue colgado públicamente


sobre una cruz de madera, para poner de manifiesto ante
el universo la desaprobación total y absoluta de Dios hacia
el pecado humano. La Biblia dice: «Cristo nos rescató de
la maldición de la ley al hacerse maldición por nosotros,
pues está escrito: “Maldito todo el que es colgado de un
madero”» (Gálatas 3:13). Por tanto, Dios puede perdonar
libremente a todo aquel que reconozca su culpa, se arre-
pienta y acepte al Hijo de Dios como sustituto; es decir,
como víctima del castigo de Dios en su lugar. Pero al mismo
tiempo, ¡ha demostrado claramente ante el universo que, al
perdonarlo, no se ha vuelto tolerante al pecado!
Además, la muerte de Cristo ha proporcionado a sus dis-
cípulos nuevos términos y condiciones bajo los cuales vivir.

UN NUEVO PACTO

Estos son los términos del Nuevo Pacto, como lo llama la


Biblia, el cual:
a) Cristo anunció y simbolizó en la víspera de su
muerte, cuando dio una copa de vino a sus discí-
pulos, diciendo: «Esta copa es el nuevo pacto en mi
sangre, que es derramada por ustedes» (Lucas 22:20).
b) Cristo efectuó, representó y garantizó, al morir en
la cruz.
Aquí están sus términos:

“Este es el pacto que haré con ellos


después de aquel tiempo —dice el Señor—:
Pondré mis leyes en su corazón,
y las escribiré en su mente”.

301
Fundamentos para una ética bíblica

Después añade:

“Y nunca más me acordaré de sus pecados y maldades”.

Y, cuando estos han sido perdonados, ya no hace falta


otro sacrificio por el pecado. (Hebreos 10:16–18)

Este nuevo pacto establece, entonces, los términos y


condiciones conforme a los cuales los discípulos de Cristo
pueden vivir y desarrollar un estilo de vida auténticamente
cristiano. En primer lugar, Cristo pone sus leyes en la mente
y en el corazón de sus discípulos de modo que estas leyes
dejen de ser un código externo de reglas y de normas, y
vengan a formar una parte íntegra de la manera de pensar
y de sentir de los discípulos; su segunda naturaleza, por
decirlo así.
Por otro lado, esto no significa que los discípulos de
Cristo puedan vivir al instante una vida libre del pecado.
Consideremos una analogía que nos ayudará a explicar
por qué esto es así. Si quieres que el vuelo de un avión
sea dirigido por un ordenador, primero tienes que instalar
el programa diseñado para ello. Sin un programa así, el
ordenador, por bueno que fuera, no sería capaz de dirigir
el avión. De la misma manera, a menos que Cristo escriba
las leyes de Dios en nuestro corazón y en nuestra mente,
no podremos controlar nuestras vidas como los verdaderos
cristianos deberían.
Pero supongamos que el ordenador donde el pro-
grama es instalado tiene ciertas limitaciones en cuanto a
lo que puede hacer, además de algunos defectos. Puede
que sea capaz de controlar el vuelo del avión un 70% del

302
30 • El impacto de la muerte de Cristo

tiempo; pero también cometerá errores de vez en cuando;


y el piloto humano tiene que estar alerta constantemente
para monitorizarlo y corregir sus errores. Pasa algo así
con los discípulos cristianos; nacen con genes imperfectos,
cuerpos, mentes y sentimientos defectuosos. Cristo ya ha
escrito sus leyes en su corazón y mente; y están decidi-
dos a cumplirlas. Cada vez lo lograrán más. Pero a veces
fracasarán; y Cristo, su «piloto», los tendrá que corregir.
¿Tiene importancia, entonces, cuando los discípulos de
Cristo caen y pecan? Claro que tiene importancia. Y ¿qué
ocurre? ¿Pierden su salvación y tienen que comenzar otra
vez desde cero? ¡No! Es aquí donde las últimas cláusu-
las del nuevo pacto entran en juego. Dios ha previsto el
fracaso, y la muerte de Cristo ya ha pagado el precio de
antemano. Por tanto, Dios puede garantizar a los discípu-
los de Cristo: «Nunca más me acordaré de sus pecados y
maldades». Los discípulos deben, por supuesto, confesar
su fracaso a Dios; pero la garantía de Dios es que «si con-
fesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los
perdonará y nos limpiará de toda maldad» (1 Juan 1:9). Y
el Espíritu Santo nos asegura que no hace falta ya ningún
nuevo ofrecimiento del sacrificio de Cristo, ni de nada más
(Hebreos 10:18, ver arriba). Cristo ha pagado con antela-
ción la totalidad del coste del entrenamiento en santidad
de los discípulos.
Aquí tenemos una ilustración. No se puede aprender
química sin realizar experimentos. Pero cuando un alumno
hace experimentos, es probable que de vez en cuando
cometa errores; y sus errores pueden ser peligrosos y cau-
sar daños costosos de arreglar. En la escuela a la que yo
iba de niño, los padres tenían que depositar una cantidad

303
Fundamentos para una ética bíblica

de dinero con antelación para pagar cualquier daño que


se pudiera producir por los errores de sus hijos al apren-
der química. Si un discípulo cristiano quiere aprender a
utilizar bien los poderes que Cristo le ha impartido para
vivir una vida santa, tendrá que practicar; e inevitable-
mente cometerá errores y fallará de vez en cuando. Pero
por muy grave que sea el daño, no anula su salvación. La
muerte de Cristo ya ha pagado el precio del fracaso; y
el discípulo queda libre para perseverar en el proceso de
entrenamiento en comunión con Dios.

¿Qué diferencia marca?


Encontrar y comentar más ejemplos de requerimientos éticos del
Antiguo Testamento que se repiten en el Nuevo. ¿Qué diferencia
habría en la sociedad de hoy en día si estos mandatos se practicasen?

¿Qué relevancia tiene la muerte de Cristo para la ética y el compor-


tamiento cristianos?

Antes de leer el próximo capítulo, piensa en algunas de las razo-


nes, en base a la cita bíblica de 2 Corintios 5:14–15, por las cuales el
perdón de los pecados mediante la muerte de Cristo en la cruz no
socava la ética y la moralidad.

Pero alguien dice: «¿esta manera de pensar no socava


la ética y la moralidad y lleva a los discípulos a un estilo
de vida despreocupado y negligente?» No, al menos si son
discípulos verdaderos; porque la muerte de Cristo, como
veremos en el próximo capítulo, establece una nueva ética
de amor, gratitud y consistencia moral. Por ejemplo, el
apóstol Pablo escribe:

304
30 • El impacto de la muerte de Cristo

Para el aula
Pide a los alumnos que escriban una redacción sobre el manda-
miento: «Ama a tu prójimo como a ti mismo» poniendo especial
atención a las razones por las cuales se le llama un «nuevo man-
damiento» en el Nuevo Testamento. Sugiere que los estudiantes
intenten encontrar tanto en la Biblia como en la vida cotidiana
ejemplos prácticos de cómo cumplir este mandamiento.

El amor de Cristo nos obliga, porque estamos conven-


cidos de que uno murió por todos, y por consiguiente
todos murieron. Y él murió por todos, para que los que
viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por
ellos y fue resucitado. (2 Corintios 5:14–15)

305
31
EL IMPACTO DE LA
MUERTE DE CRISTO
Parte 2: una nueva motivación ética

La Biblia nos dice que cuando alguien pone su vida en


manos de Cristo, Cristo le escribe las leyes de Dios en el
corazón y en la mente, y le da recursos para vivir una vida
santa (Hebreos 10:16–17). Sin embargo, el desarrollo de la
verdadera santidad no es un proceso automático. Debido
a la debilidad humana, los seguidores de Cristo aún caen
y pecan. Pero Dios, conociendo su debilidad, ha previsto
su fracaso y, en su gracia, ha provisto el perdón. En medio
de los desafíos, las pruebas y las alegrías de la vida, un
seguidor de Cristo participa en el proceso de formación
que Dios le ha puesto delante sabiendo que, aunque el
pecado es grave, jamás anulará su salvación.
Alguien se podría preguntar si esta manera de pensar
no socavaría la ética y la moralidad y llevaría a los dis-
cípulos a un estilo de vida despreocupado y negligente.
Fundamentos para una ética bíblica

La respuesta, por supuesto, es que no, al menos si son


discípulos verdaderos. La razón es que la muerte de Cristo
establece una nueva ética de amor y gratitud.

UNA NUEVA ÉTICA

En nuestro estado natural no amamos a Dios ni a Cristo.


Posiblemente temamos a Dios como juez. Quizás incluso
intentemos guardar la ley de Dios, aunque a menudo estas
leyes producen resentimiento, si no rebeldía, en nuestro
interior. Pero en realidad no amamos a Dios. No obstante,
cuando una persona comprende que el Hijo de Dios me
amó personalmente y se entregó a la muerte por mí, para
sufrir en su cuerpo el castigo que mis pecados merecían y
para lograr el perdón de los pecados y la paz con Dios y la
dádiva gratuita de la vida eterna, esto da lugar a un amor
y a una gratitud profundos hacia Cristo en el corazón de
aquella persona. Y si lo amamos, dice Cristo, guardare-
mos sus mandamientos (Juan 14:23). Escuchemos de nuevo
cómo hablaban los primeros cristianos en la Biblia:

En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos


amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y
envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados ...
Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.
(1 Juan 4:10, 19 rvr1960)

He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino


que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo,
lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio
su vida por mí. (Gálatas 2:20)

308
31 • El impacto de la muerte de Cristo

Por supuesto, no son únicamente el amor y la gratitud


lo que mueven a un creyente a complacer a Cristo sobre
todas las cosas. También es la lógica. Tal como se desprende
de las citas anteriores, un creyente razona de la siguiente
manera: «Si Cristo no hubiese muerto por mí, habría
perecido eternamente bajo la condena que merecían mis
pecados. Fue Cristo quien me ha conseguido el regalo del
perdón y de la vida eterna. Por tanto, debo mi vida a Cristo.
Por tanto, debo llevar una vida que le agrade».
Esta consideración nos conduce a la ética de la consis-
tencia moral.

UNA NUEVA NORMALIDAD

El apóstol Pablo nos explica que cuando la gente le oía pre-


dicar que la salvación no es por nuestras obras sino que
se recibe como un regalo gratuito e inmerecido, única y
exclusivamente por la gracia de Dios, muchas personas
entendían que lo que estaba diciendo era que, una vez eres
salvo, puedes vivir de la manera que quieras, y que tus
pecados ya no tienen importancia, puesto que la salvación
ya no depende de las obras sino de la gracia de Dios. Por
supuesto, Pablo no quería decir esto. Todo lo contrario. Sin
embargo, escuchemos un momento la manera en la que
combate estos razonamientos erróneos.

¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado


para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque
los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos
aún en él? ¿O no sabéis que todos los que hemos sido

309
Fundamentos para una ética bíblica

bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en


su muerte? (Romanos 6:1–3 rvr1960)

¿Qué quiere decir Pablo cuando afirma: «somos muer-


tos al pecado»? Quiere decir lo siguiente:
1. Cualquier discípulo cristiano verdadero cree que su
pecado es tan grave que merecía el castigo impuesto
por la ira santa de Dios contra el pecado.
2. También cree que Jesús murió para sufrir ese cas-
tigo en su lugar, y que Dios está dispuesto, por su
misericordia, a aceptar la muerte de Jesús como si
fuese la suya propia. En ese sentido, cuando Jesús
murió, él murió.
3. El creyente, por tanto, ama a Jesús por haber muerto
en su lugar.
4. ¿Cómo sería posible entonces que, dado todo esto,
un creyente continuara cometiendo aquellos peca-
dos, deliberada o irresponsablemente, que fueron la
causa de la muerte de Jesús? Si lo hace, sus actos
contradicen lo que dice creer; y esta falta de cohe-
rencia es tan grande que pone en tela de juicio la
autenticidad de su fe.
Por supuesto que aún los verdaderos creyentes pueden
perder de vista a lo que están llamados y comportarse de
modo poco coherente. Si lo hacen, Cristo no anulará su
salvación, pero sí los tendrá que corregir, con disciplina si
es necesario, como veremos en la última sección de este
capítulo.
Un creyente se guía por dos sistemas éticos. En pri-
mer lugar, está comprometido, como todo ser humano,
lo reconozca o no, con la ética de la creación. La Biblia,

310
31 • El impacto de la muerte de Cristo

por ejemplo, prohíbe el asesinato. ¿Por qué? Porque cada


ser humano, sea cristiano o no, religioso o sin religión
alguna, creyente o ateo, es criatura de Dios, hecho a ima-
gen de Dios. Asesinar a alguien que está hecho por Dios,
a imagen y semejanza de Dios, es una afrenta grave y
un agravio contra el Creador, y merece un castigo apro-
piado (Génesis 9:6). Los cristianos no están libres de esta
ley; y si los cristianos convirtiesen su religión en un pre-
texto para ejecutar, asesinar o declarar la guerra contra
otras personas «porque no son de nuestra religión», no
solo contradirían los fundamentos cristianos que profesan,
sino que también violarían los fundamentos éticos de la
creación.
Pero además de la ética de la creación, los cristianos
están comprometidos con la ética de la redención.

Cristo ofrece liberación


del poder de las tinieblas (Colosenses 1:13)

del temor a la muerte (Hebreos 2:14–15)

de la ira venidera de Dios (1 Tesalonicenses 1:10)

de la ley del pecado y de la muerte (Romanos 8:2)

de la culpa del pecado (Efesios 1:7)

de la tentación (2 Pedro 2:9)

de la esclavitud a los hábitos pecaminosos (Juan 8:31–36)

de la esclavitud a la inmoralidad (2 Pedro 2:18–19)

311
Fundamentos para una ética bíblica

LA ÉTICA DE LA REDENCIÓN

Los primeros cristianos constantemente se refieren al


Señor Jesús como su Salvador; y hablan de la salvación
como lo que les liberó de diversas clases de peligros y
esclavitudes. Y la propia Biblia urge a los creyentes a que
no comprometan ninguna de las libertades que Cristo con-
siguió para ellos (Gálatas 5:1).
Pero la salvación provista por Cristo también tiene
otra vertiente. Los primeros cristianos hablan del hecho
de haber sido comprados por Cristo a cambio de su propia
vida (1 Corintios 6:20), y por consiguiente confiesan que
ya no pertenecen a ellos mismos, sino que pertenecen, en
cuerpo, alma y espíritu, a Cristo. A primera vista puede
parecer que hay una contradicción flagrante entre la idea
de «ser liberados de la esclavitud» y «no pertenecer a
uno mismo sino a Cristo». Pero no es así.
Consideremos una analogía: Supongamos que, desoyendo
las advertencias y los consejos de los guías de montaña
de cierto lugar, decido escalar una montaña empinada
en invierno. Cometo un error estúpido y me salgo del
camino, quedando completamente bloqueado. Paralizado
por el pánico, no puedo ni seguir subiendo ni bajar; corro
el peligro de morir de hambre y de frío. Arriesgando su
vida, un montañista experto, con experiencia en rescates,
llega al estrecho saliente donde me encuentro y me res-
cata. Físicamente tengo libertad de movimiento. En ese
sentido el guía me ha devuelto la libertad. Pero habiendo
arriesgado su vida para hacerlo, no me permite conti-
nuar como antes, siguiendo tontamente mi propio camino
poniéndome en otras situaciones que amenacen mi vida;

312
31 • El impacto de la muerte de Cristo

sería malgastar el enorme esfuerzo que invirtió en resca-


tarme. Y tampoco me estaría dando verdadera libertad si
me permitiera marchar «libremente» para luego sufrir un
accidente mortal. No, más bien, me exige que me com-
prometa absolutamente con él. Atándome a sí mismo, me
explica por dónde tengo que caminar, dónde tengo que
colocar los pies y las manos hasta el momento en que me
haya llevado, sano y salvo, al pie de la montaña.
Esto es lo que hace Cristo. Habiéndonos dado libertad,
no solo a riesgo de su propia vida sino a costa de ella, con-
sidera que nos ha comprado con su sangre. Nos dice con
franqueza que ya no nos pertenecemos a nosotros mismos.
Nos ata a sí mismo durante lo que queda de nuestra vida
aquí —y, de hecho, durante toda la eternidad— y exige
que le sigamos y le obedezcamos a cada paso del camino.
A veces, por supuesto, los discípulos de Cristo se olvi-
dan de esto. Parece ser que los creyentes de Corinto se
olvidaron de que seguir a Cristo implica altos estándares
de conducta ética. Comenzaron a entregarse a la inmora-
lidad sexual como habían hecho antes de su conversión.
Pablo tuvo que recordarles que como cristianos no tenían
libertad para actuar así, puesto que «no sois vuestros», les
dijo, y «habéis sido comprados por precio; glorificad, pues,
a Dios en vuestro cuerpo . . .» (1 Corintios 6:19–20 rvr1960).
Estos creyentes también se comportaban mal los unos
con los otros en las reuniones de iglesia, y Pablo les escri-
bió para explicarles lo que implicaba ignorar su profesión
cristiana.

Yo recibí del Señor lo mismo que les transmití a uste-


des: Que el Señor Jesús, la noche en que fue traicionado,

313
Fundamentos para una ética bíblica

tomó pan, y, después de dar gracias, lo partió y dijo:


«Este pan es mi cuerpo, que por ustedes entrego;
hagan esto en memoria de mí». De la misma manera,
después de cenar, tomó la copa y dijo: «Esta copa es
el nuevo pacto en mi sangre; hagan esto, cada vez que
beban de ella, en memoria de mí». Porque cada vez
que comen este pan y beben de esta copa, proclaman
la muerte del Señor hasta que él venga.

Por lo tanto, cualquiera que coma el pan o beba de


la copa del Señor de manera indigna será culpable de
pecar contra el cuerpo y la sangre del Señor. Así que
cada uno debe examinarse a sí mismo antes de comer
el pan y beber de la copa. Porque el que come y bebe
sin discernir el cuerpo come y bebe su propia condena.
Por eso hay entre ustedes muchos débiles y enfermos,
e incluso varios han muerto. Si nos examináramos a
nosotros mismos, no se nos juzgaría; pero, si nos juzga
el Señor, nos disciplina para que no seamos condena-
dos con el mundo. (1 Corintios 11:23–32)

Los verdaderos cristianos están unidos los unos a los


otros por una relación de pacto solemne con Jesucristo,
quien murió por sus pecados (Hebreos 10:12–16). La Biblia
nos enseña en el texto citado arriba que la realidad y
el significado de este pacto se afirma cada vez que los
seguidores de Cristo participan de la «copa del Señor».
Los cristianos que llevan vidas inconsecuentes y abierta-
mente pecaminosas serán disciplinados y corregidos por
el Señor. La muerte de Cristo tiene implicaciones de lar-
guísimo alcance para la ética cristiana.

314
31 • El impacto de la muerte de Cristo

Acuérdense de mí
¿Qué estaban haciendo los corintios para que Pablo les dijera que
estaban bebiendo «de la copa del Señor —comunión— de manera
indigna»? Ver 1 Corintios 11:17–22 y también 3:18, 5:1, 6:1, 10:14.

¿Qué haría el Señor con estas personas si no se arrepentían?

Las personas que rechazan a Cristo serán condenadas en el juicio


final. ¿En base a qué principio puede Pablo decir que los cristianos
son disciplinados para que no sean condenados con el mundo? Ver
Juan 5:24 y Romanos 8:1.

¿Cuál es el impacto ético que tiene la Cena del Señor —o la


Comunión— en la vida de un discípulo de Cristo?

Comenta con la clase o el grupo la siguiente afirmación: «la cer-


teza de la salvación no socava la ética».

315
32
EL IMPACTO DE LA
MUERTE DE CRISTO
Parte 3: un nuevo sistema de valores

Para los primeros cristianos la muerte de Cristo no era


solo una cuestión de historia. Era, más bien, un aconteci-
miento histórico que transformó por completo sus valores
básicos y, por tanto, produjo un profundo efecto práctico
en la ética de su vida cotidiana. Se trataba de que Cristo
había muerto por ellos, demostrando así que les valo-
raba más a ellos que a su propia vida. Era una verdad
que inspiraba una profunda maravilla, como el apóstol
Pedro señaló en una carta que escribió a unos cristianos
del primer siglo que tuvieron que enfrentarse con mucha
presión y persecución a causa de su fe.

Por eso, dispónganse para actuar con inteligencia;


tengan dominio propio; pongan su esperanza comple-
tamente en la gracia que se les dará cuando se revele
Jesucristo. Como hijos obedientes, no se amolden a los
Fundamentos para una ética bíblica

malos deseos que tenían antes, cuando vivían en la


ignorancia. Más bien, sean ustedes santos en todo lo
que hagan, como también es santo quien los llamó;
pues está escrito: «Sean santos, porque yo soy santo».

Ya que invocan como Padre al que juzga con imparcia-


lidad las obras de cada uno, vivan con temor reverente
mientras sean peregrinos en este mundo. Como bien
saben, ustedes fueron rescatados de la vida absurda
que heredaron de sus antepasados. El precio de su res-
cate no se pagó con cosas perecederas, como el oro o
la plata, sino con la preciosa sangre de Cristo, como de
un cordero sin mancha y sin defecto. (1 Pedro 1:13–19)

Consideremos entonces este nuevo sistema de valores.

LA MUERTE REDENTORA DE CRISTO


DA FORMA A NUEVOS VALORES

Atribuye un nuevo valor a la manera en


la que utilizamos nuestro tiempo

La frase «mientras sean peregrinos en este mundo» recuerda


al discípulo cristiano que ahora es un extranjero residente
en este mundo. El cielo se ha convertido en su patria y ciu-
dad capital. «Somos ciudadanos del cielo» (Filipenses 3:20).
Como un embajador en otro país, se encuentra en el mundo
para representar el gobierno del cielo (2 Corintios 5:20).
Como un hombre de negocios en un viaje, está en la tierra
para involucrarse en los negocios de su Rey celestial, para
servirle a él y a sus intereses en todos los deberes y tareas

318
32 • El impacto de la muerte de Cristo

de la vida cotidiana. Ya no puede derrochar su vida en acti-


vidades irresponsables, sin propósito, infructíferas. Cada
día y todos los recursos de la vida se tienen que emplear
al máximo, por dos motivos. En primer lugar, porque su
tiempo en la tierra está limitado. Una vez que la vida se
acaba, ya no vuelve, por lo cual las oportunidades se tienen
que aprovechar mientras se dispone de ellas. Y, en segundo
lugar, su vida y su tiempo han sido comprados por un pre-
cio altísimo: la sangre preciosa de Cristo. Lógicamente, Dios
se preocupa de que el creyente emplee este tiempo, que ha
costado tan caro, de la manera más provechosa posible. No
se debe desaprovechar ni un minuto.
Consideremos esta analogía. Si un padre se sacrifica
para poder comprar una bicicleta a su hijo, no le compla-
cerá ver que su hijo maltrata la bicicleta, la descuida y la
echa a perder.

Atribuye un nuevo valor a las personas

Sin embargo, tengan cuidado de que su libertad no se


convierta en motivo de tropiezo para los débiles. Porque,
si alguien de conciencia débil te ve a ti, que tienes este
conocimiento, comer en el templo de un ídolo, ¿no se
sentirá animado a comer lo que ha sido sacrificado a los
ídolos? Entonces ese hermano débil, por quien Cristo
murió, se perderá a causa de tu conocimiento. Al pecar
así contra los hermanos, hiriendo su débil conciencia,
pecan ustedes contra Cristo. (1 Corintios 8:9–12)

El hecho de que mis compañeros discípulos sean herma-


nos por quienes Cristo murió significa que debo tratarlos

319
Fundamentos para una ética bíblica

con gran respeto. No debo causarles ningún daño físico,


por supuesto. Pero, lo que es aún más importante, no
debo causarles ningún daño psicológico ni espiritual. No
debo presionar a nadie para que actúe en contra de su
conciencia. Puede ocurrir que hacer algo que a mí me
parezca poco trascendente cause a un hermano problemas
de conciencia. Puedo razonar con él e intentar conven-
cerle de que no tiene por qué tener este problema. Pero
mientras continúe teniendo un problema de conciencia,
no le debo obligar a hacerlo.
¿Por qué no? Porque la conciencia es un mecanismo
muy importante que regula nuestra relación con Cristo.
Obligar a una persona a actuar de un modo que, según él,
deshonra a Cristo, es obligarlo a pecar y robarle a Cristo
la obediencia de esa persona, que Cristo murió por ganar.
También daña un mecanismo importante en el cerebro y
en la personalidad de la persona.

Porque Cristo para esto murió y resucitó, y volvió a


vivir, para ser Señor así de los muertos como de los
que viven . . . Porque todos compareceremos ante el
tribunal de Cristo . . . De manera que cada uno de
nosotros dará a Dios cuenta de sí. (Romanos 14:9, 10, 12
rvr1960)

El creyente cree que Cristo murió por él individual y


personalmente, y no solo por las masas humanas en sen-
tido genérico. Por tanto, le es imposible esconderse detrás
de su grupo, de su familia, de su nación. Es consciente de
que un día tendrá que dar cuentas de sí mismo perso-
nal y directamente al Señor que le amó y que murió para

320
32 • El impacto de la muerte de Cristo

Una cuestión de conciencia


Comentar la idea de que la conciencia es como un reloj.

a) El reloj puede estar funcionando muy bien, a 60 minutos


por hora, y no obstante puede marcar la hora equivocada por
no haberse ajustado a la hora local. Del mismo modo, nuestra
conciencia debe ajustarse a la Palabra de Dios, la Biblia.

b) Cuando hay que ajustar un reloj analógico caro, es necesario


utilizar el mecanismo del reloj que se diseñó con esta finalidad.
Si te limitas a mover las manecillas con el dedo a la hora que
quieras que marque, corres el riesgo de trastocar, e incluso rom-
per, los propios mecanismos del reloj.

Invita al grupo a relatar cualquier experiencia que hayan tenido


cuando otro estudiante, un miembro de su familia o un jefe haya
querido obligarlos a actuar en contra de su conciencia.

La muerte de Cristo fomenta en cada creyente un sentido de res-


ponsabilidad directa hacia Cristo.

redimirlo. Esto significa que debe vivir y tomar sus decisio-


nes cotidianas teniendo al Señor como punto de referencia
central y constante; y esta responsabilidad constante ante
el Cristo que lo ama incorpora en su carácter un fuerte
sentido de responsabilidad.

LA ÉTICA DE LA OBLIGACIÓN Y
DEL ENDEUDAMIENTO

Deberíamos comenzar comentando las diferencias básicas


entre estos dos términos. En nuestra sociedad, hay ciertas
cosas que hacemos porque el gobierno aprueba una ley

321
Fundamentos para una ética bíblica

y nos obliga a hacerlas, agrade o no; si no las hacemos,


pagamos una multa o vamos a la cárcel. Esto es un ejem-
plo sencillo de obligación.
Pero consideremos una situación donde un amigo
tiene una necesidad y te pide que le prestes dinero. Quizá
no dispones de mucho dinero, pero hace cosa de un año,
tú tenías una deuda, y tu amigo la pagó. Ahora te sientes
obligado a ayudar a tu amigo prestándole el dinero que
necesita. Por decirlo de otra manera, te sientes endeudado.
¿Por qué te sientes así?
O un día estabas durmiendo en tu casa cuando se pren-
dió fuego. Un amigo tuyo, arriesgando su propia vida, hizo
frente a las llamas para rescatarte y sufrió quemaduras muy
graves por todo el cuerpo. Ahora te escribe diciendo que su
madre, ya anciana, vive sola cerca de tu casa y que necesita
a alguien que le haga la compra cada semana. ¿Le escribirías
diciendo: «es tu madre, no la mía. ¡Hazle tú la compra!; yo
no se la pienso hacer»? ¿O te sentirías obligado a hacerlo
aunque supusiera una carga cada semana y sabiendo que si
no lo hicieras nadie te metería en la cárcel?
Considera ahora la siguiente parábola:

Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: «Señor, ¿cuán-


tas veces tengo que perdonar a mi hermano que peca
contra mí? ¿Hasta siete veces?» «No te digo que hasta
siete veces, sino hasta setenta y siete veces» —le con-
testó Jesús.

«Por eso el reino de los cielos se parece a un rey que


quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al comenzar a
hacerlo, se le presentó uno que le debía miles y miles

322
32 • El impacto de la muerte de Cristo

de monedas de oro. Como él no tenía con qué pagar,


el señor mandó que lo vendieran a él, a su esposa y a
sus hijos, y todo lo que tenía, para así saldar la deuda.
El siervo se postró delante de él. “Tenga paciencia
conmigo” —le rogó—, “y se lo pagaré todo”. El señor
se compadeció de su siervo, le perdonó la deuda y
lo dejó en libertad. Al salir, aquel siervo se encontró
con uno de sus compañeros que le debía cien mone-
das de plata. Lo agarró por el cuello y comenzó a
estrangularlo. “¡Págame lo que me debes!”, le exigió.
Su compañero se postró delante de él. “Ten paciencia
conmigo” —le rogó—, “y te lo pagaré”. Pero él se negó.
Más bien fue y lo hizo meter en la cárcel hasta que
pagara la deuda. Cuando los demás siervos vieron lo
ocurrido, se entristecieron mucho y fueron a contarle
a su señor todo lo que había sucedido. Entonces el
señor mandó llamar al siervo. “¡Siervo malvado!” —le
increpó—. “Te perdoné toda aquella deuda porque me
lo suplicaste. ¿No debías tú también haberte compa-
decido de tu compañero, así como yo me compadecí
de ti?” Y, enojado, su señor lo entregó a los carcele-
ros para que lo torturaran hasta que pagara todo lo
que debía. Así también mi Padre celestial los tratará a
ustedes, a menos que cada uno perdone de corazón a
su hermano». (Mateo 18:21–35)

Notemos que Jesús emplea la metáfora de la deuda


para ilustrar nuestros pecados y hasta qué punto conlle-
van el juicio de Dios —la cárcel y el castigo de la parábola—.
El primer hombre debía a su señor una deuda enorme.
Esto representa la magnitud de la deuda que nosotros

323
Fundamentos para una ética bíblica

debemos a Dios. El segundo hombre debía a su compañero


una deuda insignificante en comparación. Puesto que el
señor tuvo misericordia del primer siervo y le perdonó su
enorme deuda, él estaba moralmente endeudado u obligado
a perdonar al otro siervo su deuda relativamente pequeña.
Una persona que profesa ser creyente acepta que está
eternamente endeudada con Cristo por el perdón que ha
recibido y porque ha sido liberada del castigo eterno que
sus pecados merecían. Pero si se niega a perdonar a otro
cristiano, está negando cualquier deuda u obligación hacia
Cristo. Esto equivale a negar que ella misma ha sido per-
donada. En este caso, tendrá que hacer frente al castigo
propiciado por su propio pecado.
Un verdadero cristiano obedecerá la exhortación:

Abandonen toda amargura, ira y enojo, gritos y


calumnias, y toda forma de malicia. Más bien, sean
bondadosos y compasivos unos con otros, y perdó-
nense mutuamente, así como Dios los perdonó a
ustedes en Cristo. (Efesios 4:31–32)

Mas la ética del endeudamiento no solo concierne a


la cuestión del perdón. También implica un deseo positivo
de ayudar a los demás.

En esto conocemos lo que es el amor: en que Jesucristo


entregó su vida por nosotros. Así también nosotros debe-
mos entregar la vida por nuestros hermanos. (1 Juan 3:16)

«Entregar la vida por alguien» podría significar el


hecho de morir físicamente por alguien, como una persona

324
32 • El impacto de la muerte de Cristo

que se lanza al agua para rescatar a un niño que se está


ahogando y lo rescata, pero al hacerlo sufre un ataque
cardíaco y pierde la vida. Pero también puede significar
acciones que no son tan heroicas y que, por tanto, a veces,
cuestan más trabajo: como Juan dice más adelante:

Si alguien que posee bienes materiales ve que su her-


mano está pasando necesidad, y no tiene compasión
de él, ¿cómo se puede decir que el amor de Dios habita
en él? (1 Juan 3:17)

De todo esto se desprende que la ética cristiana dista


mucho de ser una ética minimalista. No solo nos prohíbe
hacer mal o no solo nos exhorta a hacer lo mínimo reque-
rido por la justicia. Nos exige sobrepasar la justicia, ser
generosos y perseverantes en la bondad (Lucas 6:38). La
exhortación al ladrón convertido es típica en este aspecto:
«El que robaba, que no robe más, sino que trabaje honra-
damente con las manos para tener qué compartir con los
necesitados» (Efesios 4:28).

325
33
EL IMPACTO DE LA
RESURRECCIÓN DE CRISTO
No es posible leer los primeros capítulos del libro de Hechos
sin darse cuenta de la tremenda erupción de nueva energía
espiritual que se desató sobre el mundo. El resultado fue el
surgimiento de la Iglesia Cristiana. Hay dos preguntas de
carácter histórico que saltan a la vista en relación con esto:
¿cuál era la fuente de esta energía espiritual? y ¿qué fue lo
que la liberó precisamente en aquel momento de la histo-
ria? La respuesta que los propios cristianos del primer siglo
ofrecen es: la resurrección de Cristo, tres días después de su
entierro, y la venida del Espíritu Santo, cincuenta días des-
pués de la resurrección, el día de Pentecostés (Hechos 1 y 2).
Fueron estos dos sucesos los que transformaron a unos
pocos hombres asustados y profundamente perplejos, que
se escondían detrás de puertas trancadas (Juan 20:19), y los
sacó a las calles y a las plazas de la ciudad para enfrentarse,
valientes como leones, a los mismos asesinos de Jesús, acu-
sándolos públicamente de su muerte e informándoles de
Fundamentos para una ética bíblica

¿Importa la resurrección?
Si la resurrección de Cristo no sucedió, si se pudiese demostrar la
falsedad de los documentos del Nuevo Testamento, la totalidad
de la fe cristiana se derrumbaría. No quedaría nada que valiese
la pena rescatar de los escombros. Lo podemos comprobar con
facilidad cuando leemos el Nuevo Testamento y observamos el
lugar central que ocupaba la resurrección en la predicación y en
la enseñanza de la Iglesia primitiva. Pero lo que es aún más sig-
nificativo es el hecho de que los propios primeros cristianos se
daban cuenta de que si la resurrección de Cristo no fue un hecho
real, entonces el cristianismo no ofrecía nada que valiese la pena
tener. Consideremos, por ejemplo, al apóstol Pablo. Al escribir a
los cristianos de Corinto, les dice: «Si Cristo no ha resucitado,
la fe de ustedes es ilusoria y todavía están en sus pecados» (1
Corintios 15:17). Ver el Apéndice B para un resumen de la eviden-
cia de la resurrección.

que este había resucitado. Estos dos sucesos los constriñe-


ron a ellos y a sus sucesores a perseverar en medio de la
oposición y de la persecución a fin de establecer el evan-
gelio cristiano por todo el mundo.
Pero la resurrección de Cristo y la venida del Espíritu
Santo no solo eran el motor que les hacía proclamar el
mensaje cristiano; estos sucesos constituían el propio
mensaje— era el mensaje de la resurrección de Cristo y
la oferta gratuita del Espíritu Santo lo que suscitaba la fe
en el corazón de las personas, les daba nuevas esperanzas,
les enfrentaba con la culpa y con el vacío de sus vidas, les
llevaba al arrepentimiento y les proporcionaba gozo y paz
al poner su fe en Jesús. Y con ello, nueva energía, nue-
vas fuerzas, nuevos objetivos y un nuevo listón ético. En
primer lugar les dio una cosmovisión totalmente nueva.

328
33 • El impacto de la resurrección de Cristo

UNA COSMOVISIÓN TOTALMENTE NUEVA

La resurrección de Cristo demostró sin lugar a dudas, que la


muerte no es el final. La vida de Jesús no se acabó con la
muerte, ni tampoco se acabaría así la de ninguno de sus
seguidores. La resurrección de Jesús no solo significaba
que su alma había sobrevivido a la muerte de su cuerpo
y se había ido al cielo. Significaba que su cuerpo había
resucitado físicamente de la muerte. La propia muerte
había sido destruida.
Las implicaciones de esto eran enormes. Puesto que el
cuerpo de Jesús era un cuerpo humano en todos los aspec-
tos, su resurrección conllevaba implicaciones importantes
para cada hombre, mujer, niño y niña que jamás hubiera
vivido en la tierra y que jamás viviría. Y puesto que Dios
había intervenido en aquella parte de la naturaleza que
era el cuerpo físico de Cristo para revertir el proceso de
la muerte, entonces podría, y un día lo hará, restaurar
toda la naturaleza. De hecho, ya había prometido en el
Antiguo Testamento que lo haría; la resurrección de Jesús
representaba las primicias de la cosecha venidera. Escucha
cómo hablaban de esto los primeros cristianos:

Por tanto, para que sean borrados sus pecados, arre-


piéntanse y vuélvanse a Dios, a fin de que vengan
tiempos de descanso de parte del Señor, enviándoles
el Mesías que ya había sido preparado para ustedes, el
cual es Jesús. Es necesario que él permanezca en el cielo
hasta que llegue el tiempo de la restauración de todas
las cosas, como Dios lo ha anunciado desde hace siglos
por medio de sus santos profetas. (Hechos 3:19–21)

329
Fundamentos para una ética bíblica

La creación aguarda con ansiedad la revelación de los


hijos de Dios, porque fue sometida a la frustración. Esto
no sucedió por su propia voluntad, sino por la del que
así lo dispuso. Pero queda la firme esperanza de que
la creación misma ha de ser liberada de la corrupción
que la esclaviza, para así alcanzar la gloriosa libertad
de los hijos de Dios. (Romanos 8:19–21)

Lo cierto es que Cristo ha sido levantado de entre


los muertos, como primicias de los que murieron.
(1 Corintios 15:20)

La resurrección también demostró sin lugar a dudas que el


mal no tendrá la última palabra en este mundo. El asesinato
judicial de Jesús se había efectuado por una combinación
de orgullo, envidia, miedo, ignorancia, crueldad y cobardía
humanos, alimentados por la histeria de masas, el chan-
taje político y la incompetencia del gobierno, todo bajo la
instigación y orquestación de Satanás. Pero la resurrección
sirvió para privar a esta parodia de la justicia de toda su
eficacia. No solo vindicó a Jesús como inocente de todos
los cargos que le llevaron a la muerte sino que demostró
que era Señor y Cristo, Hijo del Amo de todo el universo.
Al mismo tiempo, la resurrección era la advertencia y
garantía de Dios de que ha determinado un día en el
que juzgará al mundo con justicia y rectitud y se asegu-
rará de que el mal sea desarraigado por completo y toda
violación del orden moral, cometida en la tierra, reciba
su debida retribución. Jesucristo será el Juez en aquella
ocasión (Hechos 17:30–34); y él llevará al universo, ya libre
de mal, hasta la siguiente fase de su glorioso desarrollo.

330
33 • El impacto de la resurrección de Cristo

La resurrección también declaró que la materia es esen-


cialmente buena. Algunos filósofos de la Antigüedad, como
Platón y Sócrates, habían enseñado que en último término
la materia era poco deseable, por no decir intrínseca-
mente mala; que el cuerpo era el sepulcro del alma y que
aquel tendía a contaminar esta. Hay formas de la filosofía
hindú que aún mantienen creencias parecidas a esta: la
materia del universo es como el aro de una rueda que da
vueltas continuamente en torno al centro, sin desplazarse
a ninguna parte. Enseñan que debemos intentar escapar
del mundo material que nos rodea, e incluso del cuerpo
material, para entrar al espíritu eterno indiferenciado.
Pero la resurrección de Cristo nos enseña precisa-
mente lo contrario, puesto que Cristo fue restaurado a
un cuerpo humano físico y material, aunque transformado
y glorificado. Así se ponía de manifiesto que la materia en
general, y el cuerpo humano en particular, son esencial-
mente buenos —si bien es verdad que nuestros cuerpos
humanos son imperfectos debido al pecado y a la enfer-
medad— y un día serán transformados. El cuerpo humano
no se debe despreciar, ni mucho menos maltratar, como
medio de alcanzar una supuesta excelencia espiritual.

EL EFECTO DE ESTA NUEVA COSMOVISIÓN

Los efectos de esta nueva cosmovisión en los discípulos


fueron inmediatos, pero también tuvieron un alcance a
largo plazo. Aquí ofrecemos tres ejemplos.
1. La resurrección de Cristo tiene repercusiones en la
actitud hacia los bienes y propiedades. Examinaremos este
punto en un capítulo posterior.

331
Fundamentos para una ética bíblica

2. La resurrección de Cristo liberó a sus seguidores de


la tiranía y del temor a la muerte. Los primeros cristianos
hablan de esto de la siguiente manera:

Por tanto, ya que ellos son de carne y hueso, él tam-


bién compartió esa naturaleza humana para anular,
mediante la muerte, al que tiene el dominio de la
muerte —es decir, al diablo—, y librar a todos los que
por temor a la muerte estaban sometidos a esclavitud
durante toda la vida. (Hebreos 2:14–15)

Esto les proporcionó paz y seguridad en cuanto a lo


que hay más allá de la muerte —fuese el propio proceso de
morir instantáneo y sin dolor o indeciblemente doloroso—.
Pero, además, les dio coraje para no caer en ninguna clase
de contemporización con el mal. Si la muerte fuera el
final de todo, sin que hubiese ninguna vida más allá de
ella ni ningún juicio para reparar las injusticias, la con-
temporización con el mal habría sido lo más sensato, bajo
el principio de que medio pan es mejor que nada. Pero
la muerte no es el final. Por lo cual, morir, como Cristo
murió, en defensa de Dios y la verdad, no es ninguna tra-
gedia, mientras que comprometer a Dios y a la verdad a
cambio de unos cuantos años más de vida sí que lo sería
(Lucas 12:4–9).
3. La resurrección de Cristo aún hizo más que todo esto:
convenció a los primeros cristianos de que valía la pena ata-
car positiva y agresivamente a las fuerzas espirituales del mal
que se esconden detrás de los males terrenales.
Por supuesto que no levantaban ejércitos ni recu-
rrían a la violencia ni a las armas físicas. No intentaban

332
33 • El impacto de la resurrección de Cristo

subvertir a ningún gobierno. No entraban en conflicto


con carne y sangre humanas. No era con las personas
con quienes estaban luchando, sino con las tinieblas espi-
rituales, la falsedad, la superstición, la corrupción y la
opresión que hacen estragos en las vidas y personalidades
de la gente. Estaban bajo las órdenes del mismo Jesús, no
para luchar con armas físicas, ni tomar ninguna clase de
represalias cuando fuesen perseguidos, golpeados, lapida-
dos o encarcelados. Debían usar las mismas tácticas y las
mismas armas que Jesús usó. El apóstol Pablo lo explica
así: «Las armas con que luchamos no son del mundo,
sino que tienen el poder divino para derribar fortalezas»
(2 Corintios 10:4); y también dice, «Porque nuestra lucha
no es contra seres humanos, sino contra poderes, contra
autoridades, contra potestades que dominan este mundo
de tinieblas, contra fuerzas espirituales malignas en las
regiones celestiales» (Efesios 6:12). Y su objetivo era, como
Pablo expresó al rey Agripa: «para que les abras los ojos
y se conviertan de las tinieblas a la luz, y del poder de
Satanás a Dios, a fin de que, por la fe en mí —Jesús—,
reciban el perdón de los pecados y la herencia entre los
santificados» (ver Hechos 26:18).
Posiblemente considerarás que el mensaje proclamado
por los primeros cristianos era inofensivo y no tenía por
qué despertar tanta oposición. Pero eso sería ignorar los
intereses particulares y los poderes de las tinieblas que
mueven a las personas a oponerse al evangelio cristiano.
Según los Hechos de los Apóstoles, muy pronto se hizo
patente hasta qué punto los predicadores cristianos se ten-
drían que enfrentar constantemente a una oposición tan
feroz que solo su convicción inquebrantable de que Jesús

333
Fundamentos para una ética bíblica

realmente había resucitado y de que ellos también resucita-


rían sería suficiente para hacerles perseverar hasta el final.

SOLUCIONES ÉTICAS APOSTÓLICAS

Ahora examinemos brevemente algunos textos importan-


tes de los Hechos de los Apóstoles que ilustran algunas
cuestiones éticas tempranas. Considerar en cada caso (a) la
cuestión ética a la que los apóstoles se enfrentaban; y (b)
lo que ocurrió cuando se negaron a contemporizar:
1. Hechos 4:1–22; 5:17–42. La situación aquí es que los
apóstoles acababan de curar a un hombre cojo en el nom-
bre de Jesús. La multitud estaba encantada con lo ocurrido,
pero no así las autoridades, pues ellas habían participado
en la crucifixión de Jesús. La predicación pública de que
Jesús había resucitado de la muerte era un desafío a su
autoridad. Por tanto, prohibieron a los apóstoles seguir
predicando en el nombre de Jesús y les amenazaron con
consecuencias nefastas si desobedecían. ¿Qué habrías
hecho tú? ¿Qué era lo que había en juego?:
a) La cuestión de la verdad.
b) El derecho a la libertad de expresión.
c) El principio: hay que obedecer a Dios antes que a los
hombres.
d) El evangelio, el cual podría, si se predicase, traer a mul-
titudes de seres humanos el perdón y la paz con Dios.
Los apóstoles se negaron a observar la prohibición
impuesta por las autoridades y sufrieron una paliza muy
fuerte y, después, persecución continuada (8:1; 12:1).
2. Hechos 14:8–19. Pablo y Bernabé acababan de realizar
un milagro de curación. La población estaba muy contenta.

334
33 • El impacto de la resurrección de Cristo

Sin embargo, debido a la superstición pagana en la que


estaba inmersa, creían que se trataba de dos de sus dioses
paganos que habían bajado a visitarles; y los sacerdotes
locales del dios pagano Júpiter empezaron a hacer una
gran ceremonia pública y a sacrificar bueyes a Pablo y a
Bernabé. Que un ser humano se incline delante de otro
ser humano, que le rinda culto y le sacrifique animales
degrada a los que lo hacen y deshonra al Dios verdadero.
Sin embargo, que Pablo y Bernabé se lo prohibiesen sería
una afrenta a su religión local; y esto podría dar lugar a
un alboroto. ¿Qué habrías hecho tú? Los apóstoles protes-
taron e hicieron parar la ceremonia; como consecuencia,
judíos y paganos se unieron para apedrear a Pablo, lo
sacaron de la ciudad y lo dejaron por muerto.
3. Hechos 24:1–27. Acusado y encarcelado injustamente,
Pablo había demostrado su inocencia ante los tribuna-
les. Sin embargo, debido a una fuerte presión política, el
gobernador romano, Félix, lo mantuvo en la prisión. Hizo
saber a Pablo, sin embargo, que, si Pablo estaba dispuesto
a ofrecerle un soborno, podría comprar su libertad. ¿Qué
habrías hecho tú? Pablo, como cristiano, no estaba dis-
puesto a recurrir a métodos corruptos para socavar la
autoridad gubernamental. Se negó a utilizar el soborno y
tuvo que quedarse en la cárcel.
4. Hechos 25:6–12; 2 Timoteo 4:6–8; 4:16–17. A fin de evi-
tar la muerte a manos de bandas de asesinos en Palestina,
Pablo apeló al tribunal supremo del emperador Nerón, en
Roma. En el primer juicio fue absuelto y siguió adelante
con su programa de viajes misioneros. Unos cuantos años
más adelante, sin embargo, lo volvieron a arrestar, y fue
condenado a muerte por Nerón y ejecutado.

335
Fundamentos para una ética bíblica

Para resumir lo que hemos discutido:


a) La resurrección de Cristo fue el motor que impulsó
a los misioneros cristianos a predicar por todo el
mundo.
b) La resurrección de Cristo fue el tema central del
mensaje que predicaban.
c) Y cuando, en medio de su lucha contra el mal,
tuvieron que enfrentarse con la decisión ética de
mantenerse firmes en la verdad, actuar con justicia
y sufrir las consecuencias o escaparse del sufri-
miento manteniendo silencio, negando la verdad y
actuando corruptamente, fue su fe en la resurrec-
ción de Cristo lo que les dio las fuerzas para escoger
la verdad y la justicia, aun a costa de su propia vida.
En esta cuestión, las cartas de Pablo demuestran muy
claramente cuál fue la clave de su fuerza.

Teniendo a Dios por testigo, el cual da vida a todas las


cosas, y a Cristo Jesús, que dio su admirable testimo-
nio delante de Poncio Pilato, te encargo que guardes
este mandato sin mancha ni reproche hasta la venida
de nuestro Señor Jesucristo. (1 Timoteo 6:13–15)

No dejes de recordar a Jesucristo, descendiente de


David, levantado de entre los muertos. Este es mi
evangelio, por el que sufro al extremo de llevar cade-
nas como un criminal. Pero la palabra de Dios no está
encadenada. Así que todo lo soporto por el bien de los
elegidos, para que también ellos alcancen la gloriosa y
eterna salvación que tenemos en Cristo Jesús.

336
33 • El impacto de la resurrección de Cristo

Este mensaje es digno de crédito:

Si morimos con él,


también viviremos con él;
si resistimos,
también reinaremos con él.
Si lo negamos,
también él nos negará;
si somos infieles,
él sigue siendo fiel,
ya que no puede negarse a sí mismo.
(2 Timoteo 2:8–13)

337
34
EL IMPACTO DE LA VENIDA
DEL ESPÍRITU SANTO
Parte 1: una nueva relación

Cuando escuchamos hablar a los primeros cristianos en el


Nuevo Testamento, no tardamos en darnos cuenta de que
sufrieron una transformación radical. Ellos atribuyen este
cambio a causas tanto subjetivas como objetivas.
En cuanto a lo objetivo, dan a entender que arrancó de
un acontecimiento histórico planeado con la misma preci-
sión y sabiduría que la muerte y la resurrección de Jesús: la
venida del Espíritu Santo en el día de Pentecostés —es decir,
el día cincuenta después de la resurrección: Hechos 2:1–
4—. Lo primero que nos llama la atención en cuanto a
este acontecimiento es el momento en el que ocurrió. Lo
más lógico, aparentemente, habría sido que los discípulos
hubiesen comenzado a afirmar que el Espíritu había venido
sobre ellos en el momento en que vieron por primera vez
al Cristo resucitado. Y si lo hubiesen hecho así, podríamos
pensar que simplemente era su manera de describir el gran
Fundamentos para una ética bíblica

impacto subjetivo y psicológico que tuvo en ellos el ver


a Cristo resucitado. Pero esto no es lo que dicen. Sí nos
explican que la primera vez que el Jesús resucitado estuvo
entre los once discípulos en el aposento alto realizó el acto
simbólico de soplar sobre ellos para darles a entender que
sería él mismo quien, una vez ascendido al cielo, les envia-
ría el Espíritu Santo (Juan 20:21–22). Pero al mismo tiempo
declaran que el Señor Jesús hizo mucho hincapié en que se
quedasen en Jerusalén, puesto que el Espíritu Santo no ven-
dría enseguida sino en un momento sin especificar al cabo
de algunos días (Hechos 1:4–8). Esto dio lugar a gran expec-
tación, por supuesto; sin embargo, aún no les fue dado saber
la manera en que sucedería; únicamente se les dijo que
recibirían poder a causa de ello. Y, cuando sucedió, lo que
determinó la realidad del suceso no fue la impresión parti-
cular, subjetiva, de cada cual, según el tiempo, el lugar y las
circunstancias. La venida del Espíritu Santo fue un suceso
objetivo, testificado y experimentado simultáneamente por
un grupo de unos 120 creyentes, un suceso que produjo un
efecto tan importante en la multitud que se encontraba en
Jerusalén, que 3.000 de ellos se convirtieron aquel mismo
día (Hechos 2:1–13, 41). Se trata, como veremos más tarde, de
un momento clave en la historia de la humanidad.
Lo segundo que nos llama la atención son las palabras
que eligieron para describir este momento tan decisivo:
hablan de «la venida» del Espíritu Santo. Este lenguaje
es el mismo que utilizaba el propio Jesucristo al decir lo
siguiente a sus discípulos:

«Pero les digo la verdad: Les conviene que me vaya por-


que, si no lo hago, el Consolador no vendrá a ustedes;

340
34 • El impacto de la venida del Espíritu Santo

en cambio, si me voy, se lo enviaré a ustedes. Y, cuando


él venga, convencerá al mundo de su error en cuanto
al pecado, a la justicia y al juicio; en cuanto al pecado,
porque no creen en mí; en cuanto a la justicia, por-
que voy al Padre y ustedes ya no podrán verme; y en
cuanto al juicio, porque el príncipe de este mundo ya
ha sido juzgado.

«Muchas cosas me quedan aún por decirles, que por


ahora no podrían soportar. Pero, cuando venga el
Espíritu de la verdad, él los guiará a toda la verdad,
porque no hablará por su propia cuenta, sino que dirá
solo lo que oiga y les anunciará las cosas por venir. Él
me glorificará porque tomará de lo mío y se lo dará a
conocer a ustedes». (Juan 16:7–14)

Ahora bien, los discípulos eran todos judíos, y estaban


acostumbrados a leer en las escrituras hebreas cómo sus
héroes nacionales y líderes espirituales habían recibido
poder del Espíritu Santo. Y Jesús mismo, mientras estaba
en la tierra, afirmó realizar sus milagros con el poder del
Espíritu Santo (Mateo 12:28). Sin embargo, tal como se des-
prende del texto citado arriba, cuando Cristo habló de «la
venida» del Espíritu Santo, se refería a algo que no suce-
dería, ni podría suceder, hasta que él mismo se hubiese
marchado. El Espíritu Santo sería «otro Consolador»
(Juan 14:16). Cristo mismo había sido consolador de sus
discípulos durante el tiempo que pasó entre ellos. Ahora
el Espíritu Santo ocuparía su lugar, a fin de llevar a cabo
la obra que Jesús había dejado por acabar. Y del mismo
modo que Cristo, en su venida, se encarnó en un cuerpo

341
Fundamentos para una ética bíblica

humano durante 33 años, así también el Espíritu Santo


moraría, hasta la segunda venida de Cristo, no en un
cuerpo humano propio como Jesús había hecho, sino en
la comunidad universal de los discípulos de Cristo y en el
cuerpo físico de cada creyente individual. Su obra tendría
dos facetas:
1. vindicar a Jesús ante todo el mundo, demostrar
que sus afirmaciones son verdad, dar a entender a
la gente el significado de su muerte, resurrección
y ascensión, ofrecerles la salvación y advirtirles
acerca del inevitable día de juicio.
2. conducir a los creyentes a una comprensión cada
vez más profunda de la identidad de Jesús, de sus
riquezas, gloria y poder.

LA NUEVA VIDA

Hasta aquí la cuenta que dan los discípulos de los aspec-


tos objetivos de la venida del Espíritu Santo. Pero cuando
hablan de su experiencia subjetiva y personal del Espíritu
Santo se hace patente que no solo ha cambiado su
estilo de vida: les ha dado, literalmente, una nueva vida.
Miremos otra vez un texto que estuvimos considerando
en el capítulo 30:

De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura


es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas
nuevas. (2 Corintios 5:17 rvr1960)

La frase «nueva criatura» no se emplea como ejem-


plo de lenguaje hiperbólico: los cristianos lo interpretaron

342
34 • El impacto de la venida del Espíritu Santo

literalmente, como se desprende de la secuencia de expre-


siones que utilizan en otros lugares para describir lo que
les había ocurrido. Hablan, por ejemplo, de haber sido
«creados en Cristo Jesús para buenas obras» (Efesios 2:10);
de haber experimentado una «regeneración» (Tito 3:5); de
haber estado «muertos» espiritualmente y luego haber
recibido «vida juntamente con Cristo» (Efesios 2:5); de
«andar en novedad de vida» (Romanos 6:4) por su iden-
tificación con el Cristo resucitado y viviente. Y en lo que
se refiere a estos estudios, lo que nos interesa ante todo
es el efecto que esta experiencia produjo en su ética. Esta
nueva vida espiritual, engendrada en ellos por el Espíritu
Santo, estableció una nueva relación con Dios.

UNA NUEVA RELACIÓN CON DIOS

Tomaron conciencia de que se habían convertido en hijos de


Dios —lo que no eran anteriormente—, que Dios se había
convertido en su Padre y que ahora poseían la vida y el
espíritu de Dios. Les era tan natural hablar con Dios como
le es a un hijo hablar con su padre, consciente de que se
trata de su padre.

Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los


esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como
hijos y les permite clamar: «¡Abba! ¡Padre!» El Espíritu
mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos
de Dios. (Romanos 8:15–16)

Llegaron a ser conscientes de que el mismo Espíritu que


los había regenerado estaba obrando en ellos, dándoles a

343
Fundamentos para una ética bíblica

conocer sus deseos, ayudándolos a suprimir los suyos


propios cuando estos eran pecaminosos, produciendo
en ellos una cada vez mayor semejanza a su Padre, a
fin de que madurasen y se convirtiesen en hijos de Dios
maduros y responsables: «Porque todos los que son guia-
dos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios», decían
(Romanos 8:12–14).
Jesús lo expresó así en una ocasión:

«Ustedes han oído que se dijo: “Ama a tu prójimo y


odia a tu enemigo”. Pero yo les digo: Amen a sus ene-
migos y oren por quienes los persiguen, para que sean
hijos de su Padre que está en el cielo. Él hace que salga
el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos
e injustos . . . Por tanto, sean perfectos, así como su
Padre celestial es perfecto». (Mateo 5:43–45, 48)

Pero ¿cómo puede encontrar alguien el deseo y la


fuerza para comportarse así? Los primeros cristianos
explican su experiencia —que sigue siendo la experien-
cia de todos los verdaderos cristianos—: el Espíritu Santo,
morando en su interior, les proporcionó el deseo de vivir
como Dios, su Padre, y de no dar rienda suelta a su odio,
como anteriormente habrían hecho. Así es como definen
su nueva experiencia:

Así que les digo: Vivan por el Espíritu, y no seguirán


los deseos de la naturaleza pecaminosa. Porque esta
desea lo que es contrario al Espíritu, y el Espíritu desea
lo que es contrario a ella. Los dos se oponen entre sí,
de modo que ustedes no pueden hacer lo que quieren.

344
34 • El impacto de la venida del Espíritu Santo

Pero, si los guía el Espíritu, no están bajo la ley. Las


obras de la naturaleza pecaminosa se conocen bien:
inmoralidad sexual, impureza y libertinaje; idolatría y
brujería; odio, discordia, celos, arrebatos de ira, rivali-
dades, disensiones, sectarismos y envidia; borracheras,
orgías, y otras cosas parecidas. Les advierto ahora,
como antes lo hice, que los que practican tales cosas
no heredarán el reino de Dios. En cambio, el fruto del
Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad,
bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay
ley que condene estas cosas. (Gálatas 5:16–23)

A la luz de esto, resulta claro que por el hecho de reci-


bir al Espíritu Santo y de convertirse en hijos de Dios no se
volvieron autómatas. Tenían que decidir si se someterían a
las exhortaciones del Espíritu Santo o si, por el contrario,
seguirían dando rienda suelta a sus impulsos pecaminosos;
y a menudo esto implicaría una lucha. ¿Para qué sirve,
entonces, tener al Espíritu Santo?
Consideremos una analogía. Las leonas, según se nos
dice, se llevan a los cachorros cuando se van a cazar, y los
cachorros aprenden a cazar al fijarse en cómo lo hacen las
leonas. El motivo por el cual funciona bien esta manera de
aprender por imitación es que los cachorros ya tienen la
misma naturaleza y el mismo instinto que su madre, y la
imitación sirve para que estos se vayan desarrollando. No
serviría de nada enviar un asno con las leonas esperando
que aprenda a cazar por imitación. Un asno no posee vida
ni instinto de león.
Así ocurre con las personas que han recibido el Espíritu
Santo y se han convertido en hijos de Dios. Ahora sí tiene

345
Fundamentos para una ética bíblica

sentido, como jamás lo había tenido, decirles que imiten


a su Padre, Dios, y que intenten reproducir la conducta
de Jesucristo (Efesios 5:1–2, 25–28), porque ahora existe en
ellos la vida y la naturaleza de Dios, que, por medio de la
imitación intencionada y de la práctica, se pueden desa-
rrollar hasta conseguir un carácter estable y maduro.
Los cristianos nos dicen que por mucho que tengan que
esforzarse, con la ayuda del Espíritu Santo, para vencer sus
impulsos pecaminosos, no les resulta una esclavitud. «Ustedes
no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al
miedo», dicen (Romanos 8:15). Hay dos motivos para ello:
a) No lo hacen a fin de entrar en la familia de Dios, sino
porque ya son miembros de su familia.
Otra analogía: Imaginémonos que una chica ha here-
dado de su padre una gran habilidad musical. Puede que le
resulte tremendamente arduo tener que practicar día tras
día, pero al menos sabe que no lo hace para ganarse un
lugar como hija en la familia de su padre. Lo hace porque ya
es hija de su padre, porque ama a su padre, porque le desea
complacer y porque, al fin y al cabo, le encanta la música.
b) No lo hacen por miedo a que, si fallan, se les eche
de la familia. Dios garantiza a sus hijos que «ya no hay
ninguna condenación para los que están unidos a Cristo
Jesús» (Romanos 8:1). No serán rechazados jamás. No hay
condena: Cristo ya ha pagado la culpa en su lugar.
Por otro lado, los cristianos saben que, aunque no hay
condena, si pecan tendrán que afrontar las consecuencias, y
sufrirán pérdidas.

No se engañen: de Dios nadie se burla. Cada uno cose-


cha lo que siembra. El que siembra para agradar a

346
34 • El impacto de la venida del Espíritu Santo

su naturaleza pecaminosa, de esa misma naturaleza


cosechará destrucción; el que siembra para agra-
dar al Espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna.
(Gálatas 6:7–8)

Ilustrémoslo. Imaginémonos que Dios le dice a un agri-


cultor cristiano que siembre trigo en su campo. Pero el
agricultor desobedece y siembra cardos.1 Si después se
arrepintiera y confesara su pecado, Dios lo perdonaría y
no habría castigo. Pero cuando los cardos crecieran, segui-
ría siendo una cosecha sin valor. Dios no haría un milagro
para convertir los cardos en trigo. El granjero no recibiría
ningún dinero por la cosecha y además tendría mucho
trabajo duro por delante para deshacerse de todos los
cardos del campo.
c) Los cristianos tienen la garantía de que el Espíritu
Santo no los abandonará jamás. Al contrario, al tiempo que
moran en él, él intercede por ellos conforme a la voluntad
de Dios, y no descansará hasta que su carácter se asemeje
completamente al de Cristo.

Así mismo, en nuestra debilidad el Espíritu acude a ayu-


darnos. No sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo
intercede por nosotros con gemidos que no pueden
expresarse con palabras. Y Dios, que examina los cora-
zones, sabe cuál es la intención del Espíritu, porque
el Espíritu intercede por los creyentes conforme a la
voluntad de Dios.

1 Aquí no se trata de determinar si Dios daría o no tal mandamiento; esto


es simplemente una manera de ilustrar los principios que actúan sobre
asuntos muchos más serios de los mandamientos de Dios y si nosotros, sus
criaturas, lo obedecemos o no.

347
Fundamentos para una ética bíblica

Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas


para el bien de quienes lo aman, los que han sido lla-
mados de acuerdo con su propósito. Porque a los que
Dios conoció de antemano, también los predestinó a
ser transformados según la imagen de su Hijo, para
que él sea el primogénito entre muchos hermanos. A
los que predestinó, también los llamó; a los que llamó,
también los justificó; y a los que justificó, también los
glorificó. (Romanos 8:26–30)

348
35
EL IMPACTO DE LA VENIDA
DEL ESPÍRITU SANTO
Parte 2: una nueva perspectiva de la realidad

La venida del Espíritu Santo en el día de Pentecostés pro-


dujo profundos cambios en las actitudes de los primeros
cristianos. Uno de los primeros en ser notado por la socie-
dad de aquel entonces fue el cambio en la actitud hacia la
propiedad personal.

UNA TRANSFORMACIÓN EN LA ACTITUD


HACIA LA PROPIEDAD PERSONAL

Todos los creyentes eran de un solo sentir y pensar.


Nadie consideraba suya ninguna de sus posesiones, sino
que las compartían. Los apóstoles, a su vez, con gran
poder seguían dando testimonio de la resurrección
del Señor Jesús. La gracia de Dios se derramaba abun-
dantemente sobre todos ellos, pues no había ningún
Fundamentos para una ética bíblica

necesitado en la comunidad. Quienes poseían casas o


terrenos los vendían, llevaban el dinero de las ventas y
lo entregaban a los apóstoles para que se distribuyera
a cada uno según su necesidad. (Hechos 4:32–35)

Hay que tener cuidado de no malinterpretar estos ver-


sículos. Lo que no quieren decir es que cada creyente
que tuviera bienes materiales los vendiese todos ense-
guida, incluida su propia casa, para entregar el dinero
que sacase de la venta a los demás. ¡Si hubiesen actuado
así, ningún creyente habría podido disponer ni siquiera
de un techo! Lo que ocurrió fue algo mucho más pro-
fundo. Estas personas comprendieron enseguida que, si
Jesús había resucitado, entonces era el Cristo, el Hijo de
Dios, el heredero de todas las cosas. Fue a él, entonces, a
quien rindieron todos sus bienes. Él no tuvo que amena-
zarlos para lograr que lo hiciesen. Lo hicieron por decisión
propia. Consideraron que, puesto que su Señor y Amo
había entregado hasta su propia vida por ellos al morir
en la cruz, lo mínimo que podían hacer era entregarle a
él todo lo que tenían. Él se convirtió en el dueño de todos
sus bienes.
Esto no quería decir que tuviesen que entregarlos
todos a otras personas para que estas se hiciesen cargo de
ello. Ellos mismos seguían siendo los que se hacían cargo
de sus bienes, pero ya no eran los dueños, sino los admi-
nistradores de lo que pertenecía a Cristo, y como tales,
tenían la responsabilidad de utilizarlos por el bien de la
comunidad. Si surgía una necesidad urgente en el seno de
la comunidad y ellos podían suplirla mediante la venta de
alguna de sus propiedades, la vendían y daban el dinero

350
35 • El impacto de la venida del Espíritu Santo

a los apóstoles para que estos lo repartiesen según la


necesidad, o bien lo repartían ellos mismos (Hechos 5:1–4).
Nadie se consideraba dueño de sus bienes; lo guardaban
todo en depósito, en nombre de Cristo, por el bien general
de la comunidad cristiana.
En aquellos días, la Iglesia Cristiana en Jerusalén era una
comunidad muy unida en medio de una sociedad preindus-
trial. Las condiciones de vida en las grandes ciudades del
Imperio romano ya eran muy diferentes, y la administra-
ción de la obra social cristiana se adaptaba por necesidad
a las circunstancias locales (ver Hechos 9:36, 39; 11:27–
30; 20:33–35). Hoy día las circunstancias en las cuales los
cristianos llevan a cabo la administración de sus bienes
materiales son todavía mucho más complejas. Sin embargo,
sigue estando vigente el mismo principio fundamental:
desde la resurrección de Cristo, ningún cristiano verda-
dero se considera dueño de sus bienes materiales, sino que
se da cuenta de que son de Cristo y que deben ser utiliza-
dos bajo la dirección de Cristo, por el bien de los demás.

UNA NUEVA ACTITUD HACIA EL CUERPO HUMANO

La venida del Espíritu Santo también dio lugar a una nueva


actitud hacia el cuerpo humano.
El discípulo de Cristo comprende que su cuerpo se ha
convertido en «templo del Espíritu Santo» (1 Corintios 6:19).
Este hecho confiere al cuerpo una santidad particular, y
el creyente no tiene derecho a desacralizarlo. Una vez
más es revelador ver la manera en que esta realidad se
hace palpable en la conducta ética del creyente. El Nuevo
Testamento no le dice al creyente: «si consigues evitar la

351
Fundamentos para una ética bíblica

fornicación, tu cuerpo será digno de convertirse en tem-


plo del Espíritu Santo». Lo dice al revés.

¿No saben que sus cuerpos son miembros de Cristo


mismo? ¿Tomaré acaso los miembros de Cristo para
unirlos con una prostituta? ¡Jamás! . . . ¿Acaso no saben
que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está
en ustedes y al que han recibido de parte de Dios?
Ustedes no son sus propios dueños . . . Huyan de la
inmoralidad sexual. (1 Corintios 6:15, 19, 18)

Aun después de que un creyente recibe el Espíritu


Santo, su cuerpo sigue siendo mortal, sujeto al dolor y al
deterioro, y continuará en ese estado hasta el retorno del
Señor Jesús. Pero el Espíritu Santo ya mora en el cuerpo
del creyente y constituye «las primicias» de la gran obra
redentora de Dios. Estas «primicias» son la garantía de que
un día habrá una cosecha plena; y en aquel día el creyente
recibirá un cuerpo glorificado, inmortal y eterno, igual que
el cuerpo que el Señor Jesús ya tiene (Romanos 8:10–11, 23;
Filipenses 3:20–21).

UNA NUEVA ENTIDAD: EL CUERPO DE CRISTO

La venida del Espíritu Santo también ha creado una nueva


entidad: el cuerpo de Cristo.

De hecho, aunque el cuerpo es uno solo, tiene muchos


miembros, y todos los miembros, no obstante ser
muchos, forman un solo cuerpo. Así sucede con Cristo.
Todos fuimos bautizados por un solo Espíritu para

352
35 • El impacto de la venida del Espíritu Santo

constituir un solo cuerpo —ya seamos judíos o gentiles,


esclavos o libres—, y a todos se nos dio a beber de un
mismo Espíritu. (1 Corintios 12:12–13)

En primer lugar, estudiemos la ilustración del cuerpo


humano que nos presenta 1 Corintios. Lo que mantiene
vivos, unidos los unos a los otros y en un buen estado de
funcionamiento a todos los miembros del cuerpo humano,
es que el mismo riego sanguíneo les lleva el oxígeno del
aire a todos. Para que esto ocurra, hace falta que se cum-
plan simultáneamente dos condiciones:
a) el cuerpo tiene que estar inmerso en el aire—si le
fuese cortada la provisión de aire el cuerpo moriría;
b) el aire tiene que estar dentro del cuerpo—aunque
el cuerpo estuviese rodeado de aire, pero sin que
hubiese aire en el cuerpo, también moriría.
Cuando alguien pone su fe en Cristo, Cristo le sumerge
en el Espíritu Santo —le bautiza en el Espíritu— y al mismo
tiempo pone al Espíritu Santo dentro de la persona —le hace
«beber» del Espíritu Santo—. De esta manera, la persona
está en el Espíritu Santo y el Espíritu Santo está en la per-
sona. Y lo mismo ocurre con todos los creyentes de todas las
partes del mundo: todos están en el mismo Espíritu Santo
y el Espíritu Santo en todos y cada uno de ellos. Así forman
el cuerpo de Cristo; muchos miembros participando de la
misma vida del Espíritu y unidos mediante el Espíritu al
mismo organismo vivo.
Esta es la respuesta que Dios da a los problemas que
surgen de las personalidades enajenadas y al individualismo
exacerbado. En el cuerpo de Cristo:
a) ningún miembro, por muy débil y poco dotado que

353
Fundamentos para una ética bíblica

sea, resulta innecesario, ni se le permite que así se


sienta (1 Corintios 12:15–20);
b) ningún miembro, por muy dotado que sea,
puede prescindir de los demás miembros
(1 Corintios 12:21–26);
c) cada miembro debe usar el don que ha recibido,
no para su propia realización ni vanagloria, sino
para el bien del cuerpo, motivado por el amor
(1 Corintios 13).
Y esta consciencia de pertenecer al cuerpo de Cristo
se reflejará de modo práctico a través de la conducta de
la persona. Nadie, a menos que sea un desequilibrado
mental, dañaría deliberadamente ningún miembro de su
propio cuerpo. Por tanto, el Nuevo Testamento nos dice:
«Por lo tanto, dejando la mentira, hable cada uno a su
prójimo con la verdad, porque todos somos miembros de
un mismo cuerpo» (Efesios 4:25).
Finalmente, la venida del Espíritu Santo y la cons-
titución del cuerpo de Cristo ha producido un nuevo
internacionalismo.

EL NUEVO INTERNACIONALISMO

En el Antiguo Testamento se ordenó a los judíos, por


motivos necesarios, que no se mezclasen con las demás
naciones. Pero con la venida del Espíritu Santo en el día de
Pentecostés, todo esto cambió por completo. Si un judío
recibía el Espíritu Santo y un gentil recibía el mismo Espíritu,
se convertían, aunque no se diesen cuenta de ello en ese
momento, en miembros vivientes del cuerpo de Cristo,
el cual no conoce ninguna frontera ni distinción social:

354
35 • El impacto de la venida del Espíritu Santo

«Todos fuimos bautizados por un solo Espíritu para consti-


tuir un solo cuerpo —ya seamos judíos o gentiles, esclavos o
libres», dice el Nuevo Testamento (1 Corintios 12:13).
Ahora bien, el libro de los Hechos resulta especial-
mente emocionante cuando relata detalladamente cómo
las viejas fronteras que separaban a las gentes eran des-
truidas y los judíos y gentiles se aceptaban los unos a
los otros como miembros del mismo cuerpo de Cristo.
Hechos nos explica con franqueza cómo los primeros
cristianos judíos eran reacios a aceptar a los creyentes
gentiles como iguales a ellos en Cristo; pero ocurrió el
milagro, y los aceptaron. Vale la pena leer todo el relato
(Hechos 10:1–11:30) a la clase; es un hito importante en la
historia del mundo.
Por otro lado, nos explica que en algunos países y
ciudades la religión local estaba tan estrechamente unida
al orgullo nacional y cívico que el evangelio cristiano, por
ser supranacional, era rechazado y suprimido con feroci-
dad. La ciudad de Éfeso era un ejemplo de ello —ver el
largo relato de Hechos 19:23–41—. El principal objeto de
culto de la población era la diosa Artemisa. De hecho, el
culto a Artemisa se había extendido por muchas partes
del mundo antiguo. Pero en Éfeso se le había construido
un templo magnífico, considerado una de las maravillas
del mundo. También contaban con una imagen que, según
afirmaban, había caído desde el cielo, de parte de Júpiter,
el principal dios pagano —probablemente se trataba de
un meteorito—. Multitudes de turistas visitaban el templo
y los plateros locales se enriquecían con la venta de san-
tuarios de Artemisa en miniatura. Por tanto, cuando los
efesios se dieron cuenta de que el evangelio cristiano y

355
Fundamentos para una ética bíblica

la doctrina del Único Dios Verdadero minarían su religión,


lo consideraron una afrenta no solo a su religión, sino
también a su orgullo nacional y cívico. La ciudad entera
acudió exaltada al anfiteatro y durante dos horas gritaron
todos a una voz, no «Grande es Artemisa», sino «Grande
es Artemisa de los efesios» (Hechos 19:28, 34).
Con este trasfondo, nos resulta esclarecedor leer las
palabras históricamente significativas que escribió el após-
tol Pablo a los creyentes de Éfeso algunos años más tarde.
Señalan el amanecer de un nuevo día en la historia de
Europa y del mundo:

Por lo tanto, recuerden ustedes los gentiles de naci-


miento —los que son llamados «incircuncisos» por
aquellos que se llaman «de la circuncisión», la cual se
hace en el cuerpo por mano humana—, recuerden que
en ese entonces ustedes estaban separados de Cristo,
excluidos de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pac-
tos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo.
Pero ahora en Cristo Jesús, a ustedes que antes estaban
lejos, Dios los ha acercado mediante la sangre de Cristo.
Porque Cristo es nuestra paz: de los dos pueblos ha
hecho uno solo, derribando mediante su sacrificio el
muro de enemistad que nos separaba, pues anuló la
ley con sus mandamientos y requisitos. Esto lo hizo
para crear en sí mismo de los dos pueblos una nueva
humanidad al hacer la paz, para reconciliar con Dios
a ambos en un solo cuerpo mediante la cruz, por la
que dio muerte a la enemistad. Él vino y proclamó paz
a ustedes que estaban lejos y paz a los que estaban
cerca. Pues por medio de él tenemos acceso al Padre

356
35 • El impacto de la venida del Espíritu Santo

por un mismo Espíritu. Por lo tanto, ustedes ya no son


extraños ni extranjeros, sino conciudadanos de los san-
tos y miembros de la familia de Dios, edificados sobre
el fundamento de los apóstoles y los profetas, siendo
Cristo Jesús mismo la piedra angular. En él todo el edi-
ficio, bien armado, se va levantando para llegar a ser un
templo santo en el Señor. En él también ustedes son
edificados juntamente para ser morada de Dios por su
Espíritu. (Efesios 2:11–22)

357
36
EL IMPACTO DE LA SEGUNDA
VENIDA DE CRISTO
Parte 1: pensar, vivir y
trabajar con esperanza

No es posible comprender el poder que mueve la ética


cristiana sin tener en cuenta la doctrina cristiana de la
segunda venida de Cristo. Algunos han mantenido que la
doctrina de la segunda venida es una especie de cuento
de hadas que la imaginación popular tejió en torno al
cristianismo histórico. Concluyen, por tanto, que se puede
descartar e ignorar mientras intentamos descubrir lo que
es sólido y tiene un valor permanente en el cristianismo,
es decir: la ética. Sin embargo, esta hipótesis no soporta la
prueba de un análisis serio del Nuevo Testamento.
Se han encontrado 250 referencias a la segunda venida
de Cristo en el Nuevo Testamento. Cada escritor que
escribe en él la menciona, y cada libro contiene al menos
una referencia.
Fundamentos para una ética bíblica

Además, es el propio Jesucristo quien habla de su


segunda venida más que cualquier otra persona en el
Nuevo Testamento. Lo hace porque es una parte ínte-
gra e imprescindible de su reivindicación mesiánica. A lo
largo de las profecías del Antiguo Testamento, se repe-
tía constantemente la misma promesa: cuando viniera
el Mesías, acabaría con el mal y con la guerra y juzga-
ría al mundo con justicia. Esta realidad futura llenó de
esperanza y gozo a generaciones de creyentes (ver, p. ej.
Salmos 94, 96, 97, 98, 99; Isaías 2:1–4). Era natural, entonces,
que cuando Jesús aseguraba que era el Mesías, sus oyentes
quisiesen saber cuándo y cómo pretendía cumplir estas
promesas. Hizo saber con perfecta claridad que no era su
intención ejercer los juicios de Dios sobre el mundo en
su primera venida (ver capítulo 25). Haber dicho que esta
nunca sería su intención habría destruido por completo
su reivindicación mesiánica. Y, por supuesto, no lo hizo.
Al contrario, tanto públicamente como en privado con
sus discípulos, dijo, o con un lenguaje claro y directo o
mediante parábolas, que primero se tendría que marchar
por el camino de la muerte, el entierro, la resurrección
y la ascensión al cielo, que su evangelio sería después
predicado por todo el mundo, y que finalmente volvería
para establecer el reino de Dios en la tierra mediante
el poder de Dios (ver, p. ej. Lucas 19:11–27; Mateo 24:14).
De hecho, la afirmación de que un día volvería era una
parte tan esencial de su afirmación de ser el Mesías y el
Hijo de Dios que la volvió a repetir ante sus jueces en el
juicio al que fue sometido. Habiendo sido conjurado por
el sumo sacerdote para que dijera claramente si era o
no el Mesías, el Hijo de Dios, contestó afirmativamente y

360
36 • El impacto de la segunda venida de Cristo

después añadió: «De ahora en adelante verán ustedes al


Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso,
y viniendo en las nubes del cielo» (Mateo 26:64). Fue en
aquel momento cuando decidieron crucificarlo por blas-
femia. Comprendieron perfectamente el alcance de sus
palabras. Cuando, después de su resurrección, los apóstoles
preguntaron a Jesús: «¿es ahora cuando vas a restablecer
el reino a Israel?», él les dijo que no les correspondía a
ellos saber el momento de la segunda venida. Su tarea
inmediata era la evangelización del mundo. Pero en el
momento de la ascensión, como nos explica el historiador
Lucas, a estos mismos apóstoles se les dijo de manera
igualmente clara: «Este mismo Jesús, que ha sido llevado
de entre ustedes al cielo, vendrá otra vez de la misma
manera que lo han visto irse» (Hechos 1:6–11).
Lucas da cuenta de lo que vieron los testigos ocula-
res. En consecuencia, los primeros cristianos anunciaron al
mundo, con términos claros y directos, que Cristo volvería
a este mundo de una manera tan literal —aunque con un
esplendor indeciblemente mayor— como lo habían visto
desaparecer en las nubes.
Hay quienes sugieren que la cosmología de Lucas era
primitiva y precientífica. Según ellos, Lucas tenía en mente
un cielo físico localizado por encima de una tierra plana,
por debajo de la cual estaba el infierno. Y afirman que
Lucas inventó el relato de la ascensión de modo que enca-
jase con esta cosmovisión primitiva. Pero no hay evidencia
alguna que avale esta afirmación. Choca incluso con los
hechos históricos. Sabemos que Lucas era un hombre
culto, un médico, que vivía en un mundo que ya daba
por sentado que la tierra era redonda—hacía más de 200

361
Fundamentos para una ética bíblica

años que Eratóstenes había calculado su circunferencia.


También sabemos que Lucas era un historiador de primera
categoría. Dio cuenta con fidelidad de lo que vieron los
testigos oculares: la ascensión literal del cuerpo de Cristo.
Por supuesto ha habido, y sigue habiendo, muchas per-
sonas equivocadas que, a pesar de las palabras inequívocas
del Señor, afirman con confianza que pueden predecir la
fecha exacta de su segunda venida. Invariable y forzosa-
mente se demuestra que se han equivocado. Y habrá otras
personas que aseverarán que Cristo ha vuelto, reencarnado
en forma de algún gurú religioso en algún u otro país. Jesús
mismo nos advierte que tenemos que estar alerta contra
semejantes tergiversaciones. Cuando la segunda venida
tenga lugar, dice Cristo, no hará falta que nadie anuncie
que ha ocurrido. En cuanto a su localización, será cósmica,
por lo cual será universalmente visible (ver Lucas 17:22–37).
Sin embargo, las malas interpretaciones de este tipo de per-
sonas no disminuyen en absoluto la validez de las promesas
majestuosas de Cristo ni de la fe de todos los creyentes
verdaderos a lo largo de los siglos, hasta el presente.
Recordemos, sin embargo, que la tarea que nos hemos
propuesto es considerar el impacto de la segunda venida
sobre la ética cristiana. Miremos, por tanto, algunos
ejemplos que demuestran hasta qué punto impregnó la
experiencia de los primeros cristianos.

UNA PARTE DE LA CONVERSIÓN


Y UNA PARTE DE LA VIDA

La segunda venida de Cristo fue un factor importante


en la conversión y sirvió de marco para el estilo de vida

362
36 • El impacto de la segunda venida de Cristo

que había de seguir a la conversión. La evangelización


del apóstol Pablo en Tesalónica, Macedonia, —el norte
de Grecia— es el tema del relato que encontramos en
Hechos 17:1–9. En una carta que escribió a los creyentes del
lugar poco tiempo después de haber estado allí, explica así
todo lo que su conversión involucraba:

Ellos mismos cuentan de lo bien que ustedes nos reci-


bieron, y de cómo se convirtieron a Dios dejando los
ídolos para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar
del cielo a Jesús, su Hijo a quien resucitó, que nos libra
del castigo venidero. (1 Tesalonicenses 1:9–10)

No se trataba, por tanto, de una conversión de una


serie de normas éticas a otra, sino de una actitud falsa
frente al universo a un reconocimiento de la verdad tanto
acerca del universo como de su Creador personal —«se
convirtieron a Dios dejando los ídolos para servir al Dios
vivo y verdadero»—.
Además, la conversión conllevaba un nuevo objetivo y
un nuevo marco para la vida de la persona —«esperar del
cielo a Jesús, su Hijo»—.
Por último, creer en la segunda venida no era ninguna
escapatoria que llevase a la gente a abandonar su trabajo
diario, sino que era un aliciente para trabajar aún más y
mejor. El trabajo diario dejaba así de ser una tarea pesada,
una lucha por ganarse el pan de cada día en medio de una
naturaleza impersonal y de un universo caprichoso, donde
se tiene que competir con una sociedad sin escrúpulos,
desalmada y egoísta; se convirtió en un servicio ofrecido
con alegría al Dios viviente y verdadero, cuyo hijo había

363
Fundamentos para una ética bíblica

muerto para pagar el castigo por el pecado y volvería como


libertador de su pueblo al final de los tiempos. Es cierto,
como se nos explica en la segunda epístola de Pablo a estos
creyentes en Tesalónica, que algunos de ellos se tomaron
la segunda venida como pretexto para no trabajar y para
abandonar sus responsabilidades sociales. Sin embargo,
esto dio a Pablo la oportunidad de señalar que semejante
conducta representaba una tergiversación, y de hecho una
negación, de la fe cristiana (2 Tesalonicenses 3:6–15). Como
Pablo dice en otro texto: «El que no provee para los suyos,
y sobre todo para los de su propia casa, ha negado la fe y
es peor que un incrédulo» (1 Timoteo 5:8).

UN ALICIENTE PARA EL TRABAJO

La segunda venida ya era, de por sí, un aliciente poderoso


para el trabajo diligente y entregado. Esto es así porque
es en aquel momento cuando los discípulos de Cristo serán
recompensados por el trabajo que han realizado en nombre
de Cristo. Ya hemos hablado de este hecho en el capítulo 20,
y no hace falta repetirlo aquí. Lo que cabe señalar ahora es
que estas recompensas no solo se darán por el trabajo y el
ejercicio «espirituales», sino también por el trabajo diario
y ordinario, realizado en el nombre de Jesús y para él.
Ejemplos:
a) La hospitalidad hacia los pobres (Lucas 14:12–14).
b) El trabajo de cada día realizado en el campo, la
fábrica, la oficina, la casa, cuando se hace «de cora-
zón y por respeto al Señor» (Colosenses 3:22–25).
La segunda venida también fomenta un trato justo por
parte de los jefes, empresarios, etc., en cuanto les recuerda

364
36 • El impacto de la segunda venida de Cristo

que ellos también tienen un Amo en el cielo que un día


les pedirá cuentas por la manera en que han tratado a sus
empleados (Colosenses 4:1).
Y constituye un aviso solemne de los juicios divinos
que caerán sobre aquellos que han maltratado a sus tra-
bajadores (Santiago 5:1–6).
La segunda venida también es una motivación para
nuestro trabajo, porque en aquel día cada creyente tendrá
que encontrarse con Cristo y darle cuentas personalmente a
él. Consideremos una ilustración para comprender esto.
Un joven rico decide que quiere ser pintor. Puede
pagarse sus clases él mismo, por lo cual se desplaza a
Florencia, a San Petersburgo y a París para estudiar bajo
los artistas de mayor renombre internacional. Pero se
vuelve negligente, y derrocha su tiempo en fiestas, en
alcohol y en toda clase de diversiones. El trabajo que
entrega no vale para nada, y cuando sus cuadros se some-
ten a un examen por parte de un grupo de expertos, a
quienes no conoce personalmente, estos los rechazan por
no dar la talla. Está decepcionado, pero no tiene que dar
cuentas a nadie excepto a sí mismo.
Un joven pobre quiere ser pintor. Así que su madre
viuda trabaja duro y se priva de muchas comodidades
para conseguir el dinero suficiente para enviarlo a estu-
diar con artistas famosos en Florencia, en San Petersburgo
y en París y para sufragar los gastos de su mantenimiento.
Él también malgasta su tiempo, y el trabajo que entrega es
de escasa calidad. Pero al presentar sus cuadros para que
sean evaluados al final del curso, está obligado a asistir al
examen personalmente, y entre los expertos que critican y
acaban por rechazar su trabajo, ve a su madre viuda, que

365
Fundamentos para una ética bíblica

ha conseguido permiso para presenciar este importante


momento, y cuyo amor, dinero, trabajo y sacrificio él ha
tenido tan en poco. ¿Cómo se sentirá?
Ahora leamos con atención:

En verdad, Dios ha manifestado a toda la humanidad su


gracia, la cual trae salvación y nos enseña a rechazar la
impiedad y las pasiones mundanas. Así podremos vivir
en este mundo con justicia, piedad y dominio propio,
mientras aguardamos la bendita esperanza, es decir,
la gloriosa venida de nuestro gran Dios y Salvador
Jesucristo. Él se entregó por nosotros para rescatarnos
de toda maldad y purificar para sí un pueblo elegido,
dedicado a hacer el bien. (Tito 2:11–14)

Estos versículos siguen un texto de instrucción ética


minuciosa (Tito 2:1–13). Detallan las presiones que la gracia
de Dios ejerce sobre la conciencia de los creyentes para
que vivan vidas responsables, justas y piadosas. Entre estas
presiones, quizás la principal es esta: la misma gracia de
Dios que salva al creyente de la pena del pecado y le

A la luz de la segunda venida


¿Por qué hace el Nuevo Testamento tanto hincapié en la segunda
venida de Cristo?

¿Por qué no es escapismo creer en la segunda venida?

Si es verdad que cada uno de nosotros se encontrará con Cristo


personalmente, ¿cuáles son los efectos prácticos que esta convic-
ción debería tener en nuestras vidas?

366
36 • El impacto de la segunda venida de Cristo

asegura un lugar con Cristo en el cielo, le compromete


a la verdad certera e ineludible de que un día se encon-
trará con el Cristo que se entregó por él al sufrimiento
de la cruz para liberarlo de un modo de vivir pecaminoso
y convertirlo en un entusiasta de las buenas obras. ¿Qué
pasará si en aquel día, al encontrarse cara a cara con el
majestuoso Cristo en toda su gloria, tiene que reconocer
que ha desperdiciado las oportunidades que le consiguie-
ron los sufrimientos de Cristo? La Biblia nos advierte que
un creyente así se avergonzará ante Cristo en el día de
su venida (1 Juan 2:28).

367
37
EL IMPACTO DE LA SEGUNDA
VENIDA DE CRISTO
Parte 2: una esperanza purificadora
y una promesa de justicia y paz

En este último capítulo de nuestra serie, continuaremos


investigando el impacto ético de la segunda venida de
Cristo. Ya hemos visto en el capítulo anterior que la
segunda venida juega un papel muy importante en la
conversión, y provee una esperanza sólida para el futuro,
en cuyo marco la vida se debe vivir. En términos prácticos,
la segunda venida era un aliciente muy poderoso para el
trabajo diligente. Ahora veremos cómo contribuye al desa-
rrollo personal de un creyente–cómo nos prepara para la
vida por venir.

EL GRAN PASO ADELANTE

La segunda venida llevará hasta la perfección el desarrollo


espiritual y moral del creyente. Queda muy claro en el
Fundamentos para una ética bíblica

¿Cuán difícil podría ser?


Para que no quepa la menor duda en cuanto a lo arduo que es
el camino para un creyente, el Nuevo Testamento emplea metá-
foras sacadas del atletismo: correr (1 Corintios 9:24–26), el
maratón (Hebreos 12:1–3), el boxeo (1 Corintios 9:26–27), la lucha
libre (Efesios 6:12). Cada una de estas metáforas tiene un signi-
ficado especial; ayuda a los alumnos a comprender cuál es este
significado estudiando el contexto de cada una.

Nuevo Testamento que la conversión a Cristo compro-


mete al creyente a una trayectoria rigurosa de desarrollo
espiritual y moral. Debe procurar no solo trabajar mejor
que antes, sino también ser mejor que antes.
En el siguiente texto el apóstol Pedro describe lo que
implica este curso de progreso moral y espiritual:

Su divino poder, al darnos el conocimiento de aquel


que nos llamó por su propia gloria y excelencia, nos ha
concedido todas las cosas que necesitamos para vivir
como Dios manda. Así Dios nos ha entregado sus pre-
ciosas y magníficas promesas para que ustedes, luego
de escapar de la corrupción que hay en el mundo
debido a los malos deseos, lleguen a tener parte en la
naturaleza divina. Precisamente por eso, esfuércense
por añadir a su fe, virtud; a su virtud, entendimiento;
al entendimiento, dominio propio; al dominio pro-
pio, constancia; a la constancia, devoción a Dios; a la
devoción a Dios, afecto fraternal; y al afecto fraternal,
amor. Porque estas cualidades, si abundan en ustedes,
los harán crecer en el conocimiento de nuestro Señor

370
37 • El impacto de la segunda venida de Cristo

Jesucristo, y evitarán que sean inútiles e improducti-


vos. En cambio, el que no las tiene es tan corto de vista
que ya ni ve, y se olvida de que ha sido limpiado de sus
antiguos pecados. Por lo tanto, hermanos, esfuércense
más todavía por asegurarse del llamado de Dios, que
fue quien los eligió. Si hacen estas cosas, no caerán
jamás, y se les abrirán de par en par las puertas del
reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
(2 Pedro 1:3–11)

Y en otro lugar el apóstol Pablo describe la misma


experiencia:

Sin embargo, todo aquello que para mí era ganancia,


ahora lo considero pérdida por causa de Cristo. Es más,
todo lo considero pérdida por razón del incomparable
valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he
perdido todo, y lo tengo por estiércol, a fin de ganar a
Cristo y encontrarme unido a él. No quiero mi propia
justicia que procede de la ley, sino la que se obtiene
mediante la fe en Cristo, la justicia que procede de
Dios, basada en la fe. Lo he perdido todo a fin de cono-
cer a Cristo, experimentar el poder que se manifestó
en su resurrección, participar en sus sufrimientos y
llegar a ser semejante a él en su muerte. Así espero
alcanzar la resurrección de entre los muertos.

No es que ya lo haya conseguido todo, o que ya sea


perfecto. Sin embargo, sigo adelante esperando alcan-
zar aquello para lo cual Cristo Jesús me alcanzó a mí.
Hermanos, no pienso que yo mismo lo haya logrado

371
Fundamentos para una ética bíblica

ya. Más bien, una cosa hago: olvidando lo que queda


atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante,
sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio
que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en
Cristo Jesús. (Filipenses 3:7–14)

En toda esta enseñanza, los primeros cristianos afir-


man con claridad que la meta final no es simplemente
guardar cada norma ética que aparece en la Biblia. Se trata
de una meta mucho más personal: están enamorados, por
decirlo así, de la persona de Jesucristo, y su objetivo y
su ambición principal en la vida es parecerse a él tanto
en su carácter como en su conducta (2 Corintios 3:18;
Romanos 8:29). La garantía que reciben de parte de Dios,
la que hace que perseveren en su progreso espiritual, es
que cuando Cristo venga otra vez, y le vean cara a cara,
esta visión gloriosa completará el proceso y serán seme-
jantes a Cristo para siempre:

Queridos hermanos, ahora somos hijos de Dios, pero toda-


vía no se ha manifestado lo que habremos de ser. Sabemos,
sin embargo, que cuando Cristo venga seremos semejan-
tes a él, porque lo veremos tal como él es. (1 Juan 3:2)

Sin embargo—y aquí viene la consecuencia práctica de


esta esperanza—cualquier persona, según dice el versículo
siguiente (1 Juan 3:3), que profesa tener la esperanza de
parecerse a Cristo un día, se aplicará con diligencia a la
tarea de purificar su propia vida, para que se parezca más
a la de Cristo aquí y ahora. Además, el «ser como Cristo»
no es ningún vago sentimentalismo; significa comportarse

372
37 • El impacto de la segunda venida de Cristo

como Cristo se comportaba cuando estaba en la tierra y


comprometerse con los mismos objetivos con los que él
estaba comprometido. Quien diga esperar ser como Cristo
en la segunda venida, pero viva inconsecuentemente y no
haga nada para ser ya como Cristo, simplemente no es
un creyente verdadero. Es así, según dice el apóstol Juan,
como podemos saber quiénes son los auténticos hijos de
Dios y quiénes solo afirman que lo son (1 Juan 3:3–12).

UNA PROMESA DE PARTICIPACIÓN

La segunda venida de Cristo garantiza a todos los cre-


yentes que participarán en el reino venidero de Cristo.
Considerar lo que dijo el apóstol Pablo cuando se dirigía
a los creyentes de Corinto y de Tesalónica:

Les declaro, hermanos, que el cuerpo mortal no puede


heredar el reino de Dios, ni lo corruptible puede here-
dar lo incorruptible. Fíjense bien en el misterio que
les voy a revelar: No todos moriremos, pero todos
seremos transformados, en un instante, en un abrir
y cerrar de ojos, al toque final de la trompeta. Pues
sonará la trompeta y los muertos resucitarán con
un cuerpo incorruptible, y nosotros seremos trans-
formados. Porque lo corruptible tiene que revestirse
de lo incorruptible, y lo mortal, de inmortalidad.
(1 Corintios 15:50–53)

Hermanos, no queremos que ignoren lo que va a pasar


con los que ya han muerto, para que no se entristez-
can como esos otros que no tienen esperanza. ¿Acaso

373
Fundamentos para una ética bíblica

no creemos que Jesús murió y resucitó? Así también


Dios resucitará con Jesús a los que han muerto en
unión con él. Conforme a lo dicho por el Señor, afir-
mamos que nosotros, los que estemos vivos y hayamos
quedado hasta la venida del Señor, de ninguna manera
nos adelantaremos a los que hayan muerto. El Señor
mismo descenderá del cielo con voz de mando, con
voz de arcángel y con trompeta de Dios, y los muertos
en Cristo resucitarán primero. Luego los que estemos
vivos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados
junto con ellos en las nubes para encontrarnos con
el Señor en el aire. Y así estaremos con el Señor para
siempre. Por lo tanto, anímense unos a otros con estas
palabras. (1 Tesalonicenses 4:13–18)

El apóstol Pablo escribió estas palabras para contestar


una pregunta que había surgido en la mente de los que
hacía poco se habían convertido en Tesalónica. Su pre-
gunta era esta: hemos comprendido que Cristo volverá
un día, tal como prometió, para establecer el reino de
Dios de justicia y paz en todo el mundo. Pero ¿qué de los
creyentes que murieron antes de su venida? ¿Perderían la
posibilidad de participar en el reino venidero por el cual
habían trabajado y sufrido?
Esta es una pregunta que muchas personas, no solo
los cristianos, se han hecho. Ha habido muchos grandes
movimientos durante el curso de la historia que se han
propuesto plasmar reformas radicales a nivel mundial y
establecer una era de justicia, paz y bienestar para todos.
Y han exigido a sus miembros trabajar, sufrir, sacrificarse

374
37 • El impacto de la segunda venida de Cristo

e incluso morir para ayudar al movimiento a crecer y


alcanzar la meta. Pero todo movimiento que haya partido
de una filosofía ateísta ha adolecido de un defecto fatal:
todos han tenido que reconocer que la mayoría de los que
trabajan y sufren, y todos los que mueren por esta causa,
nunca podrán ver la nueva época maravillosa por la cual
se han entregado.
¿Para qué trabajar, sufrir y morir en nombre de
una era futura que no se podrá ver ni disfrutar? ¿Qué
consuelo traería a los cientos de miles de personas que
han sido asesinadas en generaciones recientes en países
como Ruanda y Camboya —solo por mencionar dos de
ellos—, saber que su muerte de alguna manera contribuye
a fundar un paraíso que ellos nunca conocerán? A los
millones de personas a través de los siglos que han sufrido
o han muerto injustamente, o que han perdido la vida
por alguna causa noble, el ateísmo, por definición, no les
ofrece ninguna esperanza personal al final. Cuando estas
personas lloran, lloran, como dice el apóstol Pablo, como
los que no tienen esperanza.
Es diferente para el creyente. Por supuesto que se le
exige trabajar, sufrir y, si es necesario, morir a causa de
Cristo. Pero por mucho tiempo que transcurra antes del
retorno de Cristo, a cada creyente se le garantiza la parti-
cipación en su reino venidero y en el gobierno eterno de
Dios. Los textos citados arriba explican cómo esta garantía
se efectuará. Es esto lo que le da al creyente un sentido
profundo del valor de la vida y del trabajo, le llena de una
esperanza gozosa y pone una canción de triunfo en su
corazón, aun en medio del dolor y de la muerte:

375
Fundamentos para una ética bíblica

Cuando lo corruptible se revista de lo incorruptible, y


lo mortal, de inmortalidad, entonces se cumplirá lo
que está escrito: «La muerte ha sido devorada por la
victoria».

«¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?


¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?»

El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del


pecado es la ley. ¡Pero gracias a Dios, que nos da la
victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!

Por lo tanto, mis queridos hermanos, manténganse fir-


mes e inconmovibles, progresando siempre en la obra
del Señor, conscientes de que su trabajo en el Señor no
es en vano. (1 Corintios 15:54–58)

UN PUNTO APROPIADO PARA TERMINAR

Se podría decir mucho más, y no solo acerca de la segunda


venida. Todos los acontecimientos y las personas y las
ideas que hemos estudiado a lo largo de estos capítulos
merecen lectura y estudio adicionales. La Biblia entera, con
su historia de gran envergadura, merece más atención de
la que le puede dar un solo libro. Aun así, es apropiado
que nuestros estudios terminen aquí, con los ojos puestos
en ese gran acontecimiento futuro que señala el Nuevo
Testamento. Al fin y al cabo, la Biblia no es solo un relato
histórico por medio del cual Dios ha revelado sus tratos
con la gente del pasado, ni se limita a enseñarnos cómo

376
37 • El impacto de la segunda venida de Cristo

Dios trabaja en el presente. La Biblia también señala lo que


Dios va a hacer en el futuro, mientras revela su meta para
las personas: que se parezcan a su Hijo, Jesucristo. Y aquí
vale la pena leer una cita más completa del apóstol Juan,
cuando escribe a los creyentes del primer siglo:

¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se


nos llame hijos de Dios! ¡Y lo somos! El mundo no
nos conoce, precisamente porque no lo conoció a él.
Queridos hermanos, ahora somos hijos de Dios, pero
todavía no se ha manifestado lo que habremos de ser.
Sabemos, sin embargo, que cuando Cristo venga sere-
mos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es.
Todo el que tiene esta esperanza en Cristo se purifica a
sí mismo, así como él es puro. (1 Juan 3:1–3)

Puesto que la meta es profundamente personal, lo que


hemos estudiado en estos capítulos no se puede conside-
rar de interés superficial. O es falso lo que dice la Biblia
acerca del bien, del mal y de nuestra responsabilidad ante
Dios como seres humanos, o es verdad. Si es verdad, el
destino de cada uno de nosotros depende de la pregunta:
¿Cómo vamos a responder a ella? O, más precisamente,
¿Cómo vamos a responder a Jesucristo? Esto no es nin-
guna exageración innecesaria; simplemente es la verdad,
expresada en los propios términos de la Biblia.

377
Apéndices
A
PROFECÍAS CUMPLIDAS
EN JESUCRISTO
Aquí abajo hay una lista de algunas de las predicciones
relativas a la venida del Mesías —Cristo— que encontramos
en el Antiguo Testamento y que se cumplieron en el Nuevo.
Tema Profecía Cumplimiento
Su humanidad Génesis 3:15 Gálatas 4:4
Su nacimiento de una Isaías 7:4 Mateo 1:18
virgen
Descendiente de Génesis 22:18 Mateo 1:1;
Abraham Gálatas 3:16
Descendiente de Isaac Génesis 21:12 Lucas 3:34
Descendiente de Jacob Números 24:17 Lucas 3:34
De la tribu de Judá Génesis 49:10 Lucas 3:33;
Hebreos 7:14
De la familia de Isaí Isaías 11:1, 10 Lucas 3:32
De la casa de David 2 Samuel 7:12– Lucas 3:31;
14a, 16; Hechos 13:22–23
Jeremías 23:5
Fundamentos para una ética bíblica

Tema Profecía Cumplimiento


Anunciado por un Isaías 40:3 Mateo 3:3
mensajero
Nacido en Belén Miqueas 5:2 Mateo 2:1, 4–8;
Juan 7:42
Dios con nosotros Isaías 7:14 Mateo 1:23
Su entrada en el Malaquías 3:1 Mateo 21:12
templo
Su entrada en Zacarías 9:9 Lucas 19:35–37
Jerusalén montado
sobre un asno
Su muerte por Isaías 53:5 Marcos 10:45;
nuestros pecados 1 Corintios 15:3
Su resurrección Salmo 16:10 Hechos 2:31
Su ascensión Salmo 110:1 Hechos 2:34,
Hebreos 1:3

Notas
i. Hay muchas más profecías detalladas que tratan sobre
la muerte de Jesús; discutimos algunas de ellas en el
Apéndice B.
ii. Hay profecías aún sin cumplir. Por ejemplo, Daniel 7:13–14
predice que Cristo volverá. Jesús repitió esta profecía
ante sus jueces y fue crucificado precisamente a causa de
ello. (Mateo 26:62–66).

382
B
EVIDENCIA DE LA
RESURRECCIÓN DE JESUCRISTO
Si se quitase la piedra angular de un arco, el arco se
derrumbaría al instante. La existencia del arco depende
de la piedra angular. Del mismo modo, toda la estructura
del cristianismo depende de la resurrección de Jesucristo.
Si dicha resurrección no sucedió, si se pudiese demostrar
la falsedad de los documentos del Nuevo Testamento, el
edificio de la fe cristiana se derrumbaría. No quedaría
nada que valiese la pena rescatar de los escombros.
Lo podemos comprobar con facilidad cuando leemos
el Nuevo Testamento y observamos el lugar central que
ocupaba la resurrección en la predicación y en la ense-
ñanza de la iglesia primitiva. Pero lo que es aún más
significativo es el hecho de que los propios primeros cris-
tianos eran conscientes de que si la resurrección de Cristo
no era un hecho real, entonces el cristianismo no ofrecía
nada que valiese la pena tener. Consideremos, por ejemplo,
Fundamentos para una ética bíblica

al apóstol Pablo. A los cristianos de Corinto, les dice: «si


Cristo no ha resucitado, la fe de ustedes es ilusoria y toda-
vía están en sus pecados» (1 Corintios 15:17).
No es difícil ver por qué es así. El centro del cristia-
nismo es el evangelio. El evangelio, según dice la Biblia
(Romanos 1:16), es poder de Dios para la salvación. Pero
¿cómo funciona? Ofreciendo y efectuando el perdón de
los pecados, la reconciliación y la paz con Dios, a través
de la muerte de Jesucristo en la cruz. Pero la muerte
de un mero hombre jamás podría expiar los pecados de
toda la humanidad. Solo alguien que además de ser hom-
bre también fuese Hijo de Dios podría lograr esto. Ahora
bien, Jesús predijo que no solo moriría por nuestros peca-
dos, sino que también resucitaría. Su resurrección sería la
prueba definitiva de que era el Hijo de Dios. Pero, supon-
gamos que Jesús no resucitó. Se demostraría así que su
predicción era falsa. Ya no sería posible creer que fuese
el Hijo de Dios. Entonces tendríamos que considerar esta
muerte como otra más de las muchas muertes absurdas
y crueles que ha habido en el curso de la historia. En este
caso, la muerte de Jesús no serviría más que cualquier
otra muerte para lograr el perdón para la humanidad. El
cristianismo ya no tendría ningún evangelio que predicar.
Más adelante, Pablo dice lo siguiente acerca de sí
mismo y de los demás apóstoles y predicadores cristianos:

Y, si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación no


sirve para nada, como tampoco la fe de ustedes. Aún
más, resultaríamos falsos testigos de Dios por haber
testificado que Dios resucitó a Cristo, lo cual no habría
sucedido si en verdad los muertos no resucitan. Porque,

384
App B • Evidence for the Resurrection of Jesus Christ

si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resuci-


tado. (1 Corintios 15:14–16)

Aquí Pablo afirma categóricamente que, si no fuese ver-


dad que Cristo resucitó, él, Pablo, junto con los demás
apóstoles, podrían ser acusados de ser unos embusteros
sin escrúpulos, pues su insistencia en que Jesús había
resucitado corporalmente de la muerte y en que ellos
mismos se habían encontrado con él, lo habían visto y
habían hablado con él después de la resurrección, era ni
más ni menos que el meollo del evangelio cristiano que
predicaban. ¿Cómo era posible creer en el mensaje del
cristianismo o respetarlo siquiera, si sus primeros propaga-
dores no eran sino una banda de embusteros descarados?
Hay quien dice que si Pablo viviese en nuestros días
no haría hincapié en la resurrección literal y física de
Jesús, puesto que sabría que la mayoría de los científi-
cos y filósofos mantienen que la resurrección física es
imposible. Pero esto es falso. En el mismo texto citado
anteriormente Pablo nos dice que numerosos científicos
y filósofos de aquel entonces también mantenían que la
resurrección —se tratase de quien se tratase— era sen-
cillamente imposible. Pablo estaba perfectamente al día
en cuanto a esta opinión. Sin embargo, mantenía que la
magnitud del hecho histórico de la resurrección de Cristo
y sus apariencias subsecuentes, presenciada por numero-
sos testigos oculares, incluido él mismo, ponía en tela de
juicio, y de hecho anulaba, la validez de una simple teoría
avanzada por los filósofos y científicos de la época. Pero si
Pablo y los demás apóstoles hubieran inventado la historia
de la resurrección de Cristo, conscientes en sus propios

385
Fundamentos para una ética bíblica

corazones de que no habían visto, tocado ni hablado con


el Cristo resucitado y que solo se trataba de un mito que
ellos mismos habían inventado, entonces no eran más que
unos manipuladores religiosos, dignos de el más absoluto
desprecio. Visto así, el evangelio cristiano se desplomaría
con estrépito.
A la luz de estas consideraciones, resulta importante
saber quién fue el primero en anunciar al mundo que,
tres días después del entierro de Cristo, su tumba fue
hallada vacía.

NO LOS CRISTIANOS SINO LOS FARISEOS

Notar lo que relata el evangelio de Mateo:

Al día siguiente, después del día de la preparación, los


jefes de los sacerdotes y los fariseos se presentaron
ante Pilato. «Señor» —le dijeron, «nosotros recorda-
mos que mientras ese engañador aún vivía, dijo: “A
los tres días resucitaré”. Por eso, ordene usted que se
selle el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan
sus discípulos, se roben el cuerpo y le digan al pueblo
que ha resucitado. Ese último engaño sería peor que
el primero». «Llévense una guardia de soldados» —les
ordenó Pilato, «y vayan a asegurar el sepulcro lo mejor
que puedan». Así que ellos fueron, cerraron el sepul-
cro con una piedra, y lo sellaron; y dejaron puesta la
guardia. (Mateo 27:62–66)

Mientras las mujeres iban de camino, algunos de los


guardias entraron en la ciudad e informaron a los

386
App B • Evidence for the Resurrection of Jesus Christ

jefes de los sacerdotes de todo lo que había sucedido.


Después de reunirse estos jefes con los ancianos y de
trazar un plan, les dieron a los soldados una fuerte
suma de dinero y les encargaron: «Digan que los dis-
cípulos de Jesús vinieron por la noche y que, mientras
ustedes dormían, se robaron el cuerpo. Y, si el goberna-
dor llega a enterarse de esto, nosotros responderemos
por ustedes y les evitaremos cualquier problema». Así
que los soldados tomaron el dinero e hicieron como
se les había instruido. Esta es la versión de los sucesos
que hasta el día de hoy ha circulado entre los judíos.
(Mateo 28:11–15)

Se desprende de estos textos que fueron las propias


autoridades judías las que primero dieron a saber que la
tumba de Jesús estaba vacía. Los cristianos aún no habían
dicho nada a nadie —excepto entre ellos mismos—; y tuvie-
ron que transcurrir cincuenta días para que, en el día de
Pentecostés, proclamaran públicamente que Jesús había
resucitado de la muerte (ver Hechos 1 y 2).
¿Por qué, entonces, los judíos se anticiparon a los cris-
tianos y anunciaron de inmediato que la tumba estaba
vacía? ¡Porque era cierto! Y, como nos explica Mateo, tenían
motivos importantes para no encubrirlo: ¿qué habría dicho
Pilato si al cabo de cincuenta días se hubiese enterado de
que las autoridades judías se habían visto involucradas en
un fraude? Y también les urgía hacer llegar al público su
propia versión de los hechos cuanto antes y lograr que
se les creyese, si era posible. Porque sabían que los cris-
tianos no tardarían mucho en reivindicar la tumba vacía
como una evidencia fehaciente de que Jesús efectivamente

387
Fundamentos para una ética bíblica

había resucitado de la muerte. Sentían la necesidad de


adelantarse a ellos: tenían la esperanza de que la primera
explicación en llegar «al mercado» sería la más aceptada.
La falsedad de la versión promovida por las autorida-
des judías era patente. Resulta imposible creerla. Pero aún
hay que resolver la cuestión de la tumba vacía. ¿Cómo se
explica?

LOS DOCUMENTOS QUE HABLAN


DE LA RESURRECCIÓN FUERON
ESCRITOS POR CRISTIANOS

¿No sería más convincente, preguntan algunas personas,


si algunos de los documentos que relatan la resurrección
fuesen escritos por no cristianos? De este modo no habría
peligro alguno de parcialidad; su testimonio independiente
tendría mayor peso.
Es posible. Sin embargo, tengamos en cuenta las siguien-
tes consideraciones. En primer lugar, en aquellos tiempos
las personas que llegaron al convencimiento de que Jesús
había resucitado de la muerte se convirtieron en cristianos.
Resultaría muy difícil encontrar a alguien que estuviese
convencido de la resurrección de Cristo sin haberse com-
prometido con él y que fuese capaz de ofrecer evidencias
independientes e imparciales. Lo que cabe destacar en
cuanto a los miles que en los primeros años del cristianismo
se convirtieron en cristianos, es que no eran cristianos en
el momento de escuchar por primera vez la declaración de
que Jesús había resucitado. Fue precisamente la fuerza de la
evidencia de la resurrección lo que les convenció.
La conversión de Saulo de Tarso es un ejemplo:

388
App B • Evidence for the Resurrection of Jesus Christ

Mientras tanto, Saulo, respirando aún amenazas de


muerte contra los discípulos del Señor, se presentó
al sumo sacerdote y le pidió cartas de extradición
para las sinagogas de Damasco. Tenía la intención de
encontrar y llevarse presos a Jerusalén a todos los que
pertenecieran al Camino, fueran hombres o mujeres.
En el viaje sucedió que, al acercarse a Damasco, una
luz del cielo relampagueó de repente a su alrededor.
Él cayó al suelo y oyó una voz que le decía: «Saulo,
Saulo, ¿por qué me persigues?» «¿Quién eres, Señor?»
—preguntó. «Yo soy Jesús, a quien tú persigues» —le
contestó la voz. «Levántate y entra en la ciudad, que
allí se te dirá lo que tienes que hacer». Los hombres
que viajaban con Saulo se detuvieron atónitos, porque
oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del
suelo, pero cuando abrió los ojos no podía ver, así que
lo tomaron de la mano y lo llevaron a Damasco. Estuvo
ciego tres días, sin comer ni beber nada. (Hechos 9:1–9)

El caso de Saulo de Tarso es un caso especial por varios


motivos. Pero se desprende del relato de su conversión no
solo el hecho de que no era cristiano, sino que también
era un violento enemigo del cristianismo, y que se había
propuesto destruir lo que consideraba la historia fraudu-
lenta de la resurrección de Jesucristo. Así pensaba cuando
el Cristo resucitado se le apareció en el camino a Damasco.
Lo que hizo que se convirtiese fue precisamente la realidad
del Cristo resucitado.
Es imposible negar la historicidad de la conversión
de Pablo. Fue él quien, como apóstol, hizo más que cual-
quier otra persona, a través de sus viajes misioneros, su

389
Fundamentos para una ética bíblica

predicación y sus escritos, para establecer la fe cristiana


en Asia y Europa. Fueron sus escritos los que más adelante,
en el tiempo de la Reforma protestante, transformaron
Europa. Y aún en nuestros días, sus escritos siguen ejer-
ciendo una influencia enorme sobre millones de personas.
No es posible, por tanto, ignorar la conversión de Pablo; los
efectos que tuvo han tenido una trascendencia incalculable
y duradera. ¿Cuál fue la causa de su conversión? Él mismo
explica que fue su encuentro personal con Jesús después de
la resurrección de este; y no es de extrañar, por tanto, que
su predicación y sus escritos posteriores estén llenos de la
realidad, de la maravilla y de las implicaciones gloriosas de
la resurrección de Cristo. Si aquella resurrección no ocurrió
en realidad, ¿qué otro motivo adecuado podemos ofrecer
para explicar la conversión de Pablo?
Sin embargo, volvamos a la pregunta inicial: ¿por
qué no existen documentos de los no cristianos con-
temporáneos de los cristianos primitivos que avalen la
reivindicación de que Jesús resucitó de la muerte? Esta
pregunta, tal como hemos podido comprobar, resulta ser
poco útil. Una mejor pregunta sería la siguiente: ¿dónde
están las pruebas de los opositores del cristianismo con-
temporáneos de que Jesús no resucitó? Muchas personas,
por supuesto, al oír anunciar que Jesús había resucitado,
enseguida descartaron la idea como un disparate. Muchas
personas lo siguen haciendo. Pero las autoridades judías
en Jerusalén no pudieron permitirse el lujo de descartarla
así. Ellos habían sido los instigadores de su asesinato judi-
cial; y en las primeras semanas después de Pentecostés,
cuando los cristianos ya estaban proclamando cada día
en el templo que Jesús había resucitado de la muerte

390
App B • Evidence for the Resurrection of Jesus Christ

y varios miles de personas en Jerusalén, incluidos unos


cuantos sacerdotes, se estaban convirtiendo, estas mismas
autoridades hicieron lo posible para cortar la nueva fe
cristiana de raíz (ver Hechos 2–9). Sometieron a los após-
toles cristianos a juicio, los golpearon, los encarcelaron e
intentaron —sin éxito— suprimir toda predicación que se
hacía en nombre de Jesús.
Entonces, ¿por qué no hicieron, durante aquellos pri-
meros días, lo que habría frenado en seco el cristianismo?
¿Por qué no sacaron el cadáver de Jesús para exponerlo
ante los ojos de todo el mundo? Tenían a su disposición
todos los recursos del Estado, incluida la tortura, y no poca
ayuda por parte del gobernador romano, para facilitarles
la tarea de encontrar el cuerpo de Jesús en el supuesto
de que los cristianos lo hubiesen sacado y ocultado. ¿Por
qué no sacar el cuerpo?
«Porque no pudieron» decían los cristianos. «El cuerpo
había desaparecido. Jesús efectivamente había resucitado
de la muerte».
Por supuesto, como hemos visto, la ausencia de esta
evidencia negativa es muy significativa. Pero también
cabe plantearnos esta pregunta: ¿qué clase de evidencia
positiva avanzaron los primeros cristianos cuando procla-
maban la realidad de la resurrección? Hablaremos ahora
acerca de ello.

PRUEBA A: EVIDENCIA FÍSICA

Consideremos en primer lugar la evidencia ofrecida


por uno de los discípulos de Cristo, Juan. Él dice que,
en cuanto recibió la noticia de que el cuerpo de Jesús

391
Fundamentos para una ética bíblica

había desaparecido de la tumba, acudió corriendo para


examinar la situación. Descubrió que, aunque el cuerpo
efectivamente había desaparecido, la tumba no estaba
completamente vacía: los lienzos en los cuales Jesús
había sido enterrado aún estaban allí. Además, los lienzos
estaban ubicados de tal modo que la única explicación
satisfactoria de lo acontecido era que se trataba de un
milagro, y que Jesús había resucitado.
Muchos de nosotros habremos leído novelas policía-
cas, o habremos seguido con atención las evidencias en el
juicio de alguna persona conocida. Aunque solo seamos
aficionados, podemos usar nuestras dotes investigadoras
con la evidencia que Juan proporciona. Pero consideremos
primeramente la fiabilidad de Juan como testigo.

La fiabilidad de Juan como testigo

La pregunta es la siguiente: ¿podemos estar seguros de que,


al relatar estos acontecimientos, Juan nos está diciendo
la verdad? ¿no nos estará engañando? Así que pregunté-
monos: ¿cuál podía haber sido su móvil para mentir? Él
mismo nos relata que por la noche del mismo día cuando
descubrieron que la tumba estaba vacía, él y los demás
discípulos se encontraban en una habitación que estaba
cerrada por temor a los judíos (Juan 20:19). Unas cuantas
semanas más tarde le encarcelaron dos veces y le golpea-
ron las autoridades por predicar públicamente que Jesús
había resucitado de la muerte (Hechos 4:1–21; 5:17–42). Luego,
otro cristiano, Esteban, murió apedreado (Hechos 6:8–7:60).
Más adelante su propio hermano, Santiago, fue ejecutado
por Herodes por la misma razón; y la persecución a la

392
App B • Evidence for the Resurrection of Jesus Christ

que fueron sometidos los cristianos fue tan severa que


muchos de ellos huyeron de Jerusalén (Hechos 11:19; 12:1–
2). Durante la persecución perpetrada por el emperador
Nerón, muchos cristianos sufrieron muertes horribles.
Y Juan, ya anciano, fue desterrado a la isla de Patmos
(Apocalipsis 1:9). ¿Acaso es posible sacar la conclusión de
que Juan, habiendo convencido a muchas personas de la
resurrección de Jesús al mentir con respecto a lo que vio
en la tumba, estaba dispuesto a ver cómo eran persegui-
das y ejecutadas a causa de estas mentiras, y a sufrir en su
propia carne el encarcelamiento, el temor a la muerte y el
destierro, sabiendo que no se trataba sino de una mentira?
Además, unas cuantas páginas antes de estos suce-
sos, Juan mismo cita las palabras que Cristo dijo a Pilato:
«Yo para esto nací, y para esto vine al mundo: para dar
testimonio de la verdad. Todo el que está de parte de
la verdad escucha mi voz» (Juan 18:37). ¿Es probable que
poco tiempo después de escribir estas palabras intencio-
nadamente falsificara el testimonio de lo que vio en la
tumba para dar más credibilidad al testimonio de Jesús
con respecto a la verdad? Si así fue, estamos ante un far-
sante religioso de los más despreciables. Pero los farsantes
religiosos no escriben libros de un poder moral y de una
belleza espiritual como el evangelio de Juan. En todo caso
podrías llegar a pensar que Juan estaba equivocado o que
se había engañado a sí mismo en cuanto a lo que vio en
la tumba; pero es imposible sacar la conclusión de que
fuera un embustero.
Investiguemos entonces (a) lo que nos dice acerca
de la manera en que Jesús fue enterrado; (b) lo que vio
en la tumba aquel tercer día después del entierro; y (c)

393
Fundamentos para una ética bíblica

la conclusión a la que llegó en base a lo que vio. Hecha


esta investigación, estaremos preparados para decidir por
nosotros mismos.

La manera en que Jesús fue enterrado

Después de esto, José de Arimatea le pidió a Pilato el


cuerpo de Jesús. José era discípulo de Jesús, aunque
en secreto por miedo a los judíos. Con el permiso de
Pilato, fue y retiró el cuerpo. También Nicodemo, el
que antes había visitado a Jesús de noche, llegó con
unos treinta y cuatro kilos de una mezcla de mirra y
áloe. Ambos tomaron el cuerpo de Jesús y, conforme a
la costumbre judía de dar sepultura, lo envolvieron en
vendas con las especias aromáticas. En el lugar donde
crucificaron a Jesús había un huerto, y en el huerto
un sepulcro nuevo en el que todavía no se había
sepultado a nadie. Como era el día judío de la prepa-
ración, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
(Juan 19:38–42)

De estos versículos y de Juan 20:1 (y de Lucas 23:53)


se desprende que Jesús no fue enterrado bajo tierra, sino
en un sepulcro excavado en la roca. Tanto la entrada del
sepulcro como su espacio interior eran suficientemente
grandes como para que pudiesen entrar dos personas
adultas (Juan 19:40–42 y 20:6–8), además del cadáver. El
cuerpo no estaba estirado en el suelo, sino en una repisa
tallada en la pared del sepulcro. La mezcla de mirra y
aloes traída por Nicodemo pesaba unos 34 kilos. No se
trata de una cifra fantástica, sino que era lo habitual para

394
App B • Evidence for the Resurrection of Jesus Christ

el entierro de una figura pública respetada y estimada en


el antiguo Medio Oriente.1 Tanto la mirra —una resina aro-
mática— como el aloe —un polvo compuesto de sándalo
aromático— se habrían usado en forma de polvo. El cuerpo
de Jesús estaba envuelto en lienzos hechos de tela de lino,
entreverados con las especias. La cabeza (ver Juan 20:7)
fue envuelta en un sudario grande, el cual, pasando por
debajo de la mandíbula, después por encima de la cabeza
y finalmente por delante y detrás de la cabeza, servía para
que la mandíbula se mantuviese cerrada. Luego el cuerpo
fue estirado encima de la repisa de piedra, donde había
a un extremo un pequeño escalón sobre el que reposaba
la cabeza.

Lo que vieron Juan y Pedro en el sepulcro

El primer día de la semana, muy de mañana, cuando


todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro
y vio que habían quitado la piedra que cubría la entrada.
Así que fue corriendo a ver a Simón Pedro y al otro
discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «¡Se han lle-
vado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han
puesto!» Pedro y el otro discípulo se dirigieron enton-
ces al sepulcro. Ambos fueron corriendo, pero, como
el otro discípulo corría más aprisa que Pedro, llegó
primero al sepulcro. Inclinándose, se asomó y vio allí
las vendas, pero no entró. Tras él llegó Simón Pedro, y

1 Un tal Onkeles usó unos 35 kilos de especias en el entierro del rabí


Gamaliel unos cuantos años más tarde en el primer siglo de nuestra era
—‘Onkelos and Aquila’ en Encyclopaedia Judaica, 2007— y, según Josefo, una
cantidad mucho más grande se utilizó en el entierro de Herodes el Grande
poco antes del comienzo del primer siglo (Antigüedades judías, 17.8.3).

395
Fundamentos para una ética bíblica

entró en el sepulcro. Vio allí las vendas y el sudario que


había cubierto la cabeza de Jesús, aunque el sudario no
estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte.
En ese momento entró también el otro discípulo, el que
había llegado primero al sepulcro; y vio y creyó. Hasta
entonces no habían entendido la Escritura, que dice que
Jesús tenía que resucitar. (Juan 20:1–9)

Está claro que ni Pedro, ni Juan, ni María Magdalena espe-


raban que Jesús resucitase, a pesar de todo lo que les había
dicho. De otro modo, habrían estado allí para ver cómo suce-
día; y María no habría avisado a Juan con palabras así: «¡Se
han —algunas personas desconocidas— llevado del sepulcro
al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto!» Y aun cuando
Pedro y Juan oyeron lo que les dijo María, todavía no creyeron
en el hecho de que el Señor efectivamente había resucitado,
ni lo explicaron a María. Simplemente fueron corriendo hacia
el sepulcro para ver qué había pasado. El robo de los sepulcros
era una práctica común en aquel entonces —el Emperador
Claudio, 41–45 d. C., promulgó un edicto, una copia del cual
ha sido hallada, grabada en piedra, en Palestina, prohibiendo
dicha práctica bajo pena de muerte—. Podía haberse tratado,
desde el punto de vista de Pedro y Juan, de ladrones que,
tras mover la enorme piedra con la que se cubría la entrada
del sepulcro, una vez colocado el cuerpo, hubiesen robado
el cuerpo con la esperanza de encontrar joyas o algún otro
pequeño artículo de valor que se hubiese enterrado junto con
él —por no decir una buena cantidad de especias caras y de
grandes lienzos de lino de considerable valor—.
Cuando Juan llegó primero al sepulcro, se nos dice que
no entró, sino que miró desde fuera. Desde esta posición,

396
App B • Evidence for the Resurrection of Jesus Christ

de lo que se percató en primer lugar fue de que, aunque el


cuerpo había desaparecido, los lienzos seguían allí. Luego
le llamó la atención —lo menciona dos veces, en los ver-
sículos 5 y 6— el hecho de que los lienzos no solo estaban
allí; estaban estirados encima de la repisa. Es decir, no
estaban amontonados de cualquier manera, ni arrojados
por todas partes —lo que habría sucedido si hubiesen sido
quitados a marchas forzadas por una banda de ladrones—;
estaban encima de la repisa exactamente igual que cuando
el cuerpo aún estaba dentro, pero aplastados debido a la
ausencia del cuerpo.
Luego llegó Pedro e, impulsivo como siempre, entró
en el sepulcro —notemos cuán natural y realista resulta
la narrativa—, y Juan lo siguió. Allí pudieron ver lo que
Juan, desde fuera, no había visto: la posición del sudario
con que se había envuelto la cabeza de Jesús.
Lo que primero les llamó la atención fue que no estaba
con los demás lienzos. Estaba envuelto en torno a sí mismo,
igual que cuando cubría la cabeza del Señor; y estaba colo-
cado en un lugar aparte, presumiblemente en el escalón
que había servido de cojín para la cabeza del Señor.

Lo que Juan dedujo de lo que vio

Vio y creyó, nos dice el texto. ¿Y qué creyó? No solo lo que


María les había dicho respecto a la desaparición del cuerpo.
No hicieron falta la presencia, la ubicación y el estado de
los lienzos y del sudario para confirmar la historia de
María. Juan habría podido ver que el cuerpo no estaba,
aunque los lienzos no estuviesen. Tampoco, según nos dice,
sirvió lo que vio para recordarle los escritos del Antiguo

397
Fundamentos para una ética bíblica

Testamento que indicaban que el Mesías debía resucitar


de la muerte, y así llevarlo a la conclusión de que estas
profecías debieron haberse cumplido. En aquel momento
ni Juan ni Pedro se habían dado cuenta de que el Antiguo
Testamento había profetizado la resurrección del Mesías.
Además, todavía no se había encontrado con el Señor resu-
citado, lo que no pasó hasta la noche de aquel día.
Lo que dedujo de la presencia, la ubicación y el estado
de los lienzos y del sudario fue que el cuerpo de Jesús
había traspasado los lienzos sin desenvolverlos y los había
dejado prácticamente intactos, aunque algo caídos. En
otras palabras, había ocurrido un milagro. El cuerpo de
Cristo había desaparecido, dejando los lienzos en su sitio.
Se trataba de una resurrección, fuera el que fuera el sig-
nificado exacto de ella.

Lo razonable de la creencia de Juan

Se puede decir categóricamente, a partir de lo que Juan


vio, que el cuerpo no había sido sacado por ladrones de
sepulcros. No habrían sacado el cuerpo y dejado los lienzos
y las especias, los cuales valían mucho más que un cuerpo
muerto. Y aunque hubiesen desenrollado los lienzos y el
sudario para sacar el cuerpo, no se habrían entretenido
para volver a colocar los lienzos exactamente de la misma
manera en la que habían estado mientras el cuerpo estaba
dentro; sobre todo si se tiene en cuenta que afuera había
un pelotón de soldados que en cualquier momento podía
entrar a inspeccionar la tumba (Mateo 27:62–66).
Pero supongamos que ocurrió lo imposible, que algún
simpatizante de Jesús consiguiera, delante de las narices

398
App B • Evidence for the Resurrection of Jesus Christ

de los soldados, romper el sello que había en el sepulcro


y mover la piedra con la intención de sacar el cuerpo de
Jesús por motivos ceremoniales o religiosos. Es concebible
que optasen por sacar los lienzos del cuerpo para que nadie
se diera cuenta de que llevaban un cadáver por las calles.
También es concebible que hubiesen vuelto a colocar los
lienzos como estaban para que los soldados, en caso de echar
una mirada, pensasen que el cuerpo seguía allí. ¡Pero jamás
habrían dejado la piedra apartada de la entrada, dejando así
el sepulcro abierto de par en par! Y sabemos por el relato de
Mateo que cuando los soldados miraron dentro del sepulcro,
no fueron engañados en cuanto a la ausencia del cuerpo
(Mateo 28:11–15). Sin embargo, toda esta especulación, poco
verosímil, se estrella contra la realidad de que, si algún sim-
patizante de Jesús hubiese sacado el cuerpo para enterrarlo
en algún otro lugar a fin de protegerlo, tarde o temprano
habría dicho a los discípulos dónde lo podrían encontrar.
Supongamos también que alguien sacó el cuerpo y
luego colocó los lienzos de modo que pareciese que se había
producido un milagro. ¿De quién podía haberse tratado?
Las autoridades en Jerusalén jamás habrían hecho algo así.
Y, por motivos que ya hemos considerado al comienzo de
este capítulo, ni Juan, ni ningún otro discípulo habría per-
petrado un engaño semejante; ni lo podían haber hecho,
aunque quisiesen, por el pelotón de soldados de guardia.

Conclusión final

Lo que vieron Juan y Pedro al acudir al sepulcro el primer


día de la semana constituye una prueba física muy pode-
rosa de que la resurrección de Cristo realmente sucedió.

399
Fundamentos para una ética bíblica

Pero había más. Aquel mismo día, por la noche, Cristo se


apareció a sus discípulos en el aposento alto y les mostró
sus manos y su costado (Juan 20:20), les pidió que le toca-
sen para comprobar que no era ningún espíritu sin cuerpo,
sino un cuerpo con carne y hueso, y pidió comida y la
comió en presencia de ellos (Lucas 24:36–43), y siguió apa-
reciéndoseles de la misma manera durante los siguientes
cuarenta días. El cúmulo de estas pruebas físicas confirmó
la deducción inicial de Juan acerca de los lienzos en el
sepulcro y demostró que la resurrección de Cristo no era
ninguna teoría que se pudiese deducir de unas cuantas
pruebas físicas sin vida, sino una experiencia personal del
Señor viviente.
Y ahora debemos considerar otra clase de evidencia de
la resurrección.

PRUEBA B: EVIDENCIA PSICOLÓGICA

Aquí cabe destacar que en todo el Nuevo Testamento


—a diferencia de lo que ocurrió en siglos posteriores de
decadencia— no hay ni el más mínimo indicio de que
los primeros cristianos venerasen el sepulcro de Cristo
ni que lo convirtiesen en un lugar santo. Esto llama la
atención, porque los judíos de aquel entonces tenían la
costumbre de venerar los sepulcros de sus profetas muer-
tos (ver Lucas 11:47–48). Los cristianos, en cambio, no lo
hicieron con el sepulcro de Jesús, ni tampoco lo convir-
tieron en un lugar especial de peregrinaje y oración. En
ninguna parte del Nuevo Testamento se nos sugiere que
una visita al sepulcro de Jesús ofreciese ningún beneficio
espiritual ni que tuviese ninguna clase de eficacia. Cuando

400
App B • Evidence for the Resurrection of Jesus Christ

el apóstol Pablo volvía a Jerusalén de vez en cuando tras


un viaje misionero, se nos relata que visitaba a los líderes
cristianos, o que iba al templo judío, o que celebraba el
Pentecostés, pero nunca se menciona ninguna visita al
sepulcro de Jesús.
Y este hecho es aún más significativo si se tiene en
cuenta que las mujeres cristianas, varias horas después del
entierro del Señor, comenzaron a actuar de una manera
que, de no haber sido frenada en seco, habría conducido
a la conversión del sepulcro en un santuario de oración
y devoción a Cristo. Pero algo ocurrió que puso fin a este
comportamiento. ¿De qué se trató? ¿Qué poder o influen-
cia había que fuese lo suficientemente fuerte como para
vencer los instintos psicológicos naturales que llevan a
las personas a apegarse a las reliquias de un ser querido
ya fallecido? ¿Qué sucedió para cortar de raíz cualquier
tendencia supersticiosa a creer que la tumba de Jesús
poseyese poderes mágicos?

Una reconstrucción de los hechos

Los cuatro evangelios son unánimes al afirmar que los


primeros cristianos que visitaron el sepulcro de Jesús el
tercer día después del entierro fueron mujeres de Galilea.
Movidas por la gratitud por lo que habían recibido de él,
estas mujeres lo habían seguido en su largo y lento viaje a
Jerusalén y lo habían mantenido con sus propios recursos.
Pudieron permitírselo, puesto que estaban bastante aco-
modadas económicamente. Una de ellas, una tal Juana, era
esposa de un hombre llamado Cuza, administrador de la
casa de Herodes (Lucas 8:3). Cuando Jesús fue crucificado,

401
Fundamentos para una ética bíblica

estuvieron mirando a cierta distancia de la cruz, junto


con otros conocidos de Cristo (Lucas 23:49). Y cuando fue
enterrado por José y Nicodemo, ambos ricos, estas muje-
res acomodadas de Galilea no tuvieron ningún reparo en
unirse a la pequeña procesión funeraria. Se fijaron en
la tumba donde lo enterraban, tomaron nota de dónde
estaba situada, y de la manera en la que el cuerpo fue
colocado. Vieron cómo Nicodemo embalsamó el cuerpo
con 34kg de especias aromáticas y con los lienzos de lino.
Pero por grande y cara que fuese esta cantidad de espe-
cias, para ellas no fue suficiente. Ellas quisieron expresar
su propio amor y devoción a Cristo. Por tanto, volvieron a
los diferentes lugares de Jerusalén donde estaban alojadas
durante el período de la Pascua —es probable que Juana
estuviese con su marido en el palacio que Herodes tenía
en Jerusalén—; y prepararon más especias y ungüentos
(Lucas 23:55–56). Su intención era volver al sepulcro en
cuanto se acabase el sabbat para ungir el cuerpo con aún
más reverencia y afecto.
En este momento topamos con una dificultad que
ha llevado a muchas personas a concluir, tras una lec-
tura superficial de los evangelios, que los relatos de la
resurrección se contradicen entre sí. Esto no es cierto. El
problema surge porque ninguno de los evangelistas se
propone relatar todo lo que ocurrió. Cada escritor escoge
de las fuentes de información que tiene a su disposición
aquello que le interesa en particular y que encaja en el
desarrollo de su propia narrativa; al actuar así, omite
ciertos detalles y pone un énfasis especial en otros. Sin
embargo, si recogemos todo lo que los cuatro evangelis-
tas dicen conjuntamente, es posible construir un cuadro

402
App B • Evidence for the Resurrection of Jesus Christ

completo de lo que hicieron y adónde fueron aquel día. El


resultado es algo así:
Al llegar al sepulcro al amanecer del primer día de
la semana, se asustaron porque la piedra ya había sido
quitada de la entrada (Lucas 24:1–2). Algunas de ellas entra-
ron—todas no habrían cabido—y comunicaron a las demás
su alarmante descubrimiento; el cuerpo había desapare-
cido. María Magdalena no pudo esperar a ver lo que pasó
luego—la aparición de dos ángeles a las mujeres que se
encontraban dentro del sepulcro para decirles que Cristo
había resucitado (Lucas 24:4–8). María fue corriendo tan
rápido como pudo a la casa donde Juan y Pedro estaban
alojados. Sin aliento, les anunció lo que ella creyó ser la
explicación más evidente: que alguien se había llevado el
cuerpo, y que ni ella ni las demás mujeres sabían dónde
lo habían puesto. Pedro y Juan se dirigieron a toda prisa al
sepulcro. Al ver la presencia, la ubicación y el estado de los
lienzos, Juan dedujo que se trataba de un milagro: Cristo
debió haber resucitado de la muerte; y junto con Pedro,
—directa o indirectamente— volvió a la casa donde se aloja-
ban para esperar el próximo acontecimiento (Juan 20:1–10).
María, en cambio, volvió al sepulcro. Las demás muje-
res ya se habían marchado, por supuesto. Ante la aparición
de los ángeles y el mensaje que estos les mandaron llevar
a los apóstoles habían quedado tan asustadas que al prin-
cipio no dijeron nada a nadie (Marcos 16:8). Finalmente, el
gozo pudo más que el miedo, y se dirigían hacia donde
estaban los apóstoles cuando el Señor resucitado se les
apareció y les confirmó el mensaje que habían de llevar
(Mateo 28:9–10). Continuaron su camino, no como María,
hacia la casa donde estaban Juan y Pedro, sino hacia un

403
Fundamentos para una ética bíblica

pequeño aposento alto en Jerusalén que los —ahora once—


apóstoles habían alquilado como lugar de reunión. Allí las
mujeres explicaron su asombrosa historia a los apóstoles,
a quienes ya se habían unido Juan y Pedro.
Pero dejémoslos un momento y volvamos a María.
Esto es lo que le ocurrió mientras estaba mirando dentro
del sepulcro.

Pero María se quedó afuera, llorando junto al sepul-


cro. Mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del
sepulcro, y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sen-
tados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la
cabecera y otro a los pies. «¿Por qué lloras, mujer?»
—le preguntaron los ángeles. «Es que se han llevado
a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto» —les res-
pondió. Apenas dijo esto, volvió la mirada y allí vio
a Jesús de pie, aunque no sabía que era él. Jesús le
dijo: «¿Por qué lloras, mujer? ¿A quién buscas?» Ella,
pensando que se trataba del que cuidaba el huerto, le
dijo: «Señor, si usted se lo ha llevado, dígame dónde
lo ha puesto, y yo iré por él». «María» —le dijo Jesús.
Ella se volvió y exclamó: «¡Raboni!» —que en arameo
significa: Maestro—. «Suéltame, porque todavía no
he vuelto al Padre. Ve más bien a mis hermanos y
diles: “Vuelvo a mi Padre, que es Padre de ustedes; a
mi Dios, que es Dios de ustedes”». María Magdalena
fue a darles la noticia a los discípulos. «¡He visto al
Señor!», exclamaba, y les contaba lo que él le había
dicho. (Juan 20:11–18)

Consideremos los siguientes puntos:

404
App B • Evidence for the Resurrection of Jesus Christ

1. María había acudido al sepulcro aquella mañana


con las otras mujeres de Galilea para honrar el cuerpo
de Cristo. Aunque estaba muerto, no podía dejarlo ir.
Estaba resuelta a expresar su amor al Señor ungiendo su
cuerpo con ungüento de gran valor y suprimiendo el olor
a muerte con especias aromáticas.
2. Perturbada al ver que el cuerpo no estaba, lo que
primero le vino a la mente fue la necesidad de recuperarlo,
aunque no se refiere al cuerpo con el pronombre imper-
sonal, sino con el personal—para ella el cuerpo muerto
seguía siendo «él». Fue todo lo que de «él» le quedaba.
Se dirigió al hombre a quien tomaba por el jardinero,
«dígame dónde lo ha puesto», le dijo, «y yo iré por él».
Le resultaba insoportable no saber dónde estaba el cuerpo
y no tener ni la más mínima reliquia de él, ni siquiera un
sepulcro que pudiese venerar como suyo.
3. Supongamos que el jardinero le hubiese indicado
dónde estaba el cuerpo y que se lo hubiese llevado. ¿Qué
habría hecho con él? No hay lugar a dudas. Ella y las
demás mujeres le habrían comprado el mejor sepulcro
que hubiesen podido encontrar, costase lo que costase.
Con todo su amor lo habrían enterrado; y este sepulcro
se habría convertido para ellas en el lugar más sagrado
sobre la faz de la tierra. Habrían hecho edificar un tem-
plo, lo habrían venerado y lo habrían visitado lo más a
menudo posible.
4. Sin embargo, algo ocurrió a María aquel día en el
jardín que acabó de una vez para siempre con cualquier
idea de esta clase. Debió ser un suceso muy poderoso para
anular tan repentinamente todos sus instintos y reflejos
psicológicos anteriores. ¿Qué fue?

405
Fundamentos para una ética bíblica

5. Fue que en el jardín aquel día se encontró con el


Señor Jesús, resucitado de la muerte y plenamente vivo.
¡Por supuesto que abandonó el sepulcro! ¡No veneras el
sepulcro de alguien que vive y con quien te acabas de
encontrar! ¡No vas a un sepulcro para orar a alguien con
quien puedes tener una conversación viva, real y directa!
6. Pero aún hay más. La experiencia que María había
tenido con Jesús había sido maravillosa; sin embargo, la
muerte pareció haberle puesto fin, dejándole nada más
que un cuerpo muerto: recuerdos fragantes, pero un cora-
zón arruinado. Ahora Jesús hace algo magnífico. Sustituye
la experiencia anterior por una relación completamente
nueva, cálida, vibrante y llena de vida entre María y Dios
Padre, entre María y él mismo, una relación asegurada
y cimentada por una clase de vida que ni siquiera la
muerte de María sería capaz de destruir. «Ve más bien
a mis hermanos», dijo, «y diles: “Vuelvo a mi Padre, que
es Padre de ustedes; a mi Dios, que es Dios de ustedes”».
Posteriormente, aunque siguió en la tierra, María se sabía
unida a Dios y a Cristo en el Cielo mediante el poder
indestructible de la vida eterna ya obtenida y ya disfru-
tada. Y los demás discípulos también. Y hoy ocurre lo
mismo con todos los que confiesan que Jesús es el Señor
y que creen en su corazón que Dios lo levantó de entre
los muertos (ver Romanos 10:9).
Con su nueva vida recién recibida y su corazón rebo-
sante de gozo, María se dirigió al lugar donde estaban
los demás discípulos para comunicarles el mensaje que el
Señor le había encomendado. Esta vez fue, no a la casa
donde estaban Pedro y Juan, sino al aposento alto. Allí
anunció a los once y a los demás que había visto al Señor

406
App B • Evidence for the Resurrection of Jesus Christ

(Lucas 24:10; Juan 20:18). Esto era más, por supuesto, de lo


que Pedro o Juan o cualquiera de los once habían hecho
hasta ese momento; y Pedro, perplejo, fue a examinar el
sepulcro una vez más (Lucas 24:12). Fue poco rato después
de esto, y antes de su aparición ante todos los discípulos
en el aposento alto, cuando Jesús se apareció a Pedro
(1 Corintios 15:5, aquí llamado Cefas). El asunto doloroso de
la reciente negación del Señor por parte de Pedro se tenía
que resolver; y era mejor hacerlo en privado.
A partir de ese momento, los primeros cristianos ya
no mostraron ningún interés en el sepulcro donde el
cuerpo de Jesús había estado. No había ningún motivo
para visitarlo —sabían que Cristo había resucitado.

PRUEBA C: LA EVIDENCIA DEL


ANTIGUO TESTAMENTO

Los escritores del Nuevo Testamento nos dicen con fran-


queza que, en varias ocasiones, cuando los discípulos
vieron al Señor resucitado, algunos dudaron (Mateo 28:17).
A veces la razón por la cual eran reacios a creer era que
parecía demasiado maravilloso para ser verdad. Quisieron
someter su creencia a una crítica rigurosa, para que no
resultase después que fuese incapaz de sobrevivir a un
examen razonado (Lucas 24:41). Y un milagro del tamaño
de una resurrección, cuando primero recibieron la noticia
de las mujeres que dijeron haberse encontrado con el
Señor resucitado, parecía más bien fruto de una imagi-
nación sobreestimulada que de una realidad objetiva. Sin
embargo, esta dificultad para creer finalmente fue vencida
por la evidencia concreta, tangible, de la invitación por

407
Fundamentos para una ética bíblica

parte del Señor resucitado a tocarle, y por su presen-


cia física entre ellos, compartiendo con ellos una comida
corriente. (Lucas 24:41–43).
Sin embargo, había otra clase de incredulidad cuya
causa era más profunda, por lo que tuvo que ser eliminada
mediante métodos muy diferentes, como veremos ahora:

Aquel mismo día dos de ellos se dirigían a un pueblo


llamado Emaús, a unos once kilómetros de Jerusalén.
Iban conversando sobre todo lo que había acontecido.
Sucedió que, mientras hablaban y discutían, Jesús
mismo se acercó y comenzó a caminar con ellos; pero no
lo reconocieron, pues sus ojos estaban velados. «¿Qué
vienen discutiendo por el camino?» —les preguntó. Se
detuvieron, cabizbajos; y uno de ellos, llamado Cleofas,
le dijo: «¿Eres tú el único peregrino en Jerusalén que
no se ha enterado de todo lo que ha pasado reciente-
mente?» «¿Qué es lo que ha pasado?» —les preguntó.
«Lo de Jesús de Nazaret. Era un profeta, poderoso en
obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo.
Los jefes de los sacerdotes y nuestros gobernantes lo
entregaron para ser condenado a muerte, y lo crucifi-
caron; pero nosotros abrigábamos la esperanza de que
era él quien redimiría a Israel. Es más, ya hace tres días
que sucedió todo esto. También algunas mujeres de
nuestro grupo nos dejaron asombrados. Esta mañana,
muy temprano, fueron al sepulcro, pero no hallaron
su cuerpo. Cuando volvieron, nos contaron que se les
habían aparecido unos ángeles quienes les dijeron que
él está vivo. Algunos de nuestros compañeros fueron
después al sepulcro y lo encontraron tal como habían

408
App B • Evidence for the Resurrection of Jesus Christ

dicho las mujeres, pero a él no lo vieron. «¡Qué torpes


son ustedes» —les dijo, «y qué tardos de corazón para
creer todo lo que han dicho los profetas! ¿Acaso no
tenía que sufrir el Cristo estas cosas antes de entrar
en su gloria?» Entonces, comenzando por Moisés y por
todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en
todas las Escrituras. (Lucas 24:13–27)

El motivo del desengaño de los caminantes

Los dos compañeros que iban en el camino a Emaús


estaban desengañados; y la razón para ello fue esta: en
la última visita que el Señor hizo a Jerusalén se habían
unido a la multitud que habían creído sinceramente que
Jesús era el Mesías, cuya venida había sido prometida por
Dios a través de los profetas del Antiguo Testamento. A
partir de sus conocimientos —probablemente algo limi-
tados y superficiales— del Antiguo Testamento, estaban
esperando a un Mesías que resultaría ser un poderoso
líder militar y político, el cual levantaría un ejército y
dirigiría a la nación de Israel en una sublevación exitosa
contra las fuerzas imperialistas de la ocupación romana.
«Abrigábamos la esperanza», explicaron al forastero que
se había unido a ellos en el camino, «de que era él quien
redimiría a Israel».
Sin embargo, Jesús no había hecho nada semejante.
Lejos de libertar a Israel, había sido arrestado, enjuiciado,
condenado y crucificado mediante una combinación de
la clase dirigente religiosa judía y el gobernador militar
romano. Y las burlas a las que había sido sometido en
el juicio habían puesto en ridículo las reivindicaciones

409
Fundamentos para una ética bíblica

de Jesús de que era rey. De golpe, el movimiento entero


quedó hecho pedazos, como si se hubiese tratado de una
patética sublevación campesina mal organizada y malo-
grada. ¿De qué servía un libertador si ni siquiera podía
salvarse a sí mismo de la cruz? Fue por esto por lo que
los dos compañeros se dirigían a su casa profundamente
desilusionados.
¿Por qué no pudieron asimilar al principio el hecho de
que Jesús había resucitado? Fue porque, desde su punto de
mira, Jesús no había cumplido las promesas del Antiguo
Testamento que hablaban de un Rey-Libertador. Al contra-
rio, había sido derrotado y crucificado como un fracasado.
Por tanto, no era el Mesías prometido. Entonces, los
rumores que hablaban de su resurrección no solamente
resultaban increíbles, sino también irrelevantes. Si no era
el Mesías, ¿qué sentido tenía que resucitase?
¿Qué hizo falta para que pudiesen creer que la resu-
rrección efectivamente había ocurrido? Notemos que al
comienzo de la conversación que tuvo con ellos el Señor
resucitado no intentó convencerles de que era Jesús. De
hecho, comenzó por reprocharles suavemente por haber
leído el Antiguo Testamento demasiado selectivamente.
Habían leído las partes que les resultaban atrayentes,
acerca de la venida prometida de un Rey-Libertador. Sin
embargo, habían pasado por alto, o no habían entendido,
o habían olvidado convenientemente las partes que pre-
decían que el Mesías primero tendría que sufrir y morir,
y que solo entonces, resucitado de la muerte, entraría
en su gloria. El forastero les llevó por todo el Antiguo
Testamento, señalando los textos que afirmaban esto, o lo
daban a entender inequívocamente. De lo que se trataba

410
App B • Evidence for the Resurrection of Jesus Christ

es evidente: si el Antiguo Testamento profetizaba que el


Mesías primero tenía que sufrir y morir, entonces los sufri-
mientos y la muerte de Jesús, lejos de demostrar que no
era el Mesías, constituían una prueba muy sólida de que sí
lo era. Si, además, el Antiguo Testamento profetizaba que,
tras la muerte, el Mesías volvería a vivir y que liberaría a
su pueblo, compartiendo con ellos el botín de una victoria
maravillosa, entonces sería necesario que resucitase.2 Por
tanto, los rumores que los dos viajeros habían escuchado
de las mujeres, de que Jesús había resucitado y que ellas lo
habían visto, podrían resultar ser ciertos. La piedra de tro-
piezo que les impedía creer fue así quitada de en medio.

La relevancia de este incidente para nosotros

Aún a día de hoy, uno de los componentes más cruciales


de la evidencia de la resurrección de Cristo es el hecho
de que el Antiguo Testamento predijo no solo que el
Mesías resucitaría de la muerte, sino que lo haría como
parte íntegra del propósito de Dios para la redención de
la humanidad. Fijémonos en el hincapié que hace en ello
el apóstol Pablo cuando resume así el evangelio cristiano:

Porque ante todo les transmití a ustedes lo que yo


mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados
según las Escrituras, que fue sepultado, que resucitó al
tercer día según las Escrituras. (1 Corintios 15:3–4)

2 Ver las implicaciones en Isaías 53 de que el Mesías primero tendría


que sufrir y morir, y que entonces resucitaría de la muerte. Ver también
Salmo 16 y compararlo con Hechos 2:25–32.

411
Fundamentos para una ética bíblica

La noticia de que un individuo normal y corriente


hubiese resucitado de la muerte inesperadamente y sin
aparente motivo seguramente resultaría difícil de creer.
Todos deberíamos preguntarnos: «¿Por qué precisamente
esta persona?» y «¿Qué sentido tiene?» y «¿Cómo es
posible creer que se ha producido una desviación tan
extraordinaria de las leyes de la naturaleza, y de modo
tan arbitrario?» Los ateístas, por supuesto, creen que el
universo entero se produjo sin ningún motivo aparente.
Su existencia no se puede explicar: es un hecho arbitrario
e inexplicable. Los que creen en un Creador inteligente, en
cambio, encontrarían difícil creer que el Creador quisiese
suspender de manera arbitraria las leyes normales de la
naturaleza para levantar de la muerte a un individuo poco
destacado sin ningún motivo aparente.
Sin embargo, ¡Jesús no era una persona cualquiera!
Era Dios encarnado. Ni la resurrección tampoco fue un
fenómeno aislado. Fue parte integral del enorme propósito
divino para la redención de la humanidad y la restaura-
ción del universo al final de los tiempos. La resurrección
tampoco fue una historia inventada por los discípulos de
Cristo. Dios la había hecho proclamar mediante sus pro-
fetas y la había hecho escribir en el Antiguo Testamento
siglos antes del nacimiento de Jesús. Y hoy día nos sigue
siendo posible estudiar el Antiguo Testamento con aten-
ción para ver si el nacimiento, la vida, la muerte y la
resurrección de Jesús coinciden con estas profecías que
Dios dio al mundo.
Cuando Jesús acabó este repaso rápido del Antiguo
Testamento, desapareció el principal obstáculo que impedía
que los dos caminantes creyesen. Pero aún no percibieron

412
App B • Evidence for the Resurrection of Jesus Christ

que el forastero que iba con ellos era el mismo Jesús resu-
citado. ¿Cómo se produjo, entonces, este reconocimiento?
Debemos mirar esta cuestión con atención, porque plan-
tea una pregunta general de una importancia enorme.

¿Cómo llegaron a reconocerlo?

¿Cuál fue la evidencia que convenció a los discípulos de que


la persona que se les apareció dando a entender que era
Jesús resucitado era verdaderamente él, y no un impostor?

Al acercarse al pueblo adonde se dirigían, Jesús


hizo como que iba más lejos. Pero ellos insistieron:
«Quédate con nosotros, que está atardeciendo; ya es
casi de noche». Así que entró para quedarse con ellos.
Luego, estando con ellos a la mesa, tomó el pan, lo ben-
dijo, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los
ojos y lo reconocieron, pero él desapareció. Se decían
el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras
conversaba con nosotros en el camino y nos explicaba
las Escrituras?» Al instante se pusieron en camino y
regresaron a Jerusalén. Allí encontraron a los once y
a los que estaban reunidos con ellos. «¡Es cierto!» —
decían. «El Señor ha resucitado y se le ha aparecido
a Simón». Los dos, por su parte, contaron lo que les
había sucedido en el camino, y cómo habían recono-
cido a Jesús cuando partió el pan. (Lucas 24:28–35)

Los dos caminantes invitaron al forastero a pasar la


noche en su casa y lo hicieron sentarse a cenar. Pero aún
no lo habían reconocido. Luego tomó el pan que había

413
Fundamentos para una ética bíblica

sobre la mesa, dio gracias, lo partió y comenzó a compar-


tirlo con ellos. Y fue en aquel instante cuando sus ojos
fueron abiertos y lo reconocieron; y desapareció de su
vista. Más adelante, cuando hubieron vuelto a Jerusalén y
relatado esta experiencia, explicaron que reconocieron a
Jesús en el momento en que partió el pan.
¿Qué tenía de especial esto de que partiese el pan
con ellos? En primer lugar, al tomar el pan, partirlo, dar
gracias y compartirlo con ellos Jesús asumía el papel de
anfitrión. Esto debió llamarles la atención. En segundo
lugar, en el momento de partir el pan se habrían perca-
tado de las marcas de los clavos en sus manos. Pero hay
más. Mientras miraban cómo aquellas manos partían el
pan, se habrían despertado en ellos recuerdos de lo que
únicamente los discípulos más íntimos de Jesús podían
saber. Habrían escuchado de los once discípulos, antes de
salir hacia Emaús, cómo Jesús, en la noche de la Pascua,
antes de que le entregasen, había cogido el pan, lo había
partido y había pronunciado unas palabras que debían
resultarles muy extrañas en aquel momento, palabras que
jamás habían sido pronunciadas ante ellos por ningún
otro: «Este pan es mi cuerpo, entregado por ustedes».
Posteriormente habían presenciado la experiencia devas-
tadora —para ellos— de la cruz. Pero ahora acababan de
escuchar la exposición que el forastero había realizado de
los escritos del Antiguo Testamento. Estos escritos no solo
profetizaban la muerte y la resurrección del Mesías, sino
que también explicaban el motivo de ellas: que tendría
que morir por los pecados de su pueblo, por los de ellos
dos también. Mientras lo veían, con sus manos recién

414
App B • Evidence for the Resurrection of Jesus Christ

clavadas, partir pan y dárselo personalmente a ellos, se


dieron cuenta de que lo que estaba haciendo tenía mati-
ces profundos que ningún impostor podía haber conocido
ni inventado. Su sentido correspondía única y exclusiva-
mente a Jesús. Le reconocieron enseguida. Sin lugar a
dudas, era Jesús.

¿Cómo podemos saber que fue


realmente él quien lo hizo?

Pero, ¿qué pasa con los millones de personas que, como


nosotros hoy día, nunca vimos ni podremos ver a Jesús
con nuestros ojos?

Tomás, al que apodaban el Gemelo, y que era uno de


los doce, no estaba con los discípulos cuando llegó
Jesús. Así que los otros discípulos le dijeron: «¡Hemos
visto al Señor!» Mientras no vea yo la marca de los
clavos en sus manos, y meta mi dedo en las marcas y
mi mano en su costado, no lo creeré» —repuso Tomás.
Una semana más tarde estaban los discípulos de nuevo
en la casa, y Tomás estaba con ellos. Aunque las puer-
tas estaban cerradas, Jesús entró y, poniéndose en
medio de ellos, los saludó. «¡La paz sea con ustedes!»
Luego le dijo a Tomás: «Pon tu dedo aquí y mira mis
manos. Acerca tu mano y métela en mi costado. Y no
seas incrédulo, sino hombre de fe». «¡Señor mío y Dios
mío!» —exclamó Tomás. «Porque me has visto, has
creído» —le dijo Jesús; «dichosos los que no han visto
y sin embargo creen». (Juan 20:24–29)

415
Fundamentos para una ética bíblica

Notemos que Jesús no reprochó a Tomás el hecho de


dudar. Respetó su integridad intelectual. Jesús tampoco le
reprochó el hecho de pedir evidencias antes de creer. Y
Jesús facilitó las evidencias que Tomás pedía.
Esto revela algo curioso y muy importante. Jesús obvia-
mente había oído a Tomás hablar y pedir estas evidencias
aun cuando Tomás no era consciente de su presencia,
puesto que, al entrar en el aposento, sin esperar a que
Tomás dijera nada, le ofreció la evidencia que había pedido.
Esto sirve para recordarnos que en este y en cada
momento Jesús, porque ha resucitado, oye lo que decimos
y sabe lo que estamos pensando. Y podemos expresar con
toda libertad, suponiendo que sea una necesidad genuina:
«Si Jesús vive de verdad, que me facilite evidencias que
realmente pueda creer; entonces creeré».
Pero antes de hacerlo, consideremos lo que Jesús dijo
a Tomás después: «Porque me has visto, has creído . . .
dichosos los que no han visto y sin embargo creen». La
evidencia que se puede ver con la vista física no es la
única clase de evidencia que tenemos de que Jesús vive.
Si fuese así, los que no tienen vista física quedarían sin
evidencia de ninguna clase. De hecho, tampoco es, por sí
sola, la mejor clase de evidencia. La evidencia que percibe
nuestra conciencia, nuestro corazón y nuestro espíritu es,
de lejos, la mejor clase de evidencia que hay. Y no hay
nadie que hable a nuestro corazón como Jesús. Afirma que
nos ama personalmente y que murió por nuestros peca-
dos según las Escrituras, que resucitó según las Escrituras,
y que si le abrimos nuestro corazón él hará su morada allí,
y lo llenará de su presencia y de su amor. Si con nuestra
conciencia, corazón y espíritu escuchamos mientras nos

416
App B • Evidence for the Resurrection of Jesus Christ

explica la Biblia como se la explicó a los dos caminantes,


y si comprendemos que sus manos fueron clavadas en la
cruz mientras él se entregaba a la muerte por nosotros
personalmente, descubriremos que «la fe es por el oír, y
el oír, por la palabra de Dios» (Romanos 10:17 rvr1960).
Y nosotros también encontraremos que nuestro corazón
arderá dentro de nosotros mientras él nos habla en el
camino de la vida y nos abre las Escrituras.

LECTURA ADICIONAL

Craig, William Lane. Fe razonable: Apologética y veracidad cris-


tiana. Publicaciones Kerigma, 2018.
Habermas, Gary R. and Licona, Michael R. The Case for the Resu-
rrection of Jesus. Grand Rapids: Kregel Publications, 2004.
Keller, Timothy. La razón de Dios: Creer en una época de escepti-
cismo. Publicaciones Andamio, 2015.
Lennox, John. Disparando contra Dios: Por qué los nuevos ateos no
dan en el blanco. Publicaciones Andamio, 2016.
Strobel, Lee. El caso de Cristo: Una investigación personal de un
periodista de la evidencia de Jesús. Editorial Vida, 2000.
Wright, N.T. La resurrección del Hijo de Dios —Estudios Bíblicos—.
Editorial Verbo Divino, 2008.

417
BIBLIOGRAFÍA
Bailey, Kenneth. Poet and Peasant [Poeta y campesino]. Grand
Rapids: Eerdmans, 1976.
Butterfield, Herbert. Christianity and History. London: Bell, 1949.
Craig, William Lane. Fe razonable: Apologética y veracidad cristiana.
Publicaciones Kerigma, 2018.
Gooding, David. Según Hechos: permaneciendo fiel a la fe. Barce-
lona: Publicaciones Andamio, 1990.
Habermas, Gary R. and Licona, Michael R. The Case for the Resu-
rrection of Jesus. Grand Rapids: Kregel Publications, 2004.
Hillyer, N., et al., eds. The Illustrated Bible Dictionary. Leicester:
Inter-Varsity, 1980.
Homer. Ilíada.
Hoyle, Fred. El Universo inteligente. Barcelona: Ediciones
Grijalbo, 1984.
Josefo. Antigüedades judías.
Lennox, John. El principio según Génesis y la ciencia: Siete días que
dividieron el mundo. Editorial Clie, 2018.
Lewis, C.S. Mero cristianismo. Ediciones Rialp, 2017.
— Los milagros. Ediciones Encuentro, 2017.
NIV Study Bible. London: Hodder & Stoughton, 1985.
Platón. Critias.
Sarte, Jean-Paul. Las palabras. Editorial Losada, 2014.
Skolnik, Fred y Michael Berenbaum, ediciones. Encyclopaedia
Judaica, 22 volúmenes. 2da edición, Detroit: Macmillan
Reference, 2007.
ÍNDICE DE ESCRITURAS
ANTIGUO 4:1–15 54 20:4–5 69
TESTAMENTO 4:16–24 54 20:5 68
6:1–7 55 20:7 69
Génesis 9:6 12, 311 20:8–11 70, 256
libro 103 11:1–9 55–6 20:12 70, 297
1–2 17 11:26–25:11 59 20:13 70
1 9–15 12:3 57 20:14 70
1:1–2:3 3–8 15–22 59–60 20:15 70
1:1 5 15:1–7 53–8 20:16 70
1:5 13 15:6 60–1 20:17 71
1:20 19 15:13–14 65
1:24 19 21:12 381 Levítico
1:26–27 11 22:18 57, 381 libro 103
1:26 10 23 59 n. 4:27–35 73–80
1:27 31 26:4 57 19:8 297
2 18 37–Éxodo 15 65, 72 19:18 62, 67, 157, 297
2:4–24 17–25 49:10 381 24:16 256, 257
2:5–15 23
2:7 18 Éxodo Números
2:18–25 27–33 libro 103 19 162
2:19 13 12 67 21:4–9 226
2:23 31 20:1–17 63–72 24:17 381
2:24 31 20:8–11 70, 256
3 35–51 20:2 65 Deuteronomio
3:15 44, 49, 381 20:3–6 68 6:4–5 67
Índice de Escrituras

Deuteronomio 7:13 99 99 360


8:3 40 7:16 381 110:1 99–101, 382
9:6–24 58 11:1–12:25 95, 97 118 100
18:10–13 198 12 95, 101 139:13–17 203
21:22–23 300 18:33 101 139:13–14 21
27:26 300 21 94–5
29 65 Proverbios
1 Reyes libro 103, 104, 109
Josué 2:5 94 1:7–19 103–8
libro 82 11:1–11 109 1:8–9:18 105
9 95 12 93, 141 1:10–19 107
24:14–15 58 21 71 1:18 107
1:29 110
Jueces 2 Reyes 2:5 110
libro 83, 92 14:25 115 3:5–6 108, 110
3:7 110
1 Samuel Job 3:11–12 108
1:1–2:36 81–8 libro 103, 109 6:6 106
1:9–27 81–8 7:6–27 108
1:11 88 Salmos 8:13 110
2 88 libro 103 8:22–36 106
4 84 8 44–5 9:10 105
10 93 16 100, 411 n. 10:27 110
11:14–15 93 16:10 382 14:26–27 110
13:14 95–6 22 100 14:31 12
15:1 93 23 98, 101 15:8 105
17 89–91 24:1 5 15:27 105
24:1–7 93 32:1–2 98 15:33 110
26:1–12 93 32:3–4 97 16:6 110
40:6 77 17:8 105
2 Samuel 51 97–8 17:23 105
1:17–27 98 51:12–13 98 18:16 105
2 92–3 94 360 19:23 110
3:17–39 94 96 360 20:1 107
5 92, 93 97 360 22:4 108
7:12–14a 381 98 360 22:13 106

422
Índice de Escrituras

23:17 110 53:5 382 4:4 116


23:21 107 53:6 300 4:7–9 116
23:29–30 107 5:4 116
23:21 107 Jeremías 5:5 116
23:29–30 107 libro 119 5:11–12 116
23:31 107 6:15 200 5:11 116
23:33–35 108 10:23 14 5:21–23 116
24:21 110 23:5 99, 381 6:3–6 116
24:30–34 107 29:7 129 6:4 116
26:4 104 31:31–34 119 7:9 116
26:5 104 8:4–6 116
26:11 110 Ezequiel 8:6 116
26:13 106 39:22–29 128 8:14 116
26:14 106 9:1–4 116
28:9 105 Daniel
libro 129, 132 Miqueas
Eclesiastés 1 130 4:1–4 121
libro 103, 109 3 69, 130 5:2 382
3:16–18 131
Cantares 5 131–2 Zacarías
libro 103 n. 7:13, 14 382 9:9 208, 382
12:14 93
Isaías Amós
libro 117 libro 113 Malaquías
2 121 1:3–5 114 3:1 382
2:1–4 360 1:6–8 114
7:4 381 1:9–10 114 NUEVO
7:14 382 1:11–12 115 TESTAMENTO
11:1, 10 381 1:13–15 115
40:3–5 275 2:6 116 Mateo
40:3 382 2:8 116 1:1 381
52:13–53:12 278–80, 3:2 128 1:18 381
283 3:10 116 1:23 382
53 122, 283, 411 3:12 116 2:1 382
53:3–6 118 3:14 116 2:4–8 382
53:5–6 222 3:15 116 3:3 382

423
Índice de Escrituras

Mateo 16:21–23 264 10:41–45 119


4:1–11 44 18:21–35 168–9, 10:42–45 191
4:4 40 322–3 10:45 78, 248, 276,
4:17 142 19:3–12 32 382
5–7 208–12 21:12 382 16:8 403
5:11–12 241 22:37–38 145
5:21–22 211 22:39 157 Lucas
5:27–32 204 23 210 1:35 44
5:27–28 71 23:24 240 3:31 381
5:43–48 209 23:41–45 101 3:32 381
5:43–45 344 24:14 360 3:33 381
5:48 344 25:30–46 237 3:34 381
6:19–21 179 26:26–27 272 5:17–26 201, 246
6:25–32 10, 144 26:27–28 248 5:20 143
6:31–33 172 26:28 271 5:24 247
7:3–5 240 26:47–68 251–3 6:27–28 164
7:12 136, 161 26:47–56 264–5 6:38 325
7:21–27 209–210 26:52–54 237 6:43–44 213–4
7:21–23 244 26:62–66 382 7:2–5 128
9:12–13 240 26:63–66 261 7:11–17 204
10:28–31 203 26:63–64 264 7:36–50 165–6
10:32–33 242 26:64 361 7:49 247
10:37 241–2 27:38–43 268 8:3 401
11:25–30 139 27:62–28:15 269 8:27 199
11:27 140 27:62–66 386, 398–9 8:35 201
11:29 140–1 28:9–10 403 9:51–56 163 n.
12:12 144 28:11–15 386–7, 399 10:25–37 159–160
12:24 259 28:17 407 10:25–29 158
12:26 260 10:31 162
12:27 261 Marcos 10:36–37 160
12:28 341 1:15 208 10:38–42 181
12:42 109 4:17 234 11:13 50, 213
13:3–9 231–2 5:1–20 196–201 11:47–48 400
13:18–23 231–2 8:31 248 12:4–9 332
13:24–43 237 9:47–48 237 12:13–21 177–8
15:1–9 204 10:23–27 212–3 12:19 178

424
Índice de Escrituras

12:21 180 24:10 406–7 8:57–59 257


12:47–48 128 24:12 407 9:5 14
14:12–14 364 24:13–27 408–11 10:1–21 101
15:11–32 147–155 24:28–35 413–4 10:3 204
15:13 149 24:33–49 291 10:11 276
15:19 152 24:36–43 400 10:14 244
15:30 149 24:41–43 407–8 10:15 276
16:19–31 175–6 24:44–47 277 10:18 255
17:22–37 362 10:19–20 258
17:26–27 62 Juan 10:21 260
18:1–8 204 1:1–14 30 10:27–31 257–8
18:15–16 203–4 1:1–5 6 10:27–30 205
18:35–19:10 189–194 1:12 226 11 14
19:11–27 187–8, 360 1:23 275 11:9–10 14
19:35–37 382 1:29 72, 79, 275–6 11:47–53 265
20:9–19 215–7 1:30–34 275 12:12–15 208
20:13 216 3:1–18 223–8 13:34 298
20:14 216 3:3 224 14:2–3 248
20:19–26 264 3:5 224 14:6 181
20:45–21:4 204 3:14–16 226 14:15 242
21:27 249 3:16 282 14:16 341
22:20 301 3:17 231 14:21 67
22:24–27 191 4 163 14:23 308
22:66–67 264 4:1–42 32 14:30 44
23:1–25 266–7, 269 5:16–18 256 16:7–14 341
23:18–25 269 5:19–29 257 18:35–40 265–6
23:34 222 5:22–23 243 18:38–40 269
23:39–43 220–3 5:24 315 18:37 393
23:40–41 221 5:27 243 19:1–16 253–4
23:43 222 6:15 264 19:6–7 261–2
23:49 402 6:38–40 204–5 19:12–15 263, 267–8,
23:18–25 269 6:63 233 269
23:53 394 7:42 382 19:38–42 394
23:55–56 402 8:12 14 19:39 228
24:1–2 403 8:31–36 202, 311 19:40–42 394
24:4–8 403 8:48 259 20:1–10 403

425
Índice de Escrituras

Lucas 4:32–35 349–50 19:23–41 355–6


20:1–9 395–6 5:1–4 350–1 19:28 356
20:1 394 5:17–42 334, 392 19:34 356
20:5 397 5:29–42 295 20:7 270
20:6 397 5:36–37 264 20:18–35 295
20:6–8 394 6:8–7:60 392 20:33–35 351
20:7 395 7:2–53 295 21:38 264
20:11–18 404 8:1 334 22:1–21 295
20:18 407 9:1–9 388–9 23:1–10 295
20:19 327, 392 9:36 351 24:1–27 335
20:20 400 9:39 351 24:10–21 295
20:21–22 340 10:1–11:30 355 25:6–12 335
20:24–29 415 10:34–43 295 26:2–29 295
21:16 242 10:34–35 53–4 26:18 67, 333
10:42 243
Hechos 11:19 393 Romanos
1–2 327, 387 11:27–30 351 1:3 99
1:3 382 12:1–2 393 1:16 384
1:4–8 340 12:1 334 1:19–23 56
1:6–11 361 13:16–41 295 1:21 21
2–9 391 13:22–23 381 1:24–27 200
2–3 100 13:44–14:1 128 3:19 113
2:1–13 340 14:8–19 334 3:20 186
2:1–4 339 14:8–17 288 3:23 186
2:5–28:30 291 14:14–18 295 3:26 77
2:14–36 295 15:10 142 3:29 53
2:25–32 411 16:31 226 4:1–8 101
2:31 382 17:1–9 363 4:1–5 61
2:34 382 17:4 128 4:5–8 98
2:41 270, 340 17:10–12 128 4:19–25 61
2:42 270 17:18 288 5:5–11 143–4
3:12–26 295 17:22–31 295 5:8 282
3:19–21 329–30 17:26 12, 53 5:10–11 222
4:1–22 334 17:30–34 330 5:10 300
4:1–21 392 17:31 243–4 6:1–3 309–10
4:5–12 295 18 290 6:4 343

426
Índice de Escrituras

7:19 137 6:18 352 5:20 318


8 48 6:19–20 313 10:4 333
8:1 315, 346 6:19 351, 352
8:2 311 6:20 312 Gálatas
8:3–4 67 8:9–12 319 2:20 308
8:7–9 222 9:24–27 370 3:13 301
8:9 48 9:26–27 370 3:16 381
8:10–11 352 10:14 315 4:4 381
8:11 48 11:17–22 315 5:1 312
8:12–14 344 11:23–32 313–4 5:16–23 344–5
8:13 48 11:23–26 270–1 5:22–23 234
8:14–17 181 12:12–13 352–3 6:7–8 346–7
8:15–16 343 12:13 255
8:15 346 12:15–20 353–4 Efesios
8:19–21 330 12:21–26 354 1:7 311
8:20–22 48 13 354 2:5 343
8:21 48 15 185 2:8–9 66, 186
8:23 352 15:3–4 411 2:10 187, 343
8:26–30 347–8 15:3 74, 277, 283, 382 2:11–22 356–7
8:28 110 15:5 407 4:25 354
8:29 372 15:14–16 384–5 4:28 325
8:32 110 15:17 249, 328, 384 4:31–32 324
10:9 406 15:20 330 5:1–2 346
10:17 417 15:50–53 373 5:22–33 33
13:8–10 298 15:51–58 109 5:25–28 346
14:9–10 320 15:54–58 376 5:31 47
14:12 320 15:58 185 6:2–3 297
6:12 333, 370
1 Corintios 2 Corintios
1:30 109 3 120 Filipenses
3:18 315 3:18 372 3:4–8 292
5:1 315 5:10 22 3:7–14 371–2
5:7 72 5:14–15 304–5 3:20–21 352
6:1 315 5:17–21 299 3:20 318
6:9–11 290–1 5:17 342
6:15 352 5:19 300

427
Índice de Escrituras

Colosenses Hebreos 1 Juan


1:13 67, 311 1:3 5, 382 1:5–6 14
1:19–20 300 2:8 45 1:9 303
2:3 109 2:14–15 311, 332 2:28 367
3:5 69 4:15 44, 243 3:1–3 377
3:22–25 364 7:14 381 3:2–12 372–3
4:1 365 8 120 3:16 298, 324
9:11–10:18 80 3:17 163, 325
1 Tesalonicenses 9:22 74 4:10 308
1:9–10 143, 363 10:12–16 314 4:19 155, 308
1:10 311 10:16–18 301–2 4:20 68, 163
4:13–18 374 10:16–17 307 5:2 68
10:18 303 5:3 146, 155
2 Tesalonicenses 11:3 6 5:3–4 144
1:3–10 235 11:4 54
1:5–10 120 11:7 62 Apocalipsis
3:6–15 363–4 12:1–3 370 1:9 393
3:7–12 173 4:11 5
Santiago 5:6–9 72
1 Timoteo 5:1–6 365 19:7–9 33
2:4 231 21 93
2:3–7 54 1 Pedro
2:5 259 1:6–9 110 Parábolas
5:8 364 1:6–7 235 El buen samaritano
6:13–15 336 1:13–19 317–8 159–164
6:17–19 179 1:18–19 72 El dinero 187–8
1:23 233 El hijo pródigo
2 Timoteo 2:20–25 236 147–155
2:8–13 336–7 El rico insensato o el
4:6–8 335–6 2 Pedro rico agricultor
4:16–17 335–6 1:3–11 370–1 177–81
2:9 311 El sembrador 231–8
Tito 2:18–19 311 La mala hierba 237
1:12 288 2:20–22 110 Los labradores mal-
2:1–14 366–7 3:9 231 vados 215–7
3:5 343

428
Índice de Escrituras

OTROS TEXTOS
ANTIGUOS

Homero
Ilíada 90

Josefo
Antigüedades judías
17.8.3 395 n.

Platón
Critón 137

Tácito
Anales xv.44 254

429
OTROS LIBROS DE DAVID GOODING

La multiforme sabiduría de Dios: El uso que hace el NT del AT


Según Lucas: Una nueva exposición del tercer Evangelio
Según Juan: En la escuela de Cristo. Juan 13–17
Según Hechos: Permaneciendo fiel a la fe
Según Hebreos: Un reino inconmovible
Ventanas al paraíso: Estudios en el evangelio de Lucas

OTROS LIBROS DE JOHN LENNOX

¿Predeterminados a creer? (Publicaciones Andamio, 2019)


¿Puede la ciencia explicarlo todo? (Editorial Clie, 2021)
¿Ha enterrado la ciencia a Dios? (Ediciones Rialp, 2020)
Disparando contra Dios: Por qué los nuevos ateos no dan en el
blanco (Publicaciones Andamio, 2016)
El principio según Génesis y la ciencia: Siete días que dividie-
ron el mundo (Editorial Clie, 2018)
SOBRE LOS AUTORES

David W. Gooding fue profesor emérito del griego del


Antiguo Testamento en la Universidad de Queen’s en
Belfast y miembro de la Real Academia Irlandesa. Enseñó
la Biblia internacionalmente y dio conferencias acerca
de su autenticidad y su relevancia para la filosofía, las
religiones mundiales y la vida diaria. Publicó artículos
académicos sobre la Septuaginta y las narrativas del
Antiguo Testamento, además de sus exposiciones de
Lucas, Juan, Hechos, Hebreos, el uso que hace el Nuevo
Testamento del Antiguo y varios libros que refutan
argumentos en contra de la Biblia y de la fe cristiana. Su
análisis de la Biblia y de nuestro mundo sigue ejerciendo
influencia en el pensamiento de eruditos, profesores y
estudiantes por igual.

John C. Lennox es profesor emérito de matemáticas en la


Universidad de Oxford y becario emérito de matemáticas
y de filosofía de las ciencias en Green Templeton College.
También es becario asociado de la Saïd Business School,
en la Universidad de Oxford. Además, es profesor auxiliar
en el Oxford Centre for Christian Apologetics, y es
becario superior del Trinity Forum. Además de sus obras
académicas, ha publicado recursos que hablan de la
relación entre las ciencias y el cristianismo, de los libros de
Génesis y Daniel y de la doctrina de la soberanía divina y el
libre albedrío. Ha dado conferencias a nivel internacional y
ha participado en varios debates de televisión con algunos
de los pensadores ateos más destacados del mundo.

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