Copyright © 2024 Star Clark
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copyright.
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los
personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la
imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
1ra Edición, marzo 2024.
Título Original: Te odio, James Black
Diseño y Portada: Amparo Tárrega
PRÓLOGO
JAMES BLACK
—¡Giant, es la hora! —indica mi representante y la persona que ejerce de
padre y madre, un jodido tocapelotas que no me deja pasarme ni un pelo, ni
con el alcohol ni con las mujeres ni con las fiestas nocturnas—. ¡Giant!
¡Giant!
Me llamo James Black, pero todos me conocen como The Unstoppable
Giant, El Gigante Imbatible, por mis habilidades en el campo de juego. Un
jugador de fútbol americano con un tamaño y fuerza impresionantes, así
como mi musculatura. Mi presencia física impone a todos, sobre todo a las
mujeres, que se postran a mis pies incluso sin conocerme. También asusta a
mis oponentes, aunque no tengo rival que se me iguale, incapaz de
detenerme o derribarme porque, además, mi equilibrio y habilidad de
evasión son sobrehumanos. También resisto a la perfección los intentos de
tackle y continúo avanzando sin que nadie me detenga.
—¡Vete a la mierda! —grito, desde mi dormitorio, con la puerta cerrada
y tumbado sobre la cama.
—¡Vas a tirarlo todo por la borda! ¿Cuántas oportunidades crees que
van a darte? —Aporrea el portón de dos hojas: tres metros de ancho por tres
de alto.
Vivo en una casa en las playas artificiales de Bahía Vizcaína, en Palm
Island, conocida por albergar mansiones y yates de celebridades como
Gloria Estefan, Julio Iglesias y Shakira; esta última es mi vecina. Los
famosos eligen Miami Beach para establecer su residencia por su clima
tropical, sus hermosas playas y su ambiente, pero a un neoyorkino como yo
le toca los cojones tanta humedad y altas temperaturas. Vivo aquí porque
los Miami Dolphin me ficharon hace dos años y me trasladé desde Houston,
donde jugaba en los Houston Texas. Tuve diferencias con el entrenador y
acepté la mejor oferta de la decena que me ofrecieron. También me
brindaron volver a los New York Jets, pero prefiero seguir alejado de esa
ciudad y de… Esa mujer.
—¡¿Y crees que me importa?! ¡¡Vete!! —Sigue dando fuertes golpes—.
¡No voy a irme! ¡Abre o la echo abajo!
Me hace sonreír, y desde hace un mes no tengo ni putas ganas de
hacerlo, por ello, le doy mi beneplácito, me levanto, camino y lo dejo pasar.
—Dime una cosa. ¿Cómo pensabas abrirla? —ironizo. Robert no puede
presumir de un cuerpo corpulento.
—¡Joder, Giant! ¡Los patrocinadores están que trinan!
—No grites. Me duele la cabeza —dictamino. Suelto el pomo y voy
hasta la terraza.
Gano millones de dólares al año jugando al fútbol, pero las ganancias se
multiplican por decenas sumando la publicidad.
Mi mansión está en medio de la majestuosidad de la costa, como
incrustada en ella. Con imponentes columnas de mármol blanco que
contrastan con el intenso azul del océano y el verdor exuberante de la
vegetación circundante. Una jodida mansión, símbolo de opulencia y
elegancia que se ha convertido en un lugar donde pasar los días entre lujo y
comodidad. No me gusta una mierda, para ser sinceros, pero mi exnovia me
convenció para que la comprara. Yo accedí solo por las vistas y la
proximidad del mar y de mi barco, atracado a cien metros del patio trasero,
más allá de la piscina infinita. Podría saltar desde el balcón y caer sobre él.
Gabriela la decoró a su antojo. ¿Cómo iba a decirle que el mármol no
me gusta mientras me chupaba la polla? Soy un troglodita y la decoración
me importa un pepino. Me enamoré de ella en una noche, aunque George
asegura que eso no fue amor.
—¿Sueñas con ella? —me preguntó la última vez que vino a casa.
—Tengo pesadillas. Si te refieres a eso —le aseguré, navegando sobre
Angels, mi yate, disfrutando de un atardecer.
—Eso no es amor. Solo fue sexo.
Sonreí. Sabía por qué lo decía.
—¡Por el sexo! —Alcé la copa de whisky.
Vale, lo acepto. Gabriela me volvió loco porque el sexo con ella era
animal y pervertido, pero cuando se fue no dejó un hueco ni un vacío, sino
alivio. Estuvimos juntos nueve meses. Algunos dirán que no es demasiado,
pero a mí me pareció una eternidad cuando las discusiones se convirtieron
en algo constante.
Tomo asiento en uno de los sillones de mimbre mientras el ruido del
romper de las olas crea la mejor banda sonora.
—¿Te gusta esto? —Sé por dónde va—. ¿Quieres seguir viviendo aquí?
—Bufo—. Pues levanta el puto culo, date una ducha y ponte una de esas
camisetas que tanto les gusta a las féminas. La rueda de prensa está a punto
de comenzar.
Para mí jugar al fútbol americano no solo es un trabajo. Me hace
inmensamente feliz. Comencé a hacerlo en St. George, el barrio más
antiguo de Staten Island, donde vive mi familia. Mi padre también jugaba,
aunque no llegó a las grandes ligas. Él me enseñó todo lo que sé, que se
sumó a mis grandes habilidades y triunfé a una edad muy temprana.
—Robert, me importa una mierda esos jodidos chupasangres, me
importa una mierda los patrocinadores y me importas una mierda tú —
arrojo.
—Eres imposible. ¿Crees que eres el único que tiene problemas? ¿Te
crees especial? ¡Todos estamos jodidos, pero hacemos lo que debemos! —
Señala abajo—. ¡Y ahí hay gente que espera cosas de ti!
Cojo aire hasta casi reventar mis pulmones y lo expulso muy despacio.
Paciencia, máquina. No la líes en tu propia casa.
—Puedo hacer lo que quiera. Soy el puto The Unstoppable Giant.
—La fama y el poder van y vienen. ¿Eso no te lo enseñó tu padre? —
Me da donde más me duele. Por esto me levanto, voy hasta él a grandes
zancadas y con los hombros cuadrados y escupo en su cara:
—Como vuelvas a hablar de mi padre, te mato. ¿Lo has entendido?
Ni se inmuta. A Robert no le causo ni un poco de temor. Él sabe muy
bien que no sería capaz de hacerle daño, aunque la prensa esté obsesionada
con fotografiarme en peleas en bares y discotecas. Suelo ser una persona
muy pacífica, pero cuando me tocan lo que quiero, exploto. Y suelen
hacerlo a menudo. Resulta que todo lo que tenga que ver con El Gigante
Imbatible se convierte en oro, hasta las narices rotas.
—Y tú entiende que nos están esperando, así que mueve el culo y
vámonos.
A regañadientes, acabo aceptando, y media hora después estamos de
camino a la jodida rueda de prensa.
—Compórtate, ¿me oyes? —me regaña, como si fuera un niño, sin
apartar la vista de la carretera.
No contesto y me limito a mirar por la ventanilla hasta que Robert
estaciona en el aparcamiento privado del Hard Rock Stadium, al norte de la
ciudad, en Miami Gardens.
La sala de conferencias nos recibe hasta la bandera de periodistas
ansiosos, todos con sus grabadoras y cámaras preparadas para capturar cada
palabra que salga de mi boca. Me siento en el podio, respirando hondo,
mientras intento encontrar las palabras adecuadas para explicar mi mes de
ausencia del campo de juego.
Suspiro y finjo ser esa persona que todos esperan.
—Buenos días a todos. Antes que nada, quiero agradeceros que estéis
aquí hoy. Sé que ha habido muchas especulaciones y preguntas sobre mi
ausencia, y entiendo que es mi responsabilidad aclarar las cosas. —Robert
me mira y asiente, para darme confianza y que continúe.
—Giant, ¿puedes explicarnos por qué has estado fuera del campo de
juego durante tanto tiempo? —comienza un periodista conocido en el
mundo del deporte.
—Durante el último mes, he estado lidiando con una lesión en el
hombro que ha requerido una extensa rehabilitación. Los médicos y el
equipo de entrenamiento han estado trabajando en mi lesión para asegurarse
de que vuelva en plena forma lo antes posible. —No miento, pero lo que me
ha alejado de esto ha sido algo mucho más complicado y doloroso para mí.
—¿Cuál es el estado actual de tu lesión? ¿Cuándo podremos verte de
nuevo en el campo de juego? —pregunta otro, esta vez una chica rubia muy
guapa.
—Mi lesión ha progresado de manera positiva. He estado siguiendo un
riguroso programa de rehabilitación y me siento cada vez mejor. Mi
objetivo es regresar al campo tan pronto como sea posible y ayudar a mi
equipo a alcanzar el éxito. Los médicos y el entrenador son los que tendrán
la última palabra con respecto a la fecha de mi regreso.
Mi entrenador y mi médico también están presentes; uno sentado a mi
derecha y otro a mi izquierda.
—Hay rumores de que tu ausencia se debió a problemas personales.
¿Puedes confirmar o negar esto? —Uno de los chupasangres que me tocan
las pelotas cuando entro y salgo a tiendas y restaurantes, hurga en la llaga.
Robert vuelve a mirarme, quiere que me calme y que no le suelte una
fresca a ese impertinente. John, mi médico, también lo hace, tocando con su
pierna la mía. Saben que esto me afecta y que puedo mandarlo a la mierda.
Odio que me pregunten por mi vida privada.
—Ya he explicado el motivo de mi ausencia y, agradezco a mi familia,
amigos y compañeros de equipo su apoyo incondicional todo este tiempo.
—¿Está preparado emocionalmente para enfrentarse a los Chicago
Bears? Su círculo más cercano afirma que la muerte de su padre le ha
afectado demasiado.
¿Mi círculo más cercano? ¿De qué cojones está hablando? Pongo la
mano en el fuego por mi círculo más cercano. Este tío es gilipollas y se
merece que me levante y le parta la nariz, pero no voy a permitir que la
prensa vuelva a echárseme encima y se lucre por mi falta de capacidad a la
hora de controlar mi ira.
—No hay más preguntas —afirmo. Me levanto y me dispongo a
marcharme, pero el mismo tocapelotas insiste en sacarme de mis casillas.
—¿Serás capaz de seguir siendo el Gigante que todos conocemos sin tu
padre?
Se acabó. Doy dos zancadas hacia él, lo agarro de la pechera del polo
azul de niño bueno que lleva, lo levanto y lo lanzo hacia atrás con todas mis
fuerzas. Cae sobre otros periodistas y varias sillas, que se esparcen haciendo
un estruendo.
—¿Te parece que no lo sea? —le espeto, mientras lo señalo con el dedo.
Robert y Josh, mi entrenador, me agarran y tiran de mí hacia atrás. Me
sacan de allí entre voces, flases y empujones.
1
JESS
Salgo de la facultad de Periodismo, Comunicación y Relaciones Públicas de
la NYU con prisa, como siempre. Detengo un taxi al más puro estilo de
Sexo en Nueva York en medio de la calzada, con un café americano y el
móvil en las manos, que suena con insistencia. El sol cubre de una calidez
delicada la ciudad.
—Jess Olson. —Descuelgo mientras abro la puerta del vehículo
amarillo y me introduzco dentro—. Al trescientos veinticinco de Hudson
Street, en Hoboken, New Jersey —indico al conductor, que acelera en
cuanto pongo el culo en el asiento y cierro la puerta.
—¿Jess? —Escucho tras la línea.
—¿Chris?
—El mismo que viste y calza. ¿Dónde te has metido? Dime que vas
bien de tiempo —la voz de mi mejor amigo resuena entre el bullicio y el
tráfico que se cuela por la ventana abierta del taxista.
—La reunión ha durado demasiado. Voy de camino —informo, y doy el
último sorbo a mi café—. Disculpe. ¿Dónde puedo tirar esto? —pregunto al
chófer.
—Tiene una papelera negra a su izquierda —informa.
—Jess, ¿me estás escuchando? No puedes llegar tarde. Mi vida depende
de ti.
Compruebo la hora en la pantalla del teléfono, alejándolo de mi oreja.
—Quedan cuarenta minutos. Estaré allí en treinta. Eres un ser muy
dramático.
—¿Seguro?
—¿Cuándo he llegado yo tarde a una cita?
Lo imagino con los ojos vueltos y enumerando mentalmente una lista de
todas las veces que ha tenido que esperarme.
—Jess, casi perdemos el avión de las vacaciones de primavera a Nuevo
México porque creíste conveniente discutir con tu novio de turno aquella
mañana. ¿Cómo se llamaba? Jerry. Jess y Jerry. —Se mofa.
—Vete a la mierda. Ya sabes lo poco que me gusta subir a aviones.
—Recuerdo que te bebiste cinco chupitos antes de volar. Vomitaste
en el baño y te manchaste las zapatillas.
—No me importaría dejarte tirado y marcharme a mi piso, ¿sabes?
Además, esta noche trabajo.
—Como todas las noches y… Sé que jamás me dejarías tirado.
Me hace sonreír. Christopher Miller y yo nos conocimos el primer día
de la escuela secundaria. Él se trasladó a New Jersey con sus padres desde
Chicago y me ofreció un cigarrillo en el recreo. Le dije que fumar mata, que
si lo que quería era que yo muriera y que estaba loco por meterse tanta
mierda en el cuerpo. Fuma desde que tiene doce años y aún no lo ha dejado.
Me quedaré sin amigo antes de cumplir los treinta, pero aún quedan cuatro
años para eso. Suspiro ante este pensamiento. Espero que decida abandonar
ese mal hábito lo antes posible. Incluso le he regalado cursos en retiros
espirituales que ayudan con la ansiedad, pero jamás ha asistido a ninguno
de ellos.
—Voy a comenzar a planteármelo. ¿Por qué no te buscas un novio que
te acompañe a estas cosas? Eres atractivo, simpático, tienes un buen trabajo,
una polla grande y…
—¿Quieres dejar de hablar del tamaño de mi soldadito?
—¿Tu soldadito? Menudo hortera. ¿Prefieres que diga que te mide tres
centímetros?
—¿Yo hablo de la talla de sujetador que utilizas?
—Una copa C.
—Eres insufrible.
—Y tú un ser divino.
—No me hagas la pelota. Date prisa. Te espero en la esquina. No entres
sin mí.
—Te dejo. Me llama Brenda por la otra línea. —Cuelgo y contesto a mi
jefa—. Jess Olson —respondo así el teléfono, me da importancia y
relevancia en el mundo en el que me muevo.
—Jess, esta noche te necesito una hora antes. George Clooney ha
decidido celebrar su cumpleaños en LB a última hora. Su manager ha
demandado a King Cold por una mala publicidad.
—Brenda, voy de camino a New Jersey. No sé si estaré de vuelta a las
nueve.
—¿Se está muriendo algún familiar cercano?
—No. —Ya sé por dónde va a salir.
—A las nueve, Jess. Y trae a Chris. Da buena imagen y es buen
relaciones públicas. —Es ella la que cuelga.
Eso mismo hemos estudiado ambos. Periodismo, Comunicación y
Relaciones Públicas en la Universidad de Nueva York, de donde vengo de
proponer un acuerdo al rector de la misma, con el que forjé una amistad
durante un máster de seis meses que me ayudó a conseguir ascender como
la espuma en mi profesión.
—¿Puede ir más rápido? —animo al conductor.
—No, señorita. La velocidad está limitada.
Farfullo y mi teléfono vuelve a sonar.
Cuando miro la pantalla, inevitablemente pongo los ojos en blanco.
En mi vida existen dos innombrables. El innombrable número uno y
el innombrable número dos, este menos importante pero igual de gilipollas.
Chris y yo no nos devanamos mucho los sesos a la hora de apodarlos.
Y el número dos me llama de manera incesante cada día. Edward está loco
si cree que voy a hablar con él.
2
JESS
Amo Nueva York, su vida diurna y nocturna, y su mezcla de culturas me
fascina. Es como sumergirte en un universo paralelo en el que en cualquier
lugar se cuenta una historia digna de la gran pantalla. Cada rincón tiene una
sorpresa por descubrir, sin obviar las oportunidades infinitas que te ofrece
para triunfar en cualquier área profesional.
Pago al taxista y camino hasta el coche de Chris, que me espera
aparcado frente a la casa de sus padres. Le doy dos besos y un abrazo.
—Dime una cosa. ¿Quién te salva el culo cuando me es imposible
acompañarte? —digo poniendo los brazos en jarras y ladeando la cabeza.
—Pago a un gigoló.
—¿Me estás llamando puta?
—Cuando no vienes en mi ayuda lloro como un colegial —modifica su
respuesta.
Lo ignoro y caminamos a paso rápido hasta la finca.
—Tengo que estar a las nueve en LB —aviso.
—Jess, mi madre no dejará que nos vayamos antes.
—Pues que hable ella con Brenda y se lo explique. No es una
negociación. A las nueve tengo que estar en LB. Puedo cambiarme allí.
Tengo ropa para estas emergencias, pero sabes cómo va esto.
—Brenda ordena. Tú obedeces.
—Es mi jefa. Y es mi trabajo. No te metas con mi trabajo y yo no me
meteré con el tuyo ni con… ¿De qué color es esa camisa?
Chris toca el timbre.
—De uno que tu pequeño cerebro no distingue.
Nos recolocamos el cabello y nos aseguramos de que nada esté fuera de
lugar. La señora Miller es muy perfeccionista.
—¿No vamos a poder visitar a tus padres a la vuelta?
—Ya te he dicho que no puedo. —La puerta se abre y fingimos una
sonrisa enorme—. ¡Buenas tardes, señora Miller! —la saludo como si me
gustara estar allí.
—Hola, chicos. Llegáis dos minutos tarde. —Nos regaña, como cuando
éramos preadolescentes y nos entreteníamos demasiado en los recreativos
del barrio.
—Hola, mamá. ¿No te alegras de vernos? —Chris va hasta ella y le da
un beso. Yo hago lo mismo y llegamos al salón, donde su familia nos espera
para celebrar el aniversario de los Miller.
Resumen de la cena: su madre nos reprende porque tenemos más de
veinticinco años y en lo único que pensamos es en salir por la noche sin
tener en cuenta que es mi trabajo y casi el de su hijo, muy parecido al de un
relaciones públicas. También incide en el hecho de que nadie querrá casarse
con nosotros por nuestro mal gusto a la hora de vestir (en este momento
señalo la camisa de mi amigo y le hago un gesto con las cejas para que sepa
que yo llevaba razón) y que ni él encontrará un marido que lo cuide cuando
se ponga enfermo, porque sus genes dejan mucho que desear por parte de su
padre (los de ella son perfectos, pero se los llevó su hermana), y ni yo
tampoco lo conseguiré porque mi nariz es demasiado grande para la de una
mujer, apuntando que debería someterme a una rinoplastia. La señora Miller
es muy dada a dar opiniones que la gente no le ha pedido.
Dos horas más tarde, mi mejor amigo conduce entre el tráfico de un
viernes por la noche en Nueva York a hora punta tratando de que su mejor
amiga no llegue tarde al trabajo de sus sueños. Trabajo como relaciones
públicas en uno de los cinco pubs más caros, refinados y exquisitos de
Manhattan. No lo digo yo, sino el Times en la lista correspondiente que crea
cada año. Pronto la renovará y no quiero ser la culpable de caernos de ella.
—Entra en el aparcamiento y te quedas. A Brenda le caes bien —pido,
sacando la tarjeta de este, exclusivo para personal VIP, como yo.
—Solo me invitas para ganar puntos con tu jefa. Me siento muy
afortunado de tenerte como amiga.
Obvio lo que dice, porque ambos sabemos que lo quiero más que a
nadie en este mundo junto con mi familia, y corremos entre los pasillos
hasta mi pequeño camerino; una habitación de dos metros cuadrados con un
pequeño armario y un espejo.
Me desnudo ante él con rapidez mientras lo hago sostener el vestido que
he desperchado. Chris cierra los ojos, pero por el rabillo ve cómo se me ha
salido una teta.
—Olson, eres mi mejor amiga y no me pones dura en absoluto, pero no
sé por qué tengo que verte las tetas.
—Sube la cremallera, imbécil. —Le doy la espalda. Me abrocha y me
giro para que me dé el visto bueno— ¿Cómo estoy?
—Muy guapa. ¿Por qué nos hicimos tan amigos? Podía haberte pedido
una cita.
—Eres gay y solo teníamos doce años. Y me ofreciste un cigarro. Jamás
te hubiera besado. —Salgo del cubículo y él me sigue—. Estaré por la sala
tres. Vete a esa barra. Invita la casa. Me acercaré cuando pueda. —Voy
dándole instrucciones de camino a la discoteca.
—De acuerdo, princesa. Tu lacayo está a tu disposición… —Hace una
reverencia al pararnos ante la puerta cerrada de dos hojas.
—He aguantado durante dos horas que tu madre critique mi pelo, me
ponga en duda como buena mujer porque no consigo un marido, y tus
sobrinas, unos angelitos, han intentado matarme con arcos y flechas.
Cinthya casi me deja ciega. —Me clavo un dedo en la señal que ha dejado
en mi cara.
—Te quiero y no entiendo por qué Clooney celebra su cumpleaños hoy
si nació en mayo.
—Y yo qué sé, los famosos y sus cosas raras. Lo que me sorprende es
que te sepas la fecha de nacimiento de George Clooney.
—Soy gay, sé muchas cosas sobre los famosos.
—Eso es un cliché, Chris.
—Pero es la verdad. Suerte esta noche.
Uno de los chicos del Staff nos abre las puertas y nuestros sentidos se
ven inmediatamente abrumados por una mezcla de sonidos, luces y olores.
La música retumba en mi pecho, haciendo vibrar cada fibra de mi ser. El
ambiente está cargado de energía, de expectativas y desenfreno.
Mis ojos se encuentran con un mar de cuerpos en movimiento, una
multitud que se agita al ritmo frenético de la música como si fueran
muñecos de viento de gasolinera. Las luces de neón destellean en colores
movedizos, creando una atmósfera hipnótica o, espeluznante, si sufres de
epilepsia. Los rayos láser cortan el aire, trazando caminos de luz que se
entrelazan en el espacio como en una película futurista.
El calor humano es notable, una amalgama de risas, susurros y
conversaciones animadas. El olor a perfume, sudor y alcohol se fusiona en
el ambiente, creando una fragancia distintiva de una noche loca en un club
famoso y al que poca gente corriente tiene acceso. La adrenalina se abre
paso a través de mis venas, creándome una mezcla de emoción y
nerviosismo.
Mientras avanzo entre la multitud, mi cuerpo se mueve en modo
automático mientras suena Head, Shoulders, Knees & Toes de Ofenbach &
Quarterhead, mientras bailarines profesionales se contonean en los podios
habilitados para ello.
—¡No entiendo cómo aguantas esto cada noche! —grita Chris.
—¡Ni yo como eres tan aburrido! —le reprocho.
Christopher representa a artistas y relaciones públicas que aún no se han
hecho de un gran nombre en el mundillo, yo soy su única cliente a la que ha
podido colocar en un gran puesto aquí, sin embargo, le auguro un futuro
prometedor, solo tiene veintiséis años y no ha tenido un padrino que lo
introduzca en el ambiente. Él, al igual que yo, hemos conseguido el trabajo
de nuestros sueños con empeño e inteligencia.
Entramos en una sala privada, pero no menos impresionante, donde la
música baja su volumen lo suficiente como para que podamos hablar entre
nosotros sin dejarnos las cuerdas vocales.
—Quédate aquí. Después nos vemos. —Lo abrazo—. ¿Todo bien? —
Sonrío dando una vueltecita sobre mí misma. La presencia física es
sumamente importante por aquí.
—Perfecta. Como hace tres minutos.
Mi trabajo como relaciones públicas en LB implica varias
responsabilidades clave. Mi función principal es la de publicitar y
promocionar la discoteca y sus eventos para atraer a un público más amplio
y garantizar una buena afluencia durante toda la noche. Para ello utilizo
diferentes estrategias de marketing y comunicación con tal de generar
interés y crear expectación en torno a las fiestas y eventos organizados en la
discoteca.
Además de la promoción, también me encargo de gestionar las listas de
invitados y reservados, asegurándome de que los clientes VIP y los grupos
tengan un trato especial y una experiencia exclusiva. También soy
responsable de fomentar la fidelidad de los clientes del club.
En términos prácticos, utilizo diferentes canales de comunicación, como
redes sociales, mensajes de texto o software de listas específico, para
difundir la información sobre los eventos y atraer a más personas. También
interactúo directamente con los clientes, respondo a preguntas, proporciono
información sobre precios de entradas y reservados, y me aseguro de que
todos tengan una experiencia agradable y satisfactoria en uno de los cinco
lugares para fiestas más exclusivos de Manhattan.
Trabajo bajo mucha presión para cumplir con los requisitos que se me
exigen y recibo una suma cuantiosa de dinero por mis servicios, sueldo más
pluses, que me han permitido alquilar un loft en el mismo barrio, del que
estoy enamorada.
George Clooney y sus invitados parecen satisfechos con su estancia en
LB, y cerramos la fiesta con cinco botellas de Dom Pérignon Vintage,
consideradas cuvées de prestigio. Una de estas botellas puede llegar a costar
hasta novecientos dólares.
Cargo una de ellas sobre una bandeja, rodeada de bengalas y purpurina,
cuando un tío corpulento y atractivo me interrumpe el paso. Moreno, de
ojos grandes y oscuros, sonrisa perfecta y camiseta de marca, me detiene un
metro y medio de llegar a la mesa del actor.
—Disculpa, ¿sabes dónde están los baños? —suelta.
—Los tienes a tu derecha, hay un cartel luminoso con un muñequito —
digo con ironía y paso del tipo guapo, pero con ciertos problemas de visión.
Todo va bien… Huele a glamur, las luces parpadean y los invitados
cantan el cumpleaños feliz. Trato de moverme con gracia y elegancia con la
bandeja en la mano, cargada con la botella, las copas y las antorchas…
Hasta que los malditos zapatos nuevos me hacen resbalar, el suelo está
impecablemente pulido, y la botella, junto con las copas de cristal y las
bengalas, salen volando por los aires. Observo aquello mientras me
desplomo de culo al suelo a cámara lenta.
—¡Noooooooo!
Veo que, gracias a la fuerza de la gravedad, todo comienza a caer y, para
mi horror, se derrama directamente en el regazo del señor Clooney. El
líquido espumoso se esparce por todas partes y, para infortunio del actor (y
mío), las bengalas prenden fuego a su cabello.
George parece una maldita antorcha humana y alguien le agrede con
uno de los cojines decorativos golpeándolo con fuerza en la cabeza para
intentar apagarlo. Es su propia vela de cumpleaños.
Si hubiera visto la escena a través de una pantalla en YouTube y yo no
fuera la causante de tal estropicio, me hubiera partido de risa, lo reconozco.
Han conseguido apagar el incendio en la cabeza del señor de los
Nespressos y tampoco ha quedado tan mal. Si se peina llevando toda la
mata que le queda intacta a un lado, casi no se le notará nada.
Tengo que levantarme, pedirle disculpas y una cita con un buen
peluquero (a veces soy la maldad personificada). Pero… resbalo con el
champán y los invitados gritan y corren de un lado hacia otro, saltando
incluso por encima de mí. Deben verme como a una terrorista capilar.
La música de fondo parece entonar una melodía de desastre y una mujer
clava uno de sus tacones de aguja en mi mano izquierda.
—¡Ayyyyyy!
Por fin logro incorporarme y voy hasta el actor que se toca la cabeza,
seguramente más caliente que el magma en el núcleo de la Tierra.
—¿Le duele?
—¿Usted qué cree? ¿Alguna vez le han quemado el cabello?
—Oh, no, qué horror. —Frunzo el ceño, sintiendo el calor.
—Me arde, ¡joder! —me grita.
¿Dónde están sus amigos y su seguridad privada? ¿Dónde se encuentra
la seguridad del local? Llegan justo cuando se me ocurre coger un vaso de
refresco que hay sobre la mesa y lo vierto en su cogote chamuscado.
Me parece una buena idea para quitarle el ardor de esa quemadura de
segundo o tercer grado, pero él no me da las gracias cuando lo hago.
—¡Está usted loca! Me ha arruinado la imagen.
—Pero sigue siendo igual de guapo —suelto, con cara de satisfacción
por haber resuelto el mal trago con el cumplido.
—Y usted seguirá siendo igual de estúpida. ¿Casi me quema a lo bonzo
y es lo único que se le ocurre decir? —me espeta, el refresco chorreando de
su cabeza.
—Perdone, señor Clooney, ha sido sin querer. Y, sí, he pensado en
buscarle un buen peluquero, tengo contactos. —Esa es mi respuesta, mi
defensa y la verdad.
—Váyase a la mierda. —George, que más bien podría ser Kojak en este
momento, se marcha sin despedirse. Lo entiendo, quiere perderme de vista
de la misma manera que ha perdido parte de su preciado pelo de zorro
plateado.
Me quedo en la sala, mirando en derredor todo el desaguisado, cuando
Brenda entra hecha un basilisco.
—Estoy muerta —susurro.
Lo que ocurre a continuación no me sorprende en absoluto, aunque trato
de evitarlo por todos los medios.
—Estás despedida. —Jess, date con un canto en los dientes. Estás
despedida, no muerta—. Y no creas que volverás a trabajar en el mundillo.
Mañana saldrá en todos los periódicos y tú serás la que chamuscó el pelo de
uno de los hombres más atractivos del planeta.
—Sin querer —apunto, como si fuera a servir de algo, pero a veces doy
razones sabiendo que no las tengo—. No era mi intención dejarlo como una
bola terráquea. Deberías de pulir menos el suelo, es peligro…
No me río porque mi futuro ahora mismo pende de un hilo, pero solo se
me ocurre a mí culpar el pulido del suelo.
Brenda levanta la mano, ordenándome que cierre mi piquito de oro, y
continúa su perorata:
—Va a demandar al local y a pedir una indemnización y un injerto
capilar que saldrá de mi bolsillo. ¿Has visto que mata de pelo tiene, o,
mejor dicho, tenía ese hombre? Esa parte quemada son por lo menos un
billón de pelos.
¿Y de dólares?, me dan ganas de preguntar. A veces sufro de
incontinencia verbal.
No sé si son los nervios, la angustia mental o que lo que ha dicho
Brenda me hace gracia de verdad, que intento disimular la risa en sus
narices. No puedo aguantarme más.
—¿Te hace gracia? —Sus ojos parecen los de un chihuahua enrabietado.
—No, es que estoy muy nerviosa, y eso del billón de pelos…
—Pues te va a hacer poca gracia cuando te pase la factura. Cada vez que
te bebas un café de capsula, te va a entrar una risa que te cagas, bonita —
escupe fuera de sus casillas.
—Entonces, ¿sigo despedida o prefieres que trabaje a cuenta de lo que
te debo? —Debería morderme la lengua, lo sé, pero intento no quedarme en
la calle y con una reputación nefasta en el mundillo.
—Lárgate ya, no te soporto.
La entiendo, en estos momentos no me soporto ni yo misma.
3
JESS
Brenda no se equivocaba en su amenaza. Cuando me despierto por la
mañana, mi teléfono móvil está lleno de mensajes en todas y cada una de
las aplicaciones. Los buzones están hasta arriba. Facebook, Instagram, X,
Threads, LinkedIn, WhatsApp, Messenger, Gmail... Incluso grabaron el
momento y el vídeo se ha hecho viral. En YouTube se cuentan las
reproducciones por millones.
Mira, otra cosa que vislumbré que se hace realidad.
No se me distingue muy bien la cara gracias a las luces y los destellos
de las bengalas, pero en algunos segundos puedes detener la grabación y
capturar mi rostro de horror. Y esto, precisamente, ha hecho la gente para
convertirme en meme. No es para menos, mi cara tiene un nivel de espanto
que solo se puede comparar con tratar de mantener la dignidad mientras te
caes por las escaleras en una cita.
Soy la digna sucesora de la niña meme.
—No, no, no, no... —suplico ante la pantalla de mi móvil, viendo cómo
mis pies se tronchan como si fueran dos lonchas de bacon crudas, y todo
cae sobre Clooney.
Sentada sobre mi cama, con el pelo revuelto y el maquillaje corrido, sé
que he cavado mi propia tumba.
—Lo siento —comenta Chris, de pie bajo el arco de pared a pared de mi
dormitorio, rodeado de ventanas por donde entra la luz natural. Tiene las
manos en los bolsillos y el rostro cabizbajo. El pobre tuvo que sacarme de
allí como si yo fuera una gran estrella, ocultándome con su chaqueta, para
que no me reconocieran, aunque fue más parecido a la salida de una asesina
en serie del juzgado hacia el furgón al que subirá para ir directamente a la
cárcel de máxima seguridad.
—Estoy acabada —musito, con los ojos brillantes y clavados en los de
mi amigo.
—No te voy a mentir. —Llega hasta la cama y se sienta—. Esto es la
mayor cagada de los últimos años de las relaciones públicas de la ciudad de
Nueva York. Te traerá problemas, tendrás que desaparecer durante algún
tiempo, pero se les olvidará.
—¿Y cuándo se les olvidará?
—No sabría decirlo. Dentro de unos años. O, cuando Clooney recupere
el pelo, no sé. —Se encoje de hombros, va hasta la ventana, saca la cajetilla
de tabaco, saca uno y se lo enciende.
De manera instintiva pienso en el billón de pelos que le van a tener que
injertar en la calota, y en efecto, ya no me hace ninguna gracia.
—¿Unos años? —Un escalofrío recorre mi cuerpo.
—Siendo positivos. —El humo que sale de su boca envuelve su rostro.
Me levanto de golpe. Salto del colchón al suelo, horrorizada.
—¡Chris! ¡¿Años?! ¡El alquiler de este piso no esperará años, ni
siquiera unos meses! ¡¿Y qué voy a hacer?! ¡Mi trabajo es mi vida! ¡Me
encanta mi trabajo!
—Debemos sopesar los daños, hasta dónde ha llegado tu error...
—¡No he cometido ningún maldito error! —grito—. ¡Ese suelo parecía
una pista de patinaje sobre hielo y los zapatos nuevos me hicieron resbalar!
¡No fue queriendo! —Quiero morirme, o matar a la empresa de limpieza de
la discoteca. O hacer un llamamiento social para promover el uso de
moqueta en locales de moda, aunque sea antihigiénico e insalubre.
—Vale, vamos a tranquilizarnos.
—¿Tranquilizarnos...? ¡Y una mierda! ¡Estoy acabada! ¡Finiquitada!
¡Caput! ¡Mi vida se ha acabado!
Para más inri, mi teléfono comienza a sonar a su lado con la pantalla
iluminada.
—Es tu madre —avisa.
Me hundo en la más oscura de las tinieblas. Mi madre también se ha
enterado. Como para no hacerlo. Todos los seres vivientes del planeta
conocen lo ocurrido, da igual de qué país sea o qué idioma hable. El idioma
de los tontos lo entendemos todos y eso ha ocurrido. Una tontería que
hubiera acabado en una anécdota que se ha convertido en la noticia del siglo
porque la persona a la que le sale ardiendo el pelo es el jodido George
Clooney.
—Cógelo tú. Dile que estoy haciendo las maletas para mudarme a la
Antártida, a un glaciar. Le regalaré una piedra a un pingüino y será mi
pareja para siempre.
Pone los ojos en blanco, lo agarra, se lo lleva a la oreja y se levanta.
—¡Hola, señora Olson! ¿Cómo está? —Se va hasta el salón—. Está
bien. ¿Lo ha visto? Ya me lo imaginaba. —Silencio—. Deje de preocuparse
—Silencio—. No, no, no. No pasa nada. Está en la ducha. De acuerdo. Se lo
diré.
—¿Qué ha dicho? —le pregunto cuando por fin cuelga, mordiéndome el
labio inferior.
—Que Clooney estaba igual de guapo en el vídeo y que no entiende
tanto revuelo, porque hasta calvo o con un nido de golondrinas en la cabeza,
seguiría siendo igual de atractivo.
4
JAMES
—¿Otra vez? ¡Otra vez te has vuelto a meter en un lío! —me grita Robert,
entrando por las puertas de mi casa.
—No me grites, me duele la cabeza. —Mi excusa más manida.
—A mí me duele la cabeza de soportarte, Giant. Tú la has perdido
completamente. —Robert, se mesa el pelo, desesperado.
—Yo no tengo la culpa de que ese tipo me provocara. —Resoplo, y me
tiro en el sofá mientras él me echa una de sus broncas.
—Es un periodista tocapelotas, sabes cómo son y la mierda de fama que
tienes tú. Ese tío ahora va de víctima justificando que estaba trabajando y tú
no estás en tus cabales. ¡Quiere demandarte! La prensa amarilla lleva dos
meses hablando de eso… ¿En qué cojones estabas pensando?
—En que me estaba tocando las pelotas, por ejemplo —digo, como si
fuera una obviedad que Robert ha pasado por alto.
—El empujón que le diste y tu amenaza ya ha estado rodando por todas
las televisiones y redes sociales.
—Robert, ¿adónde quieres llegar con todo esto? —rezo, cansado de su
monserga.
—A que no te paso ni una más. La directiva del equipo ha sido tajante,
o cambias o te echarán la siguiente temporada. ¿Has visto el vídeo en el que
te han pintado como a Hulk? —me pregunta.
—¡Joder! Deberías defenderme a mí y no a ese reportero de mierda —
grito, cabreado.
—Créeme que quiero ayudarte, pero estás quemando tu carrera y
arrastrando la mía con tus salidas de tono y desmadres. Tienes a la prensa
acechándote porque suelo que pisas, suelo que ensucias.
—¿Y qué sugieres? ¿Que me quede encerrado aquí para siempre y solo
salga de casa para ir a los entrenamientos y los partidos?
—No, pero necesitas a alguien que vigile tus pasos y te organice la vida.
Yo no puedo estar constantemente sufriendo estos sobresaltos. Me va a dar
un puto infarto, Black.
—¿Vas a contratar otro niñero? —bufo, soltando una risotada.
—Un asistente personal, sí. Quiero que sea tu sombra, tu perrito faldero.
—¿Por qué crees que este será diferente?
—Vivirá aquí contigo.
¿He oído bien?
—¿Perdón? —Abro tanto los ojos que ha debido verme los nervios
oculares —¿Quieres que meta a un desconocido aquí en mi casa? —Mis
anteriores asistentes vivían en su propio apartamento.
—Una desconocida, pero sí.
—¿Otra mujer? No, creo que no. —Niego con la cabeza con ímpetu a
peligro que luxarme el cuello.
—No tienes opción. Ya he hablado con una agencia y van a buscar a la
candidata perfecta.
—Me da igual que vayan a encontrarme a una institutriz inglesa de
prestigio, no quiero a más mujeres pululando por mi casa después de lo de
Gabriela y… —Me pongo un punto en la boca porque, por fortuna, no se
enteró de mi casi lío con la última asistente—. ¿Por qué no puede ser un
tío?
—Giant, no es cuestión de género. Te llevas mal con las personas en
general. Y corremos el peligro de que lo lleves por el mal camino. Los
hombres son más fáciles de caer en tu modo de vida y, ella, será
precisamente la que hará que eso no pase contigo. Necesitas bajar el ritmo
de juergas y escándalos o estarás fuera en menos de un año. Además, no te
dejarán jugar hasta que termines el contrato. Así que, tú decides.
¿Cree que no seré capaz de cautivar a una mujer? Es de risa.
—A ti nunca he podido convencerte para que me acompañes a correrme
una juerga.
—Porque aprecio mi culo y mi reputación, un desconocido tendría
mucho menos que perder.
—¿No tienes cualquier otra opción? —le digo tras meditarlo un rato.
—Sí, claro, tienes dos opciones más —ironiza—. Seguir siendo la puta
estrella del equipo si me haces caso, o buscarte la vida como entrenador de
niños en algún colegio o centro social de St. George.
—Eso no me lo puedo permitir. Sería manchar el nombre de mi padre.
—Un dolor punzante cruza mi pecho y me atraviesa el ventrículo izquierdo.
Ahí es donde supongo habita mi padre ahora, era zurdo.
—Entonces tendrás que aceptar lo que te propongo. Y nada de
desquiciarla como a los tres últimos asistentes. Si esta se va por tus
impertinencias, dejaré que te arruines la vida solito y no volverás a verme el
pelo —me advierte con un dedo acusador.
—¿Qué margen de libertad tengo hasta que llegue mi nueva niñera? —
pregunto con cierto nerviosismo. Por lo visto, esta vez, la cosa es más seria.
—El tiempo que tarden en encontrar a la chica perfecta. Hasta entonces,
procura relajarte y no hacer más gilipolleces.
5
JESS
Perder el trabajo de mis sueños tuvo un impacto muy significativo en mi
vida diaria; perderlo de esa forma cambió mi mundo de todas las formas
posibles. Dejé de salir de casa porque me reconocían en todas partes y hasta
me paraban por la calle y en las tiendas para preguntarme por lo sucedido,
se hacían fotos conmigo y se burlaban llamándome La Calcinadora. El ser
humano puede llegar a tener muy pocos escrúpulos cuando las desgracias
son ajenas y públicas.
Mi apartamento se ha convertido en mi refugio durante dos meses y yo
lo he convertido en un estercolero. No hace falta que Chris me lo diga,
puedo verlo y olerlo, aunque mi olfato se haya acostumbrado a ello.
La suciedad y el polvo se acumulan en los muebles y las telarañas
cuelgan de las esquinas. Incluso me he hecho amiga de una araña más
grande que mi mano. La llamo Reinona y le cuento mis penas, porque ni el
teléfono atiendo. Tuve que cerrar mis redes sociales y apartarme del mundo
antes de que este me engullera.
La cocina, un caos, con platos sucios en la encimera, el fregadero y las
mesas, y un fuerte olor a comida rancia impregna el aire. La nevera rebosa
de alimentos caducados y el suelo está pegajoso, como si nunca lo hubieran
limpiado. En las esquinas, la ropa sucia se mezcla con papeles, bolsas y
envoltorios de comida rápida a domicilio. En el dormitorio, la cama está
deshecha, con sábanas arrugadas y manchas de chocolate caliente y zumo.
En definitiva, parezco la protagonista de un documental sobre el
Síndrome de Diógenes llevado al extremo, de esos que acumulan basura
hasta el techo.
Voy hasta el baño, el único espacio cerrado del loft, y trato de mirarme
en el espejo, pero está tan empañado y tiene tantas marcas de agua y pasta
de dientes seca que no me encuentro. Y menos mal. Porque el reflejo no me
gustaría. Mi cabello está desaliñado y grasiento, mi ropa sucia y desgastada.
No me he duchado desde hace una semana y no me cambio de pijama o
camiseta desde entonces.
El timbre suena cuando bajo la tapa del inodoro y tiro de la cadena. Me
asomo al salón y grito.
—¡No hay nadie! —Voy hasta la cocina y abro un armario—. Mierda —
mascullo—. Tendré que salir a hacer la compra o pediré que me la traigan a
casa.
Escucho unas llaves y la puerta de mi adorado piso se abre lentamente.
Cojo una sartén y la levanto.
—¿Quién es? —aviso a quien esté allí y se atreva a entrar en mi
vivienda—. ¡Es un derecho constitucional defender el hogar! ¡Podría
matarte si no te marchas! ¡Tengo un arma!
—Baja la sartén, Bonnie and Clyde. Solo quiero comprobar si estás
viva. —Chris entra y posa su mirada sobre el desastre en el que he
convertido mi piso y, luego, sobre mí—. Esto es el infierno—. Se lleva el
antebrazo a la cara y se cubre la nariz—. Huele como el callejón de la doce,
donde los restaurantes tiran las sobras.
—¿Qué haces aquí? —Suelto la sartén sobre unas bolsas vacías y busco
un vaso limpio para servirme agua, pero no lo encuentro.
—Asegurarme de que estás bien, pero ya veo que no. No me coges el
teléfono. Tu madre está preocupada.
—¿Te ha obligado a venir a verme?
—Ha sido de mutuo acuerdo, pero llevaba razón cuando me dijo que te
dejabas llevar por la desidia cuando te ocurría algo fuerte. —Da un paso
hacia delante y resbala con una piel de plátano. Se agarra a la encimera de
la isla y logra mantenerse en pie—. No me imaginaba que se refería a esto.
Dime una cosa... ¿Cuándo lo dejaste con Los Innombrables, también te
convertiste en una guarra? No lo recuerdo.
—No me hables de esos idiotas. —Me masajeo la sien—. Pensarlos me
da dolor de cabeza.
Chris va hasta las ventanas y las abre.
—El dolor de cabeza es culpa de este ambiente enrarecido. No sé cómo
no mueres de una infección.
Me tumbo en el sofá y cierro los ojos.
—En serio. Tienes que despertar de este horror. Encerrarte aquí no te
hace bien. Date una ducha. Vamos a dar una vuelta —me dice. Claro, él no
es La Calcinadora de pelos.
—No voy a ir a ningún lado. Vete a la mierda.
—Tú ya estás en ella. Esto es asqueroso.
Me incorporo y lo señalo.
—Tú no tienes ni idea de cómo me siento, así que cállate o lárgate. ¡Y
dame mi llave! ¡No sé ni por qué te la di!
—Para emergencias. Y esto es una emergencia.
—No necesito que nadie me salve. Necesito un trabajo y que otra
persona le desfigure la cara a algún famoso con un soplete para que se
olviden de mí. —Lloriqueo.
—Y por eso mismo estoy aquí.
—¿Alguien ha desfigurado a Keanu Reeves? —pregunto
conmocionada, pero esperanzada de que alguien sea el nuevo foco de
atención de la gente.
—Pero ¿tú te escuchas y hueles? —persiste en decirme que hiedo a
ciénaga—. Me refiero a lo del trabajo.
Christopher Miller, mi amigo y vecino de barrio, capta toda mi atención.
6
JESS
—¿Tienes un trabajo para mí? ¿Alguien quiere contratarme? ¿Lomana’s,
SunsetVip, Sara Jessica Parker? ¡Oh, Dios mío! —me animo cuando dice
que viene con la gran buena nueva. ¡Sí! ¡Por fin el mundillo entiende lo que
pasó y se apiada de mí! Todo vuelve a su lugar y Jess triunfa en el mundo
de los relaciones públicas de la ciudad más impresionante del planeta.
—Eh… Lomana’s solo me ha llamado para que le devuelvas el Prada
66, en SunsetVip tienes prohibida la entrada y no he hablado con Sara
Jessica Parker desde… Nunca. Por lo visto yo también estoy vetado en la
ciudad.
Me rasco la frente.
—¿Puedes decirme de qué coño me estás hablando entonces? —grito,
haciendo aspavientos con los brazos.
—No es en Nueva York.
—No me interesa.
—Ni siquiera has escuchado mi oferta y ya no te interesa. Empezamos
bien. —Da una palmada—. Verás cuando te relate de qué se trata.
—No va a hacer falta porque lo rechazo.
—Pero, Jess, ¿tú no buena fama se te ha subido a la cabeza? No
tenemos más opciones. A menos que quieras echar currículums en algún
crematorio de la ciudad.
—Muy gracioso, y sí que las tengo, emprenderé y abriré mi propia
agencia. —Cruzo los brazos.
—¿Quién va a darte un crédito? El banco va a pensar que vas a quemar
el dinero. —Hago una mueca de disgusto.
—El bullying está penado por la ley.
—Supongo que tienes algo ahorrado para sobrevivir en Manhattan. Este
piso cuesta una pasta. La cifra es desorbitada.
—Me iré.
—¿A New Jersey? —Alza las cejas—. ¿Vas a volver a poner copas
detrás de una barra? Seguro que en Segrasun vuelven a contratarte. ¿Cómo
era el uniforme? Ah, sí, se te veían las tetas por aquí… —Se señala el bajo
del pecho.
—Cállate. —Cambio el peso de pie, digna—. ¿De qué se trata? —Alzo
el mentón.
—Asistente personal.
—¿Dónde?
—Miami. Un paraíso terrenal.
—No me interesa.
—¿Por qué?
—No me gusta volar.
—No vas a declinar la oferta porque tengas que volar. Será otra la
razón, pero aun así la aceptarás porque no nos queda otra opción. ¿Te he
dicho ya que medio Manhattan sabe que yo fui quien te colocó en LB?
Suspiro. Me siento responsable de haber arrastrado a Chris conmigo a la
más espesa de las ciénagas.
—¿Hay que llegar a ese lugar en paracaídas? —Por mi quince
cumpleaños me regaló un paseo en avioneta y lanzarnos al vacío en
paracaídas con dos instructores. Le dije que fuera a suicidar a su novio, que
yo pensaba seguir muy viva.
Toma asiento en el filo de la mesa, respira, retira el envoltorio de un
bollito que se le pega en el pantalón, enciende un cigarrillo y suelta, como
si aquello no fuera una bomba:
—Trabajarás para un famoso.
—¿Qué famoso? ¿Aún hay alguno que no tema acercarse a mí?
—Eso parece. Me consta que a algunos les gusta vivir al límite.
—Ja, ja, ja. Creo que ya he tenido suficiente contacto con la gran élite.
Mira cómo he acabado. —Suspiro—. ¿Quién osa poner su vida o pelo en
peligro conmigo cerca?
—No quiero decírtelo, quiero que sea una sorpresa. Pero es guapo,
fuerte, muy fuerte, y rico…
—¿Me buscas trabajo o un marido? Cada día te pareces más a tu madre.
—Eso ha sido un golpe bajo. Yo tengo mucho mejor gusto con los
hombres. —Se refiere a su padre biológico, al que no ve desde hace veinte
años, cuando los abandonó y desapareció. Un mal tipo.
—Vale, pero no necesito saber todas esas cosas para valorar si aceptar o
no el trabajo, sin embargo, sí que me digas cual es el pero aquí, porque
seguro que lo hay. —Necesito que me diga cuál será el hándicap de todo
este asunto y quién es ese famoso que acepta que La Calcinadora trabaje
codo con codo con él.
—Es un poco insoportable y los asistentes se marchan de su vida sin
mirar atrás. Además, tendrás que vivir en su casa. Robert, su representante,
quiere que lo vigiles y le organices la vida las veinticuatro horas.
Me pongo a llorar, digo, a reír. Suelto una carcajada que retumba en
toda la mierda que he acumulado en mi apartamento durante dos meses,
hasta las ratas que he criado se quedan sordas.
—¿Te has vuelto loco? ¿Has perdido la cabeza? ¡Prefiero tirarme en
paracaídas sin paracaídas! ¡¡Ni muerta trabajo para un imbécil y encima
aguantarlo todo el día!! ¿No me has escuchado antes?
—Solo comprobaba el terreno. Muy pantanoso, por cierto. —Expulsa el
humo de la calada que ha dado, se empuja con una mano y viene hacia mí.
Me clava la mirada con condescendencia—. Jess, ¿quieres volver a
Hoboken?
—No… —reconozco, tras pensarlo un puñado de segundos.
—Pues vas a trabajar para el imbécil, como ya lo llamas.
—Ni de coña trabajo para ese tipo. Yo quiero vivir en mi casa, no en la
de nadie, y menos ser la niñera de un adulto de cien kilos.
—Creo que pesa algo más y, míralo así. Demuestras lo que vales
aguantando a ese tipo insufrible y te coronas como la mejor asistente del
universo.
—¿Y si no lo consigo? —Estoy empezando a pensar en esa posibilidad
y que mi mierda de reputación empeore.
—Le pones ortigas en la cama como venganza y te glorificas como la
asaltafamosos. Así cambiamos el rumbo de nuestras vidas sacando dinero
en los platós de televisión.
—Optaría por el cianuro. Soy más de la viuda negra y, no sé si quiero
volver a hacerme viral por atacar indiscriminadamente a la gente del papel
couché.
—Le cortas los huevos de madrugada. Tienes múltiples opciones,
aunque prefiero pedirte que estés a la altura. Así le devuelves lo que pasó
—cuando suelta eso último se sobresalta, poniéndome en alerta.
—¿Lo que pasó? —pregunto con el ceño fruncido, pero mirándolo
directamente a los ojos como una loca, exigiendo una respuesta
convincente.
—Sí, lo… lo que pasó contigo en LB. La gente se cebó injustamente en
la red —titubea, y se me instala una mosca detrás de la oreja.
—¿Y por qué yo? ¿Sabe ya ese hombre que se me ha ofrecido a mí para
el puesto? Si es famoso, quizá tema por su vida si me dan a mí el cargo de
dirigirla —pregunto, con la esperanza de que ese tipo no lo sepa y poder
zafarme de este trabajo secreto y absurdo.
—No, no lo sabe. Sus circunstancias personales no son las mejores y le
está influyendo en lo profesional. Han desistido tres asistentes en los
últimos meses. Cuando lo he escuchado, he pensado en ti. Tú eres la única
capaz de poner en su sitio a ese cretino. Le echaste un refresco en la cabeza
a Clooney después de dejarlo medio calvo. Está claro que te sobran ovarios.
—Y dale. No fui yo, fue culpa de los malditos zapatos que me puse ese
día. He pensado en demandar a la zapatería, o al fabricante de suelas y al de
la jodida pulidora.
—Bueno, para el caso tú eres la verduga y Clooney la víctima y, por
ende, yo el que colocó a La Calcinadora en LB.
—Hasta que no me digas quién es, no pienso darte una respuesta.
¿Cómo voy a dejarlo todo a ciegas? ¿Te has vuelto loco?
Chris suspira, lo medita unos segundos y habla:
—Se llama Rudolf —dice poco convencido.
—Y se apellida…
—¿Black? —Aprieta los dientes.
—¿Me estás preguntando a mí si ese hombre con nombre de reno de
Will Smith se apellida Black? —pregunto exasperada.
—Eso es racista —me regaña.
—Lo digo por la película de Men in black. Además, tú eres negro.
¿Cómo voy a ser racista? ¿Por quién me tomas? —digo ofendida.
—Por el estado de tu casa, por una desequilibrada.
—Déjate de rollos, intentas liarme para cambiar de tema. ¿Cómo se
llama ese tío? —exijo, un poco harta de que haya venido a desestabilizar un
poco más mi caótico mundo de risas nerviosas, lágrimas y escombros.
—Te lo juro, se llama Rudolf Black. Sé que no es un apellido que te
encante, por eso dudaba si decírtelo, y no, no es familia del innombrable
número uno.
—¿A qué se dedica? —sigo indagando, porque Chris parece nervioso,
preocupado por mí o por él, no lo sé.
—Comentarista deportivo.
—¿Qué? Venga ya. ¿Quieres que me vaya a Miami y trabaje para un
comentarista deportivo que seguramente conozca al innombrable número
uno? —Lo miro con las cejas tan levantadas que seguro están levitando por
encima de mi frente como dos tiras de cinta aislante. —¿Y por qué te
importa tanto ese tío?
—Porque su representante está desesperado y ha confiado en mi
agencia. Ya te he dicho que es muy famoso. Me ayudaría a aumentar mi
visibilidad a nivel nacional y a recuperar nuestra buena reputación. La de
ambos —me recalca—. Me lo debes. Brenda llamó a la agencia y me
amenazó con hundirme a mí también por haberte colocado allí —resopla y
continúa—. ¿Te acuerdas cuando le echaste purpurina en los ojos a Karina?
—Asiento—. Dijiste que te había levantado la falda delante de los chicos,
pero ¿por qué fue en realidad?
—¿Cómo sabes por qué fue? —pregunto, porque jamás se lo he
contado, aunque por su tono, deduzco que otra persona debió hacerlo.
Karina le dijo a nuestras amigas que Christopher había llorado viendo
una película en su primera cita con él y que era un mariquita. Todos se
rieron de él por culpa de esa bruja y yo no iba a permitirlo. Odio las
injusticias. Estaba entre ser la viuda negra o la justiciera.
—Porque yo también lo hubiera hecho por ti. Y sé que podrás aplacar a
ese hombre, lo necesita con urgencia, su carrera está en la cuerda floja. Eres
la indicada para ello, confía en mí como yo lo estoy haciendo en ti.
7
JESS
Miro al cielo y suspiro. Los rascacielos se alzan hacia el azul infinito como
personajes secundarios de una trama que está a punto de acabar, para mi
desgracia.
—No se preocupe, señorita. Llegará a tiempo —anuncia el taxista,
embutidos en el horrible tráfico de la ciudad.
—¿Y si le digo que preferiría perder el avión?
—¿Le da miedo volar?
—Un poco. —Me da pánico, pero lo hago porque no tengo más remedio
—. Pero no es esa la razón.
Recuerdo cuando mi amiga Emy se casó en Los Ángeles, con solo
veintidós años, y tuve que cruzar el país subida a una de esas naves a diez
mil metros de altura. El señor que compró el billete en el asiento de al lado
no lo olvidará nunca. Lloré casi todo el vuelo, rezando y suplicando en voz
alta que no explotara ninguno de los motores, que no nos estrelláramos en
medio de la nieve como en la película Viven porque evito comer carne y
más si es humana.
—¡Me moriría! ¿Cómo te voy a comer? Ni si quiera eres guapo —
desvariaba. Me había tomado un relajante y llevaba tres chupitos de tequila
entre pecho y espalda.
—¿Quiere decírmela? Mi mujer siempre empieza a contarme las cosas y
después me deja a medias. Encima se enfada cuando me pregunta porque
dice que no le hago caso —inquiere curioso el conductor. No le culpo, yo
también odio que me dejen a medias con las historias.
—He aceptado un trabajo que sé que me volará la cabeza con un tipo
demasiado exigente. —Opto por callarme que voy a vivir con un completo
desconocido, que seré como una niñera de señores grandes, que nadie lo
aguanta y que es famoso.
—¿Y por qué lo ha hecho?
—¿No me conoce? —Achino los ojos. Debe ser el único ser viviente del
país que no sabe quién soy.
—¿Debería hacerlo? Disculpe. ¿He visto alguna de sus películas?
—Solo he hecho un corto, pero no es muy famoso —miento, pues es el
corto más famoso de la historia del cine independiente. Sonrío, y agradezco
que el video no haya llegado a todos. Quizá hay salvación para mí.
¡Aleluya!
Detiene el coche frente a la entrada de la terminal principal y bajamos.
El hombre agradable me ayuda a bajar las dos maletas.
—Gracias. —Le doy diez dólares de propina. Nueve son por no
reconocerme.
—Que le vaya bien. Y espero que no le explote la cabeza. —De pronto,
se fija en mi rostro y los ojos le brillan—. ¡Es usted La Calcinadora! ¡La
que le quemó el pelo a George Clooney!
Me dan ganas de pedirle que me devuelva mis diez dólares, o al menos
nueve, sin embargo, opto por agarrar mi equipaje y cargarlo junto con mi
gran cagada, hasta el maldito avión que me llevará a Miami. Chris me pidió
que no buscara información sobre el tal Rudolf alegando que no tenía
ninguna otra opción de redención y que me fuera a ciegas. Y lo he cumplido
a rajatabla porque lo quiero, es mi mejor amigo y tiene razón en eso de que
no tengo más opciones. Pero ya estoy a punto de embarcar y me pican las
manos por saber más sobre ese tipo al que voy a cuidar.
8
JESS
—Está usted loca —me dice la mujer que ha tenido que aguantarme en esta
ocasión, al bajar del supositorio gigante de acero que ha pillado todas las
turbulencias de cada estado.
No la culpo. Me convierto en una energúmena mientras vuelo. Le he
agarrado tan fuerte de la mano mientras aterrizábamos que casi se la
extraigo del cuerpo como a un maniquí.
El aeropuerto de Miami es como un portal hacia un paraíso tropical. Un
lugar lleno de expectativa. Desde el momento en que pongo un pie en sus
instalaciones, me recorre una sensación de calidez y hospitalidad que refleja
la esencia de la región costera.
Amplias terminales, con techos altos y paredes decoradas con obras de
arte.
A medida que avanzo por los pasillos, me relajo. Las tiendas ofrecen
desde artesanías hasta productos frescos y exóticos.
—¿Eso es un cocodrilo disecado? —me pregunto a mí misma.
—A los animales hay que respetarlos. Es de plástico —dice un niño que
pasa por mi lado de la mano de la que supongo su madre.
Grandes ventanales ofrecen vistas panorámicas de la exuberante
vegetación y las playas de aguas cristalinas, recordándonos a todos que
estamos a punto de sumergirnos en un paraíso tropical. A la señora que me
ha aguantado durante el viaje también, que lo mira con una sonrisa, dejando
atrás el rostro hastiado por mi pesadez.
Familiares y amigos se encuentran y se reúnen con abrazos cálidos y
emocionados, mientras yo busco mi nombre en uno de los cartelitos.
Señorita Olson, leo en uno que mantiene alzado un señor con una
camisa floreada y de varios colores, predominando el verde y el amarillo.
—¿Robert? —pregunto, con la frente perlada en sudor, acalorada.
¿Cuánta humedad hay aquí?
—¿Señorita Olson? ¿Jess Olson? —Baja los brazos.
—La misma. —Fuerzo una sonrisa.
Él parece aliviado.
—Bienvenida a Miami. Soy Robert Hogwarts. Es un placer para mí
tenerla aquí. Confío en que Christopher se haya tomado todo este tiempo
para dar con la clave. Hemos estado esperando a la persona perfecta con
muchas ganas. ¿Me acompaña? Hace calor. —Se abanica con el cartel.
—Ni que lo diga. Y sí, Chris es el mejor encontrando personal
cualificado en el mundo de las relaciones públicas y la asistencia personal
de celebridades. —Me apetece echarle un capote a mi amigo.
Llama a un chico que se hace cargo de mis maletas y las lleva hasta una
furgoneta Mercedes azul nueva, a la que subimos.
Vaya, sí que tiene dinero el imbécil. Debe ser muy famoso.
—Espero que esté cómoda. Este coche es del señor Black. Tiene varios.
También motos.
—Prefiero los vehículos de cuatro ruedas, así que es perfecta.
—Llegaremos en media hora. No está muy lejos. Debo ser sincero con
usted… Necesito que sepa… —carraspea—. Su nuevo jefe es un buen
chico, pero no está en su mejor momento. Le pido que tenga paciencia con
él.
—Déjeme también ser sincera con usted. —La curiosidad me come por
dentro.—. ¿Por qué ha tenido tres asistentes personales en el último mes el
señor Rudolf?
—Hay que darle una oportunidad. Ya se lo he dicho. Lo está pasando
mal... ¿Lo ha llamado Rudolf? —Robert me mira extrañado.
—Oh, sí disculpe, mejor lo llamo señor Black.
Robert asiente aún algo confuso y continúa hablando.
—¿Le han dicho cuáles serán sus obligaciones?
No matarlo mientras duerme.
—Gestionar su agenda, programar entrevistas, eventos,
responsabilidades laborales. Tramitar su horario. Administrar
correspondencia y documentos. Coordinación y logística. Proporcionar
soporte personal. Manejar la comunicación en todos los aspectos, redes,
medios… Y, no menos importante, mantener la confidencialidad. La
privacidad de su representado es lo primero.
—Veo que lo ha estudiado a fondo, pero lo más importante es que evite
que se meta en líos. Supongo que su amigo ya le ha explicado que quiero
que sea su sombra.
—Sí… pero eso de compartir techo… —Suelto un pequeño suspiro que
se lo lleva la brisa que entra por las ventanas abiertas y se arremolina entre
nosotros.
Cambia de tercio, Jess.
—Lo entiendo, pero era uno de los requisitos del puesto. Mi
representado necesita mucho más que eso que ha mencionado antes. Los
anteriores asistentes no lo entendieron y por eso se marcharon.
—¿Y qué necesita… —ese gilipollas— … el señor Black?
Pronunciar ese apellido hace que me duelan las encías. Pero es absurdo,
en Estados Unidos debe haber cuatrocientas mil personas con ese apellido,
incluido Rudolf.
—Ojalá lo supiera. He intentado todo con él. Espero que usted lo
descubra a tiempo. Si no cambia de actitud, perderá la gran oportunidad de
su vida. Necesito que sea como la voz de su conciencia.
Me preocupo. Una cosa es gestionar su vida y otra muy diferente evitar
que le ocurra una desgracia, aunque una almorrana podría salirle si es tan
estúpido. Eso no mata a nadie, pero jode mucho.
—Estamos llegando. Es aquella casa.
—¡Mi madre! —murmuro, sin poder evitarlo.
—Impresionante. Lo sé.
Desde el coche en la carretera, diviso una mansión esplendorosa que se
alza entre la exuberante vegetación. Su imponente fachada, de estilo
arquitectónico único, destaca con elegancia y sofisticación contra el telón
de fondo del paisaje tropical.
La mansión se extiende a lo largo de una amplia propiedad, rodeada por
exóticos jardines y palmeras que se mecen suavemente con la brisa marina.
Sus muros de un blanco resplandeciente resaltan bajo el cálido sol de
Miami, brindando una imagen de tranquilidad y lujo.
El camino de entrada, flanqueado por magníficos jardines, conduce a
una imponente puerta principal, tallada con detalles intrincados y
trabajados, me invita a descubrir el interior de la mansión y los lujos que
alberga. Aunque mi yo interior sigue gritándome que coja otro avión y me
vaya a Hoboken con mis padres a pasar la depresión.
Mientras me acerco, puedo apreciar las numerosas terrazas y balcones
que rodean la mansión, ofreciendo vistas panorámicas de la manga de mar
que lleva hasta el océano abierto. Estas áreas al aire libre están
elegantemente decoradas, invitándome a disfrutar de la brisa marina y de la
riqueza natural que rodea la propiedad.
9
JESS
—Sear se ocupará de su equipaje. Sígame —me pide Robert, al bajar del
coche ante la descomunal vivienda.
Sin duda tiene tan mal gusto como sus padres para dar nombre a su hijo.
Aquí podría vivir una versión diurna de Drácula.
Robert empuja la puerta y cruzamos un vestíbulo impresionante,
adornado con detalles que no he visto ni en las más rocambolescas galerías
de arte de Nueva York. Con techos altos, lámparas de araña que cuelgan de
ellos y suelo de mármol pulido, suaves al tacto.
—Este es el salón principal. El señor Black no lo utiliza. Solo para
fiestas. —Veo varios vasos tirados tras la mesa. Como la que hizo anoche.
Intento buscar alguna foto que me indique el aspecto que tiene mi
misterioso jefe, pero no veo nada—. Pasa la mayor parte del día aquí. —Me
enseña otro salón. Más pequeño, acogedor, con muebles simples y de
colores neutros y un perro que se acerca a saludarnos en cuanto nos ve.
—Hola, bonito. —Lo acaricio.
—Es bonita. Tackle.
—Hola, Tackle. —Me agacho y me lame la cara.
—Le cae bien. Esa es la terraza. Al señor Black le gusta desayunar aquí.
Vamos arriba. Le enseñaré su habitación, está en el mismo pasillo que la de
su jefe.
—¿Tan cerca?
—Eh… Sí. —Se rasca la cabeza. Robert suda como si estuviéramos en
una sauna—. Tiene que… Tiene que estar accesible en todo momento.
—Supongo que tendré tiempo libre, ¿no?
Esto no ha sido buena idea. ¿Tengo que estar a los pies del gilipollas?
Jess, vuelve a Hoboken.
—Por supuesto, aclararemos esos puntos del contrato en cuanto se
adapte a su puesto.
Tackle nos sigue escaleras arriba. Un pasillo enorme con suelo de
mármol que desentona con el salón del que provenimos, pero conjunta con
el principal, con muebles demasiado modernos.
—Ese es el dormitorio de Black. —Señala una puerta cerrada al fondo
—. Este es el suyo. —Entramos y la terraza y las vistas llaman mi atención,
pasando por alto la gran cama king size.
Camino hasta el lugar desde el que se puede admirar el paraíso y asomo
la cabeza por completo agarrada a la barandilla de balaustrada blanca.
—Por favor, no ponga la música muy alta, sobre todo a partir de las
siete. Black se levanta a las cinco y media cada día. Tiene que dormir ocho
horas diarias. Usted también se ocupará de que las cumpla. —Mira su reloj
—. Ahora tengo que irme. Estamos de promociones en la ciudad. Llegará
esta tarde. Póngase cómoda. Conozca la casa. Y llámeme si tiene cualquier
duda—. Me da una tarjeta blanca con su nombre y su teléfono. Va hasta la
puerta y se detiene antes de salir—. Señorita Olson, espero que su estancia
aquí merezca la pena —parece apesadumbrado.
—Llámeme, Jess.
Sonríe y se marcha, dejándome sola en esta opulenta mansión. Tackle
ladra y me mira.
—¿Qué pasa, preciosa? ¿Tienes hambre? Estas bonitas vistas me han
abierto el apetito. Vayamos a la cocina. ¿Tú sabes dónde está la cocina? —
La perra de pelo largo y tamaño medio vuelve a ladrar y comienza a correr
moviendo el rabo, así que voy tras ella hasta la planta baja y cruzo el salón
hortera para llegar hasta una cocina americana muy bien equipada, con
muebles blancos y una isla, paredes acristaladas desde donde se puede
disfrutar de la vegetación que rodea la propiedad y una mesa rectangular
con sillas de plástico trasparentes. Tackle se ha apostado junto a su cuenco
de comida—. ¿Y cuál es tu comida? —Se acerca a un mueble y lo toca con
la nariz. Me agacho, lo abro y cojo una bolsa de pienso de primera calidad
—. Voy a empezar a sospechar que me entiendes a la perfección. —Le sirvo
el cuenco y la perra come feliz—. Vale…
Cojo aire. Me toca a mí, los nervios me abren el apetito.
10
JAMES
Estoy hasta las narices de que me hagan preguntas y me fotografíen, pero es
parte de mi trabajo y tengo que hacerlo, o eso dice Robert. Me pregunto
dónde se ha metido mi jodido representante, ¿por qué no me ha
acompañado a esta mierda y me saca de aquí lo antes posible? No lo
despido por el cariño que le tengo.
—Buenos días, señor Black, encantado de conocerle. —Nos damos un
apretón de manos y tomamos asiento.
Me encuentro en la sala de entrevistas, rodeado de cámaras, listo para
conversar con uno de los periodistas más reconocidos, quien me ha dado la
oportunidad de compartir mi experiencia después de regresar al campo de
juego tras tres meses muy duros. Mis actuaciones han sido exitosas durante
estas últimas semanas y he llevado a mi equipo a la cima.
Una maquilladora nos da los últimos retoques y el regidor hace la
cuenta atrás para entrar en directo.
Estamos en el aire y el presentador hace una breve introducción sobre
mí.
—James Black, bienvenido a Game Time. La gente está deseando saber
cómo está el mejor jugador de la liga.
—Es un honor poder compartir mi historia después de mi regreso. Estoy
emocionado de estar de nuevo en el campo y hacer lo que más amo.
—Es un placer tenerte aquí, Giant. Tu vuelta al campo ha sido
impactante y has sido clave en los éxitos de tu equipo. Cuéntanos cómo te
sientes al estar de vuelta en el juego.
—Me siento increíblemente agradecido de poder volver a hacer lo que
amo. Pasar un mes fuera del campo fue difícil, pero trabajé arduamente en
mi recuperación y ahora estoy listo para darlo todo. No hay mejor sensación
que estar en el campo y ayudar a mi equipo a alcanzar la victoria.
—Sin duda, tu dedicación y esfuerzo han sido notables. Sobre todo,
después de haberte visto empujando bruscamente a ese periodista y que este
te amenazara en los medios con demandarte por agresión. —El presentador
suelta una risotada, aunque intento sonreír, no me hace ni puta gracia que
saque ese tema a relucir.
—Las cosas entre él y yo están bien. Solo fue un desafortunado
incidente. Pero no he venido a hablar de eso —miento, pero intento
educadamente desviar el maldito tema.
—Es cierto, centrémonos en hablar un poco sobre tus actuaciones en los
primeros partidos después de tu regreso. Has liderado a tu equipo hacia la
victoria en cada uno de ellos. ¿Cómo te sientes al saber que estás marcando
la diferencia en el campo?
—Es un sentimiento indescriptible. Trabajo duro para ser el mejor
jugador que puedo ser, y tener un impacto positivo en mi equipo. Saber que
mis esfuerzos están dando resultados y ayudando a llevar a mi equipo a la
victoria es algo que me llena de orgullo. Pero, al final del día, es un trabajo
en equipo y no puedo hacerlo solo. Mis compañeros son fundamentales en
nuestro éxito.
—Es inspirador ver cómo tu liderazgo y habilidades están dejando
huella en el campo. Ahora, mirando hacia el futuro, ¿cuáles son tus metas y
expectativas para el resto de la temporada?
He resurgido como el ave Fénix, pero sé que camino por una cuerda
muy fina.
—Mi objetivo principal es llevar a mi equipo a la final de la NFL y
ganarla. Quiero dar lo mejor de mí en cada entrenamiento y en cada partido.
Quiero ser un líder en el campo y motivar a mis compañeros a alcanzar su
máximo potencial. Además, también quiero ser un ejemplo para los más
jóvenes y ayudar a construir un legado duradero en el deporte.
—Sin duda, eres un embajador impresionante en el fútbol americano.
Gracias por compartir tus pensamientos con nosotros hoy, y te deseamos lo
mejor en el resto de la temporada.
—Gracias a ti por la entrevista, Malcom. Agradezco el apoyo de todos
los fanáticos y prometo darlo todo en cada partido. Estoy emocionado por
lo que el futuro nos depara y espero seguir brindando emociones en el
campo —suelto de carrerilla lo que Robert y mi entrenador me han hecho
aprenderme. No es que no lo sienta, es que odio tener que hablar en público
o ante las cámaras.
Mi chófer me deja en la puerta de casa y aparca el coche en el garaje,
donde están mis tesoros. Un Bentley, un BMW, un GMC Yukon, un Porsche
y un Bugatti. Y tres motos: Una Harley Davidson, una Ducati y una R1.
Entro cansado y hastiado y voy hasta la cocina a buscar una botella de
agua. Justo al cerrar la puerta del frigorífico, escucho música de fondo.
—¿Qué cojones es eso? —Una canción de Taylor Swift suena en la
terraza. Todos mis respetos a la chica, pero no es mi estilo y me choca—.
¿Tackle? —Me extraña que no haya venido corriendo hacia mí y no me
haya chupado los pies y los brazos—. ¡Tackle!
Camino hasta allí y observo una lata de refresco de lima, un vaso con
hielo y una rodajita de limón, una bebida que me resulta muy familiar, y el
corazón se me acelera.
Escucho ladrar a mi perra junto a la piscina y miro en su dirección. Ella
salta en el filo, como esperando que alguien le responda, y no soy yo. Busco
con quién juega, sin embargo, no atisbo a nadie por el lugar. A lo mejor los
hijos del vecino de la esquina, que suelen colarse y bañarse en mi
propiedad, andan por aquí escondidos.
Algo llama mi atención sobre una hamaca. Un vestido verde de una
mujer.
—No me jodas… —musito. El color verde era el preferido de Gabriela,
aunque la bebida no corresponde con sus gustos. ¿No habrá tenido los
santos ovarios de entrar aquí después de todo? Leí en una revista que estaba
desfilando en París.
Doy unos pasos sobre la hierba con la botella de agua aún en la mano.
Por fin, Tackle se hace eco de mi presencia y corre en mi dirección
moviendo el rabo, síntoma de alegría.
—No estará por aquí Gabriela, ¿no? —pregunto a la perra en voz baja,
como si este fuera a contestarme. Lo haría si supiera hablar. Su inteligencia
da hasta miedo—. ¿La has visto? —Miro hacia todos lados por si estuviera
detrás de un arbusto lista para matarme, aunque yo tendría mucho que
objetar a esto y a sus razones para hacerlo—. Sabes que tienes permiso para
morderla si entra en casa, ¿no?
Escucho el ruido del movimiento del agua, como una zambullida, y voy
hasta allí. Algo se mueve en mi piscina. Piso el borde y agacho la cabeza.
Diría que una mujer de fina silueta, tetas grandes y pelo rubio hace una
ahogadilla.
De repente, sale a flote, se agarra al filo y se impulsa para subirse, pero
se encuentra con mi cuerpo, se asusta y cae hacia atrás dando un grito.
—¡Ahhh!
Trato de agarrarla por la cintura, pero me tira con ella y ambos nos
sumergimos en las profundidades.
11
JESS
El agua fría de la piscina me envuelve mientras caigo en ella con un
estruendo. Un cuerpo enorme me ha atropellado mientras trataba de salir y
trago agua dando brazadas y manotazos al torso que intenta asesinarme.
Voy a matarlo si no me ahogo antes por su culpa.
Consigo entre espasmos salir a flote, sacudo mi cabeza y empujo mi
cabello mojado hacia atrás. Observo a mi alrededor, intentando orientarme
en medio del desconcierto. Y entonces, lo veo. Ese rostro familiar que tanto
me ha atormentado en el pasado. El jodido James Black, alias: El
innombrable número uno.
Su sorpresa sobrepasa la mía, ese ceño fruncido lo reconozco a leguas.
Le parecerá atrevido que me estuviera bañando en su piscina. Pero Robert
me ha dicho que estoy en mi casa, o algo parecido. Si acepto este trabajo,
vivo aquí. Lógica aplastante, por lo visto.
—¡¿Jess?! ¿Qué cojones haces tú aquí?
—¿Eres idiota? ¡Casi me ahogas! —grito.
—¡No parabas de moverte! —gruñe.
—¡Porque no me soltabas!
—¡Solo trataba de sacarte! Pensaba que te habías colado en mi casa y
eras una delincuente.
—¿Tú casa?
—Sí, mi casa. ¿Dónde creías que estabas? ¿En un resort?
Voy hasta la escalera, a unos pasos, y salgo del agua. Él me sigue, pero
saltando por otro lado. Se quita la camiseta, la exprime y…
Oh, Dios, Mío. ¡Pero si está más bueno que antes! ¿Tantos músculos
tenemos en el cuerpo? ¿Eso es normal?
Me quedo momentáneamente sin palabras al ver el torso musculado de
James. Mis ojos, más idiotas que yo y que él juntos, se posan sobre sus
pectorales y en la forma en la que el agua gotea su piel, y no puedo evitar
rememorar lo que disfrutaba entre esas grandes manos.
Glup, glup, glup.
Lucho por mantener la compostura y desviar la mirada, sin embargo, no
puedo evitar sentir una extraña fascinación por su apariencia. Los recuerdos
de un pasado juntos (con mucho sexo) se agolpan en mi mente perversa.
—Deja de babear —dice, y yo ardo por dentro. Quiero patalear y gritar,
pero consigo controlarme.
—Supongo que el tiempo no ha cambiado ciertas cosas en ti. Sigues
siendo un puto arrogante que se cree el ombligo del mundo.
—Supongo que no. Algunas cosas son difíciles de cambiar, ¿verdad?
Sobre todo, las partes que más me gustan de mí.
Siento una mezcla de incomodidad y una extraña atracción. Pero el
cabreo las supera. No se referirá a…
Arrggggg. Por dentro soy un meme de esos que me hicieron, con las
orejas ardiendo y tirándome de los pelos.
—Sí, como tu fascinación por mis pechos. Mis ojos están más arriba. —
Suelta una risa sarcástica—. Parece que aún sigues haciendo alarde de tu
físico. No debería sorprenderme.
—¿No te gusta lo que ves? Pensé que siempre te había gustado esta
vista.
—No es tan sencillo, James. Hay mucho más en juego aquí que solo
apariencia física.
Aunque intento mantenerme firme, no puedo negarme que su presencia
me afecta.
—Eso parece. Como saber qué haces en mi casa. ¿Quién te ha invitado?
—Soy tu nueva asistente.
—No me jodas.
—No te jodería ni en tus mejores sueños. Eso jamás volverá a ocurrir
entre nosotros.
—Desde luego… —masca, y tira la toalla a un cesto a unos metros—. Y
dime, ¿tanto me echabas de menos como para aceptar trabajar para mí? ¿No
has podido olvidarme?
—Te olvidé el mismo día que desapareciste de mi vida —miento. James
aún me hace pupa en el corazón, aunque no quiera verlo.
Me giro y voy hasta la hamaca a coger la toalla para mantener una
distancia segura con él. Aunque estoy empapada y molesta por esta
inesperada reunión, no puedo dejar de notar lo mucho que ha cambiado
desde la última vez que nos vimos. Tiene el pelo más corto y está mucho
más moreno.
—Yo también pensé que jamás tendría que volver a verte —me suelta el
muy impertinente.
—Ya somos dos, pero parece que la vida tiene un sentido del humor
muy retorcido. Pero no te preocupes, no estoy aquí para arruinar tu poca
tranquilidad, sino para ponerte en tu sitio. Desde hace exactamente quince
minutos, me está resultando un reto interesante.
—A mí más bien uno insufrible. Te repito, ¿qué haces en mi casa? —
James agarra otra toalla, apilada en un estante, y se seca.
—Ya te lo he dicho. Soy tu nueva asistente, esa que han estado
buscando incesantemente y, por lo visto, a Chris le ha parecido que soy
perfecta para el puesto. Voy a vivir aquí.
—¿Esto ha sido idea de Chris? ¿Cómo está?
—¿Ahora vas a preocuparte por él? —Cuánto lo odio—. Preocúpate
mejor por cómo vamos a salir de esta.
—Muy fácil. A los asistentes como tú me los como con patatas. Y eso
de que vas a vivir aquí…, no es aceptable. —Rezuma simpatía (nótese la
ironía).
—Lo sé, me han informado de que eres un capullo y que estás muy
solito porque nadie te soporta, pobrecito —hablo con lengua viperina—. La
idea de compartir techo contigo no es muy alentadora para mí. Pero ten por
seguro que me voy a convertir en tu peor pesadilla, después de matar a
Chris, claro.
—Hazlo, mata a ese tío y con suerte te encarcelan y te pierdo de vista
—brama.
—¡Vaya! ¡Hace un momento te preocupas por él y un segundo después
prefieres que lo mate! ¡Sigues siendo igual de cambiante que siempre!
—¿Y tú sigues igual de…?
—¿De qué? —lo animo a que termine la frase, pero James se frota la
frente y trata de calmarse—. Tranquilo. Cuando consiga un trabajo mejor,
me marcharé, pero hasta que eso suceda, tendrás que aguantarme.
De repente el impacto se convierte en una bombilla gigante flotando en
mi cabeza, como en los dibujos animados, y la sed de venganza me invade
por completo como en esa película de Uma Thurman, aunque yo diste
mucho de tener superpoderes.
—Eso si dejo que te quedes. Robert no me ha informado de esto. Y no
me parece buena idea.
—Te informo de que he firmado un precontrato y que, si Robert no te ha
avisado de mi llegada, es algo que debes tratar con él.
—Uno que puedo romper en cualquier momento. ¿Cómo crees que eché
a los demás asistentes? —masca, y tira la toalla a un cesto a unos metros.
—Sospecho que se marcharon para no aguantarte, la verdad. Eres
insoportable. Pero no te conviene hacerlo, parece que tu equipo te tiene
echado el ojo y, si no tragas, tu carrera se irá a la mierda, o como ha dicho
Robert, tu sueño.
Le molesta lo que acaba de oír y no lo oculta, pero a mí también me
molestó que me dejara tirada y sin mirar atrás por el maldito fútbol.
—Tu avión de vuelta saldrá esta noche. Márchate de aquí si no quieres
que esa pesadilla que mencionas se vuelva en tu contra —indica, y
comienza a caminar hacia la casa.
—¿Vas a volver a dejarme tirada? ¿Eso es lo que piensas hacer? ¿Tanto
asco te doy? ¡Ya me arruinaste la vida una vez! —grito, cabreada,
preocupada o qué se yo. Esto es una de las sorpresas menos agradables que
he tenido en la vida (sin contar la hoguera en la que convertí el pelo de
Clooney). ¿Cómo va a olvidarse la gente si ni yo misma lo hago?
—Nadie te obligó a aceptar este trabajo y no deberías haberlo hecho. —
Se gira un segundo para contestarme y emprende su huida.
—Mierda… —mascullo, ante la atenta mirada de Tackle.
12
JAMES
Camino con paso firme hacia mi elegante habitación. Cierro la puerta detrás
de mí y suspiro profundamente, intentando despejar mi mente de la
intensidad del encuentro con Jess.
Me dirijo al baño y me quito la ropa mojada, dejándola caer al suelo sin
prestarle atención. Abro la ducha y el agua caliente resbala por mi cuerpo,
tratando de liberarme de las emociones que me abruman. Cada gota de agua
que se desliza por mi piel parece llevar consigo los recuerdos y los
sentimientos que he intentado enterrar durante tanto tiempo.
Joder con Jess, la mujer de la que estuve profundamente enamorado y
por la que aún siento algo, está claro, por lo menos mi polla lo ha sentido y
ha dado una sacudida. La discusión acalorada y la tensión me ha puesto
cachondo y me cuestiono si he hecho bien al pedirle que se vaya.
Sigue estando bastante buena, soy así, no puedo evitarlo.
Mientras el agua sigue cayendo, me froto el cabello y cierro los ojos,
intentando encontrar claridad en medio de la confusión.
Espero que se haya largado cuando baje a cenar. ¿Por qué me han
entrado ganas de follármela ahí fuera, en cuanto me he fijado en sus tetas?
Con determinación, apago la ducha y salgo del baño envuelto en una
toalla. Me enfrento al espejo y me miro a mí mismo, recordándome que
merezco ser feliz y encontrar la paz interior.
Que Robert siempre ha querido lo mejor para mí, que es el único que
me aguanta y que tengo que comportarme de una puta vez si no quiero
acabar, ¿cómo dijo? Ah, sí, entrenando a niños en St. George.
¿Por qué siempre terminamos enfrentados? ¿Eso jamás cambiará?
Maldita sea.
En mi interior, justo en el centro de mi pecho, se contrapone el amor
que nos prometimos bajo un cielo de estrellas, de esos de para siempre, y el
resentimiento del daño que nos hizo ese amor, ese daño que te susurra que
no cometas el mismo error. ¿Eso fuimos nosotros? ¿Un error?
Mientras el agua sigue cayendo, me froto el cabello y cierro los ojos.
No son sus tetas lo que más me gustaba de ella.
Cuando salgo de la ducha, lo primero que hago es coger mi móvil y
llamar a Robert.
—¿Ya has conocido a Jess? —me dice al otro lado sin siquiera
saludarme—. Es una chica muy simpática.
—Casi la ahogo en la piscina pensando que era un intruso. ¿Por qué
cojones no me has avisado que llegaría hoy?
—Para que entiendas lo mucho que sufrimos todos cuando haces algo
absurdo e inesperado.
—Pues te felicito, contratar a Jess Olson es una de las cosas más
inesperadas y absurdas que has hecho —le recrimino.
—¿No te ha caído bien? ¿O vas a poner alguna excusa de nuevo para
desestimarla como con los otros asistentes? ¿Ha comprado bananas en vez
de plátanos?
Pongo los ojos en blanco.
—No es ninguna excusa, esa mujer y yo nos conocemos desde hace
tiempo. Fuimos pareja y la cosa no terminó nada bien.
—Siento mucho que tengas tantos cadáveres sentimentales por todo el
país, pero ha firmado un contrato y, por su currículum excelente, parece
perfecta. Quizá el hecho de que os conozcáis sea un pro para nosotros. Esa
mujer sabrá tratarte y ponerte en tu sitio.
—Le he pedido que se largue.
—Y como lo haga, yo seré el siguiente. ¿Crees que te será fácil
encontrar otro representante, Giant? No nos engañemos, en el fondo sabes
que tienes los cojones atados y que aceptarás la situación. Quizá sea bueno
que liméis asperezas y por lo menos una mujer de este planeta deje de
odiarte.
Gruño.
—Le doy quince días de prueba, eso me lo tienes que conceder si soy yo
el que pago sus servicios. Y los tuyos.
Oigo a Robert respirar fuerte antes de hablar.
—Está bien, te concedo ese beneplácito por los años que hemos
trabajado juntos, pero procura que no te ponga una demanda por acoso
laboral. Te conozco.
—Descuida. No la volvería a tocar jamás. Tuve bastante. —Cuelgo
malhumorado.
Esta jugarreta del destino, tal vez, me la tenga merecida.
13
JESS
Mi teléfono suena sobre la tumbona. Lo cojo y yo también entro en la
mansión y lo atiendo sin mirar el identificador.
—Jess Olson.
—Menos mal, pensaba que ibas a gritarme en cuanto descolgaras. Por
cierto, soy Christopher Miller. —Mi amigo encima tiene la desfachatez de
burlarse de mí.
—Juro que voy a matarte en cuanto te tenga enfrente. ¿Cómo se te
ocurre mandarme a trabajar con el hombre que arruinó mi vida sentimental
en tu propio beneficio?
—Porque era esto, o acabar en un McDonald’s sirviendo hamburguesas.
Y no es en mi beneficio; es en el tuyo.
—Lo hubiera preferido. James me ha asustado, hemos caído a la
piscina, hemos discutido y me ha echado. Esta noche cojo otro vuelo. Dos
aviones en un día, la ilusión de toda persona con fobia a volar —explico del
tirón—. Gracias a ti —añado.
—Nada que no esperara, pero sigo pensando que puedes matar dos
pájaros de un tiro.
—Si a pájaros te refieres a dos aviones en un día… voy a recoger mis
cosas, tomarme dos vodkas y marcharme a casa para asesinarte. Quiero que
sepas que es mi prioridad ahora mismo, mejor amigo de las narices —
arrastro las últimas sílabas.
—No puedes. Mejor dicho, no debes.
—Claro que sí. —Subo las escaleras y voy hasta mi dormitorio a
recoger mi equipaje.
—¿Y qué vas a hacer aquí si me matas?
—No sé… Limpiar lunas en los semáforos de incógnito. Volveré a
enseñar las tetas.
—¿Desde cuándo Jess Olson se da por vencida tan pronto? —comenta
indignado—. Patéale el culo a ese gilipollas y véngate de él. La vida y yo te
estamos dando la oportunidad de resarcirte de ese capullo y, como vuelvas
con el rabo entre las piernas, juro que dejaremos de ser amigos. Sé lo hecha
polvo que te quedaste cuando se largó y te dejó tirada y sin respuestas. Así
que pídele que te dé una tregua y traza un plan. Llevas años pensando en la
venganza y la tienes delante de tus narices en bandeja de plata.
—No te voy a perdonar esto en la vida. Le he llamado Rudolf delante de
Robert… —siseo.
—Mientes, sabes que tengo razón. Y tu prima por hacerle la vida
imposible es de diez mil dólares al mes, dietas incluidas. ¿De verdad vas a
volver y perder la oportunidad de tarificar tu venganza?
—No te niego que es tentador, pero me la has jugado.
—Solo te he dado un empujón, pero si crees que no vas a poder, vuelve
a casa. Soy tu mejor amigo y sé, que harás lo correcto. Tu tropiezo casi me
cuesta la reputación de mi agencia. —Cuelga y se queda tan pancho antes
de que pueda decirle que ya no somos amigos.
Bufo y miro a Tackle, que ha decidido convertirse en mi sobra y no en
la de su dueño.
Y a matar dos pájaros de un tiro.
Diez mil dólares al mes por tarificar tu venganza.
Miro a la perra y le hablo, puede incluso que la convierta en mi aliada.
—Tú lo conoces mejor que yo… O al menos, te tiene más cariño. ¿Qué
puedo decirle para que cambie de idea? En Nueva York soy persona non
grata y James se portó fatal conmigo. Lo menos que puede hacer es darme
trabajo, ¿no?
Ladra de nuevo.
—Está bien. —Suspiro—. Puedo con tu odioso dueño y con diez como
él —me digo, porque en el fondo, Chris tiene razón. Es una oportunidad de
oro para poner a James en su sitio y que me pida perdón de una puta vez.
Me acerco a la puerta de su habitación y golpeo suavemente la madera
blanca, esperando una respuesta, que no llega, e insisto.
—James Black, te odio —musito, y giro el pomo, arriesgándome a que
se enfade más y no se lo piense—. James, soy yo, Jess. Necesito hablar
contigo —digo adoptando mi actitud más profesional, porque a eso he
venido, a relanzar mi carrera y a no morir por inanición.
Alzo el mentón y otra vez me encuentro con su descomunal cuerpo
desnudo, ahora envuelto en solo una toalla, y evito mirarlo directamente a
los músculos.
—¿Qué quieres, Jess? Ya hemos tenido suficiente drama por hoy.
—Lo sé, pero necesito trabajar para ti. No me importa lo que haya
sucedido entre nosotros. Necesito este trabajo como tu asistente personal.
—¿Por qué debería aceptarlo después de todo? ¿Y por qué querrías
trabajar tú con, cito palabras textuales: la persona que te arruinó la vida una
vez?
—Porque no tengo otra opción. Si la hubiera tenido, no estaría aquí
ahora mismo rogándote por este trabajo. Puedes estar seguro.
—Estás a punto de convencerme —satiriza.
Suspiro y cambio de táctica. Soy malísima para hacer la pelota y eso
que he estudiado relaciones públicas.
—Necesito esta oportunidad y estoy lista para dejar el pasado atrás y
hacer lo que sea necesario para ser una buena asistente.
Nunca reconoceré a Chris que le he rogado al gilipollas. Ni por todo el
oro del mundo. Bueno, y, sobre todo, porque nuestra amistad, dadas las
circunstancias, pende de un hilo.
James me mira con una mezcla de incredulidad y resignación. Sabe que
estoy dispuesta a hacer un esfuerzo y está atrapado entre los deseos de
Robert y la necesidad de encontrar a alguien confiable para el trabajo.
Seguramente ha hablado con Robert y este lo ha puesto en su sitio. Aún
lleva el móvil en la mano.
—Dame una oportunidad. Déjame demostrarte que soy la mejor
asistente personal que puedas tener. Sin rencores —falseo, el rencor es mi
segundo nombre.
—Ambos sabemos que ese no sería el problema. No dudo de tu
capacidad de trabajo, más bien de que no nos soportemos y no aceptes que
yo sí he pasado página contigo. —Me muerdo la lengua mentalmente, hasta
el punto de partírmela en dos. Resistencia, fuerza y valentía para no decirle
que él también es alguien insignificante para mí.
—No habrá problemas, te lo prometo. Aunque mi trabajo consista en
exigirte cumplir tus obligaciones, puedo darte ciertas treguas sin que Robert
se entere.
Lo piensa durante un puñado de segundos que dura una eternidad.
—Te daré una oportunidad. Pero recuerda, esto es estrictamente
profesional. No quiero ningún drama ni interferencias en mi vida personal.
—Se muerde el labio inferior y me dedica una mirada intensa. Sé que
intenta desestabilizarme y que acabe largándome por mi propia voluntad,
quedando como una cobardica.
¿Qué se cree? ¿Este tío de verdad piensa que todas las mujeres le deben
pleitesía porque está bueno hasta decir basta? Quiero matarlo, joder.
—Entendido. —Doy media vuelta y me dispongo a salir, pero me
detengo—. Una última cosa. Tú tampoco te metes en mi vida privada.
—¿Por qué iba a hacerlo? No me interesa en absoluto —bufa.
Doy un portazo y le hago el dedo del pajarito desde el otro lado.
—Que te jodan, Black —hablo imitando su ruda voz.
Que comience el show.
14
JAMES
Me siento invadido en mi propia casa, y para más inri, Tackle no ha venido
a saludarme en toda la tarde, parece que prefiere pasar el tiempo con Jess, a
la que no le conocía esa faceta de encantadora de perros.
Jodida perra desagradecida.
Necesito salir de aquí, beberme un par de cervezas con Gordon y volver
a casa anestesiado para quitarme de la mente su imagen en bikini.
Sin duda ha cultivado su cuerpo todos estos años, está diferente, más
madura, más dura, más sexi.
—¡Maldita Olson! —bramo, mientras me abotono la camisa negra y
pulverizo mi cuello con Sauvage de Dior.
Me miro en el espejo y me apruebo, siempre lo hago. Soy un poco
narcisista, pero mi aspecto es mi carta de presentación para publicistas e
intento cuidarlo al máximo. Amor propio lo llaman, yo prefiero pensar que
es lo que me da una gran suma de pasta gansa al mes.
Bajo a la sala de estar esparciendo un rastro de perfume, me encanta
dejar huella allá donde voy. Jess y mi perra están juntas en el sofá. Tackle
tiene la cabeza apoyada en su regazo mientras ella mira una tablet.
—Me voy —anuncio.
—¿Disculpa? ¿Adónde? —Ella me mira de arriba abajo, con una ceja
levantada a lo Vivien Leigh.
—A despejarme, ha sido un día duro.
—Siempre tan hospitalario y comprensivo —reza, devolviendo la vista
a la tablet.
—¿Te preocupa quedarte sola? Creía que era lo que preferías, o eso me
dijiste hace cuatro años.
—Hace cuatro años tenía otras prioridades al igual que tú. Pero ahora,
debo cuidar de ti, qué cosas. —Chasquea la lengua contra el paladar. Esa
lengua que recuerdo haberme dado tanto placer, sabía manejarse bien en ese
campo la cabrona.
—No esta noche. La nevera está llena, come lo que quieras y disfruta de
la habitación, tiene buenas vistas.
—Me sorprende que no tengas servicio en casa. Ah, no, que nadie te
soporta.
—Cuido mucho mi privacidad y libertad de hacer lo que me dé la gana
entre estas paredes. Sears viene en casos puntuales a regar el jardín o a
hacer algunas chapuzas.
—Eso ha quedado más que claro. Sal, haz lo que te plazca, pero mañana
a las cinco y media tienes que levantarte, así que… tú mismo. —Ladea la
cabeza en un gesto chulesco.
—Tienes razón, pero te has olvidado que tú también tendrás que hacerlo
y no suelo levantarme de muy buen humor.
—No me asustas, te conozco, Black. Perro ladrador, poco mordedor.
La miro a los ojos unos segundos, con la mirada que suelo utilizar para
aplacar a los periodistas que me hacen preguntas incómodas o con los tipos
que me retan en los bares. Pero Jess tiene unos ojos verde agua capaces de
hacer que me pierda en ellos y dejarme sin fuerza. Siempre fueron mi puto
talón de Aquiles.
—Quiero que mañana me prepares el desayuno, y espero que no me
quemes las tostadas.
Suelto mi gran baza. Unos días después de haber visto cómo yo me
había convertido en meme, alguien me envió un vídeo del actor George
Clooney con la cabeza encendida como una chimenea de exterior, y para mi
sorpresa, la causante de semejante despropósito, era ella.
—Eres un hijo de…
Levanto las manos en señal de stop para que pare.
—No te conviene insultarme. He hablado con Robert y me ha
concedido poder darte quince días de prueba. Si te portas mal conmigo, te
echaré de aquí y tendrás que volver a Nueva York.
—Todo esto te divierte, ¿verdad? —me pregunta, sé que ya la tengo un
poco alterada porque las mejillas se le han enrojecido y se ha mordido el
labio.
—Puede que sí, aunque no me gusta la idea de tener a una histérica en
casa.
—¡Misógino! —me espeta.
—No te equivoques. Me encantan las mujeres, la que no me gustas eres
tú.
Jess aprieta los puños, quiere decir algo, pero Tackle ladra en nuestra
dirección.
—No le gustan las discusiones, así que será mejor que me vaya ya.
Huevos revueltos, tostadas y un batido de proteínas servido a las seis en mi
terraza.
15
JESS
Odio a James Black, quiero que quede claro. También está cristalino que
está muy bueno, que no vamos a llevarnos bien de ninguna manera y que…
va a pagarme diez mil dólares al mes más estancia, comida y viajes. Esto
último mejor no pensarlo, porque si me gusta poco subir a un avión, mucho
menos acompañando a menudo gilipollas.
Conocí a James en una discoteca (oh, qué sorpresa. Léase con tono muy
dramático). Estaba rodeado de mujeres y alcohol del caro. Un amigo de
Chris nos coló en el reservado en el que celebraba una victoria con los NY
Giants. Uno de los del equipo me tiró la caña y James me defendió cuando
el chico no se daba por vencido a pesar de mis negativas. Le di las gracias y
me invitó a chupitos. Terminamos viendo las estrellas en el puente de
Brooklyn dentro de su coche descapotable. Quiso acostarse conmigo, por
supuesto, pero le obligué a acercarme a casa, donde vivía aún con mis
padres, y se quedó compuesto y sin polvo. No le di mi teléfono, sin
embargo, se las arregló para conseguirlo a través del amigo de un amigo
hasta llegar a Chris y me llamó unos días más tarde. Me alagaba que un
jugador de la NFL tan apuesto se interesara por mí, no porque no lo
mereciera, sino porque no teníamos nada que ver el uno con el otro y sus
últimas amantes eran modelos, una de ellas un ángel de Victoria Secret. Yo
soy mona, pero nada que ver con esas personas; me sacan un palmo y
medio de altura.
En fin, que Chris tiene la culpa de todo esto. Si él no le hubiera dado mi
teléfono a cualquiera, no nos hubiéramos conocido ni enamorado, porque
cupido nos clavó las flechas en la segunda cita, James siempre ha asegurado
que, en la primera, pero después de todo, dudo que me quisiera.
—No sabes lo complicado que ha sido dar contigo. ¿Sabes cuántas Jess
Olson hay en Nueva York? —me preguntó, frente a mí en uno de los mejores
restaurantes de la ciudad, al que me llevó para impresionarme.
—Tú tampoco lo sabes. Seguro que tus contactos han hecho el trabajo
sucio por ti —respondí.
—Me has pillado, pero no puedo dejar de pensar en ti desde aquella
noche.
Me lo creí… Y por eso ahora me encuentro en esta situación. Situación
actual:
—Me cago en la puta. Son las cinco de la mañana —farfullo, poniendo
un pie en el suelo y alejándome de la cama. A esta hora solía acostarme
cuando trabajaba en LB.
Me doy una ducha rápida y me pongo unos vaqueros negros, una
camiseta blanca y unos stilletos negros y bajo hasta la cocina. Había
pensado calzarme unas deportivas, pero el ruido de los tacones sobre el
mármol irá despertando a Míster Gilipollas. Lo apodé anoche. Le pregunté
a Tackle qué le parecía el sobrenombre y ladró y movió el rabo, así que con
su beneplácito lo bauticé justo antes de acostarme. No sé a qué hora llegó.
Me pareció escuchar pasos pasadas las dos de la madrugada. Debe estar
muy cansado, pero me importa una mierda.
Preparo el desayuno y espero hasta el último momento antes de subir a
despertarlo. Cuando estoy segura de que no va a llegar a tiempo a los
entrenamientos si no me convierto en su despertador, voy hasta su
habitación y llamo a la puerta con fuerza. No abre y empujo la madera sin
contemplación.
La luz de la luna baña la habitación y por el horizonte se atisba que el
sol comenzará a salir en pocos minutos. También ilumina su cuerpo
semidesnudo. En serio, no entiendo de dónde ha sacado tantos músculos.
Los contaría si no tuviéramos tanta prisa.
Si por mi fuera, lo despertaría con una pistola táser, pero como estoy en
pruebas durante quince días, voy a comportarme.
Como si después no tuvieras que hacerlo, Jess.
—James, James… —Sigue profundamente dormido—. James, James…
—Me acerco y le doy dos pataditas en las piernas—. James… —A tomar
viento. Fuera contemplaciones—. ¡¡James!! —vocifero.
Él da un respingo, sus piernas se enredan con mis piernas y caigo sobre
él y ese torso de piedra en la que podrían partirse hasta diamantes.
—¡Joder! ¡Qué susto! —ladra en mi boca y me observa—. ¿Qué haces?
—Despertarte, Blancanieves. Llegas tarde.
Sus manos palpan mi espalda.
—¿Y qué haces tirada sobre mí? ¿Has intentado abusar de mí? —
bromea, pero no me hace gracia.
—Tu humor mañanero deja mucho que desear.
—¿Y tú qué deseas? ¿Besarme? —Mira mi boca. Ambos sabemos que
eso no ocurrirá.
—Lávate los dientes, campeón. —Clavo las palmas de mis manos en su
pecho y me empujo hacia atrás para levantarme—. Y date con enjuague
bucal.
Por el rabillo del ojo veo cómo frunce el ceño y se echa aliento en la
mano para comprobar si lo que sugiero es cierto mientras me entretengo en
saludar a Tackle, a la que también ha asustado la caída.
—Vamos, bonita. Tu desayuno también está listo. —La perra me sigue
escaleras abajo, y le acerco el cuenco de comida a la mesa para que no se
sienta sola tan temprano.
Observo en la tablet los compromisos del día y envío un mensaje a
Robert para confirmar que nos veremos al terminar el entrenamiento. No
espero a que me conteste cuando aún no ha rallado ni el alba y James
aparece con el pelo húmedo, el chándal del equipo y descalzo.
—Buenos días —digo, y sigo con mi trabajo.
—Buenos días. —Acaricia la cabeza de Tackle y comienza a comer. Da
un sorbo a su batido y blasfema—. Joder, Jess, ¿le has puesto arándanos?
—No, ¿por qué? —Le he puesto uno. Suficiente para que le den
ardores, pero no para que le sienten mal. Recuerdo el día que me advirtió de
que sufría una pequeña alergia.
Saborea el líquido espeso y se bebe de un trago el zumo de naranja.
—Dime una cosa… ¿Quién te ha dicho que vamos a desayunar juntos?
Su desplante casi me tira hacia atrás.
—Yo ya he desayunado. Solo estoy aquí para concretar contigo ciertos
asuntos.
—¿No pueden esperar?
—No tenemos tiempo. Tal vez si te hubieras levantado solo quince
minutos antes. —Deslizo mi dedo por la pantalla—. Dentro de cuarenta
minutos comienzas los entrenamientos Físicos. Al finalizar tienes una
reunión con el entrenador y el fisio para valorar el proceso de tu brazo…
—Mi brazo está perfecto. —Me corta, pero lo ignoro y sigo.
—Comida, una hora de rehabilitación y consulta con el psiquiatra.
—Paso del loquero. Le dije a Robert que anulara todas las citas.
—No depende de Robert.
—Pues anúlalas tú. Para algo te pago diez mil de los grandes al mes.
—Y poco me parece… —musito, y me retiro el flequillo de la frente—.
Tampoco depende de mí. ¿Ni si quiera lees los contratos que firmas? La
NFL te obliga dadas tus circunstancias.
—Mis circunstancias —sisea—. La muerte de mi padre.
Asiento con cuidado. Supe por la prensa que su padre murió de un
infarto repentino hace tres meses. ¿Debería haberlo llamado? Lo vi fuera de
lugar y Chris secundó mi decisión. Estoy segura de cuánto le ha debido
afectar, su padre era un pilar fundamental para él. Me lo presentó un cuatro
de julio. Me llevó a su casa por primera vez y cenamos en el patio. Una
familia normal que celebraba el día de la Independencia con una barbacoa y
comida casera. Su hermana, Ava, se convirtió en una buena amiga, a la que
eché de menos cuando nuestra relación terminó y ella se posicionó al lado
de James. No se lo recrimino, aunque no entiendo muy bien por qué ni me
llamó para preguntarme si estaba bien. Sabía lo que quería a su hermano.
—Tenemos que irnos. —Voy hasta el sofá y cojo mi bolso. Miro hacia
atrás y advierto que sigue sentado—. James, ¿a qué estás esperando?
Arrastra la silla ante el gimoteo de Tackle y se acerca a mí, deteniéndose
a un paso.
—Vamos a dejar clara otra cosa. Para ti soy el señor Black. James solo
me llaman mis amigos.
Vete a la jodida mierda, Míster gilipollas, imbécil, idiota y creído. Ojalá
el arándano te haga cagarte encima.
—Claro que sí, señor Black, faltaría más —digo con la boquita pequeña
y apretando los dientes.
Que le peten el ojete, señor.
16
JAMES
Conduzco con la tocapelotas de Jess al lado recordándome que debo
descansar más e ir más despacio.
—Veo que su devoción por la velocidad no ha cambiado, señor Black.
—Me rechina que Jess me llame así, pero mi única misión ahora es
humillarla de alguna forma y ella lo sabe.
Como única respuesta, acelero.
—Por favor, señor. Quiero llegar viva a los veintiséis. —Cojo una curva
y las ruedas derrapan. Ella se agarra al pasamanos y bufa.
Me duele la cabeza y una bola de fuego sube por mi esternón hasta mi
garganta.
Saludo a mis compañeros y amigos en el vestuario. George tiene la
misma mala cara que yo y hace una mueca desde la distancia conforme me
acerco a él.
—Una noche dura —indica.
Me pongo la equipación y nos dirigimos al campo de entrenamiento,
donde el verde del césped me anima a darlo todo. El sonido de las pisadas
de mis compañeros de equipo me rodea y me llena de energía y
determinación.
Josh nos reúne en el centro del campo y nos motiva con palabras de
aliento, recordándonos la importancia de darlo todo en cada sesión.
—No solo es un entrenamiento. Son los primeros segundos del gran
partido.
Los entrenadores especializados nos guían a través de ejercicios de
calentamiento, estiramientos y ejercicios de movilidad para preparar
nuestros cuerpos para el intenso trabajo que nos espera.
Nos dividimos en grupos según nuestras posiciones y comenzamos con
los ejercicios específicos. Como receptor, me enfoco en la velocidad, la
agilidad y la precisión en mis rutas.
Luego pasamos a los ejercicios de equipo. Trabajamos en jugadas
ensayadas, perfeccionando cada detalle para asegurarnos de que estemos en
sintonía durante los partidos.
—¿Es tu nueva novia? —me pregunta Liam, el Ala Cerrada, a mi lado y
mirando las gradas, donde está Jess con la tablet en la mano—. Esta muy
buena.
—Es mi Asistente personal. Y ni te acerques a ella. —El que sí se
acerca es Robert, que toma asiento junto a Olson.
—¿Otra? ¿A esta también vas a tirártela?
—Cierra el puto pico si quieres seguir vivo —le amenazo. Él levanta las
manos en señal de rendición y se va dando pasos hacia atrás.
Después de los ejercicios en el campo, nos dirigimos al gimnasio para el
entrenamiento de fuerza y acondicionamiento. Levantamos pesas, hacemos
ejercicios de resistencia y trabajamos en nuestra explosividad. El sudor
empapa mi cuerpo, pero sé que cada repetición me acerca más a mi máximo
rendimiento.
—Ten cuidado, Giant, tu hombro puede verse afectado —me avisa Josh.
—Estoy bien —respondo, ante la atenta mirada de Jess, ahora de pie
junto a la puerta.
—Después te verá Benjamin —habla del fisioterapeuta.
Siento un poco el cansancio de anoche. Me hubiera quedado en casa con
Tackle, pero quise alejarme de Jess y de sus ojos verdes.
Si tengo resaca es por su maldita culpa.
Una vez que terminamos en el gimnasio, nos reunimos para una sesión
de vídeo, donde revisamos los partidos anteriores y analizamos a nuestro
próximo oponente, estudiando sus fortalezas y debilidades. La estrategia es
una parte esencial de mi preparación.
Jess me espera a la salida. Liam charla cordialmente con ella y algo arde
en mi interior de nuevo.
¿No habrá sido capaz?, pienso. Sé que Jess jamás olvidaría nada con
respecto a las necesidades de un cliente. Siempre fue muy buena en su
trabajo y debe tener a fuego en su memoria que mi estómago no tolera los
arándanos.
Una noche, estando juntos, la tuvimos que pasar en el hospital porque
me ardían las entrañas después de comer un pastelito de arándanos. Fue una
noche para no olvidar.
—Gracias, Liam. Has sido muy amable —le dice ella.
—Lo que necesites —le responde con una sonrisa que conozco y me
dan arcadas—. Adiós, Black. —El Ala Cerrada se despide de mí.
—¿Te lo has pasado bien? Porque yo tengo el estómago en rompan
filas. Espero que no hayas puesto arándanos en mi batido… —suelto
mientras nos subimos en el coche.
—Señor Black, tenemos que hablar.
17
JESS
Casi necesito una escalera para subir al coche de Míster Gilipollas; por
cierto, un SUB de alta gama negro, en concreto un GMC Yukon que solo se
vende en el medio oeste Americano.
—¿De qué quieres hablar?
—Prefiero que usted también se dirija a mí de otra manera, señor Black
—«Come mierda».
Escucho cómo respira y trata de tranquilizarse.
Disfruto siendo el diablo con él.
—¿Qué tema desea tratar conmigo, señorita Olson? —Habla con
exagerada dramatización y acelera por una carretera muy concurrida a esta
hora. Se ve obligado a frenar cada pocos metros. Sé que esto lo desquicia
tanto como yo y me encanta, hasta me siento orgullosa. Los tíos como él
necesitan a alguien que les rete para que se le bajen los humos.
Te lo tienes demasiado creído.
—Lo de anoche no puede volver a pasar —dictamino, con voz
amenazante.
—¿Salir con George Gordon?
—Salir en general si no tiene vacaciones y… —Saco la tablet y busco
las fotos que me ha pasado Robert. Aprovecho que estamos parados en un
semáforo para enseñárselas. Hay cosas que no necesitan ninguna
explicación previa y sí una prueba gráfica explícita—. Perder los papeles
como si fuera un universitario de primer año y dejar que varias mujeres le
pongan las tetas en la cara.
James está sentado en un sofá de color negro y una mujer rubia y
exuberante coloca sus pechos casi en la boca de este. Black lleva un vaso
con líquido ambarino en la mano y otra chica, esta morena, le acaricia el
cuello por detrás. Junto al desatado trío, una mesa repleta de botellas de
alcohol. George ríe detrás junto a otra mujer. Son cuatro fotos muy
parecidas y se las enseño todas ante su atenta pero inocua mirada.
—No me di cuenta —suelta.
—¿De qué? ¿De que bebía a altas horas de la madrugada cuando
entrenaba al día siguiente? ¿De que dos tías le sobaban en un local público?
¿O de que le hacían fotos?
—Me da igual que me vean con mujeres, pero no sabía que alguien hizo
fotos.
—Están hechas con flash, por Dios, no diga estupideces.
—Estaba centrado en otra cosa mucho más interesante —señala con
sarcasmo, intentando que me moleste el comentario.
Juro que te mataba. ¿Por qué no eché más arándanos en el desayuno?
—Eso es asqueroso, señor Black. Y he de decirle, por si se lo está
planteando, aunque no veo que le preocupe ahora mismo, que estas
imágenes serían justo lo que su carrera no necesita. No van a salir a la luz
porque Robert ha pagado un módico precio por ellas.
—¿Y quiere que se lo agradezca? Es su trabajo. Mirar por mí y mis
intereses.
—Sus intereses son cuidarse y mantenerse al cien por cien física y
emocionalmente para ganar títulos, señor; no dormir tres horas diarias y no
rendir ni en los entrenamientos.
—Josh no se ha quejado.
—Ha tenido suerte, pero yo le conozco y ha tenido que hacer un
sobreesfuerzo. Eso no es bueno y menos para su hombro.
—¿Se refiere al sobreesfuerzo que hacía para follarle en cualquier parte
a cualquier hora, señorita Olson? Le encantaba eso —recuerda para joderme
con la preguntita.
Vale, no voy a negar que un cosquilleo en mi sexo me estremece.
Aprieto las piernas recordando aquella vez que follamos en su descapotable,
sobre una colina oscura, bajo la luz de la luna, con las luces de Nueva York
como telón de fondo y la brisa de primavera acariciando mi piel junto a sus
manos, sentada a horcajadas sobre su cuerpo y su boca lamiendo mis
pezones. Cuando llegamos a su apartamento no logramos ni abrir la puerta;
volvimos a hacerlo en el pasillo, cerca de la salida de incendios. Un vecino
se asomó por el ruido que hacíamos y tuvimos que disimular que solo
tonteábamos mientras su polla seguía dentro de mí.
Joder, Jess, cambia de pensamiento o te corres sobre el asiento.
En mi defensa diré que hace mucho que no mojo porque mi último
novio, Ed, me dejó tan harta de los hombres que los repelo. Ni ganas de
acostarme con tíos he tenido las últimas semanas; imagina el recuerdo que
ha dejado.
—Eso —incido en la palabra— está fuera de lugar y podría demandarlo
por acoso—. Me percato de que estamos llegando a su mansión—. ¿Adónde
vamos? —Veo las islas artificiales al fondo.
—A casa. Estoy cansado y no he cogido los antiinflamatorios, necesito
uno. Me duele la cabeza de oírle.
—Ya, claro, pues tiene cita con el fisio y el psiquiatra y, no creo que el
dolor de cabeza sea por escucharme a mí precisamente.
—Ya le dije que no voy a ver un loquero, no lo necesito.
—Señor Black, detenga el coche y dé la vuelta. Tiene cita dentro de…
—Para ya, Jess —protesta—. Esto me parece una tontería. No te
comportes como si fueras mi madre, como si yo te importara o como si
fueras mi novia y me quisieras porque nada de eso es cierto.
—Soy tu asistente, Black. Y este es mi trabajo. Como el de Robert,
velar por ti, por tu presente y tu futuro.
El tratarnos con cortesía se nos ha olvidado en este momento.
—Eso está claro, porque no te preocupaste por mí en el pasado.
18
JESS
Respiro hondo y vuelvo al principio. A tratarnos con una cortesía que da
hasta risa. He tenido su polla en mi boca demasiadas veces. Él ha lamido mi
sexo hasta aprenderlo de memoria. Sabía dónde tocar y a qué velocidad
para que me corriera cuando él deseara.
Seguimos en su amplio coche, más alto que la mayoría de los vehículos
que adelantamos a gran velocidad. Esto es más peligroso que un avión y me
da menos miedo, pero preferiría que levantara el pie del pedal del
acelerador.
—El pasado es mejor dejarlo atrás, señor Black, los dos sabemos lo que
ocurrió y que tomamos la mejor decisión para ambos.
—A ti no se te ha olvidado que soy alérgico a los arándonos y has
puesto en mi batido de esta mañana —apunta.
—Pues no, no he puesto arándanos. Hubiera notado el sabor, ¿no cree?
Pero esas imágenes que le he enseñado pueden provocarle diarrea a
cualquiera —miento, pero es una mentira pequeñita, como esa frutita
diminuta que eché esta mañana en su desayuno.
—¡Mierda! —masculla, dando un pequeño golpe al volante, haciendo
accionar el claxon—. Estoy harto de que me sigan. Jodidos paparazis.
—¿A quién se le ocurre irse a un club de estriptis y dejarse fotografiar
con semejantes tetas en la frente? Pareces un helado de dos bolas.
—La culpa la tienes tú. —Suelta de mala gana la tablet que cogió hace
unos minutos y esta cae sobre sus piernas.
—¿Yo? Claro, te obligué a ir y a correrte una juerga para celebrar mi
llegada. —Olvido los formalismos de nuevo porque que me diga eso es el
colmo de los colmos.
Nuestra cortesía va y viene, como las ganas de besarlo, matarlo y
follármelo sin contemplaciones.
—Indirectamente lo has hecho, no deberías estar aquí. Sales muy cara
en todos los sentidos —continúa.
—Robert me ha pedido que te lo comunique yo porque no tiene ganas
de mirarte a la cara. Ha tenido que sobornar a los paparazis.
—Lo he entendido la primera vez que me lo has dicho. Veo que te has
tomado muy en serio tu papel de señorita Rottenmeier. Robert está casado,
pero haríais una maravillosa pareja de tocapelotas.
—Sí, lo has captado. Así que siento decirte que no vas a poder salir
hasta las próximas vacaciones a menos que lo hagas conmigo. Son órdenes
estrictas de tu representante y sus órdenes son pequeños placeres para mí.
—A ti no te van a dejar entrar en los clubs de alterne, las mujeres que
van de vigilantes y chivatas no son bienvenidas.
—Y a ti tampoco, porque me voy a encargar de atarte en corto, Black.
—Señor Black —puntualiza.
—Te falta mucho para ser un señor, reconócelo.
—Soy un hombre adulto que toma sus propias decisiones. ¿Piensas de
verdad que vas a recluirme en casa como a un jubilado? —Aparco frente a
mi casa y apago el motor del coche.
—No, eres un tipo al que su representante tiene que salvarle el culo a
base de dinero para que no siga destruyendo su carrera. Y te pido por favor
que no pongas en riesgo mi vida conduciendo como un energúmeno, me
gustaría seguir viva para cuando este acuerdo entre nosotros termine.
—¿Algo más? Veo que has cogido carrerilla en eso de denostarme a tu
antojo. —Me mira un microsegundo y devuelve la vista a la fachada de la
mansión.
Hay tantas cosas que me gustaría decirle, que la lista es interminable.
Pero me limito a coger mi tablet, que aún está en su regazo y revisar las
tareas del día. Sin querer le rozo un poco el paquete y se me encienden
levemente las mejillas.
Otra vez no, Jess. No puedes vivir así. Pasa de él y de su descomunal
atractivo. Es gilipollas, esto es lo importante.
—No pienso salir del coche. Vamos al psiquiatra y a rehabilitación.
Ambas cosas muy necesarias para tu completa recuperación.
Y un vaso de agua helada para echarme encima también es muy
necesario para mí. Maldito Dios griego insufrible.
Dios mío que calor más grande me ha entrado con ese fugaz contacto
entre mi mano y su entrepierna.
—Ya te he dicho antes que no pienso ir a un loquero. —Él tampoco baja
del coche.
—Claro, porque tus terapias son mucho mejores, ¿verdad? No hay nada
como dos melones botando sobre tu cabeza para alinear tus emociones. ¡La
próxima vez llévate el casco que usas en los partidos, los golpes en el
cerebro acaban pasando factura! —grito, y no puedo evitar volver a poner la
foto en la pantalla y plantársela en la cara.
—Quítame eso de la cara —masca.
—¿Por qué haces todo esto? ¿Tan mal te ha tratado la vida?
—Si no hubieras renunciado a nuestra relación, sabrías cómo me ha ido
la vida —me espeta, fuera de sí y sale del coche, dejándome con la palabra
en la boca, pero no pienso quedarme con las ganas de decirle lo que llevo
dentro, así que lo imito y lo sigo.
—¿Renunciado? ¡No, no renuncie a ti! ¡Te fuiste sin decir adiós,
podríamos haber encontrado un punto intermedio! ¡Podríamos haber
encontrado mil soluciones a lo nuestro, pero huiste como un cobarde como
lo estás haciendo ahora con evasivas! —vocifero corriendo tras sus pasos.
Él se detiene de golpe y casi me como su espalda. Una espalda de roca
que me hubiera partido la nariz. Gira su cuerpo y me clava la mirada.
—Solo te lo puse fácil —resopla.
—¿Crees que fue fácil para mí? —bufo, porque este tío no tiene ni idea
de lo hundida y jodida que me quedé cuando se marchó de mi vida sin dejar
rastro—. Entender por qué me bloqueaste, por qué aquella mañana cuando
fui a tu apartamento te habías largado sin una explicación, sin decir adiós,
fue lo más difícil que he tenido que superar en la vida.
—¿Y fuiste a un loquero? —comenta como si nada, haciendo caso
omiso a lo que acabo de decir en un arranque de sinceridad.
—Vete a la mierda, James. —Lo sobrepaso y subo los escalones que
llegan al porche.
—Según tú y Robert, ya estoy en ella, ¿no? —brama detrás de mí, con
los pies clavados en el suelo.
Entro en la casa, subo y voy hasta el patio trasero. Me detengo junto a la
piscina y cojo aire. Sí, necesito respirar y pensar con claridad. Recordar por
qué sigo aquí, por qué no me largo a mi casa y me quedo en esta mansión
hortera para ayudarlo. Y la respuesta se dibuja delante de mí, como un
fantasma del pasado que vuelve para recordarte cosas que has olvidado. Sé
que en el fondo Míster gilipollas me importa y deseo ayudarlo para que no
hunda su carrera. Cosa que ocurrirá si no cambia su forma de actuar y deja
de hacer estupideces.
19
JESS
Nuestras discusiones son en vano. Me refiero a que estamos obligados a
aguantarnos porque no solo trabajamos juntos, sino que compartimos el
mismo techo. El señor James Black, alias Dios Todopoderoso me llama
unos minutos más tarde para que volvamos al coche para ir a visitar al fisio.
No me dirige la palabra hasta llegar al centro de rehabilitación. Lo
agradezco porque no tengo ningunas ganas de hablar con él. Está todo
dicho, ¿no? No nos aguantamos, vemos nuestra nueva relación de manera
diferente y los recuerdos de la que tuvimos hace unos años difieren
bastante.
Miro el retrovisor y lo observo aparcar, tiene un gesto raro en la cara,
como cuando chupas una lima demasiado ácida o te metes un chupito de
absenta de golpe quemándote la tráquea.
—Te espero en el coche —rezo en voz baja, necesito un poco de espacio
después de haberse mostrado tan insensible conmigo (los minutos en la
piscina no me han bastado). Me hubiera encantado zambullirme en las
profundidades e imaginarme que estaba flotando en medio de la nada, de
una galaxia muy lejana tras haberle confesado lo mucho que me costó
superar que se largara de mi vida de aquella forma tan cobarde.
—¿No te preocupa que me escape, pille un Uber, y me largue a
correrme una jodida juerga? —pregunta antes de bajarse mientras abre la
puerta.
—Sé que el fútbol es lo que más te importa —ya lo demostraste una vez
—, así que no. Aunque quizá sea yo la que no esté aquí cuando vuelvas de
tu sesión de fisio. No he venido a reprocharte nada ni a hacerte la vida
imposible. He venido a trabajar, ni siquiera sabía que lo haría para ti, pero
no tengo otra alternativa. Ya sabes lo que pasó… —sueno desesperada, pero
lo estoy. Volver con el rabo entre las piernas y acabar de hundir mi
reputación y la de Chris, no es una alternativa plausible, aunque intentar
que esto funcione me cueste un esfuerzo titánico.
De pronto, James abre la puerta del vehículo, se agacha y lo escucho
vomitar.
El cabreo que se va a pillar va a ser apoteósico.
Madre mía la que va a liarme.
Me muerdo el labio inferior esperando su reacción. Me he pasado. Mi
mente parece una lanzadera fuera de control; en un momento le repaso el
cuello con una daga y al siguiente confieso lo mucho que me costó
olvidarlo y, ahora, me veré en la situación de rogarle que no me denuncie
por intentar asesinarlo con un simple arándano.
Imagino los titulares. Al Gigante Imbatible lo mata un arándano. Tengo
que morderme los carrillos para no reírme ante este pensamiento a pesar de
que sé la que me espera.
—Joder —dice, limpiándose la comisura de los labios con el puño
cerrado —. Me la has jugado, sí llevaba arándanos.
—Uno —digo con una mueca a modo de disculpa.
—¡¿Qué?! —brama fuera de sí.
—Que sí, que lo confieso. Pero solo le he puesto uno muy pequeñito. —
No sirvo para delinquir. Cantaría como un papagayo si robara un banco y la
policía me interrogara—. Si eres alérgico, ¿para qué tienes arándanos en tu
casa?
—Porque al nieto de la señora Morgan le gustan y a veces lo trae para
que se bañe en la piscina. ¡Mierda, Olson, podrías haberme matado!
¡Qué exagerado! Tal vez con unos cuantos más… Soy un diablo con
patas, lo reconozco.
—¿Quién es la señora Morgan?
—Mi cocinera.
—Me dijiste que no tenías servicio. —Me cruzo de brazos y lo miro
desafiante. Es la baza perfecta para justificar que todo ha sido por culpa de
una enajenación mental transitoria que, por supuesto, me ha provocado él.
—Lo dedujiste tú. Le debía unos días de vacaciones. Vuelve mañana.
También me ayuda con algunas tareas básicas de la casa como planchar,
limpiar los baños… Bueno, qué más dará eso. Me has destrozado la flora
intestinal a traición.
—Te lo tienes merecido por mentiroso —claudico, es la cuartada
perfecta y a lo único que puedo agarrarme como defensa.
Una defensa que deja mucho que desear.
—¿Quemas pelos e intentas envenenar a las personas para las que
trabajas? ¿Desde cuándo tienes esa vena de sicaria tan chunga? Creo que
deberíamos cambiar la cita con el psiquiatra para que vayas tú en vez de yo.
—Eso quisieras, pero yo estoy perfectamente. Llegas dos minutos tarde
—le informo para que me deje en paz el tiempo que dure su sesión con
Benjamin.
—Tú yo tenemos una conversación pendiente cuando vuelva —
amenaza, una vez ha rodeado el coche, asomando la cabeza por mi
ventanilla. Apuesto a que ha pisado el vómito y va a poner el suelo de la
clínica perdido.
¡Que se joda!
20
JESS
Me quedo sola en el coche, el silencio se cuela por las ventanas
entreabiertas mientras el motor se enfría. Es el momento perfecto para
llamar a Chris y desahogarme. El teléfono marca su número y espero
ansiosa a que responda.
—Júrame que sigues en Miami y no te has dado a la fuga.
—¡Hola, Chris! —digo con un suspiro de alivio al oír su voz al otro
lado de la línea—. Sigo aquí, solo necesitaba hablar contigo. Estas primeras
veinticuatro horas están siendo mucho más difíciles de lo que imaginaba.
—Entonces es que sigues considerándome un amigo y no me odias por
haberte mandado al infierno a traición.
Lo medito unos segundos. El subconsciente me la ha jugado y lo he
llamado por pura inercia.
—Eso de que seguimos siendo amigos está en vías de resolverse, y sí,
siento que me has mandado al mismísimo infierno.
—Espero que mi desdicha te sirva de consuelo. Por aquí las cosas
siguen igual de mal a raíz del incidente en LB. Se han ido de la agencia dos
clientes.
—¿Eran importantes? —Me solidarizo con él.
—Un contorsionista y una actriz de poca monta que conseguí colar en
un anuncio de salchichas.
—¿Aquella a la que le cabía de un bocado una Cumberland de
cincuenta centímetros?
—La misma. Es una pena, porque era ideal para alguna peli para
adultos. Los de Vivid Entertainment Group me llamaron un par de veces
preguntando por ella.
—¿Estás pensándote eso de representar actores para el cine X?
—Yo voy a acabar haciendo esa clase de películas si la cosa no mejora.
—El instrumento necesario ya lo tienes y de buena calidad —apunto.
Lo imagino poniendo los ojos en blanco.
—Nuestra carrera profesional depende de ti. Nuestro futuro está en tus
manos —suena exasperado.
—Entonces doy por hecho que no me has escuchado. Te digo que esto
va a ser muy difícil, Christopher Miller. Es imposible que el hombre que me
rompió el corazón en mil pedazos y yo, acabemos siquiera teniendo una
conversación cordial.
—Lo sé, lo sé, pero ¿puedes al menos intentarlo, Jess Olson? Por favor,
por el bien de la empresa y de nuestro trabajo. No te estoy pidiendo que lo
hagas por mí, sino por nuestra carrera profesional —insiste mi amigo con
un dejo de súplica en su voz (y un par de dedos de frente más que yo,
aunque se los cortaron el día que me envió aquí).
—Lo intentaré. Pero no prometo nada. No puedo garantizar que pueda
dejar a un lado todo lo que pasó entre nosotros —respondo sinceramente,
sintiendo un nudo en la garganta al recordar el dolor del pasado. En el
fondo siento que se lo debo.
—Te prometo que cuando todo esto pase y nos relancemos, te
conseguiré un trabajo nuevo espectacular.
—¿Sigues fiándote de mí? —digo con las lágrimas a punto de pugnar.
Me siento un jodido desastre.
Miro a través de la ventanilla del coche y observo las calles bulliciosas
de Miami. Las palmeras se mecen suavemente con la brisa marina. Debería
sentirme afortunada de estar aquí, de tener la oportunidad de experimentar
todo lo que este lugar tiene para ofrecer. Esta ciudad me brinda un refugio
temporal de todo el caos que generé en Nueva York.
—Siempre. Sé que no fue intencionado, un accidente lo puede tener
cualquiera.
—He envenenado a James —confieso a mi amigo sin filtro ninguno.
—Perdona, ¿qué has dicho? —lo oigo al otro lado intentando mostrar
una falsa calma.
—Le he puesto un arandanito en su batido y lo he hecho vomitar.
—Ah, muy bien… —Parece calmado hasta que—: ¡¿Tú estás loca,
Jess?! —grita como un descosido, haciendo que me tenga que alejar el
móvil de mi oreja para no quedarme sorda.
—Sí, un poco, pero solo porque él me vuelve loca. Además, fuiste tú el
que me dijo que utilizara la experiencia como venganza. —Lloro. Pero son
lágrimas de cocodrilo.
—Jess, necesitas calmarte. Esto no está bien, ¿entiendes? Solo te dije
eso para motivarte, no para que lo asesines ni juegues con su salud a tu
antojo —me reprende con tono serio.
—Lo sé, lo sé. Pero no puedo evitar sentirme una loca bipolar cada vez
que lo veo —confieso, sintiendo un nudo en la garganta.
—Entiendo que la situación es complicada, pero no puedes resolver tus
problemas de esta manera. Tienes que enfrentarlos de frente, sin recurrir a
acciones impulsivas e imprudentes —me aconseja con firmeza.
Sus palabras me golpean con fuerza. Chris tiene razón; envenenar a
James no resolverá nada, solo complicará las cosas aún más entre nosotros.
Y puedo terminar en la cárcel.
—Tienes razón. Lo siento mucho por haberte arrastrado a esto. Prometo
que intentaré hacer las cosas bien a partir de ahora —le aseguro
sinceramente, decidida a cambiar mi actitud.
—Espero que así sea, Jess. No quiero verte metida en más problemas de
los que ya tienes —responde Chris con preocupación en su voz.
Nos quedamos en silencio por un momento, ambos procesando la
conversación que acabamos de tener. Finalmente, rompo el silencio con un
suspiro resignado.
—Gracias por estar siempre ahí para mí.
—Siempre estaré aquí para ti, Jess. Estamos juntos en esto. Ahora, ¿por
qué no me cuentas más sobre cómo es su casa? Necesito distraerme un poco
de todo este drama —me propone mi mejor amigo, cambiando el tono de la
conversación hacia algo más ligero.
Sonrío ante su intento de levantar mi ánimo, siempre lo consigue.
—Es realmente impresionante… —empiezo a relatar cómo es la
mansión de James, dejando atrás por un momento los problemas que nos
oprimen a ambos—. Tiene un perro, Tackle. Bueno, es una perra y es
monísima. Ella sí me quiere. Nos hemos caído bien.
21
JAMES
La cena la hago solo y en silencio, ni Tackle me acompaña. La muy
chaquetera ha decidido comer en la cocina con Jess.
Mi asistente personal se ha tomado muy en serio eso de que no
comemos juntos en la misma estancia. Esto, o se avergüenza de haber
intentado asesinarme. Me lo tomo a la ligera porque es ella; si se tratara de
otra persona estaría de patitas en la calle por mucho menos. Al primer
asistente, un chico agradable pero poco vivido, lo eché por equivocarse en
la lista de la compra (que ni siquiera era su trabajo). En realidad, esto fue
una excusa, es que no aguantaba a alguien tan simple a mi lado.
La segunda fue una chica que estaba demasiado buena y con la que no
me acosté, aunque Liam crea que sí. Piensa esto porque él sí que lo hubiera
hecho, pero no soy tan tonto como para enfrentarme a una acusación por
acoso laboral, eso sí que me hubiera arruinado por completo. El tercero se
marchó sin avisar y no lo culpo, por eso ni le reclamé la indemnización por
incumplimiento de contrato. Hasta lloró una mañana que me levanté con
muy malas pulgas y descargué mi ira sobre él.
Escucho unos pasos ligeros a mi espalda y respiro.
—¿Ha terminado? Estoy cansada. Quiero irme a la cama —comenta
Jess, con un pijama de pantalón corto y camiseta de tirantas de color
salmón. Me fijo en sus piernas delgadas y sus pies descalzos con una
manicura perfecta. Recuerdo cuánto me gustaban sus dedos, masajearlos e
incluso hacerle cosquillas mientras veíamos películas tumbados en el sofá.
Se quedaba dormida y la llevaba hasta la cama, donde la despertaba
regando de besos su vientre.
—Sí. —Retrepo mi espalda por la silla—. Yo también me voy a la
cama.
—Qué sorpresa. Solo son las ocho y media —murmura, pero no tan
bajo como para no escucharla y ella lo ha hecho a conciencia.
Suena el timbre de la puerta en varias estancias.
—¿Quién será a estas horas? —pregunta, con el ceño fruncido.
—Ya voy yo. Recoge y puedes irte a la cama —me tutea.
Salgo de la sala de estar, cruzo la cocina, el salón para fiestas, un pasillo
y llego al vestíbulo.
—No has ido al psiquiatra. —Robert ni saluda. Está muy enfadado,
además de cansado de mí y de mis malas decisiones.
—No me ha dado la gana. —Giro mi cuerpo y voy hasta el salón
principal. Ese que odio más que el resto de la casa porque además hay un
cuadro impresionista que compré por una pasta gansa porque Gabriela me
convenció.
Joder, si no entiendo de arte.
—Estás fuera —informa.
—Fuera de qué. —No lo entiendo.
—Fuera del equipo, Giant, al menos durante un mes.
—Eso es una estupidez.
—Josh quería venir a comunicártelo personalmente, pero le he pedido
que no lo haga si le tiene cariño a su cara.
Bufo, pongo los brazos en jarras y llevo la cabeza hacia atrás.
Esa lámpara tampoco me gusta. Debería de contratar a la decoradora
que me tiré la semana pasada para que haga un cambio a esta jodida casa.
—Te has saltado una cláusula importante del contrato. Ya fuiste avisado
y has hecho caso omiso. Te crees imprescindible y nadie lo es.
—Mierda. Claro que lo soy. El equipo no es nada sin mí. No llegaremos
a la final si no juego los próximos partidos. —Me preocupa esto y conforme
más lo pienso, soy consciente de mi gran cagada. El equipo va a verse
afectado de verdad por mis meteduras de pata.
—Pues no los jugarás. Podrás verlos desde las gradas si lo deseas, pero
ni siquiera puedes sentarte en el sideline.
—Josh no puede hacer eso. Va a cargarse la liga. Hemos trabajado
mucho para llegar hasta aquí. Somos un equipo.
—Un equipo con personas independientes que luchan a una. Tú vas a tu
bola y tus malas decisiones van a tener serias consecuencias. A la prensa se
le va a decir que estás de baja por tu lesión en el brazo, que el dolor ha
remitido.
—¡Qué se joda la prensa! ¡Y que se joda Josh!
—Nos has jodido tú, Giant. A todos. Al equipo al completo. A mí
también. Me estás dando muy mala fama. Un diario ha sacado un titular que
dice que no soy capaz de mantenerte a raya. Estoy harto de esto. Esta es la
última oportunidad que te da Josh. Yo también. Utilizas este mes para
rehabilitarte en todos los sentidos o nos pierdes a todos —dictamina—.
Ahora debo marcharme a seguir apagando demasiados incendios que tú has
provocado. Por cierto, sigues entrenando. No llegues tarde.
Me deja solo en medio del salón y Tackle, que siente mi tristeza, viene
hasta mí y llama mi atención con su patita sobre mi rodilla.
—La he jodido, pequeña —musito.
—¿Todo bien? —pregunta Jess tras de mí. La miro y la informo. Tiene
que saberlo. Es mi asistente—. Estoy fuera del equipo. Me han penalizado
por saltarme las normas. Por lo visto ir al psiquiatra era cuestión de vida o
muerte.
—No quiero decir que se lo dije, pero… se lo dije.
—No me des tú también la brasa. Y deja de dirigirte a mí así, al menos
cuando estamos solos. Es surrealista.
—Tú me lo pediste.
—Porque estaba cabreado y quería sacarte de quicio.
—¿Y ya no quieres?
—Por supuesto, pero encontraré otra manera. —Acaricio a Tackle—.
¿Nos vamos a la cama? —La perra ladra.
—James. —Jess me llama cuando piso el primer escalón dispuesto a
subir a la primera planta—. Lo siento.
—No lo sientes. Crees que me lo tengo merecido, y quizá lleves razón,
pero el equipo es como mi familia y les he fallado.
22
JESS
Le doy una tregua a James y no le pongo arándanos a su desayuno, ni
cambio el azúcar por la sal, ni quemo sus tortitas, ni se me pasa por la
cabeza hacer que Tackle mee en su casco, sobre todo, porque conozco a la
señora Morgan y ella se encarga de las comidas y de limpiar la casa.
Sobra decir que ya hemos hecho las presentaciones, en concreto hace
tres días, y no se sorprendió al verme aparecer aún en noche cerrada. Robert
debió ponerla al tanto. Julia Morgan, una mujer de cincuenta años que lleva
trabajando en esta mansión desde que Black se mudó. No entiendo cómo ha
conseguido aguantarlo tanto tiempo; por eso le hago una pregunta sibilina
mientras desayuno sobre la isla, junto a los fogones donde fríe huevos con
bacon y me relamo.
—Perdone por no haberle preguntado antes cómo le han sentado las
vacaciones —le digo.
—No han sido unas vacaciones como tal. Necesitaba unos días libres
para acompañar a mi marido en el hospital y el señor Black me los da
siempre que se los pido.
Vaya, qué información más interesante. ¿Black tiene corazón? Esto es
nuevo.
—Espero que su marido esté bien.
—Necesita tratamiento de vez en cuando. —No me inmiscuyo más,
aunque ya tenemos algo de confianza—. Y llámame Julia, por favor.
—Por supuesto, Julia, solo si me llamas Jess.
—¿Has tirado los arándanos a la basura? Eran frescos —cuestiona, con
el pie sobre el mecanismo del cubo para mantener la tapa abierta.
James ha tirado las bombas de veneno. Señal de que sigue sin confiar
en mí. Me lo tengo merecido.
—No he sido yo, seguramente haya sido James por eso de la
alimentación cruzada. Voy a despertarlo. —Miro el reloj de mi muñeca—.
Es demasiado tarde.
—Estoy despierto —anuncia a nuestro lado, ya duchado y vestido, pero
descalzo—. Buenos días, y sí, fui yo, pero no por eso que mencionas. —Me
mira desafiante.
La señora Morgan nos echa un vistazo a ambos y sonríe. Debe intuir
que no nos llevamos especialmente bien, aunque intentamos disimular
delante de ella.
Black toma asiento en una banqueta a mi lado y se sirve zumo de
naranja recién exprimido de una jarra. En serio, no puedo describirlo, es
guapo hasta decir basta. Los primeros rayos de sol, anaranjados, se filtran
por los ventanales de la cocina y bañan el espacio y su piel dorada. No
quiero reconocerlo, pero es un hombre imponente y magnético y su
presencia carga de una intensa energía masculina la habitación, o esto me
parece a mí, que estuve enamorada de él como una idiota y tal vez no sea
del todo imparcial.
Mucho más alto que yo a pesar de estar sentado, con fuertes brazos que
exhiben su musculatura, revelando un porte atlético que parece tallado por
un experto. Cabello castaño oscuro, hábilmente peinado de manera casual,
barba de tres días y mirada profunda.
—¿Babeas por el bacon de la señora Morgan o por mí? —dice de buena
mañana.
Vuelco los ojos y vuelvo a mi plato con huevos revueltos y salchichas.
—¿Debería irme a comer al patio? ¿Te molesto?
Julia trabaja mientras nosotros discutimos sin meterse, pero sin dejar de
observarnos de soslayo.
Él me ignora y se bebe el batido, no sin antes echarle un vistazo de
cerca, olerlo y probarlo.
—No lleva arándanos —aclaro.
—Esto sí que es una sorpresa. No has intentado matarme.
—Los has tirado a la basura. ¿Aún crees que volvería a hacerlo?
—¿Tengo que contestar a eso?
—¿Desde cuándo te callas algo? Esto sí que es nuevo.
—Señor Black, he horneado el pan que le gusta. Cien por cien masa
madre —Julia nos interrumpe, lo saca del horno, lo coloca en un plato y lo
pone delante de nosotros—. La mantequilla también es de su marca
preferida.
—Qué pena que no puedas comer bacon con tu dieta. —Finjo que me
apiado de él y hago un puchero. Pincho un trozo de un platito pequeño, lo
uno a una salchicha y me la meto en la boca para darle envidia—. Yo no
estoy a dieta estricta.
—Tanta grasa te matará de un infarto.
—Si no he muerto por tu falta de amabilidad, nada me matará. —Mi
teléfono suena a un lado de la isla. Es Robert. Me levanto y me alejo para
atenderlo—. Jess Olson.
—¿Cómo va todo? No puede faltar a la entrevista. Tiene que quedar
bien ante sus seguidores.
—Tranquilo, lo llevaré a rastras si es necesario.
—Confío en ti.
Cuelgo tras despedirnos y doy unos pasos en dirección a la cocina.
James y Julia hablan entre ellos de una manera muy familiar.
—¿Y por qué rompisteis? —pregunta ella.
¿He escuchado bien? ¿Charlan sobre mí?
Espera. No seas egocéntrica, Jess.
Me detengo tras una columna para escuchar, lo reconozco.
—Vidas diferentes, sueños imposibles de compartir. ¿Cómo te has dado
cuenta de que hubo algo entre nosotros?
—James —lo llama por su nombre de pila—, no hubo, hay algo entre
vosotros. —Incide en el tiempo verbal.
—Un odio indescriptible.
—No odias a esa chica. Los dos lo sabemos.
—Me saca de quicio. Ha intentado asesinarme con un arándano.
—No morirías ni comiéndote un kilo. Debe saberlo si estuvisteis juntos.
Dos o tres te dan una indigestión.
—¿Estás defendiéndola? Me hizo vomitar.
—Para nada, pero supongo por qué lo hizo. Si además de tus salidas de
tono, tuvisteis una historia que imagino tormentosa…
—No fue tormentosa. Nos queríamos. Fuimos felices… Casi todo el
tiempo.
Esto está pasando de castaño claro a muy oscuro, así que carraspeo y
anuncio mi llegada para acabar con la conversación.
23
JAMES
Odio entrenar cuando sé que no voy a jugar este fin de semana, pero debo
hacerlo para no tirar (del todo) mi carrera por el retrete. Jess me espera
sentada en las gradas, como cada día, con la tablet en la mano y trabajando
sobre ella, aunque a veces me observa en el campo y hasta cruzamos las
miradas.
—No sé por qué no me dejas pedirle una cita. —Liam hace flexiones a
mi lado.
—¿A quién?
—A Jess. Es muy atractiva y simpática.
Se me revuelve el estómago, pero hago de tripas corazón y paso por alto
que pensarlos juntos me estruja las tripas.
—Inténtalo. Apuesto a que dirá que no.
—¿Por qué piensas eso?
—Porque es demasiado inteligente para ti.
—¿Me retas?
—No tengo que darte permiso. Ni a ti ni a ella. Sois dos personas
adultas y solteras.
—Gracias, tío. Creo que puede ser la mujer de mi vida. —Cojo aire y
respiro— ¿Por qué has cambiado de idea? La semana pasada me dijiste que
no me acercara a ella.
—No he cambiado de idea.
—¿Entonces? ¿Me matarás si salimos y nos acostamos?
Tengo que agarrar el césped y hacerlo trizas en la palma de mi mano
para no asesinarlo.
—Trátala bien y no me veré obligado a tirarte a los cocodrilos.
Me levanto de un salto y me pongo a correr dándole vueltas al campo.
Suelto adrenalina, o rompo hasta los asientos de las bancas pensando a esos
dos revolcándose en una cama.
El Ala Cerrada no pierde el tiempo y lo veo hablar con Jess a la salida
de los entrenamientos, en los aparcamientos, junto a mi coche. Me arde el
estómago y con total seguridad no he tomado arándanos. Se despiden con
una sonrisa y le pido a Jess que no se demore.
—No puedo llegar tarde —incido, pasando por su lado y asqueado por
el baboso de Liam.
Ella sube al vehículo al mismo tiempo que yo y damos dos portazos
sincronizados. Arranco y acelero, deseo apartarme de allí.
—Vaya, me alegra comprobar que estás volviendo a ser una persona
responsable —notifica.
—¿Vas a salir con Liam? —pregunto sin medias tintas.
—¿Cómo sabes que me ha pedido una cita? —Se abrocha el cinturón
con celeridad.
—Ese idiota lo cuenta todo.
—No es idiota y… No te importa si salgo con él o no. Puedo hacer lo
que quiera en mis ratos libres. Y mañana por la noche libro.
—¿Vais a salir mañana? —pregunto, aunque la respuesta haga que se
me revuelva más el estómago y se me abran las carnes.
—Es viernes, somos jóvenes y hace tiempo que no lo paso bien.
—Genial —masco, y giro en una esquina sin frenar, haciendo que su
hombro se pegue al mío.
—Vas a volcar el coche —protesta.
—No tienes ni idea. Este coche está preparado para subir montañas muy
empinadas. —Miro de reojo sus tetas, esas si son dos jodidas montañas
empinadas que siguen dándome vértigo del bueno.
Y se las va a dar a probar a Liam, idiota.
Joder, van a meterme en la cárcel por matar al mejor Ala Cerrada de la
NFL.
—¿Como la que subo desde que vivo contigo? —Me saca una sonrisa.
—¿Y no te parece divertido? —Caigo en la cuenta—. Es verdad, odias
las montañas rusas.
—Son una máquina de matar personas.
—Claro, todos los días mueren miles de personas en montañas rusas —
ironizo—. Como en los aviones.
Ella coge la tablet y me recuerda cómo se llama el presentador que va a
entrevistarme.
—En plató habrá casi cien de tus seguidores. Sé amable y simpático con
ellos.
—Siempre lo soy.
—Siempre es una palabra que no conoces ni pones en práctica. Pero me
parece estupendo que hoy vayas a ser un encanto.
Me muerdo la lengua porque me gustaría decirle que ella fue la que me
juró amor eterno una noche y su comportamiento dista mucho de aquella
promesa.
Llegamos a los estudios de la NBC en Miami, ubicado en WTVJ. En los
alrededores ya me esperan cientos de seguidores con pancartas y se acercan
al coche cuando lo ven. Me detengo, bajo la ventanilla y los saludo con
educación y desparpajo. Me hago algunas fotos con ellos y firmo
autógrafos.
—¿Jugarás el próximo partido? Mi padre va a llevarme solo para verte
—dice un niño de unos diez años que se ha colado entre la multitud.
—No puedo, pequeño, pero prometo estar preparado para volver al
campo lo antes posible.
Jess me observa mientras aparco dentro, ya alejado del gentío.
—¿Qué ocurre? —Sé que quiere decirme algo.
—Le has prometido a un niño que harás lo que esté en tu mano para
jugar lo antes posible.
—Y lo estoy haciendo, Jess, no me jodas. Ayer visité al psiquiatra, hoy
vengo a esta entrevista, no he salido ni una noche, no he pegado a nadie y
sigo una dieta estricta.
24
JESS
Hoy es viernes y pienso pasarlo bien. El día ha sido muy largo y hemos
llegado a casa hace dos horas. Me doy un baño en la piscina con Tackle
antes de ducharme y arreglarme para salir con Liam. Vendrá a recogerme a
las siete, iremos a cenar y a bailar.
Hemos hablado por teléfono y le he propuesto que me enseñe los garitos
de moda de esta ciudad. Echo de menos ese ambiente. Antes me movía en
él, hasta que fui desterrada por chamuscarle el pelo a Clooney, al que, por
cierto, he visto en una entrevista de televisión y ha vuelto a ser el que era.
Brenda tomó una decisión precipitada al echarme. No ha sido para tanto. El
pelo crece o se ha puesto un implante.
Boommm, escucho un estruendo detrás de mí y el agua sale disparada
hacia todas partes. Tackle ladra y miro en esa dirección. James emerge de
las profundidades y mi yo más pervertido lo observa a cámara lenta. Los
músculos del cuello y los hombros bailan sensualmente ante mis ojos y, por
ellos, se resbala el agua que bien podría ser mi saliva.
—¡Bruto! ¡Podrías haberme aplastado! —le grito.
—Sigues siendo una exagerada. —Me salpica con las manos.
Cierro los ojos y lo imito, empezando una guerra de agua como si
fuéramos niños. James se acerca a mí, planta la palma en mi coronilla y
empuja hacia abajo hasta hundirme durante unos segundos, tras los que
salgo a flote.
—¡James! —Le doy un puñetazo en el pecho que ni lo nota—. ¡Eso es
juego sucio!
—¿Tú me hablas de juego sucio? Me ha sonado una canción de Yankee
Doodle mientras estaba en los vestuarios como tono de llamada. ¿Cómo se
te ocurre?
Encojo los hombros y sonrío.
—Es la favorita de los niños. Pensé que te gustaría. Por cierto, deberías
ponerle código de acceso a tu móvil.
—No sería necesario si no tuviera tan cerca una entrometida como tú.
Los chicos se han estado riendo de mí hasta que nos hemos marchado. Van
a recordármelo hasta el fin de los días. —No parece molestarle, sino más
bien todo lo contrario. Sus ojos brillan divertidos.
He invadido su intimidad, lo admito. Lo cogí prestado esta mañana
mientras él terminaba de desayunar y yo subí a terminar de vestirme. No
miré nada, lo juro, ni esa foto en la galería con su madre, ni una que se ha
hecho frente al espejo de sus pectorales, ni la de Tackle de pequeño. En
serio. Estas las vi por casualidad; le di a un botón sin querer y se creó un
pequeño vídeo. Hasta me tapé un ojo para no ver del todo.
No tengo excusa, lo sé.
—Liam alardeó de que hoy salía contigo —comenta.
—Y es cierto.
—¿A qué hora habéis quedado? Es tarde para salir a cenar.
—En media hora. —Salgo de la piscina y me seco con la toalla que dejé
en el borde.
—¿Adónde vais? —Él también lo hace, pero sin secarse. Se tumba
sobre una tumbona y se coloca las gafas de sol.
—No te lo voy a decir.
—¿Por qué?
—Eres capaz de sobornar al chef para que me envenene.
—Estaríamos en paz.
Toma el sol con los ojos cerrados, creo, y pasa de mí.
—Hasta mañana. Llámame solo si es una emergencia.
—¿Cómo cuál?
—Si te estás muriendo.
—¿Puedo llamarte si el pelo me sale ardiendo? Nadie lo apaga tan bien
como tú.
—Cretino —suelto y me marcho.
25
JAMES
Espero a que Jess entre en la casa para ir hasta el velador y coger mi
teléfono móvil. No tengo que insistir a George para que me acompañe a
Lombardo, un restaurante cinco tenedores al que Liam va a llevar a Olson.
Lo ha dicho él mismo en el vestuario, donde casi le parto la nariz cuando ha
informado también de que ha reservado una habitación de hotel a la que
llevará a mi asistente personal y exnovia. No debería importarme, pero si su
relación sale mal, Jess podría plantearse volver a Nueva York y ya he
aceptado que me hace bien tenerla cerca.
—Pero invitas tú —indica el agarrado.
—¿También le dices eso a las mujeres con las que sales? —Observo a la
señora Morgan limpiar el suelo de la cocina desde el ventanal lateral.
—Las mujeres modernas insisten en pagar a medias. ¿No sabes de
feminismo?
—Eres idiota, George. Eso no es machismo ni feminismo. Se llama ser
detallista.
—Ahora el imbatible James Black es un romántico. Voy a filtrarlo a la
prensa.
—Que te jodan. Te recojo en una hora.
—Trae flores o no habrá beso de despedida —bromea antes de colgar.
Perfecto. Comienza mi malvado plan: arruinarle la cita a Jess y a Liam
porque me da la gana, porque me parece divertido y porque… La última
razón me la guardo porque no estoy seguro de ella, o, mejor dicho, no
quiero reconocerla.
George me espera con una sonrisa en la puerta de su mansión, tres islas
más a la derecha, junto a la de Alejandro Sanz, y sube al coche
ampliándola.
—¿Dónde están las flores? No pienso abrirme de piernas sin flores.
—Eso sí que es machista, imbécil —le regaño.
—Llevas razón. Pido disculpas si te he ofendido. Pero algo me dice que
tu falta de humor no es por mi culpa. La razón es otra muy distinta…
—Cállate. Vamos a pasarlo bien y punto.
—¿Y adónde me lleva a cenar el Gigante imbatible?
—A Lombardo.
—Vaya… —Se frota las manos—. Qué casualidad que allí ha reservado
Liam para pasar la velada con tu asistente.
—Me gusta ese restaurante. Es de mis favoritos y el dueño es mi amigo.
—No te estoy pidiendo explicaciones. Das demasiadas, por cierto, y eso
te delata. No te critico, esa mujer es un Vince Lombardi. —Habla del mayor
premio de la Liga de la NFL, un trofeo que se otorga al equipo ganador de
la Super Bowl. El Trofeo Vince Lombardi es un trofeo conmemorativo que
lleva el nombre del legendario entrenador, quien dirigió a los Green Bay
Packers a la victoria en las dos primeras Super Bowls.
—Vale, sí te las pido. —George recapacita cuando detenemos el auto
frente al restaurante y el aparcacoches se acerca a nosotros con una sonrisa
de satisfacción por conducir mi Bentley, aunque sea unos metros—. Me
dices que vamos a boicotear la cita o no me bajo del coche.
—Eres como un grano en el culo —farfullo—. Vamos a joderles la cita.
Da una palmada y se baja del vehículo.
Le doy las llaves al chico y le digo que tenga cuidado.
—Lo tendré, señor. —Arranca, y uno de mis tesoros desaparecen.
—Te has puesto muy elegante, por cierto. Me gustas más sin camiseta.
—Me guiña un ojo el cansino.
—Vete a la mierda.
—Has sido tú quien me ha invitado a hacer esta locura.
—Y no me hagas arrepentirme —le digo.
—¿Qué tienes pensado?
—Aquí algo va a salir ardiendo.
Voy directo a la cocina a saludar al dueño y al chef, ambos amigos, y
me cuelo en un lugar prohibido con mi gracia y encanto personal. Charlo
con ellos mientras me fijo en qué mesa está sentada Jess con el idiota de
Liam, y escucho a los camareros hablar sobre el pedido. Ha optado por
lubina con salsa picante. No estaba seguro del pescado que elegiría, pero sí
del aderezo. Así que tengo paciencia hasta que el cuenco con la salsa para
ella es colocado en una bandeja de salida y, con agilidad, mientras George
los entretiene, le echo un poco (mucho) de chile habanero.
La venganza se sirve en un plato frío, o en un cuenco color rojo
cargado de chile extremadamente picante.
—Os acompaño a la mesa —indica el dueño, Peter.
Pasamos por el lado de la mesa de los tortolitos que parecen pasarlo
bien y los ojos de Jess se clavan en los míos, sorprendidos y enojados.
—¿James? Señor Black —rectifica— ¿Qué casualidad? ¿Qué hace
aquí?
—Mañana no hay entrenamientos. Es nuestro día libre después de casi
un mes, ¿verdad Liam? —me dirijo a él. Algo no le cuadra, pero sonríe y
nos saluda a George a mí—. Soy muy amigo del dueño. —Peter prepara
nuestra mesa junto a la de ellos, pero cuando se percata de nuestra
conversación se acerca.
—Puedo preparar la mesa para cuatro, si lo preferís —ofrece.
—Eso sería estupendo —suelto.
—No, yo… —Jess tartamudea.
—Black, no me… —Liam se queja.
—Puede ser divertido —termina George, acomodándose junto a Liam y
frente a mí, en una mesa rectangular. Por supuesto, Jess a mi lado.
—James, ¿qué haces? —me susurra mi asistente que, por cierto, lleva
un vestido estrecho y negro que resalta sus pechos, su esbelta silueta y su
belleza, aunque yo la prefiero desnuda y bajo mi cuerpo.
Por ahí no, Black.
—Cenar. La lubina al horno está exquisita.
—Me refiero a sentándote aquí. ¿No había más restaurantes en la
ciudad? ¿Cómo sabías que estaba aquí? —me machaca a preguntas
aprovechando que George charla con Liam.
—Liam es un bocazas, ya te lo he dicho, pero ha sido casualidad. Peter,
el dueño, y yo, somos muy amigos.
—No me lo creo. —Finge una sonrisa cuando Liam se dirige a ella.
—Lo siento, Jess. No esperaba esto. —El idiota le pide disculpas.
—Tranquilo, Liam, Jess está encantada porque os acompañemos. ¿A
que sí? —La observo. Es bonita, guapa a rabiar. Sus labios, pintados de un
rojo muy intenso, me llaman la atención, como unas luciérnagas
revoloteando en medio de la más intensa oscuridad.
—Sí… —Sigue fingiendo.
Nos sirven los platos a los cuatro a la vez. Peter y el chef saben
perfectamente cuál es mi elección y le ponen lo mismo a George, que ha
alardeado de su gusto por la carne de cordero cuando estábamos en la
cocina.
Espero que Jess le ponga salsa a su lubina y se lleve un trozo a la boca.
Al principio parece que no le afecta, sin embargo, poco a poco comienza a
ponerse roja. Le da varios sorbos a su vaso de agua hasta dejarlo vacío.
—¿Estás bien? —me intereso.
—Me… Me… —Se señala la garganta—. Me…
—¿Te encuentras bien, Olson? —Finjo estar preocupado.
—Me…
—¿Te… pica? —Ladeo la cabeza unos centímetros.
Ella asiente varias veces, coge la botella de agua y se sirve en el vaso.
Liam y George se dan cuenta de que algo ocurre.
—¿Jess? Estás roja como un tomate —indica Liam.
La interpelada no puede hablar. Se bebe otro vaso de un trago hasta que
lo deja sobre la mesa, coge la botella y se lleva el cuello a la boca y la vacía
por el gaznate.
—Más agua —pide, abanicándose y con la frente y las mejillas perladas
en sudor.
—Se te está corriendo el rímel —indico. Le lloran los ojos.
El camarero trae otra botella y ella se levanta y se la quita de las manos
antes de dejarlo llegar a la mesa y servirla como es costumbre en el local. Y
atención… No solo se la bebe, sino que está tan agobiada que termina
echándosela por encima de la cara.
Liam no sabe qué está pasando, los ojos se le van a salir de las órbitas.
George me observa con mirada de reproche porque piensa que me he
pasado (él no está al tanto de su intento de asesinato con un arándano).
Peter se acerca a preguntarle si está bien, y yo trato de no reírme,
levantarme y decirle que estamos en paz.
—Creí que me ahogaba —expone Jess, cubierta de agua y echa un
desastre—. Voy al baño—. Corre hacia allí.
—Voy a ver si está bien —informa Liam.
—Voy yo —interfiero.
—Jess ha venido conmigo. Es mi cita —dice con seguridad—. No sé
qué cojones haces aquí, Black.
—Es mi asistente personal y no quiero tener que cambiarla otra vez.
No se conforma con mi explicación, no obstante, George le asegura que
es mejor que no se meta. Hubiese ido de todas formas, aunque hubiera
terminado en pelea, golpeando la nariz de Liam, y mañana mi careto saliera
en todos los noticieros de la prensa amarilla, rosa y hasta deportiva.
26
JESS
El baño es tan elegante como el resto del local. Si no estuviera a punto de
salir ardiendo por dentro me fijaría en el suelo de mármol pulido, que se
extiende hasta las paredes revestidas de caoba. A la izquierda, un espejo de
gran tamaño con un marco de oro bruñido, refleja la luz tenue de las
lámparas de pared sobre una fila de lavabos de porcelana blanca, con grifos
también de oro y toallas de manos suaves y aromáticas de lavanda. A la
derecha, un área con sillones cómodos naranjas y una mesita de madera y
cristal.
¡Maldita lubina! Es para denunciar al restaurante por querer matar de
ardor a la gente.
Tengo la lengua rasposa como la de un gato, y aún siento palpitar mi
garganta que ha luchado por no colapsar por el picor.
—¿Te ha gustado la salsa picante? —Escucho a mi espalda, mientras me
echo agua en la nuca para refrescarme. En mi vida he sentido tanto calor en
el cuerpo, excepto con el cabrón de James. Y, por supuesto, la voz en mi
retaguardia es la suya.
—Debería denunciar al restaurante, eso no era una salsa, era una
inyección letal.
Lo veo cuando me incorporo a través del espejo. Está apoyado en el
marco de la puerta con los brazos cruzados, con un pie encima del otro.
—La venganza, dicen que se sirve en plato frío, pero en este caso ha
sido en uno muy picante.
—¿Has sido tú? —la voz se me quiebra con el grito, tengo el gaznate en
carne viva.
—Más bien el chili habanero que he puesto de más en la salsa.
—¿Te has vuelto loco? Casi me quemas la tráquea.
—Ahora ya sabes lo que sintió Clooney. —Se echa a reír a carcajada
viva, cuando una mujer mayor, elegante, sale de uno de los cubículos,
enormes, por cierto.
La señora nos mira a ambos mientras se lava las manos, y cuando James
se aparta para dejarla salir del baño, esta le asesta un golpe en el estómago
con su bolso de mano. Bravo por ella.
—Desgraciado, así no se trata a las mujeres —le espeta, cuando él se
encoge un poco por el golpe, aunque estoy segura de que no le ha hecho
nada de pupita en ese abdomen de acero.
—Ese es el efecto que causa tu arrolladora personalidad. Te felicito.
—¿Pensabas que iba a quedarme de brazos cruzados después de
hacerme vomitar con el arándano?
—Has venido a fastidiarme la cita con Liam, ¿no te era suficiente?
—Son dos cosas totalmente distintas.
—Entonces, supongo que te debo una putada. Aparta —le digo,
saliendo airosa de allí dispuesta a irme con Liam a alguna otra parte. Sé que
está jodido a muchos niveles y que su ego no le permite pensar que me
pueda interesar otro hombre que no sea él, ahora que la vida nos ha vuelto a
juntar.
El amigo, compinche, o lo que sea ese señor, está solo en la mesa. Lo
miro fijamente intentando transmitirle que a él también se la tengo jurada
por dejar que James sea un capullo. ¿Es que no hay nadie normal en este
equipo? Sí, uno, y ha desaparecido de la escena.
—¿Dónde está Liam?
—Está fuera, hablando por teléfono.
—Se os debería caer la cara de vergüenza —suelto el reproche, antes de
irme. A él parece divertirle.
Salgo decidida a buscarlo, no pienso quedarme dentro con esos dos
malnacidos. ¿Qué creen? Han estado a punto de ahogarme. Los dos son
culpables del intento de homicidio. Uno como autor principal y el otro
como necesario. Veo el programa Crímenes Imperfectos.
Cuando cruzo la puerta de la entrada, Liam está guardando el teléfono
en su bolsillo en una calle, ahora, poco transitada.
—¿Todo bien? —me pregunta al verme, preocupado, y viene hasta mí.
—Lo estaré cuando nos vayamos de aquí. Necesito una copa con
urgencia.
—Tranquila, sé de un lugar donde sirven comida y copas que te va a
encantar.
—Espero que no sea picante.
—No sé qué ha podido pasar, normalmente la lubina que has pedido
está deliciosa.
—El chef habrá tenido un mal día. En serio, Liam, sácame de aquí —
casi se lo ruego, pero es que siento que nuestra integridad está en peligro si
pasamos un segundo más cerca de esos dos conatos de asesinos. Igual estoy
exagerando, pero tengo tal cabreo que no sé de qué podría ser capaz si
James vuelve a dirigirme la palabra en estos momentos. Quizá sea yo la que
me convierta en homicida.
—Tengo que entrar a pagar, ¿me esperas aquí?
—Sí, pero no tardes. Quiero pasar una velada sin intrusos, contigo —
matizo, en voz alta, cuando veo a James cruzar la puerta con el tal George.
—Descuida, yo también. —Liam aprieta mi antebrazo en un gesto
cómplice y James tuerce el gesto.
Cuando ambos se encuentran en la salida, Liam le dice a su compañero:
—Tú y yo, ya hablaremos.
—Cuando quieras —le espeta Black con chulería, y el Ala Cerrada se
pierde dentro del bar.
—No vas a dejarme en paz, ¿verdad? —le digo cuando lo tengo frente a
mí, con una sonrisa estúpida en la cara.
—Así que estás dispuesta a pasar una velada con el idiota de Liam, sin
intrusos.
—Sí, es lo que suele querer la gente que tiene una cita.
—¿De verdad piensas irte con él y tirártelo para tratar de olvidar lo
cachonda que te pongo yo? A veces se te nota que te pones tensa cuando
estoy cerca de ti, te dan como ardores —apunta con sorna el muy cabrito.
—Muy gracioso, pero yo de ti andaría con ojo a partir de ahora. Y… sí,
pretendo hacer lo que me dé la gana como tú y ese amigote que te espera
apoyado en tu coche muerto de risa.
—¿Crees que vas a darme miedo con tu amenaza?
—No tanto como el sustito que tienes en el cuerpo porque vaya a pasar
la noche con Liam. Mi venganza puede ser también bastante caliente. —
Levanto una ceja y me muerdo el labio de forma sensual.
—¿Crees que me preocupa lo que puedas hacer con el matado de Liam?
—No hace falta ser una adivina para ver lo celoso que estás. Te conozco
muy bien, no lo olvides. Si no, ¿para qué narices has venido a este
restaurante?
—¿A parte de para vengarme por hacerme vomitar?
—Podrías haberme hecho la jugarreta en casa.
—He venido a que no olvides una cosa mientras pasas la noche con él.
—Se acerca peligrosamente a mí.
—¿El qué? ¿Las llaves de casa?
—No. Esto. —James me agarra por el cuello y me planta un beso en los
labios, apretándose con fuerza, y luego se abre paso con la punta de su
lengua para abrir la mía, que, por pura inercia, hace lo propio hasta que
nuestras bocas encajan en un baile descontrolado de dientes, lenguas y
saliva—. Lo que yo te doy, jamás te lo podrá dar nadie —musita, con su
aliento envolviéndose con el mío.
A continuación, se aparta de mí muy despacio. Yo me tambaleo unos
milímetros por falta de aliento, consecuencia del pedazo de beso que me
acaba de plantar.
—¿Así te las gastas, Black? —Escucho a Liam, que ha debido de pagar
y salir en el justo momento que James me tenía prisionera por la boca.
—¿Y tú? —alza la voz con tono de reproche—. Podrías haberme dicho
que no a la cita si te gusta este imbécil.
—Le gusto porque beso como nadie —responde James por mí, lo que
provoca que salga de mi letargo post beso de tornillo.
—Liam…yo —intento decir algo, pero el ofendido levanta la mano para
que cierre el pico.
—Déjalo, disfrutad jodiendo a otro. —El pobre emprende una marcha
rápida hasta su coche y me quedo frente a James, que tiene cara de haber
recibido un premio MVP a la mejor jugada de la temporada.
27
JAMES
Lo primero que hace Jess tras apartarse de mí, con los labios hinchados y la
respiración entrecortada, es reprochar mi comportamiento. No está
justificado, pero odio que toquen lo mío, y ella, aunque no es un bien
privativo, es como un bien ganancial. Compartimos tanto en el pasado que a
veces me cuesta recordar dónde termina ella y dónde empiezo yo.
Jess me observa con los ojos entrecerrados, esperando una explicación
que sé que debo darle.
—Siento que tu cita haya salido mal. No fue mi intención reaccionar
así, pero... no puedo evitarlo cuando se trata de ti. Liam no es tan
encantador como parece.
—Mentiroso, no lo sientes una mierda.
Una carcajada escapa de mis labios, sorprendiéndome incluso a mí
mismo.
—Tienes razón, no lo siento para nada —confieso con una sonrisa,
tratando de aliviar la tensión en el ambiente—. Y por el estado de tu
respiración, supongo que tú tampoco.
Jess me mira fijamente por un momento, como si estuviera evaluando si
debiese enfadarse aún más o si debiera simplemente dejarse llevar por la
situación. Finalmente, opta por lo primero.
—Estás loco —declara con la cara roja por la ira, sacudiendo la cabeza
con incredulidad.
—Solo un poco —respondo encogiéndome de hombros, aliviado de que
la tensión se esté disipando—. Pero podrías hacer caso a Liam y disfrutar el
resto de la noche jodiéndote a otro.
—Vas a necesitar muchas clases de interpretación para que me crea una
sola de tus palabras. Tengo una vida y planes mucho más interesantes que
volver a acostarme con un tío como tú, con el ego tan grande que crees que
voy a caer rendida a tus pies.
—Pues me has comido bien los morros, tenías hambre.
—Sí, tienes razón. Tengo hambre porque no he podido cenar, pero no de
ti; me das asco.
—Mentirosa, he notado cómo se te ponían duros los pezones. Creía que
iban a rajar la tela del vestido y de mi camisa.
—Es que cuando siento nauseas se me eriza toda la piel. Y ahora, si me
disculpas, voy a llamar a un Uber.
—No seas ridícula, tengo el coche aquí y yo también voy a casa.
—¿Quién te ha dicho que voy a irme contigo para encerrarme en mi
cuarto? Estoy en Miami y la noche es joven.
—Si yo no puedo salir sin ti, tú sin mí tampoco.
—Es mi noche libre, y no es a mí a la que han expulsado del equipo por
hacer lo que no debe.
Jess comienza a andar calle arriba con el teléfono en la mano, dispuesta
a marcharse sola y adentrarse en la noche de Miami.
Sus palabras repican en mi mente, recordándome que, aunque estemos
unidos por lazos fuertes del pasado, cada uno tiene su propia vida y sus
propias decisiones que tomar.
Ando a paso rápido hasta mi coche, donde George me espera.
—¿Tus planes no han salido como esperabas? —me espeta con una risa
sarcástica.
—Es evidente que no. Y tú, deja de reírte.
—No puedo evitarlo. ¿Por qué no admites de una vez que esa tía te
gusta? Y si es así, ¿por qué la tratas de ese modo?
Ambos subimos al coche y yo cierro la puerta con fuerza.
—No me gusta, es que ella y yo tenemos algo pendiente.
—¿Qué ha podido hacerte para que tengas tantas ganas de fastidiarle la
vida? —me pregunta, intentando indagar en cosas que no quiero verbalizar.
No ahora.
—Abandonarme cuando más la necesitaba. ¿Te parece poco? —aúllo de
mala gana, haciendo que Gordon levante las manos en señal de rendición.
28
JESS
Camino con determinación por la acera, sintiendo el peso de la discusión
aún fresco en el aire. Mi corazón late con fuerza, una mezcla de rabia y
congoja llenando mi pecho. No puedo creer las palabras que han salido de
su boca, ni cómo me ha hecho sentir toda su lamentable actuación.
Dos calles más arriba del restaurante, levanto la vista y veo las luces del
Uber que se detiene frente a mí. Mis manos tiemblan ligeramente mientras
entro en el vehículo, tratando de contener las lágrimas que amenazan con
caer.
—¿Una mala noche? —me pregunta el conductor, un chico joven de
aspecto afable.
—¿Tanto se me nota? —digo, absorbiéndome la nariz.
—Lo digo por el destino. Es el lugar perfecto para aliviar las penas del
corazón.
—¿A qué te refieres? Soy nueva en la ciudad y he consultado una guía
de garitos de ocio y he escogido el primero que me ha salido.
—No es un club para mantener sexo, si es lo que te preocupa, ni yo voy
hacia allí, vivo cerca. Pero la bachata es un baile que puede sanar el alma
tanto como el corazón. Es sorprendente cómo puede conectar personas,
incluso en medio de la más profunda de las penas. Palabra de colombiano.
—Bueno, supongo que no tengo nada que perder.
—Pregunta por Jesús, dile que vas de mi parte. Te dará unas nociones
básicas para que disfrutes la noche en El Embarcadero.
—Lo haré, gracias.
Cuando el conductor, que me ha dicho que se llama Héctor, me deja en
la puerta del garito, la música ya se oye desde la calle. El ritmo pegajoso de
la bachata se filtra a través de las paredes del local y siento una mezcla
extraña de anticipación y miedo a lo desconocido.
Aun así, decido entrar con determinación.
Las luces de neón parpadean sobre la entrada del local, iluminando el
camino hacia la pista de baile. El sonido de las risas y conversaciones
animadas llena el aire, mezclándose con la música latina. Por un momento,
me permito perderme en el ambiente, dejando que la atmósfera positiva que
desprende me envuelva por completo.
Me dirijo directamente a la barra, atravesando el bullicio. Una vez allí,
me acerco a la camarera con decisión y le pido algo fuerte que llevarme a la
boca, necesito desesperadamente un trago para calmar mis nervios y liberar
la tensión acumulada.
—Claro que sí, mami. Te voy a poner un shot de guaro —me informa en
su idioma materno.
—Lo siento, no hablo español.
—Tranquila, te voy a poner un chupito de aguardiente que calma todas
las penitas —lo hace ahora en inglés.
—Gracias y, Héctor me ha dicho que pregunte por Jesús.
—Ay, qué pena con usted, Jesús no ha venido hoy, pero si quieres bailar
bachata de verdad, tenemos a Nelson, ahorita mismo lo llamo. Tú trágate el
guaro y respira, mamita linda.
Asiento con entusiasmo, agradecida por su sugerencia, y me meto entre
pecho y espalda la bebida que ha dejado frente a mí.
Mientras saboreo el aguardiente cayendo por mi garganta, un hombre
alto y de piel color aceituna se acerca a mí. Sus ojos rasgados, profundos y
oscuros, capturan mi atención de inmediato.
—Hola, soy Nelson —se presenta con una sonrisa encantadora,
extendiendo la mano hacia mí.
Me quedo momentáneamente sin palabras, sorprendida por su
imponente presencia. Tiene una belleza exótica, es atractivo a rabiar.
Aprieto su mano y le devuelvo la sonrisa, sintiendo una chispa de emoción
correr por mi cuerpo.
—Encantada, soy Jess —respondo, tratando de mantener la compostura
a pesar de la repentina oleada de nerviosismo que se ha apoderado de mí.
Nelson me mira con curiosidad, como si estuviera tratando de descifrar
algo en mi mirada. Por un momento, nos quedamos allí, perdidos en el
contacto visual, antes de que la música y el bullicio del local nos arrastren
de nuevo a la realidad.
—Así que quieres aprender a bailar bachata.
—No lo sabía hasta hace exactamente —miro mi reloj —veinte
minutos.
—Tiempo suficiente para tomar una buena decisión.
Nelson habla inglés a la perfección, pero sin perder su precioso acento
latino, que le da un toque muy sensual a su ya de por sí atractivo físico.
Me coge de la mano y me arrastra hasta la pista.
—Bueno, cariño, vamos a mover esas caderas al ritmo de la bachata. Se
trata de sentir la música en tu alma, ¿sabes a lo que me refiero?
—Mi alma ahora mismo necesita precisamente eso, música y algo de
alegría —respondo a la vez que él asiente.
—Ahora, el paso básico es simple. Empezamos con un paso lateral
hacia la derecha, así... —Comienza a moverse al ritmo de la música,
llevándome consigo—. Paso lateral hacia la derecha, luego trae tu pie
izquierdo para reunirlo con el derecho. Ahora, paso lateral hacia la
izquierda, y trae tu pie derecho para reunirlo con el izquierdo. Mantén tu
cuerpo cerca del mío, siente la conexión entre nosotros mientras nos
movemos juntos—. Me sigue guiando con paciencia, asegurándose de que
sienta la música y siga el ritmo—. ¡Así es, mami, le estás agarrando la
onda! Ahora, agreguemos un poco de estilo con movimientos de cadera.
Balancéalas suavemente con cada paso, deja que la música te guíe. Y
recuerda, se trata de divertirse y dejarse llevar.
El chico del Uber y Nelson tienen razón: la bachata tiene poderes
curativos.
Admite que no puedes olvidar su beso.
—No entiendo absolutamente nada de lo que dice la letra de esta
canción, pero me está sentando de maravilla —expongo con sinceridad,
soltando una risita. El aguardiente también parece estar haciendo efecto.
—La música es el único lenguaje verdaderamente universal en el
mundo.
Bailamos un par de canciones más y le sugiero ir a la barra. Necesito
unos chupitos más de guaro, creo que es así cómo lo ha llamado, e invitar a
Nelson por ser tan buen profesor.
—Candy, ponnos a la gringa y a mí un par de shots de guaro milagroso
—le escucho decir en español.
—Marchando.
Poco después tenemos frente a nosotros unos chupitos, brindamos y nos
los bebemos de golpe.
Y después de esos, vienen unos cuantos más, hasta que pierdo la cuenta
de cuántos llevo en el cuerpo.
—Eres muy guapo, Nelson, ¿lo sabías? —indico, tambaleándome un
poco.
—Gracias, tú también eres muy linda.
—James es un capullo, ¿tú también eres un capullo?
—No, creo que no, pero seguro que ese tipo lo es si no está contigo aquí
disfrutando la noche.
—Lo odio.
—Ay, mami, me parece que no lo odias tanto.
—Que síííííííí, lo odio desde hace tiempo. Me abandonó sin más hace
cuatro años y ahora… —Paro un momento de hablar para soltar un hipido
—. Es mi jefe.
—Lo que tú tienes se llama tusa.
—¿Chusa? —pregunto con el ceño fruncido.
—Tusa, la Diosa Carol G denominó así a la tristeza o despecho de amor.
—No estoy despechada, mira qué pedazo de pechos tengo, Nelson. —
Los aprieto con ambas manos como ofreciéndoselos. Voy bastante
perjudicada.
—Relaja la cuca, mija, que vas a sacarme un ojo.
—¿No te gustan? —Hago un puchero.
—Son muy bonitas, pero prefiero los pectorales masculinos.
—¿Eres gay?
—Se comenta… —Sonríe.
—¿Quieres ser mi amigo en Miami? —digo, perdiendo toda la dignidad
y esperando que la respuesta sea positiva, porque necesito como el comer a
alguien como Nelson guiando mis pasos y no solo en el baile.
—Claro que sí, gringa loca. Pero tendrás que ponerme al día de quién es
ese tal James, qué os une del pasado y cómo de desastroso es vuestro
presente. Para darte un buen diagnóstico de nuevo amigo necesito datos.
—¿Qué es gringa?
Nelson sonríe con complicidad ante mi pregunta.
—Gringa es una manera informal de referirse a una persona de origen
estadounidense. Pero tranquila, es solo un término cariñoso, nada
despectivo.
—Entiendo —respondo con una sonrisa—. En cuanto a James, es una
larga historia...
—La noche es joven, así que dispara.
—Nos conocimos en un local como este, bueno, uno muy diferente,
pero con la misma finalidad, pasarlo bien, socializar, escuchar buena
música, beber alcohol. Uno de sus amigos trató de ligar conmigo y fue muy
pesado. James me lo quitó de encima… —comienzo a contarle nuestra
historia mientras seguimos con los chupitos. Mi voz se va haciendo más
pesada y las palabras se enredan en mi lengua. Estoy cada vez más mareada
y no paro de hablar. Mi verborrea se multiplica cuando bebo demasiado y
no hay quién me calle, aunque Nelson no lo intenta, sino que atiende a la
telenovela que le detallo con pelos y señales con los ojos muy abiertos.
Mi teléfono vibra cuando voy por el capítulo casi final, cuando trata de
matarme con chile habanero y me jode la cita y un posible polvo con un tío
que está muy bueno y es simpático.
—¿Te ha dejado sin polvo? Ese tío merece ir al infierno. —Nelson se
lleva la mano al pecho.
—Eso mismo pienso yo, pero no solo por eso. —Introduzco mi mano
derecha en mi bolso y lo saco.
Veo un mensaje que me pone los vellos de punta.
James: Te he encontrado.
Un escalofrío recorre mi espalda al darme cuenta de cómo ha logrado
localizarme. Ha debido manipular mi teléfono y ha rastreado mi ubicación a
través de una aplicación de GPS. La sensación de invasión a mi privacidad
me hace sentir vulnerable, pero no puedo reprochárselo porque yo he hecho
lo mismo con su móvil. Lo que no entiendo es cómo ha podido acceder a él
sin conocer el código de acceso.
—¿Y esa cara, mijita? ¿Te han sentado mal los chupitos? —Nelson se
preocupa, haciendo alarde del código de mejores amigos, aunque sean
nuevos.
—Está aquí. —Miro hacia todos lados, pero solo atisbo una marabunta
de cuerpos sudorosos moviéndose al ritmo de la música latina.
—¿Quién?
—Míster gilipollas.
29
JAMES
—Vete a casa, Black —me aconseja mi amigo, al que dejo en la puerta de
su casa. No le contesto y él sigue—. No vas a encontrarla. Miami es muy
grande y quizá ya esté en su cama.
—No voy a dejarla por ahí sola en esta ciudad.
—¿Crees que puede comérsela un cocodrilo? —Alza una ceja y esto a
punto de echarlo de una patada de mi coche—. Esa mujer sabe cuidarse
sola.
—Vete ya. Sé qué tengo que hacer.
—Déjame que ponga en tela de juicio eso, pero me voy a la cama. Me
ha sentado mal la cena. Ah, no, que no hemos cenado. Menuda mierda de
cita que hemos tenido.
Le clavo la mirada y se baja, pero mantiene la puerta abierta con la
mano.
—Con un delito por noche me basta. —La cierra y desaparece de mi
vista antes de que lo machaque.
Cojo mi teléfono móvil y abro la aplicación que me descargué con
localizador por GPS. Sonrío cuando una luz roja parpadea en una zona de
locales con música de muchos estilos. Conduzco hasta allí deseando
encontrarla y con la imagen de sus ojos vidriosos tras besarla, además del
sabor de su boca y el tacto suave y caliente de sus labios.
Aparco bajo el cartel del local en el que parece estar mi asistente
personal, El Embarcadero, con el nombre en español, idioma que chapurreo
porque algunos de mis amigos de Miami lo hablan con fluidez. Nunca he
entrado en este bar, pero he escuchado sobre él. La música atraviesa las
paredes y se escucha desde la calle.
—Buenas noches —saludo al portero, que empuja la puerta,
facilitándome el acceso.
Las luces de neón y las lámparas de colores me dan la bienvenida a un
mundo lleno de ritmo, como diría Mario, sabrosón.
La sala, abarrotada de personas, todas moviendo las caderas y
agarrándose muy de cerca. Dos bailarines profesionales amenizan y animan
subidos a dos pilares redondos y muy altos.
Observo a mi alrededor en busca de Jess y mi corazón comienza a latir
cuando la encuentro demasiado cerca de un chico alto y atractivo, con el
que sonríe con complicidad. Aprieto la mandíbula, cojo mi teléfono y
escribo con rapidez un mensaje.
Yo: Te he encontrado.
Están junto a la barra, hacia la que camino mientras ella me lee en la
pantalla de su teléfono y pone cara de horror.
—¿Quién está aquí? —le pregunta el chico latino.
—Míster gilipollas —dilucida ella.
—Vaya, ¿ese es mi nuevo apodo? Me gusta más El Gigante Imbatible.
No es una queja. Solo un gusto personal —les interrumpo. Ninguno de los
dos puede esconder la cara de asombro.
—¿Cómo sabías que estaba aquí? —Jess grita con los puños cerrados.
—¿Este es tu ex? ¿Eres la asistente personal de James Black? ¿Vives
con The Unstoppable Giant? —El tipo que la sobaba no cree lo que ve.
—Es James. Solo James, aunque se crea el Dios del universo —le
explica ella, bastante beoda.
—Lo es, mamita linda. Ha sido tres años consecutivos el jugador más
valioso de la liga. Solo lo supera el legendario Peyton Manning. Y se
rumorea que será elegido como mejor jugador de la próxima Super Bowl.
—Minucias. No lo conseguirá. Está de vacaciones por… —Se rasca la
nariz—. Una lesión en el hombro.
—¿Cuánto has bebido? —cuestiono, tratando de no darle una bofetada
al bobo que le ha dado tanto alcohol.
—Unos chupitos de guarjol… O algo así. —Cae hacia un lado y la
agarro de la cintura para que su culo no toque el pringoso suelo.
—Shot de guaro, señor. ¿Puedo invitarle a algo?
—Lárgate —ladro.
—¡James! ¡No trates así a mi nuevo mejor amigo! —balbucea y me
clava un dedo en la mejilla—. Se llama Nelson y me ha enseñado a bailar
bachata—. Coloca sus dos manos en mis caderas, se pega a mí y las mueve
sensual al ritmo de la música.
Mi polla da una sacudida dentro de mis pantalones y me fijo en sus
hombros y la curva de su cuello durante unos instantes, los justos para
tragar saliva con dificultad y reponerme.
—Nos vamos a casa —le revelo.
—Señor, no puede llevársela en contra de su voluntad. —Nelson tiene
los cojones necesarios para enfrentarse a mí. Me gusta. Por no temerme y
por preocuparse por ella. ¿O pensaba llevarla a su cama? Doy un paso hasta
él y lo amenazo.
—Creo que su voluntad ha sido anulada por el alcohol que tú le has
dado; un desconocido. Debería matarte aquí mismo.
—Linda, ¿estás bien? ¿Quieres irte con él? —aun así, le pregunta a
Olson para asegurarse.
—Claro que nooooo. Yo quiero bailarrrrr. —Da una vuelta sobre sí
misma con los brazos levantados y cae sobre mi regazo. Aprovecho para
alzarla en volandas y sacarla de allí soportando los empujones del gentío.
Nelson nos sigue hasta la calle.
—¡Eh, tiarrón! ¡No quiere irse contigo! —El muchacho se envalentona
y lo respeto por ello, pero lo ignoro y la meto dentro del coche sin casi
esforzarme a pesar de que ella no para de dar patadas al aire.
—¡Déjame, bruto! —me pide, aunque dice butlo, y me golpea el pecho
mientras le abrocho el cinturón de seguridad y cierro la puerta.
—Si no la deja salir, llamaré a la policía —insiste el tal Nelson, un poco
nervioso a estas alturas.
Paso de él, rodeo el coche y me posiciono tras el volante. Su nuevo
amigo le grita tras el cristal.
—¡Mañana te llamo, mijita linda!
La miro antes de arrancar y acelerar. No ha pasado ni un minuto desde
que la dejé en el asiento pataleando, sin embargo, ha cerrado los ojos y ha
pegado la sien a la ventana. Ni se inmuta hasta que…
—Esto no va a quedar así… —musita.
30
JESS
Me despierto poco a poco, con una ligera punzada de dolor en la cabeza y la
boca seca. La luz del sol entra con demasiada fuerza a través de las cortinas
de la habitación y me cubro el rostro con uno de los cojines.
—Arggg… —me quejo. Casi no recuerdo qué pasó anoche, al menos
durante unos segundos.
Siento mi cuerpo pesado y adormecido, como si estuviera envuelto en
una nube de algodón, pero una fuerza superior lo empujara hacia el núcleo
de la Tierra.
Parpadeo varias veces y mi visión se ve empañada por el cansancio y
los destellos dispersos de la noche anterior. Una discusión, un grandioso
beso, un paseo, un local con ritmo latino, Nelson, chupitos… El jodido
James.
—Oh, no —suplico, y trato de centrarme y comprobar que no me hallo
en su cama, la cama de la perversión. Nada más lejos de la realidad, esto no
es un dormitorio, sino la sala de estar que da al patio de la piscina. Por ese
ventanal entran los rayos de sol que pretenden dejarme ciega.
Me cubro los ojos con la mano e intento recordar el final de la noche.
James me sacó de El Embarcadero a la fuerza, en brazos, subimos a su
coche y… Me quedé dormida ¿o no?
—Joder… —Pataleo sobre el sofá y mis músculos protestan,
recordándome mis torpes pasos dados en la pista de baile junto a mi nuevo
amigo.
Al recordar a Nelson con más claridad, pongo los pies en el suelo
dispuesta a llamarlo y comprobar que se encuentra bien. Conozco a Black y
le pegaría con casi total seguridad. Pero la fría superficie bajo mis pies
descalzos me conecta con la realidad. James y yo volvimos a discutir
cuando llegamos a casa, pero solo las imágenes de la conversación me
taladran la mente hasta el momento.
Escucho ladrar a Tackle en la parte de la piscina y algunas zambullidas.
Busco mi móvil en alguna parte y observo un vaso de agua sobre la
mesa baja. Junto a él, dos pastillas, una rosa y otra azul, y una nota escrita a
mano. Conozco su letra; me dejaba notitas por todas partes cuando
vivíamos juntos y nos enfadábamos. Se lee: No pretendo envenenarte. Es
un analgésico y unas vitaminas para la resaca.
Confío en James y me las tomo. No tengo nada que perder, estoy a
punto de la muerte ahora mismo, o así me siento y… me veo. Mi reflejo en
el espejo que cuelga de una de las paredes da hasta miedo, dando fe de la
celebración desenfrenada de la noche anterior.
—¿Qué haces? ¡Suéltame! —le grité, al sacarme del coche también en
brazos—. ¿Por qué me has traído a casa? ¡Lo pasaba muy bien con
Nelson!
Me empujó hasta dentro de la cateta mansión, cerró la puerta y me
pidió que me fuera a la cama.
—Deja que te ayude a subir las escaleras. Vas a resbalar y partirte el
cuello.
—Ay… Que ahora te importa mi integridad física… —Le di un abrazo,
consecuencia de mi estado de embriaguez—. Ah, no, que has intentado
matarme con chile picante. Aún debo tener colorado esto. —Me señalé el
cuello y me retiré el filo de mi vestido unos centímetros hacia abajo hasta
casi enseñarle las tetas.
No pudo evitar bizquear al percatarse de mi canalillo.
—No voy a dormir. Pienso seguir la fiesta aquí. —Caminé hasta la
cocina, saqué una cerveza del frigorífico y le di un trago largo; todo ante
su atenta mirada—. No es un chupito de esos, pero me sirve. —Pasé por su
lado y fui a la sala de estar, donde Tackle dormía sobre la alfombra.
Me tiré de espaldas sobre el sofá como un saco de arena que cae desde
un primer piso y vertí la mitad de la cerveza sobre mi vestido, ya
completamente destrozado por los acontecimientos de la velada, entre los
que se cuenta que me eché por encima parte del agua de una botella porque
creía que ardería.
—Pobrecito Clooney —lloriqueé, con la mente muy dispersa, justo
antes de dejarme llevar por el sueño y adentrarme en un mundo oscuro
donde Black me follaba dentro del coche en unos aparcamientos.
—Apestas —la voz de James a solo dos palmos me saca de mi
ensoñación. Qué guapo está el jodido, mojado, bronceado y como si anoche
no hubiera bebido, o… Quizá él no tomó porque estuvo muy ocupado
jodiéndome la cita y el posterior plan improvisado.
Debería llamar a Nelson, o enviarle un mensaje. Se quedó muy
preocupado.
Me huelo la ropa y lleva razón.
—Necesito una ducha —digo en voz alta; mi intención era solo
pensarlo, pero la resaca hace mella en mí.
Tackle llega hasta él, deja una pelota de tenis a sus pies y ladra para que
siga jugando.
—Es justo lo que deberías hacer.
Da media vuelta, sale al patio trasero y tira la pelota que cae dentro de
la piscina y Tackle se lanza de pecho a cogerla.
Doy los pasos necesarios hasta que el sol me ciega por completo y me
detengo en el filo de la alberca de lujo y agua traída desde el mismo cielo
(leer con tonito), para el Dios James Black, a mi lado.
—¿Qué paso anoche? —pregunto con determinación.
—Te encontré borracha en un bar y te traje a casa. De nada. —No
pierde de vista a la perra.
—No te he dado las gracias. —Cruzo los brazos y lo miro.
—Tú nunca agradeces nada. —Se agacha y coge una toalla blanca, con
la que se seca el pelo.
—Porque no tengo nada que agradecerte. Lo estaba pasando bien con
Nelson y tú apareciste de la nada. Fuiste un maleducado con él.
—Ese tío te estaba emborrachando para llevarte a la cama —escupe, y
tira la toalla al suelo.
—¿Y qué si lo hacía? Yo también quería acostarme con él. —Soy una
mentirosa, va a crecerme la nariz.
—No lo conocías. —Se está cabreando mucho.
—¿Tú conoces a todas las mujeres con las que te acuestas? —Lo
interrumpo, y eso lo cabrea todavía más.
Se acerca a mí y escupe sobre mi boca:
—A ti creía que te conocía…
—Qué curioso. Yo también creía saber quién eras. Hasta que
desapareciste sin ni siquiera despedirte.
Pasan unos segundos muy tensos en los que nuestras miradas se clavan
la una en la otra hasta que él da un paso atrás.
—No conoces esta ciudad ni…
—¿Cómo sabías dónde estaba? —Lo corto, y encuentro su silencio
como respuesta—. ¿Cómo coño sabías dónde estaba?
Cuadra los hombros y dice, como si no tuviera importancia:
—Te puse un localizador GPS en el móvil.
Los ojos se me salen de las órbitas. No salgo de mi asombro. ¿Qué
acaba de decir?
—¡¿Has manipulado mi móvil?! —Ahora mismo podría ser uno de esos
memes que me hicieron en los que salí con cara de tonta-gilipollas-
comemierda.
—Fue muy fácil. —Alza el mentón, orgulloso—. Y no me siento
culpable. Tú lo hiciste antes que yo.
—¡Eso no es una excusa!
—A mí me parece que sí. Y una muy buena. —Chulea.
—¿Cómo has sabido mi contraseña?
—Lo desbloqueé con tu huella dactilar.
—¡¿Cuándo?! —pregunto, como si eso importara.
—Por la noche. Mientras dormías.
—¡¿Cómo te atreves a entrar a hurtadillas en mi habitación?! ¡¿Quién te
crees que eres?! —El demonio se apodera de mí cuando veo que no siente
culpabilidad alguna y que yo estoy al borde del infarto mientras él se
mantiene imperturbable.
De nuevo, se acerca a mí, y me observa desde arriba.
—El dueño de esta puta casa. El dueño de la habitación en la que vives,
el dueño de la cama en la que duermes.
—¡¡Eso no te da derecho a invadir mi intimidad!! ¡¡Ni a elegir a mis
amantes!! ¡¡Pienso llamar a Nelson y quedar con él!! ¡¡Quizá llame también
a Liam y hagamos un trío!! —vocifero, con los puños apretados y roja
como un tomate.
De pronto, James lleva su gran mano hasta mi diminuta cintura, se
aferra a ella y se pega a mí. Por un momento, creo que va a besarme y me
arden las orejas. Sin embargo, tras acariciarme el costado, me empuja hacia
atrás y me tira a la piscina con una maniobra muy poco ética.
Emerjo del agua boqueando, mezcla de un pez globo en busca de
oxígeno, un pollo sin cabeza, un gato mojado y una rana que salta y trata de
salir de una charca demasiado espesa.
—¡¿Qué coño haces?! —me desgañito, quejándome por lo que acaba de
hacer.
—No soporto el olor a alcohol rancio. Hueles fatal —glosa—. Y puedes
estar segura de que no te acostarás con ninguno de los dos —asegura con
voz ronca y de manera determinante, desde la altura que le da tierra firme,
con los rayos del sol iluminándolo, como si fuera realmente un jodido dios.
¿De dónde sacó esta genética perfecta? Parece cincelado por DaVinci.
—¡Me acostaré con todo el puto Miami! —vocifero, mientras subo las
escaleras y me enfrento otra vez a él, con el vestido pegado más si cabe a
mi piel.
—Eso no va a ocurrir —destaca.
—¿Por qué? ¿Por qué lo dices tú? —Para chulo él, chula yo.
—Porque no quieres hacerlo. —Sus ojos vuelan hasta mis labios.
—¿Y tú sabes qué quiero? —espeto.
Su reacción es crear el choque de nuestras bocas, que se encuentran de
manera espontánea en medio de una tormenta. La rabia por atreverse de
nuevo a besarme y de esta manera arde dentro de mi corazón, que se niega a
admitir que esa rabia procede del deseo reprimido, de la frustración de no
poder expresar lo que siento por él y de que me sacara de esa forma tan
cruel de su vida, como si nunca nos hubiéramos conocido.
También en contra de mi voluntad, como la salida de anoche del local (y
nótese de nuevo también la ironía), mis manos van hasta sus hombros y me
encaramo a ellos.
Dientes, saliva, lenguas, jadeos.
Es paradójico, pero en este mismo beso encuentro un escape para mi ira,
como una válvula de liberación, que explotará de un momento a otro.
Black no tarda en llevar sus manos hasta mis pechos, que adoraba, y los
masajea ante mis gemidos y sus suspiros. Y el cabreo se transforma en una
pasión que a ambos nos arrolla. James me sube a horcajadas sobre él y nos
lleva con agilidad hasta el sofá de la sala de estar, donde se sienta conmigo
encima. Nos devoramos a la vez que nos deshacemos de nuestra ropa a
zarpazos y tiramos las prendas al suelo, donde yacen y son testigos de
nuestro acto sexual muy pervertido, junto a Tackle, que nos observa con las
orejas levantadas y el cuello torcido.
Y esos besos envueltos en gemidos de satisfacción consumen cualquier
rastro de negación que pudiéramos tener.
Nos deseamos, está claro.
Lo empujo hacia atrás para que apoye bien la espalda sobre el respaldo
y acaricio sus pectorales hasta llevar mis manos a su polla erecta, una muy
grande que hace años que no siento. Un escalofrío me recorre de pies a
cabeza y una decena de posturas del Kama Sutra que hicimos juntos salpica
mi mente, poniéndome más cachonda si cabe.
Jess, ¿por qué no paras esto?
Necesito follar y él me pone como nadie.
La masajeo durante unos segundos y me deleito con su rostro,
totalmente obnubilado por el deseo, con la boca semiabierta, la respiración
entrecortada y la mirada perdida en el infinito de mis pezones erectos.
—No puedo esperar… Necesito follarte… —Rodea mi cintura con sus
dedos, me alza unos centímetros y me deja caer sobre su miembro duro y
erecto, empalándome hasta el fondo. Echo la cabeza hacia atrás y absorbo
la intensidad de lo que siento, un placer desmedido.
Me rodea ahora el cuello con sus dedos y me atrae hasta su boca. Me
besa con la misma fuerza que yo necesito, me muerde y me lame los labios.
Nuestros gemidos chocan en las paredes de ladrillo, también en las de
cristal y vuelve a nosotros para catapultarnos a una noche bajo las luces del
Puente de Brooklyn.
Balanceo mis caderas sobre su pelvis, aunque James también se mueve
para llegar hasta lo más profundo de mi interior y hacerme tocar el cielo
cada vez que lo hace.
—Ah… —Sigo arriba y abajo con un meneo seco y controlado.
—Joder, Jess… Joder… —susurra, sin dejar de besarme—. Casi había
olvidado esto…
Entra y sale.
Entra y sale.
Entra y sale.
—¿Tú lo habías olvidado? —su voz es un hilo gutural que se escapa
entre suspiros.
—No… —Entra—. ¿Y tú?... —Sale.
—¿Estás loca, nena? ¿Cómo voy a olvidar esto?
Cada célula de mi cuerpo grita que siga, que esto no termine nunca.
—No pares… —grito yo también.
—No pienso hacerlo… Voy a follarte hasta matarte. —Me empuja hacia
atrás y pega mi espalda al sofá, colocándose sobre mí.
James Black sabe cómo hacer disfrutar a una chica y, en concreto, a mí.
Conoce todos mis puntos débiles y ataca cada uno de ellos.
Riega de besos mi cuello y lame mis pezones tras morderlos para que el
ardor se expanda alrededor de la mama unos segundos.
Abre más mis piernas y sigue empujando dentro, con rabia, con ímpetu.
Sus ojos se oscurecen y leo en ellos las páginas de un libro que escribimos
hace tiempo y que habíamos apilado bajo una tonelada de cosas inservibles,
dejándolo olvidado, sin apreciar lo bonito de sus letras.
—Llevo pensando en follarte… —Entra—… Desde que te vi en la
piscina… —Sale.
Jadeo cuando un hormigueo comienza en el centro de mi estómago.
—Voy a correrme, James… Me corro…
—Te gusta que te folle… Soy el único que te folla así… —Vamos a
destrozar el sofá por la fuerza que utiliza para penetrarme. Mi cuerpo se
mueve como si fuera una muñeca de trapo, pero ni que me importara.
Jadeo.
Gime.
Gritamos.
—Joder, joder, joder… —masca El Gigante Imbatible mientras se
derrama dentro de mí y noto el calor de su semen esparcirse por mi sensible
piel.
Mierda. No hemos utilizado protección.
31
JAMES
—Joder, Jess —mascullo, secándome con el dorso de la mano la frente
perlada tras correrme brutalmente y con mi polla todavía dentro de ella.
Hacía tiempo que no había sentido un orgasmo como este. Con Gabriela
el sexo era una brisa tibia en comparación con el huracán que acabamos de
experimentar.
¡El sexo de odio es tan bueno!
—Eso digo yo, joder, James. No te has puesto protección. —Me empuja
hacia atrás y me obliga a alejarme; sin esperarlo, siento anhelo de su tacto.
Tiene los ojos abiertos de par en par, mientras se observa los muslos,
aún entre mis piernas, ahora cubiertos por una línea de semen que dibuja su
piel tostada.
Es la imagen más erótica que he visto en mi vida.
—Dirás que no nos hemos protegido ninguno. No me has pedido que
parara en ningún momento, ¿o acaso piensas que la llevo plastificada todo
el día? —Estoy que muerdo. Acabamos de follar después de años ¿y eso es
lo único que se le ocurre?
—A saber qué me has pegado —suelta, empujándome hacia atrás.
—Lo único que te he pegado es el polvo de tu vida. —Me recuesto en el
sofá para estirarme y recuperar la compostura.
—Estoy segura de que con Liam hubiera sido mejor, así que menos
lobos. Te has aprovechado de mí porque tengo bajas las defensas por la
resaca. Estás demasiado acostumbrado a conseguir todo lo que quieres.
Tengo que hacer un esfuerzo titánico para no decirle que la única cosa
que siempre he querido es a ella y no la pude conseguir. Que su negativa a
mudarse a otro estado conmigo porque ella tenía sus propios sueños, me
rompió por dentro porque era el ancla donde yo me agarraba cuando sentía
que me perdía a la deriva, el salvavidas cuando me ahogaba. Que era la
única persona que podía calmar mis miedos y mis frustraciones para no
acabar en ninguna parte, justo donde estoy ahora. Pero me aguanto, me
contengo de darle esa maldita satisfacción porque ella es incapaz de admitir
que sigue sintiendo algo muy fuerte por mí.
—¿Qué tiene que ver Liam en todo esto? —Me molesta que lo
mencione y lo meta en medio de una conversación postcoital entre ella y
yo.
—Todo y nada. Me vuelves loca y no sé ni lo que digo. —Coge mi
bañador húmedo del suelo y se limpia todo el veneno que he vertido en ella.
—A ver si la que me va a pegar algo eres tú. Parecías muy desinhibida
anoche con ese tipo —le reprocho de nuevo, aunque sé que no tengo ningún
derecho de hacerlo.
—Ese tipo se llama Nelson, lo sabes perfectamente y al único que se
follaría de los dos es a ti —me espeta, lanzándome el bañador al pecho.
—Entonces, ya empieza a caerme bien, tiene buen gusto —claudico,
porque el hecho de que su nuevo amigo sea gay me tranquiliza.
—Voy a pedir a una clínica privada que me haga un control de ETS.
—Tengo el último informe de salud en mi despacho por si te interesa, el
equipo se encarga de hacérnoslos periódicamente para asegurarse de que
gozamos de buena salud.
—No me extraña, con tipos como tú en sus filas no es para menos. —
Pone los ojos en blanco y siento unas ganas tremendas de volver a cogerla y
hacerla mía para quitarle toda esa rabia acumulada.
Este enfado absurdo tras haber compartido un momento tan íntimo
comienza a irritarme. Jess es el tipo de mujer que construye muros a su
alrededor para ocultar su vulnerabilidad, como si no admitir abiertamente
sus debilidades la convirtiera en alguien fuerte y poderoso, cuando en
realidad, es simplemente un ser humano normal, como yo, aunque todos
crean que sea Dios solo porque se me da muy bien jugar al fútbol.
—¿A qué viene todo esto? ¿Es algún mecanismo de defensa para no
admitir que has disfrutado de este sexo de reconciliación como una loca?
—¿Quién te ha dicho que lo he disfrutado? Podría haber fingido,
algunas mujeres lo hacen.
—Tú no eres de esas. Conozco cada punto nervioso de tu cuerpo para
saber que esas convulsiones eran de verdad —digo con sinceridad. Tengo
grabadas a fuego todas sus reacciones, incluso las menos agradables como
esta.
—Puede que algunas, pero ha habido un momento en que la mente se
me ha ido a otra parte.
—La mente y las manos. —Me cojo la polla aún dura, sacudiéndola
hacia ella.
—Eres un grosero.
—Uno que te pone muy cachonda. Reconoce que el pasar de los años
no ha hecho que pierda un ápice de magnetismo y que sigo ejerciendo el
mismo efecto en ti.
—Sí, tienes razón. Sigues pareciéndome un capullo engreído y pagado
de sí mismo. Y, ahora, si me disculpas, tengo cosas más importantes que
hacer.
—¿Cómo qué? Estoy de vacaciones —le grito, cuando la veo
encaminarse hacia la casa.
Jess frena, se gira y con una leve sonrisa en la cara me espeta:
—A hacerme un lavado vaginal con lejía.
32
JESS
Me doy una ducha a conciencia, frotando todas las partes de mi cuerpo con
rabia, intentando eliminar cualquier rastro de James Black de mi cuerpo,
como si eso fuera posible.
Lo único que consigo cuando me enjabono los pechos, las caderas y mi
entrepierna, es recordar sus caricias y que un cosquilleo traicionero corretee
a sus anchas por mi piel, aún caliente por el polvazo del siglo que me acabo
de gozar.
Salgo de la ducha y me miro en el espejo. Tengo los labios hinchados y
rojos de tanto beso, de tanto mordisco…
—Mierda —susurro, porque sé que probar de nuevo los efectos de
Black sobre mi cuerpo, puede hacerme recaer en su maldito efecto adictivo.
James Black es como una droga de la que pensé que estaba rehabilitada.
¿Habrá algún grupo de ayuda para adictas a hombres magnéticos y
electrizantes?
He de reconocer que las embestidas me han quitado toda la resaca, pero
han aumentado mis temores.
Jess, eres una jodida yonqui.
O una masoca emocional.
Mientras me desenredo el pelo mojado, alguien toca la puerta con los
nudillos, y no tengo que devanarme mucho los sesos para saber que es él.
—¡Déjame! ¡Por tu culpa voy a tener que reconstruirme la flora vaginal
con células madre! —grito, aunque por dentro sonrío. Me encanta sacarlo
de quicio.
—Espero que no, no suelo poner alimentos nocivos en la comida. —
Reconozco la voz femenina, es la señora Morgan.
Abro la puerta del baño y asomo la cabeza.
—Lo siento, pensé que era… —Freno en seco, lo de la flora vaginal le
ha dado ya una pista sobre qué ha podido pasar entre James y yo. Las
excusas sobran y lo empeorarían.
—No importa, querida, solo deseaba asegurarme de que estabas bien y
avisarte de que James te espera en el embarcadero.
—¿El bar? —pregunto extrañada, temiendo que vaya a cantarle las
cuarenta a Nelson por darme un trillón de chupitos de guaro. Por cierto, eso
lo carga el demonio.
—No. —Julia sonríe—. El embarcadero 41 de Coconut Grove Docks.
Me ha dicho que te avise.
—No había nada programado para hoy. —Pienso en voz alta.
—Yo solo traigo ese recado, no sé nada más. He preparado algo de
comida que James se ha llevado con él. Me ha pedido que te dé las llaves
del Porsche 911 Cabriolet y que conduzcas tú misma hasta allí.
—De acuerdo. Gracias, Julia.
—La dirección ya está incluida en el ordenador de a bordo. Te guiará
sin problemas. Ah, y me ha pedido que lleves ropa de baño.
Cierro la puerta e intento descifrar a qué viene todo esto y si se trata de
alguna jugarreta para vengarse de mí.
—¿No habrá manipulado el coche para dejarme sin frenos y que me
estampe contra algo? —musito, me muerdo los labios con los dientes y me
observo de nuevo en el espejo.
En el fondo, sé que no sería capaz de tal cosa, sería cruzar una raya muy
peligrosa; pasarían de ser bromas (muy pesadas, pero bromas, al fin y al
cabo) a intentos de asesinato en toda regla. Ni creo que desee matarme ni
pienso que lleve un homicida dentro, aunque sea aficionado a las peleas en
los bares y en el campo.
La guerra cruzada está servida entre los dos, hasta aquí estamos de
acuerdo, y mi mente desvaría y llega a límites que no controlo. Arriesgamos
mucho, en todos los sentidos.
Ya en la habitación, saco del armario una bolsa de deporte que traje
conmigo y la abro sobre la cama como si le hubiera hecho una autopsia a un
pavo que voy a rellenar. Lo cargo con dos bikinis, crema solar, un par de
gafas de sol y pareos a juego.
Iba a colocarme un vestido, pero finalmente opto por sacar uno de los
bikinis: el blanco con detalles de crochet que me queda realmente bien. La
idea de disfrutar del sol y el agua parece mucho más tentadora que vestirme
formalmente. Chris me obligó a ir de compras antes de viajar a Miami y vio
imprescindible que adquiriera ropa de baño nueva, estos dos pareos
coloridos y vestuario adecuado al clima perenne de esta ciudad, muy
diferente al de Nueva York.
Echo de menos Nueva York. Y a Chris.
De camino al coche deportivo me recuerdo que debo llamar a Chris para
invitarlo a Miami y darle las gracias por obligarme a salir de tiendas. Si los
frenos del Porsche fallan, no sería glamuroso morir con un bikini con la
goma quemada del verano de 2001.
33
JAMES
Me traslado en mi barco desde Palm Island Docks hasta Coconut Grove.
Vamos a navegar en otro mucho más grande. No entra en mis planes
usuales, sin embargo, hoy es diferente. Quiero que Jess se sienta especial,
que experimente la emoción de recorrer las calles de Miami en el Porsche
rojo descapotable camino al embarcadero. No se trata de comprar su
felicidad con lujos materiales, sino de crear una especie de tregua entre
nosotros. Pretendo que entienda que estoy dispuesto a hacer lo que sea
necesario para que nuestra relación funcione, incluso si eso significa mover
montañas, o yates, en este caso.
—Movería planetas por ti —le dije una vez, antes de besarla, unos días
después de que mi representante por aquel entonces me dijera que los
Houston Texas deseaban ficharme y que habían presentado un contrato
millonario formalmente. Jess se alegraba por mí, pero algo dentro cambió
en ella; lo supe en cuanto mis labios se pegaron a los suyos. Sabían igual,
olían igual, me estremecieron de igual forma, no obstante… Le di miedo.
—No eres tan fuerte. —Ella sonrió y me mordió la boca, buscando
segundos para asimilar lo que le acababa de revelar. Marcharme de Nueva
York solo podía significar una cosa, o dos, pero evitaba plantearme la
segunda posibilidad. No quería alejarme de ella.
La pelea después del polvo me ha dejado un gusto amargo, y navegar
siempre calma las aguas, nunca mejor dicho.
Le he pedido a la señora Morgan que prepare algunos menús fríos para
los próximos días. No es que no pueda cocinar por mí mismo en el yate,
pero con todo lo que está pasando últimamente, necesito simplificar las
cosas.
Las cámaras del barco siempre van abastecidas de bebidas. Tengo
contratado a una persona que se encarga del mantenimiento semanal y de
reponer lo que se termina después de alguna salida al mar, a parte de la
tripulación de la que he decidido prescindir hoy.
Mi yate es un verdadero oasis de lujo. Además de tres amplios
dormitorios, una cocina totalmente equipada y tres ostentosos baños, cuenta
con una piscina infinita en la cubierta superior. Un lugar donde puedo
relajarme y disfrutar del confort mientras navego por el Caribe. Los detalles
de alta gama y las comodidades hacen que cada viaje sea una experiencia
inolvidable y hoy quiero compartir esos privilegios con Jess.
Estoy nervioso, lo reconozco, pero no veo la hora en la que llegue y
comprobar su reacción cuando advierta lo que he preparado para nosotros.
34
JESS
Conducir con el viento jugueteando con mi cabello, mientras Taylor Swift
resuena a todo volumen en el Porsche descapotable, es una experiencia
alucinante. Las calles de Miami Beach se deslizan a mi alrededor mientras
me sumerjo en la música y disfruto del cálido sol acariciando mi piel
parpadeando entre las palmeras de la avenida. Un momento de libertad y
felicidad que me hace sentir viva y emocionada, aunque dude sobre el
destino final de todo esto.
—¡Esto es un alucine! —grito, y alzo un brazo.
El sistema de frenada funciona a la perfección, por cierto. No se le ha
ocurrido espachurrarme contra un muro o similar. Quiero pensar que por
mantener mi integridad física y no la de su adorado coche.
Al llegar a Coconut Grove Docks, un valet que conoce mi nombre me
recibe con una sonrisa.
—Bienvenida, señorita Olson, el señor Black nos ha pedido que nos
encarguemos de su vehículo y que la acompañemos hasta el embarcadero
41.
—¿Cómo conoce mi nombre? —pregunto, porque, que yo sepa, este
chico y yo no nos hemos visto en la vida.
—El señor Black nos avisó de que vendría con su Porche. Conocemos
muy bien todos los vehículos del señor Black.
—Entiendo. —Me siento tonta de haber no caído antes en eso.
El chico me abre la puerta para que baje y carga con mi cutre bolsa de
deporte.
Voy vestida únicamente con el bikini y el pareo que me cubre hasta las
rodillas, y unas sandalias de cuña que me estilizan aún más la figura. Me
siento una estrella de cine y agradezco que en todo este tiempo aquí, aún
nadie me haya nombrado o reconocido por el incidente del LB. Debe ser
por el tono bronceado que ha adquirido mi piel y las mechas doradas que
me di en las puntas, también aconsejada por el bueno de Chris.
—Juan, lleva el coche del señor Black hasta su plaza reservada, yo
acompañaré a la señorita al muelle —ordena el chico a otro más alto,
sosteniendo aún mi bolsa.
—Se lo agradezco, pero no hace falta, lo encontraré sola, estarán
numerados.
—Señorita Olson, no puedo no hacerlo, el señor Black lo ha pedido
expresamente.
Joder con James.
Sé que tiene dinero, pero de ahí a temerle si no cumples sus órdenes hay
un abismo.
—¿Aquí se hace todo lo que pide el señor Black sin rechistar?
—El cliente manda, señorita —me responde, y no veo por qué debería
replicar más. Me callo y lo sigo con determinación.
Me siento fresca y cómoda bajo el cálido sol de Miami de camino hacia
el muelle. Algunos hombres me miran desde sus barcos.
Soy la calcinadora, pero ahora de corazones.
Río por dentro. A todos nos agrada gustar (si no se pasan de la raya) y si
no, que se lo digan al hombre que me espera para, con total probabilidad,
echarme de comer a los tiburones.
Van a chuparse las aletas con lo buena que estoy.
35
JAMES
Cuando la veo llegar acompañada de Fabio, con ese bikini blanco que
realza su piel bronceada y con ese pequeño trozo de tela triangular
cubriendo sus preciosos pezones, la polla me da una sacudida. Tiene el
cuerpo de una diosa y la mente de una diablesa. El pareo se ciñe a sus
caderas como si fuera una cola de sirena, y verla tan deslumbrante cubierta
de rayos de sol la hace parecer un ser extraterrenal.
A mi depravada mente me vienen todos los posibles escenarios de mi
yate donde embestirla como esta mañana, sin reservas, sin
contemplaciones…
Deja las perversiones para más tarde, seguro que viene con el hacha en
la mano.
—Me alegro de que ya estés aquí, empezaba a impacientarme.
—Qué raro que eso no me sorprenda —reza, mientras Fabio le tiende la
mano para que suba con facilidad al barco—. Gracias, ha sido usted muy
amable —le comenta, ya en cubierta recolocándose las gafas.
—Estamos para servir, que disfruten la travesía —nos desea, antes de
marcharse.
—¿Has gozado la vuelta en el descapotable?
—Bueno, no ha estado mal —expresa, mirando en derredor. Sé que le
ha fascinado, siempre hablaba de lo mucho que le gustaría conducir un
descapotable de alta gama como los famosos. Me lo contó tras ver una
película en el cine y cenar perritos calientes en un puesto callejero. Me
pararon un chico y una chica para pedirme autógrafos y fotos y bromeamos
con el hecho de que yo ya era famoso—. Lo que no sé es qué hacemos aquí.
¿Tienes planeado tirarme al mar y ofrecerme como sacrificio a tus dioses?
—Tengo planeado que nos relajemos, los dos, por recomendación de mi
psiquiatra.
—¿Le has hablado de mí?
—No, pero recuérdame que lo haga la próxima vez, aunque me da
miedo hacerlo y que me extienda la baja unos meses más.
—¿Así es cómo piensas relajar nuestras tensiones, echándome pullitas
después de haberme violado esta mañana?
No puedo evitar soltar una carcajada y darme cuenta de lo feliz que me
hace la jodida Jess Olson.
—¿Violado? Está muy feo que uses ese lenguaje tan poco asertivo e
intentes culparme de algo tan vil y deplorable, cuando claramente has
recibido con gusto mis besos y mis caricias. No uses palabras tan horribles
en vano, hay mujeres que han pasado por ese tipo de experiencias horribles.
Veo cómo le cambia el gesto, lo que le he dicho la hace reflexionar.
—Tienes razón, lo siento. —Por fin he conseguido amansar a la fiera.
—Así me gusta. Y ahora, acompáñame para que te enseñe mi yate, El
Mariscal.
—Esperaba un nombre más egocéntrico, como El Rey, El Dios
Supremo o El Puto Amo.
—¿Porque es lo que soy para ti?
—Más quisieras, Black.
Sonrío ampliamente y le tiendo la mano, sintiendo una leve sorpresa al
verla aceptar mi gesto con otra sonrisa. Juntos, caminamos hasta el interior
de la embarcación, nuestras manos entrelazadas como si quisieran descifrar
cada secreto del otro. Mientras recorremos las diferentes estancias del yate,
me deleito en mostrarle cada detalle, cada rincón que he cuidado con
esmero. Es curioso cómo me reconforta sentir el contacto de su mano en la
mía, como si esa conexión física sirviera para sellar una tregua silenciosa
entre nosotros. Cada paso que damos juntos parece reavivar esa chispa que
una vez brilló y unió dos corazones que palpitan cerca.
—Tengo que reconocer que es espectacular —suscribe, mirando a todos
lados.
—Y aún no te he enseñado lo mejor. Acompáñame. —Tiro de ella y una
electricidad muy curiosa pero reconocida me recorre el brazo. La primera
vez que la sentí fue en nuestra cita improvisada, al despedirnos casi al
amanecer. No quería que se marchara. Me daba igual acostarme o no con
ella, solo deseaba seguir disfrutando de su compañía, pero se negó en
rotundo y tuve que dejarla en casa.
La conduzco con suavidad hasta las escaleras de popa, guiándola con
delicadeza hacia la cubierta superior.
Mis ojos no pueden apartarse de su cuerpo, su rostro, sus ojos, y siento
una extraña sensación de calidez inundándome por dentro mientras la
observo. Al llegar, la invito a que me siga con un gesto de cabeza, ansioso
por mostrarle uno de los rincones más especiales de esta embarcación: la
piscina.
Desde lo alto, el mar Caribe se despliega ante nuestros ojos como un
lienzo de infinita serenidad. Sus aguas danzan en tonalidades que van desde
el azul profundo hasta el turquesa más claro, reflejando la luz del sol que se
desliza suavemente sobre su superficie.
—Esto sí que no me lo esperaba. Te deben gustar mucho las piscinas.
Me extraña que no tengas una en el techo de la furgoneta Mercedes. —Ríe,
pero sé que está impresionada.
—Me gustan, sí, pero más si las disfruto en compañía.
—¿Eso significa que vamos a navegar?
—Sí, tengo la licencia de patrón.
—Conduces deportivos, motos, navegas y… ¿para cuándo el carné de
nave espacial?
—Estoy en ello, ¿no te lo he comentado? —El ruido gutural que sale de
su garganta me transporta a otro lugar, de nuevo al pasado, a una tarde de
verano en la que le hacía cosquillas y regaba de besos su vientre mientras
ella se retorcía entre mi boca y mis manos sobre la alfombra. Nos dijimos
que nos queríamos mirándonos a los ojos y le hice el amor muy despacio
durante horas, una y otra vez hasta que caímos rendidos y pasamos la noche
en el suelo. Me jodí la espalda y casi perdemos un partido por mi culpa. No
todos los finales de cuentos son felices, pero conseguí que, al menos, aquel
capítulo sí lo fuera. La última página del libro la escribió ella, aunque Jess
crea que yo puse la palabra fin.
—Se te ha debido olvidar. De todas formas, no voy a ir a Marte contigo.
Lo que acaba de decir me deprime porque de pronto vuelvo a pensar
que yo iría con ella hasta los confines del universo.
Carraspeo.
—¿Te sorprende que sepa manejar de todo?
—No, siempre supe que valías para muchas cosas, James. Siempre creí
en ti, ya lo sabes.
—Es cierto, pero no lo suficiente para pensar que podría darte todo esto
y más.
—¿Crees que lo que verdaderamente me importaba de ti era que me
mantuvieras con lujos? —me pregunta, con un deje molesto en la voz.
—Creo que te hubiera sido más fácil alcanzar tus metas si te hubieras
mantenido a mi lado.
—Eso suena machista y misógino. No necesito a nadie para realizarme
como persona.
Suspiro, no quiero decir lo que pienso realmente porque desencadenaría
otra pelea.
—Tienes razón, dejemos a un lado eso por ahora. Solo quiero que
disfrutes, que hondeemos la bandera blanca un par de días, ¿de acuerdo?
Jess asiente, aunque creo que he metido la pata porque he dicho algo
que ha podido malinterpretar.
36
JESS
Tomo asiento al lado de James mientras partimos del pintoresco puerto de
Miami y la brisa se hace más intensa, así como lo que siento dentro de mi
pecho.
He de admitir que desde que James y yo nos acostamos, hace tres o
cuatro horas, mi corazón ha experimentado emociones que creía olvidadas,
o que había sepultado bajo un montón de excusas y razones que me he dado
durante todos estos años, para convencerme de que tomé la mejor decisión
al no marcharme con él. Sin embargo, respirar este aire y mirar cómo Black
navega con maestría agarrando el timón de madera pulida y brillante me
hace sentir en un lugar cerca de casa, a pesar de estar a miles de kilómetros
de Manhattan y de mi apartamento.
El viento mesa mi cabello y el de James, mucho más corto, y mis ojos
no pueden evitar dirigirse hasta sus anchos y contorneados hombros y
brazos, su espalda y su prominente, redondo y fuerte culo. Cuando alzo la
mirada me topo con la de él.
—¿Te gusta el paisaje? —No sé por qué, pero esta vez no habla con
segundas. Su tono es templado y familiar.
—Es impresionante —manifiesto, con los vellos de punta, admirando
las cristalinas aguas del mar del Caribe, alejándonos de tierra firme y del
mundanal ruido—. ¿Adónde vamos? —pregunto.
—¿Acaso importa? —responde con una sonrisa.
Lo cierto es que no.
James se convierte en un imán y me levanto y voy hasta él, le acaricio la
espalda y le doy las gracias.
—¿Por qué? —cuestiona, pero no respondo. Prefiero callarme que esto
es justo lo que necesitaba. Alejarme del bullicio y el estrés de Nueva York y
un trabajo que adoraba, saltar a un vacío lleno de aguas cristalinas, sexo del
bueno y discusiones que alteran el alma y reavivan los latidos del corazón
—. Nos dirigimos a las Islas Bahamas —explica—. Fondearemos junto a
las Islas Exumas. Una de ellas tiene una playa aislada de los turistas y de
todos, de arena blanca, y en la que solo se escucha un intenso silencio.
Pensarnos allí solos me hace estremecer y trago con dificultad.
—Voy a preparar algo de comer. ¿Te parece? —propongo.
—Estás en tu barco.
—Uno muy bonito. —Sonrío y me alejo.
Vuelvo con una bandeja repleta de quesos, caviar, frutas tropicales
cortadas a trocitos y una botella de vino tinto que sirvo en dos copas sobre
una mesa rodeadas de sofás anclados a la tarima de madera.
—¿El capitán del barco puede tomarse un descanso? —cuestiono,
enseñándole las delicatesen.
Hace alguna maniobra, pulsa un botón y viene hasta mí. Me da un beso
en la mejilla con una mano en mi cintura y se acomoda a mi lado. Podría ser
un gesto mundano, pero con nuestra historia y actual situación, hay que
darle la importancia que merece. Ha sido cariño, del que se da sin pedirlo,
del que sale de dentro, del que se regala cada día a las personas que quieres.
—Pensé que estaríamos mejor solos, sin tripulación —especifica.
—No me importa cocinar y… También prefiero que estemos solos —
me sincero, y los dos nos miramos tras mi afirmación. Algo cambia en el
ambiente—. Siempre que no me pidas que navegue o que arregle el motor.
Moriríamos en medio del océano —trato de bromear, pero él resbala por el
asiento de cuero blanco hasta pegarse a mí y darme un beso en el hombro.
—Estoy deseando follarte desde que te he visto llegar con ese
minúsculo bikini. —Sin remilgos, clava sus pupilas en mis tetas.
—¿Para eso me has traído? —Me acerco a él unos centímetros y lo
tiento con mis pezones rozando su pecho. Para qué nos vamos a engañar,
desde esta mañana sigo cachonda perdida.
—Entre otras cosas… —musita, y su aliento se mezcla con el mío,
calientes—. ¿Alguna queja?
Niego y abro unos milímetros la boca.
—Solo una —susurro, y acaricio su vientre en dirección ascendente
hasta rozar la cinturilla de su pantalón corto—. ¿Qué esperas para hacerlo?
Nada, no espera absolutamente nada y no pierde más el tiempo. Me
empuja hacia atrás, me agarra de la cintura, me levanta y me sienta sobre la
mesa mientras su boca invade la mía como si fuera un pirata asaltando un
barco en medio del Atlántico. Se posiciona entre mis piernas, ya abiertas y
dispuestas. Se detiene solo un segundo, que aprovecha para mirarme de hito
en hito, como asegurándose de que está pasando de nuevo, que no es un
sueño, o da la sensación de eso. Nos envuelve un silencio contemplativo,
solo interrumpido por el crotar de las gaviotas y el suave viento que
sobrevuela el barco.
—Voy a metértela hasta que se ponga el sol —asegura con su lengua
viperina.
Con sus dedos, aparta la tela triangular de mi bikini hacia los lados y
deja mis prominentes pechos a la vista. Sé cuánto le gustan, los desea y
adora. Por esto, va hasta ellos y los masajea, los lame y los muerde mientras
yo jadeo y grito de placer, uno muy intenso e infinito. Su lengua recorre de
forma vertical mi torso, hasta llegar a la línea que define mi vientre y mi
monte de Venus. Ahogo un gemido y enredo mis dedos en su pelo, dejando
que se pierdan entre sus mechones despeinados y, en una señal silenciosa y
desesperada, empujo de ellos hacia abajo para acercar su cabeza al centro
de mi anatomía.
James no necesita comprender el mensaje y, tras dejar un mordisco en la
parte baja de mi abdomen, agarra mi tanga de bikini y lo baja, acariciando
mi piel y logrando que todas y cada una de mis terminaciones nerviosas se
activen y lo sientan como un arañazo inconfesable. Siento un escalofrío, un
latigazo, y su boca sube por una de mis rodillas aprovechando para separar
mis piernas y posar su mirada sobre mi sexo. Leo en sus ojos la intensidad
de mi propio anhelo y suplico:
—Haz algo, James… Necesito… Necesito sentirte…
—¿No me sientes? —Percibo un soplido contra mi sexo—. Porque yo
lo hago desde el día que te encontré en mi piscina…
—Arggg… —jadeo.
No soy capaz de hilar un solo pensamiento más. Quiero que me coma,
que me folle, que me parta en dos o en tres. Mis músculos se tensan y se
rinden en bucle, perdiendo la fuerza y volviéndose a acumular en ellos. Me
abandono a la sensación que me produce la punta de su lengua delineando
mis labios más íntimos. La piel se me eriza, un escalofrío me atraviesa. Sus
manos, que mantenían mis extremidades inferiores lejos la una de la otra,
ahora agarran mis nalgas y acompañan esos movimientos acompasados que
hace su boca y me… vuelve loca.
Cualquiera podría vernos, hacernos fotos, masturbarse mientras ve a dos
personas desconocidas jodiendo sobre un yate, pero no me importa. James
Black hace que pierda la cordura.
—Me corro, James… Voy a correrme… No puedo soportarlo… —aviso
entre suspiros y gritos.
—Venga, cariño, córrete —ordena, y eso me catapulta al ojo del
huracán. El orgasmo se gesta, crece y se vuelve inaguantable. Sus labios
succionan y acarician lo que sus dientes mordisquean. Su lengua lame con
fiereza y me dejo llevar.
Pero aquí no termina. James Black no amenaza en vano, solo avisa, y es
cierto eso de que piensa follarme hasta que el sol desaparezca, por esto, no
espera a que mi cuerpo deje de convulsionar, se agarra la polla y me empala
sin compasión.
37
JESS
Un sueño dorado, así podría llamarse este momento si esto fuera una novela
romántica, aunque los títulos de los primeros capítulos variarían entre Te
odio, James Black, Jodido Gigante Imbatible o Menudo gilipollas es mi ex.
Pero no. Ahora mismo James ha vuelto a ser el que conocí en Nueva York,
ese que me llamaba a altas horas de la madrugada para asegurarse de que
había vuelto a casa sana y salva, el que me enviaba flores a las clases del
máster y el que me acompañaba al médico cuando estaba enferma.
Después de almorzar y hacer el amor sobre la encimera de la cocina,
entre jabón y vajilla a medio fregar, me propone un refrescante baño en las
aguas cristalinas de la bahía, donde fondea el barco.
—Pasaremos la noche aquí —indica, desnudo de cuerpo entero, con su
imponente físico, su metro noventa y dos de altura ante mí, y su pedazo de
estaca con la que me ha matado la entrepierna.
Jess, no babees. Ya deberías estar acostumbrada.
Se sube un bañador limpio por las piernas y me ofrece unas gafas de
buceo que coge de un baúl que abre a su lado.
—No sé bucear. ¿Ahora es cuando me ahogas en el mar y le cuentas a la
policía que no sabes qué pasó porque te aseguré que era una experta
nadadora?
—Vamos a ver los arrecifes de coral. Son alucinantes. —Sonríe y me da
un beso en la nariz cuando pasa por mi lado.
¿En qué momento nos hemos convertido en una pareja feliz? ¿En una
de esas que no tienen un pasado doloroso?
—Eso no es un no. ¿Cuál es tu plan en concreto? ¿Has vaciado mi
botella de oxígeno?
Menea la cabeza delante de mí. Bajamos las escaleras hasta la popa de
suelo de madera, a tres o cuatro palmos del agua.
—Haremos esnórquel. Es fácil. Me consta que aguantas bien la
respiración. —Me guiña un ojo—. ¿O se te ha olvidado también el día que
buceaste en aquel jacuzzi para…?
—Cállate. —Me coloco las gafas y muerdo el tubo con los dientes.
—Algo así tenías en la boca aquella noche —bromea.
Le hago la señal del pajarito y tomo asiento en el filo de la tarima,
mojándome los pies.
—Esto es raro —comento, segundos después, cuando me quito el
cacharro de la boca y me subo las gafas hasta la frente.
—¿A qué te refieres? —Se coloca de pie a mi lado.
—A ti y a mí, a esto que estamos haciendo después de habernos perdido
la pista hace cuatro años.
—Tú aceptaste el trabajo.
—Acostarnos no estaba incluido en el contrato. —Me guardo lo de
volver a sentir por él y mojarme como una cerda solo de pensarlo.
Salta al océano y el agua que provoca su zambullida me salpica.
—¿Por qué desapareciste? —le pregunto, cuando emerge y me observa.
No responde. Viene hasta mí, me agarra por los pies y tira para llevarme
al fondo.
—¡Ah! —grito y trago un poco de agua salada—. ¿Por qué no
respondes a mi pregunta? —insisto, moviendo las cuatro extremidades para
mantenerme a flote.
—Porque no sé qué quieres escuchar.
—La verdad.
Me pone las gafas y el tubo; él hace lo mismo y me indica con un gesto
de mano que lo siga. ¿Qué voy a hacer? Explorar el fascinante mundo
submarino, tan desconocido para mí como los sentimientos actuales de
James y las razones que lo llevaron a desaparecer de la faz de la Tierra.
A ver cuanto tardo en hacer la parguela ahogándome en un lugar
privilegiado del mundo.
Frente a mí se extiende un cautivador arrecife de coral, rodeado de
peces tropicales de todos los colores imaginables.
James bucea delante de mí, y lo sigo entre un banco de peces que crea
una estela de color y me hipnotiza con su movimiento.
Esto es un sueño.
Black apunta con el dedo a unas rocas y observo con admiración cómo
un pulpo se camufla hábilmente entre ellas, mientras una tortuga marina se
desliza con gracia a su lado.
Me parece el País de las Maravillas hasta que un tiburón se acerca por
nuestra izquierda, blanco con vetas grises, muchos dientes, demasiados,
parece que sonríe, mueve la aleta y me imagino siendo un extra de la
película Tiburón, de esos que no importan a nadie y mueren mordidos por el
gigante mamífero.
Madre mía, madre mía, madre mía.
Doy un grito, de nuevo trago agua y hago aspavientos para ahuyentarlo,
pero consigo la reacción contraria, y el animal marino viene hacia mí
dispuesto a degustarme.
¡¡Voy a morir!!
Juro que escucho la banda sonora de la película a la que da nombre el
depredador, compuesta por John Williams. Una melodía angustiante y
memorable que se convirtió en un símbolo del peligro inminente, justo la
situación en la que me encuentro ahora.
Cierro los ojos y pienso en mis padres, en Chris, en el jodido James, que
me ha bajado hasta los infiernos, y en las fotos de mi cuerpo despedazado
por esa gran mandíbula.
Espero que me pixelen cuando salga en los noticieros.
El Gigante Imbatible se percata de mi estado de nerviosismo y de que
estoy a punto de morir a tres metros bajo el mar (y de que debo estar
haciendo testamento mental), viene hasta mí, me agarra de la cintura y me
empuja hasta la superficie.
—¡Un tiburón! ¡Un tiburón! —Pataleo.
—Jess, tranquilízate.
Nos sube a la cubierta y nos quitamos las gafas y los tubos ya de pie.
Me tiemblan tanto las piernas que estoy a punto de caer de rodillas.
—¡No me has dicho que aquí hay tiburones! —le espeto, muerta de
miedo y cabreada—. ¿Así es como realmente planeabas deshacerte de mí?
¡¿Pretendías que el crimen lo cometiera un pez asesino de cuatro metros?!
—Su longitud no llegaba a un metro. Era un tiburón nodriza.
—¡¿Y esos no comen?! —Pongo los brazos en jarra.
—Nada que se parezca a ti, desde luego —discrepa. Sube las escaleras y
va hasta la cocina a coger dos botellas de agua. Lo sigo, por supuesto; ha
estado a punto de darme de comer a los tiburones y esto no va a quedarse
así.
Deja una de las botellas sobre una mesa, da un sorbo a la suya y me
suelta:
—Tu cabreo no tiene que ver con eso.
38
JESS
Casi me come un tiburón y el muchacho cree que estoy cabreada porque no
ha respondido a mi pregunta, una muy simple, por cierto.
Cruzo los brazos y cambio el peso del pie.
—Pues mira, llevas razón.
Me mira, suspira y decide contestarme:
—Tú también, desaparecí, pero tú no hiciste nada para buscarme.
Alzo los brazos.
—¿Qué podía hacer? ¡Cambiaste hasta de número de teléfono! —Los
dejo caer y las manos rebotan en mis caderas.
—¿Me llamaste? —Abre unos milímetros los ojos, esos ojos que se
siguen clavando en mi alma.
—Lo intenté, ¡claro que lo intenté! ¿Qué debía hacer? ¡No sabía dónde
estabas! ¡Llegué a casa y habías recogido toda tu ropa! ¡Te llevaste todo
contigo! ¡Sin explicaciones! ¡No dejaste ni una nota!
—Sabías dónde estaba. Todo el puto país lo sabía —sisea—. ¡El mundo
entero conocía el lugar exacto en el que se encontraba el jodido James
Black!
—¡Eres injusto! ¡Fuiste tú el que se marchó! —Le apunto con el dedo
—. ¡Fuiste tú el que se largó sin ni siquiera una despedida! ¡Llamé a Ava!
¡Tu hermana me dijo que te dejara en paz! ¡Y créeme, estaba muy
convencida de ello!
—¿Crees que para mí fue fácil? —Da un paso hacia mí—. Ha sido la
decisión más difícil que he tomado en toda mi puta vida —escupe.
Quiero besarlo, mi parte más irracional me grita que lo bese y lo abrace,
sin embargo, me tomo mi tiempo y dispongo que eso no es una explicación,
no resuelve mis dudas ni el resquemor que aquello creó en mí y el odio que
creció en mí.
—Pues pareció todo lo contrario. Te marchaste y ahora haces como si
nada. Me llamas cariño y…
—Me he dejado llevar por la emoción del momento. ¿Te molesta que lo
haga? —pregunta, buscando claridad en medio de la confusión que nos
rodea.
—No. —Me masajeo la sien—. No lo sé. Como te he dicho, todo esto
es raro.
—¿Recuerdas cuando solíamos nadar juntos en Brighton Beach durante
el verano?
Asiento con la cabeza, recordando los días cálidos y soleados, cuando
nuestras preocupaciones eran mínimas y el futuro parecía brillante y lleno
de posibilidades.
—Solíamos pasar horas nadando y divirtiéndonos como si solo
existiéramos nosotros. —Consigue, de pronto, que una sonrisa se curve en
mis labios.
James se queda mirándome fijamente por un momento, como si
estuviera tratando de capturar cada detalle de mi rostro en su memoria.
—A veces desearía poder volver atrás en el tiempo y revivir esos
momentos contigo —confiesa.
De nuevo me quedo sin palabras ante su declaración, sintiendo el peso
de cada una de ellas en el aire, acercándonos, alejándonos. Sé que hay
mucho más en juego que simplemente reconciliar nuestro pasado.
Me sumerjo en sus ojos, escarbando en la profundidad de su pupila
respuestas profundas y sinceras, esas que no verbaliza.
—Yo también desearía poder volver a esos días —respondo con
sinceridad, alentándolo a que él también lo sea.
Puedo sentir el latido de nuestros corazones sincronizándose,
recordándonos que, a pesar del tiempo y la distancia, nuestro vínculo sigue
siendo fuerte y profundo.
—Quizá no podamos volver atrás en el tiempo, pero eso no significa
que no podamos crear nuevos recuerdos juntos. Aunque no nos hayamos
visto en cuatro años, siempre seguías visitándome en mis sueños.
39
JAMES
¿Qué cojones estás haciendo, James?, me reprendo mentalmente.
—¿De verdad has soñado tanto conmigo? —Noto cierta emoción en su
voz y mi reacción es asustarme, como si ahora sí que tuviéramos un tiburón
blanco de ocho metros delante y estuviera a punto de engullirnos. No puedo
permitirme ser vulnerable a lo que ella se refiere, a pesar de lo que mi
corazón me dicta, del pasado, del presente y de las decisiones que tomé y
que aún pesan sobre mis hombros como litros y litros de un agua densa y
muy oscura. No estoy en condiciones de hacer promesas a una mujer a la
que hace apenas unas semanas detestaba porque me dejó ir demasiado
rápido.
—Sí, pero eran más bien pesadillas. —Me fuerzo por reír y su rostro
cambia.
Soy un cretino, lo sé. También sé que ella me aterra, Jess Olson es la
única mujer de este jodido mundo que puede desestabilizarme y no puedo
permitirlo.
Mis palabras la golpean como una ola contra las rocas, dejándola en un
estado de confusión y, quizá, desilusión.
—¿Te divierte jugar así conmigo, Black?
—Es más divertido. Reconoce que hasta hace poco estaba convencido
de que éramos enemigos. No puedo ignorar que intentaste indigestarme con
un arándano.
—No lo intenté, lo conseguí. Te vi vomitar como a una embarazada.
—Y yo a ti echar humo por las orejas con el picante. Empate a uno.
—¿Esto es uno de tus partidos de la NFL?
—Y siempre los gano —digo, con una seguridad aplastante.
—¿Me estás retando? —Sus ojos chisporrotean llenos de rabia.
—Tan solo te estoy haciendo ver, que por muy bonito que fuera lo
nuestro en el pasado, en la actualidad no estoy seguro de poder darte lo que
mereces.
—No te lo he pedido. No te busqué entonces y no lo he hecho ahora. —
Eso me ha dolido. Me lo tengo merecido—. Y tienes razón, merezco algo
mejor que un remember de polvos.
—Tómatelos como una terapia de relajación. —Conforme suelto esto,
me siento un miserable, pero es lo mejor para no confundir más las cosas
entre los dos.
—Entonces, haber elegido a otra, no soy tu chochito zen. —Camina con
determinación hasta la suite principal, la que le he indicado que será la suya
y donde ha dejado su pequeño equipaje, una bolsa minúscula, como sus
bikinis.
—Vamos, Jess, no habrás creído que lo nuestro pueda funcionar de
nuevo. —Voy tras ella. Esto es una carrera constante, un tira y afloja, Tom y
Jerry, el ratón y el gato; el problema es que yo soy un león furioso, rey de la
manada y ella no se deja avasallar por nadie.
Entra en el baño y sale con un cepillo de pelo en la mano, con el que se
desenreda los mechones mojados y me planta cara.
—Yo no creo nada. No seas engreído. Has sido tú el que se ha tomado la
licencia de llamarme cariño. Si no lo has sentido, hubiera sido mejor que
cerraras la boca. Es inmaduro y manipulador.
—Lo dices como si tú no hubieras contribuido. Has asegurado que te
gustaría volver a aquellos días.
—¿Yo? Perdona, guapo, pero en ningún momento te he llamado cariño,
ni te he dicho que venías a visitarme en sueños, ni…
—¿Prefieres que te diga que cada vez que pensaba en ti me ardían los
nudillos de apretar los puños por la rabia? ¿Que, durante un año, no pude
salir con otra mujer porque me daba miedo abrirme y que me abandonaran
de nuevo? ¿Que, cuando mi padre murió, sentí de nuevo esa sensación de
abandono y me hundí en mi propia mierda?
—Me abandonaste tú. Nos abandonaste a los dos. Y tuve que rehacerme
sola. No soy la responsable de tus inseguridades ni tus mierdas, James. —
Me señala con el cepillo.
—Puede, pero fuiste una de ellas.
—¿Una de tus mierdas? —Me lanza el peine con muchas púas sin dar
en la diana.
—Una de mis inseguridades —le aclaro. No quiero hacerle un daño
desmedido—. Me quedé muy jodido, Jess, te quería, pensaba que siempre
estaríamos juntos —confieso.
—Nada es para siempre —me espeta.
—Hace tiempo que lo tengo claro.
—Entonces quiero que te quede claro también que no voy a volver a
acostarme contigo, Black. ¡Da por terminada esta absurda tregua! —grita.
—Tranquila, podré contenerme —asevero, aunque en el fondo sé que
miento de nuevo como un bellaco. Nuestra pelea ha vuelto a ponerme
cachondo.
Cuando se trata de ella, no hay remedio para mi calentura.
40
JESS
Te odio, James Black.
Estoy furiosa, muy furiosa, superfuriosa. ¿Ha quedado claro que mi
cabreo roza niveles que ni conocía?
El rollo confuso de James me hace sentir como si estuviera jugando con
mis sentimientos. Si alguna vez le he importado de verdad, la forma en que
me está tratando es muy injusta. Cada cosa que dice o hace solo me
confunde más y, encima, estoy atrapada con él en su puto yate sin poder
huir. ¿Qué hago? ¿Salto y nado junto a tiburones? Mejor me quedo y me
enfrento a este.
—Vete de mi camarote. —Lo echo sin contemplaciones; las mismas que
él está teniendo conmigo.
Miro por la escotilla cuando me quedo sola y me pregunto cuánto
tardaría en llegar a la costa a nado.
Jess, tu amigo el tiburón de ocho metros.
—Mierda. —Bufo—. Estoy aquí atrapada.
Me tiro sobre la cama y me cubro la cara con un cojín azul para ahogar
un grito de desesperación y quedarme bizca de rabia e impotencia.
Calma, Jess. Puedes resistir. Ignóralo y tómate este encierro como unas
vacaciones solitarias.
Pero, de pronto, una sonrisa muy perversa se dibuja en mi rostro, con la
frente cubierta por mi pelo desenredado y mojado.
O, ponte lo más sexi que puedas y provócalo hasta que le reviente el
escroto.
Decido quedarme con el segundo pensamiento.
Tranquila, podrás contenerte.
—¡Y una mierda! —exclamo, dejando salir mi frustración—. Vas a
sufrir, James, voy a hacer que te explote una arteria o se te gangrenen las
venas de la polla —musito, mientras saco el otro bikini, uno de braga
brasileña en color coral.
Me atuso la melena, que, con la salinidad del mar, se han creado unas
ondas surferas la mar de molonas. Me calzo las cuñas, me embadurno el
cuerpo en aceite de coco (lo he encontrado en el baño y no quiero saber
quién podría haberlo olvidado aquí porque me da repelús, aunque sea de
una marca muy cara) y salgo en toplees del camarote, dispuesta a tomar el
sol en todas las posturas más perversas posibles.
Si quieres sopa, te voy a dar dos tazones.
Me paseo por el barco con paso firme buscando a James en cada rincón.
Mientras avanzo por la cubierta, observo a otros barcos y a sus tripulantes
disfrutando del sol y del mar, pero mi atención se centra en encontrar a ese
hombre que ha logrado sacarme de quicio.
El Gigante Imbatible. El anormal Insuperable lo llamaría yo.
Finalmente, lo veo. James está a los mandos del barco, concentrado en
su tarea, mientras lo dirige con destreza. Me detengo por un momento,
observándolo desde la distancia, con una mezcla de enfado monumental y
atracción hacia él. No puedo evitarlo, me cabrea y me enciende el bajo
vientre a partes iguales.
De tanto mirarlo, Black, finalmente, se percata de que lo observo y
clava su mirada en mí.
Ya te tengo dónde quiero.
Levanto los brazos para hacer un estiramiento y parecer ajena a su
escrutinio, pero sé que se le ha tensado todo el cuerpo y, por un instante, leo
la intensidad de sus pensamientos reflejados en sus ojos.
Me encamino a la cubierta principal, que se ubica justo delante de la
cabina de mandos y ofrece una vista panorámica del océano, y, en poco
tiempo, también de mi culo y mis tetas para él.
Me coloco de espaldas a la cabina, fingiendo que me tambaleo
ligeramente por el oleaje. Con una sonrisa traviesa en los labios, me acerco
al cristal y pego mi culo contra él, jugando con la idea de provocarlo.
El pulso de mi corazón se acelera mientras espero su reacción,
preguntándome qué pensará y qué hará a continuación.
Me giro lentamente hacia El anormal insuperable-Míster gilipollas y lo
saludo con un movimiento de dedos de una mano, dejando que mi sonrisa
se deslice por mis labios. Luego, continúo esparciendo un poco más de
aceite de coco sobre mi piel, rozando sensualmente mis pechos con
movimientos suaves y deliberados. Observo de reojo cómo la nuez de
James sube y baja mientras intenta tragar saliva, y sé que lo tengo cardiaco
perdido.
Que te revienten los huevos, comemierda.
Su reacción solo aumenta mi confianza y determinación para llevar a
cabo mi pequeña venganza. Mientras ejecuto mi perfecta y estudiada
actuación, una extraña sensación de poder y excitación desfila por mi
cuerpo. Cada movimiento y cada gesto, cuidadosamente calculado para
provocar una reacción en él, surte el efecto deseado. Me siento como una
actriz porno.
No tarda en dar unos golpes en el cristal con los nudillos.
Te estoy mejorando las vistas, desgraciado.
Lo ignoro y me tiendo sobre la tarima, caliente por los rayos del sol, y le
muestro una preciosa estampa de mis nalgas elevando un poco las caderas.
Ya no puedo verlo, pero estoy segura de que la tela de su bañador debe
estar a punto de ceder por la presión de su erección.
41
JAMES
Maldita Olson.
Si pretende ponerme a cien mil por hora, lo ha conseguido con creces
porque estoy a punto de la combustión espontánea.
Cojo aire, hinchando mi pecho, y me froto la entrepierna, que se queja
en una sacudida.
Su imagen con ese bikini tanga color coral que resalta su bronceado y
sus preciosas tetas libres como el viento, me ha puesto cardiaco y, la polla
tan dura, que podría atravesar el cristal que nos separa.
Las crestas redondeadas de sus pezones y sus glúteos apretados con
forma de melocotón, son una tortura para mis ojos.
Estoy a punto de saltar por la borda para acabar con esto de una vez. El
agua me refrescaría, o quizá, el tiburón nodriza cree que mi pene es un bebé
de foca (la tengo en muy alta estima) y se la come. El asunto se arreglaría,
al menos la tensión física entre nosotros acabaría, de una forma muy
drástica y dramática, pero le pondríamos fin dejándome eunuco.
Está intentando provocarte, máquina, resiste, aguanta. Sé fuerte, James.
Inspiro hondo tres veces más, pero de nada sirve, porque mi deseo por
tocarla y acariciarla hace que mi orgullo empiece a verse comprometido.
Tengo necesidades, joder.
Y ella es y será para siempre mi jodida debilidad y, si me ha
involucrado en su maldito juego se seducción, al menos deseo obtener
alguna satisfacción. La ansiedad me ahoga mientras observo a Jess con su
pequeña actuación, así que activo el ancla del yate y suelto el timón para ir
a la cubierta donde ella toma el sol y se luce, por cierto, delante de posibles
mirones con catalejos.
La excitación zumba por mi cabeza y mi estómago como un enjambre
de avispas cabreadas. Apenas puedo pensar, me guía la más pura lascivia.
Me quedo quieto tras ella, que ya debe saber que estoy aquí porque mi
cuerpo la ha cubierto de sombra, pero no se gira ni se inmuta, sigue
mirando al horizonte y meciendo su culo como una puta diosa.
—¿Qué cojones pretendes? —no soy yo el que habla, es mi instinto más
primario.
—Relajarme, a eso me has traído aquí, ¿no? ¿Acaso tú no estás relajado,
James? —pronuncia de forma sensual la muy diabla.
—Lo estaba hasta que has venido a provocarme. Hay suficiente espacio
en este barco para los dos.
Puedes irte a otra cubierta a enseñar las tetas, cojones.
Finalmente, se gira. Sus aureolas oscuras embadurnadas de aceite y sus
piernas flexionadas entreabiertas me retan.
Joder. Contrólate. Tú puedes.
—Pero yo tengo un cometido, vigilarte, ser tu sombra, eso es lo que me
pidió Robert y es lo que estoy haciendo. —Se muerde el labio inferior y mis
cimientos se tambalean.
—¿Vigilarme de qué? Estamos en medio del Caribe.
—Hay muchos más barcos a nuestro alrededor, podrías coger una de las
dos motos de agua e irte a correrte una juerga al yate contiguo.
—El yate contiguo está lleno de jubilados —le informo.
—¿Y qué? Eres tan degenerado que a saber si ahora te pone también la
gerontofilia.
Junto las manos y entrecierro los ojos. Si sigo mirándola un segundo
más, no seré dueño de mis actos.
—Estás buscando guerra y lo sabes.
—No estoy buscando nada, solo tranquilidad y tomar el sol en libertad.
Niego con la cabeza tan enérgicamente que podría partirme el cuello.
—Pues qué desperdicio.
—¿Que tú no puedas hacer uso de mi cuerpo te parece un desperdicio,
Black? —ironiza—. Para tu información, yo solita sé provocarme unos
orgasmos muy satisfactorios.
—Admite que no es lo mismo. Te encanta verme la polla dura cuando
hago que te revuelvas del gusto. —Mierda, ya he entrado en su juego.
Eres un facilón.
No, es que ella me gusta mucho, muchísimo.
—Lo admito, es interesante, pero no pienso dejar que me folles nunca
más. —Cierra los ojos y levanta el mentón para encararse al sol.
Cuando los abre, yo ya estoy de rodillas entre sus piernas.
—¿Qué haces? —Por poco no se le salen los ojos de las cuencas.
—Solucionar lo de tus orgasmos, así cuando te estés follando a otro,
podrás reclamar lo que te mereces. —Jess crea una perfecta «o» con sus
labios carnosos y la guio para recostarla. Ella intenta abrir la boca para
responder, pero las palabras se desvanecen en cuanto le separo un poco más
las rodillas. Ha caído en su propia trampa.
42
JESS
—Solucionar lo de tus orgasmos, así cuando te estés follando a otro, podrás
reclamar lo que te mereces.
Lo que yo me merezco es la cárcel por volver a ceder al deseo y no a la
razón.
Ni una hora después de nuestra acalorada discusión, de nuevo estoy
ofreciéndome sin rechistar a este malnacido porque la entrepierna me
palpita como una patata frita.
El contacto de sus manos en mis piernas dispara un flujo eléctrico por la
parte inferior de mi cuerpo. James, con su boca y sus manos, baja desde mi
cintura, por los muslos, rodillas y viaja hasta el tobillo, aminorando sus
caricias con diferentes presiones.
Mi corazón se acelera.
El pensamiento racional me abandona.
Me está enloqueciendo.
—Hazlo de una vez James, tú ganas —suelto entre gemidos.
—¿Acaso quieres algo, Olson? —Ahora riega mi piel de besos en
dirección ascendente hasta detenerse a centímetros de mi sexo.
Me obligo a poner los ojos en blanco en señal de hastío, pero en
realidad estoy presa de la lujuria más bestia jamás conocida.
James aprieta la base de su mano contra mi sexo y siento que el calor
que me sube a la cabeza va a combustionar mis párpados.
—Ni siquiera voy a necesitar quitarte esta tanguita de bikini —habla
con voz ronca, antes de deslizar sus dos pulgares, arriba y abajo, por la línea
húmeda de mi zona más íntima—. Ahora comienza tu terapia de relajación.
Poco después, empieza a trazar lentos círculos sobre mi clítoris cada vez
más abultado. Con cada roce mi deseo aumenta, lentos, decadentes,
perfectos para volverme loca y que le suplique que no pare. Pero no lo
hago, ahogo un gemido y arqueo la espalda. Sus dedos constantes y
resueltos aprietan mi clítoris con fuerza.
Empapada y desesperada por explotar en un orgasmo, con la finísima
tela del bikini pegada a mis labios vaginales, rondo el precipicio del clímax,
uno devastador y deseado, necesitado.
Cada movimiento de sus dedos en mi sensibilizado núcleo me lleva
hasta el límite.
Ahora sí. Gimo. Las caricias de Black se intensifican, pero sabe en qué
momento parar para desquiciarme y que le suplique. Lo está deseando, le
encanta que le implore.
—Te lo ruego —musito.
—¿Qué quieres, Jess? —su voz rasgada me da escalofríos.
—Correrme… Quiero correrme…
—Piensa en mí mientras lo haces —me exige.
Cierro los ojos y me olvido de que cualquiera de las embarcaciones de
alrededor puede vernos y hasta grabarnos. No solo seré la mujer meme, sino
la nueva actriz porno revelación del año.
El muy maldito sabe que hiperventilo de gusto y para acrecentarlo
acerca su boca a mi sexo y lo succiona a través del pequeño trozo de licra
que nos separa.
—Qué rica sabes. —Él también jadea, suspira y se deleita con mi
humedad.
De pronto, una gélida brisa cruza el casco y mis piernas, James se
impulsa hacia atrás hasta ponerse de pie y observarme desde su privilegiada
posición.
—¿Qué haces? —No contesta—. ¿Dónde crees que vas?
Esto no puede estar pasando.
—El que juega con fuego se quema, aunque venga del mismísimo
infierno.
—No irás a dejarme así —bramo.
—Termina sola. Has dicho que puedes provocarte unos orgasmos muy
satisfactorios. Disfrútalo, varios jubilados te están mirando. Será una gran
anécdota que contar cuando pises tierra firme.
El jodido cabrón se va como si nada y me deja allí tendida, con el
corazón acelerado y el aliento entrecortado, jadeante y sola, en medio de la
cubierta del yate, en el set donde se ha rodado una escena erótica sin final
feliz.
Juro que en este barco se acaba de cometer un homicidio en grado de
tentativa sexual y no respondo de mis actos.
La venganza será épica.
43
JESS
Me voy al camarote a terminar lo que él ha empezado, por supuesto. No
pienso quedarme así, lo único que lamento es haber dejado en mi loft de
Manhattan a Charlie.
No es uno de mis amantes ni una mascota, sino un masajeador de
clítoris que hace maravillas, pero tengo dos manitas que saben darme placer
como las de cualquier hombre o cacharro a pilas o batería, así que las utilizo
y muerdo mis labios al correrme. Nada que ver con el placer que siento con
James y no me quedo satisfecha. Blasfemo mientras me doy una ducha y
vuelvo a masturbarme. Sospecho que él hace lo mismo en otro baño, porque
no lo he encontrado por ninguna de las cubiertas. No es que lo haya
buscado, pero me he perdido al volver porque ni veía lo que tenía delante
con mi frustración, convertida en una neblina espesa delante de mí y no me
he topado con él, gracias a Dios, porque lo hubiera ahorcado con alguna
cuerda o tirado al mar, donde esperaría que los peces se lo comieran.
Me tiro sobre la cama ya con el pelo seco y me hago con el teléfono
móvil que cargaba sobre la colcha. Telefoneo a Chris para contarle que he
perdido la cabeza y que un tiburón casi me come, bueno, dos, pero no
atiende mi llamada y le envío un mensaje.
Yo: Estoy en un yate con tanto
lujo que es hasta obsceno.
Me he tirado a Black, sin condón.
Nos odiamos más que antes y…
Ah, sí, casi me come un tiburón.
También llamo a mi madre, que me reprocha que hace días que no
hablamos y que están preocupados. Ni he contestado a sus mensajes y le
explico que mi trabajo es muy estresante y que me ocupa todas las horas del
día. Por supuesto, no saben que soy Asistente personal de mi exnovio, ese
que me hizo pasar el quinario y por el que tanto lloré. No lo entendería,
porque no lo hago ni yo. Me quedo dormida cuando terminamos de hablar
y, al despertarme, la noche ha envuelto el Caribe y ha pintado de estrellas su
cielo.
No me apetece enfrentarme a Míster gilipollas, no obstante, tengo
hambre y subo a la cubierta principal en busca de algo de comida; cualquier
cosa que pueda coger con rapidez y volver a mi camarote a planear mi
venganza sanguinaria.
Escucho voces al pisar los primeros escalones. ¿Black habla por
teléfono? Deshecho la primera idea; distingo dos tonos muy diferentes…
Uno de ellos de mujer.
No puede ser. No puede caer tan bajo.
¿Se le ha ocurrido invitar a una mujer al barco después de lo que ha
ocurrido entre nosotros? ¿Tengo derecho a reprochárselo si fuera el caso?
Voy a matarlo con mis propias manos.
—Espero que te guste la cena —le dice James, a quien sea que ahora
pisa El Mariscal.
—Conoces bien mis gustos —contesta ella.
Subo otros tres escalones y observo desde la distancia. Es morena, pelo
largo y liso, de piel aceituna, delgada y un pequeño tatuaje en el brazo
derecho con el que agarra con delicadez una copa de vino y se la lleva a la
boca.
Te asesinaré, James Black.
Pero su nueva táctica no me acobarda y voy hasta ellos. La chica está de
espaldas a mí y su presencia no va coartarme para decirle a El Gigante
Imbatible lo que pienso sobre su manera de tratar de ponerme celosa. De
mujer a mujer, no tengo nada en contra de ella, es más, me da pena. Parece
demasiado joven para convertirse en otra de sus víctimas.
Black se percata de mi presencia y lleva sus ojos hasta los míos. El
sinvergüenza no se corta ni borra la sonrisa de su rostro, es más, la amplía,
la afianza, aunque sabe que ardo por dentro y voy a sacar lo peor de mí.
—James… Ni a ti te pega jugar tan… —digo, llegando a la mesa y
colocándome frente a él y junto a la chica. Voy a terminar la frase, pero esta
gira el cuello y suelta la copa sobre la mesa.
Hace cuatro años que no la veo, pero la reconozco al instante.
—Hola, Jess —me saluda sin expresar sorpresa, ni en el tono ni en su
rostro.
—¿Ava? —No lo entiendo.
Su hermano se da cuenta de mi despiste y explica por qué está aquí.
—Ava quería darme una sorpresa. Robert le dijo dónde estaba y un
miembro de la tripulación la ha acercado hasta aquí.
—Pero la sorpresa me la he llevado yo —suelta ella sin esconder un
deje de desprecio en su voz.
—Siéntate, traeré tu plato. No estaba seguro de si nos acompañarías. —
James se levanta y va hasta la cocina, a solo unos metros, aunque este barco
multiplique por veinte los metros de mi apartamento.
Me acomodo en uno de los sillones y me hundo unos centímetros en el
mullido cojín forrado de cuero. El silencio se instala entre nosotras hasta
que ella lo rompe.
—James me ha dicho que eres su asistente personal. —Tantea sobre la
mesa con sus dedos como si la madera fueran las teclas de un piano.
—Así es… —No sé qué más le ha revelado su querido hermanito, voy a
tientas y tengo cuidado.
—¿Y cómo va todo? Me refiero a si está siendo una experiencia
agradable. —Va con segundas y eso me cabrea. Los Black tienen una
facilidad increíble para sacarme de mis casillas, pero intento controlarme.
—Tenemos una relación profesional, si a eso te refieres. Él necesitaba
que le ayudaran en las tareas diarias y yo un trabajo.
—Es curioso… —Achina los ojos—. Que no me lo haya contado.
—Eso no es de mi incumbencia. Pregúntale a él por qué me esconde
ante su familia.
—Lo cierto es que sé exactamente por qué no nos ha dicho que tú
trabajas para él. —Le doy un sorbo a un vaso que lleno con agua de una
jarra de cristal labrado y espero a que ella responda alguna de mis dudas.
44
JAMES
Coloco en una bandeja el plato que guardaba en el calentador, cubiertos y
un trozo de mantequilla que acompaña muy bien al pescado, y me dirijo a la
mesa donde la cena (y la guerra) está servida.
Escucho a Ava hablar.
—Lo cierto es que sé exactamente por qué no nos ha dicho que tú
trabajas para él. —¿Qué va a decir mi jodida hermanita? Las interrumpo
dejando la cena ante Jess y sentándome en mi sitio.
—¿Quieres vino? —me dirijo a Jess y trato de verla vestida, como
ahora, aunque sea con un translúcido pareo convertido en vestido y no
desnuda y abierta de piernas a milímetros de mi boca.
—No, gracias. Así estoy bien.
—Yo sí quiero. —Ava alza su copa—. Celebremos este encuentro…
¿Maravilloso? —James se la rellena y le pide en silencio, con un gesto que
no me pasa desapercibido, que se comporte—. ¿Y cómo te va la vida, Jess?
—Bien. —Coge con maestría el cuchillo plano y el tenedor y se lleva un
trozo de dorada a la boca—. ¿Y a ti, Ava? Hace cuatro años de la última vez
que hablamos.
—Mejor que a ti, por lo visto. No le he quemado el pelo a ningún
famoso.
Joder con mi hermanita.
—Ava, compórtate —le ordeno.
—¿Por qué? No he dicho nada que no sea cierto y Jess no es tu invitada,
sino tu asistente.
—¿Y por eso crees que puedes hablarle como te dé la gana?
Ava convierte los ojos en una fina línea y frunce la boca.
—No puedo creerme que hayas vuelto al punto de partida de nuevo,
James —me recrimina.
—No sabes de qué hablas. Pídele disculpas a Jess.
—Sé defenderme sola. —Jess suelta los cubiertos y se dirige a ella—.
Me parece perfecto tu forma rastrera de recordarme por qué no sigo en
Nueva York y he tenido que aceptar este trabajo. Sí, ¿eso es lo que quieres
escuchar? Le quemé a lo bonzo el pelo a George Clooney y cavé mi propia
tumba. Fue un accidente, no lo hice adrede. Yo cuido de las personas, no las
chamusco, más si son mis amigas y las quiero. No las trato como si fueran
basura y me deshago de ellas de la noche a la mañana —expresa, con un
tono calmado que muta a uno más duro y determinante conforme termina
de hablar. Y sé que lo dice por los dos, por Ava y por mí, pero mi hermana
no tuvo la culpa de lo que pasó.
—Por eso ni nos llamaste cuando nuestro padre murió —le reprocha.
—Hacía cuatro años que no sabía de vosotros y no fue por mi decisión.
Supuse que era mejor no hacerlo.
—Supusiste bien.
—Entonces, ¿qué tienes que recriminarme?
Ava va a contarlo, lo sé, la conozco, por eso le pido que se vaya a la
cama.
—Necesito hablar con mi asistente en privado. Será mejor que te retires
—incido.
Mi hermana lo piensa durante unos segundos, se quita la servilleta de
tela del regazo, se levanta, la tira en medio de la mesa.
—Gracias por una velada maravillosa —espeta Ava, y se marcha sin dar
las buenas noches.
—Está bien, ya veo de qué lado estás.
—Siento lo que ha pasado —digo con sinceridad. Esto no tiene nada
que ver con nuestra guerra. Ava no es una de nuestras batallas.
—¿Por qué me odia tanto? Éramos amigas.
—No lo sé. —Claro que lo sé, pero no pienso descubrírselo—. Necesito
pedirte un favor, o… Darte una orden directa como mi empleada que eres.
—Suspira y pierde la vista en su plato, como si no estuviera escuchándome
—. Jess —la llamo y capto su atención—. Necesito otra tregua, al menos el
tiempo que esté aquí Ava. Mañana por la tarde volveremos a puerto. Si ve el
tipo de relación que llevamos, se lo contará a mi madre y ya lo está pasando
bastante mal con la muerte de su marido.
—¿Qué tipo de relación llevamos?
—Una con mucho odio y resentimiento. Se ha acabado, Jess. Esto no
nos viene bien a ninguno de los dos. No podemos utilizar el sexo para
lastimarnos. Tengo muy buen recuerdo de las veces que nos acostamos y
esto —nos señalo —lo está desvirtuando.
—Has sido tú el que me ha dejado a la mitad. Yo he terminado las veces
que hemos empezado.
—Es lo mejor.
—No tienes que convencerme de que esto es la peor de las ideas. Yo
tampoco quiero volver a acostarme contigo.
Trago con dificultad al escucharla. Es sospechar no tocarla de nuevo y
querer morirme.
—Me alegra que ambos estemos de acuerdo.
—Yo también me voy a la cama. —Se incorpora—. Gracias por una
velada maravillosa —parafrasea a Ava, dándole un tono idéntico al que ella
ha utilizado hace escasos minutos.
La veo marcharse y tengo que anclarme a la mesa con las manos para
no ir tras ella y acunarla entre mis brazos. Su rostro se ha quedado pálido,
sus labios han temblado en algún momento y sus hombros y pecho se han
hundido tanto que casi la hacen desaparecer. No entiendo qué le ha dolido
tanto, pero de pronto mi corazón ha recordado cuánto la quería y lo poco
que soporto que le hagan daño, aunque yo sea el primero en lanzarle
puñales que ella sabe muy bien esquivar.
45
JESS
Me despierto con el cabello enredado y sintiendo cómo el yate se mece con
suavidad sobre el mar. No tardé en quedarme dormida, me dolía la cabeza
de darle vueltas a la razón del odio de Ava hacia mí. Su hermano me dejó,
intenté seguir siendo su amiga y ella me pateó también el culo.
Escucho risas y motores alrededor del barco y me levanto. Voy hasta la
cubierta principal en cuanto me lavo la cara y los dientes y me cubro el
cuerpo (por decir algo) con uno de los bikinis.
No hay nadie a bordo, o, al menos, no los encuentro. Me asomo por la
borda y veo dos motos de agua moverse de un lado a otro a gran velocidad.
Distingo a los hermanos Black sobre ellas. Sin duda, no es la primera vez
que las conducen.
Añadir motos de agua a la lista de Black.
Coches, motos, barcos y… motos acuáticas. Al final va a ser cierto lo de
la nave espacial.
Me preparo el desayuno y los espero tomando el sol, hasta que escucho
a James llamarme de la parte más baja, en la popa.
—¡Jess! ¡Jess! —Voy hasta allí. Ava se ha bajado de una de las motos
mientras James sigue subido en la otra—. Te toca.
—¿Qué? —Alzo una ceja.
—Vas a aprender a llevar una moto de agua —informa con una sonrisa,
supongo que la que te da la adrenalina de estar al borde de la muerte,
aunque cuando subo a un avión lo que me dan son ganas de llorar y mucha
ansiedad.
—¿Estás loco?
—¡Venga! ¡No seas gallina!
—¿Te da miedo? —interviene Ava.
—Eso no está entre mis quehaceres profesionales —le digo a la
hermanísima.
Ella pasa de mí, se quita el chaleco salvavidas y me lo cede para que lo
coja. Tardo unos segundos, pero lo hago y me quedo como un pasmarote
mientras ella sube la escalera y desaparece.
—Jess, será divertido, te lo prometo —me dice James.
—No sabes ya cómo deshacerte de mí. ¿Ahora has planeado un
accidente de moto acuática? ¿Has manipulado el motor y explotará
conmigo encima?
—No digas tonterías. —Se ha levantado de buen humor, como si se le
hubiera olvidado lo que pasó ayer, y anteayer, y… desde que llegué.
—¿Y el tiburón?
—Solo come cretáceos, pulpos, cangrejos… No eres su tipo.
Farfullo entre dientes y me coloco y abrocho el chaleco que no me
salvará la vida en caso de que la moto salga ardiendo o de que venga un
mamífero de trescientos kilos a comerme.
Subo a la máquina que flota junto a la popa siguiendo sus instrucciones
y arranco y acelero muy despacio. Solo tardo unos minutos en aprender y
creerme una experta y lo sigo gritando y riendo.
Esto es justo lo que necesitaba.
Observo a James llegar hasta la playa más cercana, de arena muy blanca
y fina, y detener el motor casi en la orilla y bajar de un salto. El agua le
cubre hasta las rodillas. Paro junto a él, agarra mi moto y la arrastra hasta
pisar tierra.
—Baja, quiero enseñarte algo.
Le hago caso y cavamos los pies en la arena.
—¿Aquí vas a enterrarme? Un lugar muy bonito para pasar la eternidad
—bromeo.
James se acerca a mí y cuando creo que va a besarme, me quita el
chaleco y lo cuelga de un lateral del puño de la moto.
—Sígueme. El agujero lo he hecho detrás de esos árboles. —Da un
golpe de cabeza hasta ellos.
—Con la suerte que tengo me muerde una serpiente cascabel —
mascullo, cruzando una pequeña selva.
—No he pensado en eso. Pero no dejaría huellas —comenta, delante de
mí.
La playa se abre de nuevo ante nosotros, pero a esta la dibuja una arena
rojiza que la convierte en un lugar mágico.
—Se llama Playa Rosada —explica—. Y el color se lo da unos
moluscos microscópicos.
La conozco por las redes, por fotos de influencers y famosos que la han
captado para sus perfiles, incluso marcas de modas han utilizado este lugar
para sus spots publicitarios.
Me agacho y la toco, más granulada que la arena blanca, pero fina y
suave al tacto. Agarro un puñado, lo levanto y lo observo de cerca. La luz
se filtra por los diminutos cristales y brillan ante mis ojos como
pequeñísimas estrellas. Un firmamento entero en la palma de mi mano. De
repente, una sensación oscura y desagradable me recorre de pies a cabeza,
giro la muñeca, despego mis dedos y todo cae al suelo, hasta mis ganas de
seguir aquí, junto a James Black, si no me da alguna explicación.
Me pongo de pie y lo miro. Él sabe que algo ha cambiado en mí y la
sonrisa también se le confunde en el rostro.
—Jamás me ha atravesado un rayo, pero lo que se debe sentir tiene que
ser parecido a lo que siento con tus cambios de humor conmigo, con tu
forma de tratarme. De pronto hacemos el amor, me llamas cariño… Y al
minuto siguiente puedo ver en tu mirada cuánto me odias asegurándome
que lo nuestro jamás podría funcionar…
—Jess… —intenta cortarme.
—¿Por qué me odia tanto tu hermana? —pregunto, esperando que por
fin responda con sinceridad y sin tapujos a alguna de mis preguntas.
—No te odia.
—Permíteme que lo ponga en duda. —Suelto una risa sarcástica y seca.
—No te odia. Y yo tampoco.
46
JAMES
Ha llegado el momento de poner las cartas sobre la mesa, lo sé. Los dos
tenemos la obligación para con el otro y nosotros mismos de ser honestos y
contar lo que llevamos cuatro años guardando sobre una pila de escombros,
al menos yo.
—No te odiamos, Jess. Ava es mi hermana y vio cómo me dejaste.
—Me dejaste tú, James.
—No me refiero a eso. —Doy un paso hacia ella, sobre una arena
rosada que me enamoró la primera vez que la vi, como ella—. Chris me
odia, ¿me equivoco?
—También tiene instintos asesinos contra ti.
—¿Y por qué? ¿Por qué para tu mejor amigo soy persona non grata?
—Porque te largaste y… —Suspira—. Me dejaste hecha una mierda.
Porque te fuiste y me anulaste como si jamás hubiera sido importante para
ti. Porque me borraste de tu vida como si no hubiera existido. Porque tuvo
que recoger los pedazos rotos de mi corazón, ese que tú hiciste añicos y
pisoteaste, bloqueándome, cambiando incluso de número de teléfono. —Sus
ojos brillan tanto como la arena bañada por los rayos del sol—. Chris tuvo
que cuidar de mí y asegurarse de que sobrevivía sin ti.
—Tampoco fue fácil para mí, Jess. Y Ava fue testigo de mis noches sin
dormir, de mi falta de concentración, de mis lamentos, de mis… —Cojo
aire—. Ava vio cómo su hermano, El Gigante Imbatible, se derrumbaba y
lloraba por la mujer que amaba.
—Eso no explica por qué ni contestabas a mis llamadas ni a mis
mensajes. Te envié decenas de emails. Solo necesitaba una explicación. No
quería atarte a mi lado. Siempre supe que lo nuestro tenía un final. No soy
una ilusa. Sabía de quién me enamoraba. Tu futuro era imparable y no sería
yo quién lo detuviera, así como no pude evitar enamorarme de ti.
Deshago el espacio que nos separa y acaricio su mejilla y su cuello.
—Jess, cariño, si no te hubiera bloqueado, si no hubiera hecho como si
jamás nos hubiéramos conocido, habría vuelto a tu lado y tenía que seguir
mi camino.
—Y no es eso lo que te reprocho y por lo que tanto te he odiado.
Entiendo que antepusieras tu carrera a nuestra relación, pero podíamos
haberlo intentado de alguna forma.
—¿Cómo? Tú dejaste claro que no te marcharías de Nueva York.
—Y aun así te fuiste sin despedirte… —Contiene un sollozo.
—Si te hubiera esperado, no me habría apartado de tu lado. Estaba muy
enamorado de ti. —Dibujo un sendero con la yema de mi pulgar sobre sus
labios—. Creí que me seguirías, que me buscarías, que te darías cuenta de
que no podías vivir sin mí. Lo sé… Fui un arrogante.
—Te habría seguido al fin del mundo, pero antes tenía que triunfar yo
también por mí misma, no por ser la novia del mejor jugador de la NFL.
—Siento no haberte esperado.
—No podías hacerlo. —Posa la palma de sus manos sobre mi pecho y la
conexión que nunca ha dejado de unirnos nos recorre como una corriente
eléctrica de un trillón de voltios—. Y tampoco quería ser una carga para ti,
acabar estancando mi carrera o conseguir crédito por tu fama. Mi orgullo
pudo conmigo.
—En eso somos dos expertos, en hacer uso del orgullo. —Sonreímos
con tristeza y nos miramos más allá de lo que vemos.
—En eso y en planear mil maneras de hacernos la vida imposible.
—El sexo tampoco se nos da nada mal —apunto.
—Lástima que nunca más vayamos a volver a follar. —Tuerce la cabeza
hacia un lado.
—Eso deberíamos replanteárnoslo. Sería una lástima no disfrutarnos.
—Solo hay una manera de convencerme para que me acueste contigo de
nuevo. Te debo una.
—No sé si merecerá la pena aceptar el reto… —Me la comería aquí
mismo.
—No tienes otra opción, James.
—Acepto entonces. ¿Besarte puedo? —Ella asiente.
Nos besamos mientras las copas de los arbustos se mecen a lo lejos, la
brisa se pasea con olor a sal y a vegetación y nos hacemos promesas tácitas
que pueden volver a rompernos el corazón.
47
JESS
Después de nuestra conversación y posterior muestra de cariño en Playa
Rosada, James y yo nos besamos a escondidas sobre un barco con muchos
rincones escondidos para que Ava no se percate de nuestra nueva relación,
que ni yo misma sé cuál es.
Nos ponemos muy cachondos el uno al otro, pero esto no tiene por qué
conllevar sentimientos, aunque sea una tontería que pienso a menudo;
imposible que mi corazón no lata fuerte al tenerlo cerca (o lejos) con toda
nuestra historia y lo enamorada que estuve de él. Me hace gracia cómo
James trata de esconder su erección mientras me paseo por el yate en bikini
junto a su hermana y él navega de vuelta al puerto de Coconut.
—Estás jugando con fuego —musita cuando paso por su lado y rozo su
brazo con mis pechos.
Le regalo una sonrisa y tomo asiento junto a Ava, con la que he firmado
una tregua tácita al dejarle claro que no quiero ni pretendo hacer daño a su
hermano. Si supiera que lo indigesté con un arándano otro gallo cantaría.
Un par de fotógrafos y periodistas nos esperan cuando pisamos tierra y
hacen algunas preguntas a El Gigante Imbatible. Él responde con una
sonrisa y da las gracias por preocuparse por él. El equipo ha ganado el
partido de esta tarde y lo celebrará en una reunión privada a la que, por
supuesto, estamos invitados.
—¿Cómo diablos se han enterado? —Black suelta la pregunta cuando
subimos a la furgoneta Mercedes con Robert al volante. Su representante ha
venido a recogernos.
—No lo sé. Están en todas partes —contesta, antes de arrancar y
llevarnos a casa.
Ava y yo, acomodadas en la parte de atrás, no cruzamos palabra. Sears
se hizo cargo del Porsche porque los tres no cabíamos en él. Me da pena no
conducirlo de nuevo, fue una experiencia alucinante. Quizá encuentre otra
ocasión para hacerlo.
James se encierra en su dormitorio en cuanto llegamos a la mansión,
alegando que va a darse una ducha y a hacer unas llamadas. Tackle me
saluda dando saltitos y ladridos y deja una pelota delante de mis pies ante la
atenta mirada de Ava en medio del salón.
—¿A ella también la has engañado? —dice, sentándose en uno de los
sofás.
La miro y me incorporo para hablar con ella.
—Ava, entiendo perfectamente por qué te caigo tan mal, pero me
gustaría que supieras que en realidad no sabes la historia, o, al menos, solo
una parte. Yo también lo pasé mal cuando se fue.
—Creía que lo querías, que te importaba.
—Lo amaba y era una de las personas más importantes de mi vida.
Claro que me importaba. Por eso lo dejé marchar.
—Pensaste en ti y en tu futuro. No en el de él.
—No es del todo cierto. James necesitaba seguir su camino y yo el mío.
Por supuesto que pensé en mí. No quería ser su sombra ni aprovecharme de
su éxito. Yo también quería triunfar y hacerlo por mí misma. —Cierra los
ojos, respira y los abre—. Te conozco, Ava, tú habrías hecho lo mismo.
Jamás te quedarías a la sombra de ningún hombre. Respeto que haya
mujeres que lo hagan, pero tú y yo no somos así.
—Le hiciste mucho daño. Es mi hermano. Yo también te quería. Éramos
amigas.
—Y por eso mismo no entendí cómo me trataste, pero ahora lo
entiendo. —Miro hacia la piscina, donde Tackle corre detrás de una gaviota
—. Solo quiero que sepas que el daño no fue a propósito y que ahora
también sé que, fue lo mejor para los dos. No era nuestro momento.
—¿Y ahora lo es? —su tono ha cambiado a uno más amable.
—No lo sé. También somos personas diferentes. Los dos hemos
cambiado.
Se levanta y se posiciona frente a mí.
—Eso no es cierto. He visto cómo os miráis. Sois idiotas si pensáis que
los sentimientos han desaparecido.
—Es complicado… —Suspiro.
—Mañana me marcho. No puedo quedarme más tiempo. Te pido que no
volváis a lo mismo, no os hagáis daño. Aún no ha superado la muerte de
papá y lo está pasando muy mal, aunque lo esconda.
—Lo siento mucho, Ava. Le tenía mucho cariño a tu padre. Siempre fue
muy amable conmigo.
Tuerce una sonrisa triste y sale al patio a jugar con Tackle. Decido subir
también a darme un baño y relajarme antes de dirigirnos a la cena de
celebración del equipo y me encuentro a James en el pasillo de arriba.
Viene hacia mí cuando me ve e intenta besarme, pero le hago lo que
coloquialmente se llama la cobra y se queja.
—No follaremos hasta que no te devuelva lo del barco —le informo
debidamente de mis planes de venganza.
Con una mano me agarra de la cintura y la otra la lleva hasta una de mis
nalgas y la aprieta con fuerza.
—Tonterías, voy a hacerlo ahora. —Empuja mi cuerpo hacia atrás, hasta
que mi espalda topa con la pared y deja su boca a un centímetro de la mía.
Nuestros corazones se aceleran y su polla se endurece bajo el pantalón y se
clava en mi vientre.
—Vas a sufrir tanto como lo he hecho yo —aseguro, conteniendo un
gemido cuando sus dedos vuelan entre mis piernas hacia mi sexo.
—Tienes tantas ganas como yo… —susurra en mi oído tras regar de
besos mi cuello.
—Ava está abajo —indico, pero a él le da exactamente igual y lo
verbaliza.
—Ni la presencia de mi hermana podría pararme. —Me aparta el tanga
e introduce un dedo dentro de mi ya húmeda vagina.
Tú puedes, Jess.
Disfruto unos segundos de su maestría en el arte de la masturbación
femenina, hasta que lo empujo hacia atrás y lo aparto medio metro.
—Tal vez te dé igual que esté Ava, pero a mí no, y no volverás a
tocarme hasta que yo quiera.
—Llevo cuarenta horas empalmado. Se va a gangrenar.
—Sabrás solucionarlo tú solito.
—He intentado solucionarlo yo solo cinco veces. Y no baja. Vas a
conseguir que se me caiga a trozos.
—Sería una pena. —Doy dos pasos y abro la puerta de mi habitación—.
Pero has jugado conmigo y ahora me toca a mí. —Cierro y sonrío de una
manera muy traviesa, como esa que se dibuja en el rostro de los niños
cuando hacen una trastada a conciencia.
48
JAMES
Cuando veo a Ava bajar con un vestido demasiado sexi para la cena de
celebración del equipo, sé perfectamente lo que está haciendo. La conozco
lo suficiente como para saber que lo ha elegido para ponerme cardiaco.
Su vestido abraza cada curva de su cuerpo de manera provocativa, y su
mirada traviesa deja claro que sabe el efecto que tiene sobre mí. De un tono
rojo intenso que contrasta con su piel bronceada, el escote pronunciado
resalta sus tetas de manera exquisita y una abertura atrevida en el lateral
revelando una pierna esbelta y bien formada. Con cada paso que da, el
vestido se mueve con gracia y no pasa desapercibido.
Intento mantener la compostura mientras la observo acercarse, pero
siento cómo mi corazón comienza a latir más rápido y mi respiración se
vuelve un poco más profunda. No puedo evitar sentirme atraído por ella,
incluso cuando sé que está jugando conmigo. Es una sensación familiar,
pero, aun así, no puedo evitar caer en su juego una vez más.
—¿Te gusta lo que ves? —pregunta, mientras Ava pone los ojos en
blanco haciendo que ojea una revista en el sofá.
—Le va a gustar a demasiada gente. Vamos a una cena donde la
testosterona se sirve a raudales.
—Entonces perfecto —dice la muy maldita para ponerme celoso.
—¿Tú no vienes, Ava? —le pregunta a mi hermana.
—No, me duele la cabeza y prefiero descansar —comenta sin mucho
entusiasmo.
—¿Nos vamos? —apremio.
—Sí, cuando quieras. Adiós, Ava, que te mejores.
Mi hermana no contesta. Está molesta con nosotros, pero la relación que
tengamos Jess y yo no es de su incumbencia. Sé que yo he propiciado que
le tenga un poco de odio. Cuando una relación se rompe, es inevitable que
los amigos y la familia se posicionen haciendo culpable al otro, por muy
injusto que sea.
Decido coger el Porsche para llegar a la fiesta. Mientras me dirijo hacia
él, noto cómo Ava se acerca con su vestido provocador, lista para causar
estragos en mi corazón una vez más.
—¿Te importa conducir? —le ofrezco, extendiendo las llaves del
deportivo hacia ella con una sonrisa.
—¿Ahora también quieres que sea tu chófer?
—No, pero sé que estás deseando volver a hacerlo.
Evidencia una expresión de sorpresa, pero acepta con una sonrisa
traviesa.
—Está bien, pero no te acostumbres.
Mientras veo a Ava conducir hasta The Azure Lounge, ubicado en
South Beach, justo en el paseo marítimo con vistas panorámicas al océano
Atlántico, recuerdo lo mucho que disfrutaba siendo su copiloto. Ella solía
cantar a voz en grito alguna canción que le gustaba mucho, y yo no podía
evitar sonreír por cómo su voz llenaba el interior del coche, cuando todo
parecía más sencillo y despreocupado.
La melodía de una de esas canciones viene a mi mente mientras
avanzamos por las concurridas calles de Miami, es Physical de Dua Lipa.
Sonrío al recordar esos momentos compartidos, cuando todo parecía más
sencillo y despreocupado. Aunque las cosas han cambiado entre nosotros,
esos recuerdos siguen siendo importantes para mí.
—¿Quieres escuchar algo de música? —le pregunto.
—Claro, si a ti te apetece.
Enciendo el reproductor y Bliding Lights de The Weeknd comienza a
sonar a unos cuantos decibelios. La canción parece hablar de nosotros,
como una casualidad cruel del destino.
Estuve intentando llamar.
He estado solo durante mucho tiempo.
Tal vez puedas mostrarme cómo amar, tal vez.
Ni siquiera tienes que hacer demasiado, puedes encenderme con solo
una caricia, amor.
Miro a mi alrededor y la ciudad del pecado está fría y vacía.
No hay nadie para juzgarme.
No puedo ver claramente cuando te vas, estoy cegado por las luces.
No, no podré dormir hasta que sienta tu caricia. me estoy ahogando en
la noche y cuando estoy así, tú eres en quien confío.
De manera instintiva, mi mano se desliza hacia su muslo, tenso por la
conducción. Mi contacto, suave, apenas un roce, pero siento el calor que
emana su piel bajo mis dedos.
Miles de pensamientos obscenos se cruzan por mi mente mientras mi
mano descansa sobre su piel caliente. Llevo cachondo demasiadas horas,
incapaz de apartar de mi mente la imagen de Ava, su voz, su aroma, cada
detalle de su presencia.
Intento mantener la compostura, pero es una batalla perdida y mi polla
vuelve a despertarse dando un par de sacudidas dentro del pantalón del
traje. Cada vez que la miro, siento cómo mi deseo se intensifica,
consumiéndome por completo. Si el coche no fuera automático, sustituiría
el cambio de marchas por mi erección para que la agarrara a traición,
aunque a peligro de que me la partiera en dos por la osadía.
Joder, ya no puedo controlar las tonterías que pienso.
—¿Todo bien? —comenta la diabla que conduce mi Porsche, echando
un vistazo rápido a mi entrepierna.
—¿Tú qué crees? Reconoce que te has puesto ese maldito vestido para
provocarme un puto infarto.
—Denuncia a quien lo ha diseñado, pero no tiene la culpa de que te
pongas tan cachondo por un trozo de tela. Debe ser una filia de esas raras
—indica, al punto que me retira la mano de su muslo.
La única filia rara que tengo es ella. Cada centímetro de su piel, cada
suspiro, cada gesto, me fascina de una manera que no puedo explicar. Es
como si estuviera deslumbrado y fuera incapaz de resistirme a su encanto.
Ninguna otra persona ha despertado en mí esta intensidad y no puedo evitar
rendirme a su atracción una y otra vez.
Cuando pienso en todos los tíos que van a babear por ella en el
restaurante, siento cómo mi instinto de posesión habla por mí sin que pueda
controlarlo. No quiero compartir su atención con nadie más, quiero que sea
solo mía, ahora y siempre. La idea de otros hombres mirándola con deseo
me consume por dentro, y siento una urgencia irresistible de proteger lo que
siento que es mío. Es un impulso primitivo y poderoso que me recuerda lo
profundamente que me importa y me importará siempre Jess.
Intento reprimirme y recordarme a mí mismo que no tengo ningún
derecho sobre ella, pero es en vano.
—Para en esa calle —le pido.
—El GPS dice que faltan quince minutos para llegar.
—Lo sé, pero quiero que pares. Me está dando un ataque de pánico.
Me suelto el nudo de la corbata en un acto reflejo para que el oxígeno
tenga un espacio más amplio para llegar a mis pulmones.
Joder, me ahogo.
Desde la muerte de mi padre, los ataques de pánico se han intensificado.
A veces, los recuerdos de su pérdida me golpean de repente, como una ola
que me arrastra hacia abajo, y me encuentro luchando por respirar, con el
corazón latiendo con fuerza en mi pecho.
Supongo que, en estos momentos, ese sentimiento de pérdida se
extrapola a la idea de volver a perder a Jess de nuevo, y por eso me ha
sobrevenido la ansiedad.
Estaciona y yo bajo del coche, pero en lugar de mantener la compostura,
comienzo a andar como un pollo sin cabeza. Notando mi estado, ella hace
lo mismo. Nos miramos brevemente, y en ese instante, veo el reflejo de mi
propia confusión y preocupación en sus ojos.
—¿Estás bien?
—Puedo controlarlo —aseguro tratando de acompasar mi respiración.
—¿Seguro?
—Sí, pero prefiero pasar de la cena.
—No estaría bien que… —Intenta ser la voz de mi conciencia, no la
culpo, es parte de su cometido como mi asistente, pero recordarme una y
otra vez como Robert que soy un irresponsable, solo aumentará mi
ansiedad.
—Estoy de baja, ¿recuerdas? Nadie puede obligarme a ir a una cena
para celebrar una victoria de la que no he sido participe.
—¿Eso es lo que te preocupa, no ser el protagonista?
Si le digo que lo que me tiene alterado es que ella vaya a serlo con ese
maldito vestido y ese cuerpo que Dios le ha dado, pensará que soy una
especie de misógino y machista salido de alguna caverna.
—Me preocupa estar fuera de lugar —respondo con evasivas, sin querer
revelar mis verdaderos pensamientos.
—¿No será por Liam? —Me mira con los brazos en jarras.
—Creo que estos días ha quedado claro quién ha ganado ese partido.
—¿Crees que soy una especie de trofeo? ¿Sabes lo asqueroso que suena
eso, James? —me reprocha con dureza, y siento un pinchazo de culpa por
haber insinuado algo tan desagradable.
—No, claro que no es lo que quiero decir —respondo apresuradamente.
Ella me mira con un gesto entre la incredulidad y la indignación.
—Entonces, ¿qué es lo que quieres decir, James? Porque la forma en
que hablas de todo esto no me hace sentir precisamente como una persona,
sino más bien como un objeto decorativo que pones en una vitrina para
presumir ante los demás.
—Lo siento, no quería decirlo de esa manera —me disculpo con
sinceridad, sintiendo el peso de mi error. No puedo evitar cagarla una y otra
vez.
Ella suspira, aparentemente agotada por toda la situación.
—Lo siento, James, pero a veces no sé qué pensar. No sé si realmente
me ves como soy o solo como quieres que sea.
Su confesión me golpea como un puñetazo en el estómago y me doy
cuenta de lo imbécil que puedo llegar a ser cuando la inseguridad habla por
mí.
—Me encanta como eres.
—Entonces ¿a qué viene todo esto?
—Jess, desde que llegaste, ocupas todos mis pensamientos —confieso,
buscando sus ojos para transmitirle la intensidad de todo lo que siento—.
He pasado muchas horas deseando tenerte entre mis brazos, deseando poder
besarte y hacerte mía. No puedo controlarlo, y el simple hecho de estar
aquí, desperdiciando mi tiempo en una cena que no me importa en absoluto
en lugar de hacer lo que realmente quiero hacer, me está ahogando por
dentro.
—¿Y qué es lo que quieres hacer? ¿Jugar a los bolos, comerte un
helado…?
—Quitarte ese maldito vestido y lamerte de arriba abajo hasta que te
arda la piel —grito, pareciendo un energúmeno enajenado.
49
JESS
—Quitarte ese maldito vestido y lamerte de arriba abajo hasta que te arda la
piel.
Tres, dos, uno… y combustión espontánea de bragas.
Resiste, aguanta, lucha. Eres una campeona.
—Un helado, entendido, porque es lo único que te voy a permitir lamer.
—Pongo los ojos en blanco, pasando por alto lo que acaba de decir.
—No, joder, te quiero a ti. Me va a explotar, tengo la toda la sangre
concentrada en la entrepierna y no puedo pensar en otra cosa.
—Pues deberías, te recuerdo que estoy aquí para que hagas lo correcto y
no te desmadres. En mi contrato no pone nada sobre satisfacer las
obscenidades de mi jefe.
—Está claro que esa cláusula la has añadido hace ya unos cuantos
polvos, Olson.
—Por mero gusto, no por obligación.
—Te mueres de ganas igual que yo. Odio cuando te pones digna para
dejarme a mí como el malo de la película. Te recuerdo que hiciste topless y
pegaste tu culo al cristal para provocarme. No soy de piedra.
No, pero estás más duro que una roca en pleno invierno.
—¿Y qué propones? ¿Pasar de la cena, volver a casa y que Ava me
asesine por llevarte por el mal camino? —bromeo con una sonrisa divertida
bailando en los labios.
—Volver al coche y disfrutar de una noche en Miami tú y yo solos —
contraataca, con una pizca de esperanza en su voz.
—¿Es tu manera de calmar la ansiedad? ¿Salir por la ciudad y visitar
garitos de malamuerte? —pregunto, con cierta incredulidad en mi tono.
—El lugar al que pienso llevarte, no se podría calificar de esa manera
—asevera, tratando de mantener el misterio.
—Me imagino que intentarás conquistarme a golpe de lujos, como
haces siempre —contesto, con una nota de sarcasmo en mi voz.
—No puedo evitar ser quien soy, Jess —confiesa, encogiéndose de
hombros.
—Me gustaba más el James del pasado.
—Ese tío sigue aquí. Lo tienes delante y solo tú puedes hacer que
emerja del sótano donde está metido.
—¿A Robert no le importará que no aparezcamos en la cena? —
Levanto una ceja en señal de curiosidad.
—Eres mi asistente, seguro que encuentras una buena excusa para darle.
—¿Y morder la mano que me da de comer? —cuestiono, aunque ya me
tiene casi convencida.
—Esa mano es la mía, y está encantado de que la muerdas —concluye,
con una sonrisa cómplice.
No sé cómo, pero veinte minutos después estamos en un local
exclusivo, The Velvet, donde he visto pasar a varios famosos. Rezo para
que Clooney no se encuentre en algún rincón del local y pida a la seguridad
que me eche a patadas.
Me siento un poco abrumada por la rapidez con la que hemos pasado de
discutir en el coche a entrar en este lugar lleno de glamour y lujo. James
parece estar en su elemento.
He enviado un mensaje escueto a Robert, alegando que James ha
sufrido una migraña repentina. Solo espero que al equipo no se le ocurra
venir aquí después de la cena y coronarme como la asistente nefasta que
soy.
Complicadísimo ser profesional si para la persona que trabajas se trata
de tu ex y ambos tenéis muchos asuntos pendientes que resolver en la cama
y fuera de ella. Nuestro caso, dadas las circunstancias.
Guiados por un relaciones públicas mejor cualificado que yo, valga la
redundancia, accedemos a una zona exclusiva en la planta superior del
local. Desde aquí, podemos ver toda la extensión de la discoteca desde un
lugar privilegiado. Nos sentamos en unos cómodos sofás blancos, rodeados
de luces tenues y la música flotando en el aire. Apenas cinco minutos
después, un camarero nos trae una champanera con una botella de Cristal,
un líquido increíblemente caro que nunca pensé que probaría en mi vida.
—¿Piensas gastarte mil dólares en este champán? —pregunto, aunque
sé que puede pagar mil botellas como esta y aun así su cuenta corriente no
lo notaría.
—Sí, pienso hacerlo porque la ocasión lo merece —responde,
descorchando el champán él mismo.
—Lo dices como si nunca lo hubieras hecho.
—Prefiero la cerveza, ya lo sabes. —Sirve un par de copas.
—¿Y ahora bebes cebada fermentada en barriles de oro?
—Bebo la de siempre, has debido verla en el frigorífico de casa. ¿Tanto
te molesta que haga uso del dinero que tengo?
—No, pero de algún modo siento que intentas conquistarme alardeando
de lo bien que te va la vida.
—¿Crees que el dinero da la felicidad?
—Ayuda bastante —afirmo, porque de no estar en bancarrota total por
mi imperioso despido, jamás hubiera aceptado este trabajo lejos de Nueva
York.
—Te equivocas, Olson, pero estoy seguro de que lo sabes. No creo que
hayas cambiado tanto. Ambos fuimos mucho más felices con mucho menos
de lo que lo que tenemos ahora.
—Igual es porque juntarnos a ambos en una misma casa y ser tu perro
guardián las veinticuatro horas no es el sumun de la felicidad.
—¿Prefieres que nos vayamos? No quiero ser el causante de tus penas,
más bien todo lo contrario.
—No seré yo la que te haga desperdiciar lo que ha costado la entrada a
este local y este carísimo champán —miento, porque en realidad estoy
deseando pasar esta velada con él, aquí y ahora. Pero no pienso decírselo y
dar mi brazo a torcer—. Si mi jefe me necesita aquí, no puedo eludir mis
responsabilidades.
—Te necesito de mil formas posibles. ¿Por qué no te permites algo de
vulnerabilidad conmigo?
—Porque es más divertido ver cómo lo haces tú. —Cojo una de las
copas y la alzo para brindar—. Por las bonitas oportunidades que nos da la
vida.
Él accede a chocar nuestras copas y ambos bebemos.
Dios mío, este champán está de muerte. Es como si cada burbuja fuera
una explosión de sabor en mi boca.
En poco tiempo, James y yo nos hemos terminado la botella de
champán, y no tardan mucho en servirnos otra. El calor del alcohol me
colorea las mejillas y me doy cuenta de que estoy un poco achispada.
Empiezo a relajarme demasiado. Las risas y la buena onda con James hacen
que olvide todas mis preocupaciones por un rato. Me siento tan cómoda en
su compañía que bajo la guardia sin advertirlo.
—Quiero bailar. —Me levanto y doy vueltas sobre mí misma.
—Es un país libre —responde sin inmutarse, mientras yo me asomo a la
barandilla y empiezo a mover las caderas frente a él.
James me observa, y la misma sensación de poder que sentí en el barco,
se apodera de mí.
Envuelta por el ritmo frenético de Levitating de Dua Lipa (esta cantante
y Taylor Swift son mis preferidas) me dejo llevar por la música y comienzo
a bailar. El alcohol y la excitación del momento se combinan, haciéndome
sentir más libre y despreocupada que nunca. Mientras me muevo al compás
de la canción, noto cómo James traga saliva mientras me observa.
Y allí, en medio del bullicio, rodeada de gente desconocida, me
pregunto si esto es lo que siente y vive una bailarina exótica cuando hace su
show frente a los clientes de un club de carretera. ¿En qué momento mi
perspectiva sobre exhibirme de esta manera frente a un tío se ha vuelto tan
morbosa?
Delante de él, boba, reconócelo.
Contoneo mis caderas con gracia, levanto los brazos y los dejo caer en
perfecta armonía con la melodía, y mis piernas se mueven con osadía. Cada
meneo irradia la excitación que crece dentro de mí. Soy consciente de que
atraigo todas las miradas, incluida la de Black, ojiplático por lo que hago.
Se le habrá resecado la boca y la garganta y por esto se bebe la copa de un
trago.
Y tú estás deseando humedecérsela con tu saliva, cacho perra.
James no tarda en levantarse y cogerme por la cintura, pegándose a mí
para bailar y seguir mis movimientos. Siento su cuerpo firme presionando
contra el mío, y noto su entrepierna endurecida rozando contra mí. Nos
movemos en perfecta sincronía, cada vez más cerca el uno del otro.
—Me estás volviendo loco —susurra en mi oído, haciendo que cada
célula de mi cuerpo baile conmigo.
—Tú estabas así antes —respondo entre risas.
—Puede, pero van a acabar encerrándome en un psiquiátrico por tu
culpa.
—Y yo no tendría ningún cargo de conciencia por eso. Solo estoy
bailando.
James gruñe suavemente mientras me envuelve con sus brazos y
comienza a besarme el cuello. Su cálido aliento y sus labios exploran mi
piel, que arde como una llama voraz que consume todo a su paso. Con una
mano me aprieta con firmeza una de mis nalgas y mi sexo palpita de nuevo,
aumentando la intensidad de las corrientes eléctricas en mi clítoris,
hinchándose por momentos, a medida que amasa mi culo. Estamos
completamente absortos el uno en el otro, entregados al arrebato del
momento. Nuestro pulso se acelera y las ganas que nos tenemos se
desbordan mientras nos dejamos llevar por la corriente alterna de la noche.
Podría iluminar todos los focos de la discoteca con solo acercarme a un
cable pelado.
—Necesito besarte —me pide con urgencia.
—Creo que es lo más decente que podrías hacer, después de tocarme el
culo de esa forma delante de todo el mundo.
Nuestros labios se encuentran en un beso fogoso, lleno de delirio y
prisa, como si cada instante fuera el último. Nuestras lenguas se entrelazan
en una batalla campal donde no va a ganar nadie, explorando cada rincón
con codicia. Siento el latido acelerado de su corazón resonando en el mío,
mientras nuestras respiraciones se mezclan. Es un beso que trasciende el
tiempo y el espacio, que lo borra todo, que nos transporta a un mundo
donde solo existimos él y yo.
—Deberíamos largarnos de aquí —James arrastra las palabras pegando
su frente en mi sien.
—Te recuerdo que en tu casa sigue Ava.
—Hay muchos hoteles en la ciudad.
50
JAMES
Ella es la cura a todos mis males.
Su presencia es más importante que cualquier partido de fútbol con los
Miami Dolphin. Si quedar mal con el equipo significa pasar una noche más
junto a ella, entonces que se vayan al carajo.
Jess es lo único que importa, y haré lo que sea necesario para
mantenerla a mi lado. Su compañía se ha convertido, de nuevo, en mi
refugio en medio de la tormenta, y no estoy dispuesto a renunciar a esto por
nada en el mundo ahora que la tengo de nuevo entre mis manos.
¿Tiene razón mi hermana cuando asegura que sigo coladito por ella? La
pregunta tiene una fácil respuesta y queda más que patente.
Salimos del local envueltos en una nube de besos y caricias, tan intensos
que rozan el límite de lo legal. La pasión nos consume mientras caminamos
hacia el hotel más cercano, nuestros cuerpos buscándose con ansia viva. Las
miradas curiosas de los transeúntes nos pasan desapercibidas mientras nos
perdemos el uno en el otro, sabiendo que esta noche será inolvidable.
Ser quien soy me permite acceder de inmediato a la habitación más
exclusiva y lujosa del hotel. Cuando cruzamos la puerta, la cierro de golpe
con determinación, sumiendo el dormitorio en un silencio repentino, lleno
de anticipación.
—¿Sabes lo que quiero ahora mismo, James?
—Dime, cariño, estoy dispuesto a darte todo lo que deseas.
—Quiero que me des todo lo que tienes, sin restricciones, sin
inhibiciones. Quiero sentirte completamente entregado a mí.
—¿Estás segura de que puedes manejarlo? Porque una vez que empiece,
no habrá vuelta atrás.
—Confía en mí, sé exactamente lo que quiero —afirma.
—Entonces prepárate, porque esta noche te llevaré al límite y más allá.
Te haré sentir cosas que ni siquiera sabías que eran posibles.
—Eso es justo lo que necesito —asevera.
—Entonces, ¿por dónde empezamos?
—Por quitarnos la ropa que nos separa. Quiero sentir tu piel contra la
mía, sin barreras que nos limiten.
—Como desees, preciosa. Pero ten en cuenta que una vez que
empecemos, no podré contenerme.
—No quiero que te contengas. Prepárate para una noche que nunca
olvidarás. Estoy lista para mostrarte todo lo que soy capaz de hacer.
Nos desvestimos con prisa, cada uno concentrado en su propia ropa.
Mientras me libero de mi chaqueta, camisa y pantalones, mi mente no logra
anticipar lo que está por venir. Observo cómo Jess hace deslizar su vestido,
revelando su piel suave y tentadora y, cuando compruebo que no lleva
bragas, un estremecimiento de deseo recorre mi columna vertebral.
—¿Y a qué se debe esta sorpresa? —mi voz es un sonido gutural.
—Hay vestidos que no son aptos para llevar ropa interior. Ahora, dame
tu corbata.
—¿Vas a atarme con ella?
—Voy a hacer que te mueras lentamente.
—¿No es lo que llevas haciendo toda la noche?
—Aún no has experimentado la tortura en todo su esplendor. ¿Tienes
miedo? —Levanta una ceja con gracia.
—Sé que no matarías ni a una mosca.
—Te recuerdo que casi dejo calvo al hombre más sexi del mundo.
—Eso no es cierto.
—¿Cómo que no? Tú mismo viste ese vídeo.
—Me refiero a que el hombre más sexi del mundo soy yo.
Jess ríe como una loca y vuelve a poner un gesto serio y desafiante en el
rostro.
—Siéntate en esa silla, por una vez en la vida voy a llevar yo el control.
Asiento, no veo cómo y por qué debería negarme.
Porque es una diabla y va a jugar contigo con el mismísimo fuego del
infierno.
Me da igual morir con tal de acabar con este sufrimiento.
Siguiendo las indicaciones de Jess, me siento en la silla frente a ella,
obediente como un perrito faldero. Mi corazón palpita con fuerza, excitado
por lo que está por venir, mientras la miro con deseo.
—Pon las manos detrás del respaldo y no te muevas.
¿Qué está tramando?
A ninguna otra le hubiera seguido el juego, pero siempre me ha costado
decirle que no. Quizá por eso me largué sin mirar atrás, para evitar tener
que pronunciar esas dos letras llegado el momento.
Con destreza, Jess anuda la corbata alrededor de sus manos,
apretándolas con un nudo fuerte y certero.
—Fui una girlscout, de las Aventureras del bosque.
—Entonces, estarás familiarizada con trocos como este —bromeo
mirándome la dura entrepierna.
—Sí, nos enseñaron a talarlos de un solo bocado.
¿No será capaz? Por un momento he visto la psicosis en sus ojos y me
estremezco solo de pensar lo que podría hacerme en esta tesitura.
—Jess, joder, no…
Me cierra la boca poniendo el pulgar sobre mis labios.
—Tranquilo, disfruta de la experiencia.
Jess se agacha frente a mí y me obliga a abrir las piernas para
posicionarse entre ellas. De repente, sin previo aviso, me coge la polla y la
sacude de arriba abajo lentamente, enviando corrientes eléctricas de placer
por todo mi cuerpo.
—Ahora vas a ser partícipe de todas mis habilidades aprendidas en las
girlscouts.
Jess pasa su lengua tortuosamente por mi capullo palpitante, enviando
sacudidas de placer por toda mi espalda. Luego, de repente, se la mete de
golpe en la boca y comienza a chuparla con una intensidad que me deja sin
aliento. Es como si cada succión fuera una descarga eléctrica directa a mi
centro de placer, haciendo que mi cuerpo se contorsione bajo sus expertas
caricias.
Olson continúa castigando mi polla con su boca, metiéndola y sacándola
a su antojo mientras yo me retuerzo de placer. Cada chupada me lleva más
cerca del borde del éxtasis, y me encuentro completamente rendido a su
dominio. Sus labios y lengua trabajan en perfecta armonía, enviando
oleadas de placer que recorren todo mi cuerpo y me hacen gemir como un
cosaco.
—Así, cariño, sigue así… creo que voy a explotar de un momento a
otro. —Mi premisa la hace parar en seco, con un brillo diabólico en sus
ojos.
—De eso nada, lo harás cuando yo te diga. Ni antes ni después.
Cuando la veo retirarse y sentarse al borde de la cama para contemplar
desde allí mi sufrimiento, el dolor de huevos me empieza a subir hasta la
garganta.
A esto se deben referir cuando dicen que te los han puesto por corbata.
—Mierda, Jess, me va a dar un ictus si no terminas.
—La paciencia es una virtud.
—Y lo que me has hecho con la boca también.
—Me alegra que sepas dedicarme cumplidos tan románticos como este.
—Junta las manos y se las lleva a la barbilla mientras aletea las pestañas.
—Te juro que, si pudiera desatarme, iba a hacerte mil cosas para las que
aún no tienen licencia las productoras de cine porno, y eso dista mucho de
ser romántico.
—Respira hondo, tienes la vena del cuello demasiado hinchada. —Me
señala la yugular desde su posición.
—¿Solo la del cuello?
Después de unos intensos minutos, Jess se acerca de nuevo a mí y, de
espaldas, se sienta a horcajadas sobre mi erección. Siento su calor
envolviéndome mientras su cuerpo se desliza hacia abajo, acoplándose
perfectamente a mí. El contacto directo entre nuestros cuerpos me hace
gemir de placer.
—También he sido probadora de montañas rusas, así que prepárate para
el viaje.
Mentirosa, las odias.
De nuevo bajo su dominio, me monta con movimientos salvajes. Sus
caderas se balancean con fuerza, sus manos agarran con firmeza sus pechos
mientras sus cabellos caen desordenados sobre sus hombros. Su trasero
rebota contra mi abdomen, enviando oleadas de placer a través de mi
cuerpo y haciéndome gemir como un poseso. Mis manos se mueven
frenéticamente, intentando liberarse de la corbata que las sujeta, mientras
ella continúa moviéndose con una intensidad que desafía toda lógica.
—Voy a correrme, me estás rompiendo la polla, nena.
Jess vuelve a parar de golpe y gira levemente la cabeza para mirarme.
Mierda.
—Perdona, ¿qué has dicho?
—No, perdona tú, ¿qué narices crees que estás haciendo? —mi tono es
duro, lleno de indignación.
—Pensaba que te gustaba jugar a esto, Black.
—¿Quieres que te ruegue y que te diga que he aprendido la lección?
Porque juro que estoy al borde del llanto y haría cualquier gilipollez con tal
de que termines lo que has empezado.
—Daría lo que fuera por verte llorar por mí.
—Lo he hecho muchas veces, aunque pocas personas lo hayan visto.
—Entonces tendrás que hacerlo ahora para que me lo crea.
Y no sé cómo, lo hago sin apenas esfuerzo, tan solo recordando el día
que cogí ese maldito avión hasta Houston sin despedirme de ella, y las
lágrimas surcan mis mejillas. Los sollozos se intensifican, sacudiendo mi
cuerpo con una fuerza incontrolable. Pero entonces, algo cambia en su
expresión. Veo cómo su rostro se transforma de sorpresa a preocupación, y
sus ojos brillan ahora con compasión. De repente, sin previo aviso, ella me
suelta y se abalanza hacia mí, rodeándome con sus brazos en un cálido
abrazo.
—Lo siento, lo siento mucho, James, no pensaba que fueras a ponerte
tan mal, yo…
Un destello malévolo que no puedo ver, pero que sí siento, me hace
reaccionar.
—Soy El Gigante Imbatible, mis jugadas son legendarias.
—¿Has forzado las lágrimas para darme pena? Eres… —Intenta zafarse
de mi agarre, pero la tengo presa entre mis brazos.
—Ahora vas a saber lo que es bueno.
Me levanto de la silla como un resorte cargando con ella como si fuera
un saco de plumas, y camino hacia la cama con paso decidido.
—¿Vas a obligarme?
—Jamás haría tal cosa. Si quieres parar este juego absurdo aquí, solo
tienes que pedírmelo.
—Suéltame inmediatamente, Black.
La dejo con cuidado sobre la cama y me retiro unos centímetros. Tiene
la respiración acelerada, la cara enrojecida y el sudor le perla la frente.
—Dime que me vista y me largue a otra parte y lo haré, Olson.
Espero que no sea su orgullo el que hable, y sí las mismas ganas que
siento yo las que la impulsen a continuar este polvo que promete ser épico.
Me mira con los labios apretados en una fina línea.
—Podemos terminar, pero no vuelvas a llamarme cariño.
Su maldita forma de darme permiso es más que suficiente para que me
abalance sobre ella y la penetre de una sola embestida. La empalo sin
contemplaciones, consciente de que le gusta el sexo duro. Siempre hemos
tenido esa conexión animal, somos dos seres indómitos en cuanto a
intimidad se refiere.
La incrusto en ella sin consideración de una manera rápida que no la
pilla desprevenida. La lleno entera, hasta el fondo y suelta un quejido de
placer que me recorre como un latigazo que prende más la llama.
—Oh, sí… —gime.
Salgo de ella para volver a penetrarla y algo se instala en mi garganta.
Nunca me había sentido así, nadie había conseguido que el sexo explotara
en mi pecho tanto como en mi polla.
Entro y salgo.
Entro y salgo.
Entro y salgo.
Fuerte. Certero. Como si el mundo estuviera acabándose y fuera la
última oportunidad de tenerla así, abierta, expuesta, derritiéndose ante mis
acometidas.
—Sigue… Sigue…
—No pienso parar —susurro, con todos los músculos tensionados.
Ella chilla. Yo grito. Jess araña mi espalda. Nos besamos. Nos
mordemos. Saliva, dientes, lametazos. Voy a correrme y no quiero, aunque
sé que volveré a empalmarme enseguida, deseo alargarlo toda la noche.
Conectamos las miradas y profundizo sin piedad alguna. Una y otra vez,
una y otra vez.
—Cómo me pones… Mira cómo me pones… No ha cambiado nada…
Al contrario… Me gustas más… Mucho más… —hablo demasiado,
delirando.
Me arrodillo sin dejar de follarla y masajeo su clítoris con uno de mis
dedos. No tarda en caer por el precipicio. Nuestras respiraciones se aceleran
tanto que estoy a punto de hiperventilar, como si llevara jugando un partido
de fútbol durante tres horas sin parar de correr. No puedo soportarlo más.
Exploto. Explotamos juntos.
Bombeo fuerte. Gemidos, jadeos. Nos ahogamos.
Dos orgasmos devastadores arrasan con nosotros y hacen tambalear los
cimientos del edificio.
Este polvo ha sido una puta pasada.
51
JESS
Odio la resaca, más cuando te despierta el ruido incesante del móvil,
además pegado a la oreja. ¿Qué hace mi teléfono a tres milímetros de mi
cabeza? No sé ni dónde estoy, así que no voy a encontrar explicación a esta
pregunta. Lo descuelgo sin mirar de quién se trata porque ni abro los ojos.
—Jess Olson.
—¿Olson? —grita Robert tras la línea, completamente fuera de sí—.
¡Os quiero a los dos en mi despacho en media hora! —Cuelga y se me cae
el cacharro en la nariz.
—Ay… —Me quejo y me masajeo el tabique.
Black se remueve a mi lado y por fin consigo abrir los párpados. Lo
primero en lo que me fijo es en la lámpara del techo, muy moderna y de
colores oscuros. No entra demasiada luz por las puertas de la terraza y lo
agradezco. Lo observo durante unos segundos y compruebo que los
orgasmos de anoche no le han bastado para calmar a la fiera que lleva
dentro, y que una erección de órdago me saluda de buena mañana. Un
escalofrío me recorre de pies a cabeza y, durante un segundo, me planteo si
despertarlo con mi boca succionando su polla, pero una vocecilla me
recuerda que debo ser profesional (a buenas horas) y le doy un empujón.
—James, James… —Lo atizo también con la pierna sin remilgo alguno,
el mismo que él tuvo al follarme anoche. Fue una pasada. Un sexo que no
había experimentado jamás, ni siquiera con él.
—Jess… Déjame dormir —balbucea.
—No hay tiempo. Robert quiere vernos enseguida. —Me levanto de un
salto y voy hasta el cuarto de baño. Abro la ducha y me meto debajo cuando
aún ni el agua se ha calentado. Black aparece en un suspiro con ganas de
fiesta y, aunque intento disuadirlo, no tarda en colocarme de espaldas a él,
con los pechos pegados a las baldosas rojas de la pared, y penetrarme sin
compasión. Un polvo rápido que no deja de ser impresionante, aunque solo
dure diez minutos.
Una persona nos detiene antes de pisar el vestíbulo del hotel en el que
hemos pasado la noche y nos informa de que la entrada está atestada de
periodistas y fotógrafos. Nos acompaña hasta otra salida en la que un coche
nos trasladará a dónde le indiquemos.
Miro a Black con el ceño fruncido, sospechando lo que puede haber
ocurrido, y caminamos por un pasillo estrecho hasta salir a un callejón
donde un coche todoterreno negro con los cristales tintados aguarda con el
motor encendido.
—Gracias —dice James al que se ha presentado como el director.
—No hay de qué, señor. Vuelva cuando lo desee. Ha sido un placer
tenerlo aquí.
Subimos al vehículo y El Gigante Imbatible, alias El tío insaciable (lo
sé, ha dejado de ser Míster gilipollas y el imbécil) le da la dirección de su
casa al chófer, donde nos cambiamos de ropa con rapidez sin rastro de la
presencia de Ava. No la buscamos, tenemos problemas más importantes,
aunque imagino que, si la prensa estaba en la puerta de nuestro hotel, ella
también se ha debido enterar de lo que pasó anoche entre nosotros.
Bajamos hasta el garaje para ir a la cita concertada (u obligada) ahora en
su… ¿Moto?
—No pienso subir a eso —aviso, con los brazos en jarra, delante de una
moto más grande que yo y que él juntos.
—Eso —la acaricia— es una Ducati Diavel. Una de mis chicas.
—Eso es una máquina de matar. —Cruzo los brazos y cambio el peso
del pie.
—¿Hay algo que no te dé miedo? —Alza una ceja.
—Tú —espeto.
—Eso sí que está más que claro. —Coge dos cascos negros con franjas
rojas de la estantería, a juego con la moto, y me obliga a cazar uno
poniéndolo en mi regazo.
—James, no. No voy a subir ahí, a… Una Ducati noséqué. Conduces
como un loco los coches, imagina una moto.
Se coloca el casco integral con visera negra, sube a la máquina asesina,
la arranca y acelera sin moverse. ¿Piensa que haciendo ese ruido infernal va
a convencerme? Los vellos se me ponen de punta al escuchar el rugido que
sale del tubo de escape.
Sube la visera y me clava la mirada.
—Venga, no va a pasarte nada. Cuido mucho de mis chicas. —¿Habla
de mí, de la moto, o de las dos? Refunfuño—. Aquí no nos reconocerá
nadie. —Tampoco me convence esto último, pero sé que no va a dar su
brazo a torcer y no quiero llegar tarde y que Robert deje de confiar en mí.
Por esto (y porque estoy loca) me acerco a él, para que ajuste mi casco y lo
cierre con seguridad, me encaramo a su espalda, me agarro a su cintura y
rezo dos salmos para que no nos matemos.
Mi corazón late a toda prisa y el cuerpo se me va hacia atrás cuando da
el primer acelerón y sale de la finca. El sol brilla en lo alto e ilumina el
asfalto. Nos balanceamos suavemente y Black demuestra que es un piloto
experimentado y habilidoso, cogiendo las curvas con destreza. Mi
nerviosismo va disminuyendo poco a poco y comienzo, casi sin darme
cuenta, a disfrutar del viaje. El viento acaricia mi cuerpo y hace volar mi
cabello mientras sigo aferrada a la cintura de James. El paisaje se desvanece
rápidamente para enseñarme uno nuevo, creando una estela de imágenes
que grabo en mi retina. Huele a hierba fresca y parece que volamos con los
pájaros de alrededor. El zumbido de los neumáticos se funde con el bramido
del motor. He de admitir que es una experiencia indescriptible, por ello, me
dejo llevar por el ritmo y la armonía de la Ducati. Cada curva, cada
aceleración y frenada se convierte en un baile de emociones y adrenalina.
—¡¡Wow!! —grito al bajar en Brickell Avenue y quitarme el casco con
la ayuda de James. Él hace lo mismo y me enseña una sonrisa abierta—.
¡Ha sido increíble!
Él no responde, me quita el casco y lo carga de camino al edificio. El
despacho de Robert se encuentra en el distrito de Brickell, un barrio
ubicado en el centro de Miami, conocido por ser un importante centro
financiero y de negocios.
—¡¿Qué demonios estáis haciendo?! —Es la bienvenida que nos da el
representante.
52
JESS
—¿Se puede saber dónde estuvisteis anoche? —brama. Quiero hablar, pero
no me deja—. ¡No hace falta que lo digáis! ¡¡Lo sabe todo el puto mundo!!
¡¡Las redes arden con vuestros bailes en The Velvet!! ¡¡Mierda!! ¡¡Ha sido
un espectáculo bochornoso!!
—Robert —Black intenta que pare.
—¡¿Qué quieres, Giant?! ¡¿Así quieres limpiar tu imagen?! ¡¿Besando a
otra de tus asistentes?!
¿Qué ha dicho? Trato de mantener la calma y dejar esto para cuando
estemos solos y preguntarle. James lo mira con un gesto de desaprobación.
—Robert, entiendo lo que quieres decir, ha sido culpa mía —intercedo.
Yo soy la que debería haber puesto punto final a nuestra locura antes de que
empezara—. Black es mi responsabilidad.
—¡¡Eso está claro!! ¡Tu comportamiento deja mucho que desear! —me
indica encolerizado.
—¡No le hables así! —le ordena James—. ¡Ha sido culpa mía!
—¡Desde luego! ¡Eres un manipulador! ¡¡Y más cuando de mujeres se
trata!!
El Gigante Imbatible da un paso hacia delante, pegándose a su
representante, cuadrando los hombros y la mandíbula apretada.
—Dime una cosa —sisea, haciendo lo posible para calmarse y no perder
los nervios—. ¿Es que jamás has querido tanto a alguien como para dejar
tus obligaciones de lado? Si no es así, das mucha lástima —se enfrenta a él.
Da igual si ha bajado el tono; este es mucho más hiriente.
—Robert, lo siento mucho. No tengo excusa —intercedo—. Te aseguro
que no volverá a ocurrir. James y yo tenemos un pasado que creíamos
superado, pero nos ha arrastrado hasta lo de ayer.
—Eso no es excusa —se dirige a mí, haciendo caso omiso a Míster
insaciable.
—Lo sé. No me estoy excusando. Solo quiero asegurarte que no debes
preocuparte.
—Es tarde. Las fotos y los vídeos de vosotros bailando, besándoos y
entrando en un hotel están dando la vuelta al mundo. Son trending topic.
Joder… —Se refriega la cara—. Sois lo más visto y comentado. —Su
teléfono vuelve a sonar, no ha parado desde que hemos entrado, ni su móvil
ni el fijo del despacho—. ¿Escucháis eso? Los medios de comunicación me
asedian a llamadas. Quieren chuparnos la sangre. Son como hienas. —
Señala el aparato.
—Lo solucionaremos. Enviaremos una nota de prensa.
—Black dará una entrevista. A un programa serio, de deportes, y quitará
hierro al asunto.
—No voy a ir a ningún maldito programa a dar explicaciones. A nadie
le importa mi vida privada.
—Tu vida es pública hagas lo que hagas. Es parte del juego —comenta
Robert.
—Me importa una mierda el…
Me posiciono entre los dos.
—Eso no es buena idea, Robert. Mejor dejarlo pasar y no darle más
bombo. Se olvidarán. —Lo sé de primera mano, ahora ya nadie se acuerda
de mi metedura de pata, o eso parece—. Mañana un tenista o un cantante se
liará con su niñera y nadie recordará esto.
Robert coge una tarjeta de uno de los cajones de su mesa y me la da.
—Es el teléfono de la agencia de comunicación con la que trabajamos
cuando Giant mete la pata. Llámales. Ellos sabrán exactamente qué es lo
mejor que podemos hacer. —Da la sensación de que está harto de esto—.
Tú tienes la última palabra —dice a James—. Yo solo soy tu representante.
La vida que está en juego es la tuya.
Volvemos a casa en la moto, aparca en el garaje y bajo muy enfadada,
conmigo, con él, con los periodistas, con nuestro pasado, nuestro presente y
con nuestra falta de decoro y raciocinio.
Él me sigue hasta el salón y me llama, sin embargo, salgo al patio
trasero a coger aire.
—Jess… Podemos con esto. Ha sido una tontería.
Agacho la cabeza y pongo las manos en mi cintura con los hombros
caídos.
—¿Qué ha sido una tontería? ¿Que yo aceptara este trabajo, que tú no
me enviaras de vuelta a Nueva York, creer que no había nada entre
nosotros, besarnos delante de todo Miami, pasar la noche en un hotel, o
pensar que esto no te pasaría factura?
—Tú lo has dicho. Se olvidarán. Solo hay que tener un poco de
paciencia.
Me giro hacia él.
—¿Como se les olvidó que te besaste con la anterior asistente?
Bufa y suspira.
—Eso sí que fue una tontería sin importancia. La cagué, bebí demasiado
y ella también quería, pero no pasó nada más, yo…
—No tienes que darme explicaciones sobre eso —le corto.
—¿Y por qué has preguntado?
Respiro.
Yo qué sé.
—Tú y yo no somos pareja, no tienes que defenderme ante Robert, no
es tu cometido y sé hacerlo sola, además, llevaba razón.
—No dejaré que nadie se dirija a ti así. Ni Robert ni nadie.
—Deja de comportarte como si esto fuera una novela de Shakespeare y
tú y yo dos locos enamorados.
—¿Desde cuándo te has vuelto tan insensible? —inquiere con el ceño
fruncido.
—Desde que me rompiste el corazón.
Da un paso hacia mí, pero yo lo doy hacia atrás y se detiene.
—Esto es la vida real. Tu vida. Yo soy tu asistente, me contrataron para
que cuidara de ti y te vigilara y, lo único que se me ocurre, es dejarme llevar
y acompañarte a una discoteca, beber alcohol y liarme contigo. Deberías
despedirme.
—¿No has escuchado lo que he dicho a Robert? —Trago con dificultad
—. No puedo controlarme contigo, cuando tú estás no me importa nada
más.
Espera algo de mi parte, una respuesta, no obstante, sé que no escuchará
la que espera.
—Tú y yo podemos pasar tiempo en la cama, soy consciente de lo que
ambos disfrutamos, pero no hay más, Black. En algún momento nuestros
caminos volverán a separarse.
Él quiere decir algo más, pero me marcho y lo dejo con la palabra en la
boca. No estoy dispuesta a convertir esto en una relación romántica y a que
me haga añicos de nuevo. Aún busco pedazos de mi corazón roto por todo
el maldito universo.
53
JAMES
—Joder, soy un imbécil —digo en voz alta, cuando Jess se marcha y me
deja en el patio frente a la piscina. Tackle aparece de la nada y llama mi
atención saltando delante de mí.
—Sí que lo eres, y no sabes cuánto —replica Ava a mi espalda. Me
vuelvo hacia ella; lleva la correa de la perra en la mano—. ¿Cómo se os
ocurre?
—También has visto los vídeos.
—Como todo el mundo. Mamá ha llamado una docena de veces para
saber qué está pasando.
—¿Y qué le has dicho?
—La verdad. Que Jess trabaja para ti y no he podido negarle lo
evidente.
—Que es…
Saca su teléfono del bolsillo y me lo pasa. Un vídeo de nosotros
bailando y besándonos en The Velvet que alguien grabó desde pocos metros
y ni nos dimos cuenta.
—Hay más.
—Ya. —Se lo devuelvo—. ¿Vas a sermonearme? Porque tengo muchas
cosas que hacer.
—Eres mayorcito y estoy harta, además, tengo que adelantar mi viaje.
—¿Un idiota se ha metido el algún lío?
—Sí, uno tan grande como tú.
—No entiendo cómo no te aburre ese trabajo.
—¿Por qué crees que es aburrido? ¿Porque no me acuesto con mis
clientes ni con mis subordinados? —Achino los ojos y abro las aletas de la
nariz—. Voy a hacer las maletas. Me encantaría decir que siento tener que
largarme, pero mentiría. —Camina hasta el salón.
—Ava. —Se detiene y me mira—. No te preocupes por mí. Podré
manejar la situación.
—Hay cosas que no se pueden manejar, que escapan a nuestro control
y… Jess para ti es una de ellas.
Me quito la camiseta, la tiro sobre el sofá y voy a paso ligero hasta la
piscina para zambullirme en su agua limpia. Me hundo hasta el fondo, tomo
asiento en el suelo evitando salir a flote y un millar de recuerdos estallan en
mi mente.
Por eso mismo me largué. Jess es mi dosis exacta de criptonita.
54
JESS
Hoy es mi día libre y he quedado con Nelson para bailar bachata y tomar
chupitos de lo que quiera darme. A Black no le ha hecho mucha gracia que
no cuente con él y no lo he entendido del todo.
No estamos saliendo, no somos pareja, solo nos acostamos y nos damos
unos orgasmos impresionantes, y así quedó patente en nuestra última
conversación hace dos semanas. Las aguas se apaciguaron, las de dentro de
la mansión y las de fuera. Los medios de comunicación siguen insistiendo
en pillarnos juntos, pero cada vez menos, y, tras la nota de prensa, todo se
calmó. Follar hemos follado, no voy a mentir, no obstante, nos hemos
ceñido a eso. Nos sale igual de bien, pero se nota que algo ha cambiado
entre nosotros, sobre todo en él, que se separa de mí y se aleja en cuanto
terminamos. No me importa, es más, lo prefiero, así no hay malentendidos
ni gestos de cariño que nos lleven a confusiones.
—¿Sabes bailar? —le he preguntado mientras me pintaba los labios y él
me observaba desde el vano de la puerta con los brazos cruzados.
—Como te vayas, llamo a George y salgo de copas.
—¿Una amenaza? —Me he girado hacia él—. Eres como un bebé
mimado y enrabietado por una golosina. Este caramelo hoy no es para ti. —
He salido de mi cuarto de baño, aunque él diría que todo lo que hay en esta
puta casa es suyo, hasta yo, porque es un troglodita de mucho cuidado, y
bajo las escaleras con él pisándome los talones.
—¿Qué haces tú aquí? —ha ladrado a Robert, al que he avisado para
que haga de niñera durante unas horas.
—Tenemos que hablar. Pronto volverás a jugar.
—Vienes a vigilarme. ¿De quién ha sido la idea?
—De nadie, Giant. Después de lo ocurrido la semana pasada, hay que ir
con pies de plomo.
Me fui y los dejé discutiendo. Y esto mismo le cuento a Nelson, que
presta atención a lo que digo con los ojos muy abiertos, alucinado porque
me esté acostando (de nuevo) con El Gigante Imbatible y esto se haya
convertido en una telenovela turca.
—Qué suerte, ¿y estás segura de que no es gay? —pregunta, aunque
sabe la respuesta después de todo lo que he soltado por esta boca de piñón
que no ha podido mantener el secreto. Necesitaba contárselo a alguien y
Chris parece muy ocupado para atender mis llamadas.
—Segurísima. Por cierto, ¿buscas pareja? Mi amigo Chris y tú haríais
buenas migas…
—Vive a miles de kilómetros, mijita. ¿No conoces a alguien en Miami?
—A ti y poco más. Todas las horas del día las ocupa mi trabajo.
—No te quejes. Muchas de esas horas las pasas retozando con el tío más
impresionante del planeta.
—No es para tanto —miento como una bellaca. Si James Black no
existiera, habría que inventarlo.
—Me dices que la tiene pequeña y me caigo muerto. No quiero saberlo
si así fuera, prefiero seguir imaginando que le mide un metro. —Traga otro
chupito y deja el vasito sobre la mesa en la que estamos apostados tras
sudar la gota gorda bailando una decena de canciones.
—Tanto no, pero… —Alzo las manos, junto las palmas y las voy
separando hasta que…
—Eso es imposible. —Alza las cejas y yo encojo los hombros—. Tienes
que tener el chumino como la boca del metro.
Ahora soy yo la que bebe.
—Tengo que irme —comento con pena. Lo hemos pasamos genial con
un par de amigos que me ha presentado y han tratado de enseñarme español
—. Mañana volamos a Los Ángeles —balbuceo— y tengo que levantarme
temprano. Dame un beso. Por si me muero. —Nelson achina los ojos—. Me
dan pánico los aviones. Pueden estrellarse y esas… cosas. —Me agarro al
filo de la mesa, mareada.
—¿Te acompaño a casa?
—No, no. Estoy bien. Cogeré un taxi.
Nelson insiste y me sigue hasta la puerta del garito, donde se acumulan
los clientes que han salido a fumar un cigarro.
—¿Te molesta el humo? Chris fuma. He intentado que lo deje millones
de veces, pero es imposible. Fuma desde los doce años, ¿te lo he dicho? —
Mi incontinencia verbal cuando bebo demasiado es imparable—. Yo jamás
lo besaría. Sería como lamer un cenicero y… Buaggg, qué asco. Pero a lo
mejor a ti te da igual. Tienes que venir conmigo a Nueva York. Es muy
guapo y simpático y tiene un buen trabajo, bueno, si yo no la cago más y
nos hundo a los dos en el barro… —De pronto, un coche aparcado frente a
la entrada, junto a la calzada, llama mi atención—. Pero… ¿ese es el
deportivo de Black? —Lo señalo dramáticamente, con el brazo alzado y el
dedo apuntando al Porsche.
—No lo sé, pero esa espalda la reconocería hasta en una habitación a
oscuras —dilucida.
James se gira y sus ojos se encuentran con los míos. Camina hasta
nosotros y da las buenas noches.
—Yo me ocupo de ella, Nelson —le dice.
—¿Cómo sabías dónde estaba? ¿Aún tienes esa aplicación en el móvil?
¡Prometiste que la habías borrado! —me quejo, con media lengua dormida.
—Supuse que estabas aquí. Dijiste que ibas a bailar bachata.
—Ah… —Lleva razón, pero yo no estoy para caer en esas cosas ahora.
Solo trato de no caerme.
—Vámonos a casa. Mañana volamos muy temprano. —Me da la mano
y me aguanta. Un escalofrío me recorre el brazo y me quedo observando el
punto exacto por el que nos ha unido.
Odio sentir esto.
—No me lo recuerdes —farfullo—. No me gusta volar. Lo odio. No
entiendo cómo la gente se sube a esos cacharros con total tranquilidad. ¡Por
Dios! ¡Va a miles de pies de altura! —Cuando me doy cuenta, estoy sentada
en el coche con el cinturón de seguridad abrochado.
—No pasará nada. La ocasión lo merece, vamos a Cancún —intenta
tranquilizarme.
—¿Por qué has venido a buscarme? ¿Te preocupas por mí? Qué
romántico. Al final va a ser verdad lo que dijo Ava y aún sientes algo por
mí. —Me pesan los párpados.
—Maldita Ava… —Me parece escuchar, pero me dejo llevar por el
cansancio y los cierro, adentrándome en un sueño que me lleva a una
terraza en Manhattan adornada con luces, muchas flores y una sola
promesa: te querré el resto de mi vida. Y eso debieron ser aquellas palabras,
un adorno más de la celebración de nuestro primer aniversario juntos.
55
JESS
Vale, voy a subir a otro avión, y este es muy pequeño. Lo observo desde
unos metros, de pie en una pista de hormigón, con el sol saliendo por el
horizonte y pintando con sus rayos el casco del… supositorio asesino.
Que sí que sí, debería sentirme afortunada de viajar con esta facilidad a
lugares paradisiacos y a eventos tan maravillosos como la Swim week, pero
¿qué hago si me da tanto pavor como para que me explote una vena del ojo
por los nervios?
—Deja de mirarlo. No va a desaparecer —asegura James, llegando a mi
lado.
—Por desgracia. ¿Podemos ir en moto? —Le hago sonreír.
—Son mil quinientas millas. Tardaríamos unas treinta y cinco horas, sin
parar para descansar.
—Lo preferiría a esto. ¿No había uno más grande?
—Son igual de seguros. Muy seguros —incide.
—¿Hay alcohol? —pregunto.
—¿No habíamos quedado en que nada de alcohol y, menos, estando los
dos cerca? —Parece que le divierto.
—Ahí nadie podrá fotografiarnos y no he dicho que tú puedas beber. Lo
haré yo. Así llevo mejor la ansiedad.
—Cualquier médico te recomendaría tomar un tranquilizante o alguna
infusión que te relajara.
—No tomo ese tipo de drogas y ni veinte infusiones me quitarían de la
cabeza que un motor puede fallar y estrellarnos.
—Se puede aterrizar con un solo motor.
—Pero ¿cabe la posibilidad de que se estropee? —Estoy al borde del
infarto.
—Da mal fario hablar de eso antes de volar. Al final se estrella por tu
culpa. —Abro tanto los ojos que se me salen de las órbitas.
—¿Qué? ¿Crees que he llamado a la mala suerte y que eso se caerá y
moriremos? —El corazón se me va a salir por la boca.
James suelta un par de carcajadas y me echa el brazo por encima.
—Tranquila, llevo paracaídas.
—¿Paracaídas? —Doy un paso atrás—. Confío en ti, James, has
demostrado esta última semana que sabes cuidar de ti mismo. ¿Para qué voy
a acompañarte? Te espero en casa. —Camino hasta el coche que sigue
parado detrás de nosotros y que nos ha traído hasta aquí.
Black me coge por el brazo y tira, con la risa acompañándole.
—Jess, no seas idiota. —Me lleva hasta la escalera y subimos. La
comandante nos da los buenos días y la hora estimada de llegada.
Casi tres horas aquí embutida. Estupendo.
—Es el medio de transporte más seguro, según las estadísticas…
—He oído eso cientos de veces. Me importan una mierda las
estadísticas. Odio los aviones y punto. —Me obliga a tomar asiento en uno
de los cuatro sillones de cuero beis y le pide a la azafata dos vodkas—. Tú
no puedes beber. Tienes una sesión de fotos esta tarde. Al atardecer. En la
playa. Qué bonito —desvarío. La ansiedad tiene el mismo efecto en mi
verborrea que el alcohol. Espera que junte las dos cosas y verás cómo acabo
revelándole lo que siento por él, en el corazón, no solo en mi bajo vientre y
en cada célula de este cuerpo tembloroso—. Y mañana la pasarela del Swin
Fest. Una agenda apretada.
—Tú tampoco deberías beber. Estás trabajando. —Mete el dedo en la
llaga. Trato de mejorar en mi trabajo y no arrastrarlo hasta los infiernos
conmigo. El problema es que él es el mismo Lucifer y yo una diabla con
muchas ganas de él y del sexo que me da.
—No me jodas, Black. Las normas dejan de tener sentido cuando te
quedan horas o… minutos de vida.
—Hoy estás extremadamente dramática. Relájate, o… ¿Quieres que te
relaje yo?
El jet comienza a moverse. Esto es muy pequeño, en serio, una caja de
sardinas. Me abrocho el cinturón y me agarro a los reposabrazos. Cierro los
ojos y acompaso mi respiración.
La tripulante de cabina viene hasta nosotros cuando el avión se
estabiliza y coge la altura deseada, y nos sirve las copas. Le doy un trago
largo a la mía.
—Hay una habitación ahí detrás —insiste.
—¿Crees que podría concentrarme? Ni tú lograrías eso.
—Yo logro todo lo que me propongo.
—No hace falta. Y deja de hablar. Me pongo más nerviosa. Pide otra
copa o la botella entera con un embudo. Yo qué sé. Tengo la garganta y la
boca seca.
—Pero si eres tú la que no se calla.
—James, por favor, necesito sedarme de manera natural.
—¿Y pretendes hacerlo con alcohol? Es lo menos natural del mundo, en
cambio el sexo…
—Una copa, ¡ya! —exijo como si fuera Betty Ford en su etapa más
chunga.
—Voy a empezar a pensar que tienes un problema.
—Y tú otro como no llames a la tripulante.
James toca un botón de llamada y esta no tarda en aparecer.
—¿Qué se le ofrece, señor Black?
—Otra copa de vodka, doble, por favor.
La chica sonríe a Black, seguramente cachonda perdida, y se marcha,
diligente.
—¿Contenta?
—Sí, no veas, soy el sumun de la alegría ahora mismo.
Cuando Nina vuelve, es el nombre que lleva inscrito en la placa
identificativa, con el carrito de las bebidas, agarro la primera botella que
tengo a la vista, la abro y le doy un trago largo como una camionera
juerguista.
—Señora, eso es Sake, es muy fuerte para tomarlo de esa forma —me
dice, esperando que de un momento a otro me arda la garganta o pida
auxilio, pero nada de eso pasa.
—Como vuelvas a llamarme señora, no respondo —la amenazo.
—Lo siento, yo…
—Tranquila, puede retirarse —le pide James, y esta desaparece como
una geisha, con los pies juntitos y a paso ligero.
—Estás demasiado agresiva, Jess. No conocía de primera mano cómo te
pones cuando vuelas.
—Porque nunca lo hicimos.
Otro trago largo de este licor de arroz, y te calmarás.
—No quisiste hacerlo.
—¿Voy a tener que explicarte otra vez por qué no me fui contigo?
—Empiezo a pensar que lo hiciste por no coger un avión —me dice,
mientras se ríe.
Le saco la lengua y me vuelvo a empinar la botella. Cinco minutos
después, estoy tan beoda, que no me siento ni la cara. Floto en el aire de
este supositorio gigante, jugando con la gravedad porque no soy capaz de
mantenerme derecha. Aun así, me levanto del asiento y comienzo a
moverme por el pasillo del avión entonando I Will survive con pasos de
gallina. Son los únicos que pueden mantenerme ligeramente erguida
mientras realizo esta performance alcoholizada.
Siento una oleada de emoción recorrer mi cuerpo mientras me dejo
llevar por el ritmo de mi propia voz. Cierro los ojos y disfruto de la
sensación de libertad que me invade.
Escucho a James reír como un loco y abro un ojo para comprobar que
me está grabando con su móvil.
Me da igual. Soy la protagonista de mi propio musical.
Soy la Sammy Davis Jr femenina, artista multidiciplinar y que dejó una
marca indeleble en el entretenimiento de Estados Unidos.
Y eso es lo que pasa, que no tardo en dejar una marca gigante de vómito
en las piernas de James cuando me tambaleo de nuevo al asiento
ligeramente mareada.
—Mierda, James, go sento…. —balbuceo.
—Tranquila, también hay una magnífica ducha en este avión, pero no te
voy a dejar beber más.
Asiento con los ojos llorosos por el esfuerzo titánico que he hecho
dándolo todo y, soltándolo de mi estómago también.
—¿Te puedo dejar sola un momento?
—Chi —contesto poniendo morritos.
He vuelto a pifiarla con una celebridad.
No tengo remedio.
56
JESS
Cuando he bajado del avión, tras echarme una siesta, inducida por el sake,
de una horita con la baba colgando, he besado el suelo y una colilla se me
ha pegado en los labios. No he vuelto a vomitar de milagro. Si alguien
busca la palabra decadencia en el diccionario, seguro que la definición se
resume en una foto mía.
Un coche nos lleva al hotel, en el que nos damos una ducha, follamos,
yo de aquella manera y fingiendo que ya estoy perfectamente, y comemos,
en este orden. Nada más que añadir, excepto que James casi ni me ha
mirado a los ojos, que lo suele hacer, mientras me empotraba contra una
columna de la habitación y nos hemos corrido a la vez. Y doy gracias a que
no lo ha hecho, porque he unido dos resacas en menos de doce horas y
tengo los ojos como dos huevos fritos: amarillentos, redonditos y con un
punto ceroso.
El sol de la tarde se cuela entre las nubes de la Playa Chac Mool, de
suave y dorada arena con una textura fina que invita a dar largos paseos
descalzos bajo el cálido sol tropical. Un lugar ideal para tomar las fotos.
El equipo nos da la bienvenida y aguardo respondiendo algunos emails
mientras preparan a Black en una zona cerrada y reservada. Lo escucho
quejarse hasta que aparece delante de mí con un bañador minúsculo.
—No pienso salir así. —Cruza los brazos y trato de no bizquear ante
tantos músculos, que se suman a los de unas piernas y un vientre donde
podrían partirse diamantes.
—Estás muy guapo —digo con sorna.
—¿Te hago gracia? Te recuerdo que tengo un vídeo tuyo bailando y
cantando como una loca en el avión.
—Uno que te obligaré a borrar luego, aunque tenga que amordazarte y
torturarte.
—Eso se te da muy bien. —Los dos sabemos perfectamente de qué
estamos hablando.
Camino hasta él, lo rodeo observándolo y termino frente a frente, a solo
un palmo.
—No estás demasiado diferente a cuando me has empotrado de pie en el
hotel —musito.
—No me jodas, Jess. Lo menos que necesito ahora es una erección. —
Ella se muerde los labios y me mira con lascivia—. Eres una diablesa.
—Y eso te encanta. Te lo arrancaría y…
—Mierda —lamenta. Da media vuelta y se larga.
—¡Te lo debía! ¡Por lo del avión! —Suelto una carcajada y tomo asiento
en una de las sillas vacías para ver el show.
Y efectivamente aquello se convierte casi en un espectáculo, en
concreto una película porno de un tío con dos mujeres sobándolo por
completo, o esto es lo que me parece por mis celos irracionales. Sin
embargo, mi sexto sentido me impulsa a fijarme en la de la derecha, una
chica joven de pelo castaño claro con la que tiene una conexión especial.
Busco el contrato en los archivos de mi teléfono y encuentro el nombre de
ella. Gabriela Harris. Hago trabajo de investigación y en diez segundos sé
hasta el número de pie que calza y los besos que se ha dado con James.
Fueron pareja durante unos meses. Hasta vivieron juntos. Por lo visto, fue
ella la que lo empujó a comprar la mansión y hacerle una reforma.
¿Gabriela es la del mal gusto?
Sigo con la búsqueda y encuentro más fotos. Les gustaba salir a cenar
y… Hasta subir en globo y saltar en paracaídas. Esto me pone más celosa
porque hizo cosas con ella a las que yo jamás me atreveré.
Los miro. Gabriela toca su estómago y le dice algo al oído. Él se ríe
porque le hace gracia o porque está actuando, tampoco lo sé. La sesión de
fotos solo dura una hora, pero a mí se me hace eterna. Finaliza tras tres
cambios de ropa y diez quejas de la señorita Harris que ha hecho la sesión
con bikinis minúsculos que le quedaban de infarto, muy a mi pesar. No
necesito más pruebas para saber que es insoportable.
Espero a James tras una pequeña carpa blanca, en la que me he
escondido y alejado para atender la llamada de Robert, que desea
cerciorarse de que todo va bien y ninguno de los dos hemos cometido
ningún error. Curioso que ahora tenga que hacer de niñera de James y de
mí.
Te estás coronando, Jess.
—Tú debes ser Jess Olson. —Una voz a mi lado, en cuanto cuelgo,
llama toda mi atención y miro hacia ella.
—Y tú Gabriela Harris.
—¿Me conoces?
—Tu nombre estaba en el contrato. Leo los contratos de mis clientes de
principio a fin. Necesito saber con quién van a trabajar —informo,
tirándome el farol. Normalmente lo hago así, pero en este caso se me pasó
entre tanto folleteo.
—¿Sabes también que soy la ex de James?
—Sí, aunque no me parece una información relevante.
—Lo entendería si no supiera que estás interesada en él. —Alzo una
ceja—. Sé que estáis liados, que tratas de cazarlo y he de avisarte de algo.
—Se acerca un poco más y he de asumir que su belleza supera los cánones
normales, pero eso no consigue asustarme ni achantarme—. James Black no
es para ti, él busca otra clase de mujer.
—¿Y esa eres tú? —No logro mantener el pico cerrado, y tampoco
tendría por qué.
—Veo que no me equivoco contigo. Eres inteligente. —Se atusa el pelo
—. Exactamente. James y yo estamos destinados. Solo nos estamos dando
un poco de tiempo. Él lo necesitaba para superar la muerte de su padre, pero
sé que sigue enamorado de mí. Tú también has tenido que darte cuenta
durante la última hora.
—¿Algo más? —pregunto con sequedad.
—Sí, sé que te desterraron de Nueva York y James fue la única persona
que se dignó a contratarte. Vuelve a New Jersey a poner copas en un bar de
carretera. Black no te quiere a su lado, solo te mantiene con él porque le das
pena. —Ella también me ha investigado; sabe que soy de New Jersey.
Esto último me hace reaccionar y doy un paso hasta ella, dispuesta a
partirle la cara y tirar del todo mi carrera por el retrete. A esta sí que le
chamuscaría el pelo y no me sentiría culpable por ello, pero ni un mechero
tengo cerca. Si estuviera aquí Chris, me lo dejaría y le metería fuego a su
brillante cabellera.
—Me importa una mierda tu relación con Black. Y, si no quisiera que
trabajara para él, no sería de tu incumbencia. —Me marcho antes de
ahogarla en la playa, porque no sé solo incendiar algo o alguien, también
podría utilizar el agua con el mismo fin.
Me meto en el coche y espero a Míster gilipollas allí. Llega diez
minutos más tarde y me pregunta si va todo bien.
—Genial.
—He reservado para cenar en un restaurante que te va a encantar. —No
repara en mi estado de ánimo.
—Estoy cansada. Me quedaré en el hotel y dormiré, me duele la cabeza
—indico sin mirarlo, con los ojos sobre la pantalla de mi móvil. Lo del
dolor de cabeza es verdad, pero nada que no puedan solucionar un par de
analgésicos.
—¿Qué ocurre?
Hincho el pecho y le clavo las pupilas mientras el chófer arranca y nos
lleva de vuelta al hotel.
—¿No pensabas decirme que una de las modelos es tu ex?
—No lo vi importante. Si no trabajase con una ex, tendría que rechazar
muchos contratos publicitarios. —Pongo los ojos en blanco con su
respuesta—. ¿Qué?
—Está loca.
—¿Has hablado con ella? —Frunce el ceño.
—Veo que no te extraña mi observación y que has deducido que la he
conocido personalmente. ¿Tan loca está?
—Es un poco excéntrica, pero nada más.
—¿Nada más? —Alzo las cejas—. Cree que el destino os mantiene
unidos y que pronto os casareis y tendréis hijos.
57
JAMES
Vamos en la parte de atrás de un coche, Jess me habla de Gabriela cuando
yo lo único que quiero es besarla, llevarla a cenar y hacerle el amor, pero no
puedo ni una cosa ni otra, porque está cansada y porque nosotros no
hacemos ni hablamos de amor, solo de sexo. Por lo visto, rompí su corazón
al destrozar el mío y cavé una tumba en la que enterré todos nuestros
sentimientos y un futuro juntos.
—¿Casarnos? ¿Tener hijos? No hablarás en serio.
—Tan en serio como hablaba ella, pero no sé por qué debería
importarme eso. Lo que sí ha llamado mi atención es lo que ha asegurado a
continuación. —Suspira—. Ha dicho que solo trabajo para ti porque te doy
pena.
¿Qué? Jodida Gabriela, es una lianta.
—Eso es una tontería. Lo sabes. ¿Por qué le das credibilidad?
—Estuvisteis mucho tiempo juntos y se ve a leguas la conexión que
seguís teniendo, y la familiaridad que hay entre vosotros.
—¿Dices eso por cómo he actuado en las fotos? ¡Por Dios, Jess! ¡Solo
era eso! ¡Una actuación! Gabriela y yo tuvimos una relación tormentosa.
¡No nos aguantamos!
—¿Estás ciego o te haces el idiota? Esa mujer está obsesionada contigo.
Solo he necesitado dos minutos para averiguarlo.
—Estás celosa, reconócelo. —Tuerzo el gesto en una sonrisa.
—Para nada. —Alza el mentón y un cosquilleo baja de mi estómago
hasta mi entrepierna. Qué cachondo me pone, da igual lo que haga—. Pero
mañana vuelves a trabajar con ella y me da la impresión de que intentará
algo. —Carraspea—. Me da igual lo que hagas con ella, tú y yo no tenemos
exclusividad, pero ten cuidado con los periodistas, las fotos y… Ya sabes a
lo que me refiero. No queremos más ese tipo de publicidad.
Me hace gracia. Los celos se la están comiendo, pero jamás lo
reconocería. Mañana voy a devolverle muchas de las que le debo. Escondo
una sonrisa siniestra mientras afianzo mi plan en silencio.
Odio tener que hacer esto, más cuando Jess me ha ignorado durante toda
la madrugada, dejándome dormir solo y marchándose a su habitación en
cuanto llegamos la noche anterior.
La Pasarela Swin Fest destila elegancia y estilo, o eso dice Ava, que me
acompañó el año pasado.
La mañana la pasamos socializando, saludando y cerrando futuros
contratos. Me encuentro con dos grandes del deporte americano, a los que
considero amigos, Oliver Drake, el mejor bateador de la American League
de beisbol y que hará historia si todo le va bien este año, jugador en los
New York Yankees; y Alex Hudson, máximo goleador de la AHL y con
varios récords en el hockey.
—¿Black? ¿También te han engañado para volver aquí? —Oliver se
dirige a mí con una sonrisa y nos chocamos las manos y nos damos un corto
abrazo. No es tan grande y fuerte como yo, pero sí igual de alto.
—Eso me temo. ¿Cómo estás? He oído que tienes problemas.
—No más que tú —intenta bromear, pero los suyos no van sobre
amantes, sino algo mucho más doloroso.
—Necesito una buena abogada. He despedido al imbécil del mío.
—A mi hermana ni te acerques —le amenazo en serio.
—Tío, solo necesito una buena profesional y me consta que Ava lo es.
Hablan muy bien de ella en Nueva York. —Se conocen de alguna fiesta en
la que han coincidido; yo mismo los presenté hace unos años.
—¿Drake? ¿Black? —Alex nos interrumpe y lo saludamos de igual
forma que nosotros lo hemos hecho—. He conocido a tu asistente, una
mujer muy atractiva.
—No solo es su asistente… —comenta Oliver con media sonrisa. Bufo
—. No te pongas así. He visto una foto en una revista de cotilleos.
—¿Ahora te van los cotilleos? ¿Lees prensa rosa?
—Mi asistenta las compra y las deja por la encimera de la cocina —se
excusa, divertido.
—Señores, vamos a comenzar. Tienen que ir a maquillaje. —Un
miembro del staff nos reclama y vamos tras ella.
Al caer la tarde, las luces se encienden y proyectan una luz suave sobre
la pasarela, revelando detalles retro y colores que recrean la época dorada
del jazz y el swing.
Los primeros acordes comienzan a resonar, marcando el inicio de un
desfile que trata de viajar en el tiempo.
Gabriela se posiciona a mi lado y me agarra de la mano.
—Qué bonita casualidad. Somos pareja esta tarde —suelta de una
manera muy sexi, tanto como el minivestido verde que lleva encima.
—¿Qué le dijiste a Jess? —mascullo, segundos antes de comenzar a
andar tras los modelos profesionales.
—Nada que no supiera, cariño.
Detenemos nuestra charlita para pisar la pasarela y dejar que los
espectadores contemplen maravillados el espectáculo que les ofrecen los
mejores diseñadores de ropa de baño del mundo. Los aplausos resuenan por
la sala cuando llegamos al final de la pasarela y nos detenemos. Justo antes
de girarnos, Gabriela me da un beso en la mejilla y se pega a mí. Mis ojos
encuentran los de Jess, sentada en primera fila, justo en frente, a solo dos
metros de nosotros. Le brillan, pero no parece contenta.
—¿Qué coño haces? —cuestiono al llegar a bastidores, sin tener en
cuenta que estamos rodeados de personas, periodistas y fotógrafos entre
ellos, soltándome de su agarre de mala gana.
—¿Qué quieres decir, James? El público nos ha aplaudido como nunca.
Se alegran de que volvamos a estar juntos.
—Tú y yo no estamos juntos, Gabriela —ladro—. ¿Eso le dijiste a Jess?
—Me refiero a hoy. Hacemos muy buena pareja, en todos los
aspectos… —Se acerca sinuosamente a mí y me acaricia el torso desnudo
—. ¿O se te ha olvidado? —susurra demasiado cerca de mi oreja—. Puedo
recordártelo. Estoy en el The Ritz-Carlton. Habitación trescientos
veintidós…
Jess hace aparición y nos encuentra demasiado unidos, con la boca de
Gabriela en mi cuello y mis manos en las suyas, listo para apartarla, pero
podría parecer otra cosa muy diferente si acabas de entrar en escena.
—Vaya… La mosquita muerta —señala la top model internacional—. O
debería decir la pueblerina que le quemó el pelo a George Clooney.
Lo que se quema es mi estómago, que arde hasta que las llamas
convierten mi pecho en el infierno.
—Gabriela —masco, y aprieto los puños. Jamás le pegaría a una mujer,
pero toda mi fuerza se concentra en mis brazos cuando estoy muy furioso
—. Deja en paz a Jess. Ni te dirijas a ella. Como si no existiera.
—¿No sabe defenderse sola? Me consta que sabe hablar, todos le hemos
visto la lengua.
Voy a cometer una idiotez gritándole a una ex, así que agarro a Jess de
la mano y tiro de ella para marcharnos de allí, pero esta me detiene y se
enfrenta a Gabriela.
—Sé hablar y en diferentes idiomas, pero solo necesito decirte una cosa.
Estás loca.
58
JESS
Casi se me olvida que volamos a diez mil metros de altura con la acalorada
discusión que mantenemos James y yo, no necesito llamar a Nina y que me
sirva un copazo, justo después de salir de la Swin Week, porque Black
mañana tiene entrenamiento por la tarde y, si lo hace bien, quizá juegue el
próximo partido.
—¡Esa mujer está loca y tú le has seguido el juego! —le grito, de pie en
la diminuta cabina.
—¿De qué cojones hablas?
—¡¿Por qué no admites que te gusta y que estás deseando acostarte con
ella?!
—¡¡Porque no es cierto!! —Alza los brazos—. ¡¿Y qué más te da?!
¡¡Hasta dónde yo sé no tenemos exclusividad, esto es solo sexo y no
tenemos sentimientos!! —su voz ruda y grave me encanta, pero no es el
momento ni el lugar para hacer referencia a ello.
Dudo por un segundo sobre qué decir y opto por:
—¡¡Deja de inmiscuirte en mis asuntos!! —Doy dos pasos hacia atrás y
me cuelo dentro del dormitorio, estrecho, pero con todas las comodidades.
Viene tras de mí, por supuesto, al Gigante Imbatible encolerizado no lo
detendría ni el impacto contra una montaña.
Deja de pensar en posibles accidentes. Bastante tienes con esto.
—¡¿Gabriela es tu asunto?! ¡¡Hasta dónde sé, es mi ex!! —Cierra la
puerta tras él. Parece un coloso dentro del habitáculo.
—¡¡Se estaba metiendo conmigo!! —Pego mi nariz a la suya.
—¡¡Es lo mismo!! —Nuestras agitadas respiraciones se mezclan en los
centímetros que nos separan.
—¡¡Deja de decir eso!!
—¡¡No entiendo por qué te empeñas en que no me preocupe por ti!!
—¡¡Ah, ¿no?!
—¡¡No!! —vocifera.
—¡¡Perdiste ese privilegio cuando te marchaste!! ¡¡Cuando dejaste de
quererme!!
—¡¿Por qué crees que he dejado de quererte?! ¡¿Acaso lo has hecho
tú?! ¡¿No escuchaste lo que dije a Robert?!
He tratado de olvidarlo.
—¿Debo creer todo lo que dices? ¡¡Me mentiste!! ¡¡Dijiste que siempre
me querrías!! ¡¡Que era la mujer de tu vida!!
Su pecho sube y baja a la misma velocidad que el mío, imparables,
como lo que ocurre a continuación.
—¡Jamás te mentí! —Agarra mi cintura y me atrae hacia él—. Sigo
queriéndote tanto como aquel día.
Nuestras bocas se encuentran en medio del gran agujero de la seta de la
bomba atómica que formamos juntos, reflejo de nuestras personalidades,
fuertes e intensas, como el beso que nos arrolla. La timidez y la duda se
alejan y deja espacio a la pasión y la seguridad de lo que hacemos,
entregarnos en cuerpo y alma, otra vez, como siempre hacemos, pero con el
corazón abierto y desnudándonos tanto que hasta la piel nos sobra, en una
conexión total y absoluta.
Black me muerde el labio en una demostración de su dominio. Yo lo
imito, recordándole que no soy una mujer dócil. Es un beso muy romántico,
pero también una batalla de voluntades, donde ambos nos entregamos sin
reservas y nos volvemos a desafiar mutuamente a ir más allá de nuestros
límites.
Nos tocamos, nos acariciamos, nos deshacemos de la ropa en una lucha
constante que no se olvida de la admiración y el respeto que sentimos el
uno por el otro. James me empuja hacia atrás, yo me encaramo a él, y nos
envolvemos en una danza apasionada y desenfrenada en la que ninguno de
los dos estamos dispuestos a ceder terreno.
Demostramos nuestros sentimientos susurrando con alientos
entrecortados lo que nuestras palabras ocultan y me mira desde una
posición autoritaria de una manera desafiante. Sé lo que piensa. Aún no ha
escuchado de mis labios que yo también lo quiero y eso lo maltrata por
dentro.
Tirada sobre la cama, abro las piernas para que me haga suya, pero se
toma su tiempo, observa mi humedad, mi vientre, mis pechos y termina en
mis ojos, ansiosos porque todo empiece y termine.
—Te quiero, James. Yo tampoco he logrado olvidarte —musito entre
gemidos.
No tarda ni un segundo en penetrarme, en empalarme sin compasión.
Ninguno de los dos mantiene la compostura, nos falta mesura. No nos
importa que la tripulación nos escuche. Nos dejamos llevar por lo que
sentimos, sacamos lo que tenemos dentro, tanto el amor como el
resentimiento, y nos corremos como los salvajes que somos, entre sudor,
arañazos y jadeos.
59
JESS
El último mes ha sido simplemente maravilloso. James y yo parecemos los
mismos que éramos hace cuatro años atrás, como si el tiempo no hubiera
pasado. La mansión se ha convertido en nuestro nidito de amor y sexo
desenfrenado, un oasis de paz y orgasmos. Entre sus paredes, nos
entregamos al placer y al deseo de forma inmoral, explorando cada rincón
de nuestros cuerpos con calor y cesión en su máxima exponencial.
Me siento como si estuviera viviendo en mi propia comedia romántica:
Los calcinadores. Entiéndase que yo de pelos y él de chuminos. Y lo mejor
de todo, es que no hemos vuelto a saber nada de Gabriela Harris. Menuda
petarda.
—Te has levantado de muy buen humor hoy —me dice Julia, cuando
tomo asiento en un taburete de la isla de la cocina.
—Sí, he dormido de maravilla.
—Ya… —comenta con una sonrisilla. La señora Morgan debe ser
testigo mudo de todo lo que James y yo hacemos a escondidas en esta casa.
—¿Qué te hace tanta gracia? —le pregunto cuando esta me tiende una
taza de café.
—Que lo que te tiene tan contenta no es un sueño reparador, Jess.
Conmigo no tienes que disimular. Llevo dos años trabajando para James, y
es casi como un hijo para mí, me recuerda al mío, que vive en Canadá, y he
notado también su cambio.
—Eso es porque hago muy bien mi trabajo.
—¿Ahora el amor cotiza en la seguridad social? —Pone los brazos en
jarras frente a mí y ladea la cabeza.
—No estamos enamorados, solo somos buenos amigos y hemos dejado
a un lado nuestras rencillas.
—Las rencillas y la ropa. —Suspira—. Jess, ¿por qué no reconoces de
una vez que mi chico es el hombre de tu vida?
—Porque no puedo aceptar tal cosa. Mi trabajo aquí terminará tarde o
temprano y volveré a Nueva York. Nuestras vidas hace tiempo que tomaron
rumbos diferentes.
—¿No estás a gusto aquí? —Se sorprende de forma dramática.
—No me malinterpretes, me encanta esta casa, la ciudad, cómo cocinas
y cuidas de nosotros, pero no es una vida que he elegido yo.
—Eso, querida, en mi casa, se llama orgullo desmedido. ¿Qué más da
que no haya sido elección tuya para aceptar que lo que James te ofrece, y no
me refiero a una vida de lujos, es lo que el destino tiene deparado para ti?
—Quiero ser la dueña de ese destino del que hablas. —Mi teléfono
comienza a sonar, interrumpiendo nuestra conversación. Me disculpo y me
retiro de la cocina para hablar en privado, es Chris.
—Jess Olson —contesto con una sonrisa.
—Siempre me ha parecido ridícula tu forma de contestar al teléfono,
pero creo que, dadas las circunstancias, ahora cobra un poco más de sentido
—reseña con un tono divertido en su voz.
—¿A qué te refieres?
—A que eres la celebridad del momento, la puta ama del reino
neoyorquino y a que eres mi mejor cliente de la agencia hasta la fecha
gracias a el Gigante Imbatible.
—¿La qué?
—Que lo estás petando con esa relación subida de tono que llevas con
tu ex. Sois la pareja más mona del papel couché y te llueven las ofertas.
¡Nos has salvado, Jess, lo has conseguido! —grita emocionado, y no soy
capaz de decir nada al respecto porque me hallo a-no-na-da-da.
—Con eso de relación subida de tono, no te referirás a que has aceptado
la tentativa de entrar en el cine porno y quieren que sea su estrella, ¿no?
—No seas absurda, yo sería mejor opción para protagonizar un
gangbang, pero allá a donde vais acaramelados, os sacan fotos. Os adoran
y, adivina qué.
—¿Qué? —pregunto, desesperada de que hable de una vez de esas
ofertas que le ofrecen para mí.
—Brenda está dispuesta a olvidarlo todo, ofrecerte un puesto superior
en LB, a cambio de que tú y él seáis la imagen del local. ¿No es
maravilloso? Además, dijo algo de que olvidaras la demanda por el billón
de pelos, que al señor Clooney, por suerte, se le han regenerado solitos.
Debe ser un dios del sexapil o algo parecido si se autocura de esa forma.
—No sé qué decir…
—¡Que sí!
—Yo… —tartamudeo.
—Si necesitas ayuda para tomar una decisión es que estás loca de
remate y los polvos con James te han frito el cerebro. Júrame que no le has
dejado metértela por la nariz y te ha dañado el bulbo raquídeo.
Lo que acaba de decir me hace soltar una carcajada.
—Estás como una cabra.
—Estoy feliz, y tú también deberías estarlo. Ya puedes volver a casa y
retomar tu vida donde la dejaste.
—¿Ahora? —murmuro mientras me muerdo el labio inferior.
—Ahora o dentro de una semana, pero no mucho más tiempo, Jess. O,
¿acaso te lo estás pensando? Era lo que querías, esto solo era algo temporal.
—Sí, sí… pero las cosas han cambiado mucho por aquí últimamente.
—Jess, no me jodas, no te habrás...
—¿Enamorado? —termino yo por él.
—¿Me lo estás preguntando a mí? Creía que juramos un día, frente a
mil pañuelos de papel llenos de mocos, que jamás volverías a los brazos de
ese tío.
—Y no lo he hecho, de momento solo he vuelto a su cama, y, hace dos
segundos, me has felicitado por mi hazaña y haber salvado nuestras
carreras.
—Porque llevas diciéndome desde hace un mes, que era tu estrategia
para mantenerlo a raya.
—Y lo era, pero…
—No sé qué me preocupa más, que me hayas mentido o que te mientas
a ti misma. Jess, se largó sin despedirse, te dejó hecha polvo, demostró
quererte una mierda.
—Los dos tuvimos motivos diferentes para que lo nuestro terminara de
esa manera tan horrible.
—¿Y cómo crees que terminará de nuevo? Es un jugador que puede
fichar por otro equipo mañana, quizá cuando tú estés en tu mejor momento
profesional… ¿Querrás seguirlo allá donde vaya renunciando a tu
independencia?
—¿Tengo que responderte a eso ahora? —vacilo, porque no tengo una
respuesta clara. El exceso de orgasmos me tiene con la mente nublada.
—Jess Olson. —Suspira—. Quiero que seas consciente de que una
segunda ruptura puede dejaros el corazón destrozado para siempre.
—No estamos saliendo, ya te lo he dicho.
—¿Y a él se lo has dejado claro? Confío en que harás lo correcto para ti,
y sea cual sea la decisión que tomes, la aceptaré con resignación. Es lo que
me toca como amigo, pero piensa bien qué es lo que quieres, ¿vale?
—Sí…
—Promételo.
—Te lo prometo.
—¿Quieres que le diga algo a Brenda? Está muy insistente.
—Dile la verdad, que me lo tengo que pensar —me despido de Chris y
una voz a mi espalda me sobresalta.
—¿Qué es lo que te tienes que pensar? —James se está frotando la
cabeza con una toalla, ha estado nadando.
—Nada, cosas de Chris. —No estoy preparada para decirle nada, y
mucho menos antes del partido. James por fin vuelve al campo y se
enfrentan a los New England Patriots esta tarde.
—¿Eres la que tomas las decisiones por tu amigo?
—A veces, como hago contigo. —Me acerco hasta él y le beso el
pectoral—. ¿Es contraproducente que hagas el amor antes de jugar un
partido?
—No es lo más recomendable —responde besándome la coronilla—.
Pero puedo hacer una excepción.
Yuju.
Es justo lo que necesito ahora mismo para no pensar demasiado en lo
que me ha dicho Chris y en la propuesta de Brenda.
60
JAMES
Estoy en los vestuarios con mis compañeros, preparándonos para salir de
nuevo al campo. Hoy hay un aliciente especial: Jess va a verme jugar. Me
aseguraré de darlo todo en el partido y mostrarle lo que puedo hacer en el
campo. Aunque no se lo haya dicho directamente, he escuchado algunas
partes de la conversación que mantenía con Chris y me siento un poco
desorientado.
—No estamos saliendo, ya te lo he dicho.
Esas palabras silban en mi mente una y otra vez. No entiendo a qué se
refería. Pensé que nuestras acciones hablaban por sí mismas, que no hacía
falta formalizar las cosas para que se entendiera que tenemos una relación
más allá de lo estrictamente profesional.
Jess tiene una forma natural de transformarme, de hacerme mejor
persona. Su sola presencia me impulsa a querer darlo todo, a superarme
cada día. Con ella, el miedo al fracaso se desvanece, porque sé que incluso
si no logro todos mis objetivos, ella es suficiente aliciente para llenar
cualquier vacío que haya en mi vida.
Es una mujer con una capacidad tremenda de hacer de lo cotidiano algo
extraordinario. Con ella, cada momento se vuelve especial. A su lado,
siento que lo tengo todo, que no necesito nada más para ser feliz y, pensaba,
que ella lo sabía.
—¿Todo bien, Giant? —me pregunta George Gordon, palmeando mi
espalda.
—Sí, todo bien. Solo estaba concentrado en el partido.
—Sobre todo porque tu chica viene a verte, ¿me equivoco?
—No estoy seguro de que sea mi chica.
—¿Habéis vuelto a las andadas?
—No, en ese aspecto estamos genial, pero la escuché esta mañana
hablando con su amigo de Nueva York y… Da igual, déjalo, quizá solo sean
paranoias mías.
—Está bien, pero sabes que puedes contar conmigo y contarme lo que
quieras. Me tienes abandonado desde que te has enamorado, Black. —
George se retira y se va a hablar con otros compañeros, creando
camaradería dentro del vestuario.
Decido dejar de lado mis pensamientos y concentrarme en el momento
que estoy a punto de vivir. El partido va a comenzar, y no permitiré que las
distracciones me afecten.
—Chicos, es hora de salir ahí afuera y darlo todo —nos anuncia el
entrenador, que fija los ojos en mí y asiento.
Cuando paso por su lado, me dedica unas palabras:
—No me falles, gigante.
—Descuida, Josh.
Cuando salgo del pasillo hacia el Hard Rock Stadium y piso el césped,
el rugido de la multitud, los focos brillantes iluminando el terreno de juego,
el olor a hierba recién cortada; todo contribuye a aumentar la adrenalina que
corre por mis venas. Me detengo al borde del campo y levanto la mirada
hacia el palco VIP. Entre la muchedumbre y los focos, distingo a Jess junto
a Robert y otras personas importantes. Mi corazón late con fuerza cuando
nuestros ojos se encuentran, y una sonrisa se dibuja en sus labios al verme.
Esa mirada llena de complicidad y apoyo me da un impulso extra de
confianza.
Todo está bien, James, ella está aquí y no se va a ir a ninguna parte.
61
JESS
Mientras disfruto del partido desde el palco VIP, me emociono al ver a
James jugar. Cada vez que corre tras el balón o lanzar un pase perfecto, me
siento orgullosa y feliz. Estar aquí y comprobar que da lo mejor de sí
mismo me llena de alegría y a Robert también, porque no tarda en
hacérmelo saber.
—Juro que el día que os fotografiaron en esa discoteca quería asesinaros
a los dos, pero te agradezco mucho cómo has llevado toda la situación hasta
ahora. Además, sois una especie de icono social.
—Sí, algo he oído. La bella y la bestia del siglo XXI.
—Lo cierto es que sois los dos muy atractivos, tal vez podamos buscar
patrocinadores que os den acceso a alguna publicidad en conjunto.
—Robert, querido, aquí la modelo soy yo. —Nos interrumpe una voz
que recuerdo a la perfección, como muchas canciones de Dua Lipa y Taylor
Swift, salvo que este sonido me resulta menos agradable.
—Vaya, Gabriela, no te esperábamos aquí hoy —expresa Robert,
besándole las mejillas. Deben conocerse bien.
—Ya ves, estoy pasando unos días en Miami y aún guardo el acceso a
este palco. No podía dejar pasar la oportunidad de ver a mi querido James
volver al campo.
—Supongo que ya conoces a Jess Olson.
—Sí, por supuesto, tuvimos una conversación muy interesante en
Cancún. ¿Qué tal, bonita? —me pregunta con una sonrisa más falsa que un
dólar del Monopoli y hago lo mismo.
—Muy bien, pero eso ya debes saberlo.
—Sí, debe ser emocionante haber dejado de ser La Calcinadora, para
ser la putita de James Black.
—La única que no acepta que lo vuestro se terminó eres tú, aun así, te
arrastras como una serpiente. Nadie te ha invitado a estar aquí —apostillo,
mientras Robert nos mira a ambas como en un partido de tenis con cierta
tensión en el rictus de la cara.
—Las mujeres con carrera propia, como yo, no necesitamos invitación
para ir a donde nos dé la gana.
—¿Una copa, chicas? Veo que estáis un poco tensas —sugiere Robert.
—Un gin-tonic estaría bien, gracias —responde Gabriela.
—Uy, ¿no son demasiadas calorías vacías para ti?
—No, me lo puedo permitir, ¿y tú?
—También, no suelo privarme de nada —contraataco con cierta sorna
en mi tono de voz.
Robert duda si dejarnos solas un momento e ir a la zona habilitada para
las bebidas y aperitivos de los privilegiados de este palco y, finalmente, me
pide que lo acompañe.
Accedo porque, si me quedo un rato más frente a esta cerda, soy capaz
de tirarle del pelo e igualarle las puntas.
No le vendría mal, las tiene demasiado abiertas, como las piernas.
—¿Se puede saber qué os pasa a vosotras dos? —Robert me hace
sostener un vaso para llenarlo de ginebra.
—Cree que James es de su propiedad y que puede ir y venir a su antojo.
—Pues me temo que vas a tener que pararle los pies a Gabriela. Es una
mujer capaz de desestabilizar a cualquiera y no queremos que James vuelva
a las andadas.
—¿Insinúas que él volvería a dejarse embaucar por ella? —Lo que
acaba de decir me preocupa sobremanera.
—No puedo responder a eso por él, no estoy en su cabeza, pero esta
mujer es peligrosa. Siempre he creído que no estaba muy bien de la cabeza.
Lo obligó a hacer una reforma ostentosa y hortera en la mansión.
—Por fin alguien que opina igual que yo. La gente con tal mal gusto
tiene que tener alguna enfermedad mental.
—Hay que sacarla de aquí antes de que termine el partido. Creo que ha
venido con ganas de guerra y a James no le va a hacer ninguna gracia
encontrársela.
—¿Ah, sí? No me había dado cuenta. —Pogo los ojos en blanco y
Robert hace caso omiso a mi gesto, volviendo hasta donde nos espera ella
para entregarle el gin-tonic. Lástima que no lleve arsénico en el bolso,
debería poder comprarse libremente en farmacias para estos casos.
El partido sigue su curso, y yo me limito a mirar a través del cristal las
jugadas de los Miami Dolphins, ignorando la presencia de la víbora. No voy
a dejar que me arruine este momento. Nunca antes me había interesado por
el fútbol americano, pero disfruto de cada momento, especialmente al verlo
a él jugar.
En medio del furor del partido, James hace una jugada magistral. Con
un movimiento audaz, logra superar a la defensa rival y anota el touchdown
que nos da la victoria. Grito, emocionada, aplaudiendo junto con el resto de
los aficionados. Es increíble cómo brilla en el campo y ser testigo de ello.
Me llena de orgullo saber que es él quién marca la diferencia. Se lo merece.
—Bravo —coreo mientas aplaudo, cuando Gabriela, sorbiendo
ridículamente de la pajita de su gin-tonic, se acerca a mí.
—Ya sabemos cómo va a celebrarlo James.
62
JAMES
Avanzamos eufóricos hacia el vestuario, celebrando la victoria con gritos y
palmadas en la espalda. El ambiente en el foso derrocha testosterona, pero
mi mente da vueltas a la idea de subir al palco para encontrarme con Jess y
darle las gracias por estar aquí. La emoción por la victoria se mezcla con el
deseo de compartir este momento con ella, de expresarle lo importante que
es su apoyo para mí y decirle que no hubiera sido capaz de todo esto sin su
ayuda.
—George, discúlpame con Josh, tengo que hacer una cosa.
—¿Qué cosa? Vas hecho una calamidad, ¿no puedes esperar a darte una
ducha?
—No, no puedo. Lo haré después. Quiero subir al palco con Jess.
—La gente se te va a abalanzar, ¿estás loco?
—¡Sí, pero por ella! —grito, sin detener mis pasos.
Mientras me dirijo hacia el palco VIP, me topo con el personal de
seguridad, quienes me proporcionan acceso por una zona menos concurrida
del estadio. Me acompañan, asegurándose de evitar cualquier avalancha de
fans que pueda interponerse en mi camino hacia donde se encuentra mi
chica.
Después de llegar hasta la zona de acceso sin altercados y agradecer a
los de seguridad, me encamino hacia la puerta del palco. La confusión se
apodera de mí al cruzarla y ver algo que no esperaba; una desagradabilísima
sorpresa.
—James, amor, felicidades por la victoria. Has estado fantástico. —
Gabriela se encamina hacia mí con los brazos abiertos. ¿Qué cojones está
haciendo aquí? Cuando intenta abrazarme, le agarro las manos y la aparto
con cuidado de no hacerle daño físico pero ausente de delicadeza.
—Gracias, pero quiero celebrarlo primero con mi novia —recalco la
última palabra, para que le quede claro a ella y a Jess, si es que tienen
alguna duda.
Doy dos pasos hasta Olson, que me espera con una sonrisa de
satisfacción, y la beso con tantas ganas, que dejo de sentir cada músculo
entumecido por el esfuerzo.
Joder, besarla es el puto cielo.
—¿A qué viene eso de tu novia? —Jess tuerce el cuello uno
centímetros.
Me separo para dejarla respirar.
—Es lo que eres, y me encanta. —Vuelvo a adueñarme de su boca una
vez más, el sudor que me cae de la frente se entremezcla con nuestras
salivas, pero no parece molestarle, porque me muerde los labios, los
succiona y baila con su lengua como si le fuera la vida en ello.
—¿Tienes algo más que hacer el resto de tu vida, Jess Olson?
—¿No irás a pedirme ahora que me case contigo? —Frunce el ceño,
agarrando mis bíceps con sus dos manos.
—Solo quiero pedirte que no te vayas de mi lado nunca más. Esta
victoria y mi nuevo estado de ánimo es por ti, gracias a ti.
—El mérito es tuyo, James.
—Nuestro, formamos un gran equipo. —Escuchamos unos aplausos
cadentes, y como no, es Gabriela la que palmea muy cerca de nosotros.
—Precioso, maravilloso, una escena muy romántica. Casi de película —
habla con asco.
—No sé qué sigues haciendo aquí ni quién te ha invitado —le
recrimino.
—Me regalaste un pase VIP vitalicio, ¿lo recuerdas?
—Y si tuvieras un poco de dignidad, no lo utilizarías, pero es pedirte
demasiado.
—Siempre has podido pedirme todo lo que quieras, Giant. Nosotros sí
éramos un gran equipo.
—Nunca hemos tenido lo que tengo con Jess. Y ahora, si nos disculpas.
—Tranquilo, disfruta de tu gran noche con esa mosquita muerta, pero te
aseguro que pronto cambiarás de parecer con respecto a ella, y sabrás elegir
a la mejor.
—Que te vaya bien, Gabriela —le desea Jess, sin perder un ápice de
elegancia, toda la que le falta a la víbora de dos patas que abandona
contoneándose el palco.
—¿Cómo pudiste aguantarla? —me pregunta con una sonrisa de medio
lado.
—La respuesta no te gustaría. —Constriñe el gesto. La beso y aclaro—:
No estaba en un buen momento. No eras tú. Nadie es tú.
—¿Eso significa que a mí sí me estás aguantando? —Me da un golpe
seco en el pecho, que aún sigue protegido por la armadura de la equipación.
—Significa que estoy deseando quitarme todo esto y ducharme contigo
para ir a cenar y celebrar mi reincorporación al equipo por todo lo alto.
—¿No deberías hacer eso con el equipo?
—No les debo nada, más bien ellos a mí y a ti. ¿Vamos? —Le tiendo la
mano para que me acompañe al vestuario. Seguramente el resto del equipo
ya ha terminado y se han marchado a sus casas a preparase para la juerga de
esta noche.
—¿Alguien se ha dado cuenta de que sigo aquí? —escucho a Robert
decir, cuando estamos a punto de salir del palco.
—Lo siento, estaba demasiado ocupado.
—Me he dado cuenta y no te lo voy a reprochar porque has hecho un
gran partido. Disfrutad del resto de la noche, os lo habéis ganado. —Nos
guiña un ojo, dándonos su beneplácito. Nunca se lo he dicho, pero a pesar
de que a veces Robert es como un grano en el culo, lo quiero. Es un gran
tipo.
—¿Qué dices? ¿Quieres disfrutar de la noche junto a El Gigante
Imbatible? —Me proclamo como lo que soy en el campo de juego y la
NFL.
—¿Tengo otra opción? —Niego—. En ese caso estaré encantada.
63
JESS
—Por fin consigo hablar contigo. Solo sé de ti por la televisión —me
regaña mi madre tras la línea telefónica.
—¿Y qué dicen? —James y yo no solemos ver la televisión y menos los
programas de cotilleos, pero a mi madre le encantan y lo suelto sin pensar.
—Que eres muy feliz junto a James. James Black, El Gigante Imbatible,
el mejor jugador de la NFL. ¿Cuándo pensabas contarme que volvéis a estar
juntos?
—Imaginé que ya lo sabrías. —Me levanto del sofá y me asomo al
patio, donde James y Tackle juegan en la piscina. Parecemos una familia
feliz.
¿Es eso lo que somos? ¿Nos estamos convirtiendo en una familia típica
norteamericana con perro incluido?
Solo faltarían un par de bebés.
—Jess, ¿sigues ahí?
—Eh… Sí. —Tardo más de lo que mi madre estima normal en contestar.
—Yo soy tu madre y deberías habérmelo dicho. Tu padre quiere hablar
con él.
—¿Con quién? —Black me saluda desde lejos y sonrío.
—Con James, ¿con quién va a ser?
—¿Hablar de qué?
—De vosotros. De sus intenciones contigo. Ya te dejó una vez, ¿quién
nos asegura que no volverá a hacerlo?
—Mamá —me quejo. ¿Cómo explicarle a una persona que se casó para
toda la eternidad que no se puede jurar amor eterno, que prometer a alguien
que siempre estará a tu lado es descabellado? De locos si lo piensas
fríamente—. Somos adultos, sabemos qué hacemos.
—Hace cuatro años también lo erais y mira lo que ocurrió.
—Tengo que dejarte.
—Está bien, pero no te olvides de nosotros. Somos tu familia.
—Sí, mamá. Te quiero. —Cuelgo antes de que siga con el sermón, dejo
el teléfono sobre la mesa de madera y me acerco a la piscina.
—¿Nos acompañas? —me pregunta James, con el agua por la cintura y
enseñando su escultural cuerpo moreno mojado. Tackle ladra desde el filo
—. Esto no es lo mismo sin ti.
—No llevo ropa de baño.
—¿A quién cojones le importa? —Está feliz. Hasta alguien que lo
conoce lo adivinaría—. ¡Vamos! —Mueve las manos y me salpica.
Me quito la camiseta y bajo por las escaleras con el sujetador y un
pantalón blanco corto.
Black me agarra de la cintura en cuanto me acerco y me pega a él. Su
beso me arrolla durante unos segundos y me observa.
—¿Qué? ¿Se me ha corrido el rímel? —Recuerdo que hace solo una
hora que llegué de mantener una reunión con Robert en su despacho y fui
levemente maquillada.
—Te vas a correr tú. —Introduce la mano por la cintura de mi pantalón
y mis braguitas y me estremezco.
Tengo ganas de que hagamos el amor, porque eso hacemos
últimamente, nuestra manera de hacerlo no ha cambiado, sigue siendo
animal y pervertida, pero ahora nos tratamos con más cariño, eso se nota, y
hasta nos decimos que nos queremos. Acostarte con alguien solo para
disfrutar es una pasada, pero hacerlo con sentimientos de por medio puede
compararse a encontrar el nirvana.
—James… —musito.
—¿Qué, cariño?
—Acabo de hablar con mi madre. Está muy enfadada conmigo. Y mi
padre quiere hablar contigo. —Esta razón dista mucho de la que realmente
me distancia de él a pesar de que me gustaría que folláramos sobre el
césped, como hace dos noches después de pedir pizza y cenarla en la
terraza, como hacíamos en el piso que tenía en Nueva York, mucho más
pequeño y con muebles normales, pero que a mí me parecía un paraíso.
Pasamos momentos inolvidables en él, ¿cómo borrarlos? Los he recordado
continuamente, aunque intentaba no hacerlo. Es la conversación que he
mantenido con Robert esta misma mañana la que hace que me sienta mal y
prefiera mantener cierta distancia. Como si lo estuviera engañando. Y de
alguna forma lo hago.
—¿Por qué me preguntas eso? —Robert se ha preocupado.
—¿Qué pasaría si me fuera? Necesito saberlo. ¿Qué crees que sería de
James?
—¿Me hablas de James o de El Gigante Imbatible?
—De los dos, por supuesto.
—No puedes irte, Jess. —Se ha levantado tras su mesa.
—No estoy diciendo que vaya a marcharme…
—Lo estás sopesando, Olson, y necesito saber si te lo planteas en serio.
—Ha puesto las dos manos abiertas sobre la madera.
—Yo… —Me he masajeado la sien—. Me han ofrecido un buen trabajo
en Nueva York y… echo de menos la ciudad y a mis amigos.
—Mi deber es mirar por el bien de Giant. No puedo obligarte a que te
quedes, pero piénsalo bien antes de tomar la decisión. Te superará. Pero le
afectará tanto dentro como fuera del campo de juego. Es una persona muy
inestable.
—Está sometido a mucha presión. —Lo defiendo.
—Lo sé mejor que nadie.
Me he levantado y me he dirigido hacia la puerta.
—Jess, ¿puedo pedirte un favor? —He asentido—. Sea cual sea la
decisión que tomes, espera a la Super Bowl. Tienen muchas posibilidades
de ganar la liga.
—Está bien, hablaré con él. —No logro dilucidar a qué se refiere Black
y lo ve en mis ojos—. Hablaré con tu padre —esclarece.
—Vale —respondo, y él me mira extrañado.
—¿Has tomado demasiado sol? Tienes que descansar. Últimamente
trabajas demasiado. —Tira de mi mano y me lleva hasta dentro de la casa
—. Date una ducha.
Asiento en silencio y noto que James empieza a mosquearse.
—¿Va todo bien? ¿Algún problema con Robert que no sepa?
—No. —Lo abrazo en medio de la sala y pego mi mejilla a su duro
torso—. Pero llevas razón, estoy cansada. Quizá hablar con mi madre me ha
puesto melancólica.
—Podemos visitarlos y aprovechamos para hablar con ellos. Sé lo que
deben pensar de mí.
—No pienso subir a un avión si no es estrictamente necesario. ¿Quieres
que te vomite encima otra vez? —No me separo de él. El latido de su
corazón me tranquiliza. Cierro los ojos y me concentro en el ruido, en el
pum que bombea con fuerza y siento que he llegado a puerto seguro, hasta
que…:
—Puedo ir yo solo. Sé perfectamente dónde viven.
—¿Estás loco? —Alzo las cejas—. Mi padre te esperará listo para
arrancarte la cabeza. ¿Crees que desea hablar contigo para darte la
bienvenida de nuevo a nuestra familia? Lleva planeando tu muerte más de
cuatro años. —Siento cómo sonríe. Me agarra suavemente de los brazos y
me echa hacia atrás para mirarme a los ojos.
—¿Tan mal lo pasaste cuando me fui?
—Lloré un poco, pero un padre es un padre y tiene sed de venganza.
—Entonces tendré que demostrarle desde la distancia que voy en serio
con su hija. Suerte que nos fotografían en todas partes —bromea, aunque sé
que le hace tan poca gracia como a mí.
64
JESS
La noche anterior cenamos en casa tirados por el suelo, solos, con la
compañía de Tackle, si salimos a los mejores restaurantes los periodistas se
vuelven locos, así como las personas que se cruzan con nosotros. Hasta
hemos tenido que contratar seguridad privada que nos acompañe a los
sitios, porque los seguidores de los Miami Dolphin o cualquier otro ser
humano desea una foto y un autógrafo del hombre del momento. Nos
persiguen en moto, coche y helicóptero, uno hasta ha sobrevolado la finca y
Black ha blasfemado y tratado de que se largaran. Logré convencerlo para
que diera una entrevista en un programa de gran audiencia para terminar
con las lucubraciones y dar claridad a nuestra relación. Confiaba en que así
nos dejaran en paz durante un tiempo. Pero me equivoqué, nada más lejos
de la realidad. Que El Gigante Imbatible asegurara en prime time que estaba
locamente enamorado de su novia de la juventud, nos ha convertido en la
diana de toda la prensa rosa, amarilla (y de todos los colores) que desea
averiguar nuestro pasado y hasta hacer una película. Robert me informa de
que una productora estudia grabar una docuserie de nosotros.
—Es surrealista —le digo, mientras James entrena con el equipo,
sentada en las gradas junto al representante.
—El contrato sería millonario. No solo para James, también para ti —
sigue.
—No sé… —La bola se hace cada vez más grande y se me va de las
manos—. ¿Ahora también eres mi representante? —ironizo.
—Podría hacerte una oferta —bromea. Mira su reloj y se levanta—. Es
mi obligación informar a Black de todas las ofertas, al menos de las que se
cuentan con tantos ceros.
—Yo se lo diré.
Sé que no va a gustarle la idea. ¿Dejar que la gente se entrometa más en
nuestra vida? ¿Abrirles las puertas de nuestra casa y nuestro corazón?
¿Enseñarles lo que hay dentro?
Ni quemarle el pelo a George Clooney y la posibilidad de terminar en la
cárcel por intento de homicidio, me dio tanto miedo como en lo que se está
convirtiendo esto.
65
JAMES
Ha sido un entrenamiento duro, pero desde que Jess ha vuelto a mi vida, me
siento más motivado que nunca. Mi humor ha cambiado notablemente, y
hasta mi psicólogo está sorprendido por mis progresos.
Jess es el rayo de sol extra que me faltaba en Miami, aunque Ava haya
insistido estos días, con llamadas y mensajes, que lo nuestro será de nuevo
una tormenta tropical.
Me acerco a las gradas donde está sentada con Robert.
—¿Cómo están mis chicos favoritos? —Le doy un beso a Jess.
—Vaya, Black, estoy empezando a pensar que te han hecho un
trasplante de cerebro —comenta mi representante, jocosamente.
—Más bien de corazón, ¿te he dicho ya que Jess es la mujer más
maravillosa del universo?
—Unas mil veces, y no eres el único que lo piensa. Amazon Prime
quiere ofreceros una docuserie de vuestra historia romántica.
—Ya le he dicho que es una locura —añade mi chica, haciendo un gesto
con las manos para desestimar la idea.
—¿Por qué? Creo que sería ideal para limpiar un poco mi imagen. —Le
echo el brazo por encima, sentado a su lado.
—¿Tu imagen? ¿Y qué pasa con la mía? No sé si quiero exponerme de
esa manera.
—Para ser sincero, ambos podéis aprovechar y reconducir vuestra fama,
que no es precisamente buena en ninguno de los dos casos. Tú eres la
calcinadora, ¿no?
—Prefiero que me llamen Jess —inquiere molesta con el comentario de
Robert, y no es para menos.
—No me malinterpretéis, pero estamos hablando de una pasta gansa con
la que podéis matar dos pájaros de un tiro. Además, te vendrá bien, Olson,
para ese nuevo trabajo en LB que te ofrecen. Tal vez tu exjefa suba la
oferta.
—¿De qué está hablando? —Me retiro un palmo y la observo con el
ceño fruncido.
—Joder, Robert. —Bufa y empiezo a preocuparme.
—Mierda, lo siento, se me ha escapado, no quería, no era mi
intención…
—¿Qué está pasando aquí? —insisto, y me pongo de pie para verlos a
los dos.
—Te lo iba a decir, pero estaba esperando un buen momento. —Se toca
el pelo, nerviosa.
—Creo que este es perfecto —le digo, apretando la mandíbula con
cierta tensión.
—Será mejor que os deje a solas, y Jess, siento haber metido la pata. —
Robert se retira de la escena y nos quedamos a solas.
—Jess, ¿vas a contarme de una vez qué pasa, o tengo que someter a
Robert a un tercer grado? —mi tono es firme, pero lleno de inquietud.
—Por lo visto, estar saliendo contigo me ha vuelto a abrir las puertas en
Nueva York, y Brenda me ha ofrecido un nuevo puesto en LB. —Me mira
de hito en hito, esperando mi verdadera reacción.
Respiro hondo.
—¿Quién es Brenda? —Mis cejas se fruncen ante la mención de este
nombre.
—Mi exjefa, la dueña de la discoteca donde dejé calvo a Clooney. —No
puede evitar soltar una risita nerviosa.
—¿Y te estás pensando volver después de despedirte de mala manera e
intentar hundir tu carrera?
—No solo tengo esa oferta, sino una docena. Chris no para de recibir
llamadas preguntando por mí. —Olson trata de mantener la calma por los
dos.
—Me sorprende que ahora te parezca bien utilizar mi fama y no triunfar
por tus propios méritos. —Mis palabras suenan un tanto amargas.
—Ahora no es solo tu fama, también la mía. Mírate, pareces otro, y lo
he logrado yo solita. —Me mira con orgullo.
—¿Qué estás insinuando? ¿Que me has seducido para cumplir con los
objetivos que te marcó Robert? —pregunto confuso.
Por fin se levanta.
—No, claro que no, además, no he aceptado todavía. ¿Cómo puedes
pensar que he estado fingiendo todo este tiempo que estoy enamorada de ti?
—Le ha herido mi sugerencia.
—¿Lo estás? —Pongo los brazos en jarra—. Porque empiezo a tener
mis dudas. —Mi corazón se acelera ante la posibilidad de que no sea cierto.
—¿Y tú? —Me mira directamente a los ojos, buscando una respuesta
honesta.
—Con todo mi corazón —confieso con una sinceridad desmedida, con
ese corazón que late por ella en la palma de la mano.
—Entonces, debes confiar en mí. —Da un paso y me rodea la cintura
con las manos—. Y si decido volver a Nueva York, apoyarme. Las cosas
pueden ser diferentes ahora. Volaré las veces que haga falta. —Intenta
tranquilizarme; un trabajo arduo tras escuchar la noticia de su posible
partida.
—Dijiste que no volarías si no es estrictamente necesario. Ni siquiera
para visitar a tus padres. —Sigo tenso.
—Sí, lo dije, pero lo nuestro lo es, es lo más estrictamente necesario que
conozco. —Le brillan los ojos.
—¿Cuándo tienes que tomar una decisión en firme?
—No antes de la Super Bowl.
—Y si yo te mejoro cualquier oferta que te ofrezcan, ¿te quedarás
conmigo? —Ahora sí que le acaricio el rostro. Joder, qué bonita es. Quiero
tenerla siempre a mi lado. No me imagino mi mundo ya sin ella. Ya tuve
que hacerlo una vez. No estoy dispuesto a vivir sin ella de nuevo.
—Creo que en el punto en que está lo nuestro, eso sería raro. —
Reflexiona, y se retira unos centímetros.
—Solo pagaría por tu trabajo, no tiene nada que ver con nuestra
relación. —Aclaro mis intenciones.
—Ya, aun así… —Se rasca la frente, indecisa.
—Te entiendo, pero tengo aún casi dos meses por delante para intentar
convencerte. —Levanto las cejas, divertido.
Eres el jodido Gigante Imbatible. Puedes conseguir que se quede.
—¿Con tus técnicas orgásmicas? —Sonríe y eso me alegra el alma.
—Con todas las posibles —aseguro con tono juguetón.
—¿Eso significa que entramos en tiempo de negociaciones? —Consigo
que me siga el juego.
—Sí, y te advierto que puedo ser muy persuasivo. —Le guiño un ojo
con picardía.
—Lo sé, y eso es lo que me preocupa. —Me mira con complicidad y la
envuelvo con mis fuertes y grandes brazos. Es tan pequeña a mi lado, sin
embargo, me siento vulnerable, el miedo me atraviesa de plano a plano
porque un pensamiento me invade por completo. No debería tener que
convencerla de quedarse a mi lado.
—Voy a la ducha, nos vemos en veinte minutos —anuncio mi partida
con el corazón un poco roto, pasando un tupido velo por encima de la
conversación y haciendo lo que se espera de mí, que sea inquebrantable.
—De acuerdo. —Ella asiente y casi le falla la sonrisa.
—No te vayas sin mí, no cometas los mismos errores que cometí yo.
—No podría hacerlo, James.
La beso suavemente en los labios intentando mostrar mi mejor actitud,
pero en el fondo, estoy muerto de miedo.
66
JESS
Por la noche, tras darme una ducha relajante y salir a la habitación, me
encuentro a James de pie junto a la cama, sosteniendo una caja enorme
envuelta con un lazo tan brillante como su sonrisa.
—¿Qué es eso? ¿No habrás comprado un hermanito o hermanita para
Tackle y lo tienes dentro de esa caja?
—No, es algo inerte, pero que te sentará muy bien puesto. —Está feliz.
—¿Lencería perversa? —Deshago los pasos que nos separan ladeando
la cabeza.
—¿Por qué no lo abres de una vez y lo compruebas tú misma? —Lo
alza unos centímetros.
Con curiosidad y un poco de nerviosismo, desato el lazo y abro la caja
lentamente. En su interior descubro un vestido de noche espectacular. Lo
cojo y lo levanto delante de mí, entre los dos. De un tono azul zafiro
profundo, con un escote halter elegante que realza la figura, y una falda
larga que cae en suaves pliegues hasta el suelo. Tejido sedoso y delicado al
tacto. Siento la calidad con solo mirarlo.
—Es precioso, ¿de dónde lo has sacado? No has salido de la casa en
toda la tarde. Júrame que no es de Gabriela.
—Se lo he encargado a mi asesora de imagen. Le he contado cómo eras
y lo ha elegido por mí. Lo acaban de traer.
—Ya me extrañaba que tuvieras tan buen gusto para la moda —digo
admirando el vestido—. Pero ¿cuándo se supone que voy a usar una prenda
tan elegante como esta?
—Esta noche. Es parte de la negociación.
—¿Dónde piensas llevarme? ¿A una gala de premios importante?
—A la ópera.
—¿Qué? ¿Pretendes conquistarme a lo Pretty Woman y que esta noche
me orine en las bragas del gusto? —parafrasea a Julia Roberts.
—Pretendo que esta época navideña sea lo más acogedora posible y que
no eches de menos la nieve.
—Faltan veinte días para Navidad.
—Y estoy deseando pasarla contigo.
—¿Qué vamos a ver en la ópera?
—Una ópera, supongo. —Encoge los hombros.
—¡Vaya sorpresa! ¿Y qué más, James? ¿Una cita en el zoológico para
ver animales?
—A George le han regalado las entradas y no piensa ir. Me has pillado.
—Igualmente me gusta el plan, no te preocupes. Nunca me habías
hablado de tu pasión por la lírica, así que, doy por hecho que no ha sido
elección tuya.
—Quizá empiece a apreciarla a partir de ahora que estamos creando
recuerdos nuevos.
—Y bonitos. Será interesante ver cómo disfrutas de una ópera una
media de tres horas… —El Gigante Imbatible me calla con un beso,
haciendo que se me escape la toalla y caiga al suelo.
—¿De cuánto tiempo disponemos? —susurra sobre mi boca.
—Veinte minutos. —Gimo cuando me agarra del cuello.
—Nos sobran diez…
67
JAMES
Durante todo el tiempo que he vivido en Miami, jamás había tenido la
oportunidad de visitar el Adrienne Arsht Center. Me sorprende su
impresionante arquitectura contemporánea, con líneas elegantes y una
combinación de materiales modernos como el acero y el vidrio. El diseño
del centro parece fusionarse perfectamente con el paisaje urbano de la
ciudad.
Ya instalados en el palco privado, me pregunto en qué momento George
ha podido conseguir unas entradas tan exclusivas para ver La Traviata. No
porque no tenga contactos, sino porque no le pega en absoluto y a su
representante jamás se le habría ocurrido. No lo estoy llamando insensible o
inculto ni mucho menos, solo que su estilo se aleja de este.
—Estoy nerviosa, jamás he visto una ópera en directo —comenta Jess,
tan bonita que destaca entre las demás mujeres, con las mejillas sonrosadas
y los labios brillantes.
—Ya somos dos, y estoy deslumbrado.
—¿Por el aspecto del teatro?
—No, por la mujer preciosa que tengo al lado. Ese vestido te sienta
espectacular.
—Dale las gracias a esa chica que te lo ha enviado, el mérito es suyo,
aunque lo hayas pagado tú. —Sonríe burlona.
—Quería hacerlo, te mereces todo lo mejor del mundo.
—¿Intenta comprarme con lujos y regalos caros, señor Black?
—Vuelve a llamarme así y no respondo —contesto, pensando en todas
las posibilidades lascivas que ofrece la privacidad de nuestro palco, cuando
las luces se desvanecen, dejando solo la suave luz del escenario. Los telones
se abren lentamente, revelando una magnífica escena ambientada en la
opulenta sociedad del siglo XIX. La orquesta comienza a tocar la icónica
obertura, llenando el teatro con su melodía cautivadora.
—Esto es impresionante. —Jess aprieta mi mano mientras las voces de
los cantantes llenan el aire con su poder, narrando la historia de amor entre
Violetta y Alfredo. En el escenario, los decorados cambian entre lujosas
fiestas y momentos íntimos, creando un telón de fondo perfecto. Mientras
tanto, reviso el libreto, siguiendo cada palabra y dejándome llevar por la
intensidad de la trama. Jess, a mi lado, parece igualmente cautivada por la
actuación. Observo cómo sus ojos siguen cada movimiento en el escenario,
su expresión refleja el drama y la pasión de la historia.
—Esos dos podríamos ser tú y yo —interviene Jess.
—Mi padre no es el que se opone a nuestra relación, por desgracia ya no
está, aunque no lo hubiera hecho, te adoraba —respondo.
—Tu padre era un gran tipo. El mío también lo es y tampoco te detesta,
solo te la tiene un poco jurada, pero cambiando al personaje del padre de
Alfredo podríamos poner a tu hermana. Sé que no ha dejado de insistirte en
que esto no es una buena idea.
—No me importa mucho la opinión de los demás, y a ti tampoco
debería influenciarte. ¿Por qué no cambiamos de tema? —sugiero,
desviando la conversación.
Ella asiente y aprovecho para llevar una de mis manos a su muslo,
donde la abertura lateral del vestido se ha subido un poco.
—¿Qué se supone que estás haciendo? —me pregunta, su voz
entrecortada.
—Que sea una noche mágica. Déjate llevar y disfruta —le sugiero,
mientras mi mano explora su entrepierna y dibuja círculos sobre su clítoris.
Entonces, sucede algo inesperado. Ahoga un gemido cuando aparto las
bragas a un lado y fricciono todo su sexo con mi dedo. Se abre más de
piernas, necesitando más caricias, necesitando que le apriete el clítoris ya
hinchado y excitada al máximo nivel. Una descarga la atraviesa y se pone
de puntillas mientras se coge al respaldo de la silla para no caer de espaldas
por el gusto.
—Ahora viene lo mejor —le susurro.
—¿Qué?, no… —Ya estoy deslizándome hacia el suelo y meto mi
cabeza bajo la falda de su vestido. Le inmovilizo los tobillos, quiero que se
quede bien quieta y succiono sus labios menores con fuerza antes de
deslizar un dedo en su interior mientras presiono la base de su sexo con la
palma de mi mano. Los espasmos que recorren su cuerpo con cada
lengüetazo me están volviendo loco. Noto que está a punto de reventar, que
el clímax llama a su puerta y arremeto con más fuerza dentro de ella
mientras succiono con fuerza su centro del placer.
—Voy a correrme —susurra. No sé cómo la escucho mientras la
soprano da el do de pecho.
—Hazlo —le digo antes de mi acto final mientras ella se derrama en mi
boca.
El corazón me late con fuerza, nunca había hecho algo así, pero es como
espero que sea nuestra vida: excitante, diferente, atrevida. Jess me provoca
a ser tan diablo como ella, y me encanta.
Cuando asomo la cabeza de nuevo y me siento disimuladamente en mi
asiento, Jess me susurra apretando las piernas con fuerza.
—Estás loco.
Y lleva toda la razón, todo el mundo tiene razón. George, Robert, mi
hermana… pero no puedo evitarlo porque mi demencia es por ella. Estoy
loco, loquísimo, por Jess Olson.
68
JESS
Ha sido increíble la noche de ópera y posterior cena romántica en un lujoso
restaurante en Miami. Después, James accede a ir a bailar bachata con
Nelson y conmigo, y resulta que no se le da nada mal. De hecho, es la
sensación del local, arrancando aplausos y ovaciones con cada paso que da.
—Pero mijita, ¿cómo se te ocurre plantearte abandonar semejante
hombre y marcharte a Nueva York? Yo me casaría con él ahora mismito —
comenta Nelson a mi lado, aprovechando que James ha ido a la barra a
pedir de beber para los tres. Estamos sedientos.
Le doy un golpe en el brazo y frunzo levemente el ceño.
—No es que me haya pedido matrimonio. Solo quiere que no me vaya,
que siga a su lado, pero… Debo pensar en mí.
—Por eso mismo, por ti. —Me clava un dedo en el pecho—. Es obvio
lo feliz que te hace. No sé qué tiene esa ciudad para que estés tan
obsesionada con ella.
—Es especial.
—¿Más especial de lo que tenéis vosotros? Te voy a decir una cosa. No
estoy soltero porque así lo desee, sino porque no encuentro el amor ni un
hombre que me llene… En todos los sentidos —apunta, y rompemos en
carcajadas—. Me refiero a que los hombres como James Black son
especímenes raros, difíciles de encontrar, y más si él también te quiere
tanto.
—No es perfecto. No lo idolatres.
—Nadie lo es, mamita linda, pero sí sois perfectos el uno para el otro. A
la vista está.
James llega con tres margaritas y los reparte. Me da un beso de los que
dejan huella y habla con Nelson sobre la Navidad mientras yo le doy
vueltas a lo que me ha dicho mi amigo de Miami.
Están siendo unas negociaciones muy duras, James va ganando.
Cuando volvemos a casa, la pasión se desata entre nosotros de una
manera salvaje y desenfrenada en el sofá incómodo, el de la sala para
fiestas. Nos entregamos allí mismo, sin reservas, sin preocuparnos que el
perro nos observe con las orejas levantadas, sin pensar en el mañana, sin
mencionar todos esos miedos que se adhieren a nuestra piel creando capas y
capas que quizá un día nos aleje.
James se queda dormido sobre la abominación de mobiliario con una
facilidad pasmosa. Yo no logro pegar ojo, la piel y las líneas rectas, así
como su dureza, me empujan a levantarme y lo dejo descansar; se somete
cada día a un entrenamiento muy duro. Con cuidado y tratando de no
despertarlo, me dirijo a la cocina en busca de un vaso de agua. Escucho los
suaves e inconfundibles pasos de Tackle detrás de mí, como si quisiera
asegurarse de que todo está bien.
¿Todos en esta casa piensan que puedo largarme sin dejar rastro o
qué?
Abro la puerta del refrigerador en busca de una bebida refrescante y
encuentro un paquete de salchichas. Sonrío y saco una, ofreciéndosela a
Tackle, que mueve la cola emocionada mientras la acepta con delicadeza de
mis dedos.
—Así que es eso lo que querías, eh. —Le acaricio la cabeza—. James
no te ha adiestrado para vigilarme.
Tackle deja de mordisquear la carne procesada y levanta la cabeza, sus
orejas se enderezan en alerta. Observo cómo sus ojos escudriñan el
ambiente con nerviosismo, su hocico se arruga ligeramente mientras intenta
captar algún olor o sonido que ha llamado su atención.
—¿Qué pasa, pequeña?
La perra corre hacia las puertas francesas de la cocina, moviéndose de
un lado a otro con impaciencia. Sus patas raspan el suelo y espera que las
abra para salir al jardín.
Lo hago y esta salta hacia fuera a toda velocidad. Mi corazón se acelera
al sopesar que algún intruso haya entrado en la casa, pero no ha sonado
ninguna alarma.
Sigo a la perra envalentonada para buscarla entre la maleza.
—Bonita, no me jodas, vuelve aquí.
De pronto, noto que alguien me toca el hombro y juro que me cago
encima del susto.
—Ya estoy aquí, ¿me esperabas?
—Pero qué… —Algo me presiona la boca y comienzo a marearme…
69
JAMES
Alguien intenta despertarme a besos en medio de la madrugada. Una brisa
fresca se pasea por el salón y mi piel y sus labios cosquillean mis mejillas
con pequeños toques, piquitos insistentes que me hacen sonreír. Ella me
hace feliz y, adormilado, le pregunto a Jess si no ha tenido suficiente.
—¿Aún tienes ganas de más, preciosa? —Alzo un brazo y la busco, aún
sin abrir los ojos. Deseo sentirla al tacto caliente.
—Por supuesto que sí, cariñito, siempre me quedo con ganas de ti —me
responde, y pienso que debo estar soñando, teniendo una pesadilla en
realidad, porque no reconozco esa voz que me contesta.
—Tendrás que darme unos minutos —le pido, para despertarme del
todo.
—Será mejor que sigas durmiendo, Giant, te noto un poco flojo.
Me alarmo. La forma en la que se dirige a mí me chirría y abro los
párpados para enfocar a la persona que está sobre mí, a horcajadas.
—Boooooh —dice cuando mi gesto se torna en sorpresa—. Dulces
sueños, mi amor.
—Pero qué cojo… —Presiona mi nariz y mi boca con una gasa mojada
con un olor dulzón, y, aunque me da tiempo a cogerla de los brazos para
intentar zafarme, mi cuerpo se afloja de inmediato cuando me golpean con
algo contundente en la sien y me desplomo de nuevo en el sofá.
—Nos vemos en un rato, bye-bye .—Escucho, mientras mis ojos ceden
de nuevo al sueño, uno que intuyo me ha provocado con cloroformo.
70
JAMES
Me despierto desorientado, confuso, con un dolor de cabeza que me
recuerda a cuando choqué en un partido contra un jugador de los Detroit
Lions justo antes de anotar un tanto que nos llevó a la cima de la liga. Pero
esto no es lo mismo, hay algo más, como si, además, me hubiera
emborrachado tras el golpe y la resaca pretendiera matarme. Como si se
hubiera apoderado de mí un cuerpo extraño, casi ni puedo moverme. Me
duele todo y trato de levantarme, pero estoy atado al acero del moderno
sofá con bridas de plástico que casi me corta las muñecas.
Abro los ojos y miro a mi alrededor. Una nube oscura se disipa poco a
poco, sin embargo, no logro distinguir dónde estoy hasta que Tackle ladra y
me sitúa en el último lugar que recuerdo. Se mueve muy nervioso junto a
Jess, atada a una silla. Me alivia comprobar que está bien, pero, al mismo
tiempo, me preocupa desconocer qué cojones ocurre.
—Mierda… —musito. Cojo aire y llamo a Olson, inconsciente—.
Jess… Jess… Despierta. —Intento darle con la pierna, pero no llego, atadas
a los pies del sofá.
Joder, parece que me hubieran golpeado con un martillo.
El silencio me oprime el pecho y el dolor en la sien se vuelve invasivo.
Trato de moverme de nuevo, pero no puedo. alguien me ha encadenado de
manera segura.
Escucho un ruido al final del pasillo, unos pasos ligeros que caminan en
nuestra dirección. Me tenso preparándome para lo peor, pero no sucede
nada. El sonido de pasos se detiene y el silencio vuelve a caer sobre
nosotros. ¿Y si es una organización criminal que ha entrado a robar?
—Joder —mascullo. Tengo que soltarme y sacar a Jess de aquí. Tiro
tanto de mis manos que el plástico me araña y comienzo a sangrar.
Aguardo unos segundos, esperando un indicio, alguna pista sobre qué
sucede, pero me recibe la oscuridad.
Me envuelve una sensación de horror cuando mis ojos dan con una
figura entre la penumbra. No reconozco su rostro. Es una mujer, eso lo
tengo claro, con una siniestra sonrisa dibujada en su cara.
—¿Quién eres tú y qué estás haciendo en mi casa? ¡Suéltame de
inmediato! —Me remuevo y hago tambalear el sofá.
—James, cariño… —Da pasos vacilantes hacia mí. Sus ojos brillan con
una intensidad perturbadora, como si estuviera poseída por una fuerza de
otro mundo—. Los chicos malos como tú no deberían joder a mujeres malas
como yo. Ni a chicas como ella y merece saber la verdad. —Señala a Jess,
que aún duerme.
—¿De qué hablas? Tú y yo no nos conocemos de nada —ladro. Odio
sentirme apresado; estarlo de verdad, me saca de quicio, tan fuera de mí
como lo está ella.
—Claro que nos conocemos, pero te encanta jugar a muchas bandas
como buen futbolista que eres, y para eso he venido, para refrescarte la
memoria.
—Te repito: ¿Quién eres y qué haces en mi casa?
—Esta también es mi casa, ¿o se te ha olvidado? —habla otra mujer,
desde la penumbra, pero reconozco su cara de inmediato mientas se acerca
taconeando hacia la sala. Se trata de mi ex, Gabriela—. Me sigue
encantando este suelo, pero podemos abrir la cocina. No sé por qué la
cerramos. Y ahí hacer una rampa, nuestros hijos podrían tropezar y caerse.
—¡Suéltame! —vocifero, y mi novia, la de ahora, la que no está (tan)
loca, parpadea—. Jess… Jess…
—No te vamos a soltar. Y a ella tampoco. No hasta que reconozcas que
sigues enamorado de mí, que intentaste ligarte a Lisa, que has intentado
ponerme celosa con esta mosquita muerta —señala a Jess—, y que estamos
hechos para estar juntos. Es el destino.
—¿El destino? Es tu jodida locura. Estás loca, estáis locas. No sé quién
demonios es Lisa ni que hace aquí contigo —le digo, sin dejar de mirar a
Jess, bastante pálida—. ¡Suéltala!
—No la voy a soltar hasta que aceptes que yo soy la mujer de tu vida.
No me importa nada más. Solo tú. —Tamborilea con los dedos sobre la
mesa que también eligió ella—. Nos pertenecemos el uno al otro y esta vez
¡nadie nos separará!
—¡James! ¿Qué está pasando? ¿Qué hacemos atados? —Por fin, Jess
despierta y me alivio un poco.
—Han sido estas dos locas, ¿te encuentras bien? —pregunto, algo
desesperado.
—¿Locas? No, aquí los únicos farsantes sois vosotros. Y decir que no
me conoces es un poco humillante, James —interviene la tal Lisa, pero la
ignoro. Seguro que es una amiga de Gabriela interpretando el papel de su
vida para tratar de desestabilizarme.
—Ya te dije que no estaba bien de la cabeza, cariño. —Me tranquiliza
escuchar a Jess y ver que sigue tratándome como lo que soy, su novio, por
mucho que Gabriela y esta desconocida traten de manipularnos. Al darse
cuenta de la presencia de otra chica, vuelve a hablar—. ¿Quién es esa otra?
—Ella también trata de soltarse—. Ay…
—Puedes luchar todo lo que quieras, pero son bridas buenas y podrías
partirte las muñecas, bonita. Yo solo compro calidad. Lisa, no es más que
otra de las conquistas de tu querido amante. Jess, tú no estás hecha para un
hombre como él. —Gabriela se ríe de un modo pérfido.
—¿Cómo han entrado aquí? —pregunta Jess clavando sus ojos en los
míos, algo molesta con lo que acaba de decir la víbora.
—Ni idea, tendrá…
El tintineo de unas llaves tira de nuestras pupilas. Gabriela alza un
llavero ante nosotros.
—Tengo llaves, mi cielo.
—Pero si te las quité.
—Pero hice una copia antes, amorcito. No soy tan tonta.
—Ah, ¿no? —Bufa Jess—. Este plan es una mierda, Julia vendrá de un
momento a otro y llamará a la policía.
La modelo que ha perdido la cabeza por completo da un golpe en la
madera y un escalofrío recorre mi espalda, temiendo por la vida de mi
chica. No sería así si estuviera yo solo, pero no me perdonaría que le pasara
algo a Jess. Y Gabriela está desquiciada, la tal Lisa, por suerte, parece más
apacible. Debería saber cómo detenerla, convencerla de que lo que está
haciendo es una tontería.
—James deja a cualquiera acceso a su móvil, no le gusta ponerle
contraseña. La señora Morgan tiene el día libre, me he tomado la libertad de
hacerlo poniéndole un mensajito haciéndome pasar por él —aclara
Gabriela.
—Te lo dije, Black, te dije que deberías poner clave de acceso a tu
móvil —me regaña Jess, y con razón.
—No tenía en mente que vinieran a secuestrarnos —contesto.
Una idea comienza a formarse en mi mente, una posibilidad arriesgada,
pero necesaria para sobrevivir a esta pesadilla. Respiro hondo, templo mis
nervios y preparo mi estrategia.
—Gab, amor, escúchame. No tienes por qué hacer esto. Libéranos y lo
hablamos tranquilamente. Deja que Jess se vaya. Esta no es su casa —
aseguro con voz firme, tratando de transmitirle un mensaje de serenidad.
—No lo es. No es su casa. ¿Por qué la has dejado entrar? A ti te gusta
estar solo.
—Solo no, contigo…
Por un segundo, parece considerar mis palabras y da dos pasos hasta mí.
Pero en un instante, su rostro se transforma de nuevo en una mueca de
desesperación y rabia.
71
JESS
Esta tía loca va a matarnos y con nuestros pedazos alimentará a Tackle
durante semanas. Lo estoy viendo. Saldremos en todos los noticieros.
«Jess Olson, La Calcinadora, asesinada y rebanada a trozos, no volverá a
chamuscar el pelo a nadie». «Los músculos de El Gigante Imbatible hacen
engordar a su perro veinte kilos».
Lo sé, se me va la pinza, pero tengo a una mujer desquiciada por los
celos a un metro de mí y, a una cómplice de Gabriela asegurando que es
otra novia de James y mirándome mal mientras piensa en cómo matarme.
—¿Crees que voy a creerte? Tendrás que hacer algo para demostrarme
que me quieres —explica Gabriela a Black, a punto de explotar por la
impotencia que le causa esta situación.
—Claro que sí, mi amor. Haré lo que pidas. —Qué bien habla Giant; si
decidiéramos aceptar la oferta de la docuserie, haría bien su papel. Podrían
nominarlo a un Óscar de la Academia y enfrentarse a Clooney en el mejor
papel protagonista. Yo aplaudiría mientras mi novio sube a recogerlo tras
escuchar a Tom Hanks decir su nombre y yo quemaría a lo Carrie la after
party que organiza Vanity Fair.
¿Qué me ha dado esta loca? Estoy perdiendo la cabeza hasta yo.
La asaltadora frunce los labios y la nariz, coge aire, lo suelta y…
—Mata a La Chamuscadora.
—Es La Calcinadora —la corrijo, como si eso fuera lo único que me
importara y no que ha ordenado a James matarme.
—Jess, eso es lo de menos ahora. Gab, no digas estupideces. Suéltanos
y lo olvidamos todo —insiste James.
—¿Crees que no hablo en serio? ¡O la matas tú, o la mato yo! —¿De
dónde ha sacado ese cuchillo extremadamente afilado? Le brilla tanto la
hoja que me deslumbra.
—O yo, ¿alguien se ha dado cuenta de que sigo aquí? —interviene Lisa.
—Sí, guapita, sé que sigues aquí y sigo preguntándome qué narices
haces con esta mujer. ¿Qué vienes a reclamar? —Pongo los ojos en blanco
porque esto parece un harén de tías desquiciadas, cada una por un motivo,
yo incluida.
—A James no, desde luego, pero sí una parte del pastel. ¡Mira! —Lisa
corre dando saltitos a por algo en su bolso y vuelve con lo que creo que es
una revista de prensa rosa. Se chupa la yema del pulgar y rebusca algo entre
sus páginas. Abre el magazín por la mitad, extendiendo la página con
ambas manos, y me la pega en la cara.
—No veo nada, me están bizqueando los ojos. —A esta mujer le faltan
tres minutos en el microondas.
—Te lo resumo yo. Lisa y James estuvieron juntos el otro día, unos
paparazis le hicieron fotos y ayer salió en la prensa rosa. Pensé que sería
una fantástica colaboradora. —Lisa se separa aún sosteniendo la revista y
por fin puedo ver las malditas fotos.
James dándole un beso en la mejilla.
James abrazado a ella.
James tocándole la espalda mientas le susurra algo al oído.
—Puedes cerrarla, gracias, ya he visto suficiente. —Hago una muesca
de asco.
—Como ves, Jessica —pronuncia con sorna mi nombre completo—,
James y yo somos unos depredadores que podemos darnos el uno al otro lo
que necesitamos y, tú, no estás a la altura.
—No la escuches, te juro que no he salido con esta chica en mi vida —
brama James.
—¿Por eso la has traído? ¿Para hacerme ver que James es un cerdo y
que lo deje? —le pregunto a la modelo loca.
—Muy lista, igual te he subestimado.
—Pero ¿cuándo hablamos de lo mío? —vuelve a intervenir la ignorante
de Lisa.
—Quiero ver esas malditas fotos —exige James.
—Lisa, enséñaselas —le pide Gabriela, y esta hace lo que le dice como
si fuera una lacaya.
—Ya sé quién eres. Una fan que vino a pedirme un autógrafo. Solo
estaba siendo amable con ella, Jess. Tienes que creerme.
—Siempre tienes excusas para todo —evidencio mi enfado y trato de no
mirar a la cara a Black.
—Jess, júrame que no estás pensando que...
—Creo que tengo el derecho a pensar lo que me dé la gana. Mira en qué
lío me has metido.
—Yo no he provocado todo esto y lo sabes.
—No, ha sido tu polla curiosa la que nos tiene al borde de la muerte. La
serpiente asesina podrías apodarla.
—¿De verdad piensas que estas dos son capaces de matarnos a sangre
fría? Lisa no sabe ni colocar una revista a una distancia prudencial para que
puedas enfocar los ojos.
—Ah, vaya, ahora la llamas por su nombre, como si la conocieras
demasiado. —Meneo la cabeza.
—¡Porque se llama así! Y estoy seguro de que el día que nos hicieron
las fotos, Gabriela estaba orquestando desde lejos todo este plan macabro.
No me sorprendería en absoluto.
—Claro, porque a ella también la conoces muy bien. Estoy harta, James,
cansada de decepcionarme contigo una y otra vez.
—Jess, por favor, no hagas caso a estas dos, sabes que te quiero.
—Sí, pero está claro que más a ella. Si no fuera así, ¿quién dejaría a una
mujer poner este suelo hortera a su propia casa? Nunca te lo he dicho, pero
parece la casa de un narco colombiano.
—¡Mi gusto por la decoración es excelente! —grita Gabriela, que no ha
dejado de mirarnos de uno al otro como si estuviera en un partido de tenis.
—Ni para los tíos tienes buen gusto, Gabriela. Pero si tanto lo quieres,
te lo cedo encantada —respondo a la secuestradora.
—¡No puedes estar hablando en serio! —brama James, desesperado.
—Pero… ¿quién de los tres va a pagarme? —suelta Lisa, que está más
perdida en la vida que un pescado en una pista de esquí.
—¡Yo! ¡Y cállate ya, Lisa! ¡Y vosotros también! ¡Aquí la que manda
soy yo! —La desequilibrada con una cintura de cincuenta y nueve
centímetros pierde por completo el control de la situación.
—Pues manda a unos albañiles para reformar de nuevo esta casa, pero
suéltame de una vez. —El hastío por lo que pasa se hace presente en mí.
—No pienso soltarte hasta que James me bese y me diga que soy la
única mujer de su vida.
Loca y con una edad mental de doce años.
—¿Yo tengo que renunciar a él por mujeriego y tú quieres quedarte con
las migajas? ¡Qué poco te valoras si estás dispuesta a ir a la cárcel por un
hombre como este! —le digo a Gabriela.
—Jess… —suspira el traidor, pero lo ignoro.
—Quiero ser su novia, el reality, la prensa pisándome el culo… James y
yo podemos llegar a muchos acuerdos razonables.
—¿Cómo sabes tú eso? —pregunta James con las cejas levantadas.
—Tengo contactos, nos movemos por los mismos círculos, mi cielo.
—¿Quién está colaborando contigo para orquestar todo esto, a parte de
ella? —inquiere James. Yo decido cerrar el pico y escuchar atentamente
algo que me convenza de que él es inocente y no me ha engañado con Lisa.
—Lisa es otra de tus víctimas sentimentales, reconócelo de una vez. Yo
te lo puedo perdonar porque has estado muy confundido últimamente, pero
Jess no. Es la única manera de que te des cuenta de que mereces a una
mujer a tu lado que esté a la altura de tus circunstancias personales, amor
mío.
—Me pediste que nos viéramos más tarde en un hotel —interviene Lisa,
señalando la foto en la que James está pegado a su oreja.
—Yo no te dije eso, te pedí amablemente, para no ponerte en evidencia,
que dejaras de tocarme de manera insistente el culo.
—Mentiroso, ¡no hay fotos de eso! Jamás tocaría a nadie sin su
consentimiento. —Lisa se atusa el pelo de manera muy melodramática y
decido volver a intervenir.
—¡¿Le dejaste que te tocara el culo?!
—¡Claro que no! ¡Lo hizo sin más y le pedí que parara! Había gente
delante y se lo dije al oído para que no me tildaran de energúmeno con una
fan.
—Todos sabemos que eres muy de rechazar las caricias de otras mujeres
—ironizo—. Aún recuerdo la foto de esas dos poniéndote las tetas en la
cara.
—Jess, yo ya no soy ese tío, sabes que he cambiado.
—Sí, y para peor. Jess no te entiende, y yo sí, mi cariñín. —Juro que, si
Gabriela no se calla, en cuanto pueda liberarme la arrastro de los pelos a
ella, a James y a Lisa, como si fuera una troglodita enfurecida.
72
JAMES
Alucino con lo que pasa, con todo. Esto parece una película de Monty
Python, pero en la vida real. Dos locas han entrado en nuestra casa, nos han
drogado, agredido y atado, y ahora exigen la cabeza de Jess. Y, para colmo,
han conseguido que mi chica les crea y se enfurezca conmigo. Estoy en
shock. Hace unas horas estaba follando y ahora trato de soltarme del agarre
de unas jodidas bridas que ha cargado el demonio.
¿Pero qué locura es esta?
—Pues suéltame de una vez, te daré el morreo de tu vida con tal de que
nos liberes —recito a Gabriela, a ver si así nos deja en paz, o el cerebro le
vuelve a funcionar y comprende en el lío que se ha metido.
—¡No serás capaz! —grita Jess.
—¿Y qué prefieres, que nos quedemos aquí atados toda la vida?
—Prefiero que de una vez asumas que eres un tío insensible que piensa
con la cabeza que tiene entre las piernas —masculla.
—¡No puedo más! Os juro a las tres que no puedo más con todo esto.
No hay quién entienda a las mujeres, joder. —El enfado se apodera de mí.
Analicemos: situación crítica, más Jess comida por los malditos celos
sin entender que lo único que hago es atender las exigencias de mi ex o
nuestro destino será un agujero bajo tres metros de tierra, más
Lisatresneuronas tan desorientada como un cangrejo en un cubo, igual esto
acaba en desgracia.
A saber cuántos ases tiene en la manga esta demente.
—No pienso soltarte para que me beses, puedes hacerlo atadito. —Gab
se humedece los labios con la lengua.
—Sí, es un experto, yo misma lo comprobé atándolo con la corbata —
satiriza Jess.
Dos minutos más y se convierten en el trío lalalá.
—No la provoques más, ¿tú también estás volviéndote loca?
—Puede, pero eres tú quien nos convierte en unas histéricas.
—¿Vas a ponerte de su parte? —Abro los ojos, mucho, muchísimo,
porque no doy crédito a lo que dice Jess.
—Dadas las circunstancias…
Estoy tan atónito que, si me pinchan en este momento, dudo que salga
sangre. Esto ha ido demasiado lejos, se ha convertido en un auténtico
despropósito.
—¿Qué circunstancias, Jess? Nos han drogado, a mí golpeado con algo
en la cabeza para noquearme, nos han atado y nos están amenazando de
muerte, ¡a los dos!
—Por tu culpa.
—Y por la tuya también, ¿para qué has venido a Miami? ¿Por qué no te
volviste a casa cuando te lo pedí? —suelto sin pensar, sin valorar el peso de
lo que estoy diciendo porque la situación me sobrepasa.
—Te odio, James Black, te odio tanto que yo misma te mataría en estos
momentos si Gabriela me soltara. —Mi chica comienza a llorar
desconsoladamente y me parte el corazón no poder liberarme y consolarla,
aunque haya sido el causante de sus lágrimas—. No debí confiar en ti, no
debí dejarme embaucar de nuevo por tus encantos, y, encima, voy a morir
sobre un suelo de mármol horrible.
—El suelo es precioso —se queja Gabriela.
—No —solloza Jess—, no lo es, parece sacado de una sala de congresos
de un hotel feo de Las Vegas.
—Eso ha debido de dolerte —le dice Lisa a Gabriela, que asiente
secándose una lagrimilla—. Podríamos soltarla, yo creo que ya lo odia
suficiente.
—Deberíais, la policía está en camino. —Una voz a nuestra espalda, la
voz más bonita que he escuchado en una situación extrema, se hace eco en
la sala.
—¿Por qué lloran por un suelo, abuela? —Escucho decir al nieto de la
señora Morgan.
—Julia, ¡gracias a Dios!
—¿Qué hace esta vieja aquí? Le di el día libre —apunta con desprecio
Gabriela.
—Nunca vi en ti mucha inteligencia, jovencita. James jamás me
escribiría un mensaje llamándome mi cielo. Por eso he decidido venir para
comprobar que todo estaba bien, y en cuanto vi tu coche en la puerta, supe
que tramabas algo. Te he visto merodeando estos días por la zona con ese
periodista que amenazó a James con demandarlo. Soy vieja, pero un poco
más lista que tú.
—¿Y ahora qué? ¿No voy a cobrar nada? —interviene
Lisalatresneuronas.
—Sí, un pequeño sustento para pagar cosas dentro de la cárcel, bonita.
La próxima vez que quieras ganar dinero por colaborar con delincuentes,
piénsatelo mejor —le anuncia la señora Morgan.
—James me invitó a follar a un hotel, yo soy una pobre víctima —
dramatiza Lisa como si esto fuera una mezcla de telenovela colombiana,
venezolana y turca.
—Cuida tu lenguaje, que hay niños delante —le suelta Julia, tapándole
las orejas al pequeño Nicolás.
De pronto, las sirenas de varios coches patrulla se escuchan en las
inmediaciones de la casa.
—Nico y yo os esperamos fuera.
—Gracias, Julia —le digo.
—Estoy en esta casa para cuidar de ti, pero creo que ahora te tocará
cuidarte solo de otros asuntos —informa mi asistenta mirando a Jess, que,
aún atada y cabizbaja, solloza consternada. Todo esto ha debido ser
demasiado para ella.
—¿Y nosotras qué hacemos? Yo prefiero salir con esta señora a la calle
—le comenta Lisa a Gabriela, que está apretando los puños con fuerza
sosteniendo el cuchillo como si fuera Tiffany, la novia de Chuky.
—Escapemos por el jardín.
—Yo no puedo correr con estos zapatos. Además, prefiero ir a la cárcel
antes de que se rompan —argumenta, como si se hubiera hartado de
psicotrópicos antes de allanar mi casa.
—Si vas a la cárcel, no te los podrás poner, si estos ni ninguno. ¿Es que
no habías pensado en eso? Claro que no, porque te faltan algunas mareas,
guapa —interviene Jess, gritando como una histérica.
Están locas de remate de verdad.
Mientras siguen discutiendo sobre si escapar o no y qué modelo de
presa podrían colocarse encarceladas, la policía entra en casa y las esposa
leyéndoles sus derechos.
—¡Esto no quedará así, mi cielo! —grita Gab, a la vez que dos policías
nos sueltan y unos sanitarios se acercan a nosotros y nos preguntan si
estamos bien. El sonido de las sirenas y las luces azules se hacen con el
espacio por completo.
—Atendedla a ella. Yo estoy perfectamente —ordeno poniéndome de
pie.
—Señor, tenemos que comprobar sus muñecas. Sangran demasiado —
objeta un enfermero.
—Estoy bien. —Lo rodeo y voy hasta Jess, ya de pie—. Cariño, ¿estás
bien? —Ella hipa y me observa—. ¿Estás bien? —insisto. Asiente y mira
hacia la puerta—. ¿Necesitas que te dé un poco el aire?
Hincha los pulmones y chilla:
—¡Tus amantes han estado a punto de matarnos!
—Jess, por favor. Estás muy nerviosa y lo entiendo. No son mis
amantes. —La agarro por los brazos y trato de calmarla.
—¿Y por qué debería creerte? —Se zarandea y da un paso atrás.
—Porque me conoces, porque están locas y porque… Yo te lo digo.
Tienes que confiar en mí… —ruego, más asustado que antes, cuando
nuestras vidas estaban en peligro.
—Tengo… Necesito estar sola. —Un sanitario se la lleva hasta la
ambulancia y dejo que otro haga conmigo lo mismo. La señora Morgan se
acerca a dónde estoy, junto a una furgoneta, para interesarse por nosotros.
—Si sabías lo que ocurría, ¿por qué has traído a Nicolás? —pregunto,
extrañado por lo sucedido.
—La policía nos acompañaba y sabía que Gabriela no sería capaz de
matar ni a un mosquito. Está loca, pero no es una asesina, y mi hija no tenía
con quién dejarlo, le cambiaron el turno a última hora.
—Jess no estaría de acuerdo con eso de que no mataría ni a una mosca
—musito.
—Se ha asustado. ¿Dónde está?
—Quería estar sola. —Me limpian las heridas y rodean mi piel con unas
gasas—. Mierda, la he cagado, pero bien —musito.
73
JESS
Hace una semana del incidente en la mansión de los horrores, y James y yo
casi no hemos hablado del tema. Ni hablado ni follado, por cierto, le rehúyo
como el agua al aceite. He aprovechado su ajetreada agenda, sus intensos
entrenamientos, sus citas con el fisioterapeuta y el psiquiatra para hacer
oídos sordos y centrarme en estas y otras cuestiones importantes; la que
más nos trae de cabeza: los medios de comunicación al enterarse del asalto
a la casa antiestética y la situación truculenta que lo rodea; una exnovia
psicópata, una fan con menos neuronas que un mosquito y yo, una asistente
personal que quemó el pelo a George Clooney y cruzó el país para trabajar
con un exnovio del que se ha vuelto a enamorar.
Desde luego esto parece el guion de una historia paranormal. Lógico
que se maten las plataformas ofreciéndonos cantidades ingentes de dinero
por la exclusiva y la docuserie.
—¿Habéis decidido qué vais a hacer? —Robert me pregunta por ello
sentado a mi lado en las gradas del estadio donde entrena Black y el equipo.
No voy a decirle que no sé ni dónde tengo la mano derecha ni qué haré
mañana por si también se le escapa y se lo revela a su representado.
—¿Todo bien entre vosotros? —Ha reparado en nuestro
distanciamiento.
—Sí… —Cojo el teléfono de mi bolso, que suena con insistencia, y lo
atiendo. Rechazo la oferta de un periodista para una entrevista en su
programa.
—Esa llamada debería haberla atendido yo —recrimina Robert al
escucharme.
—No me jodas, Robert. Hace una semana pasamos una situación muy
traumática. No voy a ir a ningún sitio a contarla.
—Hay teorías. Algunas conspiradoras. Tal vez os vendría bien
aclararlas.
—No vamos a echar leña al fuego. Esto también se trata de mí y yo
decido —aseguro, cansada. Me levanto al ver que el entrenamiento ha
terminado y voy hasta el vestuario, donde Liam se acerca a mí para
preguntarme si estoy bien.
—No fue para tanto. —Le quito importancia en su presencia.
—Jess, Gabriela trató de mataros. Se lo dije a Giant cuando la conoció,
que esa mujer no estaba muy cuerda, pero no me hizo caso.
—¿Nos vamos? —James llega a nuestro lado con mala cara—. Ya me
preocupo yo por ella —anota a Liam, agarrándome de la mano y tirando de
mí hasta los aparcamientos privados.
—Liam solo está preocupado por nosotros —rechisto.
—Ya… A mí no me ha preguntado. —Abre la puerta del Porsche y se
cuela dentro. Bufo y lo imito—. Ponte el cinturón. Las jodidas hienas nos
están esperando. —Mira al frente, donde la reja se abre y deja ver la decena
de periodistas que van a tratar de detenernos.
Como ya es costumbre entre nosotros, el silencio se apodera del interior
del coche y se hace dañino, muy lejos de un mutismo relajado y familiar.
Ambos sabemos que algo no va bien y James Black prefiere no ahondar en
el problema para no tener que hacerle frente. No me creo que sea tan necio
como para no verlo, aunque salió con Gabriela durante nueve meses. Trato
de alejar este pensamiento y concentrarme en las citas que tiene esta tarde y
a las que no puede faltar.
—Descansa un poco. Dentro de dos horas ves a tu psiquiatra —le pido,
saludando a Tackle en el salón que da al jardín trasero.
—No estoy cansado, pero… ¿nos acostamos un rato? —Da un paso
hasta mí y rodea con sus brazos mi cintura—. Se me ocurre una mejor
forma de pasar el tiempo… —ronronea en el arco de mi cuello con sus
jugosos labios.
—Tengo cosas que hacer. He de atender una videoconferencia en diez
minutos —digo en tono neutro, alejándome un paso.
Él frunce el ceño, pero sigue sin hacer alusión a esa brecha que nos
separa.
—Como quieras. —Sale al patio seguido por la perra, se quita la
camiseta, la tira sobre una silla y camina hasta el filo de la piscina y se
lanza a ella.
En Nueva York está nevando.
Se me hace un nudo en el estómago ante este pensamiento y subo hasta
mi dormitorio, me tumbo en la cama, cierro los ojos y llamo a Chris.
—Señorita Jess Olson, ¿cómo está hoy? —contesta mi mejor amigo con
sorna.
—Mejor… —Suspiro.
—¿Ya duermes toda la noche? —cuestiona. Le comenté hace dos días
que desde el secuestro exprés me costaba dormir con profundidad.
—Casi, y estoy agotada.
—¿No puedes sobrellevar el ritmo del estilo de vida de James?
Estresante, intenso, agobiante, frenético….
—No es lo que le rodea, aunque lleves razón, es… él.
—Todos esos adjetivos también lo definen, Calci.
—Deja de llamarme así, no me hace ninguna gracia. —Lo hace desde
hace unas semanas. Diminutivo de calcinadora. Sé que a él le divierte, pero
no es el momento—. James es todo lo contrario. Es un hombre atento,
cariñoso, honesto, generoso, íntegro, sensible…
—¡¿Sensible ese ogro?¡ —me corta con voz de pito.
—Sí, El Gigante Imbatible es mucho más de lo que todos creéis.
—Entonces… Si todo es tan maravilloso con el Príncipe gigante y tan
grande lo tiene todo, ¿por qué me llamas con esa voz de gata asustada?
—Porque lo estoy.
—Jess, ¿de qué me estás hablando? Coge ya ese avión y vente a casa.
Te marchaste porque necesitabas trabajo, pero ahora tienes una decena entre
los que elegir aquí en Nueva York. Tu ciudad.
—No quiero dejarlo solo. —Me muerdo el labio inferior.
—Ese hombre nunca está solo. Y no solo hablo de féminas, que
también. A ver qué amante retorcida y con ganas de venganza os secuestra
la semana que viene.
—Chris, sabes que ha sido un hecho aislado. Y Gabriela y Lisa siguen
en la cárcel.
—Lo sé. Lo he visto en las noticias. Se enfrentan a penas de hasta
treinta años por secuestro, agresión y allanamiento de morada.
Tackle aparece con el pelo mojado y salta sobre la cama.
—¡No, bonita! ¡No hagas eso! —Intento que baje—. Chris, te dejo. —
Cuelgo y empujo a la perra hasta fuera de la habitación—. Ve a secarte,
pequeña. Voy a descansar un rato. Cierro la puerta y me recluso en el que es
mi dormitorio hasta el día de hoy, porque no sé durante cuánto tiempo más
lo seguirá siendo.
74
JAMES
—Es natural sentir miedo a lo desconocido, James. Sin embargo, posponer
esa conversación solo prolongará la incertidumbre. ¿Te has detenido a
reflexionar sobre qué podría ocurrir si finalmente enfrentas ese tema? —Mi
loquero me habla con firmeza, con la misma seguridad que tengo en el
campo de juego pero que me falta con Jess. De ella trata la sesión. De mi
chica y de mis miedos.
—Volverá a Nueva York.
—¿Por qué estás tan seguro?
—Porque la conozco y sé cuánto le ha afectado lo que ocurrió.
—¿Crees que esa es la razón?
Niego.
—No confía en mí.
—¿Es algo que sientes, una observación propia o te lo ha hecho saber?
—Solo lo sé.
—La confianza es un pilar fundamental en una relación, y es importante
abordar esta preocupación. La comunicación abierta y sincera es clave para
fortalecer la confianza mutua. ¿Has considerado hablar con tu novia acerca
de cómo te sientes y escuchar su perspectiva sobre el tema? —Sigue con su
comedero de cabeza ante mi silencio—. A veces, nuestros miedos crecen
más en nuestra mente de lo que realmente son. Enfrentar tus temores te
permitirá crecer como persona y fortalecer la confianza en ti mismo. ¿Qué
te parece si te propones tener esa conversación esta semana?
Salgo del edificio con las palabras de mi terapeuta dando vueltas en mi
cabeza y busco a Jess en la cafetería en la que la he dejado tomando un
café. Ella me espera con gafas de sol y una gorra de los Yankees de Nueva
York escondiendo su bonito rostro, en una mesa del fondo. Me apena que
tenga que esconderse del mundo. Ya tuvo que hacerlo en la Gran Manzana,
tras el maldito accidente que la trajo a mí, me enfada que ahora tenga que
volver hacerlo y por mi culpa.
—¿Nos vamos? —A su lado descansan los dos cascos de la moto. Iba a
coger prestado el coche de la señora Morgan, un utilitario en miniatura de
color blanco, pero la prensa también lo tiene fichado y, además, casi no
quepo en esa lata de anchoas. Elegí la Ducati por si las cosas se pusieran
feas y tuviéramos que escapar a toda prisa de los fotógrafos.
Ella alza el rostro y lo aparta de la pantalla de su teléfono móvil y un
escalofrío me recorre de pies a cabeza. ¿Qué hubiera sido de mí si le
hubiera pasado algo? Jamás me lo habría perdonado.
Se levanta, coge su mochila, una muy pequeña, y se la carga a los
hombros. Nos encargamos de los cascos y salimos a la calle. Nos
detenemos junto a la moto.
—¿Qué te apetece cenar? —Me lo coloco.
—Me da igual.
Todo te da igual últimamente.
—¿Pizza? —Le ayudo a cerrar el suyo y compruebo que todo está
correcto.
—No puedes saltarte la dieta todos los días —me dice. Subo y arranco
—. Y pasado mañana tienes un partido muy importante —continúa,
mientras se acomoda detrás de mí.
—Puedo con los Dallas Cowboys yo solo. —Miro hacia un lado para
que me escuche.
—Lo que tú digas —escupe.
Me contengo para no dar un acelerón feroz y salir a todo gas. No quiero
asustar más a Jess. Me da la impresión de que desde aquella noche se siente
ansiosa; la he escuchado caminar de madrugada por la casa. Yo tampoco
duermo. No la he presionado para que se acueste conmigo en mi cama y lo
hubiera preferido, así la tendría vigilada.
Jess da unos golpecitos en mi espalda cuando ve que giro en una curva
unos kilómetros antes de llegar a casa. No entraba en mis planes hacer esto,
pero la amo y deseo lo mejor para ella. Su sonrisa es la que me ha hecho
salir del agujero en el que ya estaba metido y que cubrí de tierra cuando mi
padre falleció.
Detengo la Ducati frente a una playa inmensa. El sol se esconde tras el
horizonte y pinta el cielo de tonos rosados, verdes y violetas. Las cristalinas
aguas del océano reflejan los destellos de luz e iluminan también la arena
fina y blanca como la nieve. Algunas gaviotas vuelan ante nosotros y el
murmullo de las olas se hace evidente cuando apago el motor y deja de
rugir.
Nos deshacemos del casco.
—¿Qué hacemos aquí? —pregunta. La ayudo a bajar y la sigo. Le doy
la mano y caminamos unos metros hasta donde el camino adoquinado que
separa la arena del asfalto.
—La playa parece infinita —musito, bajo algunas palmeras que se
hondean con el viento.
Veo que sonríe por el rabillo del ojo. Es la primera sonrisa desde hace
siete asquerosos días.
—Es bonito —comenta.
—Coge aire —sugiero.
—¿Para qué?
—Tú hazlo. —Jess inhala profundamente al mismo tiempo que yo—.
¿Sientes eso?
—Huele a sal y a… coco.
—Huele a libertad —apunto, me giro y la miro de frente—. Tenemos
que hablar. —Ella solo asiente—. Yo… te amo, Jess, te amo como no he
querido nunca a nadie, pero… soy consciente de que algo ocurre entre
nosotros. —Espero a que hable, pero no lo hace—. ¿No piensas decir nada?
No paras de hablar y hoy decides quedarte callada.
—James, yo… —Le brillan los ojos y agacha el semblante.
—No, no, no, cariño. Mírame, no me temas. —Le agarro con suavidad
de los hombros y del mentón. Quiero besarla y abrazarla y decirle que todo
va a salir bien.
—Ya te dije una vez que no te tengo miedo —murmura, sosteniendo un
sollozo.
—Lo sé. Jamás te haría daño. —Reculo unos centímetros—. Por eso
quiero que seas sincera conmigo… Y contigo. Con los dos.
—¿Lo eres tú? Después del secuestro, siento que no te conozco.
—Soy lo que ves, Jess. El de antes y el de ahora es la misma persona,
pero con más experiencia. Por eso no volvería a cometer el mismo error.
Todo lo que dijo Gabriela es mentira. No puedo creer que aún tengas dudas
al respecto.
Suspira.
—No es por eso.
—También lo sé. Y eso es lo que me da más miedo. —Nos abrazamos y
la acuno en mi pecho con la mirada sobre el vaivén de las olas y a la costa,
creando una espuma clara que se desliza por la orilla.
—Este no es mi mundo, James. Es el tuyo y yo… Me siento fuera de
lugar.
Trago con dificultad y le doy un pico, para después mirar la oscuridad
de su iris.
—Me duele que digas eso porque mi mundo eres tú y solo tú. Da igual
dónde estemos y quiénes nos rodeen. Yo te amo, ¿me escuchas? ¿Sabes lo
que significa eso?
—Yo también te amo. —Empieza a llorar—. Pero tengo algo aquí… —
Se clava un puño en el pecho—. Que no me deja ser feliz. Esas mujeres…
—Respira—. Esas mujeres…
—Ya te he dicho que Gabriela y Lisa…
—No me refiero a ellas, o sí. ¡No lo sé! ¡A todas en general! ¿Cada
cuántos días voy a tener que lidiar con una de tus examantes, o con una
intrusa que vende al mejor postor que se ha acostado contigo por unas fotos
que le ha hecho una amiga, cuando se ha acercado a pedirte un autógrafo?
¿A cuántos periodistas sin escrúpulos?
—Eso es ¿verdad? Ese es el problema. Que no confías en mí…
—Yo… —Se refriega la cara—. No lo sé. No sé qué pensar… —
Volvemos a abrazarnos y cierro los ojos para pedir un deseo: que se dé
cuenta de que juntos seremos felices y que la vida entera nos espera. Sin
embargo, no voy a atarla con cadenas de hierro, ni siquiera con lazos de
papel, dejaré que ella decida si quedarse o no a mi lado.
Terminamos de recorrer el trayecto hasta la mansión. Ella abrazada a mí
y yo con una mano agarrando su mano. Voy despacio, sin prisas, sin
acelerar, evitando que termine, que llegue el final.
Elige el salón como lugar para romperme el corazón. Me lo merezco.
Yo la abandoné una vez. Ahora le toca a ella.
—Voy a marcharme, James —anuncia, con los ojos brillantes y
enrojecidos, a solo un adiós de mí—. Pero esperaré a la Super Bowl.
—Quedan casi dos meses para eso. —El aire de mis pulmones sale por
completo, dejándome seco por dentro.
—Cumpliré mi contrato.
—¡A la mierda el contrato! —grito, pero en seguida rectifico, hincho el
pecho y me aplaco—. No voy a retenerte aquí si no quieres quedarte. Te
quiero libre, Jess. Si no es así, prefiero que te vayas.
—No voy a dejar que…
—Sé cuidarme solo. Lo he hecho antes sin ti y volveré a hacerlo. —Me
pongo duro. Si no es feliz conmigo, la obligaré a marcharse. Haría cualquier
cosa por ella—. Tu contrato finaliza en este momento. Puedes irte cuando
quieras. —Doy un paso atrás escuchando los pedazos de mi corazón
esparciéndose por el suelo—. Mañana a primera hora tendrás preparado el
avión privado. Si me pides que te acompañe, lo haré.
—No es necesario. Y… Puedo coger un vuelo comercial. —Me rompe
más verla a ella llorar, pero ha sido su decisión, no la mía.
—No lo hago por ti, sino por la pobre persona que le toque el asiento de
al lado —intento bromear, sin embargo, los dos sabemos que no hay nada
que le reste sufrimiento a este momento.
—Gracias… —Me dispongo a marcharme, pero su voz me detiene—.
James, gracias por estos meses, gracias por hacerme tan feliz y… gracias
por enseñarme a disfrutar de una moto.
—Ojalá te quedaras. Te enseñaría a conducirlas. —Levanto mi as bajo
la manga, a sabiendas de que la jugada terminó mucho antes de esta noche.
Consigo sonsacarle una última sonrisa, una muy triste, y salgo al patio
mientras escucho sus pasos subir por la escalera.
Cojo una silla de hierro y la lanzo sobre el césped, donde rebota, ante la
atónita mirada de Tackle y sus ladridos.
—¡Maldita sea! —bramo, con los dedos enredados en mi cabello,
aceptando el fracaso más doloroso de mi vida, el último cuarto de la final de
las finales, el minuto cincuenta y nueve, el tanto que marca la derrota.
75
JESS
A la mañana siguiente busco a James en la casa, por las dos plantas y en los
alrededores de la finca.
No quiero irme sin despedirme, aunque supongo que eso fue
exactamente lo de anoche. Una despedida. Otra. La definitiva.
—Se marchó antes del amanecer. —La señora Morgan sale de la cocina,
de donde proviene el olor a café y a bacon frito.
—¿Lo has visto? —Asiente.
—Lo siento, Jess. Yo también voy a echarte de menos. Le hacías mucho
bien.
La sigo y tomo asiento alrededor de la isla.
—¿Qué es esto? —Cojo un sobre blanco con mi nombre escrito a mano
en la solapa, que hay al lado de una taza con chocolate.
—Lo ha dejado para ti.
Lo abro y leo:
No quiero ni puedo despedirme de ti. No te digo adiós, Jess. No lo
hagas tú tampoco. Esta siempre será tu casa, una con un mármol muy feo,
pero un lugar al que volver y ser feliz. Intenta serlo allá dónde vayas. Es lo
único que te puedo decir. Te amo, Jess Olson.
James.
***
No sé qué hubiera preferido, si ir en esta caja de cerillas sola o volar en
un avión comercial repleto de gente a la que agobiar con mi fobia. Tomo
asiento en uno de los sillones de cuero y miro el pájaro de lujo.
—Diosito —imito a Nelson y hasta me presiono.
—Buenos días, señorita Olson. —La tripulante de cabina me informa de
que el despegué está programado para dentro de quince minutos.
—¿Tanto? ¿No podemos irnos ya? —Ella sonríe creyendo que es una
broma. Yo no bromeo cuando vuelo; el corazón se me detiene y mis
neuronas dejan de funcionar.
—Estamos esperando a… —El comandante entra y la interrumpe. Me
saluda y le pide que lo siga hasta la cabina.
—¿Ocurre algo? ¿A quién estamos esperando? ¿Se ha roto un motor?
Revisen todo antes de zarpar, digo… de despegar, a ver si vamos a
estrellarnos. —Comienzo a temblar.
¿Será James el que ha retrasado la salida? Ahora llegará cabalgando en
un corcel blanco, vestido de príncipe y mis miedos desaparecerán de
inmediato. Bueno, mis miedos sobre nuestra relación, no sobre mi obsesión
porque el avión se convierta en una tumba.
Esto no es una novela romántica, Jess, me digo. Pero escucho un ruido,
un rugido que distingo a la perfección, hago acopio de mis fuerzas y me
asomo a la puerta, aún abierta. Por unos segundos, el corazón se me acelera
soñando con que sea James y no me deje marchar como la otra vez, porque
eso es lo que hizo. Él se mudó a otra parte del país, pero fui yo la que se fue
de su lado muy poco a poco.
El sol me deslumbra y guiño los ojos. Con la palma de mi mano derecha
hago un paraguas sobre mi frente y trato de fijar la mirada. No es un pájaro
ni un avión ni Superman ni una moto, sino un coche oscuro que se detiene a
pocos metros de la escalerilla de embarque. De él baja una persona.
—Hola, Jess. —Robert me saluda en el primer escalón—. James quiere
que te acompañe.
Hundo los pechos y los hombros al comprobar que no es el final feliz
que esperaba, que el hombre que tengo delante me cae bien, pero dista
mucho de ser el de mis sueños y que el colorín colorado, este cuento se ha
acabado se aleja más si cabe del final de los cuentos que mi madre me leía
antes de dormir sentada a la orilla de la cama.
—¿A Nueva York?
—Adónde quiera que vayas. —Sube y entra en el supositorio. Se quita
la chaqueta y la deja sobre uno de los asientos—. Volveré cuando me
asegure de que estás bien.
—¿Eso te ha dicho? ¿Quiere que te asegures de que estoy bien?
—Eso y… —Toma asiento—. Que te prepare una copa antes del
despegue para que te vayas relajando. —Se la pide a la tripulante que
aparece para informarnos de que nos iremos en unos minutos—. Por lo
visto, volar contigo es muy divertido.
—Sobre todo para mí —ironizo. Me acomodo y me abrocho el cinturón.
***
—Jamás volveré a volar contigo. Te conviertes en la niña del exorcista.
—Esto lo dice Robert al bajar del jet, ya en suelo neoyorkino—. ¡Qué frío!
—Subimos a un coche que nos espera para llevarme a casa.
—¿Cuándo vas a dejarme sola? No voy a perderme. Solo quiero darme
una ducha y acostarme.
—No te preocupes. No voy a tratar de convencerte para que vuelvas
conmigo en el avión. No estoy tan loco.
Nos despedimos frente a mi edificio, junto al coche. Le doy las gracias
por confiar en mí y no echarme por liarme con su cliente.
—James amenazó con matarme si te apartaba de su lado. —Sonreímos
—. Cuídate, Jess. Y por la salud de los demás, evita coger aviones. —Nos
damos un abrazo.
—Dile que lo quiero.
—Él ya lo sabe.
76
JAMES
Un mes después…
George dice que me he convertido en el protagonista de una de las
novelas latinas que ve su nueva y, con seguridad, fugaz amante, porque
paso el día entre suspiros y con la mirada perdida.
—Deja de pensar y haz algo —me pide, apostado en la isla de la cocina
de mi casa con una cerveza en la mano.
—Ya lo hice. —No le explico que dejarla libre es el acto de amor más
grande que encontré, y, que, es un sentimiento intangible con poder para
elevarnos a las alturas más gloriosas o arrastrarnos a las profundidades más
oscuras, porque se reirá de mí y me lo recordará durante semanas. Pero es
lo que siento. Una fuerza sobrehumana me impulsó a querer lo mejor para
ella, quererla bien, si eso implica, incluso, dejarla ir.
Y se marchó. Vaya si se marchó. Su partida dejó un hueco enorme que
no logro llenar ni con lo que más me apasiona; ni el fútbol calma el dolor de
la grieta de mi pecho ni lo esconde ni lo sella. La dejé ir, solté sus ataduras
y eligió. Prefirió una vida sin mí.
—Dejar ir no es un acto de cobardía, sino todo lo contrario —asegura la
señora Morgan, mientras nos hace la cena.
—Si fuera valiente, iría a por ella —añade Gordon.
—¿Y la traigo a rastras? —Niego con la mirada perdida.
—El verdadero amor trasciende las barreras del egoísmo. —Julia corta a
trocitos una zanahoria—. Has demostrado cuánto la amas.
—¿Y de qué me ha servido? La he perdido.
—Perderse. Alejarse. Separarse. Son palabras que suenan a dolor y
tristeza, pero que en ocasiones se convierten en la llave que libera al
corazón y permite que el amor florezca en su forma más auténtica. A veces,
para retener a alguien, debemos liberarlo.
—¿Tú también ves telenovelas como la nueva amiga de George? —
pregunto, y ella frunce el ceño—. Hablas como mi… loquero. Voy a buscar
a Tackle. También tendrá hambre.
—No le haga caso, señora Morgan, James está con los huevos torcidos.
—Te he oído —le digo a mi amigo.
Me cansa escuchar de todos eso de soltar amarras y de permitir que la
felicidad brille en su estado más puro. Mis cojones más puro. ¿Qué sabe un
jodido wide receiver del amor si además no ha tenido una relación larga en
sus veinticuatro años de vida? ¿De qué me habla mi psiquiatra, sin saber lo
que realmente siento por ella y sin conocerla? ¿Qué mierda suelta George
por la boca si tengo que recordarle el nombre de su novia de turno para que
no se equivoque? Él no pasa los días con unas letras grabadas en la piel, no
solo en la mente, también en el alma y el corazón. Jess.
Espero que dejarte ir te haga libre y vuelvas a mí.
***
El alma se me cae a los pies cuando unos días más tarde la señora
Morgan llega a mí con una carta certificada y la abro. La reconozco. No se
puede enjaular a un león y Jess es la reina de la selva, tanto como yo.
77
JESS
—¿En tu casa o en la mía?
—No me toques las narices, Chris —le reprocho, porque sé de qué
habla.
—Quedan dos días para la Super Bowl, Calci, y no pienso perdérmela.
Va a ser la celebración del año, además de tu cumpleaños —comenta a mi
lado mientras esperamos a Nelson en la sala de desembarque—. Ya me diste
la Navidad y el Año Nuevo, no me dejarás sin esto.
Hacía pocos días de mi vuelta a casa cuando celebramos la Navidad y
fue casi como la primera que estuvimos separados cuando se marchó hace
cuatro años. Otra pérdida. La misma guerra perdida de nuevo. Mis padres
trataron de animarme con regalos y cariño, y Chris me llevó a tomar unas
copas a nuestros lugares favoritos, pero nada de eso logró que me olvidara
de sus besos y del vacío que había dejado.
—No vas a convencerme llamándome así, y te advierto que como sigas
haciéndolo, te robaré el mechero y te calcinaré de verdad —replico con la
mirada puesta al frente, donde las puertas se abren y comienzan a salir
pasajeros del vuelo en el que ha viajado mi amigo de Miami.
—¿Más? Ya estoy suficientemente negro.
—No tientes a la suerte —le digo, esbozando una sonrisa por su
comentario.
—¿Te convencería recordarte que canta Dua Lipa? —insiste.
—No.
—Taylor Swift.
—¡No!
—Estás de un humor de perros. ¿Cuánto hace que no follas? Necesitas
echar un buen polvo. O uno normalito. El que sea. —Pongo los ojos en
blanco y bufo.
—¿Desde cuándo no follas tú? —Visualizo a Nelson—. Ahí está. —
Alzo el brazo y muevo la mano. Él sonríe y se aligera en nuestra dirección.
—¿Ese dios de ébano es Nelson? Pero Calci, ¿por qué no me lo has
presentado antes?
—¡Hola, mamita! —Nos abrazamos y le presento a Chris.
—Christopher Miller. —Le da la mano y se retoca el cabello—. A tu
servicio. Encantado de conocerte. ¿Has pensado en ser modelo? Puedo ser
tu representante.
—Acaba de aterrizar. Déjalo en paz.
Nelson nos observa con diversión.
Caminamos hasta el coche de mi amigo neoyorkino que ha dejado de
quejarse por obligarle a acompañarme a, palabras textuales, tan ardua
tarea, y charlamos sobre lo que hemos hecho durante este tiempo.
—Te va a encantar la ciudad —le aseguro, al subir al auto tras guardar
su equipaje en el maletero.
Nelson ha venido de visita. Lo he invitado a la inauguración de la sala
de fiestas en la que ahora trabajo, Dreams54, y a mi cumpleaños un día más
tarde. Rechacé la oferta de Brenda, aunque sumaba un puñado de ceros. No
merecía que volviera a trabajar para ella después de cómo me había tratado,
como si fuera basura. Es curioso cómo cambiamos de parecer respecto a las
personas según su estatus social y, por lo visto, ahora el mío es muy alto.
—Calci, pienso terminar con la mala racha en pocas horas —susurra
Chris, sentado a mi lado—. Que pienso follar esta noche. He conocido al
hombre de mi vida —aclara, ante mi estado de confusión—. Ve diseñando
tu vestido de dama de honor.
No le respondo porque Nelson entra en la parte de atrás del coche.
—¿Cómo soportáis esta temperatura? —dice, y se pone el cinturón.
—Yo puedo hacerte entrar en calor —farfulla Chris. Le doy un golpe en
la pierna, arranca y nos vamos.
Aparca en la puerta de mi edificio y Nelson baja su maleta mientras me
despido de él.
—Puedo quedarme un rato —indica el improvisado chófer.
—¿No tenías cosas que hacer? —Alzo una ceja.
—Lo pospongo, Calci… —Frunzo el ceño—. Jess —rectifica—. Busco
aparcamiento y subo.
***
Por fin celebramos la inauguración de Dreams54 en el corazón de
Manhattan y es todo un éxito. Los medios de comunicación se han hecho
eco del evento, por supuesto, gracias a mi nota de prensa, hasta el mismo
George Clooney nos visita e izamos la bandera blanca. Él ha recuperado su
mata de pelo y yo mi dignidad. El tiempo lo cura todo; todo menos… mi
amor por el jodido James Black. ¿Cuándo lo olvidaré? ¿Aprenderé a vivir
sin él? Un escalofrío me recorre el cuerpo cuando escucho hablar a alguien
sobre la visita de los Miami Dolphins el mes que viene a la ciudad.
A mitad de la noche busco a mis dos mejores amigos entre los invitados
y de repente aparece ante mí una bandeja con una botella de champán y dos
antorchas encendidas. Me llevo la mano al pecho y todos comienzan a
cantarme el cumpleaños feliz. Nelson aguanta el arma quema cabellos con
una sonrisa y a su lado el culpable de esto.
—Son más de las doce. Ya es tu cumpleaños —dice Chris, antes de
darme un beso—. Felicidades, Jess Olson.
—Gracias, Christopher Miller. —Me giro para besar a Nelson, con la
mala suerte de no medir la distancia, topar con la bandeja, darle un
manotazo y hacerla volar hasta que… Cae sobre el pelo de Clooney y
comienza a arderle…, ¡otra vez! Eh… No, esto no ocurre. La secuencia
sucede solo en mi mente (por fortuna) tras tropezar levemente e imaginarme
una cagada de dimensiones estratosféricas.
Brindamos con un buen champán, reímos y trato de no pensar en lo que
me falta y sí en lo que me sobra. Sin embargo, ni toda la amistad del mundo
ni el mejor trabajo que un relaciones públicas puede soñar en una ciudad de
bandera, y con mi familia cerca… Nada, absolutamente nada de eso, logra
ocupar el espacio desierto que deja la ausencia de Black, El Gigante
Imbatible, el mejor jugador de la NFL, Giant... Muchos nombres y uno solo
lo define en realidad: James, el chico que me dijo que me quería contando
estrellas después de invitarme a un helado en el puente de Brooklyn, y que
soñaba con jugar al fútbol americano desde que no levantaba un palmo del
suelo.
78
JESS
—¿Dónde estamos? —balbuceo, con el sol asomando por el skyline de
Nueva York, supongo, porque voy tan beoda y tan cansada por la
inauguración de Dreams54 que no controlo ni el tiempo ni el espacio,
podría estar en las antípodas. No me emborraché mientras trabajaba. A
estos dos se les ocurrió terminar la noche en una sala latina bailando
bachata y ahí perdí casi el sentido bebiendo chupitos de guaro. Me cantaron
el cumpleaños feliz en inglés y en español y, di tantas vueltas, que caí al
suelo de rodillas y aún me duelen.
Me bajan de un coche y un viento helado me recorre el cuerpo y me
atonta más todavía, me mareo y vomito hacia un lado. Escucho a dos
hombres hablar y toquetearme.
Ay, mamita linda… (hablo ya como Nelson, con acento incluido) … Me
ha raptado una red organizada y voy camino de quién sabe dónde. Mi cara
saldrá en todos los noticieros y briks de leche. Espero que mi madre elija
una foto en la que esté guapa.
Parpadeo una decena de veces hasta que consigo centrar la mirada y
mantener los ojos abiertos. Sigo mareada, pero el frío ha desaparecido y un
calor muy acogedor me rodea el cuerpo. Se está bien, como en casa, y este
sofá es muy cómodo y la manta muy suave. Me recuerda a Hoboken y a las
noches frente a la chimenea encendida.
—Pero… —Trago y miro hacia mi izquierda. Chris y Nelson duermen a
pierna suelta abrazados en el sofá más largo del… ¡avión! En concreto del
jet del jodido Black, que reconocería hasta con los ojos cerrados. Vale, con
los ojos cerrados no me he enterado de absolutamente nada. Pero tardo un
segundo en percatarme de dónde estamos.
—¡Chris! ¡Chris! —chillo, y hasta a mí me duele la cabeza con mi voz
de grillo ahogado—. ¡¡Christopher Miller!! —Consigo patearle la espinilla.
Él grita, salta y se golpea en la cabeza.
—¡¡Ay!! ¡¡Nos estrellamos!! —se desgañita del susto, con la mandíbula
y los ojos como si hubiera estado drogándose.
—¡No digas eso! ¡Da mal fario! —le regaño, recordando las palabras de
James—. ¿Cómo he llegado aquí? —pregunto a los dos, aprovechando que
el dios de ébano también se ha despertado con las voces.
—¡No tengo ni idea! ¡Nos han raptado! —Chris se hace el tonto y alza
las cejas. Aprieto la mandíbula y lo asesino con la mirada—. Está bien,
Calci, pero no te enfades. Rechazaste el regalo de James…
—¿Cómo te has enterado?
Jess, no pienses que vas a diez mil metros de altura.
—Robert me llamó.
Hace una semana me llegó una carta certificada con cinco entradas para
un palco VIP, y la disposición del jet del señor Black para vivir en directo la
final de la Super Bowl, así como cinco noches en el mejor hotel de Las
Vegas, con la excusa de regalármelo por mi cumpleaños. No solo no lo
acepté, sino que hice que lo devolvieran a la dirección desde la que había
sido enviada: La mansión hortera.
—¿Y no se te ocurrió pensar que, si lo rechacé, fue porque no quería
venir? —El avión privado se zarandea—. ¡¡Ay!! —Cierro los ojos y me
agarro los reposabrazos—. Ay, dios…
—Vamos a cruzar una zona de turbulencias —informa un tripulante de
cabina masculino—. Por favor, siéntense y abróchense los cinturones.
—Madre mía, madre mía, madre mía… —musito, a punto del infarto—.
¡Esto es culpa tuya! —le reprocho a Chris—. ¡¡Vamos a morir en un
supositorio de acero solo porque no sabes decirle que no a un hombre!!
¡¿Cómo te has dejado convencer por James?!
—James no sabe nada de esto. Ha sido cosa mía y de Robert. Y no, no
estamos haciendo de celestina, solo quería ver la Super Bowl en directo.
—¡¿Cómo?!
—Lo que oyes. Pero no te preocupes. Black no tiene ni idea de que
hemos cogido prestado su avión; nos quedaremos en un hotelito de mala
muerte a pasar la noche y nada de entradas VIPS —esto último lo dice
como si le estuvieran clavando una estaca en el pecho y hundiéndola en él
con cada palabra—. Hemos comprado unas entradas en la reventa que nos
han costado dos riñones, un pulmón y un ojo, pero ¿quién necesita tantos
órganos para vivir? —dramatiza más aún.
—¿Tú también estabas metido en esto? —indago en la posibilidad de
que mi mejor amigo de Miami sea un cómplice engañado. El jet se mueve
de lado a lado, pero hoy no lloro porque el cabreo y la posibilidad de
encontrarme con Black ha inflado mi cuerpo de endorfinas, adrenalina y…
—. ¡¿Me habéis drogado?!
—No —contesta Nelson.
—Sí —responde Chris a la vez.
Les pido que se aclaren.
—Yo no tenía ni idea de esto, mamita. Mi equipaje sigue en tu precioso
loft.
—Drogarte, drogarte… como que no. Solo un poquito de un somnífero
muy suave en el último chupito de guaro —explica mi ex mejor amigo de
Nueva York, apunto.
—¡¿Qué?!
El comandante anuncia que vamos a aterrizar.
—Manténganse en sus asientos. —Se escucha por el altavoz general.
—¿Sabes a cuánto se enfrentan las dos locas por secuestro? ¡Tú serás un
caramelito en la cárcel!
Pone los ojos en blanco y le da un beso a Nelson, sentado a su lado y
frente a mí.
—¿Los tortolitos no pueden contenerse ni un segundo? ¡Estamos
discutiendo! —me quejo, sin sorprenderme lo más mínimo. Anoche
terminaron liándose y metiéndose mano en mi camerino. Todavía trato de
borrar de mi mente la imagen de sus dos cuerpos fusionados en un sofá
recién estrenado que tendré que cambiar.
—Envidiosa —suelta Chris, al que mataré si salimos vivos de la lata de
sardinas.
—¿Estás seguro de dónde te metes? Es insoportable. ¡Y un amigo
malísimo! —protesto a Nelson.
—¡Y no sabe bailar! —exagera el enamorado de Miami.
—Tiene dos pies izquierdos —insisto, tratando de hundirlo en la
miseria.
—No son los pies lo que más le gusta de mí —alega el enamorado de
NY.
79
JAMES
Un día antes…
—Mañana jugaremos el partido de la temporada, para algunos, con
probabilidad, sea el más importante de su vida… —Josh habla en la sala de
conferencias del hotel en el que nos hemos concentrado, The Venetian, pero
mi mente vuela hasta Nueva York, o debería decir mi corazón, que no deja
de latir por Jess. La echo tanto de menos que casi ni duermo por las noches
si no fuera porque acabo reventado entre el cansancio de los duros
entrenamientos y la presión a la que me veo sometido. Los medios de
comunicación me preguntan por ella cada vez que me encuentran y no
entienden por qué a la pareja del año no se les ve juntas. Quieren saber si
firmaremos el contrato para hacer la docuserie, ávidos de información
suculenta y detalles de nuestra larga historia de amor.
—Giant, hay alguien fuera esperándote. En la parte de atrás —me
informa Reyes, uno de los defensas, en el pasillo que va hasta los casinos.
El corazón se me acelera y me da un vuelco al sopesar la posibilidad de
que Jess haya recapacitado y aceptado mi oferta para ver la Super Bowl en
directo. No he querido presionarla con mi regalo. Me pareció una buena
sorpresa para su cumpleaños, obviando lo que odia subirse a un avión. Este
pensamiento me hace sonreír y camino hasta la salida por la parte del
restaurante principal, donde me encuentro con el abogado de Gabriela.
—Señor Black, ¿podemos hablar? Solo será un segundo. —Está de pie
junto al que debe ser su coche. Vestido con un traje de chaqueta que podría
haber elegido la modelo, ahora modelo presa, y una maleta en las manos.
—Lo que quiera decirme, dígaselo a mis abogados —espeto, dispuesto
a marcharme.
—Mi cliente solo quiere una segunda oportunidad. —Se me ponen los
vellos de punta.
—¿Una segunda oportunidad para qué? ¿Para terminar lo que empezó?
Casi mata a mi novia —digo, porque Jess lo era cuando ocurrió y nadie
sabe que lo hemos dejado, aunque se rumorea.
—Necesita ayuda. Quiero proponerle un acuerdo para que sea ingresada
en un centro psiquiátrico.
Lo valoro durante unos segundos.
—Concierte una cita con mis abogados y hablaremos con el fiscal.
Entro de nuevo y subo a mi dormitorio, pero detengo mis pasos al
escuchar una voz reconocida y un nombre que me suena mucho, antes de
girar en la esquina que lleva a la habitación que comparto con Robert
porque no se fía de mí desde que Jess me dejó. Cree que voy a
emborracharme o a hacer cualquier otra locura que hunda mi carrera, a
pesar de que le he demostrado con creces que soy otra persona.
—Chris, el jet estará allí a las ocho de la mañana, hora de Nueva York.
—Silencio—. Está bien. —Silencio—. Podéis subir al palco. —Silencio—.
Como prefieras. La tercera fila es como estar en el campo de juego. —
Silencio—. Suerte. Volar con Jess es horrible. —Silencio—. Hasta mañana.
Me pongo frente a él.
—¿Jess viene mañana a ver el partido? —ladro, y no tiene más remedio
que decirme la verdad.
—No quería decírtelo para que tu concentración no se viera afectada.
—¿Has flotado mi jet para que la recoja?
—Eh... Sí, por supuesto, di por hecho que no te importaría… —me da
explicaciones.
—Gracias. —Le doy un golpe en el hombro y me marcho.
Sé valiente, James, me digo en un susurro al cerrar la puerta de la
habitación.
80
JESS
Por fin, los tres nos sentamos en la tercera fila de las gradas oeste del
Allegiant Stadium en Las Vegas, Nevada. Hemos pasado por el hotel para
darnos una ducha y comprar ropa porque solo traíamos lo puesto. Nada de
hostal de mala muerte. Ya me extrañaba a mí que don Christopher Miller
reservara una habitación con cucarachas, le da pánico. Nos hospedamos en
el Golden Nugget, en Downtown (diferenciado de The Strip), este un lugar
histórico, en la famosa Fremont Street.
He tratado no darle demasiadas vueltas al hecho de estar tan cerca de
James y que él, además, no sabe absolutamente nada (y espero que así siga
siendo) de mi obligado viaje, así como a la encerrona que me han hecho
Heidi y Pedro (los he bautizado con el enfado).
Chris aplaude cuando los Miami Dolphins salen al campo corriendo y
saltando. Juegan contra los Kansas City Chiefs y todos esperamos que les
den una paliza.
—¡Mira! ¡Ahí está James! —Miller aplaude y sonríe.
Mi corazón da un saltito e impacta contra mi caja torácica.
—Ahora vas a ser su fan número uno —le recrimino, hinchida de
felicidad porque lo veo en muy buena forma.
—Calci, cariño, le ha costado mucho llegar a dónde está. El último mes
ha sido muy duro para él.
—¿También te lo ha dicho un pajarito?
—El mismo. Black ha tenido que luchar contra muchos fantasmas para
estar en plena forma y llevar a su equipo a la final —anuncia, mientras el
público, más de sesenta mil personas, ovaciona a los dos equipos y colorea
el estadio con una marea verdosa y azulada, por un lado, perteneciente a los
seguidores de los Dolphins, y roja y blanca, referida a los adeptos de los
Chiefs.
—Te echa mucho de menos —indica Nelson.
—¿Tú también hablas con Robert?
—Con James, mamita. Vino a verme la semana pasada a El
Embarcadero. Ay… —Se lleva la mano al pecho—. Me llevó en su moto a
un sitio más tranquilo y me invitó a una copa. Solo quería saber cómo
estabas.
—¿Y qué le dijiste?
—Que te morías por sus huesos.
—¿En serio? —Abro mucho los ojos.
—No, mijita, tranquila, pero tampoco pude mentirle. Ese hombre te ama
demasiado.
—Otro que no sabe decirle que no a un hombre guapo. Estáis hecho el
uno para el otro.
—Es todo amor… —se disculpa.
—El amor no lo es todo. Nos separan muchas cosas. Dos mil
kilómetros… —termino con voz lánguida.
—La distancia no tiene que ser un impedimento para el amor —asegura
Chris, con la mirada puesta en Nelson, que asiente, dándole la razón. Me
pregunto dónde será la boda de estos dos enamorados, si en Nueva York o
en Miami.
Mierda, espero que sea cerca de casa y ahorrarme coger un avión.
Disfrutamos del primer cuarto del partido en el que James marca dos
tantos, sin embargo, sufrimos en el segundo cuando los Chiefs remontan.
Una cámara graba de cerca a Black, de pie en el banquillo discutiendo con
Josh. Unos segundos más tarde, toda la atención se centra en el espectáculo
que impresiona, tanto al público allí presente, como a los millones de
televidentes en todo el mundo que lo siguen en directo. Una voz en off
presenta a Dua Lipa y Taylor Swift. Ambas comienzan a cantar bajo un
cielo pintado con fuegos artificiales y sobre un escenario elaborado hasta el
último detalle, coreografías impactantes, drones y pantallas LED gigantes.
—¡Esto es increíble! ¿No te alegras de estar aquí? —me grita al oído y
casi me deja sorda mientras canto la canción a voz en grito.
—¡Es genial! —respondo, con una sonrisa en el rostro y los ojos
brillantes.
De pronto, justo cuando Dua Lipa termina su canción y todos aplauden.
Las cámaras prestan toda su atención a algo, o alguien que sube las
escaleras del escenario rosa y plata a toda prisa. Sin duda, un jugador de
grandes dimensiones de los Miami Dolphins. El nuevo espectáculo sigue
retransmitiéndose por las pantallas gigantes y el público enmudece
creyendo que sucede algo horrible. Sin embargo, todos aplauden cuando el
loco que le quita el micrófono a la artista comienza a hablar.
—¡¿Hay ganas de gritar?! ¡¿La hay?! —vocifera James, ante mi cara,
atónita, blanca como la nieve y mis venas secas, en las que la sangre se ha
volatilizado.
—¡Ay, mamita! ¡Ese es nuestro hombre! —apunta Nelson.
Giro unos centímetros y clavo mis ojos en los de Chris, tan despistado
como los míos.
—Ha perdido la cabeza —informa.
—¡No me he vuelto loco! —Giant nos lee a todos los presentes la mente
—. ¡O sí! ¡Estoy completamente loco por una mujer! —El público salta y
vitorea tanto que el estadio va a desmoronarse—. ¡¿Sabéis quién es?! ¡¡Se
llama Jess Olson y sé que ha venido a ver el partido!!
—¿Esto es cosa tuya? —regaño a Chris, temblando.
—A mí no me mires, Calci. —Se lleva la mano al pecho.
—¡¡Jess Olson!! ¡¿Serías tan amable de venir aquí y acompañarnos?! —
Mi careto sale en todas las pantallas y el silbido producido por sesenta mil
personas me hace reaccionar.
Tres miembros de la seguridad se apostan a mi lado y me piden que los
acompañe. Todo sucede muy deprisa. Heidi y Pedro me arengan para que
me largue, me empujan, me dan un beso y me piden que siga lo que me
dicte mi corazón.
—Un amor así solo se encuentra una vez en la vida, cariño. No lo
estropees de nuevo por tus miedos —musita Chris en mi oído antes de
marcharme.
La gente se vuelve loca, tan loca como El Gigante Imbatible, y en
treinta segundos me encuentro en medio del campo, subiendo el escenario y
topándome de frente con Dua Lipa y El Gigante Imbatible en todo su
esplendor. James da un paso hacia mí, sudado, lleno de arena y…
increíblemente guapo.
—¿Qué haces? —pregunto.
—Algo que debería haber hecho hace muchos años. —No se atreve a
tocarme. Quiere asegurarse de que no me siento presionada. Suelta el
micrófono y el público abuchea.
—¿Asaltar un concierto de la Super Bowl?
—No. —Niega enseñando esos dientes blancos y alineados—.
Preguntarte si quieres pasar el resto de tu vida a mi lado.
—¿Qué? ¡¿Me estás pidiendo matrimonio?!
—Te pido un compromiso. —Me coge de las manos.
—¿Y si te digo que no? —Achino los ojos. Lo quiero, lo amo.
—Te dejaré marchar. Solo quiero que seas feliz.
—Los hinchas de los Dolphins me matarán. Serías tú el protagonista de
todos los memes.
—Me importa una mierda todo el mundo. Solo me preocupas tú.
—Estás loco —le acuso.
—Por ti. —Ahora sí, me agarra por la cintura y un escalofrío me recorre
de pies a cabeza—. ¿Qué dices?
—Que paso, volveré a Nueva York y me dedicaré a quemar el pelo a
actores de renombre.
—Yo los quemaré contigo. —Frunzo el ceño—. Voy a aceptar la oferta
de los Jets.
—¡No puedes dejarlo todo por mí!
—Los Jets son un gran equipo. Se alegran de que vuelva a mi ciudad.
—Pasaré el resto de mi vida contigo, James, si no me obligas a volar en
avión a menudo.
—Eso sí que no puedo prometerlo. Pero contaremos con paracaídas.
—No pienso…
—Bésame ya. Estoy muriéndome de que lo hagas.
Me encaramos a él, rodeo sus hombros con mis brazos y nos fundimos
en un beso de película ante millones de personas que siguen la Super Bowl
en directo. Las voces y los gritos retumban en todas partes.
—Por ti, Black, volaría hasta en un cohete a la luna.
EP Í LOGO
JESS
Me tragué mis propias palabras, esas del final de cuento que James me
regaló en la Super Bowl, porque ganaron el partido y una semana más tarde
dieron la vuelta al mundo en pájaros asesinos para promocionar el equipo.
No despegué con ellos desde Miami, volví a Nueva York con Chris,
mientras Nelson se marchó a Miami.
El equipaje se lo envié por mensajería, no iba a llevárselo yo, solo
volaría en caso de extrema necesidad y esa necesidad fue mi amor por
James. Me llamó desde Tokio y me aseguró que estaba bien y que pronto
nos veríamos. Pero yo lo echaba mucho de menos. Compré dos billetes y
volamos hasta la ciudad durante casi quince horas. Imagina el viajecito que
le di a mi amigo. Chris rogaba y rogaba para que me durmiera mientras yo
cantaba toda clase de canciones en primera clase y las personas de la cabina
que nos acompañaban, se quejaban y pedían que me hicieran callar de
alguna forma. Mi mejor amigo terminó por meterme un trapo en la boca.
James estaba en una rueda de prensa cuando aterrizamos. Fuimos
directamente a ella, al teatro enorme en la que se celebraba. No me detuve
ni a darme una ducha y prepararme, ansiaba verlo lo antes posible. Mi
corazón había aceptado que amarlo me hacía bien y que su compañía me
convertía en la persona más feliz del universo. Black estaba sentado junto a
diez compañeros, cada uno en un sillón verde. Se levantó cuando me vio
caminar por el pasillo, bajó del escenario y nos encontramos delante del
centenar de periodistas y fotógrafos que cubrían la noticia.
—No tenías que hacer esto —susurró sobre mi boca—. Dijiste que no
volarías si no era estrictamente necesario.
—Tú lo eres, James, eres necesario en mi vida, ya te lo dije una vez.
Nos falsearon durante los segundos que duró el beso y salimos de allí
corriendo para evitar la decena de preguntas que nos lanzaron. De eso hace
ya seis meses y, desde entonces, casi no nos hemos separado. El Gigante
Imbatible aceptó la oferta de los Jets y se mudó a Nueva York,
concretamente a mi loft. Me gusta tener a Tackle corriendo por el piso y
sacarlo a pasear a Central Park.
Hoy es un día especial, único y que todos recordaremos. Me miro al
espejo de la habitación del hotel en la que me encuentro, el Millennium
Hotel Broadway Times Square. Chris y yo soñábamos con casarnos aquí
desde pequeñitos. Ubicados en el corazón de Manhattan, junto a Times
Square, elegante y sofisticado.
—Cariño, date prisa, la ceremonia no puede comenzar sin ti. —Mi
madre entra en el salón de la suite en la que nos hospedamos esta noche y
me arenga—. Estás preciosa. —Me da un beso en la mejilla, sin acercarse
demasiado para no estropear mi maquillaje y sonríe—. James va a caerse de
espaldas cuando te vea.
Mis padres tuvieron que aceptarlo como parte de la familia.
Mantuvieron la conversación entre suegro y yerno, aunque yo me negara, y
papá le dejó claro que no le importaba cómo fuera de grande, su fuerza y la
legión de seguidores que tenía; lo mataría si volvía a hacerme daño. James
le aseguró que pasaría el resto de sus días haciéndome feliz. Terminaron
riendo en el patio de casa y celebramos que nadie salió herido con una
barbacoa.
Doy la mano en el pasillo del ático a Chris, que también sale de su
habitación, y nos decimos que todo irá bien.
—Estás muy guapo. El blanco te sienta bien. No pareces una tarta de
nata y chocolate —bromeo.
—Calci, tú me ayudaste a elegirlo. — Ya hacía mucho que había
aceptado que no iba a dejar de llamarme de ese modo. Bajamos en el
ascensor hasta los jardines y detenemos tras los cristales de la sala principal
a esperar que empiece el espectáculo mientras los invitados se acomodan en
sus asientos. Cientos de pétalos de rosas blancas crean una alfombra de
flores y marcan el camino hacia el altar que recorro con los vellos de punta
y un ramito de lirios en las manos.
—Eres la dama de honor más guapa que he visto nunca —comenta
James cuando llego a su lado y nos damos un pequeño beso.
Heidi y Pedro, los protagonistas de la novela romántica que hemos
vivido durante los últimos seis meses se acercan al altar con sus dedos
entrelazados y se preparan para dar el sí quiero con el skyline de Nueva
York como testigo, además de Black, testigo oficial del enlace. Me consta
que se ha negado en rotundo a quitarse la ropa y hacer un estriptis en la
fiesta, aunque me huelo que fue convencido por los dos amantes y les hizo
un bailecito en la despedida de solteros.
El sol se filtra entre las copas de los árboles y crea un cálido y
romántico resplandor sobre nosotros. Los dos novios radiantes, se miran y
sonríen mientras Aretha Franklin entona su maravillosa voz interpretando I
Say a Little Prayer.
—Nosotros nos casaremos en una playa —susurra James.
—En los Hampton. Y vamos en coche.
—O en moto. —Me guiña un ojo y atendemos la voz del oficiante, un
amigo de los Miller, y cada palabra que pronuncia, cargada de significado
sellando la unión de Heidi y Pedro, la tarta de dos chocolates, Chris y
Nelson, dos almas que se encontraron en medio de un huracán creado por
dos gigantes imbatibles, James y yo.
Intercambian los votos y por el rabillo del ojo veo a The Unstoppable
Giant emocionarse.
—Hoy, en este día tan especial, frente a nuestras familias y amigos,
quiero expresar lo que siento en lo más profundo de mi corazón. Desde el
momento en que te conocí, supe que nuestra conexión era única y especial,
a pesar de que tuvieras dos pies izquierdos. —Reímos con la ocurrencia de
Nelson—. Cada momento que hemos compartido juntos ha sido un regalo
que atesoro en lo más profundo de mi ser. Christopher Miller, prometo
amarte incondicionalmente todos los días de nuestras vidas, en los
momentos de alegría y en los desafíos que enfrentemos juntos. Estoy aquí
para apoyarte en tus sueños y metas, para ser tu compañero en cada paso del
camino. Prometo ser tu refugio seguro, tu roca en los momentos difíciles.
Seré tu hombro en el que puedas apoyarte y tu voz de aliento cuando sientas
que no puedes seguir adelante. Juntos, enfrentaremos cualquier obstáculo
con valentía y determinación.
—Nelson García, mi tarta de chocolate con leche… prometo escucharte
con atención y respeto, y siempre buscar la comunicación abierta y honesta
en nuestro matrimonio. Quiero construir una base sólida de confianza y
comprensión mutua, donde podamos compartir nuestros sueños, miedos y
alegrías sin reservas. Prometo reír contigo, dejar de quejarme porque la
comida está demasiado picante, disfrutar de los pequeños momentos y
celebrar tus éxitos como si fueran los míos propios. Quiero ser tu
compañero de aventuras, explorar el mundo juntos y crear recuerdos
inolvidables que llevaremos en nuestros corazones para siempre. Hago
estos votos sagrados y sinceros. Me comprometo a amarte y cuidarte, a ser
tu pareja en la vida y en el amor. Eres mi todo, mi razón de ser, y te prometo
dedicarte cada día el amor más puro y genuino que existe. Hoy, en este
momento, elijo amarte y ser amado por ti, para siempre.
Se intercambian los anillos y se funden en un apasionado beso ante
nuestros aplausos y vítores.
Black me atrae hacia él y también me besa, me dice que me ama y que
pronto nosotros también nos casaremos y traeremos niños al mundo.
—¿Niños? —Frunzo el ceño—. Si casi mato a Clooney. Imagina lo que
le haría a un bebé. Ardería el edificio completo el día de su primer
cumpleaños antes de soplar las velas.
—Compraremos extintores.
La recepción se lleva a cabo en un elegante salón, repleto de rosas
blancas y luces muy brillantes. Los invitados disfrutamos de una deliciosa
cena y brindamos por la felicidad de los recién casados.
El baile lo abre el matrimonio con una bachata, como no, Obsesión, de
la banda Aventura y he de reconocer que Chris ha mejorado bastante
durante estos seis meses en cuanto a mover ese cuerpo se refiere.
Volvemos a salir al jardín, en el piso veinte, para culminar la noche con
fuegos artificiales. James no me suelta de la mano y ambos miramos al
cielo iluminado de colores.
—Imagina lo que harías si en nuestra boda hubiera fuegos artificiales.
La Calcinadora quemaría todos los invitados.
Le doy un golpe en el estómago y casi me parto la mano de lo duro que
está. No he comentado que James Black roba la mirada de todos con su
imponente presencia embutido en un traje de tres piezas y pajarita. He
escuchado hablar a dos primas de Chris en el baño sobre los sueños eróticos
que tendrían con el jugador de los Jets, y me han dado ganas de salir y
dejarles claro que es todo mío, no obstante, he sonreído y he pensado que
nadie pertenece a nadie, pero James eligió amarme y quedarse a mi lado.
—A ti te voy a quemar esta noche, tonto.
—Yo ardo todos los días contigo. —Se remueve—. Vámonos ya de
aquí, quiero arrancarte ese vestido y comerte entera.
—¿Sabes cuánto cuesta? —Alzo una ceja.
—Me importa una mierda. Te compraré cientos como ese. —Me agarra
fuerte por la cintura y unimos nuestros labios bajo la ciudad de los sueños,
bañados por la luz de los fuegos artificiales y el sonido que producen.
EPÍLOGO
JAMES
Nueve meses después…
—No pienso ir, detesto a ese tío. —Niego en rotundo a mi chica, que me
obliga a ir a otra boda, sentado en el sofá de nuestra nueva casa en New
Jersey, cerca de la de sus padres; una mansión, pero con mucho estilo que
compramos hace dos meses cuando decidimos ampliar la familia, aunque
aún no lo hemos conseguido.
—Tu madre se ha esforzado mucho para esta cena. Lleva todo el día
cocinando y Ava está muy ilusionada —insiste la mujer más increíble que
conozco.
Tackle ladra junto a Ghost, un cachorro que recogimos en la perrera
hace solo una semana.
—Paso. Os espero aquí. —Me planto. Va a tener que llamar a una grúa
para llevarme hasta allí.
—Ava quiere a ese chico.
—A un mujeriego que cree que el mundo debe rendirle pleitesía por ser
el mejor jugador de la liga de beisbol y cuyos escándalos salpican el papel
cuché todos los días.
—Mmm… —Cambia el espeso del pie y ladea la cabeza. Joder, solo
deseo agarrarla, abrirle las piernas y hacerla disfrutar—. No sé a quién me
recuerda… —Cruza los brazos y clava uno de sus dedos bajo la mejilla.
—¿Por qué tenemos que ir? Podemos quedarnos aquí, en casa, y
dedicarnos a escuchar a Dua Lipa o Taylor Swift. —Intento convencerla
con una sarta de mentiras. Quiero follarla durante toda la noche.
—No vas a convencerme…
Me levanto y me deshago de la camiseta, la tiro sobre el sofá y aprieto
los músculos.
—¿Te perderías esto? —Hago el tonto y ella sonríe, justo lo que
pretendía. El sonido de su risa me llena de alegría, me calma y me cautiva.
—Me pones en una difícil tesitura… —Camina hasta mí y… Agarra la
camiseta y la estampa en mi pecho—. Vístete, conmigo tus artimañas no
sirven. Vamos a ir a esa cena y te comportarás con tu madre y tu hermana.
Iré a esa cena y mataré al jodido Oliver Drake.
Dos horas y media más tarde, salimos del coche los cuatro, Jess, Tackle,
Ghost y yo y entramos en el hogar que me vio crecer, donde aprendí a
caminar y jugué a fútbol americano por primera vez con mi padre en el
jardín. Ava me da un abrazo y me pide que me comporte.
—Yo le di una oportunidad a Jess. Dásela tú a Oliver —me pide y
asiento, pero mi plan dista mucho de ser un buen cuñado. Pienso retarle a
un pulso y partirle el brazo. A ver cómo batea el próximo año.
—No vas a pegarle —me regaña Jess, que me conoce a la perfección y
lee mis ideas a mi lado.
—No he dicho eso.
—Pero lo estabas pensando. Conozco esa mueca. La haces cada vez que
crees que alguien se pasa conmigo.
Tomamos asiento alrededor de una mesa muy bien decorada y llena de
exquisitos manjares y charlan amigablemente ante mi mandíbula apretada.
Jess se levanta y veo que comparte una mirada cómplice con mi madre, que
asiente al permiso implícito que le pide.
—Quiero aprovechar este momento para dar una noticia. —Gira el
cuello y sus bonitos ojos se clavan en los míos—. Black y yo vamos a ser
padres. Estoy embarazada.
—¿Qué? —Salto y despego el culo de la silla como si me hubiera dado
calambre y tiro el mobiliario hacia atrás, impactando contra un mueble—.
¿Voy a ser padre? —Mi chica asiente y… Comienzo a ver unas lucecitas
pequeñas y brillantes, el aire no me llega al pecho, las manos me tiemblan,
mis piernas de roca ceden y… Caigo redondo al suelo.
—Vaya, El Gigante Imbatible derrotado por una personita de diez
milímetros de altura. —Escucho a mi hermana.
Cinco años después….
Desde aquel día en el que mi chica anunció delante de toda mi familia
que íbamos a ser padres, tuvimos el final feliz de cuento que merecíamos,
uno que no termina nunca, porque el amor hay que cuidarlo con honestidad
y algo de esfuerzo. Jess fue a terapia para desprenderse de la fobia a volar y
acompañarme a los partidos, yo traté mi ira para no matar al novio de mi
hermana, aprendí a ser padre conforme James Junior, JJ, crecía, y acepté
que mi hija pequeña, Camila, nacida dos años y medio después de JJ
quisiera dedicarse a vender coches a la corta edad de tres años. Pensé que
ya se le pasaría y puse toda mi confianza en su tía Ava, una abogada de
prestigio que la convencería para que siguiera sus pasos, o los de su madre,
con una gran empresa de representación y eventos.
—Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz… —La familia canta al hijo de
Chris y Nelson, que cumple dos años. Una adolescente decidió darlo en
adopción y, tras muchas entrevistas y conocer de primera mano que iban a
ser unos padres geniales, los eligió a ellos. Leo, de ojos muy azules y piel
morena, ha compartido set con su padre latino, modelo de profesión desde
que se mudó a Nueva York, y las mejores firmas se lo rifan a los dos.
Dejo a Camila en el suelo y corre en busca de su madre. Jess carga con
la tarta y dos velitas. La niña topa con las piernas de mamá, se agarra a
ellas, La Calcinadora tropieza y… Los bomberos llegan a tiempo y apagan
el fuego del local en el que hemos celebrado el cumpleaños de Leo sin
víctimas mortales que lamentar.
—Ha sido sin querer… —musita mi esposa, con la que me casé cuando
JJ nació.
Fue en una playa de los Hampton a la que llegué en moto, seguido de un
centenar de ellas.
—Yo te quiero igual, cariño. Pero no te acerques más a nada que tenga
llama —le ruego, entre asustado y divertido porque la historia se repite.
—La Calcinadora siempre llama dos veces. Por eso dejé de fumar, para
que no tuvieras un mechero cerca —suelta Chris, también observando el
desaguisado, ante los bomberos, las mangueras y el humo.
—Yo me alegro de que ocurriera —aseguro a mi mujer—. Si no le
hubieras chamuscado el pelo a Clooney, no hubieras vuelto a mí.
—Visto así… —murmura.
—Vámonos a casa. Allí tenemos muchos extintores y el mejor sistema
contraincendios. —Cojo a mis hijos en brazos, una a cada lado.
—Papi, ¿por eso celebráis nuestros cumpleaños con bengalas de
mentira? —pregunta JJ.
—Exactamente, cariño, por eso mismo.
Y fuimos felices y comimos perdices y… No ardió nada más, solo
nuestros corazones, seis en total, humanos y perrunos Una familia que
disfruta de los buenos momentos, encuentra la forma de superar los malos y
cedió ante la oferta de una docuserie que se convirtió en número uno en
todas las plataformas. George Clooney hizo de sí mismo y aseguró en unas
declaraciones a la NBC que había sido el papel más divertido de su carrera.
Se ha convertido en amigo y los niños le llaman tío George.
Así es el destino, caprichoso, inesperado, mágico… Y tira del hilo rojo
o quema cabezas para llevar a cabo sus misteriosos planes.