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3-Escuchando Tu Canción - Los Hermanos Fuller-Jana Westwood

Romantico
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Título

Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Epílogo
Un apunte lector
Julia en las Highlands
ESCUCHANDO TU CANCIÓN
Hermanos Fuller - 3

Jana Westwood
Queda prohibida cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y
transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de su propiedad intelectual.
La infracción de los derechos de difusión de la obra será constitutiva de delito y está bajo las
sanciones que determinan las leyes.

© Jana Westwood.
Portada: Jana Westwood.
1ª edición: enero de 2018. Kate Dawson.
2ª edición julio 2021.
Esta novela fue originalmente publicada bajo el seudónimo de «Kate Dawson». Todas las obras bajo
dicho seudónimo pasarán a estar firmadas por Jana Westwood, siendo ambas la misma autora.
1

Lewis dejó la guitarra sobre el sofá y fue a abrir la puerta. La cara de los
chicos era un poema y se apartó para dejarlos pasar. Stan, el bajista, se fue
directo a la nevera a coger una cerveza.
—¿Queréis una? —preguntó cuando ya tenía el botellín en la mano.
—Yo sí —dijo Adam, el batería, tirándose en el sofá.
Lewis volvió a sentarse en el mismo sitio en el que llevaba tirado toda
la tarde y cogió la guitarra de nuevo. Stan se sentó también y durante un
buen rato ninguno dijo nada.
—¿John va a venir? —preguntó Adam.
Lewis lo miró con una sonrisa irónica.
—Claro, para que le rompamos las piernas —se burló sin dejar de
rasgar las cuerdas.
—En algún momento tendrá que dar la cara. —El batería tenía cara de
pocos amigos.
Adam era un tío grande, de aspecto frío y con mucho pelo. Stan, en
cambio, era un guaperas con cara de niño bueno, el único que había hecho
sombra a John y que, además de ser el cantante, era muy guapo y el que
más ligaba. Claro que los otros se consolaban pensando que también era el
que más disgustos se había llevado con novios y maridos despechados.
Lewis era el tipo serio y distante, no facilitaba las cosas a la hora de que las
fans se acercasen a él y le gustaba mantenerse siempre en un segundo
plano. Tenía aspecto de rebelde con causa, era atractivo, pero su mirada
advertía del peligro a toda aquella que se atreviese a intentarlo.
—Esto no tiene vuelta atrás. —Dejó la guitarra a un lado y miró a sus
amigos—. Little Town es historia y debemos afrontarlo.
—¿Qué pasa, el único importante era John? —Adam resoplaba por la
nariz al hablar, algo que solía hacer cuando estaba enfadado.
—No, pero la discográfica no nos quiere a nosotros solos —aseguró
Lewis—. Habéis hablado con Katia y estoy seguro de que ha sido tan clara
con vosotros como lo ha sido conmigo.
—¡Me cago en la puta! —exclamó Adam.
—Ahora tenemos que pensar en cómo salvar los muebles. No tenemos
manera de hacer frente a la penalización que nos impone nuestro contrato.
—Un contrato que nunca debimos firmar —sentenció Stan.
—Es tarde para eso. —Lewis lo miraba con expresión irónica.
—¿Y ahora qué? —preguntó Adam—. ¿Ponemos un anuncio en el
periódico? Grupo busca cantante…
—No, tío —dijo Stan—, no te enteras de nada. Esto se acabó, no vamos
a montar otro grupo, ¿es que no lo ves?
Adam miró a Lewis interrogadoramente.
—¿Qué dice este?
—Hace tiempo que Lewis tiene ganas de intentarlo por su cuenta. —
Stan miraba a su amigo como si fuese un niño pequeño—. En plan
cantautor, con su guitarra y eso. ¡Pero si ha compuesto un montón de
canciones! ¿Tú dónde has estado los últimos dos años, tío?
—¿Es cierto, Lewis? ¿Quieres dejarnos? —En ese momento sí que
parecía un crío.
—No es eso, Adam. —Lewis miró a sus compañeros alternativamente y
su expresión era una mezcla de tristeza y determinación—. Pero es cierto
que ya estaba harto de todo esto.
—¡Me cago en la puta! —volvió a exclamar Adam, pero ahora había
más tristeza que enfado.
Durante demasiado tiempo se habían aferrado los unos a los otros,
negándose a aceptar la realidad.
—Este grupo tenía un sentido cuando empezó, pero ahora ya no somos
aquellos cuatro amigos con ganas de juerga, Adam, reconócelo. ¿No estás
cansado de cantar para quinceañeras o para mujeres separadas que quieren
creerse las estupideces que dicen nuestras letras?
Stan estiró las piernas y se recostó en el sofá poniéndose el brazo en la
frente.
—¿Y no necesitarás un bajo y un batería? —preguntó.
Lewis sonrió con tristeza.
—Ni siquiera sé si les interesará mi música.
—Necesitaremos un abogado —aseguró Stan.
Lewis asintió.
—Sí, no podemos enfrentarnos a esto solos. Y debemos estar unidos,
los tres juntos conseguiremos mucho más que si vamos por libre.

Caminaba sereno, el sol relucía en los escaparates y el frío era intenso.


Pasó por delante de la tienda de Molly, que aún estaba cerrada, y continuó
con paso decidido, pero sin prisa por llegar. Aquel día se había levantado
con el alba y se había preparado unos huevos con jamón. Había pensado
mucho en la reunión y en todo lo que quería y no quería decir. Después se
despistó, pensando en la puerta del baño a la que se le había resquebrajado
la pintura. Y se dijo que debía hacer la compra, no quedaban cervezas y
tampoco había fruta. Solía pensar en ese tipo de cosas cuando estaba
nervioso, ya le ocurría cuando vivía con su padre, solo que entonces lo tenía
a él para charlar y no necesitaba hablarle a la pared o al pan de molde.
Ahora estaba solo. En todos los sentidos.
Se detuvo frente a la puerta de la discográfica y miró a su alrededor,
sentía que estaba a punto de cerrar una etapa y le temblaban las puntas de
los dedos como cuando acariciaba las cuerdas de una guitarra por primera
vez.
—Vaya, vaya, mira quien está aquí. —La voz femenina a su espalda lo
hizo volverse.
—Carly —musitó, sorprendido.
La joven compositora a la que la discográfica había despedido por su
culpa lo miraba con una mano en la cintura y expresión divertida. Con un
vestido con la falda de volantes, cazadora tejana y botas marrones era la
personificación de la sensualidad más country. Lewis carraspeó nervioso y
se llevó una mano al pelo en un gesto muy suyo.
—¿Entras o esperas a los chicos para no sentirte solo ahí dentro? —
preguntó Carly señalando hacia la puerta—. Ya me he enterado de que John
os ha plantado.
Aquella puñalada se la merecía, pero no dolió menos por eso.
—Las malas noticias vuelan. —Trató de sonreír.
—¿Malas para quién? —Carly caminó hacia atrás hasta la puerta—. Ya
nos veremos por ahí.
Hizo un gesto con la mano y se dio la vuelta para entrar. Aquello era
exactamente lo que Lewis necesitaba para recuperar la cordura, un buen
puñetazo.

—¿Tú sabías esto?


Katia negó con la cabeza y se encogió de hombros.
—Me entero ahora, igual que tú.
Lewis miró a Steel y Brenda, los dueños de la discográfica. Steel Young
era uno de los mejores artistas del country de todos los tiempos, pero hacía
muchos años que no subía a un escenario y Brenda, su mujer, llevaba con él
toda la vida, pero jamás se había subido a un escenario.
—Sería un cambio de verdad y podría reflotar el grupo.
—¿Pero Carly no es compositora? —preguntó Adam desconcertado.
La joven, que estaba sentada frente a él, empezó a cantar uno de los
temas del grupo y los tres componentes tuvieron que reconocer que tenía
una preciosa voz.
—Yo quiero dejarlo —confesó Lewis.
—Sabemos de tus inquietudes, Lewis —dijo Brenda—, y te apoyaremos
cuando inicies tu carrera en solitario, pero el grupo tiene compromisos y
perderíamos mucho dinero si no los cumplimos.
—¿Y creéis que poniendo a una cantante femenina lo vais a solucionar?
Nuestro público son quinceañeras y sus madres, ¿crees que aceptaran que
cambiéis a John por Carly?
La chica lo miró con expresión irónica, estaba claro que pensaba que era
una cuestión personal.
—Yo también quiero hacer mi música —dijo sin apartar la mirada del
guitarrista—, cantar en vuestro grupo no es mi sueño, precisamente. Pero
Steel y Brenda me lo han pedido y estoy dispuesta a hacerlo siempre y
cuando el grupo esté de acuerdo.
—Por mí, vale —intervino Adam.
—Y por mí también —apoyó Stan.
Todos miraban a Lewis, que parecía derrotado, recostado en aquella
silla.
—Consultaré con un abogado —sentenció—. Esta vez no firmaré
cualquier cosa.
Cuando salieron de la reunión Carly abordó a Lewis en la calle.
—¿Tanto te desagrada trabajar conmigo? —preguntó, enfadada—. Pero
¿yo qué te he hecho? ¿A qué viene esa tirria que me tienes?
—Nosotros nos largamos. —Se despidió Adam incómodo.
—Nos llamamos. —Stan hizo un gesto con la mano y siguió al batería.
Lewis se volvió hacia Carly con ánimo cansado.
—No tengo nada contra ti. No tiene nada que ver con eso.
—Ah, ¿no? ¿No fuiste tú el que consiguió que me echaran? Debería ser
yo la que no quisiera trabajar contigo.
—Aquello fue un malentendido.
—¿Un malentendido?
—Pensaba que te habías apropiado de mi canción…
—Y, en lugar de venir y preguntar, fuiste directamente a contárselo a
Brenda.
—No ocurrió así. —Lewis empezaba a perder la paciencia—. Y ya te lo
expliqué cuando fui a pedirte disculpas.
—¿Disculpas? ¡Me echaron!
—¡Durante tres horas! Yo no fui a contarle nada a Brenda, fue John
después de que yo se lo contara en privado. No pretendía que pasara nada y
tenía intención de hablar contigo y aclararlo. Y todo esto ya te lo dije
cuando me disculpé —repitió mordaz.
Carly respiró hondo y se calmó. Era cierto que se había disculpado y
también que le había explicado todo tal y como fue, pero le irritaba ese
hombre y no podía evitarlo.
—Está bien. —Se metió las manos en los bolsillos de su cazadora—.
Acepto tus disculpas. Pero ahora aclárame qué es lo que te parece tan mal
de que cante en el grupo.
—No es que me parezca mal —puntualizó—, es que no funcionará. Tú
has visto quién viene a nuestros conciertos.
La cantante lo miró interrogadora.
—¿Crees que la única atracción del grupo era John? ¿Que vuestros fans
solo le siguen a él?
—Pronto se verá. —Lewis se encogió de hombros—. Veremos a qué
conciertos van y qué discos compran.
Carly se dio cuenta de que estaba realmente tocado por lo que había
pasado y se sintió mal por haberle apretado tanto.
—¿Te apetece que tomemos un café? Creo que deberíamos charlar
tranquilamente y empezar de nuevo.
Lewis dudó un instante, pero finalmente asintió.

—Vine aquí huyendo de mi familia. —Llevaban más de hora y media


charlando y el tiempo se les había pasado volando—. Mi padre es el típico
hombre sin ambición y sin una pizca de arte corriendo por sus venas. Mi
madre una mujer desilusionada que se consuela viendo la tele y comiendo
sin parar. Y ¿sabes qué es lo peor? He escuchado una cinta que le grabaron
cuando tenía veinte años en una celebración familiar. ¡Era increíble! Tenía
una voz maravillosa, limpia y fluida.
—¿Nunca quiso cantar? —preguntó Lewis haciéndole un gesto al
camarero para que les llevase otros cafés.
—Claro que quiso. Nunca me lo ha dicho, pero ¿quién no querría cantar,
teniendo una voz como esa? —Jugaba con el papel del azucarillo y negaba
con la cabeza—. Y tendrías que verla ahora, gorda y desastrada, pegada
siempre al televisor… No podía soportarlo.
—Algunas vidas se truncan… —dijo pensativo.
—¿Y tu familia? —preguntó Carly apartándose para dejar que el
camarero soltase los cafés en la mesa.
—Mi madre murió cuando yo era un crío y mi padre hizo de padre y
madre a la vez. A pesar de que estaba sufriendo lo indecible siempre se
portó bien conmigo y con mis hermanos. Tengo dos hermanos: Pierce, el
mayor, y Niall, el mediano.
—Tú eres el pequeño —Carly sonrió.
—Sí —asintió él sonriendo también. Se alegraba de tener una historia
menos dramática que la de Carly.
—Todo saldrá bien. —La cantante le cogió la mano con suavidad y
luego se inclinó y lo besó.
Lewis respondió enseguida a ese beso y se aventuró a pasar cuando
sintió que ella entreabría los labios.
—¿Vives cerca de aquí? —preguntó ella apartándose lo suficiente.
Entraron en la habitación con urgencia, sin prestar atención al desorden
ni a nada de lo que los rodeaba. Lewis se pegó a su cuerpo sin dejar de
explorar su boca, sintiendo que la pasión se apoderaba de su lengua y
tomaba el control. Carly lo acarició por encima del pantalón sintiendo la
fuerza que crecía allí dentro y derritiéndose por dentro al imaginar lo que
vendría después.
Él la cogió por la nuca en un juego de dominación que la excitó
sobremanera, haciendo que gimiera de placer. Lewis entendió el mensaje y
en un rápido movimiento metió la mano debajo de su vestido y la colocó
dentro de sus húmedas braguitas.
—Parece que alguien está lista —dijo con una perversa sonrisa.
—No sabes cuánto —respondió, haciendo lo mismo con él.
Se quitaron la ropa con precipitación, casi arrancándosela en algunos
momentos, hasta estar completamente desnudos. Lewis la tiró sobre la cama
y se colocó sobre ella a horcajadas mostrando su erección sin tapujos.
Entonces se inclinó hacia uno de sus pechos y buscó el pezón con los
labios. Lo humedeció con la lengua y después sopló sobre él, repitió el
proceso dos veces más y entonces lo atrapó entre sus dientes, sin apretar,
suavemente.
Carly se estremeció y gimió de placer. Levantó las manos, buscando
agarrarse a algo y dio con los barrotes del cabecero al tiempo que se
arqueaba contra él buscando el contacto con su miembro.
Lewis volvió a besarla, casi con violencia, sujetando sus turgentes
pechos.
—¡Dios! ¡Deja de torturarme y clávamela de una vez! —exclamó ella
sin poder aguantar más.
Lewis sonrió con maldad y siguió acariciándola, recorriendo cada
porción de su piel con las manos y regalándole algún lametón ocasional.
Ella sintió un fuego entre las piernas que la quemaba por dentro cuando los
dedos de Lewis acariciaron su clítoris.
—Parece que te gusta —sonrió perverso.
—Necesito que lo hagas ya. —Carly quería matarlo—. ¿Tienes
condones? ¡Dime que tienes condones!
Lewis no dejaba de sonreír y, poniéndose sobre ella para llegar hasta la
mesita de noche, abrió el cajón y sacó un preservativo. Volviendo a ponerse
de rodillas entre sus piernas, rompió el envoltorio y empezó a colocárselo
sin dejar de mirarla. Después, en lugar de acercarse él, la cogió por los
muslos y tiró de ella colocándola exactamente donde quería. Puso las
piernas femeninas en sus hombros y la penetró con un movimiento certero.
El cuerpo de Carly respondió al instante y su garganta emitió un largo y
sentido gemido de placer. Lewis se movía con el ritmo constante de un
metrónomo. Cada vez más rápido, cada vez más adentro hasta que estuvo
seguro de que ella estaba donde debía estar y entonces se dejó llevar por su
instinto hasta el final.
2

Nicole entró en la oficina con paso decidido a pesar de los diez centímetros
de tacón que le estaban taladrando la planta del pie. Trataba de caminar lo
más femenina posible y que no se le notara el esfuerzo, pero estaba segura
de que la sonrisa de Mona no era por lo que estaba viendo en la pantalla de
su ordenador.
Cuando estuvo en su despacho respiró aliviada, había hecho el paseíllo
que era lo más difícil. Pocas se atreverían a pasar delante de todas aquellas
expertas y femeninas mujeres acostumbradas a caminar sobre enormes
zancos como si llevaran zapatillas de conejitos.
—¡Pero chica! —Susan cerró la puerta tras ella para que nadie pudiera
escucharla—. ¿Y esos taconazos de dónde han salido?
Nicole miró a su secretaria con cara de aburrimiento.
—Mira, no sé qué me ha pasado esta mañana por la cabeza —dijo,
sentándose.
—Esto es por lo de ayer. —Susan se había acercado a la mesa y se
aguantaba la risa como podía—. Te afectó ver a la abogada de Barber
Atkins derrochando glamur.
Su jefa la miró con ojos asesinos, pero no pudo rebatírselo.
—Pero ¿tú viste aquellos zapatos? —preguntó, acercando la silla a la
mesa y empezando a revolver papeles.
—Me fijé más en sus tetas. Cada vez las hacen mejor, ¿verdad?
Su jefa y amiga la miró curvando una ceja. Que a Susan le gustasen las
mujeres no tenía nada que ver con que tuviese que ser ordinaria.
—No te líes con nada que tienes que ponerte con esto —dijo Susan
haciendo caso omiso a su mirada y dejando una carpeta sobre la mesa.
Nicole la abrió y leyó antes de decir nada.
—¿El caso de Perkins? ¿Te ha dicho Vincent que me lo des a mí?
—Es un caso de difamación, sabías que acabaría en tu mesa —explicó
Susan.
Nicole se apoyó en el respaldo de la silla y miró a su secretaria con
expresión cínica.
—Ya, ya sé que para ti lo importante es que es un caso de Jammie
Perkins —aclaró Susan.
—Y Vincent también lo sabe.
—Ya hace más de tres meses que lo dejasteis… la última vez. —Su
amiga la miró muy seria.
—Que sutil manera de criticarme. Pero al menos esta vez fui yo y no él.
—No quería molestarte. —Su amiga la miró con cariño—. Es un
capullo integral y me alegra que por fin cortaras con él, pero no por eso ha
dejado de ser cliente del bufete.
—Ya lo sé —asintió—, y no pensaba que fuese de otro modo, pero creí
que Vincent me mantendría alejada de él una temporada. Por consideración.
—Vincent me ha dicho que él ha pedido que seas tú quién lo lleve. Le
ha dicho que no quiere ir a juicio y que tú eres una experta en eso.
—Está bien, me portaré como una mujer adulta y seré profesional —
sentenció. Y mirándose los pies añadió—: Y mañana vendré con mis cinco
centímetros de siempre.
—Estoy de acuerdo contigo. Y no te preocupes, si me regalas esos
Pigalle de Louboutin te puedes olvidar de comprarme nada para mi cumple
—dijo Susan caminando hacia la puerta con un suave contoneo de cadera
—. Total, para lo que te van a servir a ti…
Nicole se admiró de que su amiga supiese el nombre de los zapatos y se
maldijo por los quinientos dólares que se había gastado en ellos. Los miró
durante unos segundos, eran realmente preciosos y hacían que sus pies
pareciesen tan bonitos…

Durante todo el día estuvo preparando la demanda contra la empresa


que había creado y comercializado, Magic Gold, por difamación. Magic
Gold era un suero milagroso que se parecía enormemente al que Sunshine,
una de las empresas de Perkins y asociados, llevaba comercializando más
de veinticinco años con el nombre de Skin Velvet. La diferencia más
notable entre ambos productos era el precio. Mientras que Magic Gold no
llegaba a los veinte dólares, Skin Velvet costaba más de setenta.
Nicole tenía sobre su mesa los dos productos que Susan le había llevado
y los miraba con sumo interés.
—Yo he probado los dos —dijo Susan levantando una ceja—, y Magic
Gold es mejor y mucho más barato.
Su amiga la miró incrédula.
—¿Mejor? —Cogió el botecito con un dispensador dorado. Después
cogió la otra botellita con forma de gota, un poco más pequeña y de cristal
—. Skin Velvet lleva un cuarto de siglo en el mercado.
—Lo sé, pero Magic es mejor —insistió su amiga—. Tal y como yo lo
veo, ninguna de las dos sirve para lo que promete la empresa de Perkins,
peeeero Magic es más fresco, más sutil y tiene una fragancia irresistible.
Además, si te fijas en la composición todos los ingredientes son
prácticamente idénticos y están colocados en el mismo orden.
—Y el orden indica la cantidad de producto de cada ingrediente.
—Exacto.
—Lo que los hace prácticamente idénticos —sentenció Nicole.
—Excepto en su olor —aclaró Susan—, y en su precio. Yo, sin duda,
elegiría Magic.
—Por eso se han sentido fuertes y han demando a Sunshine por
publicidad engañosa.
—Pero es que es publicidad engañosa, Nicole —aseveró la secretaria—.
Aseguran que en una semana difumina las arrugas y en un mes desaparecen
por completo.
—Ya —asintió—. Como si algo de lo que dicen los publicistas tuviera
un mínimo de verdad.
—Eso es cierto —concedió Susan.
—Vale —dijo la abogada asintiendo pensativa—. Yo seguiré preparando
la demanda de nuestros clientes por difamación. Tú prepara una reunión
con los de Magic Gold para mañana. Que crean que queremos negociar.

—Perdonen que les haya hecho esperar —dijo Nicole entrando en la


sala de reuniones y yendo a estrechar la mano de los dos directivos de la
empresa que fabricaba Magic Gold: Brigham Goodridge y Phoebe, su hija
—. No encontraba los documentos que dejé preparados ayer para esta
reunión, soy un auténtico desastre.
La abogada se sentó frente a ellos, dejó las carpetas sobre la mesa y
apoyándose en ellas los miró con una enorme sonrisa.
—Soy Nicole Beller, por cierto. ¿Les apetece un café o un té? —
preguntó.
—No, gracias —dijo la joven y acto seguido miró a su padre, que negó
con la cabeza.
Brigham Goodridge parecía en edad de jubilarse y se lo miraba todo
desde una prudencial distancia.
—¿Han encontrado mucho tráfico? —preguntó Nicole—. Le dije a
Susan que les convocara a esta hora porque hay menos coches en la
carretera, no quería que se quedaran atrapados en un atasco.
—No, no —respondió Phoebe—, sorprendentemente ha ido todo muy
bien.
—Pues si no hay nada que les apetezca tomar empezaremos con la
reunión. ¿Les parece?
—Estamos dispuestos a retirar la demanda. —Se adelantó la joven
mientras Nicole organizaba sus carpetas—. Pero solo si Sunshine elimina
de sus campañas publicitarias todo aquello que saben a ciencia cierta que es
falso.
La abogada levantó la vista y mostró una enorme sonrisa.
—Qué amables. Podemos hablar de ello más tarde. En realidad, esta
reunión no es para hablar de su demanda, sino de la de mi cliente.
Había colocado las carpetas sobre la mesa una al lado de la otra y
empezó a hablar señalándolas de una en una.
—Aquí hay una moción de obligación, una de protección, de
sobreseimiento, de jurisdicción, de…
—¿Qué es esto? —preguntó el señor Goodridge visiblemente enfadado.
—¿Por qué van a demandarnos? —preguntó Phoebe con expresión
asustada—. ¡Nosotros no hemos hecho nada malo!
—En realidad, sí lo han hecho —corrigió—. Han robado la fórmula de
un producto a mi cliente. Y no contentos con eso, además, quieren
demandarlo por publicidad engañosa.
Padre e hija se miraron interrogativamente.
—¿Que hemos robado la fórmula? —preguntó la joven.
—Hemos comprobado la composición de Magic Gold y es
prácticamente idéntica de la de Skin Velvet.
—No —intervino Goodridge—, no es prácticamente idéntica, es la
misma.
—Confiesa que robaron la fórmula…
—¡No confieso una mierda! —estalló el hombre.
—Papá… —Trató de calmarlo su hija.
—Señor Goodridge, acaba usted de reconocer…
—He dicho que son la misma fórmula, no que yo la robé —siguió el
anciano—. Esa fórmula es mía, yo la creé y ese malnacido de Perkins me la
robó. ¿Por qué se cree que no me demandó cuando empecé a
comercializarla?
Nicole frunció el ceño desconcertada.
—Es más —insistió el empresario—, estoy seguro de que esto ha sido
obra de ese estúpido de Jammie. Robert jamás se atrevería a demandarme.
—¿De qué está hablando?
Brigham Goodridge se apoyó en la mesa y miró a Nicole a los ojos.
—La fórmula de Magic Gold es mía y puedo demostrarlo —dijo furioso
pero contenido—. Si nunca he denunciado a Robert es porque somos
amigos de toda la vida. Cosa que no le frenó a la hora de coger mi fórmula
y utilizarla sin pedirme permiso.
La abogada sintió que navegaba en aguas pantanosas y reculó
inteligentemente recogiendo las carpetas.
—¿Por qué acusan a Sunshine de publicidad engañosa? ¿No lo son
todas las campañas de cosmética?
—No —negó Goodridge—. Nosotros no engañamos a nadie. Durante
años analizamos el producto, hicimos un estudio profundo y a escala y
decimos que hace exactamente lo que hace, nada más.
Nicole trataba de entender la mente de aquel hombre, pero le resultaba
imposible.
—Sigo sin entender su postura —confesó.
—Mi padre es un hombre de otra época, señorita Beller —explicó
Phoebe después de pedirle a su padre que la dejase hablar a ella—. Cree en
unos valores y principios que ahora no están de moda. Puede soportar que
su amigo de la infancia haya comercializado su fórmula y haya ganado
mucho dinero con ella. Muchísimo, diría yo. Pero lo que no soporta es que
engañe también a los consumidores. Nosotros vendemos el mismo producto
más de cuarenta dólares más barato y, sin embargo, Skin Velvet sigue
siendo el suero más vendido del mercado, muy por encima del nuestro.
¿Sabe por qué? Porque engañan a la gente ofreciéndoles el Santo Grial, el
oro de El Dorado, el Arca…
—Lo entiendo, lo entiendo, no hace falta que me ponga más ejemplos.
Phoebe sonrió y ella y su padre se pusieron de pie para marcharse.
—Hable con Robert Perkins —ordenó Goodridge antes de irse.
La abogada cogió todas las carpetas que había preparado y salió de la
sala de reuniones con un ánimo bélico y peligroso.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Susan al verla aparecer con aquella
expresión.
—Necesito esos zapatos una vez más —dijo Nicole refiriéndose a los
Louboutin que le había regalado esa mañana en su preciosa caja.

Cuando cruzó la acera hasta la entrada de la compañía se sorprendió de


los avances que había logrado subida en aquellos zapatos. Se vio reflejada
en el cristal de las enormes puertas y tuvo que reconocer que no estaba nada
mal. Tenía un cuerpo muy bien formado, con poco esfuerzo conseguía
mantenerse en forma gracias a un excelente trabajo de su metabolismo. No
iba a ningún gimnasio, al contrario que su hermana, odiaba las bicicletas y
todo lo que tuviese que ver con sudar. Le gustaba hacer yoga y lo practicaba
dos veces por semana en el salón de su loft sobre una mullida alfombra
acompañada por uno de esos vídeos tutoriales de muchachas flexibles y
flacas.
Recordó lo que Susan le había dicho y balanceó sus caderas con suave
cadencia, haciendo que la altura de los tacones fuese más fácil de equilibrar.
Subió hasta la última planta, donde estaba el despacho del presidente, y
se dirigió al mostrador de recepción.
—Vengo a ver al señor Perkins. —Mostró una fría sonrisa—. Soy
Nicole Beller, su abogada.
La acompañaron hasta el despacho de Robert Perkins y su secretaria,
Lilith Stuart, la hizo pasar directamente y sin hacerla esperar.
—Nicole. —El empresario se levantó de su escritorio para ir a recibirla
—. Adelante, adelante.
—Gracias por atenderme tan rápido, señor Perkins. —Estrechó su mano
con firmeza—. Creo que el tema así lo requiere.
—Sentémonos.
Robert Perkins era un hombre muy atractivo a pesar de haber cruzado
ya la barrera de los sesenta años. Sus ojos claros se escondían tras unas
rubias pestañas. Era un hombre muy risueño y las marcadas arrugas junto a
sus ojos daban fe de ello. Nicole siempre había pensado que debió ser una
delicia cuando era joven, estaba segura de que el atractivo de Jammie
provenía en su mayor parte de él.
—He venido a hablar de un tema delicado —empezó—. Ayer tuve una
reunión con el señor Brigham Goodridge y su hija Phoebe.
—Ya me he enterado. —Se puso serio.
—Creo que es necesario que me explique…
—Todo lo que le haya dicho Brigham es cierto —atajó el empresario—.
Señorita Beller, ese hombre es el ser más honrado que he conocido en mi
vida y le debo mi empresa y mi fortuna.
Nicole lo miró fijamente esperando que comprendiese lo enorme de
aquella afirmación.
—Es cierto que le robé la fórmula de Magic Gold para crear Skin Velvet
y estoy seguro de que usted sabe que ese producto fue el principio de mi
imperio. La marca Sunshine fue mi estandarte y después llegaron todas las
demás.
El hombre que tenía delante no le parecía a Nicole capaz de robarle la
fórmula a su mejor amigo para enriquecerse a su costa. Perkins se recostó
contra el respaldo del sillón y la miró con una triste expresión.
—Le cuesta creerlo, ¿verdad? Es incomprensible que un hombre capaz
de hacer algo así se atreva a confesarlo en voz alta.
—No es muy normal, me temo —corroboró ella.
—Señorita Beller, ¿ya no es usted la novia de mi hijo?
Nicole negó con la cabeza aún más incómoda si cabe.
—Bien —dijo y la abogada deseó que aquel bien no indicase que se
alegraba por ello, aunque tampoco sería nada raro—. Le voy a contar el
motivo por el que hice una canallada como esa.
—No tiene por qué decirme…
—Quiero hacerlo —confesó—. Después de hablar con Brigham me
sentí… ¿Cómo se lo explico? Consciente. Como si alguien hubiese
encendido la luz de pronto y comprendiese entonces que había estado a
oscuras todo el tiempo. Sé que no es correcto y si le molesta no lo haré,
pero permítame que se lo pregunte: ¿Le importa que fume?
Nicole sonrió y negó con la cabeza al mismo tiempo.
—Adelante —animó.
—Prometo no echarle el humo —dijo Perkins encendiendo un cigarrillo
—. Brigham y yo crecimos juntos. Vivíamos en un barrio de Brooklyn y
teníamos grandes sueños. En la universidad conocimos a Rebecca Cohen.
Yo me enamoré de ella enseguida. Él tardó un poco más. Al principio, como
él no le hacía caso, parecía que Rebecca se interesaba por mí. En esa época
todo el mundo decía que yo era el guapo de los dos. Él era el listo. Siempre
estaba haciendo experimentos en el laboratorio de la universidad, desde crío
tuvo claro que quería ser químico. Aún recuerdo el día que se presentó con
la fórmula de Magic Gold, estaba convencido de que era el mejor suero
facial que se había inventado nunca, pero no tenía ningún interés en hacer
nada con él, así que me dijo que guardase yo la fórmula porque él seguro
que acabaría perdiéndola. —Robert Perkins la miraba con los ojos de quién
está viajando a sus recuerdos—. La primera en probar esa fórmula fue
Rebecca. Yo la fabriqué para ella. Compré todos los ingredientes y pasé
horas haciendo las mezclas. Tardé días porque tal y como Brigham lo había
formulado no quedaba con la consistencia adecuada. Me di cuenta de que el
proceso era importante y el orden de las mezclas también. Tal y como él lo
formuló produciría el mismo efecto en el rostro, pero su aspecto sería poco
apetecible. Yo quería que Rebecca lo viese como un regalo, no como un
mejunje raro. —El anciano suspiró con tristeza—. Esos días en los que yo
no estuve con ellos les sirvieron para darse cuenta de que sentían algo el
uno por el otro y, cuando regresé con mi botecito milagroso para ella, me
dieron la gran noticia.
Nicole imaginó la escena y sintió compasión por aquel joven Robert.
—¿Aun así le dio el producto? —preguntó con curiosidad.
—Sí, se lo di, pero ninguno de los dos le hizo ningún caso. Recuerdo
que ella se puso una pequeña cantidad en el dorso de la mano y dijo que era
agradable y olía bien, pero después nunca volvió a utilizarlo. No creyó que
valiese nada. —Aspiró con fruición su cigarro y soltó después el humo por
la nariz—. Pasaron los años, Brigham y Rebecca se casaron y se marcharon
a vivir a Pensilvania. Él encontró trabajo en una petrolera y se olvidó del
suero milagroso y de sus otros experimentos. Yo, en cambio, seguí
investigando en el terreno de la cosmética facial. Quería montar mi propia
empresa y dedicarme a ello profesionalmente. Casi había olvidado aquella
fórmula y un día apareció la composición entre mis papeles. Fue como si se
encendiese una luz en mi cerebro.
—¿Por qué no habló con Brigham? —preguntó ella esforzándose en no
sonar crítica.
—¡Pero si lo hice! —Se rio Robert Perkins—. Fui a verle a Pensilvania.
Rebecca y él tenían dos niños preciosos y una casa adorable. Vivían en una
bonita urbanización y se les veía muy felices. Le expliqué lo que pensaba
hacer, que fabricaría el suero y trataría de venderlo a alguna compañía de
cosméticos. Se rio —asintió sin apartar la mirada de los ojos de Nicole, que
estuvo segura de que decía la verdad—, me dijo que adelante, que lo
fabricase y que no se lo vendiese a nadie, que montase mi propia empresa.
Te harás rico, Robert, me dijo convencido.
—¡Entonces no se lo robó!
El empresario se llevó el cigarrillo a la boca y dio dos caladas antes de
responder.
—Él no creyó que conseguiría nada con eso —explicó—, no me tomaba
en serio. Años después me lo dijo. Pensó que seguía aferrado a mis sueños
porque estaba solo. Él me compadecía porque sabía lo que yo sentía por
Rebecca.
—¿Aún la amaba? ¿A pesar de los años?
Robert asintió.
—Nunca he dejado de amarla. Por eso mis matrimonios no funcionaron,
siempre quería que fuesen ella.
—Pero él le dio permiso, no importa lo que pensara.
—A mí sí me importa. —Apagó el cigarrillo en el cenicero—. Además,
vino a verme. Cuando Skin Velvet ya se vendía en todos los salones de
belleza y todo el mundo hablaba del suero milagroso de Sunshine, Brigham
se presentó en mi casa. Necesitaba ayuda, su mujer estaba enferma de
cáncer. ¿Te imaginas lo que sentí? ¡Rebecca enferma de cáncer! Entonces
cáncer era sinónimo de muerte segura. Fue un mazazo horrible. Brigham
me dijo que el suero era suyo y que tenía que ayudarle con el tratamiento
porque era carísimo. Le dije que sí, que yo pagaría todos los gastos, pero
que a partir de ese momento jamás volvería a repetir que el suero era suyo.
No pretendía estafarlo, tan solo creía que no habría sido justo que después
volviese para recuperarlo. Me dio su palabra y la ha cumplido.
—Hasta ahora —dijo Nicole, que ya no tenía tan buena opinión de
Brigham Goodridge.
—Incluso ahora —contradijo—. Sé que nunca lo hará público.
—De algún modo lo ha hecho —corrigió ella con tristeza, sabía que ese
hombre necesitaba aferrarse a la idea que tenía de su amigo, pero ella era su
abogada y debía decirle la verdad—. Al fabricar el mismo suero está
poniéndolo en evidencia y al venderlo más barato está haciendo
competencia desleal.
—Es cierto, y lo sé, no piense que me engaño. Pero no ha conseguido lo
que esperaba. Las clientas siguen prefiriendo Skin Velvet, no necesito
publicidad engañosa.
—Pero quizá, si abandona esa publicidad, las clientas acaben dándose
cuenta de que pueden conseguir un producto idéntico mucho más barato.
—Nunca será idéntico —explicó Robert—. Brigham ha fabricado el
suero que él creó. Con la ayuda de su hija ha conseguido una textura y
aroma mucho más agradable que el original, pero aun así no es exactamente
igual al mío porque yo introduje una serie de variables en el original
pensando en Rebecca, ¿lo recuerda?
Nicole asintió.
—Ahora sé cuál es la solución a este problema y su bufete será el
encargado de redactar los documentos que lo harán posible.
3

Lewis iba saludando a todo el mundo según avanzaba por el backstage. En


ese mundillo todos se conocían y alguna que otra vez habían trabajado
juntos. Llegó hasta el camerino de John y tocó a la puerta. Cuando Luke
abrió tuvo un pequeño sobresalto, como cuando estás ante algo que no
encaja.
—¿Luke? —dijo en voz alta.
—Lewis, ¿qué haces aquí? —preguntó su antiguo mánager.
—Deja que pase. —Se escuchó la voz de John dentro.
Luke se apartó para dejarle pasar y Lewis entró sin sacar las manos de
los bolsillos de su cazadora.
—Muchas gracias, Rita —dijo John a la maquilladora para que los
dejase solos.
—¿Ahora eres su mánager? ¿Es eso? —No había rencor en su voz, tan
solo sorpresa.
—John y yo nunca perdimos el contacto —explicó el interpelado.
Lewis torció la sonrisa.
—Lo entiendo —aclaró—, dejaste bien claro tu opinión sobre el resto
del grupo.
—No dije nada que tú no hayas visto. —Si había algo que caracterizase
a Luke Shepley, era su absoluta franqueza—. Me despedisteis porque no
creía en el grupo, pero nunca os mentí, lo que yo veía también lo veías tú,
aunque te empeñes en negarlo.
—He venido a hablar con mi… amigo. —Hizo una pausa antes de la
última palabra con la vista clavada en John.
—Déjanos solos, Luke —pidió John sin apartar la mirada—, Lewis sabe
que soy más fuerte que él.
—Sale en media hora —advirtió el mánager mirando a Lewis—. Me he
alegrado de verte.
—¿Nos sentamos? —John señaló un destartalado sofá y varias butacas.
Lewis se sentó en una de ellas y esperó a que su amigo hiciese lo
mismo.
—¿Una cerveza? —preguntó el solista.
Su amigo asintió y esperó a que pusiese el botellín en su mano y se
sentara.
—Siento como han ido las cosas —empezó John.
—Hablamos el día de Navidad —respondió muy serio.
—Estabas con tu familia, no podía darte ese disgusto…
—Era mejor esperar a que volviese.
—¡Sí! Claro que era mejor. Acababas de saber que tu padre había tenido
un infarto.
Lewis dio un trago a su cerveza sin dejar de mirar a su amigo.
—Al final va a resultar que tengo que darte las gracias.
—No es eso, Lewis. —Se llevó la mano a la cabeza y lanzó una
blasfemia al notar la cera que Rita le había puesto—. No soporto estas cosas
en el pelo.
—Córtatelo. —Levantó una ceja.
—Escucha —pidió su amigo mirándolo a los ojos—. No quiero que
pienses que no tuve dudas. Le di muchas vueltas antes de tomar la
decisión…
—¿Crees que no entiendo que quisieras dejarlo? ¡Hace meses que hablo
contigo sobre ello! ¿Y me dijiste algo? ¡No! —Dejó la botella sobre la mesa
y miró a su amigo con una dura expresión—. No me vengas con tus
mierdas. No me importa si tenías dudas, ni siquiera me importa que dejes el
grupo. Lo que no te perdono es que no me lo contaras antes. Si querías
dejarlo, pues hablas con nosotros para que ideemos una estrategia. No nos
dejas con el culo al aire y sin salida.
—Adam y Stan no estaban preparados…
—Vete a la mierda. —Se puso de pie—. Pero ¿tú te escuchas cuando
hablas? ¡Nos has dejado con un marrón impresionante! ¡Atados de pies y
manos sin poder maniobrar, a expensas de lo que quiera la discográfica!
—Carly lo hará bien.
Lewis abrió la boca, pero no le salieron las palabras. Se puso las manos
en la cintura, nunca sabía qué hacer con ellas cuando no sostenían una
guitarra. Se miraron durante unos segundos hasta que negó con la cabeza y
caminó hacia la puerta. John no lo detuvo y vio como su amigo salía del
camerino y cerraba la puerta tras él con suavidad. Hubiera preferido un
sonoro portazo, su ánimo lo habría recibido mejor que aquel silencioso
desprecio.

—Carly —dijo Aurelio Prevost, el productor del grupo, activando el


micrófono de la sala—, vamos a repetir esta parte, pero te pido que no
arrastres la voz. Esa es una marca demasiado personal y aquí necesitamos
un poco de ambigüedad.
La cantante asintió y se volvió a colocar los cascos. Sonrió al ver que
Lewis entraba en el despacho y le hizo un gesto con la mano a través del
cristal.
—¿Cómo va? —preguntó el guitarrista.
—Bien —respondió Aurelio sin demasiada convicción.
Lewis se sentó junto a él en la mesa de mezclas y se colocó de lado para
que Carly no viese sus labios.
—No funciona, ¿verdad?
—Yo soy un mandado, Lewis —dijo el otro sin mirarlo.
—Aurelio, nos conocemos hace años, no me vengas con esas.
—Tiene un registro muy personal. Es una mezcla entre Dolores
O'Riordan y Miranda Lambert. Sus agudos son una pasada y sus graves te
sacuden por dentro.
—Es demasiado buena —sonrió y se volvió a mirarla mientras cantaba.
Carly lo miraba también y estaba claro que estaba cantando para él.
—No creo que los fans de Little Town quieran esto —sentenció Aurelio.
Lewis no lo contradijo.
Cuando terminaron de grabar Lewis se ofreció a acompañar a Carly y
ella lo convenció de ir a cenar juntos. En la puerta del estudio esperaba un
grupo de fans que los abordó en cuanto estuvieron a su alcance.
—Ha sido por su culpa, ¿verdad, Lewis? —aseguró una joven con una
preciosa trenza espigada, señalando a Carly con el dedo—. ¿Cómo habéis
podido hacernos esto?
—¿Disculpa? —El músico sonrió sin ganas obligándose a recordar que
solo era una cría.
—John era el alma del grupo y lo habéis echado. Tú no eres así, Lewis,
no puedes traicionar a tu mejor amigo por… esta.
—¡Oye, niña! —exclamó Carly —. ¿Cómo te…?
Lewis la cogió del brazo con suavidad pero con firmeza.
—Entiendo que estéis molestas, yo también lo estoy. Como has dicho,
John era el alma del grupo y nos sentimos huérfanos sin él, pero ha sido su
decisión y debemos respetarle.
—¡No! —exclamó otra chica detrás de la que había tomado la iniciativa
—. Tiene que volver ya. Little Town no es nada sin él y nosotras os
queremos a los cuatro juntos.
—Bueno, si se va Adam podríamos soportarlo, es el que menos talento
tiene —dijo una pelirroja con la cara llena de pecas—. Pero John, de
ninguna manera, Lewis, tienes que hacer que vuelva.
¿Adam era el que menos talento tenía? Lewis apretó los dientes. Adam
era uno de los mejores baterías que había en ese momento en el country.
Pero a esas entregadas fans solo les importaba John. La familiaridad con la
que le hablaban, como si lo conocieran de toda la vida, ya no le irritaba
como al principio. Entonces se disgustaba y su amigo tenía que frenarlo
para que no dijera lo que pensaba. Las fans de Little Town eran niñas, se
dijo, adolescentes que pensaban que esos cuatro tipos que cantaban sus
canciones les pertenecían de algún modo. Respiró despacio, tratando de
mantener la calma, hacía mucho tiempo que ya no quería nada de aquello.
En realidad no lo había querido nunca, pero ahora le resultaba insoportable.
—Vamos a cenar que hemos trabajado mucho y necesitamos descansar
—dijo para despedirse.
—¿Con esta? —preguntó la de la trenza.
—Oye, niña, ¿quién te has creído que eres para hablarme así? —Carly
ya no pudo aguantarse más—. Si tanto os gusta John id a molestarlo a él y
preguntarle por qué narices dejó al grupo colgado y sin avisar. Yo estoy
aquí para ayudar, que lo sepáis, y me importa una mierda si os sentís
decepcionadas. Bienvenidas al mundo real.
La que parecía la portavoz del grupo se giró hacia una de sus amigas.
—¿Lo has grabado?
—Todo.
Carly empalideció y Lewis hizo un ligero gesto de disgusto.
—Bórralo ahora mismo —exigió Carly.
La chica con el móvil dio un paso atrás y las otras la protegieron.
—¿No quieres que todo el mundo sepa lo cabrona que eres? Pues ya es
demasiado tarde.
Carly miró a Lewis como si él pudiese hacer algo.
—No hagáis esto, por favor —pidió el músico—. Vais a perjudicar al
grupo y estamos muy tocados por la marcha de John.
—Cuando todo el mundo vea quién es esta harán que vuelva. No te
preocupes, Lewis, nosotras lo resolveremos. Vamos, chicas.
—Menuda zorra —masculló Carly con mirada asesina.

—Es lo que tiene pertenecer a un grupo que atrae a fans tan jóvenes —
explicó Lewis cuando ya estaban en el restaurante—. Nunca me gustó, no
me siento cómodo siendo adulado o apaleado según su percepción de lo que
haces. La mayor parte del tiempo te adoran, pero el odio está muy cerca
siempre, amenazando. Y luego están los rumores, las noticias falsas… Se
inventan de todo. Cada vez que hablo con una cantante es mi novia.
Después de grabar el videoclip de Dust con JT dijeron estábamos liados.
—Es que JT es gay.
—Ya, pero yo no.
Carly asintió comprensiva mientras jugaba con la servilleta.
—No puedo decir que esas cosas también me hayan pasado a mí, aún no
me conoce nadie, pero lo cierto es que lo aceptaría con gusto por tener un
poco de la fama que vosotros tenéis. —Lo miró con los ojos brillantes por
la ansiedad—. Llevo mucho tiempo soñando con esto, ¿sabes? Con que me
paren por la calle, que mis padres me vean por televisión y se sientan al fin
orgullosos de su hija. ¿Y qué hago? La cago a la primera ocasión.
—No estabas preparada —sonrió Lewis—, pero no te agobies, no es tan
malo como piensas. De hecho, habrá muchos fans que se pondrán de tu
parte. Esos serán los primeros de una larga lista, ya lo verás. Así es como
funciona esto. No le puedes gustar a todo el mundo, pero siempre habrá
alguien a quien le gustes.
—Menos mal que Adam no ha oído lo que han dicho.
—¿Te crees que no se lo han dicho a él? En una firma de discos llegó
una fan, se paró delante de él y le dijo que era el más feo del grupo y que no
aportaba nada. Así, sin anestesia ni nada. Adam se encogió de hombros y
respondió que ya lo sabía, pero que alguien tenía que tocar la batería y que
él era el único de los cuatro que sabía tocarla.
—Bien por Adam.
—Sí, bien por Adam —afirmó Lewis. Pero la situación fue una
verdadera mierda.
—Dejemos de hablar de esas estúpidas y disfrutemos de la cena —dijo
Carly poniendo su mano sobre la de él—. Y de lo que vendrá después de la
cena.

—Anda, salgamos esta noche. —Carly lo miraba con aquella expresión


desvalida y Lewis se sentía como un anciano seduciendo a una jovencita.
Acababan de hacer el amor y el cuerpo, desnudo y perfecto, de la
cantante descansaba sobre el suyo.
—Quiero ir a algún sitio y bailar y emborracharme —insistió ella—.
Nunca te he visto borracho.
Lewis sonrió y le apartó el pelo de la cara.
—Quería trabajar esta noche —rebatió.
—¡No, porfa! —pidió, colocando la boca como hacen los niños
pequeños cuando quieren algo que no les dan.
—Está bien, saldremos. ¿A dónde quieres ir?
—Vamos al Dark Roses y luego ya veremos. —Carly se levantó de la
cama y se dio una sonora palmada en el trasero—. Este culito quiere
marcha. ¿Te vienes a la ducha?
—¿Te refieres a esa clase de marcha? —dijo él con una sonrisa
divertida.
—Menos lobos, Caperucita —señaló el miembro viril que descansaba
agotado sobre su muslo—. Ya sabes que yo estoy dispuesta…
Lewis la vio desaparecer hacia el baño, se puso un brazo bajo la cabeza
y cerró los ojos. Llevaban dos días retozando como conejos y entendía que
Carly quisiera salir, pero lo último que le apetecía era ir de marcha. ¿Se
estaría haciendo viejo? Bajó los pies al suelo y apoyó los codos en los
muslos. ¿Cuándo se iba a librar del desánimo? John les había hecho una
putada, era cierto, pero él no era esa clase de persona que se amilanaba con
las dificultades. Le dolía lo que había hecho su amigo, más por lo de amigo
que por lo del grupo. Pero ¿acaso podía culparlo? Vio una salida y la tomó.
¿Qué habría hecho él en su situación?
Se apartó el pelo de la cara y cogió el móvil de la mesilla. Tenía cinco
llamadas perdidas de Niall. Apretó el botón de rellamada y esperó.
—¿He sido muy pesado? —preguntó su hermano al descolgar.
—¿Pasa algo grave? —sonrió—. ¿Olivia ha vuelto a dejarse la puerta
abierta y han entrado a robar?
—Muy gracioso.
—Supongo que me llamabas para algo.
—¿Cuándo te coges las vacaciones? —preguntó Niall, que tenía los
dedos cruzados.
—Yo nunca cojo vacaciones, Niall, soy músico.
—Cierto.
—¿Me necesitas para algo?
—A ver, técnicamente no te necesito. No es una necesidad propiamente
dicha, ya sabes, algo ineludible y eso…
—¿Quieres ir al grano? Tengo que vestirme para salir.
—Vale. Tengo que ir a París para un evento de moda en un par de
meses…
—Que guay —dijo su hermano con ese tono que ponen los hermanos
cuando se están riendo del otro—. ¿Y no sabes qué ponerte?
—Muy gracioso, imbécil —escupió—. Es un evento que dura una
semana y tendré sesiones de fotos de unas dos horas cada día.
—No veas qué curro —siguió Lewis con la broma—, está claro que os
explotan, tío, ¿ya estás sindicado?
—¿Quieres dejar la tontería para tu ligue? Seguro que a ella le pareces
muy gracioso.
—Pues tienes razón —respondió el músico.
—Escucha y calla —ordenó, apretando más los dedos—. Olivia y yo no
tuvimos un viaje de novios como Dios manda y se me ha ocurrido que
podría venirse conmigo a París.
—¡Qué práctico! —Se rio Lewis—. ¿Y me llamas para contármelo?
—No, te llamo para pedirte ayuda.
—¿No sabes comprar un billete de avión?
—Con tus sobrinos.
Lewis frunció el ceño desconcertado.
—¿Con mis sobrinos?
—Si fuese época de vacaciones podríamos dejarlos a todos en casa de
papá, con Pierce y Sara, pero hay clases y Olivia no aceptará que alteremos
su rutina.
—Olivia es inteligente —apuntó su hermano.
—Quiero hacer ese viaje, Lewis, me apetece muchísimo.
—Yo no puedo ocuparme de cuatro críos, Niall, ¿cómo se te ocurre?
—No estarías solo. —Soltó los dedos que había apretado tanto que le
dolían—. Después de hablar contigo llamaré a Nicole y le pediré lo mismo.
—¿A Nicole? ¿Quieres que Nicole y yo nos ocupemos de tus hijos una
semana? Pero ¿tú te has tomado algo?
—Ya sé que no os caéis muy bien, pero…
—¿Que no nos caemos muy bien? Es una borde adicta al trabajo y con
menos sex-appeal que un puerco espín.
—Y no le gusta la música country —añadió su hermano, que sabía que
esa era la razón principal de su antagonismo.
—Tú viste lo que dijo. —La caja de los truenos ha sido abierta, señores
—. ¡Delante de toda la familia! Oía las risas de Pierce desde la calle cuando
me fui de tu casa.
—Te lo tomaste muy a pecho. Nicole es una persona directa que dice lo
que piensa. Y divertida, porque no me negarás que fue divertido, yo aún me
río cuando me acuerdo.
—Gilipollas.
—Pero ¿sabes qué más es? Pues es la mejor tía para sus sobrinos.
—Que no, tío, que no me paso una semana con esa en tu casa ni harto
de vino.
—Ok. —Fingió darse por vencido—. Pues nada de viaje.
—Vamos, Niall, no seas capullo. Seguro que encuentras otro modo…
—Sí, sí, no te preocupes, no es problema tuyo. Yo soy el que tiene una
familia numerosa. Tú puedes disfrutar de tu libertad como soltero que eres y
no tienes por qué ayudar a tu hermano que, después de todo, se metió en
este lío porque quiso. Y oye, que no me quejo, soy muy feliz con mi
familia. No todo el mundo puede ir a París con su mujer y no pasa nada.
—Está bien —claudicó Lewis.
—¿Qué?
—Que está bien. Si no encuentras otro modo, iré. Mándame las fechas y
lo arreglaré todo. ¿Puedo ir con alguien?
—¿Con alguien? ¿Te refieres a un ligue? Espero que no te estés
refiriendo a traerte un ligue a mi casa, con mis hijas…
—No he dicho nada —dijo con aburrimiento—. Y ahora te dejo que
estoy desnudo en mi habitación de soltero porque acabo de tener el sexo
más alucinante que puedas imaginarte con un pibón de diez.
—Vete a la mierda.
—Yo también te quiero.
Colgó el teléfono y se quedó mirando la pantalla unos segundos. ¿De
verdad había dicho que sí?
—¿Todavía estás así? —Carly apareció con el cuerpo brillante por el
aceite con el que se había untado.
—Me parece que vas a necesitar otra ducha. —Apoyó los codos en la
cama para mostrarle sus atributos en plena forma.
Carly sonrió con picardía y no se hizo de rogar.
4

—Está con una llamada importante —se disculpó Sandra.


—Esperaré —dijo Jammie con su teléfono en la mano—. Aprovecho
para leer los correos que siempre se me acumulan.
Cuando Nicole salió de su despacho y lo vio allí sentado no pudo evitar
pensar en lo guapísimo que era. Sin duda, Jammie Perkins era el hombre
más guapo de todo Nueva York. Su belleza iba mucho más allá de una cara
bonita. Era guapo de cara, tenía un cuerpo espectacular y una simpatía
natural capaz de desarmar a cualquiera. Pero también era inteligente,
divertido e intrépido, lo que lo convertía en un auténtico monstruo de ligar.
Nicole carraspeó con disimulo y forzó una sonrisa.
—Hola, Jammie —saludó—, perdona que te haya hecho esperar.
Adelante.
—Gracias, Nicole. —Cerró la puerta cuando estuvieron dentro.
—¿Te apetece tomar algo? —preguntó ella.
—No, gracias. He venido a hablar de la demanda contra Magic Gold.
Quiero saber cómo lo llevas y asegurarme de que no iremos a juicio.
—No, no iremos a juicio porque no habrá demanda.
El hombre frunció el ceño, molesto.
—¿Qué?
—Deberías habernos contado toda la historia. Me hiciste quedar como
una imbécil delante de esas personas.
—¿De qué estás hablando?
—Brigham Goodridge y tu padre son amigos de la infancia y la fórmula
de Magic Gold es suya.
—Todo eso son estupideces de viejos —argumentó Jammie moviendo
la cabeza con expresión de desprecio—. Nos han calumniado y demandado
y quiero devolvérsela.
—¿Por qué ese odio? Te digo que no hay caso.
—¿No hay caso? ¿Estás segura? ¿Has hecho bien tu trabajo? Espero que
nuestras diferencias personales no hayan afectado a tu profesionalidad.
Nicole respiró despacio y de manera silenciosa como hacía siempre que
estaba cerca de perder los nervios y sabía que no le convenía.
—¿Te parece que nos sentemos? —Ofreció, señalando la zona de
descanso de su despacho—. Estaremos más cómodos.
—Pídeme un café. —Cambió de opinión—. Necesito algo en las manos.
Nicole esperó hasta que Sandra llevó los cafés para retomar el tema.
—Después de la reunión con Goodridge hablé con tu padre —empezó.
—Lo sé. ¡Lo que no sé es cómo te atreviste! —exclamó furioso.
—Robert Perkins es nuestro cliente, no tú. —Nicole no se alteró lo más
mínimo—. Debía saber su opinión sobre el tema ante de hacer algo de lo
que tuviésemos que arrepentirnos.
Jammie apretó los labios tratando de contener sus emociones.
—¡Lo sabía! —dijo, mordiendo las palabras—. Sabía que estarías
resentida.
—No estoy resentida —contestó con aparente frialdad—. Lo que
ocurrió entre nosotros no ha tenido nada que ver en esto.
La imagen de Jammie en la cama con Leilani MacKenzie se materializó
clara y nítida frente a ella. Tenía muy buena cabeza para los nombres y las
caras, nunca olvidaba ni lo uno ni lo otro, pero no tenía ni idea de quién era
aquella veinteañera con unas tetas de infarto y capaz de caminar sobre trece
centímetros con la misma soltura con la que la había visto cabalgar sobre el
que había sido su novio, de manera intermitente, los últimos dos años.
—La guerra de esos dos hace años que dura. —Jammie recuperó la
compostura—. Y estoy harto de aguantar las estupideces de ese viejo cada
vez que coincidimos en algún lugar.
—¿Estás hablando de Brigham Goodridge?
—¿De quién si no?
—Tu padre quiere que redacte un contrato para ellos —explicó Nicole
—. Quiere llegar a un acuerdo para comercializar los dos productos, el suyo
y el vuestro. Uno sería low cost y el otro de lujo. Además, se compromete a
cambiar la campaña publicitaria del producto evitando hablar de su «efecto
milagroso».
Jammie entrecerró los ojos mirándola con atención.
—¿Ha sido idea tuya?
—No. Tu padre ya lo tenía todo pensado cuando fui a verle.
—Goodridge no aceptará. He intentado hablar con él muchas veces y no
quiere saber nada de mí.
—Tu padre hablará con él. —Lo tranquilizó.
Él movió la cabeza negativamente, no le gustaba nada la idea.
—¿Te ha contado la historia? ¿Lo de que estuvo enamorado de
Rebecca?
Nicole asintió.
—Pero eso fue antes de conocer a tu madre —dijo la abogada—. No
tienes por qué guardarle rencor.
—Son negocios, Nicole, no tiene nada que ver con lo que yo siento por
esa familia.
La abogada lo miró interrogadora, estaba claro que allí había algo que
se le escapaba, pero también lo estaba el hecho de que él no iba a
contárselo.
—¿El contrato no nos perjudicará? —preguntó muy serio y Nicole
respondió negando con la cabeza—. ¿Estás segura?
¿Estás tú seguro de que si pones el ojo en una fémina ésta caerá de
rodillas a tus pies y te hará una…?
—Estoy segura. —Apartó aquella imagen de su cabeza.
—Entonces convoca una reunión con ellos en cuanto tengas el contrato
redactado. Pero cuenta conmigo, no dejaré que mi padre se enfrente a ese
hombre solo.
—Perfecto. —Se puso de pie.
Jammie también se levantó, pero en lugar de caminar hacia la puerta se
acercó a ella.
—Estás muy guapa —dijo con aquella voz tan seductora y una mirada
que quitaba el aliento—. ¿Te has hecho algo en el pelo?
Nicole se ruborizó, muy a su pesar, y sintió que el calor la arrollaba
como una ola gigante.
—Está como siempre —respondió con timidez.
—No lo creo, tiene un brillo especial… —Apartó el pelo de su cara,
rozándola con un dedo—. ¿Estás saliendo con alguien?
—Nnnno. —Se apartó nerviosa.
—¿Por qué no quedamos para cenar? —preguntó él—. Conozco un sitio
nuevo. Y luego podríamos ir a mi casa.
—Jammie… —Lo miró molesta.
—¿Todavía no me has perdonado? Ya hace tres meses que lo dejamos y
en este tiempo te he echado mucho de menos.
—No hay nada que perdonar —dijo, incómoda por la situación—. Lo
nuestro se acabó.
—No digas eso. —Estaba utilizando todos sus trucos: la caída de ojos,
morderse el labio, inclinar la cabeza.
Ella apartó la mirada, no podía dejar de pensar en lo guapísimo que
estaba y en las ganas que tenía de que la rodease con sus brazos.
—Será mejor que te marches antes de que entre Susan.
—¿Te acuerdas aquella vez que nos pilló haciéndolo en ese sofá? —
señaló el mueble.
Nicole sintió que todo su cuerpo se ruborizaba al recordar la escena.
Susan no tenía que estar en la oficina, no había nadie a esa hora…
—Me muero por hacértelo ahora mismo —susurró él acercándose
peligrosamente.
La abogada se dio la vuelta para caminar hacia la puerta, pero él la
agarró por la cintura y la atrajo acoplándola contra su cuerpo.
—¿La sientes contra tu trasero? —susurró en su oído—. Pobrecita,
quiere volver a casa. Te echa tanto de menos…
El corazón de Nicole bombeaba sangre con fuerza aumentando de
velocidad por momentos. Estaba muy excitada y apenas podía respirar.
—Quedemos esta noche —siguió susurrando en su oído—. Cenaremos,
charlaremos y después… Prometo dedicarme por completo a ti. Te daré
tanto placer que mañana estarás afónica de tanto gemir.
Haciendo acopio de toda su resistencia se apartó de él y bajándose la
falda de tubo caminó hasta la puerta. Respiró hondo antes de abrirla.
—Estaremos en contacto, señor Perkins. —Puso su mejor y más falsa
sonrisa—. Susan, ¿acompañas al señor Perkins a los ascensores, por favor?
—Por supuesto —dijo su secretaria.
—Te llamaré —advirtió él cuando le estrechaba la mano sin apartar sus
ojos de ella.
Nicole entró de nuevo en el despacho y cerró la puerta apoyándose en
ella. Si esa noche se presentaba en su casa, caería rendida a sus pies.
—Lewis es un buen tío —Olivia hablaba con su hermana mientras
preparaba la cena para las niñas.
—Le caigo fatal —apuntó Nicole—. ¿Cómo vamos a pasar juntos una
semana? Estás loca.
—No le caes mal. Es cierto que fuiste un poco borde con él.
—¿Borde? ¡Qué dices!
—Dijiste barbaridades de la música country.
—¿Barbaridades? Dije la verdad, lo que piensa cualquier persona que
entienda un poco de música.
—Nicole…
—¿Qué? —Trataba de que no se le notara la risa.
—Le dijiste que podías componer una canción country en dos minutos y
te pusiste a cantar aquello sobre un camionero enamorado al que su novia
dejaba por un tío que tenía un rancho.
—No digas que no fue ingenioso. —No podía aguantarse ya la risa—.
Yo creo que lo que más le dolió fue que utilizase la música de una canción
de Taylor Swift.
—Eres muy mala, hermanita —reconoció, sujetándose la mandíbula
para no romper a reír.
Nicole abrió la bolsa de plástico y vertió las verduras en la ensaladera.
—¿Qué es ese ruido? —preguntó Olivia.
—Mi cena.
—¿Tu cena suena así?
—Así suena la bolsa en la que vienen las verduras de mi ensalada.
—¿No puedes comprar verdura fresca?
—En mi casa no hay nada fresco, ya lo sabes, se pudriría.
—¿Te has acostumbrado ya a tu loft? —Olivia se sirvió una copa de
vino—. Cas, estoy hablando con la tía Nicole de cosas personales y tengo el
manos libres puesto para poder cocinar, saluda y vete de la cocina.
—Hola, tía Nic —dijo Cas sonriéndole al teléfono.
—Hola, preciosa. ¿Qué tal el trabajo de español?
—Me han puesto matrícula.
—Te lo mereces —respondió su tía en español.
—Estoy de acuerdo. —La niña utilizó el mismo idioma.
—Anda, ahora déjanos —dijo Olivia llevándola hasta la puerta—, ve
con tus hermanas y diles que en quince minutos estará la cena.
—¿Ya estamos solas? —preguntó Nicole.
—Sí. ¿Quieres contarme algo?
—Sí.
—Pero antes respóndeme a lo que te he pedido, ¿te vendrás una semana
para que tu hermana pueda ir a París con su marido y recordar lo que es
tener sexo en cualquier lugar y a cualquier hora sin temor a provocar un
trauma a unas preadolescentes?
—Claro que iré, cuenta conmigo. Siempre que convenzáis a Lewis, no
quiero comerme el marrón sola.
—Tranquila, Lewis ha dicho que sí. Y ahora, cuéntame.
—He visto a Jammie —explicó con expresión desconcertada al saber
que el hermano de Niall había aceptado. No imaginaba lo que le habría
dicho su hermano para convencerlo. Quizá lo había amenazado con contar
algún secreto inconfesable de esos que solo saben los hermanos.
Olivia se apoyó en la encimera con la copa en la mano.
—¿Por trabajo? —preguntó, ajena a los pensamientos de la abogada.
—Sí, quería que pusiéramos una demanda y pidió que me encargara yo.
—¿Y tu jefe aceptó? ¿Es imbécil o qué le pasa? —Olivia acercó el oído
al móvil que descansaba sobre la encimera de cuarzo de su cocina y
escuchó—. ¿Estás cortando las verduras con una tijera? ¿No te he dicho un
millón de veces que así no se hace una ensalada?
—Un millón una —respondió la otra riendo—. Nunca harás de mí una
buena cocinera, hermanita. Y no conquistaré a ningún hombre por el
estómago.
—No necesitas conquistar a ningún hombre —dijo su hermana—, lo
que necesitas es darte cuenta de la suerte que tendrá el que te conquiste a ti.
—Sí, claro. Tendrías que haber visto la pinta que tenía con los
Louboutin que me compré.
—Seguro que estabas de lo más sexy. —Olivia sonrió.
—¿Sexy? Si un pato te parece sexy…
—Niall te manda cariños —dijo Olivia y Nicole escuchó un sonido que
identificó como un beso.
—Dejad de morrearos mientras hablamos —bufó, enfadada—, ¿no
podéis estar unos minutos sin sobaros?
—Si te parece que nosotros somos empalagosos tendrías que ver a Sara
y Pierce —intervino Niall.
—Gracias, eso me anima mucho. —Miró las destrozadas verduras con
aprensión.
—No seas tonta. —Olivia apartó a su marido y se centró en su hermana
—. Eres una mujer preciosa, una abogada magnífica y por fin has dejado de
vivir con papá y mamá, ¿qué más se puede pedir?
—No te creas —la cortó—, cada día me arrepiento más de esa decisión.
Este loft es muy moderno y elegante al mismo tiempo, pero yo añoro mi
cuarto en casa. Y a mamá y papá. —Miró la que iba ser su cena—. Y su
pescado al horno, sobre todo al horno.
—¡Ni se te ocurra! —exclamó Olivia—. Necesitas intimidad. ¿Cómo
vas a llevar a tus citas a casa de tus padres?
—Si viviera con mamá y papá no habría roto con Jammie cuatro veces.
—Pero eso sería porque ni siquiera habrías salido con él. ¿Qué hombre
de treinta años va a querer acostarse con su novia en la casa familiar?
—Y menos con lo cotillas que son vuestros padres —dijo Niall.
—¡Con mis padres no te metas! —reprocharon las dos hermanas al
unísono.
—Vale, vale, hermanas Beller. —Niall se dispuso a salir de la cocina,
pero antes de irse preguntó a su mujer bajando el tono—. ¿Ha dicho que sí?
—Siiiií —respondió Nicole—, he dicho que sí.
—Eres la mejor cuñada del mundo —exclamó—. El hombre que te
consiga…
—¡Lárgate! —De nuevo las hermanas se hicieron eco.
—Ya se ha ido —dijo Olivia—. ¿Cómo ha ido lo de Jammie?
—Nada, no te preocupes. Ha sido una reunión de trabajo nada más. —
En cualquier momento entraría otra de las niñas y Nicole no quería hablar a
trompicones, así que decidió dejarlo para otro momento en el que pudiesen
estar tranquilas de verdad.
—¿Seguro? Si necesitas hablar le pongo la cena a las niñas y te vuelvo a
llamar…
—No, no, todo está bien, no te preocupes.
—Entonces cuento contigo para que vengas una semana.
—Sí, cuenta conmigo. Hablaré con Vincent y me tomaré una semana
tranquila, trabajaré solo por la mañana o por la tarde.
—Perfecto —dijo Olivia—. Pues te dejo que es la hora de la cena.
Cuando colgó el teléfono Nicole se quedó unos segundos mirando
aquella nada apetecible ensalada con las manos apoyadas en la encimera de
madera de la isla que tenía en medio de la cocina. Después levantó la vista e
hizo un recorrido por su loft. Los confortables y mullidos sofás, la lámpara
ultra moderna, la mesa de centro hecha con los tocones de dos secuoyas…
Una maravilla de diseño y modernidad, pero tan vacío y silencioso que para
ella era como vivir dentro de un decorado.
5

—¿Lleva tres semanas en el grupo y ya te la tiras? —Stan miraba el vídeo


que se había hecho viral.
—En realidad, no estoy seguro de quién se tira a quién —respondió
Lewis.
—Está buenísima —dijo el bajista—. Pero no veas qué genio tiene la
colega.
—¿Habláis de Carly? —Adam acababa de entrar en el estudio.
—¿Cómo lo sabes? —Stan lo miró sorprendido.
—He visto el vídeo. No sabéis las ganas que he tenido de hacer eso más
de una vez.
—Pues Lewis se la tira.
—¡Bien por Lewis! —Adam chocó la mano con el bajista.
—No seáis capullos —pidió Lewis—. No me la tiro, lo pasamos bien
juntos, es algo mutuo.
—Vale, tío, no te ralles.
—No es eso, pero no me gusta que habléis de ella como si lo único que
importase fuese su físico, es una buena tía.
—Para nada —dijo Stan—, también canta de puta madre.
Lewis miró a su amigo como si no hubiese entendido nada.
—¿Vas en serio con ella? —Adam se sentó en uno de los taburetes y
comenzó a dar vueltas sobre su eje.
—Solo lo pasamos bien, ya os lo he dicho. —Rasgó las cuerdas de su
guitarra y los otros dos se callaron para escucharlo.
—Eso es nuevo —intervino Stan.
—Es muy bueno —opinó Adam—. ¿Tiene letra?
Lewis negó con la cabeza.
—Lo compuse estando en casa de mi padre, pero no consigo terminarla.
—Pues es de lo mejor que te he oído últimamente —reconoció Adam.
—Hola, chicos. —Saludó Carly bajando la rampa del estudio. Se acercó
a Lewis y le plantó un beso en la boca—. Supongo que habéis visto el
vídeo. ¿Es muy malo para mí?
—¡Nah! —aseguró Stan—. Esto nos dará publicidad.
—Y Steel no ha llamado, así que para la discográfica todo está bien.
—Perfecto —dijo Carly aliviada—. ¿Empezamos a trabajar?

La primera gran bronca del grupo se produjo un mes después y a juzgar


por la beligerancia de la cantante no se iba a resolver con facilidad.
—Tomáoslo como queráis, pero os digo que esa tiene que entrar —
sentenció Carly poniendo las botas sobre la mesa.
—Eso será si todos estamos de acuerdo —dijo Stan de mala manera.
Llevaban dos horas trabajando en las canciones que iban a grabar y que
cantarían en el próximo concierto del grupo. Carly se empeñaba en incluir
temas suyos y los chicos trataban de hacerle entender lo que sus seguidores
esperaban de ellos.
—No conocen esas canciones y bastante cambio es ya que cantes tú en
lugar de John —insistió Stan—, como para, además, endiñarles tus
canciones.
—Esas canciones hacen que mi voz se luzca, Adam, y de lo que se trata
es de dejarlos con la boca abierta —siguió Carly—. ¿Tú qué opinas, Lewis?
Podrías tomar partido.
—Da igual lo que toquemos —sentenció—, no les va a gustar.
—Menudo cenizo eres. —Carly bajó los pies al suelo con expresión
hastiada.
—Chicos, tenemos el primer concierto dentro de una semana —dijo
Adam—, no importa lo que pensemos nosotros, debemos prepararnos para
ello. Carly, cantas de puta madre y eres guapísima, pero Stan tiene razón, ya
meteremos tus canciones en el siguiente concierto. Para el primero tenemos
que ir con una lista de nuestros mejores éxitos para que las fans se sientan
cómodas.
—Está bien —aceptó harta de luchar sola—, lo haremos como queréis,
pero después no cederé.
—¿Hay algo más que queráis discutir? —preguntó Adam mirándolos a
todos de uno en uno—. Bien, pues ya podemos irnos a tomar unas birras al
Mockingbird.
—Yo prefiero quedarme aquí un ratito. —Carly se tumbó sobre Lewis y
empezó a comerle la boca.
Adam y Stan se miraron y se hicieron un gesto para largarse de allí.
—Que retocéis bien. —Les deseó Stan de cachondeo.
Los dos músicos salieron del local y la puerta metálica golpeó al
cerrarse.
—¿Por qué eres tan borde con ellos? —preguntó Lewis apartándose de
ella y poniéndose de pie. Había pasado un mal rato.
—Son tíos —respondió—, si no los marco desde el principio se
pensarán que pueden ningunearme.
—Somos un grupo —dijo el guitarrista—, esto no va de géneros.
—¡Y tanto que va! —La cantante se puso también de pie—. La vida va
de eso, cariño. Lo que pasa es que tú eres tío y no te ha hecho falta saberlo.
—Lo que tú digas, pero no puedes estar a la defensiva con ellos. Si vas
a formar parte del grupo…
—Ya formo parte del grupo, querido —escupió molesta—. No me estáis
evaluando para ver si me aceptáis. Es una decisión de Steel y Brenda, no
vuestra.
—Ya lo sé —reconoció él en el mismo tono—, si fuese decisión mía no
habría grupo.
—¿Todavía sigues con eso? —preguntó, acercándose a él.
—¿Con la idea de hacer la música que quiero y dedicarme en cuerpo y
alma a lo que me inspira? Sí, todavía estoy con eso.
—¡Lewis! —Trató de cogerle del brazo.
—¿Qué? —Se soltó de ella bruscamente e inmediatamente se disculpó
—. Mejor vayamos al Mockingbird con los chicos. Es lo que hacemos
siempre.
—Yo no soy John. —Carly se dejó caer en el sofá.
—Lo sé —dijo él y al ver que no se movía se encogió de hombros y se
marchó.

Cuando Lewis llegó a su casa la encontró sentada en las escaleras,


esperándolo.
—¿Llevas mucho rato aquí? —Se sentó a su lado.
—Bastante —dijo Carly apoyando la cabeza en su hombro—. ¿Estás
enfadado conmigo?
—No, no estoy enfadado —sonrió con dulzura—. Siento haber
discutido.
Ella lo abrazó y se sentó a horcajadas sobre él. Lewis miró a su
alrededor, no quería violentar a sus vecinos.
—¿Quieres que te cuente una de mis fantasías eróticas? —susurró—:
Hacerlo en un lugar público.
—Es la fantasía recurrente de mucha gente —dijo él.
—Ah, ¿sí? —Carly le mordió el lóbulo del oído—. ¿La tuya es mejor?
Lewis sonrió.
—Mucho mejor. —Se levantó con ella encima y caminó hacia la puerta
—. Porque la mía puede realizarse y voy a demostrártelo ahora mismo.

—¿Estás preocupado?
Carly lo miraba con expresión inocente, apoyada en su pecho. Habían
hecho el amor, habían cenado y habían vuelto a hacerlo. El sexo les iba de
maravilla, pero ella empezaba a querer más.
—¿Cuántos años tienes, Carly? —preguntó Lewis—. No sé si debería
habértelo preguntado antes.
—Tengo los suficientes, tranquilo —sonrió.
Él le apartó el pelo de la cara con ternura.
—Eres muy joven.
—Sí, abuelo —dijo ella.
—Para ti todo esto del grupo y la gira es distinto —constató—, pero yo
llevo demasiado tiempo esperando que llegue mi momento. La época en la
que el mero hecho de subir a un escenario me parecía un sueño ya pasó.
Ahora quiero otra cosa.
—Preocupándote no llegarás a ningún lado. —Se sentó en la cama
desnuda y con aquella desinhibición natural que la caracterizaba—.
Además, no te das cuenta de la suerte que tienes. Has podido sentir el calor
del público en un escenario, ¿qué hay más importante que eso para un
artista? ¡Nada! Yo estoy deseando poder disfrutar de la experiencia y no me
importa si tengo que hacerlo con un grupo para el que solo soy una intrusa.
Lewis la miró y se maravilló de aquella ilusión que refulgía en sus ojos.
Hacía demasiado tiempo que no la veía en los suyos. Ya no recordaba desde
cuándo.
—Nadie te ve como una intrusa. Y tienes razón —afirmó, contagiado
por su entusiasmo—. Voy a intentar disfrutar del momento sin pensar en
nada más.
Carly se puso de rodillas y le rodeó el cuello con los brazos.
—Eso no significa que no puedas realizar tu sueño —le recordó—, tan
solo tendrás que esperar un poco más.
—¿No eres demasiado joven para ser tan sabia? —preguntó y sin
esperar respuesta la besó en los labios.
Carly se apartó después de unos segundos y lo miró a los ojos.
—No vayas a enamorarte —le advirtió—. Eres demasiado inmaduro
para mí.
Lewis se echó a reír y la tumbó en la cama colocándose sobre ella.
6

La esperaba apoyado en su coche y sonrió seductor al verla. Nicole frunció


el ceño, no había olvidado lo mucho que le costaba a Jammie aceptar un no
por respuesta.
—¿Qué haces aquí? —preguntó sin preámbulo.
—Vamos a cenar al Lincoln. Tengo una reserva.
—Tengo planes.
—¿Planes? —Se incorporó y la miró molesto—. ¿Con quién?
—No es asunto tuyo.
—Nicole… —Cambió su actitud rápidamente poniendo cara de perrito
abandonado—. ¿No me has castigado ya suficiente? Lo que hice fue una
estupidez, ya sabes que no soy muy listo.
Ella desvió la mirada, no quería caer en la trampa.
—Solo será una cena. Charlaremos y trataré de convencerte de que, al
menos, me dejes ser tu amigo.
—¿Solo una cena? ¿Lo prometes?
Jammie se puso la mano en el pecho a la altura del corazón y la miró
solemne. Nicole acabó por sonreír y dejó caer los hombros aceptando su
rendición.

Jammie la acariciaba como si fuese la primera vez que reconocía su


cuerpo hasta el último detalle. La movía hacia uno y otro lado a su
voluntad, besándola o mordisqueando según la porción de carne a la que
dedicase su atención. Habían cenado y habían paseado hasta que sus pasos
los llevaron, casualmente, hasta el loft de Nicole. Él la había besado en la
puerta como un adolescente llevando de vuelta a casa a su cita. Cuando ella
sacó las llaves él se las arrebató de las manos y abrió antes de que dijese
nada.
La arrastró hasta el dormitorio y una vez allí la desnudó con
precipitación y con el deseo latiéndole en la mirada.
—Me muero por estar dentro de ti —dijo sin dejar de mirarla.
Besándola la llevó hasta la cama y la tumbó sobre la colcha con
urgencia. Nicole se dejó hacer indolente. Durante unos pocos minutos,
Jammie se dedicó a satisfacerla acariciando, besando y mordiendo con
demasiada intensidad. Cuando creyó que ya era suficiente se colocó entre
sus piernas y se introdujo en su interior empujando de manera
descontrolada. Nicole se concentró en sentir prohibiéndose pensar en nada,
borrando de su cabeza la perturbadora imagen en la que se veía a sí misma
como una muñeca de plástico. Un objeto sexual.
Quince minutos después estaban sentados en la cocina reponiendo
fuerzas. Jammie llevaba los bóxer y Nicole se había puesto una fina bata
porque no se sentía cómoda estando desnuda delante de él.
—¿Te importa si la subo a mi Instagram? —preguntó Jammie
mostrándole el selfi que había hecho en la cama—. No se te ve nada y estás
preciosa.
—No lo subas —pidió la abogada.
—Demasiado tarde —sonrió—, tienes que ser más rápida en tus
reacciones.
—Bórrala —ordenó, deteniendo el cuchillo con el que cortaba unas
cuñas de queso—. Por favor.
—Está bien. —Trasteó con su móvil—. Ya está, no te preocupes.
Nicole sonrió agradecida y siguió cortando el queso y poniéndolo en un
platito.
—¿Quieres que me quede esta noche? —preguntó él.
—Mejor no. —Mordisqueó uno de los pedazos que no habían quedado
como quería—. No quiero que parezca que hemos vuelto…
—¿Que parezca? —preguntó él, desconcertado—. ¿Es que no hemos
vuelto?
Nicole lo miró sorprendida.
—No, Jammie, no hemos vuelto. —Guardó el queso en la nevera y sacó
una botella de vino.
—¿Y lo que acaba de pasar?
—Lo que acaba de pasar se llama sexo sin complicaciones —explicó—.
Estoy segura de que lo has practicado más veces. No creo que Leilani
MacKenzie fuese la única mientras estabas conmigo y seguro que ha habido
muchas otras durante estos tres meses.
—¿Todavía estás con eso? —Apartó el plato que habría caído al suelo si
no lo hubiese frenado Nicole—. Te he pedido perdón un millón de veces.
—Y yo te he perdonado. No me habría acostado contigo si no lo
hubiese hecho.
—Fue una estupidez que solo duró…
Nicole esperó a que continuara con una sonrisa irónica en los labios.
—¿Qué te hace gracia? —preguntó cada vez más tenso.
—Tú. Tú me haces gracia. —Bebió de su copa sin decir nada más.
—Está bien —aceptó, resignado—, supongo que te enteraste de que lo
intenté con ella cuando me dejaste. Pero ¿qué querías que hiciera? Soy un
tío y está buenísima. Si no me hubieses dejado ni habría vuelto a verla.
—Ya.
—¿No me crees?
¿En serio quería una respuesta a esa pregunta?
—No es eso —dijo Nicole apartando la mirada.
Jammie entornó los ojos y su mirada se endureció.
—¿Qué me estás ocultando?
—Verás —empezó ella—, no te dejé solo por Leilani. En realidad, había
conocido a alguien…
—¡¿Qué?! ¡No lo dices en serio! —El rostro de Jammie era un poema.
—Hasta ese día solo habíamos salido a tomar café, nada más. Pero
entonces ocurrió.
—¿Qué ocurrió? ¿Te lo tiraste? —Al ver que asentía se levantó del
taburete y lo apartó de una patada—. ¡Serás zorra!
A Nicole dejó de parecerle divertido.
—¿Cómo te atreves a insultarme? ¿Cuánto tiempo llevabas con esa
cría? ¿O te vas a atrever a decirme en mi cara que era la primera vez?
—¡No, no era la primera vez! —dijo, furibundo—. Llevaba
follándomela un mes sin que te enteraras. Y no te pienses que fue la única,
esta de aquí necesita mucha marcha y tú no eras lo bastante activa para
satisfacerla.
La abogada sintió como si alguien hubiese puesto sobre sus hombros la
capa helada de Jon Snow recién traída desde el muro. Rodeó la barra de la
cocina y se acercó a él con expresión conciliadora.
—Será mejor que lo dejemos así, Jammie —habló—, acabaremos
diciendo cosas que no…
—¿Cómo es posible que seas tan cabrona? —Estaba fuera de sí, se
apartaba el pelo de la cara, tirando de él de un modo exagerado—. Me
dijiste de todo, casi me diste lástima y resulta que te estabas acostando con
otro tío. ¿Quién es? ¿Lo conozco?
—No hubo nadie, Jammie, era una prueba. —Empezaba a preocuparle
su reacción tan violenta.
Jammie la cogió de la cintura y la pegó a su cuerpo. Aunque ella trató
de zafarse él no se lo permitió.
—¿Cuántas veces lo hiciste? ¿Con cuántos me la has pegado?
—Jammie, para —dijo, asustada—, ya te he dicho que te estaba
probando.
—Sí, claro, te piensas que soy imbécil, ¿no?
—Nunca estuve con nadie mientras estaba contigo, te lo juro. —Lo
miró suplicante—. Suéltame, por favor. Me estás asustando.
En lugar de soltarla le arrancó la bata y la empujó hasta la mesa de la
cocina, obligándola a apoyarse en ella. Nicole se resistía tratando de zafarse
de él, pero la fuerza de Jammie era inmensamente superior a la suya y su
resistencia no hacía más que provocarlo. Comprendió que iba a violarla y
una oleada de pánico la desbordó.
—¡Jammie, no! —gritó, desesperada—. ¡Así no!
Sintió la primera embestida y se agarró a la mesa para contener la
fricción que el empuje trasladaba a su cuerpo desnudo. Sentía una furia
descomunal que le nacía en el pecho, pero no podía zafarse de él. Jammie le
apretó la cara contra la mesa, inmovilizándola, mientras con la otra mano
tiraba de su hombro para poder penetrarla más profundamente. Nicole dejó
de resistirse consciente de que eso solo lo espoleaba. Lo único que quería
era que acabara cuanto antes. A él le gustaba aquel juego de resistencia y
lucha controlada y al ver que ella ya no participaba la soltó el cuello y la
agarró del pelo, utilizándolo como si fuesen las riendas de un caballo sobre
el que estuviese cabalgando. Al oír sus gemidos de dolor aceleró sus
movimientos y terminó descargando dentro de ella sin ninguna protección.
La soltó y se apartó, jadeando satisfecho. Nicole recogió la bata del
suelo y se la puso temblando como una hoja, se fue hacia hacia él y le dio
un puñetazo en la nariz con todas sus fuerzas. Acto seguido intentó
propinarle un rodillazo en la entrepierna, pero él fue más rápido y la empujó
haciendo que se golpease contra la mesa y perdiese el equilibrio.
—¡Pero qué haces, imbécil! —exclamó Jammie abriendo mucho los
ojos.
—¡Eres un hijo de puta! —gritó ella furiosa—. ¡Me has violado!
—Estás como una cabra —exclamó, riéndose—. ¿De qué estás
hablando? Ahora me dirás que no te ha gustado. Yo no he violado a nadie.
Tú querías jugar tanto como yo…
—¿Jugar? —Nicole se había vuelto a levantar y se acercó a él
amenazadora—. ¿Jugar, hijo de puta?
—Vale, quizá he sido demasiado apasionado. ¿Te he hecho daño?
Perdona, no…
—¿Apasionado? ¿Se te ha olvidado que soy abogada, gilipollas? Te voy
a denunciar, te voy a llevar ante los tribunales y todo el mundo va a saber la
clase de cabrón que eres.
—Pero ¿de qué estás hablando, Nic? Vamos. —Trató de cogerla del
brazo—. Perdóname si me he pasado un poco…
—¡No me toques! —Se apartó, asqueada—. Ni se te ocurra volver a
tocarme.
—Hemos discutido, es normal que estés enfadada, pero esto es lo que
hacen las parejas cuando…
—¡Tú y yo no somos pareja! —Nicole se inclinó hacia él con mirada
asesina—. Te juro que pagarás por lo que me has hecho.
Jammie se puso serio y la miró durante unos segundos con expresión
helada.
—¿Qué te he hecho?
—¡Me has violado! —Apretó los dientes y trató de que las emociones
que subyacían encogidas en su interior se mantuviesen ocultas.
—Yo no te he violado, hemos practicado sexo durante toda la noche y
puedo asegurar que has disfrutado —dijo él con una sonrisa torcida.
—¿Que he disfrutado? Eres un maldito desgraciado, pero te aseguro
que te destrozaré la vida.
Jammie cogió su móvil de encima de la barra y lo manipuló antes de
mostrarle la pantalla.
—Pronto llegará a los tres mil «me gusta» —sonrió con una mirada
perversa.
Nicole sintió que las piernas se le aflojaban y las lágrimas llegaban a sus
ojos en torrente.
—¿A quién crees que creería un juez? Esta foto es muy clara, ¿no te
parece? Tú y yo en la cama, después de hacer el amor. Se te ve feliz y
relajada…
—Eres un malnacido —dijo ella mordiendo las palabras y con la voz
rota.
—De hecho —siguió—, si ahora se me pusiera dura podría volver a
metértela sin que pudieras hacer nada para impedírmelo…
Sin pensarlo Nicole se dio la vuelta y cogió el cuchillo con el que había
cortado el queso y lo apuntó con él.
—Vete ahora mismo de mi casa. —Las lágrimas caían por su rostro a
borbotones, pero su mirada era la de la misma muerte.
Jammie se movió rápido, ella ni se dio cuenta de lo que hacía. Le quitó
el cuchillo y lo tiró hacia el fregadero. Después la cogió del pelo y acercó
su cara a la de ella.
—No voy a follarte otra vez, tranquila. No porque me des miedo,
tontita, sino porque no me apetece—. La soltó y le dio un toquecito con el
dedo índice en la nariz—. Voy a por mi ropa, no hagas tonterías o te
arrepentirás.
Nicole esperó sin moverse hasta que volvió a aparecer ya vestido.
—Me voy a casa. —Se despidió—. Supongo que no volveremos a salir.
Es una pena, todavía nos quedaban unos cuantos polvos buenos. Pero ahora
que ya está todo claro entre nosotros debo decirte que jamás pensé en
casarme contigo. No tienes clase ni sofisticación, eres una simple margarita
y yo me merezco como mínimo una orquídea.
Salió de su casa, dejándola en medio del loft con la bata mal abrochada
y un devastador sentimiento de angustia y soledad.

—No sé qué es. La gripe, supongo.


—¿Quieres que vaya a verte a la hora de comer? —preguntó Susan—.
Te puedo comprar sopa en Gertie's.
—No, Susan, no necesito nada. Solo quedarme en la cama todo el día.
Estoy segura de que después de eso estaré mejor.
Colgó el teléfono y lo tiró en el sofá junto a ella. Había acabado con la
reserva de pañuelos de la casa y su voz nasal y la nariz completamente roja
hubieran dado bien el pego si Susan la hubiese visto, pero lo último que
necesitaba en ese momento era a alguien haciendo preguntas. No paraba de
decirse que aquello no tenía por qué afectarla. Sí, la había violado, no iba a
engañarse sobre ello, pero no dejaría que la marcase convirtiéndola en una
persona traumatizada. No iba a darle ese gusto.
Ahora que ya había llorado y había dejado salir la impotencia, la rabia,
la angustia y la indefensión debía encontrar la manera de superarlo. Era
Jammie, ya conocía su polla, no era un agente extraño. En esa ocasión ella
no le había dado paso, de acuerdo, y eso lo convertía en un ser despreciable
y mezquino. Un violador, ¿había algo más repugnantemente asqueroso que
eso? No. Pero eso le afectaba a él, no a ella. Debía alegrarse de haberlo
descubierto. Habían estado más o menos juntos durante más o menos
tiempo, intermitentemente hablando, y habrían podido volver a intentarlo
otra vez. No, no habría vuelto a intentarlo. De hecho, esa certeza fue la que
propició que su verdadero «yo» saliese a la luz. Él se dio cuenta de que la
había perdido, ya no tenía que reprimirse.
Encogió las piernas en el sofá, mirando hacia la falsa chimenea
apagada. Se volvió hacia la mesita y cogió el mando para encenderla. Era
reconfortante y agradable ver las llamas crepitando en la pared, aun
sabiendo que no eran de verdad.
Ella jamás lo habría engañado con otro. Aquello iba contra todo en lo
que creía. Contra todo lo que sus padres le habían inculcado desde niña.
Había vivido en una casa llena de amor. Con caricias escondidas y susurros
dulces. Nunca escuchó una palabra amarga hacia su padre en boca de su
madre ni una queja o crítica en boca de su padre referida a su esposa. Se
amaban, profunda y plenamente.
Se preguntó, como tantas veces, qué habría pasado si el padre de Olivia
no hubiese muerto. Sabía a ciencia cierta que su madre lo había amado
también. ¿Se podía amar a dos hombres a la vez? Su madre siempre decía
que eso no habría sucedido porque cuando amas de verdad a alguien tu
corazón está blindado para el amor romántico. Cuando era jovencita y la
escuchaba decir eso no podía evitar cierto sentimiento de culpa por
alegrarse de que su primer marido hubiese fallecido.
Volvió a coger el teléfono y marcó uno de sus favoritos.
—Hola, papá. ¿Puede ponerse mamá?
—Hola, hija. Tu madre está en el mercado, ya sabes que le gusta
presentarse en cuanto abren. ¿Estás resfriada?
—Sí, no sé, un virus o algo —mintió.
—¿Estás en casa?
—Sí, hoy no iré a trabajar.
—Eso sí que es raro en ti —dijo su padre sonriendo—. Ya cuando eras
una niña te enfadabas si no te llevábamos al cole porque estabas enferma.
—Ya era un bicho raro entonces —sonrió con tristeza.
—¿Estás bien, hija? Te noto triste.
Su padre y su maldito sexto sentido.
—Estoy bien, no me gusta estar enferma, tú lo has dicho. Me molesta
dejar trabajo a los demás.
—No te preocupes, nadie es imprescindible. —El hombre seguía
sonriendo—. ¿Quieres que te llame tu madre cuando vuelva?
—No hace falta, solo quería charlar un rato. Es tan aburrido quedarse en
casa… —No era mentira.
—¿Por qué no te vienes? Así podremos mimarte un poco.
—No, mañana ya estaré bien, papá. Gracias, te quiero por decirlo.
—Bueno, espero que me quieras por algo más. —Aunque no lo veía
sabía que estaba sonriendo—. Seguro que tu madre te llama en cuanto le
cuente que he hablado contigo. Y más cuándo sepa que estás malita.
Cuídate, cariño.
—Gracias, papa. Besos.
Después de unos segundos con el teléfono en la mano bajó los pies al
suelo y se quitó la manta de encima. Ya había tenido bastante
autocompasión. Era hora de afrontar lo que había pasado.
7

Después de un par de actuaciones tuvieron que afrontar la realidad.


—Han cancelado el resto de los conciertos. —Katia los miraba con las
manos en la cintura y una expresión de demoledora firmeza—. Se acabó.
Carly no pudo aguantarse y rompió a llorar. Lewis trató de consolarla,
pero ella no lo dejó acercarse siquiera. Adam y Stan no se inmutaron, ya lo
veían venir y no les pilló de sorpresa.
—¿Qué dicen Steel y Brenda? —preguntó Lewis mirando a su agente.
—Han perdido mucho dinero…
—¿Van a demandarnos? —Adam parecía asustado—. Perderé mi casa si
tengo que pagar el dinero de la cláusula.
—No han dicho nada de eso —dijo Katia—. Yo creo que tal vez quieran
que lo paguéis de algún otro modo.
—Trabajando gratis —intervino Stan—. Los oí hablando un día sobre
eso y creo que es lo que harán.
—Yo no tengo nada que ver con eso. —Carly se limpió las lágrimas.
Habían recibido muy malas críticas en las redes. Algunas fans estaban
furiosas y se habían dedicado a boicotear todas sus actuaciones en público.
Pero llevaban mucho tiempo en ese mundillo y todos sabían que no era solo
por eso. Todos menos Carly, decepcionada por no haber conseguido del
grupo lo que necesitaba.
—Al menos John también ha pinchado —dijo Stan.
—No seas imbécil —le espetó Lewis.
—¿Qué? ¿Me vas a decir que no lo has pensado? —Se encaró su amigo
—. Habría sido mucho más humillante si él hubiese conseguido el éxito.
—Menuda mierda —dijo Adam dando un puñetazo al sofá.
—Vamos a tener que reinventarnos —siguió Stan.
—Yo lo siento, chicos —confesó Lewis—, sabéis que me he entregado
en cuerpo y alma, lo he dado todo, pero no os voy a engañar. Para mí es casi
un alivio…
—Ya lo sabemos, Lewis, eres un capullo —saltó Carly—. ¿No te podías
callar unos días? ¿Hoy al menos?
El guitarrista hizo como si cerrase una cremallera en su boca y después
tiró la llave.
—Vale —intervino Katia—, habéis recibido el golpe y ahora solo puede
ir a mejor. Tenéis que recoger vuestras cosas, volvemos a Nashville.
Mañana nos reuniremos con Steel y Brenda y veremos qué piensan hacer,
pero el grupo queda definitivamente disuelto.
—¿Y ahora qué pasa contigo? ¿Serás agente de los cuatro por separado?
—preguntó Adam preocupado.
—De los tres —aclaró Carly—, yo tengo a Dave.
—Cierto —la apoyó Stan—. Tendrías que avisarle de lo que pasa.
—Ya lo he hecho yo. —Se adelantó Katia—. Y, sí, seré vuestra agente si
vosotros queréis, claro.

En la sala de reuniones de Young Records doblaban campanas a muerto.


Al menos esa sensación daban los ocho que estaban sentados alrededor de
la mesa.
—Nos debéis una pasta —soltó Steel sin andarse por las ramas—. Esto
ha sido un duro golpe para todos, chicos, para nosotros también.
Todos asintieron cabizbajos menos Carly, que parecía enfadada con el
mundo.
—Brenda y yo hemos estado dándole muchas vueltas —siguió—. En
realidad, lo vimos venir después del primer concierto en Alabama. Sé que
es duro aceptar que el grupo ha terminado, pero es lo que hay y cuanto
antes lo asumáis mejor para todos.
—Adam —intervino Brenda—, tú podrías incorporarte a los Hermanos
Lambert. Tenían a Josh, pero lo deja. Stan, hemos pensado que acompañes a
los Houser, la semana que viene empiezan sus conciertos y necesitan un
bajista.
—¿Y un batería no necesitan? —preguntó Adam.
—Sí, Adam, pero es que los Lambert lo necesitan ya —dijo Brenda con
suavidad.
—¿Y qué va a pasar conmigo? —preguntó Carly sin poder esperar más.
—De momento tú volverás a componer…
—¿Qué? —Estaba recostada y con las piernas estiradas debajo de la
mesa, pero al escuchar a Brenda se irguió dando un golpe en la mesa—. ¡No
vais a desperdiciar mi talento de ese modo!
—Carly, tranquilízate —ordenó Dave Butter tratando de que no metiera
la pata.
—¿Tranquilizarme? ¿Así es cómo defiendes mis intereses?
—Escúchame, Carly —explicó Brenda—, no vamos a desaprovechar tu
talento, somos conscientes de que eres una fabulosa cantante y tus letras son
muy buenas, pero ahora mismo el sello no puede apoyar a un nuevo artista.
Tendrás que esperar al año que viene…
—¡No! —gritó furiosa—. No me pasaré todos estos meses
componiendo para otros. No me da la gana.
—Puedes irte si así lo deseas. —Steel la miraba con tal frialdad que la
temperatura de la sala pareció bajar diez grados.
—No dudes que lo haré. —Mordió las palabras.
Steel le señaló la puerta.
—No te detendremos.
Carly apartó la silla de golpe y se marchó furibunda.
—Steel… —Dave lo miraba avergonzado.
—Esa chica es buena, Dave, pero prepárate porque te va a dar muchos
dolores de cabeza.
—¿No vas a detenerla?
—No —dijo Steel Young.
Dave Butter se levantó y salió de la sala con un gesto de despedida.
—Bien. —Brenda recuperó la palabra—. Solo nos queda Lewis. Hemos
pensado que puedes acoplarte a los músicos de…
—No, Brenda —la interrumpió el guitarrista—, no sigas por ahí.
La esposa de Steel lo miró interrogadora.
—Sabéis lo que quiero —siguió con mucha paciencia—, llevo años
diciéndooslo y ahora es el momento.
—Ya has oído lo que le he dicho a Carly, no podemos apoyar a otro
artista ahora mismo.
—Lo he oído —habló sin moverse de la posición en la que se había
sentado y sin dejar de jugar con el tapón del bolígrafo al que daba vueltas
entre sus dedos—. No os pido que me apoyéis, ni siquiera que escuchéis mi
trabajo. Tan solo quiero que me dejéis libre, como habéis hecho con Carly.
—Carly no nos debe nada —le recordó Steel.
Lewis lo miró dolido.
—Llevo nueve años con vosotros —dijo—, sabéis que os aprecio. Pero
no os debo nada.
—No es eso lo que pone en tu contrato.
—Las cosas eran diferentes cuando lo firmamos.
—Eso no lo hace menos válido —insistió Steel.
—¿De verdad vas a ir por ese camino? —preguntó incrédulo—. ¿Ya has
olvidado lo que era estar a este lado?
—No, no lo he olvidado y por eso me parece gracioso que os empeñéis
en venir a darme lecciones.
—No pretendo darte lecciones de nada, lo que quiero es hacer la música
que me sale de aquí —se señaló el corazón—, y no puedo dejar que sigáis
consumiéndome por dentro y convirtiéndome en un mero intérprete.
Nadie dijo nada, pero Steel continuaba con su férrea expresión.
—Aplazadme la deuda —pidió Lewis—. Dejadme un tiempo para
intentarlo y si no lo consigo volveré y seré guitarra de quien queráis hasta
pagar lo que dice ese contrato que os debo.
—¿Y si lo consigues?
—Si lo consigo os pagaré la deuda con dinero, que al fin y al cabo es de
lo que estamos hablando aquí —escupió con la misma frialdad que veía en
los ojos de Young.
—Lewis… —Katia intentaba apaciguarlo.
—Lo siento, Lewis —dijo Steel—, no hay trato.
El guitarrista apretó los labios para acallar cualquier protesta y respiró
con tensión manifiesta.
—Brenda, dile a Lewis con quién sale de gira —le ordenó su marido.
—Te irás con Zak Saxton. El primer concierto es dentro de un mes y
medio. Hasta entonces… —Miró a su marido—. Te dejamos libre para que
hagas lo que te parezca. Tómatelo como unas vacaciones.
Lewis se levantó y salió de la sala de reuniones sin decir nada más.

Caminó durante más de una hora sin rumbo fijo. Se sentía perdido,
agobiado y frustrado. Escuchar a Steel lo había revuelto por dentro.
Llevaban años trabajando juntos, habían vivido muchas cosas. Joder, se
habían emborrachado juntos…
—Es un gilipollas —afirmó Pierce sujetando el móvil con el hombro
mientras se limpiaba la grasa de las manos—. Esto no ha hecho más que
ponerlo de manifiesto. Pero no le dediques ni un minuto de tu tiempo.
Ahora te tienes que centrar en buscar soluciones.
—Le he dado muchas vueltas y no encuentro ninguna salida. —Se sentó
en un banco frente al lago y contempló las barcas que se deslizaban sobre
sus tranquilas aguas.
—Necesitas un abogado. Uno bueno. Puedo hablar con Julius, aunque él
está especializado en empresas.
—No, necesito algo más personal. Y tampoco me puede costar mucho,
tengo una deuda enorme con Steel.
Pierce se dio cuenta de que su hermano estaba de bajón e hizo un gesto
de rabia por estar tan lejos.
—¿Por qué no vienes el fin de semana y hablamos de ello
tranquilamente?
—No puedo. ¿Lo has olvidado? —Hizo una pausa, pero Pierce no decía
nada—. Niall y Olivia… París…
—¡Ah! ¿Es este finde?
—Se te está pegando la vejez de papá.
—Papá es más joven que ninguno de nosotros. Tendrías que verlo jugar
con Bonnie. Me saca los colores cada vez que me quejo de cansancio, en
serio.
—Me irá bien estar con mis sobrinas —dijo Lewis consciente de que las
niñas no lo dejarían pensar en sus problemas—. Lo único malo es tener que
convivir con Nicole.
—Tú no saques la guitarra y todo irá bien —se burló su hermano.
—Pienso darle una serenata country todas las noches. One margarita,
two margarita, three margarita shot…
Pierce se rio a carcajadas al otro lado del teléfono.
—Al menos cántale una tuya, capullo.
—No se les dan perlas a los cerdos.
—¡Wow! ¡Cuánto resentimiento, hermanito! —Apartó un poco el
teléfono para atender a un cliente que acababa de aparcar su Camaro frente
a la entrada del garaje—. Ahora mismo salgo. Lewis, tengo que dejarte. Te
llamo esta noche y hablamos de esto, ya sabes que por el dinero no tienes
que preocuparte.
Sin darle opción a protestar colgó y el pequeño de los Fuller se quedó
un buen rato allí sentado, viendo la vida deslizarse tranquila sobre el lago a
bordo de una pequeña barca de remos.
8

Robert Perkins la recibió en su despacho tan amable como siempre.


—Señorita Beller, me alegra verla —dijo, estrechándole la mano—.
¿Teníamos una reunión?
—No, señor Perkins —respondió—. En realidad, vengo a hablarle de
algo… personal.
El magnate de la cosmética frunció el ceño confuso y después de unos
segundos la acompañó hasta la zona de sofás.
—Por supuesto. —Se sentó frente a ella—. Después del magnífico
trabajo que hizo con mi amigo Brigham sabe que tiene toda mi admiración.
—Me alegra que esté satisfecho.
—Estamos a punto de lanzar la campaña conjunta de los dos productos
—sonrió—. Disculpe mis malos modales. ¿Quiere un café o un té? ¿Ya ha
comido?
—No se preocupe, estoy perfectamente. Espero no molestarle por venir
a esta hora…
—No, tranquila, a mí me gusta comer temprano. Bien, pues adelante,
cuénteme eso que ha venido a explicarme.
—Es un tema delicado, señor Perkins, y no sé cómo enfocarlo para que
suene menos desagradable.
—Hable sin temor, Nicole. ¿Me permite que la llame por su nombre de
pila?
Ella asintió y respiró hondo antes de volver a hablar.
—Usted sabe que su hijo y yo mantuvimos una relación —empezó.
Perkins asintió animándola a seguir—. Un día me esperaba en la puerta de
mi oficina y me convenció de que saliésemos a cenar. Y… bueno,
acabamos en mi casa.
Robert Perkins frunció el ceño, no comprendía a dónde llevaba aquella
conversación, las hazañas románticas de su hijo no eran un tema de
conversación que le interesase demasiado.
—Ya se imagina lo que ocurrió y no es de eso de lo que he venido a
hablarle —dijo ella sin entrar en detalles—, sino de lo que sucedió después.
Una fugaz expresión cruzó el rostro del magnate. Si Nicole no hubiese
estado mirando ni se habría percatado, pero no le quitaba ojo y captó
aquella sombra de temor que Perkins trató de ocultarle.
—Ya lo había hecho antes… —susurró.
—No sé de qué está hablando, señorita Beller.
¿Por qué su voz sonaba tan poco convincente? Y a Nicole no le pasó
desapercibido que había vuelto al tratamiento.
—Me violó —soltó a bocajarro—, su hijo me violó, señor Perkins.
El hombre cogió aire por la nariz y cruzó una pierna sobre la otra al
tiempo que apoyaba los codos en los reposabrazos con una actitud de
extraña pasividad. Nicole asintió comprendiendo.
—No es la primera vez que oye algo así referido a su hijo —dijo.
—Señorita Beller, ¿qué es lo que quiere de mí? —preguntó, calmado.
—¿Que qué quiero de usted? —No daba crédito—. No quiero nada.
—No la entiendo.
—Esperaba otra reacción por su parte.
Robert Perkins suspiró sin apartar la mirada.
—Verá, conozco a mi hijo. Es impulsivo y a veces hace cosas… Lo
calificaremos, rebajando lo dramático de la situación, como poco
apropiadas. Pero ¿sabe usted que ninguna mujer lo ha denunciado?
Nicole frunció el ceño.
—¿No me cree?
—No es eso lo que he dicho, no se ponga a la defensiva conmigo.
—Es lo que está dando a entender.
—No. Veamos… ¿Lo ha denunciado a la policía?
Nicole negó con la cabeza con expresión culpable.
—Si hubiera podido hacerlo tenga por seguro que lo habría hecho.
—¿Lo ve? A eso me refiero —dijo con un gesto que acompañaba sus
palabras.
—¡Pero él me violó!
—Y aun así no puede demostrarlo, me temo.
—No, no puedo porque tuvimos sexo consentido antes y su hijo nos
hizo un selfi en la cama y subió esa fotografía a su Instagram, donde miles
de personas pudieron verlo. Es como si lo tuviese todo preparado… —
confesó, dolida.
—No se haga cábalas, señorita Beller, mi hijo no es tan inteligente
como él se cree ni tan taimado como usted lo ve ahora. Probablemente fue
la suerte la que lo proveyó de esa fotografía que le cubre las espaldas.
—Entonces me cree.
—Sí, la creo. Tiene razón, no es la primera vez que una muchacha viene
a decirme algo así. Es la tercera. Pero las otras dos tenían claro que querían
dinero, no resarcimiento. ¿Es ese su caso?
—No —respondió.
—Eso pensaba —dijo Perkins—. Y no sabe cuánto lamento esta
situación porque me ha demostrado que es usted una persona valiosa y no
se merecía que mi hijo la tratase de ese modo.
—Ninguna mujer se merece que la traten de ese modo.
—Tiene razón, ha sido un comentario desafortunado, pero estoy seguro
de que ha entendido a lo que me refería por muy mal que me haya
expresado.
—Jammie no puede salirse con la suya —advirtió Nicole.
—Está claro que a usted la ha perdido para siempre.
—Pero habrá otras…
—Probablemente, pero entienda una cosa: todos tomamos nuestras
decisiones y esas decisiones nos definen. Yo advertiré a mi hijo, no piense
que voy a hacer como si nada, pero es un hombre adulto, no un niño. No
puedo regañarlo y mandarlo a la cama sin cenar.
—¿Me está diciendo que no hay nada que se pueda hacer para que no
agreda a ninguna otra? —Trataba de contener las lágrimas, pero le estaba
resultando cada vez más difícil.
—Es que no hay nada que podamos hacer. Las mujeres sienten una
atracción fatal por los hombres como mi hijo. Es guapo, está muy seguro de
sí mismo y tiene unas dotes de seducción innegables. Nunca ha atacado a
ninguna mujer con la que no se hubiese acostado antes. Esas dos chicas que
vinieron a hablar conmigo y a pedirme dinero también salían con él, como
usted. E, igual que usted, un día le dijeron que no y él no las escuchó. No
deja marcas, pero es lo suficientemente fuerte como para someterlas. Era
prácticamente imposible que pudiesen demostrar que las obligó a hacerlo
contra su voluntad. Con ellas ni siquiera le hizo falta tener una fotografía.
Nicole apretaba los labios y sentía que la angustia volvía a atenazarle la
garganta.
—No deje que le haga esto. —Se inclinó hacia adelante como si
quisiera cogerle la mano pero no se atreviese—. No deje que tenga ningún
control sobre usted. Intentaré hacer algo, se lo juro, pero no quiero
engañarla diciéndole que pagará por ello. Sé cómo es mi hijo y no puedo
amenazarlo con nada. Tiene su dinero y mucho prestigio en el mundo de la
cosmética. No puedo enfrentarme a él sin pruebas, con eso solo haría daño a
la empresa familiar y atraería a la prensa amarilla. Ya sé que le sonará cruel,
pero debo pensar en las miles de personas que viven de lo que hacemos
aquí, señorita Beller.
Nicole se limpió las lágrimas y asintió.
—Tendré que conformarme con su palabra —dijo—. No se lo he
contado a nadie más, no podría soportar verlo en los ojos de la gente a la
que quiero. Y, no se preocupe, no permitiré que menoscabe mi autoestima.
Pero si no hace algo pronto para corregirlo, un día le estallará en la cara,
señor Perkins, y ese día no sentiré compasión por usted. Espero que lo
comprenda.
El hombre la acompañó hasta la puerta y la despidió con amabilidad y
cierto alivio.

Cuando Nicole salió del edificio Perkins debería haber ido a comer,
pero no habría podido ingerir ni un sorbo de agua, así que prefirió caminar
sin rumbo fijo. Sin darse cuenta sus pasos la llevaron hasta Central Park
que, como siempre, estaba lleno de turistas de todo el mundo. El paseo
despejó su mente y alivió un poco la tensión que había recogido en el
despacho de Robert Perkins. ¿Cómo debía sentirse un padre al saber que su
hijo era un hombre tan despreciable? Esperaba no tener que averiguarlo
nunca.
—¿Foto, please? —Una pareja joven de aspecto oriental la abordó con
su móvil.
Nicole asintió y les hizo la foto que le pedían. Ellos se mostraron muy
agradecidos y se alejaron riendo. Estaban muy contentos. Quizá era su viaje
de novios, aunque parecían demasiado jóvenes para estar casados. Claro
que eso lo pensaba una vieja solterona de treinta años, lo que distorsionaba
un poco la realidad que la rodeaba. Sonrió sin amargura.
Siguió caminando y cuando llegó a la explanada de las ovejas se detuvo
a contemplar el paisaje. De repente se sentía muy desgraciada y sola
paseando por aquella bulliciosa y cosmopolita ciudad. El teléfono vibró en
su bolsillo, lo sacó y miró la pantalla antes de llevarlo a su oído.
—Hola, hermanita —dijo con cariño.
—Hola. ¿Te pillo comiendo en algún restaurante de lujo con algún
magnate de las finanzas? —preguntó Olivia mientras contemplaba su
sándwich de pollo.
—Pues no. Me pillas paseando por Central Park.
—¿Paseando a la hora de comer? ¿Te pasa algo?
—Me apetecía. He tenido un día duro de trabajo y necesitaba ver la luz
del sol.
—A ti te pasa algo —insistió, apartando su bocadillo y apoyando el
brazo en el respaldo de su silla—. ¿No habrás vuelto a ver a Jammie?
—No, no le he visto. —Recobró la serenidad. No le había contado nada
de lo que pasó aquella noche. Lo más difícil había sido disimular cuando
quedaban para comer, su hermana habría sido una magnífica detective—.
No creo que hayas llamado para hablar de mi inexistente vida amorosa.
—No —corroboró su hermana—, te he llamado para que me envíes una
lista con todos los productos indispensables para tu consumo. Cualquier
cosa que uses, necesites o quieras.
—Yo me llevaré mis cosas, no te preocupes.
—¡Ni lo sueñes! ¿Encima de que me haces este enorme favor?
Mándame esa lista o te estaré llamando a todas horas de aquí al viernes.
—Está bien, pero ¿no puedo dártela mañana cuando comamos juntas,
como todos los miércoles?
—Serás vaga —dijo su hermana sin dar crédito—, haz el favor de
escribirme la lista y mandármela ya.
—Está bien, pesada, ahora me siento en un banco y redacto una lista
completa. ¿Te puedo pedir el carísimo doble suero de…?
—No te pases, listilla.
—Hasta mañana, hermanita.
—Hasta mañana. Y, Nicole, muchas gracias, de verdad.
—Idiota.
—¡No puedes hacerme esto ahora! —exclamó Vincent Hayles—. Nos
han entrado dos casos nuevos, he tenido que derivar a Bradford al caso de
Aguas Linderman y quería que tú acabaras con Shedden para ponerte con…
—Te lo dije hace semanas, Vincent —le cortó Nicole—. No te estoy
diciendo que me vaya a coger vacaciones, tan solo son las tardes de una
semana.
—Pero es que no es cualquier semana, Nicole.
La abogada miraba a su jefe con una expresión inquisitiva y él trataba
de esquivar su mirada sin demasiado éxito.
—¿Qué?
—¿Sabes cuándo fue la última vez que me tomé vacaciones? —
preguntó Nicole poniéndose las manos en la cintura.
—No, no lo sé, pero debe hacer mucho tiempo porque…
—Nunca, Vincent, nunca he cogido vacaciones.
—Vale, eres una adicta al trabajo, pero…
—¿Que soy qué? —No daba crédito—. Siempre que te he hablado de
cogerme unos días has hecho exactamente esto: sacarme la lista de casos
del bufete, hablarme de los pro bono, que nos quitan tanto tiempo y que
sabes que me tocan la fibra, y luego te has dedicado a decir lo mucho que
me valoras y que soy la mejor abogada que tienes.
—Todo eso es cierto.
—Pero no es justo —dijo ella con una extraña expresión—. Tengo
treinta años y lo único que tengo en la vida es a mi familia y mi trabajo. Mi
hermana me necesita porque ella sí tiene un marido, no como yo que tengo
que conformarme con ser una exitosa y eficiente abogada.
—Nicole…
—Mira, Vincent, lo he pensado mejor y me voy a coger una semana de
vacaciones. —Estaba dispuesta a hacer caso omiso a las expresiones de
queja de su jefe—. Me quedaré con mis sobrinas hasta que mi hermana
regrese de París, adonde se va con su marido con el que no pudo disfrutar
de un feliz viaje de novios. ¿Te acuerdas de la boda de mi hermana? Sí, fue
aquella en la que te bebiste hasta el agua de los floreros.
—Está bien —cedió su jefe con desgana—. No hace falta que te pongas
antipática, nos apañaremos como podamos.
—Qué amable eres. —Caminó hacia la puerta.
—Nicole. —La llamó—. ¿No podrías adelantar trabajo esta semana? Si
no tienes nada mejor que hacer…
La abogada se volvió a mirarlo y después de un segundo de duda
asintió.
—Sí, Vincent, vendré más horas lo que queda de semana.
9

Las dos hermanas se fundieron en un apretado abrazo.


—Llámame a cualquier hora del día o de la noche —susurró Olivia
nerviosa.
—Tranquila —repitió Nicole por enésima vez—. Todo va a ir bien.
—Venid aquí, niñas. —Las tres pequeñas se abrazaron a su madre como
tenían costumbre y después las besó y abrazó una a una—. Portaos bien.
Ayudad a los tíos con Jason y no intentéis aprovecharos.
—¡Mamá! —la regañó Rohana.
—Vale, vale. —Su madre la besó y la miró con una sonrisa—. Sé que lo
haréis.
—¿Ya le has explicado a la tía que el viernes hay a una fiesta en casa de
Molly, mamá? —Edeline estaba preocupada con ese tema.
—Sí, ya me lo ha dicho —intervino Nicole, que sostenía a Jason en los
brazos—, aunque no hacía falta, sabéis que os habría dejado ir igual.
Sus sobrinas la miraron sonrientes.
—Cas —dijo Olivia mirándola—, nada de quedarte leyendo hasta las
tantas.
—Te lo prometo, mamá —La niña sonrió.
—¿Y a mí nadie me abraza? —Niall había terminado de meter el
equipaje en el coche y se acercaba a ellas con los brazos extendidos.
Las tres niñas corrieron a abrazarlo mientras Olivia cogía al pequeño
Jason y lo besaba repetidamente.
Nicole los observó despedirse durante un buen rato y sintió aquel
profundo sentimiento que la embargaba siempre que estaba con ellos. Su
hermana era muy afortunada, pero todo lo que tenía se lo había ganado por
ser la mejor persona del mundo.
—¿Quién quiere tortitas? —preguntó Nicole cuando entraron en la casa
después de que por fin se marcharan.
—Tía Nicole, tú no sabes hacer tortitas —dijo Edeline con expresión
compasiva.
—Por eso las he comprado antes de venir —sonrió.
Las niñas se coordinaron para poner la mesa mientras su tía preparaba el
desayuno de Jason, al que había sentado ya en su trona frente a la mesa.
—¿A qué hora llega el tío Lewis? —preguntó Cas.
Nicole la miró con una sonrisa, sabía lo mucho que lo quería.
—Debe estar camino del aeropuerto.

—Voy a perder mi vuelo. —Lewis la miraba muy serio.


—¡Ya cogerás otro! —gritó Carly—. Mierda, Lewis, esto es importante
para mí.
—Llevamos días discutiéndolo y la respuesta sigue siendo no.
—¿Por qué? Es una muy buena idea. —Arrugó la nariz como una niña
pequeña—. No tenemos nada que ocultar.
Lewis miró el reloj una vez más, cogió la bolsa que había dejado tirada
en el suelo y la guitarra que estaba dentro de su funda.
—De ninguna manera voy a participar en algo así. Si quieres hacerlo,
adelante, pero entonces hemos terminado. —Se dirigió a la puerta, pero ella
le cortó el paso.
—No puedes hacer eso —dijo furiosa.
—¿Exactamente qué no puedo hacer? —Parecía cansado.
—Dejarme.
—Carly…
—Ese programa me dará muchísima fama. A los dos, Lewis. Tú
también la necesitas.
—No sabes lo que estás vendiendo, no te das cuenta…
—Hablas como un viejo anticuado.
Lewis sonrió con tristeza.
—A tu lado soy un viejo anticuado —sentenció.
—Por favor, Lewis. —Se pegó a él agarrándose a su chaqueta—. Nos
quieren a los dos…
—Pues lo siento, pero conmigo no cuentes —negó con la cabeza.
—Eres un maldito egoísta. —Lo empujó con rabia, pero él apenas se
inmutó.
—Mira, Carly, eres libre de hacer lo que quieras. —Su paciencia se
había agotado. Dejó las cosas en el suelo y la sujetó por los brazos para que
lo mirara—. Llevamos días discutiendo por ese programa de televisión al
que no iría ni borracho. Y antes de eso tuvimos varias broncas porque te
empeñabas en formar un dúo. Discutimos constantemente y eso no es sano.
Lo único que pretendíamos los dos era pasarlo bien, pero está claro que esto
ya no funciona.
—¿Me estás dejando? —dijo ella sin dar crédito—. ¿Tú a mí?
Lewis sonrió con ironía.
—En realidad, no hay nada que dejar y es mejor no retrasar más lo
inevitable.
Carly frunció el ceño sin saber muy bien cómo reaccionar.
—Los dos sabíamos de qué iba esto —siguió Lewis—. Sexo, amistad y
diversión. Se ha acabado la diversión, dejémoslo antes de terminar con
nuestra amistad.
—Veo que tienes claro que el sexo no fallaría nunca —dijo sonriendo
con picardía.
Lewis sonrió también.
—Hemos sido sinceros desde el principio y para mí eso es lo más
importante.
—Dijiste que era un signo de madurez por mi parte —recordó Carly.
—Y así es —corroboró él—. No tiene caso seguir con una relación que
ya solo nos aporta estrés.
—El sexo está bien —insistió.
Lewis sonrió, divertido.
—Sí, el sexo está más que bien —constató.
—Entonces, ¿se acabó? —Carly le rodeó el cuello con sus brazos
cuando él asintió—. ¿Podemos enrollarnos de vez en cuando?
Lewis se inclinó a besarla en la boca como respuesta. Cuando se separó
de ella volvió a coger sus bártulos y se apartó para que le abriese la puerta.
—Te voy a echar de menos —dijo la joven apoyada en el dintel.
—Solo al principio —sentenció él.

—Hola, Jaycie. —Nicole se bajó del coche para saludar a la vecina y


amiga de su hermana—. Supongo que mi hermana ya te…
—Sí —asintió con una enorme sonrisa—. ¡París! ¡Qué emocionante!
No sabes cómo me alegro por ella.
—Sé que tenéis la costumbre de turnaros para llevar a las niñas al cole,
pero si quieres yo puedo llevarlas toda la semana.
—De eso nada —dijo Jaycie—, un día tú y un día yo.
—Está bien, como quieras. Hola, Lillian. —Saludó al ver aparecer a la
niña.
—Hola —sonrió y después se metió en la parte trasera del coche con
Edeline y Cas. A Rohana le gustaba sentarse delante, para algo era la
mayor.
—Que tengas un buen día —dijo Nicole y antes de abrir la portezuela se
detuvo—. Jaycie. —La llamó y su vecina se volvió cuando estaba a punto
de entrar en la casa—. ¿Para ir a buscarlas también hacéis lo mismo?
—No —sonrió—. Tienen diferentes extraescolares y es demasiado
complicado. Y más ahora con Jason. Tendrás que ir a buscarlas todos los
días.
—Perfecto —sonrió también—, no hay problema. Hasta mañana.
—Tenéis que venir a comer un día Lewis y tú —dijo Jaycie antes de
entrar en la casa.
Nicole se encogió de hombros consciente de que no le había dejado
contestar. Cuando se sentó en el coche las niñas se habían enfrascado en
una intensa conversación. Desde que su madre se recuperó del cáncer
Lillian era otra, se había vuelto extrovertida y mostraba un gran afecto por
sus vecinas. Por eso Nicole se propuso dejarlas hablar de sus cosas y no
interferir, pero llegó un momento en el que la curiosidad la venció.
—¿Quién es ese Gannon? —preguntó.
—Un chaval de clase —explicó Cas.
—¿Y qué problema tiene? —Nicole miraba de manera intermitente por
el retrovisor para verlas sin perder de vista la carretera.
—Hace tiempo que tontea con Lillian, pero no acaba de decidirse —
contó Edeline—. ¿Tú cómo lo haces, tía Nicole? Supongo que cuando eres
mayor ya no es tan complicado.
—Si yo te contara… —se quejó su tía.
—Los chicos son demasiado tímidos —siguió Lillian—, es horroroso.
No hay manera de que den el paso. Creo que tendré que besarlo para que se
dé por enterado.
Nicole se aguantó las ganas de sonreír.
—No todos son así. —Se puso seria—. Algunos son demasiado
atrevidos. Esos son los que deben preocuparos. En cuanto a Gannon, quizá
necesita tiempo para encontrar el valor que necesita.
—¿Entonces tú crees que las mujeres tienen que esperar a que ellos se
decidan? —Rohana la miraba decepcionada.
—¡Por supuesto que no creo eso! —exclamó—. Lo que digo es que no
podemos hacer nosotras lo que ellos han estado haciendo durante siglos. No
podemos acosarlos. Creo que lo mejor es que seas clara, Lillian.
Simplemente dile que te gusta. Eso sí, hazlo cuando esté solo porque si lo
haces delante de sus amigos se van a estar riendo de él hasta el día de la
graduación.
—¿Y si me rechaza?
Nicole la miró por el espejo y le sonrió.
—Si queremos que nos respeten debemos mostrarles que no somos unas
cobardes, ¿no crees? Nos van a rechazar, es inevitable, no le podemos
gustar a todo el mundo, pero podremos soportarlo.
Las niñas asintieron y un confortable sentimiento grupal se materializó
dentro del coche haciendo que se sintieran capaces de afrontar cualquier
contratiempo.

Nicole observaba atentamente el calendario que su hermana le había


preparado y que había colgado en la pared del pasillo, delante de su
habitación. Lo había puesto allí porque era lo primero que vería cuando
saliese de su cuarto cada mañana. Había apuntado todo: la hora a la que
debían levantarse, a la que debían desayunar, qué debían desayunar, la hora
a la que regresaban de clase, qué podían y no podían comer, qué podían y
no podían ver en la tele, a qué hora debían acostarse…
—No me lo puedo creer —susurró para sí misma—, ha apuntado los
nombres y los teléfonos de todos sus amigos. Olivia, estás como una cabra.
Por último, las actividades extraescolares a las que deberían llevarlas y
la fiesta de pijamas del viernes. Todo apuntado en un organigrama perfecto.
Nicole no pudo evitar pensar que su hermana era una auténtica
Superwoman si era capaz de hacer todo aquello, además de trabajar en la
revista, y aún le quedaban ganas de… vivir. Movió la cabeza compasiva y
se metió en la que sería su habitación durante los próximos siete días para
deshacer su maleta.
Había llevado a las niñas al colegio y a Jason a la guardería. Por suerte
estaban muy cerca el uno de la otra, lo que lo hacía un poco más fácil.
Según el horario, tendría que ir a buscarlos a todos a las tres de la tarde.
Sacó todas sus cosas y las colocó en el armario vacío. La casa de Olivia
tenía habitaciones de sobra para que las tres niñas tuviesen su propio cuarto,
sin embargo, dormían las tres juntas en la habitación más grande de la casa.
Cuando Niall y Cas llegaron a la familia Rohana y Edeline dormían en la
misma habitación. Olivia temió que Cas se sintiera excluida, así que
propuso que cada una tuviera su propio cuarto. Las niñas se mostraron
entusiasmadas con la idea y decoraron las habitaciones cada una a su gusto.
Pero ya la primera noche Edeline y Rohana se dieron cuenta de que no
podían dormir en aquella silenciosa y solitaria estancia sin la compañía de
la otra. Cuando hablaron con su madre Olivia no tuvo más remedio que
sincerarse con ellas y explicarles el motivo por el que lo había hecho y las
mellizas propusieron explicárselo todo a Cas y que ella decidiese lo que
quería. Ese era el mejor modo de hacer que se sintiese parte de la familia.
La decisión fue unánime: las tres niñas optaron por compartir habitación.
Edeline y Rohana estaban acostumbradas a hacerlo y para Cas era una
delicia tener hermanas, algo que siempre había deseado. Así que ahora
tenían dos habitaciones libres, y preciosamente decoradas, que nadie
utilizaba.
Nicole terminó de colocar sus cosas y bajó a la cocina a prepararse un
té. No estaba acostumbrada a estar ociosa y no tenía muy claro lo que hacer.
Con la taza humeante en las manos recorrió toda la casa, entrando en
habitaciones y registrando cajones y armarios. Era una sensación extraña,
como si estuviese haciendo una travesura escondida de todos. Cuando era
niña le gustaba revisar los cajones de sus padres, buscando misteriosos
secretos ocultos. Entonces un pendiente sin pareja o una pajarita
descolorida significaban cualquier cosa que su mente infantil pudiese
imaginar.
Cuando se cansó de la casa salió al patio trasero y se sentó en las
escaleras a contemplar la hierba y las flores que su hermana había plantado.
Se preguntaba qué hacían las mujeres, que optaban por cuidar de sus
familias y no salir a trabajar, cuando todos estaban fuera. Limpiar. Se dijo,
levantándose y entrando en la casa. Dejó la taza en el fregadero y empezó a
abrir armarios, buscando trapos y algún bote que pusiera algo acompañado
de la palabra limpio.
—Esto servirá —dijo con una botella en espray de color azul en la que
ponía limpiador multiusos en una mano y un trapo de microfibra en la otra.
Fue hasta el salón y miró a su alrededor. Había visto a su madre hacerlo
y entonces parecía muy fácil. Empezaría por la mesa de centro. Apartó todo
lo que había sobre ella y la roció con varias pulsaciones de la pistola. Olía a
fresco y también a flores, era agradable, así que echó un poco más. Repitió
la operación con cada mueble y superficie que encontró a su paso. En poco
rato toda la casa olía a limpio, quizá en exceso.
—¿Hay alguien? —Lewis estaba de pie en medio del salón.
Nicole apareció con la botella de limpiador en la mano y el trapo
empapado en la otra.
—Hola —dijo con expresión desconcertada—. ¿Cómo has entrado?
—Estaba abierto —respondió con una sonrisa irónica.
—¿En serio? —preguntó, sorprendida—. Esta casa está encantada, llevo
unas horas aquí y ya soy como mi hermana. ¿Me he dejado la puerta
abierta? Podría haber entrado cualquiera.
—Tranquila, habría salido huyendo al ver que no podía respirar —dijo
Lewis soltando las cosas en el suelo—. ¿Te importa si ventilo un poco?
—La verdad es que me estoy mareando —reconoció con cierta
confusión.
Lewis abrió la ventana mientras ella se sentaba en el sofá. El músico le
cogió la botella de limpiador y el trapo, que estaba a punto de empezar a
gotear en cualquier momento, y los llevó a la cocina. Cuando regresó
Nicole se había recostado con los ojos cerrados y tenía una mano en la
cabeza.
—Ven, salgamos fuera. —La cogió del brazo y la ayudó a levantarse.
Salieron al patio trasero y ella se sentó en los escalones.
—Respira hondo, pero hazlo despacio, no tengas prisa.
—Está claro que no es tan sencillo como lo pintan —dijo cuando
empezó a recuperarse.
Lewis la miraba sin comprender.
—Lo de limpiar —se explicó—, parece que sea algo muy simple, pero
no lo es. No entiendo cómo hacen para limpiar algunos recovecos, te juro
que lo he intentado de un montón de maneras y no había forma de
conseguir llegar. Y resulta que ese espray mancha depende de dónde lo
eches. ¡Dios, Olivia me va a matar!
—Se echa en el trapo —explicó él.
—¡Soy una inútil! ¡Hasta tú sabes cómo se hace!
—Tranquila —sonrió—, no creo que a tu hermana le importe que no
sepas limpiar su casa. Mientras no hayas rociado a sus hijos con ese espray
todo irá bien.
Nicole lo miró agradecida.
—¿Tú crees? Eso espero. —Apoyó la cara en las manos.
—¿Están todos en el cole? —preguntó Lewis.
Asintió.
—Luego iré yo a buscarlos —propuso.
—No, no —respondió Nicole rápidamente—, yo quiero ir. No sé qué
voy a hacer aquí tantas horas.
—Pensaba que irías a trabajar por las mañanas —dijo Lewis.
—Tuve un berrinche con mi jefe y me cogí vacaciones.
El músico la miró sorprendido.
—¿Qué? —preguntó molesta.
—Nada, pensaba que tú nunca cogías vacaciones.
Nicole suspiró echando el aire por la nariz.
—Y ahora entiendes por qué —dijo con ironía.
10

—No sabía que supieses cocinar. —Nicole observaba cómo cortaba las
verduras y las iba echando a la cazuela mientras compartían una copa de
vino blanco.
—Me enseñó mi padre, ya sabes que es un gran cocinero.
—Cierto —confirmó, cogiendo un trocito de apio y llevándoselo a la
boca—, y no sabes cómo me alegro de que tú hayas heredado su don porque
yo no sé hacer ni un huevo frito.
—No sé por qué todo el mundo dice eso. —Lewis cogió su copa y bebió
un trago antes de seguir hablando—. Hacer un huevo frito no es nada fácil.
Hay que hacerlo bien, con su puntillita y con la yema en su punto para
poder mojar. Nada fácil.
—Creo que no todos valemos para todo —argumentó Nicole.
—Cierto. Tú, por ejemplo, no vales para limpiar —sonrió, divertido.
—Eso se llama hacer leña del árbol caído. —Arrugó la nariz—.
Hablando en serio y sin clavarle puñaladas a nadie, creo que es bueno que
cada uno se dedique a lo suyo, de ese modo siempre habrá trabajo para
todos.
—Buena excusa para no aprender a cocinar. —Removió las verduras
que ya habían empezado a hacerse.
—No es una excusa. —Apartó la mirada y se frotó los muslos por
encima de sus pantalones tejanos—. Pero lo cierto es que cocinar para mí
sola nunca ha sido un aliciente.
—Pues no veo porqué. —La miró sin dejar de remover—. Ese debería
ser un buen motivo. Yo cocino para mí solo… casi siempre.
Nicole sonrió y se bajó del taburete para poner la mesa.
—¿Te importa si comemos aquí? Me parece innecesario ensuciar el
comedor. Por cierto, voy a cerrar la ventana que yo creo que ya se habrá
aireado bien.
Lewis la vio salir de la cocina y frunció el ceño pensativo. Estaba
distinta. No era que se hubiesen visto mucho y la última vez no fue nada
agradable, pero había algo distinto en ella.

—Si quieres puedo echarle un vistazo al contrato —dijo Nicole después


de que mencionara el tema del conflicto con la discográfica.
—No hace falta, gracias, no quiero aprovecharme…
—No seas bobo. —Apartó el plato—. ¡Dios! ¡Estaba delicioso! Si
cocinas así de bien todos los días me voy a poner como una foca.
—Luego cogemos las bicicletas de Niall y Olivia y nos damos un paseo
—dijo Lewis sonriendo.
—Lo siento, pero no. No me gusta nada hacer deporte.
—¿Y quién ha hablado de hacer deporte? —Lewis se reía—. Un paseo
en bici es un entretenimiento, no un deporte.
—Lo que sea —negó ella.
—No sabes montar en bici —dijo, comprendiendo.
—Pues lo cierto es que no. Cuando era una cría se me ocurrió coger la
bicicleta de mi hermana y Clark Davis, un chico que iba detrás de ella,
quiso hacerse el simpático y se ofreció a enseñarme. Me ayudó a mantener
el equilibro, agarrando el asiento mientras recorríamos la calle y de repente
me empujó con todas sus fuerzas gritándome que pedaleara.
—Te pegaste la gran hostia. —Lewis imaginó el resto.
—Y caí sobre los cubos de basura frente a la casa de los Stuart con el
consiguiente estropicio. Así que, además del daño físico, tuve que
enfrentarme a la monumental bronca que me dieron, el señor Stuart y sus
vecinos, por tirar toda la basura al suelo.
—Y te harían recogerla.
—Por supuesto. —Aún se angustiaba al recordarlo—. Fue horrible,
nunca volví a acercarme a aquella vieja bici.
—Olivia y tú os lleváis…
—Casi doce años —explicó Nicole—. Cuando mi padre conoció a
mamá Olivia tenía ocho años.
—Tengo entendido que él era jardinero paisajista —dijo Lewis.
Nicole asintió y sus ojos mostraron lo orgullosa que estaba de sus
padres.
—Papá siempre dice que se enamoró de mamá en cuanto la vio. Era la
mujer más dulce y cariñosa que hubiese conocido. Lo contrató para que
podara los árboles de su jardín y todos los días mamá sacaba una jarra de
limonada y dos vasos y charlaban un rato mientras él descansaba. Así se
hicieron amigos.
—Olivia también lo quiere mucho.
—Las conquistó a ambas igual que ellas lo conquistaron a él —sonrió,
divertida—. Y menos mal.
—Si no tú no habrías nacido.
—Si no yo no habría nacido —corroboró y los dos se echaron a reír.
—Ojalá mi padre hubiese conocido a alguien. —Lewis se puso serio.
—Querríamos que fuesen felices hasta el final, ¿verdad?
—Yo me conformaría con que no estuviese siempre tan triste —
comentó—. Desde que tiene a Bonnie está mejor, pero antes era una sombra
melancólica.
—Debe ser muy duro perder a la persona que amas. Con quien creíste
que compartirías toda la vida. —Nicole apoyó la cara en la mano con la
vista clavada en la pared.
—No puedo imaginármelo, nunca he amado a nadie así —confesó él—.
Quizá no he sabido escoger y la persona perfecta ha pasado junto a mí sin
percatarme. O quizá es que no hay una persona perfecta para mí.
—Yo puedo afirmar rotundamente que no he sabido escoger. —
Empalideció y cogió el vaso para beberse el agua que le quedaba en él.
Lewis lo rellenó al ver que necesitaba más y Nicole siguió bebiendo
hasta terminárselo.
—¿Estás bien? —preguntó, preocupado.
—Perfectamente. —La abogada sonrió con los labios mientras sus ojos
mostraban una expresión fría y cortante—. Será mejor recoger todo esto,
quiero mirarme algunos casos que he traído.
—Así que finalmente trabajarás —sonrió.

—He hecho té y he pensado que te vendría bien una taza. —Lewis se


sentó en el sofá—. ¿No trabajarías mejor en el despacho que sentada en la
alfombra?
—Me gusta tener todos los papeles esparcidos por el suelo —sonrió y
después bebió un sorbo—. Mmmm, me encanta el té rojo, es mi preferido.
—Lo sé —confesó.
Nicole frunció el ceño sorprendida. ¿Cuándo la había visto él tomar té?
Bueno, a parte de las dos veces que habían comido juntos en aquella casa…
No podía ser que se acordase de ese detalle.
—¿Qué haces? —preguntó, señalando los papeles que ocupaban la
alfombra—. Si puede saberse, claro.
—Es un caso de plagio —explicó y al ver que parecía interesado de
verdad se puso de rodillas sentada sobre sus pies y profundizó un poco más
—. Nuestro cliente es compositor…
—¿Quién es? —preguntó Lewis con curiosidad.
Ella hizo un gesto con la cara extrañada de que le preguntase algo así y
entonces se acordó de que Lewis era músico. El country se considera
música, ¿no?, pensó con malicia.
—Rusty Swint.
Lewis arrugó la boca, no había oído hablar de él.
—¿No le conoces?
El músico negó con la cabeza.
—Bueno, pues Rusty escribe canciones que luego canta en su canal de
YouTube. Tiene bastantes seguidores, aunque él dice que no a mí cien mil
suscriptores me parecen una burrada. ¿Cuántos tienes tú? —preguntó
curiosa.
—Yo no tengo canal de YouTube —respondió.
—Bueno, pues no sé. —Hizo un gesto, quitándole importancia—. La
cuestión es que un cantante muy famoso ha sacado una canción y Rusty
asegura que es es una copia de la suya.
Lewis sonrió.
—¿De qué te ríes?
—Eso pasa todos los días. Siempre hay gente que dice haber compuesto
canciones de éxito. Da igual si eres Blake Shelton, Bruno Mars o Michael
Jackson.
—Por eso es un caso tan difícil —dijo ella.
—Yo podría ayudarte con eso. —Dejó su taza en la mesilla y se levantó
a buscar la tablet que había dejado en la cocina.
Nicole esperó a que volviese apoyando un brazo en uno de los asientos
del sofá. Lewis se sentó junto a ella en el suelo y abrió YouTube.
—Has dicho Rusty Swint —dijo al tiempo que tecleaba—. Vamos a
ver… Sí, tiene muchos vídeos y bastantes visualizaciones, debe ser bueno.
—Lo es —respondió ella inclinándose hacia la pantalla—. Es esta.
Escucharon la balada acústica hasta el final, en silencio.
—Es buena. —Lewis la miró con expresión sorprendida—. Es muy
buena. ¿Quién se supone que le ha plagiado?
—Jacobi Bull —dijo Nicole cogiendo su tablet—. Déjame que te ponga
el vídeo.
Lewis escuchó la canción del artista pop hasta la mitad.
—Rusty tiene razón —sentenció después de darle al botón de pausa—.
Es la misma canción. Jacobi ha hecho algunos retoques, pero es la misma
sin duda.
Nicole lo miró fijamente.
—¿En serio te parece tan claro? Nuestro especialista…
—Hay seis compases idénticos en esta parte y otros ocho aquí en el
mismo orden. No tengo ninguna duda, es un plagio como la copa de un
pino.
—¿Testificarías en un juicio? —Nicole se puso de rodillas girándose
para mirarlo de frente.
—Oye, oye, oye a mí no me líes. —Se rio.
—¿Conoces a Jacobi?
—¿Personalmente? —preguntó—. Bueno, lo he visto en algún evento…
—¿Sois amigos?
—No.
—¿Has visto cuántos suscriptores tiene su canal? ¡Siete millones!
¿Crees que está bien que alguien como él, que está mucho mejor
posicionado en el mundo de la música, se dedique a robarle a un pobre
chaval que lo único que tiene es su talento?
—No me parece bien, pero soy parte de este mundillo y no es bueno
significarse en cosas como esta —aclaró—. Además, no lo necesitas,
cualquier musicólogo te dirá lo mismo que yo, es de cajón. Aunque eso da
igual.
—¿Por qué da igual?
—Porque le pagarán para no ir a juicio y aceptaréis. Así es esto.
—Ahora no sé si estás hablando de tu profesión o de la mía —dijo
Nicole confusa.
—De ambos. —Apoyó la cabeza en el asiento del sofá—. Los abogados
como tú estáis para conseguir dinero para vuestros clientes. Da igual si es
para que les paguen o si es para que no tengan que pagar. Y los grandes en
la música que son capaces de robarle su trabajo a otro no tienen ningún
problema en pagar la multa porque para ellos es calderilla.
—Tienes razón —admitió y después hizo varias muecas con la boca,
como si estuviera pensando en algo—. Hablaré con Vincent esta noche. —
Miró el reloj—. ¡Tenemos que ir a por las niñas y a por Jason!
Lewis miró el reloj también y se puso de pie de golpe.
—Luego recogeremos todo esto, ahora no hay tiempo. —Nicole se puso
los zapatos rápidamente y fue a buscar su bolso a la habitación, pero antes
de salir del salón se volvió hacia él—. Gracias por ayudarme, Lewis.
El guitarrista sonrió y se encogió de hombros.
—No he hecho nada.

—¿Qué os parece si merendamos ahí? —Lewis señaló una cafetería que


encontraron en el camino hacia casa desde el colegio.
Las niñas se miraron y asintieron. Sería divertido salirse de la rutina.
—Mientras a las seis estemos en nuestras extraescolares, vale —dijo
Rohana haciendo de portavoz.
—Todas estaréis donde tenéis que estar. —Su tía sacó el móvil para
consultar la foto que había hecho al mural de Olivia.
Mientras Lewis pedía la merienda para todos, Nicole repasaba las
direcciones del taller de pintura de Cas y la escuela de ballet de Rohana y
Edeline calculando a dónde debían ir primero y cuánto tardarían en llegar al
siguiente lugar.
—Cuéntaselo. —Edeline daba golpecitos a su hermana con la pierna
para que hablase.
—Calla, tonta —respondió Rohana con mirada asesina.
Nicole las miró a las dos.
—¿Qué pasa? —preguntó.
Edeline siguió haciendo gestos, que para ella eran sutiles, aunque no
había nadie que tuviese ojos que hubiese podido no verlos.
—No es nada —dijo Rohana—, una estupidez.
—Gannon Sheridan se ha metido con ella —escupió Edeline.
Su hermana la miró con mirada asesina.
—¿Gannon Sheridan? —preguntó Nicole—. ¿No se llamaba Gannon el
que…?
—Sí —la cortó Edeline—, es del que hablábamos esta mañana en el
coche. El de Lillian.
—¿Y qué ha hecho? —preguntó, interesada.
—La ha arrinconado en el patio y ha intentado darle un beso delante de
sus amigos —siguió Edeline.
—¿A Lillian?
—¡No! ¡A Rohana! —exclamó su melliza.
—¿Te quieres callar de una vez? —Su hermana le dio un empujón.
—Rohana, no te enfades con Edeline. —Nicole las separó y se puso en
medio de las dos—. Ella solo quiere protegerte.
—Pero le he dicho que se calle y no me hace caso.
—¿Tú te callarías si alguien se hubiese metido con ella y no quisiera
contárnoslo?
La niña bajó la mirada porque no podía contestar sin ponerse en
evidencia.
—¿Y cómo ha ocurrido semejante cosa? —siguió Nicole—. ¿Te habías
dado cuenta de que le interesabas?
Rohana asintió sin decir nada, daba la impresión de que se sentía
avergonzada.
—¿Por qué no nos cuentas cómo ha ocurrido y así podremos darte
nuestra opinión? —pidió su tío, que sostenía a Jason sentado en una de sus
piernas.
—¿Qué más quieres que te explique? —Rohana estaba visiblemente
incómoda—. Hemos salido al patio y Gannon me ha llamado. Yo he ido y
ha intentado besarme delante de sus amigos. Yo le he empujado y entonces
él me ha empotrado contra la pared y lo ha vuelto a intentar.
—Las chicas y yo hemos ido corriendo en cuanto lo hemos visto, pero
Ro se sabe defender solita.
—Le he pegado un empujón más fuerte y le he amenazado con darle un
puñetazo si no me dejaba en paz. Sus amigos se han reído de él y nos hemos
ido.
—¿Lillian estaba con vosotras? —preguntó, sabiendo la respuesta.
Rohana asintió.
—Yo no he hecho nada malo. —Apretó los labios.
—¡Claro que no has hecho nada! —exclamó su tía cogiéndola por los
hombros.
—Pero Lillian está enfadada conmigo.
—No, seguro que está enfadada, pero no contigo. —La tranquilizó
Nicole—. Cuando eres rechazado duele, no seríamos humanos si no nos
doliese.
—Ahora los dos están enfadados conmigo.
Nicole se dio cuenta de que Rohana estaba verdaderamente triste y
comprendió cuál era el verdadero problema, pero no dijo nada.
—Los tíos somos como vosotras, aunque nos empeñemos en ocultarlo
—intervino Lewis—. Somos tímidos, inseguros y tenemos miedo a ser
rechazados. Eso hace que a veces nos comportemos como auténticos
imbéciles. —Las cuatro mujeres lo miraban con interés—. Ya sé que en los
libros y en las pelis el chico siempre está muy seguro de sí mismo, sabe lo
que quiere y cómo conseguirlo. Pero la mayoría de las veces eso no es
cierto. Seguramente ese Gannon está coladito por ti desde hace tiempo y no
sabía cómo acercarse. Al ver que Lillian había tomado la iniciativa se
asustó y reaccionó de la peor manera. Seguramente mañana estará
avergonzado y es muy probable que no vuelva a acercarse a ti.
—¿Y si no es así? —preguntó Cas, no del todo convencida.
—Pues si no es así, y vuelve a molestarla, vuestro tío tendrá unas
palabras con él y se le quitarán las ganas de repetir.
—¡Hala! —exclamó Nicole—. Cavernícola, ven a mí.
—¿Por qué has tenido que decir nada, Edeline? —Rohana parecía a
punto de echarse a llorar.
Su hermana la miraba sorprendida y Cas, que no había dicho nada,
suspiró antes de hablar.
—Ro y Gannon son amigos. —Movió la cabeza—. No entendéis nada.
11

—¿Te importa si me siento contigo? —Rohana se había sentado en las


escaleras de la parte de atrás de la casa y apoyaba la cara en las manos.
—No tengo ganas de charla, tía Nic.
—No me llames así, por favor —pidió—. Así me llama alguien en
quién no quiero pensar.
Rohana se volvió a mirarla y asintió. Se sentó junto a ella en las
escaleras y después de unos segundos en silencio Nicole suspiró y la niña la
imitó.
—Yo lo sabía —empezó la niña—, desde hace tiempo. Siempre hemos
sido amigos, le conozco desde que entré en ese colegio.
—Lo importante es que seas sincera contigo misma. —La cogió por los
hombros—. No podrás serlo con tus amigos si no lo eres contigo.
—¿Qué quieres decir? —Levantó la cabeza para mirarla.
—No debes negar jamás lo que sientes. Y no tiene nada que ver con lo
que sienta el otro. Si no eres capaz de amar a alguien que no te ama, es que
no tienes ni idea de lo que es el amor —sonrió—. No se ama porque te
amen, se ama porque no se puede evitar.
—Eso es lo que le ocurre a Lillian —dijo la niña cabizbaja.
—Sí, eso es lo que pasa a Lillian y deberá aprender a superarlo —
respondió—. Pero ahora no estamos hablando de Lillian, ¿verdad?
—No quiero que se enfade conmigo —susurró.
Nicole le acarició el pelo con ternura y luego le cogió la cara con las
manos para que la mirase.
—Escucha, cariño. No podemos negar nuestros sentimientos por temor
a hacer daño a otros. Si tú sientes algo por ese muchacho y lo rechazas para
que Lillian no sufra, le estarás haciendo sufrir a él y sufrirás tú.
Rohana la miraba con los ojos brillantes y Nicole sintió que tuviese que
padecer tanta angustia siendo aún tan pequeña. Pero sabía que aquello era la
vida, un constante aprendizaje, y que si en ese momento encajaba bien las
piezas eso la ayudaría en el futuro cuando tuviese que pasar por cosas
peores.
—Lo importante en la vida no es agradar a todo el mundo. No es tu
misión conseguir que los demás estén contentos contigo y con todo lo que
haces. De hecho, algunas veces tendrás que actuar en contra de lo que los
demás piensen. Porque lo importante no es cómo nos ven los demás, lo
importante es cómo somos. Nunca, nunca, nunca hagas algo de lo que no
estés satisfecha. Mira, hay una frase que dice siempre tu abuelo y que
debería tatuarme en un lugar muy visible para mí: lo único que puedo hacer
es ser yo misma. Eso vale también para ti.
—No sé qué es lo que quiero hacer —confesó a punto de ponerse a
llorar—. Lillian es mi amiga, sobre todo desde que su madre estuvo
enferma porque antes no la aguantaba, la verdad. Pero Gannon y yo somos
amigos desde siempre…
—Eso no es lo que te preocupa, ¿verdad? —Su tía sonrió tratando de
darle seguridad—. Debes responder a esta pregunta: ¿qué sientes tú por ese
chico? ¿Te gusta? ¿Quieres que siga todo como hasta ahora?
Rohana se quedó pensativa, no estaba segura de nada.
—No quiero perder su amistad —aseguró.
—¿Te gustó? —preguntó directa y sin más divagaciones.
Su sobrina la miró confusa.
—¿Te gustó que te besara? —insistió Nicole.
El rostro de Rohana mostraba la evidente sorpresa que le produjo
escuchar aquella pregunta. No por la pregunta en sí, sino por la reacción
natural e impulsiva de su cuerpo. Apenas había sido un segundo antes de
que lo empujara y estaba casi segura de que ese impulso salvaje se produjo
cuando vio a Lillian por el rabillo del ojo que corría hacia ellos.
—Sí —susurró, asustada—, me gustó.
Nicole sonrió con la misma ternura con la que llevaba hablándole desde
que se sentó junto a ella en aquel porche.
—Pues debes hablar con Lillian y explicarle lo que sientes. Si de verdad
es tu amiga, lo entenderá. No le estás quitando nada porque no era suyo y es
bueno que aprenda que es así. Las personas no nos pertenecen. —Le puso
las manos en los hombros y la miró fijamente a los ojos—. Tenemos
derecho a enamorarnos y también a decirle a la otra persona que nos hemos
enamorado, pero debemos asumir que el otro también tiene derecho a
rechazarnos. Y con eso no está diciéndonos que somos menos valiosos o
que no somos dignos de que nos amen. Simplemente está haciendo uso de
su derecho de elegir. ¿Lo entiendes, Rohana?
La niña asintió. Escuchando a su tía parecía todo tan fácil…
—¿Y entonces qué hay de eso que sale en las series de que las chicas
tienen un código…?
Su tía sonrió abiertamente.
—Hablas de no robarle el novio a una amiga —tanteó—. Por supuesto,
eso es un código de honor muy antiguo: No hay que robarle el novio a nadie
y menos a una amiga, pero este no es el caso. A Lillian le gusta Gannon,
pero a él le gustas tú. Eso es otra cosa, ¿ves la diferencia?
Ro asintió, no muy convencida. Nicole lo pensó unos segundos antes de
seguir hablando.
—Mira, esto es como si estuvieses en una celebración con tus amigas y
en el centro de la mesa han puesto una bandeja de mochis. A Lillian le
gusta el de pistacho, pero resulta que es alérgica y no se lo puede comer.
También es tu preferido, te encanta el pistacho y, además, te sienta de
maravilla…
Hizo un gesto con las manos mientras la interrogaba con la mirada. Ro
sonrió divertida.
—Eres horrible poniendo ejemplos, tía. ¿Un mochi de pistacho? ¿A
quién le gustaría eso?
Oyó la risa de Lewis a su espalda y al girarse lo vio detrás de la puerta
de celosía.
—¡Tío Lewis! —exclamó la niña poniéndose de pie—. ¡No tendrías que
estar ahí!
Nicole se puso de pie mirando al músico que tenía una extraña
expresión.
—Acaba de llegar. —Intentó ayudarlo—. ¿Verdad, Lewis? ¿Venías a
avisarnos de que ya está la cena?
—Exacto —asintió.
—La próxima vez avisa —exigió su sobrina con un deje de enfado en la
voz al pasar junto a él.
—Eres toda una filósofa del amor. —Lewis salió fuera antes de que
Nicole entrase.
—Bueno, si algo tenemos las viejas solteronas es que sabemos mucho
del amor… no correspondido.
Lewis la miró de un modo extraño que hizo que ella no pudiese desviar
la mirada.
—Yo no sé nada del amor y tengo tu edad.
—No me lo creo.
El músico bajó los escalones con las manos en los bolsillos y luego se
volvió de nuevo a mirarla.
—Puedes creerme. Jamás me he enamorado, soy un completo ignorante
sobre el tema. He salido con muchas mujeres, pero jamás he sentido el
impulso de compartir mi vida con ninguna de ellas. —Se encogió de
hombros.
Fue como si alguien descorriera unas tupidas cortinas y el sol entrase a
raudales en una fría y destartalada habitación llena de polvo. Las motas
flotando en el aire y la luz cegadora…
—Yo tampoco —dijo como si acabase de descubrirlo—. Jamás he
sentido esa conexión de la que todo el mundo habla.
Los dos se miraron sorprendidos y renovados, como si aquella
confesión hubiese reseteado todas sus convicciones.
—¿Qué narices es un mochi? —preguntó Lewis de pronto.
—¿No has comido nunca mochis? ¿En serio? Son unos pastelitos
japoneses de pasta de arroz rellenos de helado. Están increíbles. Tienes que
probarlos.
—¿Dónde? —La miraba, divertido—. ¿Dónde puedo probarlos?
—Conozco una heladería…
—¿Cuándo vamos?
Nicole frunció el ceño.
—Podemos ir el sábado que las niñas no tienen clase.
—Yo me refería a nosotros dos —aclaró Lewis sin dejar aquella
seductora sonrisa.
—¿Nosotros?
—Sí, nosotros.
—Pues… no sé.
—Tía Nicole, ¿puedo tomar limonada?
La voz de Ro le sirvió de coartada para regresar a la casa y no tener que
responder. Lewis se cruzó de brazos y contempló el paisaje con una extraña
sensación en el cuerpo y peligrosos pensamientos rondando su cabeza. Se
volvió a mirar hacia la casa.
—No, tío —susurró para sí—. Ni siquiera te cae bien.

Nicole, de pie frente al mural de Olivia, repasaba con el dedo


asegurándose de que no se habían dejado nada. Ya estaban todos en sus
camas con todo lo necesario para el día siguiente preparado. Respiró
aliviada y bajó las escaleras para ir a la cocina.
Lewis terminaba de poner el lavavajillas y ella cogió la escoba para
barrer las migas del suelo.
—Creo que hoy he visto por qué eres la mejor tía. —Cerró el
lavavajillas, después de poner la pastilla, y le dio al botón de encendido.
—En realidad, no he hecho nada…
—Ya lo creo que sí. —La miró fijamente—. Ro ha estado de mejor
humor en la cena.
Olivia recogió las migas y las tiró al cubo de la basura. Después guardó
la escoba y el badil.
—Me apetece una copa de ese Chardonnay que he visto en la nevera.
¿Y a ti? —propuso.
Lewis asintió. También había visto la botella con una nota de Niall para
ellos: Disfrutad de esta delicia con mi agradecimiento. Niall.
Sirvió dos copas y le dio una a Nicole.
—¿Te apetece que veamos algo en la tele? —preguntó un poco
nerviosa.
—No me gusta la tele. —Lewis se apoyó en la encimera—. Ni siquiera
tengo una.
— ¡Yo tampoco! —exclamó, sorprendida—. Cuando me mudé al loft no
encontraba sitio donde ponerla y entonces me di cuenta de que nunca me
sentaba a verla cuando estaba en casa con mis padres. Claro que entonces
tenía siempre a alguien con quien charlar o cosas mejores que hacer. Pensé
que no iba a saber ni qué programas eran los que interesaban o a qué horas
los emiten, así que decidí no ponerla y está guardada en el trastero dentro de
su caja. Ahora que lo pienso, habría sido más inteligente devolverla…
Estoy hablando demasiado —sonrió, incómoda.
—¿Vamos al salón? Estaremos más cómodos en el sofá. —Lewis cogió
el Chardonnay y salió de la cocina.
Dejó la botella sobre la mesa de centro antes de sentarse cómodamente
en uno de los dos sofás.
—Y, cuéntame, ¿qué harías si ahora estuvieses en tu loft? —preguntó,
mirándola con interés.
—Pues leería un buen libro, escucharía buena música… —Nicole se
sentó frente a él en el otro sofá.
—Entonces nada de country, supongo —dijo Lewis aparentemente
serio.
Nicole no apartó la mirada a pesar de sentirse un poco avergonzada.
—Debería pedirte disculpas por lo que dije —admitió—. Fui muy
desagradable.
—Un poco, sí.
—No tenía un buen día —se sinceró—, mi novio había roto conmigo.
—Vaya, no sabía que a tu novio le gustase el country —dijo burlón.
—No es eso. —Dobló las piernas y subió los pies descalzos al asiento
para estar más cómoda—. Pero vuestras canciones siempre hablan de amor
y rupturas y dolor…
Lewis sonrió abiertamente.
—¿Las otras canciones de qué hablan según tú?
—Bueno, de otras cosas.
—Ah, ¿sí? Veamos. ¿Qué música te gusta?
—Breaking Benjamin, por ejemplo.
Lewis asintió.
—Rock, bien. ¿The diary of Jane?
Ahora fue Nicole la que afirmó con la cabeza después de beber un sorbo
de vino. Se chupó el labio para apurar los restos que habían quedado en él,
un gesto que a Lewis le pareció de lo más provocativo, aunque estaba
seguro de que no era esa su intención.
—¿De qué crees que habla esa canción? —preguntó el músico.
—De la angustia de un hombre por rendir a la mujer que ama.
Lewis frunció el ceño desconcertado y durante unos segundos repasó la
letra de la canción en su cabeza. Nicole lo observó bebiendo de vez en
cuando mientras también la repasaba.
—Hay muchas teorías sobre esa canción. Yo también tengo la mía. —El
músico le hizo un gesto para que siguiera—. Siempre que la escucho pienso
en Rochester y Jane Eyre. Lo imagino atormentado porque ella está
decidida a abandonarlo y busca en su diario una explicación que le ayude a
retenerla.
Lewis sonrió satisfecho.
—Y eso no es una historia de amor.
—Sí, claro que lo es, pero es mucho más que eso. Jane Eyre es una
historia de miedo y confianza traicionada. Es una oda a la entrega y al
sacrificio. El cuestionamiento de tradiciones y costumbres que solo
provocaban sufrimiento.
—Y una historia de amor.
Nicole lo miró con una ceja levantada y expresión de rendición.
—Está bien, tienes razón. Pero las canciones country no hablan de esa
clase de amor.
—Es increíble lo injusta que puedes llegar a ser. ¿Cuántas canciones de
country conoces?
—No muchas, la verdad.
—Y aun así te crees con derecho a generalizar.
—¿No es lo que hacemos todos? ¿Qué piensas de los abogados? Vamos,
sé sincero.
—Que solo pensáis en ganar dinero.
—¿Y los fontaneros no? A lo mejor te crees que cuando alguien va a
arreglarte un grifo lo hace porque ama las tuberías y disfruta apretando
tuercas.
—Tienes razón, pero eso solo demuestra que eres consciente de lo
injusta que eres.
—Lo soy —reconoció, apurando su copa—. Y estoy dispuesta a que me
hagas cambiar de opinión escuchando una de tus canciones. Esa en la que
trabajabas en el porche. Sonaba bien.
Lewis sonrió burlón.
—No está terminada.
—Pues cuando la termines.
Él levantó su copa a modo de aceptación y Nicole se puso un poco más
en la suya.
—¿Vuestra ruptura fue definitiva?
La abogada asintió con firmeza.
—Hemos estado dos años dándole al botón de reinicio. Rompimos
cinco veces. Creo que podría ser un récord Guinness, debería comprobarlo.
¿Tú sabes si dan algo por batir un récord de esos?
—No tengo ni idea —respondió serio.
La mirada de Nicole se había oscurecido y todo su cuerpo parecía haber
encogido en aquel sofá.
—Teniendo en cuenta que ha sido la relación más larga que he
mantenido con un tío, está claro que no tengo muy buen criterio —dijo
como para adentro.
—Ya he confesado que yo tampoco soy muy diestro en ese tema —
confesó Lewis.
—Tú eres famoso. —Cogió la copa con las dos manos—. He visto
carteles de anuncio con tu cara. Bueno, con la tuya y la del resto del grupo,
claro.
—No me ha ido mal, pero el que tenía verdadero éxito con las chicas
era John.
—Debió ser un duro golpe enterarte de que dejaba el grupo cuando ya
estaba hecho. —Se puso seria.
—Más de lo que hubiera imaginado —respondió pensativo—. Es como
si me hubiesen clavado una larga aguja de acero y la llevase atravesada en
el corazón. No se ve, no me matará, pero no deja que me olvide de que está
ahí clavada.
Nicole se concentró en aquellos ojos verdes que eran capaces de hablar
sin palabras.
—Acepté lo del grupo por él —explicó, recostándose y apoyando la
cabeza en el respaldo despreocupadamente—. Yo nunca quise ese tipo de
éxito.
—Te gustaría hacer tu propia música, supongo.
—A los veintiún años ya había compuesto cien canciones. Mi cabeza es
un hervidero y no puedo dejar de crear temas nuevos a pesar de saber que
no le interesan a nadie.
—Pero en el mundo en el que te mueves deben hacer falta canciones —
dijo, desconcertada—. Sois muchos y estáis todo el tiempo sacando discos
nuevos.
—No vendo mis temas. —Frunció el ceño.
—Pero es un desperdicio…
—Puede ser, pero mis temas hablan de mí, no voy a cedérselos a otro.
—¿No es eso lo que hacen todos los compositores? —preguntó,
entrecerrando los ojos.
—Supongo que a muchos compositores les gustaría poder cantar sus
canciones, pero no siempre es posible.
Durante unos segundos se quedaron en silencio sin dejar de mirarse y
sorprendentemente se sintieron cómodos.
—¿Te has pensado lo de enseñarme el contrato? —preguntó Nicole
después de otro sorbo de vino—. Creo que podría ayuda…
—¿Por qué rompisteis la primera vez? —la cortó de manera impulsiva.
Nicole frunció el ceño sorprendida.
—Se enteró de que Eddie, uno de los contables del bufete, me dio un
beso en la boca —explicó mientras rellenaba su copa—. Estábamos en la
fiesta de despedida de Mildred, la secretaria más veterana del bufete.
Habíamos bebido mucho y Eddie estaba muy gracioso, estuvo haciéndome
reír toda la noche. Yo necesito reír, es vital para mí. Lo cierto es que no me
di cuenta de sus intenciones hasta que me arrinconó en el pasillo y me besó.
No diré que fue el beso del siglo, pero no estuvo mal y no me importó.
Eddie tenía novia y yo también, así que aquello no era más que una
chorrada infantil…
—¿Y ya está? ¿Eso fue todo? ¿Un beso en una fiesta? —Frunció el
ceño, desconcertado.
Nicole asintió encogiéndose de hombros y se llevó la copa a los labios.
—¿Por qué rompisteis las otras veces? ¿Un vecino te dio la mano? —
preguntó con curiosidad. Por algún motivo necesitaba confirmar que ese tío
era gilipollas.
—Creo que para eso te hará falta más de una botella de Chardonnay. —
Se puso de pie—. Mejor me voy a la cama, que me parece que hoy ya he
hablado demasiado.
Cuando se quedó solo rellenó su copa y bebió un largo trago sin poder
quitarse de la cabeza cada palabra y cada gesto de Nicole. No le hacía
ninguna gracia la súbita atracción que empezaba a sentir por ella. No era
inteligente mirar a la hermana de su cuñada de ese modo. ¡Es Nicole! Se
dijo a voz en grito dentro de su cabeza. Como si aquello pudiese despejar
las emociones con las que respondía su cerebro. No era su tipo, ni siquiera
se dedicaba a la música.
—¡Dios Santo, Lewis, es abogada! —musitó.
No es que fuese juzgando a las mujeres por su profesión, pero al él
solían excitarle las botas de cuero y los pantalones ajustados. Le gustaban
las mujeres capaces de emocionarse con una guitarra y que fuesen capaces
de recitar una octava con buen tono.
Breaking Benjamin. Esa era la música que le gustaba a Nicole. Le
gustaban los coches caros, vivir en Nueva York y pleitear. Hizo una mueca
de repugnancia que era más un intento de autoconvencerse que un
sentimiento real. Lo cierto era que había sentido deseos de besarla unas tres
veces durante la conversación y si dejaba que su mente volara estaba seguro
de que no se quedaría conforme con besos.
Dejó la copa sobre la mesa y salió al jardín de atrás, pensando que un
poco de aire fresco lo calmaría. Contempló el cielo estrellado y pensó en las
veces que se sentaba con su padre en el porche de su casa a charlar de
cualquier cosa, cuando vivía con él. Lo echaba de menos. Seguro que él
sabría decirle algo que le sirviese para entender aquel repentino y estúpido
interés por Nicole. Tenía que ser la casa, eso era. Aquellas paredes estaban
impregnadas del espíritu de Niall. Siempre había sido un romántico
empedernido.
Sus pensamientos subieron la escalera y caminaron por el pasillo hasta
la habitación en la que dormía Nicole. La imaginó bajo las sábanas, con un
libro en las manos y aquella expresión apasionada que le había visto
mientras hablaba de The diary of Jane. Tenía que reconocer que su
personalidad natural y sin las excentricidades típicas de los artistas había
sido un soplo de aire fresco para él. Quizá era eso lo que le resultaba tan
atractivo. Torció una sonrisa burlona. Y estaba lo de su rechazo al country,
era un reto y le gustaba.
Gruñó entre dientes al darse cuenta de que salir fuera no le estaba
ayudando a dejar de pensar en ella. Lo mejor que podía hacer era irse a
dormir, seguro que al día siguiente lo vería todo de otro modo.
—«La noche es oscura y alberga horrores» —citó en susurros.
12

Al día siguiente Nicole le dijo a Lewis que iría a hacer unas compras
después de dejar a Jason en la guardería y así él podía seguir componiendo
la canción en la que estaba trabajando.
—No suena mal, la verdad —sonrió al tiempo que jugaba con Jason,
que trataba de evitar que lo cogiese girando a su alrededor.
—¿Qué vas a comprar? Tenemos de todo. —No quería que se marchara.
—Había pensado en preparar una tarde de chicas para las niñas y les
voy a organizar una de las actividades que Olivia preparaba para mí.
Limpieza de cutis, maquillaje, peluquería… Les encantará, te lo aseguro.
Cogió a Jason que se reía a carcajadas y lo levantó en brazos.
—Dale un beso a tío Lewis que nos vamos corriendo —dijo.
Al acercar al niño para que lo besara se encontró muy cerca de él y el
aroma de su gel de afeitado le llegó penetrante. Pero lo que aceleró los
latidos de su corazón fue la mirada verde que apresó sus ojos. Se apartó con
una sonrisa nerviosa bailándole en los labios.
—Vendré a la hora de comer.
—Aquí estaré. —Los despidió él, consciente de la súbita atracción que
había provocado.
Nicole estuvo toda la mañana de tienda en tienda. Podría haber
terminado mucho antes. De hecho, estuvo retrasando su regreso consciente
de las ganas que tenía de volver. No era ninguna niña y podía identificar las
señales de un hombre lanzando el anzuelo. La noche anterior no había
podido concentrarse en la lectura y le costó enormemente conciliar el sueño
sabiendo que él estaba a solo unos metros. ¿De qué iba aquello? Hasta ayer
ni siquiera se soportaban. Frunció el ceño, interrogándose a sí misma. ¿Y no
sería…? No, era demasiado mayor para andarse con esa clase de
subterfugios. Si le hubiese gustado desde el principio no habría tenido
aquella actitud pasivo-agresiva con él. ¿O sí? Se sacudió aquellos
pensamientos un poco irritada consigo misma. Eso de boicotearse se le daba
realmente bien. Lo cierto era que Lewis y ella no tenían nada en común, sus
vidas se desarrollaban en universos paralelos sin posibilidad de converger
en ningún punto. Excepto aquel, la casa de Niall y Olivia. Y eso se acababa
en una semana. No tenía sentido pensar en ello siquiera.
Se paró en medio de la calle para sacar el móvil y, en un gesto
inmaduro, buscó en Google a Carly Tyrell. El corazón le dio un vuelco al
verla. Era una auténtica belleza sureña: rubia, pelo rizado, ojos almendrados
y tan claros como el mismo cielo y unos labios perfectos. Por no hablar de
su cuerpo, que cortaba la respiración. Y su voz. Y su edad. Definitivamente,
no tenía nada que hacer frente a alguien así.

Regresó a la hora de comer con un montón de bolsas que dejó encima


de la mesa de la cocina.
—No preguntes —dijo al ver la irónica sonrisa de Lewis.
—Veo que tu mañana ha sido muy productiva. —Apagó el fuego.
—Pues, a juzgar por cómo huele eso, la tuya también.
Lewis se acercó a ver qué contenían las bolsas y frunció el ceño.
—Estás loca. Has comprado potingues para una clase entera. ¡Son solo
cuatro niñas! —exclamó, riendo.
—Si quieres puedes unirte. —Le sacó la lengua a modo de burla—.
Seguro que unas uñas rojas te quedarían fabulosas.
—Vaya, debo decir que me siento honrado de que me incluyas en tu
celebración —siguió riéndose.
—Lo siento, pero alguien tiene que encargarse de Jason y te ha tocado a
ti.
—Ya veo. —Metió la mano en la bolsa y rebuscó.
—¿Qué haces? —Nicole le dio una suave palmada para que apartara la
mano.
—Pero ¿tú eres consciente de todo lo que has comprado? —Se rio
mientras volvía hasta la cazuela para servir la comida.
—¿Me ayudarás a montarlo todo? —pidió con cara de corderito.
Lewis soltó una carcajada al tiempo que asentía.
Era la única tarde de la semana en la que las niñas no tenían
extraescolares, por eso Nicole había organizado su sorpresa para ese día.
Dejó que Lewis fuese a buscarlas y ella se quedó para acabar con los
preparativos aunque ya estaba hecha la mayor parte. Lewis la había
ayudado a mover muebles y trasladar mesas a la cocina. Recordó las veces
que Olivia había organizado cosas así para ella cuando era una cría. Pensar
en que ahora lo hacía ella para sus hijas la llenó de ternura. Adoraba a
aquella imbatible mujer con su perseverancia, su dulzura y su enorme
generosidad. Pero si había algo que valoraba por encima de todo era la
capacidad que tenía Olivia para encontrar siempre un buen motivo por el
que sentirse afortunada. Siempre que algo la preocupaba ella hablaba y
hablaba hasta demostrarle que solo le estaba permitido ser feliz. Tenía unos
padres que la querían muchísimo y una hermana que la adoraba. Era
inteligente, no engordaba por mucho que comiera… ¡Y tenía piernas!
Nicole se echó a reír al recordar la manía que tenía Olivia de recordárselo.
Todo vino a raíz de un documental sobre un niño que nació sin piernas y
que a los veinte años ya había hecho más cosas de las que ellas dos juntas
harían en toda su vida.
La puerta de la calle al cerrarse le avisó de que habían llegado. Se
colocó un peine en el bolsillo de la pechera de la bata de peluquera que
había comprado. Se abrochó el cinturón del que colgaban tijeras de cortar el
pelo y otros utensilios de peluquería y esperó a que Lewis las llevase a la
cocina.
—¿Tía Nicole? —Edeline se detuvo en seco.
Las niñas abrieron los ojos como platos.
—Bienvenidas al salón Nicole. Estoy aquí para hacerlas brillar como
auténticas divas del pop. —Apretó el botón del reproductor y comenzó a
sonar la lista de reproducción de sus temas favoritos.
Las niñas se deshicieron de sus mochilas dejándolas caer al suelo y
empezaron a saltar dando palmas y riendo a carcajadas. Fueron de una mesa
a otra mirando todo lo que había en ellas. Cremas y otros potingues
desconocidos, sombras de ojos, bases de maquillaje, barras de labios,
máscaras de pestañas, pintauñas…
—Los caballeros pueden hacerse cargo de sus pertenencias mientras
ustedes se sientan cómodamente en esas butacas —señaló los taburetes
frente a la barra en la que había colocado varias revistas juveniles y la
merienda.
Lewis captó la indirecta y cogió las mochilas para llevarlas arriba.
—¿Qué tal con Gannon? —susurró Nicole cuando maquillaba los ojos
de Rohana, aprovechando que las otras estaban en la zona de manicura
esperando que se secaran sus uñas.
—No ha venido —respondió Ro en el mismo tono.
—¿Que no ha ido? —Su tía dejó que abriera los ojos para mirarla.
—Dicen que está enfermo. —La niña se encogió de hombros.
—Tía, mis uñas ya están secas —dijo Cas mostrándoselas.
—Enseguida termino con esta señora y las atiendo. Pero, por favor, no
me llamen tía, tronco o cosas así, no es propio de alguien de su categoría.
Las niñas se echaron a reír y le siguieron el juego.
—Disculpe, señora Nicole, no volverá a ocurrir —respondió Cas sin
parar de reír.

Cuando terminaron y salieron de la cocina Lewis les hizo un auténtico


reportaje de fotos con su móvil y después las mandó directas al baño antes
de ponerse a preparar la cena.
—Lo han pasado genial —le dijo a Nicole, que aún seguía recogiendo
en la cocina—. Te ayudo a limpiar.
—No, tú prepara la cena que se va a hacer muy tarde.
—He acompañado a Lillian a su casa. —El músico la miró
desconcertado.
La observó con aquellas coletitas que se había dejado hacer y las gomas
de colores que las sujetaban. Los labios pintados de un color violeta
iridiscente y las pestañas postizas pintadas del mismo color. Se estaba
mostrando completamente distinta a como él la había catalogado después de
unos cuantos encuentros familiares. Se acercó y le limpió la purpurina que
se le había enganchado en la comisura de la boca.
—Te la vas a comer —sonrió y su gesto se convirtió en caricia sin darse
cuenta.
Nicole se apartó turbada y siguió limpiando, evitando mirarle. Cuando
el móvil sonó sobre la barra le provocó un sobresalto. Lewis se lo alcanzó y
vio el nombre de Jammie en la pantalla antes de dárselo. Ella lo puso
bocabajo sobre la mesa para que dejase de sonar. Lewis se abstuvo de
preguntar.
El tema de la cena giró por completo alrededor de la maravillosa
experiencia que habían tenido esa tarde y, una vez las niñas estuvieron en la
cama, le dieron una revisión más adulta.
—Ha sido tan divertido… En este tipo de actividades emerge la
personalidad de cada una y es curioso ver lo distintas que son. Incluso
Edeline y Rohana que son mellizas…
—El hecho de compartir útero marca —siguió Lewis—, pero es cierto
que cada una tiene su propia personalidad. Nosotros tres somos muy
distintos y, sin embargo, tenemos una fuerte conexión emocional. Puedo
darme cuenta de que les ocurre algo con solo escuchar su voz.
Nicole asintió.
—A mí me pasa igual con Olivia. Y si le hacen daño… —Hizo un gesto
como si le faltase el aire—. No soporto verla sufrir. Cuando Vic la dejó te
juro que lo habría matado.
Lewis sonrió ante aquella versión bélica de la abogada.
—Resulta gracioso oírte hablar así con esas coletitas en el pelo y las
pestañas de color violeta.
Ella sonrió y su rostro se iluminó.
—No te dejes engañar por mi aspecto. Aquí donde me ves yo quería
dejarlo sin nada —siguió hablando—, pero Olivia no me dejó intervenir.
—Hizo bien —opinó—. Después de todo es el padre de las mellizas. Si
hubieran acabado mal, eso les habría repercutido a ellas.
Nicole asintió.
—Sí, lo sé, pero en aquel momento solo deseaba destriparlo vivo.
¿Cómo pudo ser tan cruel con ella? ¿Decirle todas aquellas cosas aquí
mismo, en esta cocina?
—No sé exactamente…
—¿No te lo ha contado Niall? —preguntó, sorprendida—. Te haré un
resumen. Le dijo que había engordado, que se ocupaba demasiado de las
niñas y que nunca tenía ganas de follar. Que era su culpa que se hubiese
enamorado de su entrenadora personal, que no había podido resistirse a su
juventud y entusiasmo en la cama porque el listón estaba demasiado bajo.
Después le soltó que la dejaba. Así, a la hora del desayuno y sin previo
aviso. Mi hermana se quedó en shock y no dijo ni una palabra.
—Hijo de puta. —Lewis sintió que le hervía la sangre. Quería mucho a
Olivia y, aunque sabía que Vic se había portado como un capullo, no
imaginaba que pudiese ser tan cabrón—. Deberías haberlo destripado.
Nicole se echó a reír a carcajadas. Desde luego que aquel hombre que
tenía delante estaba resultando toda una sorpresa. Una sorpresa demasiado
agradable a la vista, pensó.
—No, ahora me alegro de no haber intervenido. En el fondo le estoy
agradecida. Gracias a esa cabronada Olivia conoció a Niall, y yo adoro a tu
hermano.
—Es que es adorable —confirmó.
—¿Y tú y esa Carly? —preguntó, poniendo en su voz y sus ademanes
todo el disimulo que fue capaz.
—¿Qué quieres saber exactamente?
—No sé. Yo te conté cosas…
Lewis se encogió de hombros.
—Me gustaba desde hacía tiempo, pero tuvimos un encontronazo por un
malentendido. —Nicole tenía una mirada interrogadora—. Escuché una de
sus canciones y resultó que era demasiado parecida a una mía. Eso me
cabreó muchísimo, pero no tenía intención de hacer nada. Los chicos me lo
notaron y después de unas cuantas copas se lo conté a John. Él habló con
Brenda, que es la dueña de la discográfica junto a su marido Steel Young.
—Miraba a Nicole con expresión culpable—. La despidieron.
—Se lo merecía. —Rotunda—. Yo tampoco soporto a la gente que se
aprovecha del trabajo ajeno.
—Pero yo no hago las cosas de ese modo —explicó—. Hubiera
preferido hablar con ella y aclararlo.
—¿Qué había que aclarar? Era tu canción, ¿no?
—Ella aseguró que no la había copiado. Quizá me escuchó interpretarla
y se quedó en su cabeza, yo qué sé. Esas cosas pasan…
—¿En serio?
Lewis se encogió de hombros.
—Yo solía ensayar en uno de los sets del estudio. La sonoridad es muy
buena y tenía todo lo que necesitaba. No he vuelto a hacerlo después de eso.
—No sé qué decirte, no soy música, pero si eso fuese tan fácil como
dices pasaría constantemente.
—Pasa bastante —reconoció—, aunque no de un modo tan evidente. Te
juro que su canción era mi canción. Pero, sea como sea, no me gustó lo que
ocurrió con ella, es una buena compositora, no se merecía que la echaran.
—¿Y por eso te enrollaste con ella? —preguntó Nicole con ironía—.
¿Para compensarla?
—Pero ¿qué clase de tío crees que soy? —preguntó él riendo—. Volvió
a la discográfica para incorporarse al grupo. Steel la perdonó a condición de
que se olvidara de la canción. Había química entre nosotros y pasó,
simplemente.
Ella apartó la mirada y cogió un pedazo de pan que luego dejó junto a
su plato vacío. ¿Quién come pan después de una cena tan deliciosa?
—¿Quieres postre? —preguntó él.
Nicole negó con la cabeza y empezó a recoger los platos. Lewis la
ayudó y juntos limpiaron la cocina como cada noche.
—¿Te apetece que tomemos una copa en el salón? —preguntó él cuando
hubieron terminado—. Aún queda Chardonnay, pero si te quieres otra cosa
seguro que encuentro algo por ahí escondido.
—No —respondió rápidamente al tiempo que se dirigía a la puerta—,
estoy muy cansada y aún tengo que quitarme todo esto —señaló las
coletitas y el maquillaje de su rostro. Otro día, si no te importa.
Lewis asintió, aunque por su expresión sí parecía importarle.
—Ya no estamos juntos. —Provocó que Nicole se detuviese antes de
salir—. Lo dejamos antes de marcharme para venir aquí.
La abogada giró la cabeza y sus labios sonrieron aunque sus ojos no los
acompañaron.
—Eso no es cosa mía —dijo y se marchó a su habitación.
En ese momento Lewis sufrió cierta desorientación, como cuando entras
en un lugar después de un tiempo alejado y ves que todo ha cambiado. Ya
no está la silla en la que te sentabas ni el horroroso mueble que alguien
había comprado en un rastrillo. Todo era nuevo y luminoso. Así era como la
antipática y borde abogada se había trasformado en dos días en una mujer
con muchas sutilezas. Que organizaba impresionantes fiestas para niñas,
dedicándose a ellas por completo, daba consejos románticos como una
verdadera madre y se mostraba vulnerable y auténtica en las distancias
cortas. Era una locura, aquello no era real, estaban bajo el influjo de algún
extraño conjuro que había en aquella casa. El amor de Olivia y Niall debía
haber alterado el karma, la esencia, el alma o lo que narices tuviesen las
casas. Se sacudió aquellos pensamientos de la cabeza y respiró hondo para
calmar el fuego que agitaba su cuerpo.
—Sexo, solo es sexo, Lewis —musitó para sí—. La deseas, vale. Es
raro, pero eres humano y tienes impulsos…
—¿Estás hablando solo? —Nicole había entrado en la cocina para tirar
algunos envoltorios vacíos que se habían quedado en su habitación.
Lewis se volvió sobresaltado y por su rostro cualquiera pensaría que
había hecho algo imperdonable.
—Sí… —dijo nervioso—, a veces. Es lo que tiene vivir solo, si quieres
decir algo no tienes a quién y te acostumbras…
Nicole sonrió divertida. Tenía la cara limpia y el pelo bien peinado,
aunque con algunas ondulaciones que lejos de estropearlo lo hacían más
sensual. Aunque en esos momentos verla en bata y con rulos a Lewis le
habría parecido incluso sexy, teniendo en cuenta el trabajo que estaba
haciendo su poderosa imaginación con ese tema.
La abogada se encogió de hombros antes de darse la vuelta para irse.
—Buenas noches, Lewis.
—Buenas noches, Nicole.
13

—Que tengáis un feliz día. —Nicole y Jason decían adiós a las niñas y a
Lewis cuando el coche se puso en marcha hacia el colegio—. Y ahora tú y
yo nos vamos a la guarde. ¡Yuhuuu!
—¡Yuhuuu! —El niño la imitó.
Sin soltarlo entraron en la casa para coger su mochila y el bolso y
salieron cerrando de un portazo.
—Menos mal que aún no te has ido. —Jaycie la esperaba en la entrada
—. Me he olvidado de decirle a Lewis que hoy vengáis a comer. Quedé
ayer con Hank y no me acordé de decírtelo.
—Perfecto —sonrió—. ¿A qué hora?
—¿A la una te parece bien?
—Muy bien, allí estaremos.
—Hasta luego, Jason —dijo Jaycie sonriendo al niño—, que tengas un
buen día.
—Gracias —respondió el pequeño con su dulce vocecilla.
Cuando acabó de asegurar a Jason en su sillita subió al coche y el
teléfono empezó a sonar dentro del bolso. Metió la mano y descolgó sin
mirar pensando que sería Lewis.
—Dime —respondió al tiempo que encendía el motor.
—Por fin me lo coges. —Aquella voz la dejó paralizada.
—Jammie —dijo con una gran tensión.
—Tenemos que vernos —empezó—. Cuando Vincent me dijo que te
habías cogido vacaciones no me lo podía creer.
—No entiendo cómo tienes la cara de llamarme. —Endureció el tono.
—Tenemos que vernos. —Estaba utilizando su voz más seductora, pero
lejos de hacerle el efecto deseado Nicole iba recuperando el control al
escucharla—. La última vez fue todo muy confuso.
—No fue confuso en absoluto —sentenció—. Tú me vi…
Se volvió a mirar a Jason y cerró los ojos al darse cuenta de que no
podía hablar con el niño allí dentro, por mucho que el pequeño no
entendiera una palabra. Desabrochó su cinturón y bajó del coche, cerrando
la puerta.
—No vuelvas a llamarme —dijo entre dientes—. No quiero volver a
escuchar tu voz, maldito cabrón de mierda.
—Estás enfadada y lo entiendo. —Intentó no demostrar la sorpresa que
le había producido su reacción—. No fui muy delicado contigo, pero estaba
seguro de que era lo que querías.
—¡Y una mierda! —exclamó—. Sabías perfectamente que no era lo que
quería porque te lo dije y no te importó en absoluto. No pienso quedar
contigo para nada. Déjame en paz y no vuelvas a llamarme.
Cuando colgó todo su cuerpo temblaba como una hoja y una rabia
corrosiva le subía por la garganta hasta quemarle la boca. Apenas tuvo
tiempo de apartarse a un lado para vomitar.
—Tranquila, tranquila. ¿Qué ha pasado, Nicole? ¿Por qué estás
llorando? —Jaycie estaba junto a ella y la miraba a los ojos
interrogadoramente.
Nicole no se había dado cuenta siquiera de que estaba llorando. Sacó un
pañuelo del bolsillo de sus pantalones y se limpió las lágrimas y luego la
boca que seguía ardiéndole.
—¿Ha ocurrido algo? —preguntó preocupada la vecina—. ¿Las
niñas…?
Nicole comprendió que se había asustado y negó rápidamente con la
cabeza.
—No, tranquila, las niñas están perfectamente. Era mi… un ex —atajó.
—¡Ah, es eso! —Jaycie casi se echó a reír del alivio que sintió.
—Sí, no es nada, no te preocupes. Ya se acabó.
—¿Quieres que lleve yo a Jason?
—No, no. Estoy bien, de verdad.
—¿Te traigo un vaso de agua?
—Me comeré un caramelo, en el coche siempre llevo. —Entró en el
vehículo—. Me marcho que ya llegamos tarde.
El coche de Lewis apareció al fondo de la calle y Nicole se apresuró a
ponerse en marcha. No quería que la viese así. Lewis se detuvo para
preguntarle, pero ella no se paró y le hizo un gesto con la mano.
—¿Qué ha pasado? —preguntó el músico a la vecina cuando aparcó el
coche.
—Ha recibido una llamada de su ex y se ha puesto a gritar en medio de
la calle —contó, preocupada—. Le debe haber dicho algo muy
desagradable porque ha vomitado del disgusto y estaba llorando. Le he
ofrecido llevar yo a Jason, pero no ha querido…
—Vale, no te preocupes. —La tranquilizó.
—Es que la he visto tan afectada que me he llevado un susto —dijo
Jaycie encaminándose a su casa—. Me alegro de que no haya sido nada,
solo de pensar que a las niñas les hubiese ocurrido algo…
—Muchas gracias, Jaycie —habló con sinceridad—, gracias por estar
siempre ahí.
La vecina sonrió con ternura.
—Hoy coméis en casa con Hank y conmigo. Nicole ya lo sabe. A la
una. Hasta luego.
—Hasta luego. —La saludó con la mano.

Nicole no quiso contarle nada de la llamada de teléfono y se excusó con


él diciendo que tenía trabajo del bufete. Estuvieron separados toda la
mañana hasta que llegó la hora de ir a comer a casa de sus vecinos.
La comida resultó muy agradable. El matrimonio Everitt era una pareja
admirable. Habían sufrido mucho con la enfermedad de Jaycie, pero eso
solo los había unido más. La gente que ha pasado por algo tan grave como
ese suele ser proclive a hablar del tema cuando la ocasión se lo permite,
pero ellos en ningún momento hablaron del cáncer y no porque lo temieran,
sino porque no era un tema que resultase ya de ningún interés.
—Me ha llamado tu hermana esta mañana —contó Jaycie cuando sirvió
los cafés—. Había quedado con Niall en el Louvre y estaba haciendo
tiempo, mirando una de las tiendas que hay en el museo. Le pedí que me
trajese un imán, ya sabes que los colecciono, y quería que lo eligiese yo. Le
he dicho que de eso nada, que lo tenía que escoger ella.
—Yo hablé con ella ayer por la tarde —dijo Nicole—. Hicimos una
videollamada en plena sesión de belleza con las niñas.
Jaycie se echó a reír al recordar cómo llegó su hija.
—Mira que tienes paciencia —reconoció Hank—. Te pasaste horas
poniéndoles todas esas cosas en la cara y en el pelo.
—Tendríais que haberla visto —intervino Lewis—. Creo que ella era la
más pequeña de las cinco.
—No me hagas hablar. —Lo miró con una ceja arqueada—. Aquí donde
le veis tan formalito quiso que le hiciese un masaje facial y que le pusiera
una mascarilla.
Lewis asintió.
—Tenía que probarlo.
—¿Y qué tal? —preguntó Hank—. ¿Me lo recomiendas?
—Ya te digo —respondió el otro—. Primero te pone esa máscara en la
cara y cuando te la quita te hace un masaje con el gel que tienes en la cara.
Es una pasada. Ahora entiendo que esos coreanos tengan la piel tan
luminosa, deben estar dándose masajes todo el santo día.
—¿Qué coreanos? —preguntó Hank.
—BTS —explicó Lewis—. ¿No has escuchado la música que oye tu
hija? Es un grupo de siete coreanos. Dile que te los enseñe, verás que piel
tienen. Seguro que Jaycie sabe de lo que hablo.
—¿Tú sabes hacer esos masajes, Jaycie? —preguntó su marido con
interés.
—¡Yo qué voy a saber! —Miró a Nicole y le guiñó un ojo
disimuladamente—. ¿Y cómo va tu música, Lewis? Leí en no sé dónde que
el grupo se había disuelto.
—En realidad, no se ha disuelto. John, el cantante, nos dejó para cantar
en solitario.
—Vaya putada —comentó Hank.
—Pues sí. La discográfica contrató a una cantante para intentar cumplir
con los compromisos que teníamos, pero después de varios conciertos
fallidos han cancelado todos los que teníamos programados.
—Parece ser que en todas partes hay capullos.
—¡Hank! —lo regañó su mujer.
—¿Qué? Estamos entre amigos. —La cogió de los hombros y le dio un
beso en la punta de su nariz—. Lo siento, me portaré bien.
Lewis miró a Nicole y le sonrió, pero la abogada apartó rápidamente la
mirada. El cantante no pudo evitar la preocupación, estaba claro que le
pasaba algo. Algo que tenía que ver con el capullo.
—Será mejor que nos pongamos en marcha o las niñas y Jason van a
tener que venir caminando —dijo, levantándose.
—Pero ¡qué tarde se nos ha hecho! —exclamó Jaycie imitándola.
—Lo hemos pasado muy bien, chicos —dijo Lewis.
—Sí, ha sido una comida muy agradable, gracias por invitarnos —
corroboró Nicole caminando hacia la puerta.
—Tenemos que repetirlo. —Hank le puso una mano en el hombro a
Lewis.
—Por supuesto —respondió el músico.
—Yo salgo con ellos y voy a por Lillian —le dijo a su mujer y después
la besó suavemente en los labios.
Se despidieron de su vecino y entraron en el coche.
—Son geniales. —Lewis aceptó que ella condujese.
—Sí, lo son. Hank la quiere con locura.
—Ella a él también.
—Sí.
—¿Quieres hablar de algo? —preguntó él.
Nicole puso el coche en marcha.
—¿De algo?
—De lo que pasó esta mañana.
—Ah, de eso…
—Te ha llamado Jammie.
—Sí.
—¿Y?
Nicole lo miró enarcando una ceja.
—¿Desde cuándo te interesa mi vida amorosa?
—¿Jammie es tu vida amorosa? Creía que lo habíais dejado.
—Lo hemos dejado.
—No iréis a por la sexta ruptura… —No pudo evitar que se notara que
le molestaba.
—Antes muerta —dijo, rotunda.
Se mantuvieron callados el resto del trayecto.

El ánimo de la abogada estuvo toda la tarde decaído y, aunque se


esforzaba por parecer normal, a Lewis no se le escapaba su lenguaje
corporal: hombros caídos, mirada lánguida, respiración contenida… Las
niñas tampoco tenían su mejor día. Rohana no había hablado aún con
Lillian y parecía que hubiese discutido con sus hermanas porque no paraban
de lanzarse pullas por cualquier motivo. El único que estaba como siempre
era Jason, que parecía inmune a los agentes externos que a todos afectaban
menos a él.
Las niñas cenaron más silenciosas de lo normal y se fueron a la cama
sin protestar, cosa rara en ellas. No hubo petición de juegos, ni de televisión
ni ninguna otra excusa que les permitiese acostarse más tarde. Nicole se
dejó caer en el sofá con una cerveza bien fría en la mano y agotada. La
tensión le había pasado factura y se sentía como si hubiese escalado el
Everest. Lewis se sentó frente a ella también cansado.
—¿Qué había hoy en el ambiente? —preguntó.
—Creo que esto es lo que sienten los padres la mayor parte del tiempo
—respondió.
—Me parece que es tu pesimismo el que habla por ti. —Se puso de pie
y fue hasta ella para obligarla a levantarse—. Vamos, tenemos que cenar y
recuperar fuerzas. No he preparado una salsa milanesa para dejar que se
eche a perder.
—Estoy muerta. —Trató de resistirse.
—No me obligues a cargar contigo. —Hizo ademán de cogerla y Nicole
se levantó de golpe.
14

—¿Te apetece otra cerveza o prefieres vino? Aún queda la mitad de la


botella de Chardonnay.
—Huele increíblemente bien. Creo que mejor vino. —Aspiró el aroma
—. Eres un magnífico cocinero.
—Eso ya me lo habías dicho. —Se sentó frente a ella—. Deberías
renovar tu repertorio.
—A mi madre solo le decía que estaba bueno —dijo Nicole para
justificarse al tiempo que cogía la copa de vino y le daba un buen trago.
—Espero que no me estés comparando con tu madre.
—¿Por qué no? Es una maravillosa comparación. Mi madre, además de
ser una excelente cocinera, es una persona excepcional. Todos dicen que me
parezco a ella.
—Entonces no hay duda de que lo es.
—Hablas como si no lo supieras y sé que te enseñó a hacer sus galletas
de jengibre unas Navidades aquí, precisamente, en esta cocina. —Se
terminó el vino y le hizo un gesto para que le sirviese más.
—En realidad, no me enseñó a hacerlas, le expliqué cómo las hacía yo y
ella me dio algunos trucos para mejorarlas, que no es exactamente lo
mismo.
—Lo que tú digas. —Acabó con su pasta en forma de girasol.
—Comes demasiado rápido.
—Tengo demasiada hambre.
—Esas Navidades no viniste, por cierto —dijo Lewis sin mirarla.
—No. No estaba en un buen momento.
—Otra de tus rupturas, supongo. —Lo dijo sin maldad, pero al
escucharlo comprendió que había sonado fatal.
Nicole dejó la copa sobre la mesa con demasiado ímpetu.
—Te estás pasando —le advirtió—. Fue una conversación entre amigos,
no me parece justo que me lo estés restregando a cada momento.
—Perdóname. —Lewis estiró el brazo y le cogió la mano con firmeza,
temía que acabase rompiendo el cristal y haciéndose daño—. No debería
haberlo dicho.
Nicole sintió aquel contacto como una caricia y se estremeció mientras
contenía el impulso de girar la mano y devolverle el gesto. El pulgar de
Lewis se deslizaba suavemente por encima de su piel y sin que sus ojos se
apartaran de aquel contacto.
—La primera vez que rompí con él fue porque no estaba segura de lo
que sentía. —Su voz sonaba insegura, como si actuase contra su propia
voluntad. Lewis levantó la mirada y clavó sus ojos verdes en ella—. Todo
fue muy precipitado, no sé cómo explicarlo. Jammie es muy experto en eso
de seducir y yo era una completa nulidad en esos temas. No le fue difícil
acercarse y convencerme de que saliésemos. Pero después, en lo cotidiano,
yo me sentía rara, era como si no me ubicase estando con él. No sé cómo
explicarlo… —repitió moviendo la copa para que se la volviese a llenar.
Lewis obedeció vaciando lo que quedaba en la botella.
—¿De verdad te interesa esto? —preguntó Nicole.
—Me interesa mucho.
—Supongo que por eso dejé que Eddie me besara en aquella fiesta,
necesitaba una excusa. La segunda vez fue él quien rompió —siguió
enumerando pensativa—. Y si te digo la verdad fue algo muy raro. Era la
primera vez que lo acompañaba a una de sus fiestas, va a muchas fiestas. A
mí me hacía bastante ilusión la idea, pero no me gustaba nada. Ya sé que
suena contradictorio, pero es muy fácil de entender. Me gustaba la idea de
que me incluyese en su vida y aquello también era su vida. Pero odio las
fiestas. Sobre todo esa clase de fiestas, ya sabes.
—Pues no, no tengo ni idea.
—Era una cena para recoger fondos para no sé qué asociación pictórica.
Aquello estaba a rebosar de gente importante. Gente de Jammie. Mujeres
espectaculares con cuerpos de vértigo, vestidos carísimos y zapatos
imposibles de llevar. Hombres elegantes y mundanos acostumbrados a
cerrar negocios millonarios mientras un masajista tailandés les hacía un
completo.
Lewis soltó una carcajada.
—Ha sonado muy mal lo del tailandés, ¿verdad? —dijo Nicole
volviendo a coger su copa para beber.
—Un poco, sí —admitió él, riendo.
—Tú ya me entiendes, no es que yo hubiese visto a nadie dándoles
masajes… Quiero decir…
—He entendido el concepto —la cortó, divertido—. Sigue, por favor.
—Bueno, pues como era de esperar metí un poquito la pata un par de
veces esa noche. Nada que él no hubiese visto antes, pero al parecer al
hacerlo delante de sus amigos importantes fue como si lo viese todo a través
de una lupa gigante.
—¿Qué hiciste? —La miraba por encima de su copa y a Nicole le
pareció que tenía los ojos más bonitos que hubiese visto nunca.
—Pues, veamos… Pregunté por un cuadro, creyendo que formaba parte
de la colección y resultó ser el plano de emergencias…
Lewis se tapó para no bañarla con el Chardonnay que acababa de
meterse en la boca.
—Anda, sí, ríete que me lo merezco por contártelo.
—¿En serio hiciste eso?
—Tendrías que haber visto los otros cuadros. Había uno con cuatro
palos de polo formando un cuadrado. —Puso los ojos en blanco—. Te juro
que aquel plano de emergencia era más artístico que la mayoría de lo que vi
allí.
—¿Qué más hiciste? —preguntó todavía riéndose—. Cuéntamelo todo,
por favor.
—Ah, no, no soy tan tonta, no caeré de nuevo en tu trampa. Con eso
tienes bastante para ridiculizarme una temporada. Solo te diré que te he
contado la peor, las otras eran menudencias comparadas con eso. —Se
bebió el contenido de su copa y miró la botella vacía con pesar.
Lewis se levantó y sacó otra botella que puso en la mesa delante de ella.
—Pero si solo había una —dijo, sorprendida.
—Esta mañana me pasé por la tienda de vinos.
Nicole sonrió e inconscientemente se chupó el labio, una costumbre
muy sensual que Lewis empezaba a anhelar en sus conversaciones.
—¿Te sigo contando? —preguntó ella y, ajena a sus pensamientos,
esperó hasta que él asintió—. Cuando me llevó de vuelta a casa detuvo el
coche en mi puerta y me dijo que iba a necesitar un tiempo para aclararse.
Que creía que me conocía bien, pero esa noche se había dado cuenta de que
no era como él pensaba. —Se llevó la copa a la boca y bebió un largo trago.
Estaba bebiendo mucho y el Chardonnay empezaba a hacerle serio
efecto aligerándole la lengua y bajando sus barreras. Por primera vez en
mucho tiempo no se sentía mortificada al recordar todo lo ocurrido con
Jammie antes de… Miró a Lewis a los ojos y lo supo, supo que él jamás
trataría así a una mujer.
—Debo reconocer que me sentí un poquitín humillada —siguió con sus
confesiones antes de dar otro trago—, pero no soy de ponerme a llorar por
las esquinas ni de pasarme el día en la cama preguntándome por qué a mí.
Olivia dice que soy una «todo terreno» y es cierto. Odio a la gente que se
queja por todo lo malo que le ocurre y no hace nada para cambiarlo.
Lewis entrecerró los ojos y giró la copa sujetándola por el tallo.
—Estás pensando que entonces debo detestarme a mí misma por estar
con un hombre como Jammie, ¿verdad?
—Te aseguro que no estoy pensando eso —respondió enigmático.
—¿Y qué estás pensando?
Que tienes los labios más apetecibles que he visto nunca, se dijo a sí
mismo sin dejar de mirarlos. Que me muero por saborear tu rosada y
jugosa lengua cada vez que la veo aparecer entre ellos…
—Pienso que la vida de pareja es complicada —habló en voz alta—,
pero que hay personas imbéciles en el mundo y que tú diste con el aspirante
al primer premio.
Nicole rio con la ocurrencia y vació el resto de su copa. Se levantó y
cogió del cajón el descorchador de botellas para abrir la segunda. Lewis la
dejó hacer porque eso le permitía observarla y pudo analizar cada rasgo con
tranquilidad. La suave curva de su cuello, el escote que se perdía dentro de
su camiseta elástica. Los pechos firmes y generosos, los vaqueros
ajustándose como una segunda piel…
—Pero si ya está abierta —dijo Nicole al volver a la mesa.
—Sí, y ya te has bebido una copa de esa botella. —Se puso de pie y
aprovechó para recoger los platos de la mesa.
—Al día siguiente me fui a trabajar y seguí con mi vida —continuó
Nicole haciendo caso omiso a su insinuación. No tenía la cabeza para
sutilezas—. Me sentí un poco fracasada, pero no me permití nada de
dramas. Y así llegamos a la tercera vez… —Hizo una mueca con la boca—.
Después de esto voy a caer muy abajo, desde donde quiera que me hubieses
puesto en tu escala de personas que merecen la pena. Aunque supongo que
después de mi bromita sobre la música country ya estaba muy abajo en esa
escala. No me lo digas. —Levantó la mano como para impedirle que
hablase.
Lewis señaló que estaba por encima de su cabeza y ella se rio a
carcajadas.
—Qué gracioso, te has pasado un poco, pero ha sido gracioso. Ahí
arriba solo hay sitio para tu padre, tus hermanos y sobrinos. Yo no quepo —
señaló—. Mira bien, ¿lo ves? Ahí no puedo meter el culo, soy de caderas
anchas.
Lewis se echó a reír, no solo por las tonterías que decía, sobre todo por
las carotas con las que acompañaba sus palabras.
—En fin —siguió con su retahíla—. Llevábamos juntos dos meses
desde nuestra segunda ruptura. Yo debo decir que estaba un pelín
desilusionada con él, me mostraba menos colaboradora y sumisa de lo que a
él le gustaba, pero es que no me sentía del todo cómoda. No sé cómo
explicarlo, no me sentía… segura. Bueno, la cuestión es que no quise
aceptar un caso que me propuso.
Lewis frunció el ceño.
—¿Un caso?
—¿Qué te parece si nos vamos al salón? —preguntó Nicole cogiendo su
copa—. Necesito tumbarme.
Salió de la cocina sin esperar respuesta y Lewis cogió la botella y la
siguió. Cuando entraron al salón Nicole se apresuró a tumbarse y dejó la
copa en el suelo.
—Me negué rooootunnnndamente. —Elevó el tono.
—Shsssssss. —La hizo callar—. Espera, voy a cerrar la puerta doble
para que no despiertes a los niños.
—¡Uy! —Se tapó la boca y asintió. Cuando Lewis volvió y se sentó en
el otro sofá lo miró sonriendo abiertamente—. Creo que estoy borracha.
—Yo también lo creo —sonrió.
—¿Sabes que nunca se lo había contado a nadie? —Se puso de lado
para mirarlo, apoyando la cara en una de sus manos—. Bueno, solo a
Olivia. Pero eso no cuenta, es como yo misma. Ella nunca me miraría de
ese modo.
—¿De qué modo?
—Con lástima.
—Prometo no mirarte con lástima jamás —aseguró muy serio.
—Lo veremos enseguida, si después de esto no me miras con lástima
habrás pasado la prueba del algodón. —Se puso de nuevo boca arriba y
miró al techo—. Me dejó tirada en la carretera en medio de ninguna parte.
Habíamos ido a comer a casa de esos amigos suyos que vivían en la
frontera con Canadá. Y resultó que su amigo tenía un gran problema que
quería que yo le solucionase. Un problema de un millón de dólares que
tenía apilado en su garaje y metido en bolsas de basura.
—¡Joder! —exclamó Lewis con preocupación.
—Tranquilo, no dejé que me contaran de dónde había salido ese dinero,
sé que no es conveniente saber demasiado si quieres llegar a ver tus patas
de gallo. —Se puso de pie para acercarse a él, tambaleándose un poco—.
Mira, mira bien, ¿las ves? ¡Ya han empezado! —Volvió a tumbarse,
moviendo la cabeza con pesar—. Es irremediable, me estoy haciendo vieja.
Seré como esas tías que tienen que conformarse con sus sobrinos para
desfogar su sentimiento maternal.
Cerró los ojos un momento y Lewis temió que se hubiese quedado
dormida.
—Aquí, entre tú y yo —dijo Nicole de repente poniéndose de lado para
mirarlo—, estoy segura de que había mucho más dinero y que me dijeron
un millón para tantearme. Solo había que ver la casa que tenían y el tipo de
personas que eran.
—¿Qué has querido decir con que te dejó tirada en la carretera?
Nicole negó mientras movía la boca a uno y otro lado haciendo muecas.
—Me dijo que por mi culpa iba a perder muchísimo dinero y que no
quería un lastre como yo en su vida y me hizo bajar del coche en un tramo
de carretera sin iluminar en medio de ninguna parte.
Lewis abrió los ojos como platos.
—¿Y tú te bajaste del coche? —preguntó sin poder creerlo.
Nicole asintió. ¿Qué podía hacer? Era su coche.
—No me lo puedo creer. —Dejó la copa en la mesa por temor a que
acabara estampada contra algo—. Volvería a por ti, supongo.
Ella negó con la cabeza.
—Por suerte había una enorme luna y podía ver por donde pisaba.
Cuando llegué al primer cartel y supe en qué milla estaba llamé a un taxi y
esperé hasta que fue a recogerme.
—Pero ¿por qué volviste de nuevo con alguien así? —preguntó,
enfadado—. No lo entiendo.
—No conoces a Jammie. —Ella seguía mirando al techo como si allí
estuviesen todas las respuestas—. Si lo conocieses lo entenderías.
El músico levantó una ceja con mirada cínica.
—¿Quieres decir que por el hecho de que un tío sea guapo ya puede
hacer contigo lo que quiera?
—Pero ¿de qué hablas? —Se sentó en el sofá y lo miró enfadada—.
¿Quién ha dicho nada de su físico? ¿Tan superficial crees que soy? Yo hablo
de su personalidad arrolladora, de su saber hacer, de la manera que tiene de
enroscarse alrededor de tu cuello, suavemente…
—¡Te dejó tirada! —la cortó, enfadado.
Nicole asintió.
—Sí, así es.
—Y aun así hubo una cuarta y una quinta vez.
—La cuarta me dejó él también, pero creo que yo lo provoqué un poco.
Estaba resentida y no me daba cuenta de que lo trataba con un poquito de
desprecio —afirmó con sarcasmo—. Bueno, quizá era algo más que un
poquito.
Volvió a tumbarse en el sofá con un cojín en las manos que lanzaba al
aire para cogerlo cuando caía.
—Y así llegamos a la quinta y última —dijo Lewis.
—Esa es fácil. Todo un clásico. Lo encontré en la cama con otra —
contó sin afectación.
—Espero que no vuelvas a ver a ese tío porque, por lo que me has
contado, es un grandísimo hijo de puta —dijo muy serio.
Nicole giró la cabeza para mirarlo y su mirada de tristeza lo traspasó
como una flecha.
—Es increíble lo estúpida que puedo llegar a ser. Solo has necesitado
unos minutos para saber lo despreciable que es.
—Tú estabas enamorada.
Su suave y profunda voz humedeció los ojos de Nicole .
—Algo no funciona bien en mí —dijo, volviendo a mirar al techo—.
Debí darme cuenta de la clase de persona que era, de lo que sería capaz de
hacer…
Lewis frunció el ceño y la escudriñó con ojos de halcón.
—¿Hizo algo más?
Nicole sintió el pánico atenazando su garganta y se puso de pie
tambaleante.
—No estoy acostumbrada a beber, me temo. Será mejor que me vaya a
la cama.
Lewis se acercó a ella y se vio atrapada por aquella intensa y verde
mirada.
—No hay nada malo en ti, Nicole —dijo sincero.
—¿Has olvidado lo que dije del country? Porque ya no podría repetirlo.
No después de escucharte mientras compones. —Puso una mano en su
pecho para mantener el equilibrio. ¿Por qué la habitación se empeñaba en
no estarse quieta?—. ¿Sabes que tienes la voz más dulce que jamás he
escuchado?
Lewis sonrió.
—Estoy por sacar el móvil y grabarte porque estoy seguro de que
cuando se te pase la borrachera vas a negarlo todo.
—No lo haré —dijo al tiempo que negaba con la cabeza firmemente—.
Desde hoy eres mi cantante favorito. Es más, pienso escuchar toda la
música country que se haya publicado. Absolutamente toda.
—Eso es mucha música.
—Toda —sentenció.
—¿También a Taylor Swift?
—Me gusta Taylor Swift. Canta muy bien. Y es tan alta…
—¡Vaya, eso no me lo esperaba!
Nicole sonrió divertida.
—Hay muchas cosas de mí que no sabes, Lewis Fuller. ¿Sabías que mi
hermana lo arregló todo para que Niall y yo tuviéramos una cita?
El músico levantó una ceja y asintió.
—Claro.
Nicole frunció el ceño.
—¿Y que puedo enrollar la lengua? —Acto seguido se lo mostró.
Lewis miró aquella tentación con la que estaba jugando y sin pensarlo
se inclinó y la besó. Nicole no parecía reacia a la caricia, al contrario, le
rodeó el cuello con los brazos y le dio vía libre. Él la atrajo hacia sí y
profundizó en aquel beso espontáneo cuya fantasía había estado
alimentando desde que llegó de Nashville. Pero, de pronto, una chispa
prendió en la mente de Nicole y su estómago se revolvió haciendo que se
apartase bruscamente.
—Me voy a la cama —dijo entre dientes. Estaba pálida como la muerte
y un sudor frío humedeció su frente.
Lewis la miró sorprendido. El desprecio de su mirada fue como un
puñetazo en pleno estómago.
—¿Estás bien? ¿He hecho algo que te ha molestado? Si no…
—Estoy perfectamente —lo cortó, rotunda.
Lewis la vio alejarse y después escuchó que cerraba la puerta de su
habitación. Temió que daría un portazo, pero se había contenido. Se pasó
una mano por el pelo buscando una explicación a su comportamiento, pero
por más que repasó los últimos minutos no detectó el menor signo de
alarma. No tenía ni idea de qué narices acababa de pasar allí.
15

Nicole se despidió de las niñas y volvió a entrar en la casa aliviada de que


Lewis no estuviese. Se había ofrecido a llevar a Jason a la guardería
mientras ella se encargaba de dejar a las niñas con Jaycie. Apenas lo había
mirado en el desayuno y estaba segura de que se había esforzado demasiado
en parecer normal. Se imitó a sí misma, sonriendo y moviendo la cabeza
como si fuese tonta.
—Estúpida —dijo en voz alta.
Subió a revisar la habitación de las niñas y no se sorprendió al ver que
estaban las camas hechas y todo ordenado como cada día. Su hermana era
una increíble y eficiente madre que había sabido trasmitir a sus hijas parte
de su sabiduría. Sonrió al recordar cómo era cuando vivían juntas con sus
padres. El hecho de ser diez años mayor la convirtió en un ser excepcional
casi mágico a sus ojos. La admiraba tanto que veía todas sus virtudes
amplificadas.
Salió del cuarto de las pequeñas y al pasar vio que Lewis había dejado
abierta la puerta del suyo. No pudo evitar la tentación y entró a cotillear. No
había hecho la cama y estaba muy revuelta, debía moverse mucho al
dormir, lo que no sería muy cómodo para quién durmiese con él. La noche
anterior solo había hablado ella. ¡Y cómo había hablado…! Por no
mencionar lo que ocurrió después. Seguro que Lewis pensaba que era la
mujer más estúpida del planeta. Se sentó en la cama, mirando a su alrededor
con un sentimiento de absoluta decepción hacia sí misma. ¿Cuándo se había
convertido en aquella sombra de mujer? ¿Cuándo había perdido por
completo la autoestima como para soportar todo lo que relató empujada por
aquel maldito Chardonnay?
Se dio cuenta de que le importaba lo que Lewis pensara de ella. Ahora
que el alcohol había abandonado su sistema podía ver su rostro mientras la
escuchaba hablar y la seriedad con la que oyó su humillante relato. No
mostró el más mínimo gesto de desprecio ni aparentó sentir lástima de ella.
Tan solo sus ojos verdes e intensos atravesándola como si quisiera ver más
allá. Como si le importara.
Oyó la puerta de la calle cerrarse y dio un salto, sobresaltada. Su móvil
salió disparado del bolsillo trasero de sus vaqueros hasta la cama sin hacer
el menor ruido. Salió corriendo del cuarto, se metió en el de Jason y se puso
a arreglarle la cama con disimulo.
—Estás aquí. —Lewis entró en la habitación.
—¿Cómo ha ido?
—Perfecto. ¿Y las niñas?
—Perfecto también.
—¿Qué tal el problema de Rohana? —Lewis recogió los juguetes que
estaban desparramados por el suelo y los colocó en el cesto de los juguetes.
—Bien, parecía tranquila. Espero que se decida a hablar con Lillian
cuanto antes. Hasta que no lo haga no estará bien.
Lewis estaba delante de ella y la miraba con los ojos entrecerrados
mientras Nicole seguía estirando unas inexistentes arrugas en la colcha de la
cama.
—Deberíamos hablar de lo que pasó anoche —empezó sin obtener
respuesta—. Nicole, por favor.
Ella levantó la mirada y sus ojos mostraron la enorme vergüenza que
sentía.
—Estaba borracha —musitó.
Lewis sonrió sorprendido de sentir aquella ternura hacia ella.
—No tienes por qué estar incómoda conmigo. No hay nada de malo en
un beso…
—Nunca le había contado esas cosas a nadie. —Ignoró lo del beso—.
Ojalá pudiese volver atrás…
—No tienes de qué avergonzarte.
—Claro, eso lo dices porque tú no te has abierto en canal frente a mí.
—Una vez robé una guitarra. —Lewis la miraba sin pestañear—. Era
muy joven e irracional. Entré en la tienda del señor Smug como tantas
veces. Me moría por una en concreto, una que aquel buen hombre me
dejaba tocar cuando no había mucha gente en la tienda aunque sabía que no
podía pagarla. Cuando me di cuenta estaba corriendo como un loco con la
guitarra en la mano.
Nicole abrió la boca sorprendida y volvió a cerrarla sin saber qué decir.
—El dueño ni siquiera se dio cuenta —dijo Lewis con tristeza—, tenía
tan buena opinión de mí que ni se le pasó por la cabeza que haría algo así.
—¿Y qué hiciste? —Ella se imaginaba la situación y podía ver en su
cara lo mucho que le afectaba aún.
—Lloré —confesó—. Lloré tanto que me quedé afónico. Sabía que no
podría arreglarlo hiciese lo que hiciese. Si llegaba a mi casa con la guitarra
todos sabrían que la había robado y su opinión sobre mí cambiaría para
siempre. Estaba seguro de que el señor Smug ya habría avisado a la policía
e imaginaba que llegarían con las sirenas encendidas en cualquier momento.
Así que, en mi desesperación, decidí tirarla al Hudson. Deshacerme de las
pruebas —sonrió con tristeza.
Nicole escuchaba atentamente sin hacer el más mínimo gesto.
—Pero no pude hacerlo. En el último momento tuve un rapto de lucidez
y me di cuenta de que si hacía eso tendría que vivir con ello toda la vida.
Que tendría que esconderlo en mi interior, mentir a todo el mundo.
Escuchar en silencio cuando hablasen de ese día en el que alguien robó «mi
guitarra» en la tienda del señor Smug. Eso me habría destrozado. Así que
opté por la única opción que me quedaba.
—Devolverla y confesar tu crimen.
Lewis asintió.
—¿Y que hizo el señor Smug?
—Escuchó todo lo que tenía que decirle con una expresión de absoluta
decepción en los ojos. Nunca olvidaré aquella expresión, Nicole. Me juré
que jamás haría nada que provocase esa expresión en una persona que me
importase.
—¿Y te perdonó?
—Me dijo que me marchara y que no volviese jamás. Ya no podía
confiar en mí y no quería tener que estar vigilándome todo el tiempo. Me
dijo que comprara las cuerdas para mi vieja guitarra en otro sitio y que me
fuese antes de que cambiase de opinión.
Nicole se daba cuenta de que aún le dolía y sintió un irrefrenable deseo
de abrazar al niño que permanecía encogido dentro de aquel cuerpo adulto.
—Con el primer dinero que gané con el grupo fui a su tienda y le
compré aquella guitarra —sonrió—. No aquella exactamente, supongo que
debió venderla, pero una del mismo modelo. Era un mensaje. Estaba todo
igual, la tienda y el señor Smug, él un poco más canoso pero igual. Le pedí
perdón por lo que hizo aquel crío y le di las gracias por todo lo que él había
hecho por mí. Hablamos durante mucho rato y quiero pensar que borré en
parte la imagen que había imprimido en su cerebro sobre aquel chaval al
que dejó campar a sus anchas por su tienda y que lo traicionó de la manera
más rastrera. Quería que supiese que lo que hizo por mí fue algo bueno,
algo de lo que sentirse orgulloso.
—Eras un niño y tuviste un mal momento —lo excusó Nicole.
—Esto no se lo había contado a nadie jamás. —Se metió las manos en
los bolsillos de sus vaqueros—. Ni siquiera a mis hermanos.
Nicole comprendió lo que acababa de hacer y sintió una cálida
sensación de complicidad.
—¿Qué te parece si me enseñas el contrato? —preguntó con una
sonrisa.
—Me parece perfecto —asintió.
Entraron juntos en su cuarto y Nicole se sintió incómoda al estar allí de
nuevo. Buscó las palabras para contarle que había entrado a husmear como
una vil cotilla, pero entonces él vio el móvil en su cama y al cogerlo se dio
cuenta de que era el suyo. Se volvió hacia ella con el ceño fruncido.
—¿Cómo ha llegado hasta mi cama tu móvil? —preguntó,
desconcertado—. Estoy seguro de que he dormido solo…
—Estaba pensando el modo de explicártelo sin que creyeras que te
estaba espiando.
—¿Me has estado espiando? —Su expresión era entre confusa y
divertida.
—Te debo estar pareciendo una psicópata o peor, una cotilla.
—¿Una cotilla es peor que una psicópata? —preguntó sin dar crédito.
—No, claro que no. Lo que quiero decir… No estaba registrando nada,
o sea, no he abierto tus cajones ni nada de eso. Cuando era niña lo hacía, me
colaba en la habitación de mis padres y les registraba los cajones. Pero
entonces era una aventura. Y yo era una niña, como ya he dicho… Es
verdad que ahora no soy una niña y he revisado los cajones de mi hermana
y de Niall. No se lo digas, por favor —suplicó, acercándose a él con las
manos juntas en señal de oración—. Seguro que tu hermano pensaría que
estoy loca.
—O, peor aún, que eres una cotilla. —Se aguantó la risa.
—¿Te burlas? —Su expresión desvalida hizo que él rompiera a reír sin
poder aguantarse más—. Te burlas.
—Anda, mírate el contrato, psicópata cotilla —dijo sin dejar de reír
mientras le ponía el documento y el móvil en las manos.
—Vas a tener que contarme algo muy gordo —dijo ella sentándose en la
cama y pasando la primera página—. Vuelvo a estar en desventaja.

—Sabían bien lo que hacían —confirmó la abogada después de


estudiarlo a fondo.
Se habían sentado en el suelo para poder esparcir los documentos
después de haberlos leído varias veces.
—Tiene muchos puntos concretos que no dejan lugar a interpretaciones
y el que nos ocupa es muy claro —sentenció Nicole—. Especifica
claramente que si una de las partes lo incumple deberá pagar una
indemnización de…
—Me tienen cogido por las pelotas —afirmó con un deje de rendición
en la voz.
—No exactamente —dijo ella con taimada sonrisa.
Lewis se deslizó del sofá hasta sentarse junto a ella en el suelo.
—Curiosamente su especificación en este caso juega a vuestro favor. Un
contrato genérico habría sido más beneficioso para la discográfica. Verás,
según el contrato el grupo debe cumplir con sus compromisos. Pero en el
contrato no se especifica que, si uno de los miembros deja el grupo, este se
considere disuelto —explicó la abogada sonriendo ante su confusa
expresión—. Lo que deberíais haber hecho es cumplir el contrato a pesar de
que John ya no estuviese vosotros, ofreciéndoos a actuar igual.
—Pero ¿cómo íbamos a actuar sin el cantante?
—Ese problema no es vuestro, sino de la discográfica —explicó Nicole.
—Pero han cancelado nuestros conciertos.
—Tú lo has dicho: han cancelado. No habéis sido vosotros. Incluso
pusisteis una nueva cantante, lo que muestra la buena fe del grupo a la hora
de solucionar el conflicto creado por el cantante.
—¿Quieres decir que no pueden obligarnos a pagar?
—A vosotros, no. Solo a John. Él sí ha incumplido el contrato al no
acudir a los conciertos ni a sus obligaciones con el grupo. Él tendrá que
pagar, pero vosotros no. Siempre que no incumpláis el contrato —insistió
—, negándoos a actuar.
Lewis rodeó sus rodillas con los brazos y Nicole no pudo evitar fijarse
en sus desarrollados músculos. Tenía un cuerpo atlético, pero estaba claro
que también ejercitaba sus músculos con peso porque los tenía
impresionantes.
—¿No tendré que tocar en ninguna banda para resarcirles?
—No mientras no disolváis el grupo. Debes hablar con los demás y
explicarles que no acepten tocar en otro lugar si ello afecta a los
compromisos previos que teníais como Little Town. Y debéis dejar claro
que estáis dispuestos a seguir tocando juntos cuando la discográfica lo
requiera.
Sin decir nada Lewis sacó el móvil de su bolsillo del pantalón y marcó
un número.
—¿Stan? —Entrecerró los ojos—. Tío, baja la música que no te oigo.
Vale, escucha, ¿cuándo sales de gira con Houser? Vale, espera que pongo el
manos libres.
—… y son una mierda, pero no tengo pasta…
—Calla y escucha, Stan —ordenó—. Estoy con Nicole Beller, que es
abogada…
—¿Nicole Beller? ¿Esa no es la hermana borde de…?
—Stan, te he dicho que he puesto el manos libres —lo cortó Lewis
abochornado.
—Hostia, perdona, tío. Lo siento, Nicole, no me lo tengas en cuenta —
se disculpó el otro.
—Tranquilo, Stan —se rio.
—Nicole te explicará una cosa, escucha atentamente. —Lewis hizo un
gesto con la cabeza dando a entender que el otro era un desastre.
Nicole explicó lo mismo que le había dicho al guitarrista unos segundos
antes.
—¿Lo has entendido? —preguntó Lewis cuando ella terminó.
—¿En serio, tío? ¿De verdad no tengo que ir con los Houser? —Se
oyeron sus aullidos de euforia aunque se había alejado del teléfono,
seguramente para escenificar de algún modo su alegría.
—Escucha, Stan, no he dicho que no tengas que ir. Tan solo debes tener
como prioritario el trabajo del grupo y no hacer nada que lo entorpezca. ¿Lo
entiendes?
—Tú no te preocupes, Stan —intervino Nicole—, te mandaré por
escrito lo que debes decir y hacer al respecto. Solo tienes que atañerte a lo
que decidamos aquí y estar disponible por si te llamo yo o Lewis. ¿De
acuerdo?
—Sí, de acuerdo. Cualquier cosa con tal de no arruinarme o tener que
trabajar gratis el resto de mi vida.
—Voy a llamar a Adam para explicárselo, ya hablaremos más tarde —
dijo Lewis y cuando el otro acabó de responder colgó.
Repitieron la escena con el batería, que tuvo una reacción más
comedida que el bajista, pero igual de satisfactoria. Y quedaron en verse en
cuanto Lewis volviese a Nashville.
—Redactaré un burofax para la discográfica que especifique claramente
que el grupo sigue en pie y que os mostráis totalmente colaboradores para
seguir cumpliendo con vuestras obligaciones contractuales. Deberías llamar
también a la cantante, aunque a ella no le afecte directamente por no haber
firmado el contrato, sería bueno que la tuvieseis de vuestro lado.
—¿Podríamos hacerlo sin ella? —preguntó Lewis evitando su mirada.
Nicole frunció el ceño sin dejar de analizar sus expresiones y una
lucecita se encendió en su cerebro.
—¿Acabasteis mal? —preguntó, tratando de ocultar su decepción.
—No, pero… —No quería decir en voz alta que era por ella. Tampoco
sabía qué podía decir porque no sabía qué pasaba entre ellos.
—Bueno… —Su cerebro de abogada buscó otra solución—. Tú cantas,
podrías ofrecerte a ser el cantante del grupo una temporada.
—No quiero ser el cantante del grupo.
—Sería solo para salvar la situación —explicó ella—. El contrato se
cumple el año que viene, después seréis libres para hacer lo que os dé la
gana. Es la solución más satisfactoria, sabiendo que es algo temporal.
—Está bien —concedió—. Si así resulta más sencillo, lo haré.
—Pues en el burofax especificaré tu buena disposición para colaborar,
incluso cantando si es necesario. Te aseguro que con eso ningún juez os
condenaría a pagar la multa.
Lewis la miró con admiración.
—No me mires así —dijo ella turbada.
—¿Así cómo? —preguntó sin dejar de hacerlo.
—Como si hubiese salvado a tu perrito de morir atropellado.
Lewis sonrió y sus ojos verdes sonrieron también mostrando una mirada
terriblemente seductora.
—Eres una persona sorprendente, Nicole Beller.
—¿Ya no te parezco borde? —preguntó ella muy seria.
—Menudo capullo es Stan, no tiene ni dos dedos de frente…
Nicole rompió a reír a carcajadas y su risa contagiosa fue la más bonita
que Lewis había escuchado en su vida.
—Salgamos a dar una vuelta. —Se levantó del suelo y le tendió la mano
para que lo imitara.
—Tengo que redactar ese burofax… —Aceptó su mano.
—Ya lo harás después. Conozco un sitio que me enseñó Niall hace
tiempo. Estoy seguro de que te encantará.
16

Ya habían dejado atrás los coches y la ciudad y poco a poco se iban aislando
de todo lo que no fuese aquel mágico paisaje. Era como si la naturaleza
hubiese decidido que todo el que entrase allí tuviese que hacerlo ligero de
equipaje. Los primeros capullos de azalea empezaban a surgir, las violetas
silvestres asomaban tímidamente y el suave y fresco aroma de la hierba
húmeda perfumaba el aire. Nicole inhaló aquel frescor maravillada por un
día tan perfecto. El cielo tenía un intenso tono azul y el verde de las
pequeñas hojas parecía sacado de un cuaderno de pintura. El sol matinal
enfatizaba los colores y los pájaros silenciaban sus trinos al oír sus pisadas
arrastradas por el susurro del viento que mecía las hojas de los árboles. En
las montañas todavía refulgía el blanco manto del invierno, pero allí abajo
la primavera empezaba a manifestarse de manera sutil e inesperada.
Nicole caminaba feliz sintiendo la tranquilidad que descansaba entre
aquellos árboles. Miró al cielo donde jirones de nubes avanzaban hacia el
este, imparables y sin prisa. Manhattan era un lugar bullicioso en el que
jamás se podía disfrutar de la soledad a pesar de sentirse realmente solo. En
aquel momento, rodeada de aquellos árboles y caminando en silencio junto
a Lewis, sintió aquella soledad con tanta fuerza que casi la dejó sin aliento.
Pero no era la soledad que reconforta, la que te permite centrarte en ti
misma y sentir quién eres de verdad. No, era una soledad amarga y que
extendía su vacío allá por donde pasaba. Una soledad de ruido y de gente,
de palabras huecas, de artificio y superficialidad. Una soledad intensa que
se cuela a través de tus ojos y que no te permite encontrar regocijo en otras
miradas. No se había dado cuenta porque el ritmo constante al que la
sometía su vida no permitía esa introspección que requería mirar hacia
dentro. Pero allí, en aquel momento, fue como si alguien abriese una
ventana para que se diera cuenta de que había estado conteniendo el aliento.
Miró de soslayo a Lewis y vio que caminaba también pensativo. Se
preguntó cómo sería su vida, siempre rodeado de músicos. Viajando de aquí
para allá, sin tiempo para formar una familia. ¿Por qué pensaba en esas
cosas? ¿Qué narices le importaba a ella si Lewis podía o no formar una
familia? Se acordó de Cary, el padre de los hermanos Fuller. Sonrió. Le iba
bien ese nombre, estaba segura de que cuando era joven se parecía a Cary
Grant.
—¿De qué te ríes? —preguntó Lewis sacándola de su abstracción.
—Estaba pensando en tu padre —dijo sin tapujos.
—¿Mi padre te hace gracia?
—¿No crees que se parece a Cary Grant?
—Si le dices eso será tu esclavo para el resto de su vida —respondió,
riendo—. Cary Grant es su actor favorito de todos los tiempos.
—¿Por eso se peina como él?
Lewis asintió.
—Qué mono.
—Acabas de perder un esclavo. —Arrugó la nariz—. No le gustaría
nada que lo llamases así.
—Es lo único que vería en la tele si la tuviese: películas antiguas. A mi
madre le encantan.
—Por eso tu madre y mi padre se entienden tan bien.
—Debió ser un hombre muy atractivo cuando era joven.
Lewis la miró sorprendido.
—Lo dices por mí, ¿verdad? —dijo con voz seductora—. Mi atractivo
debe haber salido de alguien…
—¡Serás creído!
Lewis se detuvo con una pose seria y seductora.
—No me digas que no daría el pego en una de esas películas.
—Con esa barba, no.
—¿Qué le pasa a mi barba?
—A los actores antiguos no les gustaba nada llevarla. Ningún galán
tenía pelo en la cara.
—Bigote sí —afirmó él.
—Bueno, algunos, pero Cary Grant, no.
—Cary Grant, nunca —negó Lewis solemne.
Ahora fue Nicole la que se detuvo.
—Pero tienes razón. Los tres hermanos Fuller sois tan atractivos como
vuestro padre. Cada uno a su manera, pero lo sois.
Se sintió desnuda con aquella intensa mirada verde clavada en ella.
—¿Me estás tirando los tejos, Nicole Beller? —preguntó sin humor.
—No —dijo ella acelerando el paso—. No, para nada. No. De ningún
modo.
Lewis sonrió a su espalda visiblemente satisfecho.
—¿Entonces dices que no?
—Eres músico. Los músicos viajan todo el tiempo. Nada de estabilidad
ni familia…
Lo dijo sin pensar. Era como si su cerebro tuviese una llave secreta que
solo él podía accionar y que la hacía hablar por los codos de todas esas
cosas que jamás querría decirle a nadie.
—No me he planteado lo de tener una familia… —empezó él.
—No me interesa lo que te hayas planteado… —Se detuvo al ver su
expresión—. No quiero decir que no puedas contarme tus planes, claro que
puedes, somos amigos. O familia. No sé lo que somos.
—No me lo he planteado —repitió él ignorando el último arranque—.
¿A ti te gustaría tener una familia?
La abogada asintió brevemente con la cabeza baja y se encerró de nuevo
en sus nada herméticos pensamientos. Siempre había querido tener una
familia, hijos… Desde niña. Pero ya se había convencido de que eso no
sucedería jamás. Quizá por eso volvió con Jammie tantas veces, a pesar de
que su instinto le decía que él no era bueno, que no era el hombre adecuado
para ella. ¿Cuántas veces hizo que sintiera que él era su última oportunidad?
Después de eso le hablaba de formar una gran familia juntos, hijos, una
casita en el campo y otra en la playa. Le habló de lo que harían cuando los
niños creciesen y lo maravillosa que sería su vida. Pero implícito y oculto
en ese discurso iba el convencimiento de que, si él se alejaba
definitivamente de ella, se quedaría sola para siempre. Se convertiría en una
solterona amargada, comería demasiado chocolate y acabaría metiéndose en
vestidos dos tallas por debajo de la suya, amenazando con romper las
costuras con cada inspiración. Y cada vez que Jammie la dejaba volvía a
ese pozo oscuro. Volvía a la bata y las zapatillas, a leer libros victorianos y
a salir a pasear de noche, que era algo que hacía cuando estaba deprimida.
Con él todo eran cenas, fiestas y reuniones sociales. El Manhattan
bullicioso y alegre.
Distinguió en la distancia el resplandor del lago y apresuró el paso,
deseosa de llegar a él. Había oído a su hermana hablar de aquel lugar
muchas veces. Incluso habían planeado ir en alguna ocasión, pero siempre
ocurría algo que lo impedía. Y ahora se alegraba porque necesitaba algo así
en ese mismo instante. Un momento sublime. Un recuerdo para atesorar.
El lago se extendía a derecha e izquierda en un espectáculo asombroso.
La superficie de agua brillaba inmóvil, ajena a la brisa que no la alcanzaba.
Nicole sintió algo profundo e intenso en su interior, una sensación extraña.
Quería llorar, pero no era de tristeza ni de alegría, tan solo una emoción que
le nacía dentro y la sacudía de manera incontrolable. Algo infantil y
primitivo. El silencio se le antojó de pronto atronador, era como si aquel
paisaje estuviese gritándole, recriminándole por algo y ella sabía muy bien
por qué.
Lewis enmudeció al verla acercarse con aquella intensa mirada en los
ojos. El beso era exigente y las manos de Nicole se aferraban a su nuca
como si necesitara sostenerse de algún modo. Lewis no la rechazó y dejó
que su lengua explorase moviéndose libremente. Sus bocas competían para
ver quién era más ávido devorando al otro. Un sofocado gemido le indicó a
Lewis que sus manos llevaban la dirección correcta, explorando su espalda
bajo el jersey. Nicole respondió a sus caricias utilizando sus dientes para
marcarle el labio inferior en un gesto sensual que lo excitó aún más. Lewis
la empujó hasta chocar con el tronco de un árbol y ella lo imitó metiendo
también las manos debajo de su ropa, palpando sus duros y tensos
abdominales. Lewis se recreó en su sabor mientras una mano de Nicole
serpenteaba por la parte trasera de sus pantalones y sus dientes volvían a
morderlo en el labio. Aquellos dos gestos lo exacerbaron y respondió,
apoderándose salvajemente de su boca y llevando su mano hasta uno de sus
suaves pechos.
Nicole se hallaba inmersa en una especie de confusión errática. Su
mente navegaba a la deriva en un mar agitado y repleto de monstruos
marinos dispuestos a atacarla. Cuando Lewis sintió el sabor salado en sus
labios abrió los ojos y la apartó desconcertado. Nicole estaba llorando y
trataba de volver a besarlo, pero él no lo permitió.
—Abre los ojos —ordenó.
Ella seguía llorando mientras negaba con la cabeza.
—¡Abre los ojos! —repitió con firmeza.
Una bruma intensa cubría sus ojos mientras las lágrimas caían de ellos
sin freno.
—¿Qué ocurre? —preguntó, cogiéndola de los brazos—. ¿Qué te pasa,
Nicole?
—Nada. —Ella negaba con la cabeza de manera insistente. No podía
decírselo. Hay cosas que no deben verbalizarse o se convierten en un peso
sobre nuestras espaldas que deberemos arrastrar el resto de nuestra vida.
—Ven, sentémonos ahí. —La llevó hacia un lugar apartado del camino
donde había un tronco tumbado que podía servirles de banco.
Lewis miró a su alrededor y agradeció que estuviesen solos después de
que casi lo habían hecho allí mismo. Aún no había procesado aquel
momento de pasión irrefrenable, pero tendría que hacerlo más tarde.
Cuando estuvieron sentados la miró paciente, esperando a que dejase de
llorar. Nicole necesitó un poco de tiempo para recuperarse. Limpió su cara
con un pañuelo al menos en tres ocasiones antes de que sus ojos dejasen de
evacuar.
—Puedes hablar conmigo. —La miró con preocupación—. De cualquier
cosa.
—Algunas traiciones no se pueden decir en voz alta.
Lewis dudó si mantenerse callado o seguir insistiendo.
—¿Por qué me has besado? —dijo, tanteándola.
Ella lo miró y la palidez de su rostro se tiñó de rojo.
—Qué vergüenza, por Dios —susurró.
—¿Vergüenza? —Tuvo el impulso de apartarle el pelo que le caía
delante de la cara, pero se contuvo. Si la tocaba no podría parar.
Nicole apartó la mirada y dejó que sus ojos vagaran por la superficie
brillante del lago. No podía aceptar lo que acababa de ocurrir, no podía
permitir que su corazón se abriese, exponiéndose a que lo pisotearan otra
vez. Era estremecedor sentirse tan vulnerable, tan necesitada.
—No tiene nada que ver contigo. Hay sentimientos de los que no
puedes deshacerte por mucho que te empeñes en ignorarlos.
—¿Te refieres a… Jammie?
Nicole apartó la mirada, no quería que leyera en sus ojos el dolor y la
rabia que trataba de controlar. Lewis comprendió entonces que no era a él a
quien besaba. Jammie todavía estaba allí, entre ellos, y todo lo que había
creído ver en ella no era algo que estuviese destinado a él, sino a otro.
Sintió una honda rabia en su interior, pero la ocultó bajo siete llaves.
—Somos dos adultos libres de compromiso —habló con frialdad—. No
pasa nada porque nos hayamos morreado un poco.
Nicole lo miró con expresión desvalida. ¿Eso había sido aquello? ¿Se
habían morreado un poco? Apartó la mirada de sus ojos y movió la cabeza,
mordiéndose el labio al sentir que las lágrimas volvían a amenazarla.
Lewis tenía un conflicto interno que no podía dilucidar sin meditar
sobre ello y en ese momento no tenía la mente clara para hacerlo. Había
creído ver señales procedentes de Nicole que le indicaban que sentía algo
por él, pero era la sombra de Jammie la que pululaba a su alrededor todo el
tiempo, apareciendo subrepticiamente en el momento más delicado. Como
ahora. Sin embargo, nadie podría convencerlo de que no había una
conexión especial entre ellos. Nunca se había sentido así con nadie. Estar
con Nicole aquellos días había sido intenso y sereno al mismo tiempo y se
había llegado a preguntar si era ella la mujer para él. La única. Esa de la que
su padre le hablaba y que todo hombre desearía conquistar. Recorrió su
perfil con la mirada y sus ojos se detuvieron en aquellos labios que había
devorado unos minutos antes. Deseaba volver a hacerlo y volver a sentir en
su mano la suave piel de sus senos. Sintió que algo se tensaba dentro de sus
pantalones y miró hacia el lago, tratando de calmarse. De repente una voz
en su cabeza lo interpeló con voz estridente: ¿Qué estás haciendo, imbécil?
Es Nicole, la hermana de Olivia. Niall te matará si la tocas, puedes estar
seguro de ello. Sus vidas no tenían nada que ver, ella era abogada y tenía su
trabajo en Manhattan. Él era músico y su situación no estaba nada clara,
pero su sitio estaba en Nashville, de eso no había duda. Y eso sin contar con
que ella estaba loquita por ese gilipollas.
—Será mejor que volvamos. —Se puso de pie—. No ha sido buena idea
venir aquí.
Nicole lo miró muy seria y asintió sin protestar. No era aquella la
reacción que hubiese deseado, pero era la que esperaba después de lo
ocurrido. Durante el camino de vuelta pensó en su vida vacía y complicada
y se dio cuenta de que todos los problemas que tenía los había propiciado
ella misma. Su inseguridad y la necesidad de ser valorada había favorecido
el acercamiento de Jammie Perkins, un depredador nato. Había sido muy
claro después de forzarla, nunca se hubiera casado con ella, era tan solo uno
de sus entretenimientos. Le gustaba jugar al golf, conducir coches caros a
mucha velocidad, ganar dinero y destruir mujeres. Cuanto más inteligentes
y seguras se creían, más emoción tenía el juego de aniquilarlas. Violarla en
su propia casa había sido la manera más rápida de conseguirlo. Sintió un
arranque de furia y apretó los puños y los labios en un gesto que no pasó
desapercibido para Lewis. El músico se preguntó si aquella rabia era contra
él y sintió el impulso de pararse allí en medio y encararla, pasara lo que
pasara. Pero no lo hizo porque temía que le doliese demasiado. Mejor dejar
que las cosas siguieran su curso natural y esperar a que la semana
terminase.
17

Entraron en la casa y Lewis dijo algo de que tenía que trabajar en una
canción. Nicole no respondió. Se sentía como si la hubiesen anestesiado con
algún tipo de droga que hacía que pareciese que se movía con normalidad
cuando, en realidad, caminaba por un mar de algodón y sus piernas se
hundían hasta las rodillas a cada paso.
Fue al salón y se acercó al tocadiscos de su hermana. Buscó entre sus
discos uno de Norah Jones y lo puso. Come away with me empezó a sonar y
ella se quedó allí de pie mirando cómo el disco giraba con la aguja
recorriendo la superficie grabada.
Lewis entró en el salón, silencioso, y se quedó observándola mientras
cantaba. Tenía una voz intensa, algo áspera, pero terriblemente sensual. Se
movía como si su cuerpo estuviese escribiendo la música mientras su voz
trazaba los dibujos que esos movimientos le dictaban. Algo profundo y casi
doloroso creció dentro del pecho del músico al escucharla. Había mucho
dolor en aquella manera de cantar y parecía estar llamándolo, pidiéndole
que fuese él. Cuando terminó la canción Nicole levantó la aguja y se quedó
mirando el disco como si aún girase. Sintió las manos de Lewis rodeándola
por la espalda y su aliento en el cuello. Cerró los ojos y se dejó llevar por lo
que su cuerpo le pedía. Al darse la vuelta él la miró decidido.
—No más lágrimas —pidió—. No podré hacerlo si te veo llorar.
Ella asintió y le rodeó el cuello con los brazos.
—Las lágrimas no eran por ti —aclaró.
Lewis cerró los oídos para no escucharla. No quiero saberlo, gritó en su
cabeza. La besó y Nicole no estaba preparada para la ternura de aquel beso.
La saboreó lentamente, explorando cada rincón con sabia maestría. La
pasión que ambos sentían él parecía contenerla con sus manos, como si
quisiera dosificarla antes de perder el control. La excitaba tanto que se
removió inquieta entre sus brazos, buscando el modo de librarse de su ropa.
Pero Lewis no la dejó, la llevó hasta el sofá y la tumbó con suavidad sin
dejar de mirarla. Sus movimientos eran firmes y seguros y sus ojos la
mantenían presa de su mirada. Nicole no supo cómo se había librado tan
fácilmente de su sujetador hasta que sintió que le acariciaba un pezón con
su lengua.
—Si algo no te gusta, dímelo. —La miró con uno de sus senos a su
alcance.
Nicole se arqueó cuando él cubrió todo el pezón con su boca y comenzó
a saborearlo con deleite. Ella trató de quitarle la ropa, pero él no dejaba que
lo hiciera, quería excitarla al máximo, llevarla al paroxismo. Para ello
abandonó el duro botón y siguió camino con su boca, recorriendo la
suavidad de su piel abdominal. Rodeó su ombligo, llegó a la cintura del
vaquero, lo desabrochó rápidamente y tirando de él la dejó expuesta.
Levantó la mirada para verla y sus ojos le hablaron en silencio. Nicole
sonrió con timidez, se sentía como una novata en su primera vez. Y
ciertamente lo era, nunca nadie se había preocupado así de que ella sintiera.
Nadie se había esforzado en darle placer sin pedir nada a cambio. Lewis
enterró el rostro entre sus piernas y avivó con su lengua el deseo que
inflamaba el cuerpo femenino. Encontró puntos de placer desconocidos
para ella. La penetró con la lengua y Nicole sintió la explosión de todos sus
sentidos y se le nubló la razón. Su mente entró en un torbellino imparable
de sensaciones y tuvo que agarrarse al sofá para no caer en aquel abismo
que la engullía y la succionaba, llevándola a un punto de no retorno.
Lewis la oía gemir, susurrar su nombre, suplicarle… La excitación que
sentía dentro era máxima, una mezcla de dolor y fuerza a punto de estallar.
Cuando se apartó de ella para quitarse la ropa Nicole gimió como si le
arrancaran una parte de su propio cuerpo y eso despertó en él un instinto
salvaje y primitivo de posesión. Pero antes de que pudiese ejercer ese poder,
ella lo empujó al sofá y se sentó a horcajadas sobre él. La energía fluyó de
uno a otro y los sacudió como una descarga eléctrica. El placer que le
provocaban los rítmicos movimientos de Nicole lo llevó al borde de la
explosión. La agarró por las caderas y la obligó a moverse más despacio.
Alcanzaron el límite juntos y saltaron al precipicio al mismo tiempo,
sumergiéndose en un mar de placer mutuo. Se quedó tumbada sobre él, con
la cabeza enterrada en su cuello mientras Lewis acariciaba suavemente su
espalda.
—Mmmmm —suspiró de gusto—. No te muevas, por favor.
Lewis sonrió.
—¿Ya puedes respirar ahí metida?
—Aja —dijo ella arrastrando la j.
—Espero no haber sido brusco —dijo con preocupación.
Nicole levantó la cabeza para mirarlo y sus ojos brillantes y trasparentes
lo golpearon en el centro del pecho con un sentimiento desconocido.
—Define brusco —sonrió—. ¿Crees que llevarme al cielo es brusco?
—Estaba demasiado excitado —se justificó—, creo que no me sentía así
desde que cumplí los dieciocho.
Ella apoyó la barbilla en una mano que descansaba sobre su pecho y
siguió mirándolo con aquellos ojos enormes.
—No me digas que acabo de desvirgarte —sonrió con dulzura.
—Eres la mujer más bella que he visto nunca —admitió.
En el rostro de Nicole se fue dibujando una sonrisa cada vez más
amplia, hasta que acabó riendo a carcajadas.
—¿Qué te hace tanta gracia? —preguntó, fingiendo molestarse.
—Es lo más cursi que he oído nunca.
—¿Cursi?
—Sí, cursi. Y falso, claro. ¿Te crees que no he visto a Carly Tyrell?
Lewis frunció el ceño, divertido.
—¿La has buscado en Google?
Nicole asintió sin tapujos.
—Y es guapísima. Y jovencísima.
—Sí, es cierto. —Arrugó la nariz—. No soy muy listo, ya ves.
—Eres un inmaduro.
—No, eso no… —Le hizo cosquillas—. No te consiento que digas eso
de mí.
Nicole se retorcía entre sus brazos riendo a carcajadas. No soportaba las
cosquillas, era hipersensible a ellas.
—¡Por favor, por favor, por favor! —suplicó.
—Si sigues restregándome tus pechos por todo el cuerpo no respondo.
—¡Deja de hacerme cosquillas! —gritó sin dejar de retorcerse contra él
—. Para yaaaa.
Lewis volvió a abrazarla con suavidad y ella se colocó de lado en el
hueco del sofá que había entre el cuerpo masculino y el respaldo. La miraba
con curiosidad tratando de averiguar si era una pose aprendida o si
realmente pensaba tan mal de ella misma. No podía ser que no fuera
consciente de lo que provocaban en él aquellos ojos inocentes y sus
carnosos labios. Y luego estaba su arrolladora personalidad, llena de
matices pero sin sutilezas. Su sinceridad aplastante, que hacía que saliesen
de su boca palabras encadenadas hasta tejer un perfecto y nada afectado
dibujo de sus pensamientos. ¿De verdad no sabía lo que su cuerpo era capaz
de provocar en un hombre? Solo de pensar en ello sintió cómo la sangre
bombeaba hacia su agotado miembro, empezando a fortalecerlo a ojos vista.
—Creo que eres estúpida. —La miró con una seria expresión—. Si no
eres capaz de ver lo preciosa que eres. Definitivamente estúpida.
Nicole siguió el gesto de su mano, que le señalaba una potente erección,
y rompió a reír a carcajadas.
—Y yo creo que acabas de batir un récord —dijo sin dejar de reír.
—Aún no, pero lo haré. —La besó con intensidad y arrolladora pasión.
Lewis hubiese querido provocarla lentamente, llevarla hasta el clímax
como había hecho antes. Que suplicara. Pero sentía una pasión intensa e
imparable y la penetró sin preliminares. Lejos de resistirse, Nicole se vio
presa de ese mismo deseo y lo atrapó entre sus piernas rodeándole las
caderas. Mordió su labio como había visto que le gustaba y se arqueó,
haciendo que entrara profundamente. Después dio rienda suelta a sus
instintos.

—¿Y vosotros qué habéis hecho hoy? —preguntó Rohana mirando a su


tío.
—Pues… —Lewis trató de borrar de su mente las dos veces del sofá y
lo que había ocurrido en las escaleras. Aún le resultaba difícil asimilar que
Nicole fuese tan flexible y que él hubiese podido maniobrar en aquel
reducido espacio.
—Hemos ido al lago —intervino Nicole sacándolo del bucle en el que
se habían perdido sus pensamientos—. Me habíais dicho que era bonito,
pero no imaginaba que tanto.
—¡Jo! —exclamó Edeline—. Teníamos que haber ido juntos.
—Siempre decíamos que íbamos a ir con ella, pero siempre ocurría
algo… —contó Rohana mirando a su hermana—. Has hecho bien, tía Nic.
—No me llames así, Rohana. —Se puso seria.
La niña frunció el ceño y la miró molesta. Siempre la había llamado así,
no entendía por qué ya no podía hacerlo.
—¿Qué tal con Gannon? —preguntó Lewis.
—Bien.
—¿Bien? —preguntó Nicole.
Rohana se encogió de hombros.
—No me habla. Me ignora por completo.
Su tía frunció el ceño con preocupación. Pues sí que le había dado
fuerte.
—Pero Ro ha hablado con Lillian a la hora del patio y lo han arreglado
—explicó Cas.
—Lo ha entendido perfectamente —dijo Rohana con una enorme
sonrisa—. Dice que no le gustaba tanto como para arriesgarse a perder mi
amistad. Y que yo lo vi primero.
Lewis soltó una carcajada ante aquel comentario tan poco romántico.
Bajaron del coche y las mellizas fueron las primeras en entrar.
—Voy preparando la cena —dijo Lewis al ver que Jaycie salía de su
casa y caminaba hacia ellos—, tú tarda lo que necesites.
—¿Podemos hablar un momentín? —preguntó la vecina acercándose.
Nicole puso a Jason en el suelo y Cas lo cogió de la mano para entrar en
la casa. Cuando las dos mujeres se quedaron solas Jaycie la apartó de la
puerta como si temiese que pudiesen escuchar lo que decía.
—¿Sabes algo que yo no sepa? —preguntó en susurros.
—¿A qué te refieres?
—Si Lillian sabe que te lo he preguntado me mata. —Miró de reojo
hacia su casa—. No habla y tampoco quiere comer nada.
Nicole comprendió de pronto lo que pasaba y sonrió con tristeza.
—Creo que se ha enamorado.
—¿Enamorado?
Nicole asintió.
—Y el chico la ha rechazado —explicó.
Jaycie se llevó la mano a la boca. ¿Tan pronto?
—Pero no es solo eso —siguió Nicole—. Resulta que él por quién está
interesado es por Rohana.
—Ahora lo entiendo todo —asintió—. Y Rohana siente lo mismo.
Nicole asintió de nuevo.
—Ro lo ha pasado muy mal porque no quería perder a Lillian. Lo
rechazó de muy mala manera y el muchacho ahora no le habla.
—¿En serio? ¿Tan fuerte les ha dado? ¡Pero si son unos críos!
—Eso mismo he pensado yo —confesó Nicole.
—Bueno, su primer desengaño amoroso —dijo su madre, pensativa—.
Algún día tenía que pasar.
—Van demasiado rápido. —Nicole sonrió—. Mírame a mí, con treinta y
uno y soltera.
—Pues a juzgar por lo que he escuchado esta mañana me da a mí que no
por mucho tiempo.
Nicole enrojeció por completo. Tanto que incluso el cuero cabelludo se
vería rojo si no fuera por el pelo que lo cubría.
—Tranquila, yo también tuve algún episodio en la escalera —reconoció
—. Aunque hace demasiado tiempo de eso, entonces Hank no tenía esa
barriguita y era más fácil hacer acrobacias. ¡Ja, ja, ja, ja!
—¡Dios mío, qué vergüenza! —dijo Nicole—. ¿Tanto se escuchaba?
—Había salido a cortar unas flores y mis parterres están muy cerca de
vuestra entrada —explicó con una perversa y divertida sonrisa—. Lo siento
por el cartero, que ya había pasado, seguro que se habría divertido…
Nicole le dio un suave manotazo en el brazo.
—No seas mala —sonrió con las mejillas arreboladas.
—Me alegro por vosotros.
—No hay un vosotros —aclaró—. Al menos que yo sepa.
—Lo habrá. —Puso una mano sobre su brazo—. He visto cómo te mira
Lewis. Bueno, te dejo que ahora tienes lío del otro, del de maruja. Mañana
llevo yo a las niñas.
—Mima a Lillian, el primer desengaño es duro —susurró la abogada.
—Descuida. Esta noche pediremos pizza y veremos Grease, su peli
favorita. —Jaycie le guiñó un ojo y se despidió con la mano.

Después de la cena las niñas se empeñaron en jugar a las adivinanzas


con mímica y Lewis resultó ser tan divertido que Nicole acabó llorando de
la risa. Se empeñaba en soltar palabras una y otra vez y luego fingía que él
no había sido. O despistaba al contrario con alguna treta y después señalaba
directamente el objeto cuando no miraba. Pasaban de las diez de la noche
cuando Nicole tuvo que hacer de poli malo y mandar a todo el mundo a la
cama. El primero en desaparecer fue Jason en brazos de su tío, que era el
encargado esa noche de leerle su cuento. Nicole se quedó apoyada en el
quicio de la puerta observándolo sin que él se diese cuenta. Nunca imaginó
que fuese un hombre tan dulce y tierno. Le encantó oírle poner voces a la
señora ratita y al señor ratón. Resultaba adorable.
Ella ponía el lavavajillas mientras él barría las migas del suelo.
—Lo han pasado bien —sonrió Lewis.
—Eres un tramposo. —Fingió estar regañándolo.
—Eso suena a difamación, estoy seguro de que una buena abogada
podría conseguirme una pasta. —Sonrió seductor con aquella mirada
intensa que hacía que a Nicole le temblasen las piernas.
Dejó la escoba en su sitio y se acercó a ella por detrás, rodeando su
cintura con los brazos. Metió la nariz en su pelo y aspiró el aroma de su
champú.
—Tienes que dejar de hacer esto. —Ella ronroneó como un gato.
—Sé que no podemos hacer nada estando los niños, pero te juro que no
voy a poder pegar ojo esta noche pensando en ti —susurró él.
Ella se dejó acunar moviéndose suavemente como si estuviesen
bailando. Entonces él la giró y comenzó a cantar muy bajito mientras se
movían juntos. El corazón de Nicole se inflamó al escucharlo. No solo tenía
una voz preciosa, además, las palabras que salían de sus labios eran directas
y certeras, provocando que afloraran sus sentimientos de un modo
inquietante. Tenía sus brazos alrededor del cuello masculino y la mirada
deambulaba entre sus ojos verdes y sus apetecibles labios.
Cuando terminó la canción los dos se detuvieron, pero ninguno soltó a
su presa.
—¿Te ha gustado? —preguntó él.
—¿Es tuya? —preguntó y Lewis asintió—. Es lo mejor que he oído en
mi vida.
El cantante sonrió perverso.
—Para ser country.
—¿Es country? No me he dado ni cuenta —sonrió también, aunque en
sus ojos había una peligrosa llamada.
—No me mires así.
—¿Así cómo?
La atrajo más hacia él para que notara la dura provocación.
—Estoy a mil —dijo entre dientes.
Nicole lo apartó suavemente y sonrió con ternura.
—Tienes razón, las niñas podrían levantarse…
Lewis se alejó de ella y fue a apoyarse en la encimera de cuarzo con los
brazos cruzados delante del pecho. Estuvieron unos segundos en silencio,
tratando de recuperar la calma.
—¿Preparo un té? —preguntó Nicole—. No quiero repetir lo del
Chardonnay.
—Me gustó mucho verte tan desinhibida —reconoció sin recuperar la
calma del todo—. Pero un té estará bien.
Cada uno con su taza en la mano fueron a sentarse al salón. Nicole
colocó los cojines que habían desordenado para jugar y se sentó subiendo
los pies. Esa vez Lewis se sentó a su lado y cogiéndole uno de los pies
empezó a masajearlo.
—¡Oh, Dios! ¡Qué maravilla! —exclamó, poniendo los ojos en blanco.
Él sonrió divertido.
—Tengo unos dedos prodigiosos. —La miró con picardía—. Y no solo
para tocar la guitarra.
Ella sonrió sin responder, no quería avivar de nuevo la llama.
—Háblame un poco de tu vida —pidió él—. Tu trabajo, tus amigos…
—Solo tengo una amiga, Susan, que también es mi secretaria.
—Esa que te llama dos veces al día.
Nicole asintió.
—Se preocupa por mí —explicó—. De mi trabajo no sé qué puedo
contarte que no te aburra. Me paso el día leyendo contratos, preparando
demandas y asistiendo a algún juicio de vez en cuando. Pocos porque soy
buena evitándolos.
—¿Evitar un juicio? Creía que los abogados se corrían solo de pensar en
juicios.
—Pues te equivocas, al menos en mi caso. No me gusta ir a juicio. El
jurado es demasiado imprevisible y no me gusta nada perder. Nunca he
perdido, pero sé que no me gustaría. Es de esas cosas que uno intuye, ya me
entiendes. Prefiero llegar siempre a un acuerdo. Procuro ser justa y no
avasallar cuando voy ganando abiertamente. Eso me ha supuesto tener
buena fama dentro de nuestro mundillo y también que se me respete.
—Te gusta mucho lo que haces —dijo él sin desentenderse del masaje.
Ella asintió y encogió los pies para que dejase de tocárselos. Se estaba
poniendo de lo más cachonda y no quería que se diese cuenta. El sofá era
un lugar muy peligroso para ellos.
—Supongo que no tiene nada que ver con lo tuyo, pero, sí, me gusta.
—Somos afortunados por poder hacer lo que nos gusta —dijo él—. Y
parece que gracias a ti yo voy a poder hacerlo de verdad.
—Hablas de tus canciones. Pues si todas son tan buenas como la que me
has cantado en la cocina te auguro un enorme éxito.
Estuvieron unos segundos en silencio.
—Espera un momento. —Nicole dejó la taza sobre la mesa y salió del
salón.
Al cabo de un momento volvió con la guitarra en la mano. Se la entregó
a Lewis.
—Quiero escucharlas. —Se sentó de lado para poder mirarlo, con las
rodillas encogidas y la taza de té, ya templado, en las manos.
—¿Todas? —preguntó él sonriendo.
—Bueno, me encantaría, pero si a los veintiuno habías compuesto más
de cien no creo que con una noche sea suficiente.
Aquello sonó a promesa y Nicole le mantuvo la mirada.
—Despertaremos a las niñas y a Jason. —Rasgó las cuerdas
suavemente.
—¿Qué dices? A esos no los despertaría ni una sirena en un bombardeo.
Además, he cerrado la puerta doble. Tranquilo, no oirán nada si no te pones
a gritar que quieres que te devuelvan tu camión. No te enfades —dijo al ver
su expresión—, era una broma. Nunca nadie ha cantado para mí sola, es un
honor y seguro que será uno de los recuerdos más bellos en mi memoria.
Lewis la miró con tal intensidad que ella se estremeció. Era cierto que
aquello había sonado demasiado íntimo y tremendamente romántico.
—Toca las canciones que querrías grabar ahora mismo —pidió.
El té se quedó helado en sus manos. En cuanto Lewis empezó el
improvisado concierto Nicole no tuvo capacidad para otra cosa que no fuese
escucharlo. Su voz era tan dulce y bonita que el sonido de la guitarra se
acoplaba de un modo casi mágico. Pero lo que la llevó hasta otro nivel de
admiración fueron las letras. Era como estar viendo su propio corazón allí
expuesto. Cada verso, cada palabra la explicaba a ella y en ellas logró
comprenderse.
Cuando los dedos de Lewis rasgaron el último acorde el silencio inundó
el salón mientras en el corazón de Nicole reverberaban sus palabras. Dejó la
taza sobre la mesita y se puso de rodillas para acercarse a él. Le cogió la
cara con las manos sin dejar de mirar aquellos verdes ojos que parecían
atravesarla.
—Eres un grandísimo artista. Me siento enormemente afortunada por
haber podido compartir contigo este maravilloso momento. Y voy a
marcharme ahora mismo porque si me quedo un segundo más no podré
contenerme y te pediré que me hagas el amor mientras tu voz sigue
hablándole a mi alma.
Lo soltó y salió apresuradamente del salón. Lewis se agarró al sofá para
no salir corriendo tras ella.
18

—Tiene fiebre. —Nicole miraba a Jason preocupada—. ¿Cómo no me di


cuenta de que estaba malito?
—Es un niño —respondió Lewis sonriendo para tranquilizarla—. Será
un resfriado.
—Me quedo más tranquila si lo llevo al médico. —Comenzó a vestirlo
—. Tú encárgate de llevar a las niñas a la fiesta de Molly.
—De acuerdo, cuando las deje me reuniré contigo en el hospital.
Mantenme informado.
Nicole se apresuró en vestirlo y salió de casa con el niño en brazos, pero
al abrir la puerta se encontró con Jammie parado en medio del paso.
—¿Qué haces aquí? —preguntó y sin esperar respuesta cerró la puerta y
caminó hacia su coche.
—Tenemos que hablar —dijo.
—No tenemos que hacer nada tú y yo. —Sentó a Jason en su sillita y le
abrochó el cinturón.
Cuando dio la vuelta al coche para sentarse al volante Jammie abrió la
puerta del copiloto y se sentó a su lado.
—Bájate ahora mismo —le exigió entre dientes.
—No me iré hasta que hables conmigo. Tengo muchas cosas que decirte
y conseguiré que me escuches aunque para ello tenga que acompañarte a
dónde quiera que vayas con este crío.
Nicole miró hacia atrás y vio la carita de enfermo que tenía Jason. Lo
único que en ese momento le preocupaba era saber qué le pasaba a su
sobrino.
—Está bien, pero, por favor, déjame conducir tranquila.
Jammie hizo un gesto de aceptación. Nicole puso el coche en marcha y
salieron a la carretera.
—Es una gripe. —El médico la tranquilizó—. Todo está bien. No tiene
mucosidad en el pecho y respira perfectamente. Solo tiene que darle mucho
líquido y dejarlo que duerma todo lo que quiera. En unos días estará
perfectamente.
—¿No tengo que avisar a sus padres? Están en París… —Nicole lo
miraba angustiada.
El médico sonrió y la cogió del hombro.
—No se preocupe, le aseguro que Jason estará perfectamente en unos
pocos días. Sé que estas cosas asustan mucho, pero no tiene nada que temer.
Nicole cogió a Jason en brazos y salió de la consulta médica. En la sala
Lewis y Jammie esperaban sin saber quiénes eran. Cuando los dos se
levantaron y se dirigieron a ella se miraron confusos. Lewis cambió de
expresión al comprender, pero ignorando el caos que se acababa de desatar
en su cerebro se volvió a Nicole con preocupación.
—¿Qué te han dicho? ¿Jason está bien? —preguntó.
Nicole asintió turbada por tenerlos a los dos allí.
—Es la gripe —explicó—. El médico dice que tenemos que darle
mucho líquido y dejarlo que descanse, que en unos días estará
perfectamente.
—Ven aquí, campeón. —Le tendió los brazos.
Jason no lo dudó un momento y saltó hacía él acurrucándose contra su
cuello.
—¿Nos vamos a casa? —preguntó.
—Has traído tu coche, supongo —dijo ella con timidez—. Necesitarás
su sillita.
—Cierto.
—Te acompañamos y así la coges.
Lewis asintió y salieron del hospital todos juntos. Hubiera querido irse
con él, pero sabía que debía tener aquella conversación si quería acabar con
esa etapa de su vida para siempre.
Nicole condujo hasta la cafetería que había al lado del colegio de las
niñas y no pudo evitar recordar las tardes que habían merendado allí. Los
verdes ojos de Lewis parecían mirarla desde la silla vacía que había frente a
ella.
—Necesitaba verte. —Jammie la trajo de vuelta después de que les
sirvieron los cafés.
Nicole se dio cuenta entonces de cómo lo miraba la chica sentada en la
mesa de al lado. No estaba sola, iba con un hombre, pero solo tenía ojos
para Jammie. Dos mesas más allá había otras dos chicas, demasiado
jóvenes, pensó, pero también parecían comérselo con los ojos. Lo miró
sorprendida. No entendía por qué tenía ese poder con las mujeres. Quizá
porque ella ahora conocía su verdadero rostro y sabía que no tenía nada de
hermoso.
—¿Qué quieres, Jammie? —preguntó directa.
Él trató de cogerle la mano, pero ella se zafó sin disimulo. La chica
acompañada de la mesa de al lado la miró como si fuese un monstruo.
—Deberíamos ir a un lugar más íntimo —susurró él incómodo.
Nicole sonrió con expresión sarcástica.
—¿Tú y yo a un sitio íntimo? —preguntó con desprecio—. Eso no va a
pasar, Jammie.
—Lo que ocurrió fue un malentendido. Estoy seguro de que si me dejas
explicarme…
—Si has venido para disculparte, adelante. Te escucharé y trataré de
olvidarlo…
—¿Disculparme? —La boca de Jammie se torció en una mueca—. He
venido para ofrecerte la posibilidad de volver conmigo.
Ella lo miró completamente anonadada.
—¿Volver contigo?
—Baja la voz —exigió entre dientes—, no es necesario que se entere
todo el local.
—No puedes estar hablando en serio —dijo ella con expresión
incrédula.
—Tengo que contarte algo… —Parecía no encontrar la manera de decir
lo que fuese que tuviese que decir.
—Di lo que sea de una vez para que los dos podamos seguir con
nuestras vidas.
—Me han denunciado —soltó de golpe—. Una cabrona desagradecida
me acusa de…
—De violación. —Movió la cabeza con expresión de desprecio.
—Es mentira —susurró él—. Me pidió que le ofreciese un puesto de
mayor categoría y como me negué se golpeó y se provocó varias heridas.
Me ha denunciado.
—Eres un hijo de puta —dijo ella entre dientes.
—No te hagas ilusiones, esa imbécil no tiene dónde caerse muerta y te
aseguro que no se saldrá con la suya. Mis abogados se la van a comer viva.
—Si no es ella será otra, pero al final caerás y yo estaré sentada en
primera fila para verlo.
Él la cogió por la muñeca con fuerza y le habló al oído.
—Espero que no testifiques en mi contra o te juro que pagaré a alguien
para que te mate —amenazó—. Tengo dinero de sobra y lo sabes.
Nicole lo miró asqueada.
—¿Crees que si hubiese podido denunciarte no lo hubiese hecho?
Publicaste una foto mía que invalidaba mi testimonio —negó con la cabeza
—. Tranquilo, no testificaré contra ti.
—Vuelve conmigo —dijo sin soltarla.
—Antes se descongelarán los polos, Jammie. No volvería contigo ni
aunque fueses el único hombre sobre la tierra. Y resulta que no lo eres.
—¿Lo dices por ese que estaba en el hospital? ¿Qué pasa, te lo hace
mejor que yo?
Nicole ensanchó su sonrisa, se puso de pie y se inclinó para hablarle al
oído.
—Me lo hace como tú ni siquiera has soñado que pueda hacerse. Con él
he llegado a tener siete orgasmos seguidos. —Lo miró a los ojos—. Y no ha
tenido que violarme para que le deje hacerme lo que quiera.
Apartó la silla y se dirigió a la puerta.
—Asegúrese de que no se va sin pagar —dijo al pasar junto al camarero
—. Tiene esa mala costumbre.
Salió de la cafetería y fue corriendo hasta su coche deseosa de llegar a
casa de su hermana. Estaba decidida a decirle a Lewis lo que sentía, no
dejaría que sus estúpidos temores e inseguridades le impidieran luchar por
lo que quería. Sabía que estaba enamorada de Lewis, no era un simple
capricho o un rollo de cama. Lo amaba, deseaba estar con él y solo con él.
No importaba lo diferentes que fueran sus vidas, si ambos querían
encontrarían el modo de compaginarlas. Condujo, conteniendo el deseo de
apretar el acelerador, y la corta distancia que había hasta la casa se le hizo
eterna. Cuando entró en el salón se sorprendió al ver a Jaycie sentada en el
sillón esperándola.
—¿Qué pasa? —preguntó, buscando a su alrededor.
—Lewis ha tenido que irse —explicó la mujer poniéndose de pie—. Me
ha pedido que me quedase con Jason hasta que tú regresaras.
—¿Irse? No puede ser —dijo, aterrada—. ¿Irse a dónde? ¿Por qué?
Jaycie señaló la radio que tenía encendida y se acercó para subir el
volumen. Era una emisora de música country y estaban hablando de Carly
Tyrell y su nuevo éxito. Nicole escuchaba la canción de fondo mientras el
locutor contaba que la cantante había firmado con un gran sello y que su
maravilloso disco estaría listo en un par de meses. Nicole recordó a Lewis
cantando aquella canción en el sofá del salón con su guitarra en la mano.
Era una canción que hablaba de lo solos que estamos a pesar de engañarnos
con subterfugios a los que llamamos amor, amistad y otras cosas.
Sintió rabia por él, sabía lo mucho que debía haberle dolido esa traición.
Ojalá la hubiese esperado, tenía tantas cosas que decirle… Movió la cabeza
y las lágrimas cayeron de sus ojos imparables. ¿Cómo podía saber si él
sentía lo mismo que ella? Quizá se había dado cuenta de que la mujer a la
que todavía amaba era la que cantaba en esa emisora. Se limpió las lágrimas
furiosa. No iba a sentarse a llorar como una cobarde. Lo llamaría y le
confesaría sus sentimientos. Y si él no sentía lo mismo, lo aceptaría, porque
Lewis Fuller merecía la pena.

—¡Qué contenta estoy de veros, mis tesoros! —Olivia se abrazaba a las


niñas mientras Niall alzaba a Jason en sus brazos—. Dejadme que le dé un
abrazo a la mejor hermana del mundo. Cariño. —Besó a Nicole—. Muchas
gracias por todo lo que habéis hecho…
Nicole rompió a llorar y Olivia miró a las niñas interrogadoramente.
Rohana le hizo un gesto con la mano y su madre leyó en sus labios que
llevaba así todo el fin de semana.
—Niall, ve con las niñas arriba y enséñales todo lo que les hemos
traído. —Cogió a su hermana por los hombros y la llevó hasta el salón,
sentándose junto a ella en el sofá—. Y ahora cuéntame qué es lo que ha
pasado.
—Se marchó, le han robado su canción y está siendo un éxito. Pero no
la canta él, sino ella, que lo ha traicionado. ¿Te imaginas lo que debe sentir?
Le he llamado muchas veces, pero no me coge el teléfono. Me sale siempre
un mensaje de voz: el teléfono al que llama… Debe estar desolado y no sé
si funcionó lo del burofax, aunque debió funcionar, si hay algo que sé es
cómo hacer mi trabajo…
—A ver, para un poco que estoy perdida —la cortó Olivia—, han sido
muchas horas de vuelo y mi cabeza no está aquí del todo. ¿De qué estás
hablando? ¿Le han robado un tema a Lewis?
Nicole no dejaba de llorar y su hermana la miraba con una expresión
entre confusa y estupefacta.
—Vino Jammie al hospital, quería hablar conmigo y Lewis lo vio…
—¿Al hospital? ¿Quién ha necesitado ir al hospital? —El terror tomó
posesión de todo su cuerpo.
Nicole movió la cabeza angustiada mientras las lágrimas caían en
torrente.
—Estoy enamorada de Lewis —dijo y entonces Olivia lo entendió todo.
19

—¿Cómo has podido? —Lewis había entrado en la sala de grabación


después de golpear a uno de los productores que intentó impedirle el paso.
—Está bien, chicos —dijo Carly para que lo dejasen—. Dejadnos un
momento a solas.
Carly lo cogió del brazo y lo llevó hasta los asientos de los músicos para
sentarse junto a él.
—¿Lo tenías planeado? —preguntó, mirándola completamente
destrozado—. Creía que éramos amigos. ¿Por qué no me la pediste si tanto
la querías?
La cantante miró a su alrededor, estaban solos y en el fondo sentía
verdadero aprecio por él. Le pareció justo decirle la verdad.
—No, Lewis. Estuve contigo porque me gustabas, no tuvo nada que ver.
Pero tienes cientos de canciones que no permites que nadie cante. Y vivir
contigo mientras componías esta, sabiendo que dejarías que se muriera en
un cajón… No pude resistirme. Solo he tenido que adaptarla a mi voz. —Le
cogió la cara para obligarlo a mirarla—. Tú la has escuchado, no puedes
decirme que no es perfecta para mí.
—Sí, Carly. —Se irguió y sonrió—. Te he escuchado y ellos también.
Los productores y los músicos con los que Carly había estado
trabajando entraron de nuevo en la sala de producción y se colocaron frente
al cristal. Uno de ellos apretó un par de botones y la voz de la cantante se
escuchó claramente repitiendo todo lo que acababa de decir.
—Vas a dejar de cantar esa canción y cualquier otra que me robases. Es
mía y solo yo tengo derecho a decidir qué hacer con ella —sentenció Lewis
—. Guardaré esta grabación y ellos no olvidarán lo que han escuchado y si
vuelvo a enterarme de que robas, ni que sea un regaliz en un kiosko, te
demandaré. —Se puso de pie y la miró con tristeza—. Llevo muchos años
en esto y todos saben el tipo de persona que soy, por eso cuando les pedí
ayuda todos me dijeron que sí. Eso no lo conseguirás jamás robándole su
trabajo a otro.
Carly lo miraba sin pestañear. Había perdido y era una derrota justa.
Podía estar agradecida de que no la demandase. Aquello quedaría en un
cotilleo que se hablaría en voz baja dentro de su mundillo. Pero siempre
podía haber sido peor. Con alguien que no hubiese sido Lewis Fuller…
—Gracias —dijo con sinceridad—. Ojalá algún día tu música vea la luz.
Supongo que sabes que en el fondo ha sido por admiración.
Lewis no respondió y salió de allí.

—¡Ya voy! —gritó, bajando las escaleras—. Deja de aporrear la puerta.


Al otro lado Pierce y Niall esperaban con una sonrisa malvada.
—Traemos provisiones —dijo el mayor de los Fuller pasando junto a él
y dirigiéndose a la cocina.
—Olivia ha hecho un montón de croquetas para que no suframos un
coma etílico. —Niall siguió a su hermano.
Lewis se quedó unos segundos apoyado en la puerta abierta, hasta que
asumió que no había modo de impedirlo.
—Estoy bien —dijo, entrando a la cocina.
—Ya. —Pierce sacó tres vasos de la alacena—. Espero que ese sofá que
he visto en la sala sea cómodo porque uno de nosotros dormirá ahí.
—Tengo tres habitaciones.
—Ya, pero no estoy seguro de que todos podamos subir las escaleras.
Lewis negó con la cabeza, pero fue a sentarse en el taburete junto a
Niall que estaba destapando la fuente de las croquetas.
—Dios, cómo huelen. —Aspiró el aroma—. Reconoced que mi mujer
tiene las manos de una diosa.
—Sarah también cocina como los ángeles —se picó Pierce—, pero no
iba a venir en el avión oliendo a comida.
—No tendrías que haber venido…
Pierce llenó los vasos y le puso el suyo delante.
—Bebe y calla —ordenó.
Durante unos minutos se limitaron a beber en silencio esperando que
alcohol le soltara la lengua.
—Venga, cuenta —lo azuzó Niall cuando la botella estaba casi vacía y
ya se había comido un buen número de croquetas—. Y no te preocupes
porque Nicole sea mi cuñada, en esta situación solo somos tus hermanos.
Los tres levantaron sus vasos y gritaron:
—¡Los Fuller!
—¿Os acordáis de la que cogimos cuando me divorcié? —dijo Niall
mientras Pierce sacaba la segunda botella de la bolsa—. Me dolió la cabeza
una semana.
—Eras una esponja —recordó Lewis—, te bebías lo de nuestros vasos
también.
—Estaba hecho polvo. Y mira ahora, tengo una mujer a la que adoro y
cuatro hijos maravillosos.
—Cierto —afirmó Pierce—. Y te han dejado escapar de Glamour.
—¡Dios, sí! —exclamó Niall—. Vuelvo a querer levantarme para ir a
trabajar. No es lo mismo que antes, pero al menos esta revista es de arte,
algo que respeto.
—¿Por qué no respetas la moda? —preguntó Lewis después de beberse
su tercer chupito de tequila—. La moda nos representa a todos. Todos
llevamos ropa, ¿no?
—No siempre, por suerte. —Pierce era el encargado de rellenar los
vasos—. Así que te has enamorado de la abogada.
—Hasta las trancas. —Lewis apuró el vaso nuevamente—. ¿Sabéis lo
divertida que es cuando está borracha?
—¿Borracha Nicole? ¡No me lo creo! —Niall cogió otra croqueta.
—Créetelo, es adorable. Habla sin parar y se le pone una mirada casi
infantil, es como una niña. ¿Cuántas botellas habéis traído?
—Tú no te preocupes por eso y bebe —ordenó Pierce.
—Mira que eres mandón. ¿Verdad, Niall? ¿A que es un mandón?
—Ya te digo. Tiene complejo de abuela.
Lewis se echó a reír a carcajadas y le dio un manotazo a Niall en el
hombro.
—Complejo de abuela, qué bueno, ja, ja, ja, ja…
Pierce se deshizo de la segunda botella vacía y sacó otra de la bolsa.
—¿Solo tequila? —preguntó Lewis que ya estaba bastante afectado.
—Es lo que te gusta. Y no voy a dejar que mezcles.
Los otros dos se miraron y rompieron a reír a carcajadas.
—Una abuela…
—Ya te digo —repitió Niall.
Pierce aceptó que en esa ocasión le tocaba recibir a él y se resignó sin
mucho esfuerzo. Apuró su vaso y volvió a llenarlo para hacer un brindis.
—Por las mujeres que nos lo ponen difícil —dijo solemne con el vaso
en alto—. Cuando ceden son las más entusiastas.
—Brindo por eso —dijo Niall.
Lewis hizo girar su vaso sin levantarlo.
—¿No brindas? —preguntó Pierce.
—No voy a tener tanta suerte como vosotros —respondió, arrastrando
las palabras—. Nicole va a volver con ese desgraciado. Tendríais que
haberlo visto, parecía el mismísimo príncipe de gilipollandia.
—Nicole no va a volver con él —afirmó Niall rotundo—. No lo soporta,
te lo digo yo.
—¿Se lo has preguntado? —Pierce trató de rellenar los vasos, pero el
tequila se empeñaba en salirse todo el rato.
—No, me largué en cuanto tuve una excusa. Trae la botella que no ves.
—Rellenó los tres vasos y luego bebió directamente de la botella.
—Tienes que hablar con ella —dijo Pierce—. Se pasó el fin de semana
llorando después de que te fueras.
—Uy, ¿he sido yo el que ha dicho eso? —Niall tenía los ojos muy
abiertos y cara de susto—. No puedo haber sido yo, he prometido que no
diría nada y siempre cumplo mis promesas.
—Lloraría por él. —Lewis dio otro trago a la botella ignorando la
preocupación de su hermano mediano.
—Estas croquetas están de muerte —Pierce la estaba mojando en el
tequila—. Saben a tequila, tíos, en serio. Probadlas.
—Me voy a la cama. —Lewis se levantó del taburete y caminó hacia la
puerta con poca elegancia.
—Pierce —lo llamó Niall—. Pierce, que quiere irse a dormir. Tenemos
que acompañarlo.
Los tres hermanos se agarraron de los hombros y trataron
infructuosamente de salir de la cocina.
—Creo que tendremos que dormir aquí —se lamentó Niall—, esta
cocina tiene una puerta muy pequeña. No se puede salir. ¿Cómo sales de
aquí, Lewis?
—Pues saliendo. —Empujó para atravesarla y provocó que sus
hermanos chocaran contra el marco.
Maniobraron varias veces hasta que consiguieron la azaña. Lewis
durmió en el sofá, Niall consiguió subir hasta la habitación y fue el único
que usó una cama esa noche. A Pierce lo encontraron en las escaleras hecho
un cuatro. No iban a olvidar esa resaca en mucho tiempo.

—Hostia, tío, a mí lo de Carly me ha dejado tocado. —Stan se llevó la


botella de cerveza a los labios.
—¿Podrías hablar más bajito? —preguntó Lewis con mirada asesina—.
Tengo resaca.
—No creo que nadie se lo esperara —reconoció Adam yendo hacia el
mueble en el que Lewis guardaba las galletitas—, está tan buena que en lo
único que piensas cuando la ves es…
El timbre de la puerta sonó y Lewis miró a Adam, que era el que estaba
más cerca. Él siguió tumbado en el sofá deseando que se marcharan y lo
dejaran en paz.
—Hola, ¿está Lewis?
El guitarrista se incorporó de golpe y miró por encima del respaldo.
—Nicole —dijo, sorprendido.
Stan se levantó y fue a darle la mano, pero Adam se le había adelantado.
—¿Tú eres Nicole? ¡Tía, muchas gracias! —La abrazó—. ¿Tú sabes la
pasta que nos has ahorrado?
Stan le estrechó la mano y la hizo pasar cerrando la puerta tras ella.
—¿Quieres una cerveza?
—Largaos. —Lewis se puso de pie sin dejar de mirarla.
Los otros dos se miraron y asintieron.
—Claro, claro tendréis que contaros… Bueno, nosotros nos vamos. Lo
dicho, Nicole, muchísimas gracias.
—Adiós, chicos —insistió Lewis.
Nicole les sonrió despidiéndolos con un gesto. Cuando se quedaron
solos siguieron en la misma postura sin dejar de mirarse.
—No me coges las llamadas —empezó ella.
—Rompí el teléfono contra una pared de mi habitación poco antes de
irme de casa de Niall y aún no he sacado el nuevo de su caja.
—¿Contra la pared? —Respiró hondo para contener las lágrimas.
Lewis asintió.
—Así que ese golpe no estaba allí, como yo recordaba…
Lewis volvió a asentir.
—Volviste a colarte en mi habitación —sonrió mientras sus ojos la
miraban como si se estuviese ahogando y no se atreviese a pedirle que lo
rescatara.
—Dormí en tu cama hasta que volvieron —reconoció con la voz
entrecortada—. Las sábanas olían a ti y solo tenía que cerrar los ojos para
imaginar que estabas allí abrazándome.
—Nicole. —Él hizo ademán de cogerla, pero ella estiro el brazo para
detenerlo.
—He venido a contarte algo. —Luchó tozuda contra los sollozos—. El
motivo por el que me he comportado como una cobarde y una estúpida
contigo. Es algo horrible que me pasó y que hizo que no fuese capaz de
decirte que me había enamorado de ti el día que me llevaste a ver el lago.
—Hizo una larga pausa que no fue capaz de llenar con palabras que
amortiguarán el golpe—. Jammie me violó.
Lewis empalideció por completo y sus puños se cerraron como dos
martillos asesinos. Sus brazos se endurecieron al igual que su mirada y la
forma en que su pecho subía y bajaba demostraba lo difícil que le estaba
resultando respirar..
—Me había acostado con él esa noche. Sí, soy así de estúpida. Pero eso
me sirvió para darme cuenta de que ya no quería tenerlo en mi vida nunca
más. No sé si ese polvo era una prueba o el resultado de la costumbre, la
cuestión es que después de eso lo supe. —Le temblaban las manos y cerró
los ojos un momento antes de seguir. Volvió a abrirlos y respiró hondo—.
Él quería volver y yo solo quería que se fuera. Le dije que no una y otra
vez, pero Jammie no acepta un no por respuesta. Lo hizo de un modo
salvaje y mezquino, aplastándome la cara contra la mesa de la cocina,
sujetándome del pelo con saña. Me hizo mucho daño, pero el mayor dolor
no fue el físico, si no lo que sentí aquí dentro —señaló su cabeza.
—Hijo de la gran puta.
El músico se levantó y fue hacia la puerta. Solo podía pensar en
matarlo, pero Nicole lo alcanzó antes de que saliera y lo abrazó por la
espalda como solía hacer él. Chocaron contra la puerta de entrada, Lewis
apoyó la mano en la recia madera e inclinó la cabeza como si no pudiera
sostenerla. Nicole percibió los sollozos en el cuerpo masculino y sintió
tanto amor por él que todas sus heridas comenzaron a cerrarse. Se coló
entre él y la puerta y lo abrazó con desesperación.
—Me amas —sonrió—. Tú también me amas.
Lewis la abrazó también con un gemido seco y hondo.
—Te amo con toda mi alma —dijo y la besó con enorme dulzura—.
Amor mío, ojalá me lo hubieses dicho. Ojalá lo hubiese sabido cuando lo vi
en el hospital. Aunque mejor no, allí habrían podido reanimarlo y yo quiero
que deje de respirar para siempre.
Nicole sonrió con tristeza y acarició su barba como si la peinara.
—Los días que hemos pasado juntos han sido los más felices de mi
vida. Nada puede superarlo, te lo aseguro. Jammie no va a destruirme, no se
lo permitiré. No es nadie, ni siquiera es nada ya. No le dedicaremos un solo
momento más de nuestra vida. Ahora estamos tú y yo, Lewis. Nadie más.
La cogió en sus brazos, subió las escaleras y la llevó hasta su cama
donde la depositó con suavidad.
—Bonita habitación. —Se apoyó en los codos para mirarla—. Digna de
un cowboy.
—¿Lo dices por los sombreros? —preguntó él sin tocarla.
Nicole lo agarró por la camiseta y tiró de ella hasta que lo tuvo
exactamente donde lo quería.
—¿Te vas a quedar ahí esperando o piensas hacer algo? —preguntó con
voz aterciopelada.
—Me estoy conteniendo.
—Ya. ¿No será la resaca? Sé lo de la reunión Fuller —dijo sonriendo
divertida—. Por lo que sé fue una borrachera épica.
—No es tan divertido si tú no estás. ¿Por qué no me besas?
Nicole lo rodeó con sus piernas haciendo que cayera sobre ella y lo besó
con avidez. Jugó con su lengua y le mordió el labio con presión controlada.
La naturaleza empujaba a Lewis a penetrarla de inmediato y se alegró de
llevar puestos los pantalones. Quería tiempo para disfrutarla, saborearla sin
prisa, pero Nicole seguía jugueteando con su labio mientras sus manos se
enredaban en su pelo y cada vez se lo ponía más difícil.
—Vayamos con calma —musitó sobre su boca.
Nicole sonrió mientras lo hacía girar para quedar encima de él. Se quitó
la camisa y el sujetador, mostrándose impúdica y provocándole un suspiro
exhausto. La abogada se rio nerviosa y excitada y se inclinó para acariciarlo
con sus pezones.
—¿Qué pasa? ¿Ya no te gusta?
Lewis la volteó de nuevo acostándola de espaldas y se quitó también la
camiseta. Después se inclinó sobre el arma con la que lo había retado y
atrapó aquel punto sensible entre sus labios haciendo que ella se retorciese
de placer. Volvieron a cambiar de posición y Nicole comenzó a besarle el
cuello, los hombros… Bajó por su pecho y siguió bajando hasta toparse con
la barrera de sus pantalones. Lewis la vio desabrocharlos y sintió que el
deseo lo consumía. Cuando lo liberó de la ropa lo recorrió con sus manos y
luego con sus labios, deleitándose con sus gemidos y escuchándolo decir su
nombre con aquella súplica en la extenuada voz. La pérfida insensible subió
de nuevo hasta su boca y lo besó con avidez mientras se movía sobre su
sexo sin dejarlo plenamente satisfecho. Él se resistía en un esfuerzo agónico
mientras su corazón bombeaba sangre a demanda de la exigencia de
aquellas caricias.
—¿Me amas? —le preguntó Nicole con la mirada prendida en sus ojos.
—Te amo, aunque vas a acabar conmigo —dijo él con los labios
temblorosos y el cuerpo ardiendo.
Se irguió cual amazona y lo acogió dentro de ella con un movimiento
certero y poderoso. Lewis se estremeció de arriba abajo y se movió con
maestría provocando en el cuerpo femenino oleadas intensas de placer. La
volteó, poniéndose sobre ella, y elevó sus piernas para poder dirigir sus
embestidas con mayor precisión, golpeando lo justo y presionando al
máximo. Nicole se agarró a sus poderosos brazos y se dejó ir una y otra vez
riendo, gimiendo y llorando emocionada. Era imposible formar parte del
otro con mayor intensidad y en ese momento Lewis estalló de placer como
un torrente que buscaba infatigable llegar al mar.

Estaban abrazados bajo las sábanas. Nicole se acurrucaba junto a su


pecho con la cabeza apoyada en su hombro y la mano jugando con su
cuidada barba. Lewis le había contado lo que había pasado con Carly y ella
le había contado su conversación con Jammie.
—En realidad, quería asegurarse de que no voy a denunciarlo yo
también. Estaba realmente asustado, creo que esta vez va en serio. —Lewis
inclinó la cabeza para mirarla y ella asintió—. Sabía que lo volvería a hacer.
Traté de que su padre hiciese algo, pues yo no podía demostrar nada,
después de la foto en Instagram.
—Malditas redes —dijo él.
—Es tan imbécil que no se da cuenta de que si yo hubiese podido
denunciarlo ya lo habría hecho.
—Querría retorcerle ese pescuezo de gilipollas que tiene —dijo Lewis
furioso.
—Hey, hey, hey. —Se puso sobre él y lo miró a los ojos—. No tienes
que defenderme, ya sé hacerlo yo solita. No quiero un macho cabrío que me
trate como a una débil corderita. Quiero lo que eres: un hombre íntegro en
el que siempre podré confiar. Un amigo que me escuchará y a quién le
importará cómo pienso y cómo me siento. Alguien que me ame.
—Pues ese soy yo, porque te amo hasta la médula —dijo él con una
mirada intensa y emocionada.
Nicole obvió la amenaza de muerte de Jammie porque sabía que aquello
empujaría a Lewis a hacer alguna locura. No iba a darle a ese desgraciado el
gusto de destruir al hombre que amaba.
—Hablé el sábado con Vincent. Le pregunté si sabía algo de la denuncia
y me contó que la chica contactó con el bufete y preguntó por mí.
Lewis frunció el ceño.
—¿Crees que lo sabe?
Nicole suspiró y después se encogió de hombros.
—Vincent no dijo nada del tema, así que si lo sabe no se lo contó a él.
Le pedí su número y voy a hablar con ella.
—¿Es lo que quieres?
Nicole asintió.
—No puedo hacerle pagar lo que me hizo a mí, pero quizá pueda ayudar
a que un juez le impida volver a hacerlo.
Él la acunó entre sus brazos y durante un minuto permanecieron así,
abrazados y en silencio.
—¿Y tú qué quieres? —Nicole levantó la cabeza y la apoyó de nuevo en
su pecho para poder mirarlo.
—A ti.
Ella sonrió satisfecha.
—¿Qué vas a hacer con tu música, Lewis? ¿Ya has pensado lo que
pasará cuando el contrato quede rescindido?
—Llevo toda mi vida componiendo y cada canción es un jirón de piel y
huesos. Cada momento importante, cada cosa que me ha ocurrido es una
canción en mi cabeza que suena de vez en cuando y explica quién soy. —Le
apartó el pelo de la cara para clavar la mirada en sus ojos y que pudiera leer
en ellos—. Yo también he sido un cobarde todo este tiempo. Siempre supe
lo que quería, pero me daba miedo fracasar si lo intentaba. Ha llegado el
momento de dejar que el mundo escuche mi música.
Nicole lo besó en los labios, después se acurrucó de nuevo en sus brazos
y apoyó la cabeza en su pecho. Se quedaría allí para siempre, escuchando
los acompasados latidos de su corazón. No se le ocurría una melodía mejor.
Epílogo

Se había puesto unos zapatos planos, un pantalón tejano y una blusa blanca.
Llevaba la chaqueta azul marino colgada del brazo y atravesó el hall
decidida hasta llegar a los ascensores. Saludó a la recepcionista con la
mano, que la reconoció pero no se molestó en demostrarlo.
Robert Perkins la esperaba en su amplio despacho, sentado detrás de su
robusto escritorio, con las yemas de los dedos unidas en un gesto muy
personal.
—Señorita Beller, siento que nos veamos en estas circunstancias.
Nicole se acercó sonriente y se sentó en la silla que le indicaba. Esta vez
no se levantó para llevarla hasta los sofás. Tampoco le ofreció café ni
ninguna otra bebida.
—Tengo entendido que ha suspendido sus vacaciones.
—La ocasión lo merece, ¿no cree? —dijo sin borrar su sonrisa.
—¿Entonces va a seguir adelante?
El rostro del empresario se endureció y Nicole reconoció las facciones
de Jammie en él.
—Por supuesto.
—¿No está llevando su venganza demasiado lejos? Podríamos arreglar
esto de manera amistosa. Estoy seguro de que habrá algo que podamos
hacer…
Nicole abandonó también su sonrisa y lo miró con fijeza y sin margen
para la duda.
—Tuvo su oportunidad, yo misma vine aquí a este despacho y se la di,
pero usted prefirió ignorarme y dejó que su hijo siguiese haciendo lo que le
daba la gana.
—Ya le dije que es un hombre adulto, no puedo…
—No me venga con excusas, señor Perkins. Hay un millón de cosas que
usted podría haber hecho. La primera y más sencilla habría sido cerrarle el
grifo. Eso habría acabado con posición de poder. Pero prefirió no hacer
nada y ahora es tarde.
—¿A qué ha venido entonces?
Nicole metió la mano en su cartera y sacó una carpeta que dejó sobre la
mesa.
—Estas son las peticiones de mis clientas. Dieciocho mujeres en total,
incluidas las tres a las que sobornó. La única condición que no es
negociable es que su hijo reconozca públicamente lo que hizo y pida perdón
por ello.
Perkins apretó los labios y la miró con frialdad.
—Imagino que el resto solo es dinero.
Nicole sonrió con cinismo.
—Sí, solo. Dinero que proporcionará una vida mejor a esas dieciocho
mujeres que han visto como todo su mundo se reducía a un único y
desgraciado momento de sus vidas. Con ese dinero iniciarán un nuevo
camino y tratarán de borrar lo que Jammie les hizo.
—Pero ahí falta una, ¿verdad?
La sonrisa se desvaneció en la cara de Nicole y lo miró muy seria.
—Imagino que ahora que sale con Lewis Fuller, el cantante de country,
no estará interesada en que trascienda aquel desafortunado incidente en su
casa. Podría haber quien creyera que actúa por despecho, después de
haberla visto feliz en las redes retozando en la cama con mi hijo. —Levantó
una mano al ver que iba a decir algo—. Por supuesto, yo sé que eso no es
cierto, pero ya sabe, la gente piensa lo que quiere…
Nicole se mordió el labio como si quisiera esconderle una sonrisa.
Lentamente se puso de pie y cerró su cartera dispuesta a dar por terminada
la reunión.
—Ya veo que usted es de los que piensa que cuando una mujer decide
entregar su cuerpo una vez, pierde el derecho sobre él para siempre. Por
suerte el mundo está cambiando y cada vez son menos los retrógrados
trogloditas cuyas mentes viven aún dentro de una cueva. Nos veremos en
los juzgados, señor Perkins.
Se giró para marcharse.
—Creía que no le gustaba ir a juicio, señorita Beller —la detuvo.
Nicole lo miró de perfil con evidente satisfacción.
—Le aseguro que en esta ocasión lo voy a disfrutar.
Salió del despacho y atravesó el pasillo ante la mirada fija de Lillith
Stuart, la secretaria del empresario. La mujer abrió un cajón, sacó su móvil
particular y se dirigió a la terraza antes de marcar un número.
Nicole notó la vibración en el bolsillo cuando salía del ascensor.
—Dígame.
—Señorita Beller, soy Lillith Stuart.
—¿Me he dejado algo?
—No, señorita, no la llamo de parte del señor Perkins. Esta llamada es
personal.
Nicole se detuvo en medio del hall con cierta desconfianza.
—La escucho.
—Debería haberla avisado de que el señor Perkins no iba a ayudarla,
pero no tuve el valor. —Hizo una breve pausa—. Jammie Perkins no ha
sido el único.
Nicole empalideció y se giró a mirar hacia los ascensores sopesando la
posibilidad de subir y hablar cara a cara con ella.
—Su padre no hizo nada porque es de su misma calaña —musitó—.
Llevo más de treinta años siendo su secretaría y siempre he tenido miedo de
hablar, pero ya soy demasiado vieja para tener miedo.
—¿Usted…?
—Sí, yo también —suspiró.
—Lo siento mucho —dijo Nicole sincera.
—Tengo pruebas.
—¿Qué?
—Llevo años grabando sus conversaciones. Ahí tiene todo lo que
necesita para vencerles. Se creen por encima del bien y del mal, se sienten
indestructibles y eso lo ha hecho débiles.
—¿Quiere que suba o prefiere que nos veamos en otra parte?
—Si no he salido detrás de usted es porque tiene espías por todas partes
y me habrían descubierto. Prefiero verla en otro lugar, pero no en su oficina
ni en mi casa.
—Tengo el lugar perfecto.

Llegó frente a la casa de los Beller a media tarde. Había una mujer
trabajando en el jardín y a ella se acercó a preguntar.
—Buenas tarde, la señorita Beller me ha citado aquí esta tarde. Soy
Lillith Stuart.
La madre de Nicole se puso de pie al tiempo que se quitaba los guantes
para saludarla.
—Bienvenida, señora Stuart, soy la madre de Nicole. Puede llamarme
Cathy. Mi hija la espera en la cocina. —Sonrió—. Siga el olor de la tarta de
manzana, la puerta está abierta.
A Lillith Stuart le habían enseñado que no se entra en las casas sin
llamar, pero la puerta estaba abierta de par en par, así que hizo lo que Cathy
le había dicho y siguió el dulce aroma de la tarta.
—Señora Stuart. —Nicole se acercó al verla entrar en la cocina.
La mujer sonrió con timidez.
—Bienvenida —saludó al tiempo que la ayudaba a quitarse la chaqueta
—. Estaba haciendo café. Mi madre está arreglando el jardín y mi padre ha
ido a hacer unos recados, así podremos hablar tranquilas.
La mujer se sentó en la silla que le indicó mientras Nicole servía el café
en sendas tazas y lo llevaba a la mesa. Cuando se sentó frente a ella la miró
con afecto.
—Quiero que sepa que le agradezco mucho lo que está haciendo por
todas esas mujeres.
Lillith bajó la cabeza un poco avergonzada.
—Nunca fui muy valiente —se lamentó—. Si hubiese hablado entonces,
quizá ninguna de las otras hubiera tenido que pasar por eso. No es excusa,
pero no tenía familia ni a nadie a quién acudir cuando el señor Perkins…
—No tiene que hablar de ello si le resulta insoportable hacerlo, pero
desde mi experiencia es muy reconfortante poder contárselo a alguien. —
Hablar con Olivia había significado el inicio de su curación.
—Yo era muy joven y estaba sola… Creí que… —Movió la cabeza con
aquella expresión avergonzada otra vez—. Me había imaginado un cuento
de hadas en el que yo era la princesa que se casa con el príncipe. Pero lo
que ocurrió en realidad es que él me utilizó y cuando no quise seguir con
aquello porque comprendí la verdad, me forzó una y otra vez. Era como un
juego para él, un juego de terror que no terminó hasta que dejé de
interesarle. Nunca me casé, sentía un rechazo visceral hacia los hombres y
me convencí de que lo único que podía hacer era callarme y seguir con mi
vida.
Nicole le cogió la mano y se la apretó con cariño.
—Yo tampoco fui capaz de decir nada al principio. No es fácil. Por
alguna extraña e injusta razón, te sientes culpable. Es como si no hubieras
hecho lo suficiente para impedirlo o como si hubieses propiciado que
ocurriera.
—Pero usted habló con él, habló con su padre. Yo debería habérselo
dicho entonces, debería haberle contado por qué él no iba a hacer nada.
—Lo único que importa es que ahora está dispuesta a hablar. Y, sobre
todo, que tiene esas grabaciones.
La mujer sacó una caja del bolso y la depositó encima de la mesa.
—Estas son todas las cintas. Estoy segura de que cuando el juez las
escuche no tendrá la menor duda de la clase de personas que son. Espero
que este gesto compense un poco mi silencio de tantos años.
—No tiene que mortificarse más. Esos hombres son depredadores natos,
saben cómo acorralar a sus víctimas para tenerlas a su merced y en silencio.
Pero eso se acabó para los Perkins, juntas lo conseguiremos.
Nicole respiró hondo sin poder disimular su emoción y durante la
siguiente hora hablaron de lo que les había sucedido, pero también de
muchas otras cosas.
—Jammie Perkins y su padre no volverán a hacer daño a una mujer
nunca más —afirmó Lillith rotunda—. Hoy es un gran día.
Nicole sonrió al escuchar la voz de Lewis antes de que apareciese con
su padre en la cocina.
—Que dice tu novio que el mejor frapuccino de café lo hacen en
Nashville —dijo Walter con incredulidad—. Pero ¿tú lo has llevado a
Hugol, hija?
—No, papá, pero prometo hacerlo —dijo después de recibir un ligero
beso de los labios de Lewis.
—Está loco —susurró el músico.
—¿Es que no veis que tiene visita? —los regañó su madre entrando con
las manos llenas de tierra—. Disculpe a mi marido, señora Stuart, perdió
sus modales en 1985 y no ha podido recuperarlos.
—Lillith, este es mi padre, Walter y este de aquí es Lewis, el hombre
con el que voy a casarme dentro de tres meses —los presentó Nicole
—¡Oh! Enhorabuena —exclamó la mujer con una gran sonrisa—. Me
suena mucho su cara, ¿es actor?
—Músico —dijo Lewis sonriendo.
—De country —especificó Nicole.
Lillith no fue capaz de disimular su decepción y todos hicieron ver que
no se habían percatado.
—¿Le gusta la tarta de manzana, señora Stuart? Mi madre prepara la
más deliciosa que haya podido comer jamás.
—Me encanta —afirmó la mujer sonriendo también.
—Walter, haz café y yo sirvo la tarta —ordenó Cathy terminando de
lavarse las manos—. Tú Lewis saca los platos y las cucharas, anda. Lillith,
¿puedes coger las servilletas? Están en ese cajón de ahí.
Lewis puso los platos y las cucharas en la mesa y aprovechando un
descuido de Cathy cogió a Nicole de la mano y la sacó de la cocina para
llevarla hasta el salón. Allí la rodeó con sus brazos y la besó en la boca sin
darle opción protestar
—Me ha llamado KJ —anunció—. Quiere producir mi álbum.
Nicole abrió la boca y los ojos con enorme sorpresa.
—¡KJ! Pero si es el mejor productor que hay ahora mismo en el
mercado del country. ¿Qué? ¿Por qué me miras así? Ahora soy una
entendida, ya lo sabes. Conozco más grupos y artistas del country que tú.
—Oírte hablar así me pone cachondo —dijo apretándola contra su
cuerpo.
—Esta noche puedo darte la lista de los álbumes que se han publicado
hasta ahora —coqueteó—. Incluso puedo cantarte alguna canción de
Miranda Lambert.
Lewis soltó una carcajada.
—Menos mal que no has dicho Luke Combs.
—¿Qué tienes contra Luke? Es un gran artista.
—No tengo nada contra él, es un buen tipo, pero no creo que me
excitase escuchándote cantar sus canciones.
—Beautiful, crazy… —empezó a cantar al tiempo que se movía con la
música que sonaba en su cabeza.
Lewis siguió escuchando embelesado su dulce voz hasta que terminó la
canción.
—Dios —ronroneó con voz profunda—. Me vuelves loco, Nicole
Beller.
La abogada sonrió satisfecha.
—Como compensación voy a hacerte feliz el resto de tu vida, Lewis
Fuller.
—¿Lo prometes? ¿Prometes dejar que te ame por encima de todo hasta
el fin de mis días?
Nicole sonrió al ver que, como siempre, le había dado la vuelta a sus
palabras convirtiéndolas en su propia confesión.
—Lo prometo.
Y sin más sellaron su compromiso eterno con un entregado e intenso
beso.

FIN
Querid@ lector@,

Aquí termina la historia de los tres hermanos Fuller. Ellos seguirán con
sus vidas y yo seguiré escribiendo para traeros nuevas historias apasionadas

e intensas que hagan temblar vuestro corazón.


Aprovecho estas letras para daros las gracias por el apoyo que me
habéis dado en esta nueva etapa de novela romántica contemporánea.

Aunque mi género preferido es el histórico y pienso seguir profundizando


en él, me divierte y emociona poder imaginar historias actuales con
personajes que bien podrían reflejar el romance de nuestra vecina, amiga,

hermana… O el vuestro, ¿quién sabe?


La siguiente novela que voy a publicar es la primera de la serie que he
llamado Las Highlands. Esta serie consta de cuatro libros, dos

contemporáneos y dos históricos. El primero lleva por título Julia en las


Highlands. Debo decir que adoro esta historia, fantasee mucho con ella y
me enamoré de estas cuatro maravillosas amigas que vivirán una aventura

increíble en Escocia. Y de «ellos», por supuesto, hombres impresionantes

que me robaron el corazón y estoy segura que en algunos momentos os


dejarán sin aliento.

Sin más, me despido dejándote mis redes y el primer capítulo de Julia

en las Highlands para que puedas ir calentando motores.


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Gracias, de todo corazón.

Jana Westwood.
Julia en las Highlands

Capítulo 1

Estaba parada delante del escaparate de la pastelería. Era el cumpleaños de


su abuela y quería elegir bien, no todos los días se cumplen setenta años.
Escuchó una voz subida de tono y no le hizo falta volverse para saber lo que
ocurría. A través del cristal veía perfectamente a la pareja que estaba
discutiendo en plena calle.
Trató de concentrarse en los pasteles, pero le resultó imposible. Solo
podía mirarlos a ellos, era como una atracción insana que la empujaba hacia
aquello que más detestaba. Si había algo en el mundo que Julia no podía
soportar era la violencia, especialmente si se daba en una pareja. Una
simple discusión entre un chico y una chica provocaba en ella un aluvión de
recuerdos cayendo en cascada sobre su cabeza. Se le aceleraba el corazón,
le costaba respirar… y lo veía todo rojo.
—¿Podríais hacer eso en otra parte? —Se volvió, encarándose a ellos—.
O mejor, ¿podríais dejar de comportaros como dos imbéciles en medio de la
calle?
—Pero ¿tú de que vas? —El joven se apartó de la chica a la que acababa
de llamar de todo menos bonita para dedicarle a ella toda su atención.
—¿Qué pasa? ¿Vas a pegarme? —Julia lo miraba con expresión serena.
El energúmeno dudó si hacerlo. Tenía aquella mirada extraviada que
advierte de que sus conexiones neuronales no tienen buen contacto. La miró
de arriba abajo. Era cierto que estaba muy en forma y sus brazos tenían los
músculos ligeramente marcados. Quizá la chica sabía artes marciales.
—Déjala —dijo la joven con la que había estado discutiendo,
cogiéndolo del brazo—. Vamos, cari, no te metas en líos.
El «cari» tuvo suficiente excusa con eso para dejarlo estar y se dio la
vuelta después de levantar el dedo medio con desprecio. Julia esperó unos
segundos antes de alejarse a paso ligero con un revoltijo de sensaciones,
todas desagradables, en el cuerpo. Cuando llegó frente a la puerta de su
edificio sacó las llaves con manos temblorosas y se le cayeron al suelo. Al
ir a cogerlas se dio cuenta de que volvía a casa sin la tarta. Se maldijo por
imbécil y corrió de vuelta hacia la pastelería. Debería haber cogido algo en
la panadería en la que trabajaba como le había dicho Marta, su jefa. Pero
ella quería algo especial. Tan especial que por poco no lleva nada.
La pastelería estaba a punto de cerrar y la chica que la atendió no le
puso muy buena cara, pero metió la tarta Selva Negra en la caja y le cobró
lo más rápido que pudo. Julia le preguntó si tenía velas y compró un siete y
un cero.
—Abuela, ya estoy en casa —gritó desde la entrada antes de echar el
cerrojo.
Llevó la tarta a la cocina y después fue al salón a besar y abrazar a
Rosario, que estaba viendo la televisión.
—¿Has traído la tarta? —preguntó la mujer.
—Claro, ¿cómo iba a olvidarme? —Puso los ojos en blanco. ¿Cómo
podía conocerla tan bien?—. Me cambio y cenamos. ¿Qué hay?
—Nitos revueltos con zorroclocos. —Rosario repitió la respuesta que
daba siempre a esa pregunta.
—Vaaale —aceptó, desapareciendo en su habitación.
Se quitó la ropa y se puso el pijama. Estaba tan poco en casa que no le
merecía la pena ponerse otra cosa. Entró al baño y se puso frente al espejo
para hacerse una coleta en la que intentó atrapar todos los rizos que se
rebelaban cobardes. Durante unos segundos se quedó quieta, mirándose. En
una semana cumpliría veinticinco años. Miró alrededor de sus ojos
esperando encontrar alguna arruga, pero no había nada. A parte de las
ojeras, claro, pero esas llevaban allí una década. Desde que tuvo que
empezar a trabajar para ayudar a su abuela.
Ensayó una sonrisa y reparó en sus dos imperfectos dientes de abajo.
¿Había algo más caro que el odontólogo? Cuando se le torcieron tenía
catorce años y su abuela dijo que le daban personalidad a su sonrisa.
Rosario siempre tenía un buen argumento para aliviar cualquier frustración.
Salió del baño y fue a la cocina. La anciana servía el guiso en los platos
y ella puso la mesa para las dos.
—¿A qué hora vienen las chicas? —preguntó la mujer cuando
estuvieron sentadas.
—A las diez.
—Deberían haber venido a cenar —dijo su abuela.
—Tenían cosas que hacer, aunque no me han contado qué cosas.
Estaban de lo más misteriosas. Creo que me están preparando algo para mi
cumple.
—¿Qué tal tu último día de trabajo antes de las vacaciones?
Julia ensanchó su sonrisa al ver que Rosario cambiaba de tema con tan
poco disimulo.
—Déjame un momento para disfrutar de esta sensación —pidió
cerrando los ojos—. Si pudieran envasarse los momentos, este sería de los
más valiosos.
Su abuela sonrió con tristeza. Que el simple hecho de empezar sus
míseros quince días de vacaciones supusiera para su nieta uno de los
momentos más valiosos de su vida, daba cuenta de la pobre vida que tenía.
—¿Y qué piensas hacer? ¿Me harás caso y te irás de viaje?
Julia abrió los ojos y la miró como si dijera tonterías.
—¿A dónde voy a ir sola? Soy la única que tiene vacaciones ahora y tú
no quieres ir conmigo a ningún lado.
—¿Ir de vacaciones con un vejestorio? —dijo su abuela enfadándose—.
¿Por quién me tomas?
—Hoy me ha tocado atender la terraza. Marisa se ha puesto enferma y
he tenido que sustituirla. —Julia cambió de tema, no quería que volviese a
regañarla—. Ya sabes que a ella eso de atender al personal le encanta.
—No como a ti.
—No como a mí.
Rosario la miró con disimulo y movió la cabeza ligeramente. Si por ella
fuera viviría enclaustrada. Parecía mentira que tuviese veinticinco años.
Bueno, veinticuatro hasta dentro de una semana. No sabía cómo iba a
reaccionar, pero esta vez no lo dejaría pasar. Si su hija pudiese verlas, no se
lo perdonaría.
—¿Y tú qué has hecho hoy? —preguntó la nieta cogiendo un pedazo de
pan para mojar en la deliciosa salsa.
—Pues he ido a comprar al mercado y he estado tomando un café con
leche con Carmen, su marido lleva un mes en el hospital. Le hacía falta
distraerse un poco.
—¿No mejora?
Rosario negó con la cabeza.
—Ya sabes que yo no quiero morirme en un hospital. Cuando me llegue
el momento acabar rapidito y para el horno.
—No hables así. —La regañó.
—Mira que eres tonta, hija. Como si no supiésemos que nos tenemos
que morir todos. Pues cuando llega el momento, ¿para qué hacer sufrir
innecesariamente a nadie? Eso tendría que estar estipulado por ley.
—Mira qué moderna. —Julia sonrió con ternura.
—No se trata de modernidad. He vivido muchos años y sé que no hay
más remedio que aceptar que ese momento ha de llegar.
—Pues hay gente que piensa que va a ser eterna. Marta, por ejemplo —
refiriéndose a su jefa—. Está convencida de que antes de que se haga vieja
inventarán algo para no tener que morirse.
—Marta es tonta, hija, ya te lo he dicho muchas veces.
Julia sonrió, aunque su abuela estaba muy seria.
—No te rías, es la verdad. Siempre con esa cara de amargada y
arrastrando los pies como si llevase un fardo a cuestas. No sé cómo ese
bendito la aguanta.
—Porque la quiere, abuela.
—La quiere, la quiere… ¡Qué va a quererla si es más tonta que una
piedra!
Siguieron cenando mientras Rosario se despachaba a gusto con la pobre
e insoportable Marta y recogieron la mesa para tenerlo todo listo cuando
llegaran las chicas, como las llamaba la anciana a pesar de que todas tenían
la misma edad de su nieta.
Julia, Laura, María y Cristina eran amigas desde primaria. Se
complementaban bien porque, aunque sus personalidades eran muy
distintas, su afecto superaba cualquier desavenencia.
Cuando sonó el timbre la abuela se encargó de abrir la puerta mientras
Julia ponía las velas en el pastel y colocaba platos y cucharas sobre la mesa.
—¡Felicidadeeees! —gritaron las tres en la entrada y luego se abrazaron
a la homenajeada, riendo al solapar sus abrazos.
Entraron y María se quedó la última para cerrar la puerta. Era una de
esas chicas con el instinto maternal hiper desarrollado. Siempre pensaba en
todo y en todo el mundo y no le gustaba que se criticase a nadie. Era bajita
y algo rellenita, pero sin dudarlo era la más guapa de las cuatro. Tenía unos
ojos azules enormes y unos labios naturalmente coloreados que le daban un
aspecto de muñeca. Su piel extremadamente blanca contrastaba con un
cabello caoba que se ondulaba de manera perfecta sin necesitar ayuda.
Había estudiado magisterio y aprobado la oposición de maestra de primaria
a la primera.
—¡Menuda tarta! —exclamó Laura al ver la Selva Negra.
Laura era la intelectual. Muy delgada, sin curvas y con el pelo corto.
Llevaba gafas porque sus ojos trabajaban mucho. Quería ser escritora y
pensaba que debía beberse las obras completas de todos los escritores, vivos
y muertos, antes de estar preparada para ello. Estudió periodismo y desde
hacía un año trabajaba en un periódico local. Tenía un rostro hermoso pero
nada llamativo, claro que tampoco es que lo adornase mucho. Un lápiz
negro en la línea de agua y los labios rosas. Siempre el mismo rosa.
Julia encendió las dos velas y se colocaron alrededor de la mesa para
ver a Rosario soplarlas. Cuando la llama estuvo extinguida las cinco se
sentaron para saborear la tarta.
—A mí ponme poco, que he cogido un kilo —dijo Cristina.
Todas la miraron con expresión incrédula. Cristina era muy delgada y,
con diferencia, la que más comía de todas. Un engendro del diablo, vaya.
Tenía un cuerpo impresionante, con la cantidad exacta de músculo y fuerza,
que había conseguido a base de muchas horas de gimnasio y una melena
que le llegaba por la cintura y que solía recoger en una coleta alta. Siempre
estaba impecable, tenía ropa y estilo para cualquier ocasión. Era youtuber,
instagramer e influencer. Tenía un canal de belleza con más de un millón de
suscriptores. Ella fue la primera en darle su regalo a Rosario.
—Este es el mío —sonrió ilusionada. Las dos cosas que más le gustaba
hacer a Cristina era comprar y regalar.
Rosario lo abrió y se encontró con una paleta de sombras carísima.
Todas sabían que le encantaba el maquillaje.
—¡Madre mía, qué ilusión! —exclamó la cumpleañera tocando aquellos
colores con la yema de sus dedos—. ¡Qué buena pigmentación tiene!
Cristina le dio la vuelta a la paleta para que viese la firma.
—Está firmada por la diseñadora, que también cumple años hoy —
explicó la joven, que sabía bien lo mucho que la admiraba Rosario.
—Lo guardaré como un tesoro. —Repasó la firma con el dedo,
ilusionada.
María le regaló su perfume favorito y un álbum de fotos hecho por ella
con adornos de encaje y ropa que había sido de Rosario en distintos
momentos de su vida.
—¿Esto es de mi vestido de novia? —preguntó, acariciando el satén
colocado junto a una de sus fotos de boda.
María sonrió.
—Tranquila, no hemos roto nada. Cogimos pedacitos de lugares que no
dañaban las prendas o que podían disimularse sin problema —explicó.
—¡Ay, hija! No tienes de qué preocuparte, no pienso volver a utilizarlo
nunca, así que me alegra ver que le has dado utilidad. Es un regalo precioso,
María, tienes unas manos portentosas y una sensibilidad admirable. —
Rosario la abrazó con verdadero afecto, su regalo la había emocionado de
verdad.
—Julia me ayudó a seleccionar las fotografías —dijo María mirando a
su amiga.
Abuela y nieta se miraron con mucho cariño.
—Ahora mi regalo te va a parecer una birria. —Laura le entregó su
paquete disgustada.
—No digas tonterías —la regañó Rosario—, sabes que me encantan los
regalos y valoro muchísimo que hayas pensado… ¡Oh!
Laura sonrió satisfecha.
—Es una primera edición, de 1970 —explicó.
—¡84, Charing Cross Road! Es mi libro favorito, sin dudarlo. —Lo
abrió por la primera página y lanzó una exclamación de júbilo—. ¿Estas
notas?
Laura sonrió de nuevo.
—Sí, son de Helene Hanff.
—Madre mía, madre mía. —No daba crédito—. Pero ¿cómo conseguís
estas cosas tan maravillosas?
—Son unas frikis —dijo Julia riendo—. ¡Como tú!
La abuela se rio también sin dejar de abrazarlas a una tras otra.
—Bueno, ahora el mío.
Su nieta se levantó para ir hasta su habitación y regresó con una maleta
que hizo empalidecer a su abuela. La colocó sobre la mesa y al abrirla
apareció un tocadiscos antiguo.
—¿Es…? —Tenía los ojos llenos de lágrimas.
—Sí, abuela, es el de mi madre. Lo encontré entre sus cosas e hice que
lo arreglaran. Funciona perfectamente. Ahora podrás volver a escuchar
todos esos discos de vinilo que escuchabais juntas.
Se levantó y se acercó al tocadiscos como si fuese un muerto que acaba
de resucitar. Lo acarició con los dedos, sintiendo una emoción tan profunda
que se extendió por toda la cocina sacudiéndolas a todas.
—¿Cómo han podido? Si estaba destrozado… No sabéis las horas que
pasamos juntas escuchando esos discos. Junto a él la enseñé a coser y a
bordar, y ella me contaba lo que le pasaba en el instituto y después en la
universidad…
Julia la abrazó con ternura esforzándose por contener las lágrimas.
—No quería ponerte triste, abuela.
—No me pone triste, me emociona que es muy distinto. —Rosario se
apartó y se limpió las lágrimas con una sonrisa—. Bueno, venga, vale ya de
regalos. Vamos a comernos esa maravillosa tarta.
—Y ahora cuéntanos qué te ha pasado esta tarde —dijo Laura
llevándose la cuchara hacia la boca con mirada de deseo.
Julia frunció el ceño molesta porque sacase el tema. Pero ¿cómo lo
sabía?
—Hija, que estabas en plena avenida, te ha visto un montón de gente —
explicó respondiendo a su expresión—. Y por tu abuela no te apures,
mañana en cuanto salga a la calle va a tener la versión de las vecinas. Así
que mejor que nos expliques tú ahora lo que ha pasado de verdad.
Rosario miró a su nieta con expresión severa.
—No ha pasado nada —empezó—, estaba delante del escaparate de la
pastelería y detrás de mí se ha parado una pareja y se han dicho unas cosas
muy bonitas. Yo les he pedido muy amablemente que se fuesen a discutir a
otro lado. Nada más.
—¡Julia! —exclamó su abuela.
—¿Qué? —La miró como si no entendiera su enfado—. La estaba
tratando como una mierda.
—¿Te has enfrentado a él? —Movió la cabeza con pesar—. Un día te
van a hacer daño, hija.
—Estábamos en medio de la calle, abuela, no me podía hacer nada.
Sus amigas la miraron con expresión reprobadora.
—Julia, de verdad que tienes que dejar de hacer esas estupideces —la
conminó Cristina.
—Si quieres ir por ahí de salvadora, apúntate a una de esas academias
de defensa personal —intervino María muy seria.
Julia soltó una carcajada y miró a su amiga como si la loca fuese ella.
Dieron buena cuenta del pastel a pesar de las objeciones de Cristina, que
finalmente no se reprimió y fue la que más comió de todas. Para acabar
bebieron una copita de cava y brindaron por los setenta años de Rosario.
—Que sepáis que pienso seguir dando guerra mucho tiempo —dijo la
anciana.
—Más te vale —advirtió Julia llevándose la copa a los labios.
—¿Lo hacemos ya? —Las tres amigas miraban a la anciana, que asintió
sin que Julia entendiese nada.
Rosario las ayudó a quitar todo lo que había en la mesa ante la atenta
mirada de su nieta.
—¿Qué pasa? —preguntó con curiosidad.
—Siéntate —la conminó Laura mientras Cristina ponía una carpeta
sobre la mesa limpia.
—¿Qué es eso?
Sus amigas miraron a Rosario, que carraspeó nerviosa antes de tomar la
palabra.
—Cuando naciste, hace casi veinticinco años, llenaste de luz aquella
casa…
—Abuela, no… —pidió poniéndose seria.
—Déjame hablar, Julia —la regañó, tratando de contener las emociones
en un lugar que pudiese dominar—. Gloria tenía tu edad cuando se quedó
embarazada y debes saber que esa noticia la hizo muy feliz.
Julia puso una mano sobre las de la anciana tratando de infundirle el
calor que necesitaba.
—Tu madre era la mujer más maravillosa que haya conocido —siguió
Rosario—. Sus ojos estaban llenos de amor y cuando sonreía salía el sol.
Cuando te miro la veo a ella. La imagino orgullosa y feliz al ver que su hija
es una persona tan especial a pesar de todo lo que tuviste que vivir. Pero
también se sentiría triste porque te empeñas en cerrarte al mundo y en no
desplegar tus alas.
Julia apartó su mano y se apoyó en el respaldo. No era justo,
precisamente en ese momento.
—Dentro de unos días cumplirás veinticinco años y las chicas me han
ayudado a organizarte un regalo muy especial. —Su abuela sonrió con
cariño—. Ya sabes que los regalos no pueden devolverse, así que ni se te
pase por la cabeza rechazarlo.
Julia no pudo disimular el temor en sus ojos. Las cuatro juntas podían
haber ingeniado cualquier plan malévolo y sabía por experiencia que le iba
a resultar muy difícil zafarse de él.
Cristina abrió la carpeta y sacó un billete de avión que puso delante de
ella.
—Vas a hacer un viaje —sentenció.
—¿Un viaje? ¿Un viaje adónde? —preguntó posando la vista en el
billete.
—¡A Escocia! —dijeron todas al unísono.

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