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'Juan Magariños de Moratín-La Semiótica de Los Bordes - Apuntes de Metodología Semiótica

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I

SEMIÓTICA GENERAL

13
1 CONCEPTO DE SEMIÓTICA
1.1 Concepto
Entiendo por “semiótica” como disciplina
un conjunto de conceptos y operaciones
destinado a explicar
cómo y por qué un determinado fenómeno
adquiere, en una determinada sociedad
y en un determinado momento histórico de tal sociedad,
una determinada significación
y
cuál sea ésta,
cómo se la comunica
y cuáles sean sus posibilidades de transformación.

La intención inicial de este enunciado es proporcionar, a quien se acerque a nuestra disciplina, una
perspectiva a la vez amplia y operativa. En este sentido, considero que, a partir del concepto propuesto, la
perspectiva amplia puede asentarse en la propuesta de estudiar la significación de un fenómeno social y la
perspectiva operativa en la de explicar esa significación.
Así pues, la semiótica puede interesarle a los estudiosos e investigadores de los fenómenos sociales,
en la medida en que buscan explicar la significación socialmente atribuida a tales fenómenos y en la
medida en que enfocan esta búsqueda de un modo riguroso, que justifique las conclusiones a las que
lleguen, y no de un modo intuitivo, que se comprende pero cuya razón de ser se desconoce o sin que se
pueda establecer por qué se considera que es ésa significación (o, mas bien, conjunto de significaciones)
la que corresponde atribuirle a tal fenómeno y no cualquier otra.
Por tanto, el abogado, el sociólogo, el psicólogo, el historiador, el licenciado en letras, el crítico de
arte, el lingüista, el antropólogo, el geógrafo, el arqueólogo, el licenciado en turismo, el economista, el
filósofo, el terminólogo y el traductor, el epistemólogo, el bibliotecario, el publicitario, el comunicador, el
arquitecto, el museólogo, el politicólogo, el licenciado en ciencias de la salud, el demógrafo, el pedagogo
y tantos otros, en el ámbito de las ciencias sociales, necesitan de la semiótica como instrumento
estructurador para la consistencia y el rigor de sus estudios e investigaciones.
Esto se basa en que todos ellos tienen como objeto de conocimiento de sus respectivas disciplinas a
otros tantos objetos semióticos, o sea, a fenómenos sociales que ya (sin que sea imaginable un momento
previo en que todavía no) tienen atribuido (pacíficamente o no) un conjunto dinámico de significados,
cambiantes con el tiempo y la cultura.
Todos ellos, por tanto, son usuarios potenciales de la semiótica, en la medida en que sepan que la
semiótica puede proporcionarles las operaciones necesarias para elaborar una explicación básica de la
significación (plural, contradictoria, competitiva) que posee, en un momento dado de una sociedad
determinada, el concreto fenómeno que están estudiando, y en la medida en que nosotros, los estudiosos
de la semiótica, que pretendemos elaborar y proponer las operaciones analíticas pertinentes, no los
defraudemos.
También los objetos de conocimiento de las ciencias naturales (dejemos al margen, por el momento,
el tema de si esta dicotomía es o no pertinente, si bien anticipo que considero que no) son otros tantos
objetos semióticos y, por tanto, también en ese dominio la semiótica tiene utilidad. El problema es
epistemológico y relativo a las características del proceso de producción de los correspondientes
conocimientos y sugiero tratarlo en otra oportunidad; pero quede ya planteado.
Al enunciar, inicialmente, el concepto de “semiótica”, aclaré que me refería a la semiótica “en cuanto
disciplina”. Esto quiere decir que lo diferencio del concepto de “semiótica en cuanto facultad” y así voy a
trabajarlos en este texto. Para dejar aclaradas ambas direcciones esbozo este último concepto:

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Entiendo por “semiótica”, en cuanto facultad,
la capacidad cognitiva de que dispone la humanidad
para la producción de todas las clases de signos: icónicos, indiciales y simbólicos,
con los que da existencia ontológica a su humanidad
(ver, más adelante, en el Glosario, “Lenguaje/Facultad semiótica”).

1.2 Signos y Objetos Semióticos. Ciencia o metodología


La que propuse como primera característica: entender por semiótica un conjunto de conceptos y
operaciones, no supone la identificación de dos universos diferentes, sino su compenetración de modo tal
que los conceptos que se definan como pertinentes a la semiótica serán aquellos que permitan comprender
el funcionamiento de las operaciones que constituyen su finalidad específica y aplicarlas. Conceptos y
operaciones interactúan en el proceso cognitivo que identifica a la semiótica: desarrollar procedimientos
analíticos y reconstructivos que permitan llegar a enunciar explicaciones relativas a la producción e
interpretación del significado de los fenómenos sociales. Estos conceptos y operaciones integran un
conjunto que, en definitiva, se constituye en un método de investigación.
Al afirmar esto, tiendo a rechazar la concepción de la semiótica como una ciencia. Creo que, para
ello, hay un argumento importante: no puede admitirse que sea una ciencia por el especial carácter del
que sería su objeto de conocimiento: el signo. Desde la perspectiva peirceana (a la que sigo, sin
aceptaciones dogmáticas; por ejemplo, al no compartir que la semiótica sea una ciencia o, como dice en
otro momento, una doctrina), todo es signo. Es muy rico el concepto de “semiosis ilimitada” que esto
último implica, tanto (1) en lo relativo a la recurrencia semiotizante de cada una de las partes del signo,
que las constituye a su vez en signos, y a las partes de estos nuevos signos, a su vez, en signos (o sea, de 3
partes de un primer signo se pasa a 9, de éstas a 27, de éstas a 81, y así sucesiva y, al menos desde una
perspectiva teórica, interminablemente1, como (2) en la productividad del signo en la mente de cada
interpretante2 (que no lo percibe desde alguna exterioridad como un incidental espectador, sino como
parte constitutiva del signo que no está completo sin él), en la cual, a partir del signo propuesto “se crea
un nuevo signo” y así, para cada uno de los posibles interpretantes, en la autorreflexión y/o en la
comunicación, continúa transformándose indefinida y creativamente aquel signo inicial, que ya no es uno
sino tantos como interpretantes lleguen a incorporarlo. Pero, si todo es signo, el signo no puede ser objeto
de conocimiento científico, ya que no tiene otro objeto de conocimiento del cual diferenciarse (o al que
utilizar dialécticamente como definiens).
Pero, efectivamente, ¿todo es signo? La significación es un constructo de la humanidad y todo cuanto
somos capaces de ver lo vemos porque significa y del modo como significa; y de aquí uno pasa a decir
que todo es signo (transformación, desde las investigaciones cognitivas del entorno en mundo, como
establecimiento de la identidad de todo organismo; Francisco Varela, 1992). Pero, ¿que algo signifique
quiere decir que por eso ya es un signo?
En principio, podríamos decir que todo lo que vemos (o sea, percibimos, conocemos, sentimos,
intuimos, soñamos, etc.) lo vemos porque está semiotizado (o sea, porque ha sido el referente de un, al
menos, enunciado semiótico: icónico, indicial, simbólico y/o sus combinaciones posibles). Al admitir que
efectivamente se requiere un proceso de semiotización como condición necesaria que hace posible la
identificación de las entidades de nuestro entorno, se está admitiendo que existen dos clases de objetos:
los que semiotizan y los semiotizados. En otros términos: los signos y los objetos semióticos. Pero los
objetos semióticos no son signos; al menos mientras los manipulamos como tales, sin que nada impida
que, modificando las circunstancias de su forma de hacerse presentes (pasando de ser referentes a estar
exhibidos en representación de otros; ver, en la semiótica indicial, “Como hacer signos con cosas”),
puedan pasar a comportarse como signos. Los objetos semióticos reciben ese nombre para indicar que ya
están semiotizados. Un foucaultiano diría que ya han sido dichos desde algún discurso; creo preferible,
para aprovechar el aporte de Foucault evitando la interferencia, que él consiente, de la lingüística, decir
que ya han sido construidos desde alguna semiosis sustituyente: que puede ser no sólo verbal (o sea,
simbólica), sino también visual (o sea, icónica), comportamental (o sea, indicial), etc. Respecto de
aquellos objetos que no están semiotizados, no es que no existan (no planteo la duda óntica de si acaso
nuestro entorno no será “el sueño de un loco en un rincón de un manicomio”); lo que ocurre es que no
podemos verlos (o sea, percibirlos, conocerlos, sentirlos, intuirlos, soñarlos, etc.), ya que no tienen
identidad (en cuanto posibilidad de reconocimiento mediante su significado), es decir, carecen de
existencia ontológica, para nosotros.

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Así pues, considero que la distinción entre signo y objeto semiótico es importante para conferir y
mantener el rigor y la eficacia de la metodología semiótica. Pero es una diferencia coyuntural y no
sustancial, ya que lo que en un momento es signo en otro puede pasar a ser objeto semiótico y viceversa.
Del mismo modo que, para el enfoque semiótico, nada es definitivamente icónico o indicial o simbólico
(una pintura clásica: el Erasmo de Holbein, por ejemplo, es un icono en la medida en que propone una
representación de la apariencia física de ese admirable humanista y no sólo por esto; es un índice para el
trabajador que tiene que colgarlo de una pared o para el curador que tiene que decidir junto a qué otros
cuadros o puerta o esquina o panel conviene situarlo y no sólo para estos; y es un símbolo para el
marchand que lo mira codicioso y también para otras múltiples miradas)3. Quienes se acercan al
conocimiento riguroso (o científico) con la esperanza (positivista) de pisar un suelo definitivamente
firme, acostumbran criticar esta movilidad de los conceptos semióticos y los señalan como una prueba de
su inconsistencia. Considero, por el contrario, que esa movilidad acredita el enraizamiento cognitivo de la
semiótica, la capacidad que tiene nuestra disciplina para dar cuenta de las operaciones mentales que
intervienen en la producción y el cambio del significado de determinado fenómeno, sin necesidad de
modificar sus conceptos básicos ni sus operaciones analíticas.
Pero volviendo a la distinción entre signo y objeto semiótico, creo que el criterio para establecerla
pasa por una visión generativa (no en sentido causalista). Para que algo llegue a ser un objeto semiótico,
es necesario que un signo (debidamente contextualizado) lo enuncie, lo que no ocurre procesualmente
sino de modo simultáneo o en paralelo. Entonces, algo será signo cuando interviene como enunciador que
semantiza a algo diferente a sí mismo. Y algo será objeto semiótico cuando ha recibido su significado de
algo diferente a sí mismo (lo que ocurre con todo lo que estamos en condiciones de percibir; incluido el
signo, sólo que en tal caso la operación habrá de designarse como "metasemiótica"). Dicho de modo más
simple: lo que enuncia es un signo y lo que resulta enunciado es un objeto semiótico. O también
(entendiendo dinámicamente y no en su posibilidad especular al término "sustitución"), la semiosis
sustituyente está constituida por signos y la semiosis sustituida está constituida por objetos semióticos.
Obsérvese: este texto es una semiosis sustituyente (está constituido por signos) y el problema al que se
refiere (eso de lo que habla) es una semiosis sustituida (la forma en que queda construido el problema del
que se habla, por el modo como se lo dice, lo constituye en objeto semiótico). Pero cuando alguien
responde y comenta lo que aquí se dice, su texto es la semiosis sustituyente (en cuanto está constituido
por signos) y este texto, que he llegado a escribir y que recibe un nuevo significado a partir del nuevo
texto dicho por el otro, es una semiosis sustituida (en cuanto resulta construido como objeto semiótico).4
Entonces, si, por ejemplo, puede establecerse respecto de un determinado constructo físico que, para
un sujeto determinado (o para una comunidad determinada de sujetos) consiste en “un ámbito donde
transcurre la vida familiar” (siendo ése uno de sus significados, entre otras muchas posibilidades), y de
otro determinado constructo físico que consiste en “un lugar donde se administra justicia” (siendo ése su
significado predominante), etc., ello será así porque, ese sujeto o esa comunidad, han sino intérpretes de
algún texto (icónico, indicial o simbólico; o, mejor, de multitud de textos de esas características y su
posible combinatoria) que así lo propone; por tanto, una casa o el edificio de tribunales son objetos
semióticos y la respuesta del o de los entrevistados, o lo escrito en el o en los libros, o lo visto en tal o
cual imagen o film, es lo que utiliza los signos mediante los que la casa adquiere el significado de
representar a la vida familiar y el palacio de tribunales el significado de representar a la justicia. Pero si,
de pronto, nos encontramos ante una casa concreta, con sus corredores y piezas y puertas y cocina y
dormitorios y baños, y sus colores en las paredes y juguetes en el suelo y olores en el aire, etc., podemos
preguntarnos acerca de qué clase de vida familiar está representando (construyendo) esa casa y,
entonces, la casa es un signo (en rigor, un discurso o contexto de signos) o una semiosis sustituyente y la
vida familiar es el objeto semiótico o la semiosis sustituida. Mutatis mutandis, lo mismo sirve para el
edificio de tribunales; por eso, por lo general, se busca que sea un edificio de cierta solemnidad
arquitectónica, para construir un significado solemne de la justicia; sin perder de vista que la
“solemnidad” arquitectónica también es un objeto semiótico que se construye con recursos de la semiosis
(sustituyente) de la arquitectura de determinada sociedad, época histórica y escuela arquitectónica, de un
modo en el diseño y de otro modo en la obra, los que así se constituyen en otros tantos signos o semiosis
sustituyentes y sus objetos semióticos correspondientes.
Pero lo anterior no da lugar a la posible identificación de los dos objetos de conocimiento,
adecuadamente diferenciados: por un lado los signos y por otro los objetos semióticos. En ambos casos
estamos en presencia de signos, pero que, en los diferentes momentos en que son interpretados, cumplen
funciones semióticas diferentes; en un sentido próximo al de L. Hjelmslev cuando optaba por hablar de

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“función semiótica” y no de “signo” (1971/1966: 49). Cuando los denominamos "signos", atendemos a su
eficacia para producir lo que denominamos "objetos semióticos"; cuando los denominamos "objetos
semióticos" atendemos al resultado de esa eficacia productora; pero, en ambos casos, se trata de signos.
Por eso, un objeto semiótico puede cumplir una función de signo, cuando produce la identificación de
otros objetos semióticos; y un signo puede ser considerado como objeto semiótico, cuando atendemos al
signo que lo ha producido. Con lo cual, tampoco aquí tenemos un criterio suficiente para admitir que
exista una ciencia de la semiótica.
Esto hace que esta interdependencia entre signo y objeto semiótico, esta necesariedad del vínculo,
lleve a excluir la posibilidad de que tengamos dos objetos suficientemente diferenciados como para poder
hablar de ciencia al referirnos a la semiótica o si estamos más bien ante dos funciones del mismo objeto,
lo que cerraría el universo conceptual sin la alteridad necesaria para constituirse en ciencia. Para mí, con
la provisionalidad de todo pensamiento que se asume críticamente, lo específico es concebir a la
semiótica como metodología rigurosa; reconociendo la validez de quienes prefieran explorarla, utilizarla
y construirla como ciencia. El rigor metodológico de la semiótica es lo que permite su utilización para
explicar la relación entre determinada enunciación y la capacidad de tal enunciación en construir la
calidad ontológica específica de determinado fenómeno social que resultará ser, por efecto de dicha
enunciación, un fenómeno jurídico, político, estético, clínico, matemático, astronómico, etc. La semiótica
en cuanto disciplina interviene explicando el proceso de producción del significado de toda y de cualquier
enunciación; pero la semiótica carece de significado propio, siendo un mero instrumento para explicar los
significados de todas las entidades cognoscibles; lo cual también constituye un significado (instrumental)
que le confiere su específica existencia ontológica. Éste es el razonamiento que me lleva a concebirla,
exclusivamente, como metodología.
Al hablar, en el concepto inicial, de “conjunto de conceptos y operaciones” tampoco pretendo
referirme a un conjunto de conocimientos finales, en cuanto verdades, ni sustanciales ni procedimentales,
alcanzadas mediante, en este caso, la semiótica, y que así planteados tendrían una pretensión universal de
validez, en completa oposición con lo que los propios análisis semióticos pueden evidenciar. Con ello
aludo a los conocimientos previos que se requieren para poder llegar a formular los criterios
metodológicos en que se fundamentan las operaciones pertinentes al método semiótico, conocimientos
también provisionales, como lo son las mismas operaciones que la disciplina semiótica utiliza en un
determinado momento.
Desde esta perspectiva, una metodología necesita estar apoyada en un conjunto de conceptos bien
(pero siempre provisionalmente) fundamentados. Por ejemplo, entre otros muchos, será necesario
disponer de conocimientos acerca del concepto de “signo”, de “representación”, de “enunciado”, de
“valor” (éste último como designación genérica de la significación dialécticamente contrastada con los
demás signos del mismo sistema, ya sea en su aspecto sintáctico [ser un sustantivo masculino es un
significado metalingüístico posible de “sillón”], ya sea en lo relativo a la semántica [la calidad de mueble
con peculiares características que se proyecta como el referente de “sillón”] y, en cada caso, recuperada
por el análisis del uso); así mismo se requiere disponer de un concepto operativo y empírico de
“contexto” (evitando, en las semióticas de la imagen visual o de la imagen musical o de la imagen del
sabor o de la imagen del comportamiento, etc., la connotación estrictamente lingüística [su linealidad, por
ejemplo] y buscando identificar las características pertinentes a la calidad de cada contexto [por ejemplo,
las cuatro dimensiones: lineal, superficial, volumétrica y temporal que intervienen en la configuración del
contexto del comportamiento como signo]); y, como dije, de muchos otros términos, algunos de los
cuales esbozo en el “Glosario”, en la segunda parte de este trabajo. O sea, hay conceptos que adquieren
un específico significado en el ámbito de la semiótica y que son fundamentales para establecer la eficacia
metodológica de las operaciones que constituyen la especificidad de la semiótica. Considero, por el
contrario, que no existen conceptos que permitan identificar a la semiótica como una entidad
autoconsistente en el universo de los fenómenos sociales; la semiótica adquiere, en cada caso, la calidad
ontológica del fenómeno cuya significación pretende explicar. Ello es coherente con la posición asumida
en el punto anterior, acerca de considerar a la disciplina semiótica como una metodología de
investigación en ciencias sociales.
Y aquí una acotación netamente dialéctica: tan provisionales considero a esos conceptos y a esas
operaciones que cimientan y dinamizan, respectivamente, a la semiótica, que les atribuyo el destino de
llegar a provocar su propia desaparición; de agotar, al aplicarla, su propia potencia explicativa, ya que sus
éxitos van demarcando sus propios límites, o sea, aquello de lo que no puede dar cuenta, pero que no
hubiera podido llegar a conocerse (en cuanto límite) más que después de haber intervenido y gracias a la

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aplicación de la propia semiótica. En definitiva, los semiólogos, si cumplimos adecuadamente con nuestra
tarea, seremos quienes acabaremos con la semiótica: aplicándola, usándola, mostrando su eficacia, ya que
todo ello conducirá a tomar conciencia de sus límites, a saber dónde no resultará aplicable, dónde se
mostrará ineficaz, qué pregunta no podrá responder (lo que hoy no es ni siquiera imaginable porque no
sabemos todavía que tal pregunta exista o que sea formulable), pero que sólo como resultado de su propia
práctica, de su efectiva aplicación, podrá llegar a conocerse ese desconocimiento que la semiótica habrá
producido pero que no podrá resolver (Magariños de Morentin, en prensa). En definitiva: el destino de la
semiótica es dar a conocer un desconocimiento que ella misma ya no puede resolver. Y de ello surgirá un
nuevo conocimiento, una nueva forma de operar que resuelva esa limitación que, sin que se supiera antes
de usarla, contenía la semiótica: el conocimiento de su propia negatividad, con la que se construirá una
nueva metodología; para que, en definitiva, ese nuevo conocimiento ingrese, también, en un nuevo
proceso de agotamiento respecto de esas nuevas respuestas que mostrarán otras preguntas que, a su vez,
quedarán sin resolver, y así indefinidamente, construyéndose de este modo la superación histórica (no
necesariamente el progreso) como carácter constitutivo del conocimiento humano. 5

1.3 Hacia una teoría dinámica de los discursos sociales


Del concepto de semiótica que venimos analizando quisiera comentar, elementalmente, lo que
considero que surge de las dos últimas proposiciones: “.../ cómo se la comunica (a la significación) / y
cuáles sean sus posibilidades de transformación.”
En principio, la comunicación constituye el comportamiento (en cuanto proceso) en el que la
significación adquiere su específica existencia y es, también, el comportamiento (asimismo, en cuanto
proceso) en virtud del cual llega a perder su posibilidad de seguir existiendo en cuanto tal, por exigencia
de su propia superación. Esto se puede comprender si se considera que el hecho de transformarse es una
cualidad inherente a toda significación.
Tengo que aclarar que entiendo por existencia de la significación su circulación y vigencia (lo que
nada tiene que ver con su verdad o falsedad), en el interior de un determinado grupo social.
Al incluir a la significación y al proceso de comunicación de tal significación en el concepto de
semiótica, estoy afirmando que la semiótica deberá proporcionar las operaciones necesarias para
identificar los modos según los cuales una determinada significación se propone, en un determinado
enunciado, para la identificación de un determinado fenómeno social, ante los integrantes de determinada
comunidad, circula entre ellos, y resulta interpretada por tales integrantes de ese determinado grupo
social (que se constituye en tal en la medida en que concuerdan en compartir o debatir la vigencia de
determinada significación) que así la aceptan como uno de los modos posibles de percibir la existencia
del fenómeno en cuestión.
En esta circulación, la significación cambia. O sea, los sucesivos interpretantes, al construir nuevos
signos, a partir de la interpretación de otros determinados signos, los modifican, de modo que el signo
interpretado ya no es el mismo signo propuesto a la interpretación. Esto sugiere la necesidad, inherente a
la semiótica, de la construcción de una teoría dinámica de los discursos sociales (en cuanto conjunto
efectivamente existente de las construcciones semióticas que circulan en una sociedad).
Esta teoría sería dialéctica (como es dialéctica la propia existencia de la semiótica, según afirmé un
poco antes), ya que la interpretación del significado va determinando relaciones de negación y síntesis,
que constituyen un gradiente de distanciamiento del discurso inicial, hasta construir otro discurso en el
que ya no son válidas las reglas según las cuales se construyó el primero. Estaríamos, en ese momento,
ante una nueva semiosis o un nuevo lenguaje; se habrá producido una especie de "ruptura epistemológica"
en la sucesión de discursos, lo que correlativamente habrá conducido a la construcción de un nuevo
universo de objetos semióticos; o sea, si circula otra semiosis, se construye otro mundo. Y en esta
transformación consiste el transcurso histórico, que se independiza del transcurso cronológico, de modo
tal que el transcurso histórico puede manifestarse, también, en la coexistencia, en un momento
determinado, entre las diferentes partes de una misma sociedad o grupo social, en el cual habría subpartes
que habitarían tiempos históricos diferentes, pese a su contemporaneidad (cabría preguntarse, en el
transcurso de nuestra cotidianeidad, qué momento histórico enfrentamos cada vez que abrimos una
puerta.)
Para producir investigaciones encuadradas en tal teoría dinámica, capaz de dar cuenta de la dialéctica
inherente a la existencia de los discursos sociales, la semiótica necesita disponer de determinadas

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operaciones fundamentales y rigurosas que muestren cómo se produce y cómo se transforma la
significación del fenómeno social en estudio.
Como designaciones y descripciones tentativas de los conceptos correspondientes a tales operaciones,
he propuesto los siguientes:
1/ atribución de un valor a una forma (significante o representamen6) como efecto del conjunto de las
posibilidades de su integración contextual junto a otras formas (significantes o representámenes);
construye el valor sintáctico de la forma de cada signo en cuanto pertenecientes a una determinada
semiosis;
2/ sustitución entre, al menos, dos semiosis, una de ellas en función de sustituyente y la otra en
función de sustituida; construye el valor semántico de las formas de los correspondientes signos
pertenecientes a tales semiosis; valor semántico que nunca podría afirmarse de una única semiosis, sino
de la interrelación diferencial entre la semiosis que sustituye y la sustituida; esto implica aceptar que para
que haya semántica tiene que haber, al menos, dos semiosis operativamente vinculadas en una relación de
sustitución: en una se propone el signo y en la otra se configura el objeto semiótico;
3/ superación entre, al menos, dos pares de semiosis, de modo tal que una semiosis pierde capacidad
de sustituir, o sea, de construir los significados de los fenómenos de determinado mundo (primer par:
signos sin eficacia para generar objeto semióticos), en virtud de la entrada en vigencia de otra semiosis
(que sustituye a la precedente) que construye otros significados de los fenómenos de un mundo que ya no
es el precedente (segundo par: nuevos signos con eficacia para generar nuevos objetos semióticos);
construye el valor pragmático de las formas de los correspondiente signos pertenecientes a las semiosis
involucradas: en el proceso de la comunicación, construyen determinado significado y muestran su
limitación para construir otros significados que se hacen posibles a partir del efectivamente construido.7
Considero que estas designaciones y estos esbozos de descripción de las correspondientes operaciones
se corresponden con los procedimientos reiteradamente descritos por quienes han construido la teoría y la
práctica de la semiótica; lo único que pretendo es sintetizar y abstraer el múltiple pensamiento y las
múltiples aplicaciones de la semiótica, de modo que puedan ponerse a disposición de quienes se acercan a
esta disciplina para conocer su estructura teórica y la dinámica de su aplicabilidad.

1.4 La base textual del significado. Producción e inferencia


Yo no me comunico en representación de la semiótica, lo que consideraría a la vez pretensioso y
absurdo, sino tan sólo a título personal. En realidad, la semiótica, como cualquier ciencia, no existe al
margen y con independencia de cada uno de los escritos que la van construyendo. Sólo desde un punto de
vista político, en este caso el de la búsqueda del poder académico, puede alguien arrogarse o pretender ser
el portavoz autorizado de la semiótica, lo que vendría a querer decir que todo lo que ese escritor dice es
semiótica por el hecho de decirlo él. Esto viene a cuento, para aclarar que lo que yo pueda afirmar corre
bajo mi exclusiva responsabilidad y que podrá o no ser compartido por otros semiólogos y podrá o no
resultar útil para otros investigadores.
Desde esta perspectiva, me interesa comentar el alcance que le atribuyo al concepto de “significado”,
por el hecho de considerar a la explicación (1) de su producción, (2) de la interpretación de sus
características identificatorias y (3) del proceso de su transformación, los aspectos fundamentales de la
tarea analítica que le asigno a la semiótica.
Considero que el término “significado” abarca la totalidad y cada uno de los aspectos posibles que
pueden aparecer, como interpretación de determinado fenómeno, en la construcción del conocimiento
(poético, científico o mítico) del mundo, tal como lo realiza determinada sociedad en determinado
momento de su historia. O sea, uso “significado” como el conjunto de interpretaciones materializadas en
determinados discursos, relativas a determinados fenómenos y vigentes en determinado momento de
determinada sociedad, con lo que resulta admisible la pretensión de describir y explicar la producción del
significado en esa determinada sociedad y momento.
La semiótica procura explicar la producción de esa(s) interpretación(es), siempre con la prudencia de
acotar adecuadamente el campo de estudio o contexto en función del cual se considerará viable tal
pretensión explicativa. El carácter fundamental que habrá de conferirle rigor al desarrollo que conduzca a
la obtención de ese objetivo consiste en que dicha explicación se base en la textualidad de determinada(s)
semiosis, o sea, en la materialidad de discursos no sólo verbales, sino también visuales, auditivos

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(musicales), gestuales, comportamentales, etc. vigentes (o sea, efectivamente en uso y, en diferente
medida, aceptables) en determinada sociedad.
Aquí, “textualidad”, así como, en su oportunidad, “contextualidad”, son términos que se refieren a la
materialidad existencialmente efectiva de tales semiosis sustituyentes y no al sistema (social, cultural,
lingüístico o de la semiosis que corresponda), que siempre, al menos por definición, se considera virtual,
en cuanto pura posibilidad. Con la expresión “posibilidad virtual del sistema” se entiende la posibilidad
que tiene todo sistema de llegar a manifestarse (transformados sus tipos y relaciones en enunciados en los
que se aplican las reglas que lo constituyen) mediante la producción de la correspondiente textualidad, en
el proceso de producción de la comunicación (o producción de determinadas semiosis sustituyentes). Por
ser esto así, es posible la recuperación de ese sistema virtual, mediante una inferencia que se obtiene
invirtiendo el anterior proceso de producción de textualidad; inversión mediante la cual se accede a dicho
sistema virtual e inversión en la que consiste tanto el proceso de interpretación como el de investigación,
los cuales, a partir de la textualidad (o sea, a partir de la semiosis sustituyente efectivamente producida
que se esté percibiendo), permiten inferir la virtualidad (de otro modo inaccesible) del sistema y, por
tanto, permiten comprender y/o explicar la eficacia significativa resultante de la producción de dicha
textualidad. Recuperar el sistema a partir de los textos que de él se derivaron permite conocer las
posibilidades significativas de determinado sistema cognitivo tal como es compartido y diversificado en
el interior de determinada comunidad (la cual se identifica por el hecho de poseerlo) y en ello consiste un
importante aspecto de la eficacia que se le atribuye a la semiótica.
A la semiótica o, mejor, a los semiólogos corresponde la tarea de ir proponiendo los discursos en que
se enuncien las operaciones necesarias, rigurosas y explícitamente definidas que sean eficaces para, a
partir de los resultados que se obtengan al intervenir con ellas en las materialidades discursivas
mencionadas, inferir el conjunto de operaciones mentales (en que lo individual, en cuanto eventual
autoría, se especifica en lo social, en cuanto posibilidad de aparición de tal individualidad), disponibles en
determinado momento de determinada sociedad, que han concurrido a la producción de aquellos
discursos interpretativos que por hipótesis se ha supuesto que atribuyen significación al fenómeno en
estudio (y aquí utilizo “significación” porque me refiero a la calidad de la existencia ontológica atribuida
a determinado fenómeno; mientras que con “significado” me refiero a la interpretación de la
textualización del concepto que determinados individuos de determinada comunidad atribuyen a un
determinado fenómeno, como consecuencia de la interpretación de determinado enunciado que tiene a
dicho fenómeno como referente; la “significación” lo es de un fenómeno, el “significado” lo es de un
concepto).
El resultado, en caso de tener éxito, será conceptual o afectivo o emotivo o puramente cognitivo (etc.),
pero, en cualquier caso, su determinación requerirá partir de concretas (y por supuesto, múltiples)
materialidades discursivas, utilizar un conjunto de operaciones1 formalizadas (no necesariamente
simbolizadas, pero sí explícitamente definidas) y, por su intermedio, demostrar qué operaciones2
mentales, provenientes de qué vigencia social (o sea, permitidas, exigidas o excluidas por determinado
estado de las normas sociales), han dado lugar a los discursos que han construido el significado de los
conceptos con los que se construye la significación de los fenómenos en estudio.
Es necesaria esta doble referencia diferencial a “operaciones”, ya que las primeras: operaciones1, son
operaciones técnicas destinadas a intervenir analíticamente en los discursos sociales, perteneciendo, por
tanto, al ámbito de la disciplina semiótica; mientras que las segundas: operaciones2, son las operaciones
cerebrales-mentales de representación/interpretación que produjeron tales discursos, perteneciendo, por
tanto, al ámbito filogenéticamente constituido de la facultad semiótica, y que, por hipótesis, pueden ser
identificables y recuperables mediante aquellas operaciones técnicas.

1.5 Para ver hay que conocer


Acerca de esta inicial aproximación a las operaciones semióticas fundamentales (atribución,
sustitución y superación), hay algunos aspectos que me gustaría comentar.
Uno de los que me interesan especialmente es el relativo a saber si las operaciones de atribución y de
sustitución suponen que los valores y las formas preexisten a su puesta en relación. Me interesa porque
tiene que ver con la perspectiva cognitivo-dialéctica desde la que, personalmente, oriento la investigación
semiótica y, por tanto, su metodología.

20
En efecto, por una parte, no se pude partir de la nada (todo acto creativo es una diferencia respecto de
algo que ya existía). Eso de lo que se parte consiste en la vigencia de determinados sistemas semióticos,
en cuanto efectivamente utilizados para construir los respectivos discursos (simbólicos, indiciales y/o
icónicos) con los cuales, determinado grupo social (definido a posteriori, por la constatación de tal
vigencia y no por algún criterio apriorístico de “positivismo de secano” 8), en determinado momento,
construye la significación de la totalidad de los fenómenos sociales (entre los cuales estará el fenómeno
en estudio y, por tanto, el/los discurso/s correspondiente/s).
Así que, en un momento dado, todas las posibilidades de atribuir significación a un fenómeno están
acotadas por las diversas e incluso contradictorias semiosis sociales (sistemas virtuales y discursos
efectivos) vigentes en el grupo social en estudio. Hay una correspondencia entre sistema semiótico y
significación de un fenómeno, mediada por el discurso (o semiosis sustituyente) que puede producir (o
que puede provenir de) tal sistema y la significación que este discurso puede atribuir a tal fenómeno (o
semiosis sustituida).
Hay que tener en cuenta que existe una etapa pre-discursiva (en cuanto todavía no significativa) que es
fundamental en este conjunto de operaciones y que puede identificarse como la etapa de construcción del
texto, en cuanto resultado, puramente sintáctico, de la combinatoria que permite(n) el(los) sistema(s)
utilizable(s) por los miembros del grupo en cuestión. Quienes están leyendo este texto, por una parte lo
identifican como resultado de una semiosis lingüística permitida por el sistema de la lengua (castellana),
en cuanto conjunto de párrafos sintácticamente correctos; por otra, lo reconducen a un sistema de
conceptos preexistente y buscan situar los efectos de sentido que tales párrafos van produciendo acerca
de, en sustitución de, como expansión de, en contradicción con, otros conceptos preexistentes y poseídos
por ellos (en función de lo cual, aceptan, modifican o rechazan los conceptos que estos párrafos
proponen; todo ello, no de un modo procesual, como requiere el describirlo, sino con el sistema neuronal
trabajando en paralelo).
Sólo mediante este conjunto de operaciones, el texto se transforma en discurso, al menos en el sentido
que aquí les confiero a estos términos; entendiendo por “discurso”: un texto semantizado, y por “texto”:
un discurso desemantizado (o un desarrollo sintáctico que todavía no ha sido semantizado). Definiciones
recursivas que tienen como eje diferencial, para el texto, la atención puesta en el cumplimiento de las
reglas de contextualización de la semiosis de que se trate (en algunos casos, icónico e indicial, de muy
difícil determinación, al menos hasta el momento), y para el discurso, la atención puesta en el
cumplimiento de las reglas de semantización vigentes para esa semiosis en esa sociedad, o sea, las
características de los significados o el “argumento” peirceano, que pueden construirse con tales
contextualizaciones (por lo general, de muy difícil determinación, al menos hasta el momento). Si todo se
agotara en esta producción de determinados discursos a partir de determinados sistemas la consecuencia
sería trágica: no existiría la historia (lo que no deja de ser una pista para comprender, aparte de su
falsedad, el autoritarismo e incluso la esclavización de la mente humana implícita en la mera idea de que
la historia o algún aspecto de la historia, haya terminado).
Hasta aquí, en este aspecto cognitivo-dialéctico de la relación entre sistemas y discursos mediados por
los textos, están dos de las operaciones que vengo comentando: (1) la atribución que construye textos
contextualizando, o sea, poniendo a las formas de un determinado sistema en una determinada relación
física, material, existencial (e insisto, formas ya bien significantes, si sólo se toma en consideración la
contextualización que el propio sistema, en sí mismo, le confiere a las formas de los signos que lo
constituyen, ya bien representámenes, si se toma en consideración el valor, provisionalmente sintáctico,
que el interpretante conferirá a esas formas contextualizadas) y (2) la sustitución que construye discursos
por la interrelación de dos sistemas: el de los signos y el de los objetos semióticos; interrelación que, con
sus precisiones, ambigüedades y desplazamientos constituye lo que denominamos semántica, la cual,
referida a los signos da lugar a los enunciados (incluso en sentido foucaultiano; M. Foucault, 1969: 116) o
semiosis sustituyentes y referida a los objetos semióticos da lugar a los referentes (especialmente en el
sentido cognitivo que les atribuye F. Rastier, 1991: 82) o semiosis sustituida.
Una nueva etapa histórica se originará cuando otra semiosis aparezca en los intersticios de esos signos
contextualizados (“el sonido y la furia”)9 y en las ambigüedades de esos objetos semióticos (“percepto
entrópico”; ver Denbigh, K. G., 1989) y, sobre todo, en la intuición que genera un espacio conceptual
posible (“mente borrosa”) acerca de la existencia de otros objetos semióticos posibles que sólo se
percibirán después de haberse construido, reiteradamente (con el consiguiente y progresivo
envejecimiento de la semiosis que los incluye), los objetos semióticos permitidos por los sistemas

21
vigentes (no sólo lógicos o simbólicos, sino también emocionales, estéticos, metafísicos, etc.; si tal etc.
aún puede caber) y cuya construcción, paulatinamente, van dejando de permitir. En el Apéndice 1.8.3
Pensamiento, Semiosis, Mundo, puede seguirse el desarrollo de estos conceptos.
En esa insatisfacción es donde la comunidad empieza a sentir la necesidad de otra semiosis para que
nuevos discursos vengan a permitir percibir otros fenómenos, que ya no serán los mismos que los
anteriores, del mismo modo que los textos y discursos ya no serán los mismos que antes, sino que otra
semiosis habrá aparecido que, por las carencias detectadas en las anteriores, será aceptada por la
comunidad, esa misma comunidad que habrá sido su única y efectiva creadora. Cuando esto ocurre y sólo
a condición de que ocurra, puede decirse que habrá historia, o sea, que es identificable la intervención de
la (3ª) operación, la de superación, en cuanto apertura hacia nuevos (en cuanto efectivamente históricos)
universos constituidos por otras percepciones que se hicieron posibles mediante otras semiosis eficaces;
en definitiva, en todos los casos vemos lo que las semiosis disponibles nos permiten ver y del modo como
nos lo hacen ver (de modo similar, Carlos Varela, 1996: 155, afirma que “ver es creer, en cuanto práctica
de la creencia”).

1.6 La significación construida


Sobre el tema de considerar a “la significación como el conjunto de interpretaciones materializadas
en determinados discursos, relativas a determinados fenómenos y vigentes en determinado momento de
determinada sociedad” no sé si habré logrado trasmitir lo que me propongo.
Yo estoy evitando la significación conceptual o normativa, que sería la que viene predefinida desde
determinados sistemas simbólicos y que conduce a la pretensión de estar en condiciones de juzgar si la
significación asignada a un fenómeno es correcta o no. Este enfoque conduce a un análisis dogmático-
hermenéutico de todo texto y de toda interpretación que se le atribuya, ya que la verdad y la falsedad
están establecidas a priori. Así, habría una verdad, en la realidad o en algún sistema de creencias, a la que
habría que atenerse; positivismo y dogmatismo metafísico avanzan en total acuerdo.
Otra cosa es que todo texto proceda de algún sistema, ya que esta afirmación pertenece a la
descripción del proceso cognitivo de producción de un comportamiento que implica la actualización de
una posibilidad, pero que no condiciona la aparición de determinado contenido y no de otro. Lo que estoy
buscando es una explicación que dé cuenta del proceso de construcción de la significación que realizan
los miembros de una comunidad, al interpretar un texto y, así, conferirle existencia ontológica a un
fenómeno. Puede ser que todos produzcan la misma interpretación, o sea, que le asignen el mismo
contenido a las interpretaciones que vayan produciendo; pero también puede ser (y, por hipótesis, es lo
que afirmo como regla del comportamiento simbólico de cualquier comunidad) que no sea posible
reconducir a la unidad el conjunto de las interpretaciones que en esa comunidad se van produciendo
acerca de determinado fenómeno en estudio.
Ésta es la que considero tarea fundamental de la semiótica: proporcionar las operaciones mediante
las cuales puedan inferirse los sistemas de donde proceden las representaciones - interpretaciones
(perceptuales y conceptuales, respectivamente) que van siendo producidas, en determinado momento de
determinada sociedad. Y ello incluye sus coincidencias y divergencias, la forma de su pluralidad, esos
modelos o configuraciones de significaciones posibles, producidos y provisionales (nunca punto de
partida ni punto de llegada definitivos), a los que designo como “mundos semióticos posibles” que
pueden definirse como los diversos conjuntos de opciones disponibles, en determinado momento de
determinada sociedad, para que sus miembros construyan las significaciones de los fenómenos de su
entorno, y la posibilidad de reconocer las opciones creativas que quiebran las disponibles y enriquecen,
superándolas, a las semiosis (lenguajes verbales, visuales, kinésicos, etc.) existentes.
Entonces, la disciplina semiótica no proporciona las operaciones que permitan juzgar el grado de
proximidad o de apartamiento de las interpretaciones efectivamente producidas en determinada sociedad,
respecto de algún dogma de eventual vigencia hegemónica, estableciendo la verdad o la falsedad de tales
interpretaciones. Se trata, más bien, de un conjunto de operaciones que permita explicar cuáles son, cómo
se construyen y qué transformaciones producen en los modos habituales de significar, esas
interpretaciones cuyo registro habrá de requerir un relevamiento representativo y adecuado de las
semiosis sustituyentes que circulan en determinado momento de determinada sociedad.

22
1.7 Problemas y divergencias
Quisiera reunir, a título meramente indicativo, algunos de los temas, problemas y concepciones
divergentes que considero especialmente importantes en semiótica, sin pretender agotarlos ni resolverlos.
Por ejemplo, la semiótica no es una reflexión crítica, ni un enfoque informal y de algún modo
iconoclasta, acerca de la semántica lingüística. La semiótica plantea el problema de la explicación de la
producción del significado desde todas y cada una de las semiosis disponibles en determinado momento
de determinada sociedad.
La semiótica propone respuestas al problema de la explicación de la producción del significado a
partir del supuesto de que la lengua puede explicar (limitadamente) cómo otra semiosis produce
determinado significado, pero no puede sustituirla en la tarea de producirlo.
La semiótica propone respuestas al problema de la explicación de la producción del significado a
partir del supuesto de que cada semiosis produce un efecto de significación específico e intransferible.
Entiendo, provisionalmente, por “efecto de significación” a la confluencia del significado proveniente de
los conceptos construidos en los textos de determinada(s) semiosis, con la significación que ello permite,
consistente en la atribución de existencia ontológica a determinado(s) fenómeno(s) del entrono. También
la expresión “efecto de significación” recalca el enfoque de considerar a la significación como un
resultado y no un presupuesto.
La semiótica propone respuestas al problema de la explicación de la producción del significado a
partir del supuesto de que ninguna semiosis se basta a sí misma para realizar tal tarea.
La semiótica propone respuestas al problema de la explicación de la producción del significado a
partir del supuesto de que existe un dispositivo mental (o quizá algo semejante a la “estructura
conceptual” de R. Jackendoff, 1989: 121ss) de coordinación y complemento entre las distintas
significaciones que adquiere un fenómeno como resultado de las múltiples enunciaciones visuales,
verbales, acústicas, táctiles, kinésicas, gustativas, olfativas, etc., que se vienen formulando acerca de tal
fenómeno, cuyos interpretantes se procesan en el cerebro de cada ser humano capaz de identificar ese
fenómeno; en este sentido, toda semiótica sería sincrética.
La semiótica propone respuestas al problema de la explicación de la producción del significado a
partir del supuesto de que la semiótica estudia, identifica, aplica y (en determinada medida) prevé la
eficacia de las operaciones (mentales, calculatorias) con las que cada una de las distintas semiosis
atribuyen a los fenómenos del entorno las significaciones que le son específicas.
La semiótica propone respuestas al problema de la explicación de la producción del significado a
partir de la condición de que no se maneje con modelos con los que (1) se clausura toda posibilidad de un
nuevo significado y (2) sólo se puede reconocer lo ya sabido. Por ello, en la semiótica se opta por
utilizar operaciones en cuanto reglas rigurosas de procedimiento que no implican el contenido del
resultado.
La semiótica propone respuestas al problema de la explicación de la producción del significado a
partir del supuesto de que la forma de la expresión construye la forma del contenido y no a la inversa
(por lo que no existen contenidos sustanciales ni universales) y de que todo ello sólo ocurre en el interior
del sistema histórico-social de conocimiento desde el que un intérprete la percibe y en el que la incluye y
donde la transforma y desde el que la transfiere.
La semiótica propone respuestas al problema de la explicación de la producción del significado a
partir del supuesto de que toda significación es un constructo y de que antes de que el hombre estuviera
sobre la tierra no existía significación alguna.
La semiótica propone respuestas al problema de la explicación de la producción del significado a
partir del supuesto de que toda semiosis tiene historia; esto implica que toda semiosis sustituyente lleva
en sí el germen de su propia negación (Magariños de Morentin. 2007). Esta “propia negación” consiste
en que lo que, en un determinado momento histórico de determinada comunidad, la nueva semiosis
sustituyente permite construir no era imaginable desde la anterior semiosis sustituyente (salvo que no
haya habido tal construcción, sino una mera reconstrucción). A mi criterio, ni el “significado” en cuanto
interpretación textualizada de los conceptos con los que se atribuye significación a los fenómenos ónticos
y entrópicamente indiferenciables del entorno, constituyéndolos en fenómenos sociales identificables en

23
el mundo del intérprete, ni la “poética” en cuanto posibilidades semióticas de producción de la
significación de los fenómenos sociales, son patrimonio de la lingüística, sino que se comparten entre
todas las semiosis socio-históricas disponibles. En este sentido, cada semiosis construye sus propios
significados y tiene su propia poética.
La semiótica propone respuestas al problema de la explicación de la producción del significado a
partir del supuesto de que lo que identifica constitutivamente a un grupo social es el uso que hace de sus
semiosis sociales para la atribución de significaciones a los fenómenos de su entorno, que sólo con ese
uso se constituyen en significativos.
La semiótica propone respuestas al problema de la explicación de la producción del significado a
partir del supuesto de que cada grupo social es libre en el uso que hace de sus semiosis sociales, sin tener
que cuidarse de respetar verdades metafísicas, verdades científicas o eficacias técnicas de ningún tipo.
Esto proviene de que la metafísica, la ciencia y la técnica son los resultados del uso de las semiosis
sociales (por tanto, locales e históricos) y no principios válidos previos a toda semiosis.
La semiótica propone respuestas al problema de la explicación de la producción del significado a
partir del supuesto de que la libertad en el uso de sus respectivas semiosis sociales tiene como límite la
necesidad de comunicación. Así, la creatividad individual tiene como límite externo la interpretabilidad
por otro, en algún momento; y tiene como límite interno la posibilidad de alcanzar, en algún momento, la
consistencia de la propia interpretabilidad. Fuera de estos límites, hacia el interior o hacia el exterior,
comienza la alienación: el individuo tiene que dejar de ser él para sí mismo, para empezar a ser él para
otros; hacia el exterior se encuentra con la alienación que le exige la sociedad para integrarlo; hacia el
interior se encuentra con la alienación que lo conduciría a ser un alienado de sí mismo (reaparece “el
sueño de un demente en el rincón de un manicomio”).
El problema de la identificación de los resultados de los usos a los que las distintas semiosis son
sometidas, en un determinado grupo social y en un determinado momento histórico, con el objetivo de
construir la significación del entorno, es lo que encuadro bajo la denominación de los “mundos
semióticos posibles”.
No existe una reflexión metasemiótica que de cuenta definitiva y consistentemente de la validez y
eficacia de todas las semióticas posibles, ya que necesitaría de una metasemiótica de nivel superior que
diera cuenta de su propia validez y eficacia (reflexión homóloga a la planteada por Gödel acerca de la
lógica. Ver Hofstadter, 1999). Ésta es otra de las razones por las que considero inviable una
consideración de la semiótica como ciencia: su única posibilidad como tal consistiría en dar cuenta de su
propia cientificidad.
Con lo que vengo diciendo y atendiendo a que, desde otras perspectivas semióticas, pueden adoptarse
criterios diferentes, no pretendo entrar en polémica, sino que, respetando profundamente los diversos
criterios vigentes, trato de mostrar las posibles ventajas que puede aportar el hecho de adoptar las que
aquí enuncio, como eventuales pautas operativas para la investigación semiótica.
Los criterios de los que he formulado un pequeño resumen (que sólo vale en cuanto punto de partida y
que requiere, todavía, de los consiguientes desarrollos operativos), me han dado buenos resultados (en
cuanto a la obtención de explicaciones plausibles acerca de la producción, circulación y transformación
de las significaciones, socialmente vigentes, de determinados fenómenos) y me han permitido conservar
una satisfactoria coherencia teórica, ya que pude mantenerlos sin auto-contradecirme, al menos a lo largo
de cada investigación y/o texto académico, pero con libertad para modificarlos al pasar de una a otra
investigación o de uno a otro texto. Mantengo mi libertad para seguir cambiando, desde mi adhesión
(nunca dogmática) al concepto foucaultiano de sujeto (Foucault, 1969: 68), con el que, hasta el momento,
también me siento cómodo.
Desde esta perspectiva, enfrentaré el análisis de las semióticas simbólica, icónica e indicial, y de todas
sus variantes y combinatorias tratando de establecer cómo significan, qué significado textualizan y qué
significaciones atribuyen al entorno, en determinado momento de determinada sociedad.

24
1.8 Apéndices
1.8.1 Otra vez, ¿qué es la semiótica?
He partido de un concepto estático de semiótica al que, después, me he impuesto dinamizar. Lo
considero válido y eficaz. No obstante, siguiéndolo a Foucault (1970: 43 et al.), tampoco pretendo que
una definición construya el contenido único de una disciplina, sino que podrá identificar un punto de
dispersión, a partir del cual se despliegan perspectivas distintas desde las que se construyen
interpretaciones diferentes.
Precisamente, la semiótica se impone, como uno de sus objetivos o finalidades, explicar desde qué
perspectiva se ha construido determinada interpretación; sin que la semiótica se reduzca a esto.
La actitud diferencial de la semiótica, al menos en lo que a mí me interesa, es que excluye el supuesto
de una situación inicial en la que un sujeto se encuentra ante un objeto. La excluye porque su interés
consiste en establecer las características del instrumento social mediante el cual se construye un sujeto al
involucrarse en la tarea de construir un objeto; proceso a cuyo término recién podrá decirse que ese sujeto
se encuentra en presencia de ese objeto. Y ahora dispersemos: los instrumentos sociales que hacen posible
esa relación son múltiples; los sujetos que se construyen al manejar cada uno de tales instrumentos
sociales son múltiples; los significados que resultan construidos, según el manejo que esos sujetos hagan
de tales instrumentos, son múltiples; y las significaciones atribuidas a los fenómenos del entorno (que,
como instancia final de esta etapa, así se transforma en mundo), según el manejo que esos sujetos hagan
de tales instrumentos, también son múltiples. Por su parte, ésta es la tarea que hará percibibles a los
objetos y que permitirá percibir tantos objetos cuantas significaciones se construyan, a partir de los
significados disponibles, con lo cual estoy afirmando que la percepción es posterior al conocimiento que
tenemos de su posibilidad, y está condicionada por éste.
Desde este enfoque, ninguna característica de determinado objeto, ni general ni particular, es
identificable si no es como resultado del modo en que se utiliza determinado instrumento social,
utilización y aplicación concreta de la que resultan las características identificadoras del concreto sujeto
que así lo ha utilizado.
Lo que, según mi modo de ver, exige la disciplina semiótica, en cuanto explicación del significado, es
que, cuando se afirme algo acerca de un objeto, (1) se hagan explícitas las características del instrumento
social que se ha utilizado para afirmar lo que se afirma (lo que incluye, por supuesto: para negar lo que se
niega de tal objeto); o sea: identificación y descripción analítica de cuáles son y como operan las
semiosis intervinientes; (2) que se hagan explícitas tanto la eficacia diferencial del instrumento social por
el que se ha optado (frente a la eficacia de otros instrumentos sociales posibles, vigentes y disponibles en
determinado momento de determinada sociedad), como las específicas características del uso que
determinado sujeto le ha dado a ese instrumento social, frente a los otros usos posibles, vigentes y
disponibles por otros determinados sujetos, o por el mismo sujeto en otro determinado momento, para
producir la afirmación en estudio; o sea: mostración del contraste dialéctico entre la eficacia diferencial
de las diversas semiosis disponibles (al menos, entre dos de ellas).
Lo que, desde mi perspectiva al menos, se excluye de la semiótica es el supuesto de que el objeto
tenga características propias de alguna especie, pretendiendo prescindir de que haya un sujeto que se
constituya en tal al atribuírselas en función de su modo de utilización de determinado instrumento social.
Tales aparentes “características propias” son históricas y provienen, por acumulación, de las
significaciones que le fueron siendo atribuidas a través de los tiempos.
Se excluye, también, el supuesto de que el sujeto tenga características propias (salvo su identidad
antropológica frente a la de los restantes organismos) de alguna clase con prescindencia de las que
provienen de los instrumentos sociales que ha aprendido a utilizar y del modo según el cual los utiliza
para atribuirle las características que son identificables al intervenir en la producción de la significación
de determinado objeto (la calidad de sujeto es social e histórica; su calidad de organismo es antropológica
y evolutiva; sin que estén disociadas una de otra).
Se excluye, asimismo, el supuesto de que el instrumento social tenga características propias de
alguna especie con prescindencia de las que le confiere el sujeto que lo utiliza, por el modo de utilizarlo,
en determinado momento, para producir determinadas significaciones acerca de determinados objetos.

25
Se excluye, además, el supuesto de que esta tarea, de que alguien afirme algo acerca de algún objeto,
tenga características propias de alguna especie que le permitiese prescindir de algún otro, al menos uno,
que interprete esa afirmación de un modo determinado; y por aquí viene resonando Peirce, al incorporar
al interpretante a la estructura constitutiva del signo. Lo que alguien dice no estará completo hasta que el
significado construido se integre, como un nuevo hábito, en la mente de otro.
De esto resulta que las características, generales o particulares, de determinado objeto son externas al
objeto y dependientes del instrumento social utilizado para atribuírselas; que las características del
instrumento social son externas a ese instrumento y dependientes del uso que le confiere determinado
sujeto en determinado momento de determinada sociedad; que las características del sujeto son externas
al sujeto y dependientes del aprendizaje vigente en determinada sociedad para la utilización de los
instrumentos sociales disponibles y de la interpretación que se atribuya al modo de utilización y al
instrumento utilizado.
Hablo de "objeto" como ente cognoscible; de "instrumento social" como signo (en su unidad) y como
semiosis (en su conjunto); y de "sujeto" como ente cognoscente (lo que no excluye a la totalidad de lo
biológico al margen del ser humano, en la medida en que pueda constatarse, entre los individuos de esa
marginalidad antropocéntrica, algún principio de organización social).
Volviendo al principio: ¿qué es la semiótica?
Provisionalmente, con el sesgo dinámico que aquí he ido completando y sin pretender todavía
quitarle eficacia, el concepto relativamente estático propuesto inicialmente podría completarse afirmando
que
la semiótica como disciplina
consiste en el estudio acerca

de cómo se producen las variaciones


en las significaciones de todo lo que le rodea al hombre en el mundo;

de cómo se producen las variaciones


en los instrumentos con los que se construyen aquellas significaciones;

y de cómo se producen las variaciones


en los sujetos que usan estos instrumentos para producirlos y/o para interpretarlos,
desde que el hombre accedió al uso de los signos,

y sin que consista sólo en eso.

1.8.2 Concurrencia y no contradicción


Como decía, el concepto dinámico de disciplina semiótica, sobre el que reflexioné en el apéndice
anterior, no pretende todavía quitarle eficacia al concepto relativamente estático formulado al comienzo
de este trabajo. Y el "todavía" no lo puse para implicar que en algún momento va a quitársela, sino
asumiendo la propia hipótesis de variabilidad con que está construido el contenido del concepto de
semiótica que he ido elaborando y que supone que, efectivamente, en algún momento, ambos (el estático
y el dinámico) van a perderla; lo que consagrará la eficacia de la disciplina semiótica que habrá, así,
cumplido su cometido, iniciando una nueva forma de pensamiento, de discurso y de mundo, que serían
impensables antes de haber agotado el que la misma semiótica proponía. Pero como puede prestarse a
algún equívoco, quiero añadir una reflexión más.
Los dos conceptos de disciplina semiótica, el formulado al comienzo de este trabajo y el que acabo
de formular en el anterior apéndice, no se contradicen sino que responden cada uno a una mirada
diferente.
Con el último creo haberme referido (al menos ésa ha sido mi intención; ¡oh, los implícitos del
hábito del interpretante productor!) a las características de la variabilidad de los modos operativos (con
cierta semejanza a un proceso fractal: Mac Cormac, Earl & Stamenov, Maxim I., 1996) que la semiótica
le atribuye al sujeto, al instrumento, al objeto y a la interrelación de estos tres elementos, en cuanto
práctica socializante.

26
Con el primero pretendía describir las características metodológicas que serían específicamente
aplicables, en cada situación concreta, de entre la permanente variabilidad de cada uno de aquellos
elementos, a la tarea de explicar la significación de determinado fenómeno, ya que el trabajo de
investigación requiere explicar (y explicar requiere un método) la concreta eficacia con la que, en un
momento determinado, un sujeto determinado aplica una semiosis social determinada, para constituir,
mediante la propuesta de un determinado significado, la posibilidad de identificar un determinado
fenómeno social.
Pero vimos cómo esta explicación tiene que dar cuenta simultáneamente (aunque eso se despliegue en
una sucesividad enunciativa) de la diferencia que ese conjunto de operaciones así descrito establece con
respecto a la eficacia con que, en el mismo u otro momento determinado, el mismo u otro sujeto
determinado aplica el mismo u otro instrumento social determinado, para constituir de la misma u otra
determinada manera el mismo u otro significado determinado del que será la misma o habrá pasado a ser
otra determinada significación de un determinado fenómeno social. O sea, estoy afirmando que la
investigación semiótica tiene que dar cuenta rigurosa y racional (es decir, explícita y, por ahora, conforme
a las exigencias de alguna de las corrientes académicas vigentes en el momento de su aplicación) de
cuándo, quien, con qué y de qué modo se constituye un determinado fenómeno social y también tiene que
dar cuenta rigurosa y racional acerca de cuál sea ese otro cuándo, quien, con qué y de qué modo, respecto
del cual el que se está estudiando constituye desde una variación hasta una posible contradicción y que,
con determinados requisitos, es la condición necesaria y suficiente para que haya historia. Aspecto que he
planteado en Los fundamentos lógicos de la semiótica y su práctica, bajo el nombre de “operación de
superación”; sólo que entonces, 1996, la restringía a la variabilidad del instrumento social utilizado para
conferir determinado significado a un fenómeno social y ampliando, ahora, el concepto propuesto por el
término “superación” al sujeto que lo utiliza, al fenómeno social resultante y a la interrelación de los tres
elementos, que siendo los mismos (en cuanto eventual permanencia de su denominación), ya no son los
mismos (en cuanto efectiva transformación de su significado).
En definitiva, el concepto actual explora las características semióticas necesarias para la explicación
de la producción de la significación de los fenómenos sociales.
El concepto anterior exploraba las características metasemióticas necesarias para la explicación del
proceso de producción de la significación de los fenómenos sociales. Ninguno contradice al otro y ambos
concurren en la producción del conocimiento acerca de cómo el hombre construye el significado de las
semiosis que utiliza y cómo, por su intermedio, atribuye significación mundana a los fenómenos del
entorno.

1.8.3 Pensamiento, Semiosis, Mundo

[1] Figura 1 a 11

PENSAMIENTO SEMIOSIS MUNDO

en el contexto en el contexto en el contexto


epistémico discursivo ontológico

en un determinado momento histórico

27
Figura 2

PENSAMIENTO SEMIOSIS MUNDO


Sujeto Productor
Identifican, Proyectan,
organizan/ Formas semióticas
nuevas identifican y
sistematizan y
proyectan ideas producidas organizan/
posibles sistematizan
entidades posibles
Formas semióticas
Reordenan el nuevas Reordenan el
conocimiento del interpretadas conocimiento del
pensamiento mundo
Sujeto Intérprete

Figura 3

PENSAMIENTO
en un estadio previo

“mente borrosa”

¿acaso no se distinguirán, en el futuro, por la


acción de nuevas formas semióticas, otras
ideas diferenciadas que puedan proyectar su
eficacia diferenciadora?

28
Figura 4

SEMIOSIS
en un estadio previo

“el sonido y la furia”

¿acaso no se distinguirán, en el futuro, nuevas


formas semióticas, que ahora son
indiscernibles y que permitirán representar lo
que ahora es irrepresentable?

Figura 5

MUNDO
en un estadio previo
“percepto entrópico”
¿acaso no se distinguirán, en el futuro, por la
acción de nuevas formas semióticas,
reordenamientos antientrópicos que permitan
identificar (dar existencia ontológica) a nuevas
entidades?

29
Figura 6

Sujeto productor
en determinado contexto
sociohistórico
se apoya en la se apoya en la
coexistencia, en historia de las
determinada semiosis
contemporaneidad, (sus variantes)
de otras semiosis y y en la historia
en las relaciones que de sus
las vinculan interrelaciones
Productor

Figura 7

Producción
Nuevas formas semióticas
organiza organiza
ideas posibles entidades posibles

“organiza“ puede decirse respecto del


pensamiento producido a partir del sentido
común (vulgar o cotidiano) y del mundo
organizado por tal pensamiento

30
Figura 8

Producción
Nuevas formas semióticas
sistematiza sistematiza
ideas posibles entidades posibles

“sistematiza“ puede decirse respecto del


pensamiento teórico-especulativo (riguroso o
científico) y del mundo organizado por tal
pensamiento

Figura 9

Producción
Nuevas formas semióticas
identifica identifica
ideas posibles entidades posibles

“identifica“ puede decirse respecto de la calidad


ontológica atribuida, desde el pensamiento, a las
entidades de un mundo semiótico posible

31
Figura 10

Producción
Nuevas formas semióticas
proyecta proyecta
ideas posibles entidades posibles

“proyecta“ puede decirse respecto de la acción


eficaz que las variaciones en el sistema de
conceptos ejercen sobre las entidades de un
mundo semiótico posible

Figura 11

Interpretación
se produce la duplicación,
reconduce, al sistema de expansión o ruptura del
sus conocimientos, las sistema previo de sus
relaciones constitutivas de conocimientos, como “hábito“
las nuevas formas generado por las relaciones
semióticas propuestas por constitutivas de las nuevas
el sujeto productor formas semióticas propuestas
por el signo productor

Sujeto Intérprete
en determinado contexto sociohistórico

32
1.8.4 ¿Para qué sirve la semiótica?

INTRODUCCIÓN
La semiótica no es una ciencia, porque la semiótica no tiene un significado que le sea específico: no
existe un significado semiótico, o bien, todo significado es semiótico.

La semiótica es una metodología, porque la semiótica puede explicar la génesis (producción) y la eficacia
(interpretación) de cualquier clase de significación que cualquier discurso social le atribuya a cualquier
fenómeno (sea éste originariamente natural o social).

La génesis y la eficacia de determinada significación son siempre problemáticas, por lo que necesitan ser
explicadas.

Toda explicación implica la previa (implícita o explícita) problematización de la significación de un


fenómeno; el contenido de la explicación y el proceso de la problematización son acciones subjetivas e
ideológicas.

Para conferirle rigor al contenido de la explicación y razonabilidad al proceso de problematización se


necesita una metodología que procese la información pertinente mediante operaciones consistentes,
adecuadas y decidibles.

Operaciones consistentes son aquellas que no incurren en contradicción al intervenir en un determinado


contexto de una misma información; pero identifica la posible contradicción emergente del contraste entre
los diversos contextos de una misma información.

Operaciones adecuadas son aquellas que dan cuenta de la génesis y eficacia del significado de un
específico fenómeno en estudio, en función de la información disponible.

Operaciones decidibles son aquellas que pueden establecer, de modo consistente y adecuado, mediante la
recuperación y el análisis de cualquier nueva información, cómo ésta interviene y si es que interviene, en
la construcción del significado de un determinado fenómeno, en un determinado momento de una
determinada comunidad.

Las operaciones fundamentales de la semiótica: la atribución, la sustitución y la superación, son


consistentes, adecuadas y decidibles; por ello la semiótica constituye la metodología de base para todas y
cualquiera de las ciencias sociales (y no sólo de ellas).

1
Por la operación de atribución, una determinada percepción textual adquiere el valor que le confieren las
otras percepciones en interacción con las cuales se la percibe (eficacia sintáctica del contexto).

La operación de atribución es consistente, adecuada y decidible.

Consistencia de la atribución: en un mismo o semejante contexto, el valor adquirido por determinada


entidad perceptual, en su interrelación con las restantes entidades de un mismo contexto, será siempre el
mismo o semejante.

Adecuación de la atribución: el valor adquirido por determinada entidad perceptual en determinado


contexto, será un elemento necesario para identificar el significado posible atribuible a determinado
fenómeno.

33
Decidibilidad de la atribución: ante el valor adquirido por otra determinada entidad perceptual en el
mismo o en otro contexto, será posible establecer si contribuye o no a la identificación del significado
posible atribuible a un determinado fenómeno.

2
Por la operación de sustitución, determinada comunidad, en determinado momento histórico, mediante
determinada percepción textual (que ya tiene un valor atribuido) se construye la significación de un
determinado fenómeno (eficacia semántica de la intertextualidad).

La operación de sustitución es consistente, adecuada y decidible.

Consistencia de la sustitución: en la misma o semejante intertextualidad, la significación resultante, para


un determinado fenómeno, será siempre la misma o semejante.

Adecuación de la sustitución: la significación adquirida en determinada intertextualidad, será un elemento


necesario para identificar ontológicamente a determinado fenómeno (o sea, para que determinada
comunidad adquiera conocimiento de su existencia).

Decidibilidad de la sustitución: ante la significación adquirida por otra percepción textual en la misma o
en otra intertextualidad, será posible establecer si contribuye o no a la identificación ontológica atribuida
a determinado fenómeno (o sea, si se está ante la existencia, para el conocimiento, de un mismo o de otro
fenómeno).

3
Por la operación de superación, siempre hay un determinado momento, en el que la textualidad1 pierde
su capacidad de sustituir significativamente a determinado fenómeno, con lo que se genera una nueva
textualidad2, con valores diferentes y diferente capacidad de sustitución, que construye una nueva
significación para el mismo determinado fenómeno, que ya no es el mismo (eficacia pragmática de la
transtextualidad).

La operación de superación es consistente, adecuada y decidible.

Consistencia de la superación: dada una determinada transtextualidad, el significado construido por la


textualidad2 es irreconducible al construido por la textualidad1, pero cada significado es coherente en su
propia y respectiva textualidad; que esto ocurra es necesario para que se puede afirmar la historia de la
significación.

Adecuación de la superación: la nueva significación construida por la textualidad2 atribuye una nueva
identidad ontológica a determinado fenómeno, en determinado momento de la historia de determinada
comunidad.

Decidibilidad de la superación: ante la significación con la que se pretende identificar a determinado


fenómeno será posible establecer si se está aplicando la textualidad2 y se lo construye como nuevo o si se
está aplicando la textualidad1 y se lo reconstruye como histórico (eficacia diferencial de las componentes
dialógicas intercambiadas entre Sancho Panza y Don Quijote).

FINAL
Del mal uso de las operaciones metodológicas de atribución, sustitución y superación no es responsable
la semiótica, sino que lo somos los semiólogos.

El problema es que, conforme a los postulados de la semiótica, no hay otra disciplina semiótica que
aquella que construimos los semiólogos.

34
Notas
1
Ver, en este mismo texto, los puntos: 5.4 Apertura de Peirce en 27 signos; 5.4.1 Peirce-Museo; 5.4.2
Peirce-Arquitectura; 5.4.3 Peirce-Cementerio; 5.4.4 Peirce-Derecho. Y también: 5.5 Los 10 signos
peirceanos.
2
Uso la conocida expresión de Peirce “interpretante”, tanto para designar al intérprete (como Peirce
prefería: sin connotaciones psicológicas; p.e., C. P. 4.593), como para designar a la eficacia que sume el
signo en la mente de tal intérprete (también como se lo proponía Peirce: en cuanto “hábito” producido por
el nuevo signo; p.e., C. P. 5.491).
3
En esta dirección apunta Louis Hjelmslev (1971/1943: 49) cuando opta por referirse a la “función
semiótica” y no a los signos.
4
Para entrar en la semiótica prefiero la zambullida al lavado de manos. De todas formas, aclaro que el
segundo texto de esta Semiótica General consiste en un Glosario en el quedarán definidos, siempre
provisionalmente, la mayoría de los términos que estoy utilizando sin previo aviso.
5
Este ha sido el tema de la Introducción que, como compilador hice al Nº 17 de la Revista Cuadernos, de
la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Jujuy: "Semiótica 2001",
número dedicado íntegramente a recopilar las plurales visiones de 32 semiólogos contemporáneos de
habla castellana (ver: Magariños de Morentin, Juan. 2002).
6
Quiero formular una breve observación acerca de esta mención, en forma conjunta y equivalente, del par
“significante/representamen”, ya que puede despertar ciertas suspicacias entre los cultores de Saussure y
los de Peirce. Dicha observación se refiere a que el aspecto perceptual de los signos necesita del contexto
con otros para que adquieran significación (al margen, por supuesto, del significado histórico que su uso,
o sea, sus contextualizaciones precedentes les hayan ido atribuyendo). En este sentido, me interesa más
cuando Peirce se refiere al “representamen” como ese aspecto “perceptual” en cuanto dato (“perceptum”)
que vincula con la idea de “representación” (y que habrá de llevarle a la posibilidad de plantearlo como
semejante a la relación entre el abogado y su cliente), que no es todavía el “juicio perceptual”, y en el que
se basa su concepto de “primeridad” y en el que, por tanto, predomina la categoría de
“forma/posibilidad”; digo que me interesa más este enfoque, que cuando lo construye como signo y
parece una entidad en un conjunto frente a los otros dos aspectos: su objeto y su interpretante. Al
representamen en cuanto forma, que requiere del contexto para fijar su capacidad representativa, lo
considero próximo al significante saussureano, cuyos valores, en el sistema de la lengua (que él asume
como ya dados en un momento determinado, desinteresándose de explicar su proceso de producción, y
limitándose a señalar un estado de tal sistema: sincronía, o a constatar la diferencia entre dos o más
estados: diacronía), son el resultado de su uso o contextualización, en los sintagmas del habla; ámbito de
conocimiento que Saussure elude y que Peirce anticipa en su “dicisigno”, en cuanto proposición o
contexto existencial, y en su “terceridad”, en cuanto conclusión provisional, en ese objeto mental que
denomina “interpretante”, del proceso semiótico, con lo que ofrece una base analítica a los actuales
enfoques cognitivos de la pragmática y de la recepción. En este sentido, configuro la atribución como la
operación que le confiere valor a una forma como resultado de su integración en determinado contexto.
7
Estas tres operaciones semióticas están propuestas y desarrolladas en Magariños de Morentin, 1996a.
8
A semejanza de la designación paródica de “materialismo de secano” utilizada por N. R. Hanson, 1977:
26.
9
Life... is a tale told by an idiot, full of sound and fury, signifying nothing... (Hamlet de Shakespeare).

35
2 GLOSARIO
Este breve glosario tiene por finalidad orientar acerca del sentido básico que se les atribuye, en este
trabajo, a algunos de los términos que aparecen utilizados más habitualmente.
Dos observaciones son importantes. Por una parte, que se trata de términos de gran complejidad, por
lo que la plenitud de su significado se irá adquiriendo conforme se progrese en la reflexión metodológica
sobre la aplicación práctica de la disciplina. Lo que aquí enuncio es tan sólo una inicial aproximación,
como para comprender, elementalmente, de qué se está hablando cuando se los utiliza; pero también
constituye una base conceptual que no podrá modificarse, en el desarrollo de este mismo texto, salvo
expresa advertencia y cuidando, caso de concretarse tal modificación, con hacer mutuamente consistentes
los sentidos actualizados en cada una de las presencias del término modificado.
La otra observación se refiere a que el significado atribuido a estos términos admite un cierto margen
de variación según el autor o estudioso de la semiótica que lo está utilizando. El conocimiento de las
fuentes teóricas de la semiótica implica, justamente, llegar a diferenciar estos diversos usos en cada uno
de los diversos tratadistas. No pretendo, en estas páginas, desarrollar tal contraste y diferenciación sino
asumirlo y proponer una opción entre los conjuntos de rasgos diferenciales posibles. Lo que aquí enuncio
convendrá considerarlo, por tanto, como una puesta de acuerdo terminológica, para mejor comprender
aquello de lo que estemos hablando. Tanto los participantes como yo mismo someteremos a constante
crítica el contenido que le atribuimos a los términos que utilizamos; considero que el rigor, en las ciencias
sociales, consiste en utilizar sus términos de modo consistente, o sea, sin incurrir en contradicciones, al
menos mientras se permanezca en los límites de un determinado texto, y en explicar y justificar la razón
del cambio cuando se los modifique. Como decía Michel Foucault (1969: 28) “No me preguntéis quién
soy ni me pidáis que permanezca el mismo: ésa es una moral del estado civil; rige nuestros documentos.
Que nos deje libres cuando se trata de escribir.”

2.1. Términos definidos en este glosario


2.1.1 Código
Podemos entender por “código” el registro, ordenado según algún criterio explícito y decidido por su
autor o recopilador, de un determinado conjunto de signos, descritos conforme a sus posibilidades de
interrelación sintáctica y a sus contenidos semánticos posibles, relativos a un determinado fenómeno
social.

2.1.2 Contexto – Cotexto – Paratexto – Peritexto – Epitexto


Entendemos por “contexto”, en el presente Manual, siguiendo la línea más clásica de la tradición
lingüística, al conjunto de todos los signos, de características semióticas semejantes a las que posee el
que se estudia, que se vinculan sintácticamente con un determinado signo. Este término se emparienta
conceptualmente con “sintagma”, en la terminología saussureana, ya que designa el ámbito existencial en
el que se realizan las posibilidades virtuales que posee el signo en el sistema (“paradigma”).
También suele hablarse de “cotexto”, introduciendo una notable confusión. Suele utilizárselo, en el
ámbito del discurso verbal, con el sentido que acabo de atribuirle a “contexto”; con lo cual, para algunos
(esos mismos), redefiniéndolo de modo diferente a como lo formulé inicialmente, “contexto” pasa a ser
un término afín con “situación”, en el sentido de poder hablarse, por ejemplo, de “contexto o situación de
enunciación”. No es éste el sentido con el que utilizaré el término “contexto” en este Manual, sino con el
más convencional, meramente expandido a designar relaciones, no sólo entre los signos lingüísticos
integrantes de un texto determinado, sino igualmente entre otros signos no lingüísticos, mientras se trate
de signos simultáneamente presentes en un mismo entorno semiótico (en cuanto conjunto de entidades
vinculadas por relaciones sintácticas interactuantes).
En la utilización que pueda llegar a hacer, en este Manual, de “contexto” se entenderá, también, por
tal a determinado conjunto de signos, de características semióticas diferentes al que se estudia, siempre
que se encuentren interrelacionados con éste en una misma situación existencial de comunicación. En
este segundo sentido, de entidades pragmáticamente vinculadas en una misma situación comunicativa el
contexto designará la vinculación de un signo con otros signos de características diferentes a las suyas o
con signos, de las mismas o diferentes características, que aparezcan situados en otra diferente situación
existencial, pero comunicativamente vinculados entre sí y modificando (por incremento, restricción o

36
desviación) a otro u otros signos de determinada totalidad. Más empíricamente, las ilustraciones que
acompañan a un texto literario son contexto de ese texto (interrelación sintáctica entre signos de diferentes
características semióticas); las ilustraciones de determinado autor que acompañan a determinado texto son
contexto de otras ilustraciones de otro autor que acompañan a otra edición de ese mismo texto
(interrelación contrastante entre conjuntos de signos de las mismas características semióticas, situados en
ámbitos existenciales diferentes). Las ilustraciones que acompañan a la edición de un determinado texto
literario, consideradas entre sí, o sea, en cuanto conjunto de ilustraciones, constituyen todas el contexto de
cada una de ellas, interviniendo, a su vez, todas y cada una como contexto del texto escrito.
La importancia de una diferencia terminológica consiste en la capacidad que posee para diferenciar
situaciones o entidades que requieren distinguirse. Aquí tenemos (al margen de la designación que se les
atribuya) dos posibilidades: o (1) el signo se vincula con otros signos de sus mismas características
semióticas, y lo hace (1a) en el interior de una misma o semejante situación existencial o lo hace (1b) en
relación con otra situación existencial; o bien (2) el signo se vincula con otros signos de características
diferentes, pudiendo hacerlo (2a) en el interior de una misma situación existencial o (2b) en relación con
los signos que se encuentran en otra situación existencial. Estas son las variantes posibles en cuanto a la
forma de interrelación entre múltiples signos (dos o más); sobre esto propongo que se lo acepte o que se
proponga una concreta modificación de tales interrelaciones. Suponiéndolo aceptable, por el uso que me
propongo hacer de este par de términos (con lo que busco hacer coherente la terminología que utilizaré,
pero admitiendo la posibilidad de que sea otra o con modificación de su referencia), utilizaré “contexto
semiótico” para designar, exclusivamente, a la posibilidad (1a) y usaré “contexto comunicativo” para
designar a las restantes posibilidades (1b; 2a; 2b). El problema es importante ya que para explicar por qué
se le atribuye un determinado significado a determinado signo es preciso identificar las relaciones que
establece con su entorno, y éstas varían según sean signos de las mismas o de diferentes características y
ubicados en la misma o diferente situación existencial. No es lo mismo relacionar formas y colores en el
interior de una imagen (contexto semiótico), que relacionar determinadas formas con el público que visita
la exposición en que se encuentran expuestas o con las paredes de la sala donde se la expone o con la
iluminación que cae sobre ella o con otras imágenes diferentes expuestas en la misma exposición o,
incluso, con el título de la propia imagen, etc. (contexto comunicativo).
Pero todavía habría más: también cabe hablar del “paratexto”, que Eco retoma de Genette, para
referirse a “cuántas cosas (que en principio no serían texto) hay en torno de una obra literaria: solapas,
tamaños y caracteres tipográficos, inserción en colecciones, cubiertas, portadas, títulos, subtítulos,
comunicados de prensa, dedicatorias, epígrafes, prefacios, notas, entrevistas, correspondencias,
reflexiones autorales a posteriori, diarios íntimos y póstumos […] [Además Genette] distingue entre
“peritexto”, es decir, todos los discursos que explícitamente forman parte de un libro como objeto físico
(como el título y las notas) y “epitexto”, o sea, los discursos que circulan en torno del texto, desde los del
editor hasta las entrevistas y confidencias del autor” (Eco, 1989).

2.1.3 Discurso
A los efectos metodológicos, entenderemos por “discurso”, al nombrarlo en este Manual, a un texto
con semántica. Cuando a partir de una concreta propuesta perceptual (icónica, indicial o simbólica) se
interpretan (intuitiva o analíticamente y cuando se trabaja profesionalmente resulta imprescindible
hacerlo analíticamente) las relaciones mediante las cuales se atribuyen determinadas significaciones a
determinados fenómenos sociales, estamos en presencia de un discurso; o sea, cuando se identifica a tales
fenómenos como los referentes construidos por dicho texto, éste, en cuanto productor de tal efecto, ya no
es texto sino discurso.

2.1.4 Habla-Escritura
Consiste en la actividad concreta de producción e intercambio de expresiones lingüísticas textuales
(existenciales, por tanto) que, en forma auditiva o visual, circulan en el seno de una determinada
comunidad lingüística. Su estudio (considerado inabarcable por Saussure) ha dado lugar a la pragmática.
Aplicando una reflexión peirceana, podemos decir que tanto el habla como la escritura no están
constituidas por signos lingüísticos, sino por palabras; siendo las palabras, no signos lingüísticos, sino
réplicas de signos lingüísticos. En la terminología de Peirce, las palabras no son tipos: “types”, sino
ejemplares o réplicas: “tokens” de dichos tipos (Peirce, 1965/1931: 4.537-4.538); cuantas veces aparece
una palabra en un texto se está ante un ejemplar de determinado signo lingüístico, el cual es uno único, en
el sistema correspondiente, por lo que es a éste al que le corresponde la caracterización de “tipo”. La

37
relación entre habla y escritura es compleja y se la enfoca desde diversos puntos de vista (puede verse:
Tuchsznaider, E., 2006).

2.1.5 Lengua
Consiste en un determinado sistema (virtual, por tanto) de signos lingüísticos (los tipos de ese
sistema), a partir del cual y mediante sus correspondientes réplicas (las palabras habladas o escritas) se
construyen las expresiones lingüísticas con las que una determinada comunidad de hablantes configura
su entorno. Cada signo lingüístico es uno único; la cantidad de sus réplicas es indefinida; son tantas
cuantas veces se actualice, en el habla, ese mismo y único signo lingüístico. La lengua es el conjunto de
las propiedades sintácticas y semánticas que caracterizan a los signos lingüísticos. Toda semiosis tiene su
propio sistema de signos; aunque carezca de una designación tan contundente como lo es “la lengua” en
referencia con el sistema de los signos lingüísticos. Conocer las relaciones que constituyen a los signos
correspondientes a cada semiosis, por sus posibilidades mutuas de interrelación, es el objetivo del análisis
semiótico. Cuando se conoce el sistema, se conocen las posibilidades expresivas de la facultad semiótica
correspondiente; pero conocer el sistema es el resultado de la semiótica como disciplina. Para usar la
lengua, como para usar cualquier sistema semiótico, no hace falta conocer las reglas que caracterizan su
uso; el analfabeto hace un uso efectivo de la lengua, cuando habla. A este conocimiento se accede por
inferencia a partir de las relaciones observables efectivamente usadas en los textos producidos (e
interpretados) a partir de los sistemas semióticos correspondientes.

2.1.6 Lenguaje / Facultad semiótica


El lenguaje es el nombre de la facultad cognitiva de que dispone el hombre para la producción de
signos lingüísticos. Esta facultad del lenguaje la considero incluida en la facultad semiótica, consistente
en la facultad cognitiva de que dispone el hombre para la producción de todas las clases de signos:
icónicos, indiciales y simbólicos, con los que da existencia ontológica al mundo en que se identifica su
humanidad. El siguiente gráfico (Figura 2) representa la relación entre pensamiento, semiosis y mundo,
que se concreta en la facultad semiótica.

[2] (Figura 2: Historia de los sistemas semióticos I)

PENSAMIENTO SEMIOSIS MUNDO

SUJETO
PRODUCTOR

? X
SUJETO
INTÉRPRETE ENTORNO MUNDO
INDIFERENCIADO SEMIÓTICO

SIGNO
TEXTO/DISCURSO
IMAGEN
OBJETO/COMPORTAMIENTO

(Ver el desarrollo progresivo de este esquema en: [21] 8.10 La metodología y el análisis histórico del
cambio semiótico y en [81] 25 Hacia una nueva historia de los sistemas semióticos.)

38
Este esquema retoma el desarrollo del Apéndice 1.8.3 Pensamiento, Semiosis, Mundo, correspondiente
al punto 1 Concepto de semiótica.

2.1.7 Lingüística, semiología y semiótica


La lingüística es la disciplina que estudia el sistema de los signos de la lengua (pese a la redundancia,
aclaro: verbal) así como las características y la eficacia de su utilización.
La semiología y la semiótica, en cuanto disciplinas (ya que vengo diferenciándolas, reiteradamente, de
su caracterización con facultad), estudian el sistema de los restantes signos (según una de las tendencia,
como veremos un poco más adelante) o el sistema de la totalidad de los signos (según otra, como también
veremos) que están vigentes en determinada sociedad y las reglas (o la pragmática) de su utilización.
Entre semiología y semiótica la diferencia radica, en cierto sentido, en su diferente origen
contemporáneo. Con independencia de su inicio en el pensamiento de los estoicos griegos, su
recuperación moderna se debe, en gran parte, a la obra de dos autores fundamentales: Ferdinand de
Saussure, en Francia, y Charles Sanders Peirce, en los Estados Unidos de Norteamérica. Llevado el
término al castellano, su origen latino, en el francés de Saussure, la hace reaparecer como “semiología”
(“sémiologie”), mientras que, en el uso de Peirce, el origen anglosajón lo actualiza como “semiótica”
(“semiotics”). Por la competencia teórica predominante de estos dos autores, la lingüística en Saussure y
la filosofía y la lógica en Peirce, también se suele utilizar la diferencia para enfatizar el ámbito de los
estudios vinculados con la literatura y con un tratamiento en cierto modo blando, en el caso de la
semiología, frente a los vinculados a otras formas de comunicación (sin excluir a la palabra ni a otros
símbolos), como las imágenes y/o los objetos y/o los comportamientos y/o los recuerdos, y con un
tratamiento en cierto modo duro y de mayor rigor y exigencia lógica o científica, en el caso de la
semiótica. De todas formas, el motivo de la diferencia va relegándose al origen histórico y cada vez más
se impone el término “semiótica”, quizá como un efecto más de la invasión del inglés acompañando a la
innovación tecnológica. Yo también he comenzado usando “semiología” y hoy utilizo exclusivamente
“semiótica”; en mi caso, el cambio se originó en una búsqueda de connotación rigurosa para la disciplina
en cuyo ámbito he optado por trabajar.
Otro aspecto a tener en cuenta es el relativo a la diferencia entre la lingüística por una parte y la
semiología/semiótica por otra. El problema consiste en el ámbito abarcado por la una frente al que
correspondería a la otra. Una posición, con origen en Roland Barthes, hace de la lingüística la disciplina
omniabarcadora, en la que quedaría incluida la semiótica (1964a y 1964b). Para Barthes, todo acaba
siendo explicado con palabras, por lo que, en definitiva, sería el sistema teórico de la lingüística lo que
explicaría la producción de sentido que se cumple por acción de los diversos signos, cualquiera sea su
carácter: imágenes, símbolos, objetos, comportamientos. La crítica a esta actitud consiste en comprender
que mediante la palabra se puede explicar cómo actúan los otros signos, además de los verbales, pero
mediante la palabra no se puede producir la misma significación que produce cada uno de ellos; operan,
por tanto, en función de reglas específicas y diferenciales que requieren su propio metalenguaje para
explicar su eficacia. Esta valoración de lo específico y diferencial condujo a Louis Hjelmslev (1971/1943:
135) a afirmar a la semiótica como el continente de todas las demás semiosis, entre las cuales se
encuentra la palabra, así como la imagen, la exhibición de objetos y comportamientos, etc. Este último
criterio es el que adopto en los desarrollos metodológicos de este Manual.
Por tanto, cuando hable de una semiótica general estaré haciendo referencia al conjunto de reglas de
integración, sustitución y superación (términos cuyo concepto básico se anticipó en el Tema 1 y que,
aparte de su tratamiento en Magariños 1996, continuarán siendo desarrolladas desde distintos enfoques)
que son aplicables, por igual en todos los casos, a la totalidad de los signos de cualquiera de las semiosis
vigentes en determinado momento de determinada sociedad.
Cuando hablemos de semióticas particulares estaremos haciendo referencia al conjunto de reglas de
integración, sustitución y superación específicas a los signos de una determinada semiosis icónica,
indicial o simbólica (términos con los que nos iremos familiarizando progresivamente) vigente en
determinado momento de determinada sociedad.

2.1.8 Objeto semiótico


Es lo que se sabe del objeto o fenómeno. Designa, por tanto, a lo que puede verse y conocerse a partir
de las semiosis sustituyentes que históricamente han venido construyendo, deconstruyendo y
reconstruyendo el entorno de determinada sociedad o determinados elementos de dicho entorno. Frente a
esto, la expresión “semiosis sustituida” designa la novedad (o el intento de innovar) que determinada
semiosis sustituyente se propone producir (por tanto, con calidad de signo) como nuevo sentido del

39
entorno o de determinados elementos de dicho entorno. O sea, con “objeto semiótico” se designa lo que,
en determinado momento, ya sabemos acerca de determinada entidad porque viene construido desde un
signo. Lo que, por ejemplo, nos lleva a manipular una silla sin pensar siquiera en lo que estamos haciendo
es una consecuencia de considerarla como objeto semiótico; en cambio después de haber contemplado “la
silla” de Van Gogh tenemos una nueva perspectiva para mirar y para relacionarnos con las sillas; la silla
vista en referencia a “la silla” de van Gogh, y mientras dura la eficacia comparativa de tal visión, es una
semiosis sustituida o, lo que es equivalente, un objeto semiótico; “la silla” de van Gogh, en cuanto
enunciado que nos permite ver de un modo distinto a las sillas, y no sólo por estar pintada, sino porque
utilizamos su forma propuesta en la pintura como imagen de semejanza y de contraste, es una semiosis
sustituyente o, lo que es equivalente, un signo. Por eso la eficacia del signo consiste en atribuirle
significación a los entes del entorno, o sea, conferirles existencia ontológica.

2.1.9 Semiosis
Consiste en un determinado sistema (virtual, por tanto) de determinada calidad de signos (que puede
ser cualquiera de las tres clases habitualmente sistematizadas: iconos, índices o símbolos o las que surjan
por su combinatoria), a partir del cual se construyen las expresiones semióticas (existenciales, por tanto)
con las que los integrantes de una determinada comunidad configuran (visual, comportamental o
conceptual y simbólicamente) su entorno.

2.1.10 Semiosis sustituida


Se entiende, en este trabajo, por “semiosis sustituida”, al sentido adquirido por el entorno de quienes
utilizan determinadas semiosis sustituyentes y en función de su específica utilización. O sea, cada
manifestación de una semiosis sustituyente puede producir alguno de los siguientes efectos cognitivos al
darle existencia ontológica a una semiosis sustituida: duplicación, expansión o ruptura. Si una semiosis
sustituyente sólo produce un efecto de duplicación, el sentido del entorno no se modifica, sino que se
ratifica en su anterior estado. Si una semiosis sustituyente produce un efecto de expansión, el sentido del
entorno adquiere un contenido que no había sido construido previamente, pero que responde a las
posibilidades de la semiosis preexistente. Si una semiosis sustituyente produce un efecto de ruptura, el
sentido del entorno adquiere contenidos impensables desde las posibilidades de la semiosis preexistente,
por lo que se dan dos posibilidades: o el intérprete rechaza tal propuesta de sentido o rechaza la vigencia
de la semiosis preexistente y comienza a elaborar una nueva semiosis, lo que lleva a configurar de modo
diferente la identidad de los elementos de ese entorno (ver al respecto, G. Della Volpe, 1966/1963: 99ss).
De todo esto surge la sinonimia entre “semiosis sustituida” y “objeto semiótico”; lo más que puede
diferenciarse es que al considerar a un ente como semiosis sustituida se atiende en especial a los signos
que le dieron existencia y al considerarlo como objeto semiótico se atiende en especial a su significación
que permite integrarlo en el mundo de determinada comunidad.

2.1.11 Semiosis sustituyente


Se entiende, en este texto, por “semiosis sustituyente” al conjunto de las configuraciones
perceptuales (frases, imágenes, objetos y comportamientos exhibidos) con las cuales (a partir de, pero en
definitiva con independencia de la intención de su productor) se atribuye un sentido al entorno de quienes
las utilizan (como productores, intérpretes o en ambas funciones). Su eficacia, para lograr dicha
atribución de sentido, radica fundamentalmente en las relaciones físicas (sintaxis lingüística,
configuración gráfica o disposición de objetos o comportamientos) que vincula a los signos que las
constituyen. La calificación de “sustituyente” no debe tomarse en ningún sentido que la asemeje a una
vinculación especular con las entidades del entorno a las que están dotando de sentido, sino como
portadora de la idea de productividad inherente a la eficacia interpretante del aspecto perceptual de los
signos.

2.1.12 Semiótica
Con este término se designa, por una parte, una facultad cognitiva y, por otra, una disciplina del
conocimiento. En cuanto facultad cognitiva, es el nombre de la capacidad operativa neurológico-mental
de que dispone el hombre para la producción de toda clase de signos (entre los cuales, pero no de modo
exclusivo ni preferencial, desde la perspectiva por la que opto, están los lingüísticos). En cuanto
disciplina del conocimiento es el nombre con el que se designa el estudio de toda clase de signos:
básicamente, iconos, índices y símbolos, tendiente a producir la explicación de por qué, cómo y con qué

40
eficacia se producen, circulan y se transforman las significaciones vigentes en un determinado ámbito
social.

2.1.13 Signo
Es el término central de la problemática semiótica. En torno a él girarán nuestras exposiciones,
comentarios y explicaciones, así como su comprensión adecuada y bien fundada constituirá la base del
aprendizaje que puede esperarse obtener de este Manual. Sus definiciones explícitas, tanto la vinculada a
Saussure como la propuesta por Peirce, Morris y otros, las iremos viendo en su oportunidad.
(I) Sintácticamente, podríamos decir que el signo es un enclave en un contexto, a partir del cual se
desarrolla un conjunto determinado y normado (de modo absoluto o con márgenes relativos de
variabilidad) de relaciones, previstas a partir de un determinado sistema de posibilidades, con los
restantes enclaves de su propio contexto. (Uso el término “enclave” buscando una designación genérica
que permita referirse tan sólo a una entidad física determinada situada o formando parte de un ámbito
físico determinado; desde el punto de vista sintáctico sólo interesa esa entidad en cuanto punto de origen
y de destino de las relaciones que pueden identificarse entre ella y los restantes componentes de ese
ámbito concreto.)
(II) Semánticamente, podríamos decir que el signo es la menor parte de una propuesta perceptual que
le atribuye significación a algo distinto de ella misma en el mundo. (Esta “menor parte de una propuesta
perceptual” se refiere a la parte que ya tiene la función de producir algo que no estaría en el mundo si no
fuera porque lo percibimos de determinada manera a partir de la propuesta que la contiene; que es a lo
que apunta la expresión, que utilizo frecuentemente: “conferir existencia ontológica”.)
(III) Referencialmente, podríamos decir que el signo es el más elemental concepto que puede
identificarse en otra determinada propuesta perceptual. (Esta “propuesta perceptual” ya no es la de
apartado anterior que, desde otro enfoque, es la misma que correspondería al asiento de las relaciones
sintácticas, sino que se refiere a lo que percibimos cuando percibimos eso distinto de las otras dos pero
producido conjuntamente por ellas.) O sea, es lo que se puede encontrar en el mundo, luego de que los
aspectos sintáctico y semántico del signo le han conferido a algo existencia ontológica.
O sea, lo mencionado en (I) y (II) es lo mismo visto de dos modos diferentes; lo mencionado en (III)
es otra cosa, ya que es el resultado eficaz de la acción combinada de (I) y (II).
Estos tres aspectos requieren, además, de un intérprete que será quien admita, transforme o rechace la
propuesta referencial, sintáctica y semántica en que consiste determinado signo. Si consideramos a la
eficacia del signo, tal como está establecida en determinado momento de determinada sociedad, con
prescindencia del intérprete (como designación del universo de sus usuarios) que ha ido configurando tal
eficacia, estamos en un planteo típicamente saussureano. Si consideramos a la eficacia del signo, tal
como está establecida en determinado momento de determinada sociedad, en función del trabajo
semiótico del interpretante que ha ido configurando tal eficacia (interpretante que ya no es su usuario o
intérprete, sino uno de los componentes inherentes al propio signo), estamos en un planteo típicamente
peirceano.

2.1.14 Sistema
Consiste en una articulación de entidades (signos), cuyo valor está constituido por el conjunto posible
de sus funciones relacionales respecto de todas las demás entidades del mismo universo y por el conjunto
de sus posibilidades sustitutivas o referenciales respecto de las entidades identificables en algún otro
universo diferente, todo ello a nivel virtual. El sistema no tiene existencia efectiva, pero contiene todas las
posibilidades, realizadas o no realizadas pero realizables, para actualizar los signos en los
correspondientes textos y discursos. Conociendo el sistema puede saberse si determinada configuración
perceptual efectiva (una frase, una imagen, un comportamiento, etc.) es posible a partir de tal sistema. A
la inversa, si conozco un conjunto de realizaciones efectivas (frases, imágenes, comportamientos, etc.)
relativas a un determinado fenómeno social en estudio (por ejemplo la campaña propagandística de
determinado candidato político) puedo reconstruir el sistema (comunicativo, ideológico, programático,
etc.) del que se partió para su producción. O sea, a partir del texto puedo recuperar el sistema (operación
inferencial); a partir del sistema puedo afirmar si un determinado texto es o no posible (decidibilidad). La
recuperación del sistema del que surgió la posibilidad de que se concretase un determinado texto o
discurso es una de las más importantes finalidades del análisis semiótico. Un sistema puede diseñarse y a
partir de él producir determinadas manifestaciones perceptuales de la semiosis que corresponda; pero, por
lo general, la producción de manifestaciones perceptuales no es, por parte del productor, tan consciente
como para tener identificado el sistema que está manejando. El análisis semiótico permite, por ejemplo,

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recuperar (conocer, explicar su eficacia e, hipotéticamente al menos, replicar la eficacia productiva de) el
sistema lingüístico, sintáctico y semántico, que utilizó, en las distintas instancias de su vida de producción
poética Antonio Machado, o el sistema que aplicó, en las distintas etapas de producción de sus
configuraciones de textura, forma y color, Pablo Picasso, etc. Un sistema es la condición de la existencia
de una propuesta perceptual; pero, como es virtual, no permite un acceso directo que permita describirlo;
se requiere reconstruirlo a partir del análisis de las relaciones constitutivas del conjunto de propuestas
perceptuales existencialmente configuradas a partir de la virtualidad de tal sistema. Por tanto, la propuesta
perceptual contiene las relaciones que se concretaron, de entre todas las posibles preexistentes en el
sistema.

2.1.15 Texto
A los efectos analíticos, entenderemos por “texto”, a lo largo de este Manual, a un discurso sin
semántica. Pese a la tradición lingüística de esta terminología, la utilización que propongo de este término
“texto” no se limita al universo de los signos lingüísticos. O sea, cuando de una propuesta perceptual,
cualquiera sea su calidad semiótica (se trate de iconos, índices o símbolos), se toman exclusivamente sus
relaciones sintácticas, diremos que se está identificando el texto de esa propuesta perceptual. Por
oposición al sistema, que es virtual, el texto es un fenómeno fundamentalmente existencial, o sea,
percibible. Nunca podemos referirnos a él ni a sus componentes como a una abstracción. Pero su
importancia es fundamental, en especial en las operaciones analíticas, por lo que puede admitirse la
vigencia de la máxima: no hay semántica sin sintaxis (o sea, si se pretende explicar el significado hay que
partir de relaciones efectivamente existentes en el texto). Por ello, también, la importancia de las
relaciones semióticas que se denominan “contexto”.

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