Las brujas escocesas de Black Rock
Las Brujas Escocesas de Black Rock
Anne Aband
© Anne Aband (Yolanda Pallás), [2022]
ISBN: 9798840568996
Safe creative: 2207131576697
Impresión independiente
Todos los derechos reservados. Te pido por favor que descargues de forma legal este
libro. Es un gran esfuerzo de mucho tiempo y seguro que el karma te lo recompensa.
Gracias.
Rompamos las promesas que hicimos sin hablar
Forzadas por la herencia de nacer mujer
Crecimos con el miedo de ser más frágiles
Perdimos privilegios por nacer mujer
Somos, somos las nietas de las brujas
Que no, que no pudisteis quemar
Somos la otra mitad
Sintamos nuestra fuerza, la gran sorodidad
Bailemos en la hoguera de vivir mujer
Vencimos su cinismo en tierras vírgenes
No habrá más terrorismo por vivir mujer
Somos, somos las nietas de las brujas
Que no, que no pudisteis quemar
Somos la otra mitad, la secuestrada
Somos legión, somos manada, somos más
Somos, somos guerreras y esta lucha ya no
Ya no, se puede parar somos más de la mitad
Ah-ah; uh-uh-uh-uh, uh-uh-uh-uh
Las nietas de las brujas
Canción de Pilu Velver
https://youtu.be/yVlBU76Hwb8
Tabla de contenido
Prólogo
Capítulo 1. La carta
Capítulo 2. Contratiempos
Capítulo 3. Glencoe
Capítulo 4. Primera vez
Capítulo 5. Jason
Capítulo 6. Encuentros familiares
Capítulo 7. Calma o desesperación
Capítulo 8. Bosque
Capítulo 9. Prohibido
Capítulo 10. Sube como la espuma
Capítulo 11. Desesperación
Capítulo 12. Preguntas
Capítulo 13. Arrepentimiento
Capítulo 14. Un día más
Capítulo 15. Familia
Capítulo 16. Dudas
Capítulo 17. Encuentro
Capítulo 18. Marcas
Capítulo 19. Desesperación
Capítulo 20. Familia
Capítulo 21. La fotografía
Capítulo 22. Hijas
Capítulo 23. Un paso hacia delante
Capítulo 24. La última visita
Capítulo 25. Peligro
Capítulo 26. Sueño
Capítulo 27. Paciencia
Capítulo 28. Confesión
Capítulo 29. Descubrimiento
Capítulo 30. Noticias
Capítulo 31. Experimentos
Capítulo 32. Ayuda
Capítulo 33. Vigilancia
Capítulo 34. Presa
Capítulo 35. A la carrera
Capítulo 36. Pruebas
Capítulo 37. Plan
Capítulo 38. Despertar
Capítulo 39. Decisión
Capítulo 40. Final
Agradecimientos
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Términos brujeriles
Los lobos escoceses de Black Rock
Prólogo
El aire se tornó denso y espeso, como solía pasar cuando la
magia aparecía y, a plomo, cayó con fuerza sobre el colgante, que
rebotó como si alguien lo hubiera sacudido. La mujer pelirroja
estaba sudando, sabía que era una magia protectora, pero que
tendría consecuencias. Claro que, a esas alturas, le daba lo mismo.
Su prioridad era protegerla a toda costa y evitarle cualquier
acercamiento a la vida que ella llevó, hasta que se fue de su casa.
—¿Y si se quita el colgante? —susurró el esposo, expectante.
—Pues entonces, más vale que esté cerca de mi familia, o
probablemente morirá.
Ella terminó y pasó el cordón por el cuello de la niña, que se
removió inquieta. La pequeña ya había empezado a mostrar signos
de que la magia quería ser parte de ella. No lo permitiría, a cualquier
costo. Un pinchazo en su vientre le indicó que no podría tener más
hijos, otro coste a pagar. Esperó y rezó para que no hubiera más.
Capítulo 1. La carta
Si creyera en la magia, diría que lo que le pasaba estaba influido
por ella. Que cuando deseaba fervientemente que sucediera una
cosa, ocurría. Como cuando el chico que le gustaba dejó a su novia,
en el instituto, para salir con ella. Luego resultó ser un estúpido. A
veces, había consecuencias. Ella perdió la virginidad con él y luego
fue pregonándolo por todo el colegio.
Un delincuente que había defendido con éxito volvía a caer en
la violencia o la ilegalidad, y todo eso no le hacía sentir mejor. De
hecho, últimamente se encontraba mal. Triste. Se apoyó en las
manos, mirando la pantalla del ordenador. Se abrió la puerta y su
compañera entró casi saltando de alegría.
—¡Felicidades, Bárbara! ¡Otro juicio ganado! Creo que tienes el
récord del gabinete.
Ella miró a su amiga Lorena con el rostro cansado. Sí, había
ganado otro juicio, como parecía ser habitual. En el despacho, todos
los clientes se la disputaban como abogada, porque era una
apuesta segura, aunque no estaba segura de por qué. Su padre le
decía que era una buena profesional, otros compañeros
murmuraban que usaba sus «encantos femeninos» para convencer
a jueces o jurados. Los peores aseguraban que se tiraba a todo el
que supusiera un obstáculo. Y no era nada de eso.
—Despierta, Bárbara —dijo Lorena dándole un abrazo—, tu
padre estará muy orgulloso de ti. ¿A quién no le gusta agradar a un
padre y más si es su jefe?
—Sí, lo sé. Perdona, es que hoy no tengo un buen día.
—¿Te deprimes porque el sábado cumples veinticinco? Vamos,
¡¡¡si estás en la flor de la vida!!!
—No es eso. No sé, supongo que me encantaría que estuviera
mi madre —contestó Bárbara tocando el colgante que llevaba en el
cuello. Era un precioso guardapelo con una piedra rojiza, herencia
de su madre, que no se quitaba por nada del mundo. Fue el último
regalo que le dio.
—Anímate, el sábado organizaremos una cenita con las chicas
y te lo pasarás genial. A ver si te encontramos novio, ya de paso.
Bárbara enarcó las cejas y bufó. Lo que menos le apetecía, y
después de sus malas experiencias, era salir con un tipo similar a
los que se relacionaban en Glasgow, que parecían cortados por el
mismo patrón: traje ejecutivo, altos, fibrosos, pero no demasiado, y
normalmente pagados de sí mismos.
Ella era aficionada a las novelas románticas de highlanders y
los veía como algo exótico, no para una relación seria, pero sí para
darse un buen revolcón. El último hombre con el que estuvo ni
siquiera hizo que llegase al orgasmo.
—Más vale que acabemos el trabajo hoy o no saldremos de
aquí, y no tengo ganas de hacer horas extras —dijo Bárbara.
Lorena comprendió que ella quería estar sola y se fue a su
despacho. Ella era varios años mayor, y habían coincidido en el
despacho cuando Bárbara se licenció y comenzó a trabajar allí.
Enseguida congeniaron y se hicieron inseparables. Aunque a ella le
iba más la juerga y salir con uno o con otro. Bárbara, en eso, era
más tranquila.
Dejó a su amiga mirando por la ventana y cerró la puerta
despacio. A veces, se abstraía tanto que no se enteraba de qué
pasaba a su alrededor. Y ese era uno de «esos momentos».
Bárbara sintió cerrarse la puerta y bajó los hombros. Estaba
cansada de que todos tuvieran tan altas expectativas con ella. Eso
la obligaba a no fallar. A veces le gustaría, quizá, desmandarse y
hacer cosas que no tuviesen explicación, como nadar desnuda o
bailar al anochecer en algún bosque. Correr descalza por la hierba y
disfrutar del sexo con alguien que le siguiera el ritmo.
No es que tuviera prisa por emparejarse, pero una de sus
amigas se acababa de casar y se veía tan feliz y enamorada que
estaba deseando encontrar al hombre adecuado. Pero por más que
miraba a su alrededor, no lo veía.
—Debe estar escondido en algún rincón del mundo —suspiró, y
se sentó para continuar leyendo los informes de los casos
asignados para la semana siguiente.
Su secretario le entró la correspondencia, recién llegada, que
dejó encima de la mesa. Ella continuó con el último expediente
hasta que su estómago dio un rugido de hambre. Miró su móvil. Ya
se había pasado la hora de comer y ahora tendría que hacerlo sola.
Bueno, se quedaría en el despacho, total, para comer un sándwich y
una manzana no era necesario bajar a la cafetería del edificio.
Sacó la comida y la dispuso en la mesa de reuniones. Dio un
mordisco al sándwich vegetal y este le supo insípido. ¿Se había
olvidado de echar salsa? Molesta, lo dejó encima del papel que lo
envolvía y mordió la manzana. Estaba demasiado ácida. Y ella
seguía teniendo hambre. Comenzó a sentirse enfadada, incluso
furiosa. Era un sentimiento nuevo para ella y no le gustó. Hizo las
respiraciones que su madre le había enseñado de pequeña, cuando
se enojaba, y consiguió volver a la calma.
Después, asumiendo que no iba a comer, cogió las cartas y
comenzó a mirarlas. Currículos, gente que quería que la defendiera,
y… ¿qué era eso?
Un sobre con papel de mayor gramaje y color vainilla estaba
debajo de todos los demás. Iba dirigido a ella, sin duda, pero no
llevaba sello. Pensó que podría ser algo peligroso. Había escuchado
que, a veces, a según qué personas, les enviaban sobres para
atentar contra ellos. Alzó la carta y la miró al trasluz. Solo había un
papel.
Se decidió a abrirla y encontró un pliego de una textura
especial, como hecho a mano y con olor a lavanda. Lo sacó. Era
una carta manuscrita. La leyó en voz alta.
Querida Bárbara:
Aunque no te acuerdes de mí, soy tu abuela, la madre de tu
madre. Te escribo porque no estoy muy bien y desearía conocerte.
Sé que estás muy ocupada en la ciudad, pero me gustaría que
pudieras venir este fin de semana a verme. Podríamos hablar de tu
madre y de otras cosas que debo contarte.
Con afecto, tu abuela Katherine.
Bárbara leyó dos veces la carta antes de dejarla en la mesa con
brusquedad. Cuando murió su madre ella tenía siete años y, desde
entonces, su abuela nunca se había puesto en contacto con ella. ¿Y
ahora quería verla? ¿Después de dieciocho años en los que no
había sabido nada de su familia materna? Ni siquiera estaba al
corriente de que la tenía.
Se levantó, más enfadada todavía que antes. Miró por la
ventana. Unas nubes negras se estaban formando a lo lejos. Lo que
faltaba, encima iba a llover. No iría. Ese fin de semana era su
cumpleaños y quería celebrarlo con su padre y con sus amigas. Si
no había otro remedio, iría a ese pueblo perdido en la montaña, pero
cuando ella quisiera. Y si llegaba tarde, mala suerte.
Aunque debía reconocer que tenía curiosidad, no por una
abuela que la ignoró estos años, sino por lo que tuviera que contarle
de su madre. Nunca era suficiente. Había hecho repetir muchas
veces a su padre cómo se conocieron, cuándo se enamoraron y
cómo la cuidaba cuando ella era pequeña, hasta saberse de
memoria cada anécdota que él le relataba.
—Quizá vaya a la semana que viene —se dijo, y bajó a la
cafetería para pedir un bocadillo, ya más animada.
Cuando salió del despacho, la carta iluminó toda la habitación,
haciendo que la manzana y el sándwich se redujeran a polvo, al
igual que hicieron el papel y el sobre.
Capítulo 2. Contratiempos
—Lo siento muchísimo —dijo Lorena mirándola angustiada—, es
muy urgente que vaya a ver a una amiga que va a tener su bebé. Se
le ha adelantado una semana y le prometí que estaría allí. ¿Por qué
no celebramos tu cumpleaños la semana que viene?
—Tranquila, no pasa nada —contestó con una sonrisa en sus
labios.
Pero sí pasaba. Bárbara necesitaba una buena celebración
para salir de su rutina. Pensaba «desmadrarse» de alguna forma
esa noche de sábado que cumplía años. Se despidió de su amiga y
salió a la calle. Hacía buen tiempo y decidió no coger el metro para
volver a casa. Tampoco es que tuviera prisa ninguna. Caminó con
paso firme a pesar de los tacones. Se había soltado el moño
apretado que solía llevar en el trabajo y su cabello largo y cobrizo
caía hasta mitad de su espalda. Una ligera brisa la refrescaba y
movía juguetonamente los mechones que se ponían en su cara. Un
tipo que no conocía se la quedó mirando y casi se golpea con una
farola por no perderla de vista.
Bárbara lo miró asombrada y luego aguantó la risa. ¿O quizá es
que llevaba algo en la cara? Sacó el móvil y abrió la cámara selfi
para mirarse. No, no llevaba nada raro. Era extraño. Nunca había
llamado así la atención de los hombres. Sabía que no estaba mal,
pero tanto como para tropezarse. Al rato, un muchacho, casi
adolescente, se cruzó con ella y la miró a los ojos y se chocó con
una señora que paseaba a su perro, con la consecuencia de que el
perro le dio un pequeño mordisco.
¿Qué estaba ocurriendo? Decidió ponerse las gafas de sol,
aunque era media tarde, y se puso varios mechones de su cabello
en la cara. No tenía ni idea de lo que estaba pasando. Apretó el
paso y llegó sudorosa a casa, así que aprovechó para darse una
ducha. Además, acababa su sangrado mensual, cosa que le hubiera
venido muy bien para echar un polvo al día siguiente. Y si el tipo era
de fiar, sin protección, ya que ella tomaba anticonceptivos desde
hacía tiempo. Así de hambrienta estaba.
Su estómago le recordó que también quería lo suyo, así que
miró la triste nevera y sacó dos huevos y algo de jamón y se hizo un
rápido revuelto.
—Debería haber salido por ahí a dar una vuelta —se dijo
mientras encendía el portátil para ver una serie. Cogió la cena y se
sentó en el sofá.
No supo cómo, pero la carta estaba en la mesita de su salón.
Creía recordar que la había dejado en la oficina, pero claro,
últimamente estaba muy despistada. Se encogió de hombros sin
pensar en ninguna explicación, y se puso la última temporada de
Outlander, que todavía no la había visto. Cenó mientras veía las
andanzas del protagonista por la corte del rey de Francia.
Sin poder evitarlo, se quedó dormida con la serie encendida y
soñó al principio con su protagonista, Jamie Fraser, pero después, el
escocés se fue convirtiendo en un tremendo y atractivo hombre de
piel algo más oscura y cabellos negros. Su torso estaba desnudo y,
cuando se volvió, se despertó de un susto, pues sus ojos eran
amarillos. Fue lo único que vio de su rostro.
El corazón le palpitaba a mil por hora y cuando empezaba a
tranquilizarse, sonó su teléfono, que le hizo dar un bote y tirar el
plato al suelo.
—¡Joder! —dijo. Por suerte no se había roto. Miró el móvil. Su
padre.
—Hola, papá, ¿qué tal?
—Hola, cariño, verás… Sé que habíamos planeado comer
juntos el sábado para celebrar tu cumpleaños, pero me ha surgido
algo muy importante y tengo que tomar un avión a Londres. Lo
siento mucho, pero bueno, tu amiga la española, Lorena, estará,
¿no?
—Ah, sí, claro, no te preocupes. Celebraremos el cumpleaños
la semana que viene. Ya no soy una niña, no pasa nada.
—De acuerdo, que disfrutes del día. Te llamaré de todas
formas.
—Vale, papá.
Ahora sí que tenía ganas de llorar. Que sí, que era estúpido
entristecerse por no celebrar un cumpleaños y sabía que era
mayorcita para ello…. Pero, a pesar de ello, había esperado comer
con su padre en el restaurante favorito de su madre y, como hacían
todos los años desde que ella faltaba, recordarían anécdotas de
cuando era pequeña y le contaría de nuevo cómo se conocieron y
todo eso, aunque se lo sabía de memoria.
Recogió el plato y limpió un poco el suelo. Ese disgusto se
merecía un helado y de eso sí que tenía en su nevera. Abrió el
congelador y eligió el de triple chocolate. Era justo y necesario.
Mañana se machacaría en el gimnasio, pero un día era un día.
Se sentó de nuevo en el sofá y puso la serie de nuevo donde se
había quedado antes de dormirse. Cuando se fue a acomodar, vio
que la carta estaba en el sofá.
—Esto es muy raro —dijo intentando memorizar cuándo la
había movido—. Es imposible —dijo moviendo la cabeza.
Cogió la carta y la volvió a dejar en la mesita. Ahora le apetecía
un poco de sirope de chocolate y unas nueces para echar en el
helado. Se levantó a la cocina y volvió con un bol lleno de frutos
secos en una mano y el bote de sirope en la otra. Miró con
incredulidad la carta. Volvía a estar en el sillón. Estaba segura, y
podría jurarlo en un juicio, que ella no había dejado la carta ahí.
Dejó las cosas en la mesita y cogió la carta con manos
temblorosas. Empezó a leerla de nuevo, solo que, al final de esta,
había una nueva línea que antes no estaba.
Tienes un billete de autobús a tu nombre en la estación de
autobuses para Glencoe. Sale a las ocho de la mañana.
Soltó la carta como si quemara y se alejó, mirándola como si
fuera una serpiente. No se movió.
—Por supuesto. ¡Cómo se iba a mover! —dijo intentando
convencerse a sí misma de que lo que había pasado no era así, que
eran imaginaciones suyas. Tal vez debería darse una vuelta…, pero,
por algún motivo, le daba miedo salir.
Se dirigió hacia la mesa que hacía de despacho, rodeando la
carta y sin perderla de vista. Luego, encendió el ordenador.
Miró en Google Maps ese pueblo del que apenas había
escuchado hablar, situado en las Tierras Altas escocesas. Estaba
como a cuatro horas en transporte público. Esa mañana se le había
estropeado el coche, pero ¿cómo sabía su abuela que necesitaría
tomar un autobús? No quiso darle más vueltas.
Quizá si iba, y solo quizá, podría conocer a los parientes de su
madre. En realidad, su padre nunca le había contado acerca de ella.
Pensaba que habría muerto y que su madre no tendría más familia.
Lo cierto es que tenía mucha curiosidad y sentía que debía ir. Cogió
el colgante de su madre, que le pareció algo más cálido de lo
normal. Lo sintió como una señal de que era el viaje necesario en
ese momento.
Sacó la maleta del armario, una pequeña, pues solo estaría el
fin de semana, y la llenó con algo de ropa, también de abrigo y
aseo. Estaba decidido. Iría a conocer a esa abuela que la había
ignorado. Su humor empeoró, pero tampoco quería ser cruel. Quizá
tuviera sus razones para ello, y si la había llamado porque al
parecer estaba enferma, no la disgustaría. No dejaba de ser la
madre de su madre. Seguro que podría contarle cosas de su
infancia y quizá tendría fotos. El cabello de su madre era rojo
brillante, y a ella le hubiera gustado heredarlo. El suyo tenía un color
cobrizo. Con la luz del atardecer se veía rojizo, pero por el día era
castaño, debido a los genes de su padre. Lo que sí había heredado
eran las múltiples pecas que tanto le molestaron cuando era
adolescente.
Su madre era preciosa y no le extrañaba que su padre se
enamorase completamente desde el primer día que la vio. Ambos
sintieron un flechazo y desde el principio se amaron. Al poco tiempo,
ella quedó embarazada y se casaron. Le había dicho que se
escaparon y por eso no tenían fotos de la boda, pero después sí
había muchas. A ella le encantaba mirarlas.
Decidió que ya no tenía ganas de tomar helado, así que fue a
recoger todo el salón. Buscó, curiosa, la carta. Había desaparecido.
Sintió su vello erizarse. Miró debajo del sofá y de la mesa, por si
había volado, pero no estaba.
Fue a llamar a su padre, preocupada, para que le aconsejara si
debía ir o no, pero el móvil se había quedado sin batería. Lo puso a
cargar y se metió en la cama, un poco sobresaltada. Ahí estaban
pasando cosas muy raras.
Decidió tomarse una pastilla para dormir. De todas formas,
siempre se despertaba a las siete, por lo que aunque no tuviera el
móvil, lo haría igualmente.
***
La noche transcurrió sin sobresaltos ni sueños extraños, hasta
que sintió que un rayo de sol la alumbraba en la cara. Se despertó y
miró su reloj despertador. ¡Las siete cuarenta y cinco! Tenía quince
minutos para ir a la estación de autobuses. Se vistió, cogió el móvil y
la maleta y salió corriendo de la casa, sin desayunar ni arreglarse.
Su cabello flotaba a su alrededor mientras ella caminaba con paso
rápido a la estación de buses, que estaba a diez minutos de su
casa. No iba a llegar. Además, debía avisar en el trabajo que ese
viernes no iría a trabajar.
Apretó el paso y, por fin, traspasó la puerta del edificio ya
pasadas las ocho. Seguramente que lo había perdido. Aun así, se
acercó a la taquilla y dio su nombre. El señor que estaba atendiendo
le sonrió mientras le daba su billete.
—Ha tenido mucha suerte, señorita. El autobús que debía salir
a las ocho ha tenido un fallo de motor que retrasará el viaje una
media hora. Le da tiempo de tomar un café.
Ella le sonrió agradecida y se guardó el billete. Más
casualidades. Esto comenzaba a ser sospechoso. Era cierto que a
ella siempre le habían dicho que era la chica con más suerte del
planeta y otros apelativos similares, pero era demasiado.
Aprovechó para tomarse un café bien cargado y un croissant y
cogió un par de paquetes de frutos secos y una botella de agua para
el camino. Esperaba que no le tocase el típico pesado o pesada de
compañero de viaje.
Los altavoces anunciaron que su vehículo iba a salir en cinco
minutos, así que se acercó al hangar, donde le tomaron su maleta y
subió al puesto que le tocaba, el 2 B.
A su lado se sentaba un joven de unos diecisiete o dieciocho
años, guapo como él solo, y que le sonrió con dientes blanquísimos.
—Me llamo Sean y creo que vamos a pasar cuatro horas juntos
—dijo él guiñándole el ojo.
—Soy Bárbara y eres muy joven para ligar conmigo.
El joven se sonrojó ligeramente y se acomodó en su asiento.
—Bueno, por lo menos podremos hablar un poco, ¿no?
—Eso no te lo discuto —dijo ella acomodándose. Si el chico
hubiera tenido cinco o seis años más, ya lo creo que hubiera ligado.
—¿Y dónde vas? —dijo él. Había varias paradas a lo largo de la
ruta.
—A Glencoe. ¿Y tú?
El chico empalideció y se la quedó mirando, incluso pareció
olisquearla.
—Yo también. Bueno, creo que me voy a echar una siesta, si no
te importa.
Se giró hacia la ventana y se puso los auriculares. Ella lo miró,
incrédula. ¿Por qué se había comportado tan encantador y luego tan
maleducado?
Se puso también sus auriculares y cerró los ojos, aunque no se
durmió. Estuvo escuchando música de naturaleza, pájaros y ríos.
Eso la relajaba mucho.
Hicieron varias paradas, en una de las cuales bajó para ir al
baño y estirar las piernas. Su acompañante ni se había movido.
Pronto se adentraron por carreteras casi desiertas y entraron en
el valle. Bárbara se quedó abrumada por la belleza de sus montañas
cubiertas de verdes prados. A lo lejos se veían unas vacas que
pastaban tranquilamente. Los picos de las montañas eran oscuros,
parcialmente cubiertos por la bruma que se deslizaba por las
laderas con suavidad. Ella inspiró, sin perder de vista el paisaje,
algo adelantada en el asiento, hipnotizada por esa maravilla.
—Es bonito, ¿verdad? —dijo su compañero de asiento por fin.
—Más que eso. No tengo la palabra adecuada —contestó ella,
casi emocionada.
—Siento haberme comportado de forma tan maleducada. Pero
es que no debería… hablar contigo.
Ella se volvió y lo miró curiosa.
—¿Por qué?
—No lo sabes, ¿verdad?
—¿El qué?
—Supongo que mi hermano no me reñirá, al fin y al cabo, ni
siquiera eres consciente de ello.
—No tengo ni idea de qué me estás hablando, Sean.
—Está bien, dejémoslo así. Ya queda poco, ¿sabes? Verás que
mi pueblo es pequeño, pero impresiona verlo. Está a orillas del río
Loch Leven y hay muchos lugares para visitar y hacer fotos, con
cascadas incluso. Si vas a hacer turismo, te puedo decir un par de
sitios interesantes.
—En realidad, no vengo por turismo, vengo a visitar a una
abuela que ni conozco.
—Ya imaginaba que era algo así. La gente es un poco rara,
¿sabes? No te tomes a pecho si te dicen algo extraño. No es nada
personal.
—Necesito alojarme una noche, ¿me puedes recomendar algún
sitio?
—¿No ibas con tu abuela?
—Ya, pero no la conozco. ¿Sabes algún sitio o no?
—Sí, claro, el Glencoe Independent Hostel. Es un sitio limpio y
tienen una buena cocinera. Y es el mejor para ti.
—De acuerdo, supongo que lo encontraré fácil.
—El autobús para a unos minutos de la puerta. Nuestro pueblo
es pequeño, tiene unos cuatrocientos habitantes, aunque ahora, en
época alta, se triplican y está todo lleno de turistas.
—Gracias, Sean, aunque eres un poco raro.
El chico comenzó a carcajearse con tanta naturalidad que
varios pasajeros sonrieron. Todavía continuaba riéndose cuando el
autobús paró en Glencoe.
Bárbara se levantó y bajó del bus. Casas bajas, muchas
montañas y precioso, pero ¿qué hacía ella en un pueblo tan
pequeño?
Capítulo 3. Glencoe
—¿Quieres que te indique dónde ir? ¿Cómo se llama tu abuela?
—dijo Sean bajando tras ella.
—Imagino que se llamará como mi madre, Kinnear.
El chico tragó saliva. Lo que había sospechado era cierto.
—Entonces ella se pondrá en contacto contigo. Seguro que se
ha enterado de que has llegado.
—Sí, ella me envió un billete, supongo que lo sabrá —dijo
Bárbara mirando a todos los lados. Ahí solo había turistas y gente
paseando.
—Ya, eso será —dijo Sean. ¿De verdad no sabía nada de su
familia? Era increíble. Su hermano Jason iba a sorprenderse mucho
—. Me tengo que ir, mi hermano me espera. Pero si tienes algún
problema, solo pregunta por Sean McDonald y cualquiera te dirá
dónde encontrarme. Es un pueblo pequeño.
—Muchas gracias por todo, Sean. Iré al hotel que me has
recomendado y luego buscaré a mi abuela. Espero encontrarla.
—Oh, sí, lo harás seguro. Nos veremos pronto, preciosa, y
espero que sigamos siendo medio amigos.
—Claro, ¿por qué no?
Sean no dijo nada, le sonrió y se fue cargado con dos enormes
maletas que parecían estar vacías, pues las llevaba como si nada.
Iba silbando alegremente y algunas de las jóvenes con las que se
encontraba se quedaban observándolo arrobadas. Lo cierto que el
chaval era mono. Cuando tuviera unos años más sería irresistible.
Volvió a mirar a su alrededor, por si había alguien que la
hubiera ido a buscar. Frunció el ceño al ver que todo el mundo se
marchaba sin que nadie le dijera nada. Cerca vio el hotel, tal y como
le había dicho Sean, así que, arrastrando su maleta, se encaminó a
la recepción. Una chica pelirroja con miles de pecas como las suyas
y una sonrisa agradable la recibió en la recepción.
—Quisiera una habitación para un par de noches. —Decidió
quedarse hasta el domingo, ya que el paisaje prometía. Además,
sus más allegados la habían abandonado en el día de su
cumpleaños, algo que le había molestado mucho.
—Nos queda solo una, aunque es de matrimonio. ¿Le va bien?
—Sí, vengo sola, pero me gusta dormir en camas grandes.
Perfecto. —Sacó su documento de identidad y la tarjeta para
registrarse y le dieron la llave de la habitación 111. Bonito número.
Después de dejar su equipaje, pensó en dar una vuelta hasta la
hora de la cena. Estaba cansada del viaje, pero había que
reconocer que el paisaje y las montañas le habían arrebatado la
respiración. Se imaginaba a su madre correteando por el valle, tal
vez subiendo por la montaña. Había visto vacas y algún ciervo, así
que pensó que no sería peligroso salir a caminar por una zona
arbolada cercana.
Caminó por el pueblo mirando las tiendas y localizando un
pequeño restaurante donde decidió que podía cenar, aunque en el
hotel también había uno. Le daba algo de rabia que su abuela no
hubiera contactado ya con ella, pero bueno, tal vez no se
encontraba muy bien. Al día siguiente la buscaría.
El tiempo no era demasiado cálido y bajo los castaños que se
movían con una suave brisa, parecía refrescar un poco más. Los
pájaros parecían hablar entre ellos y las hojas se movían suaves.
Inspiró, sintiendo el aroma a tierra, a los brezos y helechos que
tapizaban el suelo. Su padre la había llevado de excursión muchas
veces y adoraba la sensación de estar en un bosque, aunque no
fuera muy grande. Tampoco quería adentrarse demasiado. La
vegetación se extendía por una colina que había visto antes.
Alrededor del valle se encontraban varias montañas con la cima
oscura, o eso le había parecido entrever con la bruma que las
cubría. Tocó los troncos de los árboles sintiendo su rugosidad e
inspiró el aire puro. Se sentía tranquila allí.
Un sonido cercano le puso el vello erizado. Algo había pasado
muy rápido a dos o tres metros de ella. Se puso al lado de un
enorme árbol, como si pudiera protegerla. Miró aterrada la maleza.
¿Un animal salvaje la iba a atacar? Escuchó un gruñido y miró en el
suelo, donde cogió una enorme piedra y un palo para defenderse. El
profundo gruñido se seguía escuchando y comenzó a ver dos ojos
amarillos brillantes entre la maleza. ¿Qué era? Intentó conservar la
calma. Si echaba a correr, la atraparía. Solo quedaba enfrentarse.
Su cuerpo temblaba de miedo, pero no se rendiría.
Vino a su memoria una vez que fue con su padre al bosque y se
encontraron frente a frente con un jabalí. Él insistió en que no
actuara con miedo. Eso iba a hacer esta vez.
Dos enormes patas salieron de entre la maleza y una gran
cabeza oscura de lo que parecía un perro enorme, o un lobo, la
miraba fijamente, enseñando sus dientes. Ella se quedó quieta,
observando su aspecto. La mirada que tenía le parecía inteligente,
demasiado para ser un animal. ¿Por qué había tenido que ver
Crepúsculo hacía dos noches?
El lobo dejó de gruñir y la observó atentamente, esperando su
reacción. Ella seguía sin moverse y, por el motivo que fuera,
empezó a librarse de su miedo. Tal vez solo era un perro y no un
lobo, ¿qué sabía ella de zoología? Eso sí, era enorme. Ella era alta
y el animal le llegaba más allá de la cintura.
Sintió que el sudor se desplazaba por su rostro. El lobo pareció
distraerse mirándolo y olisqueando. Luego, volvió a sus ojos. Ella
pensó que debía hacer algo, pero no correr.
—Perdona, lobo, me he metido en tu territorio y lo siento —dijo
poniendo un tono de voz muy suave y tranquilizador.
El animal sacudió la cabeza y volvió a dejar su mirada fija en
ella.
—Verás, soy una turista y acabo de llegar. —El lobo inclinó la
cabeza como si escuchara—, además, mañana es mi cumpleaños,
¿no querrás que me quede sin cumplirlos?
El animal aposentó sus cuartos traseros y continuó quieto,
observándola. Ella se animó a seguir hablando. Al final, debía de ser
un perro, grande, pero un perro.
—Y, verás, me gustaría marcharme, estoy muy cansada y tengo
hambre…, o sea, sé que tú a lo mejor también tienes, pero hay unos
ciervos muy tiernos allá lejos —dijo señalando a cualquier parte.
Dio un paso hacia un lado y el lobo se levantó del suelo. El
sudor le caía por el cuello y por el escote. Se limpió con la manga de
la chaqueta y el animal le miró el pecho descaradamente.
—Por favor, tengo que irme, perrito bueno.
Entonces, el animal gruñó de forma fiera y ella, de forma
impulsiva, le tiró la piedra que llevaba en la mano, acertándole en la
cabeza. Sin volver la vista atrás, empezó a correr hacia la linde del
bosque, rezando por que el animal no la persiguiera.
Cuando llegó a la carretera, se giró. Esperaba no haberlo
matado. Tampoco quería eso. Dos ojos amarillos la miraban desde
el abrigo de los árboles. Después, desaparecieron. Ella suspiró
aliviada y volvió al pueblo. Era hora de tomarse una pinta. Todavía
llevaba el palo en la mano cuando entró a uno de los únicos pubs de
Glencoe. Algún paisano se la quedó mirando y ella lo dejó en el
paragüero sin más.
Se sentó delante de la barra, sofocada y sudorosa. Su rostro
estaba congestionado y la trenza que se había hecho en la
habitación antes de salir estaba casi deshecha.
—¿Una pinta? —dijo la amable camarera con acento local.
—Gracias —contestó, y la muchacha comenzó a escanciar la
cerveza tranquilamente. Su boca estaba seca y necesitaba beber
algo pronto.
—¿Has estado corriendo? —dijo la chica. Era rubia y pecosa,
como la recepcionista.
—He ido paseando hacia el bosque y me he encontrado un
perro enorme o un lobo, no lo sé. ¡Menudo susto! No sabía que
había animales salvajes por aquí.
—¿Un lobo? —dijo ella prestándole más atención—. ¿Y cómo
era?
—Negro y enorme. Le tiré una piedra y me fui corriendo.
La chica la miró atónita y luego empezó a reírse a carcajadas.
El compañero de la muchacha le preguntó qué ocurría y se lo debió
contar, porque, después de mirarla con los ojos abiertos como
platos, se echó a reír también. Dos jóvenes que estaban un poco
más alejados se acercaron y también se unieron a sus risas. A
Bárbara no le parecía tan gracioso. Había estado a punto de morir.
Fue al baño a lavarse la cara y refrescarse. Esta gente estaba mal
de la cabeza. Como su abuela fuera así, se iría antes de lo previsto.
Salió del lavabo y volvió a sentarse. La chica había terminado
de escanciar la pinta y se la puso delante con unas galletitas.
—A esta invita la casa, eres mi nueva heroína —dijo ella
guiñándole el ojo.
Ella se encogió de hombros. No entendía nada. Bebió un trago,
deleitándose con el sabor amargo. Estaba increíblemente buena.
Mordisqueó algunas galletitas y empezó a tranquilizarse. Había
otros turistas que también bebían cerveza, algunos jóvenes tiraban
a los dardos, pero sentía que no la perdían de vista. Le daba igual,
no había venido para ligar. Empezó a tranquilizarse y a respirar.
Capítulo 4. Primera vez
La puerta del pub se abrió y la camarera se puso lívida. Un
hombre entró y se sentó en la barra, cerca de Bárbara, que lo miró
de refilón. Era muy alto, con brazos enormes y vestía vaqueros y
una camiseta. Su cabello era oscuro, ondulado y le llegaba hasta el
cuello, aunque no podía verle bien la cara. La camarera comenzó a
ponerle una pinta, sin que le dijera nada. El olor que le llegaba a
Bárbara era a bosque, a aire fresco, no sabía definirlo, pero esa
colonia era muy buena.
No quiso ni mirarle. En ese momento, aunque estaba más
tranquila, solo quería beberse la pinta y luego irse a cenar a
cualquier sitio.
—¿Es usted recién llegada? —La profunda voz del hombre la
sobresaltó. Por supuesto, no podía tener una voz atiplada, sino
varonil y ronca. Podría humedecerle las bragas solo con hablarle al
oído.
Ella se giró y le miró el rostro. Sus ojos oscuros la escrutaban y
ella tragó saliva. La mandíbula y la nariz eran rectas y los pómulos
marcados. Sus labios, carnosos en su punto justo. ¡Por Dios, si
podría ser el protagonista de cualquier película o un modelo! Miró su
frente y vio un enorme chichón en la cabeza.
—Oh, ¿se ha hecho daño? —Él frunció el ceño y la camarera,
que había estado mirando, se fue corriendo, aguantándose la risa.
—Digamos que he tenido un tropiezo. ¿Ha venido por turismo?
—En realidad, vengo a ver a un familiar.
Él enarcó la ceja y el dolor le hizo fruncir el ceño. Ella sintió el
impulso de acariciar su rostro, pero no lo hizo.
—¿Quién es su familia? Conozco a todos los del pueblo —dijo
acercándose hacia ella.
—Yo a usted no —contestó Bárbara alejándose. Le dio un
escalofrío. Con esas manos tan grandes y esos brazos parecía
temible.
—Ey, Jason —dijo Sean entrando en ese momento en el pub.
Miró a la chica y le sonrió—. ¿Qué te ha pasado en la cabeza? ¿Ya
conoces a Bárbara?
—No preguntes y no, no la conozco.
—Bárbara, este es mi hermano mayor Jason. No le hagas
mucho caso, es muy gruñón.
—¿De qué la conoces? —dijo Jason ignorándola.
—Vinimos juntos en el bus. Es una Kinnear.
Él se alejó y la miró entrecerrando los ojos. Después, dejó su
pinta y salió del pub refunfuñando en voz baja.
—¿Qué pasa? —dijo Bárbara—, tu familia y la mía son
enemigas, ¿o qué? —bromeó ella.
—Cosas de familias y pueblos pequeños, pero no es problema
para mí. Yo estaré encantado de confraternizar contigo —sonrió, y la
camarera suspiró. Un rompecorazones.
—Eres demasiado joven para mí, pero dentro de unos años, me
llamas —acabó sonriendo ella.
Desde fuera del pub se escuchó una voz atronadora llamando a
su hermano.
—Me tengo que ir, pero sigue en pie lo de mi ofrecimiento —dijo
guiñándole el ojo—, si no encuentras a tu familia o me necesitas,
pregúntale a Gillian.
Salió y Bárbara se quedó mirando a la camarera, que no lo
perdía de vista.
—Es guapo, ¿no?
—Todos los McDonald son guapísimos —suspiró ella—, pero
Sean…
—¿Le has dicho que te gusta?
—Oh, no me atrevería —dijo ella sonrojada—, yo no soy… de
los suyos. ¿De verdad eres una Kinnear?
—Supongo —dijo pensativa. Había cambiado de tema
enseguida—, mi madre lo era, al menos. ¿Sabes dónde puede vivir
mi abuela?
—Oh, pues claro. Regenta una casa rural a las afueras. Se
llama Black Rock. Pero yo no iría ahora por la noche. Mejor
mañana.
—Sí, pensaba cenar algo en algún sitio y mañana acercarme.
—Aquí tenemos unos platos buenísimos. ¿Qué tal unos huevos
con patatas y salchichas? Son caseras.
—Me encantaría, Gillian. Eres muy simpática.
—Gracias, hay que tratar bien a los visitantes y más si son br…
o sea, Kinnear. Voy a encargarlo a la cocina. Siéntate en alguna
mesa.
Bárbara se sentó en una de las limpias mesas de madera y se
entretuvo mirando la carta. Si cocinaban bien, sería un sitio donde
vendría estos días. Lo cierto es que Gillian la había hecho sentirse
como en casa. Se entretuvo con el móvil, pero no había mucha
cobertura. Su padre le había enviado un mensaje comentando que
ya estaba en Londres y su amiga Lorena le daba las buenas
noches. No les contestó. Todavía estaba molesta. Sabía que era
algo infantil, pero le hacía mucha ilusión celebrar sus veinticinco.
Sentía que era especial. Tocó su medallón y se acordó de nuevo de
su madre. Hubiera disfrutado si ella fuera quien le mostrase todos
los lugares de su infancia.
Gillian le trajo la cena y comprobó que todo estaba buenísimo,
incluido el pan, que estaba cortado a rodajas en una coqueta cesta.
También le trajo otra pinta, porque se la había bebido sin darse
cuenta. Menos mal que eran de esas cervezas con baja graduación.
Aun así, se sentía algo mareada.
Después de tomarse una infusión, se despidió de la chica y se
fue hacia el hotel. La luna brillaba con todo su esplendor y había
miles de estrellas. ¿Por qué, además de los paisajes, el cielo era tan
precioso?
Cruzó la calle hacia el hotel y miró al fondo, a la carretera que
daba al bosque, con un escalofrío. Allí había no un lobo, sino dos, y,
aunque estaban muy lejos, juraría que la miraban fijamente.
Apresuró el paso y respiró tranquila cuando entró al hotel. Esperaba
no tener pesadillas con ojos amarillos esa noche.
Capítulo 5. Jason
Después del día tan tedioso que había pasado, enterrado entre
papeles en el despacho de la destilería, lo único que le apetecía era
desnudarse y corretear por el bosque. Ya sabía que de día no era
muy conveniente, y más con los turistas que abundaban en esas
fechas. Pero su necesidad era mucho mayor.
Se dirigió con grandes zancadas hacia el bosque prohibido.
Prohibido, porque nadie se acercaba allí, nadie del pueblo. Algún
turista despistado sí que lo había hecho, pero el susto era tan
grande que juraban no volver a meterse allí.
Dejó la ropa en el hueco del árbol de siempre y ya desnudo,
comenzó la transformación. Era algo doloroso al principio, pero
después, el sentimiento de euforia lo invadía y de alguna forma, se
sentía libre. Nunca perdía la consciencia, cosa que les ocurría a
veces a los lobos jóvenes, pero a él nunca le pasó. Siempre dominó
su mente racional.
Subió por la ladera, arañando con sus garras el terreno para
impulsarse. Volvió a bajar, disfrutando del paisaje. Incluso los
animales del bosque seguían su vida igual. Sabían que no era un
depredador, sino un guardián, a pesar de ser un lobo. Un ruido lo
hizo frenar en seco. Se metió entre la maleza y vio unas piernas
enfundadas en deportivas. Continuó mirando y las piernas tenían
caderas, un bonito trasero y un rostro angelical. Su cabello estaba
trenzado y le llegaba hasta media espalda. Ella parecía estar
absorbiendo la energía del bosque, disfrutando realmente del
momento. Abrió los brazos como si quisiera abarcar los árboles,
pero no, se dijo, era una turista y había que ahuyentarla para que no
se produjeran accidentes con otros lobos de la manada.
Salió gruñendo de la maleza y ella se asustó y se recostó
contra un árbol. Cogió una rama y una piedra. Casi tuvo ganas de
reírse. ¿Qué podría hacer una chica, por muy bonita que fuera,
contra un enorme lobo? No pudo dejar de observar sus curvas, que
no se disimulaban con la chaqueta que llevaba. Sintió que se le
hacía la boca agua.
Pero todo se precipitó. Después de que ella le hablase e incluso
le comparase insultándole con un perro, le tiró una piedra y se echó
a correr. La siguió hasta que ella llegó a la carretera y la miró,
curioso. No sabía quién era, pero lo averiguaría.
La cabeza le dolía bastante y al convertirse de nuevo en
humano, se tocó la frente. Llevaba un buen chichón. Algo enfadado,
se puso los vaqueros y la camiseta y caminó hacia el pub.
Necesitaba una buena pinta.
Caminó refunfuñando y esperando que Gillian tuviera una
aspirina porque la cabeza le estallaba. Entró en el pub y la
camarera, que hasta entonces estaba riéndose, se quedó callada,
seria. Sabía que solía causar ese efecto, pero algo más le pasaba.
Cuando se sentó, vio ese trasero hermoso del bosque y la miró. Su
nariz respingona estaba metida en la pinta y le temblaban las
manos. Sonrió pensando que el susto había sido fuerte. Decidió
hablar con ella. Al hablarle, ella se giró y él no pudo dejar de mirar
esos ojos grises que ya había visto en el bosque. La joven se
preocupó por él, pero Jason quería saber quién era. Incluso pareció
que iba a acariciarle, lo que hizo que la mirase con deseo.
Después de enterarse por su hermano que era una Kinnear,
salió furioso por la puerta del pub.
Jason se alejó como si le hubiera dado un calambre. ¿Una
Kinnear? ¿Una de las brujas que le daban tantos quebraderos de
cabeza? Se levantó y, sin decir nada, salió del pub murmurando
acerca de las malditas brujas.
Desde la calle, maldijo su suerte. Llamó a su hermano Sean y
cruzó la calzada refunfuñando. Ella tenía algo. ¿Cómo no la había
olido? Una bruja era rápidamente identificable por los lobos. ¿Sería
algún hechizo para pasar desapercibida? Pero ella…, sus ojos…
parecían inocentes.
Sintió una palmada en la espalda y vio a su hermano que
contenía la risa.
—Así que te ha pegado duro, ¿eh?
—Casualidad. Pero ¿cómo te mezclas con una Kinnear?
—No hay nada de malo en ello. Eres tú, y tu cabezonería, el
que no quiere hablar con ellas. Son simpáticas. Megan Kinnear me
cae bien.
—Te cuidarás de acercarse a la chica. ¿En serio es una de
ellas? No parece saber nada…
—Y no lo sabe. No tiene ni idea de quién es y de lo que podría
hacer. Solo es una chica de ciudad que viene a ver a su abuelita.
—Nadie me avisó de que venía una bruja nueva a la ciudad,
tendré que hablar con Katherine.
—No ha hecho nada malo, excepto darte una pedrada. Anda,
vamos a corretear y se te pasará el mal rollo —dijo su hermano.
Jason asintió. En realidad, al ver a la joven había cortado sus
ejercicios habituales. Fueron caminando hacia el bosque y su
hermano pequeño continuó pinchándole con el tema. Sabía que le
duraría tiempo la broma. Al final, debería acudir a su voz alfa para
que lo dejase tranquilo.
Se desnudaron y, ya transformados, corrieron hasta agotarse.
Un olor le vino a Jason y salió de la linde del bosque, seguido por su
hermano, algo que no hacía nunca. Entonces la vio cruzar la calle y,
como si lo supiera, se volvió hacia ellos y, al verlos, echó a correr
hacia el hotel.
Jason maldijo mentalmente y se metió al bosque. Ya no quería
correr más. De alguna manera, sintió que deseaba proteger a esa
joven bruja. Mientras se vestía, pensó en las relaciones amorosas
de los lobos con humanos o brujas. Él nunca había sentido ese
escalofrío con ninguna de las chicas con las que estuvo y no quería,
ni por una miserable casualidad, sentir algo por esa chica, fuera o
no bruja.
Caminó junto a su hermano en silencio. La luna estaba redonda
y llena y las estrellas auguraban que el tiempo sería bueno. Miró
hacia la montaña. Allí estaba, negra y solitaria, cubierta de bruma.
Movió la cabeza y se despidió de su hermano, que se fue hacia la
antigua casa de sus padres, donde todavía vivía.
—No, bastante tengo con la destilería, el clan y vigilar la grieta
de Black Rock como para preocuparme de una chica que tira
piedras a los animales.
Abrió la puerta de su casa pensando en ese momento y no
pudo evitar sonreír. En el fondo, ella fue muy valiente y algo rara. Se
había enfrentado a un animal con una envergadura enorme y se le
ocurrió hablarle. No pudo evitar soltar una carcajada. La pedrada
había dolido, pero esperaba que conocerla no doliera más. Y, sin
embargo, estaba dispuesto a intentarlo.
Capítulo 6. Encuentros familiares
Bárbara se desperezó en la enorme y cómoda cama. Al principio
de la noche había soñado con esos ojos amarillos, pero la quietud
del lugar, sin olor a contaminación y sin sonidos de coches o
bocinas, la había relajado tanto que el sueño fue reparador.
Se duchó y lavó el cabello, y se vistió elegante: un pantalón
azul oscuro y una camisa blanca, con zapatos. Quería causar una
buena impresión a su abuela. Al parecer era bastante popular en el
pueblo, aunque tenía esa rivalidad familiar con el atractivo hombre
moreno que parecía tenerle manía. Había que reconocer que era
guapo de una forma casi salvaje, le recordaba a algún libro que
había leído de esos de highlanders, de los que hacía que la mujer
que lo probaba subiera al cielo en cada polvo. Pero no, no había
venido a eso, se recordó.
Bajó a desayunar. Algunos turistas ya estaban allí tomando
gachas, lo que no le hizo mucha gracia. La misma pelirroja de
recepción se acercó y le trajo un bol. Ni siquiera le comentó si
quería otra cosa. Luego se acercó con una cafetera y entonces sí le
preguntó. Ella asintió y le sirvió el café.
—¿Qué tal ha dormido, señorita Stanton?
—Ah, muy bien. Pensé que había desayuno libre —carraspeó
incómoda.
—Usted pruebe las gachas. Si no le gustan, le traeré cualquier
otra cosa.
Aceptó a regañadientes. ¿Qué tenía un bol de una masa
pastosa y blancuzca de extraordinario? Aun así, por educación,
tomó una cucharada. Cerró los ojos y dejó que los sabores
traspasaran su lengua y todas sus papilas gustativas. ¿Por qué algo
hecho con avena y leche y sí, aderezado con sirope dorado, era tan
delicioso?
—¿Quiere otra cosa? —dijo la recepcionista guiñándole un ojo.
Bárbara negó.
—Jamás había probado algo tan rico —suspiró Bárbara
tomando otra cucharada.
La chica se alejó satisfecha. Había pasado la prueba que le
hacía a todos aquellos que llegaban. Era algo particular suyo. Si le
gustaban las gachas que hacía su madre, la cocinera del hotel, le
caía bien. Si no, nada.
Después de ese desayuno tan delicioso, se sintió con fuerzas
para encaminarse a Black Rock, la casa de su abuela. Al parecer, y
según vio en un folleto que le dio la simpática recepcionista, había
una enorme montaña que se llamaba así y a cuyos pies estaba el
hotel rural que regentaba la familia Kinnear. Quizá podría haber
pasado la noche allí, pero bueno, se hubiera perdido las excelentes
gachas del desayuno.
Caminó tranquila, disfrutando del ambiente algo bullicioso de
los excursionistas que se preparaban para salir. Había varios
lugares que parecían interesantes para visitar y quizá, si al día
siguiente podía, le gustaría apuntarse a una de esas excursiones
programadas, aunque no sabía si tenía el equipo adecuado. Solo
llevaba unas deportivas. O quizá, si congeniaba con su abuela,
podría visitarla en vacaciones y, de paso, conocer un poco más al tal
Jason. Suspiró. «Vaya hombre». Si Sean era guapo, Jason era para
atrapar su boca y llevárselo a la habitación y estar toda la noche….
Se paró en seco y movió la cabeza. «No», no había venido para
eso. Aunque el tipo fuera capaz de hacer arder su interior.
Llegó a la casa, con una enorme fachada completamente
blanca y austera rodeada de un jardín lleno de flores. Algunos
turistas salían con enormes mochilas, despedidos por una mujer, de
unos cuarenta y tantos, que se la quedó mirando y se metió
corriendo en la casa.
Bárbara se giró para ver si era por ella o por alguien más, pero
no había nadie detrás. Se dirigió a la puerta, que estaba abierta, y
entró a la recepción del hotel. La mujer que se había metido
corriendo estaba ahí delante, frotándose las manos, y vio que la
barbilla le temblaba. La miró a los ojos y sintió que el corazón se le
salía. Esos ojos grises eran los mismos que los suyos, los mismos
que los de su madre.
—Soy tu tía Helen —dijo por fin y abrió los brazos. Sin poder
evitarlo, Bárbara se lanzó a ellos y le dio un abrazo. No sabía por
qué, pero se sintió como en casa. Así se mantuvieron un rato, hasta
que una voz, que salía de una habitación lateral, las interrumpió.
—¿Qué hace ella aquí? —dijo.
Helen se separó de Bárbara, sin soltarle de la cintura. Sus ojos
estaban arrasados de lágrimas.
—Madre, te presento a tu nieta Bárbara.
La mujer la miró de arriba abajo y ella aprovechó para
observarla. Era una señora de unos setenta, con el cabello
completamente blanco y apoyada en un bastón. Sin embargo, eso
no le restaba ni un ápice de fuerza. La miró con esos ojos grises
conocidos.
—Márchate, niña.
La mujer se giró y Helen fue detrás. Bárbara se quedó
desolada. Su propia abuela la había rechazado. Sabía por su padre
que no aprobó que su madre se casara y que se fuera de Glencoe,
pero ¿rechazar a su propia nieta? Se giró para marcharse.
—Hola, soy Megan —dijo una jovencita de cabellos rubios y
ojos también grises—, soy tu prima. Nosotras te escribimos esa
carta para que vinieras. Ya ves que la abuela es un tanto… especial.
Pero que tu madre se fuera con tu padre la conmocionó mucho.
—¿Y por eso tiene que echarme de su vida? Pero que no se
preocupe, me iré y no volveré aquí.
—No seas dramática —rio Megan cogiéndola de la mano—, y
ven a la cocina a tomar un té. Seguro que mi madre la convence y te
da una oportunidad.
—No necesito oportunidades. Ni siquiera sabía que existía
hasta recibir la carta. Lo menos que podía haber hecho era ponerse
en contacto conmigo antes.
—Eso también fue cosa de tu padre. Él no quiso, ya sabes,
tener relación con nosotras. Yo creo que… Un momento, ¿qué es
ese colgante? —dijo acercando la mano.
—No lo toques —dijo Helen asomándose a la cocina—, es de
su madre. Lo reconozco.
Su tía entró en la sala y las invitó a sentarse. Sirvió el té con
parsimonia y sacó unas galletitas.
—Verás, Bárbara. Ella ha pasado por mucho. Solo tienes que
darle un tiempo para acostumbrarse a la idea. Te pareces tanto a mi
hermana que verte ha sido muy doloroso. Bárbara asintió y tomó un
sorbo de su té.
—Me gustaría que me contases cosas de mi madre, tía Helen
—dijo ella sonriendo. Su tía, de cabellos claros y ojos grises, le caía
bien.
—Claro, ¿cuántos días te quedas?
—Me voy mañana, pero podría volver.
—Oh, pero una vez que empieces, quizá no puedas —dijo
pensativa Helen— y, por cierto, hoy es tu cumpleaños, ¿no?
Tenemos un regalo para ti. Pero antes, me gustaría que te quitaras
el colgante que te dio mi hermana. Solo un momentito —dijo ante la
mirada extrañada de Bárbara—, me gustaría comparar si es el
mismo.
Se sacó uno igual de su cuello y lo puso encima de la mesa.
Bárbara accedió y comenzó a sacar por la cabeza el de su
madre. Justo antes de terminar de sacarlo, la abuela entró.
—¡No lo hagas!, no estás preparada —dijo alargando la mano.
Pero fue demasiado tarde, se había quitado el colgante y un
rayo de luz le atravesó la cabeza. Cayó hacia atrás en la silla y
Megan se levantó rápido para sostenerla. Helen y ella la llevaron
hasta el sofá del salón mientras ella se convulsionaba como si miles
de voltios estuvieran atravesándola.
Helen le sostuvo la mano, ella seguía moviéndose de forma
inconsciente. La abuela se sentó en una silla cercana y miró con
desaprobación a su hija.
—No debías haberlo hecho tan bruscamente, quizá muera.
—Era la única forma de que la aceptases. Es una Kinnear,
madre.
—Ella está recibiendo su poder, todo junto y a la vez —dijo
Katherine—, y eso es demasiado fuerte. Tú sabes que lo normal es
ir accediendo conforme pasan los años…
—Pero mañana hubiera sido demasiado tarde. Hoy cumple los
veinticinco, ¿o es que no recuerdas?
—Quizá hubiera sido mejor para ella no recibirlo, lo puede
tomar como una maldición. ¿Qué pensará de todo esto? Ella es
ajena a nuestro mundo.
—Es una Kinnear —repitió Helen—, lo superará.
La abuela suspiró mientras veía a su nieta moverse
convulsivamente. Helen encendió un sahumerio y comenzó a
moverlo sobre ella, murmurando algunas palabras.
Megan le había colocado en la boca un palito para que no se
mordiera la lengua y se la quedó mirando con pena. Ella había
recibido de forma paulatina todos los poderes y enseñanzas y, aun
así, le había costado asimilarlos. Su pobre prima los recibiría todos
de golpe. Parecía una chica agradable y buena. La habían buscado
en redes sociales y era una abogada brillante. Solía ganar los casos
y aunque sabía que no usaba la magia, la magia vivía en ella,
latente, y eso podría haberla ayudado.
Pero le daba pena. Conocer el terrible mundo donde se había
metido, después de vivir ajena a él, sería duro para ella. Quizá no lo
aceptase. Terminaron el ritual alrededor de ella, para evitar males
mayores, y se quedaron esperando. Todo dependía de su fortaleza.
Estuvieron dos horas más mirando a la joven, que parecía
agotada, y a pesar de ello, sus miembros seguían moviéndose
descontrolados. Poco a poco, fue parándose y Helen acarició su
sudorosa frente. Ella seguía con los ojos cerrados, respirando
trabajosamente.
—Lo ha conseguido —dijo Helen con los ojos brillantes a su
madre—. Ha nacido una bruja.
Capítulo 7. Calma o desesperación
Inspiración, espiración. Inspiración, espiración. Poco a poco,
Bárbara notó que se iba calmando. Tenía vagos recuerdos de lo que
había pasado y solo la respiración profunda mil veces practicada
cuando era niña estaba logrando que sus latidos alcanzaran un
ritmo más sosegado.
Sin abrir los ojos, examinó su cuerpo y más allá. Notaba tres
respiraciones agitadas a su alrededor y una sutil… ¿cómo llamarlo?
¿Espesura? ¿Densidad...? en el ambiente.
Parecía que una niebla la envolviera y se estremeció de frío.
Una manta aterrizó sobre ella, como si en algún momento, el genio
de la lámpara le hubiera concedido su primer deseo.
La cabeza le daba vueltas, pero comenzó a recordar. Una
película de imágenes antiguas y modernas le había traspasado
hasta hacerla conmocionar. Un árbol seco, donde una mujer estaba
atada, a punto de ser ahorcada, apareció en su mente. Ella se
acercó al rostro de la mujer, con el cabello rojizo cortado a
tijeretazos y el rostro afligido por el sufrimiento. Ya no estaba fuera,
estaba dentro de sus ojos y podía ver esa gente que gritaba. Sus
bocas escupían una palabra que no pudo entender al principio.
Llevaban trajes antiguos, casi harapos, y sus rostros eran salvajes.
—¡Bruja! ¡Bruja! —entendió por fin y supo que iba por ella.
«Vete, no es bueno que pases por esto», sintió en su mente y,
aterrorizada, salió justo cuando dos de los hombres estiraron de la
cuerda y subieron a la mujer que murió lentamente, sufriendo. Ella
se retiró, volando o flotando, y volvió a su cuerpo, con la sensación
de que se había caído. Solo recordó el nombre de la mujer que
acababan de asesinar.
—Electra… —susurró en voz alta.
Una mano amorosa la tomó y se sintió reconfortada. No quería
abrir los ojos. ¿Y si estaba allí? Pero no, olía a café y a brezo fresco,
algo que notó cuando entró en la casa de su abuela.
De repente, los recuerdos más cercanos la asaltaron y
golpearon hasta hacerle daño. Sentía mala gana y, a la vez,
hambre.
—Bárbara, querida —dijo una suave voz.
—¿Mamá? —contestó ella con un nudo en la garganta.
—No, cariño. Soy tía Helen. ¿Cómo estás? ¿Puedes abrir los
ojos?
Bárbara parpadeó para evitar que una lágrima se asomase.
Cierto, su madre había muerto. Su padre estaba en Londres y su
abuela no la quería allí.
Intentó abrir los ojos y la luz la cegó momentáneamente e hizo
que pusiera una mano sobre ellos. Sintió a dos personas que la
ayudaban a incorporarse. Su boca estaba seca y sabía a madera.
—Bebe agua, prima —dijo una voz juvenil. Megan. Era Megan.
Ella entreabrió los párpados por fin y se encontró un vaso de
agua delante de su boca, que bebió con avidez.
—Despacio, Bárbara, despacio —dijo su tía Helen.
—¿Qué ha pasado? —acertó a decir con un susurro.
—Has visto a Electra —dijo la cascada voz de su abuela—, ella
es la primera de nosotras. Somos su descendencia.
Consiguió mirar a su abuela con sospecha, pero algo le decía
que era verdad. Lo había visto tan real que daba miedo.
—¿Qué somos nosotras? —dijo por fin.
—Esa, querida, es la pregunta adecuada.
—Vamos, madre, explícale o se va a volver loca.
—Está bien. Has pasado la prueba y has recibido la fuerza de
nuestros ancestros; los dones que se te han concedido no son cosa
de broma y requieren una gran responsabilidad. Te has convertido
en una de nosotras y deberás actuar en consecuencia.
—¿Y qué somos nosotras? —repitió.
—Somos brujas, por supuesto —dijo la abuela levantándose—,
y más te vale que comiences a aceptarlo o los que te rodean
correrán un grave peligro.
La abuela salió de la sala, apoyada en el bastón, y dejó a las
tres mujeres confusas, mirándose unas a otras.
—Disculpa a mi madre, esto ha sido muy sorprendente también
para ella.
—¿Cómo que brujas? —preguntó Bárbara sin dejar de pensar
en ello.
—¡Sí! ¿A que es una pasada? —dijo Megan, sentándose a su
lado y dándole un abrazo.
Bárbara, conmocionada por la experiencia y frustrada por el
rechazo de su abuela, hizo un gesto hacia su prima, para que se
retirase de su lado. No estaba para carantoñas. Pero ese gesto
levantó a la joven y la tiró contra las sillas que rodeaban la mesa,
cayendo al suelo.
—¡Megan! —gritó Helen corriendo a atenderla.
—Estoy bien, tranquila —dijo ella desde el suelo, en una
confusión de piernas y patas de silla.
Bárbara se asustó y se encaminó hacia la salida de la casa.
Tenía que huir, marcharse de allí. Se estaba volviendo loca y
además había hecho daño a la dulce chica.
Corrió por las calles de Glencoe hasta salir del pueblo. Sin
saber cómo, había acabado en el bosquecillo donde vio al perro
gigante. Estar allí le daba paz. Se sentó junto al tronco, respirando
trabajosamente. Se sentía mareada y tenía doble visión. O al menos
eso pensaba. Veía los árboles con un halo alrededor de colores
brillantes. Miraba al suelo y pasaba lo mismo. Cerró los ojos y apoyó
la cara en sus rodillas, llorando amargamente.
Capítulo 8. Bosque
No supo cuánto tiempo estuvo y ya casi no le quedaban
lágrimas. Estaba algo más calmada. Su bolso de bandolera seguía
colgando de su hombro y sacó un pañuelo para limpiarse la cara. No
acababa de aceptar lo que había pasado y esperaba que Megan
estuviera bien. Pero eso de ser brujas ¿era verdad? Su madre le
contaba historias cuando era pequeña de brujas buenas y nunca las
vio como el resto del mundo. Quizá la estaba preparando.
Echó la mano a su cuello. El colgante de su madre no estaba.
Recordó que fue cuando se lo quitó cuando aparecieron todas esas
visiones. Su tía le debía una buena explicación.
Escuchó pasos y se puso en alerta. No sabía si el lobo podría
rondar por ahí, pero al final, el sonido era humano. Alguien se puso
en cuclillas, delante de ella. No levantó la cabeza hasta que sintió el
aroma a pino y menta de él.
—¿Un mal día? —dijo con su voz ronca.
Cuando subió su mirada lo encontró con el cabello alborotado y
una media sonrisa.
—Uno de los peores de mi vida —acertó a decir ella.
—Podría empeorar, no tientes a la suerte.
—Sí, por aquí hay un lobo suelto —dijo ella mirando alrededor
con miedo.
—No, hoy no está.
Jason no pudo evitar acariciar el rostro enrojecido por las
lágrimas y ella se apoyó en la palma de la mano, con los ojos
cerrados. Necesitaba ese consuelo. Unos segundos más tarde se
retiró. Él no la perdía de vista.
—Disculpa. Pero gracias, estoy mejor. —Miró su frente. El
chichón había desaparecido—. ¿Te curas muy pronto o tienes un
hermano gemelo?
Su carcajada fue algo que la pilló desprevenida. Lo había visto
tan serio, que le parecía que no existía la risa en su catálogo de
expresiones. Ella no pudo evitar sonreír y él se sentó en el suelo,
frente a ella.
—Siempre he tenido la cabeza muy dura. Y quiero disculparme
si el otro día fui un maleducado.
—Debe ser cosa de familia. Tu hermano fue encantador y luego
dejó de hablarme en el viaje —dijo ella encogiéndose de hombros.
—Sí, es cosa de familia. ¿Por qué estás aquí?
—No sé, este lugar me da tranquilidad. Algo tiene…
—Qué raro… —dijo él. Ninguna Kinnear paseaba por los
bosques de los McDonald.
—Y tú, ¿qué haces aquí?
—Estos bosques son de mi familia y más allá tenemos una
destilería. Quizá algún día te la enseñe.
—Me gustaría. En fin, será mejor que me vaya —dijo
levantándose deprisa y trastabillando. Él se levantó con la misma
agilidad y la sujetó, de manera que ambos quedaron muy cerca,
frente a frente.
Ella se mordió el labio y él acarició su brazo. Se miraron por un
momento y el tiempo pareció detenerse. Cuando Bárbara pensó que
iba a besarla, él se apartó.
—Lo siento, no puedo —dijo él, y se dio media vuelta,
alejándose de ella.
Bárbara bajó el rostro, apenada. Quería besarlo. Le atraía
muchísimo, pero era mejor así. Al día siguiente se iría del pueblo,
fuera o no bruja, le daba lo mismo. No quería saber nada de esas
cosas. Además, ¿qué pensaría Jason si le dijera que era bruja? No.
Tenía que marcharse. Quizá el colgante de su madre impediría
hacer daño a nadie más.
Salió del bosque y caminó hacia el pub. Estaba hambrienta y
deseaba tomar ese plato de huevos con salchichas de nuevo. Ojalá
Gillian se lo preparase rápido.
Capítulo 9. Prohibido
Jason la vio salir del bosque preocupado. Había estado a punto
de besarla y eso estaba prohibido. ¡Era una Kinnear, por el amor de
Dios! Y él un McDonald. Las consecuencias de cualquier interacción
entre uno y otro clan eran impredecibles. Además, él había notado
la transformación de la chica, a la vez que su confusión. Katherine
Kinnear había hecho lo suyo y convertido a una mujer inocente en
una de esas arpías que le complicaban la vida.
Se riñó a sí mismo. No era para tanto. Eran mujeres normales,
solo brujas, y tenían la misma intención que él: vigilar Black Rock y
las líneas ley que corrían por debajo de esos verdes valles.
Pero se había quedado fascinado por sus ojos grises, con
puntos verdosos en el iris. Por su condición era capaz de distinguir
colores increíbles, y cada centímetro de su piel lo era. Desde las
pecas que cubrían su rostro hasta ese cabello castaño, rojizo
cuando la luz lo reflejaba. Cuando la sujetó, su cuerpo pareció
acoplarse al suyo y sintió que su estómago le daba un vuelco.
No podía, de ninguna manera, se repitió. Caminó hacia la
destilería, para entretenerse un poco y quitar de su mente esos
preciosos ojos grises.
Capítulo 10. Sube como la espuma
Cuando entró en el pub, Gillian le indicó con la mano que se
sentara en la mesa que estuvo el otro día. Allí, una pinta de cerveza
y un abundante plato de huevos con salchichas y patatas la
esperaban. Se le hizo la boca agua, y sin comprender del todo cómo
sabía la chica que iba a ir, le sonrió y se puso a comer.
Ya llevaba medio plato cuando apareció Sean y se sentó sin
pedirle permiso.
—Así que ya es oficial, ¿no?
—¿A qué te refieres? —contestó sonrojándose.
—Oh, puedes hablar conmigo con toda tranquilidad, creo que
ya soy como de la familia.
—No te entiendo, Sean.
El chico alzó los ojos y le cogió una patata del plato.
—Todos lo hemos sentido, una ola enorme de energía no pasa
desapercibida así como así.
—Mira, Sean. No sé qué pasa ni qué soy, pero hoy mismo me
iré a casa, como sea. No quiero saber nada de este pueblo y menos
de las tonterías de mi abuela.
—¡Ah, estás aquí! —dijo Megan tras entrar corriendo por la
puerta—. Hola, Sean. —Se ruborizó—. ¿Qué haces con mi prima?
—Aquí, hablando de lo suyo. ¿Sabes que le dio una pedrada
a… al lobo negro del bosque?
—¡No fastidies! —dijo ella tapándose la boca para evitar la risa
—. ¡Esa es mi primita!
—Oye, chicos, que estoy aquí —dijo ella señalándose a sí
misma—. Me parece bien que os riais a mi costa y me alegro de que
estés bien, Megan…, pero solo quiero estar sola hasta que salga mi
autobús mañana por la mañana.
—Pero no puedes irte así, Bárbara —contestó ella—, todavía
no dominas la magia y puedes hacer daño a alguien.
Bárbara miró a Sean, que parecía tan tranquilo y nada
sorprendido. O sea, que sabía del tema.
—No haré nada a nadie, te lo aseguro —dijo ella levantándose
de mal genio.
—Lo harás. Todas, en un momento de nuestra vida, hemos
perdido el control y es necesario mantenerlo para no herir a alguien
—dijo mirándola con pena—, si vuelves a tu casa sin saber
controlarte, lo harás, seguro.
—Vale, pues dime cómo no hacerlo y listo —dijo sentándose de
nuevo.
—Ya que vais a hablar de vuestras cosas, me voy —dijo Sean
—, los secretos de las Kinnear tienen que quedar en familia.
El chico se levantó guiñándoles un ojo y se fue hacia la barra
donde se puso a hablar con Gillian. Sin embargo, no las perdía de
vista.
—Verás, prima, las brujas, que es lo que tú eres por si no te
habías dado cuenta, no somos como los demás. No es como si
tuviésemos poderes mágicos y que, con solo chasquear los dedos,
podamos convertir a alguien en rana —sonrió y miró a Sean de
reojo—, son dones más o menos fuertes, pero lo que mejor
hacemos es preparar rituales y hechizos. Aunque es cierto que
cuando nos enfadamos o sentimos emociones muy potentes,
podemos canalizar la energía, como cuando me lanzaste hacia las
sillas.
—Lo siento, Megan —se disculpó de nuevo. La chica le quitó
importancia.
—Nuestra tía Louise también tenía bastante genio y más de
una vez lo demostró.
—¿Tenemos una tía?
—Sí, mucho más joven que mi madre, se fue cuando cumplió
los dieciocho y no se habla de ella en casa. Como de… tu madre. Lo
siento, Bárbara.
—Seguro que la abuela…
—No lo sé. Pero a lo que iba, aquí en Black Rock hay una
confluencia de líneas ley que es muy extraña y por eso la bisabuela
Shaun se asentó aquí. Para proteger a la gente de los peligros que
pudieran salir de lo que llamamos la Grieta.
Bárbara se quedó callada, pensativa. Tenía una tía y ellas
protegían el pueblo. Bueno.
—Y esto de la magia, ¿cómo funciona?
—La magia es voluntad e intuición —dijo Megan sabiendo que
se estaba enganchando—, cualquier ritual se parece más a una
receta de cocina, pero la diferencia es la intención. La voluntad que
le ponemos en el hechizo, la intención que queremos manifestar y la
intuición para utilizar los ingredientes necesarios.
—¿Queréis un café, chicas? —interrumpió Gillian mientras
retiraba el plato vacío. Ambas asintieron.
—¿Y qué tipo de cosas salen de esas grietas? ¿Luchamos
contra ellas o qué?
—Bueno, luchar no, solo protegemos e impedimos que salgan,
pero eso ya te lo iré contando otro día. Pero somos buenas, de
verdad —dijo Megan. No quería explicarle que ellas no eran las
encargadas de desgarrar y matar a las criaturas que pudieran salir.
—Como las brujas de los cuentos que me contaba mi madre,
buenas. Parece difícil.
—No lo es —Megan sonrió—. La abuela es especialista en
magia casera, es decir, no necesitamos lenguas de dragón, que no
existen, por cierto, sino cosas más cotidianas, una aguja, brezo,
piedras…, cosas así. Eso, unido a palabras que salen de nuestro
corazón, hace la magia. A veces, cuando nos enfadamos mucho,
nos descontrolamos y pasa lo que pasó en casa. Pero tranquila, que
estoy bien —repitió al ver de nuevo la cara de susto de su prima.
—No me has dicho cómo controlarlo.
—Toma —dijo sacando el colgante—. Mi madre dice que la tuya
hizo algo en ese colgante para que no recibieras la magia que se
suele recibir a lo largo de los años y posiblemente haga que se
atenúe, pero no lo sé, porque mi madre lleva uno similar y hace
magia.
—Lo intento —dijo poniéndose el guardapelo de su madre.
Sintió una leve vibración, pero luego, nada—. ¿Qué hago para
probar?
—Algo sencillo —dijo mientras se apartaba para que Gillian
dejase el café en la mesa—. Puedes dar vueltas al café y decir
«sube como la espuma», es una cosa sencillita que me enseñaron
de pequeña y sirve para espumear la leche. A veces podemos hacer
truquitos como ese —sonrió Megan.
—Esto me parece una tomadura de pelo —suspiró ella, pero en
el fondo, algo raro pasaba.
Comenzó a dar vueltas al café y pronunció las palabras, pero
ahí no ocurrió nada. Miró a su prima, que la animó a continuar.
Nada.
—Tal vez queden restos del hechizo de tu madre. Prueba sin el
colgante.
Bárbara bufó y comenzó a ponerse de mal humor. Se quitó el
colgante y empezó a dar vueltas al café.
—Sube como la espuma —dijo ya harta de todo.
El café salió expulsado con toda su fuerza hacia el techo y allí
se quedó pegado. Bárbara se puso colorada y Megan aplaudió
riéndose. La nueva bruja miró a su alrededor para ver si alguien lo
había visto y, de todo el mundo, solo Gillian y Sean miraban el techo
con la boca abierta.
—Mira, ellos lo han visto, ¿qué pensarán de mí? —dijo Bárbara
sin levantar la vista de la mesa.
—Oh, bueno, Gillian es una prima tercera, aunque ella no tiene
los dones, y Sean…, bueno, es Sean. Ya viste que no se extrañó.
Aquí casi todos están enterados.
—De todas formas, me tengo que ir a casa —dijo Bárbara
poniéndose el colgante. Dejó más o menos lo que le había costado
la otra noche y una propina por el desperfecto y salió deprisa del
pub.
Casi corriendo, llegó al hotel, fue a su habitación y se echó en
la cama.
—Esto no puede ser, no puede ser…
Capítulo 11. Desesperación
Un potente pitido la despertó. Miró la hora. Eran las diez de la
noche y se sentía agotada. Se acercó al teléfono, el monstruo que la
había despertado, y vio que era su padre. ¿Ahora se acordaba de
que era su cumpleaños?
—Hola —contestó.
—¿Dónde has estado? Llevo llamándote todo el día —dijo él
preocupado. Puso el altavoz y comprobó que tenía muchas
llamadas de su padre y de su amiga Lorena. Envió un mensaje a
Lorena mientras hablaba.
—Por lo que se ve aquí no hay cobertura.
—¿Dónde estás? ¿Por qué no tienes cobertura? ¿Estás bien?
—Sí, estoy bien, más o menos. He venido a Glencoe. Recibí
una carta de la abuela, bueno, de la tía Helen.
Hubo un silencio en la línea. Solo se escuchaba la respiración
agitada de su padre.
—Entonces, ¿tú sabías que tenía familia?, ¿y lo otro?
—¿Qué te han hecho, hija? ¿Te han quitado el colgante?
Bárbara aguantó las lágrimas y se giró hacia la ventana, que
daba a un pequeño cenador en el jardín. Él lo sabía. No podía
continuar hablando.
Colgó el teléfono y salió de la habitación por la ventana abierta
que daba a un jardín, descalza, con el cabello alborotado y sin
pensar dónde iba. Corrió y corrió por la carretera, hasta que,
fatigada, se paró. Se había alejado mucho del pueblo y su camino
solo estaba iluminado por la luz de la luna y las estrellas. Se sentó
en una orilla del camino, sobre una piedra, respirando
trabajosamente. Su padre lo sabía todo y nunca le había dicho
nada. Todos esos años mintiéndole, ocultándole su pasado. Allí
todos mentían. Sean sabía algo, Megan e incluso la camarera. La
habían mirado con pena, incluso había sentido algo de temor.
Respiró de forma agitada, no podía calmarse por mucho que lo
intentase.
Gritó con todas sus fuerzas, con toda su potencia, durante
varios minutos, y resonó en el valle su voz desesperada. Con la voz
rota, se acurrucó sobre sus rodillas y se echó a llorar.
No supo cuánto tiempo había estado llorando, pero empezó a
sentir la humedad subiendo por sus pies. Un ruido entre los
matorrales le hizo levantar la cabeza. Quizá ese lobo había venido a
acabar con ella. Por una parte, le daba igual. Escuchó pisadas
descalzas muy cerca y ese olor a hierba fresca, a brezo y menta.
Jason.
—¿Qué haces aquí sola? ¿No sabes que es peligroso? —dijo él
agachándose y tendiendo la mano para levantarla. Ella tomó su
cálida mano y levantó la cabeza.
Ella lo miró. Llevaba solo unos pantalones cortos amplios y el
torso al desnudo. Y vaya torso. Sus músculos relucían a la luz de la
luna y no tenía apenas vello, solo un rastro oscuro desde el ombligo
hasta el lugar oculto en los pantalones.
—Me da igual todo, Jason. Será mejor que te marches, no
estoy de humor —dijo ella volviendo la cara. Debía dejar de mirarlo
porque lo siguiente era atrapar esos labios carnosos y comérselo a
besos. Se sintió ligeramente excitada.
—Vamos, Bárbara, no será tan malo —dijo él olisqueando. Se
quedó quieto un momento y maldijo en voz baja por no llevar más
ropa. Él también había notado su excitación—. Además, falta media
hora para que termine tu cumpleaños —dijo para animarla—,
deberías estar celebrándolo.
—Un feliz cumpleaños de mierda, el peor de mi vida —dijo ella
mirándolo. ¿Cómo sabía él que era su cumpleaños? Quizá había
sido Megan. Se levantó del todo y se sacudió la tierra del pantalón
—, aunque podría cambiar.
Ella se acercó hasta él. Su temperatura era cálida a pesar de no
llevar casi ropa. No sabía qué era, pero ese hombre la ponía a cien.
Él se quedó quieto mientras ella acariciaba su torso perfecto, liso,
fuerte. Solo un ligero temblor en él le indicó que no era una estatua.
Pasó los brazos por alrededor de su cuello y le hizo agacharse. Sus
labios se entreabrieron y él no pudo soportarlo más. Se lanzó a
poseerlos de forma salvaje. Su lengua entró en ella, buscando el
placer mientras sus brazos aprisionaban su cintura contra su vientre.
Ella sintió la erección que tenía y deseó con toda su fuerza que la
hiciera suya.
Se despegó un momento de su boca y lo miró.
—¿Hay algún sitio?
Él comprendió a la primera. La cogió en brazos, pues iba
descalza, y ambos se adentraron en el bosque, en un claro donde la
hierba crecía suave. La depositó con delicadeza.
—¿Estás segura? —dudó él.
—Del todo —dijo ella quitándose la camiseta.
Él atrapó el pecho con su enorme mano y lamió con ganas su
cuello, dedicándole una caricia que hizo que sus pezones se
contrajeran y hasta el roce del sujetador fuera molesto. Él la liberó,
desabrochándoselo hábilmente y dejando esas dos bellezas al aire.
Jason descendió por su vientre, sin dejar de pellizcar suavemente
su pecho y haciendo que ella se arquease de placer. Desabrochó el
pantalón y lo bajó un poco. Ella levantó el trasero para ayudarle y un
aroma delicado de excitación llegó a las fosas nasales de Jason,
que sintió que podría tener un orgasmo solo con ese olor. No se
planteó que nunca había degustado algo así, pero hoy lo haría, y sin
importarle las consecuencias.
Pronto, ella estuvo desnuda y él bajó para probar ese delicado
almíbar que ella destilaba. Succionó y chupó, haciendo que ella se
arquease todavía más, hasta que, por fin, llegó un orgasmo
devastador que él lamió hasta que no quedó nada. Ella se paró
quieta y luego lo miró y abrió las piernas para recibirlo.
—No sé si debería —dijo Jason, pero lo cierto es que iba a
estallar por sí solo si no se introducía en ella.
—Vamos, puedes, tomo pastillas.
Él no se refería a eso, pero en ese momento no se iba a resistir.
Ya vería más tarde las consecuencias. Se puso sobre ella, sin
aplastarla, y se enterró en su cuello a la vez que entraba con
suavidad. Ella enlazó sus piernas en su cadera y lo empujó, quería
más y lo quería ya. No se hizo esperar. Sus movimientos, cada vez
más rápidos, hacían que ella gimiera con pasión, agarrándose a él y
casi estando en el aire. Él aceleró todavía más, pero al notar que
sus ojos se tornaban amarillos, desvió la vista y se derramó en ella,
consiguiendo que ella lo hiciera también.
Se apartó y se dejó caer sobre la hierba, todavía con los ojos
cerrados. Todavía respiraba trabajosamente y enseguida le vino un
pensamiento a la cabeza. ¿Qué había hecho? Si se enteraba el
consejo, y lo que era peor, la abuela de la chica, rodaría su cabeza.
La miró de refilón. Ella respiraba tranquila. Tocó su piel desnuda
y ella se estremeció. Se giró hacia él y se acercó, acurrucándose en
su pecho.
—Creo que has arreglado mi día, Jason —dijo ella en su cuello.
«O lo he estropeado», pensó él mientras acariciaba su cabello.
Al poco, Jason se despejó.
—Tenemos que irnos o te quedarás fría —dijo Jason,
incorporándose con ella.
—¿Quieres venir a mi habitación? —dijo ella pensando en
dormir con él.
—No puedo —contestó, poniéndose su pantalón corto.
—No me digas que estás casado, porque ya lo que me faltaba,
otro mentiroso más.
—No estoy casado —dijo él tomándola de los brazos—, pero no
es conveniente que nos vean juntos, al menos, no de momento.
Ella se apartó y comenzó a vestirse. Había tenido el mejor sexo
de su vida, pero tampoco sabía qué le pasaba a él, o a la gente de
este pueblo. Lo miró de refilón. ¿Él también tenía algo? O sea, bruja
no era, pero ¿brujo? Quizá por eso Sean le había dicho algo sobre
la incomodidad, no recordaba bien.
—No te preocupes, me marcho sola a mi habitación. De todas
formas, mañana tomo un autobús de vuelta a Glasgow.
—No deberías marcharte, Bárbara.
—¿Tú también?
Terminó de ponerse el pantalón y de abrocharse mal la camisa
y comenzó a caminar por el bosque, intentando no pincharse. En un
momento, Jason la cogió en brazos y ella se resistió.
—Al menos déjame llevarte hasta la carretera. Puedes herirte.
—Pero igual nos ven y eso sería malo para ti —dijo ella con los
brazos cruzados en su pecho. El tipo la llevaba como si no pesase
nada. Él sonrió.
—¿Sabes que estás muy bonita cuando te enfadas? Aunque
cuando tienes un orgasmo, tu rostro es sublime.
—¡Oh! Eres… eres… —Ella volvió el rostro colorado hacia fuera
y notó que el pecho de él se movía. Se estaba riendo.
Llegaron a la carretera y la bajó con delicadeza. Ella comenzó a
caminar hacia el pueblo sin decirle nada. Estaba muy enfadada con
todos los que vivían allí, con su tía, con su abuela, hasta con su
prima y Gillian, con Sean, con la pelirroja de la recepción, con
Jason, con Jason sobre todo. Seguía caminando con paso firme.
Sentía las piedras del camino clavarse en sus pies, pero no le
importaba. Glencoe se veía a lo lejos y estaba deseando llegar a su
habitación, que pasara la noche y a las nueve coger el autobús de
vuelta, porque su padre tenía muchas cosas que explicarle.
De repente, escuchó un ruido a su derecha y dio un brinco. ¡El
lobo! Cogió un par de piedras y continuó caminando, hasta que una
sombra oscura se puso delante, flotando como a cinco metros.
Tenía forma humanoide, pero de su cuerpo salían como jirones que
se retorcían a su alrededor. Lo peor eran sus ojos, rojos y brillantes.
Ella retrocedió un paso y esa cosa avanzó uno. Miró a ambos lados,
no sabía por dónde huir. ¿Qué era eso? No entendía nada.
Dio otro paso hacia atrás y esa criatura horrible ladeó la cabeza
y dio un paso hacia ella. Le daba la impresión de que se estaba
riendo, aunque no tenía cara ni boca. Entonces, unos pasos
apresurados la sorprendieron desde atrás y el enorme lobo que la
había asustado la otra vez se lanzó contra esa forma y la derribó,
atacándola en el cuello. Ella se quedó quieta, sin reaccionar, pero
luego, al ver que el lobo la miraba de reojo, echó a correr y no volvió
la cabeza, por muchos gruñidos que escuchase.
Despavorida, llegó al pueblo y se encerró en su habitación,
aterrorizada. ¿Qué había pasado? Su corazón latía como si fuera a
salírsele del pecho. Iba a tomar un vaso de agua, pero lo pensó
mejor y abrió el minibar. Sacó una botella pequeña de whisky
escocés que tomó de un trago. El licor ardió por toda su garganta
hasta bajar por su esófago y sintió nauseas. Se sentó en la cama sin
saber qué hacer. ¿Debía avisar a alguien? ¿Y Jason? ¿Se habría
encontrado con esa cosa?
Preocupada, se levantó. Quizá debía ir al pub para preguntar
por Sean y decirle que su hermano estaba en el bosque, sin
importar que supiera que había estado con ella. Empezó a vestirse.
Miró el móvil. Su padre la había llamado varias veces, y también
Lorena. Pero ahora no tenía tiempo para ello.
Justo cuando iba a salir, alguien golpeó su ventana, dándole un
susto de muerte. Bajo la luz de la luna se encontraba Jason,
completamente desnudo y con una herida en su perfecto pecho.
Ella abrió la ventana y él pasó la pierna y entró.
—Cierra. Quería saber si estabas bien —dijo él agitado.
—¡Estás herido! ¿Te has encontrado con la cosa esa? ¿O con
el lobo?
—Con ambos —dijo él—. ¿Te importa que me duche? Necesito
limpiar la herida.
—No, claro.
Él movió su musculoso trasero hasta el baño y dejó caer el
agua caliente. Bárbara lo deseaba de nuevo y le apetecía meterse
en la ducha, enjabonarle y hacer cosas de adultos con él, pero no lo
haría.
Se sentó en la cama para esperarle. Por lo menos estaba bien.
Él salió con una toalla tapando su cintura. Llevaba un rasguño que
todavía sangraba en el pecho.
—Deberías ir al médico —dijo preocupada.
—No te preocupes, curo enseguida. Solo necesito un momento
y llamar a mi hermano Sean para que me traiga ropa.
—Claro, échate en la cama.
Jason asintió y se echó, todavía con la toalla en la cintura. Ella
se quitó los pantalones, pero se dejó la camiseta, y se echó junto a
él.
—¿Qué pasa en este pueblo, Jason? No entiendo nada.
—Deberás ir poco a poco —suspiró él medio dormido—, o no
podrás dormir por la noche.
Ella apoyó su rostro en el brazo de él y cerró los ojos. Solo un
poquito. Aspiró ese aroma fresco que salía de él y que era el mejor
que jamás había olido. Y se quedó dormida. Ambos lo hicieron,
abrazados.
Capítulo 12. Preguntas
Bárbara abrió los ojos y se encontró en brazos de ese hombre
tan imponente. La toalla estaba fuera de su sitio, revuelta entre su
pierna y la suya que estaba sobre la que tenía adelantada. No quiso
mirar sus partes íntimas, aunque pensó que le gustaría echar un
vistazo. Sin embargo, en ese momento estaba más despejada y
necesitaba respuestas más que sexo.
Apartó el pesado brazo que le rodeaba la cintura y miró el
móvil. Las seis de la mañana. Se sentó en la cama, observando las
primeras luces que comenzaban a desperezarse entre la bruma que
cubría las montañas. ¿Qué había pasado? Ella se había convertido
en una bruja, por lo que se ve. Había corrido y gritado de rabia. Una
cosa negra que parecía hecha de alquitrán salió y un lobo, el lobo,
pues había reconocido su pelaje, la había defendido. Después,
Jason había entrado en su habitación como su madre lo trajo al
mundo. Y ella solo lo acogió. Sin preguntas.
—Me voy a volver loca —susurró levantándose de la cama.
—Es normal que te cueste aceptarlo —dijo él desde la cama.
Ella se sobresaltó y se volvió hacia el hombre que, discretamente,
había tapado su cintura.
—¿Qué pasa aquí, Jason? Ayer me atacó una cosa oscura, con
aspecto de petróleo, o yo qué sé, y el lobo me salvó. Es que no
entiendo nada. ¿Tú sabes qué es?
—Algo sé, pero no puedo… o sea. Es complicado, Bárbara. Ni
siquiera debería estar aquí.
—Ah, sí, por esa ridícula disputa entre nuestras familias. Pues
no lo pensaste en el bosque —dijo poniéndose colorada.
—Cierto, no lo pensé y fue un error.
Bárbara se puso lívida.
—Me voy a duchar y espero que cuando salga, no estés.
—Espera, no quería decir…
Bárbara dio un portazo y se metió en la ducha. Las lágrimas
pedían salir, pero ella no las dejó. Desayunaría y se iría, para
siempre. Ya controlaría lo que fuera que le habían hecho su abuela
y su tía, pero no quería verlos a ninguno, nunca más.
Escuchó suaves golpes en la puerta y a Jason que la llamaba,
pero no contestó. Si tan arrepentido estaba de haberlo hecho con
ella, que se fuera a la mierda. Aguantó un sollozo como pudo y por
fin, cuando escuchó la puerta de la habitación, dejó correr todas las
lágrimas retenidas, lágrimas de decepción y horror.
Capítulo 13. Arrepentimiento
Jason maldijo su torpeza. Cogió el teléfono de la habitación y
llamó a su hermano para que le trajese ropa. Con la toalla en la
cintura, se deslizó de nuevo por la ventana y corrió hacia el
bosquecillo. No era la primera vez que alguien lo veía por el pueblo
con poca ropa y muchas mujeres apreciaban las vistas. Pero esta
vez no quería que lo relacionaran con Bárbara.
Había cometido un grave error, aunque lo disfrutó como nunca.
Ella era…, ella era tan tierna y bonita, pero una bruja y lo que era
peor, una Kinnear. Él, como macho alfa de los McDonald, no podía
confraternizar con ellas.
Su hermano llegó con la camioneta a la linde del bosque.
Aunque solían dejar bolsas con ropa a lo largo del bosque del lobo,
donde vio por primera vez a la chica, en esa zona no y la gente
comenzaba a salir a trabajar.
Sean sonrió al ver la toalla y arqueó las cejas. Un gruñido le
hizo callarse y esperar a que su hermano se vistiera para ir hacia la
destilería. Condujo con cuidado y, al final, no pudo evitar
preguntarle.
—¿Qué ha pasado?
—Ayer acabé con una Baobhan Sith que todavía no se había
convertido en vampiro. Se acercó a… bueno, Bárbara estaba allí,
pero no me vio transformarme. Luego la seguí y, en fin, me colé en
su habitación y he dormido ahí.
Sean frenó de golpe haciendo que Jason se golpeara la cabeza
y maldijera en gaélico.
—¿Te acostaste con ella? ¡Es una Kinnear! Katherine te cortará
las pelotas.
—Anoche no.
—¿Anoche no? Pero ¡Jason! —Lo miró con los ojos abiertos
mientras su hermano se removía incómodo.
—Sigue conduciendo, joder —dijo malhumorado.
—Te has metido en un lío.
—De todas formas, ella se marchará hoy.
—¿Y la van a dejar irse? Ayer despertó a lo suyo. Puede
provocar cualquier desastre si vuelve a la ciudad sin saber
manejarse.
—Eso es cosa de ellas, no nuestra. Si se va, menos problemas.
Las Baobhan Sith aparecen a la llamada de una bruja. A veces.
Quizá fue ella.
—Por eso mismo. Tendríamos que informar al consejo, y a las
Kinnear.
—Te repito que es su problema, no nuestro. Y se acabó.
Jason se cruzó de brazos y dio por zanjado el tema mientras
Sean aparcaba en la puerta de la destilería. El hermano mayor se
bajó de mal humor y entró en las oficinas. Sean movió la cabeza con
desaprobación. Su hermano se había ido de cabeza. Echó marcha
atrás, volvió al pueblo y aparcó frente al hotel de la chica. Debía
hablar con ella, explicarle lo peligroso que era que se fuera. Su tía
Helen o su abuela deberían vigilarla.
Bajó del coche y entró en el hotel, donde la bonita recepcionista
bostezaba, pero al verlo a él, se recompuso y sonrió.
—¿Qué se te ofrece, Sean? —dijo ella.
—Tengo que hablar con una de tus huéspedes, Bárbara. ¿Está
por ahí?
—Sí, está desayunando. Su autobús de vuelta sale a las nueve.
—Gracias, preciosa —contestó guiñándole el ojo. Ella se
sonrojó.
Sean entró en el comedor donde Bárbara removía el café. A su
lado tenía una tostada medio mordisqueada. Se sentó junto a ella y
cogió una de las galletas que también había en la mesa.
—Buenos días. ¿Qué tal estás? —dijo alegre.
—¿Tú qué crees? —contestó ella. A pesar de todo, el chico le
caía bien—, deseando largarme de aquí.
—Eso es un problema, Bárbara. No puedes marcharte ahora
que ya eres una de ellas.
—¿Quieres decir una bruja? Eso son tonterías. Me he
levantado con las ideas muy claras hoy y lo único que quiero es
volver a casa e irme de este pueblo en el que apenas hay cobertura
y estáis todos locos.
—¿Incluso mi hermano?
—Tu hermano es el peor. Tan pronto quiere… —se sonrojó y no
dijo nada—, como me dice que no nos pueden ver juntos, que soy
un error.
—No es que tú seas un error —dijo él cogiendo otra galleta—,
es vuestra relación la que lo es.
—No tenemos ninguna relación, Sean, y en una hora y media
sale mi autobús.
—Hola —dijo Megan, y su madre apareció también. Helen
frunció el ceño al ver a Sean.
—Me voy —dijo Sean levantándose—. Helen, tu sobrina quiere
irse y no debería.
—No te metas en nuestros asuntos, McDonald —contestó ella
malhumorada. Megan le sonrió levemente y él le guiñó el ojo y le dio
un beso en la mejilla a Bárbara.
—¿Te has acostado con Sean? —dijo Megan una vez que el
muchacho salió.
—Pero si es un crío, ¿qué te crees que soy yo? —dijo ella
ofendida. Por suerte, no le habían preguntado por Jason.
—Menos mal —dijo Helen suspirando—. No debes juntarte con
los McDonald, por muy encantadores que parezcan. Son mala
gente.
—¡Mamá! —protestó Megan.
—Tú a callar —dijo Helen—. Bárbara. En algo tenía razón el
lo…, el chico. No puedes irte porque has despertado de repente y
no controlas lo que puedes hacer. Viste como empujaste a Megan
contra la pared, pero puedes hacer otras cosas que desconoces.
—Ayer me atacó una cosa —dijo ella. No sabía si decírselo,
pero así comprenderían que se tenía que ir—, tenía forma humana,
pero con la textura del alquitrán. Pasé mucho miedo. Un lobo, o un
perro, el mismo que me encontré el primer día, saltó sobre ella y
pude escaparme. Aquí ocurren cosas muy raras y no quiero
saberlas.
—¿Te salvó Ja… el lobo? —dijo Megan sorprendida.
—Esa forma, ¿tenía los ojos rojos? ¿Y estaba hecha como de
jirones? —preguntó Helen. Bárbara asintió—. Me imagino que
estabas muy afectada cuando te fuiste. ¿Lloraste o gritaste?
—¡Qué más da! Tampoco es que os importe mucho. Jamás
contactasteis conmigo, a pesar de que sabíais que yo desconocía
que existíais…
—La abuela le prometió a tu padre…
—Calla, Megan. Sí, tienes razón, no contactamos contigo, pero
ahora estás aquí y es el momento adecuado. Esa tristeza o rabia
que sentiste ayer, junto a tu poder, llamó a la Baobhan Sith. Tú la
invocaste. Si hubiera completado su transformación, podría haber
acabado con mucha gente. Es una vampira sedienta de sangre una
vez se forma.
—Venga ya —dijo Bárbara, pero un escalofrío la traspasó de
arriba abajo.
—Danos unos días. Sale un autobús el jueves. Quédate solo
cuatro días y déjanos contarte todo acerca de nuestra herencia y de
tu madre. Y luego decides. También te enseñaremos a controlarte.
Por favor, Bárbara. Yo también amaba a mi hermana y fue muy triste
para mí que se fuera del pueblo y que después…
Bárbara se tocó el cálido colgante de su madre. No sabía qué
hacer, pero sí era cierto que todavía no le habían contado nada de
su madre. Deseaba saber más.
—Está bien —suspiró ella—, me quedaré hasta el jueves, pero
dormiré aquí. No quiero ver a una abuela que no tienen ningún
interés en mí. Si queréis hablar conmigo, tendréis que venir a
verme.
—De acuerdo —dijo Helen—, pero te digo una cosa: te pareces
demasiado a la testaruda de tu abuela. Ninguna de las dos dais el
brazo a torcer, pero las cosas se podrían arreglar mejor si alguna
cedieseis y hablarais.
Megan le dio un abrazo a su prima y ambas se marcharon.
Bárbara le dio un mordisco a su tostada. En el fondo, no quería
irse. Le apetecía mucho saber de su madre. Imaginaba que también
era bruja, pero claro, ella nunca se enteró. Era demasiado niña para
ello. Además, estaba lo de Jason. Si le incomodaba verla, ahora se
tendría que aguantar unos días más. Sonrió y deseó que su café no
se hubiera enfriado. Cuando fue a coger la taza, vio que humeaba
de nuevo. Tal vez eso de la brujería no iba a estar tan mal.
Capítulo 14. Un día más
—¡Orden! ¡Orden! —dijo la voz de Katherine ante el murmullo
que había en la sala. Miró el reloj. Pasaban diez minutos de las diez
y eso era intolerable.
Refunfuñó al ver la sonrisa que Megan le dirigía a Sean y el
rostro circunspecto de Jason, que se sentaba en el lado de los
licántropos con los brazos cruzados sobre su pecho y los ojos
oscuros de furia contenida.
—No sabemos si la Baobhan Sith fue creada por mi sobrina —
dijo Helen tomando la palabra. Los presentes comenzaron a
callarse. Era un tema importante. Hacía mucho que no había habido
avistamientos de vampiros o de Nucklavee.
—Pero es posible —dijo Jason.
—Es posible —contestó Helen—, porque ella se abrió por
primera vez a sus poderes ese mismo día y no controla, pero ha
accedido a quedarse unos días y no volverá a suceder.
Jason frunció el ceño. ¿Unos días? La abuela Kinnear también
tenía el rostro de enfado.
Se habían reunido en asamblea cuatro de las Kinnear y cuatro
de los McDonald, los que dirigían ambos clanes. Solían quedar en
un sitio neutral, en la sala que había en la parte trasera del pub, que
cerraban solo para ellos.
—Si no hubiera estado rondando, el vampiro habría acabado
con ella —dijo Jason de nuevo.
—Y te lo agradecemos, Jason —convino Helen—, nosotras nos
hacemos cargo de todo. Gracias por avisarnos.
Jason se levantó y los suyos lo siguieron. No había nada más
de qué hablar. Cuando salió, seguido de su hermano y de sus dos
primos, se encontró en el pub a Bárbara, que tomaba un té. Lo miró
curiosa y cuando salieron las Kinnear, se levantó para enfrentarse a
ellas.
—¿Qué sucede aquí? —dijo Bárbara a su abuela. Ella, algo
más baja, se irguió y la miró fijamente a los ojos.
—A ver si tienes cuidado con lo que haces, niña —dijo
marchándose del pub.
—¡Madre! —dijo Helen corriendo tras ella. La otra mujer, de
unos cuarenta, salió también. Solo se quedó Megan, que la abrazó.
—Lo siento mucho. La abuela es terrible a veces, pero tiene
buen corazón.
—No sé dónde se lo ves tú —dijo Bárbara—. Ya me estoy
arrepintiendo de no haberme ido. Además, solo hay cobertura en el
pub. Estoy esperando que me llame mi padre para decirle que me
quedo unos días más.
—¿Sabe tu padre dónde estás? —dijo Megan.
—Sí, pero no he podido hablar con él. Ni con mi amiga Lorena,
aunque ninguno de los dos se preocupó de mi cumpleaños.
—Bueno, eso… eso es culpa nuestra. Necesitábamos que
quisieras venir aquí y lo «arreglamos» todo. Discúlpanos.
Bárbara volvió la cara, se tomó el té y salió del pub. Megan fue
detrás.
—Por favor, prima. Es que era necesario, o perderías la
oportunidad de… bueno, mejor ven a casa a comer y esta tarde
podemos hablar. La abuela no estará. De vez en cuando viaja a Fort
William porque su hermana vive allí y no se encuentra muy bien.
—Está bien. Iré. Pero solo porque quiero saber más de mi
madre y de cómo controlar esto…
Megan se fue y Bárbara se acercó a la zona del río. Ya no
quería pasar por el bosque y encontrarse cualquier criatura rara. Le
parecía más seguro. Caminó hasta la orilla y se sentó en una roca.
El reflejo de las montañas y el cielo en las tranquilas aguas era toda
una belleza. El agua parecía estar fría, pero sintió deseos de
bañarse. Se respiraba paz y tranquilidad y por un momento dejó de
pensar en todo lo que le estaba ocurriendo.
Suspiró, sintiendo el pálpito de la naturaleza, el canto de los
pájaros y el susurro del agua. Alguien se sentó a su lado. Una
señora que, tan absorta como estaba, ni siquiera la había
escuchado.
—Es un lugar maravilloso, ¿verdad, mo nighean bheag?
—Supongo —dijo ella con educación, aunque no tenía muchas
ganas de hablar.
La señora sonrió y apoyó la barbilla en las manos que
sujetaban su bastón. Tenía el cabello completamente blanco y
llevaba una especie de vestido pardo, ancho. Sus piernas
sobresalían y estaba descalza. Bárbara se preocupó.
—A veces nos enfrentamos a difíciles decisiones a lo largo de
nuestra vida. Pero ¿sabes qué? Si uno se rige por el corazón,
siempre acierta.
—¿Y si no sé qué es lo que quiere mi corazón? —dijo Bárbara
volviendo la vista al lago.
—Ah, pero sí lo sabes, solo que no quieres admitirlo, pequeña.
—No puedo quedarme aquí, no es mi sitio —dijo Bárbara.
—¿Qué te lo impide?
—Tengo una vida en Glasgow, trabajo, mi padre, mi amiga… He
ahorrado mucho para comprarme mi propio apartamento y estoy
contenta en mi trabajo.
—¿De veras? —dijo la anciana sonriendo pícaramente—. ¿Y
novios?
Ella se sonrojó. No había tenido relaciones tan intensas como
con Jason, y eso que apenas se conocían.
—No me interesa tener una relación, no por ahora —terminó
diciendo.
—¿Ves? Tú misma te engañas. Una bruja no teme mostrar su
corazón, no teme tomar decisiones, por muy difíciles que sean, ni
enfrentarse a mujeres mayores testarudas, aunque sean como mi
Katherine.
La anciana suspiró y Bárbara, que había estado mirando el río,
para que no viese que estaba a punto de llorar, cayó en la cuenta de
lo que había dicho. Cuando se volvió, la anciana había
desaparecido. Se levantó con rapidez y miró a todos lados. Era
imposible. ¿Qué había sucedido?
Algo brilló encima de la roca donde había estado sentada. Una
pulsera con piedras negras y pequeños dijes plateados estaba allí.
«Es para ti», dijo una voz en su cabeza. Sintió un escalofrío,
pero la cogió y se la puso. Era preciosa y la mujer, ¿quién era? Miró
la hora y comenzó a caminar hacia la casa Black Rock, donde
comería con su tía y su prima.
En la lejanía, alguien no la perdía de vista. Alguien que la había
visto hablar sola y que se hubiera acercado, pero tuvo que resistirse.
Ella cantaba la melodía que siempre quiso escuchar, aunque
debería hacer oídos sordos.
Capítulo 15. Familia
Bárbara se acercó a la casa mientras se cruzaba con algunos de
los paisanos, que la miraban con atención. Supuso que se habría
corrido la voz o que sabrían que era bruja. Seguro que estaban más
enterados que ella de lo que significaba.
Entró en la acogedora salita y Megan salió a recibirla, dándole
un abrazo. Era con la única con la que se sentía cómoda, desde
luego. Como la hermana pequeña que nunca tuvo.
—Vamos, hemos preparado una copita de vino para celebrar tu
ascenso. La abuela ha salido pronto esta mañana y solo estaremos
con mi madre.
—¿Y los huéspedes?
—Casualmente… hoy no come ninguno aquí —dijo con una
risita.
—Ya, esas cosas que pasan —sonrió de lado—, hoy calenté el
café sin querer.
—Oh, qué bueno. Mamá te explicará, pero hay ciertas reglas de
la magia que debes saber. O sea, estas pequeñas cosas no tienen
importancia, pero cuando se trata de un asunto grave, la magia
suele tener consecuencias. Como lo de la noche pasada. Sobre
todo, si se lo haces a alguien que no lo desea.
—Estupendo —dijo ella fastidiada. Encima iba a tener que
hacer un máster en brujería.
Pasaron a la cocina donde ardía un alegre fuego en la enorme
chimenea que había en un lateral. Helen estaba preparando el típico
scotch broth, el guiso de cordero que solía preparar su madre los
domingos, y eso le hizo sentir nostalgia. Suspiró y se sentó con su
prima. Ella sirvió dos copas de vino para las adultas y se puso un
refresco.
Helen dejó que el guiso siguiera su curso y se sentó con ellas,
mirándolas. Abrió un paquete de patatas chip y lo puso en el centro.
—No sé ni cómo empezar. Si por nuestro legado, nuestra
misión o las reglas de la magia —suspiró—. Una bruja va
aprendiendo todo esto desde niña. Su familia le va enseñando…
—Empieza por hablarme de mi madre, por favor.
—Está bien —contestó Helen con los ojos brillantes—. Tu
madre, mi hermana mayor, siempre fue una bruja brillante. Aprendió
desde niña a realizar hechizos fáciles, amuletos y objetos con
magia… los preparados eran perfectos. Yo aprendí mucho de ella y
también mi hermana pequeña Louise. El deber de las Kinnear es
proteger la grieta, que es la convergencia de unas líneas ley que
llevan al pico de Black Rock, pero de eso ya te hablaré. El caso es
que ella era capaz por sí sola de mantenerlas cerradas. Cuando ella
tenía diecinueve, llegaron unos excursionistas, entre los que estaba
tu padre. Se enamoró de él como lo hacía todo, en cuerpo y alma. Y
tu abuela le prohibió verlo. Fue un error, porque lo que consiguió es
que Siobhan se fuera con él. Ella dejó todo: su casa, su familia y la
protección del pueblo solo por amor.
—¿Por eso tu madre la odia?
—No es que la odie. Supongo que lo que más odia es haberla
perdido para siempre. Cuando ella… pasó al otro plano, nunca se
nos apareció.
—Podemos ver espíritus, ¿sabes? —dijo Megan divertida—, tal
vez algún día te encuentres con alguno.
—Bueno, ya que lo dices, vi una señora en el lago y me dio esto
—dijo mostrando la pulsera y describiendo a la mujer.
—¡Caramba! —dijo Helen—, sí que empiezas pronto. Es tu
bisabuela Shaun. ¿Y qué te dijo?
—Básicamente, que siguiera mi corazón, pero cuéntame más
sobre mi madre, por favor.
—Está bien. Tu madre se marchó sin despedirse de nosotras,
porque temía que la abuela se lo impidiera. Después, nos escribió
diciendo que estaba en Glasgow, que era muy feliz y que estaba
embarazada de una niña. Ella nos enviaba fotos a escondidas y por
eso te vimos crecer, hasta los siete años.
—La abuela no las miraba al principio, pero luego sí —aseguró
Megan.
—Cuando ella… murió, iba a venir a vernos contigo, para que
nos conocieras. La abuela se enfadó muchísimo con tu padre,
aunque él no tuvo la culpa, y él le dijo que tu madre no quería que tú
fueras bruja y que tenía que prometerle no inmiscuirse o jamás te
volveríamos a ver. La abuela lo prometió, pero creo que por eso
mismo se negó a querer verte, quizá temía cogerte cariño y que te
fueras, no lo sé. Él tampoco nos escribió a partir de entonces.
Bárbara frunció el ceño y Helen le cogió de la mano.
—Supongo que tu padre temía que la abuela quisiera retenerte
aquí. Ella no rompió el pacto, nosotras te hicimos venir, porque de
cumplir los veinticinco sin ser iniciada, jamás podrías.
—Quizá hubiera sido lo mejor…
—No, prima. Ser bruja es divertido y también es una
responsabilidad. ¿No te ha pasado siempre que tus juicios los
ganabas sin esfuerzo? ¿O que ocurrían cosas?
—Sí, la verdad, pero a veces tenían consecuencias
inesperadas.
—De ahí las normas —dijo Helen.
—Puedes hacer magia casera, pequeñita, como para calentar
un café o que un guiso salga bueno —explicó Megan—, pero si son
cosas grandes o con un gran beneficio personal o si puede
perjudicar a otro, entonces tienen consecuencias. Son como efectos
secundarios.
—La magia solo se debe usar para el bien —confirmó Helen—,
y en nuestro caso, la usamos para defender la salida de entes
malignos que viven bajo la montaña, en el mundo inferior. Son algo
parecido a los demonios, pero en realidad no sabemos su origen. Lo
que aprendemos de generación en generación sirve para crear una
especie de protección y los retiene. Es necesario que al menos haya
tres Kinnear en Glencoe, aunque hay quien está más dotada, como
tu madre. Ella sola era capaz de imbuir la fuerza necesaria para la
barrera. Yo creo que tú has heredado sus dones. Eso sí, sigue
estando prohibido usarla para enriquecerte o hacer que alguien se
enamore de ti.
Bárbara se quedó sorprendida al escuchar eso. Comprendía
que no debería usar la magia en su propio beneficio, eso le parecía
bien, ¿pero lo de los entes malignos?
—¿Los seres que dices son cómo el que vi la otra noche?
—Eso es. A veces, gracias a las emociones intensas de una
bruja, pueden escaparse. Es como si estuvieran rodeados de una
burbuja de cristal y debido a algún hecho concreto o una fuente de
energía, se escaparan de su encierro.
—Pero yo no quise…
—Claro que no, Bárbara —dijo Helen apretándole la mano—,
por eso, es necesario que controles tus emociones. Entiendo que
fue terrible para ti.
—Y eso no es todo, están los lo…
—Megan. Una cosa cada vez —interrumpió su madre.
—¿Cómo controlo mis emociones? Nunca he sido ni agresiva ni
excesiva, pero estos días me he sentido superada.
—Es normal. Si quieres, podemos darte una infusión y con eso
estarás más tranquila —dijo Helen levantándose—. Por hoy, basta
de explicaciones. Tienes que asumir todo esto y hacerlo tuyo. La
verdad es que lo llevas sorprendentemente bien. Eres digna hija de
tu madre.
Bárbara suspiró y casi se le escapan las lágrimas cuando
escuchó a su tía decir eso.
—Megan, mientras se termina el guiso y preparo algunas
verduras, ¿por qué no subes con tu prima y le enseñas los viejos
álbumes de fotos que hay en el altillo?
—Claro, vamos.
Megan se dirigió al pasillo y tiró de una cuerda para bajar una
tosca escalera de madera.
—No suele haber ratones, pero puede que veamos algún bicho.
Aquí no sube nadie, solo nosotras —avisó. Subió ágilmente por las
escaleras y entró en el espacio bajo el tejado.
Las vigas oscuras se trenzaban entre ellas y tuvieron que
caminar un poco agachadas, porque el techo no era muy alto en los
laterales. Megan caminó con seguridad hacia unas antiguas
estanterías donde había libros apilados. Bárbara echó un vistazo.
En un armario de cristal se veían botellas con diferentes hierbas,
saquitos, amuletos y muchas velas. Unas trenzas de cordón con
abalorios colgaban por todas partes. Tenían pinta de ser algo
relacionado con la brujería. Había muebles muy antiguos,
colchones, sillas, sombrillas, todo con un cierto orden. A ella, que le
encantaban las antigüedades, le gustaría pasar tiempo viendo todo
lo que había.
—Hay muchas cosas de la bisabuela, que es la primera que
nació en esta casa. Veo que te gustan las cosas viejas.
—Antiguas, no viejas. Sí, me encantan. ¿Qué son esas trenzas
con abalorios?
—Son escalas de brujas. Sirven para proteger el lugar y así no
se cuela nadie inoportuno —sonrió ella—. Otro día te enseñaré más.
Y ¿ves esos estantes? Son los rituales que elaboramos para la
gente que vive por aquí. Tenemos agua bendita, agua de florida.
Vamos a sentarnos en ese banco —dijo cuando Bárbara pareció
colapsar. Señaló un banco de madera con cojines, justo al lado de
una ventana redonda.
Bárbara se sentó admirando el paisaje que se veía desde ahí.
El valle verde y el río eran espectaculares. Sintió un escalofrío al
mirar a la montaña tapada con la bruma.
—Esa montaña es Black Rock, por eso la casa está construida
aquí, justo al pie.
Bárbara miró los símbolos que estaban sutilmente dibujados en
el marco de la ventana, por dentro.
—Son runas de protección. No hay que descuidar ningún
hueco. —Cogió el álbum y le mostró una foto—. Mira, aquí está tu
madre de pequeña.
Megan le señaló una foto donde había tres niñas. La mayor,
adolescente, con el cabello rojo como el fuego, y dos niñas más
chiquitas, una de unos diez o doce años y un bebé que era
sostenido por una abuela más relajada y risueña. Sonreían
guiñando los ojos al sol.
—Aquí tu madre tenía quince o dieciséis. Se llevaba seis años
con mi madre y con Louise todos, porque ella era una adolescente
cuando nació. Te enseño más.
Estuvieron tanto rato viendo las fotos, que Helen tuvo que
avisarlas para bajar a comer. Bárbara estaba descubriendo un rostro
familiar que su padre le había mostrado mil veces, pero que ahora
veía con otra perspectiva. Era una chica muy bonita y se la veía
decidida. Ojalá pudiera hablar con ella algún día. Suspiró y bajaron
a comer. Cerraron la buhardilla y una ligera corriente se levantó,
barriendo el polvo del suelo. Se acercó a la ventana.
Un ruido de hojas pasando movió el álbum y se paró en una
foto, donde se veía a Siobhan sujetando a Louise y al fondo, un
poco desviado, un atractivo hombre que la miraba fijamente. Si la
foto fuera lo suficientemente nítida, se podría ver que el hombre
tenía los ojos amarillos.
Capítulo 16. Dudas
—Deberías hablar con ella, Jason —dijo Sean, empaquetando
una caja de licor en la destilería. Su hermano, que estaba a su lado
poniendo el precinto, gruñó.
—No tiene sentido.
—No sé si las Kinnear le habrán explicado lo que somos, pero
¿no sería mejor que se lo contases tú? Al fin y al cabo, habéis
intimado.
—¡Cállate ya! —gruñó su hermano.
Jason dejó la sala y se fue a su despacho. El día anterior no
quiso ni acercarse al pueblo, por si la veía. Pero era miércoles y ella
se iría mañana. Quería volver a sentir su cuerpo y hacerle el amor.
¿El amor? Tal vez solo era sexo, una cara nueva, un cuerpo
maravilloso y una fortaleza, con puntos de fragilidad, que hacía que
solo quisiera protegerla y llevársela a su casa. No, no quería
colgarse de nadie, como le pasó a su primo. Finnean se enamoró de
una mujer, que nunca supieron quién era, pero luego ella lo rechazó
y acabó marchándose a los Estados Unidos. Allí, murió en un
atraco. Ni siquiera fue capaz de cambiar en lobo. Posiblemente
tenía ganas de morir. Y solo tenía diecinueve. No quería que le
pasara igual, que se quedase embobado de una mujer,
especialmente de una Kinnear, para que luego jugase con sus
sentimientos.
—Mierda —dijo soltando los papeles con mala gana. ¿A quién
iba a engañar? La chica le gustaba, y mucho. Si no tuviera
responsabilidades en el pueblo, tal vez podrían marcharse lejos.
Pero ser el lobo alfa de la manada de toda la zona y vigilar
Black Rock le impedía hacer una vida normal. Ella era una chica de
ciudad y si alguna vez se quedase, no tardaría en irse, como hizo su
madre. Se levantó y salió del despacho, necesitaba pasear y pensar,
y quizá no como lobo, sino como él. Sin dejar salir sus instintos
primarios.
—Vuelvo en un rato —dijo a su hermano. Sean asintió y no se
movió. Sabía retirarse cuando era necesario.
Caminó por el bosque y subió hasta uno de los picos bajos que
comprendían su zona. Así como las brujas vigilaban Black Rock,
ellos debían revisar las cuevas que había en la base de la montaña,
donde, a veces, se producían fisuras. Era muy raro, pero como pasó
hacía dos días, ocurría. Entonces, solo los lobos podían acabar con
ellas. Las brujas los retenían, ellos los destrozaban.
Por eso, su sitio estaba allí. Jamás había viajado por más de
dos o tres días fuera de Glencoe y sintió que el lugar comenzaba a
asfixiarlo. ¿Era por una preciosa mujer de cabello cobrizo?
Posiblemente. Ella se marcharía y él se quedaría todavía más vacío.
Se sentó en una de las rocas que daban al valle, pensativo. ¿Y
si le pedía que se quedase con él? Negó con la cabeza. Era
absurdo. Ella no sentiría lo mismo y, además, estaba su abuela para
impedir que una Kinnear y un McDonald pudieran estar juntos. Era
capaz de enviarle un hechizo que lo cegase o que le causara
impotencia.
Miró hacia la casa Black Rock. Si él no fuera lo que era, sería
todo más fácil. Aguzó la mirada y vio que ella salía de la casa, sola,
y, en lugar de dirigirse a su hotel, parecía que iba a pasear por el
valle. Se levantó deprisa y comenzó a bajar la montaña. Sean se
reiría de él porque estaba actuando como un adolescente, pero
tenía ganas de verla.
Capítulo 17. Encuentro
Bárbara empezó a caminar por el campo, sin sendero, sin rumbo
fijo. Por qué se dirigía hacia la montaña Black Rock, no lo sabía.
Durante la comida, le habían explicado lo de la confluencia de tres
líneas ley y la importancia de sus hechizos para contener los entes
oscuros. También le explicaron que vivían otras Kinnear en el
pueblo, como Gillian, aunque su sangre estaba más diluida y no
solían poder hacer magia. Helen le explicó cómo empujar, cómo
mover objetos y algún truco más, que estaba segura de que no
podría hacer, no todavía.
Eran tantas cosas para asimilar, que necesitaba salir de ahí. Y
creía que había más en el tintero. No le habían explicado el porqué
de la incompatibilidad con los McDonald y ella no se atrevió a
preguntarlo. Tal vez era mejor no saberlo. Porque si era algo terrible,
¿en qué lugar quedaría Jason? O tal vez eran esas historias
antiguas que nadie era capaz de superar, antiguas rencillas por un
pedazo de tierra. No lo sabía.
Llegó a la base de la montaña, que se erigía verde al principio y
más oscura conforme se llegaba al pico, que apenas se entreveía
con la bruma permanente. En algunas zonas de la ladera había
varias cuevas que, con solo mirarlas, le daban escalofríos.
Un ruido detrás de ella la alertó. Jason se acercaba caminando
sin cuidado y se puso a su lado. Parecía que había estado
corriendo.
—¿Sales a correr con vaqueros? —dijo ella mirándolo y
respirando el suave aroma que desprendía. Delicioso.
—Hago muchas cosas raras y también las que no debo —
suspiró él—. ¿Qué tal estás? Digo, después de todo esto.
—Extraña —dijo ella sentándose en una enorme piedra plana,
al sol. Él se acomodó frente a ella—. ¿Todos sabéis eso de las
brujas en el pueblo?
—Sí, al menos los residentes habituales. Las Kinnear hacen
una gran labor con eso —dijo señalando la montaña.
—¿Tan peligroso es?
—Bueno, ha habido pocos avistamientos. Hace unos treinta
años se vio uno y el tuyo.
—No era mío. Yo no hice nada —dijo seria ella.
—No de forma consciente.
Bárbara se quedó callada, molesta. ¿Se lo iban a recordar
siempre? Ni siquiera sabía qué era aquello.
—Pero tranquila, tenemos guardianes, los lobos, ¿sabes? Ellos
se encargan de que no haya entes vagando por los caminos —dijo
sonriendo levemente.
—O sea, que los tenéis amaestrados —contestó Bárbara. Él
sonrió.
—Algo así.
Ella volvió a mirar la montaña. Le gustaría marcharse y
olvidarse de todo esto, pero había conocido a su familia… y a él. Su
atracción era intensa. Lo miró de reojo. Él también observaba
pensativo la montaña. Era muy atractivo. Su nariz recta y la
mandíbula cuadrada le daban la fortaleza que suponía que tenía. El
cabello, algo largo, le caía por el cuello y llevaba una pequeña
barbita que le gustaría mordisquear. Él se volvió, sorprendido, como
si pudiera saber que ella lo estaba observando. La miró fijamente,
esperando.
Ella se acercó a él, como si tuviera un anzuelo en sus carnosos
labios y estuviera deseando morderlo. Se levantó y se sentó en el
regazo del hombre, que la acogió con gusto. Lo miró a la cara y vio
dolor y deseo en su rostro. Pero lo besó. Sus labios la tomaron con
ganas, con pasión. Ella se acercó hasta ponerse sobre sus
pantalones y enseguida notó la erección que consiguió excitarla a
ella. Jason la tomó de la cintura y metió las manos por debajo de su
camiseta, soltando con facilidad su ropa interior y atrapando su
pecho con toda la mano. La urgencia y la necesidad se apoderaron
de ellos y el calor que desprendían podría incendiar el valle.
Él besó sus pechos con adoración, mientras Bárbara se
arqueaba de placer. Jason se levantó de una forma increíble,
sosteniéndola, y la colocó sobre la roca plana donde antes se había
sentado. Ella se bajó los pantalones y la ropa interior y se preparó
para recibirle. Jason solo se bajó un poco los suyos y sacó su
erección para colocarse sobre ella.
—¿Ahora?
—Ahora, por favor, hazlo —dijo ella.
El olor de la excitación de ella era un regalo para sus fosas
nasales y no tardó en penetrarla, encontrando una acogedora
bienvenida. Allí, en medio del campo, solo eran ellos dos,
moviéndose al unísono. Él entró y salió con rapidez y sin delicadeza,
el sexo era salvaje y era lo que ambos querían. Ella gemía excitada,
arqueándose para recibirlo mejor.
Las contracciones interiores le indicaron a Jason que estaba a
punto de tener un orgasmo y atrapó sus pechos mientras ella se
movía de forma intensa, dejándose llevar. Él aumentó su
movimiento y el intenso orgasmo parecía que le iba a parar el
corazón. Arañó la roca, dejando surcos, y por fin se dejó ir,
derramándose como nunca lo había hecho en el interior de la mujer.
Ella lo miró y chilló.
—¡Tus ojos!
Jason se retiró apresuradamente de ella, que se encogió de
miedo al verlo.
—¡Maldita sea! —dijo él. Se subió los pantalones y le dio los
suyos a Bárbara, que se retiró aterrada.
Él se alejó, para darle espacio, ella se vistió rápido y se fue
corriendo. El orgasmo había sido tan sublime que no pudo evitar
sacar a su lobo y ella lo había visto. La había perdido para siempre.
Capítulo 18. Marcas
Bárbara llegó corriendo al hotel y se encerró en su habitación.
¿Qué había pasado? Después del mejor sexo de su vida, porque lo
había sido, él se había ¿transformado? Sus ojos eran amarillos, con
una pupila pequeña, y cuando se vistió, vio los surcos en la piedra.
¿Estaban antes? ¿Qué era Jason? ¿Era uno de esos entes? ¿O es
que se lo había imaginado todo, influida por las historias que le
había contado su tía? No podía ser, a lo mejor era producto de su
imaginación, pero él no había negado nada… Tenía mil preguntas y
ninguna respuesta.
Se metió a la ducha para ver si entraba en calor, porque en ese
momento no sabía qué hacer. Si le decía algo a su tía, debería
decirle que se había acostado con Jason. Tal vez Megan pudiera
decirle, pero… no era posible.
Tal vez debería irse ese mismo día. Y no volver nunca a ese
maldito pueblo. Salió de la ducha todavía temblando de la impresión
y comenzó a secarse el cabello. Después, se lo trenzó y preguntó si
podría cenar en el hotel, pero justo acababan de venir unos turistas,
por lo que no había sitio. No le quedaba otro remedio que ir donde
Gillian.
Se puso una chaqueta, todavía estaba helada. Al retirarse el
cabello, olió su piel. Todavía olía a él, incluso después de ducharse.
Se estremeció. ¿Qué clase de ser era él? Por suerte, al día
siguiente salía su autobús a las cuatro. Solo le quedaba una
mañana y esa noche, después de cenar, iría corriendo al hotel.
Cruzó la calle y abrió la puerta del pub. Había poca gente, como
siempre, solo turistas despistados y algún local tomando pintas. Se
sentó en la mesa de siempre y Gillian se acercó y se sentó enfrente
de ella.
—Quería darte la bienvenida a la familia, Bárbara. Ya te habrán
dicho que somos algo así como primas.
—Sí, gracias —dijo ella sonriendo débilmente—. ¿Puedo cenar
algo? No me encuentro bien y quiero irme pronto a dormir.
—Sí, claro, perdona —dijo ella levantándose rápido—, tengo un
guiso que es capaz de levantar a un muerto. Ahora te traigo un
plato.
—Gracias, Gillian, eres muy amable.
Mientras pedía el guiso en la cocina, le puso una pinta que, sin
bien no le apetecía mucho, le supo buena. Todavía no le había
sacado el plato cuando entró Sean. Al verla, sonrió y se acercó a
ella. Bárbara se retiró, algo asustada. Si su hermano era «algo»,
probablemente él también. El chico se sentó sin permiso, como
hacía siempre y, de repente, la miró sorprendido, olisqueándola.
—¡Joder! —dijo él—, perdona, tengo que irme.
Y tal como había llegado, se fue.
Capítulo 19. Desesperación
Sean salió del pub de Gillian sin decir una sola palabra. ¿Qué
había hecho su hermano? ¿Estaba loco? Como se enterase su
abuela de que la había marcado como suya, le iba a caer de todo.
Le mandó un mensaje para ver dónde estaba y, al rato, como no le
contestó, supuso que estaría en la destilería, así que se acercó
rápido con el coche.
Sean entró en el almacén y vio una luz al fondo. Su hermano
estaba sentado en el suelo, rodeado de varias botellas de licor
vacías. Al verlo, su rostro compungido le rompió el corazón.
—La he cagado, Sean, la he cagado… —dijo con una voz casi
inaudible. Había bebido mucho—. Vio mis ojos…
Sean asintió y a pesar de que su hermano pesaba treinta kilos
más que él, se lo echó en el hombro, lo subió al coche y lo llevó a su
casa. No era el momento para decirle que, consciente o
inconscientemente, la había marcado. Y que se iba a producir un
conflicto entre las dos familias. Algo que no acabaría bien, con toda
seguridad. Lo echó en su cama, vestido, solo le quitó las botas y
mojó su rostro con un paño. ¡Qué desastre!
Si viviera su padre podría consultarle qué hacer, pero ambos se
habían quedado huérfanos cuando Jason solo tenía diecinueve
años, por lo que tuvo que hacerse cargo de la manada, y de un
hermano de doce años que solo quería hacer travesuras.
Fue a buscar un par de botellas de agua. El licor que hacían en
la destilería era delicioso, pero bebido en exceso…
Se sentó a los pies de la cama, mientras miraba a su hermano
farfullar el nombre de la chica. Se había quedado colgado de ella y
lo peor era que se iría y lo dejaría hecho polvo. Quizá era el
momento de devolverle todos los cuidados que él había tenido hacia
la familia.
Capítulo 20. Familia
Bárbara terminó de cenar sin mucho apetito, pero lo cierto es
que había recompuesto su maltrecho cuerpo. Se sentía rara,
diferente, pero muy asustada. No tenía ganas de ir a Black Rock,
porque su abuela ya habría vuelto. Se sentó en uno de los bancos
que había en la entrada del hotel, cerca de la puerta, arrebujándose
en su chaqueta. Tenía miedo a encontrarse cualquier cosa, así que
no se alejaría. Siempre pensó que era valiente; se enfrentaba a
casos realmente peliagudos en el bufete de abogados. Comprendía
que la habilidad que se suponía que tenía no era tal, sino parte de la
magia que ella poseía. Estaba muy decepcionada con ello.
Entonces… ¿tampoco valía para ser abogada?
Su vida estaba cimentada en una gran mentira. Su padre
debería haberle contado los orígenes de su madre, pero lo
comprendía, por otra parte, y más teniendo a esa abuela. Empezó a
comprender pequeños gestos de su madre, de su padre, de las
historias que le contaban, de la promesa que hizo de no quitarse
nunca el colgante. Lo mucho que insistía, de forma exagerada. Ella
nunca se lo quitó. Llevó su mano al escote, tomándolo. Como
siempre desde que había llegado a Glencoe, estaba cálido. Como si
notase que estaba en casa.
Una lágrima se deslizó por su mejilla y cayó al suelo. Subió las
piernas al asiento de madera y se abrazó las rodillas, apoyando la
mejilla en ellas. Quería llorar y no parar hasta que pudiera olvidarlo
todo, olvidarlo a él. Pero ¿cómo? Levantó la cabeza porque había
sentido un olor familiar. Escudriñó la oscuridad, pero no vio nada. Ya
se lo estaba imaginando todo. Volvió a oler su piel. ¿Por qué lo
llevaba tan dentro de ella? Había dejado una huella que deseaba
borrar. Él era algún tipo de ser que nadie le había explicado. Era
parte de las cosas sobrenaturales que ocurrían en ese pueblo. A
saber qué más había. Cerró los ojos, como si con ese gesto pudiese
olvidar, pero no lo haría. Él era inolvidable.
Un coche de alquiler llegó por la carretera y aparcó en el hotel,
justo enfrente de ella, aunque no subió la mirada. Una muchacha de
cabellos castaños salió, cargada con una bolsa de viaje. Cuando se
acercó a ella, Bárbara se levantó de golpe.
—¡Lorena! ¿Qué haces aquí? ¿Te ha enviado mi padre?
—Más o menos —dijo ella. Parecía agotada—. Cariño, hay
algunas cosas que… deberíamos hablar. Tal vez delante de una
pinta. ¿Estás en este hotel?
—Sí, ¿qué ocurre? ¿Está bien mi padre?
—Sí, pero él tiene prohibida la entrada a Glencoe y por eso me
ha enviado a buscarte, aunque para mí sea doloroso volver.
—¿Volver? No entiendo nada.
—Lo entenderás enseguida.
Lorena entró en el hotel y se registró. Como le dieron la
habitación 112, dejaron la bolsa y ambas cruzaron la calle para ir al
pub. Gillian les sonrió y les llevó dos pintas a su mesa.
El pub estaba casi vacío, así que encontrarían tranquilidad.
****
—Es una historia tan larga que no sé ni cómo empezar. Pero te
pido, por favor, que me perdones por no habértela contado antes.
Pensé que no sería necesario.
—No entiendo nada. ¿También tú tienes secretos? —Su amiga
se sonrojó.
—La familia Kinnear es muy celosa de sus cosas y esconde
muchos trapos sucios que no quiere que nadie los conozca. Sobre
todo, Katherine.
—¿Conoces a mi abuela?
—Más de lo que quisiera. Déjame que te cuente una historia.
»Yo nací aquí, en Glencoe, y mi madre fue una persona
maravillosa. Se quedó embarazada cuando era solo una
adolescente y por evitar las malas lenguas, mi abuela me hizo pasar
por su hija. Estaba en edad fértil, así que, bueno, era posible. Mi
madre me cuidó como una hermana mayor y yo fui muy feliz. Pero
cuando yo tenía tres años, ella se fue. Se enamoró de un inglés y
huyó de casa, sin mí. Yo no comprendía nada. Para mí, era mi
hermana mayor y la echaba muchísimo de menos. Cuando cumplí
los dieciocho, mi tía me dijo que yo era su sobrina, no su hermana y
que mi madre se había ido del pueblo. No pude soportar las
mentiras que me habían dicho toda la vida, así que yo también me
marché. Por suerte, el esposo inglés de mi madre me acogió y me
dio la oportunidad de estudiar y de trabajar en su despacho, donde
conocí a mi hermana que se incorporó algo más tarde. A ti.
Bárbara empalideció. No podía ni hablar.
—Soy tu hermana, Bárbara. Solo por parte de madre, pero sí.
Lorena se quedó esperando que ella reaccionase. Bárbara solo
podía mirarla con detalle, sus rasgos se parecían a la foto de su
madre de joven. Ambas tenían la nariz pecosa, pequeña y la barbilla
determinada, pero ella tenía el cabello castaño y los ojos no eran
grises como el resto de Kinnear, sino pardos.
—¿Y quién es tu padre?
—Nunca lo supe —dijo ella encogiéndose de hombros—,
sospecho que solo lo sabe la abuela y no creo que me lo diga.
Cuando me fui, dijo que era como mi madre y que no volviera.
—Pero has vuelto…
—A buscar a mi hermanita pequeña y sacarla de este pueblo
horrible.
—¿Y tú también eres bruja?
—Creo que no. Nunca he tenido tan buena suerte como tú ni he
demostrado ningún tipo de don. Pero no importa. Soy feliz
teniéndote como amiga y lo cierto es que tu padre me acogió con
cariño. Me ayudó a salir adelante. Es un gran hombre. —Se la
quedó mirando, seria—. Supongo que no entenderás por qué nadie
te dijo nada. Tu padre no quería perderte y yo no podía decírtelo. No
pensé que fuera necesario. Ya éramos como hermanas.
—Entonces tú eres Louise, no Lorena —dijo ella.
—Sí. Así es. Tampoco soy española. Lo siento, siento haberte
mentido.
—Ya me da igual. Todos me han mentido. No hay nadie que no
lo haya hecho.
Bárbara tomó un buen trago de su pinta, que le supo amarga,
como sus pensamientos. Louise respetó su silencio y bebió sin decir
nada. Sabía que necesitaba un tiempo para asimilar y había sido
mucho, si le habían contado todo lo que suponía ser bruja. Ella
aprendió algunos trucos, pero fue una gran decepción, otra, para su
abuela, que no consiguiera hacer magia de verdad. Le daba igual.
—Está bien, Lore… Louise. ¿Podemos marcharnos de aquí?
Necesito alejarme de todos.
—He bebido una pinta, creo que es mejor que nos vayamos
mañana al despertarnos. ¿Podrás esperar?
—Claro que sí, hermana.
A Louise se le iluminó el rostro y se fundieron en un abrazo.
Bárbara la perdonaba y, en parte, se sentía feliz. Que ella fuese su
hermana no era una mala noticia y comprendía por todo lo que
había pasado. Su abuela, desde luego, les había hecho la vida
imposible.
—Vayamos a descansar y mañana nos iremos a primera hora
—dijo Louise.
Ambas salieron del pub y Gillian envió un mensaje a Sean. El
chico le había pedido que si ocurría algo con respecto a Bárbara le
avisase y por lo que había podido escuchar, era grave.
Capítulo 21. La fotografía
Megan se acercó al hotel a primera hora de la mañana. Sean
había sido tan amable de enviarle un mensaje contándole que
Louise había vuelto y como Gillian tenía el oído muy agudo, la
noticia de que ella era hermana de Bárbara y no su tía. Tampoco
Megan lo sabía. Siempre pensó que su tía más joven se había ido,
harta de su abuela, o que se había enamorado, como su tía mayor
Siobhan. Eso le parecía romántico, y ella, aunque estaba loquita por
Sean, quizá esperaba que le pasase también. Pero la
responsabilidad que su madre le había transmitido era muy grande.
Cuando su padre murió, dejaron su casa y se trasladaron a vivir
a Black Rock. Así ayudarían a la abuela con la casa de huéspedes
con más comodidad. Ella tenía diez años y su abuela ya vivía sola.
Megan no era una niña problemática y aprendía rápido, así que, por
decirlo así, la abuela Katherine la respetaba, quizá hasta ser su
favorita.
—Qué tontería —se dijo Megan—, si entonces no tenía otra
nieta.
Miró la fachada del hotel y se sintió algo cohibida. De repente,
tenía dos primas mayores y eso le encantaba, pero temía que
fueran a irse.
Abrió la puerta y se dirigió a la sala de desayunos, donde
esperaba encontrarlas. Quería pedirles que no se fueran. Las
Kinnear las necesitaban. Ella las necesitaba.
Bárbara y Louise conversaban animadamente. Al parecer
Bárbara le estaba contando acerca de Jason.
—Hola —dijo Megan mirándolas.
—Hola —contestó Bárbara, y luego sonrió. No podía estar
enfadada con ella. Era encantadora—, siéntate. Ella es mi hermana
mayor Louise.
—Lo sé, la he visto en alguna foto y, además, aquí las noticias
vuelan. —Bárbara enarcó una ceja, pero no dijo nada—. Vengo a
pediros por favor que no os vayáis. Que esperéis unos días. Hay
cosas que tenemos que hablar, y mirad —dijo sacando un álbum de
su mochila—, esta foto es muy rara.
Bárbara y Louise miraron el álbum. En la fotografía estaba
Siobhan sosteniendo a una niña pequeña. A su hija.
—Vale, es nuestra madre, con ella —dijo Bárbara—, y seguro
que tanto a ella como a mí nos encantaría tener esa foto, pero ¿qué
hay de malo?
—Que creo saber quién es tu padre, Louise, pero tengo que
comprobar algo.
—¿Cómo? —dijo ella—. ¿Cómo lo sabes?
—Creo que es el de la fotografía.
Ambas hermanas se inclinaron para verla más de cerca. Había
un hombre joven que miraba de reojo a las dos. El hombre era muy
guapo, aunque estaba lejos.
—¿Quién es? ¿Es del pueblo? —dijo Louise asombrada.
—Creo que sí, pero voy a preguntarle a Sean si lo reconoce.
—¿Puede ser un McDonald? —preguntó Bárbara sin saber el
significado oculto de esa revelación.
—Podría ser —contestó Megan mirando a Louise. Ella negó
con la cabeza. Tal vez no era el momento de decírselo—. Por eso,
tenéis que quedaros. Siempre nos han prohibido relacionarnos con
los McDonald, y esto quizá lo cambie todo.
—Oh —dijo Bárbara pensativa. Si Jason no consideraba que
ella fuera un error para él, tal vez…
—No, Bárbara —dijo Megan mirándola—, estar con Jason no
es posible por el momento. Además, tú misma no estás segura, sois
incompatibles y…
—Déjala, Megan —contestó Louise—, ya se verá. Está bien,
nos quedaremos hoy y mañana nos iremos. ¿Te parece?
Bárbara asintió. Quería saber si era posible, y entonces, tal vez
entonces, podría dejar fluir sus incipientes sentimientos hacia Jason.
Capítulo 22. Hijas
—¿Cómo que es hija de Siobhan? —preguntó Jason furioso.
Conocía a Louise, era un año o dos mayor que él y siempre le
pareció una muchacha bonita e independiente. Por supuesto, jamás
se había acercado a ella.
—De verdad, Gillian lo escuchó.
—Esa camarera haría bien en no meterse en asuntos que no le
conciernen y tú no deberías darle alas. Al final le harás daño, Sean.
El joven se enfurruñó y continuó embalando las cajas de licores.
Ambos estaban solos, los otros dos empleados se encontraban al
fondo, rellenando las botellas.
—Bueno, ¿qué más escuchó?
—Que se iban a ir hoy, pero la recepcionista me dijo que Megan
había acudido al desayuno, que esperarían un día más. Les enseñó
una foto, pero no pudo enterarse de nada.
—¿También la recepcionista?
Sean se encogió de hombros.
—Tienes un día más, Jason, aprovéchalo.
—Sabes que las relaciones entre las Kinnear y los McDonald
están prohibidas. Hasta papá dijo en tiempos que solo traían
desgracias a nuestra vida. Debe de ser algún tipo de maldición o
algo. No quiero que sufra…
—Eso es porque te gusta.
—Claro que me gusta —suspiró él—, pero ni siquiera sabe lo
que soy. ¿Qué crees que pensará cuando lo averigüe?
—Ella no sabía que era bruja y no lo lleva tan mal.
—Tú no escuchaste el grito desesperado y doloroso. Se me
encogió el corazón. Somos cambiaformas y solo podemos estar con
humanos o con otros cambiantes. Y ya.
—Deberías convertirte en una mula, porque eres demasiado
testarudo —dijo Sean llevando las cajas a la camioneta—. Me voy a
repartir por la zona. Tú solo piénsalo.
Jason miró a su hermano marcharse y se fue a la oficina.
Reconocía que estaba colado por ella, de acuerdo. Pero no daría un
paso. Sería complicarle la vida a ella y a su familia. Además, ¿no se
querría quedar si sintiera algo por él? ¿Y si tenía novio allá donde
viviese?
Molesto por sus pensamientos, se metió en Internet y la buscó
por redes sociales. Iba muy lento y empezaba a desesperarse. Por
fin, vio su foto. Ella era una brillante abogada y, aunque había fotos
de ella haciendo deporte, en el mar o con las amigas, ninguna con
un chico. Sonrió satisfecho. Eso le hacía demasiado feliz.
Capítulo 23. Un paso hacia delante
Megan se despidió de las dos primas que iban a cenar y se
dirigió hacia la destilería donde esperaba encontrar a Sean o a
Jason. Debía comprobar si el chico que salía en la foto era un
McDonald y, en ese caso, cambiarían muchas cosas.
Le daba un poco de miedo meterse por el bosque sola, pero era
tan urgente que no pensó en encontrarse a ningún lobo. Por suerte,
había luz en la destilería y un par de coches. Prefería encontrarse a
Sean, pero también debía hablar con Jason.
Llamó con dos golpes fuertes a la puerta, para que no pensaran
que llegaba en secreto o con malas intenciones. Esperó hasta que
unos fuertes pasos se dirigieron hacia ella. La puerta se abrió y el
rostro de sorpresa de Jason pasó a uno molesto, cerca del enfado.
—Hola, Jason. ¿No está Sean?
—No, y tú tampoco deberías estar aquí. ¿Te manda tu abuela?
—No, no es eso. Es algo muy importante y que puede cambiar
tu vida. Por favor, déjame mostrarte algo.
—Está bien, pasa —dijo, apartándose de la puerta. Tampoco
era un ogro.
Megan pasó y echó un vistazo a la ordenada y limpia fábrica de
whisky de los McDonald. Probablemente era la primera Kinnear que
entraba allí.
—¿Y bien? —preguntó Jason con los brazos cruzados sobre su
extenso pecho.
—Vengo a enseñarte una fotografía y creo que es importante.
Es una fotografía que mi tía Siobhan amaba, según me dijo mi
madre, y creo que es porque aparece el padre de su hija mayor, la
que pensaba que era mi tía Louise. La madre de Bárbara tuvo un
amor adolescente y se quedó embarazada.
—¿Y qué tiene que ver conmigo?
—Por favor, mira la foto y dime si reconoces al hombre que sale
detrás.
Jason tomó la foto y se acercó a la luz para verla mejor.
—¿Esta es la madre de Bárbara de joven?
—Sí, con Louise, pero fíjate atrás, ¿quién es ese chico?
Si la tez morena de Jason pudiera empalidecer, lo hubiera
hecho.
—Creo que es un McDonald, tiene un aire familiar —dijo ella
mirando su rostro sorprendido.
—Finnean, es Finnean, mi primo, pero… no lo entiendo. ¿Él
tuvo una hija? Yo pensé que éramos incompatibles….
—Y de ahí lo importante que es esto. Mi prima Louise es mitad
McDonald y mitad Kinnear y tú podrías estar con mi prima Bárbara,
si quisieras.
Una breve mirada esperanzada de Jason alegró el corazón de
Megan, pero él negó con la cabeza.
—Ella no sabe lo que soy, ¿verdad?
—Nadie hemos querido decírselo. Considerábamos que debías
ser tú.
—Gracias, siempre me acordaré de esto. Pero no puedo,
Megan. Ella se asustará y me detestará. Para ella solo seré un
monstruo.
—Eres un testarudo. Si solo probases… ¿Qué puedes perder?
Si ella te dice que no, al menos lo sabrás. Ella se va mañana, y no
sé si volverá porque con mi abuela no se lleva muy bien que
digamos. ¿No te gustaba?
—Mucho —suspiró Jason—, creo que demasiado. Por eso, la
dejaré ir. Llévate la foto y vete. Te lo agradezco de todas formas.
—Perdona que te diga, Jason McDonald —dijo enfadada—,
eres un estúpido si por tu orgullo o por tu miedo dejas ir a la mujer
de tu vida.
Sin esperar a que le contestara, se giró y salió por la puerta.
¿Cómo podría ser tan testarudo? Se fue directa a casa, esperando
que ocurriera algo.
—Ojalá Jason sea capaz de decírselo —dijo conjurando su
voluntad. No quería influir en el destino, pero a veces, hasta los
hombres más fuertes necesitaban un empujoncito.
Capítulo 24. La última visita
Con una pinta de más, las dos hermanas se fueron a dormir,
cada una a su habitación. Ya hacía rato que había anochecido y
ellas estuvieron hablando sobre la infancia de Louise y su fracaso
para hacer magia de forma normal. Solo cuando estaba furiosa,
salía una fuerza increíble de ella y normalmente daba lugar a un
desastre. Así que procuraba vivir la vida de forma alegre y
superficial. Así es como la conoció Bárbara: divertida y cariñosa. En
realidad, siempre la había tratado como a una hermana. Y ella la
consideraba así. Y no se había dado cuenta.
Abrió la ventana y respiró el aire fresco del lugar. Al día
siguiente se irían. Por mucho que insistieran Megan o Helen. Si su
abuela no las quería allí por ser hijas de su madre, a pesar de que le
dolía, empezaba a darle lo mismo. Pero el paisaje era maravilloso.
Las montañas, incluso Black Rock; los verdes valles y el cielo
estrellado le habían fascinado.
Miró a la espesura del bosque del lobo, donde estaba tan
tranquila. Tenía que reconocer que podría prescindir del paisaje,
pero nunca había sentido algo con otro hombre como con Jason. No
entendía por qué, pero se sentía unida a él. Aunque él no quisiera
saber nada de ella. Tampoco lo comprendía. Por muchas rencillas
que hubiese entre ambas familias, era ridículo. Ya no estábamos en
la edad media. Incluso pensó que lo que había visto al hacer el amor
eran imaginaciones suyas. Estaba demasiado influenciada por
temas de brujería y ahora veía hasta visiones.
Suspirando, fue a cerrar la ventana, cuando una sombra se
interpuso con la luna. Ella se asustó y dio un paso para atrás, pero
un intenso aroma a pino le hizo adivinar quién era.
—Perdona, no quería asustarte —dijo Jason asomado a la
ventana—. ¿Puedo entrar?
—¿Es que nunca usas la puerta? —dijo ella dejándole un hueco
para que pasara.
—Prefiero no hacerlo —contestó dando un ágil salto y entrando
en la habitación.
Ella puso los brazos en cruz, enfadada, pero no se dio cuenta
de que así ajustaba el camisón y sus pechos se marcaron contra él.
A Jason se le hizo la boca agua.
—¿Te vas mañana? —dijo intentado controlar las ganas de
saltar sobre ella y llevársela a la cama.
—No me retiene nada aquí —dijo revisando su fuerte pecho, en
el que le gustaría refugiarse.
—Eso podría cambiar. Me he enterado de que Louise es tu
hermana.
—¿Y? ¿Qué más te da?
—Pues que su padre es Finnean, mi primo. Un McDonald.
—Oh, vaya —dijo Bárbara sorprendida.
—Eso significa que tal vez los Kinnear y los McDonald sean
compatibles —dijo acercándose a ella.
—¿Compatibles? ¿En qué?
—Me encantaría contártelo, pero antes me gustaría hacerte el
amor.
Ella se excitó y él lo olisqueó. Con un pequeño gruñido la
levantó con suavidad y la llevó a la cama.
—¿Quieres? —dijo él apoyado y sin recostarse. Ella asintió y él
sonrió con ganas. La deseaba mucho, su lobo quería estar con ella,
en cuerpo y alma, y él, desde luego.
Ella se quitó el camisón rápido y él la camiseta. Bárbara se
sentó en la cama y comenzó a bajar sus pantalones. Enseguida se
encontró con su miembro erecto y miró a los ojos de Jason, traviesa.
Comenzó a acariciarlo y luego acarició la aterciopelada punta con la
lengua, lo que hizo que el hombre se estremeciera.
—No deberías… —dijo él.
—Pero quiero.
Se lo metió en la boca, disfrutando de su espléndida dureza, y
pasó la mano por su fuerte trasero. Qué ganas tenía de cogerlo. Él
se dejó hacer hasta que se excitó demasiado y no quería acabar tan
pronto. Esa noche la disfrutarían y después, ya se vería.
La apartó con suavidad y le quitó las braguitas, haciendo que
ella se pusiera sobre manos y rodillas. Ella lo miró sonriendo y él
rozó su interior, empapado de placer. No podía esperar, no para esta
vez. Se introdujo en ella y ella gimió al sentirlo. Sacó y metió su
miembro con cierta dureza, pero ella estaba disfrutando. Sus
gruñidos lo demostraban.
Cuando ya no podía aguantar más, salió de ella, arrancando un
ruidito de impaciencia en Bárbara. Se echó en la cama y la invitó a
ponerse sobre él. Ella aceptó de inmediato y volvió a introducir su
dureza en ella. Comenzó a balancearse, mientras él la tomaba de la
cadera. Sus pechos rebotaban suavemente, haciendo que él se
hinchara cada vez más.
Ella empezó a moverse de forma más frenética, estaba a punto
de tener un orgasmo y él no podría aguantar mucho más. Notó
como su iris se iba a volver amarillo, así que cerró los ojos con
fuerza. Ella parecía no recordar lo de sus ojos amarillos, lo que le
hacía sentirse aliviado. No podía descubrirse justo ahora.
Ella se dejó ir y él soltó todo lo que había aguantado. Su
sensibilidad era tal que notó el semen cálido dentro de ella. La
acogió cuando ella se recostó sobre el pecho de Jason, sin salir de
ella.
Ambos respiraban agitadamente. Jason acarició la melena
alborotada de Bárbara y le dio un beso en la frente. No sabía qué
decirle. ¿Que se quedara? ¿Que era un lobo? ¿Que le había
mentido, o no dicho toda la verdad? Suspiró y ella levantó la cabeza
y lo miró a los ojos.
—¿Qué ocurre, Jason? —dijo ella acariciando su barba crecida.
—Tengo que contarte algo, pero temo que cuando lo sepas no
quieras estar conmigo.
—¿Estás comprometido o algo así? —dijo ella incorporándose
un poco.
—No, qué va. Es algo… más interno.
—¿Estás enfermo? Dime —dijo ella preocupada.
—No. Dame un poco de tiempo, por favor. Te lo diré hoy mismo,
pero necesito… prepararme.
—Está bien. Pero después de saber que soy una Kinnear y una
bruja que no sabe serlo, no creo que sea peor.
—No sé —dijo levantándola—. ¿Nos duchamos?
—Claro. Te confieso que cuando te duchaste ese día, estaba
deseando meterme contigo.
—Y yo que lo hicieras —sonrió él. La cogió en brazos y la llevó
al baño. Abrió la ducha y se metieron. Si eran las últimas horas con
ella, al menos las disfrutaría.
Cogió el jabón y acarició con sus enormes manos la espalda,
bajando al precioso trasero. Ella se giró, sonriendo, y él lavó con
toda intención sus pechos, que seguían erectos, y bajó a sus partes
más íntimas. Ella se estremeció cuando un dedo de él rozó su
hinchado clítoris.
—¿No crees que es demasiado pronto? —dijo ella mirándolo de
arriba abajo. Y no, se dio cuenta de que no lo era.
Él la levantó como una pluma y la apoyó contra la pared de la
ducha. Ella anudó las piernas en su cintura y él la embistió con
ganas. El agua caliente les caía por la cabeza y él la besaba con
desesperación, mientras la penetraba con pasión y con el miedo de
que eso acabara mal.
Cerró el grifo y salieron del baño, completamente empapados.
Él la volvió a llevar a la cama y ambos se echaron sobre ella. Jason
se apoyó sobre ella con cuidado, pero sin dejar de moverse. Las
piernas de ella seguían en su cintura. Bárbara comenzó a gemir, a
punto de acabar y tener otro de los mejores orgasmos de su vida.
Jason sintió que sus ojos iban a cambiar. No se lo iba a ocultar más.
Ella se dejó ir y él también. Levantó la cabeza y ella vio sus ojos
amarillos.
Bárbara se sobresaltó y se soltó de él, arrinconándose en la
cama. Él se puso de pie, desnudo y magnífico.
—Esto es lo que soy.
De forma inmediata, cayó al suelo y en unos segundos, se
transformó en el lobo negro que ella había visto. Bárbara gritó
aterrada y movió los brazos de forma automática, dando un golpe de
aire que envió al lobo al otro lado de la habitación, cayendo
desvanecido.
Bárbara se rodeó con la sábana y salió corriendo al pasillo,
hacia la habitación de su hermana, que ya se había despertado con
el grito. Louise abrió la puerta y la recogió.
—¿Qué ocurre? ¿Estás bien?
—El lobo… él… Jason…
Louise se acercó a la habitación. La ventana estaba abierta y la
habitación vacía.
Bárbara entró y vio que no había nadie. Cerró la ventana,
aterrorizada.
—Nos vamos ahora mismo.
Louise asintió. Así que él se había dado a conocer. Ella había
reaccionado como cualquiera, suponía. Pero imaginaba que Jason
estaría destrozado.
Hicieron las maletas en unos minutos y después de pagar el
hotel, salieron por la carretera. Bárbara estaba encogida, con los
ojos cerrados, intentando asimilar el cambio de Jason. Empezó a
llorar y Louise la dejó. Condujo con calma por las estrechas
carreteras que dejaban el valle. Ella también se fue una vez
destrozada, cuando se enteró de quién era su verdadera madre y
que, por no habérselo dicho antes, no llegó a disfrutar de su
compañía.
Tampoco entendía por qué Siobhan no la había reclamado una
vez que se casó con el inglés, sospechaba que tenía que ver con su
abuela. Sintió una furia que, unida a la desesperación de Bárbara,
crearon un flujo energético de tristeza y desesperación que se
extendió atraído hacia las cuevas de Black Rock y liberaron varios
de los entes oscuros que habitaban en ellas. Dos entes se
deslizaron en diferentes direcciones y un tercero se pegó en el
parachoques de su coche, solo esperando a coger más fuerza para
crecer.
Capítulo 25. Peligro
El lobo se despertó sacudiendo la cabeza. El golpe había sido
fuerte, pero no le dolía tanto como el terror que había visto en sus
ojos. ¿Por qué había pensado que ella lo aceptaría? Se estaba
engañando, ilusionándose. Pensó, mientras salía de un salto por la
ventana, que era algo que esperaba.
Corrió hacia el bosque, aullando de dolor, y a los pocos
minutos, un lobo más joven se unió a él. Ambos corrieron hasta
agotarse y acabaron en la destilería. Los lobos entraron por la
puerta lateral, que siempre estaba entornada para sus correrías, y el
lobo negro se dejó caer delante de la chimenea apagada.
Sean se acercó a él y lamió su oreja. El lobo negro retiró la
cabeza. El chico se transformó.
—¿Qué ha ocurrido? ¿Has hecho algo malo? —dijo
preocupado.
El lobo apoyó la cabeza en el suelo y cerró los ojos.
—Venga, Jason, transfórmate y dime, por favor.
Al final, el lobo se transformó y se sentó en el suelo, apoyado
en la pared.
—Me transformé delante de ella.
—Ah, y ¿cómo lo llevó?
—Me lanzó contra la pared. Estaba aterrorizada. Y se ha ido,
Sean.
—Lo siento, hermano. Supongo que tenías que intentarlo.
—Sí, supongo. Déjame solo, por favor.
—Está bien. Avísame si necesitas algo.
—Gracias por acompañarme.
Sean se convirtió y salió por la destilería. Sabía que él era un
solitario, que acabaría bebiendo para apagar las penas, en lugar de
correr tras ella. Pero bueno, le dejaría un tiempo regodearse en su
pena. Solo un día. Y, después, pensarían un plan.
***
Correteó por el bosque hacia casa. Hacía tan buena noche que
no le apetecía encerrarse. Además, estaba dándole vueltas a las
posibilidades que tenía para convencer a Bárbara de que ellos no
eran malos.
Por eso, no se dio cuenta de que dos espectros se habían
puesto delante de él. Frenó en seco. Eran dos entes como el que
Jason destrozó. Sus brazos eran casi humanos, aunque tenían
garras y flotaban a su alrededor jirones de oscuridad. No estaba
seguro de si podría con los dos, así que aulló, esperando que su
hermano lo escuchara.
Se lanzó contra una de las sombras y atacó su cuello. Chilló de
forma estridente y arañó con su mano el lomo del lobo, pero él no
soltó sus mandíbulas. Al tacto, era viscoso y desagradable, pero se
podía morder y eso era lo que le importaba.
Desgarró lo que pudo, pero entonces el otro ente lo agarró de
las patas traseras y estiró, de forma que tuvo que soltar al primero.
Fue lanzado contra un árbol y se quedó algo aturdido. El primer ente
se estaba desvaneciendo, pero el segundo iba por él con
intenciones asesinas. Sin embargo, Sean estaba herido. Su pelaje
blanco se había convertido en rojizo por la sangre perdida.
Dos colmillos en el espectro le enseñaron lo que iba a pasar a
continuación. Se alimentaría de él y se convertiría en uno de esos
terribles vampiros que casi acabaron con su familia hacía
trescientos años.
El ente se agachó hacia él y Sean cerró los ojos. Esperaba que
fuera rápido. De repente, un gruñido que parecía un rugido se
escuchó, un viento fuerte levantó al espectro y el enorme lobo negro
se lanzó contra el ser, apartándolo de su hermano.
Acabó con él sacando la rabia retenida y pronto ambos seres
habían desaparecido. Jason se transformó y se acercó a su
hermano, ya en forma humana. Tenía una buena herida en el
costado y posiblemente alguna costilla rota.
Lo cogió con cuidado y corriendo, como si nada, lo llevó a la
destilería. Desde el despacho, entró en una habitación que solo
conocían ambos. Allí tenían lo necesario para las curas. Esperaba y
rezaba que fuera suficiente.
La herida rezumaba icor negro y temió que estuviera
envenenado. No podía hacer nada. Aunque fuera desagradable
para ellos, debía contar con las Kinnear.
***
Después de ponerse unos pantalones y otros a su hermano, lo
subió a la camioneta y aceleró hacia Black Rock. Debían atenderlo.
Era su deber. Si no lo hacían, acabaría con ellas.
Llegó a la casa y tocó el claxon. Al momento, salió Helen,
despeinada, seguida de Megan.
—Necesito ayuda, nos han atacado.
Sacó a su hermano del coche y a Megan se le rompió el
corazón al verlo inconsciente. Helen le acompañó dentro y dejaron
al chico en la sala donde a veces daban masajes, en la camilla.
—¿Qué ha sido, Jason? —preguntó Helen.
—Una Baobhan Sith sin transformar. Había dos, por los restos.
Yo llegué después de que lo hiriera.
—Megan, trae el frasco oscuro de la alacena de arriba. Rápido.
—¿Qué ocurre aquí? —dijo la abuela entrando a la habitación
con su bata—. ¿Qué hacen ellos aquí? ¡Que se vayan!
Jason se volvió furioso. Sus ojos se habían vuelto amarillos,
pero Helen lo paró.
—Madre, dos entes se han escapado y han envenenado al
joven. No lo dejaré morir teniendo el remedio.
—Pero…
—¡Vete a la cama! —dijo Helen, sorprendida consigo misma de
gritar a su madre. Estaba harta de esa intolerancia que había
destrozado la familia.
La mujer se volvió y salió de la habitación refunfuñando.
—Gracias —dijo Jason, y ella asintió.
Megan apareció con el frasco oscuro y se lo dio a su madre.
—Esto va a dolerle mucho, así que sujétalo. Pero es la única
forma. ¿Confías en mí, Jason?
—Sí, hazlo, por favor.
Sujetó a su hermano mientras Helen aplicaba el ungüento.
Megan tenía la mano sobre el muchacho y susurraba un hechizo
para quitar todo el dolor posible. Pero la quemazón era enorme y el
chico comenzó a gritar y a removerse. Jason lo sujetó, susurrándole
palabras tranquilizadoras.
Después de unos minutos angustiosos, el icor salió del cuerpo
del chico reptando como una masa viscosa. Helen lo recogió para
destruirlo y Sean se desmayó. Megan limpió la herida y la
desinfectó. Helen dejó el frasco sanador del que apenas quedaba un
cuarto de botella, algo preocupada. Era un producto que tardaban
un tiempo en crear, por lo que esperaba que no lo volvieran a
necesitar pronto.
—Voy a preparar una infusión purificadora y para el dolor. Creo
que tiene algo roto —dijo Helen, explorando con su mano extendida
a cinco centímetros de la piel del chico.
—Gracias, Helen. No olvidaré esto.
Megan limpió el sudor de Sean, que iba respirando poco a poco
más tranquilo. Jason lo miraba preocupado. Si él no hubiera estado
obsesionado con sus propios problemas, habría detectado los
espectros. Se sintió terriblemente culpable.
Helen entró con una infusión oscura y espesa y miró a Jason
para pedirle permiso para administrársela. Él levantó al chico para
que no se atragantara.
—Si queda algo del espectro, esto lo terminará de barrer. Lo
expulsará. En cuanto a los huesos rotos, tendrías que llevarlo a un
hospital. Yo solo puedo vendarle las costillas.
—En cuanto esté consciente y se transforme, el lobo lo curará
—dijo Jason.
Acercaron la taza al chico y con una cuchara, Megan estuvo
dándoselo. Su rostro era de adoración por el chico. Jason frunció el
ceño. Eso tampoco era bueno. Pero no era el momento. Poco a
poco, Sean fue tragando y el color comenzó a volver a su piel.
Cuando acababa de darle una cucharada, el joven abrió los
ojos y miró a Megan, que se sonrojó.
—¿Estoy en el cielo y hay un ángel aquí? —dijo sonriendo.
—Joder, Sean, vaya susto me has dado —dijo su hermano
incorporándolo. Él se quejó.
—Sería mejor que durmiera aquí, Jason —dijo Helen.
—No. Lo llevo a casa y mañana, cuando se transforme, estará
bien. Te lo agradezco mucho, Helen, de verdad.
—Estoy harta de esta absurda idea de que McDonald y Kinnear
no pueden ser amigos, o tener incluso una relación. Al principio,
estaba de acuerdo con mi madre, pero ya no —contestó Helen—, y
esto se tiene que acabar. ¿Has hablado con Bárbara?
—Ella se ha ido.
Sin una palabra más, Jason cogió a su hermano en brazos y se
lo llevó a la camioneta, donde lo depositó en la parte de atrás con
cuidado. Él lo miró con pena. Condujo hasta la casa y lo llevó a la
cama. Esa noche no dormiría, no podría hacerlo. Así que se
transformó y salió a patrullar, para comprobar que ningún ente más
había escapado.
Capítulo 26. Sueño
Louise miró a su hermana. Se había quedado dormida en el
coche y, ahora que habían llegado, le daba pena despertarla. Más
que nada, porque recordaría todo lo que le había pasado esa
semana: ser bruja, ver que existen hombres que se convierten en
lobos y, lo que ella más despreciaba, las mentiras.
Acarició su rostro y ella gimió, todavía dormida.
—Jason… —murmuró.
Así que ella estaba colada por él. Solo el amor verdadero hacía
suspirar a una bruja el nombre del amado. Se quedó quieta,
pensativa. Había aprendido mucho sobre brujería y hechizos,
aunque apenas podía hacer algo. Solo cuando estaba furiosa. Y
decidió que la vida lejos de Glencoe debería ser fácil y divertida. No
dejaba de ser una coraza que se había hecho para olvidar todo
aquello. Suspiró y movió un poco a Bárbara. Ella abrió los ojos y se
incorporó deprisa.
—Tranquila, ya estamos en casa.
—¿Puedes quedarte a dormir en mi apartamento? —suplicó
Bárbara. Louise asintió.
—Quieres hacer una fiesta de pijamas, ¿no?
Eso hizo sonreír un poco a su hermana pequeña. Ambas
cogieron sus bolsas y subieron al apartamento. El coche quedó
aparcado en la calle. Tenía una fea mancha oscura en el
parachoques. Si alguien hubiera estado cerca se habría asombrado
porque la mancha pareció cobrar vida y, como si de una serpiente
se tratara, se deslizó entre las sombras, hasta meterse por un
oscuro callejón, palpitando de expectación al sentir la maldad que
existía en la ciudad y de la cual podría alimentarse sin duda.
***
Bárbara dejó la bolsa en el suelo y se dirigió hacia la cocina. No
tenía nada de hambre, pero necesitaba un café bien espeso.
Todavía estaba asimilando lo de ser bruja, cuando Jason, el tipo que
tanto le gustaba y con quien se había acostado, se transformó en
lobo. ¡En el lobo!
Preparó un par de cafés bien cargados. De todas formas,
estaba amaneciendo y ya no se iban a acostar. Además, quería
llamar a su padre. Le debía muchas explicaciones.
—¿Cómo estás? —dijo su hermana entrando en la cocina. Ella
se encogió de hombros.
—Confusa, furiosa, aterrorizada. Me acosté con él, Louise.
Varias veces. ¿Y si ha hecho algo raro conmigo?
—Aparte de hacerte pasar un buen rato, que es lo que
supongo, no hay nada malo en Jason. Bueno, quizá sí, es un
cabezota con mucho mal genio. Desde pequeño lo fue.
—Otra cosa que parece que soy la única que no sabía —dijo
enfadada Bárbara. Tomó el café oscuro y se dejó caer en la silla de
la cocina.
—Le pertenecía a él contártelo. Lo siento, jamás pensé que
llegarías a enterarte de todo… y, de todas formas, no sabía que
habías vuelto a Glencoe. Tal vez habría podido detenerte.
—Fue algo inesperado, tramado por Helen. Ya casi no me
importa eso de ser bruja, total, si llevo el colgante de mamá, no hará
efecto.
—Oh, pero sí lo hará, Bárbara. —Louise se sentó junto a ella y
le cogió de la mano—. Una vez que se ha desatado la Bruja, ningún
colgante es capaz de pararla. Pero puedo ayudarte, aunque yo no
tengo esos dones, aprendí todo lo que pude antes de marcharme de
Glencoe.
—¿Por qué te fuiste?
—Me enteré de quién era realmente mi madre. Ya sabes que a
mí tampoco me gustan las mentiras.
—Y, sin embargo, nunca me has dicho nada.
—Lo sé. Pero eso también se lo tienes que preguntar a tu
padre. Él tenía una especie de acuerdo. Me dijo que, a menos de
que te convirtieras en bruja, no podía decirte nada.
—Está bien. Le he enviado un mensaje para comer con él.
Iremos juntas, si te parece.
—Tal vez debieras ir sola…
—No, por favor. Además, eres mi hermana mayor.
Bárbara sonrió. Era lo único bueno de todos esos días. Aunque
debía reconocer que el sexo con Jason fue espectacular. Era el tipo
de hombre que le gustaba y se había dado cuenta al verlo con el
chichón que ella misma le había hecho en forma de lobo. Sonrió sin
poder evitarlo. Y, de repente, pensando en Gillian, se echó a reír.
Cuando Louise le preguntó extrañada por qué, ella le contó el
episodio de la piedra y ambas acabaron muertas de la risa.
—Será mejor que vaya a comprar algo para tu nevera —dijo
finalmente su hermana—, no sé cómo puedes vivir sin nada en ella.
—Ya veo que vas a ejercer de hermana mayor —sonrió
Bárbara.
—Sí, y mientras voy a comprar, tómate un baño caliente y
descansa, que te lo mereces.
Louise cogió su mochila y salió a comprar mientras ella llenaba
la bañera. En su pequeño apartamento, era un lujo que adoraba.
Cuando el agua estuvo caliente, echó sales de baño con olor a
lavanda y canela y se metió en la bañera, cerró los ojos y apoyó la
nuca en el borde. Sus músculos comenzaban a ceder y el relax fue
seguido de una pequeña siesta.
El frío la hizo despertar. Abrió los ojos asustada. La luz de la
mañana entraba e iluminaba el cuarto. Notó algo raro. Cuando miró
el agua, vio con horror que era una bañera llena de sangre. Intentó
salir, pero resbalaba. No podía ser su sangre, o estaría muerta. Miró
hacia el suelo y primero vio los pies, luego el cuerpo. Su hermana
estaba echada, con una raja en el cuello y los ojos abiertos, muerta.
¿Había sido ella?
Con todas sus fuerzas se elevó de la bañera, pero resbaló y se
dio un golpe en la cabeza. Cuando volvió a abrir los ojos, miró con
asombro que todo estaba normal. El agua seguía transparente y no
había sangre. Se levantó deprisa y cogió una toalla. El vaho había
cubierto el espejo y lo retiró con la mano. La imagen que le devolvió
fue una mujer igual que ella, pero con la boca goteando una gran
cantidad de sangre.
Gritó y dio un paso atrás y el reflejo desapareció. Louise entró
corriendo en el baño.
—¿Qué ocurre? ¿Estás bien?
Ella la miró con lágrimas en los ojos.
—¿En qué me estoy convirtiendo?
Louise la abrazó. No sabía qué le había pasado, pero la
temperatura del baño había descendido. Debería hablar con Helen.
Pronto.
Capítulo 27. Paciencia
Sean aulló a la luz del amanecer y correteó por el bosque,
esquivando los castaños y los matorrales. Parecía que le habían
puesto un chute de energía. El lobo negro lo miraba con las orejas
levantadas. Él no tenía tantas ganas de correr, aunque estaba
aliviado al ver que su hermano estaba bien.
Había pensado en contactar con un antiguo compañero de
correrías, perteneciente al clan de los McAllen y que pasó varios
veranos allí en Glencoe. Aunque era algo mayor que él, se llevaban
de maravilla. Y resulta que estaba viviendo en Glasgow. Tal vez
podría echarle un vistazo a Bárbara, solo por si acaso, se dijo.
El lobo blanco se tiró encima de él, sacándole de sus
pensamientos y tomándolo desprevenido. Se revolvió y tras un
juego de falsos mordiscos y gruñidos, puso su pata sobre el pecho
del joven lobo, que abría la boca y sacaba la lengua. Eso también le
recordó a Bárbara. Se apartó y se transformó. Sean lo hizo a
continuación.
—¿Ya te has cansado de correr? ¡Te estás haciendo viejo!
—No pruebes mi paciencia —advirtió.
Se vistieron y caminaron hacia la destilería despacio,
disfrutando del espléndido amanecer que el valle ofrecía.
—He pensado hablar con Connor, está en Glasgow, por si
necesitan algo… —dijo mirando a su hermano de reojo. Sean
aguantó la sonrisa.
—¿Ese tío tan guapo que te birlaba todas las chicas?
Jason apretó los puños. No había pensado en eso. Su lobo
interior aulló de rabia.
—¿Por qué no vas tú? Creo que se merece una buena
explicación.
—El deber del alfa es quedarse en el valle —contestó abriendo
la puerta con brusquedad.
—Papá hizo algún viaje. Creo que llevas eso del alfa hasta las
últimas consecuencias. Si le dices a Connor que las vigile y se
encapricha… la podrías perder.
—Lo dudo —sonrió de lado—. Ella me pertenece.
—Ah, por fin lo confiesas —rio Sean—, pero, hermano, o te
pones en marcha o quizá un humano te la quite.
—¿Y qué quieres que haga? —dijo Jason volviendo a estar de
mal humor. Sus ojos estaban negros y Sean dio un paso atrás.
Movió la cabeza y abrió una caja de botellas—, ella ni siquiera
querría vivir aquí, además de estar aterrorizada. Lo nuestro es
imposible.
—Pero…
—Mira lo que le pasó a Finnean, se enamoró de Siobahn y
como no pudieron estar juntos, acabó mal.
—A nuestro primo lo atracaron, él no se suicidó ni nada.
—¿Pero no crees que un lobo atento podría evitar los peligros?
Mira lo que pasó cuando te hirieron, o antes, en el bosque. Ella me
distrae.
—Porque no está aquí contigo.
—¡Basta! —rugió Jason—. Si vas a seguir así, será mejor que
te vayas.
Sean se encogió bajo la voz del alfa y se fue a la otra punta de
la destilería, a preparar los embalajes. Su hermano tenía cada vez
peor genio y eso no era bueno.
Capítulo 28. Confesión
—Debería decírselo —dijo Megan mientras recogía las hierbas
aromáticas de su jardín para hacer Drambuie.
—No —dijo su madre—, no te pertenece.
—¿Y a quién entonces? Si su madre y su padre están muertos,
y yo soy su prima…
—Tal vez a la abuela. —Megan resopló ruidosamente y le pasó
unas ramitas de la mezcla secreta, diferente a la original. Helen las
sacudió y las metió con cuidado en la cesta —. Aunque no creo que
la abuela le diga nada, ni siquiera que le hable. En cuanto Louise
supo quién era su madre, tuvieron una fuerte discusión y ella se fue
de casa.
—No entiendo por qué la abuela las odia.
—No lo sé, nunca ha querido hablar del tema. —Helen se
encogió de hombros y se estiró para descargar la espalda—. Y si no
quieres que te hable, coméntaselo y verás.
—Debería ser más razonable —murmuró Megan.
Ella estaba convencida de que Louise debería saber que su
padre era Finnean McDonald y que, extrañamente, era medio lobo y
medio bruja. O quizá no significaba nada, pero, aun así, tenía
derecho a saberlo. Y ella se lo diría.
Terminó de recoger la cosecha y llevó la cesta a la cocina,
donde extendió las hierbas en unos paños que la abuela había
preparado. No dijo nada y Katherine la miró, levantando una ceja.
—¿Qué tramas, niña?
—Nada —dijo sonrojándose.
—Estás demasiado callada.
—Abuela, ¿por qué no quieres saber nada de Bárbara?
Un rictus de dolor atravesó el rostro de la abuela, que se volvió
y comenzó a cocer la miel de brezo. Megan sabía que no le iba a
hablar en unos días, pero no quería callarse más. Dejó todo y subió
a la buhardilla. Volvió a mirar las fotos, su tía era muy bonita y su
madre también. Y su abuela, sonreía… ¿Qué fue lo que cambió
todo?
Sacó el móvil y buscó el contacto de Louise. La iba a llamar.
Capítulo 29. Descubrimiento
Louise estaba preparando un desayuno contundente. No sabía
hacer las gachas como en el hotel, pero sí unos huevos revueltos,
tostadas y café bien cargado. Después de la noche viajando que
habían pasado y la pesadilla de Bárbara, necesitaban recobrar
fuerzas.
En unas horas habían quedado con su padre que, resignado,
les había prometido contarles todo. Bárbara miraba por la ventana,
distraída. Le había dicho que necesitaba más explicaciones sobre
Jason, pero no en ese momento. La visión que le había explicado la
inquietaba demasiado. Pensaba que ella podría ser una asesina,
pero nunca se había dado que una bruja lo fuera. Claro que ella
había sido despertada de forma distinta.
El teléfono sonó y descolgó.
—Hola, Megan, ¿qué tal todo? —Bárbara se giró hacia ella y
Louise puso el altavoz. No más secretos.
—Hola, Louise, por aquí todo igual. Quería comentarte algo. No
parece que lo tengas que saber, pero estoy harta de tanto
secretismo.
—¿Qué es? —dijo Louise poniendo los platos en la mesa.
Ambas se sentaron, atentas.
—¿Sabes la foto que encontramos en el desván? La de
Siobhan con un bebé, que eras tú y había un chico al fondo, que
creí reconocer. Estoy segura de que es tu padre.
—¿Y quién es?
—Es Finnean McDonald, primo de Jason. No se lo digas
todavía a Bárbara, porque puede que se asuste, ya que parece que
eres medio loba.
—Tarde —dijo Bárbara mirando fijamente a Louise.
—Ya hablaremos, Megan —dijo Louise colgando. Sin mover un
solo músculo, miró a su hermana—. Yo no lo sabía. Me iré ahora
mismo.
—No, no te vayas —dijo ella temblando—, eres mi hermana,
aunque seas… medio lobo. Solo… deja que lo asimile.
Louise asintió y empezó a desayunar. Su cabeza daba mil
vueltas. También tenía que aceptarlo. ¿Medio lobo? Su padre, ¿un
McDonald? ¿Eso en qué la convertía? Quizá esa era la causa por la
que no tenía dones como su madre o su hermana. Porque la parte
lobo luchaba contra la parte bruja en su interior. Por un momento, se
sintió aliviada. Siempre había pensado que era un fracaso, pero no.
No lo era.
—Esto cambia las cosas —dijo Bárbara, que solo había tomado
un sorbo de café. Louise se preparó para que su hermana la echara
de casa. Intentaría no llorar—, eso quiere decir que has pasado de
ser mi mejor amiga a mi hermana mayor, pero ahora eres increíble
—Louise soltó la respiración que estaba conteniendo—, en serio,
¿crees que podrás convertirte? Me encantaría tener una mascota.
Louise se la quedó mirando con la boca abierta y entonces
Bárbara se echó a reír. Se levantó y se dirigió hacia su hermana con
los brazos abiertos. Ella también lo hizo y se fundieron en un
abrazo, entre risas y lloros.
—Gracias, Bárbara. Que me aceptes como soy me ayuda
mucho.
—Puede que sea una asesina y que un día me enfade y te
envíe contra la pared. Si tú aceptas mis cosas, ¿por qué no aceptar
las tuyas?
—Creo que la palabra cosas se queda corta —dijo ella—.
Desayunemos y luego hablaremos con tu padre, a ver qué es lo que
nos tiene que decir.
—En serio, Louise —dijo Bárbara sentándose y comiendo con
apetito—, tienes que intentar volverte lobo. Jason era alucinante, si
lo pienso bien.
—De eso hablaremos más adelante. Tal vez puedas darle una
oportunidad como me la has dado a mí.
—Quizá, no sé… Es demasiado guapo para perderlo, ¿no
crees?
—Alguna cualidad tendrá más —dijo Louise, y su hermana se
sonrojó.
—Demasiadas —contestó llenándose la boca para no hablar
más.
Su hermana se alegró. El hombre era buena gente y ahora que
se sabía que era posible una relación entre una Kinnear y un
McDonald, y ella era la prueba viviente, tal vez estos dos tuviesen
una oportunidad.
Le envió un mensaje a su cómplice Megan diciendo que su
hermana la había aceptado y que tal vez habría esperanza para
Jason.
***
Después de holgazanear un poco más y dar una vuelta por
Buchanam Street, entrar en cinco tiendas y no comprarse nada,
acudieron al restaurante donde habían quedado con su padre. En
realidad, Bárbara hubiera preferido hablar en casa. Tenía miedo de
sus propias reacciones, pero su padre insistió.
Entraron cogidas del brazo en el restaurante Cranachan y se
sentaron cerca de la galería cubierta mientras esperaban a su
padre.
—¿Crees que será sincero? O sea, en veinticinco años no me
ha dicho nada…
—Dale una oportunidad. No sabemos realmente lo que pasó.
Su padre llegó entonces y les dio un beso a ambas. La
camarera llevó la carta y pidieron unas ensaladas y pasta para
todos, mientras charlaban sobre trabajo. Una vez trajeron el primer
plato, su padre se la quedó mirando, con cariño.
—Tu madre estaría tan orgullosa de ti.
Bárbara suspiró y Louise la abrazó porque se temía que iba a
acabar llorando.
—Necesito saberlo todo, papá. Por favor.
—Es una historia muy larga, pero quiero resumirte lo principal.
De todas formas, tú conoces las anécdotas en general —suspiró.
Por suerte, la comida no se quedaría fría—. Sabes que conocí a tu
madre en Glencoe. Nos enamoramos. Ella tenía que estar allí, se
debía a su familia. Pero nos amábamos demasiado para
separarnos. Después de unos días, ella me lo contó todo y, aunque
no la creí al principio, me lo demostró. Estuve un día meditando,
pensando si realmente mi amor era lo suficientemente fuerte como
para estar casado con una bruja. Y resultó que sí. Decidimos
escaparnos, volver a la ciudad, donde yo ya trabajaba y podía
mantener la familia como abogado. Su madre lo llevó muy mal y ella
no quería dejar a Louise, pero decidió reclamarla cuando ya nos
hubiéramos asentado. Tampoco teníamos mucho dinero entonces.
—¿Ella quería llevarme? —dijo Louise con lágrimas en los ojos.
—Por supuesto, te amaba con toda su alma. Y a mí me pareció
muy bien. Pero la familia se interpuso. No la dejaba irse, su madre la
amenazó, la necesitaba para mantener las líneas ley que ya
conoces. Y al menos debían ser tres las brujas que vivieran en
Glencoe. Tu madre sentía que había decepcionado a su madre, una
vez tras otra. Primero, por tener una relación con Finnean; luego,
por querer irse del pueblo. Así que Siobhan aceptó, con gran dolor
de corazón. Pero por ser una niña híbrida, tu energía no era
suficiente como para mantener las líneas. Insistió a tu madre que
volviera, pero ella no quiso. Discutieron tanto que se desató una
tormenta en Glasgow. Además, estaba embarazada. Tenía miedo de
que te retuvieran en Glencoe. Entonces la abuela, enfadada, le dijo
que no volviera más, ni siquiera para ver a Louise, que se lo
prohibía, y como tu madre tenía mucho genio, le aseguró que su hija
no tendría nada que ver con la magia, ni con ellas, para no tener
que soportarla. Me hizo prometer que, a menos de que tú
despertaras a la brujería, no te diría nada. Y si no te hubieras
quitado el colgante, lo ignorarías todo. Al parecer, hasta los
veinticinco pueden acceder, después no.
—O sea, que la abuela es la causante de todo —dijo Bárbara
enfadada. Su cabello comenzó a erizarse, como si estuviera
electrizado. Louise la abrazó y la calmó.
—Respira como te enseñó tu madre —dijo su padre—. Ambas
han tenido siempre un carácter muy fuerte, algo que tú has
heredado, por lo visto.
—¡Es tan injusto! —dijo por fin Bárbara más calmada.
—Lo es, pero tu madre fue muy feliz con su familia, hasta que
enfermó y, bueno, ya sabes el resto.
—La abuela me privó también de estar con mi madre —protestó
Louise—, y eso no se lo voy a perdonar.
—Chicas, ella tiene una gran responsabilidad. Según me
explicó tu madre, hay seres que viven en las montañas, que podrían
salir y destrozar las vidas de la gente, del mundo…, no le quitéis
importancia a eso. Ha consagrado su vida a proteger la grieta.
Incluso su esposo, vuestro abuelo, la dejó y se fue a vivir a Londres,
a raíz de que echara de su casa a Siobhan. Nos venía a visitar
hasta que murió de un ataque al corazón cuando tú tenías dos años.
Ella también ha sufrido mucho.
—¿La estás excusando? —dijo Bárbara enfadada.
—No. La perspectiva de los años me ha dado otra visión. Quizá
teníamos que habernos quedado en Glencoe, en lugar de que ella
me siguiera, podría haberlo hecho yo. A veces pienso que tomamos
la decisión incorrecta. —Bárbara puso la mano sobre la de su padre
—. Por eso, cuando me enteré de que estabas en Glencoe, me
disgusté, pero luego pensé que es tu legado y que de ti depende si
lo aceptas o no. No debe ser decisión de nadie más. Tienes
derecho.
—Bueno, la tía Helen decidió por mí. Me hizo quitarme el
colgante.
—Ya. Quizá pensó que se necesitaba una decisión rápida.
Quedaba poco tiempo para convencerte. Pero, aun así, tú puedes
tomar el camino de la bruja o seguir como si nada.
—No sé lo que voy a hacer, papá. Todavía estoy tan confusa…
y luego está lo de los lobos.
—Ah, sí, eso me costó creerlo un poco más. Pero lo hice. La
noche antes de marcharnos de Glencoe me llevó al bosque del lobo.
Allí había un joven cachorro negro que se acercó a nosotros con
curiosidad. Tu madre acarició su pelaje y él se mostró muy
amigable. Al rato, tu madre le invitó a mostrarse y se convirtió en un
niño moreno de unos cinco o seis años. Creo que se llamaba…
—¡Jason! —dijo Bárbara con el corazón palpitando.
—Sí, eso. Fue un gran impacto, la verdad, pero, aunque creí
todas y cada una de sus palabras, verlo por mí mismo fue
impresionante.
—Él es impresionante… —dijo Bárbara distraída. Su padre la
miró curioso.
—¿Y eso?
—Bueno, yo también lo he visto, verás, tuve una, en fin, decirle
esto a un padre es difícil, pero sí, una pequeña relación con él,
hasta que se convirtió en lobo y me dio un susto de muerte.
—Los lobos nunca se muestran a desconocidos, aunque tú tal
vez no lo fueras del todo. Quizá tu madre ya estaba embarazada, no
sé. Si se mostró ante ti, fue porque tiene una gran confianza.
—Estoy segura de que está enamorado de tu hija. Solo que ella
no quiere reconocer lo que siente por él.
—Es muy poco tiempo para saber si amo o dejo de amar a
alguien —protestó Bárbara.
—Ya se verá. —Miró la ensalada, que estaba sin probar—.
Deberíamos comer o la camarera nos retirará el plato. Eso es todo
lo que os quería contar y me alegro de que puedas saber toda la
historia, aunque es cierto que quizá tendríais que conocer la versión
de vuestra abuela. No sabemos bien lo que ella pasó.
—No sé si quiero hablar con ella —dijo Bárbara.
—Ni yo —contestó Louise—, nos ha quitado demasiado.
—Siento que penséis así. No deja de ser una señora a la que la
abandonó su hija, luego su esposo y por fin su nieta. Y acaba de
conocer a su otra nieta, que resulta ser tan cabezota como su
madre.
Ambas se miraron con el rostro culpable.
—Supongo que necesito un poco de tiempo —dijo Bárbara.
—No sé cuánto le quedará a tu abuela, pero creo que os
arrepentiríais si no hicierais las paces con ella. Tu madre lo lamentó
muchísimo.
Dejaron las ensaladas y la camarera trajo la pasta. El resto de
la comida transcurrió sin más temas desagradables, así que se
relajaron por fin.
La sombra que las había estado observando se metió al fondo
del pasillo, donde se encontraban dos guardias de seguridad
vigilando las cámaras. Tenía que ser discreta para alimentarse,
hasta que estuviera lo suficientemente fuerte, así que tomó lo justo
para ir mejorando su corporalidad. Ya faltaba poco.
Capítulo 30. Noticias
Sean entró en el pub del pueblo y se sentó en la mesa de
Bárbara. Así la habían bautizado desde que ella estuvo allí y era
donde había quedado con la pequeña de las Kinnear. Ella tenía
noticias.
Pidió una pinta que Gillian le sirvió con una alegre sonrisa y
también le llevó algo de picar. Él la recompensó con un beso en la
mejilla que la hizo sonrojarse. Megan entró entonces.
—¿Quieres que la pobre Gillian se desmaye o qué? —dijo
irónicamente. Él se encogió de hombros.
—Cuéntame las novedades.
Gillian le trajo un refresco de cola, ya que ella no tomaba
cerveza normalmente. Los dos se sentían conspiradores.
—Hablé con Louise, se ve que su padre les contó todo. Por lo
visto la abuela le prohibió a su hija llevársela a ella, y también
Bárbara ha reconocido a su padre que ha estado con Jason y él no
lo ha tomado mal. Parece ser que lo conocieron cuando él tenía
cinco o seis años, de lobo. Creo que, si ella quisiera, podrían estar
juntos.
—Bah, mi hermano es un cabezota. Le he dicho que vaya a por
ella, que hable y le explique.
—Mi prima también tiene la cabeza muy dura. Lo mismo
necesita un tiempo para asimilar todo. Es que la pobre ha tenido una
sobredosis de información.
—Ya, es normal. Mi hermano habló de Connor, un amigo suyo
que vive en Glasgow. Me dijo que lo mismo le decía que la vigilase.
Yo le dejé caer que él le había quitado alguna novia y se enfureció.
Creo que lo convenceré de que lo mande y tal vez podamos ponerlo
celoso.
—Oh, es una gran idea. Los lobos sois muy posesivos.
—Ah, yo no soy así —dijo guiñándole el ojo—, yo voto por el
amor libre.
—Eso es porque no te has enamorado, Sean —dijo ella
sonrojándose levemente.
—Puede. Pero soy muy joven y solo quiero divertirme ya que
tengo que estar metido en este pueblo. Aunque en septiembre me
voy a estudiar un tiempo a Londres. Dice mi hermano que es bueno
que vea mundo, aunque él no salga del valle.
—Ah, no lo sabía —dijo ella algo decepcionada—, pero me
parece muy bien. ¿Y qué vas a estudiar?
—Me envía con una manada en Sussex. Quiere que aprenda
temas de economía, ordenadores y la gestión de la bodega que
llevan. Dice que es bueno para la destilería y, de todas formas,
acabaré por volver. Debemos vigilar.
—Ya sabes que nosotras estamos aquí, aunque es cierto que
desde lo de Bárbara mi abuela está algo más débil, más triste. Está
más afectada de lo que quiere mostrar. Y eso no es bueno para la
contención de la grieta.
—¿Deberíamos hablarlo con Jason? —se preocupó Sean.
—No creo, supongo que ella seguirá fuerte, como siempre. Y
también están mis primas, que, aunque no son Kinnear al cien por
cien, podrían contribuir a reforzar la protección.
—Está bien, pero si ves que ocurre algo, avísame. Es peligroso.
—Lo sé, Sean, no hace falta que me lo digas. Lo llevo
escuchando toda la vida.
—Cierto, disculpa. —El chico sonrió de nuevo—. Entonces,
¿enviamos a Connor a vigilar a tu prima?
—Creo que es una gran idea, Sean. Convence a tu hermano y
veremos lo que pasa.
—¿Sabes que esto de conspirar con una bruja es muy
divertido?
—Y tramar algo con un lobo es salvaje —dijo ella,
arrepintiéndose a continuación cuando Sean la miró de forma
intensa—. Bueno, tengo que irme. ¿Me invitas?
—Por supuesto.
La chica le dio un beso en la mejilla y salió del bar, sin que
Sean la perdiera de vista. Nunca se había planteado estar con ella
como una opción en serio, pero empezaba a cambiar de opinión.
Capítulo 31. Experimentos
Llevaba una semana de vuelta al trabajo y todavía estaba
confusa. A menudo se tocaba el colgante de su madre, pidiéndole
ayuda, respuestas o lo que fuera. Louise se había instalado en su
apartamento y todas las tardes revisaban algunos de los hechizos
que Helen y su abuela le habían enseñado.
Ya era capaz de calentar líquidos, empujar cosas y, sobre todo,
que era lo que más le gustaba, preparar jugos naturales para
encontrarse mejor. Incluso había experimentado con nuevos
ingredientes. Su hermana mayor le estaba enseñando a crear su
propio grimorio con diferentes fórmulas que había probado y le
funcionaban. Esa tarde, Louise quería probar otra cosa.
—Deberías probar hechizos defensivos. La grieta es peligrosa
y…
—No creo que los necesite. No volveré a Glencoe —dijo
Bárbara seria.
—Solo por si acaso, aquí en la ciudad también hay peligros.
Bárbara asintió. Llevaba toda la semana teniendo pesadillas
como la del primer día. Eran confusas, pero siempre había sangre
en ellas. Se levantaba agotada y si no fuera por los jugos naturales
que se tomaba a primera hora del día, se vería incapaz de trabajar.
—Para defenderte de las sombras oscuras necesitas de tu
propia sangre. Es algo asqueroso, lo reconozco, y duele, pero la
sangre de una bruja debilita a los seres como el que viste y del que
te salvó Jason.
Bárbara resopló, pero no dijo nada. Siempre que podía, Louise
lo metía en la conversación.
—¿Y cómo uso la sangre?
—Debes llevar una pequeña navajita contigo siempre, el
athame debe quedarse en el altar. Y si surge la sombra, te cortas la
mano con este símbolo —dibujó en un papel un círculo con una cruz
en el interior—, es la cruz del sol, que repele a la oscuridad, pero
claro, no suele dar tiempo si corre prisa, por lo que nos lo tatuamos
en el brazo y en el caso de que lo necesitemos, solo tenemos que
pinchar con la navaja en el centro. Y luego pronunciar algún tipo de
palabra como «aléjate, oscuridad, que venga la luz», el texto es lo
de menos, pero algo similar. La abuela me enseñó unas palabras en
latín, pero no las recuerdo. Helen me dijo que lo importante era que
salieran del corazón y llevasen la emoción adecuada. Y, por
supuesto, que salpicases con la sangre al ente.
—Qué siniestro. Pero yo no tengo tatuaje.
—Creo que deberías hacértelo, y alguno más de protección.
Ahora que has despertado, eres como un foco que atrae la
oscuridad. Puedes ser atacada incluso aquí, en la ciudad.
—¿Y a ti…?
—Yo nunca fui atacada. Aun así, los llevo. —Se quitó la
camiseta y enseñó su espalda con un intrincado tatuaje con dos
serpientes—. Es el símbolo wuibre, para dar protección, amor y
poder. Pero ya sabes que no soy una bruja al cien por cien. Quizá
por eso nunca he tenido problemas de ese tipo. Pero tu padre me
contó que a tu madre la atacaron en varias ocasiones. No es que
haya líneas ley en Glasgow, pero a veces los entes surgen de
diferentes sitios y viajan atraídos por la luz de una bruja. Creo que
por eso hizo que tú no tuvieras poderes. Supongo que quería
protegerte.
—Está bien, me haré los tatuajes. Mañana reservo hora.
—Muy bien, además es muy sexy tatuarse, seguro que a
Jason….
—Oh, Louise, por favor, no empieces.
Bárbara se levantó y fue a la cocina a preparar algo de cenar.
Seguía molesta cada vez que nombraba a Jason. Antes de
dormirse, pensaba en él, en sus momentos de ese increíble sexo.
Pero luego recordaba sus ojos amarillos y, cuando se dormía, tenía
pesadillas. Y aunque habían probado varios hechizos para evitarlas,
seguían sin funcionar.
Preparó una ensalada y cenaron tranquilas, sin nombrar nada.
Louise le propuso poner el siguiente capítulo de Outlander, pero no
quiso. Le recordaba demasiado al enorme escocés que, debía
reconocer, había entrado con fuerza en su corazón.
Se acostó pensando en él, en lo que estaría haciendo.
Necesitaba verlo. Cerró los ojos y suspiró. Ojalá pudiera verlo solo
por un momento, saber dónde estaba. Su mente se trasladó a
Glencoe, al bosque del lobo. Allí, un lobo negro corría velozmente,
como si alguien le persiguiera, aunque no se veía nada. De repente,
el lobo se paró, olisqueó como si hubiera encontrado algo, y se
convirtió en un espléndido hombre desnudo.
—¿Bárbara? —dijo mirando a todos lados con urgencia.
Ella lo miró a los ojos y tocó suavemente su rostro, pero el dolor
de su corazón le hizo alejarse. Dio una patada en la cama y se
quedó sentada. ¿Había sido un sueño o había viajado allí?
Puso su mano debajo de la nariz y le pareció oler la piel de
Jason, fresca y cálida. Se echó a llorar y así se quedó dormida,
hasta que las pesadillas la atraparon.
***
Caminaba descalza por la calle. Era noche cerrada y no se veía
mucha gente. Se sentía hambrienta y excitada.
Se acercó a un pub y arregló su cabello suelto. Llevaba un
vestido negro muy sexy que dejaba poco a la imaginación. Nadie se
fijaría en que iba descalza. Solo mirarían sus pezones bajo la tela y
ninguna marca de ropa interior.
Había dos hombres en la barra, tomando alcohol. Uno de ellos,
alto y fornido, parecía pesaroso. Era el tipo que le gustaba, que le
recordaba a él. Moreno y fuerte, algo grueso, parecía triste.
—¿Qué te ocurre? —dijo ella acercándose y sentándose a su
lado. Él la miró, sorprendido.
—No deberías estar aquí, y vestida así. Cualquiera podría
pensar… —dijo mirándola de arriba abajo.
Ella olió su excitación, a pesar de todo.
—Lo sé, por eso me he acercado a ti. ¿Estás triste?
—Mi esposa acaba de dejarme. Me ha pedido el divorcio. Dice
que ha encontrado otro hombre mejor.
—¿Otro mejor que tú? ¡Qué tonta!
Siguieron hablando un momento hasta que ella lo cogió de la
mano y se lo llevó de la mano al exterior. Él la siguió como un
perrito. Una belleza de cabello largo y ojos grandes podría servirle
para desahogar su frustración, aunque siguiera amando a su
esposa.
Ella se metió en un callejón y lo soltó. Dejó caer su vestido, que
parecía más un camisón, y se ofreció a él, completamente desnuda
y deseable. Él, visiblemente excitado, bajó su pantalón y la levantó
en volandas, para apoyarla contra la pared, en un pequeño murete
que estaba a la altura precisa. Ella cogió su miembro duro y se lo
introdujo, agarrándose con las piernas en la cintura del hombre. Él
nunca había visto una mujer tan bonita y empujó, mientras ella se
retorcía entre sus brazos, produciéndole un placer que casi dolía.
Mordisqueó sus pechos deliciosos, duros de excitación, y
paladeó su piel, que sabía a canela. Siguió bombeando y ella
comenzó a sentir los primeros signos de tener un orgasmo. Él se
preparó para descargar dentro de ella, mientras ella se acurrucaba
contra su cuello, olisqueando su colonia. Cuando él estaba a punto,
sintió un leve dolor en el cuello que lo excitó más y que hizo que su
orgasmo fuera sublime. Se tambaleó, mareado, y cayó hacia atrás.
Ella seguía con él en su interior y paró ligeramente con las piernas
el golpe. Siguió sorbiendo de él mientras tenía un orgasmo tras otro,
con su pene todavía enhiesto, aunque él estuviera perdiendo la vida
que, gota a gota, pasaba a ella.
Cerró su herida y la hizo desaparecer. Salió de él y se puso de
nuevo el camisón oscuro. El hombre yacía muerto, con el miembro
ya fláccido. Había sido muy satisfactorio, en todos los sentidos, así
que se retiró, paseando tranquilamente y dirigiéndose a dormir.
Estar en esta ciudad llena de hombres hambrientos de sexo era una
idea estupenda. Cada vez se sentía mejor.
Capítulo 32. Ayuda
—¿Connor? ¿Qué tal estás? —dijo Jason al teléfono.
—Me alegro de oírte, señor alfa —sonrió él. Sean le había
puesto al corriente de todo antes de que él lo llamase.
—Déjate de tonterías. Necesito un favor. Hay una mujer que me
gustaría que vigilases, creo que podría estar en peligro. Es una
bruja, una Kinnear.
—¿Una bruja? Eso es nuevo, Jason.
—No te voy a decir las razones, pero quiero que le eches un
vistazo. Me debes un favor. Te pasaré su dirección.
—Vale, vale. No hace falta que te pongas así. Tengo unos días
de vacaciones, así que puedo dedicarle toda mi atención.
—No te pases —gruñó él.
—¿Ella es algo para ti?
Jason se quedó callado, sin saber qué decir. O mejor, sin querer
confesar que sí, que ella no era algo para él, que lo era todo. Pero
no lo diría y menos en voz alta.
—Es importante para el pueblo. Solo eso.
—Cuenta con ello, amigo. La vigilaré de cerca.
Tras una breve despedida, Jason colgó furioso. No había sido
una buena idea, seguro que no. Además, todavía estaba
trastornado. El día anterior, cuando había estado corriendo por la
noche para desahogar tus penas, le había parecido sentirla. El
corazón se le había encogido y a la vez estaba feliz porque la olió.
Olió la canela de su piel. Pero fue una ilusión.
Se dirigió hacia la reunión que tenía con las Kinnear, algo que
era casi una formalidad, pero que, tras la huida de los seres, había
cobrado importancia. Entró en el pub y Gillian lo saludó, como
siempre, seria. Las brujas ya estaban dentro y Sean entró detrás de
él, por la puerta, acompañado de un par de jóvenes de la manada.
Su hermano guiñó el ojo a la camarera, que le sonrió sonrojada.
Jason bufó y los hizo pasar dentro. Katherine lo miraba
enojada, pero eso no era una excepción.
Helen le sonrió y Megan los miró con simpatía. Bueno, algo
había cambiado. La otra bruja era una mujer de unos cuarenta,
también Kinnear.
—Buenos días —dijo con su atronadora voz, y se sentó en la
mesa enfrente de Katherine.
—Lobo, ha habido grietas en las protecciones, aunque hemos
podido controlarlas, pero convendría que patrullaseis la ladera de
Black Rock.
—¿Es que se han debilitado los hechizos? —dijo Jason
molesto.
—No —contestó Katherine enfadada—, pero ha habido
muchos… cambios energéticos y eso afecta a todo.
—Si aceptaras a Bárbara…
—Lobo, no te metas en los asuntos de las Kinnear —amenazó
con un dedo la abuela—, y aléjate de mi nieta. No querrás
convertirla en una desgraciada como fue su madre.
—No creo que Siobhan fuera desgra…
—Cállate. No tienes ni idea —dijo Katherine levantándose. Se
marchó sin decir adiós y Helen salió detrás de ella encogiéndose de
hombros.
—Es un tema delicado —la excusó Megan—. A mí tampoco me
habla de ello. Tal vez tú pudieras hablar con Bárbara y que volviera
para arreglarlo todo.
—Ella no me habla —dijo Jason, levantándose con la misma
fiereza con la que Katherine lo había hecho. Salió de la sala,
seguido por los dos hombres de la manada. Solo Sean se quedó
sentado.
—Menudos dos —dijo molesto—. Que tu abuela y mi hermano
se lleven tan mal no puede ser bueno para el pueblo.
—Y tanto —contestó Megan—, aquí hay muchos egos sueltos y
demasiada tozudez. Y con eso no se avanza.
—Estamos de acuerdo.
Sean escuchó a su hermano llamándole y salió corriendo,
dejando a la joven bruja entristecida. Cada vez estaba más
convencida de que tenía que arreglar esto o sería un desastre. Para
todos.
Capítulo 33. Vigilancia
Connor colgó el teléfono, casi divertido. Tras advertirle varias
veces hasta que le quedó más que claro su interés por ella, él
aceptó. Le debía mucho a ese tipo testarudo. Le sacó de más de
una cuando todavía eran jóvenes.
Pensó en dar un paseo matutino, por localizar a la mujer, a
ambas, porque por lo visto estaba viviendo con su hermanastra.
Sean le había contado toda la historia y él mismo estaba
sorprendido. Jamás había escuchado que una bruja y un lobo
pudieran tener descendencia, pero eso abría las puertas a muchos
jóvenes que, por estar en el mismo pueblo, podrían gustarse. Había
manadas y aquelarres en la mayoría de los pueblos de las tierras
altas de Escocia. Pero nunca se relacionaban. Cuando se supiera,
se sorprenderían.
Él nunca había tenido la presión de Jason, porque tenía cuatro
hermanos mayores y probablemente no llegaría a ser alfa. Algo que
no le importaba en absoluto. Gracias a ello había podido marcharse
a la ciudad y estudiar ingeniería mecánica. Se dedicaba a diseñar
maquinaria pequeña y a corretear por la noche a las afueras de la
ciudad con otros lobos que habían venido a vivir aquí. Habían hecho
su pequeña manada, sin alfa, solo unidos por la camaradería. Se
sentía realmente bien y le daba un poco de pena su amigo, porque
estaba atado a sus deberes.
Caminó hacia la casa de las chicas. Debía ser discreto si quería
poder vigilarlas y no entrar en contacto con ellas. Aún no había
amanecido y él se había puesto su ropa de deporte para hacer algo
de ejercicio. Como trabajaba en su propio estudio como freelance,
ponía sus propios horarios.
Se paró en un lado, atándose los cordones, para observar la
casa, cuando un delicioso olor inundó sus fosas nasales. Dos
muchachas salían con ropa deportiva. Una llevaba el cabello más
corto y medio rubio. La otra, el largo cabello cobrizo en una coleta
alta. Ambas charlaban animadamente y se disponían a correr. Eran
muy bonitas. No sabía cuál de ellas era Bárbara, porque todavía no
le había enviado una fotografía, pero tenían que ser ellas. Su lobo
interior rugió por el deseo. Había algo en una de ellas que le atraía.
Se levantó y se dio la vuelta. No podía sentir nada por la elegida de
su amigo. No estaba bien, y, sin embargo, los tirones que sentía
eran reales.
Temblando, se alejó un poco y se sentó en las escaleras de una
de las casas, con la cabeza entre las manos e intentando calmar la
respiración. No podía hacerlo, no.
—¿Te encuentras bien? —El olor golpeó sus fosas nasales y no
subió la cabeza, porque sus ojos se habían vuelto amarillos de
deseo. Parpadeó, controlando sus latidos, y levantó el rostro. Si
quería evitarlas, le había salido mal. Allí estaban las dos, mirándolo
con el rostro preocupado.
—Nada, un mareo —acertó a decir—, tenía que haber
desayunado antes de salir de casa.
—Ah, pues eso tiene arreglo —dijo la del olor delicioso—, ahora
mismo vamos a desayunar a la cafetería. Mi hermana y yo íbamos
para allá.
—Está bien, gracias —dijo él, sintiéndose mareado de verdad.
Llegaron a la cafetería y pidieron un abundante desayuno
escocés. La del olor delicioso lo miró y él sintió que no estaba bien.
—Me llamo Louise y ella es mi hermana Bárbara.
Él abrió los ojos y suspiró aliviado. Nunca se había sentido
mejor. Podría saltar de alegría, subirse encima de una mesa y
ponerse a bailar. Sonrió y las chicas también. Aunque se había
descubierto, al menos sabía que no era ella. De hecho, cuando les
dio dos besos, olió la marca de su amigo en la de la coleta. Ella le
pertenecía a Jason, aunque ninguno de los dos lo supiera. Decidió
que la hermana iba a ser suya, como fuera. Que un día la marcaría
y que harían el amor de mil formas distintas.
Su pantalón comenzó a abultarse y se concentró en el
desayuno, sintiendo la mirada escrutadora de su futura pareja.
—¿Te encuentras mejor? —dijo rozando su piel. Ambos
sintieron la corriente y ella retiró la mano deprisa.
—Sí, gracias. Por cierto, Soy Connor.
—¿Y a qué te dedicas, Connor? —dijo Bárbara.
—Soy ingeniero freelance, diseño piezas para fábricas o
aparatos. ¿Y vosotras?
—Trabajamos en un despacho de abogados —dijo Louise.
—Si sales a correr a diario, lo mismo podemos quedar a
desayunar, eso sí, después de hacer ejercicio —dijo Bárbara.
Connor dudó. Esperaba que no intentase ligar con él, porque solo le
interesaba la muchacha de ojos dulces y labios hechos para él.
—Claro, me encantaría —acabó diciendo. Sería una vigilancia
extraña, pero le venía bien. Quería protegerlas a toda costa, sobre
todo a Louise.
—Bueno, tenemos que irnos —dijo Bárbara levantándose y
pagando—, mañana nos invitas tú. Y toma algo antes de salir…
Quedaron al día siguiente para hacer deporte y Connor se fue
hacia su casa. No sabía si había hecho bien o no, pero sí que
necesitaba estar cerca de ella. Después de la ducha, se puso a
trabajar. Un mensaje de Jason para ver si las había visto le distrajo.
Le dijo que sí, que las había localizado, pero no se atrevió a
comentarle nada más, porque él mismo se sentía algo avergonzado,
entre otras cosas, de ocultarles que las estaba vigilando.
Siguió trabajando y a la una decidió ir a comer al centro, quedó
con su hermana pequeña, que también vivía en Glasgow y trabajaba
como enfermera.
Ella también se convertía en lobo por las noches, aunque no
tantas veces como él, porque hacía turnos interminables en el
hospital. Era una preciosa joven que abrazó con cariño nada más
verla. Charlaron animadamente durante un buen rato y luego se
fueron a casa, a seguir trabajando. Ella acababa de romper con su
novio y estaba un poco mal, así que necesitaba los mimos de su
hermano favorito. Y él no dudó en dárselos.
Se acostó pensando en la mañana siguiente en la que iba a ver
a las dos mujeres, y se levantó ilusionado. Tomó un café doble y una
tostada, para no marearse, y salió a la calle, trotando hacia su
casa…, pero ellas no aparecieron. Estuvo esperando un buen rato,
incluso miró su piso desde fuera. No parecía haber movimiento y no
las localizó. Como Sean le había dado todos los datos de su trabajo,
se acercó al despacho a la hora de la entrada, y las vio entrar, algo
serias. Bueno, al menos estaban bien. Quizá les había surgido algo.
Como no se habían intercambiado los teléfonos, seguramente no
podrían haberlo avisado.
Esa noche vigilaría su casa, solo por si acaso. Esos días habían
asesinado a dos hombres en callejones cercanos a donde ellas
vivían, así que podría haber peligro. O quizá era una excusa para
sentir su delicioso olor. Podía ser. Se encogió de hombros y se fue
para casa, más satisfecho con la decisión tomada.
Capítulo 34. Presa
¿Por qué se enfadaba de ver al hombre que conocieron el día
anterior sentado y conversando animado con una chica preciosa?
Se tocaban y se hacían carantoñas y eso la enfadó mucho.
Louise no lo comprendía. Bárbara la miró y se encogió de
hombros. Después del encuentro con ese atractivo hombre, que le
recordaba a Jason, pero que, por supuesto, no se podía comparar a
él, ella pareció entusiasmada con verlo de nuevo.
Fueron a comer al centro, y ella no dejaba de parlotear del tal
Connor. Que era muy guapo, alto y atlético, con el cabello largo,
ensortijado y ojos oscuros. Llevaba la barba algo crecida y daba ese
aspecto de hípster arreglado que tanto solía gustarle a su hermana.
Pero cuando lo vio con una chica, hablando y abrazándose, ella
se desilusionó.
—Louise, apenas lo conoces, tampoco es que te hubiera
propuesto matrimonio —dijo riéndose, pero ella la miró enfadada.
—No sé por qué, pero tiene algo. Aunque ya veo que está
comprometido.
—Pregúntaselo. Quizá sea una amiga.
—No sé, la abraza demasiado. Mañana no iremos a correr.
—Creo que te equivocas, hermana. Hablar siempre aclara las
cosas.
Pero ella era cabezota, debía ser un rasgo familiar, y no
salieron a correr. Desayunaron en casa y fueron, serias, a la oficina.
Su padre las esperaba y se reunieron en un despacho. Tenía el
rostro preocupado.
—Bárbara, ¿estás bien? O sea, ¿has tenido alguna pesadilla
más o sueños extraños?
—Sí, la verdad. Han sido muy desagradables.
—He conseguido que vengan más tarde, pero hija, te van a
detener. Me he cobrado varios favores y te mantendrán en la
comisaría, cerca de casa. Pero la Agencia Nacional del Crimen te va
a acusar.
—Pero ¿de qué? ¿De ser bruja? Porque de otra cosa…
—Tenemos que irnos ya. Louise te llevará lo que necesites. Les
he prometido que iríamos a primera hora de la mañana. Te juro que
aclararé todo.
—Pero ¿de qué me acusan?
—De dos asesinatos.
Bárbara se quedó pasmada, sin saber qué decir. Louise la
abrazó y se dirigió a su padre.
—Yo he estado con ella todo el tiempo, los asesinatos fueron
por la noche y puedo testificar que ella no salió.
—De momento la quieren interrogar y retener 24 horas. Luego,
ya veremos.
—No entiendo nada, papá. ¿Por qué me acusan a mí? ¿Es que
tienen pruebas?
—El fiscal me dijo que sí. Sabes que es amigo mío y te conoce
desde que eras pequeña. Estaba muy afectado. Lo sabré en cuanto
lleguemos a la central. Recoge tus cosas. Deja tus joyas a Louise.
Bárbara se tocó el guardapelo de su madre.
—Quizá eso te dejen conservarlo, no lo sé. Vamos.
Salieron los tres. Un coche oscuro los esperaba. Montaron y se
dirigieron hacia la central. Connor los siguió hasta la comisaría. Tal
vez iban por trabajo, aunque parecieran tan serios.
Cuando entraron en el edificio, ella fue esposada solo leyéndole
sus derechos. La llevaron a una sala de interrogatorios, donde la
dejaron sola, a punto de llorar.
Su padre la miró a través del espejo. Estaba con el fiscal,
pidiéndole explicaciones. El hombre lo llevó a una sala, solo,
mientras Louise esperaba fuera, nerviosa y desesperada.
—Solo porque eres tú, te voy a enseñar la prueba que acusa a
tu hija —dijo el hombre apesadumbrado—. Cuando la vi, no quería
creerlo, pero es así. ¿Has notado algo raro en tu hija los últimos
tiempos?
Se encogió de hombros. Tampoco es que pudiera explicarle que
ella había despertado a sus dones de bruja.
Se sentaron en una sala y puso un portátil, había un vídeo de
cámara de vigilancia de una joyería. En ella se veía claramente a
Bárbara, que salía de un callejón, cubierta de sangre y relamiéndose
los dedos. Incluso miró a la cámara y sonrío. La imagen era nítida y
el reconocimiento, seguro. Su padre se puso lívido, pero no dijo
nada.
—¿Puedo tener la grabación?
—Sí. ¿Comprendes que vamos a acusar a tu hija de doble
asesinato?
Él asintió sin decir nada y salió con Louise. El fiscal le había
pasado la grabación por deferencia, y porque no tenía ninguna
posibilidad de salvarla. Iría a la cárcel. Su bella y única hija estaría
encerrada para siempre.
Los policías los dejaron entrar a ambos donde estaba Bárbara.
Él le enseñó la grabación. Ella empalideció. Lo miró a los ojos.
—Yo no… Papá, no puedes pensar que yo…
—Cariño, sé que hay una explicación, pero todavía la
desconozco. Haré lo posible, haremos lo posible —dijo poniendo la
mano sobre el hombro de Louise, que estaba destrozada—. De
momento, no respondas a nada y quédate tranquila. Voy a examinar
las pruebas con los técnicos.
Ella asintió, derramando lágrimas de desesperación. Sí, la de la
cámara era ella, sin duda. Y sus pesadillas, ¿podrían ser realidad?
Quizá se había levantado sin saberlo por la noche y había
asesinado a esos dos hombres. Se vio llena de sangre, aunque no
recordaba mucho más.
Su padre y Louise se fueron y aunque algún policía quiso
interrogarla, al no estar presente su abogado, se negó. La llevaron a
una celda en el sótano. Le quitaron su colgante y sus objetos
personales y la dejaron allí encerrada.
Se sentía desnuda sin él, pero lo comprendió. La miraban con
el desprecio que solo una asesina sangrienta se merecía, como ella
había mirado a otros delincuentes. ¿Dónde estaba su suerte ahora?
Desde que se había convertido en bruja, todo había empeorado.
Se acostó en la litera incómoda y al rato, le trajeron un
sándwich y una botella de agua y le dejaron salir para hacer sus
necesidades. No tenía noticias de su padre ni de Louise y estaba
preocupada.
Se quedó dormida, sin tener otra cosa que hacer, y, en sueños,
volvió a Glencoe, al lago que tanta tranquilidad le había
proporcionado. Se sentó en la misma piedra, y la anciana, su
bisabuela Shaun, se acercó y la abrazó.
—Las brujas siempre hemos estado perseguidas, de una u otra
forma. A algunas las han llamado prostitutas, a otras las han
condenado a la cárcel y otras han sido asesinadas por ser
diferentes. Pero aguanta, hija, porque todo se aclarará.
—¿Pero he sido yo? No recuerdo… ¿cómo he podido asesinar
a alguien?
—Hay cosas que desconoces. Y sí, en parte, es tu
responsabilidad, pero no ha sido tu mano. Deja que te ayude tu
familia. Deja que te ayude él. Dios los libre cuando se entere. Nunca
había visto tal fiero amor.
—¿Me ama? —dijo ella temblando.
—Solo como tú a él. Pero sois tan tontos que habéis perdido el
tiempo. Acepta su naturaleza, como él ha aceptado la tuya.
—No puedo, él es un lobo y yo… no quiero dejar Glasgow,
aunque ahora ya da todo lo mismo.
—Mantén la esperanza…
Se despertó algo más animada. Había anochecido y le trajeron
una ensalada en un blíster, con agua. Suponía que su padre había
hecho lo posible para que la tratasen bien, pero todavía no sabía
nada de ellos. Estaba nerviosa y desesperada, pero pensar en
Jason le hacía bien. Sí, lo amaba y empezaba a ver que no era tan
malo. Su hermana era medio loba y no había problema. Se prometió
a sí misma que si salía de esto hablaría con él, incluso con su
abuela. Quizá ellas pudieran hacer algo.
Volvió a dormirse pensando en Jason y se vio paseando por el
valle, de la mano, sonriendo. Eso la tranquilizó hasta que un ruido
hizo que abriera los ojos. La luz del pasillo parpadeaba. Miró a
través de la celda, el guardia parecía dormido y no se dio cuenta de
que las luces hacían cosas extrañas. Tal vez era su abuela.
Todo se apagó y ella cayó al suelo, desmayada.
Capítulo 35. A la carrera
Megan corrió hacia la destilería, una vez aparcó el coche de su
madre. Entró como una tromba en la fábrica, sobresaltando a los
que estaban allí. Sean, que andaba empaquetando botellas, se
acercó a ella.
—¿Dónde está tu hermano? —dijo con la respiración agitada.
—En el despacho, pero ¿qué ocurre?
Ella corrió hacia el lugar, seguida de Sean, y abrió la puerta sin
llamar. Jason levantó la cabeza, molesto, pero luego se puso de pie.
—¿Qué ocurre?
—Jason, han detenido a Bárbara, está en la cárcel.
Él cogió a la chica por los hombros y la sacudió levemente, pero
Sean lo apartó de un empujón.
—Deja que se explique y no seas tan bruto.
Megan les contó lo que había pasado. Louise la había llamado,
sin saber si era bueno o no que se enterasen. Se lo contó a su
madre y salió corriendo hacia la destilería, sin esperar. Él debía
saberlo.
Jason rugió de rabia y se paseó por el despacho. Por primera
vez en su vida no sabía qué hacer.
—Vayamos a hablar con mi abuela, a ver si encontramos una
solución.
Él consintió y subió en el coche de la chica. Sean lo siguió con
su furgoneta. No habló en todo el camino, dando mil vueltas a las
posibilidades. Cuando llegaron a Black Rock, Helen ya estaba en la
puerta.
—¿Sabéis qué ha podido pasar? —dijo Jason como único
saludo.
—Pasa, hablemos dentro —dijo Helen llevándolos al pequeño
cuarto que usaba como despacho. La abuela ya estaba allí.
—Siéntate —dijo Katherine, y él lo hizo, aunque su cuerpo le
pedía acción.
—Jason, esto es importante, ¿cuántos Baobhan Sith mataste?
—Dos, había dos y acabé con ellos.
—Eso fue justo la noche que ellas se fueron —dijo Helen
pensativa.
—Pero no creeréis que ella ha asesinado a nadie.
—Creemos que no —volvió a hablar Helen mientras su madre
fruncía el ceño—, pero hay una posibilidad. Puede haber sido
poseída por uno de ellos.
—¡No! —rugió Jason.
—Tranquilo —dijo Sean poniendo una mano sobre el hombro
tembloroso. Si se transformaba ahí, podría ser desastroso.
—Hay dos opciones —dijo por fin la abuela—, o que haya sido
poseída o que una de las Baobhan Sith haya escapado. O bueno,
quizá ella sea una asesina, no la conozco lo suficiente.
—¡Abuela! —riñó Megan.
—Vamos a ir a Glasgow, Megan y yo —dijo Helen—, tenemos
que verla y hacer unas… pruebas. Así sabremos a ciencia cierta
qué ha pasado, pero Louise nos envió un vídeo y no será fácil
librarla de la cárcel.
Megan mostró el teléfono con la imagen de la chica.
—Esa no es ella. No es su mirada, lo sé —aseguró Jason.
—Lobo, ese testimonio no sirve para nada. Se ve claro lo que
sientes por ella —despreció la abuela—, es igual a su madre.
—Oh, basta, abuela. Tú la has alejado de aquí con tus
tonterías, como alejaste a tu hija y a tu otra nieta. Y si sigues así,
alejarás a todo el mundo.
Megan salió enfadada del despacho, seguida por los dos lobos,
y, al rato, por Helen.
—Voy con vosotras. Tengo que verla y si es una Baobhan Sith,
la cazaré.
—No podemos cazarla y destrozarla, Jason —dijo Sean—, hay
que capturarla viva para salvar a Bárbara.
Él gruñó, pero asintió. Fueron a su casa para recoger una bolsa
con ropa y quedaron de nuevo allí, en la casa.
Antes de irse, la abuela salió.
—No podéis iros, estáis dejando Glencoe sin protección.
—Abuela, las primas de Fort William vienen para aquí.
—Y los lobos de mi manada patrullarán el bosque. No la dejaré
sola en esto —contestó Jason entrando en el coche.
Sean conduciría, y las dos brujas, cargadas con un par de cajas
además de sus maletas, se montaron atrás. La abuela les dirigió
una mirada y se metió en la casa sin despedirse.
Condujeron hasta Glasgow lo más aprisa que pudieron. Jason
miraba por la ventana, intentando que el paisaje se difuminara por ir
más rápido, pero eso no lo conseguiría. Las dos mujeres hablaban
de las opciones que tenían para descubrir la verdad y revisaban sus
libros de hechizos, buscando unos y otros.
Él solo quería destrozar al monstruo y tomar a Bárbara entre
sus brazos y decirle cuánto la amaba, aunque no estaba seguro de
que ella lo aceptase. Pero no le importaba. La salvaría.
Capítulo 36. Pruebas
—¿Cómo ha salido? —dijo el comisario de policía entrando en el
pasillo de las celdas.
Ella se incorporó, despeinada y confusa. No eran más de las
siete de la mañana, según el reloj de la pared. Un policía abrió la
celda y la sacó a empujones. La llevaron a la sala de interrogatorios,
y aunque pidió ir al servicio, no le hicieron caso.
El comisario la escrutaba, así como los policías que la
rodeaban.
—¿Cómo explica esto? —dijo con voz dura mientras le
mostraba las cámaras de vigilancia del pasillo.
La luz parpadeó y de repente se apagó todo el edificio. Un
panadero había descubierto el cadáver de otro hombre, cerca del
lugar. Le mostraron otra cámara de vigilancia en la que se veía de
refilón.
—Yo… no lo sé. No he salido de la celda. Ustedes lo saben.
El comisario dio un puñetazo en la mesa que la sobresaltó. La
puerta se abrió de repente y entró su padre.
—Hans, a la vista de los acontecimientos, exijo que se ponga
en libertad a mi hija. Ella no ha salido de la cárcel y, por tanto, tiene
coartada para el último asesinato.
—La luz se fue —dijo el comisario—, ella ha tenido tiempo de
hacerlo.
—Pero ¿cómo va a salir de una celda cerrada y una comisaría
llena de policías? Ningún jurado lo creería. Suéltala, Hans.
—Está bien, llévatela, pero no salgáis de la ciudad.
Le quitaron las esposas y su padre la abrazó. Ella estaba a
punto de llorar. Le devolvieron sus cosas y se puso el colgante de su
madre en primer lugar.
—Vamos, alguien te espera —dijo él.
Salieron de la comisaría por la puerta lateral y allí estaba. Con
los brazos cruzados sobre el pecho, que dejó caer cuando la vio.
Dio un paso, pero no se atrevió a acercarse más. Ella lo miró y se
lanzó hacia él. Jason se sintió el hombre más feliz del mundo,
mientras besaba su boca.
—Bueno, chicos, mejor será que dejéis eso para luego —dijo
Megan sonriendo. Por fin. Echó una mirada cómplice a Sean, que le
guiñó el ojo.
—Vamos todos a mi casa —dijo el padre—, supongo que
Bárbara querrá ducharse y cambiarse. Hablaremos de las
posibilidades.
Megan y Helen se subieron en el coche del abogado y Bárbara
se sentó detrás con Jason, mientras Sean conducía.
—Lo siento mucho —dijo ella mirándolo—, reaccioné muy mal.
—Es normal, mo ghràdh, tranquila. Tenía que haber sido más
suave.
Acarició su cabello y ella se recostó contra su pecho, sintiendo
los latidos de su corazón. No hablaron mucho más. Solo querían
sentirse. Él pasó su fuerte brazo por la cintura y la atrajo hacia sí.
Quería hacerle el amor y decirle que todo se pasaría, que él lo
arreglaría todo, pero no tenía ni idea de cómo. Confiaba en las
brujas y en el abogado.
Llegaron a la casa y él la acompañó hasta su antigua
habitación, pero salió. Si se quedaba, la llevaría a la cama y no sería
lo adecuado.
Llevó su enorme cuerpo al sofá y se sentó a esperar. Louise se
encargó de preparar unos cafés mientras Oliver se encargaba de
mostrar los vídeos a las dos brujas y a Sean. Los vieron una y otra
vez, para convencerse de algo de lo que Jason, sin necesidad de
repetir, sabía. Que no era ella, sino uno de esos monstruos que
había escapado.
El cómo demostrarlo iba a ser lo más difícil.
—Sin embargo, puede que la Baobhan Sith la haya poseído —
dijo Helen sabiendo que eso enfurecería a Jason—, no descartemos
nada. Por si acaso.
El lobo asintió y se levantó al ver que Bárbara entraba, recién
duchada y pálida. La abrazó como si no quisiera despegarse en su
vida. Por fin, ella se apartó.
—Necesito un café —dijo sin soltarle la mano y llevándolo a la
cocina. El resto les dieron intimidad.
Jason la atrapó con sus brazos y le hizo mirarlo a la cara.
—Sé que eres inocente, mi amor, y lo demostraremos.
—El caso es que no estoy tan segura. He tenido terribles
pesadillas… ¿Y si al final he sido yo?
—No digas eso —dijo besando su rostro—, aunque fueras una
asesina, te amaría por siempre.
—¿Me amas?
—Desde el primer día en que me tiraste la piedra a la cabeza —
sonrió él.
—Yo también te amo, Jason, pero está difícil.
—Si lo dices por ser lo que somos, tu madre fue pionera.
Nosotros seremos los segundos.
Ella sonrió débilmente. Se giró para servirse un café azucarado
y cogió una galleta, aunque no tenía mucha hambre. Dio un sorbo y
dejó la taza.
—Tengo miedo, por primera vez en mi vida, creo que esto no va
a salir bien.
—No digas eso, mo ghràdh, si no consiguen librarte, nos iremos
del país.
—¿Y si…?
—Basta —dijo él besándola y absorbiendo el sabor de sus
labios combinados con el café. La soltó y ella cogió la taza. Salieron
al salón, donde todos los esperaban.
—Vamos a comprobar si… si tienes el ser dentro, Bárbara —
dijo Helen, y Jason gruñó. Ella se despegó de su cintura y asintió.
—Es necesario y, además, quiero hacerlo —dijo mirándolo.
Retiraron el sofá del salón, dejando un gran hueco en el que
Bárbara se echó, por indicaciones de Helen. Después, tomó un saco
de arpillera que contenía sal e hizo un círculo a su alrededor. Todos
la miraban proceder y Megan empezó a quemar varias hierbas en
un cuenco con carbón. Oliver miró a la ventana por si tenía que
abrirla, pero Helen negó.
—Va a hacer algo de humo, pero no saltará la alarma de
incendios. Si el ente la ha poseído, se resistirá a salir y será algo feo
de ver —dijo mirando a Jason, que asintió. No se movería de allí—,
pero podré sacarla, o eso espero.
Bárbara cerró los ojos, pálida, y esperó. Helen entró en el
círculo de sal y notó su energía. Se sentía como si estuviera en una
bañera con una mampara. Vería lo que había fuera, pero todo un
poco atenuado. Su tía comenzó a recitar un hechizo y le echó algún
tipo de líquido que olía a romero. Ella se quedó quieta, esperando.
Megan entró en el círculo también y pasó el sahumerio por los
cuatro puntos cardinales. Allí no pasaba nada.
Helen sonrió y deshizo el círculo de sal. Su hija suspiró aliviada.
—¿Y bien? —dijo Jason.
—Si hubiera estado poseída, os habríais dado cuenta, porque
habría sido muy feo. Ella está libre y su alma también.
Bárbara se levantó aliviada y abrazó a Jason, que la besó con
fiereza hasta que Oliver carraspeó.
—Entonces, ¿el ente ha tomado su forma? —preguntó Sean.
—Sí, de alguna forma, imitó la que le resultaba mejor para
subsistir —contestó Helen mientras Megan barría la sal para tirarla
por el baño—, hay dos Bárbaras en la ciudad.
—Si probamos que ella no salió ayer de la comisaría, el caso se
caerá. Helen me ha explicado el tipo de… ser que hay suelto por la
calle y habrá que atraparlo, sin matarlo —dijo su padre mirando a
Jason.
—Ese ser no puede ser encarcelado, Oliver. Se escaparía una y
otra vez. Es capaz de tomar la energía de un humano, como si fuera
un vampiro —dijo Helen.
—Al menos, podemos conseguir que parezca que lo meten en
la cárcel y después, si desaparece, es cosa suya —dijo Louise.
—Haremos un hechizo para localizarla y luego la atraeremos
hasta que podamos capturarla. Necesitaremos un cebo —dijo
Helen.
—Yo lo haré —Jason dio un paso al frente y Bárbara se
estremeció.
—Si ella se parece tanto a mi hermana, no sé si es lo mejor —
contestó Louise.
Pero él no dio otra opción.
—Dile a Connor que venga, nos ayudará a capturarla —dijo
Jason a Sean.
—¿Connor? ¿No será un hombre alto y con cabello castaño? —
preguntó Louise.
—Sí, es amigo mío. Le dije que os vigilara, temía por vosotras.
—Ya.
***
Louise miró a Bárbara, que no supo qué decir. Ella se retiró a la
cocina, con la excusa de preparar más café. Claro, un tipo tan
atractivo, ni estaba solo, ni se había acercado a ellas por
casualidad. Todo era mentira.
Salió con otra cafetera, mientras todos parecían ocupados. Se
acercó a Oliver y se unió a la búsqueda de algún caso que pudiera
ser precedente.
Jason se había sentado con Bárbara en el sofá, ambos estaban
tan juntos que ni el aire circulaba entre sus cuerpos. Ella tenía los
ojos cerrados y se apoyaba en él, con confianza. Sean miraba por la
ventana y las brujas estaban preparando un líquido para mojar el
péndulo y buscar a la Baobhan Sith.
Todos se habían unido para ayudarla y esperaba que saliera
todo bien, aunque tuviera que ver al tipo que le había mentido.
Cualquier cosa por su hermana.
Capítulo 37. Plan
Connor se acercó a la dirección que le había enviado Jason.
Llamó a la puerta y ella salió a abrirle, frunciendo el ceño. Se apartó
para dejarlo pasar, sin saludarle. Él se volvió hacia ella.
—Hola, Louise, escucha, siento no haberos dicho… realmente
ni pensaba acercarme lo suficiente, pero me mareé.
—Vale —dijo ella girándose y no dándole opción a más
palabrería. Porque si seguía escuchándolo, se quedaría encandilada
y él tenía pareja.
Connor la siguió, comprendiendo que estaría enfadada por
mentirles. Allí estaban todos, incluida Bárbara pegada a Jason. Él
los saludó y Sean lo presentó a todos.
—Pueden venir algunos compañeros si es necesario —dijo a
Jason cuando se sentó junto a él. Megan le trajo un café ya que
Louise no parecía querer acercarse.
—Quizá sea conveniente. Si ha asesinado tres veces, será
mucho más fuerte, pero es pediros demasiado…
—Jason, si ese bicho se queda en la ciudad, ¿qué crees que
pasará? Habrá más muertos. Aunque no estemos en Glencoe o en
otro lugar especial, defenderemos nuestra ciudad.
—Hablas como un lobo alfa —dijo Jason palmeando su
espalda. Él se encogió de hombros—. ¿Cómo está Alina?
—Mi hermanita está fatal. El otro día quedé a comer con ella y
me pareció que estaba mejor, pero desde que rompió con su novio,
está de los nervios. Dice que está harta de trabajar en el hospital,
donde lo ve a diario.
—La chica con la que estabas el otro día, ¿es tu hermana? Te
vimos en el centro —dijo Bárbara. Había notado la distancia de su
hermana.
—La única persona con la que he comido últimamente es ella,
sí.
—Entonces, ¿no tienes novia? —siguió preguntando Bárbara,
sabiendo que Louise estaba atenta.
—Pues no, la verdad. Aunque me interesa una persona. —Sin
querer, llevó la vista hacia Louise, que se sonrojó. Se metió en la
cocina y Bárbara le dio un empujón.
—Ve. Le gustas.
No terminó de decirlo cuando Connor se precipitó a la cocina.
Sean y Jason lo miraron sonriendo. Nunca lo habían visto así.
***
Connor entró en la cocina. Louise estaba de pie, esperando,
cogiéndose las manos. Él se quedó frente a ella, llenándose con su
aroma. Carraspeó.
—¿Sabes que yo soy como Jason? Eso lo tienes claro… —dijo
esperanzado.
—Me lo he imaginado. Tu chulería me resultaba familiar —
contestó riéndose, y luego se puso seria—. Quizá no te guste lo que
yo soy. Mi padre era lobo, pero mi madre era bruja. No sé…
—Ya lo sabía —dijo él dando un paso hacia ella. Tenía los
brazos pegados a las piernas, porque la tomaría entre ellos en ese
momento, pero no quería asustarla—. No me importa. Eres lo que
siempre he buscado.
Ella jadeó, emocionada, y Connor no pudo resistirse y se lanzó
a poseer sus labios de una forma suave al principio, pero salvaje
después. Ella pasó los brazos por su nuca y supo, de verdad, lo que
era besar.
Durante un rato se exploraron, se acariciaron, con ropa, sin
intimidad, pero sabiendo que la química era lo que era y que ellos
estaban hechos el uno para el otro. Por fin, Connor pudo separarse
para mirarla a los ojos. Ambos tenían los labios hinchados y el rostro
sonrojado.
—Quiero verte despertar cada día —dijo él—, sé que es muy
pronto y no nos conocemos apenas, pero mi instinto me dice que
eres tú.
—Mi medio instinto lobuno también me lo dice. Cuando todo
esto acabe, seré toda tuya y probaremos. Si no funciona…
—Va a funcionar. Lo sé —dijo él volviendo a besarla.
Un carraspeo y unas risitas los sacaron de su contemplación.
Sean y Megan se reían a gusto.
—Creo que será mejor que os vayáis al apartamento, no
queremos escuchar esta noche soniditos —dijo Megan—. Y si os
lleváis a la parejita feliz, mejor. Así hacéis coro los cuatro.
Louise se sonrojó.
—Eres una descarada, niña.
Salieron y decidieron ir a descansar al apartamento de Bárbara,
mientras Helen seguía buscando con el péndulo. Cuando la
encontrase, los avisaría.
Oliver se quedó preocupado, pero sabía que con esos dos tipos
tan grandes, lobos para más inri, su hija y Louise estarían a salvo.
Acomodó a las dos brujas y a Sean en las habitaciones de
invitados y se metió en la suya propia, aunque no estaba seguro de
si podría dormir.
Capítulo 38. Despertar
Después de hacer el amor en silencio, algo menos ruidosos que
su hermana y Connor, Bárbara se quedó dormida en brazos de
Jason. Él intentó no caer, pero el cansancio y la placidez de hacer el
amor terminaron por vencerle. De todas formas, la tenía bien sujeta,
no se le escaparía.
Un escalofrío y una mala sensación lo sobresaltó y abrió los
ojos, encontrando su regazo vacío. Se alarmó. Salió desnudo y
buscó por toda la casa. La puerta estaba entreabierta.
—¡Connor! —gritó, y se transformó en lobo, bajando las
escaleras corriendo, siguiendo el rastro.
Connor salió corriendo y también se transformó en un lobo gris
claro. Louise llamó a Helen y se vistió rápidamente. Sin teléfono y si
echaban a correr, sería algo difícil localizarlos, pero al salir al rellano
sintió un leve aroma a su hombre. Bajó las escaleras corriendo y
salió a la calle, donde todavía no había amanecido. El aroma era
algo más tenue, pero persistía. Corrió siguiendo el rastro mientras
indicaba a su tía por las calles por donde iba. Por fin llegó a un
parque cercano. Dos lobos, uno negro y uno gris, miraban a una
figura idéntica a Bárbara. Ella estaba muy cerca, parecía que se
estaba mirando en el espejo. Los lobos estaban quietos, sin atacar
para no dañar a la mujer. Louise pensó rápidamente y grabó con la
cámara. Si los lobos acababan con ella esa noche, al menos que se
viera que había dos personas iguales.
Se acercó y el lobo gris la miró un instante, asegurándose que
estaba bien. Luego siguió vigilando a la Baobhan Sith.
Un coche frenó en seco. Megan vio a su prima y sacó su móvil
y empezó a grabar, comprendiendo lo que estaba haciendo ella. De
hecho, comenzó a emitirlo por su Instagram en directo, así no habría
duda. Helen tomó un sahumerio y murmuró unas palabras, la
Baobhan Sith dio un paso atrás y Bárbara movió la cabeza, pero la
cogió de la mano.
—Únete a mí —dijo el monstruo—, seremos poderosas para
toda la eternidad.
—No… —protestó débilmente Bárbara, pero no podía quitar los
ojos de su propio yo—. ¿Tú mataste a esos hombres?
—Era necesario, debía alimentarte y ellos solo querían
aprovecharse de mí. Cuando seamos una, no necesitaremos
alimentarnos, solo viviremos para siempre. Haremos lo que desees.
Estaremos con él, lo amaremos y él nos amará.
—No… —volvió a decir Bárbara—. No quiero —dijo más firme.
Consiguió deshacerse del influjo de la Baobhan Sith y dio dos pasos
atrás, tambaleándose. Jason aprovechó que ella estaba a salvo
para lanzarse sobre el monstruo.
El ente lo esperaba, así que le dio un zarpazo con sus largas
uñas. Se estaba convirtiendo en lo que era en realidad, un vampiro
horrible que solo había aprovechado la esencia de Bárbara para
tomar la forma.
Connor atacó también y consiguió desgarrar uno de sus brazos.
Sean, que se había transformado, saltó sobre la Baobhan Sith y
arañó su rostro, pero ella le dio un zarpazo y lo envío contra un
árbol, donde se golpeó la espalda. Megan soltó el teléfono y corrió a
ayudarle. El lobo gemía y ella tomó su cabeza. Helen se acercó y le
dio un par de gotas de su pócima especial. Era muy escasa y no
sabía si la necesitarían los demás.
Connor y Jason se lanzaron a la vez contra el monstruo, que
había crecido hasta alcanzar casi los dos metros y medio. Los
jirones de su traje los rodeaban y aplastaban sus costillas.
Bárbara, que había despertado del todo, se enfureció y gritó,
por todo lo que ella le había ocasionado. Empujó con sus manos al
vampiro, que rodó por el suelo, soltando a los lobos.
Helen dio el teléfono de Louise a su hija para que continuase
grabando. Seguía siendo importante para la defensa de Bárbara.
Los lobos atacaron. Jason mordió el costado y Connor se lanzó al
cuello. El vampiro cogió al lobo gris y le mordió, haciendo que
gimiera de dolor, sin poder levantarse. Louise soltó el teléfono y
corrió hacia su amor, que se había transformado en hombre.
Sangraba por el cuello. Helen se acercó y vertió unas gotas más
sobre la herida. Al menos podría contener un poco la hemorragia.
Louise se sintió enfurecida, la sangre circulaba con rapidez en
su cuerpo y una fuerza interior la dominó. Su ropa saltó por los aires
y apareció una loba de color dorado que se lanzó hacia el vampiro
que había herido al amor de su vida. Rasgó el cuello con furia y
Jason aprovechó la distracción y arrancó la cabeza oscura.
Los lobos respiraban trabajosamente y, mientras comenzaba a
amanecer, los restos del vampiro se diluían como el agua bajo los
rayos de sol. El parque comenzó a llenarse de luz y cuatro personas
desnudas, se dirigieron hacia los heridos.
Jason corrió hacia Bárbara, que se había caído hacia atrás
después del esfuerzo de enviar toda esa energía que había
revolcado a la Baobhan Sith. Él la acunó entre sus brazos y le dio un
beso en la frente.
Louise se acercó a Connor, que no estaba muy bien.
—Necesitamos ayuda —gritó nerviosa.
Jason se levantó corriendo y tomó a Connor en brazos y lo llevó
al coche. De repente, miró a su alrededor.
—¡Sean!
—Aquí —dijo Megan. Él se acercó rápido al lugar desde donde
la chica llamaba. Su hermano estaba atontado, quizá con alguna
costilla rota, pero bien. Lo levantó con facilidad y lo llevó también al
coche.
—Será mejor que nos vayamos todos —dijo Oliver, mirando los
cuerpos desnudos, incluida Louise—, ha sido un espectáculo
increíble.
Corrieron hacia la casa de Bárbara, que era la más cercana, y
acostaron a los dos heridos en las camas. Louise solo se separó de
Connor para ponerse una bata. Sean estaba atendido por Megan,
aunque ya comenzaba a bromear.
—Tengo solo un par de gotas de este líquido, estaba haciendo
más en casa, pero no me dio tiempo —dijo Helen preocupada.
—Haz lo que puedas, lo sé.
Helen vertió lo que quedaba en la boca de Connor y le hizo
tragar.
—Deberíamos ir a un hospital —dijo Oliver preocupado.
—Su naturaleza le curará —contestó Jason—. Dejemos pasar
unas horas.
Salieron todos al salón. El vídeo en directo había tenido ya
miles de visualizaciones. Megan se había ocupado de no enfocar a
nadie excepto a las dos Bárbaras y así demostrar que había una
mujer idéntica a ella que, además, había confesado. El teléfono de
Oliver sonó y fue a la cocina para hablar con el fiscal. Al parecer él
también había visto el vídeo.
—¿Crees que me libraré? —dijo Bárbara. Jason le dio un beso
en la frente. Llevaba un pantalón suelto y la tomó en sus brazos.
—Si no te libran, yo te libraré de lo que sea.
—El fiscal dice que necesita más datos, pero acepta que había
otra mujer —dijo Oliver saliendo de la cocina. Todos suspiraron
aliviados—. Revisaré los vídeos para que no salgan las…
transformaciones y se los pasaré.
—Deberías irte a descansar. Yo me quedaré para vigilar a
Connor.
—Me iré, pero para editar los vídeos. Megan, dile a Louise que
me pase lo que ella grabó. Tengo una persona de confianza que
puede cortar las escenas no necesarias.
—¿Y qué si se descubre, papá? ¿Qué pasa si se sabe que hay
lobos, vampiros o brujas? Quizá muchos saldrían a la luz.
—No lo creo. ¿Quieres ser perseguida, como tus ancestros?
Habría una caza masiva.
—Estoy de acuerdo con tu padre. No necesitamos esa
publicidad.
—De acuerdo —dijo Bárbara. Pasaron a ver a Connor, que
dormía. Louise no se despegaba de su cama.
—Ha sido impresionante, compañera —dijo Jason, orgulloso de
que su ¿prima? se hubiera convertido.
—Supongo que no lo pensé.
—Actuó el instinto y eso es bueno. Es lo primero que se enseña
a los lobos pequeños. Que sigan a su corazón.
Louise asintió y se retiraron a la habitación. Ella se quedó
mirando a Connor, preocupada. La herida estaba desinfectada y
Helen había cosido unos puntos, pero había perdido mucha sangre.
Acarició su rostro. Acababa de encontrar al amor de su vida y no
quería perderlo. Él estaba pálido y respiraba con dificultad, la
tráquea había sido tocada también. Sabía que los lobos
regeneraban rápido, pero ¿tanto?
Retiró el cabello húmedo de la frente y le dio un beso en la
mejilla. Helen pasó a verlo.
—¿Por qué no probamos un ritual de sanación?
—Sabes que nunca he podido hacerlo.
—Nunca te habías transformado en lobo, y ¡mírate!, la abuela
va a asombrarse tanto.
—Oh, la abuela… lo que le faltaba, tener un lobo en la familia.
Ambas se echaron a reír.
—Tendrá que aceptarlo. Aceptaros a todos, o si no, se quedará
sola.
Louise abrazó a su tía durante un rato.
—Deberías descansar —le dijo. Te avisaré si hay cambios.
—Está bien. Lo cierto es que estoy agotada. No puedo hacer
nada más en este momento.
Helen se retiró y Louise tomó el paño con agua y limpió la frente
de sudor. La fiebre le había subido. Tenía que hacer algo.
Puso las manos sobre el pecho de Connor y cerró los ojos.
Canturreó la canción sanadora que tantas veces había escuchado a
Helen. Sin que ella lo viera, sus manos comenzaron a brillar. Abrió
los ojos asombrada y comenzó a sentir el calor que producía. Siguió
con el cántico y notó que el lobo interior también la ayudaba, que
ambos eran parte de ella y que se habían unido para sanar. Por
primera vez en su vida, se sintió completa. Sus dos lados habían
confluido en un solo corazón.
Connor tosió y la miró. Ella brillaba, literalmente. No pudo sino
admirar su belleza etérea. La había visto convertirse y luchar, y
estaba muy orgulloso.
—Pensé…, pensé que estaba alucinando. —Ella sonrió—. Eres
una loba muy bella.
—Eso facilita lo de tener lobitos, supongo —dijo ella sonrojada.
—Oh, sí, creo que me gustaría tener una buena camada.
—Bueno, ya se verá. De momento, te tienes que recuperar.
Louise levantó el apósito de la herida y vio que su naturaleza y
la sanación estaban actuando. Aunque estaría unos días débil, por
la falta de sangre, se recuperaría. Suspiró aliviada.
—Hay algo que me preocupa —dijo él. Ella lo miró asustada—.
¿Dónde viviremos? Yo comparto piso…
—Tengo un apartamento pequeño, pero servirá —sonrió ella—,
si quieres compartir dos habitaciones y cocina conmigo, encantada.
—Compartiría mi sangre contigo si fuera necesario —dijo
intentando incorporarse. Ella lo frenó.
—No seas impaciente. Descansa y hazme sitio en la cama, que
yo también estoy agotada.
Se echó entre sus brazos y él cerró los ojos, esta vez, no para
perder la consciencia, sino para dormir plácidamente.
Así los encontró Helen, que había sentido la energía y vio con
satisfacción que su sobrina había dejado salir sus dones. Sonrió
feliz. Su hermana Siobhan estaría muy orgullosa de sus hijas. Una
lágrima se le escapó y volvió a echarse en la cama. Era el momento
de descansar.
Capítulo 39. Decisión
Dos días después y sin incidentes en Glencoe, llegaba el
momento de tomar una decisión.
Jason acariciaba el rostro de Bárbara, que respiraba tranquila
sobre su pecho desnudo. Acababan de hacer el amor y una película
fina de sudor les cubría el cuerpo. Aún no había amanecido. Pero
era el día en el que tenía que decírselo. Él debía marcharse para
cumplir con su deber de alfa.
—Bárbara, dime algo sobre lo que hablamos anoche.
Ella suspiró. Tenía claro que quería estar con él, pero dejar todo
era una decisión importante. No quería arrepentirse. Cerró los ojos,
pidiendo ayuda. En un momento, se vio transportada hacia un
prado. ¿Dónde estaba?
Una mujer pelirroja, con un vestido blanco y vaporoso, se
acercó sonriendo. Abrió los brazos y ella comprendió.
—¡Mamá! —dijo llorando sin parar. Su madre se la llevó a un
banco de piedra cercano y se sentó. La abrazó con fuerza, dejando
que sacara su tristeza.
Acarició su cabello con ternura, con amor. Por fin, Bárbara
levantó el rostro y la miró.
—Te echo tanto de menos…
—Lo sé, pero siempre he estado ahí, aunque tú no lo supieras
—dijo señalando el colgante que llevaba su hija—. Me siento muy
orgullosa de en lo que os habéis convertido. Tu hermana es toda
una fiera.
Ambas rieron.
—Dile a tu padre que siempre lo amé, pero que no debe seguir
guardándome luto. Debería rehacer su vida. Y tú, mi pequeña
brujita, ¿comprendes por qué cubrí tus dones? —Se la quedó
mirando y luego suspiró—. Quizá me equivoqué.
—Todo fue por algo y salió en el momento adecuado, no te
preocupes. Soy feliz ahora, o bueno, tengo que decidir.
—¿Si te vas con el hombre de tu vida o si te quedas sola?
Bueno, hija mía, la elección no parece difícil.
—Si voy a Glencoe, tendré que ver a la abuela.
—Arregla las cosas con ella, yo sentí mucho no haberle dado
un último abrazo y sé que ella sufre mucho, por todas nosotras. Tu
abuela tiene sus propias razones, ahora lo he comprendido.
—¿Por qué?
—Eso es algo que deberás hablar con ella. Solo no seas tan
cabezota y cede un poco. Ella es dura como la piedra, pero tiene un
gran corazón. Inténtalo al menos —dijo cuando ella frunció el ceño.
—Supongo que cuando vaya a vivir con Jason, tendré que
asistir a los aquelarres. Louise me contó. Creo que a ella le gustaría
verte algún día.
—Sí, será pronto. Ahora, vuelve con tu lobo o le dará un infarto,
te está intentando despertar.
—Te quiero, mamá.
—Y yo, os quiero mucho a todos.
El prado fue desvaneciéndose y ella sintió que alguien le daba
besos en la cara, y caricias, intentando moverla con cuidado.
Bárbara sonrió y él dejó de hacerlo.
—Joder, qué susto me has dado. Estábamos hablando y…
—Calla y bésame, lobito malo.
No se hizo esperar. Jason atrapó sus labios y acarició su
cuerpo con toda la delicadeza que unas manos tan grandes podían
ofrecer. Enseguida se metió dentro de ella, haciendo que sus
cuerpos se unieran y palpitasen al unísono.
Cuando ambos se dejaron llevar, ella sonrió y besó a su
hombre.
—Me iré contigo. No quiero pasar ni un día más sin ti, porque te
amo más que a nada en este mundo.
Él tragó saliva, había estado aterrado de perderla e incluso
sopesó dejar la ciudad y que Sean fuera el alfa. Pero ella lo amaba
tanto que dejaría su vida por él.
—Yo también te amo, mi vida, y haré lo posible porque seas
feliz.
—Si sigues haciendo el amor conmigo de esta manera, ya lo
creo que lo seré.
Él sonrió y la besó. Se había endurecido de nuevo, así que
volvieron a unirse.
—No me canso de amarte, creo que soy adicto a ti —dijo él.
—Es lo que tienen las brujas, que todo el mundo se queda
hechizado.
Ambos sonrieron por el chiste tonto y continuaron entregándose
en cuerpo y alma.
Capítulo 40. Final
Sean condujo hasta Glencoe con Helen y Megan. Las dejó en
Black Rock, despidiéndose con un leve abrazo. Jason no le había
dicho todavía qué era lo que iba a hacer y temía que quisiera
quedarse con Bárbara en la ciudad, por lo que él debería ser el alfa,
algo para lo que no estaba preparado.
No tenía la paciencia o el saber estar de su hermano, se veía a
sí mismo muy joven y sin experiencia. Dejó la camioneta delante del
pub y se acercó a tomar una pinta. Todavía eran las cuatro de la
tarde y apenas había comido, así que tomaría algo más
contundente.
Gillian lo atendió como siempre, con amabilidad y sonrisas, y se
pidió el plato del día. Devoró la comida sintiéndola deliciosa. Si
viajaba a Londres, echaría mucho de menos el lugar y a la gente
que vivía aquí, pero por otra parte, quería ver algo de mundo. Ya
estaba en contacto con el alfa de la manada, que tenía dos hijos de
su edad. Habían planeado incluso recorrer Europa y tenía mucha
ilusión…, claro que si no volvía Jason, no podría. Pero lo haría, se
quedaría en Glencoe si era necesario, cuidando de todos. Se sintió
maduro al tomar esa decisión y salió a la calle. Un coche rojizo entró
por la carretera, cargado hasta arriba. Su hermano salió y estiró las
piernas y después salió ella. Sean no pudo estar más contento. Se
lanzó a abrazar a su hermano y a su futura cuñada y bailoteó en la
calle.
Jason alzó los ojos y Bárbara se reía, feliz.
—¡Habéis venido! —gritó entusiasmado. Ella sonrió.
—Y nos quedamos.
Jason la cogió de la cintura y le dio un beso en la sien.
—Nos instalaremos en mi casa, y me tomo un par de días de
fiesta, así que hazte cargo de todo, Sean.
—Sí, señor —sonrió él. Se sentía aliviado de que ellos hubieran
vuelto, pero sobre todo, porque los veía realmente felices.
Los vio marcharse hacia la casa que tenía Jason cerca de la
destilería. Él todavía vivía en casa de sus padres, rodeado de
recuerdos. Tocaba hacer sus propios planes. Echaría de menos a
Megan y a Gillian, y por supuesto, a su hermano y los demás lobos
de la manada, aunque Jason estaría demasiado ocupado con su
mujer. Era su momento.
**Nota de la autora. En esta ocasión, tienes dos contenidos
adicionales y un glosario de términos brujeriles que aparecen
en el libro. ¡No te los pierdas!
Agradecimientos
Quiero agradecer como siempre a todas las personas que me
apoyan, especialmente a mi lista de correo, que siempre están ahí,
contestándome, participando y enviándome preciosos correos.
A mis lectoras beta Eva, Charo y Lola, a Sonia, mi correctora
favorita, y a Katy Molina que, como siempre, lo ha clavado con la
portada.
A José de la Rosa por su orientación, a Jane Mckenna, Keka
Dilano y Elisabeth da Silva por su acompañamiento.
Y, ahora, me presento. Me llamo Yolanda Pallás y escribo
fantasía, romántica y, alguna vez, infantiles, pero sobre todo, los dos
primeros géneros. Utilizo el seudónimo Anne Aband para mis
novelas románticas y románticas con fantasía y mi nombre para las
que son más fantasía que romántica.
He publicado bastantes de esos géneros, a estas alturas son
unas cincuenta novelas de distintos tamaños. También he tenido la
suerte de ganar un premio literario y quedarme finalista en otros
tres, lo que me hace sentirme muy orgullosa y animada a seguir
escribiendo.
En cuanto a mí, estoy casada y tengo dos chicos, soy una
lectora empedernida y me encanta el arte en general, desde pintar a
hacer manualidades. Lo que sea chulo me interesa y lo pruebo.
Últimamente me he aficionado al gimnasio y procuro
mantenerme en forma porque estoy tooodo el día delante del
ordenador, con mi trabajo y la escritura, por lo que ¡hay que
cuidarse!
Tengo mis páginas web donde puedes encontrar más
información sobre mí y mis libros en www.anneaband.com (las
románticas) y www.yolandapallas.com (las de fantasía).
Me encantaría que me siguieras en Instagram, ahí es donde
suelo colgar la mayoría de las novedades, sorteos, concursos… lo
que sea. Esta es mi cuenta: @anneaband_escritora
Puedes descargarte una de mis novelas gratuitas al suscribirte
en mi web, me encantaría que te unieras a mi comunidad. Te dejo el
enlace: https://www.anneaband.com/descargas-gratuitas/ además
tengo también unos marcapáginas muy chulos que puedes
descargarte, y otras cosillas.
Mil gracias por leer mi novela y espero que, si te ha gustado,
quieras dejarme un bonito comentario en las redes o en la
plataforma donde la has leído. Es algo que los escritores siempre
agradecemos.
Otros libros relacionados
WolfHunters: romántica con fantasía urbana.
Esta serie me ha dado muchas alegrías porque desde que la
saqué, hace ya algún año, no baja de los veinte primeros en fantasía
urbana. Como siempre, gracias a vosotras.
Es una historia de un grupo de guerreros que se convierten en
lobos para luchar con una especie de vampiros feos �� y ayudar a
los humanos.
Hay varias tramas amorosas y algún toque de sexo explícito,
tenlo en cuenta por si acaso, aunque no es una novela erótica.
Está compuesta por tres libros y también he recopilado los tres
en un solo tomo, por petición popular.
Te dejo aquí los enlaces por si quieres echar un vistazo a las
sinopsis:
Monstruo e inocente https://relinks.me/B08LYCXFMS
Fiera y dulce https://relinks.me/B08PL7QR9Z
Fuerte y salvaje https://relinks.me/B08R3YQ45N
Recopilación de la trilogía https://relinks.me/B09M7LN4D8
Hijas de la Luna
Quiero presentarte a Amaris, Valentina y Sara, guerreras e hijas
de la Luna. Y son las protagonistas de cada uno de los libros de esta
serie, que, desde que salió publicada, no ha dejado de darme
grandes alegrías, colocándose entre los primeros puestos de
fantasía urbana.
Esta imagen es de cuando saqué Heredera, pero los tres han
alcanzado la etiqueta naranja del n.º 1 en varias ocasiones, lo que
me hace sentirme muy orgullosa y agradecida.
Son historias algo más cortas que la que acabas de leer, pero
con mucha acción y alguna que otra historia de amor.
Si te apetece leerlas, puedes hacerlo en Amazon y, gracias a un
acuerdo con una editorial, puedes pedirlas en cualquier librería a
demanda.
Ellas son guerreras y luchan contra otros guerreros oscuros. Sus
dones están basados en los elementos, y hay quien nace con uno o
con varios. Además de guerreras mujeres, encontrarás a sus futuras
parejas, que no quiero desvelarte, con los que habrá, en ocasiones,
cierta animadversión al principio.
¿Te apetece ver la sinopsis? Te dejo los enlaces de Amazon:
Hijas de la Luna I. Despiertahttps://relinks.me/B09H9GFWGW
Hijas de la Luna II. Renacidahttps://relinks.me/B09NST8TJD
Hijas de la Luna III. Herederahttps://relinks.me/B09SVKPDT1
Creo que si te ha gustado esta novela, estas tres también te
gustarán.
Contenido adicional 1
Hacía mucho frío y la mujer subía la montaña con gran
dificultad, pero justo por el viento terrible era por lo que debía
hacerlo. Las defensas se habían debilitado desde que ella se había
ido, así que tocaba acercarse a las cuevas.
Recordó el triste rostro de la pequeña Louise al ver como
Siobhan se marchaba. Apretó los labios y dio un tropezón. ¿Por qué
le habría dejado tanta libertad? Ella era un espíritu libre. Su cabello
rojo volaba con el viento por todo Glencoe y, al final, había sido
normal que uno de ellos se embelesara por ella. Uno que había
venido de visita y no conocía las estrictas reglas que ella, y antes su
madre, habían demandado, desde que se asentaron ambas familias
en la pequeña población.
Miró hacia la cumbre. La primera cueva era más viable y
probablemente podría acceder a la nervadura de la montaña. Esa
sublínea ley que la recorría y daba a cada una de las cuevas donde
habitaban los entes.
Una volada de aire movió su cabello y deshizo el moño, de
cabello castaño rojizo, poniéndolo delante y dificultando la vista del
camino. Volvió la cabeza y miró las luces de su casa. Esperaba que
la pequeña Louise no se despertase con una pesadilla. En esa
época del año no tenían huéspedes y solo estaba Helen, que no
dejaba de ser una niña. No le había quedado otro remedio que
dejarlas solas.
Si Siobhan no se hubiera marchado con ese inglés, no habría
tenido tantos problemas. A veces, se sentía débil y cansada, con
demasiada carga para ella sola. Dos niñas pequeñas, la grieta, los
lobos, un marido huido… No, no era justo.
Una ira interior calentó su aterido cuerpo y le devolvió las
fuerzas para seguir adelante, dejar el amuleto en la cueva y proteger
el pueblo y a su gente de una vez. Le había costado un gran
sacrificio, pues allí dejaba parte de su alma, lo que probablemente
debilitaría su cuerpo. Pero todo lo que fuera necesario lo haría.
Una débil luz se puso a su lado. Sabía que su madre fallecida la
estaba acompañando. Allí no podía aparecerse, pero vio un atisbo
de su figura encorvada.
—Hija mía, no deberías haber sacrificado tanto —susurró.
Katherine refunfuñó.
—¿Y qué opciones tenía? —dijo al aire. Siguió subiendo hasta
que llegó hasta la primera cueva.
—Aguantar hasta que vengan las demás brujas, hasta que
crezcan las niñas. Entonces podrías reforzar los hechizos.
—Son dos niñas pequeñas, madre. No creo que pueda
contener la grieta.
—Y eres incapaz de pedir ayuda… —susurró su madre.
Katherine apretó los labios. Saldría de esto sí o sí.
Se dispuso a crear el espacio. Levantó las manos para pedir al
viento que se calmase por unos minutos, para realizar el ritual, y
luego, cuando sucedió, echó la sal a su alrededor, formando un
círculo. Sabía que un ente se había escapado hacía poco, aunque
los lobos habían acabado con él, así que tenía que estar atenta.
Empezó con el ritual y notó que a la entrada de la cueva se
aproximaban las sombras. No podrían salir, no podrían atacarla,
pero ahí estaban, amenazadoras.
Pronunció las palabras antiguas y notó que una luz se extendía
por el círculo y como si se tratara de una raíz, se adentraba en la
montaña. Llegó hasta la cueva y las sombras retrocedieron. Como si
fuese una tela de araña, se extendió por la pared, rodeando la
entrada y creando una cúpula luminosa que dejaba ver ojos rojos en
el interior. Pero Katherine no tenía miedo. Su ira y su determinación
le daban fuerzas para mantener el poder de las Kinnear.
Un ente algo más grande se acercó a la entrada de la cueva.
No parecía tener miedo y la mueca que tenía no era agradable.
Golpeó con fuerza, mientras Katherine resistía. Los toques
retumbaban en su cuerpo, y ella apoyó las manos en el suelo,
sintiendo como su vitalidad se escapaba. El hechizo estaba
absorbiendo mucho de ella y su cabello comenzó a encanecer.
—¡Suéltalo, Kat! —dijo el espectro de su madre, que todavía
estaba allí, fuera del círculo.
—¡No puedo! —gritó ella. Los dedos parecían haberse fundido
con la roca. Intentó moverlos, mientras que el ente seguía
golpeando la barrera transparente que impedía que saliesen.
Si Siobhan hubiera estado allí, habría tenido la fuerza suficiente
para contenerlos. Ese pensamiento la hizo enfurecer y el dolor que
le produjo que su hija la hubiese abandonado, que eligiera un
hombre, dejando incluso a su primogénita, le rompió el corazón y, a
la vez, le dio la fuerza suficiente para enviar la ira hacia el interior de
la cueva y acabar con varios de los entes encerrados allí.
La luz se apagó y ella cayó al suelo, exhausta. El viento
comenzó de nuevo a soplar, moviendo el ropaje de la bruja y
deshaciendo el círculo de sal.
Un par de lobos subieron por la colina y se acercaron donde
ella yacía inconsciente y se convirtieron en hombres. Desnudos, se
agacharon y le tomaron el pulso.
—Está viva —dijo uno de ellos, el más mayor—. Llevémosla a
Black Rock.
El hombre la tomó en brazos y bajaron la montaña con más
dificultad que cuando habían subido en forma de lobos. Antes de
entrar en el pueblo, se pusieron los pantalones que habían dejado
en el pie de la montaña. La puerta estaba sin cerrojo, así que
pasaron al hotel. Helen salió al escuchar el ruido y se asustó.
—Tranquila, pequeña —dijo el alfa de los McDonald—, hemos
encontrado a tu madre desmayada, pero está bien.
La depositaron en el sofá y Helen corrió hacia ella, tocando con
ternura su cabello blanco. Miró a los dos lobos, que no supieron
decirle. Ellos habían visto la luz y sintieron la fuerza del ente, por
eso subieron a la cueva a vigilar.
Katherine abrió los ojos y vio a Helen y a los dos McDonald.
Frunció el ceño y el alfa la miró inquisitivo.
—Helen, ve a ver a tu hermana Louise y luego me preparas una
infusión.
La chica obedeció y el alfa se encaró a la Kinnear.
—¿Se puede saber qué ha sido eso?
Katherine se incorporó, se recogió el pelo en una trenza y lo
miró, sin levantarse, pues todavía estaba mareada.
—Son mis hechizos habituales para proteger la grieta.
—¿Por qué le ha cambiado el cabello? —dijo el otro lobo,
hermano del alfa.
—He necesitado mucha energía… después… —se quedó
callada.
—Su hija mayor se ha marchado y su poder se ha debilitado, es
así, ¿no? —dijo el alfa serio. Ella apretó los labios—, deberíamos
traer otra bruja, si es que no puede controlarlo.
—Puedo y mis hijas crecerán. Con lo que he hecho hoy será
suficiente para unos cuantos años y luego estarán mis dos hijas.
—De todas formas, a partir de ahora patrullaremos las grietas.
No quiero sorpresas.
Katherine no contestó. Sentía que había fallado a su labor. Los
lobos se fueron y la amargura y la tristeza de sentirse sola ante
tanta responsabilidad cerró su corazón.
Contenido adicional 2
—¿Por qué tengo que ir? —dijo Bárbara apretando los labios.
—Eres tan cabezota como tu abuela —contestó Helen. Ambas
tomaban una pinta donde Gillian. Hacía un mes que se había
instalado en el pueblo y todavía no había pasado a verla.
—No tiene interés en mí.
—Eso es una tontería —bufó Helen. Megan se asomó por la
puerta algo taciturna. Se sentó con ellas y Gillian le trajo un refresco.
—¿Ya se ha ido? —dijo Bárbara poniendo la mano sobre la
suya. Ella asintió.
—De todas formas, no deja de ser un McDonald y… —Helen se
quedó callada cuando Bárbara subió una ceja—, bueno, que sois
muy jóvenes y ni siquiera sabías si Sean estaba interesado por ti.
—Lo sé, mamá, lo sé —dijo Megan. Se giró hacia su prima—.
¿Vas a ir a ver a la abuela?
Bárbara bufó de nuevo. Desde que había ido a Glencoe su
felicidad era total. La vida con Jason era maravillosa. No solo por el
excelente y abundante sexo, sino porque había encontrado un lugar,
su lugar. Ya no trabajaba como abogada de forma presencial, pero
se había abierto una web para realizar consultorías a distancia y su
padre, de vez en cuando, le enviaba clientes. Además de que las
manadas de la zona habían acudido a ella para solventar pequeños
asuntos locales. Se sentía bien, excepto por su abuela.
—La abuela impidió que mi madre se llevase a mi hermana y mi
madre no quería volver… ni que yo fuera bruja.
—Pero tu madre se arrepintió de no haberse reconciliado —dijo
Helen—, y, además, tienes que aprender lo que te falta. La próxima
luna nueva debemos reforzar los hechizos y te necesitamos.
Aunque seamos tres, la abuela está cada vez más débil.
El rostro de Bárbara mostró un poco de arrepentimiento. ¿Y si
estaba siendo tan testaruda como ella? Miró la pulsera que le dejó
Shaun y recordó las palabras de su bisabuela. Tal vez estaba siendo
dura, intransigente.
—Está bien. Mañana iré. Pero no le digáis nada. Solo a ver qué
pasa.
—Muy bien —suspiró Helen dándole una palmada a su sobrina
en la mano—, es una buena decisión.
Bárbara se despidió de ellas y se fue hacia la casa donde vivía
con Jason. Era una bonita edificación de dos plantas hecha de
piedra y ella había plantado diferentes hierbas y flores en el jardín.
Aunque el invierno estaba llegando, como bruja, sabía cómo
preservar las plantas.
Jason no estaba allí, pero según la hora, no tardaría. Echaba de
menos a Sean y tenía que trabajar bastante en la destilería, pero
había hablado con Connor y le iba a enviar uno de sus sobrinos
para ayudarle y que aprendiera el oficio. Enseguida escuchó el
motor y él salió del coche, deprisa. Ella todavía estaba cambiándose
cuando entró en tromba en el dormitorio.
—¿Qué haces? —dijo Bárbara—, me has dado un susto…
No pudo terminar, él la cogió entre sus brazos y la besó con
hambre, como había hecho cada día desde que ambos estaban
juntos. Ella rio y enseguida acabaron desnudos. Él estaba
preparado y ella deseosa, así que se metió en ella, moviéndose con
fiereza y deseo. Ella arqueó su espalda, y él tornó sus ojos
amarillos. Fue a volver la cabeza, por costumbre, pero Bárbara lo
sujetó y miró sus hipnotizantes pupilas. El orgasmo les sobrevino
intenso y único, como cada vez.
Jason se dejó caer en un lado de la cama, satisfecho, y ella se
acurrucó en su pecho.
—¿Esto es normal entre los lobos o somos nosotros? —dijo
pasando un dedo por su fuerte pecho.
—No lo sé, nunca me había ocurrido, pero sé que mis padres
hacían mucho ruido —dijo él sonriendo.
Ella se quedó callada, pensativa.
—¿Qué piensas?
—Nada… bueno, mañana iré a ver a mi abuela. Tenemos que
reforzar los hechizos.
—Me parece muy bien.
—¿Te parece bien? —dijo ella mirándolo—, te recuerdo que…
—Es tu abuela, sangre de tu sangre. Le debes respeto cuando
menos.
Ella miró a Jason sorprendida, pero asintió. Al día siguiente iría
a verla.
***
Se había puesto un grueso jersey y sus vaqueros y llevaba el
cabello recogido en una coleta. Estaba nerviosa y no sabía qué se
iba a encontrar, pero al menos, tenía la mente abierta.
Entró en la finca y fue hacia la cocina, donde se escuchaban las
voces. Su abuela estaba guisando de espaldas, canturreando una
vieja nana escocesa. Ni su tía ni su prima estaban por ahí. Cuando
sintió su presencia, se volvió, sorprendida. Luego, volvió su máscara
adusta.
—Si buscas a tu tía o a tu prima, no están. Han dicho que
tenían que ir a Glasgow para no sé qué.
—Quería hablar contigo, abuela.
Katherine dejó la olla fuera del fuego y puso una tetera a hervir.
Luego, cogió dos tazas y echó en la tetera unas hierbas. Sin decir
nada, indicó a la muchacha que se sentara y ella lo hizo también.
Cuando la tetera silbó, sirvió la infusión y se sentó.
—¿Y bien? —dijo seria.
Bárbara olió las hierbas, deliciosa. Miró a su abuela y suspiró.
—Creo que deberíamos… llevarnos bien. Por el pueblo.
—No te necesito. Y están Helen y Megan —dijo ella. Bárbara se
contuvo para no marcharse.
—Abuela, sé que has sufrido mucho, pero podemos vivir en
paz, ahora que estoy en Glencoe.
—Con un lobo McDonald. ¿No te parece vergonzoso? No dejan
de ser animales.
—Te estás excediendo —Bárbara empalideció. Le faltaba muy
poco para marcharse y dejarla ahí. ¿Por qué era así? No lo
entendía.
Una suave brisa movió sus cabellos y les produjo un escalofrío.
Quizá la bisabuela Shaun venía para ayudar. Pero no.
Una sombra de cabellos de fuego se personó en la cocina y las
miró a ambas. Las lágrimas de Katherine salieron sin que ella fuera
consciente. Bárbara se emocionó también.
—Sois las dos igual de cabezotas —dijo Siobhan—, todavía no
he podido cruzar porque vuestra tonta enemistad me retiene aquí.
—Hija mía —dijo Katherine sin apenas voz.
—Madre, querida madre —contestó ella volviéndose—, siento
muchísimo haberme ido de esas formas, pero amaba a Oliver con
toda mi alma. Y siento no haberme reconciliado contigo. Fui
testaruda e irracional y tenía miedo de que me quitases de alguna
forma a Bárbara.
—Pero yo no te la hubiera quitado —dijo Katherine llorando—,
yo solo quería que estuvieras aquí, con nosotras, en Glencoe. Solo
deseaba tenerte conmigo.
La abuela pareció desmoronarse y Bárbara se sentó junto a
ella. Estuvo esperando que la rechazara, pero no fue así. Pasó la
mano por sus hombros y la abrazó.
—Lo siento mucho, madre. Me equivoqué. Y luego enfermé…
por eso no quiero que vosotras os arrepintáis de no haberos
reconciliado.
Nieta y abuela se miraron y una luz iluminó el rostro de
Katherine. Luego, se volvió hacia su hija.
—Siento mucho haber sido tan dura contigo, hija. Me pareció
horrible que hubieras estado con Finnean, pero luego nació Louise y
era una niña tan bonita, tan normal. Todo hubiera sido perfecto…
—Pero me enamoré…
—Te enamoraste y te fuiste. Tu padre también me dejó,
supongo que por mi culpa. No podía resistir el dolor de perderte y lo
perdí a él también. ¡Qué desastre!
—Abuela, el dolor hace que nos comportemos de formas
extrañas. Lo importante es que, a partir de ahora, todo cambie.
Además, necesitas a tu nieta sana y contenta, ahora que va a ser
mamá.
Las dos se miraron asombradas y Bárbara puso una mano
sobre su vientre. La abuela puso la mano sobre la suya y ambas
sintieron el latido.
—Jason se va a desmayar —sonrió Bárbara.
—No sé si podré invitarlo a la cena de Navidad —refunfuñó la
abuela, pero luego sonrió—. Tienes razón, hija. Estar enfadada con
el mundo no lleva a nada bueno. No te prometo un milagro, porque
llevo muchos años así, pero lo intentaré.
—Eso me vale, abuela.
Siobhan sonrió y poco a poco se fue desvaneciendo, con dos
últimas palabras…
—Os amo.
Abuela y nieta se abrazaron y, cuando Helen y Megan entraron
en la cocina, las encontraron todavía así. Y se unieron a ellas,
sintiendo la fuerza y el amor de la familia Kinnear.
Términos brujeriles
En el libro te hablo de todas estas cosas y quiero explicarte más
a fondo qué es cada una de ellas. Están en el orden en el que salen
en la narración. Puedes creer o no en la magia y en la brujería, pero
algo me hace pensar que si has leído este libro y estás todavía aquí,
es porque sí que te interesa.
Todo lo que te pongo aquí está basado en mi experiencia o en
libros. Pero lo que tú hagas es bajo tu responsabilidad.
Vamos allá con estos términos. Hay mucho más, que te contaré
en el siguiente libro, aunque sus protagonistas sean los lobos.
Escala de brujas:
La Escala de brujas es magia de nudos que sirve para proteger
un lugar donde se cuelga. Puedes hacerla del tamaño que quieras e
incluso pequeña para llevarla contigo o hacerte un llavero. Te doy
los materiales para una pequeña, pero luego puedes escalarlos al
tamaño que quieras.
Materiales: 3 cordones de 30 cm de hilo, cuerda o hilo de
bordar y 3 cuentas o pequeños colgantes asociados con la
protección.
Cómo hacerla:
Ata los tres cordones en un extremo. Desliza una cuenta o
amuleto en el cordón central justo debajo del nudo.
Visualizando tu objetivo, comienza a trenzar los tres cordones.
Justo antes de llegar a la mitad, coloca otro abalorio en el cordón.
Sigue trenzando.
Unos 2,5 cm antes del final, coloca el tercer abalorio y anuda
los extremos. Puedes incluso cerrarlo en círculo.
Son también muy útiles para llevarlas en los desplazamientos
así que puedes meterlas en la maleta.
Agua bendita:
El agua bendita se usa para hechizos amorosos, adivinación,
purificación y protección. Como puedes imaginar, se encuentra en
las iglesias. Se suele usar dentro de los hechizos o por sí sola,
salpicando en forma de cruz.
Agua de florida:
El agua de florida se usa para rituales de magia y para limpieza
espiritual y corporal. También sirve para la buena suerte y la
protección. Puedes utilizarla en el fregado del suelo. Hay muchas
recetas que puedes buscar en Internet, diferentes versiones que se
realizan normalmente con cáscaras de naranja, limón, romero,
lavanda, clavos…. Son cosas muy accesibles.
Runas:
Las runas son una forma antigua de oráculo para buscar
consejos o comprender situaciones. Hay runas de diferentes tribus
del norte de Europa y todavía se siguen utilizando. Cualquiera
puede hacer una lectura de runas y hay muchas que tienen
significados especiales.
Puedes encontrarlas hechas en piedra o madera, o también las
puedes dibujar en papel. Pero cuidado, no dan una respuesta
exacta, sino que te dan pistas sobre lo que podría ocurrir. Siempre
puedes cambiar tu destino, no es fijo.
Como siempre, encontrarás en Internet mucha información
sobre cómo utilizarlas, dónde guardarlas y las diferentes tiradas, si
te interesa el tema.
Pasar la mano a 5 centímetros para averiguar lo que le
pasa:
Cuando en la novela Helen pasa la mano a unos cinco
centímetros del cuerpo de Sean es porque está leyendo el aura.
Cuando tenemos algún tipo de enfermedad, herida o mal
funcionamiento de nuestro organismo, se traslada a nuestra aura,
compuesta por varias capas que rodean nuestro cuerpo físico. En el
reiki y en otras técnicas de sanación se utiliza la imposición de
manos (que no tiene por qué tocarse físicamente e incluso se puede
hacer a distancia), se canaliza la energía y se transmite a la persona
para su sanación.
Grimorio:
Un grimorio es un cuaderno personal donde apuntar tus
pensamientos, pero también rituales, información sobre cristales,
sobre runas, consejos, trucos que te han dado otras brujas, tus
experiencias y todo lo que consideres porque es un libro solo para ti.
Puedes utilizar un archivador o un cuaderno hecho a mano, eso
depende de lo bonito que lo quieras. Hay muchas brujas que hacen
preciosos dibujos y letras especiales, pero puede ser algo práctico
de consulta. Puedes colocar unas hojas o unas flores entre sus
páginas, pegar fotografías, o cualquier cosa que se te ocurra. No
tiene por qué tener un orden concreto, ¡déjate llevar y escribe!,
porque puedes tener tantos como quieras.
Desatar tormentas:
Esto ya entra un poco en las leyendas. Dicen que las brujas,
cuando se enfadan, son capaces de llamar a las nubes.
Hay una antigua leyenda en la que unas brujas fueron culpables
de crear las peores tormentas nunca vistas. Bailaban alrededor de
una poza, cantando y tirando a la misma diferentes hierbas,
pociones y restos de animales. Después de haber bailado un rato,
una gran fuente de la poza subía al cielo y creaba nubes de
tormenta, que podrían destruir cualquier cosa. Con estas leyendas
tan absurdas, no me extraña que hubiera persecuciones. Pero
bueno, vamos a imaginar que mis brujas pueden atraer tormentas
cuando se enfadan.
Athame:
Es un cuchillo ceremonial que no debe usarse para cortar.
Simboliza el elemento masculino aire y suele formar parte de los
instrumentos de la bruja. Puede utilizarse para crear un círculo de
protección (a modo de varita), para dirigir energías, pero nunca para
cortar los ingredientes de los rituales.
Altar de brujería:
Aunque hay diferentes versiones y cada bruja puede crear su
propio altar según sus preferencias, normalmente se monta cuando
vas a realizar algún tipo de ritual, aunque es cierto que, si tienes
espacio en casa, puedes dejarlo siempre.
Normalmente tendrá los cuatro elementos representados: aire,
agua, fuego y tierra, distribuidos alrededor del centro, donde puedes
colocar un pentáculo. Pero como en otros términos, es tan amplio
que es mejor que lo consultes en una página de fiar.
Cruz del sol:
Es un símbolo celta, aunque también se le llama la cruz de
Cristo. Es uno de los símbolos más antiguos existentes. Significa la
evolución de la consciencia y de la materia, así como los cuatro
puntos cardinales y los cuatro elementos. En la novela, las brujas la
usan para protección junto a la sangre de la bruja que conecta con
la energía universal. Es un poco una licencia, pero bueno, ya sabéis,
no deja de ser fantasía.
Símbolo wuibre:
Es un símbolo celta formado por dos serpientes entrelazadas
entre sí. Representa las cualidades del elemento tierra y se le
considera el guardián de la Tierra. NO debe tocar el agua, ya que su
poder disminuiría.
Proporciona protección, poder, sabiduría y amor a quien lo
porte.
Viajes astrales:
Cuando sueñas, ¿has sentido alguna vez que caes y te mueves
en la cama?
Los viajes astrales se pueden producir incluso sin que nosotros
seamos conscientes, aunque desde luego, se pueden realizar por
voluntad. El principal miedo que suelen tener los practicantes es a
no poder volver, pero no hay que preocuparse, tenemos un cordón
(llamado cordón de plata) que nos sujeta al cuerpo. Como todo, hay
mucha información en libros e Internet, y es muy interesante.
Aquelarres:
Ya imaginarás que los aquelarres son un grupo de brujas que
se reúnen para realizar sus rituales, pero también para sentirse
arropadas y acogidas por otras mujeres con la misma intuición.
Normalmente suelen ser dirigidos por una de las brujas de
mayor edad o experiencia. Se han escrito muchas cosas sobre
orgías y sacrificios… en cada uno está la posibilidad de creerlo.
Desde luego, los aquelarres de hoy en día no tienen nada que ver.
Son un grupo de amigas con gustos distintos a los habituales que
comparten un tiempo juntas.
Círculo de sal:
Un círculo es un espacio sagrado de protección que evita las
interferencias de energía externa no deseadas y también ayuda a
mantener el foco de la bruja que se coloca en su interior. Debe tener
la medida aproximada de, estando la bruja de pie en el centro, que
pueda extender ambos brazos en cruz y no salga. Se puede hacer
más grande, pero no más pequeño.
De todas formas, si no puedes usar un círculo de sal, puedes
visualizar una esfera de luz que te cubre totalmente.
El uso de la sal es para reforzar la protección de las energías
negativas. Cuando termines de realizar lo que sea, esa sal deberás
enterrarla en tierra (si ha sido para limpiar de energías negativas) o
incluso usarla para darte un baño, si ha sido para cargar de energía
positiva. En cualquier caso, guárdala aparte de la sal nueva.
Uso de péndulo para buscar personas o cosas:
Uno de los usos que tiene es el de adivinación. Nos sirve para
encontrar respuestas a preguntas y/o tomar decisiones correctas.
También se usa para testar los chakras, para radioestesia…, entre
otras cosas.
Es un objeto que oscila, colgado de un cordel, o una cadena. El
péndulo puede estar hecho de cualquier piedra e incluso puede ser
metálico.
Si quieres hacer una pregunta sencilla, toma el péndulo con tu
mano dominante y sujétalo con tres dedos. Mantenlo sobre tu otra
palma abierta y concéntrate en una pregunta (puedes decirla en voz
alta) y cuya respuesta sea sí o no. Observa cómo se mueve el
péndulo y sabrás cuál es tu respuesta afirmativa y cuál la negativa.
Haz varias preguntas test para comprobar. Normalmente
encontrarás movimientos horizontales o verticales e incluso
circulares. Si el péndulo se queda quieto, sin moverse, es porque en
ese momento no hay respuesta a la pregunta.
Hazlo en un lugar tranquilo y preferiblemente en soledad.
Respira de forma calmada antes de comenzar y piensa que las
respuestas son de ese día y ese momento, pero que las
circunstancias pueden cambiar.
Y hasta aquí algunas de las cosas que he nombrado en el libro.
Como te digo, puedes tomarlas como fantasía o realidad, eso ya
depende de ti.
Los lobos escoceses de Black Rock
Segunda parte de esta bilogía. Los protagonistas, en esta
ocasión, son la manada de lobos de Glencoe.
Sinopsis.
Sean ha pasado unos meses fuera de su casa. Cuando su
hermano Jason le pide que vuelva para celebrar el nacimiento de su
hija, mitad bruja, mitad loba, no lo duda.
Cuando vuelve al pueblo, le parece mentira que Megan Kinnear
haya cambiado tanto. Es toda una mujer y tan preciosa o más que
antes.
Él ha salido con alguien en Londres, aunque no considere que
sea algo serio. Ella está tonteando con el nuevo ayudante de su
hermano. Parece que no están destinados a estar juntos, pero
saltan chispas cuando se ven. ¿Podrán liberarse de sus deseos?
Una energía distinta hace peligrar el equilibrio y pone al pueblo
a merced de la oscuridad.
¿Acabará con la felicidad que sienten los habitantes de
Glencoe? ¿Se extenderá más allá?
(Disponible en septiembre-octubre de 2022)
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