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¿A qué estamos jugando?

Una de las cosas que caracteriza a la cultura propia de la Grecia antigua es que, a diferencia de lo que
encontramos en las culturas anteriores o en las otras culturas de su entorno, se comienzan a plantear
allí —al menos públicamente— un tipo de preguntas diferentes, de preguntas raritas. Se trata de
preguntas que no tienen que ver —al menos inmediatamente— con esos saberes teóricos, prácticos o
técnicos que vamos acumulando a lo largo de nuestra vida y que necesitamos para sobrevivir y para
conseguir mejor nuestros fines —sean los que sean—, sino de otro tipo de cuestiones que, si bien son
las que nos planteamos habitualmente, es difícil que no nos parezcan interesantes a pesar de todo o
que no las reconozcamos como importantes, aunque no las consideremos tan urgentes como las
primeras.
En este caso se trata de saber, por ejemplo, no qué cosas son y cómo son, sino de dónde han salido,
cuál es su origen, de qué están hechas, por qué son como son, o por qué son en lugar de no ser y
en qué consiste eso de que sean. En lugar de preguntarnos qué se hace o no podemos preguntarnos
qué es eso de “hacer” algo, qué es una acción, o no qué qué acciones están bien o mal según la moral
propia de mi cultura sino por qué esa moral considera buenas a unas acciones y malas a otras, qué
sentido tiene decir de una acción que es lo que se “debe hacer”, a quién le lo debemos, o en lugar de
preguntarnos cómo se hace esto o aquello, nos podemos preguntar para qué hacerlo qué es lo que se
trata verdaderamente de hacer, al final, con todas estas cosas que nos pasamos la vida haciendo.
Es como si alguien que estuviera jugando a un videojuego, en lugar de preocuparse solamente de lo
que sale en la pantalla (montañas, flores, bombas, rayos láser, muñequitos simpáticos que se matan
entre sí, etc.) intentase entender cómo está hecho el propio juego, qué hay detrás, cómo funcionan
los gráficos, las animaciones, el código en el que está programado, o si se pusiese a preguntarse para
qué está jugando él/ella mismo/a a ese juego, por qué prefiere estar achicharrando pokemonos o
pateando balones virtuales a estar haciendo algo que valga la pena con su propia vida. Una cosa es
saber jugar muy bien a los pokemonos o al GETA y otra saber qué son verdaderamente esos juegos o
si es bueno para uno/a mismo/a jugar a ellos (o jugar de la manera en que suele jugarlos) o por qué le
atrae tanto hacerlo, por qué esos mundos virtuales le parecen tan bellos. Esas preguntas se sitúan en
otro plano, se preocupan por otros aspectos diferentes o bien nos exigen que reflexionemos acerca del
juego mismo en su conjunto, como si pretendiesen salirse de él y verlo desde fuera.
Game over
Uno de los textos más famosos de la historia de la filosofía es el que se conoce como el “mito de la
caverna” de Platón, que aparece al comienzo del libro VII de la República (que es a su vez uno de sus
diálogos más conocidos y uno de los libros de filosofía más importantes de todos los tiempos). Platón
usa ese mito para ilustrar la situación en la que nos encontramos normalmente las personas cuando nos
enfrentamos con esas preguntas raritas.
El mito de la caverna
- Y a continuación -seguí-, compara con la siguiente escena el estado en que, con respecto a la
educación o a la falta de ella, se halla nuestra naturaleza.

Imagina una especie de cavernosa vivienda subterránea provista de una larga entrada, abierta a la luz,
que se extiende a lo ancho de toda la caverna, y unos hombres que están en ella desde niños, atados
por las piernas y el cuello, de modo que tengan que estarse quietos y mirar únicamente hacia adelante,
pues las ligaduras les impiden volver la cabeza; detrás de ellos, la luz de un fuego que arde algo lejos y
en plano superior, y entre el fuego y los encadenados, un camino situado en alto, a lo largo del cual su
ponte que ha sido construido un tabiquillo parecido a las mamparas que se alzan entre los titiriteros y el
público, por encima de las cuales exhiben aquellos sus maravillas.

- Ya lo veo-dijo.

- Pues bien, ve ahora, a lo largo de esa paredilla, unos hombres que transportan toda clase de objetos,
cuya altura sobrepasa la de la pared, y estatuas de hombres o animales hechas de piedra y de madera
y de toda clase de materias; entre estos portadores habrá, como es natural, unos que vayan hablando y
otros que estén callados.

- ¡Qué extraña escena describes -dijo- y qué extraños prisioneros!


- Iguales que nosotros-dije-, porque en primer lugar, ¿crees que los que están así han visto otra cosa de
sí mismos o de sus compañeros sino las sombras proyectadas por el fuego sobre la parte de la caverna
que está frente a ellos?

- ¿Cómo--dijo-, si durante toda su vida han sido obligados a mantener inmóviles las cabezas?

- ¿Y de los objetos transportados? ¿No habrán visto lo mismo?

- ¿Qué otra cosa van a ver?

- Y si pudieran hablar los unos con los otros, ¿no piensas que creerían estar refiriéndose a aquellas
sombras que veían pasar ante ellos?

- Forzosamente.

- ¿Y si la prisión tuviese un eco que viniera de la parte de enfrente? ¿Piensas que, cada vez que
hablara alguno de los que pasaban, creerían ellos que lo que hablaba era otra cosa sino la sombra que
veían pasar?

- No, ¡por Zeus!- dijo.

- Entonces no hay duda-dije yo-de que los tales no tendrán por real ninguna otra cosa más que las
sombras de los objetos fabricados.

- Es enteramente forzoso-dijo.

- Examina, pues -dije-, qué pasaría si fueran liberados de sus cadenas y curados de su ignorancia, y si,
conforme a naturaleza, les ocurriera lo siguiente. Cuando uno de ellos fuera desatado y obligado a
levantarse súbitamente y a volver el cuello y a andar y a mirar a la luz, y cuando, al hacer todo esto,
sintiera dolor y, por causa de las chiribitas, no fuera capaz de ver aquellos objetos cuyas sombras veía
antes, ¿qué crees que contestaría si le dijera alguien que antes no veía más que sombras inanes y que
es ahora cuando, hallándose más cerca de la realidad y vuelto de cara a objetos más reales, goza de
una visión más verdadera, y si fuera mostrándole los objetos que pasan y obligándole a contestar a sus
preguntas acerca de qué es cada uno de ellos? ¿No crees que estaría perplejo y que lo que antes había
contemplado le parecería más verdadero que lo que entonces se le mostraba?

- Mucho más-dijo.

-Y si se le obligara a fijar su vista en la luz misma, ¿no crees que le dolerían los ojos y que se
escaparía, volviéndose hacia aquellos objetos que puede contemplar, y que consideraría qué éstos, son
realmente más claros que los que le muestra?

- Así es -dijo.

- Y si se lo llevaran de allí a la fuerza--dije-, obligándole a recorrer la áspera y escarpada subida, y no le


dejaran antes de haberle arrastrado hasta la luz del sol, ¿no crees que sufriría y llevaría a mal el ser
arrastrado, y que, una vez llegado a la luz, tendría los ojos tan llenos de ella que no sería capaz de ver
ni una sola de las cosas a las que ahora llamamos verdaderas?

- No, no sería capaz -dijo-, al menos por el momento.

- Necesitaría acostumbrarse, creo yo, para poder llegar a ver las cosas de arriba. Lo que vería más
fácilmente serían, ante todo, las sombras; luego, las imágenes de hombres y de otros objetos reflejados
en las aguas, y más tarde, los objetos mismos. Y después de esto le sería más fácil el contemplar de
noche las cosas del cielo y el cielo mismo, fijando su vista en la luz de las estrellas y la luna, que el ver
de día el sol y lo que le es propio.

- ¿Cómo no?

- Y por último, creo yo, sería el sol, pero no sus imágenes reflejadas en las aguas ni en otro lugar ajeno
a él, sino el propio sol en su propio dominio y tal cual es en sí mismo, lo que. él estaría en condiciones
de mirar y contemplar.

- Necesariamente -dijo.

- Y después de esto, colegiría ya con respecto al sol que es él quien produce las estaciones y los años y
gobierna todo lo de la región visible, y que es, en cierto modo, el autor de todas aquellas cosas que ellos
veían.

- Es evidente -dijo- que después de aquello vendría a pensar en eso otro.

- ¿Y qué? Cuando se acordara de su anterior habitación y de la ciencia de allí y de sus antiguos


compañeros de cárcel, ¿no crees que se consideraría feliz por haber cambiado y que les compadecería
a ellos?

- Efectivamente.
- Y si hubiese habido entre ellos algunos honores o alabanzas o recompensas que concedieran los unos
a aquellos otros que, por discernir con mayor penetración las sombras que pasaban y acordarse mejor
de cuáles de entre ellas eran las que solían pasar delante o detrás o junto con otras, fuesen más
capaces que nadie de profetizar, basados en ello, lo que iba a suceder, ¿crees que sentiría aquél
nostalgia de estas cosas o que envidiaría a quienes gozaran de honores y poderes entre aquellos, o
bien que le ocurriría lo de Homero, es decir, que preferiría decididamente "trabajar la tierra al servicio de
otro hombre sin patrimonio" o sufrir cualquier otro destino antes que vivir en aquel mundo de lo
opinable?

- Eso es lo que creo yo -dijo -: que preferiría cualquier otro destino antes que aquella vida.

- Ahora fíjate en esto -dije-: si, vuelto el tal allá abajo, ocupase de nuevo el mismo asiento, ¿no crees
que se le llenarían los ojos de tinieblas, como a quien deja súbitamente la luz del sol?

- Ciertamente -dijo.

- Y si tuviese que competir de nuevo con los que habían permanecido constantemente encadenados,
opinando acerca de las sombras aquellas que, por no habérsele asentado todavía los ojos, ve con
dificultad -y no sería muy corto el tiempo que necesitara para acostumbrarse-, ¿no daría que reír y no se
diría de él que, por haber subido arriba, ha vuelto con los ojos estropeados, y que no vale la pena ni aun
de intentar una semejante ascensión? ¿Y no matarían; si encontraban manera de echarle mano y
matarle, a quien intentara desatarles y hacerles subir?.

- Claro que sí -dijo.

-Pues bien -dije-, esta imagen hay que aplicarla toda ella, ¡oh amigo Glaucón!, a lo que se ha dicho
antes; hay que comparar la región revelada por medio de la vista con la vivienda-prisión, y la luz del
fuego que hay en ella, con el poder del. sol. En cuanto a la subida al mundo de arriba y a la
contemplación de las cosas de éste, si las comparas con la ascensión del alma hasta la. región
inteligible no errarás con respecto a mi vislumbre, que es lo que tú deseas conocer, y que sólo la
divinidad sabe si por acaso está en lo cierto. En fin, he aquí lo que a mí me parece: en el mundo
inteligible lo último que se percibe, y con trabajo, es la idea del bien, pero, una vez percibida, hay que
colegir que ella es la causa de todo lo recto y lo bello que hay en todas las cosas; que, mientras en el
mundo visible ha engendrado la luz y al soberano de ésta, en el inteligible es ella la soberana y
productora de verdad y conocimiento, y que tiene por fuerza que verla quien quiera proceder
sabiamente en su vida privada o pública.

- También yo estoy de acuerdo -dijo-, en el grado en que puedo estarlo.


Platón La República Según la versión de J.M. Pabón y M.
Fernández Galiano, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1981 (3ª
edición)

New game
Las preguntas raritas que dan origen a la historia de la filosofía son preguntas relacionadas con el
origen mismo de la realidad o con los principios más básicos de su funcionamiento, o con su finalidad
última.
Son preguntas que, pese a no parecernos las más útiles de cara a ir sobreviviendo y pasando pantallas,
se nos pueden llegar a presentar en algún momento, y entonces nos producen esa sensación de
sacarnos de esa “zona de confort” en la que dicen los/as psicólogos/as que tendemos a mantenernos la
mayor parte de nuestra vida, y alejarnos de los problemas entre los que ya estamos más o menos
acostumbrados/as a estar, y es como si nos obligasen a bajarnos de ese escenario en el que estamos
siempre interpretando lo mejor que sabemos nuestro propio papel y, por un momento, nos obligasen a
mirar a nuestro alrededor, y descubríeramos entonces, por primera vez, el decorado, los focos, el telón,
las butacas, y a los/as otros/as actores/as, y nos parásemos a reflexionar sobre ello, como desde fuera
de todo ese tinglado, como si fuésemos otros/as, otro/a cualquiera que pasa por ahí, y a pensar acerca
de nuestro propio personaje, del que llevamos toda la vida interpretando, y a preguntarnos qué pinta
ahí, qué lugar ocupa en esa historia, cuál es el argumento de su propia obra.
Del mismo modo en que cuando adquirimos el lenguaje, de pronto nos empiezan a tratar como seres
capaces de ser conscientes de nosotros/as mismos/as, autocoscientes, y a preguntarnos qué nos
pasa, qué queremos o cómo nos sentimos, y entonces nosotros/as mismos/as nos damos cuenta de
que somos un/a “yo” (ese ser que en cada caso soy yo mismo/a) y empezamos a reflexionar acerca de
nuestra propia experiencia interna y nuestros estados de ánimo o nuestros deseos, cuando nos
hacemos mayores —cuando “maduramos”, o cuando comenzamos a aproximarnos a nuestra “mayoría
de edad” (cosa que en nuestras sociedades actuales suele comenzar entre los 14 y los 16 años y
completarse a los 18)—, se nos comienza a considerar capaces de enfrentarnos a esas preguntas
raritas, e incluso lo “normal” es que seamos nosotros/as mismos/as quienes nos las planteemos en
algún momento o se las planteemos a los/as demás: a nuestros padres/madres/tutores/as,
profesores/as o amigos/as, novios/as, y que empecemos a cuestionar, a criticar y a tratar de entender
un montón de cosas que, hasta entonces, nos habían parecido bien, o por lo menos habíamos ido
aceptando como algo inevitable (que mis padres/madres/tutores/as me controlen la vida, que mis
amigos/aso mis novios/as me traten como me han estado tratando, que mis profesores/as me eduquen
como me han estado educando, o que mi vida o el mundo en el que la vivo sea como ha venido siendo).
El filósofo Immanuel Kant hablaba también de ese momento en que nos vemos obligados/as a hacernos
responsables de nuestra propia vida y establecía una analogía, en este caso, entre ese momento y el
momento en el que se encontraba la humanidad durante ese período profundamente revolucionario de
la historia europea que actualmente conocemos como “La Ilustración” (“El siglo de las luces”, The
Aufklärung, en alemán, Les Lumières en francés, The Enlightenment en inglés).
Kant decía que:
«La Ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la
imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Esta incapacidad es culpable porque su
causa no reside en su falta de inteligencia, sino en la falta de decisión y valor para servirse por sí mismo
de ella sin la tutela de otro» [. . .]

“La minoría de edad significa la incapacidad de servirse de su propio entendimiento sin la guía de otro.
Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no reside en la carencia de
entendimiento, sino en la falta de decisión y valor para servirse por sí mismo de él sin la guía de otro.

La pereza y la cobardía son las causas de que una gran parte de los hombres permanezca,
gustosamente, en minoría de edad a lo largo de la vida, a pesar de que hace ya tiempo la naturaleza los
liberó de dirección ajena; y por eso es tan fácil para otros el erigirse en sus tutores. ¡Es tan cómodo ser
menor de edad! Si tengo un libro que piensa por mí, un director espiritual que reemplaza mi conciencia
moral, un médico que me prescribe la dieta, etc., entonces no necesito esforzarme. Si puedo pagar, no
tengo necesidad de pensar; otros asumirán por mí tan fastidiosa tarea. Aquellos tutores que tan
bondadosamente han tomado sobre sí la tarea de supervisión se encargan ya de que el paso hacia la
mayoría de edad, además de ser difícil, sea considerado peligroso por la gran mayoría de los hombres [. .
.]

Por tanto, es difícil para todo individuo lograr salir de esa minoría de edad, casi convertida ya en
naturaleza suya. Incluso le ha tomado afición y se siente realmente incapaz de valerse de su propio
entendimiento, porque nunca se le ha dejado hacer dicho ensayo.[. . .] Por eso, pocos son los que, por
esfuerzo del propio espíritu, han conseguido salir de esa minoría de edad y proseguir, sin embargo, con
paso seguro.

Pero, en cambio, es posible que el público se ilustre a sí mismo, algo que es casi inevitable si se le deja en
libertad. (...) Sapere aude! [¡Atrévete a saber!] ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento!, he aquí el
lema de la Ilustración”.

Kant, I, ¿Qué es la Ilustración?

Ese período de “adolescencia” (literalmente, en latín “estado de crecimiento”) que precede a la primera
etapa de la edad “adulta” (“estado de haber acabado de crecer”), concretamente a la que conocemos
como “juventud” —que es la que comienza, precisamente, al cumplir los 18, cuando pasamos a tomar
plenamente el control de nosotros/as mismos/as— es un período que suele venir marcado —al menos
en nuestro contexto histórico-cultural— por el hecho de que nos comiencen a preocupar o nos
empecemos a plantear o a tomar en serio ese tipo de preguntas raritas. Aunque no siempre. Hay
ciertamente personas que se las plantean desde mucho antes, o las hay que tardan algo más, o incluso
que se pasan la vida sin llegar a planteárselas, sea porque piensan que tienen ya claras todas las
respuestas que necesitan acerca de su vida o sea porque bastante tienen con conseguir los recursos
necesarios para sobrevivir un día más, o para que sobrevivan los suyos, o bien sea por qué,
simplemente, no les despiertan ningún interés, no les ven ningún sentido, les parece que no sirven para
nada, que son una pérdida de tiempo.
Sin embargo, no es extraño que en algún momento de nuestra vida los seres humanos nos sintamos, en
algunos momentos, como si estuviéramos saliendo o nos estuviesen echando o sacando a rastras de
una caverna en la que nos hubiésemos pasado los últimos 14 o 15 años viendo dibujos animados o
jugando al Fornike. A menudo —como les pasa a los personajes del mito de Platón—, porque alguien
nos intenta sacar a empujones de esa caverna, y nuestros padres/madres/etc. nos empiezan a pedir, de
pronto, que seamos “responsables”, que tomemos nuestras propias decisiones, que les digamos qué
queremos estudiar, dónde preferimos ir de vacaciones, que les expliquemos por qué hacemos lo que
hacemos y no hacemos lo que ellos/as nos dicen que hagamos o creen que debemos hacer, etc.
Si no lo hemos hecho ya antes, eso nos obliga a salirnos de nuestro personaje de menores de edad y a
reflexionar de otra manera acerca de las decisiones que ya estamos tomando en relación con ese juego
en su conjunto, con ese juego al que estamos siempre jugando, y que se empieza parecer ahora menos
a un juego de machacar pokemonos o subir a plataformas para conseguir monedas con sólo alargar la
mano y mucho más a un juego de estrategia a largo plazo tipo Mycraft o Los Sims. Entonces no
tenemos más remedio que plantearnos cosas acerca de cómo creemos que es de verdad ese mundo
en el que estamos viviendo: ¿Es como nuestros padres/madres/profesores/as/etc. dicen que es? ¿Es
como lo vemos en las películas de Disney o en los videojuegos de competiciones o de combate? ¿Es
como nos dicen nuestras amiguitas o nuestros amigotes que es? ¿Es como lo describe el/la cantante
que nos gustaba antes, o como en esos cómics o libros o poemas que estamos descubriendo? Y ¿qué
queremos nosotros/as conseguir en ese juego? ¿Qué es para nosotros/as mismos/as (y no para
nuestros padres/madres/profesores/as/etc.) jugar bien a eso? (¿ser buenos/as de la manera en que nos
dicen que lo seamos nuestros padres/madres/etc., nuestros amigos/as etc.? ¿Ser ricos/as y famosos/as
como nos dicen en la tele? etc.). ¿Me parece a mí que me tratan con justicia o que las cosas que
pasan a mi alrededor son justas? ¿Cómo tendría que ser mi vida o el mundo para que me gustasen a
mí, para que yo mismo/a los considerase algo tan apasionante como esos juegos a los que jugaba o
juego en la consola, o tan maravilloso como esos conciertos o esas películas o esos partidos a los que
voy, o como esas poesías o libros que leo o que escribo o esos dibujos o cómics que hago o que
compro o como esos bailes que me pego en mi cuarto y todas esas demás cosas que me gustaría que
durasen para siempre, que no se acabasen nunca, que me podría pasar la vida haciendo —ese tipo de
cosas que nos podríamos pasar la vida haciendo o viendo o leyendo o escuchando sin parar y que son
las que tradicionalmente consideramos relacionadas con eso tan raro que los/as humanos/as llamamos
“belleza”—?.
En todos estos casos, o en esos momentos, lo que nos preocupa o nos interesa no es saber más cosas
que nos puedan ayudar a conseguir nuestros objetivos en la vida o en el mundo, sino que nos paramos
un momento a preguntarnos cuáles son “nuestros” objetivos, cuáles son (en cada caso) los que
consideramos nuestros, qué es lo que hace o lo que puede hacer que, para nosotros/as que ese juego
(o esa vida que es, en cada caso, la mía) valga la pena.
Si alguna vez llegamos a plantearnos o nos hemos planteado ese tipo de cosas, entonces deberíamos
empezar a preocuparnos, porque a lo mejor no somos tan diferentes de Tales o de Sócrates o de
Platón.

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