¿Cuáles son las obras
misericordia?
Las obras de misericordia son acciones caritativas
mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en
sus necesidades corporales y espirituales. Instruir,
aconsejar, consolar, confortar, son obras
espirituales de misericordia, como también lo son
perdonar y sufrir con paciencia. Las obras de
misericordia corporales consisten especialmente en
dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo
tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a
los presos, enterrar a los muertos). Entre estas
obras, la limosna hecha a los pobres es uno de los
principales testimonios de la caridad fraterna; es
también una práctica de justicia que agrada a Dios.
Pero ¿cuáles son y en qué consisten? Hay catorce
obras de misericordia: siete corporales y siete
espirituales.
Obras de misericordia corporales:
1. Visitar a los enfermos.
2. Dar de comer al hambriento.
3. Dar de beber al sediento.
4. Dar posada al peregrino.
5. Vestir al desnudo.
6. Visitar a los presos.
7. Enterrar a los difuntos.
Obras de misericordia espirituales:
1. Enseñar al que no sabe.
2. Dar buen consejo al que lo necesita.
3. Corregir al que se equivoca.
4. Perdonar al que nos ofende.
5. Consolar al triste.
6. Sufrir con paciencia los defectos del prójimo.
7. Rezar a Dios por los vivos y por los difuntos.
Las obras de misericordia corporales surgen en su
mayoría de una lista hecha por Jesucristo en su
descripción del Juicio Final.
La lista de las obras de misericordia espirituales la
ha tomado la Iglesia de otros textos que están a lo
largo de la Biblia y de actitudes y enseñanzas del
mismo Cristo: el perdón, la corrección fraterna, el
consuelo, soportar el sufrimiento, etc.
Las obras de misericordia corporales:
breve explicación
San Mateo recoge la narración del Juicio Final (Mt
25,31-16): “En aquel tiempo, Jesús dijo a sus
discípulos: Cuando venga el Hijo del hombre,
rodeado de su gloria, acompañado de todos sus
ángeles, se sentará en su trono de gloria. Entonces
serán congregadas ante él todas las naciones, y él
apartará a los unos de los otros, como aparta el
pastor a las ovejas de los cabritos, y pondrá a las
ovejas a su derecha y los cabritos a su izquierda.
Entonces dirá el rey a los de derecha: «Vengan,
benditos de mi Padre; tomen posesión del Reino
preparado para ustedes desde la creación del
mundo; porque estuve hambriento y me
disteis de comer, sediento y me disteis de
beber, era forastero y me hospedasteis,
estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y
me visitasteis, encarcelado y fuisteis a
verme». Los justos le contestarán entonces:
«Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de
comer, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te
vimos de forastero y te hospedamos, o desnudo y te
vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o encarcelado
y te fuimos ver?». Y el rey les dirá: «Os aseguro
que, cuando lo hicisteis con el más
insignificante de mis hermanos, conmigo lo
hicisteis». Entonces dirá también a los de la
izquierda: «Apartaos de mí, malditos; id al fuego
eterno, preparado para el diablo y sus ángeles;
porque estuve hambriento y no me disteis de comer,
sediento y no me disteis de beber, era forastero y no
me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis,
enfermo y encarcelado y no me visitasteis».
Entonces ellos le responderán: «Señor ¿cuándo te
vimos hambriento o sediento, de forastero o
desnudo, enfermo o encarcelado y no te asistimos?»
Y él les replicará: «Os aseguro que, cuando no lo
hicisteis con uno de aquellos más insignificante,
tampoco lo hicisteis conmigo. Entonces irán éstos al
castigo eterno y los justos a la vida eterna»”.
1) Dar de comer al hambriento y 2) dar de
beber al sediento.
Estas dos primeras se complementan y se refieren a
la ayuda que debemos procurar en alimento y otros
bienes a los más necesitados, a aquellos que no
tienen lo indispensable para poder comer cada día.
San Juan Bautista, según recoge el evangelio de san
Lucas, recomienda: «El que tenga dos túnicas que
las reparta con el que no tiene; el que tenga para
comer que haga lo mismo» (Lc 3, 11).
3) Dar posada al peregrino.
En la antigüedad el dar posada a los viajeros era un
asunto de vida o muerte, por lo complicado y
arriesgado de las travesías. No es el caso hoy en día.
Pero, aún así, podría tocarnos recibir a alguien en
nuestra casa, no por pura hospitalidad de amistad o
familia, sino por alguna verdadera necesidad.
4) Vestir al desnudo.
Esta obra de misericordia se dirige a paliar otra
necesidad básica: el vestido. Muchas veces, se nos
facilita con las recogidas de ropa que se hacen en
Parroquias y otros centros. A la hora de entregar
nuestra ropa es bueno pensar que podemos dar de
lo que nos sobra o ya no nos sirve, pero también
podemos dar de lo que aún es útil.
En la carta de Santiago se nos anima a ser
generosos: «Si un hermano o una hermana están
desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de
vosotros les dice: “Id en paz, calentaos o hartaos”,
pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué
sirve?» (St 2, 15-16).
5) Visitar al enfermo
Se trata de una verdadera atención a los enfermos y
ancianos, tanto en el aspecto físico, como en
hacerles un rato de compañía.
El mejor ejemplo de la Sagrada Escritura es el de la
Parábola del Buen Samaritano, que curó al herido y,
al no poder continuar ocupándose directamente,
confió los cuidados que necesitaba a otro a quien le
ofreció pagarle. (ver Lc 10, 30-37).
6) Visitar a los encarcelados
Consiste en visitar a los presos y prestarles no sólo
ayuda material sino una asistencia espiritual que les
sirva para mejorar como personas, enmendarse,
aprender a desarrollar un trabajo que les pueda ser
útil cuando terminen el tiempo asignado por la
justicia, etc.
Significa también rescatar a los inocentes y
secuestrados. En la antigüedad los cristianos
pagaban para liberar esclavos o se cambiaban por
prisioneros inocentes.
7) Enterrar a los difuntos
Cristo no tenía lugar sobre el que reposar. Un
amigo, José de Arimatea, le cedió su tumba. Pero no
sólo eso, sino que tuvo valor para presentarse ante
Pilato y pedirle el cuerpo de Jesús. También
participó Nicodemo, quien ayudó a sepultarlo. (Jn
19, 38-42)
Enterrar a los muertos parece un mandato
superfluo, porque –de hecho- todos son enterrados.
Pero, por ejemplo, en tiempo de guerra, puede ser
un mandato muy exigente. ¿Por qué es importante
dar digna sepultura al cuerpo humano? Porque el
cuerpo humano ha sido alojamiento del Espíritu
Santo. Somos “templos del Espíritu Santo” (1 Cor 6,
19).