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San Juan de Mata

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SAN JUAN DE MATA

Germán Llona, OSST

1. PROVENZA

En el siglo XIII, le llaman a nuestro protagonista “Juan de Provenza”. Y Provenza, ¿qué es? Al sur
de Francia, una franja costera que se extiende desde el río Ródano hasta los Alpes, por el este; y
circunscrito al norte por el curso del Río Durance, y bañado al sur por el mar Mediterráneo; recibe
el nombre de “Condado de Provenza”; territorio independiente. En aquel entonces, mediados del
siglo XII, era gobernado por Ramón Berenguer II de Provenza. Su capital es Aix.

En esta época, Provenza goza de una situación próspera, “rica en población, letras y armas”. Sus
navíos se deslizan por el Mediterráneo, llevando sus mercancías a los distintos puertos del Oriente y
del Norte de África. Sus ciudades Marsella, Beaucaire, Arlés, Aix, entre otras, alcanzan un
desarrollo social y económico notables. Las barreras sociales se hacen menos perceptibles. Los
trovadores hacen florecer la primera lírica europea, en la lengua de Oc, que se escucha con
admiración en plazas y castillos.

En este marco geográfico, nació y vivió, a mediados del siglo XII, Juan, en una familia acomodada,
pues tuvo acceso a la educación, cuando solo un diez por ciento de la población lo lograba.
Frecuentó la escuela, y aprendió las primeras letras, hojeando, como era costumbre, el salterio,
único libro escolar, iniciándose en la recitación y canto de los salmos. En esta tierna edad, en que
los niños suelen hacer más o menos lo mismo, se despertó en su corazón el gusto por las cosas de
Dios, y nació el deseo de ingresar en alguna orden para entregarse más al servicio de Dios.

2. INFLUENCIAS PROVENZALES

Como las raíces del árbol se hincan en la tierra para alimentarse, así el alma de Juan de Provenza
extrajo de su tierra los primeros nutrimentos de su vida.

El Mediterráneo, y en especial las costas de su condado, en el siglo XII, “época dorada de la


piratería”, eran objeto, cada año, de las razzias o expediciones rápidas y sorpresivas de los temidos
sarracenos, con el único objeto de apresar personas, bienes y animales. Parte de su costa se llamó
“Cordillera de los Moros”.

En su hogar, el niño Juan, al calor del fogón, escuchó de la boca de sus padres, el relato de estos
hechos, o en la plaza del pueblo, la historia épica de los trovadores, cantando el asalto a algún
castillo. Incluso vio con sus propios ojos, en Marsella, cautivos bien encadenados que habían sido
apresados en alta mar.

Aunado a lo anterior, creció en un marco religioso, donde el misterio de la Santa Trinidad recibía el
culto popular y litúrgico. Eran frecuentes en su honor los gozos, trisagios y fiestas. Este condado
vivió un florecimiento trinitario equiparable a los primeros siglos del cristianismo cuando los
Santos Padres defendieron, formularon y celebraron este misterio. Así al rígido monoteísmo
profesado por el Islam, proclamó la fe trinitaria.

3. EN LAS ESCUELAS GENERALES DE PARIS

Cumplía Juan de Provenza los catorce años. Y llegó la hora de la decisión. El hijo mayor tenía
despejado su futuro. Seguía las huellas de su padre y más tarde le heredaba. En cambio los demás
hijos debían buscar otras oportunidades. Acudir quizá a la corte de algún noble, ingresar a la vida
clerical, o matricularse en alguna escuela general para prepararse en diversos oficios.

Juan de Mata eligió esta última opción. Un día preparó su viaje, se despidió de sus padres y tomó el
camino del Norte, hacia París, atraído por las renombradas escuelas de la Ciudad Luz. El cambio le
resultó duro. Al condado, familiar, abierto y próspero; a un mar luminoso, lleno de naves; a
trovadores festivos que con sus instrumentos musicales animaban las fiestas y ciudades, sucede una
ciudad grande, regia y capital del reino de Francia, París, con frío y bruma, poblada de nobles,
clérigos y numerosos estudiantes, que hablaban una lengua extraña. Allí se radicó Juan por largos
años.

4. LOS ESTUDIOS

De acuerdo a los tratadistas del siglo XII, los estudiantes debían recorrer un largo camino para
alcanzar la cima del saber y coronarse de Doctores. Comenzó Juan de Mata por la filosofía. Los
estudiantes muy de mañana, envueltos en sus capas, acudían a sus clases, que se impartían en los
claustros de la naciente e imponente Catedral de Notre-Dame. Corno está prescrito por los cánones
de los concilios, las diócesis debían impartir la enseñanza a los jóvenes. Una variopinta juventud,
venida de los cuatro vientos, se concentraba en la ciudad de París. Unos con el deseo sincero de
alcanzar un saber; otros con un fin aventurero algunos por gozar de las libertades propias de la vida
estudiantil.

París se estremecía con el bullicio de los jóvenes que con frecuencia degeneraba en desmanes y
excesos contra los cuales tronaba el profesor y canciller Prevostino desde el púlpito: “¿qué diré de
aquellos escolares que irrumpen en las casas de mujercillas infringiéndoles toda clase de vejámenes,
de las que todos los días tenemos quejas, o son maltratadas u objeto de otras ofensas que nos causa
vergüenza decirlas?

5. “MAESTRO TEÓLOGO”

Juan de Mata se entregó con dedicación y perseverancia al estudio. Fue quemando las distintas
etapas hasta coronar la cima más alta: “Maestro Teólogo”. Después de graduarse de doctor, se
desempeñó en los mismos claustros de Notre-Dame, como “maestro”, impartiendo la enseñanza de
la teología. Sentado frente al pupitre, y acomodados los alumnos en el piso, cubierto de paja, va
comentando el “Libro de las Sentencias” de Pedro Lombardo que sirvió de texto obligado en estos
años. Al terminar la exposición resume en breves frases, la enseñanza extraída del libro. Lo hizo
con general aprobación, pues los cronistas del siglo XIII unánimemente le reconocen a Juan como
“el Maestro Teólogo”. A pesar del ambiente relajado, supo mantenerse digno, por lo cual sufrió
algunos contratiempos de sus colegas.

6. SACERDOTE

Rondaba Juan de Mata los cuarenta años. El título y ejercicio de “Maestro Teólogo” exigía haber
cumplido los treinta y cinco. En su interior, abrigaba de tiempo atrás, una inquietud que cada día le
urgía. “Ordenarse de sacerdote”, para entregarse más al servicio de Dios y a la alabanza divina.

Un día, visitó a su obispo Mauricio de Sully le comunicó su propósito. El prelado no se sorprende,


conocía su vida morigerada. Reunía las cualidades exigidas por el derecho canónico: edad, seriedad
de costumbres y preparación teológica.
7. PRIMERA MISA Y Revelación

La fecha de la primera misa quedó fijada para el mes de enero del año 1193, fiesta de Santa Inés
Segunda, día 28. El obispo Mauricio de Sully, el Abad de San Víctor, Guérin y su profesor y
Canciller Prevostino fueron invitados entre otros. En la secreta de la misa u oración sobre las
ofrendas, levantó los ojos e imploró al Señor que le revelase “lo que era mejor para su salvación”
Entonces “vio a Cristo Pantocrátor o Todopoderoso que asía de sus manos a dos cautivos, con
cadenas en los tobillos. El de la izquierda era negro y deforme y el de la derecha pálido y macilento.
Este era cristiano y el otro sarraceno”.

La visión quedó grabada en su mente. ¿Qué le indicaba el Señor? ¿A qué le llamaba? ¿Cuál era el
sentido de esa revelación? ¿Cuál era su destino en adelante? ¿Qué debía hacer? ¿Sería que el Señor
le llamaba a la redención de cautivos?

A su memoria afloraron las escenas vividas en su tierra natal, Provenza. Recordaba a los cautivos
apresados y encadenados. Vendidos en pública almoneda. Sabía que algunos apostaban de su fe
cristiana por lograr la libertad, o por librarse de un trato bárbaro e insoportable.

- II -
8. FUNDADOR

Comenzó Juan a preguntarse, cómo realizar su vocación. Ante él se abrían dos disyuntivas:
convertirse en redentor o exea. De acuerdo con el oficio de exeazgo, reconocido y promovido por
las villas francas debía trasladarse a tierras de infieles con el objetivo de rescatar cautivos a cambio
de un reconocimiento económico. O convertirse en fundador de una orden. En el siglo XII, habían
surgido diversas instituciones caritativo - misericordiosas con el fin de socorrer a los leprosos o
víctimas del fuego de San Antonio, peregrinos, enfermos, etc., ¿Por qué no organizar una
institución para liberar a los cautivos cristianos? Dicho hecho.

9. INICIA LA INSTITUCION

La ciudad de París, donde había estudiado y enseñado por tantos años Juan de Mata, vibraba ante el
reto de las cruzadas.

En esos mismos años: 1190 - 1193 allí habían convocado un concilio para promover la Tercera
Cruzada. Habían impuesto el diezmo de Saladino para costear la expedición, y escuchado
atentamente la exposición dramática del patriarca de Jerusalén: “El Islam mata y extermina a los
cristianos de Tierra Santa”. Muchos se habían cosido cruces sobre sus capas. Otros, se tatuaron a
fuego en el pecho o en la frente para marchar a Tierra Santa. Ahora, allí mismo, en la Ciudad Luz,
invitó Juan de Provenza a “varones letrados de las escuelas generales que se le unan. Acudieron de
pronto a las órdenes desconocidas”, para enrolarse en sus propósitos redentores.

Algunos nobles como la Condesa Margarita de Borgoña y Rogerio, el militar antes cautivo en
Alepo, le ofrecieron sus bienes.
10. PRIMERA CASA TRINITARIA

Cerca de París, en un lugar llamado Ciervo Frío, se retiró Juan de Mata con sus primeros
compañeros para iniciar la vida religiosa.

Religioso es “el que viste un hábito determinado, lleva una vida más austera y santa que los demás
y profesa una regla concreta”. Rezan las horas canónicas, celebran la Eucaristía y se ejercitan en
otras prácticas espirituales.

Bajo la dirección de Juan introducen otros elementos propios y peculiares. La espiritualidad


centrada en el amor y culto a la Santa Trinidad, la redención de cautivos, como obra específica y
prioritaria, la administración cuidadosa de los bienes económicos... A esta primera casa se sumaron
dos más. La semilla iba creciendo.

11. APROBACION PONTIFICIA

Estaban puestos los cimientos de la institución. Guardaban unas observancias regulares, contaban
con tres casas con sus respectivas comunidades. ¿Por qué no solicitar del Romano Pontífice la
aprobación de la orden y la confirmación de la forma de vida religiosa? Tenía sus ventajas. El Papa
tomaba bajo su protección las casas con sus bienes y religiosos, y la nueva orden contaba con el
respaldo apostólico. El mismo pontífice auspiciaría las redenciones de cautivos.

Así, el fundador Juan, movido por su propio impulso, se propone someter a la aprobación del Papa
la nueva orden. Es el año de 1.198. Después de celebrar la Semana Santa, en su casa de Ciervo Frío,
y acompañado de dos o tres hermanos emprende el camino o la peregrinación a Roma.

Cada mañana, cuando rompe el día, reanudan la marcha. Llevan prisa. Por la tarde llegan a las
puertas de algún monasterio, que con exquisita caridad los reciben, y más, cuando saben que se
dirigen a Roma. “Los peregrinos son recibidos con honor, como si se tratase del mismo Señor”.
Atraviesan Francia, cruzan los Alpes y después de largos días llegan a la Ciudad Eterna.

Inocencio III, el augusto del pontificado, regía los destinos de la cristiandad. “Eminente por su
inteligencia, muy versado en el derecho y en la ley del Señor. Procedía con plena conciencia de su
cargo”. A primeros de mayo de 1.198, solicitaba el hermano Juan la audiencia con el Papa. Se
presentan: “Somos religiosos de una nueva institución, iniciada en París, que tiene como propósito
la redención de cautivos y venimos a solicitar humildemente su aprobación.

Inocencio III estaba sumamente preocupado por este problema. El mismo se pregunta: “¿Es que por
ventura no sabéis que muchos miles de cristianos se encuentran entre los sarracenos, retenidos en la
esclavitud, los cuales son torturados con innumerables tormentos?”.

Preguntas y respuestas van y vienen: ¿Cuándo iniciaron la experiencia? ¿Cuántas casas tienen?
¿Son muchos los religiosos? ¿Qué forma de vida guardan? ¿Por qué llevan el título de la Santa
Trinidad? ¿Con qué bienes cuentan? ¿Cómo redimirán a los cautivos?

El hermano Juan se esfuerza por dar cabal respuesta a estos interrogantes. Pero Inocencio III, de
acuerdo a su carácter precavido, procede con suma cautela. Desea más información para actuar con
mayor seguridad. Nunca antes la Iglesia había aprobado una institución con este fin.
12. INOCENCIO III POSTERGA LA Aprobación DE LA ORDEN

Por el momento el Papa, acogiendo de buen grado las justas súplicas del hermano Juan, toma bajo
su protección y la de San Pedro las casas con sus religiosos y bienes. Aprueba las observancias
regulares y el propósito de redención de cautivos y le entrega sendas cartas: una para el obispo de
París, Eudes de Sully y la otra para el Abad de San Víctor.

En las misivas el Papa les pide a los insignes personajes, que le informen “sobre la intención del
hermano Juan, del fruto de la institución, de la formación de la orden y de su forma de vida”. Estos
no tienen mayor dificultad. Ellos precisamente habían conocido al fundador como “Maestro
Teólogo” en las escuelas generales de París, habían sido sus asesores, pues el fundador les había
confiado sus inquietudes.

Pero, aún más importante consideró el hermano Juan el papel que debían desempeñar, en un
momento tan decisivo, los religiosos de Ciervo Frío, comunidad madre de la orden. Al toque de la
campana, durante varias semanas, convocó a los hermanos para responder a las preguntas del Papa
y sobre todo para redactar la nueva forma de vida.

Podían adoptar, como recomendaban recientes concilios lateranenses, “la regla del muy
bienaventurado Benito, lleno del espíritu de todos los santos, o del magnífico Agustín” .Pero él
prefiere redactar una nueva, adaptada a la naturaleza de la comunidad trinitaria y al quehacer
caritativo - redentor, transcribiendo al papel lo que venía observando en los tres años. Van tejiendo
la regla con artículos breves, prácticos, que giran alrededor de dos ejes: la vida regular y la
redención de cautivos. Después, con algunos retoques y añadiduras del Obispo de París y de Abad
de San Víctor, quedará listo el texto para su aprobación definitiva y oficial.

13. DE VUELTA A ROMA

Había que darse prisa. El hermano Juan con sus religiosos esperaban encontrarse en Roma antes que
llegaran los días desapacibles del invierno. Retorna el camino. Corno sucede en todo escrito
importante, vio era la forma de vida trinitaria, Juan, una y otra vez, vuelve a examinar el texto y
quiere introducir algunos cambios.

A primeros de diciembre de 1.198 están de nuevo a las puertas del Palacio de San Juan de Letrán, y
son admitidos en audiencia por Inocencio III. Ahora los hermanos se sienten más tranquilos e
intuyen los que les puede deparar esta segunda visita. Entregan al papa las cartas del Obispo de
París y Abad de San Víctor con el texto de la Regla. Inocencio III las lee atentamente. Por el tenor
de las mismas sabe que “el propósito del hermano Juan procede de la raíz de la caridad. Lo que él
busca es el interés de Cristo, y que la utilidad común o el bien del prójimo antepone a la suya”.
Criterios hermosos y paulinos que merecen del todo el referendo apostólico.

Con el mismo interés o más, lee después el texto de la regla. Por circunstancias coyunturales
Inocencio III hubo de examinar y ponderar distintas y nuevas formas de vida religiosa. Le
complace.

Con algún retoque aquí y allí, queda lista para su aprobación: “Nos, queriendo que os asista la
aprobación apostólica, con la autoridad de las presentes, os concedemos a vosotros y a vuestros
sucesores, la regla según la cual debéis vivir’. Así, el 17 de diciembre del año de 1. 198, nació para
la Iglesia, la Orden de la Santa Trinidad, y era confirmada su regla, por Inocencio III.
Así, registraron los cronistas del siglo XIII, en sus anales, la aparición de la nueva orden: “Existe
otra congregación de frailes, santa y acepta a Dios, con el título de la Santa Trinidad”. Otro autor
afirma: “La Orden de la Santa Trinidad y de los Cautivos es digna de encomio”. Un obispo,
dirigiéndose a sus feligreses, les recuerda: “Por tanto, cuánta más santa es esta Orden y más
necesaria a la cristianidad”. Con frases encomiásticas se dirige a sus feligreses un Arzobispo: “La
Orden de la Santísima Trinidad es viña elegida del Señor. La misma iglesia se alimenta
constantemente de la abundancia de sus frutos... testimoniado por la bien conocida y universal
estima que gozan”. “Una Orden buena y útil ha comenzado por la que el reo es liberado”…
sentenciaba un versificador.

- III -
14. RUMBO A MARRUECOS

La Orden de la Santa Trinidad estaba aprobada. El hermano Juan cuenta con tres comunidades y
algunos ahorros para iniciar cuanto antes la redención de cautivos. La Regla, recién aprobada,
prescribe: “que de todos los bienes, de donde quiera que lícitamente provengan, la tercera parte se
reserve para la redención de cautivos”. Más adelante, en otro artículo, manda “que si ya se han
puesto en camino para redimir cautivos, todo lo que les den deben emplearlo para la redención de
cautivos”.

La caridad le apremia. Pero debe esperar hasta marzo, que es para los navegante indicio de que ha
pasado el invierno, y puede contarse este mes entre los primaverales. Mientras tanto, de nuevo y por
tercera vez vuelve el hermano Juan al palacio de San Juan de Letrán. Solicita humildemente al Papa
una carta de recomendación y salvoconducto, para embarcarse para Marruecos, donde miles de
cautivos cristianos, esperan su liberación.

Inocencio III, que estaba vivamente interesado por la suerte de los cautivos, le entrega una hermosa
y personal carta dirigida al “Ilustre Miramamolin”. Aprovecha el Papa estos momentos para hacer
algunas recomendaciones al hermano Juan: “Tú, como piadoso pastor, no ceses de exhortar a los
cautivos a la paciencia, para que no desfallezcan en las tribulaciones... Tú, con tus saludables avisos
y consejos, esfuérzate en apartarlos del peligro de la apostasía... Recuérdales que les está reservada
la corona de la gloria”.

Con la carta, y acompañado de dos hermanos se dirige a Marsella, su Provenza natal. Desde su
puerto todos los años, por esta época, zarpan las naves hacia Marruecos. Embarca en uno de ellos.
En su interior late fuertemente el corazón. ¿Qué le deparará semejante aventura?

15. CON EL MIRAMAMOLIN AL – NASIR

El hermano Juan y sus dos acompañantes han desembarcado en algún puerto de Marruecos. Sus
vistosos hábitos, con la cruz roja y azul sobre el pecho, los distinguen como religiosos - cruzados.
Son recibidos y hospedados, amablemente, por los agentes de Miramamolin, como enviados de los
reyes cristianos. Los proveen gustosamente de lo necesario. En su momento son conducidos ante el
Al-Nasir. Se presentan: como hermanos de la Orden de la Santa Trinidad, recién aprobada por el
Romano Pontífice, y se dedican a redimir cautivos cristianos, como exeas religiosos. Le entregan la
carta de recomendación, firmada por Inocencio III. El Papa le comunica que “algunos religiosos,
entre los que se encuentran los portadores de esta carta, han fundado una orden y regla para el
rescate de cautivos, pagando un precio razonable por su rescate o mediante un canje razonable y de
buena fe, el cristiano por el sarraceno”. Vienen “inflamados por la fe en Cristo”, y no movidos por
un interés económico. Al final, el dignatario les autoriza para que puedan visitar distintas
mazmorras.

16. “BARBARA CAUTIVIDAD”

En Roma, el hermano Juan, le había sugerido al canciller apostólico, que iba a redactar la primera
bula o documento pontificio, algunas frases para describir la situación del cautiverio, “el mayor mal
que puede sobrevenir a los hombres”: “Soportan el yugo de la bárbara cautividad con hambre, sed y
toda clase de sufrimientos”, O son los mismos cautivos quienes hacen el recuento de sus males:
“Nos llevaron los sarracenos, nos metieron a la cárcel, nos encadenaron y nos atormentaron con
hambre, sed y muchas penas. Y después de muchos sufrimientos e incomodidades salí yo de la
cautividad”.

Y ahora, el hermano Juan, con sus propios ojos puede ver la realidad que supera con creces lo que
había imaginado. A su ingreso a la mazmorra, se levantan manos y voces que le suplican:
“hermano, sácanos de aquí y llévanos a tierra de cristianos”. Juan se estremece, y mira la bolsa que
lleva en sus manos. Son miles de cautivos los que esperan ansiosamente su liberación, y solo podrá
sacar a un puñado: 186. ¿Qué puede hacer con el resto? Atenderlos espiritualmente uno a uno,
escuchándolos y reconfortándoles con los sacramentos; por eso quiso que la orden fuera clerical.
Les promete una pronta visita. Al menos saben que alguien se acuerda de ellos.

17. “POR SU FE EN CRISTO JESÚS”

Pero aún es más lacerante la situación espiritual en que viven los cautivos. Hay una fuerza y
convicción en el corazón del hermano Juan, que le ha llevado hasta las mazmorras de Marruecos y
es “la fe en Cristo de los cautivos”.

Nunca en el ejercicio del exeazgo asoma como motivo la fe. Es el interés económico el que les
mueve. Hasta los judíos eran exeas o redentores.

Los religiosos trinitarios y sus bienes son para la redención de aquellos cautivos “que a causa de su
fe en Cristo han sido encarcelados por los paganos’.

Juan “es el mensajero de Cristo que viene por los cautivos para que la fe prometida en el bautismo
no se pierda”.

La frase “por su fe en Cristo” designa, no tanto el motivo por el cual han sido apresados, sino la
razón por la cual son liberados. Y piensa: “Los que tuvieren celo de la fe de Jesucristo no se
contentarán en poner hacienda y solicitud, sino que dieran su vida, para impedir que se pierda tanta
fe”.

La única forma segura de evitarlo es traerlos a tierra de cristianos. Cree que no es suficiente el
consuelo espiritual.

Una vez ha gastado lo que quedaba en la bolsa, se despide de los cautivos y del Miramamolin. Y
con la “recua” de los 186 liberados, se embarca hacia la costa de Provenza. Una nueva vida
comienza para ellos.
Desembarcan en Marsella, y marchan en procesión hacia la catedral de Santa María, donde
emocionados y agradecidos elevan sus plegarias al Señor. Después son conducidos a algún hospital,
donde se recuperan, hasta ser devueltos a sus hogares.

Mientras tanto, los curiosos habitantes de la ciudad se preguntan asombrados: ¿Quién es ese
hermano que con hábito y cruz roja y azul encabeza la larga procesión de los cautivos? Es el
hermano Juan de Provenza, su paisano, que ahora “inflamado por el amor de Dios” se dedica a la
redención de cautivos. Allá mismo llueven las primeras donaciones, “para los que liberan cautivos”.
En adelante al primer título o nombre de la orden de la Santa Trinidad, añaden el “de la Redención
de Cautivos”.

“La primera organización europea para la redención de cautivos fue la Orden de la Santa Trinidad
y redención de cautivos, fundada a fines del siglo XII por Juan de Mata”, concluye un historiador.
“Dudo mucho que en la historia de los institutos religiosos, pueda encontrarse algo más hermoso,
más interesante, más tierno, que el cuadro que nos ofrecen las órdenes redentoras”, afirma un
apologista.

- IV -
18. LA ORDEN SE EXTIENDE DE MAR A MAR

El hermano Juan después de esta primera redención de cautivos tiene clara la idea. ¿Qué debía
hacer en adelante? No lo duda: Extender la orden “de mar a mar”, para así contar con más religiosos
y recursos.

Allí mismo en Marsella, donde había desembarcado con los cautivos, comenzó la segunda etapa de
la implantación de la Orden Trinitaria.

Esta ciudad, en el condado de Provenza, era muy sensible el problema de la cautividad. Su puerto,
como sus naves estaban expuestos periódicamente a las razzias o expediciones de los infieles.

En esta ciudad instituye la primera casa de Provenza, que alcanzará tal importancia en el siglo XIII,
que fue considerada como “cabeza de la Orden Trinitaria”. Las instituciones trinitarias forman un
pequeño complejo: una pequeña casa denominada de la Santa Trinidad, que alberga siete religiosos;
una iglesia, sin adornos, abierta al culto y consagrada a la Santa Trinidad, cuya fiesta, por ser titular,
celebran con solemnidad; y adosado un pequeño hospital para albergar una docena más o menos de
enfermos, pobres, peregrinos, y un cementerio. Los mismos hermanos atienden a los enfermos
“ofreciéndoles el consuelo de la caridad”, y reconfortándoles cuando ingresan con los sacramentos
de la confesión y la comunión. Otros trinitarios recorren las ciudades pidiendo la limosna de la
redención.

El hermano Juan abrirá otras dos casas en Arlés, la ciudad Santa y en San Gil, nudo del camino
jacobeo. Un convenio firmado con los respectivos obispos formalizará cada una de las fundaciones.

19. EN CATALUÑA

De Provenza rodeando la ribera del mar Mediterráneo, y siguiendo la ruta jacobea, se desplaza a
Cataluña. Este condado era entrañable para los provenzales a quienes unían fuertes lazos familiares,
lengua, costumbres y gobierno. Allí, en Lérida, funda la primera casa. “Ordenes religiosas,
enardecidas por la fe y el amor a los menesterosos y necesitados de auxilios, llegaron después de la
reconquista... Al principio del siglo XIII, fueron los trinitarios, con San Juan de Mata los primeros
en llegar, con el objeto de hacer prosélitos y reunir dineros para la redención de cautivos, una
misión que no era ninguna novedad en esos lares”. Después abre otra casa en el término de
Avingaña.

20. ULTIMO VIAJE FUNDACIONAL

Luego de dejar erigidas estas casas, abandona Cataluña, atraviesa Provenza y llega a Roma, para
someter al Papa la aprobación de las casas, y pedir la protección de los bienes. Inocencio III,
complacido le dice: “Aunque, según el Apóstol, ni el que planta ni el que riega es algo, sino Dios
que da el incremento, hemos querido con todo regar vuestra nueva plantación con el amparo de la
protección apostólica, para que con el incremento de Dios, produzca el producto apetecido.

Aún le quedan al fundador de los trinitarios arrestos para realizar nuevas fundaciones. Con la
presteza que le caracteriza, atravesando nuevamente Italia, Provenza, el sur de Francia y Cataluña,
se planta en Toledo para iniciar el tercero y último viaje fundacional.

Quería estar en la ciudad imperial, “donde millares de cautivos han gemido en las mazmorras de las
fortalezas. Ningún pueblo de occidente, en el presente, sufría tantos cautiverios como el toledano”.
Allí estaba el hermano Juan con sus religiosos para enjugar las lágrimas.

En el reino de Toledo habían construido hospitales para la redención y cuidados de los cautivos. En
ese momento, estaban levantando otro, en honor de la bienaventurada Virgen María, en el barrio de
los Francos, que ahora es entregado por el primado al hermano Juan. “El convento de los trinitarios,
fue el primero que se fundó dentro de las murallas de Toledo”.

De Toledo marchó hacia Castilla la Vieja, donde una noble señora de nombre Catalana, le hace una
generosa donación, porque “desea hacer partícipes a los pobres ya los ministros de Cristo de estos
bienes”. Llega a Segovia y por último a la ciudad de Burgos, donde gracias a la generosidad del Rey
Alfonso Vili, fundó una próspera comunidad trinitaria. En efecto, excepto el monasterio de las
Huelgas y el hospital del Rey ésta será la casa que recibirá más donaciones.

21. LAS COFRADIAS DE REDENCIÓN

Para el hermano Juan el dinero era vital. La redención de cautivos lo exigía. Había que lograrlo por
distintos medios. Y uno de ellos era organizar colectas en las distintas iglesias con la anuencia y
aprobación del Papa y de los obispos. En las cartas de recomendación que llevan los trinitarios
recolectores, leemos:

“ordenamos a los fieles que para lograr la remisión de vuestros pecados, separéis de los bienes que
Dios os ha dado, algunas piadosas limosnas, y entreguéis a los religiosos a fin de que vuestra ayuda
alivie la miseria de los pobres”, y contribuya a la redención de cautivos.

Pero sobre todo, es con la creación de las cofradías que va instituyendo en los reinos de Castilla y
Aragón que compromete a los fieles a subvenir a las obras de caridad. Así los obispos exhortan a
sus fieles a que “se inscriban y se apunten en la cofradía y entreguen para tan gloriosos fines cuotas
anuales, cada uno”.
De esta manera, desde el principio de la Orden Trinitaria, los laicos colaboraron en la obra de la
redención, y se lucraron de los bienes espirituales de la misma.

22. EL HERMANO JUAN SE RADICA EN ROMA

Cansado, agotado y sexagenario el hermano Juan retorna a Roma para presentar, como es su
costumbre, al Papa Inocencio III, las casas, iglesias y bienes que en su último viaje ha logrado.

El Papa le tiene reservada una agradable sorpresa. El también quiere contribuir a la obra de la
redención de cautivos, y le hace entrega en el año 1209 de una larga y variada lista de bienes: casas,
huertas. albercas, viñas, prados, dos naves de pesca, en buen estado... En total setenta y tres
posesiones. Una de estas es la iglesia de Santo Tomás in Formis, enclavada en Roma, sobre el
monte Celio.

Es una de las veinte abadías privilegiadas de la Ciudad Eterna, que acompañan al Papa en las
celebraciones solemnes.

El hermano Juan se muestra sorprendido y agradecido. No sabe cómo corresponderle a este detalle.
De hecho, esta donación le hace radicarse en Roma.

Aquí permanecerá el resto de su vida para administrar sus bienes, formar la comunidad y darle un
toque trinitario al monasterio e iglesia de Santo Tomás. Sobre la fachada principal mandará
confeccionar un bello mosaico, ejecutado por los mejores artistas, en este ramo, con el motivo o
revelación que tuvo en su primera misa en París: Cristo todopoderoso, en medio de dos cautivos,
con la inscripción que corre alrededor del medallón: “Signo de la Orden de la Santa Trinidad y de
los Cautivos”, convertido en sello oficial de la Orden. Todavía hoy se puede apreciar esta joya de
arte.

23. EL HERMANO JUAN MUERE EN ROMA

Los hermanos observan que el pábilo de la vida del hermano Juan está llegando a su fin. De acuerdo
con la regla que él había escrito, le conducen a una pieza separada, donde es atendido con solicitud,
por algún religioso. En su vida y regla mostró una especial condescendencia con los enfermos.
Ahora él es el beneficiario.

A principios de diciembre del año 1213, cuando el fundador se encuentra próximo a su deceso, un
religioso sacerdote, revestido con los ornamentos sagrados, lleva devotamente el viático, a quien le
precede el acompañante, con la palmatoria encendida, y el acetre con el agua bendita.

Los hermanos rodean su lecho, y comienzan la recitación de la recomendación del alma. El cirio
encendido, símbolo de la fe cristiana, colocan en sus manos, mientras todos recitan el credo.

Así la vida del hermano Juan, que se inició con la profesión de la fe trinitaria, culmina de la misma
manera. Cerraba sus ojos el día 17 de diciembre. 15 años, coincidencialmente, de la aprobación de
la orden y la confirmación de la regla. Era el año de 1213.

Cuatro días más tarde, el 21 de diciembre, eran puestos sus restos, vistiendo el hábito blanco con la
cruz roja y azul, en el sarcófago de mármol, preparado con suma presteza. Era la forma más noble
de enterrar. Dentro de la misma iglesia de santo Tomás de in Formis, era colocado.
En bellos caracteres románicos grabaron este epitafio por el flanco exterior del vaso que el cadáver,
tendido boca arriba, tenía a mano derecha.

"El año de la Encarnación del Señor, 1198,


en el Pontificado del Señor Papa Inocencio III,
en el primer año, el 17 de diciembre,
por señal de Dios, fue instituida,
la orden de la Santa Trinidad
y de los Cautivos,
por el hermano Juan, bajo propia regla,
concedida a él por la sede apostólica.
Fue sepultado el mismo hermano Juan,
en este lugar, el año del Señor, 1213,
el mes de diciembre, el día 21”.

EPÍLOGO

Con los ojos puestos en el sarcófago, que guarda los restos del hermano Juan, afloran a la mente
estos pensamientos:

Cuando te miro hermano Juan,


veo a Cristo Redentor
de quien fuiste fiel réplica.

Como Jesús, que vino a revelar al Padre,


y enviarnos al Espíritu Santo,
tú fuiste cultor de la Santa Trinidad.

Como Cristo Jesús que vino


a hacer la voluntad del Padre,
así Juan, te entregaste a la misión
que te confió Jesús.

Como Cristo vino a servir


y no ser servido,
así entendiste la misión del superior,
como el de ministro de los hermanos.

Como Cristo hizo de los apóstoles


hermanos,
así Juan formaste una fraternidad,
en que los religiosos son hermanos.

Como Cristo Jesús entregó su vida


por los hombres,
tú Juan, inflamado del amor de Dios,
te entregaste a los cautivos y pobres.

Como Cristo hizo siempre


la voluntad del Padre,
tú Juan, buscaste el interés de Cristo
y no el tuyo.

Como Cristo inculcó el amor como


distintivo de los suyos, tú hermano Juan,
estableciste la caridad como primera virtud
entre los hermanos.

Cristo nos enseñó que es mejor dar que


recibir, tú abriste el corazón y la bolsa, para
entregar amor y solicitud al cautivo.

Infunde en nosotros, hermano Juan, estos


valores para que seamos como Cristo Jesús,
a quien imitaste en tu vida. Amén.

1-. DE LA TRINITARIEDAD:
“Los hermanos, las casas, las iglesias y la orden están dedicadas a la Santa Trinidad por un nuevo y
peculiar título”.

2-. DE LA VIDA CONSAGRADA:


“Los hermanos de la orden de la Santa Trinidad vivirán en castidad y sin cosa propia bajo la
obediencia del ministro de la casa”.

3-. DE LA REDENCION:
“Los hermanos de la orden de la Santa Trinidad, con sus personas y bienes, redimirán a los cautivos
en carcelados por su fe en Cristo Jesús”.

4-. DEL SUPERIOR:


“El ministro administre fielmente a todos sus hermanos corno a sí mismo, y procure con diligencia
cumplir en todos los preceptos de la regla como los demás hermanos”.

5-. DE LA CARIDAD:
“Sea tal la caridad entre los hermanos, clérigos y laicos, que tengan la misma comida, vestido,
dormitorio, refectorio y la misma mesa”.

6-. DE LA HOSPITALIDAD:
“Todo lo que haya de dar a las huéspedes, pobres y peregrinos, dése con alegría, y a nadie se
devuelva ofensa por ofensa. Si alguien viene a hospedarse, se le reciba con bondad, y se le atienda
caritativamente, según las posibilidades de la casa”.

7-. DEL TRABAJO:


“Ningún hermano esté sin propio oficio. Si alguien, pudiendo trabajar, no quisiera hacerlo, se le
obligue a abandonar la casa, ya que el Apóstol dice: “El que no trabaja, que no coma”.

8-. DE LA CORRECCION FRATERNA:


“Si algún hermano hubiese faltado contra su hermano, llévelo con paciencia, aunque sea inocente, y
cuando se haya calmado la excitación de los ánimos, adviértale y corríjale a solas benigna y
fraternalmente”.
9-. DE LA ELECCION DE LOS CARGOS:
“No sea elegido el ministro, atendiendo a la dignidad de su linaje, sino al mérito de su vida y a la
doctrina de su sabiduría”.

10-. DE LA VIDA MORIGERADA:


“Asimismo todo su continente, comportamiento. vida, modo de obrar y todo lo demás debe ser
digno en los hermanos”.

Del hermano Juan de Mata.

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