Fábulas de la literatura antigua
Fábulas de Esopo
El Águila Y La Zorra
Un águila y una zorra después de hacerse amigas decidieron vivir cerca una de otra, en la idea
de que la convivencia consolidaría su amistad. Y entonces, el águila subió a un árbol muy alto
e hizo su nido, mientras que la zorra, adentrándose en el zarzal que había debajo, parió. Y un
día en que ésta salió fuera a buscar comida, el águila, falta de alimento, se lanzó al matorral y
tras robar los cachorros se los comió en compañía de sus polluelos. La zorra de regreso, cuando
advirtió lo sucedido, se dolió, no más por la muerte de sus crías cuanto por su imposibilidad de
venganza; puesto que al ser un animal terrestre no podía perseguir a uno alado. Por lo que,
marchándose lejos, maldecía a su enemigo, que es lo único que les resta a los débiles e
incapaces. Pero sucedió al águila que no tardó en sufrir un gran castigo por su impiedad
respecto a la amistad; pues cuando estaban unos sacrificando una cabra en el campo, bajó
volando y arrebató del altar una víscera encendida que se llevó al nido; se levantó un fuerte
viento y prendió, de una ligera y vieja brizna de paja, un fuego brillante. Y por esto se abrasó
con los polluelos —pues aún no estaban en edad de volar— y cayeron a tierra. Entonces, la
zorra, que acudió corriendo, a la vista del águila a todos devoró.
El león y el ratón
Mientras dormía un león un ratón se puso a corretear por encima de su cuerpo. El león se
despertó y estaba ya a punto de devorar al ratón. Éste pidió que le soltara, diciendo que, si le
salvaba, se lo agradecería. El león sonriendo le dejó escapar. Pero poco después sucedió que el
león se salvó gracias al ratón. Pues unos cazadores que lo habían apresado le ataron con una
cuerda a un árbol, el ratón, al oír sus lamentos, acudió, royó la cuerda y cuando lo libró dijo:
«Tú antes te reíste de mí porque no esperabas que yo te devolviera el favor; pero ahora sabes
ya bien que entre los ratones hay agradecimiento.»
La cigarra y la hormiga
En el invierno una hormiga sacaba a airear de su hormiguero el grano que había amontonado
durante el verano. Una cigarra hambrienta le suplicaba que le diese algo de comida para
seguir viviendo.
– ¿Qué hacías tú el verano pasado?», preguntó la hormiga.
– No estuve haraganeando -dijo la cigarra-, sino ocupada todo el tiempo en cantar.
La hormiga sonrió, guardó el grano y dijo:
– Pues baila en invierno ya que en verano estuviste ocupada cantando.
Fábulas de Fedro
El hombre y la piedra
Un día, Esopo le pidió a uno de sus esclavos que fuera a los baños públicos para ver si había
mucha gente. El muchacho obedeció y se dirigió hacia los baños, pero se dio cuenta de que en
la entrada había una piedra con la que todos tropezaban al intentar entrar en los baños.
Uno a uno, al chocar con la piedra, se daban la vuelta. Pero entonces vio que una de las
personas, antes de entrar, de pronto miró al suelo, se agachó y retiró la piedra para no
tropezar. La dejó lejos, en una esquina, para que ninguno más se cayera.
El esclavo entró entonces en los baños y echó un vistazo. Al regresar, Esopo le preguntó:
– Y bien, ¿había mucha gente?
Y él contestó:
– Hummm…. No, sólo una persona.
Las dos perras
Una perra solicitó de otra, permiso para echar en su choza a sus crías, favor que le fue otorgado
sin dificultad alguna.
Pero es el caso que iba pasando el tiempo, y nunca llegaba el momento de abandonar la choza
que tan generosamente se le había cedido, alegando, como razón de esta demora, que era
preciso esperar a que los cachorrillos tuviesen fuerzas para andar por sí solos.
Pasado el tiempo se le volvió a pedir que abandonara la choza. Pasado el último plazo que ella
misma había fijado, contestó arrogantemente: «Saldré de aquí, si tienes valor para luchar
conmigo y con mis cachorros.»
El lobo y la cabra
Encontró un lobo a una cabra que pastaba a la orilla de un precipicio. Como no podía llegar a
donde estaba ella le dijo:
− Oye amiga, mejor baja pues ahí te puedes caer. Además, mira este prado donde estoy yo,
está bien verde y crecido.
Pero la cabra le dijo:
− Bien sé que no me invitas a comer a mí, sino a ti mismo, siendo yo tu menú.