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Contando Atardeceres

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NO ES DÓNDE, ES CON QUIÉN

La Vecina Rubia
Hay veces que el destino se empeña en ponerte a una persona
delante constantemente y, si algo he aprendido con el tiempo,
es que la vida puede darte segundas oportunidades.

La Vecina Rubia
Tras el fallecimiento de mi padre, un viaje improvisado con mi amiga
Laura me regaló primero el «quién»: Javi y después el «dónde»: su isla.

Aquel intenso verano trajo emociones encontradas a mi vida:


la incertidumbre de un futuro donde Lucía se convirtió en mi máxima
prioridad y el reencuentro con personas del pasado que nunca se fueron.

Y es que son solo unos segundos los que tardamos en pasar de


la felicidad más absoluta a las dudas infinitas. Los mismos segundos
que tarda el sol en ocultarse. Y así, contando atardeceres, pude descubrir
que con cada puesta de sol llega la promesa de un nuevo día.

N OV EL A

La Vecina Rubia regresa para enamorarnos con una historia


divertida, emocionante y adictiva, llena de risas, lágrimas y sentimientos
a flor de piel. Contando atardeceres llega después de su exitoso primer libro
La cuenta atrás para el verano. Esta nueva novela nos invita a reflexionar,
a disfrutar de la vida y de los atardeceres con sus luces y sus sombras.

NO ES DÓNDE, ES CON QUIÉN


@libroscupula
PVP 20,95 € 10324970
@libroscupula
www.libroscupula.com
www.planetadelibros.com

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La Vecina Rubia

CONTANDO
ATARDECERES
NOVELA

NO ES D Ó ND E, ES CON QUI É N

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No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su
transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación
u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede
ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).
Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún
fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono
en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

© La Vecina Rubia, 2022


© de la fotografía de cubierta: David Corral
Diseño de cubierta: Planeta Arte & Diseño
Imagen: La Vecina Rubia

Pág. 43: versos de la canción «Do I Wanna Know», de Arctic Monkeys, del álbum AM
(Domino, 2013); pág. 44: versos de la canción «A quién le importa», de Alaska y Dinarama,
del álbum No es pecado (Hispavox, 1986); pág. 83: frase del compositor George Gershwin;
pág. 200: frase «Men apt to promise, are apt to forget», de Thomas Fuller; pág. 219: verso
de la canción «Qué bien» de Izal, del álbum Magia y efectos especiales (Altafonte under exclusive
license from Hook Ediciones Musicales, 2012); págs. 222 y 267: expresión utilizada en la canción
«Señoras bien», de Las Bistecs, del álbum Oferta (Miseria Producciones, 2016); pág. 238: verso
de la canción «Si te vas» de Extremoduro, del álbum Material defectuoso (Warner Music, 2011);
págs. 238, 265, 313, 314 y 491: versos de la canción «De las dudas infinitas» de Supersubmarina, del álbum
Santacruz (Sony Music, 2012); pág. 314: frase de Robin Williams; pág. 346: frase de Benito
Pérez Galdós; pág. 369: versos de la canción «Ya verás», de Funambulista, del álbum Funambulista
(Darlalata Music, 2010); pág. 372: frase de Danns Vega; págs. 387 y 389: frase de Victor Hugo;
págs. 394 y 395: versos de la canción «Princesas», de Pereza, del álbum Animales (BMG, 2005);
pág. 394: versos de la canción «Nunca volverá», de El Sueño de Morfeo, del álbum El Sueño
de Morfeo (Globomedia Music, 2005); pág. 493: verso de la canción «Gasolina» de Daddy Yankee,
del álbum Barrio fino (El Cartel Records, 2004); pág. 511: canción «Lo Pasado Pisado» de Arelys
Henno, del álbum Lo Pasado Pisado (Ariola, 2021).

Primera edición: octubre de 2022


Segunda edición: octubre de 2022
Tercera edición: octubre de 2022
Cuarta edición: octubre de 2022
Quinta edición: noviembre de 2022
Primera edición en esta presentación: junio de 2023

© Editorial Planeta, S. A., 2022


Av. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España)
Libros Cúpula es una marca registrada por Editorial Planeta, S. A.
www.planetadelibros.com

ISBN: 978-84-480-3112-1
D. L.: B. 12.492-2022

Impresor: Black Print


Impreso en España – Printed in Spain

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1
Todo pasa por algo

¿Casualidad o destino?

Hay veces que el destino se empeña en ponerte delante a una


persona una y otra vez. Es inevitable pensar que hay un porqué
para ello y que la casualidad responde a un motivo: una puerta
que queda por cerrar, una herida por sanar, un perdón que nun-
ca llegó o un beso que quedó pendiente.
En mi caso, la casualidad nació en forma de beso al encontrar-
me la noche anterior en un restaurante de Madrid con Javi, el
chico al que había conocido el último verano en Ibiza.
¿Alguna vez has pensado que estabas enamorada solo con un
beso? Pues eso es justo lo que creí sentir en aquel momento.
Recordé cada detalle de aquel instante en el que mi cuerpo
sufrió una sacudida con aquella casualidad ocurrida apenas unas
horas antes. Lo rememoré todo atrincherada bajo el edredón de
mi cama, saboreando aquel beso y odiando profundamente el
hecho de tener que madrugar y enfrentarme a la vida real.
Decenas de notificaciones de WhatsApp se acumulaban en
mi pantalla. El chat de grupo estaba más activo que mi amiga
Laura tras el segundo café de la mañana. Yo, por el contrario,
no me veía capaz de gestionar tanta exaltación emocional sin
haberme tomado al menos uno.

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Eché un ojo, por encima, a los últimos mensajes.

Dramachat
Laux., Lucía azafata., Sara., Tú

Laux.
Jajajajaja.
Qué exageradas.
Pero ¿tanto estaba gritando?
Lucía azafata.
Más
Sara.
Tía, se te escuchaba
desde el baño.
Laux.
Jajajajaja. Nunca hay
que pasar desapercibida.
Lucía azafata.
Créeme, cariño, que con
ese tono de voz es imposible
Sara.
Oye, ¿y la rubia?
No ha dicho ni mu todavía.
Laux.
Estará aún babeando la almohada.
Lucía azafata.
Se pensará que la
almohada es el bombero
de anoche y la
estará dejando fina...
Sara.
¿Cómo habéis dicho que
se llamaba?
Laux.
¿La almohada?

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Sara.
¡El bombero!
Lucía azafata.
Jajajajajaajajaja
Laux.
¡Javi! Muy fuerrrrte.
Está bien bueno, eh...
Y es un encanto.
Lucía azafata.
¿Es el que conocisteis
en Ibiza?
Laux.
El mismo.
Lucía azafata.
Coño, pues qué casualidad
encontrárnoslo anoche
Sara.
Se alinearon los astros,
¿no, Lucía?
Laux.
Jajajajaja.
Lucía azafata.
Los astros no sé, pero
espero que no sea escorpio...
Laux.
¡Rubiaaaaaaaaaaaaaa!
La rubia estará ahora
mismo enamorada, ya os lo digo.
Lucía azafata.
Estará llegando tarde,
como siempre
Sara.
Yo estoy llegando al
curro ya, que los
viernes entramos
prontísimo.

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Lucía azafata.
Yo tengo una resaca...
Laux.
¿Me caí ayer?
Tengo un moratón
en la pierna...
Sara.
Jajajajajaja.
Yo no me acuerdo...
Laux.
Como no conteste,
la pienso llamar.
Lucía azafata.
A voces desde el balcón, ¿no?
Laux.
Jajajajaja.
Lucía azafata.
Sara, hija, nunca
te acuerdas de nada y tú,
Laux..., te caíste delante
de todo el restaurante
mientras coreabas
«Total, si aquí no nos
conoce nadie»...

Siempre se ha dicho que los actos definen a las personas. Creo


que quien dijo esta frase no había analizado los grupos de amigas.
Lo que se cuenta en un chat de grupo dice mucho más de quie-
nes forman parte de él que cualquier otro hecho de la vida.
Así son estas tres, mis tres mejores amigas. Laux no es una
persona que pase desapercibida. Digamos que su tono de voz
está por encima de la media... de la media de un concierto de
Metallica. Digamos que físicamente tampoco podría pasar inad-
vertida, aunque quisiera. Su larga melena morena, su tono de
piel bronceado incluso en invierno y sus largas pestañas la pre-
ceden. Para ella, el mundo es una tarima a la que subirse, y me

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conoce mejor que yo a mí misma, cuidándome siempre como
solo sabe hacerlo el corazón de una enfermera. Sara es inocencia
pura. Preciosa, sincera y honesta. Se acuerda de su nombre solo
porque lo pone en su DNI. Es muy humana, por eso trabaja en
recursos humanos. Su gran corazón lleva dedicado a los anima-
les de una protectora desde que el tiempo es tiempo. Y Lucía...
A Lucía, el adjetivo «sincera» se le queda corto. Lo suyo es el
sincericidio. Eso sí, sincericida por fuera y tan noble por dentro
que dejaría lo que fuera en mi vida por estar a su lado, si lo ne-
cesitase. Tan alta como altiva, se ha creado una dura coraza para
proteger su corazón. Cree firmemente que su destino está escri-
to en el horóscopo, mientras ella escribe novelas de crímenes y
sangre. Solo sé que el destino me unió a ella hace muchos años.
No me separaría de su lado por nada.
Tras el último mensaje de Lucía, dejé de leer el chat porque
ya se me estaba haciendo tardísimo. Contestaría más tarde, en
algún descanso del trabajo, cuando pudiera estar a la altura de
sus comentarios.
Miré la temperatura en el móvil. Esa mañana daban poco
más de seis grados. «Mejor», pensé, así podría sentir el calor que
Javi había dejado dentro de mí la noche anterior. El contraste de
temperatura era un aliado para evitar que la sensación se disipa-
ra. No estaba tan mal.
Ese día había una probabilidad de lluvia del noventa por
ciento: eso eliminaba de la ecuación todos mis tacones. Me tumbé
en la cama boca arriba, con el móvil en el pecho, sonriendo
como una adolescente enamorada, pero siendo muy consciente
de que una ya tiene una edad como para pensar en la ropa ten-
dida cuando llueve en vez de soñar con chapotear en los charcos.
Salté de la cama para llegar a una hora decente al trabajo y
me miré en el espejo. Tenía restos de rímel en las mejillas y las
puntas de mi largo pelo rubio me recordaban que tocaba pasar
por la peluquería. Por lo demás, el reflejo me devolvía la imagen
de alguien que acababa de dejar atrás los veintinueve, aunque
medir 1,60 desde los dieciséis siempre me ha hecho parecer más
joven de lo que soy. Esa mañana, todavía no era consciente de

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estar inmersa en la crisis de los treinta, aunque me vi alguna
arruga nueva alrededor de los ojos que no me sentaba nada mal.
Recordé la frase de Mark Twain: «Las arrugas solo deberían
indicar dónde estuvieron las sonrisas». Desde luego, me habrían
podido salir tras las infinitas sonrisas de la noche anterior, con lo
cual pensé que estaban más que merecidas y hasta me alegré de
tenerlas. Mi padre siempre me decía que el tiempo pasa tan de-
prisa a una edad, que los recuerdos se borran y solo quedan las
sonrisas. Así es como quiero que permanezca él en mi mente el
resto de mi vida: convirtiendo su recuerdo en marcas de felici-
dad en mi cara.
Desayuné rápido, como de costumbre. Me desmaquillé para
volver a maquillarme, elegí un vestido gris de punto y unos
leotardos con calados en espiga y, a toda prisa, bajé al coche, que
me esperaba aparcado en la puerta de casa. Siempre me ha gus-
tado dotar al coche de un carácter especial, como si fuera una
persona. Aparte de todos los adornos que llevaba en el interior,
sentía como si compartiera mi vida con él, a la par que con mi
moto. Además, el coche tenía en el frontal una preciosa sonrisa,
a juego con unos brillantes ojos por faros. La pareidolia es la
capacidad de ver caras y figuras donde no las hay: las veo en
edificios, señales, tuberías, azulejos y, por supuesto, en todos los
coches... Algunas de ellas muy felices y otras, como mi amiga
Lucía, permanentemente enfadadas.
Era diciembre y helaba por las noches. No entiendo cómo
hay gente a la que puede gustarle más el frío que el calor, cuan-
do el frío es más incómodo que un sujetador que no es de tu
talla. Cuando llegué al coche, tuve que utilizar la rasqueta para
retirar el hielo del parabrisas. Esto era algo que me molestaba
mucho, porque tenía que ejercer bastante fuerza y las manos se
me congelaban. No obstante, aquella mañana no había nada que
pudiese borrarme la sonrisa de la cara. En plena faena, con la
rasqueta sobre el parabrisas, una mano me tocó el hombro y me
sobresaltó:
‌—‌Vecina, ¿problemas con el hielo? ‌—d‌ ijo Pol mientras ha-
cía una perfecta «o» con el vaho que salía de su boca y luego otra

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«o» con el humo de su cigarrillo‌—. ¿Iban bien cargaditas de
hielo también vuestras copitas de anoche? ‌—s‌entenció.
Pol, mi vecino de arriba: siempre fumando y siempre ha-
ciendo preguntas incisivas con ese tono sarcástico que le carac-
terizaba. Era de esas personas que no dan puntada sin hilo.
Siempre vestía como un señor mayor, aunque adaptado a su
estilo, entre pijo y desenfadado, como aquel al que no le impor-
ta combinar la ropa, mientras sea de alguna marca.
‌—‌Ay, Pol, calla, qué oportuno, toma. ‌—‌Le coloqué la ras-
queta en la mano y le hice un gesto para que rascase él el hielo
mientras yo buscaba los guantes en los bolsillos del abrigo con
mucha prisa.
Llegaba tarde, como siempre.
‌—‌Venga, cuenta. ¿Qué tal la cena ayer? ¿Hubo jarana? ‌—‌me
preguntó mientras me ayudaba a retirar el hielo del parabrisas.
‌—‌Cuando te lo cuente, no te lo vas a creer, pero ahora no
puedo.
‌—‌¿Cómo? ¿Me vas a dejar así?
‌—‌Sí, así tal cual estás, fumando todo el día —
‌ r‌ espondí muy
digna.
‌—‌Vaya humos... Cualquiera diría que estás cabreada en vez
de enamorada... ¿Tú te has visto la cara?
Rápidamente, me agaché a mirarme en el retrovisor del co-
che por si tenía algo. Resultado: pintalabios en el diente, eyeliner
desigual y rímel impoluto, recién puesto, tras haber retirado los
restos de anoche. Ni tan mal, lo de todas las mañanas.
‌—‌¿¡Qué me pasa en la cara!? ‌—l‌e pregunté entre risas mien-
tras le atizaba con el guante.
‌—‌Que tienes sonrisa de enamorada... Ya me contarás qué
pasó anoche, porque algo pasó, que ya nos conocemos.
Y tanto que nos conocíamos. Pol había sido un gran apoyo
emocional para sobrellevar la muerte de mi padre, y su olor a
tabaco me recordaba a las largas conversaciones junto a la ven-
tana de mi salón, cerveza en mano, que tuvimos desde el pri-
mer día que nos conocimos en la piscina de la urbanización
donde vivíamos.

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Le di otro guantazo mientras me despedía de él, prome-
tiéndole que luego le contaría todo lo que había pasado la
noche anterior. De todas formas, tampoco era tan largo:
Laux, Sara, Lucía y yo tuvimos nuestra cena de Navidad de
amigas. Brindamos, Laura se puso un poco más piripi que las
demás y, por casualidad, nos encontramos con Javi, que, has-
ta donde yo sabía en aquel momento, vivía en Ibiza, lo que
impedía que lo nuestro tuviera algún futuro. Pero resultaba
que no, que estaba en el mismo restaurante que nosotras, con
todos sus compañeros de trabajo del parque de bomberos.
Ante mi estupor, me contó que estaba viviendo en Madrid,
que el día anterior me había llamado para contármelo, pero que
no se lo había cogido. Y se había sentido decepcionado. En
realidad, no me enteré de su llamada porque no tenía guardado
su teléfono en la agenda del móvil, ya que lo perdí en mi
cumpleaños, tuve que comprarme otro y no se me sincroni-
zaron todos los contactos.
Con lo cual, al verlo allí, sin saber que me había llamado para
decirme que estaba en Madrid, yo, de primeras, también me ha-
bía decepcionado. Como diría Gustavo Adolfo Bécquer: «Her-
mosa tú, yo altivo: acostumbrados uno a arrollar, el otro a no
ceder; la senda estrecha, inevitable el choque... ¡No podía ser!».
Bueno, pensándolo bien, igual sí era más largo de contar de
lo que creí en un principio. En tres palabras: Javi estaba en Ma-
drid. Perdón, cuatro, que soy de letras.
Conduje hasta el trabajo mientras reproducía en mi mente
las escenas de la noche anterior, sobre todo una que quedó gra-
bada a fuego en mis recuerdos: Laux capitaneando a mis amigas
y todas, muy felices, golpeando desde el interior la cristalera del
restaurante donde nos habíamos encontrado a Javi, mientras él
y yo nos besábamos en la calle para sellar ese bonito e inespera-
do momento. Ese desencuentro en un principio que había ter-
minado convirtiéndose en un reencuentro.
Como era de esperar, una llamada de teléfono entró en el
manos libres del coche y me sacó de la ensoñación. Era Lucía,
con la voz ronca.

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‌ ‌Pero vamos a ver, rubia, ¿qué coño hacía Javi ayer en

Madrid?
No dijo ni hola ni buenos días. Así era ella.
‌—‌¿Buenos días?
‌—‌Sí, sí... Buenos días para ti, querida. Yo tengo una resaca
que no puedo con ella. ¡Bueno, cuenta!
‌—‌Ja, ja, ja. Pues resulta que se ha cogido una permuta y se
ha venido a vivir aquí.
‌—‌¿Tengo yo cara de diccionario de la RAE? ¿Qué coño es
una permuta?
‌—‌Es un acuerdo entre dos bomberos de distintas ciudades
para cambiar su lugar de trabajo temporalmente. La madre de
Javi vive en Madrid y a él le apetecía un cambio de aires. — ‌ ‌Le
resumí lo que él me había contado.
Mi capacidad de sintetizar era asombrosa. Quizá por eso me
sentía como pez en el agua en Twitter, con los ciento cuarenta
caracteres por tuit que había por aquel entonces.
‌—‌Flipo en colores. La verdad es que el chico parecía un
amor... ‌—‌contestó Lucía‌—. Ja, ja, ja. No me quiero ni imaginar
la vergüenza que habrá pasado esta mañana en el curro con la
que lio ayer Laux delante de sus compañeros. ¡Bailó encima de
su mesa!
‌—‌Ja, ja, ja... Bueno, Javi está acostumbrado, tú es que te
perdiste a Laura en Ibiza. Lo de ayer fue un día tranquilo en
comparación a lo del verano. De todas formas, se lo preguntaré
el martes, que hemos quedado...
‌—¡‌Ohhhhhh! Ahí es donde yo quería llegar. Bueno, bueno,
bueno, qué fuerte... No seré yo la que siempre te diga que has de
tener cuidado por si te enamoras, pero ve con cuidado, que to-
davía no le conocemos bien. No sabemos ni qué signo del zodia-
co es.
Lucía es incapaz de confiar en alguien sin saber su horóscopo
y, al menos, un ascendente.
‌—‌Ja, ja, ja. ¿Crees que algún día te gustará alguno de los tíos
con los que me lío? ‌—l‌e dije, sabiendo que solo intentaba pro-
tegerme.

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‌ ‌Algún día, quién sabe, nunca digas nunca, que eso lo ten-

drá escrito el destino... Por cierto, voy a mirar nuestro horósco-
po de hoy, a ver qué dice.
‌—‌Ja, ja, ja. Luego me lo cuentas, que acabo de llegar. Te
cuelgo, anda, luego hablamos.
Colgué con una sonrisa, deseando leer qué nos depararía el
destino esa semana a las libra en el apartado del amor, para qué
nos vamos a engañar.
Y aunque no solía creérmelo, las risas que me echaba con
Lucía mirando nuestros horóscopos no nos las quitaba nadie.
Me encantaba la fascinación de Lucía por la astrología y el
destino. Siempre he pensado que todo pasa por algo, que la vida
está llena de señales, y que cada paso que damos escribe una lí-
nea en nuestro destino. Esta forma de pensar es muy divertida,
pero también genera mucha incertidumbre. El simple hecho de
perder el metro te puede hacer sopesar si en ese vagón podrías
haberte encontrado a una nueva amiga, al hombre de tu vida del
mes de diciembre, a un cazatalentos que te catapultase al éxito o
incluso a Brad Pitt. Y aunque aceptas que, si el destino quiere que
cojas el siguiente metro, será por algo, sufres al no saber lo que te
perdiste en el anterior. Dramática se nace, pero también se hace.
En este caso, lo que ocurrió aquella noche no dejaba lugar a
dudas: el hecho de que fuésemos a ese restaurante, elegido por
Laux entre los «Diez mejores restaurantes para celebrar una cena
de empresa» que había visto en un artículo de una revista en in-
ternet, y en el que nunca habíamos estado, marcó mi destino con
la casualidad de encontrarme con Javi, al que probablemente no
hubiese vuelto a ver en mi vida. ¿Cómo no reafirmarme en lo im-
portante que es creer en las señales tras ocurrirme algo así?

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