LA SOBERANÍA DE DIOS
Por Arthur Pink
Edición especial del ministerio CARÁCTER CRISTIANO, El Seminario
Reformado Latinoamericano SRL y el programa de radio TIEMPOS DE
REFORMA
“Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el
honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son
tuyas. Tuyo, oh Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos”
(1 Crónicas 29:11).
La Soberanía de Dios
Autor: Arthur Pink
Título original: The Sovereignty of God
1918
Traducción: Pablo Aguirre
Edición y revisión: Julio C. Benítez
Medellín, 2018
Prohibida la reproducción total o parcial de este libro
Tabla de Contenido
Tabla de contenido
PREFACIO A LA PRIMERA EDICIÓN
PREFACIO A LA SEGUNDA EDICIÓN
PREFACIO A LA TERCERA EDICIÓN
PREFACIO A LA CUARTA EDICIÓN
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO UNO
LA SOBERANÍA DE DIOS DEFINIDA
Dios es soberano en la delegación de su poder a otros
Dios es soberano en el ejercicio de su misericordia.
Dios es soberano en el ejercicio de Su amor
Dios es soberano en el ejercicio de su gracia.
CAPITULO DOS
LA SOBERANÍA DE DIOS EN LA CREACIÓN
CAPÍTULO TRES
LA SOBERANÍA DE DIOS EN LA ADMINISTRACIÓN
1. DIOS GOBIERNA LA MATERIA INANIMADA.
2. DIOS GOBIERNA LAS CRIATURAS IRRACIONALES.
3. DIOS GOBIERNA A LOS HIJOS DE LOS HOMBRES.
4. DIOS GOBIERNA A LOS ÁNGELES: AMBOS ÁNGELES BUENOS Y MALOS.
CAPÍTULO CUATRO
LA SOBERANÍA DE DIOS EN LA SALVACIÓN
1. LA SOBERANÍA DE DIOS EL PADRE EN LA SALVACIÓN.
2. LA SOBERANÍA DE DIOS EL HIJO EN LA SALVACIÓN.
3. LA SOBERANÍA DE DIOS EL ESPÍRITU SANTO EN LA SALVACIÓN.
CAPÍTULO CINCO
LA SOBERANÍA DE DIOS EN LA REPROBACIÓN
CAPÍTULO SEIS
LA SOBERANIA DE DIOS EN OPERACIÓN
EL MÉTODO DE DIOS PARA TRATAR CON LOS JUSTOS:
1. Dios ejerce sobre sus propios elegidos una influencia o poder vivificador.
2. Dios ejerce sobre sus propios elegidos una influencia o poder energizante.
3. Dios ejerce sobre sus propios elegidos una influencia o poder director.
4. Dios ejerce sobre sus propios elegidos una influencia o poder preservador.
EL MÉTODO DE DIOS DE TRATAR CON EL MALVADO:
1. Dios ejerce sobre los malvados una influencia restrictiva
2. Dios ejerce sobre los malvados una influencia suavizante
3. Dios ejerce sobre los malvados una influencia directora
4. Dios también endurece los corazones de los hombres malvados y ciega sus mentes.
CAPÍTULO SIETE
LA SOBERANÍA DE DIOS Y LA VOLUNTAD HUMANA
1. LA NATURALEZA DE LA VOLUNTAD HUMANA.
2. LA ESCLAVITUD DE LA VOLUNTAD HUMANA.
3. LA IMPOTENCIA DE LA VOLUNTAD HUMANA.
CAPÍTULO OCHO
SOBERANÍA Y RESPONSABILIDAD HUMANA
1. ¿Cómo es posible que Dios traiga así su poder para influir en los hombres, que se les IMPIDA
hacer lo que desean hacer, e IMPULSARLOS a hacer otras cosas que no desean hacer y, sin
embargo, preservar su responsabilidad?
2. ¿Cómo se puede responsabilizar al pecador de hacer lo que es INCAPAZ de HACER? ¿Y cómo
puede ser justamente condenado por NO HACER lo que NO PODÍA hacer?
3. ¿Cómo es posible que Dios DECRETE que los hombres DEBEN cometer ciertos pecados, que
los haga RESPONSABLES de cometerlos; y que los juzgue CULPABLES porque los cometieron?
4. ¿Cómo puede el pecador ser hecho responsable de recibir a Cristo, y ser condenado por
rechazarlo, cuando Dios lo PREORDENÓ PARA condenación?
CAPÍTULO NUEVE
LA SOBERANÍA DE DIOS Y LA ORACIÓN
CAPÍTULO DIEZ
NUESTRA ACTITUD HACIA SU SOBERANÍA
1. UNA DE TEMOR PIADOSO.
2. UNA DE OBEDIENCIA IMPLÍCITA.
3. UNA DE RENUNCIA TOTAL.
4. UNA DE PROFUNDO AGRADECIMIENTO Y GOZO.
5. UNA DE ADORACIÓN RENDIDA.
CAPÍTULO ONCE
DIFICULTADES Y OBJECIONES
CAPÍTULO DOCE
EL VALOR DE ESTA DOCTRINA
l. PROFUNDIZA NUESTRA VENERACIÓN DEL CARÁCTER DIVINO.
2. ES EL FUNDAMENTO SÓLIDO DE TODA RELIGIÓN VERDADERA.
3. REPUDIA LA HEREJÍA DE LA SALVACIÓN POR OBRAS.
4. ES PROFUNDAMENTE HUMILLANTE PARA LA CRIATURA.
5. POPORCIONA UN SENTIDO DE SEGURIDAD ABSOLUTA.
6. SUMINISTRA CONSUELO EN EL DOLOR.
7. ENGENDRA UN ESPÍRITU DE DULCE RENUNCIA.
8. EVOCA UNA CANCIÓN DE ALABANZA.
9. GARANTIZA EL TRIUNFO FINAL DEL BIEN SOBRE EL MAL.
10. PROPORCIONA UN LUGAR DE REPOSO PARA EL CORAZÓN.
CONCLUSIÓN
l. LA SOBERANÍA DE DIOS Y EL CRECIMIENTO DEL CREYENTE EN GRACIA.
2. LA SOBERANÍA DE DIOS Y EL SERVICIO CRISTIANO.
PREFACIO A LA PRIMERA EDICIÓN
En las siguientes páginas se ha hecho un intento, para examinar de nuevo,
a la luz de la Palabra de Dios, algunas de las preguntas más profundas que
pueden ocupar la mente humana. Otros han lidiado con estos grandes
problemas en el pasado y nos hemos beneficiado de sus trabajos. Sin
pretender reclamar originalidad, el escritor, sin embargo, se ha esforzado por
examinar y tratar su tema desde un punto de vista totalmente independiente.
Hemos estudiado diligentemente las obras de hombres como Agustín y
Aquino, Calvino y Melanctón, Jonathan Edwards y Ralph Erskine, Andrew
Fuller y Robert Haldane[1]. Y resulta triste pensar que estos nombres
eminentes y honrados son casi completamente desconocidos para la
generación actual. Aunque, por supuesto, no avalamos todas sus
conclusiones, sin embargo, reconocemos nuestro profundo endeudamiento
con sus obras. Nos hemos abstenido deliberadamente de citar libremente a
estos teólogos profundamente instruidos, porque deseamos que la fe de
nuestros lectores no se sostenga en la sabiduría de los hombres sino en el
poder de Dios. Por esta razón, hemos citado abundantemente de las Escrituras
y hemos tratado de proporcionar textos de prueba para cada declaración que
hemos desarrollado.
Sería imprudente de nuestra parte esperar que este trabajo tenga la
aprobación general. La tendencia de la teología moderna, si se le puede
llamar teología, es siempre hacia la exaltación de la criatura más que hacia la
glorificación del Creador, y la levadura del racionalismo actual está
penetrando rápidamente a toda la cristiandad. Los efectos maléficos del
darwinismo tienen más alcance de lo que la mayoría sabe. De muchos entre
nuestros líderes religiosos que todavía son tenidos como ortodoxos, tememos,
serían hallados heterodoxos si los pesaran en las balanzas del Santuario.
Incluso, aquellos con claridad intelectual sobre otra verdad, rara vez son
sanos en doctrina. Pocos, muy pocos, hoy realmente creen en la ruina
completa y la depravación total del hombre. Aquellos que hablan del “libre
albedrío” del hombre e insisten en su poder inherente para aceptar o rechazar
al Salvador, no hacen sino expresar su ignorancia de la condición real de los
hijos caídos de Adán. Y si hay pocos que creen que, en lo que a ellos
respecta, la condición del pecador es de total incapacidad, todavía hay menos
que realmente creen en la Soberanía absoluta de Dios.
Además de los efectos ampliamente extendidos de la enseñanza no
bíblica, también debemos tener en cuenta la deplorable superficialidad de la
generación actual. Anunciar que cierto libro es un tratado de doctrina es
suficiente para prevenir contra él a la gran mayoría de los miembros de la
iglesia y a la mayoría de nuestros predicadores también. El deseo vehemente
de hoy es por algo ligero y sabroso, y pocos tienen paciencia, y todavía
menos deseo, para examinar cuidadosamente aquello que les impondría
exigencias tanto a sus corazones como a sus poderes mentales. Recordamos,
también, cómo se vuelve cada vez más difícil en estos días extenuantes, para
aquellos que están deseosos de estudiar las cosas más profundas de Dios,
encontrar el tiempo que requiere tal estudio. Sin embargo, sigue siendo cierto
que “la voluntad encuentra el camino” y, a pesar de las características
desalentadoras a las que nos referimos, creemos que incluso ahora hay un
remanente piadoso que se complacerá en considerar cuidadosamente este
pequeño trabajo, y tal voluntad, confiamos, encontrará en ello “comida a su
debido tiempo”.
No olvidamos las palabras de alguien fallecido hace mucho tiempo, a
saber, que “La censura es el último recurso de un oponente derrotado”.
Desestimar este libro con el desdeñoso epíteto: “¡hiper-calvinismo!”, no será
digno de atención. Para la controversia no tenemos gusto, y no aceptaremos
ningún desafío para entrar en las listas contra aquellos que deseen debatir las
verdades discutidas en estas páginas. Hasta ahora, en lo que concierne a
nuestra reputación personal, la dejamos al cuidado de nuestro Señor, y a Él
ahora encomiendas este volumen y cualquier fruto que pueda dar, rogándole
a Él que lo use para iluminar a Su propio pueblo amado (en la medida que
esté de acuerdo con Su Santa Palabra) y que perdone al escritor y preserve al
lector por de los efectos perjudiciales de cualquier enseñanza falsa que pueda
haberse infiltrado en ella. Si el gozo y el consuelo que han llegado al autor
mientras escribía estas páginas son compartidos por aquellos que pueden
escudriñarlos, entonces estaremos devotamente agradecidos con Aquel cuya
sola gracia nos permite discernir las cosas espirituales.
Junio de 1918
Arthur W. Pink.
PREFACIO A LA SEGUNDA EDICIÓN
Han pasado dos años desde que se presentó la primera edición de este
trabajo al público cristiano. Su recepción ha sido mucho más favorable de lo
que el autor había esperado. Muchos le han notificado de la ayuda y la
bendición recibidas debido a una lectura concienzuda de sus intentos de
explicar lo que es, sin lugar a dudas, un tema difícil. Por cada palabra de
aprecio, le devolvemos nuestro sincero agradecimiento a Aquel en cuya Luz
solo “vemos la luz”. Algunos han condenado el libro en términos
incompetentes, y a estos los encomendamos a Dios y a la Palabra de Su
gracia, recordando que está escrito “un hombre no puede recibir nada, a
menos que se le haya dado del cielo” (Juan 3:27). Otros nos han enviado
críticas amistosas y estas han sido sopesadas cuidadosamente, y confiamos
que, en consecuencia, esta edición revisada será más provechosa que la
anterior para aquellos que son miembros de la familia de la fe.
Parece que es necesario una palabra de explicación. Varios hermanos
respetados en Cristo sintieron que nuestra forma de tratar el tema de la
Soberanía de Dios era extrema y unilateral. Se ha dicho que un requisito
fundamental al exponer la Palabra de Dios es la necesidad de preservar el
equilibrio de la Verdad. Con esto estamos en total acuerdo. Hay dos cosas
que no admiten discusión: Dios es soberano, y el hombre es una criatura
responsable. Pero en este libro estamos tratando sobre la Soberanía de Dios, y
mientras que la responsabilidad del hombre es de fácil propiedad, aun así, no
nos detenemos en cada página para insistir en ello; en cambio, hemos tratado
de enfatizar ese lado de la Verdad que en estos días es casi universalmente
descuidado. Probablemente el 95 por ciento de la literatura religiosa del día
está dedicada a exponer los deberes y obligaciones de los hombres. El hecho
es que aquellos que se comprometen a explicar la responsabilidad del hombre
son los mismos que han perdido el “equilibrio de la Verdad” al ignorar, en
gran medida, la Soberanía de Dios. Es perfectamente correcto insistir en la
responsabilidad del hombre, pero ¿qué hay de Dios? ¿No tiene Él exigencias,
ni derechos? Se necesitan un centenar de obras como esta, si se quiere
recuperar el “equilibrio de la Verdad” se tendrían que predicar diez mil
sermones sobre este tema por todo el país. El “equilibrio de la Verdad” se ha
perdido, perdido a través de un énfasis desproporcionado en el lado humano,
a la minimización, si no a la exclusión, del lado Divino. Concedemos el que
este libro sea unilateral, ya que solo pretende tratar con un lado de la Verdad
y ese es, el lado descuidado, el lado Divino. Además, podría plantearse la
siguiente pregunta: ¿Qué es lo que más se debe deplorar: un énfasis excesivo
en el lado humano y un énfasis insuficiente en el lado Divino, o un énfasis
excesivo en el lado Divino y un énfasis insuficiente en el lado humano? Sin
duda, si erramos en absoluto, es en el lado correcto. Con seguridad, hay
mucho más peligro en destacar al hombre y empequeñecer a Dios, que en
destacar a Dios y empequeñecer al hombre. Sí, la pregunta bien podría
hacerse: ¿podemos enfatizar demasiado las exigencias de Dios? ¿Podemos ser
demasiado extremistas al insistir en la absolutez y universalidad de la
Soberanía de Dios?
Es con profundo agradecimiento a Dios que, después de dos años más de
estudio diligente de las Sagradas Escrituras, con el ferviente deseo de
descubrir lo que el Dios Todopoderoso se ha complacido en revelar a Sus
hijos sobre este tema, podemos testificar que no vemos razón para
retractarnos de lo que escribimos antes, y, aunque hemos reorganizado el
material de este trabajo, la sustancia y la doctrina de la misma permanecen
sin cambios. Que Aquel que condescendió en bendecir la primera edición de
esta obra, se complazca en ser aún más ampliamente el dueño de esta
revisión.
ARTHUR W. PINK,
1921 SWENGEL, PA.
PREFACIO A LA TERCERA EDICIÓN
Es una causa de ferviente alabanza a Dios que ahora se requiera una
tercera edición de esta obra,. A medida que la oscuridad es más densa y las
pretensiones de los hombres se hacen cada vez más evidentes, aumenta la
necesidad de un énfasis en las exigencias de Dios. Cuando la Babel de las
lenguas religiosas del siglo XX desconcierta a tantos, la responsabilidad de
los siervos de Dios de señalar el ancla segura del alma debe ser la más
notoria. Nada es tan tranquilizador y tan estable como la seguridad de que el
Señor mismo está en el Trono del universo, “obrando todas las cosas según el
consejo de su propia voluntad”.
El Espíritu Santo nos ha dicho que hay en las Escrituras algunas cosas
difíciles de entender, pero ¡obsérvese que es “difícil”, no “imposible”! Una
espera paciente en el Señor, una comparación diligente de Escritura con las
Escritura, a menudo resulta en una aprehensión más completa de lo que antes
era oscuro para nosotros. Durante los últimos diez años le ha complacido a
Dios darnos más luz sobre ciertas partes de Su Palabra, y esto hemos
intentado utilizarlo para mejorar nuestras exposiciones de diferentes pasajes.
Pero es con sincera acción de gracias que consideramos innecesario cambiar
o modificar cualquier doctrina contenida en las ediciones anteriores. Sí, a
medida que pasa el tiempo, nos damos cuenta (por la gracia Divina) con
fuerza cada vez mayor, de la verdad, la importancia y el valor de la Soberanía
de Dios en lo que respecta a cada área de nuestras vidas.
Nuestros corazones se han regocijado una y otra vez por las cartas, no
solicitadas, que han llegado de todas partes de la tierra, contándonos acerca
de la ayuda y las bendiciones recibidas de las ediciones anteriores de esta
obra. Un amigo cristiano estaba tan emocionado al leerlo y tan impresionado
por su testimonio, que envió un cheque para enviar ejemplares gratuitos a
misioneros en cincuenta países extranjeros, “para que su glorioso mensaje
pueda rodear el globo”; Muchos de ellos nos han escrito para decir cuánto se
han fortalecido en su lucha con los poderes de la oscuridad. A Dios solo le
pertenece toda la gloria. Que Él se digne usar esta tercera edición para la
honra de Su propio gran Nombre, y para la alimentación de Sus ovejas
diseminadas y hambrientas.
Morton’s Gap, A. W. P.
Kentucky 1929
PREFACIO A LA CUARTA EDICIÓN
Es con profunda alabanza al “Dios Altísimo”, que ahora se necesite otra
edición de este valioso y útil libro. Aunque su enseñanza va directamente en
contra de lo que se promulga hoy en día, sin embargo, nos complace poder
decir que su circulación está aumentando para fortalecer la fe, el consuelo y
la esperanza de un número cada vez mayor de los elegidos de Dios. Nosotros
encomendamos esta nueva edición a Aquel en quien “nos deleitamos en
honrar”, orando para que Él se complazca en bendecir su circulación para la
iluminación de muchos más de los Suyos, para la “alabanza de la gloria de Su
gracia”, y una más clara aprehensión de la majestad de Dios y su soberana
misericordia.
I. C. HERENDEEN. 1949.
INTRODUCCIÓN
¿Quién está regulando los asuntos en esta tierra hoy en día, Dios o el
diablo? Que Dios reina supremo en el Cielo generalmente se concede; que lo
hace sobre este mundo, es casi universalmente negado, si no directamente,
entonces indirectamente. Cada vez más, los hombres, en su filosofar y
teorización, relegan a Dios a un segundo plano. Consideren la esfera de lo
físico. No solo se niega que Dios creó todo mediante una acción personal y
directa, sino que pocos creen que tenga alguna preocupación inmediata de
regular las obras de sus propias manos. Se supone que todo está ordenado de
acuerdo con las “leyes de la naturaleza” (impersonales y abstractas). Así, el
Creador es desterrado de su propia creación. Por lo tanto, no debemos
sorprendernos de que los hombres, en sus concepciones degradantes, lo
excluyan del ámbito de los asuntos humanos. A lo largo de la cristiandad, con
una excepción casi insignificante, se sostiene la teoría de que el hombre es
“un agente libre” y, por lo tanto, señor de su fortuna y el determinante de su
destino. Que Satanás sea culpado de gran parte del mal que está en el mundo,
lo afirman libremente aquellos que, aunque tienen tanto que decir acerca de
“la responsabilidad del hombre”, a menudo niegan su propia responsabilidad
al atribuirle al diablo lo que, de hecho, procede de sus propios corazones
malvados (Marcos 7: 21-23).
Sin embargo, ¿quién regula los eventos en esta tierra hoy, Dios o el
diablo? Intenten asumir una visión seria e integral del mundo. ¡Qué escena de
confusión y caos nos confronta por todos lados! El pecado es desenfrenado;
la anarquía abunda; los hombres malvados y seductores “cada vez son
peores" (2 Timoteo 3:13). Hoy, todo parece estar fuera de lugar. Los tronos
están crujiendo y tambaleándose, las antiguas dinastías están siendo
derrocadas, las democracias son nauseabundas, la civilización es un fracaso
demostrado; la mitad de la cristiandad estuvo recientemente encerrada en una
lucha mortal; y ahora que el conflicto titánico ha terminado, en lugar de que
el mundo haya sido hecho “seguro para la democracia”, hemos descubierto
que la democracia es muy insegura para el mundo. La intranquilidad, el
descontento y la falta de ley abundan en todas partes, y nadie puede decir qué
tan pronto se pondrá en marcha otra gran guerra. Los estadistas están
perplejos y abrumados. “[Desfallecen] los hombres por el temor y la
expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra” (Lucas 21:26).
¿Parecen estas cosas como si Dios tuviera el control total?
No obstante, enfoquemos nuestra atención en el ámbito religioso.
Después de diecinueve siglos de predicación del Evangelio, Cristo todavía es
“despreciado y rechazado por los hombres.” Peor todavía, Él (el Cristo de las
Escrituras) es proclamado y magnificado por muy pocos. En la mayoría de
los púlpitos modernos es deshonrado y desposeído. A pesar de los frenéticos
esfuerzos por atraer a la multitud, la mayoría de las iglesias están siendo
vaciadas en lugar de ser llenadas. ¿Y qué hay de las grandes masas no-
asistentes a la iglesia? A la luz de la Escritura, nos vemos obligados a creer
que los “muchos” están en el Camino Amplio que conduce a la destrucción, y
que solo “pocos” están en el Camino Angosto que conduce a la vida. Muchos
declaran que el cristianismo es un fracaso, y la desesperación comienza a
verse en muchas caras. No pocos del mismo pueblo del Señor están perplejos,
y su fe está siendo severamente probada. ¿Y qué hay de Dios? ¿Él ve y oye?
¿Es impotente o indiferente? Varios de los que se consideran líderes del
pensamiento cristiano nos dijeron que Dios no pudo evitar la llegada de la
terrible y última Guerra, y que fue incapaz de causar su finalización. Se dijo,
y abiertamente, que las condiciones estuvieron más allá del control de Dios.
¿Parecen estas cosas como si Dios estuviera gobernando el mundo?
¿Quién está regulando los asuntos en esta tierra hoy en día, Dios o el
diablo? ¿Qué impresión se produce en las mentes de aquellos hombres del
mundo que, ocasionalmente, van a un servicio del Evangelio? ¿Cuáles son las
concepciones formadas por aquellos que oyen incluso a los predicadores que
se consideran “ortodoxos”? ¿No es acaso que un Dios decepcionado es Aquel
en quien los cristianos creen? De lo que se escucha hoy en día del evangelista
promedio, ningún oyente serio está obligado a concluir que él profesa
representar a un Dios lleno de intenciones benevolentes, pero incapaz de
llevarlas a cabo; que Él está ardientemente deseoso de bendecir a los
hombres, pero que ellos no se lo permitirán? Entonces, ¿no debe el oyente
promedio inferir que el diablo ha ganado ventaja, y que Dios debe ser
compadecido en lugar de culpado?
Pero, ¿no parece que todo demuestra que el diablo tiene mucho más que
ver con los asuntos de la tierra que Dios? 0h, todo depende de si caminamos
por fe o si caminamos por vista. ¿Sus pensamientos, mi lector, respecto a este
mundo y la relación de Dios con él, se basan en lo que usted ve? Enfrente esta
pregunta seria y honestamente. Y si usted es un cristiano, lo más probable es
que tenga motivos para inclinar la cabeza con vergüenza y tristeza, y
reconocer que así es. Por desgracia, en realidad, caminamos muy poco “por
fe”. Pero, ¿qué significa “caminar por fe”? Significa que nuestros
pensamientos están formados, nuestras acciones reguladas, nuestras vidas
moldeadas por las Sagradas Escrituras, porque “la fe viene por el oír y el oír
por la Palabra de Dios” (Romanos 10:17). Es de la Palabra de Verdad, y solo
de ella, que podemos aprender cuál es la relación de Dios con este mundo.
¿Quién está regulando los asuntos en esta tierra hoy, Dios o el diablo?
¿Qué dicen las Escrituras? Antes de considerar la respuesta directa a esta
pregunta, digamos que las Escrituras predijeron lo que ahora vemos y
escuchamos. La profecía de Judas va hacia su cumplimiento. Nos desviaría
bastante del curso de nuestra presente investigación el ampliar
completamente esta afirmación, pero lo que tenemos particularmente en
mente es una oración en el versículo 8: “de la misma manera también estos
soñadores mancillan la carne, rechazan la autoridad y blasfeman de las
potestades superiores”. Sí, “blasfeman” de la Dignidad Suprema, el “Único
Soberano, el Rey de reyes y Señor de señores”. Nuestra época es,
peculiarmente, una época de irreverencia, y como consecuencia, el espíritu de
anarquía, que no admite restricciones y que desea desechar todo lo que
interfiere con el curso libre de la voluntad propia, está envolviendo
rápidamente a la Tierra como un gigantesco maremoto. Los miembros de la
nueva generación son los ofensores más flagrantes, y en la decadencia y
desaparición de la autoridad parental tenemos el cierto precursor de la
abolición de la autoridad cívica. Por lo tanto, en vista de la creciente falta de
respeto por la ley humana y la negativa a “rendir honor a quien se debe
honor”, no nos debe sorprender que el reconocimiento de la majestad, la
autoridad, la Soberanía del Omnipotente legislador debería retroceder cada
vez más a un segundo plano, y las masas tienen cada vez menos paciencia
con aquellos que les insisten. Y las condiciones no mejorarán; en cambio, la
Palabra de Profecía más segura nos hace saber que irán de mal en peor.
Tampoco esperamos ser capaces de detener la marea: ya ha alcanzado
demasiada altura para eso. Todo lo que ahora esperanzadamente podemos
hacer es advertir a nuestros compañeros santos contra el espíritu de la época,
y así tratar de contrarrestar su influencia nefasta sobre ellos.
¿Quién está regulando los asuntos en esta tierra hoy en día, Dios o el
diablo? ¿Qué dicen las Escrituras? Si creemos en sus declaraciones claras y
positivas, no queda espacio para la incertidumbre. Afirman, una y otra vez,
que Dios está en el trono del universo; que el cetro está en sus manos; que Él
está dirigiendo todas las cosas “según el consejo de su propia voluntad”. No
solo afirman que Dios creó todas las cosas, sino también que Dios gobierna y
reina sobre todas las obras de sus manos. Afirman que Dios es el
“Todopoderoso”, que su voluntad es irreversible, que es soberano absoluto en
cada esfera de todos sus vastos dominios. Y con seguridad debe ser así. Solo
dos alternativas son posibles: Dios debe gobernar o ser gobernado; controlar,
o ser controlado; lograr su propia voluntad, o ser frustrado por sus criaturas.
Aceptando el hecho de que Él es el “Altísimo”, el único Soberano y Rey de
reyes, investido de perfecta sabiduría y poder ilimitado, y la conclusión es
irresistible: que Él debe ser Dios tanto de hecho como de nombre.
Es en vista de lo que hemos mencionado brevemente líneas arriba, que
decimos: Las condiciones actuales piden a gritos un nuevo examen y una
nueva presentación de la omnipotencia de Dios, la suficiencia de Dios, la
soberanía de Dios. Desde cada púlpito en la tierra, es necesario proclamar con
voz tronante, que Dios todavía vive, que Dios aún observa, que Dios todavía
reina. La fe está ahora en el crisol, está siendo probada por el fuego, y no hay
un lugar de descanso fijo y suficiente para el corazón y la mente, sino en el
Trono de Dios. Lo que se necesita ahora, más que nunca, es una presentación
constructiva, positiva y completa de la Divinidad de Dios. Las enfermedades
drásticas requieren remedios drásticos. La gente está cansada de vanas
repeticiones y meras generalizaciones; el llamado es por algo definido y
específico. El jarabe calmante puede servir para los niños malhumorados,
pero un tónico de hierro es más adecuado para los adultos, y no sabemos de
algo que esté más calculado para infundir vigor espiritual en nuestras
estructuras que la aprehensión escritural del carácter completo de Dios. Está
escrito, “el pueblo que conoce a su Dios se esforzará y actuará.” (Daniel
11:32).
Sin duda, una crisis mundial se avecina, y los hombres están alarmados
por doquier. ¡Pero Dios no lo está! Él nunca es tomado por sorpresa. No es
una emergencia inesperada que ahora le confronta, porque Él es Aquel que
“hace todas las cosas según el designio de su voluntad” (Efesios 1:11). Por lo
tanto, aunque el mundo está aterrorizado, la palabra para el creyente es: “¡No
temas!” “Todas las cosas” están sujetas a su control inmediato: “todas las
cosas” se mueven de acuerdo con su propósito eterno, y por lo tanto “todas
las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son
llamados”. Debe ser así, porque “de él, y por él, y para él, son todas las
cosas”. (Romanos 11:36). Sin embargo, ¡cuán poco es sabido esto hoy,
incluso por el pueblo de Dios! Muchos suponen que Él es poco más que un
Espectador lejano, que no toma parte inmediata en los asuntos de la tierra. Es
cierto que el hombre está dotado de poder, pero Dios es todopoderoso. Es
cierto que, hablando en términos generales, el mundo material está regulado
por la ley, pero detrás de esa ley está el dador y el administrador de la ley. El
hombre no es más que la criatura. Dios es el Creador, y por eras eternas antes
de que el hombre viese por primera vez la luz, “el Dios Todo-poderoso”
(Isaías 9: 6) ya existía, y antes de que el mundo fuese fundado, hizo sus
planes; y siendo infinito en poder, y el hombre solo finito, su propósito y plan
no pueden ser resistidos o frustrados por las criaturas de sus propias manos.
Reconocemos de buena gana que la vida es un problema profundo y que
estamos rodeados de misterio por todos lados; pero no somos como las
bestias del campo, ignorantes de su origen e inconscientes de lo que está
delante de ellas. No: “Tenemos también la palabra profética más segura, a la
cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar
oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros
corazones” (2 Pedro 1:19). Y es a esta Palabra de Profecía a la que, de hecho,
hacemos bien en “estar atentos”; a esa Palabra que no tuvo su origen en la
mente del hombre sino en la Mente de Dios, “porque nunca la profecía fue
traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron
siendo inspirados[2] por el Espíritu Santo”. Decimos otra vez, es a esta
“Palabra” que hacemos bien en estar atentos. Cuando vamos a esta Palabra y
recibimos instrucciones, descubrimos un principio fundamental que debe
aplicarse a cada problema: en lugar de comenzar con el hombre y su mundo y
desde allí retroceder hacia Dios, debemos comenzar con Dios y desde este
punto descender hasta el hombre. “¡En el principio Dios!”. Aplica este
principio a la situación actual. Comience con el mundo tal como es hoy y
trate de regresar a Dios, y todo parecerá mostrar que Dios no tiene ninguna
conexión con el mundo en absoluto. Pero comience con Dios y luego
descienda al mundo, y luz, mucha luz, es arrojada sobre el problema. Debido
a que Dios es santo, su ira arde contra el pecado; puesto que Dios es justo,
Sus juicios caen sobre los que se rebelan contra él; como Dios es fiel, se
cumplen las solemnes amenazas de Su Palabra; ya que Dios es omnipotente,
nadie puede resistirlo con éxito, y menos aún invalidar su consejo; y porque
Dios es omnisciente, ningún problema puede dominarlo y ninguna dificultad
puede desconcertar su sabiduría. Es solo porque Dios es Quien es y lo Que
es, que ahora estamos contemplando en la tierra lo que vemos: el comienzo
de sus juicios derramados: en vista de su justicia inflexible y santidad
inmaculada, no podríamos esperar nada más que lo que ahora se despliega
ante nuestros ojos.
No obstante, que se diga con agudo énfasis: que el corazón solo puede
descansar y disfrutar la bendita verdad de la Soberanía absoluta de Dios
cuando la fe está en ejercicio. La fe siempre está ocupada con Dios. Ese es el
carácter de ella; eso es lo que la diferencia de la teología intelectual. La fe
persiste “como viendo al Invisible” (Hebreos 11:27): soporta las desilusiones,
las dificultades y las angustias dolorosas de la vida pues reconoce que todo
proviene de la mano de Aquel que es demasiado sabio para equivocarse y
demasiado amoroso para ser cruel. Pero mientras estemos ocupados con
cualquier otro objeto que no sea Dios mismo, no habrá descanso para el
corazón ni paz para la mente. Sin embargo, cuando recibimos todo lo que
entra a nuestras vidas como de Su mano, entonces, sin importar cuáles sean
nuestras circunstancias o nuestro entorno, ya sea en un cobertizo, en una
prisión o en una estaca de mártir, estaremos capacitados para decir: “Las
cuerdas me cayeron en lugares deleitosos,” (Salmos 16: 6). Pero ese es el
lenguaje de la fe, no de la vista o de los sentidos.
Pero si en lugar de inclinarnos ante el testimonio de la Sagrada Escritura,
si en vez de caminar por fe, seguimos la evidencia de nuestros ojos y
razonamos de ello, caeremos en un atolladero de ateísmo virtual. O, si somos
regulados por las opiniones y puntos de vista de los demás, la paz habrá
llegado a su fin. Aunque se concede que en este mundo hay mucho del
pecado y sufrimiento que nos aterra y entristece; dado que hay mucho en los
tratamientos providenciales de Dios que nos asustan y nos asombran; esa no
es la razón por la que debamos unirnos con el mundo incrédulo que dice: “Si
yo fuera Dios, no permitiría o toleraría eso”, etc. Mucho mejor, en presencia
de un misterio desconcertante, decir como alguien de la antigüedad,
“enmudecí, no abrí mi boca, porque tú lo hiciste” (Sal 39: 9). La Escritura
nos dice que los juicios de Dios son “insondables”, y que sus caminos
“inescrutables” (Romanos 11:33). Debe ser así si la fe ha de probarse, la
confianza en Su sabiduría y justicia han de fortalecerse, y la sumisión a Su
santa voluntad ha de fomentarse.
Aquí está la diferencia fundamental entre el hombre de fe y el hombre de
incredulidad. El incrédulo es “del mundo”, juzga todo según los estándares
mundanos, ve la vida desde el punto de vista del tiempo y de los sentidos, y
pesa todo en las balanzas de su propia creación carnal. Pero el hombre de fe
involucra a Dios, mira todo desde Su punto de vista, estima los valores según
los estándares espirituales, y ve la vida a la luz de la eternidad. Al hacer esto,
recibe todo lo que proviene de la mano de Dios. Al actuar así, su corazón está
tranquilo en medio de la tormenta. Al hacerlo, “se regocija en la esperanza de
la gloria de Dios”.
En estos párrafos iniciales hemos indicado las líneas de pensamiento
seguidas en este libro. Nuestro primer postulado es que, como Dios es Dios,
Él hace lo que le place, solo lo que le place, siempre cuando le plazca; que su
gran preocupación es el cumplimiento de su beneplácito y la promoción de
Su propia gloria; que Él es el Ser Supremo, y por lo tanto el Soberano del
universo. Comenzando con este postulado, hemos contemplado el ejercicio
de la Soberanía de Dios, primero en la Creación, segundo en la
Administración Gubernamental sobre las obras de Sus manos, tercero en la
Salvación de Sus propios elegidos, cuarto en la Reprobación de los malvados,
y quinto en la Operación sobre y entre los hombres. A continuación, hemos
visto la Soberanía de Dios en lo que se refiere a la Voluntad humana en
particular y la Responsabilidad humana en general, y hemos tratado de
mostrar cuál es la única actitud que la criatura debe adoptar en vista de la
majestad del Creador. Se ha apartado un capítulo para considerar algunas de
las dificultades que están involucradas y para responder a las preguntas que
probablemente surjan en la mente de nuestros lectores; mientras que un
capítulo se ha dedicado a un examen más cuidadoso pero breve de la
soberanía de Dios en relación con la oración. Finalmente, hemos tratado de
mostrar que la Soberanía de Dios es una verdad revelada en las Escrituras
para el consuelo de nuestros corazones, el fortalecimiento de nuestras almas y
la bendición de nuestras vidas. Una debida aprehensión de la Soberanía de
Dios promueve el espíritu de adoración, proporciona un incentivo para la
piedad práctica e inspira celo en el servicio. Es profundamente humillante
para el corazón humano, pero en proporción al grado en que arroja al hombre
al polvo ante su Creador, hasta ese punto Dios es glorificado.
Somos muy conscientes de que lo que hemos escrito está en abierta
oposición a muchas de las enseñanzas que están vigentes tanto en la literatura
religiosa como en los púlpitos representativos de muchos lugares.
Concedemos libremente que el postulado de la Soberanía de Dios con todos
sus corolarios está en directa discrepancia con las opiniones y pensamientos
del hombre natural, pero la verdad es que somos bastante incapaces de pensar
en estos asuntos: somos incompetentes para formar una estimación apropiada
del carácter y los caminos de Dios, y es por eso que Dios nos ha dado una
revelación de Su mente, y en esa revelación declara claramente: “mis
pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis
caminos, dice Jehová. Porque como los cielos son más altos que la tierra, así
son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más
que vuestros pensamientos”. (Isaías 55: 8, 9). En vista de esta Escritura, es de
esperar que gran parte del contenido de la Biblia entre en conflicto con los
sentimientos de la mente carnal, que es enemistad contra Dios. Nuestra
apelación entonces no es a las creencias populares del momento, ni a los
credos de las iglesias, sino a la Ley y al Testimonio de Jehová. Todo lo que
pedimos es un examen imparcial y atento de lo que hemos escrito, y que se
haga en oración a la luz de la Lámpara de la Verdad. Quiera el lector tener en
cuenta esta amonestación divina: “examinadlo todo; retened lo bueno” (1
Tesalonicenses 5:21).
CAPÍTULO UNO
LA SOBERANÍA DE DIOS DEFINIDA
“Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el
honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas.
Tuyo, oh Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos” (1 Crónicas
29:11).
La Soberanía de Dios es una expresión que una vez fue generalmente
entendida. Fue una frase comúnmente utilizada en la literatura religiosa. Fue
un tema frecuentemente expuesto en el púlpito. Fue una verdad que trajo
consuelo a muchos corazones, y le dio virilidad y estabilidad al carácter
cristiano. Pero, hoy en día, mencionar a la Soberanía de Dios es, en muchos
lugares, hablar en una lengua desconocida. Si anunciáramos desde el púlpito
promedio que el tema de nuestro discurso sería la Soberanía de Dios, sonaría
como si hubiéramos tomado prestada una frase de una de las lenguas muertas.
¡Qué infortunio! que tenga que ser así. ¡Cuán desafortunado! que la doctrina,
que es la clave de la historia, el intérprete de la Providencia, la urdimbre y
trama de la Escritura, y el fundamento de la teología cristiana, tenga que ser
tan tristemente descuidada y tan poco comprendida.
La soberanía de Dios. ¿Qué queremos decir con esta expresión?
Queremos decir la supremacía de Dios, la realeza de Dios, la divinidad de
Dios. Decir que Dios es soberano es declarar que Dios es Dios. Decir que
Dios es Soberano es declarar que Él es el Altísimo, que “él hace según su
voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay
quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?” (Daniel 4:35). Decir que
Dios es Soberano es declarar que Él es el Todopoderoso, el Poseedor de todo
el poder en el Cielo y la tierra, para que ninguno pueda vencer Sus consejos,
frustrar Su propósito o resistir Su voluntad (Sal. 115: 3). Decir que Dios es
soberano es declarar que Él es “El Gobernante de las naciones” (Sal 22:28),
que establece reinos, derroca imperios y determina el curso de las dinastías
que más le agradan. Decir que Dios es soberano es declarar que Él es el
“Único Soberano, el Rey de reyes y Señor de señores” (1 Timoteo 6:15). Tal
es el Dios de la Biblia.
¡Cuán diferente es el Dios de la Biblia del Dios de la cristiandad
moderna! La concepción de la Deidad que prevalece más ampliamente hoy
en día, incluso entre aquellos que profesan prestar atención a las Escrituras,
es una caricatura miserable, una parodia blasfema de la Verdad. El Dios del
siglo XX es un ser desvalido y afeminado que no merece el respeto de ningún
hombre realmente considerado. El Dios de la mente popular es la creación del
sentimentalismo llorón. El Dios de muchos púlpitos de hoy es un objeto de
compasión más bien que de una reverencia que inspira asombro. Decir que
Dios el Padre se ha propuesto la salvación de toda la humanidad, que Dios el
Hijo murió con la intención expresa de salvar a toda la raza humana, y que
Dios el Espíritu Santo ahora está tratando de ganar el mundo para Cristo;
cuando, como una cuestión de observación común, es evidente que la gran
mayoría de nuestros semejantes están muriendo en el pecado y pasando a una
eternidad sin esperanza, es sostener que Dios el Padre está decepcionado, que
Dios el Hijo está insatisfecho, y que Dios el Espíritu Santo está derrotado.
Hemos declarado el problema sin rodeos, pero no se puede escapar de la
conclusión. Argumentar que Dios está “haciendo lo mejor que puede” para
salvar a toda la humanidad, pero que la mayoría de los hombres no permitirá
que Él los salve, es insistir en que la voluntad del Creador es impotente, y que
la voluntad de la criatura es omnipotente. Echarle la culpa al diablo, como
hacen muchos, no elimina la dificultad, porque si Satanás está derrotando el
propósito de Dios, entonces, Satanás es Todopoderoso y Dios ya no es el Ser
Supremo.
Declarar que el plan original del Creador ha sido frustrado por el pecado
es destronar a Dios. Sugerir que Dios fue tomado por sorpresa en el Edén y
que ahora está tratando de remediar una calamidad imprevista, es degradar al
Altísimo al nivel de un mortal finito y errante. Argumentar que el hombre es
un agente moral libre y el determinante de su propio destino, y que, por lo
tanto, tiene el poder de darle jaque mate a su Hacedor, es despojar a Dios del
atributo de Omnipotencia. Decir que la criatura ha reventado los límites
asignados por su Creador, y que Dios es ahora prácticamente un espectador
impotente ante el pecado y el sufrimiento que conlleva la caída de Adán, es
repudiar la declaración expresa de la Sagrada Escritura, principalmente:
“Ciertamente la ira del hombre te alabará; tú reprimirás el resto de las iras”
(Salmos 76:10). En una palabra, negar la Soberanía de Dios es entrar en un
camino que, si se sigue hasta su término lógico, es llegar al mero ateísmo.
La Soberanía del Dios de las Escrituras es absoluta, irresistible, infinita.
Cuando decimos que Dios es soberano, afirmamos su derecho a gobernar el
universo, que Él ha creado para su propia gloria, tal como le place.
Afirmamos que Su derecho es el derecho del Alfarero sobre el barro, es decir,
que Él puede moldear esa arcilla en cualquier forma que Él elija, formando de
la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra. Afirmamos que Él
no está bajo ninguna regla o ley fuera de Su propia voluntad y naturaleza, que
Dios es ley para Sí mismo, y que Él no tiene la obligación de dar cuenta de
Sus asuntos a nadie.
La soberanía caracteriza todo el Ser de Dios. Él es soberano en todos sus
atributos. Él es soberano en el ejercicio de su poder. Lo ejerce como él
quiere, cuando quiere, donde quiere. Este hecho se evidencia en cada página
de las Escrituras. Por una larga temporada, ese poder parece estar dormido, y
luego se manifiesta en un poder irresistible. Faraón se atrevió estorbar la
salida de Israel a adorar a Jehová en el desierto, ¿qué pasó? Dios ejerció su
poder, su pueblo fue liberado y sus crueles capataces asesinados. Pero un
poco más tarde, los amalecitas se atrevieron a atacar a estos mismos israelitas
en el desierto, ¿y qué pasó? ¿Manifestó Dios su poder en esta ocasión y
mostró su mano como lo hizo en el Mar Rojo? ¿Estos enemigos de su pueblo
fueron rápidamente derrocados y destruidos? No, por el contrario, el Señor
juró que “tendría guerra contra Amalec de generación en generación”
(Éxodo 17:16). Una vez más, cuando Israel entró en la tierra de Canaán, el
poder de Dios se mostró con señales. La ciudad de Jericó impedía su avance,
¿qué pasó? Israel no hizo una reverencia ni dio un golpe: el Señor extendió su
mano y los muros se derrumbaron. ¡Pero el milagro nunca se repitió!
Ninguna otra ciudad cayó de esta manera. ¡Todas las otras ciudades tenían
que ser capturadas por la espada!
Se pueden mencionar muchos otros ejemplos que ilustran el ejercicio
soberano del poder de Dios. He aquí uno. Dios mostró su poder y David fue
liberado de Goliat, el gigante; las bocas de los leones fueron cerradas y
Daniel escapó ileso; los tres jóvenes hebreos fueron arrojados al horno de
fuego ardiente y salieron sin quemadura alguna, ni siquiera chamuscados.
Pero el poder de Dios no siempre se interpuso para la liberación de su
pueblo, porque leemos: “Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más
de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba,
muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de
ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados” (Hebreos 11:36, 37).
Pero, ¿por qué? ¿Por qué estos hombres de fe no fueron liberados como los
demás? O, ¿por qué los otros no sufrieron siendo asesinados como algunos de
estos? ¿Por qué debería el poder de Dios interponerse y rescatar a algunos y
no a los demás? ¿Por qué permitir que Esteban sea apedreado hasta la muerte
y luego liberar a Pedro de la cárcel?
Dios es soberano en la delegación de su poder a otros. ¿Por qué
Dios dotó a Matusalén de una vitalidad que le permitió sobrevivir a todos sus
contemporáneos? ¿Por qué Dios le impartió a Sansón una fuerza física que
ningún otro ser humano ha tenido jamás? De nuevo, está escrito: “Pero
acuérdate de Jehová tu Dios: porque él es el que te da poder para hacer las
riquezas” (Deuteronomio 8:18), pero Dios no confiere este poder a todos por
igual. ¿Por qué no? ¿Por qué les ha dado tal poder a hombres como Morgan,
Carnegie, Rockefeller? La respuesta a todas estas preguntas es: Porque Dios
es soberano, y siendo soberano, hace lo que le place.
Dios es soberano en el ejercicio de su misericordia.
Necesariamente, porque la misericordia está dirigida por la voluntad de
Aquel que muestra misericordia. La misericordia no es una legitimidad a la
que tiene derecho el hombre. La misericordia es ese atributo adorable de Dios
por el cual Él se compadece y libera a los infelices. Pero bajo el justo
gobierno de Dios, no hay miserable que no merezca serlo. Los objetos de
misericordia, entonces, son aquellos que son miserables, y toda miseria es el
resultado del pecado, por lo tanto, los miserables son merecedores de castigo,
no de misericordia. Hablar de merecer misericordia es una contradicción de
términos.
Dios otorga Sus misericordias a quien Él quiere y las retiene según su
beneplácito. Una ilustración notable de este hecho se ve en la forma en que
Dios respondió a las oraciones de dos hombres ofrecidas en circunstancias
muy similares. La sentencia de muerte fue sobre Moisés por un acto de
desobediencia, y él suplicó al Señor por un indulto. Pero, ¿fue su deseo
gratificado? No, Él le dijo a Israel: “Pero Jehová se había enojado contra mí a
causa de vosotros, por lo cual no me escuchó; y me dijo Jehová: Basta, no me
hables más de este asunto” (Deuteronomio 3:26). Ahora nótese el segundo
caso: “En aquellos días Ezequías cayó enfermo de muerte. Y vino a él el
profeta Isaías hijo de Amoz, y le dijo: Jehová dice así: Ordena tu casa, porque
morirás, y no vivirás. Entonces él volvió su rostro a la pared, y oró a Jehová y
dijo: te ruego, oh Jehová, te ruego que hagas memoria de que he andado
delante de ti en verdad y con íntegro corazón, y que he hecho las cosas que te
agradan. Y lloró Ezequías con gran lloro. Y antes que Isaías saliese hasta la
mitad del patio, vino palabra de Jehová a Isaías, diciendo: Vuelve, y di a
Ezequías, príncipe de mi pueblo: Así dice Jehová, el Dios de David tu padre:
Yo he oído tu oración, y he visto tus lágrimas; he aquí que yo te sano; al
tercer día subirás a la casa de Jehová. Y añadiré a tus días quince años” (2
Reyes 20: 1-6). Ambos hombres tenían la sentencia de muerte sobre sí
mismos, y ambos oraron fervorosamente al Señor por un indulto: el uno
escribió: “El Señor no quiso escucharme”, y murió; pero al otro se le dijo:
“He oído tu oración", y su vida fue preservada. ¡Qué ilustración y
ejemplificación de la verdad expresada en Romanos 9:15! “Pues a Moisés
dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré
del que yo me compadezca”.
El ejercicio soberano de la misericordia - compasión de Dios mostrada a
los infelices - se manifestó cuando Jehová se hizo carne y tabernaculó[3]
entre los hombres. Considérese una ilustración. Durante una de las fiestas de
los judíos, el Señor Jesús subió a Jerusalén. Llegó al estanque de Betesda
donde yacía “una gran multitud de gente enferma, ciega, coja, paralítica,
esperando el movimiento del agua”. Entre esta “gran multitud” había “un
hombre que tenía una enfermedad de treinta y ocho años” ¿Qué pasó?
“Cuando Jesús lo vio acostado, y supo que llevaba ya mucho tiempo así, le
dijo: ¿Quieres ser sano? Señor, le respondió el enfermo, no tengo quien me
meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro
desciende antes que yo. Jesús le dijo: Levántate, toma tu lecho, y anda. Y al
instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo” (Juan 5: 3-9).
¿Por qué este hombre fue escogido de entre todos los demás? No se nos dice
que haya clamado: “Señor, ten misericordia de mí”. No hay una palabra en la
narración que indique que este hombre poseía alguna cualificación que lo
facultara para recibir un favor especial. Este fue un caso del ejercicio
soberano de Divina misericordia, porque era igual de fácil para Cristo sanar a
toda esa “gran multitud” como a este “cierto hombre”. Pero no lo hizo.
Extendió su poder y alivió la miseria de este sufriente particular, y por alguna
razón conocida solo por Él mismo, se rehusó a hacer lo mismo por los demás.
Nuevamente decimos, ¡qué ilustración y ejemplo de Romanos 9:15! “Tendré
misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me
compadezca”.
Dios es soberano en el ejercicio de Su amor. ¡Oh! Esa es una
palabra dura, ¿quién puede recibirla? Escrito está, “No puede el hombre
recibir nada, si no le fuere dado del cielo” (Juan 3:27). Cuando decimos que
Dios es soberano en el ejercicio de su amor, queremos decir que ama a quien
elige. Dios no ama a todos[4]; si lo hiciera, amaría al diablo. ¿Por qué Dios
no ama al diablo? Porque no hay nada en él que amar; porque no hay nada en
él que atraiga el corazón de Dios. Tampoco hay nada que atraiga el amor de
Dios en ninguno de los hijos caídos de Adán, porque todos ellos son, por
naturaleza, “hijos de ira” (Efesios 2: 3). Si entonces no hay nada en ningún
miembro de la raza humana que atraiga el amor de Dios, y si, a pesar de eso,
sí ama a algunos, se sigue necesariamente que la causa de su amor debe
encontrarse en Sí mismo, que es solo otra forma de decir que el ejercicio del
amor de Dios hacia los hijos caídos de los hombres es conforme a su
beneplácito.
En el análisis final, el ejercicio del amor de Dios debe remontarse a Su
Soberanía o, de lo contrario, Él amaría por regla; y si Él amara por la regla,
entonces estaría bajo una ley de amor, y si Él está bajo una ley de amor,
entonces Él no es supremo, sino que está gobernado por la ley. “No
obstante”, se puede preguntar: “de seguro, ¿No niegas que Dios ama a toda la
familia humana?” Respondemos, escrito está, “a Jacob amé, pero a Esaú
aborrecí" (Romanos 9:13). Si luego Dios amó a Jacob y aborreció a Esaú, y
eso fue antes de nacer o de haber hecho bien o mal, entonces la razón de Su
amor no estaba en ellos, sino en Dios mismo.
Que el ejercicio del amor de Dios está de acuerdo con Su propio placer
Soberano también está claro en el lenguaje de Efesios 1: 3-5, donde leemos:
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo
con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos
escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y
sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser
adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su
voluntad ”. Fue en amor que Dios predestinó a sus escogidos “para ser
adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo”, para Sí mismo, “conforme”,
¿conforme a qué? ¿Conforme a alguna excelencia que el descubrió en ellos?
No. Nótese con cuidado la respuesta inspirada: “según el puro afecto de Su
voluntad”.
Somos conscientes del hecho de que los hombres han inventado la
distinción entre el amor de complacencia de Dios y su amor de compasión,
pero esto es una invención pura y simple. La Escritura califica esta última
como la “conmiseración” de Dios (véase Mateo 18:33 y Lucas 6:35): “él es
benigno para con los ingratos y malos”.
Dios es soberano en el ejercicio de su gracia. Esto por necesidad,
porque la gracia es el favor mostrado a los que no lo merecen, sí, para los
merecedores del Infierno. La gracia es la antítesis de la justicia. La justicia
exige la aplicación imparcial de la ley. La justicia requiere que cada uno
reciba lo que es debido legítimamente, ni más ni menos. La justicia no otorga
favores y no hace acepción de personas. La justicia, como tal, no muestra
conmiseración alguna y no conoce misericordia. Pero después de que la
justicia se ha satisfecho por completo, fluye la gracia. La gracia divina no se
ejerce a expensas de la justicia, sino que “la gracia reina por la justicia”
(Romanos 5:21), y si la gracia “reina”, entonces es la gracia Soberana.
La gracia ha sido definida como el favor inmerecido de Dios[5]; y si
inmerecido, ninguno puede reclamarlo como su derecho inalienable. Si la
gracia es no ganada e inmerecida, nadie tiene derecho a ella. Si la gracia es
un regalo, entonces nadie puede exigirla. Por lo tanto, como la salvación es
por gracia el obsequio de Dios, entonces Él la otorga a quien le place. Debido
a que la salvación es por gracia, el mismísimo mayor de los pecadores no está
más allá del alcance de la misericordia Divina. Debido a que la salvación es
por gracia, la jactancia queda excluida y Dios obtiene toda la gloria.
El ejercicio Soberano de la gracia se ilustra en casi todas las páginas de
las Escrituras. A los gentiles se les deja caminar en sus propios caminos,
mientras que Israel se convierte en el pueblo del pacto de Jehová. Ismael, el
primogénito, es arrojado relativamente sin bendición, mientras que Isaac, el
hijo de la vejez de sus padres, es hecho el hijo de la promesa. A Esaú, el
corazón generoso y espíritu perdonador, se le niega la bendición, aunque la
procuró con lágrimas, mientras que el gusano de Jacob recibe la herencia y se
convierte en una vasija de honor. También en el Nuevo Testamento. La
verdad divina está oculta de los sabios y prudentes, pero se revela a los niños.
A los fariseos y saduceos se les deja seguir su propio camino, mientras que
los publicanos y las rameras se sienten atraídos por las cuerdas del amor. De
manera notable, la gracia divina fue ejercida en el momento del nacimiento
del Salvador.
La encarnación del Hijo de Dios fue uno de los eventos más grandes en la
historia del universo, y sin embargo, su ocurrencia real no se dio a conocer a
toda la humanidad; en cambio, fue revelada especialmente a los pastores y
sabios de Belén del oriente. Y esto fue profético e indicativo de todo el curso
de esta dispensación, porque aún hoy Cristo no es conocido por todos.
Hubiera sido fácil para Dios haber enviado una compañía de ángeles a cada
nación y haber anunciado el nacimiento de su Hijo. Pero él no lo hizo. Dios
podría haber atraído fácilmente la atención de toda la humanidad hacia la
“estrella”; pero él no lo hizo. ¿Por qué? Porque Dios es soberano y dispensa
sus favores como le plazca. Nótese particularmente las dos clases a quienes
se dio a conocer el nacimiento del Salvador, a saber, las clases más
improbables: pastores analfabetos y paganos de un país lejano. ¡Ningún ángel
se presentó ante el Sanedrín y anunció el advenimiento del Mesías de Israel!
¡Ninguna “estrella” se apareció a los escribas y abogados cuando ellos, en su
orgullo y auto-justificación, escudriñaban las Escrituras! Buscaron
diligentemente para descubrir dónde debería nacer, y aun así no se les dio a
conocer cuándo en realidad había venido. ¡Qué despliegue de Soberanía
Divina: los pastores analfabetos escogidos para un honor peculiar, y los
eruditos y eminentes pasados por alto! ¿Y por qué fue revelado el nacimiento
del Salvador a estos extranjeros, y no a aquellos en cuyo seno nació? Véase
en esto una maravillosa prefiguración de los tratos de Dios con nuestra raza a
lo largo de toda la dispensación cristiana: Soberano en el ejercicio de su
gracia, otorgando sus favores a quien le plazca, a menudo a los más
improbables e indignos.
Se nos ha indicado que la Soberanía de Dios fue mostrada con señal en
Su escogencia del lugar donde nació Su Hijo. ¡No a Grecia ni a Italia vino el
Señor de la Gloria, sino a la insignificante tierra de Palestina! No en
Jerusalén, la ciudad real, nació Emmanuel, sino en Belén, que era “pequeña
para estar entre las familias (pueblos y ciudades) de Judá” (Miqueas 5: 2). ¡Y
fue en la despreciada Nazaret que Él creció! Verdaderamente, los caminos de
Dios no son los nuestros.
CAPITULO DOS
LA SOBERANÍA DE DIOS EN LA CREACIÓN
“Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú
creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas”
(Apocalipsis 4:11).
Habiendo demostrado que la Soberanía caracteriza todo el Ser de Dios,
observemos ahora cómo marca todos Sus caminos y tratos.
En la gran extensión de la eternidad que se expande detrás de Génesis 1:
1, el universo no había nacido y la creación existía solo en la mente del gran
Creador. En Su soberana majestad, Dios habitaba solo. Nos referimos a ese
período muy distante antes de que se crearan los cielos y la tierra. Entonces
no había ángeles para cantar las alabanzas de Dios, ni criaturas para ocupar
Su atención, ni rebeldes para ser sometidos. El gran Dios estaba solo en
medio del espantoso Silencio de Su propio vasto universo. Sin embargo,
incluso en ese tiempo, si se le pudiera llamar tiempo, Dios era soberano. Él
podría crear o no crear de acuerdo con su propio beneplácito. Él podría crear
de esta manera o de aquella otra; Él podría crear un mundo o un millón de
mundos, ¿y quién estaba allí para resistir su voluntad? Podría llamar a la
existencia a un millón de criaturas diferentes y colocarlas en igualdad
absoluta, dándoles las mismas facultades y colocándolas en el mismo
entorno; o, Él podría crear un millón de criaturas, cada una diferente de las
demás, y que no poseyeran nada en común salvo su condición de criaturas, ¿y
quién estaba allí para desafiar su derecho? Si Él estuviera tan agradado,
podría hacer que existiera un mundo tan inmenso que sus dimensiones
estuvieran completamente más allá de la computación finita; y si estuviera
tan dispuesto, podría crear un organismo tan pequeño que solo el microscopio
más poderoso podría revelar su existencia a los ojos humanos. Fue su derecho
soberano el crear, por un lado, los serafines exaltados para volar como llama
alrededor de su trono, y por otro lado, el pequeño insecto que muere en la
misma hora en que nace. Si el Dios poderoso eligió tener una vasta
gradación en Su universo, desde el serafín más elevado al reptil rastrero,
desde mundos giratorios a átomos flotantes, desde el macrocosmos al
microcosmos, en lugar de hacer todo uniforme, ¿quién estaba allí para
cuestionar Su placer soberano?
Contemplen entonces el ejercicio de la Soberanía Divina mucho antes de
que el hombre haya visto la luz. ¿Quién aconsejó a Dios en la creación y
disposición de Sus criaturas? Observen a los pájaros volar por el aire, a las
bestias que deambulan por la tierra, a los peces que nadan en el mar, y luego
pregúntense: ¿Quién fue el que los diferenció? ¡No fue su Creador quien
asignó Soberanamente sus diversas ubicaciones y adaptaciones a ellas!
Dirijan su mirada a los cielos y observen los misterios de la Soberanía
Divina que confronta al contemplador pensativo: “Una es la gloria del sol,
otra la gloria de la luna, y otra la gloria de las estrellas, pues una estrella es
diferente de otra en gloria” (1 Corintios 15:41). Pero ¿por qué deberían ser
así? ¿Por qué debería el sol ser más glorioso que todos los otros planetas?
¿Por qué debería haber estrellas de la primera magnitud y otras de la
décima[6]? ¿Por qué tales desigualdades asombrosas? ¿Por qué algunos de
los cuerpos celestes deben estar situados más favorablemente que otros en
relación con el sol? ¿Y por qué debería haber “estrellas fugaces”, estrellas
que caen, “estrellas errantes” (Judas 13), en una palabra, estrellas en ruinas?
Y la única respuesta posible es: “por [Su] voluntad existen y fueron creadas”
(Ap. 4:11).
Volvamos ahora a nuestro planeta ¿Por qué dos tercios de su superficie
deben estar cubiertos de agua y por qué gran parte de su tercio restante no
sería apto para el cultivo o la habitación de humanos? ¿Por qué debe haber
grandes extensiones de marismas, desiertos y glaciares? ¿Por qué hay países
que deben ser topográficamente tan inferiores a otros? ¿Por qué debería uno
ser fértil, y otro casi estéril? ¿Por qué uno debe ser rico en minerales y otro
no? ¿Por qué debe el clima de uno ser agradable y saludable, y el de otro
desagradable e insalubre? ¿Por qué debe uno abundar en ríos y lagos, y otro
estar casi desprovisto de ellos? ¿Por qué debe uno estar constantemente
preocupado por los terremotos, y otro estar casi completamente libre de ellos?
¿Por qué? Porque así le plació al Creador y sustentador de todas las cosas.
Miren el reino animal y noten la maravillosa variedad. ¿Qué comparación
es posible entre el león y el cordero, el oso y el cabrito, el elefante y el ratón?
Algunos, como el caballo y el perro, están dotados de gran inteligencia;
mientras que otros, como ovejas y cerdos, están casi desprovistos de ella.
¿Por qué? Algunos están diseñados para ser bestias de carga, mientras que
otros disfrutan de una vida de libertad. Pero, ¿por qué la mula y el burro
deben ser encadenados a una vida de trabajo pesado mientras que el león y el
tigre pueden vagar por la jungla a su gusto? Algunos son aptos para ser
consumidos, otros no; algunos son hermosos, otros feos; algunos están
dotados de gran fortaleza, otros son bastante indefensos; algunos son ágiles
de pies, otros apenas pueden arrastrarse, contrástese la liebre y la tortuga;
algunos son útiles para el hombre, otros parecen carecer de valor; algunos
viven durante siglos, otros unos pocos meses como máximo; algunos son
dóciles, otros feroces. Pero, ¿por qué todas estas variaciones y diferencias?
Lo que es cierto de los animales es igualmente cierto para las aves y los
peces.
Pero consideren ahora el reino vegetal. ¿Por qué las rosas tienen espinas y
los lirios crecen sin ellas? ¿Por qué debe una flor emitir un aroma fragante y
otra no tener ninguno? ¿Por qué un árbol debe dar fruto que sea sano y otro
que sea venenoso? ¿Por qué debe un vegetal ser capaz de soportar las heladas
y otra marchitarse debajo de ellas? ¿Por qué un árbol de manzanas debe estar
cargado de frutas, y otro árbol de la misma edad y en el mismo huerto ser casi
estéril? ¿Por qué debe una planta florecer una docena de veces en un año y
otra dar flórez sino una vez cada siglo? Verdaderamente, “Todo lo que
Jehová [quiso, lo hizo], en los cielos y en la tierra, en los mares y en todos
los abismos” (Salmo 135: 6).
Consideren las huestes angelicales. Seguramente quisiéramos encontrar
uniformidad aquí. Pero no; allí, como en todas partes, se muestra el mismo
placer soberano del Creador. Algunos tienen un rango más alto que otros; hay
unos más poderosos que otros; tenemos aquellos que están más cerca de Dios
que otros. La Escritura revela una gradación determinada y bien definida en
los órdenes angélicos. Desde arcángel, pasamos a serafines y querubines,
luego a “principados y potestades” (Efesios 3:10), y de principados y
potestades a “gobernadores” (Efesios 6:12), y después a los mismos ángeles,
e incluso entre ellos leemos acerca de “los ángeles elegidos” (1 Timoteo
5:21). Nuevamente preguntamos: ¿Por qué esta desigualdad, esta diferencia
de rango y orden? Y todo lo que podemos decir es: “Nuestro Dios está en los
cielos; todo lo que quiso ha hecho” (Sal. 115: 3).
Si entonces vemos la Soberanía de Dios desplegada a lo largo de toda la
creación, ¿por qué debería pensarse que es algo extraño si lo vemos operar en
medio de la familia humana? ¿Por qué se piensa que es extraño si a Dios le
agrada dar cinco talentos a uno y a otro solo un talento? ¿Por qué se piensa
que es extraño si uno nace con una constitución robusta y otro de los mismos
padres es frágil y enfermizo? ¿Por qué se piensa que es extraño si Abel es
cortado en su mejor momento, mientras que Caín sufre el vivir durante
muchos años? ¿Por qué debería pensarse que es extraño el que algunos deban
nacer negros y otros blancos; que algunos nazcan idiotas y otros con altas
dotes intelectuales; que unos nazcan constitucionalmente aletargados y otros
llenos de energía; que algunos nazcan con un temperamento centrados en sí
mismos, fogosos, egoístas, y otros que sean naturalmente auto-sacrificados,
sumisos y mansos? ¿Por qué se piensa que es extraño que algunos sean
calificados por naturaleza para dirigir y gobernar, mientras que otros solo
estén capacitados para seguir y servir? La herencia y el medio ambiente no
pueden explicar todas estas variaciones y desigualdades. No, es Dios quien
hace que uno se diferencie de otro. ¿Por qué debe hacerlo así? “Aun así debe
ser nuestra respuesta: Padre, porque así te pareció que era bueno delante de
tus ojos”.
Aprendan entonces esta verdad básica, que el Creador es Soberano
absoluto, ejecutando su propia voluntad, realizando su propio placer y
considerando nada más que su propia gloria. “Todas las cosas ha hecho
JEHOVÁ PARA SÍ MISMO” (Prov. 16: 4). ¿Y no tenía él un derecho perfecto
para hacerlo? Dado que Dios es Dios, ¿quién se atreve a desafiar su
prerrogativa? Murmurar contra Él es rebelión de rango. Cuestionar sus
caminos es impugnar su sabiduría. Criticarlo es pecado del tinte más
profunde. ¿Hemos olvidado quién es él? He aquí, “Como nada son todas las
naciones delante de él; y en su comparación serán estimadas en menos que
nada, y que lo que no es. ¿A qué, pues, haréis semejante a Dios?” (Isaías
40:17, 18).
CAPÍTULO TRES
LA SOBERANÍA DE DIOS EN LA
ADMINISTRACIÓN
“Jehová estableció en los cielos su trono, y Su reino domina sobre todos”
(Salmos 103: 19)
En primer lugar, una palabra en cuanto a la necesidad de que Dios
gobierne el mundo material. Supongamos lo opuesto por un momento. En
aras de la argumentación, digamos que Dios creó el mundo, diseñó y fijó
ciertas leyes (que los hombres llaman “las leyes de la naturaleza”), y que
luego se retiró, dejando al mundo a su suerte y la operación de estas leyes. En
tal caso, deberíamos tener un mundo sobre el cual no hubiera un Gobernador
inteligente y presidente, un mundo controlado por nada más que leyes
impersonales, un concepto digno del materialismo burdo y simple ateísmo.
Pero, digo, supongamos por un momento; y a la luz de tal suposición,
sopesen bien la siguiente pregunta: ¿Qué garantía tenemos de que algún día
antes que pase mucho tiempo el mundo no será destruido? Una observación
muy superficial de “las leyes de la naturaleza” revela el hecho de que no son
uniformes en su funcionamiento. La prueba de esto se ve en el hecho de que
no hay dos estaciones iguales. Si las leyes de la naturaleza son irregulares en
sus operaciones, ¿qué garantía tenemos contra una terrible catástrofe que
golpee nuestra tierra? “El viento sopla de donde quiere” (se complace en), lo
que significa que el hombre no puede dominarlo ni obstaculizarlo. Algunas
veces, el viento sopla con gran furia, y es posible que repentinamente se
acumule en volumen y velocidad hasta que se convierte en un huracán en
toda su extensión. Si no hay nada más que las leyes de la Naturaleza que
regulan el viento, entonces, tal vez mañana, ¡puede llegar un tornado terrible
y barrer todo en la superficie de la tierra! ¿Qué seguridad tenemos contra tal
calamidad? De nuevo; en los últimos años hemos escuchado y leído mucho
acerca de las nubes que se revientan e inundan distritos enteros, causando
estragos terribles: destrucción de la propiedad y la vida. El hombre está
indefenso ante ellas, ya que la ciencia no puede idear medios para evitar que
las nubes rebosen. Entonces, ¿cómo sabemos que estas nubes rebosantes no
se multiplicarán indefinidamente y que toda la tierra se verá inundada por el
aguacero? Esto no sería nada nuevo: ¿por qué no se debe repetir el Diluvio de
Noé? ¿Y qué hay de los terremotos? Cada pocos años una isla o una gran
ciudad es azotada por uno de ellos, y ¿qué puede hacer el hombre? ¿Dónde
está la garantía de que antes que pase mucho tiempo un terremoto gigantesco
no destruirá el mundo entero? La ciencia nos dice que hay grandes fuegos
subterráneos que arden bajo la corteza comparativamente delgada de nuestra
tierra. ¿Cómo sabemos qué estos fuegos no estallarán repentinamente y
consumirán todo nuestro globo? Seguramente, el lector ahora ve el punto al
que queremos llegar: niéguese que Dios gobierna la materia, niéguese que Él
“sustenta todas las cosas con la palabra de su poder” (Hebreos 1: 3), y ¡todo
sentido de seguridad desaparecerá!
Sigamos un curso similar de razonamiento en relación con la raza
humana. ¿Está Dios gobernando este mundo nuestro? ¿Está dando forma a
los destinos de las naciones, controlando el curso de los imperios,
determinando los límites de las dinastías? ¿Ha prescrito los límites de los
malhechores, diciendo: Hasta aquí irás y no más? Supongamos lo opuesto por
un momento. Asumamos que Dios ha entregado el timón en la mano de sus
criaturas y veamos a dónde nos conduce tal suposición. Como hipótesis
diremos que cada hombre ingresa a este mundo dotado de una voluntad que
es absolutamente libre, y que es imposible obligarlo o incluso forzarlo sin
destruir su libertad. Digamos que todo hombre posee un conocimiento de lo
correcto y lo incorrecto, que tiene el poder de elegir entre ellos, y que se le
deja completamente libre para hacer su propia elección y seguir su propio
camino. Luego, ¿qué? Entonces se deduce que el hombre es soberano, porque
hace lo que le place y es el arquitecto de su propia ventura. Pero en tal caso
no podemos tener seguridad de que antes de que pase un tiempo todo hombre
rechace lo bueno y elija el mal. En tal caso, no tenemos ninguna garantía
contra toda la raza humana que comete un suicidio moral. Dejen que se
eliminen todas las restricciones divinas y se deje al hombre absolutamente
libre, y todas las distinciones éticas desaparecerían inmediatamente, el
espíritu de la barbarie prevalecería universalmente, y el pandemonio reinaría
supremo. ¿Por qué no? Si una nación depone sus gobernantes y repudia su
constitución, ¿qué hay para evitar que todas las naciones hagan lo mismo?
Si hace poco más de un siglo por las calles de París corría la sangre de los
alborotadores, ¿qué seguridad tenemos de que antes de que finalice el
presente siglo cada ciudad en todo el mundo no será testigo de una visión
similar? ¿Qué hay para obstaculizar el desenfreno mundial y la anarquía
universal? Por lo tanto, hemos tratado de mostrar la necesidad, la necesidad
imperiosa, de que Dios ocupe el Trono, tome al gobierno sobre Su hombro y
controle las actividades y los destinos de Sus criaturas.
Pero, ¿tiene el hombre de fe alguna dificultad para percibir el gobierno de
Dios sobre este mundo? ¿No discierne el ojo ungido, incluso en medio de
mucha aparente confusión y caos, la mano del Altísimo controlando y dando
forma a los asuntos de los hombres, incluso en las preocupaciones comunes
de la vida cotidiana? Tomemos por ejemplo a los agricultores y sus cultivos.
Supongamos que Dios los dejara solos: ¿qué les impediría, a uno y a todos,
cubrir con pastos sus tierras cultivables y dedicarse exclusivamente a la cría
de ganado y lechería? ¡En tal caso habría una hambruna mundial de trigo y
maíz! Consideren el trabajo de la oficina de correos. Supongamos que todo el
mundo decidiera escribir cartas solo los lunes, ¿podrían las autoridades lidiar
con el correo los martes?, y ¿cómo ocuparían su tiempo el resto de la
semana? Así que de nuevo con los tenderos. ¿Qué pasaría si cada ama de
casa hiciera sus compras el miércoles y se quedara en casa el resto de la
semana? No obstante, en lugar de que sucedan tales cosas, los agricultores de
diferentes países crían ganado suficiente y cultivan suficiente grano de
diversos tipos para satisfacer las necesidades casi incalculables de la raza
humana; los correos se distribuyen casi uniformemente durante los seis días
de la semana; y algunas mujeres compran el lunes, otras el martes, y así
sucesivamente. ¡Estas cosas no son evidencia clara de la mano dominante y
controladora de Dios!
Habiendo mostrado, en resumen, la imperiosa necesidad de que Dios
reine sobre nuestro mundo, observemos aún más el hecho de que Dios sí
gobierna, realmente gobierna, y que su gobierno se extiende y se ejerce sobre
todas las cosas y todas las criaturas.
1. DIOS GOBIERNA LA MATERIA INANIMADA.
Que Dios gobierna la materia inanimada, que la materia inanimada realiza
Sus órdenes y cumple Sus decretos, se muestra claramente en el mismo
frontispicio[7] de la revelación Divina. Dios dijo: “sea la luz”, y leemos: “fue
la luz”. “Dijo también Dios: Júntense las aguas que están debajo de los cielos
en un lugar, y descúbrase lo seco. Y fue así. Después dijo Dios: Produzca la
tierra hierba verde, hierba que dé semilla; árbol de fruto que dé fruto según su
género, que su semilla esté en él, sobre la tierra. Y fue así”. Y el salmista
declara: “Porque él dijo, y fue hecho; él mandó, y existió” (Sal 33:9).
Lo que se declara en Génesis uno luego se ilustra a través de la Biblia.
Después de la creación de Adán, pasaron dieciséis siglos antes de que una
lluvia cayera sobre la tierra, porque antes de Noé, “subía de la tierra un vapor,
el cual regaba toda la faz de la tierra”. (Génesis 2: 6). Pero, cuando las
iniquidades de los antediluvianos habían llegado a su plenitud, entonces Dios
dijo: “Y he aquí que yo traigo un diluvio de aguas sobre la tierra, para
destruir toda carne en que haya espíritu de vida debajo del cielo; todo lo que
hay en la tierra morirá”; y en el cumplimiento de esto leemos, “El año
seiscientos de la vida de Noé, en el mes segundo, a los diecisiete días del
mes, aquel día fueron rotas todas las fuentes del grande abismo, y las
cataratas de los cielos fueron abiertas, y hubo lluvia sobre la tierra cuarenta
días y cuarenta noches.” (Génesis 6:17 y 7:11, 12).
Sean testigos del control absoluto (y soberano) de Dios de la materia
inanimada en relación con las plagas de Egipto. A su orden, la luz se
convirtió en oscuridad y los ríos en sangre; Cayó granizo, y la muerte
descendió sobre la tierra impía del Nilo, hasta que incluso su altivo monarca
se vio obligado a clamar por liberación. Nótese particularmente cómo el
registro inspirado aquí enfatiza el control absoluto de Dios sobre los
elementos: “Y Moisés extendió su vara hacia el cielo, y Jehová hizo tronar y
granizar, y el fuego se descargó sobre la tierra; y Jehová hizo llover granizo
sobre la tierra de Egipto. Hubo, pues, granizo, y fuego mezclado con el
granizo, tan grande, cual nunca hubo en toda la tierra de Egipto desde que fue
habitada. Y aquel granizo hirió en toda la tierra de Egipto todo lo que estaba
en el campo, así hombres como bestias; asimismo destrozó el granizo toda la
hierba del campo, y desgajó todos los árboles del país. Solamente en la tierra
de Gosén, donde estaban los hijos de Israel, no hubo granizo” (Éxodo 9: 23-
26). La misma distinción se observó en relación con la novena plaga: “Jehová
dijo a Moisés: Extiende tu mano hacia el cielo, para que haya tinieblas sobre
la tierra de Egipto, tanto que cualquiera las palpe. Y extendió Moisés su
mano hacia el cielo, y hubo densas tinieblas sobre toda la tierra de Egipto,
por tres días. Ninguno vio a su prójimo, ni nadie se levantó de su lugar en tres
días; mas todos los hijos de Israel tenían luz en sus habitaciones” (Ex 10: 21-
23)
Los ejemplos anteriores no son de ningún modo casos aislados. En el
decreto de Dios, el fuego y el azufre descendieron del cielo y las ciudades de
la llanura fueron destruidas, y un valle fértil se convirtió en un abominable
mar de muerte. A su orden, las aguas del Mar Rojo se separaron para que los
israelitas pasaran de largo, y, por su palabra, volvieron a juntar y destruyeron
a los egipcios que los perseguían. Una palabra de Él, y la tierra abrió su boca
y Coré y su compañía rebelde fueron tragados. El horno de Nabucodonosor
fue calentado siete veces más allá de su temperatura normal, y en él fueron
arrojados tres de los hijos de Dios, pero el fuego ni siquiera quemó sus
vestidos, aunque mató a los hombres que los arrojaron en él.
¡Qué demostración del control gubernamental del Creador sobre los
elementos fue provisto cuando se hizo carne y tabernaculó entre los hombres!
Contempladlo durmiendo en el bote. Una tormenta se levanta. Los vientos
rugen y las olas se vuelven furiosas. Los discípulos que están con Él,
temerosos de que su pequeña nave pueda naufragar, despiertan a su Maestro,
diciendo: “Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?” Y luego leemos: “Y
levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el
viento, y se hizo grande bonanza” (Marcos 4:39). Noten de nuevo, el mar, a
la voluntad de su Creador, lo llevó sobre sus olas. A una palabra de él, la
higuera se secó; en su toque, la enfermedad huyó al instante.
Los cuerpos celestes también son gobernados por su Hacedor y llevan a
cabo Su placer soberano. Consideren dos ilustraciones. Por mandato de Dios,
el sol retrocedió diez grados en el reloj de Acaz para ayudar a la débil fe de
Ezequías. En los tiempos del Nuevo Testamento, Dios hizo que una estrella
anunciara la encarnación de su Hijo, la estrella que apareció a los sabios del
Oriente. Se nos dice que esta estrella “iba delante de ellos, hasta que
llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño” (Mateo 2: 9).
¡Qué declaración es esta!: Él envía su palabra a la tierra; velozmente corre
su palabra. Da la nieve como lana, y derrama la escarcha como ceniza. Echa
su hielo como pedazos; ante su frío, ¿quién resistirá? Enviará su palabra, y
los derretirá; Soplará su viento, y fluirán las aguas (Salmo 147: 15-18). Las
mutaciones de los elementos están por debajo del control soberano de Dios.
Es Dios quien retiene la lluvia, y es Dios quien da la lluvia cuando quiere,
donde quiere, como quiere y a quien quiere. Las oficinas meteorológicas
pueden intentar dar pronósticos del clima, ¡pero con qué frecuencia se burla
Dios de sus cálculos! Las “manchas” solares, las actividades variables de los
planetas, la aparición y desaparición de los cometas (a los que a veces se les
atribuye un clima anormal), las perturbaciones atmosféricas, son simplemente
causas secundarias, ya que detrás de ellas está Dios mismo. Que Su Palabra
hable una vez más: “También os detuve la lluvia tres meses antes de la siega;
e hice llover sobre una ciudad, y sobre otra ciudad no hice llover; sobre una
parte llovió, y la parte sobre la cual no llovió, se secó. Y venían dos o tres
ciudades a una ciudad para beber agua, y no se saciaban; con todo, no os
volvisteis a mí, dice Jehová. Os herí con viento solano y con oruga; la
langosta devoró vuestros muchos huertos y vuestras viñas, y vuestros
higuerales y vuestros olivares; pero nunca os volvisteis a mí, dice Jehová.
Envié contra vosotros mortandad tal como en Egipto; maté a espada a
vuestros jóvenes, con cautiverio de vuestros caballos, e hice subir el hedor de
vuestros campamentos hasta vuestras narices; mas no os volvisteis a mí, dice
Jehová” (Amós 4: 7-10).
Verdaderamente, entonces, Dios gobierna la materia inanimada. La tierra
y el aire, el fuego y el agua, el granizo y la nieve, los vientos tempestuosos y
los mares enfurecidos, todos llevan a cabo la palabra de Su poder y cumplen
Su placer soberano. Por lo tanto, cuando nos quejamos del clima estamos, en
realidad, murmurando contra Dios.
2. DIOS GOBIERNA LAS CRIATURAS IRRACIONALES.
¡Qué sorprendente ilustración del gobierno de Dios sobre el reino animal
se encuentra en Génesis 2:19! “Jehová Dios formó, pues, de la tierra toda
bestia del campo, y toda ave de los cielos, y las trajo a Adán para que viese
cómo las había de llamar; y todo lo que Adán llamó a los animales vivientes,
ese es su nombre”. Debe decirse que esto ocurrió en el Edén, y que se llevó a
cabo antes de la caída de Adán y la consecuente maldición que fue infligida a
toda criatura, entonces nuestra siguiente referencia suple totalmente la
objeción: el control de las bestias de Dios se volvió a mostrar abiertamente a
las puertas del diluvio. Noten cómo Dios hizo que “viniera a” Noé toda
especie de criatura viviente “Y de todo lo que vive, de toda carne, dos de
cada especie meterás en el arca, para que tengan vida contigo; macho y
hembra serán. De las aves según su especie, y de las bestias según su especie,
de todo reptil de la tierra según su especie, dos de cada especie entrarán
contigo, para que tengan vida” (Génesis 6:19, 20). Todos estaban bajo el
control soberano de Dios. El león de la jungla, el elefante del bosque, el oso
de las regiones polares; la pantera feroz, el lobo indomable, el tigre feroz; el
águila que vuela alto y el cocodrilo que se arrastra: ¡mírenlos a todos en su
ferocidad nativa y, sin embargo, silenciosamente sometiéndote a la voluntad
de su Creador y viniendo de dos en dos al arca!
Nos referimos a las plagas enviadas a Egipto como ilustración del control
de Dios sobre la materia inanimada, volvamos a ellos nuevamente para ver
cómo ellas demuestran la regencia perfecta de Dios sobre las criaturas
irracionales. A Su Palabra, el río trajo abundantes ranas, y estas ranas
entraron en el palacio de Faraón y en las casas de sus siervos y, contrario de
sus instintos naturales, entraron en las camas, los hornos y las artesas de
amasar (Éxodo 8:13). Enjambres de moscas invadieron la tierra de Egipto,
¡pero no había moscas en la tierra de Gosén! (Éxodo 8: 22). Luego, el ganado
fue herido, y leemos: “he aquí la mano de Jehová estará sobre tus ganados
que están en el campo, caballos, asnos, camellos, vacas y ovejas, con plaga
gravísima. Y Jehová hará separación entre los ganados de Israel y los de
Egipto, de modo que nada muera de todo lo de los hijos de Israel. Y Jehová
fijó plazo, diciendo: Mañana hará Jehová esta cosa en la tierra. Al día
siguiente Jehová hizo aquello, y murió todo el ganado de Egipto; mas del
ganado de los hijos de Israel no murió uno” (Éxodo 9: 3-6). De igual manera,
Dios envió nubes de langostas para plagar al Faraón y su tierra,
designándoles el tiempo de su visitación, determinándoles el curso y
asignándoles los límites de sus estragos.
Los ángeles no son los únicos que obedecen las órdenes de Dios. Las
bestias salvajes realizan igualmente Su placer. El arca sagrada, el arca del
pacto, está en el país de los filisteos. ¿Cómo hacer para traerla de regreso a su
tierra natal? Consideren los siervos de la elección de Dios, y cómo estaban
bajo Su pleno control: “Entonces los filisteos, llamando a los sacerdotes y
adivinos, preguntaron: ¿Qué haremos del arca de Jehová? Hacednos saber de
qué manera la hemos de volver a enviar a su lugar. Ellos dijeron... Haced,
pues, ahora un carro nuevo, y tomad luego dos vacas que críen, a las cuales
no haya sido puesto yugo, y uncid las vacas al carro, y haced volver sus
becerros de detrás de ellas a casa. Tomaréis luego el arca de Jehová, y la
pondréis sobre el carro, y las joyas de oro que le habéis de pagar en ofrenda
por la culpa, las pondréis en una caja al lado de ella; y la dejaréis que se vaya.
Y observaréis; si sube por el camino de su tierra a Bet-semes, él nos ha hecho
este mal tan grande; y si no, sabremos que no es su mano la que nos ha
herido, sino que esto ocurrió por accidente.” ¿Y qué pasó? ¡Qué resultado tan
sorprendente! “Y las vacas se encaminaron por el camino de Bet-semes, y
seguían camino recto, andando y bramando, sin apartarse ni a derecha ni a
izquierda” (1 Samuel 6:12). Igual de sorprendente es el caso de Elías: “Y
vino a él palabra de Jehová, diciendo: Apártate de aquí, y vuélvete al oriente,
y escóndete en el arroyo de Querit, que está frente al Jordán. Beberás del
arroyo; y yo he mandado a los cuervos que te den allí de comer” (1 R 17: 2-
4). El instinto natural de estas aves de presa se mantuvo bajo control, y en
lugar de consumir la comida ellos mismos, la llevaron al siervo de Jehová en
su retirada solitaria.
¿Se requieren más pruebas? entonces helas aquí. Dios hace que una muda
bestia de carga reprenda la locura del profeta. Él envía dos osas del bosque
para devorar a cuarenta y dos de los escarnecedores de Eliseo. En
cumplimiento de su palabra, hace que los perros laman la sangre de la
malvada Jezabel. Él sella las bocas de los leones de Babilonia cuando Daniel
es arrojado a la cueva, aunque, más tarde, los hace devorar a los acusadores
del profeta. Él prepara un gran pez para tragar al desobediente Jonás y luego,
cuando Su hora determinada llegó, lo obligó a vomitarlo en tierra firme. A su
orden, un pez lleva una moneda a Pedro para el dinero de tributo, y para
cumplir Su palabra, hace que el gallo cante dos veces después de la negación
de Pedro. Así vemos que Dios reina sobre las criaturas irracionales: las
bestias del campo, las aves del aire, los peces del mar, todos realizan sus
órdenes soberanas.
3. DIOS GOBIERNA A LOS HIJOS DE LOS HOMBRES.
Apreciamos totalmente el hecho de que esta es la parte más difícil de
nuestro tema, y, en consecuencia, se tratará con mayor detalle en las páginas
siguientes; pero en este momento consideraremos el hecho del gobierno de
Dios sobre los hombres en general, antes de intentar tratar el problema en
detalle.
Dos alternativas nos confrontan, y entre ellas estamos obligados a elegir:
o Dios gobierna, o Él es gobernado; o Dios rige, o Él es regido; o Dios tiene
Sus caminos, o los hombres tienen los suyos.
¿Y, nos es difícil hacer nuestra elección entre estas alternativas?
¿Diremos que en el hombre contemplamos a una criatura tan ingobernable
que está más allá del control de Dios? ¿Afirmaremos que el pecado ha
apartado al pecador tan lejos del tres veces Santo que está fuera de su
jurisdicción? O, ¿podemos decir que el hombre ha sido dotado de
responsabilidad moral y, por lo tanto, Dios debe dejarlo completamente libre,
¿al menos durante el período de su libertad condicional? ¿Sigue
necesariamente que debido a que el hombre natural es un criminal contra el
Cielo, un rebelde contra el gobierno Divino, que Dios no puede cumplir su
propósito a través de él? Queremos decir, no meramente que Él puede anular
los efectos de las acciones de los malhechores, ni que todavía hará
comparecer a los malvados ante Su tribunal para que se les pueda imponer
una sentencia de castigo, multitudes de no cristianos creen en estas cosas,
sino que queremos decir, que cada acción de sus súbditos más criminales está
completamente bajo su control, sí, que el actor, aunque desconocido para sí
mismo, está llevando a cabo los decretos secretos del Altísimo. ¿No fue así
con Judas? y ¿es posible seleccionar un caso más extremo? Si entonces este
archirrebelde llevó a cabo el consejo de Dios, ¿hay algún impuesto mayor
sobre nuestra fe para creer lo mismo de todos los rebeldes?
Nuestro objeto presente no es la investigación filosófica ni la causa
metafísica, sino determinar la enseñanza de las Escrituras sobre este tema
profundo. A la Ley y al Testimonio, ya que solo allí podemos aprender sobre
el gobierno Divino: su carácter, su diseño, su modus operandi, su alcance.
¿Qué ha hecho que Dios se haya agradado en revelarnos en Su bendita
Palabra lo concerniente a Su gobierno sobre las obras de Sus manos, y
particularmente, sobre aquel que originalmente fue hecho a Su propia imagen
y semejanza?
“Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos” (Hechos 17:28). ¡Qué
gran afirmación es esta! Estas palabras, nótese, fueron dirigidas, no a una de
las iglesias de Dios, no a una compañía de santos que habían alcanzado un
plano exaltado de espiritualidad, sino a un público pagano, a aquellos que
adoraban al “Dios no conocido” y que se “burlaron” cuando oyeron hablar de
la resurrección de los muertos. Y sin embargo, a los filósofos atenienses,
epicúreos y estoicos, el apóstol Pablo no dudó en afirmarles que ellos vivían
y se movían y tenían su ser en Dios, lo que significaba no solo que debían su
existencia y preservación a Aquel que hizo el mundo y todas las cosas en él,
sino también que sus propias acciones estaban incluidas y, por lo tanto,
controladas por el Señor del Cielo y la tierra. Compárese con la última
cláusula de Daniel 5:23,
“Del hombre son las disposiciones (el borde) del corazón; mas de Jehová
es la respuesta de la lengua” (Prov. 16: 1). Nótese que la declaración anterior
es de aplicación general; es del “hombre”, no simplemente de los creyentes,
que esto se predica. “El corazón del hombre piensa su camino; mas Jehová
endereza sus pasos” (Prov. 16: 9). Si el Señor dirige los pasos de un hombre,
¿no es una prueba de que Dios lo controla o lo gobierna? De nuevo: “Muchos
pensamientos hay en el corazón del hombre; mas el consejo de Jehová
permanecerá” (Proverbios 19:21). ¿Puede esto significar algo menos que,
que no importa lo que el hombre pueda desear y planificar, es la voluntad de
su Creador la que se ejecuta? Como ilustración, considérese al “Rico necio”.
Los “pensamientos” de su corazón nos son conocidos: “Y él pensaba dentro
de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo:
Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré
todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes
guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate”. Tales eran
los “pensamientos” de su corazón, sin embargo, fue el “consejo del Señor” el
que permaneció. Los “yo haré” del hombre rico se desvanecieron, porque
“Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has
provisto, ¿de quién será?” (Lucas 12: 17-20).
“Como los repartimientos de las aguas, así está el corazón del rey en la
mano de Jehová; a todo lo que quiere lo inclina” (Prov. 21: 1). ¿Qué podría
ser más explícito? “…de él [el corazón] mana la vida” (Proverbios 4:23),
“Porque cual es su pensamiento [del hombre] en su corazón, tal es él”
(Proverbios 23: 7). Si entonces el corazón está en la mano del Señor, y si él
“a todo lo que quiere lo inclina”, ¡entonces no está claro que los hombres, sí,
los gobernadores y regentes, y por tanto todos los hombres, estén
completamente por fuera del control gubernamental del Todopoderoso!
No se deben imponer limitaciones a las declaraciones anteriores. Insistir
en que algunos hombres, al menos, sí frustran la voluntad de Dios y revocan
Sus consejos, es repudiar otras Escrituras igualmente explícitas. Sopésese
bien lo siguiente: “Pero si él determina una cosa, ¿quién lo hará cambiar? su
alma deseó, e hizo” (Job 23:13). “El consejo de Jehová permanecerá para
siempre; los pensamientos de su corazón por todas las generaciones” (Sal.
33:11). “No hay sabiduría, ni inteligencia, ni consejo, contra Jehová”
(Proverbios 21:30). “Porque Jehová de los ejércitos lo ha determinado, ¿y
quién lo impedirá? Y su mano extendida, ¿quién la hará retroceder?” (Isaías
14:27). “Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque
yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, que anuncio lo
por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho;
que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero” (Isaías 46: 9,
10). No hay ambigüedad en estos pasajes. Afirman en los términos más
inequívocos e incondicionales que es imposible destruir el propósito de
Jehová.
Leemos las Escrituras en vano si no descubrimos que las acciones de los
hombres, tanto los hombres malos como los buenos, son gobernadas por el
Señor Dios. Nimrod y sus compañeros decidieron erigir la torre de Babel,
pero antes de que su tarea se completara, Dios frustró sus planes. Dios llamó
a Abraham “solo” (Isaías 51: 2), pero sus parientes lo acompañaron al salir de
Ur de los Caldeos. ¿Entonces fue derrotada la voluntad del Señor? No, en
verdad. Nótese el resultado. Taré murió antes de que Canaán fuera alcanzado
(Génesis 11:32), y aunque Lot acompañó a su tío a la tierra prometida, pronto
se separó de él y se estableció en Sodoma. Jacob fue el hijo a quien se le
prometió la herencia, y aunque Isaac trató de revertir el decreto de Jehová y
otorgar la bendición a Esaú, sus esfuerzos se desvanecieron. Esaú juró
nuevamente vengarse de Jacob, pero la siguiente vez que se encontraron
lloraron de alegría en lugar de luchar con odio. Los hermanos de José
determinaron su destrucción, pero sus malos consejos fueron derrocados.
Faraón se negó a permitir que Israel cumpliera las instrucciones de Jehová y
pereció en el Mar Rojo por sus dolores. Balac contrató a Balaam para
maldecir a los israelitas, pero Dios lo obligó a bendecirlos. Amán erigió una
horca para Mardoqueo pero él mismo fue ahorcado esta ésta. Jonás resistió la
voluntad revelada de Dios, pero ¿qué pasó con sus esfuerzos?
Oh, los paganos pueden “amotinarse enfurecidos” y las personas pensar
“cosas vanas”; los reyes de la tierra pueden “levantarse”, y los gobernantes
consultar unidos contra el Señor y contra su Cristo, diciendo: “Rompamos
sus ligaduras, y echemos de nosotros sus cuerdas” (Sal.2: 1-3). ¿Pero es el
gran Dios perturbado o trastornado por la rebelión de sus criaturas
insignificantes? No, de hecho: “El que mora en los cielos se reirá; el Señor se
burlará de ellos” (v. 4). Él es infinitamente exaltado sobre todo, y las
mayores confederaciones o los peones de la tierra, y sus más extensas y
vigorosas preparaciones para vencer Su propósito son, a Su vista, todas de
poca importancia. El Contempla sus insignificantes esfuerzos, no solo sin
alarma alguna, sino que “se ríe” de su locura; Él trata su impotencia con
“burla”. Él sabe que Él puede aplastarlos como a polillas cuando le plazca, o
consumirlos en un momento con el aliento de Su boca. Oh, no es más que
“una cosa vana” que los tiestos de la tierra luchen con la gloriosa Majestad
del Cielo. ¡Tal es nuestro Dios; a Él adorad!
¡Noten, también, la soberanía que Dios mostró en Su trato
con los hombres! Moisés, que era tardo de habla, y no Aarón, su hermano
mayor, que no lo era, fue el elegido para ser su embajador al exigir del
monarca de Egipto la liberación de Su pueblo oprimido. Moisés nuevamente,
aunque muy amado, pronunció una sola palabra apresurada y fue excluido de
Canaán; mientras que Elías, murmura apasionadamente y sufre una leve
reprensión, ¡y luego fue llevado al Cielo sin ver la muerte! Uza simplemente
tocó el arca y fue muerto al instante, mientras que los filisteos se la llevaron
con un triunfo insultante y no sufrieron ningún daño inmediato. Las
exhibiciones de gracia que habrían llevado al arrepentimiento a una Sodoma
condenada no lograron mover a una Capernaum altamente privilegiada. Las
poderosas obras que habrían sometido a Tiro y a Sidón dejaron las ciudades
de Galilea fuertemente desaprobadas bajo la maldición de un Evangelio
rechazado. Si ellas habrían de prevalecer en lo primero, ¿por qué no fueron
destruidas allí? Si probaron ser ineficaces para rendirse a lo último, ¿por qué
llevarlas [exhibiciones de gracia] a cabo? ¡Qué exhibiciones son éstas de la
voluntad Soberana del Altísimo!
4. DIOS GOBIERNA A LOS ÁNGELES: AMBOS ÁNGELES
BUENOS Y MALOS.
Los ángeles son siervos de Dios, Sus mensajeros, Sus carros. Ellos
siempre escuchan atentamente la palabra de Su boca y cumplen Sus
mandamientos. “Y envió Jehová el ángel a Jerusalén para destruirla; pero
cuando él estaba destruyendo, miró Jehová y se arrepintió de aquel mal, y
dijo al ángel que destruía: Basta ya; detén tu mano… Entonces Jehová habló
al ángel, y éste volvió su espada a la vaina” (1 Crónicas 21:15, 27). Se
pueden citar muchas otras Escrituras para mostrar que los ángeles están
sujetos a la voluntad de su Creador y cumplen su voluntad: “Entonces Pedro,
volviendo en sí, dijo: Ahora entiendo verdaderamente que el Señor ha
enviado su ángel, y me ha librado de la mano de Herodes…” (Hechos 12:11).
“Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor, el Dios de los
espíritus de los profetas, ha enviado su ángel, para mostrar a sus siervos las
cosas que deben suceder pronto” (Apocalipsis 22: 6). Así será cuando nuestro
Señor regrese: Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su
reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad” (Mateo
13:41). De nuevo, leemos, “Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta,
y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo
hasta el otro” (Mateo 24:31).
Lo mismo puede decirse de los espíritus malignos: ellos también cumplen
los decretos soberanos de Dios. Un espíritu malo es enviado por Dios para
provocar una rebelión en el campamento de Abimelec: envió Dios un mal
espíritu entre Abimelec y los hombres de Siquem, y los de Siquem se
levantaron contra Abimelec…”, lo cual le ayudó en la matanza de sus
hermanos (Jueces 9:23). Él envió otro espíritu malo a ser un espíritu de
mentira en la boca de los profetas de Acab: “Y ahora, he aquí Jehová ha
puesto espíritu de mentira en la boca de todos tus profetas, y Jehová ha
decretado el mal acerca de ti” (1 Reyes 22:23). Y otro más fue enviado por el
Señor para atormentar a Saúl: “El Espíritu de Jehová se apartó de Saúl, y le
atormentaba un espíritu malo de parte de Jehová” (1 Samuel 16:14). Así
también, en el Nuevo Testamento: toda una legión de demonios no sale de su
víctima hasta que el Señor les da permiso para entrar en el hato de cerdos.
De las Escrituras queda claro, entonces, que los ángeles, buenos y malos,
están bajo el control de Dios, y cumplen voluntaria o involuntariamente el
propósito de Dios. Sí, SATANÁS mismo está absolutamente sujeto al control
de Dios. Cuando compareció en Edén, escuchó la horrible sentencia pero no
respondió una palabra. Fue incapaz de tocar a Job hasta que Dios le concedió
el permiso. Así, también, tuvo que pedir el consentimiento de nuestro Señor
antes de poder “zarandear” a Pedro. Cuando Cristo le ordenó irse: “Vete,
Satanás…”, leemos: “El diablo entonces le dejó” (Mateo 4:11). Y, al final,
será arrojado al lago de fuego que ha sido preparado para él y sus ángeles.
El Señor Dios omnipotente reina. Su gobierno se ejerce sobre la materia
inanimada, sobre las bestias salvajes, sobre los hijos de los hombres, sobre
los ángeles buenos y malos, y sobre Satanás mismo. Ningún mundo
convulsionado, ningún brillo de estrella, ninguna tormenta, ningún
movimiento de criaturas, ninguna acción de hombres, ningún encargo de
ángeles, ninguna hazaña del Demonio, nada en todo el vasto universo puede
suceder de otra manera diferente a lo que Dios se haya propuesto
eternamente. Aquí hay un fundamento de fe. Aquí hay un lugar de descanso
para el intelecto. Aquí hay un ancla para el alma, segura y firme. No es el
destino ciego, el mal desenfrenado, el hombre o el Demonio, sino el Señor
Todopoderoso que gobierna el mundo, rigiéndolo según su propio
beneplácito y para su propia gloria eterna.
“Diez mil edades antes que el universo,
Del Creador recibiera el movimiento;
Infinitud de años y mundos porvenir diversos,
Presencia eterna gozaban dentro de Su pensamiento:
A todo gusano y gorrión,
Sus decretos dieron hálito,
Monarcas en tronos sienta según su libre elección,
Y canta hermosa canción conforme a su beneplácito”.
CAPÍTULO CUATRO
LA SOBERANÍA DE DIOS EN LA SALVACIÓN
“¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios!
¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (Romanos
11:33).
“La salvación es de Jehová” (Jonás 2: 9); pero el Señor no salva a todos.
¿Por qué no? Él sí salva a algunos; entonces, si salva a algunos, ¿por qué no a
otros? ¿Es porque son demasiado pecaminosos y depravados? No; porque el
apóstol escribió: “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo
Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el
primero” (1 Timoteo 1:15). Por lo tanto, si Dios salvó al “primero” de los
pecadores, ninguno queda excluido por su depravación. ¿Por qué entonces
Dios no salva a todos? ¿Es porque algunos son tan duros de corazón para ser
ganados? No; porque está escrito, que Dios “…y quitaré el corazón de piedra
de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne…” (Ezequiel 11:19).
Entonces, ¿es porque algunos son tan tercos, tan intratables, tan desafiantes,
que Dios es incapaz de atraerlos a Sí mismo? Antes de responder a esta
pregunta, hagamos otra; apelemos a la experiencia del lector cristiano.
Amigo, ¿no hubo un tiempo en que anduviste en el consejo de los impíos,
te paraste en el camino de los pecadores, te sentaste en el asiento de los
burladores y con ellos dijiste: “No queremos que éste reine sobre nosotros”?
(Lucas 19:14). ¿No hubo un tiempo cuando no quisiste venir a Cristo para
que tuvieras vida? (Juan 5:40). Sí, ¿no hubo un momento en que mezclaste tu
voz con los que le dijeron a Dios: “Apártate de nosotros, porque no queremos
el conocimiento de tus caminos ¿Quién es el Todopoderoso, para que le
sirvamos? ¿Y de qué nos aprovechará que oremos a él?” (Job 21:14, 15). Con
la cara avergonzada tienes que reconocer que sí hubo tal tiempo. Pero, ¿cómo
es que todo ahora ha cambiado? ¿Qué fue lo que te trajo de la autosuficiencia
arrogante a la súplica humilde, de aquel que estaba en enemistad con Dios a
uno que está en paz con él; desde la anarquía hasta el sometimiento; del odio
al amor? Y como uno “nacido del Espíritu”, responderás fácilmente: “Por la
gracia de Dios, soy lo que soy” (1 Corintios 15:10). Entonces, ¿no ves
también que se debe no a la falta de poder en Dios, ni a su negativa a
coaccionar al hombre, que otros rebeldes no son salvos? Si Dios pudo
someter tu voluntad y ganar tu corazón, y eso sin interferir con tu
responsabilidad moral, entonces, ¿no es capaz de hacer lo mismo para otros?
Seguramente sí. Entonces, qué inconsistente, qué ilógico, qué tonto de tu
parte, al tratar de explicar el curso actual de los malvados y su destino final,
argumentando que Dios es incapaz de salvarlos, que ellos no se lo
permitirán. ¿Dices: “Pero llegó el momento en que estaba dispuesto,
dispuesto a recibir a Cristo como mi Salvador”? Es cierto, pero fue el Señor
quien te hizo estar dispuesto (Sal. 110: 3; Filipenses 2:13); ¿por qué entonces
no hace que todos los pecadores estén dispuestos? ¿Por qué?, ¡solo por el
hecho de que Él es Soberano y hace lo que le place! Pero volviendo a nuestra
consulta de apertura.
¿Por qué es que no todos son salvos, particularmente todos los que
escuchan el Evangelio? ¿Todavía respondes, porque la mayoría se niega a
creer? Bueno, eso es cierto, pero es solo una parte de la verdad. Es la verdad
desde el lado humano. Pero también hay un lado Divino, y este lado de la
verdad necesita ser enfatizado o Dios será despojado de Su gloria. Los
inconversos están perdidos porque se niegan a creer; los otros se salvan
porque creen. Pero, ¿por qué creen estos otros? ¿Qué es lo que les hace
confiar en Cristo? ¿Es porque son más inteligentes que sus compañeros, y
más rápido para discernir su necesidad de salvación? Perezca el pensamiento:
“Porque ¿quién te distingue? O, ¿qué tienes que no hayas recibido? Y si lo
recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?” (1 Corintios 4:
7). Es Dios mismo quien hace la diferencia entre los elegidos y los no
elegidos, porque de los suyos está escrito, “Pero sabemos que el Hijo de Dios
ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y
estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la
vida eterna” (1 Juan 5:20).
La fe es el regalo de Dios, y “porque no es de todos la fe” (2
Tesalonicenses 3: 2); por lo tanto, vemos que Dios no concede este regalo a
todos. ¿Sobre quién otorga Él este favor salvador? Y respondemos, sobre sus
propios elegidos: “y creyeron todos los que estaban ordenados para vida
eterna” (Hechos 13:48). Por eso es que leemos “la fe de los escogidos de
Dios” (Tito 1: 1). Pero, ¿es Dios parcial en la distribución de Sus favores?
¿Él no tiene el derecho de serlo? ¿Todavía hay algunos que murmuran contra
el padre de familia? Entonces Sus propias palabras son respuesta suficiente:
“¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío?” (Mateo 20:15). Dios es
soberano en el otorgamiento de sus dones, tanto en el ámbito natural como en
el espiritual. Tanto entonces para una declaración general, y ahora para
particularizar.
1. LA SOBERANÍA DE DIOS EL PADRE EN LA SALVACIÓN.
Tal vez la Escritura que más enfáticamente declara la Soberanía absoluta
de Dios en relación con la determinación del destino de Sus criaturas es el
capítulo 9 de Romanos. No intentaremos revisar aquí todo el capítulo, sino
que nos limitaremos a los versículos 21-23: ¿O no tiene potestad el alfarero
sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para
deshonra? ¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder,
soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, y
para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de
misericordia que él preparó de antemano para gloria…? Estos versículos
representan a la humanidad caída tan inerte e impotente como un trozo de
arcilla sin vida. Esta Escritura evidencia que “no hay diferencia” en sí
mismos entre los elegidos y los no elegidos; son arcilla de la “misma masa”,
que concuerda con Efesios 2: 3, donde se nos dice que todos son por
naturaleza “hijos de ira”. Nos enseña que el destino final de cada individuo
se decide por la voluntad de Dios, y bendito es que tal sea el caso; si se dejara
a nuestra voluntad, el destino final de todos nosotros sería el Lago de Fuego.
Declara que Dios mismo sí hace la diferencia en los destinos respectivos a los
que asigna sus criaturas, porque “[hace] de la misma masa un vaso para
honra y otro para deshonra”; algunos son “vasos de ira preparados para
destrucción”, otros son “vasos de misericordia que él preparó de antemano
para gloria”.
Reconocemos con facilidad que es muy humillante para el orgulloso
corazón de la criatura contemplar a toda la humanidad en la mano de Dios
como la arcilla en la mano del alfarero, sin embargo, así es como las
Escrituras de la Verdad representan el caso. En este día de jactancia humana,
orgullo intelectual y deificación del hombre, es necesario insistir en que el
alfarero forma sus vasijas para sí mismo. Que los hombres contiendan con su
Hacedor como lo deseen, pero lo cierto es que no son más que arcilla en
manos del alfarero celestial, y aunque sabemos que Dios tratará justamente
con sus criaturas, el juez de toda la tierra hará lo correcto, sin embargo, él
moldea sus vasos para su propio propósito y según su propio placer. Dios
reclama el derecho indiscutible de hacer lo que quiere con los suyos.
Dios no solo tiene el derecho de hacer lo que quiere con las criaturas de
Sus propias manos, sino que ejerce este derecho, y en ninguna parte se ve
esto más claramente que en Su gracia predestinadora. Antes de la fundación
del mundo, Dios hizo una elección, una selección, una escogencia. Ante su
ojo omnisciente estaba toda la raza de Adán, y de ella escogió a un pueblo y
los predestinó a “ser conformados a la imagen de su Hijo”, y los “ordenó”
para vida eterna. Muchas son las Escrituras que establecen esta bendita
verdad, siete de las cuales ahora captarán nuestra atención.
“… y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna”
(Hechos 13:48). Todo artificio de la ingenuidad humana se ha empleado para
embotar el filo de esta Escritura y para acomodar el significado obvio de
estas palabras, pero se ha empleado en vano, aunque nada será capaz de
conciliar este y otros pasajes similares a la mente del hombre natural. “… y
creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna”. Aquí
aprendemos cuatro cosas: Primero, que creer es la consecuencia y no la causa
del decreto de Dios. Segundo, que un número limitado solo está “ordenado
para vida eterna”, ya que si todos los hombres sin excepción fueron
ordenados por Dios, entonces las palabras “todos los que” son una
calificación sin sentido. Tercero, que esta “ordenación” de Dios es no a meros
privilegios externos sino a la “vida eterna”, no al servicio, sino a la salvación
misma. Cuarto, que “todos los que” ni uno más ni uno menos - que así son
ordenados por Dios para la vida eterna ciertamente creerán.
Los comentarios del amado Spurgeon sobre el pasaje anterior son
bastante dignos de nuestra atención. Dijo él: “Se han hecho intentos para
demostrar que estas palabras no enseñan la predestinación, pero estos intentos
violan tan claramente el lenguaje que no perderé el tiempo en responderles.
Leí: “… y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna”, y no
torceré el texto sino que glorificaré la gracia de Dios al atribuir a esa gracia la
fe de cada hombre. ¿No es Dios quien da la disposición para creer? Si los
hombres están dispuestos a tener vida eterna, ¿no los dispone él en todos los
casos? ¿Está mal que Dios dé gracia? Si es correcto que Él la dé, ¿está mal
que Él se proponga darla? ¿Harías que la diera por accidente? Si es correcto
que Él se proponga dar gracia hoy, fue correcto que Él se propusiera darla
antes de hoy, y, dado que Él no cambia, desde la eternidad”.
“Así también aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por
gracia. Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es
gracia. Y si por obras, ya no es gracia; de otra manera la obra ya no es obra”
(Romanos 11: 5, 6). Las palabras “así también” al comienzo de esta cita nos
remiten al versículo anterior en el que se nos dice: “Me he reservado siete mil
hombres, que no han doblado la rodilla delante de Baal”. Nótese
particularmente la palabra “reservado”. En los días de Elías había siete mil,
una pequeña minoría, que fueron preservados divinamente de la idolatría y
llevados al conocimiento del verdadero Dios. Esta preservación e iluminación
no provenía de nada en ellos mismos, sino únicamente por la influencia y la
acción especiales de Dios. ¡Cuán altamente favorecidos fueron esos
individuos “reservados” por Dios! Ahora dice el Apóstol, así como había un
"remanente" en los días de Elías “reservado por Dios”, así también la hay en
esta dispensación presente.
“Un remanente escogido por gracia”. Aquí la causa de la elección se
remonta a su fuente. La base sobre la cual Dios eligió este “remanente” no
fue la fe prevista en ellos, porque una elección fundada en la previsión de
buenas obras se hace tan verdaderamente sobre la base de las obras como
cualquier elección puede ser, y en tal caso lo haría no ser “de gracia”;
porque, dice el Apóstol, “si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la
gracia ya no es gracia”; lo que significa que la gracia y las obras son
opuestas, no tienen nada en común y no se mezclarán más que el aceite y el
agua. Por lo tanto, la idea del bien inherente prevista en los elegidos, o de
cualquier cosa meritoria realizada por ellos, está rígidamente excluida. “Un
remanente escogido por gracia” significa una elección incondicional que
resulta del favor soberano de Dios; en una palabra, es absolutamente una
elección gratuita.
“Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios
según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del
mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo
escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo
menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de
que nadie se jacte en su presencia” (1 Corintios 1: 26-29). Tres veces en este
pasaje se hace referencia a la elección de Dios, y la elección necesariamente
supone una selección, tomar algunos y dejar a otros. El Selector aquí es Dios
mismo, como dijo el Señor Jesús a los Apóstoles: “No me elegisteis vosotros
a mí, sino que yo os elegí a vosotros” (Juan 15:16). El número elegido está
estrictamente definido, vs 26: “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que
no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos
nobles”, etc., que concuerda con Mateo 20:16: “Así, los primeros serán
postreros, y los postreros, primeros; porque muchos son llamados, mas pocos
escogidos”. Tanto entonces por el hecho de la elección de Dios; ahora noten
los objetos de su elección.
Los que se mencionan arriba como elegidos de Dios son “lo débil, lo
necio, lo vil y menospreciado del mundo. ¿Pero por qué? Para demostrar y
magnificar Su gracia. Los caminos de Dios y sus pensamientos están
totalmente en desacuerdo con los del hombre. La mente carnal habría
supuesto que se había hecho una selección de las filas de los opulentos e
influyentes, los afables y cultos, de modo que el cristianismo podría haber
ganado la aprobación y el aplauso del mundo por su pompa y gloria carnal.
Oh, pero “lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es
abominación” (Lucas 16:15). Dios elige “lo elemental”. Lo hizo en los
tiempos del Antiguo Testamento. La nación que él eligió como la depositaria
de sus santos oráculos y el canal por el cual debía venir la Semilla prometida
no fueron los antiguos egipcios, los imponentes babilonios, ni los altamente
civilizados y cultos griegos. No; que las personas sobre quienes Jehová puso
su amor y que fueron consideradas como “la niña de sus ojos” fueron los
despreciados y nómadas hebreos. Así fue cuando nuestro Señor tabernaculó
entre los hombres. Aquellos a quienes tomó en intimidad favorecida consigo
mismo y comisionó para salir como sus embajadores fueron, en su mayor
parte, pescadores iletrados. Y así ha sido desde entonces. Así es hoy: al ritmo
actual de aumento, no pasará mucho tiempo antes de que se manifieste que el
Señor tiene más en la despreciada China que realmente son Suyos, que los
que tiene en la muy favorecida Estados Unidos; más entre los negros
incivilizados de África, que los que el tiene en la culturizada (?) Alemania! Y
el propósito de la elección de Dios, la raison d’ etre[8] de la elección que Él
ha hecho es: “a fin de que nadie se jacte en su presencia”; no habiendo nada
en los objetos de su elección que les dé derecho a sus favores especiales,
entonces, toda la alabanza se atribuirá libremente a las riquezas excesivas de
Su múltiple gracia.
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo
con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos
escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y
sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser
adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su
voluntad […] En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados
conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su
voluntad” (Efesios 1: 3-5, 11). Aquí nuevamente se nos dice en qué punto del
tiempo -si es que podría llamarse tiempo- cuando Dios eligió a los que serían
sus hijos por medio de Jesucristo. No fue después de que Adán había caído y
sumido a su raza en el pecado y la miseria, sino mucho antes de que Adán
viera la luz, incluso antes de que el mundo fuera fundado, Dios nos escogió
en Cristo. Aquí también aprendemos el propósito que Dios tenía ante Él en
relación con Sus propios elegidos: era que debían “ser santos y sin mancha
ante Él”; fue “para ser adoptados hijos"; fue para que “obtuvieran una
herencia”. Aquí también descubrimos el motivo que lo movió. Fue “en amor
[que él nos predestinó] para ser adoptados hijos suyos por medio de
Jesucristo”, es una declaración que refuta la acusación frecuentemente hecha
y malvada de que el hecho de que Dios decida el destino eterno de sus
criaturas antes de nacer es tiránico e injusto. Finalmente, se nos informa aquí,
que en este asunto no consultó con nadie, sino que somos “predestinados
conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su
voluntad”.
“Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros,
hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el
principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en
la verdad…” (2 Tesalonicenses 2:13). Aquí hay tres cosas que merecen una
atención especial. Primero, el hecho de que se nos dice expresamente que los
elegidos de Dios son “escogidos para salvación”. El lenguaje no podría ser
más explícito. ¡Cuán resumidamente estas palabras se deshacen de los
sofismas y equívocos de todos los que quisieran hacer que la elección se
refiriera a nada más que privilegios externos o rango en el servicio! Es para la
“salvación” misma que Dios nos ha elegido. Segundo, se nos advierte aquí
que la elección para la salvación no ignora el uso de los medios apropiados:
la salvación se alcanza a través de la “santificación por el Espíritu y la fe en
la verdad”. No es cierto que debido a que Dios haya elegido a alguien para la
salvación, él será salvo sin planeación, ya sea que crea o no: en ninguna parte
las Escrituras se la representa así. El mismo Dios que predestinó el fin
también designó los medios; el mismo Dios que “escogió para salvación”
decretó que su propósito debería realizarse a través de la obra del Espíritu y la
fe en la verdad. En tercer lugar, que Dios nos haya elegido para salvación es
una causa profunda de alabanza ferviente. Observen con cuanta fuerza lo
expresa el Apóstol: “Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios
respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya
escogido desde el principio para salvación”, etc. En lugar de encogerse
horrorizados para rechazar la doctrina de predestinación, el creyente, cuando
ve esta bendita verdad tal como se despliega en la Palabra, descubre un
terreno para la gratitud y la acción de gracias que nada más puede ofrecer,
salvo el indescriptible don del Redentor mismo.
“Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras
obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo
Jesús antes de los tiempos de los siglos…” (2 Timoteo 1: 9). ¡Qué sencillo y
agudo es el lenguaje de las Sagradas Escrituras! Es el hombre el que, por sus
palabras, oscurece el consejo. Es imposible exponer el caso de manera más
clara o contundente de lo que se establece aquí. Nuestra salvación no es
“según nuestras obras”; es decir, no se debe a nada en nosotros, ni a la
recompensa de nada de nosotros; en cambio, es el resultado del mismo
“propósito y gracia” de Dios; y esta gracia nos fue dada en Cristo Jesús antes
de que el mundo comenzara. Es por gracia que somos salvos, y en el
propósito de Dios, esta gracia nos fue otorgada no solo antes de que viéramos
la luz, no solo antes de la caída de Adán, sino incluso antes del distante
“principio” de Génesis 1: 1. Y aquí yace la comodidad inexpugnable del
pueblo de Dios. ¡Si su elección ha sido desde la eternidad, durará hasta la
eternidad! “Nada puede sobrevivir hasta la eternidad, pero lo que vino de la
eternidad, y lo que así ha llegado, lo será” (George S. Bishop).
“… elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del
Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo…”(1 Pedro
1: 2). Aquí nuevamente, la elección del Padre precede a la obra del Espíritu
Santo en, y la obediencia de la fe por aquellos que son salvos; sacándolo por
completo del terreno de la criatura, y haciéndolo descansar en el placer
soberano del Todopoderoso. “La presciencia de Dios Padre” no se refiere
aquí a su presciencia de todas las cosas, sino que significa que los santos
estaban eternamente presentes en Cristo ante la mente de Dios. Dios no
“supo de antemano” que ciertos que escucharían el Evangelio lo creerían
aparte del hecho de que Él había “ordenado” a estos ciertos para vida
eterna. Lo que la presciencia de Dios vio en todos los hombres fue amor por
el pecado y odio a Él mismo. El “conocimiento previo” de Dios se basa en
Sus propios decretos, como se desprende claramente de Hechos 2: 23: “a
éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de
Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole” - nótese
la orden aquí: primero el “determinado consejo” de Dios (su decreto), y
segundo su “conocimiento anticipado”. Así ocurre de nuevo en Romanos
8:28, 29: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que
fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo”, pero esta primera palabra
aquí “porque”, mira al versículo anterior y en su última cláusula se lee: “a los
que conforme a su propósito son llamados”; estos son los que él “antes [sí]
conoció y predestinó”. Finalmente, se debe señalar que cuando leemos en la
Escritura de Dios “conociendo” a ciertas personas, la palabra se usa en el
sentido de conocer con aprobación y amor: “Pero si alguno ama a Dios, es
conocido por él” (1 Corintios 8: 3). A los hipócritas, Cristo les dirá: “Nunca
os conocí”. Él nunca los amó. “elegidos según la presciencia de Dios Padre”
significa, entonces, elegido por Él como los objetos especiales de Su
aprobación y amor.
Resumiendo la enseñanza de estos siete pasajes, aprendemos que Dios ha
“ordenado para vida eterna” a algunos, y que como consecuencia de su
ordenación, ellos a su debido tiempo "creerán", que la ordenación de Dios
para la salvación de sus propios elegidos no es debido a algo bueno en ellos
ni a nada meritorio de ellos, sino únicamente de “Su gracia”; que Dios
designó los objetos más improbables para ser receptores de sus favores
especiales, “a fin de que nadie se jacte en su presencia”; que Dios escogió a
su pueblo en Cristo antes de la fundación del mundo, no porque así fuera,
sino para “ser santos y sin mancha delante de él”; que habiendo seleccionado
a algunos para la salvación. Él también decretó los medios por los cuales Su
consejo eterno debería ser bueno; que la misma “gracia” por la cual somos
salvos fue, en el propósito de Dios, “dada en Cristo Jesús antes de que el
mundo comenzara”; que mucho antes de que fueran realmente creados, los
elegidos de Dios estaban presentes ante su mente, fueron “conocidos” por Él,
es decir, fueron los objetos definidos de su amor eterno.
Antes de pasar a la siguiente división de este capítulo, una palabra más
sobre los temas de la gracia predestinada de Dios. Volvemos sobre este
terreno porque es en este punto que la doctrina de la soberanía de Dios al
predestinar a algunos para salvación es atacada con mayor frecuencia. Los
pervertidores de esta verdad buscan invariablemente alguna causa fuera de la
voluntad de Dios que lo mueve a otorgar la salvación a los pecadores; alguna
cosa u otra se le atribuye a la criatura que le da derecho a recibir misericordia
de manos del Creador. Volvemos a la pregunta: ¿Por qué Dios eligió a los
que eligió?
¿Qué había en los elegidos que atrajo el corazón de Dios hacia ellos?
¿Fue por ciertas virtudes que poseían? ¿porque eran de corazón generoso, de
dulce temperamento, hablaban con la verdad? en una palabra, ¿porque eran
“buenos”, Dios los escogió? No; porque nuestro Señor dijo: “No hay nadie
bueno sino uno, ese es Dios” (Mateo 19:17). ¿Fue por alguna buena obra que
hayan realizado? No; porque está escrito, “No hay quien haga lo bueno, ni
siquiera uno” (Romanos 3:12). ¿Fue porque demostraron una seriedad y celo
al indagar por Dios? No, porque está escrito otra vez: “No hay quien busque a
Dios” (Romanos 3:11). ¿Fue porque Dios previó que ellos creerían? No;
porque ¿cómo pueden los que están “muertos en delitos y pecados” creer en
Cristo? ¿Cómo pudo Dios prever a algunos hombres como creyentes cuando
creer era imposible para ellos? La Escritura declara que “creemos por gracia”
(Hechos 18:27). La fe es el regalo de Dios y, aparte de este don, nadie
creería. La causa de su elección yace en Sí mismo y no en los objetos de su
elección. Él eligió a los que eligió simplemente porque eligió elegirlos.
“Hijos de Dios por elección,
Los que en Jesucristo creemos,
Por eterna determinación,
Gracia soberana ahora tenemos,
Señor por tu compasión,
¡Gracia y gloria poseemos!”
2. LA SOBERANÍA DE DIOS EL HIJO EN LA SALVACIÓN.
¿Por quién murió Cristo? Seguramente no es necesario argumentar que el
Padre tenía un propósito expreso al entregarlo a la muerte, o que Dios el Hijo
tenía un diseño definido ante Él al dar su vida: “Dice el Señor, que hace
conocer todo esto desde tiempos antiguos” (Hechos 15:18). ¿Cuál fue
entonces el propósito del Padre y el diseño del Hijo? Respondemos: Cristo
murió por “los elegidos de Dios”.
No desconocemos el hecho de que el diseño limitado en la muerte de
Cristo ha sido objeto de mucha controversia: ¿qué gran verdad revelada en
las Escrituras no lo ha sido? Tampoco olvidamos que todo lo que tiene que
ver con la Persona y obra de nuestro bendito Señor requiere ser manejado con
la mayor reverencia, y que un “Así dice el Señor” debe ser dado en apoyo de
cada afirmación que hacemos. Nuestra apelación será a la Ley y al
Testimonio.
¿Por quién murió Cristo? ¿A quiénes pretendía redimir con su
derramamiento de sangre? Seguramente el Señor Jesús tenía una
determinación absoluta delante de Él cuando fue a la Cruz. Si la hubiera
tenido, entonces necesariamente se deduce que el alcance de ese propósito
era limitado, porque se debe efectuar una determinación de propósito
absoluta. Si la determinación absoluta de Cristo incluyera a toda la
humanidad, entonces toda la humanidad ciertísimamente sería salvada. Para
escapar de esta conclusión inevitable, muchos han afirmado que no había tal
determinación absoluta ante Cristo, que en Su muerte se ha hecho una
provisión meramente condicional de salvación para toda la humanidad. La
refutación de esta afirmación se encuentra en las promesas hechas por el
Padre a su Hijo antes de ir a la Cruz, sí, antes de encarnarse. Las Escrituras
del Antiguo Testamento representan al Padre como prometiendo cierta
recompensa al Hijo por sus sufrimientos en nombre de los pecadores. En este
punto nos limitaremos a una o dos declaraciones registradas en el bien
conocido capítulo 53 de Isaías. Allí encontramos a Dios diciendo: “Cuando
haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje”, que “Verá el
fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho”, y que su siervo justo
“por su conocimiento justificará […] a muchos,” (vs. 10 y 11). Pero aquí nos
gustaría detenernos y preguntar: ¿cómo podría ser cierto que Cristo “verá
linaje” y que “verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho”, a
menos que la salvación de ciertos miembros de la raza humana hubiera sido
divinamente decretada, y por lo tanto, que esta fuera segura? ¿Cómo podría
ser cierto que Cristo “justificara a muchos” si ninguna provisión eficaz se
hiciera para que alguien lo reciba como su Señor y Salvador? Por otro lado,
insistir en que el Señor Jesús sí se propuso expresamente la salvación de toda
la humanidad es acusarlo de lo que ningún ser inteligente debería ser
culpable, a saber, diseñar aquello que en virtud de su omnisciencia sabía que
nunca llegaría a ocurrir. Por lo tanto, la única alternativa que nos queda es
que, en lo que respecta al propósito predeterminado de su muerte, Cristo
murió solo por los elegidos. Resumiendo en una oración, que confiamos será
inteligible para cada lector, diríamos que Cristo murió no meramente para
hacer posible la salvación de toda la humanidad, sino para asegurar la
salvación de todos los que el Padre le había dado. Cristo murió no
simplemente para hacer que los pecados sean perdonados, sino “por el
sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado” (Hebreos 9:26). En
cuanto al “pecado” de quien (es decir, la culpa, como en 1 Juan 1: 7, etc.) ha
sido “quitado”, la Escritura no nos deja ninguna duda: ¡fue el de los elegidos,
el “mundo” (Juan 1: 29) del pueblo de Dios!
(1) El diseño limitado en la Expiación sigue, necesariamente, de la elección
eterna del Padre de algunos para salvación. Las Escrituras nos informan que
antes de que el Señor se encarnara, dijo: “He aquí que vengo, oh Dios, para
hacer tu voluntad” (Hebreos 10: 7), y después de encarnarse, declaró:
“Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad
del que me envió” (Juan 6:38). Si entonces Dios había escogido desde el
principio a algunos para la salvación, entonces, debido a que la voluntad de
Cristo estaba en perfecto acuerdo con la voluntad del Padre, no trataría de
aumentar su elección. Lo que acabamos de decir no es simplemente una
deducción personal plausible, sino que está en estricta armonía con la
enseñanza expresa de la Palabra. Una y otra vez, nuestro Señor se refirió a
aquellos que el Padre le había “dado”, y con respecto a los cuales fue
particularmente ejercida[9]. Él dijo: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a
mí; y al que a mí viene, no le echo fuera… Y esta es la voluntad del Padre, el
que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo
resucite en el día postrero (Juan 6:37, 39). Y nuevamente, “Estas cosas habló
Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica
a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti; como le has dado
potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste
[…] He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos
eran, y me los diste, y han guardado tu palabra […]Yo ruego por ellos; no
ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son […] Padre,
aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén
conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado
desde antes de la fundación del mundo” (Juan 17: 1, 2, 6, 9, 24). Antes de la
fundación del mundo, el Padre predestinó a un pueblo para ser conformado a
la imagen de su Hijo, y la muerte y resurrección del Señor Jesús fue para
llevar a cabo el propósito Divino.
(2) La misma naturaleza de la Expiación evidencia que, en su aplicación
a los pecadores, estaba limitada en el propósito de Dios. La expiación de
Cristo puede considerarse desde dos puntos de vista principales: hacia Dios y
hacia el hombre. Hacia Dios, la obra de Cristo fue una propiciación, un
apaciguamiento de la ira divina, una satisfacción otorgada a la justicia y
santidad Divinas; hacia el hombre, fue una sustitución, el inocente tomando
el lugar de los culpables, el justo muriendo por los injustos. Pero una
sustitución estricta de una Persona por personas, y la imposición sobre Él de
sufrimientos voluntarios, implican el reconocimiento definido, por parte del
Sustituto y de Aquel a quien debe propiciar, de las personas por las cuales
actúa, cuyos pecados lleva, cuyas obligaciones legales Él quita. Además, si el
Legislador acepta la satisfacción que hace el Sustituto, entonces aquellos
para quienes actúa el Sustituto, cuyo lugar toma, necesariamente deben ser
absueltos. Si tengo una deuda y no puedo pagarla, y otro se presenta y paga a
mi acreedor en su totalidad y recibe un recibo en reconocimiento, entonces, a
la vista de la ley, mi acreedor ya no tiene ningún derecho sobre mí. En la
cruz, el Señor Jesús se dio a sí mismo en rescate, y que fue aceptado por Dios
fue atestiguado por la tumba abierta tres días después; la pregunta que
plantearíamos aquí es: ¿por quién se ofreció este rescate? Si se ofreció para
toda la humanidad, entonces la deuda incurrida por cada hombre ha sido
cancelada. Si Cristo llevó en su propio cuerpo en la cruz los pecados de todos
los hombres sin excepción, entonces, ninguno perecerá. Si Cristo fue “hecho
maldición” por toda la raza de Adán, ninguno está ahora “bajo condenación”.
“Pago dos veces, exigir Dios no podría: primero de la mano sangrante de mi
Fiador; y luego, otra vez de la mía”. Pero Cristo no quitó las deudas de todos
los hombres sin excepción, porque hay algunos que serán “echados en
prisión” (véase 1 Pedro 3:19 donde aparece la misma palabra griega para
“prisión[10]”), y ellos, “de cierto te digo que no [saldrán] de allí, hasta que
[paguen] el último cuadrante” (Mateo 5:26), lo que, por supuesto, nunca
lograrán. Cristo no cargó con los pecados de toda la humanidad, porque hay
algunos que “mueren en sus pecados” (Juan 8:21), y cuyo “pecado
permanece” (Juan 9:41). Cristo no fue “hecho maldición” por toda la raza de
Adán, porque aún hay algunos a quienes les dirá: “Apartaos de mí, malditos”
(Mateo 25:41). Decir que Cristo murió por todos igualmente; decir que se
convirtió en el Sustituto y Fiador de toda la raza humana; decir que sufrió en
nombre y en lugar de toda la humanidad, es decir que Él “llevó la maldición
por muchos que ahora llevan la maldición por sí mismos; que sufrió el
castigo de muchos que ahora están levantando sus propios ojos en el Infierno,
estando en tormentos; que pagó el precio de redención por muchos que aún
pagarán en su propia angustia eterna la paga del pecado, que es la muerte”
(George S. Bishop). Pero, por otro lado, decir como dice la Escritura, que
Cristo fue herido por las transgresiones del pueblo de Dios; decir que dio su
vida “por las ovejas”; decir que dio su vida en rescate por “muchos”, es decir
que hizo una expiación que expía completamente; es decir que pagó un
precio que de hecho rescata; es decir que se presentó una propiciación que
realmente propicia; es decir que Él es un Salvador que verdaderamente salva.
(3) Estrechamente conectada con, y como confirmación de lo que hemos
dicho arriba, está la enseñanza de la Escritura concerniente al sacerdocio de
nuestro Señor. Es como el gran Sumo Sacerdote que Cristo ahora intercede.
¿Pero por quién intercede? ¿Por toda la raza humana, o solo por su propio
pueblo? La respuesta dada por el Nuevo Testamento a esta pregunta es tan
clara como un rayo de sol. Nuestro Salvador ha entrado “en el Cielo mismo
para presentarse ahora por nosotros ante Dios” (Hebreos 9:24), es decir, por
aquellos que son “participantes del llamamiento celestial” (Hebreos 3: 1). Y
otra vez está escrito: “por lo cual puede también salvar perpetuamente a los
que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos”
(Hebreos 7:25). Esto está en estricto acuerdo con la tipología del Antiguo
Testamento. Después de matar al animal sacrificial, Aarón entraba en el lugar
santísimo como representante y en nombre del pueblo de Dios: eran los
nombres de las tribus de Israel los que estaban grabados en su pectoral, y era
para el beneficio de ellos que aparecía ante Dios. De acuerdo con esto, están
las palabras de nuestro Señor en Juan 17: 9: “Yo ruego por ellos; no ruego
por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son”. Otra escritura
que merece una cuidadosa atención en relación con esto se encuentra en
Romanos 8. En el versículo 33, se formula la pregunta: “¿Quién acusará a los
escogidos de Dios?” Y luego sigue la respuesta inspirada: “Dios es el que
justifica”. “¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el
que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también
intercede por nosotros”. ¡Nótese particularmente que la muerte y la
intercesión de Cristo tienen uno y los mismos objetos! Como fue en el tipo,
así es con el anti-tipo, la expiación y la súplica son coextensivas. Si entonces
Cristo intercede solo por los elegidos, y “no por el mundo”, entonces Él
murió por ellos solamente. Y obsérvese además, que la muerte, la
resurrección, la exaltación y la intercesión del Señor Jesús se asignan aquí
como la razón por la cual nadie puede acusar a los elegidos de Dios. Que
aquellos que aún discrepan con lo que estamos exponiendo pesen
cuidadosamente la siguiente pregunta: si la muerte de Cristo se extiende por
igual a todos, ¿cómo se convierte en seguridad contra una “acusación”,
viendo que todos los que creen no están “bajo condenación”? (Juan 3:18).
(4) El número de quienes comparten los beneficios de la muerte de Cristo
está determinado no solo por la naturaleza de la expiación y el sacerdocio de
Cristo, sino también por su poder. Concédase que el que murió en la cruz fue
Dios manifestado en la carne y se sigue inevitablemente que lo que Cristo se
propuso eso realizará; que lo que ha comprado, lo poseerá; lo que Él ha
puesto en su corazón, eso asegurará. Si el Señor Jesús posee todo el poder en
el cielo y la tierra, entonces ninguno puede resistir con éxito su voluntad.
Pero se puede decir: Esto es cierto en abstracto, sin embargo, Cristo se niega
a ejercer este poder, en la medida en que nunca forzará a nadie a recibirlo
como su Señor y Salvador. En cierto sentido, eso es verdad, pero en otro
sentido es totalmente falso. La salvación de cualquier pecador es un asunto de
poder Divino. Por naturaleza, el pecador está en enemistad con Dios, y nada
más que el poder Divino operando dentro de él puede vencer esta enemistad;
de ahí que esté escrito: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió
no le trajere” (Juan 6:44). El poder Divino que vence la enemistad innata del
pecador es el que lo hace estar dispuesto a venir a Cristo para que pueda tener
vida. Pero esta “enemistad” no se supera en todos, ¿por qué? ¿Es porque la
enemistad es demasiado fuerte para ser vencida? ¿Hay algunos corazones tan
endurecidos contra Él que Cristo no puede ganar la entrada? Responder
afirmativamente es negar Su omnipotencia. En el análisis final, no se trata de
la voluntad o la falta de voluntad del pecador, ya que, por naturaleza, todos
son reacios. La voluntad de venir a Cristo es el producto final del poder
divino operando en el corazón humano y en la superación de la “enemistad”
inherente y crónica del hombre, como está escrito, “Tu pueblo se te ofrecerá
voluntariamente en el día de tu poder” (Sal. 110: 3). Decir que Cristo es
incapaz de ganarse para sí mismo a los que no están dispuestos es negar que
todo el poder en el Cielo y en la tierra le pertenece. Decir que Cristo no puede
mostrar su poder sin destruir la responsabilidad del hombre es una
mendicidad de la pregunta aquí planteada, ya que Él ha manifestado su poder
y ha dado disposición a aquellos que han venido a él, y si lo hizo sin destruir
su responsabilidad, ¿por qué “no puede” hacer eso con otros? Si Él puede
ganar el corazón de un pecador para Sí mismo, ¿por qué no el de otro? Decir,
como generalmente se dice, los otros no se lo permitirán, es censurar Su
Suficiencia. Es una cuestión de Su voluntad. Si el Señor Jesús decretó, deseó,
se propuso la salvación de toda la humanidad, entonces toda la raza humana
será salvada, o, de lo contrario, le falta el poder para cumplir Sus
intenciones; y en tal caso nunca podría decirse: “verá el fruto de la aflicción
de su alma, y quedará satisfecho”. La cuestión planteada implica la deidad
del Salvador, porque un Salvador vencido no puede ser Dios.
Después de revisar algunos de los principios generales que nos obligan a
creer que la muerte de Cristo fue limitada en su diseño, pasamos ahora a
considerar algunas de las declaraciones explícitas de las Escrituras que lo
afirman expresamente. En ese maravilloso e inigualable capítulo 53 de Isaías,
Dios nos dice acerca de su Hijo: “Por cárcel y por juicio fue quitado; y su
generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de la tierra de los
vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido” (v. 8). En perfecta
armonía con esto está la palabra del ángel a José: “Llamarás su nombre
JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:21), es decir,
no meramente a Israel, sino a todos los que el Padre le había “dado” a él.
Nuestro Señor mismo declaró: “… el Hijo del Hombre no vino para ser
servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mateo
20:28). Pero ¿por qué haber dicho “por muchos” si todos sin excepción
fueron incluidos? Fue “Su pueblo” a quien “redimió” (Lucas 1:68). Fue por
“las ovejas” y no por las “cabras” que el Buen Pastor entregó su vida (Juan
10:11). Fue “la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre”
(Hechos 20:28).
Si hay una Escritura más que cualquier otra sobre la cual debamos estar
dispuestos a hacer descansar nuestro caso, es Juan 11: 49-52. Aquí se nos
dice: “Entonces Caifás, uno de ellos, sumo sacerdote aquel año, les dijo:
Vosotros no sabéis nada; ni pensáis que nos conviene que un hombre muera
por el pueblo, y no que toda la nación perezca. Esto no lo dijo por sí mismo,
sino que como era el sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús había de
morir por la nación; y no solamente por la nación, sino también para
congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos”. Aquí se lee que
Caifás “profetizó no de sí mismo”, es decir, como los que Dios empleó en los
tiempos del Antiguo Testamento (véase 2 Pedro 1:21), su profecía no se
originó con sigo mismo, sino que habló cuando fue movido por el Espíritu
Santo; Así, el valor de su declaración es cuidadosamente protegido, y la
fuente Divina de esta revelación está expresamente avalada. Aquí, también,
estamos definitivamente informados de que Cristo murió por “esa nación”, es
decir, Israel, y también por el Cuerpo Único, Su Iglesia, porque es en la
Iglesia donde los hijos de Dios - “dispersos” entre las naciones - ahora están
siendo “reunidos en uno”. ¿Y no es notable que los miembros de la Iglesia
sean aquí llamados “hijos de Dios” incluso antes de que Cristo muriera, y por
lo tanto antes de que comenzara a edificar su Iglesia? La gran mayoría de
ellos aún no había nacido, sin embargo, eran considerados como “hijos de
Dios”; hijos de Dios porque habían sido escogidos en Cristo antes de la
fundación del mundo, y por lo tanto “predestinado[s] para ser adoptados
hijos suyos por medio de Jesucristo” (Efesios 1: 4, 5). De la misma manera,
Cristo dijo: “También tengo (no “tendré”) otras ovejas que no son de este
redil…” (Juan 10:16).
Si alguna vez el verdadero diseño de la Cruz fue predominante en el
corazón y el habla de nuestro bendito Salvador, fue durante la última semana
de Su ministerio terrenal. ¿Qué hacen entonces las Escrituras que tratan de
esta parte de su ministerio en relación con nuestra investigación actual?
Dicen: “…sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este
mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los
amó hasta el fin” (Juan 13: 1). Nos dicen cómo dijo: “Nadie tiene mayor
amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:13). Ellas
registran su palabra: “Por ellos yo me santifico a mí mismo, para que
también ellos sean santificados en la verdad” (Juan 17:19); lo que significa
que, por el bien de los suyos, los que el Padre “le dio”, se separó a sí mismo
hasta la muerte de la Cruz. Uno bien puede preguntar: ¿Por qué tal
discriminación de términos si Cristo murió por todos los hombres
indiscriminadamente?
Antes de cerrar esta sección del capítulo consideraremos brevemente
algunos de esos pasajes que parecen enseñar con mayor fuerza un diseño
ilimitado en la muerte de Cristo. En 2 Corintios 5:14 leemos, “…uno murió
por todos”. Pero eso no es todo lo que la Escritura afirma. Si se examinan
cuidadosamente todos los versículos y pasajes de los que se citan estas
palabras, se encontrará que, en lugar de enseñar una expiación ilimitada,
argumenta enfáticamente un diseño limitado en la muerte de Cristo. Todo el
versículo dice: “Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si
uno murió por todos, luego todos murieron…”. Debe señalarse que en el
griego está el artículo definido antes del último “todos”, y que el verbo aquí
está en tiempo aoristo, y por lo tanto se debe leer así: “pensando esto: que si
uno murió por todos, entonces los todos murieron”. El apóstol está aquí
sacando una conclusión, tal como se desprende de las palabras “pensando
esto, que si….luego…”. Su significado es que aquellos por quienes el Uno
murió son considerados, judicialmente, como muertos, también. El siguiente
versículo continúa diciendo: “…y por todos murió, para que los que viven, ya
no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos”. El Uno no
solo murió, sino que “resucitó”, y también lo hicieron los “todos” por quienes
murió, porque aquí se dice que ellos “viven”. Aquellos por quienes un
sustituto actúa son considerados legalmente como habiendo actuado ellos
mismos. A la vista de la ley, el sustituto y aquellos a quienes él representa
son uno. Así también lo es a los ojos de Dios. Cristo se identificó con su
pueblo y su pueblo se identificó con él, por lo tanto, cuando Él murió, ellos
murieron (judicialmente) y cuando Él resucitó, ellos también resucitaron.
Pero más adelante se nos dice en este pasaje (v. 17), que si algún hombre está
en Cristo, éste es una nueva creación; ha recibido una nueva vida tanto de
hecho como a la vista de la ley, de ahí que los “todos” por los que Cristo
murió son llamados a vivir de Ahí en adelante no más para sí mismos, sino
para Aquel que murió por ellos, y resucitó. En otras palabras, aquellos que
pertenecieron a estos “todos” por quienes Cristo murió, son aquí exhortados a
manifestar prácticamente en su vida diaria lo que es verdad de ellos
judicialmente: deben “vivir para Cristo que murió por ellos”. Así, el “Uno
murió por todos” queda definido para nosotros. Los “todos” por los cuales
Cristo murió son los que “viven” y que son aquí llamados a vivir “para él”.
Este pasaje enseña tres verdades importantes, y para mostrar mejor su
alcance, las mencionamos en su orden inverso: a algunos aquí se les llama a
que no vivan más para sí mismos sino para Cristo; los así amonestados son
“los que viven”, los que viven espiritualmente, por lo tanto, los hijos de Dios,
porque del género humano, solo ellos poseen vida espiritual, y todos los
demás están muertos en sus delitos y pecados; aquellos que viven así son los
que pertenecen a los “todos”, los “ellos”, por quienes Cristo murió y resucitó.
Por lo tanto, este pasaje enseña que Cristo murió por todo su pueblo, los
elegidos, aquellos que el Padre le dio; que como el resultado de Su muerte (y
resurrección “por ellos”), ellos “viven”, y los elegidos son los únicos que así,
“viven”; y esta vida que es suya por medio de Cristo debe ser vivida “para
él”, ahora, el amor de Cristo debe “constreñirlos”.
“Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres”
(no el “hombre”, pues esto habría sido un término genérico y significaría
humanidad. ¡Oh precisión de la Sagrada Escritura!), Jesucristo hombre; el
cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su
debido tiempo” (1 Timoteo 2: 5, 6). Es sobre las palabras “el cual se dio a sí
mismo en rescate por todos”, que ahora queremos comentar. En las
Escrituras, la palabra “todos” (tal como se aplica a la humanidad) se usa en
dos sentidos: uno absoluto y otro relativo. En algunos pasajes significa todos
sin excepción; en otros significa todos sin distinción. En cuanto cuál de estos
significados tiene en un pasaje particular, debe ser determinado por el
contexto y decidido por una comparación de Escrituras paralelas. Que la
palabra “todos” se usa en un sentido relativo y restringido, y en tal caso
significa todos sin distinción y no todos sin excepción, es claro a partir de
varias Escrituras, de las cuales seleccionamos dos o tres como ejemplos. “Y
salían a él toda la provincia de Judea, y todos los de Jerusalén; y eran
bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados” (Marcos 1: 5).
¿Significa esto que todo hombre, mujer y niño de “toda la tierra de Judea y
los de Jerusalén” fueron bautizados por Juan en el Jordán? Seguramente no.
Lucas 7:30 haciendo la distinción dice: “Mas los fariseos y los intérpretes de
la ley desecharon los designios de Dios respecto de sí mismos, no siendo
bautizados por Juan”. Entonces, ¿qué significa “todos… eran bautizados por
él”? Respondemos que no significa todos sin excepción, sino todos sin
distinción, es decir, toda clase y condición de hombres. La misma explicación
se aplica a Lucas 3:21. Nuevamente leemos: “Y por la mañana volvió al
templo, y todo el pueblo vino a él; y sentado él, les enseñaba” (Juan 8: 2);
¿debemos entender esta expresión de manera absoluta o relativa? ¿“todo el
pueblo” significa todos sin excepción o todos sin distinción, es decir, toda
clase y condición de personas? Evidentemente esto último; porque el templo
no podía acomodar a todos los que estaban en Jerusalén en este momento, es
decir, la Fiesta de los Tabernáculos. Otra vez, leemos en Hechos 22:15,
“Porque [tu Pablo] serás testigo suyo a todos los hombres, de lo que has visto
y oído”. Sin duda, “todos los hombres” aquí no significan todos los miembros
de la raza humana. Mostramos ahora que las palabras “el cual se dio a sí
mismo en rescate por todos” en 1 Timoteo 2: 6 significan todos sin
distinción, y no todos sin excepción. Él se dio a sí mismo en rescate por
hombres de todas las nacionalidades, de todas las generaciones, de todas las
clases; en una palabra, para todos los elegidos, como leemos en Apocalipsis
5: 9: “… porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para
Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación”. Que esto no es una
definición arbitraria del “todos” en nuestro pasaje está claro en Mateo 20:28,
donde leemos: “como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para
servir, y para dar su vida en rescate por muchos”. Limitación que sería
absolutamente sin sentido si Él se diera a sí mismo en rescate por todos sin
excepción. Además, las palabras calificativas aquí, “de lo cual se dio
testimonio a su debido tiempo”, deben ser tomadas en consideración. Si
Cristo se dio a sí mismo en rescate por toda la raza humana, ¿en qué sentido
de esto se dará “testimonio a su debido tiempo”, viendo que multitud de
hombres ciertamente se perderán eternamente? Pero si nuestro texto significa
que Cristo se dio a sí mismo en rescate por los elegidos de Dios, sin
distinción alguna, sin distinción de nacionalidad, prestigio social, carácter
moral, edad o sexo, entonces el significado de estas palabras calificativas es
bastante inteligible, porque “a su debido tiempo” de esto se dará
“testimonio” en la salvación real y lograda de cada uno de ellos.
“Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a
Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte,
para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos” (Hebreos 2: 9).
No necesitamos detenernos por mucho tiempo en este pasaje. Con base en
una falsa traducción, se ha erigido una falsa doctrina aquí. No hay palabra
alguna en el griego correspondiente a “hombre” en nuestra versión en
inglés[11]. En griego, se deja en abstracto: “gustase la muerte por todos”. La
Versión revisada ha omitido correctamente “hombre” del texto, pero lo ha
insertado incorrectamente en cursiva. Otros suponen que debe suministrarse
la palabra “cosas”: “gustase la muerte por todas las cosas”, pero esto también
nos parece un error. Nos parece que las palabras que siguen inmediatamente
explican nuestro texto: “En efecto, a fin de llevar a muchos hijos a la gloria,
convenía que Dios, para quien y por medio de quien todo existe,
perfeccionara mediante el sufrimiento al autor de la salvación de ellos”. “Es
de los ‘hijos’ que el Apóstol escribe aquí, y sugerimos una elipsis de ‘hijo’ -
Así “para que…gustase la muerte por cada…”- y suministramos hijo en
cursiva. Por lo tanto, en lugar de enseñar el diseño ilimitado de la muerte de
Cristo, Hebreos 2: 9, 10 está en perfecto acuerdo con las otras Escrituras que
hemos citado que establecen el propósito restringido en la Expiación: fue por
los “hijos” y no por la raza humana que Nuestro Señor “gustó la muerte”.[12]
Al cerrar esta sección del capítulo, digamos que la única limitación en la
Expiación por la que hemos contendido surge de la Soberanía pura; es una
limitación no de valor y virtud, sino de diseño y aplicación. Pasemos ahora a
considerar…
3. LA SOBERANÍA DE DIOS EL ESPÍRITU SANTO EN LA
SALVACIÓN.
Como el Espíritu Santo es una de las tres Personas en la Bendita Trinidad,
necesariamente se deduce que Él simpatiza plenamente con la voluntad y el
diseño de las otras Personas de la Deidad. El propósito eterno del Padre en la
elección, el diseño limitado de la muerte del Hijo y el alcance restringido de
las operaciones del Espíritu Santo están en perfecto acuerdo. Si el Padre
escogió a algunos antes de la fundación del mundo y se los dio a su Hijo, y si
fue por ellos que Cristo se dio a sí mismo en rescate, entonces el Espíritu
Santo ahora está trabajando para “llevar al mundo a Cristo”. La misión del
Espíritu Santo en el mundo de hoy es aplicar los beneficios del sacrificio
redentor de Cristo. La cuestión que ahora nos ocupa no es la extensión del
poder del Espíritu Santo -en ese punto no puede haber ninguna duda, es
infinito- sino que lo que buscaremos mostrar es que su poder y operaciones
están dirigidas por la sabiduría y Soberanía Divinas.
Acabamos de decir que el poder y las operaciones del Espíritu Santo
están dirigidos por la Divina sabiduría y la indiscutible Soberanía. Como
prueba de esta afirmación, apelamos primero a las palabras de nuestro Señor
a Nicodemo en Juan 3: 8: “El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido;
mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido
del Espíritu”. Aquí se traza una comparación entre el viento y el Espíritu. La
comparación es doble: primero, ambos son soberanos en sus acciones, y
segundo, ambos son misteriosos en sus operaciones. La comparación se
señala por la palabra “así”. El primer punto de analogía se ve en las palabras
“de donde quiere” o “le place”; el segundo se encuentra en las palabras “más
ni sabes”. Del segundo punto de analogía, ahora no estamos preocupados,
pero del primero quisiéramos comentar más.
“El viento sopla de donde quiere… así es todo aquel que es nacido del
Espíritu”. El viento es un elemento que el hombre no puede controlar ni
obstaculizar. El viento no consulta la voluntad del hombre ni puede ser
regulado por sus artilugios. Lo mismo ocurre con el Espíritu. El viento sopla
cuando le place, donde le place, como le place. Similarmente pasa con el
Espíritu. El viento está regulado por la sabiduría Divina, sin embargo, en lo
que concierne al hombre, es absolutamente Soberano en sus operaciones. Lo
mismo aplica al Espíritu. A veces el viento sopla tan suavemente que apenas
cruje una hoja, otras veces suena tan fuerte que su rugido puede escucharse a
kilómetros de distancia. Así es en el asunto del nuevo nacimiento, con
algunos el Espíritu Santo trata tan suavemente que su obra es imperceptible
para los espectadores humanos, con otros su acción es tan poderosa, radical,
revolucionaria, que sus operaciones son patentes para muchos. En cuanto a su
alcance, a veces el viento es puramente local, en otras ocasiones ampliamente
extendido. Así lo es con el Espíritu: hoy Él actúa sobre una o dos almas,
mañana Él puede, como en Pentecostés, “tocar el corazón” de toda una
multitud. Pero ya sea que obre en pocos o muchos, no consulta al hombre. Él
actúa como le place. El nuevo nacimiento se debe a la soberana voluntad del
Espíritu.
Cada una de las tres Personas en la Bendita Trinidad se preocupa por
nuestra salvación: con el Padre es la predestinación; con el Hijo la
propiciación; con el Espíritu la regeneración. El Padre nos eligió; el Hijo
murió por nosotros; el Espíritu nos vivifica. El Padre estaba preocupado por
nosotros; el Hijo derramó Su sangre por nosotros, el Espíritu realiza Su obra
dentro de nosotros. Lo que hizo el Uno fue eterno, lo que el Otro hizo fue
externo, lo que el Espíritu hace es interno. Es la obra del Espíritu lo que
ahora nos concierne, su obra en el nuevo nacimiento, y particularmente sus
operaciones soberanas en el nuevo nacimiento. El Padre se propuso nuestro
nuevo nacimiento; el Hijo ha hecho posible (por Sus “dolores”) el nuevo
nacimiento; pero es el Espíritu quien efectúa el nuevo nacimiento: “nacido
del Espíritu” (Juan 3: 6).
El nuevo nacimiento es únicamente obra de Dios el Espíritu y el hombre
no tiene parte o suerte en ello. Esto desde la misma naturaleza del asunto. El
nacimiento por completo excluye la idea de cualquier esfuerzo u obra de
parte del que nace. Personalmente no tenemos que ver con nuestro
nacimiento espiritual más que lo que tuvimos con nuestro nacimiento
natural. El nuevo nacimiento es una resurrección espiritual, un “pasar de
muerte a vida” (Juan 5:24) y, claramente, la resurrección está completamente
fuera de la jurisdicción del hombre. Ningún cadáver puede re-animarse a sí
mismo. Por lo tanto, está escrito: “El Espíritu es el que da vida; la carne para
nada aprovecha” (Juan 6:63). Pero el Espíritu no “vivifica” a todos, ¿por
qué? La respuesta habitual a esta pregunta es: Porque todos no confían en
Cristo. Se supone que el Espíritu Santo vivifica solo a aquellos que creen.
Pero esto es para poner el coche antes que el caballo. La fe no es la causa del
nuevo nacimiento, sino la consecuencia de ello. Esto no debería necesitar
discusión. La fe (en Dios) es algo exótico, algo que no nace en el corazón
humano. Si la fe fuese un producto natural del corazón humano, el ejercicio
de un principio común a la naturaleza humana, nunca se habría escrito: “no es
de todos la fe” (2 Tesalonicenses 3: 2). La fe es una gracia espiritual, el fruto
de la naturaleza espiritual, y debido a que los no regenerados están muertos
espiritualmente, “muertos en delitos y pecados”, se sigue que la fe
proveniente de ellos es imposible, porque un hombre muerto no puede creer
nada. “Y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Romanos
8: 8), pero podrían hacerlo si la carne pudiera creer. Compárese con esta
última Escritura Hebreos 11: 6: “Pero sin fe es imposible agradar a Dios”.
¿Puede Dios estar “complacido” o satisfecho con cualquier cosa que no tenga
su origen en Sí mismo?
Que la obra del Espíritu Santo precede a nuestra creencia está
inequívocamente establecida en 2 Tesalonicenses 2: 13: “…de que Dios os
haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por
el Espíritu y la fe en la verdad”. Nótese que “la santificación por el Espíritu”
viene antes y hace posible la "fe en la verdad". ¿Cuál es la “santificación por
el Espíritu”? Respondemos, el nuevo nacimiento. En las Escrituras, la
“santificación” siempre significa “separación”, separación por algo y para
algo o alguien. Ampliemos ahora nuestra afirmación de que la “santificación
por el Espíritu” corresponde al nuevo nacimiento y señala el efecto posicional
de la misma.
Aquí tenemos un siervo de Dios que predica el Evangelio a una
congregación en la que hay un centenar de personas no salvas. Él les presenta
la enseñanza de la Escritura concerniente a su condición arruinada y perdida:
él habla de Dios, su carácter y demandas justas; él habla de que Cristo
cumplió con las demandas de Dios, y de la muerte del justo por los injustos, y
declara que a través de “este hombre” ahora se predica el perdón de los
pecados; él cierra instando a los perdidos a creer lo que Dios ha dicho en Su
Palabra y a recibir a Su Hijo como su Señor y Salvador. La reunión termina;
la congregación se dispersa; noventa y nueve de los inconversos se han
negado a venir a Cristo para tener vida y salen esa noche sin esperanza, y sin
Dios en el mundo. Pero el centésimo escuchó la Palabra de vida; la semilla
sembrada cayó en la tierra que había sido preparada por Dios; él creyó las
Buenas Nuevas, y se va a casa regocijándose de que su nombre está escrito en
el Cielo. Ha “nacido de nuevo”, y así como un bebé recién nacido en el
mundo natural comienza la vida aferrándose instintivamente, en su
impotencia, a su madre, entonces esta alma recién nacida se ha aferrado a
Cristo. Justo como leemos: “Entonces una mujer llamada Lidia… estaba
oyendo; y el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que
Pablo decía” (Hechos 16:14). Así en el caso propuesto arriba, el Espíritu
Santo lo vivificó antes de que creyera el mensaje del Evangelio. Aquí está la
“santificación por el Espíritu”: esta única alma que ha nacido de nuevo, en
virtud de su nuevo nacimiento, ha sido separada de las otras noventa y
nueve. Los nacidos de nuevo son, por el Espíritu, apartado de aquellos que
están muertos en delitos y pecados.
Un hermoso tipo de las operaciones del Espíritu Santo, antecedente a la
“fe en la verdad” del pecador, se encuentra en el primer capítulo del Génesis.
Leemos en el versículo 2: “Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las
tinieblas estaban sobre la faz del abismo”. El hebreo original aquí podría
literalmente traducirse así: “Y la tierra había llegado a ser una ruina
desolada, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo”. En “el principio”,
la tierra no fue creada en la condición descrita en el versículo 2. Entre los
primeros dos versículos de Génesis 1 había ocurrido una terrible catástrofe -
posiblemente la caída de Satanás- y, como consecuencia, la tierra había sido
destruida y arruinada, y se había convertido en un “ruina desolada”, yaciendo
bajo un manto de “oscuridad”. Tal es también la historia del hombre. Hoy, el
hombre no está en la condición que estaba antes de apartarse del cuidado de
su Creador: una terrible catástrofe ha sucedido, y ahora el hombre es una
“ruina desolada” y está en total “oscuridad” con respecto a las cosas
espirituales. Luego leemos en Génesis 1 cómo Dios reformó la tierra en
ruinas y creó nuevos seres para habitarla. Primero leemos: “…y el Espíritu de
Dios se movía sobre la faz de las aguas”. Luego se nos dice: “Y Dios dijo:
sea la luz; y fue la luz”. El orden es el mismo en la nueva creación: primero
está la acción del Espíritu y luego la Palabra de Dios que alumbra. Antes de
que la Palabra hallara entrada en la escena de desolación y oscuridad,
trayendo consigo la luz, el Espíritu de Dios “se movía”. Lo mismo sucede en
la nueva creación. “La exposición de tus palabras alumbra…” (Sal. 119:
130), pero antes de que pueda entrar en el corazón humano entenebrecido, el
Espíritu de Dios debe operar sobre él[13].
Volviendo a 2 Tesalonicenses 2:13: “Pero nosotros debemos dar siempre
gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que
Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la
santificación por el Espíritu y la fe en la verdad”. El orden de pensamiento
aquí es muy importante e instructivo. Primero, la elección eterna de Dios;
segundo, la santificación del Espíritu; tercero, fe en la verdad. Precisamente,
el mismo orden se encuentra en 1 Pedro 1: 2 - “…elegidos según la
presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser
rociados con la sangre de Jesucristo”. Consideramos que la “obediencia” aquí
es “obediencia a la fe” (Romanos 1: 5), que se apropia de las virtudes de la
sangre rociada del Señor Jesús. Entonces, antes de la “obediencia” (de la fe,
véase Hebreos 5: 9), está la obra del Espíritu separándonos, y detrás de eso
está la elección de Dios el Padre. Los “santificados por el Espíritu” entonces,
son aquellos a quienes “Dios desde el principio ha elegido para salvación” (2
Tesalonicenses 2:13), aquellos que son “elegidos según la presciencia de
Dios Padre” (1 Pedro 1: 2).
Pero, se puede decir, ¿no es la misión actual del Espíritu Santo
“convencer[14] al mundo de pecado”? Y respondemos, no. La misión del
Espíritu es triple; glorificar a Cristo, vivificar a los elegidos, edificar a los
santos. Juan 16: 8-11 no describe la “misión” del Espíritu, sino que expone el
significado de Su presencia aquí en el mundo. No trata Su obra subjetiva en
los pecadores, mostrándoles su necesidad de Cristo, escudriñando sus
conciencias y aterrorizando sus corazones; lo que tenemos allí es
completamente objetivo. Para ilustrar. Supongamos que vi a un hombre
colgado en la horca[15], ¿de qué me “convencería” eso? De que era un
asesino. ¿Cómo sería, por lo tanto, convencido? ¿Al leer el registro de su
juicio? ¿Al escuchar una confesión de sus propios labios? No, sino por el
hecho de que él estaba colgado allí. Así que el hecho de que el Espíritu Santo
está aquí proporciona una prueba de la culpabilidad del mundo, de la justicia
de Dios y del juicio del diablo.
El Espíritu Santo no debería estar aquí en absoluto. Esa es una
declaración sorprendente, pero lo hacemos deliberadamente. Cristo es el que
debería estar aquí. Fue enviado aquí por el Padre, pero el mundo no lo quiso,
quiso no tenerlo, lo odió y lo expulsó. Y la presencia del Espíritu aquí en
cambio evidencia su culpa. La venida del Espíritu fue una prueba para la
demostración de la resurrección, ascensión y gloria del Señor Jesús. Su
presencia en la tierra revierte el veredicto del mundo, mostrando que Dios ha
dejado de lado el juicio blasfemo en el palacio del sumo sacerdote de Israel y
en la sala del gobernador romano. El “redarguir” del Espíritu permanece, y
permanece completamente independientemente de la recepción o el rechazo
de su testimonio por parte del mundo.
Si nuestro Señor se hubiera estado refiriendo aquí a la obra
misericordiosa que el Espíritu realizaría en aquellos que deberían ser llevados
a sentir su necesidad de Él, Él habría dicho que el Espíritu condenaría a los
hombres por su falta de justicia, por su falta de rectitud. Pero este no es el
pensamiento aquí en absoluto. El descenso del Espíritu del Cielo establece la
justicia de Dios, la justicia de Cristo. La prueba de eso es que Cristo fue al
Padre. Si Cristo hubiera sido un Impostor, como el mundo religioso insistió
cuando lo echaron, el Padre no lo habría recibido. El hecho de que el Padre sí
lo exaltó a Su propia diestra, demuestra que era inocente de los cargos que se
le imputaban; y la prueba de que el Padre lo ha recibido es la presencia ahora
del Espíritu Santo en la tierra, porque Cristo lo ha enviado del Padre (Juan
16: 7). El mundo no fue justo al rechazarlo, el Padre fue justo al glorificarlo;
y esto es lo que la presencia del Espíritu aquí establece.
“De juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado” (v.
11). Este es el clímax lógico e inevitable. El mundo es declarado culpable por
su rechazo, por rehusarse recibir, a Cristo. Su condena se exhibe por la
exaltación del Padre del Despreciado. Por lo tanto, nada le espera al mundo, y
su Príncipe, sino el juicio. El “juicio” de Satanás ya está establecido por la
presencia del Espíritu aquí, porque Cristo, “[destruyó] por medio de la muerte
al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (Hebreos 2:14).
Cuando llegue el tiempo de Dios para que el Espíritu se aparte de la tierra,
entonces Su sentencia será ejecutada, tanto sobre el mundo como sobre su
Príncipe. A la luz de este pasaje inefablemente solemne, no debemos
sorprendernos al encontrar a Cristo diciendo: “El Espíritu de verdad, a quien
el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce”. No, el mundo no lo
quiere; Él condena al mundo.
“Y cuando él venga, convencerá (o, mejor, “condenará” – declarará
culpable) al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto
no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de
juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado” (Juan 16: 8-
11). Tres cosas, entonces, la presencia del Espíritu Santo en la tierra
demuestra al mundo: primero, su pecado, porque el mundo se negó a creer en
Cristo; en segundo lugar, la justicia de Dios al exaltar a su diestra al
Rechazado, y ahora no más visto por el mundo; tercero, juicio, porque
Satanás, el príncipe del mundo ya está juzgado, aunque la ejecución de su
juicio es aún futura. Por lo tanto, la presencia del Espíritu Santo aquí muestra
las cosas como realmente son. Repetimos, Juan 16: 8-11 no hace referencia a
la misión del Espíritu de Dios en el mundo, porque durante esta dispensación,
el Espíritu no tiene misión ni ministerio hacia el mundo.
El Espíritu Santo es soberano en sus operaciones y su misión está
confinada a los elegidos de Dios: ellos son a los que él “consuela”, “sella”,
guía a toda verdad, les muestra lo que vendrá, etc. El trabajo del Espíritu es
necesario para el completo logro del propósito eterno del Padre. Hablando
hipotética, pero reverentemente, se podría decir, que si Dios no hubiera hecho
nada más que entregar a Cristo a la muerte por los pecadores, ni un solo
pecador habría sido salvado. Para que cualquier pecador pueda ver su
necesidad de un Salvador y esté dispuesto a recibir al Salvador, necesita la
obra del Espíritu Santo sobre y dentro de él como requerimiento imperativo.
Si Dios no hubiera hecho nada más que dar a Cristo por los pecadores y
enviar a sus siervos a proclamar la salvación por medio de Jesucristo, dejando
a los pecadores enteramente a sí mismos para aceptar o rechazar lo que
quisieran, entonces todo pecador habría rechazado, porque en el fondo cada
el hombre odia a Dios y está en enemistad con él. Por lo tanto, la obra del
Espíritu Santo era necesaria para llevar al pecador a Cristo, superar su
oposición innata y obligarlo a aceptar la provisión que Dios ha hecho.
Decimos “obligar” al pecador, porque esto es precisamente lo que el Espíritu
Santo hace, tiene que hacer, y esto nos lleva a considerar con cierto detalle,
aunque sea lo más brevemente posible, la parábola de la “gran Cena de
bodas”.
En Lucas 14:16 leemos: “Un hombre hizo una gran cena, y convidó a
muchos”. Al comparar cuidadosamente lo que sigue aquí con Mateo 22: 2-10,
se observarán varias distinciones importantes. Consideramos que estos
pasajes son dos relatos independientes de la misma parábola, que difieren en
los detalles de acuerdo con el propósito y el diseño distintivos del Espíritu
Santo en cada Evangelio. El relato de Mateo - en armonía con la presentación
del Espíritu sobre Cristo como el Rey dice: “… un rey que hizo fiesta de
bodas a su hijo”. El relato de Lucas, donde el Espíritu presenta a Cristo como
el Hijo del Hombre, dice: “Un hombre hizo una gran cena, y convidó a
muchos”. Mateo 22: 3 dice: “Y envió a sus siervos…”, Lucas 14:17 dice:
“envió a su siervo”. Ahora a lo que queremos llamar especialmente la
atención es, que a través del relato de Mateo es “siervos”, mientras que en
Lucas siempre es “siervo”. La clase de lectores para quienes estamos
escribiendo son aquellos que creen, sin reservas, en la inspiración verbal de
las Escrituras, y que fácilmente reconocerán que debe haber alguna razón
para este cambio del número plural en Mateo al número singular en Lucas.
Creemos que la razón es de peso y que dar atención a esta variación revela
una verdad importante. Creemos que los “siervos” en Mateo, hablando en
términos generales, son todos los que salen predicando el Evangelio, pero que
el “Siervo” en Lucas 14 es el Espíritu Santo, porque Dios el Hijo, en los días
de su ministerio terrenal, era el Siervo de Jehová (Isaías 42: 1). Se observará
que en Mateo 22 los “siervos” son enviados a hacer tres cosas: primero,
“llamar” a las bodas (v. 3); “Decid a los convidados: He aquí […] todas las
cosas están listas: venid a las bodas” (v 4); tercero, “llamad a las bodas a
cuantos halléis” (v. 9); y estas tres son las cosas que los que ministran El
Evangelio de hoy están haciendo. En Lucas 14, el Siervo también es enviado
para hacer tres cosas: primero, debe “decir a los convidados: Venid, que ya
todo está preparado” (v.17); segundo, él debe traer “a los pobres, los mancos,
los cojos y los ciegos” (v. 21); tercero, Él debe “[forzarlos] a entrar” (v. 23),
y estas dos últimas, ¡Solo el Espíritu Santo puede hacerlas!
En la Escritura mencionada arriba vemos que “el Siervo”, el Espíritu
Santo, fuerza a ciertos individuos a entrar a las “bodas”, y aquí se ve Su
Soberanía, Su omnipotencia, Su Suficiencia Divina. La clara implicación de
esta palabra “forzar” es que aquellos a quienes el Espíritu Santo sí “trae” no
están dispuestos en sí mismos a venir. Esto es exactamente lo que hemos
tratado de mostrar en párrafos anteriores. Por naturaleza, los elegidos de Dios
son “hijos de ira, lo mismo que los demás” (Efesios 2: 3), y como tales, sus
corazones están en enemistad con Dios. Pero esta “enemistad” de ellos es
vencida por el Espíritu y Él los “fuerza” a entrar. ¿No está claro entonces que
la razón por la cual otros quedan afuera, no es solo porque no están
dispuestos a entrar, sino también porque el Espíritu Santo no los “fuerza” a
entrar? ¿No es manifiesto que el Espíritu Santo es soberano en el ejercicio de
su poder, que como el viento “sopla de donde quiere” así el Espíritu Santo
opera donde le place?
Y ahora para resumir. Hemos tratado de mostrar la consistencia perfecta
de los caminos de Dios: que cada Persona en la Deidad actúa en simpatía y
armonía con los Otros. Dios el Padre eligió a algunos para salvación, Dios el
Hijo murió por los elegidos, y Dios el Espíritu vivifica a los elegidos. Bien
podemos cantar,
¡Alabad a Dios! fuente de toda bendición
Alabadle en la tierra toda su creación,
Alabadle arriba, oh huestes, con celestial canto,
Alabad al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
CAPÍTULO CINCO
LA SOBERANÍA DE DIOS EN LA
REPROBACIÓN
“Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios…” (Romanos 11:22).
En el último capítulo, al tratar sobre la Soberanía de Dios el Padre en la
Salvación, examinamos siete pasajes que lo representan como haciendo una
elección de entre los hijos de los hombres, y predestinando a algunos para ser
conformaos a la imagen de su Hijo. El lector reflexivo naturalmente
preguntará: ¿Y qué de aquellos que no fueron “ordenados para vida eterna”?
La respuesta que generalmente se devuelve a esta pregunta, incluso por
aquellos que profesan creer lo que las Escrituras enseñan acerca de la
Soberanía de Dios, es que Dios pasa por alto a los no elegidos, los deja solos
para que sigan su propio camino, y al final los arroja al Lago de Fuego
porque rechazaron Su camino y rechazaron al Salvador que Él proveyó. Pero
esto es solo una parte de la verdad; la otra parte - la que es más ofensiva para
la mente carnal - es ignorada o negada.
En vista de la terrible solemnidad del tema aquí ante nosotros, en vista del
hecho de que hoy casi todos, incluso los que profesan ser calvinistas,
rechazan y repudian esta doctrina, y en vista del hecho de que este es uno de
los puntos en nuestro libro, que probablemente genera la mayor controversia,
creemos que se requiere una investigación extensa sobre este aspecto de la
verdad de Dios. Que esta rama del tema de la Soberanía de Dios es
profundamente misteriosa, lo admitimos libremente, sin embargo, esa no es
razón para rechazarla. El problema es que, hoy en día, hay tantos que reciben
el testimonio de Dios solo en la medida en que puedan explicar
satisfactoriamente todas las razones y los motivos de su conducta, lo que
significa que no aceptarán nada más que lo que pueda medirse en las balanzas
mezquinas de sus propias capacidades limitadas.
Al afirmarlo en su forma más reservada, el punto que ahora se debe
considerar es: ¿Dios pre-ordenó a algunos a la condenación? Que muchos
serán eternamente condenados es claro en la Escritura, que cada uno será
juzgado según sus obras y cosechará lo haya sembrado, y que en
consecuencia su “condenación es justa” (Romanos 3: 8), es igualmente
seguro, y que Dios decretó que los no elegidos deben elegir el curso que ellos
siguen, ahora nos comprometemos a probarlo.
De lo que ha estado ante nosotros en el capítulo anterior con respecto a la
elección de algunos para la salvación, inevitablemente se seguiría, incluso si
las Escrituras hubiesen guardado silencio al respecto, que debe haber un
rechazo a los demás. Toda elección implica evidente y necesariamente un
rechazo, porque donde no hay exclusión, no puede haber elección. Si hay
algunos que Dios ha elegido para la salvación (2 Tesalonicenses 2:13), debe
haber otros que no son elegidos para tal salvación. Si hay algunos que el
Padre le dio a Cristo (Juan 6:37), debe haber otros que no le dio a Cristo. Si
hay algunos cuyos nombres están escritos en el Libro de la vida del Cordero
(Apocalipsis 21:27), debe haber otros cuyos nombres no están escritos allí.
Que este es el caso, lo demostraremos completamente a continuación.
Ahora todos reconocerán que desde la fundación del mundo, Dios
ciertamente anticipó y previó quién y quiénes no recibirían a Cristo como su
Salvador, por lo tanto, al dar el ser y el nacimiento a aquellos que él sabía
que rechazarían a Cristo, necesariamente los creó para condenación. Todo lo
que puede decirse en respuesta a esto es: No, aunque Dios sabía de antemano
que estos rechazarían a Cristo, sin embargo, no decretó que lo harían. Pero
esto es hacer formalmente la verdadera pregunta en cuestión. Dios tenía una
razón definida por la cual Él creó a los hombres, un propósito específico por
el cual Él creó este y ese individuo, y en vista del destino eterno de Sus
criaturas, Él se propuso que este debería pasar la eternidad en el Cielo o que
este debería pasar la eternidad en el lago de fuego. Si entonces, Él previó que
al crear a cierta persona, ella despreciaría y rechazaría al Salvador, sin
embargo, sabiendo esto de antemano, Él, no obstante, trajo a esa persona a la
existencia, entonces está claro que Él diseñó y ordenó que esa persona se
perdiera eternamente. De nuevo; la fe es el regalo de Dios, y el propósito de
dársela solo a algunos, implica el propósito de no dársela a otros. Sin fe no
hay salvación: “El que no creyere, será condenado”; por lo tanto, si hubo
algunos de los descendientes de Adán a quienes se propuso no dar fe, debe
ser porque Él ordenó que debían ser condenados.
No solo no hay escapatoria de estas conclusiones, sino que la historia las
confirma. Antes de la encarnación Divina, durante casi dos mil años, la gran
mayoría de la humanidad quedó desprovista incluso de los medios externos
de gracia, siendo favorecida sin predicación de la Palabra de Dios y sin
ninguna revelación escrita de Su voluntad. Durante muchos siglos, Israel fue
la única nación a la que la Deidad concedió algún descubrimiento especial de
sí mismo: “En las edades pasadas él ha dejado a todas las gentes andar en sus
propios caminos” (Hechos 14:16) – “A vosotros [Israel] solamente he
conocido de todas las familias de la tierra” (Amos 3: 2). En consecuencia,
como todas las demás naciones fueron privadas de la predicación de la
Palabra de Dios, fueron ajenas a la fe que viene por oírla (Romanos 10:17).
Estas naciones no solo fueron ignorantes de Dios mismo, sino de la manera
de complacerlo, de la verdadera manera de aceptación con Él, y de los
medios para llegar al disfrute eterno de Sí mismo.
Ahora bien, si Dios hubiera querido su salvación, ¿no les habría
concedido los medios de salvación? ¿No les habría dado todas las cosas
necesarias para ese fin? Pero es innegable que Él no lo hizo. Si, entonces, la
Deidad puede, consistentemente, con Su justicia, misericordia y
benevolencia, negar a algunos los medios de la gracia, y encerrarlos en una
gran oscuridad e incredulidad (debido a los pecados de sus antepasados,
generaciones antes), ¿por qué debería declararse incompatible con Sus
perfecciones excluir a algunas personas, muchas de ellas de la gracia misma y
de esa vida eterna que está conectada con ella? ¿Viendo que Él es Señor y
Soberano determinador tanto del fin al que conducen los medios, como de los
medios que conducen a ese fin?
Viniendo a nuestros días y a los de nuestro país, dejando de lado a la
multitud casi innumerable de paganos no evangelizados, ¿no es evidente que
haya muchos que viven en tierras donde se predica el Evangelio, tierras llenas
de iglesias, que mueren ajenas a Dios y Su santidad? Es cierto, los medios de
gracia estuvieron a su disposición, pero muchos de ellos no lo supieron.
Miles de personas nacen en hogares donde se les enseña desde la infancia a
considerar a todos los cristianos como hipócritas y a los predicadores como
archifarsantes. Otros, son instruidos desde la cuna en el catolicismo romano,
y están entrenados para considerar el cristianismo evangélico como una
herejía mortal, y la Biblia como un libro muy peligroso para leer. Otros,
criados en familias de la “Ciencia Cristiana”, no conocen más del verdadero
Evangelio de Cristo que los paganos no evangelizados. La gran mayoría de
ellos muere en completa ignorancia del Camino de Paz. Ahora bien, ¿no
estamos obligados a concluir que no fue la voluntad de Dios comunicarles
gracia? Si su voluntad hubiera sido de otra manera, ¿no les habría
comunicado realmente su gracia? Si, entonces, fue la voluntad de Dios, en el
tiempo, negarles su gracia, debe haber sido su voluntad desde toda la
eternidad, ya que su voluntad es, como él mismo, es la misma ayer, y hoy y
siempre. Que no se olvide que las providencias de Dios no son más que las
manifestaciones de Sus decretos: lo que Dios hace en el tiempo es solo lo que
se propuso en la eternidad: su propia voluntad siendo la única causa de todos
sus actos y obras. Por lo tanto, de Su haber dejado realmente a algunos
hombres en impenitencia e incredulidad definitivas, con certeza, concluimos
que fue su determinación eterna la que lo hizo; y, por consiguiente, que Él
reprobó a algunos desde antes de la fundación del mundo.
En la Confesión de Westminster se dice: “Dios desde toda la eternidad,
por el sapientísimo y santísimo consejo de su propia voluntad, ordenó libre e
inmutablemente todo lo que acontece…”. El difunto Sr. F.W. Grant - un
estudiante y escritor muy cuidadoso y cauteloso - comentando sobre estas
palabras dijo: “Es perfecta y divinamente cierto, que Dios ha ordenado para
su propia gloria todo lo que sucede”. Ahora bien, si estas afirmaciones son
ciertas, ¿no es la doctrina de la Reprobación establecida por ellas? ¿Qué, en
la historia humana, es lo único que acontece todos los días? ¿Qué, sino que
hombres y mujeres mueran, salgan de este mundo a una eternidad sin
esperanza, una eternidad de sufrimiento y dolor? Si entonces Dios ha
preordenado todo lo que sucede, entonces debe haber decretado que un gran
número de seres humanos debe salir de este mundo sin salvación para sufrir
eternamente en el Lago de Fuego. Al admitir la premisa general, ¿no es
inevitable la conclusión específica?
En respuesta a los párrafos anteriores, el lector puede decir: Todo esto es
simplemente razonamiento lógico, sin duda, pero aún meras inferencias. Muy
bien, ahora señalaremos que, además de las conclusiones anteriores, hay
muchos pasajes en la Sagrada Escritura que son más claros y definidos en su
enseñanza sobre este tema solemne; pasajes que son demasiado simples para
ser malentendidos y demasiado fuertes para ser evadidos. La maravilla es que
muchísimos buenos hombres han negado sus afirmaciones innegables.
“Por mucho tiempo tuvo guerra Josué con estos reyes. No hubo ciudad
que hiciese paz con los hijos de Israel, salvo los habeos que moraban en
Gabaón; todo lo tomaron en guerra. Porque esto vino de Jehová, que
endurecía el corazón de ellos para que resistiesen con guerra a Israel, para
destruirlos, y que no les fuese hecha misericordia, sino que fuesen
desarraigados, como Jehová lo había mandado a Moisés” (Jos. 11: 18-20).
¿Qué podría ser más sencillo que esto? Aquí había un gran número de
cananeos cuyos corazones el Señor endureció, a quienes se había propuesto
destruir por completo, a quienes no mostró “favor”. Concedido que eran
malvados, inmorales, idólatras; ¿fueron ellos peores que los caníbales
inmorales e idólatras de las Islas del Mar del Sur (y muchos otros lugares), a
quienes Dios dio el Evangelio a través de John G. Paton? Seguramente no.
Entonces, ¿por qué no ordenó Jehová a Israel que enseñaran a los cananeos
sus leyes y les instruyeran acerca de los sacrificios al verdadero Dios?
Claramente, porque los había designado para la destrucción, y si es así, eso
desde toda la eternidad.
“Todas las cosas ha hecho Jehová para sí mismo, y aun al impío para el
día malo” (Prov. 16: 4). Que el Señor los hizo a todos, tal vez cada lector de
este libro lo admita: que Él hizo todo para Sí mismo no es tan ampliamente
creído. Que Dios nos hizo, no por nosotros mismos, sino por Sí mismo; no
para nuestra propia felicidad, sino por su gloria, sin embargo, se afirma
repetidamente en las Escrituras - Apocalipsis 4:11. Pero Proverbios 16: 4 va
aún más allá: declara expresamente que el Señor hizo al malvado para el día
malo: ese fue Su designio al darles el ser. Pero, ¿por qué? Romanos 9:17 nos
dice: “Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado,
para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la
tierra”. Dios ha hecho al malvado para que, al final, pueda demostrar en ellos
su poder, lo demuestra dejando ver lo fácil que es para él someter al rebelde
más empedernido y derrocar a Su enemigo más poderoso.
“Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de
maldad” (Mateo 7:23). En el capítulo anterior quedó demostrado que las
palabras “saber” y “presciencia” cuando se aplican a Dios en las Escrituras,
hacen referencia no solo a su presciencia (es decir, a su mero conocimiento de
antemano), sino a su conocimiento de aprobación. Cuando Dios le dijo a
Israel: “A vosotros solamente he conocido de todas las familias de la tierra”
(Amós 3: 2), es evidente que quiso decir: “Por ustedes solamente tuve una
consideración favorable”. Cuando leemos en Romanos 11: 2: “No ha
desechado Dios a su pueblo [Israel], al cual desde antes conoció”, es obvio
que lo que significaba era: “Dios no ha rechazado finalmente a las personas
que ha elegido como los objetos de su amor” - leáse Deuteronomio 7: 8. De
la misma manera (y es la única manera posible) debemos entender Mateo
7:23. En el Día del Juicio, el Señor dirá a muchos: “Nunca os conocí”. Nótese
que es más que simplemente “No los conozco”. Su solemne declaración será:
“Nunca os conocí”: nunca fueron el objeto de Mi aprobación. Contrasten esto
con “conozco (amo a) mis ovejas, y las mías me conocen (aman)” (Juan
10:14). Las “ovejas”, Sus elegidos, los “pocos” que Él sí “conoce”; pero los
réprobos, los no elegidos, los “muchos” que Él no conoce, no, ni siquiera
antes de la fundación del mundo los conoció- ¡”NUNCA” los conoció!
En Romanos 9, la doctrina de la Soberanía de Dios en su aplicación tanto
a los elegidos como a los réprobos se trata extensamente. Una exposición
detallada de este importante capítulo estaría más allá de nuestro alcance
actual; todo lo que podemos intentar es detenernos en la parte que más
claramente influye en el aspecto del tema que estamos considerando ahora.
Versículo 17. “Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he
levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado
por toda la tierra”. Estas palabras nos remiten a Versículos 13 y 14. En el
versículo 13, se declara el amor de Dios a Jacob y su aborrecimiento a Esaú.
En el versículo 14 se pregunta “¿…hay injusticia en Dios?” Y aquí en el
versículo 17, el apóstol continúa su respuesta a la objeción. No podemos
hacer mejor ahora que citar los comentarios de Calvino sobre este versículo.
“Aquí hay dos cosas para considerar: la predestinación de Faraón a la ruina,
que debe remitirse al pasado y, sin embargo, el consejo oculto de Dios, y
luego, el diseño de esto, que era dar a conocer el nombre de Dios. Como
muchos intérpretes, esforzándose por modificar este pasaje, lo pervierten,
debemos observar, que para la frase “te he levantado”, o instigado, en el
hebreo está, “te he designado”, por lo cual parece, que Dios, diseñando
mostrar que la contumacia de Faraón no le impediría liberar a su pueblo, no
solo afirma que su furia había sido prevista por Él, y que había preparado los
medios para restringirla, sino que también así lo había ordenado a propósito,
y de hecho, para este fin, para que él pudiera exhibir una evidencia más
ilustre de su propio poder”. Se observará que Calvino propone “te he
designado” como la fuerza de la palabra hebrea que Pablo traduce “por eso
mismo te he levantado”. Como esta es la palabra sobre la cual gira la doctrina
y el argumento del versículo, señalaremos que al hacer esta cita de Éxodo
9:16, el Apóstol se aparta significativamente de la Versión de la Septuaginta,
la versión de uso común en su época, y de la cual cita con mayor frecuencia,
y sustituye una cláusula por la primera que da la Versión de la Septuaginta:
en lugar de “Por esta razón has sido preservado”, él escribe ¡“Para esto
mismo te he levantado”!
Pero ahora debemos considerar con más detalle el caso de Faraón, que
resume en un ejemplo concreto la gran controversia entre el hombre y su
Creador. “Porque ahora yo extenderé mi mano para herirte a ti y a tu pueblo
de plaga, y serás quitado de la tierra. Y a la verdad yo te he puesto para
mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado en toda la tierra”
(Ex 9:15, 16). Sobre estas palabras ofrecemos los siguientes comentarios:
Primero, sabemos de Éxodo 14 y 15 que el Faraón fue “cortado”, que
Dios lo cortó, que fue cortado en medio de su maldad, que no fue cortado por
la enfermedad ni por los achaques de la vejez, ni por lo que los hombres
llaman un accidente, sino cortado por la mano inmediata de Dios en juicio.
Segundo, está claro que Dios levantó a Faraón para este fin: “cortarlo”, lo
que en el lenguaje del Nuevo Testamento significa “destruirlo”. Dios nunca
hace nada sin un diseño previo. Al darle ser, al preservarlo durante la infancia
y la niñez, al elevarlo al trono de Egipto, Dios tenía un objetivo en mente.
Que tal fue el propósito de Dios es claro por sus palabras a Moisés antes de
descender a Egipto para exigir de Faraón que se le permitiera al pueblo de
Jehová ir a un viaje de tres días en el desierto para adorarlo: “Y dijo Jehová a
Moisés: Cuando hayas vuelto a Egipto, mira que hagas delante de Faraón
todas las maravillas que he puesto en tu mano; pero yo endureceré su
corazón, de modo que no dejará ir al pueblo” (Éxodo 4:21). Pero no solo eso,
el diseño y el propósito de Dios fueron declarados mucho antes de esto.
Cuatrocientos años antes, Dios le había dicho a Abraham: “Entonces Jehová
dijo a Abram: Ten por cierto que tu descendencia morará en tierra ajena, y
será esclava allí, y será oprimida cuatrocientos años. Mas también a la nación
a la cual servirán, juzgaré yo; y después de esto saldrán con gran riqueza”
(Génesis 15:13, 14). De estas palabras es evidente (una nación y su rey
siendo mirados como uno en el Antiguo Testamento) que el propósito de
Dios se formó mucho antes de que él le diera el ser a Faraón.
Tercero, un examen de los tratos de Dios con Faraón deja en claro que el
rey de Egipto era en verdad un “vaso de ira preparado para la destrucción”.
Situado en el trono de Egipto, con las riendas del gobierno en sus manos, se
sentó como jefe de la nación que ocupaba el mayor rango entre los pueblos
del mundo. No había otro monarca en la tierra capaz de controlar o imponer
condiciones a Faraón. A tal altura vertiginosa levantó Dios a este réprobo, y
tal proceder fue un paso natural y necesario para prepararlo para su destino
final, porque es un axioma Divino que “el orgullo va antes de la destrucción y
un espíritu altivo antes de la caída”. Además, y esto es profundamente
importante de notar y altamente significativo, Dios quitó de Faraón la única
restricción externa que estaba calculada para actuar como un freno sobre él.
El otorgar a Faraón los poderes ilimitados de un rey lo estaba colocando por
encima de toda influencia y control legal. Pero además de esto, Dios quitó a
Moisés de su presencia y reino. Si Moisés, que no solo era hábil en toda la
sabiduría de los egipcios sino que también había sido criado en la casa de
Faraón, hubiera sufrido la cercanía del trono, no hay duda de que su ejemplo
e influencia hubieran sido un freno poderoso para la maldad y la tiranía del
rey. Esta, aunque no la única causa, fue claramente una de las razones por las
cuales Dios envió a Moisés a Madián, ya que fue durante su ausencia que el
rey inhumano de Egipto articuló sus edictos más crueles. Dios designó, al
eliminar esta restricción, darle al Faraón plena oportunidad de llenar la
medida completa de sus pecados, y madurarse para su completamente
merecida pero predestinada ruina.
Cuarto, Dios “endureció” su corazón como declaró que lo haría (Exo
4:21). Esto está en completo acuerdo con las declaraciones de la Sagrada
Escritura: “Del hombre son las disposiciones del corazón; mas de Jehová es
la respuesta de la lengua” (Prov. 16: 1): “Como los repartimientos de las
aguas, así está el corazón del rey en la mano de Jehová; a todo lo que quiere
lo inclina” (Proverbios 21: 1). Como todos los demás reyes, el corazón de
Faraón estaba en la mano del Señor; y Dios tenía tanto el derecho como el
poder para inclinarlo a donde él quisiera. Y a él le agradó inclinarlo contra
todo bien. Dios determinó impedir que el Faraón le concediera su pedido a
través de Moisés de dejar ir a Israel hasta que lo hubiera preparado
completamente para su derrocamiento final, y puesto que nada menos lo
complacería plenamente, Dios endureció su corazón.
Finalmente, es digno de cuidadosa consideración observar cómo la
vindicación de Dios en sus tratos con Faraón ha sido completamente
atestiguada. ¡Lo más notable es descubrir que tenemos el propio testimonio
de Faraón a favor de Dios y contra sí mismo! En Éxodo 9:15 y 16
aprendemos cómo Dios le había dicho a Faraón con qué propósito lo había
levantado, y en el versículo 27 del mismo capítulo se nos dice que Faraón
dijo: “Entonces Faraón envió a llamar a Moisés y a Aarón, y les dijo: He
pecado esta vez; Jehová es justo, y yo y mi pueblo impíos”. Nótese que esto
fue dicho por el Faraón después de saber que Dios lo había levantado para
“cortarlo”, después de que le fueron enviados sus severos juicios, después de
haber endurecido su propio corazón. Para entonces, el Faraón ya estaba listo
para el juicio y estaba completamente preparado para decidir si Dios lo había
herido o si había intentado herir a Dios; y reconoció plenamente que había
“pecado” y que Dios era “justo”. De nuevo; tenemos el testimonio de Moisés,
que estaba completamente familiarizado con la conducta de Dios hacia
Faraón. Él había escuchado desde el principio cuál era el designio de Dios en
relación con Faraón; él había sido testigo de los tratos de Dios con él; él había
observado su “longanimidad” hacia esta vasija de ira preparada para la
destrucción; y finalmente lo había visto cortado bajo el juicio Divino en el
Mar Rojo. Entonces, ¿cómo fue Moisés impresionado? ¿Él levanta un grito
de injusticia? ¿Se atreve a acusar a Dios de injusticia? Nada de eso. En
cambio, dice: “¿Quién como tú, oh Jehová, entre los dioses? ¿Quién como tú,
magnífico en santidad, terrible en maravillosas hazañas, hacedor de
prodigios?” (Ex 15: 11).
¿Fue Moisés movido por un espíritu vengativo cuando vio que el
archienemigo de Israel fue “cortado” por las aguas del Mar Rojo?
Seguramente no. Pero para eliminar para siempre toda duda al respecto,
queda por señalar cómo los santos en el Cielo, después de haber presenciado
los dolorosos juicios de Dios, se unen “Y cantan el cántico de Moisés siervo
de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: Grandes y maravillosas son tus
obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey
de los santos.” (Apocalipsis 15: 3). He Aquí el clímax y la vindicación total y
final de los tratos de Dios con Faraón. Los Santos en el Cielo se unen para
cantar la Canción de Moisés, en la cual el siervo de Dios celebró la alabanza
de Jehová al derrocar a Faraón y sus huestes, declarando que al actuar así,
Dios no era injusto sino justo y verdadero. Debemos creer, por lo tanto, que
el Juez de toda la tierra hizo lo correcto al crear y destruir esta vasija de ira,
Faraón.
El caso de Faraón establece el principio e ilustra la doctrina de la
Reprobación. Si Dios realmente reprobó a Faraón, podemos concluir
justamente que Él reprueba a todos los demás que él no predestinó para ser
conformados a la imagen de su Hijo. Esta inferencia es hecha por el Apóstol
Pablo basado en el destino de Faraón, porque en Romanos 9, después de
referirse al propósito de Dios al levantar al Faraón, él continúa escribiendo:
“de manera que…”. El caso de Faraón es presentado para probar la doctrina
de la Reprobación como la contraparte de la doctrina de la Elección.
En conclusión, diríamos que al formar al Faraón, Dios no mostró justicia
ni injusticia, sino solo Su pura Soberanía. Como el alfarero es soberano en la
formación de vasijas, Dios es soberano en la formación de agentes morales.
Versículo 18. “De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al
que quiere endurecer, endurece”. Este “de manera que…” anuncia la
conclusión general que el Apóstol saca de todo lo que había dicho en los tres
versículos precedentes al negar que Dios era injusto en amar a Jacob y odiar a
Esaú, y específicamente aplica el principio ejemplificado en los tratos de
Dios con Faraón. Esto nos hace remontar a la Voluntad Soberana del
Creador. Él ama a uno y odia a otro. Ejerce misericordia hacia algunos y
endurece a otros, sin referencia a nada excepto a su propia voluntad soberana.
Lo que más repulsivo resulta para la mente carnal en el versículo anterior
es la referencia al endurecimiento: “al que quiere endurecer, endurece”, y es
justamente aquí que tantos comentaristas y expositores han adulterado la
verdad. La opinión más común es que el Apóstol no habla más que de un
endurecimiento judicial, es decir, un abandono de parte de Dios porque estos
sujetos de Su descontento habían rechazado primero Su verdad y lo habían
abandonado. Aquellos que defienden esta interpretación apelan a Escrituras
como Romanos 1: 19-26: “Dios los entregó”, es decir (ver contexto) aquellos
que “habiendo conocido a Dios” sin embargo, “no le glorificaron como a
Dios” (v. 21). Apelación también se hace a 2 Tesalonicenses 2: 10-12. Pero
debe notarse que la palabra “endurecer” no ocurre en ninguno de estos
pasajes. Pero, aún más. Mostramos que Romanos 9:18 no hace referencia
alguna al “endurecimiento” judicial. El apóstol no está hablando de aquellos
que ya le habían dado la espalda a la verdad de Dios, sino que está tratando
con la Soberanía de Dios, la soberanía de Dios como se ve no solo al mostrar
misericordia a quien Él quiere, sino también al endurecer a quien quiere. Las
palabras exactas son “al que quiere (no “a todos los que rechazaron su
verdad”), endurece”, y esto, que viene inmediatamente después de la
mención de Faraón, claramente corrige su significado. El caso de Faraón es
bastante claro, aunque el hombre por sus comentarios ha hecho todo lo
posible para ocultar la verdad.
Versículo 18. “De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al
que quiere endurecer, endurece”. Esta afirmación del “endurecimiento”
soberano de Dios de los corazones de los pecadores -en contraposición al
endurecimiento judicial- no está sola. Consideren el lenguaje de Juan 12: 37-
40, Pero a pesar de que había hecho tantas señales delante de ellos, no creían
en él; para que se cumpliese la palabra del profeta Isaías, que dijo: Señor,
¿quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y a quién se ha revelado el brazo del
Señor? Por esto no podían creer, (¿por qué?) porque también dijo Isaías:
Cegó los ojos de ellos, y endureció su corazón (¿por qué? ¿Porque se negaron
a creer en Cristo? Esta es la creencia popular, pero resalten la respuesta de las
Escrituras); para que no vean con los ojos, y entiendan con el corazón, y se
conviertan, y yo los sane. Ahora, lector, solo es una cuestión en cuanto si
creerá o no lo que Dios ha revelado en Su Palabra. No se trata de una
búsqueda prolongada o un estudio profundo, sino de un espíritu de niño que
se necesita para comprender esta doctrina.
Versículo 19. “Pero me dirás: ¿Por qué, pues, inculpa? porque ¿quién ha
resistido a su voluntad?” ¿No es esta la misma objeción que se incita hoy? La
fuerza de las preguntas del Apóstol aquí parece ser la siguiente: dado que
todo depende de la voluntad de Dios, que es irreversible, y desde esta
voluntad de Dios, según la cual Él puede hacer todo como Soberano, ya que
puede tener misericordia de quien Él quiera tener misericordia, y rechazar la
misericordia e infligir un castigo a quien escoge hacerlo; ¿por qué no quiere
tener misericordia de todos para hacerlos obedientes y, por lo tanto, no
inculparlos ante su tribunal? Ahora debe notarse particularmente que el
Apóstol no repudia el terreno sobre el cual descansa la objeción. Él no dice
que Dios no inculpa. Tampoco dice que los hombres pueden resistir su
voluntad. Además, él no aclara la objeción diciendo: “Has malinterpretado
por completo mi significado cuando dije “a quién quiere Él trata
amablemente y a quién desea trata severamente”. Sino que dice: primero, esta
es una objeción que no tienes derecho a hacer; y luego, esta es una objeción
que no tienes razón para hacer” (véase Dr. Brown). La objeción era
totalmente inadmisible, porque era una respuesta en contra de Dios. ¡Fue para
quejarse de (argumentar en contra de) lo que Dios había hecho!
Versículo 19. “Pero me dirás: ¿Por qué, pues, inculpa? porque ¿quién ha
resistido a su voluntad?” El lenguaje que el apóstol pone aquí en boca del
objetor es tan claro y puntual que el malentendido debería ser imposible. ¿Por
qué, pues, inculpa? Ahora, lector, ¿qué pueden significar estas palabras?
Formule su propia respuesta antes de considerar la nuestra. ¿Puede la fuerza
de la pregunta del Apóstol ser diferente a esta?: si es verdad que Dios tiene
“misericordia” de quien quiere, y también “endurece” a quien quiere,
entonces, ¿qué pasa con la responsabilidad humana? En tal caso, los hombres
no son nada mejor que marionetas, y si esto fuera cierto, sería injusto para
Dios “inculpar” a sus indefensas criaturas. Resalte la palabra “pues” - me
dirás: ¿Por qué, pues…? - él declara la (falsa) inferencia o conclusión que el
objetor extrae de lo que el Apóstol había estado diciendo. Y, preste atención,
mi lector, el Apóstol vio fácilmente que la doctrina que había formulado
plantearía esta misma objeción, y a menos que lo que hemos escrito a lo
largo de este libro provoque, al menos en algunos (todos cuyas mentes
carnales no sean subyugadas por la gracia Divina) la misma objeción,
entonces debe ser porque no hemos presentado la doctrina que se establece en
Romanos 9, o porque la naturaleza humana ha cambiado desde los días del
Apóstol. Considere ahora el resto del versículo (19). El apóstol repite la
misma objeción en una forma ligeramente diferente, la repite para que este
significado no se malinterprete, a saber: “¿Quién ha resistido a su voluntad?”.
Está claro entonces que el tema inmediato de discusión se relaciona con la
“voluntad” de Dios. Es decir, sus caminos soberanos, que confirma lo que
hemos dicho arriba sobre los versículos 17 y 18 donde sostuvimos que no es
endurecimiento judicial lo que está a la vista (es decir, endurecimiento debido
al rechazo previo de la verdad), sino “endurecimiento soberano”, es decir, el
“endurecimiento” de una criatura caída y pecadora por ninguna otra razón
que no sea la inherente a la voluntad soberana de Dios. Y de ahí la pregunta:
“¿Quién ha resistido a su voluntad?” ¿Qué dice entonces el apóstol en
respuesta a estas objeciones?
Versículo 20. “Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques
con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho
así?” El apóstol, entonces, no dijo que la objeción era inútil y carente de
fundamento, en cambio, reprende al objetor por su impiedad. Le recuerda que
no es más que un “hombre”, una criatura, y que, como tal, es muy indecoroso
e impertinente que “alterque (discuta o razone contra) con Dios”. Además, le
recuerda que no es nada más que una “cosa formada” y, por lo tanto, es una
locura y una blasfemia levantarse contra el Formador Mismo. Antes de dejar
este versículo, debe señalarse que sus palabras de clausura: “¿Por qué me has
hecho así?”, nos ayudan a determinar, sin lugar a dudas, el tema preciso en
discusión. A la luz del contexto inmediato, ¿cuál puede ser la fuerza del
“Así”? Qué, sino como en el caso de Esaú, ¿por qué me has hecho objeto de
“aborrecimiento”? Qué, mas como en el caso de Faraón, ¿por qué me has
hecho simplemente para “endurecerme”? ¿Qué otro significado, justamente,
se le puede asignar?
Es muy importante mantener claramente ante nosotros que el objetivo del
Apóstol a lo largo de este pasaje es tratar la Soberanía de Dios al lidiar con,
por una parte, aquellos a quienes ama, vasos para honra y vasos de
misericordia; y también, por otro lado, con aquellos a quienes “aborrece” y
“endurece”, vasos de deshonra y vasos de ira.
Versículos 21-23. “¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para
hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra? ¿Y qué,
si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con
mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, y para hacer
notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de
misericordia que él preparó de antemano para gloria…”. En estos
versículos, el Apóstol proporciona una respuesta completa y definitiva a las
objeciones planteadas en el versículo 19. Primero, pregunta: “¿O no tiene
potestad el alfarero sobre el barro…?” etc. Debe notarse que la palabra aquí
“potestad” traducida es diferente en griego de la que se le atribuye a “poder”
en el versículo 22, donde solo puede significar su poder; pero aquí en el
versículo 21, la “potestad” de la que se habla debe referirse a los derechos del
Creador o las prerrogativas soberanas; que esto es así, se desprende del hecho
de que la misma palabra griega se emplea en Juan 1: 12: “Mas a todos los que
le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos
hijos de Dios”, lo cual, como es bien sabido, significa el derecho o privilegio
de convertirse en hijos de Dios. La versión R.V. 1960 emplea la palabra
“potestad” tanto en Juan 1:12 como en Romanos 9:21[16].
Versículo 21. “¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para
hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?” Que el
“alfarero” aquí es Dios mismo, es cierto del versículo anterior, donde el
apóstol pregunta “¿quién eres tú, para que alterques con Dios?”. Y luego,
hablando en los términos de la figura que estaba a punto de utilizar, continúa:
“¿Dirá el vaso de barro al que lo formó…?, etc. Hay quienes le robarían a
estas palabras su fuerza argumentando que, si bien el alfarero humano hace
que ciertos recipientes se utilicen con fines menos honorables que otros, sin
embargo, están diseñados para ocupar un lugar útil. Pero el Apóstol no dice
aquí: “¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma
masa un vaso para uso honorable y otro para uso menos honorable? Es cierto,
por supuesto, que la sabiduría de Dios aún ha de ser plenamente vindicada, en
la medida en que la destrucción del réprobo promoverá su gloria, de la
manera como nos dice el siguiente versículo.
Antes de pasar al siguiente versículo, resumamos la enseñanza de este y
los dos anteriores. En el versículo 19 se hacen dos preguntas: “Pero me dirás:
¿Por qué, pues, inculpa? porque ¿quién ha resistido a su voluntad?” A esas
preguntas se responde con una respuesta triple. Primero, en el versículo 20, el
Apóstol le niega a la criatura el derecho de sentarse a juzgar sobre los
caminos del Creador: “Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que
alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has
hecho así?”. El apóstol insiste en que la rectitud de la voluntad de Dios no
debe ser cuestionada. Todo lo que Él hace debe ser correcto. Segundo, en el
versículo 21, el Apóstol declara que el Creador tiene el derecho de disponer
de Sus criaturas como lo considere coveniente: “¿O no tiene potestad el
alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y
otro para deshonra?” Debe notarse cuidadosamente que la palabra para
“potestad” aquí es exusian [εξουσιαν], una palabra completamente diferente
de la que se traduce como “poder” en el siguiente versículo (“hacer conocer
Su poder”), que corresponde a dinaton [δυνατον]. En las palabras “¿O no
tiene potestad el alfarero sobre el barro…?”, debe ser el poder de Dios
justamente ejercido lo que está a la vista - el ejercicio de los derechos de Dios
consistentemente con su justicia - porque la mera afirmación de su
omnipotencia no sería una respuesta como la que Dios daría a las preguntas
formuladas en el versículo 19. En tercer lugar, en los versículos 22 y 23, el
Apóstol da las razones por las cuales Dios procede de manera diferente con
una de sus criaturas que con otra: por un lado, es para “mostrar su ira” y
“hacer conocer Su poder”; por otro lado, es para “dar a conocer las riquezas
de su gloria”.
“¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma
masa un vaso para honra y otro para deshonra?”. Ciertamente Dios tiene el
derecho de hacer esto porque Él es el Creador. ¿Él ejerce este derecho? Sí,
como los versículos 13 y 17 nos muestran claramente: “dice a Faraón: Para
esto mismo te he levantado”
Versículo 22. “¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio
su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para
destrucción…?”. Aquí el Apóstol nos dice en segundo lugar por qué Dios
actúa así, es decir, de manera diferente con personas diferentes, teniendo
misericordia de algunos y endureciendo a otros, haciendo un vaso “para
honra” y otro “para deshonra”. Obsérvese que aquí en el versículo 22 el
Apóstol menciona primero “vasos de ira” antes de que se refiera en el
versículo 23 a “vasos de misericordia”. ¿Por qué esto? La respuesta a esta
pregunta es de primordial importancia: respondemos, porque los “vasos de
ira” son los sujetos ante el objetor en el versículo 19. Se dan dos razones por
las cuales Dios hace a algunos “vasos para deshonra”; primero, para “mostrar
su ira”, y en segundo lugar “para hacer notorio su poder”, ambas
ejemplificadas en el caso del Faraón.
Un punto en el versículo anterior requiere consideración por separado:
“vasos de ira preparados para destrucción”. La explicación usual que se da
de estas palabras es que los vasos de ira se preparan a sí mismos para
destrucción, es decir, se preparan en virtud de su iniquidad; y se argumenta
que no es necesario que Dios los “prepare para destrucción”, porque ya están
preparados por su propia depravación, y que este debe ser el verdadero
significado de esta expresión. Ahora bien, si por “destrucción” entendemos
castigo, es perfectamente cierto que los no elegidos sí “se preparan a sí
mismos”, ya que cada uno será juzgado “según sus obras”; y además,
concedemos libremente, que subjetivamente los no elegidos sí se preparan a
sí mismos para destrucción. Pero el punto a decidir es: ¿esto es a lo que el
Apóstol se está refiriendo aquí? Y, sin dudarlo, respondemos que no.
Regresemos a los versículos 11-13: ¿Esaú se preparó a sí mismo para ser un
objeto del aborrecimiento de Dios, o no fue así antes de que naciera? De
nuevo; ¿el faraón se preparó a sí mismo para destrucción, o Dios no
endureció su corazón antes de que las plagas fueran enviadas a Egipto?
¡véase Éxodo 4:21!
Romanos 9:22 es claramente una continuación del pensamiento del
versículo 21, y el versículo 21 es parte de la respuesta del Apóstol a la
pregunta planteada en el versículo 20: por lo tanto, para seguir fielmente la
figura, debe ser Dios mismo quien “prepara” para destrucción a los vasos de
ira. Si se preguntase: ¿Dios cómo lo hace?, la respuesta es necesaria y
objetivamente: Él prepara a los no elegidos para destrucción por medio de sus
decretos pre-ordenados. Si se pregunta: ¿por qué Dios hace esto?, la respuesta
debe ser, para promover Su propia gloria, es decir, la gloria de su justicia,
poder e ira. “La suma de la respuesta del apóstol aquí es que el gran objetivo
de Dios, tanto en la elección como en la reprobación de los hombres, es lo
que es supremo a todas las cosas en la creación de los hombres, a saber, Su
propia gloria "(Robert Haldane).
Versículo 23. “… y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las
mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para
gloria”. El único punto de este versículo que exige atención es el hecho de
que los “vasos de misericordia”, se nos dice aquí, están “[preparados] de
antemano para gloria”. Muchos han señalado que el versículo anterior no
dice que las vasijas de ira ya estaban preparadas de antemano para
destrucción, y de esta omisión han concluido que debemos entender la
referencia allí como los no elegidos preparándose a sí mismos en el tiempo,
en vez de que Dios los ordene para destrucción desde la eternidad. Pero, de
ninguna manera, esta esta es la conclusión que sigue. Necesitamos devolver
la mirada al versículo 21, y observar la figura que allí se usa. El “barro” es
materia inanimada, corrupta, descompuesta y, por lo tanto, una sustancia
adecuada para representar a la humanidad caída. Como entonces el Apóstol
contempla el trato soberano de Dios con la humanidad en vista de la caída,
no dice que las vasijas de ira estaban preparadas “de antemano” para
destrucción, porque la razón obvia y suficiente de que no fue hasta después
de la Caída que se volvieron (en sí mismos) lo que aquí está simbolizado por
el “barro”. Todo lo necesario para refutar la conclusión errónea mencionada
anteriormente es señalar que lo que se dice de los vasos de ira no es que sean
aptos para la destrucción (que es la palabra que habría sido utilizada si la
referencia hubiera sido a ellos haciéndose aptos por su propia maldad), sino
preparados para destrucción; que, a la luz de todo el contexto, debe
significar una ordenación Soberana para destrucción por el Creador. Citamos
aquí las palabras escritas por Calvino sobre este pasaje: “Estos son vasos
preparados para destrucción, es decir, entregados y destinados a la
destrucción; ellos también son vasos de ira, es decir, hechos y formados para
este fin, para que sean ejemplos de la venganza y del descontento de Dios.
Aunque en la segunda cláusula, el Apóstol afirma más expresamente, que es
Dios quien preparó a los elegidos para la gloria, como simplemente había
dicho antes, que los réprobos son vasijas preparadas para destrucción, no hay
duda de que la preparación de ambos está conectada con el consejo secreto de
Dios. Pablo podría haber dicho de otra manera, que los réprobos se
entregaron o se arrojaron a la destrucción, pero él insinúa aquí, que antes de
que nazcan, están destinados a su suerte.” Con esto estamos en total acuerdo.
Romanos 9:22 no dice que las vasijas de ira se prepararon a sí mismas, ni
dice que son aptas para la destrucción, sino que declara que están
“preparadas para destrucción”, y el contexto muestra claramente que es Dios
quien así “los prepara”, objetivamente por sus decretos eternos.
Aunque Romanos 9 contiene la presentación más completa de la doctrina
de la reprobación, todavía hay otros pasajes que se refieren a ella, uno o dos
más de los cuales ahora vamos a mirar brevemente:
“¿Qué pues? Lo que buscaba Israel, no lo ha alcanzado; pero los
escogidos sí lo han alcanzado, y los demás fueron endurecidos” (Romanos
11: 7 RV). Aquí tenemos dos clases distintas y claramente definidas que
están establecidas en agudas antítesis: la “elección” y “los demás”; la una que
“alcanzó”, la otra que “fue endurecida”. Sobre este versículo citamos los
comentarios de John Bunyan cuyo recuerdo es inmortal: “Estas son palabras
solemnes: cortan vigorosamente entre los hombres y los hombres: la elección
y los demás, los elegidos y los dejados, los abrazados y los rechazados. Por
“los demás” aquí debe entenderse los que no son elegidos, porque ponen al
uno en oposición al otro, y si no elegidos, ¿quién entonces, sino los réprobos?
Escribiendo a los santos en Tesalónica, el Apóstol declaró: Porque no nos
ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro
Señor Jesucristo” (1 Tesalonicenses 5: 9). Ahora bien, es evidente para
cualquier mente imparcial que esta declaración es completamente inútil si
Dios no ha “puesto” a nadie para ira. Decir que “no nos ha puesto Dios para
ira” implica claramente que hay algunos a quienes Él “ha puesto para ira", y
si no fuera porque las mentes de tantos cristianos profesantes están tan
cegadas por el prejuicio, no podrían fallar en ver esto con claridad.
“Piedra de tropiezo, y roca que hace caer, porque tropiezan en la
palabra, siendo desobedientes; a lo cual fueron también destinados” (1 Pedro
2: 8). El “a lo cual” señala claramente el tropiezo de la Palabra y su
desobediencia a ella. Aquí, entonces, Dios afirma expresamente que hay
algunos que han sido “destinados" (es la misma palabra griega que aparece en
1 Tesalonicenses 5: 9) a la desobediencia. Nuestra incumbencia no es
razonar al respecto, sino inclinarnos ante las Sagradas Escrituras. Nuestro
primer deber no es entender, sino creer lo que Dios ha dicho.
“Pero éstos, hablando mal de cosas que no entienden, como animales
irracionales, nacidos para presa y destrucción, perecerán en su propia
perdición” (2 Pedro 2:12). Aquí nuevamente se hacen todos los esfuerzos
para escapar de la enseñanza simple de este solemne pasaje. Se nos dice que
son los “animales irracionales” los que son nacidos para presa y destrucción,
y no las personas con las que aquí se asocian. Todo lo que se necesita para
refutar ese sofisma, es preguntar en qué radica el punto de analogía entre los
“éstos” (hombres) y los “animales irracionales”. ¿Cuál es la fuerza del
“como”, solamente en “éstos,… como animales irracionales”? Claramente, es
que “estos” hombres como animales irracionales, son los que, como las
bestias, “[nacieron] para presa y destrucción”: las palabras de cierre
confirman esto al reiterar el mismo sentimiento: “perecerán en su propia
perdición”.
“Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde
antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que
convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único
soberano, y a nuestro Señor Jesucristo” (Judas 4). Se han hecho intentos de
escapar de la fuerza obvia de este versículo ofreciendo una traducción
diferente. La RV[17]dice: “Pero hay ciertos hombres que se introdujeron
privadamente, aun aquellos de quienes desde la antigüedad se escribió de
antemano para esta condenación”. Pero esta representación alterada de
ninguna manera elimina lo que es tan desagradable para nuestras
sensibilidades. Surge la pregunta: ¿de dónde desde la antigüedad se escribió
de estos de antemano? Ciertamente no en el Antiguo Testamento, ya que en
ninguna parte hay referencias a hombres malvados que se introdujeron en las
asambleas cristianas. Si “se escribió de” es la mejor traducción de
“προγραφω” [prografo], la referencia solo puede ser al libro de los decretos
divinos. Por lo tanto, cualquiera que sea la alternativa seleccionada, no se
puede eludir el hecho de que ciertos hombres son “desde la antigüedad”
marcados por Dios “para condenación”.
“Y la adoraron todos los moradores de la tierra cuyos nombres no estaban
escritos en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado desde el principio
del mundo” (Apocalipsis 13: 8, RV; compárese con Ap. 17: 8). Aquí,
entonces, hay una declaración positiva que afirma que hay algunos cuyos
nombres no fueron escritos en el Libro de la Vida.
Aquí, pues, hay no menos de diez pasajes que más claramente implican o
expresamente enseñan el hecho de la reprobación. Afirman que los malvados
fueron hechos para el Día malo; que Dios moldea algunos vasos para
deshonra; y por su eterno decreto (objetivamente) los prepara para
destrucción; que son como animales irracionales, hechas para presa y
destrucción, siendo de antiguo ordenados para esta condenación. Por lo tanto,
frente a estas Escrituras afirmamos sin titubear (después de casi veinte años
de estudio cuidadoso y piadoso del tema) que la Palabra de Dios
incuestionablemente enseña tanto la predestinación como la reprobación, o
usando las palabras de Calvino: “La elección eterna es la predestinación de
Dios de algunos para salvación y de otros para destrucción”.
Habiendo declarado así la doctrina de la Reprobación, tal como se
presenta en la Sagrada Escritura, mencionemos ahora una o dos
consideraciones importantes para protegerla del abuso y evitar que el lector
haga deducciones poco razonables:
Primero, la doctrina de Reprobación no significa que Dios se propuso
tomar criaturas inocentes, hacerlas malvadas y luego condenarlas. La
Escritura dice: “… Dios hizo al hombre recto, pero ellos buscaron muchas
perversiones” (Eclesiastés 7:29). Dios no ha creado criaturas pecaminosas
para destruirlas, porque Dios no debe ser acusado del pecado de sus criaturas.
La responsabilidad y la criminalidad son del hombre.
El decreto de la Reprobación de Dios contemplaba la raza de Adán como
caída, pecaminosa, corrupta, culpable. De esta, Dios se propuso salvar a unos
pocos como los monumentos de Su Soberana gracia; a los otros determinó
destruirlos como la ejemplificación de su justicia y severidad. Al determinar
destruir a estos otros, Dios no les hizo nada malo. Ya habían caído en Adam,
su representante legal; por lo tanto, nacen con una naturaleza pecaminosa, y
Él los deja en sus pecados. Tampoco pueden quejarse. Eso es lo que ellos
desean; no tienen deseo de santidad; aman la oscuridad en lugar de la luz.
¿Dónde, entonces, se haya la injusticia si Dios “los [dejó], por tanto, a la
dureza de su corazón…”? (Sal. 81:12).
En segundo lugar, la doctrina de la Reprobación no significa que Dios se
niegue a salvar a aquellos que sinceramente buscan la salvación. El hecho es
que los réprobos no tienen ningún anhelo por el Salvador: no ven en Él
ninguna belleza como para desearlo. No vendrán a Cristo: ¿por qué entonces
Dios los obligaría a hacerlo? Él no rechaza a ninguno de los que sí vienen,
¿dónde está entonces la injusticia de Dios para predeterminar su
condenación? Ninguno será castigado sino por sus iniquidades; ¿Dónde está
entonces la supuesta crueldad tiránica del procedimiento Divino? Recuerden
que Dios es el Creador de los malvados, no de su maldad; Él es el Autor de
su ser, pero no el que les infunde su pecado.
Dios no (como calumniosamente se ha dicho que afirmamos) obliga al
malvado a pecar, como el jinete que aplica el espolón a un caballo reacio.
Dios solo dice en efecto esas terribles palabras: “Dejadlos” (Mateo 15:14).
Solo necesita aflojar las riendas del freno providencial, y retener la influencia
de la gracia salvadora, para que el hombre apóstata, con gran prontitud y
seguridad, por su propia voluntad, caiga por sus iniquidades. Así, el decreto
de reprobación no interfiere con la inclinación de la propia naturaleza caída
del hombre, ni sirve para hacerlo menos inexcusable.
Tercero, el decreto de Reprobación en ninguna manera entra en conflicto
con la bondad de Dios. Aunque los no elegidos no son los objetos de Su
bondad de la misma manera o en la misma medida en que lo son los elegidos,
sin embargo, no están totalmente excluidos de una participación de ella.
Disfrutan de las cosas buenas de la Providencia (bendiciones temporales) en
común con los propios hijos de Dios, y muy a menudo en mayor grado. Pero,
¿cómo los mejoran? ¿La bondad (temporal) de Dios los lleva al
arrepentimiento? No, en verdad, no hacen sino menospreciar las riquezas de
“su benignidad, paciencia, y longanimidad […] pero por [su] dureza y por
[su] corazón no arrepentido, atesora[n] para [si] mismo[s] ira para el día de la
ira” (Romanos 2: 4, 5). ¿Sobre qué terreno justo, entonces, pueden murmurar
en contra de no ser los objetos de Su benevolencia en las eras incontables por
venir? Además, si no choca con la misericordia y la bondad de Dios dejar
todo el cuerpo de los ángeles caídos (2 Pedro 2: 4) bajo la culpa de su
apostasía, aún menos puede chocar con las perfecciones divinas dejar a
algunos de la humanidad caída en sus pecados y castigarlos por ellos.
Finalmente, interpongamos esta precaución necesaria: es absolutamente
imposible para cualquiera de nosotros, durante la vida presente, determinar
quién está entre los réprobos. Ahora no debemos juzgar a un hombre, no
importa cuán malvado sea. El pecador más vil, puede, por lo que sabemos,
ser incluido en la elección de la gracia y ser un día vivificado por el Espíritu
de la gracia. Nuestras órdenes de marcha son sencillas, y ay de nosotros si las
despreciamos: “Predica el Evangelio a toda criatura”. Cuando lo hayamos
hecho, nuestras manos estarán limpias. Si los hombres se niegan a prestarle
atención, su sangre estará sobre sus propias cabezas; sin embargo, “para Dios
somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden; a
éstos ciertamente olor de muerte para muerte, y a aquéllos olor de vida para
vida” (2 Corintios 2:15, 16).
Ahora debemos considerar una serie de pasajes que a menudo se citan
con el propósito de mostrar que Dios no ha preparado a ciertos vasos para
destrucción ni ordenado la condenación de ciertos otros. Primero, citamos
Ezequiel 18: 31- “¿Por qué moriréis, casa de Israel?” Sobre este pasaje no
podemos hacer otra cosa que citar los comentarios de Augustus Toplady:
“Sobre este pasaje insisten los arminianos con mucha frecuencia, pero muy
ociosamente, como si fuera un martillo que de un golpe aplasta y pulveriza
toda la tela. Pero sucede que la “muerte” aquí aludida no es ni muerte
espiritual ni eterna: como es abundantemente evidente en todo el contenido
del capítulo. La muerte prevista por el profeta es una muerte política; una
muerte de prosperidad nacional, tranquilidad y seguridad. El sentido de la
pregunta es precisamente este: ¿Qué es lo que te hace enamorado de la
cautividad, el destierro y la ruina civil? Abstenerse de adorar imágenes
podría, como pueblo, eximirlos de estas calamidades, y una vez más
convertirlos en una nación respetable. ¿Las miserias de la devastación pública
son tan atractivas como para atraer su búsqueda determinada? ¿Por qué
morirás? ¿Morir como la casa de Israel, y considerada como un cuerpo
político? Así el profeta argumentó el caso, al mismo tiempo que agregaba:
“Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos,
pues, y viviréis”. Esto quiere decir: Primero, el cautiverio nacional de los
judíos no añadía nada a la felicidad de Dios. En segundo lugar, si los judíos
se apartaban de la idolatría y arrojaban sus imágenes, no deberían morir en un
país extranjero y hostil, sino vivir pacíficamente en su propia tierra y disfrutar
de sus libertades como pueblo independiente”. A lo anterior podemos añadir:
¡la muerte política debe ser lo que se ve en Ezequiel 18:31, 32 por la simple
pero suficiente razón de que ya estaban espiritualmente muertos!
A menudo se cita Mateo 25:41 para mostrar que Dios no ha preparado a
ciertos vasos para destrucción: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno
preparado para el diablo y sus ángeles”. Este es, de hecho, uno de los
principales versículos en los que se basan para refutar la doctrina de la
Reprobación. Pero sostenemos que la palabra enfática aquí no es “para” sino
“diablo”. Este versículo (ver contexto) establece la severidad del juicio que
espera a los perdidos. En otras palabras, la Escritura anterior expresa el horror
del fuego eterno en lugar de los sujetos a él: si el fuego está “preparado para
el diablo y sus ángeles”, entonces ¡cuán intolerable será! Si el lugar del
tormento eterno en el cual los condenados serán arrojados es el mismo que
sufrirá el archienemigo de Dios, ¡cuán terrible debe ser ese lugar!
Nuevamente: si Dios ha elegido solamente algunos para la salvación, ¿por
qué se nos dice que Dios “ordena a todos los hombres en todo lugar que se
arrepientan”? (Hechos 17:30). Que Dios mande que “todos los hombres” se
arrepientan es la imposición de sus justos reclamos como el gobernador
moral del mundo. ¿Cómo podría Él pedir menos, viendo que todos los
hombres en todas partes han pecado contra Él? Además, que Dios ordene a
todos los hombres en todas partes que se arrepientan, argumenta la
universalidad de la responsabilidad de las criaturas. Pero esta Escritura no
declara que sea el placer de Dios “dar arrepentimiento” (Hechos 5:31) en
todas partes. Que el apóstol Pablo no creía que Dios le diera arrepentimiento
a toda alma está claro por sus palabras en 2 Timoteo 2:25: “… que con
mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que
se arrepientan para conocer la verdad…”
De nuevo, se nos pregunta, si Dios ha “ordenado” solo algunos para la
vida eterna, entonces, ¿por qué leemos: “…el cual quiere que todos los
hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:
4)? )? La respuesta es que las palabras “todos” y “todos los hombres”, como
el término “mundo”, a menudo se usan en un sentido general y relativo. Que
el lector examine cuidadosamente los siguientes pasajes: Marcos 1: 5; Juan
6:45; 8: 2; Hechos 21:28; 22:15; 2 Corintios 3: 2, etc., y encontrará una
prueba completa de nuestra afirmación. 1 Timoteo 2: 4 no puede enseñar que
Dios quiere la salvación de toda la humanidad, o de lo contrario, toda la
humanidad sería salvada: “¡Su alma deseó, e hizo!” (Job 23:13).
Otra vez, nos preguntan: ¿No declara la Escritura, una y otra vez, que
Dios no hace “acepción de personas”? Respondemos, ciertamente lo hace, y
la gracia de elección de Dios lo prueba. Los siete hijos de Isaí, aunque son
mayores y físicamente superiores a David, son pasados por alto, mientras que
el joven pastorcillo es exaltado al trono de Israel. Los escribas y los abogados
pasan desapercibidos, y los pescadores ignorantes son elegidos para ser los
Apóstoles del Cordero. La verdad divina está escondida de los sabios y
prudentes y se revela a los bebés en su lugar. La gran mayoría de los sabios y
nobles son ignorados, mientras que los débiles, los inferiores, los
despreciados son llamados y salvados. Las rameras y los publicanos son
dulcemente obligados a asistir a la fiesta del Evangelio, mientras que los
fariseos auto-justificados sufren el perecimiento en su inmaculada moralidad.
En verdad, Dios “no hace acepción de personas” o Él no me habría salvado.
Que la Doctrina de la Reprobación es una “palabra dura” para la mente
carnal se reconoce fácilmente. Sin embargo, ¿es “más dura” que la del castigo
eterno? Que se enseña claramente en las Escrituras que hemos tratado de
demostrar, y que no nos corresponde elegir las verdades reveladas en la
Palabra de Dios. Que aquellos que se inclinan a recibir esas doctrinas; las
cuales se encomienden a su juicio, y que rechazan a aquellos que no pueden
entender completamente, recuerden esas palabras mordaces de nuestro Señor:
“¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han
dicho!” (Lucas 24:25): insensatos ya que son tardos de corazón; tardos de
corazón, ¡no estúpidos!
Una vez más, nos serviremos del lenguaje de Calvino:
"Pero, como hasta ahora solo he recitado cosas como las que se entregan
sin ningún tipo de oscuridad o ambigüedad en las Escrituras, que las personas
que dudan en no marcar con ignominia los Oráculos del Cielo, tengan
cuidado con el tipo de oposición que hacen. Porque, si pretenden ignorancia,
con un deseo de ser elogiados por su modestia, qué ejemplo más grande de
orgullo se puede concebir, que oponer una pequeña palabra a la autoridad de
Dios! Como, “soy de una opinión diferente” o “preferiría no entrometerme en
este tema”. Pero si censuran abiertamente, ¿qué ganarán con sus
insignificantes intentos contra el Cielo? Su petulancia, de hecho, no es
novedad; porque en todas las edades hay hombres y mujeres que se han
opuesto con severidad a esta doctrina. Pero ellos sentirán la verdad de lo que
el Espíritu declaró hace mucho tiempo por la boca de David: que Dios es
puro en su juicio (Sal 51: 4). David insinúa indirectamente la locura de los
hombres que muestran tal presunción excesiva en medio de su
insignificancia, no solo para disputar contra Dios, sino para arrogarse el
poder de condenarlo. Mientras tanto, sugiere brevemente que Dios no se ha
visto afectado por todas las blasfemias que descargan contra el Cielo, sino
que disipa las brumas de la calumnia e ilustremente muestra Su justicia;
nuestra fe, también, fundada en la Palabra Divina, y por lo tanto, superior a
todo el mundo, desde su exaltación mira hacia abajo con desprecio sobre esas
brumas” (Juan Calvino).
Al cerrar este capítulo, proponemos citar los escritos de algunos de los
teólogos estándar desde los días de la Reforma, no que respaldemos nuestras
propias declaraciones apelando a la autoridad humana, por venerable o
antigua que sea, sino para demostrar que lo que hemos avanzado en estas
páginas no es novedad del siglo XX, no es una herejía de los “últimos días”
sino, en cambio, una doctrina que ha sido definitivamente formulada y
comúnmente enseñada por muchos de los más piadosos y eruditos estudiantes
de las Sagradas Escrituras.
“Llamamos Predestinación al decreto de Dios, por el cual Él ha
determinado en Sí Mismo, lo que Él tendría que llegar a ser para cada
individuo de la humanidad. Porque no todos fueron creados con un destino
similar: pero la vida eterna está pre-ordenada para algunos y la condenación
eterna para otros. Por lo tanto, cada hombre, siendo creado para uno u otro de
estos fines, decimos que está predestinado ya sea para la vida o para la
muerte” – Las Instituciones de Juan Calvino (1536 d. C.) Libro III, Capítulo
XXI titulado: “Elección Eterna, o predestinación de Dios para salvación y la
de otros para destrucción”.
Les pedimos a nuestros lectores que consideren bien el lenguaje anterior.
Una lectura detenida de esto debería mostrar que lo que el autor actual ha
avanzado en este capítulo no es “hiper-calvinismo” sino calvinismo real,
puro y simple. Nuestro propósito al hacer esta observación es mostrar que
aquellos que, al no conocer los escritos de Calvino, en su ignorancia
condenan como ultra-calvinismo lo que es simplemente una reiteración de lo
que Calvino mismo enseñó, una reiteración porque ese príncipe de los
teólogos, así como su humilde deudor han encontrado esta doctrina en la
Palabra de Dios misma.
Martín Lutero en su obra más excelente, “De Servo Arbitrio” (La
esclavitud de la voluntad)[18], escribió: “Todas las cosas surgen de, y
dependen de, los designios Divinos, por las cuales estaba predestinado quién
debería recibir la Palabra de Vida, y quién no la creería, a quién se debería
librar de sus pecados, y quién debería endurecerse en ellos, a quién se debería
justificar y a quién se debería condenar. Esta es la verdad misma que arrasa
con la doctrina del libre albedrío desde sus cimientos, a saber, que el amor
eterno de Dios hacia algunos hombres y el odio hacia los demás es inmutable
y no puede ser revertido”.
John Fox, cuyo Libro de los Mártires fue una vez el trabajo más conocido
en el idioma inglés (¡desafortunadamente, hoy no es así, cuando el
catolicismo romano nos arrasa como una gran marea destructiva!), Escribió:
“La predestinación es el eterno decreto de Dios, quien propuso antes en Sí
mismo, lo que debería acontecer a todos los hombres, ya sea para la salvación
o la condenación”.
El “Catecismo mayor de Westminster” (1688) - adoptado por la
Asamblea General de la Iglesia Presbiteriana - declara: “Dios, por un decreto
eterno e inmutable, por su puro amor, para la alabanza de su gloriosa gracia,
que ha de manifestarse en su debido tiempo, ha elegido algunos ángeles para
la gloria, y en Cristo escogió algunos hombres para la vida eterna, y sus
medios; y también, de acuerdo con Su propia voluntad (por la cual Él
extiende o retiene el favor como Él quiere), ha pasado por alto, y pre-ordenó
a los demás a la deshonra y la ira, a ser por su pecado infligida, para la
alabanza de la gloria de Su justicia”.
John Bunyan, autor de “El Progreso del Peregrino”, escribió un volumen
completo sobre la “Reprobación”. De éste hacemos un breve extracto:
“La reprobación es antes de que la persona venga al mundo, o haya hecho
bien o mal. Esto se evidencia en Romanos 9:11. Aquí se encuentran dos en el
vientre de su madre, y ambos recibiendo su destino, no solo antes de haber
hecho bien o mal, sino antes de que estuvieran en capacidad de hacerlos,
ellos sin aún haber nacido: su destino, digo yo, el uno para alcanzar la
bendición de la vida eterna, el otro no para alcanzarla; el uno elegido, el otro
réprobo; el uno escogido, el otro rechazado”. En su libro “Suspiros del
infierno”, John Bunyan también escribió: “Los que continúan rechazando y
menospreciando la Palabra de Dios son tales, en su mayor parte, como los
que están ordenados para ser condenados.”
Comentando sobre Romanos 9:22: “¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su
ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira
preparados para destrucción…?” Jonathan Edwards (Vol. 4, página 306 -
1743 d. C.) dice: “¡Cuán terrible se ve la majestad de Dios en el horror de su
ira! Esto lo podemos concebir como un fin de la condenación de los
malvados”.
Augustus Toplady, autor de “Roca de los siglos” y otros himnos
sublimes, escribió: “Dios, desde toda la eternidad, decretó dejar en sus
pecados a algunos de la posteridad caída de Adán, y excluirlos de la
participación de Cristo y Sus beneficios”. Y de nuevo, “Nosotros, con las
Escrituras, afirmamos: que hay una predestinación de algunas personas
particulares para vida, para la alabanza de la gloria de la gracia Divina; y
también una predestinación de otras personas particulares para muerte para la
gloria de la justicia Divina, cuya muerte de castigo inevitablemente sufrirán,
y eso justamente, a causa de sus pecados”.
George Whitefield, ese caballero valiente del siglo dieciocho, usado por
Dios para bendecir a tantos, escribió: “Sin duda, las doctrinas de la elección y
la reprobación deben mantenerse o caer juntas… yo reconozco con
franqueza, que creo en la doctrina de la reprobación, que Dios tiene la
intención de dar gracia salvadora, a través de Jesucristo, solo a un cierto
número; y que el resto de la humanidad, después de la caída de Adán, siendo
justamente dejada por Dios para continuar en pecado, finalmente sufrirá esa
muerte eterna que es su justo salario”.
“Preparados para destrucción” (Romanos 9:22). Después de declarar que
esta frase, admite dos interpretaciones, el Dr. Hodge (quizá el comentarista
más conocido y más leído sobre Romanos) dice: “La otra interpretación
supone que la referencia es a Dios y que la palabra griega para “preparados”
tiene su fuerza de participio completa; preparados (por Dios) para
destrucción”. Esto, dice el Dr. Hodge, “es adoptado no solo por la mayoría
de los agustinianos, sino también por muchos luteranos”.
Si fuera necesario, estamos dispuestos a dar citas de los escritos de
Wycliffe, Huss, Ridley, Hooper, Cranmer, Ussher, John Trapp, Thomas
Goodwin, Thomas Manton (capellán de Cromwell), John Owen, Witsius,
John Gill (predecesor de Spurgeon), y muchos otros. Mencionamos esto
simplemente para mostrar que muchos de los santos más eminentes de
antaño, los hombres más ampliamente utilizados por Dios, sostuvieron y
enseñaron esta doctrina que es tan amargamente odiada en estos últimos días,
cuando los hombres ya no “soportarán la sana doctrina”; odiada por hombres
de elevadas pretensiones, pero que, a pesar de su ortodoxia y su muy
promocionada piedad, no son dignos de desatar los zapatos de los fieles y
audaces siervos de Dios de otros días.
“¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios!
¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque
¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le
dio a él primero, para que le fuese recompensado? Porque de él, y por él, y
para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén. (Romanos
11: 33-36)[19].
CAPÍTULO SEIS
LA SOBERANIA DE DIOS EN OPERACIÓN
“Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria
por los siglos. Amén” (Romanos 11:36).
¿Dios pre-ordenó todo lo que pasa? ¿Ha decretado que lo que es, debió
haber sido? En el análisis final, esta es solo otra forma de preguntar:
¿Gobierna Dios ahora al mundo y a todos y todo en él? Si Dios está
gobernando al mundo, ¿lo está gobernando de acuerdo con un propósito
definido, o sin rumbo y al azar? Si Él lo gobierna de acuerdo con algún
propósito, ¿cuándo se hizo ese propósito? ¿Cambia Dios continuamente su
propósito y crea uno nuevo todos los días, o su propósito se formó desde el
principio? ¿Las acciones de Dios, como las nuestras, están reguladas por el
cambio de circunstancias, o son el resultado de su propósito eterno? Si Dios
formuló un propósito antes de que el hombre fuera creado, ¿se ejecutará a ese
propósito de acuerdo con sus diseños originales y está trabajando ahora hacia
ese fin? ¿Qué dicen las Escrituras? Declaran que Dios es Aquel “que hace
todas las cosas según el designio de su voluntad” (Efesios 1:11).
Pocos que leen este libro probablemente cuestionen la afirmación de que
Dios sabe y conoce por anticipado todas las cosas, pero tal vez muchos
dudarían en ir más allá de esto. Sin embargo, ¿no es auto-evidente que si
Dios conoce de antemano todas las cosas, también pre-ordenó todas las
cosas? ¿No está claro que Dios conoce de antemano lo que será porque Él ha
decretado lo que será? La presciencia de Dios no es la causa de los eventos,
sino que son los eventos los efectos de su propósito eterno. Cuando Dios ha
decretado que una cosa será, ¡Él sabe que será! En la naturaleza de las cosas
no puede haber nada conocido como lo que será, a menos que sea cierto que
sea, y no hay nada seguro a menos que Dios lo haya ordenado. Tómese la
crucifixión como ilustración. En este punto, la enseñanza de las Escrituras es
tan clara como un rayo de sol. Cristo como el Cordero cuya sangre iba a ser
derramada fue “pre-ordenado desde antes de la fundación del mundo” (1
Pedro 1:20). Después de haber “ordenado” la muerte del Cordero, Dios sabía
que sería “llevado al matadero”, y por lo tanto lo dio a conocer en
consecuencia por medio del profeta Isaías. El Señor Jesús no fue “entregado”
por Dios sabiéndolo antes de que ocurriera, sino por su firme consejo y pre-
ordenación (Hechos 2:23). El previo conocimiento de los eventos futuros se
basa en los decretos de Dios, por lo tanto, si Dios sabe todo lo que debe ser,
es porque Él ha determinado en Sí mismo desde toda la eternidad todo lo que
será: “[Dios] que hace conocer todo esto desde tiempos antiguos” (Hechos
15:18), lo cual muestra que Dios tiene un plan, que Dios no comenzó su
trabajo al azar o sin un conocimiento de cómo su plan tendría éxito.
Dios creó todas las cosas. Nadie que se incline ante el testimonio de la
Sagrada Escritura cuestionará esta verdad; ni ninguno estaría preparado para
argumentar que la obra de la creación fue una obra accidental. Dios primero
tuvo el propósito de crear, y luego introdujo el acto creativo en cumplimiento
de ese propósito. Todos los verdaderos cristianos adoptarán fácilmente las
palabras del salmista y dirán: “¡Cuán innumerables son tus obras, oh Jehová!
Hiciste todas ellas con sabiduría” ¿Alguien que respalde lo que acabamos de
decir, acaso negará que Dios se propuso gobernar el mundo que Él creó? Sin
duda, la creación del mundo no fue el fin del propósito de Dios en lo
concerniente a éste. Seguramente Él no determinó simplemente crear el
mundo y colocar al hombre en él, y luego abandonar a ambos a su suerte.
Debe ser aparente que Dios tiene un fin o grandes fines en vista dignos de sus
infinitas perfecciones, y que ahora está gobernando el mundo para lograr
estos fines: “El consejo de Jehová permanecerá para siempre; los
pensamientos de su corazón por todas las generaciones.” (Sal. 33:11).
“Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque yo
soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, que anuncio lo por
venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que
digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero” (Isaías 46: 9, 10).
Se pueden aducir muchos otros pasajes para mostrar que Dios tiene muchos
consejos sobre este mundo y sobre el hombre, y que todos estos consejos con
toda seguridad se realizarán. Solo cuando se los considera así podremos
apreciar inteligentemente las profecías de la Escritura. En la profecía, el
Poderoso Dios ha condescendido llevarnos a la cámara secreta de Sus
consejos eternos y darnos a conocer lo que se ha propuesto hacer en el futuro.
Los cientos de profecías que se encuentran en el Antiguo y el Nuevo
Testamentos no son por tanto predicciones de lo que sucederá, ya que son
revelaciones para nosotros de lo que Dios se ha propuesto que DEBERÁ
suceder.
¿Cuál fue entonces el gran propósito por el cual se crearon este mundo y
la raza humana? La respuesta de la Escritura es: “Todas las cosas ha hecho
Jehová para sí mismo” (Proverbios 16: 4). Y otra vez, “tú creaste todas las
cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas” (Apocalipsis 4:11). El gran
fin de la creación fue la manifestación de la gloria de Dios. “Los cielos
cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos”
(Sal. 19: 1), pero fue por el hombre, originalmente hecho a su propia imagen
y semejanza, que Dios designó principalmente manifestar Su gloria. ¿Cómo
debía ser glorificado por el hombre El gran Creador? Antes de su creación,
Dios previó la caída de Adán y la consecuente ruina de su raza, por lo tanto,
no podría haber diseñado que el hombre debería glorificarlo continuando en
un estado de inocencia. Por consiguiente se nos enseñó que Cristo fue “pre-
ordenado antes de la fundación del mundo” para ser el Salvador de los
hombres caídos. La redención de los pecadores por Cristo no fue una mera
idea tardía de Dios: no fue una oportunidad para enfrentar una calamidad no
buscada. No, fue una provisión Divina, y por lo tanto, cuando el hombre
cayó, encontró misericordia caminando de la mano con la justicia.
Desde toda la eternidad, Dios diseñó que nuestro mundo sea el escenario
en el que mostraría Su gracia y sabiduría múltiples en la redención de los
pecadores perdidos: “para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada
a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares
celestiales, conforme al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro
Señor…” (Efesios 3: 10-11). Para el logro de este glorioso designio, Dios ha
gobernado el mundo desde el principio, y lo continuará haciendo hasta el fin.
Ha sido bien dicho: "Nunca podremos entender la providencia de Dios sobre
nuestro mundo, a menos que la consideremos como una máquina complicada
que tiene diez mil partes, dirigida en todas sus operaciones a un fin glorioso:
dar a conocer la sabiduría multiforme de Dios en la salvación de la Iglesia”,
es decir, los “llamados”. Todo lo demás aquí abajo está subordinado a este
propósito central. Fue la aprehensión de esta verdad básica que el Apóstol,
movido por el Espíritu Santo, fue llevado a escribir: “Por tanto, todo lo
soporto por amor de los escogidos, para que ellos también obtengan la
salvación que es en Cristo Jesús con gloria eterna” (2 Timoteo 2:10). Lo que
ahora contemplaríamos es la operación de la Soberanía de Dios en el
gobierno de este mundo.
Con respecto a la operación del gobierno de Dios sobre el mundo
material, ahora se necesita decir poco. En capítulos anteriores, hemos
mostrado que la materia inanimada y todas las criaturas irracionales están
absolutamente sujetas al deseo de su Creador. Si bien admitimos libremente
que el mundo material parece estar gobernado por leyes que son estables y
más o menos uniformes en sus operaciones, las Escrituras, la historia y la
observación nos obligan a reconocer el hecho de que Dios suspende estas
leyes y actúa al margen de ellas cada vez que le place hacerlo. Al enviar Sus
bendiciones o juicios sobre Sus criaturas, Él puede hacer que el propio sol se
detenga, y las estrellas en sus cursos luchen por Su pueblo (Jueces 5:20); Él
puede enviar o retener “las lluvias tempranas y tardías” de acuerdo con los
dictados de su propia sabiduría infinita; Él puede herir con plaga o bendecir
con salud; en resumen, siendo Dios, siendo soberano absoluto, no está
limitado o atado por ley alguna de la Naturaleza, sino que gobierna el mundo
material como mejor le parece.
Pero, ¿qué pasa con el gobierno de Dios de la familia humana? ¿Qué
revela la Escritura con respecto al modus operandi de las operaciones de Su
administración gubernamental sobre la humanidad? ¿Hasta qué punto y con
qué influencia controla Dios a los hijos de los hombres? Dividiremos nuestra
respuesta a esta pregunta en dos partes y consideraremos primero el método
de Dios para tratar con los justos, Sus elegidos; y luego su método de tratar
con los malvados.
EL MÉTODO DE DIOS PARA TRATAR CON LOS JUSTOS:
1. Dios ejerce sobre sus propios elegidos una influencia o poder
vivificador.
Por naturaleza están espiritualmente muertos, muertos en delitos y
pecados, y su primera necesidad es la vida espiritual, porque “el que no
naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3: 3). En el nuevo
nacimiento Dios nos trae de muerte a vida (Juan 5:24). Él nos imparte su
propia naturaleza (2 Pedro 1: 4). Él “nos ha librado de la potestad de las
tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo” (Col. 1:13). Ahora,
evidentemente, nosotros no podíamos hacer esto por nosotros mismos,
porque “aún éramos débiles” (Romanos 5: 6), por lo tanto está escrito:
“somos hechura suya, creados en Cristo Jesús” (Efesios 2:10).
En el nuevo nacimiento somos hechos partícipes de la naturaleza Divina:
se nos comunica un principio, una "semilla", una vida, el que es “nacido del
Espíritu”, por lo tanto, “espíritu es”; nace del Espíritu Santo y por lo tanto es
santo. Aparte de esta naturaleza divina y santa que se nos imparte en el nuevo
nacimiento, es absolutamente imposible que un hombre genere un impulso
espiritual, forme un concepto espiritual, tenga un pensamiento espiritual,
entienda las cosas espirituales, y menos aún que se comprometa en obras
espirituales. “Sin santidad nadie verá al Señor”, pero el hombre natural no
desea la santidad, y la provisión que Dios ha dado no la quiere. ¿Entonces un
hombre orará, buscará, luchará por lo que no le gusta? Seguramente no. Si
entonces un hombre verdaderamente “procura” lo que por naturaleza le
desagrada fuertemente, si ahora en verdad ama a Aquel que una vez odió, es
porque un cambio milagroso ha tenido lugar dentro de él; un poder externo a
él mismo ha operado sobre él, una naturaleza completamente diferente de la
anterior le ha sido impartida, y por eso está escrito, “De modo que si alguno
está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son
hechas nuevas.” (2 Corintios 5:17). El que acabamos de describir ha pasado
de muerte a vida, “se [ha convertido] de las tinieblas a la luz, y de la potestad
de Satanás a Dios” (Hechos 26:18). De ninguna otra manera se puede
explicar el gran cambio.
El nuevo nacimiento es muchísimo más que simplemente derramar
algunas lágrimas debido a un remordimiento temporal por el pecado. Es
mucho más que cambiar nuestro curso de vida, dejar de lado los malos
hábitos y sustituirlos por buenos. Es algo diferente de la mera apreciación y
práctica de nobles ideales. Va infinitamente más allá de venir adelante a
tomar la mano de un evangelista popular, firmar una tarjeta de compromiso o
“unirse a la iglesia”. El nuevo nacimiento no es meramente dar vuelta a una
nueva página, sino el comienzo y la recepción de una nueva vida. No es una
mera reforma sino una transformación completa. En resumen, el nuevo
nacimiento es un milagro, el resultado de la operación sobrenatural de Dios.
Es radical, revolucionario, duradero.
Aquí, entonces, está lo primero, a tiempo, que Dios hace en Sus propios
elegidos. Él echa mano de aquellos que están espiritualmente muertos y los
vivifica a novedad de vida. Él toma a uno que fue formado en iniquidad y
concebido en pecado, y lo conforma a la imagen de Su Hijo. Él toma un
cautivo del diablo y lo hace un miembro de la casa de la fe. Él toma un
mendigo y lo hace coheredero con Cristo. Él viene a uno que está lleno de
enemistad contra Él y le da un corazón nuevo, lleno de amor por él. Se
inclina ante alguien que por naturaleza es un rebelde y trabaja en él el querer
como el hacer conforme a su beneplácito. Mediante Su poder irresistible, Él
transforma a un pecador en un santo, a un enemigo en un amigo, a un esclavo
del diablo en un hijo de Dios. Seguramente entonces, nos mueve a decir,
“Cuando tus misericordias, oh mi Dios amado
Mi alma contempla con admiración,
Me hallo perdido, por la vista transportado,
En asombro, amor y una canción”.
2. Dios ejerce sobre sus propios elegidos una influencia o poder
energizante.
El Apóstol oró a Dios por los santos de Éfeso para que los ojos de su
entendimiento pudieran ser iluminados a fin de que, entre otras cosas,
pudieran saber “cuál [es] la supereminente grandeza de su poder para con
nosotros los que creemos” (Efesios 1: 19), y que pudieran ser “fortalecidos
con poder por su Espíritu en el hombre interior” (3:16). Es así como los hijos
de Dios están capacitados para pelear la buena batalla de la fe y luchar contra
las fuerzas adversas que constantemente hacen guerra contra ellos. En sí
mismos no tienen fuerza: no son más que “ovejas”, y las ovejas son de los
animales más indefensos que hay; pero la promesa es segura: “El da esfuerzo
al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas” (Isaías 40:29).
Este poder energizante que Dios ejerce sobre y dentro de los justos es el
que los capacita para servirle aceptablemente. Dijo el profeta de la
antigüedad: “Mas yo estoy lleno de poder del Espíritu de Jehová” (Miqueas
3: 8). Y dijo nuestro Señor a Sus Apóstoles: “pero recibiréis poder, cuando
haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo” (Hechos 1: 8), y así demostró,
porque de estos mismos hombres leemos a continuación: “Y con gran poder
los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y
abundante gracia era sobre todos ellos.” (Hechos 4:33). Lo mismo ocurrió
con el apóstol Pablo, “y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras
persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de
poder” (1 Corintios 2: 4). Pero el alcance de este poder no se limita al
servicio, porque leemos en 2 Pedro 1: 3, “como todas las cosas que
pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder,
mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia”.
De ahí que las diversas gracias del carácter cristiano, “amor, gozo, paz,
paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza”, se atribuyen
directamente a Dios mismo, siendo llamadas “el fruto del Espíritu” (Gálatas
5: 22-23). Compárese con Efesios 5: 9.
3. Dios ejerce sobre sus propios elegidos una influencia o poder
director.
En la antigüedad, condujo a su pueblo por el desierto, dirigiendo sus
pasos por una columna de nube durante el día y una columna de fuego
durante la noche; y hoy todavía dirige a sus santos, aunque ahora desde
adentro, más bien que desde afuera. “Porque este Dios es Dios nuestro
eternamente y para siempre; él nos guiará aún más allá de la muerte.” (Sal.
48:14), pero nos “guía” al obrar en nosotros tanto el querer como el hacer su
buena voluntad. Que Él nos guía es claro por las palabras del Apóstol en
Efesios 2:10: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para
buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos
en ellas”. Así se elimina el motivo de la jactancia y Dios obtiene toda la
gloria, porque con el profeta tenemos que decir: “Jehová, tú nos darás paz,
porque también hiciste en nosotros todas nuestras obras.” (Isaías 26:12).
Cuán cierto es entonces que “El corazón del hombre piensa su camino; mas
Jehová endereza sus pasos” (Proverbios 16:29). Compárese con Salmos 65:
4; Ezequiel 36:27.
4. Dios ejerce sobre sus propios elegidos una influencia o poder
preservador.
Muchas son las Escrituras que establecen esta bendita verdad: “El
guarda las almas de sus santos; de mano de los impíos los libra” (Salmo
97:10). “Porque Jehová ama la rectitud, y no desampara a sus santos. Para
siempre serán guardados; mas la descendencia de los impíos será destruida”
(Sal. 37:28). “Jehová guarda a todos los que le aman, mas destruirá a todos
los impíos” (Salmo 145: 20). Es innecesario multiplicar los textos o plantear
un argumento en este punto en lo que respecta a la responsabilidad y
fidelidad del creyente: no podemos “perseverar” sin que Dios nos preserve
más de lo que podemos respirar cuando Dios deja de darnos aliento; somos
“guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación
que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero” (1 Pedro 1: 5).
Compárese con 1 Crónicas 18: 6. Ahora, solo nos falta considerar:
EL MÉTODO DE DIOS DE TRATAR CON EL MALVADO:
Al contemplar las relaciones gubernamentales de Dios con los no elegidos,
encontramos que Él ejerce sobre ellos una influencia o poder cuádruple.
Adoptamos las divisiones claras sugeridas por el Dr. Rice:
1. Dios ejerce sobre los malvados una influencia restrictiva por
la cual se les impide hacer lo que naturalmente están inclinados a hacer.
Un ejemplo sorprendente de esto se ve en Abimelec, rey de Gerar.
Abraham descendió a Gerar y temeroso de que lo mataran a causa de su
esposa, él le indicó que se hiciera pasar por su hermana. Considerándola
como una mujer soltera, Abimelec mandó traer a Sarah ante él; y luego
aprendemos cómo Dios mostró su poder para proteger su honor: “Y le dijo
Dios en sueños: Yo también sé que con integridad de tu corazón has hecho
esto; y yo también te detuve de pecar contra mí, y así no te permití que la
tocases” (Génesis 20: 6). Si no se hubiera interpuesto Dios, Abimelec habría
ultrajado gravemente a Sara, pero el Señor lo restringió y no le permitió
llevar a cabo las intenciones de su corazón.
Se encuentra un ejemplo similar en relación con José y el tratamiento que
sus hermanos le dieron a él. Debido a la parcialidad de Jacob hacia José, sus
hermanos lo “odiaban”, y cuando pensaron que lo tenían en su poder
“conspiraron contra él para matarle” (Génesis 37:18). Pero Dios no les
permitió llevar a cabo sus designios malvados. Primero movió a Rubén para
librarlo de sus manos, y luego hizo que Judá sugiriera que José fuera vendido
a los ismaelitas que pasaban, quienes lo llevaron a Egipto. Que fue Dios
quien los restringió así es claro; se dio a conocer a sus hermanos; y dijo él,
“Así, pues, no me enviasteis acá vosotros, sino Dios” (Génesis 45: 8).
La influencia restrictiva que Dios ejerce sobre los malvados fue
notablemente ejemplificada en la persona de Balaam, el profeta contratado
por Balac para maldecir a los israelitas. Uno no puede leer la narración
inspirada sin descubrir que, abandonado a sí mismo, Balaam había aceptado
la oferta de Balak de buena gana. Cuán evidentemente Dios contuvo los
impulsos de su corazón se ve por su propio reconocimiento: ¿Por qué
maldeciré yo al que Dios no maldijo? ¿Y por qué he de execrar al que Jehová
no ha execrado?... He aquí, he recibido orden de bendecir; Él dio bendición,
y no podré revocarla. (Números 23: 8, 20).
Dios no solo ejerce una influencia restrictiva sobre los individuos
perversos, sino que también lo hace sobre pueblos enteros. Una ilustración
notable de esto se encuentra en Éxodo 34: 24: “Porque yo arrojaré a las
naciones de tu presencia, y ensancharé tu territorio; y ninguno codiciará tu
tierra, cuando subas para presentarte delante de Jehová tu Dios tres veces en
el año”. Tres veces todo varón israelita, por orden de Dios, dejaba su hogar y
su herencia y viajaba a Jerusalén para celebrar las fiestas del Señor; y en las
Escrituras anteriores aprendemos que Él les prometió que mientras estuvieran
en Jerusalén protegería sus hogares desprotegidos al restringir los designios y
deseos codiciosos de sus vecinos paganos.
2. Dios ejerce sobre los malvados una influencia suavizante
que los pone en contra de sus inclinaciones naturales para hacer lo que
promoverá Su causa.
Arriba, nos referimos a la historia de José como una ilustración de Dios
ejerciendo una influencia restrictiva sobre los malvados, notemos ahora que
sus experiencias en Egipto ejemplifican nuestra afirmación de que Dios
también ejerce una influencia suavizadora sobre los injustos. Se nos dice que
mientras él estuvo en la casa de Potifar” “Jehová estaba con José… y vio su
amo que JEHOVÁ estaba con él… así halló José gracia en sus ojos, y le
servía; y él le hizo mayordomo de su casa” (Génesis 39: 2, 3, 4). Más tarde,
cuando José fue encarcelado injustamente, se nos dice: “Pero Jehová estaba
con José y le extendió su misericordia, y le dio gracia en los ojos del jefe de
la cárcel” (Génesis 39:21), y en consecuencia, el guardián de la prisión le
mostró mucha bondad y honor. Finalmente, después de su liberación de la
prisión, aprendemos de Hechos 7:10 que el Señor “le dio gracia y sabiduría
delante de Faraón rey de Egipto, el cual lo puso por gobernador sobre Egipto
y sobre toda su casa”.
Una evidencia igualmente sorprendente del poder de Dios para derretir
los corazones de sus enemigos, se vio en el tratamiento de la hija del Faraón
al niño Moisés. El incidente es bien conocido. Faraón había emitido un edicto
ordenando la destrucción de cada hijo varón de los israelitas. Un cierto levita
tuvo un hijo nacido de él, que durante tres meses fue ocultado por su madre.
Incapaz ya de ocultar al niño Moisés, lo puso en un arca de juncos y lo tendió
junto al río. El arca fue descubierta por nadie menos que por la hija del rey,
que bajó al río a bañarse, pero en vez de obedecer el malvado decreto de su
padre y arrojar el niño al río, se nos dice que ¡ella tuvo “compasión de él”!
(Exodo. 2: 6) En consecuencia, ¡la joven vida se salvó y más tarde Moisés se
convirtió en el hijo adoptivo de esta princesa!
Dios tiene acceso a los corazones de todos los hombres y los suaviza o
endurece de acuerdo con Su propósito soberano. El profano Esaú juró
vengarse de su hermano por el engaño que había practicado con su padre,
pero cuando volvió a encontrarse con Jacob, en lugar de matarlo se nos dice
que Esaú ¡“se echó sobre su cuello y lo besó”! (Génesis 33: 4). Acab, el
consorte débil y malvado de Jezabel, estaba muy enojado contra el profeta
Elías, por cuya palabra se habían cerrado los cielos durante tres años y
medio: tan enojado estaba contra aquel a quien consideraba como su
enemigo, que se nos dice que lo buscó en todas las naciones y todos los
reinos, y cuando no pudo encontrarlo allí, los “hizo jurar”[20](1 Reyes
18:10). Sin embargo, cuando se encontraron, en lugar de matar al profeta,
Acab obedeció dócilmente el mandato de Elías y “Entonces Acab convocó a
todos los hijos de Israel, y reunió a los profetas en el monte Carmelo” (v. 20).
De nuevo; Ester, la humilde judía, está a punto de entrar en la cámara de la
presencia del augusto monarca medo-persa, de lo cual dijo ella, “aunque no
sea conforme a la ley” (Ester. 4:16). Ella entró esperando “la muerte”, pero se
nos dice que “ella obtuvo gracia ante sus ojos; y el rey extendió a Ester el
cetro de oro” (5: 2). Una vez más; el joven Daniel es un cautivo en un país
extranjero. El rey “asignó” una provisión diaria de carne y bebida para Daniel
y sus compañeros. Pero Daniel se propuso en su corazón que no se
contaminaría a sí mismo con la parte asignada, y así dio a conocer su
propósito a su superior, el jefe de los eunucos. ¿Qué pasó? Su jefe era un
pagano y “temía” al rey. ¿Dio la vuelta entonces hacia Daniel y le exigió
airadamente que sus órdenes se llevaran a cabo con prontitud? No, porque
leemos, ¡“y puso Dios a Daniel en gracia y en buena voluntad con el jefe de
los eunucos”! (Daniel 1: 9).
“Como los repartimientos de las aguas, así está el corazón del rey en la
mano de Jehová; a todo lo que quiere lo inclina” (Prov. 21: 1). Una notable
ilustración de esto se ve en Ciro, el rey pagano de Persia. El pueblo de Dios
estaba en cautiverio, pero la culminación predicha de su cautiverio ya casi
llegaba. Mientras tanto, el Templo de Jerusalén yacía en ruinas, y, como
hemos dicho, los judíos estaban en esclavitud en una tierra lejana. ¿Qué
esperanza había entonces de que se reconstruyera la casa del Señor? Nótese
ahora lo que Dios hizo: “En el primer año de Ciro rey de Persia, para que se
cumpliese la palabra de Jehová por boca de Jeremías, despertó Jehová el
espíritu de Ciro rey de Persia, el cual hizo pregonar de palabra y también por
escrito por todo su reino, diciendo: Así ha dicho Ciro rey de Persia: Jehová el
Dios de los cielos me ha dado todos los reinos de la tierra, y me ha mandado
que le edifique casa en Jerusalén, que está en Judá” (Esdras 1: 1, 2). Ciro, se
debe recordar, era un pagano, y como la historia secular da testimonio, un
hombre muy malvado, sin embargo, el Señor lo movió a emitir este edicto
que Su Palabra a través de Jeremías setenta años antes podría ser cumplida.
Una ilustración similar y más extensa se encuentra en Esdras 7:27, donde
encontramos a Esdras respondiendo en agradecimiento por lo que Dios había
hecho que el rey Artajerjes hiciera al completar y embellecer la casa, que
Ciro había ordenado erigir: “Bendito Jehová Dios de nuestros padres, que
puso tal cosa en el corazón del rey, para embellecer la casa de Jehová que
está en Jerusalén”.
3. Dios ejerce sobre los malvados una influencia directora
para que el bien sea hecho como el resultado de su mal intencionado.
Una vez más volvemos a la historia de José como un ejemplo. Al vender
a José a los ismaelitas, sus hermanos fueron movidos por motivos crueles y
desalmados. Su objetivo fue deshacerse de él, y el paso de estos comerciantes
ambulantes les proporcionó una salida fácil. Para ellos, el acto no era más que
la esclavización de un noble joven en aras de la ganancia. Pero ahora
observen cómo Dios estaba trabajando secretamente y rigiendo sus acciones
malvadas. La Providencia así lo ordenó que estos ismaelitas pasaron justo a
tiempo para evitar que José fuera asesinado, porque sus hermanos ya habían
tomado consejo juntos para matarlo. Además; estos ismaelitas viajaban a
Egipto, que era el mismo país al cual Dios se había propuesto enviar a José, y
él ordenó que compraran a José justo cuando lo hicieron. Que la mano de
Dios estuvo en este incidente, que fue algo más que una afortunada
coincidencia, se desprende de las palabras de José a sus hermanos en una
fecha posterior: “Y Dios me envió delante de vosotros, para preservaros
posteridad sobre la tierra, y para daros vida por medio de gran liberación”
(Génesis 45: 7).
Otra ilustración igualmente sorprendente de Dios dirigiendo a los
malvados se encuentra en Isaías 10: 5-7: “Oh Asiria, vara y báculo de mi
furor, en su mano he puesto mi ira. Le mandaré contra una nación pérfida, y
sobre el pueblo de mi ira le enviaré, para que quite despojos, y arrebate presa,
y lo ponga para ser hollado como lodo de las calles. Aunque él no lo
pensará así, ni su corazón lo imaginará de esta manera, sino que su
pensamiento será desarraigar y cortar naciones no pocas”. El rey de Asiria
había determinado ser un conquistador del mundo, para “cortar naciones no
pocas”. Pero Dios dirigió y controló su lujuria y ambición militar, y le hizo
enfocar su atención a la conquista de la insignificante nación de Israel. Tal
tarea no estaba en el corazón del rey orgulloso, “él no lo [pensaba] así”, pero
Dios le dio esta encomienda y no podía hacer nada más que cumplirla.
Compárese también con Jueces 7:22.
El ejemplo supremo de la influencia controladora y orientadora que Dios
ejerce sobre los malvados es la Cruz de Cristo con todas sus circunstancias
involucradas. Si alguna vez se dio testimonio de la providencia supervisora
de Dios, fue allí. Desde toda la eternidad, Dios había predestinado cada
detalle de ese evento de todos los eventos. Nada se dejó al azar o al capricho
del hombre. Dios había decretado cuándo, dónde y cómo moriría su bendito
Hijo. Mucho de lo que se había propuesto en cuanto a la Crucifixión se dio a
conocer a través de los profetas del Antiguo Testamento, y en el
cumplimiento preciso y literal de estas profecías tenemos una prueba clara,
una demostración completa de la influencia controladora y directora que Dios
ejerce sobre los malvados. No sucedió nada sino como Dios había ordenado,
y todo lo que Él había ordenado tuvo lugar exactamente como se propuso. Si
se decretó (y se dio a conocer en las Escrituras) que el Salvador sería
traicionado por uno de Sus propios discípulos - por Su “amigo familiar” -
véase Salmos 41: 9 y compárese con Mateo 26: 50 - entonces el Apóstol
Judas [Iscariote] es el que lo vendió. Si se decretó que el traidor recibiría por
su horrenda perfidia treinta piezas de plata, entonces los sumos sacerdotes se
movieron para ofrecerle esta suma. Si se decretó que esta suma de traición
sería puesta para un uso particular, es decir, la compra del campo del alfarero,
entonces la mano de Dios le ordena a Judas que devuelva el dinero a los
sumos sacerdotes y así guió su “consejo” (Mateo 27: 7) para que hicieran esto
mismo. Si se decretó que existirían “testigos falsos” contra nuestro Señor
(Sal. 35:11), entonces, en consecuencia, los tales se levantaron. Si se decretó
que el Señor de la Gloria sería escupido y “azotado” (Isaías 50: 6), entonces
no faltaron aquellos que fueron lo suficientemente viles como para hacerlo. Si
se decretó que el Salvador debía ser “contado con los transgresores”,
entonces en su desconocimiento, Pilato, dirigido por Dios, dio órdenes para
su crucifixión junto con dos ladrones. Si se decretó que mientras colgaba de
la Cruz le dieran a beber vinagre y hiel, entonces este decreto de Dios se
ejecutó al pie de la letra. Si se decretó que los desalmados apostarían por Sus
vestiduras, entonces ciertamente hicieron esto mismo. Si se decretó que ni un
hueso de Él se rompería (Sal 34:20), entonces la mano controladora de Dios
que experimentó el soldado romano para quebrarle las piernas a los ladrones,
le impidió hacer lo mismo con nuestro Señor. ¡Oh! no hubo suficientes
soldados en todas las legiones romanas, no hubo suficientes demonios en
todas las jerarquías de Satanás, para romper un hueso en el cuerpo de Cristo.
¿Y por qué? Porque el Todopoderoso Soberano decretó que no se rompería
un hueso. ¿Necesitamos extender este párrafo para ir más lejos? ¿Acaso el
cumplimiento preciso y literal de todo lo que la Escritura había predicho en
conexión con la Crucifixión, no demuestra más allá de toda controversia que
un poder Todopoderoso estaba dirigiendo y supervisando todo lo que se hizo
en ese Día de días?
4. Dios también endurece los corazones de los hombres
malvados y ciega sus mentes.
“¡Dios endurece los corazones de los hombres! ¡Dios ciega las mentes de
los hombres!” Sí, así lo representan las Escrituras. Al desarrollar este tema de
la Soberanía de Dios en operación, reconocemos que ahora hemos alcanzado
su aspecto más solemne, y que aquí especialmente, necesitamos estar muy
cerca de las palabras de las Sagradas Escrituras. Que Dios no permita que
vayamos una fracción más allá de lo que dice su Palabra; sino que Él quiera
darnos la gracia para ir tan lejos como su Palabra lo permita. Es verdad que
las cosas secretas le pertenecen al Señor, pero también es verdad que las
cosas que se revelan en las Escrituras nos pertenecen a nosotros y a nuestros
hijos.
“Cambió el corazón de ellos para que aborreciesen a su pueblo, para que
contra sus siervos pensasen mal” (Sal. 105: 25). Aquí se hace referencia a la
permanencia de los descendientes de Jacob en la tierra de Egipto cuando,
después de la muerte del Faraón que había acogido al viejo patriarca y su
familia, “surgió un nuevo rey que no conocía a José”; y en sus días los hijos
de Israel se habían “multiplicado en gran manera” de modo que superaban en
número a los egipcios; entonces fue Dios quien “cambió el corazón de ellos
para que aborreciesen a su pueblo”.
La consecuencia del “aborrecimiento” de los egipcios es bien conocida:
los llevaron a una esclavitud cruel y los colocaron bajo despiadados capataces
hasta que su suerte se volvió insoportable. Impotentes y miserables, los
israelitas clamaron a Jehová, y en respuesta, él designó a Moisés como su
libertador. Dios se reveló a Sí mismo a Su siervo escogido, le dio una
cantidad de señales milagrosas que debía exhibir en la corte egipcia, y luego
le ordenó ir al Faraón y exigir que se permitiera a los israelitas ir a un viaje de
tres días por el desierto, para que ellos pudieran adorar al Señor. Pero antes
de que Moisés comenzara su viaje, Dios le advirtió acerca de Faraón: “yo
endureceré su corazón, de modo que no dejará ir al pueblo” (Éxodo 4:21). Si
se preguntase, ¿por qué Dios endureció el corazón de Faraón? la respuesta
proporcionada por la Escritura es: para que Dios muestre Su poder en él
(Romanos 9:17); en otras palabras, era para que el Señor demostrara que era
tan fácil para Él derrocar a este monarca arrogante y poderoso como lo era
para él aplastar a un gusano. Si insistiésamos más, ¿por qué Dios seleccionó
ese método para mostrar su poder? entonces la respuesta debe ser que siendo
Dios soberano se reserva para Sí Mismo el derecho de actuar como le plazca.
No solo se nos dice que Dios endureció el corazón de Faraón para que no
dejara ir a los israelitas, sino que después de que Dios había plagado su tierra
tan severamente para que a regañadientes diera un permiso restringido, y
después de que el primogénito de todos los egipcios había sido asesinado, e
Israel realmente había dejado la tierra de la esclavitud, Dios le dijo a Moisés:
“he aquí, yo endureceré el corazón de los egipcios para que los sigan; y yo
me glorificaré en Faraón y en todo su ejército, en sus carros y en su
caballería; y sabrán los egipcios que yo soy Jehová, cuando me glorifique en
Faraón, en sus carros y en su gente de a caballo” (Éxodo 14:17, 18).
Lo mismo sucedió posteriormente en relación con Sehón, rey de Hesbón,
a través de cuyo territorio tenía que pasar Israel en su camino hacia la tierra
prometida. Repasando su historia, Moisés le dijo al pueblo: “mas Sehón rey
de Hesbón no quiso que pasásemos por el territorio suyo; porque Jehová tu
Dios había endurecido su espíritu, y obstinado su corazón para entregarlo en
tu mano, como hasta hoy” (Deut. 2:30).
Así también fue después de que Israel entró en Canaán. Leemos: “No
hubo ciudad que hiciese paz con los hijos de Israel, salvo los heveos que
moraban en Gabaón; todo lo tomaron en guerra. Porque esto vino de Jehová,
que endurecía el corazón de ellos para que resistiesen con guerra a Israel,
para destruirlos, y que no les fuese hecha misericordia, sino que fuesen
desarraigados, como Jehová lo había mandado a Moisés” (Josué 11:19, 20).
De otras Escrituras aprendemos por qué Dios se propuso “destruir por
completo” a los cananeos, fue a causa de su terrible iniquidad y corrupción.
Tampoco la revelación de esta solemne verdad se limita al Antiguo
Testamento. En Juan 12: 37-40 leemos, “Pero a pesar de que había hecho
tantas señales delante de ellos, no creían en él; para (con el propósito de) que
se cumpliese la palabra del profeta Isaías, que dijo: Señor, ¿quién ha creído
a nuestro anuncio? ¿Y a quién se ha revelado el brazo del Señor? Por esto no
podían creer, porque también dijo Isaías: Cegó los ojos de ellos, y endureció
su corazón; Para que no vean con los ojos, y entiendan con el corazón, Y se
conviertan, y yo los sane”. Aquí es necesario notar con cuidado que aquellos
cuyos ojos Dios “cegó” y cuyo corazón “endureció” eran hombres quienes
deliberadamente habían despreciado la Luz y rechazado el testimonio del
Hijo de Dios mismo.
De manera similar, leemos en 2 Tesalonicenses 2:11, 12: “Por esto Dios
les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean
condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron
en la injusticia”. Lo que Dios hizo con los judíos de antaño, Él aún lo hará
con la cristiandad. Así como los judíos de los días de Cristo menospreciaron
su testimonio, y en consecuencia fueron “cegados”, entonces una cristiandad
culpable que ha rechazado la Verdad, todavía está a la espera de que Dios le
envíe de su parte un “poder engañoso” para que crea en un Él[21].
¿Dios realmente está gobernando el mundo? ¿Está ejerciendo el gobierno
sobre la familia humana? ¿Cuál es el modus operandi de su administración
gubernamental sobre la humanidad? ¿En qué medida y con qué medios
controla Él a los hijos de los hombres? ¿Cómo ejerce Dios una influencia
sobre los malvados, al ver que sus corazones están en enemistad contra él?
Estas son algunas de las preguntas que hemos tratado de responder a partir de
las Escrituras en las secciones anteriores de este capítulo. Sobre sus propios
elegidos, Dios ejerce un poder vivificador, energizante, director y
conservador. Sobre el malvado, Dios ejerce un poder de restricción,
ablandamiento, dirección, endurecimiento y cegador, de acuerdo con los
dictados de Su propia sabiduría infinita y para la realización de su propio
propósito eterno. Los decretos de Dios están siendo ejecutados. Lo que Él ha
ordenado se está cumpliendo. La maldad del hombre está delimitada. Los
límites de la maldad y de los malhechores han sido divinamente definidos y
no pueden ser excedidos. Aunque muchos lo ignoran, todos los hombres,
buenos y malos, están bajo la jurisdicción y están absolutamente sujetos a la
administración del Soberano Supremo, que reina sobre todo: “Aleluya:
porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina” (Apocalipsis 19: 6).
CAPÍTULO SIETE
LA SOBERANÍA DE DIOS Y LA VOLUNTAD
HUMANA
“Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer,
por su buena voluntad” (Filipenses 2: 13).
Con respecto a la naturaleza y el poder de la voluntad del hombre caído,
la mayor confusión prevalece hoy en día, y los puntos de vista más erróneos
son sostenidos, incluso por muchos de los hijos de Dios. La idea popular que
ahora prevalece, y que se enseña desde la gran mayoría de los púlpitos, es
que el hombre tiene un “libre albedrío”, y que la salvación viene al pecador
por su voluntad cooperando con el Espíritu Santo. Negar el “libre albedrío”
del hombre, es decir, su poder de elegir lo que es bueno, su capacidad natural
para aceptar a Cristo, es traer desaprobación contra uno mismo de inmediato,
incluso ante la mayoría de los que profesan ser ortodoxos. Y, sin embargo,
las Escrituras dicen enfáticamente: “Así que no depende del que quiere, ni del
que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (Romanos 9:16). ¿A quién
creeremos: a Dios, o a los predicadores?
Pero alguien puede responder: ¿No dijo Josué a Israel: “escogeos hoy a
quién sirváis”? Sí, lo hizo; pero ¿por qué no completar su oración? “si a los
dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del
río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis” (Josué 24:15).
Pero, ¿por qué poner la escritura contra la Escritura? La Palabra de Dios
nunca se contradice, y la Palabra declara expresamente: “No hay quien
busque a Dios” (Romanos 3:11). ¿No dijo Cristo a los hombres de su época:
“Y no queréis venir a mí, para que tengáis vida”? (Juan 5:40). Sí, pero
algunos sí “vinieron a Él”, algunos sí lo recibieron. Verdadero, ¿y quiénes
fueron? Juan 1:12, 13 nos dice: “Mas a todos los que le recibieron, a los que
creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales
no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de
varón, sino de Dios”.
Pero, ¿no dice la Escritura: “Si alguno quiere venir en pos de mí”? Sí,
pero ¿significa esto que todos tienen la voluntad de venir? ¿Qué hay de los
que no querrán venir? “Si alguno quiere venir” no quiere decir que el hombre
caído tiene el poder (en sí mismo) para venir más que “extiende tu mano”,
implicando que el hombre con la mano seca tenía la capacidad (en sí mismo)
de cumplir. En sí mismo, el hombre natural tiene poder para rechazar a
Cristo; pero en sí mismo no tiene el poder de recibir a Cristo. ¿Y por qué?
Porque él tiene una mente que está en “enemistad contra” Él (Romanos 8: 7);
porque él tiene un corazón que lo odia (Juan 15:18). El hombre elige lo que
está de acuerdo con su naturaleza, y por lo tanto, antes de que él alguna vez
elija o prefiera lo que es Divino y espiritual, se le debe impartir una nueva
naturaleza; en otras palabras, debe nacer de nuevo.
Si se preguntase, ¿pero el Espíritu Santo no vence la enemistad y el odio
de un hombre cuando Él convence al pecador de sus pecados y su necesidad
de Cristo? Y, ¿el Espíritu de Dios no produce tal convicción en muchos que
perecen? Tal lenguaje demuestra confusión de pensamiento: si la enemistad
de ese hombre fuera realmente “vencida”, entonces él fácilmente se volvería
hacia Cristo; que él no viene al Salvador demuestra que su enemistad no se
supera. Pero que muchos, a través de la predicación de la Palabra, son
convencidos por el Espíritu Santo, que sin embargo mueren en incredulidad,
es solemnemente verdadero. Sin embargo, es un hecho que no debe perderse
de vista que el Espíritu Santo hace algo más en cada uno de los elegidos de
Dios que lo hace en los no elegidos: “[Él] es el que en [ellos] produce así el
querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13).
En respuesta a lo que hemos dicho arriba, los arminianos responderían:
No; la obra de convicción del Espíritu es la misma tanto para los conversos
como para los inconversos, lo que distingue a una clase de la otra es que la
primera cedió a sus esfuerzos mientras que los últimos se resistieron a ellos.
Pero si este fuera el caso, entonces el cristiano tendría motivos para jactarse y
gloriarse por su cooperación con el Espíritu; pero esto contradiría
rotundamente Efesios 2: 8, “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe;
y esto no de vosotros, pues es don de Dios”.
Apelemos a la experiencia real del lector cristiano. ¿No hubo un
momento (que el recuerdo de esto nos humille a cada uno hasta el polvo)
cuando no quisieron venir a Cristo? Si. Desde entonces has venido a Él.
¿Estás ahora preparado para darle toda la gloria por eso (Sal. 115: 1)? ¿No
reconoces que viniste a Cristo porque el Espíritu Santo te trajo del no querer
al querer? Sí lo reconoces. ¡Entonces no es también un hecho patente que el
Espíritu Santo no ha hecho en muchos otros lo que Él sí ha hecho en ti!
Concediendo que muchos otros han escuchado el Evangelio, se les ha
mostrado su necesidad de Cristo, sin embargo, todavía no están dispuestos a
venir a él. Así Él ha obrado más en ti que en ellos. ¿Responde usted: Sin
embargo, recuerdo bien el momento en que se me presentó el Gran Problema,
y mi conciencia testifica que mi voluntad actuó y que cedí a las demandas de
Cristo sobre mí? Muy cierto. Pero antes que se “rindiera”, el Espíritu Santo
venció la enemistad natural de su mente contra Dios, y esta “enemistad” Él
no la vence en todos. Si se dijese: eso es porque no están dispuestos a que su
enemistad sea vencida. ¡Oh! Así, ninguno estará “dispuesto” hasta que Él
manifieste su poder omnipotente y realice un milagro de gracia en el corazón.
Pero ahora preguntémonos: ¿Qué es la Voluntad humana? ¿Es un agente
auto-determinante, o es, a su vez, determinado por otra cosa? ¿Es soberana o
sirviente? ¿Es la voluntad superior a cualquier otra facultad de nuestro ser
para que las gobierne, o se mueve por sus impulsos y está sujeta a su placer?
¿La voluntad gobierna a la mente, o la mente controla la voluntad? ¿Es la
voluntad libre de hacer lo que le plazca, o está bajo la necesidad de rendir
obediencia a algo fuera de sí misma? “¿La voluntad se aparta de las otras
grandes facultades o poderes del alma, un hombre dentro de un hombre, que
puede revertir al hombre y volar contra el hombre y dividirlo en segmentos,
como una serpiente de cristal se rompe en pedazos? O bien, ¿está la voluntad
conectada con las otras facultades, como la cola de la serpiente está con su
cuerpo, y éste a la vez con su cabeza, de modo que donde va la cabeza, la
criatura completa va, y, como un hombre piensa en su corazón así es él? En
primer lugar, pensamiento; luego, corazón (deseo o aversión); y después,
acto. ¿Es de esta manera que el perro mueve la cola? O, ¿es la voluntad, la
cola, que menea al perro? ¿Es la voluntad lo primero y principal en el
hombre, o es la última cosa a mantenerse subordinada y en su lugar debajo de
las otras facultades? y, ¿es la verdadera filosofía de la acción moral y su
proceso la de Génesis 3: 6: “Y vio la mujer que el árbol era bueno para
comer” (percepción de los sentidos, inteligencia), y “árbol codiciable”
(afectos), “y tomó de su fruto, y comió” (la voluntad)” George S. Bishop).
Estas son preguntas cuyo interés es más que académico. Son de importancia
práctica. Creemos que no vamos demasiado lejos cuando afirmamos que la
respuesta a estas preguntas es una prueba fundamental de solidez
doctrinal[22].
1. LA NATURALEZA DE LA VOLUNTAD
HUMANA.
¿Qué es la voluntad? Respondemos, la voluntad es la facultad de
elección, la causa inmediata de toda acción. La elección implica
necesariamente el rechazo de una cosa y la aceptación de otra. Lo positivo y
lo negativo deben estar presentes en la mente antes de que pueda haber
alguna opción. En cada acto de la voluntad hay una preferencia: el desear una
cosa en lugar de otra. Donde no hay preferencia, sino completa indiferencia,
no hay volición[23]. Querer es elegir, y elegir es decidir entre dos o más
alternativas. Pero hay algo que influye en la elección; algo que determina la
decisión. Por lo tanto, la voluntad no puede ser soberana porque es el
sirviente de ese algo. La voluntad no puede ser ambos Soberana y servidora.
No puede ser causa y efecto simultáneamente. La voluntad no es causativa,
porque, como hemos dicho, algo la hace elegir, por lo tanto, ese algo debe ser
el agente causal. La elección misma se ve afectada por ciertas
consideraciones, está determinada por diversas influencias ejercidas sobre el
individuo mismo, por lo tanto, la volición es el efecto de estas
consideraciones e influencias, y si el efecto, debe ser su servidor; y si la
voluntad es su sirviente, entonces no es soberana, y si la voluntad no es
soberana, ciertamente no podemos predicar la “libertad” absoluta de la
misma. Los actos de la voluntad no pueden ocurrir por sí mismos; decir que
pueden, es postular un efecto no causado. Ex nihilo nihil fit – La nada no
puede producir algo.
En todas las edades, sin embargo, ha habido quienes han luchado por la
libertad absoluta o la Soberanía de la voluntad humana. Los hombres
argumentarán que la voluntad posee un poder de autodeterminación. Dicen,
por ejemplo, puedo subir o bajar la vista, la mente es bastante indiferente, lo
que hago, la voluntad debe decidirlo. Pero esto es una contradicción en
términos. Este caso supone que elijo una cosa con preferencia a otra mientras
estoy en un estado de total indiferencia. Manifiestamente, ambos no pueden
ser verdad. Pero se puede responder: la mente era bastante indiferente hasta
que llegó a tener una preferencia. Exactamente; ¡y en ese momento la
voluntad también estaba en reposo! Pero en el momento en que la
indiferencia desapareció, se hizo una elección, y el hecho de que la
indiferencia dio lugar a la preferencia, derroca el argumento de que la
voluntad es capaz de elegir entre dos cosas iguales. Como dijimos, la
elección implica la aceptación de una alternativa y el rechazo de la otra o las
otras.
Lo que determina la voluntad es lo que hace que ella elija. Si la voluntad
es determinada, entonces debe haber un determinante. ¿Qué es lo que
determina la voluntad? Respondemos: El poder motriz más fuerte que se
ejerce sobre ella. Lo que este poder motriz es, varía en diferentes casos. Con
uno, puede ser la lógica de la razón; con cualquier otro, la voz de la
conciencia; con alguien más, el impulso de las emociones; con otro, el
susurro del Tentador; con aquel otro el poder del Espíritu Santo; cualquiera
que presente el poder motriz más fuerte y ejerza la mayor influencia sobre el
individuo mismo es aquello que impulsa la voluntad de actuar. En otras
palabras, la acción de la voluntad está determinada por esa condición de la
mente (que a su vez está influenciada por el mundo, la carne y el diablo, así
como por Dios) que tenga el mayor grado de tendencia a excitar la volición.
Para ilustrar lo que acabamos de decir, analicemos un ejemplo simple: un
cierto día de la tarde del Señor, un amigo sufría un fuerte dolor de cabeza.
Estaba ansioso por visitar a los enfermos, pero temía que, si lo hacía, su
propia condición empeoraría y, como consecuencia, no podría asistir a la
predicación del Evangelio esa noche. Dos alternativas lo confrontaban: visitar
a los enfermos esa tarde y arriesgarse a enfermarse, o, tomarse un descanso
esa tarde (y visitar a los enfermos al día siguiente) y probablemente
levantarse fresco y en forma para el servicio vespertino. ¿Qué fue lo que
decidió en nuestro amigo al elegir entre estas dos alternativas? ¿La voluntad?
De ningún modo. Es cierto que, al final, la voluntad hizo una elección, pero
la voluntad misma fue movida a tomar la decisión. En el caso anterior, ciertas
consideraciones presentaron fuertes motivos para seleccionar cualquiera de
las alternativas; estos motivos fueron sopesados el uno contra el otro por el
individuo mismo, es decir, su corazón y su mente, y la única alternativa
siendo apoyada por motivos más fuertes que el otro, la decisión se formó en
consecuencia, y luego actuó la voluntad. Por un lado, nuestro amigo se sintió
impulsado por el sentido del deber de visitar a los enfermos; fue movido por
la compasión a hacerlo, y así se le presentó un fuerte motivo en su mente. Por
otro lado, su juicio le recordó que él mismo se sentía muy mal, que
necesitaba desesperadamente descansar, que si visitaba a los enfermos su
propia condición probablemente empeoraría, y en tal caso no podría asistir a
la predicación del Evangelio esa noche; además, sabía que al día siguiente, si
el Señor lo permitía, podría visitar a los enfermos, y siendo así, concluyó que
debería descansar esa tarde. Aquí, entonces, se presentaron dos conjuntos de
alternativas a nuestro hermano cristiano: por un lado, el sentido del deber más
su propia simpatía, por el otro lado, una sensación de su propia necesidad
más una preocupación real por la gloria de Dios, porque sintió que él debía
asistir a la predicación del Evangelio esa noche. Este último prevaleció. Las
consideraciones espirituales superan su sentido del deber. Habiendo formado
su decisión, la voluntad actuó en consecuencia y se retiró a descansar. Un
análisis del caso anterior muestra que la facultad de la mente o el
razonamiento fue dirigida por consideraciones espirituales, y la mente reguló
y controló la voluntad. Por lo tanto, decimos que, si la voluntad está
controlada, no es soberana ni libre, sino que es el servidora de la mente.
Solo cuando vemos la verdadera naturaleza de la libertad y marcamos que
la voluntad está sujeta a los motivos emergentes que la influyen, podemos
discernir que no hay conflicto entre dos declaraciones de la Sagrada Escritura
que conciernen a nuestro bendito Señor. En Mateo 4: 1 leemos: “Entonces
Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo”,
pero en Marcos 1:12, 13 se nos dice: “Y luego el Espíritu le impulsó al
desierto. Y estuvo allí en el desierto cuarenta días, y era tentado por Satanás”.
Es completamente imposible armonizar estas dos afirmaciones con la
concepción arminiana de la voluntad[24]. Pero en realidad no hay dificultad.
Que Cristo fue “impulsado” implica que fue un motivo forzoso o un impulso
poderoso tal como para que no pudiera ser resistido o rechazado; el hecho de
que fue “guiado” denota su libertad para ir. Al juntar los dos, aprendemos que
fue conducido, con una condescendencia voluntaria a esto mismo. Así,
tenemos la libertad de la voluntad del hombre y la eficacia victoriosa de la
gracia de Dios ligadas: un pecador puede ser “arrastrado” y aún “venir” a
Cristo, el “arrastrado”, que le presenta el motivo irresistible; el “venir”, que
significa la respuesta de su voluntad - como Cristo fue “impulsado” y
“guiado” por el Espíritu al desierto.
La filosofía humana insiste en que es la voluntad la que gobierna al
hombre, pero la Palabra de Dios enseña que es el corazón el que es el centro
dominante de nuestro ser. Se pueden citar muchas Escrituras en apoyo a esto.
“Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida”
(Prov. 4:23). “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos
pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios”, etc. (Marcos
7:21). ¡Aquí nuestro Señor rastrea estos actos pecaminosos hasta su fuente y
declara que su fuente es el “corazón” y no la voluntad! De nuevo: “Este
pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí.” (Mateo 15: 8).
Si se requirieran más pruebas, podríamos llamar la atención sobre el hecho de
que la palabra “corazón” se encuentra en la Biblia con una frecuencia tres
veces mayor que la palabra “voluntad”, aunque ¡casi la mitad de las
referencias a esta última se refieren a la voluntad de Dios!
Cuando afirmamos que es el corazón y no la voluntad lo que gobierna al
hombre, no estamos simplemente contendiendo en cuanto a palabras, sino
insistiendo en una distinción que es de vital importancia. Aquí hay un
individuo ante quien se colocan dos alternativas; ¿cuál escogerá?
Respondemos, la que sea más agradable para él, es decir, para su “corazón”,
el núcleo más íntimo de su ser. Ante el pecador es puesta una vida de virtud y
piedad, y una vida de indulgencia pecaminosa; ¿cuál seguirá? Esta última.
¿Por qué? Porque esa es su elección. ¿Pero eso prueba que la voluntad es
soberana? De ningún modo. Regresa del efecto a la causa. ¿Por qué el
pecador elige una vida de indulgencia pecaminosa? Porque él lo prefiere, y él
sí lo prefiere, a pesar de todos los argumentos en contra, aunque, por
supuesto, no disfruta de los efectos de tal curso. ¿Y por qué lo prefiere?
Porque su corazón es pecaminoso. Las mismas alternativas, de manera
similar, confrontan al cristiano, y él elige y se esfuerza procurando una vida
de piedad y virtud. ¿Por qué? Porque Dios le ha dado un nuevo corazón o
naturaleza. Por lo tanto, decimos que no es la voluntad la que hace que el
pecador sea inmune a todos los llamamientos a “abandonar su camino”, sino
a su corazón corrupto y malvado. Él no vendrá a Cristo porque no quiere, y
no quiere porque su corazón lo odia y ama el pecado: ¡véase Jeremías 17: 9!
Al definir la voluntad, líneas arriba dijimos: “la voluntad es la facultad de
elección, la causa inmediata de toda acción”. Decimos la causa inmediata, ya
que la voluntad no es “la causa principal de ninguna acción”. Decimos la
causa inmediata, ya que la voluntad no es la causa principal de ninguna
acción más de lo que la mano lo es. Así como la mano está controlada por los
músculos y nervios del brazo y el brazo por el cerebro; así la voluntad es el
sirviente de la mente, y la mente, a su vez, se ve afectada por diversas
influencias y motivos que se ejercen sobre ella. Pero, se puede preguntar: ¿la
Escritura no hace apelación a la voluntad del hombre? ¿No está escrito: “el
que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Apocalipsis 22:17)? ¿Y
no dijo nuestro Señor: “y no queréis venir a mí para que tengáis vida” (Juan
5:40)? Nosotros contestamos: la apelación de la Escritura no siempre se hace
a la “voluntad” del hombre; otras de sus facultades también son tratadas. Por
ejemplo: “El que tiene oídos para oír, oiga”. “Escucha y tu alma vivirá”.
“Mírame y sé salvo". “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo”. “Ven ahora
y razonemos juntos”, “con el corazón se cree para justicia”, etc., etc.
2. LA ESCLAVITUD DE LA VOLUNTAD HUMANA.
En cualquier tratado que se proponga lidiar con la voluntad humana, su
naturaleza y funciones, consideración debe ser tenida en cuanto a la voluntad
en tres hombres diferentes, es decir, el Adán no caído, el pecador y el Señor
Jesucristo. En el Adán no caído, la voluntad era libre; libre en ambas
direcciones: libre hacia el bien y libre hacia el mal. Adán fue creado en un
estado de inocencia pero no en un estado de santidad, como a menudo se
asume y afirma. Por lo tanto, la voluntad de Adán estaba en una condición de
equilibrio moral: es decir, en Adán no había un sesgo restrictivo en él hacia el
bien o el mal, y como tal, Adán difería radicalmente de todos sus
descendientes, así como de “el Cristo Jesús Hombre”. Pero con el pecador es
todo lo contrario. El pecador nace con una voluntad que no está en una
condición de equilibrio moral, porque en él hay un corazón que es “engañoso
sobre todas las cosas y perverso”, y esto le da un sesgo hacia el mal. Así
también, con el Señor Jesús fue bastante diferente: también difería
radicalmente del Adán no caído. El Señor Jesucristo no podía pecar porque
era el “Santo de Dios”. Antes de nacer en este mundo, se le dijo a María: “El
Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su
sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de
Dios” (Lucas 1:35). Hablando con reverencia, entonces decimos que la
voluntad del Hijo del Hombre no estaba en una condición de equilibrio
moral, es decir, capaz de volverse hacia el bien o el mal. La voluntad del
Señor Jesús estaba predispuesta hacia lo que es bueno porque, al lado de Su
humanidad sin pecado, santa y perfecta, estaba Su Deidad eterna. Ahora, en
contra-distinción con la voluntad del Señor Jesús, que estaba predispuesta al
bien; y la voluntad de Adán que, antes de su caída, estaba en una condición
de equilibrio moral, capaz de volverse hacia el bien o el mal; la voluntad del
pecador está predispuesta hacia el mal, y por lo tanto es libre solo en una
dirección, a saber, en la dirección del mal. La voluntad del pecador está
esclavizada porque está en esclavitud y es la esclava de un corazón
depravado.
¿En qué consiste la libertad del pecador? Esta pregunta es sugerida
naturalmente por lo que acabamos de decir en líneas previas. El pecador es
“libre” en el sentido de ser no-forzado desde afuera. Dios nunca fuerza al
pecador a pecar. Pero el pecador no es libre de hacer bien sea el bien o el mal
porque un corazón malvado dentro siempre lo inclina hacia el pecado.
Permitámonos ilustrar lo que tenemos en mente. Sostengo un libro en la
mano. Lo suelto. ¿Qué pasa? Cae. ¿En qué dirección? Hacia abajo; siempre
hacia abajo. ¿Por qué? Porque respondiendo a la ley de la gravedad, su propio
peso lo hace caer. Supongamos que deseo que ese libro ocupe una posición
un metro más arriba; luego, ¿qué? Debo levantarlo; un poder fuera de ese
libro debe elevarlo. Tal es la relación que el hombre caído sostiene hacia
Dios. Mientras el poder Divino lo sostiene, es preservado de sumergirse aún
más profundamente en el pecado; se retira ese poder y él cae; su propio peso
(del pecado) lo arrastra hacia abajo. Dios no lo empuja más de lo que lo hice
con ese libro. Que toda restricción divina sea eliminada, y todo hombre es
capaz de convertirse, querría convertirse, en un Caín, un Faraón, un Judas.
Entonces, ¿cómo puede el pecador moverse hacia el cielo? ¿Por un acto de su
propia voluntad? Así no. Un poder fuera de él mismo debe agarrarlo y
levantarlo en cada centímetro del camino. El pecador es libre, pero libre en
una sola dirección: libre para caer; libre para pecar. Como la Palabra lo
expresa: “Porque cuando erais esclavos del pecado, erais libres acerca de la
justicia” (Romanos 6:20). El pecador es libre de hacer lo que le plazca,
siempre que lo desee (excepto cuando Dios lo refrena), pero su placer es
pecar.
En el párrafo inicial de este capítulo, insistimos en que una concepción
adecuada de la naturaleza y la función de la voluntad es de importancia
práctica, es más, que constituye una prueba fundamental de la ortodoxia
teológica o de la solidez doctrinal. Queremos ampliar esta afirmación e
intentar demostrar su precisión. La libertad o esclavitud de la voluntad fue la
línea divisoria entre el agustinianismo y el pelagianismo, y en tiempos más
recientes entre el calvinismo y el arminianismo. Reducido a términos simples,
esto significa que la diferencia involucrada fue la afirmación o la negación de
la depravación total del hombre. Al tomar lo afirmativo, ahora consideremos.
3. LA IMPOTENCIA DE LA VOLUNTAD HUMANA.
¿Dentro de la competencia de la voluntad del hombre está el aceptar o
rechazar al Señor Jesucristo como Salvador? Concedido que el evangelio es
predicado al pecador, que el Espíritu Santo lo convence de su condición
perdida, ¿acaso, en el análisis final, se encuentra dentro del poder de su
propia voluntad el resistir o entregarse a Dios? La respuesta a esta pregunta
define nuestra concepción de la depravación humana. El que el hombre es
una criatura caída, todos los cristianos profesantes lo aceptarán, pero lo que
muchos de ellos quieren decir por “caído” a menudo es difícil de determinar.
La impresión general parece ser que el hombre es ahora mortal; que ya no
está en la condición en la que dejó las manos de su Creador, que está
expuesto a la enfermedad; que hereda malas tendencias; pero, si emplea sus
poderes de la mejor manera posible, de alguna manera estará feliz al final.
¡0h, qué tan lejos de la triste verdad! ¡Las dolencias, la enfermedad, incluso la
muerte corporal, no son más que insignificancias en comparación con los
efectos morales y espirituales de la Caída! Solo consultando las Sagradas
Escrituras podemos obtener alguna concepción del alcance de esa terrible
calamidad.
Cuando decimos que el hombre es totalmente depravado,
queremos decir que la entrada del pecado en la constitución humana ha
afectado cada parte y facultad del ser humano. La depravación total significa
que el hombre es, en espíritu, alma y cuerpo, esclavo del pecado y cautivo del
diablo, caminando “según el príncipe de la potestad del aire, el espíritu que
ahora opera en los hijos de la desobediencia” (Efesios 2: 2). Esta afirmación
no debería necesitar discusión: es un hecho común de la experiencia humana.
El hombre no puede hacer realidad sus propias aspiraciones y materializar sus
propios ideales. Él no puede hacer las cosas que quisiera. Hay una
inhabilidad moral que lo paraliza. Esta es una prueba positiva de que él no es
un hombre libre, sino el esclavo del pecado y Satanás. “Vosotros sois de
vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer.” (Juan
8:44). El pecado es más que un acto o una serie de actos; es un estado o
condición. Es lo que está detrás y produce los actos. El pecado ha penetrado y
permeado toda la constitución del hombre. Ha cegado su entendimiento,
corrompido su corazón y alejado a su mente de Dios. Y la voluntad no se ha
escapado. La voluntad está bajo el dominio del pecado y Satanás. Por lo
tanto, la voluntad no es libre. En resumen, los afectos aman como aman, y la
voluntad elige como elige debido al estado del corazón, y puesto que el
corazón es engañoso más que todas las cosas y perverso: “No hay quien
busque a Dios” (Rom 3: 11).
Repetimos nuestra pregunta: ¿está dentro del poder de la voluntad del
pecador entregarse a Dios? Intentemos dar una respuesta haciendo varias
preguntas: ¿puede el agua (por sí misma) elevarse por encima de su propio
nivel? ¿Puede algo limpio salir de algo inmundo? ¿Puede la voluntad revertir
toda la tendencia y la tensión de la naturaleza humana? ¿Puede eso que está
bajo el dominio del pecado originar lo que es puro y santo? Manifiestamente
no. Si alguna vez la voluntad de una criatura caída y depravada ha de
moverse hacia Dios, se le debe aplicar un poder divino que superará las
influencias del pecado que tira en una dirección opuesta. Esta es solo otra
forma de decir: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le
trajere” (Juan 6:44). En otras palabras, “tu pueblo se te ofrecerá
voluntariamente en el día de tu poder” (Sal. 110: 3). Como dijo el Señor
Darby, “Si Cristo vino a salvar lo que se había perdido, el libre albedrío no
tiene cabida”. No es que Dios impida que los hombres reciban a Cristo, nada
de eso. No obstante, aun cuando Dios usa todos los estímulos posibles, todo
lo que pueda ejercer influencia en el corazón del hombre, solo sirve para
mostrar que el hombre no tendrá nada de eso, que tan corrupto es su corazón,
y tan decidida su voluntad de no someterse a Dios (sin embargo por mucho
que pueda ser el diablo quien lo aliente a pecar) que nada puede inducirlo a
recibir al Señor, y a abandonar el pecado. Si con las palabras “libertad del
hombre” quieren decir que nadie lo obliga a rechazar al Señor, esta libertad
existe por completo. Pero si se dice que, a causa del dominio del pecado, del
cual es esclavo, y eso voluntariamente, no puede escapar de su condición, y
hacer la elección del bien, aun reconociendo que es bueno, y aprobándolo,
entonces él no tiene libertad alguna (cursivas nuestras). Él no está sujeto a la
ley, ni tampoco puede; por lo tanto, “los que andan según la carne no pueden
agradar a Dios”.
La voluntad no es soberana; es una sirviente porque está influenciada y
controlada por las otras facultades del ser humano. El pecador no es un
agente libre porque es un esclavo del pecado; esto estaba claramente
implícito en las palabras de nuestro Señor: “Si el Hijo os libertare, seréis
verdaderamente libres” (Juan 8:36). El hombre es un ser racional y, como tal,
responsable de rendir cuentas ante Dios, pero afirmar que es un agente moral
libre es negar que es totalmente depravado, es decir, depravado en la
voluntad como en todo lo demás. Debido a que la voluntad del hombre está
gobernada por su mente y corazón, y debido a que han sido viciados y
corrompidos por el pecado, se sigue que si el hombre debe volverse o
moverse hacia Dios, Dios mismo debe obrar en él “el querer como el hacer
su buena voluntad” (Filipenses 2:13). La libertad jactanciosa del hombre es
en verdad “la esclavitud de la corrupción”; él “sirve a diversos deseos y
placeres”. Un siervo de Dios profundamente enseñado, dijo: “El hombre es
impotente en cuanto a su voluntad. Él no tiene voluntad favorable hacia Dios.
Yo creo en el libre albedrío pero entonces es una voluntad solo libre de
actuar de acuerdo a la naturaleza (cursivas nuestras). Una paloma no tiene
voluntad de comer carroña; un cuervo no quiere comer la comida limpia de la
paloma. Pon la naturaleza de la paloma en el cuervo y comerá la comida de la
paloma. Satanás no podría tener voluntad de santidad. Hablamos con
reverencia, Dios no puede tener voluntad para el mal. El pecador en su
naturaleza pecaminosa nunca podría tener una voluntad según Dios. Para esto
debe nacer de nuevo” (J. Denham Smith). Esto es exactamente lo que hemos
sostenido a lo largo de este capítulo: la voluntad está regulada por la
naturaleza.
Entre los “decretos” del Concilio de Trento (1563), que es el estándar
reconocido del Papado, encontramos lo siguiente:
“Si alguien afirma, que el libre albedrío del hombre, movido y excitado
por Dios, no coopera, por consentimiento, con Dios, el que mueve y excita,
para prepararse y disponerse para el logro de la justificación; si además,
cualquiera dice que la voluntad humana no puede negarse a cumplir, si lo
desea; sino que es inactiva, y simplemente pasiva; ¡que el tal sea maldito”!
“Si alguien afirma, que desde la caída de Adán, el libre albedrío del
hombre se pierde y se extingue; o, que es algo titular, sí, un nombre, sin nada,
y una ficción introducida por Satanás en la Iglesia; ¡que el tal sea maldito”!
¡Por lo tanto, aquellos que hoy insisten en el libre albedrío del hombre
natural creen precisamente lo que Roma enseña sobre el tema! Que los
católicos romanos y los arminianos caminen de la mano puede verse de otros
de los decretos emitidos por el Concilio de Trento: “Si alguno afirma que un
hombre regenerado y justificado está obligado a creer que ciertamente está en
el número de los elegidos (que 1 Tesalonicenses 1: 4, 5 claramente enseña –
A.W.P.) ¡Que el tal sea maldito! “Si alguno afirma con certeza positiva y
absoluta, que seguramente tendrá el don de la perseverancia hasta el fin (que
Juan 10: 28-30 sin duda garantiza, A. W. P.); ¡que sea maldito”!
Para que cualquier pecador sea salvo, tres cosas eran indispensables: Dios
el Padre tenía que proponerse darle salvación, Dios el Hijo tenía que
comprarla, Dios el Espíritu tenía que aplicarla. Dios hace más que
“proponernos”: si Él solo “invitase”, cada uno de nosotros estaría perdido.
Esto está sorprendentemente ilustrado en el Antiguo Testamento. En Esdras
1: 1-3 leemos: “En el primer año de Ciro rey de Persia, para que se cumpliese
la palabra de Jehová por boca de Jeremías, despertó Jehová el espíritu de Ciro
rey de Persia, el cual hizo pregonar de palabra y también por escrito por todo
su reino, diciendo: Así ha dicho Ciro rey de Persia: Jehová el Dios de los
cielos me ha dado todos los reinos de la tierra, y me ha mandado que le
edifique casa en Jerusalén, que está en Judá. Quien haya entre vosotros de su
pueblo, sea Dios con él, y suba a Jerusalén que está en Judá, y edifique la
casa a Jehová Dios de Israel (él es el Dios)”. Aquí se hizo una “oferta”, hecha
a un pueblo en cautiverio, brindándoles la oportunidad de irse y regresar a
Jerusalén: la morada de Dios. ¿Respondió todo Israel entusiastamente a esta
oferta? De hecho no. La gran mayoría estaba contenta de permanecer en la
tierra del enemigo. ¡Solo un insignificante “remanente” aprovechó esta
obertura de misericordia! ¿Y por qué ellos? Escucha la respuesta de la
Escritura: ¡“Entonces se levantaron los jefes de las casas paternas de Judá y
de Benjamín, y los sacerdotes y levitas, todos aquellos cuyo espíritu despertó
Dios para subir a edificar la casa de Jehová, la cual está en Jerusalén”!
(Esdras 1: 5) De la misma manera, Dios “despierta” los espíritus de Sus
elegidos cuando les llega el llamado eficaz, y no es sino hasta entonces que
tienen voluntad de responder a la proclamación Divina.
El trabajo superficial de muchos de los evangelistas profesionales de los
últimos cincuenta años es en gran parte responsable de los puntos de vista
erróneos actuales sobre la esclavitud del hombre natural, alentados por la
pereza de los que están en la banca por su incapacidad para “probar todas las
cosas” (1 Tesalonicenses 5:21). El púlpito evangélico promedio transmite la
impresión de que depende totalmente del poder del pecador si se salva o no.
Se dice que “Dios ha hecho su parte, ahora el hombre debe hacer la suya”.
¡Ay, ¿qué puede hacer un hombre sin vida? si el hombre por naturaleza está
“muerto en delitos y pecados?”! (Efesios 2: 1). Si esto realmente se creyese,
habría más dependencia del Espíritu Santo para entrar con Su poder
milagroso y menos confianza en nuestros intentos de “ganar hombres para
Cristo”.
Al dirigirse a los que no son salvos, los predicadores a menudo hacen una
analogía entre el envío de Dios del Evangelio al pecador y un hombre
enfermo en la cama con una medicina sanadora en una mesa a su lado: todo
lo que necesita hacer es extender su mano y tomarla. Pero para que esta
ilustración sea fiel al cuadro que la Escritura nos da del pecador caído y
depravado, el enfermo en la cama debe ser descrito como uno que está ciego
(Efesios 4:18) para que no pueda ver la medicina, su mano paralizada
(Romanos 5: 6), de modo que es incapaz de alcanzarla, y su corazón no solo
está desprovisto de toda confianza en la medicina, sino que está lleno de odio
contra el médico mismo (Juan 15:18). ¡Oh, cuán superficiales las visiones de
la situación desesperada del hombre que hoy día se entretienen! Cristo vino
aquí no para ayudar a los que estaban dispuestos a ayudarse a sí mismos, sino
para hacer por su pueblo lo que eran incapaces de hacer por sí mismos:
“[abrir] los ojos de los ciegos […] [sacar] de la cárcel a los presos, y de casas
de prisión a los que moran en tinieblas” (Isaías 42: 7).
Ahora, en conclusión, anticipemos y eliminemos la objeción habitual e
inevitable: ¿por qué predicar el Evangelio si el hombre es incapaz de
responder? ¿Por qué vino el pecador a Cristo si el pecado lo esclavizó tanto
que no tiene poder para venir? Respuesta: No predicamos el Evangelio
porque creemos que los hombres son agentes morales libres y, por lo tanto,
capaces de recibir a Cristo, sino que lo predicamos porque se nos ha
ordenado que lo hagamos (Marcos 16:15); aunque “es locura a los que se
pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios” (1
Corintios 1:18). “Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres,
y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres” (1 Corintios 1:25). El
pecador está muerto en delitos y pecados (Efesios 2: 1), y un hombre muerto
es completamente incapaz de querer cualquier cosa. Por lo tanto, es que “los
que viven según la carne (los no-regenerados) no pueden agradar a Dios”
(Rom. 8: 8).
Para la sabiduría carnal, predicar el Evangelio a los que están muertos, y,
por lo tanto, más allá del alcance de hacer cualquier cosa por sí mismos,
parece el colmo de la locura. Sí, pero los caminos de Dios son diferentes a los
nuestros. “Agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la
predicación” (1 Corintios 1:21). El hombre puede considerar una locura
profetizar a “huesos muertos” y decirles: “Huesos secos, oíd palabra de
Jehová” (Ezequiel 37: 4). ¡Ah!, luego es la Palabra del Señor, y las palabras
que Él habla “son espíritu, y son vida” (Juan 6:63). Los hombres sabios
parados junto a la tumba de Lázaro podrían considerar una evidencia de
locura cuando el Señor se dirigió a un hombre muerto con las palabras:
“Lázaro, ven fuera”. ¡Ah! pero Quien así habló fue, y es Él mismo la
Resurrección y la Vida, y a Su palabra incluso los muertos viven. Salimos a
predicar el Evangelio, entonces, no porque creemos que los pecadores tienen
dentro de sí el poder de recibir al Salvador que proclama, sino porque el
Evangelio mismo es el poder de Dios para salvación a todo aquel que cree, y
porque sabemos que “todos los que fueron ordenados para la vida eterna”
(Hechos 13:48) creerán (Juan 6:37; 10: 16 – nótense “los verbos en
futuro”[25]) en el tiempo señalado por Dios, porque está escrito ¡“Tu pueblo
se te ofrecerá voluntariamente en el día de tu poder”! (Sal. 110: 3).
Lo que hemos expuesto en este capítulo no es un producto del
“pensamiento moderno”; realmente, no. Está en desacuerdo directo con él.
Son los pertenecientes a las últimas pocas generaciones, los que se han
alejado tanto de las enseñanzas de sus padres escrituralmente instruidos. En
los treinta y nueve Artículos de la Iglesia de Inglaterra leemos: “La condición
del hombre después de la caída de Adán es tal, que no puede volverse a y
prepararse a sí mismo por su propia fuerza natural y buenas obras para la fe e
invocar a Dios: Por lo tanto, no tenemos poder para hacer buenas obras,
agradables y aceptables para Dios, sin la gracia de Dios por Cristo
impidiéndonos (estando de antemano con nosotros), para que así podamos
tener una buena voluntad; y trabajar con nosotros cuando tengamos esa buena
voluntad” (Artículo 10). En el Catecismo de Fe de Westminster (adoptado
por los presbiterianos), leemos: “La pecaminosidad de ese estado en el que
cayó el hombre, consiste en la culpa del primer pecado de Adán, la pérdida
de esa justicia en la que fue creado y la corrupción de su naturaleza, por lo
cual, está completamente indispuesto, incapacitado y opuesto a todo lo que es
espiritualmente bueno, y totalmente inclinado a todo mal, y eso
continuamente” (Respuesta a la pregunta 25). También, en la Confesión de
Fe Bautista Filadelfiana de 1742, leemos: “El hombre, al caer en un estado de
pecado, ha perdido por completo toda capacidad de voluntad hacia cualquier
bien espiritual que acompañe a la salvación; así, como hombre natural, siendo
completamente contrario al bien, y muerto en pecado, no puede, por su propia
fuerza, convertirse a sí mismo ni prepararse para ello” (Capítulo 9).
CAPÍTULO OCHO
SOBERANÍA[26] Y RESPONSABILIDAD
HUMANA
“De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí”
(Romanos 14:12).
En nuestro último capítulo, consideramos con cierto detalle la cuestión
tan debatida y difícil de la voluntad humana. Hemos demostrado que la
voluntad del hombre natural no es ni Soberana ni libre, sino, en su lugar,
sierva y esclava. Hemos argumentado que una concepción correcta de la
voluntad del pecador, su servidumbre, es esencial para una estimación justa
de su depravación y ruina. La completa corrupción y degradación de la
naturaleza humana es algo que el hombre odia reconocer, y que negará
ardientemente e insistentemente hasta que sea “enseñado por Dios”. Mucho,
muchísimo, de la doctrina errónea que ahora escuchamos en todas partes es el
resultado directo y lógico del repudio del hombre a la estimación expresa de
Dios de la depravación humana. Los hombres afirman que son “[ricos], y
[que se han] enriquecido, y [que] de ninguna cosa tienen necesidad; y no
[saben] que [son desventurados, miserables, pobres, ciegos y desnudos]”
(Apocalipsis 3:17). Ellos parlotean sobre el “Ascenso del Hombre” y niegan
su Caída. Ponen la oscuridad por la luz y la luz por la oscuridad. Se jactan de
la “libre agencia moral” del hombre cuando, de hecho, él está en esclavitud
del pecado y esclavizado por Satanás: “están cautivos a voluntad de él” (2
Timoteo 2:26). Pero si el hombre natural no es un “agente moral libre”,
¿también se sigue que él no es responsable de rendir cuentas?
La “agencia moral libre” es una expresión de la invención humana y,
como hemos dicho antes, hablar de la libertad del hombre natural es negar
rotundamente su ruina espiritual. En ninguna parte la Escritura habla de la
libertad o la capacidad moral del pecador, por el contrario, insiste en su
incapacidad moral y espiritual.
Esta es, sin duda, la derivación más difícil de nuestro tema. Aquellos que
alguna vez han dedicado mucho estudio a este tema han reconocido
uniformemente que la armonización de la Soberanía de Dios con la
Responsabilidad del Hombre es el nudo gordiano[27] de la teología.
La mayor dificultad que se encuentra es definir la relación entre la
Soberanía de Dios y la responsabilidad del hombre. Muchos han resuelto
sucintamente la dificultad al negar su existencia. Una cierta clase de teólogos,
en su ansiedad por mantener la responsabilidad del hombre, la han
magnificado más allá de todas las proporciones hasta que se haya perdido de
vista la Soberanía de Dios y, en no pocas ocasiones, se la niegue
rotundamente. Otros han reconocido que las Escrituras presentan tanto la
Soberanía de Dios como la responsabilidad del hombre, pero afirman que en
nuestra presente condición finita y con nuestro conocimiento limitado, es
imposible reconciliar las dos verdades, aunque el deber fundamental del
creyente es recibir ambos. El presente escritor cree que se ha asumido con
demasiada fácilidad que las Escrituras mismas no revelan los diversos puntos
que muestran la conciliación de la Soberanía de Dios y la responsabilidad del
hombre. Si bien tal vez la Palabra de Dios no aclara todo el misterio (y esto
se dice con reservas), sí arroja mucha luz sobre el problema, y nos parece
más honroso para Dios y Su Palabra escudriñar en oración las Escrituras para
una solución más completa de la dificultad, y aunque otros hasta ahora han
buscado en vano, eso solo debería llevarnos más y más a nuestras rodillas.
Dios se complació en iluminar muchas cosas de Su Palabra durante el siglo
pasado que estaban ocultas a los estudiantes anteriores. ¡¿Quién se atreve a
afirmar que aún no hay mucho que aprender en cuanto a nuestra
investigación?!
Como se dijo anteriormente, nuestra principal dificultad es determinar el
punto de encuentro de la Soberanía de Dios y la responsabilidad del hombre.
A muchos les ha parecido que el que Dios afirme su soberanía; presente Su
poder y ejerza una influencia directa sobre el hombre; que haga cualquier
cosa más que advertir o invitar, sería interferir con la libertad del hombre,
destruir su responsabilidad y reducirlo a una máquina. Es realmente triste
encontrar personas como el difunto Dr. Pierson, cuyos escritos son
generalmente tan bíblicos y útiles, diciendo: “Es una idea tremenda que
incluso Dios mismo no puede controlar mi marco moral ni limitar mi
elección moral. Él no puede evitar que lo desafíe y lo niegue, y no ejercería
su poder en tales direcciones si pudiera, y no podría si quisiera” (“Una clínica
espiritual”). Más triste aún es descubrir que muchos otros hermanos
respetados y amados expresan los mismos sentimientos. Triste, porque está
directamente en desacuerdo con las Sagradas Escrituras.
Es nuestro deseo enfrentar honestamente las dificultades involucradas, y
examinarlas cuidadosamente con la luz que Dios se ha complacido en
concedernos. Las principales dificultades podrían expresarse así: primero,
¿cómo es posible que Dios traiga así su poder para influir en los hombres y
que se les impida hacer lo que desean hacer, y que se les obligue a hacer otras
cosas que no desean hacer, y sin embargo preservar su responsabilidad?
Segundo, ¿cómo puede responsabilizarse al pecador por hacer lo que es
incapaz de hacer? ¿Y cómo puede ser justamente condenado por no hacer lo
que no pudo hacer? Tercero, ¿cómo es posible que Dios decrete que los
hombres cometerán ciertos pecados, los responsabilizará por su comisión y
los declarará culpables porque los cometieron? Cuarto, ¿cómo puede el
pecador ser considerado responsable de recibir a Cristo, y ser condenado por
rechazarlo, cuando Dios lo pre-ordenó para la condenación? Ahora
trataremos con estos varios problemas en el orden dado. Que el Espíritu
Santo mismo sea nuestro Maestro para que en su luz podamos ver la luz.
1. ¿Cómo es posible que Dios traiga así su poder para influir en
los hombres, que se les IMPIDA hacer lo que desean hacer, e
IMPULSARLOS a hacer otras cosas que no desean hacer y, sin
embargo, preservar su responsabilidad?
Parecería que si Dios extendiera Su poder y ejerciera una influencia
directa sobre los hombres, su libertad sería interferida. Parecería que si Dios
hiciera algo más que advertir e invitar a los hombres, su responsabilidad sería
infringida. Se nos dice que Dios no debe coaccionar al hombre, aún menos
obligarlo, o de lo contrario sería reducido a una máquina. Esto suena muy
plausible; parece ser una buena filosofía y se basa en un razonamiento sólido;
ha sido aceptado casi universalmente como un axioma en la ética; sin
embargo, ¡es refutado por las Escrituras!
Vayamos primero a Génesis 20: 6: “Y le dijo Dios en sueños: Yo también
sé que con integridad de tu corazón has hecho esto; y yo también te detuve de
pecar contra mí, y así no te permití que la tocases”. Se argumenta, casi
universalmente, que Dios no debe interferir con la libertad del hombre, que
no debe usar coerción ni obligarlo, para que no sea reducido a una máquina.
Pero la Escritura líneas arriba demuestra, inequívocamente prueba, que no es
imposible que Dios ejerza Su poder sobre el hombre sin destruir su
responsabilidad. Aquí hay un caso en el que Dios sí ejerció su poder,
restringió la libertad del hombre y le impidió hacer lo que de otro modo
hubiera hecho.
Antes de pasar de esta Escritura, observemos cómo arroja luz sobre el
caso del primer hombre. Los aspirantes a filósofos que trataron de ser sabios
por encima de lo que se escribió han argumentado que Dios no pudo haber
evitado la caída de Adán sin reducirlo a una simple autómata. Nos dicen,
constantemente, que Dios no debe forzar ni obligar a Sus criaturas, de lo
contrario, Él destruiría su responsabilidad. Pero la respuesta a todo este
filosofar es que las Escrituras registran varios ejemplos en los que se nos dice
expresamente que Dios sí impidió que algunas de sus criaturas pecaran tanto
contra Sí mismo como contra su pueblo, en vista de las cuales todos los
razonamientos de los hombres son completamente inútiles. Si Dios pudo
“retener” a Abimelec para que no pecara contra Él, ¿por qué no pudo hacer lo
mismo con Adán? Si alguien preguntara, entonces, ¿por qué Dios no lo hizo?
podemos devolver la pregunta haciendo otra: ¿Por qué Dios no “retuvo” a
Satanás para que no cayera? o, ¿Por qué Dios no “retuvo” al Kaiser de
comenzar la Guerra? La respuesta habitual es, como hemos dicho, que Dios
no podría sin interferir con la “libertad” del hombre y reducirlo a una
máquina. Pero el caso de Abimelec prueba de manera concluyente que tal
respuesta es insostenible y errónea, podríamos agregar malvada y blasfema,
porque ¿quiénes somos para limitar al Altísimo? ¿Cómo se atreve cualquier
criatura finita a irse contra el Todopoderoso para decirle lo que puede y no
puede hacer? Si se nos presiona más en cuanto a por qué Dios se negó a
ejercer Su poder para prevenir la caída de Adán, deberíamos decir: Debido a
que la caída de Adán sirvió mejor a su propio propósito sabio y bendito, entre
otras cosas, brindó la oportunidad de demostrar que cuando el pecado
abundó, la gracia pudo ser mucho más abundante. Pero podríamos preguntar
más: ¿por qué Dios colocó en el jardín el árbol del conocimiento del bien y
del mal cuando previó que el hombre desobedecería su prohibición y comería
de él? para resaltar, fue Dios y no Satanás quien hizo ese árbol. Si alguien
responde: ¿entonces Dios es el autor del pecado? Tendríamos que preguntar,
a su vez, ¿Qué significa “Autor”? Claramente, era la voluntad de Dios que el
pecado entrara en este mundo, de lo contrario no habría entrado, porque
nada sucede, excepto como Dios lo ha decretado eternamente. Además, hubo
más que un simple permiso, pues Dios solo permite lo que Él se propuso.
Pero dejamos ahora el origen del pecado, insistiendo una vez más, sin
embargo, en que Dios podría haber “retenido” a Adán de pecar sin destruir su
responsabilidad.
El caso de Abimelec no es el único. Otra ilustración del mismo principio
se ve en la historia de Balaam, ya notado en el último capítulo, pero con
respecto a la cual hay una palabra adicional que decir. Balac el moabita envió
a este profeta pagano a “maldecir” a Israel. Se ofreció una atractiva
recompensa por sus servicios, y una lectura cuidadosa de Números 22-24
mostrará que Balaam estaba dispuesto, sí, ansioso, de aceptar la oferta de
Balac y así pecar contra Dios y su pueblo. Pero el poder divino lo “retuvo”.
Resáltese su propia admisión, “Balaam respondió a Balac: He aquí yo he
venido a ti; mas ¿podré ahora hablar alguna cosa? La palabra que Dios
pusiere en mi boca, esa hablaré” (Núm. 22: 38). Nuevamente, después de que
Balac había protestado contra Balaam, leemos: “El respondió y dijo: ¿No
cuidaré de decir lo que Jehová ponga en mi boca?... He aquí, he recibido
orden de bendecir; el dio bendición, y no podré revocarla” (23:12, 20).
Seguramente estos versículos nos muestran el poder de Dios y la impotencia
de Balaam: la voluntad del hombre frustrada y la voluntad de Dios realizada.
Pero, ¿se destruyó la “libertad” o la responsabilidad de Balaam? Ciertamente
no, como todavía intentaremos mostrar.
Una ilustración más: “Y cayó el pavor de Jehová sobre todos los reinos de
las tierras que estaban alrededor de Judá, y no osaron hacer guerra contra
Josafat” (2 Crónicas 17:10). La implicación aquí es clara. Si el “temor de
Jehová” no hubiera caído sobre estos reinos, ellos habrían hecho guerra
contra Judá. El poder restrictivo de Dios solo los previno. Si se hubiera
permitido que su propia voluntad actuara, “guerra” habría sido la
consecuencia. Así vemos, que las Escrituras enseñan que Dios “retiene” tanto
a las naciones como a los individuos, y que cuando le place hacerlo así, se
interpone y evita la guerra. Compárese también con Génesis 35: 5.
La pregunta que ahora exige nuestra consideración es: ¿cómo es posible
que Dios “impida” a los hombres pecar y, sin embargo, no interfiera con su
libertad y responsabilidad? Una pregunta que muchos dicen que es imposible
ser resuelta en nuestra presente condición finita. Esta pregunta hace que
preguntemos: ¿En qué consiste la “libertad” moral, la libertad moral real?
Respondemos, es el ser liberado de la ESCLAVITUD del pecado. Cuanto
más se emancipa un alma de la esclavitud del pecado, más entra en un estado
de libertad: “Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres”
(Juan 8:36). En los ejemplos anteriores, Dios “detuvo” de pecar a Abimelec,
Balaam y los reinos paganos, y, por lo tanto, afirmamos que Él de ninguna
manera interfirió con su libertad real. Cuanto más se aproxima un alma a la
impecabilidad, más se aproxima a la santidad de Dios. La Escritura nos dice
que Dios “no puede mentir” y que “no puede ser tentado”, pero ¿es Él menos
libre porque no puede hacer lo que es malo? Seguramente no. Entonces, ¿no
es evidente que cuanto más el hombre es levantado a Dios, y cuanto más es
“detenido” de pecar, mayor es su verdadera libertad?
Un ejemplo pertinente que establece el punto de encuentro de la
Soberanía de Dios y la responsabilidad del hombre, en lo que se refiere a la
cuestión de la libertad moral, se encuentra en relación con la entrega de las
Sagradas Escrituras. En la comunicación de Su Palabra, Dios se complació en
emplear instrumentos humanos, y al usarlos no los redujo a meros
amanuenses[28] mecánicos: “Sabiendo esto primero, que ninguna profecía de
la Escritura es de interpretación privada (en griego: de su propio origen).
Porque la profecía no vino en ningún momento por voluntad humana, sino
que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu
Santo” (2 Pedro 1:20, 21). Aquí tenemos la responsabilidad del hombre y la
Soberanía de Dios puesta en yuxtaposición. Estos santos hombres fueron
“inspirados” (en griego[29]: “llevados”) por el Espíritu Santo, no obstante, no
fue perturbada su responsabilidad moral ni su “libertad” fue impedida. Dios
iluminó sus mentes, encendió sus corazones, les reveló su verdad, y los
controló de tal manera que el error de parte de ellos fue imposibilitado por él,
ya que comunicaron Su mente y voluntad a los hombres. Pero, ¿qué habría
causado el error si Dios no hubiera controlado como lo hizo con los
instrumentos que empleó? La respuesta es el PECADO, el pecado que estaba
en ellos. Pero como hemos visto, la contención del pecado, la prevención del
ejercicio de la mente carnal en estos “hombres santos” no fue una destrucción
de su “libertad”, sino que fue la inducción de ellos a la libertad real.
Aquí debe agregarse una última palabra sobre la naturaleza de la
verdadera libertad. Hay tres cosas principales acerca de las cuales los
hombres en general se equivocan: la miseria y la felicidad, la locura y la
sabiduría, la esclavitud y la libertad. El mundo no cuenta a nadie miserable
sino a los afligidos, y a ninguno feliz sino a los prósperos, porque juzgan por
la facilidad presente de la carne. De nuevo; el mundo está complacido con
una falsa demostración de sabiduría (que es “necedad” con Dios),
descuidando lo que hace sabio para la salvación. En cuanto a la libertad, los
hombres estarían a su disposición y vivirían a su antojo. Suponen que la
única libertad verdadera es estar bajo el mando y el control de nadie sobre
ellos mismos, y vivir de acuerdo con el deseo de su corazón. Pero esto es una
servidumbre y una esclavitud de la peor clase. ¡La verdadera libertad no es el
poder de vivir como queramos, sino vivir como debemos! Por lo tanto, el
único que ha pisado esta tierra desde la caída de Adán que ha disfrutado la
libertad perfecta fue el Hombre Cristo Jesús, el Santo Siervo de Dios, Cuya
meta fue siempre hacer la voluntad del Padre.
Ahora pasamos a considerar la pregunta.
2. ¿Cómo se puede responsabilizar al pecador de hacer lo que
es INCAPAZ de HACER? ¿Y cómo puede ser justamente
condenado por NO HACER lo que NO PODÍA hacer?
Como criatura, el hombre natural es responsable de amar, obedecer y
servir a Dios; como pecador, él es responsable de arrepentirse y creer en el
Evangelio. Pero al principio nos enfrentamos al hecho de que el hombre
natural es incapaz de amar y servir a Dios, y que el pecador, de sí mismo, no
puede arrepentirse y creer. Primero, demostremos lo que acabamos de decir.
Comenzamos citando y considerando Juan 6:44, “Ninguno puede venir a mí,
si el Padre que me envió no le trajere”. El corazón del hombre natural (todo
hombre) es tan “perverso” que si se le deja a sí mismo, nunca “vendrá a
Cristo”. Esta afirmación no sería cuestionada si la fuerza total de las palabras
“venir a Cristo” fuera apropiadamente aprehendida. Por lo tanto, haremos una
pequeña digresión en este punto para definir y considerar lo que está
implícito e involucrado en las palabras “Ningún hombre puede venir a Mi –
compárese con Juan 5:40, “no queréis venir a mí para que tengáis vida”.
Para el pecador venir a Cristo para tener vida, es darse cuenta del terrible
peligro de su situación; es para él ver que la espada de la justicia divina está
suspendida sobre su cabeza; es despertar al hecho de que hay solo un paso
entre él y la muerte, y que después de la muerte está el “juicio”; y como
consecuencia de este descubrimiento, para él escapar es un asunto serio, y tal
es la seriedad, que huirá de la ira venidera, clamará a Dios por misericordia y
agonizará para entrar por la “puerta estrecha”.
Venir a Cristo por vida, es para el pecador sentir y reconocer que está
completamente desprovisto de la virtud que lo acredite digno del favor de
Dios; es verse a sí mismo como “sin fuerza”, perdido y deshecho; es admitir
que no merece más que la muerte eterna, por lo que toma partido con Dios
contra sí mismo; es para él arrojarse al polvo ante Dios, y humildemente
demandar por la Divina misericordia.
Venir a Cristo por la vida es que el pecador abandone su propia justicia y
que esté listo para ser hecho justicia de Dios en Cristo; es negar su propia
sabiduría y ser guiado por la Suya; es repudiar su propia voluntad y ser
gobernado por la Suya; es recibir sin reservas al Señor Jesús como su Señor y
Salvador, como su Todo en todo.
Tal, en parte y en breve, es lo que está implícito e involucrado en el
“venir a Cristo”. Pero, ¿está el pecador dispuesto a asumir tal actitud ante
Dios? No, porque, en primer lugar, no se da cuenta del peligro de su
situación y, en consecuencia, escapar no es para él un asunto serio; en
cambio, los hombres están en gran parte tranquilos, y aparte de las
operaciones del Espíritu Santo cada vez que son perturbados por las alarmas
de la conciencia o las dispensaciones de la providencia, huyen a cualquier
otro refugio que no sea Cristo. En segundo lugar, no reconocerán que todas
sus justicias son como trapos de inmundicia, pero, como el fariseo, le
agradecerán a Dios por no ser como el publicano. Y en tercer lugar, no están
listos para recibir a Cristo como su Señor y Salvador porque no están
dispuestos a separarse de sus ídolos; ellos prefieren arriesgar el bienestar
eterno de su alma que renunciar a ellos. Por eso decimos que, abandonado a
sí mismo, el hombre natural es tan depravado de corazón que no puede venir
a Cristo.
Las palabras de nuestro Señor citadas líneas arriba de ninguna manera son
independientes. Un buen número de Escrituras establecen la incapacidad
moral y espiritual del hombre natural. En Josué 24:19 leemos: “Entonces
Josué dijo al pueblo: No podréis servir a Jehová, porque él es Dios santo…”
A los fariseos Cristo dijo: “¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no
podéis escuchar mi palabra” (Juan 8:43). Y otra vez: “Por cuanto los
designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley
de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden
agradar a Dios” (Romanos 8: 7, 8).
Pero ahora la pregunta vuelve, ¿cómo puede Dios responsabilizar al
pecador de fracasar en hacer lo que es incapaz de hacer? Esto necesita una
definición cuidadosa de los términos. ¿Qué se quiere decir por “incapaz” y
“no poder”?
Ahora, que se entienda claramente que cuando hablamos de la
incapacidad del pecador, no queremos decir que si los hombres desearan
venir a Cristo carecerían del poder necesario para llevar a cabo su deseo. No,
el hecho es que la incapacidad o falta de poder del pecador se debe a la falta
de voluntad de venir a Cristo, y esta falta de voluntad es el fruto de un
corazón depravado. Es de vital importancia distinguir entre la incapacidad
natural y la incapacidad moral y espiritual. Por ejemplo, leemos: “Y ya no
podía ver Ahías, porque sus ojos se habían oscurecido a causa de su vejez” (1
Reyes 14: 4); y otra vez: “Y aquellos hombres trabajaron para hacer volver la
nave a tierra; mas no pudieron, porque el mar se iba embraveciendo más y
más contra ellos” (Jonás 1:13). En ambos pasajes, las palabras “no
podía/pudieron” se refieren a la incapacidad natural. Pero cuando leemos: “Y
viendo sus hermanos que su padre lo amaba más [a José] que a todos sus
hermanos, le aborrecían, y no podían hablarle pacíficamente.” (Génesis 37:
4), es claramente una incapacidad moral a la vista. No les faltaba la habilidad
natural de “hablar pacíficamente con él” porque no eran tontos. ¿Por qué
entonces “no podían hablarle pacíficamente a él”? La respuesta se da en el
mismo versículo: fue porque “lo odiaban”. De nuevo, en 2 Pedro 2:14 leemos
acerca de cierta clase de hombres malvados que “tienen los ojos llenos de
adulterio, no se sacian de pecar”. Aquí otra vez a la vista está la inhabilidad
moral. ¿Por qué estos hombres “no se sacian de pecar”? La respuesta es:
Porque sus ojos estaban llenos de adulterio. También en Romanos 8: 8: “Los
que viven según la carne no pueden agradar a Dios”: aquí está la incapacidad
espiritual. ¿Por qué razón el hombre natural “no puede agradar a Dios”?
Porque es “ajeno[30] de la vida de Dios” (Efesios 4:18). Ningún hombre
puede elegir aquello por lo que su corazón siente aversión: “¡Generación de
víboras! ¿Cómo podéis hablar lo bueno, siendo malos?” (Mateo 12:34).
“Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere” (Juan
6:44). Nuevamente aquí ante nosotros la incapacidad moral y espiritual. ¿Por
qué el pecador no puede venir a Cristo a menos que sea “traído”? La
respuesta es: Porque su corazón malvado ama el pecado y odia a Cristo.
Confiamos en que hemos dejado en claro que las Escrituras distinguen
claramente entre la habilidad natural y la incapacidad moral y espiritual.
Seguramente todos pueden ver la diferencia entre la ceguera de Bartimeo, que
deseaba ardientemente recibir su vista, y los fariseos, cuyos ojos estaban
cerrados “para que no vean con los ojos, y oigan con los oídos, y con el
corazón entiendan, y se conviertan” (Mateo 13:15). Pero si se dijera: “El
hombre natural podría venir a Cristo si así lo deseara”, respondemos: ¡Oh!
pero en ese SI yace el punto de giro de todo el asunto. La incapacidad del
pecador consiste en la falta de poder moral para desear y de voluntad para
realmente realizar.
Lo que hemos defendido en los renglones precedentes es de máxima
importancia. Sobre la distinción entre la Capacidad natural del pecador, y su
Incapacidad moral y espiritual descansa su Responsabilidad. La depravación
del corazón humano no destruye la responsabilidad del hombre de rendir
cuentas a Dios; tan lejos de ser este el caso, la misma incapacidad moral del
pecador solo sirve para aumentar su culpabilidad. Esto se prueba fácilmente
por una referencia a las Escrituras citadas anteriormente. Leemos que los
hermanos de José “no podían hablar pacíficamente con él”, y ¿por qué?,
porque lo “odiaban”. ¿Pero esta inhabilidad moral de ellos era una excusa?
Seguramente no: en esta misma inhabilidad moral consistía la grandeza de su
pecado. También de aquellos de quienes se dice que “no se sacian de pecar”
(2 Pedro 2:14), ¿y por qué?, porque “sus ojos estaban llenos de adulterio”,
pero eso solo empeoró su situación. Era un hecho real que no podían dejar de
pecar, sin embargo, esto no los excusó; solo hizo que su pecado fuera aún
mayor.
Si algún pecador objetase aquí: no puedo evitar haber nacido en este
mundo con un corazón depravado y por lo tanto no soy responsable de mi
incapacidad moral y espiritual que se derivan de ella. La respuesta sería:
responsabilidad y culpabilidad. Él está en la indulgencia de las propensiones
depravadas, la indulgencia libre, porque Dios no obliga a pecar a nadie. Los
hombres pueden tener lástima de mí, pero desde luego no me disculparían si
desahogo el temperamento feroz y luego busco suavizar el asunto sobre la
base de haber heredado ese temperamento de mis padres. Su propio sentido
común es suficiente para guiar su juicio en un caso como este. Argumentarían
que era responsable de controlar mi temperamento. ¿Por qué entonces objetar
contra este mismo principio en el caso supuesto previamente? “Mal siervo,
por tu propia boca te juzgo” ¡sin duda se aplica aquí! ¿Qué le diría el lector a
un hombre que le robó y que más tarde argumentó en defensa, “No puedo
evitar ser un ladrón, esa es mi naturaleza”? Seguramente la respuesta sería:
Entonces la cárcel es el lugar apropiado para ese hombre. ¿Qué se le dirá
entonces a aquel que arguye que no puede evitar seguir la inclinación de su
corazón pecaminoso? Seguramente, que el Lago de Fuego es adonde debe ir
tal persona. ¿Alguna vez un asesino alegó que odiaba tanto a su víctima que
no podía acercarse a él sin matarlo? ¿Eso no solamente magnificaría la
enormidad de su crimen? Entonces, ¿qué hay de aquel que ama tanto el
pecado que está en “enemistad contra Dios”?
El hecho de la responsabilidad del hombre es casi universalmente
reconocido. Es inherente a la naturaleza moral del hombre. No solo se enseña
en las Escrituras, sino que es atestiguada por la conciencia natural. La base o
el fundamento de la responsabilidad humana es la capacidad humana. Lo que
se implica por este término general “habilidad”, ahora debe ser definido. Tal
vez un ejemplo concreto sea captado más fácilmente por el lector promedio
que un argumento abstracto.
Supongamos que un hombre me debía $ 100, y que pudo ganar mucho
dinero para sus propios placeres, pero ninguno para su deuda conmigo. Sin
embargo, alegó que estaba en incapacidad de pagarme. ¿Qué diría yo? Diría
que la única habilidad que le faltó fue un corazón honesto. Pero, ¿no sería
una interpretación injusta de mis palabras si un amigo de mi deudor
deshonesto dijera que yo había afirmado que un corazón honesto era lo que
constituía la capacidad de pagar la deuda? No, yo respondería: la capacidad
de mi deudor radica en el poder de su mano para escribirme un cheque, y esta
la tiene, pero lo que falta es un principio honesto. Es su poder para
escribirme un cheque que lo hace responsable de hacerlo, y el hecho de que
carece de un corazón honesto no destruye su responsabilidad[31].
Ahora, de manera similar, el pecador carente de capacidad moral y
espiritual posee, sin embargo, habilidad natural, y esto es lo que lo hace
responsable de rendir cuentas ante Dios. Los hombres tienen las mismas
facultades naturales para amar a Dios con las cuales tienen que odiarlo, los
mismos corazones para creer que para no creer, y es su fracaso en amar y
creer lo que constituye su culpa. Un idiota o un bebé no son personalmente
responsables ante Dios debido a la carencia de la habilidad natural. Pero el
hombre normal que está dotado de racionalidad y de una conciencia que es
capaz de distinguir entre lo correcto y lo incorrecto, que puede sopesar los
asuntos eternos, ES un ser responsable, y lo es, porque él sí posee estas
mismas facultades que lo hacen responsable de tener que “dar a Dios cuenta
de sí” (Romanos 14:12).
Decimos nuevamente que la distinción anterior entre la habilidad natural
y la incapacidad moral y espiritual del pecador es de primordial importancia.
Por naturaleza, posee habilidad natural, pero carece de habilidad moral y
espiritual. El hecho de que no posea lo último no destruye su responsabilidad,
porque su responsabilidad descansa en el hecho de que posee lo primero.
Permítanme ilustrar de nuevo. Aquí hay dos hombres culpables de robo: el
primero es un idiota, el segundo perfectamente sano, pero el hijo de padres
criminales. Ningún juez justo sentenciaría al primero; pero todo juez de
mente recta sí lo haría con el segundo. Aunque el segundo de estos ladrones
poseyera una naturaleza moral viciada heredada de padres criminales que no
lo excusarían, siempre que él fuera un ser racional normal. Aquí está el
fundamento de la responsabilidad humana de rendir cuentas: la posesión de la
racionalidad más el don de la conciencia. Es porque el pecador está dotado de
estas facultades naturales que es una criatura responsable; puesto que él no
usa sus poderes naturales para la gloria de Dios, esto constituye su culpa.
¿Cómo puede ser consecuente con Su misericordia el que Dios exija una
deuda de obediencia de aquel que no puede pagar? Además de lo que se ha
dicho anteriormente, debe señalarse que Dios no ha perdido Su derecho,
aunque el hombre haya perdido su poder. La impotencia de la criatura no
cancela su obligación. Un siervo borracho todavía es un sirviente, y es
contrario a todo razonamiento saludable argumentar que su amo pierde sus
derechos por la rebeldía de su lacayo. Además, es de primera importancia el
que siempre tengamos en cuenta que Dios se relacionó con nosotros en Adán,
quien era nuestra cabeza y representante federal, y en él Dios nos dio un
poder que perdimos a través de la caída de nuestro primer padre; pero aunque
nuestro poder se ha ido, sin embargo, Dios puede justamente exigir Su
derecho a la obediencia y al servicio.
Pasamos ahora a considerar,
3. ¿Cómo es posible que Dios DECRETE que los hombres
DEBEN cometer ciertos pecados, que los haga
RESPONSABLES de cometerlos; y que los juzgue
CULPABLES porque los cometieron?
Consideremos ahora el caso extremo de Judas. Sostenemos que está claro
en las Escrituras que Dios decretó desde la eternidad que Judas traicionaría al
Señor Jesús. Si alguien desafía esta afirmación, lo remitimos a la profecía de
Zacarías, por medio de la cual Dios declaró que su Hijo sería vendido por
“treinta piezas de plata” (Zacarías 11:12). Como hemos dicho en páginas
anteriores, en la profecía, Dios hace saber lo que será, y al dar a conocer lo
que será, Él nos está revelando justo lo que Él ha ordenado que será. Que
Judas fue a través de quien se cumplió la profecía de Zacarías, no necesita ser
discutido. Pero ahora la pregunta que debemos enfrentar es: ¿fue Judas un
agente responsable en el cumplimiento de este decreto de Dios?
Respondemos que sí. La responsabilidad se relaciona principalmente con el
motivo y la intención del que comete el acto. Esto es reconocido por todos.
La ley humana distingue entre un golpe infligido por accidente (sin intención
malvada) y un golpe dado con “premeditación maliciosa”. Aplíquese
entonces este mismo principio al caso de Judas. ¿Cuál fue la intención de su
corazón cuando negoció con los sacerdotes? Manifiestamente no tenía el
deseo consciente de cumplir ningún decreto de Dios; aunque desconocido
para sí mismo, en realidad lo estaba haciendo. Por el contrario, su intención
era solo malvada, y por lo tanto, aunque Dios había decretado y dirigido su
acto, sin embargo, su propia mala intención lo hizo justamente culpable, ya
que luego el mismo lo reconoció: “Yo he pecado entregando sangre
inocente”. Lo mismo ocurrió con la Crucifixión de Cristo. La Escritura
declara claramente que fue “entregado por el determinado consejo y
anticipado conocimiento de Dios” (Hechos 2:23), y que aunque “Se
reunieron los reyes de la tierra, y los príncipes se juntaron en uno Contra el
Señor, y contra su Cristo”, sin embargo, solo fue “para hacer cuanto [Su]
mano y [Su] consejo habían antes determinado que sucediera” (Hechos 4:26,
28); versículos que enseñan mucho más que un simple permiso de Dios,
declarando, como lo hacen, que la Crucifixión y todos sus detalles habían
sido decretados por Dios. No obstante, fue por “manos perversas”, no
meramente “manos humanas”, que nuestro Señor fue “crucificado y muerto”
(Hechos 2:23). “Perversas” porque la intención de Sus crucificadores fue
solamente malvada.
Pero podría objetarse que si Dios decretó que Judas traicionaría a Cristo,
y que los judíos y los gentiles lo crucificarían, no podían hacer otra cosa, y
por lo tanto, no serían responsables de sus intenciones. La respuesta es que
Dios había decretado que realizarían los actos que hicieron, pero en la
perpetración real de estas acciones eran justamente culpables porque sus
propios propósitos al hacerlas solo eran malvados. Que se diga enfáticamente
que Dios no produce las disposiciones pecaminosas de ninguna de sus
criaturas, aunque sí las restringe y las dirige a la realización de sus propios
propósitos. Por lo tanto, Él no es ni el Autor ni el Aprobador del pecado. Esta
distinción fue expresada así por Agustín: “Que los hombre pecan procede de
sí mismos; que al pecar realizan esta o aquella acción, es del poder de Dios
que divide las tinieblas de acuerdo con su deseo”. Así está escrito: “El
corazón del hombre piensa su camino; mas Jehová endereza sus pasos”
(Prov. 16: 9). En lo que aquí insistiríamos es que los decretos de Dios no son
la causa necesaria de los pecados de los hombres, sino los límites y
orientaciones predeterminados y prescritos de los actos pecaminosos de los
hombres. En relación con la traición de Cristo, Dios no ordenó que fuera
vendido por una de Sus criaturas y luego tomó a un hombre bueno, inculcó
un deseo malvado en su corazón y lo forzó a realizar la terrible acción para
ejecutar Su decreto. No, así no lo representan las Escrituras. En su lugar,
Dios decretó el acto y seleccionó a aquel que iba a realizar el acto, pero no lo
hizo malvado para que él realizara el acto; por el contrario, el traidor era un
“diablo” en el momento en que el Señor Jesús lo eligió como uno de los doce
(Juan 6:70), y en el ejercicio y la manifestación de su propia maldad, Dios
simplemente dirigió sus acciones, acciones que eran perfectamente de agrado
para su propio corazón vil, y realizadas con las intenciones más perversas.
Así fue con la Crucifixión.
4. ¿Cómo puede el pecador ser hecho responsable de recibir a
Cristo, y ser condenado por rechazarlo, cuando Dios lo
PREORDENÓ PARA condenación?
Realmente, esta pregunta ha sido cubierta en lo que se ha dicho en otras
consultas, pero para el beneficio de aquellos que se han ejercitado sobre este
punto, le damos un examen separado, aunque breve. Al considerar la
dificultad anterior, los siguientes puntos deben ser sopesados
cuidadosamente:
En primer lugar, ningún pecador, mientras está en este mundo, sabe con
certeza, ni puede saber, si es un “vaso de ira preparado para la destrucción”.
Esto pertenece a los consejos ocultos de Dios; a los que no tiene acceso. La
voluntad secreta de Dios no es asunto suyo; La voluntad revelada de Dios
(en la Palabra) es el estándar de la responsabilidad humana. Y la voluntad
revelada de Dios es clara. Todo pecador está entre aquellos a quienes Dios
“ahora manda… que se arrepientan” (Hechos 17:30). A todo pecador que oye
el Evangelio se le “manda” creer (1 Juan 3:23). Y todos los que realmente se
arrepienten y creen son salvos. Por lo tanto, ¿todo pecador es responsable de
arrepentirse y creer?
En segundo lugar, es el deber de todo pecador escudriñar las Escrituras
que le “pueden hacer sabio para la salvación” (2 Timoteo 3:15). Es el “deber”
del pecador porque el Hijo de Dios le ha ordenado que escudriñe las
Escrituras (Juan 5:39). Si él las escudriña con un corazón que busca a Dios,
entonces se pone en el camino en el que Dios está acostumbrado a
encontrarse con los pecadores. Sobre este punto, el Puritano Manton ha
escrito muy útilmente:
“No puedo decir a todo el que sembrare, infaliblemente, que tendrá una
buena cosecha; pero esto puedo decirle: es la usanza de Dios bendecir al
diligente y providente. No puedo decir a todo el que deseare posteridad:
Cásate, y tendrás hijos. No puedo decirle infaliblemente a aquel que saliere a
la batalla por el bien de su país, que tendrá victoria y éxito; pero puedo decir
como Joab (1 Crónicas 19:13): “Esfuérzate, y esforcémonos por nuestro
pueblo, y por las ciudades de nuestro Dios; y haga Jehová lo que bien le
parezca”. No puedo decir infaliblemente que tendréis gracia; pero os puedo
decir a cada uno, que uséis los medios y dejéis el éxito de su trabajo y su
propia salvación a la voluntad y el buen placer de Dios. No puedo deciros
esto infaliblemente, porque no hay obligación de parte de Dios. Y, Pese a eso,
esta obra es hecha el fruto de la voluntad de Dios y de la mera dispensación
arbitraria: “El, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad”
(Santiago 1:18). Hagamos lo que Dios ha ordenado, y dejemos que Dios haga
lo que quiera. Y no necesito decirlo; porque el mundo entero en todas sus
acciones es y debe guiarse por este principio. Cumplamos nuestro deber y
refiramos el éxito a Dios, cuya práctica ordinaria es encontrarse con la
criatura que busca a Dios; sí, Él ya está con nosotros; esta fervorosa
insistencia en el uso de los medios que provienen de la impresión sincera de
Su gracia. Y por lo tanto, puesto que Él se anticipa a estar con nosotros, y no
ha mostrado tardanza alguna para nuestro bien, no tenemos razón para
desesperar de su bondad y misericordia, sino más bien para esperar lo mejor "
(Vol. XXI, página 312).
Dios se ha complacido en dar a los hombres las Sagradas Escrituras, que
“testifican” del Salvador y dan a conocer el camino de la salvación. Todo
pecador tiene las mismas facultades naturales para la lectura de la Biblia que
para la lectura del periódico; y si es analfabeto o ciego, por lo que no puede
leer, tiene la misma boca para pedirle a un amigo que le lea la Biblia, como lo
tiene que hacer sobre otros asuntos. Si, entonces, Dios ha dado a los hombres
Su Palabra, y en esa Palabra ha dado a conocer el camino de la salvación, y si
a los hombres se les ordena que escudriñen las Escrituras que pueden
hacerlos sabios para la salvación, y se niegan a hacerlo, entonces es claro que
son justamente censurables, que su sangre yace sobre sus propias cabezas, y
que Dios puede arrojarlos justamente al Lago de Fuego.
En tercer lugar, Si se objetase: admitiendo todo lo que ha dicho antes, ¿no
es todavía un hecho que cada uno de los no elegidos es incapaz de
arrepentirse y creer? La respuesta es sí. De cada pecador es un hecho que, por
sí mismo, no puede venir a Cristo. Y del lado de Dios, el “no poder” es
absoluto. Pero ahora estamos lidiando con la responsabilidad del pecador (el
pecador predestinado a la condenación, aunque él no lo sabe), y desde el lado
humano, la incapacidad del pecador es moral, como se señaló anteriormente.
También, debe tenerse en cuenta que, además de la incapacidad moral del
pecador, también existe una incapacidad voluntaria. El pecador debe ser
considerado no solo como impotente para hacer el bien, sino como uno que
se deleita en el mal. Desde el lado humano, entonces, el “no poder” es un no
querer; es una impotencia voluntaria. La impotencia del hombre radica en su
obstinación. Por lo tanto, todos quedan “sin excusa” y, así, Dios es “limpio”
cuando juzga (Sal 51, 4), y justo al condenar a todos los que “aman las
tinieblas antes que la luz”.
Que Dios requiere lo que está más allá de nuestro propio poder para hacer
es claro en muchas Escrituras. Dios le dio la Ley a Israel en el Sinaí y exigió
un cumplimiento total de ella, y señaló solemnemente cuáles serían las
consecuencias de su desobediencia (véase Deuteronomio 28). Pero,
¿Cualquier lector será tan necio como para afirmar que Israel era capaz de
obedecer completamente la Ley? Si lo hace, los referiríamos a Romanos 8: 3
donde se nos dice expresamente: “Porque lo que era imposible para la ley,
por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de
carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne”.
Vamos ahora al Nuevo Testamento. Tómese pasajes tales como Mateo
5:48, “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los
cielos es perfecto”. En 1 Corintios 15:34: “Velad debidamente, y no
pequéis[32]”. En 1 Juan 2: 1: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que
no pequéis”. ¿Algún lector dirá que él es capaz en sí mismo de cumplir con
estas demandas de Dios? Si es así, es inútil discutir con él.
Pero ahora surge la pregunta: ¿Por qué Dios le ha exigido al hombre lo
que éste es incapaz de realizar? La primera respuesta es, porque Dios se niega
a bajar su estándar al nivel de nuestras debilidades pecaminosas. Siendo
perfecto, Dios debe establecer un estándar perfecto ante nosotros. Todavía
debemos preguntarnos: si el hombre es incapaz de ajustarse al estándar de
Dios, ¿en qué radica su responsabilidad? Por difícil que parezca, el
problema, no obstante, permite una solución simple y satisfactoria.
El hombre es responsable de (primero) reconocer ante Dios su
incapacidad y (segundo) clamar a Él por la gracia capacitadora. Seguramente
esto será admitido por todo lector cristiano. Es mi obligación reconocer ante
Dios mi ignorancia, mi debilidad, mi pecaminosidad, mi impotencia para
cumplir con Sus requerimientos santos y justos. También es mi labor
obligatoria, así como mi privilegio bendito, suplicar fervientemente a Dios
que me dé la sabiduría, la fuerza y la gracia, que me capaciten para hacer lo
que es agradable a su vista; pedirle que produzca en mí “así el querer como el
hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13).
De forma similar, el pecador, todo pecador, es responsable de invocar al
Señor. De sí mismo no puede ni arrepentirse ni creer. Él no puede ni venir a
Cristo ni apartarse de sus pecados. Dios así se lo dice; y su primer deber es
“aceptar que Dios es verdadero”. Su segundo deber es clamar a Dios por su
poder capacitador; pedirle a Dios que con misericordia venza su enemistad y
lo “arrastre” a Cristo; para que le conceda los dones del arrepentimiento y la
fe. Si lo hace, sinceramente de corazón, seguramente Dios responderá a su
llamado, porque está escrito: “Porque todo aquel que invocare el nombre del
Señor, será salvo” (Romanos 10:13).
Supongamos que me he resbalado en el pavimento helado tarde en la
noche y me he roto la cadera. Soy incapaz de levantarme; si permanezco en
el suelo, seguramente muero congelado. ¿Qué debería hacer entonces? Si
estoy decidido a perecer, me quedaré allí en silencio; pero se me culpará por
tal decisión. Si estoy ansioso por ser rescatado, levantaré mi voz y pediré
ayuda. Entonces el pecador, aunque incapaz de levantarse y dar el primer
paso hacia Cristo, es responsable de clamar a Dios, y si lo hace (de corazón),
hay un Libertador que extiende la mano. Dios “no está lejos de cada uno de
nosotros” (Hechos 17:27); sí, Él es “pronto auxilio en las tribulaciones” (Sal.
46: 1). Pero si el pecador se niega a clamar al Señor, si está determinado a
perecer, entonces su sangre está sobre su propia cabeza, y su “condenación es
justa” (Romanos 3: 8).
Unas breves palabras sobre el alcance de la responsabilidad humana.
Es obvio que la medida de la responsabilidad humana varía en diferentes
casos, y es mayor o menor con individuos particulares. El estándar de
medición fue dado en las palabras del Salvador: “porque a todo aquel a quien
se haya dado mucho, mucho se le demandará” (Lucas 12:48). Seguramente
Dios no requirió tanto de aquellos que vivieron en los tiempos del Antiguo
Testamento como lo hace de aquellos que han nacido durante la dispensación
cristiana. Seguramente Dios no requerirá tanto de aquellos que vivieron
durante el “oscurantismo", cuando las Escrituras fueron accesibles para unos
pocos, como lo hará de aquellos de esta generación cuando prácticamente
cada familia en la tierra posee una copia de Su Palabra para sí misma. De
igual manera, Dios no exigirá de los paganos lo que sí demandará de aquellos
en la cristiandad. Los paganos no perecerán porque no han creído en Cristo,
sino porque no lograron vivir a la luz que tenían: el testimonio de Dios en la
naturaleza y la conciencia.
Para resumir. El hecho de la responsabilidad del hombre, que descansa
sobre su habilidad natural, es atestiguada por la conciencia y se la insiste en
todas las Escrituras. El fundamento de la responsabilidad del hombre yace en
que es una criatura racional capaz de sopesar los asuntos eternos, y que posee
una Revelación escrita de Dios en la que su relación y deber con su Creador
está claramente definida. La medida de la responsabilidad varía en diferentes
individuos, estando determinada por el grado de luz que cada uno ha
disfrutado de Dios. El problema de la responsabilidad humana recibe al
menos una solución parcial en las Sagradas Escrituras, y es nuestra
obligación solemne, así como el privilegio de buscar en oración y con
cuidado para obtener más luz, mirar al Espíritu Santo para que nos guíe “a
toda la verdad”. Está escrito: “Encaminará a los humildes por el juicio, y
enseñará a los mansos su carrera” (Sal. 25: 9).
En conclusión, queda por señalar que es responsabilidad de cada hombre
usar los medios que Dios le ha puesto a su disposición. Una actitud de inercia
fatalista, porque sé que Dios ha decretado irrevocablemente todo lo que
sucede, es hacer un uso pecaminoso e hiriente de lo que Dios ha revelado
para el consuelo de mi corazón. El mismo Dios que ha decretado que un
determinado fin se cumplirá, también ha decretado que ese fin se alcanzará a
través y como resultado de sus propios medios designados. Dios no desdeña
el uso de los medios, ni yo tampoco debo. Por ejemplo: Dios ha decretado
que “mientras la tierra permanezca, no cesarán la sementera y la siega”
(Génesis 8:22); pero eso no significa que el arado del suelo y la siembra de la
semilla sean vistos como innecesarios por el hombre. No, Dios mueve a los
hombres a hacer esas mismas cosas, bendice sus trabajos, y así cumple Su
propia ordenación. Similarmente, Dios, desde el principio, eligió un pueblo
para la salvación; pero eso no significa que no haya necesidad de evangelistas
para predicar el Evangelio, o de que los pecadores lo crean; es por tales
medios que Sus decretos eternos son efectuados.
Argumentar que debido a que Dios ha determinado irrevocablemente el
destino eterno de cada hombre, nos libera de toda responsabilidad por
cualquier preocupación sobre nuestras almas, o cualquier uso diligente de los
medios para la salvación, estaría a la par con negarse a realizar mis deberes
temporales porque Dios ha arreglado mi suerte terrenal. Y de que así lo hizo,
es claro en Hechos 17:26; Job 7: 1; 14:15, etc. Si la pre-ordenación de Dios
puede consistir en las actividades respectivas del hombre en las
preocupaciones actuales, ¿por qué no en las del futuro? Lo que Dios ha unido
no debemos separarlo. Ya sea que podamos o no ver el vínculo que une el
uno con el otro, nuestro deber es claro: “Las cosas secretas pertenecen a
Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros
hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley”
(Deuteronomio 29:29).
En Hechos 27:22, Dios hizo saber que Él había ordenado la preservación
temporal de todos los que acompañaban a Pablo en el barco; sin embargo, el
apóstol no dudó en decir: “Si no permanecen en la nave, no pueden salvarse”
(v. 31). Dios diseñó ese medio para la ejecución de lo que él había decretado.
De 2 Reyes 20, nos enteramos de que Dios estaba absolutamente decidido a
agregar quince años a la vida de Ezequías, ¡sin embargo, debían tomar masa
de higos y ponerla sobre la llaga! Pablo sabía que estaba eternamente seguro
en la mano de Cristo (Juan 10:28), sin embargo, “golpeaba su cuerpo” (1
Corintios 9:27). El apóstol Juan dio seguridad a quienes escribió: “la unción
que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros”; sin embargo, en el
siguiente versículo exhortó: “Y ahora, hijitos, permaneced en él” (1 Juan
2:27, 28). Es solo prestando atención a este principio vital, que asumimos la
responsabilidad de usar los medios designados por Dios; que seremos
capaces de preservar el equilibrio de la Verdad y ser salvados de un fatalismo
paralizante.
CAPÍTULO NUEVE
LA SOBERANÍA DE DIOS Y LA ORACIÓN
“Si pedimos algo según Su voluntad, él nos oye” (1 Juan 5:14).
A lo largo de este libro, nuestro principal objetivo ha sido exaltar al
Creador y humillar a la criatura. La tendencia casi universal ahora, es
magnificar al hombre y deshonrar y degradar a Dios. Evidentemente se
encontrará que, cuando las cosas espirituales se discuten, el lado y el
elemento humanos son recalcados y enfatizados; y el lado Divino, si no se
ignora del todo, se relega a un segundo plano. Esto es válido para gran parte
de la enseñanza moderna sobre la oración. En la gran mayoría de los libros
escritos y en los sermones predicados sobre la oración, el elemento humano
llena la escena casi por completo: son las condiciones que debemos cumplir,
las promesas que debemos “reclamar”, las cosas que debemos hacer para
obtener nuestras peticiones concedidas; y los reclamos de Dios, los derechos
de Dios, la gloria de Dios son ignorados.
Como un ejemplo justo de lo que se está dando hoy, nos unimos a una
breve editorial que apareció recientemente en uno de los principales
semanarios religiosos titulado: “¿Oración o Destino?”:
“Dios en Su Soberanía ha ordenado que los destinos humanos puedan ser
cambiados y moldeados por la voluntad del hombre. Esto está en el corazón
de la verdad de que la oración cambia las cosas, lo que significa que Dios
cambia las cosas cuando los hombres oran. Alguien lo ha expresado de forma
sorprendente como sigue: “Hay ciertas cosas que sucederán en la vida de un
hombre, ya sea que ore o no. Hay otras cosas que sucederán si él ora; y que
no sucederán si no ora”. Un obrero cristiano quedó impresionado por estas
afirmaciones mientras entraba en una oficina comercial y oró para que el
Señor abriera el camino para hablarle a alguien acerca de Cristo, reflejando
que las cosas cambiarían porque el oraba. Luego su mente se volvió hacia
otras cosas y la oración fue olvidada. La oportunidad llegó para hablarle al
hombre de negocios a quien llamaba, pero no lo entendió, y estaba saliendo
cuando recordó su oración de hace media hora, y la respuesta de Dios.
Rápidamente regresó y tuvo una conversación con el hombre de negocios, a
quien, a pesar de ser miembro de la iglesia, nunca le habían preguntado si era
salvo. Entreguémonos a la oración y abramos el camino para que Dios
cambie las cosas. Tengamos cuidado, no sea que nos convirtamos
virtualmente en fatalistas al no ejercer nuestras voluntades dadas por Dios al
orar”.
Lo anterior ilustra lo que está siendo enseñado sobre el tema de la
oración, y lo deplorable es que apenas se levante una voz en señal de
protesta. Decir que “los destinos humanos pueden ser cambiados y
moldeados por la voluntad del hombre” se puede categorizar de infidelidad,
ese es el único término apropiado para ello. Si alguien cuestionase esta
clasificación, les preguntaríamos si pueden encontrar un infiel en cualquier
lugar que disienta de tal afirmación, y estamos seguros de que tal persona no
podría ser encontrada. Decir que “Dios ha ordenado que los destinos
humanos puedan ser cambiados y moldeados por la voluntad del hombre” es
absolutamente falso. El “destino humano” no será resuelto por la voluntad del
hombre, sino por la voluntad de Dios. Lo que determina el destino humano es
si un hombre ha nacido de nuevo o no, porque está escrito, “a menos que un
hombre nazca de nuevo, no puede ver el reino de Dios”. Y en cuanto a la
voluntad de quién, ya sea la de Dios o la del hombre, es responsable por
otorgar el nuevo nacimiento, inequívocamente se establece en Juan 1: 13:
“los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de
voluntad de varón, sino DE DIOS”. Decir que el “destino humano” puede ser
cambiado por la voluntad del hombre es hacer que la voluntad de la criatura
sea suprema, y eso es, virtualmente, destronar a Dios. Pero, ¿qué dicen las
Escrituras? Que el Libro responda: “Jehová mata, y él da vida; él hace
descender al Seol, y hace subir. Jehová empobrece, y él enriquece; Abate, y
enaltece. Él levanta del polvo al pobre, y del muladar exalta al menesteroso,
para hacerle sentarse con príncipes y heredar un sitio de honor. Porque de
Jehová son las columnas de la tierra, y él afirmó sobre ellas el mundo” (1
Samuel 2: 6-8).
Volviendo la editorial en revisión, se nos dice a continuación: “esto está
en el corazón de la verdad de que la oración cambia las cosas, lo que significa
que Dios cambia las cosas cuando los hombres oran”. Casi en todos los
lugares a donde vamos hoy, nos encontramos con un lema con la inscripción:
“La oración cambia las cosas”. En cuanto a lo que se pretende significar con
estas palabras, es evidente en la literatura actual sobre la oración: debemos
persuadir a Dios para que cambie su propósito. Con respecto a esto,
tendremos más que decir a continuación.
Una vez más, el Editor nos dice: “Alguien lo ha expresado de forma
sorprendente como sigue: “Hay ciertas cosas que sucederán en la vida de un
hombre, ya sea que ore o no. Hay otras cosas que sucederán si él ora; y que
no sucederán si no ora”. Que las cosas sucedan independientemente de si un
hombre ora o no, se ejemplifica a diario en las vidas de los no regenerados, la
mayoría de los cuales nunca ora en absoluto. Que “otras cosas sucederán si
ora” necesita calificación. Si un creyente ora con fe y pide cosas que están de
acuerdo con la voluntad de Dios, con toda certeza obtendrá lo que pidió.
Nuevamente, que esas otras cosas sucederán si él ora también es cierto con
respecto a los beneficios subjetivos derivados de la oración: Dios llegará a ser
más real para él, y Sus promesas más preciosas. Que otras cosas “no sucedan
si él no ora” es verdad en cuanto a lo que concierne a su propia vida - una
vida sin oración significa una vida vivida fuera de la comunión con Dios y
todo lo que esto involucra. Pero afirmar que Dios no llevará a cabo su
propósito eterno a menos que oremos es completamente erróneo, porque el
mismo Dios que ha decretado el fin, también decretó que su fin se alcanzará a
través de sus medios designados, y uno de estos es la oración. El Dios que ha
determinado conceder una bendición, también da un espíritu de súplica que
primero busca la bendición.
El ejemplo citado en la editorial anterior del obrero cristiano y el hombre
de negocios es muy infeliz, por decir lo menos, porque según los términos de
la ilustración, la oración del obrero cristiano no fue respondida por Dios en
absoluto, ya que, al parecer, el camino no estaba abierto para hablarle al
hombre de negocios acerca de su alma. Pero al dejar la oficina y recordar su
oración, el obrero cristiano (tal vez en la energía de la carne) determinó
responder la oración por sí mismo, y en lugar de dejar que el Señor “abriera
el camino” para él, tomó el asunto por su propia mano.
Citamos a continuación de uno de los últimos libros publicados sobre la
oración. En él, el autor dice: “Las posibilidades y la necesidad de la oración,
su poder y resultados se manifiestan en detener y cambiar los propósitos de
Dios y en aliviar el golpe de Su poder”. Una afirmación como esta es un
reflejo horrible sobre el carácter del Dios Altísimo, que “hace según su
voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay
quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?” (Daniel 4: 35). No hay
necesidad de que Dios cambie Sus designios o altere Su propósito por la
razón suficiente de que estos fueron enmarcados bajo la influencia de la
bondad perfecta y la sabiduría infalible. Los hombres pueden tener la ocasión
de alterar sus propósitos, ya que en su miopía con frecuencia no pueden
anticipar lo que pueda surgir después de que se formen sus planes. Pero no es
así con Dios, porque Él conoce el fin desde el principio. Afirmar que Dios
cambia Su propósito es impugnar Su bondad o negar Su sabiduría eterna.
En el mismo libro se nos dice: “Las oraciones de los santos de Dios son el
capital social en el cielo, por el cual Cristo lleva a cabo su gran obra en la
tierra. Las grandes agonías y fuertes convulsiones en la tierra son el resultado
de estas oraciones. La Tierra cambia, se revoluciona, los ángeles se mueven
con alas más poderosas y más rápidas, y la política de Dios se moldea a
medida que las oraciones son más numerosas, más eficientes”. Si es posible,
esto es aún peor, y no dudamos en calificarlo de blasfemia. En primer lugar,
niega rotundamente Efesios 3:11 que habla de que Dios tiene un “propósito
eterno”. Si el propósito de Dios es eterno, entonces su “política” no está
siendo “moldeada” hoy. En segundo lugar, contradice a Efesios 1:11 que
declara expresamente que Dios “hace todas las cosas según el designio de su
voluntad”, por lo tanto, se deduce que “la política de Dios” no está siendo
“moldeada” por las oraciones del hombre. En tercer lugar, una declaración
como la anterior hace que la voluntad de la criatura sea suprema, ya que si
nuestras oraciones moldean la política de Dios, entonces el Altísimo está
subordinado a los gusanos de la tierra. Bien, ¿podría el Espíritu Santo
preguntar a través del Apóstol: “Porque, ¿quién conoció la mente del Señor?
o ¿quién fue su consejero?” (Romanos 11:34).
Tales pensamientos sobre la oración, como hemos estado citando, se
deben a las concepciones bajas e inadecuadas de Dios mismo. Debería ser
evidente que no puede haber poco o ningún consuelo en la oración a un Dios
que fuera como el camaleón, que cambia de color cada día. ¿Qué ánimo hay
para levantar el corazón a alguien que pensó una cosa ayer y otra hoy? ¿Cuál
sería el uso de hacer peticiones a un monarca terrenal si supiéramos que es
tan mutable como para conceder una petición un día y negarla en otro? ¿No
es la misma inmutabilidad de Dios, la que es nuestro mayor estímulo para
orar? Esto es debido a que como en Él “no hay mudanza, ni sombra de
variación”, se nos asegura que si pedimos alguna cosa conforme a su
voluntad, tenemos la mayor certeza de ser escuchados. Así lo observó Lutero:
“La oración no es la superación de la resistencia de Dios, sino asirnos de su
voluntad.”
Y esto nos lleva a presentar algunas observaciones sobre el diseño de la
oración. ¿Por qué ha designado Dios que debemos orar? La gran mayoría de
la gente respondería, con el fin de que podamos obtener de Dios lo que
necesitamos. Si bien este es uno de los propósitos de la oración, de ninguna
manera es el principal. Además, considera la oración sólo desde el lado
humano tristemente, y la oración necesita ser vista desde el lado Divino.
Veamos, a continuación, algunas de las razones por las que Dios nos ha
mandado orar.
Primeramente, la oración se ha designado para que el Señor Dios mismo
sea honrado. Dios requiere que se le reconozca, de hecho, como “el Alto y
Sublime, el que habita la eternidad” (Is. 57:15). Dios requiere que nosotros
admitamos Su dominio universal: al pedir a Dios por lluvia, Elías no hizo
sino confesar Su control sobre los elementos; Al orar a Dios por la liberación
de un pobre pecador de la ira venidera, reconocemos que “la salvación es de
JEHOVÁ” (Jonás 2: 9); al suplicar que Su bendición del Evangelio llegue
hasta los confines de la tierra, declaramos Su gobierno sobre el mundo
entero.
Nuevamente, Dios requiere que le adoremos, y la oración, la oración
verdadera, es un acto de adoración. La oración es un acto de adoración en
cuanto que es la postración del alma delante de él; en cuanto que es una
invocación a Su grande y santo nombre; en cuanto que es la apropiación de
su bondad, su poder, su inmutabilidad, su gracia; y en cuanto que es el
reconocimiento de su soberanía, concedida por una sumisión a su voluntad.
Es muy significativo notar a este respecto que el templo no fue llamado por
Cristo Casa del sacrificio, sino en cambio, Casa de Oración.
De nuevo, la oración redunda para la gloria de Dios, porque en la
oración no hacemos sino reconocer la dependencia de Él. Cuando suplicamos
humildemente al Ser Divino, nos arrojamos a nosotros mismos sobre su
poder y misericordia. En la búsqueda de la bendición de Dios, reconocemos
que Él es el autor y la fuente de todo don bueno y perfecto. Que la oración
trae gloria a Dios se ve aún más por el hecho de que la oración llama a la fe al
ejercicio, y nada de nosotros es tan honroso y agradable a él como la
confianza de nuestros corazones.
En segundo lugar, la oración es designada por Dios para nuestra
bendición espiritual, como un medio para nuestro crecimiento en la gracia.
Cuando se trata de aprender el diseño de la oración, esto siempre nos debe
ocupar antes de que consideremos la oración como un medio para obtener el
suministro de nuestras necesidades. La oración ha sido diseñada por Dios
para nuestra humillación. La oración, la verdadera oración, es un venir a la
presencia de Dios, y el sentido de su terrible majestad produce conciencia de
nuestra pequeñez e indignidad. Otra vez, la oración ha sido diseñada por Dios
para el ejercicio de nuestra fe. La fe es engendrada en la Palabra (Rom. 10:
8), pero se ejerce en la oración. Por lo tanto, leemos de la oración de fe”;
nuevamente, la oración llama al amor a la acción. En cuanto a los hipócritas,
se hace la pregunta: “¿Se deleitará en el Omnipotente? ¿Invocará a Dios en
todo tiempo? ” (Job 27:10). Pero los que aman al Señor no pueden estar
mucho tiempo lejos de él, pues se deleitan en descargarse en él. No sólo el
amor llama a la oración a la acción, sino que a través de respuestas directas
concedidas a nuestras oraciones, nuestro amor a Dios es incrementado –
“Amo a Jehová, pues ha oído mi voz y mis súplicas” (Sal. 116: 1). De nuevo,
la oración ha sido diseñada por Dios para enseñarnos el valor de las
bendiciones que hemos buscado de él, y nos hace regocijarnos más cuando él
nos ha dado aquello por lo que sinceramente le suplicamos.
Tercero, la oración es designada por Dios para que busquemos de Él las
cosas que necesitamos. Pero aquí una dificultad puede presentarse para
aquellos que han leído cuidadosamente los capítulos previos de este libro. Si
Dios pre-ordenó, antes de la fundación del mundo, todo lo que sucede en el
tiempo, ¿para qué sirve la oración? Si es verdad que “de Él y por Él y para Él,
son todas las cosas” (Romanos 11:30), entonces, ¿por qué orar? Antes de
responder directamente a estas preguntas, debe señalarse como es que hay
mucha razón para pedir: ¿para qué me sirve venir a Dios y decirle lo que ya
sabe? ¿Qué utilidad tiene exponer ante Él mi necesidad, viendo que Él ya está
familiarizado con ella?, como hay que objetar, ¿de qué sirve orar por algo
cuando todo ha sido ordenado de antemano por Dios? La oración no tiene el
propósito de informar a Dios, como si fuera ignorante (el Salvador declaró
expresamente “porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad,
antes que vosotros le pidáis” – Mat 6: 8), sino que es para reconocer que Él sí
sabe lo que necesitamos. La oración no está destinada a proveer a Dios con el
conocimiento de lo que necesitamos, sino que está diseñada como una
confesión a Él de nuestro sentido de necesidad. En esto, como en todo, los
pensamientos de Dios no son como los nuestros. Dios requiere que se
busquen sus dones. Él designa ser honrado por nuestro pedir, así como le
debemos agradecer después de que nos ha otorgado su bendición.
Sin embargo, la pregunta se nos devuelve: si Dios es el predestinador de
todo lo que sucede, y el Regulador de todos los eventos, ¿entonces no es la
oración un ejercicio sin provecho? Una respuesta suficiente a estas preguntas
es que Dios nos invita a orar: “Orad sin cesar” (1 Tesalonicenses 5:17). Y
nuevamente, los hombres están en “la necesidad de orar siempre” (Lucas 18:
1). Y más: las Escrituras declaran que “la oración de fe salvará al enfermo, y
la oración eficaz del justo puede mucho” (Santiago 5:15, 16); mientras que el
Señor Jesucristo, nuestro ejemplo perfecto en todas las cosas, fue
principalmente un Hombre de oración. Por lo tanto, es evidente que la
oración ni es insignificante ni tampoco sin valor. Pero aun así, esto no
elimina la dificultad ni responde la pregunta con la que comenzamos. ¿Cuál
es la relación entre la soberanía de Dios y la oración cristiana?
En primer lugar, diríamos con énfasis, que la oración no tiene la intención
de cambiar el propósito de Dios ni moverlo para formar nuevos propósitos.
Dios ha decretado que ciertos eventos se llevarán a cabo a través de los
medios que Él ha designado para su realización. Dios ha elegido a algunos
para ser salvos, pero también ha decretado que estos serán salvados mediante
la predicación del Evangelio. El Evangelio, entonces, es uno de los medios
señalados para la relización del eterno consejo del Señor; y la oración es otra.
Dios ha decretado tanto los medios como el fin, y entre los medios está la
oración. Incluso las oraciones de su pueblo están incluidas en sus eternos
decretos. Por lo tanto, en lugar de que las oraciones sean en vano, se
encuentran entre los medios a través de los cuales Dios ejerce sus decretos.
“Si de hecho todas las cosas suceden por una casualidad ciega, o una
necesidad fatal, las oraciones en ese caso no tendrían ninguna eficacia moral,
y serían inútiles; pero como están regulados por la dirección de la sabiduría
Divina, las oraciones tienen un lugar en el orden de los eventos” (Haldane).
Que las oraciones para la ejecución de las mismas cosas decretadas por
Dios no son insignificantes se enseña claramente en las Escrituras. Elías
sabía que Dios estaba a punto de dar lluvia, pero eso no le impidió de
inmediato recurrir a la oración (Santiago 5:17, 18). Daniel “entendió” por las
escrituras de los profetas que el cautiverio no iba a durar sino setenta años,
sin embargo, cuando estos setenta años casi llegaron a su fin, se nos dice que
volvió “su rostro a Dios el Señor, buscándole en oración y ruego, en ayuno,
cilicio y ceniza” (Daniel 9: 2, 3). Dios le dijo al profeta Jeremías “Porque yo
sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos
de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis”, pero en lugar de añadir,
por lo tanto, no hay necesidad de que me supliques por estas cosas, Él dijo:
“Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré” (Jer 29:11,
12).
Aquí está el diseño de la oración: no es que la voluntad de Dios pueda ser
alterada, sino que puede cumplirse en Su propio tiempo y a Su propia
manera. Es porque Dios ha prometido ciertas cosas, que podemos pedirle con
la plena seguridad de la fe. Es el propósito de Dios que su voluntad se lleve a
cabo por sus propios medios designados, y que él pueda hacer bien a su
pueblo en sus propios términos, y eso es, por los “medios” y los “términos”
del ruego y la súplica. ¿Acaso el Hijo de Dios no sabía con certeza que
después de su muerte y resurrección sería exaltado por el Padre? De seguro
que sí. Sin embargo, lo encontramos pidiendo esto mismo: “Ahora pues,
Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes
que el mundo fuese” (Juan 17: 5). ¿Acaso Él no sabía que ninguno de su
pueblo podía perecer? sin embargo, Él rogó al Padre que los “guardara” (Juan
17:11).
Finalmente, debe decirse que la voluntad de Dios es inmutable y no puede
ser alterada por nuestros clamores. Cuando la mente de Dios no está a favor
de un pueblo para hacerles bien, no puede ser dirigida a favor ellos por la
oración más ferviente e importuna de aquellos que tienen el mayor interés en
Él: “Me dijo Jehová: Si Moisés y Samuel se pusieran delante de mí, no
estaría mi voluntad con este pueblo; échalos de mi presencia, y salgan” (Jer
15: 1). Las oraciones de Moisés para entrar a la tierra prometida son un caso
paralelo.
Nuestras opiniones con respecto a la oración deben ser revisadas y
puestas en armonía con la enseñanza de las Escrituras sobre el tema. La idea
predominante parece ser que vengo a Dios y le pido algo que quiero, y que
espero con seguridad que me dé lo que le pedí. Pero esta es una concepción
de lo más deshonrosa y degradante. La creencia popular reduce a Dios a un
siervo, a nuestro servidor: cumpliendo nuestras órdenes, realizando nuestro
placer, concediendo nuestros deseos. No, la oración es venir a Dios,
exponerle a Él mi necesidad, reconociéndole en mis caminos y dejar que Él la
trate como mejor le parezca. Esto hace que mi voluntad esté sujeta a la suya,
en lugar de, como en el primer caso, tratar de someter Su voluntad a la mía.
Ninguna oración es agradable a Dios a menos que el espíritu que la mueva
sea: “no se haga mi voluntad, sino la Tuya”. “Cuando Dios otorga
bendiciones a un pueblo que ora, no es por sus oraciones, como si fuera
inclinado y cambiado por ellas; sino, que es por amor a Su nombre y por su
propia voluntad y placer soberanos. Si se dijera, ¿entonces, cuál es el
propósito de la oración? Se responde: Esta es la forma y el medio que Dios ha
designado para comunicar las bendiciones de su bondad a su pueblo. Porque
a pesar de que Él se ha propuesto, ha provisto para y prometido dárselas, no
obstante, Él ha de ser buscado en oración, y es un deber y un privilegio pedir.
Cuando son bendecidos con un espíritu de oración, es una buena señal, y
parece como si Dios tuviera la intención de otorgar las cosas buenas pedidas,
lo cual debe hacerse siempre con sumisión a la voluntad de Dios, diciendo:
No se haga mi voluntad, sino la tuya” (John Gill).
La distinción que acabamos de mencionar es de gran importancia práctica
para la paz de nuestro corazón. Quizás la única cosa que ejercita tanto a los
cristianos como a cualquier otra cosa es la de las oraciones sin respuesta. Le
han pedido algo a Dios: en la medida en que pueden juzgar, han pedido con
fe creyendo que recibirían aquello por lo que habían suplicado al Señor; y lo
han pedido con seriedad y repetidas veces, pero la respuesta no ha llegado. El
resultado es que, en muchos casos, la fe en la eficacia de la oración se
debilita, hasta que la esperanza cede a la desesperación y el armario queda
completamente descuidado. ¿No es así?
Ahora, ¿sorprenderá a nuestros lectores cuando decimos que toda oración
de fe real que alguna vez se le ha ofrecido a Dios ha sido respondida? Lo
afirmamos sin vacilar. Pero al decir esto, debemos referirnos a nuestra
definición de oración. Permitámonos repetirla. La oración es venir a Dios,
exponerle a Él mi necesidad (o la necesidad de otros), reconociendo al Señor
en mis caminos, y luego dejar que Él se ocupe del caso como mejor le
parezca. Esto deja a Dios para responder la oración de la forma que le
parezca adecuada, y a menudo, su respuesta puede ser lo opuesto a lo que
sería más aceptable para la carne; Sin embargo, si realmente hemos DEJADO
nuestra necesidad en sus manos, será su respuesta, y nada más. Veamos dos
ejemplos.
En Juan 11 leemos acerca de la enfermedad de Lázaro. El Señor “lo
amaba”, pero no se encontraba en Betania. Las hermanas enviaron un
mensajero al Señor informándole sobre la condición de su hermano. Y nótese
particularmente cómo su apelación fue redactada: “Señor, he aquí, el que tú
amas está enfermo”. Eso fue todo. No le pidieron a Él que sanara a Lázaro.
No le pidieron que se apresurara de inmediato a Betania. ¡Simplemente
extendieron su necesidad ante Él, le confiaron el caso en Sus manos y lo
dejaron actuar como Él lo consideró mejor! ¿Y cuál fue la respuesta de
nuestro Señor? ¿Replicó él a su apelación y respondió su solicitud muda?
Ciertamente lo hizo, aunque no, tal vez, en la forma que esperaban.
Respondió quedándose “dos días todavía en el lugar donde estaba” (Juan 11:
6), ¡y permitiendo que Lázaro muriera! Pero en este caso, eso no fue todo.
Más tarde, viajó a Betania y resucitó a Lázaro de entre los muertos. Nuestro
propósito al referirnos aquí a este caso es ilustrar la actitud apropiada para
que el creyente la lleve ante Dios en la hora de necesidad. El siguiente
ejemplo enfatizará más bien, el método de Dios para responder a su hijo
necesitado.
Diríjanse a 2 Corintios 12. Al apóstol Pablo se le concedió un privilegio
inaudito. Él había sido transportado al Paraíso. Sus oídos habían escuchado y
sus ojos habían contemplado lo que ningún otro mortal había escuchado o
visto en este lado de muerte. La maravillosa revelación fue más de lo que el
Apóstol pudo soportar. Estaba en peligro de ser “envanecido” por su
extraordinaria experiencia. Por lo tanto, se le puso un aguijón en la carne, un
mensajero de Satanás, para abofetearlo a fin de que no se exaltara
sobremanera. Y el Apóstol extiende su necesidad ante el Señor; tres veces le
suplica que este aguijón en la carne le sea quitado. ¿Fue respondida su
oración? Seguramente, aunque no de la manera que él había deseado. El
“aguijón” no fue quitado, pero se le dio la gracia para soportarlo. La carga no
fue eliminada, pero fuerza le fue concedida para llevarla.
¿Alguien se opone a que sea nuestro privilegio hacer algo más que
presentar nuestra necesidad ante Dios? ¿Se nos recuerda que Dios, por así
decirlo, nos dio un cheque en blanco y que nos invitó a llenarlo? ¿Se dice que
las promesas de Dios incluyen a todos y que podemos pedirle a Dios lo que
queramos? Si es así, debemos llamar la atención sobre el hecho de que es
necesario comparar las Escrituras con las Escrituras si queremos conocer la
mente completa de Dios sobre cualquier tema, y que mientras se hace esto,
descubrimos que Dios ha calificado las promesas dadas a las almas que oran
al decir: “si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye” (1 Juan
5:14). La oración verdadera es comunión con Dios para que haya
pensamientos comunes entre su mente y la nuestra. Lo que se necesita es que
Él llene nuestros corazones con Sus pensamientos y luego Sus deseos se
convertirán en nuestros deseos fluyendo hacia Él. Aquí está el lugar de
reunión entre la Soberanía de Dios y la oración cristiana: si pedimos algo
según su voluntad, Él nos oye, y si no pedimos así, él no nos escucha; como
dice el apóstol Santiago: “Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar
en vuestros deleites” (4: 3).
Pero, ¿no dijo el Señor Jesús a sus discípulos: “De cierto, de cierto os
digo, que lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dará” (Juan 16:23)?
Él lo hizo; pero esta promesa no les da carte blanche[33] a las almas que
oran. Estas palabras de nuestro Señor están en perfecto acuerdo con las del
apóstol Juan: “si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye”.
¿Qué es pedir “en el nombre de Cristo”? Sin duda es mucho más que una
fórmula de oración, la mera conclusión de nuestras súplicas con las palabras
“en el nombre de Cristo”. Para aplicar a Dios por cualquier cosa en el nombre
de Cristo, ¡debe ser acorde con lo que Cristo es! Pedirle a Dios en nombre de
Cristo, es como si Cristo mismo fuera el suplicante. Solo podemos pedirle a
Dios lo que Cristo pediría. Pedir en nombre de Cristo es, por lo tanto, ¡dejar
de lado nuestras propias voluntades, aceptando las de Dios!
Amplifiquemos ahora nuestra definición de oración. ¿Qué es la oración?
La oración no es tanto un acto como una actitud: una actitud de dependencia,
dependencia de Dios. La oración es una confesión de debilidad de la criatura,
sí, de impotencia. La oración es el reconocimiento de nuestra necesidad y la
exposición de ella ante Dios. No decimos que esto es todo en cuanto a la
oración, no lo es, pero es lo esencial, el elemento principal en la oración.
Admitimos abiertamente que no podemos dar una definición completa de la
oración dentro del alcance de una oración breve, o en cualquier cantidad de
palabras. La oración es a la vez una actitud y un acto, un acto humano, y sin
embargo, también está el elemento Divino en ella, y es esto lo que hace
imposible e impío intentar un análisis exhaustivo. Pero al admitir esto,
insistimos nuevamente en que la oración es fundamentalmente una actitud de
dependencia a Dios. Por lo tanto, la oración es todo lo contrario a dictarle a
Dios. Debido a que la oración es una actitud de dependencia, el que
realmente ora es sumiso, sumiso a la voluntad Divina; y la sumisión a la
voluntad Divina significa que estamos contentos con que el Señor supla
nuestra necesidad de acuerdo con los dictados de Su propio placer soberano.
Y de ahí que digamos que cada oración que se le ofrece a Dios en este
espíritu tiene la seguridad de encontrarse con una respuesta de él.
Aquí está la respuesta a nuestra pregunta de apertura y la solución de las
Escrituras a la aparente dificultad. La oración no es la petición a Dios para
alterar Su propósito o para que Él forme uno nuevo. La oración es tomar una
actitud de dependencia a Dios, la presentación de nuestra necesidad ante Él,
la solicitud de aquellas cosas que están de acuerdo con Su voluntad, y por lo
tanto no hay nada inconsistente[34] entre la Soberanía Divina y la oración
cristiana.
Para cerrar este capítulo, daremos una advertencia para salvaguardar al
lector de sacar una conclusión falsa de lo que se ha dicho. No hemos tratado
aquí de resumir toda la enseñanza de las Escrituras sobre el tema de la
oración, ni siquiera hemos intentado discutir en general el problema de la
oración; en su lugar, nos hemos limitado, más o menos, a considerar la
relación entre la Soberanía de Dios y la oración cristiana. Lo que hemos
escrito está propuesto principalmente como una protesta contra gran parte de
la enseñanza moderna, que enfatiza tanto el elemento humano en la oración,
que el lado Divino se pierde casi por completo.
En Jeremías 10:23 se nos dice: “el hombre no es señor de su camino, ni
del hombre que camina es el ordenar sus pasos” (véase Prov. 16: 9); y sin
embargo en muchas de sus oraciones, el impulso del hombre presume
dirigirse al Señor en cuanto a Su camino, y en cuanto a lo que Él debe hacer:
incluso implicando que si él tuviera la dirección de los asuntos del mundo y
de la iglesia, pronto tendría las cosas muy diferentes de lo que son. Esto no se
puede negar: porque cualquier persona con algún discernimiento espiritual no
podría dejar de detectar este espíritu en muchas de nuestras modernas
reuniones de oración donde la carne domina. Cuán lentos somos todos para
aprender la lección de que la arrogante criatura necesita ser puesta sobre sus
rodillas y humillada hasta el polvo. Y este es el lugar donde el mismo acto de
la oración tiene la intención de ponernos. ¡Pero el hombre (en su perversidad
habitual) convierte el estrado de sus pies en un trono desde el que de buena
gana dirigiría al Todopoderoso en cuanto a lo que Él debería hacer! dando al
espectador la impresión de que si Dios tuviera la mitad de la compasión que
aquellos que oran (?) tienen, ¡todo con rapidez estaría bien! Tal es la
arrogancia de la vieja naturaleza incluso en un hijo de Dios.
Nuestro propósito principal en este capítulo ha sido enfatizar la necesidad
de someter, en oración, nuestras voluntades a la de Dios. Pero también debe
añadirse que la oración es mucho más que un ejercicio piadoso, y muy
diferente a una actividad mecánica. La oración es, de hecho, un medio
divinamente designado para que podamos obtener de Dios las cosas que
pedimos, siempre que solicitemos aquellas cosas que están de acuerdo con su
voluntad. Estas páginas habrán sido escritas en vano a menos que guíen al
escritor y al lector a llorar con una seriedad más profunda que hasta ahora,
"Señor, enséñanos a orar" (Lucas 11: 1).
CAPÍTULO DIEZ
NUESTRA ACTITUD HACIA SU SOBERANÍA
“Sí, Padre, porque así te agradó” (Mateo 11:26).
En el presente capítulo consideraremos, de manera breve, la aplicación
práctica de la gran verdad que hemos considerado en sus diversas
ramificaciones en páginas anteriores. En el capítulo doce trataremos más en
detalle el valor de esta doctrina, pero aquí nos limitaríamos a una definición
de lo que debería ser nuestra actitud hacia la Soberanía de Dios.
Toda verdad que nos es revelada en la Palabra de Dios está allí no solo
para nuestra información, sino también para nuestra inspiración. La Biblia
nos ha sido dada no para gratificar una curiosidad ociosa, mas para edificar
las almas de sus lectores. La Soberanía de Dios es algo más que un principio
abstracto que explica la lógica del gobierno divino: está diseñada como un
motivo para el temor divino, se nos da a conocer para la promoción de la vida
recta, se revela para traer en sujeción nuestros corazones rebeldes. Un
verdadero reconocimiento de la Soberanía de Dios nos humilla más que
cualquier otra cosa que pueda humillarnos, y somete al corazón a una
sumisión humilde ante Dios, haciendo que abandonemos nuestra propia
voluntad y que nos deleitemos en la percepción y el cumplimiento de la
voluntad Divina.
Cuando hablamos de la Soberanía de Dios nos referimos mucho más que
al ejercicio del poder gubernamental de Dios, aunque, por supuesto, eso está
incluido en la expresión. Como hemos comentado en un capítulo anterior, la
Soberanía de Dios significa la Divinidad de Dios. En su sentido más pleno y
profundo, el título de este libro significa el Carácter y el Ser de Aquel cuyo
placer se realiza y cuya voluntad se ejecuta. Reconocer verdaderamente la
Soberanía de Dios es, por lo tanto, contemplar al Soberano mismo. Es venir a
la presencia de la augusta “Majestad en las alturas”. Es tener una visión del
Dios tres veces santo en Su excelente gloria. Los efectos de tal visión pueden
aprenderse de aquellas Escrituras que describen la experiencia de diferentes
personas que obtuvieron una visión del Señor Dios.
Resáltese la experiencia de Job, aquel de quien el Señor mismo dijo: “no
hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y
apartado del mal” (Job 1: 8). Al final del libro que lleva su nombre, se nos
muestra a Job en la presencia Divina, y ¿cómo reacciona él cuando se
encuentra cara a cara con Jehová? Escuchen lo que dice: “De oídas te había
oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en
polvo y ceniza” (Job 42: 5, 6). Por lo tanto, una visión de Dios, Dios revelado
en asombrosa majestad, hizo que Job se aborreciera a sí mismo, y no solo
eso, sino que se humilló ante el Todopoderoso.
Tomen nota de Isaías. En el sexto capítulo de su profecía, se nos presenta
una escena que tiene pocos iguales incluso en las Escrituras. El profeta
contempla al Señor en el trono, un trono “alto y sublime”. Por encima este
trono, estaban los serafines con rostros velados, gritando: “Santo, Santo,
Santo, Jehová de los ejércitos”. ¿Cuál es el efecto de esto sobre el profeta?
Leemos: “Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre
inmundo de labios,… han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos.”
(Isaías 6: 5). Una vista del Rey Divino humilló a Isaías en el polvo,
trayéndolo, como lo hizo, a la auto-conciencia de su propia nada.
Uno más. Miren al profeta Daniel. Hacia el final de su vida, este hombre
de Dios contempló al Señor en una manifestación teofánica. Se apareció a Su
siervo en forma humana “vestido de lino” y con los lomos “ceñidos de oro de
Ufaz”, símbolo de santidad y gloria Divina. Leemos que “su cuerpo era como
de berilo, y su rostro parecía un relámpago, y sus ojos como antorchas de
fuego, y sus brazos y sus pies como de color de bronce bruñido, y el sonido
de sus palabras como el estruendo de una multitud”. Daniel entonces cuenta
el efecto que esta visión tuvo sobre él y los que estaban con él: “Y sólo yo,
Daniel, vi aquella visión, y no la vieron los hombres que estaban conmigo,
sino que se apoderó de ellos un gran temor, y huyeron y se escondieron.
Quedé, pues, yo solo, y vi esta gran visión, y no quedó fuerza en mí, antes mi
fuerza se cambió en desfallecimiento, y no tuve vigor alguno. Pero oí el
sonido de sus palabras; y al oír el sonido de sus palabras, caí sobre mi rostro
en un profundo sueño, con mi rostro en tierra” (Daniel 10: 6-9). Una vez
más, entonces, se nos muestra que obtener una visión del Dios Soberano es
para que la fuerza de la criatura se marchite y resulte en la humillación del
hombre hasta el polvo ante su Creador. ¿Cuál, entonces, debería ser nuestra
actitud hacia el Soberano Supremo? Respondemos:
1. UNA DE TEMOR PIADOSO.
¿Por qué es que, hoy en día, las masas están tan absolutamente
despreocupadas por las cosas espirituales y eternas, y que son amantes del
placer más que amantes de Dios? ¿Por qué es que incluso en los campos de
batalla las multitudes eran tan indiferentes al bienestar de su alma? ¿Por qué
el desafío al Cielo se está volviendo más abierto, más descarado, más
atrevido? La respuesta es: Porque “no hay temor de Dios delante de sus ojos”
(Romanos 3:18). De nuevo: ¿Por qué la autoridad de las Escrituras ha sido
rebajada tan tristemente en la actualidad? ¿Por qué es que incluso entre
aquellos que profesan ser el pueblo del Señor, hay tan poca sujeción real a Su
Palabra, y que sus preceptos son tan poco apreciados y tan rápidamente
descartados? ¡Oh! lo que se debe enfatizar hoy es que Dios es un Dios al que
se ha de temer.
“El principio de la sabiduría es el temor de Jehová” (Proverbios 1: 7).
Bienaventurada el alma que ha sido impresionada por una visión de la
majestad de Dios, que ha tenido una visión de la terrible grandeza de Dios, su
santidad inefable, su justicia perfecta, su poder irresistible, su gracia
soberana. ¿Alguien dice: “Pero solo los inconversos, los que están fuera de
Cristo, deben temer a Dios”? Entonces la respuesta suficiente es que los
salvos, los que están en Cristo, son amonestados para que trabajen por su
propia salvación con “temor y temblor”. Hubo un tiempo cuando era
costumbre general hablar de un creyente como un “hombre temeroso de
Dios”, que tal denominación casi se ha extinguido solo sirve para mostrar
hacia dónde nos hemos desviado. Sin embargo, todavía está escrito “Como el
padre se compadece de sus hijos, así se compadece el Señor de los que le
temen” (Sal. 103: 13).
Cuando hablamos de temor piadoso, por supuesto, no nos referimos a un
temor servil, como el que prevalece entre los paganos en relación con sus
dioses. No, nos referimos a ese espíritu que Jehová se compromete a
bendecir, ese espíritu al que se refería el profeta cuando dijo: “pero [yo el
Señor] miraré a aquel [hombre] que es pobre y humilde de espíritu, y que
tiembla a mi palabra” (Isaías 66: 2). Era esto lo que el Apóstol tenía en
mente cuando escribió: “honrad a todos. Amad a los hermanos. Temed a
Dios. Honrad al rey” (1 Pedro 2:17). Y nada fomentará más este temor
piadoso que el reconocimiento de la Soberana Majestad de Dios.
¿Cuál debería ser nuestra actitud hacia la Soberanía de Dios?
Respondemos de nuevo,
2. UNA DE OBEDIENCIA IMPLÍCITA.
Una visión de Dios conduce a una conciencia de nuestra pequeñez e
insignificancia, y despierta un sentido de dependencia y de rendirnos a Dios.
O, de nuevo; una visión de la Divina Majestad promueve el espíritu del temor
divino y esto, a su vez, engendra un caminar obediente. Aquí está el antídoto
divino para el mal nativo de nuestros corazones. Naturalmente, el hombre
está lleno de un sentido de su propia importancia, con su grandeza y
autosuficiencia; en pocas palabras, con orgullo y rebelión. Pero, como
comentamos, el gran correctivo es contemplar al Dios Fuerte, ya que solo
esto realmente lo humillará. El hombre se gloriará en sí mismo o en Dios. El
hombre vivirá para servir y para complacerse a sí mismo, o buscará servir y
agradar al Señor. Ninguno puede servir a dos señores.
La irreverencia engendra la desobediencia. Dijo el altivo monarca de
Egipto: “¿Quién es Jehová, para que yo oiga su voz y deje ir a Israel? Yo no
conozco a Jehová, ni tampoco dejaré ir a Israel” (Ex. 5: 2). Para Faraón, el
Dios de los hebreos era simplemente un dios, uno entre muchos, una entidad
impotente que no necesitaba ser temida ni servida. Qué tan tristemente
equivocado estaba, y qué tan amargamente tuvo que pagar por su error que
pronto descubrió; pero lo que estamos aquí tratando de enfatizar es que el
espíritu desafiante de Faraón fue el fruto de la irreverencia, y esta
irreverencia fue la consecuencia de su ignorancia de la majestad y la
autoridad del Ser Divino.
Ahora bien, si la irreverencia engendra desobediencia, la verdadera
reverencia producirá y promoverá la obediencia. Comprender que las
Sagradas Escrituras son una revelación del Altísimo, que nos comunica su
mente y define para nosotros su voluntad, es el primer paso hacia la piedad
práctica. Reconocer que la Biblia es la Palabra de Dios, y que sus preceptos
son los preceptos del Todopoderoso, nos llevará a ver qué cosa tan horrible es
despreciarlos e ignorarlos. Recibir la Biblia como dirigida a nuestras propias
almas, dada por el Creador mismo, nos hará llorar con el salmista: “inclina mi
corazón a tus testimonios... ordena mis pasos con tu palabra” (Salmo 119: 36,
133). Una vez que se haya aprehendido la Soberanía del Autor de la Palabra,
ya no se tratará de escoger y elegir de entre los preceptos y los estatutos de
esa Palabra, seleccionando aquellos que cuentan con nuestra aprobación;
sino, se verá que nada menos que una sumisión incondicional y de todo
corazón llega a ser propio de la criatura.
¿Cuál debería ser nuestra actitud hacia la Soberanía de Dios?
3. UNA DE RENUNCIA TOTAL.
Un verdadero reconocimiento de la Soberanía de Dios excluirá toda
murmuración. Esto es evidente por sí mismo, pero el pensamiento merece ser
abordado. Es natural murmurar contra las aflicciones y las pérdidas. Es
natural quejarse cuando estamos privados de aquello sobre lo que hemos
puesto nuestros corazones. Somos aptos para considerar nuestras posesiones
como nuestras incondicionalmente. Sentimos que cuando hemos procurado
nuestros planes con prudencia y diligencia, tenemos derecho al éxito; que
cuando a fuerza de trabajo duro hemos alcanzado una “competencia”
merecemos conservarla y disfrutarla; que cuando estamos rodeados de una
familia feliz, ningún poder puede entrar legalmente en el círculo encantado y
abatir a un ser querido; y si en alguno de estos casos llega la desilusión, la
quiebra, la muerte, el instinto pervertido del corazón humano es clamar
contra Dios. Pero en aquel que, por gracia, ha reconocido la soberanía de
Dios, tal murmuración es silenciada, y en su lugar, hay una rendición a la
voluntad divina y un reconocimiento de que Él no nos ha afligido tan
dolorosamente como merecemos.
Un verdadero reconocimiento de la Soberanía de Dios reconocerá el
perfecto derecho de Dios para hacer con nosotros lo que Él quiera. El que se
inclina ante el placer del Todopoderoso reconocerá su absoluto derecho a
hacer con nosotros lo que a él le parezca bueno. Si Él elige enviar pobreza,
enfermedad, dolores domésticos, incluso cuando el corazón sangra por cada
poro, dirá: ¿No hará el Juez de toda la tierra lo correcto? A menudo habrá una
lucha, porque la mente carnal permanece en el creyente hasta el final de su
peregrinación terrenal. Pero aunque puede haber un conflicto dentro de su
pecho, sin embargo, a aquel que realmente se rindió a esta verdad bendita, allí
escuchará en ese momento esa Voz diciendo, como en el pasado, le dijo al
turbulento Genesaret: “calla, enmudece”; y la tempestuosa inundación en el
interior se aquietará; y el alma sometida levantará un ojo lloroso pero
confiado al Cielo y dirá: “Hágase tu voluntad”.
Una ilustración sorprendente de un alma que se somete a la soberana
voluntad de Dios, la proporciona la historia de Eli, el sumo sacerdote de
Israel. En 1 Samuel 3, aprendemos cómo Dios le reveló al pequeño niño
Samuel que Él estaba a punto de matar a los dos hijos de Elí por su maldad; y
al día siguiente Samuel le comunica este mensaje al anciano sacerdote. Es
difícil concebir una inteligencia más espantosa para el corazón de un padre
piadoso. El anuncio de que su hijo va a ser abatido por una muerte súbita es,
bajo cualquier circunstancia, una gran prueba para cualquier padre, pero al
enterarse de que sus dos hijos, en la plenitud de su hombría, y absolutamente
desprevenidos para morir, debían ser cortados por un juicio Divino, debe
haber sido abrumador. Sin embargo, ¿cuál fue el efecto sobre Eli cuando
supo de la trágica noticia de Samuel? ¿Qué respuesta dio cuando oyó la
terrible noticia? “Entonces él dijo: Jehová es; haga lo que bien le pareciere”
(1 Samuel 3:18). Y no se le escapó otra palabra. ¡Maravillosa sumisión!
¡Sublime renuncia! Hermosa ejemplificación del poder de la gracia divina
para controlar los afectos más fuertes del corazón humano y someter la
voluntad rebelde, llevándola en una aquiescencia irreflexiva al placer
soberano de Jehová.
Otro ejemplo, igualmente llamativo, se ve en la vida de Job. Como es
bien sabido, Job era un hombre temeroso de Dios y apartado del mal. Si
alguna vez hubo alguien que razonablemente podía esperar que la Divina
Providencia le sonriera (hablamos como un hombre), fue Job. Sin embargo,
¿qué le pasó a él? Por un tiempo las cuerdas le cayeron en lugares
deleitosos[35]. El Señor llenó su aljaba al darle siete hijos y tres hijas. Lo
prosperó en sus asuntos temporales hasta que tuvo grandes posesiones. Pero,
de repente, el sol de la vida se escondió detrás de las nubes oscuras. En un
solo día, Job perdió no solo sus rebaños y manadas, sino también sus hijos e
hijas. Llegaron noticias de que su ganado había sido llevado por ladrones, y
que sus hijos habían sido muertos por un ciclón. ¿Y cómo recibió él esta
inteligencia? Escuchen sus palabras sublimes: “Jehová dio, y Jehová quitó”.
Se inclinó ante la soberana voluntad de Jehová. Él rastreó sus aflicciones a su
Primera Causa. Miró detrás de los sabeos que habían robado su ganado, y
más allá de los vientos que habían destruido a sus hijos, y vio la mano de
Dios. Pero no solo Job reconoció la Soberanía de Dios, también se regocijó
en eso. A las palabras: “Jehová dio, y Jehová quitó”, añadió, “sea el nombre
de Jehová bendito” (Job 1:21). Nuevamente decimos: ¡dulce sumisión!
¡Sublime renuncia!
Un verdadero reconocimiento de la Soberanía de Dios nos hace mantener
todos nuestros planes en espera de la voluntad de Dios. El escritor recuerda
bien un incidente que ocurrió en Inglaterra hace más de veinte años. La reina
Victoria estaba muerta, y la fecha de la coronación de su hijo mayor,
Eduardo, había sido fijada para abril de 1902. En todos los anuncios que se
enviaron, se omitieron dos pequeñas letras, D. V. - Deo Volente: si Dios
quiere. Se hicieron planes y se completaron todos los arreglos para las
celebraciones más imponentes que Inglaterra haya presenciado. Reyes y
emperadores de todas partes de la tierra habían recibido invitaciones para
asistir a la ceremonia real. Las proclamaciones del Príncipe se imprimieron y
se exhibieron, pero, por lo que el escritor sabe, las letras D.V. no se
encontraron ni siquiera en una de ellas. Se había organizado un programa
sumamente imponente, y el hijo mayor de la difunta reina iba a ser coronado,
Eduardo Séptimo, en la Abadía de Westminster, a una determinada hora, en
un día fijado. Y entonces, Dios intervino, y todos los planes del hombre se
vieron frustrados. Se escuchó una pequeña voz decir: “no han contado
conmigo”, y el príncipe Eduardo sufrió una apendicitis y su coronación se
pospuso durante meses.
Como se comentó, un verdadero reconocimiento de la Soberanía de Dios
nos hace mantener nuestro plan en espera a la voluntad de Dios. Nos hace
reconocer que el Divino Alfarero tiene poder absoluto sobre el barro, y lo
moldea de acuerdo con su propio placer imperial. Nos hace prestar atención a
esa amonestación, ahora, ¡ay! tan generalmente ignorada: “¡Vamos ahora! los
que decís: Hoy y mañana iremos a tal ciudad, y estaremos allá un año, y
traficaremos, y ganaremos; cuando no sabéis lo que será mañana. Porque
¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de
tiempo, y luego se desvanece. En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor
quiere, viviremos y haremos esto o aquello” (Santiago 4: 13-15). Sí, es a la
voluntad del Señor que debemos inclinarnos. Es de Él decir dónde viviré, ya
sea en América o África. Es de Él determinar bajo qué circunstancias viviré,
ya sea en medio de la riqueza o la pobreza, ya sea en salud o enfermedad. Es
de Él decir cuánto tiempo viviré, si seré cortado en la juventud como la flor
del campo, o si continuaré hasta los setenta años. Aprender realmente esta
lección es, por gracia, alcanzar una forma elevada en la escuela de Dios, e
incluso cuando pensamos que la hemos aprendido, descubrimos, una y otra
vez, que tenemos que volver a aprenderla.
¿Cuál debería ser nuestra actitud hacia la Soberanía de Dios?
4. UNA DE PROFUNDO AGRADECIMIENTO Y GOZO.
La aprehensión del corazón de esta benedictísima verdad de la Soberanía
de Dios produce algo muy diferente a una hosca inclinación a lo inevitable.
La filosofía de este mundo que muere no sabe nada mejor que “resignarse
con un mal trabajo”. Pero con el cristiano debe ser muy diferente. No solo el
reconocimiento de la supremacía de Dios engendraría en nosotros temor
piadoso, obediencia implícita y renuncia completa, sino que debe hacernos
decir con el salmista: “Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su
santo nombre” ¿No dice el apóstol: “dando siempre gracias por todo al Dios y
Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Efesios 5:20)? ¡Oh! es en
este punto que el estado de nuestras almas se pone a prueba con tanta
frecuencia. Por desgracia, hay tanta voluntad propia en cada uno de nosotros.
Cuando las cosas van como las deseamos, parece que estamos muy
agradecidos con Dios; pero ¿qué ocurre con las ocasiones en que las cosas
van en contra de nuestros planes y deseos?
Damos por sentado, cuando el verdadero cristiano emprende un viaje en
tren que, al llegar a su destino, devotamente agradece a Dios, lo que, por
supuesto, argumenta que Él controla todo; de lo contrario, debemos agradecer
al conductor de la máquina, al fogonero, a los señalizadores, etc. O, si está de
negocios, al final de una buena semana, se le expresa gratitud al Dador de
todo bien (temporal) y de todo don (espiritual) perfecto, que una vez más,
argumenta que Él dirige a todos los clientes a su tienda. Hasta aquí todo bien.
Tales ejemplos no ocasionan dificultad. Pero imaginen los opuestos.
Supongamos que mi tren se retrasó durante horas, me preocupé y eché humo;
supongamos que otro tren se topa con él y ¡salgo herido!; O, supongamos que
he tenido una mala semana en el negocio; o que un rayo golpeó mi tienda y la
incendió; o que los ladrones irrumpieron y la saquearon. Entonces, ¿qué?
¿Veo la mano de Dios en estas cosas?
Tomemos el caso de Job una vez más. Cuando pérdida tras pérdida se
produjo en su camino, ¿qué hizo? ¿Lloró su “mala suerte”? ¿Maldijo a los
ladrones? ¿Murmuró contra Dios? No, se inclinó ante Él en adoración. ¡Oh!
Querido lector, no hay un verdadero descanso para tu pobre corazón hasta
que aprendas a ver la mano de Dios en todo. Pero para eso, la fe debe estar en
constante ejercicio. ¿Y qué es la fe? ¿Una credulidad ciega? ¿Una
aquiescencia fatalista? No, nada de eso. La fe descansa en la segura Palabra
del Dios viviente y, por lo tanto, dice: “sabemos que a los que aman a Dios,
todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito
son llamados” (Romanos 8:28); y por lo tanto, la fe dará gracias “siempre por
todas las cosas”. La fe operativa será “Regocijaos en el Señor siempre”
(Filipenses 4: 4).
Pasamos ahora a señalar cómo este reconocimiento de la Soberanía de
Dios, que se expresa en temor piadoso, obediencia implícita, renuncia
completa y profundo agradecimiento y gozo, fue suprema y perfectamente
ejemplificado por el Señor Jesucristo.
En todas las cosas, el Señor Jesús nos ha dejado un ejemplo para que
siguiéramos Sus pasos. Pero, ¿es esto cierto en relación con el primer punto
mencionado líneas arriba? ¿Las palabras “temor piadoso” siempre se
vinculan con Su nombre sin par? Al recordar que el “temor piadoso” no
significa un terror servil, sino más bien una sujeción filial y reverencia;
también, que “el principio de la sabiduría es el temor de Jehová”, ¿no sería
extraño si no se hiciera ninguna mención del “temor piadoso” en conexión
con Aquel que fue la sabiduría encarnada?[36] ¡Qué maravillosas y preciosas
palabras las de Hebreos 5: 7: “Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo
ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la
muerte, fue oído a causa de su temor reverente” (RV). ¿Qué fue sino el
“temor reverente”, el que causó que el Señor Jesús estuviera “sujeto” a José y
María en los días de su niñez? ¿Acaso no fue el “temor de Dios” – sujeción
filial a y reverencia hacia Dios - el que vemos manifiesto cuando leemos
“vino a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo entró en la
sinagoga, conforme a su costumbre”? (Lucas 4:16) ¿No fue el “temor
piadoso” lo que causó que el Hijo encarnado dijera, cuando Satanás lo tentó
para que se postrara y lo adorara, "Escrito está: “al Señor tu Dios Adorarás, y
solo a él servirás”? ¿No fue el “temor de Dios” lo que lo movió a decirle al
leproso limpio: “ve, muéstrate al sacerdote, y presenta la ofrenda que ordenó
Moisés” (Mateo 8: 4)? Pero, ¿por qué tantas ilustraciones?
¡Cuán perfecta fue la obediencia que el Señor Jesús le ofreció a Dios el
Padre! Y al reflexionar sobre esto, no perdamos de vista la maravillosa gracia
que le causó a Él, que siendo en la misma forma de Dios, inclinarse tanto
como para tomar la forma de un Siervo y así ser llevado al lugar donde la
obediencia era apropiada. Como el Siervo perfecto, Él rindió completa
obediencia a Su Padre. Cuán absoluta y completa fue esa obediencia, lo
podemos aprender de las palabras: “haciéndose obediente hasta la muerte, y
muerte de cruz” (Filipenses 2: 8). Que esta fue una obediencia consciente e
inteligente es claro desde su propio lenguaje: “Por eso me ama el Padre,
porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que
yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para
volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre.” (Juan 10:17, 18).
¿Y qué diremos de la entrega absoluta del Hijo a la voluntad del Padre?
¿Qué había entre Ellos, sino una total unidad de acuerdo? Él dijo: “Porque he
descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me
envió” (Juan 6:38), y ¿con cuánta precisión evidenció esa afirmación? Todos
saben, los que han seguido con atención su camino como se muestra en las
Escrituras. ¡Contempladlo en Getsemaní! La “copa” amarga, sostenida en la
mano del Padre, se presenta a Su vista. Resaltad bien su actitud. Aprended de
Él, que fue manso y humilde de corazón. Recordad que allí, en el Jardín,
vemos que la Palabra se hizo carne, un Hombre perfecto. Su cuerpo tiembla
en cada nervio en contemplación de los sufrimientos físicos que le esperan;
Su naturaleza santa y sensible está rehuyendo de las horribles indignidades
que se acumularán sobre él; Su corazón se está rompiendo ante el horrible
“reproche” que está delante de él; Su espíritu está muy turbado, pues prevé el
terrible conflicto con el Poder de la Oscuridad; y sobre todo, y
supremamente, su alma está llena de horror ante la idea de estar separado de
Dios mismo; por tanto, allí vierte su alma al Padre, y con gran llanto y
lágrimas derrama, por así decirlo, grandes gotas de sangre. Y ahora observad
y escuchad. Aquietad los latidos de vuestros corazones, y escuchad las
palabras que caen de sus benditos labios: “Padre, si quieres, pasa de mí esta
copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42). Aquí está la
sumisión personificada. Aquí está la renuncia del placer de un Dios soberano
ejemplificada de manera superlativa. Y nos ha dejado un ejemplo para que
siguiéramos Sus pasos. ¡El que era Dios se hizo hombre, y fue tentado en
todo como nosotros, pero sin pecado, para mostrarnos cómo vestir nuestra
naturaleza de criaturas!
Acabamos de preguntar: ¿Qué diremos de la entrega absoluta de Cristo a
la voluntad del Padre? Añadimos esto: que aquí, como en todas partes, Él fue
único, sin par. En todas las cosas Él tiene la preeminencia. En el Señor Jesús
no hubo voluntad rebelde a ser quebrantada. En Su corazón no había nada
que someter. ¿No fue esta una razón por la cual, en lenguaje profético, Él
dijo: “Mas yo soy gusano, y no hombre”? (Sal 22: 6), ¡un gusano no tiene
poder de resistencia! Fue porque en Él no había resistencia, que Él pudo
decir: “Mi comida es hacer la voluntad del que me envió” (Juan 4:34). Sí, fue
porque estaba en perfecto acuerdo con el Padre en todas las cosas, que dijo:
“El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de
mi corazón” (Sal. 40: 8). Nótese la última cláusula aquí y contémplese Su
Excelencia incomparable. Dios tiene que poner Sus leyes en nuestras mentes
y escribirlas en nuestros corazones (véase Hebreos 8:10), ¡pero Su ley ya
estaba en el corazón de Cristo!
Qué hermosa y sorprendente ilustración de la gratitud y el gozo de Cristo
la que se encuentra en Mateo 11. Ahí vemos, primero, el fracaso de la fe de
su precursor (vs. 2, 3). Luego, aprendemos del descontento de la gente: no
estuvieron satisfechos con el mensaje alegre de Cristo ni con el solemne de
Juan (vs 16-20). Tercero, tenemos el no arrepentimiento de aquellas ciudades
favorecidas, en las cuales se realizaron las obras más poderosas de nuestro
Señor (vv. 21-24). Y luego leemos: “En aquel tiempo, respondiendo Jesús,
dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas
cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños” (v. 25).
Nótese, que el pasaje paralelo en Lucas 10:21 comienza diciendo: “En
aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu, y dijo: Yo te alabo[37],
oh Padre”, etc. ¡Oh! aquí estaba la sumisión en su forma más pura. Aquí hubo
Uno por quien los mundos fueron hechos, sin embargo, en los días de Su
humillación y frente a Su rechazo, agradecida y gozosamente, se inclinó ante
la voluntad del "Señor de los Cielos y la tierra".
¿Cuál debería ser nuestra actitud hacia la Soberanía de Dios? Finalmente:
5. UNA DE ADORACIÓN RENDIDA.
Se ha dicho bien que “la verdadera adoración se basa en la GRANDEZA
reconocida, y la grandeza se ve superlativamente en la Soberanía, y sobre
ningún otro estrado de pies los hombres realmente adorarán” (J. B. Moody).
En presencia del Rey Divino, en Su trono, hasta los serafines “cubren sus
rostros”.
¡La Soberanía Divina no es la Soberanía de un Déspota tiránico, sino el
placer ejercitado de Aquel que es infinitamente sabio y bueno! Debido a que
Dios es infinitamente sabio, no puede equivocarse, y debido a que Él es
infinitamente justo, no hará mal. Aquí entonces está lo precioso de esta
verdad. El simple hecho de que la voluntad de Dios sea irresistible e
irreversible me llena de miedo, pero una vez que me doy cuenta de que Dios
solo quiere lo que es bueno, hace que mi corazón se regocije.
Aquí está entonces la respuesta final a la pregunta de este capítulo: ¿Cuál
debería ser nuestra actitud hacia la Soberanía de Dios? La actitud apropiada
para nosotros es el temor piadoso, la obediencia implícita, la entrega y
sumisión sin reservas. Pero no solo eso, también el reconocimiento de la
Soberanía de Dios y la comprensión de que el Soberano mismo es mi Padre
deben abrumar al corazón y hacer que me incline ante Él en adoración
rendida. En todo momento debo decir: “Sí, Padre, porque así te agradó".
Concluimos con un ejemplo que ilustra muy bien nuestro significado.
Hace unos doscientos años, la santa Madame Cuyon, después de pasar
diez años en una mazmorra situada muy abajo de la superficie de la tierra,
iluminada solo por una vela a la hora de las comidas, escribió estas palabras:
“Un Pajarillo soy yo,
Del campo abierto vetado;
Empero, en jaula hay canción,
Al Que aquí me ha confinado;
Complacida en mi prisión,
Pues, Dios mío, es vuestro agrado.
Sin nada más para hacer
Canción canto todo el día;
Y a Quien amo complacer,
Sí escucha mi melodía;
Mi ala errante ató en prisión
Mas se inclina todavía para escuchar mi canción.
Límites mi jaula impone;
No puedo afuera volar;
Si bien mi ala bien atada,
En mi corazón libertad,
De mi prisión las paredes controlar no pueden calma,
El vuelo hacia la Deidad, la libertad de mi alma.
¡Oh! Qué bueno remontar
Estas barras encumbradas,
Hacia Aquel cuyo propósito se me permite adorar,
De cuya Providencia, encuéntrome enamorada;
Y hallar en tu voluntad
La alegría tan anhelada: de la mente libertad”.
CAPÍTULO ONCE
DIFICULTADES Y OBJECIONES
“Y si dijereis: No es derecho el camino del Señor, oíd ahora, Casa de
Israel: ¿No es derecho mi camino? ¿No son vuestros caminos torcidos?”
(Ezequiel 18:25).
Se ha llegado a un punto conveniente, cuando ahora podemos examinar,
más definidamente, algunas de las dificultades encontradas y las objeciones
que se pueden presentar en contra de lo que hemos escrito en páginas
anteriores. El autor consideró que era mejor reservarlas para una
consideración por separado, en lugar de tratarlas a medida que avanzaba, ya
que eso habría hecho romper el curso del pensamiento y destruido la unidad
estricta de cada capítulo, o bien complicado nuestras páginas con numerosas
y largas notas al pie de página.
Que hay dificultades involucradas en un intento de establecer la verdad de
la Soberanía de Dios se reconoce fácilmente. Lo más difícil de todo, tal vez,
es mantener el equilibrio de la verdad. Es en gran parte una cuestión de
perspectiva. Que Dios es Soberano se declara explícitamente en la Escritura;
que el hombre es una criatura responsable también se afirma expresamente en
la Sagrada Escritura. Definir la relación de estas dos verdades, fijar la línea
divisoria entre ellas, mostrar exactamente dónde se encuentran, exhibir la
perfecta consistencia de la una con la otra, es la tarea más pesada de todas.
Muchos han declarado abiertamente que es imposible que la mente finita las
armonice. Otros nos dicen que no es necesario ni sabio intentarlo. Pero, como
hemos comentado en un capítulo anterior, nos parece más honroso para Dios
buscar en su Palabra la solución a cada problema. Lo que es imposible para el
hombre es posible con Dios, y aunque garantizamos que la mente finita está
limitada en su alcance, sin embargo, recordamos que las Escrituras nos son
dadas para que el hombre de Dios pueda estar “enteramente preparado”, y si
enfoca su estudio en un espíritu de humildad y expectación, entonces, según
nuestra fe, será para nosotros.
Como se comentó anteriormente, la tarea más difícil a este respecto es
preservar el equilibrio de la verdad mientras se insiste tanto en la Soberanía
de Dios como en la responsabilidad de la criatura. Para algunos de nuestros
lectores, puede parecer que al presionar la Soberanía de Dios hasta donde lo
hemos hecho, el hombre queda reducido a una mera marioneta. Por lo tanto,
para protegerse de esto, modificarían sus definiciones y declaraciones
relacionadas con la Soberanía de Dios y, así, tratarían de embotar el afilado
borde de lo que es tan ofensivo para la mente carnal. Otros, aunque se niegan
a sopesar la evidencia que hemos presentado en apoyo de nuestras
afirmaciones, pueden plantear objeciones que a sus mentes son suficientes
para deshacerse de todo el tema. No perderíamos el tiempo en el esfuerzo de
refutar las objeciones hechas en un espíritu criticón y contencioso, pero si
estamos deseosos de satisfacer justamente las dificultades experimentadas
por aquellos que están ansiosos por obtener un conocimiento más completo
de la verdad. No es que nos consideremos capaces de dar una respuesta
satisfactoria y definitiva a todas las preguntas que puedan formularse. Al
igual que el lector, el escritor sabe sino en parte y ve “oscuramente” a través
de un cristal. Todo lo que podemos hacer es examinar estas dificultades bajo
la luz que ahora tenemos, dependiendo del Espíritu de Dios para poder seguir
conociendo al Señor mejor.
Proponemos ahora volver sobre nuestros pasos y seguir el mismo orden
de pensamiento como el seguido hasta este punto. Como parte de nuestra
“definición” de la Soberanía de Dios afirmamos: "Decir que Dios es
Soberano es declarar que Él es el Todopoderoso, el Poseedor de todo el poder
en el Cielo y la tierra, para que ninguno pueda vencer Sus consejos, frustrar
Su propósito, o resistir su voluntad […] La Soberanía del Dios de la Escritura
es absoluta, irresistible, infinita”. Para expresarlo ahora en su forma más
fuerte, insistimos en que Dios hace lo que le place, solo lo que le place,
siempre como le place; que todo lo que sucede en el tiempo no es sino la
manifestación de lo que Él decretó en la eternidad. Como prueba de esta
afirmación, apelamos a la siguiente Escritura: “Y nuestro Dios está en los
cielos, todo lo que quiso ha hecho” (Sal. 115: 3). “Porque el SEÑOR de los
ejércitos lo ha determinado, ¿y quién lo invalidará? Y aquella su mano
extendida, ¿quién la hará tornar?” (Isaías 14:27). “Y todos los moradores de
la tierra por nada son contados; y en el ejército del cielo, y en los moradores
de la tierra, hace según su voluntad: ni hay quien estorbe con su mano, y le
diga: ¿Qué haces?” (Daniel 4:35). “Porque de él, y por él, y en él, son todas
las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén.” (Romanos 11:36).
Las declaraciones anteriores son tan claras y positivas que cualquier
comentario nuestro sobre ellas simplemente estaría oscureciendo el consejo
con palabras sin conocimiento. Las declaraciones expresas como las que
acabamos de citar son tan amplias y tan dogmáticas que toda controversia
sobre el tema que tratan debería definitivamente llegar a su fin. Sin embargo,
en lugar de recibirlas por su valor nominal, se recurre a todos los dispositivos
de ingenio carnal para neutralizar su fuerza. Por ejemplo, se ha preguntado:
Si lo que vemos en el mundo de hoy no es sino la manifestación del propósito
eterno de Dios, si el consejo de Dios se está cumpliendo AHORA, ¿por qué
nuestro Señor enseñó a sus discípulos a orar, “Hágase tu voluntad en la tierra
como en el cielo”? ¿No es una implicación clara de estas palabras que la
voluntad de Dios no se está haciendo ahora en la tierra? La respuesta es muy
simple. La palabra enfática en la cláusula anterior es “como”. La voluntad de
Dios se está haciendo en la tierra hoy, si no es así, entonces nuestra tierra no
está sujeta al gobierno de Dios, y si no está sujeta a Su gobierno, entonces Él
no es, como la Escritura lo proclama: “El Señor de toda la tierra” (Josué
3:13). Pero la voluntad de Dios no se está haciendo en la tierra como en el
Cielo. ¿Cómo se hace la voluntad de Dios “en el cielo”? Consciente y
alegremente. ¿Cómo es “hecha en la tierra”? en su mayor parte, inconsciente
y descontentamente. En el Cielo, los ángeles cumplen las órdenes de su
Creador de manera inteligente y alegre, pero en la tierra los inconversos entre
los hombres cumplen ciega e ignorantemente su voluntad. Como dijimos en
páginas anteriores, cuando Judas traicionó al Señor Jesús y cuando Pilato lo
sentenció a ser crucificado, bien así, no tenían intenciones conscientes de
cumplir los decretos de Dios; sin embargo, ¡sin saberlo, eso fue lo que
hicieron!
Pero otra vez. Se ha objetado: si todo lo que sucede en la tierra es el
cumplimiento del placer del Todopoderoso, si Dios pre-ordenó antes de la
fundación del mundo todo lo que sucede en la historia humana, entonces,
¿por qué leemos en Génesis 6: 6? “¿Se arrepintió Jehová de haber hecho
hombre en la tierra, y le dolió en su corazón”? ¿Acaso este lenguaje no da a
entender que los antediluvianos habían seguido un curso que su Creador no
había marcado para ellos, y que en vista del hecho de que habían
“corrompido” su camino sobre la tierra, el Señor lamentó haber traído alguna
vez a semejante criatura a la existencia? Después de llegar a esa conclusión,
observemos lo que está involucrado en tal inferencia. Si las palabras “Se
arrepintió Jehová de haber hecho al hombre” son consideradas en un sentido
absoluto, entonces la omnisciencia de Dios sería negada, porque en tal caso
el camino seguido por el hombre no debe haber sido previsto por Dios en el
día en que Él lo creó. Por lo tanto, debe ser evidente para cada alma reverente
que este lenguaje tiene algún otro significado. Afirmamos que las palabras
“Se arrepintió del Señor” son una acomodación a nuestra inteligencia finita,
y al decir esto no estamos tratando de escapar de una dificultad o cortar un
nudo, sino que estamos avanzando una interpretación, que trataremos de
mostrar que está en perfecto acuerdo con la tendencia general de las
Escrituras.
La Palabra de Dios está dirigida a los hombres y, por lo tanto, habla en el
lenguaje de los hombres. Debido a que no podemos elevarnos al nivel de
Dios, Él, en Su gracia, desciende al nuestro y conversa con nosotros en
nuestro propio discurso. El apóstol Pablo nos cuenta cómo “fue arrebatado al
paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar”
(2 Corintios 12: 4). Los que están en la tierra no podrían entender la lengua
vernácula del Cielo. Lo finito no puede comprender lo Infinito, por lo tanto,
el Todopoderoso se digna contar Su revelación en términos que podamos
entender. Es por esta razón que la Biblia contiene muchos antropomorfismos,
es decir, representaciones de Dios en forma de hombre. Dios es Espíritu, sin
embargo, las Escrituras hablan de Él como que tiene ojos, oídos, nariz,
aliento, manos, etc., que sin duda es una acomodación de términos reducidos
al nivel de la comprensión humana.
De nuevo, leemos en Génesis 18:20, 21: “Entonces Jehová le dijo: Por
cuanto el clamor contra Sodoma y Gomorra se aumenta más y más, y el
pecado de ellos se ha agravado en extremo, descenderé ahora, y veré si han
consumado su obra según el clamor que ha venido hasta mí; y si no, lo
sabré.” Ahora, manifiestamente, este es un antropologismo: Dios hablando en
lenguaje humano. Dios conocía las condiciones que prevalecían en Sodoma,
y sus ojos habían sido testigos de sus temibles pecados, sin embargo, se
complace en usar términos que son tomados de nuestro propio vocabulario.
Nuevamente, en Génesis 22:12 leemos Y dijo: “No extiendas tu mano
sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios,
por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único”. Aquí otra vez, Dios está
hablando en el lenguaje de los hombres porque Él “sabía” antes de probar a
Abram exactamente cómo actuaría el patriarca. Así también la expresión de
Dios tan a menudo en Jeremías (7:13, etc.) de “os hablé desde temprano[38]”
es manifiestamente una acomodación de términos.
Una vez más: en la parábola de la viña, Cristo mismo representa a su
dueño diciendo: “Entonces el señor de la viña dijo: ¿Qué haré? Enviaré a mi
hijo amado; quizás cuando le vean a él, le tendrán respeto” (Lucas 20:13); y,
sin embargo, es cierto que Dios sabía perfectamente que el “labrador” de la
viña (los judíos) no “reverenciarían a su Hijo”, sino que lo “despreciarían y
rechazarían” como su propia Palabra lo había declarado.
De la misma manera, entendemos las palabras de Génesis 6: 6: “Se
arrepintió Jehová de haber hecho al hombre en la tierra”, como una
adaptación de términos para la comprensión humana. Este versículo no
enseña que Dios se enfrentó a una contingencia imprevista y, por lo tanto,
lamentaba haber hecho al hombre, sino que expresa el aborrecimiento de un
Dios santo ante la tremenda iniquidad y corrupción en la que el hombre había
caído. Si queda alguna duda en la mente de nuestros lectores sobre la
legitimidad y solidez de nuestra interpretación, una apelación directa a la
Escritura debería eliminarla al instante y por completo: “el que es la Gloria de
Israel [un título Divino] no mentirá, ni se arrepentirá, porque no es hombre
para que se arrepienta” (1 Samuel 15:29). ¡“Toda buena dádiva y todo don
perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay
mudanza, ni sombra de variación”! (Santiago 1:17).
Una cuidadosa atención a lo que hemos dicho arriba arrojará luz sobre
muchos otros pasajes que, si ignoramos su carácter figurativo y no
observamos que Dios se aplica a Sí mismo los modos de expresión humana,
serán oscuros y desconcertantes. Después de haber comentado con tal
extensión sobre Génesis 6: 6, no habrá necesidad de dar una exposición tan
detallada de otros pasajes que pertenecen a la misma clase, sin embargo, para
el beneficio de aquellos de nuestros lectores que pueden estar ansiosos de que
examinemos varias otras Escrituras, iremos a uno o dos más.
Una escritura que a menudo encontramos citada para derrocar la
enseñanza avanzada en este libro es el lamento de nuestro Señor sobre
Jerusalén: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los
que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina
junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!” (Mateo 23:37). Se hace
la pregunta: ¿No muestran estas palabras que el Salvador reconoció la
derrota de su misión, que como pueblo los judíos resistieron todas sus
obsequios de gracia hacia ellos? Al responder a esta pregunta, primero debe
señalarse que nuestro Señor aquí se está refiriendo no tanto a su propia
misión, sino que está reprendiendo a los judíos por haber en todas las edades
rechazado su gracia, esto es claro por su referencia a los “profetas”. El
Antiguo Testamento atestigua plenamente cuán amable y gentilmente Jehová
trató a su pueblo, y con cuánta obstinación extrema, desde el principio hasta
el final, se negaron a ser “juntados” por él, y cómo finalmente los abandonó
para que siguieran sus propios pensamientos. Sin embargo, como las mismas
Escrituras declaran, el consejo de Dios no fue frustrado por su maldad,
porque había sido predicho (y, por lo tanto, decretado) por Él: véase, por
ejemplo, 1 Reyes 8:33.
Mateo 23:37 bien puede ser comparado con Isaías 65: 2 donde el Señor
dice: “Extendí mis manos todo el día a pueblo rebelde, el cual anda por
camino no bueno, en pos de sus pensamientos”. No obstante, se puede
preguntar: ¿Dios buscó hacer aquello que estaba en oposición a su propio
propósito eterno? En palabras tomadas de Calvino, respondemos: “Aunque
para nuestra aprehensión, la voluntad de Dios es múltiple y variada, sin
embargo, Él no hace en sí las cosas en desacuerdo entre sí, sino que asombra
nuestras facultades con su sabiduría variada y “multiforme”, según la
expresión de Pablo, hasta que seamos capacitados para comprender que
misteriosamente desea lo que ahora parece contrario a su voluntad”. Como
ilustración adicional del mismo principio, remitiremos al lector a Isaías 5: 1-
4: “Ahora cantaré por mi amado el cantar de mi amado a su viña. Tenía mi
amado una viña en una ladera fértil. La había cercado y despedregado y
plantado de vides escogidas; había edificado en medio de ella una torre, y
hecho también en ella un lagar; y esperaba que diese uvas, y dio uvas
silvestres. Ahora, pues, vecinos de Jerusalén y varones de Judá, juzgad ahora
entre mí y mi viña. ¿Qué más se podía hacer a mi viña, que yo no haya hecho
en ella? ¿Cómo, esperando yo que diese uvas, ha dado uvas silvestres?” ¿No
es evidente en este lenguaje que Dios se consideraba a sí mismo como si
hubiera hecho lo suficiente para que Israel justificara una expectativa -
hablando a la manera de los hombres- de una mejor respuesta? Sin embargo,
¿no es igualmente evidente cuando Jehová dice aquí, “esperando yo que diese
uvas”, que Él se está acomodando a una forma de expresión finita? Y,
también cuando dice “¿Qué más se podía hacer a mi viña, que yo no haya
hecho en ella?”. Debemos tomar nota de que en la enumeración anterior de lo
que Él había hecho, el “cercado”, etc. Se refiere solo a los privilegios
externos, los medios y las oportunidades que se le habían otorgado a Israel,
porque, por supuesto, incluso entonces pudo haberles quitado su corazón de
piedra y haberles dado un corazón nuevo, incluso un corazón de carne, si Él
así hubiera querido.
Tal vez deberíamos vincularnos con el lamento de Cristo sobre Jerusalén
en Mateo 23:37, Sus lágrimas sobre la ciudad, registradas en Lucas 19:41: “Y
cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella”. En los versículos
que siguen inmediatamente nos enteramos de qué fue lo que ocasionó sus
lágrimas: “diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día,
lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos. Porque vendrán
días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por
todas partes te estrecharán”. Era la perspectiva del terrible juicio que Cristo
sabía que era inminente. ¿Pero esas lágrimas manifestaron a un Dios
decepcionado? No, en verdad. En cambio, mostraron un hombre perfecto. El
Hombre Cristo Jesús no era un estoico sin emociones, sino Uno “lleno de
compasión”. Esas lágrimas expresaban las simpatías sin pecado de Su
humanidad real y pura. Si no hubiera “llorado”, habría sido menos que
humano. Esas “lágrimas” fueron una de las muchas pruebas de que “debía ser
en todo semejante a sus hermanos” (Hebreos 2:17).
En el capítulo uno, afirmamos que Dios es soberano en el ejercicio de su
amor y, al decir esto, somos plenamente conscientes de que a muchos les
molestará la afirmación y que, además, lo que tenemos que decir
probablemente encontrará más críticas que cualquier otra cosa avanzada en
este libro. Sin embargo, debemos ser fieles a nuestras convicciones de lo que
creemos que es la enseñanza de las Sagradas Escrituras, y solo podemos
pedirles a nuestros lectores que examinen diligentemente a la luz de la
Palabra de Dios lo que aquí sometemos a su atención.
Una de las creencias más populares del día es que Dios ama a todos, y el
hecho de que es tan popular entre todas las clases debería ser suficiente para
despertar las sospechas de los que están sujetos a la Palabra de Verdad. El
amor de Dios hacia todas sus criaturas es el principio fundamental y favorito
de los universalistas, los unitarios, los teósofos, los científicos cristianos, los
espiritistas, los russellitas, etc. No importa cómo un hombre pueda vivir, en
abierto desafío del Cielo, sin ninguna preocupación por los intereses eternos
de su alma, y menos aún para la gloria de Dios, muriendo, tal vez con un
juramento en sus labios, a pesar de eso, Dios lo ama, se nos dice. Tan
ampliamente se ha proclamado este dogma, y tan reconfortante es para el
corazón que está en enemistad con Dios, que tenemos poca esperanza de
convencer a muchos de su error. Que Dios ama a todos, es, podemos decir,
toda una creencia moderna. Los escritos de los padres de la iglesia, de los
reformadores o de los puritanos (creemos) serán investigados en vano al
buscar tal concepto en ellos. Tal vez el fallecido D. L. Moody - cautivado por
“La cosa más grandiosa del mundo” de Drummond - más que nadie en el
siglo pasado, popularizó este concepto.
Ha sido habitual decir que Dios ama al pecador aunque Él odia el
pecado[39]. Pero esa es una distinción sin sentido. ¿Qué hay en un pecador
sino pecado? ¿Acaso no es cierto que “toda cabeza está enferma, y todo
corazón doliente”, y que “desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él
cosa sana? (Isaías 1: 5, 6). ¿Es cierto que Dios ama a la persona que
desprecia y rechaza a su Hijo Bendito? Dios es luz, así como amor, y por lo
tanto su amor debe ser un amor santo. Decirle al que rechaza a Cristo que
Dios lo ama, es cauterizar su conciencia, como también darle una sensación
de seguridad por sus pecados. El hecho es que el amor de Dios es una verdad
sólo para los santos, y presentarlo a los enemigos de Dios es tomar el pan de
los hijos y echarlo a los perros. Con la excepción de Juan 3:16, ni una sola
vez en los cuatro Evangelios leemos del Señor Jesús, el Maestro perfecto,
diciendo a los pecadores que ¡Dios los amaba! En el libro de los Hechos, que
registra las labores y los mensajes evangelísticos del Apóstol, ¡el amor de
Dios nunca es referido en absoluto! Pero cuando llegamos a las epístolas,
dirigidas a los santos, tenemos una presentación completa de esta preciosa
verdad – el amor de Dios por los suyos. Busquemos trazar correctamente la
palabra de Dios y entonces no nos hallaremos tomando verdades que hablan
de los creyentes y aplicándolas mal a los no creyentes. A aquello ante lo cual
los pecadores necesitan ser traídos es la inefable santidad, la exigente
rectitud, la inflexible justicia y la terrible ira de Dios. Arriesgando el peligro
de ser mal interpretado, digamos, y nos gustaría poder decirlo a cada
evangelista y predicador en el país - hay demasiada presentación de Cristo a
los pecadores hoy (por aquellos sanos en la fe), y muy poca demostración de
la necesidad que tienen de Cristo, es decir, su condición absolutamente
arruinada y perdida, su peligro inminente y terrible de sufrir la ira venidera, la
terrible culpa que descansa sobre ellos, a los ojos de Dios: presentar a Cristo
a los que nunca se les ha mostrado su necesidad de él, nos parece, es ser
culpables de “arrojar las perlas a los cerdos[40].
Si es cierto que Dios ama a todos los miembros de la familia humana,
entonces, ¿por qué nuestro Señor le dijo a sus discípulos: "El que tiene mis
mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será
amado de mi Padre […] el que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le
amará (Juan 14:21, 23)? ¿Por qué decir “El que me ama, será amado de mi
padre” si el Padre ama a todo el mundo? La misma limitación se encuentra en
Proverbios 8:17: “Yo amo a los que me aman”. Una vez más; leemos:
“Aborreces a todos los que hacen iniquidad”, no meramente las obras de
iniquidad. He aquí, pues es un completo repudio de la actual enseñanza de
que Dios odia el pecado, pero ama al pecador; La Escritura dice: “Aborreces
a todos los que hacen iniquidad” (Sal. 5: 5) “Dios está airado contra el impío
todos los días” (Sal. 7:11). “pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la
vida, sino que la ira de Dios está sobre él”, no que “estará”, sino que incluso
ahora- “está sobre él” (Juan 3:36). ¿Dios puede “amar” a aquel sobre quien su
“ira” está? otra vez, ¿No es evidente que las palabras “el amor de Dios que es
en Cristo Jesús” (Rom 8:39) marcan una limitación en la esfera y los objetos
de su amor? Nuevamente, ¿No es claro a partir de las palabras “a Jacob amé,
mas a Esaú aborrecí” (Rom 9:13) que Dios no ama a todo el mundo? una vez
más, está escrito: “porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el
que recibe por hijo” (Heb. 12: 6). ¿Este versículo no enseña que el amor de
Dios está restringido a los miembros de su propia familia? Si ama a todos los
hombres sin excepción, a continuación, la distinción y la limitación
mencionadas aquí son bastante sin sentido. Por último, nos preguntamos: ¿Es
concebible que Dios amará a los condenados en el lago de fuego? Sin
embargo, si los ama ahora, entonces allí lo hará también, puesto que su amor
no conoce cambio alguno – en Él “no hay mudanza, ni sombra de variación”.
Volviendo ahora a Juan 3:16, debería ser evidente por los pasajes que
acabamos de citar, que este versículo no admitirá la construcción que
usualmente se le atribuye. “De tal manera amó Dios al mundo”. Muchos
suponen que esto significa: toda la raza humana. Pero “toda la raza humana”
incluye a toda la humanidad desde Adán hasta el final de la historia de la
tierra: ¡se extiende tanto hacia atrás como hacia adelante! Consideren,
entonces, la historia de la humanidad antes de que Cristo naciera. Millones
innumerables vivieron y murieron antes de que el Salvador viniera a la tierra,
vivieron aquí “sin esperanza y sin Dios en el mundo”, y por lo tanto pasaron
a una eternidad de fuerte dolor. Si Dios los “amó”, ¿dónde está la menor
prueba de ello? La Escritura declara “¿Quién (Dios) en el pasado (desde la
torre de Babel hasta después de Pentecostés) permitió que todas las naciones
caminaran en sus propios caminos?” (Hechos 14:16). La Escritura declara
que “y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a
una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen” (Romanos 1:28). A
Israel Dios dijo: “A vosotros solamente he conocido de todas las familias de
la tierra” (Amós 3: 2). En vista de estos sencillos pasajes, ¿quién será tan
tonto como para insistir en que Dios en el pasado amó a toda la humanidad?
Lo mismo se aplica con igual fuerza al futuro. Lean el libro de Apocalipsis,
notando especialmente los capítulos 8 al 19, donde se describen los juicios
que se derramarán desde el cielo sobre esta tierra. Lean de las aterradoras
aflicciones, de las espantosas plagas, de las copas de la ira de Dios, que se
derramarán sobre los impíos. Finalmente, lean el vigésimo capítulo de
Apocalipsis, el gran juicio del trono blanco, y vean si pueden descubrir allí el
más mínimo rastro de amor.
Pero el objetor vuelve a Juan 3:16 y dice: “El mundo significa mundo”.
Cierto, pero hemos demostrado que “mundo” no significa la familia humana
completa. El hecho es que “mundo” se usa de manera general. Cuando los
hermanos de Cristo dijeron “muéstrate al mundo” (Juan 7: 4), ¿querían decir
“muéstrate a toda la humanidad”? Cuando los fariseos dijeron “Mirad, el
mundo se va tras él” (Juan 12:19) ¿querían decir que “toda la familia
humana” estaba congregándose tras él? Cuando el Apóstol escribió: “vuestra
fe se divulga por todo el mundo” (Romanos 1: 8), ¿quiso decir que la fe de
los santos en Roma fue tema de conversación de cada hombre, mujer y niño
en la tierra? Cuando Apocalipsis 13: 3 nos informa que “se maravilló toda la
tierra en pos de la bestia”, ¿debemos entender que no habrá excepciones?
Estos y otros pasajes que podrían citarse, muestran que el término “mundo” a
menudo tiene una fuerza relativa más bien que absoluta.
Ahora, lo primero a tener en cuenta en relación con Juan 3:16 es que
nuestro Señor estaba hablando con Nicodemo, un hombre que creía que las
misericordias de Dios solo eran para su propia nación. Allí, Cristo anunció
que el amor de Dios al dar a su Hijo tenía un objeto más amplio en mente,
que fluía más allá de los límites de Palestina, llegando a “regiones más allá”.
En otras palabras, este fue el anuncio de Cristo, que Dios tenía un propósito
de gracia tanto para los gentiles como para los judíos. “De tal manera amó
Dios al mundo”, entonces, significa que el amor de Dios es internacional en
su alcance. ¿Pero significa esto que Dios ama a todo individuo entre los
gentiles? No necesariamente, porque, como hemos visto, el término “mundo”
es general más que específico, relativo más que absoluto. El término
“mundo” en sí mismo no es concluyente. Para determinar quiénes son los
objetos del amor de Dios, se deben consultar otros pasajes donde se menciona
Su amor.
En 2 Pedro 2: 5 leemos: “el mundo de los impíos”. Si entonces, hay un
mundo de impíos, también debe haber un mundo de piadosos. Son estos
últimos los que están en mente en los pasajes que ahora consideraremos
brevemente. “Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da
vida al mundo” (Juan 6:33). Ahora considérenlo bien, Cristo no dijo que él
“ofrece vida al mundo”, sino que “da”. ¿Cuál es la diferencia entre los dos
términos? Esto: una cosa que se “ofrece” puede ser rechazada, pero una cosa
“dada” necesariamente implica su aceptación. Si no se acepta, no se “da”,
simplemente es propuesta. Aquí, entonces, hay una Escritura que afirma
positivamente que Cristo dio vida (espiritual, vida eterna) “al mundo”. Ahora
Él no le da vida eterna al “mundo de los impíos” porque ellos no la tendrán,
no la quieren. Por lo tanto, estamos obligados a entender la referencia en Juan
6:33 como “el mundo de los piadosos”, es decir, el propio pueblo de Dios.
Una más. En 2 Corintios 5:19 leemos: “que Dios estaba en Cristo
reconciliando consigo al mundo”. Lo que se entiende por esto se define
claramente en las palabras que siguen inmediatamente, “no tomándoles en
cuenta a los hombres sus pecados”. Aquí nuevamente, “el mundo” no puede
significar “el mundo de los impíos”, porque sus “transgresiones son
imputadas” a ellos, como lo demostrará el juicio del Gran Trono Blanco. Pero
2 Corintios 5:19 claramente enseña que hay un “mundo” que se “reconcilia”,
reconciliado con Dios porque sus delitos no se les tienen en cuenta, habiendo
sido llevados sobre sí por su Sustituto. ¿Quiénes son? Solo una respuesta es
bastante posible: ¡el mundo del pueblo de Dios!
De la misma manera, el “mundo” en Juan 3:16 debe, en el análisis final,
referirse al mundo del pueblo de Dios. Debemos decir, porque no hay otra
solución alternativa. No puede significar toda la raza humana, porque la
mitad de la raza ya estaba en el infierno cuando Cristo vino a la tierra. Es
injusto insistir en que significa todo ser humano que ahora vive, porque todo
otro pasaje en el Nuevo Testamento donde se menciona el amor de Dios lo
limita a su propio pueblo: ¡busquen y miren! Los objetos del amor de Dios en
Juan 3:16 son precisamente los mismos que los objetos del amor de Cristo en
Juan 13: 1: “Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que su hora había
llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los
suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin”. Podemos admitir que
nuestra interpretación de Juan 3:16 no es una novela inventada por nosotros,
sino una dada casi uniformemente por los Reformadores y puritanos, y
muchos otros desde entonces.
Pasando ahora al Capítulo Tres, La Soberanía de Dios en la Salvación,
innumerables son las preguntas que se pueden plantear aquí. Es extraño, sin
embargo, es cierto, que muchos de los que reconocen el dominio soberano de
Dios sobre las cosas materiales criticarán y objetarán cuando insistamos en
que Dios también es soberano en el ámbito espiritual. Pero su disputa es con
Dios y no con nosotros. Hemos dado las Escrituras en apoyo de todo lo
avanzado en estas páginas, y si eso no satisface a nuestros lectores, es inútil
que intentemos convencerlos. Lo que escribimos ahora está diseñado para
aquellos que se inclinan ante la autoridad de las Sagradas Escrituras, y para
su beneficio, proponemos examinar varias otras Escrituras que han sido
deliberadamente tomadas para este capítulo.
Tal vez el único pasaje que ha presentado la mayor dificultad para
aquellos que han visto que pasaje tras pasaje en la Sagrada Escritura
claramente se enseña la elección de un número limitado para la salvación es 2
Pedro 3: 9: “no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al
arrepentimiento”.
Lo primero que debe decirse sobre el pasaje anterior es que, como todas
las otras Escrituras, debe ser entendido e interpretado a la luz de su contexto.
Lo que hemos citado en el párrafo anterior es solo una parte del versículo, ¡y
la última parte al respecto! Sin duda, debe ser admitido por todos que la
primera mitad del versículo debe tenerse en cuenta. Para poder establecer lo
que se supone significan estas palabras para muchos, es decir, que las
palabras “ninguno” y “todos” deben recibirse sin ninguna calificación, se
debe demostrar que el contexto se refiere a la raza humana completa. Si esto
no se puede mostrar, si no hay una premisa para justificar esto, entonces la
conclusión también debe ser injustificada. Consideremos entonces la primera
parte del versículo.
“El Señor no retarda su promesa”. Nótese “promesa” en número singular,
no “promesas”. ¿Qué promesa está a la vista? ¿La promesa de la salvación?
¿Dónde, en toda la Escritura, ¡Dios alguna vez ha prometido salvar a toda la
raza humana!? ¿Dónde de hecho? No, la “promesa” aquí referida no es acerca
de la salvación. ¿Qué es entonces? El contexto nos dice:
“Sabiendo primero esto, que en los postreros días vendrán burladores,
andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la
promesa de su advenimiento?” (Vs. 3, 4). El contexto luego se refiere a la
promesa de Dios de enviar de regreso a su Hijo amado. Pero muchos largos
siglos han pasado y esta promesa aún no se ha cumplido. Es verdad, pero tan
largo como nos parezca el retraso, el intervalo es corto en el cálculo de Dios.
Como prueba de esto, se nos recuerda: “Mas, oh amados, no ignoréis esto:
que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día” (v.
8). En la cuenta del tiempo de Dios, han pasado menos de dos días desde que
prometió enviar de regreso a Cristo.
Pero aún más, la demora en que el Padre envíe de regreso a Su amado
Hijo no se debe solo a ninguna “inactividad” de su parte, sino que también se
debe a su “longanimidad[41]”. ¿Su longanimidad con quiénes? El versículo
que estamos considerando ahora nos dice: “es paciente para con nosotros”.
¿Y a quién se refiere “para con nosotros”? ¿La raza humana o el pueblo de
Dios? A la luz del contexto, esta no es una pregunta abierta sobre la cual cada
uno de nosotros es libre de formarse una opinión. El Espíritu Santo lo ha
definido. El versículo de apertura del capítulo dice: “Amados, esta es la
segunda carta que os escribo”. Y nuevamente, el versículo que precede
inmediatamente declara: “Mas, oh amados, no ignoréis esto” (v. 8). El “para
con nosotros” entonces son los “amados” de Dios. Ellos a quienes se dirige
esta epístola son “los que [han] alcanzado (no “ejercido”, sino “alcanzado”
como el don soberano de Dios), por la justicia de nuestro Dios y Salvador
Jesucristo, una fe igualmente preciosa que la nuestra (2 Pedro 1: 1) Por lo
tanto, decimos que no hay lugar para la duda, objeción o argumento: los
“para con nosotros” son los elegidos de Dios.
Citemos ahora el versículo como un todo: “El Señor no retarda su
promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con
nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al
arrepentimiento”. ¿Podría haber algo más claro? El “ninguno” que Dios no
está dispuesto a dejar perecer es el “para con nosotros”, con quienes Dios es
“longánimo”, el “amados” de los versículos anteriores. 2 Pedro 3: 9 significa,
entonces, que Dios no enviará de regreso a Su Hijo hasta que “entre la
plenitud de los gentiles” (Romanos 11:25). Dios no enviará de regreso a
Cristo hasta que ese “pueblo”, a los que ahora está “sacando de entre los
gentiles” (Hechos 15:14) esté reunido. Dios no enviará a su Hijo hasta que el
Cuerpo de Cristo esté completo, y eso no será hasta que aquellos a quienes Él
ha elegido para ser salvos en esta dispensación sean llevados a él. Gracias a
Dios por su “longanimidad para con nosotros”. Si Cristo hubiera regresado
veinte años atrás, el escritor habría quedado atrás para perecer en sus
pecados. Pero eso no podía ser así, Dios amablemente retrasó la Segunda
Venida. Por la misma razón, Él todavía está retrasando Su Advenimiento. Su
propósito decretado es que todos Sus elegidos vendrán al arrepentimiento, y
se arrepentirán. El presente intervalo de gracia no terminará hasta que la
última de las “otras ovejas” de Juan 10:16 se haya recogido con seguridad;
entonces, regresará Cristo.
Al exponer la Soberanía de Dios Espíritu en la Salvación, hemos
mostrado que su poder es irresistible, que mediante sus operaciones de gracia
sobre y dentro de ellos, “fuerza” a los elegidos de Dios a venir a Cristo. La
Soberanía del Espíritu Santo se expone no solo en Juan 3: 8 donde se nos
dice: “El viento sopla de donde quiere [...] así es el que es nacido del
Espíritu”, pero también se afirma en otros pasajes. En 1 Corintios 12:11
leemos: “Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo
a cada uno en particular como él quiere”. Y otra vez, leemos en Hechos 16: 6,
7: “Y atravesando Frigia y la provincia de Galacia, les fue prohibido por el
Espíritu Santo hablar la palabra en Asia; y cuando llegaron a Misia,
intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu no se los permitió”. Así vemos cómo
el Espíritu Santo interpuso Su voluntad imperial en oposición a la
determinación de los Apóstoles.
Pero, se objeta en contra de la afirmación de que la voluntad y el poder
del Espíritu Santo son irresistibles; de que aquí hay dos pasajes, uno en el
Antiguo Testamento y el otro en el Nuevo, que parecen estar en contra de tal
conclusión. “Y dijo Jehová: No contenderá mi espíritu con el hombre para
siempre” (Génesis 6: 3), y a los judíos Esteban declaró: “¡Duros de cerviz, e
incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu
Santo; como vuestros padres, así también vosotros. ¿A cuál de los profetas no
persiguieron vuestros padres? Y mataron a los que anunciaron de antemano la
venida del Justo, de quien vosotros ahora habéis sido entregadores y
matadores” (Hechos 7:51, 52). Si entonces los judíos “resistieron” al Espíritu
Santo, ¿cómo podemos decir que su poder es irresistible? La respuesta se
encuentra en Nehemías 9:30 “Les soportaste por muchos años, y les
testificaste con tu Espíritu por medio de tus profetas, pero no escucharon”.
Fueron las operaciones externas del Espíritu las que Israel “resistió”. Fue el
Espíritu hablando por medio de los profetas a quien “no quisieron prestar
oído”. No fue algo que el Espíritu Santo obró en ellos lo que “resistieron”,
sino los motivos que les presentaron los mensajes inspirados de los profetas.
Tal vez ayude al lector a captar mejor nuestro pensamiento si comparamos
Mateo 11: 20-24: “Entonces comenzó a reconvenir a las ciudades en las
cuales había hecho muchos de sus milagros, porque no se habían arrepentido,
diciendo: ¡Ay de ti, Corazín!”. Nuestro Señor pronuncia aquí un ¡ay! contra
estas ciudades por su incapacidad para arrepentirse a causa de las “obras
poderosas” (milagros) que Él hizo a su vista, y ¡no a causa de ninguna
operación interna de Su gracia! Lo mismo es cierto de Génesis 6: 3. Al
comparar 1 Pedro 3: 18-20, se verá que fue por medio de Noé que el Espíritu
de Dios “contendió” con los antediluvianos. La distinción mencionada
anteriormente fue hábilmente resumida por Andrew Fuller (otro escritor
fallecido hace tiempo de quien nuestros modernos podrían aprender mucho)
así: “Hay dos clases de influencias por las cuales Dios obra en las mentes de
los hombres. Primero, lo que es común, y que se efectúa mediante el uso
ordinario de los motivos presentados a la mente para su consideración: en
segundo lugar, lo que es especial y sobrenatural. Lo uno no contiene nada
misterioso, más que la influencia de nuestras palabras y acciones entre
nosotros; lo otro es un misterio tal que no sabemos nada de él, sino por sus
efectos: el primero debería ser efectivo; esto último sí lo es”. La obra del
Espíritu Santo sobre o hacia los hombres siempre es “resistida” por ellos; Su
obra interior siempre es exitosa. ¿Qué dice la Escritura? Esto: “el que
comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de
Jesucristo” (Filipenses 1: 6).
La siguiente pregunta a considerar es: ¿Por qué predicar el Evangelio a
toda criatura? Si Dios el Padre ha predestinado solo un número limitado para
ser salvo, si Dios el Hijo murió para efectuar la salvación de solo aquellos
que el Padre le dio, y si Dios el Espíritu está buscando no vivificar a nadie
más que a los elegidos de Dios, entonces ¿cuál es el uso de dar el Evangelio
al mundo en general?, y ¿dónde está la conveniencia de decir a los pecadores
que “todo aquel que en Cristo cree, no se perderá, sino que tendrá vida
eterna”?
Primero, es de gran importancia que seamos claros sobre la naturaleza
del Evangelio mismo. El Evangelio es la buena nueva de Dios con respecto a
Cristo y no con respecto a los pecadores: “Pablo, siervo de Jesucristo,
llamado a ser apóstol, separado para el Evangelio de Dios. . . acerca de su
Hijo, Jesucristo, nuestro Señor” (Romanos 1: 1, 3).
Dios habría proclamado ampliamente el asombroso hecho de que su
propio Hijo bendecido “se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”
(Filipenses 2: 8). Un testimonio universal debe ser dado del inigualable valor
de la Persona y obra de Cristo. Nótese la palabra testigo en Mateo 24:14. El
Evangelio es el “testimonio” de Dios de las perfecciones de su Hijo. Noten
las palabras del Apóstol: “Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los
que se salvan, y en los que se pierden” (2 Corintios 2:15).
Con respecto al carácter y los contenidos del Evangelio, la mayor
confusión prevalece hoy. El Evangelio no es una “oferta” que ha de ser
manejada por vendedores ambulantes evangélicos. El Evangelio no es una
mera invitación, sino una proclamación, una proclamación acerca de Cristo;
verdadera créanla o no los hombres. A nadie se le pide que crea que Cristo
murió por él en particular. El Evangelio, en resumen, es este: Cristo murió
por los pecadores, tú eres un pecador, cree en Cristo y serás salvo. En el
Evangelio, Dios simplemente anuncia los términos en los cuales los hombres
pueden ser salvos (principalmente, el arrepentimiento y la fe) e,
indiscriminadamente, a todos se les ordena cumplirlos.
Segundo, el arrepentimiento y la remisión de los pecados deben ser
predicados en el nombre del Señor Jesús “entre todas las naciones” (Lucas
24:47), porque los elegidos de Dios están “esparcidos” (Juan 11:52) entre
todas las naciones, y es por la predicación y el escuchar del Evangelio que
son llamados fuera del mundo. El Evangelio es el medio que Dios usa en la
salvación de sus propios elegidos. Por naturaleza, los elegidos de Dios son
hijos de ira “lo mismo que los demás”; son pecadores perdidos que necesitan
un Salvador, y aparte de Cristo, no hay salvación para ellos. Por lo tanto, el
Evangelio debe ser creído por ellos antes de que puedan regocijarse en el
conocimiento de los pecados perdonados. El Evangelio es el abanico
aventador de Dios: separa la paja del trigo, y reúne a este último en Su
granero.
Tercero; debe notarse que Dios tiene otros propósitos en la predicación
del Evangelio que solo la salvación de sus propios elegidos. El mundo existe
por el bien de los elegidos, sin embargo, otros también tienen el beneficio de
éste. Entonces, la Palabra se predica por el bien de los elegidos, mientras que
otros tienen el beneficio de un llamado externo. El sol brilla aunque los
hombres ciegos no lo vean. La lluvia cae sobre las montañas rocosas y
desiertos, así como en los valles fructíferos; de igual manera, Dios permite
que el Evangelio llegue a los oídos de los no elegidos. El poder del Evangelio
es una de las agencias de Dios para mantener frenada la maldad del mundo.
Muchos que nunca son salvados por él son reformados, sus pasiones son
reprimidas, y se les restringe de llegar a ser peores. Además, la predicación
del Evangelio a los no elegidos se convierte en una prueba admirable para su
carácter. Exhibe la costumbre arraigada de su pecado: demuestra que sus
corazones están en enemistad contra Dios: justifica la declaración de Cristo
de que “los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras
eran malas” (Juan 3:19).
Finalmente, es suficiente que sepamos que se nos manda a predicar el
Evangelio a toda criatura. No nos corresponde razonar sobre la consistencia
entre esto y el hecho de que “pocos son elegidos”. Nos corresponde obedecer.
Es una cuestión simple hacer preguntas relacionadas con los caminos de Dios
que ninguna mente finita puede comprender por completo. También nosotros
podemos volvernos y recordarle al objetor que nuestro Señor declaró: “De
cierto os digo que todos los pecados serán perdonados a los hijos de los
hombres, y las blasfemias cualesquiera que sean; pero cualquiera que
blasfeme contra el Espíritu Santo, no tiene perdón jamás, sino que es reo de
juicio eterno.” (Marcos 3:28, 29), y no puede haber ninguna duda, excepto
que algunos de los judíos eran culpables de este mismo pecado (ver Mateo
12:24, etc.) y por lo tanto su destrucción fue inevitable. Sin embargo, apenas
dos meses después, Él ordenó a Sus discípulos que predicaran el Evangelio a
toda criatura. Cuando el objetor pueda mostrarnos la consistencia de estas
dos cosas, el hecho de que algunos de los judíos habían cometido el pecado
para el cual nunca hay perdón, y el hecho de que a ellos el Evangelio debía
ser predicado, nos comprometemos a proporcionar una solución más
satisfactoria que la dada anteriormente a la armonía entre una proclamación
universal del Evangelio y una limitación de su poder salvador a aquellos que
Dios ha predestinado para ser conformes a la imagen de su Hijo.
Una vez más, decimos, no nos corresponde a nosotros razonar sobre el
Evangelio; es nuestro asunto predicarlo. Cuando Dios le ordenó a Abraham
que ofreciera a su hijo como ofrenda quemada, pudo haber objetado que esta
orden era inconsistente con su promesa: “En Isaac te será llamada
descendencia”. Pero en lugar de discutir, obedeció y dejó que Dios
armonizase Su promesa y Su precepto. Jeremías pudo haber argumentado que
Dios le había ordenado que hiciera lo que era completamente irracional
cuando dijo: “Tú, pues, les dirás todas estas palabras, pero no te oirán; los
llamarás, y no te responderán” (Jeremías 7:27); por el contrario, el profeta
obedeció. Ezequiel también pudo haberse quejado de que el Señor le estaba
pidiendo algo difícil cuando dijo: “Hijo de hombre, ve y entra a la casa de
Israel, y habla a ellos con mis palabras. Porque no eres enviado a pueblo de
habla profunda ni de lengua difícil, sino a la casa de Israel. No a muchos
pueblos de habla profunda ni de lengua difícil, cuyas palabras no entiendas; y
si a ellos te enviara, ellos te oyeran. Mas la casa de Israel no te querrá oír,
porque no me quiere oír a mí; porque toda la casa de Israel es dura de frente y
obstinada de corazón” (Ezequiel 3: 4-7).
“Pero, tu alma mía, si fuese tan radiante la verdad,
Debe vuestra vista confundir y deslumbrar,
No obstante, Su Palabra escrita obedece todavía,
Y espera el grandioso y decisivo día”. - Watts.
It has been well said, “The Gospel has lost none of its ancient power. It is,
as much today as when it was first preached, ‘the power of God unto
salvation.’ It needs no pity, no help, and no handmaid. It can overcome all
obstacles, and break down all barriers. No human device need be tried to
prepare the sinner to receive it, for if God has sent it no power can hinder it;
and if He has not sent it, no power can make it effectual” (Dr. Bullinger).
Se ha dicho bien: “El Evangelio no ha perdido nada de su antiguo poder.
Es, tanto hoy como cuando se predicó por primera vez, ‘el poder de Dios para
salvación’. No necesita conmiseración, ayuda alguna ni esclava. Puede
superar todos los obstáculos y romper todas las barreras. Ningún estratagema
humano necesita ser usado para preparar al pecador para recibirlo, porque si
Dios lo ha enviado, ningún poder puede obstaculizarlo; y si no lo ha enviado,
ningún poder puede hacerlo efectivo” (Dr. Bullinger).
Este capítulo podría extenderse indefinidamente, pero ya es demasiado
largo, por lo que una o dos palabras más deben ser suficientes. Varias otras
preguntas serán tratadas en las páginas que siguen, y aquellas que fallamos en
tocar, el lector debe llevarlas al Señor mismo quien ha dicho: “Y si alguno de
vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos
abundantemente y sin reproche, y le será dada” (Santiago 1: 5).
CAPÍTULO DOCE
EL VALOR DE ESTA DOCTRINA
“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para
redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de
Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo
3:16, 17).
“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para
redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de
Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo
3:16, 17). “Enseñar[42]” significa “doctrina”, y es por la doctrina o
enseñanza que las grandes realidades de Dios y de nuestra relación con Él -
de Cristo, del Espíritu, de la salvación, la gracia, la gloria - nos son reveladas.
Es por la doctrina (a través del poder del Espíritu) que los creyentes son
nutridos y edificados, y donde se descuida la doctrina, el crecimiento en la
gracia y el testimonio efectivo de Cristo necesariamente cesan. Cuán triste es
que esa doctrina ahora sea denunciada como “poco práctica” cuando, de
hecho, la doctrina es la base misma de la vida práctica. Hay una conexión
inseparable entre la creencia y la práctica: “Porque cual es su pensamiento en
su corazón, tal es él” (Prov. 23: 7). La relación entre la verdad divina y el
carácter cristiano es de causa y efecto: “Y conoceréis la verdad, y la verdad
os hará libres” (Juan 8:32), libres de ignorancia, libres de prejuicios, libres de
error, libres de las artimañas de Satanás, libres del poder del mal; y si la
verdad no es “conocida” entonces tal libertad no será disfrutada. Obsérvese el
orden de mención en el pasaje con el que hemos abierto: ¡Todas las
Escrituras son útiles, primero para “enseñanza”! El mismo orden se observa a
través de las Epístolas, particularmente en los grandes tratados doctrinales del
apóstol Pablo. Lean la Epístola de “Romanos” y se encontrarán que no hay
una sola amonestación en los primeros cinco capítulos. En la Epístola de
“Efesios” no hay exhortaciones sino hasta que se alcanza el cuarto capítulo.
El orden es, primero, exposición doctrinal, y luego, la amonestación o
exhortación para la regulación del caminar diario.
La sustitución (suplantación) que ha sufrido la exposición doctrinal por la
llamada predicación “práctica” es la causa principal de muchas de las
enfermedades malignas que ahora afligen a la Iglesia de Dios. La razón por la
cual hay tan poca profundidad, tan poca inteligencia, tan poca comprensión
de las verdades fundamentales del cristianismo es porque muy pocos
creyentes se han establecido en la fe por medio del escuchar expositivo y
mediante su propio estudio personal de las doctrinas de la gracia. Mientras su
alma no esté establecida en la doctrina de la Inspiración Divina de la
Escritura, su inspiración plenaria y verbal, no puede haber un fundamento
firme para la fe sobre el cual descansar. Mientras el alma ignora la doctrina
de la Justificación, no puede haber una seguridad real e inteligente de su
aceptación en el Amado. Mientras el alma no esté familiarizada con la
enseñanza de la Palabra acerca de la Santificación, está abierta para recibir
todas las crudezas y errores de los Perfeccionistas o del pueblo de “la
Santidad”. Mientras el alma no sepa lo que la Escritura tiene que decir sobre
la doctrina del Nuevo Nacimiento, no puede haber una comprensión
apropiada de las dos naturalezas en el creyente, y la ignorancia aquí
inevitablemente resulta en la pérdida de la paz y la alegría. Y así podríamos
seguir con la lista de la doctrina cristiana. Es la ignorancia de la doctrina lo
que ha dejado a la iglesia profesante indefensa para hacer frente a la creciente
ola de infidelidades. Es la ignorancia de la doctrina la principal responsable
de que miles de cristianos profesantes queden cautivados por los numerosos
falsos ismos de la época. Es debido a que ha llegado el momento en que la
mayor parte de nuestras iglesias “no soportará la sana doctrina” (2 Timoteo
4: 3) que con tanta facilidad reciben falsas doctrinas. Por supuesto, es cierto
que la doctrina, como cualquier otra cosa en las Escrituras, puede estudiarse
desde un punto de vista intelectual meramente frío, y enfocada así, la
enseñanza doctrinal y el estudio doctrinal dejarán intacto el corazón, y serán
naturalmente “secos” y sin provecho. Pero, la doctrina correctamente
recibida, la doctrina estudiada con un corazón ejercitado, siempre conducirá a
un conocimiento más profundo de Dios y de las inescrutables riquezas de
Cristo.
La doctrina de la Soberanía de Dios no es un mero dogma metafísico que
carece de valor práctico, sino que está calculado para producir un poderoso
efecto sobre el carácter cristiano y el caminar diario. La doctrina de la
Soberanía de Dios se encuentra en el fundamento de la teología cristiana, y,
en importancia, es tal vez solo superada por la Inspiración Divina de las
Escrituras. Es el centro de gravedad en el sistema de la verdad cristiana: el sol
alrededor del cual se agrupan todos los orbes menores. Es el hito de oro al
que conduce cada carretera del conocimiento y de la cual todas irradian. Es el
cordón sobre el cual todas las otras doctrinas están enebradas como tantas
perlas, manteniéndolas en su lugar y dándoles unidad. Es la plomada por la
cual se necesita medir cada credo, el equilibrio en el que se debe pesar cada
dogma humano. Está diseñada como el ancla para nuestras almas en medio de
las tormentas de la vida. La doctrina de la Soberanía de Dios es un cordial
Divino para refrescar nuestros espíritus. Está diseñada y adaptada para
moldear los afectos del corazón y para dar una dirección correcta a la
conducta. Produce gratitud en la prosperidad y paciencia en la adversidad.
Ofrece comodidad para el presente y una sensación de seguridad en lo que
respecta al futuro desconocido. Es, y lo hace todo, y mucho más de lo que
acabamos de decir porque atribuye a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, la
gloria que le es debida, y coloca a la criatura en su lugar apropiado ante Él:
en el polvo.
Ahora consideraremos el valor de la doctrina en detalle.
l. PROFUNDIZA NUESTRA VENERACIÓN DEL CARÁCTER
DIVINO.
La doctrina de la Soberanía de Dios, tal como se desarrolla en las
Escrituras, ofrece una visión exaltada de las perfecciones Divinas. Mantiene
Sus derechos creativos. Insiste en que “para nosotros, sin embargo, sólo hay
un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para
él; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros
por medio de él” (1 Corintios 8: 6). Declara que sus derechos son los del
“alfarero” que da forma y moldea la arcilla en recipientes de cualquier tipo y
para cualquier uso que le plazca. Su testimonio es “porque tú creaste todas las
cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas” (Apocalipsis 4:11).
Argumenta que ninguno tiene derecho a “responder” en contra de Dios, y que
la actitud apropiada a asumir de parte de la criatura es una de reverente
sumisión ante él. Por lo tanto, la aprehensión de la supremacía absoluta de
Dios es de gran importancia práctica, ya que, a menos que tengamos
debidamente en cuenta su alta soberanía, Él nunca será honrado en nuestros
pensamientos acerca de Él, ni tendrá su lugar apropiado en nuestros
corazones y vidas.
Exhibe la inescrutabilidad de Su sabiduría. Muestra que, si bien Dios es
inmaculado en su santidad, ha permitido que el mal entre a su bella creación;
que si bien es el Poseedor de todo poder, ha permitido que el diablo combata
contra él durante al menos seis mil años; que si bien Él es la encarnación
perfecta del amor, Él no perdonó a su propio Hijo; que mientras Él es el Dios
de toda gracia, las multitudes serán atormentadas por los siglos de los siglos
en el Lago de Fuego. Los misterios altos son estos. La Escritura no los niega,
sino que reconoce su existencia: “¡Oh profundidad de las riquezas de la
sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e
inescrutables sus caminos!” (Romanos 11:33).
Hace conocer la irreversibilidad de su voluntad. “el Señor, que hace
conocer todo esto desde tiempos antiguos” (Hechos 15:18). Desde el
principio, Dios se propuso glorificarse a sí mismo: “a él sea gloria en la
iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos.
Amén” (Efesios 3:21). Para este fin Él creó el mundo y formó al hombre. Su
plan omnisapiente no fue derrotado cuando el hombre cayó, porque en el
Cordero “inmolado desde la fundación del mundo” (Apocalipsis 13: 8)
contemplamos la caída anticipada. Tampoco el propósito de Dios será
frustrado por la maldad de los hombres desde la Caída, como se desprende de
las palabras del Salmista: “Ciertamente la ira del hombre te alabará; tú
reprimirás el resto de las iras” (Sal. 76:10). Debido a que Dios es el
Todopoderoso, su voluntad no puede ser resistida. “Sus propósitos se
originaron en la eternidad, y se llevan adelante sin cambio a la eternidad. Se
extienden a todas Sus obras y controlan todos los eventos. Él ‘hace todas las
cosas según el consejo de su propia voluntad’” (Dr. Rice). Ni el hombre ni el
diablo pueden resistirle con éxito, por lo tanto está escrito: “Jehová reina;
temblarán los pueblos” (Salmo 99: 1).
Magnifica su gracia. La gracia es un favor inmerecido, y debido a que la
gracia es mostrada a los que no la merecen y a los merecedores del Infierno, a
aquellos que no tienen ningún derecho ante Dios, por lo tanto, la gracia es
gratuita y puede manifestarse hacia el mayor de los pecadores. Pero debido a
que la gracia se ejerce hacia aquellos que carecen de dignidad o mérito, la
gracia es soberana; es decir, Dios otorga la gracia a quien le place. La
Soberanía Divina ha ordenado que algunos sean arrojados al Lago de Fuego
para mostrar que todos merecían tal perdición. Pero la gracia entra como una
red y saca de una humanidad perdida a un pueblo para el nombre de Dios,
para ser por toda la eternidad los monumentos de Su inescrutable favor. La
gracia soberana revela a Dios derribando la oposición del corazón humano,
subyugando la enemistad de la mente carnal y trayéndonos a amarlo porque
Él primero nos amó.
2. ES EL FUNDAMENTO SÓLIDO DE TODA RELIGIÓN
VERDADERA.
Esto naturalmente se desprende de lo que hemos dicho anteriormente bajo
el primer encabezado. Si solo la doctrina de la Soberanía Divina le da a Dios
el lugar que le corresponde, entonces también es cierto que ella sola puede
proporcionar una base firme sobre la cual construir la religión práctica. No
puede haber progreso en las cosas Divinas hasta que haya un reconocimiento
personal de que Dios es Supremo, que se le debe temer y venerar; y que se le
debe reconocer y servir como Señor. Leemos las Escrituras en vano a menos
que lleguemos a ellas deseando sinceramente un mejor conocimiento de la
voluntad de Dios para nosotros: cualquier otro motivo es egoísta y
completamente inadecuado e indigno. Cada oración que elevamos a Dios no
es más que una presunción carnal a menos que se ofrezca “según Su
voluntad”: ¡Cualquier cosa carente de esto, es pedir ‘inapropiadamente’ que
podamos consumir lo que se pide de acuerdo con nuestras propias
concupiscencias! Cada servicio en el que participamos no es más que una
“obra muerta” a menos que se haga para la gloria de Dios. La religión
experimental consiste principalmente en la percepción y el desempeño de la
voluntad divina, el rendimiento tanto activo como pasivo. Estamos
predestinados a ser “conformados a la imagen del Hijo de Dios”, cuya
comida fue siempre hacer la voluntad del que lo envió, y la medida en que
cada santo se está “conformando” prácticamente, en su vida diaria, está en
gran medida determinada por su respuesta a la palabra de nuestro Señor:
“Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde
de corazón”.
3. REPUDIA LA HEREJÍA DE LA SALVACIÓN POR OBRAS.
“Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de
muerte” (Proverbios 14:12). El camino que “parece derecho” y que termina
en “muerte”, muerte eterna, es salvación por esfuerzo y mérito humano. La
creencia en la salvación por obras es una que es común a la naturaleza
humana. Puede que no siempre asuma la forma grosera de las penitencias de
los papistas, o incluso del “arrepentimiento” protestante, es decir, de la
aflicción por el pecado, que nunca es el significado del arrepentimiento en las
Escrituras; cualquier cosa que le dé al hombre un lugar no es más que una
variedad del mismo género malvado. Para decir, como ¡desafortunadamente!
muchos predicadores dicen: Dios está dispuesto a hacer su parte si tú lo haces
la tuya, es una negación miserable y sin excusa del Evangelio de su gracia.
Declarar que Dios ayuda a quienes se ayudan a sí mismos es repudiar una de
las verdades más preciosas que se enseñan en la Biblia, y en la Biblia sola; a
saber, que Dios ayuda a aquellos que no pueden ayudarse a sí mismos, que lo
han intentado una y otra vez solo para fallar. Decir que la salvación del
pecador gira sobre la acción de su propia voluntad es otra forma del dogma
de salvación que deshonra a Dios mediante los esfuerzos humanos. En el
análisis final, cualquier movimiento de la voluntad es un trabajo: es algo de
mí, algo que hago. Pero la doctrina de la Soberanía de Dios pone el hacha en
la raíz de este mal al declarar: “Así que no depende del que quiere, ni del que
corre, sino de Dios que tiene misericordia.” (Romanos 9:16). Alguien dirá:
¡Tal doctrina conducirá a los pecadores a la desesperación! La respuesta es:
Que sea así; es precisamente esa desesperación la que el escritor anhela ver
prevalecer. No es hasta que el pecador se desespere de cualquier ayuda de sí
mismo, que alguna vez caerá en los brazos de la misericordia soberana; pero
si una vez que el Espíritu Santo lo convence de que no hay ayuda en sí
mismo, entonces reconocerá que está perdido, y clamará: “Dios, sé propicio a
mí, pecador”, y tal clamor será escuchado. Si se permite que el autor sea
testigo personal, durante el curso de su ministerio ha descubierto que los
sermones que ha predicado sobre la depravación humana, la impotencia del
pecador para hacer algo él mismo y la salvación del alma recurriendo a la
misericordia soberana de Dios, han sido los más reconocidos y bendecidos en
la salvación de los perdidos. Repetimos, entonces, que una sensación de total
impotencia es el primer requisito previo para cualquier conversión genuina.
No hay salvación para ningún alma hasta que se aleje de sí misma, mire a
algo, sí, a Alguien, fuera de sí mismo.
4. ES PROFUNDAMENTE HUMILLANTE PARA LA
CRIATURA.
Esta doctrina de la Soberanía absoluta de Dios es un gran ariete contra el
orgullo humano, y en esto contrasta fuertemente con las “doctrinas de los
hombres”. El espíritu de nuestra época es esencialmente el de jactarse y
gloriarse en la carne. Los logros del hombre, su desarrollo y progreso, su
grandeza y autosuficiencia, son el santuario en el que el mundo adora hoy.
Pero la verdad de la Soberanía de Dios, con todos sus corolarios, quita todo
terreno para la jactancia humana e inculca el espíritu de humildad en su lugar.
Declara que la salvación es del Señor: del Señor en su origen, en su operación
y en su consumación. Insiste en que el Señor tiene que aplicar también como
suministrar; que tiene que completar también como comenzar su obra de
salvación en nuestras almas; que no solo tiene que reclamar sino también
mantenernos y sostenernos hasta el fin. Enseña que la salvación es por gracia
mediante la fe, y que todas nuestras obras (antes de la conversión), tanto
buenas como malas, no cuentan en absoluto para la salvación. Nos dice que
no somos “engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de
varón, sino de Dios” (Juan 1:13). Y todo esto es sumamente humillante para
el corazón del hombre que quiere contribuir con algo al precio de su
redención y hacer lo que dará pie a la jactancia y la autosatisfacción.
Pero si esta doctrina nos humilla, resulta en alabanza a Dios. Si, a la luz
de la soberanía de Dios, hemos visto nuestra indignidad e impotencia,
ciertamente lloraremos con el salmista: “Todas mis fuentes están en ti”
(Salmo 87: 7). Si por naturaleza éramos “hijos de ira” y por la práctica
rebeldes contra el gobierno Divino y estabamos justamente expuestos a la
“maldición” de la Ley, y si Dios no estaba bajo la obligación de rescatarnos
de la indignación ardiente y sin embargo, Él entregó a su Hijo bien amado
por todos nosotros; entonces, ¿cómo tal gracia y amor no derretirán nuestros
corazones; cómo la aprehensión de esto no nos hará decir con gratitud de
adoración: “No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros, sino a tu nombre da
gloria, por tu misericordia, por tu verdad” (Sal. 115: 1). Con cuánta prontitud
cada uno de nosotros reconocerá: “¡Por la gracia de Dios soy lo que soy!”.
Con cuánta alabanza de asombro exclamaremos:
“¿Por qué se me hizo oír Su voz
y entrar mientras aún había lugar,
Cuando miles hacen la elección atroz
de morir de inanición antes que entrar?
Fue el mismo amor que banquete quiso dar,
Que dulcemente a entrar nos ha obligado;
De lo contrario, aún nos negaríamos a probar
Para perecer en el pecado”.
5. POPORCIONA UN SENTIDO DE SEGURIDAD
ABSOLUTA.
Dios es infinito en poder y, por lo tanto, es imposible resistir su voluntad
o resistir la ejecución de sus decretos. Una afirmación como esa, está bien
calculada para llenar de alarma al pecador, pero del santo no evoca más que
alabanza. Agreguemos una palabra y veamos la diferencia que hace: ¡Mi Dios
tiene poder infinito! entonces “no temeré lo que pueda hacerme el hombre”.
Mi Dios tiene poder infinito, entonces “¿de quién temeré?; confiaré en él”.
Mi Dios tiene poder infinito, entonces “en paz me acostaré, y asimismo
dormiré; porque solo tú, Jehová, me haces vivir confiado” (Salmo 4: 8). Por
todas las edades, esta ha sido la fuente de la confianza de los santos. ¿No fue
esta la seguridad de Moisés cuando, en sus palabras de despedida a Israel,
dijo: “no hay como el Dios de Jesurún, Quién cabalga sobre los cielos para tu
ayuda, y sobre las nubes con su grandeza. El eterno Dios es tu refugio, y acá
abajo los brazos eternos”? (Deuteronomio 33:26, 27). ¿No fue este sentido
de seguridad lo que causó que el salmista, movido por el Espíritu Santo,
escribiera: “El que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra del
Omnipotente. Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en
quien confiaré. El te librará del lazo del cazador, de la peste destructora. Con
sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro; escudo y adarga es
su verdad. No temerás el terror nocturno, ni saeta que vuele de día, ni
pestilencia que ande en oscuridad, ni mortandad que en medio del día
destruya. Caerán a tu lado mil, y diez mil a tu diestra; mas a ti no llegará […]
porque has puesto a Jehová, que es mi esperanza, Al Altísimo por tu
habitación, no te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada” (Sal. 91: 1-7, 9-
10)?
“La muerte y las plagas circundan me en su vuelo,
Hasta que él diga, morir aquí no puedo;
Ni un solo rayo golpeará de mí un costado
Hasta que el Dios de amor considere así apropiado”.
¡Oh, cuán preciosa esta verdad! Aquí estoy yo, una pobre “oveja”,
desamparada y sin sentido, sin embargo, estoy seguro en la mano de Cristo.
¿Y por qué estoy seguro allí? ¡Ninguno puede arrancarme de allí porque la
mano que me sostiene es la del Hijo de Dios, y todo el poder en el Cielo y en
la tierra es Suyo! De nuevo, no tengo fuerza propia: el mundo, la carne y el
diablo están contra mí, así que me encomiendo al cuidado y guarda del Señor,
y digo con el Apóstol: “Por lo cual asimismo padezco esto; pero no me
avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso
para guardar mi depósito para aquel día” (2 Timoteo 1:12). ¿Y cuál es el
fundamento de mi confianza? ¿Cómo sé que Él puede guardar lo que le he
encomendado? Lo sé porque Dios es Todopoderoso, el Rey de reyes y Señor
de señores.
6. SUMINISTRA CONSUELO EN EL DOLOR.
La doctrina de la Soberanía de Dios está llena de consuelo e imparte una
gran paz al cristiano. La Soberanía de Dios es un fundamento inconmovible y
es más firme que los cielos y la tierra. ¡Qué bendición saber que no hay
ningún rincón del universo que esté fuera de su alcance! como dijo el
salmista: “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia?
Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí,
allí tú estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun
allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra. Si dijere: Ciertamente las
tinieblas me encubrirán; aun la noche resplandecerá alrededor de mí. Aun
las tinieblas no encubren de ti, y la noche resplandece como el día; lo mismo
te son las tinieblas que la luz” (Salmo 139: 7-12). ¡Qué bendito es saber que
la mano fuerte de Dios está sobre todas y cada una de las cosas! ¡Qué
bendición saber que ni un gorrión cae al suelo sin su permiso!
Cuán bendito es saber que nuestras aflicciones no vienen ni por
casualidad ni por el demonio, sino que Dios las ordena y organiza: “a fin de
que nadie se inquiete por estas tribulaciones; porque vosotros mismos sabéis
que para esto estamos puestos” (1 Tes 3: 3).
Pero nuestro Dios no solo tiene un poder infinito. Él es infinito en
sabiduría y bondad también. Y aquí vemos cuán preciosa es esta verdad.
¡Dios solo quiere lo que es bueno y Su voluntad es irreversible e irresistible!
Dios es demasiado sabio para equivocarse y demasiado amoroso para
causarle a su hijo una lágrima innecesaria. Por lo tanto, si Dios es la sabiduría
perfecta y la bondad perfecta, cuán bendita es la seguridad de que todo está
en Su mano y moldeado por Su voluntad de acuerdo con Su propósito eterno.
“He aquí, arrebatará; ¿quién le hará restituir? ¿Quién le dirá: ¿Qué haces?”
(Job 9:12). Sin embargo, ¡qué reconfortante es saber que es “Él”, y no el
diablo, quien “arrebata” a nuestros seres queridos! ¡Oh! qué paz para nuestros
pobres corazones débiles que se les diga que el número de nuestros días está
con él (Job 7: 1; 14: 5); esa enfermedad y muerte son sus mensajeros y
siempre marchan bajo Sus órdenes; ¡que es el Señor quien da y el Señor
quien quita!
7. ENGENDRA UN ESPÍRITU DE DULCE RENUNCIA.
Ceder ante la soberana voluntad de Dios es uno de los grandes secretos de
la paz y la felicidad. No puede haber una sumisión real con contentamiento
hasta que estemos quebrantados de espíritu, es decir, hasta que estemos
dispuestos y contentos de que el Señor cumpla su voluntad en nosotros. No es
que estemos insistiendo en un espíritu de aquiescencia fatalista: lejos de eso.
Se exhorta a los santos a “[comprobar] cuál sea la buena voluntad de Dios,
agradable y perfecta.” (Romanos 12: 2).
Hablamos sobre este tema de la renuncia ante la voluntad de Dios en el
capítulo sobre nuestra actitud hacia la Soberanía de Dios, y allí, además del
Patrón supremo, citamos los ejemplos de Eli y Job: ahora complementaremos
sus casos con más ejemplos. Qué palabra la que encontramos en Levítico 10:
3: “Y Aarón calló”. Fíjense en las circunstancias: “Nadab y Abiú, hijos de
Aarón, tomaron cada uno su incensario, y pusieron en ellos fuego, sobre el
cual pusieron incienso, y ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él
nunca les mandó. Y salió fuego de delante de Jehová y los quemó, y
murieron delante de Jehová” […] “y Aarón calló”. Dos de los hijos de los
sumos sacerdotes fueron muertos, muertos por una visita del juicio Divino, y
probablemente estaban ebrios en ese momento; además, esta prueba vino
repentinamente sobre Aarón, sin nada que lo preparara para ello; sin
embargo, él “calló”. ¡Preciosa ejemplificación del poder de la gracia
suficiente de Dios!
Consideren ahora una declaración que salió de los labios de David: “Pero
dijo el rey a Sadoc: Vuelve el arca de Dios a la ciudad. Si yo hallare gracia
ante los ojos de Jehová, él hará que vuelva, y me dejará verla y a su
tabernáculo. Y si dijere: No me complazco en ti; aquí estoy, haga de mí lo
que bien le pareciere” (2 Samuel 15:25, 26). Aquí, también, las
circunstancias que confrontaron al hablante fueron excesivamente tentativas
para el corazón humano. David estaba dolorido por la pena. Su propio hijo lo
estaba sacando del trono y buscando su propia vida. Si alguna vez volvería a
ver Jerusalén y el Tabernáculo, no lo sabía. Pero él estaba tan entregado a
Dios, estaba tan completamente seguro de que su voluntad era lo mejor, que a
pesar de que significaba la pérdida del trono y la pérdida de su vida, estaba
contento de que Dios hiciera las cosas a su manera: “haga de mí lo que bien
le pareciere”.
No es necesario añadir más ejemplos, pero haremos una reflexión sobre el
último caso. Si en medio de las sombras de la dispensación del Antiguo
Testamento, David estaba contento de que el Señor hiciera Su voluntad, ahora
que el corazón de Dios se ha revelado plenamente en la Cruz ¡cuánto más
debemos deleitarnos en la ejecución de Su voluntad! Seguramente no
dudaremos en decir:
“Enfermedad que Él bendice, es nuestro bien,
Y el bien infeliz, enfermedad,
Van bien las cosas, aunque en apariencia malísimas se ven,
Si esa es su dulce voluntad”.
8. EVOCA UNA CANCIÓN DE ALABANZA.
No podría ser de otra manera. ¿Por qué debería yo, que por naturaleza no
soy diferente de las multitudes descuidadas y ateas, haber sido escogido en
Cristo antes de la fundación del mundo y ahora bendecido con todas las
bendiciones espirituales en los lugares celestiales en Él? ¿Por qué fui yo, que
una vez fui extranjero y un rebelde, escogido para tan maravillosos favores?
¡Oh! eso es algo que no puedo entender. Tal gracia, tal amor, “que excede
todo conocimiento”. Pero si mi mente es incapaz de discernir una razón, mi
corazón puede expresar su gratitud en alabanza y adoración. Pero no solo
debo estar agradecido a Dios por su gracia hacia mí en el pasado, sus tratos
actuales me deben llenar de acción de gracias. ¿Cuál es la fuerza de la palabra
“regocijaos en el Señor siempre? (Filipenses 4: 4). Nótese que no es
“regocijaos en el Salvador”, sino que debemos “regocijarnos en el Señor”
como “Señor”, como el Amo de toda circunstancia. Necesitamos recordarle al
lector, que cuando el Apóstol escribió estas palabras, él mismo era un
prisionero en manos del gobierno romano. Un largo curso de aflicción y
sufrimiento yacía detrás de él. Los peligros en la tierra y los peligros en el
mar, el hambre y la sed, los azotes y la lapidación, todo había sido
experimentado. Había sido perseguido tanto por los que estaban dentro de la
iglesia como por los de afuera; los mismos que deberían haber estado a su
lado lo habían abandonado. Y aún escribe: “¡Regocijaos en el Señor
siempre!” ¿Cuál fue el secreto de su paz y felicidad? ¡Oh! ¿No había escrito
este mismo Apóstol: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas
les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”
(Romanos 8:28)? ¿Pero cómo lo supo él, y cómo “sabemos” que todas las
cosas obran en conjunto para bien? La respuesta es: Debido a que todas las
cosas están bajo el control de y están siendo reguladas por el Soberano
Supremo, y porque Él no tiene nada más que pensamientos de amor hacia los
Suyos, entonces “todas las cosas” están tan ordenadas por Él que se hacen
para servir a nuestro Máximo bien. Es por esta causa que debemos dar
“gracias siempre a Dios y al Padre en el nombre de nuestro Señor Jesucristo”
(Efesios 5:20). Sí, dad gracias por “todas las cosas” porque, como bien se ha
dicho, “todas nuestras decepciones, son de Dios designaciones”. Para aquél
que se deleita en la soberanía de Dios, las nubes no solo tienen una “fondo de
plata” sino que son plateadas todo el tiempo, la oscuridad sirviendo solo para
compensar la luz:
“Oíd santos temerosos, nuevo coraje tomad
Esas nubes gigantescas que bastante habéis temido,
De misericordia henchidas muy pronto se romperán
Y sobre vuestras cabezas bendición habrán traído”.
9. GARANTIZA EL TRIUNFO FINAL DEL BIEN SOBRE EL
MAL.
Desde el día en que Caín mató a Abel, el conflicto en la tierra entre el
bien y el mal ha sido un doloroso problema para los santos. En todas las
épocas, los injustos parecen haber desafiado a Dios con impunidad. El pueblo
del Señor, en su mayor parte, ha sido pobre en el bien de este mundo,
mientras que los malvados en su prosperidad temporal han florecido como el
árbol de laurel verde. Cuando uno mira a su alrededor y contempla la
opresión de los creyentes y el éxito terrenal de los incrédulos, y observa cuán
pocos son los primeros y cuán numerosos son los últimos; cuando ve la
aparente derrota del derecho y el triunfo del poder y el mal; cuando oye el
rugido de la batalla, los gritos de los heridos y las lamentaciones de los
afligidos; a medida que descubre que casi todo aquí abajo está en confusión,
caos y ruinas, parece que Satanás estuviera obteniendo lo mejor del conflicto.
Pero cuando uno mira arriba, en lugar de alrededor, es claramente visible
para el ojo de la fe un Trono, un Trono no afectado por las tormentas de la
tierra, un Trono “estable”, estable y seguro; y sobre él está sentado Uno cuyo
nombre es el Todopoderoso, y que “hace todas las cosas según el designio de
su voluntad” (Efesios 1:11). Esta es nuestra confianza: Dios está en el trono.
El timón está en Su mano, y siendo Todopoderoso. Su propósito no puede
fallar porque “si él determina una cosa, ¿quién lo hará cambiar? Su alma
deseó, e hizo” (Job 23:13). Aunque la mano gobernante de Dios es invisible
al ojo de los sentidos, es real para la fe, esa fe que descansa con una
confianza segura en Su Palabra, y por lo tanto está seguro de que no puede
fallar. Lo que sigue a continuación es de la pluma de nuestro hermano, el Sr.
A. C. Gaebelein:
“No puede haber fracaso con Dios. ‘Dios no es hombre, para que mienta,
Ni hijo de hombre para que se arrepienta. El dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no
lo ejecutará?’”(Números 23:19). Todo será logrado. La promesa hecha a su
propio pueblo amado de venir por ellos y llevarlos de allí a la gloria no
fallará. Él seguramente vendrá y los reunirá en su propia presencia. Las
palabras solemnes pronunciadas a las naciones de la tierra por los diferentes
profetas tampoco fallarán. “Acercaos, naciones, juntaos para oír; y vosotros,
pueblos, escuchad. Oiga la tierra y cuanto hay en ella, el mundo y todo lo que
produce. Porque Jehová está airado contra todas las naciones, e indignado
contra todo el ejército de ellas; las destruirá y las entregará al matadero”
(Isaías 34: 1, 2). Tampoco fallará ese día en que “La altivez de los ojos del
hombre será abatida, y la soberbia de los hombres será humillada; y Jehová
solo será exaltado en aquel día” (Isaías 2:11). El día en que se manifieste,
cuando su gloria cubra los cielos y sus pies se posen nuevamente en esta
tierra, seguramente vendrá. Su reino no fallará, tampoco todos los eventos
prometidos relacionados con el fin de la era y la consumación.
“En estos tiempos oscuros y difíciles, cuán bueno es recordar que Él está
en el trono, el trono que no puede ser sacudido, y que Él no fallará en hacer
todo lo que Él ha dicho y prometido”. “Inquirid en el libro de Jehová, y leed
si faltó alguno de ellos” (Isaías 34:16). Al creer, en bendita anticipación,
podemos mirar al tiempo de gloria cuando se cumplan Su Palabra y Su
Voluntad, cuando por la venida del Príncipe de la Paz, la justicia y la paz
finalmente llegan. Y mientras esperamos el momento supremo y bendito en
que Su promesa para con nosotros se realice, confiamos en Él, caminando en
Su comunión y encontrándonos diariamente, que Él no deja de sostenernos y
de guardarnos en todos nuestros caminos”.
10. PROPORCIONA UN LUGAR DE REPOSO PARA EL
CORAZÓN.
Mucho de lo que podría haberse dicho aquí ya ha sido anticipado en
anteriores encabezados. El que está sentado sobre el trono del cielo, el que es
gobernador de las naciones y que ha ordenado y ahora regula todos los
eventos, es infinito no solo en poder sino también en sabiduría y bondad. El
que es el Señor sobre toda la creación es el que fue “manifestado en la carne”
(1 Timoteo 3:16). ¡Oh! este es un tema al que ninguna pluma humana puede
hacer justicia. La gloria de Dios consiste no solo en que Él es el Altísimo,
sino en que, estando elevado, se rebajó humildemente a llevar sobre sí la
carga de Sus propias criaturas pecaminosas, porque está escrito: “Dios estaba
en Cristo, reconciliando consigo mismo al mundo” (2 Corintios 5:19). La
Iglesia de Dios fue comprada “con su propia sangre” (Hechos 20:28). Es
sobre la misericordiosa auto-humillación del Rey mismo que Su reino se
establece. ¡0h maravillosa Cruz! Por eso, el que sufrió sobre ella no se
convirtió en el Señor de nuestros destinos (ya lo era antes), sino en el Señor
de nuestros corazones. Por lo tanto, no es en terror absoluto que nos
inclinamos ante el Soberano Supremo, sino que en adoración reverente,
diremos a gran voz: “El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el
poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza”
(Apocalipsis 5:12).
Aquí está la refutación de la acusación malvada de que esta doctrina es
una calumnia horrible sobre Dios y peligrosa para exponerla a su pueblo.
¿Puede ser “horrible” y “peligrosa” una doctrina que le da a Dios su
verdadero lugar, que mantiene sus derechos, que magnifica su gracia, que le
atribuye toda la gloria y quita todo motivo de jactancia de la criatura? ¿Puede
ser “horrible” y “peligrosa” una doctrina que les ofrece a los santos una
sensación de seguridad en peligro, que les proporciona consuelo en la
tristeza, que genera paciencia en ellos en la adversidad, que evoca de ellos la
alabanza en todo momento? ¿Puede ser “horrible” y “peligrosa” una doctrina
que nos asegure triunfo seguro del bien sobre el mal, y que proporcione un
lugar de descanso seguro para nuestros corazones, y ese lugar, las
perfecciones del propio Soberano? ¡No, mil veces, no! En lugar de ser
“horrible y peligrosa”, esta doctrina de la Soberanía de Dios es gloriosa y
edificante, y la debida aprehensión de ella servirá para hacernos exclamar con
Moisés: “¿Quién como tú, oh Jehová, entre los dioses? ¿Quién como tú,
magnífico en santidad, Terrible en maravillosas hazañas, hacedor de
prodigios?” (Éxodo 15:11).
CONCLUSIÓN
“¡Aleluya! Porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina”
(Apocalipsis 19: 6).
En nuestro Prólogo a la Segunda Edición, reconocimos la necesidad de
preservar el equilibrio de la Verdad. Dos cosas están fuera de discusión: Dios
es soberano, el hombre es responsable. En este libro hemos tratado de
exponer el primero; en nuestros otros trabajos hemos enfatizado con
frecuencia en éste último. Que existe un peligro real de hacer más énfasis en
uno e ignorar al otro, lo admitimos sin reparo; sí, la historia proporciona
numerosos ejemplos de casos de cada uno. Enfatizar la Soberanía de Dios sin
también mantener la responsabilidad de la criatura tiende al fatalismo; estar
tan preocupado en mantener la responsabilidad del hombre como para perder
de vista la Soberanía de Dios es exaltar a la criatura y deshonrar al Creador.
Casi todos los errores doctrinales son realmente, Verdad pervertida,
Verdad injustamente dividida, Verdad desproporcionadamente sostenida y
enseñada. La cara más bella de la tierra, con las características más hermosas,
pronto se volvería fea y antiestética si un miembro continuara creciendo
mientras los demás permanecían sin desarrollarse. La belleza es,
principalmente, una cuestión de proporción. Así es con la Palabra de Dios: su
belleza y bendición se perciben mejor cuando su sabiduría múltiple se exhibe
en sus verdaderas proporciones. Aquí es donde tantos han fallado en el
pasado. Una sola fase de la Verdad de Dios ha impresionado tanto a este
hombre o que ha concentrado su atención en ella, casi para excluir todo lo
demás. Algunas partes de la Palabra de Dios se han convertido en una
“doctrina mascota”, y con frecuencia esto se ha convertido en la insignia
distintiva de alguna de las partes. Pero es el deber de cada siervo de Dios
“declarar todo el consejo de Dios” (Hechos 20:27).
Es cierto que estos días degenerados en que nos ha tocado vivir, cuando
por todas partes el hombre es exaltado y el “Superhombre” se ha convertido
en una expresión común, existe una necesidad real de un énfasis especial
sobre el hecho glorioso de la supremacía de Dios. Más aún cuando esto se
niega expresamente. Sin embargo, incluso aquí se requiere mucha sabiduría
no sea que nuestro celo deje de ser “según el conocimiento”. Las palabras
“alimento a su debido tiempo” deberían estar siempre ante el siervo de Dios.
Lo que se necesita, principalmente, para una congregación puede no ser
específicamente necesario para otra. Si se les llama a trabajar donde los
predicadores arminianos han precedido, entonces la verdad descuidada de la
soberanía de Dios debe ser expuesta, aunque con precaución y cuidado para
que no se les dé demasiado “alimento sólido” a los “niños”. El ejemplo de
Cristo en Juan 16:12: “aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no
las podéis sobrellevar”, debe tenerse en cuenta. Por otro lado, si se me llama
a tomar el mando de un púlpito claramente calvinista, entonces la verdad de
la responsabilidad humana (en sus muchos aspectos) puede establecerse
provechosamente. Lo que el predicador necesita dar a conocer no es lo que
más le gusta oír a su gente, sino lo que más necesitan, es decir, los aspectos
de la verdad con los que están menos familiarizados o son menos exhibidos
en su caminar.
Llevar a la práctica real lo que hemos inculcado líneas arriba, lo más
probable, es que ponga al predicador abierto a ser acusado de ser un Hereje.
Pero, ¿qué importa eso si tiene la aprobación de su Maestro? Él no está
llamado a ser “consistente” consigo mismo ni con ninguna regla elaborada
por el hombre; su llamado es a ser consistente con las Sagradas Escrituras. Y
en las Escrituras, cada parte o aspecto de la Verdad se equilibra con otro
aspecto de la Verdad. Hay dos lados para todo, incluso para el carácter de
Dios porque Él es “luz” (1 Juan 1: 5) así como también “amor” (1 Juan 4: 8),
y por lo tanto estamos llamados a mirar, “pues, la bondad y la severidad de
Dios” (Romanos 11:22). Estar todo el tiempo predicando sobre lo uno
excluyendo lo otro caricaturiza al carácter Divino.
Cuando el Hijo de Dios se encarnó vino aquí en “forma de siervo”
(Filipenses 2: 7); sin embargo, en el pesebre Él fue “Cristo el Señor” (Lucas
2:11). Todas las cosas son posibles para Dios (Mateo 19:26) pero Dios “no
puede mentir” (Tito 1: 2). Las Escrituras dicen “sobrellevad los unos las
cargas de los otros” (Gálatas 6: 2), pero el mismo capítulo insiste en que
“cada uno llevará su propia carga” (Gálatas 6: 5). Se nos manda “no
afanarnos por el día de mañana” (Mateo 6:34), sin embargo, “si alguno no
provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y
es peor que un incrédulo” (1 Timoteo 5: 8). Ninguna oveja de Cristo puede
perecer (Juan 10:28, 29), sin embargo, se le pide al cristiano: “procurad hacer
firme vuestra vocación y elección” (2 Pedro 1:10). Y así podríamos seguir
multiplicando los ejemplos. Estas cosas no son contradicciones sino
complementos: la una “equilibra a la otra”. Por lo tanto, las Escrituras
establecen tanto la Soberanía de Dios como la responsabilidad del hombre.
Así también, debería hacer todo siervo de Dios, y eso, en su debida
proporción.
Pero volvemos ahora a algunas reflexiones finales sobre nuestro tema
actual: “Entonces Josafat se puso en pie en la asamblea de Judá y de
Jerusalén, en la casa de Jehová, delante del atrio nuevo; y dijo: Jehová Dios
de nuestros padres, ¿no eres tú Dios en los cielos, y tienes dominio sobre
todos los reinos de las naciones? ¿No está en tu mano tal fuerza y poder, que
no hay quien te resista? (2 Cr. 20: 5, 6). Sí, el Señor es Dios, que gobierna
con majestad y poder supremos. Sin embargo, en nuestros días, días de alarde
de iluminación y progreso, esto se niega en todas partes. Una ciencia
materialista y una filosofía atea han apartado a Dios de su propio mundo, y
todo está regulado, en verdad, por leyes (impersonales) de la Naturaleza. Así
que en los asuntos humanos: en el mejor de los casos, Dios es un espectador
lejano, y, como tal, uno desvalido. Dios no pudo ayudar al lanzamiento de la
terrible guerra, y aunque anhelaba detenerla, no pudo hacerlo, ¡y esto en vista
de 1 Crónicas 5:22; 2 Crónicas 24:24! Habiendo dotado al hombre de “libre
albedrío”, Dios está obligado a dejar que el hombre haga su propia elección y
seguir su propio camino, y no puede interferir con él, ¡o de lo contrario su
responsabilidad moral sería destruida! Tales son las creencias populares del
día. Uno no se sorprende de encontrar estos sentimientos que emanan de los
teólogos alemanes, pero qué triste que se les enseñe en muchos de nuestros
Seminarios, se les haga eco desde muchos de nuestros púlpitos, y sean
aceptados por muchos de los cristianos profesantes ordinarios.
Uno de los pecados más flagrantes de nuestra época es el de la
irreverencia, el no atribuir la gloria debida a la augusta majestad de Dios. Los
hombres limitan el poder y las actividades del Señor en sus conceptos
degradantes de Su ser y carácter. Originalmente, el hombre fue hecho a la
imagen y semejanza de Dios, pero hoy se nos pide que creamos en un dios
hecho a la imagen y semejanza del hombre. El Creador se reduce al nivel de
la criatura: se pone en tela de juicio su omnisciencia; ya no se cree en su
omnipotencia; y se niega rotundamente su Soberanía absoluta. Los hombres
afirman ser los arquitectos de sus propias fortunas y los determinantes de su
propio destino. No saben que sus vidas están a disposición del Divino
Déspota. No saben que no tienen más poder para frustrar sus decretos
secretos, que el que un gusano tiene para resistir el paso de un elefante. Ellos
no saben que “Jehová estableció en los cielos su trono, y su reino domina
sobre todos” (Salmo 103: 19).
En las páginas previas, hemos tratado de repudiar tales puntos de vista
paganos como los mencionados anteriormente, y nos hemos esforzado por
mostrar por las Escrituras que Dios es Dios, en el trono, y que, hasta ahora,
como prueba de que el yelmo se había deslizado de Su mano, fue una prueba
segura de que Él aún vive y reina, y ahora está llevando a cabo lo que Él
había determinado y anunciado previamente (Mateo 24: 6-8 etc.). Que la
mente carnal está en enemistad contra Dios; que el hombre no regenerado es
un rebelde contra el gobierno Divino; que el pecador no se preocupa por la
gloria de su Hacedor; y que se le concede libremente poco o ningún respeto
por Su voluntad revelada. Sin embargo, detrás de las escenas, Dios está
gobernando y dominando, cumpliendo su propósito eterno, no solo a pesar
de, sino también por medio de aquellos que son sus enemigos.
¡Cuán sinceros son los reclamos del hombre en contra de las demandas de
Dios! ¿No tiene el hombre el poder y el conocimiento, pero qué hay de eso?
¿No tiene Dios voluntad, poder o conocimiento? Supongamos que la
voluntad del hombre entra en conflicto con la de Dios, ¿entonces qué?
Vayamos a la Escritura de la verdad para obtener una respuesta. Los hombres
tenían una voluntad en las llanuras de Sinar y estaban decididos a construir
una torre cuya cima debería alcanzar el cielo, pero ¿qué resultó de su
propósito? Faraón tenía una voluntad cuando endureció su corazón y Faraón
se negó a permitir que el pueblo de Jehová fuera y lo adorara en el desierto,
pero ¿qué fue de su rebelión? Balac tenía una voluntad cuando contrató a
Balaam para que viniera y maldijera a los hebreos, pero ¿de qué le sirvió?
Los cananeos tenían una voluntad cuando decidieron evitar que Israel
ocupara la tierra de Canaán, pero ¿hasta dónde lo lograron? Saúl tenía
voluntad cuando arrojó su jabalina contra David, ¡pero en su lugar se incrustó
en la pared! Jonás tenía una voluntad cuando se negó a ir a predicar a los
ninivitas, pero ¿cuál fue el resultado? Nabucodonosor tenía una voluntad
cuando pensó en destruir a los tres jóvenes hebreos, pero Dios también tenía
una voluntad, y el fuego no los dañó. Herodes tenía una voluntad cuando
trató de matar al Niño Jesús, y si no hubiera habido un Dios viviente y
reinante, su malvado deseo se habría efectuado; pero al atreverse a anteponer
desafiantemente su insignificante voluntad contra la voluntad irresistible del
Todopoderoso, sus esfuerzos fueron en vano. Sí, mi lector, y usted también
tenía una voluntad cuando formó sus planes sin buscar primero el consejo del
Señor, por lo tanto, ¡Él los anuló! Muchos pensamientos hay en el corazón
del hombre; mas el consejo de Jehová permanecerá (Proverbios 19:21).
Qué demostración de la irresistible Soberanía de Dios es provista por esa
maravillosa declaración encontrada en Apocalipsis 17:17: “porque Dios ha
puesto en sus corazones el ejecutar lo que él quiso: ponerse de acuerdo, y dar
su reino a la bestia, hasta que se cumplan las palabras de Dios”. El
cumplimiento de una sola profecía no es más que la Soberanía de Dios en
acción. Es la demostración de que lo que Él ha decretado también es capaz de
realizarlo. Es una prueba de que nadie puede resistir la ejecución de su
consejo o impedir el cumplimiento de su placer. Es evidencia de que Dios
inclina a los hombres a cumplir lo que Él ha ordenado y realizar lo que Él
predeterminó. Si Dios no fuera Soberano absoluto, entonces la profecía
divina carecería de valor, porque en tal caso no quedaría ninguna garantía de
que lo que había predicho seguramente sucedería.
“Porque Dios ha puesto en sus corazones el ejecutar lo que él quiso:
ponerse de acuerdo, y dar su reino a la bestia, hasta que se cumplan las
palabras de Dios” (Apocalipsis 17:17). No podemos hacer más que citar aquí
los excelentes comentarios de nuestro estimado amigo, el Sr. Walter Scott,
sobre este versículo: “Dios obra sin ser visto, pero no menos verdadero, en
todos los cambios políticos del día. El estadista astuto, el diplomático
inteligente, es simplemente un agente en las manos del Señor. Él no lo sabe.
La voluntad propia y los motivos de la política pueden influir en la acción,
pero Dios está trabajando constantemente hacia un fin: exhibir las glorias
celestiales y terrenales de su Hijo. Por lo tanto, en lugar de reyes y estadistas
que frustran el propósito de Dios, inconscientemente lo avanzan. Dios no es
indiferente, sino que está detrás de las escenas de la acción humana. Las
obras de los diez reyes futuros en relación con Babilonia y la Bestia, los
poderes eclesiásticos y seculares, no solo están bajo el control directo de
Dios, sino que todo se hace en cumplimiento de Sus palabras”.
Estrechamente relacionado con Apocalipsis 17:17, está lo que se nos
presenta en Miqueas 4:11, 12: “Pero ahora se han juntado muchas naciones
contra ti, y dicen: Sea profanada, y vean nuestros ojos su deseo en Sión. Mas
ellos no conocieron los pensamientos de Jehová, ni entendieron su consejo;
por lo cual [Él] los juntó como gavillas en la era”. Esta es otra declaración
notable, inspirada por Dios, y tres cosas en ella merecen especial atención.
Primero, llegará el día en que “muchas naciones” se “juntarán” contra Israel
con el propósito expreso de humillarla. En segundo lugar, inconscientemente
para ellos mismos, porque “no entienden” su consejo, Dios los “reúne”,
porque “él los reunirá”. Tercero, Dios reúne a estas “muchas naciones” contra
Israel para que la hija de Sión pueda “desmenuzarlos” (v. 13). Aquí hay otro
ejemplo que demuestra el control absoluto de Dios sobre las naciones, de su
poder para cumplir con su consejo secreto, o decretos, por medio de ellas, y
de sus hombres inclinados para realizar su placer, aunque sea realizado ciega
e involuntariamente por ellos.
Una vez más. ¡Qué palabra fue la del Señor Jesús cuando estuvo frente a
Pilato! ¿Quién puede representar la escena? Estaba el oficial romano, y
también estaba el siervo de Jehová frente a él. Dijo Pilatos: “¿De dónde eres
tú?”, Y leemos: “mas Jesús no le dio respuesta. Entonces le dijo Pilato: ¿A mí
no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte, y que tengo
autoridad para soltarte?” (Juan 19:10). ¡Oh! eso es lo que pensó Pilato. Eso es
lo que muchos otros pensaron. Simplemente estaba expresando la convicción
común del corazón humano, el corazón que saca a Dios de sus estimaciones.
Pero escuchen al Señor Jesús cuando corrige a Pilato, y al mismo tiempo
repudia la orgullosa jactancia de los hombres en general: “Ninguna autoridad
tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba” (Juan 19:11). ¡Cuán
arrolladora es esta afirmación! El hombre - a pesar de ser un funcionario
prominente en el imperio más influyente de su tiempo - no tiene otro poder
que el que se le da desde arriba, ni siquiera tiene poder para hacer lo que es
malo, es decir, llevar a cabo sus propios designios malvados, a menos que
Dios lo empodere para que Su propósito pueda ser alcanzado. ¡Fue Dios
quien le dio a Pilato el poder de sentenciar a muerte a su amado Hijo! ¡Y
cómo esto reprueba los sofismas y razonamientos de los hombres que
argumentan que Dios no hace más que permitir el mal! Vamos, volvamos a
las primeras palabras pronunciadas por el Señor Dios al hombre después de la
Caída, y lo escuchamos decir: ¡“Pondré ENESMISTAD entre ti y la mujer, y
entre tu simiente y la simiente suya”! (Génesis 3:15). El simple permiso del
pecado no cubre todos los hechos que se revelan en las Escrituras tocante a
este misterio. Como Calvino dijo sucintamente “¿Pero qué razón le
asignaremos a que él lo permita, sino que es su voluntad?”
Al final del Capítulo Once, prometimos prestar atención a una o dos de
otras dificultades que no fueron examinadas en ese momento. A ellas ahora
nos volvemos. Si Dios no solo ha predeterminado la salvación de los suyos,
sino que también ha preordenado las buenas obras por las que deben caminar
(Efesios 2:10), entonces, ¿qué incentivo nos queda para esforzarnos por
alcanzar la piedad práctica? Si Dios ha fijado el número de aquellos que han
de ser salvos, y los otros son vasos de ira preparados para destrucción,
entonces, ¿qué aliento tenemos para predicar el Evangelio a los perdidos?
Abordemos estas preguntas en el orden de mención.
l. LA SOBERANÍA DE DIOS Y EL CRECIMIENTO DEL
CREYENTE EN GRACIA.
Si Dios ha preordenado todo lo que pasa, ¿de qué nos servirá
“ejercitarnos” para “la piedad”? (1 Timoteo 4: 7). Si Dios ha ordenado desde
antes las buenas obras en las que debemos andar (Efesios 2:10), ¿por qué
debemos “tener cuidado de mantener buenas obras”? (Tito 3: 8). Esto solo
plantea una vez más el problema de la responsabilidad humana. Realmente,
debería ser suficiente para nosotros responder: Dios nos ha mandado que lo
hagamos. En ninguna parte la Escritura inculca o alienta un espíritu de
indiferencia fatalista. El contentamiento con nuestros logros actuales está
expresamente prohibido. La palabra para cada creyente es: proseguir hacia
“la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”
(Filipenses 3:14). Este fue el objetivo del Apóstol, y debería ser el nuestro.
En lugar de obstaculizar el desarrollo del carácter cristiano, una adecuada
aprehensión y aprecio de la Soberanía de Dios lo hará crecer. Así como el
pecador desesperanzado de cualquier ayuda que provenga de sí mismo es el
primer requisito para una conversión sana; así la pérdida de toda confianza en
sí mismo es el primer paso esencial para el crecimiento del creyente en la
gracia; y así como el pecador desesperanzado de ayuda de sí mismo se
arrojará a los brazos de la misericordia soberana; así el cristiano, consciente
de su propia fragilidad, se dirigirá al Señor por poder. Cuando somos débiles,
entonces somos fuertes (2 Co. 12:10); es decir, debe haber conciencia de
nuestra debilidad antes de recurrir al Señor en busca de ayuda. Mientras que
el cristiano se permita pensar que es suficiente en sí mismo; mientras que él
se imagine que por mera fuerza de voluntad resistirá la tentación; mientras
que él tenga confianza en la carne, como Pedro, quien se jactó de que aunque
todos abandonasen al Señor aún él no lo haría, entonces ciertamente
fracasaremos y caeremos. Separados de Cristo, no podemos hacer nada (Juan
15: 5). La promesa de Dios es: “Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las
fuerzas al que no tiene ningunas” (Isaías 40:29).
La cuestión que tenemos ante nosotros es de gran importancia práctica, y
estamos profundamente ansiosos por expresarnos clara y simplemente. El
secreto del desarrollo del carácter cristiano es ser conscientes de nuestra
propia impotencia, nuestra impotencia reconocida y el consecuente ir al
Señor en busca de ayuda. El hecho simple es que de nosotros mismos no
podemos hacer esto, o causar que nosotros mismos lo hagamos. “Por nada
estéis ansiosos”, pero, ¿quién puede evitar y prevenir la ansiedad cuando las
cosas van mal? “Despierta a la justicia y no peques”, pero ¿quién puede no
pecar? Estos son simplemente ejemplos seleccionados al azar de apuntes de
otros. ¿Entonces Dios se burla de nosotros al pedirnos que hagamos lo que Él
sabe que no podemos hacer? La respuesta de Agustín a esta pregunta es la
mejor que hemos encontrado: “Dios da órdenes que no podemos realizar,
para que sepamos lo que necesitamos pedirle”. Una conciencia de nuestra
impotencia debería arrojarnos sobre Aquel que tiene todo el poder. Es aquí
entonces, donde una visión y perspectiva de la Soberanía de Dios ayudan,
porque revela Su Suficiencia y nos muestra nuestra insuficiencia.
2. LA SOBERANÍA DE DIOS Y EL SERVICIO CRISTIANO.
Si Dios ha determinado desde antes de la fundación del mundo el número
exacto de aquellos que serán salvos, entonces, ¿por qué deberíamos
preocuparnos por el destino eterno de aquellos con quienes entramos en
contacto? ¿Qué lugar queda para el celo en el servicio cristiano? ¿No
desalentará la doctrina de la soberanía de Dios y su corolario de la
predestinación a los siervos del Señor de la fidelidad en el evangelismo? No,
en lugar de desalentar a Sus siervos, un reconocimiento de la Soberanía de
Dios es lo más alentador para ellos. Aquí tenemos uno, por ejemplo, que es
llamado a hacer el trabajo de un evangelista, y él va creyendo en el libre
albedrío y en la propia capacidad del pecador para venir a Cristo. Él predica
el Evangelio tan fiel y celosamente como sabe; pero encuentra que la gran
mayoría de sus oyentes son completamente indiferentes y no tienen un
corazón para Cristo. Descubre que los hombres, en su mayor parte, están
envueltos por completo en las cosas del mundo, y que pocos tienen alguna
preocupación sobre el mundo venidero. Él suplica a los hombres que se
reconcilien con Dios y les suplica sobre la salvación de su alma. Pero no sirve
de nada. Se desalienta completamente y se pregunta: ¿De qué sirve todo esto?
¿Debería renunciar, o debería cambiar su misión y mensaje? Si los hombres
no responden al Evangelio, ¿no sería mejor que se involucrara en lo que es
más popular y aceptable para el mundo? ¿Por qué no ocuparse con esfuerzos
humanitarios, con el trabajo de elevación social, con la campaña de pureza?
¡Desafortunadamente! hay tantos hombres que una vez predicaron el
Evangelio, y ahora se dedican a estas actividades.
¿Cuál es entonces el correctivo de Dios para su sirviente desanimado?
Primero, necesita aprender de las Escrituras que Dios no está ahora tratando
de convertir al mundo, sino que en esta era Él está “sacando de entre los
gentiles” un pueblo para su nombre (Hechos 15:14). ¿Cuál es entonces el
correctivo de Dios para su sirviente desanimado? Esto: una aprehensión
apropiada del plan de Dios para esta Dispensación. De nuevo: ¿cuál es el
remedio de Dios para el abatimiento ante un fracaso aparente en nuestras
labores? Esto: la seguridad de que el propósito de Dios no puede fallar, que
los planes de Dios no pueden fracasar, que la voluntad de Dios debe ser
hecha. Nuestros trabajos no tienen la intención de lograr lo que Dios no ha
decretado. Una vez más: ¿cuál es la palabra de ánimo de Dios para el que está
completamente descorazonado por la falta de respuesta a sus llamamientos y
la ausencia de fruto, por su trabajo? Esto: que no somos responsables de los
resultados: ese es el lado de Dios y el asunto de Dios. Pablo puede “plantar”,
y Apolos puede “regar”, pero es Dios quien “da el crecimiento” (1 Corintios
3: 6). Nuestro deber es obedecer a Cristo y predicar el Evangelio a toda
criatura, enfatizar el “todos los que creen” y luego abandonarse a las
operaciones soberanas del Espíritu Santo para aplicar la Palabra en el poder
vivificante a quien Él quiere, apoyándose en la promesa segura de Jehová:
“Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá,
sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que
siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no
volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en
aquello para que la envié” (Isaías 55:10, 11). ¿No fue esta seguridad la que
sostuvo al amado Apóstol cuando declaró “Por lo tanto, (leer contexto) todo
lo soporto por amor de los escogidos” (2 Timoteo 2:10)? Sí, ¿no es esta la
misma lección a aprender del bendito ejemplo del Señor Jesús? Cuando
leemos que Él le dijo al pueblo: “Vosotros también me habéis visto, y no
creéis”, descansó en el placer soberano de Aquel que lo envió, diciendo:
“Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí, y el que a mí viene, no lo echaré
fuera” (Juan 6:37). Él sabía que su trabajo no sería en vano. Sabía que la
Palabra de Dios no volvería a Él “vacía”. Sabía que “los elegidos de Dios”
vendrían a Él y creerían en él. Y esta misma seguridad llena el alma de cada
sirviente que inteligentemente descansa sobre la bendita verdad de la
soberanía de Dios.
Oh, compañero-obrero cristiano, Dios no nos ha enviado a “lanzar flechas
a la ventura”. El éxito del ministerio que Él ha confiado en nuestras manos no
está supeditado a la inconstancia de las voluntades en aquellos a quienes
nosotros predicamos. Cuán gloriosamente alentadora, cuán sustentadora del
alma la seguridad de las palabras de nuestro Señor si descansamos en ellas
con una fe simple: También tengo (“tengo” nótese, no “tendré”; “tengo”
porque el Padre se las dio antes de la fundación del mundo) otras ovejas que
no son de este redil, (es decir, el redil judío entonces existente): aquéllas
también debo traer, y oirán mi voz” (Juan 10:16). No simplemente,
“deberían escuchar mi voz”; no sencillamente, “podrían escuchar mi voz”;
tampoco que, “lo harán si están dispuestas”. No hay “si”, no hay
incertidumbre al respecto. “Oirán mi voz” es Su propia promesa positiva,
absoluta e incondicional. ¡Aquí es donde la fe debe descansar! Continúa tu
búsqueda, querido amigo, en pos de las “otras ovejas” de Cristo. No te
desanimes porque las “cabras” no escuchan su voz cuando predicas el
Evangelio. Sé fiel, sé escritural, sé perseverante, y que Cristo te use para ser
su portavoz al llamar a algunas de sus ovejas perdidas a Él. “Así que,
hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del
Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano” (1
Co. 15:58).
Ahora nos queda ofrecer algunas reflexiones de clausura, y nuestra feliz
tarea estará terminada.
La elección soberana de Dios de algunos para la salvación es una
provisión MISERICORDIOSA. La respuesta suficiente a todas las perversas
acusaciones de que la doctrina de la Predestinación es cruel, horrible e
injusta, es que a menos que Dios haya escogido a algunos para la salvación,
ninguno se hubiera salvado, porque “no hay quien busque a Dios” (Rom.
3:11). Esto no es una mera inferencia nuestra, sino la enseñanza definitiva de
la Sagrada Escritura. Atiéndase de cerca a las palabras del Apóstol en
Romanos 9, donde este tema se discute plenamente: “También Isaías clama
tocante a Israel: Si fuere el número de los hijos de Israel como la arena del
mar, tan sólo el remanente será salvo; porque el Señor ejecutará su sentencia
sobre la tierra en justicia y con prontitud. Y como antes dijo Isaías: Si el
Señor de los ejércitos no nos hubiera dejado descendencia, Como Sodoma
habríamos venido a ser, y a Gomorra seríamos semejantes” (Romanos 9:27,
29). La enseñanza de este pasaje es inconfundible: pero sino es por la
interferencia Divina, Israel se habría convertido en Sodoma y Gomorra. Si
Dios hubiera dejado a Israel solo, la depravación humana habría seguido su
curso hacia su propio final trágico. Pero Dios dejó a Israel como un
“remanente” o una “simiente”. En la antigüedad, las ciudades de la llanura
habían sido borradas por su pecado y no quedó ni un sobreviviente; y así
habría sido en el caso de Israel si Dios no hubiera “dejado” o salvado un
remanente. Así es con la raza humana: pero si no hubiera sido por la gracia
soberana de Dios al perdonar a un remanente, todos los descendientes de
Adán habrían perecido en sus pecados. Por lo tanto, decimos que la elección
Soberana de Dios de algunos para la salvación es una provisión
misericordiosa. Y, téngase en cuenta, al elegir a los que eligió, Dios no hizo
injusticia a los otros que fueron pasados por alto, porque ninguno tenía
derecho a la salvación. La salvación es por gracia, y el ejercicio de la gracia
es una cuestión de Soberanía pura: Dios puede salvar a todos o a ninguno, a
muchos o a pocos, a uno o a diez mil, tal como mejor le pareció. Si se
replicara, pero seguramente “lo mejor” sería salvar a todos, la respuesta sería:
No estamos en capacidad de juzgar. Podríamos haber pensado que “lo mejor”
sería nunca haber creado a Satanás; nunca haber permitido que el pecado
entrara en el mundo; o haber entrado para poner fin al conflicto entre el bien
y el mal mucho antes que ahora. ¡Oh! Los caminos de Dios no son los
nuestros, y Sus caminos son “insondables”.
Dios pre-ordena todo lo que sucede. Su regla Soberana se extiende por
todo el Universo y está sobre cada criatura. “Porque de él, y por él, y para él,
son todas las cosas” (Romanos 11:36). Dios inicia todas las cosas, regula
todas las cosas, y todas las cosas trabajan para su gloria eterna. “Para
nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las
cosas, y nosotros somos para él; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual
son todas las cosas, y nosotros por medio de él” (1 Corintios 8: 6). Y
nuevamente, “conforme al propósito del que hace todas las cosas según el
designio de su voluntad” (Efesios 1:11). Seguramente, si algo puede
atribuirse a la casualidad, es el echar suertes, y sin embargo, la Palabra de
Dios declara expresamente “La suerte se echa en el regazo; mas de Jehová es
la decisión de ella” (Prov. 16:33).
La sabiduría de Dios en el gobierno de nuestro mundo aún estará
completamente vindicada ante todas las inteligencias creadas. Dios no es un
espectador inactivo, que mira desde un mundo lejano los acontecimientos de
nuestra tierra, Por el contrario, está dando forma a todo para la promoción
final de su propia gloria. Incluso ahora, Él está llevando a cabo su propósito
eterno, no solo a pesar de la oposición humana y satánica, sino por medio de
ellos. ¿Cuán inicuo e inútil ha sido todo esfuerzo para resistir Su voluntad?,
algún día será tan evidente como cuando en la antigüedad Dios destruyó al
faraón rebelde y sus huestes en el Mar Rojo.
Se ha dicho muy bien: “El fin y el objeto de todo es la gloria de Dios”. Es
perfecta y divinamente cierto, que ‘Dios ha ordenado para su propia gloria
todo lo que sucede’. Para guardar esto de toda posibilidad de error, solo
tenemos que recordar quién es este Dios, y cuál es la gloria que busca. Es Él
quien es el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, de Aquel en quien el
amor divino vino no buscando lo suyo, sino estando entre nosotros como
‘Aquel que sirve’. Es Él quien, suficiente en Sí mismo, no puede recibir
adherencia real de gloria de sus criaturas, pero de quien, “el Amor”, como él
es “Luz”, desciende todo bien y todo don perfecto, en el que no hay mudanza
ni sombra de variación. De Sí mismo solo, pueden sus criaturas darle a Él".
“La gloria de tal persona se encuentra en la exhibición de su propia
bondad, rectitud, santidad, verdad; al manifestarse a Sí mismo como en
Cristo, Él se ha manifestado a Sí mismo y lo hará por los siglos de los siglos.
La gloria de este Dios es a lo que necesariamente deben servir todas las
cosas: adversarios y malos, así como todos los demás. Él lo ha ordenado; Su
poder lo asegurará; y cuando se eliminen todas las nubes y obstrucciones
aparentes, entonces descansará: ‘descansará en Su amor’ para siempre,
aunque la eternidad solo será suficiente para la aprehensión de la revelación.
‘Dios será todo en todos’ (cursivas, en este párrafo, nuestras) da en cinco
palabras el resultado inefable” (F. W. Grant en “Sobre la Expiación”).
Esto que hemos escrito solo da una presentación incompleta e imperfecta
de este tema tan importante, debemos confesarlo tristemente. Sin embargo, si
resulta en una aprehensión más clara de la majestad de Dios y Su soberana
misericordia, seremos ampliamente recompensados por nuestras labores. Si el
lector ha recibido bendición de la lectura concienzuda de estas páginas, que
no deje de corresponder con gracias al Dador de toda buena dádiva y de todo
don perfecto, atribuyendo toda alabanza a Su gracia inimitable y Soberana.
“El Señor, nuestro Dios, se viste con poder flamante,
En su voluntad los vientos y las olas se mantienen;
Él habla, y en la altura fulgurante,
El sol y los mundos evolventes se detienen.
Rebeldes vosotras olas, que sobre el planeta
Espumáis y rugís con aspecto amenazante,
El Señor con su orden bien escueta
Rompe vuestra furia aun en la costa más distante.
Vosotros vientos de la noche, vuestra fuerza se combina
Sin Su santa orden elevada,
No podréis en un pino de montaña, en nada,
Perturbar el nido de la golondrina.
A lo lejos, oída es Su voz sublime;
En distantes picos se desvanece en lento apagamiento;
A su carruaje ata al ciclón, embravecido viento,
Y barre los turbios cielos, que aulladores gimen.
¡Majestuoso Dios! Carente de principio y fin
Débil e indigna es nuestra condición,
Que toda raza de hombres se postre, vuelta en sí,
Y busque en ti la salvación.
La Eternidad con incontables años
Permanece toda ante tu vista,
No hay nada viejo para ti, que exista,
¡Oh Gran Dios! nada nuevo, nada extraño.
Nuestras vidas, de sus muchas escenas muestran trazos,
Fastidiadas con preocupaciones mezquinas y triviales;
Mientras tu pensamiento eterno le da paso
A la quietud de tus asuntos celestiales”.
“¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!”
(Apocalipsis 19: 6).
Originally edited by Emmett O'Donnell for Mt. Zion Publications, a ministry
of Mt. Zion Bible Church, 2603 West Wright St., Pensacola, FL 32505.
www.mountzion.org
Provided by Eternal Life Ministries (www.eternallifeministries.org)
Originalmente editado por Emmett O’Donnell para Mt. Zion Publications, un
ministerio de la Iglesia bíblica de Mount Zion, 2603 West Wright St.,
Pensacola, FL 32505. www.mountzion.org
Proporcionado por Eternal Life Ministries (www.eternallifeministries.org)
[1] Entre los que han tratado con mayor provecho el tema de la soberanía de Dios en los últimos años,
mencionamos a los Drs. Rice, J. B. Moody y George S. Bishop, de cuyos escritos también hemos sido
instruidos.
[2] En el original en griego se lee “φερομενοι”. La versión interlineal Español (IntEspWH+) lo traduce
“siendo llevados”. Según Kittle, “2 Pedro 1:21 dice que los profetas fueron «impulsados/movidos» por
el Espíritu”. El Doctor en Bibliología, Jim Bearss, compara esta acción con la de un barco que lleva,
transporta personas sobre su cubierta.
[3] La palabra σκηνωσεν es traducida como “habitar en tienda” por la versión interlineal al español
(IntEspWH+), y “tabernacle” en al menos dos versiones en inglés: Wesley’s y la IGNT. El autor escoge
usar “tabernacled”, literalmente en español “tabernaculó. Se traduce al español literalmente con esta
última para transmitir el énfasis del autor, pues ésta parece ser más diciente que simplemente decir
“habitó” (como aparece en Juan 1: 14, versión Reina Valera), pues remite al lector al tabernáculo como
el lugar de la habitación de Dios entre el pueblo de Israel en el A.T.
[4] * Juan 3:16 será examinado más tarde.
[5] Un amigo estimado que amablemente leyó este libro en su forma manuscrita, y a quien le debemos
una serie de excelentes sugerencias, ha señalado que la gracia es algo más que un “favor inmerecido”.
Dar alimento a un vagabundo que me pide es "favor inmerecido", pero es apenas gracia. Pero
supongamos que, después de haberme robado, yo decido dar alimento a este vagabundo hambriento,
eso sería “gracia”. La gracia, entonces, es un favor que se muestra donde hay un de-mérito positivo en
el que lo recibe.
[6] El autor se refiere a la escala de magnitud de las estrellas. Las estrellas de la primera magnitud son
las más brillantes en el cielo de la noche, 100 veces más brillantes que las estrellas de la sexta
magnitud, que son las del brillo más tenue que se pueden ver al ojo desnudo. Las estrellas de décima
magnitud son imperceptibles al ojo humano. El telescopio Hubble ha detectado estrellas hasta de la
treintava (30ª) magnitud. Ver escala en: http://www.astro.indiana.edu/novasearch/magnitude.html
[7] En artes gráficas, un frontispicio o frontis es una ilustración decorativa elaborada para aparecer en
la hoja que antecede a la página del título (primera página) o en esta misma. En:
https://es.wikipedia.org/wiki/Frontispicio_(parte_del_libro)
[8] Expresión francesa que significa “razón de ser”.
[9] Aquí se refiere a la elección de Dios desde antes de la fundación del mundo.
[10] En el griego se lee: εν φυλακη. Según Kittel, en este contexto específico significa “cárcel”. Y
comenta: “En 1 Pedro 3:19 la φυλακή es el lugar de los espíritus que han partido”. Si se lee el vs 20,
son “los que en otro tiempo desobedecieron”.
[11] Así se lee Hebreos 2: 9 en la versión King James: “But we see Jesus, who was made a little lower
than the angels for the suffering of death, crowned with glory and honour; that he by the grace of God
should taste death for every man”. A está última palabra “man” es a la que se refiere el autor.
[12] 1 Juan 2: 2 será examinado en detalle en el Apéndice 4
[13] La prioridad afirmada líneas arriba es más bien en orden de naturaleza que de tiempo, del
mismo modo que el efecto debe ir precedido por la causa. Un ciego debe tener los ojos abiertos antes de
poder ver, y sin embargo, no hay intervalo de tiempo entre uno y otro. Tan pronto como sus ojos se
abren, él ve. Entonces un hombre debe nacer de nuevo antes de poder “ver el reino de Dios” (Juan 3:
3). Ver al Hijo es necesario para creer en él. La incredulidad se atribuye a la ceguera espiritual:
aquellos que no creyeron en el “mensaje” del Evangelio “no vieron belleza alguna” en Cristo, como
para desearlo. La obra del Espíritu para “vivificar” al muerto en sus pecados, precede a la fe en Cristo,
así como la causa siempre precede al efecto. No obstante, apenas el corazón se vuelve hacia Cristo por
el Espíritu, entonces el Salvador es abrazado por el pecador. abraza al.
[14] En Juan 16: 8, esta palabra corresponde al griego ελεγξει que significa “pondrá al descubierto”.
[15] Para la época en que se escribe este libro, la horca era la pena de muerte para muchos asesinos en
los Estados Unidos. En: https://en.wikipedia.org/wiki/Hanging_in_the_United_States
[16] En la versión King James aparece la misma palabra “power” (poder) para referirse a los
equivalentes “potestad” en el vs 21 y “poder” en el vs 22 de la versión Reina Valera de 1960. Por eso el
autor hace esta aclaración.
[17] Parece ser que el autor usó una traducción al inglés desde una versión en español que no
corresponde a ninguna de las versiones de RV disponibles para la época de escritura del presente libro
traducido (RV 1569, 1865, 1909). Ya que este vs 4 pasa casi sin variación desde la versión de 1569
hasta la versión de 1909, y el cual se lee así: “Porque algunos hombres han entrado encubiertamente,
los cuales desde antes habían estado ordenados para esta condenación, hombres impíos, convirtiendo
la gracia de nuestro Dios en disolución, y negando á Dios que solo es el que tiene dominio, y á nuestro
Señor Jesucristo” (RV 1909). Conforme al contenido de su explicación, da la impresión que se basó
más en el griego original. La versión interlineal griego-español (IntEspWH+ en e-Sword) presenta su
vs 4 de Judas así: “παρεισεδυησαν Se introdujeron furtivamente γαρ porque τινες algunos ανθρωποι
hombres οι los παλαι de antiguo προγεγραμμενοι habiendo sido escrito de antemano εις hacia dentro
τουτο a este το el κριμα juicio ασεβεις irreverentes την a la του de el θεου Dios ημων de nosotros
χαριτα bondad inmerecida μετατιθεντες transfiriendo εις hacia dentro ασελγειαν conducta libertina
descarada desafiante και y τον a el μονον solo δεσποτην Dueño και y κυριον Señor ημων de nosotros
ιησουν Jesús χριστον Ungido αρνουμενοι”. Por tanto, se decidió traducir lo más literalmente posible el
versículo que el escritor suministró afirmando que es de la RV.
[18] Chapel Library permite descargar gratuitamente una condensación moderna en PDF de este libro
de Lutero en: http://www.chapellibrary.org/files/6314/2593/5547/botws.pdf
[19] “De Él”: Su voluntad es el origen de toda la existencia; “a través de” o “por Él”: Él es el Creador y
Controlador de todo; “para Él”: todas las cosas promueven Su gloria en su propósito final.
[20] 1R 18:10 “Vive Jehová tu Dios, que no ha habido nación ni reino adonde mi señor no haya
enviado a buscarte, y todos han respondido: No está aquí; y a reinos y a naciones él ha hecho jurar
que no te han hallado”.
[21] Este Él, escrito en mayúscula para dar énfasis, hace referencia al “hombre de pecado, el hijo de
perdición…aquel inicuo… cuyo advenimiento es por obra de Satanás”, quien encarna el poder
engañoso que Dios enviará a los incrédulos (2 Tes. 2: 3-12).
[22] Desde que escribí lo anterior, hemos leído un artículo del difunto J. N. Darby titulado “El así
llamado libre albedrío del hombre”, que comienza con estas palabras: "Esta reaparición de la doctrina
del libre albedrío sirve para respaldar la de las pretensiones del hombre natural de no estar caído
irremediablemente, porque esto es a lo que tiende esa doctrina. Todos los que nunca han sido
profundamente convencidos de pecado, todas las personas en quienes esta convicción se basa en
groseros pecados externos, creen más o menos en el libre albedrío”.
[23] Volición: del latín voluntas [voluntad]; Acto de la voluntad. En: http://dle.rae.es/?id=c1fpq8y y
https://es.glosbe.com/es/la/voluntad
[24] Del latín “arbitrium” o albedrío. En https://es.glosbe.com/es/la/voluntad
[25] En Juan 6:37a se lee: “todo el que el Padre me da, Vendrá a mí”; y en Juan 10: 16 dice: “aquéllas
también debo traer, y oirán mi voz”
[26] Aquí debe entenderse, conforme al contexto, “Soberanía de Dios”.
[27] Un problema complicado solucionable únicamente por una acción audaz. En:
https://www.britannica.com/topic/Gordian-knot
[28] Persona que tiene por oficio escribir a mano… lo que se le dicta. En: http://dle.rae.es/?id=2DoJqpi
[29] Φερομενοι: siendo llevados (versión griego-español: IntEspWH+).
[30] En la versión IntEspaWH+, en e-Sword, se lee: “απηλλοτριωμενοι 526:V-RPP-NPM han sido
excluídos της 3588:T-GSF de la ζωης 2222:N-GSF vida του 3588:T-GSM de el θεου 2316:N-GSM Dios…”
[31] Los términos de este ejemplo son sugeridos desde una ilustración usada por el difunto Andrew
Miller.
[32] En la versión IntEspWH+ EN e-Sword se lee: εκνηψατε 1594:V-AAM-2P Despierten a sobriedad
δικαιως 1346:ADV rectamente και 2532:CONJ y μη 3361:PRT-N no αμαρτανετε 264:V-PAM-2P estén
pecando
[33] Completa libertad para hacer algo. En: https://dictionary.cambridge.org/es/diccionario/ingles/carte-
blanche#translations
[34] contradictorio
[35] Salmo 16:6 “Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos, y es hermosa la heredad que me ha
tocado”.
[36] Obsérve cómo la profecía del Antiguo Testamento también declaró que “reposará sobre él el
Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de
conocimiento y de temor de Jehová” (Isa. 11: 2).
[37] Luk 10:21 “In that hour Jesus rejoiced in spirit, and said, I thank thee, O Father, Lord of heaven
and earth, that thou hast hid these things from the wise and prudent, and hast revealed them unto
babes…” Como se puede leer, en la KJV, en Lucas 11: 21 no se lee: “yo te alabo” como en la RV, sino:
“yo te agradezco”. Aquí el autor alude al agradecimiento y gozo, con los cuales Cristo se sometió al
Padre.
[38] La palabra usada aquí, en el original hebreo transmite la idea de “levantarse temprano en la
mañana”.
[39] * Romanos 5: 8 se dirige a los santos, y el “nosotros” son los mismos que se mencionan en 8:29,
30.
[40] ** En relación con el joven rico de los cuales se dice que Cristo “lo amó” (Marcos 10:21),
tenemos la plena convicción de que era uno de los elegidos de Dios, y fue “salvado” en algún momento
después de su entrevista con el Señor. En caso de que se diga que esto es una suposición arbitraria y
que la afirmación carece de sustento alguno en el registro del Evangelio para corroborarlo,
respondemos: Está escrito: “Al que a mí viene, no le echo fuera”, y este hombre ciertamente lo hizo;
“vino” a él. Compárese el caso de Nicodemo. Él, también, vino a Cristo, sin embargo, no hay nada en
Juan 3 que dé a entender que era un hombre salvo cuando la entrevista terminó; sin embargo, sabemos
de su vida posterior, que él no fue “echado fuera”.
[41] Longanimidad: soportar el mal sin retaliación… paciencia bajo ofensa. Tomado y traducido de:
https://www.etymonline.com/word/long-suffering
[42] En el original griego aparece el sustantivo διδασκαλιαν que significa enseñanza. Así que, el autor
lo interpreta como doctrina.