GUERRA COLONIAL Y CRISIS DE 1898.
Las colonias españolas de las islas Antillas (Cuba, Puerto Rico), además de Filipinas,
quedaron al margen del proceso emancipador/independentista que recorrió el
continente americano entre 1808 y 1825 y, curiosamente, las primeras zonas de
América donde llegaron los españoles serán las últimas en independizarse.
Los antecedentes de la independencia. Debemos decir que durante el primer tercio del
siglo XIX, y al albor del movimiento independentista, surgieron en Cuba algunas
sociedades secretas afines a un cierto grado de autonomía e incluso a la
independencia: Soles y Rayos (1822), la Legión del Águila Negra (1830), etc. Estas
sociedades secretas fueron duramente perseguidas por el gobierno metropolitano
español y sus acciones fracasaron rotundamente. En 1835 no quedaba ni rastro de
ellas aunque su ideario quedó latente en una parte minoritaria de la élite criolla y hará
eclosión décadas después.
España se volcó desde 1825, aunque con dificultades, al control de sus últimas
posesiones americanas. Durante los años 30, 40 y 50 Cuba conoció una prosperidad
económica sin precedentes basada en el monocultivo (grandes plantaciones de caña
de azúcar y tabaco), la agricultura de exportación y el régimen esclavista.
A pesar de la relativa tranquilidad, las ideas liberales y nacionalistas fueron
penetrando en la isla y ya en los 60 se veían varias posturas entre las élites criollas
respecto al régimen político: reformistas, autonomistas y separatistas o
independentistas.
La Guerra de los Diez Años (1868-1878). Aprovechando los sucesos de la Península
Ibérica (“La Gloriosa”, que da paso al Sexenio democrático) los colonos cubanos
imbuidos de ideas autonomistas y emancipadoras iniciaron una rebelión por toda la
isla. En efecto, con el Grito de Yara (1868), pueblecito tomado por los rebeldes, dio
comienzo la Guerra de los Diez Años, caracterizada por la continua guerra de
guerrillas, los saqueos, las atrocidades por parte de uno y otro bando, etc. El fin del
convulso sexenio democrático, la Restauración monárquica (1875) y el fin de la guerra
carlista (1876) permitió al gobierno español prestar mayor atención al problema
cubano. Se nombró capitán general a Arsenio Martínez Campos, quien llevó a cabo
una política conciliadora y “humanizó” el conflicto. Mantuvo negociaciones con algunos
líderes insurrectos como Calixto García, Máximo Gómez y Antonio Maceo, y
finalmente se llegó a una tregua que desembocó en la firma de la Paz de Zanjón
(1878).
En esta paz España se comprometía a dar un paulatino autogobierno a la isla, que se
convertía en una provincia más de España. Por su parte, los insurgentes se
comprometieron a devolver las armas, hecho que no ocurrió. Además hubo amnistía.
Tras diez años de guerra Cuba había sufrido pérdidas demográficas y económicas
considerables y la producción de azúcar descendió notablemente. Es en este contexto
donde hay que entender la penetración económica de Estados Unidos, que hacia 1890
controla la isla económicamente aunque no políticamente: el 85% de la producción de
azúcar estaba en manos de la Sugar Company Trust y los transportes estaban en
manos de empresas estadounidenses. Es por esta razón por lo que Estados Unidos se
inmiscuirá en Cuba y chocará con los intereses españoles.
La Guerra Chiquita (1879-1880). Tras la Paz de Zanjón algunos rebeldes cubanos no
aceptaron el pacto y prosiguieron la insurrección en la parte oriental de la isla. Es lo
que se conoce como “Guerra Chiquita”. Entre estos líderes destaca Antonio Maceo,
que en 1880 tuvo que exiliarse a Jamaica.
La Guerra de Cuba y la entada de Estados Unidos en la guerra (1895-1898). Pese
a la relativa calma de los años 80, las ideas independentistas no habían desaparecido,
como lo demuestra el hecho de que muchos antiguos insurgentes enterraron sus
armas en vez de entregarlas a las autoridades esperando una mejor ocasión para
utilizarlas. Estas ideas independentistas fueron madurando gracias, entre otros, a
José Martí (1853-1895), fundador del Partido Revolucionario Cubano (1882),
clandestino y con sede en New York. Esto y las promesas incumplidas por el gobierno
español hicieron que en 1895 estallara una nueva insurrección a partir del famoso
Grito de Baire (1895) y la posterior publicación por parte de Martí y Máximo Gómez
del Manifiesto de Monte Christi, verdadero programa del movimiento independentista.
De nuevo los rebeldes comenzaron a hostigar a las tropas españolas mediante la
táctica de guerra de guerrillas, dirigidas por el propio Martí y antiguos guerrilleros como
Calixto García y Antonio Maceo (Martí murió en combate en 1895). Esto hizo que
Martínez Campos fuera sustituido por el duro general Valeriano Weyler, que inició
medidas represivas que hicieron flaquear la rebelión, que parecía controlada en 1896.
Paralelamente al conflicto cubano, en 1896, se produjo una rebelión en las Islas
Filipinas. La colonia española del Pacífico había recibido una escasa inmigración
española y contaba con una débil presencia militar, que se veía reforzada por un
importante contingente de misioneros de las principales órdenes religiosas (dominicos,
franciscanos, etc.). Los intereses españoles eran mucho menores que en Cuba, pero
se mantenían por su producción de tabaco y por ser una puerta de intercambios
comerciales con el continente asiático. El independentismo filipino fraguó en la
formación de la Liga Filipina, fundada por José Rizal en 1892, y en la organización
clandestina Katipunan. Ambas tuvieron el apoyo de una facción de la burguesía
mestiza hispanoparlante y de grupos indígenas. La insurrección se extendió por la
provincia de Manila y el capitán general Camilo García Polavieja llevó a cabo una
política represiva, condenando a muerte a Rizal en 1896, considerado desde entonces
héroe nacional filipino. En 1897 fue nombrado capitán general Fernando Primo de
Rivera (tío de Miguel Primo de Rivera), que promovió una negociación indirecta con
los líderes de la insurrección, dando como resultado una pacificación momentánea del
archipiélago.
Pero lo que va decidir la guerra y va a llevar a la independencia de Cuba y Puerto Rico
es la entrada de Estados Unidos en la guerra. Como ya vimos, Cuba era controlada
económicamente por Estados Unidos, que deseaba la independencia cubana para así
sustituir a España. Además Estados Unidos tenía intereses económicos y
geoestratégicos en la zona. Además, la intervención estadounidense era acorde con
los principios filosófico-ideológicos que guiaban su política exterior:
-La Doctrina Monroe (1823), que se puede resumir con la frase “América para los
americanos”, pero que en la práctica supone la intervención económica
estadounidense en toda Sudamérica.
-El Destino Manifiesto de O ́Sullivan (1830), que afirma que el destino manifiesto de
Estados Unidos es extender la democracia al resto del mundo, pero que en la práctica
encierra deseos imperialistas.
Ya desde 1895, e incluso antes, la administración estadounidense venía ayudando
soterradamente a los independentistas cubanos (financiación, armas...), pero la buena
relación entre los presidentes de Estados Unidos, Cleveland (Partido Demócrata) y
Cánovas del Castillo (Partido Conservador), había evitado la confrontación directa. La
cosa cambió a la altura de 1897, cuando la guerra en Cuba parecía estancada y sin
salida. En España el presidente Cánovas fue asesinado por el anarquista italiano
Miguel Angiolillo en el Balneario de Santa Águeda (Mondragón, País Vasco), siendo
sustituido en la presidencia del gobierno por Sagasta (Partido Liberal) En Estados
Unidos, Cleveland perdió las elecciones ante McKinley (Partido Republicano) el mismo
año. El nuevo presidente era claramente partidario de la intervención directa en el
conflicto cubano y orquestó una gran campaña publicitaria para poner a la opinión
pública estadounidense a favor de la guerra con España. En esta campaña jugaron un
papel crucial los grandes magnates de la comunicación Joseph Pulitzer (New York
World) y William Randolph Hearst (New York Journal), creadores de la prensa
amarilla, que manipularon las noticias provenientes de Cuba para tal fin y,
simplemente, para vender más periódicos. Con la opinión pública a favor sólo hacía
falta un pretexto para que Estados Unidos entrara en guerra. Este pretexto fue el
estallido del Acorazado Maine en el puerto de La Habana el 15/02/1898, suceso del
que el gobierno estadounidense culpó a España y en el que murieron 266 soldados
norteamericanos. España intentó colaborar en la investigación pero Estados Unidos se
negó. En la actualidad, tal como reconoció el propio Pentágono en 1974, sabemos que
el estallido del Maine fue un accidente fortuito causado por la mala combustión de
gases en una carbonera del barco. El caso es que Washington mandó un ultimátum
intolerable para España exigiendo la retirada española de Cuba. La guerra estalló el
20/04/1898 y en escasos meses y tras varias operaciones militares los españoles
tuvieron que retirarse de las colonias. La flota española, al mando del almirante
Cervera, fue duramente destruida en Santiago de Cuba, dos meses después del
famoso Desastre de Cavite en Filipinas. Por el Tratado de París, firmado el
10/12/1898, España renunciaba definitivamente a su soberanía sobre Cuba, que
declaró su independencia, y cedió a Estados Unidos las Islas Filipinas, Guam (isla
situada en el archipiélago de las Marianas) y Puerto Rico a cambio de 20 millones de
dólares. Se había consumado el Desastre del 98 y España salía de América 406 años
después de que Colón llegara a La Española (Santo Domingo).
Las consecuencias del Desastre del 98. Debemos señalar que la independencia de
Cuba fue más retórica que real ya que el sistema económico seguía siendo controlado
por Estados Unidos y la inclusión de la llamada Enmienda Platt (1901) en la
constitución de la nueva república cubana restaba soberanía al pueblo cubano ya que,
en resumen, suponía que todo asunto interno o externo del país debía contar con el
beneplácito estadounidense (control político). Además se incluía el arrendamiento de
la base naval de la bahía de Guantánamo, situación que persiste en la actualidad.
En la práctica Cuba se convirtió en un protectorado de Estados Unidos hasta el triunfo
de la revolución acaudillada por Fidel Castro en 1959, que derribó al dictador
Fulgencio Batista.
Para España: en el plano internacional el Desastre del 98 supuso el descrédito
internacional de España, que pasó a ser una potencia secundaria. En el plano interno
el Desastre se convirtió en símbolo de la crisis del sistema de la Restauración. La
apabullante derrota ante EE.UU. y la pérdida de más de 50.000 combatientes provocó,
aparte de las pérdidas económicas lógicas, una intensa conmoción en la sociedad
española en todos los ámbitos. Así pues, se trataba de una crisis moral en todos los
sentidos.
Políticos del régimen canovista como Francisco Silvela, que escribió "España sin
pulso"; opositores socialistas o republicanos; intelectuales como Joaquín Costa; todos
sintieron la pérdida de las colonias como el Desastre del 98. Esta conmoción nacional
provocó una profunda crisis de la conciencia nacional que marcó la obra crítica de los
diversos autores que componen la generación del 98 (Miguel de Unamuno, Pío Baroja,
Antonio Machado, Ramiro de Maeztu...) Propuestas de reforma y modernización
política como el Regeneracionismo, postulado por el aragonés Joaquín Costa, con una
doble vertiente de reforma política y de reforma educativa. Mayor empuje y presencia
de los nacionalismos periféricos, ante una evidente crisis de "la idea de España". La
derrota de 1898 había puesto de relieve de forma trágica y súbita todas las
limitaciones del régimen de la Restauración y su parálisis a la hora de afrontar los
problemas sociales y la modernización del país. El Regeneracionismo de Joaquín
Costa fue la principal expresión de una renovada conciencia nacional que aspiraba a
la reforma del país. El pensamiento de Costa se basó en una crítica radical al sistema
caciquil que había impedido la implantación de una verdadera democracia basada en
las clases medias y la modernización económica y social del país. En definitiva, el
desastre del 98 significó el fin de la España de la Restauración tal como lo había
diseñado Cánovas. Este régimen comenzará su largo languidecer que culminará con
el golpe de Estado del general Miguel Primo de Rivera en 1923.