SR Despiadado Bebé Sorpresa 02 Rebecca Baker
SR Despiadado Bebé Sorpresa 02 Rebecca Baker
Despiadado
Rebecca Baker
Derechos de autor 2023
Rebecca Baker
Todos los derechos reservados
Rebecca en Facebook:
https://www.facebook.com/Rebecca.Baker.Espana
Índice
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Epílogo
Capítulo 1
Owen
Justo antes.
******
PLING
El sonido del ascensor me estremece y al mismo tiempo
anuncia mi llegada al piso 12 de la Torre Nixon, que hacía
mucho tiempo que no visitaba.
“Le está esperando, Sr. Nixon”, me dice la secretaria de la
recepción, que debe de haber levantado la vista de su pantalla
a causa del PLING, me dedica una sonrisa profesional y me
señala brevemente la puerta del despacho de mi padre.
“Lo sé”, murmuro, mirando por encima del hombro hacia la
otra puerta, detrás de la cual está el despacho de Gabriel, mi
hermano mayor; en mi opinión, el orgullo de mi padre.
Por suerte, la puerta está cerrada y me ahorro una
conversación con él. En cualquier caso, normalmente sólo
hablo a veces con Nash o Aiden, que nacieron poco después y
antes que yo, respectivamente y en cierto modo comparten
conmigo el lugar de los hijos del medio.
“Gabriel Nixon está fuera en este momento, por si querías
hacerle una visita”, me explica la atenta secretaria, que no
debe de haber pasado por alto mi mirada por encima del
hombro.
“No pasa nada. Gracias”, le digo. Le dedico una sonrisa
fugaz, respiro hondo y me dirijo hacia la puerta que conduce al
despacho de mi padre, llamo brevemente y abro sin esperar
respuesta, ya que probablemente su secretaria me ha
anunciado por correo electrónico o de otro modo y aparte ha
sido él quien acababa de convocarme por teléfono.
“Owen, hijo mío. Me alegro de que hayas podido venir”, me
saluda mi padre levantándose de la silla que hay detrás de su
escritorio de cristal XL que está justo delante de la ventana y
extendiendo los brazos.
“Sentémonos ahí”, dice, señalando el rincón con el mueble
de salón, en cuya mesa, por supuesto, hay un pequeño cuenco
de cacahuetes. Me abraza en señal de saludo y yo también le
doy unas ligeras palmaditas en la espalda. No sé si lo dice de
verdad con cariño o si es una especie de hábito que ha
adquirido a causa de todas las galas para recaudar fondos. Es
de suponer que se gana más dinero si saludas calurosamente a
tus propios hijos y todo parece paz y alegría. Mi mirada se
desliza hacia el retrato familiar, la pieza central del despacho,
en el que aparece toda la familia Nixon. Mis hermanos y yo
somos bastante más jóvenes, o mejor dicho, aún somos niños.
Mamá aún vivía y estaba muy embarazada de Andrew en el
momento que se hizo la foto. Falleció unas semanas después.
La imagen de mi madre en la foto, me encogió el corazón y
hasta el día de hoy no entiendo por qué mi padre sigue
teniendo esa foto colgada en su despacho. ¿Quizá por eso no
me gusta venir aquí?
“Vienes demasiado poco, Owen. Ya era hora. ¿Quieres beber
algo?”, me pregunta mi padre, dando un paso hacia el teléfono,
presumiblemente para llamar a su secretaria y pedirle que nos
traiga algo.
“Para serte sincero, prefiero saber por qué me has llamado,
me has dicho que tenía que ver con mi misión actual y que
necesitaba saberlo”. Fue precisamente media frase lo que me
hizo salir inmediatamente, cuando normalmente me faltan
excusas para poder dar esquinazo a la Torre Nixon o al Hotel
Nixon.
Pero mi viejo parecía saber algo. Y eso significa que sabe
algo de Grace o de Dean Kelly, o de ambos. No podía decir
que no y con Dean Kelly de pie junto a la puerta del Grace
Café, mi decisión fue aún más fácil.
“No pasa nada, muchacho. Vamos a sentarnos”, dice mi
padre cariñosamente, poniéndome la mano en la espalda y
conduciéndome al rincón del despacho. Nos sentamos, cruza
las piernas, coge unos cacahuetes, respira hondo mientras los
mastica, se los traga y me sonríe. “Tú y yo, Owen, hemos sido
demasiado raros”. Asiento en silencio, preguntándome si lo
hace a propósito. Sabe que la paciencia nunca ha sido mi
punto fuerte y que, desde luego, no era por mi culpa por lo que
no solíamos pasar tiempo juntos cuando crecía. Por supuesto,
sé que no fue fácil para él solo conmigo y mis hermanos,
además de llevar la compañía. No le culpo, ya lo he superado.
“Sé que quieres ir directo al grano, Owen. Te conozco”, dice,
mirándome como si quisiera ver más dentro de mí de lo que
me gustaría.
“¿Cómo sabes siquiera lo de mi caso?”, pregunto,
sentándome erguido, cogiendo también un puñado de
cacahuetes para no parecer demasiado tenso y fulminando con
la mirada a mi padre.
“Llegados a este punto, me temo que tengo que confesarte
algo, hijo. Ni siquiera sé en qué estás trabajando actualmente y
solo era…”.
“¿Perdona?”, pregunto, levantándome del sofá de un salto,
casi ahogándome con los frutos secos y mirando a mi padre.
“Vuelve a sentarte, Owen”, dice señalando el sofá que hay
detrás de mí.
“¿Me estás mintiendo, papá?”.
“Enfádate, Owen. Adelante si quieres. Pero, por favor,
quédate”. Su mirada es más suave de lo que hubiera esperado
mientras señala de nuevo el sofá. Es más, me asombra que
haya acertado, porque en mi cabeza zumban un par de
palabrotas para él que me encantaría lanzarle al salir. Pero algo
me retiene. Tal vez el retrato que veo en el rabillo del ojo y los
ojos de mi madre captados allí de esa cierta manera que
parecen seguir al espectador.
“Vale, ¿entonces por qué estoy aquí?”, pregunto, volviendo a
sentarme e intentando mantener la calma, pero sonando
bastante desafiante.
“Sé que no te importan mucho las cosas de familia, así que
utilicé una excusa. Algo que signifique algo para ti. Tu trabajo,
por ejemplo, y probablemente tu caso actual”, dice, haciendo
una pausa, y siento como si sus ojos se iluminaran brevemente
ante esto. ¿Sabe algo al respecto? ¿Pero cómo?
Cuando vuelve a coger los cacahuetes, el momento se acaba
y me pregunto si alguien le habrá dicho alguna vez que, si las
empresas van alguna vez cuesta abajo, no tendrá ningún
problema para encontrar trabajo como doble de Sean Connery.
Entonces me doy cuenta de que probablemente quiera darme
tiempo para discrepar mientras mastica su ración de
cacahuetes. El silencio que hay entre nosotros dice más que
nada y quizá él me conozca mejor de lo que pensaba, pero eso
me devuelve a la pregunta de por qué estoy aquí. Mi mirada se
desliza de nuevo hacia el retrato, hacia la mirada de mi madre.
Miro hacia ella y entonces lo veo: su anillo de boda, que lleva
en el dedo en la foto. De repente sé por qué estoy aquí. Por
culpa de ese tonto ultimátum.
“Creo que te acabas de dar cuenta de por qué estás aquí”,
dice mi padre, que evidentemente no ha pasado por alto mi
mirada. Pero, ¿cómo podía saber lo que yo pensaba? Es cierto
que es influyente, rico y dueño de media ciudad, la mitad que
Dean Kelly no posee, pero no me consta que pueda leer la
mente. ¿Coincidencia, tal vez? ¿Intuición paternal, si es que
existe? No lo sé. No soy padre, ni siquiera soy un hombre de
familia.
“¿Es por eso?”, pregunto, ladeando la cabeza como para
desafiarlo.
“Owen”, dice mi padre en voz baja, expulsándose unas
cáscaras de cacahuete del pantalón del traje. “El ultimátum es
importante para mí. Para todos nosotros. Para nosotros como
familia”, explica, mirándome directamente. “Sé que las cosas
no significan tanto para ti como para mí. Tu vida no debería
carecer de amor…”.
¿Amor? ¿Mi viejo me da lecciones sobre el amor? ¿En el
despacho que parece un mausoleo de mi madre y donde
probablemente se folla a su secretaria sobre la mesa de cristal?
“Escúchame, hijo”, dice un poco más alto porque debe de
haberse dado cuenta de que estoy pensativo. “¿Has estado
pensando? ¿Hay alguna mujer que pueda amarte tal como eres
y con la que quieras formar una familia? El año aún es joven,
pero no puedes forzar el amor. Y si no tienes a nadie a quien
presentar a finales de año, entonces…”.
“¿Entonces?”, pregunto, asombrado yo mismo cuando, ante
su conferencia sobre el amor, mis pensamientos se vuelven
hacia Grace y la noche anterior. ¿Podría haber sido amor?
Claro, el sexo fue impresionante y me moría de ganas de que
llegara por fin su hora de comer para volver a tocarla y
besarla. Y por eso estoy de tan mal humor, porque su llamada
me alejó de ella. Hasta ese momento, pensaba que era deseo.
Un deseo que va más allá de lo que nunca he deseado a
ninguna otra mujer. ¿Quizá porque es una fruta prohibida, y su
padre me prohibió tenerla? Sí, así es exactamente.
“Entonces no conseguirás el anillo y tus hermanos no
recibirán su herencia”. Me da igual todo el tema del anillo,
pero no quiero ser la oveja negra de la familia, el responsable
de que le quites el juguete favorito a mis hermanos, cuando ni
siquiera sé lo que les espera a los otros. Tal vez sea mejor así.
En cualquier caso, es una jugada brillante por parte de mi
padre mezclar todo eso. No tener contacto es una cosa, pero
dañar deliberadamente a mis hermanos es otra muy distinta.
Quizá no sea un hombre de familia, pero tampoco soy un
gilipollas mezquino, o al menos no quiero serlo. Solo quiero
que me dejen en paz.
“Veo que te preocupa. Eso está bien”, dice mi padre.
“Pero no como tú crees”, digo con cautela. Sin embargo, eso
es lo que estoy haciendo en este momento, pero no quiero
admitirlo. Y de nuevo Grace aparece en mis pensamientos y
me pregunto qué habría de malo en pasar más tiempo con ella.
El sexo es de otro mundo, me gusta estar cerca de ella y quizá
duraríamos hasta final de año, entonces me darían el anillo y
mis hermanos recibirían su parte de la herencia. Después de
eso, cada uno seguiría su camino, nadie dijo que tuviéramos
que casarnos y formar una familia. Hay un plazo en el que
todos tenemos que fingir algo con éxito. Y eso sería lo más
fácil para mí con Grace. Incluso podría imaginarme yendo con
ella a la próxima gala de Nochevieja de Nixon. Con ella riendo
a mi lado y con la perspectiva de una noche juntos, la velada
sería soportable por primera vez.
Por otra parte, ¿no bailaría entonces exactamente al son de
mi padre y haría lo que él dice? Ya no soy el niño pequeño del
retrato. Ahora tomo mis propias decisiones. Tengo mi propia
vida y un estúpido ultimátum no puede cambiar eso. Pero
puede que las cosas se pongan tensas entre Grace y yo, porque
creo que tengo que quedarme con ella hasta final de año.
Cuando lo único que quiero hacer es disfrutar de lo que
tenemos ahora y esperar a que repitamos lo de anoche.
“Gracias por venir, Owen, y no te enfades conmigo por la
excusa”, dice mi padre, poniéndose en pie. “No quiero quitarte
más tiempo del necesario y creo que comprendes lo importante
que es para mí”.
“Sí, papá”, declaro, y esta vez soy yo quien le abraza,
aunque no sé por qué. De alguna manera me siento bien y me
pregunto cuándo fue la última vez que le llamé papá. Mierda,
todo esto de la familia termina poniendome sensible, supongo.
Tal vez sea mejor irme de aquí.
“Nos vemos”, dice mi padre, sonriéndome y volviendo a su
mesa, donde en este momento está sonando su teléfono.
Salgo del despacho y la secretaria me hace un gesto amistoso
con la cabeza antes de volver al ordenador para continuar con
su trabajo. Camino hacia el ascensor, echando otra mirada a la
puerta de Gabriel, preguntándome por primera vez si es el
trabajo que él quería o tal vez es una especie de carga. ¿Quizá
lo hace para que los demás podamos vivir libremente? No lo
sé. Nunca se lo he preguntado.
El timbre de mi móvil me saca de mis pensamientos
mientras espero el ascensor. Es un mensaje de Nash:
Estoy progresando, ¿y tú?
Aparto el smartphone y me pregunto si tal vez todos en mi
familia trabajan juntos menos yo. Quizá Nash acaba de llamar
a mi padre para consultar con él cuál es el siguiente paso a dar.
La cálida sensación que me hizo abrazar a mi padre
desaparece y da paso a otra cosa, algo frío en mi interior que
sólo desaparece cuando tengo a Grace cerca de mí.
Llega el ascensor y me lleva abajo. Mientras me siento en el
coche, mi smartphone vuelve a sonar. Vuelvo a sospechar de
Nash, quizá porque no contesté aunque me vio leyendo su
mensaje.
Pero un vistazo a la pantalla me dice que no es Nash. Dean
Kelly está llamando.
“¿Sí?”, digo, cogiendo la llamada con el corazón palpitante.
“Tenemos que hablar. En privado”.
¿Grace le habló de nosotros? ¿Qué quiere Dean Kelly de mí?
Capítulo 13
Grace
A la mañana siguiente.
******
“¡Owen, dime que no has tenido nada que ver con esto!
Nada de mentiras!”, dice Grace con un fugaz temblor en la
voz, señalando hacia la puerta que su padre acaba de cerrar
tras de sí.
“No lo sabía, Grace. Te lo juro. No has sido nunca un juego
para mi.”.
“¿Entonces por qué te fuiste y no contactaste conmigo
durante semanas?”. El temblor ha desaparecido y ha dado paso
a un tono más apagado en su voz y puedo oír lo disgustada que
debe de estar. Cómo me gustaría poder abrazarla y decirle que
todo va bien, pero sé que le debo algunas respuestas. Esta
maravillosa mujer solo se merece la verdad.
“Grace, puedo explicártelo todo, tú…”.
“¿Y entonces por qué vuelves a llamar a mi puerta y me
preguntas si estoy confabulada con mi padre? ¿Crees que
alguna vez haría algo así?”, me interrumpe Grace, con la voz
cada vez más alta.
“Tienes razón, Grace. En todo. Y lo siento”.
El silencio se extiende brevemente entre nosotros, ella
asiente en silencio como si me permitiera continuar. Entonces
se lo cuento todo: de la conversación con su padre, que me
envió a Colombia, pero al parecer solo porque pensó que me
rebelaría contra él y entonces me quedaría aún más con Grace.
Del incidente en Colombia, del rescate de su hermano, de la
pérdida de mi smartphone y del largo coma en el hospital.
“No podía saberlo…”, susurra Grace, que ya no parece
enfadada, sino más bien aterrorizada, llevándose la mano a la
boca horrorizada mientras le cuento los detalles de la velada
con Tommy y cómo se desarrolló todo. “Y yo que pensaba que
tú…”.
“No pasa nada, Grace. Yo habría pensado lo mismo en tu
lugar”, le digo. “Y es culpa mía. Me odio por haberme ido y
no haberle dicho a tu padre que buscara a otra persona para el
trabajo. Sé que lo hice por ti porque pensé… realmente pensé
que podría hacerte daño. Y de ninguna manera iba a permitir
que eso ocurriera”.
Continúo sobre el regreso, sobre el sobre marrón del
detective y las conclusiones erróneas que aparentemente saqué
de él, y sobre hablar con su padre en la furgoneta de camino al
aeropuerto y hablar con mi padre en el piso, y el mensaje de
texto, y mi preocupación porque pudiera haberle pasado algo.
Omito la parte de la mujer de la gabardina porque me da
vergüenza. Más tarde, en algún momento, se lo contaré porque
no quiero que quede ningún secreto entre nosotros. Quiero que
sepa todo de mí.
Lentamente doy un paso hacia ella. Luego otro. Y otro más.
Hasta que estoy delante de ella.
“No podía soportar la idea de que estuvieras en peligro. Tú y
tu hijo… nuestro hijo”, digo, extendiendo lentamente la mano
hacia su vientre, mirándola expectante. Ella no retrocede y me
devuelve la mirada. Durante horas podía mirarla y perderme
en sus ojos mágicos. Siempre había pensado que era un tópico
que los amantes no pueden separarse. Qué error. Me doy
cuenta de que nunca he estado realmente enamorado. Quizá
sólo una vez: cuando vi a Grace por primera vez. Qué estúpido
fui al dejarla marchar entonces. Podríamos haber pasado tanto
tiempo juntos. Pero voy a compensarlo todo. Con ella. Con
nuestro hijo. Si eso es lo que ella quiere.
“¿Es verdad? ¿Vamos a tener un hijo? ¿Voy a ser padre?”,
pregunto con voz suave mientras mi mano toca suavemente su
vientre plano.
“Claro que lo es. ¿Y de quién si no iba a ser?”, me dice y veo
cómo se le humedecen los ojos. “¿Crees que hago algo así
contigo y con otros hombres?”.
“No, no quería decir eso”, respondo rápidamente, levantando
las manos en señal de aplacamiento. Joder, no me he
expresado bien. No quería dar a entender que no lo creía. ¿Por
qué demonios no puedo expresarme correctamente delante de
ella?
“Puedo entender que tengas otros planes para tu vida y…”,
se interrumpe, le tiembla la barbilla, baja la cabeza y sé que
una lágrima silenciosa está rodando por su mejilla en ese
momento.
“Oye…”, le digo, colocando suavemente un dedo bajo su
barbilla para levantarle la cabeza. “No tienes por qué llorar,
Grace”.
“No hagas eso”, dice, apartándome el dedo. “No juegues
conmigo”.
“Para mí nunca fue un juego, Grace. Fue pura atracción.
Desde el primer momento en que nos conocimos. Incluso
entonces y aún más cuando volvimos a vernos. No era solo
sexo. Era… como si estuviéramos hechos el uno para el otro”.
Grace se seca las lágrimas, obviamente tengo toda su atención.
“Y tardé demasiado en entenderlo. Me iba de Colombia a la
mañana siguiente. Por ti. Para decirte lo que siento y
disculparme por mis errores. Yo… ¡Te quiero, Grace! Y no
quiero que acabe nunca”. Ha sido la primera declaración de
amor que he hecho a una mujer. Le tiendo la mano, su
expresión es inexpresiva y no sé si la he cagado del todo. De
todos modos, se me ocurren varias formas en las que podría
haberlo dicho mejor. “Lo que digo es que solo me fui para
protegerte y…”.
“Shhhh”, dice Grace y es ella la que da un paso hacia mí y
me pone el dedo caliente sobre la boca. Sus ojos siguen
enrojecidos, pero ha vuelto la chispa que tanto me gusta. Me
alegro de que me saque de dudas y no tenga que hacer más el
ridículo con mi confusa charla. Sé que deberíamos volver a
hablar de todo eso en detalle. Hay mucho tiempo para eso.
Quizá incluso toda nuestra vida. Pero lo que importa es que
ella está delante de mí y me mira, actuando como si sintiera lo
mismo que yo.
Lentamente, bajo la cabeza, le pongo las manos en la cintura
y la atraigo hacia mí. El beso es más intenso que nunca y
avergüenza a todos los besos. No gotea sexo ni deseo salvaje,
pero esta vez sabe a… eternidad. Es la primera palabra que me
viene a la mente. Pero: ¿tiene sabor la eternidad? Es tierno,
escrutador, cariñoso y solo sé que todo irá bien.
Un rayo de luz rojo-amarillo me da en el ojo, parpadeo, miro
a un lado, pero sigo abrazando a Grace porque me siento bien
y no quiero dejarla marchar nunca.
Por la ventana vislumbramos la puesta de sol, que envía uno
de los últimos rayos de sol, cada vez más rojizos, al despacho
de su padre, desde donde se refleja a través de la mesa de
cristal y me da directamente en los ojos.
“Maravilloso”, susurra Grace.
“Tú eres maravillosa”, le respondo, volviendo a colocar
suavemente el dedo bajo su barbilla, que ella no aparta esa
vez, y dándole un beso pequeño y juguetón. “Nuestro hijo
tiene suerte de tener una madre como tú y haré todo lo posible
por ser un buen padre”.
“Lo harás, Owen. No tienes que hacer nada especial para
ello. Basta con que no desaparezcas durante semanas sin
avisarnos”.
“Nunca”, digo, cruzando los dedos y jurándole con ellos que
eso no volverá a ocurrir. Volvemos a besarnos, la luz roja y
dorada baña el despacho con suaves colores de ensueño. No sé
cuánto durará el momento. Pero me gustaría que fuera así para
siempre.
Para siempre…
Las dos palabras permanecen en mi mente mientras saboreo
la dulzura de sus labios. De repente me doy cuenta de cuál es
el siguiente paso, el correcto. No por el tonto ultimátum de mi
padre, sino porque quiero. Me pregunto brevemente si es por
eso por lo que quería que tuviera el anillo, pero no importa.
“Grace, ¿quieres ir conmigo a una recaudación de fondos?”,
le pregunto mientras la suelto.
“¿A una recaudación de fondos?”, pregunta mirándome
irritada.
“A la gala de mi padre, que tiene un anillo para ti”, le digo
poniéndome de rodillas delante de ella mientras la cojo de la
mano. Grace me mira asombrada y vuelve a taparse la boca
con la mano, mientras la puesta de sol dirige los últimos rayos
hacia la habitación. Qué juegos de luces y colores, como si
alguien lo hubiera ordenado para ese momento único en la
vida.
“A menos que quieras seguir siendo una Kelly para siempre
y no convertirte en una Sra. Nixon…”, digo, mirándola
fijamente y aclarándome la garganta. “Lo que digo es Grace
Kelly, eres la mujer de mi vida, me haces mejor persona, no
quiero volver a estar sin ti. ¿Quieres ser mi esposa?”.
De nuevo una lágrima rueda por su mejilla, pero esta vez
acompañada de una sonrisa. Tira de mi mano y me hace un
gesto para que me levante. “Sí”, susurra, entre los muchos
besos que nos damos y yo soy la persona más feliz del planeta
en este momento.
“Entonces vamos a recoger mi anillo”, dice Grace.
“Solo hay una cosa”, le respondo, explicándole el ultimátum,
que dice que el anillo puede no ser suyo en caso de que uno de
mis hermanos no cumpla su parte del ultimátum.
“Es solo un anillo”, dice Grace, sonriéndome. Pero en ese
momento siento por primera vez que no es solo un anillo para
mí. Grace está destinada a llevar ese mismo anillo. El anillo
que llevaba mi madre.
“Entonces, vámonos”, le digo, cogiéndole la mano y
caminando con ella hacia la puerta. “Además, aún tengo un
asunto pendiente con mi padre. Es cierto que me llevó hasta la
mujer de mi vida, pero la forma en que lo hizo… Ay”, digo
con una media sonrisa y mirando a Grace, que acaba de darme
un golpe en el hombro.
“Testarudo. Quizá nuestros padres tengan razón y seamos
dos personas testarudas. Quizá sin ellos nunca nos habríamos
encontrado como es debido”, dice Grace.
Asiento con la cabeza. Probablemente tenga razón. Quizá
debería dejarlo estar y reconocer que los dos viejos
probablemente ven más de lo que quiero admitir.
“Aun así, cambiaré regularmente los pañales de nuestro hijo
en su escritorio como venganza”, respondo, sonriendo.
“Esa idea podría haber salido de mí”, ríe Grace. Entonces me
atrae hacia ella y volvemos a besarnos y espero… no. Sé que
esta vez lo hemos conseguido. Esta vez es para siempre y nada
ni nadie en el mundo podrá separarnos.
Capítulo 25
Owen
“No pongas esa cara. Fue idea tuya venir aquí”, dice Grace,
pinchándome en el hombro con la uña, haciéndome
estremecer.
“No pongo ninguna cara y, por cierto, eso sí que me ha
dolido”, respondo y, al mirar a la cara de esta maravillosa
mujer con esos ojos brillantes, noto que las comisuras de mis
labios también se tensan en una sonrisa.
Siguen sin gustarme ese tipo de acontecimientos, tal vez ella
tenga razón y realmente se me veía malhumorado porque
acabo de divisar a la pelirroja que no veía desde el incidente
de la gabardina, pero que probablemente ha desaparecido en
algún lugar con uno de los socios de negocios de mi padre
para hacer… ya sé qué. Grace lo sabe, se lo he contado todo.
La preocupación de que no me creyera era infundada. Sonrió,
me cogió en brazos y se limitó a decir: “Supongo que ese es tu
destino porque tienes un aspecto muy apetecible”. No podía
dejarlo estar, porque cuando entramos en una habitación,
siempre tengo la sensación de que todos los hombres la están
mirando. Tanto más agradable cuanto ella solo parece tener
ojos para mí y para nuestra hija.
“¿Owen Nixon, el guardaespaldas tipo duro, tiene un dolor
en el hombro porque le he pinchado con una uña? ¿No será
que tu hijita ya te está volviendo un blandengue?”, dice Grace
con una sonrisa juguetona en la cara y me guiña un ojo.
“Oye, es un secreto entre Emily y yo. ¿Cuándo te lo ha
contado?”, le respondo con una gran sonrisa y fingiendo
indignación. Por supuesto que Emily aún no puede contarlo,
tiene tres meses y es un sol adorable que hace que mi vida sea
completa, junto con la mujer de mi vida sin la que no puedo ni
quiero vivir.
Mientras tanto, incluso cuando menciono el nombre de
Emily, no tengo que pensar tan a menudo en mi difunta madre.
Fue Grace quien sugirió ponerle su nombre a nuestra hija
después de que habláramos mucho sobre nosotros y sobre las
relaciones con nuestras familias en las primeras semanas. Fue
la primera persona a la que conté cómo me sentí tras su
muerte, cómo lloré en silencio bajo las sábanas durante mucho
tiempo de niño porque la quería más que a nada. Creo que a
ella le habría gustado que el apellido se transmitiera dentro de
la familia. Mi padre también se sintió claramente conmovido
cuando se enteró. Desde que tengo uso de razón, no habíamos
hablado con tanta intensidad y extensión y me he dado cuenta
de muchas cosas. Me quiere de verdad y nunca lo dijo por
decir. Hoy, siendo padre, comprendo mejor lo difícil que debe
haber sido lidiar con seis hijos. Creo que lo hice mal y me
alegro de que me haya perdonado.
“Owen, cariño”, dice Grace, acariciándome suavemente el
hombro. “Yo también estoy nerviosa, pero creo que lo hará
bien esta noche”. Se refiere a su padre, Dean Kelly, que esta
noche no está en la recaudación de fondos, pero está cuidando
a nuestra hija Emily. Al final, no habrá mucho que hacer. El
pequeño milagro duerme casi todas las noches, Grace se ha
sacado leche y le ha explicado al menos diez veces cómo
calentar la leche y verterla en el biberón.
Me divertía ver a uno de los hombres más poderosos de la
ciudad tan indefenso por un asunto tan nimio. “No te rías de
mí. Puedo hacerlo”, dijo, guiñándome un ojo. Nosotros
también hablamos. Hay que reconocer que la relación entre
Grace, él y yo tardó un poco en normalizarse. Estábamos
bastante enfadados por lo que había intentado hacer y lo
ignoramos durante unas semanas.
Sin embargo, parecía molestar a Grace más de lo que
admitía, así que argumenté que debíamos sentarnos juntos y
discutir las cosas que nos molestaban a cada uno. Dean Kelly
se mostró inmediatamente dispuesto a hacerlo. Comprendía
nuestro punto de vista, parecía francamente preocupado ante la
idea de no volver a ver a su hija, a su nieta e incluso a mí.
Quería hacer justo lo contrario, pero al parecer, admitió, por
los medios equivocados.
Grace parecía increíblemente aliviada porque, como dijo
después, era la primera vez que su padre se disculpaba con ella
tan sinceramente. También aprovechó la oportunidad para
aclarar los rumores que han circulado sobre él. No es un
mafioso ni utiliza matones a sueldo ni nada parecido. El rumor
probablemente lo inició hace años un antiguo rival y aún
persiste. Ha admitido que nunca hizo nada activamente al
respecto porque sentía que solo le respetaban por el rumor. Y
lo del tipo que acosó a Grace en el instituto y luego recibió una
paliza tremenda, tampoco creo que tuviera nada que ver con
eso. Dijo que más bien había oído que era un admirador
secreto de entonces el que le había dado esa paliza y que
quería que dejara en paz a Grace.
“No, no pasa nada. Estará bien”, le digo a Grace, pensando
de nuevo en su padre, y tengo que admitir que puede que esté
un poco nervioso después de todo. “Pero llamará si hay
problemas y no dejará que Emily grite durante una hora,
¿verdad?”.
“Ya lo hemos hablado con él, además, sólo vive cinco pisos
por debajo de nosotros aquí en el hotel, cariño”. Grace me tira
de la corbata y me besa. Me encanta cuando es tan descarada y
segura de sí misma. Le sienta muy bien y la hace más atractiva
de lo que ya es.
“Vale, tú ganas. Busquemos algo de beber, es casi
medianoche. ¿Dónde están esos camareros con sus bandejas
cuando los necesitas?”, pregunto mirando a mi alrededor.
“Oh… Mira quién está ahí”, le digo a Grace cuando veo a la
pelirroja de espaldas a nosotros detrás de unas plantas. Me doy
cuenta de que lleva exactamente la misma gabardina que
entonces y en ese mismo momento se la abre al hombre de
pelo gris que tiene delante, que la agarra animosamente.
“Oh, tío”, Grace suelta una risita y se agarra a mí. Yo
también tengo que reírme porque es demasiado tonto. ¿De
verdad creen esos dos que nadie los ve? Quizá no les importe
o quizá estén borrachos. ¿O las dos cosas?
“¿Ha llamado, Sr. Nixon? ¿Puedo ofrecerle a usted y a su
señora una copa de champán?”, dice un camarero que,
obviamente, ha visto mi señal y probablemente intenta
impresionarme con la expresión que ha elegido.
“Puedes hablarme normalmente”. Echo un vistazo a su
pequeña etiqueta con su nombre. “David. Y no: nada de
champán. Un vaso de zumo de naranja para mí y otro para mi
prometida”.
“Owen, no tienes por qué…”, empieza Grace.
“Si tú no puedes beber nada, yo tampoco. El zumo de
naranja sabe mejor en compañía, ¿sabes?”, digo, cogiendo dos
copas de champán llenas de zumo de naranja de la bandeja del
camarero, que asiente como respuesta y sigue su camino de
nuevo.
“No, debe de ser un secreto bien guardado de la familia
Nixon”, dice Grace en voz baja, sonriendo y fingiendo que
estamos hablando de algo realmente importante. Brindamos y
yo también tengo que sonreír.
“Hablando de secretos familiares”, digo después de que
ambos bebemos un sorbo de nuestras copas y le cojo la mano
donde lleva el anillo de compromiso que le compré poco
después de proponerle matrimonio. “Espero que lo de tu anillo
de boda se solucione pronto”.
Nuestra boda será el próximo verano, pero me encantaría
darle el anillo en ese momento. Sin embargo, no sé a qué
atenerme con lo del ultimátum. Mi última conversación con mi
padre fue hace un tiempo. Ha estado manteniendo un perfil
bajo, insistiendo en que me comprende pero que es un hombre
de palabra y solo puede darme el anillo si todos ponen de su
parte. “¿Por qué no se lo pides a Nash?”, repetía con una
mirada significativa.
Es una locura que a estas alturas sea yo quien envíe mensajes
a Nash preguntándole cuál es la situación. Y es él quien me da
respuestas evasivas. Tengo que admitir que no creía que fueran
posibles dos cosas:
Primero, que alguna vez tuviera tantas ganas de conseguir el
anillo de mi madre. No por mí, sino por Grace. Quizá por eso
mi padre me lo tendió, porque sabía lo que me esperaba. Al
menos tenía algo que ver conmigo y con Grace.
En segundo lugar, si hubiera tenido que apostar hace un año
sobre quién de los dos jodería el ultimátum, me habría dicho a
mí mismo: yo, Owen Nixon. Nunca habría pensado en Nash.
Él y su Luna, una historia interminable. En realidad, durante
años pensé que eran la pareja perfecta. Pero por lo visto ellos
no lo ven así.
“Ahí estáis los dos. Me alegro de que hayáis podido venir”,
me saluda mi padre y me da una palmada en el hombro. Luego
le da dos besos a Grace a modo de saludo, le coge la mano y la
mira: “Estás preciosa. ¿Y Emily está bien? ¿Dean va a estar
bien o tengo que ir a echar un vistazo?”.
“Los dos hombres más poderosos de la ciudad cambiando
pañales. Seguro que sería una foto estupenda”, digo sonriendo.
“Si supieras cuántas veces he cambiado tus pañales y los de
tus hermanos, hijo”, responde mi padre, dando un sorbo a su
vaso que huele a bourbon.
“Bien dicho, papá”, replico.
“Dime una cosa: mi despacho olía a pañales de bebé la
semana pasada. Nadie sabe de dónde procedía el olor. Ni tu
hermano Gabriel, que debería haberlo visto desde su despacho,
ni mi secretaria, que suele darse cuenta de todo, pueden decir
nada al respecto. Ambos se limitaron a sonreír y callar”.
“Como siempre dices, papá: la familia es lo más importante,
¿no?”, vuelvo y me alegra saber que Gabriel y también Aiden,
que estaba de visita, han guardado silencio. En general, me
llevo bastante bien con ellos y también con mis dos hermanos
pequeños, Harper y Andrew, desde… desde que tengo a
Grace. Ella lo ha cambiado todo en mi vida de forma positiva.
“Hijo, estoy orgulloso de ti”, me dice, dándome una palmada
en la espalda. Siempre dice esa frase, pero esta vez siento una
profunda fe en mi interior de que lo dice de verdad. “Y si
necesitas en otra ocasión cambiar a Emily, la mesa de mi
despacho está siempre a tu disposición”, dice guiñándome un
ojo. “¡Oh, ahí está Nash! Tengo que irme… ya sabes”, dice
cuando estoy a punto de preguntarle qué ha pasado con el
ultimátum.
10…9…8…7…
Oímos a la multitud gritar a la vez y vemos los números en
las pantallas con la cuenta atrás.
“Un gran año, termina con una gran mujer. Te quiero Grace”,
digo, mirándola directamente y levantando mi copa para
brindar por ella.
3…2…1…0
A nuestro alrededor la gente vitorea, pero yo estoy como en
un túnel y solo me fijo en Grace, que me mira y me dice: “Yo
también te quiero”.
Entonces nos besamos. El tacto de sus labios sigue siendo
tan maravilloso como la primera vez y deseo que siempre sea
así. El beso sabe a amor, a sensualidad y sobre todo a Gracia, y
nunca podré saciarme de ella.
Durante el resto de mi vida.
Epílogo
Grace