© 2025 Olibia Blake
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Capítulo 1
El sol de la tarde se filtraba a través de las ventanas altas del Instituto
de Artes Harmonía, llenando los pasillos con una luz dorada. El eco de
instrumentos afinándose resonaba en el aire mientras los estudiantes
se preparaban para las audiciones. Entre ellos, Elena ajustaba las
cuerdas de su violín con manos temblorosas. Era su primera vez en un
entorno tan prestigioso y la presión era palpable.
Elena, con su cabello castaño recogido en una trenza desordenada y
su ropa sencilla, contrastaba con los atuendos elegantes de muchos de
sus compañeros. A pesar de todo, se mantenía firme, recordando las
palabras de su madre: «La música es tu corazón, déjalo brillar».
Mientras esperaba junto a tantos otros aspirantes en la sala de
audiciones, escuchó una risa arrogante que le puso la piel de gallina.
Era él.
Había albergado la esperanza de no encontrarse con él. De que no se
presentara. Con gente como él, las posibilidades de Elena disminuían.
Al levantar la mirada, vio a Max; alto y apuesto, rodeado por un
grupo de admiradores. Max, con su pelo negro bien peinado, su traje
perfectamente planchado, unos ojos de un azul cobalto cautivador y su
aire de superioridad, destacaba no solo por su talento, sino también por
su actitud condescendiente.
Se hizo el silencio, roto tan solo por aquellos ajenos a la presencia del
recién llegado, que continuaban lanzando notas al aire.
—¿Estás aquí para tocar una serenata de cuna? —bromeó uno de los
amigos de Max mientras señalaba el viejo violín de Elena.
Ella ignoró el comentario y se centró en la melodía que tocaría,
enfocada en su objetivo.
La audición de Max fue primero. Tocó una pieza de piano con una
precisión y emotividad que dejaron sin aliento. El auditorio estalló en
aplausos al finalizar, y Max bajó del escenario con una sonrisa
satisfecha, lanzando una mirada de suficiencia a cuantos le miraban,
incluida Elena, en quien se había fijado nada más entrar.
Y es que la joven destacaba por sus ropas nada elegantes y su
instrumento por el que se notaba que habían pasado los años.
Elena respiró hondo y subió al escenario en cuanto escuchó su
nombre. Ajustó su violín y comenzó a tocar una melodía que había
practicado durante meses. Su interpretación era apasionada y llena de
vida, pero a medida que avanzaba, sintió la mirada fija de Max desde el
fondo de la sala. Ese vistazo la hizo dudar por un momento, pero
rápidamente recuperó la compostura y terminó la pieza con una nota
brillante.
El silencio que siguió fue abrumador. Luego, un aplauso solitario
rompió la tensión, seguido por el aplauso general del público. Elena
sonrió tímidamente, agradecida por el apoyo, y bajó del escenario con
el corazón latiendo con fuerza.
Al salir del auditorio, se encontró cara a cara con Max. Él la observó
con una expresión indescifrable antes de hablar.
—No ha estado mal para ser una principiante —dijo con tono
sarcástico, aunque había una chispa de interés en sus ojos.
—No soy principiante, llevo años tocando.
El interés de él aumentó.
—¿Y quién te ha enseñado? Nunca te he visto en…
—Mi abuelo.
Esta vez fue Max quien vio un brillo en los ojos de ella. De melancolía.
—Hizo un buen trabajo contigo, aunque te falta mucho para estar a
mi altura.
—Gracias —respondió Elena, sin dejarse intimidar—. Tal vez te
sorprenda.
Max alzó una ceja, sorprendido por la respuesta firme de Elena. En
ese momento, algo cambió entre ellos. La semilla de una rivalidad
intensa se había plantado, una que los llevaría a descubrir mucho más
de lo que esperaban.
Elena se alejó, con una determinación renovada. Sabía que el camino
no sería fácil, pero estaba lista para enfrentarlo. El primer encuentro
había sido solo el comienzo de una historia que prometía desafíos,
descubrimientos y, tal vez, algo más profundo.
Capítulo 2
El instituto Harmonía estaba en su momento más bullicioso del año,
con estudiantes corriendo de una clase a otra y practicando en cada
rincón disponible. Entre ellos se encontraba Elena, quien había
obtenido una plaza becada tras las audiciones. A diferencia de otros que
podían costearse su estancia allí, ella debía esforzarse al máximo para
no perder aquella oportunidad que la vida le había brindado.
Se lo debía a su abuelo.
Max se pavoneaba delante de las chicas haciendo alarde de que su
talento era hereditario, pues descendía de una gran familia de
reconocidos pianistas.
Aunque a Elena le molestaba su actitud arrogante, no podía negar
que era un músico excepcional.
Una mañana, mientras Elena estaba afinando su violín en una sala de
ensayos vacía, una notificación en su teléfono la sobresaltó. Era un
correo del comité organizador del concurso de dúos. Era un concurso
internacional que organizaba el propio instituto, buscando ofrecer
dinero y fama a la pareja con mayor talento de todos los participantes.
Desgraciadamente, no dejaban elegir a tu pareja, sino que eran ellos
mismos quienes, tras estudiarlo exhaustivamente, emparejaban a los
dúos que representarían al Instituto Harmonía.
Si resultaba elegida y, además, ganadora, la esperaba un futuro
prometedor.
Con manos temblorosas, abrió el mensaje:
Estimados estudiantes,
Nos complace anunciar la selección de participantes para el concurso
anual de dúos. Los siguientes estudiantes han sido asignados como pareja
para representar al instituto:
Rosa Lana - Clarinete y Laura Navas - Guitarra
Jaime Gómez - Piano y Paula Núñez - Saxofón
Elena García - Violín y Maximiliano Ortega - Piano
Izíar Lorenzo - Viola y Hugo Cabrera - Oboe
Esperamos que esta colaboración sea fructífera y enriquezca su
experiencia musical, a la par que mantenga el prestigio del Instituto de
Artes Harmonía.
Atentamente, Comité Organizador del Instituto Harmonía.
Elena sintió un nudo en el estómago. ¿Max y ella, en el mismo
equipo? No podía creerlo. Justo en ese momento, Max entró en la sala,
con el mismo aire de confianza que siempre lo acompañaba.
Al verla, se detuvo en seco y la evaluó con ojos críticos. El azul
cobalto de su mirada se cruzó con la verde esmeralda de ella.
—Supongo que ya te has enterado —dijo Max sin rodeos, sacando su
partitura y sentándose al piano—. No esperaba que me asignaran a una
principiante.
Elena respiró hondo, decidida a no dejarse intimidar.
—Sí, me he enterado. Deja de decir que soy una principiante. He
demostrado estar muy por encima de muchos de los alumnos que hay
aquí.
Él se mordió la lengua para no darle el gusto de darle la razón. Pues
era cierto que Elena no solo había demostrado estar a su altura, sino
que se había convertido en una digna rival que podía arrebatarle el
puesto en el instituto. Max siempre había sido quien representaba al
Harmonía en todos los certámenes, resultando ganador y ganando con
ello más fama de la que tenía ya por si familia. Ahora su puesto se
tambaleaba por culpa de ella.
—Eso no quiere decir nada.
La joven resopló, hastiada.
—Imagino que deseas ganar tanto como yo. —Preparó el violín—.
Así que basta de menospreciarme y ensayemos.
Max arqueó una ceja, y le dedicó media sonrisa. Aquella chica tenía
algo que le gustaba.
—Muy bien. Pero no esperes que te lo ponga fácil —respondió,
colocando sus manos sobre las teclas del piano—. Vamos a empezar
con la primera pieza. Sígueme si puedes.
Elena levantó su violín y se colocó en posición. Los primeros
compases fueron tensos y llenos de errores. Ambos estaban demasiado
ocupados tratando de demostrar su superioridad como para realmente
escuchar al otro. Pero con cada repetición, la música comenzó a tomar
forma.
Día tras día, se encontraban en la sala de ensayos, primero
discutiendo y luego colaborando a regañadientes. A medida que pasaba
el tiempo, Elena empezó a notar destellos de humanidad en Max: la
forma en que cerraba los ojos al tocar una pieza particularmente
emotiva, o cómo sus manos temblaban ligeramente antes de una difícil
interpretación.
Una tarde, después de un ensayo agotador, Max dejó escapar un
suspiro y se dejó caer en una silla.
—Nunca imaginé que trabajar contigo sería tan… desafiante —dijo,
pero esta vez su tono no era sarcástico. Había un rastro de…
¿honestidad?
Elena se sentó a su lado, dejando descansar su violín.
—No eres el único —admitió—. Pero creo que podemos lograrlo.
Max la miró, y por primera vez, vio en sus ojos una chispa de respeto
y pasión. La misma que ella sentía por la música.
Y es que, juntos, habían descubierto que lo que hacían era mucho
más que música. Las notas fluían entre ellos de forma natural, se
entrelazaban tejiendo melodías únicas que los envolvían, haciéndoles
olvidar no solo el lugar en el que se encontraban, sino su rivalidad. Mas
esta regresaba en cuando lo hacía el silencio.
Capítulo 3
Los días pasaban rápidamente mientras Elena y Max continuaban sus
ensayos. Aunque las tensiones iniciales aún no habían desaparecido por
completo, comenzaban a surgir momentos de verdadera comprensión.
Un día, después de un ensayo particularmente arduo, Max sugirió un
descanso.
—¿Te importa si salgo a tomar un poco de aire? —preguntó, sin tener
intención de invitarla a ir con él.
Elena asintió, agradecida por la pausa. Él dirigió al jardín del
instituto, un lugar tranquilo y lleno de flores, donde los estudiantes a
menudo iban a relajarse. Caminó entre los setos hasta dar con un banco
apartado, semiescondido, bajo la sombra de un gran roble.
Entonces se dio cuenta de que ella le había seguido. Soltó un
resoplido de disgusto.
—El jardín es enorme, ¿sabes?
Elena le ignoró y se sentó a su lado.
—No sabía que este lugar era tan bonito —comentó, mirando
alrededor con admiración.
Max sonrió ligeramente.
—Es uno de mis lugares favoritos. Vengo cuando necesito
despejarme. O cuando necesito inspiración.
Elena lo observó, sorprendida por su sinceridad. Había algo diferente
en Max cuando no estaba rodeado de sus amigos o bajo la presión de la
competencia. Decidió aprovechar la oportunidad para conocerlo mejor.
—¿Siempre te ha gustado tocar el piano? —preguntó, curiosa.
Max suspiró, como si no estuviera acostumbrado a compartir detalles
personales. Por un momento, ella creyó que no iba a responder.
—Mi padre es pianista. Y mi madre. Y mis abuelos… Me viene de
familia, supongo. —Se encogió de hombros—. Hiciera lo que hiciera,
nada era suficiente para él. Yo siempre quise impresionarlo,
demostrarle que podía ser tan bueno como él y mi madre. Así que hice
lo que se esperaba de mí. Pero a veces siento que nunca es suficiente.
Elena asintió, comprendiendo el peso de las expectativas familiares.
Estiró la mano para posarla sobre la del chico que reposaba en el banco
y la apretó, transmitiéndole su calor. Este contacto hizo que saltaran
chispas entre ambos, una melodía que nada tenía que ver con
instrumentos musicales.
—¿Y qué me dices de ti? —inquirió Max rompiendo el contacto y
también la magia del momento.
—Mi situación es diferente, aunque también tengo presión, pues yo
no puedo permitirme estar aquí. Para mí, la música es una forma de
escapar de las dificultades en casa. Es lo único que siento que puedo
controlar.
—¿Problemas familiares? —indagó, creyendo que tal vez ella se
encontrara en una situación parecida.
—Económicos solamente. —Se sentía un poco tonta hablando de ese
tema con él, pues ¿cómo iba el gran Maximiliano Ortega a comprender
su situación?—. Pero pasar hambre algunas temporadas no ayuda a la
convivencia familiar. Tuve que luchar contra mi padre para que no
vendiera el violín de mi abuelo cuando este murió.
—Lo siento. —Y era sincero.
—Le prometí llegar lejos con su violín, y eso es lo que haré. Por eso
vamos a ganar el concurso de dúos, y no me importa si tengo que tirar
de ti.
A Max se le escapó una carcajada.
La conversación continuó, fluyendo de manera natural. Compartieron
historias de sus vidas fuera del instituto, revelando inseguridades y
sueños que normalmente guardaban para sí mismos. Poco a poco, la
desconfianza inicial comenzó a disiparse, reemplazada por un
entendimiento mutuo.
Esa tarde, cuando regresaron al salón de ensayos, la música que
crearon juntos tenía una nueva cualidad: había armonía y una conexión
genuina. A medida que tocaban, se dieron cuenta de que habían
comenzado a formar un equipo verdadero. Y más que eso. Era como si
fueran uno solo.
La semana siguiente, durante uno de sus ensayos, Max se mostraba
distraído algo que era inusual en él, ya que cuando se sentaba al piano,
las notas fluían solas y su cabeza alejaba todo de sí menos la música.
—¿Pasa algo?
Hace unas semanas, Elena no le habría perdonado un solo fallo. Pero
ahora las cosas eran diferentes con él.
—Este año el concurso de dúos va a ser muy diferente… En el jurado
habrá íntimos amigos de las familias de algunos de los representantes.
Elena lo miró con seriedad.
—Eso no debería preocuparnos.
—Sí si va a haber favoritismos.
—Pero ¿eso no debería estar prohibido?
Él soltó una carcajada cargada de sarcasmo.
—Cuando se tiene dinero no hay nada prohibido.
Elena guardó silencio unos momentos, mostrándose de acuerdo con
él.
—Entonces tendremos que demostrar de lo que somos capaces.
Max asintió, pero la preocupación seguía en sus ojos.
—Tienes razón. Solo espero que todo nuestro esfuerzo no sea en
vano.
Con renovada determinación, continuaron sus ensayos, enfrentando
tanto sus propios miedos como las incertidumbres externas. Cada nota,
cada compás, se convirtió en una declaración de su compromiso y
talento. Y mientras lo hacían, la línea entre enemigos y aliados se
desdibujaba cada vez más.
Capítulo 4
A medida que la fecha del concurso se acercaba, la atmósfera en el
Instituto Harmonía se volvía cada vez más tensa. Los rumores sobre
favoritismos y corrupción en las evaluaciones del concurso comenzaron
a circular con más fuerza, sembrando dudas y desconfianza entre los
estudiantes participantes. Para Elena y Max, la presión externa se
sumaba a la ya complicada relación que estaban desarrollando.
Un día, durante un ensayo, Max llegó con una expresión seria.
—He escuchado algo nuevo sobre esos rumores —dijo, dejando caer
su mochila en una silla—. Parece que algunos estudiantes están
recibiendo ayuda extra de los profesores.
Elena frunció el ceño mientras afinaba su violín.
—¿De dónde ha salido esa información?
—Tengo mis fuentes. Incluso he oído que hay grabaciones de
conversaciones comprometedoras.
Elena sintió un nudo en el estómago. Si los rumores eran ciertos, todo
su esfuerzo podría ser en vano. La idea de que sus logros pudieran ser
invalidados por favoritismos la llenaba de frustración.
—No podemos hacer nada al respecto ahora —dijo con
determinación—. Tenemos que enfocarnos en nuestra música y
demostrar que somos los mejores sin importar lo que pase a nuestro
alrededor.
Max asintió, aunque la preocupación no desaparecía de sus ojos.
—Tienes razón. Pero no puedo evitar sentirme inquieto.
Esa tarde, durante otro ensayo, la tensión llegó a un punto crítico.
Estaban tocando una pieza particularmente desafiante cuando Max
cometió un error que los obligó a detenerse.
—¡Vamos, Max! —exclamó Elena, irritada—. ¡Tenemos que
concentrarnos!
Max golpeó las teclas del piano con frustración.
—No es tan fácil cuando hay tantas cosas pasando en mi cabeza,
Elena. ¡No todo se trata de la música!
Ella lo miró sorprendida. Era la primera vez que veía a Max tan
vulnerable.
—Lo siento —dijo suavemente—. Sé que esto es difícil para ti
también. Pero tenemos que mantenernos fuertes. No podemos permitir
que los rumores nos derroten.
Max suspiró y se frotó los ojos.
—Tienes razón. Solo… necesito un momento.
Se sentaron en silencio por unos minutos, dejando que la tensión se
disipara. Poco a poco, la calma regresó y retomaron su ensayo, esta vez
con una conexión más profunda y una comprensión mutua más sólida.
A medida que continuaban trabajando juntos, se dieron cuenta de
que los rumores y los conflictos externos solo habían servido para
fortalecer su unión. Elena y Max comprendieron que la clave para
superar los obstáculos no estaba solo en la música, sino también en la
confianza y el apoyo mutuo que estaban construyendo.
Capítulo 5
El Instituto Harmonía estaba envuelto en una atmósfera de anticipación
y nerviosismo. Faltaban solo unos días para la competencia final y
todos los participantes estaban en el límite de sus capacidades. Ya
habían tenido visitas de los alumnos de otros centros, algo que los
había puesto todavía más nerviosos.
Elena y Max habían pasado horas interminables ensayando, tratando
de perfeccionar cada nota, cada compás. Sin embargo, una sombra de
preocupación seguía acechándolos: los rumores. Y por si fuera poco, las
discusiones entre ellos habían aumentado, volviendo a florecer esa
rivalidad del principio. Tanto era así que ya apenas hablaban, se
centraban en las notas y en construir melodías que los hicieran ganar.
Aquella tarde, Elena detuvo el roce de las cuerdas de su violín con
expresión de hastío.
—¿Otra vez vas a intentar imponer tu ritmo, Max? No puedo seguirte
si sigues acelerando.
Él también se detuvo y golpeó ligeramente las teclas del piano.
—¡¿Yo?! El problema es que tú no puedes mantener un tempo
constante. No todo se trata de dramatismo.
—¿Sabes qué? Este concurso va a ser una farsa. Todos sabemos que
ya tienen a sus ganadores elegidos. ¿Para qué molestarse?
Era ella la que hasta ahora se había mantenido fuerte, pero la
situación ya empezaba a sobrepasarla.
—No me importa si está amañado o no. Tú misma lo dijiste: vamos a
dar lo mejor. ¿O es que tienes miedo?
Max se levantó para enfrentarla, pero ella no se dejó amedrentar y le
sostuvo la mirada, perdiéndose por un momento en su mirada oscura.
Se mordió el labio, y no se le escapó que los ojos de él fueron durante
unos segundos a su boca.
—¡No se trata de miedo! Pero… —cogió aire, pues apenas creía lo que
iba a decir— este concurso no lo es todo.
—Tal vez para ti.
Esto la molestó.
—Tal vez más para mí. Yo me juego mucho. Mi beca, por ejemplo. Tú
tienes el dinero suficiente para…
Max se alejó de ella, visiblemente enfadado.
—No todo es dinero, ¿sabes? Mi padre… —Resopló con fuerza y
golpeó la pared—. ¡Ay!
Se sujetó la muñeca. Había golpeado más fuerte de lo que pretendía,
y ahora la muñeca le dolía. La joven se acercó, preocupada, olvidando
su rabia.
—¿Estás bien? Déjame ver.
—Estoy bien.
—No seas terco. Si te has hecho daño, necesitamos arreglarlo ahora.
No podemos permitir que esto arruine nuestras posibilidades,
amañado o no.
—Está bien —admitió para sorpresa de ella—. Lo siento, Elena. Creo
que nos hemos dejado llevar por la frustración.
—Yo también lo siento. Esto está siendo más difícil de lo que
esperaba. Y eso que no pintaba bien cuando me emparejaron contigo.
Max le dedicó una sonrisa y ambos se quedaron mirándose. Sus
cabezas se acercaron lentamente y, cuando estaban a punto de unirse,
sonó el timbre.
—Tenemos que llevarte a la enfermería —dijo ella, carraspeando y
ayudándolo a levantarse.
En la enfermería, el médico examinó a Max y confirmó sus peores
temores: no se había torcido la muñeca, se trataba de una tendinitis
aguda causada por el exceso de práctica. Necesitaba reposo absoluto y
no podría tocar el piano durante al menos una semana.
—No puede ser —se quejó Max con desesperación—. El concurso es
en unos días. No podemos rendirnos ahora.
Elena lo miró con decisión.
—Encontraremos una manera. No podemos dejar que esto nos
derrote.
Esa noche, Elena pasó horas buscando una solución. Sabía que no
podían presentarse sin un plan, pero no estaba dispuesta a rendirse.
A la mañana siguiente, volvió a la sala de prácticas con una
propuesta.
—Max, tengo una idea. Sabes que siempre has sido excelente en la
teoría musical. ¿Qué tal si te concentras en dirigir y guiar nuestra
actuación mientras yo toco una versión simplificada de la pieza?
Max la miró sorprendido.
—¿Estás dispuesta a hacer eso?
Elena asintió con firmeza.
—Sí. No será lo mismo, pero al menos podremos participar. Confío en
tus habilidades para guiarme.
Los días siguientes fueron un torbellino de práctica intensiva. Max,
aunque frustrado por no poder tocar, se dedicó a dirigir y ajustar cada
detalle de su interpretación. Elena, por su parte, trabajó
incansablemente para adaptarse a las indicaciones de Max y aprender
las nuevas variaciones de la pieza.
Capítulo 6
El gran día había llegado. El auditorio del Instituto Harmonía estaba
repleto de estudiantes, profesores, familiares y amigos, todos ansiosos
por ver las actuaciones. El escenario estaba iluminado, y el ambiente
estaba cargado de anticipación y nerviosismo.
Elena y Max esperaban entre bastidores, repasando mentalmente su
actuación una vez más. Aunque Max no podía tocar el piano debido a su
tendinitis, habían trabajado incansablemente para perfeccionar su
presentación con él dirigiendo y guiando cada movimiento de Elena.
—¿Lista? —preguntó Max, tratando de ocultar su propia ansiedad.
Elena tomó una profunda respiración.
—No lo sé. ¿Estás seguro de que sin el piano puede salir bien? Tengo
miedo de que no lo logremos sin ti.
—Elena, confío en ti. —Le sonrió suavemente—. Solo sigue mi ritmo
como has hecho hasta ahora y confía en ti misma.
Ella se ajustó el vestido.
—Es que… ¿qué pasa si me equivoco?
—No te preocupes por eso. —Le tomó la mano que ella tenía libre—.
Estoy aquí para ti, y si cometes un error, lo corregiremos juntos. No
estás sola en esto.
—A veces me sorprende lo mucho que has cambiado desde que nos
conocimos.
—Y tú también. Pensé que siempre seríamos rivales, pero ahora… —
se acercó más a ella y ambos pudieron sentir el aliento del otro—,
ahora me doy cuenta de lo especial que es tener a alguien como tú a mi
lado.
—Max, yo… Vamos a dar lo mejor de nosotros en este concurso, por
nosotros.
—Por nosotros. Y no importa lo que pase, siempre estaré aquí para ti.
Ambos se miraron a los ojos, sintiendo una conexión más profunda
mientras se preparaban para actuar.
Cuando anunciaron sus nombres, salieron al escenario con una
mezcla de nervios y determinación. La luz de los focos los envolvió, y el
murmullo del público se desvaneció en un silencio expectante.
Max se posicionó a un lado del escenario, listo para dirigir, mientras
Elena se colocaba con su violín. Al dar la señal, comenzaron. La música
fluía con una precisión y una pasión que reflejaban todo el trabajo duro
y la colaboración de las últimas semanas.
Elena tocaba cada nota con una emoción palpable, siguiendo las
indicaciones de Max, quien dirigía con un entusiasmo y un
conocimiento que mostraban la profundidad de su conexión. Cada
gesto, cada movimiento de su mano, guiaba a Elena a través de las
partes más difíciles de la pieza.
A mitad de la actuación, el público estaba completamente cautivado.
Podían sentir la química y la complicidad entre los dos, una química
que había nacido de la rivalidad y que se había transformado en una
colaboración genuina.
Cuando llegaron a la última sección de la pieza, Elena cerró los ojos,
dejando que la música la guiara. Max, con una sonrisa de orgullo, hizo
un último movimiento, y la última nota resonó en el auditorio.
Por un momento, hubo un silencio profundo, y luego, el auditorio
estalló en aplausos. La ovación fue ensordecedora, y Elena y Max se
miraron con una mezcla de alivio y satisfacción. Lo habían logrado,
habían superado todos los obstáculos y se habían presentado como un
equipo imparable.
Entonces, cada uno se perdió en la mirada del otro, y durante unos
segundos el tiempo se detuvo para ambos. La gente que había
presenciado su actuación había desaparecido, tan solo estaban ellos,
una melodía que solo ellos podían escuchar y el latir de sus corazones,
que se fundía con las notas silenciosas.
Ansiaron los labios del otro. Ya en los ensayos se habían dado cuenta
de que la química que tenían no se debía solo a la música, sino a mucho
más. Una tensión que deseaban romper, aunque aquel no era el lugar ni
el momento.
Rompieron la conexión mágica y volvieron al auditorio, a los aplausos
y a un triunfo que saborearon, hubieran o no ganado el concurso, pues
ambos sabían que sus corazones ya habían ganado.
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