Parentalidad Positiva y Estilos de Crianza
Introducción
De todos los factores que condicionan la personalidad del ser humano, es decir, su
dinámica interna que propicia cierto patrón en su comportamiento, es sin duda alguna la
relación primaria con sus cuidadores, es en la familia y la forma en la que sus padres lo
criaron donde el individuo adopta su futura personalidad y por ende, su futura relación con el
mundo, y justamente la psicología es capaz de estudiar este proceso. Se debe de entender, que
como seres humanos criando a otros seres humanos, los errores en el proceso son inevitables,
pero algunos de estos fallos pueden condicionar y repercutir para mal en la vida del infante,
trayendo problemas los cuales se deberán de atender con un profesional, de ahí la importancia
tanto de la parentalidad como de los estilos de crianza, mismos que serán el foco del ensayo
presente.
Definición de Parentalidad
La parentalidad, más allá del vínculo adquirido por consecuencia de traer al mundo un
hijo, es una relación que debe cultivarse con esfuerzo, en todos está la capacidad innata de ser
parentales, pero tan solo pocos ejercen el rol de manera efectiva, es imperativo para quien a
asumido dicho papel el tener conciencia que la buena parentalidad se debe trabajar. No solo
basta el suplir las necesidades básicas de los hijos, el impacto de los padres va más allá de
eso, son ellos responsables de la estructura psíquica que van a formar en sus hijos. Es
necesario tener en cuenta que no existe un perfil universal, ni un manual detallado de
actuación, esto por el inevitable y acelerado cambio sociocultural, dependerá enteramente del
contexto social, político y cultural, incluso de las experiencias vividas propias, la evolución
del individuo y de la familia. Y, aunque se remarca la importancia de factores obvios, como el
contexto social o cultural, también intervienen procesos heredados de generación a
generación, es decir, la esencia transgeneracional, la cual queda marcada en el inconsciente,
tales como los ideales o fantasías que los padres depositan en los hijos antes de que nazcan.
Construcción de la Parentalidad
La construcción de la parentalidad constituye un proceso complejo que combina factores
psicológicos, sociales y culturales, los cuales interactúan para definir cómo los individuos
asumen y ejercen el rol de ser padres. Este concepto no es inherente ni automático, sino que
se va desarrollando a lo largo de la vida, influenciado por experiencias personales,
transgeneracionales y socioculturales. En este sentido, cada progenitor aporta una historia de
vida única, formada por las dinámicas familiares y las influencias del entorno, que se integra
al acto de criar y educar a sus hijos. Desde el enfoque psicoanalítico, la parentalidad está
intrínsecamente vinculada con el narcisismo primario, que posiciona a los hijos como
extensiones simbólicas de los deseos e ideales de los padres. Este proceso permite a los
progenitores proyectar sus aspiraciones, reparando en ocasiones sus propias heridas
emocionales a través de la crianza.
La construcción de la parentalidad también se ve influida por las interacciones tempranas
entre padres e hijos, que establecen las bases del apego y la seguridad emocional. Desde la
teoría del apego de Bowlby, se ha identificado que las respuestas sensibles y consistentes de
los padres promueven un apego seguro, fortaleciendo el desarrollo emocional y cognitivo del
niño. Estas interacciones iniciales no solo refuerzan el vínculo afectivo, sino que también
ayudan a los padres a ajustar sus prácticas según las necesidades individuales del hijo. Otro
aspecto fundamental es la influencia transgeneracional en la parentalidad. Según Lebovici,
las expectativas, valores y conflictos no resueltos de generaciones anteriores pueden
transmitirse inconscientemente, moldeando las creencias y comportamientos de los padres.
Reconocer estas influencias permite a los progenitores trabajar activamente para superarlas y
ejercer una parentalidad más consciente y adaptativa.
Por ejemplo, un padre que experimentó una falta de apoyo emocional durante su infancia
podría volcarse en brindar este apoyo a su hijo, a veces de manera excesiva, buscando redimir
su experiencia pasada. No obstante, si esta proyección no se maneja adecuadamente, puede
derivar en dinámicas disfuncionales, como el sobrecontrol o la imposición de expectativas
inalcanzables, que impactan negativamente el desarrollo del niño. En un nivel más amplio, la
construcción de la parentalidad está profundamente influenciada por los contextos culturales
y sociales en los que se sitúa la familia. Las normas de género, los valores predominantes y
las expectativas comunitarias dictan, en gran medida, las características deseables de un
"buen padre" o una "buena madre". Por ejemplo, en culturas donde se valora la obediencia y
la autoridad, los padres pueden verse presionados a adoptar estilos de crianza más rígidos,
sacrificando la comunicación emocional y la empatía. Esto plantea interrogantes sobre cómo
equilibrar las demandas externas con las necesidades internas de la familia para fomentar una
crianza más positiva.
La parentalidad también se ve influida por cambios en las estructuras familiares
contemporáneas, como el aumento de familias monoparentales, reconstituidas o con parejas
del mismo sexo. Estas variaciones desafían las nociones tradicionales de parentalidad y
resaltan la importancia de enfoques más inclusivos y flexibles. Por ejemplo, en una familia
encabezada por un solo progenitor, es posible que el rol tradicional de un padre o madre deba
adaptarse para satisfacer todas las necesidades del niño, lo que requiere una reevaluación
constante de las prácticas parentales. Finalmente, la construcción de la parentalidad puede
verse como un espejo donde los padres proyectan no solo sus expectativas, sino también sus
limitaciones y miedos. Esto subraya la importancia de un trabajo introspectivo continuo,
apoyado por recursos educativos, terapéuticos y comunitarios, para construir una parentalidad
más consciente y efectiva. El desafío radica en superar las barreras emocionales y
socioculturales para crear un entorno donde los niños puedan desarrollarse plenamente,
mientras los padres encuentran satisfacción y equilibrio en su rol.
Inscripción de la Parentalidad en el Sujeto
La inscripción de la parentalidad en el sujeto se configura como un proceso psíquico
profundo, donde las vivencias individuales, las influencias transgeneracionales y las normas
socioculturales convergen para modelar la manera en que los individuos ejercen su rol
parental. Según Freud, esta inscripción se produce a través de la interacción entre las tres
instancias psíquicas principales: el ello, el yo y el superyó. Cada una de estas estructuras
aporta elementos esenciales para la formación de una parentalidad efectiva y equilibrada. El
superyó, como instancia reguladora de normas y valores, juega un papel central en la
transmisión intergeneracional de la parentalidad. Esta instancia no solo internaliza las reglas
sociales, sino que también incorpora las experiencias infantiles del individuo, como el
cuidado y la disciplina recibidos. Por ejemplo, una persona que creció en un entorno de
autoritarismo rígido puede reproducir este patrón o, alternativamente, adoptar un enfoque
diametralmente opuesto en un intento por corregir las carencias percibidas en su crianza.
Esta dinámica subraya cómo la parentalidad se ve influenciada no solo por los padres
reales, sino también por las representaciones simbólicas y los ideales transmitidos a través de
generaciones. El yo parental, por su parte, actúa como un mediador entre las demandas
internas y externas, organizando las funciones parentales esenciales. Este aspecto del aparato
psíquico se forma a partir de múltiples fuentes, como las experiencias tempranas con figuras
parentales, los valores culturales y las necesidades emocionales del individuo. En este
sentido, el yo parental es dinámico y se adapta a las circunstancias cambiantes, permitiendo a
los padres ajustar sus prácticas a medida que enfrentan nuevos desafíos. Por ejemplo, un
padre puede evolucionar desde un estilo más autoritario hacia uno más democrático a medida
que reconoce la importancia de la comunicación y el respeto mutuo en la relación con su hijo.
La inscripción de la parentalidad también incluye un proceso de revisión constante,
impulsado por las interacciones cotidianas con los hijos y las experiencias adquiridas.
Este carácter dinámico permite que los padres no solo aprendan de sus errores, sino
también reconfiguren sus enfoques para satisfacer mejor las necesidades de sus hijos. Por
ejemplo, una madre que inicialmente priorizó el rendimiento académico de su hijo podría
cambiar su perspectiva al darse cuenta de que su bienestar emocional es igualmente crucial
para su desarrollo integral. Además, este proceso de inscripción resalta la importancia de
contar con recursos externos que faciliten una parentalidad efectiva. Terapias familiares,
talleres educativos y redes de apoyo comunitarias son herramientas valiosas para ayudar a los
padres a confrontar conflictos internos y superar limitaciones. Estos recursos no solo
benefician a los progenitores, sino que también contribuyen al bienestar emocional de los
hijos, quienes crecen en un ambiente más equilibrado y comprensivo. En conclusión, la
inscripción de la parentalidad en el sujeto es un proceso complejo y multifacético que
requiere una introspección continua y un compromiso con el aprendizaje. Al comprender y
trabajar activamente en este proceso, los padres pueden construir una parentalidad más
consciente y adaptativa, que promueva el bienestar de toda la familia.
La Noción del Hijo
La parentalidad no puede comprenderse plenamente sin abordar la noción del hijo, un
constructo complejo que abarca las múltiples representaciones conscientes e inconscientes
que los progenitores forman sobre sus descendientes. Estas representaciones no solo influyen
en las expectativas y prácticas de crianza, sino también en la relación emocional entre padres
e hijos, configurando en gran medida el desarrollo psíquico y social del infante. La forma en
que los padres conceptualizan a sus hijos influye profundamente en su crianza y en el
desarrollo de la relación entre ambos. Por ejemplo, cuando los padres ven a sus hijos como
una extensión de sus propias aspiraciones o como una fuente de validación personal, es
probable que se generen expectativas desproporcionadas. Esto puede derivar en presiones
innecesarias que afectan el bienestar emocional del niño.
En contraste, aquellos padres que logran aceptar a sus hijos como individuos con sus
propias particularidades y necesidades únicas tienden a construir una relación más genuina y
saludable. Este proceso de aceptación no ocurre de forma automática; requiere una reflexión
consciente por parte de los padres. Las intervenciones psicológicas, como las terapias
familiares, y los programas educativos pueden ser herramientas valiosas para identificar y
superar patrones inconscientes que interfieren en la relación con los hijos. Este enfoque no
solo beneficia al niño, sino también a los progenitores, quienes pueden experimentar una
parentalidad más plena y enriquecedora. Según Lebovici, la noción del hijo puede dividirse
en cinco representaciones principales: el bebé imaginario, el bebé fantasmático, el bebé
narcisístico, el bebé cultural y el bebé real.
Cada una de estas categorías refleja un aspecto único del vínculo parental y su impacto en
el niño. El bebé imaginario, por ejemplo, surge de los deseos conscientes de los padres. Este
tipo de representación está estrechamente vinculado con las expectativas sobre cómo será el
hijo, tanto en términos físicos como de personalidad. En este nivel, los padres pueden
idealizar al niño, proyectando en él cualidades que ellos mismos desean o que consideran
socialmente valoradas. Aunque esta representación puede servir como base para establecer
una relación afectiva sólida, también implica el riesgo de desilusión o presión excesiva si el
niño no cumple con estas expectativas idealizadas. El bebé fantasmático, por otro lado, se
origina en el inconsciente y está influido por conflictos no resueltos en la vida emocional de
los padres.
Por ejemplo, un padre que creció en un entorno de negligencia emocional podría proyectar
sus inseguridades en su hijo, asumiendo que este requerirá una vigilancia constante para
evitar los errores del pasado. Este tipo de representación puede generar dinámicas de
sobreprotección o control que limitan la autonomía del niño y afectan su desarrollo
emocional. El bebé narcisístico refleja el deseo de los padres de verse representados en su
descendencia, convirtiendo al hijo en un objeto de orgullo y validación personal. Si bien este
tipo de vínculo puede fomentar una conexión emocional positiva, también puede llevar a una
dinámica donde el hijo se siente obligado a satisfacer las aspiraciones de los padres,
sacrificando su propia individualidad en el proceso.
En el caso del bebé cultural, las representaciones se construyen a partir de las expectativas
sociales y culturales que rodean la parentalidad. Esto incluye los valores, normas y creencias
que los padres transmiten a sus hijos, influenciados por su contexto sociocultural. Por
ejemplo, en culturas donde el éxito académico es altamente valorado, los padres pueden
priorizar la educación sobre otros aspectos del desarrollo, lo que puede llevar a una crianza
desbalanceada. Por último, el bebé real representa al niño tal como es, con todas sus
cualidades únicas y desafíos. Esta representación se desarrolla a través de las interacciones
diarias y el tiempo compartido, permitiendo que los padres ajusten sus expectativas y
construyan una relación más auténtica y enriquecedora. Reconocer y aceptar al bebé real
implica un esfuerzo consciente por parte de los progenitores para separar sus proyecciones
personales de la realidad del niño, fomentando así un vínculo más saludable.
Este análisis lleva a reflexionar sobre la importancia de la autoevaluación en los padres
para identificar cómo estas representaciones impactan su relación con sus hijos. Programas
educativos y terapias psicológicas pueden ser herramientas clave para ayudar a los padres a
confrontar sus expectativas inconscientes y desarrollar una noción del hijo más equilibrada.
Esto no solo beneficia al niño, sino también a los padres, quienes pueden experimentar una
parentalidad más plena y satisfactoria. Finalmente, la noción del hijo no es estática, sino que
evoluciona con el tiempo a medida que los hijos crecen y las dinámicas familiares cambian.
Este proceso de ajuste constante subraya la importancia de una parentalidad flexible y
consciente, que permita a los padres adaptarse a las necesidades cambiantes de sus hijos y
fortalecer el vínculo familiar en todas las etapas del desarrollo.
Componentes de la Parentalidad
La parentalidad, como constructo multifacético, está compuesta por dimensiones y ejes
que reflejan las distintas funciones y roles que desempeñan los padres en la vida de sus hijos.
Estas dimensiones, según Houzel, incluyen el ejercicio, la experiencia y la práctica de la
parentalidad, cada una de las cuales aborda aspectos específicos del vínculo parental.
Asimismo, los ejes de la parentalidad, divididos en maternalidad y paternalidad, representan
las características complementarias que estructuran la relación entre padres e hijos. El
ejercicio de la parentalidad está relacionado con los derechos y obligaciones inherentes al rol
parental. En este ámbito, los padres asumen responsabilidades básicas como el cuidado físico,
la provisión de seguridad y la guía emocional. Estas funciones están influenciadas por normas
sociales y culturales, así como por las experiencias personales de los padres. Por ejemplo, en
culturas donde se valoran los roles tradicionales de género, el ejercicio de la parentalidad
puede estar marcado por una división rígida de responsabilidades, lo que podría limitar la
flexibilidad necesaria para responder a las necesidades individuales de cada hijo.
La experiencia de la parentalidad, por otro lado, aborda el componente emocional y
psicológico del rol parental. Este aspecto se centra en cómo los padres internalizan su deseo
de tener hijos y cómo este deseo se manifiesta en sus interacciones con ellos. Por ejemplo,
una madre que ha resuelto sus propios conflictos emocionales puede establecer una conexión
más genuina y empática con su hijo, mientras que un padre que enfrenta inseguridades
personales podría tener dificultades para ofrecer apoyo emocional consistente. La práctica de
la parentalidad se refiere a las interacciones concretas entre padres e hijos, que pueden ser
conductuales, afectivas, fantasmáticas o simbólicas. Estas interacciones no solo moldean la
dinámica familiar, sino que también tienen un impacto directo en el desarrollo emocional y
social del niño. Por ejemplo, las interacciones afectivas, como los abrazos y las palabras de
aliento, fomentan un ambiente de seguridad emocional, mientras que las fantasmáticas,
vinculadas a las proyecciones inconscientes de los padres, pueden influir en la manera en que
el niño interpreta su relación con el mundo.
Los ejes de la parentalidad, representados por la maternalidad y la paternalidad,
complementan estas dimensiones al reflejar las expectativas culturales y biológicas asociadas
a cada rol. La maternalidad, caracterizada por la sensibilidad y el cuidado, y la paternalidad,
enfocada en la autoridad y la socialización, son igualmente esenciales para el desarrollo
integral del niño. Sin embargo, estas representaciones no deben ser vistas como rígidas, ya
que en el contexto contemporáneo es común que ambos padres compartan estas funciones de
manera más equitativa. Este análisis destaca la importancia de considerar estos componentes
como un todo integrado. La parentalidad no puede reducirse a un conjunto de
responsabilidades prácticas, ni tampoco limitarse a las experiencias emocionales individuales
de los padres.
En cambio, debe entenderse como un proceso dinámico y en constante evolución, que
requiere un equilibrio entre las dimensiones y ejes mencionados. En última instancia, los
componentes de la parentalidad subrayan la necesidad de un enfoque consciente y reflexivo.
Los padres que reconocen la interacción entre estos elementos y trabajan activamente para
equilibrarlos tienen más probabilidades de construir un entorno familiar saludable y
enriquecedor. Esto no solo beneficia a los hijos, sino también a los propios padres, quienes
encuentran en la parentalidad una oportunidad para crecer y transformarse.
Estilos de Crianza desde la Perspectiva Cognitiva
Los estilos de crianza, entendidos como los patrones de interacción entre padres e hijos,
constituyen un componente crucial en el desarrollo emocional, social y cognitivo de los
niños. Desde una perspectiva cognitiva, estos estilos reflejan las estrategias conscientes e
inconscientes que los padres utilizan para guiar, disciplinar y apoyar a sus hijos. Según
Baumrind, y posteriormente Maccoby y Martin, los estilos de crianza se dividen en
democrático, permisivo, autoritario y negligente, cada uno con características distintivas que
moldean el desarrollo infantil de manera positiva o negativa. El estilo de crianza democrático
se distingue por combinar normas claras con una comunicación abierta y afectiva.
Investigaciones, como las realizadas por Lamborn et al. (1991), han demostrado que este
estilo fomenta habilidades sociales avanzadas, una alta autoestima y un mejor rendimiento
académico en los niños. A diferencia del estilo autoritario, que prioriza la obediencia a
expensas de la autonomía del infante, el estilo democrático alienta la participación activa del
niño en la resolución de problemas y en la toma de decisiones.
Por otro lado, el estilo permisivo puede generar una relación cercana entre padres e hijos,
pero conlleva riesgos como dificultades para manejar la frustración o asumir
responsabilidades. En cambio, el estilo negligente, al combinar baja implicación emocional y
ausencia de normas, es el más perjudicial, asociado a problemas como conductas antisociales
y bajo rendimiento académico. El estilo democrático, considerado el más equilibrado,
combina altas expectativas con una comunicación abierta y un apoyo emocional constante.
Los padres democráticos no solo establecen reglas claras, sino que también fomentan el
diálogo y la negociación, permitiendo que los hijos comprendan las razones detrás de las
normas. Este enfoque no solo promueve el desarrollo de habilidades sociales y cognitivas,
sino que también fortalece la autoestima y la capacidad de toma de decisiones.
Por ejemplo, un padre que discute con su hijo adolescente las consecuencias de llegar
tarde a casa está enseñándole a valorar la responsabilidad sin imponerla de manera
autoritaria. Sin embargo, implementar este estilo requiere un equilibrio constante,
especialmente en contextos donde el tiempo y los recursos son limitados. En contraste, el
estilo permisivo se caracteriza por una indulgencia excesiva y la ausencia de límites claros.
Aunque este enfoque puede crear una relación cercana entre padres e hijos, también genera
desafíos significativos, como la dificultad para manejar la frustración o asumir
responsabilidades. Por ejemplo, un niño criado bajo un estilo permisivo puede esperar que
sus deseos sean satisfechos de inmediato, lo que podría dificultar su adaptación a entornos
donde se requieren reglas y normas, como la escuela o el trabajo. Este estilo refleja un
desbalance en la parentalidad, donde la búsqueda de armonía inmediata eclipsa la necesidad
de establecer límites saludables.
El estilo autoritario, por otro lado, prioriza la obediencia y la disciplina rígida sobre la
comunicación y el afecto. Los padres autoritarios imponen reglas estrictas y esperan un
cumplimiento absoluto, sin permitir cuestionamientos ni explicaciones. Aunque este estilo
puede producir resultados a corto plazo, como una conducta ordenada, a menudo tiene
efectos negativos a largo plazo, incluyendo baja autoestima, ansiedad y dificultades para
establecer relaciones basadas en la confianza. Un ejemplo es un padre que exige
calificaciones perfectas sin reconocer el esfuerzo del hijo, lo que puede llevar al niño a
experimentar una sensación de inutilidad frente a cualquier error o fracaso. Finalmente, el
estilo negligente representa el extremo opuesto de la implicación parental, combinando una
baja demanda con una mínima respuesta emocional. Este estilo es particularmente
perjudicial, ya que deja a los niños sin guía ni apoyo, lo que puede derivar en problemas
graves como conductas antisociales, bajo rendimiento académico y dificultades para
establecer vínculos afectivos saludables. Los hijos de padres negligentes a menudo enfrentan
desafíos significativos en su desarrollo, ya que carecen del soporte necesario para construir
una identidad sólida y manejar las complejidades de la vida adulta.
El análisis de estos estilos de crianza invita a reflexionar sobre cómo los padres pueden
encontrar un equilibrio que responda a las necesidades específicas de sus hijos. Aunque el
estilo democrático se considera ideal, es importante reconocer que cada familia enfrenta
circunstancias únicas que pueden requerir adaptaciones en las estrategias parentales. Además,
la capacitación en habilidades parentales y el acceso a recursos comunitarios pueden
desempeñar un papel crucial en la promoción de estilos de crianza más positivos y efectivos.
En última instancia, los estilos de crianza no solo afectan a los hijos, sino también a los
padres, quienes encuentran en la relación con sus hijos una oportunidad para crecer y
reflexionar sobre sus propias experiencias y valores. Este enfoque bidireccional resalta la
importancia de una parentalidad consciente, donde las decisiones se toman con base en el
bienestar de toda la familia, fomentando así un entorno más saludable y enriquecedor.
Conclusión
La parentalidad positiva y los estilos de crianza constituyen los pilares fundamentales del
desarrollo emocional, cognitivo y social de los niños. A lo largo de este ensayo, se ha
explorado cómo la construcción de la parentalidad, la inscripción psíquica de este rol y la
noción del hijo influyen profundamente en la manera en que los padres interactúan con sus
hijos. Asimismo, se han analizado los estilos de crianza desde una perspectiva cognitiva,
destacando tanto sus beneficios como sus riesgos, dependiendo de cómo se implementen. Es
evidente que la parentalidad no es un acto espontáneo, sino una tarea compleja que requiere
reflexión, adaptabilidad y un esfuerzo consciente por parte de los progenitores.
Desde las proyecciones inconscientes que forman las bases de la parentalidad hasta las
interacciones cotidianas que definen los estilos de crianza, este proceso está lleno de desafíos
y oportunidades. Los padres deben confrontar sus propias limitaciones, revisar las normas
socioculturales que influyen en su práctica y buscar recursos que les permitan mejorar su
relación con sus hijos. Además, el análisis realizado destaca la importancia de un enfoque
interdisciplinario en la parentalidad, que considere tanto los aspectos psicológicos como los
sociales y culturales. Esto implica que los padres no solo deben tener acceso a información y
herramientas para mejorar sus prácticas, sino también a un entorno de apoyo que valide sus
esfuerzos y les permita aprender de sus errores sin culpa ni estigmas.